Exhortacion Apostolica Postsinodal Christus Vivit PDF

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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL CHRISTUS VIVIT


Jesús, el eternamente joven, quiere
regalarnos un corazón siempre joven.
La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen
la levadura vieja para ser masa joven»
CHRISTUS VIVIT
(1 Co 5,7). […] Y cuando explica lo DEL SANTO PADRE
que es revestirse de esa juventud «que
se va renovando» (v. 10) dice que es FRANCISCO
tener «entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre, A LOS JÓVENES Y A TODO
paciencia, soportándose unos a otros y
perdonándose mutuamente si alguno EL PUEBLO DE DIOS
tiene queja contra otro» (Col 3,12-13).
Esto significa que la verdadera juventud
es tener un corazón capaz de amar.

ISBN-13: 978-84-9073-502-2

9 788490 735022 verbo divino


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL CHRISTUS VIVIT

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL


CHRISTUS VIVIT
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS

1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve
joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes
cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!
2. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y
esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las
dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza.
3. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta Exhortación apostólica, es decir, una carta que
recuerda algunas convicciones de nuestra fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en la santidad y en el
compromiso con la propia vocación. Pero puesto que es un hito dentro de un camino sinodal, me dirijo al mismo
tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y para los
jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Por consiguiente, en algunos párrafos hablaré directamente a los
jóvenes y en otros ofreceré planteamientos más generales para el discernimiento eclesial.
4. Me he dejado inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo del año pasado. No podré recoger
aquí todos los aportes que ustedes podrán leer en el Documento final, pero he tratado de asumir en la redacción
de esta carta las propuestas que me parecieron más significativas. De ese modo, mi palabra estará cargada de
miles de voces de creyentes de todo el mundo que hicieron llegar sus opiniones al Sínodo. Aun los jóvenes no
creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto cuestiones que me plantearon nuevas
preguntas.

Capítulo primero
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?

5. Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas Escrituras, donde varias veces se habla de los jóvenes y de cómo
el Señor sale a su encuentro.
En el Antiguo Testamento
6. En una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con otros ojos. Por
ejemplo, vemos que José era uno de los más pequeños de la familia (cf. Gn 37,2-3). Sin embargo, Dios le
comunicaba cosas grandes en sueños y superó a todos sus hermanos en importantes tareas cuando tenía unos
veinte años (cf. Gn 37-47).
7. En Gedeón, reconocemos la sinceridad de los jóvenes, que no acostumbran a edulcorar la realidad. Cuando se
le dijo que el Señor estaba con él, respondió: «Si Yahvé está con nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto?»
(Jc 6,13). Pero Dios no se molestó por ese reproche y redobló la apuesta por él: «Ve con esa fuerza que tienes y
salvarás a Israel» (Jc 6,14).
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8. Samuel era un jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba con él. Gracias al consejo de un adulto, abrió
su corazón para escuchar el llamado de Dios: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9-10). Por eso fue un
gran profeta que intervino en momentos importantes de su patria. El rey Saúl también era un joven cuando el
Señor lo llamó a cumplir su misión (cf. 1 S 9,2).
9. El rey David fue elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta Samuel estaba buscando al futuro rey de
Israel, un hombre le presentó como candidatos a sus hijos mayores y más experimentados. Pero el profeta dijo
que el elegido era el jovencito David, que cuidaba las ovejas (cf. 1 S 16,6-13), porque «el hombre mira las
apariencias, pero Dios mira el corazón» (v. 7). La gloria de la juventud está en el corazón más que en la fuerza
física o en la impresión que uno provoca en los demás.
10. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a Dios: «Soy un joven muchacho y no
sé por dónde empezar y terminar» (1 R 3,7). Sin embargo, la audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios la
sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió al profeta Jeremías, llamado a despertar a su pueblo
siendo muy joven. En su temor dijo: «¡Ay Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jr 1,6).
Pero el Señor le pidió que no dijera eso (cf. Jr 1,7), y agregó: «No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo
para librarte» (Jr 1,8). La entrega del profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se unen la frescura
de la juventud y la fuerza de Dios.
11. Una muchachita judía, que estaba al servicio del militar extranjero Naamán, intervino con fe para ayudarlo a
curarse de su enfermedad (cf. 2 R 5,2-6). La joven Rut fue un ejemplo de generosidad al quedarse con su suegra
caída en desgracia (cf. Rt 1,1-18), y también mostró su audacia para salir adelante en la vida (cf. Rt 4,1-17).
En el Nuevo Testamento
12. Cuenta una parábola de Jesús (cf. Lc 15,11-32) que el hijo “más joven” quiso irse de la casa paterna hacia un
país lejano (cf. vv. 12-13). Pero sus sueños de autonomía se convirtieron en libertinaje y desenfreno (cf. v. 13) y
probó lo duro de la soledad y de la pobreza (cf. vv. 14-16). Sin embargo, supo recapacitar para empezar de nuevo
(cf. vv. 17-19) y decidió levantarse (cf. v. 20). Es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de
volver a levantarse y dejarse enseñar por la vida. ¿Cómo no acompañar al hijo en ese nuevo intento? Pero el
hermano mayor ya tenía el corazón avejentado y se dejó poseer por la avidez, el egoísmo y la envidia (cf. vv. 28-
30). Jesús elogia al joven pecador que retoma el buen camino más que al que se cree fiel pero no vive el espíritu
del amor y de la misericordia.
13. Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide:
«Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del
«hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10) [1]. Y cuando explica lo que es revestirse
de esa juventud «que se va renovando» (v. 10) dice que es tener «entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra
otro» (Col 3,12-13). Esto significa que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo
que avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye: «Por encima de todo esto,
revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3,14).
14. Advirtamos que a Jesús no le caía bien que las personas adultas miraran despectivamente a los más jóvenes o
los tuvieran a su servicio de manera despótica. Al contrario, Él pedía: «que el mayor entre ustedes sea como el
más joven» (Lc 22,26). Para Él la edad no establecía privilegios, y que alguien tuviera menos años no significaba
que valiera menos o que tuviera menor dignidad.
15. La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a
los padres: «No exasperen a sus hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un joven no puede estar desanimado,
lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz
de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los

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jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1
Tm 4,12).
16. Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean sumisos a los ancianos» (1 P 5,5). La
Biblia siempre invita a un profundo respeto hacia los ancianos, porque albergan un tesoro de experiencia, han
probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y
en el silencio de su corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos por
falsos espejismos. La palabra de un anciano sabio invita a respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo:
«Exhorta igualmente a los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6). No hace bien caer en un culto a
la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús
decía que la persona sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo (cf. Mt 13,52). Un joven sabio
se abre al futuro, pero siempre es capaz de rescatar algo de la experiencia de los otros.
17. En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le recuerda los mandamientos, dice: «Los
he cumplido desde mi juventud» (10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú eres mi esperanza Señor, mi confianza está
en ti desde joven […] me instruiste desde joven y anuncié hasta hoy tus maravillas» (71,5.17). No hay que
arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de
eso nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva como el águila» (Sal 103,5).
Por eso san Agustín se lamentaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!» [2]. Pero
aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los años le quitaran los sueños, y prefirió
seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
18. En cambio, en el Evangelio de Mateo aparece un joven (cf. Mt 19,20.22) que se acerca a Jesús para pedir más
(cf. v. 20), con ese espíritu abierto de los jóvenes, que busca nuevos horizontes y grandes desafíos. En realidad,
su espíritu no era tan joven, porque ya se había aferrado a las riquezas y a las comodidades. Él decía de la boca
para afuera que quería algo más, pero cuando Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera sus bienes, se dio
cuenta de que era incapaz de desprenderse de lo que tenía. Finalmente, «al oír estas palabras el joven se retiró
entristecido» (v. 22). Había renunciado a su juventud.
19. El Evangelio también nos habla de unas jóvenes prudentes, que estaban preparadas y atentas, mientras otras
vivían distraídas y adormecidas (cf. Mt 25,1-13). Porque uno puede pasar su juventud distraído, volando por la
superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida.
De ese modo prepara un futuro pobre, sin substancia. O uno puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y
grandes, y así prepara un futuro lleno de vida y de riqueza interior.
20. Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta
Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta:
«Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Lc 7,14).
21. Sin duda hay muchos otros textos de la Palabra de Dios que pueden iluminarnos acerca de esta etapa de la
vida. Recogeremos algunos de ellos en los próximos capítulos.
Capítulo segundo
Jesucristo siempre joven

22. Jesús es «joven entre los jóvenes para ser ejemplo de los jóvenes y consagrarlos al Señor» [3]. Por eso el
Sínodo dijo que «la juventud es una etapa original y estimulante de la vida, que el propio Jesús vivió,
santificándola» [4]. ¿Qué nos cuenta el Evangelio acerca de la juventud de Jesús?
La juventud de Jesús
23. El Señor «entregó su espíritu» (Mt 27,50) en una cruz cuando tenía poco más de 30 años de edad (cf. Lc 3,23).
Es importante tomar conciencia de que Jesús fue un joven. Dio su vida en una etapa que hoy se define como la
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de un adulto joven. En la plenitud de su juventud comenzó su misión pública y así «brilló una gran luz» (Mt 4,16),
sobre todo cuando dio su vida hasta el fin. Este final no era improvisado, sino que toda su juventud fue una
preciosa preparación, en cada uno de sus momentos, porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio»
[5] y «toda la vida de Cristo es misterio de Redención» [6].
24. El Evangelio no habla de la niñez de Jesús, pero sí nos narra algunos acontecimientos de su adolescencia y
juventud. Mateo sitúa este período de la juventud del Señor entre dos acontecimientos: el regreso de su familia a
Nazaret, después del tiempo de exilio, y su bautismo en el Jordán, donde comenzó su misión pública. Las últimas
imágenes de Jesús niño son las de un pequeño refugiado en Egipto (cf. Mt 2,14-15) y posteriormente las de un
repatriado en Nazaret (cf. Mt 2,19-23). Las primeras imágenes de Jesús, joven adulto, son las que nos lo presentan
en el gentío junto al río Jordán, para hacerse bautizar por su primo Juan el Bautista, como uno más de su pueblo
(cf. Mt 3,13-17).
25. Este bautismo no era como el nuestro, que nos introduce en la vida de la gracia, sino que fue una consagración
antes de comenzar la gran misión de su vida. El Evangelio dice que su bautismo fue motivo de la alegría y del
beneplácito del Padre: «Tú eres mi Hijo amado» (Lc 3,22). En seguida Jesús apareció lleno del Espíritu Santo y
fue conducido por el Espíritu al desierto. Así estaba preparado para salir a predicar y a hacer prodigios, para
liberar y sanar (cf. Lc 4,1-14). Cada joven, cuando se sienta llamado a cumplir una misión en esta tierra, está
invitado a reconocer en su interior esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú eres mi hijo amado».
26. Entre estos relatos, encontramos uno que muestra a Jesús en plena adolescencia. Es cuando regresó con sus
padres a Nazaret, después que ellos lo perdieron y lo encontraron en el Templo (cf. Lc 2,41-51). Allí dice que
«les estaba sujeto» (cf. Lc 2,51), porque no renegaba de su familia. Después, Lucas agrega que Jesús «crecía en
sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Es decir, estaba siendo preparado, y en ese período
iba profundizando su relación con el Padre y con los demás. San Juan Pablo II explicaba que no crecía sólo
físicamente, sino que «se dio también en Jesús un crecimiento espiritual», porque «la plenitud de gracia en Jesús
era relativa a la edad: había siempre plenitud, pero una plenitud creciente con el crecer de la edad» [7].
27. Con estos datos evangélicos podemos decir que, en su etapa de joven, Jesús se fue «formando», se fue
preparando para cumplir el proyecto que el Padre tenía. Su adolescencia y su juventud lo orientaron a esa misión
suprema.
28. En la adolescencia y en la juventud, su relación con el Padre era la del Hijo amado, atraído por el Padre, crecía
ocupándose de sus cosas: «¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49). Sin embargo,
no hay que pensar que Jesús fuera un adolescente solitario o un joven ensimismado. Su relación con la gente era
la de un joven que compartía toda la vida de una familia bien integrada en el pueblo. Aprendió el trabajo de su
padre y luego lo reemplazó como carpintero. Por eso, en el Evangelio una vez se le llama «el hijo del carpintero»
(Mt 13,55) y otra vez sencillamente «el carpintero» (Mc 6,3). Este detalle muestra que era un muchacho más de
su pueblo, que se relacionaba con toda normalidad. Nadie lo miraba como un joven raro o separado de los demás.
Precisamente por esta razón, cuando Jesús salió a predicar, la gente no se explicaba de dónde sacaba esa sabiduría:
«¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22).
29. El hecho es que «Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que
se movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos» [8]. Así entendemos por qué
sus padres, cuando regresaban de la peregrinación a Jerusalén, estaban tranquilos pensando que el jovencito de
doce años (cf. Lc 2,42) caminaba libremente entre la gente, aunque no lo vieran durante un día entero: «Creyendo
que estaba en la caravana, hicieron un día de camino» (Lc 2,44). Ciertamente, pensaban que Jesús estaba allí,
yendo y viniendo entre los demás, bromeando con otros de su edad, escuchando las narraciones de los adultos y
compartiendo las alegrías y las tristezas de la caravana. El término griego utilizado por Lucas para la caravana de
peregrinos, synodía, indica precisamente esta “comunidad en camino” de la que forma parte la sagrada familia.
Gracias a la confianza de sus padres, Jesús se mueve libremente y aprende a caminar con todos los demás.
Su juventud nos ilumina
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30. Estos aspectos de la vida de Jesús pueden resultar inspiradores para todo joven que crece y se prepara para
realizar su misión. Esto implica madurar en la relación con el Padre, en la conciencia de ser uno más de la familia
y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu y conducido a realizar la misión que Dios encomienda,
la propia vocación. Nada de esto debería ser ignorado en la pastoral juvenil, para no crear proyectos que aíslen a
los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en una minoría selecta y preservada de todo contagio.
Necesitamos más bien proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los lancen al encuentro con los demás, al
servicio generoso, a la misión.
31. Jesús no los ilumina a ustedes, jóvenes, desde lejos o desde afuera, sino desde su propia juventud, que
comparte con ustedes. Es muy importante contemplar al Jesús joven que nos muestran los evangelios, porque Él
fue verdaderamente uno de ustedes, y en Él se pueden reconocer muchas notas de los corazones jóvenes. Lo
vemos, por ejemplo, en las siguientes características: «Jesús tenía una confianza incondicional en el Padre, cuidó
la amistad con sus discípulos, e incluso en los momentos críticos permaneció fiel a ellos. Manifestó una profunda
compasión por los más débiles, especialmente los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos. Tuvo la
valentía de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; vivió la experiencia de sentirse
incomprendido y descartado; sintió miedo del sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su mirada
al futuro abandonándose en las manos seguras del Padre y a la fuerza del Espíritu. En Jesús todos los jóvenes
pueden reconocerse» [9].
32. Por otra parte, Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la
verdadera juventud de un mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con «dolores de
parto» (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que
mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de la
vida que vale la pena. En dos detalles curiosos del evangelio de Marcos puede advertirse el llamado a la verdadera
juventud de los resucitados. Por una parte, en la pasión del Señor aparece un joven temeroso que intentaba seguir
a Jesús pero que huyó desnudo (cf. Mc 14,51-52), un joven que no tuvo la fuerza de arriesgarlo todo por seguir al
Señor. En cambio, junto al sepulcro vacío, vemos a un joven «vestido con una túnica blanca» (16,5) que invitaba
a perder el temor y anunciaba el gozo de la resurrección (cf. 16,6-7).
33. El Señor nos llama a encender estrellas en la noche de otros jóvenes, nos invita a mirar los verdaderos astros,
esos signos tan variados que Él nos da para que no nos quedemos quietos, sino que imitemos al sembrador que
miraba las estrellas para poder arar el campo. Dios nos enciende estrellas para que sigamos caminando: «Las
estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia, Él las llama y le responden» (Ba 3,34-35). Pero Cristo mismo
es para nosotros la gran luz de esperanza y de guía en nuestra noche, porque Él es «la estrella radiante de la
mañana» (Ap 22,16).
La juventud de la Iglesia
34. Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia
pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos
más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor. Recordando esta verdad, el Concilio
Vaticano II expresaba que «rica en un largo pasado, siempre vivo en ella y marchando hacia la perfección humana
en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo». En ella
es posible siempre encontrar a Cristo «el compañero y amigo de los jóvenes» [10].
Una Iglesia que se deja renovar
35. Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla,
volverla inmóvil. También pidamos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo lo que
el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás. No. Es joven
cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la
presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su
fuente.
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36. Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos raros”. Todos tienen que sentirnos
hermanos y cercanos, como los Apóstoles, que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47; cf. 4,21.33;
5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no
ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la
fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de
la amistad social.
37. La Iglesia de Cristo siempre puede caer en la tentación de perder el entusiasmo porque ya no escucha la
llamada del Señor al riesgo de la fe, a darlo todo sin medir los peligros, y vuelve a buscar falsas seguridades
mundanas. Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla a mantenerse joven, a no caer en la corrupción,
a no quedarse, a no enorgullecerse, a no convertirse en secta, a ser más pobre y testimonial, a estar cerca de los
últimos y descartados, a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con humildad. Ellos pueden aportarle a la Iglesia
la belleza de la juventud cuando estimulan la capacidad «de alegrarse con lo que comienza, de darse sin
recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas» [11].
38. Quienes ya no somos jóvenes, necesitamos ocasiones para tener cerca la voz y el estímulo de ellos, y «la
cercanía crea las condiciones para que la Iglesia sea un espacio de diálogo y testimonio de fraternidad que fascine»
[12]. Nos hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los jóvenes: «La escucha hace posible un
intercambio de dones, en un contexto de empatía […]. Al mismo tiempo, pone las condiciones para un anuncio
del Evangelio que llegue verdaderamente al corazón, de modo incisivo y fecundo» [13].
Una Iglesia atenta a los signos de los tiempos
39. «Para muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia son palabras vacías, en cambio son sensibles a la figura de
Jesús, cuando viene presentada de modo atractivo y eficaz» [14]. Por eso es necesario que la Iglesia no esté
demasiado pendiente de sí misma, sino que refleje sobre todo a Jesucristo. Esto implica que reconozca con
humildad que algunas cosas concretas deben cambiar, y para ello necesita también recoger la visión y aun las
críticas de los jóvenes.
40. En el Sínodo se reconoció «que un número consistente de jóvenes, por razones muy distintas, no piden nada
a la Iglesia porque no la consideran significativa para su existencia. Algunos, incluso, piden expresamente que se
les deje en paz, ya que sienten su presencia como molesta y hasta irritante. Esta petición con frecuencia no nace
de un desprecio acrítico e impulsivo, sino que hunde sus raíces en razones serias y comprensibles: los escándalos
sexuales y económicos; la falta de preparación de los ministros ordenados que no saben captar adecuadamente la
sensibilidad de los jóvenes; el poco cuidado en la preparación de la homilía y en la explicación de la Palabra de
Dios; el papel pasivo asignado a los jóvenes dentro de la comunidad cristiana; la dificultad de la Iglesia para dar
razón de sus posiciones doctrinales y éticas a la sociedad contemporánea»[15].
41. Si bien hay jóvenes que disfrutan cuando ven una Iglesia que se manifiesta humildemente segura de sus dones
y también capaz de ejercer una crítica leal y fraterna, otros jóvenes reclaman una Iglesia que escuche más, que no
se la pase condenando al mundo. No quieren ver a una Iglesia callada y tímida, pero tampoco que esté siempre
en guerra por dos o tres temas que la obsesionan. Para ser creíble ante los jóvenes, a veces necesita recuperar la
humildad y sencillamente escuchar, reconocer en lo que dicen los demás alguna luz que la ayude a descubrir
mejor el Evangelio. Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que
la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo. ¿Cómo podrá acoger de esa manera los sueños de
los jóvenes? Aunque tenga la verdad del Evangelio, eso no significa que la haya comprendido plenamente; más
bien tiene que crecer siempre en la comprensión de ese tesoro inagotable [16].
42. Por ejemplo, una Iglesia demasiado temerosa y estructurada puede ser permanentemente crítica ante todos los
discursos sobre la defensa de los derechos de las mujeres, y señalar constantemente los riesgos y los posibles
errores de esos reclamos. En cambio, una Iglesia viva puede reaccionar prestando atención a las legítimas
reivindicaciones de las mujeres que piden más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y reconocer una larga
trama de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de diversas formas de esclavitud, de abuso y
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de violencia machista. Con esta mirada será capaz de hacer suyos estos reclamos de derechos, y dará su aporte
con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, aunque no esté de acuerdo con todo lo que
propongan algunos grupos feministas. En esta línea, el Sínodo quiso renovar el compromiso de la Iglesia «contra
toda clase de discriminación y violencia sexual» [17]. Esa es la reacción de una Iglesia que se mantiene joven y
que se deja cuestionar e impulsar por la sensibilidad de los jóvenes.
María, la muchacha de Nazaret
43. En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una Iglesia joven, que quiere seguir
a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer
preguntas (cf. Lc 1,34). Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la servidora del Señor» (Lc 1,38).
44. «Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María joven. La fuerza de ese “hágase” que le dijo al ángel.
Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada. Fue algo distinto a un “sí” como diciendo: bueno,
vamos a probar a ver qué pasa. María no conocía esa expresión: vamos a ver qué pasa. Era decidida, supo de qué
se trataba y dijo “sí”, sin vueltas. Fue algo más, fue algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el
que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora
de una promesa. Y yo pregunto a cada uno de ustedes. ¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa
tengo en el corazón para llevar adelante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran
una razón para decir “no”. Seguro que tendría complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se
producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. ¡María no compró un
seguro de vida! ¡María se la jugó y por eso es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios! El “sí”
y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades» [18].
45. Sin ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo acompañar el dolor de su Hijo […] sostenerlo en la mirada,
cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y
acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza […]. De ella aprendemos a decir “sí” en la
testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar» [19].
46. María era la chica de alma grande que se estremecía de alegría (cf. Lc 1,47), era la jovencita con los ojos
iluminados por el Espíritu Santo que contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha
(cf. Lc 2,19.51). Era la inquieta, la que se pone continuamente en camino, que cuando supo que su prima la
necesitaba no pensó en sus propios proyectos, sino que salió hacia la montaña «sin demora» (Lc 1,39).
47. Y si hacía falta proteger a su niño, allá iba con José a un país lejano (cf. Mt 2,13-14). Por eso permaneció
junto a los discípulos reunidos en oración esperando al Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así, con su presencia, nació
una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para hacer nacer un mundo nuevo (cf. Hch 2,4-11).
48. Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que caminamos por la vida muchas
veces cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague. Eso es lo que queremos: que
la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino, pueblo de jóvenes querido por
ella, que la busca haciendo silencio en el corazón, aunque en el camino haya mucho ruido, conversaciones y
distracciones. Pero ante los ojos de la Madre sólo cabe el silencio esperanzado. Y así María ilumina de nuevo
nuestra juventud.
Jóvenes santos
49. El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su vida por Cristo, muchos de
ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos
de la modorra. El Sínodo destacó que «muchos jóvenes santos han hecho brillar los rasgos de la edad juvenil en
toda su belleza y en su época fueron verdaderos profetas de cambio; su ejemplo muestra de qué son capaces los
jóvenes cuando se abren al encuentro con Cristo» [20].

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50. «A través de la santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico. El
bálsamo de la santidad generada por la vida buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del
mundo, devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido llamados: los jóvenes santos
nos animan a volver a nuestro amor primero (cf.Ap 2,4)».[21] Hay santos que no conocieron la vida adulta, y nos
dejaron el testimonio de otra forma de vivir la juventud. Recordemos al menos a algunos de ellos, de distintos
momentos de la historia, que vivieron la santidad cada uno a su modo.
51. En el siglo III, san Sebastián era un joven capitán de la guardia pretoriana. Cuentan que hablaba de Cristo por
todas partes y trataba de convertir a sus compañeros, hasta que le ordenaron renunciar a su fe. Como no aceptó,
lanzaron sobre él una lluvia de flechas, pero sobrevivió y siguió anunciando a Cristo sin miedo. Finalmente lo
azotaron hasta matarlo.
52. San Francisco de Asís, siendo muy joven y lleno de sueños, escuchó el llamado de Jesús a ser pobre como Él
y a restaurar la Iglesia con su testimonio. Renunció a todo con alegría y es el santo de la fraternidad universal, el
hermano de todos, que alababa al Señor por sus creaturas. Murió en 1226.
53. Santa Juana de Arco nació en 1412. Era una joven campesina que, a pesar de su corta edad, luchó para defender
a Francia de los invasores. Incomprendida por su aspecto y por su forma de vivir la fe, murió en la hoguera.
54. El beato Andrés Phû Yên era un joven vietnamita del siglo XVII. Era catequista y ayudaba a los misioneros.
Fue hecho prisionero por su fe, y debido a que no quiso renunciar a ella fue asesinado. Murió diciendo: “Jesús”.
55. En ese mismo siglo, santa Catalina Tekakwitha, una joven laica nativa de América del Norte, sufrió una
persecución por su fe y huyó caminando más de 300 kilómetros a través de bosques espesos. Se consagró a Dios
y murió diciendo: “¡Jesús, te amo!”.
56. Santo Domingo Savio le ofrecía a María todos sus sufrimientos. Cuando san Juan Bosco le enseñó que la
santidad supone estar siempre alegres, abrió su corazón a una alegría contagiosa. Procuraba estar cerca de sus
compañeros más marginados y enfermos. Murió en 1857 a los catorce años, diciendo: “¡Qué maravilla estoy
viendo!”.
57. Santa Teresa del Niño Jesús nació en 1873. A los 15 años, atravesando muchas dificultades, logró ingresar a
un convento carmelita. Vivió el caminito de la confianza total en el amor del Señor y se propuso alimentar con
su oración el fuego del amor que mueve a la Iglesia.
58. El beato Ceferino Namuncurá era un joven argentino, hijo de un destacado cacique de los pueblos originarios.
Llegó a ser seminarista salesiano, lleno de deseos de volver a su tribu para llevar a Jesucristo. Murió en 1905.
59. El beato Isidoro Bakanja era un laico del Congo que daba testimonio de su fe. Fue torturado durante largo
tiempo por haber propuesto el cristianismo a otros jóvenes. Murió perdonando a su verdugo en 1909.
60. El beato Pier Giorgio Frassati, que murió en 1925, «era un joven de una alegría contagiosa, una alegría que
superaba también tantas dificultades de su vida» [22]. Decía que él intentaba retribuir el amor de Jesús que recibía
en la comunión, visitando y ayudando a los pobres.
61. El beato Marcel Callo era un joven francés que murió en 1945. En Austria fue encerrado en un campo de
concentración donde confortaba en la fe a sus compañeros de cautiverio, en medio de duros trabajos.
62. La joven beata Chiara Badano, que murió en 1990, «experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por
el amor […]. La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad
como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás» [23].
63. Que ellos y también muchos jóvenes que quizás desde el silencio y el anonimato vivieron a fondo el Evangelio,
intercedan por la Iglesia, para que esté llena de jóvenes alegres, valientes y entregados que regalen al mundo
nuevos testimonios de santidad.

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Capítulo tercero
Ustedes son el ahora de Dios

64. Después de recorrer la Palabra de Dios, no podemos decir sólo que los jóvenes son el futuro del mundo. Son
el presente, lo están enriqueciendo con su aporte. Un joven ya no es un niño, está en un momento de la vida en
que comienza a tomar distintas responsabilidades, participando con los adultos en el desarrollo de la familia, de
la sociedad, de la Iglesia. Pero los tiempos cambian, y resuena la pregunta: ¿cómo son los jóvenes hoy, ¿qué les
pasa ahora?
En positivo
65. El Sínodo reconoció que los fieles de la Iglesia no siempre tienen la actitud de Jesús. En lugar de disponernos
a escucharlos a fondo, «a veces predomina la tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas,
sin dejar que las preguntas de los jóvenes se planteen con su novedad y sin aceptar su provocación» [24]. En
cambio, cuando la Iglesia abandona esquemas rígidos y se abre a la escucha disponible y atenta de los jóvenes,
esta empatía la enriquece, porque «permite que los jóvenes den su aportación a la comunidad, ayudándola a abrirse
a nuevas sensibilidades y a plantearse preguntas inéditas» [25].
66. Hoy los adultos corremos el riesgo de hacer un listado de calamidades, de defectos de la juventud actual.
Algunos podrán aplaudirnos porque parecemos expertos en encontrar puntos negativos y peligros. ¿Pero cuál
sería el resultado de esa actitud? Más y más distancia, menos cercanía, menos ayuda mutua.
67. La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la
pequeña llama que continúa ardiendo, la caña que parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que sin embargo todavía no
se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo murallas, es la habilidad de reconocer
posibilidades donde otros ven solamente peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar
las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de cada joven debe por tanto ser
considerado “tierra sagrada”, portador de semillas de vida divina, ante quien debemos “descalzarnos” para poder
acercarnos y profundizar en el Misterio.
Muchas juventudes
68. Podríamos intentar describir las características de los jóvenes de hoy, pero ante todo quiero recoger una
advertencia de los Padres sinodales: «La composición del Sínodo ha hecho visible la presencia y la aportación de
las diversas regiones del mundo, y ha puesto de relieve la belleza de ser Iglesia universal. Aun en un contexto de
globalización creciente, los Padres sinodales han pedido que se destacaran las numerosas diferencias entre
contextos y culturas, incluso dentro de un mismo país. Existe una pluralidad de mundos juveniles, tanto es así que
en algunos países se tiende a utilizar el término “juventud” en plural. Además, la franja de edad considerada por
este Sínodo (16-29 años) no representa un conjunto homogéneo, sino que está compuesta por grupos que viven
situaciones peculiares» [26].
69. Ya desde el punto de vista demográfico, en algunos países hay muchos jóvenes, mientras otros tienen una tasa
de natalidad muy baja. Pero «otra diferencia deriva de la historia, que distingue a los países y continentes de
antigua tradición cristiana, cuya cultura es portadora de una memoria que no hay que perder, respecto de los países
y continentes marcados en cambio por otras tradiciones religiosas y en los que el cristianismo es una presencia
minoritaria y a veces reciente. En otros territorios, además, las comunidades cristianas y los jóvenes que forman
parte de ellas son objeto de persecución» [27]. También hay que distinguir los jóvenes «a quienes la globalización
ofrece un mayor número de oportunidades, de aquellos que viven al margen de la sociedad o en el mundo rural y
sufren los efectos de formas de exclusión y descarte» [28].

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70. Hay muchas diferencias más, que sería complejo detallar aquí. Por lo tanto, no creo conveniente detenerme a
ofrecer un análisis exhaustivo sobre los jóvenes en el mundo actual, sobre cómo viven y qué les pasa. Pero como
tampoco puedo dejar de mirar la realidad, recogeré brevemente algunos aportes que llegaron antes del Sínodo y
otros que pude recoger durante el mismo.
Algunas cosas que les pasan a los jóvenes
71. La juventud no es algo que se pueda analizar en abstracto. En realidad, “la juventud” no existe, existen los
jóvenes con sus vidas concretas. En el mundo actual, lleno de progresos, muchas de esas vidas están expuestas al
sufrimiento y a la manipulación.
Jóvenes de un mundo en crisis
72. Los padres sinodales evidenciaron con dolor que «muchos jóvenes viven en contextos de guerra y padecen la
violencia en una innumerable variedad de formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres
humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etc. A otros jóvenes, a causa de su fe, les cuesta
encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de diversos tipos de persecuciones, e incluso la muerte. Son
muchos los jóvenes que, por constricción o falta de alternativas, viven perpetrando delitos y violencias: niños
soldados, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, terrorismo, etc. Esta violencia trunca muchas vidas
jóvenes. Abusos y adicciones, así como violencia y comportamientos negativos son algunas de las razones que
llevan a los jóvenes a la cárcel, con una especial incidencia en algunos grupos étnicos y sociales» [29].
73. Muchos jóvenes son ideologizados, utilizados y aprovechados como carne de cañón o como fuerza de choque
para destruir, amedrentar o ridiculizar a otros. Y lo peor es que muchos son convertidos en seres individualistas,
enemigos y desconfiados de todos, que así se vuelven presa fácil de ofertas deshumanizantes y de los planes
destructivos que elaboran grupos políticos o poderes económicos.
74. Todavía son «más numerosos en el mundo los jóvenes que padecen formas de marginación y exclusión social
por razones religiosas, étnicas o económicas. Recordamos la difícil situación de adolescentes y jóvenes que
quedan embarazadas y la plaga del aborto, así como la difusión del VIH, las varias formas de adicción (drogas,
juegos de azar, pornografía, etc.) y la situación de los niños y jóvenes de la calle, que no tienen casa ni familia ni
recursos económicos» [30]. Cuando además son mujeres, estas situaciones de marginación se vuelven doblemente
dolorosas y difíciles.
75. No seamos una Iglesia que no llora frente a estos dramas de sus hijos jóvenes. Nunca nos acostumbremos,
porque quien no sabe llorar no es madre. Nosotros queremos llorar para que la sociedad también sea más madre,
para que en vez de matar aprenda a parir, para que sea promesa de vida. Lloramos cuando recordamos a los
jóvenes que ya han muerto por la miseria y la violencia, y le pedimos a la sociedad que aprenda a ser madre
solidaria. Ese dolor no se va, camina con nosotros, porque la realidad no se puede esconder. Lo peor que podemos
hacer es aplicar la receta del espíritu mundano que consiste en anestesiar a los jóvenes con otras noticias, con
otras distracciones, con banalidades.
76. Quizás «aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Ciertas realidades
de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo
aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que
no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto
es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más?» [31]. Intenta aprender a llorar por
los jóvenes que están peor que tú. La misericordia y la compasión también se expresan llorando. Si no te sale,
ruega al Señor que te conceda derramar lágrimas por el sufrimiento de otros. Cuando sepas llorar, entonces sí
serás capaz de hacer algo de corazón por los demás.
77. A veces el dolor de algunos jóvenes es muy lacerante; es un dolor que no se puede expresar con palabras; es
un dolor que nos abofetea. Esos jóvenes sólo pueden decirle a Dios que sufren mucho, que les cuesta demasiado
seguir adelante, que ya no creen en nadie. Pero en ese lamento desgarrador se hacen presentes las palabras de
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Jesús: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5,4). Hay jóvenes que pudieron abrirse camino en la
vida porque les llegó esa promesa divina. Ojalá siempre haya cerca de un joven sufriente una comunidad cristiana
que pueda hacer resonar esas palabras con gestos, abrazos y ayudas concretas.
78. Es verdad que los poderosos prestan algunas ayudas, pero frecuentemente a un alto costo. En muchos países
pobres las ayudas económicas de algunos países más ricos o de algunos organismos internacionales suelen estar
vinculadas a la aceptación de propuestas occidentales con respecto a la sexualidad, al matrimonio, a la vida o a la
justicia social. Esta colonización ideológica daña en especial a los jóvenes. Al mismo tiempo, vemos cómo cierta
publicidad enseña a las personas a estar siempre insatisfechas y contribuye a la cultura del descarte, donde los
mismos jóvenes terminan convertidos en material descartable.
79. La cultura actual presenta un modelo de persona muy asociado a la imagen de lo joven. Se siente bello quien
aparenta juventud, quien realiza tratamientos para hacer desaparecer las huellas del tiempo. Los cuerpos jóvenes
son constantemente usados en la publicidad, para vender. El modelo de belleza es un modelo juvenil, pero estemos
atentos, porque esto no es un elogio para los jóvenes. Sólo significa que los adultos quieren robar la juventud para
ellos, no que respeten, amen y cuiden a los jóvenes.
80. Algunos jóvenes «sienten las tradiciones familiares como oprimentes y huyen de ellas impulsados por una
cultura globalizada que a veces los deja sin puntos de referencia. En otras partes del mundo, en cambio, entre
jóvenes y adultos no se da un verdadero conflicto generacional, sino una extrañeza mutua. A veces los adultos no
tratan de transmitir los valores fundamentales de la existencia o no lo logran, o bien asumen estilos juveniles,
invirtiendo la relación entre generaciones. De este modo, se corre el riesgo de que la relación entre jóvenes y
adultos permanezca en el plano afectivo, sin tocar la dimensión educativa y cultural» [32]. ¡Cuánto daño hace
esto a los jóvenes, aunque algunos no lo adviertan! Los mismos jóvenes nos han hecho notar que esto dificulta
enormemente la transmisión de la fe «en algunos países donde no hay libertad de expresión, y donde se les impide
participar en la Iglesia» [33].
Deseos, heridas y búsquedas
81. Los jóvenes reconocen que el cuerpo y la sexualidad tienen una importancia esencial para su vida y en el
camino de crecimiento de su identidad. Sin embargo, en un mundo que enfatiza excesivamente la sexualidad, es
difícil mantener una buena relación con el propio cuerpo y vivir serenamente las relaciones afectivas. Por esta y
por otras razones, la moral sexual suele ser muchas veces «causa de incomprensión y de alejamiento de la Iglesia,
ya que se percibe como un espacio de juicio y de condena». Al mismo tiempo, los jóvenes expresan «un explícito
deseo de confrontarse sobre las cuestiones relativas a la diferencia entre identidad masculina y femenina, a la
reciprocidad entre hombres y mujeres, y a la homosexualidad» [34].
82. En nuestro tiempo «los avances de las ciencias y de las tecnologías biomédicas inciden sobre la percepción
del cuerpo, induciendo a la idea de que se puede modificar sin límite. La capacidad de intervenir sobre el ADN,
la posibilidad de insertar elementos artificiales en el organismo (cyborg) y el desarrollo de las neurociencias
constituyen un gran recurso, pero al mismo tiempo plantean interrogantes antropológicos y éticos» [35]. Pueden
llevarnos a olvidar que la vida es un don, y que somos seres creados y limitados, que fácilmente podemos ser
instrumentalizados por quienes tienen el poder tecnológico [36]. «Además en algunos contextos juveniles se
difunde un cierto atractivo por comportamientos de riesgo como instrumento para explorarse a sí mismos,
buscando emociones fuertes y obtener un reconocimiento. […] Estos fenómenos, a los que están expuestas las
nuevas generaciones, constituyen un obstáculo para una maduración serena» [37].
83. En los jóvenes también están los golpes, los fracasos, los recuerdos tristes clavados en el alma. Muchas veces
«son las heridas de las derrotas de la propia historia, de los deseos frustrados, de las discriminaciones e injusticias
sufridas, del no haberse sentido amados o reconocidos». Además «están las heridas morales, el peso de los propios
errores, los sentimientos de culpa por haberse equivocado» [38]. Jesús se hace presente en esas cruces de los
jóvenes, para ofrecerles su amistad, su alivio, su compañía sanadora, y la Iglesia quiere ser su instrumento en este
camino hacia la restauración interior y la paz del corazón.
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84. En algunos jóvenes reconocemos un deseo de Dios, aunque no tenga todos los contornos del Dios revelado.
En otros podremos vislumbrar un sueño de fraternidad, que no es poco. En muchos habrá un deseo real de
desarrollar las capacidades que hay en ellos para aportarle algo al mundo. En algunos vemos una sensibilidad
artística especial, o una búsqueda de armonía con la naturaleza. En otros habrá quizás una gran necesidad de
comunicación. En muchos de ellos encontraremos un profundo deseo de una vida diferente. Se trata de verdaderos
puntos de partida, fibras interiores que esperan con apertura una palabra de estímulo, de luz y de aliento.
85. El Sínodo ha tratado especialmente tres temas de suma importancia, cuyas conclusiones quiero acoger
textualmente, aunque todavía nos requerirán avanzar en un mayor análisis y desarrollar una más adecuada y eficaz
capacidad de respuesta.
El ambiente digital
86. «El ambiente digital caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la humanidad están inmersas
en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de
vivir en una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio,
la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de
entrar en relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto
a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico» [39].
87. La web y las redes sociales han creado una nueva manera de comunicarse y de vincularse, y «son una plaza
en la que los jóvenes pasan mucho tiempo y se encuentran fácilmente, aunque el acceso no es igual para todos,
en particular en algunas regiones del mundo. En cualquier caso, constituyen una extraordinaria oportunidad de
diálogo, encuentro e intercambio entre personas, así como de acceso a la información y al conocimiento. Por otro
lado, el entorno digital es un contexto de participación sociopolítica y de ciudadanía activa, y puede facilitar la
circulación de información independiente capaz de tutelar eficazmente a las personas más vulnerables poniendo
de manifiesto las violaciones de sus derechos. En numerosos países, web y redes sociales representan un lugar
irrenunciable para llegar a los jóvenes e implicarlos, incluso en iniciativas y actividades pastorales» [40].
88. Pero para comprender este fenómeno en su totalidad hay que reconocer que, como toda realidad humana, está
atravesado por límites y carencias. No es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual. De hecho,
«el ambiente digital también es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia, hasta llegar al
caso extremo del dark web. Los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de
aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de
relaciones interpersonales auténticas. Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por
ejemplo, el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas
para fines sexuales o mediante el juego de azar» [41].
89. No se debería olvidar que «en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de
realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y
del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro
entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos
cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios. La proliferación
de las fake news es expresión de una cultura que ha perdido el sentido de la verdad y somete los hechos a intereses
particulares. La reputación de las personas está en peligro mediante juicios sumarios en línea. El fenómeno afecta
también a la Iglesia y a sus pastores» [42].
90. En un documento que prepararon 300 jóvenes de todo el mundo antes del Sínodo, ellos indicaron que «las
relaciones online pueden volverse inhumanas. Los espacios digitales nos ciegan a la vulnerabilidad del otro y
obstaculizan la reflexión personal. Problemas como la pornografía distorsionan la percepción que el joven tiene
de la sexualidad humana. La tecnología usada de esta forma, crea una realidad paralela ilusoria que ignora la
dignidad humana» [43]. La inmersión en el mundo virtual ha propiciado una especie de “migración digital”, es
decir, un distanciamiento de la familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas personas a un
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mundo de soledad y de autoinvención, hasta experimentar así una falta de raíces, aunque permanezcan físicamente
en el mismo lugar. La vida nueva y desbordante de los jóvenes, que empuja y busca autoafirmar la propia
personalidad, se enfrenta hoy a un desafío nuevo: interactuar con un mundo real y virtual en el que se adentran
solos como en un continente global desconocido. Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer esta síntesis entre
lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una
buena y sana comunicación.
Los migrantes como paradigma de nuestro tiempo
91. ¿Cómo no recordar a tantos jóvenes afectados por las migraciones? Los fenómenos migratorios «no
representan una emergencia transitoria, sino que son estructurales. Las migraciones pueden tener lugar dentro del
mismo país o bien entre países distintos. La preocupación de la Iglesia atañe en particular a aquellos que huyen
de la guerra, de la violencia, de la persecución política o religiosa, de los desastres naturales –debidos entre otras
cosas a los cambios climáticos– y de la pobreza extrema: muchos de ellos son jóvenes. En general, buscan
oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que
se haga realidad» [44]. Los migrantes «nos recuerdan la condición originaria de la fe, o sea la de ser “forasteros
y peregrinos en la tierra” (Hb 11,13)» [45].
92. Otros migrantes son «atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas poco realistas que los
exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de
las armas, explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su viaje con demasiada
frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas, el abuso psicológico y físico, y sufrimientos
indescriptibles. Cabe señalar la especial vulnerabilidad de los inmigrantes menores no acompañados, y la
situación de quienes se ven obligados a pasar muchos años en los campos de refugiados o que permanecen
bloqueados durante largo tiempo en los países de tránsito, sin poder continuar sus estudios ni desarrollar sus
talentos. En algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados
y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí
misma, ante la que hay que reaccionar con decisión» [46].
93. «Los jóvenes que emigran tienen que separarse de su propio contexto de origen y con frecuencia viven un
desarraigo cultural y religioso. La fractura también concierne a las comunidades de origen, que pierden a los
elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres o
ambos, dejando a los hijos en el país de origen. La Iglesia tiene un papel importante como referencia para los
jóvenes de estas familias rotas. Sin embargo, las historias de los migrantes también son historias de encuentro
entre personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades a las que llegan son una oportunidad de
enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos. Las iniciativas de acogida que hacen referencia a la
Iglesia tienen un rol importante desde este punto de vista, y pueden revitalizar a las comunidades capaces de
realizarlas» [47].
94. «Gracias a la diversa proveniencia de los Padres [sinodales], respecto al tema de los migrantes el Sínodo ha
vivido el encuentro de muchas perspectivas, en particular entre países de origen y países de llegada. Además, ha
resonado el grito de alarma de aquellas Iglesias cuyos miembros se ven obligados a escapar de la guerra y de la
persecución, y que ven en estas migraciones forzadas una amenaza para su propia existencia. Precisamente el
hecho de incluir en su seno todas estas perspectivas pone a la Iglesia en condiciones de desempeñar en medio de
la sociedad un papel profético sobre el tema de las migraciones» [48]. Pido especialmente a los jóvenes que no
caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como
seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano.
Poner fin a todo tipo de abusos
95. En los últimos tiempos se nos ha reclamado con fuerza que escuchemos el grito de las víctimas de los distintos
tipos de abuso que han llevado a cabo algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estos pecados provocan
en sus víctimas «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede
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poner remedio. Este fenómeno está muy difundido en la sociedad y afecta también a la Iglesia y representa un
serio obstáculo para su misión» [49].
96. Es verdad que «la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso
en todas las culturas y sociedades», especialmente en el seno de las propias familias y en diversas instituciones,
cuya extensión se evidenció sobre todo «gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública». Pero «la
universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su
monstruosidad dentro de la Iglesia» y «en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios,
traicionado y abofeteado» [50].
97. «El Sínodo renueva su firme compromiso en la adopción de medidas rigurosas de prevención que impidan
que se repitan, a partir de la selección y de la formación de aquellos a quienes se encomendarán tareas de
responsabilidad y educativas» [51]. Al mismo tiempo, ya no hay que abandonar la decisión de aplicar las
«acciones y sanciones tan necesarias» [52]. Y todo esto con la gracia de Cristo. No hay vuelta atrás.
98. «Existen diversos tipos de abuso: de poder, económico, de conciencia, sexual. Es evidente la necesidad de
desarraigar las formas de ejercicio de la autoridad en las que se injertan y de contrarrestar la falta de
responsabilidad y transparencia con la que se gestionan muchos de los casos. El deseo de dominio, la falta de
diálogo y de transparencia, las formas de doble vida, el vacío espiritual, así como las fragilidades psicológicas
son el terreno en el que prospera la corrupción» [53]. El clericalismo es una permanente tentación de los
sacerdotes, que interpretan «el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como
un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas
las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender nada» [54]. Sin dudas un espíritu clericalista expone a las
personas consagradas a perder el respeto por el valor sagrado e inalienable de cada persona y de su libertad.
99. Junto con los Padres sinodales, quiero expresar con cariño y reconocimiento mi «gratitud hacia quienes han
tenido la valentía de denunciar el mal sufrido: ayudan a la Iglesia a tomar conciencia de lo sucedido y de la
necesidad de reaccionar con decisión» [55]. Pero también merece un especial reconocimiento «el empeño sincero
de innumerables laicos, sacerdotes, consagrados y obispos que cada día se entregan con honestidad y dedicación
al servicio de los jóvenes. Su obra es un gran bosque que crece sin hacer ruido. También muchos de los jóvenes
presentes en el Sínodo han manifestado gratitud por aquellos que los acompañaron y han resaltado la gran
necesidad de figuras de referencia» [56].
100. Gracias a Dios los sacerdotes que cayeron en estos horribles crímenes no son la mayoría, que sostiene un
ministerio fiel y generoso. A los jóvenes les pido que se dejen estimular por esta mayoría. En todo caso, cuando
vean un sacerdote en riesgo, porque ha perdido el gozo de su ministerio, porque busca compensaciones afectivas
o está equivocando el rumbo, atrévanse a recordarle su compromiso con Dios y con su pueblo, anúncienle ustedes
el Evangelio y aliéntenlo a mantenerse en la buena senda. Así ustedes prestarán una invalorable ayuda en algo
fundamental: la prevención que permita evitar que se repitan estas atrocidades. Esta nube negra se convierte
también en un desafío para los jóvenes que aman a Jesucristo y a su Iglesia, porque pueden aportar mucho en esta
herida si ponen en juego su capacidad de renovar, de reclamar, de exigir coherencia y testimonio, de volver a
soñar y de reinventar.
101. No es este el único pecado de los miembros de la Iglesia, cuya historia tiene muchas sombras. Nuestros
pecados están a la vista de todos; se reflejan sin piedad en las arrugas del rostro milenario de nuestra Madre y
Maestra. Porque ella camina desde hace dos mil años, compartiendo «los gozos y las esperanzas, las tristezas y
las angustias de los hombres» [57]. Y camina como es, sin hacerse cirugías estéticas. No teme mostrar los pecados
de sus miembros, que a veces algunos de ellos intentan disimular, ante la luz ardiente de la Palabra del Evangelio
que limpia y purifica. Tampoco deja de recitar cada día, avergonzada: «Piedad de mí, Señor, por tu bondad. […]
Tengo siempre presente mi pecado» (Sal 51,3.5). Pero recordemos que no se abandona a la Madre cuando está
herida, sino que se la acompaña para que saque de ella toda su fortaleza y su capacidad de comenzar siempre de
nuevo.

14
102. En medio de este drama que justamente nos duele en el alma, «Jesús Nuestro Señor, que nunca abandona a
su Iglesia, le da la fuerza y los instrumentos para un nuevo camino» [58]. Así, este momento oscuro, «con la
valiosa ayuda de los jóvenes, puede ser realmente una oportunidad para una reforma de carácter histórico» [59],
para abrirse a un nuevo Pentecostés y empezar una etapa de purificación y de cambio que otorgue a la Iglesia una
renovada juventud. Pero los jóvenes podrán ayudar mucho más si se sienten de corazón parte del «santo y paciente
Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo», porque «será justamente este santo Pueblo de
Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones» [60].
Hay salida
103. En este capítulo me detuve a mirar la realidad de los jóvenes en el mundo actual. Algunos otros aspectos
aparecerán en los siguientes capítulos. Como ya dije, no pretendo ser exhaustivo con este análisis. Exhorto a las
comunidades a realizar con respeto y con seriedad un examen de su propia realidad juvenil más cercana, para
poder discernir los caminos pastorales más adecuados. Pero no quiero terminar este capítulo sin dirigir algunas
palabras a cada uno.
104. Te recuerdo la buena noticia que nos regaló la mañana de la Resurrección: que en todas las situaciones
oscuras o dolorosas que mencionamos hay salida. Por ejemplo, es verdad que el mundo digital puede ponerte ante
el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay jóvenes que también
en estos ámbitos son creativos y a veces geniales. Es lo que hacía el joven venerable Carlos Acutis.
105. Él sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden
ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos
comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad. Pero él fue capaz de usar las nuevas
técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza.
106. No cayó en la trampa. Veía que muchos jóvenes, aunque parecen distintos, en realidad terminan siendo más
de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y
atontamiento. De ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha dado, no le ofrecen a este mundo esas
capacidades tan personales y únicas que Dios ha sembrado en cada uno. Así, decía Carlos, ocurre que “todos
nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. No permitas que eso te ocurra.
107. No dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para utilizarte como esclavo de sus intereses.
Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a
ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho. Invoca al Espíritu Santo y
camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo.
108. Para eso necesitas reconocer algo fundamental: ser joven no es sólo la búsqueda de placeres pasajeros y de
éxitos superficiales. Para que la juventud cumpla la finalidad que tiene en el recorrido de tu vida, debe ser un
tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven fecundos. Es como
decía un gran poeta:
«Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

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Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado» [61].
109. Si eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado, pídele a Jesús que te renueve. Con Él
no falta la esperanza. Lo mismo puedes hacer si te sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el
egoísmo o la comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena. Así no
privarás al mundo de ese aporte que sólo tú puedes hacerle, siendo único e irrepetible como eres.
110. Pero quiero recordarte también que «es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las
asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos
seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y
sucumbimos» [62]. Esto vale especialmente para los jóvenes, porque ustedes unidos tienen una fuerza admirable.
Cuando se entusiasman por una vida comunitaria, son capaces de grandes sacrificios por los demás y por la
comunidad. En cambio, el aislamiento los debilita y los expone a los peores males de nuestro tiempo.

Capítulo cuarto
El gran anuncio para todos los jóvenes
111. Más allá de cualquier circunstancia, a todos los jóvenes quiero anunciarles ahora lo más importante, lo
primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos
escuchar siempre, una y otra vez.
Un Dios que es amor
112. Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo
quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia,
eres infinitamente amado.
113. Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor, tu padre de la tierra quizás fue lejano y
ausente o, por el contrario, dominante y absorbente. O sencillamente no fue el padre que necesitabas. No lo sé.
Pero lo que puedo decirte con seguridad es que puedes arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese
Dios que te dio la vida y que te la da a cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo sentirás
que Él respeta hasta el fondo tu libertad.
114. En su Palabra encontramos muchas expresiones de su amor. Es como si Él hubiera buscado distintas maneras
de manifestarlo para ver si con alguna de esas palabras podía llegar a tu corazón. Por ejemplo, a veces se presenta
como esos padres afectuosos que juegan con sus niños: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y
era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla» (Os 11,4).
A veces se presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos, con un amor entrañable
que es incapaz de olvidar o de abandonar: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con el
hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15).
Hasta se muestra como un enamorado que llega a tatuarse a la persona amada en la palma de su mano para poder
tener su rostro siempre cerca: «Míralo, te llevo tatuado en la palma de mis manos» (Is 49,16).
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Otras veces destaca la fuerza y la firmeza de su amor, que no se deja vencer: «Los montes se correrán y las colinas
se moverán, pero mi amor no se apartará de tu lado, mi alianza de paz no vacilará» (Is 54,10).
O nos dice que hemos sido esperados desde siempre, porque no aparecimos en este mundo por casualidad. Desde
antes que existiéramos éramos un proyecto de su amor: «Yo te amé con un amor eterno; por eso he guardado
fidelidad para ti» (Jr 31,3).
O nos hace notar que Él sabe ver nuestra belleza, esa que nadie más puede reconocer: «Eres precioso a mis ojos,
eres estimado y yo te amo» (Is 43,4).
O nos lleva a descubrir que su amor no es triste, sino pura alegría que se renueva cuando nos dejamos amar por
Él: «Tu Dios está en medio de ti, un poderoso salvador. Él grita de alegría por ti, te renueva con su amor, y baila
por ti con gritos de júbilo» (So 3,17).
115. Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. Por eso te
presta atención y te recuerda con cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo de Dios: su memoria no es un “disco
duro” que registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de compasión, que se
regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal» [63]. No quiere llevar la cuenta de tus errores y,
en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en
silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus
brazos de amor.
116. Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla.
Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor
que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que, de
prohibición, de dar nueva oportunidad que, de condenar, de futuro que de pasado» [64].
117. Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te presenta la vida, espera que le des
un espacio para poder sacarte adelante, para promoverte, para madurarte. No le molesta que le expreses tus
cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no te abras con sinceridad al diálogo con Él. Cuenta
la Biblia que Jacob tuvo una pelea con Dios (cf. Gn32,25-31), y eso no lo apartó del camino del Señor. En realidad,
es Él mismo quien nos exhorta: «Vengan y discutamos» (Is 1,18). Su amor es tan real, tan verdadero, tan concreto,
que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo. ¡Finalmente, busca el abrazo de tu Padre del cielo
en el rostro amoroso de sus valientes testigos en la tierra!
Cristo te salva
118. La segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos abiertos en la
Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo:
«Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo:
«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue
salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por
Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» [65]. Y si pecas y te alejas, Él
vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a
cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e
inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona
y que siempre puede devolvernos la alegría» [66].
120. Nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las mil y
una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede
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ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras
fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones,
fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro
después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a
levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz
de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar» [67].
121. Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que adquirir con nuestras obras
o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros
no podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan
amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
122. Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo!
Jóvenes queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se
dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al
final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo
siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la
que ofrece Jesús» [68].
123. Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar
tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con
tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez.
¡Él vive!
124. Pero hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con
frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un
recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría iguales, eso no
nos liberaría. El que nos llena con su gracia, el que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos
consuela es alguien que vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso
decía san Pablo: «Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes» (1 Co 15,17).
125. Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así no habrá
nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará, tal como lo prometió: «Yo estoy con ustedes
todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él lo llena todo con su presencia invisible, y donde vayas te
estará esperando. Porque Él no sólo vino, sino que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar
hacia un horizonte siempre nuevo.
126. Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que triunfó. Mataron al santo, al justo,
al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última palabra. En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra,
porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive.
127. Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de que nuestros
cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él
siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y
atravesaremos todas las formas de muerte y de violencia que acechan en el camino.
128. Cualquier otra solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo durante un tiempo, y de nuevo nos
encontraremos desprotegidos, abandonados, a la intemperie. Con Él, en cambio, el corazón está arraigado en una
seguridad básica, que permanece más allá de todo. San Pablo dice que él quiere estar unido a Cristo para «conocer
el poder de su resurrección» (Flp 3,10). Es el poder que se manifestará una y otra vez también en tu existencia,
porque Él vino para darte vida, «y vida en abundancia» (Jn10,10).

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129. Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te dejas encontrar por el Señor; si te dejas
amar y salvar por Él; si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas
de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana. Esa
es también la experiencia que podrás comunicar a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» [69].
El Espíritu da vida
130. En estas tres verdades –Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive– aparece el Padre Dios y aparece Jesús.
Donde están el Padre y Jesucristo, también está el Espíritu Santo. Es Él quien está detrás, es Él quien prepara y
abre los corazones para que reciban ese anuncio, es Él quien mantiene viva esa experiencia de salvación, es Él
quien te ayudará a crecer en esa alegría si lo dejas actuar. El Espíritu Santo llena el corazón de Cristo resucitado
y desde allí se derrama en tu vida como un manantial. Y cuando lo recibes, el Espíritu Santo te hace entrar cada
vez más en el corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza.
131. Invoca cada día al Espíritu Santo, para que renueve constantemente en ti la experiencia del gran anuncio.
¿Por qué no? No te pierdes nada y Él puede cambiar tu vida, puede iluminarla y darle un rumbo mejor. No te
mutila, no te quita nada, sino que te ayuda a encontrar lo que necesitas de la mejor manera. ¿Necesitas amor? No
lo encontrarás en el desenfreno, usando a los demás, poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de una
manera que verdaderamente te hará feliz ¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos, gastando dinero,
corriendo desesperado detrás de cosas de este mundo. Llegará de una forma mucho más bella y satisfactoria si te
dejas impulsar por el Espíritu Santo.
132. ¿Buscas pasión? Como dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o déjate enamorar), porque «nada puede importar
más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te
enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca
de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que
conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera».[70] Este amor a Dios que toma con pasión toda la vida es posible gracias al Espíritu
Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido
dado» (Rm 5,5).
133. Él es el manantial de la mejor juventud. Porque el que confía en el Señor «es como un árbol plantado al
borde de las aguas, que echa sus raíces en la corriente. No temerá cuando llegue el calor y su follaje estará
frondoso» (Jr 17,8). Mientras «los jóvenes se cansan y se fatigan» (Is 40,30), a los que esperan confiados en el
Señor «Él les renovará las fuerzas, subirán con alas de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse»
(Is 40,31).

Capítulo quinto
Caminos de juventud

134. ¿Cómo se vive la juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por el gran anuncio del Evangelio?
Es importante hacerse esta pregunta, porque la juventud, más que un orgullo, es un regalo de Dios: «Ser joven es
una gracia, una fortuna» [71]. Es un don que podemos malgastar inútilmente, o bien podemos recibirlo
agradecidos y vivirlo con plenitud.
135. Dios es el autor de la juventud y Él obra en cada joven. La juventud es un tiempo bendito para el joven y
una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría, un canto de esperanza y una bienaventuranza. Apreciar

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la juventud implica ver este tiempo de la vida como un momento valioso y no como una etapa de paso donde la
gente joven se siente empujada hacia la edad adulta.
Tiempo de sueños y de elecciones
136. En la época de Jesús la salida de la niñez era un paso sumamente esperado en la vida, que se celebraba y se
disfrutaba mucho. De ahí que Jesús, cuando devolvió la vida a una «niña» (Mc 5,39), le hizo dar un paso más, la
promovió y la convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle «¡muchacha levántate!» (talitá kum) al mismo
tiempo la hizo más responsable de su vida abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La juventud, fase del desarrollo de la personalidad, está marcada por sueños que van tomando cuerpo, por
relaciones que adquieren cada vez más consistencia y equilibrio, por intentos y experimentaciones, por elecciones
que construyen gradualmente un proyecto de vida. En este período de la vida, los jóvenes están llamados a
proyectarse hacia adelante sin cortar con sus raíces, a construir autonomía, pero no en solitario» [72].
138. El amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que achiquemos
nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más
bella. La palabra “inquietud” resume muchas de las búsquedas de los corazones de los jóvenes. Como decía
san Pablo VI, «precisamente en las insatisfacciones que los atormentan […] hay un elemento de luz» [73]. La
inquietud insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se presenta en el horizonte, abre paso a la osadía
que los mueve a asumirse a sí mismos, a volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud que se despierta
especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier corazón que se mantiene joven,
disponible, abierto. La verdadera paz interior convive con esa insatisfacción profunda. San Agustín decía: «Señor,
nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» [74].
139. Tiempo atrás un amigo me preguntó qué veo yo cuando pienso en un joven. Mi respuesta fue que «veo un
chico o una chica que busca su propio camino, que quiere volar con los pies, que se asoma al mundo y mira el
horizonte con ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y también de ilusiones. El joven camina con dos pies
como los adultos, pero a diferencia de los adultos, que los tienen paralelos, pone uno delante del otro, dispuesto
a irse, a partir. Siempre mirando hacia adelante. Hablar de jóvenes significa hablar de promesas, y significa hablar
de alegría. Los jóvenes tienen tanta fuerza, son capaces de mirar con tanta esperanza. Un joven es una promesa
de vida que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad; tiene la suficiente locura para poderse autoengañar y
la suficiente capacidad para poder curarse de la desilusión que pueda derivar de ello» [75].
140. Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran seguir siendo niños, o desean «una
prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las decisiones; el miedo a lo definitivo genera
así una especie de parálisis en la toma de decisiones. La juventud, sin embargo, no puede ser un tiempo en
suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto consiste su atractivo y su mayor cometido. Los
jóvenes toman decisiones en el ámbito profesional, social, político, y otras más radicales que darán una
configuración determinante a su existencia» [76]. También toman decisiones en lo que tiene que ver con el amor,
en la elección de la pareja y en la opción de tener los primeros hijos. Profundizaremos estos temas en los últimos
capítulos, referidos a la vocación de cada uno y a su discernimiento.
141. Pero en contra de los sueños que movilizan decisiones, siempre «existe la amenaza del lamento, de la
resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación” […]. Es un engaño: te hace tomar
la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan,
los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús:
hacerle subir a nuestra barca y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida. La
fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y
habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos
ni preocuparse por verificar si la realidad que los rodea coincide con sus seguridades. Remen mar adentro, salgan
de ustedes mismos» [77].

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142. Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele
jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque
descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia
y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener
miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida,
convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque
tienen temor a equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque
nadie tiene derecho a robarte la esperanza.
143. Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. No confundan la
felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. Tampoco se conviertan en el triste espectáculo
de un vehículo abandonado. No sean autos estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones.
Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran
turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados.
¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se jubilen
antes de tiempo.
Las ganas de vivir y de experimentar
144. Esta proyección hacia el futuro que se sueña, no significa que los jóvenes estén completamente lanzados
hacia adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un fuerte deseo de vivir el presente, de aprovechar al máximo
las posibilidades que esta vida les regala. ¡Este mundo está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar los regalos de
Dios?
145. Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir. Es sano recordar
lo que enseñaba un sabio del Antiguo Testamento: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […]. No
te prives de pasar un buen día» (Si14,11.14). El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia
encontramos también este consejo dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años
jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho” (Qo 11,9-10). Porque es Dios quien «nos provee espléndidamente
de todo para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).
146. ¿Cómo podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus pequeños regalos de cada
día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y agradables que encuentra a cada paso? Porque «nadie
es peor del que se tortura a sí mismo» (Si 14,6). No se trata de ser un insaciable que siempre está obsesionado por
más y más placeres. Al contrario, porque eso te impedirá vivir el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y
detenerte para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida.
147. Está claro que la Palabra de Dios te invita a vivir el presente, no sólo a preparar el mañana: «No se preocupen
por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo; a cada día le basta con lo suyo» (Mt 6,34). Pero esto no se
refiere a lanzarnos a un desenfreno irresponsable que nos deja vacíos y siempre insatisfechos, sino a vivir el
presente a lo grande, utilizando las energías para cosas buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y
valorando cada pequeña alegría de la vida como un regalo del amor de Dios.
148. En este sentido, quiero recordar que el cardenal Francisco Javier Nguyên Van Thuân, cuando lo encerraron
en un campo de concentración, no quiso que sus días consistieran sólo en esperar y esperar un futuro. Su opción
fue «vivir el momento presente colmándolo de amor»; y el modo como lo practicaba era: «Aprovecho las
ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria» [78]. Mientras
luchas para dar forma a tus sueños, vive plenamente el hoy, entrégalo todo y llena de amor cada momento. Porque
es verdad que este día de tu juventud puede ser el último, y entonces vale la pena vivirlo con todas las ganas y
con toda la profundidad posible.
149. Esto incluye también los momentos duros, que deben ser vividos a fondo para llegar a aprender su mensaje.
Como enseñan los Obispos suizos: «Él está allí donde nosotros pensábamos que nos había abandonado y que ya

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no había salvación alguna. Es una paradoja, pero el sufrimiento, las tinieblas, se convirtieron, para muchos
cristianos [...] en lugares de encuentro con Dios» [79]. Además, el deseo de vivir y de experimentar se refiere en
especial a muchos jóvenes en condición de discapacidad física, mental y sensorial. Incluso si no siempre pueden
hacer las mismas experiencias que sus compañeros, tienen recursos sorprendentes e inimaginables que a veces
superan a los comunes. El Señor Jesús los llena con otros dones, que la comunidad está llamada a valorar, para
que puedan descubrir su plan de amor para cada uno de ellos.
En amistad con Cristo
150. Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera plenitud de
ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús.
151. La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos
va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un
reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a
comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un
amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15).
152. La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo.
Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a
buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en
común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza.
153. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo siervos, los llamo
amigos» (Jn15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos elevados de tal manera que somos realmente amigos
suyos. Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la
esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo [80]. Y
si bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él, ayudándole a construir su Reino
en este mundo, siendo sus instrumentos para llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás
(cf. Jn 15,16). Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una invitación que no los
forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad: «Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde
vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y
se fueron con Él.
154. La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo
necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9).
Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos: «Permanezcan unidos a mí»
(Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración
es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su
espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y
quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde
Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar «para que Él pueda
actuar y pueda entrar y pueda vencer» [81].
156. Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con
otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad.
Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta
descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de
Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos»
(Lc 24,15). Un santo decía que «el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que

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hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto
que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo» [82].
157. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un sueño capaz de
cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego
el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno […]. Lo tatuó a la
espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por
el Padre, Dios como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada
corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace
bailar» [83].
El crecimiento y la maduración
158. Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la fuerza física o de la apariencia.
Otros se inquietan por desarrollar sus capacidades y conocimientos, y así se sienten más seguros. Algunos apuntan
más alto, tratan de comprometerse más y buscan un desarrollo espiritual. San Juan decía: «Les escribo jóvenes
porque son fuertes, porque conservan la Palabra de Dios» (1 Jn 2,14). Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar
de responderle con la propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los corazones de los jóvenes. Para eso
hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en la santidad
sólo con tus fuerzas y tu mente. Así como te preocupa no perder la conexión a Internet, cuida que esté activa tu
conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con
claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?» [84].
159. Espero que puedas valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que busques tu crecimiento espiritual.
Además de los entusiasmos propios de la juventud, también está la belleza de buscar «la justicia, la fe, el amor,
la paz» (2 Tm 2,22). Esto no significa perder la espontaneidad, la frescura, el entusiasmo, la ternura. Porque
hacerse adulto no implica abandonar los mejores valores de esta etapa de la vida. De otro modo, el Señor podrá
reprocharte un día: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me seguías por el desierto»
(Jr 2,2).
160. Al contrario, incluso un adulto debe madurar sin perder los valores de la juventud. Porque en realidad cada
etapa de la vida es una gracia permanente, encierra un valor que no debe pasar. Una juventud bien vivida
permanece como experiencia interior, y en la vida adulta es asumida, es profundizada y sigue dando frutos. Si es
propio del joven sentirse atraído por lo infinito que se abre y que comienza,[85] un riesgo de la vida adulta, con
sus seguridades y comodidades, es acotar cada vez más ese horizonte y perder ese valor propio de los años jóvenes.
Pero debería suceder lo contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa atracción, esa apertura
amplia, esa fascinación por una realidad que siempre, es más. En cada momento de la vida podremos renovar y
acrecentar la juventud. Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor me amplió los horizontes y me regaló
una renovada juventud. Lo mismo puede ocurrirle a un matrimonio de muchos años, o a un monje en su
monasterio. Hay cosas que necesitan “asentarse” con los años, pero esa maduración puede convivir con un fuego
que se renueva, con un corazón siempre joven.
161. Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al mismo tiempo es
estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que vale.
A veces, los complejos de inferioridad pueden llevarte a no querer ver tus defectos y debilidades, y de ese modo
puedes cerrarte al crecimiento y a la maduración. Mejor déjate amar por Dios, que te ama, así como eres, que te
valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de
su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior,
más paz y alegría espiritual.
162. Pero te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos significa copiar
su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no
para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene
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para nosotros» [86]. Tú tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo
que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios
quiso soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que deje una
marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En cambio, si copias, privarás a esta tierra, y
también al cielo, de eso que nadie más que tú podrá ofrecer. Recuerdo que san Juan de la Cruz, en su Cántico
Espiritual, escribía que cada uno tenía que aprovechar sus consejos espirituales «según su modo» [87], porque el
mismo Dios ha querido manifestar su gracia «a unos en una manera y a otros en otra» [88].
Sendas de fraternidad
163. Tu desarrollo espiritual se expresa ante todo creciendo en el amor fraterno, generoso, misericordioso. Lo
decía san Pablo: «Que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para
con todos» (1 Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese “éxtasis” que es salir de ti mismo para buscar el bien de los
demás, hasta dar la vida.
164. Cuando un encuentro con Dios se llama “éxtasis”, es porque nos saca de nosotros mismos y nos eleva,
cautivados por el amor y la belleza de Dios. Pero también podemos ser sacados de nosotros mismos para reconocer
la belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza como imagen de Dios e hijo del Padre. El Espíritu
Santo quiere impulsarnos para que salgamos de nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y
busquemos su bien. Por lo tanto, siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar nuestro amor en una vida
comunitaria, compartiendo con otros jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes.
La Iglesia ofrece muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad, porque todo es más fácil juntos.
165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a acumular
rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón. Como bien enseñaron los Obispos de
Ruanda, «la reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en él el esplendor de la imagen de Dios […]. En
esta óptica, es vital distinguir al pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación.
Esto significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad
y ves la imagen de Dios en él» [89].
166. A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos
en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te
ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no
pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.
167. Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente a esa alegría que se vive en comunión fraterna,
a ese gozo superior del que sabe compartir, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35) y «Dios
ama al que da con alegría» (2Co 9,7). El amor fraterno multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve
capaces de gozar con el bien de los otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15). Que la espontaneidad
y el impulso de tu juventud se conviertan cada día más en la espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para
reaccionar siempre con perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un proverbio africano dice:
«Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina con los otros». No nos dejemos robar la
fraternidad.
Jóvenes comprometidos
168. Es verdad que a veces, frente a un mundo tan lleno de violencia y egoísmo, los jóvenes pueden correr el
riesgo de encerrarse en pequeños grupos, y así privarse de los desafíos de la vida en sociedad, de un mundo
amplio, desafiante y necesitado. Sienten que viven el amor fraterno, pero quizás su grupo se convirtió en una
mera prolongación de su yo. Esto se agrava si la vocación del laico se concibe sólo como un servicio al interno
de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.), olvidando que la vocación laical es ante todo la caridad en la
familia, la caridad social y la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una
sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer

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crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios
en el mundo.
169. Propongo a los jóvenes ir más allá de los grupos de amigos y construir la «amistad social, buscar el bien
común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la
enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que
el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar […]. Sean capaces de crear
la amistad social» [90]. No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos
pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las diferencias para
luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en medio de muchas disidencias, en ese
empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de construir una paz que sea buena para todos, ese es el
milagro de la cultura del encuentro que los jóvenes pueden atreverse a vivir con pasión.
170. El Sínodo reconoció que «aunque de forma diferente respecto a las generaciones pasadas, el compromiso
social es un rasgo específico de los jóvenes de hoy. Al lado de algunos indiferentes, hay muchos otros dispuestos
a comprometerse en iniciativas de voluntariado, ciudadanía activa y solidaridad social, que hay que acompañar y
alentar para que emerjan los talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivar que
asuman responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una ocasión
fundamental para descubrir o profundizar la fe y discernir la propia vocación […]. Se señaló también la
disponibilidad al compromiso en el campo político para la construcción del bien común» [91].
171. Hoy, gracias a Dios, los grupos de jóvenes en parroquias, colegios, movimientos o grupos universitarios
suelen salir a acompañar ancianos y enfermos, o visitan barrios pobres, o salen juntos a auxiliar a los indigentes
en las llamadas “noches de la caridad”. Con frecuencia ellos reconocen que en estas tareas es más lo que reciben
que lo que dan, porque se aprende y se madura mucho cuando uno se atreve a tomar contacto con el sufrimiento
de los otros. Además, en los pobres hay una sabiduría oculta, y ellos, con palabras simples, pueden ayudarnos a
descubrir valores que no vemos.
172. Otros jóvenes participan en programas sociales orientados a la construcción de casas para los que no tienen
techo, o al saneamiento de lugares contaminados, o a la recolección de ayudas para los más necesitados. Sería
bueno que esa energía comunitaria se aplicara no sólo a acciones esporádicas sino de una manera estable, con
objetivos claros y una buena organización que ayude a realizar una tarea más continuada y eficiente. Los
universitarios pueden unirse de manera interdisciplinar para aplicar su saber a la resolución de problemas sociales,
y en esta tarea pueden trabajar codo a codo con jóvenes de otras Iglesias o de otras religiones.
173. Como en el milagro de Jesús, los panes y los peces de los jóvenes pueden multiplicarse (cf. Jn 6,4-13). Igual
que en la parábola, las pequeñas semillas de los jóvenes se convierten en árbol y cosecha (cf. Mt 13,23.31-32).
Todo ello desde la fuente viva de la Eucaristía, en la cual nuestro pan y nuestro vino se transfiguran para darnos
Vida eterna. Se les pide a los jóvenes una tarea inmensa y difícil. Con la fe en el Resucitado, podrán enfrentarla
con creatividad y esperanza, y ubicándose siempre en el lugar del servicio, como los sirvientes de aquella boda,
sorprendidos colaboradores del primer signo de Jesús, que sólo siguieron la consigna de su Madre: «Hagan lo que
Él les diga» (Jn 2,5). Misericordia, creatividad y esperanza hacen crecer la vida.
174. Quiero alentarte a este compromiso, porque sé que «tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo
mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las
calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que
quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes
son los que tienen el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean
protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes
sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del
futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse
en ella. Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús» [92].

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Pero, sobre todo, de una manera o de otra, sean luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean
protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo
consumista y superficial.
Misioneros valientes
175. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su
propia vida. San Alberto Hurtado decía que «ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta;
no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar
una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz [...]. El Evangelio [...] más que una lección es un ejemplo.
El mensaje convertido en vida viviente» [93].
176. El valor del testimonio no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no
contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar
sus palabras? Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales. Ustedes
sean capaces de ir contracorriente y sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. Ojalá puedan
sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio
el Evangelio!» (1 Co 9,16).
177. «¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El Evangelio no es para
algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es
para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también
a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su
misericordia y de su amor».[94] Y nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos encontremos
y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o
en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio. Así es como el Señor se va
acercando a todos. Y a ustedes, jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza, porque
quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo.
178. No cabe esperar que la misión sea fácil y cómoda. Algunos jóvenes dieron su vida con tal de no frenar su
impulso misionero. Los Obispos de Corea expresaron: «Esperamos que podamos ser granos de trigo e
instrumentos para la salvación de la humanidad, siguiendo el ejemplo de los mártires. Aunque nuestra fe es tan
pequeña como una semilla de mostaza, Dios le dará crecimiento y la utilizará como un instrumento para su obra
de salvación» [95]. Amigos, no esperen a mañana para colaborar en la transformación del mundo con su energía,
su audacia y su creatividad. La vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios, que los
quiere fecundos [96]. Porque «es dando como se recibe» [97], y la mejor manera de preparar un buen futuro es
vivir bien el presente con entrega y generosidad.

Capítulo sexto
Jóvenes con raíces

179. A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían
un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas
raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la
naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si
el mundo comenzara ahora. Porque «es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar
bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse»
[98].
Que no te arranquen de la tierra

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180. Esta no es una cuestión secundaria, y me parece bueno dedicarle un breve capítulo. Comprender esto permite
distinguir la alegría de la juventud de un falso culto a la juventud que algunos utilizan para seducir a los jóvenes
y utilizarlos para sus fines.
181. Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la
experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que él les ofrece, ¿no es una
forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que él les dice? Esa persona los necesita
vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes.
Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen (o de-construyen) todo lo que sea diferente y de
ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la
riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los
ha precedido.
182. Al mismo tiempo, los manipuladores utilizan otro recurso: una adoración de la juventud, como si todo lo que
no sea joven se convirtiera en detestable y caduco. El cuerpo joven se vuelve el símbolo de este nuevo culto, y
entonces todo lo que tenga que ver con ese cuerpo se idolatra y se desea sin límites, y lo que no sea joven se mira
con desprecio. Pero es un arma que en primer lugar termina degradando a los jóvenes, los vacía de valores reales,
los utiliza para obtener beneficios personales, económicos o políticos.
183. Queridos jóvenes, no acepten que usen su juventud para fomentar una vida superficial, que confunde la
belleza con la apariencia. Mejor sepan descubrir que hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y
desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la
comunión de la familia junto a la mesa y en el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre.
Hay hermosura en la esposa despeinada y casi anciana, que permanece cuidando a su esposo enfermo más allá de
sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera del noviazgo, hay hermosura en la fidelidad
de las parejas que se aman en el otoño de la vida, en esos viejitos que caminan de la mano. Hay hermosura, más
allá de la apariencia o de la estética de moda, en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación
personal, en el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria, en el trabajo generoso por la felicidad de la
familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y gratuito de restaurar la amistad social. Descubrir, mostrar
y resaltar esta belleza, que se parece a la de Cristo en la cruz, es poner los cimientos de la verdadera solidaridad
social y de la cultura del encuentro.
184. Junto con las estrategias del falso culto a la juventud y a la apariencia, hoy se promueve una espiritualidad
sin Dios, una afectividad sin comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos como
seres peligrosos, y una serie de ofertas que pretenden hacerles creer en un futuro paradisíaco que siempre se
postergará para más adelante. No quiero proponerles eso, y con todo mi afecto quiero advertirles que no se dejen
dominar por esta ideología que no los volverá más jóvenes, sino que los convertirá en esclavos. Les propongo
otro camino, hecho de libertad, de entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo
tiempo esas raíces que alimentan y sostienen.
185. En esta línea, quiero destacar que «numerosos Padres sinodales provenientes de contextos no occidentales
señalan que en sus países la globalización conlleva auténticas formas de colonización cultural, que desarraigan a
los jóvenes de la pertenencia a las realidades culturales y religiosas de las que provienen. Es necesario un
compromiso de la Iglesia para acompañarlos en este paso sin que pierdan los rasgos más valiosos de su identidad»
[99].
186. Hoy vemos una tendencia a “homogeneizar” a los jóvenes, a disolver las diferencias propias de su lugar de
origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es tan
grave como la desaparición de las especies animales y vegetales [100]. Por eso, en un mensaje a jóvenes indígenas,
reunidos en Panamá, los exhorté a «hacerse cargo de las raíces, porque de las raíces viene la fuerza que los va a
hacer crecer, florecer y fructificar» [101].
Tu relación con los ancianos
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187. En el Sínodo se expresó que «los jóvenes están proyectados hacia el futuro y afrontan la vida con energía y
dinamismo. Sin embargo […] a veces suelen prestar poca atención a la memoria del pasado del que provienen,
en particular a los numerosos dones que les han transmitido sus padres y abuelos, al bagaje cultural de la sociedad
en la que viven. Ayudar a los jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, haciendo memoria y sirviéndose de
este para las propias decisiones y posibilidades, es un verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su
crecimiento y de las decisiones que deberán tomar» [102].
188. La Palabra de Dios recomienda no perder el contacto con los ancianos, para poder recoger su experiencia:
«Acude a la reunión de los ancianos, y si encuentras a un sabio júntate a él […]. Si ves a un hombre prudente,
madruga para buscarlo, que tus pies desgasten el umbral de su puerta» (Si 6,34.36). En todo caso, los largos años
que ellos vivieron y todo lo que han pasado en la vida, deben llevarnos a mirarlos con respeto: «Ponte de pie ante
el hombre de canas» (Lv 19,32). Porque «la fuerza es el adorno de los jóvenes, las canas son el honor de los
ancianos» (Pr 20,29).
189. La Biblia nos pide: «Escucha a tu padre que te dio la vida, y no desprecies a tu madre cuando sea anciana»
(Pr 23,22). El mandato de honrar al padre y a la madre «es el primer mandamiento que va acompañado de una
promesa» (Ef 6,2; cf. Ex 20,12; Dt5,16; Lv 19,3), y la promesa es: «serás feliz y se prolongará tu vida sobre la
tierra» (Ef 6,3).
190. Esto no significa que tengas que estar de acuerdo con todo lo que ellos dicen, ni que debas aprobar todas sus
acciones. Un joven siempre debería tener un espíritu crítico. San Basilio Magno, refiriéndose a los antiguos
autores griegos, recomendaba a los jóvenes que los estimasen, pero que acogieran sólo lo bueno que pudieran
enseñarles.[103] Se trata simplemente de estar abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación
en generación, que puede convivir con algunas miserias humanas, y que no tiene por qué desaparecer ante las
novedades del consumo y del mercado.
191. Al mundo nunca le sirvió ni le servirá la ruptura entre generaciones. Son los cantos de sirena de un futuro
sin raíces, sin arraigo. Es la mentira que te hace creer que sólo lo nuevo es bueno y bello. La existencia de las
relaciones intergeneracionales implica que en las comunidades se posea una memoria colectiva, pues cada
generación retoma las enseñanzas de sus antecesores, dejando así un legado a sus sucesores. Esto constituye
marcos de referencia para cimentar sólidamente una sociedad nueva. Como dice el refrán: “Si el joven supiese y
el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese”.
Sueños y visiones
192. En la profecía de Joel encontramos un anuncio que nos permite entender esto de una manera muy bella. Dice
así: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y sus hijos y sus hijas profetizarán, y sus jóvenes verán visiones y
sus ancianos soñarán sueños» (Jl3,1; cf. Hch 2,17). Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos
producen una combinación maravillosa. Los ancianos sueñan y los jóvenes ven visiones. ¿Cómo se complementan
ambas cosas?
193. Los ancianos tienen sueños construidos con recuerdos, con imágenes de tantas cosas vividas, con la marca
de la experiencia y de los años. Si los jóvenes se arraigan en esos sueños de los ancianos logran ver el futuro,
pueden tener visiones que les abren el horizonte y les muestran nuevos caminos. Pero si los ancianos no sueñan,
los jóvenes ya no pueden mirar claramente el horizonte.
194. Es lindo encontrar entre lo que nuestros padres conservaron, algún recuerdo que nos permite imaginar lo que
soñaron para nosotros nuestros abuelos y nuestras abuelas. Todo ser humano, aun antes de nacer, ha recibido de
parte de sus abuelos como regalo, la bendición de un sueño lleno de amor y de esperanza: el de una vida mejor
para él. Y si no lo tuvo de ninguno de sus abuelos, seguramente algún bisabuelo sí lo soñó y se alegró por él,
contemplando en la cuna a sus hijos y luego a sus nietos. El sueño primero, el sueño creador de nuestro Padre
Dios, precede y acompaña la vida de todos sus hijos. Hacer memoria de esta bendición, que se extiende de

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generación en generación, es una herencia preciosa que hay que saber conservar viva para poder transmitirla
también nosotros.
195. Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas,
fantasiosas –son sueños de viejos–, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes,
de mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos gratuitamente a escuchar y a
interpretar con paciencia, porque no entran en un mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la
sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de
comunicación.
196. En el libro La sabiduría de los años[104], expresé algunos deseos en forma de pedidos. «¿Qué pido a los
ancianos, entre los cuales me cuento yo mismo? Nos pido que seamos guardianes de la memoria. Los abuelos y
las abuelas necesitamos formar un coro. Me imagino a los ancianos como el coro permanente de un importante
santuario espiritual, en el que las oraciones de súplica y los cantos de alabanza sostienen a la comunidad entera
que trabaja y lucha en el terreno de la vida» [105]. Es hermoso que «los jóvenes y las muchachas también, los
viejos junto con los niños, alaben el nombre del Señor» (Sal 148,12-13).
197. ¿Qué podemos darles los ancianos? «A los jóvenes de hoy día que viven su propia mezcla de ambiciones
heroicas y de inseguridades, podemos recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda» [106]. ¿Qué
podemos decirles? «A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al futuro puede ser vencida»
[107]. ¿Qué podemos enseñarles? «A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles
que se experimenta mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con palabras, sino
también con obras» [108].
Arriesgar juntos
198. El amor que se da y que obra, tantas veces se equivoca. El que actúa, el que arriesga, quizás comete errores.
Aquí, en este momento, puede resultar de interés traer el testimonio de María Gabriela Perin, huérfana de padre
desde recién nacida que reflexiona cómo esto influyó en su vida, en una relación que no duró pero que la hizo
madre y ahora abuela: «Lo que yo sé es que Dios crea historias. En su genialidad y su misericordia, Él toma
nuestros triunfos y fracasos y teje hermosos tapices que están llenos de ironía. El reverso del tejido puede parecer
desordenado con sus hilos enredados –los acontecimientos de nuestra vida– y tal vez sea ese lado con el que nos
obsesionamos cuando tenemos dudas. Sin embargo, el lado bueno del tapiz muestra una historia magnífica, y ese
es el lado que ve Dios» [109]. Cuando las personas mayores miran atentamente la vida, a menudo saben de modo
instintivo lo que hay detrás de los hilos enredados y reconocen lo que Dios hace creativamente aun con nuestros
errores.
199. Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí
frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a
veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar
profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros, calentar los
corazones, inspirar nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras manos.
200. Las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas y nos impiden encarnarnos en el mundo actual para
hacer nacer algo nuevo. Son, por el contrario, un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a
los nuevos desafíos. Entonces tampoco sirve «que nos sentemos a añorar tiempos pasados; hemos de asumir con
realismo y amor nuestra cultura y llenarla de Evangelio. Somos enviados hoy para anunciar la Buena Noticia de
Jesús a los tiempos nuevos. Hemos de amar nuestra hora con sus posibilidades y riesgos, con sus alegrías y
dolores, con sus riquezas y sus límites, con sus aciertos y sus errores» [110].
201. En el Sínodo, uno de los jóvenes auditores proveniente de las islas Samoa, dijo que la Iglesia es una canoa,
en la cual los viejos ayudan a mantener la dirección interpretando la posición de las estrellas, y los jóvenes reman
con fuerza imaginando lo que les espera más allá. No nos dejemos llevar ni por los jóvenes que piensan que los

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adultos son un pasado que ya no cuenta, que ya caducó, ni por los adultos que creen saber siempre cómo deben
comportarse los jóvenes. Mejor subámonos todos a la misma canoa y entre todos busquemos un mundo mejor,
bajo el impulso siempre nuevo del Espíritu Santo.

Capítulo séptimo
La pastoral de los jóvenes

202. La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a llevarla adelante, ha sufrido el embate de los
cambios sociales y culturales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran respuestas
a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. La proliferación y crecimiento de asociaciones y
movimientos con características predominantemente juveniles pueden ser interpretados como una acción del
Espíritu que abre caminos nuevos. Se hace necesario, sin embargo, ahondar en la participación de estos en la
pastoral de conjunto de la Iglesia, así como en una mayor comunión entre ellos en una mejor coordinación de la
acción. Si bien no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se está creciendo en dos aspectos: la conciencia de que
es toda la comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor en las
propuestas pastorales.
Una pastoral sinodal
203. Quiero destacar que los mismos jóvenes son agentes de la pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero
libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia. Por consiguiente, estaría de más que me
detuviera aquí a proponer alguna especie de manual de pastoral juvenil o una guía de pastoral práctica. Se trata
más bien de poner en juego la astucia, el ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la
sensibilidad, el lenguaje y las problemáticas de los demás jóvenes.
204. Ellos nos hacen ver la necesidad de asumir nuevos estilos y nuevas estrategias. Por ejemplo, mientras los
adultos suelen preocuparse por tener todo planificado, con reuniones periódicas y horarios fijos, hoy la mayoría
de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos esquemas pastorales. La pastoral juvenil necesita adquirir
otra flexibilidad, y convocar a los jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar donde
no sólo reciban una formación, sino que también les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar
testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo.
205. Por otra parte, sería muy deseable recoger todavía más las buenas prácticas: aquellas metodologías, aquellos
lenguajes, aquellas motivaciones que han sido realmente atractivas para acercar a los jóvenes a Cristo y a la
Iglesia. No importa de qué color sean, si son “conservadoras o progresistas”, si son “de derecha o de izquierda”.
Lo importante es que recojamos todo lo que haya dado buenos resultados y sea eficaz para comunicar la alegría
del Evangelio.
206. La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un “caminar juntos” que implica una
«valorización de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros [de
la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad […]. Animados por este espíritu, podremos
encaminarnos hacia una Iglesia participativa y corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la
compone, que acoja con gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes y mujeres, la contribución de
la vida consagrada masculina y femenina, la de los grupos, asociaciones y movimientos. No hay que excluir a
nadie, ni dejar que nadie se autoexcluya» [111].
207. De este modo, aprendiendo unos de otros, podremos reflejar mejor ese poliedro maravilloso que debe ser la
Iglesia de Jesucristo. Ella puede atraer a los jóvenes precisamente porque no es una unidad monolítica, sino un
entramado de dones variados que el Espíritu derrama incesantemente en ella, haciéndola siempre nueva a pesar
de sus miserias.

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208. En el Sínodo aparecieron muchas propuestas concretas orientadas a renovar la pastoral juvenil y a liberarla
de esquemas que ya no son eficaces porque no entran en diálogo con la cultura actual de los jóvenes. Se comprende
que no podría aquí recogerlas a todas, y algunas de ellas pueden encontrarse en el Documento final del Sínodo.
Grandes líneas de acción
209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil implica dos grandes líneas de acción. Una es la
búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor. La otra es el
crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los que ya han hecho esa experiencia.
210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los mismos jóvenes, que saben encontrar
los caminos atractivos para convocar. Saben organizar festivales, competencias deportivas, e incluso saben
evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, videos y otras intervenciones. Sólo hay que estimular
a los jóvenes y darles libertad para que ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer
anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”, en una conversación en
un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante
es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven.
211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado,
relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse
a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo. El lenguaje que la gente joven entiende es el de
aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y
debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo tiempo, todavía tenemos que buscar con mayor
sensibilidad cómo encarnar el kerigma en el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy.
212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia. En algunos lugares ocurre que,
después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus
corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de “formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales
y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el
matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren,
pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven
tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos
de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: «en
la experiencia de un gran amor [...] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito» [112].
213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir ciertamente
una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la
profundización del kerigma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y
resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio.
214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno recordarlo. Por una parte, sería un
grave error pensar que en la pastoral juvenil «el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente
más “sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda
formación cristiana es ante todo la profundización delkerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor»
[113]. Por consiguiente, la pastoral juvenil siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la
experiencia personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios, canciones,
momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos
a través de las redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de encuentro con el Señor por
una suerte de “adoctrinamiento”.
215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe incorporar claramente medios y recursos variados para
ayudar a los jóvenes a crecer en la fraternidad, a vivir como hermanos, a ayudarse mutuamente, a crear comunidad,
a servir a los demás, a estar cerca de los pobres. Si el amor fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es

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«la plenitud de la Ley» (Rm 13,10), si es lo que mejor manifiesta nuestro amor a Dios, entonces debe ocupar un
lugar relevante en todo plan de formación y crecimiento de los jóvenes.
Ambientes adecuados
216. En todas nuestras instituciones necesitamos desarrollar y potenciar mucho más nuestra capacidad de acogida
cordial, porque muchos de los jóvenes que llegan lo hacen en una profunda situación de orfandad. Y no me refiero
a determinados conflictos familiares, sino a una experiencia que atañe por igual a niños, jóvenes y adultos, madres,
padres e hijos. Para tantos huérfanos y huérfanas, nuestros contemporáneos, ¿nosotros mismos quizás?, las
comunidades como la parroquia y la escuela deberían ofrecer caminos de amor gratuito y promoción, de
afirmación y crecimiento. Muchos jóvenes se sienten hoy hijos del fracaso, porque los sueños de sus padres y
abuelos se quemaron en la hoguera de la injusticia, de la violencia social, del sálvese quien pueda. ¡Cuánto
desarraigo! Si los jóvenes crecieron en un mundo de cenizas no es fácil que puedan sostener el fuego de grandes
ilusiones y proyectos. Si crecieron en un desierto vacío de sentido, ¿cómo podrán tener ganas de sacrificarse para
sembrar? La experiencia de discontinuidad, de desarraigo y la caída de las certezas básicas, fomentada en la
cultura mediática actual, provocan esa sensación de profunda orfandad a la cual debemos responder creando
espacios fraternos y atractivos donde se viva con un sentido.
217. Crear “hogar” en definitiva «es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los otros más allá de vínculos
utilitarios o funcionales, unidos de tal manera que sintamos la vida un poco más humana. Crear hogares, “casas
de comunión”, es permitir que la profecía tome cuerpo y haga nuestras horas y días menos inhóspitos, menos
indiferentes y anónimos. Es tejer lazos que se construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos podemos
realizar. Un hogar, y lo sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de todos. Nadie puede ser indiferente
o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la
gracia de aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los días a volver a empezar. Y,
¿cuántas veces perdonar o volver a empezar? Setenta veces siete, todas las que sean necesarias. Crear lazos fuertes
exige de la confianza que se alimenta todos los días de la paciencia y el perdón. Y así se produce el milagro de
experimentar que aquí se nace de nuevo, aquí todos nacemos de nuevo porque sentimos actuante la caricia de
Dios que nos posibilita soñar el mundo más humano y, por tanto, más divino» [114].
218. En este marco, en nuestras instituciones necesitamos ofrecerles a los jóvenes lugares propios que ellos
puedan acondicionar a su gusto, y donde puedan entrar y salir con libertad, lugares que los acojan y donde puedan
acercarse espontáneamente y con confianza al encuentro de otros jóvenes tanto en los momentos de sufrimiento
o de aburrimiento, como cuando deseen celebrar sus alegrías. Algo de esto han logrado algunos Oratorios y otros
centros juveniles, que en muchos casos son el ambiente de amistades y de noviazgo, de reencuentros, donde
pueden compartir la música, la recreación, el deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños subsidios
y diversas propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio persona a persona que no puede ser
reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral.
219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos estructurados, ofrecen la oportunidad
de reforzar competencias sociales y relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona.
La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el
testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos»
[115].
220. Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con las comunidades de parroquias, movimientos y
otras instituciones eclesiales. Pero ellos se integrarán mejor a comunidades abiertas, vivas en la fe, deseosas de
irradiar a Jesucristo, alegres, libres, fraternas y comprometidas. Estas comunidades pueden ser los cauces donde
ellos sientan que es posible cultivar preciosas relaciones.
La pastoral de las instituciones educativas

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221. La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a los jóvenes. Es un lugar privilegiado
para la promoción de la persona, y por esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención, ya sea formando
docentes y dirigentes, como también instituyendo escuelas propias, de todo tipo y grado. En este campo el Espíritu
ha suscitado innumerables carismas y testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela necesita una urgente
autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concentrada en la
instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos
colegios católicos que parecen estar organizados sólo para la preservación. La fobia al cambio hace que no puedan
tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros, reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La
escuela convertida en un “búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta
tendencia. Esa imagen refleja de un modo estremecedor lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de
algunos establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les enseñaron y el mundo en el
cual les toca vivir. Aun las propuestas religiosas y morales que recibieron no los han preparado para confrontarlas
con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido formas de orar y de vivir la fe que puedan ser fácilmente
sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad. En realidad, una de las alegrías más grandes de un educador se
produce cuando puede ver a un estudiante constituirse a sí mismo como una persona fuerte, integrada, protagonista
y capaz de dar.
222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización de los jóvenes. Es importante tener
en cuenta algunos criterios inspiradores señalados en Veritatis gaudium en vista a una renovación y relanzamiento
de las escuelas y universidades “en salida” misionera, tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a todos
los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de la cultura del encuentro, la urgente
necesidad de “crear redes” y la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha[116].
También la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las manos.
223. Por otra parte, no podemos separar la formación espiritual de la formación cultural. La Iglesia siempre quiso
desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes tienen
derecho a ella. Y «hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber
humano y que humaniza. Con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y
efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que el
estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para
no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no
prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda. Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas,
que seducían a los marineros y los hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas
de sus compañeros de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una
melodía más hermosa, que encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los estribillos paralizantes del
consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la investigación, el conocimiento y el compartir»
[117].
Distintos ámbitos para desarrollos pastorales
224. Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio y de la intimidad con Dios. También han
crecido los grupos que se reúnen a adorar al Santísimo o a orar con la Palabra de Dios. No hay que menospreciar
a los jóvenes como si fueran incapaces de abrirse a propuestas contemplativas. Sólo hace falta encontrar los estilos
y las modalidades adecuadas para ayudarlos a iniciarse en esta experiencia de tan alto valor. Con respecto a los
ámbitos de culto y oración, «en diversos contextos los jóvenes católicos piden propuestas de oración y momentos
sacramentales que incluyan su vida cotidiana en una liturgia fresca, auténtica y alegre» [118]. Es importante
aprovechar los momentos más fuertes del año litúrgico, particularmente la Semana Santa, Pentecostés y Navidad.
Ellos también disfrutan de otros encuentros festivos, que cortan la rutina y que ayudan a experimentar la alegría
de la fe.
225. Una oportunidad única para el crecimiento y también de apertura al don divino de la fe y la caridad es el
servicio: muchos jóvenes se sienten atraídos por la posibilidad de ayudar a otros, especialmente a niños y pobres.
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A menudo este servicio es el primer paso para descubrir o redescubrir la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes
se cansan de nuestros itinerarios de formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad de
ser más protagonistas en actividades que hagan algo por la gente.
226. No podemos olvidar las expresiones artísticas, como el teatro, la pintura, etc. «Del todo peculiar es la
importancia de la música, que representa un verdadero ambiente en el que los jóvenes están constantemente
inmersos, así como una cultura y un lenguaje capaces de suscitar emociones y de plasmar la identidad. El lenguaje
musical representa también un recurso pastoral, que interpela en particular la liturgia y su renovación» [119]. El
canto puede ser un gran estímulo para el caminar de los jóvenes. Decía san Agustín: «Canta, pero camina; alivia
con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina […]. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien,
en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina» [120].
227. «Es igualmente significativa la relevancia que tiene entre los jóvenes la práctica deportiva, cuyas
potencialidades en clave educativa y formativa la Iglesia no debe subestimar, sino mantener una sólida presencia
en este campo. El mundo del deporte necesita ser ayudado a superar las ambigüedades que lo golpean, como la
mitificación de los campeones, el sometimiento a lógicas comerciales y la ideología del éxito a toda costa» [121].
En la base de la experiencia deportiva está «la alegría: la alegría de moverse, la alegría de estar juntos, la alegría
por la vida y los dones que el Creador nos hace cada día» [122]. Por otra parte, algunos Padres de la Iglesia han
tomado el ejemplo de las prácticas deportivas para invitar a los jóvenes a crecer en la fortaleza y dominar la
modorra o la comodidad. San Basilio Magno, dirigiéndose a los jóvenes, tomaba el ejemplo del esfuerzo que
requiere el deporte y así les inculcaba la capacidad de sacrificarse para crecer en las virtudes: «Tras miles y miles
de sufrimientos y haber incrementado su fortaleza por muchos métodos, tras haber sudado mucho en fatigosos
ejercicios gimnásticos […] y llevar en lo demás, para no alargarme en mis palabras, una existencia tal que su vida
antes de la competición no es sino una preparación para esta, […] arrostran todo tipo de fatigas y peligros para
ganar la corona […]. ¿Y nosotros, que tenemos delante unos premios de la vida tan maravillosos en número y
grandeza como para que sean imposibles de definir con palabras, durmiendo a pierna suelta y viviendo en total
ausencia de peligros, vendremos a tomarlos con una mano?» [123].
228. En muchos adolescentes y jóvenes despierta especial atracción el contacto con la creación, y son sensibles
hacia el cuidado del ambiente, como ocurre con los Scouts y con otros grupos que organizan jornadas de contacto
con la naturaleza, campamentos, caminatas, expediciones y campañas ambientales. En el espíritu de san Francisco
de Asís, son experiencias que pueden significar un camino para iniciarse en la escuela de la fraternidad universal
y en la oración contemplativa.
229. Estas y otras diversas posibilidades que se abren a la evangelización de los jóvenes, no deberían hacernos
olvidar que, más allá de los cambios de la historia y de la sensibilidad de los jóvenes, hay regalos de Dios que son
siempre actuales, que contienen una fuerza que trasciende todas las épocas y todas las circunstancias: la Palabra
del Señor siempre viva y eficaz, la presencia de Cristo en la Eucaristía que nos alimenta, y el Sacramento del
perdón que nos libera y fortalece. También podemos mencionar la inagotable riqueza espiritual que conserva la
Iglesia en el testimonio de sus santos y en la enseñanza de los grandes maestros espirituales. Aunque tengamos
que respetar diversas etapas, y a veces necesitemos esperar con paciencia el momento justo, no podremos dejar
de invitar a los jóvenes a estos manantiales de vida nueva, no tenemos derecho a privarlos de tanto bien.
Una pastoral popular juvenil
230. Además de la pastoral habitual que realizan las parroquias y los movimientos, según determinados esquemas,
es muy importante dar lugar a una “pastoral popular juvenil”, que tiene otro estilo, otros tiempos, otro ritmo, otra
metodología. Consiste en una pastoral más amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se
mueven los jóvenes reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre
ellos. Se trata ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios a esos jóvenes
creyentes que son líderes naturales en los barrios y en diversos ambientes. Sólo hay que acompañarlos y
estimularlos, confiando un poco más en la genialidad del Espíritu Santo que actúa como quiere.

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231. Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o clausurados en pequeños grupos de selectos. Para
que sean capaces de generar una pastoral popular en el mundo de los jóvenes hace falta que «aprendan a auscultar
el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a trabajar por su promoción» [124]. Cuando hablamos de
“pueblo” no debe entenderse las estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no
caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar
que los más pobres y débiles se queden atrás: «El pueblo desea que todos participen de los bienes comunes y por
eso acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos» [125]. Los líderes populares, entonces, son
aquellos que tienen la capacidad de incorporar a todos, incluyendo en la marcha juvenil a los más pobres, débiles,
limitados y heridos. No les tienen asco ni miedo a los jóvenes lastimados y crucificados.
232. En esta misma línea, especialmente con los jóvenes que no crecieron en familias o instituciones cristianas,
y están en un camino de lenta maduración, tenemos que estimular el “bien posible” [126]. Cristo nos advirtió que
no pretendamos que todo sea sólo trigo (cf. Mt 13,24-30). A veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica,
pura, marcada por ideas abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el Evangelio en
una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas juveniles y apta solamente para
una élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida ni
fecundidad. Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o sofocamos miles de brotes que intentan crecer en
medio de los límites.
233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista del cristianismo,
estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que
incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden fortalecer su humanidad» [127].
234. En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios inclusivos, donde haya lugar
para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera
hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de
algunos de nuestros espacios para jóvenes. Basta una actitud abierta para todos los que tengan el deseo y la
disposición de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios. Algunas propuestas pastorales pueden suponer
un camino ya recorrido en la fe, pero necesitamos una pastoral popular juvenil que abra puertas y ofrezca espacio
a todos y a cada uno con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda de identidad, sus errores, su historia,
sus experiencias del pecado y todas sus dificultades.
235. Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen otras visiones de la vida, profesan otros credos o
se declaran ajenos al horizonte religioso. Todos los jóvenes, sin exclusión, están en el corazón de Dios y, por lo
tanto, en el corazón de la Iglesia. Reconocemos con franqueza que no siempre esta afirmación que resuena en
nuestros labios encuentra una expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos quedamos encerrados
en nuestros ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a actividades menos exigentes y más gratificantes,
sofocando esa sana inquietud pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas seguridades. Y eso que el Evangelio
nos pide ser audaces y queremos serlo, sin presunción y sin hacer proselitismo, dando testimonio del amor del
Señor y tendiendo la mano a todos los jóvenes del mundo» [128].
236. La pastoral juvenil, cuando deja de ser elitista y acepta ser “popular”, es un proceso lento, respetuoso,
paciente, esperanzado, incansable, compasivo. En el Sínodo se propuso el ejemplo de los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24,13-35), que también puede ser un modelo de lo que ocurre en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los dos discípulos que no han comprendido el sentido de lo sucedido y se están alejando
de Jerusalén y de la comunidad. Para estar en su compañía, recorre el camino con ellos. Los interroga y se dispone
a una paciente escucha de su versión de los hechos para ayudarles a reconocer lo que están viviendo. Después,
con afecto y energía, les anuncia la Palabra, guiándolos a interpretar a la luz de las Escrituras los acontecimientos
que han vivido. Acepta la invitación a quedarse con ellos al atardecer: entra en su noche. En la escucha, su corazón
se reconforta y su mente se ilumina, al partir el pan se abren sus ojos. Ellos mismos eligen emprender sin demora

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el camino en dirección opuesta, para volver a la comunidad y compartir la experiencia del encuentro con Jesús
resucitado» [129].
238. Las diversas manifestaciones de piedad popular, especialmente las peregrinaciones, atraen a gente joven que
no suele insertarse fácilmente en las estructuras eclesiales, y son una expresión concreta de la confianza en Dios.
Estas formas de búsqueda de Dios, presentes particularmente en los jóvenes más pobres, pero también en los
demás sectores de la sociedad, no deben ser despreciadas sino alentadas y estimuladas. Porque la piedad popular
«es una manera legítima de vivir la fe» [130] y es «expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de
Dios» [131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no hace falta recorrer un largo camino para que los jóvenes sean misioneros. Aun los
más débiles, limitados y heridos pueden serlo a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se
comunique, aunque conviva con muchas fragilidades. Un joven que va a una peregrinación a pedirle ayuda a la
Virgen, e invita a un amigo o compañero para que lo acompañe, con ese simple gesto está realizando una valiosa
acción misionera. Junto con la pastoral popular juvenil hay, inseparablemente, una misión popular, incontrolable,
que rompe todos los esquemas eclesiásticos. Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos regularla
demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la pastoral juvenil debe
ser siempre una pastoral misionera. Los jóvenes se enriquecen mucho cuando vencen la timidez y se atreven a
visitar hogares, y de ese modo toman contacto con la vida de la gente, aprenden a mirar más allá de su familia y
de su grupo, comienzan a entender la vida de una manera más amplia. Al mismo tiempo, su fe y su sentido de
pertenencia a la Iglesia se fortalecen. Las misiones juveniles, que suelen organizarse en las vacaciones luego de
un período de preparación, pueden provocar una renovación de la experiencia de fe e incluso serios planteos
vocacionales.
241. Pero los jóvenes son capaces de crear nuevas formas de misión, en los ámbitos más diversos. Por ejemplo,
ya que se mueven tan bien en las redes sociales, hay que convocarlos para que las llenen de Dios, de fraternidad,
de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero también necesitan ser acompañados. La familia
debería ser el primer espacio de acompañamiento. La pastoral juvenil propone un proyecto de vida desde Cristo:
la construcción de una casa, de un hogar edificado sobre roca (cf. Mt 7,24-25). Ese hogar, ese proyecto, para la
mayoría de ellos se concretará en el matrimonio y en la caridad conyugal. Por ello es necesario que la pastoral
juvenil y la pastoral familiar tengan una continuidad natural, trabajando de manera coordinada e integrada para
poder acompañar adecuadamente el proceso vocacional.
243. La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento de los jóvenes, y es la comunidad entera
la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a
los jóvenes con comprensión, valoración y afecto, y no que se los juzgue permanentemente o se les exija una
perfección que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y dedicadas al acompañamiento.
Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha implica una reflexión para renovar las formas con las que se
ejerce habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad
de preparar consagrados y laicos, hombres y mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento de los
jóvenes. El carisma de la escucha que el Espíritu Santo suscita en las comunidades también podría recibir una
forma de reconocimiento institucional para el servicio eclesial» [132].

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245. Además hay que acompañar especialmente a los jóvenes que se perfilan como líderes, para que puedan
formarse y capacitarse. Los jóvenes que se reunieron antes del Sínodo pidieron que se desarrollen «programas de
liderazgo juvenil para la formación y continuo desarrollo de jóvenes líderes. Algunas mujeres jóvenes sienten que
hacen falta mayores ejemplos de liderazgo femenino dentro de la Iglesia y desean contribuir con sus dones
intelectuales y profesionales a la Iglesia. También creemos que los seminaristas, los religiosos y las religiosas
deberían tener una mayor capacidad para acompañar a los jóvenes líderes» [133].
246. Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las características que ellos esperan encontrar en un
acompañante, y lo expresaron con mucha claridad: «Las cualidades de dicho mentor incluyen: que sea un
auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque constantemente la santidad; que
comprenda sin juzgar; que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con
gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y que conozca la alegría
y el sufrimiento que todo camino espiritual conlleva. Una característica especialmente importante en un mentor,
es el reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas imperfectas,
que se reconocen pecadores perdonados. Algunas veces, los mentores son puestos sobre un pedestal, y por ello
cuando caen provocan un impacto devastador en la capacidad de los jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los
mentores no deberían llevar a los jóvenes a ser seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado, dejándoles
ser los protagonistas de su propio camino. Deben respetar la libertad que el joven tiene en su proceso de
discernimiento y ofrecerles herramientas para que lo hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en la
capacidad que tiene cada joven de poder participar en la vida de la Iglesia. Por ello, un mentor debe simplemente
plantar la semilla de la fe en los jóvenes, sin querer ver inmediatamente los frutos del trabajo del Espíritu Santo.
Este papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de la vida consagrada, sino que los laicos deberían poder
igualmente ejercerlo. Por último, todos estos mentores deberían beneficiarse de una buena formación
permanente» [134].
247. Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito comunitario de acompañamiento que
permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando «tratan de acoger a todos los jóvenes, independientemente
de sus opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o social. De este modo la Iglesia
da una aportación fundamental a la educación integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo» [135].
Reducirían indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para el ingreso de estudiantes o para su
permanencia en ellas, porque privarían a muchos jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer
su vida.
Capítulo octavo
La vocación
248. Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un sentido amplio, como llamado de Dios. Incluye
el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él, el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa
toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido,
sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.
249. En la Exhortación Gaudete et exsultate quise detenerme en la vocación de todos a crecer para la gloria de
Dios, y me propuse «hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto
actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades»[136]. El Concilio Vaticano II nos ayudó a renovar la
consciencia de este llamado dirigido a cada uno: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado,
fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino,
a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre».[137]
Su llamado a la amistad con Él
250. Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad. Ese
es el discernimiento fundamental. En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta
era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe
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Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de
amistad.
251. Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro del Señor con el joven
rico, que nos dice claramente que lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor (cf. Mc 10,21).
Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las muchas cosas
que poseía (cf. Mt 19,22). Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran amistad.
Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que podría haber hecho para la
humanidad, ese joven único al que Jesús miró con amor y le tendió la mano.
252. Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con
la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser
descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación.
Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que
Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amorque se entreteje con nuestras historias;
que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien
estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[138].

Tu ser para los demás


253. Quisiera detenerme ahora en la vocación entendida en el sentido preciso del llamado al servicio misionero
de los demás. Somos llamados por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien
común a partir de las capacidades que recibimos.
254. Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque nuestra vida en la tierra
alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda. Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una
parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo
que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en
este mundo» [139]. Por consiguiente, hay que pensar que: toda pastoral es vocacional, toda formación es
vocacional y toda espiritualidad es vocacional.
255. Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer, aunque se expresa en ellos. Es algo más,
es un camino que orientará muchos esfuerzos y muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el
discernimiento de una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo las capacidades necesarias para
ese servicio específico a la sociedad.
256. Esto da un valor muy grande a esas tareas, ya que dejan de ser una suma de acciones que uno realiza para
ganar dinero, para estar ocupado o para complacer a otros. Todo eso constituye una vocación porque somos
llamados, hay algo más que una mera elección pragmática nuestra. Es en definitiva reconocer para qué estoy
hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para mi vida. Él no me indicará todos los
lugares, los tiempos y los detalles, que yo elegiré prudentemente, pero sí hay una orientación de mi vida que Él
debe indicarme porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por
Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad.
257. Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se
trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer
florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque
la vida de todo hombre es una vocación» [140]. Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria
de Dios y para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con una
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orientación. Al respecto, san Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay que tomarse muy en serio el rumbo:
«En un barco al piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y
en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea,
yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar;
fallar en esto es simplemente fallar» [141].
258. Este “ser para los demás” en la vida de cada joven, normalmente está relacionado con dos cuestiones básicas:
la formación de una nueva familia y el trabajo. Las diversas encuestas que se han hecho a los jóvenes confirman
una y otra vez que estos son los dos grandes temas que los preocupan e ilusionan. Ambos deben ser objeto de un
especial discernimiento. Detengámonos brevemente en ellos.
El amor y la familia
259. Los jóvenes sienten con fuerza el llamado al amor, y sueñan encontrar la persona adecuada con quien formar
una familia y construir una vida juntos. Sin duda es una vocación que Dios mismo propone a través de los
sentimientos, los deseos, los sueños. Sobre este tema me detuve ampliamente en la Exhortación Amoris laetitia e
invito a todos los jóvenes a leer especialmente los capítulos 4 y 5.
260. Me gusta pensar que «dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor,
la vocación a formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio
envuelve este amor con la gracia de Dios, lo enraíza en Dios mismo. Con este don, con la certeza de esta llamada,
se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, ¡juntos!» [142].
261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó la sexualidad, que es un regalo
maravilloso para sus creaturas» [143]. Dentro de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que
«la sexualidad, el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el Señor nos da.
Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es
apasionado. El amor entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre.
Siempre. Y a darla con cuerpo y alma» [144].
262. El Sínodo resaltó que «la familia sigue siendo el principal punto de referencia para los jóvenes. Los hijos
aprecian el amor y el cuidado de los padres, dan importancia a los vínculos familiares y esperan lograr a su vez
formar una familia. Sin duda el aumento de separaciones, divorcios, segundas uniones y familias monoparentales
puede causar en los jóvenes grandes sufrimientos y crisis de identidad. A veces deben hacerse cargo de
responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser adultos antes de tiempo. Los abuelos con
frecuencia son una ayuda decisiva en el afecto y la educación religiosa: con su sabiduría son un eslabón decisivo
en la relación entre generaciones» [145].
263. Es verdad que estas dificultades que sufren en su familia de origen llevan a muchos jóvenes a preguntarse si
vale la pena formar una nueva familia, ser fieles, ser generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena apostar
por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para madurar y las más bellas alegrías para
compartir. No dejen que les roben el amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de
desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad.
264. Hoy reina una cultura de lo provisorio que es una ilusión. Creer que nada puede ser definitivo es un engaño
y una mentira. Muchas veces «hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda” [...]. En la cultura de
lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena
comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas […]. Yo, en cambio, les pido que sean
revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo
provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no
son capaces de amar verdaderamente» [146]. Yo sí tengo confianza en ustedes, y por eso los aliento a optar por
el matrimonio.

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265. Es necesario prepararse para el matrimonio, y esto requiere educarse a sí mismo, desarrollar las mejores
virtudes, sobre todo el amor, la paciencia, la capacidad de diálogo y de servicio. También implica educar la propia
sexualidad, para que sea cada vez menos un instrumento para usar a los demás y cada vez más una capacidad de
entregarse plenamente a una persona, de manera exclusiva y generosa.
266. Los Obispos de Colombia nos enseñaron que «Cristo sabe que los esposos no son perfectos y que necesitan
superar su debilidad e inconstancia para que su amor pueda crecer y durar. Por eso, concede a los cónyuges su
gracia que es, a la vez, luz y fuerza que les permite ir realizando su proyecto de vida matrimonial de acuerdo con
el plan de Dios» [147].
267. Para aquellos que no son llamados al matrimonio o a la vida consagrada, hay que recordar siempre que la
primera vocación y la más importante es la vocación bautismal. Los solteros, incluso si no son intencionales,
pueden convertirse en testimonio particular de dicha vocación en su propio camino de crecimiento personal.
El trabajo
268. Los Obispos de Estados Unidos han señalado con claridad que la juventud, llegada la mayoría de edad, «a
menudo marca la entrada de una persona en el mundo del trabajo. “¿Qué haces para vivir?” es un tema constante
de conversación, porque el trabajo es una parte muy importante de sus vidas. Para los jóvenes adultos, esta
experiencia es muy fluida porque se mueven de un trabajo a otro e incluso pasan de carrera a carrera. El trabajo
puede definir el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden hacer o comprar. También puede determinar la
calidad y la cantidad del tiempo libre. El trabajo define e influye en la identidad y el autoconcepto de un adulto
joven y es un lugar fundamental donde se desarrollan amistades y otras relaciones porque generalmente no se
trabaja solo. Hombres y mujeres jóvenes hablan del trabajo como cumplimiento de una función y como algo que
proporciona un sentido. Permite a los adultos jóvenes satisfacer sus necesidades prácticas, pero aún más
importante buscar el significado y el cumplimiento de sus sueños y visiones. Aunque el trabajo puede no ayudar
a alcanzar sus sueños, es importante para los adultos jóvenes cultivar una visión, aprender a trabajar de una manera
realmente personal y satisfactoria para su vida, y seguir discerniendo el llamado de Dios» [148].
269. Ruego a los jóvenes que no esperen vivir sin trabajar, dependiendo de la ayuda de otros. Eso no hace bien,
porque «el trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo
humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias» [149]. De ahí que «la espiritualidad cristiana, junto con la admiración
contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana
comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y
sus discípulos» [150].
270. El Sínodo remarcó que el mundo del trabajo es un ámbito donde los jóvenes «experimentan formas de
exclusión y marginación. La primera y la más grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles
exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los jóvenes la capacidad de soñar y de
esperar, y los priva de la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad. En muchos países esta situación
se debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas de las capacidades profesionales
adecuadas, también debido a las deficiencias del sistema educativo y formativo. Con frecuencia la precariedad
ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses económicos» [151].
271. Es una cuestión muy delicada que la política debe considerar como un tema de primer orden, particularmente
hoy que la velocidad de los desarrollos tecnológicos, junto con la obsesión por reducir los costos laborales, puede
llevar rápidamente a reemplazar innumerables puestos de trabajo por máquinas. Y se trata de un asunto
fundamental de la sociedad porque el trabajo para un joven no es sencillamente una tarea orientada a conseguir
ingresos. Es expresión de la dignidad humana, es camino de maduración y de inserción social, es un estímulo
constante para crecer en responsabilidad y en creatividad, es una protección frente a la tendencia al individualismo
y a la comodidad, y es también dar gloria a Dios con el desarrollo de las propias capacidades.

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272. No siempre un joven tiene la posibilidad de decidir a qué va a dedicar sus esfuerzos, en qué tareas va a
desplegar sus energías y su capacidad de innovar. Porque además de los propios deseos, y aún más allá de las
propias capacidades y del discernimiento que uno realice, están los duros límites de la realidad. Es verdad que no
puedes vivir sin trabajar y que a veces tienes que aceptar lo que encuentres, pero nunca renuncies a tus sueños,
nunca entierres definitivamente una vocación, nunca te des por vencido. Siempre sigue buscando, al menos,
modos parciales o imperfectos de vivir lo que en tu discernimiento reconoces como una verdadera vocación.
273. Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso –sea la enfermería, la carpintería, la
comunicación, la ingeniería, la docencia, el arte o cualquier otro trabajo– entonces será capaz de hacer brotar sus
mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega. Saber que uno no hace las cosas porque sí, sino
con un significado, como respuesta a un llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar algo a los
demás, hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de plenitud. Así lo decía el antiguo
libro bíblico del Eclesiastés: «He visto que no hay nada mejor para el ser humano que gozarse en su trabajo»
(Qo 3,22).
Vocaciones a una consagración especial
274. Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa,
podemos “volver a echar las redes” en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y debemos
hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino.
275. Algunas veces hice esta propuesta a jóvenes que me respondieron casi con burla diciendo: “No, la verdad es
que yo no voy para ese lado”. Sin embargo, años después algunos de ellos estaban en el Seminario. El Señor no
puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los pastores sin los cuales no podría vivir ni realizar
su misión. Y si algunos sacerdotes no dan un buen testimonio, no por eso el Señor dejará de llamar. Al contrario,
Él redobla la apuesta porque no deja de cuidar a su Iglesia amada.
276. En el discernimiento de una vocación no hay que descartar la posibilidad de consagrarse a Dios en el
sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que, si
reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno.
277. Jesús camina entre nosotros como lo hacía en Galilea. Él pasa por nuestras calles, se detiene y nos mira a los
ojos, sin prisa. Su llamado es atractivo, es fascinante. Pero hoy la ansiedad y la velocidad de tantos estímulos que
nos bombardean hacen que no quede lugar para ese silencio interior donde se percibe la mirada de Jesús y se
escucha su llamado. Mientras tanto, te llegarán muchas propuestas maquilladas, que parecen bellas e intensas,
aunque con el tiempo solamente te dejarán vacío, cansado y solo. No dejes que eso te ocurra, porque el torbellino
de este mundo te lleva a una carrera sin sentido, sin orientación, sin objetivos claros, y así se malograrán muchos
de tus esfuerzos. Más bien busca esos espacios de calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar
mejor el mundo que te rodea, y entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra.
Capítulo noveno
El discernimiento
278. Sobre el discernimiento en general ya me detuve en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate.
Permítanme retomar algunas de esas reflexiones aplicándolas al discernimiento de la propia vocación en el
mundo.
279. Recuerdo que todos, pero «especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible
navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales.
Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias
del momento» [152]. Y «esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y
entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del
mundo o del espíritu del diablo» [153].

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280. Este discernimiento, «aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el
misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno […]. Está en juego el sentido de mi vida
ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que Él»
[154].
281. En este marco se sitúa la formación de la conciencia, que permite que el discernimiento crezca en hondura
y en fidelidad a Dios: «Formar la conciencia es camino de toda una vida, en el que se aprende a nutrir los
sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y las intenciones de su manera de
obrar (cf. Flp 2,5)» [155].
282. Esta formación implica dejarse transformar por Cristo y al mismo tiempo «una práctica habitual del bien,
valorada en el examen de conciencia: un ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados, sino también
de reconocer la obra de Dios en la propia experiencia cotidiana, en los acontecimientos de la historia y de las
culturas de las que formamos parte, en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o que
nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de la prudencia, articulando la orientación
global de la existencia con elecciones concretas, con la conciencia serena de los propios dones y límites» [156].
Cómo discernir tu vocación
283. Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer la propia vocación. Es una tarea que requiere
espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno:
«Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo
momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para
interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer
el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios»[157].
284. Este silencio no es una forma de aislamiento, porque «hay que recordar que el discernimiento orante requiere
partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras
nuevas. Sólo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o
insuficiente […]. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo
lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo
algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos» [158].
285. Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar
preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero
tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que
empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis
sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades?
Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál
es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las
capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas?
286. Estas preguntas tienen que situarse no tanto en relación con uno mismo y sus inclinaciones, sino con los
otros, frente a ellos, de manera que el discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. Por eso
quiero recordar cuál es la gran pregunta: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero,
¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate:
“¿Para quién soy yo?”» [159]. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso
en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros.
El llamado del Amigo
287. Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús. A
los amigos, si se les regala algo, se les regala lo mejor. Y eso mejor no necesariamente es lo más caro o difícil de
conseguir, sino lo que uno sabe que al otro lo alegrará. Un amigo percibe esto con tanta claridad que puede
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visualizar en su imaginación la sonrisa de su amigo cuando abra su regalo. Este discernimiento de amistad es el
que propongo a los jóvenes como modelo si buscan encontrar cuál es la voluntad de Dios para sus vidas.
288. Quiero que sepan que cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él como
su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y
transformarte en una persona útil para los demás, en alguien que deje una huella en la historia, será seguramente
algo que te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque lo
que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será justo a tu medida, a la medida de tu vida
entera.
289. El regalo de la vocación será sin duda un regalo exigente. Los regalos de Dios son interactivos y para gozarlos
hay que poner mucho en juego, hay que arriesgar. Pero no será la exigencia de un deber impuesto por otro desde
afuera, sino algo que te estimulará a crecer y a optar para que ese regalo madure y se convierta en don para los
demás. Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los
demás podrás llegar a ser.
290. La potencia de la vida y la fuerza de la propia personalidad se alimentan mutuamente en el interior de cada
joven y lo impulsan a ir más allá de todo límite. La inexperiencia permite que esto fluya, aunque bien pronto se
transforma en experiencia, muchas veces dolorosa. Es importante poner en contacto este deseo de «lo infinito del
comienzo todavía no puesto a prueba» [160] con la amistad incondicional que nos ofrece Jesús. Antes de toda ley
y de todo deber, lo que Jesús nos propone para elegir es un seguimiento como el de los amigos que se siguen y se
buscan y se encuentran por pura amistad. Todo lo demás viene después, y hasta los fracasos de la vida podrán ser
una inestimable experiencia de esa amistad que nunca se rompe.
Escucha y acompañamiento
291. Hay sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, profesionales, e incluso jóvenes capacitados, que pueden
acompañar a los jóvenes en su discernimiento vocacional. Cuando nos toca ayudar a otro a discernir el camino de
su vida, lo primero es escuchar. Y esta escucha supone tres sensibilidades o atenciones distintas y
complementarias:
292. La primera sensibilidad o atención es a la persona. Se trata de escuchar al otro que se nos está dando él
mismo en sus palabras. El signo de esta escucha es el tiempo que le dedico al otro. No es cuestión de cantidad
sino de que el otro sienta que mi tiempo es suyo: el que él necesita para expresarme lo que quiera. Él debe sentir
que lo escucho incondicionalmente, sin ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme, sin cansarme. Esta
escucha es la que el Señor ejercita cuando se pone a caminar al lado de los discípulos de Emaús y los acompaña
largo rato por un camino que iba en dirección opuesta a la dirección correcta (cf. Lc 24,13-35). Cuando Jesús hace
ademán de seguir adelante porque ellos han llegado a su casa, ahí comprenden que les había regalado su tiempo,
y entonces le regalan el suyo, brindándole hospedaje. Esta escucha atenta y desinteresada indica el valor que tiene
la otra persona para nosotros, más allá de sus ideas y de sus elecciones de vida.
293. La segunda sensibilidad o atención es discernidora. Se trata de pescar el punto justo en el que se discierne
la gracia o la tentación. Porque a veces las cosas que se nos cruzan por la imaginación son sólo tentaciones que
nos apartan de nuestro verdadero camino. Aquí necesito preguntarme qué me está diciendo exactamente esa
persona, qué me quiere decir, qué desea que comprenda de lo que le pasa. Son preguntas que ayudan a entender
dónde se encadenan los argumentos que mueven al otro y a sentir el peso y el ritmo de sus afectos influenciados
por esta lógica. Esta escucha se orienta a discernir las palabras salvadoras del buen Espíritu, que nos propone la
verdad del Señor, pero también las trampas del mal espíritu –sus falacias y sus seducciones–. Hay que tener la
valentía, el cariño y la delicadeza necesarios para ayudar al otro a reconocer la verdad y los engaños o excusas.
294. La tercera sensibilidad o atención se inclina a escuchar los impulsos que el otro experimenta “hacia
adelante”. Es la escucha profunda de “hacia dónde quiere ir verdaderamente el otro”. Más allá de lo que siente y
piensa en el presente y de lo que ha hecho en el pasado, la atención se orienta hacia lo que quisiera ser. A veces

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esto implica que la persona no mire tanto lo que le gusta, sus deseos superficiales, sino lo que más agrada al
Señor, su proyecto para la propia vida que se expresa en una inclinación del corazón, más allá de la cáscara de
los gustos y sentimientos. Esta escucha es atención a la intención última, que es la que en definitiva decide la
vida, porque existe Alguien como Jesús que entiende y valora esta intención última del corazón. Por eso Él está
siempre dispuesto a ayudar a cada uno para que la reconozca, y para ello le basta que alguien le diga: “¡Señor,
sálvame! ¡Ten misericordia de mí!”.
295. Entonces sí el discernimiento se convierte en un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor [161]. De
ese modo, el deseo de reconocer la propia vocación adquiere una intensidad suprema, una calidad diferente y un
nivel superior, que responde mucho mejor a la dignidad de la propia vida. Porque en definitiva un buen
discernimiento es un camino de libertad que hace aflorar eso único de cada persona, eso que es tan suyo, tan
personal, que sólo Dios lo conoce. Los otros no pueden ni comprender plenamente ni prever desde afuera cómo
se desarrollará.
296. Por lo tanto, cuando uno escucha a otro de esta manera, en algún momento tiene que desaparecer para dejar
que él siga ese camino que ha descubierto. Es desaparecer como desaparece el Señor de la vista de sus discípulos
y los deja solos con el ardor del corazón que se convierte en impulso irresistible de ponerse en camino
(cf. Lc 24,31-33). De regreso a la comunidad, los discípulos de Emaús recibirán la confirmación de que
verdaderamente ha resucitado el Señor (cf. Lc 24,34).
297. Ya que «el tiempo es superior al espacio» [162], hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer
trayectos. Y son procesos de personas que siempre son únicas y libres. Por eso es difícil armar recetarios, aun
cuando todos los signos sean positivos, ya que «se trata de someter los mismos factores positivos a un cuidadoso
discernimiento, para que no se aíslen el uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose
recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin
distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor, que espera ser descubierto y reconducido
a su plena verdad» [163].
298. Pero para acompañar a otros en este camino, primero necesitas tener el hábito de recorrerlo tú mismo. María
lo hizo, afrontando sus preguntas y sus propias dificultades cuando era muy joven. Que ella renueve tu juventud
con la fuerza de su plegaria y te acompañe siempre con su presencia de Madre.
***
Y al final... un deseo
299. Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que los lentos y temerosos. Corran «atraídos por
ese Rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente.
El Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su
fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para
esperarnos» [164].
Loreto, junto al Santuario de la Santa Casa, 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación del Señor, del año 2019,
séptimo de pontificado

Francisco

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