Act1-Por Una Universidad Lectora PDF
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Ramírez Leyva
(Coord.)Tendencias de la lectura en la universidad. México: UNAM/IIBI.
A veces hay razones para preguntarnos si nos estamos volviendo tontos o, nada
más, nos hacemos tontos, pues es difícil comprender que alguien que tiene nivel
universitario (y que incluso puede contar con maestría y doctorado) crea que ya
no necesita mejorar su inteligencia porque ya cursó y aprobó todos los posgrados
de la escolarización formal, y como si esto lo eximiera de una vez y para siempre
de abrir y leer un libro, una revista, un periódico (cierto amigo que da clases en
una escuela de periodismo me refiere su lucha cotidiana para conseguir que los
alumnos ¡lean todos los días el periódico!). De hecho, está comprobado,
científicamente, que la inteligencia no es un valor fijo: que para mantenerla
saludable y en buen estado y continuarla en desarrollo constante hay que usarla,
pues, darwinistamente, todo aquello que no se usa se atrofia. Quienes crean que,
por tener un título universitario, ya son inteligentes para siempre, están muy
equivocados. En su libro El vuelo de la inteligencia, José Antonio Marina señala algo
fundamental al respecto: “La inteligencia es la capacidad de resolver problemas
vitales, por lo que no puede ser considerado muy inteligente quien no sea capaz
de decidir, aunque dentro de su refugio resuelva con soltura problemas de
trigonometría”. Añade que la inteligencia no es únicamente un asunto de
conocimientos, sino también de valores. Por ello, sólo la formación continuada y
la búsqueda de nuevos horizontes mantienen nuestra inteligencia despierta.
¿Quién podría refutar a Marina cuando afirma que “[…] confundir la inteligencia
con la capacidad para jugar bien al ajedrez, es una broma o un timo”? “Al fin y al
cabo –concluye el filósofo–, un programa de ordenador –Deep Blue– ha vencido
a Kasparov”.
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Benjamin, Eliade o Steiner. ¿Qué es lo que ha pasado con la universidad? Algo
muy simple y dramático: que las especializaciones han llevado a los profesionistas
a saber muchas cosas sobre casi nada. Saben generalidades sobre una carrera (la
suya, es decir la que sea) que no les enseñó ni les exigió leer más allá de ella, y
esto incluso fragmentariamente, es decir a través de las fotocopias y de
predigeridos exámenes de opción múltiple. Por ello no aprendieron a leer, y la
lectura que no sea de bullets o de sumarios los aburre y los cansa. Por ello,
también, el Twitter y el ruido noticioso de Yahoo los tiene como palomillas
atraídas por la luz de una lámpara.
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Para Epstein, la edición cultural tiene que ser una universidad paralela. Y si
un sector de los universitarios, de los profesionistas, de los egresados de las
universidades, no quiere leer sino 140 palabras, flashes, bullets, insights
publicitarios, grafiquitas, sumarios, pies de fotos y textitos previamente
masticados, en papillas predigeridas, pues que se conformen con eso, pero no
podemos sacrificar a los lectores que sí quieren leer y continuar su formación
intelectual y espiritual, nada más para darles por su lado a los universitarios que
no quieren leer. Que no lean si no quieren leer (y que nadie los obligue), pero no
nos obliguemos nosotros –en razón de una buena intención mal entendida– a
darles a todos productos chatarra nada más porque a un sector mayoritario le
encantan los productos chatarra. Si pensáramos desde un punto de vista
nutricional y gastronómico, sería injusto sacrificar la alimentación y el gusto de
los que saben comer, nada más que para atender las exigencias de los aficionados
a la chatarra.
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quiere avanzar, además de que, estos ejecutivos exitosos, no tienen tiempo para
leer, pues están ocupadísimos en no leer.
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Nuestro error, tanto en cultura como en educación, ha sido el privilegiar
las capacidades técnicas antes que las potencialidades humanísticas. Desde la más
tierna infancia hasta los umbrales de la titulación académica lo que hacemos es un
ejercicio memorístico más que una práctica reflexiva. Todos sabemos –lo mismo
si lo pronunció Einstein que si lo dijo Pepito– que la memoria es la inteligencia
de los tontos, y sin embargo la escuela se sigue montando sobre la memoria para
todo, en lugar de abrir los caminos del pensamiento y la discusión. La duda y el
escepticismo son siempre mejores maestros que la memorización.
Aunque nos pese a los nostálgicos, no hay demasiada diferencia entre leer
un libro en papel y hacerlo en el Kindle, pero los que leen en el Kindle es porque
antes, de todos modos,
leían en papel, y disfrutaban (y siguen disfrutando) este ejercicio que no se reduce
a las tareas, sino que va más allá incluso del placer, y se vincula con el
conocimiento, el hallazgo, la interrogación sobre quiénes somos, hacia dónde
vamos y cómo afrontamos la soledad, el dolor, la dicha, la fragilidad, el placer y la
certidumbre de sabernos mortales. “Los libros me guían a través de la vida”.
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Estoy citando a Gorki, con la incómoda sensación de que muchos universitarios
no saben quién es Gorki.
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previos de la educación) es estudiar para los exámenes. Y bien sabemos que
estudiar no es lo mismo que leer, aunque para estudiar tengamos que leer.
Muchas universidades públicas de América Latina han comenzado a preocuparse
seriamente por este problema y, por principio, aceptaron (como acepta su mal un
enfermo o su debilidad un adicto) que, en una enorme proporción, los
universitarios “no leen”.
Este diagnóstico no quiere decir que los universitarios no lean sus apuntes
de clase, o los libros o capítulos de libros que deben leer para cursar
satisfactoriamente sus materias y, con ello, sacar sin contratiempos su carrera.
No. Lo que quiere decir es que no leen nada más que eso, que es bastante poco o
casi nada. Ya no es sorprendente encontrar a jóvenes marxistas que nunca han
leído un libro de Marx y que todo su conocimiento reside en nociones vagas del
marxismo que han sacado de Internet.
Que nadie interprete este alegato como una propuesta reaccionaria para
regresar a las cavernas. Lo que decimos es que la lectura formativa requiere de
paciencia y completitud, en contraposición a la velocidad fragmentaria y
fragmentada de la tecnología electrónica. En Una historia de la lectura, Alberto
Manguel advierte que quienes hoy oponen la tecnología electrónica a la de la
imprenta “[…] quieren hacernos creer que el libro –esa herramienta ideal para la
lectura, tan perfecto como la rueda o el cuchillo, capaz de contener nuestra
memoria y experiencia, y de ser en nuestras manos verdaderamente interactivo,
permitiéndonos empezar y acabar en cualquier punto del texto, anotarlo en los
márgenes, darle el ritmo que queramos– ha de ser reemplazado por otra
herramienta de lectura cuyas virtudes son opuestas a las que la lectura requiere”.
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Podemos afirmar que el 99.9% de los universitarios pertenece al sector de
los que son privilegiados si establecemos la relación con aquellos que no son ni
alfabetizados ni estudiantes ni universitarios ni profesionistas. Por muy mal que
estén, diría Gabriel Zaid, están mejor que los demás: pueden comprar libros o
acceder a bibliotecas, disponen de tiempo para leerlos, tienen resueltos muchos
problemas del día a día (sobre todo si son estudiantes universitarios y viven en
casa de sus padres y no hacen otra cosa que ser universitarios), comparten entre
ellos inquietudes intelectuales, gozan de ocios, etcétera. Y, sin embargo, muchos
de ellos no leen; únicamente “estudian”.
Si optamos por la verdad y la decimos sin ambages, habría que afirmar que
si la inversión en las universidades públicas no consigue, entre otras cosas
principales, formar lectores autónomos, el gasto no deja de ser, en una buena
proporción, un desperdicio, pues, siendo así, los universitarios tendrían que
regresar, a aprender a leer, a la escuela primaria.
En este sentido, quienes leen El Libro Vaquero y Sensacional de Traileros les ponen la
muestra: apenas son alfabetizados, pero leen porque se les antoja, porque les
gusta, porque disfrutan y se complacen y se solazan en la palabra y en la imagen;
porque necesitan otras experiencias que no sean los deberes, pero no porque
tengan que hacer tarea o presentar exámenes. Por supuesto, en general, no son
universitarios. Bueno, en el mejor de los casos, ojalá no lo sean, pues el mayor
fracaso de la educación mexicana sería comprobar que se ha preparado a las
personas que han pasado por las aulas universitarias, por los “estudios
superiores”, para que alcancen la plenitud de sus expectativas culturales con el
Sensacional de Traileros.
BIBLIOGRAFÍA
Epstein, Jason, La industria del libro: Pasado, presente y futurode la edición, traducción
de Jaime Zulaika, Anagrama, Barcelona, 2002.
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