Ensayo-El Alma de La Toga

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EL ALMA DE LA TOGA DESDE LA PERSPECTIVA INTERPRETATIVA

El alma de la toga es un libro de Ángel Ossorio y Gallardo, en el cual se persuade al

abogado al correcto ejercicio de la profesión, en la medida en que esta debe ser ejecutada en

aplicación a los principios, valores e instrucciones que rigen la maravillosa actividad u oficio. En

este sentido, desde una perspectiva interpretativa se relatara de manera concisa las experiencias,

circunstancias y pormenores en los cuales se ve permeado un abogado en la realidad. Asimismo,

se resaltarán las virtudes que deben ostentar los abogados y juristas en el marco de la ética y de

la moralidad profesional.

Así las cosas, se empezará por exponer quien es el abogado; señalándose de manera

enfática la correcta definición que se le debe dar a tal calidad. De este modo, expresa que a la

persona a la cual se le llame abogado, debe ser digna de tal referencia, debiendo así trascender e

ir más allá de lo factible en pro de la justicia y la verdad, dedicando su vida al concejo jurídico y

a la permanencia del estudio con el fin de aprender más y más; ya que el que no realice tales

actos deberá denominársele simplemente licenciado en derecho.

Asimismo, el autor alude a la fuerza interior que debe irradiar un defensor y promulgador

de la justicia, aún en situaciones adversas donde se evidencie la arbitrariedad, el atropello, la

inmoralidad o la injusticia. Pues, en estos casos se debe seguir adelante y confiar o creer en

nosotros mismos, ya que es de allí, de donde proviene la fuerza para mantenernos firmes en

nuestros objetivos y convicciones. En otras palabras, como lo dijo Ángel Ossorio: Cuando se

tengan dudas, en ese momento, se debe cambiar de oficio.

Ciertamente, la connotación de justicia no sólo se limita a la expresión, sino a también a

la vivencia de la misma, en palabras del autor “La justicia no es fruto del estudio, sino una
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sensación”, la cual desde el concepto personal debe extenderse a todas las áreas de la vida del

abogado, donde la sensación de la justicia sea el vértice de su espíritu y el timón de su

embarcación. Ya que, al respecto hemos evidenciado como con el pasar de los años, el oficio ha

sido comprometido y desprestigiado por algunos licenciados,1 los cuales no han actuado

conforme a lo que han declarado, sino que se han desviado de lo que en su sentir es justo, bueno,

equitativo, correcto, verdadero o acertado.

En la moral del abogado, se alude por la rectitud de la conciencia, sin importar el dilema

en cual se encuentre el mismo, puesto que, aunque se den las posibilidades de triunfar en algún

aspecto con ocasión de la inteligencia y disciplina del abogado, sin lugar a dudas en cualquier

circunstancia debe primar la moral, la cual nos mantiene incólume en nuestros principios.

Igualmente, la valentía en cada paso que demos debe estar a flote, toda vez que debajo de la toga

también hay que llevar la coraza, pues, no podemos ir por los caminos del derecho cegando a los

jueces con el fin obtener nuestros propósitos; por el contrario nuestras metas deben estar

encaminadas en iluminar el sendero hacía la verdad y la justicia, conservando la tranquilidad de

la conciencia y el amparo en la moral.

Con respecto al secreto profesional, vale la pena señalar en primer lugar, que en múltiples

oportunidades el abogado puede verse en un dilema entre el secreto profesional y la moral, en la

medida en que a causa de la confianza que se le debe al cliente pueda enterarse de una

circunstancia contraria a sus convicciones éticas y morales; y es aquí donde el abogado debe

desprenderse de lo que él cree injusto o incorrecto; y por consiguiente, salvaguardar su

tranquilidad. En segundo lugar, como ilustra el autor, es común que las personas confíen en

1
En aplicación al capítulo denominado “Quien es el abogado”.
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alguien un secreto personal, y este a su vez lo refiera a otra persona de su confianza, sin pensar

en las consecuencias que pueda conllevar tal acto. Es así, como se explica, que en el derecho los

secretos deben ser sagrados, en virtud de la calidad del abogado, con el fin de no generar

resultados perjudiciales tanto para el cliente, como para el mismo abogado.

Por otro lado, los abogados con el fin de perseguir una causa justa y de obtener un efecto

positivo para su cliente, para la sociedad y para la justicia, en ocasiones se ven tentados a ser uso

de la denominada chicana, en provecho de una razón recta. No obstante, esta debe ser la última

herramienta que deba utilizar el abogado. Como nadie ignora, los defensores del derecho y la

justicia se ven inmersos día a día en una lucha de pasiones, donde no pueden evitar la

sensibilidad en los casos que los avoca, pero si pueden trazar límites para no dejarse llevar por

las emociones, las cuales en ocasiones es mejor dejarlas a un lado para realizar el trabajo de

manera profesional y ética.

El desdoblamiento psíquico, conlleva a la separación de los intereses propios con los del

cliente, sin olvidar los móviles que nos impulsan en la consecución de los fines propuestos. La

independencia, se asume en cuanto a que el abogado es libre en la ejecución de su trabajo,

salvaguardando la integridad y la justicia de sus acciones. Puesto que, esta profesión al ser tan

honorifica y privilegiada, guarda gran responsabilidad en el uso de la palabra, no como un arma,

sino como un don digno de manejar en el mejor sentido.

Como se ha mencionado, los abogados son especialistas al estilo forense, en la medida en

que no solo son oradores, escritores, novelistas, etc. Sino también son expertos en un área, pues

como dice el refrán, es mejor saber algo bien a saber algo a medias. A propósito, el arte y la
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abogacía también son inescindibles, ya que como se ha dicho, la expresión artística más noble es

la del abogado. Pues, al transcurrir del tiempo ha logrado transformar los conceptos arcaicos

junto a la evolución de la sociedad actual, en preceptos fundamentales para la obtención de una

sociedad más justa y tranquila.

Es por ello, que el elogio de la cordialidad no puede desaparecer, pesé a las críticas y

desprestigio que algunos licenciados en derecho le hayan causado al privilegiado ejercicio de la

profesión. Sin dejar atrás a lo que llama Ángel Ossorio la diferencia de clases, la cual es la

diferencia de pensamientos, posturas o críticas de las personas; las cuales deben ser apreciadas y

respetadas en todo su sentir.

Ahora bien, la abogacía y la política siempre han sido fuertes aliados y se cree con firme

convicción que la base del gobierno debe estar conformada por dignos abogados, dado que,

aquellos son los que conocen más que nadie su funcionamiento y los derroteros sobre los cuales

se debe basar la gestión. No obstante, aquel abogado que desee ejercer en el litigio y se pregunte,

cómo hacer un despacho, debe saber que el hecho de involucrarse en el ejercicio es trascendental

para ser llamado abogado. No sólo se requiere empatía, humildad y disciplina, sino también

buenos argumentos, sin necesidad de hacer uso de la hipérbole, y la exageración en los estrados

para conseguir un fallo a favor o en contra de nuestro oponente.

La libertad de defensa, el amianto y la defensa de los pobres, desde nuestro enfoque

interpretativo conllevan al correcto uso del conocimiento, a la diferenciación del interés propio y

del ajeno, al revestimiento de la condición del amianto y la búsqueda de la justicia, sin importar

si el cliente es pobre o no, pues la defensa de los primeros debe prevalecer en cuanto a los
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segundos, en la medida en que estos son vulnerables al declive de la justicia, por manos

arbitrarias, indolentes y parcializadas.

Con relación al pasante, el autor aduce al ejemplo y a la visión del abogado que se

transmite desde sus inicios, atendiendo a la buena práctica, a la comunicación y a las

instrucciones o enseñanzas duraderas. En tal sentido, el abogado que porte la toga, debe causar

en los que lo observan, diferenciación y respeto por tan digna labor.

Valga advertir, que la mujer en el bufete de la que trata el autor siempre debe estar en

nuestras vidas, pues, su intuición e instintos casi siempre son certeros, su grandeza, tenacidad y

sacrificio, son verdaderos valores tanto en la vida de un hombre abogado como en la de una

mujer. Adicional a lo anterior, es menester resaltar que el decálogo del abogado es el instructivo

para el bien de sí mismo, por lo cual tales preceptos no deben apartarse de la mente y del corazón

de un verdadero jurista; puesto que, son mandamientos para el correcto ejercicio de la profesión.

Para concluir, se pone de presente el espíritu del libro, el cual desde los albores busca

incansablemente mantener la búsqueda de la verdad, la justicia, la ética y la moral del abogado;

ya que como se ha expuesto previamente, la labor del mismo conlleva una gran responsabilidad,

pues, es una de las profesiones que más sacrificio y honor genera.

Si bien, en el transcurrir de los años se pueden suscitar diferentes circunstancias y eventos

en los cuales, el abogado se vea en una disyuntiva entre su conciencia y su realidad; se debe

aclarar que aunque la maldad, la parcialidad y la arbitrariedad existan; la razón, la moral y la

justicia son las que en últimas deben prevalecer en la vida del abogado.
EL ALMA DE LA TOGA DESDE LA PERSPECTIVA INTERPRETATIVA

Referencia Bibliográfica:

Ossorio Ángel y Gallardo, El Alma de la Toga, editorial Porrúa (2005). Recuperado de:

https://moodlep20a.mipoli.co/pluginfile.php/26470/mod_resource/content/1/Angel%20Ossorio

%20%20-%20El%20Alma%20De%20La%20Toga.pdf

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