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A PROPÓSITO DE LAS MEMORIAS DE SCHMIDT,

INTÉRPRETE DE HITLER
Jesús BAIGORRI JALÓN
Universidad de Salamanca

1. Resumen

Esta contribución se basa en una lectura personal de las memorias del intérprete de Hitler, reeditadas
en versión española en 2005, que se completa con fuentes de diversa procedencia sobre el autor, Paul Otto
Schmidt, así como sobre otros intérpretes y testigos del período de entreguerras. Partiendo de una
reflexión sobre si es éticamente correcto que los intérpretes escriban sus memorias, se pasa después a una
caracterización del perfil del que fue durante años intérprete personal de un dictador: su formación, su
desempeño profesional, las funciones ajenas a la interpretación propiamente dicha. En la conclusión se
hace referencia al hecho de que igual que el Tratado de Versalles, el ascenso del nazismo y la segunda
guerra mundial fueron acontecimientos históricos de enorme alcance que tuvieron un efecto decisivo en la
vida profesional de este intérprete y de otros, así como al hecho de que los conflictos de nuestros días
repercuten de manera directa en las condiciones de trabajo de los intérpretes que se ven afectados por
ellos.

2. Memorias, interpretación e ideología

Las páginas que siguen se basan en la lectura personal del libro de Paul Schmidt Europa entre
bastidores. Del Tratado de Versalles al juicio de Nuremberg, publicado de nuevo en español por
Ediciones Destino (Barcelona, 2005). Esta edición incorpora un prólogo reciente de Markus Pyra, que
añade los resultados de un trabajo de investigación interesante sobre el autor y la obra que se presenta. Es
curioso señalar, desde el principio, dos aspectos de índole editorial, uno relativo a la traducción y el otro a
la presentación. En cuanto al primero, en los créditos del libro no aparece en ningún lugar el nombre del
traductor de la obra, aunque sí de quien ha traducido el prólogo, Carles Andreu. Hechas las
comprobaciones oportunas, el traductor del texto principal (cerca de setecientas páginas) es el mismo de
ediciones anteriores (yo había manejado la tercera edición de 1958 en otros trabajos), Manuel Tamayo.
Por extraño que parezca, en un libro que se presenta comercialmente como “las memorias del intérprete
de Hitler”, “testimonio imprescindible”, “magistral fresco histórico”, es decir, con categoría de texto
fundamental relativo a las tareas de interpretar y traducir, la editorial no menciona el nombre de quien
hace posible que los lectores de habla española tengan acceso a la obra. Quizás se ha querido ocultar el
hecho de que la traducción se hizo unos cincuenta años atrás y que no han considerado necesario,
sospecho que por razones económicas, volver a traducir el original. Los lectores merecen otro trato.

El segundo aspecto que señalaba más arriba tiene igualmente que ver con márketing editorial. Las
fotografías que se presentan en la cubierta son, como es habitual, un cebo para el posible comprador y,
por tanto, han de reflejar a personajes históricos muy conocidos. La fotografía superior es de Hitler y
Franco, de cuya entrevista en Hendaya en 1940 da cuenta el autor del libro, aunque él no participara en
ella como intérprete, sino como redactor de actas. La fotografía inferior, de Churchill, Roosevelt y Stalin
poco tiene que ver con la actividad descrita en el libro, ya que Schmidt no estuvo presente en esa reunión,
que no figura ni siquiera mencionada en la obra. En la contraportada aparecen Hitler y Mussolini, que
efectivamente fueron clientes del autor de las memorias, y en la solapa aparece una foto de Schmidt entre
Hitler y Henderson.

El trabajo que aquí se presenta continúa una línea de investigación emprendida hace años relativa al
estudio de la historia de la interpretación de conferencias. Esta misma fuente se utilizó en Baigorri (2000)
y, de forma más marginal, en Baigorri (2003 y 2005). En esta ocasión pretendo hacer una reflexión más
detallada sobre estas memorias de Schmidt como fuente para la caracterización de la profesión de
intérprete de conferencias, cuyos orígenes se corresponden con el período histórico cubierto por la
narración del intérprete de Hitler. Muchos de los principios establecidos en aquella época siguen en vigor
en nuestros días.

Christopher Thiéry, intérprete del Quai d'Orsay y profesor en la famosa ESIT de París, dedicó un
artículo a exponer por qué los intérpretes no pueden escribir sus memorias, basándose esencialmente en el

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criterio del secreto y de la confidencialidad de su actuación profesional (Thiéry 1985). Ese código es el
que se sigue enseñando en las escuelas. Harris (1993: 115), menos preocupado por ese aspecto, ve en las
memorias de los intérpretes diplomáticos una fuente excelente para conocer “las transacciones secretas de
los diplomáticos y políticos a quienes sirvieron”. La iniciativa tomada en 1949 por Schmidt ―quien dice
que “[u]na de las tareas esenciales de un intérprete es no soltar nunca la lengua” (Schmidt: 500)― fue
seguida por otros intérpretes que han escrito sus memorias (por ejemplo, Berezhkov 1994), unas más
centradas en los aspectos de la interpretación que otras, lo que parece demostrar que es más fuerte el
deseo de hablar en primera persona que la supuesta obligación de callar que uno asume cuando realiza la
tarea de interpretar. Esta cuestión de la intervención en primera persona merece una investigación aparte.
Me limito aquí a enunciar la pregunta de si es éticamente correcto relatar hechos de los que se fue testigo
bajo secreto profesional. Sea cual sea la respuesta que nos demos a esta pregunta, que tal vez los autores
de memorias también se formularon y se respondieron con un rotundo sí, porque de lo contrario no las
habrían escrito, se nos suscitan otras más matizadas. ¿Es lo mismo revelar los contenidos de las
conversaciones confidenciales después de que el principal ya no está? ¿Hay una escala en el secreto según
quién sea el personaje principal? Y en este sentido, ¿es importante guardar el secreto cuando el relieve de
los hechos relatados ya les ha dado publicidad con independencia de lo que se diga en las memorias? o,
¿acaso el respeto del secreto depende de la honorabilidad que tuviera el principal? En este sentido, uno de
los posibles enfoques justificadores de la ruptura del silencio sería que, puesto que Stalin y Hitler fueron
dos de los personajes más sanguinarios de la historia, revelar las conversaciones confidenciales
interpretadas para ellos no constituiría una transgresión del código deontológico. En todo caso, el autor
cuya obra analizamos y otros intérpretes escritores de sus memorias no las publicaron mientras estaban al
alcance de sus principales, con lo que quedaban a salvo de posibles riesgos y represalias.

Las razones para publicar las memorias pueden ser muy variadas. Una, indiscutible en varios de los
casos, es lavar la propia imagen y desligarse del personaje para el que actuaron y de los actos que éste
pudiera cometer. Para Schmidt, el ejercicio de escribir y publicar sus memorias podría encajar
perfectamente con el proceso de desnazificación operado en Alemania después de la victoria aliada. En su
caso, como en otros, se trata siempre de versiones que cuentan con el beneficio de la perspectiva histórica
y cuando se conoce el resultado final de los acontecimientos. Aunque resulte difícil entender que no
conocieran los horrores que estaban teniendo lugar, los interesados no dimitieron de sus funciones durante
los hechos, lo que nos lleva a pensar que la clave en la que escriben las memorias habría sido diferente si
los resultados de la historia hubieran sido distintos. ¿Habría escrito Schmidt estas memorias si no hubiera
sido hecho prisionero por los aliados? ¿Las habría escrito igual si la guerra hubiera acabado de otra
forma? Este factor de lavarse la conciencia enlaza con un tema de interés en la investigación en
interpretación en nuestros días, a saber, la función que tiene la ideología en el ejercicio profesional del
intérprete. En mis trabajos citados más arriba, he hablado de la relación que tienen los cataclismos
sociales e ideológicos con el ejercicio de la interpretación. Eso explica la suerte de intérpretes como
Michaelis y Jacob bajo el nazismo y también, del otro lado, la de Gochfeld en las Naciones Unidas bajo el
maccarthysmo. Su asociación con una supuesta ideología –aunque el nazismo identificaba a los judíos
con una raza más que con una ideología– los llevó al ostracismo profesional y a veces personal. Jacob,
que también escribió sus memorias (1962) tuvo que exiliarse, repudiado por Heydrich (Schmidt: 306):

Por aquel entonces [1933], aún me creía yo bastante fuerte para proteger a mis colegas judíos;
después me alegré de que se hubiera marchado al extranjero, cuando tuve que reconocer que mi
influencia no servía de nada contra la fobia antisemita de los nazis. (Schmidt: 274).

Michaelis se suicidó en 1935 (Pyka 2005: 19), poco después de haber solicitado trabajo de intérprete
freelance en la Sociedad de Naciones por haber perdido su empleo a causa de su judaísmo, y Gochfeld
dejó el servicio de interpretación de la ONU (Baigorri 2005: 64). El asunto de la ideología y los
intérpretes ha sido también tratado recientemente por Pöchhacker (2006), planteándose la cuestión de si
los intérpretes de conferencias están más allá de (beyond) o entre (between) ideologías concretas. En este
artículo Pöchhacker se hace eco del debate actual entre lo que podríamos llamar el establishment de la
profesión (cuyo estereotipo sería el intérprete de la AIIC) y la visión alternativa de la misma
(representada por asociaciones de intérpretes como Babels), que se basa en el trabajo voluntario al
servicio del movimiento antiglobalización (De Manuel Jerez 2004). Ciertamente, esto no deja de ser una
simplificación de una reflexión que nos llevaría ―y tal vez nos debería llevar― más lejos. No es seguro,
ni siquiera probable, que todos los intérpretes de la Organización Internacional del Trabajo que trabajaron
en 1928 en 7 idiomas para dar voz a los obreros ―hasta entonces obligados a utilizar sólo el inglés y el
francés como idiomas de comunicación― fueran de clase obrera. Desde luego, no cobraban sueldos de
obreros, sino del cuerpo técnico de la función pública internacional. Los interlocutores no eran sólo los
sindicatos, sino también los gobiernos y la patronal. Tampoco es seguro que se identificaran con las

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posiciones de unos ni de otros. Lo realmente importante, a mi juicio, es que permitieron la comunicación


entre ellos. ¿Representaron en su ejercicio profesional el modelo de democracia liberal anglosajón
plasmado en las organizaciones internacionales surgidas después de la Primera Guerra Mundial (I GM),
representando así a la ideología dominante, o fueron un vehículo al servicio del movimiento obrero
internacional? Según desde dónde se mire, la respuesta podría ser una u otra. Lo que sí parece claro es
que, en su actuación, estuvieron entre o más allá de las ideologías. Cuando el intérprete soviético Oleg
Troyanovsky interpretaba a Molotov o a Jruschev su interpretación era de alta fidelidad (hi-fi) como “un
camaleón que responde a la estimulación del amo” (Ekvall 1960: 77, 97), con lo cual parecería actuar
para la ideología de sus principales. Lo cierto es que George Sherry ―anticomunista en su fuero
interno―, también era considerado por la opinión pública estadounidense como agente soviético por
transmitir en inglés con igual vehemencia las invectivas lanzadas por Vishinsky en ruso en los debates del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Baigorri 2004: 70). También él estaría representando su
papel de la forma más fiel y neutral posible. ¿Tendría que haber censurado ―aunque fuera sólo en el
tono― lo que decía el orador soviético? Probablemente no, si quería mantenerse entre o más allá de la
ideología, de cualquier ideología. Estos son ejemplos históricos, pero se podrían multiplicar con muchos
casos de reciente actualidad.

En la introducción al libro, Schmidt se sitúa como intérprete, simple mediador entre los interlocutores
de distintas nacionalidades e ideologías (Schmidt: 27), es decir, en la posición entre, aunque luego
expresa su alineamiento con los

…hombres de buena voluntad, de cualquier pueblo o ideología, ya que mi experiencia, especialmente


en lo que se refiere a la historia del Tercer Reich, me ha reafirmado en la convicción de que los
verdaderos enemigos de la humanidad son los fanáticos, cualquiera que sea el campo en que militen
(Schmidt: 27).

Cabe preguntarse por qué tardó tanto en darse cuenta de quién era fanático y de con quién debería
haberse alineado. Klemperer (89-95) tuvo muy claro el concepto de fanático en el contexto del Tercer
Reich. Una cosa es cierta y es que, hasta muy avanzado el desarrollo del régimen nazi, Schmidt actuó
como intérprete único en numerosos encuentros con mandatarios extranjeros, sin que nadie desconfiara de
él. De hecho, su salvación tras la derrota del Tercer Reich se debe al menos en parte al aval de los
interlocutores “aliados”. Todo esto enlaza con uno de los motivos que podrían justificar la publicación de
las memorias por Schmidt, desmarcarse de la ideología con la que se le puede asociar a simple vista,
aunque sólo sea porque viste durante varios años el uniforme de las SS en actuaciones públicas con
Hitler, porque tiene carnet del partido nazi desde 1943 y porque ese mismo año recibe una condecoración
de las SS. ¿Hemos de creer a Schmidt cuando años después ―aunque en el libro sus observaciones se
insertan cronológicamente en el momento correspondiente del relato― critica al régimen en sus
memorias o hemos de considerar que formó parte del mismo y que sólo después de la caída del Tercer
Reich trata de situarse por encima de toda sospecha? Entre las dos tesis que se plantearon los aliados al
acabar la guerra, la de considerarlo un hombre peligroso y merecedor de castigo o un técnico inofensivo
conocedor de muchas cosas que podían serles útiles, prevaleció la segunda (Xammar: 482-483). A juzgar
por sus declaraciones ante el Tribunal de Nuremberg, de cuyo proceso quedaría absuelto después de no
pocos avatares, Schmidt era conocedor de las intenciones del régimen nazi desde el principio:

The general objectives of the Nazi leadership were apparent from the start ―namely, the domination
of the European continent, to be achieved first, by the incorporation of all German speaking groups
into the Reich, and secondly, by territorial expansion under the slogan of ‘Lebensraum’” (TMWC
Trial of the Major War Criminals (Nuremberg: International Military Tribunal 1947-49), XIX, 436-
437. Cit. en Harris, W. R. 1954: 71).

Sin embargo, cuando Ramón Carnicer se encuentra con él en Múnich en 1956 dice que Schmidt,
“aunque guardara debidamente las formas seguía admirando al Führer” (Carnicer: 186).

Además de ese motivo exculpatorio, podrían aducirse otros para justificar la publicación de las
memorias. Alguien cuenta algo porque cree que les puede interesar a otros, es decir, porque cree que lo
que ha hecho merece que lo conozca el gran público destinatario de la obra. No se trataría aquí del
publish or perish del entorno académico, que justifica determinado tipo de investigaciones, sino
simplemente de exponer, ¿por vanidad?, la actividad que uno ha desarrollado. Acaso habría que pensar
que la publicación de las memorias de alguien que ha interpretado para personajes importantes es la
forma de vengarse del silencio que durante años ha debido guardar por la confidencialidad asociada al
cargo. Esta visión reflejaría la reivindicación de protagonismo que la historia le niega, apoyándose

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simplemente en el hecho de que los personajes para los que trabajó fueron famosos y los acontecimientos
que vivió fueron importantes en la historia. ¿Es acaso el recurso del sirviente de un personaje importante,
como cuando el mayordomo de Lady Di escribe sus memorias? Aunque Schmidt se califica a sí mismo de
“simple comparsa de la farándula diplomática” (Schmidt: 26), el hecho de escribir las memorias es en sí
mismo una negación del carácter insignificante de su actuación y la elevación de su ego por encima del de
los demás compañeros intérpretes (rara vez citados por el nombre), que trabajaron en equipo con él y que
a veces fueron los encargados de la interpretación en encuentros que él presenció, por ejemplo entre
Franco y Hitler o entre determinados representantes alemanes e italianos1. Hemos de recurrir a las
memorias o al ego de los otros para enterarnos de que no siempre era Schmidt quien interpretaba, aunque
estuviera allí presente. Por ejemplo, sabemos por Wiskemann (1949: 110) que en la entrevista entre Hitler
y Mussolini en Florencia en 1940 interpretó Hans Thomsen, a quien se hizo venir desde Washington, pero
nada dice de ello Schmidt en su relato de la entrevista (Schmidt: 573-574). Dollmann, que hablaba
excelente italiano, estuvo presente en la entrevista entre Ciano y Hitler en agosto de 1939 (Wiskemann
1949: 157, 160), relatada por Schmidt (498-499) sin mención alguna de su colega. No son los únicos
casos. Quizás esta última no sea una omisión inocente, sino deliberada, habida cuenta de las atrocidades
atribuidas a Dollmann en Roma (Wiskemann 1949: 325-326; Drutman 1979: 241-242), que, por cierto, el
propio Dollmann omite en sus memorias (1967).

En la justificación que Schmidt ofrece para escribir las memorias está el estímulo de muchos alemanes
y extranjeros que quieren conocer mejor la época tratada (Schmidt: 26), a cuyo conocimiento él quiere
aportar “la objetividad” (Schmidt: 27), como si ésta fuera posible en temas tan delicados como los que
trata. ¿Es objetivo ocultar todo lo que estaba pasando a su alrededor? Sólo alude esporádicamente a la
incomodidad de los bombardeos en Berlín y en otros lugares. ¿Es esa la historia real del período de
dominación nazi en Alemania? Comparando la parte de sus memorias relativa a ese período con los
diarios de Klemperer vemos que la historia fue diferente para muchos otros. En todo caso, su versión
responde a la experiencia de su historia vivida, que tiene cabida en la historiografía contemporánea con
carta de naturaleza propia (Aróstegui 2004).

El argumento que podría colegirse de ese desconocimiento de la realidad alemana por Schmidt puede
ser el que expresa Bernd Freytag von Loringhoven, autor de la obra Con Hitler en el búnker. Los últimos
meses en el cuartel general del Führer, julio 1944-abril 1945, en su entrevista con Miguel Ángel Villena
(El País 31 de diciembre de 2006, cuadernillo del Domingo, páginas 8-9):

…muchos no supimos la dimensión de las barbaridades y del genocidio, en especial, en los campos de
concentración. Desde la perspectiva de hoy, de muchas fuentes de información, de una prensa libre y
de un mundo globalizado, resulta difícil imaginar que yo no supiera de la existencia de Dachau (…) e
ignorara lo que estaba pasando en Auschwitz o en Mauthausen. En las guerras, todo se convierte en
propaganda, de un lado y de otro, y estuvo llena de rumores. Cuando los británicos me mostraron
fotos del horror de los campos de concentración me sentí conmocionado.

No tenemos por qué desconfiar de esas palabras, pero lo cierto es que Schmidt y von Loringhoven
vivieron para escribir sus memorias, mientras que millones de sus conciudadanos no pudieron hacerlo
sencillamente porque los exterminó la persona con la que ellos colaboraron estrechamente.

Escribir las memorias es, hasta cierto punto, una paradoja para el intérprete, cuya función principal
está identificada con la oralidad. Significa también salir de la invisibilidad o inaudibilidad personal, ya
que, al escribir, deja plasmada su versión de las conversaciones o conferencias ―de la historia―, que no
es necesariamente la misma que fluyó de los encuentros en los que interpretó, con la ventaja para él de
que quienes pudieran estar en desacuerdo no están ya ahí para discrepar. Bien es verdad que Schmidt tuvo
otras funciones distintas a las de interpretar y, precisamente por ello, es quizás más comprensible la
plasmación por escrito de sus recuerdos. Desde luego, son los informes o actas que dictaba a partir de sus
notas los que constituyen la materia prima de este libro. Esas actas le sirvieron también en situaciones de
interpretación, donde desempeñan una función testimonial, derivada de su presencia física en los
encuentros en los que mediaba, que hace que su mediación oral se plasme en versión escrita (Cronin
2006: 80-81). Este aspecto, que enlaza con el hecho de tener hasta cierto punto voz propia, se refleja en su
condición de personaje conocido entre sus interlocutores.

1
Gross fue quien actuó como intérprete entre Franco y Hitler. Lo habitual era que el intérprete del personaje de más
rango mediara en un encuentro (Ackermann Hanisch).

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El intérprete de conferencias de aquel entonces, entre las dos guerras mundiales, aporta directamente
a su tarea sus cualidades personales; su función no ha sido despersonalizada todavía. Muchas veces
forma parte de las delegaciones oficiales y, de todas formas, todo el mundo le conoce y le aprecia;
cuenta como personalidad. (Haensch 1965: 5-6).

De algunas de las observaciones anteriores podría desprenderse tal vez la idea de que las memorias de
Schmidt son muy negativas respecto al régimen nazi y lo cierto es que no es así. Los lectores potenciales,
aparte de los propios alemanes, eran los ciudadanos de los países aliados. Al escribirlas, pues, tenía que
hacer compatible una cierta crítica al dictador, destinada a los artífices de la desnazificación, con la
preservación de su distanciamiento respecto a Hitler. Cuanto más crítico fuera con el dictador más difícil
le resultaría a él justificar su fidelidad al Führer y, por tanto, quedar bien ante la historia. Por otro lado, la
ordenación cronológica de sus recuerdos no siempre se atiene al discurrir natural del tiempo, sino que da
saltos hacia adelante y hacia atrás según le conviene para el relato. Así se explican algunas observaciones
y quizás también ciertos olvidos. Valgan de muestra estos dos ejemplos. En una entrada de 1924 alude a
un compañero que hizo la versión inglesa en una conferencia en Londres, “Kiep, más tarde cónsul general
y entonces secretario de legación, infortunado colega que después del 20 de julio de 1944 fue asesinado
por la justicia hitleriana” (Schmidt: 71), pero no habla de ello en la parte del diario correspondiente a
1944, cuando Schmidt era miembro del Partido, sino veinte años antes. En la parte del diario relativa a
1934 se refiere al asesinato de Roehm y de otros jerarcas nazis por Hitler, cuyos hechos le suscitan
expresiones respecto a Hitler como “charlatán de feria...”, “frenético griterío...”, “palabrería...”, “aquella
brutalidad que junto con muchas otras características era una particularidad esencial del sistema
hitleriano” (Schmidt: 336). Esto lo escribe en 1949 pero lo inserta en 1934, antes de haber trabajado para
Hitler, el charlatán de feria.

3. Schmidt como eco: el intérprete y el traductor

Schmidt aprendió los idiomas extranjeros (inglés y francés) de manera sintética en la Universidad de
Berlín, donde “se enseñaba según los métodos más modernos, con gramófonos e impresión de discos, de
tal modo que, frase por frase, la pronunciación propia se podia comparar con la de auténticos ingleses o
franceses” (Schmidt: 38). Se formó como intérprete en el Ministerio de Exteriores, que ya tenía una larga
tradición de formación de profesionales lingüísticos (Wilss 1999), en “unos cursillos especiales para
formación de intérpretes destinados a las conferencias internacionales” (Schmidt: 340), organizados en
1921, justo en el momento en el que se produce la proliferación de los encuentros internacionales.

El intérprete, cuya misión en tales conferencias consistía en traducir los discursos y las
conversaciones de los estadistas, debe su papel a este cambio en la política internacional, a esa
democratización de los métodos de discusión de los problemas políticos. Necesariamente, el
intérprete tenía que tomar parte en todo, incluso en los diálogos más secretos, “a cuatro ojos”, que por
esto se convirtieron frecuentemente en discusiones a “seis ojos”. Se exigía al intérprete la máxima
discreción en su labor y se esperaba que con su traducción, no demasiado frecuente, no perturbase la
atmósfera de confianza o la fluidez del discurso en las grandes ocasiones. De esto surgió la nueva
técnica de la traducción de discursos enteros o de grandes párrafos de la conversación en una sola vez.
Así el intérprete no era un elemento perturbador. Naturalmente, prolongaba el tiempo necesario para
la discusión de los asuntos. En compensación, su trabajo tenía la ventaja de que los políticos tenían
tiempo, durante la pausa de la traducción, para reflexionar con toda calma sobre el tema tratado y la
contestación.
Para esta nueva técnica de traducción, el intérprete tenía que tomar naturalmente unos apuntes a modo
de guión mientras escuchaba el discurso que luego había de traducir. Estos apuntes se prestaban muy
bien para hacer anotaciones confidenciales sobre el contenido, y gracias a ellos es hoy posible
reconstruir perfectamente el desarrollo de muchos debates, por lo que constituyen un material
precioso para los historiadores que deseen ocuparse de modo más detenido sobre las relaciones
internacionales de los confusos tiempos que sucedieron al año 1918.
Esta nueva técnica era enseñada meticulosamente en los cursos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Los participantes habían sido elegidos entre los alumnos de la Universidad de Berlín. Una parte de
ellos eran estudiantes de Derecho, y otros estudiantes de Filología. Yo también fui invitado y seguí
tales cursos. (Schmidt: 34-35).

Sin embargo, siendo soldado en la I GM fue herido mientras hacía de escucha frente a las posiciones
norteamericanas gracias a que sabía inglés (Schmidt: 34), de modo que podemos considerar que, como
para muchos otros, la experiencia de la guerra fue un punto de partida (Baigorri 2003). La formación
extralingüística, como vemos en sus memorias, se produjo poco a poco, gracias a la práctica adquirida
como traductor y como intérprete en numerosos encuentros y conferencias. Llegó a la profesión por azar

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en 1923 (Schmidt: 35), como tantos otros en aquella época en la que la profesión estaba en sus
comienzos, y aprendió de los veteranos y practicando el oficio (los trabajos de traducción en 1923-24 eran
“para mí una escuela excelente, no sólo desde el punto de vista lingüístico, sino también extralingüístico”,
Schmidt: 57).

Los primeros pasos de intérprete empiezan con angustia y miedo, que cesan en el momento en el que
comienza a interpretar, y la traducción del discurso de media hora de Schiffer en La Haya en 1923 le
parece como una conversación con la audiencia, de la que sale satisfecho y aliviado (Schmidt: 45-46), lo
que muestra indudablemente unas especiales dotes para la interpretación, teniendo en cuenta que en ese
momento tenía 24 años.

De la etapa de los comienzos (1925) hay un episodio que muestra la táctica seguida para la resolución
del problema acústico derivado de su mala ubicación en la sala de conferencias, del que se hace también
eco Stresemann en sus memorias (Bernhard II: 134-135).

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

DIFICULTADES ACÚSTICAS (PROBLEMA DE SEÑAL) > PIDE OTRA UBICACIÓN >


NO ES POSIBLE > UTILIZA EL CONTEXTO PARA RECONSTRUIR DETERMINADOS
PÁRRAFOS DEL DISCURSO A PARTIR DE INFERENCIAS INSUFICIENTES >
INEXACTITUDES > CORRECCIÓN AL INTÉRPRETE POR AUSTEN CHAMBERLAIN.
(A partir de Schmidt: 106-107)

Todavía era Schmidt demasiado joven como para interrumpir al usuario o para imponer su ubicación
en la sala. Por lo demás, Chamberlain ―que en este caso tenía razón, pero no siempre― era dado a
enmendar a los intérpretes. La falta de inferencias suficientes, es decir, de conocimiento contextual del
discurso, se debía a que no había costumbre de dejar participar al intérprete en la sesión preparatoria de la
delegación.

A partir de este incidente se decide que él participaría también en las deliberaciones previas de la
delegación. Ello significa un cambio en la confianza respecto al intérprete, permitiéndole formar parte de
la delegación, pero también una asociación con la misma y, en consecuencia, una identificación mayor
con las posiciones de sus superiores. Indirectamente, la participación en los preparativos constituye una
considerable mejora en el conocimiento del tema y, por tanto, un aumento de la calidad de la prestación.

La confianza depositada en el intérprete en cuanto al secreto profesional alcanza a veces extremos


como el siguiente:

...Stresemann me dio el encargo de tomar nota escrita de aquella conversación [con Herriot] a partir
de mis apuntes de intérprete, y de no hablar con nadie, ni siquiera con el canciller del Reich, sobre lo
que había presenciado. Tampoco debía dictar mis notas, sino que tenía que escribirlas con mi propia
mano. (Schmidt: 80).

Suponemos que, en efecto, cumplió las órdenes de Stresemann en el momento, aunque muchos años
después revele a los lectores los contenidos de aquella entrevista. Lo que extraña más es que esas
revelaciones del contenido de las conversaciones secretas se produjeran también contemporáneamente
con toda naturalidad entre los miembros del equipo. La conversación secreta entre Stresemann y Briand
en Thoiry (1926) fue interpretada por el profesor Hesnard.

Hesnard me contó aquella noche, bastante detalladamente, cómo se había desarrollado la


conversación, ya que él me consideraba ya entonces como un miembro “de la familia más íntima”
que, más pronto o más tarde, conocería el tema de tales conversaciones confidenciales. (Schmidt:
154).

Cuando en 1939 el embajador Henderson le entrega a Schmidt el ultimátum previo a la declaración de


guerra para que se lo transmita a Hitler y a Ribbentrop, Schmidt se lo traduce a la vista y se marcha del
despacho. Al salir, les revela el contenido a los que estaban en el vestíbulo (Schmidt: 525).

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En 1941, después de una entrevista entre Ribbentrop y Molotov, el intérprete que asistió a la misma le
revela a Schmidt el contenido:

Ribbentrop se llevó a Molotov a su refugio. No pude yo participar en la conversación que entonces


sostuvieron; pero al día siguiente Hilger me contó cómo había transcurrido la entrevista. (Schmidt:
593)

La labor de Schmidt no se limitó a la traducción oral, sino que a lo largo de toda su carrera hizo
también traducción escrita y redacción de actas de las reuniones. En lo que respecta a la traducción escrita
me parece curioso destacar que en algún caso, adelantándose muchos años a nuestra época, Schmidt tiene
que traducir documentos en los aviones en los que se desplaza a las reuniones para las que se necesitan.
Viajando con Ribbentrop (entonces, 1936, embajador en Gran Bretaña) entre Berlín y Londres, va
revisando el documento preparado en inglés y las correcciones se van haciendo en una máquina de
escribir “sujeta a un soporte fijo a la pared frontal de la cabina, constituyendo así como una especie de
despacho volante”. Cuando el viento era fuerte, “las hojas se me caían de mi improvisado escritorio, y
menos mal que la máquina estaba bien fijada” (Schmidt: 379).

En cuanto a las actas, he aquí un ejemplo de las que redactaría en las sesiones en las que interpretaba y
en otras a las que asistía simplemente para tomar nota de las mismas. Estas constituyeron en buena
medida los doce volúmenes de documentación que les entregó a los aliados para el proceso de
Nuremberg, así como la base para la redacción de sus memorias.

Berlin, den 9. 6. 1941


AUFZEICHNUNG ÜBER DIE UNTERREDUNG ZWISCHEN DEM FÜHRER
UND DEM KROATISCHEN STAATSFÜHRER DR. PAVELIČIN
ANWESENHEIT DES REICHSMARSCHALLS GÖRING, DES RAM, DES
GENERALS BODENSCHATZ UND DES GESANDTEN HEWEL AM 7. [6.] 6.
1941

Der Führer kam in diesem Zusammenhang auf die Umsiedlungspläne zu


sprechen, auf Grund deren Slowenen nach Kroatien umgesiedelt und dafür Serben
nach Altserbien abgeschoben werden sollten. Derartige Umsiedlungen seien
selbstverständlich im Augenblick schmerzlich, aber sie seien besser als dauerndes
Leid. Deutschland mute jedenfalls niemanden etwas zu, was es nicht auch selbst
täte. Er habe selbst seine Volksangehörigen aus Gebieten umgesiedelt, in denen
diese schon seit 3-400 Jahren ansässig gewesen seien. Einmal müsse ein solcher
Schnitt, eine Flurbereinigung, erfolgen, die sicherlich im Augenblick schmerzlich
sei, aber bereits für die Kinder der Umgesiedelten grosse Vorteile mit sich
brächte.
Im übrigen müsse, wenn der kroatische Staat ganz solide sein solle, 50 Jahre lang
eine national intolerante Politik betrieben werden, weil aus einer übergrossen
Toleranz in diesen Dingen lediglich Schaden entstünde.
gez. SCHMIDT
(Dokument 85: Aufzeichnung des Auswärtigen Amtes über die Unterredung
zwischen Hitler und Pavelič am 6. Juni 1941 karawankengrenze.at)

Como intérprete trabajó prácticamente en todas las modalidades vigentes en la época: consecutiva
corta (la más habitual hasta la época); consecutiva larga (que le sorprendió mucho a Hitler, Schmidt:
345); chuchotage (Schmidt: 174, 430); traducción a la vista (Schmidt: 460-463); lectura pretraducida de
textos (Schmidt: 145, 220, 481); interpretación a dos intérpretes, que alternan a intervalos cortos
(Schmidt: 186); una falsa simultánea por la radio (Baigorri 2000: 252) y hasta una especie de
teleinterpretación.

Durante los días siguientes [fines agosto 39] se sucedieron los tratos verbales o escritos, casi sin
pausa, con los embajadores en Berlín o con los políticos de Londres, París y Roma. Era una especie
de teleconferencia entre las capitales europeas, para la que utilizaron el teléfono y el telégrafo, y yo,
como intérprete y traductor, tuve exactamente la misma labor que el año anterior en Múnich, cuando
todos los interesados se hallaban sentados en torno a una mesa. (Schmidt: 515).

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Jesús BAIGORRI JALÓN
A propósito de las memorias de Schmidt, intérprete de Hitler

Actuó en todos los contextos (conferencias, bilateral, ruedas de prensa, brindis, interrogatorios de
presos, acompañamiento, cumbres, etc.) y en todos los sentidos de su combinación lingüística (alemán,
francés e inglés), incluido en alguna ocasión el trabajo entre sus dos idiomas extranjeros (Schmidt: 167).
A veces, su tarea era simplemente de apoyo lingüístico al principal, si éste hablaba o entendía el idioma
(por ejemplo, Brüning hablaba en inglés y Schmidt le ayudaba si no sabía alguna palabra, Schmidt: 244).

Tuvo en consideración la importancia que tenía estar al tanto de los acontecimientos de actualidad,
que él seguía regularmente a través de la prensa y sobre todo a través de su radio, de la que habla en 1935
como herramienta de suma importancia para el trabajo de un intérprete.

Todas las mañanas mi pequeño aparato, mientras yo me arreglaba, me facilitaba el texto de los
artículos de fondo de la prensa europea más destacada, de Londres, de París, o de Berlín, y así,
cuando me sentaba a la mesa para desayunar, sin el menor esfuerzo ni pérdida de tiempo me hallaba
bien informado sobre los asuntos del día y su expresión verbal en cada idioma, merced a lo cual me
entregaba a mi trabajo con la mayor seguridad. (Schmidt: 354-355).

Casi diez años después continúa con la misma costumbre, que le permite adquirir las expresiones
nuevas en inglés o en francés.

Mi vocabulario de guerra, con el cual asombraba a veces a mis oyentes, cuando se hablaba sobre la
situación, lo había ido adquiriendo en gran medida de esta manera. (Schmidt: 652).

Salvando las distancias oportunas, su preparación mediante la radio equivale a la información que hoy
ofrece la televisión o internet. Schmidt siempre consideró la formación temática como un elemento
fundamental para poder ejercer la interpretación.

El conocimiento del asunto que se va a tratar es, para el intérprete, una condición previa
indispensable. En el transcurso de los años, la experiencia profesional me ha convencido de que un
buen intérprete diplomático tiene que poseer tres cualidades: en primerísimo lugar, y por paradójico
que esto nos parezca, tiene que saber callar. En segundo lugar, en cierta medida, tiene que ser, él
también, un experto en los asuntos de que se trata. Y solamente en tercer lugar, por mucho que esto
nos extrañe, viene un perfecto conocimiento de los idiomas. Sin el conocimiento de la materia, de
nada sirven los más profundos conocimientos del idioma. Un simple aficionado que domine
perfectamente dos idiomas nunca podrá traducir las explicaciones de un profesor de química; pero un
simple estudiante de química, que haya estudiado relativamente bien un idioma extranjero, puede
entenderse sin más con un químico de tal país. (Schmidt: 40).

Me referiré a continuación a dos aspectos relacionados con el vocabulario que se desprenden de las
memorias. Uno tiene que ver con palabras o expresiones que, fundamentalmente por razones de
corrección de lenguaje diplomático, saltan a las páginas del libro. El otro se refiere más bien a la
evolución del vocabulario durante la etapa de ejercicio profesional de Schmidt y, en particular, al lenguaje
del nazismo. En cuanto al primer aspecto, Schmidt, que tenía por costumbre anotar las novedades
lingüísticas que escuchaba (Schmidt: 197), se hace eco de algunos ejemplos de palabras o expresiones
que causaron cierta dificultad en la traducción o reacciones exageradas por parte de los interlocutores.
Citaré tres ejemplos. En la traducción del discurso de Müller por Schmidt, a éste se le critica haber
traducido doppeltes Gesicht por politique à double face. En las memorias, Schmidt sostiene que las
expresiones son idénticas en ambos idiomas (Schmidt: 193). Stresemann refleja ese contratiempo,
diciendo que tal vez hubiera sido menos ofensiva si la expresión se hubiera traducido como double visage
o double aspect (Bernhardt 1933, III: 281), con lo que habría rebajado el sentido de hipocresía que deriva
del término. Nadie pone en duda la calidad del trabajo de Schmidt, pero, desde luego, la falibilidad es una
de las condiciones de cualquier ser humano y a veces en las memorias parece olvidarse. Wiskemann
(1949: 37) alude a las inexactitudes de Schmidt y lo ilustra con comentarios que le había escuchado a
Summer Welles, vicesecretario de Estado estadounidense. Curiosamente, Schmidt refiere la conversación
personal que tuvo con este visitante, mientras lo acompañaba en el viaje a Karinhall a visitar a Goering, y
observa que le dijo lo siguiente: “–Allí [en América Latina] he conocido muchos intérpretes que traducían
del inglés al español..., por lo que puedo juzgar que usted es un intérprete muy bueno” (Schmidt: 542).
¿Será inocente que cite este elogio de un representante de los vencedores de la guerra?

El segundo ejemplo se refiere a la traducción de la expresión ridiculous and grotesque, pronunciada


por el británico Snowden respecto al discurso del francés Chéron, que se tradujo como ridicule et
grotesque, por lo que se produjo un incidente diplomático, que se zanjó con la salomónica decisión de

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Jesús BAIGORRI JALÓN
A propósito de las memorias de Schmidt, intérprete de Hitler

certificar que esa expresión no era tan grave en el inglés del Reino Unido como en los idiomas
continentales (Schmidt: 213).

El tercer incidente de vocabulario tiene que ver con una entrevista en la que Ribbentrop utiliza ante
Henderson la expresión verdammt ernst, ante lo cual el embajador británico le recrimina que “ése no es
lenguaje propio de un estadista ante una situación tan seria”. Ribbentrop saltó de su asiento y Henderson
se puso también de pie. Según Schmidt, parecía que fueran a llegar a las manos. Él se quedó
tranquilamente sentado hasta que los interlocutores se calmaron (Schmidt: 518).

El otro aspecto relacionado con estas cuestiones lingüísticas tiene que ver con la evolución del
lenguaje del nazismo. Faye (1996) dedica un libro a analizar la evolución del lenguaje del nazismo hacia
lo que él llama lenguaje asesino (langage meurtrier), esa nueva forma de hablar que, como el newspeak
orwelliano, van adoptando las autoridades dictatoriales alemanas desde su llegada al poder. Klemperer
fue un testigo de excepción de esa evolución y la registró en su obra sobre la lengua del Tercer Reich
(2001 [1975]). Él habla desde la perspectiva del filólogo, pero no de un filólogo cualquiera, sino de un
judío que consigue sobrevivir al Holocausto. Escribano (2006) desciende incluso de las palabras a las
sílabas del lenguaje del nazismo. Schmidt fue consciente a veces de esa evolución, de esa tendencia al
enmascaramiento, al uso de lemas y a la progresiva militarización del lenguaje, como se aprecia en
observaciones como las siguientes.

Demasiadas veces, durante sus entrevistas con políticos extranjeros y otros visitantes, yo había podido
apreciar que Hitler sabía presentar las cosas de manera muy distinta de la realidad. (Schmidt: 394
[entrada de comienzos de 1937]).

Refiriéndose a sus tareas de interpretación en el Día del Partido (no considera necesario decir de cuál
se trata) en septiembre de 1938 dice que “[p]ocas veces había tenido que traducir tantas frases sobre la
guerra y el peligro de guerra como en aquellos días” (Schmidt: 450). Y la evolución de la terminología y
el lenguaje todavía se notará más a partir de 1940:

En los años que siguieron, los temas de política exterior fueron quedando en un segundo plano de mi
actividad de intérprete. Pronto tuve que aprender un nuevo vocabulario y saber expresiones en
lenguas extranjeras sobre acorazados, artillería naval, tipos de aviones y estilos de fortificación. La
creciente gravedad de la situación fue eliminando la fraseología política, lenta, pero implacablemente.
(Schmidt: 581).

Tal vez uno de los casos más ilustrativos de esa conciencia de Schmidt sobre la mutación del lenguaje
en boca de los dirigentes nazis sea cuando en 1933 tiene que traducir por vez primera la palabra
Wehrsport, preludio de la remilitarización que años después conduciría a la guerra.

En estas negociaciones se me presentaron por primera vez dificultades para hacer comprender a los
extranjeros los nuevos conceptos que el régimen nacionalsocialista había creado. Wehrsport
―deporte bélico― era el concepto que definía la ocupación de las SA. Yo no podía traducir tal
término por military sport, ya que así en la traducción misma se hubiera revelado el carácter militar
de las SA, y esto era lo que negaba la delegación alemana. Tras una breve consulta con mis
compañeros ingleses, nos pusimos de acuerdo en denominarlo defence sport. (Schmidt: 306).

Victor Klemperer en la entrada del 29 de octubre de 1933, se refiere también a esa palabra, en la que
ve en lo lingüístico un ejemplo claro del enmascaramiento del lenguaje nazi y en lo político el comienzo
de la remilitarización del Tercer Reich.

Repentino ucase, que interviene decisivamente en el plan de estudios de la universidad: la tarde del
martes ha de quedar libre de clases, pues en esa franja horaria todos los estudiantes son llamados a
participar en ejercicios deportivo-militares [Wehrsport]. Casi al mismo tiempo me topé con la palabra
en una cajetilla de cigarrillos: marca Wehrsport. Mitad máscara, mitad desenmascaramiento. El
servicio militar obligatorio está prohibido por el Tratado de Versalles; el deporte está permitido. Así
pues, oficialmente no hacemos nada prohibido, pero sí un poquito, y lo convertimos en una pequeña
amenaza, insinuamos un puño que aún, por el momento, sólo apretamos en el bolsillo. ¿Cuándo
descubriré una palabra verdaderamente sincera en el lenguaje de este régimen? (Klemperer: 60).

Las referencias de Schmidt pueden verse de manera aislada, como experiencias personales
relacionadas con la tarea de traducir determinados vocablos y expresiones en un momento concreto, pero

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Jesús BAIGORRI JALÓN
A propósito de las memorias de Schmidt, intérprete de Hitler

no se ha de olvidar que Schmidt ocupó durante la Segunda Guerra Mundial puestos de responsabilidad
lingüística que excedían la función de un simple traductor o intérprete.

...me hicieron responsable de todo cuanto se hallaba relacionado con los idiomas... He de observar
que yo mismo gozaba de una autoridad omnímoda en todos los asuntos que concernían a los idiomas
extranjeros en que se nos ordenaba redactar. También Hitler y Ribbentrop se amoldaban cuando yo
les exponía las condiciones técnicas previas que habían de concurrir para que se pudiera cumplir con
una orden suya en el tiempo y las condiciones deseadas.
Durante la guerra, cuando se decía en Alemania que un discurso o una disposición habían sido
radiados en treinta idiomas, el trabajo lingüístico siempre se había hecho en esta sección del
ministerio, tan importante como desconocida en el exterior, mientras que en el interior, por la
composición tan variada de sus miembros, era vista con cierta desconfianza. (Schmidt: 537-538).

Entre las responsabilidades que debió de asumir en el ejercicio de este cargo se han de citar la de
educar a los propios usuarios de la traducción y la interpretación ―de ahí ese amoldamiento, ¡de Hitler y
de Ribbentrop nada menos!, a sus exigencias técnicas―, por lo que puede decirse que tuvo una misión
importante a la hora de tipificar las profesiones. Además, el control de calidad de la traducción y la
interpretación como productos llevaría asociada la función de criticar ―y, por tanto, de formar― a los
compañeros y colegas subordinados. Este aspecto de la formación no es baladí, teniendo en cuenta que
después de la guerra y del proceso de Nuremberg se ocuparía de dirigir una institución de formación de
intérpretes.

4. Conclusiones y debate

La diplomacia de conferencias instaurada después de la Primera Guerra Mundial fue la que permitió el
nacimiento de la profesión de intérprete de conferencias. No hay más que ver el número de reuniones en
las que interpretó Schmidt ―a pesar de que Alemania, por unos motivos u otros, estuvo durante largos
períodos excluida del concierto de las naciones en la etapa de entreguerras― para confirmar el
extraordinario volumen de encuentros internacionales que requirieron la presencia de intérpretes. La
tendencia entre los años 1920 y 1930, según la experiencia descrita en las memorias de Schmidt, fue de
un claro ascenso del multilateralismo, tras la creación de la Sociedad de Naciones, y luego de progresiva
reclusión en el bilateralismo, hasta acabar en un aislamiento casi total del régimen nazi, cuando las
relaciones internacionales dejaron de ser diplomáticas para convertirse primero en escalada hacia la
guerra y luego directamente en enfrentamiento bélico.

El impulso que adquiere la interpretación no significa que en estas fechas estuviera consolidada ya la
profesión de intérprete como la conocemos hoy. De las memorias de Schmidt se desprende claramente
que sus actividades lingüísticas excedieron con mucho la simple tarea de interpretar. Tuvo
responsabilidades como traductor y como redactor de las actas de las sesiones en las que interpretaba ―y
a veces también en las que no interpretaba, como en el caso de la entrevista entre Hitler y Franco en
Hendaya―, así como funciones que podríamos llamar administrativas de coordinación de la sección de
lenguas del Ministerio de Exteriores alemán. En ese contexto de supervisión encajan dos aspectos que
deseo destacar aquí. En primer lugar, el papel que desempeñó la traducción como instrumento de
propaganda del régimen nazi, es decir, como herramienta de divulgación del nazismo. Si bien suele ser
Goebbels la persona con la que se asocia esa función, no fue desdeñable la tarea realizada en ese sentido
desde el Ministerio de Exteriores. Algún lema nazi, como Ein Volk, ein Reich, ein Führer se trasladó
directamente a la España de Franco (una Patria, un Estado, un Caudillo) a través de la traducción y del
encargado de propaganda, el intérprete Antonio Tovar. Eso puede servir para poner de relieve el carácter
estratégico que tienen las profesiones de traductor y de intérprete y el papel que desempeñan al servicio
de la seguridad nacional, como un arma más sutil pero no por ello menos importante que las de fuego. A
este respecto, resulta llamativa la disonancia entre Schmidt, portavoz urbi et orbi del régimen, entre otras
cosas a través de las emisiones de radio en numerosos idiomas, cuyas traducciones él dirigió, y la voz de
su compañero Hans Jacob, repudiado por los nazis por ser judío, que se pasó los años de apogeo del
régimen nazi desenmascarándolo por la radio desde Francia y desde Estados Unidos. La escalada hacia la
guerra y el enfrentamiento fueron generadores de demanda de servicios de traducción e interpretación
―también de oferta―, lo mismo que lo serían la coordinación y las negociaciones entre los aliados y los
procesos de Nuremberg y de Tokio, y lo mismo que lo son los conflictos contemporáneos. En segundo
lugar, su labor de coordinación de una sección que durante la guerra llegó a contar con ciento cincuenta
miembros de numerosas nacionalidades (Schmidt: 538) sin duda llevaba asociada una función de control
de calidad y, por tanto, indirectamente, una tarea formadora. Esta función educadora afloraría de nuevo de

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Jesús BAIGORRI JALÓN
A propósito de las memorias de Schmidt, intérprete de Hitler

forma destacada después del proceso de Nuremberg, cuando pasó a dirigir el Instituto de Lenguas e
Intérpretes de Múnich, que había fundado Haensch2.

En el ámbito de la lengua, parece interesante resaltar en estas conclusiones la cuestión de la evolución


del lenguaje político en Alemania desde la etapa de la República de Weimar al período del nazismo,
cuando se convierte en lengua del Tercer Reich. El fenómeno de la lengua asociada al totalitarismo y su
consiguiente función mistificadora repercute en los profesionales de la lengua, incluidos los intérpretes,
tanto en el ejercicio profesional, puesto que les obliga a adaptarse a los nuevos conceptos acuñados, como
en el personal, al tratarse con frecuencia de ideas que exigen un cierto alineamiento político ya sea a favor
o en contra. Enlazando con este aspecto, parece importante insistir en que para ser intérprete personal de
un personaje con poder ―prácticamente ilimitado en el caso que nos ocupa, pero también en otros, como
sucedió con Stalin― es clave la compenetración con el principal. El riesgo de distanciarse del principal y
de su régimen suponía la segregación e incluso la eliminación. Pero también hay que resaltar el peligro
que tiene el verse asociado con una de las partes en el conflicto a los ojos de la otra parte. Pensemos en
este sentido lo que está sucediendo mientras se publica este artículo con los intérpretes iraquíes o afganos.

La reflexión valorativa sobre lo que hizo o dejó de hacer Schmidt, particularmente durante el período
de dominio del partido nacionalsocialista en Alemania, se podría caracterizar a dos niveles. En el plano de
su código deontológico profesional, al margen de algunos deslices como los que se han puesto de ejemplo
en el cuerpo de este artículo, fue un funcionario ―un técnico, un especialista― que cumplió sus
obligaciones y que fue fiel a la parte a la que sirvió, manteniendo en gran medida la neutralidad en la
transferencia lingüística de unos idiomas a otros. Así lo juzgó el tribunal de Nuremberg, que decidió
absolverlo de sus posibles cargos, al considerar que fue una persona que se limitó a cumplir una función
especializada al servicio de un Ministerio y de unos líderes que evolucionaron desde la República de
Weimar al Reich controlado por Hitler. Su absolución en el proceso ―no inmediata, desde luego― le
permitió dirigir una escuela de intérpretes en Múnich y participar durante años en la política de la
República Federal de Alemania restablecida tras la guerra. Se pueden buscar símiles y equivalencias en
situaciones en las que un abogado de oficio tiene que defender a un asesino ―sabiendo que lo es― y lo
hace de la mejor manera posible, sea de oficio o porque lo contrate el encausado. Otra cuestión más
delicada sería evaluar la ética de Schmidt en el plano personal, ya que ―siguiendo el símil anterior― él
actuaba “de oficio”, pero tuvo seguramente oportunidades múltiples de dejar de hacerlo si lo hubiera
deseado. Es esta la parte que está ausente de las memorias, que se limitan al ámbito de lo profesional, y
precisamente por eso nos queda la incertidumbre del juicio global sobre la personalidad de su autor. Este
aspecto tiene, a mi modo de ver, unas derivaciones que van más allá de un análisis académico de la
actividad de interpretar y que llevaría a analizar la escala de valores personales (lo que podríamos llamar
la ideología) del interesado. Esto podría ser un interesante tema de debate en un curso de enseñanza de la
interpretación.

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2
Al regresar a Munich fundé con otros colegas el Sprachen- und Dolmetscherinstitut de Munich cuyo primer director
fue al comienzo el mismo profesor Velleman. Un año más tarde Paul Schmidt, que fue jefe intérprete del gobierno
alemán de 1923 a 1945, fue encargado de la dirección del instituto. [Carta personal del profesor Haensch al autor de
22 de abril de 1998]

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Jesús BAIGORRI JALÓN
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