Cyrano

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EDMOND ROSTAND

CYRANO DE BERGERAC

VERSIÓN DE: MIGUEL DIAGO Y PATRICIA JARAMILLO

AREA DE INTERPRETACIÓN 6 SEMESTRE


PROGRAMA DE ARTE DRAMATICO UNIVERSIDAD CENTRAL EN
CONVENIO CON EL TEATRO LIBRE
BOGOTÁ 2016

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PERSONAJES

Cyrano De Bergerac.
Cristián De Neuvillete.
Conde De Guiche.
Ragueneau.
Le Bret.
Montfleury.
Bellerose.
Cuigy.
Un Importuno.
El Portero.
Un Ratero.
Un Guardia.
Rosana.
Lisa.
La Cantinera.
La Dueña.
La Florista.
La Multitud, Ciudadanos, Marqueses, Mosqueteros, Burgueses,
Rateros, Pasteleros, Poetas, Cadetes, Comediantes, Músicos, Pajes,
Espectadores, Damas, Monjas, Etc. (Los cuatro primeros actos en
1640; el quinto, en 1655.)

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PRÓLOGO

DE GUICHE: Un poeta es un lujo hoy día... ¿Quieres servir en el


palacio del cardenal Richelieu?

CYRANO. No, gracias.

CORO. ¿Adónde crees que te llevará esta forma de vida?

DE GUICHE. El cardenal puede hacer que se representen


tus tragedias... tus comedias... después de corregir
algunos versos.

CYRANO. ¡Mi sangre se hiela al pensar que alguien pueda


tocar uno solo de mis versos!

DE GUICHE. Te los puede pagar muy bien...

CYRANO. ¡No tan bien como yo que, cuando hago un verso,


me lo pago cantándomelo a mí mismo!

CORO. Cyrano, Cyrano...


Búscate un protector
Que oculte tus desmanes
y aumente tu valor (Gestos sobre dinero y lujuria).

CYRANO. ¿Yo... Cyrano de Bergerac...


desayunando todos los días con un sapo?
No, gracias.

CORO. Olvida ya el honor y


piensa en el dinero
Dedícale tus versos
a los ricos banqueros...

CYRANO. ¿Yo... Cyrano de Bergerac...


calculando con temor... releyendo memoriales?
No, gracias. No, gracias.

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CORO. ¿Tú sabes cuánto vale
la risa de un patrón?

CYRANO. Lo que vale la limosna


de un mísero bufón...

CORO. Cyrano, como todos,


tienes que aprender ya
a tirar piedras con la mano
y con la otra a acariciar.

CYRANO. ¡No gracias!

CORO. Dedícale tus versos


a los ricos banqueros...
¿Tú sabes cuánto vale
la risa de un patrón?

CYRANO. ¿Yo... con el vientre desgastado


por arrastrarme
y la piel de las rodillas sucias
de tanto arrodillarme?
¡No, no, no y no... gracias!
Cantar, soñar, reír, caminar,
ser libre y pensar...
con un viaje a la Luna divagar...
con un viaje a la Luna embrujar...
Ja, ja, ja...
Eso es lo que yo quiero
y así voy a perdurar…
(Para sí) ¿Qué hora es? Tengo que ir donde Rosana.

DE GUICHE dirige al CORO desde donde dejan caer un andamio


sobre la cabeza de CYRANO, quien cae, se pone la venda y el
sombrero sobre la cabeza y continúa.

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CYRANO. Sábado, veintiséis... el sábado, veintiséis, una hora
antes de la cena, Cyrano de Bergerac fue
asesinado...

***

El PÚBLICO va llegando poco a poco. Se oye detrás de la puerta un


gran vocerío. Dos CABALLEROS practican esgrima.

PRIMER LACAYO. Cartas o dados... ¿Qué prefieres? Tú repartes.

SEGUNDO LACAYO. Está bien.

UN GUARDIA. (A una FLORISTA que entra.) ¡Por fin llegaste! (La


coge por la cintura.)

PRIMER CABALLERO. (Al recibir una estocada.) ¡Tocado!

PRIMER LACAYO. ¡Bastos!

EL GUARDIA. ¡Dame un beso!

LA FLORISTA. ¡Quieto! ¡Nos pueden ver...!

GUARDIA. No temas, ¡no hay peligro!

SEGUNDO LACAYO. ¡Yo gano! ¡Tengo el as!

UN HOMBRE. (Sacando una botella) ¡Un buen borracho, en el


teatro de Borgoña su borgoña tiene que beber!

En el curso de la pelea UNO DE LOS CABALLEROS empuja al


HOMBRE.

UN HOMBRE. ¡Espadachines...! (Cayendo en medio de los


JUGADORES.) ¡Jugadores!

EL GUARDIA. ¡Dame un beso!

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SEGUNDO LACAYO. (Desde el patio.) Por fin llegó la cantinera.

LA CANTINERA. (Apareciendo detrás del mostrador) ¡Naraaanjada!...


¡leeeche!... ¡agua y juuuuuuugo de frambuesas!...

Confuso murmullo en la puerta.

UNA VOZ EN FALSETE. ¡Dejen pasar, brutos!

SEGUNDO LACAYO. ¿Los marqueses aquí?

PRIMER LACAYO. ¡Bah! Esos solo se quedan unos minutos. (Entra


un grupo de JÓVENES MARQUESES y, entre ellos,
CRISTIÁN DE NEUVILLETE; parece preocupado y
mira constantemente a los palcos.)

CUIGY. Puntuales, ¿eh? ¿Desde cuándo llegan antes de que


empiece la función?

Gritos entre el público al aparecer un hombrecito regordete y risueño.

VOCES. ¡Ragueneau! ¡Ragueneau!

RAGUENEAU. (A CUIGY.) ¿Has visto al gran Cyrano?

CUIGY. (A CRISTIÁN) ¡El pastelero de los comediantes y


de los poetas!

RAGUENEAU. ¡Es demasiado honor para mí!

CUIGY: ¡Un gran Mecenas!

RAGUENEAU. Eso dicen ellos.

PRIMER MARQUÉS. Los versos son su perdición. Es capaz de dar un


pastel por un pequeño poema.

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RAGUENEAU. ¡Oh, no! Si el poema es pequeño... ¡un pastelillo
solamente!

CUIGY: Como puedes apreciar, es gracioso aunque se


excuse. ¿Y qué das por una letrilla?

RAGUENEAU. Una torta de vainilla.

PRIMER MARQUÉS. Sí... ¡pero con crema! Y el teatro ¿también te


gusta?

RAGUENEAU. ¡Me apasiona!

CUIGY: (Volviéndose a CRISTIÁN.) Aquí donde lo ves, paga


con dulces las entradas de teatro. ¿Cuántos te han
cobrado por estar hoy entre nosotros?

RAGUENEAU. Cuatro flanes y quince suizos. (Mirando a todas


partes.) ¿Cyrano no ha llegado todavía? Qué raro.

SEGUNDO MARQUÉS. ¿Por qué?

RAGUENEAU. Porque hoy actúa Montfleury.

SEGUNDO MARQUÉS. ¿Y eso qué tiene que ver con Cyrano?

RAGUENEAU. Odia a Montfleury y le prohibió actuar durante un


mes.

CRISTIÁN. ¿Y...?

RAGUENEAU. Pues que Montfleury sí va a actuar esta noche.

CUIGY. Cyrano no puede impedirlo.

RAGUENEAU. ¡Ya veremos!

CRISTIÁN. ¿Quién es ese Cyrano?

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CUIGY Un espadachín.

SEGUNDO MARQUÉS. ¿Noble?

CUIGY. Hmmm… Pertenece a la guardia de Cadetes. ¡Le


Bret! ¡Le Bret! (LE BRET desciende hacia ellos.)
¿Estás buscando a Cyrano de Bergerac?

LE BRET. Sí, estoy preocupado.

CUIGY. Le decía a mis amigos que Cyrano no es una


persona común y corriente. ¿Qué opinas tú?

LE BRET. Que es un ser único en la tierra.

RAGUENEAU. ¡Un poeta genial!

LE BRET. ¡Un gran espadachín!

RAGUENEAU. ¡Estudioso de la Física!

LE BRET. ¡Amante de la música!

PRIMER MARQUÉS. ¿Y qué me dices de su aspecto?

RAGUENEAU. No creo que un pintor célebre lo retrate en sus


lienzos. Pero su aire extraño, grotesco, extravagante
y ridículo hubiera podido inspirar a cualquier otro
gran artista. Es el más fiero que todos los guerreros.
¡Y qué nariz, señores, qué nariz!... Al verlo pasar
uno exclama: «No, no es posible... Por favor, ¡esto
ya es el colmo!», pensando que es una máscara.

LE BRET. ¡Desgraciado de aquél que se quede mirándola!

RAGUENEAU. ¡Su espada es la guadaña de la muerte!

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PRIMER MARQUÉS. ¡Bah!, seguro que no viene.

LE BRET. ¡Ojalá no haya visto los carteles!

La sala comienza a impacientarse y se oyen gritos pidiendo que


empiece la representación.

Sale RAGUENEAU y se cruza con ROSANA que entra.

CRISTIÁN. ¡Rosana! (Mete la mano en su bolsillo y encuentra


en él la de un RATERO. Se vuelve sorprendido.)
¿Qué?... (Sin soltarle la mano.)

EL RATERO. Si me suelta, le digo un secreto.

CRISTIÁN. ¿Cuál?

EL RATERO. Su amigo el pastelero va a morir. Uno de sus


poemas molestó a cierto noble, y esta noche lo
esperan cien hombres para...

CRISTIÁN. ¿Quién es el autor de esa emboscada?

Aparece DE GUICHE.

EL RATERO. No puedo decirlo. Discreción profesional.

CRISTIÁN. ¿Dónde lo esperan?

EL RATERO. En la puerta del Ganso, cerca a su casa.

CRISTIÁN. ¡Cien hombres contra uno solo!... ¡Qué cobardía!


¡Rosana! ¡Tener que dejarte ahora!... (Sale
corriendo.)

Los violines tocan dulcemente. Se oye un aire de dulzaina.


MONTFLEURY aparece en escena. Los ESPECTADORES gritan
aplaudiendolo.

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MONTFLEURY.
¡Feliz aquél, que lejos de la corte,
en un lugar solitario a sí mismo se impone
destierro voluntario!
¡Feliz aquél, que cuando sopla
en el bosque el céfiro...

UNA VOZ. ¡Hijo de puta! ¿No te prohibí salir a escena en un


mes?

GRITOS. ¿Qué pasa?... ¿Qué es esto?... ¿Quién es?...

CUIGY. ¡Es él!

LE BRET. ¡Cyrano!

VOZ DE CYRANO. ¡Fuera de escena, grandísimo farsante!

VOCES. Montfleury, ¡continúa!... ¡Qué sigas!... ¡No tengas


miedo!...

MONTFLEURY. ¡Feliz aquél, que lejos de la cor...

VOZ DE CYRANO. ¡Bellaco! ¿Será necesario que te muela a palos?

UN BRAZO enarbola un bastón por encima de las cabezas.

MONTFLEURY. ¡Feliz aquél...

EL BASTÓN se agita.

VOZ DE CYRANO. ¡Fuera dije!

Los espectadores siguen animando a MONTFLEURY.

MONTFLEURY. ¡Feliz aquél, que lejos de la cort...

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CYRANO. ¡Estás acabando con mi paciencia!

MONTFLEURY. (A los MARQUESES.) Ayúdenme, caballeros.

UN MARQUÉS. (Con desgana.) ¡Sigue con la obra!

CYRANO. ¡Tonel de manteca!, ¡si sigues, me veré obligado a


golpearte!

LOS MARQUESES. ¡Basta!

CYRANO. ¡Que los marqueses se callen y se sienten o las


cintas de sus sombreros van a colgar de mi bastón!

TODOS LOS MARQUESES. ¡Es demasiado!... Montfleury...

CYRANO. ¡Que Montfleury se vaya o le corto las orejas y lo


destripo!

UNA VOZ. Pero...

CYRANO. ¡Que se vaya!

OTRA VOZ. ¡Cyrano...!

CYRANO. ¿No lo he dicho suficientemente claro? Voy a cortar


a ese cerdo en pedazos.

MONTFLEURY. ¡Insultas a las musas al insultarme!

EL PATIO. ¡Montfleury!... ¡Montfleury!...

CYRANO. (A los que gritan a su alrededor.) Les ruego que


tengan compasión de mi vaina. Si continúan, va a
sacar la hoja de la espada. (El círculo se ensancha.)

LA MULTITUD. (Retrocediendo.) ¡Ah!...

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CYRANO. (A MONTFLEURY) ¡Sal de escena ahora mismo!

LA MULTITUD. ¡Oh... oh!...

CYRANO los amenaza. Nuevo retroceso de la multitud.

UNA VOZ. (Cantando al fondo.) El señor Cyrano es un tirano.

TODA LA SALA. ¡La obra… la obra!

CYRANO. ¡Si vuelvo a oír esa cantinela, la emprendo contra


todos!

UN CABALLERO. ¡Ni que fuera Sansón!

UNA DAMA. ¡Es inaudito!

UN CABALLERO. ¡Escandaloso! ¡Es una ofensa!

UNA VOZ. ¡Lo que me estoy divirtiendo!

EL PATIO. ¡Kss!... ¡Montfeury!... ¡Cyrano!...

CYRANO. ¡Silencio!

EL PATIO. ¡Uah!... ¡Kikirikiiii!... ¡Uah!... ¡Beee!...

CYRANO. Les ordeno...

UNA VOZ. ¡Miau!

CYRANO. ... les ordeno que se callen. Desafío a todo el patio...


¡Que se vayan acercando los valientes!... En orden,
¡en orden!... ¡A ver, quién es el primero. ¿Tú?... ¡No!
¿Tú?... ¡Tampoco! A ver quién es el primero. ¡Que
todos los que quieran morir levanten el dedo!
(Silencio.) ¡Está bien!... ¡Entonces sigo! (Volviéndose
hacia el escenario donde MONTFLEURY

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espera con angustia.) Espero ver al teatro sin esta
gangrena, si no... (lleva la mano a su espada).

MONTFLEURY. Yo...

CYRANO. ¡A la de tres!

EL PATIO. (Divertido.) ¡Ah!

CYRANO. (Dando una palmada.) ¡Una!

MONTFLEURY. Yo…

UNA VOZ. ¡Quédate!

EL PATIO. ¡Se queda!... ¡No!... ¡Yo creo que sí!...

MONTFLEURY. Caballeros, yo creo que...

CYRANO. ¡Dos!

MONTFLEURY. Sería mejor que...

CYRANO. ¡Y tres!

MONTFLEURY desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Risas, silbidos


y gritos.

LA SALA. ¡Cobarde!... ¡Que vuelva!...

CYRANO. ¡Que vuelva si se atreve!

BELLEROSE. ¿Por qué odias tanto a Montfleury?

CYRANO. Tengo dos razones. La primera: es un actor


malísimo que grita los versos jadeando, peor que un
vendedor. La segunda es un secreto.

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BELLEROSE. ¿Y quién le va a devolver el dinero a esa gente?

CYRANO. (Arroja una bolsa sobre el escenario.) ¡Cojan esa


bolsa y cállense!

BELLEROSE. (Cogiendo rápidamente la bolsa y sopesándola.) A


este precio, caballero, te permito que todos los días
vengas a interrumpir las presentaciones... ¡aunque
tengamos que soportar estos berridos! ¡Hay que
evacuar la sala! ¡Salgan, por favor! ¡Despejen el
local!

LE BRET. (A CYRANO.) ¡Estás loco!

UN IMPERTINENTE. (Acercándose a CYRANO.) Montfleury es una


vergüenza para el teatro, pero es el protegido de un
duque. ¿Tú tienes algún padrino?

CYRANO. ¡No!

EL IMPERTINENTE. ¿Ni siquiera un gran señor que te proteja con su


nombre?

CYRANO. ¡Ya dije que no! No tengo ningún protector... (Lleva


la mano a su espada) ¡pero sí una protectora!

EL IMPERTINENTE. ¡El duque tiene el brazo muy largo!

CYRANO. Pero no tanto como el mío cuando le añado


(mostrando la espada) esto.

EL IMPERTINENTE. Pero...

CYRANO. ¡Lárgate! ¿Por qué miras tanto mi nariz?

EL IMPERTINENTE. ¡Que yo miraba...!

CYRANO. ¿Qué tiene de extraño?

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EL IMPERTINENTE. Su señoría se equivoca.

CYRANO. ¿Es blanda y colgante como una trompa?

EL IMPERTINENTE. Yo... no...

CYRANO. ¿O encorvada como el pico de un búho?

EL IMPERTINENTE. Yo...

CYRANO. ¿O acaso tiene una verruga en la punta?

EL IMPERTINENTE. Pero si...

CYRANO. ¿O alguna mosca se pasea por ella?... ¡Contéstame!


¿Tiene algo de extraño?

EL IMPERTINENTE. ¡Oh!

CYRANO. ¿Es un fenómeno?

EL IMPERTINENTE. ¡No… yo no la miré...

CYRANO. ¿Y por qué no la miraste?

EL IMPERTINENTE. Yo había...

CYRANO. ¿No te gusta?

EL IMPERTINENTE. ¡Caballero!

CYRANO. ¿Tan mal color tiene?

EL IMPERTINENTE. ¡Oh no!, no es...

CYRANO. Y su forma... ¿es obscena?

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EL IMPERTINENTE. ¡Qué va!... ¡Al contrario!

CYRANO. ¿Por qué la desprecias entonces? ¡Te parece un


poco grande!...

EL IMPERTINENTE. Me parece pequeña... muy pequeña...


¡pequeñísima!

CYRANO. ¿Qué?... ¿Cómo?... ¿Acusarme de semejante


ridículo? ¡Pequeña! ¿Que mi nariz es pequeña?

EL IMPERTINENTE. ¡Cielos!...

CYRANO. ¡Enorme! ... Imbécil desnarigado. ¡Mi nariz es


grandísima! Y debes saber, majadero, que estoy
muy orgulloso de semejante apéndice. Porque una
nariz grande es característica de un hombre afable,
bueno, cortés, liberal y valeroso, tal como yo soy y
tal como tú nunca podrás ser, ¡lamentable idiota!,
porque una cara sin ninguna cosa especial (le
abofetea)...

EL IMPERTINENTE. ¡Ay...!

CYRANO. ...está tan desnuda de orgullo, de gracia, de lirismo


y de suntuosidad, ¡como ésta a la que mi bota va a
buscar debajo de tu espalda!

EL IMPERTINENTE. (Huyendo.) ¡Cuidado con ese hombre!

CYRANO. ¡Que esto sirva de aviso a los imbéciles que


encuentran ridículo el centro de mi rostro! ¡Y si, por
ventura, el mirón es noble, tengo por costumbre,
antes de dejarlo marchar, meterle por delante, y un
poco más arriba, una espada en vez de la punta de
mi bota!

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DE GUICHE. (A los MARQUESES.) ¡Lo mismo de siempre!

PRIMER MARQUÉS. ¡Es un fanfarrón!

DE GUICHE. ¿Y esta vez, nadie va a responderle como se


merece?

SEGUNDO MARQUÉS. ¿Nadie?... ¡Espera un momento y verás!... (Se


dirige hacia CYRANO.) Tienes... tienes... una
nariz... ¡una nariz muy grande!

CYRANO. ¡Mucho!

MARQUESES. ¡Ja, Ja!

CYRANO. ¿Eso es todo?

SEGUNDO MARQUÉS. Yo...

CYRANO. Eres poco inteligente, marquesito. Pueden decirse


muchas más cosas sobre mi nariz variando el tono.
Por ejemplo, agresivo: «Si tuviera una nariz
semejante, caballero, me la cortaría al momento»;
descriptivo; « ¡Es una roca... un pico... un cabo...!
¿Qué digo un cabo?... ¡es toda una península!»;
truculento; «Cuando fumas y el humo del tabaco
sale por esa chimenea... ¿no gritan los vecinos;
¡fuego!, ¡fuego!?»; prevenido; «Ten mucho cuidado,
porque ese peso te hará dar de narices contra el
suelo», pedante; «Sólo un animal, al que Aristóteles
llama hipocampelefantocamelos, tuvo debajo de la
frente tanta carne y tanto hueso»; dramático; « ¡Es
el mar Rojo cuando sangra!»; sencillo; «¿Cuándo se
puede visitar ese monumento?»; militar: «Apunten
con ese cañón a la caballería!»; Y para terminar,
parodiando los lamentos de Píramo: «¡Infeliz nariz,
que destrozas la armonía del rostro de tu dueño!»
Todo esto es lo que hubieras dicho si

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tuvieras imaginación o algunas letras. Pero de aquél
no tienes ni un átomo y de letras únicamente las
cinco que forman la palabra «tonto».

DE GUICHE. (Intentando arrastrar a los MARQUESES.)


¡Vámonos!

PRIMER MARQUÉS. ¡Don Nadie! ¡Bellaco! ¡Sinvergüenza!

CYRANO. Y yo me presento, Sabino Hércules… Cyrano de


Bergerac.

PRIMER MARQUÉS. ¡Payaso!

CYRANO. (Dando un grito como si le hubiese dado un


calambre.) ¡Ay!

PRIMER MARQUÉS. (Que ya se iba, volviéndose.) ¿Qué pasa?

CYRANO. (Haciendo muecas de dolor) ¡Ay! ¡Siento en mi


espada un hormigueo! Hay que airearla porque si no
se enmohece... Esto me sucede por no darle
trabajo...

PRIMER MARQUÉS. (Sacando la suya.) Si así lo quieres… (Con


desprecio.) ¡Poeta!...

CYRANO. Mientras combatimos, voy a improvisar un poema en


tu honor y en el último verso serás tocado. «Balada
del duelo que, en el palacio de Borgoña, sostuvo,
con un marquesito impertinente, el señor de
Bergerac.»

VOCES DEL PÚBLICO. (Muy excitado.) ¡A un lado!... ¡Esto se pone


divertido!... ¡Silencio!...

CYRANO. Tiro con gracia el sombrero

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y, lentamente, abandonada
dejo la capa que me cubre
para después sacar la espada.
os lo prevengo, Myrmidón:
¡al final vais a ser tocado!
¡Mejor os fuera ser neutral!
¿Por dónde os trincharé mejor?
¿Tiro al flanco, bajo la manga,
o al laureado corazón?
¡Tin, tan! suenen las cazoletas;
mi punta es un insecto alado;
a vuestro vientre va derecha.
Al final vais a ser tocado.
¡Pronto, una rima! ¡Se hace tarde!
¡Vuestra cara esta demacrada...
Me dais el consonante:
¡Cobarde! ¡Tac! Ahora paro esa estocada
con la que ibais a alcanzarme.
Abro la línea. La he cerrado,
¡Afirma el hierro, Laridón,
que al final vais a ser tocado!

Podéis pedir a Dios clemencia.


Me parto. Ahora estoy lanzado
a fondo. Finto... ¡Una... dos... tres...!

(PRIMER MARQUÉS vacila. CYRANO saluda.)

¡Y en el final fuisteis tocado!

Los amigos del MARQUÉS lo sostienen a éste y se lo llevan.

LA MULTITUD. ¡Ah!...

UN HOMBRE. ¡Soberbio!

UNA MUJER. ¡Qué bonito!

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UN LACAYO. ¡Prodigioso!

UNA VOZ. ¡Original!

LE BRET. ¡Insensato!

La GENTE se arremolina en torno a CYRANO. Se oyen felicitaciones y


bravos.

UNA VOZ DE MUJER. ¡Es un héroe!

El PÚBLICO empieza a salir.

LE BRET. ¿No vas a comer?

CYRANO. ¿Yo?... ¡No!

LE BRET. ¿Por qué?

CYRANO. Porque... (Cambiando el tono al ver que la gente ya


está lejos.) ¡Porque ya no tengo ni un centavo!

LE BRET. ¿Y la bolsa que lanzaste? ¿De qué vas a vivir el resto


del mes?

CYRANO. No me queda nada.

LE BRET. ¡Tirar el dinero de esa forma!... ¡Qué tontería!

CYRANO. ¡Pero qué gusto!

CANTINERA. Caballero, ¡se me parte el corazón! Aquí tengo lo


necesario...

CYRANO. ¡Querida muchacha!, aunque mi orgullo me prohíbe


aceptar la menor golosina de tus manos, temo que
mi negativa te cause pena; por eso voy a aceptar
algo... Unas uvas de este racimo... un

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vaso... (Ella quiere echar en él vino, pero CYRANO
la detiene) de agua limpia y medio pastel de
almendras.

LE BRET. ¡Qué estupidez! Te estás buscando demasiados


enemigos. Dime, al menos, el verdadero motivo de
tu odio por Montfleury.

CYRANO. ¡Lo odio porque cierta noche tuvo la osadía de fijar


su mirada en ella!...

LE BRET. ¿Estás enamorado?

CYRANO. ¿Yo?... Sí.

LE BRET. ¿Y quién es ella?

CYRANO. ¿Quién va a ser?... La más bella.

LE BRET. ¿La más bella?

CYRANO. Es muy sencillo: estoy enamorado de la mujer más


bella del mundo, la más resplandeciente, la más
delicada…

LE BRET. ¿Rosana, tu prima?

CYRANO. Sí; Rosana.

LE BRET. ¿La quieres? ¡Pues díselo! Ella estaba esta noche en


el teatro y quedó fascinada con tu espectáculo.

CYRANO. Amigo mío, mírame y dime si puedo esperar algo


con esta protuberancia... No, no me hago ilusiones.
¡Si me vieras en esos momentos en que me siento
tan feo y tan solo!...

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LE BRET. ¡El amor no es más que azar! ¡Atrévete!... ¡Háblale!

CYRANO. ¿Y que ella se ría en mis narices? ... ¡No! Es lo único


que temo en el mundo. (Viendo a LA DUEÑA.)
¡Dios mío, ahí viene su dueña!...

LA DUEÑA. Mi ama desea saber si puede ver en secreto a su


valiente primo.

CYRANO. ¿Verme?

LA DUEÑA. Sí, verte. Tiene algo que decirte.

CYRANO. ¿Qué?

LA DUEÑA. ¡Cosas!

CYRANO. ¡Dios mío!

LA DUEÑA. Con los primeros rayos del alba, va a ir a misa.

CYRANO. ¡Dios mío!

LA DUEÑA. A la salida... ¿podría entrar en alguna parte y hablar


contigo?

CYRANO. ¿Don...? Yo... pero... ¡Dios mío! Estoy pensando.


En... en casa de Regueneau, el pastelero.

LA DUEÑA. (Saliendo.) Allí estará a las siete.

CYRANO. ¡Allí estaré!

LA DUEÑA sale.

CYRANO. ¡Una entrevista con ella!

LE BRET. ¿Ya no estás triste?

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CYRANO. ¡Ay!, ¡al menos sabe que existo!

LE BRET. ¿Estás más tranquilo ahora?

CYRANO. (Fuera de sí.) (Recitativo) Ahora... ¡ahora estoy


frenético, fulminante! ¡Necesito todo un regimiento
para destrozarlo! Tengo diez corazones, veinte
brazos... ¡no me basta con descuartizar enanos!
(Gritando con todas sus fuerzas.) ¡Quiero gigantes!
Vámonos.

Cuando van a salir, entran por la puerta del fondo CUIGY, y varios
OFICIALES que sostienen a RAGUENEAU, completamente borracho.

CUIGY. ¡Cyrano!

CYRANO. ¿Qué pasa?

CUIGY. Te traemos un tonel de vino.

CYRANO. ¡Ragueneau! Pero ¿qué pasó?

CUIGY. No puede regresar a su casa.

CYRANO. ¿Por qué?

RAGUENEAU. En esta nota, un joven al que acabo de conocer, me


advierte... cien hombres contra mí... por culpa de
un... poema satírico... Yo soy un simple pastelero...
estoy en gran peligro...

CYRANO. Un joven, dices… (Lee la nota) ¿Cristián de


Neuvillete...? ¿Y ese quién es?

RAGUENEAU. ¡Me están esperando en la Puerta del Ganso!


Déjame que duerma esta noche en tu casa...

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CYRANO. ¿Cien hombres? ¡Esta noche vas a dormir en tu
cama!

RAGUENEAU. Pero...

CYRANO. ¡Andando! Te juro que yo mismo te voy a meter esta


noche entre las sábanas.

CUIGY. ¡Pero cien hombres!...

CYRANO. ¡No necesito menos esta noche!

LE BRET. Pero ¿por qué vas a proteger a... este borracho?

CYRANO. Porque este borracho, esta cuba de vino es un poeta


entre poetas. ¡A la puerta del Ganso!

Pastelería Ragueneau.

Al levantarse el telón, RAGUENEAU está escribiendo.

PRIMER PASTELERO. ¡Tarta de frutas!

SEGUNDO PASTELERO. ¡Flan!

TERCER PASTELERO. ¡Un pavo!

QUINTO PASTELERO. ¡Carne de vaca en adobo!

RAGUENEAU. ¡Sobre el cobre se deslizan los reflejos plateados de


la aurora! ¡Ragueneau, ahoga la musa que en ti
canta!... ¡Ya llegará su hora: hay que hacer la
horneada. (A un PASTELERO, señalando los
panes.) Está mal colocada la hendidura de estas
hogazas. Hay que poner en el centro la cesura, entre
los hemistiquios. (A OTRO, mostrándole un pastel a
medio hacer.) ¡A este palacio de almendras hay que
ponerle techo! (A un JOVEN APRENDIZ

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que, sentado en el suelo, ensarta aves.) Y tú, sobre
ese asador interminable, pon el simple pollo junto a
la soberbia pava alternándolos, hijo mío, como el
viejo poeta, que alternaba los versos grandes con
los pequeños. ¡Que las estrofas de los asados giren
en el fuego!

OTRO APRENDIZ. ¡Maestro!, pensando en tus aficiones hice esto.


Espero que te guste. (Descubre la bandeja y se ve
una gran lira de pastel.)

RAGUENEAU. ¡Una lira!

EL APRENDIZ. Es de bizcocho.

RAGUENEAU. ¡Y tiene frutos confitados!

EL APRENDIZ. Las cuerdas son de azúcar.

RAGUENEAU. (Dándole dinero.) Toma, ¡para que bebas a mi


salud! (Viendo a LISA que entra.) ¡Cuidado!
Lárgate, que está mi mujer... ¡Y esconde ese dinero!
¿Qué te parece? Bonito, ¿verdad?

LISA. ¡Es ridículo! (Deposita sobre el mostrador una pila


de cucuruchos de papel.)

RAGUENEAU. ¿Cucuruchos?... ¡Estupendo! Gracias. (Los mira.)


¡Santo Cielo! ¡Mis libros sagrados! ¡Los versos de mis
amigos desgarrados, desmembrados para hacer
cucuruchos y meter en ellos bizcochos! ¡Ah!...

LISA. ¿Acaso no tengo derecho? Como tus amigos no


pagan nunca lo que comen, que sus versos sirvan
para algo.

RAGUENEAU. ¡Cállate! ¿Cómo te atreves a insultar a cigarras tan


maravillosas siendo tú una hormiga?

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LISA. Amigo mío, ¡antes de conocer a esa gente, no me
llamabas hormiga!

CYRANO. (Entrando) ¿Qué hora es?

RAGUENEAU. ¡Mi salvador! ¿No estás herido? ¡Uno contra cien!

CYRANO. ¡Bah! ¿Qué hora es, Ragueneau?

RAGUENEAU. Las seis. Lisa no puede enterarse... de lo de la


Puerta del Ganso...

CYRANO. ¡Dentro de una hora!... Espero a una persona.


Quiero que nos dejes solos. Cuando te haga una
seña, te vas. ¿Qué hora es?

RAGUENEAU. ¡Las seis y diez!

CYRANO. (Se sienta a escribir) Escribir, doblarla, dársela e


irme... (Tirando la pluma.) ¡Cobarde!... ¡No voy a ser
capaz de decirle una sola palabra! (A
RAGUENEAU.) ¿Qué hora es?

RAGUENEAU. Las seis y veinte.

CYRANO. Escribamos esta carta de amor que mil veces he


hecho y rehecho.

Entran los POETAS, vestidos de negro, con las medias caídas y llenos
de barro.

LISA. (A RAGUENEAU) ¡Ya están aquí tus


desharrapados!

PRIMER POETA. ¡Amigo mío!

SEGUNDO POETA. ¡Querido colega!

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TERCER POETA. ¡Salud, rey de los pasteleros! ¡Qué bien huele aquí!

CUARTO POETA. ¡Oh, Febo-Pastelero!

QUINTO POETA. ¡Apolo de los cocineros!

RAGUENEAU. ¡Qué bien me siento en su compañía!

PRIMER POETA. Nos retrasamos porque la Puerta del Ganso estaba


llena de gente.

SEGUNDO POETA. ¡Ocho malandrines ensangrentados y rajados de


arriba abajo adornaban las aceras!

CYRANO. (Levantando un instante la cabeza.) ¿Ocho?...


¡Creía que habían sido siete! (Sigue escribiendo,)

LISA. (A CYRANO) ¿Conoces al héroe del combate?

CYRANO. ¿Yo?... ¡No!

PRIMER POETA. ¡Aseguran que un solo hombre sacó corriendo a


toda la banda!...

CYRANO. «Que os ama...» No necesita dirección. Yo mismo se


la voy a entregar.

RAGUENEAU. (Al segundo poeta.) Sí, compuse una receta en


verso.

SEGUNDO POETA. ¡Te escuchamos!

TERCER POETA. (Mordiendo la gran lira de pastel.) ¡Es la primera vez


que una lira me alimenta!

RAGUENEAU. “Cómo se hace una tarta de almendras”

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Batid clara de huevo hasta que salga espuma;
añadid jugo de sidra y leche de almendras dulces;
colocad en el flanco pastaflora
y un poco de bizcocho en los dos lados;
verted gota a gota en vuestro molde la espuma;
metedlo todo al horno;
sacadlas cuando estén doradas
y tendréis hechas las tartas almendradas.”

CYRANO le hace señas a RAGUENEAU para que se lleve a los


POETAS. Salen después de haber recogido varias bandejas.
ROSANA, enmascarada y seguida por LA DUEÑA, aparece detrás de
las vidrieras.

CYRANO. ¡Pasen! (Dirigiéndose a la dueña.) ¿Eres golosa?

LA DUEÑA. ¡Muchísimo!

CYRANO. (Cogiendo varios cucuruchos del mostrador). Ve y te


comes todo esto en la calle.

La DUEÑA sale.

CYRANO. ¡Bendito sea el instante en que vienes a hablarme!


¿Qué tienes que decirme?

ROSANA. Quiero darte las gracias porque ayer derrotaste a


ese marquesito pedante que dice pretenderme…

CYRANO. Mi señora, si ayer me batí, no fue por mi horrible


nariz sino por tus bellos ojos.

ROSANA. Luego... Yo quería... Pero para la petición que voy a


hacerte es necesario que volvamos a ser los primos
que jugábamos en el parque, cerca del lago.

CYRANO. ¡Cuando pasabas el verano en Bergerac!

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ROSANA. ¡Las ramas de los árboles te servían de espadas...!

CYRANO. ¡Y tú usabas las espigas de maíz como cabelleras


rubias!

ROSANA. ¡Era el tiempo de los juegos...!

CYRANO. ¡...Y de las moras agrias!

ROSANA. ¡El tiempo en que tú hacías todo lo que yo


deseaba!...

CYRANO. Rosana, con falda corta...

ROSANA. ¿Era bonita?

CYRANO. ¡No eras fea!

ROSANA. A veces, con la mano ensangrentada por haberte


subido a algún árbol, venías a mí. Yo jugaba a la
mamá y te decía con voz que trataba de ser dura:
(le coge la mano) ¿Cómo te has hecho este
arañazo?»...¡Oh!... ¿Y esto qué es?...

CYRANO. ¡Jugando... en la puerta del Ganso…! ¡Tan gentil!...


¡tan alegremente maternal!... ¿Qué era lo que
querías decirme?

ROSANA. Estoy enamorada.

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. ¡Pero él no lo sabe todavía!

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. ¡Y es necesario que lo sepa en seguida!

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CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. Es un pobre espadachín que me ama desde lejos sin


atreverse a decírmelo...

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. Pero yo he visto temblar el amor en sus labios.

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. Hace parte de tu regimiento.

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. ¡Es cadete de tu compañía!

CYRANO. ¡Ah!

ROSANA. En su frente se nota que es inspirado, valiente,


noble, joven, intrépido, hermoso...

CYRANO. ¡Hermoso!...

ROSANA. Sí. ¿Qué te pasa?

CYRANO. No... nada... nada... Es... Es... ¡la herida!

ROSANA. En fin, lo amo. Solo lo he visto en el teatro.

CYRANO. ¿Y no se han hablado?

ROSANA. ¡Con los ojos únicamente!

CYRANO. ¿Cómo se llama?

ROSANA. Cristián de Neuvillette.

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CYRANO. ¿Qué?... ¿Cristian de Neuvillete?

ROSANA. Cristián de Neuvillette.

CYRANO. ¡El que salvó a Ragueneau! ¡Ése no es de los


cadetes!

ROSANA. Sí. Se enlistó esta mañana.

CYRANO. ¿Y me hiciste venir aquí para decirme esto?

ROSANA. Sí. Y al verte ayer humillando a ese presumido,


pensé que, si tú quisieras, todos lo respetarían.

CYRANO. ¿Y tengo que ser yo, precisamente, el que lo


defienda? ¡Está bien! ¡Me encargaré de tu jovencito!

ROSANA. ¿Y me juras que nunca va a tener que enfrentar un


duelo?

CYRANO. ¡Te lo juro!

ROSANA. ¡Te lo debo todo!... Ahora perdóname, pero tengo


prisa. (Le envía un beso con la mano.) ¡Te quiero
mucho!

CYRANO. ¡Sí, sí!

ROSANA sale.

RAGUENEAU. (Asomándose) ¿Podemos pasar? (A los CADETES)


¡Aquí está!

CYRANO. ¿Qué quieres?

RAGUENEAU. ¡Quieren que les cuentes lo de tu combate!

CYRANO. ¿Cuál?

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RAGUENEAU. El del teatro de Borgoña.

CYRANO. ¡Ah!... ¡el duelo!

LISA. No ha parado de alabarte...

RAGUENEAU. Sí, ¡el duelo en verso! (Lanzándose a fondo con un


asador que ha cogido.) «¡Y en el final fuisteis
tocado!... ¡y en el final fuisteis tocado!...» ¡Es
precioso! (Con creciente entusiasmo.) ¡«Y en el final
fuisteis...»! ¡Oh!... ¡hacer una declamación así!

LE BRET. Si olvidaras tu alma mosquetera, podrías conseguir


gloria y fortuna...

CYRANO. ¿Y qué tendría que hacer? Buscar un protector,


tener un amo, y como una hiedra oscura que rodea
un tronco, escalar con astucia en vez de elevarme
por la fuerza. ¡No, gracias! ¿Dedicar, como todos
hacen, versos a los banqueros? ¿Convertirme en
bufón con la esperanza infame de ver nacer una
sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No
gracias! ¿Desayunar todos los días con un sapo?
¿Tener el vientre desgastado de arrastrarme y la piel
de las rodillas sucias de tanto arrodillarme? ¡No,
gracias! ¿Tirar piedras con una mano y acariciar con
la otra? ¡No, gracias! ¿Calcular, tener miedo, estar
pálido, preferir hacer una visita antes que un poema,
releer memoriales, hacerme presentar? ¡No, gracias!
¡No, gracias! ¡No, gracias! Cantar, soñar, reír,
caminar, estar solo, ser libre, saber que mis ojos ven
bien, que mi voz vibra, batirme por un sí o por un
no, hacer versos... trabajar sin que me preocupe la
fortuna o la gloria, pensar en un viaje a la Luna, no
escribir nunca nada que no nazca de mí mismo y
contentarme, modestamente, con lo que salga… eso
es lo que yo quiero y así voy a vivir…

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LE BRET. ¡Completamente solo, de acuerdo; pero no contra
todos! ¡Tienes la espantosa manía de sembrar
enemigos por todas partes! Di a todo el mundo, y en
voz alta, tu orgullo y tu amargura, pero a mí no me
engañes. ¡Confiésame en secreto que ella no te
ama!

CYRANO. ¡Cállate!

CRISTIÁN ha entrado hace un momento y se mezcla a los cadetes


que no le dirigen la palabra.

UN CADETE. ¡Eh, Cyrano! ¡Cuéntanos cómo fue!

RAGUENEAU. ¡Un combate en verso! Rimaba con la espada… ¡Y al


final fuisteis tocado!

UN CADETE. ¡No! ¡Lo de la Puerta del Ganso! ¡Cien contra uno…!


Para que este novato debilucho aprenda…

CRISTIÁN. ¿Debilucho?

OTRO CADETE. ¡Cuéntanos!

TODOS. ¡Que lo cuente!... ¡Que lo cuente!...

CYRANO. ¡Bien! La luna en el cielo brillaba como un reloj; de


repente, no sé qué cuidadoso relojero pasó un paño
de nubes por la caja plateada de aquel reloj
redondo. Se hizo la oscuridad. Era la noche más
negra del mundo, y como los muelles no estaban
suficientemente iluminados... ¡maldita sea!... no se
veía más allá de...

CRISTIÁN. ¡De las narices!

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Silencio. TODOS se levantan lentamente. Miran a CYRANO con terror
Éste se ha callado, estupefacto. Pausa.

CYRANO. ¿Quién es este hombre?

UN CADETE. El debilucho que llegó esta mañana.

CYRANO. ¿Esta mañana?

LE BRET. Es Cristián de Neuvillete

CYRANO. ¡Ah!... Está bien. Como decía... no se veía nada... y


yo caminaba pensando que por culpa de un puñado
de rufianes, imprudentemente, iba a meter...

CRISTIÁN. ¡Las narices!...

CYRANO. ... la cabeza entre la espada y la pared... Pero me


dije: ¡Adelante, Cyrano, haz lo que debes! Cuando
ya había decidido continuar, surgió repentinamente
de las sombras... una...

CRISTIÁN. ¡Una narizota!

CYRANO. ...lo detengo y me doy...

CRISTIÁN. ¡...de narices!...

CYRANO. ¡Por los clavos de Cristo! ...y me doy de frente con


cien borrachos que apestaban a vino y a cebolla.
¡Salto contra ellos, la frente baja...

CRISTIÁN. ¡y la nariz al viento!...

CYRANO. ¡Salgan todos!

Los CADETES se precipitan hacia las puertas.

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PRIMER CADETE. ¡Se despertó el oso!

CYRANO. ¡Salgan todos y déjenme a solas con este hombre!

SEGUNDO CADETE. ¡Lo va a volver picadillo!

RAGUENEAU. ¿Picadillo?...

OTRO CADETE. ¡Y lo va a meter de relleno en uno de tus pasteles!

LE BRET. ¡Salgamos!

OTRO. ¡No va a dejar ni las migas!

CYRANO y CRISTIÁN permanecen frente a frente y se miran un


momento.

CYRANO. ¡Abrázame!

CRISTIÁN. ¡Caballero!...

CYRANO. ¡Bravo!... ¡Muy bien!

CRISTIÁN. ¡Ah, pero...!

CYRANO. ¡Abrázame!... ¡Soy su primo!

CRISTIÁN. ¿De quién?

CYRANO. ¡De ella!

CRISTIÁN. ¿Cómo?...

CYRANO. ¡De Rosana!

CRISTIÁN. ¿Tú eres su primo?

CYRANO. ¡Su primo hermano!

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CRISTIÁN. ¿Y ella te habló de mí?

CYRANO. ¡Sí!

CRISTIÁN. ¿Y me quiere?

CYRANO. Probablemente.

CRISTIÁN. ¡Qué alegría!

CYRANO. ¡La verdad es que es hermoso! ¡Rosana espera esta


misma tarde una carta!

CRISTIÁN. ¿Qué?... ¿Una carta?...

CYRANO. ¡Sí!

CRISTIÁN. ¡Será mi perdición!

CYRANO. ¿Por qué?

CRISTIÁN. ¡Soy muy torpe y me falta imaginación!

CYRANO. Si eres capaz de comprenderlo, ya no eres tan tonto.

CRISTIÁN. Ante una mujer, no sé qué decir... ¡Quiero a Rosana


y voy a desilusionarla! ¡No tengo talento!

CYRANO. ¡Yo te lo presto! ¡Hagamos los dos un héroe


novelesco!

CRISTIÁN. ¡Pero Cyrano!...

CYRANO. ¿Quieres?

CRISTIÁN. ¡Me das miedo!

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CYRANO. ¿Aceptas?

CRISTIÁN. ¿Eso te gustaría?

CYRANO. ¡Me divertiría! ¡Es una experiencia digna de un


poeta! ¡Yo seré tu inspiración y tú serás mi belleza!

CRISTIÁN. ¡Pero nunca podré escribir la carta que hay que


enviarle esta noche!

CYRANO. ¡Toma!, ¡aquí está! Puedes enviársela con toda


tranquilidad... ¡está bien escrita! ¡Los poetas siempre
tenemos en nuestros bolsillos cartas dirigidas a
amantes imaginarias!... La credulidad del amor
propio es tan grande, que Rosana creerá que está
escrita para ella.

CRISTIÁN. ¡Gracias, amigo mío!

Se arroja en brazos de CYRANO y permanecen abrazados.

El beso de Rosana

ROSANA. Puntual como todas las tardes.

CYRANO. ¿Has encontrado algún defecto en tu amor?

ROSANA. ¡Ninguno! ¡Es hermoso, tiene inspiración y lo amo!

CYRANO. ¿Cristián tiene inspiración?

ROSANA. ¡Más que tú mismo, querido primo!

CYRANO. ¡No!...

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ROSANA. ¿Te parece demasiado? ¡Así son ustedes los
hombres! ¡Si alguno es guapo, no puede ser
inteligente!

CYRANO. ¿Escribe?

ROSANA. ¡Muy bien! ¡Escucha «Cuanto más corazón me


robas, mi corazón más se ensancha.» ¿Qué te
parece?

CYRANO. ¡Bah!...

ROSANA. Y esto: «Si me robas el corazón, me encadenaré al


tuyo.»

CYRANO. ¡Le sobra corazón y le falta!... ¿Qué es lo que quiere


decir exactamente?

ROSANA. (Golpeando con los pies.) ¡Me estás molestando!...


¡Estás celoso!

CYRANO. ¿Celoso yo?...

ROSANA. ¡Sí! ¡Celoso de que un autor te supere!

LA DUEÑA. ¡El señor De Guiche! (A CYRANO, empujándole


hacia la casa.) Debes irte.

CYRANO sale y por el fondo aparece DE GUICHE.

ROSANA ¡Me iba en este instante!

DE GUICHE. ¡Y yo vengo a despedirme! ¡Me voy a la guerra!

ROSANA. ¡Ah!

DE GUICHE. ¡Esta misma noche!

60
ROSANA. ¡Ah!

DE GUICHE. ¡Parece que mi partida no te afecta!

ROSANA. ¡Oh!

DE GUICHE. ¿Cuándo te voy a volver a ver? ¿Sabes que me


nombraron Jefe de Campo... del regimiento de
cadetes?

ROSANA. ¿De los cadetes?

DE GUICHE. Sí, de la compañía de tu primo, Cyrano, el hombre


más charlatán que he visto en mi vida.

ROSANA. ¿Los cadetes también se van? ¡Cristián! ¿Quieres


vengarte de mi primo? ¡Yo sé lo que le haría más
daño!

DE GUICHE. ¿Qué?

ROSANA. Dejarlo en París con sus queridos cadetes, de brazos


cruzados durante toda la guerra. Es la única manera
de hacer rabiar a un hombre como él.

DE GUICHE. ¡Una mujer!... ¡Una mujer!... ¡Nadie sino una mujer


podía imaginar esa venganza!

ROSANA. Se va a morder el alma y sus amigos los puños por


no estar en el combate.

DE GUICHE. Esta forma de ayudarme en mi venganza es una


señal de tu amor, Rosana.

ROSANA. ¡Lo es!

DE GUICHE. Tengo en mi poder las órdenes que serán enviadas a


cada compañía dentro de unos instantes,

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excepto... ésta, ¡la de los cadetes! Me la voy a
guardar. ¡Tú me vuelves loco! Encontrémonos esta
noche… Todo el mundo creerá que me he ido con
mi regimiento... Voy a venir disfrazado... ¡Permíteme
retrasar un día mi partida!

ROSANA. Pero si esto llega a saberse, tu fama...

DE GUICHE. ¡Bah!

ROSANA. ¡No!

DE GUICHE. ¡Déjame!

ROSANA. ¡No! ¡Debo defender tu buen nombre! ¡Debes


combatir en busca de la gloria!

DE GUICHE. ¡No me importa… esta noche vengo por ti! (Sale).

ROSANA. Pero… La noche cae. Cristián no demora.

Más tarde.

CRISTIÁN. (A CYRANO) ¡Ayúdame! ¡Mira allá! (Se prende la


ventana de la pieza de ROSANA.)

CYRANO. ¡La ventana de Rosana! La noche es muy oscura.

CRISTIÁN. ¿Y...?

CYRANO. ¡Ponte ahí, delante del balcón! Yo me pondré debajo


y te iré diciendo lo que tienes que decir. ¡Llámala!

CRISTIÁN. ¡Rosana!

CYRANO. ¡Espera! ¡Con estas piedritas!...

ROSANA. (Entreabriendo la ventana.) ¿Cristián?

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CRISTIÁN. ¡Sí! (Que repite lo que CYRANO le dice.) Eros… se
mece en mi alma inquieta… como si fuera su cuna.
Ese cruel diosecillo...

ROSANA. ¿Y por qué, si es cruel, fuiste tan tonto que no


ahogaste ese amor en la cuna?

CRISTIÁN. ¡Lo intenté... pero todo fue en vano...! Ese recién


nacido... señora, es un pequeño... Hércules...…que
siempre estrangula a mis dos serpientes: el
Orgullo... y la Duda.

ROSANA. Pero, ¿por qué haces tantas pausas?

CYRANO. (Empujando a CRISTIÁN bajo el balcón y


poniéndose en su sitio.) ¡Chiss, cállate! (Hablando a
media voz, como CRISTIÁN.) Es... que como está
muy oscuro, busco a tientas en la sombra tu oído.

ROSANA. ¡Voy a bajar!

CYRANO. ¡No!

ROSANA. ¡Súbete a ese banco, rápido!

CYRANO. ¡No!

ROSANA. ¿Por qué no?

CYRANO. Déjame aprovechar esta ocasión en la que la luna


está oculta para hablar dulcemente sin vernos.

ROSANA. ¿Sin vernos?

CYRANO. Sí, es delicioso. Apenas adivino tu rostro. Tú solo ves


la negrura de un largo manto que cae y yo apenas
vislumbro la blancura de un vestido de

60
verano: yo no soy más que una sombra y tú, una
claridad. ¡Nunca hasta ahora mis palabras brotaron
de mi verdadero corazón!

ROSANA. ¿Por qué no?

CYRANO. Porque hasta ahora siempre te hablé a través de...

ROSANA. ¿De qué?

CYRANO. A través del vértigo que infunden tus ojos. Pero esta
noche... ¡esta noche va a ser la primera en que voy
a hablarte sin reparo!

ROSANA. ¡Sí, tu voz suena distinta!

CYRANO. Es otra voz porque, envuelto en la noche que me


protege, me atrevo al fin a hablar por mí mismo...

ROSANA. Nunca me habías hablado así.

CYRANO. ¡Ah! ¡Tu nombre es para mi corazón como un


cascabel...! y como siempre estoy temblando ante ti,
el cascabel se agita y tu nombre suena. ¡Tanto te
amo que me acuerdo de todo...! Sé que el año
pasado, un día, el doce de mayo, te cambiaste el
peinado para salir por la mañana...

ROSANA. ¡Oh, Cristián, así es el amor!

CYRANO. Sí, así es este sentimiento, terrible y celoso que me


invade… el verdadero amor... Tiene todo el furor
triste del amor y sin embargo, no es egoísta ¡Ah! por
tu felicidad yo daría la mía, aunque tú nunca llegaras
a enterarte de nada. ¡Si alguna vez pudiera, aunque
de lejos, oír la risa de la felicidad nacida de mi
sacrificio!... ¡Cada mirada tuya suscita en mí una
virtud nueva!... ¡me da más valor! ¿Te das

60
cuenta? ¿Entiendes ahora lo que me pasa? ¡Incluso
mi esperanza más atrevida nunca osó esperar tanto!
Ahora sólo me queda morir. ¡Es por mis palabras por
lo que tiemblas entre las hojas como una hoja más!
¡Porque tiemblas!... porque, lo quieras o no, he
sentido bajar, a lo largo de las ramas de jazmín, el
temblor adorado de tu mano (Besa
enamoradamente la punta de una rama que cuelga.)

ROSANA. ¡Sí! ¡Tiemblo y lloro, y te amo, y soy tuya!... ¡Tú me


enloqueces!...

CYRANO. Entonces... ¡que venga la muerte! Esta felicidad... Ya


no pido más que una cosa...

CRISTIÁN. (Debajo del balcón.) ¡Un beso!

ROSANA. (Echándose hacia atrás.) ¿Qué?

CYRANO. (A CRISTIÁN.) ¡Vas muy rápido!

CRISTIÁN. ¡Y que importa, si se está muriendo por mí, puedo


aprovechar!

ROSANA. ¿Escuché bien?

CYRANO. (A ROSANA) Si, yo... yo pedí... ¡santo Cielo!... Fui


demasiado irrespetuoso.

ROSANA. ¿Ya no lo quieres?

CRISTIÁN. ¡Sí!

CYRANO. Sí... Lo quiero... ¡y no lo quiero! Si tu pudor te lo


impide, olvida ese beso que te pedí.

CRISTIÁN. ¿Por qué?

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CYRANO. ¡Cállate, Cristián!

ROSANA. ¿Qué dices?

CYRANO. Me estaba regañando a mí mismo por ir demasiado


lejos y me decía: « ¡Cállate, Cristián!»

CRISTIÁN. ¡Consígueme ese beso!

CYRANO. ¡No!

CRISTIAN. ¡Tarde o temprano…!

CYRANO. Tienes razón.

ROSANA. Cristián, ¿todavía estás ahí? Me hablabas de... de...


un...

CYRANO. ¡De un beso! La palabra es dulce y no veo por qué


tus labios no se atreven...

ROSANA. ¡Cállate!

CYRANO. ¿Qué es un beso, al fin y al cabo, sino un juramento


hecho un poco más cerca, una promesa más precisa,
una confesión que necesita confirmarse, una forma
de respirar por un momento el corazón del otro y de
sentir, por medio de los labios, el alma del amado?

ROSANA. ¡Cállate, por favor…!

CYRANO. (A CRISTIÁN) ¡Sube!

ROSANA. ¡Este instante infinito!...

CYRANO. (Empujándole.) ¡Sube ya, animal!

CRISTIÁN trata de subir y no puede.

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CRISTIÁN. ¡Rosana!

Lo abraza y se inclina sobre sus labios.

CYRANO. ¡Qué punzada en el corazón!

CRISTIÁN. ¡Baja, Rosana! ¡Baja, mi amor! (A CYRANO) ¡Vete,


Cyrano, por favor, déjanos solos!

CYRANO se retira y observa oculto lo que sigue. Entra ROSANA.

CRISTIÁN. ¡Este instante infinito!... (Se besan). Un juramento…

ROSANA. …hecho un poco más cerca (Se besan).

CRISTIÁN. una promesa… (Se besan. CRISTIÁN le pone en el


cuello una cadena). Este es nuestro compromiso,
Rosana. Ahora somos marido y mujer.

ROSANA. Estamos unidos para la eternidad (Se besan).

DE GUICHE. (Entrando. A ROSANA.) Señora… (A CRISTIÁN.)


El regimiento está en camino. ¡A las filas!

ROSANA. ¿Para ir a la guerra?

DE GUICHE. ¡Claro!

ROSANA. ¡Pero si los cadetes no van!...

DE GUICHE. ¡Sí van! ¡Aquí está la orden! (Se la entrega a


CRISTIÁN.) Preséntese de inmediato.

ROSANA. ¡Cristián!

DE GUICHE. ¡La noche de bodas está todavía muy lejana!

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CRISTIÁN. (A ROSANA.) ¡Bésame otra vez!

A lo lejos se oyen tambores que tocan una marcha de guerra.


CYRANO aparece.

DE GUICHE. ¡El regimiento está en marcha!

ROSANA. (A CYRANO, que trata de llevarse a CRISTIÁN.)


¡Primo! ¡Te lo confío! ¡Prométeme que no va a poner
su vida en peligro!

CYRANO. Trataré de que sea así, pero no puedo prometer


nada.

ROSANA. ¡Prométeme que va a ser prudente!

CYRANO. Haré lo que pueda, pero...

ROSANA. ¡Ayúdalo para que en ese campamento horrible no


pase frío!

CYRANO. Voy a intentarlo, pero...

ROSANA. ¡Júrame que me será fiel!

CYRANO. ¡Sí, claro! Eso desde luego, pero...

ROSANA. ¡...que me escriba!...

CYRANO. Descuida, ¡eso sí te lo prometo!

Los cadetes de Gascuña.

LE BRET. (Mirando a los CADETES) ¡Por lo menos los que


duermen cenan! Pero los que padecemos insomnio...
¡qué hambre! (Se oyen a lo lejos algunos disparos.)

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EL CENTINELA. ¡Alto! ¿Quién vive?

CYRANO. ¡Bergerac, imbécil!

LE BRET. ¡Dios mío!... ¡Por fin llegas! ¿Estás herido?

CYRANO. ¡A mí las balas no me alcanzan!

LE BRET. Correr tanto peligro todas las mañanas por llevar


una carta…

CYRANO. (Deteniéndose ante CRISTIÁN.) ¡Le prometí que él


le escribiría todos los días! ¡Si la pobre supiera que
se muere de hambre!...

LE BRET. ¡Vete a dormir!

CYRANO. ¡No vuelvas a tener miedo por mí! Para atravesar las
líneas españolas, descubrí un lugar cuyos centinelas
están borrachos todas las noches.

LE BRET ¡Qué ironía! Nosotros somos los sitiadores... ¡y


estamos sitiados!

CYRANO. ¡Ya vendrá alguien que sitie a los españoles!

LE BRET. ¡No le veo la gracia! (Suspirando.) ¡Maldición... la


diana! (Los CADETES se revuelven en sus capotes y
se estiran.)

UN CADETE. ¡Tengo hambre!

OTRO. ¡Me muero!

TODOS. ¡Ay!

OTRO. ¡Si no puedo llenar mi estómago de algo, me retiraré


a mi tienda, como Aquiles!

60
OTRO. ¡Si por lo menos hubiera pan!

CYRANO. (Al PRIMER CADETE.) ¿Así arrastra los pies un


cadete?

PRIMER CADETE. ¡Mis tripas suenan huecas!

CYRANO. ¡Pues úsalas como tambor!

OTRO. ¡Algo de comer!...

OTRO. ¡En París, el ministro debe estar comiendo cuatro


veces al día!

OTRO. ¡Tengo un hambre de ogro!

CYRANO. ¡Pues ¡trágate algún niño!

PRIMER CADETE. ¡Siempre el chiste, la ironía!...

CYRANO. ¡Sí, la palabra justa!... ¡Quisiera morir una tarde bajo


un cielo rosa, con una frase hermosa dedicada a
una causa bella! ¡Acércate! Beltrán, viejo pastor,
saca una de tus flautas y toca... (El VIEJO comienza
a tocar una canción del Languedoc.) ¡Escuchen,
gascones!, esto no es la trompeta aguda de los
campos de guerra, ¡es la flauta del bosque! ¡De sus
labios no sale el grito que nos llama al combate sino
la dulce música de la gaita de nuestros pastores!

LE BRET. (A CYRANO, en voz baja.) ¡Los estás haciendo


llorar!

CYRANO. De nostalgia por su tierra, que al fin y al cabo es


más noble que el hambre...

UN CADETE. ¡Eh!... ¡Eh!... ¡Ahí viene De Guiche!...

60
TODOS LOS CADETES. (Murmurando.) ¡Hou!...

CYRANO. ¡Murmullo halagador!

OTRO. ¡Se da demasiada importancia con su gran cuello de


encaje sobre la armadura!

OTRO. ¡Como si las espadas necesitaran bordados!

SEGUNDO CADETE. ¡Bah!, ¡es un cortesano!

LE BRET. ¡Está pálido!

OTRO. ¡Tiene tanta hambre como cualquiera de nosotros!...

CYRANO. ¡Que ni por un momento piense que sufrimos!...


¡Ustedes, a las cartas!... ¡Llenen las pipas!... ¡Que
rueden los dados!... ¡Yo, mientras tanto, voy a leer
a Descartes!

DE GUICHE. (Entrando) ¡Buenos días! (Mirando a los CADETES.)


¡Vamos a ver si es cierto que ustedes son los más
valientes del ejército!... ¡Escuchen! Para conseguir
alimentos, el mariscal planeó un golpe supremo:
atravesar sin tambores ni banderas el campo
enemigo, donde están las provisiones reales, y para
lograrlo se va a llevar a casi todas las tropas. Si los
españoles nos atacan esta noche, la situación va a
ser muy delicada: ¡la mitad del ejército no está en el
campo!

LE BRET. (A los CADETES.) Caballeros, ¡prepárense!

DE GUICHE. ¡Hay que ganar tiempo para que las tropas alcancen
a volver!

LE BRET. Y.. ¿para ganar tiempo...?

60
DE GUICHE. ¡Tenemos que hacernos matar! ¡Cyrano, como te
gusta pelear uno contra cien, aquí tienes tu
oportunidad!

CYRANO. ¡Bueno, caballeros! Hoy vamos a añadir a las seis


barras de azul y oro que tiene el escudo de Gascuña
una más, la que le faltaba: ¡Una barra del color de la
sangre!

CRISTIÁN. ¡Rosana! ¡Si al menos pudiera expresarle todo mi


amor en una carta de despedida!...

CYRANO. ¡Aquí está tu carta de adiós!

CRISTIÁN. ¿Y esa lágrima?

CYRANO ¡Esta carta era demasiado emocionante y me hizo


llorar escribiéndola!

Se oye en el campo un rumor lejano.

VOZ DE UN CENTINELA. ¡Alto! ¿Quién vive?

Disparos, voces, ruido de cascabeles.

LE BRET. ¿Qué pasa?

CENTINELA. ¡Una carroza!

Todos se precipitan al exterior para ver.

GRITOS. ¿Qué?... ¿En el campo?... ¡Está entrando!... ¡Parece


venir del campo enemigo!... ¡Disparen!... ¡No!...
Cuidado, el cochero está gritando: «Servicio del
rey»!...

LE BRET. ¡Que redoblen los tambores!

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ROSANA sale de la carroza.

DE GUICHE. ¿Tú?... ¿Servicio del rey?...

ROSANA. ¿Te sorprende?

CYRANO. ¡Dios mío!

CRISTIÁN. ¿Tú aquí?... ¿Por qué viniste?...

DE GUICHE. ¡No puedes quedarte aquí!

ROSANA. ¡Claro que puedo! (Viendo a CYRANO.) ¡Hola,


querido primo!

CYRANO. ¡Estás loca! Pero... ¿por dónde diablos cruzaron?

LE BRET. ¡Ah! ¡Lo que las mujeres no consigan!

DE GUICHE. ¡Hay que sacarla de aquí!

ROSANA. ¿A mí?

CYRANO. Sí, ¡y ya mismo!

LE BRET. ¡Cuanto antes mejor!

CRISTIÁN. ¡Estoy de acuerdo!

ROSANA. Y.. ¿por qué?

CRISTIÁN. ¿Cómo que por qué?

CYRANO. Porque dentro de tres cuartos de hora...

DE GUICHE. O una hora...

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LE BRET. Podrías...

ROSANA. Si va a haber lucha, me quedo.

TODOS. ¡No!

ROSANA. Pero si acabo de llegar… Me gustaría comer


embutidos, pastas, y buenos vinos... Ese sería mi
menú preferido. ¿Puedes traérmelo?

UN CADETE. ¿Traérselo?...

OTRO. ¿Y de dónde lo vamos a sacar?...

ROSANA. ¡De mi carroza!

TODOS. ¡Ragueneau!

RAGUENEAU. ¡Caballeros!

CADETES. ¡Bravo!... ¡Bravo!...

CYRANO. (A CRISTIÁN.) ¡Un momento!... ¡tengo que decirte


una cosa!

PRIMER CADETE. ¡Nos vamos al combate, pero después de


atragantarnos... (Rectificando al ver a Rosana.)
Perdón, de darnos un banquete!

RAGUENEAU. Ahí van esos cojines... ¡están llenos! ¡Botellas con


rubíes... y topacios!

CYRANO. (En voz baja, a CRISTIÁN) ¡Tengo que decirte algo


antes de que hables con ella!

RAGUENEAU. ¡El mango de mi látigo es un salchichón de Arlés!

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ROSANA. (Vertiendo vino en los vasos y sirviendo.) ¡Ya que los
mandan a la muerte, nos reímos del resto del
ejército!... ¡Todo para los gascones!... ¿Por qué
lloras?

PRIMER CADETE. ¡Es demasiado bonito!

CYRANO. ¡La adoro!

CRISTIÁN. (Tratando de retenerla.) Dime, ¿por qué viniste?

DE GUICHE. ¡Señora, tienes que salir de aquí!

ROSANA. ¡Me quedo!

DE GUICHE. ¡No te puedes quedar!

ROSANA. ¡Sí puedo!

CRISTIÁN. (A CYRANO, muy de prisa.) ¿Qué me ibas a decir?

CYRANO. En caso de que Rosana... te hable de cartas... ¡No te


vayas a asombrar!

CRISTIÁN. ¿Por qué?

CYRANO. ¡Tú le has escrito más cartas de las que crees!

CRISTIÁN. ¿Cómo?

CYRANO. ¡Le escribí sin decirte nada!

CRISTIÁN. ¿Y cómo pudiste atravesar las líneas si estamos


cercados?

CYRANO. ¡De madrugada!

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CRISTIÁN. ¿Cuántas veces le he escrito por semana?... ¿Dos...
tres... cuatro...?

CYRANO. ¡Más!

CRISTIÁN. ¿Todos los días?

CYRANO. Todos los días... ¡dos veces!

CRISTIÁN. ¿Desafiabas la muerte por escribirle?

CYRANO. ¡Calla!... ¡Ni una palabra frente a ella!

Al fondo, los CADETES van y vienen preparándose para el combate.


LE BRET y DE GUICHE dan órdenes.

ROSANA. ¡Y ahora, Cristián...!

CRISTIÁN. Dime, ¿por qué viniste?

ROSANA. ¡Por tus cartas!

CRISTIÁN. ¿Qué?

ROSANA. ¡No podía quedarme allá!

CRISTIÁN. ¡Por unas simples cartas de amor!

ROSANA. ¡No lo comprendes!... Desde la noche en que me


hablaste con tanta sinceridad… tu voz era
diferente... así como tus cartas... ¡tus cartas han
sido para mí como si desde hace un mes, todo el
tiempo, volviera a escuchar la voz de esa noche...!

CRISTIÁN. ¡Pero...!

ROSANA. Las leía y releía una y mil veces y descubría tu


verdadero ser, tu poesía, tu generosidad,

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todo eso borró tu rostro de mi mente y solo me
quedó tu voz...

CRISTIÁN. ¡No quiero esa clase de amor!...

ROSANA. Te adoro por lo que hace que seas tú...

CRISTIÁN. ¿Aunque tuviera otra apariencia?

ROSANA. Sí

CRISTIÁN. ¡Dios mío!

ROSANA. ¿No te alegra?

CRISTIÁN. Sí

ROSANA. ¿Qué te pasa?

CRISTIÁN. (Rechazándola suavemente.) Nada. Espera un


segundo. Tengo que transmitir algunas órdenes.

ROSANA. Pero...

CRISTIÁN. (Señalando un grupo de CADETES situados en el


fondo.) Mi amor priva a aquellos desgraciados de tu
ayuda, vete y sonríeles un poco antes de que
mueran.

ROSANA. ¡Cristián querido!

CRISTIÁN. ¡Cyrano!

CYRANO. (Saliendo, preparado para la batalla.) ¿Qué pasa?


¡Estas pálido!

CRISTIÁN. ¡No me ama! ¡Es de ti de quien está enamorada!

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CYRANO. ¡No!

CRISTIÁN. ¡Sí! ¡Ella te quiere y tú también la amas!

CYRANO. ¿Yo?

CRISTIÁN. La amas como un loco… ¡Díselo!

CYRANO. ¡No! Eso es un disparate, ¡una insensatez!

CRISTIÁN. Que ella escoja. ¡Tienes que decírselo todo! ¡Estoy


cansado de llevar en mí mismo un rival! ¡Rosana!

CYRANO. ¡No, no!

ROSANA. ¿Qué quieres?

CRISTIÁN. Cyrano tiene que decirte algo importante.

CYRANO. ¡Se fue! (A ROSANA.) ¡Nada!

ROSANA. ¿Duda de lo que acabo de decirle?

CYRANO. Pero, ¿le dijiste la verdad?

ROSANA. ¡Claro! Lo amaría aunque fuera... (Duda un


momento.)

CYRANO. (Sonriendo tristemente.) ¿Te molesta decir esa


palabra delante de mí? ¿Aunque fuera feo?

ROSANA. ¡Aunque fuera deforme! (Disparos de mosquete


fuera.)

CYRANO. ¿Aunque fuera horrible? ¿Aunque su rostro estuviera


desfigurado, aunque fuera grotesco?

ROSANA. ¡Yo no lo vería así!

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CYRANO. ¡Es cierto! ¡Aquí está mi felicidad! (A ROSANA.)
¡Rosana, escúchame! Yo...

LE BRET. ¡Cyrano!

CYRANO. ¿Qué?

LE BRET le dice algo al oído.

ROSANA. ¿Qué sucede?

CYRANO. ¡Todo se acabó!

ROSANA. ¿Qué pasa?... ¿Quién dispara?...

CYRANO. ¡Nunca se lo podré decir! ¡Todo se acabó!

ROSANA. ¿Qué pasó?

CYRANO. ¡Nada!

Los CADETES han entrado ocultando algo que traen. Algunos forman
un grupo para impedir que ROSANA se aproxime.

CYRANO. ¡Juro que el espíritu y el alma de Cristián eran...


(Corrigiéndose con terror.) …son los más grandes!

ROSANA. ¿Eran?... (Grita.)

CYRANO. ¡Todo se acabó!

ROSANA. (Al ver a CRISTIÁN envuelto.) ¡Cristián!

LE BRET. (A CYRANO) ¡Fue el primer disparo del enemigo!


¡Nos atacan! ¡Todos a los mosquetes!

ROSANA. ¡Cristián!

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VOZ DE LE BRET. ¡Rapido!

ROSANA. ¡Cristián!

VOZ DE LE BRET. ¡En línea!

ROSANA. ¡Cristián!

VOZ DE LE BRET. ¡Coloquen las mechas!

CRISTIAN. (Con voz de moribundo.) ¡Rosana!

CYRANO. ¡Se lo dije todo!... ¡es a ti a quien ama!

ROSANA. ¡Mi amor!

VOZ DE LE BRET. ¡Arriba las armas!

ROSANA. ¿Está muerto?

VOZ DE LE BRET. ¡Carguen los mosquetes!

ROSANA. ¡Sus mejillas están frías!

VOZ DE LE BRET. ¡Apunten!

ROSANA. ¡Una carta! (La abre.) ¡Es para mí!

CYRANO. ¡Mi carta!

VOZ DE LE BRET. ¡Fuego!

Disparos de mosquetes; gritos, ruido de lucha.

CYRANO. ¡Rosana, déjame!... ¡Tengo que ir al combate!

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ROSANA. (Reteniéndole.) Está muerto y tú lo conociste.
¿Verdad que era un ser maravilloso?

CYRANO. (De pie y con la cabeza descubierta.) ¡Sí, Rosana!

ROSANA. ¿Un poeta sublime?

CYRANO. ¡Sí, Rosana!

ROSANA. ¿Un corazón profundo?

CYRANO. (Firmemente.) ¡Sí, Rosana! (Aparte, sacando su


espada.) ¡Sólo me queda morir, porque sin saberlo,
es por mí por el que llora!

DE GUICHE. ¡Sonó la señal! Llegan los refuerzos. ¡Resistan,


resistan un poco más!

CYRANO. (A DE GUICHE, señalando a ROSANA.) ¡Sácala de


aquí! ¡Fuego!

Descarga general. Respuesta mortífera. Los CADETES caen por todas


partes.

EPÍLOGO

CORO. Cyrano, como todos,


tienes que aprender ya
a tirar piedras con la mano
y con la otra a acariciar.

CYRANO. ¡No gracias!

DE GUICHE dirige al CORO desde donde dejan caer un andamio


sobre la cabeza de CYRANO, quien cae, se pone la venda y el
sombrero sobre la cabeza y continúa.

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ROSANA. ¡Después de catorce años, llegas tarde por primera
vez!

CYRANO. ¡Sí, y lo siento... pero me obligaron!

ROSANA. ¿Quién?

CYRANO. ¡Una visita bastante inoportuna!

ROSANA. ¿Sí?... ¡Alguien indeseable!

CYRANO. ¡Tan indeseable como puntual, prima!

ROSANA. ¿Y qué hiciste?

CYRANO. Le dije: «Perdóname, pero hoy es sábado y tengo


una visita a la que no puedo faltar. ¡Búscame dentro
de una hora! »

ROSANA. Cuéntame qué hay de nuevo allá en el mundo...


fuera de este convento...

CYRANO. ¡Las noticias! Sábado diecinueve: después de


haberse comido varios platos de uvas, el rey se
enfermó. ¡Su enfermedad fue condenada por
decreto real a dos sangrías y la fiebre bajó
milagrosamente!

ROSANA. ¿Milagrosamente?

CYRANO. Sábado, veintiséis... el sábado, veintiséis, una hora


antes de la cena, Cyrano de Bergerac fue
asesinado...

ROSANA. ¡Cyrano!

CYRANO. ¡No, no!... ¡no me pasa nada! Es la herida de


siempre...

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ROSANA. ¡Cada uno tiene su herida: yo, la mía...! ¡Esta vieja
herida, sin embargo, siempre está viva... aquí, en
esta carta de papel amarillento, donde se siguen
viendo las lágrimas y la sangre de Cristian!

CYRANO. ¡Su carta!... déjame leerla... (Leyendo.) «Rosana,


adiós. ¡Voy a morir!... «Esta tarde, amada mía,
tengo el corazón lleno de un amor callado... ¡y voy a
morir! Nunca más mis ojos embriagados, mis
miradas alegres...»

ROSANA. ¡Esa voz!...

CYRANO. «...alegres de amor, no volverán a besar vuestros


gestos... ¡Te envío en esta carta el beso
acostumbrado para que toque tus labios!

ROSANA. ¡La forma en que la lees...! Esa voz...!

CYRANO. «Soy y seré siempre, hasta en el otro mundo, el que


te ama sin medida.»

ROSANA. ¿Cómo puedes leer así? ¡Es una noche oscura... sin
luna...! ¡Las cartas eran tuyas!

CYRANO. ¡No!

ROSANA. ¡Las palabras amorosas y ardientes eran tuyas!

CYRANO. ¡Que no!

ROSANA. ¡La voz de esa noche era la tuya!

CYRANO. ¡Te juro que no!

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ROSANA. ¡Ay!... ¡cuántas cosas muertas vuelven a renacer
dentro de mí...! Las lágrimas de esta carta son
tuyas.

CYRANO. ¡Pero la sangre es la de Cristian!

ROSANA. ¿Ay, qué te hicieron? ¿Por qué?

CYRANO. «Morir con la punta de la espada de un héroe en el


corazón...» ¡Yo decía eso...! ¡Qué burla la del
destino!... ¡Resulta que me mataron en una
emboscada, por la espalda y a manos de un lacayo
que me lanzó un madero!
LE BRET. (Entrando.) ¡Qué imprudencia!... ¡Me lo
imaginaba!... Señora, el médico le prohibió
levantarse de la cama. Al venir, él mismo se mató.

ROSANA. ¡Cyrano!

LE BRET. (Señala el claro de luna.) Tu otra amiga viene a


despedirte.

CYRANO. ¡Hoy voy a subir a la Luna sin tener que inventar


ninguna clase de máquinas! ¡Allí están muchas
almas queridas... Sócrates, Galileo!...

ROSANA. ¡Solo amé a un hombre y lo pierdo por segunda vez!

LE BRET. ¡No!... ¡No!... ¡Es demasiado estúpida esta


muerte!... Un poeta tan grande, un corazón tan
noble...

CYRANO. ¡En este combate no debo esperar el triunfo! ¿Para


qué?... ¡Es más bello cuando se lucha inútilmente!
¿Cuántos son?... ¿Mil?... ¡Los reconozco,

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son mis viejos enemigos!... ¡La Mentira!...
(Golpeando con su espada en el vacío.) ¡Toma!
¡Toma!... ¡Ah, las Apariencias... los Prejuicios... las
Cobardías!... (Sigue golpeando.) ¿Que me
arrodille?... ¡Eso nunca!... ¡Nunca! ¡Ah, por fin te veo
la cara, Estupidez!... Sé que al final me vas a
derrotar, pero no me importa: ¡En guardia... uno,
dos, tres... y al final fuisteis tocado! (Hace molinetes
inmensos y se detiene jadeando.) ¡Sí, ustedes me
arrancan todo, el laurel y la rosa! ¡Arránquenlos!

En este instante, suena la campana de la capilla.

CYRANO. ¡Es la hora!

ROSANA. ¡No, Cyrano...

CYRANO. ¡Cuando esta noche entre en el cielo, mi saludo va a


barrer el suelo azul, y, pésele a quien le pese, voy a
viajar a la luna... sin una mancha, sin una arruga...
para verte desde allá, Rosana, donde la
mezquindad no me alcance.

ROSANA. ...no me dejes sola!

CYRANO. Así doy fin a mi última letra, Su Servidor. Sabino


Hércules… Cyrano de Bergerac.

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