La Dominicana Soledad Álvarez

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La dominicana Soledad Álvarez, aeda y ensayista de reconocida y

acrisolada solvencia intelectual, lleva gran parte su vida dedicada a cultivar


la poesía, su modo de vida y su disfrute mayor.

Ella, que se ve como una “lectora compulsiva y una escritora lenta y


perfeccionista”, cree que la poesía dominicana no tiene nada que envidiarle
a otras más conocidas en el mundo de habla hispana, pero entiende que
hay que vencer muchos obstáculos para lograr su proyección, dada la
ausencia de un sector editorial que garantice la edición, preparación y
difusión del libro.

Con la fluidez propia de su buena expresión, la autora de Vuelo


posible respondió varias preguntas de Diario Libre en estos tiempos
marcados por la pandemia del COVID-19.

¿Percibe si la pandemia provocará cambios apreciables en la vida


cultural y literaria del país?
Definitivamente. Y ojalá que sea para bien. El hecho de que la pandemia
coincidiera con unas elecciones presidenciales y congresuales que han
marcado el fin de un ciclo político y de un gobierno que recibió una
humillante derrota electoral, tanto por los múltiples signos de corrupción y
menoscabo de la institucionalidad, como por la promesa de cambio de la
oposición, ahora en el poder, provoca expectativas, esperanzas de un mejor
estado de cosas a pesar de la tremenda crisis sanitaria y económica que se
nos ha venido encima. En el área cultural fue tanta la desidia, el clientelismo
y hasta la hostilidad hacia el arte y la cultura, que el cambio tendrá que ser
inevitable. Eso sí: necesitaremos de las nuevas autoridades que no les
tiemble el pulso para deshacer los entuertos, y mucha buena voluntad y
creatividad de todos para enfrentar los estragos de la pandemia.

En diversos escenarios se le distingue como una de las principales


intelectuales y poetas dominicanas. ¿Qué percepción tiene de su
quehacer y de su proyección?
Tu pregunta roza un tema que ha ocupado mi atención no pocas veces.
“¿Sabré alguna vez cómo llego a tus ojos/ con mis terrores de huérfana a
tus ojos/ o llego la otra que soy?” digo en un poema. Es la diferencia entre
el ser y la apariencia, la distancia entre lo que eres, o crees ser, y cómo te
ven los demás. En este sentido, a estas alturas de la vida, más que percibir
principalía en mi quehacer literario, he reafirmado la convicción de que la
poesía es para mí un modo de vida, el principio y el fin de mis afanes, mi
disfrute mayor. Soy una lectora compulsiva y una escritora lenta y
perfeccionista, lo cual podría sería un problema si me hubiera planteado la
literatura desde el quehacer que busca reconocimiento, una relación muy
diferente a la que da tanto sentido a mi vida.

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Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, y la escritora Soledad


Álvarez. ( FOTO: FUENTE EXTERNA )

No es muy frecuente que las mujeres creadoras se inclinen por el


ensayo, pero en su caso luce que fluye bastante bien con el género.
¿Es así o le cuesta?

Quizás porque tuve profesores en la Universidad de La Habana que me


transmitieron la pasión por la literatura de ideas, soy una lectora
empedernida del ensayo, el centauro de los géneros, como lo definió Alfonso
Reyes. De Montaigne a Paz, de Ortega y Stephan Zweig a Alfonso Reyes,
Margarite Yourcenar, Steiner y Bloom, Vargas Llosa, Adolfo Castañón,
Manuel Rueda o Ramón Francisco, entre muchos otros, fascina el tejido en
la página de argumentos, análisis y reflexiones, el destello de la intuición, la
diversidad de matices, el ritmo, a veces sincopado, y sobre todo el libérrimo,
siempre personal acercamiento a los temas. Acaso porque de tanto leer y
gustarme todo tipo de ensayo, no solo los literarios, de tanto conversar con
mis ensayistas tutelares sobre literatura, arte, filosofía, historia o política, a
la luz del día o de la lámpara al lado del cama, el género no me es ajeno y,
ciertamente, no me presenta las dificultades que, por ejemplo, encuentro en
el poema.

¿Por qué Pedro Henríquez Ureña, que usted ha estudiado


profundamente, sigue gravitando en la cultura?
Pedro Henríquez Ureña es la más alta, inmarcesible figura de la cultura
dominicana, la de mayor preeminencia internacional, la más valiosa y
abarcadora en las múltiples facetas de su quehacer intelectual. Como
periodista, filólogo, ensayista y crítico literario; americanista, maestro y guía
de generaciones en todos los países adonde lo llevó su errancia no pocas
veces agónica, y donde su magisterio humano dejó huellas que perviven no
solo en la obra de sus discípulos, muchos de ellos connotados escritores,
sino también en instituciones y proyectos editoriales fundamentales para la
constitución de la literatura hispanoamericana.

En la quiebra de valores y en el espantoso deterioro ético y moral que nos


aqueja, la obra de Henríquez Ureña y su vida, dedicada sin concesiones al
poder, al estudio, al pensamiento y al ideal de una “Patria de la justicia”, son
estrellas que nos guían en la noche oscura.

Recupero, por su validez y pertinencia, uno de los momentos más altos de


su dominicanidad: las palabras que pronuncia en 1932 con motivo de un
homenaje a los Padres de la Patria, durante su corta estadía en Santo
Domingo como Superintendente General de Enseñanza, en las que vuelve
sobre la idea de los héroes de la patria no como héroes “recibidos entre
arcos de triunfo y divinizados en vida por la estatuas”, sino como “héroes de
sacrificio, la única especie de héroes legítimos que ha producido nuestra
patria”, el ciudadano “frugal de hábitos, claro de ideas, superior a los halagos
de la riqueza y del poder”.
De izquierda a derecha, los escritores Tony Raful, Enriquillo Sánchez (fallecido),
Virgilio Díaz Grullón (fallecido) y Soledad Álvarez en los años 80.

De su libro Vuelo posible se ha dicho que es una de las obras poéticas


más originales del país. ¿Fue una meta trazada o lo logró sin grandes
esfuerzo?
Me sorprende y honra esa opinión. El libro fue publicado en 1994, aunque
inicié mi actividad literaria a finales de la década del 60, y en los 70 publicaba
con frecuencia en los suplementos literarios de la época. Escribía mucho, y
si recopilara la poesía de esa época sería un libro voluminoso. Recuerdo
que poco antes de morir Franklyn Mieses Burgos, siempre socarrón, me dijo:
“Ay, ustedes los jóvenes! Escriban sí, escriban mucho ahora que después,
cuando se pongan exigentes, será mucho más dificil”. Y fue exactamente lo
que pasó. Llegué a Cuba en el 75, me lancé furiosamente, sin tregua y sin
paracaídas al conocimiento de la lengua y la literatura, y me puse exigente.
Comencé a perseguir una expresión, pero no sentía que llegaba a puerto.
Fue Manolo –Manuel Rueda–, quien casi me obligó a publicar Vuelo
posible. Se lo propuso desde que trabajábamos juntos, yo como su asistente
en el suplemento Isla Abierta, del periódico Hoy. En algunos de los poemas
creo haberme acercado a la contención depurada que buscaba para
expresar lo incontenible, al silencio casi sagrado que bordea el abismo.
De izquierda a derecha, los escritores Luis García Montero, Soledad Álvarez y Basilio
Belliard.

Ha tenido la oportunidad de coexistir y compartir con grandes figuras


literarias nacionales y extranjeras. ¿Qué le ha quedado de esas
experiencias?
La lección invaluable de la modestia. Más alto el lugar que ocupan y la
genialidad, menor la arrogancia, mayor la sencillez en la vida y los gustos,
la búsqueda de la comunicación y la transparencia al escribir. Las grandes
figuras con las que he tenido el privilegio de compartir son, primero y antes
que nada seres humanos cálidos, divertidos y amorosos. Solo una vez me
sentí sobrecogida frente a uno de ellos. Cuando estuve por primera vez con
Haydée Santamaría. Mi admiración hacia ella como mujer –una fuerza de la
naturaleza– en un mundo de hombres; por su historia, su carácter único y
por la hazaña que protagonizaba en beneficio de los escritores y la literatura
latinoamericana casi me paralizaba. Muy pronto descubrí en ella la sencillez
de la que hablo, su espontaneidad y carácter juguetón.

¿Tiene algunas influencias literarias dignas de recordar?


En verdad, no me he ocupado de establecerlas stricto sensu. No siento esa
“angustia de la influencias” de la que hablaba Bloom. Antes, por el contrario,
me reconozco en la tradición literaria dominicana y en los santos laicos de
mi altar, que son muchos, especialmente mujeres escritoras y poetas como
Blanca Varela, Marguerite Yourcenar, Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini,
Virginia Woolf, Idea Vilariño, Silvia Plath, Anne Sexton, y más recientemente
Coral Bracho y Anne Carson.
Soledad Álvarez, en la Feria del Libro de Madrid 2016. Foto: fuente externa

En estos momentos, ¿cuáles serían los retos de la poesía dominicana


para avanzar más y proyectarse?
A mi humilde entender, la poesía dominicana no tiene nada que envidiarle a
otras, más conocidas en el mundo de habla hispana. Pero los retos por
vencer para su proyección son muchos, dada la ausencia de una industria,
de un sector editorial que garantice la edición, preparación y difusión del
libro. Sin programas de estímulo para la creación, sin servicios editoriales
profesionales, sin editores, sin críticos a tiempo completo, escasos medios
de publicación y una sola librería como tal, es un milagro que tengamos
escritores y poetas, quienes para la impresión de sus libros tienen que acudir
a sus propios recursos. La internet es una puerta para la proyección de la
literatura dominicana, pero abrirla requiere un trabajo en varias direcciones

¿Qué lee y en qué trabaja en la pandemia?


En esta pesadilla que es la pandemia, por primera vez he sentido en carne
propia la posición privilegiada que la cultura tradicional le ha asignado al
hombre en la vida cotidiana, al dejar en manos de la mujer el trabajo
agotador de la casa, las labores domésticas cercenantes del pensamiento,
la lectura y la creación. Muero de envidia al escuchar de mis amigos
escritores la cantidad de libros que han podido leer. ¡Uno de ellos emprendió
y terminó los siete tomos de En busca del tiempo perdido, otro se leyó
completo los Episodios Nacionales de Galdós, mientras yo me afano de la
cocina a la limpieza de la casa y la lavadora! Como quiera, he leído varios
títulos pendientes, entre los cuales vale la pena mencionar las
novelas Expiación de Ian McEwan, Los errantes de Olga Tokarczuk, Las
lealtades de Delphine de Vigan, la novela de Jeannette Miller, Color de piel,
las memorias de Carson McCullers, y en poesías Gamoneda y Chantal
Maillard. Ayer comencé una joya: el curso de literatura inglesa de Borges.

¿Tiene alguna aspiración creativa pendiente?


Sí. Afortunadamente. Sería triste no tenerla porque es lo que da impulso y
guía al escritor en la página. En lo que respecta a los proyectos pendientes,
tengo varios iniciados. Uno de ellos, si la pandemia me lo permite, espero
terminarlo para este año.

En primer plano, Soledad Álvarez, mientras presentaba al escritor nicaragüense


Sergio Ramírez, quien dictó la conferencia “Mitos e historia en la literatura
latinoamericana y caribeña”, en el marco de la Cátedra de Literatura Caribeña René
del Risco Bermúdez, en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucmm)
en septiembre del 2019. En la mesa de honor Wilson Genao, Minerva del Risco, David
Álvarez, Sergio Ramírez y Mariano Rodríguez.

Recorrido
Soledad Álvarez nació en Santo Domingo. Estudió Filología, con
especialidad en Literatura Hispanoamericana, en La Habana, Cuba. Trabajó
junto a Manuel Rueda en el suplemento cultural Isla Abierta, del periódico
Hoy.
Es autora de varios libros de poemas, como De tierra morena vengo (1986)
y Vuelo posible (1994).

Con el poemario Autobiografía en el agua obtuvo el Premio Anual de Poesía


2016.

También ha publicado La magna patria de Pedro Henríquez Ureña (1980),


con el que obtuvo el Premio Siboney de ensayo, Ponencias del Congreso
Crítico de Literatura Dominicana (1994) y Complicidades (1998).

TEMAS
Entrevista Ruta de Letras

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