Mov Peronista
Mov Peronista
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Prólogo
Lo cuento para conocimiento de las y los jóvenes del Movimiento Nacional, Popular,
Democrático y Latinoamericanista del cual es parte EL MOVIMIENTO PERONISTA.
También para experiencia común de que las decisiones políticas afectan a la vida de
todas y todos. Para bien. O para mal, como en este caso de “exilio forzado” de un
hijo…
Yendo a este, para mí, excepcional libro EL MOVIMIENTO PERONISTA debo decir
primero que me era totalmente desconocido a pesar de que hace seis años que estoy en
la búsqueda permanente de todo documento del primer peronismo que nos pueda
ayudar a la comprensión del legado político de Perón. Estaba buscando otro libro muy
utilizado desde 1952 en la Revista Mundo Peronista: “LOS MENSAJES DE PERON”
que contiene los discurso de Perón ante la Asamblea Legislativa al comienzo del año
parlamentario desde 1946 a 1952. Lo encontré en una librería de “libros antiguos”. El
librero me ofrece también EL MOVIMIENTO PERONISTA… Así, de casualidad, lo
conocí…
Implica una gran alegría ponerlo a disposición de las jóvenes generaciones del
MOVIMIENTO PERONISTA.
Lic. Antonio Rougier
Ciudad de México, 4-11-2016
PRÓLOGO
El general Perón con magistral palabra analiza y define los diversos aspectos que
integran el Movimiento, y justiprecia con meridiana claridad los valores y principios
que lo fundamentan. Cada elemento constitutivo de la sociedad en relación con los
intereses nacionales es analizado por el general Perón, cuyos conceptos proporcionan
las bases de una ideología humanísima y constructiva. Cada una de sus afirmaciones
posee la fuerza de una definición; cada pensamiento suyo establece el itinerario del
Movimiento, sus altos objetivos en función de una grandeza día a día cimentada.
Es así que, como todos los patriciados que entregan a sus descendientes el manejo de la
cosa pública, él se convirtió en una oligarquía.
Si en 1810 fuimos libres, políticamente, gracias a esos héroes que siempre recordamos,
no podemos afirmar lo mismo de los que les sucedieron, que, lejos de conquistar
nuestra independencia económica, han perdido el tiempo para entregarnos a una
situación de verdadero coloniaje, como nunca el país había soportado antes.
Además del delito de haber gobernado mal, de haber entregado las riquezas del país,
anulaban a los hombres que eran los únicos que podían haber desarrollado su
mentalidad y adquirido el derecho que toda democracia bien organizada da a sus hijos:
el de tomar el manejo de la cosa pública cuando se es más capaz que los demás.
La más obscura y venal de las oligarquías, en poder del Estado, había montado una
máquina electoral que dio al pueblo el derecho de votar, pero jamás el de elegir a sus
gobernantes.
La oligarquía que se había entronizado en el país durante tantos años había conseguido
explotar en el país todo lo explotable, y había llegado en sus extremos de explotación a
explotar hasta la miseria, la ignorancia y la desgracia de nuestra clase trabajadora.
Los pueblos sin esperanza terminan por perder la fe. Y cuando se pierde la fe en un
país, no puede predecirse a ciencia cierta cuál será su porvenir.
No hubiéramos podido justificar nunca, ante nuestra conciencia y ante la Historia, una
actitud indiferente, frente a la realidad política y a la realidad social de aquella hora. Un
deseo superior de justicia fue el motor que impulsó a la Revolución triunfante.
En la mente de quienes concibieron y gestaron la Revolución estaba fija la idea de la
redención social de nuestra patria.
Nuestra Revolución lanzó una proclama, que si todos la leyeron, pocos la meditaron
profundamente. Esta proclama tiene, como todas, dentro de su absoluta sencillez, un
contenido filosófico que es necesario interpretar. Su texto está dividido en cuatro
partes.
El primer postulado es su contenido político, que está expresado en dos cortos párrafos.
El primero dice: “Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los
argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal
habidos”; y el segundo párrafo expresa: “Sostenemos nuestras instituciones y nuestras
leyes, persuadidos de que no son ellas sino los hombres quienes han delinquido en su
aplicación”.
Finalmente viene el contenido ético y patriótico que cierra la proclama, donde declara:
“Que cada uno de nosotros, llevados por las circunstancias a la función pública, nos
comprometemos por nuestro honor a trabajar honrada e incansablemente en defensa
del bienestar, de la libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos; a
renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por nuestro grado corresponda;
a ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y la
justicia en los procedimientos; a reprimir de la manera más enérgica, entregándolo a la
justicia, al que cometa un acto doloso en perjuicio del Estado, y al que directa o
indirectamente se preste a ello; a aceptar la carga pública con desinterés, y a obrar sólo
inspirados por el bien y la prosperidad de la Patria”.
La historia argentina nos presenta un caso extraordinario de repetición psíquica de
movimientos, que nunca terminaron bien. Si analizamos la historia patria desde hace
sesenta u ochenta años hasta nuestros días, observamos la repetición de un movimiento
esporádico cada ocho, diez o doce años, y lo vemos fracasar sistemáticamente. Sin
embargo, han sido movimientos populares que no fueron interpretados por los
encargados de realizar la acción que produjese una reforma que satisficiera plenamente
las aspiraciones del pueblo que realizaba el movimiento revolucionario. Por eso
fracasaron todos nuestros movimientos revolucionarios.
El análisis de los hechos nos muestra claramente que esos hombres que llegaron al
poder por un movimiento violento eran hombres de buena fe y que traían buenas
intenciones, pero que no supieron realizar los programas para cumplir esas buenas
intenciones. En ello yo veo el defecto capital de todos esos movimientos
revolucionarios.
Dentro de este proceso histórico, otros movimientos, que, inclusive, habían soñado con
la revolución, se sintieron desbordados o amedrentados por la revolución que se
producía en la vida real.
Esos dos postulados deben ser como la estrella polar para el pueblo argentino: la unión
de todos; unión es lo único que hace grandes a los pueblos. Es decir, la unidad nacional,
para que, cuando sea necesario sufrir, suframos todos, y cuando sea necesario gozar,
gocemos también todos.
El segundo postulado: el de la Justicia Social, de contenido profundamente humano,
sin el cual nuestra revolución habría pasado a ser un cuartelazo más, intrascendente y
estéril.
Esta revolución encierra un contenido social. Sin contenido social sería totalmente
intrascendente y no habríamos hecho otra cosa que una de las veinte revoluciones que
han tenido lugar en el país.
Los que piensan lo contrario se equivocan. Fue una chispa que el 17 de Octubre
encendió la hoguera en la que han de crepitar hasta consumirse los restos del
feudalismo que aún asoman por tierra americana.
El día 17 de Octubre, desde el Hospital Militar asistí a los hechos más trascendentales
de toda la Revolución de Junio. Ellos llenaron todo mi corazón de argentino y de
patriota: la Revolución hecha hacía dos años y cuatro meses por el ejército había sido
comprendida y había pasado al pueblo, y, en consecuencia, HABIA TRIUNFADO.
El 17 de Octubre será para todos los tiempos la epopeya de los humildes, día de la
ciudadanía y del pueblo argentino; no de una parte del pueblo ni de agrupaciones
determinadas, sino de todo el pueblo auténticamente criollo.
Marchamos tras los objetivos fundamentales de la Nación, que son: Labrar la felicidad
del pueblo y asegurar la grandeza futura de la Patria.
Nada ni nadie por encima de la Patria. Sólo la providencia de Dios prodigando sus
bendiciones. Nosotros, todos unidos para amarla, para idolatrarla y para defenderla.
Quienes quieran oír que oigan, quienes quieran seguir que sigan: mi empresa es alta y
clara mi divisa; mi causa la causa del pueblo, mi guía la bandera de la Patria.
3.- CAMINO HACIA EL IDEAL DEL GRAL.
PERÓN.--DOCTRINA PERONISTA
Por eso, nuestra doctrina trata de crear una verdadera mística, no para utilizarla
solamente en el campo político, como algunos creen, sino porque yo no concibo una
nacionalidad sin una mística nacional, conformada por una verdadera mística en todos
los grandes principios que el país sigue en su orientación de gobierno, de organización
y de acción en la vida nacional.
Es decir, una doctrina que todos seguimos porque todos la sentimos y por la cual
estamos dispuestos a sacrificarlo todo y a realizar cualquier esfuerzo, porque el triunfo
de esa mística es el triunfo de la nacionalidad, y creo que estamos viviendo tiempos en
que nadie que sea verdaderamente un argentino puede no desear el triunfo de nuestra
propia nacionalidad.
Nuestra doctrina no cree en la violencia que desgarra sino en la superación que eleva;
en la plenitud de su cometido, sin miras egoístas en las relaciones cada día más
complejas del hombre con la comunidad.
Nuestra doctrina es una doctrina de moral, es una doctrina humanista, es una doctrina
patriótica. De modo que no hay inconveniente en irla introduciendo en las escuelas, en
los colegios, en la Universidad, en todas partes.
Si fuese una doctrina mala, yo sería el primero en combatirla; pero siendo buena,
debemos tratar de introducirla en todos los lugares, en todos los hombres y todas las
mujeres. Con eso aseguraremos el triunfo de una acción colectiva.
Una doctrina nacional así fundamentada, con objetivos básicos tales como los que
abren la portada de nuestra Constitución, es la mejor defensa que podemos ofrecer
frente al ataque de las doctrinas que se disputan el dominio del mundo.
4ª).- No existe, para el Peronismo, más que una sola clase de hombres: los que trabajan.
5ª).- En la Nueva Argentina, el trabajo es un derecho, que crea la dignidad del hombre,
y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.
6ª).- Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista.
7ª).- Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser.
Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en
oligarca.
9ª).- La política no es para nosotros un fin, sino sólo el medio para el bien de la Patria,
que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional.
10ª).- Los dos brazos del Peronismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos
damos al pueblo un abrazo de justicia y de amor.
13ª).- Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el Peronismo tiene su
propia doctrina política, económica y social.
15ª).- Como doctrina política, realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de
la comunidad.
17ª).- Como doctrina social, realiza la justicia social que da a cada persona su derecho
en función social.
Deseamos vivir en paz con todas las naciones de buena voluntad del globo.
Nuestra política exterior ha sido dictada con arreglo a esta firme vocación amistosa.
Nadie podrá atribuirnos un gesto ni una palabra inamistosos, aunque no siempre
hayamos sido en esto perfectamente correspondidos.
Queremos que nuestra política internacional esté basada en la buena voluntad, pero
también en la justicia.
Si bien sabemos defender apasionadamente nuestro honor, nuestra casa, nuestra tierra
y nuestra patria, jamás hemos ido y nunca iremos a inquietar el ánimo de otros hombres
ni a turbar la paz de otros pueblos. A todos respetamos en la medida que nos respeten.
Nuestro país tiene una doctrina internacional perfectamente clara, que podernos
enunciar con un antiguo adagio cristiano: “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
La Argentina sigue una línea firme y recta en materia internacional. Jamás, en el curso
de nuestra historia, hemos dejado de cumplir un compromiso internacional adquirido.
El que con afanes de conquista pusiese un pie en nuestro territorio, antes de poner el
otro tendría que matar a todos los argentinos.
Dentro de las benditas fronteras de esta tierra mandan los argentinos, se sirven los
intereses argentinos.
Creemos que los pueblos débiles en el mundo hoy no tienen garantías. Somos, como el
caso de los hombres, jurídicamente iguales todos, pero en la realidad de los hechos, la
concepción jurídica no se cumple.
No vamos, pues, contra nadie. No vamos, pues, contra nada. Por eso la Argentina no
está contra nadie ni hace distingo de ideas, razas o religiones. Lo único que desea es
que sea respetado su tradicional modo de ser.
Somos un pueblo de hombres tranquilos, que aspiramos a hacer nuestra felicidad, por
el trabajo y por el sacrificio.
Representamos una patria que vive, desde su origen, los principios de la libertad. Es la
nuestra la firme voluntad de ser independientes y libres.
Sostenemos que la victoria no da derechos; que los pueblos son sagrados para los
pueblos y los hombres sagrados para los hombres.
Nada podemos pretender de los demás porque ya Dios nos ha dado todo cuanto
podemos ambicionar. Nuestra política nace de este aspecto de nuestra propia grandeza
natural.
La Argentina mantiene amistad con todos los pueblos del mundo y no se inclina hacia
las hegemonías de izquierda o de derecha, porque tiene una conducta internacional
definida. Es histórica por su raíz, pero nueva por su rumbo. Nuestras normas
internacionales están dictadas por principios, no por conveniencias transitorias.
Es la historia común la que mejor fomenta la unidad de todos los pueblos del
continente.
La Argentina, como gran Nación, está dispuesta y pronta para ocupar el lugar y el
puesto que le corresponde en América.
La historia nos lleva a la observación del común origen a la libertad; la norma política
nos refirma en la soberana decisión de todos y cada uno de los Estados americanos de
preservar nuestra democracia y nuestra convivencia pacífica; el sentido social que
anima la evolución de nuestros pueblos nos impulsa hacia nuevas realizaciones que
aseguren la felicidad de todos los individuos, y la esperanza que alentamos condice con
el afianzamiento de una armónica y solidaria organización interestatal que resguarde la
paz, facilite su desenvolvimiento económico y extienda los beneficios de la justicia.
No podemos aceptar que en nombre de los intereses del continente se nos quiera
interferir en nuestra economía interna y en nuestra política externa. El pueblo argentino
no aceptará jamás intromisiones extrañas en el orden interno.
Anhelamos la hermandad americana, dentro del respeto mutuo, de igual a igual, con los
hermanos de América.
Para sacar al país del letargo y de la vida vegetativa, queremos lanzarlo en pos de las
conquistas económicas y sociales. Sin las conquistas económicas, las conquistas
sociales desaparecen rápidamente y no pueden subsistir; y sin las conquistas
económicas y sociales, las convulsiones políticas se van a ir sucediendo, como lo
prueba la historia de todos los tiempos y de todos los países.
Debemos honrar los talentos, el trabajo y los artistas, y reverenciar la magistratura y las
autoridades que se destacan por su saber, por su virtud, por su patriotismo; debemos
elevar a los cargos públicos a los hombres de mérito salidos del pueblo; debemos
enseñar a los magnates cuáles son sus deberes de solidaridad social, porque la cuna
dorada ha dejado de ser un título de monopolio para los honores, las influencias y la
participación del poder.
La labor para lograr la paz interior debe consistir en la anulación de los extremismos
capitalistas y totalitarios, sean éstos de derecha o de izquierda, partiendo de la base del
desarrollo de una acción política, económica y social adecuada por parte del Estado, y
de una educación de los individuos encaminada a elevar la cultura social, dignificar el
trabajo y humanizar el capital y, especialmente, reemplazar los sistemas de lucha por el
de la colaboración.
La libertad será cada vez menos el derecho de cada cual a hacer lo que le plazca, para
ser cada vez más la obligación de hacer lo que le convenga a la colectividad.
No queremos la democracia liberal de antes, donde el que tenía era todo y el que no
tenía no era nada. Queremos una democracia social. Queremos producir, consumir,
disfrutar o sufrir, pero todos por igual, sin preferencias para nadie.
El peor mal es el liberalismo, que, invocando una libertad, no deja ejercer las otras
libertades.
La sociedad para existir exige que la libertad de unos subsista con la libertad de todos.
La Nación Argentina no puede cancelar su destino ni malograr sus fines, para que
cierta libertad liberticida sobreviva.
La libertad debe arrancar desde el punto en que haya sido afianzada definitivamente la
seguridad social, la familia y la defensa nacional.
Una libertad sin seguridad de vida, de trabajo, de educación y vivienda digna, es una
falsa libertad.
Recién, después de obtener para los hombres de esta, tierra la fe en los destinos
individuales y colectivos, una porción efectiva de bienestar material y una parte real de
justicia, se puede alcanzar la libertad.
No son dignos de la ciudadanía argentina quienes se prestan a llevar sus rencillas y sus
odios más allá de nuestras fronteras. Los problemas argentinos debemos ventilarlos los
argentinos.
El país vive un momento decisivo de su historia. Hoy los moldes viejos han sido rotos
y fundiremos sobre nuevos moldes. Se engañan aquellos que creen que con los mismos
sistemas pueden volver a situaciones semejantes.
Nuestra política, en ese orden, está orientada a formar un pueblo de hombres felices,
primer paso para alcanzar los objetivos finales, porque nadie puede alentar esperanzas
en la miseria y la infelicidad. Creado ese ambiente, podremos indicar los objetivos más
altos que todos puedan alcanzar, pero previamente hay que crear un ambiente de
justicia y de felicidad, sin el cual es inútil que nos pongamos a salvar una humanidad
que ya está perdida.
La política no es para nosotros un fin, sino sólo el medio para el bien de la Patria, que es
la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional.
Aspiramos a proporcionar a las generaciones del mañana una vida más plena. Más
fuerte en el respeto de sus derechos. Más feliz en el cumplimiento de sus deberes.
Que la Nueva Argentina sea de todos y para todos; que en esta tierra no se ponga el sol
para ninguno, para que todos aprendan a luchar por lo que quieren; para que todos
aprendan a vencer por lo que desean, y para que, en el futuro, representen a la Patria la
falange que ha de abatir la injusticia y la ignominia, y el mástil en el cual han de
embanderarse los deseos de todos nosotros, de formar un pueblo feliz, una patria
grande y generosa, como yo la deseo para que todos la puedan disfrutar en el futuro y
que se la habrán ganado con su esfuerzo y con su sacrificio.
4.4.- EL HOMBRE.
Nuestro hombre es una unidad moral ante todo y por sobre todo, sin dejar de constituir
una célula económica.
Si hay algún recurso en este momento en la humanidad para resolver todos los
problemas, es salvar al hombre.
Alentamos la esperanza de que nuestro camino reconcilie a los hombres con su destino
de hombres y creen éstos de nuevo la felicidad.
El valor del hombre es para nosotros superior con respecto a la comunidad, pero
reconocemos que la comunidad es fuerte y que el hombre es débil.
El mal de nuestro país es que tenemos demasiados hombres que dicen, pero pocos que
hacen. Hay que formar ese nuevo argentino, luchador, emprendedor, porque en la vida
nada se consigue sin esfuerzo. Se necesita al hombre capaz de exponerlo todo para
ganarlo todo. Hay que formar otro argentino.
El hombre tiene una misión creadora; vivir y ser, es crear, es producir grandes obras;
existir, conservarse, es andar entre las cosas que ya están hechas por otros.
En nuestro país se habla mucho de derechos y poco de obligaciones. Tenemos que
hablar un poco de las obligaciones que tiene cada ciudadano para con el país y para con
sus compatriotas, y olvidarnos un poco de los derechos que ya hemos mencionado
bastante.
Esa actitud habrá de expresarse, por el cumplimiento generoso de todo deber, por el
afán de crear y de construir; o sea, por el trabajo, cualquiera sea su categoría o
condición, realizado a conciencia, con entusiasmo y con amor, con los ojos puestos en
la grandeza del pueblo, que somos todos y cada uno de nosotros.
Hay que enseñarle al hombre la vida optimista y con un alto ideal, pero en forma
práctica, en forma que lo sienta. Y para que lo sientan hay que actuar sobre ellos y en
defensa de los menos capacitados.
Para tenor hombres decididos a defender la Patria es necesario, en primer término, que
esos hombres sean fuertes y amantes de esa patria, cuyo amor está generalmente en
razón directa de la justicia que esa patria asegura para todos sus hijos.
Para el Estado, lo más valioso es el hombre, y organizar el cuidado de ese hombre tanto
en lo físico como en lo moral es fundamental.
Cada argentino que tenga el corazón bien puesto debe pensar que sobre esta generación
pesa la tremenda responsabilidad del futuro de la Nación y que debe trabajar en la
esfera de su acción para acumular el máximo de energías y las fuerzas necesarias para
impulsar la grandeza de la Patria.
Dentro del cuerpo de la República, todos debemos estar listos para hacer un sacrificio
por los otros, cuando sea necesario. Ese es el espíritu de solidaridad que debe existir
dentro de la Nación, entre todos sus hombres, sea cualquiera la actividad a que se
dediquen.
El día que nosotros consigamos que nuestros hombres tengan la real orientación moral
que deben tener, que tengan un verdadero sentido de la conciencia social que el pueblo
vive y que estén totalmente persuadidos de que el acatamiento a la ley y a la
Constitución es base de nuestra convivencia, y formemos una comunidad organizada
con estos valores en los hombres, habremos triunfado dentro de nuestro país.
La juventud, sin el acervo destructor de los años, sin los escepticismos y los prejuicios
que nacen con los golpes y dificultades que la vida tiene, es sin duda la levadura más
extraordinaria de los pueblos.
Los jóvenes tienen en esta hora una responsabilidad tremenda. Ellos son los únicos que
pueden prolongar la Revolución hasta la consumación total de su obra purificadora.
La mujer argentina tiene en esto una misión que cumplir y una enorme responsabilidad
que afrontar, porque el mañana no nos pertenece; pertenece a las generaciones que han
de seguirnos, y esas generaciones serán tan sabias y tan virtuosas como las mujeres
argentinas sepan forjar hombres sabios y virtuosos.
Esta Argentina que estamos delineando debe dar calor de hogar a millones de otros
hombres que quieran labrarse un porvenir al amparo del pabellón azul y blanco, que es
emblema de libertad y símbolo de justicia.
Para nosotros, los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber
vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad.
Si nada hubiéramos hecho en nuestra patria; si ninguno de los hechos que comprueban
nuestra acción de gobierno hubiera podido ser realizado; si esa patria justa, generosa,
libre y soberana que estamos forjando no hubiera podido ser realizada por nosotros,
podríamos, sin embargo, haber legado a la Patria lo más grande que ella puede recibir
de nosotros: un futuro de generaciones argentinas de hombres buenos, de hombres
dignos, de hombres justos, sabios y prudentes.
4.5.- EL PUEBLO.
Un pueblo no se hace en una hora. Un pueblo se hace sobre sus esencias, sobre su
historia. Un pueblo avanza por el camino de su historia cuando, en una coyuntura
excepcional, una generación consigue poner en ebullición creadora las posibilidades
nacionales.
Un pueblo posee estatura cuando se hace visible desde el exterior. El simple hecho de
hacerse advertir es ya una presencia; pero, entendamos bien, una presencia que el
mundo no reconoce gratuitamente.
Los pueblos elevan su estatura sobre, sus fronteras después de haber logrado su unidad
y formado su conciencia nacional, y proyectan ambas fuerzas sobre sus más profundas
convicciones.
Los pueblos que no tienen entusiasmo son muertos que en caravana van a lo largo de
los tiempos para sucumbir.
Los grandes pueblos son aquellos que quieren serlo. Es el pueblo el único que puede
salvar al pueblo. Los caminos que conducen a la felicidad de los pueblos no se
alfombran de flores ni de placeres, sino de sacrificios y de abnegación.
No puede ser libre un pueblo cuya inmensa mayoría de hombros es de esclavos, del
mismo modo que no puede ser jamás sojuzgado un pueblo de hombres libres. La
libertad de un pueblo reside en cada uno de sus hombres, y frente a esa libertad ningún
poder de la tierra puede prevalecer.
Lo importante es que el pueblo sea libre, dentro de la ley y dentro de una ética sin la
cual la libertad es un mito.
Ser libre no es obrar según la propia gana sino una elección entre varias posibilidades
profundamente conocidas.
La libertad no puede discutirse: se conquista y se va realizando.
Solamente se es libre en aquellos pueblos que saben someterse a la ley, porque para ser
libres es necesario ser esclavos de la ley.
Solamente una libertad no podemos tolerar: la libertad de los hombres para atentar
contra la libertad de los hombres.
Tenemos que hacer un pueblo nuevo, animado del deseo de hacer y no sometido a la
desgracia de vegetar, ni lucubrando cosas muy buenas que no es capaz de realizar y que
tampoco los hombres de su tiempo están en condiciones de llevar a la práctica; un
pueblo de hombres de acción, un pueblo vigoroso intelectualmente, pero también
vigoroso espiritualmente.
Nuestro pueblo, nacido dentro de la llama de la libertad, no podrá sacrificar jamás ese
sentimiento, y todo cuanto tienda a afianzar esa independencia y esa libertad está
decidido a apoyarlo.
La libertad para que sea libertad, ha de ser la que uno elija y no la que elijan los demás
para uno. Por esa razón, soy celoso cumplidor de la libertad que impone el pueblo
argentino; la libertad que quieren imponer los otros no me interesa.
Pensamos que lo más importante es que el pueblo sea libre dentro de la ley, y además
dentro de una ética, sin la cual la libertad es un mito.
Anhelamos que la Argentina sea el reducto de las verdaderas libertades de los hombres
y la Constitución su imbatible parapeto.
Nos encontramos con un pueblo que durante cien años había sido explotado y
engañado por quienes le habían prometido todo; olvidado y vendido por quienes tenían
la obligación de servirlo con lealtad, y traicionado permanentemente por una
oligarquía sin escrúpulos.
Los sufrimientos físicos y morales, que son los mejores maestros, han enseñado al
pueblo a distinguir los hombres que trabajan por su felicidad y su grandeza, de los que,
traicionando a la Patria, lo escarnecieron y lo explotaron sin escrúpulos y sin
conciencia.
No puede quejarse la oligarquía que disfrutó de las ventajas del poder durante casi una
centuria. Es justo, en cambio, que sea ahora el pueblo quien desee establecer su propio
gobierno y ser artífice de su propio destino.
Al que intentase la solución del problema argentino le quedaba una disyuntiva muy
simple: o se decidía por el grupo oligárquico capitalista o por el pueblo. Yo me decidí
por el pueblo.
Para nosotros, es el pueblo el que decide; para nosotros, es el pueblo el que gobierna
por intermedio de sus representantes.
Y para nosotros, es para el pueblo, exclusivamente para el pueblo, para el que estamos
obligados a trabajar, porque para eso se nos ha elegido y para eso se nos paga en
nuestra función.
Cuando el pueblo está organizado, es invencible; por eso deseo que el pueblo se
organice, para que nadie pueda explotarlo en el futuro.
Hemos formado en el pueblo una conciencia que hará reaccionar al más humilde de los
ciudadanos contra quien pretenda volver a entregar el país a intereses foráneos.
La dignidad la defiende cada uno con sus obras; no se la defiende nadie de afuera con
obras ajenas, recordando que hay una moral que cumplir, una familia que defender, una
patria que honrar.
He tenido oportunidad a través de toda mi vida de aprender que la razón está siempre
de parte del pueblo, que el pueblo nunca se equivoca.
Queremos ser el pueblo más feliz de la tierra, ya que la naturaleza se ha mostrado tan
pródiga con nosotros.
Con este maravilloso pueblo no habrá empresa imposible de realizar, sacrificio que no
seamos capaces de afrontar, fuerza extraña o propia suficientemente fuerte para
doblegar nuestra voluntad inquebrantable de vencer bien.
Ese fue, sin duda, el comienzo de todos nuestros males; la división en banderías
enconadas que habrían de perpetuarse a través del tiempo y de la historia; y la acción
política posterior fue siempre de disociación. Ya el pueblo argentino no volvió a
sentirse unido, sino que fue un verdadero campo de lucha entre fracciones políticas por
la disputa del poder y del gobierno.
En el orden político, los partidos se han combatido con encono, unos a otros, en tal
forma, que en determinados momentos han parecido tribus salvajes que se disputaban
su propio sustento.
En el orden social, los obreros han estado contra sus patronos, sin ninguna ventaja para
el país, porque todo lo que es lucha disocia el acuerdo, la armonía. El amor es lo único
que une.
Cuando nos pongamos de acuerdo en que pobres o ricos, blancos o negros, somos
todos argentinos, comenzaremos recién a andar el buen camino. Hemos afirmado, y lo
refirmo ahora, que cuando sepamos y estemos convencidos de que trabajamos para
todos los argentinos, llegaremos a la conclusión de que la fortuna o la desgracia en este
país nos serán comunes a todos; sufriremos o gozaremos todos.
Nosotros, deseamos que en esta tierra no haya más que argentinos unidos por el buen
sentimiento de la nacionalidad.
Debemos proceder unidos y cada uno, en nuestra modesta esfera de acción, actuar para
el bien de todos.
Los pueblos que no tienen unidad nacional están destinados a sucumbir; para obtenerla
es menester pensar en una nivelación de los hombres que permita al que dirige contar
no sólo con el trabajo del que realiza, sino con el corazón del que trabaja.
La unión de los pueblos resulta indispensable para la conducción de las distintas etapas
del mundo. La alteración de los principios que sirven a esa unidad crea los elementos
de dispersión. Tras ella aparecen los síntomas de la esclavitud política y económica,
nacida como consecuencia de la quiebra de la unidad social, condición originaria para
que en el desenvolvimiento de los pueblos se consagre el principio de una dignidad
mayor para enfrentar y sostener la vida.
Los pueblos que no poseen una verdadera unidad nacional tienen para la consideración
de todos sus problemas el más grave inconveniente, representado por su inorganicidad.
Sin esa unidad ningún país puede desarrollar en el orden interno o externo tareas
constructivas, porque le falta su fuerza motriz, original, que es la que da unidad de
acción, única fuerza que permite los grandes esfuerzos y la consecución de los grandes
objetivos.
Mas el sentimiento de unidad en el amor patrio ha de ser común. El recuerdo que los
argentinos radicados en el extranjero dediquen a la Argentina debe ser el mismo que les
ofrezcamos a ellos. Allí donde se encuentra un argentino está la Argentina.
La unidad nacional no significa la unión de todos los habitantes de la Nación a la
sombra de una sola bandera política. Tal vez esto sea contrario a la unidad nacional.
Para realizar esa unidad, se impone pensar en los altos objetivos de nuestra vida: Dios y
la Patria, que son, sin duda, las dos nociones que unen de modo totalmente indisoluble.
Es necesario distribuir más equitativamente las cargas del Estado, a fin de que los
hombres que han sido menos favorecidos por la fortuna puedan elevarse un tanto hacia
la igualdad cívica, política y social. Recién entonces podremos cimentar con
fundamento y con exactitud, consolidando la unidad que ha de darnos la solución de
todos nuestros problemas.
Esa unidad ha de permitir que cada argentino se sienta indispensable para el país,
porque nuestra grandeza no será efectiva hasta que el último y más humilde no sienta el
honor de serlo y no se sienta entonces indispensable para el porvenir de la Patria,
Por eso, cuando digo que la felicidad y la grandeza de una nación no la puede hacer un
hombre, digo la verdad más grande de todos los tiempos. O esa felicidad y esa
grandeza la hacemos todos, o no se hace.
Es necesario que todo el mundo se persuada de que no puede haber una grande
Argentina si todos sus hijos no están perfectamente unidos.
En esta hora, que es de recuperación de todos los valores, todas las fuerzas del país
deben hallarse unidas. El que sea o se sienta argentino no puede estar ausente de esta
restauración.
La República Argentina nada tiene que temer mientras los argentinos estemos unidos y
solidarios en la posición justicialista. No habrá fuerza suficiente, ni hay fuerza
suficiente, para quebrantar la voluntad de diecisiete millones de hombres unidos en el
sentimiento y en un sentido común de la nacionalidad. Pero pobres de nosotros si
dejamos flaquear las fuerzas de esa solidaridad.
Este caudal de sentimientos es la fuente originaria del patriotismo; el resorte que nos
hace hincar la rodilla ante la bandera; el toque de clarín que sólo percibe nuestra alma y
nos obliga a congregarnos en la plaza pública para expresar el amor a la Patria, a sus
héroes o a sus caudillos, y nos incita a empuñar las armas en defensa de su honor, de
sus glorias o de sus ideales; es, por último, este escalofrío incontenible que acelera el
ritmo de nuestro corazón y empaña nuestros ojos con lágrimas de ternura.
Muy poderosas tendrán que ser en lo futuro las fuerzas que intenten su destrucción para
que la unidad nacional, cimentada tan hondo, pueda correr peligro.
4.7.- ESTADO.
Debe compenetrarse del dolor humano y buscar remedios apropiados para los males de
la sociedad cuyo destino rige. Ha de realizar una política de seguridad social y
encauzarla por vías que vayan directamente a las necesidades propias de la actividad
que la previsión ampara.
Las luchas entre el capital y el trabajo son siempre destructivas y no hay ganancias en
ellas ni para una parte ni para la otra. Nosotros sumamos un tercer factor que debía ser
la colaboración y de servicio permanente a esos intereses : el Estado. El Estado al
servicio de esas dos fuerzas. Eso es lo que nosotros, desde la primera hora, dijimos: al
servicio honesto de todas esas fuerzas, para protegerlas, para ayudarlas y para
posibilitarlas.
La organización del Estado moderno exige un absoluto ajuste de todos sus resortes. Si
uno solo de sus engranajes no funciona dentro de la armonía total, la máquina ha de
sufrir en su marcha y hasta ha de llegar a detenerse.
El Estado debe robustecer el hogar, la escuela y el trabajo, por ser los grandes
moldeadores del carácter de los individuos, y, según sean éstos, serán los hábitos y
costumbres colectivos forjadores de la tradición nacional.
El Estado puede orientar el ordenamiento social y económico, sin que por ello
intervenga para nada en la acción individual que corresponde al industrial, al
comerciante, al consumidor.
Comenzamos por reivindicar para el Estado —que, junto a los patronos y obreros,
forma la tercera parte en todo problema social— ese principio de autoridad que había
sido abandonado por indiferencia, por incapacidad o por cálculo. Nadie podrá alegar
desconocimiento de la función que le toca cumplir en el futuro.
Si bien los cargos honran al ciudadano, el ciudadano puede también honrar a los
cargos. El secreto está en que nadie se crea más de lo que es ni se sienta menos de lo
que en realidad puede ser.
4.8.- ORGANIZACIÓN.
Los países modernos no se pueden gobernar como debe gobernarse una democracia si
no están organizados.
Los hechos me han demostrado que para gobernar se necesita organización. Son
cuestiones que no habían sido contempladas antes, porque los círculos políticos se
organizaban para el voto y se desorganizaban para el gobierno, para poder así hacer lo
que ellos querían. Nosotros hacemos lo inverso: no nos interesa la organización para
votar; nos interesa la organización para gobernar, porque la organización, para
nosotros, es la forma de selección sin la cual no se puede llegar a los mejores hombres
y a las mejores conclusiones.
Hemos deseado siempre que la Nación fuese una fuerza organizada de hombres de
trabajo, sin distinguir en ningún momento entre quienes luchan en el campo o en la
ciudad.
Lo primero que hay que darle a un organismo es su espíritu. Así como un hombre sin
alma es siempre un cadáver, un organismo que no posea espíritu o alma será un
cadáver, grande o chico, pero cadáver al fin.
El alma colectiva está formada por una serie de principios y sentimientos que
individualizan a esa masa que piensa, en conjunto, de una manera similar, tiene un
objeto común y se aglutina detrás de un ideal, que también es común para todos los
hombres que la componen.
Para que una democracia pueda realizar, es previo que se realice a sí misma. La tónica
de su realización incide principalmente en lo orgánico.
Una comunidad que posea una doctrina, que alcance una ética y tenga un real sentido
de la jerarquía, está en condiciones de comenzar a organizarse.
La comunidad organizada que nosotros queremos es la de un pueblo cuyos distintos
sectores actúen cada uno en procura de sus propias finalidades, pero tendiendo siempre
hacia los grandes objetivos de la Nación.
Pienso que la comunidad argentina solamente estará bien organizada cuando, además
de la organización que la aglutina desde el punto de vista jurídico institucional, esté
complementada por la unidad de espíritu que solamente se encuentra cuando una
conciencia social ilumina las agrupaciones de hombres dedicados a una misma
actividad.
A nuestros enemigos no les preocupaban los abusos del poder, porque siempre se
realizaban en su provecho o en el de la clase que representaban.
Hay que distinguir bien lo que es gobernar de lo que es conducir. No se puede gobernar
sin conducir, aunque se puede conducir sin gobernar. Son dos acciones totalmente
distintas que debe realizar el hombre de gobierno. Gobernar es fácil; lo difícil es
conducir. Porque gobernar es, simplemente, ordenar y resolver problemas materiales, y
conducir implica eso, más el resolver, ordenar, dirigir y conducir valores espirituales,
sin los cuales es imposible llevar la Nación a los destinos con que todos soñamos.
Como no hay arte sin artista, tampoco hay conducción sin conductor, ni gobierno sin
gobernante. El caudillo improvisa, mientras que el conductor planea y ejecuta; el
caudillo anda por entre las cosas creadas por otros, el conductor crea nuevas cosas; el
caudillo produce hechos circunstanciales, mientras que el conductor los produce
permanentes; el caudillo destruye su acción cuando muere, y la del conductor
sobrevive en lo que organiza y pone en marcha. Por eso el caudillo actúa
inorgánicamente y el conductor organiza, venciendo al tiempo y perdurando en sus
propias creaciones. El caudillismo es un oficio y la conducción es un arte.
Los pueblos deben saber, por su parte, que el conductor nace. No se hace ni por decreto
ni por elecciones. Conducir es un arte, y artista se nace, no se hace. No se realizan obras
de arte ni con recetas ni con libritos. La suprema condición del artista es crear. Para
conducir no existen moldes; es preciso que el conductor funda sus propios moldes, para
después de llenarlos de un contenido que estará en razón directa, en cuanto a su
eficiencia, con el óleo sagrado de Samuel que el conductor haya recibido de Dios.
El gobierno honrado del pueblo comporta poseer un origen limpio; implica, asimismo,
el deber de realizar, con organismos adecuados, todo cuanto es menester al libre
ejercicio de los derechos y garantías de la Constitución Nacional, creados para lograr el
bienestar general.
Este gobierno no gobierna para la oligarquía que representa el diez por ciento de la
población, sino que gobierna para el otro noventa por ciento, para el que nunca se había
gobernado en el país.
Para consolidar esta tarea y consolidar la coincidencia fundamental del pueblo y del
gobierno restituimos a la ciudadanía todos sus derechos, restaurando nuestro auténtico
sistema democrático de gobierno.
Hay que tener el valor de reconocer cuando un principio aceptado como inmutable
pierde su actualidad. Aunque se apoye en la tradición, en el derecho o en la ciencia
debe declararse caduco tan pronto lo reclame la conciencia del pueblo. Mantener un
principio que ha perdido su virtualidad equivale a sostener una ficción.
El deber del estadista, más consiste en prevenir el futuro, que en salir al paso de los
conflictos que continuamente se presentan.
La misión del gobernante que quiera servir a su patria consistirá en acoplar las ideas
útiles de orden universal a las peculiaridades de su propio pueblo.
Los problemas se resuelven con objetividad, es decir, yendo a ver los problemas, a
contemplar la situación, apreciarlos, ordenarlos y ponerlos después en ejecución. Sin
eso sería difícil poder llegar a abarcar los problemas, comprenderlos y resolverlos en la
acción, no sólo en la concepción.
Soy de los que creen que la acción está siempre por sobre la concepción. No es
suficiente concebir; es mucho más importante realizar. Entiendo que mejor que decir es
hacer y mejor que prometer es realizar.
Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el Peronismo tiene su propia
doctrina política, económica y social.
Para el gobierno de la Nación no existen provincias ni territorios; todos los lugares del
país, cualquier región del mismo son dignos de su atención, y el gobierno tiene la
obligación de concurrir a ellos, sea con esfuerzo, sea con un sacrificio, o con el
esfuerzo y el sacrificio de todos los argentinos de esta tierra nuestra.
En este país jamás se había ejercido otro gobierno que el político. Nosotros tomamos
las riendas no sólo del gobierno político, sino también del económico y del social.
Orientamos las tres actividades para tener un gobierno integral.
Queremos una Argentina con fisonomía y voz propias, en lo económico, en lo político,
en lo social y en lo internacional.
Aspiramos a suprimir y a cerrar para siempre ese fatídico ciclo de luchas estériles entre
el capital y el trabajo; entre los partidos políticos, disputándose a balazos el comicio;
entre comerciantes, por medios lícitos e ilícitos, con propaganda o sin ella; para crear
otro ciclo de armonía.
Hay un solo error que no vamos a cometer: el de volver los intereses de la Nación
contra el pueblo para llevarlos en beneficio de un círculo privilegiado.
Soy de los hombres que piensan que el que gobierna ha de tener en su alma el sentido
innato de la justicia. Sin esa condición, ningún hombre puede hacer buen gobierno, y
debe tener también en su corazón el amor al prójimo.
Era menester destruir las barreras que separaban al pueblo de su gobierno. Era
menester que pueblo y gobierno coincidiesen también en los principios doctrinarios
generales de la Nación. Era necesario que el pueblo hiciese suyo el ideario que
habíamos lanzado a la calle como doctrina y que luego exigiese de nosotros, o de
cualquiera que tenga el insigne honor de gobernarlo, la fidelidad más absoluta a esos
principios esenciales.
Nosotros entendemos el gobierno de una manera quizás particular pero interesante para
los tiempos en que vivimos.
Nosotros no creemos que hemos llegado al gobierno para mandar, sino para ponernos a
disposición de la Nación, vale decir, que no creemos que tenemos una Nación a nuestro
servicio, sino que estamos al servicio de la Nación.
Los gobiernos no pueden dar nada que el pueblo no construya. Lo que el gobierno
puede hacer es evitar que, entre todos los que producen, algunos se lleven la parte del
león mientras otros carguen con la parte del ratón. Toda nuestra obra de justicia social
ha de apreciarse desde ese ángulo.
Tengo un solo amigo: mi obligación de trabajar para bien de la Patria. Por esa causa
sacrifico a todos, a mí mismo.
Creemos que para que el pueblo sea libre, el gobierno debe ser esclavo de su deber.
Si cada uno de los servidores argentinos se dedica en su cargo a honrarlo y hacer todos
los días algo por el bien de la República sin mostrarse más de lo que es ni menos de lo
que puede ser, la República podrá sentirse satisfecha y confiada, porque sus destinos
están asegurados.
Y ya van llegando también los tiempos en que los funcionarios no se sienten dueños ni
patrones de la Patria, sino ciudadanos iguales que todos los demás a los cuales el
pueblo paga para que lo sirvan.
No hemos dudado nunca en proceder con energía contra quienes, al amparo de sus
cargos de funcionarios responsables, creyeron que podían jugar a su antojo con los
bienes del pueblo.
Antes, un delito contra el Estado o contra el país era denunciado a veces, únicamente a
veces, por la oposición… por lo general, cuando no le daban parte en las utilidades!
Se podrá avanzar pero no retroceder; porque aunque vuelvan hoy mismo al gobierno
las mismas fuerzas antisociales que nosotros vencimos, no podrán destruir las
construcciones fundamentales de nuestro movimiento, porque hemos tenido el buen
tino de entregarlas al pueblo. Y el pueblo sabrá defenderlas en cualquier circunstancia,
porque tiene un especial sentido de autodefensa que es precisamente la razón por la
cual sobrevive y progresa a pesar de tantos reveses y tantos cataclismos.
Que desde nosotros en adelante, para gobernar se necesite, como única y excluyente
condición, tener carne y alma de pueblo.
4.10.- PLAN.
Los que afirman que la política es buena o que la política es mala se olvidan de decir
que la política es buena cuando está en beneficio del país, y es mala cuando está en su
perjuicio, y ello depende de que esa política se base en principios constructivos o, por
el contrario, en principios destructivos.
La primera necesidad de interés nacional era cerrar todas las compuertas y taponar
todos los agujeros por donde escapaba el caudaloso río de oro de nuestros campos y
estancias. La primera necesidad era, pues, retener la riqueza.
La Revolución ha producido la reforma social, y ahora el plan de gobierno es la puesta
en marcha del país. Para que esta última etapa pueda cumplirse, necesito la
colaboración de todos. No pido nada para mí, sino para ellos mismos, que son quienes
van a disfrutar de lo que produzcan, haciendo grande y rico al país.
Una gran parte del plan está encaminada a incrementar las obras públicas que sirven de
base a nuestro progreso industrial y económico. Mas al lado de esas normas se han
establecido otras de estructuración jurídica, de desarrollo cultural y, sobre todo, de
intensificación y mejoramiento docente.
El plan de gobierno elaborado por el Poder Ejecutivo para llevarlo a término durante el
quinquenio 1947/1951 es la exposición realizable de los postulados de la Revolución
Nacional que ha de colocar a nuestra patria en el lugar que le corresponde en el
concierto mundial. Su finalidad primordial es esencialmente social: colocar la
economía del país en forma que, dejando de ser privilegio de pocos, sea patrimonio de
todos, en proporción a su capacidad y al esfuerzo que en bien de la comunidad se
realice. Esa finalidad primordial, como consecuencia de la movilización de la riqueza y
de la intensificación de la producción, tiende a elevar el nivel económico de los
ciudadanos y a dotar a todos los argentinos de una vida más culta y más digna.
Entendíamos que quienes tenían que sacrificarse en esa etapa eran los capitalistas para
conformar a la clase trabajadora. Así podíamos iniciar la tercera etapa, consistente en el
aumento de la riqueza para lograr un mejor “standard” de vida de la Nación, lo que
traería aparejado un mayor consumo y, con ello, un mayor desenvolvimiento de las
actividades productoras, industriales y comerciales. Ese era nuestro programa teórico,
que, afortunadamente, con la ayuda de Dios, podemos ver ahora cristalizado en la
realidad.
En ese sentido es menester encarar las reformas para: a) Actualizarla en lo que sea
incompatible con los tiempos modernos y ponerla al día de acuerdo con la evolución
del mundo. b) Completarla en los diversos aspectos en que evidentemente está
incompleta de acuerdo con nuestra vida.
Todas las constituciones americanas se han modificado o cambiado una o varias veces
en el transcurso de los últimos cincuenta años. Y no sería porque fuesen peores que la
nuestra, ya que venían a resultar similares en su expresión y en su orientación política,
sino porque verdaderamente no respondían a la evolución económica y social del siglo.
Muy profunda ha de ser la huella impresa en la conciencia nacional por los principios
que rigen nuestro movimiento cuando, en la última consulta electoral, el pueblo los ha
consagrado otorgándoles amplios poderes reformadores.
Para que el plan de gobierno pueda ser cumplido en todas sus partes, me voy a permitir
recomendarles el siguiente decálogo:
2º).- La dirección estará en manos capaces del gobierno, de los técnicos y de las fuerzas
económicas, pero la ejecución estará bajo la responsabilidad de los trabajadores
argentinos, cuya honradez y nobleza no pueden ser desconocidas.
3º).- La Patria espera un esfuerzo de cada uno de sus hijos para llevar al país adelante y
mantener el dinámico ritmo de marcha.
4º).- Cada argentino que trabaja es un piñón de este enorme engranaje. Es menester
producir, producir, producir.
7º).- Es menester entender que por sobre toda bandería, por sobre toda ambición
personal, está el interés colectivo del pueblo de la Nación.
9º).- Cada argentino tiene el deber de velar en su puesto por el cumplimiento del plan.
El sabotaje es traición a la Patria y la indolencia es incuria culpable, y deben ser
castigados por el pueblo mismo.
10º).- Que cada argentino persuadido ponga su voluntad para ser lo suficientemente
patriota y honrado, a fin de cumplir este decálogo en beneficio de todos y de la Patria.
Ciertamente que todos los ciudadanos tenían derechos electorales; pero es igualmente
cierto que las clases trabajadoras humildes no los podían ejercer, porque su falta de
independencia económica las sometía a la voluntad patronal, con lo cual venía a
resultar que el patrono, para defender sus intereses frente a los del proletariado, contaba
con su voto duplicado según el número de asalariados que tuviera a su servicio. Y
todavía, cuando la coacción del hombre no era suficiente a sus propósitos, podía
permitirse el lujo de emplear en su provecho y en perjuicio de los trabajadores toda la
organización del Estado, porque era él quien disponía de ella.
Así lo prueba el hecho de que a través del siglo XIX y gran parte del siglo XX el poder
político ha estado en las manos de quienes tenían también la fuerza económica.
¿Qué es lo que había ocurrido dentro de las formas políticas argentinas? Lo que ocurrió
en todas las democracias. Así como la vejez deforma a los hombres, también deforma a
las democracias. Hay un proceso de descomposición, porque la democracia
fundamental no tiene autodefensa. Está indefensa frente a los ataques que la deforman.
Había dos o tres fracciones que se disputaban la hegemonía dentro del partido, se
lanzaban a la lucha, se imponía una de ellas, y los desplazados hacían el sabotaje
permanente, con todos los perjuicios consiguientes. El círculo que imponía sus
hombres iba a las elecciones, mientras los demás eran sólo espectadores.
No es de extrañar que siendo ésa la situación política argentina, las masas trabajadoras
no mostrasen un entusiasmo decidido en la defensa de unas instituciones que, pese a su
democratismo aparente, no servían para llenar sus necesidades económicas y sociales.
La Argentina ha sido hasta hoy, lo afirmo rotundamente, una democracia sin ética.
Nuestra doctrina está destinada a darle esa ética que no tiene, y el día que esa ética haya
sido conformada e inculcada en varias generaciones de argentinos, entonces podremos
decir que vivimos una feliz democracia. Hasta entonces, podemos afirmar que vivimos
en un régimen imperfecto.
Pero no era ésta sola la triste realidad, sino que ocurría algo igualmente deplorable. En
la Argentina hasta las últimas elecciones ni siquiera pesaba o pesaba muy poco la
opinión de los partidos políticos. El problema consistía, para cada uno de ellos, en
lograr apoderarse del gobierno. Una vez logrado, la permanencia indefinida en él era
bien sencilla, porque, a disposición del partido gobernante toda la maquinaria del
Estado, bastaba apretar un botón para que se pusiera en marcha la organización de la
media palabra del Presidente saliente; había tomado carta de naturaleza en nuestro país
y servía para ungir como sucesor en la persona que el Presidente señalaba, porque él
presidía las elecciones, podía manejar a su antojo los resortes del éxito.
En la Argentina, quizás por la violencia de pasiones de los pueblos jóvenes, ese vicio
había alcanzado caracteres bochornosos.
Los malos políticos disociaron siempre a todas las fuerzas del Estado. Encendieron la
lucha porque, dividiendo el campo de las actividades nacionales, ellos podían medrar.
Aspiramos a una verdadera democracia, de donde hayan sido desterrados esos vicios
que hasta ahora la han venido corrompiendo. Y dentro de esa democracia, queremos
también una evolución que evite la repetición de los fenómenos de descomposición
que se habían venido produciendo.
El político auténtico es el estadista que sólo se preocupa por los fines y objetivos
perseguidos por el Estado y toma la función civil de gobernar como una carga pública.
La acción política ha de ser para amalgamar un pueblo, jamás para separarlo, disociarlo
y contribuir a su propia destrucción interna. La misión de la política es dar una cultura
cívica al pueblo, y jamás entronizar como sistema un caciquismo político.
Estamos frente a partidos que hacen del escándalo público un medio de reacción.
Nosotros representamos un movimiento de orden.
Aparte de ello, nuestros partidos políticos han tenido una serie de factores que son
también de disociación, tales como el sectarismo político, que si bien atrae a los
sectarios, rechaza a los que no son sectarios, y el personalismo, que conforma al
principio y causa disconformidad al final.
Los enemigos del orden y de la tranquilidad pública nada tienen que ver con una
oposición constructiva y provechosa. Aquéllos, contrariamente a ésta, actúan a base de
falsedades, calumnias y sofismas, para engañar a la opinión pública y no para
esclarecerla.
También, otro de los grandes defectos, además de los señalados, que han tenido los
partidos políticos de nuestro país, ha sido la falta de una doctrina claramente
establecida y bien conocida por todos los participantes de esos partidos.
Esa falta de doctrina de nuestros partidos ha sido otro de los factores que han gravitado
en el estado de disociación en que se encontraron en algún momento de su vida y por
los cuales han desaparecido casi todas las agrupaciones políticas argentinas.
Yo pienso que quizá dentro de los partidos argentinos hay una diversidad tal de
factores que han actuado en su organización, que van desde el sectarismo cerrado,
comunista o socialista, hasta el liberalismo inorgánico de un partido radical.
Uno, materializado por una doctrina sectaria y el otro, diremos, creado en forma
permanente de disolución por un espiritualismo un poco teórico; y unidos y
aglutinados sentimentalmente el uno y el otro, aferrados a formas rígidas disciplinarias
que cierran la acción de los hombres, para limitarla al dominio de un círculo estrecho
de pocos dirigentes.
Ninguno de esos dos extremos es, en mi concepto, el tipo orgánico que nosotros
debemos buscar. La historia demuestra que en estos partidos el resultado ha sido
perfectamente claro dentro de la acción política. El uno se ha limitado por sectarismo,
se ha encerrado por ese sectarismo que lo ha llevado a una limitación que representa
primero la detención y después el retroceso. El otro ha ido directamente a la
disociación por falta de aglutinación material en el desarrollo de la acción política.
Al comunismo, dos cosas se le pueden oponer. Una es la guerra; otra estriba en hacer
una justicia distributiva más acorde con la época en que vivimos. Evidentemente, ya no
es posible seguir con los antiguos sistemas; hay que buscar otros nuevos. Esto es lo que
pasa y ha pasado en la humanidad desde que el mundo es mundo.
Los comunistas dicen que todo debe ser estatal, y el capitalismo, que todo debe ser
privado. Nosotros decimos que una parte debe ser estatal y otra privada; debemos ir a
una solución intermedia entre ambos extremos.
Existen agentes de provocación que actúan dentro de las masas, provocando todo lo
que sea desorden, y además de eso, cooperando activamente, existen agentes de
provocación política que suman sus efectos a los de agentes de provocación roja,
constituyendo todos ellos coadyuvantes a las verdaderas causas de agitación natural de
las masas.
Sin oposición no hay democracia; pero no es menos cierto que la oposición tiene
responsabilidades y deberes similares a los del gobierno, por lo cual cuando la
oposición no es consciente, altruista, desinteresada, serena, objetiva, impersonal, sino
atrabiliaria, infecunda, negativa, grosera y contumaz, ni puede haber tampoco
democracia, ni siquiera el mínimo de condiciones para una convivencia civilizada.
Hay que llegar a reemplazar esa etapa de la evolución argentina por la organización de
las fuerzas políticas.
A toda organización política hay que asegurarle una evolución cíclica, y una
estabilidad semipermanente que permita la evolución. Estos dos principios deben
coordinarse perfectamente bien para que ni la perfectibilidad ni la estabilidad resulten
elementos de destrucción, de la propia organización, porque se podría llegar a la
inestabilidad permanente o el envejecimiento por falta de evolución y, por
consiguiente, al fin que entraña el envejecimiento, o sea la muerte.
Por eso queremos que en lo político sea el pueblo quien decida, pero el pueblo es
mucha gente y no es muy fácil conocer siempre sus deseos. Es necesario organizarse de
tal manera que le llegue al gobernante lo que el pueblo quiere en determinado
momento.
Nosotros creemos que la masa debe pensar, que cada ciudadano tiene una
responsabilidad en la República, y que por sí debe discernir sobre el partido que debe
tomar en la lucha para hacer más feliz y más próspera a la Patria; que es necesario
elevar la cultura cívica y social en la masa ciudadana para que, a la par que se supere a
sí misma, ejerza un control sobre los gobernantes, que sea una verdadera autodefensa
orgánica de la Nación.
Por las mismas razones, porque entendemos que todos los ciudadanos del país y todas
las mujeres de la Nación tienen igual dignidad, hemos extendido a los territorios
nacionales el ejercicio del derecho de votar en las elecciones presidenciales y hemos
otorgado a la mujer el pleno ejercicio de sus derechos cívicos, en igualdad de
condiciones que el hombre.
No es suficiente decir a los componentes de una fuerza política que sus dirigentes
saben adónde van, porque ello favorece la creación y el desarrollo de círculos políticos
disociados de la masa. Esos son movimientos políticos de dirigentes, y nosotros no los
queremos, porque en nuestros tiempos resultan totalmente ineficaces.
La política es sólo el medio que nos pone en posesión de una posibilidad; esa
posibilidad es siempre una acción solamente objetiva: hacer el bien de la Patria,
representado por la felicidad de sus hijos y por la grandeza de la Nación. No pensamos
como los antiguos políticos, que hacían girar el mundo alrededor de la próxima
elección. Para nosotros la elección es solamente un acto intermedio. El acto final es la
obra, es el trabajo, es el sacrificio que debemos realizar los peronistas, con la más alta
dosis de abnegación, para que, mediante nuestro esfuerzo, pueda construirse una
escalera interminable por la cual ascienda el pueblo hacia la felicidad.
Para no caer en lo mismo tenemos que pensar que nuestra organización política es
solamente un medio; y, en consecuencia, nadie debe actuar dentro de la organización
en perjuicio de la Nación y en beneficio del partido. Todo lo que se haga en perjuicio de
la Nación importaría sacrificar a ésta en beneficio del partido político, lo cual es
contrario a nuestro sistema. Es el partido político el que debiera sacrificarlo todo por el
bien de la Nación. Esta es una afirmación que está en todas las bocas, pero no en todos
los corazones.
Hay que reemplazar el caudillismo por el estado permanente, orgánico, de las masas
políticas. Si nos organizamos nosotros, tendrán, que hacer lo propio los otros partidos
políticos porque si no, no llegarán más al poder.
Este movimiento innovador se esfuerza para lograr una total recuperación moral del
pueblo de la República, que consiste en alcanzar una libertad política interna plena, la
que para ser tal, exige la solución previa de los problemas sociales.
Debemos grabar estos sentimientos y nuestras ideas en los niños, en los jóvenes, en las
mujeres, en los hombres y en todos los elementos que actúan dentro de nuestro país,
porque no lo hacemos por política, lo hacemos por un sentido nacional, porque estamos
persuadidos de que nuestras ideas son las que salvan al país.
Esa debe ser nuestra concepción del Movimiento. Todos deben venir a él con una
condición: servirlo lealmente, pensando que dentro de este gran movimiento todo es
posible y que todos pueden tener razón. Serán, los hechos y la marcha los que nos irán
indicando esa razón y si esos hombres han tenido derecho a discutirnos nuestras
propias doctrinas.
La ley que reconoce los derechos cívicos de la mujer modifica un estado de cosas que
representaba en nuestro medio un anacronismo político. Reconoce que no habíamos
cumplido integralmente con nuestra Constitución, y estos derechos que asisten a la
mujer igual que al hombre, tardíamente reconocidos, vienen a llenar un vacío que la
nacionalidad exigía desde hace mucho tiempo.
La historia de todos los movimientos del mundo demuestra que los movimientos
colectivos, fracasan cuando se sectarizan y triunfan, cuando se universalizan.
El que dentro de nuestro movimiento luche contra otro grupo peronista para defender
intereses personales es un traidor a nuestra causa. Nuestro movimiento quiere hombres
honrados, sinceros, capaces de trabajar por el bien común y no por su interés personal.
Que cada uno sea el artífice del destino común y ninguno instrumento de la ambición
de nadie, reza el aforismo peronista. Que cada ciudadano piense que en estos tiempos
se está jugando el destino de la Nación y que no hay delito más infamante para el
ciudadano que, cuando ello ocurra, él no se juegue en uno de los bandos o se encuentre
en los dos.
Nosotros pensamos que ésa no puede ser buena escuela de gobierno, y el peronismo
comenzó por propugnar una doctrina para el pueblo argentino, fijando sus objetivos
nacionales. Esos objetivos, que son la bandera del Movimiento Peronista, son también
la bandera de la Nación, y la doctrina peronista encara todas las grandes orientaciones
y objetivos de la nacionalidad.
4.12.- PERONISTA.
Ser peronista es hacer bien a la Patria, representado por la felicidad de sus hijos y por la
grandeza de la Nación.
Ser peronista es luchar por la bandera azul y blanca, aliados todos por la causa común
de los argentinos y por la dignidad argentina. Es levantar la bandera argentina como
país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano.
Ser peronista es entender que sólo hay una sola doctrina, la peronista; una sola bandera,
la de la Patria, y una sola grandeza, la de esa bandera y esa patria.
Ser peronista es trabajar en todas partes por el peronismo; en la casa, siendo un buen
padre de familia; en el trabajo, cumpliendo nuestras obligaciones, y en conversaciones,
predicando nuestra doctrina; en la calle, tratando de no perjudicar al Estado con
ninguna de nuestras acciones o de nuestros actos. Vale decir, haciendo vida peronista.
Así se honra al partido y así se hace peronismo.
Ser peronista es ser un esclavo de la ley. Ha de tener también una ética peronista,
porque no solamente es delincuente aquel que viola la ley, sino que también es
delincuente, en la medida que abusa de su libertad, el que viola las leyes de la
convivencia humana, en perjuicio de sus semejantes.
Ser peronista es recordar que hay una moral que cumplir, una familia que defender, una
patria que honrar. Es tener respeto por la tradición y las costumbres, por la familia, por
la Patria y por el honor de la Nación.
Ser peronista es defender su propia dignidad con sus obras; es acostumbrarse a actuar
en equipo, sin sentido personal e individualista, trabajando uno para todos y todos para
uno.
Ser peronista es poner primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres.
Esta es nuestra doctrina. Esta es la doctrina peronista. La doctrina peronista apoya a la
verdad, la verdad desnuda, la verdad absoluta, tal cual la conciben los hombres de
buena voluntad y de corazón puro. Eso es peronismo.
Ser peronista es ser franco y abierto, no vergonzante, porque ello no se justifica sino en
los hombres que no tienen carácter, ni decisión, ni vergüenza. Es pertenecer al
Movimiento Peronista, movimiento comprensivo y humanista, movimiento de orden y
de amor.
Ser peronista es ser observante y rígido consigo mismo, porque antes de pretender
dominar a los demás es menester dominarse a sí mismo. Es pensar por sí y defender lo
justo y conveniente para la Nación.
Ser peronista es conocer el panorama del país: que esté impulsado hacia los objetivos
de la nacionalidad, que se interese por la causa pública como si se tratara de su propia
casa, porque la Patria es la casa grande de todos los hermanos de esta inmensa familia
argentina.
Ser peronista es hacer que el pueblo decida, ya que gobierna por intermedio de sus
representantes, y es para el pueblo, exclusivamente para el pueblo, para el que estamos
obligados a trabajar.
Ser peronista es vigilar, dentro del peronismo, a los hombres que no cumplen con su
deber, a los peronistas vergonzantes, a los infiltrados y a los aprovechadores, para ser
con ellos totalmente intolerantes.
5.1.- RIQUEZA
Para poder organizar la riqueza, lo primero que teníamos que hacer era convertirla en
argentina, y para convertirla en argentina era menester realizar la independencia
económica.
Por eso, cuando estudié este problema básico de la economía nacional, que es la
organización de su riqueza, llegué a la conclusión de que era necesario: primero,
realizar la independencia económica, y cuando independientemente esa economía
fuera nuestra, dedicarle entonces los esfuerzos para organizarla.
La riqueza de un país no está en que media docena de hombres acaparen dinero, sino en
que la regulación de la riqueza llegue a formar patrimonios particulares y patrimonio
estatal, que hagan la felicidad del mayor número de hombres y suprima la desgracia de
que en un país donde hay verdaderos potentados haya quienes no puedan disfrutar de
las necesidades mínimas de la vida ni satisfacer ese mínimum de felicidad a que todos
tienen derecho.
Sin beneficio para el país, sin beneficio para los mismos que producían la riqueza, sin
beneficio para !a gran masa de población realizábanse negocios fabulosos cuyos
resultados iban a parar a los bolsillos de un grupo de argentinos coligados con las
grandes organizaciones financieras internacionales.
Los pueblos pueden labrar su riqueza, el patrimonio privado agrandarse con el trabajo
y la protección del Estado; pero es necesario comprender también que ha llegado la
hora de humanizar el capital.
En ese orden de cosas nosotros estamos trabajando lisa y llanamente para resolver los
problemas argentinos con métodos argentinos, con lo que cumplimos otro de los
postulados de la revolución: que el producto de la riqueza nacional, que Dios nos ha
dado, se reparta entre todos los habitantes y no entre los cuatro consorcios capitalistas
que acaparaban nuestras cosechas.
Organización del trabajo, para evitar la lucha que destruye los valores y que jamás los
crea; organización de las fuerzas económicas para que no estén nunca accionando
sobre el Estado político, para que no estén nunca accionando unas contra otras y
destruir los propios valores con una competencia desleal.
Organización de las fuerzas económicas, para que ellas mismas creen dentro de sí sus
propios organismos de autodefensa, porque la naturaleza prueba que los organismos,
como el humano, si no tienen sus propias defensas no viven mucho.
Y organización del Estado, para que gobierne en bien de las otras fuerzas, sin interferir
sus intereses y sin molestar su acción, sino propugnando los valores reales de la
nacionalidad y beneficiando a los que merezcan el beneficio, porque trabajan con
lealtad para el Estado y para la Nación.
Siempre he sostenido que la riqueza del país proviene de la tierra. Y que los hombres
que trabajan en el campo son la reserva moral de la Nación, porque son hombres
honrados y de pensamiento limpio como el aire que respiran.
Queremos la explotación de la riqueza, pensando que en nuestro país, con casi tres
millones de kilómetros cuadrados, sólo se explota un millón, y de ese millón de
kilómetros explotados sólo se extrae apenas el veinticinco por ciento de su riqueza.
¿Qué problema puede tener el país en el orden económico que no podamos solucionar
extrayendo una mayor riqueza de nuestra tierra, que todavía está abandonada e inculta?
Un país rico con una población indolente corre el riesgo de que riquezas naturales se
pierdan, o, lo que es más grave, vayan a aumentar la potencia económica de otros
países. Si esto ocurre, se produce la peligrosa situación de caer en servidumbre y de
que la independencia política no vaya acompañada de la independencia económica.
Una riqueza podrá ser muy poderosa, pero sin estabilidad social es extraordinariamente
frágil, y nosotros queremos dar al país una gran riqueza consolidada por un perfecto
equilibrio social.
La, verdadera riqueza de la Nación se halla reflejada en el pueblo y en cada uno de los
trabajadores, cuando éstos pueden disfrutar del mínimo de felicidad que el gobierno
tiene obligación de otorgar a todos los hijos del país.
El fin de la riqueza no es simplemente el bienestar material del hombre, sino ese mismo
bienestar subordinado al derecho y a la moral.
En todos los pueblos de la tierra, dos son las maneras de medir las riquezas de una
Nación: una, por el amontonamiento de los medios materiales, por la riqueza
improductiva que se acumula en las cajas fuertes de los bancos o en la construcción de
grandes edificios en las ciudades; el otro modo es el que nosotros propugnamos y que
constituye el verdadero poderío del país o sea sus medios de trabajo.
La primera necesidad era, pues, retener la riqueza. Lo que en segundo lugar debía
hacerse era que esta riqueza, una vez dentro del país, no fuese acaparada por nuevos
grupitos tentaculares, sino distribuida equitativamente en proporción a los méritos de
cada uno y de acuerdo con el esfuerzo que se ponga en conseguir el resurgimiento
nacional. Y así empecé a hacerlo tan pronto estuve en condiciones de hacer oír mi voz
en el seno del gobierno.
Hoy la Argentina es el paraíso del mundo, y lo seguirá siendo si estamos unidos, nos
despojamos del egoísmo y nos convencemos de una buena vez de que la felicidad no
depende tanto de poseer gran riqueza como de no ambicionar lo innecesario.
5.2.- TRABAJO.
La humanidad, hasta nuestros días, está formada por dos grandes núcleos: uno, el
núcleo que trabaja y otro, el que vive del que trabaja. Se hace cierto aquel dicho criollo
que dice “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”.
Nosotros hemos tomado como unidad política, como unidad social y unidad
económica e ideológica, al trabajo, porque es el único objetivo que nos puede llevar
adelante.
Deseamos una perfecta organización del trabajo argentino, con sus salarios, con sus
condiciones de trabajo y con sus condiciones de descanso. Deseamos que el menor
costo de la producción surja en el futuro de una más perfecta organización industrial,
de una más perfecta maquinaria, de un acabado más completo, por una excelente mano
de obra, pero jamás por la explotación de los obreros.
Para nosotros no existe una población industrial o una población campesina, sino una
única y auténtica población trabajadora. No podemos concebir ciudades prósperas y
campañas pauperizadas.
No es la dádiva o el empréstito el que hace la felicidad del hombre y de los pueblos; esa
felicidad se obtiene por un solo camino: el trabajo y el sacrificio.
Los trabajadores en general, ya sean urbanos o rurales, deben contar con un salario
adecuado, con un trabajo libre e higiénico, y gozar también de viviendas sanas, a las
que tienen derecho todos los hombres que trabajan.
Nosotros queremos que los trabajadores estén mejor pagados; que trabajen más y más
alegremente y que rindan al servicio de la Nación todo cuanto un argentino está
obligado a rendir, optimista y alegre, durante las horas de trabajo.
Pero, para que la mejora de la clase trabajadora pueda ser integral, para que ella
abarque todos los ángulos de su zona de incidencia, es fundamental que el obrero
aumente su cultura y acreciente su capacidad de producción, pues con lo primero se
justificará la elevación social que pretendemos y deseamos para las clases trabajadoras,
y con lo segundo, los mejores salarios, serán el inmediato resultado de su mayor y
mejor producción.
Nosotros habíamos visto crecer a nuestros operarios y formarse en el dolor del taller,
en la necesidad de trabajar desde chicos. Eso, como método empírico, llena una parte
solamente de la enseñanza. Es necesario acompañar a ese método real de un método
ideal, es decir, darle también los conocimientos necesarios para que el operario no
termine muriéndose o jubilándose de operario, sino que tenga abierto el horizonte para
ir perfeccionándose en sus conocimientos, y con ello ir aumentando sus posibilidades
de ir sumando a su capacidad manual la capacidad intelectual que hace grande y
convierte en artesano al más modesto de los operarios si es hombre capaz de progresar
por sus conocimientos generales.
Nuestra acción no se ha reducido sólo a buscar las mejoras materiales, porque ellas son
únicamente una pequeña parte dentro del orden social. Lo importante es ir imponiendo
a la clase trabajadora en todas las esferas sociales. Lo que yo quiero es la intervención
de la clase trabajadora en el gobierno, en las instituciones, en la labor jurídica, en la
Constitución y en las leyes.
La inteligencia calificada con los valores morales es la que dirige y gobierna el mundo.
Los obreros, fatigados por sus tareas, no han tenido oportunidad hasta ahora de poder
cultivar convenientemente su inteligencia; pero, en cambio, son ricos en valores
morales, porque la escuela de la conformación del espíritu no es la haraganería, la
molicie, sino el sacrificio y el trabajo.
Por esa razón, si estos dos valores de la inteligencia y del espíritu son los que gobiernan
el mundo y los trabajadores tienen los valores morales necesarios, el cultivar su
inteligencia, para ponerla al servicio de esos valores morales, completaría la
personalidad del trabajador, llevándolo a una posición casi inalcanzable para otros
hombres que no hayan sido educados dentro de ese espíritu de sacrificio y de dolor.
Algunos creen que todo lo que ha de hacerse por la clase trabajadora es darle un
mendrugo mayor quitándole todos los privilegios que da el gobierno, el mando, la
administración y la conducción de la Nación.
Si algo no me perdonan mis enemigos políticos no es que yo haya influido para que se
mejorara la vida material de la clase trabajadora. Lo que no me perdonan es que haya
respetado la dignidad del pueblo y les haya impuesto a ellos igual respeto.
Hemos orientado nuestro gobierno dando una vida digna a todos los trabajadores por
todos los medios a nuestro alcance y en eso corremos líneas paralelas, convencidos
unos y otros de que la felicidad ansiada para el mundo descansa solamente en la justicia
social.
El salvador del pueblo será el pueblo y los salvadores de la clase trabajadora serán los
trabajadores.
Las virtudes del pueblo están presentes de una manera uniforme en todos los sectores
del trabajo nacional.
Que el trabajo no sea para nadie una indignidad, sino una virtud nacional.
Los obreros que no quieren la injusticia y el abuso del capital no tolerarán tampoco el
abuso de los obreros.
Nuestro movimiento no ha traído hombres para ser figurones, sino obreros para
sacrificarse en el trabajo.
Queremos que todos los trabajadores puedan cumplir con la sentencia bíblica de ganar
su sustento con el sudor de la frente y que en esta tierra no haya nadie tan importante
como para vivir del trabajo de los demás.
En orden a la disciplina del trabajo, deben ser los mismos trabajadores y sus dirigentes
auténticos los más interesados en mantenerla, porque sin ella se hace imposible la labor
fructífera.
Buscamos suprimir la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros
y patronos, al amparo de la justicia que emane del Estado.
Los patronos, los obreros y el Estado constituyen las partes de todo problema social.
Ellos y no otros han de ser quienes lo resuelvan, evitando la inútil y suicida destrucción
de valores y energías.
Aspiramos a suprimir y a cerrar para siempre ese fatídico ciclo de luchas estériles entre
el capital y el trabajo, para, crear otro ciclo en el que se repartan armoniosamente los
bienes que Dios ha querido sembrar en esta tierra; para que todos seamos más felices, si
somos capaces de renunciar a la avaricia, a la ambición y a la envidia.
Consideramos que el respeto a los derechos naturales del hombre no puede seguir
dependiendo exclusivamente de los contratos individuales, regidos por la ley de la
oferta y la demanda, como si se tratara de una mercancía. El respeto de esos derechos
patrimoniales de origen natural deberá ser defendido y garantizado por la sociedad con
el mismo celo con que se defiende y garantiza la libertad y otros derechos inherentes a
la dignidad humana.
Hasta ahora los industriales, comerciantes y todos aquellos que emplean el trabajo
humano han dispuesto de ventajas extraordinarias con respecto a los obreros. El
patrono es un hombre que en su vida ha tenido oportunidad de mejorar sus condiciones
intelectuales; si no lo ha hecho, porque no dispone de inteligencia, ha contado con el
dinero suficiente para sugestionar la inteligencia de quien la tiene; y si esto no fuera
suficiente, muchas veces, cuando ha encontrado hombres no muy honrados que eran
los que debían decidir como jueces, los ha sobornado. El obrero, en cambio, ha estado
librado a sus propios medios, de por sí escasos y rudimentarios; nunca ha dispuesto de
dinero para comprar lo que él no tiene y, en consecuencia, los pleitos se han decidido
siempre a favor del patrono, porque éste ha tenido siempre la posibilidad de conseguir
los favores de la justicia.
La acción del Estado ha de ser tan rápida y la solución tan eficaz, que ni un solo
trabajador sienta la congoja de creerse preterido en cuanto le corresponda justicia.
Pero un gobierno que quiera ser fiel cumplidor de sus deberes ha de abordar los
problemas desde un punto de equilibrio; y por eso, así como no he admitido la
explotación ni siquiera la desconsideración de los empleadores hacia los empleados,
tampoco debo permitir los excesos de éstos en cuanto puedan poner en peligro la
economía nacional y el bienestar colectivo.
Los obreros, por su parte, tendrán la garantía de que las normas de trabajo que se
establezcan, enumerando los derechos y deberes de cada cual, habrán de ser exigidas
por las autoridades del trabajo con el mayor celo, y sancionando con inflexibilidad su
incumplimiento. Unos y otros deberán persuadirse de que ni bajo la astucia ni la
violencia podrán ejercitarse en la vida del trabajo, porque una voluntad inquebrantable
exigirá por igual el disfrute de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones.
Una vez situados en el lugar correspondiente, debe cada cual poner toda su voluntad y
todo su empeño en conseguir que la labor resulte la mayor y lo mejor que sea posible,
con el convencimiento de que disminuir el rendimiento normal del trabajo envuelve
una acción criminal, porque no va en detrimento de los intereses del empresario, sino
en perjuicio directo de la sociedad y de los mismos trabajadores que reducen
intencionalmente su rendimiento.
Nosotros establecimos una justicia del trabajo, porque queremos que los obreros
tengan, justicia rápida y gratis. Es natural que siendo gratis no represente negocio para
nadie. Hoy el obrero se ve favorecido porque no tiene que pagar como antes, por
despido o indemnización, los honorarios a quien lo defendía.
La primera afirmación que hago es ésta: en la Argéntina apenas existía una conciencia
obrera ni un sentimiento sindical bien arraigado. El trabajador argentino, por razones
de formación y de procedencia, era fuertemente individualista, y la agremiación, salvo
para contados oficios, carecía de eficacia y casi de realidad. Ese desamparo de los
trabajadores se encontraba acentuado por el hecho de que todos los partidos políticos,
incluso el Socialista, y aun principalmente el Socialista, eran de tipo burgués y
rechazaban abiertamente toda relación con los organismos sindicales.
La conciencia social intuye la existencia de esos atributos esenciales, pero así como fue
necesario y trascendente, en su oportunidad, anunciar los derechos y garantías que
correspondían al hombre y al ciudadano por el solo hecho de revestir tales caracteres,
con la ventaja de objetivarlos en una declaración e inculcarlos mediante su difusión en
los actuales momentos de incertidumbre por que atraviesa el pensamiento social,
considero que la declaración de los derechos del trabajador ha de contribuir igualmente
a la consecución de análogas finalidades.
Nosotros estamos cumpliendo los tres primeros ciclos que nos habíamos propuesto. La
idea originaria de esto fue formar los operarios, crear después el segundo ciclo de
perfeccionamiento para formar pequeños dirigentes de la industria, sobrestantes, jefes
de taller, etc., y después crear la Universidad Obrera que diese los técnicos capacitados,
pensando que de ese núcleo de hombres deben salir los grandes dirigentes de nuestra
industria actual y de nuestra futura industria.
Las reivindicaciones logradas por los trabajadores argentinos han de persistir, y las
fuentes de riqueza serán estimuladas y respetadas; pero la rebeldía, el sabotaje y la
intriga, vengan de donde vinieren, serán arrancados de raíz.
He afirmado que el que tenga la tierra ha de laborarla; y el que no pueda pagar peones,
debe trabajarla personalmente. Por otra parte, si no es capaz de trabajarla, que la venda.
Es necesario que la Nación entienda que no podrá haber en el futuro nada que pueda
conmovemos, porque los Derechos del Trabajador en la República Argentina
representan la médula espinal de toda nuestra organización social.
Dentro de nuestro orden interno hemos creado los Derechos del Trabajador, y es
incomprensible cómo algunos piensan que son dedicados a los obreros o a los
operarios de cualquier naturaleza, pues esos Derechos comprenden a todos, desde el
presidente de la República hasta el último ciudadano y desde el más poderoso
capitalista hasta el más pobre de nuestros artesanos.
Lo que se ha querido con esos Derechos es que se iguale a los débiles con los fuertes,
única manera de compensar ese extraordinario desequilibrio que nuestra sociedad
viene observando entre los hombres que todo lo poseen, incluso el derecho de hacer ver
como cierto lo que es incierto y como real lo que es irreal, y los que por carecer de todo
no tienen la posibilidad de proceder de tal manera.
Por ello, y de acuerdo con estos propósitos y fines, formula solemnemente la siguiente
Declaración de los Derechos del Trabajador.
2).- Derecho a una retribución justa. — Siendo la riqueza, la renta y el interés del
capital frutos exclusivos del trabajo humano, la comunidad debe organizar y reactivar
las fuentes de producción en forma de posibilitar y garantizar al trabajador una
retribución moral y material que satisfaga sus necesidades vitales y sea compensatorio
del rendimiento obtenido y del esfuerzo realizado.
5.4.- CAPITAL.
Todo puede reducirse a ajustada síntesis para decir que el régimen capitalista ha
abusado de la propiedad y él es el culpable del comunismo, porque le ha dado razón de
ser. Sin la explotación exagerada del antiguo régimen capitalista no se hubiera llegado
al comunismo. Esta es la causa, y el comunismo el efecto, y para suprimir el efecto hay
que suprimir la causa. Por eso pensamos que hay que ir a una economía social o ir al
comunismo.
No somos enemigos del capital, aun foráneo, que se dedica a su negocio, pero sí lo
somos del capitalismo, aun el argentino, que se erige en oligarquía para disputarle a la
Nación el derecho de gobernarse por sí, y al Estado el privilegio de defender al Estado
contra la ignominia o contra la traición.
Al decir oligarquía nos referimos también a los grandes financistas que han dominado
al país.
Los comunistas dicen que todo debe ser estatal, y el capitalismo, que todo debe ser
privado. Nosotros decimos que una parte debe ser estatal y otra privada; debemos ir a
una solución intermedia entre ambos extremos.
En la República Argentina había dos tipos de explotación: uno era la explotación por el
capitalismo internacional, representado por los monopolios, ya que nadie nos va a
hacer creer que los monopolios que explotaron el agro durante cien años son
argentinos; son todos capitales extranjeros.
El otro, los capitalistas argentinos, que, para servir a esa explotación internacional, han
tenido que explotar a nuestros hombres de trabajo, para poder hacer frente a las
exigencias de aquélla.
Aspiramos a que en nuestra tierra los capitales, en lugar de ser elementos de tortura que
conspiran contra la felicidad de los pueblos, sean factores que coadyuven al bienestar
de los que, necesitándolo todo, nada tienen.
Indudablemente, quien nos mire desde el punto de vista capitalista, influido por los
prejuicios de los valores del capitalismo, no podrá ver claro ninguna de nuestras
reformas. Pero quien mire desde el punto de vista social de la riqueza al servicio del
pueblo, sí verá claro inmediatamente. Nosotros no queremos hacer ricos en una
pequeña zona de la población, sino que deseamos que vivan con dignidad y sean
felices el mayor número de argentinos.
El capital debe ser creador, como que es el producto honrado del propio trabajo. El
trabajo no es una mercancía, y la pobreza, en cualquier lugar, constituye un peligro
para la prosperidad general. Cuando todo esto sea bien comprendido, cuando ambos
factores, capital y trabajo, bajo la tutela del Estado, actúen y se desarrollen
armoniosamente, los símbolos de la paz social presidirán el vigoroso progreso de la
Nación.
Pensamos que el capital se humaniza de una sola manera: haciendo que se transforme
en un factor de colaboración para la felicidad de los semejantes.
No estamos contra el capital, sino que queremos que desaparezca de nuestro país la
explotación del hombre por el hombre, y que cuando ese problema desaparezca,
igualemos un poco las clases sociales, para que no haya en este país hombres
demasiado pobres ni hombres demasiado ricos.
No combatimos el capital, sino que le facilitamos todos los medios necesarios para su
adaptación y desenvolvimiento. Muchas veces lo he dicho: necesitamos brazos,
cerebros y capitales. Pero capitales que se humanicen en su función específica, que
extraigan las riquezas del seno de la tierra en el trabajo fecundo y que sepan anteponer
su función social a la meramente utilitaria. Rechazo, en cambio, y formulo mi más
enérgico repudio al dios del oro, improductivo y estático, al supercapitalismo frío y
calculador.
Los políticos que han criticado nuestra acción eran quienes servían a los consorcios
capitalistas internacionales, quienes los defendían en sus bufetes de abogado y quienes
desde el gobierno posibilitaban esa miserable maniobra.
Por otra parte, y surgiendo aquí como defensores de los intereses del país, casi como si
ellos hubiesen hecho la independencia económica, han tratado, por todos los medios
posibles, de tergiversar nuestras intenciones cada vez que hemos dictado algunas
medidas favorables a la introducción de capitales y de empresas extranjeras.
El 17 de Octubre fue el día de la batalla decisiva, en que derrotamos de una vez por
todas a los consorcios capitalistas extranjeros y a la oligarquía argentina propietaria de
los latifundios de todo el país.
Pueden venir a nuestro país todas las empresas extranjeras que deseen trabajar
libremente, tal vez con mayor libertad que en cualquier otra parte del mundo.
Necesitamos del capital extranjero y le daremos toda nuestra protección, pero al capital
que viene a enriquecer al país, no al que pretenda minar al Estado y que es instrumento
de dominación y de abyección.
Ansiamos el capital extranjero, y esperamos que todos los países que tengan capital
disponible comprendan esto, en la seguridad de que las inversiones estarán rodeadas de
todas las garantías.
5.5.- PROPIEDAD.
Hay que suprimir el abuso de la propiedad, que en nuestros días ha llegado a ser un
anacronismo que permite la destrucción de los bienes sociales, porque el
individualismo así practicado forma una sociedad de egoístas y desalmados que sólo
piensan en enriquecerse aunque sea necesario hacerlo sobre el hambre, la miseria y la
desesperación de millones de hermanos de las clases menos favorecidas por la fortuna.
Ya pasaron los tiempos en que se podía permitir dejar podrir la fruta en las plantas,
arrojar el vino a las acequias, destruir las viñas o quemar los cereales para que no
disminuyeran los precios. Hoy el bien privado es también un bien social. Es también la
única forma de mantener y refirmar el derecho de propiedad, porque de continuar con
el abuso la consecuencia puede ser lo que ha ocurrido en otras partes: un cataclismo
social que termine con la propiedad.
Esta empresa no es fácil. Requiere antes que nada una exacta comprensión nacional, es
decir, por parte de los habitantes de las ciudades, cuya suerte está vinculada a la del
campo, y también, y muy principalmente, por parte de los agricultores y de los peones
asalariados que aspiran a convertirse en agricultores, quienes deberán revestirse de
energía y decisión para ayudarnos a consumar sin tropiezos una obra de auténtico
sentir revolucionario que nos imponemos como una exigencia inaplazable de nuestro
destino creado para las grandes conquistas sociales.
La tierra que proporcione el Estado debe ser tierra barata, esto es, ajustada a su valor
productivo y no a un valor inflado por una especulación determinada por la puja
incesante de las muchedumbres expoliadas, siempre dispuestas a sacrificar las
condiciones de vida propias y de los suyos en el afán de encontrar una chacra donde
levantar su rancho. Sólo así podremos hacer de nuestra agricultura una industria estable
y convertir nuestro campo en un mundo pleno de fe y de optimismo.
Deseamos que la tierra sea de quien la trabaja. Es lo que hemos dicho desde el primer
momento, y en esto no nos hemos detenido un instante.
La esperanza del colono de ser dueño de la tierra que trabaja se va trocando hoy en una
palpable realidad.
Este encadenamiento implica que debe darse al problema del agro una solución
nacional; y alguna vez, como es natural, sacrificar algo en beneficio de la sociedad en
conjunto, y otras veces ser beneficiados en forma extraordinaria también por esa
solución de conjunto.
El agro es, sin duda, en la República Argentina, la fuerza que ha sostenido más sobre
sus espaldas el peso de la economía de la Nación hasta nuestros días. Y ¿qué
compensación ha tenido? Ninguna otra que estar dejado de la mano de Dios, allá, en la
chacra o en el campo donde se labra la riqueza de la Nación. Lo que el gobierno quiere,
lo que nosotros queremos, es que esa situación no vuelva a producirse más en el agro
argentino.
Para eso, no solamente hay que pensar en los precios que se pagan por el cereal, sino el
combatir la langosta y las demás plagas; en asegurar una buena condición de
arrendamiento, de aparcería, etc.; en asegurarle al agricultor su estabilidad dándole la
tierra en propiedad o, de lo contrario, para aquellos que no quieran comprar,
asegurarles una estabilidad en su arrendamiento, impidiendo que lo puedan arrojar a la
calle de un momento a otro.
Esas condiciones las hemos creado ya por intermedio de las leyes y decretos vigentes.
Pero hay que darles también una estabilidad dentro del orden económico y la
posibilidad de ir perfeccionándose cada día más y aumentando los beneficios que el
trabajo produce. Para eso la agricultura ha contribuido, en estos tres años y medio de
gobierno, en forma extraordinaria.
Para ello, nada más indicado que la descentralización de las industrias, orientadas hacia
la expansión y diversificación de la producción, procurando la instalación de las
plantas industriales en las cercanías de los lugares en que se produce o extrae la materia
prima y la energía. Llevamos andada ya una parte del camino de este ideal.
5.6. ECONOMIA.
La economía del país reposaba casi exclusivamente en los productos de la tierra, pero
en su estado más incipiente de elaboración, que luego, transformados en el extranjero
con evidentes beneficios para su economía, adquiríamos de nuevo ya manufacturados.
A un sistema político ejercido por los oligarcas correspondía una política económica
que favoreciera a las doscientas familias privilegiadas; pero a la política peronista le
corresponde llevar a cabo una política económica que lleve el bienestar a toda la masa
del pueblo que antes era explotada por la oligarquía.
Hay que colocar al país en una situación tal, que pueda asegurarnos a nosotros que en la
Argentina las medidas económicas son decididas por los argentinos y no por los
consorcios de naciones extranjeras.
Un deber nacional de primer orden, que hoy es ya un postulado universal, exige que la
organización económica se transforme en un organismo al servicio del pueblo. Esta
será la verdadera función social de la democracia.
Lo primero implicaba reemplazar una economía capitalista por una economía social.
Lo segundo, disponer integralmente de la riqueza argentina para organizarla,
defenderla, incrementarla y ponerla al servicio exclusivo de los designios del pueblo
que la produce con su esfuerzo.
Todo eso era lo que antes no nos dejaban hacer, pero que ahora podemos hacerlo
debido a dos cosas: primero, porque entre nuestra gente no hay quien se venda a los
intereses extranjeros, por ningún precio, y segundo, porque ahora podemos hacer valer
nuestras cosas, porque tratamos de potencia a potencia y no de colonia a metrópoli,
como antes. Merced a estas dos circunstancias es que nosotros podemos hacer estas
transacciones y estos negocios. Ahora tenemos más cosas argentinas y mayor libertad
para disponer de ellas.
Nos han acusado de que utilizamos la economía dirigida. Eso presupone en los
acusadores o maldad o ignorancia. Nosotros estamos respetando la ley de la oferta y la
demanda; actuamos con precios económicos y no con precios políticos.
Era necesario en ese momento abocarse al problema económico, y en esa lucha hemos
estado desde casi un año antes de hacerme cargo del gobierno.
Por esa razón hemos establecido claramente que nada se puede hacer sin haber
conseguido la independencia económica; y por eso hemos ido a Tucumán, y a
semejanza de lo que hicieron nuestros próceres, declaramos en el mismo lugar en que
ellos declararon la independencia política la independencia económica de la Nación.
Si la Argentina quiere cumplir el objetivo de que sus hombres trabajen y vivan mejor,
lo primero que debe realizar es la independencia económica, es decir, vivir, trabajar y
producir primero para sí, después para los demás.
Queremos la independencia económica para reconquistar las fuentes de riqueza de la
Nación a fin de repartirla entre los habitantes. Queremos el aumento de riqueza para
elevar el “standard” de vida y dar cada día a la población un mayor bienestar
económico y su perfeccionamiento moral. Es inútil hablarle al pueblo de valores
espirituales o morales cuando está con apetito. A la gente hay que hablarle cuando ha
comido, porque el estómago, después del bolsillo, es la víscera más sensible que tiene
el hombre.
Nosotros, que estamos luchando por la independencia económica, tan importante para
los pueblos modernos como la independencia política, debemos afrontar también la
situación con toda decisión. De nada vale la independencia política si somos esclavos
económicamente.
Afirmo que sin independencia económica no hay posibilidad de justicia social. Previo a
cualquier esfuerzo del hombre, en nuestra tierra es necesaria la independencia
económica.
¿Qué exige hoy el país para la conquista de la independencia económica, tan valiosa
como la política? Un poco de sacrificio material a cada uno de sus hijos: el que no tiene
disponibilidades materiales que ofrezca su brazo y su corazón para construir una mayor
riqueza en esta tierra. Ese es el único sacrificio que el Estado exige a sus hijos. Por
nuestra parte, creo que estamos cumpliendo abnegadamente con nuestra misión. En ese
sentido puedo asegurarles que los intereses que ustedes creen que defienden mejor que
nosotros, nosotros los estamos defendiendo por ustedes, luchando en lo interno y
luchando en lo externo como quizá no se lo imaginan.
Debemos persuadir a cada uno de los argentinos de que no se puede vivir con felicidad
hasta que el país no haya realizado integralmente su independencia económica.
Tal vez no sea inútil repetir que el sentido de nuestra independencia económica no es
de orden aislacionista. No podría concebirse así de ninguna manera. Sería una
orientación opuesta a nuestra misma tradición de solidaridad que mantenemos con los
demás pueblos del mundo, en especial con nuestros hermanos de América desde el
mismo momento de nuestra emancipación política.
Nada se puede hacer sin haber conseguido antes esa independencia económica, sin
saber que todo lo que los argentinos produzcamos ha de volver a los mismos argentinos
para aumentar sus comodidades, su felicidad y su dignidad dentro de la familia
argentina.
No debe verse en esta medida un espíritu de inconsecuencia hacia Los capitales
extranjeros que en determinados momentos contribuyeron al desenvolvimiento
financiero del país, sino tan sólo una consecuencia natural del grado de madurez y
desarrollo de la contextura económica de la Nación, como asimismo de la aplicación
racional de su patrimonio enormemente acrecentado en los últimos años.
Puede Tucumán estar orgullosa de su historia y de sus destinos. Que sea ésta para todos
los tiempos la Meca de nuestra Independencia, donde los hombres lleguen con unción
ante este altar sagrado de la causa de la libertad para prometer al pueblo que ningún
argentino, por miserable que se sienta, podrá exponer jamás la bendición de su
soberanía y de su independencia ante ningún poder de la tierra.
La nacionalización del Banco Central fue el punto de partida para llevar a cabo todas
las cosas que se han ido aplaudiendo, porque cuando la plata se hizo argentina se pudo
ir comprando todo lo demás que no era argentino.
Los planes económicos provistos, principalmente por este último organismo, requerían
una transformación radical en el régimen jurídico bancario. Para lograrlo, se comenzó
por nacionalizar el Banco Central, y con este carácter transformarlo en Banco de
Bancos. Con ello se logró que el capital estuviera al servicio de la economía del país, en
vez de que la economía nacional siguiera al servicio del capital interno y externo. Junto
a la nacionalización del Banco Central dictáronse las nuevas reglamentaciones de los
Bancos de la Nación, Crédito Industrial e Hipotecario y los ordenamientos de la banca
privada, control de cambios, prenda con anotación, sociedades de economía mixta y,
además de otras medidas complementarias, creóse el Instituto Argentino de Promoción
del Intercambio (I.A.P.I.) y los de Inversiones nobiliarias y de Reaseguros.
Comenzamos por tomar las compañías de transportes; los seguros son argentinos por lo
menos en el cincuenta por ciento, y los reaseguros son todos argentinos. Ahora también
transportamos a través de los océanos; hoy tenemos 1.200.000 toneladas y la
producción argentina la podemos enviar a países extranjeros con barcos argentinos.
Tomar esas medidas para asegurar la independencia económica era la primera etapa;
ahora la etapa de consolidación es tomar el gobierno económico.
Nosotros queremos, en cambio, que tengan sólo el derecho de consumir los productos.
Nosotros, que los producimos, tenemos el derecho de transportarlos por nuestros
medios hasta los centros consumidores, para distribuirlos allí y para que ellos no
tengan nada más que consumirlos. Esta es nuestra organización actual.
Ha llegado el momento de que por vez primera el país no deberá un solo centavo al
capital extranjero, con lo cual se cumplirá la afirmación hecha reiteradamente en el
sentido de que la República Argentina logrará la aspiración nacional de ser
económicamente libre y políticamente soberana.
Nosotros hemos establecido, en pequeño, un mercado propio aquí, y toda esa tarea la
ha tomado sobre sí el gobierno, y el Banco Central está hoy formado por un directorio
netamente argentino, con lo cual hemos nacionalizado dicho instituto.
Para poder, en otro orden de cosas, retribuir mejor el trabajo de los obreros argentinos,
necesitábamos industrializar al país, y para ello era menester que tuviésemos el manejo
de los créditos bancarios y el régimen de cambios, además de todo lo que, señalamos
como necesario para la justa retribución del trabajador agrario.
Para lograr la reactivación económica de todo el país era menester realizar ingentes y
enormes obras públicas, y para ello necesitábamos tener el manejo del dinero, en la
misma forma que nos eran necesarios los ferrocarriles, los puertos, la flota mercante,
etc.
Ahora que somos económicamente libres, no nos conformamos tampoco con serlo a
solas, y es por eso que en mi mensaje de paz de 1947 y en la reciente sesión
extraordinaria del Consejo Interamericano Económico y Social hemos ratificado
nuestra decisión de acudir con nuestra cooperación técnica donde sea necesario y
dentro de nuestras posibilidades para la reactivación de las economías de los países
hermanos de América que la deseen. Nuestros principios en esta materia son claros y
bien definidos. Únicamente adversarios sin escrúpulos pueden tratar de atribuirnos
torcidas intenciones.
Por sobre todo, para nuestro orgullo de argentinos, para nuestra dignidad de patriotas,
puede asegurarse que la independencia económica es ya un hecho para nosotros.
Por eso hemos trabajado incansablemente para obtenerla. Hemos luchado contra todo
lo interno y todo lo externo, y hemos vencido. Estamos ahora en la tarea de
consolidarla. Hoy no sale de nuestra producción sino lo que nosotros permitimos que
salga, y no entra para nuestro consumo sino lo que nosotros permitimos que entre.
En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán, a nueve días del mes
de julio de mil novecientos cuarenta y siete, en celebración del centésimo Trigésimo
primer aniversario de la declaración de la independencia política, sancionada por el
Congreso de las Provincias Unidas reunido en mil ochocientos dieciséis, se reúnen en
acto solemne los representantes de la Nación, en sus fuerzas gubernativas y en sus
fuerzas populares y trabajadoras, para refirmar el firme propósito del pueblo argentino
de consumar su emancipación económica de los poderes capitalistas foráneos que han
ejercido su tutela, control y dominio, bajo las formas de hegemonías económicas
condenables y de las que en el país pudieran estar a ellos vinculados.
A tal fin los firmantes, en representación del pueblo de la Nación, comprometen las
energías de su patriotismo y la pureza de sus intenciones en la tarea de movilizar las
inmensas fuerzas productivas nacionales y concertar los términos de una verdadera
política económica para que en el campo del comercio internacional tengan base de
discusión, negociación y comercialización los productos del trabajo argentino y quede
de tal modo garantizada para la República la suerte económica, de su presente y
porvenir. Así lo entienden y así lo quieren a fin de que el pueblo que los produce y
elabora y los pueblos de la tierra que los consumen puedan encontrar un nivel de
prosperidad y bienestar más alto que los alcanzados en ninguna época anterior y
superiores a los que puedan anotarse en el presente. Por ello, refirman la voluntad de
ser económicamente libres, como hace ciento treinta y un años proclamaron ser
políticamente independientes.
Las fuerzas de la producción e industrialización tienen ahora la amplitud y el alcance
no conocidos y pueden ser superadas por la acción y trabajo del pueblo de la República.
El intercambio y la distribución suman cifras que demuestran que el comercio y la
industria se expanden juntamente con aquéllos. La cooperación que contribuye a fijar
de manera permanente las posibilidades humanas será activada hasta alcanzar el
completo desenvolvimiento que demandan las nuevas concepciones del comercio y
empleo mundiales de las energías.
A su término, una vez leída esta declaración y preguntados si querían que las
provincias y territorios de la República Argentina tuviesen una economía recuperada y
libre del capitalismo foráneo y de las hegemonías económicas mundiales o de las
nacionales comprometidas con aquéllas, aclamaron y reiteraron su unánime y
espontáneo así como decidido voto por la independencia económica del país, fijando
por su determinación el siguiente
PREÁMBULO:
Nos, los representantes del pueblo y del gobierno de la República Argentina, reunidos
en Congreso Abierto a la voluntad nacional, invocando la Divina Providencia,
declaramos solemnemente a la faz de la tierra la justicia en que fundan su decisión los
pueblos y gobiernos de las provincias y territorios argentinos de romper los vínculos
dominadores del capitalismo foráneo enclavado en el país y recuperar los derechos y
gobierno propio y las fuentes económicas nacionales. La Nación alcanza su libertad
económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno
poder de darse las formas que exijan la justicia y la economía universal en defensa de la
solidaridad humana.
5.8.- PRODUCCIÓN.
Sabemos que la grandeza del país no se puede unilateralizar en una sola actividad; la
grandeza del país la hacen todas las fuerzas de ese ciclo económico: el que produce, el
que transforma la producción, el que vende y lleva la producción al consumidor y el
consumidor mismo.
Nosotros hemos aumentado el poder adquisitivo de la población para que ésta pueda
adquirir lo indispensable y aún más de lo indispensable para vivir en mejor condición.
El aumento de ese consumo trae el aumento del comercio, y el aumento del comercio
acarrea el aumento de la industrialización, la que ha necesitado del aumento de la
producción.
Hay que satisfacer el mayor consumo, pues hay que producir más. Por eso, el lema del
país es producir, producir y producir; porque consumimos, consumimos y
consumimos.
Los productores, los industriales, los comerciantes, deberán facilitar la solución del
problema acelerando la producción, disminuyendo a lo indispensable la exportación y
asegurando una distribución adecuada. Eso en cuanto a las fuerzas patronales.
Son tan grandes las necesidades de los pueblos en materia de alimentos, que si todos
ellos tuvieran capacidad adquisitiva y se implantara una seria educación dietética,
habría un mercado universal de alimentos que absorbería no sólo los excedentes, sino
también todas las posibilidades de producción de alimentos de todos los países del
mundo por muchos años.
El país necesita ahora que los agricultores siembren, a pesar de cualquier dificultad, sin
oír los malos consejos de los viejos políticos que se titulan protectores del hombre de
campo. Por lo general, ellos nunca trabajaron. Hicieron trabajar, que es distinto. Como
ahora nosotros queremos que trabajen, nos atacan.
Pero nosotros, desde hoy consideramos que es traidor a la Nación cualquiera que
realice una sola acción tendiente a evitar que se siembren los campos argentinos. Para
que los agricultores siembren tranquilos, además de fijar precios equitativos
anticipados, el gobierno les asegura que la maquinaria será la que necesiten en el
momento oportuno.
Tendrán toda la semilla necesaria a un precio que está por debajo del costo. He
dispuesto se dé amplia publicidad a los precios de costo y de venta de las semillas para
demostrar una vez más cómo resolvemos los problemas agrarios.
Los agricultores tienen ya, por otra parte, los créditos necesarios para trabajar sin
preocupaciones; y al otorgarlos no sólo se contemplan las necesidades de la
explotación, sino también el sostenimiento digno de la familia y de los que trabajan con
ellos.
Deseamos que se beneficie todo aquel que trabaja como productor ganadero, sea
grande o pequeño el campo en que lo hace.
El gobierno no solamente espera del trabajo y del tesón de los agricultores, sino que
también espera de su alma, de su corazón y de sus sentimientos de argentinos. No habrá
esfuerzo que no realicemos para ayudar al agro, para ayudarlo en todas las formas, sin
limitaciones, esperando de ustedes, como buenos argentinos, que colaboren con
nosotros para labrar una nueva patria, libre, justa y soberana.
Queremos organizar el campo como hemos organizado las ciudades; queremos que los
trabajadores del agro argentino tengan en sus manos cuanto necesiten para hacerlo
producir con el máximo de rendimiento y el mínimo de sacrificios; queremos que esa
producción esté organizada, que esa organización sea libremente concebida y
ejecutada; queremos que todas las organizaciones que puedan proliferar en el campo
argentino tengan el apoyo de las autoridades, porque ésa es nuestra obligación;
queremos, finalmente, que esas organizaciones discutan entre ellas sus problemas; que
a esas discusiones concurran los patrones dueños de los campos, los arrendatarios, los
trabajadores y obreros del agro, para que traten esos problemas, se pongan de acuerdo y
nos digan después qué es lo que desean que realice el gobierno para mejor servir los
intereses de la Nación.
El gobierno entiende que tampoco el agro solo, por bien organizado que esté, puede
llenar la totalidad de las funciones y, en consecuencia, se realizarán los estudios
previos por los ministerios técnicos correspondientes. Pondremos a disposición del
agro los técnicos, las escuelas, los cursos de capacitación y lo que sea necesario para
esos estudios.
Somos un país productor y rico, y no queremos que esa riqueza sea empleada con
malos fines, como el enriquecimiento ilícito de los especuladores, verdaderos parásitos
de la sociedad. La finalidad debe ser, pues, producir mucho y producir al menor costo.
El Estatuto del Peón, que ha sido un poco resistido, es una medida de gobierno
indispensable. La devolución no hubiera podido justificarse ante la Historia si no
hubiera impuesto que cesara la terrible situación del peón de campo.
El gobierno compró los camiones con que, se transporta a las estaciones y a los puertos,
y aumentó el transporte ferroviario; llegó a exportar en un solo mes —después de
arreglar los puertos, modificar los elevadores y cargar en tercera o cuarta andana los
barcos en el puerto de Buenos Aires— un millón trescientas mil toneladas, y,
simultáneamente, compró los barcos necesarios para que hoy podamos transportar en
nuestra flota un millón y medio de toneladas por mes. Todo ese trabajo fue hecho
pensando solamente en el campo; no pensamos en otra cosa. Fue un esfuerzo de miles
de millones de pesos que el Estado hizo para servir a sus agricultores, como era su
deber, lo reconozco.
Hemos dado, además, otras leyes agrarias, como la ley forestal, la de investigaciones
agrarias, la de fomento para semillas de “pedigree”, como así también leyes obreras,
entre ellas el estatuto del peón, y hemos asegurado la justicia social agraria. En estos
momentos, mediante un plan racional, comenzamos a lanzar los recursos del crédito
hacia el agro argentino, y concordante con ello ya se ha acordado el tipo de crédito a
largo, medio y corto plazo para los chacareros.
No puede haber independencia económica sin asegurar un ciclo interno que satisfaga
las necesidades y la vida de la propia economía en la producción, industrialización y
comercialización.
Cuando un hombre vive sin producir es un despreciable parásito que pesa sobre el
esfuerzo de los que producen; los que producen por debajo de lo que consumen son
también en parte parásitos. Estos son verdaderos enemigos de los demás y de la
comunidad.
Los hombres trabajan a desgano por luchas gremiales, abusos patronales, malas
condiciones de trabajo, etc., y bajan los rendimientos por influencias extrañas. Los
patrones reducen la producción o sustraen mercaderías al mercado para sostener
precios, especular, hacer “mercado negro”, etc. En ambos casos el perjuicio es directo
para la colectividad e indirecto para los mismos obreros y patrones que lo producen.
Para la colectividad, que se empobrece en bienes de consumo o de capital; para los
obreros, que deben pagar inútil e injustamente mayores precios, y para los patrones
porque influyen en una inflación que, al final, ellos mismos pagarán en sus temibles
consecuencias.
Sostenemos la necesidad de que cada uno produzca por lo menos lo que consume, y
estimulamos en alto grado la actividad individual y la iniciativa, que son parte de la
propia libertad.
Algunos han visto como contradictorio que se aumenten sueldos y salarios cuando se
desea disminuir el consumo. El procedimiento de quitar poder adquisitivo al pueblo
argentino para mejorar los negocios internos o internacionales no es peronista.
Nosotros no somos empresarios de la miseria; antes bien, nos inclinamos a organizar y
racionalizar la abundancia. No anhelamos como solución hacer estoicos a la fuerza,
sino formar ciudadanos virtuosos por convicción. Por eso pedimos temperancia, no
imponemos sacrificios inútiles.
Somos un país productor y rico, y no queremos que esa riqueza sea empleada con
malos fines, como es el enriquecimiento ilícito de los especuladores, verdaderos
parásitos de la sociedad. El país debe orientarse hacia el trabajo productor,
industrializando mucho y comercializando bien su producción, y con ello entraremos
en la etapa definitiva, que es la libertad económica que complementa la libertad
política. La finalidad debe ser, pues, producir mucho y producir al menor costo.
5.9.- INDUSTRIAS.
Pero esa transformación industrial se realizó por sí sola, por la iniciativa privada de
algunos pioneros que debieron vencer innumerables dificultades. El Estado no supo
poseer esa evidencia, que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización racional
de la energía; facilitando la formación de la mano de obra y del personal directivo;
armonizando la búsqueda y extracción de la materia prima con las necesidades y
posibilidades de su elaboración; orientando y protegiendo su colocación en los
mercados nacionales y extranjeros, con lo cual la economía nacional se hubiera
beneficiado considerablemente.
El problema pavoroso fue el descenso vertical de las posibilidades industriales del país,
durante el cual quebraron la mayor parte de las industrias que se habían establecido
durante el tiempo que duró la primera guerra mundial, defendidas por la no
importación en esos años de guerra.
El futuro del país será también industrial o nos tendremos que someter a ser un país
semicolonial, en el porvenir.
Cuando se dijo que el país seguiría siendo colonial mientras no tuviera una industria,
pensamos que la Argentina no tendría una industria hasta que racionalizara la
formación de sus elementos, de forma que cada uno, mediante un mejoramiento social,
un mejoramiento espiritual y un mejoramiento material, pudiera rendir a esa industria
la perfección que exige, para poder competir con las demás en cualquier motílenlo.
Por esa razón la Argentina no puede aspirar a convertirse en un país industrial sin
preparar su mano de obra por la instrucción y educación de sus operarios.
Para poder, en otro orden de cosas, retribuir mejor el trabajo de los obreros argentinos
necesitábamos industrializar el país, y para ello era menester que tuviésemos el manejo
de los créditos bancarios y el régimen de cambios, además de todo lo que señalamos
como necesario para la justa retribución del trabajador agrario.
En cambio, una industrialización conveniente evita que ese quintal nacido a diez pesos
muera a diez pesos, pues obteniendo de él todos los subproductos que contiene, su
valorización por la industria puede llegar hasta cuatro veces su precio primitivo, esto
es, cuarenta pesos por quintal. Con esos cuarenta posos producidos por la elaboración y
la diversificación de los subproductos puede mejorarse al productor, puede obtener
mayor ganancia el industrializador y puede aún quedar un remanente considerable para
pagar mejor la mano de obra de los obreros de la industria.
Eso es, precisamente, el trabajo que la industria ha de realizar para valorizar la materia
prima. Y digo el maíz, como podría decir de los demás frutos de la tierra. Es menester
realizar lo que la economía moderna exige: no exportar nuestro trabajo agrario, sino
exportar los productos ya industrializados, para que la riqueza de la producción y la del
trabajo queden en nuestro propio país.
Hemos pensado muchas veces que cuando un país inicia su industrialización no puede
realizarla solamente con buena voluntad; es necesario un trabajo asiduo, como es
también imprescindible realizar un gran sacrificio.
Desde hoy en adelante hemos de industrializar al país para que nuestro trabajo lo
realicen obreros argentinos y ganen lo que antes ganaban los trabajadores de países
extranjeros. Esto lepresenta para nosotros la industrialización.
El que hoy tiene una industria debe preocuparse por ponerla al día y salir un poco de la
rutina. Debe ocuparse en producir más y tener bien a su gente. Esa es una forma de
enriquecer al país. La obligación del industrial hoy no puede ser la misma de antes; hay
que trabajar, preocuparse, y ser diligente. Si no, es mejor que se vaya a otro lado.
Proteger y afianzar en una medida justa y razonable los legítimos intereses colectivos
involucrados en nuestro desarrollo industrial, debe ser, pues, uno de los objetivos
primordiales de nuestra política económica en las actuales circunstancias. Pero no se
detiene ahí nuestra política industrial, sino que proyecta sus beneficios hacia el terreno
social y marca una auténtica etapa de superación que no puede ni debe desandarse.
En materia de energía nuestra acción de gobierno ha sido presidida por tres ideas
matrices: ampliar las disponibilidades, pues a su volumen está subordinado el ritmo de
crecimiento de la industria nacional; subsanar nuestra crónica dependencia del exterior
en orden al aprovisionamiento de combustibles industriales, y recuperar para el Estado
las fuentes nacionales de energía y los servicios públicos a ésta vinculados.
Para hacer posible esa extraordinaria evolución en nuestra estructura social ha sido
necesario, asimismo, que una parte considerable del ahorro nacional se volcara con
plena fe y elevado espíritu de empresa a la promoción decidida de la industria
argentina.
La industrialización, por nosotros provocada, y nuestra política social han hecho que,
viviendo mejor nuestros obreros, consuman más carne y, por lo tanto, el precio de la
misma se rija algo más por la demanda interna que por los precios internacionales.
He de terminar con una afirmación que desearía ver compartida por todos los
habitantes del país —amigos y adversarios políticos; hombres de la ciudad y del
campo; trabajadores, capitalistas y profesionales de toda clase—, que desearía ver
compartida porque es la expresión de un vehemente deseo de gobierno: que la
República Argentina acepte este primor paso firme hacia la industrialización con el
convencimiento de que ha de labrar el bienestar y la felicidad de todos sin exclusiones
ni olvidos. A esta campaña todos debemos estar enrolados. Todos vamos a luchar para:
1º).- Proteger la industria nacional.
2º).- Fomentar la creación de nuevas empresas.
3º).- Aumentar el nivel de los beneficios industriales.
4º).- Mejorar los índices de nuestra economía.
5º).- Elevar la renta nacional.
6º).- Conseguir un mayor bienestar de todos, que solidifique la paz social.
Nos encontramos en la mayoría de edad que nos permite, en igual medida que pudiera
hacerlo cualquier otro país, valernos y gobernarnos por nosotros mismos, y para ello es
necesario que, en cuanto sea posible, las industrias básicas tengan carácter nacional,
quedando unas veces en manos del Estado y otras en poder de particulares, pero
siempre en manos argentinas.
5.10.- COMERCIO
En 1918 los precios argentinos fueron echados abajo por dos entidades igualmente
peligrosas para la economía argentina: una comisión organizada por los países aliados,
vencedores de la guerra, que funcionó como “único comprador”, combinada con los
grandes monopolios acaparadores de la producción argentina, verdaderos “caballos de
Troya” de nuestra economía.
En estos momentos puedo decirles que esa batalla ha sido ganada y que si el
cooperativismo pudo comenzar a actuar libremente en el panorama de la actividad
nacional ha sido solamente merced a la desaparición de los monopolios. Sin su
supresión, hoy podríamos conversar muy animadamente, pero no arribaríamos a
ninguna solución cooperativa, porque no se puede enfrentar a la buena fe y el deseo de
colaborar entre un gobierno y las cooperativas cuando de por medio están los
monopolios que dominan al gobierno o impiden toda acción cooperativista.
Nosotros hemos establecido, en pequeño, un mercado propio aquí, y toda esa tarea la
ha tomado sobre sí el gobierno.
Se nos han hecho algunas críticas porque vendemos caro el trigo y porque cobramos un
poco más por nuestras cosas. Nosotros somos hombres realistas y prácticos y con
nuestro sistema no podemos disimular, enmascarar o mentir sobre las cosas que
realizamos.
Nuestros precios no están destinados, como en los tiempos en que gobernaban nuestros
opositores —los mismos que ahora nos critican desde sus puestos de dirigentes en las
entidades seudorrurales—; nuestros precios no están destinados a satisfacer a un
limitado grupo de productores o invernadores.
6.1.- SALUD.
La medicina es, sin duda, una de las ciencias más extraordinariamente necesarias para
la humanidad; todas las demás pueden considerarse subsidiarias, ya que para ser es
preciso existir y para existir es indispensable cuidar la existencia.
El mundo evoluciona hacia nuevas formas. Los médicos, como elemento primordial de
la sociedad, no pueden escapar a la evolución y no me explico cómo es posible que las
arcaicas formas en que se viene ejerciendo una profesión indispensable para el Estado
cual es la medicina pueden continuar con el mismo ritmo. Porque, naturalmente, el
espíritu de socialización terminará por no autorizar servicios que no sean, dentro de esa
socialización, un perfecto engranaje que represente para la población una garantía
tanto en el aspecto cualitativo como en su aspecto cuantitativo.
Nunca comprendí dos cosas. Primero, por qué el médico, luego de recibir su diploma
en la Facultad y de haber egresado con una capacidad incipiente y rudimentaria para
curar era abandonado a su propia suerte, para que triunfara o fracasara en su profesión.
Segundo, por qué frente a un mal colectivo, a un flagelo colectivo, el médico debía,
solo, individualmente, esforzarse en combatirlo.
De estas dos inquietudes nació la tesis que sostuve en el año 1944, de que era necesario,
para no abandonar al médico a su suerte, la semisocialización de la medicina, por lo
que el profesional pasa a ser un funcionario del Estado que ejerce el arte de curar en
orden y bajo la responsabilidad del Estado.
Ese es el criterio con el cual se han abordado todos los problemas médicos en nuestro
país, pese a todo cuanto se ha escrito pensado, dicho, legislado y promulgado al
respecto.
Hemos observado que en el estado primitivo en que nosotros nos encontrábamos con el
problema de la salud pública, cada día el índice de los flagelos colectivos iba siendo
más pavoroso para el país; y yo lo he comprobado personalmente, porque me ha tocado
presenciar las revisiones médicas de los hombres de 20 años, donde está el índice de
vigor de la población en su grado más alto; y era triste contemplar que entre esos
hombres de 20 años cada vez teníamos un porcentaje mayor de inútiles. Pero no eran
inútiles precisamente por las pestes que azotan a ciertas regiones de nuestra patria;
desgraciadamente, lo eran por el hambre, que era, el peor de todos los flagelos que
sufría el país, este país que produce enormes cantidades de trigo, de pan y de carne.
Hemos tenido clases que en un 33 por ciento han resultado inútiles por
infraalimentación.
Cuando una nación debe combatir a un enemigo exterior, forma un ejército, ya que no
sería suficiente entregar a cada ciudadano un arma, para que él por su cuenta
combatiese con el enemigo, porque, por falta de organicidad, sería de una debilidad
extraordinaria. De la misma manera, para combatir el mal, que es también un enemigo
extraño, la República Argentina ha confiado sólo en la capacidad de sus facultativos,
para que, por su cuenta y riesgo, individualmente, combatieran el mal dentro de la
República. Vale decir que los flagelos colectivos que hoy están azotando a la
Argentina, la lepra, la brucelosis, la sífilis y la tuberculosis, son aisladamente
combatidos por nuestros médicos, a quienes reconocemos extraordinaria capacidad
individual; pero el Estado ha dejado abandonada la organización de ese ejército contra
el mal, en forma que la República está frente a esa fuerza extraordinaria de las
epidemias sin un arma apropiada para combatirla.
Salud Pública es ese ejército que ha de combatir colectivamente los males colectivos y
que ha de tratar de asistir por cuenta del Estado, a los ciudadanos que no puedan pagar
su asistencia médica. Esta organización sanitaria implica conservar la vida. En el país
de la carne, en el país del pan, en el país que tiene 300 días de sol al año, en el país que
tenemos de todo, en el país donde la población tiene mayor límite de posibilidades para
la salud, el término medio de vida está 10 a 20 años por debajo de otros pueblos de
Europa y 10 años debajo de los Estados Unidos.
Salud Pública no debe tener límite en sus gastos. El límite lo ha de dar la necesidad de
curar a todos los enfermos que el país tiene.
Por eso, dentro de las reformas que involucra el movimiento que estamos cumpliendo
desde el gobierno, hemos entendido que hay una escala para la defensa del material y
del potencial humano de la Nación. Y en esa escala nos encontramos en primer término
con las exigencias económicas, después con las sociales, con las cuales es posible
propender a un mejor grado de salud física y moral, o sea a la defensa integral de la
salud de la población.
La estadística nos está demostrando que el solo hecho de la elevación del “standard” de
vida ha permitido ya un mejoramiento natural en el estado de salud de la población.
La medicina del trabajo, lo mismo que la medicina general, tiene, como todos los
señores delegados lo saben, dos aspectos fundamentales: uno, es el de la medicina
preventiva; otro, el de la medicina curativa.
Y así como los médicos en general van entendiendo que el viejo aforismo “más vale
prevenir que curar" debe ser hecho realidad en la práctica médica diaria, nosotros
hemos creído que la proporción en el caso de la medicina del trabajo debía ser
extraordinariamente mayor, en beneficio de la prevención de las enfermedades, que la
de la medicina curativa del trabajo.
La medicina curativa en este orden de cosas llega, por lo general, tarde. Basta leer la
larga lista de las enfermedades profesionales y analizar en los textos de patología el
pronóstico que de ellas hacen los tratadistas para confirmarse en esta evidente realidad;
y basta pensar que todas estas enfermedades pudieron ser evitadas para llegar al
convencimiento de que en este problema médico social la prevención es fundamental,
dejando un diez por ciento de nuestras preocupaciones para la medicina curativa del
trabajo, y para el auxilio de las secuelas que son el fruto tardío y amargo de la
imprevisión.
Todos éstos fueron objetivos de aquella primera etapa de medicina preventiva del
trabajo que nosotros realizamos ya. Porque entendemos que ganar un salario justo,
vestir dignamente, divertirse honestamente, descansar en forma adecuada, tener una
vivienda alegre y cómoda, son condiciones fundamentales de una buena salud. Por otra
parte, el trabajo para que sea saludable debe ser realizado con alegría, y no se puede
trabajar con alegría cuando no se va al trabajo en las condiciones fundamentales que
hemos señalado.
Desde el año 1943 hasta 1948 nuestra población ha aumentado su consumo en un
trescientos cincuenta por ciento. Solamente en el año 1948 nuestra población ha
comido dos millones de vacas más que en el año 1947. Podrá decirse que no es
científica la alimentación solamente de carne, pero cuando el hombre no tiene otra cosa
que comer hay que darle los dos millones de vacas que consume hasta que creemos la
otra alimentación que permita al hombre medio de la población llevar un régimen
alimenticio más científico.
A nadie se le ocurre que el aire, el sol, la luz, las corrientes de los ríos, puedan ser
patrimonio de unos cuantos. Nos parecería absurdo. Llegará un tiempo en que también
nos parecerá absurdo que la cultura y las ventajas de la civilización industrial, el
petróleo y las fuentes de energía sean explotados por grupos privilegiados. Del mismo
modo, entiendo que andando los años el abastecimiento alimentario llegará a ser una
actividad socializada, porque la comida es la más poderosa de las fuentes de energía y
la más directamente aplicada al desarrollo y perfeccionamiento de la colectividad
humana.
Pocos gobiernos de los países más civilizados han dejado de establecer ciertos
principios científicos, sociales y económicos para ordenar y organizar la alimentación
de sus respectivos pueblos. Esa fue preocupación muy seria de la Liga de las Naciones,
luego de la guerra del 14, y lo es hoy de las Naciones Unidas desde la terminación de la
última contienda mundial.
Hay otros también contra quienes habrá que reaccionar alguna vez. Esos son los
saboteadores. Los enemigos del país. Los que quisieran que la Patria se rinda, como
presa de piratas, a la voracidad de los imperialismos. Los que hasta ayer tenían
hambreado al pueblo —como si lo estuviera viendo— comenzarán ahora a sembrar la
alarma y el descontento con el chisme de que el gobierno se propone racionar los
alimentos.
Y ésa será otra de sus crasas mentiras. Nosotros lo que queremos es precisamente todo
lo contrario: que el pueblo, el trabajador, la madre, el niño, coman bien; que no tengan
hambre ni se intoxiquen y arruinen su salud y su economía con alimentos inapropiados
y encarecidos artificialmente por la especulación.
Los mejores aliados de los calumniadores son los crédulos y los tontos. El pueblo debe
saber claramente lo que quiere el gobierno. Clara y directamente, sin la interesada
interferencia de insidiosos intermediarios.
Pues bien; nuestra patria, galvanizada por la revolución, ha cumplido ya una etapa en
este orden de cosas; ahora ya nadie se muere de hambre, como en otros tiempos, en este
país del trigo y de la carne. Los salarios, más compensatorios, le permiten hoy día al
trabajador abastecer mejor su mesa y reparar más cabalmente su fatiga. Un obrero y su
familia consumen actualmente casi el doble de la ración alimenticia que consumían
hace seis años. Pero el problema no está resuelto todavía. No todo es cuestión de
comer; hay que comer bien. No se trata de comer mucho ni poco, sino de realizar
debidamente la gran función reparadora que cumplen los alimentos en el organismo
humano, como en todo organismo vivo.
6.2.- EDUCACIÓN.
La función del maestro es: primero, formar hombres buenos y justos; segundo, formar
hombres sabios y prudentes, y tercero, formar un argentino que sepa poner esas dos
cosas al servicio de la Patria y de su pueblo.
La función del maestro es ésa: salvar al hombre, pero no al hombre perdido, sino al que
puede perderse. Hay que tomarlo a éste desde niño, llevarlo y cuidarlo, porque ésa es la
esperanza del futuro del mundo.
Lo primero que hay que hacer por la enseñanza es darle un lugar digno para que
funcione y para que su personal esté en condiciones de dedicar a ella su vida. Ese
aspecto, diremos material, debe ser satisfecho en las mejores condiciones en que el
Estado puede hacerlo.
He considerado como una tarea fundamental de gobierno asegurar para los profesores
y maestros de la Nación la orientación necesaria, el ambiente digno y también las
condiciones indispensables que ellos necesitan para enseñar.
Entendemos que la enseñanza debe tener un objetivo que sea absolutamente común y
que llegue a establecer un grado de completa continuidad en los medios elegidos para
la consecución de esos objetivos. Consideramos que dentro del país la enseñanza nunca
ha tenido esa orientación espiritual, porque no se trata de hacer programas solamente,
sino de pensar qué finalidad práctica y qué finalidad fundamental buscan esos
programas. En eso interviene una verdadera doctrina nacional, porque no puede ser
orientada de la misma manera la enseñanza en el Japón que en la Europa occidental, ni
en ésta de la misma manera que en América. Los pueblos tienen sus características
propias y fundamentales, y la enseñanza que no las contemple, como asimismo que no
contemple los objetivos que el país persigue, es una enseñanza que no está bien
orientada en lo que básicamente debe estarlo.
Tal moral que nosotros debemos inculcar en la escuela ha de privar sobre todas esas
cuestiones, no exacerbando los sentimientos anárquicos y disolventes que los hombres
llevan dentro de sí, sino encauzándolos para que los hombres sepan cumplir con la ley.
Hay una sola manera de ser libres: siendo esclavos de la ley. Quien no respete la ley no
va a ser libre. Todo eso hay que inculcarlo desde la niñez, y ésa es la tarea de la escuela.
Para ello hoy la escuela dice la verdad completa a los niños argentinos poniéndolos
frente a los problemas reales de la vida y de la eternidad; enseñándoles a conocer a
Dios y a valorar las cosas del espíritu; acercándolos a las fuentes mismas del trabajo;
llevándolos a las fábricas y talleres para que aprendan en ellos que allí se construye la
grandeza de la Nación. La escuela habla hoy a los niños argentinos de la verdad
económica, de la verdad social y de la verdad política del país, y les muestra la Patria
tal cual es en toda su extensión y en toda su maravillosa magnitud.
A los argentinos hay que enseñarles con un método argentino. Los argentinos poseen
una idiosincrasia distinta, una inteligencia diferente, viven en otro medio, piensan de
otra manera y sienten de un modo distinto. Eso es lo que debemos crear. Nuestros
hombres educadores deben crear, no adoptar: cuanto más, deben adaptar.
Pero debemos crear lo nuestro. Hay que crear nuestra escuela y hay que imponer
nuestra enseñanza.
Para tal formación, considera el método por la enseñanza y por la tradición. Así, tratará
de incidir en la Universidad, en la escuela, en los colegios, conservatorios, escuelas de
artes, centros científicos y centros de perfeccionamiento técnico para la enseñanza de
nuestra cultura; como así también tratará de incidir sobre el folklore, las danzas, las
efemérides patrias, la poesía popular, la familia, la historia, la religión y el idioma, para
la conservación, por tradición, de nuestra cultura popular.
Este aspecto del alma nacional ha sido un poco descuidado hasta ahora. Es necesario
volver por los fueros de nuestra propia nacionalidad, conservando y enalteciendo los
propios valores de la nacionalidad.
No debemos conformarnos con imitar lo que otros han hecho, sino que debemos
dedicarnos a crear nuevos valores que representen la cultura argentina.
A este sagrado hogar de enseñanza lo queremos puro y lo queremos útil. Por eso, en
todas nuestras concepciones sobre la enseñanza primaria, secundaria o superior, como
en el sistema social que hoy podemos ofrecer como ejemplo al mundo, hay un
contenido profundamente humano y un sentido integral y armónico, para que la
enseñanza pueda llegar a todos los ciudadanos sin distinción de clases y con un
propósito de unidad en el esfuerzo, procurando que las conquistas de la cultura
conduzcan al engrandecimiento de la Patria.
Hay que formar más hombres que hagan, y eso sale de la escuela. Para mí, la falta de
acción de los argentinos tiene su origen en la cultura, en la educación argentina.
Tenemos que trabajar un poco más el alma de los argentinos.
Esa es la más importante función de la escuela argentina. Tiene que hacer sentir su
influencia en la conformación espiritual del pueblo argentino, pueblo, por su origen, de
fondo fatalista, y, como todo fatalista, muy conforme con su suerte; y a la suerte hay
que ayudarla. Yo siempre me digo: sé que he tenido suerte, pero Dios sólo sabe cuánto
le he ayudado yo también a la suerte.
No se trata de formar un hombre que esté capacitado para perjudicar a sus hermanos,
sino que lo esté para beneficiar a la sociedad.
Por otra parte, la enseñanza superior en nuestro país, como en otros muchos, estaba de
hecho vedada a las clases humildes. Para entrar en una Facultad hacía falta un mínimo
de bienestar económico, por dos razones: porque los estudios eran relativamente
costosos y porque las familias modestas necesitaban incrementar sus ingresos
utilizando el trabajo de los menores apenas llegados a la edad de catorce años.
A mi juicio, no es el dinero sino la capacidad el resorte que debe dar paso a los estudios
superiores. Es deber del gobernante esforzarse en que a esos estudios tengan acceso
quienes lo merezcan aunque carezcan de medios económicos, y que no entren quienes
no tengan capacidad aunque tengan bienes de fortuna.
Ni la inteligencia ni el saber pueden estar reservados a una sola clase social; el saber, la
inteligencia y el cultivo de la cultura del hombre deben estar al alcance de todos. Dios
ha puesto en cada uno de nosotros un grado natural de inteligencia, y en nuestras manos
debe poner el Estado la posibilidad de cultivarla, para que esté al alcance tanto de los
más modestos como de los más poderosos.
Estamos elevando la cultura social de nuestro país. Es una labor lenta, que requerirá
años. Esa labor capacitará poco a poco a la clase trabajadora para encarar otros
problemas que no sean los de su propio trabajo y le permitirá dedicarse a otras
actividades. Nuestra obligación es capacitar a esa gente joven.
Puedo manifestarles que en nuestro país, sindicado a menudo como nación que dedica
mucho a sus fuerzas armadas, el presupuesto de educación es casi una tercera parte
superior a lo que suman los presupuestos de todas las fuerzas armadas del país. En el
nuestro, afortunadamente, existen 16 maestros por cada militar. Esa es la proporción.
Nosotros, que amamos profundamente a nuestro pueblo, lo queremos tan sabio como
lo sabemos bueno; lo deseamos tan educado y tan instruido como lo sentimos heroico.
Nunca fue nuestro pueblo ajeno a las inquietudes espirituales del mundo ni quedó
postergado en la lucha por la civilización y la cultura.
Defenderemos los valores morales, porque son los únicos eternos. No miramos el color
ni medimos el peso de los hombres, sino que aquilatamos los atributos del espíritu.
Nuestra política social tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida
en una exaltación de los valores espirituales. Por eso aspiramos a elevar la cultura
social.
Como no sólo de pan vive el hombre, hemos trabajado también por afirmar tres
principios éticos fundamentales que son la armazón moral de la conciencia social y del
país: elevar la cultura social en las masas trabajadoras, dignificar el trabajo y
humanizar el capital.
Nos propusimos elevar la cultura social y hemos cumplido con ese postulado de la
Revolución. Nos propusimos elevar las condiciones del trabajo y la dignidad del
trabajador, y ustedes saben mejor que yo si lo hemos logrado. Y nos comprometimos a
humanizar el capital. Ese se ha humanizado en parte, pero se va a humanizar
totalmente.
Las metas de la escuela argentina fueron, hasta hace muy poco tiempo, la riqueza, la
sabiduría y la jubilación. Hoy las metas de la escuela son:
2º).- Suprimir la lucha de clases para alcanzar una sola clase de argentinos: los
argentinos bien educados. Educación integral del alma y del cuerpo; educación moral,
intelectual y física;
3º).- Unir en un solo anhelo, en una sola voluntad, a todos los argentinos. Para que ese
sentir nacional se ahonde y tenga profundas raíces en todo el suelo de la República
hemos extendido el ámbito del aula a los cuatro confines de la Patria;
4º).- El joven argentino debe conocer todo su país no por referencias, sino por sus
propias comprobaciones.
5º).- Cada argentino debe ser un valor perfeccionado de alta capacidad técnica y gran
impulso creador. Cada argentino debe considerarse indispensable para la vida del país.
El milagro de nuestra grandeza no será efectivo hasta que el último y más humilde no
sienta el honor de serlo y no se sienta entonces indispensable para el porvenir de la
Patria.
6º).- Cada ciudadano debe aspirar a ser dueño de un pedazo del suelo y de un pedazo
del cielo de su patria. Dueño en lo material de un pedazo del suelo para fecundarlo con
su esfuerzo y embellecerlo con su inteligencia; en lo espiritual, de un pedazo de cielo
en el que quepan sus ansias de perfección moral.
9º).- Estimular por todos los medios la educación moral, científica, artística, práctica y
vocacional, de acuerdo con las aptitudes de los educandos y las necesidades regionales
del país.
Educando a los chicos conformaremos la futura grandeza argentina, porque los pueblos
que no saben criar a sus niños están perdidos. Estos jardines de infantes tienen asignada
esa fundamental función en la vida de los hombres y en la vida de los pueblos.
No sé por qué en esta tierra, cuando; se pensaba en una escuela, todo era mezquindad;
había que poner un aula sin nada más que sus paredes blancas y un banco lo más
ordinario posible, con un pizarrón también realizado con lo más estrictamente
indispensable. No sé por qué razón la escuela no ha de tener una visión de grandeza
para que el niño comience a formar su ambiente en ella y para que cuando llegue a
grande aspire para sus hermanos a esa grandeza y no a esa miseria, y para que los
ciudadanos formados en esa escuela no acepten como posible, en esta tierra, cambiar la
economía de abundancia que tenemos por la economía de miseria que recibimos. No sé
por qué la escuela no ha de ser a la usanza de los demás templos que la vida ofrece,
grandes y brillantes, para que allí se eduquen nuestros ciudadanos, pensando en grande
y no en pequeño, acostumbrándose a vivir como debe vivir un hombre, y no una bestia.
Sé que se nos ha criticado que las nuevas escuelas son demasiado lujosas, que no son
necesarios los salones de actos como este que estamos viendo para enseñarle a leer y
escribir al niño. Estoy de acuerdo; para enseñarle a leer y escribir no son necesarios;
pero, en la escuela, el enseñarle a leer y escribir es lo subsidiario; lo importante es
formarle un alma digna de esta tierra y de esta nacionalidad.
Que en la Patria no haya un solo argentino que no sepa leer y escribir. Invoquemos esto
para que no quede en palabras, para que en todo el territorio de la Argentina cada
argentino haga sentir su absoluta solidaridad con los demás, poniéndose, si es posible,
cada uno a enseñarle a aquel que no haya tenido la fortuna de aprender antes.
No existe en este país una unidad de concepción en lo fundamental que el Estado debe
exigir a los hombres que trabajan en el país. Yo no creo que todos los hombres deban
pensar con un criterio uniforme, pero en lo que no podemos divergir es en los grandes
objetivos que el Estado persigue para orientación del pueblo de la Nación, porque de
ello viene la anarquía total; de una distinta manera de ver los problemas sale una
distinta manera de apreciarlos; de una distinta manera de apreciarlos sale también una
distinta manera de resolverlos, y de ello sale una manera distinta de actuar dentro del
país, por parte del ciudadano. Eso, sin entrar a considerar que esa falta de orientación
nos ha llevado a la diversificación por profesiones, en la manera de ser, de pensar y de
sentir, no ya como hombres, sino como argentinos; porque una cosa es pensar como
argentino dentro de la misma humanidad. Lo que el Estado debe dar a cada hombre es
cómo debe pensar como argentino, para que él, como hombre, piense como se le
ocurra.
Las universidades existen tan sólo para enseñar, aprender y realizar las investigaciones
científicas adecuadas. Otros factores no deben intervenir en ellas. Pretendemos
eliminar totalmente la política de las universidades, no la política contraria para
imponer la nuestra, sino toda política, porque de lo contrario le haríamos un flaco
servicio a la Universidad. Queremos crear un clima de dedicación total a la función
docente. Tanto profesores como alumnos deben ceñirse exclusivamente a la tarea de
aprender, enseñar e investigar. Actividades ajenas a la Universidad podrá realizarlas
cada uno en el campo que quiera, pero fuera de la Universidad.
Queremos una universidad con alma argentina, que transforme nuestra patria de
asimiladora de cultura en creadora de cultura.
La Universidad argentina del porvenir no será ya una fábrica al por mayor de títulos
facultativos, sino verdadero centro de investigaciones científicas y de altos estudios.
No se nos escapa que en el fracaso individual hay una culpa directa de toda la sociedad
y la carga de un peso muerto para el Estado. Para evitarlo, hemos creado escuelas
técnicas de perfeccionamiento y orientación profesional y otras de aprendizaje, en las
que nuestros jóvenes pueden adquirir los conocimientos y la preparación necesarios
para integrar después, sin desventajas, los cuadros de especialistas que nuestra
economía reclama.
El sistema a adoptar era combinar dos acciones: la empírica del oficio con la teórica de
la profesión. El sistema era combinar esas dos acciones e ir haciendo una cosa que
acabadamente llegara a darle al hombre la capacidad manual y la experiencia
necesarias, y la capacidad intelectual para aspirar a perfeccionar eso y convertir ese
oficio en un verdadero arte. Porque eso queremos: operarios formados en los cursos de
capacitación, después perfeccionados en el segundo ciclo e inducidos hacia la
capacidad directa en la Universidad Obrera.
La Historia marca el pasado; el presente es sólo una línea que vivimos, pero el futuro es
la inmensidad de todo el porvenir, que es la esperanza de los hombres y de los pueblos.
Por eso es que el alma de los jóvenes, enferma de esa inmensidad, es la que tiene los
impulsos más generosos, más grandes y más desinteresados.
Voces de alerta señalan con frecuencia el peligro de que el progreso técnico no vaya
seguido por un proporcional adelanto en la educación de los pueblos.
Por sobre todas las cosas, una sola condición anhelo para el pueblo argentino: que
nuestra escuela forme, además de hombres sabios, hombres buenos y hombres
prudentes.
Hombres que amen más que el poder, la verdad; más que la fuerza, la razón, y que, por
sobre todas las demás consideraciones, tengan amor a Dios, fe en las acciones que él
inspira y esperanza en el porvenir, esperanza que en él ponemos los hombres, con
nuestra infinita pequeñez, frente a su infinita grandeza.
Todo ese mal inmenso, que llevara a los injustos y ambiciosos a la destrucción, tiene su
origen en una educación y una instrucción humanas basadas en la injusticia y carentes
de virtud, que han formado hombres malos, egoístas y mentirosos.
En los hombres y en las naciones nada es estable y nada noble puede edificarse sobre la
maldad, el egoísmo, la injusticia y la mentira. Cada uno irá cosechando lo que ha
sembrado.
La ley de enseñanza religiosa, para un pueblo cuya mayoría está unida a un mismo
credo, resulta indispensable, porque permite a los hijos de padres católicos aprender la
doctrina católica, y no cohíbe a quienes tengan otras creencias o no tengan ninguna, ya
que la asistencia a las clases de religión es voluntaria.
EL deporte es una lucha noble que está inspirada en el esfuerzo de la voluntad y de los
músculos; es la escuela más maravillosa creada por el hombre para soportar el
sacrificio y vencer en el esfuerzo; para despertar el valor de los hombres y para hacer
del hombre un noble luchador, con una experiencia que vale mucho más que todas las
riquezas de la tierra. El deporte es la escuela del valor; es la escuela del carácter; es la
escuela del sacrificio. Y el hombre es grande por su valor, por su carácter y por su
sacrificio.
El fomento del estudio de la poesía popular será también cuidado, con el objeto de que
el conocimiento de esta expresión filosófica y artística del pasado sea norma y fuente
de inspiración espiritual para el presente. Las expresiones folklóricas deben ser
estudiadas; el sentir del pueblo, interpretado por danzas, música y canciones, debe
cuidarse como exponente de íntima y popular cultura y como base del desarrollo de
poemas propios de expresión artística.
2.- La enseñanza primaria elemental es obligatoria y será gratuita en las escuelas del
Estado. La enseñanza primaria en las escuelas rurales tenderá a inculcar en el niño el
amor a la vida del campo, a orientarlo hacia la capacitación profesional en las faenas
rurales y a formar la mujer para las tareas domésticas campesinas. El Estado creará,
con ese fin, los institutos necesarios para preparar un magisterio especializado.
Una ley dividirá el territorio nacional en regiones universitarias, dentro de cada una de
las cuales ejercerá sus funciones la respectiva Universidad. Cada una de las
universidades, además de organizar los conocimientos universales cuya enseñanza le
incumbe, tenderá a profundizar el estudio de la literatura, historia y folklore de su zona
de influencia cultural, así como a promover las artes técnicas y las ciencias aplicadas,
con vistas a la explotación de las riquezas y al incremento de las actividades
económicas regionales.
6.- Los alumnos capaces y meritorios tienen el derecho de alcanzar los más altos
grados de instrucción. El Estado asegura el ejercicio de este derecho mediante becas,
asignaciones a las familias y otras providencias que se conferirán por concurso entre
los alumnos de todas las escuelas.
7.- Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural, cualquiera que sea su
propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación y estarán bajo la tutela
del Estado, que puede decretar las expropiaciones necesarias para su defensa y prohibir
la exportación o enajenación de los tesoros artísticos. El Estado organizará un registro
de la riqueza artística e histórica que asegure su custodia y atienda a su conservación.
6.4.- SOCIEDAD.
Estamos forjando una Nueva Argentina. En esa Nueva Argentina no hay ya lugar para
la oligarquía caduca que vendió al país.
El peor mal es el liberalismo, que invocando una libertad no deja ejercer otras
libertades. La sociedad para existir exige que la libertad de unos subsista con las otras
libertades.
Nada que pueda ser útil a la humanidad nos pertenece con propiedad absoluta.
Los sectores que progresan, como todo en la vida, son aquellos que tienen objetivos
nobles, altos y definidos. Se estancan los que poseen objetivos mediocres; retroceden
los que carecen de una meta definida.
La tercera posición ideológica de nuestra doctrina, que nos ha llevado a desechar como
anacrónicas y contrarias a la naturaleza humana la función exclusivamente individual,
así como la función exclusivamente colectivista, nos ha decidido también frente al
problema de la tarea científica por una solución equilibrada y armónica.
La ciencia —lo mismo que el arte y La cultura, que son bienes del hombre— no pueden
ser propiedad exclusiva del individuo y, lógicamente, tampoco pueden serlo de la
colectividad. No son bienes individuales absolutos, ni bienes colectivos absolutos.
Pertenecen al individuo y a la colectividad, al mismo tiempo; y nosotros, en términos
ya clásicos de nuestra doctrina, decimos que la ciencia, siendo un bien individual, debe
cumplir una función social, lo mismo que el capital, la propiedad, la economía, etc.
Yo no desconozco, sin embargo, que la tarea científica es una tarea que a veces debe
ser realizada sólo individualmente, por más que cada vez es más evidente que los
mejores resultados se obtienen por vía de la conjunción de esfuerzos individuales en
equipos organizados con finalidades comunes.
Todas las profesiones que se llaman todavía liberales, casi como signo de una época
que nosotros querernos superar, no son, no deben ser profesiones liberales, sino
sociales.
El alumno que quiera estudiar nada más que para alcanzar un medio económico de
subsistencia debe renunciar a tiempo su propósito, porque una futura acción en
beneficio del bienestar común, que cimenta toda libertad y toda felicidad social, le
exigirá que su tarea cumpla una eminente función social.
Eso es, por otra parte, lo menos que pueda pedir una sociedad que ha abierto las puertas
de todos sus centros de estudio y de investigación a los hijos del pueblo, como justa
retribución de los esfuerzos comunes que eso represente.
Suelen decirme los entusiastas que es necesario formar la ‘‘conciencia del pueblo”. Yo
estoy de acuerdo, pero pienso que previamente se impone formar la conciencia social
de los profesionales, y trabajando en ello la Universidad servirá al pueblo en la más
elevada y digna manera que pueda hacerlo.
Yo no podría haber asignado funciones sociales... ni podría haber hablado del pueblo
en el ambiente individualista del círculo cerrado de la oligarquía dominante. No
podíamos esperar que sirviese al pueblo la oligarquía que dominaba. Al pueblo sólo lo
sirven los hombres que por haber venido del pueblo conocen cómo siente, cómo piensa
y cómo sufre.
A un sabio que trabaja por la ciencia misma, preferimos un hombre de buena voluntad,
aunque no tan sabio, que trabaje para bien de nuestro pueblo y de la humanidad.
Yo quiero que en el futuro lo mejor de la actividad humana, que son los bienes de la
cultura, de la ciencia y del arte, sigan brindándose, cada vez con mayor intensidad, en
beneficio del pueblo.
Hemos realizado una gran tarea material, pero de nada valdría si no construyésemos las
realidades morales que' pongan todas las construcciones materiales al servicio del
pueblo.
Cuando esta categoría de valores haya conseguido desplazar hasta sus últimos reductos
a la vieja mentalidad de privilegio, la ciencia cumplirá naturalmente, sin ninguna
dificultad, su función social.
Los sectores que se asignen o acepten como meta de sus afanes una definida finalidad
social y sirvan apasionadamente al pueblo marcharán acordes con el progreso de esta
revolución humana que quema las etapas de nuestro tiempo; y se salvarán de la
decadencia que amenaza a todos los individualismos.
Los hombres acostumbrados a la vida individualista, divorciados de los grandes
intereses comunes de la sociedad, se sienten asfixiados por el nuevo sistema de la
convivencia humana que se impone en el mundo y consideran que la libertad está
muriendo entre los hombres... sin advertir que dándole a la libertad individual una
función social estamos salvándola de la opresión colectiva que aplasta a los hombres
negándoles todo derecho y toda libertad.
Deseamos un mundo más justo y más libre, y tratamos de realizar entre nosotros un
pueblo más libre y más justo.
Cuando la humanidad se integre con pueblos justos y libres desaparecerán las cortinas
que dividen a las naciones, no habrá naciones imperialistas ni naciones satélites, y el
hombre, un poco menos azotado por el dolor y por la desgracia, realizará su destino con
más fe en la eternidad de sus valores esenciales.
Todos los esfuerzos de nuestra doctrina y de nuestro trabajo tienden a ello, y esperamos
que los hombres y los pueblos del mundo sepan ver en nuestra buena voluntad acaso el
primer esfuerzo generoso y honrado que realiza un pueblo auténtico por una felicidad
auténtica del mundo.
Sólo así podremos partir del “yo” vertical a un ideal de humanidad mejor: suma de
individualidades con tendencia a un continuo perfeccionamiento.
Nuestra doctrina es una doctrina humanista; nosotros pensamos que nada hay superior
al hombre, y, en consecuencia, nuestra doctrina se dedica al hombre individualmente
considerado, para hacer su felicidad, y al hombre colectivamente tomado, para hacer la
grandeza y la felicidad del país.
Cada uno de los hombres y mujeres que viven a la sombra de nuestra bandera, y según
los principios de nuestra doctrina, sabe que además, de cumplir con su propio destino
tiene que realizar en la vida una parte del destino común.
De la armonía y del equilibrio de los derechos individuales y sociales han de surgir las
bases para el perfeccionamiento a que aspiramos.
El hogar es el recinto sagrado donde el hombre y la mujer vuelcan sobre sus hijos lo
mejor de sus espíritus.
En la medida que sepamos conservar las seculares virtudes hogareñas, podremos estar
seguros de nosotros mismos.
Todos los esfuerzos para hacer más justa, la distribución de la riqueza y promover el
bienestar general llevan como destinatario final el hogar de los humildes.
Si el presente de la Patria está en nuestras manos, en las de las mujeres está el porvenir
de la Nación; de cómo cultiven el alma de los niños.
Tengo fe en las mujeres de mi patria como reserva moral de la argentinidad, puesto que
ellas, como madres actuales o en potencia, son la raíz de nuestro pueblo.
Los peronistas queremos que la mujer eduque a sus hijos desde la cuna; que forme
hombres prudentes, animados de un profundo cariño por el país y un hondo respeto por
la sociedad; que estén animados de las virtudes básicas de los ciudadanos.
En el campo político y social, la mujer podrá formar hombres animados del profundo
deseo de hacer cada vez mejor la vida y la Patria más fuerte, más grande y más linda.
Se ha dicho que la mujer argentina no está preparada para la lucha cívica. A la mujer,
para estarlo, le' basta con hacer de sus hijos hombres honrados.
Poco será todo cuanto se haga para evitar la explotación del trabajo de las mujeres,
pues ellas contribuyen a ampliar con su esfuerzo el campo de la producción, aseguran
la vida honesta y digna de sus hogares y contribuyen al engrandecimiento del país.
El día que nosotros consigamos que nuestros hombres tengan la real orientación moral
que deben tener, que tengan un verdadero sentido de la conciencia social que el pueblo
vive y que estén totalmente persuadidos de que el acatamiento a la ley y a la
Constitución es base de nuestra convivencia y formemos una comunidad organizada
con estos valores en los hombres, habremos triunfado dentro de nuestro país.
6.5.- ASOCIACIÓN.
Los políticos de corta visión entregaron el gremialismo a los filibusteros del campo
gremial y a los agentes a sueldo, y con ellos, si bien medraron políticamente para su
conveniencia, fueron envenenando el ambiente gremial, debilitándolo por su falta de
unidad de acción, frente a los problemas a resolver entre ellos, los patronos y el Estado.
La división de clases había sido creada para la lucha, discordante, pero la lucha
discordante es destrucción de valores.
No pasó mucho tiempo sin que se advirtiese no ya el grave error sino la monstruosidad
que supuso la prohibición de las corporaciones profesionales, porque los seres débiles
sólo mediante la unión y la agremiación adquieren la fuerza necesaria para su
subsistencia. Se creyó defender al individuo frente al empuje y a la coacción de los
gremios, y el resultado fue la anulación individual y también política de todo el
proletariado.
Aún no me explico cómo ha podido la República llegar hasta nuestros días sin haber
reglamentado con espíritu estatutario todas las profesiones que componen el
conglomerado social argentino… hemos establecido en nuestros planes... la creación
de todos los estatutos… Una vez que ello esté establecido, nadie quedará librado a
manejos discrecionales por parte del que contrata o del que paga, y de este modo se
habrá suprimido el factor principal de disociación, de desorden y de abuso.
El camino recorrido desde entonces ha sido seguro. Hemos evitado en esa forma los
retrocesos que desalientan y dejado firmemente plantado el jalón de cada conquista
económica o social.
Las asociaciones profesionales, tanto patronales como obreras, únicamente pueden ser
eficaces, fructíferas y beneficiosas si orientan su acción hacia objetivos de
mejoramiento en todos los aspectos que exige la dignidad del hombre, agrupando,
dentro de lo posible, a los trabajadores de una misma rama de actividad en una sola
asociación; e igualmente a los patronos en su respectiva entidad, cuidando que las
aspiraciones de unos y otros queden supeditadas al deber ineludible de servir a la Patria
con abnegado amor y acendrado espíritu de sacrificio.
Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de individualidades
y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. Sólo éstas pueden forjar
un ideal y un carácter propios, y ganar una fisonomía peculiar ante el mundo.
Los sindicatos obreros necesitan estar profundamente unidos y ser con esa unidad
poderosos para la defensa de sus intereses; deben estar persuadidos de que esa defensa
nadie la hará mejor que ellos mismos y de que el éxito de sus gestiones y de sus
aspiraciones depende solamente del gremio. Para eso es necesario contar con un
gremio fuertemente unido; no tener cuestiones extrañas dentro del sindicato que no
sean para la defensa de los demás compañeros. Ello es fundamental, porque cuando los
gremios se desvían hacia cuestiones extrañas se disocian, se rompen y terminan por ser
absolutamente débiles. Que la experiencia de los tiempos pasados sirva a los gremios
argentinos para instarlos a la unidad indispensable.
Las sociedades que nosotros combatimos son aquellas que no están dirigidas por
trabajadores auténticos. Combatimos las que tienen dirigentes que se sirven de la masa
para comerciar con su miseria, llegando a entenderse con los enemigos gremiales y
sacando provecho de ambas partes. Esos, que son y han sido los verdaderos Judas de
los trabajadores y que han actuado permanentemente en contra de los intereses de los
mismos, han sido nuestros verdaderos enemigos.
Los dirigentes de sindicatos obreros que deben interpretar a la masa no deben ser
individuos con preceptos o ideologías foráneos que aprovechen de la masa para poner
en evidencia sus propias ideas.
Quiero en este aspecto decir lo que la teoría peronista establece como sindicalismo. En
la organización de los sindicatos argentinos, hasta nuestros días han funcionado las
grandes comisiones dedicadas a la defensa de los intereses profesionales. Frente al
antiguo régimen capitalista, en la Argentina era una cosa indispensable reducirse a esa
lucha porque no se podía salir de ella y había que estar luchando noche y día para poder
ganar un aumento de veinte o de treinta centavos en la jornada de trabajo. Era necesario
insumir toda la fuerza y toda la capacidad de la organización para esa lucha sin cuartel
que había establecido el capitalismo aliado con los agentes propios que estaban en el
gobierno.
El sindicalismo, como creo que debe ser, tiene dos campos de acción extraordinarios:
el que se refiere a la acción gremial propiamente dicha y el que se refiere a la acción
mutual. Porque el sindicato, para llegar a ser poderoso y para ser eficiente, debe llenar
esas dos etapas; vale decir, la etapa gremial para la defensa de los intereses
profesionales, y la tapa mutual, para la defensa de los asociados del sindicato. Llenados
esos dos objetivos fundamentales, recién podremos decir que el sindicalismo ha
cumplido con la función para la que ha sido creado y que justifica su real existencia en
una comunidad organizada.
Vale decir, que la existencia de una organización nacional fuerte, numerosa, y unida de
trabajadores es condición necesaria para lograr la unidad nacional.
Hemos declarado que la agremiación será libre y hemos de mantener esa libertad; pero
nos permitimos aconsejar a los trabajadores, porque ésa es nuestra obligación, acerca
de cómo serán más eficaces en la lucha por la defensa de sus propios intereses. Hay
quienes luchan porque un sindicalismo libre resulte un tablero de ajedrez gremial.
Sé bien que los que quieren fraccionar un gremio lo hacen porque no pueden concertar
los intereses gremiales con los intereses personales. Yo defiendo la absoluta unidad de
cada gremio, porque no tengo nada que ganar ni nada que perder.
Los sindicatos son totalmente libres en sus decisiones y en la elección de sus hombres.
El gobierno solamente les presta ayuda y, cuando es necesario, aconseja, porque desea
que los sindicatos marchen paralelamente con la Nación. Mi función es de
coordinación de esas fuerzas colectivas: la de los sindicatos, que representa el trabajo,
y la de la Nación, que representa el Estado. Yo intervengo cuando esas fuerzas no
marchan paralelamente y están por encontrarse, al revés de lo que pasaba antes, que,
cuando iban paralelas, se intervenía para que se pusiera una frente a la otra. Yo trabajo
por la colaboración y no por la lucha, porque la colaboración lo hace todo y la lucha, en
cambio, todo lo destruye.
Las organizaciones sindicales argentinas y el gobierno argentino son una sola cosa, sin
sometimientos y sin claudicaciones. Somos amigos que marchamos del brazo en la
concepción de una misma causa y en la realización de un mismo programa.
Por eso es que yo me atrevo a aconsejarles que mantengan los sindicatos unidos y
fuertes; que la defensa de los intereses gremiales sea dentro de los sindicatos superior a
cualquier otra consideración. La razón de ser de un sindicato es una sola: unirse todos,
para defender los intereses de todos.
El gobierno necesita sindicatos organizados y necesita una gran central obrera, tan
poderosa como sea posible, porque ése es el apoyo que ha de tener en el futuro para
poder cumplir los grandes destinos de esta patria, en cuyo logro estamos empeñados
tanto los trabajadores como el gobierno.
El sindicato debe ser una escuela de justicia, porque la injusticia, por parte nuestra, nos
llevaría a darles la razón a los capitalistas, que al final triunfarían, porque tendrían esa
razón. De manera que la injusticia no la debemos esgrimir nosotros. Cuando desde el
sindicato practicamos un acto injusto estamos conspirando contra el sindicato mismo.
La fuerza gremial está en los buenos dirigentes que se elijan, hombres que no tengan
veleidades extrañas, sino que vivan para defender su gremio y que sepan que para un
obrero no puede haber ni finalidad ni honor más grande que defender a sus propios
compañeros.
Tener un dirigente que vaya tras otros objetivos ideológicos o políticos dentro de la
organización es tener un factor negativo dentro de la propia casa.
Ese partido (el comunista), hipotético beneficiario de la campaña contra el gobierno, ha
adoptado una táctica más hábil, aunque bien conocida, que es la infiltración en los me-
dios obreristas. Actúa de lobo con piel de cordero.
Aprovecho esta oportunidad para hacer saber a los señores comunistas que pretenden
infiltrarse en el movimiento obrero argentino cuáles son las ideas del gobierno al
respecto, y advertirles que ni éste ni los trabajadores permitirán en forma alguna que
las organizaciones obreras se presten ingenuamente al juego de sus finalidades
inconfesables y a sus designios antipatrióticos.
Además, el sindicato, en ese mismo aspecto, debe tener también una acción cultural
destinada a la elevación de la cultura social de la masa, sin la cual los sindicatos no
progresarán en su conjunto. Esa acción de elevación de la cultura social va permitiendo
que la masa adquiera día a día una elevación cultural.
No dividimos al país en clases para lanzarlas a la lucha unas contra otras, sino que
aspiramos a su organización, para que puedan crear un sistema que permita una
ajustada colaboración, a fin de alcanzar nuestro objetivo fundamental, que es el de
promover y realizar el engrandecimiento de la Patria.
No hemos perseguido otra finalidad que la de fortalecer las asociaciones, para que
estén en condiciones de gravitar en la regulación del trabajo y en el mejoramiento del
“standard” de vida de los trabajadores.
En primer lugar, hay que crear una mutual. Mutualidad dentro del sindicato, para que
no tenga que recurrir, para la ayuda extraordinaria a sus asociados, a otra organización
que no sea el propio sindicato. La mutualidad sindical lleva la ayuda de la colectividad
al hombre que por sus propios medios no puede atender al infortunio o al riesgo
imprevisto de la profesión o de la vida.
El Estado en gran parte se había desentendido del problema social en lo que él tiene de
trascendente, para solucionar superficialmente los conflictos y problemas parciales. Es
así que el panorama de la política social seguida representa una serie de parches
colocados alrededor de alguna ley que por no haber resultado orgánicamente la
columna vertebral de esa política social, ha resuelto una parte del problema, dejando el
resto totalmente sin solución.
Nuestro movimiento no es una renovación más, igual a las tantas que se han sucedido
en el país desde la época de la Independencia. Es un movimiento constituido por una
conciencia social nueva para el país; es el resultado de un análisis y de un plan
ejecutado paulatinamente.
Era necesario poner al país en marcha porque estaba detenido, pues el estado social era
tal que, de exigirse un mayor trabajo sin compensación, se hubiera empujado a la clase
trabajadora a su propio levantamiento.
Esa ha sido nuestra primera gran tarea: elevar la cultura social, dignificar el trabajo,
humanizar el capital. Por estos tres caminos comenzamos a levantar a nuestros
menospreciados hombres de trabajo y les hicimos comprender que todos ellos tenían
una serie de derechos que hasta ese momento les habían sido negados.
La política social abarca todo el panorama del Estado, porque es la regulación del
factor humano del país, desde el nacimiento hasta la muerte. Por eso es de su resorte
natural todo el que vive, poderoso o humilde, sabio o ignorante, que manda o que
obedece, mientras esté con un hálito de vida en esta tierra.
Nosotros asistimos a una transformación del alma argentina, tras los nuevos postulados
de justicia social, que hacen una conciencia y una subconsciencia. En adelante, los
argentinos deberán unirse a los resplandores de esa conciencia colectiva, para
abandonar un individualismo que no sirvió a los intereses de todos los argentinos, sino
a los intereses de grupos o de personas.
De allí que la justicia social, base de la libertad política, haya sido nuestro gran
objetivo.
La labor social que vengo desarrollando desde que ejerzo funciones de gobierno va
encaminada tanto a exaltar los valores espirituales cuanto a buscar una mayor
distribución de la riqueza.
La Argentina asienta su paz interna sobre la justicia social, base de la paz y del orden en
lo interno y en lo internacional. En esta trayectoria se encuentran todos los hombres y
pueblos que saben mantener como bandera los más altos efluvios de su espiritualidad.
Lo más triste que le puede pasar a un país es que haya muchos hombres que clamen
justicia y no la obtengan, cuando esa justicia es clamada por los humildes, el panorama
es más triste todavía, porque ellos son los que necesitan más esa justicia.
Yo sé que no ha llegado el bienestar anhelado a todos los ámbitos del país. Era mucha
la injusticia y mucho el atraso que hallamos al subir al poder. Todo va en camino de
lograrse, pero debemos preguntarnos si cada uno de nosotros sabemos cumplir con
nuestro deber y si hemos puesto el empeño necesario y hemos hecho el esfuerzo que el
país esperaba de cada uno de nosotros.
Al realizar una reforma social como la que hemos llevado a cabo nosotros, elevando el
“standard” de vida y la dignidad del pueblo sumergido, cambiando la mentalidad de los
hombres de trabajo para que no sigan pensando que el trabajo es una maldición bíblica,
sino que es la virtud más profunda que el pueblo puede y debe tener para crear y para
ser una nación grande y feliz, hemos cambiado todas las doctrinas anárquicas que se
sucedieron dentro de nuestros organismos, como consecuencia de una reacción de las
masas.
Pero no todos venimos al mundo dotados del suficiente equilibrio moral para
someternos de buen grado a las normas de sana convivencia social. No todos podemos
evitar que las desviaciones del interés personal degeneren en egoísmo expoliador de
los derechos de los demás, y en ímpetu avasallador de las libertades ajenas. Y aquí, en
este punto que separa el bien del mal, es donde la autoridad inflexible del Estado debe
acudir para enderezar las fallas de los individuos y suplir la carencia de resortes
morales que deben guiar la acción de cada cual, si se quiere que la sociedad futura sea
algo más que un campo de concentración o un inmenso cementerio.
Lo que el Estado quiere es evitar ese estado de cosas dentro del pueblo argentino. Para
hacerlo, hay que hacer desaparecer a los intermediarios, a los intermediarios políticos,
a los intermediarios sociales, a los intermediarios económicos. El día que eso haya
desaparecido, el día que cada uno represente a su propia actividad, la conciencia social
se habrá arraigado, el pueblo será más feliz y no habrá vivos que vivan a costa de los
que viven de su trabajo.
Hay una sola manera de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la
verdadera justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su
país y propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases
obreras está siempre en razón directa de la economía nacional.
La revolución nacional repudia el mito que pretendía imponer la justicia social sobre
las ruinas de nuestra civilización. Ha puesto de relieve que, conservando el tesoro
moral y material que las generaciones pasadas nos legaron, puede obtenerse el
mejoramiento social que exigen las nuevas formas de vida impuestas por el progreso y
la mayor expansión de la riqueza.
Nosotros debemos estructurar, más que una ley escrita, una ley que esté por sobre todas
las demás leyes; asegurar la justicia entre los hombres y crear la costumbre, que es la
verdadera conciencia legal de los pueblos, para que dentro de poco tiempo los mismos
patronos, que antes fueron retardatarios y retrógrados, sientan vergüenza de no
asegurar a sus trabajadores el mínimo de vida feliz a que cada uno de nosotros tenemos
derecho.
En esa tarea debe tenerse en cuenta que el derecho ha de responder a la realidad social
de la hora presente para que sus normas contribuyan a mantener el equilibrio de
intereses que, lógica, y racionalmente, se deriva del concepto de justicia.
El Estado social argentino nace al mundo bajo el signo augural de un nuevo tiempo.
Estamos orgullosos de ofrecer el ejemplo de haber vencido el egoísmo y la avaricia.
Buscamos hacer desaparecer toda causa de anarquía para asegurar con una armonía, a
base de justicia social, la imposibilidad de la alteración de nuestras buenas relaciones
entre el capital, el trabajo y el Estado.
Los patronos, los obreros y el Estado constituyen las partes de todo problema social.
Ellos y no otros han de ser quienes lo resuelvan, evitando la inútil y suicida destrucción
de valores y energías. La unidad y compenetración de propósitos de esas tres partes
deberán ser la base de acción para luchar contra los verdaderos enemigos sociales,
representados por la mala política, las ideologías extrañas, sean cuales fueren; los
falsos apóstoles que se introducen en el gremialismo para medrar con el engaño y la
traición a las masas, y contra las fuerzas ocultas de perturbación del campo político
internacional.
Los representantes del capital y del trabajo deben ajustar sus relaciones a reglas más
cristianas de convivencia y de respeto entre seres humanos.
Este maravilloso espectáculo del despertar de la conciencia social reprueba a los viejos
hombres de una conciencia incomprensible, pero de la que no hay que culparlos porque
ellos fueron producto de una época nefasta que ha pasado para siempre en la República
Argentina. Ellos fueron producto de esa época individualista y egoísta. Ellos nacieron
al resplandor del oro que manejaron sin haberse palpado alguna vez el corazón para
saber entender y comprender una vida en la que no todo es oro, en la que no todo es
dividendo.
El Estado moderno evoluciona cada día más en su gobierno, por entender que éste es
un problema social. Esa es la enseñanza del mundo. Vemos una evolución permanente
en todas las agrupaciones humanas; desde 50 años hasta el presente vienen acelerando
de una manera absoluta e inflexible hacia una evolución social de la humanidad que
antes no había sido conocida.
Para evitar que las masas que han recibido la justicia social necesaria y lógica no vayan
en sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas, para
que, formando organismos responsables, organismos lógicos y racionales, bien
dirigidos, no vayan tras la injusticia, porque el sentido común de las masas orgánicas
termina por imponerse a las pretensiones exageradas de algunos de esos hombres. Ese
sería el seguro: la organización de las masas. Ya el Estado organizaría el reaseguro, que
es la autoridad necesaria para que lo que esté en su lugar nadie pueda sacarlo de él,
porque el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza
ponga las cosas en su quicio y no permita que salgan de su cauce.
El Estado social de los pueblos tiene tres etapas decisivas: la primera es la del bienestar
social; la segunda, la de la consolidación del bienestar social, y la tercera, la del
progreso social.
Esa primera etapa, la del bienestar social, se alcanza en los pueblos cuando la justicia
llega. Eso que nosotros hemos llamado la era de la justicia social, es la era de la justicia
integral de la Nación. Así se alcanza el bienestar social, porque cuando la justicia falta
no hay bienestar social, ni bienestar jurídico, ni bienestar político, ni bienestar
personal.
Nosotros queremos que las futuras generaciones argentinas sepan sonreír desde la
infancia... Bajo los gloriosos pliegues de nuestra bandera no puede ni debe haber niños
argentinos que no puedan ir a la escuela o que tengan que ir a ella mal alimentados.
Tampoco los debe haber que vivan desnutridos, en hogares sin luz y sin calor.
Luchamos, los hombres de este gobierno, porque vosotros los niños podáis vivir
despreocupados del presente, entregados a vuestros juegos y a vuestros estudios,
amparados en una familia cristianamente constituida, seguros del porvenir. De ese
porvenir sin sombra que se os habrá de entregar en custodia mañana, y del que tendréis
que responder ante vuestros hijos como nosotros respondemos ahora.
Buscamos asegurar para nuestro pueblo un régimen social justo y humano; donde la
cooperación remplace a la lucha; donde no haya réprobos ni elegidos; donde cada
hombre que trabaja reciba un beneficio proporcional a la riqueza que promueve; donde
todos tengan un porvenir asegurado; donde la sociedad no se desentienda, egoísta, del
viejo ni del incapacitado, y donde la fraternidad, la generosidad y el amor presidan las
relaciones entre todos los argentinos.
Por encima: de los preceptos, de las costumbres y de las reglamentaciones, deben estar
los altos principios de solidaridad humana y de colaboración social.
Cada siglo tiene su conquista, y a la altura del actual debemos reconocer que así como
el pasado se limitó a obtener la libertad, el nuestro debe proponerse lograr la justicia.
Una revolución como la nuestra debe abarcar todos los órdenes de la sociedad, de la
Nación, integralmente, para cumplir sus objetivos precisos. Nosotros no podemos
conformarnos solamente con que el pueblo viva en paz; queremos que viva bien. Es un
deber primordial del gobierno saber qué come el pueblo y preguntarnos en seguida si
come bien, si come lo suficiente, si su alimento es el que conviene a su organismo
físico y a su entidad espiritual, y si llega a todos, hombres, mujeres, niños y ancianos,
una alimentación sana, completa, adecuada, racional.
En este sentido, toda la justicia social cumplida en nuestro país es lo que colma la
satisfacción de la clase trabajadora. Nosotros constituimos un gobierno eminentemente
obrero.
En este tipo de movimiento revolucionario, es la base social del tiempo en que vivimos
la primera que debe consolidarse. Quien no cuenta hoy con las masas populares no
gobierna.
Nuestra política social está también orientada a asegurar una vivienda digna a la gente
de las ciudades y del campo. La vivienda no es una prebenda del hombre que puede
disponer de medios, sino uno de los elementales derechos del hombre del pueblo. Pero
la política social no puede detenerse solamente en estas cuestiones. Tiene un objetivo
más amplio y más lejano. Ese objetivo encara todos los problemas humanos: del rico,
del pobre, del sabio, del ignorante, del que manda como del que obedece, porque así
considera la política social la coordinación de todo el engranaje del país, para que cada
uno dé a la Patria lo que pueda dar de sus músculos o de su inteligencia o de su caja de
hierro.
Como en todas partes, la conducción del elemento humano debe cumplirse aquí a base
de persuasión, dejando para el último extremo cualquier medida que implique una
vejación del individuo y de la dignidad humana.
La cárcel es una escuela para orientar a los hombres que han perdido su camino, y
hacerles retomar el camino es una función de la mayor nobleza dentro de la
comunidad. Pero si se interpreta que se va allí a tratar a los delincuentes como a
animales porque han delinquido y a aplicarles la disciplina rígida y fría de las formas,
sin penetrar al fondo de la función, entonces sería un triste oficio, que no tendría valor
y que no merecería ser ejercido, puesto que habría perdido su sentido social. El trato a
esa gente, que en general es mala, debe tender a convertirla en gente útil, para devolver
así a la sociedad el mayor número de hombres aptos para la convivencia.
Hemos llegado a nuestros días dando todo lo que ha sido posible dar. Ahora hay que
comenzar a dar con prudencia, porque para dar es menester construir primero; porque
si se recibe a cambio de no construir no se podrá asegurar el futuro que es lo que más
nos debe preocupar para consolidar nuestras conquistas y para extenderlas cada vez
más en la medida de lo que vayamos construyendo en el país. Triste sería —y es lo que
muchos esperan ver— que por una imprevisión del gobierno rompamos el equilibrio
económico. Roto el equilibrio económico, retrocederíamos veinte años. Se construiría
de nuevo la economía con el esfuerzo de todos, pero entonces las conquistas sociales
habrían desaparecido irremisiblemente y tendrían los obreros que luchar otro siglo para
volver al momento actual... Hay que trabajar, construir y producir, porque si no
producimos, construimos y trabajamos, el problema no tendrá una solución tan feliz
como todos nosotros lo anhelamos.
Hoy la idea de la justicia social alienta en todos los corazones argentinos que quieren el
bien de su patria, y nuevas rutas de esperanza se han desbrozado para legiones de
trabajadores que labran la grandeza del país con su esfuerzo honrado y laborioso.
La justicia social fue siempre nuestro primer objetivo, porque la coincidencia de todos
los argentinos en los aspectos fundamentales de la vida del país no podía ser lograda
sin destruir previamente todas las barreras que nos dividían.
Estamos dando pasos que nos permitirán, en el futuro, realizar una justicia distributiva
entre todos los argentinos, de tal manera que nadie pueda quedar quejoso por lo que a él
le toque en ese reparto de felicidad que la grandeza de nuestro país permite ofrecer a
todos sus hijos.
Para tener justicia social hay que crear la base económica. ¿Y cómo hemos de crear la
base económica que sustenta la justicia social? Con una nación económicamente
independiente, vale decir, que los bienes argentinos no los disfruten otros pueblos fuera
de nuestras fronteras.
Se ha dicho que sin libertad no puede haber justicia social, y yo respondo que sin
justicia social no puede haber libertad.
Recién después de obtener para los hombres de esta tierra la fe en los destinos
individuales y colectivos, una porción efectiva de bienestar material y una parte real de
justicia, se puede alcanzar la libertad.
La libertad debe arrancar desde el punto en que hayan sido afianzadas definitivamente
la seguridad social, la familia y la defensa nacional. Una libertad sin seguridad de vida,
de trabajo, de educación y de vivienda digna es una falsa libertad.
La seguridad social es, ciertamente, una parte fundamental de la justicia social, una de
sus más brillantes consecuencias.
La libertad debe ser considerada como un bien individual que tiene una función social
que cumplir.
La justicia social es una simple leyenda mitológica cuando no se asienta sobre las
firmes bases de una economía social sustentada por una absoluta independencia
económica.
Desde luego, la tarea de realizar esta justicia social requiere una mística, requiere una
fe. Sin esta fe, las palabras son sólo palabras. Mas cuando la fe que las respalda existe,
ella las insufla de vida y las convierte en cumplida realidad.
Prometí a mí pueblo la justicia social, y ella se ha cumplido sin otro límite que la
justicia misma.
Cuando la justicia rija sin inclinarse de un lado ni de otro podrá ser duradera, porque
tendrá conformes a las fuerzas del capital, del trabajo y a la representación de las
fuerzas estatales.
Sin justicia social, el hombre vuelve a ser el lobo del hombre, y la ley de la selva
impera sobre el efectivo imperio del derecho.
Estamos formando una conciencia social en base a los tres postulados básicos de la
justicia social. En lo ético, en primer término, la elevación de la cultura social entre las
masas argentinas; en segundo lugar, la dignificación del trabajo, y en tercer lugar, la
humanización del capital.
La clase trabajadora vivía de su trabajo. Los grupos oligárquicos y políticos vivían del
trabajo de los demás.
No podíamos llamar libertad a la existencia de una manera de ser que tenía sumergidas
a las tres cuartas partes de la población, privadas de la dignidad que los hombres deben
tener, dignidad sin la cual la libertad es una palabra más dentro de los modos de vida y
de existencia.
La explotación inicua del pueblo, tolerada por los gobiernos oligárquicos, era la
primera y más alta barrera que separaba al pueblo de la Patria.
A los que afirman que hay libertad en los pueblos donde el trabajador está explotado yo
les contesto con las palabras de nuestros trabajadores: una hermosa libertad, la de
morirse de hambre!...
Los hombres de la República no han tenido jamás la libertad que gozan hoy. Libertad
en lo económico: asegurada por medios económicos. Libertad social: porque nunca las
masas argentinas han estado más aseguradas en su libertad sindical y social. Libertad
política: porque tienen lo fundamental: eligen por primera vez a sus gobernantes.
Dentro del cuerpo de la República todos debemos estar listos para hacer un sacrificio
por los otros cuando sea necesario. Ese es el espíritu de solidaridad que debe existir
dentro de la Nación, entre todos sus hombres, sea cualquiera la actividad a que se
dediquen.
Es preciso que los valores morales creen un clima de virtud humana apta para
compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debido. En ese aspecto la
virtud refirma su sentido de eficacia.
La vida de relación aparece como una eficaz medida para la honestidad con que cada
hombre acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida, que en parte muy
importante procederá de la educación recibida y del clima imperante en la comunidad,
depende la suerte de la comunidad misma.
La previsión social, al asegurar contra los riesgos de la vida al individuo, lo educa para
la ciudadanía y lo conforma para la humanidad. La solidaridad, que es el fundamento
de la previsión, importa, así, la unión y ayuda mutua de todos los individuos de un
grupo social primero, y de todos los grupos sociales después, confundiendo al
individuo en la comunidad nacional, y a las naciones en la comunidad de las naciones.
Por eso, en materia de previsión social, los principios aprobados en conferencias
internacionales de trabajo, donde el país concurriera y expresara su asentimiento, han
sido adoptados.
Hace poco, hemos llevado al ambiente social del país una ley de jubilaciones que
beneficiará a un millón de personas que ambicionaban para ellas una vejez tranquila, a
la que tiene derecho todo el que trabaja. Esa misma ley, hace diez años, había sido
dictada con las mismas características, pero patronos y obreros concurrieron a la Plaza
de Mayo a solicitar que la misma quedara sin efecto porque no la querían, y luego de
promulgada fue vetada por el Poder Ejecutivo. ¿A qué obedecía esa razón?
Simplemente, a que en el país no existía todavía una verdadera conciencia acerca de lo
que es y debe ser la justicia social.
Una caja de previsión es un jalón que plantamos en el camino que nos hemos propuesto
realizar. Cuando el país cuente con el número indispensable de cajas para asegurar la
vejez y la invalidez de todos los ciudadanos de la Patria, esa obra —estoy
absolutamente persuadido de ello— será un timbre de honor para todos los gobiernos y
para los funcionarios del Estado.
Existe un interés social evidente en fomentar en el pueblo la sana práctica del pequeño
ahorro, que siempre ha distinguido a las colectividades previsoras.
Pero resultaba risible pedir a nuestros hombres de trabajo que ahorrasen, cuando sus
salarios ni siquiera subvenían las más impostergables necesidades de su subsistencia.
No hay duda, por otra parte, de que tampoco ahora nadan en la abundancia, pero algo
hemos logrado y lograremos mucho más, para que su vida sea más alegre y llevadera.
La Nación necesita del ahorro de todos sus habitantes, por modestos que ellos sean. En
su conjunto, el pequeño ahorro popular constituye una fuerza pujante y vigorosa, en
cuya substancia se alimentan los procesos de la producción, y del trabajo, públicos o
privados.
La potencia creadora del ahorro, que ha sido puesta de relieve de múltiples formas, está
expresada en la obra de la civilización humana. Las naciones más adelantadas de la
tierra han sentido devoción por el ahorro y por el trabajo creador, que es su aliado
inseparable, y por ello exhortamos al pueblo, en esta nueva era de su vida, para que siga
por los derroteros que señalan estos pensamientos como una contribución
singularmente significativa en favor de la obra en que estamos empeñados.
No es posible que el hombre haga frente a la desgracia por sí solo, que la colectividad a
la cual pertenece no pueda prestarle la ayuda integral.
Lo importante para nosotros es que en nuestro país todos se sientan seguros, mirando el
porvenir, y conseguir esto es nuestro supremo afán.
La atención de los infortunados es un deber social de la comunidad.
Parece que al alma egoísta de los ricos le doliese el dinero cuando llega a las manos de
los pobres.
Un hospital de un pueblo civilizado ha de ser una casa donde el dolor sea respetado y
donde el hombre sea defendido frente a la muerte con el respeto y con el amor con que
la persona humana debe ser defendida de los males.
La Fundación de Ayuda Social Eva Perón ha sabido ser, además de una escuela de
bien, de solidaridad humana y popular frente a la necesidad; una escuela que templa el
alma.
La Fundación, que tiene por lema “mejor que decir es hacer’’, está mostrando que sus
realizaciones llevan en sí no solamente la creación de obras de beneficio popular, sino
también ese amor profundo al pueblo y a los humildes que sentimos los argentinos bien
nacidos y de buen corazón.
Las abnegadas integrantes de la Fundación de Ayuda Social nos dan día a día un
ejemplo acabado de peronismo trabajando incansablemente por los ideales que
sustenta la inspiradora de esta institución.
Esta Ciudad Infantil que entregamos a los chicos humildes está diciendo con ese hecho
de nuestro desinterés y de nuestro patriotismo, al ofrecer a los niños pobres de la
Argentina la posibilidad de vivir como antes no vivieron ni aun los chicos de ricos de
esta patria.
Hay un sentido común que dice hasta dónde llega uno en su actividad y una prudencia
que anuncia dónde debe detenerse antes de invadir la jurisdicción de los demás; pero
sobre todo eso hay un espíritu de amistad, de correligionario, de partidario, de doctrina,
que le dice a uno que, cualquiera fuera la esfera de acción donde actúe, si lo hace con
buena voluntad y para ayudar, está bien, y si lo hace con mala fe, con mala voluntad,
para entorpecer o para producir fricción, está fuera de su acción y de su misión. Con
buena fe y con buena voluntad, en todas partes; con mala fe y con mala voluntad en
ninguna parte resultará eficaz.
Todos los méritos que nosotros pudiésemos acumular en nuestra actuación pública se
justifican solamente si están al servicio de todos.
2.- El Estado formará la unidad económica familiar, de conformidad con lo que una ley
especial establezca.
3.- El Estado garantiza el bien de familia conforme a lo que una ley especial determine.
1.- Derecho a la asistencia. Todo anciano tiene derecho a su protección integral, por
cuenta y cargo de su familia. En caso de desamparo, corresponde al Estado proveer a
dicha protección, ya sea en forma directa o por intermedio de los institutos y
fundaciones creados o que se crearen con ese fin, sin perjuicio de la subrogación del
Estado o de dichos institutos para demandar a los familiares remisos y solventes los
aportes correspondientes.
5.- Derecho al cuidado de la salud física. El cuidado de la salud física de los ancianos
ha de ser preocupación especialísima y permanente.
6.- Derecho al cuidado de la salud moral. Debe asegurarse el libre ejercicio de las
expansiones espirituales, concordes con la moral y el culto.
La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las
obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado
fiscalizar la distribución y la utilización del campo e intervenir con el objeto de
desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a cada
labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que
cultiva. La expropiación por causa de utilidad pública o interés general debe ser
calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las
contribuciones que se expresan en el artículo 49. Todo autor o inventor es propietario
exclusivo de su obra, invención o descubrimiento por el término que le acuerda la ley.
La confiscación de bienes queda abolida para siempre de la legislación argentina.
Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie
en tiempo de paz.
El capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto
el bienestar social. Sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines
de beneficio común del pueblo argentino.
Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las
demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades
imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación de su
producto que se convendrá con las provincias.
El Estado debe asegurar una justa retribución y una distribución equitativa de los
saldos gananciales a cada uno de los elementos que intervienen, sin perjudicar al
consumidor. A esto se llega mediante una equilibrada coordinación de los factores que
juegan en el problema, ajustándolos a la apreciación equilibrada de costos y salarios.
Su planteamiento es elemental y sencillo, pero complicado en su aplicación en el
campo de las actividades reales del comercio. Esto no puede dejarse, como hasta ahora,
librado a la discrecionalidad, sino que es necesario encauzarlo para evitar por todos los
medios la dispersión de valores, de riquezas, que van por medios ilícitos, a parar a
manos de quienes no los merecen.
El sueldo mínimo y el salario vital deben ser determinados por lo que los ingleses
llaman “línea de la vida’’. Esta consiste en el equilibrio del sueldo o jornal con las
necesidades mínimas de la subsistencia en condiciones dignas.
Los que se encuentran debajo de esa línea son los ‘‘sumergidos”, que deben compensar
la falta de salario vital con privaciones y penurias que, en último análisis, inciden sobre
la salud física o espiritual.
Los que se encuentran sobre esa línea de la vida son los ‘‘emergidos”, a quienes la
fortuna ha favorecido, y que, en muchos casos, dilapidan el exceso de su haber para
satisfacer otros excesos.
La tarea de gobierno en la política social debe tender a que nadie, o por lo menos el
menor número de hombres de trabajo, se encuentre en la condición de “sumergido”.
El “standard” está representado casualmente por esa línea de la vida. Cuando se habla,
en consecuencia, de “standard” de vida, no se trata en caso alguno de hombres que
están por debajo de un salario vital. Es elemental obligación del Estado moderno el
propugnar por todos los medios la existencia de un “standard” de vida adecuado para
todos los habitantes, el que estará en razón directa, de la economía nacional, el trabajo
individual y la organización adecuada del país que permita llegar a la más perfecta
coordinación y equilibrio económico social.
Había en este país hombres que ganaban veinte centavos por día y otros quince pesos
por mes. Nosotros fijamos nuestra doctrina inicial diciendo que ningún hombre debe
ganar menos de lo que necesita para vivir. Establecimos así el punto de partida de
nuestra política social. Dijimos que hay una línea de vida fijada por el salario vital
mínimo y que los que estaban debajo de esa línea eran sumergidos; que en el país no
podía haber sumergidos; debían ser todos emergidos, cualquiera fuera el sacrificio que
la Nación debiera realizar para ello.
Entendemos que la situación de los peones en todos sus aspectos llegó, en ciertas
oportunidades, a ser una forma disimulada de esclavitud. Respecto de este asunto yo he
afirmado que el que tenga la tierra ha de laborarla y el que no pueda pagar peones debe
trabajarla personalmente. Por otra parte, si no es capaz de trabajarla, que la venda.
Los trabajadores en general, ya sean urbanos o rurales, deben contar con un salario
adecuado, con un trabajo libre e higiénico, y gozar también de viviendas sanas, a las
que tienen derecho todos los hombres que trabajan.
Yo pregunto a cuantos combaten la obra social que se está haciendo si las mejoras
otorgadas a los trabajadores han obligado a los patronos a reducir en la más mínima
parte ninguno de sus gastos necesarios, ni privarse del más insignificante de sus gastos
superfluos. Los aumentos que han experimentado las retribuciones en nada pueden
comprometer el resultado de las empresas; en cambio, contribuyen eficazmente a
mejorar la situación de miles de personas y pueden asegurar una paz social que, de otro
modo, quedaba comprometida definitivamente.
Queremos que cada, hombre tenga su lugar bajo el sol, y que viva con la mayor libertad
posible. La libertad individual consiste en darle a cada uno la independencia
económica, sin la cual no hay libertad. El dinero no hace la felicidad, lo sabemos, pero
sí ayuda a lograrla. Por eso queremos que cada hombre tenga lo que es capaz de ganar
por su propio es fuerzo.
A los que abogan por un “mercado libre” a base de la supresión del control económico,
les preguntamos: ¿cómo controlarán a la legión de especuladores, estafadores y
ladrones que se amparan detrás de una noble actividad como es la industria o el
comercio? ¿Creen acaso de buena fe que los delincuentes desaparecerán cuando se
suprima el control que los evidencia? ¿Abogarían entonces ellos también por la
supresión del Código Penal, la policía y la Justicia? Así, cuando no existiera ningún
control, desaparecerían también los criminales, los crímenes, los robos, etc., porque
todo sería presuntamente lícito. Así también podríamos suprimir los médicos y acabar
con los enfermos y las enfermedades.
2.- Por eso, la cuestión más importante para el gobernante de hoy es decidirse a
enfrentar al exterior si quiere ser, o sacrificar lo interno, si renuncia a ser.
4.- Cuando a todo ello renuncia, vivirá halagado por la falsa aureola que llega
desde lejos, no enfrentará la lucha digna, pero tendrá que enfrentar la
explotación de su pueblo y su dolor, que golpearán implacablemente sobre su
conciencia. Tendrá a menudo que recurrir al engaño para que lo tolere a su frente
y renunciará a su independencia y soberanía juntamente con su dignidad.
Por eso el pueblo estuvo siempre a nuestro lado, ante la indignación de nuestros
enemigos; siempre de pie con la dignidad y la altivez de sus mejores tiempos y
de sus mejores glorias, ofreciendo más de una vez su pecho descubierto al
enemigo, probando que la victoria no siempre suele ser de los que tienen fuerza,
sino más bien de los que tienen corazón.
Pero frente a sus desplantes cada vez menos disfrazados y rada vez más claros en
la maldad y en la perfidia de sus intenciones; frente a la creciente agresividad de
sus ataques, nosotros ofrecemos ahora también la creciente resistencia de
nuestras realidades fundamentales y la unidad maravillosa del pueblo que nos
acompaña con plena conciencia del momento de lucha en que vivimos,
jugándonos todos los días nuestro destino y nuestra felicidad.
Podemos repetir a todos los vientos de la tierra, con legítimo orgullo, que frente
al mundo injusto, sometido y humillado de 1952, nosotros, como nunca en los
años de nuestra historia, constituimos un pueblo justo, libre y soberano.
Fue menester crear una doctrina nacional. Y aunque la forma definitiva de esa
doctrina ha requerido varios años de luchas y de trabajo, sus principios
esenciales ya estaban perfectamente establecidos el día que iniciamos la
reconquista del país… Esos mismos principios esenciales resplandecen ahora,
como estrella polar de la Nación, en el Preámbulo de su nueva Constitución
Peronista... y ningún argentino bien nacido puede dejar de querer, sin renegar de
su nombre de argentino, lo que nosotros queremos cuando afirmamos nuestra
irrevocable decisión de constituir una Nación Socialmente Justa,
Económicamente Libre y Políticamente Soberana.
Podrá quedar tal vez en nuestra tierra algún antiguo explotador del trabajo
humano que no pueda concebir una Nación Argentina socialmente justa o algún
astuto dirigente marxista a sueldo de intereses extraños a quien no le convenga
nuestro peronismo, porque le hemos hecho perder todos los argumentos que
antes tenía; quedará quizás algún viejo abogado de empresas extranjeras que
añore la época de los Bemberg, cuando también se pagaba la traición... y que no
quiera saber nada con esta Nueva Argentina que nosotros proclamamos
económicamente libre, y tal vez quede algún grupo de hombres, sin patria y sin
bandera, que no puede querer que seamos una Nación políticamente soberana
desde La Quiaca hasta la Antártida y desde los Andes hasta las Malvinas... ¡Pero
ningún argentino de bien puede negar su coincidencia con los principios básicos
de nuestra doctrina sin renegar primero de la dignidad de ser argentino!
Por eso afirmamos que nuestra doctrina es la de todos los argentinos y que por la
coincidencia de todos en sus principios sociales ha de consolidarse
definitivamente la unidad nacional.
El alma argentina, bajo el signo de su prócer estirpe, ha sabido convertir el odio
en amor; el egoísmo, en generosidad; la pasión vengadora, en alianza de firmes
amistades. Las virtudes innatas del pueblo argentino inspiran los fundamentos
de la política social y económica que propulsa la Revolución Nacional.
Puedo afirmar con satisfecho orgullo de argentino que, tanto en lo interno como
en lo internacional, constituimos un pueblo absolutamente soberano.
Nuestro sistema representativo llega hoy a su más alta pureza y a su más alta
realidad por la expresión libre de la voluntad soberana del pueblo en correctas
elecciones, que deben reconocer como intachables incluso nuestros adversarios.
Con ello sentamos el principio de que éste es un pueblo que no solamente respeta
la decisión popular, sino que apoya y está pronto para sacrificarse en defensa de
la libre determinación de los pueblos.
Por eso no les interesaron los objetivos del país, ni se preocuparon de forjar una
doctrina destinada a servirlos.
Terminó con las trenzas, con los caudillos y con sus consecuencias, que eran la
inmoralidad y el fraude en todas sus formas.
Inculcó una doctrina que sirviera de la mejor manera a la acción integral y a esas
banderas reivindicatorias.
Ahora sabe el pueblo que el gobierno es suyo; que los actos de su gobierno
responden a sus propios deseos y aspiraciones, y que tiene asegurada el arma de
su voto libre para impedir que se entronicen en el poder gobernantes que no
sepan o no quieran interpretarlo.
Así nuestro sistema republicano tiene hoy su más alta expresión, desde que el
gobierno ha dejado de ser posesión de la oligarquía, y modestos hombres del
pueblo, con su extraordinario sentido común, integran los cuadros de todos los
poderes del país y de sus representaciones en el extranjero.
Se habla hoy del afán incesante de luchar por la conquista de lo que es nuestro,
del afán incesante de acercarnos al dolor de la tierra criolla que gime más y más
desde hace cien años por la libertad que nos han enajenado esos culpables, que se
vieron obligados al ostracismo por su propia vergüenza.
Hay una nueva mentalidad en el pueblo argentino y esa nueva mentalidad habla
de distinta manera; no se habla ahora de los negocios que sumen a l pueblo en la
miseria, sino de los negocios destinados a elevar el “standard” de vida de
nuestras poblaciones del interior.
Cuando los hombres no tienen nada propio que defender, a menudo sue len ser
instrumentos de la defensa ajena, simples mercenarios de la traición.
Queremos que cada habitante de cualquier provincia del país se sienta orgulloso
de su nombre de provinciano, del mismo modo que se siente orgulloso de su
egregio apellido de argentino.
Para consolidar esta tarea y consolidar la coincidencia fundamental del pueblo y
del gobierno, restituimos a la ciudadanía todos sus derechos, restaurando
nuestro auténtico sistema democrático de gobierno.
Hemos mantenido una estrecha y real amistad con todos los paí ses del orbe.
Queremos mantener esta amistad; queremos conservarla; queremos
incrementarla. Pero por reciprocidad de sentimientos, no por cesión de nuestros
derechos ni por dejación de nuestra dignidad.
Nada pensé ni nada hice que no estuviera pensado, propuesto y hecho en los
generosos recodos del alma de mi pueblo. Sólo obedezco sus dictados. No tengo
otra ley. Recogí sus resonancias en centenares de ocasiones; fue generoso
conmigo y fue leal. Es el pueblo de Mayo, reunido bajo la lluvia en busca de
libertad; es el pueblo de Tucumán recibiendo de sus próceres el juramento de su
independencia política; es el pueblo de nuestra lucha por la emancipación
económica, por la soberanía y por la justicia social.
Nuestras realizaciones, como una montaña de verdades, caen sobre todas las
mentiras de nuestra oposición política, que todavía no ha podido construir ni
siquiera eso: una oposición política en el alto y digno sentido de la palabra.
Realizamos en seis años más elecciones que ningún otro gobierno... y en cada
una de ellas la oposición tuvo la satisfacción de votar libremente y de certificar
al mismo tiempo —aunque no con la misma satisfacción— el progresivo fracaso
de sus procedimientos.
En el orden político propiamente dicho los partidos han gozado de plena libertad
para el ejercicio normal de sus derechos democráticos.
En este sentido debo hacer hoy ante el pueblo una simple pero clara afirmación
que involucra un decidido propósito.
La Historia dirá lo demás. Sobre todo dirá si el mérito fue de los que vendieron
el patrimonio de los argentinos o de los que lo reintegraron a la Patria.
Muchas veces he dicho ya, y en todos los tonos de mi voz, que ninguna nación
puede proclamarse políticamente soberana, mientras no realice hasta los últimos
extremos su independencia económica.
Todo eso fue posible mientras nos ataban al exterior las cadenas de nuestra
economía colonial.
El pueblo sabe ya sin ninguna duda que en esta tierra su voluntad es soberana, y
que el gobierno, elegido por el voto de sus hombres y de sus mujeres en
elecciones ejemplares, no hace otra cosa que cumplir con aquellos designios
soberanos.
Ahora, con muchas toneladas menos de trigo para exportación y bastante menos
carnes que en los buenos tiempos de la oligarquía, no sólo pagamos a tiempo los
mejores sueldos, sino que los agricultores reciben los mejores precios de la
historia por sus cosechas... ¡Y además los capitalistas de la banca internacional
esperan sentados que vayamos a pedir el empréstito que no contrataremos!
A medida que sus empresas construían..., el trabajo de los argentinos, que era
entonces su producción agropecuaria, tenía que aplicarse cada vez más en los
pagos de intereses y de servicios al exterior.
De allí que tanto progreso creado por ellos en nuestra tierra no sirvió para nada
a nuestro pueblo, que, por el contrario, fue perdiendo progresivamente su
bienestar...
1951 nos da una renta media anual de $ 4.000 contra una de $1.100 para 1945.
Debemos establecer todavía una diferencia más entre estas cifras absolutas,
recordando dos hechos fundamentales.
En primer lugar, sobre los 16.500 millones de 1945 hay que deducir el 40 por
ciento que pagamos al exterior por servicios, amortizaciones e intereses que ya
no se van del país en 1951. Y en segundo lugar, el 60 por ciento que quedaba era
distribuido en el sector capitalista, integrado por el 10 por ciento o menos de la
población...
La renta nacional, producto del trabajo y del sacrificio argentino, quedaba, así,
lejos de las manos del pueblo, que trabajaba para enriquecer a las metrópolis y a
la oligarquía nacional.
En 1951 las cosas han cambiado porque la economía social ha ocupado los
caminos de la economía capitalista,
La renta nacional es un producto del trabajo, y sus beneficios deben volver como
un premio al esfuerzo que la engendra en el campo, en los talleres y en las
fábricas que elaboran la riqueza de la Patria.
La Doctrina Peronista sostiene que la renta del país es producto del trabajo y
pertenece, por lo tanto, a los trabajadores que la producen.
Su realidad es absoluta.
Quiero traer a la memoria una frase más del mensaje con que presenté al
Congreso nuestro Primer Plan Quinquenal.
Decía entonces: “En 1810 fuimos libres políticamente. Ahora anhelamos ser
económicamente independientes”.
Por eso la doctrina económica del Peronismo podrá ser vilipendiada en los
sectores donde se discuten los altos problemas de la economía política, pero
ganará mientras tanto el favor de los pueblos, ¡donde los hombres siguen
creyendo en las razones del corazón!
Siempre he pensado que las revoluciones más profundas y duraderas son aquellas que
llegan a modificar la conciencia de los hombres y de los pueblos.
Por eso, cuando quisimos hacer la revolución que significaba nuestra reforma social,
nos cuidamos muy bien de ir al mismo tiempo creando una nueva conciencia social en
nuestro pueblo.
¡Qué vamos a decir de los hombres que militan en la oposición y cuya mentalidad
individualista o colectivista es impermeable, por ceguera voluntaria, a las razones y
realidades que nosotros ofrecemos como solución para los problemas económicos de
nuestro pueblo!
Ellos siguen aferrados a los sistemas que sostienen porque construyeron sobre ellos la
mentalidad que los conduce, o porque les conviene cerrar los ojos a la verdad de la
Doctrina Peronista.
Este problema de los hombres solamente se supera con el tiempo, que les va
modificando la conciencia o simplemente los elimina de la convivencia humana.
Y lo que me alienta a mostrarlos es, más que lo atrayente de sus enunciados, los
resultados obtenidos en la difícil empresa de aplicarlos.
Hemos pasado seis años escasos realizando una dura experiencia y luchando contra
una serie infinita de obstáculos, entre los cuales debo citar algunos, aunque no sea sino
sumariamente.
Algunas veces nos habremos equivocado en los detalles de la ejecución, pero lo que yo
puedo afirmar es que siempre, cada vez que hemos adoptado una medida económica
cualquiera, no prevaleció el interés egoísta de un capital, como sucedía en el sistema
capitalista; ni el interés absoluto del Estado, como sucede en el sistema colectivista,
sino el supremo interés del pueblo, cuyo bienestar es la primera y más alta ambición del
Peronismo.
Quiero señalar algunos aspectos que prueban la vigencia de nuestra economía social y
la realización de sus más concretos objetivos.
Decía hace unos momentos que ningún bien económico es, en el sentir de nuestra
doctrina, propiedad absoluta del individuo o del Estado.
La economía —y, por lo tanto, el bienestar social— estaba subordinada al valor del
dinero, y éste constituía el primer dogma inviolable de la economía capitalista.
Nosotros invertimos aquella escala de valores y decidimos que el valor del dinero
debía subordinarse a la economía del bienestar social.
Ello no significa negar el valor del oro. En un mundo que lo utiliza como moneda
internacional, nosotros no podemos despreciarlo en su calidad de medio de pago
internacional, aun cuando estemos convencidos de que, por lo general, es mejor tener
trigo y carne que dólares y oro.
Para servir a un país de gran actividad económica se necesita más dinero que para
servir al movimiento económico de un país poco desarrollado.
El dinero tiene para nosotros un solo respaldo eficaz y real: la riqueza que se crea por el
trabajo. Vale decir que el oro que garantiza el valor de nuestro peso es el trabajo de los
argentinos.
El peso no vale —como ninguna otra moneda— por el oro que se adquiere con él, sino
por la cantidad de bienestar que puedan comprar con él los hombres que trabajan.
Me tiene sin cuidado el valor que le asignan a nuestro peso quienes lo relacionan con el
oro o con el dólar, porque ni el oro ni el dólar engendran la riqueza…
Por otra parte, ni el dólar ni el oro son valores absolutos, y en último término, también
dependen del trabajo.
Felizmente, nosotros rompimos a tiempo con todos los dogmas del capitalismo y no
tenemos por qué arrepentirnos.
No les pasa, en cambio, lo mismo a quienes aceptaron de buena o mala gana las
órdenes o sugerencias del capitalismo y amarraron la suerte de sus monedas al destino
de la que se acuña o se imprime en las metrópolis, cifrando toda la riqueza del país en
las monedas fuertes que circulaban por él sin producir otra cosa que capitales de
comercio y de especulación.
Mientras los argentinos quieran trabajar y se ingenien en producir, creando así moneda
efectiva y real, el peso —cualquiera sea el valor que le asignen en los mercados del
capitalismo— no entrará jamás en las crisis que le auguran desde 1946 nuestros
obtusos críticos, cuya finanzas giran alrededor del dólar, que, de paso, suele ser
también la moneda que paga sus ataques y sus traiciones.
Los salarios tienen mayor poder adquisitivo no en la medida del valor del peso, sino en
la medida en que el trabajo que se paga con aquellos salarios produce bienes útiles a la
comunidad.
Para realizar todo esto, la República Argentina ha tomado plena posesión de su moneda
convirtiéndola en un simple servicio público, y, aun cuando a algunas mentalidades
capitalistas esto les suene a desplante de herejía, podemos decir lisa y llanamente que
los argentinos hacemos lo que queremos con nuestra moneda, supeditando su valor al
bienestar de nuestro pueblo.
Por otra parte, en último análisis, y aun cuando parezca contradictorio, es lo mismo que
suelen hacer las metrópolis del capitalismo, que cumplen sus dogmas según su ¡único
canon invulnerable de la doctrina que sustentan!
La herejía que nosotros hemos consumado en beneficio del pueblo es la misma que los
imperialistas realizan para expoliar al mundo. Nosotros desvalorizamos el peso
argentino y así compramos todo lo que era nuestro y todos los bienes capitales que
ahora producen y sustentan nuestro bienestar, del mismo modo que ellos
desvalorizaron sus monedas para cobrarse la guerra que, al fin de cuentas, hicieron con
hombres y con dinero de satélites y colonias.
La prueba que da valor a nuestra reforma monetaria está en las cifras de nuestra
situación.
Es uno de los resultados evidentes de la reforma monetaria que tanto nos vienen
criticando nuestros adversarios… desde aquí y desde las colonias del capitalismo.
No nos alegra la desgracia ajena... Nos alegra, eso sí, la destrucción paulatina de un
sistema que explotó a los hombres y a las naciones durante siglos enteros, y nos alegra
porque los pueblos están surgiendo de entre esas ruinas con la fe y el optimismo de la
nueva edad que inaugura en el mundo el reinado de la auténtica justicia y de la
auténtica libertad.
Así como la moneda dejó de ser, en la economía social, el signo del capitalismo
imperante, también el crédito pasó a integrar nuestro sistema con la modificación de
los principios que lo regían.
Ahora es un instrumento del gobierno argentino y sirve al pueblo como cualquier otro
instrumento del Estado.
Antes de 1946 el sistema bancario era dirigido por extranjeros, ya que los bancos
particulares —todos extranjeros— con un aporte de 6.000.000 de pesos, equivalentes a
un 30 % del capital inicial aproximadamente, manejaban las asambleas, ejerciendo así
prácticamente la conducción económica del país.
Hay en esto una elemental razón de equidad y de justicia; aun cuando los capitales
bancarios se integrasen con dinero de unas pocas empresas, como ocurre por lo general
en el sistema capitalista, siempre, en última instancia, nace del trabajo que lo crea y
debe volver en su redistribución al pueblo que trabaja.
Por eso también, en los últimos tiempos sobre todo, he venido insistiendo en la
necesidad de que ya sea el pueblo mismo quien capitalice al país por medio del ahorro.
Antes el ahorro del pueblo no tenía sentido porque, utilizado por los bancos en
beneficio del capitalismo, lo único que hacía era añadir un poco más de leña al fuego de
la explotación a que sometía a los trabajadores.
Ahora sí el ahorro del pueblo tiene sentido... no sólo porque es una garantía de
previsión extendida como un cheque sobre el porvenir, sino también porque es dinero
que vuelve al pueblo en bienestar social, creando en su círculo permanente riquezas
nuevas que sirven como bienes del pueblo y de la Patria.
Señalo en este momento para el futuro y como política crediticia, idea de nuestra
doctrina económica, los siguientes objetivos:
1.- El crédito bancario debo servir para que cada argentino construya su propia casa.
Estamos en plena tarea destructora del capitalismo; pero ya se ven por todas partes las
construcciones del nuevo estilo peronista... ¡Nuestros viejos ideales de 1943 empiezan
a dominar en los panoramas de la realidad!
Los problemas económicos que nos quedan se resolverán en el futuro con mayor
facilidad si organizamos la conducción económica establecida por nuestra doctrina.
Resultados de aquella libertad liberticida fueron los monopolios y los trusts; la total
dependencia de la producción agropecuaria; la asfixia sistemática de la industria
nacional; la explotación ignominiosa de los más débiles por la prepotencia del poderío
económico de los más fuertes… y, lo que es más grave, la conducción del gobierno
político del país en manos de vulgares o conspicuos agentes de los intereses
económicos extraños al pueblo y a la Patria.
Para terminar con aquella economía “libre”, con la que sueñan todavía los abogados de
las empresas capitalistas que nos dominaron, nosotros tuvimos que tomar en nuestras
manos el control económico de la Nación y realizar durante estos años una verdadera
dirección económica.
Tampoco debe ser realizada por el Estado, que convierte la actividad económica en
burocracia, paralizando el juego de sus movimientos naturales.
El gobierno está para hacer lo que el pueblo quiere, y esto también tiene valor en el
campo del gobierno económico.
Y para hacer en materia económica lo que el pueblo quiere es necesario que el pueblo
se exprese por medio de sus organizaciones económicas.
Acaso alguien se pregunte si no podíamos hacer lo mismo con las “fuerzas vivas” de
1946. La respuesta es muy simple. Las organizaciones económicas de entonces no
aceptaban nuestros principios de independencia económica ni creían en la economía
social.
En esta tierra no reconocemos más que una fuerza soberana: la del pueblo.
Cualquiera que intente invertir este valor fundamental está, por ese solo hecho,
atentando contra el primero, básico y esencial principio del Peronismo; atenta, por lo
tanto, contra el pueblo y está, por otra parte, fuera de la Constitución Nacional, que rige
el derrotero de la República.
Es necesario que nadie se llame a engaño: la economía capitalista no tiene nada que
hacer en nuestra tierra.
Sus últimos reductos serán para nosotros objeto de implacable destrucción.
Decía entonces: “No somos en manera alguna enemigos del capital, y se verá en el
futuro que hemos sido sus verdaderos defensores. Es menester discriminar claramente
entre lo que es el capitalismo internacional de los grandes consorcios de explotación
foránea, y lo que es el capital patrimonial de la industria y el comercio. Nosotros hemos
defendido a estos últimos y atacado sin cuartel y sin tregua a los primeros. El
capitalismo internacional es frío e inhumano; el capital patrimonial de la industria y el
comercio representa, en nuestro sentir, la herramienta de trabajo de los hombres de
empresa. El capitalismo internacional es instrumento de explotación y el capital
patrimonial lo es de bienestar; el primero representa, por lo tanto, miseria, mientras que
el segundo es de prosperidad.
“No somos enemigos del capital, aun foráneo, que se dedica a su negocio; pero sí lo
somos del capitalismo, aun argentino, que se erige en oligarquía para disputarle a la
Nación el derecho de gobernarse por sí, y al Estado el privilegio de defender al país
contra la ignominia y contra la traición”.
En 1952 no modifican para nada nuestra posición, y sin añadirles una sola palabra
pueden seguir orientando nuestra marcha.
Clasificadas estas cifras según el concepto general de las inversiones, surge de ellas
que hemos destinado más de 5.200 millones a las obras de carácter social; 5.400
millones a los transportes y comunicaciones, y 3.400 millones a combustibles y
energía. Estos son los rubros fundamentales de nuestro plan.
...que el 75 % de las inversiones del Plan Quinquenal se efectuó en el interior de la
República y el 25 % en el Gran Buenos Aires.
En este sentido debo señalar que las cifras han ido variando progresivamente desde el
primer año del plan hasta la fecha, intensificándose nuestra acción en el interior, y del
interior, en los territorios nacionales, con cuyos habitantes la República tenía
numerosas deudas que saldar.
Las provincias han sido beneficiadas de manera extraordinaria por nuestro plan y por la
ayuda financiera del Poder Ejecutivo Nacional, que llegaba en diciembre de 1951 a la
cifra sin precedentes de 1.856 millones de pesos, ayuda que se concretó sobre la base
de los planes provinciales coordinados con el plan nacional a través del Consejo
Federal de Planes de Gobierno.
No quiero dejar de mencionar, aunque sea al pasar y para no volver sobre este tema, la
incorporación de dos territorios al número de las provincias.
Una vez más se cumplió la palabra peronista sobre toda una historia de las promesas de
antaño desvanecidas en discursos demasiado floridos para ser realizadas.
La mecanización del campo nos ha costado 950 millones de pesos en divisas entre
1949 y 1951 y durante el primer Plan Quinquenal hemos importado 25.000 tractores y
40.000 arados y numerosas máquinas menores.
En otro orden de cosas, la acción colonizadora peronista tiene también cifras que por
comparación con las de años precedentes resultan simplemente excepcionales.
Desde 1941 a 1946 (el quinquenio que precedió a nuestro plan de gobierno) el Banco
de la Nación había entregado 55.000 hectáreas por valor de 8.000.000 de pesos. Desde
1946 a 1951 otorgó, en colonización, cerca de un millón de hectáreas por un valor
superior a los 130 millones de pesos.
En otro sector de la acción peronista que otorga la tierra a quien la trabaja —otro de
nuestros principios calificados también oportunamente como demagógicos— se han
entregado 12.000 títulos de propiedad que favorecieron a numerosas familias de
agricultores, a quienes se les otorgaron, además, los créditos necesarios para su
adquisición.
Las cooperativas agrarias han merecido nuestro total apoyo, como que ellas son, en la
economía social de la Doctrina Peronista, unidades de acción económica que realizan
el acceso de los hombres que trabajan a la posesión total del instrumento y del fruto de
sus esfuerzos.
También en relación con nuestra tarea agraria debo mencionar que el gobierno
nacional ha invertido, del Plan Quinquenal, más de 250 millones de pesos en el
fomento de la producción, y de esa suma, 60 millones corresponden a inversiones
realizadas en la distribución de 2.500.000 bolsas de semilla fiscalizada de trigo, maíz,
girasol, lino, etc.
En 1946 el Estado poseía sólo una capacidad en elevadores igual a 164.000 toneladas.
Señalo como objetivo para el porvenir el siguiente, que ha sido norma de mi gobierno:
¡el país debe producir por lo menos todo lo que consume!
Cuando las posibilidades del mercado internacional así lo exijan, debe aumentarse la
producción para poder exportar.
La república Argentina es el país del intuido que registra, el más alto progreso
industrial en los últimos años.
Estas no son solamente cifras económicas. Señalan también el progreso del bienestar
en la masa trabajadora.
El crédito industrial, que en 1945 fue de 130 millones de pesos, llegó en 1951 a más de
3.500 millones.
Debo aclarar que solamente me refiero a los montos otorgados por el Banco de Crédito
Industrial.
Se radicaron en el país 200 empresas nuevas que aportaron maquinarias y equipos por
valor de 250 millones de pesos.
Lo fundamental de nuestro plan en materia de promoción industrial se realizó cuando
incorporamos al país, gastando 10.000 millones de pesos en divisas, maquinarias y
equipos que renovaron el material de las industrias existentes y permitieron la
instalación de más de 20.000 industrias nuevas.
Esta es otra de las simples y claras explicaciones de la plena ocupación que tanto
molesta a nuestros adversarios, porque, según dicen ellos, ha ensoberbecido demasiado
a los obreros.
En 1946 el Banco de Crédito Industrial facilitó 400.000 pesos a los mineros; en 1951 el
mismo Banco elevó aquella cifra a 45.000.000 de pesos.
La producción minera, que en 1946 fue de 362 millones de pesos, en 1951 llegó a 8.000
millones.
Yo señalo también como realidades fundamentales del gobierno peronista los trabajos
cumplidos en la exploración y explotación del carbón argentino de Río Turbio; los
trabajos de exploración del hierro en Sierra Grande; las tareas extraordinarias
desarrolladas por la Dirección General de Fabricaciones Militares en los altos hornos
de Zapla; el incremento extraordinario de nuestra producción petrolera y el aumento de
nuestras reservas conocidas por el descubrimiento de nuevas y fecundas zonas
petrolíferas en el Norte argentino; la inmensa tarea realizada para lograr el
aprovechamiento de las enormes existencias de gas natural en las zonas petrolíferas,
etc.
En 1951 fue puesta en servicio la locomotora Diesel eléctrica también bautizada por su
ingeniero constructor con el nombre de “Justicialista”.
Señalo como objetivo del Segundo Plan Quinquenal, en esta materia, la fabricación en
serie de locomotoras, a fin de afianzar también en esto nuestra independencia
económica.
Debo destacar que con el franco auspicio de nuestro crédito bancario, se ha instalado
ya en nuestro país la primera fábrica privada de vagones, y que el gobierno,
protegiendo este esfuerzo argentino y cualquier otro que se produzca en esta línea de la
industria nacional, ha resuelto no adquirir más vagones en el exterior.
Las realizaciones en materia de defensa nacional constituyen un capítulo brillante de
mi acción de gobierno.
Por aquellos mismos tiempos empezó a realizarse una intensa tarea de preparación para
la ejecución de los grandes trabajos que luego cobraron magnitud en el Plan
Quinquenal de mi gobierno.
En esta parte tampoco me será posible reseñar con justicia la tarea cumplida por cada
uno de los ministerios militares.
Todos los ministerios militares cumplen sus tareas específicas o técnicas propias con
más eficiencia que en 1946.
Los soldados, como hijos de nuestro pueblo, son tratados con sentido humano y
cordial, y desde su ropa hasta la paga que reciben han sido mejoradas sensiblemente
por mi gobierno.
Los suboficiales y los oficiales han merecido toda nuestra atención en cuanto se
refiere al bienestar social que deben poseer quienes tienen una fundamental obligación
que cumplir: la instrucción del pueblo para la defensa de la Patria.
Los cuarteles argentinos han alcanzado bajo mi gobierno el grado de dignidad que
merecían los soldados de la Patria; y tengo el orgullo de afirmar que en materia de
cuarteles ningún gobierno los ha construido en tan apartados lugares de la República,
en tanta cantidad ni con tanto confort.
Los gastos militares de mi gobierno no han incidido de modo extraordinario sobre las
adquisiciones bélicas, sino en las obras y trabajos tendientes al mejoramiento de las
condiciones generales en que se debía efectuar la instrucción militar de los jóvenes de
nuestro pueblo.
Los ministerios militares de mi gobierno han orientado sus tareas hacia grandes
objetivos generales.
Hace poco tiempo tuve el inmenso placer de inaugurar la planta de tolueno sintético,
que nos independiza del exterior en un fundamental aspecto de la industria química.
Sobre las importantes tareas cumplidas por el Ministerio de Marina y por su aviación
en las lejanas e inhóspitas regiones antárticas, y como un homenaje de gratitud
argentina, quiero recordar en este momento de mi mensaje a los bravos muchachos
argentinos de la expedición científica encabezada por el general Pujato, que
cumplieron sus propósitos y sus planes creando en la Bahía Margarita la base General
San Martín, la más austral del mundo.
La acción del Estado en esta materia no sólo beneficia a los miembros de las fuerzas
armadas, sino también a sus familiares y aun a las poblaciones civiles donde tienen su
sede.
En otro orden de cosas, las fuerzas armadas no sólo instruyen a los soldados para la
defensa de la Patria.
En los años de mi gobierno se han iniciado y cumplido numerosas tareas de
preparación de los soldados para el ejercicio de sus tareas habituales en la vida civil.
Así cumplen las fuerzas militares con su doble misión de preparar al pueblo para la
defensa y de servirlo en los tiempos de paz.
La defensa del país tiene eficaz y eficiente cumplimiento en las tareas de seguridad
interna que cumplen, coordinadas ahora por el Ministerio del Interior, la Gendarmería
Nacional, la Policía Federal y la Subprefectura General Marítima, cuya labor
silenciosa, honrada y profundamente identificada con el sentir del pueblo merece toda
nuestra gratitud.
Prometí la justicia social, y ella, se ha cumplido sin otro límite que la justicia misma.
Esa ha sido nuestra primera gran tarea. Elevar la cultura social. Dignificar el trabajo.
Humanizar el capital. Por estos tres caminos comenzamos a levantar a nuestros
menospreciados hombres de trabajo y les hicimos comprender que todos ellos tenían
una serie de derechos que hasta ese momento les habían sido negados.
Nuestro pueblo tiene ahora un sentido del respeto por la dignidad de las personas,
concepto patriótico de la vida, conciencia de su responsabilidad social, sensibilidad
humana frente al dolor de sus semejantes, y es posible esperar de un pueblo así todo
cuanto es necesario para que una nación alcance en el concierto mundial el privilegio
de un destino como el que queremos para nuestra patria.
Todos estos estados de conciencia de nuestro pueblo son la mejor conquista y el mejor
resultado de todas nuestras reformas, porque ni la reforma política, ni la económica, ni
la social serían duraderas, a pesar de su consolidación constitucional, si no crearan
aquellos estados de conciencia popular.
Quiero proclamar una vez más a voz en cuello, para que lo sepan todos los hombres de
la tierra: En nuestra República el hombre ha dejado de ser esclavo de la máquina; de
instrumento se ha convertido en amo y cerebro; tiene todos los derechos inherentes a la
condición humana y los deberes que le impone la convivencia en una sociedad
democrática, en la que, ocupando la posición que a cada uno nos corresponde, tenemos
todos exactamente las mismas prerrogativas y derechos.
Para realizar nuestro objetivo de justicia social resultaba necesario y urgente modificar
la estructura interna de nuestra economía.
La economía del país era una economía capitalista, vale decir, una economía de
explotación de todos los valores del país, en todos sus órdenes.
El capitalismo no es otra cosa que el capital deshumanizado, que no tiene otro afán que
el de crecer a costa de cualquier cosa, ¡aun a costa de la explotación del hombre!...
Para cambiar de sistema era necesario invertir el orden de las cosas, haciendo que la
economía nacional que entonces servía al capital lo subordinase de tal manera que el
capital sirviese a la economía de la Nación.
¡Pero sólo Dios sabe cuánto nos ha costado realizar esa total inversión del sistema! Aún
seguimos luchando, y sin duda la lucha continuará hasta que desaparezcan del
escenario nacional las mentalidades egoístas que produjo el liberalismo económico.
Ahora puedo dar las pruebas de mi afirmación, porque el panorama de las realidades
está a la vista de todos los argentinos, y porque nuestras concepciones en esta materia
han sido fijadas constitucionalmente.
Por otra parte, recién ahora en diversas partes del mundo se nos empieza a dar la razón,
porque, ante la imperiosa necesidad de revisar los defectos del sistema capitalista para
enfrentar con éxito al sistema económico comunista, se advierte que la solución no está
en ninguno de los dos extremos, sino en nuestra solución, que, pudiendo definirse
como “economía social”, es, en el orden económico, la tercera posición.
Para realizar la economía social, vale decir, para poner el capital al servicio de la
economía nacional, dándole como principal objeto el que representa el bienestar social,
era menester que modificásemos algunos conceptos liberales y burgueses acerca de la
propiedad.
Con estos principios básicos hemos procedido en el orden de nuestra economía interna.
Todas nuestras medidas económicas van dirigidas a lograr que esos principios tengan
realidad, sobre todo en aquellos aspectos que se relacionan más directamente con el
bienestar y la felicidad de nuestro pueblo, cuyo trabajo ha sido así justicieramente
valorizado, como debía ser en una sociedad como la nuestra, que se precia de ser
civilizada.
Por este camino, y en nombre de la libertad, los dueños del capital y de la propiedad
han creado en el mundo occidental la explotación del hombre por el dinero.
El mundo comunista, en cambio, sostiene que todo eso: libertad, propiedad, capital,
son bienes absolutamente sociales, y sobre estas bases el Estado comunista se adueña
de toda libertad, de toda propiedad y de todo dinero, substituyendo así la explotación
capitalista por la ominosa explotación del Estado.
Los justicialistas, inspirados en una profunda y auténtica realidad humana y social,
declaramos, en cambio, que ni la libertad, ni la justicia, ni la cultura, ni el dinero, ni la
propiedad son bienes absolutamente individuales ni absolutamente sociales.
Por eso sostenemos, cuando nos referimos a la justicia, que no es absolutamente justo
que cada uno tenga todo lo que quiera, aunque sea, su propio derecho, mientras haya
quienes carezcan de lo indispensable.
También la libertad debe ser considerada como un bien individual que tiene una
función social que cumplir.
Nosotros hemos visto, durante muchos años, cómo aquella libertad fue utilizada por los
intereses mezquinos del capitalismo internacional y de la oligarquía nacional
precisamente ni contra de la justicia y en contra del pueblo.
Política de previsión social para cubrir riesgos que antes incidían sobre el salario.
Aguinaldo.
Esta acción se complementa con una enérgica campaña contra la carestía de la vida,
mediante:
5º).- Campaña por el aumento de la producción, pues sin aumento de ella no se pueden
sostener los beneficios sociales conseguidos.
Desde 1920 a 1945 el Banco Hipotecario Nacional otorgó 14.800 préstamos para
construcción de viviendas urbanas y rurales por valor de 180 millones de pesos.
Durante nuestro Plan Quinquenal el mismo banco realizó 170.000 préstamos por un
importe total de 5.700 millones de pesos.
Con un agregado más: que hasta 1946 el banco prestaba dinero a los ricos para hacer
grandes construcciones. Nosotros preferimos prestar a los trabajadores, para que cada
uno de ellos sea dueño de su propia casa.
Los niños argentinos tienen ahora más de 6.000 aulas nuevas y dignas de la generación
que necesita la gran Nación de nuestros sueños.
Hemos edificado también 38 nuevos colegios para la enseñanza secundaria, con más de
500 aulas, por un monto total de 76 millones de pesos; y en 18 nuevos edificios
universitarios hemos invertido 120 millones de pesos.
Los fondos del presupuesto destinados actualmente a educación suman 1.183 millones
sobre los 285 de 1946.
La Fundación Eva Perón, cuyas 1.000 escuelas sembradas por toda la República serán
eternos testigos de una obra cuyo verdadero sentido de solidaridad y de amor
reconocerán las generaciones venideras.
Hemos invertido, de los fondos del Plan Quinquenal, la suma de 500 millones de pesos;
y de un presupuesto normal de 60 millones que tenía en 1946, el Ministerio de Salud
Pública invierte actualmente 250 millones.
En 1946 el país tenía 66.300 camas hospitalarias, que en 1951 suman 114.000. De ellas
el gobierno nacional administraba en 1946, 15.425, y en 1951, 27.300.
Dos cifras más podrán servir acaso para apreciar mejor el ritmo de nuestro esfuerzo
comparado con el que realizaron los gobiernos precedentes: hasta 1946 las obras que se
realizaban en forma “vegetativa” hacían llegar los beneficios sanitarios a 73.000
personas por año. Desde 1946 a 1951 hemos incorporado anualmente 320.000
argentinos al bienestar y a la seguridad que las obras sanitarias representan, y, mientras
el ritmo antiguo de los trabajos incorporaba 3 poblaciones por año, nosotros hemos
servido en cada año de nuestro gobierno a 27 nuevas localidades.
Los jubilados, que en 1946 eran 110.000, son en 1951, 226.000, y además, por si
hubiese necesidad de establecer una diferencia más entre los tiempos que pasaron y los
de nuestro gobierno, ahora cobran, y no solamente cobran el haber jubilatorio que les
pertenece, sino los adicionales por mayor costo de vida que paga el gobierno de rentas
generales, haciendo así justicia a los hombres y mujeres que dejaron su vida en el
esfuerzo del trabajo, reparando también una situación injusta, ya que las jubilaciones
actuales debieron otorgarse sobre la base de los salarios miserables que caracterizaron
las épocas de oprobio y explotación de nuestro pueblo.
Jubilaciones y pensiones acordes con los tiempos señalan aquella vigencia; y como si
no bastasen todavía, se levantan en numerosas provincias argentinas los hogares de
ancianos y de ancianas que la Fundación Eva Perón construye como una prueba de
cariño y de reconocimiento a las generaciones pasadas que nos legaron un pueblo que
constituye nuestro mayor orgullo.
Yo sé que han quedado, a lo largo de mi exposición, numerosos claros y que acaso haya
cometido algunas injusticias dejando de señalar también extraordinarias realizaciones.
7.6.- RESUMEN.
Hemos conseguido destacar a la Argentina entre todas las naciones del mundo por la
prudencia de sus juicios, y la justicia de sus afirmaciones, y que hoy nos reconozcan en
todas partes como un país que ha sabido salvar su dignidad sin petulancias, bravatas ni
posturas descompuestas; defender su soberanía con altura y dignidad; obtener su
independencia económica sin choques ni fricciones irreparables; afirmar una
revolución económico-social exitosa sin interferencias extrañas ni violentas y sin
derramar una gota de sangre; ligar su destino con dignidad y altura a las demás
naciones del continente sin claudicar principios y sin olvidar tradiciones; ayudar
económicamente al mundo sin convertir la ayuda en limosna; enunciar principios y
finalidades pacifistas sin claudicar de los principios de la nacionalidad ni de la altivez
de la Patria; despertar en el mundo el interés por nuestra República y sus cosas; hacerla
conocer iniciando una nueva era de comprensión de nuestras inquietudes e iniciativas,
“dejando algunas veces de ser yunque para ser martillo”.
Recibí una nación injusta y sumergida en lo más sagrado que ella tiene, que es su
pueblo. Recibí una colonia y no una nación libre; y recibí una soberanía sojuzgada.
Hoy devuelvo a los argentinos del futuro una nación socialmente justa,
económicamente libre y políticamente soberana.
Yo les he dado una doctrina, he asegurado una justicia social, he conquistado una
libertad económica, les he dado una realidad política, todo consolidado en la
Constitución. Para el futuro, han de ser ustedes los guardianes, han de ser ustedes los
que juzguen y han de ser ustedes los que sancionen.
7.- SÍNTESIS DE LAS SOLUCIONES UNIVERSALES
DEL GENERAL PERÓN.
El pueblo argentino desea que los pueblos y gobiernos del mundo no tengan más
aspiraciones que la de lograr la pacificación interna o internacional, único medio
de obtener la felicidad de los seres humanos.
La labor para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del
abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de
que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías.
Creemos que los pueblos débiles en el mundo hoy no tienen garantías. Somos,
como el caso de los hombres, jurídicamente iguales todos, pero en la realidad de
los hechos la concepción jurídica no se cumple, porque no todos los pueblos de
la tierra, fuertes y débiles, son iguales ni tienen los mismos derechos, porque, si
jurídicamente los tienen, en la realidad no se los respeta.
Queremos que las patrias y los hombres del mundo se fundan en un solo
sentimiento de identidad que nos haga comprender a todos cuánto necesitamos
unos de otros, y que haga nacer esa correspondencia ideal para que el trabajo, el
pensamiento libre y la construcción constante sean los derechos humanos que
nos acerquen al progreso, a la civilización y a su estabilidad.
El mundo del futuro será solamente de los que posean las virtudes que Dios
inspiró como norte de la vida de los hombres.
Por el otro lado, el colectivismo, detrás de una cortina de silencio, sometía a los
hombres, a los pueblos y a las naciones al poder aplastante y totalitario del
Estado.
En todos los horizontes del mundo, las naciones, los pueblos y los hombres que
los constituyen soportaban, sin fe y sin esperanza, la explotación del dinero o del
Estado como sistema de vida y de trabajo.
Por eso decidimos crear las nuevas bases de una tercera posición que nos
permitiese ofrecer a nuestro pueblo otro camino que no lo condujese a la
explotación y a la miseria... una tercera posición argentina para los argentinos...
que nos permitiese seguir en cuerpo y alma, la ruta de la libertad y de la justicia
que siempre nos señaló la bandera de nuestras glorias.
El Justicialismo, creado para nosotros y para nuestros hijos como una tercera
posición ideológica tendiente a liberarnos del capitalismo sin caer en las garras
opresoras del colectivismo, ha sido para el exterior algo así como la piedra de
escándalo.
Los pueblos del mundo han advertido en nuestra doctrina y en la realidad del
Peronismo la solución de sus propios problemas.
Los conductores de los imperialismos que aspiran a dominar sobre los pueblos
han tratado de menospreciar nuestras realizaciones, saboteando nuestra doctrina
y atacándola en todos los frentes y en todas las retaguardias.
No es una postura sin contenido, sino una doctrina distinta, que nosotros, en
nuestra tierra, ofrecimos a nuestro pueblo como solución de un momento crucial
de su destino. . . y la realizamos para el pueblo que tuvo fe en nosotros y se jugó
por nosotros en más de una ocasión.
La tercera posición es una filosofía que conforma una doctrina y una teoría en lo
político, en lo social y en lo económico; y es substancialmente distinta del
individualismo capitalista y del colectivismo en cualquiera de sus formas.
Nosotros ofrecemos, con seis años de realizaciones, los result ados concretos de
la tercera posición ideológica que asumimos en 1946.
Confieso que no hemos podido todavía destruir hasta sus últimos reductos las
estructuras del capitalismo que dominó cien años en nuestra tierra, pero declaro
con absoluta certeza que ya se avizora, en todos los horizontes económicos,
políticos y sociales de la República el amanecer de la liberación justicialista.
Nuestro objetivo inicial, la felicidad del pueblo, sigue siendo nuestra primera
ambición como el día en que comenzamos.
Y tampoco nos es posible impedirles que, viendo nuestra verdad, nos crean, y
creyendo no se aferren a nuestra doctrina como solución de sus propios
problemas, de los viejos problemas que no solucionó el capitalismo ni resolvió,
con su enorme poder totalitario, la máquina internacional colectivista.
Ellos no deben olvidar que nuestra doctrina no se ampara bajo ninguna bandera
de batalla, ni escuda la mano de ninguna agresión imperialista, ni pretende
realizar el dominio económico del mundo, ni aspira a imponer sobre los pueblos
una determinada justicia o una determinada libertad.
Si los pueblos del mundo quieren servirse de ella como solución de sus
problemas, no será por culpa nuestra sino en virtud del desgraciado proceso de
los sistemas imperantes y de su bancarrota como solución para el dolor y la
desgracia de los pueblos.
Ella es un invento nuestro. Aquí nadie está con el régimen capitalista ni con el
comunismo. Las masas se lanzan a él porque el hombre desesperado se aferra a
un clavo ardiendo, y el comunismo es el clavo ardiendo al que van los
desesperados del capitalismo. Nosotros hemos ido a una Tercera Posición
creando el Estado Peronista, que asegura a las masas la justicia social.
Esta es, por otra parte, la solución que hemos dado al problema y realizado en
nuestro país y que nuestra Constitución ha sellado definitivamente.
Esta es nuestra Tercera Posición, que ofrecemos al mundo como solución para la
paz.
La República Argentina, colocada en una Tercera Posición, nada tiene que temer
a ese porvenir mientras los argentinos estemos unidos y solidarios en la posición
peronista. No hay ni habrá fuerza suficiente para quebrantar la voluntad de
diecisiete millones de hombres unidos en el sentimiento y en el sentido común
de la nacionalidad. Pero, ¡pobres de nosotros si dejamos flaquear las fuerzas de
esa solidaridad!
Capitalismo: El capital es elemento y factor parásito que vive del trabajo de los
demás.
Comunismo: El capital es del Estado esclavizando al pueblo.
Peronismo: El capital es un auxiliar del trabajador; en realidad, el hombre es el
capital que crece por voluntad divina, produce por deber y derecho, y consume
por derecho.