Silvia Schlemenson
Silvia Schlemenson
Silvia Schlemenson
La autora, titular de
Psicopedagogía en la UBA,
examina cuáles son las
condiciones familiares y sociales
que permiten y facilitan la
constitución del psiquismo en los
chicos desde su nacimiento
hasta los cinco años y especifica
criterios a ser escuchados por la
sociedad y por los padres.
No todas las madres tienen la disponibilidad social y afectiva para asistir a su hijo en forma estable,
regular y exclusiva durante los valiosos meses posteriores al nacimiento. Este vínculo, insustituible
en la constitución del psiquismo infantil, no es necesario que quede cubierto con exclusividad por la
madre biológica del niño. Lo importante no es la prolongación de la herencia de sangre sino el
establecimiento de un lazo de amor que asegure la permanencia de una persona, siempre la misma,
que pueda mimarlo y que se haga cargo de su crianza. Una abuela, un padre protector, una
hermana mayor, una madre de leche, son personas con representatividad afectiva suficiente. La
única condición para quien sustituya a la madre en el ejercicio de función es que desee hacerse
cargo del niño y tenga un psiquismo lo suficientemente desarrollado como para entender e
interpretar amorosamente sus necesidades.
Cuando por problemas laborales la madre se ve obligada a dejar a su bebé desde los 45 días en
una guardería o jardín maternal, esa institución debería asegurar la exclusividad y estabilidad de
una persona que tenga a su cargo un máximo de cuatro bebés y pueda reproducir con cada uno de
ellos la estabilidad y la riqueza que las madres ofertan en los primeros meses del desarrollo del
psiquismo.
Alrededor de los dos años se abre para los niños una nueva oportunidad para la complejización de
su psiquismo marcada por la posibilidad de ingresar a la escuela, institución que ofrenda a los
niños una segunda oportunidad para enriquecer su potencial simbólico. Sus referentes simbólicos
dejan de ser exclusivamente los adultos y pasan a ser sus compañeros de juego y sus hermanos. Se
hace necesario crear instituciones de pasaje de la realidad familiar a la social, donde personal
docente especializado estimule el juego, abra la escucha a la narrativa infantil y promueva el
intercambio entre los niños. Estas instituciones de pasaje entre la familia y la escuela son
imprescindibles en el desarrollo del psiquismo infantil. La confianza y la cercanía de un adulto
entrenado en reconocer las necesidades de los niños, la presencia de otros niños resultan el
alimento psíquico que la sociedad debiera asegurar para activar los procesos de simbolización
desde pequeños.
Actualmente la sociedad sólo prevé “guarderías”, espacios donde los niños son depositados y
guardados como objetos para cuidar y no como sujetos con necesidades y derechos. En ellas se
interesan poco por incentivar la curiosidad, el juego o el intercambio con pares. En cambio el patio
de juegos, la disponibilidad de juguetes, la posibilidad de usarlos en forma irrestricta permiten
reforzar la confianza social necesaria para inscribirse en los nuevos grupos.
Si la dependencia de los familiares como únicos proveedores de material simbólico y afectivo se
prolonga mucho más que los dos primeros años de vida, sin ninguna mediación secundaria de
hermanos mayores, grupos de niños o instituciones organizadas para facilitar la salida de la familia,
las producciones psíquicas del niño se reducen. Muchos niños no van al jardín de infantes hasta que
éste no se vuelve obligatorio, a los cinco años. Los costos de los viajes, la necesidad de una
planificación familiar que incluya horarios ordenados para llevar el niño a la escuela hacen que
algunos padres dejen a sus hijos jugando en casa, con sus hermanos o mirando televisión. Los
niños que permanecen largas horas en su casa, con televisión, juguetes y hermanos, pero con
escaso contacto social grupal con amigos, escuela o adultos con los que charlar y divertirse
pierden con el tiempo la riqueza simbólica que recibieron de sus padres.
Una de las primeras preocupaciones para el enriquecimiento psíquico de un niño es que pueda
concurrir, a partir de los dos años, a la escuela. Para ello, se hace necesario facilitarles a los padres
el traslado. Eltransporte de los niños a la escuela es parte de una política social necesaria para que
la escolarización temprana de los niños quede asegurada. No todas las experiencias que el niño
atraviesa en el jardín de infantes son gratas, pero todas, placenteras y sufrientes, motivan cambios
en el funcionamiento psíquico. La ambivalencia entre aceptar o rechazar las novedades que la
escuela impone es vivida por cada niño con tiempos y formas diferentes, que necesitan respeto en
su singularidad elaborativa. Los primeros momentos de separación requieren la paciencia de los
padres. El efecto traumático sólo se produce si el niño es abruptamente abandonado por sus
padres u obligado a permanecer repentinamente un número excesivo de horas en ambientes
desconocidos.
Cuando los padres pueden, es conveniente que los niños de dos y tres años no permanezcan en la
escuela más de tres a cuatro horas diarias. Las representaciones espaciales que estos niños tienen
son aún precarias, por lo cual necesitan regresar a ambientes familiares antes que los niños
mayores. Si los niños pequeños permanecen muchas horas sin sus padres u objetos conocidos, se
sienten invadidos por sentimientos de abandono y la tristeza no les permite disfrutar lo que la
escuela oferta. Extrañar produce sentimientos de desapego y fuertes tendencias regresivas que
inhiben o desactivan un desarrollo psíquico satisfactorio. De modo que el tiempo de permanencia
de un niño en la escuela está en directa relación con su posibilidad de imaginar que puede
desprenderse de sus padres sin perderlos definitivamente.
Los niños de 4 o 5 años ya pueden ir a la escuela por períodos prolongados (doble turno si sus
padres trabajan) sin que esto afecte su actividad psíquica, pues encuentran en la escuela atractivos
que no hay en su casa y porque tienen una autonomía mínima –hablan, entienden razones,
anticipan tiempos– como para imaginar el regreso de sus padres sin temor a que desaparezcan. A
esta edad, los patrones simbólicos ya están constituidos y el niño puede expresar sus necesidades
y deseos.
En la escuela, los niños pueden narrar, opinar, contradecir. En el incremento de sus conocimientos
no actúan sólo los adultos sino también cada uno de los compañeros del grupo al que el niño se
integra. Cada uno de ellos, desde familias distintas, posicionamientos culturales diferentes y
experiencias vitales particulares, promueve una riqueza simbólica que no siempre la institución
escolar estimula. Muchas veces los docentes creen que ellos son los únicos operadores de las
modificaciones psíquicas de sus alumnos y no dejan espacio suficiente para el juego y el diálogo
entre los niños. Cuando los docentes se transforman en los únicos interlocutores válidos en el
grupo escolar, más que estimular la actividad psíquica de sus alumnos, la obturan. En la
cotidianidad áulica, los niños se contraponen entre ellos, discuten, se desacreditan, se critican. En
este extenso movimiento de simbolización comparten sus experiencias, transmiten historias y
trayectos, exhiben entramados conceptuales diferentes.
Entre los dos y los cinco años, se transita por una realidad psíquica cargada de magia. Todo es
relativo y posible y hay una necesidad muy intensa de posicionarse subjetivamente y defender sus
pareceres como únicos frente a los compañeros, imponiendo argumentos y teorías que para los
adultos parecen imposibles y que para ellos resultan ser activadores de imágenes y argumentos. Si
se vive la charla, los chistes y los improperios como desorden, como una molestia, se pierde la
dimensión imaginativa y la riqueza simbólica que estos lenguajes transmiten y sin quererlo se
restringen las producciones psíquicas de los niños.
Si la escuela uniformiza, da de comer, viste a todos iguales, les habla en grupo sin ofertar un
espacio para la incorporación del sentido individual y formas que cada niño trae de su casa, se
cercenan la creatividad y la autonomía psíquica de los niños que allí concurren. Si en los grupos
escolares se oferta un espacio de intercambio dialógico ylúdico suficiente, con tolerancia a la
diferencia, la contraposición cultural y el intercambio, los procesos de subjetivación se potencian y
las posibilidades de despliegue psíquico se consolidan.
Esta función reflexiva y crítica del discurso propio y del ajeno se alcanza cuando en forma reiterada
un sujeto ha experimentado que es escuchado y respetado en sus opiniones, cuando puede decir,
sin temor a ser acallado: “yo quiero”, “yo pienso”. Esta autonomía imprescindible para elaborar
comportamientos inteligentes, nuevos, distintos, más apropiados a la situación, es una larga
conquista de complejización del psiquismo que no todos los humanos alcanzan porque no siempre
la sociedad (en nuestro caso la escuela) y la historia personal de cada niño se lo posibilita.
La preocupación por mejorar las oportunidades para la expansión psíquica que los docentes
promueven en sus alumnos requiere no sólo de la posibilidad de recibir capacitación acorde a esta
problemática sino de hallar también para ellos en la institución escolar, un espacio que estimule la
reflexión entre adultos y la expansión de la subjetividad de los docentes. Actualmente el docente
padece, como muchos padres, situaciones de falta de escucha de parte de sus directivos, con
imposiciones curriculares que restringen su creatividad y lo limitan en su disponibilidad para
acompañar al niño en la expansión de su creatividad.
Las madres cuidadoras o los docentes que tienen un proyecto, que no se aburren, que encuentran
en su trabajo alguna suerte de satisfacción por lo que realizan, se posicionan frente al niño con una
disponibilidad psíquica que les permite interactuar con él en forma más permisiva y abrir la escucha
para que el hablar, jugar y probar puedan concretarse sin temores ni sanciones.
POSDATA