Estrategia Del Poema - Armando Salgado - Octavio Gallardo

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Este libro es resultado del trabajo colaborativo entre Bitácora de vuelos ediciones
y Carajo.cl

Primera edición, agosto 2020.


Bitácora de vuelos ediciones.

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ESTRATEGIA DEL POEMA
[cuerpo de documentos]

Realizadores

Armando Salgado & Octavio Gallardo

4
Este es un eslabón colaborativo, textos de diversos géneros y trabajos
visuales se combinaron para dialogar desde diferentes puntos de vista
sobre la creación de un texto poético de cualquier índole. ¿Qué
constituye un poema, dónde están sus relaciones, sus efectos?, son
algunas de las preguntas que las autoras, autores y artistas visuales
intentan responder en este trabajo conjunto. Quizás logremos que el
lector se encuentre con multiversos que habitan en una cosmogonía
común donde los paralelos son la estructura previa de un proceso
continuo y transversal que es el poema, y al mismo tiempo que todo esto
no sea el poema, sino el ejercicio de planear, planificar, concebir,
imaginar otras posibilidades en torno a al lenguaje y sus múltiples
alcances. Propugnar el ejercicio de organizar un poema con los resabios
de otras materias sería la “estrategia del poema”, nombre con que
denominamos este libro, que buscamos sea, tal como lo dice el título, un
cuerpo de documentos que en su abstracción final ilumine la misma
ruptura en la que se produce la escritura.

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ÍNDICE
SINOPSIS
ÍNDICE

APROXIMACIONES AL POEMA
PENSAR EL POEMA
ELVIRA HERNÁNDEZ
MUTANTE (FRAGMENTOS)
LUIS EDUARDO GARCÍA
EL POEMA COMO ARTEFACTO (UNA ESTRATEGIA FALLIDA)
AURELIA CORTÉS PEYRON
YO NO SÉ CÓMO LLEGARON AQUÍ, PERO SÉ CÓMO ENCONTRARLOS
FERNANDA MARTÍNEZ VARELA
PRINCIPIOS DE INCERTIDUMBRE
ELISA DÍAZ CASTELO
EL EJERCICIO DE ESCRIBIR POESÍA
VERÓNICA ZONDEK
TEORÍA LITERARIA
EVA CASTAÑEDA BARRERA
DESBARATAR, DESARMAR, INDAGAR: APUNTES SOBRE ESCRITURA
LORENA HUITRÓN VÁZQUEZ
LO QUE NO CABE ES LA FORMA
MARIO MONTALBETTI
VARIACIONES SOBRE EL POEMA CON FONDO DE TRISTAN ALLEN
JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO
LA DESAPARICION DEL MAGO Y SU IMPERCEPTIBLE RETORNO
SALVADOR GAETE
ANTIMANIFIESTO
BRENDA RÍOS
UNA METÁFORA ANTIGUA
DIANA DEL ÁNGEL
UN POEMA ES ENFERMEDAD, REMEDIO, PLACEBO Y NINGUNA DE LAS
ANTERIORES
EMERSSON PÉREZ
[MÁS ALLÁ DEL LENGUAJE | EL CUERPO]
INGRID BRINGAS
UN GESTO SUBVERSIVO SOBRE EL RECUERDO DEL COLOR GRIS DE LA NIEVE

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AMÉRICA MERINO
DE CÓMO CASI ME CONVIERTO EN ARQUEÓLOGA
CRISTINA BELLO
POEMA FUGAZ (O LA EXPERIENCIA DEL POEMA)
CAMILA FADDA GACITÚA
SOBRE EL POEMA
ANA BELÉN LÓPEZ
BREVE ACERCAMIENTO A LA PIEZA DE ARTE
GABRIELA CANTÚ WESTENDARP
CRÓNICA INTERIOR
ADA AURORA SÁNCHEZ
HACIA UNA MATRIZ CELESTE EN EL POEMA
CLAUDIA POSADAS
UNA PEQUEÑA MIRADA LÍQUIDA ACERCA DE LO QUE BUSCO COMO POETA
ERNESTO GONZÁLEZ BARNERT
PRINCIPIOS DEL POEMA
CARMEN VIOLETA AVENDAÑO
LECCIÓN DE SAVIA
BALAM RODRIGO
ARTES POÉTICAS
GIOVANNI ASTENGO
LA INCLINACIÓN A(L) ESCRIBIR
JAVIER ACOSTA
EL POEMA, LA POESÍA Y EL FENÓMENO POÉTICO
ENTREVISTA CON HUGO PLASCENCIA A CARGO DE MARLENE ZERTUCHE
EL POEMA: LA FORMA
VERÓNICA G. ARREDONDO
Y SI ESCRIBIMOS SIN NINGÚN LENGUAJE
PEDRO CHAVAJAY GARCÍA
POESÍA Y PO-ÉTICA
SAÚL ORDOÑEZ
LA ALEGORÍA DE SÓCRATES
JULIÁN LÓPEZ UGALDE
UN DIÁLOGO
RENATO TINAJERO
ATÍPICO
MANUEL IRIS
HACIA UNA ESTRATEGIA DEL POEMA

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ADOLFO CASTAÑÓN
CARTAS SOBRE LA POESÍA
ILEANA GARMA & JOSÉ LUIS JUSTES AMADOR
TRES CARTAS SOBRE LA POESÍA EN CORRESPONDENCIA CON CARLOS ÁVILA
DAVID NORIA
EL EFECTO DE LA LUZ EN LA SEMILLA
FELIPE DÍAZ
PEQUEÑOS FÓSFOROS PARA LA OSCURIDAD
BEATRIZ PÉREZ PEREDA
ESCRIBIR POESÍA
JULIA MELISSA RIVAS HERNÁNDEZ
BLUE STREET
DAPHNA GARIBAY RUBIO (GRABADO) & LOURDES GARIBAY RUBIO (TEXTO)
IMPOSIBILIDADES Y CONTORNOS DE LA TRADUCCIÓN DE POESÍA RUSA AL
ESPAÑOL
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA
AFORISMOS EXACERBADAMENTE LIBRES EN TORNO A LA LITERATURA Y
SUS MALESTARES O SUMINISTRAR NIEBLA Y PENUMBRA, ERÓTICA
MOLECULAR DEL OFICIO POÉTICO
ALMA KARLA SANDOVAL
POST SCRIPTUM A LA NAVE DE LOS MUERTOS
ARMANDO ROA VIAL
EXTRACTOS DE LAS COSAS MÍNIMAS
JULIO NUÑEZ RIVERA
CAPITÁN BIRDWHISTLE | POETRY FILM
CRISTINA BUSTAMANTE
ENSAYO FOTOGRÁFICO SOBRE EL DESVIVIR DE LA ESCRITURA
YAMILET FAJARDO
VENTANAS
CECILIA JUÁREZ, CON FOTOGRAFÍA DE ALEJANDRO GÁNEM
SIN TÍTULO
ALEJANDRA DEL RÍO
DOSPUNTOSPUNTOYCOMA
OMAR PIMIENTA
LA PANTALLA DE LA CREACIÓN. LA POESÍA DIGITAL EN LOS LOCOS AÑOS
VEINTE
HORACIO WARPOLA
AY, HOY

8
IGNACIO BALLESTER PARDO
TRAMAS DEL PRESENTE EN LOS ESPEJOS Y LAS VENTANAS Y LA POESÍA
COMO EJERCICIO DISPONIBLE PARA CUALQUIERA. (UN POEMA EN
ESCRITURA)
MARCO ANTONIO BUGUEÑO
FRAGMENTO DE UN DIÁLOGO FALLIDO
CARLOS COCIÑA & JUAN CARLOS VILLAVICENCIO
ISLAS QUE COMULGAN CON OTRAS ISLAS
JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS
LA POESÍA: DE LA MÚSICA AL SILENCIO
LUIS ARMENTA MALPICA
DIVAGACIONES EN TORNO A LA POESÍA
JORGE ORTEGA
RESPUESTAS A UNA ENTREVISTA
OLGA GUTIÉRREZ GARCÍA
SOBRE EL PORQUÉ DE MIS RESTAS
ERNESTO LUMBRERAS
SEMBLANZAS

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ARTÍSTAS VISUALES
CONTRA LA CORRIENTE
JULIO NUÑEZ RIVERA
LA PRIMAVERA VOLVERÍA, FLUIRÍA OTRA VEZ EL RÍO AUNQUE SE HELARA
CAROLINA ORTEGA SÁNCHEZ
NEUROTEJIDOS Y VOCABULARIOS
LEONORDA ANTONIA GALLARDO ELGUETA
EL MAR (VISTA DEL VOLCÁN PARIKUTÍN, ENTRE SAN JUAN
PARANGARICUTIRO Y ANGAHUAN)
JUAN CARLOS OÑATE CHIROL
ALBA
JUAN CARLOS VILLEGAS COSÍO
GARZAS, RÍO AMAZONAS
JAVIER HINOJOSA
MUNDO
CELESTE JAIME
EN CASA (DE LA SERIE NESTING)
ILEANA GARMA
BLUE STREET
DAPHNA GARIBAY RUBIO
POÉTICA DEL ENTORNO
ÁNGEL PAHUAMBA
MORELIA PANDÉMICA
ENRIQUE CASTRO SÁNCHEZ

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APROXIMACIONES AL POEMA

1. Paralelos con el universo

La condensación de masa en un agujero negro es tal que ninguna


partícula material puede escapar de ella, ni siquiera la luz. Así pensamos
este libro, como un campo gravitatorio lo suficientemente atractivo como
para generar otras posibilidades, quizás imposibles. ¿Por qué?, porque
miramos en la poesía o en el poema un hecho del que sólo conocemos
su literatura. Más allá de la literatura el poema parece ser un objeto
ampliamente desconocido, o un hecho objetual que nunca deja de
delimitarse y/o constituirse. A modo de ecuación, existen resabios o
partículas, no de masa sino de ideas, que en la mixtura forman una
operación que nos conduce a ciertas aproximaciones. Somos nautas. Y
puesto que creemos que el poema es un objeto en formación nos pareció
natural iluminar (con estrellas que son ideas) el trazado que cada cual ha
definido para su búsqueda o tránsito.
Hicimos una convocatoria muy amplia en cuanto a la forma de
elaboración de los aportes, precisamente para proteger el infinito de
posibilidades. En concreto propusimos una convocatoria con criterios
libres a un grupo diverso de escritoras, escritores y artistas visuales. No
quisimos saber qué es el poema, sino cómo se construye en el ciclo actual
de los patrones humanos, y más complejo aún, desde cada cual en su
proceso universal. En ese sentido, este es un libro que está
comprometido con la noción de unidad, y quizás, comunidad de
conocimiento.
Apostamos a un eslabón colaborativo de la percepción y
constitución de un poema. Quizás logremos que el lector final se
encuentre con multiversos que habitan en una cosmogonía común
donde los paralelos son la estructura previa de un proceso continuo y
transversal que es el poema, y al mismo tiempo que todo esto no sea el
poema, sino el ejercicio de planear, planificar, concebir, imaginar otras

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posibilidades en torno a al lenguaje y sus múltiples alcances. Propugnar
el ejercicio de organizar un poema con los resabios de otras materias
sería la «estrategia del poema», nombre con que denominamos este libro,
que buscamos sea, tal como lo dice el título, un cuerpo de documentos
que en su abstracción final ilumine la misma ruptura en la que se produce
la escritura. No sabemos qué, pero extendemos un «cómo se hace o
cómo quisiéramos que fuera» en una llanura de materias que, quietas o
no, nos aproximan a algo.

2. Órbitas

Es importante mencionar que los materiales fueron ordenados a partir


de distintos tópicos o zonas de pensamiento, lo que nos llevó a
distribuirlos según sus correspondencias, posibilitando que los textos, así
como la obra visual orbitaran entre sí, desde un acomodo circular y no
vertical, conectando el final con el inicio del cuerpo de documentos. Esto
multiplicó los vasos comunicantes propiciando un canal transversal,
polisémico y polifónico a lo largo del libro. La diversidad de formas e
ideas fueron creando puntos de encuentro entre autoras y autores que
reafirman el carácter diverso, flexible y plural de estos materiales
mediante vínculos y múltiples posibilidades de interpelación con la
realidad. Sin duda estas cercanías nos permitirán ahondar, discernir o
cuestionar las propuestas.
Agradecemos a todas y todos los que han aceptado esta invitación–
reunión, y agradecemos también a sus lectores próximos. Ésta, que es
una iniciativa entre un poeta mexicano y otro chileno, se ha extendido y
multiplicado más allá de lo que imaginamos, pese a que lo hemos
desarrollado en tiempos de enfermedad y pandemia global. Gracias por
posibilitar este multiverso que se expande, y se contrae a la vez, con la
lectura.

Armando Salgado (Michoacán, México)


& Octavio Gallardo (Santiago de Chile)

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Estrategia del poema es un andamiaje sui géneris, polifónico, tumultánime,
poético y profético, claridoso y clarividente, severo y misceláneo,
hospitalario y agreste, feraz y feroz, tenso y sensitivo, híbrido y ya
imprescindible por el ancho compás de su llanura apuesta.

Adolfo Castañón

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[Estas son las palabras que aparecen con mayor frecuencia en todo el
cuerpo de documentos].

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PENSAR EL POEMA

Elvira Hernández

Ahí nace el poema —es el instante poético— y tiene que nacer vivo

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Pensar mi propio poema es algo impensable. Intentar hacerlo es
desembocar en un quebradero de cabeza. Más bien, puedo decir, que es
el poema el que me saca de cuajo de mis lugares habituales, del
aplastante encadenamiento a una rutina maquinal que es ya sistema. Es
un movimiento de liberación. No sé cómo ocurre. Tiene un grado de
accidentabilidad. No hay por tanto estrategia, ni búsqueda de efectos, ni
menos una fabricación siguiendo algún modelo ajeno (procedimiento
muy manido en los talleres de poesía). Si existe un modelo, siempre será
el propio poema. Porque el poema es una experiencia personal y única
de escritura. Ahí nace el poema —es el instante poético— y tiene que
nacer vivo. Es decir, tiene que traer las palabras que necesita. Si no
respiran las palabras más vale no ponerlo en un respirador artificial.
Llegar hasta ese punto siempre será presentarse en plena disponibilidad
(quizás sea lo único de lo que se puede dar cuenta) esto es, con miles de
gestaciones madurando en el cuerpo, para lo que viene, que en parte es
encuentro, y del que nada se sabe. Estoy ahí de manera inexperta incluso
cuando sienta que la literatura me desborda. Lo podemos comparar a la
situación de poner pie en un terreno inestable, sin percatarse, por cierto,
e irse de bruces y sacarse la mugre, literalmente. Que la poesía nos
golpee, es muy deseable, por lo que ese revés aporta. Se ven más que
estrellas. Es una absorción hacia un estado de conocimiento que permite
entrever algo en esa complejidad que es vivir y que para mí es gran
proximidad con el mundo. No es teletrabajo, relación remota, a
distancia, para hacerme eco de las palabras que están plagando la
sociedad en estos días de enfermedad. Entonces te percatas de algo más,
que estás dentro del poema —que has entrado y salido— y si por defecto
lo ves enfrente y fuera, ya está asentada una relación de inseparables.
¿Qué constituye un poema? Palabras que respiran y por lo mismo
pueden hablar, dicen. Son palabras a las que no le llega ni las reservas ni
la censura. Es decir, habla de lo que no se habla y lo contextualizo en
nuestro país, donde lo que se habla en privado no es lo que se dice en
público; y lo que se refiere a espaldas de un público, de frente es
silencio.

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La fijeza analítica sobre el poema, que no permite la autoconciencia
de la escritura, es una condición que la lectura no puede eludir. Así, es
muy poco lo que puedo decir sobre mis poemas y mucho de la lectura
de los poemas de otros poetas. Observar sus pasos creativos plenos de
singularidad, es para mí de mucho interés. Es posible que el poeta no
sea sólo sus poemas, pero estos son huella para ser examinada.

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CONTRA LA CORRIENTE
Julio Nuñez Rivera

Técnica: Collage manual o análogo


Dimensiones: 40 x 60 cm
2018

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MUTANTE (FRAGMENTOS)

Luis Eduardo García

Escribir un poema es similar a meter una moneda en una máquina de


esferas

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Escribir un poema es similar a meter una moneda en una máquina de
esferas.

Quieres la azul con franjas doradas. Es hermosa. La visualizas, sabes lo


que harás con ella.

¿Pero cuántas veces obtienes la esfera deseada? ¿Cuántas la moneda


desaparece y la máquina no entrega objeto alguno?

Estás en el campo, no es tan lindo como lo imaginabas.

¿Y si hace cien años la poesía fue encerrada y encadenada en el sótano


de una vieja casa parisina? ¿Y si alguien se hizo pasar por ella desde
entonces? ¿Y si en realidad estamos adorando a una impostora?

Lo vivo está en constante movimiento. El poeta que prefiere lo estático


se convierte en taxidermista. Sus materiales son cadáveres.

Lista de trabajos posibles para el poeta que está completamente seguro


de lo que un poema debe ser:

Vendedor de pianos.
Fabricante de tulipanes de papel.
Mayorista de sierras circulares.
Fotógrafo de ovnis.

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Recolector de objetos perdidos en la playa.
Diseñador de muebles de jardín.

Guardé cada certeza en una caja. Pronto acumulé varias decenas. Me


gustaba apilarlas, reacomodarlas, limpiarlas. Abría la caja, sacudía lo que
estaba en su interior, la cerraba de nuevo. Luego tuve trescientas cajas
apiladas en un cuarto; ya no las limpiaba.

En un par de años las cajas invadieron el baño, el patio, el balcón. No


salía a ningún lado por temor a los robos. No podía viajar con ellas
porque eran demasiado pesadas. Pedía comida a domicilio.

Conseguí ayuda con la gente de un programa de televisión. Dos jóvenes


muy alegres vinieron a limpiarlo todo. Ahora puedo ver el color de las
paredes otra vez.

Conservo tres cajas con las que me encariñé mucho. No necesito más.

Hace algún tiempo la poesía fue mordida por un urinal radiactivo. A


partir de entonces todo cambió: dejó morir a su tío y lo reemplazó con
un montoncito de basura; se deshizo de todos los paisajes mediocres y
en su lugar colgó martillos.

Los catorce huesos de pollo que estás a punto de pisar son un soneto.

Roubaud: «Decir que la poesía está en todas partes es tanto como decir
que no está en parte alguna».

21

No creo en los poemas «dados». Tampoco en los que son armados


siguiendo un modelo. Los poemas suelen ser una mezcla de intenciones
y accidentes. De tensiones. La voluntad del autor y la del lenguaje. Las
limitaciones de ambos. El pensamiento que se resiste a ir del punto a al
punto b.

Los bakiga, en la República de Uganda, se comen a los poetas


confesionales para evitar que lleven mala suerte a la comunidad.

Una de las ventajas de la poesía sobre el resto de las cosas, es que acepta
cualquier definición sin protestar. Ejemplos:

1. La poesía es un gnomo de jardín.


2. La poesía es una malformación en el lenguaje.
3. La poesía es Keanu Reeves llorando en la banca de un parque público.
4. La poesía es una herida que nunca cicatriza.
5. La poesía es una medusa secándose en la playa.

La aleatoriedad acabó con la lírica. Las máquinas acabaron con la lírica.


El ready-made acabó con la lírica. Las cintas amarillas prohibieron el
acceso hacia la lírica. Antes podías ver a la lírica corriendo por estos
bosques. En una reserva lírica española sobrevive lo último que queda.
Los programas actuales son incapaces de reproducir el formato lírico.

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Un fósil de la lírica fue encontrado esta mañana en la provincia de
Liaoning, al noreste de China.

La lírica aún puede existir.

La lírica debe existir.

Tal vez ya no como organizadora del movimiento, sino como fantasma,


residuo bacteriológico o injerto. Tal vez como agente deformador. La
tensión generada por la lírica todavía no ha sido superada. Ha sido
superada cierta lírica.

Las plantas purificadoras no funcionan. Es necesario que la lírica sea


procesada de manera distinta a la habitual.

Se trata de hacer de ella un elemento disonante.

Tumoración.

Poner un trozo de cielo en un rectángulo negro o poner un rectángulo


negro en un trozo de cielo.

Un jardín perfectamente cuidado y saludable. El pasto al nivel justo, las


malvas brillantes; los rosales. Cada elemento tiene su sitio definido;
límites que no deben ser superados.

Eso hasta que extrañas setas aparecen.

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El jardinero lo intenta todo: prepara infusiones, cambia el tipo de abono,
reemplaza la tierra, bendice el sistema de riego, rocía pesticidas
industriales, contrata vigilancia, libera topos hambrientos, coloca gnomos
de uranio, ejecuta la danza de la muerte, incendia el jardín.

Pero las setas no dejan de brotar.

Según los resultados del estudio, tu poema no contiene poesía. Si los


extraterrestres llegaran ahora y les mostraras eso, nos quitarían la piel a
todos. Debería hablar sobre lo elevado, no sobre lo excrementicio. Se
trata de crear, no de tomar lo hecho por otros. Me meteré en un búnker
hasta que la banalidad se vaya. Seguramente disfrutarías de un zorrillo
escalpado. Gorostiza te habría escupido desde una azotea. Si todo está
en el concepto entonces es magia. Ahora prepárate una infusión en ese
urinal. La incertidumbre parece abarcarlo todo. Mi hijo de tres años
pudo haberlo tachado. Los de mantenimiento lo confundieron con
basura. ¿Dónde quedan lo verdadero y el sentimiento? Nadie se robaría
un poema contemporáneo. Un software jamás podrá rozar lo inefable.
Los mediocres nos quitan nuestros empleos. ¿Y las grandes preguntas
sobre lo humano? Los simbolistas sí sabían lo que hacían. Todos esos
borrones son ridículos. Es opaco para que nadie lo entienda. Una vaca
adiestrada sonaría igual. Cualquier poema proviene de una herida.
¿Quieres venderme una cama sucia? Es un artículo de Wikipedia. Rick
Harrison dijo que era falsa. Te faltó pegarle algunas piedras. Yo también
puedo quemar cosas. Mi abuela cuenta mejores chistes. Ya no hay nada
trascendental. Garcilaso se moriría de nuevo. Eso ya se hacía en el siglo
XIX. ¿Qué significan esos bloques? En mis tiempos era difícil. Mi
espíritu no quiere bailar. Eso ya se hacía en el siglo XX. ¿Así que te gusta
lo imperfecto? Se confunde con mi ropa sucia. Es una lista de compras.
El emperador está desnudo. No tienen nada que decir. He visto mejores

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memes. ¿Conoces las metáforas? El proceso no es poesía. ¿Por qué hay
un cadáver ahí? Faltan endecasílabos. Se llevaron el misterio. Antes sí
emocionaba. Atrapen a ese impostor. Que alguien piense en los niños.
Carrión es un timador. No debería moverse. El lenguaje es sagrado.
¿Dónde está el deseo? Su cerebro murió. Píndaro era más guapo. Me
causa repulsión. Vive más una mosca. Bök es un timador. Tu esencia es
barata. Zombis del mal gusto. Eso es un manual. Son oportunistas. Le
falta belleza. No hay epifanía. Se llama robar. No quita la sed. Me mordió
la mano. No comunica. Huele a podrido. No consuela. Es efímera. No
brilla. Es una farsa.

El lenguaje imitando el comportamiento de los puercoespines. El


lenguaje conduciendo de noche por carreteras solitarias.

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EL POEMA COMO ARTEFACTO (UNA ESTRATEGIA FALLIDA)

Aurelia Cortés Peyron

El inicio verdadero del poema […] es tan imposible de rastrear


como el momento previo al Big Bang.

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Si el poema es un artefacto, un dispositivo, ¿se espera, entonces, que
existan planos para su construcción?; ¿que sus efectos sean mesurables?
Me gusta esa fantasía en la que los poetas somos un poco ingenieras,
arquitectos, inventoras descarriadas, mas no la implicación de que, como
en la ciencia, un experimento exitoso lo es por ser replicable y analizable
hasta sus últimas consecuencias. No creo que una serie de ingredientes y
pasos hagan al poema. El poema como objeto, por otro lado, es una idea
valiosa: pone de relieve sus aspectos más físicos, el sonido y la
disposición visual de las palabras, por ejemplo. Le da volumen y
presencia. Lo vuelve algo intermedio entre máquina y juguete.
Mi suegro, gran aficionado a las chácharas (no sólo al
coleccionismo, a la adquisición en sí, sino a la búsqueda), me contó de
una incursión con su padre al tianguis de segunda mano (lo chacharero
es hereditario), donde se encontraron una máquina no identificable, de
metal, con una palanca que no accionaba nada. Tenía una etiqueta
colgada que decía: «No sabemos para qué sirve, pero cuesta $1» y, por
supuesto, la compraron. Esta máquina se parece en algo al poema. No
me meteré con el precio (creo que, en esta historia, era fundamental para
convencer al cliente), sino con la función. Históricamente, se le ha
exigido al poema (y al poeta) que sirva para algo; y, también, a lo largo
de los años, la respuesta general ha sido escurrirse fuera de esa jaula,
subvertirla o ampliarla. Ofrecer algo equivalente, en términos de
seducción, al «cuesta $1».
El poema puede servir para muchas cosas, pero su razón de ser
excede esas posibles funciones. Supera los límites de quien lo escribe y
sus intenciones individuales. Mary Ruefle describe el poema como «un
acto de la mente» porque «termina en la página pero comienza fuera».
El inicio verdadero del poema, parafraseándola, es tan imposible de
rastrear como el momento previo al Big Bang, un momento anterior
incluso al tiempo. Dicho de otro modo, el poema comienza en la mente
no como pensamiento siquiera, sino como una amalgama compleja de

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contenidos lingüísticos y no lingüísticos (¿sensoriales?) y cuando se
vuelve una realidad, seguramente ha cambiado. Hay un proceso de
metamorfosis entre la intención, esa chispa, y el resultado.
Si leemos esto con algo de malicia, lo siguiente es cuestionarnos
acerca de la inspiración: si, como la fe, es algo en que hay que creer sin
tener evidencia; si, como la fe, está pasada de moda; si es una forma de
epilepsia. Hace poco, enfrascados en una de nuestras conversaciones
absurdamente prolijas, mi marido me preguntó si el poema estaba dentro
o fuera de mí. Yo le insistí que afuera, hasta que me hizo notar que
entonces yo estaba, necesariamente, desdoblada. Me explico: la voz del
poema siempre me ha parecido ajena. Esto se alinea perfectamente con
la idea de la inspiración como una «voz divina» que le dicta el poema al
«ser iluminado» que es el poeta. Allí difiero, claramente. Para empezar,
crecí en un hogar laico, donde todo rito institucionalizado levantaba
sospechas (y donde, sin embargo, los ritos personales abundan). Me
cuesta trabajo imaginar un mandato divino (imaginar obedecerlo),
aunque la latencia de lo divino me parezca profundamente humana. Para
seguir, no concuerdo con la idea del «elegido», por la soberbia que
entraña, porque no creo que los poetas sean necesariamente seres
superiores (tengo más pruebas de lo contrario) y, porque, como todo
trabajo mundano, escribir un poema requiere mucho esfuerzo: nada más
distinto que la labor del poseído que toma nota o da voz al discurso de
un dios.
¿Qué es esa voz, entonces? y ¿Qué hace afuera? Le contesté a mi
marido que es el inconsciente, sólo para salir del paso y sigo sin estar
convencida. Recordé esta estrofa del poema de Xavier Villaurrutia,
“Poesía”, que me parece una mejor explicación del vínculo entre afuera
y adentro en la escritura del poema:

Tu mano metálica
endurece la prisa de mi mano
y conduce la pluma
que traza en el papel su litoral.

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En la poesía de Villaurrutia abundan las manos, pétreas o incorpóreas.
En este caso, además de espectral, es una mano cuya solidez contrasta
con el movimiento, la «prisa» de la mano de carne y hueso que escribe.
Desde fuera, la mano metálica de la poesía mueve la voluntad del poeta
y lo hace escribir, como en un tablero de Ouija, lo que realmente quiere
decir (la pregunta es: ¿quién?).
Quiero volver al desdoblamiento que mencioné más arriba. Para
que el poema esté afuera sin ser un ente divino (o demónico), tiene que
ser algo lo suficientemente ajeno e independiente. Lo metálico de esa
mano siempre me ha hecho pensar en un autómata, todo lo contrario, a
lo que viene a la mente cuando pensamos en «inspiración». La poesía
para Villaurrutia es una presencia casi ominosa en tanto que es un doble,
una copia (¿mejorada?) del que escribe. No sé si en su poesía estoy
queriendo leer más bien mis conflictos, pero qué otra cosa hacemos
como lectoras. Leo el conflicto entre lo vital, impulsivo y lo cerebral,
calculado, y me pregunto si será eso para mí la poesía, la tensión entre
ambos. Porque algo de racionalización debe haber en este proceso casi
oracular para que nos entendamos escritoras y lectores. La mano
metálica, sin embargo, no es para mí el intelecto; ésa no es mi experiencia
cuando escribo.
Es muy común definir la poesía como algo que enrarece, subvierte,
trastoca y hasta violenta el lenguaje. Lo hace para exprimirle algo más.
¿Un valor añadido? ¿Una experiencia estética? ¿Algo que lo haga más
sinestésico, más fiel a la vivencia humana? Puede ser. Aún así, dentro del
poema mismo, cuando funciona (otro gran enigma), hay diferentes
fuerzas en tensión. La «voz extraña», como la denomina Fabián Casas,
es la que irrumpe en el poema y cuya naturaleza es difícil de reconocer
como propia; es el glitch en la estructura planeada, consciente del
poema. Es también lo que lo hace imperfecto y, al mismo tiempo, más
valioso. En definitiva, es algo que está afuera, que se asemeja a la
invención de un otro.

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Pareciera que tanto la mano metálica como la voz extraña saben
algo que no sabe el poeta. Vuelvo aquí a la idea de que el poema excede
su función. Y retomo mi tenue alegato sobre el inconsciente con este
ejemplo. Creo que a todos (al menos, los que recordamos nuestros
sueños) nos ha pasado alguna vez esto: estamos contando un sueño, a
todas luces absurdo, como son la mayoría, como una curiosidad o para
divertir a nuestra escucha y, a media narración, se nos van revelando sus
implicaciones, sus símbolos. Nos sentimos avergonzadas, como si
hubiéramos mostrado algo muy íntimo. Para mí, así opera la «voz
extraña», como una corriente fría en el mar tibio, como una caricia a
contrapelo, como dar vuelta en la calle equivocada e irse dando cuenta
casa por casa. Puede sentirse como un error, una interrupción, pero la
nueva dimensión que ofrece resulta más interesante que la ruta trazada
antes.
El principio que motivó este texto, la instrucción que me dieron
fue sencilla sólo en apariencia: escribir sobre la «estrategia del poema»,
entendida muy ampliamente como todo lo que abarca el proceso
escritural de este género. Y aquí entró en juego el inconsciente, porque
durante semanas intercambié en mi mente «estrategia» por «artefacto».
Me encantó la idea: le di vueltas y comencé, directamente, bajo esa
suposición («si el poema es un artefacto…»). Es cierto que soy distraída,
pero en este caso, creo la confusión no fue totalmente inocua, sino que
actuó otra fuerza: de alguna manera me parecen incompatibles las ideas
de «estrategia» y «poema»; precisamente, porque si pudiera trazarse con
precisión una estrategia, dejaría fuera dicho elemento que cada vez más
se parece a un doble: una parte de mí que es ajena, que sabe más de mí
y del poema. Puede haber muchas estrategias de escritura, no lo niego.
He tomado e impartido clases de escritura creativa; no lo habría hecho
si no creyera que hay un camino, un método, hasta cierto punto. Pero
no es igual para todos ni para una misma todas las veces. Parte de la
estrategia son la elasticidad y la permeabilidad; ser como el agua que
toma la forma del vaso o como el vaso que sabe contener el agua; ser
susceptibles a que nos atraviese esa voz, a que entre y salga de nosotras,

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parecerse a la membrana celular en su capacidad de intercambio, dejarse
volcar y revolcar por esa voz, ese doble latente que nos empuja hacia lo
otro y nos acerca a los otros.

31
YO NO SÉ CÓMO LLEGARON AQUÍ, PERO SÉ CÓMO ENCONTRARLOS

Fernanda Martínez Varela

Si el poema no palpita como organismo vivo, si no le corre sangre


por sus venas, es que nació muerto y eso se nota

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El desafío de reflexionar entorno a las estrategias del poema no comienza
con la pregunta por las estrategias sino por el entendimiento de qué
constituye un poema. Al respecto, me viene a la memoria «Caballos», un
poema de una niña norteamericana de ocho años a quien enseñaba en
la ciudad de Nueva York: «yo no sé cómo llegaron aquí/ pero sé cómo
encontrarlos».
La poeta neoyorkina no tiene total claridad, no sabe cómo los
caballos han llegado pero sí sabe cómo encontrarlos. Sabe un camino y
ese camino basta. En efecto, el poema se sostiene gracias al segundo
verso, desde el cual el primero adquiere sentido y el poema como un
todo aparece. El caso que nos convoca parece tratarse de una situación
de similar naturaleza. Los poetas poemiamos, hacemos poemas. No
sabemos cómo llegan (y por eso hablamos de musas) pero sabemos
cómo encontrarlos, reconocerlos cuando aparecen, distinguir entre un
poema común y otro excepcional. Sabemos un camino, pero hay algo
que se nos niega.
Quizás sea nuestro punto de observación aquel punto ciego que
nos limita el pensamiento sobre el tema que nos ocupa. Pero veamos
con otros ojos. Esta vez con los de un niño de diez años de Doñihue, un
pueblo del Valle Central de Chile, a quien un día le pregunté qué es un
río. «Un río es una acequia grande», contestó el niño. Genuinamente
intrigada, le pregunté entonces por el mar, a lo este que respondió:
«varias acequias juntas». Lo que nos dice esta anécdota es que la figura
literaria que realiza el niño está dada por su experiencia vital campesina,
lo que anima a preguntarse si el poema es también una experiencia vital.
Si el poema es una experiencia vital entonces hay una pausa de la
realidad inmediata. El poema es aquel aparato estético que obliga a
pausar la experiencia cotidiana. Quien escribe, lee o escucha suspende
su realidad y acepta como suya la del poema. Si frente al poema alguien

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suspende su vida, entonces las estrategias del poema han sido eficaces.
Una estrategia del poema acorde a este entendido sería quizás la
confección de aquella realidad otra como si se tratase de una ya dada, no
confeccionada. El poema como ya hecho, como venido de antes, con un
ecosistema de signos coherentes que delinea una realidad que
consideramos, por un instante, total y verdadera, que trasciende al
escritor y al lector. El poema no debe parecernos necesariamente bello
sino verdadero (aunque fuese por un instante), por cuanto la realidad
que propone debe reemplazar la vida. Si bien es un aparato, algo hecho
«por», su realidad debe seducir de tal modo que abandonamos nuestra
realidad en un pacto con la realidad propuesta por el poema. El poema
obliga a en-otro-mismarse, a perder la propia realidad e ir hacia otra
habitada por un otro. Dicho de otro modo, si el poema no palpita como
organismo vivo, si no le corre sangre por sus venas, es que nació muerto
y eso se nota.
Si un poema es un hecho en el lenguaje al que le sobran todas las
palabras, es un hecho a la vez social. El poema es, en este sentido, una
respuesta a una pregunta que no se pudo enunciar. A través de la
respuesta es que intuimos la pregunta y no sólo esta es intuida por el
poeta sino también por el lector. Es una pregunta que no se ha sabido
enunciar pero que se puede compartir con los otros desde el esbozo de
su respuesta. Este es un momento de lo inefable pues apunta a un lugar
gris del lenguaje que aún comunica, que aún puede ser compartido. Este
vacío, que es el extraimiento de la palabra que no limita la comunicación,
¿es el residuo del poema? ¿Qué es lo que se ha extraído de las palabras?
¿Qué es aquello que se pierde al escribir? ¿Dónde se juega la vida el
poema?
Yo no tengo las respuestas a estas preguntas. No pretendo que mi
decir tenga cierta validez más allá de mi propia experiencia como
escribiente. Creo que pensar es jugar. Así lo vivo, al menos, desde mi
niñez. Pero estas son preguntas con las cuales quisiera frotarme un rato

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la cabeza. Dónde se juega la vida el poema es algo que me inquieta,
aunque me inclino a creer que su vida se juega en las sombras de lo
dicho, en aquello no indicado a partir de lo indicado, en aquello que no
dice el poema a partir de todo lo que sí dice. El residuo del poema quizás
sea el lugar de la sombra del cuerpo del poema, y a partir de allí, de esa
silueta, es que podemos ver el poema.
Ahora bien, si el poema es un hecho que a la vez acciona, que se
verborreiza, puede que una primera estrategia del poema sea hacer que
algo aparezca como por primera vez venido a la presencia, en el sentido
de relumbre, de lustre, de sorpresa. Que este relumbre pueda ser más o
menos sutil es otra cosa, calibre quizás. La segunda estrategia puede que
sea un tono, una posición de la voz, un determinado «calibre». El lugar
de la lengua donde se parten las babas, si se prefiere. Y quizás, una
tercera tenga que ver con un re-hacer; como desplazamiento, reescritura,
que es también un ejercicio disciplinario, tanto para el poema como para
la poeta o el poeto.
Quisiera detenerme un poco en la posición de la voz. Con qué
guarda relación aquel tono que diferencia el decir entre poemas y entre
poetas. Reconocemos a un autor por el tono de su escritura, pero qué es
lo que leemos cuando decimos tono. ¿Una relación con los aires, con el
ritmo, con el silencio? ¿Una actitud que desde el lenguaje informa el
quién de la escritura? ¿Una posición de la voz que indica también una
posición frente al mundo? ¿Es encontrar la voz propia un encontrarse el
tono predominante? ¿Cómo encuentra el tono quien comienza a
escribir? ¿Hay elementos que configuran el tono desde un afuera de la
escritura?
Temo haber levantado más preguntas de las que he podido
responder a modo tentativo. No he querido aquí intentar resolver las
cuestiones del oficio sino apuntar sólo algunas reflexiones que permiten
vislumbran las posibles complejidades de aquello que llamamos «el
poema». Aquí he considerado algunas ideas entorno a las estrategias bajo

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distintas miradas de lo que es un poema, las que por supuesto no son
excluyentes. Sin embargo, aún queda preguntarse dónde termina lo
poético, cuál es su unidad de acción, cómo se relacionan las partes (verso,
poema, libro, obra), ¿puede la escritura poética ser un modo de
conocimiento?, etc. Como el poema de la niña neoyorkina, hay cosas
que nos están veladas. Sin embargo, tenemos un camino, que es el
camino de la escritura y sabemos perfectamente cómo escribir un
poema. Que baste entonces por ahora.

Mayo de 2020

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PRINCIPIOS DE INCERTIDUMBRE

Elisa Díaz Castelo

Me parece fascinante la relación entre la ciencia y la poesía en


esta época

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Pandemia y poesía

Escribo esto durante la pandemia, en el encierro estricto que dicta la


cuarentena, sin haber tocado a otro ser humano en meses. Debido al
coronavirus, vivimos un momento extraordinario de la historia, uno en
el que muchos de nosotros estamos aislados los unos de los otros y del
resto del mundo. Irónicamente, sin embargo, se trata de una experiencia
de soledad compartida. Creo que esto es muchas veces la poesía: una
forma de compartir la soledad, de encontrar, aunque sea en la soledad,
una zona franca. Justo en momentos como este la poesía puede jugar un
papel importante pues buena parte de ella se enfoca en aquello que nos
vincula. Dentro de esta vida de archipiélagos, estos naufragios de sala de
estar, la poesía constituye una carta náutica que establece y refuerza las
rutas que hay que seguir para volvernos a encontrar los unos con los
otros.
Siempre he pensado que la poesía funciona a partir de una lógica
distinta, yo le llamo lógica zurda o lógica de sombras, que no obedece a
la sistematización tradicional del conocimiento, a la lógica formal del
método científico o de la argumentación. Más bien, la lógica de la poesía
canaliza o expresa una lógica alterna que, a pesar de no seguir ninguna
de estas rutas, se experimenta como profundamente cierta y que está
aliada a lo simbólico. Por eso creo que este género literario tiene tanto
potencial cuando se trata de narrar un evento de proporciones casi
míticas como el que nos aqueja, también es idónea para canalizar el
miedo, y para trabajar, poner en tela de juicio y cuestionar las muchas y
contradictorias versiones que recibimos de los medios. Su liga con la
cotidianidad ofrece un lugar desde el cual explorar este apocalipsis
atomizado, doméstico y solitario, tan distinto del que representan las
novelas y películas de ciencia ficción.
Mi versión del apocalipsis dista mucho del que imaginaba de
pequeña. En lugar de atravesar la ciudad en una larga gabardina, botas, y

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lentes negros, cazando androides o extraterrestres, paso días en pijama,
sin salir de mi casa, enfrentada a un número siempre infinito de trastes
sucios. Durante la mañana escribo y algunas noches hablo con mis
amigas. A veces, mientras veo sus rostros pixelados en la pantalla de la
computadora y nuestras voces se atrasan, se enciman o se deforman hasta
desintegrarse, recuerdo ese verso de T.S. Eliot: this 39 show the world
ends, not with a bang but with a whimper.

Ciencia y poesía

Recuerdo en detalle cómo me enteré de la expansión acelerada del


universo, de aquella energía oscura que separa a los cuerpos celestes
entre sí. No tendría más de doce años. Fue una mañana de domingo en
el comedor de vidrio de la abuela, yo leía una revista National
Geographic y ella sopeaba su dona en Nescafé. Una tristeza, sin duda
absurda, agrió ese momento por lo demás alegre cuando leí que todo
acabará por separarse, se desintegrará la espiral perfecta de las galaxias,
los planetas se extraviarán de sus órbitas y las estrellas se secarán como
naranjas olvidadas en el cesto de frutas. Qué perfecta metáfora de ese
mundo, de la casa que pocos años después demolieron, de mi abuela
que murió, de esta ciudad tan lejana que hasta cambió de nombre. Aún
hoy me parece devastador que la dispersión sea el destino final de los
objetos.
Empecé a escribir poemas relacionados con la ciencia en 2014. Fue
un intento casi inconsciente por escapar de la hiperespecialización que
caracteriza no sólo la poesía moderna sino también a todas las áreas del
saber. Es comprensible. Sólo se puede ser experto de parcelas cada vez
más pequeñas del conocimiento: saber más y más de menos y menos.
Sin embargo, en la poesía (y quizá también en la ciencia) esta obstinación
por no mirar más allá de los propios límites tiene un envés restrictivo y
oneroso. Ambas disciplinas dependen de la capacidad de establecer ligas
entre eventos aparentemente distantes. En el caso de la poesía, no me
refiero únicamente a la metáfora sino también a esa discordia concords

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en la que se contraponen imágenes distantes o discontinuas. Este
enfrentamiento de lo distante se ha convertido, a mi ver, casi en la firma
de la poesía contemporánea. Ambos tropos abrevan de lo heterogéneo
y se enriquecen por aquello que se encuentra fuera del medio poético.
La hiperespecialización daña el sistema de conocimiento tan único de la
poesía. Uno de sus efectos y también de sus causas es esa tendencia
endogámica que envenena más a la poesía que a géneros literarios más
populares: buena parte de los lectores de poesía son ellos mismos poetas
en ciernes y muchos poetas no leen nada más que poesía. Esto crea un
sistema viciado y yo me llegué a sentir atrapada dentro de él. La lectura
de textos científicos supuso para mí una ruta de escape del amurallado
mundo de la poesía contemporánea.
Sin embargo podría, al fin y al cabo, haber huido de esa
especialización refiriéndome a otros lenguajes: a las fórmulas áridas del
derecho, al ritmo enfebrecido del reguetón o, como lo hace Ben Lerner,
al reciclaje de fórmulas lingüísticas provenientes de diferentes medios
especializados, tal como el académico. Quizá la razón por la que me
aboqué al intrincado lenguaje de la ciencia fue por una deformación de
nacimiento: mi madre y mi padre son médicos. Crecí rodeada de las
palabras agrestes de ese lenguaje: neurotransmisores, benzodiacepinas,
focos hipomaniacos. Mis papás las intercambiaban como un idioma
secreto que era, para mí, sonido puro. Aunque es un tanto difícil
describir la palabra benzodiacepina como musical, lo cierto es que ese
lenguaje especializado me permitió reconocer por primera vez que el
lenguaje es, también y sobre todo, una serie de sonidos enhebrados unos
a otros como cuentas de vidrio. Tal vez escogí la ciencia porque me
regresaba a esa relación con la lengua como música.
Algunos, incluidos mis papás cuando les dije por primera vez que
estaba escribiendo sobre esos temas, podrían pensar que la ciencia y la
poesía se encuentran en las antípodas una de la otra. Están en buena
compañía. El abanderado de la enemistad entre ambas disciplinas es el
gran poeta romántico John Keats, quien culpaba a Newton de quitarle la
magia al arcoíris: «Newton ha destruido toda la poesía del arcoíris al

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reducirlo al prisma de colores». Pareciera que nada está más alejado de
la lógica intuitiva de la poesía que la estructura misma del pensamiento
científico: su famoso método. Pero cualquier poeta que haya pasado
horas calibrando el mecanismo extravagante del poema, revisando con
la paciencia del químico un sólo verso y experimentando con quitar la
diminuta variable de una coma para luego volverla a poner intuye lo
mucho que ambas disciplinas tienen en común.
De hecho, la poesía y la ciencia se sustentan en premisas similares.
Para empezar, comparten dos principios: el asombro y la curiosidad. En
ambos perduró algo del niño que no deja de lanzar preguntas insidiosas
desde el asiento trasero de un Tsuru gris durante un largo trayecto en
carretera. Por otro lado, al igual que la metáfora, ese recurso tan
fundacional de la poesía, el pensamiento científico establece vínculos
entre sucesos que parecen inconexos. De hecho, muchos de los términos
que la ciencia propone para describir fenómenos incurren en lo poético
y presentan un terreno fértil para la metáfora pues son a la vez evocativos
y extraños: la materia y la energía oscura, el horizonte de eventos, el
principio de incertidumbre. Si yo tuviera que vincular el pensamiento
científico a un tropo literario, sin embargo, sería a la sinécdoque: su
método se enfoca en algo muy concreto para hacer generalizaciones a
gran escala. Por último, la poeta norteamericana Ruth Patel nota que
tanto la poesía como la ciencia toleran muy bien la incertidumbre. Se
acercan a lo desconocido y reconocen los límites del saber.
A pesar de la enemistad romántica entre ambas disciplinas, lo
cierto es que han tenido una historia de fructífera convergencia. No hay
que olvidar que Lucrecio escribió Sobre la naturaleza de las cosas, su
gran tratado científico, en verso. Sin embargo, dentro del largo historial
de convergencias y distanciamientos entre el pensamiento científico y el
poético, el Renacimiento tardío y el Barroco me han parecido siempre
las épocas más interesantes. Los entonces recientes descubrimientos
astronómicos y cosmológicos de Brahe, Kepler y Copérnico plantearon
que los cielos no giraban en torno a la tierra sino que ésta, acompañada
por un puñado de planetas, giraba alrededor del sol. Esta nueva

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estructura del cosmos desestabilizó la versión rigurosamente ordenada y
coherente del mundo medieval, su música de las esferas y sus
correspondencias. Mientras que muchos poetas, entre ellos Edmund
Spenser en su Cantos de la Mutabilidad, manifestaron de forma indirecta
el desasosiego que evocó la nueva cosmovisión, otros tantos integraron
explícita e incluso detalladamente los últimos descubrimientos científicos
en sus versos, como es el caso de Sor Juana en la tradición hispánica o
John Donne en la inglesa.
Muchos poemas de Sor Juana son un reflejo hispano tanto de la
ciencia antigua como de la moderna. Uno de mis momentos favoritos en
los que se manifiesta el interés de Sor Juana por la astronomía es en un
villancico a la Virgen donde la poeta colige que, al vivir entre las estrellas,
María debe de ser la astrónoma más hábil:

La astrónoma grande
en cuya destreza
son los silogismos
demostraciones todas y evidencias;
La que mejor sabe
contar las Estrellas
pues que sus influjos
y sus números tiene de cabeza.

En una sección de El divino Narciso describe el mecanismo físico del


eclipse y en varios otros poemas trasluce una nostalgia por la antigua
percepción de la realidad. Un ejemplo es este fragmento de una canción
donde se describe el efecto que tiene la voz de Narcisa sobre el
firmamento y el sol:

Al dulce imán de su voz


Quisieran por asistirla
Firmamento ser el Móvil
El Sol ser estrella fija.

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John Donne integraba los más novedosos instrumentos científicos y las
últimas teorías para crear sus aparatosas metáforas conceptistas. El
continente americano, cuyo descubrimiento supuso una reelaboración
de la geografía y la cosmovisión de la época, se convierte en la pluma de
Donne en una metáfora del cuerpo apenas vislumbrado de la mujer
amada:

Deja correr mis manos vagabundas


Atrás, arriba, enfrente, abajo y entre,
Mi América encontrada: Terranova,
Reino sólo por mí poblado,
Mi venero precioso, mi dominio. 1

En fin, no hay tiempo para detenernos en las cuestionables dinámicas de


poder sexual y colonialista que salen a relucir en este poema.
Me parece fascinante la relación entre la ciencia y la poesía en esta
época porque hay una similitud entre las circunstancias de entonces y las
de ahora. Tanto el Renacimiento tardío como el siglo XX se enfrentaron
al colapso de una forma de entender el universo y al reemplazo de ésta
por otra mucho más inquietante. A inicios del siglo pasado reinaba un
clima de falsa seguridad en el mundo de la física. «No hay nada nuevo
que pueda descubrirse en la ciencia ahora», afirmó Lord Kelvin, «sólo
nos queda afinar los cálculos más y más». Simon Newcomb dijo que
«Probablemente nos estamos acercando al límite de todo lo que
podemos saber sobre astronomía». Y entonces llegó Einstein y su teoría
de la relatividad, luego la mecánica cuántica y el principio de
incertidumbre, el descubrimiento de que el universo se está
expandiendo, y de que vivimos en una de millones de galaxias. Las
implicaciones de estos descubrimientos no sólo indican que no estamos
en absoluto cercanos a entender a fondo el universo, sino que traen a

1
Traducción de Octavio Paz.

43
primer plano una serie de nuevos enigmas y, con la paradoja del
observador, la duda de que podamos conocer objetivamente la realidad.
Sin embargo, estos cambios radicales a nuestra cosmovisión apenas se
han reflejado en la poesía contemporánea. Y creo que ahora más que
nunca ambas disciplinas pueden enriquecerse de ese diálogo.

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EL EJERCICIO DE ESCRIBIR POESÍA

Verónica Zondek

La poesía es una ciudad que me permite deambular a cualquier hora,


encontrarme con la niebla y el viento, con los seres queridos de
este mundo y también con los del otro.

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Válgame para explicar el duro trance una preciosa parábola del chileno
Pedro Prado, que voy a decir malamente, a tontas y a locas. Una dama se
allega a un jardinero, de esos más celosos y avaros jardineros, que así son a
causa de la pasión de su oficio. Ella le pide, muy desaforadamente, una rosa.
El viejo, que no es un zumbón sino algo así como un maestro socrático, le
contesta que la tome, pero a condición de cortarla exactamente en el punto
en que ella comienza a florecer. La señorona, que es una atarantada, por ser
una fémina, se va a cortarla en la coyuntura de la rama, y el jardinero la ataja
con la mano y la replica: no es allí donde la rosa comienza; es más allá. La
inocente entonces corre su brazo y va a coger la ramilla toda. Pero el
cancerbero de jardín la vuelve a atajar: tampoco es allí donde ese hecho, la
rosa, empieza. La dama se ve tan casada con el tronco, que no es cosa de
cortar tampoco en ese punto. La del antojo lo mira perpleja, pero, aunque la
ocurrencia le parezca cómica, se decide a arrancar la planta entera y nada
menos. El ladino entonces la para con un grito: ¿Cree, la muy atolondrada
que una planta esté metida como un guijarro o como una cuña, en la
entraña del suelo? La muy complicada mata de rosa, la muy filial, está toda
ella abrazada a la tierra por una red de raíces, raicillas y vellos. Cortar la rosa
completa, la criatura total, significa, pues, tomar un migajón tan ancho que
pudiese ser la Tierra misma: No hay modo de que la embelequera haga su
gusto. El compromiso ha sido el de que ella corte en el punto donde la rosa
comienza... El poema tiene la misma historia. ¿Cuándo nació? ¿Fue en el
momento en que se vino a los oídos, como un moscardón insistente, un
ritmo, el brote o la chispa del ritmo en el que se cantaría? ¿O fue cuando el
ritmo trajo ya un acarreo de palabras, el primer verso, o de un golpe, la
primera estrofa? ¿O fue antes de las dos cosas, cuando holgábamos, sin
destino alguno, y los sentidos limpios o vacantes, se pusieron a esperar,
creyendo que sólo estaban holgando? ¿O el suceso ocurrió de una vez por
todas cuando comenzó el corazón como a ponerse denso y pesado y a tener

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una sobra de latido o de sangre, y nosotros tomamos el hábito de
desahogarlo con un hálito nuevo, con palabras, que salieron de él
numéricas, rítmicas, por culpa del órgano... pitagórico?

Gabriela Mistral

La parábola de Pedro Prado arriba expuesta y a la que Gabriela Mistral


hace referencia en su discurso de cierre para el curso de verano que dictó
en Montevideo, es el pie que inicia la reflexión que sigue.
Toda escritura comienza para mí con la toma de notas. Es decir,
agarro palabras, que, situadas en el cuerpo y territorio que habito, cargan
con historias y percepciones propias y colectivas. En qué momento o
lugar exacto comienza este proceso, no lo sé. Lo que sé, es que tropiezo
con la necesidad y me siento impelida a anotar. Esa fricción entre el lápiz
y la página es la que da inicio a pensamientos y emociones que me
inmergen en este, el punto uno de lo que intento decir, aunque luego me
dejen a la deriva, flotando en aguas que no me sueltan hasta que toco
tierra firme. El proceso inicial este, es a la vez investigativo y perceptivo,
porque es la primera lengüeta de un fuego que arde hasta que las
sensaciones, el cuerpo y la razón son abrasadas por ella. Es así, como
dejo ir esa obsesión que no me suelta y arribo, a veces después de años,
a una proto-respuesta que se resuelve en poema, del cual, nunca por
cierto, sé si es definitivo. Quedo, sí, plena y con la sensación de haber
agarrado al menos algo. Esos maderos que arden y arden, completan de
algún modo la inquietud y el compromiso primero y luego alimentan el
amado e insoportable temblor de la obsesión, que es, pienso, lo que no
me permite soltar la manía de escribir.
Es así como compruebo que nunca me ha importado dónde estoy,
qué hago, en qué estoy o con quién, cuando ocurre lo antes descrito.
Sólo siento la necesidad de anotar. Registro aquello que me moviliza a
escribir, a denunciar, a compartir o a desatar los nudos antes
impenetrables para una lega como yo. Anoto en servilletas, en libretas,
en algún lugar del libro que tengo a mano y, si no encuentro dónde

47
anotar, me he dado cuenta que ‘a falta de papel bueno es hablarle al
teléfono’. Esas anotaciones se amontonan por doquier e intento, cuando
aparecen esos ojales de tiempo entre los quehaceres del hogar, del
trabajo, de la familia querida o los amigos, traspasar lo que aún me parece
de interés, a otro cuaderno siempre en proceso acumulativo. Este es el
punto dos de mi escritura. Estos cuadernos donde apilo las anotaciones
dispersas anteriores son eclécticos, no tienen ninguna intención de
orden, salvo que siguen una cierta intuición y sirven para guardar las
ideas, comentarios, citas, datos o palabras apiñadas y también lo que me
perturba o parece de interés.
El punto tres de todo este recorrido es que no existen los buenos y
malos tiempos para anotar. Es decir, pienso, observo, estudio, huelo y
toqueteo varias cosas al mismo tiempo, porque el mundo y mi
percepción de él nunca se detienen y cada vez que salgo a la calle o leo
un libro o me siento a conversar o a escuchar la conversación de otros
en una mesa, choco con él y algo se agita en mí. Esa modificación o
alerta, me impele a anotar. Todo me atañe y todo me altera. La
conciencia de que formo parte de un cuerpo muchísimo más grande que
el propio, es algo que no puedo soslayar y por lo mismo este es parte
urgente y esencial de lo que entra al poema o al escrito.
A diferencia de lo que suele decirse, para mí la forma es de mucha
importancia. Es ella la que expresa el contenido que carga entre sus
trazos. La forma es un vehículo y encontrar el vehículo que mejor sirva
el interés de su pasajero es para mí materia esencial. Es decir, creo que
la forma y por ende el ritmado o música que dibuja, es la que nos permite
comunicarnos, el acceso directo de lo escrito a la oreja o el ojo de un
lector o lectora. Hace parte de ese aspecto inexplicable de la expresión
artística que nadie entiende, que perturba y conmueve y que solemos
llamar emoción. La forma desemboca naturalmente en el punto cuatro
que tiene que ver con la construcción o el armado de un poema o escrito
poético. Una cosa es el contenido que quedó atrapado ahí en esas
páginas que deambulan en mi cabeza más o menos ordenadas. Otra, es
encontrar el vehículo para que aquello que se quiere decir propicie

48
transformación o encantamiento. Hay en la forma un potencial de
seducción que permite permear en un cuerpo distinto al propio. Es
decir, ese poema, transforma la relación de un lector con el mundo y
consigo mismo. La forma, no es sino la estética en la que habita el escrito
y con la que pretendo interrumpir una normalidad para plantear dudas,
abrir escotillas clausuradas e instalar pálpitos de asombro en aquellos que
se exponen al roce del poema. Sí el poema no actúa como ese príncipe
encantado que nos trae el beso y el aliento estremecedor de la vida para
despertarnos del letargo, no nos quedará otra que dar un mordisco a la
manzana convenientemente envenenada, con el fin de que, bellos,
dormidos y cómodos, nos instalemos en un ataúd de cristal. El mundo
de esa seguridad y certeza no hará otra cosa que dejarnos cabeceando en
una planicie sin sueños ni deseos. Contra esa pesadilla acezante que
pende sobre nuestras cabezas, es que escribo y escribo.
El punto cinco tiene que ver con el tempo de las anotaciones que
hago. Ese tempo es un asunto rápido, una pincelada que responde ‘de
una’ a mi necesidad de atrapar las cosas al vuelo. El acto que sigue, es
decir el de escribir un poema a partir de esos trazos guardados o
recordados, responde para mí, a otro tempo: el de la lentitud. Porque
esa lentitud es el tiempo del disfrute; el tiempo que me permite buscar y
encontrar las palabras y la forma; el ritmo, que agudiza la intuición
primera; el ajuste que habla hasta donde ‘más se pueda’ y así estalle sobre
la página, la beldad y la tesitura de la honestidad.
Y ya no más puntos; ahora a divagar. A divagar para sorprenderme
a mí misma.

A escribir.
A intentar atrapar con la mano eso que hace vibrar la intuición, los
sentidos y la razón.
A permitir el vuelo de lo que aletea en medio de la oscuridad.
A observar y anotar.
A saber que todo es materia.
A tocar

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a saber que la masa sólo aparenta no moverse.
A pensar
a saber que el pensamiento fluye desde realidades tangibles
e intangibles.
A imaginar.
A denunciar.
A sacar del mero centro aquello que han puesto ahí para vitrinear
por los entresuelos.
A merodear de esquina en esquina para cercar lo que se escabulle
entre los dedos.
A jugar.
A saber que el juego es algo serio.
A degustar las palabras.
A saber que las palabras se cuecen en su propio jugo.
A descubrir lo ya descubierto.

Volver a mirar.
Volver a escuchar.
Volver a sentir.
Volver a pensar.

A hablar desde la intemperie para construir un camino por donde


vivir la fragilidad.
A noquear al que lo sabe todo y dicta cátedra desde el púlpito.
A burlar a los guardianes del castillo.
A escabullirnos por entre barrotes para deambular sin punto de
llegada.
A despertar.
A saber que seremos nada/nadie si no vivimos en la casa de todos.
A dar aviso cuando la casa se agrieta.
A dar aviso cuando le quiebran los dedos al que vive en la casa.
A gritar.
A gritar con el alma.

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A ser guardiana de lo humano
de lo que nace y muere
de lo que hubo antes y vendrá después.
A ser guardiana del mundo entero.
A amar las carnes, los minerales y las plantas todas.
A amar las alas que nos permiten migrar en pensamiento o volar
de lugar en lugar.
A ser testigo del paso por esta tierra.

Vuelvo a pensar sobre la importancia de la poesía en este mundo


inmundo. ¿Será que la poesía nos permite una sutil ilusión de manejo?
¿Será que nombrar lo que nos enoja, perturba, despierta, apetece y tanto
más, nos entrega ese poder que ya en Génesis dejó huella? Es que nace
una hija y la nombramos. Nace un hijo y lo nombramos. Nace un libro
y lo nombramos. Vemos por primera vez a una estrella y la nombramos.
Abrimos una calle y la nombramos. Estalla una guerra y la nombramos.

Nombrar es humano.

Poesía es nombrar. Nombrar es conciencia. Nombrar es imaginar.


Nombrar es despertar los corazones al conocimiento, al horror, al
hambre, a la belleza, al viaje. Nombrar es un intento por fijar la fragilidad,
un intento por tocar lo bello y lo amado; por tocar y denunciar lo oscuro,
el abuso y la maldad. Nombrar es descentrar. Nombrar es cruzar las
fronteras, ver y amar lo distinto; nombrar es ubicarnos en una realidad.

Este ruido silencioso que produce el acto de nombrar y cruzar las


confines de lo predecible, es lo que me vuelca al encuentro de la
serendipia y me enamora.
¿Cómo se llega al oficio de escribir? En mi caso, que debe ser el
de muchos, el mundo de la palabra escrita y el de la poesía en los libros,

51
fue y es mi acceso a un patio interior rodeado de muros que me protege
de las extrañezas del afuera y me acerca a la propia. Ese afuera donde
siento a veces que piso sobre huevos. Leer, acceder al nombrar mágico
de otros, me abre a mundos por los cuales deambulo sin oficiales ni
guardianes. En ellos encuentro amigos, familia, seres que me sirven de
ejemplo, ganas de aprender, curiosidad infinita por geografías
desconocidas, psicologías varias, miedos, alegrías, temblores sobre la
parrilla roja y cielos enteros donde soñar despierta. Fue y es mi camino,
no sólo al conocimiento sino también a la exploración de territorios y
sentimientos, de emociones y entrañas dormidas, de acceso a seres
mágicos y a pueblos desconocidos. Es mi divagar entre pensamientos.
Me basta con levantar la cabeza y salir de una larga estadía entre palabras,
para encontrar un mundo más ancho, más misterioso y lleno de
posibilidades; para toparme con injusticias que encontraron escuchas,
con feotes que se tornaron bellos; con la importancia de participar y de
acercarme a espacios desconocidos.
Leer, entrega un entendimiento respecto al oficio de escribir que
nos remite a la vida: soy una convencida de que sólo es posible escribir
sobre el cuerpo de otras escrituras, del mismo modo en que se vive en y
sobre los cuerpos que nos antecedieron a la vez que compartimos con
los que nos acompañan ahora. Todo es parte de un todo más amplio y
generoso que el sí mismo. Nada es unívoco y nada es siempre igual.
Todo afecta el todo, y en ese sentido, insisto en que mi escritura se
sostiene sobre otras y conversa con ellas produciendo movimientos de
ida y vuelta. El mundo de la palabra es un mar de constante re-
significación de los signos; los signos deletrean al mundo; el mundo es
imposible de dimensionar en toda su hondura y alcances. Estoy segura
de que existen dimensiones que desconozco y que aún no se encuentran
los nombres que las nombren.

Sí, digo y re-digo que lo nombrado hasta ahora, es mi espacio


mi territorio
la casa que recorro a mis anchas.
Es donde exploro el camino posible

52
donde sueño
donde sufro victorias y derrotas
donde la lucha está presente.
Es el espacio donde ordeno
cosecho y aprendo.

Donde soy y me veo.


Donde me topo contigo.

La poesía es una ciudad que me permite deambular a cualquier hora,


encontrarme con la niebla y el viento, con los seres queridos de este
mundo y también con los del otro.

Gozos y amores discurren entre sus letras.


Penas y desgracias se esconden mientras pueden.
Observaciones, acotaciones, decisiones, dicciones e intuiciones se
pasean en la poesía como perro por su casa y, sin embargo, es en ella
donde mejor me siento. Cuando la escribo, la leo, o la traduzco.

La poesía es experiencia pura y dura.


Es la morada donde todo encuentra su lugar.

Un poema es una experiencia que marca y transforma.

Trabajar con la pulsión de la poesía, es lo que afiató en mí el


convencimiento de que la palabra progreso adherida al concepto de
historia, no existe. Disfruto y me conmuevo, como todos, al leer un buen
poema escrito hace miles de años como al leer uno contemporáneo.
Entiendo entonces, que el lector (sin importar en que punto de la línea
del tiempo se encuentre) es quien completa el poema. También me
queda claro que soy la primera traductora y lectora del poema que
escribo, aunque luego este salga e interactúe con un lector
contemporáneo o futuro desconocido. Cuando ese lector lea el mismo

53
poema desde su contexto y espacio, entrará en él y lo enriquecerá o
empobrecerá con lo que tenga. Un buen poema se transforma y cambia
cada vez que es leído. Creo que esa es la fuerza material del poema. De
ese modo explotan acomodos y consensos; así se abren caminos
clausurados; así se precarizan certezas; Esta potencia del poema es lo que
yo amo. Eso es lo que lo hace resistente.

Me gusta el cuerpo de la poesía porque es sigilosa y paciente


porque hace su camino más allá de las modas
porque resiste los embates del mercado
porque resurge cuando menos se la espera.
Porque me cuestiona
me apaña
y me deja respirar.
Me gusta el cuerpo de la poesía porque goza y duele como el mío

porque en él cabe el mundo y un río que lo riega.

Valdivia junio-julio 2020.

54
LA PRIMAVERA VOLVERÍA, FLUIRÍA OTRA VEZ EL RÍO AUNQUE SE HELARA
Carolina Ortega Sánchez
Técnica: Litografía a dos colores sobre lámina de aluminio
Dimensiones: 61 x 40 cm (imagen); 84 x 60 cm (papel)
2018

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TEORÍA LITERARIA

Eva Castañeda Barrera

La poesía está en quiebra desde hace doscientos años y nadie ha


muerto por ello

56
Historia literaria (La poesía)

Enhebras palabras para articular un discurso que diga. Sin embargo todo
es volátil, su inmediatez espanta, quizá no llegues. ¿Nada sucede en la
página? El mundo excede lo imaginable. Escribes para que algo
acontezca. El trazo debe estar a la altura.

Cuerpo Textual
Estructura dúctil que dice

Cadáver textual
Estructura inflexible que latió

Cuando hablamos de poesía, no queda claro si hablamos de lo mismo.


Tú imaginarás algo borroso, yo palabras y más tarde algo borroso. No
importa, la industria poética está en quiebra desde hace doscientos años
y nadie ha muerto por ello: El gasto verbal, la disminución del lenguaje,
la variación de la voz, el tiempo, número y persona. Digo que esto es
apenas un poco de algo, vislumbres: la sospecha de que alguien aquí no
sabe cantar.

(Escribir no es cantar)

Mirar por la ventana mientras se escribe.


Ver: una casa, dos casas, más casas.
Aves.
(punto de visión móvil)
Buscar el ritmo.
Tu lugar de enunciación: una silla azul, una mesa endeble.
Siglo XXI y sus lugares comunes:

57
Las ventanas y las aves.
Hoy: escritura diaspórica.

No importa, la poesía está en quiebra desde hace doscientos años


y nadie ha muerto por ello.

Teoría literaria (La disección)

Desmigajar un texto para entenderlo. En esta práctica a diferencia de un


proceso médico no hay bisturíes con hojas especiales ni formol que
resulta indispensable para evitar que los tejidos se arruinen. Sin embargo,
en ambos procedimientos se trata de llegar a «lo adentro», examinar de
forma minuciosa, comprender. El punto de partida es el cuerpo. El
cuerpo textual. Los cuerpos textuales porque difícilmente será uno.
Hablo aquí de mi ejercicio, de todo lo personal que hay en el
enfrentamiento de un yo con otro organismo vivo, las palabras. Ocupar
el signo, su sentido. Abarcar su naturaleza. Buscar la precisión en los
cortes. Alguien dirá que las metáforas sobran porque obscurecen.

Una imagen entonces: «sobre lo blanco/ algo se dice».

Se visibiliza, se pone en marcha una cadena de significados.


Yo frente a eso.
Frente al texto que tendrá derivaciones genéticas,
un palimpsesto quizá.

En este ejercicio no hay lugar para la traición. Una lupa que no son los
ojos, va más allá. Imaginación, sí. Lo escrupuloso. Una arteria: lo que
comunica, lo que yo debo ver-entender, luego desmenuzar. Todo en
infinitivo porque es la abstracción del hecho.

Un texto: su composición, la estructura.

Atomizo para llegar.

58
El lenguaje es un problema

No es el silencio, ni la gravedad. No la negación.


Quizá la velocidad de una palabra en los labios.
Cratilo dijo: el que conoce los nombres, conoce también las
cosas.
Entonces miró la lengua hasta extenuarla. Su esencia en sílabas y
letras.

Nominar el mundo es excluir. Ordenar la densidad con


palabritas.
Representar el miedo es una cosa grande como el odio.
Se escribe así, rabiosamente, pero así no se pronuncia.
Porque la disrupción, todo el tiempo una pausa, el fragmento.
Es como si un trozo de palabra se atorara en la garganta
y decir fuera un esfuerzo enorme.
Lo más cansado, entonces, el intento continúa:
Decir.
Legar al lenguaje.

59
DESBARATAR, DESARMAR, INDAGAR: APUNTES SOBRE ESCRITURA

Lorena Huitrón Vázquez

Recientemente he dejado de pensar en la poesía como un género

60
Recientemente he dejado de pensar en la poesía como un género. Me
gusta hablar de escritura y llamarla así. Está claro que la poesía es un tipo
de escritura que tiene determinadas características que son descritas con
base en la tradición que el poeta lleva consigo. Sin embargo, me parece
limitado y marginal. Esa distinción de que la poesía se caracteriza por el
uso de la metáfora, por determinada métrica, mientras que la narrativa
es más descriptiva es anodina. Édouard Glissant –a quien cito una y otra
vez cada vez que me preguntan sobre la poesía y el proceso creador–
habla de desbaratar los géneros para expresar lo que queramos, «hay que
perder la cabeza». Justo es lo que me gusta cuando se escribe, es decir,
enloquecer al usar el lenguaje, jugar con los tonos, ver hasta dónde se
puede llegar en la forma y cuánto se puede ahondar semánticamente. Y
no se trata de la metáfora —recurso que no debería tomarse tanto en
cuenta porque el texto pierde mucho por su uso y abuso— sino de los
alcances de nuestro discurso.
En el mismo tenor, Mario Montalbetti, en El más crudo invierno.
Notas a un poema de Blanca Varela, pone sobre la mesa explorar el
poema al cuestionar hacia dónde nos lleva un poema en lugar de lo que
significa. Todavía en las facultades de Letras los profesores suelen pedir
a sus alumnos formular la cansina pregunta ¿qué significa, ¿qué es lo que
tal o cual verso quieren decir? Un poema a veces no significa nada
porque no es su intención. No es obligatorio que un poema encierre un
secreto místico que es tarea del lector revelar. Esto es un lastre
proveniente de la escritura grandilocuente que considera que la poesía
sólo se aparece a unos cuántos como si fuese el espíritu santo. «Un
poema –dice Montalbetti– es un cambio del estado del lenguaje». Hace
poco, al revisar la página oficial de una poeta canadiense, en la sección
de contacto, hay un mensaje que dice, además de que no hay garantía de
que la cotizada escritora se digne a contestar tus saludos o inquietudes,
lo siguiente: «si tu intención es preguntarle qué significan sus poemas
estás en el lugar equivocado». Esto, por lo que cito y pienso sobre la

61
escritura, me resultó revelador. Si seguimos pensando que un poema
debe tener tantos significados como misterios también estamos en ese
lugar equivocado, posiblemente hasta perdidos.

Dos son los aspectos que me interesan en la escritura: vincular cosas que
puedan resultar disímiles, aquello que la poeta norteamericana Kristin
Prevallet llama el pensamiento simultáneo, el cual «implica buscar
activamente las coincidencias: forzar conexiones con imágenes» y
complicar provechosamente las verdades aparentemente sencillas, esto
es vincular lo cotidiano, lo que resulte al escritor objeto de estudio – por
ejemplo plantas, filosofía, medicina, textos no literarios– con su historia
personal. A veces de lo último se puede extraer algo que sabemos o
mediante la creación podremos saber, no un conocimiento o esa
revelación que no se busca y no importa en un poema. Implica una
dirección, un rumbo. En suma: vincular lo aparentemente imposible con
lo personal para conducirnos a un lugar. No tiene que ser fuera de lo
común. Puede ser un sitio conocido pero visto desde un ángulo en el
que no había reparado.

Me gustaría que, cuando se habla de poesía mexicana contemporánea,


intentáramos describirla de una manera que no sea contabilizar el uso de
figuras retóricas, dejar de basarse en lo que Octavio Paz y señoros
parecidos consideran lo que es poesía, en pensar que forzosamente un
poema entraña un significado y que si no hay epifanía ni lírica perfecta
en el texto entonces no hay poesía –esto da para otro texto pero también
se debería hacer una crítica a los poemas cursis que estos señoros canon
de la poesía mexicana escribieron y que de revelador no tenían nada.
Esta idea va dirigida especialmente a los académicos que dan algún curso

62
de poesía en alguna facultad de Letras porque, como lo dije al principio,
creen que una crítica es buena o no según la interpretación del poema.

No hay que fiarse mucho cuando se habla de poetas «destacados» de tal


o cual generación. Agrupar a algunos –porque no son todos– en un saco
puede ser engañoso, incluso provechoso para aquellos cuyo deseo sea la
entronización. En todo caso sería hablar de las diferencias. La escritora
Cristina Morales dice algo contundente que convendría poner atención
para discutir las poéticas de otra manera y comentar de otro modo las
características de tales o cuales poetas: «la generación es muy útil para
acabar con las diferencias de clase, o a aquellas personas que han vivido
en un determinado tiempo […] acaba con las diferencias de género.
Hablar de generación como colectivo de escritores que tienen
preocupaciones similares porque han nacido cuando han nacido hace
que no sea necesario hablar de lo que nos diferencia como por nuestra
diferencia de clase».

Conviene desacralizar lo que se entiende por poesía. Conviene


desacralizar a la poesía. Conviene desacralizar a las palabras. Conviene
desacralizar a todos los poetas.

Desbaratar lo que se entiende por poesía, desbaratar la escritura, indagar


sobre lo que se ha entendido por canon para hacer una crítica necesaria:
son los propósitos que me interesan para llegar a algo, a un texto, a lo
que sea que mueva, para crear una conversación en torno a esas
escrituras que buscan perder la cabeza.

63

¿Cómo perder la cabeza? No hay que pensar, primero, en qué se escribe,


es decir, no hay que pensar desde un principio que el texto será «poema»,
«cuento», «narración», «ensayo». Mejor pensar qué se quiere escribir y
qué recursos van a usarse, qué vínculos, cuál será la investigación.

Cualquier cosa es el punto de partida para escribir algo, no estrictamente


debe ser algo personal. Por eso me interesan las asociaciones con objetos
y situaciones cotidianas con otras áreas de estudio. No me resulta disímil
del todo porque al escribir ocurre un proceso de investigación tanto del
tema que se escribe como de quien escribe. Se echa mano de otros
recursos, de fuentes, mientras que ocurre un trabajo interior. Hay
muchos textos que demuestran impostura si no hay ninguno de estos dos
aspectos. Un ejemplo puede ser cuando hay determinado tema
recurrente –de moda– en la literatura y de pronto todos quieren escribir
sobre eso con la intención de ser leídos, tal vez. Es la peor decisión que
se puede tomar. Si se escribe sobre un tema recurrente en un grupo o
«generación» la impostura será muy clara. El resultado será un texto
superficial, vacío.

64
LO QUE NO CABE ES LA FORMA

Mario Montalbetti

El poema es, entonces, el arte de la distancia del lenguaje consigo


mismo

65
Según Herta Müller2, si uno despega las palabras de las cosas, uno se topa
con la nada. No con los especímenes de nada que encontramos sueltos
en la naturaleza (el abismo, el hueco, los orificios) sino con una nada
nueva en tanto ella sólo es posible con la ayuda del lenguaje. Podemos
generalizar, entonces: no despegar solamente las palabras de las cosas
sino todo el lenguaje del mundo.
Ese es el truco de la prosa. La prosa nos hace ver la nada entre
nuestro lenguaje y el mundo. Esa nada puede moldearse como moral,
psicológica, política, utópica, pero el signo de la prosa siempre será jugar
con el desfase entre lenguaje y mundo, con esos intersticios que nos
permiten ver la nada como la argamasa madre de nuestra condición.
Ese mismo truco no es suficiente para el poema. El poema lo
emplea, sin duda, pero el truco se agota con los límites de la metáfora.
La metáfora es la muerte natural del poema y no su condición esencial.
Si vemos el poema como un ente esencialmente metafórico, entonces, si
el esquema general de la metáfora es [a es x] el poema (a) promete un x
que sistemáticamente incumple. La metáfora genera un efecto, es cierto,
que creemos imprime trascendencia, que suponemos lleva hacia otro
lugar, pero el poema mismo sucumbe a su propio efecto y termina
ardiendo en la gran hoguera de la interpretación. Lo único que resta es
«perder el poema»—o como dijo Wittgenstein, uno debe arrojar el
poema (la escalera en su caso) una vez que el efecto ha planteado su
promesa. Pero la figura del poema-como-escalera permanece
románticamente inexplicada.
Badiou lo expresa en estos términos: «el poema es una promesa
que no debe ser mantenida»3 . No debe o no puede, el resultado es
similar —pero, ¿qué hacemos con el poema mismo?

2 H. Müller, “Cada lengua tiene sus propios ojos”, en El rey se inclina y mata, Siruela, Madrid 2011, p. 11
3 A. Badiou, “El método de Rimbaud…”, en Condiciones, Siglo XXI editores, Buenos Aires 2002, p121.

66
Hay una expresión que usamos cotidianamente que es la de dar un
paso en falso. Un paso en falso es normalmente entendido como un
fallo, como un error de dirección. Si seguimos por ahí, fallamos. Pero
fijémonos en el caso literal. Dar un paso en falso es poner un pie sobre
una superficie que no está donde creíamos que estaba. Caminamos por
la acera y queremos cruzar la calle y no notamos el sardinel que media
entre acera y calle. El paso termina encontrando una superficie, pero no
es la esperada.
Un poema es un paso en falso en este preciso sentido. La
superficie, el lugar, al que va, y sobre el que uno espera que se pose, no
está en su lugar sino en otro. Es así que incumple su promesa—pero
termina cumpliendo otra, de la que no teníamos noticia.
Contentarse con la metáfora es contentarse con la promesa misma,
sin averiguar dónde está la tierra prometida o en qué consiste. Una
interpretación (que, de paso, tiene la misma forma general que la
metáfora: [a es x]) no satisface plenamente aquí porque siempre deja un
resto insondable. Toda interpretación, especialmente las más
interesantes, duda de sí misma, ofreciendo sin convicción borrosas
visiones metafísicas de x—y se recoge en la promesa como goce precario.

La metáfora, como la mentira, tiene patas cortas

El tema de fondo de todo esto es la creencia tenaz de que las palabras


(del poema) nombran cosas (allá afuera en el mundo). Y regresamos al
truco de la prosa, a ver la nada que se abre cuando despegamos el
lenguaje del mundo. Pero mientras la prosa puede refugiarse en, o
contentarse con, «haber contado una buena historia» o «haber imaginado
un orden ético distinto», nada de eso funciona con el poema. La eticidad
del poema no es con el mundo sino con el lenguaje mismo y su labor no
es la de contar historias.

67
El poema despega el lenguaje de otra manera—y ésta es, pienso, su
diferencia mayor respecto de la prosa. El poema despega al lenguaje de
sí mismo; no del mundo. Y lo que entrevemos no es la nada pre-
lingüística ni la nada de la prosa sino algo muchísimo peor.
Sospechamos, y con razón, que el poema no es lo que es y nada
más. Foucault lo expresa claramente: en el poema «el lenguaje… no dice
lo que dice» sino «otra cosa»4. Hasta aquí el triunfo de la metáfora parece
imponerse inicialmente: a es x. El poema (a) es (o apunta hacia) otra cosa
(x). Pero el riesgo que sigue es casi inevitable, el riesgo de tomar al poema
como un objeto trascendente. Y la pura trascendentalidad del poema lo
fetichiza al punto de desinteresarnos soberanamente de x, de la «otra
cosa» que supuestamente el poema está llamado a desvelar. El desinterés
(o falta de curiosidad) se acentúa cuando declaramos que x es
«innombrable» y que lo que hace el poema es «nombrar lo
innombrable». La historia de nuestros mejores poemas sería una lista de
nombres de lo innombrable. El propio Badiou cede a esta tentación («La
poesía es la creación de un Nombre-del-ser anteriormente
desconocido»5). Con ello, la trascendencia deseada (pero inexplicada) del
poema termina sellándose.

¿Y si no se trata de nombres?

A la supuesta trascendencia del poema podemos oponerle una vía que


un simple litotes permite. El poema no es trascendente sino no-
inmanente. Su no-inmanencia garantiza la idea foucaultiana de que el
poema no es sólo lo que es (no dice lo que dice, sino otra cosa), al mismo
tiempo que rechaza ese otro lugar innombrable al que el poema nos
lleva. Pero si es así, entonces ¿qué es x—dónde está?

4 M. Foucault, ¿Qué es usted, profesor Foucault?, Siglo XXI editores, Buenos Aires 20013, pp. 44-5.
5 A. Badiou, L’antiphilosophie de Wittgenstein, Nous, Basse –Normandie 2009, p. 46 (la traducción es mía).

68
La respuesta es simple aunque sus consecuencias no lo sean. En efecto,
el poema lleva hacia otra cosa, pero esa otra cosa es el poema mismo. El
poema se despega del lenguaje para no ser lo que es. El poema sale de
sí mismo solamente para regresar a sí. Ese es el paso en falso. Pero
cuando el poema regresa a sí mismo, regresa trufado por ese
desdoblamiento, de tal forma que cuando se reúne consigo mismo, el
resultado es un objeto inevitablemente desdoblado, des-idéntico. En
términos platónicos, el poema no nos lleva a la cosa-misma (a la Idea)
sino a la misma-cosa (al poema mismo). El poema describe una parábola
que lo despega de sí mismo solamente para estrellarse contra sí mismo.
Hay un episodio temprano de la serie La dimensión desconocida6
en el que un grupo de astronautas se embarcan en un vuelo
interplanetario. La nave sufre desperfectos y los astronautas,
desorientados, deciden efectuar un aterrizaje de emergencia en el primer
lugar que tienen cerca. La nave cae en un paraje inhóspito y desértico.
Luego de una serie de incidentes (la mitad de la tripulación muere en el
aterrizaje, la otra mitad se pelea por oxígeno y agua) sobrevive uno solo
de los astronautas quien decide explorar los alrededores. Sube una
pequeña colina y se encuentra con unos postes de teléfono y un cartel
que da la bienvenida a Reno (Nevada, USA). La nave había caído de
vuelta sobre el planeta Tierra.
Algo similar le ocurre al poema en su viaje para desdoblarse de sí
mismo: se estrella contra sí mismo y «conoce el lugar por primera vez».
El poema es, entonces, el arte de la distancia del lenguaje consigo
mismo. Aún mejor sería decirlo así: el poema es el arte de la distancia
del lenguaje consigomismo.
La consecuencia inmediata de esto es que el poema es un objeto
(tal vez el único de cierto interés) para el que no se cumple el Principio
de no Contradicción de Aristóteles. El poema es un objeto tal en el que

6 Temporada 1, episodio 15 (“I shot an arrow into the air”) de 1960, dirigido por Stuart Rosenberg, cuyo título
proviene de un poema de H. W. Longfellow.

69
se da [a & –a]. He repetido varias veces un hermoso haiku de Ikkyu, pero
lo repetiré una vez más porque ilumina singularmente este punto:

Una barca es y no es.


Cuando se hunde
ambas desaparecen.

Fijémonos bien en lo que ilumina: cuando la barca, que es y no es, se


hunde, ambas desaparecen. Primero, una misma barca es ambas.
Segundo, cuando esa única barca se hunde, no queda ninguna, en
especial la que no es. Es decir, no queda aquello a lo que supuestamente
nos conduce la versión metafórica del poema. El poema es en su ser y
en su no ser juntos, reunidos en un solo objeto imposible. No hay forma
de tirar la escalera de Wittgenstein para abrazarnos a lo que deja ver sin
ella. Si arrojas a, arrojas x al mismo tiempo. Y, finalmente, tercero: este
desdoblamiento des-idéntico del poema (que es y no es) es constitutivo
del objeto mismo y no de un perspectivismo subjetivo.
Claro, la cuestión es definir cómo hace el poema para despegarse
del lenguaje—qué fuerzas, torsiones, presiones emplea para hacerlo. Si
no se trata de nombrar (de «nombrar lo innombrable»), si, como
decíamos, no se trata de nombres, que son los instrumentos primarios
de la metáfora, entonces se trata de confrontar aquello que no es
metaforizable.
Hay dos cosas que no son metaforizables. La primera es la
metáfora misma: no hay metáfora de una metáfora o, lo que es lo mismo,
la metáfora no es nombrable. Tiene patas cortas. Esto probablemente se
sigue del hecho de que la metáfora no debe ser tratada como sustitución
sino como predicación. En efecto, cuando decimos el tiempo es oro no
queremos decir que el significante «tiempo» es sustituible por el
significante «oro» (adversus Lacan). Lo que hacemos es predicar de
«tiempo» uno (y sólo uno) de los rasgos asociados a «oro». Decir el

70
tiempo es oro es decir que el tiempo es valioso, no que el tiempo es
amarillo, ni que es un metal, ni que es soluble en agua regia. Por lo tanto,
parece evidente que lo que está en juego no es sustitución sino
predicación. Ahora bien, si la estructura de una meta-metáfora sería «[c
es [a es b]]» (donde [a es b] es una metáfora) parece imposible forzar que
dicho segmento, [a es b], predique algo de [c]. Si no hay predicación sino,
aquí sí, posiblemente sustitución, no es extraño que no haya metáfora de
la metáfora.
La segunda imposibilidad de metaforización concierne a la sintaxis.
«La sintaxis no es poetizable» escribió Badiou cuando analizaba poemas
de Mallarmé7. Aquí también, esto equivale a decir que la sintaxis no es
nombrable, la sintaxis no tiene nombre. Pero este caso me parece más
interesante que el anterior. El poema no puede decir nada de la sintaxis,
de la sintaxis que emplea para articularse. Sólo puede mostrar sus
efectos. Por eso es tan importante ese grupo de poemas que César
Vallejo escribió en setiembre de 1937, apenas 7 meses antes de su
muerte, porque en varios de ellos Vallejo razona la relación del poema
con la sintaxis. El poema central de este grupo es, sin duda, «La paz, la
avispa, el taco…» en el que la sintaxis ha sido abolida (casi, hay
remanentes como pecios de un naufragio) y la falta de articulación entre
los significantes no hace sino evidenciar el peso imposible que la sintaxis
tiene en todo esto. Al tratar de despegar la sintaxis de las palabras Vallejo
crea un engendro singular, una nada muy distinta—que ha tratado de ser
paliada por algunos comentaristas diciendo que se trata de un «poema
experimental».
Si la metáfora es el límite muerto del poema, la sintaxis es su límite
vivo. Entre ambos límites, asoma este objeto imposible que es el poema:
el objeto que es y no es a la vez, el objeto que se zurra en el Principio de
no Contradicción. Pero no como un alarde gestual anti-aristotélico, sino
como necesidad intrínseca. El poema es esa contradicción: a = –a.

7 A. Badiou, “Philosophie et poésie : au point de l’innommable” en Que pense le poème ?, Nous, Caen 2016, p.75.

71
No se trata de nombres, por lo tanto. Todos los nombres
(nombrables e innombrables) como destilados metafóricos del poema
caben dentro de él sin problema. Lo que no cabe (en el poema) es la
forma.

72
VARIACIONES SOBRE EL POEMA CON FONDO DE TRISTAN ALLEN

José Agustín Solórzano

No vaya a ser el poema, otra vez, esa navaja que le corta los
labios a las flores

73
Uno

Dos

Elementos de la comunicación:
Emisor -> hombre o mujer que, independientemente de su
motivación, persigue a un conejo blanco
Receptor -> mujer u hombre que, independientemente de su
estado de ánimo, es un agobiado ser humano disfrazado de conejo
blanco
Mensaje -> un conejo que, independientemente de su color, es
blanco
Canal -> un sombrero de mago del que, independientemente de su
profundidad, aparecerá, sin mayor magia, la dolorosa ausencia de un
bello y blanco conejo
Código -> decimal, binario, lingüístico, qué más da si el conejo bien
pudiera estar muerto.
Contexto:

Tres

El poeta:

Adán Valparaíso nació un día en que Dios estuvo más sano que nunca.
Ningún Heraldo funesto tocó la puerta de nadie aquel día. En el silencio
de las puertas y bajo un relámpago de silencio el llanto de Valparaíso fue

74
una carrera de pianos. La fórmula uno de los solos de piano, el piano
forte de un idilio de cascadas.

Cuatro

Allen toca la puerta


la puerta es un piano
los pianos son un portal
un sombrero de mago

del otro lado el poeta


confundido
tratando de adivinar
si para entrar
se jala o se empuja

Cinco

tunnel music:

Seis

Adán fue el primer imbécil


le dijeron que no comiera manzanas
pudo comer mango, guanábana
naranja, una sandía

el paraíso era un enorme mercado frutal

pero comió manzana

75
y culpó a su costilla
la costilla de Adán
hoy recorre los laberintos del YouPorn
es violada, comida, amordazada
le ha crecido la carne alrededor
los ojos le han crecido infinitamente
son de una profundidad dolorosa

la pequeña costilla de Adán


como un blanco conejo
recorre las calles oscuras de los hombres
y gime
busca la salida de este sombrero

no hay magia que le cure


y repite: «un jodido mango, Adán
una guanábana, una sandía para ti solo
pero escogiste la manzana

y hoy me escribes poemas


pidiéndome perdón
te perdonaría tu puta madre

pero ni eso tienes»

Siete

El poema:

1. No vaya a ser el poema, otra vez, esa navaja que le corta los labios a las flores.

2. Los pitagóricos persiguieron y asesinaron a otros matemáticos que diferían


en tanto el mundo no era la obra de un geómetra, ni los números los ladrillos
de la realidad. El hereje: Hipaso de Metaponto. Su crimen: demostró que

76
existían números irracionales. Su castigo: murió ahogado en el mar. ¿Qué
sabemos?: que la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de
la hipotenusa. El poema:

3. for (int i=0, i<belleza.lenght, i++)


{
System.out.println (“Toda esta divertida basura que desaparecerá”);
}

4. A los conejos bebés se les llama gazapos.

5. Desde lo más hondo de mi ser os digo: esto no es un poema. Ayuda.

Ocho

Adán Valparaiso se preguntaba si los ordenadores acabarían con la


belleza. No, le dije, los ordenadores son finitos, sus tareas deben tener
un fin. No hay, ontológicamente, una forma de que una máquina
extermine a la belleza.
¿Has escuchado de los ciclos for infinitos? No existen, es sólo una
forma de llamar a una iteración que no tiene instrucción de salida. Pero
terminará, claro. Cuando se acabe la energía, cuando alguien, fuera de la
máquina pulse un botón o destruya el procesador.
Toda esta divertida basura desaparecerá.

Nueve

J’ai perdu mon corps

77
Diez

Pienso en la literatura como en cuaderno que cargamos a diario


en el que anotamos casi cualquier cosa
un cuaderno que alguien encuentra no sé
en cualquier lugar por accidente y lee

¿Qué lee ese desconocido


en el cuaderno de aquel otro desconocido?
¿Qué mira el sujeto tras de la ventana del otro?
¿Su paisaje o el paisaje del otro?

¿Es su mirada o la mirada del otro


la que inventa la ventana y el paisaje
luego de la ventana?

La libreta no es el objeto
ni el escritor el sujeto
ambos son puentes
espejismos
donde el rostro de un desconocido
mira el mundo
que en ningún sitio existe

sino en su rostro: espejo


de otra mirada que cae
en la trampa de inventarse a sí misma.

78
Berkeley estaba seguro de la no-existencia de la materia. Para él sólo
puede existir lo que es capaz de sostener un objeto o una idea. Para
decirlo de otra manera: la materia no existe, existen las ideas sólo en
tanto son concebidas por la mente. Luego, Dios es la mente que concibe
el mundo en el que nosotros percibimos las ideas como objetos. Pero el
objeto es nada, apenas un holograma que surge de nuestra percepción.
La materia es como la música, no existe si no la percibimos.

Si queremos contemplar el hermoso árbol de la ciencia, cuyo fruto es


excelente y está al alcance de nuestras manos, sólo necesitaremos
descorrer la cortina de las palabras.

Es el lenguaje en Berkeley el que nos impide ver el mundo


pero paradójicamente sólo a través de las palabras podemos acceder a la
idea
y por tanto al concepto del objeto
así:
si no hay palabra no hay idea y la materia no existe
pero es el lenguaje la única barrera entre la naturaleza y el ser
humano.

La primera novia que tuve escribía en una libreta


de la que apenas recuerdo llevaba una tira de Mafalda
pegada a la portada

siempre que me acercaba la escondía

y yo preguntaba si algún día iba a mostrarme su contenido


me dijo que sí

nunca lo hizo

79
luego de las dos breves semanas que duró nuestro noviazgo
llegué a verla garabateando en aquel cuaderno
camino a casa me inventaba lo que pudiera estar escribiendo
más que olvidar el tacto de sus manos
la caricia todavía infantil de sus labios
me dolía saber que jamás leería aquellas amorosas y
juraba, apasionadas palabras que
tras la figura regordeta de Mafalda
seguro me dedicaba

pero ahora sé que con el paso de los años


leí el contenido de sus notas
que letra a letra fui descubriendo
que lo que la muchacha de catorce escribía
era nuestra historia
una estúpida y cursi historia de amor

lo sé porque antes de quemarlas releí mis viejas cartas

guardadas en una caja de zapatos


se empolvaban las notas sensibloides de mis primeros amores
tarjetas de felicitación y los buenos deseos
de gente que jamás volví a ver

escritas en el sencillo lenguaje de la vida, que diría Nogueras


aquellas cartas apestaban a adolescencia, a semen rancio
a noches enteras pensando en el futuro mientras aprendía a fumar
con esfuerzo, como aprendí a desamar y a cantar canciones de Sabina

en la libreta de aquella muchacha tonta


está, sin duda, todo esto que hoy escribo
y ella, como toda cursi enamorada
no lo sabía.

80
El materialismo de Kant y el rápido ascenso de la filosofía natural excluyó
a Berkeley como una extravagancia curiosa para la ciencia ficción, pues
sus ideas, aún en la actualidad, siguen dando de comer a la fauna
hollywoodense y a los recién llegados hacedores de series a la Netflix.
Sin embargo, el camino de la física cuántica y el famoso —y
prácticamente inentendible— principio de incertidumbre de Heissenberg
hurgó en otros derroteros y está recuperando las ideas del filósofo
inmaterialista para demostrarnos, espectadores boquiabiertos, que el
Universo como lo conocemos no existe. No más el átomo como la última
partícula indivisible. Berkeley decía: «… la infinita divisibilidad sin
excepción alguna y basándose en los principios recibidos. De ello se
sigue que hay un número infinito de partes en cada partícula de materia,
las cuales no son percibidas por el sentido». ¿Has escuchado sobre la
teoría de cuerdas? La materia que vemos, todo esto, los átomos y la luz,
no son sino formas en las que vibran unas pequeñas cuerdas.

Otra vez Berkeley:

«… hay ciertas ideas en la mente de Dios, las cuales vienen a ser señales
o notas que le sirven de dirección para producir sensaciones en nuestra
mente […]; algo muy semejante al modo en que un músico es dirigido
por las notas musicales para producir esa armoniosa serie y composición
de sonidos que recibe el nombre de melodía, sin que quienes escuchan
la música perciban las notas, y las ignoren por completo». Y termina,
como si le hubiesen preguntado su opinión sobre la teoría de cuerdas:
«Pero esta noción de materia parece demasiado extravagante como para
merecer que se le refute».

¿De quién es la historia que yo escribo en este cuaderno?


¿la de la niña que creyó amarme
la de la mujer que amé y que nunca supe si me amaba?
¿la vida de quién borro a cada paso en este libro?

81
La literatura es una libreta que a diario cargamos, Adán
le digo a mi amigo muerto
y él me contesta, mudo, como una montaña de papeles en el
escritorio
¿qué hago con una vida que no me pertenece?

creemos que morimos y ahí acaba nuestra historia


pero no es cierto
la vida siempre es un libro que dejamos a medias
porque se necesita más valor para poner un punto final
que para escribir un nuevo verso:
eso lo saben todos los médicos y todos los poetas

y ¿quién responderá a mi pregunta


Adán, quién va a firmar la mierda que escribes?

Le dejo al lector la página final para que la firme


o remate de un escupitajo

aunque siempre es una salida fácil


la poesía nunca estuvo presente en este mamotreto
pero tampoco afuera

el mundo siempre fue un lugar vacío


sin cuadernos ni muchachas enamoradas
el mundo, para una carta de amor es demasiado
para un poema de amor muy poco

más vale lanzar una última carcajada


porque toda esta divertida basura desaparecerá

os digo

82
Once

Intento dejarlo pero vuelvo a este cuaderno como el penitente al


dolor.
Sólo quiero unos pesos, algo de dinero para pasar un año
malviviendo.
Cómo más se puede vivir en un mundo como éste.
Pero la poesía no deja dinero.
Ni el amor la felicidad.
Y aquí no hay poesía.
Ni felicidad en ningún verso.
¿Es esto un verso?

Alguna vez intentamos definir el verso. Borrachos. Adán y yo veíamos


nuestras copas y pensábamos qué cosa era un verso. Una lista de
supermercado con un buen título; una sucesión de números irracionales:
enjambres de versos.

Buzz
Ssssszzzhum

Hoy no estoy ebrio pero como si lo estuviera.


Vengo a este cuaderno como intentando liberarme de mí.
Y el poema está en los puntos. No. En los versos.
Nunca nos convenció ninguna definición.
Un verso es un verso, carajo.
Siempre zanjaba así las discusiones el buen Adán Valparaíso.
Tal cosa es tal cosa, carajo.
Si podemos decir verso y entendemos algo por ello.
Entonces un verso es un verso.
La poesía es el arte de romper las palabras.
También eso lo dice Adán.

83
De rebanar el hilo análogo de lo que hablamos.
Cortarlo. Hacerlo discreto.
Para la poesía un verso NO es un verso.
Sólo para la poesía el verso NO es un verso.
Aunque para el lenguaje común un verso sea sólo un verso.
Es otra cosa.
¿Qué?
Yo qué chingados voy a saber, coño.
Así zanjaba la discusión Adán.
La poesía es la poesía, carajo.

Y hablaba así.
Como si fuera la voz en un libro.
Una voz que ya salía como si fuera a imprimirse.
Como si no fuera una persona.
Sino un hijueputa de palabras.
Sólo un prototipo de escritor.
Que no fue.

Él siempre dijo que quien esperaba dinero de la literatura merecía


morir en la pobreza.
Él murió. Qué importa si en la pobreza. El tipo está muerto y los
muertos son todos pobres.
En los bolsos trae un puño de tierra y entre los dientes sólo tierra
le queda.
Por eso les doy sus manuscritos, miserables jurados.
Léanlos como si leyeran las ofensas que él les prodigaba.
A ustedes, insulsos vividores de la literatura.
Y a mí. Parásito que me aferro a sus quijadas.

Hombres de literatura, puff.


A otro perro con ese hueso.
Decía Adán, masticando un pedazo de carne.

84
Esos son payasos que pusieron en la entrada de su carpa:
«Academia de literatura».

Hasta la mierda tiene clientes, amigo.


Y el circo da de comer a los charlatanes.
Decía Adán, acariciando a un viejo conejo.
Nunca voy a meter a este animal al sombrero.
Yo no soy un mago de las letras.
Nada oculto. Ni el hambre ni la rabia.
Y el viejo conejo me miraba.

Yo envío este cuaderno a dictamen.


Abran el ataúd donde yace el cadáver de un conejo.
Huele todavía a la mediocridad de los simples.

Ustedes, infames jurados.


Lo he pensado tanto.
Lo sigo pensando todavía ahora.
Qué mirarán en esta tumba.
¿Un hombre?
¿Un poeta?
¿Su propio relincho de caballo herido?

¿Qué escuchan cuando mandan a la trituradora esas páginas? Lo he


pensado. Lo hablé también con Adán alguna vez. Ustedes miran la
portada con la dedicatoria sensibloide, con la tipografía garigoleada y la
foto del quiosco del pueblo y, joder, condenan aquel engargolado a la
basura. Si apenas comienzan a revisar tal vez dejen escapar una risa
burlona, si están por terminar, se encabronan. Lo lanzan contra el piso y
dicen: otro que se cree poeta.
Pero cuántos huesos rompen cuando destrozan ese manuscrito. A
un joven estúpido que se masturba esperando el día de los resultados le
están escupiendo en la cara. Al viejo joto del pueblo que escribe sus

85
versos desde la secundaria y que hoy tiene sesenta y cuatro años le están
rompiendo los últimos dientes sanos que le quedan.
Ustedes son unos hijueputa. Porque nadie, ni ellos, ni ustedes, ni
yo somos unos poetas.
Somos, si acaso, un grupo de pendejos que compramos papel y
tinta en el supermercado para escribir que nos está cargando la chingada.

¡Qué privilegio!
El nuestro de poder gastar en las copias y en los engargolados.
Para que un trío de sádicos se divierta haciendo malabares con nuestras
inseguridades.
Y el suyo, no se diga, de poder elegir a quienes comerán en la mesa de
los iluminados.
Pero nadie nos ilumina, les digo.
Estamos a oscuras, amigos.
Y perdonen que les hable de tú.
Pero a estas alturas yo ya no quiero que me juzguen.
El silencio que viene luego de cerrar este libro nos juzgará a todos.

He venido a orinar el cadáver del conejo.


Si quieren saber que es la poesía.
La poesía es la poesía.
COÑO.

86
LA DESAPARICION DEL MAGO Y SU IMPERCEPTIBLE RETORNO

Salvador Gaete

El poeta […] ha sabido dar el paso que separa a la magia del acto
de magia

87
Al menor descuido confundiréis las señales de ruta
y de esta vida al fin, habréis perdido toda esperanza

Juan Luis Martínez

Hace un par de años, una corte de Estados Unidos, obligó a David


Copperfield a revelar el truco de magia con el que había hecho
desaparecer a 13 personas en un hotel, esto, luego que uno de los
voluntarios en el espectáculo sufriera un accidente. El resultado en estos
casos siempre es decepcionante (un pasillo escondido, un cálculo
matemático, etc.), una vez descorrida la tela lo que asoma es un tedioso,
y muchas veces rudimentario, trabajo previo sosteniendo un liviano
segundo de espectáculo. Sin embargo, aproximadamente desde hace dos
décadas abundan programas televisivos, donde magos profesionales
exhiben los mecanismos utilizados para engañar a la audiencia, dando
un paso en el camino benjaminiano desde el mago al cirujano,
trasladando el valor del ilusionista al plan perfecto. Véase en este sentido
la taquillera película dirigida por Leterrier, Now You See Me, donde más
increíble que el qué es el cómo, transformando a un grupo de magos en
una suerte de conspiradores donde el súper poder está puesto en la
performance meticulosamente diseñada. Es decir, dando por
descontado la ingenuidad que supone concebir la existencia de la magia,
se decide desmitificarla para mitificar la operación.
En poesía, el globo se reventó hace mucho, pongamos que desde
Parra el poeta le pertenece más a este mundo que al otro, desde ahí en
adelante la cámara ha mostrado la cámara, el foco y hasta el backstage,
pasando por la antipoesía, la metaliteratura, el minimalismo, el
enfriamiento del poema y otros trucos. La desmitificación del poeta
como mago ha centrado la atención sobre el mesón del alquimista.
El poeta es un dador de sentido. Las palabras tienen un valor más
allá de su significado y más sutil que su significante y se relacionan entre

88
sí secretamente, el poeta las ordena para que digan lo que no dirían por
voluntad propia. Sin embargo, nada sucede si no se planifica, si no se
disponen falsos paneles en la trastienda del ilusionista. El poeta toma
elementos para realizar una composición (habría que volver a esa vieja
palabra en todas sus acepciones, ya sea juntar las partes para formar un
algo, o arreglar una cosa deteriorada, o restituir la salud. Cada una de
estas definiciones y todas ellas refieren a la operación en torno al poema).
Pienso en una pintura de Juan Dávila en 1994, que hacía aparecer un
Simón Bolívar trasvertido, montando a caballo y exhibiendo los senos,
ese mural dice lo que cada uno de sus fragmentos no se hubiera atrevido
a decir, no es diferente el Che Guevara sexualizado por Ginsberg, o
actualmente las tres Marías doblemente degradadas de Héctor
Hernández. En su operación el poeta mezcla palabras cargadas
transmutando el sentido. Ha sabido dar el paso que separa a la magia del
acto de magia.
Siguiendo la imagen benjaminiana (mago-cirujano) debemos poner
especial atención al factor distancia. La operación en torno al poema ha
tendido a reducir a cero el trecho existente entre el poeta y su objeto
hasta penetrarlo quirúrgicamente, la poesía de Carlos Cociña es un
célebre ejemplo al respecto. Esto debido a la creciente desconfianza que
el poeta mantiene con el mundo (objeto) tendiendo a degradarlo más
que a ensalzarlo. Recordemos que para sublimar se requiere por sobre
todas las cosas mantener la distancia, el ejercicio contrario, profanar,
obliga a tocar, truncar, torcer, para al final de la composición obtener
«una imagen despedazada muchas veces, cuyas partes se han juntado de
acuerdo a una nueva legalidad» (Benjamin). Es el caso sin duda del
Bolívar de Dávila, citado previamente, y de los ejemplos que lo
acompañan. No es casual, haber incluido a un pintor como muestra,
puesto que dichos procedimientos técnicos son propios del arte en
general desde la irrupción del montaje cinematográfico, esta es la razón
por las que actualmente en poesía, se repita la máxima «extremar la
escritura» descategorizando los géneros, la búsqueda del poeta no es un
camino descontextualizado del mundo del arte. Paralelamente, surge el

89
asunto de la biografía y sus estrategias (aunque actualmente los poetas
usan la palabra trayectoria), recordemos que al mago (religioso)
precisamente lo que le otorgaba autoridad era la distancia, desaparecida
ésta queda el camino de la representación, la performance.
«Los poetas se odian —escribía una joven Malú Urriola— toman
juntos pero se odian. Así mismo escriben los unos para los otros» (Lihn).
Las relaciones dislocadas rebasan las existentes en el texto, al igual que
las palabras en un verso, los poetas se incomodan estando juntos y el
libro que más discuten es uno de arte, escrito hace mucho por Sun Tzu,
de él aprendieron que a veces es necesario quemar las naves y quedar
atrapados entre la vida y el mar, por lo que cada escritor sabe que la
estrategia de un poema es también la estrategia de la vida, se sabe que las
palabras al igual que las armas no son cargadas por el diablo sino por
quien las dice, aunque cada vez es más recurrente en las revistas literarias
publicar previo a un poema los grados académicos del autor, (como si
eso garantizara algún talento prodigioso), sabemos que la exigencia real
es una consecuencia mínima entre cómo se vive y lo que se dice, el poeta
compone su propia vida.
Hay una película de Cristopher Nolan que resulta ilustrativa, se
trata de Prestige (2006), donde dos magos de principio de 1900 compiten
entre sí enfermizamente, saboteando y robándose trucos cada vez más
arriesgados. El costo que deben pagar para alcanzar el prestigio es la
degradación, dispuestos a engañar, no sólo al público, si no a sí mismos
y a su entorno manipulando además de la identidad su propio ser (la
discusión autor-original se torna interesante). Rivalidad y prestigio
parecen hermanarse, el riesgo se da por consecuencia. La escena final de
la película se da en el sótano (al interior de la máquina de ilusión). Los
protagonistas reaparecen después de haber «muerto», revelando cada
cual su truco más extremo, sin público, solos, el uno para el otro. El
auténtico prestigio solo lo puede brindar aquel que cumple la función de
par, aunque rival, aquel que sabe o puede adivinar los mecanismos, las
estrategias y el costo a pagar. Paradójicamente, y esto es lo maravilloso,

90
el verdadero reconocimiento viene precisamente de quien, el artista, el
mago, el poeta, se debe diferenciar.
Si asumimos con seriedad que prestigio y rivalidad son
imprescindibles como motor de la tarea creadora, y que la intensidad del
riesgo depende de dicha tensión, debemos concluir que el poeta es un
estratega natural, pues este binomio (prestigio-rivalidad) lo ha de
encontrar tanto al interior del poema, en cuanto a su lucha
distorsionadora de sentido, como en su entorno o escena literaria, donde
el éxito suele asociarse con sospecha. Permítanme, en este punto volver
por un segundo a Cristopher Nolan, quién nos enseña que un acto de
desaparición de un mago requiere, la mayor de las veces, la utilización
de un doble. En la práctica, aquel que desaparece, cayendo a una bolsa
de aire expulsado del escenario, es reemplazado por su clon, el que
reaparece milagrosamente recibiendo los aplausos, momento del
espectáculo que los magos han bautizado como «prestigio». Asimismo,
en la poesía contemporánea, la performance de la vida exige la caída del
poeta (degradación), para que su doble reciba el reconocimiento al
interior del poema. En torno a esta operación se mueven las estrategias
del poeta para conseguir su éxito. Por cierto, si descorrimos la tela
encontraremos cálculos matemáticos y pasadizos secretos. Cosas propias
de un acto de magia.

91
ANTIMANIFIESTO

Brenda Ríos

Este mundo no fue mejor antes


No existe un antes
Pase al pizarrón y explique esto como si fuera la primera vez

92
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y más ancha para que pueda rodear su clítoris de manera
aún más efectiva, permitiéndole olvidar el mundo mientras
[le brinda estimulación.

93
no supe de ella por meses así que pasaron dos cosas: o compró la
chingadera ésa
o encontró un amante, pero al menos me dejó en paz

¿de qué sirve esto para comprender cómo se escribe poesía?

mire usted, no tengo la menor idea

salga entonces, esta tarde, por decir algo, a la calle


vea ese altar a la virgen
preste atención: ¿las flores son naturales o de plástico?

en la tienda de abarrotes cuente


sin que tenga que ser preciso:

de cada diez personas ¿cuántas compran alcohol?


¿se ven aseadas?

¿su vecindario está en buen estado?

¿qué pensó cuando era niño sobre crecer?


¿su padre le propinó alguna que otra vez una paliza?

¿volvió a tener esa sensación en su vida adulta de pasar al pizarrón para


hacer un ejercicio
de gramática o álgebra y sentir todos esos ojos encima de usted
como si fuera a salvar el mundo?

inserte aquí la imagen de usted a los 8-9 años

Marlon Brando y Marilyn Monroe eran pobres de chicos


muchas veces no tuvieron dónde dormir
muchas veces fueron golpeados

94
y, sin que nos sorprenda el azar, ambos amaban los excesos

eran hermosos, eso lo sabían


y la belleza, por donde se vea, es un peso enorme
entre más pronto uno se deshaga de ella mejor
es un escudo, la apariencia,
lo que está dentro daría miedo

los seres humanos tenemos una piel dura


cuesta mucho atravesarla
adentro hay una constelación
hecha de sangre y arterias
cuando estamos felices nos iluminamos
como aurora boreal
pero eso sucede pocas veces

inserte aquí la primera imagen de una aurora


boreal que aparezca en google
yo hallé ésta:

hace unos meses un ex me dio un cuaderno


dijo: Ahí está todo lo que pienso de ti
lo abro
las hojas, todas,
están en blanco
supongo eso quiere decir algo

95
esta tarde apareció una nota que me impactó
y no hablo de los acontecimientos trágicos del mundo
o del país, que abundan
sino que otro ex mío es el nuevo galán de la ex esposa ( el ex de la ex:
debería haber un nombre para eso) de un hombre del gabinete
presidencial
un héroe por donde quiera se le vea
el hombre del momento: guapo, educado, carismático
es lo más cerca que he estado —y estaré— del poder
entendido este como un factor bizarro donde unas personas ocupan
cargos
tienen reuniones y deciden cosas

me encantaría decirle al político No pasa nada, queridito,


tu mujer no está en buenas manos, mira, ese tipo vive en un
departamento que le compró su papá
pero no tiene un peso
tú estás a una aureola boreal de él (no tengo la menor idea si eso puede
ser medido en distancia)

yo coleccionaba ex, eran figuras de cerámica en la vitrina


como las que atesoran las mujeres mayores
pero uno se aburre de limpiar el polvo
las cosas acumulan polvo
¿qué decía Carl Sagan? ¿Polvo de estrellas? pues ése también hay que
limpiarlo
como una hoja en blanco

aquí está insertado un cuaderno nuevo que comienza:


No tenga usted miedo de la belleza
Camine derecho
Tenga bondad, invéntela
Nos hará falta en breve

96
Este mundo no fue mejor antes
No existe un antes
Pase al pizarrón y explique esto como si fuera la primera vez

97
UNA METÁFORA ANTIGUA

Diana del Ángel

Callarse hasta camuflarse con el paisaje

98
Quizá sea como observar pájaros. Se requiere paciencia y entrenar la
mirada. Callarse hasta camuflarse con el paisaje. Entonces la criatura
aparece ante nosotros, se posa en una rama, se limpia las plumas, voltea
la vista de un lado a otro, caga y se va.

99
UN POEMA ES ENFERMEDAD, REMEDIO, PLACEBO
Y NINGUNA DE LAS ANTERIORES

Emersson Pérez

¿Un poema, la llave


la enfermedad, el espejo, un movimiento telúrico?

100
Les voy a contar una historia
cuando adolescente escondieron mis diarios de vida
olvidé la pequeña llave y era muy valioso para no seguir escribiendo.
Descubrieron también, mis miedos, mi pudor, mi ira
mi inexperiencia desnuda pasó a ser caso de psicólogos escolares.

Debido al pudor, pero también a la «pulsión de escritura»


comenzaron los poemas, como artificio, como engaños
como remedios, alguien me dijo,
seguramente fue en algún libro
que escribiera cuentos, que disfrazara personalidades
por personajes, pasaba horas maquillando en X o Y, en A o en B.

Me pasaba horas tratando de conjugar en un ditirambo,


de entrar en distintas puertas
hasta que me puse a soñar con la puerta del inconsciente
con una libreta sobre la caja que hacía de escritorio
anotaba mis sueños, algunos se realizaron,
la puerta espejo de la realidad.
Fue cuando nuevamente me trataron de enfermo
—no puedes pasar tantas horas durmiendo, hay un mundo
aquí afuera—.

Conocí el sexo, conocí la calle y sus pandillas,


las drogas, los escenarios, el fracaso, me convertí
en ladrón, estafador,
robaba versos de canciones en la radio,
cambiaba las letras de mis discos favoritos.

¿Un poema, la llave


la enfermedad, el espejo, un movimiento telúrico?

101
El océano, un universo paralelo, fake news, un meme
o una pandemia, aún estoy aquí tratando de cruzar el portal.

102
NEUROTEJIDOS Y VOCABULARIOS
Leonorda Antonia Gallardo Elgueta
Técnica: Tira líneas y acuarela
2020

103
[MÁS ALLÁ DEL LENGUAJE | EL CUERPO]

Ingrid Bringas

Escribir cuando se está en casa|abandonarse a la escritura

104
La poesía hecha por todos, como un laberinto textual | corpus y fusión
|
una casa | una máquina de escribir | relámpago | irrupción |
monográmatico |
escribir cuando se está en casa | abandonarse a la escritura |
penetrar en la maleza | decir lo indecible | el cuerpo | la compañía de
los animales |
el silencio |
cuerpos violentos | los retratos | construir una casa con el lenguaje | el
poema como vestigio|
emancipar el poema | oírlo | verlo | tocarlo
extracción del cuerpo | el poema como visión profética |representar lo
irrepresentable|
poesía lúdica | espacio otro |
lenguaje otro | escribir es no hablar | accidente doméstico |
poema multiforme | construir con el lenguaje | fronteras | reescrituras
epígrafes |
idioma que no conozco |
destrucciones | palabras ocultas | cuerpo alma | cuerpo psique |
ojo | escritura bilateral |
espacio corporal |
locus amoenus |
cajas chinas | dentro fuera | ojo | boca | espacios corporales | silla de
madera |
subconsciente | paisaje infinito |
poesía vertical | sonido | lengua materna |
lalengua.

105
UN GESTO SUBVERSIVO SOBRE EL RECUERDO DEL COLOR GRIS DE LA
NIEVE

América Merino

El mundo es un oleaje
atravesado por largos reflejos, sin fondo

106
En pleno invierno de 1945 y sobre la nieve sucia de Auschwitz, Primo
Levi junto a su amigo Charles depositaban el cadáver de uno de sus
compañeros de habitación. La fosa común estaba hace tiempo llena. El
cuerpo les parecía ingrávido. En ese momento llegó el ejército ruso, que
en realidad eran cuatro jóvenes que venían a caballo: con un brazo
sostenían las riendas y con el otro, sus armas. Entre el gris de la nieve y
el gris del cielo, caminaron soportando la culpa de los hechos cometidos
por otros, que no debieron haber ocurrido jamás.
Primo Levi, antes de ser escritor, fue un científico. Obtuvo su
doctorado en Química en la Universidad de Turín y luego se fue al norte
de Italia a trabajar. Cuando fueron invadidos por los nazis, Levi se
encontraba en Milán y se unió a la resistencia. Tenía 25 años. Fue
capturado y torturado para luego ser llevado a Auschwitz, un lugar del
que nunca había escuchado hasta ese instante. Lo subieron al vagón de
un tren donde iban tantas personas que, para poder dormir recostados
sobre el suelo, tenían que hacer turnos. El viaje demoró 15 días. Al
momento del arribo, algunos fueron destinados al trabajo forzado y,
otros, a las «duchas»: fue entonces cuando derivaron a parte de sus
amigos al segundo grupo y nunca más los volvió a ver.
Tras ser liberado por el Ejército Rojo, junto con los pocos
sobrevivientes, Levi caminó durante una semana a través de la nieve, mal
alimentado, con escaso abrigo, hasta llegar a una estación de tren. Nunca
pensó que —debido a las innumerables detenciones del tren que duraban
semanas, recorriendo tantas ciudades entre tantos países, bajo un
absurdo itinerario antes de tomar rumbo a Italia— el viaje de regreso a
casa tardaría ocho meses.
Cuando al fin volvió a Turín, Levi logró encontrar a su madre y
retomó su trabajo como científico, aunque también se dedicó a ayudar a
judíos que llegaban a Italia buscando una forma de sobrevivir. Es en este
momento que nace su impulso de empezar a escribir, como una
búsqueda de alivio frente al desvanecimiento y el estado de alienación

107
que sentía. Su primer libro, Se questo è un uomo, es un testimonio
invaluable sobre su estancia en el campo de concentración, escrito desde
un carácter fragmentario, tal como se disponen sus recuerdos. Hoy en
día, este libro se encuentra traducido a una gran cantidad de idiomas y
no ha dejado de reeditarse, al igual que toda su obra literaria.
En una carta que le escribió Primo Levi a su amigo Charles, le
cuenta que recibió un correo de un hombre de apellido Lakmaker, el
mismo apellido de uno de sus compañeros de cuarto en Auschwitz, un
niño que en aquella época tenía apenas 17 años de edad. Lakmaker vio
su apellido al leer Se questo è un uomo, y entonces, después de 40 años,
este hombre al fin tuvo noticias sobre los últimos días de su hermano.
Quizás la desolación nunca se extinga. Algunos de los
sobrevivientes a campos de concentración terminaron suicidándose años
después, debido a la imposibilidad de sobrellevar el peso de sus
recuerdos. El mismo Primo Levi nos dice: «Yacíamos en un mundo de
muertos y de larvas. La última huella de civismo había desaparecido
alrededor de nosotros y dentro de nosotros». Sin embargo, escribir nos
otorga un respiro en medio de la infinita desolación, como un gesto
subversivo ante la angustia y el desvanecimiento, el estado de alienación
absoluta, y no sólo para nosotros, quienes escribimos, sino también para
aquel que se nos acerca. Quizás este respiro sea para alguien más, por
eso hay que escribir:

Y sin embargo, algo nos eleva, algo nos salva


la música de las utopías, quizás, el viento.
No creerás en las santas señales
vas en dirección opuesta:
el mundo es un oleaje
atravesado por largos reflejos, sin fondo.

Inundado en calma
como si lograras descifrar qué hay del otro lado
escribirás sobre el curso de las estrellas,

108
sobre la belleza o la verdad
y traerás de regreso algo invisible
extraviado hace años en una honda fisura.

Cuando envejezcas
sabrás por qué es necesaria la Poesía
en tiempos aciagos.

Viña del Mar, mayo de 2020.

109
DE CÓMO CASI ME CONVIERTO EN ARQUEÓLOGA

Cristina Bello

El poema llegó lejos […]


y no permaneció quieto en ninguna frontera

110
1

Quisiera decir que la encontré plasmada


en una piedra gigantesca durante uno de mis viajes
y fue así como me convertí en arqueóloga,
pero no, tampoco una noche encerrada en el convento
los espíritus vinieron a dictarme un libro,
ni a la mitad de una tormenta me juré a mí misma
frente al amplio ventanal de mi casa
que de esto dependería.

La verdad es que ni siquiera fui capaz de detectarla,


entró y no supe cómo o por dónde,
ni en cuál de los cuatro estados de la materia se presentó,
quizás estuvo ahí sentada en el rincón de mi cuarto,
dentro del florero sobre la mesa,
o tal vez la pesqué como a la viruela a los ocho años.

La recuerdo, disuelta en un té de gordolobo


mientras la primavera pasaba allá afuera
o en la parte más alta del librero,
ahí donde se acumula el polvo y nadie limpia.

A veces me miro al espejo y la encuentro como un lunar


escondido en la punta de mi lengua,
esa marca que los doctores dicen que debe vigilarse
porque de expandirse podría tornarse maligna,
pero jamás la atiendo porque mi marca y yo somos felices,
paseamos por las plazas
escogemos correctamente la fruta en el mercado
miramos películas tristes

111
nos pintamos las uñas
y dormimos envueltas a las 2 de la mañana.

Reescritura8

Intenté apuntar en un post-it


una especie de garabato
que hablaba sobre la luna
y creía yo que era el primer verso
del siguiente poema,
uno que terminé luego de semanas.

Pero una amiga me aseguró


que había pasado por alto la claridad
de Pita para afirmarme que yo soy mi casa
y mi escritura es mi casa,
me aseguró también que
había olvidado incluir la intensidad de Pizarnik
liada en esa soledad mítica que no acaba nunca,
me faltaba además la precisión de Peri Rossi
al emplear un lenguaje expatriado
de cualquier esfuerzo que no hiciera al poema
digno de aplausos o sublime o brillante
como dirían los críticos.

Así que preferí modificarlo


y tomé de todas ellas lo que hiciera falta,
emplee toda clase de artilugios y decoraciones.

El poema llegó lejos,


cruzó océanos, escaló valles,

8 “Acerca de un poema que lo hizo inmortal”, Luis Rogelio Nogueras.

112
y no permaneció quieto en ninguna frontera,
pero hubiera preferido que conservara
a la luna impresa en esa nota.

113
EL MAR (VISTA DEL VOLCÁN PARIKUTÍN, ENTRE SAN JUAN PARANGARICUTIRO Y ANGAHUAN)
Juan Carlos Oñate Chirol
Técnica: Fotografía digital
2018

114
POEMA FUGAZ (O LA EXPERIENCIA DEL POEMA)

Camila Fadda Gacitúa

Intuir la trayectoria del meteoro y estar atenta al momento del


roce con el lenguaje

115
Pienso al poema como experiencia. Podría compararlo con el fenómeno
de un meteoro del que puedo dar cuenta cuando con asombro avisto su
destello contrastado en el firmamento. La fugacidad de su luminiscencia
al contacto con la atmósfera, como si el solo destello fugaz fuera lo que
existe, no tomando en cuenta, sin embargo, que está ahí desde mucho
antes en el Universo, que siempre estuvo, más allá de su luz.
Así también pienso que el poema existe desde siempre en todas las
cosas, en los seres, en la naturaleza, en cada experiencia humana. Existe
previo al asombro, en una dimensión apenas intuitiva y extrasensorial y
requiere ser «insuflado» con la palabra para que a la luz de ésta se nos
revele, para verlo aparecer en esa palabra que nombra algo como por
primera vez y que, al nombrar, ilumina, hace visible lo que antes estuvo
a oscuras.
El poema no se crea –porque ya existe– ni se construye con
recursos, técnicas o etapas preconcebidas. El poema adquiere
luminosidad con la palabra, así se enciende y entonces se revela para el
asombro de quien lo «experimenta», sea quien lo escribe o quien lo lee.
Creo que el poema no tiene comienzo ni fin, ni es jamás exhaustivo. El
poema no se agota. Es apenas un chispazo de algo mucho mayor que no
se logra abarcar ni dimensionar.
Confieso cierto resquemor ante el concepto «proceso creativo»,
porque el poema es más bien inesperado y asalta. Lo único
verdaderamente esencial para mí, al escribir el poema, es el estado de
serenidad que me permite primero que todo aislarme de lo externo para
poder sentir el pulso o la frecuencia que ronda lo interno, aquello que se
encuentra sumido en la oscuridad. Intuir la trayectoria del meteoro y
estar atenta al momento del roce con el lenguaje que lo iluminará. Para
tal estado resulta útil pensar en cómo es eso de «acostumbrar los ojos a
ver en lo oscuro» y así ver más allá de lo que se ve (o no) a simple vista.
O bien pensar en cómo es eso de «contener la respiración bajo el agua»,
para así escuchar el sonido de las válvulas del corazón o el flujo de la

116
sangre circulando en la cabeza o el sonido de la garganta al tragar.
Entonces recién están las condiciones para darle luz y vuelo al poema.
Por último, lo que corresponde al oficio: dejar fuera todo lo que
no es esencial. Pulir hasta que el vuelo no tenga resistencia, hasta que
prácticamente se eleve por sí solo. Cuando parece que está listo, dejarlo
quieto. Alejarse. Volver a él como lectora, como si fuera ajeno y
cuestionarse cada palabra para que ninguna sea protagonista vacía o
lejana. Lo demás: colgarlo en un firmamento con pentagrama para que
cante la fugaz luz del meteoro.

117
SOBRE EL POEMA

Ana Belén López

Todo pasa rápido, sin embargo, parece una eternidad.


Así la palabra en el poema

118
He perdido el sentido muchas veces.
Inicia con unos puntos negros que se expanden en la visión
y un sudor frío en las sienes.
Todo pasa rápido, sin embargo, parece una eternidad.
Así la palabra en el poema.
Hay un punto de la escritura en que pierde todo sentido,
un bloqueo, parece eterno y luego, sucede.
Sin importar el tiempo.
Sucede, se instala en algún lugar entre las sienes
(que sudaron helado)
y la imagen dentro del cerebro que se olvida mientras sella.
Me retracto.
No es como perder el sentido. Todo lo contrario.
Hay un ejercicio de búsqueda en ciertas partes
de lo que me dice y me significa.
Una traducción de la misma lengua.
Una me lleva a otra, y a otra y a otra.
El sudor de las sienes se seca.
La claridad es asombrosa. La lucidez acude con una energía revitalizada.
El sentido se recupera y fluye.
Como la palabra en el poema, se expande.

119
BREVE ACERCAMIENTO A LA PIEZA DE ARTE

Gabriela Cantú Westendarp

Un poema verdadero conserva a través del tiempo su misterio, su


verdad reveladora

120
Todo objeto artístico surge de la vida del hombre, del hombre que a su
vez pertenece a una sociedad ubicada en un tiempo histórico. El artista
es un sujeto histórico pero la pieza de arte es mucho más que un
producto de una determinada época. Digamos que un poema verdadero
conserva a través del tiempo su misterio, su verdad reveladora. No se
estaciona en un momento único si no que lo trasciende. Permite al lector,
en el caso de un poema escrito, descubrir un nuevo universo. En un
amplio sentido la poesía es acción estética, experiencia creadora,
revelación. El poema que logra alcanzar ese nivel llega a ser poesía a
través de un cuerpo, de una «existencia intelectual lingüística» como dice
Antonio Gamoneda. Para lograrlo el poeta toma elementos de sus
experiencias y los transforma.
¿Pero qué lleva a una persona a producir un objeto de arte?
Comienzo por decir que todo ser humano tiene capacidad creadora de
manera natural, es decir que la creatividad le es inherente. Todos somos
potencialmente creadores pero el entorno en el que crecemos nos limita
y en la mayoría de los casos la persona hecha en saco roto su posibilidad
de crear. De ahí la importancia de que las artes sean parte de nuestra
vida cotidiana y claro no solo para que existan más artistas, pero también
más felices consumidores y me atrevo a decir: más felices sociedades.
Regreso a la interrogante: ¿qué provoca la construcción del objeto de
arte? Escribo desde mi experiencia y con la claridad de que existe un
misterio que nunca nos es revelado en su totalidad. Pienso que en su
recorrido por esta vida el artista recupera y cultiva esa capacidad creativa
con la que nace. El entorno familiar, la escuela, las amistades, los
accidentes, las experiencias todas pueden ser motores para despertar el
fuego prometedor, para descubrir la luz y encontrar el impulso que
necesita para expresarse por medio de un lenguaje artístico. Una vez que
ocurre el hallazgo es difícil ignorarlo. Las emociones que
experimentamos son las mismas desde que el hombre es hombre en esta
tierra, pero es claro que no todos somos artistas. Sucede que ser artista

121
es una revelación, un descubrimiento como ya lo decía pero también una
decisión. Si escucha su conciencia, si sigue su intuición, si descubre
dentro de sí ese fuego y decide asumir su posibilidad de ser artista, habrá
dado el primer paso. De ahí surge un terreno fértil que se necesita
cultivar por medio de la teoría, la práctica y la experimentación, sobre
todo por medio de una constante práctica de la visión detenida y
profunda, de la apertura de los sentidos, la entrega a la corriente vital de
la existencia y la constancia.
Para que exista el objeto de arte o la poesía —me refiero a la belleza
hecha por el hombre— se requiere que ocurran una serie de eventos que
forman una cadena de cierta dificultad pero de una maravilla asombrosa.
Si la sucesión de eventos a los que me refiero y que describí antes, se
logra, entonces y solo entonces, lograremos gozar de una pieza que nos
provoque, nos conmueva, nos alimente, nos acelere el pulso, nos revele
verdades, nos ilumine, nos detenga, nos despierte, nos dispare una
reflexión, nos provoque mover el cuerpo, nos encienda por dentro, nos
enfrente al espejo, nos lleve a ver lo Otro, al otro, nos ponga furiosos,
sintamos nostalgia, nos llene el pecho, el cuerpo todo se hinche,
suframos de sudoración, de piquetes en el corazón, de calambres en el
estómago, de encantamiento o con mucha suerte lleguemos al éxtasis. Si
la obra nos provoca muy probablemente estemos ante una verdadera
pieza de arte. Oremos pues para que el artista siga su curso.

122
CRÓNICA INTERIOR

Ada Aurora Sánchez

El que escribe escarba, descubre la fuente de su lenguaje, de qué


está hecha su incertidumbre

123
Llega, de improviso, una pulsación que despierta los sentidos. Es, acaso,
un verso espasmódico del día —o de la noche— que despliega sus
dominios.
Aún no tiene forma, pero lo llamas,
intuitivamente.

Dejas que palpe tus venas, el esternón, el plexo solar y la historia de tu


muñón de fantasmas. La memoria, los golpes de la vida, de cada ida, de
cada hada preparan la exploración.
¿Entras al poema o el poema entra en ti?

Asciendo, haciendo, te dices, y tiras desde la cima un par de sombras


para que hablen por ti (no hay palabra que te pertenezca sino apenas la
conmoción de su llamado, el orden que impones a tu propio desvarío
lingüístico).

Oyes la fronda de los pájaros en el árbol; cruje la imagen, un fulgor se


dibuja. Vuela el pájaro la infancia un parque un amor de cierto
y sus temblores de antaño.

No escapas al libro que te sostiene,


al orbe de tus minúsculos incendios.
Das fe de lo vivido/inventado
en los recovecos del cuerpo:

Extendido sobre mí, arrojable a mi tacto,


encarnas
en tu piel oscura/ formas suaves
un deseo como llama urgente.

124
Sabes que el poema no es otra cosa que un palimpsesto:
la huella, el rastro de esos otros que has sido sin darte cuenta.

Evócalo en el cuenco de tu mano.


Desde allí siguió una ruta veloz y solitaria
para surgir incandescente/ entre filos
de crispada piel entre tus dedos/
en anchuras venenosas
como un nudo de muerte.

La tarea del poeta es ardua, busca sus ruinas, el principio de su


civilización metafórica, los fósiles de su decir.

El que escribe escarba, descubre la fuente de su lenguaje, de qué está


hecha su incertidumbre.

La sangre recorre tumultuosa sus mismas avenidas


desde el antes del antes,
me otorga aquí
ahora:
azul en agua, elevación
caída/ gemido vidrioso: desgarre

¿Cuántos movimientos perfectos, intuitivos,


para este escanciar
del cuerpo en el ánfora del otro?

Por eso dices, nada más, tras el espasmo:

Cópula, como ululante copa: no dejes de llenarte

125
ALBA
Juan Carlos Villegas Cosío
Técnica: Carboncillo y óxido de hierro sobre papel
Dimensiones: 38 x 56 cm
2018

126
HACIA UNA MATRIZ CELESTE EN EL POEMA

Claudia Posadas

Un tejido en constante crisis a partir de un descenso hacia un


magma en busca de un ascenso que implique una revelación ya sea en
la palabra, en el mito, en el significado

127
Una matriz en tensión (o una matriz celeste, a la manera de Jorge
Eduardo Eielson) podría ser una imagen que defina mi poética, por lo
menos la que se aprecia en mi poemario Liber Scivias (Premio
Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009; UNAM, México, 2016). Un
tejido en constante crisis a partir de un descenso hacia un magma en
busca de un ascenso que implique una revelación ya sea en la palabra,
en el mito, en el significado, en la psique o en el hallazgo de lenguaje.
Pero un tejido consistente, que busque un equilibrio entre esas dos
fuerzas: ascenso y descenso y que no se rompa o desborde en una sola
dirección, es decir, un poema cuya resolución temática y estructural
radique, justamente, en esa confrontación de fuerzas.
Dicha matriz no sólo debe cumplirse en el poema, sino en ese todo
del cual forma parte. Desde mi visión, si cada texto conlleva una crisis
también debe provocarla dentro de una unidad llamada libro. El poema
es, pues, el anudamiento de un tejido mayor.
A partir de estas consideraciones derivo dos aspectos: la crisis
como fundamento de la escritura, y el compromiso vital con ese estado.
La búsqueda de la revelación, en todos los niveles que señalé,
implica necesariamente el viaje hacia lo profundo; lo numinoso y el
hallazgo de lo que se busca expresar no se manifiesta espontáneamente,
antes bien, debió cruzar por sus propias honduras. De este modo, me
interesa una poesía que esté en contacto con una especie de estado
telúrico. Olga Orozco ha sido una maestra en ese aspecto. Por supuesto,
no es una postura cómoda. Implica un enfrentamiento con la sombra y
la luz más secretas. Implica una actitud de honestidad, el decir lo que se
tenga que decir a partir de un despojamiento de toda máscara axial, de
lenguaje, de sentido y de razón. Significa nombrar el deseo, el dolor, la
carencia, el silencio, el miedo…; significa trascender los límites de la
palabra. Hablar desde esa conciencia. «Quiero verdades aterradoras»,
dice Rafael Cadenas, mi referencia en este aspecto.

128
Significa capacidad de observación y agudeza de percepción,
entereza y honestidad para expresar contundentemente lo visto.
Asimismo, implica sumergirse en un enfrentamiento, en lo
cotidiano, con la sombra y con el ángel, con la razón y la extrañeza o lo
caótico de las fuerzas que se han convocado. Sin embargo, al correr del
tiempo, puedo atestiguar que la conciencia observante se templa y no se
afecta por el movimiento de las potencias confrontadas ni por lo que
percibe, más bien se convierte, debido a este ejercicio introspectivo y
honesto cultivado en el tiempo, en un observador objetivo, acaso ajeno,
pero certero y cada vez más incisivo.
Ahora bien, esta tensión en el poema se refleja no sólo a nivel vital
o de concepción, sino, por supuesto, a nivel temático y de lenguaje.
En Liber Scivias hay dos fuerzas muy claras que se asedian y que
buscan purificarse una en otra, asedio que da sustancia narrativa,
anecdótica, temática, a los textos. Hay una tensión entre materia y
espíritu, entre el despojamiento de toda herida y deseo que debe sufrir
la materia a través del proceso de templanza en el cual la redención o
revelación última estaría, acaso, más allá, y/o en el estado matérico en
que debe madurar el espíritu para alcanzar su pureza.
Al mismo tiempo, en el momento en que la imagen, el concepto,
la conciencia profunda del texto, las estructuras lingüísticas, no basten o
no puedan expresar estas fuerzas, me ha interesado, y a la fecha, buscar
otras soluciones. No hablo de una llamada «experimentación» per sé a
nivel del significante y gráfico, o de meros e improvisados juegos
verbales, sino de una bifurcación, de una ruptura que surge cuando lo
pide el poema y el lenguaje, de una necesidad absoluta como
consecuencia de una crisis. Es un extremo al que todo escritor llega
después de un trayecto por su tradición, sus recursos, su capacidad
expresiva, su lenguaje, su factura, su imaginación que, en mi caso, se trata
de la desembocadura de un proyecto verbal nutrido de la tensión.
En ese orden lo simbólico y la visión han sido saberes e
instrumentos fundamentales, y mi maestro en esas andaduras, es Juan
Eduardo Cirlot. El simbolismo y el hermetismo, el «letrismo cabalístico»

129
con que el autor expresa «Lo Uno», «Lo no», la revelación, pues, han
sido una solución honesta y real que puede trastocar, hasta cierto punto,
los límites del lenguaje y de nuestra concepción tridimensional del
mundo, al mostrarnos una especie de «realidad», «dimensión» entrevista,
entredicha, percibida en esos umbrales entre nuestra sensorialidad y el
silencio. Aunque he de aclarar que, en mi caso, no he llegado al
simbolismo puro, al despojamiento de la anécdota, del «roto relato de la
emotividad ligado a un deleznable ser, polvo de traición y tristeza» al que
llega Cirlot, puesto que, como dije, la circunstancia humana, anecdótica,
vital, la experiencia, es el sustrato de mis textos.
Asimismo, otro abrevadero en esta ruta ha sido la alquimia: su
lenguaje, su universo, los procesos y los fines que implica. Del Opus
Nigrum de la idea, del impulso creador, llegar al Opus Magnum del
poema.
También, en lo referente a estos aspectos, me ha interesado buscar,
aunque en mínimos y humildes atisbos, la belleza y polifonía expresiva y
sonora de nuestras lenguas romances. El latín, el occitano medieval y
moderno, el catalán, el francés y el español que hablaba Teresa de Ávila,
a través de ciertas combinaciones semánticas, ha acudido a salvarme de
mis trabas lingüísticas y referenciales. Aquí he de aclarar que he sido
sumamente cautelosa con el uso de este recurso; prácticamente, de los
tres capítulos que conforman mi Scivias, el último, Unio, es el más
simbólico y el que contiene diversas frases y palabras en estas lenguas.
Asimismo, y, sobre todo, he acudido a estos recursos cuando lo necesita
el poema, cuando la expresividad lo requiere; nunca se ha tratado de usar
estas frases, palabras, citas, sin un sentido y una justificación, porque den
prestigio y/o porque a nivel significante, sean poderosas. Debe haber una
coherencia absoluta entre el sentido del texto y la inmersión a lo que he
llamado la conciencia profunda del poema, que implique el uso de los
mencionados recursos.
Ampliando las reflexiones en torno a este campo lingüístico, por
otro lado, una aspiración que dudo cumplir (porque carezco de los
conocimientos filológicos para ello) sería crear un lenguaje secreto, a la

130
manera de Hildegarda de Bingen, la monja visionaria del medievo
alemán que creó un idioma misterioso al que llamó Lingua ignota
conformado por un alfabeto de 23 letras denominadas Litterae ignotae
que, a la fecha, no ha sido descifrado del todo y que probablemente,
según los especialistas, fue creado para expresar lo inefable y
comunicarse con Dios, que englobe lo más perfecto y bello de las lenguas
romances en su estructura y sonoridad. Se trataría de lograr un lenguaje
para esta crisis que realmente trascienda el habla de esta materia en la
que «somos y estamos».
Ahora bien, y en torno a mi práctica poética reciente, concuerdo
totalmente con estas concepciones: la tensión, la matriz celeste de
potencias confrontadas y la honestidad y profundidad que implica
reconocerlas y expresarlas, sigue siendo mi eje en la creación.
Sin embargo, me interesa cada vez más buscar un lenguaje directo,
referencial, menos simbólico, aunque esto último es algo difícil puesto
que forma parte de mi voz poética, además de que invariable y
forzosamente, en todo lo que escribo, siempre hay un trasfondo místico
y espiritual cuya expresión suele ser atendida por este universo
hermético.
En ese orden, he abrevado en otros derroteros y me han interesado
el lenguaje y la lógica del discurso ensayístico, científico y literario en
general, por lo que atiendo a los diversos recursos y estructuras de los
diversos géneros en busca de una escritura total.
Por otro lado, con base en el estudio y conocimiento de nuestra
tradición poética latinoamericana, plena de diversas transformaciones en
la concepción de la poesía, creo firmemente que el poeta moderno tiene
una gran responsabilidad en sus búsquedas puesto que no puede pasar
por alto este bagaje y ejercer, en vez de una posible innovación, una
retórica de la misma y/o la impostación o la máscara, y no la
transparencia.
La indagatoria y el compromiso son mayormente complejos: no se
trata de realizar una «exploración» superficial del lenguaje y del habla
replicando «posibilidades» del significante; tampoco de privilegiar «lo

131
interdisciplinario» en sustitución del sentido o de forzar significaciones
en busca de «lo antipoético». Como dice el especialista mexicano Adolfo
Castañón en su libro América Sintaxis, «la deuda del que intenta escribir
un poema desde el hoy ha de hacer suyos como causa los efectos de
aquellos gestos y gramáticas que aspiraban a una incursión en lo inédito
y originario».
Es decir, apropiarse de los efectos suscitados por estas poéticas en
la escritura, abrevar en otras tradiciones y construir, bajo esta conciencia,
el propio discurso.
Bajo este espectro, creo factible el ejercicio, la materialización de
una poética contemporánea innovadora, plena de búsquedas tal como la
obliga su huella genética desde la perspectiva de lo que he llamado «el
abordaje total», es decir, desde la aproximación al texto poético en
tensión, a partir de la manera en que éste es asediado por la sumatoria
de diversos elementos, lo que implica tener una claridad de la estrategia
discursiva, de la estructura, del uso crítico de los recursos y de una
conciencia del trasfondo de sentido, semántico y anímico con que se
escriba sobre los «viejos» y eternos temas de lo humano a partir de
nuestro también «viejo», aunque caminante, a la manera shakesperiana,
bosque del lenguaje, «lenguaje de raíces», como diría, paradójicamente,
el chileno Jorge Teillier. Pero de paradojas, contradicciones, encuentros
con «la tradición y la innovación impugnadora», dice Julio Ortega, está
hecha nuestra poesía.
La poesía, tanto en su ejercicio como en la reflexión en torno a ella,
es evocar-invocar un tejido, una matriz verbal nutrida en la tensión,
imbricada por el sentido y entrecruzada por la diversidad de hablas y
recursos que atiende la poesía contemporánea. La escritura poética
implica entonces, un abordaje, un asedio total de la matriz celeste del
poema y su conciencia profunda.

132
Lapis aurea

Opus nigrum la ciudad de piedra el lento limo de la furia la


[acumulación de la intemperie

nigredo
La roca hierve en esta lava donde lo acordado se dispersa en rojo fuego
rojo estrella
gigante roja

la almenara

su triste combustión de magma oculto magma indómito rubedo en su


derrotada manifestación los electrones giran giran alrededor de un
corazón incandescente la vorágine sublimar o fusionar el odio hasta
levarse las almenas almenadas las murallas y el corazón estalle supernova
el miedo y nazca el alba

albedo

una lámpara en vigilia es nunca más la ausencia


apagar su luz para guardar la memoria secreta de la luz sean la gema y la
heredad la gemación largamente meditada renacer es existir fuera de esta
carne atravesando la niebla el velo y la materia
la materia su dolor su podredumbre su razón que no subsiste más
allá Señor de lo invisible en tus moradas Domine donde no existe
pensamiento ni luz ni oscuridad acaso otra forma de otra sangre sucesiva
y simultánea en tus templos Domine mas allá de estas cárceles esféricas
cubiertas por sudarios de poder donde heridos somos desde el plasma
hasta morir desechos por el cáncer de este mundo todos muertos todos
desde lo Uno hasta la nada más allá Señor de la constelación primera
más allá

133
Panem nostrum supersubstancialem da novis hodie…

Dame el átomo atanor donde nazca otra sustancia y otras sean las células
de nuestro nombre invisibles y fosfóricas aguas infinitas y lustrales santo
Arcanum del que brota la conciencia que nos es debida santo Grial
donde surge al fin la Advocación bajo la cual nos resguardamos bendito
Azoth donde la rosa que es un Ser de Estrella y Ser un astro y emanar-
permanecer como los astros uncidos en su propia aura todos entramados
todos

La matriz celeste

Melhorament amada servitud En el corazón tan alto pulsa el oro un


pulsar lumínico el Castillo donde spira el orden constelado la ingravidez
de las palabras el sentido del espíritu la muerte de las máscaras la
Resurrección en la Torre de Homenaje

Opus magnum la Ciudad dorada el lento limo de la gracia ninguna


acumulación de la intemperie bautismada en el dolor acrisolado el
crisma decristaliza la cristálida

Estela galáctica

A mi pueblo chileno, solidaria;


para Stella Diaz Varín,
a mi Carmen Berenguer

Una rabia en lo decisivo de la tierra,


un talismán extraceleste,
una cabra perdida, dijeron.

El diablo para muchos, dijo ella:

134
un pobre diablo
para aquellos mugrientos del alma, aquellos lavapiés de los monstruos
que se han cebado
con nuestras glándulas hasta lo indecible,
que se han extasiado con nuestros sexos indefensamente abiertos
con nuestros pechos impuramente expuestos nuestros jirones
desolladamente colgantes,
porque son bestias que ya probaron la carne humana,
asiduos ellos, los podridos, a sus artefactos de dolor, esa potencia
perversa y nuclear desintegrando cada linfa nuestra hasta hacernos
mirar a la muerte
y de inmediato ver su piedad alejarse y el volver y volver de la
descarga...

Un pobre diablo idealista, mientras una mujer, un niño, alguien, un


país,
mueran de indefensión, profanados del miedo a esos monstruos que
no podemos ver,
los instaladores de la sombra que infestan cada uno de nuestros
respiraderos,
que han sellado una por una cualquier escapatoria de la tumba,
los voraces que observan cada una de nuestras palabras y actos
esperando cualquier delación
para saltarnos encima y desnudarnos, arrancarnos los nervios,
la cabeza.

Una muñeca rusa que bailaba en las mesas de los bares de buena
muerte en la madrugada de
nuestras horas más sombrías, aunque horas de belleza en que éramos
libres y dueños de la vida
y de lo justo y derrocaríamos a los impíos
ah, el pacto, aquella vez (a pocos días de terminar la infancia)… aún
arde en mi antebrazo

135
izquierdo, como aún y fatuamente en los cúbitos de Lafourcade y Lihn,
la espada trepanando el cráneo del traidor al que debíamos matar.

Que era un hacha, decían,


sí, aunque más suelta que mi cabellera de fuego desafiante retando a los
malacatosos infectos.

Y aún y todavía, desde mi exquisitez de espíritu, esa mirada mía


observando, oblicua, a los rotos ignorantes; el rostro altivo, el mío, aun
cuando mirase de frente sin entornar los ojos.

Sí. Una insolencia alzada como una columna de fuego anómalo que se
levanta de la tierra al
cielo;
sí; la ira, la impotencia: la plaza invadida por bestiales; el grito desde la
ventana de mi
desarmada casa (hoja por hoja mi casa…) a las multitudes
desmembradas,
mi grito perdido entre las ráfagas y el humo lacrimógeno,
mi insignificante rebelión, miserable esquirla ante el inmenso matadero
y de pronto las cuencas desangradas de los ojos,
los cientos de ojos estallados por ese monstruo que nunca se muestra,
los globos oculares de quienes han sido capaces de ver su espectro
informe sorbiendo nuestro
encéfalo.

De pronto el atropello, la sangre coagulada cegándome los ojos de


camino al Quiebraespaldas,
mi despertar sin dientes y con las piernas rotas en medio de los
Desaparecidos…

Una madre que fue la más bonita bailarina de su tierra, allá por el
norte,

136
(me decían mis nietos para amainar mi carga de hiel);
una madre que amó a su hijo contra toda violencia inconcebible,
contra aquel día de la infamia;
una madre que amó contra la última, la sin nombre, la más
insoportable prueba:
eran guaguas preciosas,
pero una tras otra, hoja por hoja fueron cayendo, su inocencia,
a ese otro quebradero que nos rompe,
aunque no a mí.

Una madre que nunca ha podido ver el resplandor y los rasgos de sus
amadas criaturas.

Soy un diamante de aristas cercenadas por los tajos con que


esculpieron mis esmaltados
huesos.

Pero no he bajado la guardia, sigo gritando desde mi ventana y


entornando mi rostro.

Soy una estrella opaca y triste acercándome al Gran Confín,


Última Causa lejos, muy lejos de cualquier esperanza que nunca tuve,
por cierto,
aunque de pronto me veo Iluminada por los rostros de luna
incandescente de mis pequeños
nacidos allá más lejos todavía,
en las cordilleras terrestres,
besada inesperadamente por sus esplendores de astro que me hinchan
de luz y desintegran
mi hiel,
y poco a poco va desvaneciéndose la espada atravesando el cráneo
maldito que brilla por
última vez

137
ah, el pacto, el pacto era con la muerte,
pero en el fondo era con la vida,
la vida pasada por espanto
sólo para hallar, en el último vacío,
los rasgos de ternura de mis pequeños Soles:
ven de la luz, hijo,
inúndate y desmiente la tiniebla,
encontraremos juntos la palabra escondida,
la canalla, la tramposa,
aquello intolerable, lo indecible,
aquello para lo que justamente no existe la palabra
y si acaso importa ya desde mi nueva y verdadera forma de gigante roja
de cabellera estelar
recorriendo en su largura de años luz y con ustedes, mis hermosos
renacidos,
a mi espalda
o coronándome,
los eones entre Aldebarán y Andrómeda
y no volver jamás
al tiempo de materia y de espanto.

138
UNA PEQUEÑA MIRADA LÍQUIDA ACERCA DE LO QUE BUSCO
COMO POETA

Ernesto González Barnert

Una escritura que avanza dando imágenes, que nos liberen, alivien o
expandan, tiernamente, sin perder las entrañas

139
Mi obra es una defensa férrea de la dimensión personal del ser humano
y del oficio escritural. Una búsqueda de sentido en las pequeñas
instancias cotidianas y sociales que constituyen nuestra experiencia o
prueba de nuestro paso por el mundo. Ningún hombre es una isla,
escribe John Donne y yo lo tomo como una proposición central estos
días. Mi propuesta va no solo en la claridad, concisión y brevedad del
decir poético en este hervidero de estímulos y deseos, sino en una
escritura que avanza dando imágenes, que nos liberen, alivien o
expandan, tiernamente, sin perder las entrañas, ese escalofrío en la
espalda. Y nos conectan los unos a los otros. Un lenguaje de imágenes y
música que sea puente, túnel, pequeña embarcación a vela, motor o
remo, o submarina. Braseadas vigorosas y esplendentes más allá de las
boyas de lo que se debe pensar o creer, decir o sentir. Respiros de
reflexión, silencio y conciencia sumergidos en una cotidianidad concreta
y sutil, sin perder el humor y la ironía, para mantenerse en el camino sin
camino del misterioso e indomable mar de la existencia, a ratos tan
inexplicable como indecible, lo único que tenemos. Más allá de la
voluntad e insistencia nuestra por reconstruir en su espuma un tejido
social más justo, democrático y profundo en un país roto y maniatado
por sus plutócratas. Un hundimiento del que no se sale indemne. Contra
sus dentelladas acuosas de lenguaje prefabricado o funcional. Donde el
poeta que uno es se vuelve sabio, se vuelve salvaje y se vuelve libre en
cada poema.

140
PRINCIPIOS DEL POEMA

Carmen Violeta Avendaño

En esa persecución, cada poema es una batalla


contra la impaciencia

141
1

El objetivo del poema, su propósito, la meta a plazo inmediato, es recrear


el mar. El método para verificar los resultados en términos cuantitativos:

-La hoja está visiblemente húmeda.


-La hoja presenta rastros de arena, algas, pequeños moluscos.
-La hoja sabe a sal.
-La hoja huele a pescado.

El poema es el lugar de un estado, el estado de un lugar que se persigue


fundándolo: por tanto las fronteras son irrelevantes.

En esa persecución, cada poema es una batalla contra la impaciencia.

La misión del poema es mojar. Naufragar, si es preciso.

142
GARZAS, RÍO AMAZONAS
Javier Hinojosa
Técnica: Impresión en Inyección de tinta/ papel de algodón
2011

143
LECCIÓN DE SAVIA

Balam Rodrigo

El poeta cabalga sobre un árbol que canta mientras tala —desde la


raíz— el canónico y podrido tronco de la tradición

144
La poesía natural debe darnos una lección de savia. Algunos poetas son
máquinas de rimar, vates constructores de jaulas verbales y retóricas mal
llamadas poemas, pero siempre vacías de sentido, de música: ningún
pájaro habita su interior, existen sin canto. Otros bardos construyen
hermosas jaulas retóricas —incluso de oro, aunque siempre pirítico— y
uno puede ver al supuesto pájaro atrapado entre rejas, incluso cierto
atisbo de su nido, pero ambos son falsos: la jaula encierra un pájaro
mudo, de trinos muertos, y el nido es ilusorio, forma desnuda, anémico
artificio, verbal pirotecnia. Ciertos poetas en lugar de hacer jaulas tienen
la virtud de dar vida a pájaros de silbo profundo, a grandes parvadas que
cantan al unísono y aquietan el corazón del hombre: la forma que han
elegido estos poetas es, las más de las veces, el verso libre:
contrarrimadores. Sin embargo, todo pájaro cantor necesita de un árbol
para vivir, anidar, posarse y trinar: dicho árbol se construye con poesía
escrita en verso libre que, si es verdadera, si está tocada por el arte, dará
vida a las raíces, tronco y ramas del árbol poético en el que anidan
infinidad de aves que, a su vez, cantan y silban de muy diversas e
inverosímiles maneras, tanto, que causan asombro y maravilla, y nos
conmueven del sordo corazón, el tuétano. Cuando estamos frente a un
poeta capaz de crear con su palabra árboles y pájaros, estamos ante un
poeta necesario. Sabido es que existen otros poetas —los imprescindibles,
los inmortales, los avasalladoramente humanos— que aprenden
pacientemente el arte de hacer jaulas de oro, construyen luego pájaros
cantores y después levantan a golpe de sílabas los inmensos y frondosos
árboles en donde el canto, y no los pájaros, pueden vivir. Algunos de
estos poetas logran romper todo molde rimador, las versificadas formas
rígidas, y acuden a una poesía que está más allá de la innecesaria
clasificación retórica, de tal manera que son capaces de crear árboles
gigantes, majestuosos, verdísimos, llenos de toda suerte de flores y cada
una de esas flores está llena de infinitos perfumes, sólo que el árbol ya

145
no tiene nidos, ni aves, pues no los necesita: el árbol canta. Así, los
verdaderos poetas crean y escriben, paradójicamente, árboles que cantan
y lloran y andan: vastos jardines, bosques, palmares, manglares y selvas
habitados por parvadas de árboles que trinan, siempre, con una
sensualidad y una carnalidad vegetal, dendromorfa, hedónicamente
clorofílica que nos toca el corazón y nos lo maravilla. El poeta cabalga
sobre un árbol que canta mientras tala —desde la raíz— el canónico y
podrido tronco de la tradición con el afilado machete de su clorofílica y
metamórfica lengua.

146
ARTES POÉTICAS

Giovanni Astengo

Una palabra como señuelo que abra un libro

147
1

Hermanos, quizás nuestro arte madure

F. Holderlin

A un poeta joven.

Yo no tengo recetas
he gastado la mitad de mi vida en los bares
No me pidas consejos sobre poesía
(No soy Rilke)
Yo sólo sueño con los molinos de agua de Kurosawa
y una botella de vino en la terraza.

Confinamiento:

(Voy con extrañeza a verificar mi estado en los espejos


y tu sombra es lo único que queda en la ciudad abandonada
(A Huidobro le hubiese gustado este juego de máscaras)
Somos la partitura aún no terminada
del loco que toca saxo en las ventanas y nos hace llorar a todos
ya habitaremos las calles de la patria gritando:
«Toda caricia, toda confianza sobrevivirá» (Paul Éluard))

(Del poeta que une dos puntos: El amor y la muerte)


«Un poema es una conversación en la penumbra» (Eliseo Diego)

148
Traduces día a día el curso de las nubes por las mañanas
te complace que parezcan un ganado corriendo por el cielo
o un punto que perturba a otro como sinapsis
Por eso:

«En vida seremos juzgados por el amor


No tengo tormentos ni cuentas pendientes
/ con el desabrido»

Le cortarías las alas a tu ángel,


aunque estuvieses en Berlín
(A Enrique Lihn le gustaría ese juego de extrañamiento)
Soy lárico de tercera camada y fragmentario:
Como el viento que arrasa con las embarcaciones.

5.

(Última Ars poética)


«Giovanni Astengo trabaja una herencia que renueva»
Lorenzo Peirano.

Oficio 1
En esto consiste:
Una palabra como señuelo que abra un libro
un libro soñado el que siempre quisimos leer
arropados junto al fuego.

149
LA INCLINACIÓN A(L) ESCRIBIR

Javier Acosta

Levantar la cabeza brevemente, bajarla nuevamente y corregir


hasta lo imposible

150
Otra vez leo a Marguerite Duras:

Escribir. No puedo. Nadie puede.


Hay que decirlo: no se puede.
Y se escribe.

¿Qué hay entre ese no poder, ese «nadie puede» y la escritura? Es algo
así como un hiato, una imposibilidad realizada por un salto inexplicable,
al vacío. Y nadie sabe cómo. Y sucede.

Vamos a verlo. Quien escribe se inclina, agacha la cabeza. Hace


renglones en papel o en la pantalla. Se recoge. Podríamos atender tan
solo a su respiración y a su manera de sujetar los útiles de la escritura;
pero a veces también nos inclinamos para mirar las marcas que ha
dejado. A lo mejor no era su intención inicial, quizás hubiera preferido
dibujar, hacer algunos pliegues —o nada más ver el papel, considerar si
las palabras no lo depreciarían. De algún modo se arriesga. Se pone
atento, a ver si viene un pensamiento o si hay algo ahí, por fuera o por
adentro, que no reclame ser dicho, ni callado, sino pasado por escrito.
Se pregunta si hay algo así, de veras.
Quien escribe hace del silencio una segunda voz, afín a la hoja en
blanco.

Siempre hay algo que impide la escritura. Sentirse aquejado por ese
impedimento inicial es ya estar dispuesto. El siguiente paso es inclinarse
en esa dirección. Al inclinarse uno se aleja. Al alejarse se silencia. Se
remonta, lo hace dentro de sí, se retrae. Quien escribe aloja su lejanía; la
ahonda, la hiende.

151
También ha de tener apetito de lo que no se ha escrito —entre otros
apetitos.

Apenas das un paso


con rumbo al interior
y se abre en ti - inabarcable
tu desierto - das otro
y se despierta
esa insaciable sed - de
atravesarlo

Acaso solo necesitaba soledad —y finge que se ocupa haciendo trazos.


Acaso nada más tiene hambre vieja de silencio, quien escribe.

Podríamos volver a su respiración, como si el aire fuera su escritura.


Podríamos volver al hambre vieja. Tiene apetito de un orden precario
de palabras. Quizá tiene apetito de un libro, pero antes necesita unas
páginas, pero antes un párrafo, pero antes un enunciado, pero antes una
palabra, pero antes de todo tomar aire, inclinar la cabeza;
pero antes tiene certidumbre
de imposibilidad.

Por muy decepcionante que luego sea el resultado, al escribir hay que
inclinarse. El movimiento del cuerpo induce una disposición intelectual
análoga. El espíritu se agacha, más aún, se sobaja; adquiere esa postura
para sumergirse en las propias honduras, en el antiguo pozo de la casa.

152
O puede ser que al sumergirse uno haga su pozo. Hay aguas
subterráneas, pero hay que excavar. Hacer el hueco, el hoyo, para extraer
el bebedizo. Para qué sacar agua. ¿No es porque hay sequía? Tal vez hay
cierta sed que no se sacia con el agua del grifo ni con el agua de botella.
Quién vive en el desierto, aprende por necesidad a cavar pozos. El agua
puede ser turbia o tener el sabor de aquello que es oscuro, subterráneo.
Agua para una sed anterior a uno mismo.

Aunque el resultado sea otro del esperado, al escribir y al leer uno


desciende, encuentra o instaura su profundidad.
Principalmente, uno se inclina al escribir, ese fue el parecer de
William Carlos Williams en Paterson: «La escritura no es nada, el estar/
en una posición para escribir (ahí es/ donde te atrapan)».

Intento orientarme hacia eso que no puedo, que me es imposible.


Inclinación a lo imposible —para recordar ese «digo sí a lo imposible, de
ahí el poema», de Charles Simic. Lo imposible se encuentra en otro
plano, no disponible.
Dejo expuesta mi nuca, como la presa, como el sentenciado. Siento
el filo, el aliento; el erizarse de la piel.
Ahí es donde me atrapan.

Quisiera describir ese momento en que (aún) no viene la palabra, en que


no tengo ideas preconcebidas; cuando me encuentro con que por fin
tengo la mente en blanco. No puedo escribir, no se puede; y ya es toda
una experiencia, la de un querer que por un instante se encuentra a salvo
—libre de la exigencia de poder.
Me inclino al no-poder de la escritura.

153

La posición de la cabeza abre la posibilidad de lo imposible. Hay que


decirlo, no se puede. Y se escribe. Fatalidad de un querer desamparado
del poder. Algo así como una aspiración que topa con pared. Una gran
negación y una minúscula apertura, propiciada por un leve descenso de
cabeza.

Viene la aceptación de esa mínima posibilidad. Nada, sino una


inclinación que te empuja de súbito, que permite saltar (a) ese vacío.
Entonces llega quizá ese escribir
lo apenas posible - ese
inhalar - lo apenas posible
el - exhalar - lo apenas posible
Vivir - lo apenas posible
morir - apenas lo posible
Florecer - lo apenas posible
resecarse - apenas lo posible
Entonces soñar - entonces despertar
en lo posible - Entonces
callar - pensar
enloquecer
en lo apenas posible - entonces
inclinarse - entonces
escribir - lo
imposible

Levantar la cabeza brevemente, bajarla nuevamente y corregir


hasta lo imposible.

154

La inclinación a(l) escribir es completado por su sombra. De vez en


cuando asoma, lo hace provista de una inapelable y ágrafa soberanía. No
la descubre la mente, sino la piel, el erizársete la nuca. Hay que parar, lo
sabes, eso debe quedar inescrito para que así conserve su potencia.
La inescritura como necesaria y fecunda detención.
También ahí, en esa oscura inclinación ofreces la nuca. Y ahí es
donde te atrapan.

Algunas notas

1. «Ecrire. Je ne peux pas. / Personne ne peut./ Il faut le dire, on ne peut


pas./ Et on écrit.» Duras, Marguerite, París: Gallimard, 1993. En español:
Escribir. Barcelona: Tusquets, 1993.
2. The writing is nothing, the being/ in a position to write (that’s/ where
they get you) […] Carlos, William, Paterson. Ed. bilingüe. L.3. «La
biblioteca», II. México: Conaculta, 2015.
3. «I say yes to the imposible — therefore poetry» Simic, Charles, The
uncertain certainty. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1985.
4. Al señalar la inclinación a inescribir, recuerdo la «potencia del no»,
idea presente en varios libros de Giorgio Agamben, entre otros, La
comunidad que viene. Valencia: Pre-textos, 1990.

155
EL POEMA, LA POESÍA Y EL FENÓMENO POÉTICO

Entrevista con Hugo Plascencia a cargo de Marlene Zertuche

El poeta es el prestigiador del lenguaje y la esencia de las cosas


(la médula de lo otro)

156
El poeta es el prestigiador del lenguaje y la esencia de las cosas (la médula
de lo otro), en sus manos toma esos elementos y los amasa, a veces con
la paciencia de un monje tibetano y otras con la velocidad de un
urgenciólogo, para convertir en palabras ese fenómeno, que en adelante
llamaremos poético, y que de no ser por él, pasaría inadvertido para los
demás.
El poeta, por tanto, es observador por naturaleza, se observa a sí
mismo y observa la realidad no sólo para mostrarla, sino para crear otra.
Avanzado el tiempo, e inmerso en esa labor de creación y magia,
inevitablemente el poeta se tropezará con asuntos que resolver más allá
de la mera escritura, ante él aparecerán incógnitas entre la idea y la
estructura textual de una página, que tiene el deber de pensar y despejar.
El necesario momento de reflexión sobre la palabra, la poesía y su
oficio es de vital importancia para todo poeta, pero no todos lo ejecutarán
de la misma manera, de lo que sí hay certeza es que para llegar a este
punto el poeta habrá de haber caminado un largo trecho entre errores y
aciertos con la palabra, ello explica que en el fervor de la primera
escritura un poeta joven no experimente esta necesidad reflexiva.
Las preguntas que he planteado al poeta Hugo Plascencia y que a
continuación se leen, siguen esa línea de reflexión acerca de la poesía, el
poema y el quehacer poético que yo misma me he planteado y que a
manera de cuestionario he compartido con poetas de mi generación,
como es el caso de Plascencia.

¿Qué implica y cómo podemos definir el fenómeno poético?

Octavio Paz decía que el fenómeno poético era «el instante mismo de la
revelación», Antonio Colinas, por su parte, mencionaba que éste
«sobrepasa lo literario». Comparto ambas visiones, que a su vez se
concatenan y se complementan, es decir, retomando ambas ideas en la
amplitud del concepto y la expresión «fenómeno poético» se traduciría
en: «el instante mismo de la revelación» que «sobrepasa lo literario» para

157
adentrarse en otros terrenos. Lo anterior se justifica ya que hay poemas
que son pinturas, música, verdaderas obras de arte; y hay música, pintura
y cine que son verdaderos poemas, como una especie de interacción,
correlación, correspondencia o diálogo entre ambas disciplinas. Ejemplo
de ello son algunas obras como La pasión según San Mateo de Bach, El
nacimiento de Venus del renacentista Botticelli, algunas obras de Pollock
o incluso, un par de obras del cineasta o director Jarmusch como
Hombre muerto y Sólo los amantes sobreviven. Esos son, a mi parecer,
ejemplos pragmáticos o empíricos del fenómeno poético. Y si hablamos
del ámbito textual y literario, su implicación va más allá de los aspectos
estéticos, retóricos, teóricos, culturales o conceptuales y abstractos que
implica en su fondo y forma, con respecto a la temática, el ritmo, la
imagen, la estructura y el contexto sensorial e intelectual, tanto del autor
que los intuye como del lector que los percibe, ante lo cual creo que es
muy oportuna la idea de «fenómeno» ya que es ahí, donde el mago
trabaja la magia, la cual tiene una cercanía a la otredad inmaterial que se
manifiesta e intuye a través de los sentidos y el intelecto con una dosis de
azar, que aunado al «oficio» del creador da origen a una especie de elixir
y liberación, ya que como decía Picasso: «El genio y la inspiración
existen, pero tienen que encontrarte trabajando». Y, por su parte, en el
sensible lector, espectador u observador (cuando se logra la obra de arte
y la interacción entre la obra y el esteta), una exaltación sublime de la
belleza, respiro y bocanada de aire puro en tiempos moribundos.

¿Qué diferencias pueden establecerse entre el poema y el fenómeno


poético?

El poema es la constancia teórica y material del fenómeno poético, a


diferencia del juego del huevo y la gallina, aquí no hay duda de cuál fue
primero, a mi parecer no puede haber poema sin el sustrato del
«fenómeno poético», lo otro sería el fenómeno poetizable, siempre y
cuando el texto no se haya abortado. Uno es una reflexión y
caracterización estética que nombra la otredad de las cosas en su estado

158
esencial y primitivo con la ayuda del «alquimista», y el otro, es la alquimia
misma.
«El poema es un arma cargada de futuro» decía Gabriel Celaya. Y
este verso inscrito como parte de la poesía social, escrito en un contexto
sociopolítico difícil y crítico en la España de mediados del siglo XX, lo
representa muy bien. El poema de manera simbólica en este texto es una
herramienta, un instrumento y un puente que contiene un bagaje cultural
y universal, cumpliendo la función de lo que mencionaba Boileau: «El
objeto verdadero de la poesía es el imperio infinito del espíritu». Y en
ese contexto podemos decir que, el fenómeno poético fue la pólvora que
detonó el disparo de esa dilogía en metáfora, que en su doble
connotación, tiene la capacidad y el poder dual de dar y quitar la vida,
en el buen y el mal sentido de la palabra. Entonces podemos concluir
que «el fenómeno poético» fue el antecedente, la sustancia, la astucia y
las condiciones que propiciaron la revelación, teniendo como resultado
la concretización del poema, y que la esencia de dicha manifestación
poética puede y vuelve a ser recreada en el poema por el mismo lector.

¿Cuáles son los elementos que hacen posible un poema?

En principio, pienso que todo o casi todo puede ser susceptible de ser
poetizado. Y quizás partiendo de esa premisa, algunos de los elementos
que pueden hacer posible un «verdadero poema» y que a su vez pueden
variar o diversificarse, primero tienen que ver con una lectura voraz, y
poner el ojo abierto a todos los sentidos: escuchar el eco de la propia
reflexión; tocar la observación hasta llegar a la compenetración de la
propia contemplación; intuir la lucidez, la inteligencia y transformarlas y
aterrizarlas en conocimiento, impulsar las glándulas gustativas sensoriales
que permiten percibir los sabores de lo dulce, lo salado, lo ácido, lo
amargo y lo agrio de la vida en la lectura, y en el propio trabajo, hasta
convertirlo «en oficio», palabra grande; olfatear el adecuado tiempo para
sentarse a escribir, terminar un texto o culminar una obra, y por supuesto
el azar, esos son sólo algunos elementos, entre muchos otros.

159
¿Cuál es la utilidad del poema?

A nivel material ninguna, pero pienso que es un buen ejercicio de


introspección, un diálogo con uno mismo, como decía W. H. Auden «la
poesía es lenguaje en el más personal, el más íntimo de los diálogos. Un
poema sólo tiene vida en cuanto un lector responde a las palabras que el
poeta escribió». Entonces el poema es útil si el lector decodifica el
mensaje y, a su vez, esta pregunta es muy divertida porque es un
cuestionamiento retórico que a su vez me gustaría contestar con otra
pregunta retórica: ¿qué utilidad tiene lo que sentimos cuando
capturamos el vuelo suspendido de un colibrí?, o lo que nos puede
emitir estar al borde del mar en un acantilado frente a un paisaje salvaje,
como la pintura el Caminante sobre el mar de nubes del romanticista
Friedrich. Quizás el poema como la música nos ayudan a sobrevolar el
vuelo, o a sobrellevar la vida, y esto varios poetas lo comprenden muy
bien. Sencillamente para algunos, fuera de toda mitificación, nos hace la
vida más leve y llevadera.

¿Qué le corresponde a la poesía, cuál es su función?

A la poesía le corresponde todo y nada, no tiene ninguna función


práctica, salvo la que le dé cada quien, algunos la utilizan por placer y
otros más necesitados se acercan a ella y la toman como cura (claro,
hablo en mi caso y desde mi propia experiencia). Alguna vez, un poeta,
maestro y amigo me dijo que la poesía se daba con quien se daba a la
poesía. A mí me salvó.

¿Qué papel juega el otro o la otredad en la poesía?

La otredad es un concepto acuñado por la filosofía, retomado y


conceptualizado por el propio Paz en El laberinto de la soledad para
hablar de nosotros con respecto a la universalidad y a la extrañeza de la
alteridad con conciencia y reconocimiento de la identidad, desde una
perspectiva antropológica y sociológica y poetizada en Piedra de sol con

160
uno de los siguientes versos: «los otros todos que nosotros somos». Y de
alguna manera este concepto conlleva una visión un tanto orientalista en
la manera de percibir las cosas, de la cual Paz se influyó
considerablemente y se ve de manifiesto en su pensamiento y en su obra.
En la poesía es muy importante porque la otredad es una revelación
externa, es algo que está fuera de nosotros, podemos o no tener la noción
del fenómeno pero, en todo caso, siempre tendremos el velo de los
prejuicios, la otredad está ahí en el exterior, es la apertura y la recepción
que se tiene en la infancia, sin el lastre de los prejuicios. La otredad es la
búsqueda de esa infancia perdida con conocimiento de causa, es una
quimérica conciencia razonada de «lo otro» para entenderse y
comprenderse uno mismo.

Heidegger plantea que el poema se nutre de lo que es poetizable, ¿qué


es lo poetizable?

Creo que el carácter trágico en la obra de Hölderlin marcó


determinantemente la visión del poema de parte de Heidegger, y en gran
medida estoy de acuerdo con él, ya que prácticamente todo es poetizable,
porque de alguna u otra manera todo tiene un carácter trágico, antes de
Heidegger lo entendieron muy bien los griegos. Y con respecto a lo
poetizable, hasta del objeto más burdo el mismo Hölderlin tenía la
capacidad de sacralizarlo en sus poemas. Un ejemplo sería hablar de la
hormiga para evocar el universo y viceversa.

¿Cómo se explica el lenguaje poético a partir del lenguaje cotidiano?


¿Qué es lo que comunica el lenguaje poético?

El lenguaje poético nos sugiere otra cosa de lo que nos está diciendo a
partir de su propio lenguaje, en cierto sentido se remite o se refiere al
doble rostro o a la doble cara de la moneda, parte de su carácter y su
connotación dual. No importa si es un lenguaje cotidiano, abstracto,
conceptual, sostenido o coloquial, si los anteriores elementos existen, el
lenguaje poético comunica lo que está ahí levitando pero que no se dice

161
o expresa sino lo que se insinúa o alude por parte del poeta, y lo que se
intuye por parte del lector.

¿Qué es lo que hace que el poema sea transcendente?

Todo lo anterior, a manera de ecuación sin metodología pero con la


suma del azar. Precisamente tengo un poema sobre este tema, el cual
dice que para que un poema sea trascendente, tiene que ser como la
teoría de la luz ante el arte espontáneo de la naturaleza en el movimiento
rítmico de la salamandra, es como el land art, los elementos existen en
el campo, sólo hay que tener la intuición, la percepción y los sentidos
para que de esas ramas y troncos en apariencia sin orden, se pueda crear
una obra trascendental. Con esto quiero decir que son muchos factores,
la trascendencia por principio depende del tiempo, y nadie es dios para
saber lo que sucederá dentro de cien años con un texto, hablando en
plural y desde una recepción colectiva de éste. La respuesta puede
abordarse desde dos enfoques ya que, en lo individual, cuando un poema
por su valor es significativo e identificativo y rebasa la voluntad de la
persona que lo lee ya se convierte en algo trascendental para ese lector.

¿Es posible pensar en un lenguaje poético hispanoamericano que tenga


incidencia en otras realidades sociales?

El modernismo, el creacionismo, el grupo de los Contemporáneos y


algunos autores del infrarrealismo tuvieron y tienen incidencia en un
estrecho y pequeño grupo de lectores, aunque nuestra realidad social
ahora sea otra y muy diferente a la época en que se creó su obra. Pero,
sobre todo esa incidencia la he podido observar más, en jóvenes de
comunidades marginalizadas o que viven en condiciones precarias o
adversas de vida, por lo que tal vez, la poesía es un arma blanca eficaz
para contrarrestar muchas de las problemáticas que vivimos en la
actualidad. Fielmente creo que, si a un joven lo sensibilizas desde
pequeño con poesía, arte, literatura, etcétera, el día de mañana puede ser

162
menos factible que tome un revólver para sobrevivir, creo que esa
incidencia es trascendental.

Siguiendo a Heidegger... ¿para qué escribir poesía en tiempos de


decadencia?

Desafortunadamente, en muchos casos, los tiempos de decadencia social


han sido el mejor momento, el más propicio y el más fértil para escribir
poesía. Y desgraciadamente, en gran medida, el auge que vive la poesía
latinoamericana de unos cincuenta años a la fecha (aproximadamente,
desde el periodo de la Guerra Fría), se debe como resultado directa o
indirectamente de la inconformidad social generalizada, consecuencia de
todos los problemas, problemáticas, inestabilidad económica, social y
política que vivimos como parte del contexto de las dictaduras que
implantó Estados Unidos junto con los mandatarios de la mayoría de los
países en América Latina; las guerrillas, el terrorismo de Estado, la
privatización de recursos, las muertes y desapariciones de activistas, la
violencia del mismo Estado, la violencia del narcotráfico, la violencia
urbana y de género. Y si nos remontamos tiempo atrás en el periodo de
la Guerra Civil Española sucedió lo mismo con la Generación del 27 y
la Generación del 98 como parte de la crisis española. Considero que las
sociedades, grupos o comunidades más fragmentadas o vulnerables
también pueden ser las más susceptibles al arte y a la creación poética,
un ejemplo de ello es lo que sucede en la actualidad en países
desarrollados como Francia, que en el siglo XXI casi no se lee ni publica
poesía en comparación a otros géneros como la novela y el ensayo, y no
es porque no haya lectores sino todo lo contrario, esto se debe a que para
los lectores y las editoriales los poetas forman parte de otras épocas y,
por consecuencia, ahora hay muy poca gente que escribe y publica
poesía, llegando al punto de la excentricidad en comparación a siglos
pasados.

163
¿Cómo es que la poesía genera conocimiento o es una forma de generar
conocimiento?

Sí, pienso que la poesía puede generar de manera introspectiva


autoconocimiento, y quizás al mismo tiempo un ejercicio individual e
interior de consciencia, así como del entorno que nos rodea.

164
Notas a pie del poema

Un poema jamás debe ser nombrado ni mitificado en los labios de quien


lo sacraliza, todo lo que uno diga, quedará subordinado al instante
mismo de la revelación perpetua, en el vuelo tornasol del colibrí. Un
poema es la teoría de la luz en el movimiento de la salamandra, el Land
art espontáneo de la naturaleza, por lo que tiene de la antigüedad
contemporánea, el objeto artístico. Es decir, es la explosión del big bang
en una obra de Pollock de 60.9×50.8 cm. Con el azar en la subasta de
un pelo de osa polar. Por eso hay poemas que tocan, cantan y danzan,
como las pinturas desnudas en una mujer, que nunca encontró
Duchamp bajando las escaleras, ni jugando al ajedrez con su hermana,
mientras veía como la despedían sus novios a través del Gran vidrio, pero
que siglos antes, imaginaría Botticelli en “El nacimiento de Venus”.
Justamente, un poema es una obra de 2 horas 3 minutos de Jarmusch,
120 segundos de La pasión según San Mateo de Bach, y un verso de
William Ospina. Es a su vez, la antítesis y el oxímoron de la incoherencia
y la contradicción, va más allá del trapecio estético de lo teórico y lo
retórico, es el circo abstracto y conceptual, la viva imagen del trapecista
enclaustrado, que con propio ritmo, sentido e intuición, reta al oficio
hambriento del azar, que siempre está al acecho. Es por ello, que un
poema es Maradona gambeteando contra Inglaterra, la reina y sus
Malvinas en el mundial del 86. Es un instrumento o artefacto con resorte,
que tiene por herramienta una resistencia insubordinada, para resistir en
infinitivo y en definitiva, contra la vulgaridad superflua de la vida. Es caja

165
de pandora que no hace soñar en los brazos de Morfeo. Es la gota
sudorosa y punzocortante, que escurre el filo de una daga por el abismo
de la úlcera. Es el arma blanca y el espejo de la entraña cortada de la
tribu, y la poesía: el crimen perfecto.

166
EL POEMA: LA FORMA

Verónica G. Arredondo

El escritorio está colocado frente a la ventana para esperar


o invocar la tormenta

167
La forma que encarna lo que apareció en la conciencia
debe contenerse en la conciencia

Upanishads

Rituales previos

A veces quemo salvia blanca o mexicana antes de comenzar el proceso


de escritura, sea ensayo, poema, texto sobre arte o tesis. La salvia no sólo
purifica la energía del espacio, ahuyenta malos espíritus, su aroma es tan
penetrante que nadie resta indiferente ante ella. Se abre un canal, respiro.
Me permite calmar la mente. El escritorio está colocado frente a la
ventana para esperar o invocar la tormenta. Quemo salvia como quien
inicia un rezo.

Agua vital o té caliente

Sin importar la hora ni la estación es el líquido que me acompaña al


atravesar este silencio.

Página vacía o «libro abierto»

Una noche de primavera hacía un calor inusitado en Zacatecas, en donde


me he habituado al frío. Logré acomodar mi cuerpo en el lado derecho
de la cama, con la almohada bajo las piernas, en ese lugar propio,
habitable: sagrado. Desperté con la sensación de haber emulado, de
alguna manera, la página en blanco. Quizás haya sido el llamado
inconsciente de la denominada deadline.

Saludo al sol

Cuando despierto antes de su salida o minutos después, doy gracias por


un día más de vida, por mi familia, mis relaciones, mitakuye oyasin, por

168
la mujer que soy y la misión legada por el linaje: la escritura. Para que
toda palabra se vierta desde el corazón, la ofrendo. La meditación y el
yoga encauzan a enfocar el lente para encontrar en el transcurso de las
horas de luz o de sombra el avistamiento poético.

Forma o contención

Tengo fijación por la forma donde el poema sea ese contenedor de


imágenes, ritmo y evocaciones. Me ocurre tener en claro la metáfora o
imagen que se juega en el libro, de ahí la búsqueda de que su forma
resuene, haga eco en el fondo. Comienzo leyendo poesía o ensayo, luego
surge la necesidad de lo visual, esto dependerá lo que esté escribiendo.
Fotografía, dibujo, obra de arte, cine o documental me conducen a situar
con alfileres la imagen dentro del poema. El primer verso viene del
silencio irrumpido después de lecturas, lo visual, concentración, rituales.
Ese verso dictado por mi voz conlleva el tono del texto. Que el libro sea
parvada, compilación de nota roja, grimorio de conjuros, guion de cine
o teatro; ese cuerpo cambiante en donde cualquier discurso y género
literario tienen cabida. He elaborado libros de artista para conocer los
procesos manuales del libro, sus posibilidades en diálogo con la imagen
y la espacialidad, para entender mejor la forma que busco y desde dónde
inventarla.

Deadline

La musa no existe. La fecha límite de entrega es mi inspiración.


Concentro mi energía para conjuntar lecturas e ideas que convergen en
el canal de mi voz. El ruido exterior se desvanece. En ocasiones un audio
de meditación subliminal ayuda a encontrar la palabra con la forma de
la pieza faltante. La creatividad fluye. No convivo con el uso de sustancias
psicoactivas para estimular el proceso creativo. Al cierre de alguna
ceremonia de ayahuasca he logrado vislumbrar la forma del libro. La
confirmo.

169
La(s) Tesis

La investigación es un proceso que he llevado a la par con la escritura.


Hace años escribo tesis cuyo tema central se relaciona con mis intereses
poéticos, me doy cuenta hasta que lo he elegido. Escribo tesis y libros
sobre lo que quiero aprender, y sobre relaciones literarias que considero
evidentes de las cuales se ha escrito poco, como la intertextualidad entre
la poesía de Alejandra Pizarnik y Los Cantos de Maldoror de
Lautréamont.
Concibo al libro como un ejercicio poético, resultado de una
investigación del tema que desarrollo, caza de imágenes y reescritura. Al
final es más lo que se lee, reescribe, borra y edita que la escritura misma.
Ese es el trabajo con el texto. La intuición es la maestra. Escribo el poema
desde la necesidad de decir, la prosa desde lo que quiero contar, el texto
de arte desde lo que el artista precisa para contextualizar al espectador
con su obra y el ensayo para intentar explicarme algo. No sé si lo logre.
En el sueño el texto se sigue editando, incesante, hasta concluirlo o para
volver a ese espacio blanco y habitable de la cama.

170
MUNDO
Celeste Jaime
Técnica: Dibujo a tinta china, acrílico y acuarela sobre papel
Dimensiones: 75 X 51 cm
2018

171
Y SI ESCRIBIMOS SIN NINGÚN LENGUAJE

Pedro Chavajay García

Creerse en el oficio de escribir permanentemente, es una carcajada


al viento

172
Hay un cuerpo de fuego sideral que ha nacido, cuerpos estelares que han
avanzado, estrellas muertas que aún siguen intactas, en el menor
movimiento de las cosas, de aquellas cosas cotidianas, de los misterios
infinitos, de los movimientos en lo recóndito de un cuerpo, de cuerpos
que no emiten sonidos, hemos creído como historias, quizá no haya un
lenguaje para todo aquello que no se ha concebido.
El creador se esmera en dar un cuerpo al lenguaje, en el artificio
de usar palabra por palabra, formando una calzada en que cada piedra
fuera una palabra, el verdadero creador, apuesta a la imposibilidad para
encontrar algún aliento, algún movimiento, algún aleteo, o simplemente
encontrar el cadáver de algo no reconocido y vuelve por dónde ha
entrado. Muchos son los atajos a encontrase con un poema, un simple
poema, un poema amorístico, un poema que retrate lo cotidiano, o un
poema que haya nacido de un tiempo y que no se repetirá nunca.
Sepamos que las discusiones por crear la receta, siempre ha estado
pensado por llenar una caja de papeles y que lleve el sello de nuestras
firmas, un auténtico objeto, que adopta una identidad, es el alcance que
ha logrado un humano con respecto a la palabra, muchos escritores no
se han encontrado con lo salvaje que pueden ser las formas cuando
otorga su espíritu, con ello susurra en su lengua natural.
Cuando imagino el lenguaje como formas derritiéndose, como
sonidos sin cuerpos, sonidos que nacieron y persisten en el desorden del
tiempo, como artefactos cíclicos, por momento desaparece, por
momento encuentra un cuerpo y puede morar por algún tiempo. Un
cuerpo de lenguaje, una hilera de máscaras brillando en la oscuridad,
riéndose de sí mismo cuando un cuchillo de luz los traspasa. Llegar al
cuerpo de un poema, es más el camino de la locura, por querer nombrar
el tiempo, tiene que ser parte de nosotros que van quedándose, capas de
pieles de la que vamos mudándonos, escribir no es un placer, es un gozo
de emociones, apostar a la imaginación de mostrar lo que la mente
humana puede trascender. Desde mi cosmovisión personal y colectiva,

173
¿de qué me sirve repetir lo que veo?, hay formas que tienen que estar
allí y por ética del lenguaje no podrán ser trasladadas a un cuerpo de
palabras, porque el creador se miente a sí mismo, un poema no está
ahora, un poema no está alrededor de una botella, un poema está en el
diálogo de uno mismo, en el intento por negar la realidad, en el intento
de sentirte árbol, en el intento de ser sombra y no cuerpo.
Llenar el cuerpo de una noche de palabras, un asunto absurdo,
creerse en el oficio de escribir permanentemente, es una carcajada al
viento, pareciera que andamos coleccionando esqueletos de hormigas,
de diferentes colores, pero es lo mismo. ¿Hacia dónde avanza un
escritor? Si ha acumulado palabras, dentro de un sinfín de
especulaciones, de escritores que van ahogándose en sus letras. De
aquellos gozos permanentes en la escritura, dónde la vida queda a
segundo plano, dónde la escritura es un fluir, un desequilibrio que puede
tener ventaja sobre todas las cosas.
Armar un buen texto, es escribir con autoridad, mostrar que detrás
del lenguaje existen formas, presencias de materias ocultas, que muestran
tan siquiera lo absurdo de contar algo, que haya precisión de un intento
por nombrar fuera del lenguaje. Que no se haga harto seguir creyendo
en el trabajo de un escritor tenga que mantenerse en el lenguaje de
código.
A veces es muy sano usar pictogramas para liberar las formas, para
no mantener recluida una idea en sonido. Desde escritores de memorias,
desde los escritores concentrados puramente en sus ejercicios de hacer
malabares, todo cabe en esto.
Debemos ser críticos que haya menos escritores que entretengan al
tiempo.
Un buen escritor es aquél, que puede nombrar las formas, sin
utilizar un lenguaje, aquel que puede distinguir entre ser objeto o ser
sombra del objeto.

174
POESÍA Y PO-ÉTICA

Saúl Ordoñez

El poema es una morada donde, por un tiempo, aunque sea mínimo,


podemos habitar o refugiarnos

175
A José Luis Franco Lozada,
todas las palabras y ninguna

Me resulta impensable el ejercicio de la poesía que no esté


fundamentado sobre una poética, es decir, sobre una concepción, por
parte del poeta, de la poesía y sus implicaciones, aunque, a diferencia del
concepto, no sea exacta ni, más o menos9, definitiva, sino siempre
provisional y asiduamente sometida a revisión y crítica y, por tanto, a
constante cambio.
Hago hincapié en que la palabra «poética» contiene el término
«ética», es decir, toda poética es una po-ética. «Ética» proviene del griego
«ethos», cuyo significado primario es «guarida, lugar donde habitan los
animales, o morada, lugar donde habitan los hombres», por tanto,
originariamente, la acción ética consiste en la construcción de una casa,
incluso, de un hogar o, por lo menos, de un refugio para los seres
humanos. Así, el poema es una morada donde, por un tiempo, aunque
sea mínimo, podemos habitar o refugiarnos.
La filósofa Hanna Arendt (2016) distingue entre la labor, que
produce bienes para ser rápidamente consumidos –como los alimentos–
, y que, de no serlo, pronto se reintegran a la naturaleza, en palabras
sencillas, se echan a perder; el trabajo, que produce bienes de uso –desde
una cuchara hasta un automóvil– que son durables10 y, en consecuencia,
crean mundo11, y la acción, que consiste, en breve, en el ejercicio de la
política. Para Arendt, la obra de arte ocupa un lugar aparte, porque no

9 Porque los conceptos también cambian, según avanza el conocimiento.


10 Aunque, cuando escribió el libro donde expone estas ideas, titulado en castellano La condición humana,
publicado por primera vez en 1958, Arendt ya señalaba que, en nuestra sociedad, los bienes de uso tienden, cada
vez más, a convertirse en bienes de consumo, a no durar y, por tanto, a no producir mundo. Un buen ejemplo es la
obsolescencia programada de los aparatos electrónicos, que reduce su tiempo de utilidad y nos obliga a
reemplazarlos constantemente.
11 Para Arendt, el mundo no es el planeta, sino una creación de los seres humanos, que comparten y habitan.
Podríamos nombrarlo un ethos.

176
es fruto de la labor y, por tanto, no es un bien de consumo12, ni del
trabajo, por lo que tampoco es un bien de uso, ni de la acción –aunque
toda obra de arte, el artista lo pretenda o no, es política, como todo ser
humano es político, por el mero hecho de vivir con otros, lo cual implica
una forma de organización, bienes en común, una esfera pública, una res
publica–, pero es mundana en grado máximo, es decir, es la mayor
creadora de mundo. La obra de arte forma parte importantísima de la
cultura, de la tradición, de lo que todo miembro de una sociedad debe
apropiarse, aunque no pueda ser nunca su propiedad, para, en palabras
de la filósofa francesa Simone Weil (2014), echar raíces, es decir,
satisfacer la necesidad del alma de sentirse parte de una comunidad, que
comparte lengua, historia, tradiciones, costumbres, valores, etc.
Entonces, resulta distinguible o notable la relación entre la obra de arte
y el significado original de «ethos». Aunque, quienes nos dedicamos a la
docencia lo sabemos y lo tememos, corremos el riesgo de perder bienes
culturales que han sido creados e importantes para la humanidad a lo
largo de milenios, en el brevísimo plazo de una o dos generaciones.
Pero el significado original de «ethos» cambió, ya desde la
antigüedad, por «costumbre, hábito; manera de ser, de pensar o sentir;
conducta, carácter, temperamento; moral y moralidad»13. El Diccionario
de la lengua española define «ethos» como el «conjunto de rasgos y
modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de
una persona o una comunidad». Yo sigo, comparto y hago mía la
propuesta del filósofo francés Paul Ricoeur (1996), para quien la acción
ética consiste en la atestación, es decir, en dar cuenta de nuestros actos.
Con la salvedad, señalada por pensadores como el francés Michel

12 Aunque, acertadamente, podemos considerar numerosísimas obras de arte contemporáneo como bienes de
consumo.
13 Aunque yo distingo a la moral, que es social, de la ética, que es individual. Por otra parte, lo mejor para el artista
es olvidarse de la moral, aunque, no, de la ética, pues las mejores obras de arte suelen mostrar los peores sentimientos
como parte de la complejísima y, muchas veces, contradictoria condición humana. Además, no es cierta la creencia
común de que la creación o el consumo de arte nos hace mejores seres humanos, ahí, por ejemplo, Adolf Hitler y,
en general, los altos mandos nazis, y artistas como Louis-Ferdinand Céline, etc.

177
Foucault14 y la estadounidense Judith Butler (2002), de que nos es
imposible hacerlo completamente e, incluso, algunas veces, del todo.
Para quienes nos dedicamos a la «vida del espíritu», es decir, a
actividades como la creación poética y la reflexión filosófica, cuyos
productos carecen de utilidad15 y no generan riqueza, al menos, no
directa ni prontamente, es indispensable gozar, de antemano, de una
situación privilegiada, ajena a la mayoría de los seres humanos en el
mundo. El enormemente lúcido ensayo-novela Una habitación propia,
de Virginia Woolf (2001), comienza preguntándose por qué hay muchos
más escritores que escritoras y termina concluyendo que, para que una
mujer pueda dedicarse a la escritura, es preciso que posea una habitación
propia. Por supuesto, la habitación propia es una sinécdoque. Durante
la mayor parte de la historia y hasta tiempos muy recientes, a las mujeres
se ha negado el derecho a la propiedad, no solo de bienes, sino, incluso,
de sus cuerpos. En su ensayo-novela epistolar Letters to Alice: on first
reading Jane Austen, Fay Weldon (1985) expone los padecimientos de
las mujeres inglesas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, el
principal de los cuales y origen de muchos otros era el carecer del
derecho a la propiedad. Si heredaban y estaban casadas, los bienes
pasaban a ser propiedad de su esposo, si eran solteras, del pariente varón
más cercano. En consecuencia, básicamente tenían dos opciones, casarse
o dedicarse a la prostitución, bajo el disfraz de otros oficios, como el de
lavandera. El matrimonio no era la mejor opción, sino la menos mala, ya
que, de facto, las mujeres casadas eran propiedad de su marido, quien,
por tanto, podía hacer uso y abuso de ellas. Además, en ese tiempo, antes
de la planificación familiar, la asepsia, los analgésicos y los antibióticos,
era usual que murieran por complicaciones en alguno de sus numerosos
embarazos y partos, o de fiebres puerperales. Esto explica por qué las
protagonistas femeninas en las novelas de Jane Austen estén tan

14 Foucault analiza la confesión, como un dispositivo, en diversos lugares de su obra, por lo que no referimos a un
único texto.
15 Distingo entre utilidad y función. Por ejemplo, una cuchara, una silla o un automóvil nos son útiles. En cambio,
el poema es inútil, aunque cumple funciones como provocar placer estético, producir catarsis o brindar
conocimiento poético sobre el mundo y la condición humana.

178
preocupadas por contraer nupcias, lo que puede resultarnos sumamente
extraño.
Pero, dije que poseer una habitación propia es una sinécdoque,
pues no únicamente, para mujeres y hombres, es necesario tener un lugar
donde escribir sin ser molestados. Para dedicarse a la «vida del espíritu»,
es indispensable tener satisfechas ciertas necesidades. Podría hacer uso
de la Teoría de las necesidades y motivaciones humanas del psicólogo
estadounidense Abraham Maslow (Fadiman y Frager, 2010), quien las
distribuye en una pirámide, donde la creación poética estaría ubicada en
la cúspide, entre las necesidades de autorrealización, mientras las
fisiológicas se hallan en el nivel más bajo, en la base. Pero me molesta
enormemente que dicha Teoría otorgue más valor a las necesidades
según se ubiquen más alto en la pirámide; así, aunque la satisfacción de
las fisiológicas es perentoria para el mero mantenimiento de la vida, tiene
menos valor que la de las de seguridad, y esta que la de las de relación, y
así, ascendiendo luego a las de estima, hasta arribar a las de
autorrealización. En cambio, creo tajantemente que la humanidad bien
puede sobrevivir sin poetas ni filósofos, pero no, sin campesinos y
panaderos, etc. Es decir, no hay necesidades superiores e inferiores en
valía, aunque, en realidad, las fisiológicas son las más apremiantes.
También me enoja fuertemente que la Teoría de Maslow afirme
que es mérito de las personas satisfacer las necesidades de un nivel y
ascender al siguiente, hasta alcanzar la autorrealización, lo que
poquísimos seres excepcionales logran. En realidad, quienes se dedican
a satisfacer sus necesidades ubicadas en los niveles superiores de la
pirámide, pueden hacerlo porque sus necesidades en los niveles
inferiores son satisfechas por terceros.
La filosofía dominante en Occidente ha dado mayor valor al alma
y, en ella, a sus facultades «superiores», de las cuales, la más «superior»
es la razón, y menor valor al cuerpo, al que, de hecho, ha denostado. Los
estudiosos suponen que Platón fue iniciado en el Orfismo-Pitagorismo
durante su primer viaje a Siracusa, y, para este culto mistérico, cuyas
raíces parecen ser asiáticas o indias, aunque esta hipótesis no ha podido

179
ser comprobada ni negada positivamente, el cuerpo es la cárcel del alma,
concepción que atraviesa de cabo a rabo la filosofía y, en general, la
religión en Occidente. Así, en los diálogos platónicos que se consideran
de madurez, por su belleza y por expresar ya no las ideas del maestro,
Sócrates, sino las de Platón, la influencia órfico-pitagórica es notable. En
Fedón, Sócrates afirma que la filosofía es una preparación para la muerte
–otra idea dominante a partir de entonces–, porque el filósofo no se
preocupa por alimentos, ni bebidas, ni vestidos, ni nada de eso a lo que
el vulgo llama vida (Fedón 64a-65b). El filósofo está muerto en vida. En
dicho diálogo, se dibuja a Jantipa, esposa de Sócrates, como una mujer 16
que se deja arrastrar por sus pasiones, en vez de guiarse por la razón,
cuando, en cambio, su dolor por la pérdida de su marido y cómo lo
externa son perfectamente comprensibles (Fedón 60a).
Por otra parte, resulta chocante que, en Banquete, Sócrates
discurra con sus amigos, durante la sobremesa, sobre la naturaleza del
amor, mientras, podemos suponer, Jantipa se dedicaba a satisfacer las
necesidades de su marido, sus hijos y las propias, en breve, al trabajo
doméstico, a la oikonomia del domus, la administración de la casa. En
República, se da diferente valía a distintas tareas, que se relacionan
totalmente con la naturaleza del individuo que las realiza, el cual, por
tanto, es igualmente valorado. Así, Sócrates expone un relato, del que se
deberá convencer a los habitantes de su Estado ideal, aunque el filósofo
sea plenamente consciente de su falsedad, según el cual todos los
hombres nacen de la tierra, pero, en su creación, la divinidad ha utilizado
diferentes metales: oro, para los filósofos gobernantes; plata, para los
guardias; hierro y bronce para los campesinos, mercaderes y demás.
(República 415a-c) Por supuesto, esto es una figura retórica, pero el
lenguaje jamás es inocente, mucho menos en el discurso de alguien como
Platón. No sólo en República, también en Fedón y Fedro, se expone,

16 El sexo es importantísimo en los diálogos platónicos, que conforman un universo casi exclusivamente masculino,
con las únicas excepciones de Jantipa, la irracional esposa de Sócrates, y la sabia Diótima de Mantinea, quizás una
sacerdotisa y prostituta sagrada, quien lo inició en las artes amatorias y en la sabiduría, aunque no está presente, su
doctrina es expuesta por él.

180
con ligeras variantes, una doctrina sobre un alma humana bipartita o
tripartita, cuya facultad superior es la razón, que debe someter a las
inferiores, las apetitivas, para luego someter al cuerpo todo, que es
considerado, siempre, motivo de caída. Dicha doctrina está
estrechamente relacionada con la de la metempsicosis, pues el alma
reencarnará en una existencia futura según su poseedor obre en la actual,
lo cual también depende de cómo haya actuado en existencias anteriores,
por lo que termina siendo, en realidad, determinista. Resultan chocantes
algunas afirmaciones hechas en estos diálogos, como que, obviamente,
el modo de vida superior es el del filósofo o que, quienes practican el
bien naturalmente, no guiados por la razón, podrían reencarnar en
animales útiles, como las abejas (Fedón, 82b). Aristóteles, discípulo de
Platón, no se queda atrás, sino supera al maestro. Así, en la Política,
afirma que, quien se dedica con su cuerpo a satisfacer las necesidades
del cuerpo en nada se diferencia de los animales y que los hombres
difieren en naturaleza y, en consecuencia, algunos están destinados a ser
amos y mandar, mientras lo propio y mejor para otros es ser esclavos,
«cosas dotadas de habla», «posesión animada», propiedad de los
primeros, quienes podían usarlos y abusarlos (Política I, 3, 1253, 2).
Siglos después, San Agustín de Hipona, Doctor de la Iglesia, cuya
filosofía se considera neoplatónica, enuncia que el cuerpo debe cuidarse
como se cuida una enfermedad (en Esposito, 2015: 126). Podríamos
dibujar una línea, un trayecto, que partiera de discursos como estos y
terminara arribando a propuestas como las de Maslow, o los filósofos
personalistas franceses Emmanuel Mounier (2002) y Jacques Maritain
(2007) –este último participó, de manera sumamente importante, en la
redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos–,
quienes distinguen entre los individuos, que viven una existencia
material, y las personas, que viven una existencia espiritual. En breve, es
en extremo fácil, pero nada ético ni piadoso, afirmar que la vida del
espíritu supera en valía a la vida activa y que las necesidades fisiológicas,
corporales, materiales, son menos importantes que las espirituales,
considerarse superior y humillar a otros seres humanos, cuando tan solo

181
es necesario extender la mano para alcanzar vestidos, alimentos, bebidas,
etc., disponibles gracias a esos seres humanos considerados esclavos,
siervos, servidumbre, meros individuos y no plenas personas, a quienes,
usualmente, se les condena al trabajo físico y se les niega el tener una
existencia espiritual e, incluso, meramente desearla o considerarla como
una posibilidad, se les restringe el acceso y disfrute de gran cantidad de
bienes espirituales, culturales. Walter Benjamin lo expone tajantemente
en la séptima de sus Tesis sobre el concepto de historia:

[…] los bienes culturales […] tienen todos y cada uno un origen
que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no
solo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino
también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos,
Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea también
de barbarie. Y como él mismo no está libre de barbarie,
tampoco lo está el proceso de transmisión por el que ha
pasado de unas manos a otras. (Benjamin, 2018: 311)

Para terminar con el tema que he venido desarrollando, compartiré y


haré mío el pensamiento de la filósofa francesa Simone Weil, quien
mantiene la distinción entre necesidades del cuerpo y necesidades del
alma, pero les da el mismo valor. Según Weil, las necesidades humanas
son limitadas en número y en la cantidad de satisfactores que requieren
para ser satisfechas, y todas, incluso las del alma, son mundanas, porque
se satisfacen en este mundo y no en una existencia posterior (Weil,
2014), es decir, paradójicamente, el ser humano trasciende en su
inmanencia. Olvidémonos entonces de relacionar «trascendencia» con
«posteridad». He preguntado a varios colegas por qué se dedican a la
creación poética, actividad tan poco glamorosa, tan poco provechosa y
tan demandante y difícil que, a veces, en escasos momentos de cordura,
uno desearía abandonarla, y su respuesta ha sido, en varias ocasiones,
«para trascender». Creencia errónea. Ningún individuo trasciende, todos
somos finitos, moriremos, nuestro cuerpo se reintegrará a la tierra y,

182
según, nuestra alma será condenada al infierno o gozará de la gloria, una
existencia santa, más impersonal, o el alma no existe, todo es materia,
todo acaba con el cuerpo, no hay más nada; como se quiera, lo cierto es
que, si tenemos mucha suerte y la especie humana no se extingue por
una pandemia, un meteorito, el calentamiento global o porque alguien
presione el botón y todo vuele por los aires, en cincuenta, o cien, o
quinientos años, con muchísima suerte, insisto, el paso del tiempo, que
es el juez más estricto, permitirá que alguno de nuestros poemas o, tan
siquiera un verso, sea leído y recordado. Hablando en serio y
brevemente, lo que trasciende, otra vez, con mucha suerte, pero,
reconozcámoslo, también por su valor estético y humano, es la obra, que
es autónoma, impropia y escapa a la autoridad de su autor; nunca, el
autor como individuo.
Pues bien, para poder escribir, un individuo requiere una
habitación propia, tener satisfechas sus necesidades fisiológicas y la
seguridad de que serán igualmente satisfechas en el futuro –un
refrigerador lleno de alimentos, un closet con más ropa que la que lleva
puesta, agua potable, drenaje–, electricidad, servicios de salud,
instrumentos de escritura, y un larguísimo etcétera, todo de lo cual carece
la mayoría de los seres humanos en el mundo. Y requiere, sobre todo,
de tiempo, mucho tiempo, muchísimo tiempo libre. En la antigüedad, el
tiempo de ocio no tenía la carga semántica negativa que tiene ahora. El
«otium» era propio de los hombres libres, es decir, de los varones,
ciudadanos, propietarios, sobre todo, de esclavos que trabajan para ellos,
por lo que podían dedicarse a la vida pública, a la filosofía, al cultivo de
sí mismos, etc. En cambio, el «nec-otium» correspondía a los esclavos,
condenados a él. Luego, el mundo se puso de cabeza y todos nos
dedicamos al negocio, los antiguos estarían avergonzados de que, a una
de las formas actuales de esclavitud, en la cual el individuo es, a la vez,
amo y esclavo de sí mismo, la llamamos emprendimiento y nos
enorgullece, porque toda casa es un Airbnb y todo automóvil es un Uber.
Y, la mayoría de las personas que tienen el privilegio de disponer de él,
dedica su tiempo libre al consumo, por lo que sigue «trabajando» para

183
los fines del mercado. Pues bien, quien escribe necesita muchísimo
tiempo de ocio para leer –la labor principal del escritor no es escribir,
sino leer– y no solo libros, también pinturas, esculturas y toda obra de
arte, películas, música, televisión, periódicos, la vida entera… en un
extenuante mas gozoso ejercicio de atención, y para pensar. Quien
escribe, requiere dominar la técnica, lo cual es muy fácil y, mucho más
difícil, construir un discurso –la forma más provechosa de hacerlo es a
través de dicha lectura, de dicho ejercicio de atención–, y, también,
talento, que se tiene o no se tiene y no puede adquirirse. Por eso, mi
maestro Guillermo Fernández decía, a propósito de ciertos individuos:
«¡Cuánto amor a la poesía, tan mal correspondido!»
Ahora bien, hasta el momento, no he conocido a ningún escritor,
ni siquiera los más famosos, que se gane la vida únicamente mediante la
escritura. Usualmente, vivimos de la docencia, del trabajo académico o
burocrático, etc. No tenemos esclavos ni mecenas. Mas, le robamos
tiempo al tiempo y nos las ingeniamos para poder leer, que es una forma
de, indirectamente, vivir más vidas que la propia. Yo no he vivido ni
quiero vivir de la poesía, porque, entonces, no podría escribir, como
hasta ahora he hecho, lo que quiero, en realidad, lo que es necesario,
sino lo que quiere el mercado –Elvira Sastre y Nach–, y, tal vez, tendría
que abandonar la poesía para producir sagas novelísticas sobre vampiros
adolescentes enamorados, o pornografía suave, o autoayuda y superación
personal (su sola mención me aterra).
Para continuar y aproximarme al final, volveré a la filosofía griega.
En el diálogo platónico Ion, se concluye que el poeta, poseído por un
daimon, un mensajero entre los dioses y los hombres, delira y canta sin
saber lo que canta, como los pájaros. En Fedro, Platón, en boca de
Sócrates, reconoce dos tipos de delirio: el primero es producido por
enfermedad y el segundo es inspirado por los dioses e incluye cuatro
tipos de mania: la de los oráculos, la de los profetas que interpretan sus
palabras o practican otras mancias («mancia» deriva precisamente de
«mania»), otras artes adivinatorias, la que inspira a los poetas y la del
enamorado verdadero, el loco de amor. (Fedro 244a-c y 265a-b) Platón

184
reconoce estos cuatro tipos de discursos delirantes como verdaderos.
Más tarde, en el libro X de República –aunque lo hace ya en el libro III
al exponer las características de la educación que deberán recibir los
habitantes y, especialmente, los guardianes del Estado ideal– condena al
discurso poético, y, en general, al de las artes imitativas, por dos razones:
la primera, por ser falso, porque la poesía y las artes imitativas
reproducen las cosas de este mundo, que son meras apariencias captadas
por los engañosos sentidos, copias de las Ideas, lo realmente verdadero,
aprehendido por el intelecto; por tanto, la poesía y las artes imitativas son
la mentira suprema, por ser copia de una copia; la segunda, porque la
poesía suele dirigirse a la parte inferior del alma, la de los apetitos y las
pasiones, encendiéndola, en consecuencia, no puede ser admitida en un
Estado justo. Aristóteles va más allá al afirmar que sólo los discursos
apofánticos, es decir, las afirmaciones o negaciones que pueden
mostrarse como verdaderas o falsas porque refieren a la realidad, a que
algo existe o no, son objeto de la filosofía. Los discursos no apofánticos,
como los oráculos, la poesía, las órdenes, las plegarias, etc., son objeto
de estudio de la retórica y la poética (En Agamben, 2012). El significado
original de «retórica» es «arte del buen decir», en otras palabras, el arte
de crear un discurso tanto bello como verdadero. Sin embargo, ya en la
antigüedad, «retórica» adquirió una carga semántica negativa, al
considerarse propia de los sofistas, quienes enseñaban a crear discursos
bellos, aunque no necesariamente verdaderos, con el fin de persuadir,
especialmente a las masas, para alcanzar fines políticos; mucho más, en
la actualidad, cuando «retórica» nos remite, de manera inmediata, a la
propaganda y la publicidad. Aunque, por otra parte, Aristóteles reconoce
que la poesía trágica tiene la función de producir en los espectadores una
catarsis purificadora. La sublimación, la elaboración y la catarsis son las
únicas funciones terapéuticas de la poesía, aunque, que quede muy claro,
no cura nada.
Hay dos ideas que quiero rescatar de lo anterior. La primera es la
creencia de que el poeta no habla por sí mismo. En el siglo XX, en una
sociedad secularizada, varios filósofos la retoman, como el alemán

185
Martin Heidegger, quien crea una curiosa expresión: en el poema, el
habla habla, o la española María Zambrano, para quien, en la línea de
Platón y Heidegger, el poema no es lenguaje, es decir, no tiene la utilidad
de comunicar, sino es palabra originaria, auroral, que presenta y
presentifica al ser. El ejercicio de atención del que hablaba anteriormente
implica una actitud o estado de pasividad receptiva, paradójicamente, de
pasividad activa, que posibilita al poeta tener la visión. La atención es una
forma del «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos»17
(Rimbaud, 2016: 699) que convierte al poeta en vidente. Rimbaud
propone: « […] si lo que trae de allá tiene forma, él [el poeta] da forma;
si es informe, da lo informe». (702) Por supuesto, no hay poema sin
forma, por muy vanguardista o experimental que sea; podemos inferir
que Rimbaud se refiere a las formas tradicionales y a las no tradicionales.
Lo importante es que, el verdadero poeta, no se sirve de la palabra, sino
sirve a la palabra, da forma a la visión, y ese es todo su mérito. El poema
impone sus propias reglas y el poeta debe obedecerlas. Es un medio, un
canal para que el poema ocurra, exista –y un canal sirve porque está
hueco, vacío. El poeta debe pasar por un proceso de despersonalización,
de decreación, anonadamiento. Buena parte de la creencia errónea en la
naturaleza superior del poeta consiste en suponer que posee una
sensibilidad especial y, por tanto, la poesía consiste en la mera expresión
de sus sentimientos, emociones, pasiones e ideas. Falso. Creemos que
nuestra vida interior nos hace únicos e irrepetibles cuando, en realidad,
no hay nada más vulgar; nuestra vida interior es, en gran medida,
socialmente determinada; por ejemplo, el amor romántico, la
concepción del amor imperante en Occidente, es un invento literario de
la Edad Media –la novela de caballería, el amor cortés, la poesía
provenzal–, que mucho bien nos haríamos al abandonar; incluso nuestro
deseo está socialmente determinado, como lo muestra la evolución de

17 En sus cartas literarias, Rimbaud menciona dos veces el estado de pasividad receptiva: “No es culpa mía en
absoluto. Es falso decir: Yo pienso; se debería decir: se me piensa” (2016: 691) y “Porque Yo es otro. Si el cobre –
se despierta clarín, no es por culpa suya. Me parece evidente: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo
escucho: doy un golpe de arco: la Sinfonía se remueve en las profundidades, o sale a escena de un salto.” (698)

186
los cánones de belleza: ahora, las mujeres de Rubens se harían un bypass
gástrico. Por supuesto, el poema comunica, pero secundariamente; su
fin fundamental es producir placer estético. Hay momentos y temas que
nos obligan a callar y a utilizar nuestra autoridad de autores y nuestros
privilegios para que se escuchen las voces de quienes usualmente no
tienen voz. Nunca he cuestionado por qué escribo poesía, porque, desde
muy temprano, tuve la certeza de que, para mí, es una necesidad. Y no
hay ningún mérito en actuar por necesidad.
Por último, como han propuesto filósofos como Martin Heidegger,
Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, Jacques Derrida,
Simone Weil y María Zambrano, debemos volver a considerar a la
poesía como una forma de conocimiento, un conocimiento que, aunque
se refiera a la condición humana y al mundo, sólo ocurre en el poema y,
además, está indisolublemente ligado al placer, al placer estético. Pero,
insisto, los poetas ignoramos lo que escribimos hasta que lo escribimos,
debemos perseverar en la atención y el silencio para que la visión y el
poema ocurran, se entreguen como un don, sin ningún mérito nuestro,
nada de que enorgullecernos.

Bibliografía

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Novales, introducción de M. Cruz. México, Ediciones Paidós.
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de C. Díaz, et al. Salamanca, Ediciones Sígueme.
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Ruiz et al. Madrid, Editorial Gredos,
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Calvo con la colaboración de M. C. Alas de Tolivar. México, Grupo
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J.-R. Capella, presentación de J.-R. Capella. Madrid, Editorial Trotta.
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Barcelona, Editorial Seix Barral.
19. Zambrano, M., (2018) Obras completas IV, Libros (1977-1990,
Tomo I): Claros del bosque; De la aurora; Senderos. Edición dirigida
por J. Moreno Sanz. Barcelona, Galaxia Gutenberg.

189
LA ALEGORÍA DE SÓCRATES

Julián López Ugalde

Sócrates, viejo y cansado, abrió los ojos. Había estado esperando


este momento no con ansias ni angustia, sino con cautiva cavilación

190
Corría el año 399 antes de la era cristiana, cuando llegó el día. Quizá era
jueves, aunque el día exacto no se sabe, así como tampoco se sabe el
mes. A lo lejos se escuchaba el sonido de un navío que anunciaba el final
de los festejos. Un barco que volvía de Delos luego de 100 noches con
sus soles y sus lunas. En ese lapso la ciudad ateniense debía permanecer
pura.
Sócrates, viejo y cansado, abrió los ojos. Había estado esperando
este momento no con ansias ni angustia, sino con cautiva cavilación. Bajó
ambos pies de su camastro de piedra y sintió la fría losa de su cárcel, la
cual tampoco se sabe si era cerrada o abierta. Acarició con tiento y tacto
el grillete que hacía presión sobre su tobillo izquierdo, sabiendo que era
el último día en usarlo. Calculó la hora por el alba. Calculó la
temperatura por la brisa. Calculó su peso por el cansancio. Calculó sus
conocimientos todos por su ignorancia. Finalmente calculó la hora de su
muerte y sonrió.
Jantipa fue la primera en llegar a verlo, o quizá nunca se despegó
de su lado. Eran tantos años juntos, que para Sócrates carecía ya de
importancia. Le lavó los pies, luego las canillas, le cambió la túnica blanca
y le cepilló la barba. Y cuando se disponía a pasar el cepillo de hebras de
jabalí por el cabello cano de su esposo, soltó las primeras lágrimas. Horas
más tarde los esclavos de Critón la sacarían del recinto por órdenes del
mismo Sócrates, quien pidió que se llevaran a esta infortunada mujer.
Era la hora sin sombra cuando comenzaron a llegar todos. Primero
Cebes, luego Simias, Critón, Euclides y al final, Fedón. Éste último, años
más tarde narraría lo ocurrido a Equécrates en un viaje de vuelta a
Atenas. El maestro los miró a todos no sin desdén. Y antes de comenzar
con su enseñanza final, la más importante de todas, la única que guardó
durante tantas décadas, volvió a mirar el frontis del habitáculo. Miró
pasar a unos esclavos presurosos y a su celador, pero no vio a Platón. Era
claro que no vendría. Su mejor alumno, el heredero de su pensamiento,
su doncel amante, el hijo de linaje de reyes y, por lo tanto, con la misma

191
sangre que los dioses, no soportaría verle bebiendo la cicuta. Y no tuvo
mejor excusa que declararse enfermo. Sócrates sabía bien que la peor
enfermedad que puede padecer el humano es la cobardía. Ese día habló
lo que se habla en un año, y enseñó lo que se enseña en varios siglos.
Habló tanto que su cuerpo se calentó y tuvo que beber el veneno cinco
veces. Esa noche la humanidad toda, atravesada por la cicuta, tenía la
certeza de la ausencia, pero sobre todo de la ignorancia.
Se dice que Sócrates nunca escribió nada. No obstante, los días, los
meses antes de su muerte, Sócrates escribió poesía. De manera torpe y
rudimentaria volvió versos todas las fábulas de Esopo, y de manera no
menos rústica le hizo un himno a Apolo. El maestro, el hombre más
sabio, que fracasó en intentar buscar hombres más sabios que él mismo,
el gran filósofo, el pater familias, dedicó sus últimas noches a escribir
poesía y su fracaso fue tan rotundo que, de su poesía, esto es lo único
que sobrevivió hasta nuestros tiempos.

192
UN DIÁLOGO

Renato Tinajero

El poema es efímero. Es también artificial. Y pesa, como pesa una


canica de plutonio

193
Los elementos transuránicos son efímeros y artificiales.
«Así el poema», ha interrumpido Sócrates,
estirando los pies y descalzándose, como hace siempre al punto de
empezar su diálogo.
«El poema es efímero. Es también artificial. Y pesa, como pesa una
canica de plutonio,
claro, si la echas al bolsillo».
Y yo en su juego: «¿Puedes echarte un poema en el bolsillo, oh Sócrates?
Dime, ¿es portátil
la poesía?». «Y tóxica», ha replicado él, que emulando al sátiro se planta,
cara contra cara, frente a Apolo. «Irradia como deben irradiar algunos
soles,
pero ella misma no es el Sol ni nada por sí misma ha iluminado».
Fue ahí que apagué la televisión para escuchar a Sócrates. Veíamos
NatGeo,
un programa sobre Fermi, creo, o Feynman. Imágenes de Chernobyl
se habían ya deslizado en la pantalla.
Estábamos ya solos él y yo, pues solos nos dejaron antes del amanecer
nuestros amigos.
«Háblame de la luz», me pidió Sócrates, «que nace en el poema».
«No es luz. Es hambre», respondí, «hambre de luz.
Es de la carencia que nacen los poemas».
«Es tu hambre, pues, lo que ilumina», dice.
«Has dicho bien, oh buen sileno», le respondo y continúo:
«Es en esa oquedad del poco ser, esa oquedad del hambre,
que las palabras resplandecen y enferman de oquedad a quien las lee.
¿Tienes por ilícito repartir con el resto de la gente nuestra hambre?».
«No ilícito», mostróse comprensivo el buen amigo, «pero arduo sí.
Porque la oquedad no ocupa volumen alguno en el espacio.
Es peor que arar el aire. Ni rastro queda, ni un eco de su paso

194
por el mundo. Pero es mejor así. No hay masa en el fotón, pero
ilumina.
Así el poema, salido de la fragua de los átomos, hecho de pura
vibración,
vibrando ciegamente hacia las cosas, reflejándose en ellas, reflejando su
textura feliz
o desgraciada, toca amable la piel de las doncellas y la pus de los
heridos».
«De eso se hace el poema, Sócrates», y me ganaba al fin el sueño, y el
rostro de mi Sócrates
era cada vez más el rostro de un amigo muerto hace cuarenta años o el
rostro de mi padre,
también muerto. «De eso se hace el poema», repetí. «De átomos.
Del viento que no para de soplar cuando se quiebran. De partículas
quebradas, Sócrates,
del más íntimo resto que ha quedado cuando aquello que es la nuez de
toda creación se resquebraja.
El poema es evidencia de la ruina. Aquello que ya fue o que nunca ha
sido.
No me pidas que te hable de su luz. No puedo.
Cuando aquello que no existe deja caer su máscara y deviene nada, sólo
queda consolarnos
con dos o tres palabras cuya luz es suficiente».
Y ha callado mi amigo al escucharme. Me ha abrazado en silencio
o no recuerdo si abrazóme con mirarme nada más. Sale a la desierta
calle
de la madrugada. Ya no escucho sus pasos. He andado hacia la puerta
para verlo marchar,
pero está desierta la calle y yo no sé si ha tomado el camino de la
izquierda o la derecha.
El aire frío se cuela por mis uñas, me cala en cada hueso. Amanece en
la Tierra.

195
Y algo en mi entraña, entre dos átomos, se rompe y ya no es, y yo
mismo ya no soy
o sueño que soy otro y, renaciendo, me despierto.

196
ATÍPICO

Manuel Iris

El poema, artefacto concreto de la poesía


ya no tiene el encanto de escandalizar a nadie
sino la obligación de convocar al silencio

197
El poema, artefacto concreto de la poesía ha cambiado de intención en
el último siglo.
En los gloriosos (artísticamente, por supuesto) años 20 del siglo
pasado
los poetas estaban desmoronando la realidad
retratándola desde todos los ángulos
confundiéndonos
persuadiéndonos
persiguiéndonos
convenciéndonos de no creer en nada
y de ser comunistas
los poetas tenían fe
no religión
pero mucha fe
en sus propias palabras
en el partido
en sus vidas de poetas románticos
muy pobres o muy ricos
famosos o parias
profetas

En estos nuevos años veinte la cosa es menos fotogénica


menos digna de documentales
y de música dramática de fondo
los poetas de ahora
ya no quieren romper la realidad
porque se las dieron rota
no cuestionan su fe
porque jamás tuvieron
se ríen cuando escuchan

198
la palabra comunismo
y ríen, también
de los alcances de su propia voz
de la mecánica del poema
de la fama artística
(aquí podemos hablar de dos clases de poetas: los que se ríen de la
fama y los que están obsesionados con ella. Me dedico a los primeros,
solamente)
y escriben, escriben
desde su clase media que no tiene el encanto
de la extrema pobreza
de la extrema riqueza
y sus viajes a París
cuando suceden
ya no son para encontrarse con Picasso
ni Huidobro ni Vallejo
sino para tomarse selfies
en los sitios arqueológicos del arte

en general, los poetas


ya no son tan importantes
como fueron hace un siglo

El poema, artefacto concreto de la poesía


ya no tiene el encanto de escandalizar a nadie
sino la obligación de convocar al silencio
de alentar el mundo
de provocarnos la decantación
el poema no es un arma cargada de futuro
no es un arma
es un abrazo
un plato de silencio
lo cual es mucho menos vistoso

199
el resultado de nacer
cuando ya no hay futuro
y hablando de futuro
y otros tiempos verbales
me obsesiona el tiempo.

No lo digo filosóficamente:

Hacer poemas casi todas las veces


es una especie de guerrilla contra el mundo.
Uno escribe mientras los otros duermen.
Uno escribe cuando los otros salen.
Uno escribe cuando nadie mira en el trabajo.
Cuando nadie mira en la fiesta.
Cuando nadie mira.
Mi estrategia de escritura es tener siempre el poema en cuestión en la
cabeza por si hay un momento largo en un embotellamiento de tráfico,
por si hay una espera larga en una sala de espera, por si hay un minuto
que pueda colonizar el poema.
No se trata de escribir mucho, yo
no puedo escribir mucho.
Mi estrategia de escritura es ser lo suficientemente flexible como para
que, en donde sea, pueda ver surgir al artefacto concreto del poema, y
convocar al silencio.
El silencio, el silencio.
El silencio es el motivo
por el cual los poetas que escribimos
cien años después de las Sagradas Vanguardias
no podemos callarnos.

Cincinnati, Ohio
Tiempos de pandemia, 2020

200
HACIA UNA ESTRATEGIA DEL POEMA

Adolfo Castañón

El mejor poema no lo hacen los autores diplomados como tales sino la


voz tumultánime, el coro de lo popular

201
A la memoria de Gonzalo Rojas y de Eugenio Montejo,
a la presencia de Rafael Cadenas y de Eduardo Lizalde.

Hay que hacer un cuadro como se comete un crimen

Edgar Degas

Este proyecto se me aparece como algo desafiante y oceánico. Esta


invitación me sorprende en el momento en que me encuentro armando
la edición de lo que serían los poemas, poemas en prosas, poéticas,
fábulas y viñetas que he escrito y publicado desde 1997 hasta el 2019, y
que han sido recogidos en forma de libro o plaquettes. El volumen habrá
de titularse La campana en el tiempo, haciendo eco a mi título
anterior La campana y el tiempo, que a su vez hacía eco a un verso de
T.S. Eliot, «time and the bell». El conjunto alcanza más de 700 páginas.
Reúne poemas, traducciones, transcripciones y distintas taquigrafías del
tiempo vivido, del tiempo adentro y del tiempo bisagra entre lo privado
y lo público, lo íntimo y lo religioso, lo civil y satírico, lo elegiaco y
tributario de otros poetas como Octavio Paz, a quien está dedicada una
sección o libro dentro del Libro.
Precisamente a él le hubiese interesado este proyecto, y hasta quizá
alguien podría entresacar de su pensamiento poético una gramática de lo
que podría llamarse los signos en rotación. En otra tangente esta
invitación me hizo recordar un cuestionario que hizo el poeta argentino
avecindado en México, Hugo Gola, sobre «El poeta y su trabajo». Las
respuestas que yo le di a su cuestionario se encuentran integradas como
uno de los textos intermedios de mi América sintaxis.
Volviendo al planteamiento, la palabra «Estrategia» remite al
mundo de la guerra y de la épica. En griego estrategós es general y la voz
alude a la capacidad de trazar o planear batallas, se contrasta con la voz

202
táctica, y ambas participan de la idea de cálculo o premeditación. Para
acortar, cabría decir que la poesía confesional o la versificación efusiva
carece de estrategia y que en cambio el Poema en un sentido amplio y
ambicioso, como lo pueden ser los Cantos de la Divina Comedia o los
de Ezra Pound, los himnos y versículos de Whitman, Claudel o Saint-
John Perse y, entre nosotros, el Sueño de Sor Juana, las estrofas de
Muerte sin fin o de la Suave Patria de Gorostiza y López Velarde, o las
aéreas armaduras de Octavio Paz en Blanco, El mono gramático, Pasado
en claro o Piedra de sol, obedecen a ese designio de lo premeditado. Ese
compás que podría llamarse clásico —y que quizá llega hasta las
construcciones de un Eduardo Lizalde, un José Luis Rivas, Elsa Cross o
aun Malva Flores— no sé cómo funciona o funcionaria en el poema
abierto a las corrientes de esta edad insumisa. Es cierto también que no
todo poema ha de obedecer como un soldado a un general llamado
estrategia, pues, si somos atentos a las lecciones de la historia y la
geografía del continente, las grandes batallas hispanoamericanas se han
resuelto más bien en pequeñas batallas, en guerrillas más que en guerras,
lo cual nos lleva a la idea de que el mejor poema no lo hacen los autores
diplomados como tales sino la voz tumultánime, el coro de lo popular,
que a su vez encuentra estratega en ese general o director de orquesta
que es el Poeta que a su vez necesita la mirada y la letra del crítico para
que estampe su sello en la piel de la Palabra y sus constelaciones.

II

Estrategia es voz que alude o presupone la guerra o el campo de batalla.


Asociada a la voz «poema», cobra diversas connotaciones. Una, es la del
poeta como arquitecto; otra, es la del poeta como urbanista que se asocia
con otros poetas para producir un poema colectivo. Eso fue lo que
hicieron en Japón los poetas que se organizaron en el siglo XV para
producir poemas no escritos por un solo autor. El ejemplo más conocido
es el del poeta Shinkei, quien, en 1463 compuso un renga de un centenar
de piezas. Ese mismo año, terminaría la composición de su tratado

203
Sasamegoto. Esta idea de acercarse a una conversación poética, una
«tertulia» contemplativa responde a un ideal caballeresco, no
competitivo, orientado por lo que se llama del «sentimiento de las cosas»,
mono no aware. En esta propuesta lo importante es el diálogo entre un
poeta y otro que van entretejiendo sus versos, con la idea de practicar
«un ejercicio del corazón para penetrar el talento y la visión de otro»,
según advirtió Shinkei en un fragmento del Sasamegoto, que recupera
Jacques Roubaud, el poeta y matemático francés, estudioso de la poesía
japonesa, que fue uno de los poetas —Tomlinson y Sanguinetti fueron
los otros— que acompañaron a Octavio Paz en la aventura de esa puesta
en práctica de la «estrategia del poema» que dio como resultado Renga,
el poema colectivo publicado en 1971 y que está dedicado —y eso no es
casual— a Octavio Paz. Ese lugar textual es uno de los parámetros
ineludibles para pensar desde hoy el tema de la «estrategia del poema».
Ha dado la casualidad de que este texto me haya sido solicitado mientras
estaba revisando lo que algún día será la obra Octavio Paz entre claves.
Índice consolidado de nombres propios de personas, personajes, héroes,
dioses, títulos e ilustraciones en las dos ediciones de las Obras completas
de Octavio Paz que he tenido la fortuna de estar preparando en estos
días junto con un equipo de amigos y pasajeros, compañeros de viaje. El
hecho de que mencione esta referencia incidental no es fortuito. La
estrategia textual siempre ha de estar atenta a las circunstancias que
rodean su realización.

III

En algún lado dice Octavio Paz que no existe la prosa pues en rigor toda
habla es métrica, aunque no se sepa tal, nadie es capaz de hablar sin una
canción o una entonación, un sonsonete o cantadito, o siquiera una tácita
melodía, desde Cantinflas hasta el Presidente, el poeta sería aquel que
sabe reconocer o recoger las canciones de los otros y trasladarlas a lo
intemporal, llámese Amado Nervo, Ramón López Velarde o José
Alfredo Jiménez.

204
IV

La estrategia es cuestión de los preparativos enfocados a la realización de


un ritual que puede llamarse obra: la obra. De la misma manera en que
una boda en el campo presupone la atención a numerosos pequeños
detalles, el proceso para armar esa fiesta de la palabra que es la obra,
exige no pocas cosas previamente. Y una son las provisiones, la materia
prima que se ofrecerá o consumirá en el acto ritual. Lo que se consume
no es ajeno a lo que se consuma. Y en el ámbito de la poesía y de la
experiencia lírica, eso que se consume es el lenguaje. Hay que tener una
buena cantidad de recursos verbales disponibles, un repertorio léxico y
prosódico para poder configurar eso que luego será o podrá ser la obra.
Ahí aparece la traducción como una escuela y una cantera, un gimnasio
y una alacena, un ejercicio espiritual pero también físico. La estrategia
del poema o ante el poema se recorta en un paisaje de traducción,
imitación, paráfrasis, o de dominio de la traslación en el sentido fuerte
de la palabra. Recordemos que en el inglés antiguo la voz translate se
empleaba para designar el acto de la muerte… En lo personal, debo decir
que para mi formación como poeta y escritor la traducción de Después
de Babel de George Steiner presupuso un antes y un después en el
itinerario de mis sucesivos aprendizajes. La estrategia de la escritura ha
pasado siempre por esa fina aguja de la traslación eficaz y respetuosa del
lenguaje del otro, a veces desde el otro siempre en la orilla de la otredad.
La presencia del poema se recorta contra el abismo del silencio.

Cuestionario «El poeta y su trabajo»

En 2003 el poeta argentino Hugo Gola (1927-2015) me propuso este


cuestionario que me parece valioso recoger para este propósito, también
en su memoria. El texto se encuentra incluido en el libro América
sintaxis (Siglo XXI, 2009)

205
Si dejamos de lado el problema de la calidad de las obras, es indudable
que existe una marcada diferencia entre la literatura española
contemporánea y la que se escribe en la América hispana, entre la
literatura norteamericana y la literatura inglesa y entre la de Brasil y la de
Portugal. ¿A qué atribuye usted estas diferencias?

No conozco suficientemente las letras inglesas pero podría hablar un


poco de las americanas y peninsulares europeas escritas en portugués y
en español. Advierto entre las americanas una mayor libertad aunada a
una disposición que va más allá de la curiosidad para dejarse trabajar
desde adentro así por el idioma oído como por el rumor de formas y
procedimientos que nos son ajenos. Acaso ello se deba a que la
excentricidad o la falta de (auto) complacencia en creerse los dueños del
idioma presta a los americanos así una mayor porosidad como una
creatividad más intermitente, imprevisible. Los escritores americanos no
nos sentimos dueños del idioma, ni estamos imbuidos del empaque
jactancioso, pero definitivamente municipal que hace de no pocos
autores peninsulares —pues hay siempre excepciones— indigesta materia
verbal. La falta de tradiciones nos ha llevado a ser necesariamente más
inventivos y antes de ser autores nacionales tuvimos que improvisar
literaturas nacionales, inventar ahí donde no las había voces y letras,
culturas populares. Todavía andamos en eso. También tenemos la
ventaja los poetas y escritores hispanoamericanos de poder leer con una
cierta mirada oblicua la tradición o el tesoro o el canon hispánico. Otro
dato significativo: en los años setenta y ochenta, andaban por el mundo
triunfando las letras y los poetas latinoamericanos, sonaba el boom y
todo el mundo andaba entusiasmado con nuestra literatura. A algunos
jóvenes de aquella época que resentíamos el éxito comercial de nuestras
letras como algo literario pero también como una suerte de imposición
política y comercial, este éxito nos llevó a mirar con curiosidad y
verdadero interés la literatura hispánica entonces descartada por los
geniecillos de la novedad: así leeríamos a Luis Díez del Corral y a María
Zambrano, a Manuel y Antonio Machado, a Eugenio D’Ors y Miguel de

206
Unamuno. Entre los hispanoamericanos fuimos a buscar a Domingo
Faustino Sarmiento y a Mariano Picón-Salas, a Rubén Darío y a Alfonso
Reyes, a quienes vinimos a leer sólo después de conocer a César Vallejo
y a Pablo Neruda, a Cortázar y a Roa Bastos. A Borges lo leeríamos
siempre «como quien consulta la hora», para citar a un poeta. No sé si
entre los españoles de mi generación se haya dado este tipo de
reacciones. Puedo asegurar sin embargo que algunos autores
hispanoamericanos son más cosmopolitas dentro de la misma lengua
que no pocos españoles, aunque la improvisación bajo las palmas y el
chacoteo subsidiado de academias y colegios se da por todas partes.
También existe entre algunos de nosotros la conciencia muy aguda de
que hay que salvar a Europa de los europeos, a Francia de los franceses,
a España de los españoles... Digamos, por último, que América
(hispánica, lusitana, sajona o francófona) es, además de un territorio y un
mosaico de geografías humanas, un estado de ánimo, una inclinación o
declinación moral: un poeta mexicano en el sentido fuerte de la palabra
es un mexicano electivo; los escritores hispanoamericanos dueños de
cierta lucidez son ante todo voluntarios de esa falla o fisura cultural
llamada América.

¿En qué medida la poesía que se escribe hoy en día es todavía deudora
de los logros de las vanguardias del siglo XX?

Habría que partir de casos específicos para no naufragar en una oceánica


indefinición. Entre tanto, constatemos que «los logros de las vanguardias
del siglo XX» no necesariamente son o pueden ser advertidos como
logros y que vanguardia puede ser a estas alturas sinónimo de academia
y convencionalismo. La deuda —la fisura— del que intenta escribir un
poema desde el hoy coetáneo —tan abigarrado y caótico, tan próximo del
bazar y del caos increado— ha de hacer suyos como causa los efectos de
aquellos gestos y gramáticas que aspiraban a una incursión en lo inédito
y originario —es decir en la vanguardia—. En lo personal, hago mías en
mi poesía —desde el filo clandestino del crítico (o del que es conocido

207
en público como editor y crítico) que escribe poesía, del poeta marginal
que lo es aun para los márgenes encarnados o representados para los
poetas— más que los «logros» supuestos de unas vanguardias dizque
legendarias y prestigiosas las reacciones ante las mismas: de ahí que me
interesen tanto los poemas de Alfonso Reyes, los ensayos y poemas de
Luis Cernuda, las traducciones poéticas de Menéndez y Pelayo, los
ensayos y poemas de Carlos Mastronardi, los poemas de Guillermo
Sucre, las traducciones poéticas de Luis Díez del Corral, los ensayos de
Juan Goytisolo, de Octavio Paz y de Lezama Lima. En estos tiempos de
transición, me intereso sobre todo en los interregnos, en los espacios que
son paréntesis, en las escrituras que van al borde del silencio desde la
memoria.

¿Considera usted que la voluntad es un elemento decisivo en la


elaboración de una obra poética o ésta es más bien el resultado de una
confluencia de factores en su mayor parte ajenos a la voluntad?

Más que la voluntad, junto con ella y más allá de ella, quisiera pensar que
la obra poética se articula desde un darse cuenta. Me gusta la
connotación inglesa del tomar conciencia: to realize. Si lo trasladamos a
nuestro castellano andar, podemos decir que tomar conciencia es dar
realidad y que sólo se encarna aquello de que se da cuenta. El poema
nace de ese toma y daca de la conciencia y del estar en sí. En cuanto a la
«confluencia de factores en su mayor parte ajenos a la voluntad»,
entiendo que se trata de un hecho ineluctable y en parte susceptible de
transformación. En la medida en que el poeta pueda ser dueño de algo
de experiencia en el mundo y de algo de memoria, en la medida en que
sea capaz por así decir de una conciencia sintáctica de la tradición que le
es accesible y de la experiencia que le resulta dable, en la medida en que
sea capaz de imaginar su lugar dentro y fuera del mundo, en esa medida
los elementos aleatorios le serán menos indóciles o refractarios al
designio de su decir.

208
Una herencia de la poesía del siglo XIX y principios del XX fue la posición
crítica del poeta frente al mundo. Esta posición crítica con respecto a lo
político, lo moral, lo religioso, lo filosófico, lo científico, ¿cómo la vive y
ejerce el poeta contemporáneo?

La herencia crítica que pone al poeta ante el mundo y lo lleva a pedirle


cuentas se remonta a mi ver a épocas anteriores. En Isaías ya es posible
reconocer una voz disidente. El poeta contemporáneo puede conjugar el
verbo de la crítica de muchos modos pero debe partir de una
desconfianza instintiva, casi prenatal, ante el lenguaje que es al mismo
tiempo su pasión y su razón de ser. La ha de vivir en la lectura del mundo
y de los libros y la ha de ejercer ante todo sobre sí mismo y sobre sus
palabras y lecciones. Una buena forma de suscitar la autocrítica consiste
en intentar escuchar las propias palabras en boca de otros. Otra vía se
abre a través de los ejercicios de traducción. Otra consiste simplemente
en leer el periódico de cada día.

¿Existe alguna forma de saber que uno se encuentra en presencia de un


auténtico poema?

Algunos románticos hubiesen propuesto el lagrimómetro; algunos


vanguardistas, la asombrometría. Más modestamente, yo diría que sólo
la memoria es capaz de saber, o sea que sólo se puede saber cuándo ha
estado uno en presencia de un auténtico poema cuando algo en nosotros
lo recuerda o exige o anhela el recuerdo de su ritmo. También me gusta
pensar en la teoría de los armónicos de Amado Alonso o en la emoción
lúdica que propone Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del
hombre. En otro sentido, me gustaría intentar pensar o definir cuál es el
estado de ánimo idóneo para reconocer un poema.

209
¿Cuáles piensa usted que sean los medios idóneos para dar a conocer la
poesía en nuestros días?

Todos son válidos. Parafraseando al Quijote: todo es menester para lo


que traigo entre manos. Los medios idóneos para conocer y dar a
conocer poemas son el libro, la revista. También a través de la red, en
las lecturas privadas. La poesía o el poema pueden aflorar también en la
radio, en la TV y hasta en la publicidad. El mejor medio para dar a
conocer la poesía, su elemento natural es el fervor. Ahí donde se da una
alta intensidad espiritual, ahí donde se concentra la energía de la
inteligencia sensitiva, ahí aflorará la expresión como instancia de la
autosalvación y autorredención del hombre a través de la relación autor-
poema-lector.

Considera usted que la poesía se encuentra actualmente amenazada.


¿Qué estrategias de resistencia o supervivencia le parecen practicables?

La actualidad es por definición envolvente. Por definición, la actualidad


resulta amenazante para la presencia y en particular para la presencia
distante, la íntima lontananza que emana del acontecer poético. No creo
que esta época sea menos inhóspita que otras; cada uno a su modo,
Ovidio y Dante, el Tasso y Quevedo, Martí, Rilke o García Lorca: los
nombres de los poetas suelen ser sinónimos de un sobreponerse a esa
amenaza de un poder y saber afirmarse en la intemperie.

¿Cuál debe ser la actitud del poeta ante una sociedad que intenta
homogeneizar la experiencia de los hombres?

Ante la movilización total, es claro que el poeta ha de crear espacios


interiores de libertad irreductible y ha de perseverar en su propio ser,
aunque se debe ser consciente de un riesgo: sobre actuar la propia
diferencia. Un tenso equilibrio entre los imperativos éticos y estéticos ha

210
de orientar el camino de la sobrevivencia de lo singular comunitario que
encarna en lo profundo del poeta.

¿Qué importancia le atribuye usted a la reflexión sobre el trabajo


poético?

Pensar el acontecer poético tiene una triple significación:


1] la que tiene para el propio quehacer reflexivo;
2] la que representa para la tarea lírica misma;
3] la que tiene este vínculo entre pensamiento y sentimiento para el resto
de los saberes y quehaceres en la medida en que estas dos
manifestaciones —filosofía y poesía— son acciones precursoras del resto
del humano quehacer fundado en el lenguaje.

¿Para qué la poesía hoy en día?

Para salvarnos del narcisismo del presente, de la ritualización de la


charlatanería, de la idolatría de lo efímero. Para salvarnos de la ausencia
y la soledad que prodigan los medios de comunicación; para alimentar
otra política; para permitirnos respirar en el seno de lo irrespirable.

¿Vislumbra usted la posibilidad de que en adelante la poesía se integre


más abierta y libremente a los espacios sociales y abandone su posición
de resistencia y marginalidad? ¿O bien esa condición marginal forma
parte de la naturaleza de la poesía?

Quizá las dos cosas: una mayor integración no excluye una conservación
de la marginalidad, acaso incluso la independencia radical sea una
condición para alimentar esa integración. Lo irreductible alimenta y
sostiene la difusión.

211
¿Implica algún riesgo para la poesía la profesionalización del poeta?

No lo entraña en la medida en que la profesionalización logre hacerse


casi imperceptible y se afirme en el orden de la levedad y la gracia.

¿Vivimos, desde su punto de vista, en una época propicia a la


experimentación poética?

En la medida en que esta edad ha transformado los instrumentos de la


comunicación y del lenguaje, en esa medida la experiencia literaria se
encuentra necesariamente solicitada por la experimentación.

¿Qué características debe tener una buena traducción poética?

Una buena traducción poética es un ejercicio de resurrección en otra


lengua del poema. Sus signos característicos son una presencia
perdurable, una intensidad memorable y perdurable. La poesía acepta y
aun exige la imitación, y la traducción ocupa un sitio axial en la red de la
comunicación. La salud del poema se mide en la calidad de sus
traducciones: ritmo, idioma, armonía, arcoíris semántico y asociativo.

¿Puede la poesía producir transformaciones en el ámbito de la


conciencia y de la sociedad?

La poesía y el arte transforman en sus propios términos lo social, pero la


conciencia a mi ver no se transforma, sólo es, está, alienta y perdura.

¿Cuáles son, a su entender, las relaciones entre la poesía y el cuerpo


general del lenguaje? ¿Cree usted que el poeta tiene alguna
responsabilidad en particular dentro del mundo lingüístico del que
forma parte?

212
Desde luego, el poeta es el guardián y el custodio del lenguaje, el
conservador de sus asociaciones presentes y porvenir; el poeta es el
anfitrión en las fiestas que amenizan los palacios del lenguaje.

¿Puede decirse que en los últimos decenios han aparecido formas de


escritura poética que cuestionen aquellas que han sido predominantes a
lo largo del siglo XX?

No lo sé, francamente: de otro lado no sé hasta qué punto «cuestionar»


(palabra proveniente de la filosofía y de la política) sea apropiada para
expresar el movimiento de los eslabones poéticos.

Enero de 2003

213
EN CASA (DE LA SERIE NESTING)
Ileana Garma

Técnica: Óleo sobre lienzo


Dimensiones: 90 x 60 cm
2019

214
CARTAS SOBRE LA POESÍA

Ileana Garma & José Luis Justes Amador

Nada necesita más la poesía que el error

215
A more complete assortment of the infinite fractions of solitude

V. N., Ada or Ardor

29 de mayo de 2019

Mediodía

Mediodía, como si fuera éste el lugar en el que me encuentro. Y es que,


como en una novela de Conrad, estoy en esta hora del día, en este verde.
Acaba de llover y se abrieron los olores de la tierra. Los pájaros
escandalosos me enjaulan. La casa pareciera estar a punto de ser
devorada por los árboles que nos rodean. Así te escribo.
Han sido días lentos, pero no me basta. No me basta la tranquilidad
ni el silencio. Quiero desprenderme de todo compromiso y dedicarme
exclusivamente a mis hijos, a escribir y a pintar. No sé por qué digo que
sí a invitaciones para presentar libros o para ilustrarlos. Ahora mismo
estoy sufriendo con eso. Debí decir no y me pesa. Me pesa pintar algo
que no sean rostros, rostros gigantes. Cuerpos. Eso quiero hacer. Pero
estos días estoy pintando animales. Iguanas, pájaros, libélulas. Y espero
hacer un buen trabajo y no volver a aceptar invitaciones después de esto.
Ayer un amigo querido de Mérida me escribió para preguntarme
si quería presentar un libro suyo. Le dije, —impulsivamente, como soy
yo— que sí. Que presentaría su libro. Cinco minutos después ya me había
arrepentido.
Dos novelas de Jane Austen. Esta semana estoy leyendo dos
novelas de Austen al mismo tiempo. Quiero que esa mujer sea mi
camino. Pero te casaste, me dirás, pero tienes hijos. Así es, querido
Justes. Y no creo que haya un motivo más contundente para seguir. Nada
me parece más triste que una mujer triste. Que una mujer que no hace
lo que desea hacer. Lo que quiero decir es que Jane no dejó de escribir
una y otra vez, en cada novela, sobre la vida cotidiana de las mujeres

216
comunes. Bajo sus finales felices se encuentran los rostros gigantes que
yo busco en la pintura y los cuerpos en todos sus matices.
En un ensayo cuyo título no recuerdo, leí una vez que Jane no pudo
escribir poesía, porque, con todas las tareas domésticas que tenía que
realizar, no había manera de que lograra concentrarse tanto como un
buen poema lo requiere. Me quedé pensando mucho en este punto
porque a mí, me ocurre todo lo contrario. Así que mi ideal de escritura
es un libro de poesía que sea una novela. Ya he encontrado algunos
libros de poesía que me lo parecen.
Pero, dime tú. ¿Cuál es tu ideal poético?

217
I

Or else: all is translation

James Merrill

Somos, y sin poder evitarlo,


un idioma privado que debe

convertirse en público o arriesgarse


a quedar para siempre incomprensible.

¿Qué más somos? ¿Qué otras palabras


usamos o deberíamos usar?

¿Las nuestras si es que acaso


podemos llamar nuestro a algo

o las de la tribu ya agotadas


y que nunca dirán exactamente

lo que queremos que digan?


Es más fácil, mucho más fácil,

formular preguntas que responderlas.


Saber lo que no sabemos es más fácil

que estar seguros de algo. Tú preguntas


y yo no sé qué responderte.

No puedo elegir, no sé
qué prefiero o a qué aspiro.

218
Mi única certeza incierta
es que siempre tendremos algo que decir

y también siempre alguien que sienta


el impulso de hacerlo.

Y junto a ella una pregunta.


¿Para qué interrogarnos si

sabemos que no hay respuestas?

219
Junio 2019

Querido Justes:

He pasado el día observando alas de insectos.

Son de una delicadeza que sorprende que vivan afuera, que pueblen la
noche, que anden el viento, que coexistan, en fin, con un mundo lleno
de pliegues rugosos, de esquinas, de puntas. Las libélulas, por ejemplo,
pareciera que vuelan con hojas de libros desgastados, antiguos. Yo con
gusto las tendría en casa, revoloteando cerca de mí, como pequeñas
hadas. Ahora me pregunto por el idioma privado de los grillos, de las
cigarras. ¿Estará lleno de estrellas?, ¿de humedad?, ¿de tierra?
Pienso en el idioma privado del que hablas. ¿Qué tanto puede
cerrarse y qué tanto puede abrirse? Volverse público. ¿Sabía George
Sand que sus cartas a Flaubert se volverían públicas?
En la epístola que inaugura esta compilación de cartas, George
Sand comienza por hablar de sus hijos, de un viaje que realizó con ellos.
Mi idioma privado, por ahora, se reduce a esto. Esas niñas que fui, que
estoy buscando, esos niños que me rodean ahora, que también se
esconden. Pintura, caminatas bajo almendros, comidas ruidosas. Es tan
físico el presente, tan corpóreo, que temo que si dejo de pensar en las
palabras, las palabras se alejen.
No lo permitas.
Pienso en un lenguaje privado. ¿Qué clase de música hacemos para
el mundo con nuestro cuerpo? ¿Nuestros autobuses?, ¿Nuestros
aviones? Cigarras, grillos, libélulas, ¿cómo percibirán todo esto?
Insectos, como los que aparecen en los primeros versos de Scenes
of Childhood de James Merril, porque todo lenguaje se reduce a la
memoria. Quiero tener presente por qué comencé y por qué quiero

220
seguir. Dime, Justes querido, por qué comenzaste a escribir poesía. ¿Por
qué comenzamos?

Quedo de ti

221
II

Ego autem coacervavi omne quod inveni

Nennio

Supongo que las cigarras


en su cigarridad cantan
una a la otra y devuelven
un idioma de verde y lluvia
(¿recuerdas aquella lluvia nuestra?)

y supongo que cualquier viviente


a su modo comparte de su yo
a otro semejante y dialoga
en el código de su inmutable sangre.
¿Por qué no podemos nosotros entonces

utilizando la misma naturaleza


que compartimos con las bestias
decirnos sin más de uno a otro
y esperar que, simple, regrese una respuesta?
Podríamos, sí, y muchos antes de nosotros

lo intentaron para dejarnos tan solo


constancia de la imposibilidad, intentos,
borradores y lo mejor de sus fracasos,
palimpsestos de una conversación
que no ha de terminar nunca.

Y nosotros, estúpidos e ingenuos,


como los jóvenes de Gil de Biedma,

222
pensamos que era posible decir algo
y ya era tarde para arrepentirnos
al percatarnos de un error tan grave.

La pregunta no es entonces
¿por qué empezamos? Tal vez sea
¿por qué nos empeñamos en no dejarlo?

223
Martes 25 de junio de 2019

Me ha costado mucho salir de un espeso letargo esta mañana.

Estuve recostada en la cama y más tarde en el reposet de la sala hasta las


nueve. A esa hora tomé el desayuno y mi primera taza de café y me
obligué a salir a caminar. Llevé de paseo a mi bebé por las calles
arboladas donde una deliciosa brisa se niega al verano. Esta es una
mañana fresca. De regreso nos dimos una ducha y ahora mi bebé
duerme. Y es que regresamos de un alargado fin de semana en Mérida.
Es increíble como una ciudad tan pequeña puede resultar a veces
desapacible. La encuentro, en contraste con el campo donde vivo ahora,
ruidosa, inundada de una luz malsana, hirviente. Pero ahora ya todo está
bien. Mientras escribía el inicio de esta carta recibí una llamada de mi
madre, ya sabe que llegamos con bien y ya estamos ocupados en las
actividades de siempre.
Justes querido, varias veces comencé a escribir esta carta en mi
mente, ahora no recuerdo nada de lo que apunté mientras revisaba
papeles, comparaba paletas de colores en este pequeño estudio o leía.
Lo cierto es que este diálogo alimenta mi espíritu. Escribirte una carta.
Este género que parece cada vez más ajeno a nuestro tiempo de 280
caracteres.
Ahora releo tu carta-poema y pienso en nuestra naturaleza animal.
Mi pereza, mis interminables letargos que me mantienen tirada mañanas
enteras en un sillón. Creo que esta manera lánguida de ser es la que me
une a la literatura. Creo que, de haber sido de otra manera, más
saludable, más enérgica, quizá no buscaría perderme entre libros.
Observo jugar a mis hijos, corretear entre los jardines. Yo no era así de
pequeña. Yo esperaba que las respuestas llegaras pausadas. Yo no sé
correr, francamente. Me gusta andar despacio entre laberintos.
Si esta conversación es un fracaso. Está bien.

224
Nada necesitamos más que fracasar. Que ser hermanos con la
pérdida. Nada necesita más la poesía que el error. Las marcas perfectas
no existen aquí. No somos deportistas ni científicos. Somos seres
enmarañados. A veces me pregunto si una buena dosis de hierro podría
alejarme de la poesía. Pero no, Justes querido, no es tan sólo una
debilidad lo que nos mantiene aquí. Sino el sabernos, constatarnos como
objetos de una confusión permanente. Dime que no.
Yo escribo, te escribo, para aclarar mi propio pensamiento
divagante.

Tuya

Ileana Garma

225
III

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,


y la más innoble
que es amarse a sí mismo

J. G. de B., “Contra Jaime Gil de Biedma”

La intensidad del canto y la amarga, leve, gravedad de la ceniza

Olvido García Valdés

Escribes «propio» y «pensamiento» y «divergente»


y me digo que con esas palabras nos basta.

Pero irrumpe, de repente, lo cotidiano en tu carta


y hablas de paseos y de siestas, de trabajos pendientes.

Pienso en el insoportablemente necesario día a día


y su imposible balance con el arte de nuestro empeño.

(«Porque una cosa», escribía inédito Luis Alberto,


«es la teoría/ que emana de lo alto
y otra las malas prácticas/ de los hombres»).

Y es solo en esos rituales humanos y repetidos


que nos llega un ruido, un ritmo, una palabra

y nuestra única misión es sacarlos (no del todo)


afuera de nuestro tiempo finito, hacerlos imagen

nuestra y de nuestro devenir y de un modo


que cualquiera pueda reconocer suyo y decir

226
«esto es y estas son las palabras para esto».
Pero me es terrible pensar si alguien ahí afuera

esté interesado en nuestro «propio pensamiento divergente».

227
TRES CARTAS SOBRE LA POESÍA
EN CORRESPONDENCIA CON CARLOS ÁVILA18

David Noria

La literatura es una danza entre lo rígido y lo vaporoso, lo estable


y lo cambiante. Y aún la noción misma de forma, bien entendida, no
remite al cascarón, sino al propio sentido.

18 Carlos Ávila Villamar (Holguín, Cuba, 1995). Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso
en 2015 y de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana en 2019. Ganó el Premio Internacional
de Minicuento El Dinosaurio en 2016 y codirigió la revista Upsalón entre 2017 y 2019. Es autor del relato largo "Los
profetas", publicado por Literal Magazine en 2019.

228
1

Marsella, jueves 16 de abril de 2020

Estimado Carlos:

Es justa tu observación sobre mis poemas. Hay en ellos dos tendencias que
contrastan: el verso libre, y las formas clásicas; o, como tú dices, una
«profundamente sensorial» y otra «musical y conceptual». Para usar una
fórmula de Paz, los primeros se encontrarían Ladera Este, y los segundos,
Ladera Oeste. Es decir que aquéllos se afirman en la poesía moderna (la que
viene de las «vanguardias», con preponderancia de la imagen, la sensación y el
prosaísmo), al paso que éstos se inscriben –quiero pensar– en el corazón de la
tradición de Garcilaso y Sor Juana: barroco que es música, retórica y exaltación
de un objeto o «tema» trascendente. Recapitulando: imagen/ música; frase/
verso; intuición/ programa; coeur/ esprit. Al menos así me figuro yo las
categorías poéticas. Pero hay que desconfiar de cortes tan tajantes, pues en la
poesía conviven todas las nociones. Una va de la mano de la otra. Más aún:
una defiende a la otra. Si mis intentos en la poesía se han orientado más al
«canto», no me resigno por ello a privarme de la «imagen» (y en el fondo la
poesía no es canto ni imagen sino algo mejor y más secreto). Siento que escribir
de las dos maneras es como decir «tengo brazo derecho y brazo izquierdo», o
para recordar a Darío: «Que si hacemos el panal/ tenemos el aguijón».
Me preguntas también por mi ritmo de escritura de poemas. Poco menos
de un año, hasta ahora, estuve en silencio. El segundo semestre del año pasado
fue de pausa. Como el corazón no cantaba, puse a trabajar la mente y escribí
ensayos. Soy testigo de que la poesía visita. Cuando yo la busco, no la
encuentro. O tal vez busco mal.

Un abrazo

DN

229
2

Marsella, martes 21 de abril de 2020

Tus generosas preguntas, estimado Carlos, me han lanzado a ciertas


reflexiones. Escribo poemas y, sobre todo, los leo, porque sé que existe
la poesía. Sin embargo, ¿desde cuándo lo sé? Haciendo memoria, me
encuentro por muy tarde a los doce años en la secundaria. El profesor
de español llegó un día a proponernos un concurso. Escribió en el
pizarrón «Las dos grandezas» de Campoamor, donde Diógenes y
Alejandro conversan de un modo asombroso («¿Y eres dueño del
mundo/ no siendo dueño de ti?»). Nos dijo que en la clase siguiente cada
uno pasaría al frente del salón a recitarlo de memoria, y que estaría
presente el director. Llegado el día, sólo dos o tres habíamos logrado
aprendérnoslo todo. Para los finalistas se tomó en cuenta además la
entonación y el sentimiento con que lo recitamos. Contrariamente a mi
amigo que lo dijo de un modo casi teatral y muy exaltado –hoy diría, con
patetismo–, yo ofrecí una recitación más mesurada, y gané el concurso.
De aquí saqué, sin tenerlos todavía muy claros, algunos datos concretos:
la poesía, además de crear en torno a sí un ambiente especial –parte
expectación, parte rito– producía reconocimiento y admiración, además
de una relación más profunda con la soledad personal. Pero también
traía una exigencia: después, fuera de la clase de español, sentía como si
se esperaran de mí palabras bellas y buenas. Confieso que sigo sintiendo
esa responsabilidad. Hoy sé además que las palabras duras o difíciles
tienen también su oficio, y es preciso saber administrarlas
oportunamente: en el momento de la polémica, para atacar o defender,
o en el momento de la confianza, pues mueven a simpatía. Las palabras
hacen algo más que simplemente unir y separar. Hay casos en que
funden o dividen. Y luego está el coloquio cotidiano, que compartimos

230
con el resto de los hombres, al servicio de la convivencia, la cortesía y la
necesidad.
Antes del episodio que te refiero, encuentro mucha poesía en mis
primeros años. Recuerdo que mi padre tarareaba al borde de mi cama:
«Érase una vez un lobito bueno/ al que maltrataban todos los corderos,
etc.», buen ejemplo del tópico del mundo al revés. Pero el verso y el
sentimiento de lo poético, durante mi infancia, están sobre todo
relacionados con mi madre, como cuando ella recordaba la fábula de
«Rin Rin Renacuajo» del entrañable Pombo; o en los cantos de Mercedes
Sosa, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez con los que llenaba la casa; y
también en los salmos del rey David, mezcla asombrosa de emoción y
sobriedad, que a veces repetíamos al acabar el día, con esa piedad un
tanto naïve de la niñez. «Orar» y «oral» vienen de la misma
palabra os que significa «boca». Ahora que lo pienso, mi infancia está
llena de literatura y poesía, transmitidas no por la lectura directa sino por
la voz de mis padres. Otra constatación: mi madre me inscribió en una
escuela de música, la Ollin Yolliztli. Más tarde habría de aprender el
piano. Pero de la música te hablaré en otra ocasión. Si lo apunto es
porque intuyo que dentro de mí música y poesía son dos nociones que
se dan la mano.
La primera vez que alguien me regaló un libro de poesía debió ser
a los siete años. Era un libro de Carlos Pellicer. Nunca leí ese ejemplar,
pero lo recuerdo porque fue entonces que sentí en las manos el peso de
la poesía escrita. Han tenido que pasar muchos años para sentir, además,
el trópico y el sol de este poeta viajero, cuyos versos, no sin misterio, me
han recibido después como un signo favorable en inesperadas regiones,
como los Andes, el mar Egeo o la Provenza. En otro sentido, he
comprobado que la poesía es un bien de intercambio: se regala, se vende,
se compra, se gana, se roba, se especula, se medra con ella. Y otras cosas
sin tasa. A cambio de unos poemas se puede conseguir o enardecer el
amor de una mujer o el odio de un enemigo, asumiendo, claro, que la
mujer y el enemigo nos honren con su amor y su odio, cosa que a veces
he llegado a dudar seriamente. La poesía también le da un sentido a la

231
soledad y a la contemplación. ¿O no será más bien que es ella la que
inventa la soledad y la contemplación?
Pero no fue sino hasta el primer año de la preparatoria que me
encontré de frente, y como objeto de estudio, con la poesía. En esta
ocasión la profesora escribió el «Romance de la Luna» de García Lorca
en el pizarrón. Luego nos miró con una sonrisa misteriosa y nos preguntó
sencillamente qué decía. Extraña pregunta. «La Luna vino a la fragua/
con un polisón de nardos, etcétera». Sí, eso dice, pero ¿qué significa? Me
di cuenta de que no sabía qué era la fragua, ni el polisón, ni los nardos.
Al cabo de la clase todos pasamos de la nula comprensión de los versos
al mayor arrobo concebible. Supe ahí que la poesía no es obvia, y que
hay que esforzarse por entenderla, usar diccionarios, figurarse con la
imaginación lo que dicen las palabras, preguntar a los que saben,
reflexionar uno mismo, repetir el poema varias veces. Pero aprendí sobre
todo que este esfuerzo valía la pena. Se abría el horizonte de un nuevo
placer y una nueva disciplina, que entre más se cultivaban, resultaban
más intensos y sutiles. Curiosamente, cuando releo hoy este poema de
Lorca, ya no me dice nada. Poco importa, lo recuerdo como a un viejo
amigo con el que ya no se tienen afinidades.
Durante ese mismo año de la preparatoria (la Prepa 6 de
Coyoacán), leímos una buena selección de poesía española. Otros dos
descubrimientos heráldicos de entonces: fray Luis de León y Dámaso
Alonso. Es decir, la gran poesía de nuestra lengua y la crítica profesional.
Las dos nos meten de lleno, a un tiempo, en la historia de la cultura y en
el meollo de lo humano: he aquí el encuentro de lo vasto —la historia— y
lo pequeño —el individuo—; lo público y lo íntimo. Esta lectura de la
poesía a la luz de los estudios, ya solitaria y jamás abandonada, fue como
la continuación natural de aquellas clases de literatura. Desde entonces
poesía y crítica han ocupado mis mejores horas.

Abrazo hasta La Habana


DN

232
3

Marsella, jueves 23 de abril de 2020

Estimado Carlos:

He tenido la costumbre de fechar todos o casi todos mis poemas. De los


que considero tales, el primero data de 2015. Me acuerdo de que lo
escribí mientras me estaba despertando. Ese día había algún cumpleaños,
por lo que habían contratado una banda de músicos que llegó temprano
a la calle. Entre sueños escuché las melodías y poco a poco, confundido
y encantado, fui despertando con unos versos en la mente que escribí al
instante. El poema dice:

Mandarina y pan
y queso con miel
invitan a recordar
a Polifemo, el de ayer.

Pues la marimba a mi calle


se me acercó caminando
–salieron viejas y niños–
gocé una nota: tu talle;
cilindro, quedé temblando;
recordaré tu sonido.

No tengo cabras ni esclavos


–suerte de corrido griego–
pero sí tengo manzanas.
Si quieres limar los clavos
que tú pusiste en mi pecho

233
ven, cantaremos mañana.

Mandarina y pan
y queso con miel
invitan a recordar
a Polifemo, el de ayer…

[23 de enero, 2015]

Cuando lo escribí todavía no conocía los esclarecedores y enojosos


manuales de métrica. Pero de todas formas aquí se ve cómo ya tenía una
intuición del verso menor y alguna idea de la rima. Es natural, puesto
que, como te he contado, había leído y escuchado estas formas, si bien
no las había hecho conscientes. Es la época en que leía especialmente a
Rubén Darío y a Alfonso Reyes, a los que por cierto no he soltado jamás
de la mano.
Recuerdo también la primera vez que estudié con algo de minucia
una forma métrica castellana. Busqué en la antología de Menéndez
Pelayo la «Oda a la vida retirada», y sobre el texto empecé a dividir con
lápiz cada una de las sílabas de esos 85 versos que ya entonces me sabía
de memoria. Y después, el análisis. Extraje el esquema regular: 17
estrofas de cinco versos cada una. Cada estrofa compuesta en este orden:
heptasílabo, endecasílabo, heptasílabo, heptasílabo, endecasílabo. Y
luego el orden de las rimas consonantes: rima A en versos 1 y 3 y rima
B en versos 2, 4 y 5, y así sucesivamente. Pasó más tiempo para que
entendiera el rejuego sutil de los acentos y las posibilidades semánticas y
rítmicas que conllevan. Ves pues que, por así decir, encontré la llave de
la poesía por mi cuenta, inductivamente, lo cual me permitió valorarla
aún más. Ahora veía mejor la dimensión de los grandes poetas, que
desde entonces me parecieron más dignos de asombro y admiración.
Estos «secretos» de la métrica, con ligeras modificaciones, han sido un
recurso común de la creación poética de Occidente desde el
Renacimiento, y nos abren la puerta de la poesía en italiano, francés,

234
portugués, inglés, etc. Recuerdo la elocuencia con que Fernando Vallejo
pondera esta preminencia de las formas y las fórmulas en su libro Logoi.
La literatura es una danza entre lo rígido y lo vaporoso, lo estable y lo
cambiante. Y aún la noción misma de forma, bien entendida, no remite
al cascarón, sino al propio sentido. Pero estos, bien lo sabes, son ya los
arcanos de nuestro oficio, que a veces es mejor callar. Oficio no
necesariamente de poeta, sino de lector capaz.
Es verdad que la poesía moderna se aleja de esta tradición. Nos
asomamos con provecho a las tradiciones de Oriente, de África y de la
América profunda al mismo tiempo que asumimos el vértigo de la
modernidad. Nuestra alma parece ensancharse y enriquecemos nuestra
concepción de la poesía (el surrealismo fue un gran impulso para estos
fines). Asumimos plenamente que un poema no es por fuerza una forma
dada, ni la combinación de rimas, sílabas y lugares comunes, sino una
creación, en el sentido profundo. Y así llegamos a la definición de la
poesía que Octavio Paz hizo suya siguiendo las huellas de Jakobson: un
objeto verbal.
La poesía moderna zarpó hace más de un siglo. Con ella hemos
descubierto un verdadero Nuevo Mundo. Pero yo me he traído de
contrabando a esta aventura el lápiz del que te hablé, con el que mido
sílabas, y hasta un metrónomo. No te ocultaré que me sonrío al
comprobar que muchos de los «poetas» de hoy no saben dónde van los
acentos de un endecasílabo, dónde está la cesura del alejandrino o,
mejor, qué es una cesura, y hasta qué es una sílaba. Pero este barco es
de gran calado, y hay lugar para todos.

Un fuerte abrazo,

DN

235
EL EFECTO DE LA LUZ EN LA SEMILLA

Felipe Díaz

Registrar en palabras el movimiento telúrico […]


su vertiente volcánica

236
¿Qué es la poesía?

¿Cuál es tú tarea, poeta?

¿Intentar traducir en palabras


sensaciones profundas y complejas

o escribir en verso las imágenes


y registrar el fenómeno estético
que te produjo dicha sensación?

¿Cómo intentar traducir el relieve de lo que es la poesía? Y no me refiero


al poema en sí, hablo del fenómeno íntimo que provoca una acción
creadora, del punto de inflexión que nos lleva a querer registrar en
palabras el movimiento telúrico de su actividad, su vertiente volcánica.
Grandes intelectuales, en todas las eras, han escrito páginas reveladoras
sobre la poesía, el poema y el quehacer poético, pero nadie se ha puesto
de acuerdo. Hoy en día nadie ha encontrado la definición exacta para la
poesía, y estas páginas tampoco pretenden hacerlo.
Hay que aclarar una cosa, cuando intento hablar de la poesía, no
me refiero a la obra poética.
Me refiero, como ya dije, a su fenómeno telúrico/volcánico, a su
primer indicio físico y al origen de ese impulso.
Lo curioso es que si le preguntamos a un poeta sobre qué es la
poesía, es casi seguro que no sabrá responder, o que en su respeto en
torno a lo inabarcable de este arte y de su forma, se arriesgue a
contestarnos con una modesta definición personal, o peor aún, que dicha
pregunte agite las aguas de su mente en torno a lo que ha concebido
como «poesía» y responda con vaguedades. Esta información podría
sernos útil, totalmente, pero también será información incompleta. El

237
instante en que la poesía entra a gestarse en el óvulo que definirá sus
singularidades, y el momento en que ese poema reclama su parto son
cosas distintas a la «aparición del poema» en el poeta, que, siguiendo la
analogía del gen creador de un organismo a otro, vendría a ser el «deseo
sexual que provoca el amor y/o la belleza». Federico Schiller, poeta
alemán y contemporáneo de Goethe, decía:

Tout d'abord mon âme est remplie par une sorte de dispotition
musicale; l'idée poétique ne vient qu'ensuite.

En un principio mi alma se sumerge en una especie de


disposición musical; la idea poética no aparece sino después.

Esto vendría a ser la poesía en su esencia: desde que se forma hasta que
nace con cierta predisposición sensorial. Lo que sigue a esto es un
proceso de intimidad que vuelca lo que somos, vía materia experiencial,
a la forma y al estilo de la creación, algo que le incumbe solamente a
quien escribe, cosa sencillamente insondable y que se aplica a cualquier
expresión artística. Esto es porque en el poema, aunque en él vibre e
ilumine la poesía, no es la poesía en sí, sino el río que refleja su imagen
de manera clara/práctica u oscura/intuible. Manuel Rojas, escritor y
padre de la novela moderna chilena, escribe:

El poema es a la poesía lo que el fruto al árbol. Y el fruto no


es el árbol ni mucho menos las raíces. ¿Dónde reside el árbol?
Indudablemente en la inteligencia, que es la razonadora. Pero
¿y las raíces? Ahí termina el conocimiento y principia lo
desconocido, lo inefable. Claro es que reside también en el
hombre, pero en el hombre ignorado por sí mismo. Esa es la
cuestión, cuestión que día a día parece pertenecer más al
campo de la psicofisiología que al de la filosofía o al de la
crítica literaria.

238
No podría decirse que la poesía es acción (verbo) en su sentido exacto,
porque la acción es el ejercicio de una potencia. Podría decirse que, hasta
el momento en que surge la poesía en el ser humano, esta es una especie
de vibración sin forma, abstracta, madre del impulso que, según André
Bretón, nos permitiría imaginar un caballo galopando sobre un tomate.
Algo puro, que, como cualquier indicio vital, moriría si no encuentra una
dimensión en la cual prosperar.
Llamemos a este primer latido «inspiración». Esto es percepción
física, fenómeno de síntesis e incluso sinestesia: corolarios emocionales,
verbales y musicales (pequeñisímos big-bangs sensoriales) que se
producen mediante el quehacer mental, biológico y cultural del ser
humano.
Estos materiales, una vez recibidos e incorporados al cerebro, no
permanecen inactivos: como si fueran guarismos, se suman, multiplican
y restan; trabajan, juegan, se disgustan y, una vez puestas en equilibrio,
conforman una imagen. Como dijimos, este fenómeno requiere de cierta
predisposición del espíritu, de simetrías y experiencias que, mediante su
absorción, formen nuevos núcleos sensitivos, que a su vez permitan ver
el hilo vibratorio que une la presencia de los seres dentro de paralelismos
dimensionales y terrestres. No quiero sonar místico; la poesía es un
fenómeno tangible, pero su erupción requiere de estas materias que, de
forma casi mágica, dialogan con nuestro torrente vital e íntimo: lo que
llamaremos «tierra fértil» u «óvulo», la bóveda que registra impresiones y
puntos de inflexión, dimensión, además, responsable del carácter de los
individuos. Este es el lugar en el cual la poesía echa raíces. Nacen
entonces las palabras, sus permutaciones y el flujo verbal que crea el
poema mediante la vibración previa. Obviamente, esto no se reduce a la
creación de un poema; podría expresarse mediante danza o pintura, pero
lo que aquí nos compete son las palabras y su uso en la creación del
poema.
Palabras y más palabras. Mediante la definición anterior,
podríamos deducir que cada palabra es un poema, ya que cada
impresión toma forma y materia mediante estos símbolos. Los poemas,

239
entonces, vienen a ser símbolos de impresiones íntimas, mediante el
surgimiento de «islotes estéticos», que pueden categorizarse, además, en
greguerías, aforismos, apotegmas, proverbios, refranes, etcétera.
Ahora bien, muchos poetas se valen de estos recursos de expresión
citados para la creación de un poema, que ejemplificaremos mediante
un pequeño islote de la poeta argentina Alejandra Pizarnik:

Explicar con palabras de este mundo


que partió de mí un barco llevándome.

También tomaremos un ejemplo del poeta chileno Jorge Teillier:

Pronto amanecerá.
Las estrellas desaparecen
como semillas de girasol
en el buche de los gorriones.

Existe también la poesía musical y rítmica, cuyo valor está precisamente


en su entonación, que ejemplificaremos con un poema de Nicanor Parra.

Una vez andando


Por un parque inglés
Con un angelorum
Sin querer me hallé.
Buenos días, dijo,
Yo le contesté,
Él en castellano,
Pero yo en francés.
Dites moi, don angel.
Comment va monsieur.
Él me dio la mano,
Yo le tomé el pie

240
¡Hay que ver, señores,
Cómo un ángel es!
Fatuo como el cisne,
Frío como un riel,
Gordo como un pavo,
Feo como usted.
Susto me dio un poco
Pero no arranqué.
Le busqué las plumas,
Plumas encontré,
Duras como el duro
Cascarón de un pez.
¡Buenas con que hubiera
Sido Lucifer!
Se enojó conmigo,
Me tiró un revés
Con su espada de oro,
Yo me le agaché.
Ángel más absurdo
Non volveré a ver.
Muerto de la risa
Dije good bye sir,
Siga su camino,
Que le vaya bien,
Que la pise el auto,
Que la mate el tren.
Ya se acabó el cuento,
Uno, dos y tres.

Finalmente, ejemplificaremos lo que se llama «poesía pura» torrente y


construcción verbal de índole intuitiva, con un poema de Pablo de
Rokha.

241
Gran hogar patriarcal lleno de nidos,
de muérdagos y rémoras felices;
un pan de sal para los días idos
y un pan de mar para los días grises.

La proa afronta contra la ola (heridos),


a los corsarios sobre cien países,
o andamos por la aldea atardecidos
tragando sol o cazando perdices.

Le invade de chacales la retórica,


pero yo echo la orinada histórica
sobre sus catres de metales blandos.

Y aunque toda la horda nos acosa,


medio a medio de los caminos, rosa
de humo y piedra, la tribu está brillando.

En cada uno de los ejemplos citados, podemos ejercitar la retórica íntima


y hacer un diálogo con el mundo sensitivo del poeta que escribe. El
ejercicio de la poesía pasa a ser entonces, en quienes practicamos su
lectura, un factor «multiplicador de futuro» como decía Rimbaud, una
puerta a nuevos mundos sensoriales mediante la absorción y
transmutación de la vida misma, un hermoso ejercicio que atraviesa al
ser humano en todas sus dimensiones y que hasta ahora, sigue
pareciendo inagotable.

242
PEQUEÑOS FÓSFOROS PARA LA OSCURIDAD

Beatriz Pérez Pereda

El poema llegó a mí como escapatoria

243
El poema llegó a mí como escapatoria y como el primer aviso de que la
realidad tiene múltiples caras, que hay otros mundos en el mundo, que
ese ahí afuera, la cotidianidad, es un animal agazapado que de vez en
cuando te lanza un zarpazo. Ese zarpazo a veces es una herida que
paulatinamente se transformará en aprendizaje, cicatriz y memoria, con
suerte en sabiduría; pero también a veces ese roce es una manera de estar
alerta, de abrir los ojos y encontrar el hallazgo, el deslumbramiento,
situar la atención y la mirada en algo que antes no habíamos visto,
percibido.
Un poema es como un artefacto cuántico, una singularidad, ese
espacio donde las leyes de la física empiezan a cambiar o a ser
insuficientes para describir lo que pasa. Un poema es un mundo interior
donde el tiempo, el espacio y las palabras adquieren otros significados,
la puerta que mira Alicia para ir al País de las Maravillas, es decir: el
poema como el acceso a otra realidad. Leer un poema también es una
forma del doble, por un momento habitamos las palabras de otro, y por
un acto de magia, esas palabras también son nuestras y nos descubren
cosas de nosotros mismos que permanecían inéditas, o nos
proporcionan un momento de calma, de ruptura con el allá afuera, un
momento distendido para reconstruirnos.
Hay un escalón más, si leer poemas es habitar otros mundos,
escribir es construir esos mundos interiores. En ese sentido ya lo dijo
Parra, el poeta como «Un albañil que construye su muro: un constructor
de puertas y ventanas». ¿Para qué construir esos mundos interiores a
partir de la poesía? En mi caso, a diez años de mi primer libro publicado,
a veintidós de que asistí por primera vez a un taller literario y a casi toda
una vida de lectora, esos mundos, que pudieran ser cada libro que he
escrito, me han servido para sobrevivir a un paso difícil en mi vida.
Cuando la realidad que habito ordinariamente se vuelve insoportable,
por enfermedad, por la visita de la muerte, por soledad, por la violencia
y crueldad que hemos normalizado, cuando mi espíritu y corazón están

244
agotados, mi salvación ha sido escribir, comenzar ladrillo a ladrillo a
construir un mundo que me proteja o que por lo menos me brinde un
albergue temporal para descifrar y asimilar esa realidad que me ahoga,
para entender las reglas del caos.
Entonces, por unos meses, todo se vuelve sobre la palabra y su
reverso dorado y suave, todo es sobre esa rutina de baile con la lectura y
la escritura, la disciplina placentera de acudir todos los días posibles a la
cita con los planos de ese mundo, y comprobar el abrigo de sus muros y
la pertinencia y amplitud de sus ventanas. Hacerlo tan diáfano y alto, que
nos sepamos seguros pero sin atisbar los límites. A veces, los trabajos de
construcción implican la consulta de libros dispares sobre cetrería,
anatomía de animales, la historia de la aeronáutica, para conseguir el
lenguaje idóneo, las imágenes precisas para escribir un poema sobre el
vuelo y las aves; otras, será el privilegio de tomar una tarde, o una
mañana, para escuchar de verdad, quizás por primera vez, el trino de los
pájaros y ver sus rutas en el cielo y dar algo de sustancia y verdad a una
página. Ladrillo a ladrillo, también yo me voy reconstruyendo; así, un día
el libro está terminado y regreso reconciliada a la realidad, el espíritu y
el corazón renovados pero conscientes de las cicatrices, cierta de que
siempre podré volver a ese mundo mío, que nadie ni nada podrá
arrebatármelo, destruirlo. Justo aquí, al salir de ese mundo, es cuando
dejo la puerta abierta y con un poco de suerte serán los lectores quienes
compartan y resignifiquen el espacio de ese poema, de ese libro. En ese
sentido, escribir un libro es como hacer un mapa que pueda dar luces a
otros que también se internan en el mismo bosque, dejar pequeños
fósforos, luciérnagas, para que la oscuridad sea menos abrumadora.
En la novela La carretera, de Cormac McCarthy, frecuentemente
el hijo le pregunta al padre si ellos llevan el fuego, como metáfora de
aquello que en un mundo colapsado aún los define como humanos,
como personas, ese último reducto.

¿Es de verdad? El fuego


245
¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego.
Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado ahí.
Yo lo veo.

A la manera de McCarthy, ese mundo interior del que hablo es a la vez


una guarida para el poeta y un asilo para el lector, un refugio compartido,
quizá uno de los últimos para reconocernos como hermanos, cuando los
otros, los bunkers antinucleares y post apocalípticos, fallen.

246
ESCRIBIR POESÍA

Julia Melissa Rivas Hernández

Cuando me preguntan por qué escribo respondo que lo hago porque lo


necesito

247
Cuando me preguntan por qué escribo respondo que lo hago porque lo
necesito, y sé que esto suena como una pose, un cliché, como un lugar
común o como una respuesta ensayada, pero hay oculta una verdad entre
todo esto, y resulta que escribir es lo único que jamás me aburre; algo
que pasa muy fácilmente para mí.
Dentro del poema, dentro del cuento, dentro de corregir y leer casi
hasta el hartazgo en el proceso de corrección, escribir ha sido una labor
que cansa y mucho (será que tengo poquita energía), pero nunca aburre.
Como alguien que trabaja y gana el pan corrigiendo y redactando para
otros pues soy redactora y correctora, me encuentro haciendo lo que más
me gusta. Esto lo traigo a colación porque para escribir (poesía o cuento)
y hacerlo con disciplina encontré que mi trabajo regular desde 2012 me
ayudó y mucho, pues a diario me acostumbré a escribir 2500 palabras de
temas muy diversos, y hace dos años que me dediqué de pleno a la
corrección, por lo cual la lectura diaria para poder llevar a cabo este
trabajo para una editorial era de 50 cuartillas como mínimo. Desde
entonces ha empeorado mi visión y cambio de lentes cada seis meses,
pero qué gozo ha sido.
Basta de números y números porque la poesía es la cuestión,
escribir poesía. Si pienso en procesos tendría que irme 20 años atrás (sin
querer los números siguen), cuando a falta de sueño pasaba las noches
leyendo poesía e investigando (forma bonita de decir: obsesionarme
googleando) la vida de artistas plásticos. La poesía entonces fue una
revelación que al poco tiempo comprendí como una extensión de algo
que desde niña me gustaba, la conjunción de palabras raras. Dijo Lorca:
«Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran
juntarse, y que forman algo así como un misterio», y ese misterio para mí
lo encontraba en los Salmos, el Eclesiastés y demás libros poéticos, pues
desde pequeña cuando asistía a la iglesia cristiana, mi parte favorita o
quizá en la que jamás me aburría era en los cantos que se entonaban al
principio y al final del culto. Si bien música y poesía son una sola según

248
Pound, lo que me encantaba además de cantar era encontrar el misterio,
y en los libros poéticos esto abundaba, aunque claro, con el paso del
tiempo lo narrativo también ganó en estos cantos.
De las Lamentaciones de Jeremías entonábamos «Mi porción es
Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré», el alma hablando y yo
en el misterio; en los Salmos cantaba «El que te corona de favores y
misericordias», y en esperar esa corona de misericordias estaba el
misterio. En mi verso favorito «Clama a mí, y yo te responderé, y te
enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces», guardaba mi
esperanza.
Así, la poesía fue quizá, un entonar, una unión sorpresiva o algo
sacro, pero eso sí, algo que no aburría.
Con el paso del tiempo la poesía fue algo que dejé de leer a veces
entre semana, entonar los domingos y que empecé a leer fuera de la
Biblia y llegó junto con la plástica en las noches sin dormir. Pizarnik,
Gamoneda, Salinas, Cortázar, Sexton, fueron los primeros nombres que
me grabé y a los que acudía sin cansancio, entre muchos más que leía y
los que veía pues, Magritte, Varo, Tanning, Redon, para mí ellos también
hacen con la plástica poesía.
De esto recuerdo un tiempo de intensas lecturas y poca escritura.
Para mí esto guarda una lógica transparente y pura, o qué decir, así
debían ser las cosas en aquel momento. Pero de lo poco, poemas cortos
se iban creando y Habitaciones, mi primer libro, se escribió en un
periodo de mal sueño y muchas lecturas, así como pinturas al óleo,
gastaba las horas que no podía dormir escribiendo y pintando. Quizá por
eso este libro refleja espacios que pretendía fueran arquitectónicos, y
además construir con ellos la memoria. Ojalá fuera más poético mi otro
propósito pero solo buscaba no olvidar, pues cuento con una muy mala
capacidad de retención.
Años pasaron y lecturas más, la escuela de plástica fue preludio a
la escuela de literatura y la academia; una fatalidad. Dentro de esto un
milagro, un amigo en el año 2008 me invitó al Vips por un café y para
hacer taller de poesía con, entre otros, Manuel Parra Aguilar. Entonces

249
las lecturas y los más poemas (en esos años sí escribía bastante pero como
quien hace un estudio de dibujo, viendo y reproduciendo) se
convirtieron en un taller, y uno con uno de los críticos más rudos que he
conocido y ¡vaya sorpresa! Manuel Parra se convertiría, un par de años
después, en mi esposo.
¿Cuál es el proceso del poema después de todo esto que cuento?
Uno curioso, donde investigar sobre lo que quiero escribir se sumó al
leer, escribir y corregir, así como ser leída, criticada y aprender de ello,
aunque ciertamente ya lo llevaba a cabo un poco en un desorden bastante
común, la investigación o más bien el proceso de documentación sobre
lo que quería escribir fue entonces más sistemático y por libro. Así, si
quería escribir un libro sobre tal o cual tema, no solo leía poesía sino
también artículos sobre el mismo y sus posibilidades, desde textos de
teología o darle un googlazo a un asunto, hasta revistas de moda como
Vogue o Cosmopolita. Manual inédito de la moda se escribió en gran
parte dentro de una tienda departamental, donde tomaba nota de los
manuales de mercadeo que debía leer en mi trabajo de asesora de
imagen y display; también, claro, tomaba notas del lenguaje que se usaba
en la publicidad (un campo minado de imperativos), los carteles
corporativos y de las historias que los vendedores contaban, así como sus
conductas en ese contexto tan asfixiante.
A todo esto además voy sumando un trabajo que hago por gusto y
por examinar que es la traducción de poesía, desde el único idioma extra
que sé, que es el inglés. En esto encuentro un tanteo como jugar con
Legos en las palabras pues me gusta hacerlo como lo propone Octavio
Paz: «El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento,
materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema. Lenguaje
congelado y, no obstante, perfectamente vivo. Su operación es inversa a
la del poeta: no se trata de construir con signos móviles un texto
inamovible, sino desmontar los elementos de ese texto, poner de nuevo
en circulación los signos y devolverlos al lenguaje». Una construcción de
Legos, destruirla y volverla a armar pero, claro, del inglés al español, es
divertido a montones, y a veces el orgullo sale dañado pues los Legos no

250
embonan de nuevo hasta pasar un buen rato pensando en cómo
mantener el equilibrio en las figuras del poema. Pero soy necia (mucho,
dirán los que me conocen bien) y de eso saco el poco provecho que se
puede obtener.
Quizá eso sea todo lo que puedo decir del proceso de escribir
poesía (también hago narrativa, pero en este último la écfrasis juega
también un papel primordial). Si me preguntan dentro de algunos años
más, supongo se habrán sumado más quehaceres a este proceso, pero
jamás el aburrimiento, o eso espero.

251
BLUE STREET

Daphna Garibay Rubio (grabado) & Lourdes Garibay Rubio (Texto)

El obrero de todo esto pinta en azul para alejar a los mosquitos o


para ver el mar salando sus paredes. Es el arte

252
BLUE STREET
Daphna Garibay Rubio
Técnica: Grabado a la placa perdida sobre papel a 5 tintas
Dimensiones: 30 X 19 cm
2019

253
Unir tejas observado por el gato
regar el viento que tuerza luego el muro

El obrero de todo esto no es sino poeta. Porque no debe ni puede ser


otra cosa. Y si buscamos el barro de su origen encontraremos su
apetencia de felicidad atizada por sueños. El obrero de todo esto —
inconsciente estratega— crea no para andar por las nubes, sino descalzo,
imanado a la tierra. Él proyecta y dirige, nunca militarmente, quizá sí un
poco bélico, pero el fin lo justifica.
El obrero de todo esto pinta en azul para alejar a los mosquitos o
para ver el mar salando sus paredes. Es el arte. Y no brota inteligible ni
razonable, ni de la nada. El obrero-artista, como la hormiga y la abeja —
sólo que solo— cose grietas en medio de las máquinas vaporosas, endulza
las rutas lúgubres de males. Sabe de la incontenible semilla que se abre
paso argamasa afuera, del tiempo que no llega o el que se mira por
encima del hombro con pesar. El momento en el que construye es
oscuro y lo vive asomado a su torre, aunque después, noche y torre, le
provoquen desaliñados apóstrofos.
El obrero de todo esto pensó en la limpieza, pulió la frase entre
piso y piso, la coma que detendría el auto y su amarillo, grabó y numeró
usando el divino don, ese que rehúye el análisis clínico y se abraza a la
crítica, que encuentra lírica en una cañería o en el aparato que hipnotiza.
Es un momento largo, de grifos de aluminio con sus gargantas
abiertas, de radios con señales perdidas y zumbantes que se alejan de la
normalidad. Este normal obrero, normal poetiza pues lo suyo no es la
vigilancia de una banda de producción. Todo para él debe ser nuevo y si
no lo es habrá que ajustarlo; concatenar el lodo que cubra y haga sombra,
ampliar el sitio en que reposen las ideas.
Meditó sí. Tenía un fin. Y la confianza del gato dormitó placentera.

254
IMPOSIBILIDADES Y CONTORNOS DE LA TRADUCCIÓN DE POESÍA RUSA AL
ESPAÑOL19

Jorge Bustamante García

Si a uno le gusta leer y escribir, entonces traducir podría


convertirse en un placer

19 Ponencia presentada en el Encuentro Internacional de Traductores de Escritores Rusos que se llevó a cabo en
Yásnaya Poliana, Museo Hacienda de León Tolstói, 200 km al sur de Moscú, en agosto de 2008.

255
Son tantas las cosas que se han dicho acerca de la traducción de poesía,
que es casi imposible formarse una apreciación práctica sobre el asunto.
Pareciera como si la imposibilidad de la traducción poética comenzara a
su vez con la imposibilidad de ponerse de acuerdo acerca de lo que es la
traducción de poesía. Es algo inherente a la poesía misma: nadie sabe lo
que es, pero no es difícil intuirla y reconocerla cuando se da. Como son
esencias siamesas, paralelas, quizás podría decirse lo mismo de la
traducción de poesía.
En las últimas décadas de tantas pérdidas para nuestro entorno
producidas por la acción humana, la sobreexplotación y el uso irracional
de los recursos naturales, se ha hablado de desarrollo sustentable para
intentar palear los destrozos que ya hemos cometido y seguimos
produciendo en detrimento del ritmo natural de las cosas. Son muchas
las acciones que se han debido implementar para intentar frenar los
procesos de degradación y destrucción que nos acechan. Este discurso
ecológico que hoy se ha vuelto lugar común, aunque parezca lejano con
el tema que nos ocupa, el de la traducción de poesía, me parece que no
lo es tanto, si pensamos que por el viejo método comparativo podríamos
arribar a parajes insospechados. Así como se ha llegado a la noción de
desarrollo sustentable, aparte de todo eufemismo, se podría concebir la
idea de traducción sustentable de poesía. Es decir que se puede sustentar
o defender con razones. Intentaré explicarme.
Entre las ideas extremas y contrarias sobre la traducción poética,
cabría la noción de la traducción necesaria. Poetas como Osip
Mandelstam, Joseph Brodski, Robert Frost y muchos otros fueron
partidarios acérrimos de la intraducibilidad de la poesía. Brodsky llegó a
afirmar que las traducciones al inglés que conocía de Mandesltam no
eran más que, en el mejor de los casos, un sacrilegio y, en el peor, una
mutilación o un asesinato. Frost, por su parte, afirmó que la poesía es lo
que se pierde en la traducción. En el lado opuesto están poetas como
Pound y Robert Lowell, que abogaban por versiones de puertas y

256
ventanas abiertas, no constreñidas, que condujeran a una interpretación
libre y viva, y que reconstruyeran el texto original en la lengua a la que se
quería traducir. Siempre he pensado que entre estos dos extremos se
encuentra la infinita gama de la traducción poética sustentable y
necesaria, aquella que en muchos casos llevaron a la práctica con toda la
diversidad de matices muchos de los más sobresalientes poetas del siglo
de plata ruso. Innokienti Annienski, por ejemplo, admiraba en especial
la poesía de Leconte de Lisle, Baudelaire, Mallarme, Rimbaud, Verlaine,
a quienes tradujo con talento y pasión. En un memorable ensayo sobre
la poesía de Balmont afirmó algo que también tiene que ver, en última
instancia, con la traducción sustentable: «el verso no le pertenece al
poeta, porque la poesía no es de nadie, no está al servicio de nada ni de
nadie, ya que por su misma naturaleza es inmemorial y libre. El verso es
la palabra nueva iluminada, que cae en el mar del lenguaje en eterna
creación...». La «palabra nueva iluminada» es lo que también se debe
transmitir en la traducción poética sustentable y posible, que requiere de
la interpretación libre y viva, tan cara para Pound.
Traducir sustentablemente podría ser transplantar semillas en la
otra lengua, para que se desarrollen y crezcan en ella y se valgan por sí
mismas. El poeta colombiano Álvaro Rodríguez, traductor de
Baudelaire, Derek Walcott y Vinicius de Morais, cree que «una buena
traducción tiene ante todo que ver con la trasmigración de las almas, con
una legítima suplantación que para el caso vendría a ser una
reencarnación del otro en su texto». Y agrega que tal vez todo esto «suene
muy místico, muy Benjamin, que para el caso tiene una teoría de la
traducción harto incomprensible, pero es que todas lo son en el sentido
en que todas son arbitrarias». Dentro de este contexto es célebre el caso
de Fedor Sologub. Durante 18 años Sologub leyó y tradujo a Verlaine y
cuando publicó sus versiones el hecho se convirtió en un verdadero
acontecimiento literario. El asunto llegó hasta tal punto, que el poeta
Maximilian Voloshin, también traductor, llegó a decir que con la
aparición de las versiones de Sologub, Verlaine se convertía en un poeta
ruso. Es decir, los poemas en ruso de Verlaine, a través de Sologub, más

257
que traducciones eran encarnaciones. Seguramente sucedió una suerte
de trasmigración, un proceso de creación, en ese transvase. Sologub tocó
la partitura que compuso Verlaine y la convirtió en un encuentro
vivificador en la otra lengua. Desafortunadamente, Verlaine no tuvo la
oportunidad de conocer las versiones de Sologub al ruso y por lo tanto
nunca pudo expresar «¡me adoro en ruso!», como sí lo pudo decir Paul
Valery cuando apreció la versión de Jorge Guillén de El cementerio
marino: «¡me adoro en español!», dijo.
Otro caso de traducción sustentable es el Shakespeare de
Pasternak. Fue un trabajo de traducción eficaz y persistente:
generaciones enteras de rusos y soviéticos, para bien o para mal, leyeron
a Shakespeare a través de Pasternak. Aunque yo creo que más para bien,
que para mal, existen sin embargo algunos críticos de sus versiones del
poeta inglés. Supongo que Shakespeare sonaría incompleto en ruso, sin
las versiones de Pasternak, Un poeta de la sensibilidad y destreza como
las del autor de «Mi hermana, la vida» no podía menos que transplantar
las semillas shakesperianas en la lengua de Pushkin. La traducción de los
clásicos en los infortunados tiempos del realismo socialista tuvo un
significado muy sutil y particular. Fue una actividad que floreció, ejercida
por traductores y escritores de gran talento. Los poetas extranjeros,
aunque fueran clásicos –y qué mejor contemporáneos que ellos– no
estaban sujetos a las mismas normas, ni a las mismas censuras, y por lo
tanto su traducción podía abrir puertas y ventanas al mundo, podía
incluso «liberar» el lenguaje al que se traducía. Pero aún así, no faltaron
los sucesos chuscos. Mandelstam, que era enemigo obstinado de la
traducción de poesía, una vez le dijo a Pasternak, en presencia de
Ajmátova, no sin cierta sorna: «sus obras completas consistirán en doce
tomos de traducciones y sólo uno de sus propios poemas». Pero esto que
pretendió sonar como un insulto, debió llegarle a Pasternak como un
halago: ¡al lado del gran poeta inglés, un solo libro de buenos poemas
propios basta!

258
Cuando un traductor quiere escandir los versos de un determinado
autor, debería intentarlo con su voz. El número de sílabas y la rima son
parte del sonido. Muchos poetas han dicho que el sonido es el principio
del poema y si eso es cierto entonces la traducción de ese poema debería
empezar también por el sonido. Si un poema traducido nos suena bien
en español, natural y fresco, empezamos a pensar que podría ser una
buena traducción. Si un poema traducido suena bien en nuestro idioma
materno, podemos pensar que puede sonar al menos igual de bien en el
idioma original. Como bien dijo Tsvetáieva al hablar de Pushkin «El
origen del verso es el sonido». El origen de un verso traducido debería
ser también el sonido. «Un verso es un trabajo de oído» dice el poeta
mexicano Rubén Bonifaz Nuño. La traducción de un verso también
debería ser un trabajo de oído. Si no se tiene oído es difícil ser poeta o
ser traductor. En este tenor Nikolái Gumiliov en su artículo «Sobre la
traducción de poesía» manifiesta que aunque en los versos con
frecuencia se encuentren «paralelismos, repeticiones completas,
volcadas, abreviadas, exactas indicaciones de tiempo y lugar, citas
diseminadas en la estrofa y procedimientos de especial influjo hipnótico
en los lectores» en la traducción estos aspectos se deben conservar
escrupulosamente, sacrificando para ello lo menos importante. Y,
finalmente, señala que el reto más difícil para el traductor, es transmitir
el aspecto sonoro del verso. Cabe destacar que, como lo recuerda
Georgui Adamovich, Gumiliov tenía un oído extraordinario para los
versos, un olfato excepcional para su tejido verbal, hasta tal punto que
parecía estar más dotado para los versos ajenos que para los suyos
propios.
Octavio Paz creía que la «traducción es una recreación, un juego
en que la invención se alía a la fidelidad: el traductor no tiene más
remedio que inventar el poema que imita». Quizás el ideal de un
traductor de poesía, no sea trasladar un poema de otra lengua, sino urdir
un poema a partir de otro. Como la traducción es una recreación, ha
sido frecuente que en las ediciones de poetas rusos en Rusia, se incluyan
sus versiones, porque son parte de la obra creativa del autor. Es frecuente

259
encontrar en las ediciones recientes de Annieski, Sologub, Gumiliov,
Viacheslav Ivánov, Pasternak y otros, una sección con algunas de sus
traducciones. En Occidente las ediciones de este tipo son escasas y
podrían ser consideradas más bien como una extravagancia. Una
excepción que confirma la regla es la del propio Paz, quien en la edición
de sus obras completas incluyó un tomo con sus traslaciones, bajo el
título de «Versiones y diversiones».
De cualquier manera el traductor, con diversos grados de
confiabilidad, nos acerca, nos aproxima al espíritu de un poema, que de
otra manera, si no lo intentara verter, podría quedarse remoto y ajeno
para siempre. Un poema debe ser trasladado, debe tener movimiento,
no debe quedarse quieto porque se muere, «debe tener a donde ir»,
como dice el traductor de poesía latinoamericana al inglés, Eliot
Weinberger. Son los traductores los que abren ese camino, los que
facilitan que el poema «tenga a donde ir» en otras lenguas, y no de
cualquier manera, sino con todo el rigor de fidelidad, tono, espíritu y
libertad que debe conservar del original el poema inventado. Traducir
poesía, es una forma de residir en el extrañamiento permanente, en el
asombro y la pasión que nos depara el descubrir a cada paso el mundo.
Siempre que se escribe, se está traduciendo a una lengua extraña.
Parafraseando a Borges podría afirmarse que todo afortunado trasvase
de poesía es, cada vez, una experiencia nueva. Si el traductor logra que
cada vez que se lea la versión del poema, la experiencia suceda, entonces
ahí estará la poesía.
Mandelstam decía que «cada poeta es un perturbador de sentido»,
alguien que subvierte de manera permanente el encadenamiento
conceptual al que está sometido nuestro discurso cotidiano. Si el
traductor logra captar ese espíritu en el poeta que traduce, su versión
también habrá de cumplir con el postulado de Mandelstam, es decir el
poeta traducido también será un «perturbador de sentido» en la lengua
de llegada.
Permítanme compartir con ustedes algo de mi modesto caso como
traductor de poesía rusa. Todos estos aspectos que he mencionado

260
acerca de la traducción de poesía, y otros que ahora se me escapan, son
los que he intentado tener en cuenta cada vez que he emprendido la
insensatez de traducir a los poetas rusos. Durante años me la he pasado
inventando, imitando, poemas de Blok, Ajmátova, Sologub, Pasternak,
Esenin y muchos otros en mi lengua natal, y en realidad no se qué he
logrado con ello. Tal vez nada, o muy poco. Como sea, en el transvase
de la poesía rusa al español es casi imposible revelar el significado
simbólico de ciertos aspectos del verso de origen, como el del yámbico
ruso (recurso de gran incidencia en la tradición poética rusa —como en
el caso de Mandelstam— que «era un niño judío con el corazón lleno de
pentámetros yámbicos rusos» según el decir de Joseph Brodsky), de
difusa percepción en la poesía en español. La multiplicidad de
significados de una misma palabra, las frecuentes polisemias o
ambigüedades semánticas, la obligación y fortaleza de la rima en el verso
ruso, el tono y su música, son algunos de los principales problemas con
los que me he tropezado al intentar mis versiones.
Ante la magnitud del problema y ante la posibilidad de que el
postulado de Frost me aniquilara, o que la afirmación de Brodski (de
que la traducción pueda a veces convertirse en un sacrilegio o peor aún
en un asesinato) me persiguiera despiadadamente, siempre he optado
por imaginar otros recursos que pudieran permitirme alcanzar, al menos,
una traducción decorosa y sustentable. Supongo que para traducir poesía
no sobraría en ningún momento la convivencia no sólo con el poema o
los poemas a traducir, sino también con el espíritu del poeta que se
quiere traducir. Si a uno le gusta leer y escribir, entonces traducir podría
convertirse en un placer. Esta idea hedonista tanto de la lectura, como
de la traducción, puede llegar a ser muy fructífera. Cuando mediante la
lectura uno convive con un escritor que le gusta, con el tiempo lo va
conociendo mejor. Empieza uno a darse cuenta de sus exigencias, sus
limitaciones, sus hallazgos y los entramados de su estilo. Entre más
conozca el traductor la obra del autor y al autor mismo, es decir su
entorno, sus circunstancias personales, históricas y sociales, estará mejor
armado para realizar un trasvase sustentado. Esta es la razón por la que

261
en la traducción de un poema primero hay que convivir con él, sin prisa
escuchar sus reverberaciones, sus sonidos ocultos, experimentarlo
incluso en las emociones que despierta, intentar percibir el «tono» que
es lo que define en últimas el verdadero espíritu del poema, lo que lo
mantiene en pie.
Siguiendo esta idea siempre será aconsejable subrayar aquello con
lo que uno más se identifica de un poema de determinado autor,
señalando los versos que más le gustan, que mejor entiende, que le
ayudan a captar ciertas esencias como cualquier lector y a veces resulta
que esos versos que se han señalado –en ocasiones puede ser un poema
completo– son los que con mayor fortuna se logran verter al español.
Como lo verdaderamente difícil no es traducir las ideas, sino las
emociones que se desprenden de las palabras, de la forma particular que
tiene cada poeta de expresarlas y sugerirlas a través de sus construcciones
verbales, es por lo que la convivencia preliminar y una cierta «intimidad»
con la obra a traducir son de suma importancia. Cuando hice el plan de
los poetas a incluir en El instante maravilloso (UNAM, México, 2004),
mis lecturas de su poesía eran muy desiguales. Durante años había leído
a algunos como Blok, Esenin, Ajmátova, hasta tal punto que me parecía
que había convivido con ellos, volvía a ellos con frecuencia, resonaban
con eficacia en mi memoria y me gustaba repetirme muchos de sus
versos. La poesía de Ajmátova fue una experiencia singular y ocupó un
tiempo extenso en mis incursiones y aproximaciones; dos volúmenes son
el producto de esos acercamientos: Poemas (UNAM, México, 1993) y
Poemas escogidos (Editorial Norma, Bogotá, 1999). Blok y Esenin, por
su parte, fueron espíritus compañeros para mí y mis amigos en nuestros
años estudiantiles en Moscú, muchos de sus poemas nos acompañaban,
recurríamos a ellos cuando éramos víctimas de decepciones, desamores,
desencantos, pero también de alegrías, y de esa manera esos poetas
entraron naturalmente en nuestra sensibilidad, había una suerte de
identificación con ellos. Poemas como “La desconocida”, “La noche, la
droguería, la calle, el farol…”, “En el restaurante” o “Qué difícil es
caminar entre la gente” de Blok y “Carta a una mujer”, “Ahora nos vamos

262
poco a poco”, “Ni me compadeces, ni me amas/ razve ya nimnogo ne
krasiv”, “Ne zhalieiu, ni zovu, ni plachu” y “Hasta pronto, amigo mío,
hasta pronto” de Esenin eran parte de nuestro entorno cotidiano en
aquel entonces. Creo que en la interpretación que hacíamos en aquellos
años de esos poemas, en las emociones que lograban despertarnos, se
iniciaba ya en mí el proceso temprano de traducción.
De otros poetas me apasionaban sólo algunas cosas y sentía que la
traducción se me daba con relativa naturalidad, pero con ciertas
dificultades, como en el caso de algunos poemas de Sologub, Voloshin y
Briúsov; en ocasiones sólo me identificaba con unos cuantos poemas que
me daban vuelta durante días como en el caso de Pasternak y Gumiliov;
a otros me abrumaba enfrentar por su densidad lingüística y lo
enmarañado, hermético y pletórico de su poética personal, como los
casos de Jlébnikov, Mandelstam, Ivánov y Pasternak. Y otros, incluso,
me gustaron repentinamente, como fue el caso de los poemas de Arseni
Tarkovski que amé desde que los descubrí, hace apenas unos cuantos
años atrás. Finalmente están los poetas que nunca se me dieron, que no
pude abordar por diversas circunstancias a pesar de que los aprecio
mucho, como Maiakovski, Bunin y Bieli. De esta manera, supongo que
dentro de una misma lengua hay poetas más difíciles de traducir que
otros, ya sea por el estilo peculiar de cada quien, por la complejidad
lingüística y riqueza semántica de cada uno, por el grado de ambigüedad
y por la afinidad e identificación del traductor con determinado autor.
Del mismo modo dentro de la obra de un poeta podemos encontrar
poemas de muy diversa factura, de los que algunos se prestan
generosamente a su traslación a otra lengua, pero otros se niegan
persistentemente a cualquier intento de transcripción.
Me gustaría compartir con ustedes algunos cuantos y breves
momentos que me han dado mucha satisfacción en mis intentos de
traducción de algunos versos rusos. Eso es suficiente para compensar el
95% de insatisfacciones que cargo por los intentos fallidos. Al fin y al
cabo, como dice Nabókov en un poema sobre su versión de Eugenio
Oneguin al inglés «las palabras reflejadas sólo pueden tiritar/ como

263
alargadas luces que se contorsionan/ en el espejo negro de un río/ entre
la ciudad y la bruma…» (versión de Javier Marías). De Fedor Sologub, un
simbolista que prestó especial atención en su poesía al ritmo, la armonía,
la melodía, el sonido, el silencio y la más alta virtud de la poesía: la
música, estas cuatro líneas que en la versión al español se dieron casi
literales.
Sólo el último verso varió para darle una interpretación más libre,
más acorde con las resonancias de lo dicho en el original. Притязать
(Pritiazat) en ruso significa literalmente reclamar, hacer valer, pedir,
deducir un derecho, cursar una pretensión, pero la arista ontológica del
poema me condujo al equivalente semántico «Y nada pretender»:

No ser alguien, ser nada,


Ir hacia el gentío, mirar, soñar,
Con nadie compartir los sueños
Y nada pretender.

Algo parecido me sucedió con un poema de Blok, sólo que yo había


convivido con esas líneas desde mis tiempos de estudiante y la versión se
dio con la mayor naturalidad, con excepción otra vez de una línea.
Como puede verse todo iba llano y gozoso, sin contratiempo, hasta
la séptima línea con la expresión ледяная рябь (ledianaia riab=
ondulación helada, rizado glacial) que me obligó a varias peripecias en
busca del mejor sinónimo, el mejor vocablo en español y de pronto sentí
que no podía quedar mejor, sino como «La noche, el helado escarceo
en el canal»:

La noche, la droguería, la calle, el farol,


Mundo absurdo e insípido.
Vive aunque sea un cuarto de siglo más
Y todo será lo mismo. No hay salida.

Morirás, empezarás otra vez desde el comienzo.

264
Todo se repetirá como antaño:
La noche, el helado escarceo en el canal,
La droguería, la calle y el farol.

De Ajmátova serían muchos los textos que me gustaría citar, porque la


experiencia de su lectura fue para mí algo cercano al privilegio y la gracia.
Muchas versiones de sus poemas que intenté se fueron directamente al
cesto de la basura y sólo me quedé con las que consideré eran de alguna
manera dignas de la autora. Citaré sólo el poema de 1934 «El último
brindis»:

Bebo por la casa saqueada


Por mi vida perdida
Por ti y por la soledad
Entre los dos.
Bebo por la perfidia de los labios
Por el frío espectral de los ojos
Por este mundo cruento y burdo
Y porque ni Dios nos salvará.

Caso curioso, algunos poetas que considero casi imposibles de traducir,


como Jlébnikov y Mandelstam, se me dieron por escasos momentos en
textos de súbita sencillez, claridad y belleza, como este de Mandelstam
que me gustaría compartir:

Tu rostro
Es lo más tierno lo tierno,
Tu mano
Es lo más blanco entre lo blanco,
Del mundo entero
Estás lejana,
Y todo es tuyo
Inevitablemente tuyo.

265
Inevitable
Es tu tristeza,
Y la calidez
De los dedos de tus manos,
Y el sonido apacible
De tus palabras
Joviales,
Y la lejanía
De tus ojos.

El español Aurelio Garzón del Camino, traductor de todo Balzac en


México en los años sesenta del siglo pasado —10,650 páginas de la
Comedia Humana en 16 tomos— le contó alguna vez en una entrevista
al conocido crítico mexicano Emmanuel Carballo: «[…] leí y estudié a
Balzac. Sin embargo, le aseguro, sólo cuando lo traduje le comprendí
más o menos a fondo. Traducir es conocer de forma distinta y más
profundamente a un autor. Las dificultades con las que uno tropieza son,
a menudo, las dificultades con las que tropezó el propio autor. El
traductor revive (goza y sufre) el proceso de la creación de una obra».
Esta idea acerca misteriosa y mágicamente al traductor de Balzac en
México a un autor italiano del que quizás Garzón del Camino jamás
escuchó hablar, Gesualdo Bufalino, quien construyó el enunciado más
sorprendente y bello que he leído sobre la condición del que traduce:
«El traductor es evidentemente el único auténtico lector de un texto. Por
cierto, más que cualquier crítico, quizás más que el propio autor. Porque
de un texto el crítico es solamente el cortejante ocasional, el autor el
padre y el marido, mientras que el traductor es el amante».

266
AFORISMOS EXACERBADAMENTE LIBRES EN TORNO A LA LITERATURA Y
SUS MALESTARES O SUMINISTRAR NIEBLA Y PENUMBRA, ERÓTICA
MOLECULAR DEL OFICIO POÉTICO

Alma Karla Sandoval

Se observa el caos perfecto con que gira el café en una taza y


alguien dice que así comenzó el mundo

267
0

Un buen poema no es anoréxico. A los poemas malos les falta hierro.


Los versos inolvidables se hunden. No son maderos en el naufragio, son
la tempestad.

Cuando digo literatura una chicharra está cantando y otra muere en


medio del día.

Si al principio fue el verbo, después tuvo que surgir el relato.

No, no es suficiente con que el mundo exista y la conciencia acerca de


él. No es suficiente con intuir lo que hay más allá de esta dimensión. Se
sueña, se supone. Se observa el caos perfecto con que gira el café en una
taza y alguien dice que así comenzó el mundo, con poesía inevitable.

Cuando digo literatura tal vez una guerra empieza. Pero habrá quien se
refugie en el mapa de sus propios laberintos, quien insista en inventar su
propio espejo.

Un día se escribió un oráculo y era un poema.

268
2

Digo literatura y de repente somos todos brujos. Poseemos un don al


levantar la cara del texto, entonces reconstruimos al personaje y
escuchamos sus palabras con el timbre que imaginamos. Madame
Bovary tiene voz ronquita, Alonso Quijano un tiple agudo.

Digo literatura y Héctor es infinito antes de tomar su espada.

En la maleta del padre de Orhan Pamuk hay una lista eterna de razones
para no callar nunca que el Fósforo es una vena libre.

Claudio Magris, que tanto ha pronunciado la palabra, que ha dicho


literatura en italiano con la misma devoción que Italo Calvino, que
Salvatore Quasimodo, que Giuseppe Tomasi di Lampedusa; sabe que la
conversación derrota a la utopía, que mientras estamos juntos, mientras
nos leemos, hay un por qué seguir sobre la tierra.

Pocas verdades como las que se asfixian en Comala o en el Ixtepec de


Los recuerdos del porvenir. Pocas verdades como un racimo de quelites,
muy pocas, como tres o cuatro cráneos de azúcar sobre la ofrenda anual
que se multiplica ad infinitum.

269

Digo literatura y no tengo que mentirme.

Cada libro su lector y cada lector sus finales imposibles.

En El mal de Montano, muy recomendable novela de Enrique Vila-


Matas, uno de los personajes asegura que, contra el Círculo de Praga,
«nada ni nadie ha podido, ni podrá». ¿A qué se refiere esa frase?, ¿de
qué circunferencia estamos hablando?, ¿por qué es invencible? El
narrador catalán alude a la literatura, pero no a cualquiera, sino a la
grande cuyo peso y fondo es imposible someter.

Un arte en el tiempo, pero también en el espacio, «dame un cronotopo


y moveré el mundo». Bajtín sonríe.

Inventaré la historia de la joven que quería ser cucaracha.

Digo literatura y la poesía se enciende con la rústica lámpara de Orlando:


un frasquito repleto de luciérnagas cautivas.

270

Hay algo más debajo de las letras, algo más allá de lo que son aunque
también vivan en silencio.

Una conversación en la penumbra, he ahí un poema «decente».

Mc Ondísimo, un no lugar, una tierra de nadie, una selva caliente, un


corazón de las tinieblas enterrado en la Isla del Tesoro que era en sí el
tesoro.

Somos, después de todo, textos de textos que cuentan textos. Somos


accidentes narrativos, anagnórisis, peripecias, gráficas de Aristóteles, eso
somos.

Digo literatura. Invoco el castillo de Montaigne y fragmento, rompo,


desgarro lo que aprendí tiene que ser el orden, la arquitectura del
pensamiento.

Un virus, una leche blanca en los ojos, una insistente ceguera que nos
sigue, que evitamos con los libros y sus vacunas.

271

La niña que roba libros. La muerte que lo cuenta. La niña que mata a su
madre y a sus psiquiatras. Chimal que lo dice. La niña de un país vecino
que muere de amor y de canciones.

Digo literatura y algo quebrado, pero llevado a su última tensión,


aseguran los formalistas, se repliega, se enroca como serpiente jugando a
estrangular un conejo.

Alicia en coma.

Saberes oscuros, poemas sobrevivientes.

La Reina de Corazones a punto de cortarle la cabeza al papá de Kafka.


He ahí una solución final, un equilibrio de fuerzas cósmicas.

El extranjero que dispara en un día nublado. He ahí la verdadera razón


de un dilema existencial: escribir o no escribir un diario.

El Idiota sin castillos, sin té negro, sin la nieve casi azul de sus tristezas.
He ahí una imagen para rescatar Rusia, la del tren, la de la guerra, la de

272
la madre, la de Gogol, Gorki, Tolstoi, Dostoievski, la de Marina
Tsvietáieva, la de sus cartas a Rilke.

Digo literatura sin pretensiones. Sin ganas siquiera de salvarme.

Invéntame de nuevo la soledad, Auster, dime que se puede escribir a


falta de luna.

La verdad es que no fue Atenea quien se le apareció en sueños a Ulises.


Siempre fue Calipso, siempre. Y siempre fue suicida.

Sólo una vez aquí, se desgarraba el Rey de Texcoco, sólo una vez aquí,
cerca de las flores del cacao y las maldiciones de Quetzalcóatl.

No se puede escribir sobre literatura sin hacer poesía. Está prohibido.

273
POST SCRIPTUM A LA NAVE DE LOS MUERTOS

Armando Roa Vial

El mundo aspira a la presencia, no a la representación

274
Una marea vertiginosa de palabras se afana por salir de sí y asomar a algo
o a alguien. Pero tal vez no haya nada. Quizá ni siquiera sean (valga la
paráfrasis a Píndaro) el «sueño de una sombra».

Pienso, luego estoy a la intemperie. Nihilismo semántico: si todo es


lenguaje nada es lenguaje.

Ser no es significar: el mundo aspira a la presencia, no a la


representación.

Desde el lenguaje —lo que suponemos es el lenguaje— no se puede


superar el lenguaje. Enunciar, predicar, es ampararse en una petición de
principios: que hay siempre un sentido referencial merodeando lo que
somos o hacemos. ¿Cómo colocarse más allá del sentido? ¿Será posible
demoler el altar y no terminar recogiendo ruinas para edificar nuevos
templos?

El silencio: ¿es presencia ausente o se trata de una ausencia presente?


¿Qué es lo que enmudece al enmudecer? ¿Se lo puede definir
ostensivamente? ¿O es que la palabra, al final, inevitablemente, también
es su punto de fuga?

275

Espigar significados es vivir ensayando alteridades. Arrojar entonces la


escalera (a la manera de Wittgenstein) para situarse en el no lugar, en el
ninguna parte. Para que no haya desplazamiento y preservar la unicidad
sedentaria del ser versus el nomadismo promiscuo del significar.

No ser el que verdaderamente se es, arrinconado por esa hospedería de


significados que otro pone en mí.

Ay, palabras, limosnas de mis pensamientos.

Suicidarse, literariamente hablando, para romper la jaula del lenguaje.


Pero la muerte también es lenguaje, lenguaje de la ausencia de lenguaje.

Está claro que los conceptos —géneros o especies— operan una economía
verbal que evita una proliferación infinita de los nombres. Ese quizá sea
un triunfo del lenguaje en cuanto construcción cultural, estirando la
palabra como si fuera un elástico, pero es una derrota estrepitosa para la
realidad viva de las cosas, refractaria a las metonimias y aún a la metáfora.
La metáfora cercena la individualidad al enajenarse la substancia
irreductible, inalienable e incomunicable de las cosas (Duns Scoto acuñó
el neologismo haecceitas). Asumido un nombre, por más que un nombre
sea un salto en el vacío, mantener al menos la fidelidad a ese compromiso
inicial de identidad excluyente, bautismo inaugural que, para usar la

276
terminología de la lógica modal, debería ser un «designador rígido» en
todo mundo posible.

El lenguaje no crea la realidad, pero la vuelve significativa. Significativa


quiere decir: con peso humano.

Ser y significar, las dos placas tectónicas en pugna que determinan la


naturaleza sísmica del lenguaje.

De un sujeto sin lenguaje a un lenguaje sin sujeto.

¿Será que los poetas están enmudeciendo? ¿O es que simplemente se


han recluido en la vivencia que precede al nombrar y que al nombrarse
se pierde en lo nombrado?

El uso se hace a tropiezos. Desde el abuso y el desuso también. La


pragmática del lenguaje es la palabra atizada en carne viva, resignificada
en cada voz: las etimologías no son meras genealogías. Las palabras al
escribirse dejan sus huellas y remontar esas huellas, en busca de un
origen, es atender al sendero transitado por las voces que se han ido
esculpiendo desde su «soplo adánico», cuando fue sellada su acta de
bautismo, cuando cruzó el umbral del nombrar.

277

¿Será que la pregunta por el sentido surge cuando afloja la presencia de


lo nombrado por la palabra? O para decirlo de otra manera: que el
esplendor del ser se manifiesta en el lenguaje al rehusar esa pregunta por
inoportuna.

El decir es también una posibilidad: una posibilidad de ser que se agota


en la exclusividad de lo dicho. Aún así todo significado es a la vez una
apertura y una clausura, en permanente tensión, como dos placas
tectónicas que son removidas al hacer irrupción la metáfora, situada en
un terreno entrabierto, opaco, donde la palabra no cierra del todo a un
nuevo sentido fecundante, donde se adivina un germen inacabado de
significados que se escurren sin cesar. La metáfora es un amotinamiento
en contra del monoteísmo semántico.

Convengamos en que el luto de la palabra es un luto impuesto por el


hombre, pero no por el lenguaje.

¿Y si el silencio fuera sólo una manera metonímica de referirse al


lenguaje?

El poeta asalta el cementerio de la metafísica y de la ciencia para exhumar


la palabra que yace sepultada en la palabra y hacer revivir el aliento

278
moribundo de un ser tejido a punta de tropiezos lógicos, de malos
entendidos lingüísticos y de supersticiones filosóficas.

279
EXTRACTOS DE LAS COSAS MÍNIMAS

Julio Nuñez Rivera

Escribir versos
Como si fuesen costras
Que salvarán al mundo

280
No se escriben poemas
Se sacan espinas de la garganta

Nuestras bocas destrozadas


escupen puñados de palabras
tibias y ensangrentadas
pero capaces de revertirlo todo

Nuestras palabras ingenuas


apenas alcanzan a empañar el vidrio
del más impenetrable silencio

Versos en reposo
Escritos hace tantos años
Cuántos han sobrevivido
Y cuántos se han descompuesto

Tragar palabras sin masticarlas


para no sentir su amargo sabor
engullir amor
devorar la vida
antes que la linterna que conduce a la salida
parpadee y se apague

281

Y escribir en pequeños trozos de papel


para que al leerlos
la vista no pierda el contacto con la realidad

A veces las palabras


son costras horrendas
pero esperanzadoras de sanación
Cicatrices de advertencia
Señales de sobrevivencia

Escribir versos
Como si fuesen costras
Que salvarán al mundo

La poesía no es el poema
no es el verso
no son las palabras
no son las letras
no es la tinta recorriendo el papel
La poesía es la chispa cómplice que se genera
entre el emisor y el receptor

282

Poesía es la más sencilla ecuación


Para convertir todo cuanto nos oprime
En un arma poderosa

Nada llena el vacío


excepto el silencio

283
CAPITÁN BIRDWHISTLE | POETRY FILM

Cristina Bustamante

Técnica: Stopmotion
2020

284
Videopoesía

El término de videopoesía no es nuevo sin embargo no es del todo


popular ya que no es un estilo que veamos comúnmente ni en
plataformas públicas ni en festivales de cine, a pesar de que sí que hay
festivales dedicados a este formato que implica simplemente el uso de la
libertad del creador combinando la imagen en movimiento y la poesía
que ya, por sí misma, es tan amplia como se requiera. El video como
soporte técnico se ha ido expandiendo a lo largo del tiempo con un sinfín
de posibilidades que ofrecen los dispositivos mismos y los programas de
edición, pero la formación de imágenes desde el instinto desbordado de
quien habla y las propias metáforas de la palabra y el silencio dotan de
una combinación explosiva a este género que puede ir desde lo
contemplativo, lo estridente, lo inmersivo, etc. La videopoesía es sacar
las grafías de la página y transformarlas dentro de una pantalla.

Capitán Birdwhistle

Una tarde de cuarentena salí a comprar café molido para poder seguir
viviendo, en el camino me encontré a un pájaro que había caído de su
nido y no me resistí a dejarlo a la deriva, lo traje a casa para cuidarlo hasta
que creciera y pudiera volar solo. He querido mucho, pero nunca me
había encariñado con un pájaro y aún así, dejarlo ir volando no fue ni
será mi único duelo.

285
ENSAYO FOTOGRÁFICO SOBRE EL DESVIVIR DE LA ESCRITURA

Yamilet Fajardo

Hay en mis ojos fragmentos de una vida

286
Hay en mis ojos fragmentos de una vida.

Apacigua mi alma, apacigua mi corazón para poder escribirte.

287
Para crearte a ti, me destruí.

288
Tu camino es variado. A veces me haces tomar el camino más corto.
Otras, me haces ir por extensos senderos, rodear largas costas, para al
final, descubrir que siempre estuviste frente a mí.

289
VENTANAS

Cecilia Juárez, con fotografía de Alejandro Gánem

El poema/ se va/ con la tarde


pájaros/ vinieron
al funeral

290
Nota

Al pensar acerca de la génesis poética en el contexto del encierro,


llegamos a la conclusión de que nuestra herramienta más valiosa eran las
ventanas. Las ventanas de la casa que habitamos y en la que nos
encontramos en reclusión voluntaria durante la crisis sanitaria por la
avalancha que ha sido la pandemia del COVID-19. A través de esas
ventanas nos enteramos de lejos sobre el estado del mundo conocido. El
cielo, las calles, las estrellas, los prados. La luz que entra nos habla sobre
la hora del día. De ahí surgió la idea de escribir poemas en la superficie
de las ventanas y obtener imágenes que dejaran rastro de esa escritura
efímera que buscaba asomar la nariz al exterior. La poesía, pensamos, es
un instante: atravesaba el vidrio como la luz dorada de las cinco de la
tarde o como la del momento previo a la puesta del sol o como la de las
horas del alba.

291
Heroísmo

Vestir con el plato/ la navaja/


las tortuosas maneras/ de hacer trizas/ lo que estaba terminado

El heroísmo
es una canción/ que ya no se toca/ en esta casa
es la última vida de la aguja
cuando termine su filo
habrá terminado todo

como la niñez
ante el hachazo del vello púbico

dormimos mal
en el cansancio hallamos
los motivos que nos mueven a pensar
en la r e p r o d u c c i ó n
que ya no sucederá
en las escenas de picnics/ pasteles brillantes/ luces/
velas encendidas.

Qué lejos queda el heroísmo


De esta navaja en la que vivimos.

De No te desanimes, mátate. Diablura Ediciones, 2013

292
293
Mi amor platónico se baja los pantalones en Main Street
no ha logrado cazar un león como Hemingway
ni pilotar aviones como Faulkner
la risa que se murió en el patio de su calamidad
regresó/ con un hacha/ a destrozar/
las primeras hojas de todos los periódicos

locura es lo que llena su piscina

él hace intentos por escapar


nada en el aire/ nada/ nada
igual que un cachorro bajo sospecha de aguas

ahora

grita que el final se acerca vertiginoso


como la motocicleta que da la vuelta
y siembra un golpe
en el palacio ausente de su cráneo

mi amor platónico
yace sin pantalones en Main Street
tiene los ojos puestos en el cielo/ y sonríe
cuando estaba vivo no era mejor persona

De Lobos en un corral de lobos. Mantra Ediciones, 2016

294
295
296
El poema/ se va/ con la tarde
pájaros/ vinieron
al funeral.

297
Sueños de carnicero

Cuando te dije que te quería no lo dije en serio.


Lo dije como el carnicero al cerdo.

El cerdo es siempre mejor que el carnicero.

Lo dije como un verdugo que habla con su amo.


Lo dije tiesa/ incontrolable/ a media tarde de un orgasmo
antes de los Pixies.
Sudaba/ y lo dije por decirlo:
había silencio
y previo a los treinta
el silencio me parecía un barco
que debe hundirse/ antes de tocar puerto.

Querer es una actividad de mal gusto


y solo debería estar permitida en cuatro estados:
desgracia/ ebriedad/ locura
y tal vez Illinois.

Cuando dije que te quería/ era quererte


como al favorito de mis abrigos
dije por decir/ que te quería
lo cierto
es que soy incapaz de tal hazaña
deseo un enemigo
donde quepa
el borde de mi furia.

(Ya luego de haber dicho lo que dije/pensé


en lo ridículo que hay/ en verse vestida por la norma/

298
y al rato pensar/ en ser lo estipulado en un contrato)

Un carnicero tendrá siempre sueños de carnicero.

De No te desanimes, mátate. Diablura Ediciones, 2013

299
Mosca

Vine aquí como la mosca


de un camino largo de regreso de la muerte

vine después de oler las tumbas y con el sol


astillarme los ojos para hacer pedazos mi cuerpo de coleóptero
asir con mis patas la mierda del mundo
y volar sola

vine a morir aquí

entre predicadores que hablan de la vida


sus consecuencias y sus premios
predicadores que llenan edificios
con canciones que robaron de algún sitio

vine como judas


como bomba
como cristo
como juanadearco
como armagedón

cohete minúsculo
arropado entre las mieles de la mierda

vine para que me odien


me persigan
gasten un tiempo en procurar mi muerte
que de todas formas sucederá muy pronto

yo sigo

300
el dulce camino de lo podrido

quien no lo haga
no comprendo qué hace

devasto la calma y la quietud


pero en silencio casi

quien no lo haga
no comprendo qué hace

vine a morir a esta casa sola


encima de las horas que tuve
acepté la misión del vomitivo
quien no lo haga
yo-no-sé-qué-otra-mierda-pueda-estar-haciendo

no sé si lo he dejado claro:
observarlo todo
como a mitad de un viaje vívido y eterno

un viaje que ha de emprenderse con los pulgares arriba

¡vivid, volad!
porque de los carroñeros es el reino

De Cómo hablar con tu perrx. Ediciones El Humo, 2019

301
302
SIN TÍTULO

Alejandra del Río

303
304
dospuntospuntoycoma

Omar Pimienta

305
306
LA PANTALLA DE LA CREACIÓN. LA POESÍA DIGITAL
EN LOS LOCOS AÑOS VEINTE

Horacio Warpola

Con las redes sociales hemos presenciado una ruta multifacética en


la periodicidad del poema

307
I

Libros digitales, literatura electrónica y usuarios despistados

Sacar la poesía del libro físico no es un berrinche de la era tecnológica,


es aprovechar las herramientas que se nos ofrecen como espacio efímero
de la cultura digital. Hace algunos años apenas comenzó la búsqueda de
la conceptualización y liberación del software. ¿Cómo hacer para que
estos nuevos lenguajes arrancaran y mutaran junto con la intocable
poesía? Para mí ha sido muy claro desde el origen de la digitalización de
mis libros, siempre he publicado en editoriales pequeñas e
independientes, con tirajes cortos y poca distribución. Los alcances de
lectura eran limitados, los asistentes a las presentaciones eran pocos, el
libro se movía entre algunas manos locales y casi nadie hablaba de la
experiencia de lectura. Cuando comencé a digitalizar mis libros y
compartirlos en las redes sociales de manera gratuita comenzaron a
aparecer lectores entusiastas, nunca antes me habían leído de una
manera tan rigurosa, masiva y crítica. Sin embargo, estos formatos de
lectura me seguían pareciendo comunes: pdf, epub o el mismo blog
carecían de posibilidades de inmersión y navegación. Era importante en
ese momento no solo digitalizar un libro que antes era físico, había que
asumir las posibilidades y llevarlo más allá comenzando a crear piezas de
literatura electrónica.
Aquí es importante marcar la diferencia entre un libro digital y una
pieza de literatura electrónica, digitalizar libros es tan necesario como
leerlos, sin embargo, sabemos que los formatos de lectura se vuelven
obsoletos y el libro puede desaparecer de este espacio, por eso antes de
marcar testimonio y entrar en debates, para mí, el libro físico sobrevivirá
al fin del mundo antes que el libro digital, y eso, es incuestionable.
Entonces comenzamos a subir a internet libros clásicos y libros de arte y
cualquier tipo de libro, alguien lo descarga y lo lee desde su dispositivo,

308
lo que hay detrás de una pieza de literatura electrónica es un trabajo que
requiere de varias personas y distintos símbolos que forman parte del
ajetreado y polémico arte contemporáneo.
Hacer literatura electrónica es un trabajo colaborativo en donde
están involucrados diseñadores, editores, programadores, escritores,
músicos, artistas visuales y otras disciplinas según el proyecto. Las piezas
literarias que están creadas para internet tienen la ventaja o desventaja de
vivir ahí para siempre y no poder ser vistas o leídas en ningún otro lado.
Trabajar en colectivo siempre ha sido para mí indispensable mientras el
escritor se sigue considerando un ente solitario y romántico que escribe
textos en la oscuridad de su habitación. Con esto regreso a una sentencia
que creo firmemente y pienso cada que desarrollamos un libro digital: el
poeta es más un artista que un escritor.
Amo hacer libros, con esto quiero decir que cada que hago un libro
digital quiero hacer arte y quiero hacer un libro de poemas. Las
posibilidades que hemos encontrado en la red son las de un infante
descubriendo su noción del espacio y el tiempo. Las articulaciones que
envuelven a la literatura electrónica van desde la literatura generativa
hasta el meme y de esta manera nos adentramos en la quinta esencia del
desarrollo web y su binomio con la memoria digital, la data y el archivo.
Todo en el internet es creado y destruido hasta que nuestro gadget lo
permita, la programación y los lenguajes informáticos se nutren de la
inteligencia artificial con la necesidad de estar mostrando imágenes que
nos permitan acercarnos a la inestabilidad de nuestros pensamientos.
Espectadores y lectores infinitos todo el tiempo conectados.

II

Lector, espectador y memoria a corto plazo

Buscar credibilidad y lugar en la escena literaria nos ha estancado en las


fauces de la licitación creativa. Hacer poesía digital y arte electrónico ni
siquiera es una posición de rebeldía ante los cánones literarios, es una

309
necesidad y una búsqueda por hacer que el género llegue a todas las
personas posibles. En un país con poquísimos lectores, en un país donde
las librerías no venden poesía, en un país donde las editoriales que
publican poesía lo hacen como bono de calidad, es normal que los
poetas busquemos nuevos detonantes y plataformas alternativas. Ya ni
siquiera se busca provocar, se busca que la poesía se lea, se vea, se
escuche y se perciba como un elemento artístico en donde todos y todas
puedan sentirse cómodos/incómodos y entusiastas. El debate sobre la
posición del libro y el lector en los nuevos formatos es obsoleto, con
internet sabemos lo que significa leer en el siglo XXI, sabemos de las
nuevas experiencias con la lectura y sabemos de la necesidad exhaustiva
por encontrar lectores. Querer llevar la poesía a los nuevos medios
tampoco es algo nuevo, se hace desde el siglo XIX y se ha hecho en
cientos de experiencias visuales, sonoras, gráficas, cinematográficas,
conceptuales, tecnológicas y performáticas. Seguir intentando explicar
por qué es necesario sacar a la poesía de sus plataformas convencionales
ya es repetitivo y absurdo. En los gremios poéticos sigue siendo un
devenir no querer ir a leer a las mesas de paño verde porque sabemos
que los asistentes siempre somos los mismos y la mayoría de las veces
nos aburrimos infinitamente. ¿Cómo es el lector de poesía casi entrando
al 2020 y qué espera del poema?
Me ha pasado muchas veces que la gente sigue creyendo que el
poeta debe rimar y hablar de amor, que en los flyers de las lecturas sigan
poniendo una pluma y un tintero, como si todavía la poesía se escribiera
como la escribió Sor Juana o San Juan de la Cruz, que cuando se habla
de poesía se habla de algo semi-sagrado e incomprensible y es ahí donde
el lector se hunde. Creo que las posibilidades de la poesía son un regalo,
a diferencia de otros géneros literarios la poesía es multidisciplinar y una
exploración salvaje del lenguaje, esto hace que pueda funcionar en
múltiples formatos y poder seguir siendo poesía, no es performance, no
es arte digital, no es arte visual, no es música; es poesía, poesía
diluyéndose en las más acertadas y emblemáticas materias del futuro.

310
Debemos crear nuevos lectores, porque los nuevos poetas existen desde
hace siglos.
El poema, en cambio, se mueve distinto. Con las redes sociales
hemos presenciado una ruta multifacética en la periodicidad del poema.
Algunos poetas han utilizado estos espacios como esparcimiento y área
de juego, otros se han ofendido profundamente porque conciben el
poema como objeto dimensional que solo debe funcionar junto a otros
poemas en un equilibrio físico y natural. Esto no quiere decir que todo
lo que se publique en internet sea bueno, naturalmente, y como siempre
ha sucedido, hay poetas malos; pero esta mala poesía que curiosamente
gana likes, es lo que desequilibra a las teorías de la poesía moderna y sus
nuevos formatos. Publicar a desparpajo en las redes también es un
embudo que al fin se drena. No podemos negar que los dadaístas
hubieran estado fascinados con estas herramientas y estarían haciendo
exactamente lo mismo que muchos artistas y escritores digitales.
Inclusive tendrían su propio grupo de shitpost en facebook.
En mi caso he situado mis poemas jugando con los seudónimos,
no es lo mismo publicar un poema tuyo que publicar el poema de alguien
que no existe, pero tiene un nombre. Muchos usuarios a veces no lo
saben, pero se sienten más seguros al respecto y comparten el poema
como si este ya hubiera tenido la aprobación de la historia. Este juego ha
dado lugar a varios proyectos y libros y ficciones que nutren mi espacio
poético y hablan desde la voracidad de mi escritura dentro de las redes
sociales.
Los más conservadores creen que el ruido monumental de las
redes sociales hace que la supuesta seriedad ritualística que lleva el
poema se desvanezca, sin embargo, el poema nunca se había movido con
tanta fuerza y con tanto esplendor orgánico, a tiempo real, en las
reverberancias de una lectura inmediata, que aunque dure poco, marca
líneas de fuerza y memorias explosivas en los lectores espontáneos y
reprimidos. Publicar libros nunca había sido tan factible y monstruoso,
publicar poemas nunca había sido tan inmediato y desolador.

311
III

Bots, instagram y tecnochamanismo

Las máquinas todavía no saben escribir poemas. Las inteligencias


artificiales comienzan a despertar en los aurales de los grandes
programadores sin escrúpulos. Los humanos siguen siendo la unidad
central de procesamiento y eso los hace los amos invencibles de la
carrera tecnológica. Vamos a velocidades impensables, pero junto a un
sistema que acarrea destrucción e intereses de capital. Los artistas
digitales han desarrollado escudos contra la imposición y crean sus
propios métodos de ejecución. Apropiarse de las redes es necesario y
estimulante.
En el caso de Carcass —un libro para instagram stories, se
aprovechó lo que el instagram stories ya tiene para darnos. No es
necesario ser un gran programador o diseñador para utilizar los espacios
digitales a nuestro favor. Entre la burla de los programadores y la
discriminación de los poetas, es necesario posicionarse y seguir haciendo
libros en donde el espacio digital sea solo una excusa. Lo mismo sucede
con los bots literarios, rupturas y epitafios de la máquina en donde de
nuevo la apropiación es el simbolismo ideal para la creación de
conceptos y piezas literarias. El bot sigue haciendo lo que tú le digas que
haga, en el juego de las definiciones parece que él toma sus propias rutas,
pero aún no es tan inteligente, cuando llegue ese momento podremos
hablar de poesía hecha por inteligencias artificiales.
El tecnochamanismo parece conciliar entre la psique y la máquina.
¿Será posible la unión mística entre el espíritu humano, la mente y la
inteligencia artificial? En este tiempo donde los millennials y centennials
se sienten más identificados con la magia, la brujería, el esoterismo y las
drogas psicodélicas, que con el cristianismo o el catolicismo, se ha
formado una gran comunidad digital de búsqueda interior. El ritual
comienza en las redes sociales o en el archivo, el chamanismo y la
tecnología han tenido que practicarse y reformarse para que la una con

312
la otra logren equilibrar a las fuerzas. La poesía y el arte han descubierto
en estas prácticas un portal donde nuestro yo más ilegible parezca un
mapa de la realidad que habita. Sanar y ser sanado por medio del código,
el performance o la poesía digital. Encontrarse en el ritual continuo de
la transformación.
La poesía es un píxel que se abre camino en las brechas de la
historia. No importa si tenemos las herramientas más sofisticadas o una
roca de río, la poesía se abre paso entre los submundos y se posiciona
como materia lúdica y ambigua. El poeta carga con su propia
responsabilidad en donde el ego y la necesidad de crear deben
difuminarse. Mientras sigamos avanzando junto a los procesos
tecnológicos seguiremos construyendo caminos para el arte. La
exploración apenas comienza.

313
AY, HOY

Ignacio Ballester Pardo

La estrategia de lectura de aquello que tradicionalmente se ha


considerado poema ha cambiado a través de la escritura

314
Hoy, el poema ha dejado de serlo; es decir: la estrategia de lectura de
aquello que tradicionalmente se ha considerado poema ha cambiado a
través de la escritura.
No quiero decir con lo anterior que ahora (sin duda el momento
de nuestra historia como seres humanos en que más se lee: la clave es
qué y cómo) se escriba más que se lea; o se escriba sin necesidad de
haber leído. Ese sería otro debate. En las siguientes líneas me propongo
pensar en el mecanismo por el que actualmente un poema es
considerado como tal.
Mi experiencia como lector se debe en los últimos años a la poesía
mexicana contemporánea; sin embargo, pienso que dicha reflexión
puede extenderse a un ámbito más amplio del género literario que nos
ocupa.
En un primer momento, el foco podría ponerse en el lenguaje.
Desde el formalismo ruso, un texto literario se diferencia del que no lo
es por el concepto de ostranenie (extrañamiento). El choque, la sorpresa,
el golpe generan una respuesta en quien recibe dicho mensaje (que
puede ser tanto verbal como no verbal). Ahora bien, ¿qué está
provocando el poema en la segunda década del siglo XXI? ¿Una queja,
un sobresalto? ¿Cómo lo logra?
En una de las clases del Máster de Estudios Literarios en la
Universidad de Alicante nos enseñaban a leer una Shopping list como
lista de la compra en lugar de como poema; y viceversa: como poema en
lugar de una mera enumeración de productos (palabras unidas por
alguna razón) cuyo objetivo no es emocionar, empatizar, reivindicar,
desnudar, sacudir o cimbrar sino simplemente recordar lo que hará más
fácil la existencia, al menos durante los próximos días o, incluso, en el
mejor de los casos, semanas.
Recuerdo que en esa época un compañero subió a la tarima del bar
que organizaba un recital de poesía a micro abierto. Nos avisó de que
entre sus poemas se había colado uno de los ensayos que trataban la

315
historicidad del texto. Lo leyó sin sospechas. El escaso público que ahí
había aplaudió, posiblemente, por una prosa que se apropiaba de otra
fuente.
Al intentar explicar los mecanismos del poema, los andamios que
lo sostienen, debemos pensar en la experimentalidad literaria. Más que
una preocupación o disertación del poema sobre el mismo poema, a la
manera de las Artes poéticas mexicanas (de los Contemporáneos a la
actualidad) (2015) que coordina Carmen Alemany, existe una creación
(ensayística, poética, artística; híbrida, en definitiva) que repiensa los
pasos que se siguen para escribir (y leer) lo que se considera un poema.
Pienso que se privilegia erróneamente la fase de escritura en lugar de la
de lectura. El poema ha de evitar el lugar común, lo cual solo logrará
conociendo la tradición (huir de ella es inútil e inviable, por mucho que
se hable de flarf) para presentarla de otro modo, en pos del efecto
inesperado.
Desde las vanguardias los procedimientos para lograr un poema
han ampliado sus posibilidades hasta límites todavía difíciles de advertir.
Performance, escritura-lectura digital y la (des)apropiación riveragarciana
coinciden el año pasado en Burbujas Sónicas (2019) de Rocío Cerón, las
historias de Instagram de @hwhwhwhwhwhwhwhwhwhwhwhwhwhww/
en Carcass (2019) o el pastiche y la relectura que conforman
Interferencias (2019) de María Ángeles Pérez López. A tales obras las
une (y por ello forman parte de la poesía) el proyecto, la base que articula
un nuevo lenguaje y se sostiene dando un paso más en la tradición de la
cual es consciente para (precisamente por ello) ofrecer algo distinto.
Con motivo del Día del Libro y del confinamiento, les pedí a mis
estudiantes del primer ciclo de la ESO (de doce a quince años) que
leyeran Una extraña seta en el jardín (2018), del poeta Luis Eduardo
García y del ilustrador Adolfo Serra; y que escribieran su opinión.
Disfrutaron de la obra, pues les llama la atención que los poemas no
tengan rimas ni respondan a los metros que estudiamos en clase desde
la literatura medieval.

316
Hubiera ocurrido lo contrario, es decir, lo mismo, si este Premio
Hispanoamericano de Poesía para Niños y Niñas presentara un
fragmento de La Suave Patria (1921) de Ramón López Velarde y uno de
persona (2019) de Yolanda Segura. El (casi) siglo que separa a ambas
obras chocaría porque quienes esperan una cantiga de amigo hallan algo
distinto que también se etiqueta de idéntica manera. Ese problema, el de
las etiquetas, no puede resolverlo otra serie de membretes, por eso
considero fundamental la lectura de reflexiones que giren en torno al
proceso por el que un poema lo es más por conocimiento que por
contraste entre diferentes textos.
Si esos ovnis que confirma el Pentágono trajeran a extraterrestres
que se encontraran un libro de poemas y una mascarilla en el mar no
sabrían qué es qué. Más allá del ritmo, rasgo inherente al poema, creo
que lo que no puede faltar nunca en el arte (en México y en cualquier
país, como obra poética, plástica, sonora...) es la honestidad. El llamado
sujeto poético será coherente siempre que reconozca la incoherencia de
decir a través de otro yo lo que piensa y siente quien escribe y quien lee.
Por su parte, la crítica se acercará a la objetividad tras entender que esta
no existe. Comprenderemos la intagibilidad del poema cuando
intentemos, como Alejandro Jacobo, hallar la fórmula matemática que
da como resultado el hecho que nos convoca: el poema.
Durante mi tesis revisé mecanuscritos de Vicente Quirarte; quien,
como José Emilio Pacheco, sigue la máxima que se puede atribuir a un
poema: decir lo máximo con lo mínimo, amén de la práctica de leer
mucho, escribir mucho y publicar poco. En esas tachaduras y borraduras
se apreciaba cómo el poema (el de «Alta traición» es un ejemplo)
menguaba, se pulía, conservaba su esencia para ser sin adjetivos,
subordinadas o acotaciones ajenas al poema. El poema no acaba de
fijarse, aun funcionando como testimonio.
Cuando Raúl Zurita, en 1982, dibuja en el cielo de Nueva York su
poema “La Vida Nueva” lleva a cabo una Acción de Arte. Al fotografiarlo
y reproducirlo en un libro lo leemos como poema, pese a que su

317
escritura buscara en un principio una performance alejada del texto
impreso de manera convencional.
A pesar de lo dicho, un poema no tiene por qué estar en un libro,
ni ser recitado, ni estar formado de palabras, ni ser. Puede esquivar la
etiqueta de poema para conquistarla por detrás. Un poema no será la
cerveza servida con su justa espuma, la mirada entre quien pide limosna
en la calle y quien echa el cambio en las tragaperras, el codo que te roza
cuando debes de estar a metro y medio escuchando a micro abierto. El
poema no es azaroso, sino racional (hasta en el caso de la escritura
automática). Al menos, a priori, el arte es humano, pese a que no
siempre lo parezca.
La lengua tu'un savi es la de la lluvia porque alguien lo describe de
ese modo y, porque, efectivamente, el poema también pone en palabras
la naturaleza. La estrategia del poema hoy resulta muy distinta de la
mecánica cien años antes. De cualquier manera, las posibilidades no se
agotan. La búsqueda es infinita, como lo plantea diariamente el ya
mencionado por otra red social Horacio Warpola en @Poesia_es_Bot,
con el último tuit de abril: «La poesía es cuarenta espejos estrellados en
el pavimento». El reflejo de todas esas partes que se rompen y se separan
contra una base, el texto, da luz a la lírica: representación valleinclanesca
del mundo.
Desde la poesía mexicana contemporánea existe una dicotomía
que ha separado (sin éxito, pues se mezclan) la vertiente culta y la popular
(en mi opinión, mejor llamadas: dificultista y coloquial); encabezadas por
Octavio Paz y Efraín Huerta, Gerardo Deniz y José Emilio Pacheco,
Coral Bracho y Malva Flores o Clyo Mendoza y Elisa Díaz Castelo. Con
tal idea podría entenderse que el poema se construye para extrañar y
acabar transmitiendo un mensaje (amoroso, ecocrítico, feminista,
metaliterario) o, en sentido contrario, comunicar algo que dé pie a una
abstracción. Simplificar un panorama tan diverso es un error, pero quizá
dicho fallo nos permita advertir la dispersión y la, todavía, imposibilidad
de definir la estrategia del poema; se trata de una categoría variable. Solo
reconociendo las limitaciones de la caracterización de lo que es y no un

318
poema estaremos más cerca de comprender lo que es y no un poema; la
estrategia ha cambiado: el ataque pasó a ser (heideggerianamente) una
defensa que invierte el sentido, ya, contra la mudez del sujeto poético:
ay.

319
POÉTICA DEL ENTORNO
Ángel Pahuamba
Técnica: Ilustración digital
Año: 2020

320
TRAMAS DEL PRESENTE EN LOS ESPEJOS Y LAS VENTANAS Y LA POESÍA
COMO EJERCICIO DISPONIBLE PARA CUALQUIERA. (UN POEMA EN
ESCRITURA)

Marco Antonio Bugueño

Es evidente que allí abajo está la otra ciudad […]


escribir es también un asunto de espejos

321
Poéticamente habita el hombre el mundo…

Friedrich Hölderlin

Los espejos son los espejos. Son objetos que ofrecen una interpretación
posible de otro objeto y por lo mismo, si es el caso, del ser humano, que
se mira. Es una oferta al que mira. Abre conversaciones sobre lo que se
observa. Pero a su vez siento que la naturaleza de este espejo, del objeto
que está funcionando como espejo, determina la experiencia y construye
fenómenos de naturaleza distinta. Un ejemplo de ello es la diferencia en
la observación de un objeto reflejado en una baldosa, del resultado del
reflejo de ese mismo objeto en un espejo de vidrio o cristal.

Y si es una baldosa celeste, particularmente la que está en el cuarto de


mi casa en el segundo piso, más claramente aún.
Ya que al reflejarse la manilla de la puerta en ella, esta se ve como
sumergida en un foso de piedra celeste. Como un objeto de otra ciudad.
Una ciudad ominosa, inesperada en el piso de mi cuarto. En este punto
la baldosa es metáfora, no espejo.

Esta polisemia de la baldosa cobra su poder a propósito de una nueva


identidad compartida. Digamos, no es metáfora desde el relato que hago
de ella, solamente, desde un poema eventual, por ejemplo, sino a
propósito del fenómeno físico de reflejar algo, de tal manera.

Es evidente que allí abajo está la otra ciudad, ¿no?

322
Entonces escribir es también un asunto de espejos y, muy
particularmente, de la selección y disposición de estos. Transparencia y
reflejo.
Ahora digo: La Poesía es presente. Presente que se contempla e
interpreta a sí mismo y lo que contempla. La Poesía es una indagación
de las prácticas.

De la Naturaleza De la Cotidianidad

¿Puede ser que esta indagación nunca llegue a puerto, acaso?


Obvio

La respuesta no es el sentido de todo. Mas bien el devenir de la


pregunta.
Estar en el presente es estar sin respuesta
Si tienen dudas pregunten a los físicos de la Universidad de Caltech
Si no, den unas vueltas en el colisionador de Adrones.

Dicho esto, una definición del ser poeta (del hacer poesía, que es lo
mismo), entre muchas otras posibles, tantas como gente que escribe
poemas, es esta: Ser poeta es encontrar su propio espejo cremoso, la
propia baldosa celeste de esa propia habitación. Luego de ello: Atreverse
a mirar esa baldosa:

Como reflejo que muestra faces o facciones no vistas. Muestra al Otro,


a veces, y de una vez.
Como ventana Sucede que contemplo paisajes que no sabía existían, o
tal vez los intuía, los soñaba. Algunos de ellos ominosos, en la acepción
gótica del término.

Todo ciudadano

Todo ciudadano es preso y alcaide de su propio espejo

323
Todo ciudadano es esclavo y amante de su propia ventana

El encarcelado se apresa en su espejo


Y a su vez contempla los paisajes externos con su ayuda
Ayer corté mi brazo con él
Ayer vi a mi hijo correteando montado en un zorro de alas grises
Fue un sueño
No fue un sueño

Esa muchacha encerrada en su habitación se apresa en su espejo


Y a su vez se maquilla los ojos con su ayuda
Ayer corté mi brazo con él
Ayer vi a mis amigas bailando, girando sobre una planicie verde
Fue un sueño
No fue un sueño

Se abre la ventana como la carne


Y todo es visto en ese paisaje

Sangre que no es sangre


Amor que no es amor
Dios que nos es Dios
Pasado que no es pasado
Presente que no es presente

El Mismo que no es el Mismo


El Otro que no es el Otro

La palabra que de ahí aparece


Remite a la que ha huido
De nosotros
Sabemos que ya no somos nosotros
Porque ese segundo se ha ido

324
Solo nos queda esta ventana nubosa y celeste

Como todo ciudadano


Digo por primera vez esa palabra
Esa palabra que conozco como propia
Y que me nombra y nombra al mundo por una vez
Nombra las cosas que nombran el mundo
Lo ominoso de ese umbral alimenta mi desvelo
Y sosiego el pavor con el arrullo
De nuevas siluetas
Que no siendo dulces son sinceras
Me entrego a la faena sin palabras
De levantar mi propio Golem de mismo
Desde la tierra sin nombre

Desde allí me levanto y se levanta


Todavía rengo
Del corazón y de su pata
Y sonrío sonríe
Con una mueca dulce en el rostro de cartón ensangrentado y satisfecho

Entonces, tiene usted señora o señorita esa baldosa celeste suya bajo el
brazo, con la que puede seguir haciendo sus trámites en el centro de la
ciudad. Un consejo: es mejor cerrar la boca y abrir los ojos, para que su
mano izquierda le diga a su mano derecha que hay que moverse por
primera vez.

325
FRAGMENTO DE UN DIÁLOGO FALLIDO

Carlos Cociña & Juan Carlos Villavicencio

La lengua sucede en el mundo como una rasgadura


en la existencia

326
VILLAVICENCIO: Insistiré: Ajena la palabra del que dicta, del que
escribe –la máquina o la hoja que no termina de caer–, la pregunta por
el cuándo, el cómo o dónde inicia la rueda a girar. Por qué.

COCIÑA: Toda palabra construye sentido cuando a lo menos dos


personas (o un escuchante) tienen un consenso mínimo respecto de su
referencia. En ese aspecto construye realidad, que es siamesa de lo que
pretende designar. Incluso su ausencia, en sonido o visual, puede
consensuar un significado en relación con otras palabras presentes. La
palabra emerge desde el cuerpo u otra materialidad, cargándose de
matices que la definen en relación con el sentido. En el uso cotidiano y
práctico de las palabras, todas esas condiciones se tensionan, y en el caso
del arte, es en esa tensión donde las palabras expanden su potencial. Su
capacidad de referencia se vuelve su objetivo para hacer posible lo que
no se puede nombrar. Es ponerse a sí misma en el lugar de lo
innominable.

VILLAVICENCIO: Es una manera de entenderlo adecuadamente. Sin


embargo, acá hay dos cosas que quedan en evidencia: Las diferentes
maneras de aludir a la palabra, como vemos ya en estas dos visiones. Yo
planteaba esto recurrente de enfrentarse a la obvia página en blanco,
pero también a las preguntas acerca de dónde provendría el inicio del
acto escritural (pensando en el relámpago de Gonzalo Rojas, por
ejemplo); del cuándo de la escritura, en cuanto a uno como ejecutor en
un medio social; del cómo en tanto a cuáles vendrían a ser los posibles
detonantes y los acostumbrados. En fin, de distintos elementos para
configurar esa palabra y luego el hilvanamiento de su discurso a través
del tono, aquel en el que, sin ir más lejos, no coincidimos en el principio
de este intercambio. Estamos ante un diálogo fallido, otra vez, Cociña.

327
COCIÑA: Lo fallido, la brecha, es posiblemente el impulso. Cierta
incomodidad con lo que parece aceptado puede impulsar a buscar
alguna forma de establecer una relación distinta, tanto desde la
percepción, como de la forma de poner en evidencia dicha
incomodidad. No es buscar el lugar más cómodo, sino el hacer evidente
la perplejidad ante lo que parece dado, ahondando en su fragilidad.
Cuando se trabaja desde la literatura, o se siente el impulso a hacerlo
desde las palabras, la primera constatación es la imposibilidad de que
ellas den cuenta cabal del impulso. Es quedar en blanco, en nada, pero
una nada que es potencialidad que no cabe en las palabras mismas. Sin
embargo el idioma mismo se entreteje para formar una tela en que se
pueden atrapar alguna referencia a la sensación. Así se forma un objeto
lingüístico que detona en espacios no lingüísticos, sigue siendo un
aparato verbal, que en sí produce otra cosa.

VILLAVICENCIO: Ahí la claridad acerca de lo que es el necesario ars


vitae, que da pie a la ruptura del silencio. O sea, desde ese diálogo fallido
con la realidad o, al menos, con la realidad de otro. Y es en ese sentido
que se hace llamativo el concepto de fragilidad: Aquello que no tiene que
ver con la debilidad propia, existiese ésta o no, claro, si no que con la
calidad del vínculo que se tiene con la realidad que, por lo mismo, es
una grieta que permite develar la oscuridad o la nada que la constituye.
Son los pasos dados en la ceguera del atrevimiento, al trasladar esa
oscuridad al mundo con la forma que toman las palabras. Tanto,
entonces, la capacidad de capturar ese relámpago, como el impulso de
grabar la antigua piedra, leer grafías en una pantalla, u oír el ritmo de los
sueños, dan cuenta de ese diálogo. Sin embargo, más allá de la evidente
frustración, está claro que logramos rasgar algunas muescas en la nada.

COCIÑA: Captar en un momento lo innominable es resultado de la


relación que se establece a través de la palabra, aunando imaginarios, y
por lo mismo, la historia personal inscrita en la lengua de la comunidad.
Es personal porque es social. En el poema ocurre, pues lo descrito o

328
relatado tiene que ver con cómo se escucha o lee, más que en su
secuencia. El poema no relata, sino que es parte de un relato.

VILLAVICENCIO: Tiene que ver con la manera en que se da la


relación con el otro. Una pieza más del puzzle, pues en lo social es que
se despliega la posibilidad de lectura que tiene la poesía. Está eso
arquetípico que nos constituye, pero también esa innegable soledad que
se ve aplacada por la escritura. Aunque a veces la exacerba, no lo
podemos negar. Esto de ser arrojado a la existencia. En fin, ese
imaginario común es el que se da como punto de encuentro, incluso
entre otros idiomas. La lengua sucede en el mundo como una rasgadura
en la existencia, también, como la nada o la muerte. Lo innombrable, lo
intangible. De ahí la musicalidad propia de la poesía, ese misterio
anterior, que es su forma a la vez, da cuenta del fondo que es el relato de
lo humano desde siempre, pero también de lo desconocido, de lo que
podría ser. De lo que vendrá.

COCIÑA: Cuando dices que el fondo del relato humano es la pregunta


acerca de su propia existencia, lo que incluye lo desconocido, lo que
podría ser, de lo que vendrá, estás hablando de una pregunta sin posible
respuesta. Al utilizar la lengua, esta no contiene solamente los conceptos
establecidos como significación de sus unidades y relaciones, sino que
también están cargados de aquello que inconscientemente tiene quien
los utiliza. Así la lengua dice mucho más que lo que pretende sea su
significación más evidente, está traspasada tanto por el imaginario,
consciente e inconsciente, de quien la utiliza, sea este el emisor o el
receptor. Es más amplio el espectro de lo que no se sabe de lo que se
está escribiendo, hablando, leyendo o escuchando. En un poema se está
tratando de fijar la posibilidad de que el espectro se abra, pero su
resultado será diametralmente distinto. Este fracaso se vuelve sobre el
propio poema, y será esta característica la que le dé su potencia.

VILLAVICENCIO: Me acordé de esa desoladora trompeta de Charles

329
Ives en la consabida pieza. Pienso que, pese a todo, estamos de acuerdo
en cuanto a que, finalmente, de lo que hablamos es de los símbolos
enraizados en nuestro paso por el mundo. Si bien lo simbólico guarda
un marco de funcionamiento amplio en la existencia común del ser
humano, también limita, si es que no lo enfrentamos a esa brecha que es
todo lo que desconocemos. Es ahí donde se abre y se hace mayor. La
lengua, por ende, es ese faro que es capaz de romper la oscuridad. El
poema rastrea lo que puede dentro de lo innombrable, de lo que puede
traer a nuestro tiempo. El fracaso, lo fallido, es lo que sólo la poesía
puede mostrar de algo que no podía ser comunitario, pero lo será en
cuanto peso que se incorpora a la existencia como un paso más en el
abismo.

330
ISLAS QUE COMULGAN CON OTRAS ISLAS

Jorge Fernández Granados

Alguien puede vivir una vida colmada de aventuras y redactar


pobres libros o, como el caso de Kafka, tener una aburridísima
existencia de oficina pero crear literariamente un mundo

331
No recuerdo cuándo fue mi primer contacto con la poesía. Recuerdo,
eso sí, que de pequeño experimentaba una sensación inusual, una
especie de vértigo breve que aparecía a la altura del estómago, ante
ciertos sucesos, especialmente la música. No entendía por entonces —y
creo que sigo sin entender del todo— cómo se produce ese fenómeno.
Es una emoción parecida a la de reconocer a alguien muy querido en
medio de una multitud en un lugar inesperado; y ser feliz con ese
encuentro. Anterior en mí a todo concepto estético, aquella emoción de
inmediata empatía con ciertas cosas que a los demás les parecían si acaso
«bonitas» se apoderaba de mí de una manera literalmente visceral. Con
los años han cambiado significativamente mis gustos, como era de
esperar, pero aquel suave vértigo no. Esa emoción me sigue
acompañando a veces, ante ciertos poemas o imágenes o melodías, y no
creo exagerar si digo que se volvierón paulatinamente mi mejor instinto,
mi brújula fisiológica para reconocer algo que me es entrañable en ciertas
obras de arte.

En mi casa la literatura no era central. Había libros, cierto, y creo que


hasta alguno de versos; pero más como una consecuencia de cierta
educación de mis abuelos, mis padres y mis tíos que como un verdadero
gusto literario. Los libros sólo eran un medio de comunicación; se leían,
junto con los periódicos, porque contenían información y formaban
parte de la realidad del mundo, pero estaban lejos de ser un arte ni un
culto, menos una profesión viable. No ha habido, hasta donde sé, un solo
escritor en mi familia. Lo que sí había en mi casa era una pasión por la
palabra. Hablar, saber hablar, era importante. La palabra era el carácter.
Por la palabra se respetaba o se desdeñaba a una persona. Recuerdo que
mi abuelo, hombre de ascendencia rural pero inquietudes vasconcelistas,
gustaba, además de viajar y negociar, de reunir a sus amigos en tertulias

332
donde lo central era la elocuencia. En la sobremesa uno a uno, de
ceremoniosa manera, tomaban la palabra; lo cual quiere decir en efecto
que parecían empuñarla en su turno como un estandarte, una espada o
una preciosa joya que en cada mano podía y debía ser única.
Comentaban algún acontecimiento, halagaban al anfitrión, contaban una
historia o recitaban un poema de Salvador Díaz Mirón o Amado Nervo.
No recuerdo más detalle de lo que decían; sin embargo guardo
hondamente la huella de ese silencio que se abría en torno a quien se
ponía de pie porque iba a hablar, ese gesto solemne y antiguo en el que,
en el ministerio de la palabra, parecían jugarse la vida.

Tal vez llegué a las palabras por la música. Como ya dije, aquel vértigo
de la empatía era particularmente fuerte en mí con la música. Desde niño
yo tocaba el piano y, aunque no terminé una carrera universitaria, el
estudio al que le dediqué más disciplina y tiempo fue la música. Debo
decir también que el padre de mi padre fue músico. Él vivía en Morelia,
daba clases en el Conservatorio de las Rosas y murió cuando yo era muy
pequeño, de manera que no llegué a conocerlo, pero no me sorprendería
que hubiera algo innato en esa inclinación.
Resulta significativo que la definición teórica de lo que es la música:
«el arte de los sonidos y los silencios en el tiempo», sirva lo mismo para
definir, en un sentido muy amplio, a la poesía. La lira, más que la pluma,
ha sido desde la mitología el instrumento del poeta. La voz y la melodía
se confunden en el registro de la memoria, tal vez porque se trata de una
misma zona de expresión humana. Si la palabra es la materia prima del
poema, en lo cual estoy de acuerdo, esa palabra existe entre dos
extremos: el gruñido y el canto. Ella bien podría ser sólo la evolución de
un primitivo gesto gutural que aspira a ser canto.

333

El género de la poesía me atrae por su brevedad portátil, por su vocación


de síntesis y por esa particularidad que tiene, como la oración, de oírse
adentro, es decir, de conceder una voz que, dentro de cada quien, ocupa
un espacio de alteridad. No se puede leer un gran poema sin escucharlo.
La voz del poema se apodera de nuestra conciencia, aunque sea en
silencio, y nos convertimos en una especie de caja de resonancia. Esa voz
es tanto un ordenamiento sonoro como un orden espiritual. Como la
oración, no sabemos exactamente dónde sucede, pero pareciera que
somos absorbidos por ella, o, mejor dicho, que somos construidos o
reconstruidos por ella. Tal vez sólo se trate de un íntimo requerimiento
psicológico, o tal vez esa voz de verdad esté en otra parte. De cualquier
modo, para mí esta voz poética es esencialmente una concentración de
sentido en una forma capaz de guardarlo y transmitirlo. Por su naturaleza
estaría más cerca del rezo, del grito o del mantra que de un puro
intercambio de conceptos. El lenguaje ahí es trascendente y distinto. El
lenguaje en ella es energía.

Si fuera posible analizar el estilo de un escritor como se hace con la


sangre, e identificar y medir cada célula o cada sustancia que la
componen, lo primero que se observaría es que más que de influencias
se trata de ocultos procesos nutritivos y microscópicas enzimas que están
presentes ahí, en la escritura y el pensamiento que los ha incorporado, a
veces hasta inconscientemente, a su naturaleza. Los autores que más
influyen no son necesariamente los que uno cree. Hay autores que
afeitan el estilo o dan cierta fisonomía a la redacción, de manera más o
menos identificable; pero los autores que, a veces sin mayor huella
estilística, modifican el concepto mismo de poesía y de literatura son los
imprescindibles para cada uno. Ellos son los glóbulos rojos.

334
En mi caso los primeros (los del estilo) son incontables. Casi diría
que no hay lectura gozosa que no me deje un rasgo, una cadencia, el
gusto por un giro, el magnetismo de ciertos vocablos, etc. Pero se trata
de épocas en tránsito, de lecturas sólo demasiado frescas; su influencia
es por definición pasajera y duran lo que dura una sustancia extraña en
el torrente sanguíneo. Sin embargo, hay maestros del estilo o del intelecto
a los que vuelvo una y otra vez, como a una medicina o una droga, sólo
para impregnarme de su influjo y su magisterio: los versos de Garcilaso,
Quevedo y Góngora; los ensayos de poética de Pound, Eliot y Valéry; la
prosa de Reyes, Torri y Cuesta; los orbes literarios de Borges, Paz y
Cortázar; y, más cerca en el tiempo aunque asimismo señeros en su
lección: Luis Cernuda, José Gorostiza y Oliverio Girondo; Felisberto
Hernández, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo; José Ángel Valente, Eliseo
Diego y Rafael Cadenas; Alejandra Pizarnik, Gonzalo Rojas y Gerardo
Deniz.
No obstante, mis glóbulos rojos son otros, que no elegí pero ellos
transportan el oxígeno de un lado a otro y dan vida secretamente a mis
tejidos literarios, autores cuya lectura confieso que ha sido y sigue siendo
irreversible en mi vocación por la poesía: Dante Alighieri, Stéphane
Mallarmé, César Vallejo, José Lezama Lima y Paul Celan. Si me
preguntan por qué cada uno de estos cinco autores, no acabaría este texto
en el espacio disponible. Baste apuntar que son para mí los visionarios,
que en ellos se cumple la palabra no sólo como literatura sino como
forma de pensar el mundo y como destino. Son, en el sentido griego del
término, cada uno de ellos un logos. Un verbo del que emana un orden.

Ni la vida explica la obra ni la obra explica la vida. Pero algo hay de


emocionada arqueología en la curiosidad por los hechos biográficos de
un autor entrañable. Alimentar en lo personal un mito, confirmar una
sospecha o comprender ciertos elementos recurrentes en sus libros
puede ser también lo que empuja esa curiosidad. No soy de los que leen

335
una biografía para luego visitar una obra. Por el contrario, sólo la
admiración profunda por una obra me estimula a buscar referencias
biográficas de su autor. Y lo único que he podido confirmar hasta ahora
es que no es explicable desde la vida la obra. Es decir, que lo interesante
de una obra no va en relación directa con lo interesante de una vida. Son
órdenes que se intersectan pero no se subordinan. Alguien puede vivir
una vida colmada de aventuras y redactar pobres libros o, como el caso
de Kafka, tener una aburridísima existencia de oficina pero crear
literariamente un mundo.

En cuanto a la disyuntiva entre poesía como conocimiento o poesía


como comunicación, veo aquí un gran malentendido. Un malentendido
que, pese a las esclarecedoras tesis de varios críticos contemporáneos y
de los propios poetas al hablar del asunto, sigue aparentemente con
vigencia para la discusión. Poesía como «conocimiento» versus poesía
como «comunicación». Algo semejante a la disyuntiva que se planteaba
hace algunos años entre «poesía social» y «poesía pura». A esta última
falsa querella, Eliseo Diego la disolvió con bastante sentido común
cuando dijo que la poesía, si realmente lo es, termina por ser de todos:
el buen poema es un poema social por naturaleza; mientras que, por el
contrario, un poema cuyo único sustento es el propósito supuestamente
colectivo o popular de su contenido termina siendo mero simulacro
didáctico.
Efectivamente, esa clase de diferendos no existen a fin de cuentas.
Si aceptamos que la poesía puede ser una forma de conocimiento —y
creo que en cierto sentido lo es—, ese conocimiento parte
necesariamente de la experiencia individual, y podría quedarse sólo ahí
si no alcanza a ser precisamente poesía, es decir, forma que logra
comunicar con palabras dicha experiencia individual, subjetiva por tanto
pero de alcance común gracias a la eficacia de la forma alcanzada. Es
importante no dejar de señalar que la eficacia comunicativa del poema

336
es producto de la forma alcanzada y no del tema elegido. Los grandes
temas no garantizan los grandes poemas; e incluso se podría decir que el
tema no es un factor decisivo con respecto a la calidad del resultado.
Pero es evidente que la cuestión del alcance común, o de la
«comunicación» con la sociedad, es el que se subraya como diferendo
teórico en esta discusión, como si el poeta pudiera elegir qué tan
populares van a ser sus experiencias que logren ser transmitidas
eficientemente a una forma verbal. Lo que se olvida en este punto es que
el potencial de comunicación con la sociedad no es un designio del autor
sino un atributo del poema. Ningún escritor es popular por simple
elección suya.
Para T. S. Eliot se trata más bien de una jerarquía de
responsabilidades: «Podemos decir que el compromiso del poeta, como
poeta, con el pueblo es sólo indirecto. El compromiso directo es con su
«lengua» (La función social de la poesía). Entiende, además, que dicha
lengua es una forma suprema de lo colectivo y que al establecer su primer
compromiso con ella el poeta está sirviendo a la colectividad en un orden
más extenso, puesto que la lengua es un bien común que incluye no sólo
a los hablantes vivos, sino también a los muertos y a los que nacerán con
dicha lengua por herencia.
Eliot también tiene razón si admitimos que la eficacia de un poema
sólo está a fin de cuentas en sus palabras, o lo que es lo mismo: en la
forma alcanzada por esas palabras en la específica construcción que las
sustenta. Es por ello un hecho verbal objetivo, si no del todo autónomo
sí bastante concreto dentro del idioma. Un buen poema no puede, por
lo tanto, ser incomunicable. Puede ser, de acuerdo, complejo; puede ser,
también, muy original o novedoso; pero lo que no puede es perderse en
el autismo porque entonces pierde la comunión, el reconocimiento del
otro en la comunidad de una lengua. Deja, sencillamente, de ser una
expresión reconocida por los demás como poesía.
A este respecto, por cierto, no hay que olvidar que el señalamiento
decisivo sobre el valor de un poeta lo hace finalmente la comunidad. Los
poemas pueden ser de alguien, pero la poesía es de todos. Es ridículo

337
que un individuo se proclame a sí mismo poeta por el simple hecho de
escribir versos. Ese título se lo tiene que dar la gente. Sólo cuando un
poema vive, sobrevive y circula por sí mismo entre los hablantes de un
idioma —y no tienen que ser millones, basta con unos cuantos pero que
no falten en cada generación—, sólo entonces puede hablarse de
superación del autismo o, en un término que me resulta chocante pero
es correcto: trascendencia. Y puesto que lo que trasciende no es el poeta
sino la poesía, a fin de cuentas es el idioma el que elige a los suyos.

Tras los malentendidos que acabo de comentar, detecto otro problema


más de fondo. Lo que atestiguan estas disyuntivas (individuo vs.
colectividad, conocimiento vs. comunicación) es una crisis en otro lugar:
el lugar que ocupa la poesía en la sociedad de hoy. Para nadie es un
secreto que la poesía, entendida como género literario, se hunde en su
propio lastre de contradicciones y aparece ante el público —el poco que
queda— muchas veces como un galimatías, una interminable discusión
de modos y una querella de procedimientos. El poeta parece haber
pasado de la plaza pública al laboratorio secreto y en ese camino se ha
defenestrado. El gusto por este género se vuelve, por lo mismo, cosa de
iniciados y, lo peor, a veces es más importante pertenecer al círculo de
los iniciados que apreciar con naturalidad un buen poema —ya no
digamos escribirlo—.
Porque, honestamente: ¿No son hoy en día quizá las canciones del
radio los verdaderos poemas populares? ¿No es un poeta
contemporáneo, como cualquier escritor, un simple profesional de las
palabras? ¿Y cuál es la verdadera razón de ser de la poesía y su viabilidad
en este abierto mercado de consumo, mediático y vertiginoso, donde los
códigos son tan provisionales y relativos como el objeto que pretenden
codificar?
Tal vez la poesía actual discute con sus métodos porque discute
fieramente con ella misma. Es una zona, dentro del lenguaje, de

338
reinvención y por lo mismo de inestabilidad. Para una lengua la poesía
es su gran laboratorio. De ella pueden surgir fusiones atómicas, especies
híbridas, nuevos materiales con propiedades desconocidas o
monstruosos clones. Es posible, también, que no exista ya la poesía
dentro del espacio prestigioso donde se supone que debería estar y por
ello saber detectarla, donde quiera que se manifieste, es más importante
que venerarla (momificarla) en los espacios consagrados. Tal vez eso que
llamamos poesía sólo se trata ya de una convención tipográfica
demasiado cargada de historia. Si sobrevive, dependerá no tanto de
quienes la veneren en sus vitrinas sino de quienes logren sacarla de ellas.
No tengo ninguna certeza sobre el futuro de la poesía como género
literario. Tal vez desaparezca o tal vez se reinvente inesperadamente.
Quizá un día se descubra que es una función neuroquímica y forma parte
de la más ancestral cognición del cerebro humano. Pero de lo que sí
estoy seguro es que mientras exista un idioma y seres humanos que lo
requieran para comunicarse habrá de pronto algo inquietante entre ellos,
cierto estado de las palabras, al que podrán denominar de muchas
maneras pero que, en términos arcaicos, no será otra cosa que poesía.
Me consolaré pensando, por lo pronto, que la poesía y la literatura
mantienen con todo totalitarismo —incluido el tecnoglobal del nuevo
imperio— una objeción de esencias: el que escribe y el que lee buscan
estar consigo mismos, no establecen relaciones de producción ni de
consumo significativas, son islas que comulgan con otras islas de
conciencia (vivas o muertas) en un acto sigiloso que busca abolir el
tiempo.

Es evidente que no habrían poemas nuevos de no haber poemas antiguos


y seguramente los que hoy se escriban afectarán a los que mañana estén
por escribirse. La poesía es un oficio milenario al tiempo que un puro
gusto que se retoma de una generación a otra por quienes encuentran en
él un valor o alguna razón para que exista. Por eso tiene que cambiar:

339
para seguir siendo lo que ha sido. El día que deje de transformarse ese
día estará muerta.
Otra de sus características es que es acumulativa; o más
precisamente es un espacio de interacciones constantes, como un
ecosistema, donde un mínimo elemento introducido puede
desencadenar consecuencias insospechadas. El terreno de las influencias
es por lo mismo dinámico. Escribir requiere ser permeable a todo lo
escrito, hoy y hace mil años, así como participar si no del futuro a largo
plazo por lo menos de la transmisión hacia el futuro inmediato de lo
recibido. Como en el mencionado ecosistema, todo lo que existe incide,
tarde o temprano, en el conjunto. El «efecto mariposa» ocurre también
en la literatura.
Sobre la pregunta de que si estamos ante una nueva poesía
mexicana, mi opinión es que nada es más nuevo que nuestra ignorancia
y más viejo que nuestra memoria. No veo una nueva literatura mexicana
como no veo una nueva literatura hispanoamericana ni universal. Veo
una u otra obra de cierto interés, algún texto digno de reimprimirse, unos
párrafos o líneas visitados por la destreza. Y nada más.

Hay (fatalmente) generaciones porque hay (fatalmente) experiencias


distintas de lo circundante. Uno no elige una: se percata algún día de la
suya no por los manifiestos ni las preceptivas ni esos casi cabales
programas para habitar el mundo que a veces la animan, sino por los
detalles. En los detalles se percibe la firma y la frontera de una generación
frente a otra; porque allí, y no en los programas o teorías, se leen las
verdaderas mutaciones de la escritura, las nuevas fórmulas que están
puestas en juego para comunicarse.
Una generación no tiene por qué romper con la anterior a menos
que haya algo que decisivamente las separe. Lo curioso es que en la
mayor parte de los casos la supuesta diferencia no es realmente una
diferencia sino un ajuste: el ajuste para que la literatura siga siendo vigente

340
en aquello que el paso del tiempo ha deteriorado y urge remozar. El
deber de la nueva generación es entonces reconocer esa grieta y, por un
lado, evidenciarla, hacerla un hito, poner ahí el alma en guerra si se
quiere; pero, por otro, hallar los nuevos caminos para mantener
precisamente la continuidad del arte escrito. De alguna manera es un
juego dialéctico: la diferencia otorga la identidad pero esa diferencia sólo
es un ajuste ya pertinente entre los fines y los medios de la literatura. Lo
verdaderamente nuevo trabaja en última instancia para lo ancestral, o
como inmejorablemente lo dijo el poeta japonés Matsuo Basho: «No
busco el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron».
Ahora que, vale la pena preguntarse, las cosas que discute una
generación con otra, ¿son de fondo o de procedimiento? En México la
mayoría de los movimientos literarios no han pasado de ser reyertas de
procedimientos. Los cambios más perdurables y significativos los han
realizado autores en solitario (desde Sor Juana hasta Coral Bracho). Las
polémicas generacionales en nuestro país son más políticas que estéticas.
Anunciar una nueva generación tiene para mí algo de campaña
publicitaria. Inventar familias ahí donde sólo hay individuos es propio
más bien del CONAPO. Cada lector sabrá, en su personal bestiario, a qué
criaturas literarias elige y decide acercarse, de hoy y de cualquier época.

Hacer un poema es un ejercicio de la voluntad y un accidente del destino.


Se trata de un tejido hecho con dos agujas, la del oficio y la del azar.
Algunos pretenden emplear más una de las agujas, y a esto puede
denominársele poética, pero el caso es que sin las dos no hay tela. El azar
no necesariamente se presenta a la hora de escribir (aunque también allí
participa) sino en la circunstancia del que escribe, en la vida misma del
autor que lo lleva a ciertos temas y ciertas atenciones, ciertas experiencias
y ciertos hallazgos que sin el curso del azar no hubieran terminado en un
poema.

341
A lo largo de mi trabajo he utilizado un sinnúmero de métodos
diferentes para realizar tanto mis poemas como mis libros. Desde
algunos ejercicios de espontaneidad, o algo parecido a lo que los
surrealistas denominaron «escritura automática» (como en algunos textos
del libro El cristal), hasta rigurosas formas métrica y temáticamente
planeadas (como el libro Resurrección). A este respecto soy un
ecuménico curioso. Cada método tiene sus particularidades, sus
obsequios y sus limitaciones. Gusto de adentrarme en diferentes registros
y he observado que de la técnica empleada depende mucho dicho
registro. Por ejemplo, no salen igual los poemas escritos de día que de
noche. Se oyen distinto. Tal vez porque el día tiene algo de expansivo y
la noche algo de intimidad. Aunque, eso sí, suelo corregir muchísimo.
Nunca dejo en paz a un texto mientras está a mi alcance. No tanto por
un afán de perfección como por uno de exactitud. Me siento bien por
eso en la computadora. En ella puedo corregir y corregir a mis anchas.
En mi opinión, es la más apropiada herramienta para la escritura desde
la invención del lápiz.
Con respecto a la composición de mis libros creo que todos oscilan
entre dos métodos esenciales: por arboreación o por rompecabezas. En
el método por arboreación el libro se desarrolla bajo un proyecto
preestablecido. Cada una de sus partes se escribe tomando en cuenta el
modelo imaginado. Igual que en un árbol, la estructura está programada
de antemano y todo el proceso es un trabajo de crecimiento paulatino.
Este fue el método con el que escribí Resurrección. En el método por
rompecabezas, por el contrario, cada poema es una unidad que no fue
escrita pensando en ningún conjunto. Se trata de «poemas sueltos» que
se van acumulando por etapas o amplios ciclos temporales, hasta que
uno decide emparentarlos. Es aquí donde comienza el trabajo de armar
el «rompecabezas» de sus afinidades y diferencias, de su posible
articulación en conjuntos o colecciones. Lo llamo método por
rompecabezas porque, con la debida perspicacia, siempre existe un tema
o figura que los poemas revelan si son colocados correctamente en el

342
espacio de un libro. Este fue el método con el que escribí Los hábitos de
la ceniza y Principio de incertidumbre.

Acerca de mis libros no estoy seguro si lo que ha habido es una evolución


o una travesía. Me gusta explorar y en cada uno de ellos hay una
indagación, cierta atmósfera distintiva y hasta cierta idea de la poesía que
cultivaba en ese momento. Creo que si algo caracteriza a mi trabajo visto
de conjunto podría ser la pluralidad y la errancia. Me gusta quemar las
naves lo mismo que soñar nuevos navíos. La mía es evidentemente una
poesía de la modernidad: proviene de ella, aprende de ella, discute con
ella y finalmente es una transfiguración de ella. Es una poesía de muchas
poesías.
Mi vocación de escritor ha sido, si acaso, sólo saber hacer de un
ámbito interior un espacio compartido. Afirmar el significado que tiene
lo particular, el individuo, puesto que no hay otra medida que nos sume
a lo humano.

343
LA POESÍA: DE LA MÚSICA AL SILENCIO

Luis Armenta Malpica

La poesía no narra: sueña (está segura de su ausencia)

344
Un verdadero poeta se preocupa poco de la poesía.
Del mismo modo que un horticultor no perfuma sus rosas

Jean Cocteau

Para Cocteau, un libro de poemas no es un libro de imágenes, una


sucesión de comparaciones y caricaturas de la realidad. Si así procediera
el poeta sería un buen distractor para las almas gentiles, el dadivoso
bufón de la palabra, un manipulador del sentimiento. Una buena lágrima
no aparece tras una página triste, sino por el milagro de cierta palabra
colocada en su lugar. El poema debe ser pobre en adornos, pero se le
debería trabajar como si fuera un artículo de lujo. Pobre, porque debe
perder, una tras otra, todas las ataduras que lo ligan al poeta. Y suntuario,
porque es preciso que además de la adecuada colocación del verbo, de
la pulsación del ritmo, de la severidad en los adjetivos, el poema palpite
como lo hace el corazón, con su sístole, su diástole y los síncopes
inesperados. Mientras el poeta crea, su poema está múltiples veces en
peligro de muerte. Y la vida del poema es todo un lujo, un milagro, en
el que interviene, de manera preponderante, la sonoridad.
La perfección de la música radica en su esencia idéntica al silencio
que antecedió a su creación. También en aquel silencio la palabra se
convoca eternamente, sin principio y sin fin, ajena al tiempo. Palabra que
al pronunciarse ocasiona el primer instante de la creación: la primera luz,
el espacio físico y sus consecuencias: la materia, los espacios y sus seres
(ideas, emociones, sensaciones). Además de la música que se desprende
también de la poesía, lo que no se dice en un poema es tan importante
como lo que se dice, porque el acto poético de lo que se nombra se hace
presente debido a su ausencia. Lo oculto conforma la mitad del poema,
así como al hombre lo completa su expresión. Lo que no dice el poema
es la única certeza del poema. El poeta persigue una absoluta libertad.
La búsqueda creadora que hace al poema.

345
Las palabras que empleamos en la vida cotidiana, y muy
especialmente las que son parte de esa sustancia total de la literatura no
dejan de mostrar la esencia musical perfecta de su origen silencioso.
Cuando la palabra habla antes de la creación y la creación se produce,
inflama también a las palabras humanas, a las palabras de la literatura y
lo que ella expresa. Y si las palabras danzan en el texto, si se deslizan sin
problemas por las barras de la página, es más probable que se realice un
poema.
El primer momento de la palabra es anterior a la creación, como
ha de ser el primer momento de la palabra poética: una y otra ocurriendo
en un solo instante, anterior a que la palabra y las palabras se digan,
porque se pronuncian desde una misma eternidad, por medio del
silencio y en el silencio. Antes de decirse, las palabras están dichas desde
siempre para este instante en el que las escuchamos. Entonces, la poesía
es la religión primera (por tanto última) de los poetas. La primera palabra
del poema debe tener ya la sustancia de la palabra terminal. Y esa
primera palabra, y última, ha de estar en cada elemento, en cada
momento luminoso, espacio, circunstancia y núcleo de los seres que dan
sentido al espacio poético. Todo ha de estar en la palabra primera y
última, que es la palabra única de lo que somos, y del poema que
escuchamos y nos revela. Poema que es con y sin nosotros, aunque el
poeta lo haya revelado o acercado de sus fuentes primitivas. El poema
encuentra al poeta y no al revés, aunque sea el hombre quien se diga
inventor del alfabeto.
También sucede que la poesía tiene lugar en otro instante, idéntico
al que es previo y propio de la eternidad: en un intervalo posterior,
cuando la obra ha concluido y nos asalta con el vértigo de su memoria,
en ese instante de eternidad que ocurre tras el tiempo. Cuando el tiempo
ocurre tiene lugar la acción poética, que no obedece sino a un proceso
que se inicia, se desarrolla y concluye.
Todo principia y concluye en un solo intervalo: nuestra vida, la vida
transfigurada y la transfiguración de lo que somos por medio del
acontecimiento que en el poema nos reproduce, del que somos testigos

346
y formamos parte. Y estamos en el tiempo, porque el tiempo pareciera
enseñarnos que sólo hemos sabido sujetarnos a través de la historia
personal; que en cierto modo hemos logrado reducirnos a través de la
historia del progreso humano, el de la humanidad entera. Tal instante
perpetuo sustancialmente se encuentra en nosotros. En lo que
expresamos y nos expresa, en lo que presentamos y nos ausenta al mismo
tiempo, por sospecha, por correlación, por extensión de lo desconocido,
de lo no completado todavía.
Tras la oscuridad, el caos y la nada, la luz, el espacio y los
acontecimientos. Sonido del silencio: la palabra, la huella inconfundible:
la creación: un orden instantáneo y de infinito encuentro. Éste es el papel
de la poesía: desvela, con toda la fuerza del término, muestra al desnudo,
bajo una luz que sacude la somnolencia, las cosas, los actos y las
emociones que rodean nuestros sentidos. No se trata de lustrar los
empolvados lugares comunes, sino de iluminarlos de otra forma, con su
fulgor de origen. Recordar, como decía Borges, lo que todos hemos
olvidado: esa es la suprema creación.
La poesía no elude lo inmediato, lo ya dicho; al contrario, acude a
lo actual para adentrarse y descubrir nuestra personalísima y más
profunda circunstancia, que no puede ser otra que la que da sentido de
verdad a todo lo existente, a los seres humanos que hoy somos, idénticos
en esencia a los que hemos sido desde siempre, lo recordemos o no.
Si esa sustancia inicial y terminal, previa y posterior al tiempo, no
se mantiene presente, en tensión, en movimiento, mientras pasa el
tiempo del cosmos, tiempo de la literatura, tiempo de la vida, entonces
nada ocurre, y se mantiene la oscuridad. No es imitado el silencio, sino
el ruido, y la palabra encalla en el vacío humano que ignora el poema de
la creación y la creación del poema. Entonces la literatura no sucede,
salvo la farsa de la trivialidad sin nada, el anecdotario de los ruidos ajenos.
De cada poeta depende lo que desea crear y, por tanto, ser: ruido
o silencio. Para que el poeta se reconozca y viva durante su tiempo
poético, hasta lograr ser verdaderamente aquél quien es y quien se
convoca o a quien se aniquila. Sólo de este modo habrán de tener

347
importancia sus circunstancias, su tema, su actualidad, lo que ocurra
cuando encuentre sitio el poema que lo persigue, al que contempla,
poema que en el tiempo real, ahora mismo, existe frente a él y dentro de
él, para darle su identidad profunda. Por lo mismo, realiza la serie de
acciones mediante las cuales alcanzará el propósito deseado,
independientemente de la fama y/o el prestigio que consiga su trabajo o
la promoción de su trabajo. La experiencia literaria es independiente de
todo esto: nos convoca desde el espacio poético y desde el espacio de
nuestra alma a ser en verdad ese yo mismo al que debemos perseguir,
respecto al que absolutamente debemos abrirnos; experiencia que
confirma la contradicción cotidiana a la que nos hemos acostumbrado,
la que solapamos, respecto a la cual pretendemos llegar por la
experiencia del poema y del arte en general, y que se tiene a manera de
modelo; aprendizaje que debiéramos plantearnos en nuestra vida
cotidiana: el ruido o el silencio. La poesía, como experiencia a la
intemperie, también tiene sus ruidos y silencios. Pero toda ayuda exterior
implica que el poema no puede sostenerse por sí solo.
En caso de que el hacedor de ruido se preocupe por mostrar un
tema, una trama, un tratamiento, una suma de recursos e incidentes, sin
falta mostrará su incapacidad para dar a conocer en esencia aquello que
pretendía. Dicho hacedor ha puesto en práctica la misma voluntad
equívoca propia de la vida cotidiana: para ser, decidió hacer, sin prestar
oído a lo secreto de su conciencia: al silencio que lo llama a descubrirse
a sí mismo y a transmitir la flama de esa ausencia, de lo ausente, a la voz
interior del lector, quien perderá la oportunidad del reconocimiento,
para el cual acude al poema.
La creación del poema culmina antes de ser, porque desde antes
está convocada; y asimismo termina cada instante previo al tiempo de la
luz, de la palabra, antes de que la creación se produzca, en atención a la
sustancia definitiva que tendrá tras el tiempo. Por eso la culminación
habrá de mantenerse intacta durante todo el tiempo del texto y durante
cada uno de sus momentos y de sus instantes; en estado de alerta cada
elemento, cada creador, cada lector y la obra en conjunto. Como si cada

348
ser supiera que está en el tiempo poético, y en el tiempo real de la vida,
y que tal tiempo es una forma de puente, de intermedio entre la
perpetuidad perseguida, experimentada gracias a la motivación insistente
y apasionada del deseo que anhela el tiempo sin tiempo, cuando al fin se
recupera la armonía perdida: la luz del poema.
La poesía no narra: sueña (está segura de su ausencia). Viaja en las
cuerdas del tiempo. Camina sobre arenas movedizas. Porque se inserta
en el silencio que no pasa. Predispone, pues, a lo sobrenatural. En estado
bruto, la poesía da vida a quien la siente como una asfixia. Paciencia del
olvido, se comparte como una fe (de allí que hay pocos lectores) que
llena la soledad de palabras, la compañía de silencios. Y llena al hombre
de Dios. Pero el poeta fiel no busca a Dios de frente; busca su espalda.
Lo oscuro de la luz. El fin a su principio. La sangre de la página. Los
poetas viven de milagros: para nombrar las cosas, les basta con amarlas.

349
DIVAGACIONES EN TORNO A LA POESÍA

Jorge Ortega

El poema es, en la mejor de las situaciones, un pie de página, una


apostilla, una acotación a la realidad que nos jalona y en la que nos
consumimos

350
Poesía y circunstancia

Entre otras cosas, el poema puede ser visto como un producto del
diálogo que su autor sostiene con la realidad, sea objetiva o subjetiva, la
componga la experiencia o la articule la ficción, un entramado igual de
consistente que el de los hechos. El dilema brota cuando por
temperamento o voluntad el poeta se reconoce impelido a privilegiar en
su obra una de las dos vertientes de la verdad poética, debatiéndose entre
los estímulos de lo que ocurre más allá de su persona, en la arena del
acontecer público, o bien, en su ámbito interior. Lejos de reducir la
discusión a un planteamiento maniqueo, este apunte pretende subrayar
la legitimidad histórica de ambas esferas en función del papel que el
autor lírico ha podido desempeñar en la civilización de su época.
Hace todavía poco las querellas revolucionarias del siglo XX
exaltaban el perfil del poeta comprometido. Regímenes, causas y
revueltas identificaron en el lenguaje idealizador del poema un nada
desdeñable mecanismo de propagación intelectual y amplio
proselitismo. A la vez, el autor sentía que al fin su azarosa profesión
alcanzaba la justificación social o el valor utilitario que parecía negarle el
autodestierro en la torre de marfil. Después de tanto devaneo, la
trascendencia práctica llegaba a la poesía. Ahora sí podía antojarse
factible cambiar la vida, y no precisamente con las armas y los evangelios
políticos, sino con la emotividad inducida por la nueva sensibilidad. Pero
considerando que la dialéctica de la historia está condicionada por la
temporalidad, la noción del poeta comprometido derivó en una especie
artística condenada a la obsolescencia.
No obstante, hay que distinguir ese poeta comprometido del que
escribe alentado por las incitaciones de su alrededor o el signo de los
tiempos. En lugar de someter la voz a un leitmotiv no poético, arrastrado
por la imposición de convicciones ajenas a la poesía, este segundo tipo
de autor, más emancipado que el primero, aspira a sintonizar con el aire

351
del momento, procurando capturarlo en lo argumental, lingüístico,
moral. El medio que rodea a dicho poeta, su aquí y su hoy, se encuentra
así en el contenido de los poemas o el modo de nombrar lo que
exponen. El autor se halla inmerso en la fecha y geografía que le ha
tocado en suerte vivir. Aunque el vocabulario, los giros expresivos y la
dinámica de un hábitat determinado absorbidos por el poema son
recogidos con premeditación y no de manera espontánea, tal actitud no
revela sino el indicio de una realidad espacial y transitoria; verificable, en
suma.
Por consiguiente, el poeta que reproduce el ambiente de su
coyuntura histórica o social que le afecta en lo experiencial o discursivo
escribe involucrado, eso sí, con el suceso, evitando dar la espalda al
consenso y replegarse en la abstracción. Nada más erróneo que esta
deducción: la de limitar la eventualidad del poema a una cuestión de
referencias concretas y verídicas del plano externo, como si un
pensamiento, un constructo personal o el delirio —ocasionales puntos de
partida del texto poético— no fueran casuales en tanto que emanaciones
y accidentes de la mente y la interioridad. Si la imaginación constituye el
principal contrapunto de la creación verbal, es casi lógico que el estado
habitual de la conciencia creadora sea justamente de índole ficcional.
Para decirlo de otra forma, la poesía reparte su advenimiento entre la
realidad tangible del exterior y los radicales procesos de la individualidad
trastocados permanentemente por la pulsión imaginativa.
Desde el Romanticismo —periodo que confirma la orfandad
institucional del autor lírico que había iniciado al declinar el Barroco y
que sin duda se acelera durante la fiebre racionalista de la Ilustración—
la poesía fue echada a la calle y se volvió una tribuna alterna de múltiples
batallas ideológicas, y hasta armadas, de Occidente. Se labró el perfil del
poeta aventurero, reformista, subversivo, pero también el del poeta de
circunstancia, deudor del sedimento de vivencialidad cotidiana en el
artista como un ciudadano de a pie, un hombre solidario con la lucha
colectiva, el bien común y la consigna gremial. La expectativa de este
modelo sigue abierta, mas el grado de compenetración del autor con su

352
entorno ha variado significativamente en las recientes décadas. Tras el
aparente triunfo del mercado, el escritor ha puesto mayor concentración
en la calidad intrínseca, exclusivamente literaria, de su trabajo, debido en
parte al estrechamiento de la competencia profesional que han
fomentado el capitalismo y el expediente curricular como única vía de
subsistencia material.
Como sea, por razones cronológicas la secularidad del poeta aduce
un concepto más vasto y rico que el del pasado no lejano. El criterio, la
preocupación compositiva que lo embarga, responde en la actualidad a
una plural gama de intereses, entre los que predominan los de carácter
ético y estético, por supuesto, y los relativos a la dignificación de tales o
cuales ideales humanos. La poesía del presente se inmiscuye
públicamente en la medida que la artesanía y el mensaje poéticos
conllevan una asimilación de los rituales de interacción con el contexto
que nos circuye. El autor lírico comporta en su labor la dimensión
política del fenómeno inventivo mediante la socialización de su léxico y
la apertura de su compás temático.
Dadas las metamorfosis de la sociedad posmoderna y el
posicionamiento de la disquisición metaliteraria, el paradigma del
binomio poesía y circunstancia se ha visto naturalmente alterado. La
espesa ideologización de las vanguardias y sus diversas réplicas —por
ejemplo, el renacimiento de la utopía durante el decenio de 1960—
semeja no poseer un equivalente universal, simultáneo, como un Zeigest,
en la nueva centuria. ¿Debiera tenerlo o los caminos del arte y de la
poesía son por entero autorreferenciales? Ante la crisis de rumbo del
sistema económico que vino a delatar la quiebra financiera de 2008, ¿qué
reacciones explícitas o codificadas ha adoptado al respecto el género
poético? ¿En qué proporción una insurgencia mundial pacífica e
independiente como la de los «indignados», por citar un caso notorio, o
las «primaveras» nacionales reprimidas por muchos gobiernos tuvieron
en la poesía una repercusión equiparable o análoga? ¿Compartió al
menos con estos movimientos un solo espíritu de restitución, combate y
resistencia? No está de más intentar una respuesta y conocer hasta qué

353
punto el poema del presente armoniza con las expectativas de la
coyuntura histórica o, si acaso, y por qué, ya no es preciso que así sea. La
eterna disyuntiva. Veamos si los efectos de la pandemia de 2020
inseminan a la postre una literatura contagiada por los alcances de la
calamidad a escala comunitaria; o una que, por el contrario, recule y halle
refugio en la dinámica de su propia inmanencia. Y está la salida que
reconcilia los polos: leer la realidad desde el filtro de la elucubración
poética. Parafraseando a Wordsworth, la conmoción recordada en la
quietud, la soledad del trabajo creador.

La nitidez del jeroglífico

Al final del día, lo cierto es que la poesía continua siendo un misterio.


Vaya paradoja: certeza y misterio, la claridad del acertijo. Por un lado
escapa del asedio conceptual, y, por el otro, constituye para la
especulación un muro de contención. Ni se le puede arrancar una
descripción concluyente ni una generalidad. En la poesía sólo caben las
concepciones personales. Más que una noción objetiva, su valoración
fluctúa entre la interpretación y el testimonio, entre una versión
conjetural de lo lírico y una declaración sobre la resonancia sensorial y
anímica que ejerce la experiencia poética, radical por naturaleza, en el
individuo.
La idea de la poesía dispensa, pues, un ligamen de evidencias y
suposiciones. Evidencias que reflejan el modo en que se nos manifiesta
por separado para convertirse en una forma de creencia; y suposiciones
que acopian lo que pensamos de lo poético: inferencias, hipótesis, juicios
de terceros. Por lo anterior, la facultad adecuada para volcarse a
comprender la cualidad escurridiza y omnipresente de la poesía
concierne a la intuición, avatar de la sabiduría no racional ni empírica
consistente de un conocimiento gaseoso de la epifanía poética. La poesía
se halla en todas partes y ninguna. La ambigüedad es su impronta, de ahí
que no entienda de contornos, evanescente y confinada en la fatalidad
del ser, cautiva en un tiempo y un espacio, un ahora y un aquí.

354
Anclada en una coordenada de la historia y la geografía, la poesía
gravita sin embargo en la indeterminación y la atemporalidad. Es nube y
tierra firme. A eso responde su contradicción. La irresolución conforma
un signo de su autenticidad. La poesía como problema, el poema como
incógnita que se aborda y procura trasponer. Ya lo dijo el místico de
Fontiveros: un «quedeme no sabiendo,/ toda ciencia trascendiendo».
Mas la poesía parte de un presentimiento para llegar a una ignorancia,
zarpa de la perplejidad para confirmar una interrogación. Nada está
asentado. La vacilación es su caballo de Troya.
Ese titubeo amasa las convicciones y preguntas que despierta la
asunción de lo poético y con las cuales atravesamos las islas y los
meandros, iluminando el bosque de incertidumbre del poema, donde
nunca está dicha la última palabra. Ascuas para combatir la sombra de
las dudas. Ascuas para no andar en ascuas. Se trata de avanzar en pos de
sentido. La poesía es búsqueda, salir al encuentro del espejo que nos
devuelva, por un instante, la imagen de la otra mitad de lo que somos.
Quizá por ello la poesía reactiva siempre un simulacro de reconciliación
con la unidad primordial.
No obstante, si la poesía se muestra en un jardín cerrado o un
cuerpo en fuga, la incesante plenitud de la fruta o la memoria que se
desdibuja, todo indica que la dispersión es a la par su atributo. Jamás
logramos retenerla pero sí que la rozamos, puntual en cada uno de los
eslabones de la propia odisea, transida por el gozo y la tragedia, la
delectación y el sufrimiento. La poesía está en el aire y en el aire posee
su morada. Al respirar la evocamos y al llover nos invoca. Duerme junto
a ti, como la muerte, e igual es el impulso vital que emerge en la sonrisa
que dobla tu corazón lo mismo que un trozo de hule bajo el calor del
sol.
¿Sentir la poesía o inteligirla? Ni lo uno ni lo otro: remitirse al texto,
crucero del habla y la musicalidad, el ritmo y la palabra, elocuencia
cargada de significación. Porque más allá está la poesía con un sinfín de
posibilidades, cosa inabarcable, cielo sin orillas; y más acá el poema,
demasiado humano, sembrado de señales e impregnado de mundo

355
como un campo minado de registros que da fe del latido de una época
en la infinita gesta de las generaciones. Para arañar la poesía hay que
abrazar el poema. Para entrever la poesía hay que fatigar el poema,
puerta hacia la quinta dimensión en la que gira y circula, muta y se
reconfigura la potencia de los imaginarios, la electricidad del multiverso.
No deja de llamar la atención la disparidad de componentes y
planos que participan de la confección de un poema, pieza forjada de
vocablos que se anotan y leen, se pronuncian y escuchan con la concisión
de una vocal o una consonante. En la medida que habilitan una realidad
eminentemente verbal, la red de sustantivos y conjugaciones, de adjetivos
y partículas gramaticales aspiran a nombrar, a la usanza del lenguaje
matemático, una abstracción. Y a diferencia de los números, cuya
justificación se funda en la utilidad y la aplicación práctica, el poema
apunta para arriba, a la sublimación de lo experimentado y lo meditado,
a la exaltación de lo figurado, pasto de la poesía.
Entre la inteligencia y la sensibilidad, la poesía despliega su arco de
comunicación. Pide algo más: capacidad para visualizar lo inventado, la
traducción metafórica, el doblez del símil, los prodigios de la analogía.
No se la puede explicar ni aprehender en su totalidad. Discernirla es
como rayar en el agua, escribir sobre arena. Su marea rebasa y cubre
nuestra mente como el oleaje avasallador de un absoluto. Su reino
pertenece a este planeta y a otro, al cosmos entero, pues echa raíces en
el poema ya existente y el que te falta por componer, el que no habrás
de engendrar y que otra alma tendrá la suerte de hacerlo. Replicando a
Lautréamont, la poesía debe ser elaborada tanto por uno como por los
demás, incluso por nadie, libre como la brisa, irreductible como el azar.

De poemas y poéticas

Las motivaciones de mi escritura son las que dicte el instante de la


composición, las condiciones del poema. En algún momento creí en la
perennidad de las poéticas, en su definitividad con base en la noción del
oficio como pretexto de objetivación. Hoy opino que pensar una poética

356
es predisponer el acto creador, cancelar la aportación de sus aspectos
satelitales, cerrarlo a su necesidad de autogestión. Arriesgarse a concebir
una poética equivale a arriesgarse a asumir en dicho mandato una
concepción programática de la escritura. Si todo poema es contingente,
no hay poéticas globales sino, en dado caso, poéticas instantáneas,
parciales. Cada poema genera su propia poética que, en sentido radical,
se vuelve intransferible. Hay tantas poéticas como poemas, o bien, el
poeta constituye una encarnación de esa poética que se difracta en los
poemas que ha concebido o está por concebir. Todo poema es su
poética.
Si el poema entraña una experiencia efímera, la de su lectura, toda
poética adolece de provisionalidad, tendiendo inevitablemente a la
caducidad. Por la singularidad de cada poema y la diversidad temática y
formal de una summa poética, cualquier tentativa de formular veraz y
representativamente una poética global está destinado al fracaso. Sin
embargo, tal falencia delata paradójicamente la esencia de la poesía, su
carácter inefable, poniendo a prueba la autenticidad del decir poético.
La poética es, por apuntarlo de un modo, el género de la imperfección
verbal; el habla manifiesta su imposibilidad de asirse a sí mismo, definirse
y definirnos, y alcanza la consagración en tamaño impedimento, un
despropósito que se adjudica la poesía como arte de la palabra y
disciplina del vocablo insatisfactorio. El poema es un síntoma de la
insuficiencia del silencio o del margen de error del lenguaje humano, por
lo que la poesía no se distingue muy estrictamente por su virtuosismo
sino por la raíz de anomalía que la provoca.
Pero esto no impide discurrir sobre los temas o motivos que suelen
frecuentar los poemas. En cuanto a mí, volteando hacia atrás o cotejando
la dirección de mis libros, establecería dos notas dominantes: la
procuración de la naturaleza en cualquiera de sus formas y el tratamiento
del paso del tiempo y sus implicaciones materiales, espirituales, anímicas.
Creo que mi poesía se caracteriza por la preponderancia de la imagen
sensorial y, en consecuencia, por la hegemonía del talante matérico al
que apelan tanto el vocabulario de la composición como el correlato de

357
su argumento. No persigo ni descubro el hilo negro. Conforme voy
germinando como persona y autor, reparando en la marginalidad de la
poesía en el concierto de las urgencias, los hábitos y las preferencias de
la vida, el arte y la cultura, me convenzo de que el poema es, en la mejor
de las situaciones, un pie de página, una apostilla, una acotación a la
realidad que nos jalona y en la que nos consumimos. Mientras escribo o
leo estas líneas me pregunto si la poesía no posee esos trayectos
elementales por los que circulan todas las posibles tramas de la narrativa.
Se ha dicho que mi poesía comporta algunos rasgos del llamado
neobarroco, término tan vago como impreciso para designar las
aportaciones que supuestamente ampara. Considerando que las poéticas
están sujetas al proceso de constante conversión que envuelve la
maduración humana del poeta, no me corresponde a mí aseverar dónde,
o en qué ámbito estético o estilístico debo asentar mi proyecto de
escritura. Es probable que la fama de mis inclinaciones de lector o de
mis lecturas formativas haya emitido una falsa señal, ya que no solamente
leo con gusto a quienes escriben como yo sino además a quienes hilan
fino desde las antípodas. Si hay voces que han alimentado mi
imaginación y que cabría vincular a la condición barroca —Píndaro,
Lucrecio, Ovidio, Góngora, Saint-John Perse, Lezama, José Gorostiza,
Derek Walcott—, también hay otras piedras de toque en cuya austeridad
he templado mi dicción: fray Luis de León, Antonio Machado, Eliseo
Diego, Paul Celan, Roberto Juarroz, José Ángel Valente. Lo cierto es que
mi conocido entusiasmo por la palabra y mi actitud de celebración de las
apariencias de este mundo me han llevado a desarrollar un tipo de poesía
que más de las veces tiende a la saturación de registros.
¿Y de dónde vienen los poemas y por qué escribo así? No lo sé,
aunque sospecho que todo surge de una conjunción de cosas: el
asombro, la emoción ante lo buscado y lo inesperado, el instinto musical
aunado al deseo de construir. Esa incertidumbre es precisamente el
origen de la irresolución de las poéticas. Sean cuales sean las expectativas
del poeta respecto a su labor, es difícil, complejo y eventualmente
inviable contestar de manera racional, cartesiana o acabada a la

358
interrogación acerca del qué y el por qué del hecho poético. Queda sólo
entonces la vía negativa: ponderar la poesía por todo aquello que no es y
que se nos esconde como un misterio divino, como la divina presencia
que se le escurría y fugaba a San Juan de la Cruz. ¿Es la poesía una
cuestión de sensibilidad, temperamento, perfil psíquico? Entre la ciencia
literaria, el genio inventivo, la intuición verbal y el enigmático impulso de
la mano que coge la pluma o presiona el teclado, la poesía es lo que
acaba de esfumarse, lo que estaba y ya no está, lo que está siempre por
ser, lo que ahora mismo es sin revelarse.

359
MORELIA PANDÉMICA
Enrique Castro Sánchez
Técnica: Fotografía digital
2020

360
RESPUESTAS A UNA ENTREVISTA

Olga Gutiérrez García

¿El poema?: fuerza electromagnética, simetría, asimetría, caos,


coalescencia, agujero negro, coagulación

361
—Emily Dickinson siempre conmigo. ¡Hi Emily!

—Las palabras son fotones, a veces rayos gamma, infrarrojos,


ultravioletas, luz visible, rayos equis, quarks, raíces, antipartículas,
secreciones, y más.

—En mí el proceso creativo para hacer matemáticas y para escribir poesía,


es indistinto. En ambos casos la revelación se da.

—Sin matemáticas el poema no existe. Sin poesía las matemáticas son


aburridas.

—Es preferible aburrirse cuando, para alejar el aburrimiento, se centra


en actividades aburridas. El mejor antídoto para el aburrimiento es la
imaginación.

—Al terminar de escribir el poema lo leo en voz alta varias veces y


muchísimas más en silencio.

—Mis sueños: hacer de un poema una pintura de Francis Bacon, terminar


la serie de poemas matemáticos, y que Emily, desde el Mas Allá, me dicte
sus últimos poemas.

—Todo poema lleva en sí la huella digital de quien lo creó.

—Prefiero escribir a mano porque, a diferencia de usar la compu, al bajar


los ojos siento es un acto de reverencia. Además, soy adicta al olor de la
tinta sobre el papel.

—¿El poema?: fuerza electromagnética, simetría, asimetría, caos,


coalescencia, agujero negro, coagulación, se condensa, se agrupa, se

362
reagrupa, vibra, a veces tarda días, años, segundos en gestarse, en la punta
de la lengua, en la matriz, a veces Vía Crucis, mineral, invisible siempre
visible, mientras más se niegue, más se afirma.

—¿DIOS, tú, el DIOS de Dioses Infinitos en Universos Infinitos, y del


Vacío, me lo preguntas? Poesía eres tú.

363
SOBRE EL PORQUÉ DE MIS RESTAS20

Ernesto Lumbreras

La poesía como esa punta metálica del compás, marcando un punto en


la vida mientras que con su otro extremo, de brillante de grafito,
traza parábolas en la eternidad y en infinito de la bóveda celeste

20 Del libro inédito y de próxima aparición El vidente amateur.

364
con estricta economía el Alma
subsiste hasta en el Paraíso

1:043 Emily Dickinson

En la sustracción de la realidad es factible verme y escucharme mejor.


Quitar aquí y allá, desnudar el interior y el contorno, volver al mundo
casi como llegamos. Sin tocar el extremo del místico y del yogui —
extremo es decir ya éxtasis y extrañeza—, el desprendimiento meditado y
en paz de los vínculos terrenales me prepara en el ser menos para ser
más yo mismo. ¿La verdad de los huesos? Guardando las proporciones,
reconozco que son apenas tres peldaños los que separan al faquir del
hombre invisible; ante tal prevención asumo las cuestiones de la
borradura y el desprendimiento con alfileres. ¿Los alfileres de una cama
de alfileres? Es cierto que en la decantación o en el pulimiento, lo
superficial y accesorio quedan en calidad de viruta, limo o zurrón. ¿Y si
la poesía está en esos residuos? Mis afirmaciones más contundentes son,
casi siempre, titubeos disfrazados de paradojas y absurdos como los de
la adivinanza carrolliana de un niño que no había leído aún los episodios
de la osada, impertinente y curiosa Alicia: «¿Qué es que entre más le
quitas más grande es?» Por obra de su modus vivendi, el sepulturero y el
topo conocen la respuesta —la desentierran con cierta regularidad— a
pesar de las diferencias y las afinidades, reconocibles y ocultas, entre
cavar una tumba o construir una madriguera.
En italiano, el verbo restare significa quedar o permanecer.
Durante los años de mis primeras letras —y también de mis primeros
números— llevé una libreta de cuadrícula para las tareas de matemáticas
cuyo forro posterior tenía impresas las tablas de restar. Para entonces era
un especialista en sumar corderos durante la noche y manzanas a plena
luz del día. Sin embargo, mi siguiente asignatura daría un puñetazo de
nocaut a mi optimismo de acumular la riqueza del universo y de poner

365
a temblar el infinito con cifras in crescendo: la sucesión Fibonacci de la
Hidra decapitada una y otra vez. Con dolor y sin resignarme a la mudez
del cero, acepté que tras el big-bang vendría el big-crunch, y que la
canción de los diez perritos no podría ser más que una fábula infame
cuya moraleja me llevaría de la mano, no a «la nada poderosa del
mendigo» de Carlos Pellicer, inundada de austeridad franciscana, sino a
la nada del terror vacuo y de la orfandad cósmica. Permanecí atónito con
las revelaciones aritméticas de mis tablas de restar. Me quedé abrumado
al constatar que el mundo avanza —ovejas rumbo al matadero— hacia su
inevitable desaparición.
Poco a poco me repuse de tamaña desolación y superé la crisis. La
escena de la multiplicación de los panes y los peces en Los Evangelios,
casi destierra mi mortificación de ser un «afán caduco» —y lo que sigue
del ditirambo sorjuanista—, es decir, un cadáver muy formal, polvo
dizque amoroso, una sombra amiga de los ecos y, por último, la nada
totalitaria y serenísima. Había, afortunadamente, otras opiniones menos
radicales sobre el mismo asunto mortuorio como la anotada por Pablo
Neruda en su «Galope muerto», el poema pórtico de Residencia en la
tierra; ya desde el título paradójico —el vértigo de la inmovilidad del
motor primerísimo— el poeta chileno abre las esclusas del eterno retorno
y del maratón circular: «y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra/
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes». Con el mismo fervor de
materialista laico, Manuel Acuña puso en jaque a la metafísica y a la
teología en su popular disertación clínica y lírica titulada “Ante un
cadáver”: «Círculo es la existencia, y mal hacemos/ cuando al querer
medirla le asignamos/ la cuna y el sepulcro por extremos». A los dos
bardos, muertos curiosamente en un arco de tiempo de cien años, el
romántico mexicano en 1873 y el Nobel andino en 1973, estas palabras
de Michel de Montaigne las habrían hecho suyas pues contienen el élan
vitalista del movimiento creador, con su carga de azares, imprevistos y
contradicciones: «El mundo no es más que un eterno columpio. En él
todas las cosas basculan sin cesar. No describo el ser, sino el tránsito».

366
Cuando arribaron a mi plan de estudios las divisiones, me había
provisto de una piel gruesa y curtida para afrontar, incluso, los hoyos
negros de los números negativos y los laberintos de espejos de la raíz
cuadrada. Con esa templanza disfrazada de nihilismo vi con buenos ojos
la desaparición del mundo en proporciones simétricas como una acción
generosa y de belleza clásica. El maquiavélico «Divide y vencerás» iba en
contra de la acción del buen samaritano de compartir sus pertenencias
con el prójimo sin esperar retribución alguna; la estampa de San Martín
Caballero tuvo en mi infancia, plena de héroes encapotados, la imagen
del desprendimiento con su cauda de símbolos y de segundas lecturas.
Ni en los comics ni en las películas, El Santo o Superman cortaron un
buen trozo de su capa para obsequiarla a un mendigo. En buena medida,
mis numerosas restas habían contribuido a un despojamiento paulatino,
sobre todo de ideas fijas y de acciones encaminadas a enaltecer al yo y a
la posteridad, esas veneradas majestades de cartón piedra de los
carnavales y las ferias.
El respeto que Ezra Pound manifestaba a la goma de borrar del
lápiz, a la hora de escribir sus poemas, también encontró en Juan de
Mairena a un practicante consuetudinario. En su papel oracular, el poeta
norteamericano vaticinaba, en diciembre de 1911, que la poesía por
venir «más o menos en la próxima década, se moverá, creo, en contra de
la patraña, será más dura y sana, estará ‘más cerca del hueso’ como dice
el señor Hewlett». Será, añadía líneas más adelante, una poesía granítica,
libre del «estruendo retórico» y de la «desordenada sobreabundancia
lujosa». Para el Pound de aquella época de vanguardias por todos los
rincones de Europa y de América, la poesía que aspiraba escribir debía
de ser «austera, directa, libre de babosa emoción».
Más o menos por esas mismas fechas, Antonio Machado intentaba
orientar sus ojos y su corazón «hacia lo esencial castellano» a través de la
«onda palpitación del espíritu (…) en respuesta animada al contacto del
mundo». Si el autor de Ripostes combatía el amaneramiento de la lírica
victoriana, la rigidez de su discurso y la ampulosidad de sus buenas
intenciones, el poeta de Campos de Castilla hacía lo propio con las

367
degeneraciones del Modernismo, con su sonoridad de desfile y su paisaje
de biombo cosmopolita. Aunque de temperamentos y aficiones muy
distintas, la tentativa literaria para cuestionar y revertir el status quo del
canon poético en sus respectivas tradiciones ubicaba a ambos en el
mismo partido de renovadores. También Machado, en esta cruzada
esencialista, ponderaba el uso del borrador e inducía a su bonachón y
escéptico alter ego, el profesor Mairena, para citar a sus alumnos una
suerte de mea culpa del autor más prolijo de la lengua: Lope de Vega,
«monstruo de naturaleza, prodigio de improvisadores». Decía el
dramaturgo de El perro del hortelano, melindroso y con aspiración de
consejero real: «Yo conocí un poeta de maravilloso natural, y borraba
tanto, que sólo él entendía sus escritos, y era imposible copiarlos; y ríete
Laurencio, de poeta que no borra».
En mis restas escolares asomaba la nariz el ejercicio de purga y
cernido de la revisión de mis poemas futuros. Llegado el momento, la
suma de saberes, prácticas y mañas que brinda el oficio del poeta me
concedió un legado elemental para borrar, aquí, allá y acullá, las
vaguedades, los excesos y las redundancias verbales. Tal vez, uno de los
primeros esperpentos por vencer sea la falsa creencia de que el lenguaje
poético es consustancialmente indefinido, abstracto y confuso. El ABC
poundiano, en su función de eficaz rastrillo, me ha proporcionado tres o
cuatro puntos de partida, fundamentales y útiles hace 30 años como
ahora mismo. Escritos con una prosa enérgicamente categórica a la que
suele sumar una pizca de complicidad gremial, sugería a los poetas
venideros, por ejemplo: «No emplees una sola palabra superflua, ni un
solo adjetivo que no sea revelador». Ese consejo es tan contundente,
incuestionable y cierto como el que oímos por todas partes: «Si
consumes alcohol, no manejes». En uno como en otro no hay ímpetu
vanguardista o amonestación moral. Lo que allí encontramos es sólo
sentido común. Por desatender tales llamados, todos los días se escriben
y se cometen asesinatos imprudenciales contra el lenguaje poético y la
convivencia de la tribu.

368
Entiendo que dichas recomendaciones en torno del arte de la
poesía puesta en el oído de un poeta, conciso y puntual, como Charles
Simic se traduciría en los hechos del discurso de forma distinta en un
poeta, arborescente e indómito, como José Kozer. Las tablas de restar y
las gomas de borrar son construcciones y artículos personales e
intransferibles. Dos casos todavía más extremos de lo dicho: Emily
Dickinson y Walt Whitman, contemporáneos de lengua y geografía. A
la primera parece que le bastaron 800 palabras para escribir su obra
poética, estricta y compleja, en tanto que al segundo se nota que requirió,
prácticamente, todas las palabras de la lengua inglesa para cantar los
trabajos y los días de los Estados Unidos de América, entreverados con
sus cuitas y divagaciones. Es seguro que la goma de borrar de la poeta de
Amherst no funcionaba a la hora de corregir los renglones del vate de
Manhattan. ¿Se imaginan a Dickinson borroneando los poemas de
Whitman, con restas por todas partes de oraciones subordinadas y
exclamaciones? ¿O Whitman sumando verbos y adjetivos a los versos
escanciados y enigmáticos de Dickinson?
Entiendo y acepto que la invitación propuesta es desaforada y
chapucera. En su poema, “Lección de poesía”, Joȃo Cabral de Melo
Neto identifica que más allá de escuelas literarias o de estilos personales
la aspiración de todos es esta: «La noche entera del poeta/ en su mesa,
intentando/ salvar de la muerte a los monstruos/ germinados en su
tintero». Aunque el brasileño no oculte su recato verbal, su desconfianza
en «la palabrería», atisba riesgos inasibles en la brevedad y la contención
por lo que anota esta advertencia: «20 palabras siempre las mismas:/ él
conoce cómo funcionan,/ su evaporación, su densidad/ menor que la del
aire». Hasta el más lírico o efusivo de los poetas no escribe nunca «a
tontas y a locas». Cada artista construye «un código de conciencia»
(Joseph Brodsky, dixit), tácito o implícito en su obra, en el cual ha
establecido una serie de coordenadas estéticas de cierta utilidad para
avizorar, por citar un punto, los principios y las prácticas de su taller de
composición. Aunque pertenece más a mi ficción, imagino que Emily
Dickinson trabajaba con algo parecido a un cajón de tipógrafo donde

369
tenía reunidas esas 800 palabras, hechas de plomo y muchas con inicial
mayúscula. Cada vez que extraía un vocablo de su cajoncito, pongamos
el caso de «Blossom» y «Calvary», la poeta reparaba en su utilización
corriente a partir de la pátina de oxidación o del bruñido del uso para
luego pesarlas en una báscula de joyero anotando sus particulares
miligramos; también golpeaba con sus letras y sílabas un dedal de plata
para escuchar, pegado al oído, la vibración y resonancia provocadas en
su interior y, finalmente, en un cubo de agua puesto sobre la mesa
arrojaba esas voces plúmbeas a cierta altura —entre el corazón y la boca—
y se apresuraba a observar el tipo y la duración de los círculos
concéntricos de cada una. La poética y el modus operandi de la escritura
de Walt Whitman —otra fantasía con cargo a mi cuenta— fue siempre a
cielo abierto llevando sobre su cabeza el acostumbrado sombrero de ala
ancha; en un primer momento, el bardo de América observaba su
alrededor con la atención de un trampero y de un topógrafo: la
humareda a lo lejos de una locomotora, una escuadra de patos salvajes
en vuelo hacia la región de los Grandes Lagos, una mujer negra
tendiendo en los matorrales sábanas blancas, los rayos del sol del final
del estío entretenidos en las espigas de un campo de maíz. El paisaje
humano y el de la naturaleza se entramaban, en un segundo momento,
con su estado de ánimo, sus remembranzas y sus deseos. A punto de
traducir en palabras las sumas y las multiplicaciones de la realidad
exterior y de la realidad íntima, Whitman llenaba sus pulmones al
máximo y comenzaba a escribir y escribir y escribir hasta que la última
burbuja de oxígeno escapaba de su nariz. Como los pescadores de perlas,
el poeta contenía la respiración por varios minutos liberando imágenes y
sensaciones en lugar de aire, bajo el metrónomo de un corazón
amenazado de muerte.
El versículo whitmiano —si me permiten servirme con la cuchara
grande de la generalidad— tiene esta impronta rítmica: febril e indómita
en el arranque, pausada, introspectiva y graciosa a la mitad del camino,
trepidante, ahogada y mesiánica en el tramo final. En cambio, en las
piezas de Dickinson la marcha del tiempo parece haberse suspendido;

370
lo que ocurre al interior de sus poemas son escenas congeladas, paisajes
en el interior de una campana de cristal, ecos de una voz desconocida y
remota que habló del mundo en sordina y con intimidad. Esos
numerosos guiones, tan presentes en sus versos, funcionan como
baluartes de la temporalidad cancelada: construyen, en el territorio de
un jardín cerrado, el otro tiempo de la poesía.
En la lírica mexicana se pueden reconocer dos representantes, de
la misma generación por cierto, que oscilan entre la resta y la suma, la
división y la multiplicación como factores de escritura. La obra poética
de Gabriel Zaid (1934), con el devenir de los años y de las nuevas
ediciones, ha menguado el índice de poemas, y también, de una buena
cantidad de versos borrados y corregidos de las piezas que han resistido
la proclama del destierro. Comparar el grosor del tomo I, Reloj de sol,
de sus obras publicadas por El Colegio Nacional, con el del lomo de la
poesía completa de Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009), editada
por el Fondo de Cultura Económica bajo el título Delante de la luz
cantan los pájaros, explica con claridad y contundencia la militancia del
primero por la concreción expresiva mientras que el segundo, desde su
libro debutante, Ruinas de la infame Babilonia, sería un partidario
confeso del extravío, la bifurcación y la demora. En su muy citado
poema, «Consejos a una niña tímida o en defensa de un estilo», Montes
de Oca puso sobre aviso a sus lectores y críticos de que lo suyo no eran
los 100 o los 200 metros planos si no las carreras de fondo, a campo
traviesa, si fuera posible: «Me gusta andarme por las ramas. No hay
menor camino para llegar a la punta del árbol. Por si no bastarán, me da
náuseas la línea recta, prefiero el buscapiés y su febril zigzag enflorado
de luces».
En el nombre del autor de Campo nudista, en su parquedad
doblemente aguda y diptonga, se localiza el sino y la mina de la brevedad.
La «l» de Gabriel y la «d» de Zaid funcionan como contenedores, muros
de la expresión. Otra es la fatalidad del nombre de su colega, un devenir
de galope que sube y baja colinas, con sus sinalefas y su condición
octosilábica, en permanente amenaza contra el horizonte. Cuando

371
Gabriel Zaid sometió a revisión uno de sus poemas más largos, “Elegía
por una luz entreabierta” de 49 versos, editado originalmente en
Seguimiento (1964), bajo la expectativa de publicarlo nuevamente en
Práctica mortal (1973), la pieza en cuestión fue reducida a 24 versos. De
las cinco palabras que constituían el título sólo sobrevivió la primera
palabra. Todavía, para la edición de Reloj de sol (1995), borraría tres
versos más dejando un poema que cabría perfectamente en la mancha
tipográfica de una página. En el segundo verso de la versión final el poeta
dice: «A machetazo limpio, abrí paso al poema». Esa arma, de manera
esencial, fue utilizada por Zaid para desandar sus versos, para segar y
podar antiguas plantaciones, para cortar de raíz, en ciertos predios,
poemas que no volverían a ver el sol en sus libros. Y por si no bastara el
rigor y el prurito de la autocrítica, el mismo autor convocaría, en la
edición de Cuestionario (1977), a los posibles lectores del volumen para
someter el material de su obra reunida a la guillotina de los diversos
gustos poéticos.
La divisa de Paul Valéry, «Un poema no se termina, se abandona»
va en contra de la idea del work in progress practicado por otros autores.
¿Cuándo debe abandonarse? ¿Bajo qué criterios ratificamos su posible
capacidad expresiva y su funcionabilidad? ¿Cuáles son los síntomas y las
exigencias cumplidas para dejar a su suerte al hipotético poema? Aunque
murió joven para contradecirse en vida, Ramón López Velarde
consideraba que «Retocar el pasado es superchería», no obstante que
corrigió arduamente varios de los poemas de juventud publicados en
revistas y periódicos, además de negarles a otros textos de la época, la
gloria de figurar al menos en el índice de La sangre devota. Sin
contradecirse en los hechos, Aldous Huxley hablaba del «remordimiento
crónico» en franca e irónica alusión de aquellos escritores que corrigen
sus textos publicados décadas atrás: «intentar enmendar una obra fallida
para darle la perfección que no logró en su primera ejecución, perder los
años de la madurez en el intento de corregir los pecados artísticos
cometidos y legados por esta persona ajena que fue uno mismo en la
juventud, todo ello, sin duda, es vano y fútil». Partidarios de la corrección

372
permanente, Octavio Paz y José Emilio Pacheco enfocaron su artillería
crítica del presente hacia enclaves del pasado, sabedores de los riesgos
de desaparecer zonas vitales de aquellas arquitecturas verbales levantadas
hace 20 o 30 años atrás. La primera acepción de «superchería», según
María Moliner es «Engaño o simulación realizado con algún fin». La frase
lópezvelardiana, en tal contexto semántico, encierra una condena moral
y, al mismo tiempo, proyecta una idolatría en torno a la inmutabilidad
de la quimérica perfección.
Parte de mi educación sentimental y literaria fue un LP de León
Felipe que escuché y escuché hasta memorizar varios de sus poemas. A
la búsqueda de un maestro que no aparecía por ninguno de los rincones
de mi soledad pueblerina, me anoté al curso del poeta romero y atendí,
como Dios me dio a entender, parte de su preceptiva poética: «Deshaced
ese verso./ Quitadle los caireles de la rima,/ el metro, la cadencia/ y hasta
la idea misma./ Aventad las palabras/ y si después queda algo todavía,/
eso,/ será la poesía». Llevar dicho consejo a la realidad de mis primeros
poemas me llevó, invariablemente, a la romántica e improductiva página
en blanco. Llegar a esa pradera nívea, resultaba, después de todo, un
buen comienzo. Entendía, grosso modo, que era necesario remover
todas las partes del poema, destruirlo y reconstruirlo llegado el caso; tal
vez, gracias a esos avatares, en ese botar la casa del poema por la ventana
para volver armarla en el jardín del vecino, saltaría la poesía del lugar
menos pensado. Algunos años después, atando cabos y en conexión con
otras lecturas, comprendí que el aprendiz de poeta comienza en primer
lugar a escribir poemas, arma y desarma casas, ladrillo por ladrillo, teja
por teja. En ese hacer y deshacer, con el machete de Gabriel Zaid o la
goma de borrar de Pound y Machado —o un desarmador de mecánico
automotriz—, el practicante de bardo se topará tarde o temprano con el
hechizo saturado de realidad y de extrañamiento de la poesía.
Para corregir un poema es necesario, en principio, escribirlo.
Detrás de esta verdad de Perogrullo, asaltan varias posibilidades que
desmentirían tan rotunda versión. Algunos poemas, en especial los
breves, se escriben de un tirón y no reclaman borradura o enmienda;

373
también sucede que ciertos poetas comienzan el asedio poético en su
mente, escriben y borran versos en el papel de la memoria, incluso,
estrofas completas. Con ese método, López Velarde caminó de noche la
Ciudad de México, con un lápiz gastado y papeles borroneados en los
bolsillos, sumando y restando palabras en su cabeza enfebrecida al
compás de sus pasos antes de volcarlos, una vez más o por vez primera,
en un trozo de papel. Con parecida estrategia y con los consejos de
láudano, Samuel Taylor Coleridge soñó la escritura de su poema Kubla
Khan —imágenes surgidas como objetos según su confesión—del que sólo
pudo rescatar 54 versos. ¿Antes de ser escritura la poesía se ordena en el
éter de lo intangible? Decían sus contemporáneos, que el jerezano solía
dejar, especialmente, espacios en blanco en sus borradores cuando se
trataba de un adjetivo; a no dudarlo, en buena parte de sus caminatas el
autor de Zozobra, subiendo por Bucareli o por Paseo de la Reforma
rumbo al departamento familiar en la Colonia Roma, se decidía y no,
sobre si el demonio pasaba por estrafalario, las cataratas por enemigas,
el cráneo por vacío y aromático, la araña por apostólica o la capilla por
oceánica. Adjetivos, había sugerido Ezra Pound, sólo si son reveladores,
si suman una cualidad distinta y sugestiva a las que ya posee, de manera
intrínseca, el sustantivo en cuestión; en el caso de Ramón López Velarde,
agregaría además, la presencia adjetivadora —la novedad y la extrañeza
semántica— aportaba también un continuum musical al encabalgamiento
de los versos, a veces a modo de prolongación y, en otros momentos, en
forma de contrapunto vía la aliteración o el ripio provocado a conciencia.
Con tantas prevenciones y cuidados en torno a la escritura poética,
el aprendiz queda a menudo paralizado antes de decidirse a escribir y a
corregir sus versos. Para agudizar el pasmo y la crisis, W.H. Auden
propone que todo poeta debiera de constituir un comité de revisión y
censura para sus textos; dicho consejo estaría integrado por «un hijo
único muy sensible, un ama de casa eficiente, un especialista en Lógica,
un monje, un bufón irreverente, e incluso —quizá odiado por todos los
otros y correspondiendo ese odio— un brutal y gritón sargento para quien
toda poesía es un desperdicio». Deduzco, dado que el total de los

374
miembros es un número par, que tras las acaloradas deliberaciones y los
objetos lanzados entre los consejeros, se tomarán decisiones para votar
las enmiendas y sugerencias; en el supuesto de un empate, y cancelada
una fatigosa y violenta segunda vuelta, presumiblemente el autor tendrá
voto de calidad para tomar la última palabra, por supuesto, si antes de
llegar a tan ideal escenario el sexteto asesor no pasa por las armas al
artífice de semejantes adefesios rítmicos y emocionales.
El venezolano Juan Calzadilla, por si faltara leña a la pira, escribe
una breve poética donde previene al joven, pero también, al viejo poeta:
«Desconfía de lo que/ brota repentinamente/ pero también, y aún más,/
de lo que necesita/ mucho tiempo/ para madurar». Ese consejo nos pone
en guardia sobre lo relativo del adverbio «mucho». ¿Se referirá a una
semana o un mes o un año o una década o una vida? En el ámbito de la
alta cocina, anotar en un recetario una cebolla pequeña, una flama baja
o una cucharilla de sal, provoca confusión y malestar al momento de
llevar a la práctica la realización de tal o cual platillo. ¿En qué límite una
cebolla pequeña se convierte en una cebolla mediana o grande? En la
relatividad de los términos el “Pollo a la Valentina” o el “Lomo Relleno
de Cuanto Hay” pueden terminar convertidos en una bazofia
abominable. El mismo Calzadilla, remata su poética con esta lección más
atendible a mi parecer: «No sobes tanto», decía/ a su alumno el profesor/
de escultura. Y a continuación,/ terminada la obra: «Si pules demasiado/
obtienes sólo brillo». El momento justo. El instante óptimo. Ni antes ni
después, el poeta debe separarse del poema en consonancia a la célebre
advertencia de Juan Ramón Jiménez: «¡No la toques ya más/ que así es
la rosa!» Podría apostar que esos dos versos brotaron repentinamente
aunque no dudo que su aparición requirió de un largo proceso
existencial y artístico para que el poeta español diera con el armado
musical y filosófico de esos dos versos memorables. Leo en Tierra de
hombres de Antoine Saint-Exupéry, estas líneas que ofrecen al tema
expuesto una alerta providencial —y al mismo tiempo rotundamente
provisional— de cara a la corrección de un texto literario: «Parece que la

375
perfección se alcanza, no cuando ya no hay nada que añadir, sino cuando
ya no hay nada que suprimir».
Para continuar bordando en el nihilismo, Eduardo Lizalde afirma:
«Todo poema/ es su propio borrador». Esos versos me recuerdan el
título de un libro de Orlando González Esteva, Escrito para borrar. La
palabra «borrador» de la cita lizaldiana juega con una doble acepción: 1)
Objeto para borrar y 2) Apunte o esbozo previo. ¿El poema es ambas
cosas? En las historias de los agentes secretos durante la Guerra Fría,
además de las micro cámaras de filmación insertas en la corbata o de las
monedas con explosivos, estaban presentes los bolígrafos cargados de
una tinta que, tras garabatear un mensaje y trascurridas unas horas, las
palabras anotadas se iban borrando hasta no dejar rastro en el papel. ¿Y
si el final del poema fuera su comienzo? ¿La cinta rebobinada que grabó
la escena de una mano escribiendo sobre un papel? Una respuesta
abierta a las dos interrogantes bien puede darla el mito del Ave Fénix o
el oleaje monocorde que se observa y escucha al comienzo del
Cementerio marino de Paul Valéry: La mer, la mer toujours
recomencée!
En el poema en prosa “Teoría del oso”—o ensayo a la manera de
los poemas de Julio Torri—, Vicente Quirate hace el símil entre el poema
y el plantígrado. ¿O la comparación será con el poeta mismo? Desde mi
interpretación de lector de borrones y borradores, el tópico califica para
ambos cuando «Emerge al fin, fatigado del odio en bruto que es él
mismo, el hambre desnuda, los colmillos prestos. Nadie como él es
omnívoro. Mastica el plomo de los lápices y bebe tinta a mares. Se lleva
entre los belfos restos de teclas y de cintas. Se aleja eructando puntos
suspensivos. Deja en su camino los excrementos de tropos nunca usados.
Pero aun la bestia tiene rasgos de nobleza: deja sobre el escritorio la goma
de borrar». De la madriguera de su ser nace el poema para borrarse a sí
mismo, y de paso, desaparecer en el lugar del crimen cualquier rastro de
lo allí acontecido. La tentativa de Lizalde, González Esteva y Quirarte,
con sus diferencias y afinidades, pone al descubierto zonas ocultas del
proceso de la escritura poética, espacios de inestabilidad y paradoja,

376
ámbitos del devenir circular; en ese discurrir de viaje y tornaviaje, el
objeto verbal que es el poema se proyecta como si fuera una visión
imaginada por el Parmigianino o una arquitectura inverosímil expuesta
por M. C. Escher o una realidad en la geometría temporal de la banda
de Moebius. Al escribir lo anterior, y para concluir el ciclo de mis sumas
y restas, salta en el pendular del lenguaje poético —pez volador entre el
día y la noche—, el estribillo de «East Coker», la ofrenda cíclica que Eliot
escribió en honor a su genealogía: «En mi comienzo está mi fin». Como
han anotado los comentaristas de los Cuatro Cuartetos, esa frase
proviene de una cita de María Estuardo, En ma fin est mon
commencement, que figuraba en su trono y que T.S. Eliot invierte
deliberadamente para cerrar el círculo, al final del segundo cuarteto,
restaurando el lema original de la noble escocesa decapitada por Isabel
I: «En mi fin está mi comienzo». Sumas y restas, casas levantadas y
destruidas, «el ordenamiento de lo muerto y de lo vivo», la quietud y la
movilidad necesarias para habitar «otra intensidad» y «una comunión
más profunda», la poesía como esa punta metálica del compás,
marcando un punto en la vida mientras que con su otro extremo, de
brillante de grafito, traza parábolas en la eternidad y en infinito de la
bóveda celeste.

377
SEMBLANZAS
Ada Aurora Sánchez (Colima, México, 1972). Ha publicado ensayo, crónica, minificción,
cuento y poesía. Es autora, entre otros títulos, de Terrena Cruz. Vida y obra de Agustín
Santa Cruz; Libros a escena. Textos de presentación a obras de géneros diversos; Todo
libro es una liebre; El pequeño Cúrbit; Don Caralampio Caralimpia pasó por aquí y Un
deseo como llama urgente. Compiló y prologó Veintidós poetas de Colima. Parota de sal,
antología, una coedición de Puertabierta y Ediciones Amargord. Algunos de sus poemas
aparecen en revistas nacionales y extranjeras como Trafalgar, Géneros, Interpretextos, La
presa, MujeEres y Estación Poesía. Actualmente se desempeña como profesora-
investigadora de tiempo completo en la Facultad de Letras y Comunicación de la
Universidad de Colima.

Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952). Poeta, traductor, escritor, editor, lector y
estudioso de Michel de Montaigne, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Ramón
Xirau, Alejandro Rossi, George Steiner, Jean-Clarence Lambert, Paul Ricoeur, Roland
Barthes, Jorge Cuesta, Louis Panabiére, entre otros autores. En La campana y el tiempo,
La tercera mitad del corazón y Local del mundo, ha cosechado su obra poética. Sus
ensayos sobre autores y obras se han recogido en Arbitrario de la literatura mexicana,
América Sintaxis, Por el país de Montaigne y Alfonso Reyes, caballero de la voz
errante. Su ejercicio literario se ha entretenido además en los ensayos sobre cocina y
Fotografía: Rodrigo Rojas
Mckenzie gastronomía envasados con el título Grano de sal y otros cristales. Dirige para la editorial
Bonilla y Artigas una colección, Las semanas del jardín. En 2008 mereció el Premio Xavier
Villaurrutia y en 2018 el Premio Internacional Alfonso Reyes. Es secretario de la Comisión
de Consultas y secretario de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2005 el Gobierno de
la República Francesa lo designó Caballero de las Artes y de las Letras.

Alejandra del Río (Santiago de Chile 1972). Destacada poeta chilena. Ha publicado los
libros El Yo Cactus (Santiago, 1994), Escrito en Braille (Santiago, 1998), Material mente
diario (Santiago, 2009), Dios es el Yotro (Santiago, 2010), Llaves del pensamiento cautivo
(Santiago, 2015) y Dramatis Personae (Valparaíso, Editorial UV, 2018), Capuchita Negra
(Arica, Editorial Aparte, 2019). Investigadora de los usos no literarios de la poesía. Como
educadora y didacta, enseña “Educación Poética” a niños y profesores. En su consulta
privada ofrece terapia grupal de escritura. Especialista en diario de vida. Escritora de
literatura infantil. Traductora del alemán, con preferencia por poetas alemanas de
posguerra (Ingeborg Bachmann, Hilde Domin, entre otras).
Alejandro Gánem. Ha montado las exposiciones individuales: “Otros mundos” (2018);
“Vitral urbano” (2016); “Ecléctico” (2015); “Momentum” (2014); “Pata de perro” (2013).
Fotografías suyas han sido incluidas en revistas editadas en el Estado de México, Veracruz
y la Ciudad de México. Su trabajo fotográfico ha aparecido en libros de diversas editoriales
entre las que se encuentran tunAstral y El Humo.

378
Alma Karla Sandoval. Poeta, periodista y docente. Obtuvo apoyos del FOECA y del
FONCA en 1999 y 2001. En 2010 y 2018 se le concedió la Beca de Creadores e
Intérpretes con trayectoria del PECDA. Premio Nacional de Periodismo, AMMPE, 2011,
y los Juegos Florales de Cuernavaca, Morelos 2012, en cuento y novela corta. Premio
Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Recibió, por su primera novela, el
Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro 2015; y el Premio Nacional de Poesía
“Noble y Leal Ciudad de Tepic 2015”. Es Premio al Mérito Periodístico 2019 y ganó el
Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2019, también el Premio de Obra
Inédita, en la categoría de ensayo, del Fondo Editorial de la Secretaría de Turismo y
Cultura de Morelos, 2020. Cuenta con más de veinte libros publicados. Su obra ha sido
traducida al inglés, francés, rumano, portugués y ruso.

América Merino (Viña del Mar, Chile). Ha publicado la plaquette Y serán las estrellas,
selección y traducción de poemas de la escritora italiana Antonia Pozzi (Ediciones del
Trueno, 2020) y el libro de Poesía Fractales, (Editorial Cuarto Propio, 2015). Cursó el
programa de Literatura en el Istituto di Lingua e Cultura Italiana Galileo Galilei, en
Florencia (Italia, 2019). Durante el mismo año participó en el equipo de traducción,
edición y corrección de estilo del libro España mía, Portugal mío, del poeta chino Huang
Yazhou. Su trabajo poético ha sido destacado en eventos literarios tanto en Latinoamérica,
como Europa y Estados Unidos. Parte de su obra ha sido traducida al francés, inglés e
italiano. Ha obtenido numerosas distinciones y reconocimientos, entre ellos, la Beca de
Creación Literaria, otorgada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (2012) y la
Mención de Honor en el Premio Nacional Juegos Literarios Gabriela Mistral (2008 y
2013).

Ana Belén López (Culiacán, Sinaloa, México, 1961). Es maestra de literatura e imparte
talleres de lectura y análisis literario. Es autora de los libros de poesía Alejándose avanza,
(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1993), Del barandal (Ediciones sin nombre, 2001),
Silencios (en colaboración con Martín Gavica y Claudia Lavista. Instituto Sinaloense de
Cultura, 2009) y Retrato hablado (Andraval Ediciones, 2013).

Ángel Pahuamba (Cherán, Michoacán, México, 1978). Es licenciado en Artes Visuales,


con la especialidad en Pintura de Escuela Popular de Bellas Artes de Morelia de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Premio de adquisición en el
Encuentro Estatal de Pintura y Estampa Efraín Vargas. Premio de Adquisición por la obra
“Sueño encapsulado” en el X Salón Estatal de la Acuarela. Cuenta con más de 15
exposiciones individuales. Ha participado en más de 45 exposiciones colectivas nacionales
e internacionales. A la par de su producción artística, desarrolla proyectos con niñas y
niños de las comunidades indígenas de Michoacán en los que se proponen las prácticas
artísticas como medio para lograr la revalorización de la identidad cultural, misma que
desarrolló con un grupo de niñas y niños de la comunidad de Laguna Verde, durante el
III fórum Universal de las Culturas, en Valparaíso, Chile.

379
Armando Roa Vial (Santiago de Chile, 1966). Es poeta, traductor, ensayista y antologador.
Ha recibido el Premio Pablo Neruda y el Premio de la Crítica. De su obra poética destacan
Ejercicios de Filiación y Shakespearean Blues. Ha traducido poesía anglosajona medieval,
incluido Beowulf, y también parte de la obra poética de Thomas Hardy, Ezra Pound,
Robert Browning, John Berryman y Michael McClure.

Aurelia Cortés Peyron (Ciudad de México, 1986). Licenciada en Lengua y Literaturas


Hispánicas por la UNAM. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en dos
periodos (2011-2012 y 2012-2013). Maestra en Escritura Creativa por la San Francisco
State University. Becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en la disciplina de
poesía en dos ocasiones (2016 y 2018). Autora del poemario Alguien vivió aquí
(Argonáutica, 2018), publicado en versión bilingüe en traducción de Robin Myers. Es
profesora de español como lengua extranjera y traductora del inglés al español.

Balam Rodrigo (Villa Comaltitlán, Soconusco, la región más centroamericana de Chiapas,


México, 1974). Ha ejercido múltiples oficios, entre otros: vendedor callejero, profesor
universitario, jugador de futbol, colector de fósiles, plantas, reptiles e insectos para
colecciones científicas, cocinero, corrector de estilo, coordinador de talleres de poesía y
literatura, conferencista especializado en religiones comparadas, tanatología y rituales
funerarios. Autor de una treintena de libros de poesía. Su prolífica trayectoria lo ha llevado,
física y literariamente, por diversos lugares del planeta. Sus letras abrevan tanto de las
ciencias de la vida y la relación del hombre con Dios, como del futbol. Libros recientes:
Libro centroamericano de los muertos (México, 2018) y Marabunta (Chile, 2019).
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.

Beatriz Pérez Pereda (Tabasco, México, 1983). Poeta, ha recibido el Premio Nacional de
Poesía Amado Nervo en 2015; los Juegos Florales Nacionales de la Ciudad de Toluca
2013; Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra 2009 y el Premio Nacional de Poesía
Rosario Castellanos 2005, entre otros. Tiene publicado los poemarios: Teoría sobre las
aves, (Libros Invisibles-CECAN, 2018), Un hermoso animal es la tristeza (Laberinto
Ediciones-UJAT, 2016), Los sueños del agua (Instituto de Cultura de Toluca, 2013) y
Álbum Personal (UJAT, 2013).

380
Brenda Ríos (Acapulco, Guerrero, México, 1975). Actualmente imparte talleres de
escritura creativa y poesía en distintos espacios de la Ciudad de México. Miembro del
Sistema Nacional de Creadores desde 2019. Algunos de sus libros pueden ser descargados
en la página cuadronegroediciones.com. No es vegetariana y no tiene mascotas.

Camila Fadda Gacitúa (Santiago de Chile, 1969). Poeta, traductora literaria (del alemán),
gestora cultural. En 2012 obtuvo el Primer Premio en el concurso Poesía de Mujer, Perú.
En 2013 publicó Cauce (JC Sáez Editor). Participa frecuentemente en clínicas, talleres y
eventos de fomento a la traducción en Argentina, Colombia y México. En 2017 obtuvo la
beca de residencia en el Banff Centre for Arts and Creativity, Canadá. En 2019 es becada
por la Casa de Traductores Looren, Suiza, para traducir a la poeta premio nacional Leta
Semadeni. Su último poemario Mover el agua, publicado en agosto de 2019 por la
Editorial Los Perros Románticos, recibió el premio a mejor obra poética de ese año,
reconocimiento que otorga el Círculo de Críticos de Arte de Chile. Trabaja para la
Delegación de la Unión Europea en Chile.

Carlos Cociña (Concepción, Chile, 1950). Ha publicado: Aguas Servidas 1981, 2008,
2016, 2018. Tres Canciones 1992. Espacios de Líquido en Tierra 1999.
[www.poesiacero.cl A veces cubierto por las aguas, 2003. 71, 2004. Plagio del afecto, 2003]
Plagio del Afecto 2010. El Margen de la Propia Vida (Compilación) 2013. (Municipalidad
de Santiago de Chile. Premio Municipal de Literatura 2014). La casa devastada 2015, 2017.
(Críticos de Arte de Chile. Premio Mejor libro de Poesía 2017). Poesía Cero (Antología),
2017. (Fundación Pablo Neruda. Reconocimiento a la trayectoria, 2017). Materiales.
Santiago, 2019.

Carmen Violeta Avendaño (Santiago de Chile, 1976). Ha vivido en México y Chile,


incursionando en la poesía, la traducción, la reflexión. El 2019 publicó Nada significa nada.
Reside en Viña del Mar donde dirige Ediciones Moneda.

381
Carolina Ortega Sánchez (Morelia, Michoacán, México, 1981). Licenciada en Artes
Visuales en Dibujo y Estampa, por la Facultad Popular de Bellas Artes (FPBA) de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Cuenta con cinco
exposiciones individuales y más de 50 exposiciones colectivas en México, Estados Unidos,
la Federación Rusa, España y Bélgica. Ha recibido diversas distinciones y premios a nivel
nacional e internacional. Enfocada en la especialización de técnicas y procesos
tradicionales, experimentales y de impresión de grabado, así como de Libro de artista, ha
realizado tutorías, talleres y residencias de producción en talleres de diversas partes de
México. Actualmente se desempeña como docente de la Cátedra de Gráfica en la Facultad
Popular de Bellas Artes-UMSNH, a la par de su producción personal en el Taller
ALTERnativa Gráfica en Morelia, Michoacán.

Cecilia Juárez. Ha escrito los libros Cómo hablar con tu perrx (Ediciones El Humo, 2019);
Fábulas serie B (Diablura, 2017); Lobos en un corral de lobos (Mantra, 2016); Bar
Karaoke (Mirabilis, 2014); No te desanimes, mátate (Diabluras, 2013) y Muerte para el
coño dorado de Lavernia (Mirabilis, 2006). Es locutora, guionista y productora de radio.

Celeste Jaime (Morelia, Michoacán, México, 1983). Su especialidad es la estampa, siendo


su principal producción el dibujo y el grabado. A la fecha, ha participado en más de veinte
muestras colectivas y ha realizado una muestra individual. Ha expuesto en foros de
México, Estados Unidos, Bulgaria, Rusia, Chile y Costa Rica. Es fundadora de
ALTER.nativa Gráfica, empresa especializada en el diseño editorial y la encuadernación
artística, donde realiza proyectos colaborativos con numerosos creadores, generando
carpetas y libros de artista, así como productos editoriales independientes.

Claudia Posadas. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, FONCA-


SECRETARÍA DE CULTURA, 2011 y 2016. De la misma instancia ha sido becaria en
el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008), en Jóvenes
Creadores en Poesía (2000-2005), y en el Programa de Fomento a Proyectos y
Coinversiones Culturales con una investigación sobre literatura iberoamericana
contemporánea (2002). Ha publicado La memoria blanca de los muros (1997) y Liber
Scivias (2010), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, reeditado por la
UNAM en 2016. Poemas y ensayos de su autoría, y entrevistas con autores
Fotografía: Javier Lira hispanoamericanos de primer orden han sido incluidos en antologías en América Latina y
España.

382
Cristina Bello (Morelia, Michoacán, México, 1995). Egresada de la licenciatura en
Literatura Intercultural de la ENES Unidad Morelia. Fue becaria del IX Curso de
Creación Literaria para Jóvenes Escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas y la
Universidad Veracruzana en la categoría de poesía. Participó también en el Festival
Cultural Interfaz Guanajuato-2018. Ha publicado sus poemas en medios digitales e
impresos. Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional Universitario de Poesía
“Desiderio Macías Silva” (2017).

Cristina Bustamante. Guionista y realizadora audiovisual. Estudió la carrera de Artes


Visuales en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo con un principal interés
por la fotografía y la ilustración digital y avanzó hacia la imagen en movimiento de la mano
de su interés por la escritura. Su formación consiste en el estudio de arte contemporáneo,
fotografía, cine, literatura y psicoanálisis. Actualmente, además de ser artista
independiente, se dedica a la docencia impartiendo clases de cinematografía. Sus textos
han sido publicados en diversos medios impresos de la ciudad y en revistas como la Río
Grande Review de la Universidad de Texas. Ha formado parte de la selección oficial de
diversos festivales y muestras de cine nacionales e internacionales.

Daphna Garibay Rubio (Uruapan, Michoacán, México). Realizó estudios de dibujo,


pintura y gráfica en el Taller Escuela de Artes Plásticas MAPECO en la ciudad de
Uruapan, Michoacán. Asesora en Talleres de Gráfica y Artes plásticas en el Centro de
Artes El Colibrí y Taller de Artes Plásticas MAPECO Uruapan, ha colaborado en
proyectos colectivos de gráfica coordinados por talleres de gráfica tanto mexicanos como
extranjeros. Ha participado en más de 70 exposiciones colectivas dentro y fuera de México
(Chicago Illinois, El Paso, Texas, Nuevo México, Hollywood, Florida, San José Uruguay)
y expuesto de forma individual en ocho ocasiones.

David Noria (Ciudad de México, 1993). Escritor y filólogo. Profesor en la Universidad de


Aix-Marsella, Francia. Licenciado en Letras Clásicas por la Universidad Nacional
Autónoma de México, con estancias en el Instituto Caro y Cuervo, Colombia, y en la
Universidad Aristotélica de Tesalónica, Grecia. Ha publicado en Cuadernos Americanos,
Letras Libres, La Jornada Semanal, Papel Literario, Zona Paz, Este País, entre otros.

Diana del Ángel. Escritora y doctora en letras. Defensora de derechos humanos. Ha


publicado Vasija (2013), Procesos de la noche (2017), Barranca (2018) y artículos en
diversas revistas y medios digitales. Miembro del Seminario de Investigación en Poesía
Mexicana Contemporánea desde octubre del 2016. Ha sido becaria de la Fundación para
las Letras Mexicanas de 2010 a 2012 y del FONCA, en su programa de residencias
artísticas. Obtuvo la primera residencia de creación literaria Fondo Ventura / Almadía.
Desde 2002 hasta 2017, formó parte del taller “Poesía y silencio”. Colaboradora de la
Enciclopedia de la Literatura en México. Algunas de sus traducciones del náhuatl al
Fotografía: Octavio Cortés español han sido publicadas por la revista Fundación.

383
Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986). Ganadora del Premio Bellas Artes de
Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, del Premio Nacional de Poesía
Alonso Vidal 2017 por Principia y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019
por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong. Con el apoyo de las becas
Fulbright-COMEXUS y Goldwater, cursó una maestría en Creative Writing (Poetry) en la
Universidad de Nueva York (2013-2015). Ganó primer lugar en el premio Poetry
International del 2016, el segundo lugar del premio Literal Latté 2015 y quedó entre los
semifinalistas del premio Tupelo Quarterly 2016. Ha sido becaria del programa Jóvenes
Fotografía: Tzuara de Luna Creadores del FONCA en los periodos 2015-2016, 2018-2019 y de la Fundación ara las
Letras Mexicanas (2016-2017, 2017-2018). En 2018 fue seleccionada como una de las dos
poetas jóvenes de América Latina invitadas al Festival Internacional de Poesía que se
celebra en Trois Rivières.

Elvira Hernández (Chile, 1951). Es una poeta y crítica, formadora de poetas jóvenes de
diferentes generaciones, consolidada como una de las voces femeninas más singulares y
potentes de la poesía contemporánea chilena y latinoamericana. Entre sus libros,
publicados en Chile, Argentina y Colombia, destacan: ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986),
Meditaciones físicas por un hombre que se fue (1987), Carta de Viaje (1989), La bandera
de Chile (1991), El orden de los días (1991); Santiago Waria (1992) y Álbum de Valparaíso
(2003). Los poemas de su obra más famosa, La bandera de Chile, es un ícono de la
contracultura literaria durante la Dictadura Militar.

Emersson Pérez (Santiago de Chile 1982). Bibliotecólogo ICC. Diplomado en edición


USACH. Ha publicado en el Anuario poético Márgenes (Ajiaco Ediciones, 2011), Rieles
Sumergidos (2012) y La muerte de la televisión no será televisada (Filacteria, 2017–
Ediciones Liliputienses, España, 2020). Seleccionado en las antologías:
Poesía Molotov (Editorial Cascada de Palabras, México 2011), Cordillera de voces-Poesía
Chilena Actual (Sediento Ediciones, México 2012), Antología de
conspiradores (Marciano Ediciones, 2016), Pánico y locura en Santiago (Editorial
Santiago-Ander, 2017). Actualmente es director de la editorial “Los Perros Románticos” y
encargado del Biblioparque Pablo Neruda.

Enrique Castro Sánchez. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad


Vasco de Quiroga en Morelia, Michoacán. Reportero gráfico desde el año 2006,
colaborador de diarios locales, así como de revistas a nivel nacional y agencias de noticias
internacionales. Cobertura en temas relacionados con movimientos sociales, violencia,
seguridad, deportes y cultura. Sin embargo, se domina la mayor parte de las fuentes
periodísticas. Cobertura en Michoacán principalmente, con trabajos realizados en Cuba,
Colombia, Brasil y Rusia. Actualmente trabaja en el portal de noticias Revolución 3.0
Michoacán, como fotógrafo, videógrafo y reportero.

384
Ernesto González Barnert (Temuco, Chile, 1978). Ha obtenido por su obra poética el
Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018; Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor
Obra Inédita 2014; Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros, además de varias
menciones y becas. Entre sus últimos libros está Equipaje ligero (HD, Argentina, 2017), la
reedición de Trabajos de luz sobre el agua (HD, Argentina, 2017), Éramos estrellas,
éramos música, éramos tiempo (Mago, Chile, 2018), la reedición de Playlist en EEUU
(Floricanto Press, 2019) y en Chile (Plazadeletras, bilingüe, 2019), además de la antología
Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, Argentina, 2019). Es cineasta y productor
cultural del Espacio Estravagario de la Fundación Pablo Neruda. Reside en Santiago.

Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, México, 1966). Poeta, crítico literario
y de artes visuales. Entre sus libros de poemas se encuentran: Caballos en praderas
magentas. Poesía 1986-1998 (Aldus, 2018), Numerosas bandas (Mantis Editores, 2010),
Lo que dijeron las estrellas en el ojo de un sapo (Bonobos, 2012) y Tablas de restar (UAQ,
2017). Entre otros reconocimientos en el 2014 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo
Siglo XXI por el libro La mano siniestra de José Clemente Orozco (Siglo
XXI/UAS/Colegio de Sinaloa, 2015) y en el 2020 el Premio Mazatlán de Literatura por su
libro Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México 1912-
1921 (Caligramma-Fonca, 2019).

Eva Castañeda Barrera (Ciudad de México, 1981). Es escritora, académica e investigadora.


Doctora en Letras por la UNAM. Realizó una Estancia Posdoctoral en el CIALC-UNAM.
Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-CONACYT). Es autora de los
libros de poesía Nada se pierde (Versodestierro, 2012), La imaginación herida (Trajín,
2018) y Decir otro lugar (Elefanta Editorial, 2020). Ha escrito múltiples ensayos y artículos
sobre crítica literaria, éstos han aparecido en revistas, libros colectivos nacionales e
internacionales como En la orilla del silencio. Ensayos Sobre Alí Chumacero (México,
Fondo Editorial Tierra Adentro), América Diversa. Literatura y Memoria (Perú, Editorial
Altazor), Mito y utopía en las literaturas andinas contemporáneas México , CIALC-
UNAM), Historia crítica de la poesía mexicana (México, FCE/Conaculta), Una tradición
frente a su espejo. Estudios críticos por los 50 años del Premio nacional de poesía
Aguascalientes (México, INBAL/ Instituto Cultural de Aguascalientes). Dentro del
proyecto Archivo Negro de la Poesía Mexicana, realizó el estudio introductorio de los
volúmenes La Oración del Ogro, de Jaime Reyes y El corazón Preso, de Concha Urquiza.

Felipe Díaz (Chile, 1992). Ha participado en talleres y cursos literarios, entre ellos el curso
“De Borges a Bolaño” con la escritora Mili Rodríguez; el taller poético “Durazno
sangrando” con Andrés Florit y Ernesto González Barnert el 2015. Con el auspicio de
Balmaceda Arte Joven, publicó e ilustró el fanzine Me hace ruido. Entre el 2016 y el 2017
participó en la Fundación Pablo Neruda, publicando el libro colectivo Karaoke o muerte,
y en mayo de del año 2020 publicó su primer poemario, Paraderos. Actualmente coordina
el taller LEA (Laboratorio de Escritura de las Américas) y trabaja como gestor cultural en
la biblioteca pública Pedro Lemebel.

385
Fernanda Martínez Varela (Chile, 1991). Socióloga y escritora, publica su primer libro
Ángulos Divergentes a los 15 años. Ha recibido los premios Roberto Bolaño; Premio
Literario UC; Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral y el Premio Escritura
Revuelta de la Universidad de Houston. Ha participado en festivales en México, Bolivia,
Honduras, Puerto Rico, Estados Unidos y República Dominicana. Sus textos aparecen en
revistas literarias como Maestra Vida de Perú, Oculta Lit de España, Espaces Latinos
Cultural de Francia, Alaraby de Inglaterra y Uno dieciséis de Columbia University. Publicó
La sagrada familia (2015) y El génesis (2019). En 2016 y 2018 recibió Beca de Creación
Fotografía: Rosario Caro del Ministerio de Cultura, y en 2018 la Tinker Foundation. Cursa un Ph.D en Literatura
y Estudios Culturales en Georgetown University. Es editora de la revista Plaza Pública
Magazine de dicha casa de estudio y del periódico literario Carajo de Chile.

Gabriela Cantú Westendarp (Monterrey, Nuevo León, México). Poeta y gestora cultural.
Tiene un Master en Ciencias con Especialidad en Lengua y Literatura. Se ha desempeñado
en el sector público y privado como administradora de cultura y en diversos medios de
comunicación promoviendo las artes. Ha sido profesora de cátedra en diferentes
instituciones. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde y Mención
Honorífica en el Premio Regional Carmen Alardín. Becaria del Centro de Escritores de
N.L. Es miembro de varios consejos editoriales. Su obra se ha publicado en diversos países
como Chile, Colombia, Ecuador, Inglaterra y Estados Unidos. Ha sido traducida a varios
idiomas. Entre sus libros destacan: Material peligroso, Naturaleza muerta, Una flama de
seda como la nada, El filo de la playa, Hamburgo en alguna parte y su traducción de La
balada del viejo Marinero de Samuel Taylor Coleridge.

Giovanni Astengo (Santiago de Chile, 1972). Poeta. Ha sido publicado en diversas


antologías y revistas, tanto de Chile como el extranjero. Sus libros son Anteayeres (1999),
La morada irreal (Mago editores, 2006), Cuartos de Motel (Mago editores, 2008), Puzzles
(2011), Sección de objetos perdidos (editorial Raíz, 2014), La morada irreal, nueva edición
(editorial Bordes, 2016), Solo lo que me gusta existe (ediciones Montecristo, 2017),
Poemas a destiempo/Poems at the Wrong Time, edición bilingüe (Cuadernos de Casa
Bermeja–Mago editores 2017), Soñé estos poemas (Ed. Bordes, 2017), Tejido /Weave,
edición bilingüe (Cuadernos casa Bermeja, Mago editores, 2018), La poesía como un Dios
(Estudios, reseñas, notas y entrevistas sobre la poesía de Andrès Morales, Piso Diez
Fotografía: Pablo Herrera Ediciones, 2018), Azules abatidos (Sesión de jazz) MAGO editores, 2019 y Balandra, (Tala
ediciones, 2020).

Horacio Warpola (México, 1982). Autor de varios libros de poesía, los más recientes
Carcass -un libro de poemas para Instagram stories (Obelisco Records, 2019) y La
incertidumbre cuántica (Editorial Montea, 2019). Ha aparecido en las antologías Todo
pende de una transparencia. Muestra de poesía mexicana reciente (Vallejo & Co., Perú),
Guasap -15 poetas mexicanos súper actuales (La Liga Ediciones, Chile), El autor es
usuario. Antología panhispánica de escrituras digitales (Letral, España), Relatos de Música
y Músicos (Alba Editorial, España), Lines In Land -A Collection of Mexican Poems
(Australian Poetry), entre otras. Colabora en proyectos de literatura electrónica y arte
digital, mantiene en Twitter el bot literario @Poesia_es_bot, un Soundcloud de remixes
con poetas hispanoamericanos y es parte del colectivo performático multimedial #SQNX.
Ha sido becario del PECDA en trayectoria y jóvenes creadores del FONCA.

386
Hugo Plascencia. Poeta y escritor mexicano. Ha sido colaborador del suplemento “La
Jornada Semanal” del periódico La Jornada; del Periódico de Poesía de la UNAM; del
Petit Journal, Tierra Adentro y la Academia Mexicana de la Lengua. Autor de los libros:
Ahogar el Grito; Todo es Babel; Calandrias Underground, traducido al francés; Razón de
Bestia; y Violenta Sinfonía Latinoamericana. Becario del Conaculta (2005-2006) y (2008-
2009). Parte de su obra ha sido traducida al inglés y al francés. Es fundador del proyecto
interdisciplinario de música y poesía Cabaret Mictlán. Y colabora con poemas
musicalizados para documentales en México y Francia.
Fotografía: Jorge Luis
Sánchez Morlett Lasaro

Ignacio Ballester Pardo (Villena, Alicante, España, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras
por la Universidad de Alicante, miembro del Centro de Estudios Literarios
Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana
Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin
Nombre (2018), dedicado a la Madurez de la joven poesía mexicana. Es autor del libro La
dimensión cívica en la poesía mexicana contemporánea: herencia, tradición y renovación
en la obra de Vicente Quirarte (Tirant lo Blanch / Universidad Autónoma del Estado de
México, 2019). Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía
mexicana contemporánea.

Ileana Garma (Mérida, Yucatán, México). Licenciada en Artes Visuales por la Escuela
Superior de Artes de Yucatán. Egresada de la Escuela de Creación Literaria de la Sociedad
General de Escritores Mexicanos (Sogem). Diplomada en Literatura, Protocolo y
Periodismo por Editorial Santillana. Ha publicado 29, Días de fiesta y otros cuentos,
Ternura y 7 Obra poética, entre otros. Fue becaria del FONCA y del PECDA.

Ingrid Bringas (Monterrey, Nuevo León, México, 1985). Es autora de La Edad de los
Salvajes (Editorial Montea, 2015), Jardín Botánico (Abismos Casa editorial, 2016),
Nostalgia de la luz (UANL, 2016) 1000 watts de amor electrónico (Yerba mala Cartonera,
2016), Otra versión de mí “another version of me”, E-book de edición bilingüe (Ofipress,
2017), Objetos imaginarios (Pinos Alados, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al
inglés, francés, árabe y portugués. En 2019 su libro Flechas que atraviesan la espesura de
la noche obtuvo una mención en el XII Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero
en Salamanca, España. Actualmente es Becaria del Centro de Escritores de Nuevo León
2020.

Javier Acosta (Estancia de Ánimas, Zacatecas, México, 1967). Estudió Derecho y Filosofía.
Se desempeña como profesor en la Universidad Autónoma de Zacatecas, donde imparte
las materias de Estética y Literatura Moderna y Posmoderna. Ha coordinado talleres y
seminarios de Creación Literaria. Entre sus poemarios se encuentran Melodía de la i
(2001); Cuadernillo del viento (2007), Largo viaje al presente (2008), Libro del abandono
(2010), 19 poemas al oído del perro (2015), La carne de gallina (2017), Mi vida como
pájaro (2019), Versiones del vacío (2019) y el álbum ilustrado Kokoro (2020). Ha
publicado también ensayo y traducción, entre otros Schopenhauer, Nietzsche, Borges y el
eterno retorno (2007) y Life happens /la vida pasa. Cinco poetas norteamericanos (2010).

387
Javier Hinojosa (Ciudad de México, 1956). Estudió cine y enseñanza artística, y se dedica
a la fotografía desde hace más de tres décadas. A principios de los años ochenta, funda con
Lourdes Almeida y Gerardo Suter el Taller de la Luz, espacio de experimentación que
rompió con el canon de la época al apartarse de la fotografía documental. Es autor de
numerosos libros, entre ellos, Silencios compartidos (1998), Mayas: espacios de la
memoria (2000), Guardianes del México antiguo (2004), y Estaciones (2009), y ha
producido distintos libros de artista en ediciones limitadas, como parte de su serie
Cuadernos del Insomnio. Su obra ha sido expuesta en museos y galerías de Latinoamérica,
Estados Unidos, Europa, Asia, África y Oceanía, y forma parte de colecciones como la del
Museo Universitario de Arte Contemporáneo, la del Museo de Arte Precolombino e
Indígena de Montevideo y de la Fundación Televisa. Con una carrera en el campo
editorial, a partir de 1998 recorre el país, a la manera de los antiguos expedicionarios,
fotografiando la arquitectura prehispánica mexicana. Desde hace quince años desarrolla el
proyecto Estaciones, registro de áreas naturales protegidas de América Latina: bosques,
humedales, cimas y cañadas que se han mantenido al margen de los procesos de
urbanización.

Jorge Bustamante García (Zipaquirá, Colombia, 1951). Escritor, geólogo y traductor de


escritores rusos. Ha publicado libros de poesía, ensayo, relatos y su novela Las calles de
las ciudades ajenas apareció en Medellín en 2018. En 1994 recibió el Premio Estatal de
Poesía de Michoacán. Ha publicado en poesía: Invención del viaje (1986), El desorden del
viento (1989); El caos de las cosas perfectas (1996); en ensayo: Henry Miller: entre la
desesperanza y el goce (1991), Literatura rusa de fin de milenio (1996), El milagro de las
cosas nombradas (2010), El viaje y los sueños. Un ensayo vagabundo, (2013); en narrativa:
Diez modos de contemplar un río (2004). Sus traducciones del ruso han sido publicadas
en México, España y Colombia: Mantiene inéditos Año 2030 (poesía) y La poesía y la tabla
de Mendeleiev (ensayo). En 2020 aparecerá su versión de la novela utópica Estrella Roja
de Alexandra Bogdánov en la UANL.

Jorge Fernández Granados (ciudad de México, 1965). Poeta, narrador y ensayista. Ha


publicado los libros de poesía Resurrección (Aldus, 1995), Premio Internacional de Poesía
Jaime Sabines; El cristal (Era, 2000), Los hábitos de la ceniza (Joaquín Mortiz, 2000),
Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Principio de incertidumbre (Era, 2007),
Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada, Si en otro mundo
todavía. Antología personal (Almadía / Conaculta, 2012) y, recientemente, Lo innumerable
(Ediciones Era, 2018). Ha publicado también el volumen de ensayos El fuego que camina
(Conaculta, 2014) y, en colaboración con el autor, la antología de la obra poética de José
Fotografía: Javier Lira Emilio Pacheco Los días que no se nombran (Era / El Colegio Nacional / UNAM, 2014).
También, ha publicado el libro de aforismos Vertebral (Almadía, 2017). La Universidad
Nacional Autónoma de México (2015), en su Colección Voz Viva de México, editó el
Libro- CD F(l)echas en la noche y otros poemas. Ha dado conferencias y lecturas de su
obra en diversas ciudades de su país, América y Asia. Parte de su obra ha sido traducida
al inglés, francés, macedonio y chino.

388
Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, México, 1972). Poeta, ensayista y doctor en
Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona, y, desde 2007, miembro
del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Obtuvo en 2010 el Premio Internacional de
Poesía Jaime Sabines. Ha publicado una docena de títulos de poesía en México, Argentina,
España, Estados Unidos, Canadá e Italia, entre los que destacan Ajedrez de polvo (tsé-tsé,
Buenos Aires, 2003), Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005), Guía de
forasteros (Bonobos, México, 2014) y Devoción por la piedra (Mantis, Guadalajara, 2016).
Además del inglés, su trabajo poético ha sido traducido al chino, alemán, portugués,
Fotografía: Alejandro francés e italiano, y forma parte de múltiples antologías de poesía mexicana reciente. Ha
Meter
participado en festivales, conferencias y congresos de literatura en diferentes ciudades de
América, Europa y Asia. Asimismo, ha sido Profesor Visitante o Scholar Artist en
universidades de California. Su libro Dévotion pour la pierre fue publicado en Québec en
2018 en Les Éditions de La Grenouillère, y en 2020 el sello romano Edizioni Fili
d´Aquilone ha editado una antología de su obra poética titulada Luce sotto le pietre.

José Agustín Solórzano (1987). Autor de los libros de poesía Dos versiones del libro que
no escribí (Abismos, 2017), Ni las flores del mal ni las flores del bien (Premio de Poesía
Carlos Eduardo Turón; Secum, 2015), Monomanía del autómata (FETA, 2014), Alguien
ha salido a buscarme (Diablura, 2012) y Versos, moscas y poetas (Premio Michoacán
Ópera Prima; Secum, 2009). También es autor de Cuaderno de ensayo (Premio de Ensayo
María Zambrano; Secum, 2017) y de las novelas Ciudad en blanco (SECUM, 2019) y
Rompecabezas (FOEM, 2015). Antologador de Parkour pop.ético (SEP-DGESPE, 2017).
En 2017 fue ganador de los Juegos Florales Nacionales de Lagos de Moreno y de la
Condecoración al Mérito Juvenil de Morelia. En 2015 obtuvo el Premio Regional de
Literatura para Niñas y Niños del Instituto de Cultura de Guanajuato. En 2012 fue becario
del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico de Michoacán
(PECDAM). Ensayos, poemas y cuentos suyos aparecen en una docena de antologías.

José Luis Justes Amador (Zaragoza, España). Licenciado en Filología Inglesa con un
postgrado en poesía inglesa contemporánea por la Universidad de Cambridge. Sus libros
más recientes son 99 (UAA) y El poeta, enamorado, escucha The Velvet Underground
and Nico (IMAC). Actualmente se encuentra en prensa Shakespirianas, un conjunto de
aforismos sobre la obra del dramaturgo inglés.

Juan Carlos Oñate Chirot (Ciudad de México, 1983). Narrador y cineasta. Estudió
Ciencias de la Comunicación, cursos de cine y animación. Luego de ser periodista cultural
y columnista, ha sido realizador de video y diseñador, tanto en instituciones como de
manera independiente. Ha trabajado en comunidades impartiendo talleres de animación
para niños y como documentalista. Ha participado en varias producciones
cinematográficas y realizado siete cortometrajes en ficción y animación, con los que ha
participado en festivales y muestras. Ha colaborado en diversas iniciativas de promoción
cultural y coordinó el proyecto Cinema Entrada Libre. Publicó el libro Relatos históricos
y fantásticos de Maruata (2018), tradición oral de la costa michoacana. Actualmente
incursiona como músico y fotógrafo.

389
Juan Carlos Villavicencio (Puerto Montt, Chile, 1976). Licenciado en Lengua y Literatura
Hispánica y Magíster(c) en Literatura General, en la Universidad de Chile. Poeta, traductor
y editor de Descontexto Editores. Figura en antologías y revistas en Chile, España, Italia,
EE.UU., México, Perú, Argentina y Grecia. Editor de la antología crítica Nostalgia de la
Tierra (Ediciones Cátedra, Madrid, 2013) y de la antología Libro de homenajes (2015),
ambas de Jorge Teillier. Editor, junto a Carlos Almonte, de antologías de Rolando
Cárdenas, Clemente Riedemann, Víctor Rodríguez Núñez, Carlos Cociña, Juvencio Valle
y de Teófilo Cid. Traductor de Georg Trakl, T. S. Eliot, Fernando Pessoa, Antoni Clapés
y Sara Teasdale, entre otros. Ha publicado los poemarios The Hours (2012), Breaking
Glass (con Carlos Almonte, 2013), Oscuros ríos (2018) y Visiones de María Magdalena
(2020).

Juan Carlos Villegas Cosío (Valparaíso, Zacatecas, México, 1971). Desde 1992, inicia sus
estudios de pintura en el Taller de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de
Zacatecas, México. Ese mismo año ingresa al Taller de Pintura y Grabado Julio Ruelas, en
la misma ciudad. Obtiene Mención Honorífica en el Salón Estatal de Pintura Francisco de
Santiago en 1995. Becario por parte del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, categoría
Jóvenes Creadores, en 1996. Primer Premio en el Salón Regional de Pintura Zacatecas
450 Aniversario, en 1996. Es seleccionado en el Primer Salón Estatal de Pintura Juan
Manuel de la Rosa, 2002; en la VI Bienal Nacional Diego Rivera, Guanajuato, 2004; y en
la Segunda Bienal de Pintura Pedro Coronel, Zacatecas, 2010. Ha participado en más de
60 exposiciones colectivas en diferentes estados del país, Estados Unidos y Europa. En
2018 participó en la exposición colectiva de artistas zacatecanos de la XIII Bienal FEMSA
y en 2019 fue jurado de la Bienal Pedro Coronel. En 2017 participó en la colección “El
amor visto por el arte”, proyecto de la Fundación Grupo Milenio; y realizó un mural para
la ciudad de San Piero Patti, en Sicilia.

Julia Melissa Rivas Hernández (Hermosillo, Sonora, México, 1981). Cursó la licenciatura
en Artes Plásticas y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sonora. Ha sido
beneficiaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS), modalidad
jóvenes creadores (2011-2012) y en la modalidad residencia artística (2014-2015). Entre
otros, ha sido ganadora de los VII Juegos Florales Nacionales Toluca “Horacio Zúñiga”
2019; de los Juegos Florales Nacionales Lagos de Moreno, 2018, categoría cuento; del
segundo lugar en el Premio Nacional de Cuento de Villa de Zaachila, Oaxaca, 2017; del
Reconocimiento del Pitic; y Premio Alonso Vidal 2010. Es autora del libro de
poemas Habitaciones (JUS, 2011) y Manual inédito de la moda (a publicarse este año).
Con su obra plástica ha ilustrado varias revistas y portadas de libros. Imparte desde el 2019
el curso de Minificción y écfrasis, como parte de la Escuela de escritores.

Julián López Ugalde (Lima, 1983). Destacado investigador y académico. Es Licenciado en


Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, así como Doctor en
Filología Española por la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en José Santos
Chocano y en Martín Adán, ha sido galardonado con el Premio Copé en la XIV Bienal
de Poesía 2009 (ganador de Plata ex aequo junto al poeta Carlos Tataje) con su libro
Pequeño tratado de los últimos días. Ha escrito diversos ensayos sobre la obra de César
Vallejo, Martín Adán, José Santos Chocano, Javier Heraud, José María Eguren, etc. Desde
el 2014 es profesor de la UNMSM. También ha publicado un libro de cuentos y una
novela: Reza (2005) y Breve análisis de un cadáver envuelto en celofán (2012).

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Julio Núñez Rivera (Chile, 1967). Poeta y collagista, profesor de artes visuales de profesión,
fue fotógrafo forense durante 26 años. Ha publicado cinco libros de poesía:
Espantacuerdos (1993), Pieza Inconclusa para fin de siglo (1996), El breve latido que burla
al silencio (2010), CámaraObscura – Destellos en suspensión (2011), Cápsulas para lanzar
al espacio (libro-objeto de 70 ejemplares, 2017). Ha sido incluido en cuatro libros de
antologías literarias. Ha obtenido premios en dos certámenes de poesía. Ha participado
en diversas exposiciones de artes visuales. Ha colaborado con sus collages en la ilustración
de varios libros de poesía.

Leonorda Antonia Gallardo Elgueta (Santiago de Chile, 2002). Egresó de enseñanza media
del Instituto de Estudios Secundarios de la Universidad de Chile e hizo un bachiller de
artes visuales en la misma universidad. Expuso sus trabajos en Balmaceda arte joven en el
año 2016 y en dos ocasiones en “La sala Isidora Zegers” (2017 y 2018). Entre los trabajos
se encontraban estudios anatómicos y figurativos en alambre, estudios de composición con
tinta, bocetos a carbón sobre libros e ilustraciones a acuarela y/o lápices de alcohol.

Lorena Huitrón Vázquez (Xalapa, Veracruz, México 1982). Estudió Lengua y Literatura
Hispánicas. Fue beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación Artística en el
Estado de Veracruz (PECDAV) en poesía (2009-2010) y novela (2013-2014). Sus poemas
han aparecido en distintas revistas impresas y electrónicas de México, Colombia y Puerto
Rico, así como en antologías. Ha publicado: Parábola del desconocido (FETA, Colección
la Ceibita, 2012); Erigir una Fortaleza (Instituto Literario de Veracruz, 2013); Una violencia
sencilla (Sedeculta, Instituto literario de Veracruz, 2017), libro ganador del Premio
Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán 2015; Wintu (digital, Stomias Boa, 2017); y
El oficio del escarabajo (Ediciones el Humo, 2019).

Luis Armenta Malpica. Es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Expremio de


Poesía Aguascalientes, ha recibido los premios Ramón López Velarde, Efraín Huerta, José
Emilio Pacheco, Sor Juana Inés de la Cruz, Enrique González León, Jalisco en Letras,
Diplôme d’Excellence en Rumania, Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe y
nombramiento de Cavaler al Poeziei Capitalei Marii Uniri Iași, entre otros. Por su labor
editorial recibió la Pluma de Plata, el premio Nichita Stànescu (Moldavia) y el Ileana
Espinel Cedeño (Ecuador). Autor de más de veinte poemarios, siendo los más recientes
Llámenme Ismael; Götterdämmerung. Antologie minime; Greetings to the Family, Voința
luminii y Enola Gay. Ha sido traducido al alemán, árabe, catalán, francés, gallego, inglés,
italiano, neerlandés, portugués, rumano y ruso.

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Luis Eduardo García (Guadalajara, Jalisco, México, 1984). Es autor, entre otros, de Dos
estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (2015), Armenia (2016),
Una extraña seta en el jardín (2018), Bádminton (2018) y 121:08 (2020).

Manuel Iris (México, 1983). Es licenciado en Literatura latinoamericana por la


Universidad Autónoma de Yucatán, maestro en literatura hispanoamericana por la
Universidad Estatal de Nuevo México (EEUU), y doctor en lenguas romances por la
Universidad de Cincinnati (EEUU). Poeta mexicano radicado en la ciudad de Cincinnati,
Ohio, Estados Unidos, de la que fue nombrado Poeta Laureado en abril de 2018. Fue
ganador del Premio Nacional de Poesía "Mérida" (2009) por su libro Cuaderno de los
sueños (2009), y del Premio Regional de Poesía Rudolfo Figueroa por su libro Los
disfraces del fuego (2014), libro que fue considerado uno de los mejores del año por el
periódico El Norte, en México, y que luego fue finalista del premio hispanoamericano de
poesía “Ciudad de la Lira” en Ecuador. Es igualmente coautor, junto con el poeta brasileño
Floriano Martins, de Overnight Medley (2014), y compilador de En la orilla del silencio,
ensayos sobre Alí Chumacero (2012). Ha publicado poesía, ensayo y traducción en revistas
como Letras libres (México), Casa de las américas (Cuba), Sibila (España),
Mapocho (Chile), Triplo V (Portugal) y Líneas (Francia).

Marco Antonio Bugueño (Antofagasta, Chile). Reside en Santiago. Le fue otorgada la Beca
Fundación Pablo Neruda y ha ganado diversos premios literarios, entre ellos el Premio
Poesía Universidad de Córdova. Colaborador de publicaciones literarias, entre otras
Carajo (Chile) y Ajo Blanco (España). Es organizador de diversos encuentros significativos
de poesía en Chile, como “Poesía para Invocar la Dignidad” y otros. Publicó
Conversaciones con el Príncipe de Macúl (editorial Ventana Abierta, Chile) y prepara la
pronta edición del conjunto de poemas Aleteo. Crítico y teórico literario. Profesor
universitario de Literatura y Teoría de la Comunicación en universidades privadas.
(Universidad Academia de Humanismo Cristiano y UNNIAC).

Mario Montalbetti (Lima, 1953). Es Profesor Principal de Lingüística en la Pontificia


Universidad Católica del Perú. Ha escrito nueve libros de poemas: Perro Negro (1978),
Fin Desierto (1995 y 1997), Llantos Elíseos (2002), Cinco segundos de horizonte (2005),
El lenguaje es un revólver para dos (2008), Ocho cuartetas contra el caballo de paso
peruano (2008), Apolo cupisnique (2012), Vietnam (2014), Simio meditando (2016) y
Notas para un seminario sobre Foucault (2018). Su poesía reunida ha aparecido bajo el
título de Lejos de mí decirles (Editorial Aldus, Ciudad de México 2013 y Ediciones
Liliputienses, Cáceres 2014); una selección de ésta apareció bajo el título En una lengua
rompida en Ruido Blanco (Quito, 2017) y otra bajo el título Huir no es mejor plan en
Mansalva (Buenos Aires, 2017). También ha publicado Lacan arquitectura (con J.
Stillemans, Fondo Editorial PUCP, Lima 2009); Cajas, un estudio sobre lenguaje y sentido
(Fondo Editorial de la PUCP, Lima 2012), la colección de ensayos Cualquier hombre es
una isla (Fondo de Cultura Económica, Lima 2014) y recientemente El más crudo

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invierno. Notas a un poema de Blanca Varela (Fondo de Cultura Económica, Lima 2016).
Es co-director de la revista Hueso Húmero.

Marlene Zertuche. Es poeta, editora, docente de español como segunda lengua e imparte
talleres de apreciación literaria. Tiene varios libros de poesía publicados y realiza una
investigación sobre poetas latinoamericanas nacidas en la primera mitad del siglo XX.

Olga Gutiérrez García (Torreón, México). Poeta. Físico-Matemática (ITESM, Campus


Monterrey). Traductora. Editora de la antología bilingüe del San Diego Poetry Annual.
Forma parte de la Sociedad de Haiku de San Diego (SDHSG). Escritora bilingüe (español
e inglés). Ha escrito una novela El Peso de los ovarios, y los libros de poesía en inglés: Re-
Versed, Ostrich Sky, Disclosed, In Vitro, Poetica Mathematica, y los libros de poesía en
español: Emily (Editorial CETYS Universidad, edicion bilingüe, 2019), Dark Matter
(Editorial Universidad de Guanajuato, 2019), Visitaciones, ÍÍÉ, y Binaria (2005). Su obra
ha sido firmada bajo el seudónimo: enriKetta luissi.
Fotografía: Julie Brossy

Omar Pimienta. Vive y trabaja en la región fronteriza de Tijuana / San Diego. Es escritor
y artista visual, su obra explora cuestionamientos de identidad, transnacionalidad, poéticas
de emergencia, y paisajes sociopolíticos. Es Maestro en Artes Visuales y Doctor en
Literatura, ambos títulos por la Universidad de California en San Diego. Ha publicado un
libro de cuento y cuatro libros de poesía; con uno de éstos se hizo acreedor al 10º Premio
Internacional de Publicación Emilio Prado del Centro Cultural Generación de 27, Málaga,
España. Su obra ha sido presentada en galerías museos y centros culturales de E.U.
México, Argentina, Colombia, Chile, Alemania, Dinamarca, España y Marruecos.
Actualmente es Miembro del Sistema Nacional de Creadores.

Pedro Chavajay García (San Pedro La Laguna, Atitlán, Guatemala, 1983). Poesía
publicada: Mar Invisible (Folio 114, 2007), Sin Mañana (Vueltegato Editores, bilingüe
Español-Tz’utujil, 2012), Somos pequeños tiempos (Fundación Casa de Poesía, Costa
Rica, 2016) y Una estrella se enredó en las montañas (Clara Beter Ediciones, Argentina,
2017).

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Renato Tinajero (Ciudad Victoria, México, 1976). Estudió filosofía en la Universidad
Autónoma de Nuevo León. Es autor de cuentos, poemas y ensayos, profesor universitario
y coordinador de talleres literarios. Vive en Apodaca, Nuevo León. Entre sus libros se
cuentan Yorick (Diáfora / UANL, 2008), Fábulas e historias de estrategas (FCE / ICA /
INBA, 2017) y El mal de Samsa (UANL / UMM, 2019). En el año 2012 fue becario del
Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la especialidad de Poesía. En 2017 su libro
Fábulas obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes. Publica de manera regular
en su sitio web La biblioteca de Yorick (www.labibliotecadeyorick.org).

Salvador Gaete (Santiago de Chile, 1973). Poeta y ensayista. Ha publicado Isla Desertores
(Mago editores, 2007), y está antologado en Lecturas de Poesía. Columnista de la revista
chilena Carajo y la revista hispanoamericana Otro lunes. Su obra aparece en diversas
revistas y suplementos literarios en Chile y el extranjero.

Saúl Ordoñez (Toluca, México, 1981). Ha publicado diez títulos de poesía, entre los que
destacan: Jeffrey (2011, Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” 2011),
Trompadeperro (2017, Mención Honorífica del I Certamen Estatal de Literatura “Laura
Méndez de Cuenca”), Corazoncito (2019), Nadie (2019) y Viacrucis (Premio Internacional
de Poesía “Jaime Sabines 2018, 2019). Compiló y prologó Afuera. Arca poética de la
diversidad sexual (2017). Textos suyos han aparecido en antologías, publicaciones
periódicas y medios electrónicos y han sido traducidos al italiano y al inglés. También ha
incursionado en las artes visuales.

Verónica G. Arredondo (Guanajuato, México, 1984). Autora de los libros de poesía Ese
cuerpo no soy (UAZ, 2015)/ Je ne suis pas ce corps, Traducción al francés de Élise Person
(RAZ Éditions, 2018), Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, 2014; Verde
fuego de espíritus (IMAC, 2014), Premio Dolores Castro de Poesía, 2014; Damas errantes
(Policromía/IZC, 2019); del ensayo Voracidad, grito y belleza animal: La condesa
sangrienta de Alejandra Pizanik y Los Cantos de Maldoror de Lautréamont (UAZ, 2014)
y de diversos libros de artista. Ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las
Artes en la categoría jóvenes creadores en 2017-2018 y beneficiaria del Programa de
Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en Zacatecas, en Creadores con
Trayectoria, 2019. Poemas suyos se han traducido al inglés, francés, italiano y portugués.

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Verónica Zondek (Santiago de Chile, 1953). Actualmente radica en Valdivia. Poeta,
traductora y gestora cultural, se licenció en Historia del Arte en la Universidad Hebrea de
Jerusalén. Obtuvo la beca de traducción y residencia en Bahnf, Canadá en 2015. Es
miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua por Valdivia; Miembro
integrante del CCPV (Centro Cultural de Promoción Cinematográfica de Valdivia);
Miembro Comité Editorial LOM Ediciones; Premio Espíritu Sur Mujer, Valdivia, Chile;
Premio a la Trayectoria Poética, Casa Neruda. Ha incursionado junto a artistas de otras
áreas como la plástica, la música, el teatro, la danza, para crear y explorar posibilidades de
nuevas expresiones. Ha publicado más de veinte libros entre los que destacan:
Nomeolvides: Flores para nombrar la ignominia (poesía teatral, LOM Ediciones, 2014);
Sedimentos (reunión de los libros El hueso de la memoria y Vagido en un sólo volumen,
Madrid, Amargord Ediciones, 2015); Fuego Frío (poesía, LOM Ediciones, 2016); Una
Pequeña Historia (Poesía, Cuadro de Tiza Ediciones, 2018); Ojo de Agua (Antología
poética, Lumen, 2019), Gabriela Mistral. Obra Reunida; Mi culpa fue la palabra, idea,
edición e introducción Verónica Zondek (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2015).

Yamilet Fajardo (Morelos, Zacatecas, México). Estudió educación en la Escuela Normal


Ávila Camacho y Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Maestra en
Investigaciones Humanísticas con orientación en Filosofía e Historia de las Ideas por las
Universidad Autónoma de Zacatecas. Sus poemas se han divulgado en revistas y periódicos
locales y nacionales como La Jornada y El sol de Zacatecas, la revista Reitia, pensamiento
y creación; la revista electrónica Círculo de poesía; La Otra Revista; Casa del tiempo
(UAM) entre otros. Fue becaria del programa de estímulos a la creación y al desarrollo
artístico del fondo estatal para cultura y las artes de Zacatecas (emisión 2009-B, 2013, y
2019). Actualmente es becaria de FONCA, generación 2019-2020. Ha publicado Susana
y los viejos (IZC Y TEXERE). Su obra La caja de cerillos, una novela en verso (UAZ) fue
galardonada con el premio nacional de poesía “Ramón López Velarde, 2013”.

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Estrategia del poema, 72 autorxs hispanoamericanxs, realizado por
Octavio Gallardo y Armando Salgado, se terminó de editar para su versión digital
en agosto de 2020.
La edición estuvo al cuidado de Nadia Contreras y Raúl López.

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