El Complejo Proceso Hacia La Independencia de Charcas

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El complejo proceso hacia la independencia de

Charcas (1808-1826)
Guerra, ciudadanía, conflictos locales y participación indígena en Oruro

María Luisa Soux

DOI: 10.4000/books.ifea.6308
Editor: Institut français d’études andines, Plural editores, Asdi, Instituto de Estudio Bolivianos
Lugar de edición: La Paz
Año de edición: 2010
Publicación en OpenEdition Books: 3 junio 2015
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821845428

http://books.openedition.org

Edición impresa
ISBN: 9789995413415
Número de páginas: 311

Referencia electrónica
SOUX, María Luisa. El complejo proceso hacia la independencia de Charcas (1808-1826): Guerra,
ciudadanía, conflictos locales y participación indígena en Oruro. Nueva edición [en línea]. La Paz: Institut
français d’études andines, 2010 (generado el 15 juillet 2019). Disponible en Internet: <http://
books.openedition.org/ifea/6308>. ISBN: 9782821845428. DOI: 10.4000/books.ifea.6308.

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1

A través del presente libro podremos ver cómo a partir de la crisis de la monarquía española, se
presentaron diversas respuestas en los territorios americanos. Este fue el inicio de un largo
proceso bélico en el cual Charcas y específicamente la región de Oruro tuvieron que soportar
diversas guerras: una guerra entre los dos virreinatos por el control de este territorio, una guerra
civil entre diversas posiciones locales que apoyaban a uno y otro bando y una lucha social llevada
a cabo por la población indígena para la reivindicación de sus propios derechos.
Paralelamente a la guerra, se estableció un movimiento político por el cual el sistema de antiguo
régimen fue modificándose, en un proceso complejo de ida y vuelta, hacia un sistema basado en
la existencia de ciudadanos de una república. Los nuevos proyectos políticos fueron propuestos e
implementados tanto por la corona como por los insurgentes; por su parte, los conflictos internos
influyeron en el curso del proceso de independencia, marcando posiciones políticas más allá de
las posturas ideológicas. La crisis institucional generalizada movilizó a la población para
establecer alianzas estratégicas frente a los intentos por cooptar el poder local.
Finalmente, y de forma paralela al desarrollo de la guerra, se sucedieron movimientos sociales,
sobre todo indígenas, que buscaron reconfigurar permanentemente su relación con el Estado con
el objetivo de resguardar sus tierras. Las estrategias variaron de acuerdo a las opciones, pasando
por momentos de abierta sublevación a otros de negociación, tanto con el bando del Rey como
con los grupos insurgentes.

MARÍA LUISA SOUX


María Luisa Soux es Historiadora boliviana. Tiene estudios de Doctorado en Historia en la
Universidad Nacional de San Marcos en Lima-Perú, Maestría en Historia Latinoamericana
en la Universidad Internacional de Andalucía, sede la Rábida y diplomado en Derechos de
los pueblos indígenas, Universidad de la Cordillera. Es docente emérita e investigadora en
la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz-Bolivia y docente en la Universidad
Católica Boliviana. Ha publicado, entre otros, los libros La coca liberal (1993), La Paz en su
amencia (2009), Tras las huellas del poder (coautoría) (2003), De terratenientes a amas de casa
(co-autoría) (1997), Una independencia, varios caminos (coautoría) (2007). Ha escrito
numerosos artículos sobre el proceso de independencia, la historia de las mujeres y la
historia rural boliviana en libros y revistas de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador,
Colombia, Venezuela, Perú, México y España.
2

ÍNDICE

Introducción

Capítulo 1. Oruro, un espacio dinámico


La región de Oruro y su paisaje
Breve historia de la región
Oruro y la minería colonial
La población indígena y el área rural
El comercio
El impacto de la guerra

Capítulo 2. Oruro, un espacio de conflicto


Oruro frente a los movimientos juntistas
Tensión y revuelta indígena
Cochabambinos y porteños
Objetivo central de la lucha
Plaza del Rey
Avances y retrocesos
Oruro, centro de la línea de operaciones
La crisis del sistema

Capítulo 3. Súbditos y ciudadanos en el proceso de independencia


El soberano y sus súbditos en Charcas
La lealtad de los súbditos en Charcas
La soberanía popular y los movimientos juntistas
El discurso porteño en Charcas: la propuesta política de Juan José Castelli
La constitución gaditana y su implantación en un territorio en conflicto
El retorno al antiguo régimen
El trienio liberal en Oruro y el Alto Perú
La lucha interna y el discurso conservador de Pedro Antonio de Olañeta
La República y sus propuestas liberales
La constitución de 1826 y la ciudadanía restringida

Capítulo 4. Oruro y los espacios del poder local

Capítulo 5. Tributo, insurgencia y movimientos sociales

Conclusiones

Fuentes primarias
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA (ABNB) (Sucre-Bolivia)
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (AGI) (Sevilla-España)
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL (AHN) (Madrid-España)
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (AGN) (Buenos Aires-Argentina)
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (AGN) (Lima-Perú)
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE ORURO (AHMO) (Oruro)
ARCHIVO DE LA CORTE SUPERIOR DEL DISTRITO (ACSD) (Oruro)
ARCHIVO HISTÓRICO JUDICIAL DE POOPÓ (AJP) (Poopó-Oruro)

Bibliografía
3

Introducción

1 El estudio de la Guerra de la Independencia en Iberoamérica y “específicamente en la


región de Charcas –conocida en ese momento como Alto Perú– ha sido una preocupación
de los intelectuales dedicados a la historia desde el siglo XIX. No es de extrañar que los
primeros libros sobre historia que se publicaron en Bolivia estuvieran precisamente
dedicados a describir el proceso de la independencia, y es que el conocimiento de esta
etapa era fundamental para imaginar la nación (utilizando el término de Benedict
Anderson). Con este objetivo surgió la llamada Historia Patria, dedicada no sólo a recrear
los hechos del pasado que pudieran sentar las bases de la nueva República, sino también a
resaltar la vida y la obra de los personajes que participaron en ella en el lado “correcto”,
es decir, al lado de los partidarios de la independencia.
2 Esta visión, en la cual se establece una división entre héroes y antihéroes, a pesar de
haber sido ya superada en el ámbito académico, perdura aún en la educación escolar y en
el imaginario nacional. Por ello, es fundamental profundizar en la investigación con
nuevas fuentes y propuestas teóricas diferentes, para posibilitar una nueva visión sobre
este proceso que ya cumple dos siglos.
3 A partir de la anterior reflexión, este libro busca analizar el proceso histórico que se dio
entre 1808 y 1826, a partir de un enfoque local centrado en la región de Oruro. Dos son los
principios que guían el trabajo: el primero es el de la necesidad de analizar esta etapa
como un proceso en sí mismo, es decir, no como un paso entre una etapa colonial a otra
republicana, sino como un periodo con sus propios problemas y especificidades; el
segundo principio es estudiarlo como un proceso complejo, es decir, que no tome en
cuenta únicamente al hecho bélico conocido como la Guerra de la Independencia, sino a
un conjunto de procesos paralelos y entrelazados que debe ser analizado desde varias
dimensiones y perspectivas.
4 Durante muchos años, la historiografía latinoamericana ha buscado analizar sus procesos
de independencia como los de fundación de su propia historia nacional; de esta manera,
se los ha visto como una historia de transición entre el sistema colonial y el sistema
republicano, y no como un proceso en sí mismo. Esta visión, si bien es importante para
entender la formación de la nación, impide el análisis del proceso en sí mismo, el cual, en
el momento en que se producía, no tenía objetivos claros, no seguía un proceso lineal y no
obedecía a una posición única. Este punto fue ya analizado por François Xavier Guerra
4

quien, haciendo un análisis de la historia latinoamericana, escribió: “...es indispensable


estudiar el proceso revolucionario en sí, no como un entreacto entre dos estados
conocidos –el inicial y el final–, sino como el centro mismo de la investigación histórica”. 1
5 Esta perspectiva sugerida por Guerra permite pensar el proceso de la independencia como
un momento en que se conjugan procesos de crisis, de propuestas políticas y de
reconfiguración de las relaciones entre los diversos actores sociales, dinámicas que
podrían haberse expresado en un nuevo Estado republicano o mantenerse como una
lucha por la autonomía, pero que en el proceso en sí mismo se mostraron como dinámicas
propias de transformación. Esta propuesta permite sustraerse del análisis de un “final ya
conocido”, en el cual todas las piezas van a rearmarse pensando necesariamente en el
resultado final: la conformación de un nuevo Estado. Este acercamiento abre las
posibilidades de enriquecer la comprensión de propuestas políticas, proyectos de Estado y
sociedad, o visiones de mundo que, desde la anterior visión, podrían considerarse como
truncos o fracasados, pero que desde esta perspectiva pueden verse como opciones
válidas en su momento.2
6 El segundo principio, el de la complejidad del proceso, retoma la propuesta del
historiador ecuatoriano Carlos Landázuri Camacho, quien en su artículo “Las primeras
Juntas quiteñas” habla de cuatro dimensiones de análisis:
La primera de ellas, obviamente, fue la que destruyó el imperio español y lo
substituyó por una serie de Estados Independientes. La segunda fue la que se opuso
a la monarquía, hasta entonces el modelo político dominante en el occidente
cristiano, y creó el sistema republicano, siguiendo el ejemplo estadounidense. En
tercer lugar, la independencia desató complejas reivindicaciones socioeconómicas,
que enfrentaron a indios, negros, blancos y toda clase de “pardos”, lo mismo que a
pobres y ricos, aunque al final las elites lograron conservar el orden social casi
inalterado. Por último, el proceso independentista desencadenó fuerzas
disgregadoras y unificadoras, centrífugas y centrípetas que provocaron grandes
conflictos entre las capitales y sus regiones de influencia. 3
7 A partir de esta propuesta, hablamos de un proceso que puede ser visto desde diversas
perspectivas de análisis que, si bien no se hallan separadas, toman en cuenta ámbitos que
es necesario diferenciar. La primera perspectiva es la de la historia de la guerra, la de un
espacio en conflicto que vivió los avatares de una lucha que duró más de 15 años. Esta es
la visión tradicional que existe acerca el proceso de la guerra que llevó al territorio de la
Audiencia de Charcas o Alto Perú desde una pertenencia de los reinos de España 4 a un
Estado independiente. La segunda perspectiva de análisis, que acompaña al proceso
anterior, es la construcción de la ciudadanía moderna, que llevó a los habitantes de la
Audiencia de Charcas de ser súbditos del monarca español a convertirse en ciudadanos de
la República boliviana, en un proceso que algunos historiadores han denominado como
revolución política.5 La tercera perspectiva busca analizar el mismo proceso desde la
visión local, como un conflicto en el cual entraron en tensión las diferentes esferas del
poder y los intereses centrales, regionales y locales; finalmente, la cuarta perspectiva
analiza la situación de los grupos populares, especialmente indígenas, frente a la
insurgencia y la búsqueda de objetivos políticos y sociales propios.
8 La opción de trabajar en una región específica como Oruro permite concentrar los
esfuerzos de la investigación en un espacio definido y, a partir del mismo, analizar con
mayor profundidad la complejidad del proceso. Esto no significa que el análisis se
circunscriba únicamente a este espacio, produciendo un estudio de historia local o
regional, sino que en este caso la región ha sido asumida como un espacio en el cual se
5

manifiestan procesos internos y otros que, a pesar de ser generales y abarcar espacios
más amplios, presentan especificidades propias. En este caso, si bien algunos procesos son
más amplios y abarcan el espacio general de la Audiencia de Charcas o el Alto Perú, 6 se los
analiza desde una perspectiva más regional que abarca los partidos de Oruro, Carangas y
Paria, dependientes de la intendencia de Chuquisaca.
9 El estudio contempla un marco cronológico que va desde 1808 hasta 1826. Es importante
señalar en este punto que la historiografía boliviana no se ha puesto de acuerdo sobre el
momento en que se inicia y concluye el llamado proceso de la independencia. Los
historiadores bolivianos han propuesto diversas cronologías que van desde la más
tradicional (de 1809 a 1825, desde el primer movimiento juntista (o juntero) del 2 5 de
mayo en La Plata hasta la declaración de la independencia), hasta procesos más largos que
empezarían en 1781 y podrían extenderse hasta 1839 (desde la sublevación general de
indios hasta el fin de la Confederación Perú-Boliviana). Nuestra propuesta cronológica
parte de dos hitos que consideramos centrales al analizar el proceso desde diversas
perspectivas: se inicia en 1808 con la crisis de la monarquía española, la invasión
napoleónica a la península y la llegada de esta noticia a Charcas, hechos que marcan el
momento cuando se pone en juego el tema de la reasunción de la soberanía por el pueblo,
fundamento de las nuevas propuestas; el estudio termina en 1826, año en que se aprueba
la primera Constitución del nuevo Estado boliviano, mediante la cual se confirma, al
menos en lo ideal, la existencia de un Estado liberal y moderno.
10 A través del presente libro podremos ver cómo a partir de la crisis de la monarquía
española, que se produjo como consecuencia de la invasión napoleónica a la metrópoli, se
presentaron diversas respuestas en los territorios americanos. Las reacciones en Charcas,
específicamente en Chuquisaca y La Paz, optaron por una posición autonómica, no sólo
frente a la corona, sino también frente al poder de los virreinatos de Lima y Buenos Aires.
Éste fue el inicio de un largo proceso bélico en el cual Charcas y específicamente la región
de Oruro tuvieron que soportar diversas guerras: una guerra entre los dos virreinatos por
el control de este territorio, rico en recursos y en población indígena; una guerra civil
entre diversas posiciones locales que apoyaban a uno y otro bando, y una lucha social
llevada a cabo por la población indígena por la reivindicación de sus propios derechos. A
lo largo de 15 años, estas diversas esferas de la lucha mantuvieron a la región en una
situación de creciente militarización y el enfrentamiento final entre posiciones leales a la
corona frente a los independentistas se resolvió finalmente a favor de las segundas.
11 Paralelamente a la guerra, se estableció en el territorio de la Audiencia de Charcas o Alto
Perú un movimiento político por el cual –de una forma revolucionaria a momentos e
imperceptible en otros– se fueron transformando las relaciones de poder entre
gobernante y gobernados. El sistema de antiguo régimen, basado en la relación entre el
soberano y sus subditos fue modificándose, en un proceso complejo de ida y vuelta, en un
sistema basado en la existencia de ciudadanos supuestamente iguales dentro de una
república. Los proyectos políticos de carácter moderno fueron propuestos e
implementados tanto por la corona -con los proyectos constitucionales de Cádiz y el
trienio liberal– como por los insurgentes con los proyectos de Castelli o de las Provincias
Unidas del Río de la Plata.
12 Por su parte, los conflictos internos, suscitados tanto dentro del territorio de la Audiencia
como en el espacio de los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, influyeron en el curso
del proceso de independencia, marcando posiciones políticas más allá de las posturas
ideológicas. La crisis institucional generalizada en las diversas esferas del poder –central,
6

concejil o comunitario– movilizó a la población para establecer alianzas estratégicas


frente a los intentos por cooptar el poder local. Los cabildos, en las ciudades, villas y
pueblos se constituyeron en un poder alternativo frente a la crisis de la Audiencia; sin
embargo, luego de la instauración del sistema republicano, tuvieron que ceder posiciones
frente a un Estado militarizado y centralista.
13 De forma paralela al desarrollo del conflicto bélico y cruzándose permanentemente con
éste, se sucedieron a lo largo de los 15 años de lucha movimientos sociales, sobre todo
indígenas, que buscaban articular su posición con los demás proyectos. Las comunidades
indígenas y sus autoridades buscaron reconfigurar permanentemente su relación con el
Estado con el objetivo de resguardar sus tierras. Las estrategias variaron de acuerdo a las
opciones, pasando por momentos de abierta sublevación a otros de negociación, tanto con
la corona como con los grupos insurgentes. Frente al rompimiento final entre la corona y
los grupos indígenas, luego de la independencia éstos buscaron restablecer un nuevo
pacto negociado con el naciente Estado boliviano.
14 El estudio de las obras nacionales sobre la época de transición de la Colonia a la República
plantea una gran complejidad. En primer lugar, la situación política de lo que hoy es
Bolivia fue extremadamente cambiante durante toda esta etapa. La historia colonial de la
Audiencia de Charcas se halla ligada al Virreinato del Perú hasta 1776, luego al Virreinato
del Río de la Plata y, finalmente, entre 1810 y 1825, nuevamente al Virreinato del Perú. No
fue sino a partir de 1825 que puede hablarse en términos estrictos de una historia
boliviana. De esa manera, la historiografía tradicional boliviana7, con algunas
excepciones, se limitó a presentar ya sea historias generales, que abarcaban desde la
época prehispánica hasta la actualidad, o estudios más específicos sobre la época
republicana. La historia boliviana fue separada, entonces, en dos etapas claramente
diferenciadas: antes de 1825 –en algunos casos, de 1809– y después de 1825. Hasta hace
unos 50 años la historia colonial fue poco estudiada e inclusive durante el siglo XIX se
llegó a declarar que la historia de Bolivia comenzaba en 1809 porque la historia anterior
correspondía a una época de dominación y esclavitud, y que la esclavitud no tenía
historia.8
15 Sobre el inicio del proceso de independencia, los historiadores del siglo XIX e inicios del
XX habían establecido que el corte histórico se daba en 1809, con los movimientos
juntistas de carácter criollo del 25 de mayo y del 16 de julio en Chuquisaca y La Paz,
respectivamente. Estos movimientos, a los cuales la historiografía dio el nombre de
“revoluciones”, marcaron, según esta posición, el inicio de un proceso de independencia y
posteriormente el triunfo de los patriotas y la liberación frente a las cadenas impuestas
por España. El proceso fue rescatado en términos épicos y heroicos, concordantes con la
historiografía del siglo XIX.9 Esta historia tradicional consideraba a la época colonial como
una etapa oscura de nuestra historia, que había visto la luz a través de la acción
civilizadora criolla y occidental. Era una postura ligada a la idea de progreso y
modernidad, que tomaba en cuenta únicamente una parte de la sociedad, precisamente, a
los descendientes de estos héroes criollos, que conformaban la élite.
16 La principal preocupación de esta visión era fijar el inicio de un nuevo sistema político
resaltando los cambios entre un sistema colonial caracterizado por la falta de decisiones
propias –una época de dependencia y dominación– y un sistema republicano en el cual se
había logrado la “libertad”, la independencia. La Colonia se presentaba como una época
oscura donde se había producido una confrontación entre los “españoles” –extranjeros,
lejanos a lo propio, la antítesis de la nación– y los “criollos” –los legítimos representantes
7

de un proyecto de nación. La guerra era presentada como la épica lucha de las dos fuerzas
claramente diferenciadas. Esta visión historiográfica fue reforzada con un imaginario que
recuperó y creó héroes, edificó monumentos y estableció fiestas cívicas. 10
17 Los héroes pertenecían, como es lógico, a la élite criolla, la única capaz de entender lo que
significaban los valores ciudadanos y la lucha por la independencia. Las huestes indígenas
que aparecían en el relato no hacían sino perjudicar las acciones. Se trataba de una
historia de élite que buscaba resaltar los valores morales y una ética republicana. Así por
ejemplo, en 1919 Luis Paz resaltaba –en la introducción a Historia del Alto Perú, hoy Bolivia–
el carácter cívico de la escritura de la historia.11
18 La Guerra del Chaco (1932-1935) y la crisis del liberalismo produjeron una nueva
tendencia historiográfica, relacionada con otro imaginario sobre la nación. Carlos
Montenegro, en su conocida obra Nacionalismo y coloniaje,12 empezó a debilitar la
propuesta liberal del cambio, proponiendo más bien una visión de permanencia; esto
significaba que para Montenegro la Guerra de Independencia, que había marcado un
antes y un después en nuestra historia, no había logrado en realidad superar la etapa
colonial que se prolongaba 100 años más y que sólo sería superada con el triunfo de la
nación sobre la antinación.13 Sobre el periodo de independencia sostiene Montenegro:
“Esta aristocracia cuya participación en las asonadas iniciales pretendía sólo un
seccionamiento entre España y las colonias, a condición de conservar la estructura
política, económica y social instituida por la metrópoli, estaba segura, con razón, de haber
cumplido tal propósito”.14
19 Frente a la propuesta de Montenegro, otros historiadores también nacionalistas buscaron
un desplazamiento histórico hacia la etapa colonial en la búsqueda de una nación. Esta
propuesta empezó a relacionar los movimientos criollos de la Guerra de Independencia
con las sublevaciones indígenas de 1780-82 y con anteriores levantamientos que llegaban
inclusive al siglo XVII con la guerra entre Vicuñas y Vascongados en Potosí. 15 Todos los
movimientos anteriores y sus protagonistas fueron declarados “precursores” de la
independencia, se los colocó en una misma línea de lucha contra el dominio español, pero
sin tener en cuenta que los motivos y perspectivas de un criollo como Alonso de Ibáñez
(en el Potosí del siglo XVII) o un levantamiento mestizo como el de Alejo Calatayud (en
Cochabamba hacia 1730) eran distintos a los objetivos de Tupac Katari, Murillo o Bolívar.
Con esta visión no se perdió el objeto subyacente, es decir, el estudio de la historia a
través de héroes o personajes importantes, con la diferencia de que éstos se multiplicaban
y representaban ya no sólo a una clase criolla en un tiempo corto (1809-1825), sino que
eran representantes de los diversos grupos sociales, criollos, indígenas y mestizos,
aunque se suponía que todos perseguían la misma idea de la independencia frente a
España. Ingresaban en la historia, pero con objetivos y discursos prestados desde el lado
criollo. Los objetivos específicos de cada movimiento social se perdían en la
denominación común de “precursores”. Esta visión de la historia respondía directamente
a los intereses de la Revolución Nacional de crear una nación homogénea, supuestamente
mestiza y dirigida por los mismos criollos.16
20 A partir de la década de 1970, siguiendo una corriente general de la historiografía
latinoamericana, los historiadores bolivianos pasaron a estudiar procesos de larga
duración que englobaban en una misma problemática las reformas borbónicas y las
modificaciones del Estado colonial, las sublevaciones de fines del siglo XVIII, el proceso de
independencia y, finalmente, la organización de nuevos Estados. Esta nueva perspectiva
de análisis planteó no sólo cambios en la periodización del proceso, sino también en el
8

estudio de nuevos temas, dejando de lado los personajes y héroes e involucrando, más
bien, el contexto económico y social, y la participación popular e indígena en el proceso.
El análisis se deslizó hacia una historia social, dejando en parte de lado la historia política.
La Guerra de la Independencia empezó a formar parte de los movimientos sociales
anticoloniales. Dentro de esta visión, los objetivos de la lucha se relacionaban más con
temas como la supresión de la mita o del tributo, antes que con un proyecto político de
independencia frente a la metrópoli.
21 El centro de atención de la investigación pasó a ser el de los actores sociales que habían
participado en el proceso. El concepto de revolución burguesa, que era central para
explicar la formación de una sociedad capitalista que tendría que acompañar a las nuevas
repúblicas y que fue planteado en la historiografía de otros países de la región como el
Perú,17 no apareció con fuerza en la historiografía boliviana, donde se presentó, más bien,
el debate sobre qué grupos sociales habían participado en el conflicto, cuál había sido el
objetivo de cada uno de los ellos y si había habido una confluencia de intereses entre
éstos. Dentro de esta tendencia se empezó a tratar el tema de la participación indígena
con obras como El indio en la independencia, de Alipio Valencia Vega.
22 La percepción de Valencia frente a la participación indígena durante la Guerra de la
Independencia muestra a los indios dominados y frustrados, ya que “los ofrecimientos
revolucionarios al indio quedaron en el campo puramente teórico y no llegaron a
trascender evidentemente en el terreno de la práctica”.18 Para este autor, si bien el indio
participó en la lucha, lo hizo de manera coyuntural, y siempre bajo el mando de criollos y
mestizos. Concluye finalmente que el indio fue un elemento de capital importancia en la
guerra, “no tanto porque (se) hubiese sido convertido en elemento combatiente, sino por
mantenerse como elemento productor de la tierra y de las minas”.19 Según su visión,
entonces, el indio era una masa que fue convertida en combatiente, es decir, sin
capacidad de decisión propia. Como se ve, la posición de Valencia, a pesar de llevar un
discurso de izquierda, no se libera de una visión criolla del proceso.
23 Años después fue publicado el clásico libro de Charles Arnade, La dramática insurgencia de
Bolivia,20 en el cual el autor dio nuevas pautas para analizar el rol de las masas en el
desarrollo de la lucha. Basándose en el “Diario del Tambor Vargas”21, Arnade muestra la
participación de los indios en la guerrilla de Ayopaya, utilizando palos y macanas para
hostigar a los ejércitos realistas. Sin embargo, para Arnade, los objetivos de la lucha no
estaban claros para los combatientes indígenas, quienes luchaban más por sentimientos
de fidelidad a los caudillos o por la idea de una “patria”, cuyo concepto era aún oscuro.
24 En respuesta a las anteriores visiones, el historiador René Arze Aguirre publicó en 1979 su
libro Participación popular en la independencia de Bolivia.22 Este libro muestra la efectiva
participación indígena en la lucha por la independencia y, lo más importante,
defendiendo derechos propios e intereses exclusivamente indígenas, los cuales, en
muchas ocasiones, se desligaban de los intereses criollos y mestizos. Para Arze, la
participación indígena en la guerra se debió, fundamentalmente, a los abusos y al
renacimiento de aspiraciones reformistas de justicia social perseguidas por los sectores
populares de Charcas desde el siglo XVIII.23 Los objetivos propios se resumían en la lucha
contra los diversos modos de servidumbre y explotación –mita, tributos, expropiación de
tierras, abusos de caciques y curas, etc.–, argumentos que fueron ya planteados en las
rebeliones indígenas de 1780-82 y fueron nuevamente presentados y difundidos en abril
de 1810, durante una rebelión en el pueblo de Toledo.24
9

25 Frente a la posición de Arze, en la revista Historia y Cultura se publicó en 1984 el artículo


de José Luis Roca “Las masas irrumpen en la Guerra. 1810-1825”.25 Luego de analizar
ciertos pasajes de la guerra como el levantamiento de Toledo, la participación de Juan
Manuel de Cáceres en el sitio de La Paz y la guerrilla de Ayopaya, 26 Roca veía en la Guerra
de la Independencia una lucha que se dirigió no contra el Estado español directamente,
sino más bien contra los ejércitos porteños y limeños. Por lo tanto, era erróneo hablar de
“patriotas” y “realistas”. Además, planteaba que las diferencias de objetivos entre criollos
e indígenas eran secundarias, existiendo, a pesar de éstas, un objetivo común y una
alianza de clases. Finalmente, reasumía la tesis de Arnade sobre la presencia de
combatientes indígenas en ambos bandos. Estas dos posturas produjeron un debate
importante y aún no resuelto definitivamente en la historiografía boliviana.
26 Varios años después, en 1990, Marie Danielle Démèlas retomó el tema del proceso de
independencia a partir del Diario de José Santos Vargas y presentó una nueva lectura del
documento en su libro L’Invention Politique.27 En él, Démèlas analiza sobre todo las
creencias religiosas de Vargas y cómo éstas influyen en su percepción sobre la lucha
independentista y específicamente sobre la guerrilla de la cual formaba parte. La
presencia de fuerzas sobrenaturales, la religiosidad que se vive hasta en los momentos
más dramáticos, la importancia del papel del clero, el destino de fuerzas “mágicas”, el
sincretismo entre la religión cristiana y las creencias andinas son temas tratados por
Démèlas. Dentro de este universo mental, la fuerza de la guerrilla partía en parte del
convencimiento de estar librando una guerra religiosa en la cual los realistas eran
percibidos como el mal, el infiel, el “sarraceno”, como dice Vargas; mientras que los
patriotas contaban con el apoyo divino de la Virgen de la Merced28 y de la providencia.29
27 El objetivo de este acercamiento a la guerrilla de Ayopaya y al universo mental de José
Santos Vargas, realizado por Démèlas, era demostrar el carácter tradicional de la sociedad
altoperuana y americana en general frente a las propuestas de modernidad implantadas
con el discurso republicano. Este objetivo se transparenta en las conclusiones a las que
arriba Démèlas luego de describir la guerrilla y otras insurrecciones populares durante la
época de la guerra en la región andina y de analizar las causas de su fracaso. Para ella, la
conformación de los Estados nacionales se basó en una hipocresía porque se fundaron
regímenes modernos y laicos sobre sistemas de relacionamiento de tipo antiguo, basados
en redes sociales que tejían el espacio andino desde hacía siglos, además de la insurgencia
de caudillos.30
28 Así como se presentó una nueva lectura de fuentes primarias como el Diario de José
Santos Vargas, lo mismo ha ocurrido con otros documentos de tipo político como
proclamas o planes de gobierno, cuyo discurso fue sometido a rigurosos análisis. Este
trabajo fue retomado en la década de 1990 en torno a la polémica provocada por el libro
La mesa coja, de Javier Mendoza,31 quien planteó la hipótesis de que uno de los documentos
considerados centrales en el discurso de independencia en el Alto Perú, y que
tradicionalmente se había considerado como el documento básico de la Junta Tuitiva de
La Paz –la llamada “Proclama de la Junta Tuitiva” –, no había sido en sí un documento
oficial de dicha Junta y que más bien, de acuerdo con el discurso de la misma Proclama, se
trataba de un documento que había salido de la ciudad de La Plata o Chuquisaca. Dentro
de su análisis, Mendoza sostenía que este “fraude histórico” se había gestado hacia
mediados del siglo XIX dentro de la lucha por la capitalidad entre Sucre y La Paz, y los
argumentos exhibidos por ambas ciudades para demostrar dónde se había dado el
llamado “primer grito libertario”. El análisis crítico de un documento fundamental sobre
10

la propuesta de independencia y el carácter regionalista que se dio al libro generó la


respuesta de numerosos investigadores, que salieron al debate con una defensa de la
visión “paceña” del conflicto. El debate posibilitó analizar desde una nueva perspectiva
los conceptos utilizados tradicionalmente. En respuesta a Mendoza, José Luis Roca, en
1809. La revolución de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y en La Paz, se centra en analizar
no solamente la Proclama de la Junta, que había generado la polémica, sino también otros
documentos reconocidos oficialmente por la misma, sobre todo el Plan de Gobierno,
mostrando la presencia de objetivos de autonomía más que de independencia. 32 Esta
nueva lectura de los documentos desliza el centro del análisis desde una postura
abiertamente independentista hacia posiciones diferentes que nos permiten explicar el
carácter de guerra civil del conflicto. El problema regional aparece examinado en dos
dimensiones: por un lado, se analizan los conflictos regionalistas que se dieron en la
época colonial; por el otro, los conflictos de poder regional que se generaron en Charcas
por su carácter de puente entre los virreinatos del Perú y de Buenos Aires. Desde esta
perspectiva, puede entenderse a gran parte de la guerra como una lucha entre los poderes
locales y los ejércitos porteños y peruanos más que un conflicto entre patriotas y
realistas.33
29 Si el análisis de algunos de los discursos de la independencia nos introduce en una visión
regional, tal como se percibe en los trabajos de Mendoza y Roca, Rossana Barragán
profundiza la misma visión a través de otro tipo de fuentes y con una perspectiva
diferente. En su artículo “Españoles patricios y españoles europeos: conflictos intra-elites
e identidades en la ciudad de La Paz en vísperas de la independencia. 1770-1809” 34 estudia
la posición política de los miembros de la élite de La Paz a partir de las relaciones
económicas y sociales establecidas entre las familias y las personas. Utilizando una
metodología centrada en el análisis de las redes sociales formadas entre terratenientes,
comerciantes de productos de mercado interno y comerciantes de productos de ultramar,
así como examinando los sistemas de crédito entre los diversos actores, muestra que la
postura política dentro de la ciudad y la que asumieron los diversos actores ante la
coyuntura de 1809 dependió no tanto del origen español o criollo de familias e individuos,
sino más bien de su ubicación en las estructuras económicas y sociales locales. De esa
manera, algunos españoles se ubicaron en una posición de defensa de lo local frente a la
metrópoli o a la capital del virreinato -retomando el tema del conflicto existente entre las
ciudades del Alto Perú y los centros de Lima y Buenos Aires analizado por Roca–, mientras
que familias criollas relacionadas con el comercio exterior defendieron la posición
fidelista a la corona. Con este trabajo, Barragán inserta un nuevo tema de estudio en el
análisis de la Guerra de la Independencia, como es el de la relación existente entre las
posiciones económico-sociales dentro del ámbito de lo local y la postura política que
defendería mejor sus intereses.
30 Haciendo un análisis desde el lado “realista” y profundizando en otros actores sociales, es
importante citar el libro de Esther Ayllón sobre don Indalecio Gonzáles de Socasa y la
hacienda de San Pedro Mártir.35 El aporte de este trabajo se centra, precisamente, en la
visión del proceso de independencia a partir de las actividades de Gonzáles de Socasa, un
importante comerciante, minero y hacendado potosino, fiel realista y general de los
ejércitos reales quien, a pesar de lograr triunfos para la causa del rey, sufrió
personalmente los embates de la lucha pues perdió sus bienes y haciendas. Los trabajos de
Barragán y de Ayllón abrieron nuevas vertientes para analizar el proceso a partir tanto
del estudio del comportamiento de diversos actores sociales (como las élites locales o los
11

miembros del bando del rey), como de la estructuración de redes sociales que marcaron
en muchos momentos el desarrollo del conflicto. Ya no se buscaba únicamente resaltar la
acción de los héroes, siempre del lado vencedor, como en la historiografía positivista;
tampoco se intentaba rescatar la participación de determinados grupos sociales en la
lucha y el fracaso de la guerra en un movimiento de tipo social, como se refleja en las
tendencias nacionalistas y de los años 70.
31 Durante los últimos años, la cercanía de la conmemoración de las independencias ha
promovido la insurgencia de nuevos trabajos de investigación histórica y si bien no todos
presentan propuestas actualizadas y muchas de ellas repiten los discursos ya analizados
más arriba, se puede percibir nuevas tendencias que tienden a analizar las relaciones
complejas, los lazos existentes entre miembros de una y otra postura, los conflictos entre
propuestas generales e intereses particulares o locales. Los acercamientos a una historia
más cercana al individuo y el análisis de universos más reducidos abren la posibilidad de
esta nueva lectura de un momento tan complejo.
32 Una de las vertientes que se ha generado en la historiografía actual sobre la
independencia ha sido la de la llamada nueva historia política. Los análisis realizados para
el proceso de la independencia en Iberoamérica por un grupo de investigadores como
François Xavier Guerra, Antonio Annino, Jaime Rodríguez, José Carlos Chiaramonte y
otros han marcado en los últimos años una nueva perspectiva de análisis de la historia
política, tomando como base la cultura política y la conformación de la ciudadanía
moderna.36 Esta perspectiva resalta los cambios producidos en la concepción del Estado
contraponiendo un sistema de antiguo régimen basado en la jerarquía y la diferenciación
social frente al concepto de modernidad, con un pueblo soberano conformado por
ciudadanos dentro de una nación.37 La propuesta parte del principio de que valores
políticos como la igualdad ante la ley, la ciudadanía, las elecciones o la nación son ideales
históricos que aparecen en una etapa que va desde fines del siglo XVIII a mediados del XIX
y que constituyen, por lo tanto, una invención social. Dentro de este proceso, la época de
la independencia es un "periodo fundamental en que la modernidad irrumpe en el mundo
ibérico, cuando se define por primera vez el ciudadano moderno y se realiza una gran
cantidad de elecciones basadas en este nuevo sujeto político”.38
33 Uno de los aportes más importantes de estos estudios es el análisis de España y América
como una unidad, lo que François Xavier Guerra llama “la globalidad de los procesos
históricos”.39 Algunos estudios anteriores contraponían una estrategia desde la metrópoli
por conservar los territorios americanos dentro de una política de corte absolutista (como
fue la política de Fernando VII durante el tiempo que ejerció el poder), contraria a los
objetivos de independencia que giraban alrededor de propuestas de corte liberal por
parte de las élites americanas. Guerra, por el contrario, analiza los momentos en que
tanto la metrópoli como sus colonias apostaron por esta modernidad, en un proceso
compartido de las revoluciones hispánicas.
34 Hilda Sábato, en la introducción al libro Ciudadanía política y formación de las naciones,
resume la propuesta de la siguiente manera:
En los albores del siglo XIX, España y sus colonias de América entraron en un
periodo de grandes transformaciones que cambiaron el escenario político de
manera radical. En poco tiempo se derrumbó el edificio de la monarquía, sobre el
que se sostenía la autoridad sobre reinos y súbditos a ambos lados del Atlántico. A la
descomposición del poder real siguieron intentos diversos por construir nuevas
bases sobre las cuales fundar un orden. Una tras otra esas tentativas fueron
fracasando, el antiguo reino se fragmentó y la América colonial se disgregó en
12

múltiples espacios donde, además, se libraron guerras y revoluciones. Se inició


entonces la conflictiva historia de la conformación de nuevas comunidades
políticas.40
35 Otro aporte importante fue retomar desde una nueva perspectiva la historia política. Esta
había marcado la historiografía tradicional, que se centró en relatar los hechos políticos
de cada país como la base de su historia, al extremo que se decía en Bolivia que “la
historia de Bolivia era la historia del Palacio de Gobierno”; posteriormente, la historia
política dejó su lugar a la historia económica y social. El retorno hacia el análisis político
de la historia se centró, sin embargo, en otros puntos; ya no fueron determinantes la
lucha política y la historia presidencial, sino el análisis de una cultura política 41 que gira
en torno a términos como pueblo, nación, representación o ciudadano. Sobre esta nueva
perspectiva Guerra destaca la importancia de volver a lo político en el sentido más fuerte,
como el de las relaciones entre los hombres que constituyen la sociedad y sus códigos
culturales, entre los que se halla fundamentalmente el principio de “pueblo soberano”,
“cuya adopción representa la etapa fundamental del paso a la modernidad”. 42
36 Los trabajos de esta propuesta historiográfica sobre Iberoamérica, relacionados con el
proceso de la independencia analizan, sobre todo, tres momentos históricos: el de las
juntas y los movimientos juntistas, entre 1808 y 1810; el de las Cortes de Cádiz y la
implantación de la Constitución, entre 1810 y l815 y; finalmente, el de la segunda etapa
constitucional o trienio liberal, entre 1820 y 1823. Geográficamente, los estudios se han
centrado en México43 y Argentina,44 aunque existen también algunos trabajos sobre otras
regiones, como los países andinos.45
37 Acerca del Alto Perú, Marie Danielle Démèlas, en su obra L’invention Politique. Bolivie,
Equateur, Perou au XIXe siecle,46 desarrolla algunos de estos temas analizados para los otros
países; sin embargo, los datos sobre la participación americana en la revolución española
y el impacto de la constitución de Cádiz con el cambio en el tipo de representación y de
elección son mucho mayores para el Ecuador y el Perú que para el Alto Perú; lo mismo
ocurre con su artículo “Modalidades y significación de elecciones generales en los pueblos
andinos, 1813-1814”,47 en el cual los datos sobre las elecciones para el Alto Perú son pocos
y se refieren casi exclusivamente a fines del siglo XVIII. Erróneamente, Démèlas sostiene
en este artículo que, debido a la actuación de las tropas porteñas, la Constitución de Cádiz
no fue aplicada en el Alto Perú o Charcas. Sin embargo, como se demostrará en este libro,
sí se aplicó en muchas regiones.
38 Otro aporte de la nueva historia política al proceso independentista en Charcas es el
trabajo de Marta Irurozqui: “El sueño del ciudadano. Sermones y catecismos políticos en
la Charcas tardocolonial, 1809-1814”,48 que trata sobre los discursos que se insertan en los
catecismos políticos publicados o difundidos en el territorio de Charcas durante esta
etapa. Asimismo, en “De cómo el vecino hizo al ciudadano en Charcas y de cómo el
ciudadano conservó al vecino en Bolivia”, Irurozqui resalta la concepción de vecino y
ciudadano que marcó el paso de un antiguo régimen a uno de modernidad. 49
39 Relacionados con la propuesta anterior de la nueva historia política, y adentrándose en
algunos puntos en los primeros años de la República, han sido publicados en los últimos
años algunos artículos y libros de Marta Irurozqui y de Rossana Barragán; la primera, con
trabajos como “A bala, piedra y palo". La construcción de la ciudadanía política en Bolivia.
1825-195250 y “Por la concordia, la fusión y el unitarismo”. Estado y caudillismo en Bolivia,
1825-1880, junto a Víctor Peralta;51 la segunda con el libro Indios, mujeres y ciudadanos.
Legislación y ejercicio de la ciudadanía en Bolivia (siglo XIX).52
13

40 La visión de Irurozqui sobre la ciudadanía política en la República temprana hasta la ley


electoral de 1839 es que ésta se consolidó como un derecho casi universal. Basando su
análisis tanto en la convocatoria a la Asamblea Constituyente de 1825, tomada de la
Constitución Gaditana, como en la Constitución Bolivariana de 1826, que mantenía el
sufragio indirecto, así como en las limitaciones del reglamento de elecciones sostiene:
“Puede afirmarse que se trató de un sufragio casi universal masculino en el que la
condición de ciudadano dependía de una decisión de las autoridades vecinales”. 53 La
importancia política que da Irurozqui al poder vecinal en relación con la ciudadanía,
influida por los ejemplos de México y la Argentina, se halla, sin embargo,
sobredimensionada. Esto se debe fundamentalmente a dos aspectos: en primer lugar, el
limitado poder político que tuvieron los pueblos en Bolivia a partir de 1826, cuando se
anularon oficialmente los cabildos y, por lo tanto, el poder en los pueblos dejó de ser
autónomo54 y; por el otro lado, a la presencia de grandes espacios de población que no
estaban sometidos al poder de los pueblos ni de las ciudades, sino que mantenían sus
propias formas de organización local.
41 Con relación al tema de la igualdad ciudadana, Irurozqui en Por la concordia, la fusión y el
unitarismo, retoma el concepto de ciudadano utilizado en su libro anterior, explicando, sin
embargo, que las prácticas cotidianas y las respuestas populares lo complejizaron. Dentro
de un contexto de voto censitario, el concepto de ciudadano no implicaba solamente el
pertenecer a una comunidad de iguales, sino que involucraba también una posición de
estatus frente a los que no eran ciudadanos, es decir, se relacionaba con un proceso de
movilidad social. Por otro lado sostiene:
Asimismo, que la ciudadanía marcase la mayoría de edad social de una persona, no
impedía que aquellos a los que los reglamentos electorales consideraban
necesitados de una tutela disfrutasen de igualdad ante la ley o de otras
prerrogativas vinculadas a la nacionalidad. Es decir, la pertenencia de un sujeto a la
nación no estaba cuestionada, sino “congelada” su intervención en lo público hasta
que demostrase ser un individuo que pensaba y actuaba libremente, ya que lo
fundamental de la ciudadanía fue y es su dimensión activa de decisión, gestión y
transformación de lo público.55
42 En contraposición a esta postura, Rossana Barragán, en Indios, mujeres y ciudadanos, toma
una posición más crítica. Al analizar los códigos Civil y Penal demuestra la existencia, no
sólo en la práctica, sino también en la misma ley, de una concepción de desigualdad y de
una sociedad jerárquica. El discurso y el uso de términos como “gentes de todas clases”
implicaban que, efectivamente, los pobladores se ubicaban en una sociedad desigual.
Los “ejes constitutivos y estructuradores” del cuerpo jurídico -la ciudadanía y la
infamia; la patria potestad y la violencia legitimada; las mujeres de buena fama
versus las mujeres públicas y los hijos legítimos y no legítimos- revelan, claramente,
que la sociedad, con mecanismos sutiles y muchas veces poco explícitos, fue
pensada como compuesta por diferentes grupos y castas. La igualdad jurídica,
cimiento de la ideología que marca la ruptura con la sociedad feudal, la base de la
modernidad y una de las reivindicaciones para la independencia política de los
países latinoamericanos, no estuvo, por tanto, completamente presente. 56
43 La propuesta de Barragán contrapone varios de los postulados presentados tanto en los
trabajos de Guerra como los de Démèlas e Irurozqui. En primer lugar, los considerados
como menores de edad y no ciudadanos no gozaron de una igualdad jurídica ni en la
práctica ni en las mismas leyes, subsistiendo formas de discriminación a través de la
Patria Potestad; en segundo lugar, las élites estuvieron lejos de concebir una modernidad
fundada en ciudadanos conceptualizados como individuos iguales, libremente asociados y
14

alejados de formas organizativas de antiguo régimen; no existe, por lo tanto, un desfase


entre una élite moderna y una sociedad tradicional; en tercer lugar, si bien el Estado
siguió concibiendo una sociedad estamental, este discurso aparece velado y encubierto;
de esta manera, los códigos permitieron una discriminación sutil de los grupos
subalternos. Finalmente, Barragán aboga por la necesidad de pensar y conceptuar a la
sociedad y al sistema político que se instala en el siglo XIX en Bolivia, proponiendo una
probable “manera distinta de construir la nación”.57
44 Los estudios sobre la cultura política conformarán parte importante del análisis del
contexto para nuestro trabajo. Ante la visión tradicional de una guerra entre posturas de
antiguo régimen encarnadas en lo “realista” que se enfrentaban a pensamientos de
modernidad y que guiaban a las posturas “patriotas”, esta nueva visión nos permite
entender mejor la complejidad de las relaciones y actitudes políticas en uno y otro bando.
De la misma manera, para un estudio de las diversas instancias de poder que se cruzan en
el planteamiento del libro, es fundamental seguir las permanencias y transformaciones
políticas que se dieron en el nivel más alto del poder a lo largo de los procesos de
transición entre Colonia y República, y de formación de la nación. Los cambios suscitados
con la revolución hispánica en la estructuración del poder central, con etapas
constitucionalistas y procesos de ida y vuelta entre un centralismo monárquico y
propuestas de corte liberal, marcaron también el contexto institucional que sirvió de base
al desarrollo de la guerra y la participación en la misma de diversos actores sociales. El
impacto de los hechos de Bayona, la conformación de juntas, las Cortes de Cádiz y su
constitución, el retorno al absolutismo de Fernando VII y la vuelta al constitucionalismo
fueron centrales en la conformación de una nueva cultura política no sólo en la
metrópoli, sino también en los territorios americanos.
45 La preeminencia de los estudios sobre la Guerra de la Independencia como una lucha de
los patriotas contra los realistas ocultó otra visión sobre el proceso: el de las tensiones
locales por el control del poder, que llevaron en muchos momentos a la confrontación
que erróneamente fue vista como una lucha de posiciones ideológicas. Esta visión que
pervivió hasta hoy estuvo muchas veces cruzada por la búsqueda por parte de los
historiadores de un nacionalismo precoz que garantizaría un final ya establecido de
antemano: el de la independencia.
46 Las tensiones surgidas desde el siglo XIX entre Sucre y La Paz por el tema del primer grito
libertario ocultaron a la investigación histórica una de las caras más importantes para
entender la complejidad del proceso de independencia, el de la lucha por el control local y
las tensiones entre regiones e instancias de poder como elementos que movilizaron
fuerzas en medio de la crisis del sistema. Esta perspectiva se mostró inicialmente con la
edición comentada de documentos primarios, publicados desde la segunda mitad del siglo
XX, que se centraron fundamentalmente en los movimientos juntistas como fue el caso de
los publicados por Carlos Ponce Sanjinés para La Paz.58 Los documentos originales
demostraban la existencia de fuertes tensiones y conflictos internos que movilizaban las
diversas posiciones. La tensión existente, por ejemplo, entre la junta tuitiva paceña y el
cabildo, que se percibía con claridad en los documentos, no fue tomada en cuenta por
Ponce fundamentalmente porque esta visión hubiese resquebrajado la posición
nacionalista que se imponía en la historiografía del momento.
47 Años después se publicó la obra de Estanislao Just, Comienzo de la independencia en el Alto
Perú. Los sucesos de Chuquisaca, 1809, acerca del movimiento juntista de esa ciudad. 59 Sin los
prejuicios nacionalistas de la historiografía del 52, Just mostró de forma inequívoca la
15

forma como las luchas por el poder local en la capital de la Audiencia fueron el
fundamento central del movimiento, pesando éstas mucho más que los discursos políticos
o las posiciones ideológicas de unos y otros.60
48 Desde otro nivel de análisis que relaciona las regiones altoperuanas con los grandes
centros de poder, José Luis Roca, en varias de sus obras, explicó que el proceso de la
independencia tuvo como eje central la lucha entre las propuestas netamente charquinas
o altoperuanas frente no sólo a la metrópoli, sino también a la injerencia porteña y
peruana. Desde su perspectiva, por ejemplo, el movimiento juntista de 1809 tenía una
posición contraria al poder ejercido por el Virreinato del Río de la Plata, y el comandante
del ejército real del Sur, Pedro Antonio de Olañeta, tomó una posición nacionalista al
enfrentarse al virrey La Serna en 1824.61
49 Esta perspectiva de análisis ha sido también asumida en un nivel continental, sobre todo
en algunos lugares cuya situación era semejante a la altoperuana. Centrándose más en los
procesos de la lucha política, el historiador ecuatoriano-estadounidense Jaime Rodríguez,
en su libro La revolución política durante la época de la independencia. El reino de Quito
1808-1822, llama la atención sobre la posición de la región de Guayaquil, ubicada, al igual
que Charcas, entre dos virreinatos, en este caso entre el virreinato del Perú y el de Nueva
Granada, donde el proceso de independencia se vio cruzado también con posiciones
localistas y regionalistas.62
50 Otro trabajo reciente que toma también en cuenta el tema de las luchas por el poder local
para explicar parte del proceso de independencia es el de Federica Morelli, quien en su
artículo “Entre el antiguo y el nuevo régimen: El triunfo de los cuerpos intermedios. El
caso de la Audiencia de Quito, 1765-1830” asume teóricamente, para el caso ecuatoriano,
el tema del poder de los cuerpos intermedios, su identidad con los sistemas de poder local
en los cabildos y su importancia frente a las posiciones de hegemonía de los poderes
centrales.63
51 Los anteriores trabajos, además de otros como los de Horst Pitchmann, que analizan la
forma de organización del Estado borbónico en América y las diversas esferas de poder
que se entrecruzan, o el trabajo de Sinclair Thomson acerca de la crisis de los cacicazgos y
las transformaciones del poder en las comunidades indígenas, nos dan las pautas para
plantear una tercera perspectiva de análisis para el caso concreto de Oruro: la de una
lucha entre poderes locales entre sí y de éstos con los otros poderes regionales y
centrales, articulando una compleja red de alianzas inestables y móviles que se
transformaban en las diversas etapas del proceso de la independencia.
52 La propuesta de Barragán, que expone otra forma de concebir la formación de la nación,
la constatación de la pervivencia de formas de discriminación aceptadas por las leyes, así
como la persistencia de una sociedad pensada como desigual y jerárquica, nos remite a
una de las características centrales de la sociedad boliviana: su multiculturalidad. Las
relaciones de dominación que se dieron a lo largo de nuestra historia deben ser
entendidas no sólo como un problema de poder, sino, y fundamentalmente, como un
problema de tipo colonial y, por lo tanto, también desde una perspectiva de carácter
cultural.
53 Con relación a este tema, el presente trabajo busca relacionar dos procesos paralelos: por
un lado, la crisis y desplazamiento de las autoridades étnicas, específicamente de los
cacicazgos, y, por el otro, las estrategias de negociación frente a una crisis y
reordenamiento del poder estatal y local. Si el reordenamiento del poder estatal y la
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existencia de una nueva cultura política pueden ser analizados a partir de los aportes de
la historia política y su cultura, para entender el desplazamiento del poder indígena y
comunal y sus estrategias durante la crisis deberemos tomar en cuenta los trabajos
realizados en el campo de la historia social y la etnohistoria, analizando al mismo tiempo
el tema de las posiciones políticas de los grupos subalternos.
54 Para analizar el tema de la crisis del cacicazgo en Charcas y sus consecuencias en la etapa
final de la Colonia el trabajo actual más importante es el de Sinclair Thomson. En su libro
Cuando sólo reinasen los indios. Política aymara en la era de la insurgencia, 64 Thomson analiza
las diversas explicaciones que se dieron en la historiografía andina sobre las causas de la
crisis del sistema cacical. Este análisis de Thomson es central para entender no sólo la
forma como se dio la crisis del sistema cacical, sino también para seguir el proceso de
cambio de autoridades y el desplazamiento hacia un sistema de cargos, asumido por las
autoridades comunales subalternas65 En la época de transición entre Colonia y República,
y más aún luego del fin oficial del sistema de cacicazgo, en 1825, las autoridades
subalternas, dentro de un sistema de cargos, asumieron el poder en las comunidades,
retomando las antiguas formas de relacionamiento con las otras esferas de poder y
adaptándose a las nuevas reglas de juego del sistema republicano a través de los
apoderados. Este postulado de Thomson será fundamental para entender cómo las
comunidades indígenas fueron adaptándose a las nuevas reglas, estableciendo redes
sociales y políticas que no se quedaban únicamente en las élites comunales o en los
caciques, sino que bajaban hasta el nivel de los indios del común y de las autoridades
menores como segundas, alcaldes y jilaqatas.
55 Sobre la etapa de la Guerra en el Alto Perú, además de los libros de Alipio valencia y de
René Arze, y los aportes de Gunnar Mendoza, Marie Danielle Démèlas y Roger Mamani ya
analizados anteriormente, no se ha publicado mucho en Bolivia con relación a la situación
indígena durante la guerra, sobre todo sobre su vida cotidiana.66 No ocurre lo mismo en el
Perú, donde se han publicado para esta etapa trabajos como el de Christine Hunnefeldt
acerca de las luchas sobre la tierra y otros conflictos internos durante la época de la
independencia67 y el de Nuria Sala y Vila sobre la importancia del tributo en las luchas
comunales en la misma época.68 Entre éstos, el más importante para nuestro propósito es
el de Sala y Vila con su libro Y se armó el tole tole. Tributo indígena y movimientos sociales en el
virreinato del Perú. 1784-1814. En él, bajo el estudio del problema del tributo indígena, se
analiza la complejidad de las relaciones entre autoridades étnicas y Estado colonial, así
como la forma en la que caciques y cabildos indígenas respondieron precisamente a los
cambios propuestos desde la corona y posteriormente desde las Cortes de Cádiz, que
contenían un principio de modernidad c igualdad ciudadana. Sala y Vila muestra en su
libro que el principio de la igualdad tributaria, de la Constitución Gaditana y su posterior
derogación fue una de las causas más importantes para la participación indígena en la
lucha por la independencia, en el caso específico del levantamiento de los hermanos
Angulo y Mateo Pumacahua en el Cusco en 1814, levantamiento que se expandió hasta
Charcas.
56 A pesar de centrarse en la etapa republicana, es fundamental tomar en cuenta para este
trabajo el estudio más importante sobre las comunidades indígenas bolivianas del siglo
XIX, el de Tristan Platt, quien en Estado boliviano y ayllu andino. Tierras y tributos en el norte
de Potosí (1982)69 hace un análisis detallado del problema de la relación entre las
comunidades o ayllus y el Estado, demostrando la persistencia de un pacto de
reciprocidad entre ellas. Su estudio se centra en Chayanta (norte de Potosí), región que se
17

caracteriza aún hoy por mantener comunidades mayores muy bien estructuradas. Platt
sintetizó en su trabajo lo que se ha llamado el “pacto de reciprocidad” entre las
comunidades indígenas y el Estado republicano en torno al mantenimiento de la
propiedad comunal a cambio del pago del tributo, pacto que se fracturó por la política
liberal. Otros temas analizados fueron el del sistema cacical de inserción en el mercado
para el pago del tributo y el de la resistencia al empadronamiento individual. Los estudios
de Platt abrieron nuevas formas de ver la comunidad indígena, sobre todo como una
organización dinámica capaz de adaptarse a nuevas situaciones pero, al mismo tiempo,
fuerte como para mantener sus valores tradicionales comunales. Si bien la propuesta del
“pacto de reciprocidad” ha sido criticada con el argumento de que muestra una visión
muy utópica de la relación entre el Estado y las comunidades indígenas, el análisis de los
documentos de los archivos provinciales que tratan sobre la época del proceso de
independencia y los primeros años de la República nos presenta pruebas claras de la
existencia de este pacto, ligado más a la ley de la costumbre que a las leyes estatales. El
problema que surge en este debate, por lo tanto, se debe en gran parte al tipo de
documentación que sustenta cada una de las propuestas; mientras los detractores de la
propuesta del “pacto de reciprocidad” se centran más en documentos que parten del
Estado, los defensores del mismo parten de documentos judiciales de primera instancia.
57 Este breve análisis de la historiografía boliviana y latinoamericana en torno a las
comunidades indígenas nos muestra los vacíos que aún faltan por llenar para Charcas en
general y Oruro en particular. El primero es la falta de estudios que presenten a la
comunidad indígena como una unidad de análisis. En los casos en que se ha trabajado con
los indios del común o tributarios, ha sido a nivel cuantitativo, a través del análisis de
padrones y revisitas, lo que nos muestra, por lo general, comunidades monolíticas y sin
conflictos internos, planteamiento que no encaja con la realidad de cualquier
organización social. El segundo vacío es cronológico. Es patente la inexistencia de
estudios historiográficos sobre las comunidades indígenas para el periodo que va desde
las sublevaciones indígenas hasta mediados del siglo XIX. Algunos estudios generales
saltan desde 1781 hasta 1866, haciendo un breve repaso de las medidas agrarias estatales
para la época intermedia, pero olvidan a los sujetos de esta política.
58 La visión desde la etnohistoria se hace muy importante para este estudio y es
fundamental precisamente porque estamos tratando de dos lógicas de poder diferentes.
Algunos estudios sobre la época, que se han llevado a cabo tomando en cuenta una visión
desde el Estado, han percibido el problema como una contradicción entre tradición y
modernidad; otros lo han visto como una relación permanente de abusos y explotación
que debía ser respondida con acciones de resistencia; los trabajos analizados más arriba,
por el contrario, nos presentan a las comunidades indígenas como sujetos políticos que se
movieron con lógicas propias, que utilizaron estrategias para adaptarse, relacionarse o
resistir si fuera necesario, tanto frente a los cambios estructurales como a las estrategias
de poder que partían tanto del Estado –colonial o republicano– como del poder local y
vecinal.
59 La visión de un Estado explotador, frente al cual no queda sino la sublevación, fue dando
lugar al análisis de la existencia de un “pacto de reciprocidad” entre Estado y
comunidades, por el cual las últimas entregaban el tributo a cambio de la seguridad en la
propiedad de la tierra. Esta propuesta, a pesar de las críticas recibidas, puede mantenerse
en gran parte gracias a estudios basados en documentos de archivos locales que
confirman la existencia de una relación pactada. Por otro lado, los estudios sobre la
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estructuración interna de las comunidades han mostrado los cambios producidos como
consecuencia de la crisis del cacicazgo. No se dio necesariamente una desestructuración
de las comunidades, como se había sostenido anteriormente, sino un cambio de
estrategias en la estructuración del poder, con un paso hacia un sistema de cargos en el
cual el poder pasó a ser asumido por las autoridades subalternas. Estos dos puntos, el del
pacto y el del cambio en las estructuras internas de poder, nos muestran en los últimos
trabajos a comunidades dinámicas que utilizan diversas estrategias (no sólo la
sublevación) para adaptarse, negociar y, en su momento, resistir las nuevas reglas de
juego.
60 El análisis anterior, que contempla tanto el rumbo de la historiografía boliviana sobre el
proceso de independencia como las nuevas propuestas en torno a la historia política, la
lucha regional y la participación indígena nos muestran los aspectos en los que ha
avanzado el estudio sobre este periodo de nuestra historia y también los vacíos de nuestra
historiografía. Si bien en los últimos años, como consecuencia del interés por
conmemorar los bicentenarios de los movimientos juntistas, se han publicado numerosos
artículos, queda aún mucho por investigar.
61 El libro contempla cinco capítulos. El primero analiza el contexto geográfico de Oruro y
sus provincias, y los cuatro restantes abordan diversas perspectivas de análisis sobre el
mismo periodo histórico.
62 El primer capítulo presenta una descripción y análisis de los aspectos geográficos,
demográficos y la situación general de la región de Oruro durante el periodo de estudio,
comparando la situación previa al proceso de independencia con el periodo posterior a la
misma. Se trabaja sobre todo con descripciones de viajeros e informes oficiales que
describen la situación de la Villa de San Felipe de Austria y de los partidos de Oruro, Paria
y Carangas, tomando en cuenta aspectos como la agricultura, la minería y el comercio.
Este trabajo se complementa con algunos datos demográficos procedentes de los
padrones de tributarios e informes estadísticos.
63 El segundo capítulo busca reconstruir de una forma cronológica el proceso específico de
la Guerra de la Independencia desde una perspectiva regional centrada en Oruro. A partir
de documentación primaria y secundaria se articula un relato que profundiza en los
avatares de la lucha, tomando como centro la Villa de San Felipe de Austria y los partidos
de la región, que se constituyeron durante gran parte de la guerra en el centro de poder
militar del ejército del rey.
64 El tercer capítulo se adentra en el complejo proceso de construcción de la ciudadanía
moderna que acompañó a la independencia. Respondiendo a proyectos políticos leales e
insurgentes, entre 1808 y 1826 se vivieron momentos de avance y retroceso entre un
sistema de antiguo régimen marcado por la relación entre el monarca y sus súbditos y un
proyecto de modernidad que contemplaba el surgimiento del ciudadano. Si bien se trata
de un proceso que desborda el ámbito regional de Oruro, se ha buscado que contemple
permanentemente los incidentes regionales de esta revolución política. El trabajo está
basado en la documentación política que surgía desde ambos bandos, tal como discursos,
resoluciones oficiales, descripciones de ceremonias y otros.
65 El cuarto capítulo aborda la perspectiva de las tensiones y conflictos entre regiones, así
como aquellas surgidas entre diferentes esferas del poder como parte de la lucha política
por el control del poder local. La relación de la Villa de San Felipe de Austria de Oruro y
los partidos de la región con las intendencias de Cochabamba y Potosí, así como con la
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intendencia de Chuquisaca (a la que pertenecían), se guió por los cambios en la posición


ideológica de sus respectivas autoridades; al mismo tiempo, se produjeron tensiones
permanentes entre las diversas esferas del poder: la audiencia, el cabildo y las autoridades
de los pueblos y comunidades. Las fuentes más importantes para el análisis de esta
temática son las actas del Cabildo de la Villa de San Felipe de Austria y la documentación
provincial sobre la organización interna que se halla en el Archivo del pueblo de Poopó.
66 Finalmente, el último capítulo analiza la problemática de la posición, la actuación y las
estrategias de los actores sociales, especialmente de los indígenas, durante el proceso de
la independencia. En él se tocará el tema de la reestructuración del poder interno en las
comunidades como consecuencia de la crisis del cacicazgo, la relación entre las
propuestas indígenas y los objetivos criollos, y, especialmente, las estrategias de
relacionamiento y negociación que se dieron entre las autoridades indígenas y la corona
con el objetivo de garantizar la propiedad de la tierra. La construcción de este capítulo
está basada tanto en informes de las autoridades acerca de los levantamientos indígenas y
de los caudillos insurgentes, como en la documentación administrativa ubicada en los
archivos provinciales, relacionada con temas como el pago del tributo y el envío a la mita
de Potosí.
67 El tema de la investigación, centrado en un momento de cambio e inestabilidad en las
instituciones, me ha obligado a peregrinar por numerosos archivos y repositorios de
Bolivia, América y Europa. Los datos generales sobre Charcas y la documentación oficial
desde el lado del Rey se encuentran en el Archivo General de Indias, donde he revisado la
documentación referente a la Audiencia de Charcas, la de la Serie Estado y los papeles del
Virrey Abascal; del Archivo Histórico de Madrid he recabado la información acerca del
juicio a los conjurados de 1809-1810. El Archivo General de la Nación, en Buenos Aires,
guarda la documentación referente a la Audiencia de Charcas hasta el año 1810; asimismo,
la rica documentación acerca de las actuaciones de Juan José Castelli y Juan Antonio
Álvarez de Arenales durante el conflicto en el Alto Perú. Por su parte, el Archivo General
de la Nación, en Lima, conserva la información de las Cajas Reales de Oruro entre 1810 y
1814, documentación que me ha permitido armar la historia local del conflicto entre esos
años.
68 Indudablemente, uno de los archivos más recurridos ha sido el Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia, donde se pueden encontrar documentos referidos a los conflictos
locales en la etapa colonial, los expedientes de la etapa de la emancipación, los informes
del Ministerio del Interior para los primeros años de la República, los redactores de la
Asamblea Constituyente de 1826 y en la Colección Rück, una serie de manifiestos,
informes, pasquines y folletos sobre el proceso de la independencia.
69 En Oruro, dos han sido los repositorios que me han acogido. El primero es el archivo de la
Corte Superior del Distrito de Oruro, donde se han revisado Expedientes y Registros de
Escrituras de la ciudad y sus partidos; el segundo es el Archivo Histórico Municipal de
Oruro, que guarda información valiosa sobre el funcionamiento del cabildo de la Villa y de
las Cajas Reales. Finalmente, no puedo dejar de citar el Archivo Histórico Judicial de
Poopó, que me ha permitido adentrarme en el espacio más específico del área rural del
partido de Paria. Entre los expedientes que guarda este repositorio se ha podido
encontrar datos sobre la actuación de varios de los caudillos insurgentes, de los conflictos
internos entre pueblos y comunidades, y de las estrategias de las autoridades indígenas
para negociar con el Estado.
20

70 A través de mi viaje por los diferentes archivos he buscado adentrarme en la vida de la


Villa de Oruro y los partidos de la región en esta etapa tan rica y al mismo tiempo tan
dramática de nuestra historia.
71 Son muchas las personas e instituciones que me acompañaron en este trabajo iniciado el
año 2001 gracias al apoyo del Programa de Cooperación Sueca ASDI/ SAREC, institución a
la que agradezco profundamente por su desprendimiento y comprensión.
72 Quisiera agradecer igualmente a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la que en
un acto de verdadera integración nos abrió sus puertas para realizar los cursos de
doctorado y nos permitió estudiar dentro de un sistema semipresencial. A las autoridades
del programa de Posgrado en Ciencias Sociales de ese momento, Manuel Burga y Nicolás
Lynch; también a los profesores del posgrado con quienes establecimos una relación de
permanente apoyo y amistad: María Emma Mannarelli, Antonio Zapata, Rodrigo Montoya,
Juergen Golte, Carlos Contreras y especialmente a Cristóbal Aljovín, quien gentilmente
aceptó guiar mi trabajo de tesis y con quien mantuvimos un permanente diálogo.
73 En Bolivia, las deudas de gratitud son muchas. En primer lugar a mis compañeras dentro
del proyecto Relaciones Interétnicas: Ximena Medinacelli, Pilar Mendieta y Magdalena
Cajías, con quienes compartimos meses enteros de estudios e investigación, apoyándonos
profesional y humanamente de forma permanente; a los estudiantes auxiliares de
investigación del proyecto, sobre todo a Froilán Mamani, Ricardo Asebey, Raúl Reyes,
Santusa Marca y Solange Zalles, quienes me apoyaron en el trabajo de búsqueda
bibliográfica y de archivo, transcribieron los documentos y me ayudaron
permanentemente en el trabajo.
74 Agradezco también al Instituto de Estudios Bolivianos de la Facultad de Humanidades de
la Universidad Mayor de San Andrés, institución que nos prestó el apoyo institucional
para realizar este trabajo. En él encontramos la ayuda permanente de sus directores
Walter Navia y Juan Carlos Orihuela, además de todo el personal administrativo,
especialmente de Moira Durán y Diego Pommar. No puedo olvidar el apoyo recibido por
parte de los investigadores del IEB: Ana Rebeca Prada, Galia Domic, Rosario Rodríguez,
Marcelo Villena, Zacarías Alavi y a todo el equipo de discursos.
75 En la Carrera de Historia debo agradecer a sus directores Juan Jáuregui y Raúl Calderón,
quienes nos dieron las licencias para llevar a cabo el proyecto y a los estudiantes que
permitieron reponer las clases que perdíamos durante nuestros viajes. Igualmente a las
autoridades de la Facultad de Humanidades, que nos brindaron su cooperación a lo largo
de todos estos años.
76 En mi peregrinar por los diversos archivos me encontré en todo momento con personas
que apoyaron mi investigación. Un agradecimiento especial para Marcela Inch, directora
del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, y a todo el personal del ABNB, quienes nos
acogieron prestándonos un servicio inmejorable. Igualmente a las autoridades y personal
de los archivos orureños, que no escatimaron esfuerzos para entregarnos documentación
y proporcionarnos información.
77 Para la elaboración del trabajo fue muy importante el diálogo con muchos investigadores
y amigos: Sinclair Thomson, Seemin Qayum, Ana María Lema, Rossana Barragán, Eugenia
Bridikhina, Esther Ayllón, Luis Miguel Glave, Marta Irurozqui, Víctor Peralta, Manuel
Chust, Armando Martínez, Jairo Gutiérrez, María Inés Quintero, Juan Luis Orrego, a
quienes agradezco sus comentarios y críticas. Igualmente un agradecimiento muy
21

especial a María Eugenia Soux, hermana y amiga, por sus comentarios y la corrección de
la tesis..
78 En esta última etapa del proyecto, van mis agradecimientos al Instituto Francés de
Estudios Andinos (IFEA) y a su director George Lomné, al Gobierno Municipal de Oruro y
su Oficial Mayor de Cultura, el Doctor Elias Lucero y a Editorial Plural y su director José
Antonio Quiroga, quienes se animaron a apoyar la publicación de nuestros trabajos
doctorales.
79 Este libro no hubiera sido posible sin la permanente comprensión y ayuda de toda mi
familia: Roberto, mis padres, hermanos, hijos y nietos, quienes tuvieron que
acostumbrarse a mis ausencias durante todo este tiempo. Gracias a cada uno de ellos por
encargarse de mi trabajo cotidiano cuando yo estaba en mi propio mundo del pasado y
por aceptar tener una “madre lejana”, aunque supieran que los llevaba siempre conmigo.

NOTAS
1. François Xavier Guerra: “El ocaso de la monarquía hispánica”, en Antonio Annino y François
Xavier Guerra: Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX. FCE. México. 2003. Con la misma
propuesta y para el caso específico del Alto Perú, ver el libro conjunto coordinado por Manuel
Chust y Armando Martínez: Una independencia varios caminos, el caso de Bolivia. Universidad Jaume
I. Castellón, Fspaña. 2007.
2. La posición contra la inevitabilidad de la independencia ha sido también abordada por otros
autores como Jaime Rodríguez en La independencia de la América española FCE. México. 2005. O
Armando Martínez y Manuel Chust (coord.): Una independencia varios caminos, el caso de Bolivia.
Universidad Jaume I. Castellón, España. 2007.
3. Carlos Landázuri Camacho: “Las primeras Juntas quiteñas”, en La independencia en los países
andinos: nuevas perspectivas. Universidad Andina Simón Bolívar y Organización de Estados
Iberoamericanos. 2004, p. 95.
4. Para la mayoría de los autores que analizan esta etapa, la simación de la Audiencia de Charcas
era colonial, es decir, el territorio de Charcas, que por esos años pasó a ser denominado más
corrientemente como Alto Perú, era una colonia de la metrópoli que se hallaba en España. En la
actualidad, se encuentra aún en discusión el carácter del sistema y las posibilidades y
limitaciones de que los llamados reinos de España tomaran en cuenta a los llamados reinos de
Indias como sus pares.
5. Jaime Rodríguez, en La revolución política durante la época de la independencia. El Reino de Quito
1808-1826. Universidad Andina Simón Bolívar-Corporación Editora Nacional. Quito. 2006. También
François Xavier Guerra: “El ocaso de la monarquía hispánica: revolución y desintegración”, en
Antonio Annino y François Xavier Guerra: Inventando la nación. FCE. México. 2003. Si bien la
propuesta de Guerra sobre la revolución que llevó de un sistema de antiguo régimen a otro de
modernidad, postulado en Modernidad e independencias (Mapfre, 1992) ha sido criticada
posteriormente, es importante destacar lo que dice al respecto Hilda Sábato sobre las brechas que
el mismo Guerra empezó a crear en su esquema al empezar a hablar de “varias modernidades”
(Sábato, 2008), cita al mismo tiempo a Javier Fernández Sebastián, quien sostiene que al
autocensurar o vedar expresiones como sociedad moderna o política tradicional estaríamos
22

negándonos la posibilidad de referirnos de un modo global a la existencia de una brecha


profunda entre las sociedades de antiguo régimen y las posteriores a las revoluciones liberales y
de independencia, y que lo importante es no confundir tipos ideales con situaciones reales
(Fernández Sebastián 2007, citado por Sábato).
6. Existe hasta hoy un debate acerca de la utilización de los términos Audiencia de Charcas y Alto
Perú. Para el presente trabajo asumo que el término Audiencia de Charcas es institucional y debe
ser utilizado cuando se habla de esferas de poder o problemas entre las instituciones; por su
parte, el término Alto Perú es más geográfico y fundamentalmente militar, y debe ser usado en
ese contexto. En todo caso, el espacio geográfico del Alto Perú es el mismo espacio jurisdiccional
de la Audiencia de Charcas.
7. Llamo historiografía tradicional a los trabajos producidos desde mediados del siglo XIX hasta la
tercera década del siglo XX, con historiadores como Manuel José Cortés con Ensayo sobre la historia
de Bolivia (1861); Luis Paz con su clásico libro Historia general del Alto Perú, hoy Bolivia (1919); José
Agustín Morales con Cien años de historia de Bolivia (1925), y otros. Sus obras se insertan en una
postura positivista y liberal, y presentan una historia épica del proceso.
8. Manuel José Cortes, Ensayo sobre la historia de Bolivia. Sucre. Imp. Beeche. 1861. Una visión
parecida, aunque no habla tan directamente como Cortés de la esclavitud de la época colonial, fue
la de Alcides Arguedas en su Historia general de Bolivia (1922), que se inicia también en 1825. Una
excepción fue el historiador Gabriel René Moreno, quien escribió obras que tomaban en cuenta la
etapa colonial como Últimos días coloniales en el Alto Perú y recogió una serie de documentos sobre
las misiones jesuíticas, entre otras actividades historiográficas.
9. Esta visión se ha perpetuado en la enseñanza escolar, con la sucesión de numerosos hechos
bélicos y héroes. Tradicionalmente, los libros de texto han separado estas dos etapas, tratando el
tema de las sublevaciones indígenas como sublevaciones frente al orden colonial, sin relación
aparente con el proceso de independencia.
10. Dentro de este periodo se fueron estableciendo, por ejemplo, el recuerdo de fiestas cívicas
departamentales relacionadas por lo general a las luchas independentistas y a las tensiones
regionales; los debates y tensiones sobre la primogenitura de la revolución entre Sucre y La Paz,
la invención y recreación de héroes con características específicas, la edificación de monumentos
a dichos héroes, e inclusive el bautizo de calles y plazas con nombres de batallas y héroes.
11. “Nada más fácil ni monótono que la descripción de las batallas, siguiendo a los especuladores
de la ciencia, sabios únicamente en fechas y clasificaciones. Lo difícil es la crítica de la guerra, la
interpretación filosófica con lo cual la narración se cambia en sublime enseñanza de lo que
conserva o descompone en un pueblo los fundamentos de la sociedad. El historiador está en el
deber de aplicar la moralidad de las acciones a las supremas cuestiones del orden social,
asociando a la ciencia de los acontecimientos la de sus causas, para descubrir el carácter real y
deducir rectas consecuencias”. Luis Paz. Historia del Alto Perú boy Bolivia. Tomo II. Imprenta
Bolívar. Sucre 1919. p. 20.
12. Carlos Montenegro, Nacionalismo y coloniaje. Ed. Juventud. La Paz. 1998.
13. Carlos Montenegro fue uno de los principales representantes de una nueva generación de
políticos e ideólogos. Dedicado sobre todo al periodismo, trabajó en el periódico La Calle. Es
considerado como uno de los padres del nacionalismo revolucionario. Fue fundador del
Movimiento Nacionalista Revolucionario y uno de sus principales dirigentes. Su obra Nacionalismo
y coloniaje ha sido considerada como el punto de partida de una nueva visión sobre la nación
boliviana y se centra en analizar el periodismo de los primeros años de la República.
14. Carlos Montenegro. Nacionalismo y coloniaje, p. 74.
15. La Revolución Nacional de 1952, con una clara tendencia nacionalista, produjo una
historiografía oficial que, bajo el discurso del fortalecimiento de la nación, apoyaba la
homogeneidad cultural mestiza desconociendo las diversas culturas del país. Dentro de esta
23

tendencia podemos citar a José Fellman Velarde, Augusto Guzmán y, con una tendencia más
abierta, a Mariano Baptista Gumucio.
16. Como consecuencia de la Reforma Educativa realizada por la Revolución Nacional en 1955, se
estableció un nuevo currículo para Historia que reproducía esta visión y que perdura aún hasta
hoy en las escuelas y colegios. Por este motivo, esta es la perspectiva que se repite en actos
cívicos y otros acontecimientos oficiales.
17. Ver sobre este tema el artículo “Estado, sociedad y política en el Perú y México entre fines de
la Colonia y comienzos de la República”, de Peter Guardino y Charles Walker (Revista Histórica
Vol. XVIII N° 1.Julio de 1994), que explica la existencia de tres paradigmas de percepción de las
revoluciones burguesas y da los ejemplos de los trabajos de Bonilla y Spalding para explicar la
forma cómo se trató esta problemática en el Perú a través del postulado de la “independencia
concedida”.
18. Alipio Valencia Vega, El indio en la independencia. 1962. p. IX.
19. Id. p. IX.
20. Charles Arnade, La dramática insurgencia de Bolivia. Ed. Juventud, La Paz. 1972.
21. Diario publicado en su integridad posteriormente con el nombre de Diario de un comandante de
la independencia americana (1814-1821), con transcripción, estudio crítico preliminar e índices de
Gunnar Mendoza. Ed. Siglo XXI. México. 1982. Se trata de una fuente de indudable importancia
para estudiar el periodo de la lucha independentista en la región de Ayopaya.
22. René Arze Aguirre, Participación popular en la independencia de Bolivia. Ed. Don Bosco. La Paz.
1979. La tesis de Arze fue premiada por la OEA en el concurso en honor al Sesquicentenario de la
Independencia de Bolivia. En 1987 salió una segunda edición de la obra.
23. René Arze Aguirre. Participación popular en la independencia de Bolivia. p. 14.
24. Documento citado por René Arze del Archivo Histórico Nacional de Madrid. Consejo de Indias;
Leg. 21299. Se trata de un manifiesto que explica las supuestas razones por las cuales se
organizaba una sublevación indígena en el pueblo de Toledo (Oruro), dirigida por Manuel
Victoriano Aguilario de Titichoca, cacique del pueblo, y Jiménez de León y Mancocápac, miembro
del cabildo eclesiástico de La Plata.
25. José Luis Roca, “Las masas irrumpen en la guerra”, en Historia y Cultura N° 6. 1984. pp. 13-47.
26. Veía, contrariamente a Arze, que en el documento de Toledo, atribuido a Cáceres,
Mancocápac, el cacique Titichoca y otros se daban únicamente reivindicaciones sociales y no
políticas, de independencia. Asimismo, analizaba la posición ambigua de Cáceres, quien aparece
hostigando a las tropas de Castelli en retirada y, pocos meses después, sitiando la ciudad de La
Paz y enfrentándose al ejército llegado desde el Perú; finalmente, sobre la guerrilla de Ayopaya,
resaltaba el tema de los conflictos por el poder y sus relaciones con argentinos y peruanos.
27. Marie Danielle Démèlas: L’invention politique. Bolivie, Equateur, Perou au XIXe siecle. Editions
Recherche sur les Civilisations. París. 1992. Traducida al castellano en 2003 como La invención
política. Plural – IFEA. La Paz.
28. Démèlas. 2003. pp. 242-244.
29. Id. pp. 248-251.
30. Démèlas, op cit. p. 261.
31. Javier Mendoza: La mesa coja. PIEB. La Paz. 1997.
32. José Luis Roca. 1809. La revolución de la Audiencia de Charcas Chuquisaca y en La Paz. Plural. La
Paz. 1998. p. 237.
33. Esta propuesta ha sido reforzada en 2007 con otro libro de José Luis Roca, Ni con Lima ni con
Buenos Aires (Plural, 2007), en el cual desarrolla sus principales postulados presentados en
trabajos anteriores: el de la existencia de una nación en ciernes y de que la guerra se dio más bien
para liberar a Charcas de la injerencia de las dos capitales virreinales.
24

34. Rossana Barragán: “Españoles patricios y españoles europeos: conflictos intra-elites e


identidades en la ciudad de La Paz en vísperas de la independencia. 1770-1809”, en Charles
Walker (comp.), Entre la retórica y la insurgencia: las ideas y los movimientos sociales en los Andes, siglo
XVIII. CBC. Cusco. 1996.
35. Esther Ayllón: Indalecio Gonzáles de Socasa y la viña de San Pedro Mártir. Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia-Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia. 2009.
36. En este punto es importante distinguir el concepto de ciudadano de corte antiguo, como el
habitante de una ciudad, al concepto moderno de ciudadano como “un miembro de una
comunidad de iguales que participan directa o indirectamente en el ejercicio del poder político a
través de las libertades de expresión, asociación y organización y de participación de la cosa
pública” (Marta Irurozqui, 2000: 18), aunque la autora resalta que no se debe tomar este concepto
como fijo y cerrado.
37. “El ciudadano y la nación son dos de las mayores novedades del mundo moderno, dos figuras
íntimamente ligadas con la soberanía en el mundo latino. Ambos se constituyen en relación o en
oposición al monarca absoluto: la nación, como soberanía colectiva que reemplaza la del rey; el
ciudadano, como el componente elemental de este nuevo soberano”, escribe François Xavier
Guerra en su artículo “El soberano y su reino” en Sábato Hilda (coord.), en Ciudadanía política y
formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. Fideicomiso Historia de las
Américas. FCE. 1999. p. 34.
38. Guerra, op cit. p. 35.
39. François Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones
hispanoamericanas. Ed. Mapfre. España. 1992. p. 352. Sobre la actualidad o la crítica de las
posiciones planteadas por Guerra ver los comentarios planteados por Hilda Sábato en el artículo
“Horizontes republicanos en Iberoamérica. Una perspectiva de largo plazo” (2009). Desde nuestro
punto de vista, si bien la visión de Guerra puede ser debatida en el sentido de no existir en la
práctica cambios tan radicales y un paso directo hacia la modernidad, no podemos dejar de
reconocer que su propuesta fue central en el planteamiento de nuevas formas de analizar el
proceso de independencia y que su influencia en la historiografía de los últimos años ha sido muy
importante.
40. Hilda Sábato: Introducción al libro Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas
históricas de América Latina. Fideicomiso Historia de las Américas. FCE. México. 1999.
41. Utilizo el concepto de cultura política presentado por Marta Irurozqui en “A bala, piedra y
palo”. La construcción de la ciudadanía política en Bolivia. 1826-1952. Diputación de Sevilla. 2002. p. 18,
que dice: “Se utiliza la noción de cultura política por considerar que actúa como un marco de
referencia que permite entender cómo los hechos y el comportamiento políticos son
condicionados en el proceso de relación entre los actores y el sistema del cual forman parte. En
consecuencia se asume que tal expresión designa al conjunto de nociones internalizadas,
creencias y orientaciones de valor que los actores comparten con respecto a cómo opera el
sistema político, cuál es el papel que ellos y otros actores políticos cumplen y deben cumplir, los
beneficios que el sistema provee y debe proveer y cómo extraer tales beneficios”. Esta definición
la toma a su vez del libro de Amparo Menéndez-Carrión: La conquista del voto. De Velasco a Roldós.
Quito. FLACSO. 1989.
42. François Xavier Guerra: Modernidad e independencias. Mapfre. 1992. pp. 352-353.
43. Se pueden citar sobre todo los trabajos de Antonio Annino con artículos como “Cádiz y la
revolución territorial de los pueblos mexicanos 1812-1821”, en Antonio Annino (comp.): Historia
de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. FCE. 1995. “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana
en .México”, en I Hilda Sábato (coord.): Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas
históricas de América Latina. FCE. 1999; y otros.
44. Los aportes más importantes son los de José Carlos Chiaramonte con trabajos como “Nuevo
régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos
25

Aires: 1820-1840”, en Antonio Annino (comp.): Historia de la elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. FCE.
1995. “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado argentino (c. 1810-1852),
en Hilda Sábato (coord.): Ciudadanía política y formación de las naciones... 1999.
45. Ver los trabajos de Marie Danielle Démèlas: “Modalidades y significación de elecciones
generales en los pueblos andinos, 1813-1814”, en Antonio Annino, Historia de las elecciones en
Iberoamérica, siglo XIX. FCE. 1996 y de Víctor Peralta “Elecciones, constitucionalismo y revolución
en el Cusco, 1809-1815”, en Revista de Indias, vol LVI N° 206. 1996, entre otros.
46. Marie Danielle Démèlas: L’invention politique. Bolivie, Equateur, Perou au XIXe siecle. Editions
Recherche sur les Civilisations. París. 1992. Traducción al castellano: La invención política. IFEA-
Plural. 2003.
47. En Antonio Annino (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Fondo de Cultura
Económica. Argentina. 1995. pp. 291-314.
48. En Mónica Quijada y Jesús Bustamante, Élites y modelos colectivos. Mundo Ibérico siglos XVI-XX.
CSIC. Madrid, 2003. pp. 219-250.
49. En Jaime Rodríguez (coord. Revolución, independencia y las nuevas naciones de América.
Fundación MAPFRE Tavera. Madrid. 2005. pp. 451-484.
50. Marta Irurozqui: “A bala, piedra y palo”. La construcción de la ciudadanía política en Bolivia.
1825-1952. Diputación de Sevilla. Sevilla. 2000.
51. Víctor Peralta Ruiz y Marta Irurozqui: Por la concordia, la fusión y el unitarismo. Estado y
caudillismo en Bolivia. 1825-1880. CSIC. Madrid. 2000. 277 pp.
52. Rossana Barragán, Indios, mujeres y ciudadanos. Legislación y ejercicio de la ciudadanía en Bolivia
(siglo XIX). Fundación Diálogo. La Paz. 1999.
53. Irurozqui: ‘A bala piedra y palo’.... p. 148. Sobre el análisis de la Constitución Bolivariana que es
clara en la limitación de la ciudadanía a los varones mayores de 21 años, letrados y sin
servidumbre, argumenta que la aplicación de la condición de letrado se suspendió hasta 1836 y
que para las otras dos condiciones no se había especificado en el reglamento cómo podía
comprobarse el nivel profesional de los sufragantes. Sin embargo, estas limitaciones podían tanto
favorecer una apertura al universo de electores como limitarlo.
54. La estructuración de poder estatal en la República, si bien estableció una descentralización de
las funciones con la separación de poderes, mantuvo por otro lado una nueva forma de
centralización, diluyendo el poder local en ciudades y pueblos al disolver el sistema de cabildos.
De esta manera, los alcaldes, en los pueblos donde se mantuvieron, dejaron de depender de un
poder autónomo local y se convirtieron en funcionarios directos del Estado central. Ver sobre
este tema María Luisa Soux: Autoridades, poder y redes sociales entre Colonia y República. Tesis de
Maestría. Universidad de la Rábida. 2000. Inédita.
55. Víctor Peralta Ruiz y Marta Irurozqui Victoriano, Por la concordia, la fusión y el unitarismo.
Estado y caudillismo en Bolivia, 1825-1880. CSIC. Centro de Humanidades. Madrid. 2000. p. 140.
56. Rossana Barragán Romano: Indios, mujeres y ciudadanos. Legislación y ejercicio de la ciudadanía en
Bolivia. (Siglo XIX). Fundación Diálogo. Embajada del Reino de Dinamarca en Bolivia. 1999. pp.
55-56.
57. Op. cit. p. 57.
58. Carlos Ponce Sanjinés y R.A. García (comp.), Documentos para la historia de la revolución en 1809.
La Paz. Honorable Alcaldía Municipal. La Paz. 1953-1954. La documentación sobre el movimiento
del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca ha sido publicada por Estanislao Just en Comienzo de la
independencia en el Alto Perú (1994) y, posteriormente, por Norberto Benjamín Torres en
Documentos de la Revolución del jueves 25 de mayo de 1809. (2009).
59. Estanislao Just Lleó, Comienzo de la independencia en el Alto Perú. Los sucesos de Chuquisaca, 1809.
Editorial Judicial. Sucre. 1994. 858 pp.
26

60. Sobre este tema, ver el artículo de María Luisa Soux: “La Audiencia de Charcas y los
acontecimientos de 1808: rumores y tensiones en una sociedad provincial”, en Alfredo Ávila y
Pedro Pérez I Herrero (comp), Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. Universidad de Alcalá- UNAM.
México. 2008.
61. José Luis Roca: 1809. La revolución de la Audiencia de charcas en Chuquisaca y en La Paz. pp.
166-170. José Luis Roca: “1824: comienzo de la Bolivia independiente”, en Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia: Anuario 2003. Sucre. José Luis Roca: Ni con Lima ni con Buenos Aires. Plural. La
Paz, 2007.
62. Jaime E. Rodríguez O., La revolución política durante la época de la independencia. El Reino de Quito.
1808-1822. Universidad Andina Simón Bolívar. Quito. 2006. Sobre todo el capítulo 4: “De la
fidelidad a la ‘revolución’: el proceso de la independencia en la antigua provincia de Guayaquil”,
pp. 125-171.
63. Federica Morelli, “Entre el antiguo y el nuevo régimen: El triunfo de los cuerpos intermedios.
El caso de la Audiencia de Quito, 1765-1830”, en Procesos. Revista ecuatoriana de Historia. N° 21.
II semestre/2004. También en Federica Morelli: Territorio o nación. Reforma y disolución del espacio
imperial en Ecuador, 1165-1830, Madrid. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. 2005.
64. Sinclair Thomson, Cuando solo reinasen los indios. Política aymara en la era de la insurgencia. La
Paz, Aruwiyiri-Muela del Diablo. 2007. Publicación basada en la tesis Colonial crisis, community, and
andean self-rule: Aymara politics in the age of insurgency (Eighteenth-century La Paz) Tesis de
Doctorado. University of Wisconsin-Madison. 1996.
65. Op cit. p. 360.
66. Sobre este punto podemos citar algunos trabajos míos sobre Victoriano Titichoca, Andrés
Jiménez, de León y Mancocápac y otros caudillos de la sublevación indígena de 1809-1812,
presentados como ponencias en algunos congresos sobre el Bicentenario de la Independencia.
67. Christine I Hunefeldt, Lucha por la tierra y protesta indígena: las comunidades de Perú entre Colonia
y República. 1800-1830. Bonner Amerikanistische Studien. Bonn. 1982.
68. Nuria Sala y Vila: Y se armó el Tole Tole. Tributo indígena y movimientos sociales en el Virreinato del
Perú. 1184-1814. Instituto de Estudios Regionales José María Arguedas. Huamanga. 1996.
69. Tristan Platt, Estado boliviano y ayllu andino. Tierras y tributos en el norte de Potosí. IEP. Lima. 1982.
27

Capítulo 1. Oruro, un espacio


dinámico

La región de Oruro y su paisaje


Oruro no es tan terrífico como creéis.
No es suelo que no da hierba: clima que no permite que florezca el cardo; terreno
que no produce siquiera abrojos; país sin agua, llanura dilatada en que todo sea
espejismo sombrío. No. No siempre el ventoso Oruro ofrece el imponente
espectáculo de la lucha gigantesca de los elementos de Eolo y Neptuno, también días
serenos apacibles y trasparentes, en que su aire purísimo y saludable se perfuma
con las emanaciones de sus odoríferos heliotropios silvestres o intittica, del poleo
ortense, del salutífero, thanitham, ó genciana, del yahuarcuma, ó chinchircoma roja,
que hace latir rítmicamente de patriotismo el corazón.
Sus extensas llanuras se hallan cubiertas de pastos salicores, del sustancioso chiji,
del kauchi que tan sabrosa hace la carne de sus ganados, de inmensos cebadales,
cuyas doradas espigas convierte la Diosa Ceres en el codiciado metal que tiene el
imperio del mundo, asegurándole un porvenir halagüeño. La riqueza de Oruro no se
encierra en sus cerros, que puede agotarse; existe en su ganadería que principia a
explotarse y será perpetua...1
1 Con las anteriores frases describía don Adolfo Mier y León, uno de los intelectuales
orureños más importantes de fines del siglo XIX, a su tierra natal, guiado no sólo por un
afán de esclarecer algunas visiones negativas sobre su terruño, sino también por el amor
con que miraba la región que lo vio nacer. Y es que el paisaje de Oruro mueve a
sentimientos encontrados. La sequedad, la falta de vegetación y el espacio horizontal del
altiplano central boliviano son los primeros elementos con los que el viajero puede
encontrarse al ingresar a la región de Oruro por los pasos de la Cordillera Occidental que
la separan de la región de Tarapacá. El paisaje es parecido si se ingresa por la Cordillera
de Frailes, en el ramal oriental de la Cordillera de los Andes, que marca el límite con la
región del norte de Potosí. Sin embargo, si uno se adentra al interior de esta amplia
meseta, puede encontrar rinconadas como la de Peñas, al este, o la de Chuquichambi, al
oeste, donde el gris da lugar al verde y la altiplanicie se transforma en laderas cultivables;
puede hallar bofedales y pastizales, formados por el deshiele de las nieves donde habitan
innumerables hatos de camélidos; o, finalmente, puede llegar a las orillas del lago Poopó o
28

del río Desaguadero y encontrarse con bandadas de flamencos que han migrado desde el
norte, y así se puede observar un paisaje fascinante donde se entremezclan el verde de la
orilla, el azul de las aguas y del cielo, y el rosado de las aves.
2 A mediados del siglo XIX, el orureño José María Dalence consignaba algunos datos
geográficos de la amplia región donde se halla Oruro. Escribía Dalence: “Los dos sistemas
que he mencionado encierran la gran altiplanicie de Oruro, que se extiende desde los
confínes boreales de la provincia de Lípez hasta la raya de Santa Rosa, que en otros
tiempos sirvió de limite al antiguo Virreinato de Buenos Aires. Estos llanos tienen de
largo más de 180 leguas (...) y como 13.000 pies de altura sobre el nivel del mar”. 2
3 Al centro de este amplio espacio se encuentra el lago de Aullagas, más conocido hoy como
Poopó, descrito por el mismo autor como un lago misterioso porque, a pesar de recibir
gran cantidad de agua de sus afluentes, no aumentaba su extensión ni presentaba un río
por el cual saliera el agua, por lo que, de acuerdo a las ideas de la época, se pensaba que
había un sumidero que lo comunicaba con el Pacífico.3
4 Los tres partidos de Oruro, Paria y Carangas, que conformaron en 1826 el departamento
de Oruro, tenían, de acuerdo a mediciones realizadas por el mismo autor, una extensión
de 52 leguas de sur a norte y 56 de este a oeste, concluyendo Dalence su descripción:
El temperamento es frío, sin que haya en él un solo lugar que merezca la
denominación de valle (...) ocupa una buena porción de la gran altiplanicie, otra de
los rebajos orientales de la cordillera costera, y otra de la primera cadena de la
cordillera occidental; linda por el N. con La Paz, por el O. con el Perú, por el S. con
Potosí y por el E. con el mismo Potosí y Cochabamba. 4
5 El partido de Paria ocupaba las orillas norte, este y sur del lago Poopó. Su capital era el
pueblo de Poopó y los pueblos más importantes eran Toledo, Challacollo, Challapata,
Condo Condo, Huari, Culta, Quillacas, Aullagas y Salinas de Garci Mendoza, que eran, a su
vez, cabeceras de cada uno de los repartimientos del partido. Los repartimientos se
dividían en las parcialidades de Anansaya y Urinsaya, y éstas se dividían a su vez en
ayllus, cuyo número variaba para cada repartimiento. Mantenían varias características
del sistema de organización andino, tales como la presencia de una territorialidad
salpicada, por la cual pertenecían al repartimiento algunos ayllus que no tenían
continuidad territorial5 y la persistencia de un sistema de control vertical, por el cual
pagaban tributo en el repartimiento algunos indígenas de los valles6 La población
indígena del partido era de 31.983 personas en el año 1778 y rebajó a 27.328 en 1785.
6 Sobre este partido (provincia en la etapa republicana) escribía Dalence:
...ocupa parte de la altiplanicie y una porción de la primera cadena de los Andes
orientales, esto es, los Asanaques de Condo y sus ramificaciones; el clima es frío (...)
sus habitantes se aplican a la agricultura y cosechan bastantes papas ricas, muy
buena quinua y cañagua, algunas cebada y hortalizas (...) mantienen muy bien el
ganado lanar; así es que abundan las ovejas de lana suave y fina, las llamas, alpacas,
vicuñas, guanacos y chinchillas. Tiene en su territorio ocho asientos minerales de
plata y uno de oro, los de plata son: Poopó, Coribiri, Cobremayo, venta del medio,
Hurmiri, Condo, Candelaria y Salinas de Garcimendoza, y de Oro Toraca (...) En toda
la provincia se ven aguas termales en mucha copia, y todas de diferentes calidades;
unas lavan primorosamente las lanas, entre tanto que otras las ennegrecen u
ofuscan; igual efecto contrario causan en los baños, quiero decir, que unas
aprovechan a ciertos enfermos, mientras otras los empeoran. 7
7 El otro partido de la región era Carangas. Ocupaba la orilla oeste del lago Poopó hasta las
cumbres de la Cordillera Occidental. A fines del siglo XVIII tenía 10 pueblos importantes,
29

agrupados en cuatro repartimientos. Los pueblos eran: Orinoca, Huayllamarca,


Andamarca, Totora, Choquecota, Huachacalla, Curahuara, Sabaya y Turco; mientras que
los repartimientos eran: Andamarca, Colquemarca, Choquecota y Huayllamarca. Al igual
que en Paria, cada repartimiento se hallaba dividido en parcialidades y éstas en ayllus,
manteniendo en gran parte el sistema de dualidad andino. Su población era de 14.926
habitantes en 1778, 15.414, en 1785 y 15.563 en 1796.8 Esto significa que la crisis posterior
a la sublevación indígena y criolla de 1781 no afectó tanto a este partido como al de Paria.
8 El carácter pastoril y comerciante de los habitantes de Carangas fue descrito por José
María Dalence, en 1851, en los siguientes términos:
... el temperamento es muy frío; pero no tanto que no pueda producir los frutos de
puna. Sin embargo sus habitantes, excepto los de Huaillamarca, no se contraen a la
agricultura, contentándose con criar llamas y cerdos, de que sacan bastantes
ventajas por medio del comercio; de las llamas que generalmente son mayores y
más robustas que las de las otras provincias venden unas para acémilas y otras las
matan para llevar el charque y el sebo como también la manteca de sus cerdos a la
costa del Perú, para su retorno, traen aguardiente, vino, aceitunas etc. de que
proveen a los pueblos vecinos; poseen grandes lagos que suministran rica sal, la que
internan a las provincias de los valles para cambiarla por granos (...) hay también
avestruces y muchas chinchillas que la imprudente y desordenada caza va
concluyendo. Se cuentan en su territorio 9 asientos de minas de plata, que en otros
tiempos han dado grandes riquezas y hoy se hallan opiladas; Choquelimpia,
Turuquiri, Carangas, Charaque, Mantos, Pococagua, Anayache, Todos Santos y
Negrillos son minerales muy conocidos en nuestra historia metálica. 9
9 Finalmente, el tercer partido de la región orureña era el de Oruro, que presentaba
características diferentes a los otros dos. El partido comprendía la Villa de San Felipe de
Austria y sus alrededores, ubicándose al noreste del Partido de Paria, hacia Cochabamba.
Comprendía cuatro repartimientos de indios, uno urbano y tres rurales. El urbano era el
de San Felipe de Austria, conocido también como de la Ranchería, y los rurales eran: San
Ildefonso de Paria, Santa Bárbara de Sepulturas y el asiento de minas de La Joya. 10 A
diferencia de los anteriores partidos, la población de éste se ubicaba en haciendas y en
asientos mineros y los españoles, criollos y mestizos tenían una mayor presencia. La
población indígena era de 12.526 para 1778, cifra que rebajó considerablemente por efecto
de la sublevación de 1781.

Breve historia de la región


10 En este escenario natural, monótono en apariencia y diverso en su complejidad, se asentó
desde hace más o menos ocho mil años uno de los pueblos originarios más antiguos del
área andina: los urus, dedicados sobre todo a la pesca y a la caza de flamencos. Siglos
después, se ubicaron en la región culturas como Wankarani, la que, de acuerdo con
últimos estudios arqueológicos, desarrolló una cultura dedicada a la agricultura de ladera
y el pastoreo.11 Posteriormente llegaron los señoríos aimaras: los carangas al oeste, los
quillacas al sur y los soras al este,12 grupos que siguieron un patrón de asentamiento
basado fundamentalmente en el pastoreo de llamas y en el control de pisos ecológicos
tanto en la costa del Pacífico como en los valles orientales de los Andes.
11 En el siglo XV llegaron las huestes incaicas y establecieron en la región de Paria uno de los
centros administrativos más importantes de la región, el Tambo Real, lugar donde se
concentraba la producción maicera del valle de Cochabamba y la de otros productos de
30

los alrededores. Más hacia el sur se construyeron otros tambos –como el de Sevaruyo–,
articulando los caminos que cruzaban la región de norte a sur y de oeste a este. De esta
manera, se constituyó la región de Oruro como un centro de paso y de intercambio entre
la costa y los valles orientales, y entre el altiplano norte y sur.
12 Hacia 1533 ingresaron a la región los primeros españoles de las huestes de Diego de
Almagro y fundaron, sobre el antiguo tambo de Paria, el primer poblado de la etapa
colonial en la región de Charcas. Posteriormente, con el descubrimiento de las ricas minas
de Porco y luego de Potosí, la región de Oruro confirmó su situación de región de paso. A
las caravanas de llamas que articulaban el antiguo territorio de control vertical se
sumaron arrieros y trajinantes que llevaban azogue y otros productos a Potosí y
trasladaban la plata de la Villa Imperial a la costa. Al mismo tiempo, se empezó a extraer
mineral de plata de la región, sobre todo en los asientos de minas de Oruro y Salinas de
Garci Mendoza.13

Oruro y la minería colonial


13 A inicios del siglo XVII, en 1606, se fundó la Villa de San Felipe de Austria sobre el asiento
de minas de Oruro. A partir de ese momento, el territorio tuvo un centro económico y
político que lo articulaba. En la Villa se estableció una Caja Real y una Real Callana para el
procesamiento del metal; paralelamente, se nombró autoridades concejiles para el
gobierno de la villa, que aumentó considerablemente su población conforme se trabajaba
en las ricas vetas del cerro. El auge duró poco tiempo, sin embargo, durante el siglo XVII y
gran parte del siglo XVIII la actividad minera –que nunca logró que la corona le concediera
el trabajo de mitayos– permitió el mantenimiento de una población estable conformada
por mineros españoles o criollos, comerciantes, viajeros, arrieros e indígenas que
trabajaban en las minas y habitaban el barrio de San Miguel de la Ranchería. Por su parte,
el área rural de los corregimientos de Paria y Carangas se articulaba con la vida minera y
comercial a partir de la participación indígena en los trajines y su migración estacional
para el trabajo minero.
14 Sobre la situación de Oruro a inicios del siglo XVIII, el funcionario de Correos que recorrió
toda la región y que escribió el libro El Lazarillo de ciegos caminantes, dice al respecto:
Esta villa sigue a Potosí en grandeza, porque hay cajas reales y se funden en ellas
anualmente sobre seiscientas barras... La mayor parte es producto de los minerales
de las inmediatas riberas, porque el gran cerro pegado al extremo de la misma villa,
y tan cómodo para disfrutar sus metales, ha escaseado de ley, con respecto a la que
se necesita para costear su labor por la falta de agua para los lavaderos... 14
15 Recordaba el mismo autor que ya para ese momento, la villa no tenía el esplendor que la
había caracterizado en el siglo anterior y que, igual que en el caso de Potosí, “no se
encuentra edificio correspondiente a los inmensos caudales que se gastaron de doscientos
años a esta parte en profanidades de galas, paseos, juegos y banquetes”. 15 A pesar de ello,
Concolorcorvo era optimista, ya que consideraba que “Potosí y Oruro no dejaran de ser
poblaciones de fundamento ínterin se mantengan las minas próximas a sus riberas, que
son inagotables”.16
16 A pesar de este optimismo, la situación económica de Oruro empezó a decaer poco
después. La ley del mineral inició un descenso y el problema de la falta de agua, que ya
preocupaba al mismo Concolorcorvo, se fue haciendo mayor. De acuerdo con Fernando
Cajías, la peste general de 1720 profundizó la crisis que ya se veía venir desde años atrás y,
31

a pesar de que la minería repuntó en la década de 1740, gracias al descubrimiento de las


minas de plata en Poopó, no logró los resultados espectaculares de inicios del siglo XVII.
17 No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XVIII que la minería logró un repunte general
en toda América y también en Oruro. Para 1776, el virrey Amat presentó un informe sobre
la plata registrada en el Perú, donde establecía que la producción total era de 800.000
marcos, de los cuales 325.000 correspondían a Potosí, 114.000 a Oruro, 100.000 a Pasco y el
saldo a otros centros mineros; es decir, que Oruro contribuía con el 14,25% del total. 17 Sin
embargo, cinco años después, la sublevación de indios y rebelión criolla que se produjo en
la villa y los partidos de Paria y Carangas sumó a toda la región en una crisis de la que no
se repondría sino después de un siglo.
18 Cajías sostiene que la producción de plata en la segunda mitad del siglo XVIII tuvo dos
etapas, una de auge y otra de decadencia, separadas precisamente por la rebelión de 1781;
sin embargo, concluye, “los síntomas de la crisis se sintieron ya a fines de la década del
70”.18
19 No profundizaremos aquí el tema de la sublevación general de 1781 ni sobre la
participación indígena y criolla en ella, tema trabajado en profundidad en el libro de
Fernando Cajías; simplemente diremos que la crisis de la minería fue una de las causas del
conflicto y que esta crisis se profundizó fuertemente debido a la participación de los
hermanos Rodríguez, los mineros más importantes de Oruro, en la sublevación. La
represión llevada a cabo por la corona sobre éstos y varios otros miembros de la élite
orureña implicados en la sublevación privó a la región de capitales y precipitó la
decadencia de la minería. De acuerdo con el mismo autor, la situación general en Oruro
en los años inmediatamente posteriores a la sublevación se caracterizó por: “Mortandad y
éxodo de la mano de obra indígena, carestía de alimentos, escasez de azogue y
paralización casi total en las labores de minas e ingenios, tanto en Oruro como en Paria”. 19
20 Para María Concepción Gavira, por el contrario, si bien la sublevación de 1781 y la
posterior represión a los mineros criollos tuvo importancia, la crisis tuvo también otras
causas, entre las que se puede citar: los problemas para el abastecimiento de azogue, la
sequía, la mortandad y su lógica consecuencia, la falta de mano de obra. 20 Sin embargo, la
causa principal fue de orden geológico y tecnológico. Dice Gavira: “Los testimonios
aportados por informes locales eminentemente mineros nos sugieren que el motivo
principal de la crisis se encontraba en los determinantes geológicos y en los recursos
tecnológicos disponibles para superarlos”.21
21 Con base en varias visitas de minas realizadas en la región de Oruro a fines del siglo XVIII e
inicios del XIX, sostiene Gavira que las vetas se hallaban en su mayoría agotadas y que las
minas que tenían aún posibilidad de contener mineral se encontraban imposibilitadas
para trabajarse debido a la cantidad de agua que las inundaban. En esta situación se
hallaban las minas más famosas del cerro Pie de Gallo, en la misma villa. Para desaguar las
minas se precisaba de nueva tecnología que requería inversiones imposibles en ese
momento. Un informe sobre las minas de Oruro de 1804, citado por Gavira, decía:
Pues siendo el mineral de Oruro un grupo de cerros aislados que se elevan sobre un
plano de casi ningún declive en muchas leguas de circunferencia es absolutamente
imposible hacer nuevas obras que desagüen las ricas labores que se persiguieron
muchas varas mas debajo de su superficie del plano, a esfuerzos de un trabajo y de
unos gastos inmensos que por fin fue preciso abandonar, porque ni aquellos ni
estos, fueron poderosos a vencer el inconveniente del agua, y ni los brazos de los
hombres, ni los auxilios del arte por medio de los tornos y máquinas que
32

oportunamente se establecieron, alcanzaron a extraer el agua de pie que mana y ha


inundado para siempre las más gigantes esperanzas de riquezas. 22
22 La situación descrita para el asiento de minas de Oruro puede ser trasladada también al
partido de Paria, donde la visita de minas de 1811 demostró que de las 112 minas
registradas, únicamente 13 se hallaban en producción.23 Puede demostrarse la crisis de la
producción minera en Oruro a partir del siguiente cuadro:

Cuadro N° 1. Marcos de platas registradas en la Caja Real de Oruro. 1801-1818

Fuente: AGI. Charcas. Caja Real de Oruro. AMO. Libros Manual, Mayor y de Fundiciones. Cit en Gavira.
p. 74.

23 El cuadro muestra que la plata registrada en 1818 fue un quinto de la registrada en 1801.
La proporción es aún menor si tenemos en cuenta que en 1762-63 la plata registrada llegó
a 121.856 marcos, es decir, 11 veces más que en 1818.

La población indígena y el área rural


24 Si bien la minería fue la actividad más importante para la economía mercantil y el
crecimiento de la Villa de San Felipe de Austria, es importante señalar que ésta se
alimentaba de las actividades del área rural, fundamentalmente el pastoreo, la agricultura
y la fabricación manual de textiles.24 La falta de agua en la villa para procesar el mineral y
la existencia de una mano de obra libre en la minería orureña hace que la relación entre
el centro minero y el área rural que circundaba la villa fuera más dinámica a nivel local
que en Potosí, donde los hombres y los productos llegaban de un espacio económico más
amplio.
25 El mineral extraído del centro minero de Oruro era por lo general enviado para su
beneficio a lugares como Sepulturas o Poopó, donde se habían instalado ingenios
aprovechando el curso de los ríos. Este movimiento del mineral dinamizaba la relación
entre la villa y el área rural, y creaba opciones para que los indígenas de los
corregimientos de Paria y Carangas se movilizaran a Oruro para trabajar en las minas o
para transportar el mineral en sus llamas.
26 Al mismo tiempo, la presencia de una economía rural basada en el pastoreo y la
complejidad del uso agrícola de una tierra árida, salitrosa y ubicada a una gran altitud
hacía indispensable un sistema de tenencia de la tierra en el cual primaran las relaciones
andinas tradicionales.25 Es muy probable que ésta haya sido una de las razones principales
para que el sistema de haciendas no penetrara en la región de Oruro, con excepción de
algunas estancias ubicadas al noreste de la villa, sobre el camino entre Oruro y
Cochabamba.
27 Las comunidades y ayllus de Oruro, Paria y Carangas fueron, por lo tanto, unidades
fuertemente estructuradas y a la vez muy dinámicas. A lo largo del tiempo establecieron
33

estrategias económicas que articulaban la producción de papa y quinua, la crianza de


ganado camélido y lanar, la actividad textil y la participación en actividades de transporte
e intercambio, parte del cual era realizado con las tierras de valle pertenecientes a las
mismas comunidades.
28 Fernando Cajías, al tratar el tema de la tenencia de la tierra en los partidos de Paria y
Carangas, establece las siguientes características:
• Preponderancia de tierras de comunidad sobre tierras de hacienda. En el partido de
Carangas no existían haciendas, porque todas las tierras de los carangas habían sido
incorporadas a la corona. En el partido de Paria había algunas haciendas en la región de
Huari y Urmiri, el resto del territorio era ocupado por las comunidades. Únicamente en el
partido de Oruro, en los pueblos de Paria, Sepulturas y Sorasora, 26 las haciendas y estancias
ganaderas eran mayoría.
• La existencia de comunidades y ayllus con una mayoría de población tributaria
perteneciente a la clase de originarios. Algunos repartimientos, como Toledo, no tenían
forasteros. Una excepción era Poopó, que contaba con más forasteros que originarios. Para
1785, el porcentaje de forasteros llegaba únicamente al 23,14% de la población de tributarios,
diferenciándose de otras regiones donde ya a fines del siglo XVIII la mayoría de la población
tributaria, hasta casi el 90%, pertenecía a la clase de los forasteros. 27
• La persistencia de un control vertical sobre las tierras de valle, sobre todo hacia los valles
orientales. Para el siglo XVIII los pueblos de Carangas habían perdido ya el control de los
valles de la costa debido al avance de hacendados de Arica y también habían perdido el
acceso a los valles de Tarija; sin embargo, los ayllus de este partido y los de Paria mantenían
aún enclaves en los valles de Cochabamba y Pocpo, en Chuquisaca.
• Las comunidades y ayllus mantenían la división dual en parcialidades de Urinsaya y
Anansaya, estableciéndose una jerarquía entre ellas. Por lo general, la parcialidad de
Anansaya, o “de arriba”, tenía preeminencia frente a la de Urinsaya, o “de abajo”.
• El grupo étnico y tributario de los urus había perdido fuerza y población. De acuerdo con
Cajías, se los definía como indios que vivían de la pesca en las cercanías de ríos y lagos, y que
pagaban un tributo bajo debido a su pobreza. Podían tener tierras, pero eran las más pobres
de la región y estaban sometidas a inundaciones.28
29 La altitud y la sequedad del clima dificultaban la subsistencia de la población rural
dedicada a la agricultura y el pastoreo. Así, en 1795 se presentó una solicitud del
protector de naturales del partido de Paria, a nombre de los jilaqatas de los ayllus
Tapacarí, Carangas, Pacajes, Taraco y Mojón de Oruro –región de Poopó–, solicitando que
se averigüe la veracidad de la pobreza de los indios de estos ayllus, “la notoria pobreza y
miserable constitución en que se hallan en los actuales tiempos calamitosos los indios de
los cinco ayllus referidos”.29 Para ello presentaban un cuestionario que debían responder
los testigos. El cuestionario giraba en torno a temas como los siguientes: la crisis de la
minería y la imposibilidad de que los miembros de los ayllus trabajen en ella, la forma en
que esta crisis había afectado también al comercio del pueblo, la escasez de tierras aptas
para el cultivo, y finalmente “que los últimos años anteriores experimentaron total ruina
en sus cortas sementeras de papas, y cebadas por la escasez de lluvias, porque no
producen otra cosa las áridas e infructíferas tierras que poseen, lo que motivó la
desgracia de que no tuviesen ni aun que comer, y pereciesen por falta de pastos los pocos
corderos, ovejas y carneros de la tierra que crían”.30
30 A partir de 1800 y hasta 1805, la región en su conjunto tuvo que enfrentar una nueva
crisis, marcada por una sucesión de años de sequía que afectó las cosechas y el ganado,
34

generando hambrunas, miseria y peste en gran parte del Alto Perú. De acuerdo con
Enrique Tandeter, debido a la mortandad de la población pobre, sobre todo de los mitayos
en Potosí, muchos ingenios tuvieron que parar por falta de trabajadores y los azogueros
tuvieron que enfrentar la indisciplina de los mingas.31
31 La región de Oruro sufrió también el impacto de la crisis. La falta de agua perjudicó el
trabajo en los ingenios y, como consecuencia, también el trabajo en las minas, lo que
impidió que los indígenas que vendían su mano de obra de forma estacional consiguieran
trabajo y, por lo tanto, pudieran pagar el tributo. Los oficiales de las Cajas Reales de Oruro
describían la situación de la siguiente manera:
Son constantes las miserias y calamidad a que se halla reducido el partido de esta
villa. Detenido el curso de la minería por efecto de aquellas y cortísimo caudal de
los metales se hallan los indios tributarios sin destino en que poder adquirir lo
suficiente no solo para pagar sus tasas pero apenas para su propia conservación.
Con todos los forasteros en esta subdelegación los más van presionados de la
necesidad de ir a buscar su subsistencia a otras provincias resultando de aquí el
inconveniente para que el Subdelegado no pueda hacer el entero del tributo en el
tiempo prefinido...32
32 Según el expediente, para 1804 se había dejado de enterar 31.899 pesos 1/4 reales a la Real
Hacienda por parte de los subdelegados de los tres partidos de la región. Entre ellos, el
que debía menos era Tomás Barrón, subdelegado de la villa y de su partido, que tenía una
deuda de 3.758 pesos, mientras que el delegado de Paria, Juan Bautista Villegas, debía
17.521 pesos 7 reales y el de Carangas, Manuel María Garrón, 10.691 pesos 1 real.
33 Frente al intento por parte de las autoridades por cobrar el tributo, Tomás Barrón se
defendía explicando que la demora se debía a que gran parte de los tributarios, ante las
calamidades que enfrentaban, se había retirado a los valles donde pensaban encontrar
comida. Según Barrón, la situación era más difícil para los indios del partido de Oruro que
no poseían tierras y eran vagos y forasteros.
34 La explicación de Barrón fue confirmada por el cobrador de tributos de la doctrina de
Paria, don Miguel de las Rivas, quien relató la dificultad que tenía el cobrador del partido
de Oruro para cobrar a los indios vagos y forasteros que se movían constantemente hacia
las minas o los valles.
35 En otro expediente, procedente de Toledo, el cura vicario del pueblo, don Juan Manuel
Gaviño, mostraba también la situación del área rural en el caso específico de su pueblo.
Decía:
Certifico en cuanto puedo, y ha lugar en derecho a los señores que la presente
vieren que de cinco años a esta parte a causa de la esterilidad de los años, y falta de
azogues para el trabajo de las minas, y beneficio de sus metales en los ingenios se ha
notado generalmente, y con especialidad den los indios un doloroso atraso, y
miseria, reduciéndolos a la más triste constitución; pero sobre todo encarecimiento
en el presente año, que habiendo sido del todo escaso de aguas, y de frutos de la
tierra, sin recoger ni aun la necesaria semilla para el ulterior cultivo, y sembrado de
sus chacras, y la ninguna abundancia de los frutos de Castilla y subido precio de
ellos, por motivo de las cortas cosechas que han recogido en los valles; ha
aumentado la necesidad de los pobres indios, de modo que muchos han muerto, y
mueren de hambre: Agregase la peste devoradora que ha gravado en los valles, y
por estos lugares de la Puna que ha consumido mucha parte de la feligresía, y con
especialidad a los indios tributarios que se condujeron a los valles en busca de su
alimento, y al pueblo de Tarapacá con el corto comercio de unas cortas varas de
bayeta que es toda su industria y otros vagantes, y sin destino que han profligado
obstigados [sic] de la misma necesidad; de todos los que, o a lo menos de los más es
35

constante que han fallecido en dichos valles, y pueblo de Tarapacá, y muchísimos


que se han enterrado en esta parroquia con la común epidemia de que hasta el día
se halla infestado este pueblo; de tal manera, que me es constante que los
recaudadores del real tributo no han tenido a quienes exigir esta contribución, ni
ellos arbitrios para suplir el entero que tienen por el ultimo margesí, como suplían
antes en la mayor parte. Estoy igualmente informado de mis ayudantes, que con
motivo de las confesiones que han tenido a varias estancias, han visto lo exhausto
de gentes que se hallan, y las más tapiadas, y embarradas, y sin ganado alguno en
las campañas, pues la calamidades de los tiempos, ni aun a estos animales de las
crías de los indios, ha perdonado.33
36 Además de la inseguridad permanente frente a la sequía y la hambruna, y al pago
obligatorio del tributo, los indios originarios de los partidos de Paria y Carangas estaban
obligados a cumplir el turno de mitayos en las minas del Cerro Rico de Potosí. De acuerdo
con Enrique Tandeter, para 1780 el número de mitayos de Carangas era de 202 y el de
Paria, de 220, lo que daba una cantidad de 422 hombres que iban a la mita desde la región
de Oruro. Treinta años después, en 1802, el número de mitayos del partido de Paria y sus
caciques enteradores llegaba a 222, de acuerdo al siguiente resumen:

Cuadro N° 2. Envío de Indios a la mita. Partido ee Paria 1802


36

Fuente: AGN. Buenos Aires. Sala IX. Hacienda 1802. Legajo 110. Exp. 2833. 34-4-4.

37 El cuadro anterior muestra que, a pesar de la serie de problemas que enfrentaba la


población indígena para pagar el tributo y cumplir la mita, la corona no disminuyó las
exigencias, manteniendo el mismo número de tributarios y mitayos que antes de la crisis.
Luego de la supresión de la mita en 1812 y su reimplantación en 1815, las autoridades
étnicas se vieron en grandes dificultades para poder cumplir con el número de mitayos
exigidos. Finalmente, el servicio de la mita desapareció con la República.

El comercio
38 La ubicación de Oruro como punto de contacto entre los valles y la costa, así como entre
el Perú y Potosí, hacía de ella un centro comercial de primer orden. Ya desde el siglo XVI,
los trajinantes y comerciantes de todo tipo de productos confluían en Oruro dinamizando
la actividad de la villa y sus alrededores. Además, la presencia de población minera hacía
que el comercio de ciertos productos como la coca y el aguardiente tuvieran un buen
mercado tanto en la villa como en los pueblos de Toledo y Challapata, lugares donde se
organizaron ferias que congregaban a miles de personas.
39 Fernando Cajías, en su libro sobre la sublevación de 1781, realiza una radiografía de la
situación del comercio y los comerciantes en Oruro en la etapa previa a la sublevación.
Distingue inicialmente a un pequeño grupo de grandes comerciantes de origen europeo,
dedicados al rescate de mineral y a dar crédito a los mineros para la compra de azogue,
actividades que los convirtieron en uno de los grupos de poder de la villa; otro sector
estaba conformado por comerciantes de origen vasco, que, a diferencia de los anteriores,
se dedicaban al comercio en la ruta Oruro-Potosí-Buenos Aires. Tanto su actividad como
su procedencia permitieron a este grupo adquirir el poder político, lo que los llevó a
participar en la sublevación en contra de los mineros criollos.
40 El éxito de los comerciantes españoles y su arrogancia provocaba descontento entre los
criollos y mestizos, que eran deudores suyos. Era común que los trataran de “judíos” y
que los acusaran de robarles su dinero. Esta tensión se manifestó durante la sublevación,
cuando la plebe atacó de forma implacable a los comerciantes europeos. 34 Luego de la
sublevación, el comercio sufrió también las consecuencias de la crisis general en la
región.
41 A la par que este gran comercio, dirigido por europeos y criollos, se desarrollaba también
en Oruro un amplio mercado de productos alimenticios que articulaba el espacio
comprendido desde el sur del virreinato peruano hasta Tucumán, y desde la costa del
37

Pacífico hasta los valles de Cochabamba. Liliana Lewinski, en su artículo sobre el comercio
en la Cancha de Oruro,35 dice sobre este nivel de comercio: “Las plazas de venta de Oruro
eran, como en otras ciudades del mundo colonial español, la conjunción de varios
espacios: el geográfico, el social, el político y el económico. Espacios que variaban a
menudo en función y significación y resultaban tan cambiantes como la multitud de
actores que se movían en ellos”. La anterior cita da cuenta del dinamismo del mercado,
donde compradores y vendedores de todos los grupos sociales convergían y se
relacionaban.
42 A partir del análisis de los registros de las operaciones comerciales en la Corpa Cancha, o la
casa de abasto controlada por el cabildo, correspondientes a los años 1803 y 1812,
Lewinski explica el comportamiento del comercio mayorista y minorista de los productos
alimenticios o de “primera necesidad”.36 Entre ellos se hallaban cereales, harinas,
tubérculos, verduras, frutas, volátiles y pescados, además de otros productos
considerados “de lujo” como el azúcar, el ají y los dulces. El origen de los mismos era
variado, pero se circunscribía al territorio de la Audiencia y la costa peruana. 37
43 A partir del análisis de dos años, caracterizados el de 1803 por el inicio de la gran sequía, y
el de 1812 por la guerra, Lewinski demuestra las características principales de este
mercado, resumidas en los siguientes puntos:
• Mayor dependencia de la coyuntura del momento para el comercio de cereales que para
otros productos perecederos como la verdura y la carne.
• Dependencia de la producción de Cochabamba y de los valles paceños sobre todo para los
cereales, frutas y hortalizas.
• Relación directa con los ciclos anuales de producción para la determinación de la cantidad y
el precio de los productos.
• Existencia de muchos comerciantes que llevan pocas partidas anuales, lo que lleva a
Lewinski a establecer que se trata de una plaza comercial atomizada.
• Apoyo de la corona a un sistema de intermediarios y creación de una casa de abastos donde
se deberían realizar las ventas mayoristas en la ciudad para su posterior reventa.
• Realización de gran parte del comercio de productos alimenticios por parte de indígenas, y
no así de criollos o mestizos.
• Existencia de una jerarquización de los indios comerciantes, siendo los más importantes los
harineros provenientes de Cochabamba y Paria.
• Formación de gremios de proveedores con sus propias autoridades, encargadas de establecer
las relaciones con el cabildo.
• Presencia de un “triple intercambio”: de productos, de información y de servicios, que
permitía a los proveedores indios conocer la dinámica de los precios de una forma rápida y
ejecutiva.
• Uso tradicional del regateo y el ruego como estrategia para fijar los precios.
44 La villa de Oruro no era el único centro comercial importante. Otros puntos como Toledo
y Challapata se convirtieron en centros de ferias y mercados por donde pasaban los
productos de oeste a este y de norte a sur. En la plaza y aduana de Toledo se comerciaba
sobre todo con artículos procedentes de Moquegua y Locumba –ají, algodón y vino,
fundamentalmente–, productos que se dirigían a Oruro y La Paz;38 por su lado, en
Challapata se comercializaba la coca yungueña que era enviada posteriormente a Potosí y
Salta, y también las recuas de muías que, procedentes de Tucumán, eran llevadas para su
venta definitiva en el altiplano norte y el Bajo Perú.
38

45 Otra forma de intercambio fue la del trueque, que era llevado a cabo fundamentalmente
por los indios de las comunidades orureñas. Uno de los sistemas más tradicionales era el
trajín de la sal, mediante el cual los trajinantes llameros recolectaban sal en el salar de
Uyuni y otros lugares, y la transportaban en sus animales hasta los valles, donde la
intercambiaban por maíz. Este sistema mantenía las redes de intercambio y reciprocidad
ligadas al control de pisos ecológicos.39
46 Finalmente, es importante señalar una última forma de intercambio: la de los textiles. No
queda claro cómo ingresaban estos textiles al mercado de intercambio; sin embargo, en
documentos posteriores se ve que la gran mayoría de las mujeres de la región se
especializaban en el hilado y la manufactura de textiles, no sólo para el consumo de su
propia familia, sino también para conseguir un excedente con el que posiblemente
pagaban parte del tributo.

El impacto de la guerra
47 La militarización del territorio, el paso constante de los ejércitos, la recluta obligada, el
cobro de impuestos forzosos, la demanda de alimento para los soldados y los animales del
ejército, entre otras causas, provocaron una crisis general en toda la región de Oruro. La
minería, la agricultura y el comercio se desplomaron, lo que generó una situación de
decadencia. Esta fue descrita en términos catastróficos por varios testigos que vivieron o
pasaron por Oruro durante los primeros años de la República.
48 Joseph Pentland, un inglés que llegó a Bolivia en 1826, enviado por su gobierno para
analizar las posibilidades de inversión que ofrecía el nuevo país, informó lacónicamente
sobre la situación de la ciudad de Oruro: “La población no pasa de 4.600 almas y ha
disminuido progresivamente con la prosperidad decreciente de las minas que lo rodean y
por los efectos de la Revolución”.40
49 Respecto a la minería y el distrito mineral de Oruro, es mucho más explícito. Escribe: “Las
minas de Oruro están ahora abandonadas; empezaron a decaer antes de la Revolución,
cuando en muchas de ellas se penetró bajo el nivel del plano circundante, y se inundaron
y fue imposible drenarlas por medio de socavones”.41
50 Cuatro años después, un autor criollo, que firma con el pseudónimo de El Aldeano, 42 es
mucho más dramático al describir la situación de Oruro. Escribe:
¿Qué diremos ahora del de Oruro? Me causa un dolor siquiera el bosquejo de la
situación. La ciudad capital es un retrato de las ruinas de Palmira. No se registran
en ella sino los escombros de sus ruinas en todas partes. Le vive sólo el corazón pero
están muertos todos sus miembros. Son tan pocos sus habitantes que al ver trajinar
las calles algunos de ellos, puede decir cualquiera que ellos han quedado para la
destrucción de la ciudad, como aquellos fanáticos de Moscovia cuando entró
Bonaparte en esta capital.43
51 La crisis era tan aguda y se manifestaba en tantos aspectos que El Aldeano, dentro de su
dolor, se preguntó sobre las causas del despoblamiento de la ciudad: “¿Y qué es esto sino
que faltan allí subsistencias? Nadie se destierra de su país nativo sino porque él no presta
recursos a la vida”.44
52 El Aldeano había vivido el impacto de la guerra en carne propia. En su Bosquejo no sólo
teorizaba acerca del mismo, sino que exponía también su propia vivencia. Según él, el
conflicto había sido desastroso para toda la región. Escribía: “Entra la guerra y todo queda
39

sino aniquilado, destruido en gran parte. Haciendas ha habido que de diez a doce mil
cabezas de ganado lanar al fin de la revolución han venido a reunir una sexta u octava
parte”.45
53 A pesar de haberse demostrado que el inicio de la crisis de Oruro fue anterior a la guerra,
El Aldeano tiene una visión diferente. Los recuerdos de su juventud en Oruro muestran
más bien una región rica y llena de posibilidades, tal como la describe en el siguiente
párrafo:
Este mismo Oruro ha sido antes una villa bien deliciosa y abundante. Su minería
estaba en un estado medio, su plaza no envidiaba a ninguna otra de la República.
Tiene este pueblo en toda su comarca muchas y muy grandes haciendas de puna.
Todas las producciones de éstas, pero principalmente la cebada tenía allí un
consumo muy activo a causa de su comercio. Situada la ciudad sobre un tránsito
necesario a todas direcciones, era como un receptáculo y un almacén de todas las
producciones peruanas y de los departamentos de La Paz y Cochabamba. Allí era la
primera tablada de las tropas de bagaje mayor y menor que salían de las provincias
argentinas. Y por todos estos hechos, allí era el mercado donde se consumían las
producciones de las provincias que les estaban subordinadas (...)”. 46
54 A diferencia de Pentland, que consideraba fundamentalmente a la situación de la minería
como la causa central de la decadencia de Oruro, El Aldeano, con una visión más criolla y
local, daba más importancia a otros sectores productivos como el de los textiles y, con
mayor profundidad, al comercio y al mercado interno. Estos eran, en última instancia, los
que sufrían las consecuencias no sólo de la guerra, sino también de las políticas
económicas de inicios de la República, que favorecían el mercado libre extranjero en
detrimento de la producción local y que El Aldeano consideraba erradas. En una posición
de defensa del proteccionismo, El Aldeano reflexionaba con relación al comercio orureño:
El departamento de Oruro que es el que más consume las producciones del de
Cochabamba hacía consistir la parte más principal de sus productos en metales, en
bayetas y cordellate, en lana, en carnes saladas y otras frioleras. Con estos
productos en parte a falta de moneda extraía de aquel departamento todo el maíz y
trigo, y toda la harina que necesitaba para su consumo. Hemos visto que en el
tiempo presente sus mercancías se hallan envilecidas, sabemos que la minería está
en decadencia, veremos en adelante que el ganado y las lanas están no menos
decadentes. ¿Con qué irán a comprar, o cambiar sus habitantes las producciones del
de Cochabamba, o con qué las comprarán a los propios productores cuando ellos
mismos las llevan a sus pueblos? Compran siempre, es cierto, pero poco a
proporción de sus facultades. Antes, un indígena jamás dejaba de tener su maíz, su
trigo y sus harinas para el sustento diario (...) Todo el trabajo consistía en hilar,
tejer y cuidar del ganado. Pero hoy marchan los infelices indígenas a todas las
provincias, cantones y aldeas del departamento de Cochabamba. 47
55 El impacto de la crisis de la producción y el comercio era fuerte en el agro orureño. Se
había restringido el intercambio de textiles con los productos agrícolas de Cochabamba,
lo que debilitó la estrategia indígena de contar con productos de diversas regiones
ecológicas. Esto promovió, por el contrario, la migración hacia los valles.
56 Prácticamente al mismo tiempo en que El Aldeano escribía su Bosquejo, llegó a la región de
Oruro el célebre viajero Alcide D’Orbigny, en camino hacia La Paz. Su visión de la ciudad,
descrita en su libro Viaje a la América meridional, confirma la visión tanto de Pentland como
de El Aldeano. D’Orbigny relata sus impresiones sobre Oruro de una manera casi
fotográfica. Escribe:
Cuando me acercaba a Oruro, me chocaron el aspecto miserable de esta ciudad y la
gran cantidad de moradas en ruinas que allí se veían por doquier. Se la hubiera
40

creído abandonada, a tal punto son allí raros los habitantes. En efecto había pasado
por dos calles bordeadas de edificios semiderruidos sin ver a nadie. Al fin encontré
algunas casas habitadas y pude hallar un albergue.48
57 Sin embargo, a diferencia de Pentland, que atribuía la decadencia de la ciudad a la crisis
de la minería, y de El Aldeano, que daba mayor peso a la guerra, para D’Orbigny el
problema era estructural y se debía a la condición de Oruro como ciudad minera: de
acuerdo con el viajero:
La riqueza que una ciudad debe a sus recursos agrícolas o a su industria es
permanente y tiende a aumentar siempre por las mejoras sucesivas que traen la
experiencia y los nuevos descubrimientos. Semejante a la suerte en el juego, la
riqueza que solo proviene de la explotación de las minas es muy efímera. En efecto,
en cuanto el suelo deja de producir extraordinariamente, la mayor miseria viene de
inmediato a reemplazar a la opulencia.49
58 De acuerdo con El Aldeano y con D’Orbigny, el impacto de la guerra había sido menor en
el área rural que en la ciudad de Oruro. El primero relata, por ejemplo, la migración de
varios hacendados –y probablemente de él mismo– a sus haciendas, dejando la ciudad
prácticamente abandonada; mientras que el segundo describe de una manera tan
dramática su impresión sobre el ingreso a la ciudad que se puede deducir que en el área
rural la situación era algo mejor. Esto puede confirmarse con algunos datos demográficos
que consignan en las fuentes una población de alrededor de 5.000 almas en la ciudad,
mientras que las provincias y cantones superaban con creces esa cifra. Según D’Orbigny,
la población total de todo el departamento era de 113.064 habitantes, mientras que el
censo citado en un informe oficial de 1831 hablaba únicamente de 62.015. 50
59 El anterior informe, realizado por Manuel Eusebio Ruiz y que consta de seis folios, es una
fuente fundamental para conocer la situación del departamento de Oruro luego de la
guerra y, como consecuencia, para medir el impacto de la misma. Ruiz coincide con los
anteriores autores al describir el estado ruinoso del departamento, tanto en el comercio,
que se había centrado exclusivamente en la exportación de chalona, azufre y estaño;
mientras que importaba muchos productos que antes producía, como en la industria, que
había caído en estado total de decadencia, sobre todo en el ramo textil. Sin embargo, su
posición era mucho más optimista al presentar opciones desde el Estado para fomentar el
desarrollo de la región. Para Ruiz era posible, por ejemplo, promover nuevamente la
industria textil:
Restablecidas las fabricas en Paria y Poopó, sea por el gobierno, o por empresarios
no solo convalecerán el departamento, sino que los caudales que llevan al Cuzco,
rotarían en Bolivia aumentándose sus fondos porque su consumo extinguiría la
internación de más de veinte peceras anuales que se introducen de aquel Estado, y
se emplearían una porción de brazos en este trabajo que por falta de ocupación se
hallan en la miseria y entregados a los vicios, que viendo consiguientes a las
ociosidad causan tantos males a la sociedad.51
60 Ruiz veía también opciones económicas en algunas actividades llevadas a cabo por la
población indígena, tales como la siembra de la cebada, la elaboración de chuño a partir
de papas amargas, el cultivo de la quinua en la región de Carangas o el comercio o
intercambio de la sal, además de la elaboración de alfombras y frazadas.
61 Para los testigos de aquel entonces, el recuerdo de una época de oro en la historia de
Oruro y los mitos sobre la riqueza argentífera de la región contrastaban con la miseria y
el abandono que se vivía en ese momento. Si bien todos reconocían que una de las causas
de la decadencia de Oruro era el empobrecimiento de la minería y la inundación de sus
41

minas, era más fuerte en la memoria de la población el impacto de los conflictos sociales y
políticos que había vivido la región, inicialmente con la sublevación criollo-indígena de
1781 y, posteriormente, con el proceso de la Guerra de la Independencia. Es muy probable
que en la memoria de los orureños las imágenes de las tropas cruzando su territorio o las
de los reclutadores persiguiendo a los comunarios tuvieran mayor impacto que las de las
minas inundadas o abandonadas.

NOTAS
1. Adolfo Mier. Noticias y proceso de la Villa de San Felipe de Austria la Real de Oruro. Tomo I y II. IFEA,
IEB, ASD1. 2006. p. 39.
2. José María Dalence, Bosquejo estadístico de Bolivia. (1851) 1975. Universidad Mayor de San
Andrés. La Paz, Bolivia. p. 40.
3. Dalence, op cit. p. 41. Lo que no fue tomado en cuenta por Dalence fue la gran cantidad de
líquido que se perdía por evaporación, en una región donde la radiación solar es extrema; por
otro lado, se sabe hoy que el río Lakajawira, que lleva agua desde el Poopó al lago Coipasa, es un
río intermitente en el que parte del cauce es subterráneo.
4. Dalence, op. cit. p. 161.
5. Este era por ejemplo el caso de los indios de Culta que pagaban tributo en I Huari y Challapata.
Sobre el tema, ver Fernando Cajías de la Vega: Oruro 1781: sublevación de indios y rebelión criolla. I
FEA, EIB, ASDI. (Tomo 1. pp. 60-61).
6. Por ejemplo, los indios de Pocpo y Milloma, de la región de Yamparácz (al este de Chuqui-saca),
pagaban tributo en Condo Condo y los indios de Sicaya, quebrada de Arque (Cocha-bamba), lo
hacían en Toledo y Challacollo. (Cajías: Oruro... pp. 63-64).
7. Dalence, op. cit. pp. 164-165.
8. Datos utilizados por Cajías, op. cit. pp. 85-87.
9. Op cit. pp. 163-164.
10. Cajías, op. cit. p. 91.
11. Los últimos estudios sobre la región llevados a cabo por el Instituto de Investigaciones en
Arqueología y Antropología de la UMSA han demostrado la existencia de muchos centros
poblados en la región de Oruro, que van desde el formativo hasta la etapa inca.
12. Mercedes del Río sostiene en su libro Etnicidad, territorialidad y colonialismo en los Andes.
Tradición y cambio entre los soras de los siglos XVI y XVII. IFEA, IEB, ASDI. La Paz, 2006, que es muy
probable que este último grupo, el de los soras, haya estado constituido, más bien, por mitimaes
incaicos ubicados en ese lugar por el Inca, con el objetivo de asentar su poder y dominio sobre la
región. pp. 66-78.
13. Sobre la historia temprana de la región ver el artículo de Zenobio Calisaya Velásquez: “Vida y
milagros de la Villa de San Felipe de Austria. Ensayo histórico antropológico”, en varios autores,
Ensayos históricos sobre Oruro. IEB-ASDI. 2006. pp. 69-144. También el libro de Marcos Beltrán Avila
Capítulos de la historia colonial de Oruro. IFEA, IEB, ASDI. (1925) 2006. pp. 169-173.
14. Concolorcorvo. El lazarillo de ciegos caminantes. Biblioteca de Presencia, cuaderno N° 11. La Paz.
1978. pp. 7-8.
15. Op. cit. p. 8.
16. Id. p. 9.
42

17. Fernando Cajías de la Vega. Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión criolla. Tomo 1. IEB-ASDI-
IFEA. La Paz. 2004. p. 231.
18. Fernando Cajías, op. cit. p. 232.
19. Op. cit. p. 239.
20. María Concepción Gavira Márquez, Historia de una crisis: la minería en Oruro afines del periodo
colonial. IFEA, IEB, ASDI. La Paz. 2006. p. 72.
21. Gavira, op. cit. p. 79.
22. AGI. Charcas 583. Informe de los oficiales reales al Presidente de la Audiencia de Charcas.
Oruro. 1804. Citado por María Concepción Gavira, op. cit. pp. 82-83.
23. AJP. Minas 1700-1825. Año 1811. Citado por Gavira. p. 91.
24. Escribe José María Dalence sobre la producción agropecuaria de Oruro: “Como el territorio se
encuentra dividido en muchas heredades pequeñas, está bien cultivado y produce en bastante
copia los frutos de puna, como papas, quinua, cebada, cañagua, y algunas hortalizas; posee
bastante ganado ovino de lana fina, y algún vacuno; los pastos consisten en la grama dulce y
algunos salicores que engordan al ganado, comunicando a su carne gusto muy sabroso, por cuyo
motivo ésta y sus quesos llamados comúnmente quesos de Paria, son estimados entre nosotros
(...)”. p. 162.
25. Entre ellas debemos citar el uso comunitario de los bofedales y pastos, la agricultura de ladera
y el uso de una rotación de cultivos y de descanso organizado por la misma comunidad, llamado
sistema de ainoqa.
26. AGN. Buenos Aires. Padrón de Oruro. 1786.
27. Fernando Cajías, op. cit. p. 77. El aumento de los forasteros con relación al de los originarios
puede deberse tanto a un proceso de migración minera como a la política de división de la tierra
entre los hijos.
28. Id. p. 71.
29. ABNB. EC. 1796. N° 68. Sobre la pobreza de cinco ayllus: Tapacarí, Carangas, Pacajes, Taraco y
Mojón de Oruro. fs. 14.
30. Doc cit. fs. 14v. 12 de octubre de 1795.
31. Enrique Tandeter. Coacción y mercado. La minería de la plata en el Potosí colonial. 1692-1826. Centro
Bartolomé de las Casas. Cusco. 1992. pp. 265-267.
32. AGN. Buenos Aires. 1805. Hacienda. Leg 123 Exp. 3104. sala IX 34.6.1. Contra el subdelegado de
Oruro por no haber enterado en Cajas Reales los tributos de su cargo.
33. ABNB. EC. 198. 1804. fs. 6v-7r. Informe de don Juan Manuel Gaviño Rojas y Argandeña, cura de
Toledo, sobre que la peste que aqueja a esta región no permite la normal contribución de los
tributos.
34. Cajías, op. cit. p. 319.
35. Liliana Lewinski: “Una plaza de venta atomizada: la Cancha de Oruro, 1803 y 1812”, enOlivia
Harris, Brooke Larson, Enrique Tandeter, La participación indígena en los mercados surandinos. Ceres.
1987. pp. 445-467.
36. Lewinski, op. cit. p. 446.
37. Lewinski establece el siguiente origen de los productos. Cereales: Cochabamba, Carangas,
Challacollo, alrededores de Oruro. Frutas: Luribay, Cochabamba, costa del Perú, Yungas, Sica Sica.
Verduras: Cochabamba, Luribay, Paria, Chayanta, Carangas, Toledo, Sica Sica, Yungas. Pescado
fresco: Paria. Pescado seco: costa peruana. Aves: Cochabamba. Op. cit. p. 448.
38. AGN. Lima. Cajas Reales de Oruro. 1810-1814.
39. El sistema de intercambio de sal por maíz subsiste hasta la actualidad articulando los espacios
de altiplano y valles de los antiguos señoríos. Sobre este tema es importante el audiovisual
realizado por Ramiro Molina Rivero: El llamero y la sal.
40. Joseph B. Pentland, Informe sobre Bolivia. 1826. Casa de la Moneda. Potosí. 1975. p. 56.
43

41. Pentland, op. cit. p. 71. El autor presenta una explicación técnica complementaria que dice:
“La gran profundidad a la que han penetrado las mejores minas de Oruro, por debajo del nivel del
Desaguadero, hace que sea imposible drenarlas por medio de socavones. Pueden introducirse
bombas que podrían lograr el propósito y procurar trabajarse muchas de las vetas más ricas y
convertir las minas de Oruro nuevamente en productivas; pero en ningún lugar hay menos
capital que en Oruro y es probable, en cuanto se refiere a sus habitantes, que las minas
permanezcan largo tiempo en el actual estado de abandono”, pp. 71-72.
42. Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de Bolivia con sus resultados, presentado al
examen de la Nación por un Aldeano hijo de ella. Año de 1830. Ana María Lema Coord. Plural-Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación. La Paz. 1994. Existe un debate acerca de la verdadera
identidad de El Aldeano. El ensayo realizado en la misma edición por María Luisa Soux, luego de
analizar muchas opciones, llega a ciertas hipótesis sobre su identidad, presentando algunas
posibilidades entre las que se halla la de José María Dalence. Raúl Calderón Jemio, a partir de
nuevas fuentes, apoyó posteriormente esta hipótesis.
43. El Aldeano, op. cit. p. 77.
44. Op. cit. p. 78. Si se confirma a José María Dalence como el verdadero nombre de F.l Aldeano,
sería él mismo uno de estos desterrados de su país nativo. Dalence fue subdelegado y miembro
del Cabildo de Oruro durante el proceso de independencia, delegado a la Asamblea Constituyente
de 1826 representando a Oruro y fue también prefecto del departamento.
45. Op. cit. p. 29.
46. Op. cit. p. 78.
47. Op. cit. pp 26-27.
48. Alcide D’Orbigny, Viaje a la América meridional. Tomo IV. Plural. La Paz. 2002. p. 1655.
49. Alcides D’Orbigny, op. cit. p. 1656. Continuaba sobre este tema diciendo: “Solamente la
concupiscencia de los hombres podía desafiar todas las inclemencias de ese suelo helado de las
llanuras de Oruro y sugerirles la idea de fundar allí una ciudad. Esta prosperó mientras las minas
produjeron grandes riquezas; pero apenas la plata dejó de abundar, cayó para siempre en una
profunda miseria”.
50. ABNB. MI. T. 17 N° 9. 24-06-1831. Demostración del estado de este departamento en sus
respectivos ramos. La diferencia en el cálculo de la población entre ambas fuentes es explicada de
la siguiente manera: pudiendo asegurarse con certeza que su población es mayor que la indicada;
porque como juzgan en los pueblos que los censos se forman con el objeto de imponer
contribuciones o de alistar hombres para el ejercito, rehusan ser empadronados y se ocultan otro
tanto sucede con la formación de la estadística que temerosos los propietarios de ser gravados
con contribuciones, niegan el valor efectivo de sus fincas, y propiedades disminuyéndolo hasta el
último grado, de modo que para que se realice una estadística exacta, es necesario una comisión
especial en cada provincia o departamento que registrando las escrituras y posesiones se
determine el verdadero valor de ellas, s/f.
51. ABNB. Demostración del estado... s/f.
44

Capítulo 2. Oruro, un espacio de


conflicto

1 La situación geográfica de Oruro como un punto de contacto entre la costa y los valles, y
entre el altiplano norte y sur, fue una de las causas para que, en su territorio, confluyan
las tensiones regionales, sociales y políticas. Así, Oruro se conformó a lo largo de la
historia como una región que recibió las influencias de movimientos sociales y políticos
de otras regiones; se constituyó de esta manera en un centro donde los conflictos se
complejizaron, de esta forma, se presentaron posturas y bandos múltiples. A lo largo del
tiempo de estudio, encontramos una serie de formas complejas de participación o rechazo
frente a conflictos que, habiendo surgido en otras regiones, se encontraron y cruzaron en
Oruro.
2 En este capítulo se describirá de una forma cronológica los acontecimientos que se dieron
en Oruro entre 1809 y 1825, es decir, en el contexto de lo que se ha llamado la Guerra de la
Independencia. La opción para presentar una sucesión descriptiva y cronológica se basa
en la necesidad de conocer los acontecimientos que se sucedieron en la villa y sus
provincias de una manera lo más organizada posible para así ubicarnos correctamente en
el tiempo y el espacio, y poder desarrollar en los siguientes capítulos las otras
perspectivas de análisis. Durante una etapa histórica en la que los momentos y los hechos
se entrecruzan, es fundamental ordenarlos de la forma más estricta posible, ya que sino
se puede correr el riesgo de dejar de lado acontecimientos locales que aparentemente no
tendrían una mayor trascendencia, pero que al momento de analizar otras perspectivas
aparecen como detalles importantes. De esta manera, el relato se iniciará en el contexto
de 1809 y concluirá con el fin de la guerra.

Oruro frente a los movimientos juntistas


3 Las pérdidas de la sublevación de 1781, la prisión de una parte importante de la élite
minera de la villa y otras causas técnicas como la inundación de gran parte de las minas
provocaron en la región una gran crisis económica.1 Esta se vio agravada a inicios del
siglo XIX por la sequía y la peste de 1804 y 1805, que generó carestía en todo el altiplano y
recrudeció especialmente en las regiones de Potosí y Oruro.2 Los caciques y cobradores en
45

los partidos de Oruro, Paria y Carangas llegaron a solicitar que se tome en cuenta la difícil
situación de los indios, justificando de esa manera la imposibilidad de cobrar el tributo.
En la ciudad aún quedaba el recuerdo de la revuelta criolla e indígena de 1781 y la
represión que había caído sobre algunos de los más importantes patricios de la ciudad,
como los hermanos Rodríguez.3
4 Fue en este contexto que se produjo el movimiento juntista del 25 de mayo en La Plata o
Chuquisaca, la capital de la Audiencia, que a nombre de Fernando VII reasumió la
soberanía y depuso a las principales autoridades, oponiéndose a una supuesta
confabulación de las autoridades de la Audiencia y el virreinato de entregar los territorios
americanos a la princesa Carlota Joaquina, de Portugal, que se encontraba en el Brasil. 4
5 El 24 de junio, la Audiencia rebelde desde Chuquisaca envió a Oruro un oficio en el que
solicitaba que los ministros de Cajas Reales de la ciudad remitiesen a La Plata todo el
caudal disponible; pero los ministros respondieron que ya habían enviado el caudal a
Potosí para mandarlo luego a Buenos Aires. Unos días después, la Audiencia envió otro
auto a las ciudades de Oruro, Tomina y Cochabamba para que enviasen armas a La Plata y
dispusieron que fuera un delegado para recoger los fusiles de la guarnición de Oruro y
llevarlos a Cochabamba. Frente a esto, el Cabildo de Oruro solicitó a la Audiencia la
devolución de armas y municiones. Luego del movimiento de La Paz, el 16 de julio de
1809, la situación en Oruro se tornó más confusa. El intendente de Potosí, Francisco de
Paula Sanz, ofreció ayuda militar a Oruro frente al posible peligro subversivo de los
paceños, oferta que fue rechazada por el Cabildo, que prefería formar su propio sistema
de defensa. Frente a estas decisiones, la Audiencia negó la autorización al Cabildo orureño
para crear una guardia local o una milicia.
6 El apoyo del Cabildo de Oruro a la Audiencia rebelde no era compartido por los oficiales
de las Cajas Reales, que seguían dando pretextos para no enviar los caudales a La Plata;
esto motivó una dura carta por parte del asesor de la Audiencia, donde se los acusaba de
apoyar al intendente Sanz y su postura contraria a la Audiencia. Esta tensión acabó
aparentemente con la llegada del nuevo presidente de la Audiencia a Chuquisaca, Vicente
Nieto, quien logró controlar el levantamiento.
7 Como puede verse en los hechos anteriores, la respuesta de Oruro frente a los
movimientos juntistas no fue unánime en ninguno de los dos bandos. Así, mientras el
poder local –el Cabildo– apoyaba a la audiencia rebelde y buscaba crear un sistema de
defensa propio a través de la formación de una milicia, los oficiales reales, es decir, los
representantes de la autoridad central, se afiliaban al otro bando enviando los caudales a
Potosí.
8 Dentro de este contexto y en su calidad de villa de paso, se produjeron durante el año
1809 e inicios de 1810 dos hechos que en su momento pasaron desapercibidos, pero que
luego tuvieron repercusiones: el primero fue el apresamiento en una localidad cercana a
Oruro del mulato Francisco Ríos, alias El Quitacapas, quien era aparentemente un
emisario de los revolucionarios;5 el segundo fue el paso por Oruro de algunos alzados de
La Paz, que escapaban de la represión dirigida por Goyeneche, bajo órdenes del Virrey del
Perú.6
46

Tensión y revuelta indígena


9 En esta situación ambigua, un problema local empezó a preocupar a la población orureña.
Los indígenas del vecino pueblo de Toledo se sublevaron el 6 y 7 de noviembre en defensa
de su cacique don Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca, a quien las autoridades
locales habían obligado a renunciar. El caso fue elevado a la Audiencia por parte del
apoderado de los indígenas Silvestre Orgaz, quien solicitó se devolviera el cargo a
Titichoca, deponiendo al nuevo cacique don Domingo Cayoja. Si bien la asonada indígena
no salió en ese momento más allá del pueblo de Toledo, se presentaba en la región
nuevamente un problema político local que había sido común en el espacio andino desde
el siglo anterior, el de la deslegitimación de los caciques interinos y cobradores que
desplazaban a los caciques de sangre, pero que sumada a la tensión política podía ampliar
su impacto. Este hecho local se articulaba, a la vez, con el ambiente subversivo general y
la alianza de varios caudillos indígenas y mestizos que buscaban alcanzar sus propios
objetivos sociales y políticos.7
10 Mientras el pueblo de Toledo se mantenía rebelde, se produjo en la capital del virreinato
un hecho crucial. El Cabildo de Buenos Aires decidió romper con la Junta Central y crear
su propia Junta de Gobierno bajo el discurso de la soberanía popular. Este hecho cambió la
situación general. La tensión entre los dos virreinatos ya no se limitaba a un problema de
control territorial, se profundizaba con una opción política diferente. Las posiciones en el
Alto Perú se radicalizaron entre los grupos que apoyaban la Junta de Buenos Aires y que
posteriormente fueron planteando posiciones independentistas, y los que buscaban
seguir con la Junta Central en la Metrópoli y que se acercaron al virreinato peruano. El
presidente de la Audiencia de Charcas, Vicente Nieto, y el gobernador de Potosí, Francisco
de Paula Sanz, apoyaban la segunda posición y, en medio de una acción considerada ilegal
por los opositores, decidieron la reincorporación de la Audiencia al Virreinato del Perú. 8
Esto fue aprobado por el Cabildo de la ciudad de La Plata, que envió misivas al virrey del
Perú Fernando de Abascal,9 poniéndose luego a las órdenes del mismo.10
11 Poco después, con el afán de fortalecer su posición y evitar mayores conflictos en
Chuquisaca, Nieto envió presos y desterrados a los oidores participantes en el movimiento
del año anterior y al comandante de las milicias rebeldes de la ciudad, Juan Antonio
Álvarez de Arenales hacia otras ciudades del virreinato. El grupo pasó por Oruro y dejó en
la ciudad en calidad de residenciado al oidor don José Agustín de Usoz, mientras que el
oidor don José Vásquez Ballesteros y el fiscal de la Audiencia Miguel López Andreu
siguieron viaje hacia Arequipa, con muías entregadas por las Cajas Reales por orden
directa del mismo Nieto.11
12 Mientras tanto, el pueblo de Toledo, aparentemente cansado de esperar una respuesta de
la Audiencia a su solicitud del año anterior, se amotinó con Titichoca como su líder. 12
Posteriormente, a fines de julio de 1810 (30 y 31), los comunarios del pueblo de Toledo se
sublevaron nuevamente, lo que provocó terror entre las autoridades y la población de
Oruro, donde corrían rumores sobre una toma de la ciudad por parte de los indígenas,
dirigidos por sus alcaldes. El miedo, que se fortalecía con voces que decían que se iba a
matar a todos los de “cara blanca” y que la rebelión se había extendido a los partidos de
Paria y Carangas, se manifestó en la población, que presionó al Cabildo para que pidiera
ayuda a Cochabamba.13 El Cabildo, además de solicitar la ayuda exterior, ordenó, a través
47

de un bando, que todos los vecinos de la ciudad se presenten con sus armas para
organizar la defensa frente al ataque indígena.
13 Cochabamba, como respuesta al pedido del Cabildo orureño, envió un contingente de 300
hombres, dirigidos por Francisco del Rivero, Esteban Arze y Melchor Guzmán. Mientras
tanto, la conspiración que había tras la sublevación de Toledo fue descubierta y sus
principales cabecillas tuvieron que escapar.14

Cochabambinos y porteños
14 En el mes de agosto de 1810 aparecían contrapuestos dos intereses diferentes. Por un
lado, la Audiencia buscaba fortalecer su posición defensiva frente al avance porteño
convocando a la tropa y la guarnición de varias ciudades altope-ruanas; por el otro, la
ciudad de Oruro buscaba también organizar tropas, pero para defender la ciudad del
ataque indígena. Con este fin pidió a la Audiencia que la compañía de veteranos que iba de
La Paz a Chuquisaca se establezca en Oruro para garantizar la seguridad de los habitantes;
el pedido fue denegado por la Audiencia, pero sí se aceptó la presencia de las tropas que
había mandado a Oruro el Cabildo de Cochabamba.
15 A fines de agosto, las tropas de Cochabamba se hallaban ya en Oruro y ofrecían prestar
ayuda a los pueblos de la región, sin embargo, la sublevación indígena y el movimiento
rebelde de Toledo había entrado en una especie de tregua, posiblemente por el inminente
ingreso de las tropas de Buenos Aires y la persecución de los cabecillas 15.
16 A inicios de septiembre, Nieto ordenó al Cabildo de Oruro que una parte de la tropa que se
hallaba en la villa salga hacia Potosí, donde se iba reuniendo el ejército real para
enfrentarse a los porteños y esta orden fue transmitida a la tropa. El resultado llamó la
atención del Cabildo, pues se produjo una deserción general de las tropas de Cochabamba,
dejando al comandante Francisco del Rivero prácticamente solo. Aparentemente para
evitar problemas posteriores, Rivero solicitó al Cabildo que se le entregue un certificado
de la deserción de sus soldados y días después, el 10 de septiembre, solicitó retirarse a
Cochabamba, lo que fue aceptado. Cuatro días después la ciudad de Cochabamba, bajo la
dirección del mismo Rivero, declaró su adhesión a la Junta de Buenos Aires.
17 La repercusión del levantamiento cochabambino no se dejó esperar. Cuatro días después,
cuando ya se conocía en Oruro el movimiento, empezaron a llegar a la ciudad noticias
sobre la conformación de tropas virreinales en el Cusco y La Paz, y la reunión de éstas en
el Desaguadero, todo organizado por José Manuel de Goyeneche.16 En septiembre, ya
algunas tropas virreinales habían pasado por Oruro y se asentaban en Venta del Medio,
bajo la dirección de don Narciso Basagoitia, pero algunos soldados que habían llegado
enfermos se adjuntaron a la guarnición de Oruro, que estaba conformada en ese momento
solamente por 11 soldados.
18 El 6 de octubre de 1810, la ciudad de Oruro se rebeló bajo la dirección del propio
subdelegado del partido, don Tomás Barrón y del Cabildo de la ciudad, reconociendo a la
Junta de Buenos Aires y a la espera de la llegada de las tropas de Cochabamba que salían
hacia el altiplano para apoyar la llegada de los soldados porteños y controlar el avance de
las tropas virreinales que se iban concentrando en el Desaguadero.17 El 22 del mismo mes
arribaba a la ciudad la tropa de cochabambinos dirigida por Esteban Arze y Melchor
Guzmán Quitón, quienes impidieron la salida de los fondos de Real Hacienda hacia el Perú.
18 Por otro lado, el Cabildo de Oruro había ya organizado cuatro compañías de patricios
48

que se adjuntaron a las de Cochabamba, con lo que se llegaba a sumar unos 1.500
soldados.19 Como una muestra de su poder, Esteban Arze y Melchor Guzmán Quitón
enviaron al tesorero de la Caja Real preso a Cochabamba, junto con 12 varas de plata y
quedó como tesorero interino don Manuel Contreras.20
19 Durante octubre y noviembre, los cochabambinos, que ya controlaban la ciudad de Oruro,
empezaron a exigir la entrega de fondos de las Cajas Reales para el mantenimiento de la
tropa. La suma llegó a más de 10 mil pesos, contando dinero y joyas. El tenor de los oficios
explica en parte la actitud de las tropas de ocupación y el posterior comportamiento de la
población orureña frente a las tropas de Cochabamba. Dice uno de estos oficios firmado
por Melchor Guzmán Quitón: “Para las avilitaciones (sic) de mis tropas se exige que esa
Real Caxa me entregue un par de mil pesos que se enteraron de Poopó a buena cuenta y
bajo el recibo que corresponde, y por ello me dirijo al Ministerio de Vuesas Mercedes”. 21
Frente a estas exigencias, las Cajas Reales entregaron el dinero, pero cuidando de hacer
firmar los respectivos recibos.
20 Mientras esto ocurría en Oruro y sus alrededores, el ejército auxiliar argentino, dirigido
por Gonzáles Balcarce y Juan José Castelli, había ya ingresado al Alto Perú. Luego de ser
derrotado en Cotagaitia el 27 de octubre, se repuso en la batalla de Suipacha, el 7 de
noviembre, lo que le permitió entrar en Potosí el 10 del mismo mes y tomar el control de
todo el sur del Alto Perú.
21 En este momento la situación general presentaba las siguientes características: el sur, que
comprendía Potosí y Chuquisaca, se hallaba controlado por las tropas del ejército de
Buenos Aires; el centro, con Cochabamba y Oruro, bajo el control de las tropas de ambas
ciudades, que apoyaban a los porteños; mientras el norte, donde se encontraba La Paz, se
hallaba bajo la administración de las tropas del virrey del Perú, cuyo cuartel general se
encontraba en el pueblo de Viacha.
22 Sin conocer la derrota de Suipacha, el ejército virreinal había adelantado sus tropas con el
objetivo de retomar Oruro y ponerse en contacto con las del presidente de la Audiencia de
Charcas, Vicente Nieto. Con este objetivo se envió hacia la villa una tropa de expedición
dirigida por el coronel Fermín Piérola. Sabedores de este avance, los cochabambinos que
se hallaban en Oruro salieron con 2.000 soldados procedentes de ambas ciudades al
encuentro de esta expedición, a la cual se enfrentaron en las pampas de Aroma. La batalla
concluyó con el triunfo de las tropas insurgentes, abriendo de esa manera el camino del
ejército auxiliar porteño hasta la frontera del virreinato.22 El 27 de diciembre de 1810, la
vanguardia del mismo, que se hallaba bajo la dirección de Eustaquio Díaz Vélez, entró en
Oruro bajo la aparente aprobación del vecindario.23
23 A partir de entonces se empezaron a preparar en la ciudad todos los implementos
necesarios para la batalla definitiva que se daría entre el ejército porteño y el virreinal,
que se había establecido en el Desaguadero. Se ordenó a los caciques de Mohoza (La Paz) y
Arque (Cochabamba) que se encarguen de la provisión de cebada, que debían enviar al
punto de Calacoto (Pacajes); se pidió a las Cajas Reales que dieran resmas de papel sellado
de años anteriores para confeccionar cartuchos y se envió orden al subdelegado de Paria
para que decomisara en todo el partido las mulas y burros necesarios para el transporte.
24 Mientras tanto, el grueso del ejército dirigido por Castelli se iba acercando a Oruro,
acompañado por varios hacendados y vecinos de Potosí y Chuquisaca que habían tomado
esa opción,24 y también por huestes indígenas dirigidas por el escribano Juan Manuel de
Cáceres.25 Al paso de la tropa se fue comprando en los pueblos y postas diversos productos
49

necesarios para mantenerla. Así, por ejemplo, en el tambo de Peñas se compraron 72


quintales de cebada, 21 carneros y 3 reales de velas.26
25 Si las anteriores eran compras pequeñas, otras llegaban a miles de pesos, que debían ser
cancelados por la Caja Real de Oruro. Este fue el caso de la compra de 1.100 vacas y 200
ínulas que realizó el vocal de la Junta Gubernativa en Salta. El contrato de venta establecía
que, a excepción de un adelanto de 600 pesos que se daba en Salta, el saldo, que llegaba
casi a 11.000 pesos, debería ser cancelado al momento de la entrega en Oruro.
26 El 3 de abril Castelli, que se hallaba ya en Oruro con su tropa, firmó un manifiesto que
desconocía la autoridad del Virrey de Lima, no sólo en el territorio del Alto Perú, que
podría parecer lógico debido a su pertenencia al Virreinato del Río de la Plata, sino
también dentro de los límites del mismo Perú. Por otro lado, instigaba a los pueblos del
Perú a rebelarse.27 Este documento ha sido considerado por algunos historiadores que
analizan la Guerra de la Independencia como un acto radical e irresponsable por parte de
Castelli, que movió al virrey Abascal a tomar medidas más drásticas en el Alto Perú. 28 Se
puede comprobar que este manifiesto tuvo una amplia difusión. En la ciudad de Trujillo,
al norte del virreinato, se conoció el mismo, como puede mostrar un documento existente
en el archivo del Cabildo que toma una posición contraria al manifiesto. 29
27 El ejército porteño se preparaba en Laja, Tiwanaku y Guaqui para su en-frentamiento con
el ejército virreinal. Simultáneamente, en Oruro, donde se mantenía aún el centro de
abastecimiento, se recibían continuamente nuevos destacamentos y compañías que iban
consumiendo los bienes de la ciudad mientras se preparaban para seguir a Laja.
28 El 20 de junio de 1811 se produjo la derrota del ejército auxiliar de Buenos Aires en la
batalla de Guaqui. La descripción de la batalla, así como la responsabilidad de la derrota,
son temas que han sido abordados por muchos autores, pero la gran mayoría culpa de ella
a la falta de capacidad estratégica de Castelli.30 Luego de la batalla, las tropas y sus
dirigentes huyeron en desorden. De acuerdo con algunos autores, produjeron a su paso
“imponderables excesos de toda clase de gente, y en especial modo, con los indios,
saqueando sus casas, arrebatando sus bienes, sus ganados, sus comestibles, sus ropas,
dejando los pueblos y caminos talados”.31 El 24 de junio, Castelli y parte de su tropa
trataron de entrar en Oruro para refugiarse, pero fueron recibidos con una verdadera
asonada popular que impidió su ingreso, por lo que tuvieron que seguir hasta Macha, en
el norte de Potosí, donde establecieron su cuartel. Por su parte, el comandante de armas
de Oruro, don José Gascón, en vista de que la ciudad “se encuentra consternada por la
conmoción popular...”, solicitaba nuevamente tropas armadas a Cochabamba para
auxiliar a la villa.
29 Díaz Vélez y Viamont, junto con las divisiones que habían logrado salvar del desastre de
Guaqui, llegaron a Oruro pocos días después. Frente a la situación lamentable de su
ejército, Díaz Vélez solicitó como aporte de la Caja Real de Oruro la suma de 1.000 pesos
para socorrer a la tropa. El ejército porteño continuaba dominando la villa, a pesar de los
hechos anteriores; esto se manifiesta en una respuesta positiva al aporte y también por la
constancia de un envío de fusiles a la ciudad de La Plata 15 de julio, para rearmar a las
tropas de Castelli. Sin embargo, para fines del mismo mes la situación había variado
totalmente. El 28 de julio entró Goyeneche con su ejército a la Villa de Oruro y ya el 31
había impuesto nuevas autoridades leales a la corona.32
30 Oruro trató de volver nuevamente a la normalidad que se había roto con el ingreso de las
tropas rioplatenses; así, las oficinas de las Cajas Reales fueron devueltas al antiguo edificio
50

del cual habían sido trasladadas para dar cabida al cuartel general porteño. Sin embargo,
esta situación era sólo aparente, ya que el área rural seguía controlada por los grupos
indígenas que habían apoyado a Castelli y que ahora luchaban por sus propios intereses.
31 Goyeneche no dio descanso a sus hombres, el 4 de agosto partió de la villa hacia
Cochabamba, donde se habían reunido las tropas de Francisco del Rivero y los restos del
ejército auxiliar dirigidos por Díaz Vélez. El 13 del mismo mes, en Amiraya, se produjo un
nuevo encuentro favorable nuevamente a Goyeneche. Este hecho marcó el fin de la acción
del primer ejército auxiliar al que sólo le quedó la retirada del Alto Perú. El 25 de agosto
se completó la retirada con la salida hacia Salta de Martín de Pueyrredón, que había sido
nombrado presidente de la Audiencia por la Junta de Buenos Aires.

Objetivo central de la lucha


32 A pesar del aparente triunfo del ejército virreinal, la situación en el Alto Perú no estaba
controlada. Los caudillos altoperuanos Juan Manuel de Cáceres y Esteban Arze habían
mantenido la sublevación en las poblaciones rurales de La Paz, Oruro y Cochabamba “para
formar, en torno al eje convulsivo de esta última ciudad, un bloque infranqueable entre el
altiplano de La Paz, el oeste de Cochabamba, y el noroeste de Oruro y Potosí”. 33 Este
objetivo se manifestó con dos actos: el primero, el cerco que mantuvieron las tropas
indígenas de Cáceres alrededor de La Paz, entre agosto y octubre de 181134 y, el segundo,
el asedio a las tropas de Goyeneche en los valles occidentales de Cochabamba por parte de
Arze y sus cochabambinos, que culminó con la toma de la ciudad de Cochabamba el 29 de
octubre y la retirada de Goyeneche hacia Potosí. El objetivo de las tropas rebeldes era
concentrar el ataque en Oruro, defendida en ese momento por 300 ó 400 soldados leales al
Rey y dirigidos por Indalecio González de Socasa, fiel a la corona.
33 Arze, que se había ubicado en el pueblo de Paria, envió a inicios de noviembre de 1811 una
orden de rendición de la plaza orureña, a lo cual respondió González de Socasa con el
apresamiento de los emisarios y el fusilamiento de uno de ellos. En respuesta a este acto
Arze decidió tomar la Villa de Oruro a toda costa, corriendo el rumor de que se produciría
un saqueo y el degüello de toda la población. El 16 noviembre, las tropas de Arze
conformadas por 3.000 soldados de caballería, 200 de infantería y el apoyo de los
indígenas de Chayanta y Sica Sica (éstos dirigidos por Cáceres) entraron en la ciudad con
el objetivo de tomarla.
34 En su libro, el historiador Luis Paz relata los hechos de la siguiente manera:
Las tropas de Arze circunvalaron la plaza, el 16 de noviembre de 1811 y la
acometieron a la vez por todas las boca calles. Se trabó un combate de los más
recios y obstinados; los cochabambinos iban ganando terreno y estrechando a los
contrarios, cuando un repique general de campanas los puso en confusión, que
luego se convirtió en precipitada fuga. Es que sorprendidos con aquella
extemporánea señal de alegría, se preguntaban unos a otros la causa, hasta que a
alguno se le ocurrió que no podía ser sino que desde las torres habían visto la
aproximación de las fuerzas conducidas por Lombera en socorro de la plaza; la
noticia corrió de boca en boca como evidente, y produjo la derrota, cuando Lombera
aun no había salido de La Paz.35
35 El informe de Goyeneche desde Potosí a Miguel Quimper, intendente de Puno, difiere en
algunos puntos sobre el combate, aumentando el número de combatientes. Escribe
Goyeneche:
51

El coronel don Indalecio González de Socasa, comandante de armas de la Villa de


Oruro en oficio del 17 del corriente me comunica que habiendo sido atacado a las 8
de la mañana del 16 por el insurgente Esteban Arze con crecido número de
Cochabambinos de distintas castas, que gradúa en cerca de doce mil hombres, con
diversas clases de armas, después de un obstinado combate que duró hasta las doce
de aquel día, salieron completamente derrotados aquellos con la muerte de muchos
de estos, dejando algunos prisioneros, armas, y se plegaron al pueblo de Paria el 17
por la mañana, según informe del Cura de este Pueblo que se halla en esta Villa, se
dispersaron confusamente a sus hogares sin indicios de intentar segunda hostilidad,
con el escarmiento con que quedaron.36
36 Por su parte, los informes y la hoja de servicios de don Indalecio González de Socasa dicen
que éste “tuvo la gloria de sostener con heroico valor aquélla plaza contra el ataque de
12.000 y más cochabambinos el 16 de noviembre de 1811”.37
37 José Santos Vargas, el famoso Tambor Mayor de la guerrilla de Ayopaya, que inició
precisamente su vida de aventura en este hecho, habla únicamente de 4.000 soldados de
Arze y de la muerte de 160 hombres.38 Vargas fue testigo presencial de estos actos. Gunnar
Mendoza relata en la introducción al Diario que Vargas, huérfano de padre y madre y
cuidado por un tutor, escapó ese día de su casa y de Oruro “en protesta porque su tutor, al
ir a refugiarse con su familia y su servidumbre en una iglesia, lo había encerrado en la
casa a él solo”.39 Continúa Mendoza:
El impresionante espectáculo del enorme tropel asaltante que huía derrotado horas
más tarde, estimuló en el muchacho no sólo la idea sino la decisión de su propia
huida. Luego ‘confundido con los derrotados’ y siempre ‘corriendo con ellos’ ya
estaba a varias leguas de Oruro, y días mas tarde, haciendo sus jornadas en medio
de un desorden sin par’, quedaba definitivamente alejado de la realidad que había
dejado atrás.40
38 Mientras esto ocurría en la ciudad, el área rural se veía también convulsionada. En la
región de Carangas, el caudillo indígena Blas Ari tomaba las armas, 41 mientras que más al
norte se sublevaban los indígenas bajo las órdenes de Juan Manuel de Cáceres y Gavino
Estrada.42 Por el lado del ejército peruano, el cacique de Chincheros, Mateo Pumacahua,
que había llegado al altiplano para reprimir el cerco de La Paz, se encontraba en las
provincias de Pacajes, Sica Sica (La Paz) y Paria (Oruro) saqueando, incendiando y
reprimiendo de forma sangrienta la rebelión regional. Además, el contingente del ejército
del Perú dirigido por Astete y que se encontraba en la región de Chayanta, al norte de
Potosí, perdía gran parte de su gente en enfrentamientos con grupos irregulares que se
habían organizado en Oruro y Chayanta.43
39 La sublevación de indios y cochabambinos era general, a tal punto que en 20 de diciembre
el subdelegado de Puno, Manuel Quimper, escribió alarmado al Virrey acerca del peligro
en que se hallaban los pueblos de Oruro y Sica Sica. Quimper escribía enviando noticias
...relativas a los recelos en que se hallan los Coroneles Comandantes de la Villa de
Oruro, y pueblo de Sicasica de ser nuevamente acometidos por los tenaces
insurgentes malebolos, intrepidos Cochabambinos que contumases en sus infieles,
viles procedimientos no pierden el menor momento de conmoción en la indiada. 44
40 Al mismo tiempo, solicitaba de forma urgente dinero y armas de fuego “que son los que
viciblemente aterrorisa al enemigo pues con 100 fucileros se arrollan 2000 naturales
insurgentes aun quando estos sean capitaneados de la malebola cholada”. 45 La respuesta
fue el envío de pólvora a la Villa de Oruro, cuidando que ésta se halle bien custodiada.
41 Desde la perspectiva de los jefes del ejército virreinal, la sublevación era dirigida por los
cholos de Cochabamba, que guiaban a los indígenas, sin embargo, la presencia de una
52

verdadera sublevación en un amplio espacio que iba desde Chucuito, al norte, y que
contemplaba todos los pueblos de indios del altiplano norte nos muestra la existencia de
una alianza entre los insurgentes de Cochabamba y los indígenas, dirigidos por Cáceres.
La sublevación era general y en ella participaban varios grupos, indígenas y mestizos,
entre ellos muchos arrieros que tomaban caminos alternativos para evitar llevar
armamento y pertrechos para las tropas del Rey.

Plaza del Rey


42 Luego de la defensa de Oruro llevada a cabo por González de Socasa, y en medio de la
sublevación indígena en toda la región, llegaron a la Villa de Oruro varias compañías del
ejército del Perú, quedando como Jefe de la Plaza Jerónimo Morrón y Lombera. Las tropas
estaban constituidas por el Real Cuerpo de Artillería, el Batallón de Puno, dos compañías
de Potosí, el Batallón de Azángaro, el Escuadrón de Chumbivilcas, un Piquete de Tinta, un
Piquete de Azángaro, además de los guardias de la plaza, de la Caja Real y del hospital. 46
Como es de suponer, todo este contingente era mantenido y alimentado por las Cajas
Reales, que se hallaban en una situación extrema de falta de numerario.
43 El ejército del Perú se ubicaba en una línea que iba del noroeste al sureste, controlando
sobre todo el espacio altiplánico, con sus centros en el Desaguadero, Viacha, La Paz, Sica
Sica, Oruro y Potosí. Las tropas altoperuanas de caudillos diversos se ubicaban más bien
en una línea paralela al este de la anterior, en las cabeceras de valle y los valles de
Yungas, Ayopaya, Cochabamba, Tapacarí, Chayanta y los alrededores de Chuquisaca;
finalmente, en el flanco occidental se presentaban grupos no permanentes de indígenas
que atacaban, en una combinación de lucha y robo, a las tropas virreinales como fue el
caso de Blas Ari. Dentro de esta situación, la ciudad de Oruro marcaba el centro del
movimiento del ejército virreinal, tanto en la relación este-oeste como en el avance
norte-sur. De ahí la importancia estratégica que tenía esta plaza.
44 Contrariamente a lo que había ocurrido hasta entonces, cuando habían sido los ejércitos
de Buenos Aires y Cochabamba los que utilizaban la plaza de Oruro como centro de
concentración de tropas, a partir de 1812, Oruro se convirtió en el centro estratégico de
las tropas virreinales. Éstas empezaron a ser nombradas como realistas, 47 en
contraposición a los llamados “ejércitos de la Patria”, que constituían una conjunción de
grupos altoperuanos, organizados ya sea en guerrillas o montoneras -como fue el caso de
Ayopaya o La Laguna- o en tropas regulares, como las dirigidas por Arze en Cochabamba.
45 A partir de Oruro se organizó una serie de partidas del ejército virreinal, que buscaba
desmantelar la compleja organización de tropas “de la Patria”; entre éstas se dio en enero
de 1812 la organizada por Lombera y Picoaga, que destruyó el pueblo de Quirquiavi. A
pesar de que la posición realista era estable en la Villa de Oruro, no ocurría lo mismo en el
resto de la región, donde se multiplicaban los grupos irregulares, tal como relata José
Santos Vargas:
Así que pasó o bajó triunfante el general Goyeneche del Desaguadero y pasó a
Oruro, Cochabamba, Potosí y Chuquisaca se sublevó vuelta toda la provincia de La
Paz (hoy departamento) y se levantaron muchos caudillos, porque el mismo sistema
de la libertad los animaba a acabar de una vez la obra de sacudirse del yugo español.
Con tal motivo se hicieron muchos caudillos como son don Baltazar Cárdenas,
comandante de partidas ligeras; don Hermenegildo Escudero, que era protector de
naturales del partido de Sicasica (hoy provincia) [colindante con Oruro], de
comandante de partidas ligeras; un N. Cáceres, escribano de la ciudad de La Paz,
53

ibidem; don N. Castilla, ibidem. A este tenor muchos, esto es únicamente en estos
Valles [Ayopaya y Sicasica], que en todo el territorio americano habrían millares.
Bien se dice que la libertad de America tenía su asiento en todas partes, porque el
odio al español europeo era de mucha fuerza y un encono irreconciliable de toda la
América, más sabiendo que la guerra era nacional.48
46 En febrero de ese año (1812), la situación se complicó aún más, debido a que el control de
las tropas virreinales era muy limitado y los insurgentes llevaban la delantera en gran
parte del área rural. Así, por ejemplo, se explicaba el 13 de febrero que no se podía enviar
documentos ni bulas al partido de Paria “...mediante el haberse ido el referido
subdelegado don Manuel Sánchez de Velasco aprisionado de los indios insurgentes y
conducido a distinta provincia donde se halla...”.49 Se percibe en este hecho la extrema
fragilidad del poder de las tropas del Rey, que no sólo no podían administrar
correctamente el territorio, sino que no se conocía el lugar hacia donde podían haber
trasladado los indios a una de sus autoridades más importantes, como era el subdelegado
de Paria.
47 Se puede ver que la estrategia de lucha realista combinaba dos tipos de acciones: por un
lado, los ejércitos regulares, apoyados a veces por milicias de vecinos, se movían a otras
ciudades como Cochabamba o La Paz y presentaban batalla frente a otros ejércitos
también regulares, ya sean los rioplatenses o los cochabambinos; por el otro lado,
pequeñas partidas se encargaban de desmantelar a los grupos irregulares.
48 La plaza de Oruro se vio fortalecida en abril con la llegada de las tropas de Mateo García
Pumacahua, conocidas como el Ejército Auxiliar de Naturales del Cusco, conformado por
823 soldados y 26 oficiales. Este ejército venía precedido de la fama de haber sembrado el
terror en su paso por La Paz, Pacajes y Sica Sica. A pesar de todo este movimiento, la
posición del ejército de Perú era difícil, al extremo que el 16 de mayo se escribía en los
documentos de Cajas Reales de la villa que no se habían podido enviar remesas desde
Oruro al Cusco porque todos los caminos se hallaban “ocupados por los insurgentes”. 50
49 Para romper este cerco, las tropas realistas, dirigidas por el nuevo comandante de la plaza
de Oruro Juan de Imaz, salieron a la región de Ayopaya y Sica Sica donde cometieron una
serie de abusos quemando pueblos, fusilando a vecinos y colocando las cabezas en la pica,
expropiando ganado, azotando ancianos y otros más. Estos hechos son relatados en el
diario de José Santos Vargas, quien comenta: “Estos hombres fusilados y azotados eran los
primeros mártires de la libertad americana en estos Valles. Este coronel Imaz fue el que
empezó a fusilar, el primero que saqueó, el primer inciendiario del pueblo de Mohoza, el
que empezó las quemazones en todos estos pueblos”.51
50 En esta incursión, Imaz tomó preso al capitán del ejército de Buenos Aires, José Miguel
Lanza, futuro comandante de la Guerrilla de Ayopaya, y lo envió a Oruro.52
51 Mientras Imaz continuaba con sus incursiones en Ayopaya, había quedado como
comandante de Armas de Oruro el coronel Pedro Benavente. La situación era compleja
porque la Caja Real se hallaba vacía y no se podían cubrir los gastos del ejército. Los
ingresos provenientes de la minería habían sido ya consumidos, las Cajas de Potosí y
Cochabamba se hallaban en las mismas condiciones que las de Oruro y, para empeorar el
panorama, se hacía difícil cobrar el tributo indígena “por efecto de la revolución
experimentada en los contribuyentes”.53 Frente a la falta de dinero para solventar al
ejército, las Cajas Reales pidieron préstamos a los principales mineros y comerciantes de
la ciudad como don Juan Bautista Tedesqui, don Nicolás Tedesqui, don Anselmo Carpio y
otros.54
54

52 La situación desesperada de la ciudad pareció mejorar en el segundo semestre del año


1812, cuando se lograron abrir algunas rutas de comunicación con el Virreinato del Perú.
En octubre logró llegar desde el Desaguadero la compañía de 80 hombres dirigida por don
Lorenzo Zeballos y algunos días después llegó por la vía de Arica una remesa de 160.000
pesos provenientes de Lima para que se reparta en todas las plazas y guarniciones. Con
este envío la ciudad respiró tranquila. Se devolvieron los préstamos y se envió el dinero
necesario a Potosí y Cochabamba.
53 El ejército real avanzó hasta el sur de la Audiencia, estableciendo su cuartel en Tupiza,
bajo la dirección de Picoaga; por su parte, el ejército porteño, expulsado del Alto Perú
luego de la derrota de Guaqui, había retrocedido hasta Salta, donde se rearmó bajo las
órdenes primero de Pueyrredón y luego de Manuel Belgrano. Este último fue nombrado
nuevo Comandante del ejército del Alto Perú por las autoridades de Buenos Aires.
54 Mientras esto ocurría al sur, en el centro, el ejército del Rey controlaba la sublevación
indígena y la rebelión de Cochabamba, a la que venció luego de la toma de la colina de San
Sebastián, el 27 de mayo de 1812. La posición realista era optimista y daba como un hecho
el control total del Alto Perú, tal como se percibe en la carta enviada por el virrey Abascal
al Secretario del Despacho de Indias, donde dice:
Tengo la mayor satisfacción en comunicar a Vuestra Excelencia para que se sirva
trasladarlo al Supremo Consejo de Regencia la agradable noticia de que de resultas
del paseo militar que las columnas del ejército real hicieron por las cuatro
provincias del Alto Perú pertenecientes al Virreinato del Río de la Plata, han
quedado y continúan aquellos naturales en la mayor tranquilidad, bendiciendo la
mano bienhechora que les ha roto las cadenas con que los oprimían los disidentes
de Buenos Aires.55
55 En la plaza de Oruro se había congregado gran número de efectivos, desde donde salían
en partidas hacia Cochabamba, Paria y Carangas, con el objetivo de consolidar el control
del territorio. El ejército virreinal acantonado en Oruro estaba compuesto por:
56 Real Cuerpo de Artilleria 2 companias y 2 guardias de prevencion
57 Batallon de Puno 8 companias y 2 guardias de prevencion
58 Potosi 2 companias y 1 guardia de prevencion
59 Escuadron de Azangaro 6 companias y 1 guardia de prevencion
60 Batallon de Chumbivilcas 4 companias y 1 guardia de prevencion
61 Piquete de Tinta 1 compania y 1 guardia de prevencion
62 Piquete de Azangaro 1 compania y 1 guardia de prevencion
63 Guardias principales,
64 Caja Real,
65 Hospital. 56
66 A pesar del optimismo, el dominio realista del Alto Perú no estaba consolidado. En Buenos
Aires se reorganizó nuevamente el ejército y se confió su dirección a Manuel Belgrano.
Éste inició un nuevo avance hacia el norte y luego de controlar la región de Tucumán
derrotó al ejército realista en Salta, el 20 de febrero de 1813.
67 Luego del triunfo del ejército de Belgrano en Salta y la capitulación de las armas del Rey
que siguió a la misma, Goyeneche, que se encontraba en Potosí, tomó la decisión de
retroceder nuevamente hasta Oruro. De acuerdo con Luis Paz, “emprendió la retirada con
tal precipitación que por falta de acémilas se vio en la necesidad de mandar quemar una
55

gran cantidad de municiones, sus tiendas de campaña y otros artículos de guerra,


poniendo en libertad a más de cien prisioneros patriotas que retenía en su poder”. 57 Al
mismo tiempo, ordenó que los capitulados de Salta o “juramentados” no ingresen a la
Villa de Oruro y se los retenga en Sepulturas, para evitar de esta forma la contaminación
de su ejército con las ideas de los derrotados. Los invitó a dejar el juramento de no luchar
que habían firmado en Salta, pero sin mayor resultado.
68 Frente al retroceso de Goyeneche, las fuerzas de Belgrano, conocidas como segundo
ejército auxiliar, ingresaron al Alto Perú y llegaron a Potosí a fines de junio del mismo
año.

Avances y retrocesos
69 A mediados de 1813, la situación del Alto Perú se presentaba de la siguiente manera: en
Oruro se hallaba el cuartel general del ejército real, en el cual la derrota de Salta había
provocado una gran crisis interna. Los juramentados habían debilitado la unidad y la
situación era tan inestable que Goyeneche, con el pretexto de la muerte de su padre y
problemas nerviosos, había renunciado a su puesto.58 Las regiones de los valles y del sur
se hallaban nuevamente convulsionadas con la llegada del nuevo ejército auxiliar y se
organizaban sendos grupos regulares e irregulares para apoyar a Belgrano; sólo La Paz se
hallaba controlada por el virreinato peruano.
70 Mientras el ejército virreinal se envolvía en conflictos internos, la avanzada del ejército
porteño, bajo el mando de Díaz Vélez, se asentaba en Potosí. Allí empezó a preparar sus
tropas para enfrentarse al ejército real, mientras Juan Ramírez, que había quedado
momentáneamente con la dirección del ejército virreinal, salía de Oruro hacia Potosí; sin
embargo, tuvo que retornar debido a una nueva insurrección en Cochabamba. El hecho es
que el partido de la Patria se había reorganizado frente al ingreso del ejército auxiliar y a
la crisis en el ejército virreinal. De acuerdo con Luis Paz:
La provincia de Chayanta, enclavada en la parte montañosa entre Oruro, Potosí,
Cochabamba y Chuquisaca, era el cuartel general de estas tropas colecticias, poco
temibles en el campo de batalla; pero que importaba mucho contar con ellas, sobre
todo atendida la posición topográfica del territorio que ocupaban. Entre los
caudillos que más ascendiente tenían sobre los indígenas, se contaba Baltazar
Cárdenas, a quien Belgrano había dado el título de coronel, y que a pesar de la caída
de Cochabamba [en mayo de 1812] se había mantenido firme en la provincia de
Chayanta, refugiado en sus inaccesibles montañas.59
71 El ejército real no perdió el tiempo frente al avance porteño. El nuevo comandante,
Joaquín de la Pezuela ordenó en julio, desde La Paz, un nuevo avance de las tropas hasta
Ancacato, tambo situado en la altiplanicie frente a Condo Condo y centro importante en el
camino Oruro-Potosí; un mes después llegó él mismo hasta ese lugar y reorganizó el
ejército.60
72 Belgrano, por su parte, recién se puso en movimiento en septiembre de 1813. Según el
plan de Belgrano, sus tropas debían asediar el ejército del rey desde tres flancos: el
ejército regular, bajo sus órdenes, saldría de Potosí; las tropas montoneras de Cárdenas,
desde Chayanta; y las milicias cochabambinas, bajo la dirección de Zelaya, desde
Cochabamba.
56

73 Belgrano colocó sus tropas en Vilcapugio, en el partido de Paria, de espaldas a la


cordillera que la separaba de Chayanta; por su parte, el ejército de Pezuela se ubicó en
Condo Condo, a cuatro leguas de distancia.
74 Las tropas de Cárdenas fueron vencidas por la guerrilla realista de Castro, cuando las
primeras salieron de Chayanta hacia Ancacato para unirse a Belgrano; por su parte,
Pezuela decidió adelantarse a la llegada de Zelada desde Cocha-bamba y se dirigió hasta
Vilcapugio, cuartel de Belgrano a fines de septiembre. La batalla fue encarnizada y ganada
finalmente por el ejército del Rey. El ejército de la patria se retiró en dos grupos: uno
hacia Potosí, dirigido por Díaz Vélez, y el otro hacia Cochabamba, dirigido por el mismo
Belgrano.
75 Belgrano se rearmó en Macha, partido de Chayanta, mientras que Pezuela se mantuvo en
Condo Condo. El nuevo plan del ejército porteño era esperar el avance de Pezuela hacia
Chayanta y escapar por la retaguardia ganando las pampas de Oruro, donde tomarían la
villa, base de operaciones de los realistas; sin embargo, antes de que los jefes patriotas
pudieran ponerse de acuerdo, el ejército del Rey se adelantó y luego de vencer a las tropas
indígenas de Cárdenas y José Miguel Lanza, los atacó en Ayohuma, donde volvieron a
vencer al segundo ejército auxiliar, que no supo llevar a cabo una buena estrategia de
batalla. Belgrano y los restos de su ejército se retiraron a Potosí y de allí pasaron a Jujuy,
dejando el Alto Perú.
76 Oruro se transformó en ese momento en un centro estratégico para la organización del
ejército real. Por allí pasaron los oficiales prisioneros enviados a Lima y fueron curados
los heridos de ambos bandos. Además, se convirtió en el lugar de paso de las nuevas
tropas que venían desde el Perú.61
77 Luego de la retirada de Belgrano, quedaron como gobernadores de Cocha-bamba y Santa
Cruz -los dos territorios aún controlados por los patriotas- Juan Antonio Álvarez de
Arenales e Ignacio Warnes, respectivamente. El altiplano quedó controlado firmemente
por el ejército real, que adelantó su cuartel general hasta Tupiza y su vanguardia hasta
Salta, mientras que durante los años 1814 y 1815 en los valles se desarrolló una serie de
idas y venidas de ambos ejércitos. Paralelamente a la lucha entre los ejércitos regulares,
se organizaron grupos de montoneras o guerrillas en varias regiones del Alto Perú. 62
78 La situación geográfica de Oruro, en medio de la altiplanicie, hacía imposible la
organización de una guerrilla permanente en la región, sin embargo, existieron partidas
de guerrillas indígenas como la del cacique Chilliguanca que, luego de luchar en
Vilcapujio, se mantuvo en la región de Carangas, organizando ataques relámpago; 63 por
otro lado, la villa se hallaba constantemente bajo el peligro de un avance por parte de la
guerrilla de Ayopaya, que se había organizado en los valles entre La Paz, Oruro y
Cochabamba.
79 A pesar del avance del cuartel general realista hacia el sur, Oruro se mantuvo como
centro de control hacia los valles y lugar de paso de tropas y vituallas tanto desde el
Desaguadero hacia Tupiza como desde las costas de Arica hacia el interior; de esa manera,
en Oruro confluían los caminos de aprovisionamiento del ejército real. 64
80 La militarización de la villa fue otra característica importante. El poder pasó
constantemente de un jefe militar a otros, los que asumían además del título de
comandante militar, el de gobernador de la villa. Las autoridades de ésta se hallaban
supeditadas a las necesidades del ejército; un ejemplo representativo es el puesto de
57

gobernador y comandante, ejercido en 1814 por José Joaquín Blanco (que dejó la plaza
para dirigir una compañía contra Arenales), Antonio Palacios y José Bernardo Abeleyra.
81 Ni bien se había asentado el ejército de Pezuela en el Alto Perú y organizaba su avance
hacia las provincias de abajo (Salta y Tucumán), cuando tuvo que cambiar sus planes y
enviar tropas nuevamente hacia el norte. En el Cusco se produjo la sublevación dirigida
por los hermanos Angulo y Mateo García Puma-cagua, rebelión que contempló también la
ocupación de Arequipa y La Paz. De esta manera, se creó un nuevo foco revolucionario en
la retaguardia, poniendo en peligro sobre todo el territorio de La Paz, bastión de la
presencia realista en el Alto Perú. Frente a este inminente peligro, Pezuela tuvo que
enviar desde Suipacha al general Juan Ramírez para controlar la rebelión. 65
82 Desde Oruro se dispuso también la salida de varias compañías al mando de don Juan de
Dios Saravia, entregándoseles dinero para el viaje, ropa y vituallas que se enviaron en
muías y llamas a fines de septiembre de 1814.66 Como puede percibirse a través de los
documentos de Cajas Reales, el cambio de planes estratégicos implicó nuevos gastos en la
compra de muías, uniformes, frazadas y remedios, además del pago a los oficiales y
soldados. Esto significaba nuevamente el debilitamiento del ejército real en el Alto Perú.
83 Frente a esta situación, Pezuela decidió retroceder nuevamente hacia tierras más seguras.
En abril de 1815 levantó el campamento de Cotagaita -en septiembre del año anterior
había abandonado ya Suipacha- y el 8 mayo llegó nuevamente a Condo Condo y
finalmente estableció su cuartel general en Cha-llapata, esperando el retorno de Ramírez
y el repliegue de todas las compañías que habían salido a hostilizar a los ejércitos
irregulares. Ya en ese momento, Juan José Rondeau y su ejército, conocido como el tercer
ejército auxiliar, se hallaban en Potosí.
84 Durante todo el invierno de 1815 se mantuvieron las posiciones: los del Rey en Challapata
y los de la patria en Potosí, separados por una amplia región montañosa y de gran altura.
El plan del ejército auxiliar y sus aliados era rodear a las tropas de Pezuela por Chayanta,
Ayopaya y Sica Sica; frente al mismo, Pezuela decidió un nuevo retroceso hasta Sorasora,
seis leguas al sur de Oruro. No fue sino en octubre de 1815 que las tropas de la patria, bajo
la dirección de Martín Rodríguez, elegido presidente de la Audiencia de Charcas por el
lado porteño, salieron hacia el altiplano en la región de Venta y Media, donde se
encontraron con la vanguardia realista dirigida por Pedro Antonio de Olañeta, quien
resulto vencedor. Las tropas patriotas retrocedieron hacia Cochabamba, pero fueron
perseguidas por los realistas que les infligieron una nueva derrota en Viluma o Sipesipe.
Era el 29 de noviembre de 1815 y se diluía nuevamente la posibilidad de control del Alto
Perú por parte de la Junta de Buenos Aires.67 El ejército real se hacía dueño del territorio,
aunque las tropas irregulares de guerrilleros seguían actuando en diversas regiones.

Oruro, centro de la línea de operaciones


85 A partir de 1816 las posiciones del ejército realista, dirigido ya por el General La Serna –
luego del nombramiento de Pezuela como Virrey del Perú–, se mantuvieron en sus
antiguas posiciones: el cuartel general se hallaba en Tupiza, de donde dependía la
vanguardia que se adentraba en el territorio de Jujuy y Salta; la división intermedia se
ubicaba en Oruro, desde donde se dirigían los avances sobre los grupos guerrilleros de
Ayopaya y Chayan ta, además de mantener abierto el camino hacia Arica, punto de
ingreso de dinero y mercadería; finalmente, la retaguardia o “división de reserva” se
58

encontraba en Arequipa, con el objetivo de mantener controladas las regiones de La Paz,


Puno, Arequipa y Cusco.
86 Si bien las ciudades y algunos poblados se hallaban controlados por el ejército, las
continuas reclutas, la confiscación de animales y cosechas, la exigencia del pago del
tributo y los abusos cometidos por los soldados en los pueblos promovían una
insurrección permanente, dirigida ya sea por los caudillos locales, las autoridades
tradicionales o por los mismos grupos de insurgentes organizados en guerrillas que
aprovechaban la falta de un apoyo a los ejércitos virreinales por parte de la población
para dirigir levantamientos y ataques. Se impuso entonces la guerra de guerrillas y, una
vez vencidos los grandes caudillos como Muñecas, Padilla, Camargo y otros, la
organización bajó a los grupos más pequeños en una situación que desgastaba al ejército
real. Dice Luis Paz sobre esta etapa:
Era una lucha desesperada contra la propiedad para asaltar los ganados, y con
caudillos y cabecillas que no se acabarían nunca. En el momento que se retiraba una
expedición de un lugar que creía haber dominado con apoderarse de sus ganados y
talar sus campos, volvía a insurreccionarse con nuevos jefes. El ejército real se
gastaba y fatigaba en estas correrías, y las relativas ventajas que obtenía no
compensaban sus sacrificios y sus pérdidas.68
87 El Diario de Vargas confirma lo aseverado más arriba. En una nota del 10 y 11 de mayo de
1818, decía: “El enemigo se salía de todo este interior aburridos sin poder hacer nada”. 69
Comentaba esto luego de un intento por parte del ejército real de ingresar a la zona de
Ayopaya desde tres frentes: Cochabamba, Oruro y Sica Sica. Este intento, luego de una
serie de encuentros con los miembros del grupo insurgente, concluyó con un retiro
prudente ante la imposibilidad de controlar de forma más segura la región. 70
88 La estrategia fue modificada. El principal enemigo del ejército real ubicado en Oruro no
era ya el ejército porteño, sino el numeroso grupo de tropas irregulares, formadas por
criollos, mestizos e indígenas que se ubicaban en los valles, desde Larecaja al norte hasta
Tarija al sur. En el caso de Oruro, la pesadilla de las tropas realistas fue la guerrilla de
Ayopaya, que se movía constantemente en un amplio territorio que comprendía desde
Sica Sica y Paria, al oeste, hasta el valle de Cochabamba al este, y desde Irupana al norte
hasta Arque al sur.
89 A través del Diario de José Santos Vargas podemos conocer el constante movimiento de
tropas reales y guerrillas en este espacio. El tipo de lucha era el siguiente: compañías del
ejército real ingresaban en la zona desde Oruro, Cochabamba, Sica Sica e Irupana,
mientras que las tropas irregulares de la patria se organizaban en la misma región, desde
Mohoza hasta Palca, donde reclutaban a la población. El diario describe los movimientos y
constantes encuentros entre ambos grupos. Tanto en el ejército real como en los grupos
guerrilleros fue permanente la participación de hombres provenientes de la Villa de
Oruro y de sus pueblos, sobre todo de la región de Paria. El mismo José Santos Vargas,
tambor mayor de las huestes de Ayopaya y autor del Diario, era orureño.
90 Los datos acerca del movimiento general de la guerra en el Alto Perú a partir de 1817 son
muy escuetos. La falta de documentación en los archivos nos muestra la crisis de
autoridad que se vivía en toda la región. Existen, sin embargo, algunos datos sobre los
problemas que enfrentaba la población durante esos años. En la villa fue constante el
pedido de donaciones y cuotas para el mantenimiento del ejército. El Cabildo, dirigido por
el jefe militar y gobernador de turno no tenía mayores opciones para contrarrestar la
expoliación de la población e inclusive los abusos de soldados y oficiales. Los
59

comerciantes y mineros mantenían a la guarnición de la villa, perdiendo de esa manera


parte de su patrimonio y de sus bienes.71 Otra fuente de ingreso fue el aumento oficial de
los impuestos sobre diversas actividades y bienes. De esta manera, el comercio se vio
perjudicado con “recaudaciones patrióticas” y otros pagos. Estos abusos provocaron el
descontento de la población que en algunas oportunidades se animaron a reclamar ante
las autoridades; sin embargo, no existen datos sobre nuevas revueltas o sublevaciones en
la villa. Aparentemente, el control militar surtía su efecto.72
91 En el área rural, los problemas se presentaron fundamentalmente por dos causas: el envío
obligatorio de originarios a la mita de Potosí y el cobro del tributo. En el primer caso,
encontramos en el archivo de Poopó varios expedientes donde se percibe que el envío de
la mita se hacía cada vez más difícil, no sólo por las vicisitudes de la guerra, sino también
porque la Constitución gaditana de 1812 prohibía la servidumbre y había determinado la
extinción de este tipo de trabajo. Así por ejemplo, el envío de los mitayos en 1818 se hizo
desde dos lugares: los de Toledo, Challacollo y Poopó salieron desde el pueblo de Poopó,
mientras que los de los otros pueblos partían directamente desde Challapata; sin
embargo, ninguno de los enteradores logró cubrir el número de mitayos que debía enviar
cada pueblo.73
92 El problema del tributo era aún mayor. Los caciques cobradores, encargados de recoger el
tributo y entregarlo a las autoridades, solicitaron constantemente que se les perdone
porque no podían cubrir el monto asignado. Entre los problemas para el cobro del tributo
-de acuerdo con sus propios testimonios- se encontraban el ingreso constante de los
insurgentes a los pueblos y la forma cómo éstos los obligaban a entregar el monto del
tributo; otro de los problemas era que muchos tributarios no se hallaban en sus pueblos
para pagar el tributo, ya que habían sido reclutados o habían huido para escapar de la
recluta.
93 Desde Oruro, Sica Sica, La Paz y Cochabamba se organizaron a lo largo del resto de la
guerra varias entradas de tropas reales a los valles, controlados en gran parte por la
guerrilla de Ayopaya. En 1817, la principal entrada fue dirigida por el intendente de La
Paz, Sánchez Lima; en 1818 se produjo un ingreso desde tres frentes: Mariano Ricafort
desde Oruro, Rolando desde Cochabamba y España desde Sica Sica. En 1819 lo hizo el
coronel Seoane y a fines del mismo año el teniente coronel Baldomero Espartero. En 1820,
el ingreso de las tropas dirigidas desde Oruro por Juan Ramírez causó la muerte de gente
del común en la zona.74 En estos casos, los batallones se fueron esparciendo por la región
persiguiendo a los grupos insurgentes, pero a pesar de matar rebeldes en cada encuentro,
no pudieron controlar el territorio; a su salida, el grupo guerrillero volvía a reunirse. Por
otro lado, los guerrilleros llegaban también de incógnitos a la Villa de Oruro para
descansar y recibir noticias sobre los movimientos de las tropas reales. Cuenta Vargas:
“Pero así me entraba las veces que quería ir a Oruro de noche disfrazado, donde más bien
solía estar más seguro y tenía algún sosiego aunque sin andar con la franqueza que uno
quería”.75
94 A fines de 1820 (noviembre) fue descubierta en la guarnición de Oruro una conspiración
dirigida por oficiales del ejército real. El capitán limeño Pedro Nor-denflicht, Mariano
Mendizábal y el gobernador de la provincia don Fermín de la Vega buscaron sublevarse
con el batallón del “Centro” acantonado en Oruro.76 Al fracasar la conspiración, de
acuerdo a José Santos Vargas:
... vino escapando don Mariano Mendizábal de muy buenas a uña de caballo;
también un Fray Toribio Niño de Guzmán (natural y vecino de la ciudad el Cusco),
60

juandediano, un buen físico. Quedaron en Oruro varios sujetos presos cómplices en


la revolución que tramaban, quienes escaparon y purgándose otros con crecidas
sumas de dinero, al menos un don Diego Álvarez hombre rico afincado en Oruro. 77
95 Es muy posible que la conspiración estuviera relacionada con un nuevo intento desde el
sur por controlar el Alto Perú, dirigido fundamentalmente por el guerrillero salteño
Martín Güemes. Él habría buscado romper el dominio realista, pero el fracaso de este
proyecto obligó a modificar los planes estratégicos por parte de los ejércitos de la patria,
en este caso, del ejército de Güemes. La opción volvía a ser la guerrilla de Ayopaya, la
única que quedaba en pie. El hecho es que el 13 de febrero de 1821 se presentó en la
región de Ayopaya el coronel José Miguel Lanza, enviado por Martín Güemes para dirigir
la guerrilla.

La crisis del sistema


96 Mientras esto ocurría en el ámbito local, en el espacio general de la guerra la situación
había cambiado sustancialmente. Desde el lado patriota, San Martín había decidido ya en
1818 dirigirse al Perú a través de Chile y para 1820 controlaba ya gran parte de la costa;
desde el lado realista, el virrey del Perú Joaquín de la Pezuela había sido sustituido por
José de la Serna, mientras que en la metrópoli el rey Fernando VII había sido obligado a
jurar a la Constitución de Cádiz.
97 En la Villa de Oruro, el poder militar se asentaba en la Fortaleza, verdadero punto de
convergencia de la estrategia en el Alto Perú. Construida durante la guerra en la parte
baja de la villa, contaba con un foso que la hacía prácticamente inexpugnable. 78 Luego de
la participación del gobernador de la villa en la conspiración de noviembre de 1820, el
poder local fue controlado de forma más efectiva por parte del ejército real. De esta
manera, el comandante militar de la villa asumió en la práctica el poder, buscando
controlar al Cabildo.
98 Luego de la llegada de San Martín a Lima y de la declaración de la independencia peruana
en julio de 1821, el virrey La Serna tuvo que dejar esta ciudad y trasladar la capital al
Cusco. Asimismo, hizo que el ejército del Alto Perú se concentrase en Oruro y se pusiera
en comunicación con el del Bajo Perú, encomendándole la defensa de la costa del sur. 79
99 El año 1822 fue de aparente calma en la Villa de Oruro y los pueblos de la región. Es
perceptible en las actas del Cabildo de la ciudad que reflejan un statu quo entre las
autoridades locales y las fuerzas militares asentadas en la fortaleza. Las familias
tradicionales continuaban ejerciendo sus cargos en el Cabildo, en el cual a pesar de
tratarse de un ayuntamiento constitucional, el sistema de elección de autoridades
continuaba como en el antiguo régimen. Sin embargo, se percibe ya en ese momento el
debilitamiento y la militarización de las autoridades mayores. La Audiencia de Charcas
prácticamente no ejercía ninguna función en la administración y gobierno de la ciudad y
tampoco se logró crear una diputación provincial con jurisdicción en todo el territorio de
la intendencia.80
100 La debilidad realista se mostraba también en las actuaciones del virrey La Serna,
acorralado en el Cusco por las fuerzas patriotas. Con el objetivo de no tener dos frentes de
batalla, firmó en mayo de 1822 un armisticio de 40 días con el comandante Lanza, de
Ayopaya, con el pretexto de que todos los pueblos jurasen a la Constitución española. Este
armisticio convenía también a la guerrilla, que de esa manera podía tener un momento de
61

paz, sin embargo, pasados los 40 días la lucha continuó, esta vez contra las tropas
dirigidas por el general Valdez, que se movía constantemente entre Oruro y Cochabamba.
101 Al año siguiente se produjo un nuevo intento de las tropas de la patria, esta vez
provenientes del Perú, de controlar el territorio altoperuano. Es lo que se conoce como las
Campañas de Intermedios. En la primera campaña, en enero de 1823, los patriotas fueron
derrotados en Moquegua.81 Meses después se organizó una nueva campaña, dirigida por
los generales Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, que partió desde los puertos
intermedios hacia el altiplano. Santa Cruz se dirigió hacia La Paz y Gamarra hacia Oruro.
A pesar de sus triunfos iniciales, la campaña constituyó un nuevo fracaso. Santos Vargas
lo relata de la siguiente manera:
... Ya era Lanza general, quien me ordenó me fuese yo a reunir más gente a mi
partido y que le diese alcance en Oruro con toda la gente. Así fue, reuní y me entré a
Oruro el 23 de agosto. [...] El 23 de agosto entré en Oruro y me presenté al general
de la Patria Agustín Gamarra con 700 hombres con armas de toda clase que más
eran lanceros de a pie. El 24 ordena el general Lanza que todos los del Valle
fuésemos al pueblo de Paria donde daría órdenes. Fuimos todos los comandantes de
todos los pueblos.82
102 Luego, sin dar mayores explicaciones, Lanza ordenó que toda la gente se retirase y que
fueran hacia Cochabamba con todos los comandantes y capitanes de cívicos. Era una
medida contradictoria porque en ese momento lo más importante era reforzar el punto
de Oruro, más aún si tomamos en cuenta los hechos siguientes, relatados también por
Santos Vargas:
El 8 [Lanza] había salido para Oruro porque el Virrey don José de la Serna asomaba
que venía detrás del general de la Patria don Andrés Santa Cruz. Este último señor
venía a reunirse con el general don Agustín Gamarra que dije se hallaba en Oruro
para dar el combate en las pampas de Oruro (campos de Sepolturas) adonde
salieron ya de Oruro los generales don Andrés Santa Cruz y don Agustín Gamarra,
tomando el general don José Miguel Lanza su vanguardia del ejército del virrey la
Serna que pasaba por el pueblo de Sorasora con la fuerza de 3500 hombres por un
lado del ejército de la patria, que reunidos los tres generales Santa Cruz, Gamarra y
Lanza hizo el número de 4800 y estuvieron mirándose ambos ejércitos.
El día 12 y estando para empezarse ya los fuegos, la Patria no hizo más movimiento
que estarse mirando y dejarlo pasar al ejército del señor virrey, como que se pasó;
la Patria dio media vuelta y se entran a Oruro. Pero a pesar de que la gente del
virrey estaba enteramente estropeada, cansada la caballada, la gente esperaba
siquiera un corto principio de tiroteo para pasarse pronunciando a la Patria, que si
no es la impericia o cobardía del general en jefe don Andrés de Santa Cruz entonces
hubiese ya triunfado enteramente la causa de la libertad americana. Sobre la
retirada de la Patria hay mil opiniones que no pueden sacarse una consecuencia,
una poca verdad.83
103 Gamarra salió) de Oruro el 14 de septiembre; Lanza y los suyos escaparon hacia los valles
por el camino de Luribay. Una vez más Oruro quedaba en manos del ejército realista.
104 A pesar del control del territorio ejercido por el ejército real y de la debilidad y el
cansancio de los grupos de Ayopaya, la situación en el Alto Perú estaba lejos de ser
tranquila. Un nuevo conflicto surgió del mismo ejército realista tres meses después de la
retirada de Gamarra. El 28 de diciembre de 1823, el general Pedro Antonio de Olañeta,
desobedeciendo al virrey La Serna, movilizó sus tropas de Oruro hacia Salta y acusó al
Virrey de querer proclamarse jefe de un “imperio peruano” independiente de España. 84
Posteriormente, Olañeta expulsó de Chuquisaca al presidente Maroto y colocó en su lugar
a su leal Marquiegui; Maroto tuvo que refugiarse en Oruro, que se convirtió así en el
62

centro de operaciones del ejército constitucionalista del Virrey. A pesar de la firma del
tratado de Ta-rapaya entre Olañeta y Valdez, por el cual Olañeta reconocía al Virrey a
cambio de una virtual autonomía de su poder sobre el Alto Perú, las hostilidades entre
ambos bandos continuaron.
105 La situación en el Alto Perú se complicaba aún más. En el lado realista, la división entre
los partidarios del Virrey y los de Olañeta movía ejércitos por todo el territorio; por otro
lado, las tropas de la patria, representadas por las de Ayopaya, se fortalecían con la
llegada de combatientes peruanos.
106 El general Gerónimo Valdez, jefe del Ejército del Sur por el lado virreinal
constitucionalista, con sede en Oruro, tomó contacto en marzo de 1824 con Lanza, en
busca de una alianza común en contra del rebelde Olañeta, a quien mostraba como el
verdadero enemigo; Lanza aceptó una tregua de tres meses que, sin embargo, fracasó. En
junio del mismo año cayó preso Lanza y fue enviado a la fortaleza de Oruro, bajo la
amenaza de que si los guerrilleros se sublevaban, su jefe sería ejecutado.
107 Mientras tanto, la guerra interna entre partidarios del Virrey y de Olañeta se expandió
por todos lados. Luego de su triunfo de La Lava, cerca de Potosí sobre las tropas de
Barbarucho (ayudante de Olañeta), Valdez vio por conveniente liberar a Lanza y tratar de
convencerlo nuevamente de hostilizar a Olañeta mientras el ejército virreinal partía
apresuradamente al Perú a enfrentarse al ejército bolivariano. Lanza aceptó luchar con
toda su gente para el bando virreinal en contra de un poder que se veía más peligroso, el
del absolutista Olañeta.
108 La posición de los patriotas de Ayopaya se tornó conflictiva; así, mientras Lanza se aliaba
con el grupo del Virrey -ya que consideraba a Olañeta como el verdadero enemigo por su
lealtad a Fernando VII-, otros combatientes se unieron a Olañeta debido a su posición
contraria al poder del Virrey, un poder más cercano que el que representaba el Rey.
109 Mientras esto ocurría en el ámbito del Alto Perú, en el Perú el ejército bolivariano
triunfaba en Junín y Ayacucho. La firma de la capitulación por parte del virrey La Serna
puso fin a la presencia del ejército virreinal; sólo quedaba leal al Rey el rebelde Olañeta
con su cuartel en Potosí.
110 A partir del 23 de diciembre se empezó a conocer en las ciudades del Alto Perú la noticia
del triunfo de Ayacucho y el 1 de enero de 1825 llegó la noticia oficial. “El 9 de febrero de
año primero de la independencia 1825, pasaron las tropas de la patria a la ciudad de Oruro
bajo las órdenes del coronel Castro y no se ha visto más tropas españolas en estas
Américas”. Relata de esta forma el Tambor Mayor Vargas el fin de una contienda que
había consumido 15 años.
111 Entre 1809 y 1825 Oruro vivió un estado de guerra continua con todas las consecuencias
que esto implicó. El paso de tropas de uno y otro bando fue permanente. Empezando por
los ejércitos que pasaron hacia Chuquisaca para reprimir el movimiento juntista del 25 de
mayo de 1809, cruzaron el territorio las huestes cochabambinas de Ribero y Arze, las
virreinales de Astete, las porteñas de Castelli, los ejércitos reales de Goyeneche.
Fracasaron en su intento por tomar la región los ejércitos porteños de Belgrano y
Rondeau; mientras que la ciudad se transformó en la base del ejército realista. La urbe
tuvo que sufrir la presencia permanente de soldados y oficiales, el temor frente a la
recluta y los abusos del ejército de ocupación; por su parte, el área rural se transformó en
el escenario de permanentes encuentros entre ejércitos y caudillos insurgentes.
Finalmente, cuando en 1825 el ejército colombiano cruzó una vez más el territorio en su
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marcha triunfal hacia Chuquisaca, Oruro no era sino una amplísimo espacio arrasado, la
ciudad se hallaba devastada y los sembradíos de cebada habían sido destruidos, la región
había pagado con creces el hecho de ser el centro de la lucha.

NOTAS
1. Concepción Gaviria demuestra en varios artículos que las razones técnicas como la anegación
de los socavones y el empobrecimiento de las vetas fueron causas más importantes para la crisis
de la economía orureña que el impacto que pudo tener el apresamiento de los grandes mineros
criollos y la confiscación de sus bienes. El análisis de este tema se halla en el capítulo 2.
2. Liliana Lewinsky: “Una plaza de venta atomizada: La Cancha de Oruro, 1803 y 1812”. Olivia
Harris et. al., en Participación indígena en los mercados surandinos. CERES. 1987. pp. 445-467. La
autora se pregunta en su artículo si la situación del comercio de la Cancha de Oruro en 1803
podría mostrar ya el inicio de los primeros síntomas de la hambruna de 1804-05.
3. Ver sobre este tema Fernando Cajías. Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión criolla. Tomo II.
Colección Cuarto Centenario de la Fundación de Oruro. IFEA, IEB, ASDI. 2005.
4. Se ha escrito bastante al respecto, tomando diversas posiciones en relación a las intenciones de
los protagonistas. La historiografía nacionalista ha planteado la existencia de un espíritu
independentista oculto bajo el llamado “silogismo altoperuano” y ha llamado revolución a este
movimiento de carácter juntista. Las nuevas tendencias hablan más bien de una posición en
contra de los intentos de entregar la corona de manera provisional a Carlota Joaquina, hermana
de Fernando VII. Ver sobre este tema el trabajo de José Luis Roca: 1809. La revolución de la Audiencia
de Charcas en Chuquisaca y en La Paz. Plural, 1998.
5. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB). Emancipación № 12. Sobre este caso
judicial, que se halla en el Archivo Nacional de Bolivia, se cuenta con el estudio realizado por
Gunnar Mendoza, donde analiza la importancia de la figura de El Quitacapas en la participación
popular en los hechos del 25 de mayo en Chuquisaca. Gunnar Mendoza. “Un documento inédito
para la historia de la Independencia de Bolivia. La causa criminal contra Francisco Ríos el
Quitacapas”, en: Universidad de San Francisco Xavier. Tomo XX. N° 47-48. 1956 y 1957. Sucre. pp.
5-98. Ver también el libro Francisco Ríos, El Quitacapas, de Xavier Mendoza. Plural. 2009.
6. Algunos de los rebeldes paceños habían escapado de la represión hacia Oruro, sin embargo,
hasta ahí llegó la mano de la justicia de Goyeneche. El 2 de enero de 1810, uno de estos fugados
fue enviado nuevamente a La Paz, acusado de delito de Lesa Majestad. Este levantamiento
concluyó con el juzgamiento y la condena a muerte de los principales cabecillas, que se cumplió
el 29 de enero de 1810.
7. En el mes de abril de 1810, un documento subversivo empezó a circular en varios pueblos del
altiplano. Había sido redactado en La Plata (Chuquisaca) por un grupo de mestizos e indígenas,
conformado por Juan Manuel de Cáceres, Titichoca, el prebendado de la Catedral de La Plata,
Andrés Jiménez de León y Manco Cápac y otros. El documento se oponía a puntos clave de la
dominación colonial: el pago del tributo, la mita, el pago de alcabalas, los abusos de los curas,
subdelegados y chapetones, el trabajo obligatorio y gratuito, la presencia de mestizos en los
pueblos y el abuso de los hacendados. Sobre este tema se profundizará en el capítulo cinco.
8. “Revolucionada la capital del virreinato quedaba por resolverse la situación política de las
provincias del Alto Perú que estaban sujetas a la jurisdicción de la Audiencia de Charcas. El
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presidente Nieto promovió un congreso invitando a los gobernadores de las provincias que
enviasen a sus representantes de los que no sabemos que hubiese venido otro que el Conde de la
Casa Real de Moneda, con plenos poderes del gobernador de Potosí Paula Sanz. Los dos oidores, el
arzobispo, dos canónigos en representación del ayuntamiento, con el indicado comisionado de
Potosí, se reunieron bajo la presidencia de Nieto, y resolvieron la incorporación de estas
provincias al virreinato del Perú; acto ilegal en la forma y arbitrario en el fondo”, en Luis Paz:
Historia general del Alto Perú hoy Bolivia. Imprenta Bolívar. 1919. p. 113.
9. El Cabildo de la Plata escribe al Virrey del Perú en 21 de junio de 1810 con los siguientes
términos de apoyo de Nieto y las demás autoridades: “...bolver a ese Superior Govierno de
vueexelencia, aquella antigua obediencia y sumición, que antes de la divición del Virreynato le
reconocía, porque no cabe en su lealísimo modo de pensar el rendir la cerviz a Potestad que no
tenga su legítimo origen del Real Trono de España, sugetarse a dicha Junta de Buenos Ayres,
fundada solo por la multitud de cabezas, que se abran movido por impulso de sus propios
caprichos...” AGN. Buenos Aires. Colección Juan Ángel Farini. Documentación de Juan José
Castelli. Expedición auxiliadora al Alto Perú. Años: 1809/1811. Sala VII, Legajo 290. 3E.
10. Los documentos relativos al paso del Virreinato del río de la Plata al del Perú no se hallaron
en las actas oficiales de Cabildo, por lo que, a la llegada de Castelli se exigió a las autoridades de
Cabildo que exhibieran los documentos. Ellos argumentaron que no se hallaban en el libro de
actas porque no se decidieron en Cabildo, sino en Junta de Corporaciones y que un segundo
documento, en el que se agradecía al virrey Abascal su aprobación para el traspaso no se puso en
el libro correspondiente por olvido. Es claro que los miembros del Cabildo esperaban a ver hacia
qué lado se inclinaba la balanza política y que el “olvido” no era tal.
11. Archivo General de la Nación. Lima. (AGN. Lima) Cajas Reales. C. 38 E. 1149. 1810 fs. 143. 10 de
agosto.
12. Marcos Beltrán Ávila, Historia del Alto Penú en el año 1810. Oruro. Imprenta Tipográfica La
Favorita. 1918.
13. Marcos Beltrán Ávila en su libro Historia del Alto Perú en el año 1810 (1918) presenta el siguiente
testimonio de un habitante de Oruro: “Estoy bastante cuidadoso del doctor, con motivo de que los
indios de Toledo están con intenciones rectas de dar un avance a esta Villa, y ya haciendo mil
tratados entre ellos. Esto se ha comprobado con informaciones que hemos recibido, y también
por oficio que han pasado los ayudantes de Toledo y Challacollo. Ayer en la noche ha caminado
extraordinario a Cochabamba por auxilios de gente y armas para defendernos de Titichoca y su
socios” (Manuscrito en el archivo del autor Marcos Beltrán Avila, hoy desaparecidos)
14. René Arze Aguirre, Participación popular en la independencia de Bolivia. La Paz. 1979. p. 131.
Ubica entre los dirigentes a autoridades locales como el escribano de la Junta Tuitiva de La Paz,
Juan Manuel de Cáceres o el alcalde pedáneo de Pacallo (Yungas) y autoridades étnicas como
Quenallata y Balboa, caciques del altiplano norte.
15. Beltrán dice “...no se sintieron más conatos subversivos, aunque en realidad, todo era
aparente; una chispa cualquiera volvería a encender las cenizas apagadas. Una completa
tranquilidad no había en los espíritus, ni iba a haberla ya, pues nuevos y mas graves sucesos de
otro lado llamaban la atención”, en Historia del Alto Perú en 1810. p. 43.
16. AGN. Lima. Cajas Reales de Oruro. C.36. E. 1149. fs. 161 -161v.
17. La historiografía orureña ha profundizado este hecho en los últimos años. Ver sobre el mismo
especialmente los trabajos de María Luisa Zeballos publicados en libros y artículos diversos,
además de la presentación de ponencias en coloquios y congresos académicos.
18. De acuerdo con Beltrán Ávila, la tropa de Cochabamba estaba compuesta por 10 compañías de
78 soldados cada una, más los “Patriotas de Caballería” de Punata y 174 indios que formaban un
batallón auxiliar. Beltrán Ávila... p. 97.
19. AGN. Lima. L.1149 C. 36. 1810. 19 de noviembre de 1810. f. 113-114. Lista de los soldados de la
compañía de mi cargo, que se formó y encuarteló por orden del Sr. Teniente Coronel Don
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Melchor Guzmán. El capitán de la segunda compañía era don Gregorio Zempertegui, del
vecindario de Oruro. fs. 165. Tercera Compañía de Voluntarios de Oruro. Pie de lista de los
individuos que de dicha compañía se presentan para la revista de comisario del mes de la fecha.
20. AGN. Lima. L. 1149 C. 36. 1810.
21. AGN. Lima. L. 1149 C. 36. 1810. 7 de noviembre de 1810. f. 196.
22. Esta batalla, protagonizada por las tropas de Oruro y Cochabamba, ha marcado para la
memoria boliviana el inicio de la existencia de un ejército regular, por lo que se considera la
fecha de creación del ejército boliviano.
23. Para preparar el terreno ideológico del avance porteño, Castelli envió también emisarios y
espías a las regiones controladas por el virreinato peruano; este fue el caso de Mariano de
Argandoña, que salió de Potosí en diciembre de 1810 v recorrió los territorios de Tacna,
Arequipa, Cusco y La Paz, retornando a Oruro para presentar su informe en febrero de 1811.
Según sus observaciones, el terreno político estaba abonado y las tropas porteñas serían bien
recibidas. AGN Buenos Aires. Colección Farini. Sala VII Leg. 290. fs 115-118.
24. Entre los acompañantes de Castelli se encontraban varios de los caudillos que organizaron
posteriormente guerrillas y republiquetas en el Alto Perú, entre ellos se hallaba Manuel Asencio
Padilla, caudillo de la guerrilla de La Laguna y esposo de Juana Azurduy. Se hallaba también el
antiguo escribano Juan Manuel de Cáceres, uno de los caudillos de las tropas indígenas
sublevadas en todo el altiplano en apoyo a los porteños.
25. René Arze Aguirre, Participación popular en la independencia de Bolivia. p. 142, citando a Miguel
de los Santos Taborga en Estudios históricos.
26. AGN Lima. E 1151 C 49 1811. fs. 133.
27. El manifiesto se inicia con el término de “Ciudadanos compatriotas”, y luego de recordar la
injusticia del accionar de los opresores de la Patria, continuaba con la idea de que “desde luego
podréis ser libres en el primer momento que os decidáis a serlo...” y empujaba a los pueblos del
Perú a rebelarse con el apoyo porteño. El discurso habla también de la felicidad de los pueblos
que “no rinden vasallaje sino a las leyes” y de la falacia de la defensa de Fernando VII. Concluía
con el siguiente párrafo: “Yo debo expresar que bien reflexionados los antecedentes
corresponderá el suceso a mis deseos, y toda la América del Sud no formará en adelante sino una
numerosa familia, que por medio de la fraternidad pueda igualar a las más respetables naciones
del Mundo Antiguo”, advirtiendo finalmente los peligros que podría traer una guerra. AGN
Buenos Aires. Colección Farini. Sala VII Legajo 290. fs. 98-98v.
28. Ver, entre otros, Luis Paz: Historia del Alto Perú hoy Bolivia. Vol II. p. 135.
29. Archivo Regional de La Libertad. Trujillo. Serie Cabildo Leg 102 N° 1741. 19 de julio de 1811.
“Compulsa del Acta celebrada por el Ilustre Cabildo de Truxillo sobre la determinación tomada a
los pliegos recibidos por parte del insurgente Castelli, cuadillo principal de los insurgentes del
Río de La Plata y provincias del Virreinato de Buenos Aires”. fs. 04.
30. Sobre la participación de Castelli en el primer ejército auxiliar y la batalla de Guaqui, los
enemigos políticos moderados, ahora en el poder, abrieron un juicio en contra de Castelli y sus
subalternos. El juicio se halla en AGX. Buenos Aires. Colección Juan Ángel Farini. Documentación
de Juan José Castelli. Expedición auxiliadora al Alto Perú 1809/1811. Sala VII.
31. Julio César Chávez, Castelli el adalid de Mayo. 1957. Citado por René Arze en Participación popular
en la independencia de Bolivia. p. 144. El juicio que se hizo a Castelli modifica en algo la apreciación
anterior. La historiografía actual busca reivindicar la situación de Castelli y su ejército,
entendiendo las posturas anteriores y el mismo juicio como parte de la lucha por el poder entre
radicales, dirigidos por Moreno y Castelli, y moderados, dirigidos por Cornelio Saavedra y
mostrando cómo la caída en desgracia política de Castelli, frente al triunfo moderado, propició el
juicio.
32. Los cambios políticos en Oruro se perciben con claridad en el juicio que se inició contra varios
vecinos por el tumulto de 24 de junio de 1811 en la Audiencia. (ABNB. Emancipación 68-1811).
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Fray Pedro Díaz, Hipólito Jofré, José Romero, Manuel Ramón Jofré y Juan de Uría fueron
apresados en Oruro y enviados a La Plata acusados de haber promovido el tumulto que impidió el
ingreso de Castelli a la Villa. El arresto se debió aparentemente por acción del mismo Castelli y
por los testimonios se evidencia que los ejércitos derrotados en Guaqui entraron a la Villa y
saquearon algunos comercios, por lo que la población, la plebe de cholos, decidió expulsarlos de
forma violenta. A la pregunta hecha por las autoridades a Manuel Ramón Jofré sobre si sabe que
en los días 24 y 25 de junio hubo en la Villa de Oruro “una conmoción, o revolución criminal en
que los revolucionarios entre otros excesos persiguieron al Excelentísimo Señor Vocal y trataron
de prenderlo” (fs. 205), respondió Jofré relatando, entre otras cosas, que en medio del tumulto,
un tal Galo ejecutó la prisión del doctor don Bernardo Monteagudo, a quien lo llevaron al cuartel
y que al día siguiente se organizó un cabildo en el que la plebe pidió se formasen compañías para
defender la Villa del saqueo de los soldados. Que había conocido que el origen del tumulto era
que habían entrado en Oruro 18 soldados del Ejército quienes habían intentado saquear algunas
tiendas de la plaza, que los dueños habían gritado por lo que comenzó la plebe a congregarse
para pedir que el S. Vocal [Castelli] ordenase a sus soldados que no entren en la Villa y que,
finalmente, algunos soldados habían disparado para dispersar esta plebe.
Con el debilitamiento de la posición porteña en La Plata, luego del desastre de Guaqui, y con la
justificación de la falta de pruebas, los acusados fueron puestos en libertad el 25 de agosto de
1811. Ese mismo día salía de la ciudad el presidente rebelde Martín de Pueyrredón.
33. René Arze Aguirre, Participación popular en la independencia de Rolivia. p. 184. La documentación
acerca de parte de esta sublevación, sobre todo la relacionada con la región del norte, se halla
compilada en la Colección Emilio Gutiérrez de Quintanilla. Guerra de la Independencia. T. II, año-
N° 2. Serie V. Ed. Lito, Buenos Aires, Argentina, 1973. p. 415.
34. Ver sobre este tema Diario del Presbítero Ramón de Mariaca. Sucesos de la ciudad de La Paz, en
el cerco puesto a ella por los indios y cholos sublevados en el día 14 de agosto de 1811 años: Escritos en forma
de diario, por don Ramón de Mariaca presbítero, abogado de la Real Audiencia de Charcas, en virtud de
prevención y encargo del Señor Gobernador Intendente Don Domingo Tristan, en Teodoro Imaña Castro
Un relato inédito de 1811: Sucesos del cerco de La Paz por el presbítero D. Ramón de Mariaca. N’OHESIS.
Revista de la Universidad de La Paz. UMSA. N° 2, septiembre, 1960, pp. 79-103.
35. Luis Paz, Historia del Alto Perú hoy Bolivia... p. 171. Podemos ver cómo en este libro y en otros de
la misma época -inicios del siglo XX- se trata de explicar los hechos tomando como fundamento
actos coyunturales.
36. Oficio de Goyeneche a M. Quimper. Cuartel General de Potosí, 25 de noviembre de 1811.
Colección Documental Emilio Gutiérrez de Quintanilla. p. 340, doc 172, 2 a parte.
37. Archivo Mario Linares Urioste ( AMLU) LB 31 y LA 27. (1811). Estado que demuestra el número
de tropa y municiones... González de Socasa Informa que la fuerza efectiva con que conté en ese
ataque fue de 319 personas. Hoja de servicios y méritos. Citado por Esther Aillón Soria. “Vida,
pasión y negocios: el propietario de la viña San Pedro Mártir en los últimos días de la Colonia y
durante la Guerra de la Independencia. Indalecio González de Socasa (1755-1820)”. Tesis de
licenciatura en Historia UMSA. 1996. p. 75.
38. José Santos Vargas, Diario de un comandante de la independencia americana. 1814-1825.
Transcripción, introducción e índices de Gunnar Mendoza I. Siglo XXI. 1982. p. 26.
39. José Santos Vargas. Diario de un comandante... introducción de Gunnar Mendoza, p. XVI.
40. Id. p. XVI.
41. AGN. Lima. Cajas Reales Leg. 1153. C. 53. Documentos comprobantes de Cargo y Data de la
cuenta de Real Hacienda del año 1812. fs. 57.
42. La sublevación tuvo su punto central en La Paz, donde se cercó la ciudad. Sobre este tema
existe un diario escrito por el presbítero Ramón Mariaca y publicado en 1962 por Teodoro Imaña
Castro en la revista Nobesis de la Universidad Mayor de San Andrés. El tema ha sido trabajado
67

también por René Arze en Participación popular en la independencia de Bolivia. Este cerco, sin
embargo, es mucho menos conocido que el dirigido por Julián Apaza, Tupac Katari, en 1781.
43. Las tropas rebeldes estaban dirigidas, entre otros por los famosos caudillos Cárdenas y Lanza.
Luis Paz. Historia general del Alto Perú hoy Bolivia. pp. 251-252.
44. Oficio de Manuel Quimper al virrey José Fernando de Abascal. Colección Documental Emilio
Gutiérrez de Quintanilla. p. 347, doc 182, 2a parte.
45. Id. pp. 347-348.
46. AGN. Lima. Cajas Reales de Oruro. Leg 1153. C 53. fs. 25.
47. Es tema de discusión historiográfica el nombre correcto que debe darse a los dos y a veces
tres ejércitos que luchaban en el Alto Perú. La historiografía nacional denomina desde un
principio a los ejércitos y partidos como “patriotas” y “realistas”; sin embargo, los documentos
de la época los denominan como “ejército auxiliar rioplatense o de Buenos Aires” y “ejército del
Perú”, al menos durante los primeros años de la guerra. Esta confusión en la denominación tiene
relación sobre las posiciones que tomaron cada uno de los ejércitos, a favor de la Junta de Buenos
Aires y de la Junta española, en un primer momento y, posteriormente, a favor de la
independencia.
48. José Santos Vargas, Diario de un comandante de la independencia americana. p. 27. Es interesante
analizar los términos utilizados por Vargas en su diario como los de libertad y nación, así como la
idea de una lucha de toda América.
49. AGN. Lima. Cajas Reales de Oruro. Legajo 149. Libro 665. 1812.
50. AGN. Lima. Leg. 1153. C53.
51. José Santos Vargas, op. cit. p. 29.
52. AJBNB. Emancipación 90. 1812. Lanza fue acusado “... por la parte que ha tenido en las pasadas
revoluciones en consorcio del pérfido Baltazar Cárdenas atacando las armas del Rey...” y se lo
condena a 10 años en el presidio que decidiera el Virrey del Perú y al embargo de sus bienes.
Cuenta el mismo Tambor Mayor Vargas que Lanza fue enviado posteriormente a Potosí, de cuya
cárcel escapó y se incorporó a las tropas de la Patria en Salta y Tucumán.
53. Informe del subdelegado sustituto de Paria, Sánchez de Velasco, advirtiendo que no puede
cobrar el tributo de San Juan del año anterior. AGN. Lima. Leg. 1153. C.53. Sánchez de Velasco
había sido nombrado subdelegado por las autoridades porteñas, así que es posible que, además de
la sublevación indígena, hubiera también falta de interés del mismo subdelegado para entregar
los tributos al otro partido.
54. Juan Bautista Tedesqui era el principal minero de Oruro en esos años. En las cuentas de la
callanca de Oruro de 1813 figura entregando 34 barras de plata de un total anual de 66, es decir,
en ese año produjo más de la mitad de la producción total. AGN. Lima Cajas Reales de Oruro. Leg.
1153. C. 54. 1813.
55. Archivo General de Indias. Estado, 74. N° 8.1. “El Virrey del Perú instruye de la tranquilidad
que disfrutan las cuatro provincias del Alto Perú pertenecientes al Virreinato del Río de la Plata y
de las nuevas ventajas conseguidas por el Ejército Real sobre el de los insurgentes de esa parte”.
Es interesante comprobar que a pesar de que el Alto Perú pasó a depender administrativamente
del virreinato peruano, el Virrey consideraba que dependía del Virreinato de Buenos Aires, lo que
significa que, en realidad, la situación de dependencia del Alto Perú no quedaba clara. Este hecho
puede explicar muchas de las peculiaridades del proceso de independencia de esta región.
56. AGN Lima. Cajas Reales Leg. 1153 C. 53. fs 25.
57. Luis Paz, Historia general del Alto Perú, hoy Bolivia. Tomo II. p. 224. Esta situación se halla
comprobada por la carta que escribió Goyeneche al virrey Abascal desde Oruro; en ella cuenta la
rapidez con que organizó la retirada, la tristeza del pueblo por la misma y cómo fueron “cazando
llamas” para mantenerse en el camino, además de otras penurias. Critica a los juramentados que
se han portado “indignamente” en Salta. AGI. Diversos 3. A 1813. R1. N°2 D.7. 13.03.1813. Archivo
del virrey Abascal.
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58. AGI Diversos 3. Año 1813 N° 2 D8. Cartas de Goyeneche al virrey Abascal. Dice que la situación
es estable y que Tacón ha tomado la plaza de Oruro. Escribe lo siguiente: “Mi estado actual no me
permite dar cuenta de la gravedad de los ocurrimientos, no tengo cabeza para seguir
mandando...”. También relata que ha habido muchas deserciones sobre todo de los paceños. AGI.
Diversos 6BIS. N° 5. La salida de Goyeneche del mando del ejército real y la crisis del mismo, es un
hecho lleno de tensión y que involucró a los más importantes miembros del gobierno virreinal.
Se celebraron en Lima cuatro juntas de Guerra entre abril y mayo de 1813, donde se tomaron las
siguientes decisiones: se aceptó la renuncia de Goyeneche encargándole el mando al brigadier
don juan Ramírez o por falta al que le siga en antigüedad hasta que el Virrey destine a otro; se
desconoció las acciones de Tristán en Salta y de Goyeneche en Potosí; se envió a Pumacagua con
refuerzos a La Paz para evitar el avance porteño; se decidió avisar a la población del virreinato
para que tome recaudos y para solicitar ayuda. Posteriormente (reunión de 8 de abril) se decidió
obligar a Goyeneche a retornar a Potosí mientras se nombraba como sucesor a Juan de
Henestrosa. Finalmente, se decidió enviar a Joaquín de la Pezuela. Frente a estas decisiones, la
Junta de Guerra reunida en el cuartel general de Oruro determinó que la retirada de Potosí era
adecuada y oportuna y que la situación de Oruro era la más ventajosa y aparente para poder
restablecerse, “tener en sujeción aquellas provincias y conservar la comunicación con el
virreinato, que no podían pasar el mando a otra persona que la del Sr. General en Jefe José
Manuel Goyeneche. Que era inevitable la disolución del ejército si se separaba a Goyeneche del
mando”. Finalmente, se conoció por un acta de la Junta de Guerra en Oruro, que el estado de
salud de Goyeneche era deplorable y que a causa de un ataque de nervios había entregado el
mando a su segundo Juan Ramírez. En la realidad, los hechos de Salta y Potosí fueron utilizados
por el bando del Virrey para deshacerse de Goyeneche, de quien recelaban porque “es hombre
del país y tenía en la cabeza de los batallones a caballeros de las provincias limítrofes muy adictos
a su persona” y que, con excepción de los batallones de pardos y morenos, el resto del ejército del
Alto Perú estaba compuesto de milicianos del Cusco, Arequipa y Puno.
59. Luis Paz, op. cit. Tomo II. p. 236.
60. Además del cuartel general en Condo Condo, Pezuela repartió su ejército en Caracollo, So-
rasora, Poopó, Urmiri. Guancané y Ancacato, controlando todos los pasos desde Chayanta. AGN
Lima. Cajas Reales. Leg. 1153. C 56.
61. AGN Lima. Cajas Reales de Oruro. Leg. 1153. C. 56. Entre las tropas se contaba con la Partida del
Real de Lima, la Compañía de Azángaro y la de Carabaya.
62. La lucha de guerrillas es uno de los temas más estudiados de la Guerra de la Independencia.
Algunos autores destacan catorce grupos guerrilleros que iban desde Larecaja al norte hasta Cinti
al sur. La gran mayoría de estos grupos que al contrario de lo que se dice, mantenían contacto
entre sí y con el gobernador Alvarez de Arenales sostuvieron la insurrección sobre todo en el
área rural de los valles orientales. Sobre este tema es muy importante el fondo de donación Dr.
J.E Uriburu, Archivo del General Arenales, que se halla en el Archivo General de la Nación en
Buenos Aires. Sala VII. Legajos 2565 y 2567.
63. AGN Lima. Cajas Reales de Oruro. Leg. 1153 C. 58. Soldados heridos en Vilcapugio
pertenecientes a la partida del Sr. Chilliguanca.
64. AGN Lima. Son varios los documentos de Cajas Reales que consignan la permanencia del
comercio entre la costa y Oruro, por la vía de Toledo. El ingreso de mercadería de todo tipo y de
vituallas y armamento para el ejército es continuo y no paró ni aún en los momentos más
conflictivos. AGN Lima. Leg. 1153 C59, AGN Lima Leg. 1153 C. 60, AGN Lima Leg. 1153 C. 63. En este
último, se consignan las guías de comercio de Toledo y algunas de las partidas son las siguientes:
algodón hacia Cochabamba, ají palpa hacia Paria, jabón hacia Potosí, aguardiente hacia La Paz,
alfeñiques hacia Tapacarí, lana de color hacia Poopó, etc. Como se ve, ni aún en medio de la
guerra se cortaron las rutas comerciales que daban vida a la villa y sus pueblos.
69

65. De acuerdo con Germán Leguía y Martínez (“Historia de la Emancipación del Peni: el Protectorado”
. Tomo I, en CDIP. 1972) la rebelión de Angulo y Pumacahua se hallaba en contacto con el tercer
ejército auxiliar dirigido por Rondeau, proyecto que contemplaba también a los gobernadores
Arenales y Warnes, y a un grupo grande de jefes guerrilleros. Esto se confirma por dos hechos. El
primero es el apresamiento en Oruro y la tortura del alcalde del Cusco N. Paredes, quien viajaba
aparentemente hacia el sur con el objetivo de contactarse con Rondeau (Leguía: 151); el segundo
consiste en las cartas enviadas por Arenales a Pinelo, quien llegó a La Paz comandando las tropas
cusqueñas (AGN Buenos Aires. Donación Uriburu. Archivo de Álvarez de Arenales. 1814-1815). Esto
significa que no se trataba de dos rebeliones independientes, sino de un proyecto que articulaba
un amplio espacio.
66. AGN Lima. Cajas Reales de Oruro. Leg. 1153. C. 58.
67. De acuerdo con Leguía, el avance realista en el Alto Perú no se hizo esperar. “El 30 de
noviembre Olañeta marcha del campo con una fuerte división sobre Potosí; el 1 o de diciembre,
Ramírez sale con otra sobre Cochabamba, a donde el mismo Pezuela se dirige el 4; en la propia
fecha, parten quinientos hombres a La Paz, en pos de aniquilar los rezagos de la rebelión del
Cuzco, que conduce el cura Muñecas; Maruri va a engrosar la reserva de Oruro con doscientos
setenta soldados; el Conde de Casa Real lleva consigo trescientos a Chuquisaca; Velasco, otros
tantos a Chayanta; y Aguilera, cifra mayor a Santa Cruz de la Sierra, Mojos y Chiquitos” (Germán
Leguía: 168-169).
68. Luis Paz, op. cit. p. 538.
69. José Santos Vargas, Diario de un comandante de la Independencia Alto peruana. p 237.
70. La entrada desde Oruro fue dirigida por Ricafort. Santos Vargas la relata de esta manera: “A
las 11 de la noche ya llegó un indio de Oruro mandado por el comandante Chinchilla a una deuda
que tenía en Oruro, doña Juliana Sota, a que le comunicase lo que hayga de cosas política. Esta
señora pues le comunicó que mañana saldrá (el papel con fecha 15 [de marzo de 1818]) el general
Ricafort con un batallón y dos piezas de artillería. Así nomás fue: al día siguiente 16 de marzo a
las 7 de la mañana llega otro parte de Cochabamba que el coronel Rolando sale con 600 hombres.
A las 11 del día se retiró don Santiago Fajardo a Palca a su casa; por si acaso lleva 11 hombres de
caballería. A las 2 de la tarde llega otro parte de Sicasica que el subdelegado gobernador don
Francisco España salió el lunes por la tarde de su capital con 300 hombres”. p. 226 (fs 197v-198).
71. El tema del cobro de impuestos patrióticos provocó discusiones y conflictos en el cabildo de la
Villa. En marzo de 1815, por ejemplo, el Cabildo tuvo que aceptar el envío de una contribución
patriótica a La Plata, para lo cual los cabildantes tuvieron que asumir la responsabilidad del cobro
en los distintos estamentos: el clero regular, los comerciantes, mineros, azogueros y hacendados
de los alrededores de la Villa. En junio del mismo año se solicita otra contribución para enviarla a
Challapata, pero el cabildo responde que no puede hacerla por falta de fondos. (Archivo Histórico
Municipal de Oruro. AHMO. Actas de cabildo. 1815.)
72. El único dato más o menos claro de acciones conspirativas en Oruro la da Santos Vargas en
noviembre de 1820. (Vargas f. 245v-246).
73. Archivo Histórico Judicial de Poopó. Títulos de Toledo. Siglos XVIII y XIX.
74. Id. fs. 238. p. 282.
75. Id. fs. 230v. p. 272.
76. Germán Leguía y Martínez, Historia de la emancipación del Perú: el Protectorado. Tomo III. CDIP. p.
681.
77. José Santos Varga, op. cit. pp. 292-293.
78. En 1815 se encuentran ya datos en el libro de Cabildo donde se ordenaba a parte de la
población a reforzar las paredes de la fortaleza. AHMO. Actas de Cabildo 1815.
79. Luis Paz, op. cit. p. 568.
80. El territorio de Oruro, conformado por los partidos de Oruro, Paria y Carangas, pertenecía a la
intendencia de Chuquisaca; por lo tanto, en Oruro no existía un Gobernador Intendente, sino
70

simplemente un Gobernador que tenía la misma jerarquía que los subdelegados de Paria y
Carangas. Los tres dependían del intendente de Chuquisaca, que era al mismo tiempo presidente
de la Audiencia de Charcas y gobernador de la misma. La diputación provincial era la instancia de
poder instituida a nivel regional por la Constitución de Cádiz de 1812 y repuesta en 1820. De
acuerdo a la ley tenía su sede en la capital de las intendencias.
81. Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en el Perú. p. 283.
82. José Santos Vargas, op. cit. p. 342.
83. Jóse Santos Vargas, op. cit. p. 343.
84. José Luis Roca, “1824: comienzo de la Bolivia independiente”. En Anuario del ABNB. 2003. p.
426. Los conflictos y tensiones entre Olañeta, criollo y los generales españoles La Serna, Valdez,
Canterac y sobre todo Maroto, presidente de la Audiencia e Intendente de Chuqui-saca, eran
anteriores a este hecho y nos muestran una división dentro del ejército real que se vio manifiesta
recién en 1824.
71

Capítulo 3. Súbditos y ciudadanos en


el proceso de independencia

1 El proceso histórico que abarca de 1809 a 1825 ha sido estudiado por la historiografía
fundamentalmente como el que llevó a los habitantes del Alto Perú de una situación
colonial a otra de independencia; es decir, ha sido visto casi exclusivamente como un
proceso que se sitúa “en medio de” un sistema de dependencia y otro de libertad frente a
la metrópoli. La historiografía de este periodo resaltó de esta manera las acciones bélicas,
estableciendo una división maniquea entre grupos que apoyaban la permanencia dentro
el sistema colonial –conocidos como realistas– y otros grupos que buscaban separarse del
mismo –identificados como patriotas. Dentro de esta visión, los elementos que no
coincidían con estas posturas fueron vistos y analizados como actos de traición,
posiciones tibias o acciones interesadas, presentados en algunas obras como “dos caras”,
término que identifica peyorativamente a los doctores altoperuanos y a otros personajes
que, siendo realistas durante gran parte del proceso, cambiaron aparentemente de bando
a último momento para convertirse en fanáticos republicanos.1
2 La principal limitación de este nivel de análisis se sitúa, en primer término, en que abarca
únicamente una de las dimensiones del proceso, dejando de lado otras; y, posteriormente,
en que no se analiza el periodo como un proceso en sí, sino como un paso entre un
sistema colonial y otro independiente y, por lo tanto, sin sentido en sí mismo. De esta
manera, las ambigüedades aparecen como contradicciones dentro de un espacio ya
marcado de antemano entre lo anterior –la Colonia– y el resultado –la formación de
nuevos Estados.
3 En este capítulo se buscará profundizar un segundo nivel de análisis de los cambios que se
dieron en la etapa de estudio: el paso de un sistema basado en el reconocimiento de la
soberanía del Rey, bajo un sistema monárquico y de antiguo régimen, a otro instaurado
bajo principios republicanos de nuevo régimen, aunque en muchos aspectos estos
cambios fueron solamente ideales y no se reflejaron en la práctica política. 2 Este cambio
no se halla desvinculado del que se dio entre la pertenencia a un sistema colonial y la
formación de nuevos Estados nacionales, y se cruza con éste en muchos momentos; sin
embargo, es importante resaltar que se trata de otra dimensión de análisis sobre el mismo
proceso. Esto significa que, en la historia, el paso de la condición de vasallo de un rey
soberano a la de ciudadano de una República no implica necesariamente un proceso de
72

independencia o autonomía frente a una metrópoli; asimismo, un proceso de


independencia no implica necesariamente un cambio en el sistema político y en el estatus
de los pobladores.3
4 El proceso de transformación de los vasallos en ciudadanos, es decir, de la construcción
de la ciudadanía, dentro de un proceso paralelo de separación de la metrópoli, se dio en la
mayor parte de la América española debido a la conjunción de dos hechos producidos en
España en 1808: la invasión napoleónica y el apresamiento de la familia real en Bayona,
por un lado; y la constitución de juntas que reasumían la soberanía, por el otro.
5 En el primer caso, se trataba del rompimiento de una monarquía absolutista que, a pesar
de las modificaciones introducidas en el siglo XVIII por los reyes Borbón, mantenían los
principios de la soberanía real; en el segundo caso, se manifestaba una acción que si bien
se hallaba asentada en la antigua tradición española, incluía un nuevo elemento de
modernidad: la del surgimiento del pueblo soberano.4 Estos dos hechos, que se relacionan
al ser uno la consecuencia del otro, marcaron en América un largo proceso por el cual el
vasallo del monarca español se fue transformando de una forma compleja, plena de
avances y retrocesos, en el ciudadano de las nuevas repúblicas. Al mismo tiempo, la
sociedad de antiguo régimen, jerárquica y heterogénea, donde se relacionaban el
soberano y sus vasallos, se convirtió –al menos en el discurso oficial– en una sociedad
moderna, homogénea, donde convivían los ciudadanos.
6 El vasallo es la persona sometida a un señor y el súbdito el sometido a un poder soberano,
condiciones con las que se nace. El ciudadano, por el contrario, es una invención social. A
decir de François Xavier Guerra, el ciudadano no nace, se hace. Es “el resultado de un
proceso cultural en la historia personal de cada uno y en la colectividad de una sociedad”.
5
Es este proceso cultural el que resalta también Marta Irurozqui cuando destaca la
necesidad de adentrase en la dinámica a través de la cual la ciudadanía se construye. De
esta manera, sostiene que definiciones generales que hacen del ciudadano “un miembro
de una comunidad de iguales que participan directa o indirectamente en el ejercicio del
poder político a través de las libertades de expresión, asociación y organización y de la
participación en la cosa pública”, muestran la ciudadanía como una realidad ya cerrada y
que, para un análisis histórico, es preferible partir de una reconstrucción temporal del
mismo concepto, teniendo en cuenta cómo fue entendido, asumido o interpretado de
diversas formas a lo largo del tiempo.6
7 La conversión del súbdito en ciudadano, teniendo en cuenta los anteriores conceptos,
implica también el cambio de una sociedad de antiguo régimen, corporativa y jerárquica,
a una sociedad moderna, basada en el individuo y la igualdad.
8 Si bien el trasfondo histórico de esta conversión debe insertarse en un contexto general
que abarca no sólo a la Audiencia de Charcas o a los virreinatos del Perú y del Río de la
Plata, sino a todo el conjunto de los habitantes de Europa y América de los reinos de
España, el trabajo se ha centrado en el distrito de la Audiencia de Charcas,
fundamentalmente La Plata, La Paz y Oruro. El análisis contempla tanto la Villa de San
Felipe de Austria como los pueblos y comunidades, sin desconocer que esta región se
hallaba profundamente interrelacionada con contextos más amplios; esto significa que,
en la gran mayoría de los casos, las propuestas y proyectos no provienen precisamente de
la misma región, sino de otras como Buenos Aires o Lima, donde las élites presentaron las
nuevas visiones políticas y buscaron teorizar sobre las ellas, pero que, sin embargo, se
pusieron en práctica en otras regiones subalternas con sus propias peculiaridades.
73

El soberano y sus súbditos en Charcas


9 Aún no se había olvidado en Oruro la sublevación criollo-indígena de 1781 y sus
repercusiones cuando el Cabildo, Justicia y Regimiento de la Villa de San Felipe de
Austria, de Oruro, solicitó a su Soberano, el 15 de noviembre de 1803, la confirmación de
la fundación de la villa. Según la solicitud enviada desde América, no se había podido
encontrar en los archivos del Cabildo la Real Confirmación de la misma, “aunque se la
buscó con el mayor cuidado”.7 La ausencia del documento preocupaba profundamente a
los vecinos de la villa, ya que, de acuerdo al documento, “esta[ba] expuesta la referida
fundación a que la reclame cualquier díscolo y ponga en consternación a sus vecinos”. 8 La
respuesta con la confirmación real, enviada desde la metrópoli en 1806, es un ejemplo a
través del cual se pueden ver representados varios de los elementos de la relación entre el
Soberano y sus súbditos en los primeros años del siglo XIX.
10 En primer lugar, el encabezamiento común de toda Cédula Real: “Don Carlos [Carlos IV]
por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias...” etc., sentaba
aún en el siglo XIX inicial las bases de la soberanía personal del Rey de una forma clara, ya
que sólo a través de la figura real y “por la gracia de Dios” se conformaba el amplio
imperio español. Los más de 33 territorios dispersos por todo el orbe no tenían una
unidad sino a través del Soberano.
11 El mismo encabezamiento nos muestra también la relación directa y paternal que
relacionaba al Soberano con sus súbditos y vasallos. Las Reales Cédulas, como en un ritual
permanente, salían directamente del monarca, que imprimía su sello personal a todas las
acciones gubernativas. Desde esta perspectiva, todo el armazón social nacía en el
Soberano y llegaba hasta los súbditos en un sistema de ida y vuelta reconocido por las dos
partes como un pacto monárquico.9
12 Otro signo del poder soberano presente en la Cédula Real de 1806 se manifiesta en la
utilización de la primera persona del singular en términos como mis Reales Caxas, mi Real
Audiencia de Charcas, Mi Consejo de Cámara de Indias y otros. A partir de estos términos
puede percibirse la pertenencia individual, por parte del Rey, de todas las instancias de
poder del imperio. Esta situación de pertenencia personal fue aún mayor en el caso de las
Indias, en el sentido de que eran consideradas como parte patrimonial del monarca.
Asimismo, el documento en cuestión utiliza también el mismo término para hablar de
acciones provenientes del Estado; así, se utilizan expresiones como mi Servicio y mi Real
Aprobación, reforzando nuevamente el principio de que la fuente del poder, es decir la
soberanía, residía en el Rey.
13 La sección resolutiva de la Cédula Real confirma los mismos principios. En una primera
parte, luego de conceder la confirmación como villa, también como un acto individual y
voluntario del Soberano, dice:
Y en cuanto al señalamiento de Escudo de Armas, de que deberá usar he resuelto,
que eligiéndole la misma Villa de San Felipe de Austria, y exhibiéndole al Presidente
de mi Real Audiencia de Charcas, esta le examine y no hallando inconveniente me
dé cuenta con justificación para mi Real aprobación.10
14 A pesar de la aparente cesión por parte del Rey a los vecinos de la facultad de decidir el
escudo de la villa, la decisión en última instancia depende nuevamente del monarca.
74

15 Pero es en el último punto del documento donde se percibe con más claridad la posición
de Soberano, cuando se dice:
Y por esta mi carta, o su trasunto signado del Escribano Público, ruego y encargo al
Serenísimo Príncipe de Asturias, mi muy caro y amado hijo, y mando a los infantes,
Prelados, Duques, Marqueses, Condes, Ricos hombres, Priores de las Ordenes,
Comendadores y Subcomendadores, a mis Consejos, Presidentes y Oidores de mis
Reales Audiencias, así de esos Reinos como de los de Indias, a los Gobernadores,
Corregidores, Contadores mayores de Cuentas, y otros cuales quiera Jueces de mi
Casa y Corte, y Chancillería, a los Alcaldes de los Castillos y Casa fuertes y llanas, a
todos los Consejos Alcaldes, Alguaciles, Merinos, Caballeros, Escuderos, oficiales y
hombres buenos de las Ciudades, Villas y lugares de todos mis Reinos y Señoríos y a
los demás mis vasallos de cualesquiera estado, condición, preeminencia, o dignidad
que la hora son o fueren de aquí adelante, guarden y hagan guardar la expresada
merced a la referida Villa de San Felipe de Austria, sin contravenir ni permitir se
contravenga a ella cosa alguna.11
16 Además del uso de la primera persona del singular, se percibe en el anterior párrafo la
forma cómo el Soberano dirigía todo el sistema y también cómo el imperio se hallaba
ordenado, de tal manera que las jerarquías se igualaban solamente en su relación con el
Rey. Dos elementos pueden destacarse para este análisis: el primero, la diferencia de trato
que se da entre el monarca frente al Príncipe de Asturias, a quien el Soberano “ruega y
encarga” el cumplimiento de la Cédula Real y el dado al resto de los vasallos a quienes el
Soberano “manda”. Además, en el grupo que debía cumplir el mandato se hallan desde los
infantes hasta el menor de los vasallos y únicamente el heredero, que será el próximo
soberano, escapa a su condición.
17 El segundo punto es que en la larga lista de vasallos figuran de forma indistinta
autoridades y personas tanto de Europa como de las Indias, conformando un imperio más
que un sistema dual entre metrópoli y colonias.12
18 Otra dimensión en la que se percibe la relación entre el Soberano y sus vasallos es la de
los rituales, en los cuales se entremezclaban actos de vasallaje con acciones de tipo
religioso. En el caso de la Villa de Oruro, esta situación se ve con mayor fuerza al ser
fundada en honor al rey Felipe III, que era elevado de esta manera a la condición de santo;
de ahí el nombre de San Felipe de Austria. Ya desde la concepción del nombre se nota el
interés, por parte de la corona, en fortalecer la idea de la santificación del Cristiano Rey
Felipe Tercero, a través del nombramiento de una villa en las Indias.
19 Era costumbre dedicar las ciudades y villas a un Santo Patrón, bajo cuya devoción se
organizaba la vida urbana y que no era sólo quien le daba nombre a la ciudad o villa, sino
que en torno suyo se ordenaba el año y las fiestas. Su figura se resaltaba a través de
rituales como la procesión, la misa de tedeum y una serie de otras actividades simbólicas.
En el caso de la Villa de Oruro, se había producido una conjunción entre el Santo Patrón y
el Soberano Felipe III, de tal forma que el ordenamiento de las fiestas anuales
entremezclaba tanto rituales cristianos como actos de vasallaje frente al Soberano. Así, la
ordenanza de 1606 –que se halla también en el documento de la confirmación– y que
describía las funciones del Alférez Real en la villa establecía:
Y porque ha sido nuestro Señor servido que en tiempo tan calamitoso se haya
descubierto una tan gran riqueza en el que Reina el Rey don Felipe Nuestro Señor
tercero de este nombre por cuya causa se ha puesto nombre a esta Villa de San
Felipe de Austria, es justo se haga por ella la fiesta de San Felipe asistiendo a las
Vísperas e Misa que será con solemnidad y esta será la del Estandarte, el cual se ha
de llevar a la Iglesia de esta manera: El Cabildo Justicia y Regimiento y todos los
75

vecinos principales se han de juntar en casa del Corregidor y de allí han de ir a la


casa del Alférez Real, el cual saldrá con el Estandarte y al lado derecho el corregidor
y a sus lados los dos Alcaldes con todo el acompañamiento irán a las Vísperas y
después con el mismo acompañamiento lo volverán a su casa, y lo mismo se hará a
la misa procurando sea con toda la solemnidad que se pudiere. 13
20 Esta costumbre del siglo XVII perduraba a inicios del siglo XIX, como puede apreciarse
cuando en 1815, luego del retorno al sistema absolutista y al desconocimiento de la
constitución gaditana, se ordenó en las Actas de Cabildo que se volviera a festejar la fiesta
de San Felipe con la presencia del Alférez Real.14
21 Las fiestas en honor del monarca no se producían únicamente en los espacios urbanos
españoles y criollos, sino también en los pueblos de indios. Uno de estos casos se dio en
Poopó, donde un documento de 1789 da cuenta de la celebración de una fiesta en
homenaje a Carlos IV, con la participación de toda la población conformada por los
vecinos del mismo pueblo y los comunarios de los ayllus. La fiesta coincidía con la
celebración de la Navidad, entre el 24 y 25 de diciembre, y como acto central se hacía una
“solemne jura, en recompensa de fiel vasallaje…”.15 En este caso, al igual que en el
anterior, se entrecruzaba la fiesta religiosa con el acto simbólico de vasallaje al soberano.
De este hecho se puede deducir que la soberanía real no se hallaba únicamente en el
ámbito del poder secular, sino que se ubicaba también en un ámbito de carácter religioso.
16

22 La imagen religiosa de los monarcas, de acuerdo a la visión de Démelas, tenía varias caras:
se los veía como imágenes visibles de Dios, como instrumentos del proyecto divino en la
prosperidad como en el castigo, como servidores del bien común y como señores de todas
las cosas en su reino.17
23 Otro ejemplo de la representación y la fiesta en las que se entrecruzaba lo religioso con el
sentimiento de ser súbditos se dio en la Villa de Oruro el 24 de diciembre de 1807,
coincidiendo también con la fiesta de la Navidad. En esta oportunidad se presentó en la
iglesia de la Beatería una adaptación de la obra de Calderón de la Barca Los dos amantes del
cielo, que era una especie de catecismo visual que fomentaba la conversión religiosa de los
indígenas contraponiendo la idolatría a la bondad y racionalidad de la fe católica. 18 Si bien
esta representación era fundamentalmente religiosa, y se acercaba más a una especie de
auto sacramental –tan utilizado en la sociedad colonial–, que a una fiesta con carácter
regio, es interesante el hecho de que se representara en el mismo día de Navidad,
momento en que la población de Poopó juraba vasallaje al Soberano.

La lealtad de los súbditos en Charcas


24 Cada acontecimiento relacionado con el poder real que se producía en la metrópoli era
ocasión para renovar la lealtad de los súbditos americanos. Así, por ejemplo, el
nacimiento o la muerte de un miembro de la familia real, el matrimonio del Rey, o la
llegada de un nuevo virrey implicaban para la población una renovación del pacto
monárquico y de la lealtad y vasallaje hacia el Soberano. Esto se manifestaba a través de
proclamas, fiestas y rituales.19 En estas representaciones públicas, los distintos grupos que
conformaban la sociedad, organizados en gremios y cofradías, reconocían su vasallaje a
partir de la celebración. Y es que los súbditos, que mantenían una relación paternal con el
soberano, debían no sólo regocijarse por las alegrías de éste, o apenarse, de acuerdo a las
circunstancias, sino que esta conjunción de sentimientos debía ser demostrada
76

públicamente, debía ser representada. Lógicamente, la representación y la fiesta eran


también la oportunidad para que los diversos grupos de la sociedad colonial mostraran su
poderío político y económico.
25 Así, por ejemplo, una prueba de fidelidad al monarca en los territorios de Charcas se dio
en 1806, cuando la Armada británica tomó el puerto de Buenos Aires. La noticia llegó a la
Audiencia y sus distritos como un reguero de pólvora y la respuesta de la población, tanto
española como americana, fue unánime. La Audiencia organizó milicias, el clero propició
novenas y rogativas, todos pedían “por la atribulada capital, y se rogaba a Dios por su
reconquista”.20 Gabriel René Moreno, que relata estos hechos, sostiene: “Esta conducta de
parte de mestizos y criollos demostraba que con respecto a extraños (los ingleses), el
deber de vasallaje establecido era para la generalidad de las conciencias una ley natural y
sagrada. No cabía duda: la unión con la metrópoli ibérica seguía mirándose por el pueblo
como lazo estrechísimo, quizá como vínculo indisoluble”.21
26 Esta posición de lealtad al Soberano, tan clara en la capital de la Audiencia, se vio también
en la Villa de Oruro. El cabildo de la villa no sólo envió dinero para apoyar en la defensa
de la ciudad y del reino, sino que, cuando se logró su reconquista, envió a Buenos Aires
una lámina de oro y plata de dos varas de tamaño, con una inscripción alusiva a los
hechos.22
27 La lealtad de los súbditos en el territorio de Charcas era, para 1808, algo que no se ponía
en duda. La figura del soberano se hallaba por encima de cualquier crítica que se hiciera a
las autoridades, tal como lo dice Moreno:
...el sistema colonial, su régimen, su administración, sus gestores, tendrían todos los
inconvenientes, exclusivismos y vicios que se quieran; pero, sea blandura del
gobierno en el nuevo virreinato, sea justicia de las leyes civiles, sean conexiones
entrañables de hábito, espíritu y sangre con España en las clases superiores, es el
hecho que los naturales sin distinción entre indios, mestizos y criollos, amaban en
el Alto Perú a la madre patria, y la generalidad estaba contenta con su dominación
el año 1808.23
28 La invasión napoleónica a España y la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo
Fernando VII puso a prueba esta relación entre el Soberano y sus súbditos, más aún en un
ambiente tenso y conflictivo como era el que se vivía en ese momento en la capital de la
Audiencia, en medio de luchas entre el presidente, don Ramón García Pizarro, por un
lado, y los oidores y el Cabildo, por el otro.24
29 El 21 de agosto llegaron a La Plata las noticias del motín de Aranjuez, la caída y prisión de
Godoy, la abdicación de Carlos IV, la exaltación de Fernando VII al trono y la entrada de
los ejércitos franceses a la península. Estas noticias conmovieron a las autoridades y, a
pesar de que el Virrey era partidario de no darles mayor crédito, al comprobarse su
veracidad las autoridades y la población en su conjunto quedaron conmocionadas. 25
30 Aparentemente, la situación extrema movió a las autoridades a deponer sus actitudes y
dejar de lado sus desacuerdos, estableciendo la unidad alrededor del “adorado Fernando”.
26

31 Luego de varios días de rogativas por el porvenir de España, el 2 3 de agosto se dictó un


bando de apoyo a Fernando VII. En él se ordenaba celebrar la jura del nuevo Rey y enviar
la orden a las otras ciudades y villas del Alto Perú. La celebración debía realizarse con
toda pompa, no sólo por el hecho trascendental de tener un nuevo Rey, sino también por
la necesidad de resaltar esa lealtad que se ponía a prueba. Sobre la preparación de la
celebración en La Plata, relata el mismo Moreno:
77

Un formidable feriado de quince días permitió a los empleados y la ciudad


apercibirse para asistir a la fiesta de la jura, y echarse probablemente a marear
aguas adentro en un piélago de comentarios y embustes sobre las cosas de la
metrópoli.
Estrenose a la sazón el uso de la fernandina, escarapela cuyos primeros modelos
había introducido el Presidente y mandado distribuir en villas y ciudades. Para
bordarlas de oro y seda puso a contribución la amistad de las damas de Chuquisaca.
Gastó en la generalización de la moda un ahínco que daba mucho que hablar a los
vocabularios y caramillos, hasta imputarle la especie de haber obligado a que
hombres en el sombrero y mujeres en el pecho la llevaran todos diariamente. 27
32 Ni bien se había ya iniciado la preparación de la jura al nuevo Rey en La Plata, cuando el
17 de septiembre de 1808 llegó a la Audiencia una nueva noticia: la del apresamiento de la
familia real en Bayona y la abdicación en favor de Napoleón, además de la formación de
una junta de gobierno en Sevilla y de juntas provinciales en otras ciudades y villas. El
escenario en la metrópoli variaba desde su fundamento y los territorios en América
quedaban sin saber qué rumbo tomar.
33 Si bien la lealtad hacia el Soberano se había manifestado de manera pública en las
ciudades y villas al momento de jurar lealtad a Fernando VII, la situación de vasallaje
empezó a modificarse rápidamente en el pensamiento y el discurso de la población
americana luego de reconocer que este Rey, al que pocos días antes le habían jurado
lealtad, había sido obligado a abdicar en favor de un extranjero advenedizo.
34 François Xavier Guerra, al tratar este punto en su artículo “El ocaso de la monarquía
hispánica”, sostiene que la abdicación de Bayona abrió la crisis de la monarquía y el
comienzo del proceso revolucionario.
Lo que se produce entonces no es un cambio de dinastía provocado por la extinción
de una familia reinante, ni por la victoria de un pretendiente sobre otro en una
guerra civil ni la rebelión del reino contra su rey, ni siquiera la conquista por otro
monarca ...Como lo señalarán todos, patriotas españoles y americanos, se trata de
un caso de fuerza pura, ejercido no sobre un enemigo vencido, sino sobre un aliado,
es decir, una traición, tanto más grave cuanto que afecta a un rey cuyo acceso al
trono unos meses antes había sido acogido en ambos continentes con la esperanza
entusiasta de una regeneración de la Monarquía.28
35 La anterior situación provocó un unánime rechazo a José Bonaparte y, como
consecuencia, la acefalía del poder político. La monarquía se vio privada no sólo de su
máxima autoridad, sino del centro que articulaba todos los vínculos –de acuerdo a los
principios de antiguo régimen– y la relación directa que se establecía entre los vasallos y
su Soberano. De acuerdo con el mismo Guerra, se produjo entonces una situación de
cataclismo.29
36 El principal problema suscitado en la capital de la Audiencia giraba precisamente en
torno a quién era el que podría asumir la soberanía frente a la imposibilidad de que el Rey
prisionero lo hiciera. El Presidente y el arzobispo eran partidarios de dar a conocer las
noticias sobre la prisión del Rey a la población, asumiendo al mismo tiempo la posición
solicitada por el virrey Liniers en Buenos Aires, de apoyar la Junta de Sevilla, a la que
consideraban que “ejercía autoridad soberana en representación del monarca ausente,
cautivo y suplantado en su trono”. Los oidores, por su lado, exigían que para tomar una
medida como la solicitada por el Virrey era indispensable que llegara una nota de alguna
autoridad legítima que explicara la situación en España, sin tener en cuenta que el mismo
Fernando VII había dejado al general de Napoleón, Murat, como miembro de la Junta
Gubernativa de España e Indias en Madrid, y que desde el punto de vista estrictamente
78

legal, era esta Junta la que ejercía la autoridad soberana.30 Para los oidores, era la Junta
Gubernativa de Madrid la que ejercía el mando supremo por delegación del Soberano
legítimo y no la Junta de Sevilla, que ellos consideraban tumultuaria. Basados en este
principio, la Audiencia decidió “no hacer novedad” en Charcas. El discurso de López
Andreu para justificar la decisión de la Audiencia es claro en ese sentido:
Claro como está que aquella junta tumultuaria y de provincia no es suprema en
sentido legal, y que no puede ejercer actos de soberanía según las leyes
primordiales de la monarquía, ni siquiera conforme a los estatutos constitutivos de
estas posesiones, ¿pudiera acaso ejercerlos a virtud de una aprobación de las
provincias que componen el cuerpo nacional? Tampoco.31
37 A pesar de la tensión existente entre las autoridades de La Plata y de que las noticias de
Bayona ya habían llegado a la ciudad por medio de rumores, la jura o proclamación de
Fernando VII se llevó a cabo con toda solemnidad el 25 de septiembre de 1808. Este acto,
sin embargo, no logró reunificar las posiciones. El arzobispo Moxó, sin tomar en cuenta la
decisión de la Audiencia, dio a conocer la noticia al clero y no sólo eso, sino que en la
homilía de la misa solemne que se celebró en honor de Fernando VII, el 27 del mismo mes,
dio a conocer públicamente la situación del “amado monarca”, con lo que dejó mal
parados a los oidores.
38 En cumplimiento de la orden de la Audiencia, la jura a Fernando VII se llevó a cabo
también en La Paz el 13 de octubre de 1808. La ostentación y la grandeza de la celebración
no fue inferior a las de la capital; las autoridades portaban también la famosa Fernandina,
las proclamaciones por el nuevo Rey se hicieron en varios lugares públicos, el retrato de
Fernando VII fue colocado en un carro triunfal y se llevó a cabo un desfile dirigido por el
Alférez Real, el regimiento de la ciudad y 500 bailarines indígenas “con sus insignias,
plumajes de diferentes hechuras y colores”. La fiesta duró 10 días. 32
39 En la Villa de Oruro, dependiente de la Intendencia de Chuquisaca, se recibió también la
noticia de la abdicación de Carlos IV y la jura que debía hacerse a Fernando VII, acto que
se cumplió el domingo 16 de octubre con un programa especial, cuyo relato corresponde a
Marcos Beltrán Ávila:
Reunido el pueblo, los bailes de comparsa indígenas y numerosa indiada en la plaza
Mayor, el Ayuntamiento en corporación sacó de su casa el estandarte real,
siguiéndoles el cuerpo de eclesiásticos. A la vista de todos, entregó el pendón el
Regidor Decano al Alférez Real, de aquí en medio de repiques, salvas, música, dio
una vuelta la plaza y se instaló en el primer tablado de ricos adornos, el Cabildo
para proceder a la primera jura, donde se hallaba el retrato del Rey.
Se dio lectura a la Real Cédula en la cual constaba “la espontánea abdicación de la
Corona en su serenísimo primogénito y la aceptación de S. M., por lo cual se manda
alzen pendones en el Real Nombre de S. M. Don Fernando VII. El Alférez Real
levantó por tres veces el estandarte, en medio del solemne silencio del pueblo,
diciendo cada vez: Las Indias y España por el señor don Fernando VII”, a estas
palabras los capitulares levantaron sus espadas, en testimonio del reconocimiento,
honor, defensa, vasallaje y lealtad al nuevo Rey. Las aclamaciones resonaron, se
hecharon (sic) monedas y azafates de plata. Siguió de aquí, por la torre grande hasta
la plaza de San Francisco, donde se efectuó la segunda jura, luego continuó por el
Beaterio hasta la plazuela del Regocijo para la última jura, en medio de vivas,
aclamaciones y monedas que continuamente se echaban hasta que el real pendón
volvió al primer tablado donde se levantó el acta de la jura y reconocimiento. Al
siguiente día hubo misa y Tedeum, luminarias, iluminación general y jolgorio en el
pueblo que vivaba a Fernando VII, que para estas horas estaba ya prisionero
juntamente con el resto de la familia real.33
79

40 Varios elementos del relato pueden servir para comprobar la mentalidad de antiguo
régimen que prevalecía en las ciudades de Charcas y especialmente en Oruro. La primera,
la presencia del retrato del nuevo monarca, elemento central de la jura, ya que era frente
a la representación del Rey que se realizaba la primera jura (lo mismo había ocurrido en
La Plata y La Paz, con el añadido de la Fernandina); la segunda, la lectura pública de la
Real Cédula, que ordenaba “se alcen pendones en el Real Nombre de S.M. Fernando VII”,
lo que implicaba nuevamente una relación directa con el Soberano; la tercera, el texto
mismo de la jura donde se presentaba la unidad del Imperio, con la presencia de “las
Indias y España” y, finalmente, el hecho de que los capitulares levantaran sus espadas “en
reconocimiento, honor, defensa, vasallaje y lealtad al Rey”, es decir, un claro acto de
homenaje y vasallaje de antiguo régimen.
41 Mientras esto ocurría en Charcas, en la metrópoli la situación se había modificado. Las
diversas juntas creadas por mandato popular y con una nueva legitimidad triunfaron en
el debate frente a las juntas y autoridades reales, que habían colaborado con el usurpador;
de esta manera se creó en Aranjuez, el mismo 25 de septiembre, la Suprema Junta Central
Gubernativa del Reino, que gobernaría en lugar y nombre del Rey, como “depositaría de la
autoridad soberana”.34
42 Así, cuando Goyeneche llegó a La Plata, enviado por la Junta de Sevilla, ya ésta había sido
suplantada por la nueva Junta Central. Sin embargo, ni las autoridades ni el pueblo de La
Plata conocían esta situación. Así, Goyeneche fue bien recibido por el Presidente, el
arzobispo y la población, y acogido fríamente por la Audiencia. A pesar de ello, se reunió
la Junta de la Audiencia para oír al delegado, quien traía el mensaje de la Junta de Sevilla y
unas cartas de la Corte del Brasil. A pesar del debate anterior acerca de su legitimidad, la
Junta de Sevilla fue reconocida. Por su parte, las cartas entregadas por Goyeneche se
convertirían poco después en la mecha que encendería el polvorín.
43 Paralelamente a las cartas traídas por Goyeneche, otros ejemplares habían sido enviados
por la Corte del Brasil a los cuerpos y autoridades de la ciudad, hecho que creó un nuevo
foco de discordia en la Audiencia.35
44 El presidente García Pizarro respondió la carta con una misiva protocolar enviada a través
del Virreinato, en la que reafirmaba su lealtad a Fernando VII y daba a entender que las
otras consideraciones de las misivas no se tomarían en cuenta, como dice:
... desde el momento que tuve la noticia de lo obrado en Bayona con nuestro
Augusto Soberano el señor don Fernando Séptimo y con todas las personas de la
Real Familia que fueron allí conducidos con un engaño tan inicuo, como cobarde,
anticipe de acuerdo con esta fidelísima Ciudad Capital, la Jura y Proclamación
solemne del Señor don Fernando Séptimo por REY de España y de las Indias,
sellando con este acto, la obligación que nos impone nuestra insigne fidelidad y
Patriotismo. Esto es lo mismo que han ejecutado todas las Ciudades y Villas de esta
América: estos son los sentimientos de que estamos poseídos: ni el Terror, ni la
Sorpresa, ni el aspecto de la muerte misma, son capases de inmutar, o hacer vacilar,
ni por un instante, nuestra característica fortaleza dispuesta a llenar en todas
ocasiones los deberes de vasallaje. Yo por mi parte aseguro a V. A. R. que soy
Español, soy noble, soy Jefe de una Provincia, soy General, y por todos estos
multiplicados Títulos, me reconozco con otros tantos motivos de hacer toda clase de
sacrificios en defensa de los derechos de nuestro Soberano el Señor Don Fernando
Séptimo de toda la Familia Real y de la Patria enormemente atropellada, por el
ambicioso Emperador de los Franceses. Esta es mi resolución: esta es la de la
Provincia que gobierno: esta es la de toda la Nación Española, y esta es la que
llenara de satisfacción el grande y Real animo de V.A... 36
80

45 El mensaje de la nota es claro, no sólo dice que el vasallaje debido es común, sino también
que es un vasallaje de dos dimensiones: como individuo y como cuerpo social; al mismo
tiempo, la respuesta hace prever entre líneas que este vasallaje era a una persona
concreta, el rey Fernando VII. Por lo tanto, no podía ser transferido a otros que pudieran
arrogarse la soberanía, como pretendía hacerlo la infanta Carlota Joaquina. 37
46 Por otro lado, la universidad, ya a inicios de 1809, convocó a un claustro para definir lo
que se haría con las cartas y decidió, en vista de la peligrosidad de éstas, no contestar las
misivas, dar cuenta de esta decisión a la Audiencia y solicitar al Presidente y al virrey
Liniers que se prohiba su circulación en Charcas, todo lo cual quedó sentado en actas. La
decisión contó con la aprobación de la Audiencia, cuyo fiscal ordenó que se recojan las
cartas porque “contienen proposiciones falsas y contrarias a la legítima Soberanía que de
los Reynos de España y de Indias obtiene nuestro más amado Monarca el Señor Don
Fernando Séptimo... con otras especies seductoras, y ofensivas a la acendrada fidelidad
que en todos tiempos, y singularmente ahora tienen acreditada estos lealísimos Vasallos a
su legítimo Rey y Señor...”.38
47 Un mes después, el Virrey ordenó al Presidente que el acta del claustro universitario
fuera borrada o testada, y que se enviase el expediente sobre el caso a Buenos Aires, orden
que se cumplió con el mayor sigilo, pero que al saberse, tanto en la universidad como en
la Audiencia, fue uno de los detonantes del movimiento de mayo.
48 En este escenario, los cuerpos, es decir, la Audiencia y la universidad, mostraban una
acendrada lealtad al Rey, mientras que las autoridades como el Presidente y el mismo
Virrey fueron presentados como traidores. La audiencia aprovechó la situación para
acusar a las dos autoridades de que tenían el firme propósito de entregar estas regiones al
dominio de Portugal. Faltaban pocos días para que, desatados por el rumor, se produjeran
los hechos del 25 de mayo de 1809 y el apresamiento del presidente García Pizarro.
49 En toda la trama anterior se perciben cambios sutiles que deben ser analizados. En primer
lugar, la lejanía de la Audiencia frente a la metrópoli y a la capital del Virreinato hizo que
la población y las autoridades actuasen de forma diferente a las de otras regiones como
México o el mismo Buenos Aires. La llegada de las noticias con un retraso de meses
provocó que las autoridades y los cuerpos actúen muchas veces “a ciegas”. Así, por
ejemplo, mientras en la Audiencia se discutía aún si la Junta de Sevilla podía ser
considerada legítima y representativa, ésta ya había dejado lugar a la Junta Central;
mientras en Charcas se estaba jurando lealtad a Fernando VII, luego de la abdicación de
Carlos IV, el Rey ya se encontraba preso en Bayona y el poder era ejercido por José
Bonaparte. A causa de esta distancia, los rumores y los chismes conformaban todo un
conjunto de conocimiento e información que salían más allá de los límites de control de
las autoridades, más aún si no existía en la Audiencia una gaceta u otra fuente de
información oficial.
50 En segundo lugar, por debajo de la lucha por el poder entre el Presidente y la Audiencia,
el cataclismo y el vacío de poder provocado por los hechos de Bayona produjeron un lento
desvío de las decisiones hacia otros cuerpos, en este caso, la universidad, apoyada por el
Cabildo. Bajo un discurso arcaizante de vasallaje y lealtad a toda prueba a Fernando VII y
contrario a los intereses de Carlota Joaquina, la universidad tomó inicialmente una
posición de apoyo a la Junta Central reconociendo que esta junta insurreccional, al no
contar con una delegación explícita del monarca, era representante de facto de la
sociedad. Así, en el acta de enero de 1809 decía:
81

...Que la inicua retención de la Sagrada persona de Nuestro Augusto Fernando


Séptimo en Francia no impide el que sus vasallos de ambos Hemisferios reconozcan
inflexiblemente su Soberana Autoridad, adoren su Persona, cumplan con la
observancia de las Leyes, obedezcan las autoridades, tribunales y Jefes respectivos
que los gobiernan en paz y quietud, y sobre todo a la Suprema Junta Central
establecida últimamente que manda a nombre de Fernando Séptimo sin que la
América necesite el que una potencia extranjera quiera tomar las riendas del
gobierno...39
51 Mientras en la capital de la Audiencia se caldeaban los ánimos en las luchas locales, en las
otras ciudades y villas se obedecían las órdenes de la Audiencia y del Virreinato sin mayor
conflicto. Así, en Oruro, el domingo 19 de febrero de 1809 se volvió a organizar un nuevo
ritual, el de la jura a la Junta Central. Sin embargo, en poco más de tres meses, la
ceremonia de jura había variado totalmente. De acuerdo al relato:
Se congregó lo más sobresaliente del vecindario en la casa del Ayuntamiento, las
autoridades civiles, militares y religiosas, y en la Plaza mayor del pueblo y tropa. El
Cabildo procedió a la solemne sesión en la que se leyeron los papeles pertinentes a
España y se comenzó a recibir el juramento ordenado ante la imagen del
Crucificado por el Alcalde de Primer Voto que juró diciendo: “Juro a Dios Nuestro
Señor y a los sagrados Evangelios que reconozco en la Junta Central Suprema
Gubernativa la representación y autoridad Real de Ntro. Augusto Soberano el Sr.
Dn. Fernando VII”.40
52 Como puede apreciarse, esta segunda ceremonia fue mucho más sencilla, sin bailarines
indígenas, sin procesiones y desfiles con el pendón real. La ceremonia se hizo a través de
una sesión pública del Cabildo, la imagen del monarca había sido sustituida por el
crucifijo y había desaparecido cualquier vestigio público de homenaje y vasallaje, tan
claro en la ceremonia anterior. Sin embargo, subsistía el reconocimiento de la soberanía
en la persona del Rey.
53 A través de la comparación entre ambas celebraciones podemos comprobar en un caso
específico cómo la crisis de la monarquía española fue modificando, de forma a veces
imperceptible, el tipo de relación que se había establecido de manera secular entre el
monarca y sus súbditos. La primera ceremonia de jura en Oruro pertenece, sin lugar a
dudas, a un pensamiento de antiguo régimen; en la segunda se advierten elementos de un
pensamiento moderno.
54 Mientras tanto, en el mismo mes, la Junta Central ya se había retirado a Sevilla y convocó
a los americanos a la elección de diputados a la Junta Central. Si bien con esta
convocatoria se aceptaba oficialmente la igualdad de derechos entre españoles europeos y
americanos, el mensaje del discurso era en sí discriminatorio para América: en primer
lugar, se hablaba de posesiones, cuando América formaba parte integrante de los reinos
de España; en segundo lugar, hacía depender a las Indias ya no del Rey, como había sido
siempre su estatus, sino de un territorio, de la España peninsular, constituyéndose así en
reinos subordinados. Además, en la convocatoria la representación americana aparecía no
como el reconocimiento de un derecho, sino como una concesión de la Junta. 41
55 Para el caso de Charcas, la posición era todavía más compleja, ya que entre los nueve
diputados que representarían a América en la Junta, no se contempló a las Audiencias y
así quedaron fuera de la representación Quito y Charcas.42 Con estos actos, el estatus de la
Audiencia estaba aún más subordinado, tanto del Virrey, con quien tenía ya serias
diferencias, como frente a la Junta Central, que no la tomaba en cuenta. Sin embargo, por
los documentos analizados, no parece ser que esta situación de haber quedado sin una
82

representación en la Junta Central haya sido un tema central en la discusión de esos


momentos.43

La soberanía popular y los movimientos juntistas


56 En medio de la tensión existente entre las autoridades reales y los cuerpos intermedios en
La Plata, empezaron a ganar fuerza las tertulias, que se fueron transformando poco a poco
en verdaderas reuniones clandestinas en las que se discutían las ideas y se exponían las
doctrinas sobre el poder del Rey y del pueblo. El resultado de estas reuniones fue una
serie de pasquines que se descubrían cada mañana y que corrían no sólo por la ciudad,
sino también en otras ciudades de la Audiencia. El discurso de los pasquines fue
aumentando en radicalidad, pasando del insulto al Presidente y al arzobispo a
invitaciones al tumulto y la conmoción.44 El rumor que empezó a correr por la ciudad
hablaba de la celebración de juntas subversivas en las que participaban abogados de la
universidad, miembros del clero e inclusive extranjeros. El ambiente de tensión crecía
junto al conocimiento, por parte del pueblo y de las mismas autoridades, de que se
preparaban acciones para deponer al Presidente y el arzobispo y formar una junta, tal
como la que se había intentado establecer el primero de enero del mismo año en Buenos
Aires y la que se había formado ya en Montevideo.
57 Para el mes de mayo, la situación se hacía insostenible. Empezó a correr por la ciudad el
rumor de que el Presidente había abierto sumarias contra varios de los vecinos e inclusive
circuló una lista de los supuestos encausados entre los que se hallaban los oidores y
algunos regidores del Cabildo. A pesar de que la autoridad negó los rumores, los ánimos
no llegaron a calmarse y la Audiencia inició una sumaria que puso en evidencia la
veracidad de los mismos, tanto de la intención de entregar el territorio de Charcas al
Brasil como de los intentos de acciones punitivas contra varios vecinos.
58 Frente a la guerra de los rumores, el presidente Pizarro decidió actuar solicitando ayuda
al intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz. Según decía Pizarro, “los males que
amenazan a este pueblo son violentos...”. En un segundo escrito, y luego de relatarle los
pormenores a Paula Sanz, añadía: “Todas las señas son que tratan de quitarme el mando,
erigirse en Junta y desconocer la autoridad del Gobierno Superior”.
59 A partir del 24 de mayo, el Presidente decidió prepararse para enfrentar la rebelión,
pasando revista a sus tropas. Esa noche se reunió el Real Acuerdo de la Audiencia y
conoció la vista del Fiscal sobre la sumaria en la cual solicitaba al Tribunal que advirtiera
el Presidente que “deje el mando político y militar a cargo del Tribunal, como sucedería
en el caso de efectiva vacante... y que deberá retirarse de esta Ciudad durante el tiempo
indicado –hasta la resolución del Superior Gobierno– al pueblo que le acomode”. 45
60 Al día siguiente la tensión siguió creciendo. La noticia de lo tratado en el Real Acuerdo de
la noche anterior corrió como reguero de pólvora. El Presidente, al saberlo, envió
nuevamente una misiva secreta a Potosí y se reunió posteriormente con sus asesores y
abogados. A finales de la tarde tomó la decisión de firmar la orden de deposición y arresto
de los ministros de la Audiencia –con excepción del Conde de San Xavier–, de los
regidores Manuel Zudáñez y Domingo de Anubarro, y del hermano de Zudáñez, Jaime. De
todos ellos solamente se pudo ubicar al último, ya que los demás se pusieron a buen
recaudo.
83

61 Just, en su libro Comienzo de la independencia en el Alto Perú, relata los hechos del 25 de
mayo de 1809 a partir de una serie de testimonios levantados en el juicio que se hizo
posteriormente. Tomemos su relato:
Inmediatamente comenzó el tumulto en la ciudad. A los gritos dados por Zudáñez
en su detención pidiendo favor, coreados por los de sus parientes y servidores, se
fue reuniendo una serie de curiosos interesados en conocer lo que ocurría. Así
acompañado de aquellas gentes, mozuelos y gente baja, como dirán varios testigos,
llegaron a la casa pretorial en donde se verificó la prisión del abogado.
La noticia corrió rápidamente por toda la ciudad, y unos por curiosidad, y otros por
conocer lo sucedido a fin de actuar, se fueron reuniendo ante las puertas de la
presidencia. El gentío aumentaba y el desconcierto también.
Como ocurre en estos casos entre los gritos e insultos se escuchó la voz de alguien
que insinuaba a aquella masa que ya pasaba del centenar, se encaminasen al palacio
arzobispal para solicitar de Moxó (el arzobispo) su intercesión ante el presidente a
favor de la persona de Zudáñez.
El arzobispo ante los gritos del gentío y viendo que la conmoción estaba tomando
cada vez mayor auge, accedió a la petición que se le hacía y acompañado del oidor
Conde de San Xavier marchó a la presidencia. Una vez allí, y mientras afuera
arreciaban los gritos y el número de piedras arrojadas contra las puertas y ventanas
de la casa aumentaba... consiguió del Presidente la libertad del abogado Zudáñez.
Una descarga hecha desde los altos de la presidencia acabó de exasperar los ánimos
de los revolucionarios.46
62 Los doctores, oidores y otras personas que habían participado abiertamente en la
organización de la rebelión empezaron a salir a la calle para convocar a toda la población
a la subversión. Algunos de los testigos dijeron que habían visto entre la multitud a
muchos criollos, entre ellos, varios disfrazados con pañuelos y ponchos. Cuando Zudáñez
fue liberado, la multitud lo acompañó en triunfo. Los gritos predominantes fueron vivas a
Fernando VII y mueras al mal gobierno, aunque no faltaron los gritos de traición y vivas a
la República.47
63 La situación se hizo incontrolable. La muchedumbre invadió la casa del Presidente, que
fue agredido de palabra y de hecho. La acción de los oidores por controlar el tumulto no
tuvo éxito y se llegó a un tiroteo general en gran parte de la ciudad. Se intentó atacar las
Cajas Reales, asaltar tiendas e inclusive el palacio arzobispal. Al final, unas dos mil
personas pedían a gritos la deposición del presidente García Pizarro.
64 La Audiencia, frente a la radicalidad de los hechos que ellos mismos habían promovido,
solicitó al Presidente repetidamente su dimisión y, a través de un Acuerdo de la
Audiencia, declaraban que asumían el mando de Chuquisaca con los siguientes
argumentos:
Acordó la correspondiente acta graduando de subversivo el contenido de dichos
manifiestos (los enviado por Carlota Joaquina), y dando un testimonio de fidelidad
cuyo Documento de orden del Señor Virrey Borro S. E. por su mano alarmando con
este echo la desconfianza pública, y cuando el Real Acuerdo se acaba de reunir para
los fines indicados principiaron las prisiones de los Señores Ministros ... motivo
porque la Ciudad se conmocionó, y habiendo el Tribunal tomado providencia para
sosegarla, como el Excelentísimo Señor Presidente hubiese llegado al extremo de
obstaculizar a los habitantes, a petición de estos no pudo menos el Real Acuerdo de
reasumir el mando, y dictar otras aquella Noche y los días siguientes para
tranquilizar, y devolver el sosiego, lo que consiguió dando cuenta a las
Superioridades, y a la Suprema Junta Central...48
65 El documento es claro. Por un lado, el mando lo reasume la Audiencia a petición de los
habitantes de Chuquisaca y para evitar el desorden; por el otro, se da cuenta del hecho a
84

la Suprema Junta Central, que es reconocida como la representante legítima del Rey. Se
percibe, entonces, que si bien la Audiencia Gobernadora reconoce a la Suprema Junta, el
origen de su mando no viene ya desde arriba, de un nombramiento dado por el Soberano,
sino de la petición de los mismos habitantes. Así, de forma aún tibia, se establecía la
soberanía popular en Charcas.
66 Menos de dos meses después, el 16 de julio en la ciudad de La Paz y aprovechando la
procesión de la Virgen del Carmen, se produjo otro tumulto. Con el mismo argumento de
que el intendente Tadeo Dávila y el obispo Remigio la Santa y Ortega pretendían seguir el
partido de Carlota Joaquina, un conjunto de vecinos y pobladores tomó el cuartel y
depuso a las autoridades. El Cabildo de la ciudad abrió sus puertas para que se realizara
un cabildo abierto que confió el mando militar a Pedro Domingo Murillo, mestizo, y eligió
como subjefe a don Pedro de Indaburo, español, comandante de las milicias y miembro de
una de las familias de la élite de la ciudad.
67 El tumulto, respaldado por las decisiones del cabildo abierto, quemó la lista de deudores
de las Cajas Reales y sacó dinero de ellas para repartirlo entre los participantes.
Finalmente, el cabildo autorizó la formación de una “Junta Nacional Representativa de
Tuición”, más conocida como “Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo”,
presidida por Murillo.49
68 Este movimiento se hallaba íntimamente relacionado con el de Chuquisaca, de donde
habían sido enviados dos de los instigadores: Manuel Mercado y Mariano Michel, a
quienes se había unido uno de los ideólogos más radicales, José Antonio Medina, cura de
Sica Sica.
69 A pesar del triunfo del movimiento, el hecho de que se produjera en una ciudad
subalterna, únicamente cabeza de una Intendencia, hizo que su influencia en el resto del
territorio americano fuera casi nula. De acuerdo con José Luís Roca, en el mes de julio, ni
aun la Audiencia Gobernadora creada en Chuquisaca, que había promovido el
levantamiento, estaba ya en posibilidad de apoyar el movimiento paceño debido al temor
que despertaban las posibles represalias del Virrey de Buenos Aires. Sin embargo, más
allá de sus posibilidades de triunfo y del fracaso final del movimiento, éste produjo un
conjunto de documentos con una rica ideología que marcó en parte el discurso
emancipatorio altoperuano.50
70 Uno de los primeros documentos emanados del Cabildo al día siguiente de la sublevación
reafirmaba la fidelidad a Fernando VII, la igualdad entre españoles y patricios: “...que se
entienda que unos y otros somos hijos de esta misma patria donde se hallan nuestros
hogares...”; y la subordinación a las leyes, además de resaltar la lealtad de los indios,
“igualmente leales a su majestad a quien han servido y sirven con toda fidelidad”. De esta
manera, se percibe que el Cabildo, a pesar de su apoyo a la celebración del cabildo abierto,
mantenía la fidelidad al Soberano, haciendo hincapié más bien en la igualdad entre todos
los habitantes de “la misma patria”.51
71 En el caso de la Junta Tuitiva, ya los nombres con que fue conocida nos presentan una
visión nueva. El uso del término nacional, en el primer caso, nos remite al concepto de
nación, que se constituyó en una de las bases del pensamiento del nuevo régimen. 52 Sin
embargo, no podemos asegurar que la creación de la Junta Tuitiva hubiera sostenido este
pensamiento moderno y quizás aludía aún a un concepto más tradicional de nación. 53
72 En el segundo nombre, el uso de los términos “Tuitiva” y “Derechos del Rey y del pueblo”
posibilita también un análisis más profundo con relación al tipo de pensamiento político
85

que se halla por detrás. En el primer caso, es clara la intención de establecer una tuición,
dentro del concepto jurídico de tutela frente al que no puede gobernarse por sí mismo, es
decir, que ante la prisión del Rey, es la Junta la que ejerce la tuición para gobernar; en el
segundo caso, se establece esta tuición sobre los derechos del Rey, lo que implica
reconocer la soberanía real, pero también la de los derechos del pueblo. Es en este punto
donde se percibe más claramente la inserción de un pensamiento de nuevo régimen. Ya
no se trata de “los pueblos”, como se presenta en el sistema de antiguo régimen en la
denominación de “pueblos, ciudades-provincias, reinos, coronas”,54 sino el Pueblo, con
mayúscula, que se identifica ya con la nación moderna.55
73 El Cabildo Gobernador elaboró también otro documento central, conocido como “Estatuto
Constitucional o Plan de Gobierno”, promulgado el 21 de julio, por el que se creaba
precisamente la Junta Tuitiva. En este documento de 10 puntos se muestran ya varios
elementos de una nueva concepción política.56
74 Luego de establecer con claridad la intención de obtener una mayor autonomía frente a
Buenos Aires, ordenando que no se remita a esa ciudad el numerario de las Cajas Reales, la
Junta emite una orden para que se envíen misivas a todos los cabildos y autoridades de los
virreinatos del Perú y del Río de la Plata, explicándoles “los objetos justos y leales que ha
tenido este pueblo para realizar este nuevo gobierno”. En este punto se perciben dos
concepciones diferentes sobre pueblo, en un primer momento se trata precisamente de la
población de La Paz, aunque posteriormente, cuando trata de la necesidad de defender los
derechos de América contra las pretensiones de la princesa del Brasil, el concepto de
pueblo pasa a designar “al cuerpo respetable de la América”.57
75 El punto cinco del Plan de Gobierno establece la organización de la Junta Tuitiva con los
siguientes términos: “Se formará una junta que hará las veces de representante del
pueblo, para que por su órgano se exponga a este ilustre cuerpo (el Cabildo Gobernador)
sus solicitudes y derechos, y se organicen con prudencia y equidad sus intentos”. Y más
adelante ordena que el pueblo se aquiete y subordine a las autoridades constituidas,
precisamente a esta “Junta Representativa y Tuitiva de los derechos del pueblo”.
76 En el punto nueve, de una forma que rompe también con los principios de antiguo
régimen acerca de la existencia de dos repúblicas, se dice: “Pide este pueblo que se reúna
al congreso representativo de los derechos del pueblo, un indio noble de cada partido de
las seis subdelegaciones que forman esta provincia de La Paz cuyo nombramiento se hará
por el subdelegado, el cura y el cacique de las cabeceras de cada partido...”. 58
77 Finalmente, ya con la utilización de términos de la modernidad, establece en el punto 10
lo siguiente:
No intenta más este pueblo que establecer sobre bases sólidas y fundamentales, la
seguridad, propiedad y libertad de las personas. Estos tres derechos que el hombre
deposita en manos de la autoridad pública, deben ser representados por todo el
decoro y dignidad que se debe; de la invulnerabilidad de éstos, se sigue
inmediatamente la tranquilidad y buen orden de la sociedad, y mientras no se
tomen las precauciones para sostenerlos, nacen las crisis políticas que desorganizan
y trastornan las instituciones sociales.59
78 En el discurso aparece un elemento más del nuevo régimen: los derechos individuales.
Para el autor del Plan de Gobierno, que fue casi con seguridad José Antonio Medina, los
principios fundamentales de seguridad, propiedad y libertad son postulados individuales
que el hombre deposita en manos de la autoridad pública. En este punto nos encontramos
mucho más cerca de las ideas de la modernidad.
86

79 Un tercer documento, que ha motivado una serie de análisis debido a posiciones


fundamentalmente regionalistas, es la llamada tradicionalmente “Proclama de la Junta
Tuitiva”.60
80 Del análisis realizado por Roca de las diferentes versiones del escrito, tomaremos en
cuenta únicamente dos, que fueron redactadas de forma comprobada en 1809. 61 Se trata
de dos versiones que si bien guardan similitud en la forma, contienen diferencias que nos
ubican precisamente en dos discursos totalmente diferentes: uno de fidelidad al Rey y el
otro de una visión de autonomía e inclusive de independencia. En este análisis no
tendremos en cuenta la disputa que hubo sobre si el documento proviene efectivamente
de la Junta Tuitiva o fue escrito en Chuquisaca –que fue el centro de la discusión
regionalista–, sino cómo un mismo texto, que tiene pequeñas diferencias entre las dos
versiones, puede ser presentado como dos discursos totalmente diferentes.
81 Más allá de las diferencias de lenguaje que pudieran presentar ambas versiones, los
puntos centrales de divergencia entre ambas se presentan en los siguientes párrafos:
En la primera versión:
Ya es tiempo pues de elevar hasta los pies del trono del mejor de los monarcas, el
desgraciado Fernando VII, nuestros clamores, y poner a la vista del mundo entero,
los desgraciados procedimientos de unas autoridades libertinas.
Ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de gobierno fundado en los intereses
del rey, de la patria y de la religión, altamente deprimidos por la bastarda política
de Madrid.
Ya es tiempo en fin, de levantar los estandartes de nuestra acendrada fidelidad...
En la segunda versión:
Ya es tiempo pues de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al
orgullo nacional del español.
Ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de gobierno fundado en los intereses
de nuestra patria, altamente deprimida por la política bastarda de Madrid. Ya es
tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas
colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y
tiranía.
En la primera versión:
Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú: relevad vuestros
proyectos por la ejecución, y aprovechaos de las circunstancias en que estamos.
No miréis con desdén los derechos del rey y la felicidad de nuestro suelo. No perdáis
jamás de vista la unión que debe reinar en todos para acreditar nuestro
inmarcesible vasallaje, y ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el
presente.
En la segunda versión:
Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú, relevad nuestros
propósitos por la ejecución, aprovechaos de las circunstancias que en estamos, no
miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión
que debe reinar en todos, para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta
el presente.
82 El discurso de la primera versión expresa con claridad la fidelidad a Fernando VII y la
relación de vasallaje, y se inserta en la tendencia que primó en las juntas formadas tanto
en España como en América frente a la invasión napoleónica. Se trata tanto de un
discurso que sigue el lema de “Viva el Rey, muera el mal gobierno” –como puede
sustraerse de la queja frente a las autoridades libertinas–, como de una apelación a la
defensa del Rey frente a la “bastarda política de Madrid”, es decir, del gobierno de José
Bonaparte, que reinaba desde esa ciudad.
87

83 El discurso de la segunda versión es totalmente diferente. Han desaparecido todas las


alusiones al Rey, a la fidelidad y al vasallaje debido al monarca. No se trata ya de una
lucha contra las malas autoridades, sino contra las bases del sistema colonial en sí,
“adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”. En la
misma, la “bastarda política de Madrid” puede ser entendida como el gobierno
napoleónico, pero también como la metrópoli y su dominación colonial.
84 ¿Puede la segunda versión ser tomada como un discurso de nuevo régimen? Si bien no
habla de ciudadanos, ni de igualdad, ni del pueblo soberano, el uso de términos como
Estandarte de la Libertad o “despotismo injusto” –éste último aparece en el primer
párrafo en vez de “jefes déspotas”, como se halla en la primera versión– puede mostrar
un discurso que se acerca más a concepciones de la modernidad. No se trata ya de
oponerse a un comportamiento despótico, sino a un sistema político injusto.
85 En las proclamas y panfletos, pero también en los documentos oficiales, podemos ver que
ya a fines de 1809, el discurso liberal y moderno ha prendido en la Audiencia de Charcas.
Principios como los derechos individuales, así como los conceptos de pueblo y de nación,
aparecen en los documentos de forma cada vez más frecuente.62 Sin embargo, éste no es el
pensamiento de toda la población. Frente al discurso que ha sido llamado
“revolucionario”, subsiste aún con fuerza el de antiguo régimen, como puede apreciarse
en la Proclama del intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, a los habitantes de La
Plata, escrita en septiembre de 1809 y que dice: “...cerrad los oídos a todas las imposturas
y despreciables artificios de la seducción: Y una vez que blasonáis vuestra lealtad al Sr. D.
Fernando VII, acreditad por último vuestro honrado Vasallaje con una prueba de bastante
valor en sí misma para restaurar el merecimiento con que adquirió esta Capital el glorioso
título de Muy noble y Muy leal”.63
86 Mientras los movimientos juntistas se desarrollaban dramáticamente en Chuquisaca y La
Paz, con las expediciones de represión promovidas tanto por el intendente de Potosí,
Francisco de Paula Sanz, como por el brigadier Goyeneche desde el Virreinato del Perú, la
situación en Oruro se mantuvo en tensa calma, con una posición bastante tibia frente a la
radicalización del movimiento. Just reafirma esta situación cuando dice que “las ciudades
de Santa Cruz de la Sierra y Oruro tomaron una parte muy poco activa en todos los
sucesos altoperuanos de 1809”, aunque aclara que, al ser urbes dependientes de otras dos
ciudades capitales de Intendencia (Cochabamba y Chuquisaca, respectivamente), su vida
política seguía el compás que marcaban las capitales. Sin embargo, a pesar de esta
aparente tibieza, se sabe por el mismo Just que aparecieron en sus calles y plazas los
pasquines, los papeles incendiarios y las conversaciones sediciosas entre los vecinos y que
las manifestaciones públicas de crítica, generalmente en medio de borracheras nocturnas,
fueron controladas por las autoridades. Sin embargo, la aseveración de Just no presenta
una fuente documental que confirme esta situación y tampoco se ha encontrado en
nuestra investigación mayor información sobre esto.

El discurso porteño en Charcas: la propuesta política


de Juan José Castelli
87 La comunicación entre Buenos Aires y Chuquisaca fue constante en los años cruciales de
1808 y 1809. Las noticias y los pasquines corrieron en uno y otro sentido, así se
fortalecieron mutuamente los discursos y las ideas, que posiblemente habían surgido del
88

pensamiento de la Universidad de San Francisco Xavier, lugar donde habían estudiado no


sólo los intelectuales y abogados chuquisaqueños que participaron en el movimiento de
Chuquisaca, además de los principales jefes del movimiento paceño, sino también algunos
de los principales ideólogos de la capital de Virreinato como Mariano Moreno y Juan José
Castelli.
88 En mayo de 1810, un año después del movimiento juntista de Chuquisaca, se produjo una
nueva insurrección en Buenos Aires. Luego de varios días de conflicto en una reunión de
Cabildo se discutió la siguiente propuesta “habiendo caducado el órgano político que en la
metrópoli quería preservar los derechos del monarca legítimo (se trata de la disolución de
la Junta Central y la organización del Consejo de Regencia), el pueblo debía resumir la
soberanía”. En medio de la presicm popular, el 25 de mayo, un cabildo abierto decidió la
destitución del virrey Cisneros y la conformación de una Junta Provisional Gubernativa de
nueve miembros.64 Luego de organizarse la Junta, una de sus primeras medidas fue
conformar una fuerza militar expedicionaria para auxiliar a las provincias del interior y
apoyarlas para que nombraran libremente sus diputados a un Congreso General. En
realidad, lo que buscaba la Junta era asentar su dominio y, sobre todo, recuperar para sí el
rico territorio de la Audiencia de Charcas, la cual se hallaba ya en esos momentos con una
intervención de hecho de las tropas del Virreinato del Perú, enviadas por el virrey
Abascal y dirigidas por Goyeneche. El ejército porteño o rioplatense, llamado auxiliar por
sus objetivos, estaba dirigido militarmente por el coronel Antonio González Balcarce y
controlado por uno de los ideólogos revolucionarios, el representante de la Junta, Juan
José Castelli.
89 La noticia del levantamiento de Buenos Aires llegó a la Audiencia en junio de 1810. Unos
días después, el presidente de la Audiencia, Vicente Nieto, ordenaba a las ciudades de
Charcas que prestasen obediencia y lealtad al Consejo de Regencia, explicando que no se
recibía orden oficial de Buenos Ares porque era “muy verosímil en las extraordinarias
circunstancias del tiempo de un gobierno popular e intruso, hayan padecido algún
extravío o ocultación las órdenes oficiales y despachos reales aún mucha alteración en los
papeles públicos y noticias particulares”.65
90 Las instrucciones para la jura, con repique de campanas, Bando Real, salas de artillería y
otros actos, nos remiten nuevamente a la ceremonia de antiguo régimen, más aún cuando
se establecía que en esta celebración los pobladores “pueden hacer las celebridades que
son propias de su fidelidad y patriotismo”, de forma que “reconozcan y obedezcan la
Soberana Potestad depositada en el referido Consejo de Regencia que gobierne unos y
otros reinos de España y las Indias a nombre de nuestro adorado monarca el señor don
Fernando VII (que Dios guarde) hasta que sea restituido en todo su Poder y esplendor...”.
91 A pesar de la orden de Nieto de jurar al Consejo de Regencia y de la decisión que tomaron
las autoridades de Chuquisaca de pasar a depender nuevamente del Virreinato del Perú, 66
la noticia de la llegada del ejército porteño promovió en Charcas la organización de
nuevas juntas, esta vez en rechazo al Consejo de Regencia y en apoyo a la Junta
Gubernativa de Buenos Ares. Así, se organizaron las juntas de Cochabamba, el 14 de
septiembre de 1810; de Santa Cruz de la Sierra, el 24 de septiembre; de Oruro, el 6 de
octubre; y ya con la presencia del ejército en Charcas, la de Potosí, el 10 de noviembre.
92 Poco se conoce del discurso esgrimido en el Cabildo de Oruro en los días previos y
posteriores al levantamiento del 6 de octubre. En el relato elaborado por Beltrán sobre
este hecho, se sabe que el pueblo, dirigido por el mismo subdelegado, don Tomás Barrón,
89

hizo tocar las campanas a rebato gritando ¡viva la patria!, aunque esto no significa ni
mucho menos que se estuviera hablando del concepto moderno de patria. Asimismo, el
documento sobre la reunión del Cabildo de ese mismo día plantea más bien el tema de la
emigración de la población orureña y la preocupación de los miembros del Cabildo ante la
decisión de la Audiencia de no enviarles tropas de auxilio frente al peligro de la llegada de
los porteños y de los cochabambinos, que se habían sublevado 20 días antes. El asunto de
la fidelidad al Consejo de Regencia o a la Junta Gubernativa de Buenos Aires no fue
considerado.
93 La posición del Cabildo de Oruro es ambigua. Por un lado, apoyar oficialmente el
movimiento, mientras que por otro, de acuerdo con Beltrán, varias de las hojas de las
actas de Cabildo fueron borradas, aparentemente para evitar represalias por parte del
ejército de Castelli, porque presentaban discursos de fidelidad al monarca. Esta posición
era muy entendible, ya que el discurso oficial seguía siendo el de fidelidad dentro de un
concepto de antiguo régimen, mientras que el discurso de la modernidad se mantenía aún
como rebelde y secreto.
94 El 13 de noviembre, en Chuquisaca, se reunieron nuevamente en cabildo abierto y junta
de corporaciones las autoridades, vecinos y “moradores de todas las clases y
condiciones”. El objetivo fue “que expliquen con libertad y franqueza, su sentir en el
delicado punto de unir esta ciudad y a la capital de Buenos Aires”. Luego de oír los votos y
representaciones se acordó la adhesión a la Junta Provisional Gubernativa de Buenos
Aires “a beneficio de la tranquilidad, unidad y conservación ilesa de estos dominios en
favor de su legítimo rey, y señor natural don Fernando VII”. Al mismo tiempo, fueron
elegidos por aclamación general los diputados que se enviarían al congreso convocado
por la Junta de Buenos Aires.67
95 A pesar del reconocimiento del principio de la representación, la forma de elección de los
diputados se insertó aún en un sistema de antiguo régimen, ya que subsistió la
representación por cuerpos y no por individuos o ciudadanos. Así, los diputados fueron
elegidos uno por la Audiencia, tres por el arzobispo, dos por el Cabildo y la ciudad, uno
por la catedral, uno por el claustro de la universidad, uno por los curas, uno por el estado
militar y un número indeterminado por las órdenes regulares; por el cuerpo de abogados
fue elegido un diputado y otro “por el pueblo y en calidad de su representante”. 68
96 Como ciudad dependiente de Chuquisaca, el acto de reconocimiento a la Junta
Gubernativa se repitió en Oruro con la presencia de todos los cuerpos y en sesión abierta
del Cabildo el día 22 de noviembre. La ceremonia de jura seguía las pautas de antiguo
régimen, ya que se realizó frente al busto del Rey con el siguiente discurso: “Juro a Dios
N.S. y esta señal de cruz, obedecer y conocer a la Excelentísima Junta de Buenos Aires,
como a superior autoridad que trata de conservar y defender los sagrados derechos de
nuestro amabilísimo rey, Sor. Don Fernando VII y la de todos sus fieles vasallos...”.
97 El cambio de discurso hacia uno que contiene elementos de modernidad se dio recién en
Potosí, cuando Castelli, en un acto que el historiador Beltrán considera como extraño o
baladí, exigió que el acta de adhesión se hiciera “a la Junta de Buenos Aires y la santidad
de la causa proclamada por ella, protestando fidelidad a las banderas de la Patria y guerra
sin tregua a las del Rey”.69
98 El anterior acto no sólo implica un paso de un discurso en favor de la monarquía a otro
patriota, sino también el cambio de un sistema de vasallaje al Rey a otro de fidelidad ya no
a una persona, sino a la patria. Esta no se conceptúa ya solamente como la tierra natal,
90

sino como ese territorio de hombres libres consolidado por la Revolución Francesa que,
tal como lo explica acertadamente Mónica Quijada, se constituiría en el fundamento de la
nación “cívica”.70
99 A inicios de 1811, con la presencia de Castelli en la capital de la Audiencia, nos ubicamos
ya plenamente dentro de un discurso de modernidad. De acuerdo con Luis Paz, la
recepción organizada en la ciudad para la llegada de Castelli, el 27 de diciembre de 1810,
fue majestuosa y que entre todos los discursos el que llamó más la atención fue el de
Bernardo Monteagudo, uno de los revolucionarios de mayo de 1809, quien llamó a Castelli
“Ciudadano Representante”. Esta sería la primera vez que se oyera públicamente el
término de ciudadano, entendido en la acepción moderna.
100 Durante el tiempo en que la Junta de Buenos Ares controló el Ato Perú (término que
empezó a utilizarse para designar a Charcas) se puso en ejecución una serie de medidas
liberales en aspectos como el reconocimiento del individuo, la igualdad entre españoles,
criollos e indios, y la representación popular. Agunos de los documentos que reflejaban
este discurso de nuevo régimen provinieron de la misma Junta Gubernativa, con
instrucciones específicas para Charcas; pero en la mayoría de las oportunidades los
documentos fueron elaborados por el propio Castelli.71
101 Entre los primeros, es importante para el análisis del discurso la “Orden de esta Junta
Superior”, impreso redactado en Buenos Ares el 10 febrero de 1811 y firmado por los
miembros de la Junta Gubernativa.72
102 Varios son los puntos tratados que manifiestan un discurso liberal y moderno; entre ellos
destacan la autoridad colectiva, la crítica al despotismo, la moral y los valores cívicos, la
elección popular, el rol de la opinión pública y el bien común, como se ve en el siguiente
fragmento:
Del quebrantamiento de las leyes al despotismo el camino es corto. Entonces los
súbditos esclavos no tienen ni patria, ni amor al bien público, y el estado lánguido
ofrece a todo enemigo una presa fácil. Por el contrario sucedería hallándose el
mando del gobierno en manos de muchos... “Esta clase de gobierno ofrecerá
magistrados poderosos, pero esclavos de las leyes, ciudadanos libres, pero que
saben que no hay libertad para el que no ama las leyes, virtudes civiles, virtudes
políticas, amor de la gloria, amor de la patria, disciplina austera, y en fin hombres
destinados a sacrificarse por el bien del estado. Para que esta grande obra tenga su
perfección cree también la Junta, que será de mucha conducencia el que los
individuos de estas Juntas gubernativas sean elegidos por los pueblos. Por este
medio se conseguirá, que teniendo los elegidos a su favor la opinión pública, solo el
mérito eleve a los empleos, y que el talento para el mando será el único título para
mandar.73
103 Luego de la parte discursiva, la Junta Gubernativa ordenaba la organización de juntas en
las provincias, ciudades y villas, guardando estas últimas subordinación a las de las
capitales, las que a su vez estarían subordinadas a la Junta Superior Gubernativa con sede
en Buenos Aires. De esta manera, se buscaba crear un sistema jerárquico de Juntas en las
que las subalternas dependían de las provinciales y éstas de la Junta Superior. Entre las
limitaciones para ser elegido se buscaba también una separación de funciones,
impidiendo expresamente que los puestos sean ocupados por miembros de los cabildos,
curas u oidores de la Audiencia.
104 Sin embargo, el aspecto más importante de este documento como parte de un discurso de
nuevo régimen es el de la elección de los vocales de las Juntas, explicado en el punto 21 de
la orden y que dice textualmente:
91

21a. Que se proceda a la elección de vocales en la forma siguiente: Se pasará orden


por el gobernador o por el cabildo en las ciudades donde no lo haiga a todos los
alcaldes de barrio, para que citando a los vecinos españoles de sus respectivos
cuarteles a una hora señalada, concurran todos a prestar libremente su voto para el
nombramiento de un elector, que asista con su sufragio a la elección de los colegas,
que hayan de componer la Junta; con advertencia de que a excepción del Presidente
de Charcas, o gobernador en la ciudad donde lo hubiere, deberán concurrir al
nombramiento de electores todos los individuos del pueblo sin excepción de
empleados, y ni aún de los cabildos eclesiásticos y seculares, pues los individuos que
constituyen estos cuerpos deberán asistir a sus respectivos cuarteles en calidad de simples
ciudadanos al indicado nombramiento...74
105 Dos son los puntos centrales en este fragmento. En primer lugar, la limitación de la
participación a los vecinos españoles y, en segundo, la territorialización del voto
individual a partir de la organización en cuarteles. En ambos casos, lo que se percibe es la
aparición del vecino como sujeto político y su relación con el ciudadano. 75
106 Frente a la participación exclusiva de los vecinos españoles en las Juntas provinciales y
subalternas, el 13 de febrero Castelli mandó circular en La Plata otro documento escrito
en castellano, quechua, aimara y guaraní, en el que se instruía la elección de
representantes indios al Congreso que se realizaría en Buenos Aires. Esta convocatoria
estaba elaborada por la Junta Gubernativa en nombre del rey Fernando VII y a nombre de
la Junta, por su representante en el distrito de la Audiencia de Charcas, es decir, el mismo
Juan José Castelli.
107 Por encima de la misma Junta Gubernativa, Castelli iba más allá en sus ideales liberales.
No sólo rompía el sistema jerárquico de antiguo régimen, sino también la separación de
las dos repúblicas al establecer la posibilidad de la presencia de diputados indígenas en el
Congreso, aunque éstos fueran elegidos en un proceso separado del de los vecinos, es
decir, de los habitantes de ciudades y villas.
108 El discurso que antecede a la convocatoria nos muestra otra cara del pensamiento de
nuevo régimen, centrado esta vez en el principio de la igualdad de derechos con los
indios. Dice el mismo: “No satisfechas las miras liberales de la Excelentísima Junta
Gubernativa con haber restituido a los Indios los derechos que un abuso intolerable había
obscurecido, a resuelto darles un influjo activo en el congreso para que concurriendo por
sí mismos a la constitución que ha de regirlos palpen las ventajas de su nueva situación y
se disipen los resabios de la depresión en que han vivido...”. 76 Las ideas son claras: la
existencia de los derechos naturales de los indios, no reconocidos por el sistema colonial;
la opción de que participen por sí mismos en el congreso, sin la necesidad de tutores o
defensores como había sido anteriormente en cualquier acto público; finalmente, la idea
de que la Constitución que emanaría de ese congreso regiría a todos por igual, incluyendo
a los indios.
109 Para llevar a cabo este proyecto de inclusión era necesario el nombramiento de
representantes propios y es lo que establece Castelli, extendiendo la vecindad a una
participación ciudadana mucho más amplia “que sin perjuicio de los Diputados que deben
elegirse en todas las ciudades y villas, se elija en cada una de las cuatro intendencias del
Distrito de esta chancillería, como en la del Paraguay, un representante de los indios, que
siendo de su misma calidad y nombrado por ellos mismos, concurra al congreso con igual
carácter y representación que los demás Diputados”.77
110 Si bien por la convocatoria se elegiría únicamente un representante indio por cada
Intendencia y, por lo tanto, su representación en el congreso sería mínima en el conjunto
92

de los pueblos del Río de la Plata, algunos puntos de la misma son fundamentales para
entender la forma cómo la ideología de Castelli, considerado un radical y jacobino, se
insertaba en los principios del nuevo régimen, con todo lo que esto implicaba en una
sociedad que había mantenido un sistema separado entre españoles e indígenas. Estos
puntos eran:
1. Los representantes indios concurrían “con igual carácter y representación que los demás
diputados”.
2. El representante del gobierno prefijaba la forma de elección para que éste recaiga en los
indios “de acreditada probidad y mejores luces para que no deshonren su elevado encargo”.
3. Se trataba de una elección indirecta con tres etapas: parroquia, partido e Intendencia.
4. La elección estaría presidida por el alcalde pedáneo, el cacique, el cura, los alcaldes y
capitanes enteradores.
5. El sufragio era oral y público.
6. La participación era exclusiva para los “indios netos”.
7. Las autoridades no indias (cura, subdelegado, alcalde pedáneo) no podían influir en el
sufragio.

111 De acuerdo con la anterior convocatoria –que no llegó a ejecutarse–, los indígenas
asumían la calidad de ciudadanos, uno de los puntos básicos del programa de Castelli.
112 Paralelamente a la convocatoria anterior, Castelli escribió otro documento bilingüe en
castellano y traducido al quechua, dirigido expresamente a los indios del Virreinato del
Perú, el 5 de febrero de 1811. Se trata en este caso de una carta abierta donde buscaba
desprestigiar el gobierno de Abascal y todo el sistema anterior, a fin de contrarrestar la
propaganda que se hacía desde el Perú para desprestigiar a la Junta Gubernativa. El
objetivo era llegar a todos los indios –lo que explica el hecho de presentar una versión
bilingüe– para lograr su adhesión.78 Con este objetivo, presentaba también los principios
del proyecto porteño, pero con una perspectiva propia. Decía Castelli:
Sabed que el Gobierno de donde procedo solo aspira a restituir a los Pueblos su
libertad civil, y que vosotros bajo su protección viviréis libres y gozaréis en paz
juntamente con nosotros esos derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una
palabra la Junta de la Capital os mirará siempre como a hermanos, y os considerará
como a iguales, éste es todo su plan, y jamás discrepará de él mi conducta... 79
113 El discurso de Juan José Castelli se inserta ya de forma clara en un sistema de nuevo
régimen. Los principios de libertad civil, derechos originarios, fraternidad e igualdad,
propugnados por la Revolución Francesa, se presentan de forma clara. Además, es
importante resaltar que para Castelli, el uso de los idiomas originarios no era un
impedimento para ser ciudadanos, sino, por el contrario, era utilizado para insertar a la
población indígena en los nuevos postulados liberales.
114 El tercer documento de Castelli relacionado con los indígenas es el manifiesto expuesto en
Tiwanaku el 2 5 de mayo de 1811, en el aniversario de la revolución de mayo y cuando se
preparaba para enfrentarse al ejército de Goyeneche. En éste, Castelli destaca
nuevamente el hecho de “que los indios son y deben ser reputados con igual obción [sic]
que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, destinos, honores y
distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que presta el
mérito y aptitud”.80 Esta igualdad de derechos implicaba el repartimiento de tierra,
establecimiento de escuelas en los pueblos de indios y la extensión de cargas o
imposiciones indebidas, entre los que se hallaba el tributo.81
93

115 En Oruro, donde estuvo entre los meses de febrero y abril, Castelli escribió el manifiesto
que tuvo mayor repercusión en todo el Virreinato del Perú, el Manifiesto que dirige a los
pueblos interiores del virreinato del Perú.82
116 El discurso es totalmente moderno desde su inicio, cuando llama a los pobladores
“ciudadanos compatriotas”. Este, que se estrella contra la tiranía española y
especialmente contra las acciones de Abascal, rescata varios conceptos clave: el de la
patria, asumida como el Nuevo Mundo; el del espíritu público, que es la fuerza que iba
creciendo en contra de la opresión; el de la libertad, que debería ser el objetivo de los
pueblos del Perú. Al mismo tiempo, resalta la acción de la Junta de Buenos Aires como
garante de la libertad civil de los pueblos, cuyo objetivo era: “Ser libre y proteger a todos
los pueblos que quieran serlo, he aquí el fondo de todos sus planes y proyectos”.
Finalmente, exponía sus propias ideas y sueños: “Toda la América del Sur no formará en
adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las
más respetables naciones del Mundo Antiguo”.83
117 Frente a esta posición moderna, liberal e independentista de Castelli, y prácticamente al
mismo tiempo en que escribía el anterior manifiesto, el doctor don Pedro Antonio Polo, a
nombre del vecindario de la Villa de Oruro, pronunció públicamente frente a Castelli una
proclamación jurando obediencia a la Junta Gubernativa de Buenos Aires. El discurso, a
pesar de apoyar a la Junta Gubernativa y por ende a su representante en Charcas, retoma
los puntos del discurso de antiguo régimen. Así dice:
Desde el momento que empuñó el cetro el Señor don Fernando VII y le juramos por
nuestro legítimo soberano, reina en nuestros corazones; y aunque vivimos
constituidos en la más triste orfandad por haberlo arrancado del trono la ambición,
y la perfidia, siempre ejerce un imperio inmovible del que no podrá jamás
desposeerle, ni la ambición ni la perfidia. En la desgracia que sufre acompañamos a
nuestro amado Rey como fieles vasallos suyos cubiertos de luto y desolación en el
país del horror donde lo tiene oprimido la injusticia, allí le amamos, allí le
respetamos, y allí proclamamos la soberanía de nuestro Amo y Señor natural,
menospreciando al sacrilego usurpador de sus derechos a quien no tememos ni
obedecemos.84
118 Polo, en su proclama dirigida expresamente a Castelli, presenta un discurso
absolutamente diferente al del Representante: es un discurso de fidelidad y vasallaje a
Fernando VII, que hace hincapié en la “soberanía de nuestro Amo y Señor Natural”. Es
interesante imaginar la escena de Castelli, con su ejército estacionado en Oruro,
escuchando este discurso cuando prácticamente en los mismos días se había redactado el
manifiesto anterior, tan contrario a estas ideas.
119 Para Polo, la Junta Gubernativa no es sino una Junta leal al monarca, tal como lo dice en
su proclamación:
Pero en su actual catástrofe de la Monarquía, y en la deshecha borrasca en que
fluctúa la Nación Española, no ha sido tan desgraciada la América Meridional, pues
del Arca del Testamento eterno ha salido una Paloma alumbrando el horizonte, y
trayendo el iris de paz y el ramo de oliva pendiente de su delicado pico. Sí Señores:
la Capital de Buenos Aires, esa fidelísima ciudad, que ha dado tantas y tan repetidas
pruebas de su acendrada lealtad desplegando todos los resortes de su heroicidad y
patriotismo, ha instado la Excelentísima Junta Provisional Gubernativa a nombre de
nuestro augusto Monarca el Señor don Fernando 7° con las altas miras y vastos
designios políticos de guardar sus sagrados derechos y conservar ilesa la más
preciosa parte de su legítimo patrimonio...85
94

120 ¿Por qué se presentó esa contradicción entre la percepción de Castelli y la de los
habitantes de la Villa de Oruro, cuyo representante era Polo? Es muy posible que, más que
la aparente hipocresía de la Junta Gubernativa y de Castelli al mostrar que apoyaban al
Rey mientras en realidad buscaban la independencia –idea que ha sido tan difundida por
la historiografía tradicional–, lo que ocurrió fue que en medio de tantos cambios de Juntas
y posturas ideológicas, para la gran mayoría de los habitantes de Charcas era lógico
pensar que la capital del Virreinato apoyara al monarca, cuyo poder legítimo no se ponía
en duda. Al mismo tiempo, para ellos, era el Virreinato del Perú el que caía en
desobediencia al aceptar la sumisión de Charcas. Por consiguiente, lo que valía más era la
legitimidad que podía tener la Junta Gubernativa de Buenos Aires, como cuerpo
organizado en la legítima capital del Virreinato, que los discursos ideológicos que podrían
emanar de los miembros de esa Junta.
121 Esta miopía e ingenuidad de Polo –y seguramente de muchos de los vecinos de Oruro y de
Charcas en general– frente a los cambios que se daban entre un antiguo régimen y uno
nuevo, se manifiesta en el discurso de apoyo a la soberanía real frente a un revolucionario
jacobino y se percibe con dramatismo en el último párrafo, donde un ardiente vecino
aclama a una Junta Revolucionaria con los siguientes términos: “Viva nuestro Augusto
Monarca el Señor Fernando 7o. Reine y triunfe desde el uno hasta el otro Polo este joven
tan justo como perseguido, y tan perseguido como idolatrado. Reine, triunfe y Viva”. 86
122 A pesar del discurso de antiguo régimen escrito por Polo a nombre de los vecinos, la
práctica política en Oruro tomó algunas formas modernas de representación, con la
elección de nuevas autoridades.
123 Con la presencia de Castelli y del ejército porteño en Oruro, los comandantes de las armas
de Buenos Aires empezaron a tomar decisiones en otros aspectos como era el manejo de
las finanzas, el control del Cabildo y también de las Cajas Reales. Así, el 8 de abril, el
Cabildo de Oruro envió una carta a Castelli consultando sobre cómo debía organizarse
políticamente la ciudad. La respuesta llegó recién un mes más tarde, debido a que Castelli
se encontraba en camino a La Paz. En ella instruía que la presidencia de la Junta
Provincial, el entero de los tributos y la alcaldía mayor de minas debían recaer en el
Alcalde de primer voto.
124 Mientras tanto, llegó a la ciudad una orden contraria, procedente de Buenos Aires, que
establecía que el Comandante de Armas de cada ciudad debería ser nombrado Presidente
de la Junta Subalterna de Gobierno.87 De esta manera, el poder militar asumía también el
poder político y además el ejército auxiliar dirigido por Buenos Aires tomaba en sus
manos gran parte del poder. Estas contradicciones tenían su origen en los conflictos que
ya para ese momento existían entre Castelli y los miembros de la Junta de Buenos Aires.
125 En respuesta a la orden de Buenos Aires se estableció en Oruro una Junta Subalterna, pero
ya sea porque pareció poco político a las autoridades locales o porque los jefes militares
porteños se hallaban ya en ese momento en Guaqui, la dirección de la misma recayó en
vecinos de Oruro: los doctores José Serrano, Salinas, Polo y don José María Delgado como
secretario.88
126 Varios son los aspectos de la situación anterior que se pueden analizar. El primero es la
disyuntiva triple que se presenta sobre las autoridades locales: la primera posibilidad,
planteada por Castelli, es la continuación de una autoridad local representativa como era
el alcalde de primer voto; la segunda, establecida por la Junta de Buenos Aires, tendía más
bien a una centralización y militarización del poder; finalmente, la propuesta de los
95

mismos vecinos fue elegir nuevas autoridades locales separadas tanto del sistema antiguo
como de la presencia de autoridades foráneas como serían los jefes militares. A partir de
la respuesta de la población orureña podemos percibir en parte la opción vecinal de elegir
autoridades de la misma localidad, rompiendo al mismo tiempo con el antiguo régimen.
127 Otro aspecto importante para analizar el juego entre el antiguo y nuevo régimen es que la
elección de la Junta Subalterna se llevó a cabo con un proceso en el que participaron
todos los vecinos en igualdad de condiciones, dando su voto de forma oral y pública.
Faltan datos para analizar con más profundidad el grado de participación de la población,
pero en el acta de elección se halla el tipo de voto que se emitió y los resultados del
mismo.89
128 La derrota del ejército de Castelli en Guaqui y la retirada desordenada de los porteños
hacia las provincias de abajo frustró todo el proyecto de nuevo régimen que se había
llevado a Charcas. La imagen de Juan José Castelli quedó impresa en la memoria
altoperuana y en la historiografía nacional como un ejemplo de radicalismo e
irresponsabilidad, sin tener en cuenta la importancia que sus discursos liberales –que
mostraban una nueva forma de concebir al Estado– pudieron haber tenido en las acciones
posteriores.

La constitución gaditana y su implantación en un


territorio en conflicto
129 Son numerosos los trabajos que han resaltado la importancia que tuvo la Constitución de
Cádiz para la instauración del nuevo régimen y la modernidad tanto en España como en
América.90 Entre ellos podemos distinguir los que han analizado el trabajo de las Cortes de
Cádiz, el discurso de modernidad y la cuestión americana en la Constitución misma, como
los de Manuel Chust y en parte los de François Xavier Guerra y Mónica Quijada de
aquellos que, más bien, han estudiado el impacto que este pensamiento y discurso tuvo en
los diferentes virreinatos y territorios americanos, como Annino, Guerra y Grijalva en
México; Dym en Centroamérica, Portillo en Nueva Granada, Rodríguez y Morelli en el
Ecuador, Démelas en los Andes en su conjunto, Peralta en el Perú, y Démelas e Irurozqui
en Charcas. Al hacer un balance de estos aportes se nota el gran peso de los estudios en el
Virreinato de Nueva España, frente a la escasez de estudios sobre los virreinatos de Nueva
Granada y el Perú, y la ausencia de los mismos para el Virreinato del Río de la Plata, hecho
que se explica fácilmente por el hecho de que en ese momento ya el Virreinato de Buenos
Ares funcionaba de manera autónoma. Esta misma situación explica el hecho de que los
historiadores bolivianos (con excepción de Démelas e Irurozqui) no hayan dado
importancia a este hecho para el territorio de Charcas, que si bien ya en esa época
pertenecía “oficialmente” al Virreinato del Perú, seguía en disputa entre los dos
virreinatos.91
130 No profundizaremos aquí en la complejidad de la discusión de las Cortes ni en el análisis
de la Constitución en su conjunto; nos concentraremos únicamente en algunos puntos
básicos del discurso liberal: nación, patria, ciudadanía, representación y su implantación
en el territorio de Charcas.
131 En principio, examinemos los primeros artículos de la Constitución de Cádiz: 1 o, 2o, 3o y 4o
: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”; “la
Nación española es libre e independiente, y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna
96

familia ni persona”; “la soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo


pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales” y “la
Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la
propiedad, y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”. 92
Estos artículos nos remiten ya a un discurso moderno con todos sus principios. El
concepto de nación se ha desligado totalmente del antiguo concepto, vinculado a lo
cultural; la nación está compuesta por individuos –no por cuerpos o corporaciones–, en
ella reside la soberanía –con lo que la figura del Rey soberano ha desaparecido–; está
obligada a defender los derechos individuales como la libertad civil y la propiedad y,
además, es libre e independiente, y no puede ser patrimonio de ninguna familia ni
persona. De esta manera, la persona del Rey, cuya temática es trabajada en el Título IV de
la misma Constitución, a pesar de mantenerse como sagrada, inviolable y no estar sujeta a
responsabilidad (Art. 168), ya no es la depositaria de la soberanía. Tiene la potestad de
ejecutar las leyes, “conforme a la Constitución y las leyes” (Art. 170), sancionarlas y
promulgarlas (Art. 171), pero tiene también una serie de restricciones al no poder impedir
la celebración de las Cortes, traspasar la autoridad real, enajenar territorios de la nación,
hacer tratados internacionales, imponer contribuciones, violar el derecho de propiedad ni
privar a ningún individuo de su libertad (Art. 172).
132 Con relación al concepto de patria, éste aparece en dos artículos que tratan de las
obligaciones de los españoles, es decir, de “los hombres libres nacidos y avecindados en
los dominios de las Españas, y los hijos de éstos”93 (Art. 5) y que dicen: “El amor a la patria
es una de las principales obligaciones de todos los Españoles; y asimismo el ser justos y
benéficos” (Art. 6). “Está asimismo obligado todo Español a defender la patria con las
armas, cuando sea llamado por la ley” (Art. 9). Se percibe en el discurso que este concepto
mantiene en parte la idea de la tierra natal, que debe ser amada y defendida, pero
ampliada al espacio de las dos Españas (la europea y la americana).
133 El concepto de ciudadanía, punto central del discurso de nuevo régimen, es desarrollado
en el Capítulo IV del título II de la Constitución. El artículo 18 establece que son
ciudadanos “aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen de los dominios
españoles de ambos hemisferios, y están avecindados en cualquier pueblo de los mismos
dominios”; y en los siguientes artículos amplía la ciudadanía a los extranjeros con ciertas
condiciones. Por su parte, el artículo 22 limita la ciudadanía a los descendientes africanos.
134 Si bien la ciudadanía es amplia y contempla aparentemente a peninsulares, criollos,
mestizos e indígenas, en el artículo 25, que trata de la suspensión de la ciudadanía,
establece dos puntos por los cuales en realidad se la restringe: el tener un estado de
sirviente doméstico y, desde 1830, el ser analfabeto.
135 Finalmente, la representación es planteada en dos ámbitos diferenciados; el primero, el
de los diputados a las Cortes, y el segundo, el de la representación en ayuntamientos y
diputaciones provinciales. En el primer caso, la Constitución la explica en el título III y
comprende desde el artículo 27 hasta el 167; en todos estos artículos especifica la forma
cómo se ha de elegir a los diputados y las facultades de las Cortes. En el segundo caso, es
tratada en el Título VI y comprende los artículos 309 a 337. De todos estos artículos, nos
centraremos únicamente en algunos que reflejan las nuevas concepciones políticas.
136 El artículo 27 es central porque establece que “las Cortes son la reunión de todos los
diputados que representan a la nación, nombrados por los ciudadanos...”, es decir, los
diputados son el resultado de una elección marcada dentro de un sistema de nuevo
régimen, y además son representantes de la nación y no de determinados territorios, con
97

lo que se habría superado el tipo de representación marcado por el mandato imperativo,


que había primado en la convocatoria de 1808.94
137 El otro punto importante es que, a pesar de que el sistema de elección es indirecto en
varias instancias, por lo que el voto popular tiende a diluirse, el espíritu es el de una
representación que emana en última instancia de las juntas electorales de las parroquias,
compuestas “de todos los ciudadanos avecindados y residentes en el territorio de la
parroquia respectiva...” (Art. 35).
138 ¿Qué impacto tuvo esta Constitución en el territorio de Charcas? Para responder, aún de
forma tentativa, es necesario ubicarnos en el contexto específico de la situación en la
región en 1812 y 1813, y así evitar cometer errores de apreciación.
139 A fines de 1811 la gran sublevación indígena dirigida por Cáceres había sido parcialmente
controlada; sus huestes, unidas a las tropas regulares cochabambinas, se habían
desplazado por altiplano y valles para contener el avance del ejército virreinal que se
ubicó inicialmente en Oruro y luego en Potosí, donde quedó rodeado por grupos de la
patria que cerraron la retaguardia. Durante los primeros meses de 1812, el ejército de
Goyeneche logró quebrar la resistencia de las tropas cochabambinas tomando la ciudad
en mayo; al mismo tiempo, con el apoyo de las tropas de Mateo Pumacawa, pudo reprimir
finalmente la sublevación indígena y abrir el camino entre Potosí y el Bajo Perú. Para
fines de 1812 parecía que la posición del Rey en Charcas era estable y tranquila, sin
embargo, el ejército porteño se había reorganizado y enviaba nuevamente un contingente
a las tierras altas. En febrero de 1813, las tropas del Rey sufrieron la derrota de Salta e
iniciaron un repliegue apresurado hasta Oruro, donde establecieron su cuartel general. El
avance del llamado segundo ejército auxiliar duró hasta septiembre de 1813 cuando el
ejército virreinal, dirigido ya por Pezuela, los derrotó en las batallas de Vilcapujio y
Ayohuma.95
140 Como puede percibirse del breve resumen anterior, durante los años 1812 y 1813, que
fueron claves para implantar el nuevo sistema político, Charcas se hallaba en una
situación de guerra permanente, con poca apertura para un debate ideológico y menos
aún para llevar a cabo acciones dirigidas a implantar las ideas liberales de las Cortes o la
propia Constitución. A esto se debe sumar el poco apoyo que prestó el virrey Abascal a la
expansión y reconocimiento de los nuevos principios constitucionales que, desde su
óptica, más que ayudar a la causa del Virreinato, lo podían perjudicar en su lucha militar
en el Alto Perú.96
141 Para Abascal era fundamental evitar la difusión en el territorio del Virreinato de los
discursos contra el despotismo y contra el Rey, por lo que los provenientes del Río de la
Plata eran censurados; no ocurrió lo mismo con el nuevo pensamiento político de Cádiz,
que podía darse “libertades” constitucionales sin caer en el peligro de la subversión y la
insurgencia. Sin embargo, la situación en el Alto Perú era diferente. El avance y retroceso
de los ejércitos y el peligro constante de los grupos insurgentes hacía que muchos de los
principios de la nueva cultura política y de la implantación del sistema constitucional,
como las elecciones populares o la supresión de la mita y el tributo, pudieran deslizarse a
un discurso y una práctica autonomista. Tan es así, que cuando fueron repartidos los
ejemplares de la Constitución Gaditana en todo el territorio del Virreinato, Abascal los
envió al Alto Perú de forma casi secreta, porque consideraba que era un territorio militar.
97
98

142 Más que en el discurso, la Constitución de Cádiz impactó en el territorio del Alto Perú de
otras formas, entre las que analizaremos las siguientes: la conformación de
ayuntamientos constitucionales y las elecciones, las juras a la Constitución, la
implantación de algunas medidas administrativas y ciertos cambios en la administración
de justicia.
143 Acerca de los discursos ligados a la Constitución, Víctor Peralta analiza la forma en la que
el pensamiento político antidespótico se filtró en el Virreinato junto con algunos
discursos que se pronunciaron en los juramentos a la Constitución que se llevaron a cabo
en las diversas ciudades. Por ejemplo, la idea de que el Rey era el primero de los
ciudadanos y que debía sujetarse a la ley llevaba a asegurar en los discursos que gracias a
la Constitución se dejarían de cometer abusos por parte del monarca. Uno de estos
discursos fue el pronunciado en la catedral de La Plata por el sacerdote Matías Terrazas,
que concluía:
Un sistema benéfico y liberal abre en la Constitución las puertas a la felicidad de
todos. Nuestras Cortes no se han propuesto en ella, sino el bien público y las
ventajas de todos los vasallos sin distinción. Ella proscribe toda aceptación de
personas. ¡Españoles del Perú! En esta parte llamo yo toda vuestra atención. Ya las
Américas no son unas colonias de la España, sino una parte integrante de esta gran
monarquía. Quedan abolidas por la Constitución (y ¡ojalá queden eternamente
borradas de nuestra memoria!) las odiosas distinciones de europeos y americanos. 98
144 Por su parte, la jura de la Constitución en la capital de la Audiencia, en enero de 1813, en
un momento en que la situación militar en favor del ejército virreinal era más o menos
estable, mostró en la representación el cruce entre los nuevos elementos de la cultura
política y las prácticas antiguas.
145 El jefe político de la Audiencia y presidente de la misma, el brigadier Juan Ramírez, 99
ordenó la organización de la jura a la Constitución para el día 5 de enero de 1813. Luego
de todos los actos, ordenó al escribano Juan Francisco Navarro que elabore un testimonio
de todo el proceso. El documento, por lo tanto, relata paso a paso todo el ceremonial, del
cual extraeremos algunos puntos.
146 Todo se inicia con la publicación de un bando, con el objetivo de lograr la participación de
todo el vecindario. En este punto se confirma lo analizado ya por Annino e Irurozqui,
sobre la importancia que tuvo el vecino en esta primera etapa de la construcción de la
ciudadanía:
...por medio de un bando publico; se mandó en este a todo el vecindario iluminase
sus calles, y Plazas por tres noches consecutivas, entapizando, Puertas, y Ventanas
con el mayor esmero, y procurar salir todos a Caballo el día de la publicación y jura
dicha con el Fausto, y pompa correspondientes á tan plausible ceremonia con otras
cosas propias al infatigable Zelo con que el Xefe aspira al lucimiento de actos tan
circunspectos.
147 El acto público de la jura es fundamental, no sólo por la participación del pueblo, sino
sobre todo por la necesidad de mostrar el poderío real en un momento en que el ejército
virreinal se hallaba bastante presionado por los grupos insurgentes que se iban formando
en Charcas y por el ejército porteño que se estaba reorganizando en Salta y Tucumán. En
estos momentos, la representación y la ostentación del poder se hacían imprescindibles
para lograr el apoyo del vecindario.
148 La respuesta de la población no se hizo esperar. Es muy probable que la participación
general haya sido motivada por razones muy diferentes en cada vecino, algunos eran
firmes convencidos de la lealtad al Rey; otros, de tendencia liberal, se alegrarían por los
99

cambios realizados en la misma metrópoli; unos se adherían a la fiesta por el temor que
inspiraba el ser considerado insurgente por las autoridades; finalmente, gran parte de la
población, que vivía fuera de las sutilezas de la política, festejaba por festejar. El
testimonio prosigue así:
...En efecto al amanecer del cinco a la señal de una solemne salva de artillería de
quince cañonazos, se hallaba ya adornada de las mejores tapicerías toda la ciudad
hasta sus arrabales en sus puertas, balcones, ventanas, y aun paredes,
distinguiéndose principalmente la Plaza Mayor, que cubierta toda de los mejores
damascos brillantemente adornados, presentaba a la vista una perspectiva
majestuosa con un tallado bien aderezado. En el frontispicio de la Casa
Constitucional se hallaba colocado bajo de un magnifico dosel, un sitial, masas, y
guardia de honor correspondientes al augusto Retrato del Señor Don Fernando
Séptimo, y alrededor lucidas la minas de Plata de admirable estructura. El lujo de
los particulares también había sacado muchas de estas a sus Balcones asentándolos
á competencia en especial en dicha Plaza Mayor... 100
149 El escenario estaba completo: tapices, damascos y láminas de plata rodeaban nuevamente
a la imagen central de la ceremonia: el “augusto Retrato del Señor Fernando Séptimo”. La
imagen del monarca no se había perdido. El Bienamado persistía en la mentalidad de la
población cuatro años después de su prisión y, si bien la jura era a la Constitución, la
imagen del monarca continuaba como la figura central de la ceremonia.
150 Es bajo este escenario que abarcaba toda la ciudad y sus arrabales donde se iniciaría el
ritual; pero para ello, era fundamental que los vecinos se mostraran ordenados
jerárquicamente. Caballos, trajes y alhajas formaban parte de esta demostración:
A las ocho y media de la mañana ya estaba a caballo el ilustre Cabildo de esta
ciudad, y la Real (Audiencia)... que a competencia llevaban Caballos, y Jaeces...
Cuatro Reyes de Armas llevaban el Ilustre Cabildo por delante de Madamas de la
primera nobleza que á porfía ostentaban trajes, y alhajas de considerable valor, se
veía en medio de ella un suntuoso teatro adornado de tapices un gran dosel, y
asientos para las primeras Corporaciones, donde había de leerse la Constitución.
151 Es importante hacer notar que mientras la Constitución marcaba la igualdad entre todos
los españoles de Europa y América, en la ceremonia de jura se destacaban de forma
consciente las diferencias: las autoridades locales y centrales hacían competencia por ver
quiénes llevaban los mejores caballos, las “madamas”, es decir, las mujeres de los grupos
de élite, hacían gala de trajes y alhajas como símbolo de su lugar en la sociedad de antiguo
régimen y, además, como espectadores principales de la jura se encontraban las primeras
corporaciones; en otras palabras, se trataba de una sociedad de antiguo régimen que
juraba a una Constitución en la que sus privilegios iban a desaparecer.
152 Los actos se dividieron en tres ceremonias centrales, en las cuales los tres poderes que se
hallaban en la ciudad manifestaron su lealtad y jura a la Constitución. La primera fue la
del Ayuntamiento y la Audiencia con su Presidente; la segunda, la de la iglesia en el
tradicional tedeum; y la tercera, la del ejército o poder militar. Cada una de estas
ceremonias concluyó con festejos separados para los vecinos de la élite, por un lado, y
para la plebe, por el otro.
153 Sigamos estas ceremonias a través del testimonio de Navarro. La primera ceremonia, la
del poder civil, mostró a miembros del Cabildo y de la Audiencia en un recorrido por la
ciudad –su territorio– leyendo públicamente la Constitución:
...fue el ilustre cabildo acompañado del claustro, y vecinos á sacar al Jefe, y Tribunal
de la casa pretorial, que seguidos de las tropas de caballería, é infantería, que
guarnecen esta ciudad llenaron la plaza, en que estaba de antemano dispuesta la
100

artillería. Marchaba el acompañamiento, y tropa al son de timbales, música, y


tambores hasta llegar á él sitio designado, en que desmontados el Jefe, tribunal, é
ilustre ayuntamiento sentados en el enunciado Teatro, se leyó en alba, e inteligible
(voz) la Constitución por uno de los Reyes de Armas, y explicado por el Jefe lo
principal de su contenido a la noble comitiva levantó esta la voz Viva la Constitución
Política de la Monarquía Española, cuyas dulces sinceras é incesantes aclamaciones,
mezclaba con el estruendo de la artillería, y el repique de campanas eran
testimonios nada equívocos del general regocijo, con que recibían tan Augustas
Sabias Sanciones.
Vueltos á montar siguió el paseo hasta la Plazuela de San Juan de Dios distante tres
cuadras de la primera, donde con igual solemnidad se leyó parte de la Constitución
acompañada de iguales Vivas, y aclamaciones. No fue menos Solemne la lectura de
la Constitución en el tercer Teatro dispuesto en la Plazuela de San Agustín donde se
dirigió la noble comitiva, y que se desplegó con la mayor energía, y viveza el
general aplauso, y alegría.
154 La ceremonia fue seguida de la fiesta popular y pública con corridas de toros, bailes
burlescos de los artesanos y, en la noche, iluminación de edificios públicos, fuegos
artificiales y música.
155 Al día siguiente se celebró en la catedral la segunda ceremonia, la religiosa:
...una Solemne Misa de acción de gracias por el señor Deán de dicha Iglesia con
asistencia de la Real Audiencia ilustre Ayuntamiento y demás corporaciones el
ilustre claustro, y ambos Colegios á saber el de San Cristóbal, y el de San Juan
Bautista con todo el vecindario; en la que se publicó, y juró la Constitución, después
de haberse leído solemnemente en el pulpito por medio del Notario Eclesiástico, y
se pronunció por dicho Señor Deán una elegante exhortación al pueblo en la que
haciendo ver las ventajas que debíamos prometernos de tan sabia Constitución,
persuadió a todos los ciudadanos á Jurarla, y obedecerla. Continuó después de esto
el Santo Sacrificio de la Misa, y se cantó al fin de ella el Te Deum.
156 No faltó en esta oportunidad el festejo para la plebe. Al finalizar el acto, “derramó el Jefe
al salir de la Iglesia, y en el camino hasta la presidencia considerable numero de monedas;
y la Plebe que así concurría se deshizo en festivas aclamaciones de Jubilo”. 101
157 La tercera ceremonia, la militar, se dio de forma casi paralela con la religiosa. Fue una
ceremonia más sencilla, relatada así: “Entre tanto la oficialidad, y Tropas Juraban la
Constitución según la formula expresada frente a las repetibles banderas del Soberano
con estrepitosa salvar de artillería, y descargas repetidas de fusiles, llena del más heroico
entusiasmo, como si viesen atacada la Constitución, y estuviesen en el glorioso empeño de
defenderla”.
Por la tarde se dieron iguales corridas de Tiros, en que creció el Jubilo, y en que las
invenciones de los restantes gremios con chistes de mejor idea se empeñaron en
sonrojar á los de la antecedente sin que en ella hubiese sido menos numeroso el
concurso de caballos; llegada la noche se congregaron en Casa del Jefe Gobernador
las Damas de lo mas honrado del vecindario al Suntuoso Sarao á que habían sido
convidadas y á que concurrieron con la mas costosa decencia, y... una prueba
pública de su general regocijo habiéndose servido con profusión un refresco
correspondiente a tan glorioso motivo. El día siete se celebró la misma ceremonia
en las demás Parroquias de Españoles e Indios con arreglo al Real Decreto,
explicándose a los naturales en su propio Idioma todo el contenido de la
Constitución asistiendo los Alcaldes y Regidores Comisionados por el Jefe para el
efecto, y concurriendo Escribanos Reales á su autorización. En este mismo día se
hizo por el Superior Tribunal de esta ciudad la visita general de Cárcel con
asistencia de los Procuradores y Abogados de los regidores, alcaldes ordinarios
101

Asesor general Alguacil y de mas subalternos de dicho Tribunal y procediéndose á


ella, fueron dados por libres quince reos.
158 La jura de la Constitución en la ciudad de Potosí, cuartel general de Goyeneche, siguió
también una serie de ritos que combinaban elementos de antiguo régimen y de la nueva
cultura política. De acuerdo con Démelas, el ritual contempló “decoración de la casa
consistorial y de los balcones y ventanas que daba a la plaza, retrato de Fernando VII en el
lugar de honor, estrado en la Plaza Mayor, veintiún cañonazos, desfile de unidades del
ejército y de las milicias, banderas y estandartes, tambores, timbales y música y decentes
uniformes espectados e un numeroso concurso de la nobleza del país y pueblo”. 102
159 En cuanto a la representación y las elecciones, existen algunos datos acerca de la elección
de representantes tanto para los cabildos constitucionales como para diputados. Marie
Danielle Démelas, quien se ha ocupado más del tema, dice en su libro La invención política
que el sistema de elecciones no era nuevo en América, exponiendo varios ejemplos sobre
elecciones llevadas a cabo a fines del siglo XVIII en diversas regiones de los Andes,
siguiendo lo establecido por las reformas borbónicas.103 Sin embargo, fue a partir de 1809
que se sucedieron diferentes tipos de elecciones en los reinos de España. Para Démelas,
“ellas estuvieron en el origen de formas y prácticas duraderas. Fue entre 1809 y 1814 que
los sudamericanos se iniciaron en el aprendizaje de campañas políticas de gran amplitud,
que los caciques aprendieron a manipular a un electorado cautivo, a eliminar a los
adversarios, a manipular los votos”.104 Asimismo, como consecuencia de los cambios
dados en España, en estos años que el voto se amplió paulatinamente. En 1808 y 1809, sólo
participaban los miembros de los cabildos y los oidores; entre 1810 y 1812 fueron
consultados los vecinos y luego, con la Constitución, el voto se hizo universal. Sin
embargo, dentro del contexto de guerra civil en varias regiones de América, y frente a
posturas autonomistas, las Cortes se enfrentaron al dilema de cómo tener en cuenta la
exigencia de una representación igualitaria entre españoles y americanos, exigida por los
diputados americanos a las Cortes, además del principio de igualdad ya establecido en
éstas, sin perjudicar el control que tenían que mantener sobre territorios que muchos
españoles europeos consideraban como colonias.105
160 Entre 1811 y 1812 se llevaron a acabo elecciones para nombrar diputados a las cortes en
varias de las ciudades del Virreinato, entre las que se hallaba la ciudad de La Plata. En el
Archivo de las Cortes de Madrid se halla el acta de elección, que ha sido trabajada por
Démelas y que se efectuó por voto secreto en el cabildo “por la mayor libertad de los
señores electores”.106 Esta elección se efectuó el 13 de mayo de 1812 y muestra,
precisamente, la difícil situación en que se llevó a cabo. El primer elegido a la suerte de la
terna, el oidor interino don Lorenzo Fernández de Córdova, se excusó debido a problemas
de salud y familiares; por la tarde, el segundo designado, el conde de San Miguel de
Tarma, desistió también por ser viudo y con siete hijos. Finalmente, el puesto recayó en el
canónigo de la catedral el doctor Mariano Rodríguez de Olmedo. El Cabildo refrenda la
elección: “Se tenga por diputado (...) mayormente cuando en la elección de los tres, ha
tenido y ha sido el que ha sacado votación plena de los once señores individuos que
componen el cuerpo”.107
161 De acuerdo con la lista de representantes del Virreinato presentada por Démelas, el
diputado por La Plata fue el último en llegar a Cádiz, el 1 de abril de 1813, más de un año
después que el resto de los diputados.
162 Luego de la instauración de la Constitución y bajo el sufragio universal establecido por la
misma, se llevaron a cabo nuevas elecciones de representantes en el Virreinato. En el
102

territorio del Alto Perú son pocos los datos sobre estas elecciones, más aún por la
persistencia del estado de guerra; es así que los pocos casos conocidos corresponden a la
provincia de La Paz, sometida en esos años al control virreinal.
163 En julio de 1814 (cuando ya la Constitución había sido derogada en la metrópoli), se
reunió la junta electoral de la ciudad de La Paz para elegir a sus representantes, que lo
fueron Mariano Riva de Nabamuel, José María Asín, Martín Campos y José María
Eyzaguirre.108
164 El otro caso es el de la elección de representantes en los pueblos de indios de Santiago de
Machaca y Verenguela. En este caso nos insertamos plenamente en la práctica política del
sufragio universal, ya que no sólo contempla la práctica ciudadana entre los indios, sino
que es una muestra de la apertura de la Constitución al aceptar el nombramiento de
representantes analfabetos.
165 El proceso eleccionario siguió un ritual. En primer lugar, se estableció un sistema de
Cabildo y Junta Electoral en el que participaban “los ciudadanos habitantes y residentes
de dicho pueblo”; en segundo lugar, el Cabildo fue presidido por un alcalde constitucional,
que en el caso de Verenguela fue aparentemente un vecino mestizo, don Bernabé
Condorena. Finalmente, luego de una ceremonia que contemplaba una misa de tedeum, el
retiro a la casa del Cabildo, el nombramiento de escrutadores y de un compromisario, se
eligieron de entre estos últimos los electores que designarían a su vez a los
representantes a las Cortes en nuevas instancias provinciales. Los elegidos fueron don
Juan Guarachi y don Pascual Gonzalo, por Verenguela; y don Bernabé Condorena, don
Dionisio Paucara y don Asencio Yampasi, por Santiago de Machaca. Entre ellos, sólo don
Bernabé Condorena sabía leer y escribir, como consta en las actas de escrutinio. 109
166 El principal impacto de Cádiz fue, sin embargo, el reconocimiento de la igualdad entre
todos los habitantes de los reinos y el de la exención del pago del tributo indígena. No
profundizaremos aquí en el tema de la reacción indígena,110 sino más bien en el análisis
del discurso de nuevo régimen que acompañó a estas medidas que, sin embargo, seguían
presentando en la forma un sistema antiguo, ya desde la persistencia del uso de cédulas
reales y todo lo que ello conllevaba.
167 Los textos de las cédulas, promulgadas en Cádiz el 9 de febrero y el 13 de marzo de 1811,
respectivamente, llegaron al territorio de Charcas recién en marzo de 1812 y fueron
transcritas en el libro de Cédulas de Oruro en abril del mismo año. La primera establecía
lo siguiente:
Las Cortes Generales y Extraordinarias, constantes siempre de sus principios
sancionados en el Decreto del quince de octubre del año próximo pasado, y
deseando asegurar para siempre a los Americanos, así españoles como naturales
originarios de aquellos vastos dominios de la Monarquía Española, los derechos que
como parte integrante de la misma han de disfrutar en adelante, decretan: Art. 1 o.
Que siendo uno de los principales derechos de todos los Pueblos Españoles de
competente representación en las Cortes Nacionales, la de la parte Americana de la
Monarquía Española, en todas las que en adelante se celebren sea enteramente
igual en el modo y forma a la que se establezca en la Península; debiéndose fijar en
la Constitución el arreglo de esta representación nacionales sobre las bases de la
perfecta igualdad conforme al dicho Decreto de quince de octubre último. “2 o. Que
los naturales y habitantes de América puedan sembrar y cultivar cuanto la
Naturaleza y el Arte les proporciones en aquellos climas; y del mismo modo,
promover la industria, las manufacturas, y las artes, en toda su extensión. 3 o. Que
los Americanos, así Españoles como Indios, y los hijos de ambas clases, tengan igual
opción que los Españoles Europeos para toda clase de empleos y destinos, así en la
103

Corte como en cualquiera otro lugar de la Monarquía, sean de la carrera


Eclesiástica, Política, o Militar. Téndralo entendido el Consejo de Regencia, y
dispondrá lo necesarios a su cumplimiento, mandándolo imprimir, publicar y
circular.111
168 Mientras que la segunda decía:
Las Cortes Generales y Extraordinarias habiendo examinado detenidamente el
decreto expedido por el anterior Consejo de Regencia en la Real Isla de León a 26 de
mayo del año pasado de 1810, y el bando que para su ejecución mandó publicar en
México con fecha 5 de octubre del mismo año el Virrey de nueva España D.
Francisco Xavier Venegas, al mismo tiempo que han tenido a bien aprobar la
exención del tributo concedida a los indios en aquel Decreto con la extensión
delirada por dicho Virrey en el referido bando a favor de las castas de mulatos,
negros y demás que se han mantenido y mantengan fieles a la sagrada causa de la
Patria en el Distrito de aquel Virreinato, decretan primero que la preciada gracia de
la exención del tributo sea extensiva a los indios y a las castas de las demás de
América. Segundo, que la gracia de las tierras de los pueblos de los indios no se
extienda a las castas. Tercero, que se cumplan con el mayor rigor las Reales órdenes
y disposiciones que prohiben a las justicias el abuso de comerciar en el Distrito de
sus respectivas Jurisdicciones bajo del espacioso título de repartimientos. Lo tendrá
entendido el consejo de Regencia, y lo mandará imprimir, publicar y circular. 112
169 Es interesante comprobar que en la introducción de ambas resoluciones se escribió el
siguiente párrafo: “Por cuanto el rey Nuestro Señor Fernando 7o. y en su Real Nombre el
Congreso Nacional depositario de la Soberanía...”, lo que significa que el Congreso
Nacional es depositario de la soberanía, pero en nombre del Rey. Esto entra en
contradicción con el postulado posterior que aparece en la Constitución, en el cual el
Congreso es confirmado como el depositario de la soberanía, pero lo hace a nombre de la
nación y no del Rey.
170 El hecho de que estas cédulas se encuentren en los documentos de las Cajas Reales de una
villa provinciana como Oruro significa que los principios básicos sobre la igualdad de
opciones y derechos entre españoles peninsulares y americanos era uno de los temas que
interesaba más en ese momento para contrarrestar el avance insurgente. Tanto el punto
central de la igualdad, refrendado por la primera cédula, como los signos externos de la
misma –exención del pago del tributo, igualdad de oportunidades y derechos laborales y
prohibición del reparto de mercancías– formaban parte del discurso insurgente que la
posición virreinal debía contrarrestar. Esto quiere decir que, si comparamos los discursos
de Castelli –ya en ese momento muerto y en desgracia– con los que vienen un año después
desde Cádiz, encontramos muchos elementos comunes que nos permiten hablar de un
mismo discurso emitido desde dos lugares antagónicos. Los temas centrales: el fin de la
desigualdad fiscal mediante la exención del pago del tributo y la igualdad de
oportunidades para participar en la cosa pública, es decir, la aceptación de la ciudadanía
para los indígenas.
171 Sin embargo, más allá del discurso de igualdad, en el contexto del Alto Perú, la exención
del tributo implicaba perder el mayor ingreso para las Cajas Reales, por lo que se
buscaron formas para seguir recibiéndolo. Para ello las autoridades transformaron el
tributo en la llamada contribución “voluntaria”. Juan Ramírez, presidente de la Audiencia
en 1813, se refiere a él de la siguiente forma: “Los naturales de los Partidos de esta
provincia de mi mando se han comprometido a pagar según su antiguo establecimiento
con referencia a la propiedad de tierras con que el Rey ha agraciado a los originarios y a
104

los agraciados por el mismo interés como adjetivos de los primeros y a los forasteros por
su vecindad en los pueblos libres de todo derecho en los efectos de su crianza...”. 113
172 El documento anterior es importante para determinar que, a pesar del discurso de nuevo
régimen y las nuevas prácticas políticas desprendidas de las Cortes de Cádiz, en la
práctica persiste el llamado “pacto colonial de reciprocidad”, consistente en el pago de un
tributo –obligatorio o voluntario– a cambio del reconocimiento de la propiedad de las
tierras. Lo único que cambió posteriormente fue el nombre, porque con el argumento de
que el tributo era incompatible con la dignidad de ciudadano español, el mismo pasó a
llamarse “contribución provisional”.114
173 Un último punto a tratarse sobre la importancia de la Constitución de Cádiz y su espíritu
en el Alto Perú es el de la administración de la justicia y la defensa de los principios
jurídicos de la modernidad. Si bien el caso analizado ocurrió en el Cusco, los acusados
provenían de los grupos insurgentes de Charcas. El caso es el siguiente:
174 En septiembre de 1813, el intendente de La Paz envió al Cusco a cuatro reos, acusados de
insurgencia, para que, a su vez, sean llevados a Lima para su juzgamiento. Los reos –
Gaspar de Arévalo y Gallardo, José María Rosales, Casimiro Salas y Ciprián Farrilla–
presentaron un oficio a la Diputación Provincial del Cusco denunciando una serie de
abusos por parte de las autoridades y defendiendo sus derechos a partir de los
establecidos por la Constitución Gaditana. El documento dice:
Hemos sido Presos sucesivamente en dicha ciudad de La Paz por su nuevo
Intendente sin delito que no lo sabemos, sin acusador, sin proceso, sin forma ni
figura de juicio, e infringiendo la Constitución Política de la Nación en todos los
Artículos relativos a la formación de los Procesos criminales. No se ha infringido
menos la constitución en nuestra prisión que ha sido la más dura, e intolerable ya
por habérsenos cargado de cadenas desde el primer momento en que fuimos
sorprendidos, ya por habérsenos sepultado en un obscuro y mal sano calabozo, ya
por habérsenos negado la cama, la luz, y aún el alimento. Ha sido un escándalo en
toda aquella Ciudad, y sus Pueblos vecinos el modo, y forma de nuestra captura,
viendo que después de Jurada la constitución se hayan hollado tan cruelmente las
Leyes fundamentales, que pensábamos que protegían la libertad, y seguridad de los
españoles de la arbitrariedad, despotismo y caprichos de los Mandatarios. 115
175 El discurso nos presenta la implantación de otra esfera de la Constitución: los derechos
individuales de las personas y la administración de justicia, establecidos en el Título Y de
la Constitución de Cádiz.116
176 Estando la capital de la audiencia en manos de los “enemigos” (Chuquisaca se hallaba bajo
el control del ejército de Belgrano), la instancia superior de la Audiencia cusqueña
aparecía como una opción que, sin embargo, no era legítima. A esto argüían los presos con
la pregunta: “¿En tan angustiosas circunstancias qué recurso nos queda Excmo. Señor?
¿Dónde haremos valer la Constitución y Reglamentos? ¿Cuál será el tribunal de segunda
instancia en donde se reparen los agravios e injusticias de la primera?”.
177 La respuesta vino de la Diputación Provincial del Cusco que, al analizar que el caso había
venido sin los autos de causa y viendo que la remisión a la audiencia no era correcta,
determinó lo siguiente:
...en uso de sus facultades, y del celo con que mira como tan digno jefe, el
cumplimiento de nuestra Constitución, suspender por ahora si le parece
conveniente, la emisión de los suplicantes al Excmo. señor Virrey de Lima, a cuya
autoridad gubernativa, de ninguna manera, ni en ninguna instancia corresponde
según dicha nuestra Constitución el conocimiento de este negocio , y teniéndolos
custodiados conforme a la misma Constitución, darles lugar para que formalicen su
105

recurso a la designada Excma. Audiencia, donde con conocimiento de causa deberá


proveerse lo que fue de Justicia según el Estado y naturaleza de ella... 117
178 En la decisión de la Diputación Provincial se percibe la implantación de una nueva
instancia de poder, basada en los principios de nuevo régimen. Además de establecerse
como una instancia de gobierno político “para promover su prosperidad, presidida por el
jefe superior”, como establece el artículo 325 de la Constitución, en este caso, la
Diputación Provincial asumió también el rol de defensora de los principios de la misma
Constitución.
179 Esta posición de la Diputación Provincial fue aprobada por el agente fiscal, el doctor
Ampuero, quien escribió:
Se opone a esta (el requerimiento de los gobernadores de La Paz y Puno) la Junta
provincial instalada en esta ciudad: oposición de parte tan legítima y autorizada:
oposición tan sabia, justa, legal y fundada en muchas razones de conveniencia
pública, no puede ser mirada, con desatención o indiferencia. Todos debemos
aborrecer el poder arbitrario, y hacerle constantemente la guerra por ser el único
medio de perpetuar el imperio de las Leyes.118
180 La nueva cultura política instaurada por las Cortes de Cádiz y la Constitución, basada en
principios como la igualdad ciudadana, el respeto a los derechos individuales, el respeto a
la ley y al debido proceso, se enfrentaba permanentemente en el territorio de Charcas a la
situación de guerra. Intendentes y gobernadores, que buscaban contrarrestar el avance de
los insurgentes, violaban constantemente los principios gaditanos y así se convertían en
déspotas que ejercían un poder arbitrario, posición reprobada por las nuevas instancias
de poder establecidas constitucionalmente. De esta manera, las posiciones militares de
defensa del Rey entraban en contradicción con las asumidas por las instancias
constitucionales y legales, lo que a la larga debilitó los principios de la misma
Constitución.

El retorno al antiguo régimen


181 Pocos meses después de la derrota del segundo ejército auxiliar porteño en el Alto Perú, y
cuando las tropas virreinales ocupaban nuevamente el territorio, dirigidas esta vez por
Joaquín de la Pezuela, llegó la noticia a Charcas de que la Constitución de Cádiz había sido
derogada y se retornaba al sistema anterior.
182 En un territorio donde la Constitución no había sido impuesta con demasiada fuerza y
donde era el ejército el que asumía el poder, la noticia no afectó mayormente a la
población, que se adaptó sin mayores problemas al retorno del antiguo régimen. Para los
altoperuanos, el problema ya no consistía en reconocer o no una Constitución o retornar
a la soberanía del Rey, sino en derogar algunos puntos económicos y políticos locales que
se habían implantado bajo el sistema constitucional, entre los que eran fundamentales la
reinstalación de los antiguos cabildos en vez de los ayuntamientos constitucionales, el
retorno al cobro del tributo y la reimplantación de la mita.
183 El primer punto implicó para el Cabildo de Oruro una serie de modificaciones y cambios
que produjeron conflictos en algunos casos. En noviembre de 1814 llegó al Cabildo la Real
Orden de 4 de mayo del mismo año para que:
...recogiéndose todos los papeles, Libros, Decretos de las Cortes Generales y
Extraordinarias, y demás documentos concernientes a la Constitución abolida, se
reconozcan estos por el señor Alcalde ordinario de primer voto y por mí el
106

escribano, y extrayéndose del archivo secreto de este Ayuntamiento, se pongan


serrados y sellados con la seguridad que corresponde en otra alacena distinta... 119
184 Esta orden buscaba a todas luces romper de forma definitiva con el sistema
constitucional, no sólo modificando los cabildos, sino destruyendo la memoria sobre los
ayuntamientos constitucionales. El hecho de guardar en una alacena diferente, con llave y
sello, implicaba simbólicamente apartar legalmente de la memoria institucional la etapa
en la cual habían primado otros principios políticos. El objetivo real era borrar, como si
no hubiera existido, un proyecto que, a partir de nuevos principios, había logrado
mantener en gran parte de América la fidelidad al Rey y salvó, en última instancia, al
sistema monárquico.
185 A partir de ese momento, la imposición de otras fuerzas sobre las decisiones del Cabildo
fue mayor. A pesar de ordenar el Virrey que las autoridades electivas de los
ayuntamientos constitucionales continuaran hasta finalizar el año (18 de noviembre),
rápidamente se impuso con más fuerza el poder militar; el 8 de diciembre llegó al Cabildo
una carta del jefe del Ejército Real del Alto Perú, Joaquín de la Pezuela, para que se
posesione como Gobernador Político y Militar de Oruro al coronel don José de Aveleyra.
La jura del cargo nos remite nuevamente al ritual de antiguo régimen con los siguientes
términos: “¿Jura VS. a Dios Nuestro Señor y por la Cruz de su espada, y promete al Rey
bajo de su palabra de honor de cumplir exactamente los deberes del empleo que se halla
encargado?”. La Constitución ha desaparecido y la promesa ya no se la hace al pueblo o a
la nación, sino nuevamente al Rey. El Soberano reaparece en el ritual.
186 El último golpe al sistema anterior se dio en Oruro el 2 de enero de 1815, cuando llegaron
al Cabildo las Reales Provisiones que ordenaban “reponer el antiguo estilo, método y
forma” en las judicaturas y cargos, y “volver este congreso a la observancia de las Leyes
del Reino, y ordenanzas Reales”, restituyendo todas las antiguas autoridades.
187 Durante parte del año 1815, las autoridades del Cabildo elegidas bajo el sistema
constitucional se mantuvieron debido sobre todo a la presencia insurgente en el Alto
Perú, que impedía el nombramiento de nuevas autoridades. Sin embargo, en agosto de ese
año, se obligó al Cabildo a cumplir las Reales Órdenes de 30 de julio de 1814, por las cuales
debía restituirse el Cabildo conforme se hallaba en el año 1808. Para ello, el Gobernador
Político y Militar dispuso que “en lugar de los que hayan fallecido o estén actualmente
ausentes, deberán subrogarse aquellos que en las elecciones de dicho año de 808 hubieran
reunido mayoridad de votos”.120 Los cabildantes mandaron traer el Libro de Actas de ese
año y así comprobaron que los posibles candidatos a alcaldes y regidores o habían ya
muerto o se hallaban ausentes, por lo que determinaron que era del todo imposible el
cumplimiento de esta Real Orden.
188 El caso anterior nos muestra que, a pesar del interés por parte de la corona de dar marcha
atrás en el proceso, retornando como si nada hubiera pasado a un sistema de antiguo
régimen, el tiempo no había pasado en vano. No sólo ya no era posible restituir el Cabildo
de 1808, sino que el sistema constitucional, a pesar de ser abolido en los hechos, había
dejado algunas marcas imposibles de borrar. No bastaba con sellar los documentos,
destruir la memoria institucional o intentar rehacer un Cabildo para borrar la experiencia
constitucional.
189 A fines de 1815 se llevó a cabo la elección para el Cabildo que se conformó, siguiendo la
Real Orden de 25 de mayo de 1808 de la siguiente forma: “Cuatro regidores con los oficios
de Alférez Real, Alcalde Provincial, Fiel Ejecutor y Alguacil Real”, además de un Síndico
107

Procurador, un Asesor General, dos alcaldes de la Hermandad y un defensor de pobres. A


diferencia del sistema de las elecciones del Ayuntamiento Constitucional, que había
estado en práctica durante los años anteriores, en este caso los electores fueron
únicamente los mismos miembros del Cabildo: el alcalde ordinario de primer voto, el de
segundo voto y cuatro regidores perpetuos; además, el voto fue oral y nominal, dejando
de lado el voto escrito y secreto. La participación política efectiva se había reducido a seis
personas.
190 A partir de la restauración del absolutismo, en el Alto Perú el poder se concentró con
mayor fuerza en el ejército, cuyos intereses primaron por encima de los de las mismas
ciudades o del bien público. El propio Cabildo había logrado sobrevivir, pero con
limitaciones; ya no tenía fuerzas para oponerse a los incesantes pedidos por parte de los
gobernadores militares de contribuciones obligatorias y voluntarias, aumento de
impuestos y otras exacciones. El sistema utilizado fue muchas veces el del chantaje y
extorsión, como en el siguiente caso:
191 El general Pezuela, en ese momento Jefe del Ejército del Alto Perú, solicitó al Cabildo de
Oruro, en enero de 1816, que se estableciera un impuesto sobre los ramos de lujo y vicio, y
en el mismo usaba expresiones “que deshonora(ba) n al Pueblo”. El Cabildo supuso que
este trato se debía a informes siniestros que se le habían hecho, por lo que, en lugar de
exigir o solicitar a Pezuela que retire esas expresiones, decidieron hacer una
representación ante el jefe, la “más sumisa y respetuosa”, a “fin de desimpresionarlo del
criminal concepto que le han hecho formar figurándole hechos que hagan execrable a
este vecindario”. En otras palabras, Pezuela utilizaba el rumor sobre una posible
“insurgencia” de la ciudad para obligar a los vecinos a pagar nuevos impuestos para
solventar la guerra. Ante esto, el Cabildo respondía de una forma adulona y rastrera,
demostrando su propia debilidad frente al poder militar.
192 La relación entre la fuerza militar y los pobladores de Oruro se iba transformando
gradualmente en un sistema de dominación y abuso. Por un lado, el General en Jefe
solicitaba constantemente nuevos pagos para el sostén del ejército tanto en dinero como
en productos como agua, sal y leña; por otro lado, los soldados cometían una serie de
abusos, de tal forma que el 19 de septiembre de 1817 el Cabildo tuvo que enviar una carta
al General en jefe del Ejército, mediante la cual se quejaba del comportamiento de los
oficiales y sargentos del regimiento de Albión, que habían roto las paredes, forzado las
puertas “y otras atrocidades para acopiar cabalgaduras sin permiso del jefe de la plaza,
hasta dar órdenes de que matasen a uno que se opuso”.
193 Este tipo de comportamiento era el que hacía ver el retorno del antiguo régimen como la
vuelta al despotismo y al abuso. No se trataba tanto del discurso sobre la soberanía, ni de
la limitación de la representación, lo que fue minando la fidelidad al Rey, sino el accionar
de los ejércitos que, sin el control social y legal que podía ejercer la Constitución y las
autoridades encargadas de su cumplimiento (como se había dado en el Cusco en el caso de
los insurgentes paceños), podían abusar de la población y de hecho lo hacían. Así, de una
manera lenta, el sistema de antiguo régimen y el despotismo militar fueron debilitando la
posición de la corona.
194 Las elecciones de 1817, 1818 y 1819 siguieron las formas y el espíritu de la de 1816, es
decir que religiosamente, durante la última semana de noviembre, se procedía en el
mismo Cabildo al nombramiento de las nuevas autoridades concejiles y eran los mismos
alcaldes y regidores perpetuos los que votaban y elegían. De esta manera, se produjo un
108

constante rotar de las autoridades. Así por ejemplo, José María Dalence, que era alcalde de
primer voto en 1816, pasó al año siguiente a ser Síndico Personero.
195 Si bien el Cabildo retornó a sus trabajos regulares y cotidianos, se perciben en él y en la
vida de la ciudad algunos cambios que, procedentes de la nueva cultura política,
paulatinamente se fueron convirtiendo en prácticas corrientes. Uno de los más
interesantes fue el experimentado en la promoción de fiestas cívicas. Durante toda la
época colonial, la fiesta de Oruro fue la de San Felipe, en recuerdo y honor del nombre de
la villa; sin embargo, en 1817, en medio de la guerra y de un sistema antiguo, el Cabildo
vio por conveniente establecer como fiesta oficial el 16 de noviembre, en “memoria a la
acción que en igual fecha del año de 1811 ganaron las Armas del Rey en esta plaza”. 121 El
único dato histórico acerca de esta fiesta es que se celebró en la iglesia de la Merced, 122
pero la inclusión de fastos que celebrasen un triunfo militar implica necesariamente otro
concepto de la fiesta que, en este caso, a pesar de la negación de los valores ciudadanos,
era en realidad una celebración cívica con todos los elementos que la contenían.
196 Los discursos que aparecen en esta etapa son muy pobres. En el curso de la investigación
no se han encontrado proclamas o manifiestos que defiendan con mayor profundidad el
retorno al absolutismo en el territorio de la Audiencia. Esto puede deberse a dos causas: la
primera es el ambiente militar que absorbía el pensamiento de las autoridades; para ellas
era más importante mantener controlados a los grupos insurgentes a través de las armas
que convencer a la población a través de la palabra. Lo poco que se dio en ese sentido fue
el contenido de algunas homilías y sermones en los cuales la fidelidad al Rey implicaba al
mismo tiempo ser buen cristiano –tema abordado por Démelas en La invención política– y el
breve discurso que acompaña el nombramiento de autoridades civiles y eclesiásticas, de
lo que extraemos los siguientes casos:
197 En marzo de 1815, Pezuela nombró como nuevo subdelegado del partido de Carangas a
don Baltasar Zeballos, por lo cual solicitó y mandó a todos los caciques, alcaldes y demás
mandones, así como a los “naturales y vecinos de los pueblos de dicho partido de
Carangas que como fieles y leales vasallos del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde)
reconozcan al referido don Baltasar Zeballos...”.123 Se ve que los términos de fieles y leales
vasallos han retornado al discurso oficial. El otro ejemplo es el del nombramiento del
licenciado Pedro Joseph de Saavedra como cura de Salinas de Garci Mendoza. En el
documento se pide al recién nombrado cumplir sus obligaciones:
...exhortando por sí y por medio de sus Tenientes con celo y constancia a sus
feligreses sobre la obediencia y sumisión de vida a nuestro Católico Monarca y
haciéndoles entender que esta importante obligación está fundada no sólo en
motivos de temor, sino también de conciencia con prevención de que antes de
entrar al ejercicio haga el acostumbrado juramento de fidelidad. 124
198 Los términos como Católico Monarca o la sagrada causa del Rey fueron el motivo
recurrente del discurso durante toda esta época, y es muy probable que el retorno a un
discurso de antiguo régimen no haya llamado la atención de la gente del común, ya que la
experiencia de la modernidad y el pensamiento que la acompañaba había tenido una vida
fugaz y no había logrado penetrar con mayor fuerza más allá de algunos grupos
ilustrados. A esta situación se añadía la falta de una imprenta y de periódicos que
hubieran podido ampliar la nueva cultura política.
199 Si desde el lado del Rey se había retornado al antiguo régimen, en el bando insurgente,
por el contrario, circulaban panfletos, manifiestos y documentos provenientes en su
mayor parte de Buenos Aires, que mantenían los principios que los habían llevado a la
109

revolución y posteriormente a la independencia. En el Diario de José Santos Vargas se


encontraba intercalada una serie de documentos de los años 1815 a 1820, lo que nos
permite asegurar que el pensamiento de la modernidad había quedado en el discurso
insurgente alimentado desde el Río de la Plata.
200 El primer documento, anotado con el número 6, es el Bando publicado por orden del director
interino del Estado en Buenos Aires don Ignacio Álvarez dando a conocer noticias llegadas de
España y de Brasil sobre nuevos aprestos bélicos de la corona de España y las disposiciones
adoptadas para hacerles frente. Buenos Aires, setiembre 24, 1815.125 El bando se inicia con el
siguiente párrafo: “Ciudadanos: Han llegado a mis manos por conductos fidedignos un
decreto del rey de España...” y, luego de copiar el decreto en sí, prosigue con un
comentario, escrito posiblemente por Ignacio Álvarez, que contempla muchos elementos
de análisis. Veamos algunos:
España va a ser sumergida en el caos de su antigua barbarie: una larga cadena de
injusticias y de crímenes horrendos la llevan, sin que la conozcan, a su término.
Quiere en vano hacer a los americanos partícipes de un castigo que ella sola merece.
La libertad nos cuesta hasta aquí muy pocos sacrificios y es preciso ser todavía más
pobres para que merezcamos gozarla tranquilos.
En suma, la Patria puede ser salvada, ciudadanos, sin que sea preciso llegar a los
extremos. Pero si la eminencia de los riesgos lo reclama, el mundo admirará nuestra
constancia.
La indiferencia es un crimen y todo ciudadano que no lleve la escarapela nacional
como una expresión muda de sus sentimientos patrióticos será reputado
delincuente.126
201 El uso de los términos ciudadano, patria, civilización, nación, etc., nos permite establecer
que el discurso de las provincias insurgentes sí fue moderno. Los términos de libertad e
independencia se articularon a los de ciudadanía y nación; sin embargo, en gran parte del
mismo continúa el uso del término pueblos, que es el mismo que se utiliza también en el
Acta de Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica o Acta de Tucumán de 9 de
julio de 1816.127
202 El segundo documento es el Manifiesto que hace a las naciones el Congreso General
Constituyente de la Provincias Unidas en Sud América sobre el tratamiento y crueldades que han
sufrido de los españoles y motivado la declaración de su independencia. Buenos Aires, octubre 25,
1817, ubicado con el número 9 en el Diario de Vargas.128 En este documento, luego de hacer
una revisión histórica de los hechos ocurridos desde antes de 1808, describiendo la
crueldad de los españoles y explicando el interés de las provincias por lograr un acuerdo
con Fernando VII, luego de su retorno al trono, dice:
El nos declaró amotinados en los primeros momentos de su restitución a Madrid.
Él no ha querido oír nuestras quejas ni admitir nuestras súplicas y nos ha ofrecido
como última gracia un perdón. El confirmó a los virreyes, gobernadores y generales
que había encontrado en actual carnicería. Declaro crimen de estado la pretensión
de formarnos una constitución para que nos gobernase fuera de los alcances de un
poder divinizado, arbitrario y tiránico, bajo el cual habíamos yacido tres siglos:
medida que sólo podía irritar a un príncipe enemigo de la justicia y de la
beneficencia y por consiguiente indigno de gobernar.129
203 El documento compara los principios que se impusieron en España con el retorno de
Fernando VII –los de “un poder divinizado, arbitrario y tiránico ”– frente a los propuestos
por los pueblos del Río de la Plata, resumidos en el siguiente párrafo: “Nosotros hemos
jurado al rey y supremo juez del mundo que no abandonaremos la causa de la justicia, que
no dejaremos sepultar en escombros y sumergir en sangre derramada por manos de
110

verdugos la Patria que él nos ha dado...”. Se contraponen el Rey divinizado, pero tiránico
frente al supremo juez, quien es, en última instancia, el que les ha entregado la patria.

El trienio liberal en Oruro y el Alto Perú


204 El primero de enero de 1820, Rafael Riego, comandante de las tropas que debían ser
enviadas al Río de la Plata, se sublevó en España bajo el grito de “viva la Constitución de
1812”. Se iniciaba así una nueva etapa en la historia de la construcción de la ciudadanía y
del proceso de independencia de América. “En apenas dos meses, el 9 de marzo, Fernando
VII es obligado a jurar la constitución de 1812 y comienzan los preparativos para instalar
las Cortes. La primera junta preparatoria fue el 26 de Junio de 1820, en ella comparecieron
148 diputados, de los cuales 21 eran americanos”.130
205 No es tema de la investigación analizar los pormenores de las Cortes del Trienio Liberal ni
su importancia en América, baste con decir que, ya para esos años, la situación de los
territorios americanos leales a la corona era bastante inestable. Para el caso del
Virreinato del Perú, del cual seguía dependiendo el Alto Perú, Víctor Peralta destaca los
temores que tenía el virrey Pezuela al momento de restablecer la Constitución de 1812.
Dice Peralta:
La autoridad incuestionable del virrey Pezuela corno gobernante en nombre del rey
no fue un impedimento para que éste se desenvolviera como un político
pragmático. Ese talante iba a evidenciarse a partir de julio de 1820 cuando de modo
extraoficial el virrey conoció los acontecimientos políticos que desencadenaron el
restablecimiento del liberalismo constitucional en España. Fue el capitán de la
fragata mercante norteamericana Mohawq procedente de Río de Janeiro quien
encargó de entregar personalmente a Pezuela una carta del embajador de España
ante la corte de Inglaterra en la que le comunicaba que Fernando VII había jurado la
Constitución de 1812.131
206 La carta iba acompañada por un ejemplar de la Gaceta de Madrid donde figuraba un
“Manifiesto del rey a la nación” y una proclama del Infante don Carlos, además de un
impreso que decía “Manifestación que hace la junta provisional instalada en la corte”.
Frente a ello, Pezuela decidió dar a conocer los hechos, comprometiéndose a poner en
vigencia la Constitución una vez que recibiera la documentación oficial. Sin embargo,
tenía temor de hacerlo debido a que podía provocar desórdenes sociales por parte de las
castas –cuya situación de ciudadanos en la Constitución no había sido aún resuelta– y
perjudicar el cobro de contribuciones extraordinarias, que estaban prohibidas por la
Constitución.
207 Por otro lado, Pezuela creía que la nueva situación política podía frenar el avance de los
ejércitos libertadores al inclinar a San Martín para que firmase un tratado de paz. Para
ello envió un pliego que fue respondido por San Martín de forma elegante, alegrándose
por el restablecimiento de la Constitución, pero recordando que “la América no puede
contemplar la Constitución de las Cortes, sino como un medio fraudulento de mantener
en ella el sistema colonial, que es imposible conservar más tiempo por la fuerza”. 132
208 A Pezuela no le quedó otra opción que hacer jurar la Constitución en todo el Virreinato,
para lo que envió órdenes a los intendentes y subdelegados. La jura en Lima se hizo entre
el 15 y el 17 de septiembre de 1820, en medio de una total indiferencia y apatía de la
población. Meses después, en diciembre, se procedió a la elección del Cabildo
Constitucional.
111

209 En otras regiones del Perú, la jura de la Constitución se llevó a cabo en medio de
conflictos internos y en algunos casos, como el del Cusco, su implantación fue incompleta,
ya que no se restablecieron las diputaciones provinciales y los ayuntamientos
constitucionales.133 Este parece ser también el caso del Alto Perú, ya que hasta 1822 la
Diputación Provincial de Charcas no terminaba de organizarse.134
210 El vacío documental sobre lo ocurrido en Charcas en relación al restablecimiento de la
Constitución gaditana es casi absoluto. Únicamente Luis Paz, citando a Manuel María
Urcullo, dice que en septiembre de 1820 se recibió en el cuartel general del Alto Perú la
Real Orden de 7 de marzo, que ordenaba se jurase a la Constitución de 1812. Prosigue:
En el mes de octubre se publicó y juró en estas provincias del Alto Perú la
constitución, que los pueblos recibieron con ardor y aún llegaron a apasionarse por
ella. La simple opinión de patriotas había sido hasta entonces, en desprecio del
mérito, el mayor impedimento para obtener el más insignificante destino concejil,
prescindiendo de las vejaciones e insultos que experimentaban. En tal estado de
cosas natural era que aborreciesen un sistema de tantas injusticias, y deseasen
tener cualquier otro gobierno en que mejoraran de condición.
Se restituyeron a sus casas los desterrados y los presos; pero como cada día eran
mayores las probabilidades a favor del triunfo de la independencia, no volvieron los
que estaban entre las partidas republicanas.135
211 De acuerdo con lo planteado más arriba, a diferencia de la situación en Lima, donde la
jura no había concitado la aprobación de la población, más preocupada por la cercanía de
las tropas de San Martín, en el Alto Perú, la medida había sido aprobada por una razón
sencilla, la posibilidad de acceder a puestos concejiles, es decir, de controlar el poder
local.
212 La noticia de la jura y de la implantación de un sistema constitucional llegó también a los
territorios controlados por los insurgentes, aunque no se sabe cuál fue la reacción de los
mismos. En el Diario de José Santos Vargas no hay datos que muestren algún cambio en la
lucha que se circunscribía a la entrada de las tropas desde Oruro y el rechazo por parte de
los guerrilleros dirigidos por entonces por el comandante Chinchilla. Sin embargo, entre
los documentos intercalados en el relato se halla una copia autógrafa del mismo Vargas
de una carta enviada por Fernando VII al virrey de México Juan Luis de Apodaca el 24 de
diciembre de 1820, en la cual el Rey se quejaba de su situación de prisionero de la
Constitución y la Corte “mientras mis adictos y fieles vasallos no me saquen de la dura
prisión en que me veo sumergido sucumbiendo a picardías que no toleraría si no temiese
un fin semejante al de Luís XVI y su familia”.136 En la misma carta, Fernando pedía a
Apodaca que vea la forma “para que ese reino (México) quede independiente de éste
(España)” y que “entretanto yo meditaré el modo de escaparme incógnito y presentarme
cuando convenga en esas posesiones”.
213 No se sabe con exactitud la razón por la cual Vargas intercaló esta carta en medio del
relato de su lucha, más aún si se tiene en cuenta que se refería a un lugar tan lejano como
México, pero es posible que en el ambiente de la guerrilla, la noticia de los cambios en la
península hayan sido vistos no sólo como un retorno a la Constitución, sino, sobre todo,
como una muestra de la debilidad del sistema monárquico y su impotencia frente a la
imposición de las Cortes. Para la visión de Vargas, lo importante no era el retorno a un
sistema de nuevo régimen, lo que parecía no importarle mucho, sino la posibilidad de que
estos cambios pudieran empujar al mismo Rey a apoyar la independencia de sus colonias,
en este caso, de México. Así se explica que haya sido este documento el elegido por el
112

Tambor Mayor para acompañar su Diario y no otros que podrían haber parecido más
importantes como los textos de la misma constitución o los documentos de la jura.
214 No existen muchos datos acerca de los cambios que se dieron en el Alto Perú con el nuevo
régimen constitucional. Uno de los pocos es que en La Paz se llevó a cabo en marzo de
1821 una elección para el envío de diputados a las Cortes, aunque no se tiene certeza
sobre si los nombrados llegaron a viajar a la metrópoli.137
215 Para el caso de Oruro se cuenta con un documento básico: las Actas del Cabildo
Constitucional de 1822, a través del cual se pueden analizar los alcances y límites del
nuevo régimen constitucional en el espacio local.
216 Los miembros del Cabildo Constitucional de Oruro en 1822 eran: el jefe político y militar
de la villa, un alcalde de primera nominación y juez de primera instancia, seis regidores
constitucionales, un síndico procurador primero y un síndico procurador segundo. 138
Pero, ¿qué diferencia existía entre este Cabildo y los anteriores, instaurados bajo el
sistema de antiguo régimen? Fundamentalmente, las diferencias se dieron en la forma de
representación. Frente al sistema antiguo –en el cual se elegía a los alcaldes, aunque los
regidores tenían comprados sus cargos y eran perpetuos– en el sistema constitucional se
buscó que todos fueran elegidos mediante voto ciudadano.139 Esto se cumplió en la forma
de elección del nuevo Ayuntamiento para 1823. Los nuevos miembros fueron nombrados
siguiendo la Constitución “por pluralidad de votos en la Junta Parroquial de Electores
celebrada el día veinte y dos de diciembre último, conforme a lo ordenado en el régimen
constitucional”.140
217 En el Ayuntamiento existían dos tipos de autoridades: las concejiles y las nombradas
directamente por la corona, como el Jefe político y militar. En el caso de Oruro, éste era
nombrado directamente por el Virrey de Lima. Esta situación no cambió con el régimen
constitucional, como una muestra más de que la villa era considerada un territorio
militarizado antes que un espacio donde pudieran ejercerse los derechos ciudadanos.
218 El Cabildo Constitucional se relacionaba con otras instancias gubernativas, entre ellas se
hallaba la Diputación Provincial del Distrito (creada sobre la base de lo determinado por
el Título VI, Capítulo II, artículos 324 a 337 de la Constitución Gaditana) que tendría que
asentarse en la ciudad de La Plata, aunque nunca se estableció.141
219 El caso anterior nos muestra precisamente las limitaciones internas y externas para poner
en práctica nuevamente un sistema constitucional. La costumbre en la forma de elección
y las limitaciones económicas impidieron que el régimen pudiera articularse de forma
armónica. Al igual que en el caso cusqueño, analizado por Peralta, el régimen
constitucional se puso en práctica de forma limitada, circunscribiéndose más a los rímales
y a los discursos. Estos sí mostraban un nuevo lenguaje, constitucional y moderno.
220 Un ejemplo de ello es la utilización generalizada del término nación. El de Ejército de la
nación me el utilizado para nombrar al ejército leal al Rey; asimismo, los miembros de
ayuntamiento consideraban que se encontraban defendiendo “la causa de la Nación y el
Rey” (fs. 79). El término de nación podría ser pensado dentro del concepto tradicional o
antiguo, sin embargo, el contexto constitucional en el que se habla nos permite ver que se
trata de la nación española que se establece con la Constitución de Cádiz para los
habitantes de los dos continentes; se trata por lo tanto, del concepto moderno del
término.
221 Otros ejemplos del uso de un lenguaje constitucional son el encabezamiento de cada una
de las actas, cuando se escribe: “Los señores capitulares del muy Ilustre Cabildo Justicia y
113

Regimiento Constitucional” o los rituales de juramento a los puestos del Ayuntamiento


que dicen: “Lo hicieron a Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz de guardar la
Constitución Política de la Monarquía Española, ser fiel al Rey, observar las leyes y
cumplir debidamente las obligaciones de su empleo...” (fs. 116v).
222 El retorno al sistema absolutista en 1823 coincidió con el debilitamiento general de la
causa del Rey en toda América. La mayoría de las regiones se había independizado y en el
caso peruano, el virrey La Serna, que ya en 1821 había dejado Lima para asentarse en el
Cusco, se hallaba en medio de la lucha contra las tropas colombianas. De esta manera, el
fin del trienio liberal pasó casi desapercibido, aunque sus consecuencias fueron
fundamentales en el curso siguiente del proceso.

La lucha interna y el discurso conservador de Pedro


Antonio de Olañeta
223 La llamada “guerra doméstica”, lucha que se dio durante el año 1824 entre el virrey La
Serna, que gobernaba desde el Cusco acorralado por las tropas colombianas, y Pedro
Antonio de Olañeta, jefe del ejército del sur con sede en el Alto Perú, tuvo como centro del
conflicto las posiciones encontradas frente al retorno del sistema absolutista en la
metrópoli. Si bien el conflicto ha sido analizado de una forma muy simple entre una
posición liberal del Virrey y sus generales frente a una posición absolutista de Olañeta, los
pormenores del mismo nos muestran una serie de otras circunstancias que movieron a
que se produzca esta lucha.142 Los hechos relatados por José Luis Roca son los siguientes:
El 28 de diciembre de 1823, desobedeciendo órdenes virreinales expresas, Olañeta
desde Oruro, movilizó sus tropas en dirección a Salta. De nada valió la persuasión, la
amenaza, el ruego y ciertas concesiones que, por escrito, le hizo La Serna para
poner fin a la rebelión. Olañeta mantuvo una actitud intransigente acusando al
virrey de querer proclamarse jefe de un “imperio peruano” independiente de
España y de traicionar tanto a la religión católica como al rey Fernando VII.
Comenzó así una cruenta y enconada guerra intestina entre los propios realistas
que ensangrentaría aún más el territorio altoperuano facilitando, al mismo tiempo,
el triunfo definitivo de Bolívar y la emancipación total de América del Sur. 143
224 El punto central del análisis que haremos en este capítulo es precisamente la acusación
que hace Olañeta a La Serna de querer traicionar a la religión católica y al rey Fernando
VII, en una clara muestra de la existencia de dos discursos diferentes desde el mismo
bando realista.
225 Durante los meses que duró la guerra doméstica, Olañeta envió desde el Alto Perú una
serie de proclamas a los pueblos del Perú donde se percibe por primera vez un discurso
coherente de defensa del antiguo régimen y del absolutismo, resumido en una defensa del
orden, de la religión y del Rey. Una de estas proclamas, escrita en Potosí el 24 de febrero
de 1824, titulaba “Viva la religión”, como una muestra clara del pensamiento de Olañeta.
De este documento extraemos lo siguiente:
226 Luego de explicar su amor a la verdad, “consecuente con los principios de la religión en
que desde mi infancia he sido educado y fiel al soberano por inclinación y
convencimiento”, prosigue denunciando la corrupción de los seguidores del Virrey en los
siguientes términos:
Ellos han derramado todo el veneno de la falsa filosofía, que abrigaban en su
corazón: pretendían con ella persuadiros de una propia felicidad cuando más
114

distante estaban de procurarla. ...La Religión y el Rey objetos los más sagrados han
sido profanados con desvergüenza en concurrencias públicas aún por las más viles
personas. Se ha hecho alarde de despreciarlos y la tolerancia y el disimulo de las
Autoridades habían afianzado la iniquidad de este horrendo crimen. No me detengo
en acusar el vilipendio a que estaban condenados los templos y el sacerdocio, que
por no ruborizar con este recuerdo a unos Pueblos Católicos, que han sido
espectadores mudos del más sacrilego fanatismo, deduciéndose en conclusión, que
la impiedad, un desenfrenado libertinaje, el odio al Rey, la depresión, el trastorno
del orden y la total arbitrariedad eran los caracteres de su decantado liberalismo...
144

227 Frente a los principios del liberalismo, que iban ganando fuerza tanto en el bando patriota
como en el realista, Olañeta presenta un discurso de antiguo régimen, acusando al Virrey
y los suyos de propagar una “falsa filosofía”, que despreciaba y profanaba los “objetos
más sagrados” de la religión y el Rey, y, lo más grave, en unos “pueblos católicos” que han
tenido que espectar el sacrilegio. Al mismo tiempo, esta filosofía sacrílega, es decir, el
liberalismo, llevaba a la impiedad, al libertinaje, a la depresión, al trastorno del orden, a la
arbitrariedad y al odio al Rey, lo que representaba para el pensamiento de Olañeta
precisamente los valores contrarios de piedad y orden.
228 Es importante determinar cómo recién con Pedro Antonio de Olañeta aparece en Charcas
un discurso contestatario a los del liberalismo y la modernidad, discursos que desde los
movimientos juntistas de 1809 habían guiado el pensamiento político americano y
charqueño. El absolutismo que regía en la región no había expuesto con anterioridad un
discurso que acompañara su dominio y es quizás por haber establecido este dominio que
no lo había hecho, porque creía no necesitarlo, ya que se apoyaba en la gran tradición
católica y de fidelidad al monarca que habían caracterizado al Perú y al Alto Perú.
229 La posición de los pobladores altoperuanos se vio convulsionada con el enfrentamiento
entre el Virrey y Olañeta, ya que las opciones divididas que se habían ido marcando a lo
largo de la contienda, entre insurgentes (luego patriotas) y leales (luego realistas), a las
cuales se habían adscrito los pobladores, se transformaban repentinamente en un terreno
resbaladizo. ¿Qué implicaba apoyar la postura del Virrey? ¿Significaba estar de acuerdo
con la creación de un imperio peruano, como lo decía con claridad Olañeta? ¿Al apoyar al
rebelde Olañeta, no se traicionaba más bien al Virrey, representante legítimo del Rey a
quien el rebelde decía defender? Finalmente, ¿qué implicaba, por el contrario, continuar
con la defensa de la patria, es decir, seguir las propuestas de ese ejército libertador que se
hallaba aún lejos? Estas disyuntivas se plantearon, por ejemplo, en el grupo guerrillero de
Ayopaya, tal como relata José Santos Vargas en su diario. Algunos de los combatientes
firmaron pactos con el Virrey con el fin de aplastar al absolutista Olañeta, mientras que
otros, entre los que se hallaba Vargas, no sabían exactamente qué rumbo tomar.
230 Esta confusión de posiciones era alimentada también por el mismo Olañeta, que envió
proclamas a “los soldados de la división Lanza”, como se empezó a nombrar la guerrilla de
Ayopaya. El discurso de la proclama era de persuasión a los guerrilleros, llamándolos a
deserción y argumentando que ya “más de mil y quinientos de vuestros compañeros se
hallan entre nosotros, bendiciendo el precioso momento en que los salvamos de sus
padecimientos y males”. Al mismo tiempo, ofrecía el indulto a todo soldado que cambie de
filas y un premio si lo hacía armado.145
231 Mientras Charcas se debatía en la incertidumbre, Olañeta continuó fortaleciéndose en la
región. Para explicar su conducta elaboró un manifiesto dirigido a los habitantes del Perú,
115

donde expresó sus principios políticos de una forma clara y contundente. 146 Allí dice
Olañeta lo siguiente:
Nunca he sido afecto a esos sistemas representativos que siempre han conducido a
los Pueblos a un espantoso abismo de crímenes y desventuras. Nunca me he unido a
los regeneradores, que destruyendo todos los principios de la moralidad y del
honor, han pretendido usurpar el Cetro Español. Nunca he sido Constitucional. Ya
sea por una inclinación irresistible, o ya por un convencimiento de que esa falsa
libertad no es más que una quimera funesta a la felicidad de los mortales, he
respetado y constantemente obedecido al Paternal Gobierno, bajo cuya protección
hemos vivido: he amado a nuestros Reyes; y he venerado a los ungidos del Señor
que han derramado sobre nosotros multitud de beneficios. Públicas y particulares
son las pruebas de mi fidelidad adhesión y a la Soberanía Real: de aquí han
provenido las rivalidades, los odios, y el encono de los Constitucionales del Perú
para conmigo, de aquí el ser tratado tanto por estos, como por los disidentes de
Buenos Ayres de Realista neto, de servil, y de fanático. 147
232 El discurso no sólo exponía su posición en contra de los constitucionalistas y liberales,
representados en la figura del Virrey, sino que argumentaba las razones por las cuales no
comulgaba con el liberalismo, presentado como una quimera para engañar al pueblo.
Frente a ello, enarbolaba la defensa del Rey y la religión bajo un discurso de antiguo
régimen: de un “Paternal Gobierno” y de una “Soberanía Real”.
233 Según el Manifiesto, había soportado lo que él consideraba “los extravíos de la Nación, y
su precipicio a los desórdenes de la democracia”, pero lo había hecho por obedecer a la
autoridad y la fuerza de la ley. Olañeta desaprobó la posición sediciosa del Virrey y su
grupo, a los que tildaba de jacobinos, y que habían agitado “sin cesar los espíritus con
ideas seductoras y máximas detestables”, dirigiéndose hacia una rebelión contra el Rey,
por lo que se había visto obligado a oponerse. Para Olañeta, la posición rebelde
“devilitaba (sic) y sofocaba en el corazón de los vasallos los principios sagrados de toda
subordinación”.148
234 Luego de explicar de forma detallada los pormenores de la supuesta rebelión contra el
Rey y el proyecto de establecer un imperio peruano,149 Olañeta defendía su posición en los
siguientes términos: “¿Y qué debería hacer un verdadero Español, un General realista?
Oponerse con todas sus fuerzas a tan ignominiosa degradación. Morir antes que consentir
tamaña infamia. Estas fueron mis resoluciones”.150
235 Finalmente, luego de explicar los pormenores de los conflictos de poder existentes entre
él y La Serna, concluía Olañeta su manifiesto con el siguiente llamamiento:
Peruanos: el verdadero Imperio consiste en reunir nuestros esfuerzos con el
Monarca. Sólo manteniéndonos unidos al Rey disfrutaremos los hechizos de la paz,
que no se logran sino con los sacrosantos vínculos de la Religión y del
reconocimiento. Este es el único medio de salir de la servidumbre que os ha
envilecido, del sistema ruynoso de pedidos y contribuciones enormes, y de la
miseria en que os ha sumido una feroz administración. 151
236 El discurso de Olañeta no tuvo un gran impacto ni en el Perú ni en el Alto Perú (a pesar de
las posiciones ambiguas de algunos de los guerrilleros de Ayopaya). Finalmente, su
posición de defensa a ultranza del Rey quedó sin efecto luego de la derrota del Virrey en
Ayacucho. Su tropa rebelde se fue desarticulando a lo largo de los primeros meses de 1825
152 y concluyó con la propia muerte de Olañeta el 1 de abril en Tumusla.
116

La República y sus propuestas liberales


237 El ejército libertador cruzó el Desaguadero en febrero de 1825, bajo las órdenes de
Antonio José de Sucre. El objetivo, según dice la carta enviada por Sucre a las
municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí, era marchar a La Paz y
Oruro “tanto para ponerlas al abrigo de sugestiones enemigas, cuanto por acercarme a los
señores generales Olañeta y Aguilera y arreglar de un modo definitivo y cierto los
términos en que ellas queden”.153
238 Días después, el 9 de febrero, Sucre firmó un decreto que ha sido considerado como el
documento inicial de la República. En éste se establecía definitivamente la soberanía
popular y un sistema moderno de representación.
239 En la parte considerativa se exponía que al carecer el antiguo Virreinato de Buenos Aires
de un gobierno general que represente “completa, legal y legítimamente la autoridad de
todas las provincias”, y que no existía por lo tanto un interlocutor válido para definir la
situación del Alto Perú, veía que “este arreglo deb(ía) ser el resultado de la deliberación
de las provincias, y de un convenio entre los congresos del Perú, y el que se forme en el
Río de la Plata”.154 Esto significaba que, frente al vacío de una pertenencia legítima, la
opción presentada por Sucre era la de la deliberación de los pueblos, dentro de los
principios liberales y de nuevo régimen.
240 La posición anterior se manifiesta con mayor fuerza en el decreto mismo, algunos de
cuyos términos establecían:
• Una asamblea de diputados deliberaría sobre la suerte del Alto Perú (Art. 1).
• Los diputados serían elegidos en juntas de parroquia y de provincia. (Art. 2)
• La elección sería nominal y pública, con la participación de todos los ciudadanos (Art. 3).
• La condición para ser elector sería el ser ciudadano en ejercicio, natural o vecino de un
partido, con un año de residencia y con reputación de honradez y buena conducta (Art. 5).
• Se nombrarían cuatro electores por cada partido, de los más elegidos en las parroquias (Art.
8).
• Los electores de partido nombrarían a los diputados (Art. 9).
241 La representación se basaba en la población y se calculaba un diputado por cada 20 mil ó
25 mil almas (Art. 10). Para ser diputado, en cambio, se necesitaba “ser mayor de 25 años,
ser vecino con residencia de cuatro años, adicto a la causa de la independencia, concepto
público y moralidad probada” (Art. 11). La Asamblea se reuniría en Oruro y los
departamentos y cantones se irían plegando a la elección conforme se liberasen del
dominio realista de Olañeta.
242 Más allá de la importancia que tiene este documento para el proceso de independencia, al
permitir a los habitantes del Alto Perú determinar sobre su futuro, en este capítulo
interesa fundamentalmente la forma en la que Sucre impuso principios básicos que
permanecerían a lo largo de los primeros años de vida republicana y que inauguraron un
sistema republicano y moderno. Entre estos podemos citar algunos inspirados en las
Cortes de Cádiz, como la del voto indirecto en tres niveles: parroquia, partido y
departamento; las condiciones para ser elector, relacionadas con la vecindad; y la
representación por población y no territorial. Los discursos de soberanía real y vasallaje,
propios de un sistema de antiguo régimen, quedaban definitivamente enterrados.
117

243 En respuesta a la convocatoria y a una carta enviada por Sucre al gobernador de Oruro,
Carlos María de Ortega, donde le explicaba la forma cómo podía organizar las elecciones
en la región,155 el comandante Ortega informó sobre la situación de los departamentos de
Chuquisaca y Potosí. Acerca de Oruro decía: “Para que en los (partidos) de Poopó,
Chayanta y Oruro se hagan las juntas parroquiales están ya libradas las órdenes
respectivas con remisión de las copias del Decreto de 9 de diciembre (sic)”. Esto significa
que el decreto de convocatoria no cayó en saco roto y se empezaron a organizar las
elecciones.156 Sin embargo, la situación era complicada porque los efectos de la guerra se
mantenían, tal como lo explica el mismo Ortega en otra carta, que dice:
Como esta ciudad se halla enteramente despoblada, arruinada y entorpecida por el
gobierno español no se hallan diez individuos que formen la junta de Notables; sin
embargo, procuraré escoger los que más se acerquen a semejantes calidades para
organizaría y que hagan las propuestas en los términos que Vuestra Excelencia me
previene.157
244 La falta de ciudadanos era general en toda la región, lo que provocó problemas y rencillas.
En abril de 1825, por ejemplo, los electores de Carangas, ciudadanos don José María del
Carpio y don Carlos Pérez, reclamaron el nombramiento de diputados de los cantones de
Paria y Carangas, designación que había caído en las personas de don Manuel Tovar y don
Carlos Rodríguez de Quiroga.158 La carta no dice expresamente la razón de la reclamación,
sin embargo, es muy posible que se haya puesto en duda el carácter patriota de ambos, ya
que aparecen de forma reiterada como autoridades locales del lado realista durante la
etapa de la guerra, sobre todo como miembros del Cabildo de Oruro, aunque los Tovar
fueron también subdelegados de Carangas y Paria. En otras palabras, si bien el sistema
político había variado, las personas seguían siendo las mismas; los elegidos como
diputados, más allá de su filiación política, eran los antiguos “vecinos notables” de las
ciudades. Tenían un estatuto de ciudadanos-vecinos.
245 Pero, ¿cuál era el concepto de ciudadano que se impone en 1825? ¿Cuál era la diferencia
entre éste y el de vecino? Por el decreto de Sucre se percibe que una de las características
del ciudadano es, precisamente, su situación de vecino, de residir en un determinado
lugar por un tiempo. Marta Irurozqui, al analizar a los ciudadanos del caudillismo durante
la etapa de la guerra y el inicio de la República, expone lo siguiente sobre el término
ciudadano:
...designaba a todos los que hubieran aceptado la causa independentista, con
independencia de su origen y profesión. Esto es, denotaba dos características
fundamentales: amor a la patria y porvenir adscrito al esfuerzo individual. Respecto
a la primera, “ciudadano” era una noción abierta destinada a aquellos que quisiesen
participar en un nuevo orden en donde el pasado no definiría el porvenir de cada
sujeto (...) Respecto a la segunda característica, se hablaba de “¡ciudadanos de todas
las clases!”, cuyas virtudes personales, no sus referentes corporativos, les hacían
“dignos de respeto y de admiración de las naciones”.159
246 Si retomamos el discurso de Sucre desde esta perspectiva, en sus artículos 5 y 11 vemos
que tanto para ser elector como para ser elegido diputado era necesario ser ciudadano, lo
cual implicaba en sí las siguientes condiciones: ser vecino, con un tiempo de residencia
variable según los casos, honrado y de buena conducta y, en el caso de los diputados, ser
“adicto a la causa de la independencia, concepto público y moralidad probada”. En todo
caso, a pesar de la distinción que podría hacerse de ambos conceptos, en la práctica, y
como puede verse desde el inicio de la República, el ciudadano fue en gran parte un
sinónimo de vecino o, como dice Irurozqui, “en las primeras décadas de vida
118

independiente, la ciudadanía tuvo un carácter subjetivo y particular y no objetivo y


general”.160
247 El segundo concepto abordado por Irurozqui, el de “ciudadanos de todas las clases”, nos
remite al tema de la igualdad de derechos, frente a la jerarquización de la situación de los
vecinos. En este aspecto, si bien el decreto es inclusivo –en el sentido de no poner como
condición para ser elector o diputado el ser letrado o poseer una renta– en la práctica –
como en el ejemplo de la elección de Tovar y Rodríguez de Quiroga en Oruro– se ve que la
ampliación de la ciudadanía puesta en el marco legal chocaba con las prácticas
tradicionales. Los elegidos fueron necesariamente miembros de un grupo reducido y
privilegiado; más aún, antiguas autoridades del poder local.
248 En todo caso, el concepto de ciudadanía y la forma de representación desligada de este
primer decreto marcó un principio de inclusión ciudadana que no discriminó, al menos
en la letra, a analfabetos ni a personas que no tuvieran renta. Esto implicó indirectamente
la asunción de los indios como ciudadanos, dentro de un espíritu que ya había sido
planteado por la Constitución Gaditana. De esta manera, entre 1825, cuando se inició la
vida independiente, y 1826, cuando se promulgó la primera Constitución republicana, se
vivió en una etapa de igualdad republicana.161

La constitución de 1826 y la ciudadanía restringida


249 Si bien la construcción de una ciudadanía moderna que acompañó el proceso de
independencia desembocó en 1825 en un sistema que reconoció la igualdad civil y, en un
primer momento la igualdad política,162 en el transcurso de un año, y bajo la influencia de
discursos que preconizaban la necesidad de contar con ciudadanos ilustrados para el
ejercicio real de la ciudadanía política, este concepto se vio restringido.
250 El principio del ciudadano ilustrado como el ideal de lo republicano y lo cívico se
manifestó ya desde el inicio de la vida republicana a partir del primer periódico boliviano,
el Cóndor de Bolivia, que empezó a circular el 29 de octubre de 1825, tan sólo dos meses
después de la declaración de independencia.163
251 La propuesta planteada por el periódico en torno al tema de la ciudadanía era de carácter
didáctico; se proponía no sólo ilustrar a los lectores sobre sus derechos y obligaciones
cívicas, sino generar hábitos patrióticos y liberales. De ahí la importancia que daba a la
educación como base para la conformación de ciudadanos ilustrados.164
252 El principal punto del análisis de Irurozqui es la diferenciación que hace el Cóndor de
Bolivia entre democracia y régimen representativo, “y la necesidad de elegir el más
conveniente para que las palabras ‘patria’, ‘soberanía del pueblo’, ‘libertad’ e ‘igualdad’
tuviesen contenidos que las articularan en virtud de principios de conservación y no de
disolución”.165
253 El temor a la anarquía, así como el peligro del poder absoluto e ilimitado del pueblo eran
vistos por el periódico como el principal aspecto negativo de la democracia, ya que “la
imagen de un pueblo continuamente deliberando presuponía la incesante mutación de las
instituciones”.166 Por otro lado, era imposible pensar que todos los habitantes del país
tuvieran los conocimientos para opinar y decidir sobre lo público. Ante esto, se hacía
necesario establecer un régimen representativo, en el cual el pueblo soberano delegaba la
administración a representantes que reuniesen el “saber y la virtud” necesarios para
luchar por su felicidad. Sin embargo, esta delegación, que partía de un acto eleccionario,
119

sólo podía ser llevada a cabo por electores capaces y responsables, es decir, ilustrados. En
resumen, únicamente personas ilustradas sabrían “honrar con sus sufragios al mérito, a la
virtud y a la ilustración y depositar sus poderes en ciudadanos dignos del concepto
público”.167
254 Pero, ¿quiénes eran estos sujetos ilustrados capaces de ejercer con responsabilidad sus
derechos políticos? Si bien se había abolido la diferenciación estamental y los privilegios,
subsistían en la sociedad boliviana concepciones segregadoras en las que los blancos eran
considerados superiores a los mestizos e indios, y eran precisamente los del primer grupo
los que tenían un mayor nivel educativo y de riqueza; por lo tanto, el ciudadano ilustrado
era, en última instancia, el considerado socialmente blanco. Así, en las páginas del Cóndor
de Bolivia la ciudadanía constituyó un estatus privilegiado y limitado que favorecía la
movilidad social.168
255 Fue en este ambiente ilustrado, preparado por la opinión pública, que se instaló el 25 de
mayo de 1826 en Chuquisaca el Congreso Constituyente o Asamblea General
Constituyente. Inició la sesión el Mariscal de Ayacucho con un mensaje en el cual decía:
Los representantes del pueblo en el ejercicio de la soberanía nacional, en la
posesión absoluta de las atribuciones que les ha delegado la República, esentos de
circunstancias extraordinarias, y animados de un espíritu del más sólido
patriotismo, dictarán al naciente Estado de Bolivia leyes sabias que hagan el bien y
prosperidad del país: leyes convencionales que conformándose con las de la
naturaleza dejen al hombre el uso respectivamente libre de sus facultades: leyes, en
fin que poniendo la seguridad igual de las personas y propiedades al abrigo de la
ambición y del poder hagan de Bolivia, si el posible, el paraíso de la libertad. Tal es,
representantes, el deber que hoy os impone vuestra patria: tal es la comisión que
habéis recibido de los pueblos.169
256 Los principios de libertad e igualdad, además del de la soberanía nacional y la comisión
recibida de los pueblos, se entremezclan con los de la obediencia a las leyes de la
naturaleza. Se trata de un discurso moderno y liberal, a pesar del uso del término “los
pueblos”, que podría remitirnos al concepto de antiguo régimen. Esto se confirma por el
uso posterior de “Representantes del Pueblo” que utiliza Sucre al resaltar el hecho de ser
una asamblea soberana a la cual él, como Presidente, no acudiría: “Dejo en vuestras
manos la suerte de vuestra patria: me ausentaré de vosotros y en el seno de la mía, mis
votos serán siempre por la prosperidad de Bolivia”.170
257 El presidente del Congreso, Casimiro Olañeta, prosiguió con la palabra. El tópico más
importante de su discurso, a diferencia del de Sucre, no fue tanto el de la libertad, sino el
del orden y el miedo a la anarquía, además de la exaltación de las acciones de Sucre. Dice
Olañeta:
Desde que empezasteis a mandar en la República Boliviana se presenta en la
historia de esta nueva Nación como el documento justificativo de que es posible la
formación de las sociedades sin pasar atravesando torrentes de sangre para llegar al
término de organizarse. Cuando otros Estados hacen esfuerzos más o menos
vigorosos con el objeto de asegurar su tranquilidad interior, vos, General ilustre,
habéis ahuyentado entre nosotros a la anarquía. En la patria que lleva el nombre del
inmortal Bolívar, jamás tremolará su sacrilego pendón.171
258 De la misma manera, Olañeta destacaba la necesidad de colocar en los destinos públicos
“hombres que profesan un culto religioso a la santidad de las leyes”. La libertad y la
igualdad destacados por Sucre, frente al orden y el respeto a la ley defendidos por
Olañeta, fueron los puntos centrales en torno a los cuales se debatió el tema de la
ciudadanía en 1826.
120

259 El 15 de junio llegó a Chuquisaca el proyecto de Constitución enviado por el libertador


Bolívar y se empezó su tratamiento. La propuesta bolivariana retomaba dos aspectos
planteados ya tanto por el El Cóndor de Bolivia como por el discurso de Olañeta: el
surgimiento de ciudadanos ilustrados y la necesidad de evitar la anarquía. Ambos se
dirigían hacia posiciones conservadoras de una ciudadanía restringida.
260 Sobre el primer tema, decía el discurso introductorio al proyecto de Constitución:
Cada diez ciudadanos nombran un elector; así se encuentra la nación representada
por el décimo de sus ciudadanos. No se exigen sino capacidades, ni se necesita
poseer bienes, para representar la augusta función del soberano; mas debe escribir
sus votaciones, firmar su nombre y leer las leyes. Ha de profesar una ciencia, o un
arte que le asegure un alimento honesto. No se las pone otras exclusiones que las
del crimen o de la ociosidad, y de la ignorancia absoluta. Saber y honradez, no
dinero, es lo que requiere el ejercicio del poder público.172
261 Las condiciones responden perfectamente a las de los ciudadanos ilustrados. La necesidad
de saber leer y escribir para ser ciudadano fue planteada por Bolívar como un avance en
la Constitución, ya que no se precisaba poseer bienes, sino capacidades: saber y honradez
eran las condiciones para poder ejercer una ciudadanía responsable.
262 La calidad de los electores y la ciudadanía restringida implicaban una limitación de la
libertad y la igualdad. Ante ello, Bolívar presentó la argumentación de que la libertad civil
era la verdadera libertad, “las demás son nominales, o de poca influencia con respecto a
los ciudadanos”.173
263 Con relación al tema de la necesidad de parar la anarquía y establecer un orden, Bolívar
es mucho más contundente y sus propuestas son varias. En primer lugar, la división del
Poder Legislativo en tres para evitar que los dos cuerpos legislativos tradicionales,
influidos por el parlamentarismo inglés, combatan perpetuamente. Para Bolívar, el
cuerpo legislativo ideado por él tenía una composición en tres cuerpos que lo hacía
armonioso. En segundo lugar, y quizás el punto más importante y controvertido del
proyecto, proponía la Presidencia vitalicia, defendida por el siguiente discurso en favor
del orden:
El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución como el Sol que
firme en su centro da vida al Universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua,
porque en los sistemas sin jerarquías, se necesita más que en los otros, un punto
fijo, alrededor del cual jiren los Magistrados, y los ciudadanos: los hombres y las
cosas. Dadme un punto fijo, decía un Antiguo, y moveré el mundo. Para Bolivia este
punto es el Presidente vitalicio.
En El estriba todo nuestro orden, sin tener acción. Se le ha cortado la cabeza para
que nadie tema sus intenciones y se le han ligado las manos para que a nadie dañe.
174

264 La idea de la Presidencia vitalicia, de acuerdo con el mismo Bolívar, la extrajo de la


Constitución de Haití, precisamente con el objetivo de impedir la anarquía en la que la isla
había caído con la sucesión de gobiernos. Sin embargo, la Presidencia vitalicia era
totalmente diferente a un sistema monárquico, al cual Bolívar rechazó desde el inicio. Los
argumentos contra la monarquía iban desde la explicación geográfica del medio –“los
desiertos convidan a la independencia”–, pasando por el análisis de la estructura social en
América –“aquí no hay grandes nobles, grandes ricos, grandes eclesiásticos”– hasta la
dificultad de mantener un sistema monárquico en casos como el de Dessalines en Haití e
Iturbide en México. Finalmente, el argumento más fuerte era que la monarquía se
contraponía a la libertad. Acerca de este punto decía:
121

No, Legisladores, no temáis a los pretendientes a coronas: ellas serán para sus
cabezas la espada pendiente sobre Dionisio. Los príncipes flamantes que se
obcequen hasta construir tronos encima de los escombros de la libertad, erigirán
túmulos a sus cenizas que digan los siglos futuros cómo prefirieron su fatua
ambición a la libertad y a la gloria.175
265 De acuerdo con Bolívar, el hecho de que el Presidente de la República nombre al
Vicepresidente para que administre el Estado y lo suceda en el mando evitaba las
elecciones que eran “el gran azote de las Repúblicas” y añadía: “La anarquía, ... es el lujo
de la tiranía y el peligro más inmediato y más terrible de los gobiernos populares”.
266 Una vez concluida la lectura del proyecto y del discurso introductorio, se inició la
discusión y el análisis de la propuesta bolivariana. Si bien la mayoría de los artículos fue
aprobada sin mayor problema o con modificaciones menores, los referentes al tema de la
ciudadanía generaron discusiones sobre los alcances y límites de ésta.
267 El proyecto inicial, en el capítulo segundo, artículos 10 al 18, dejaba claramente
establecida la diferencia entre bolivianos y ciudadanos, siguiendo en este punto la
distinción establecida en la Constitución Gaditana. De éstos, el artículo que llevó a mayor
discusión fue el 13, que establecía las condiciones para ser ciudadano y cuyo punto
tercero decía textualmente: “Saber leer y escribir”.176
268 El debate sobre este punto –que para entonces se había ya transformado en el artículo 14–
se llevó a cabo el 16 de agosto y se presentaron posiciones encontradas en torno al mismo.
El señor José María de Aguirre, defensor de una ciudadanía más amplia, argumentó lo
siguiente: “Que estando la mayor parte de la nación compuesta de la clase indígena no
parecía regular el que, sin tener culpa alguna de no saber leer y escribir, se le privase del
único derecho que podía gozar”. Por ello, solicitaba que esta medida tuviera efecto recién
en 1836, “para estimular a los indígenas a que procurasen instruirse”. 177 Frente a esta
posición, el señor José María Bozo argumentó que “esta calidad no se exigía por castigar a
los indios, sino porque se les consideraba, y eran en efecto, muy estúpidos y semejantes a
los niños, por lo cual daban su voto por cualquiera que se indicase el cura de su
parroquia”.
269 Una tercera opinión (y visión sobre la situación indígena) la presentó el diputado Carpio,
quien luego de criticar las posiciones anteriores dijo: “Que era un engaño el creer que
eran enteramente estúpidos, porque además de ser muy superiores a las clases inferiores
de la Europa, conocían muy bien sus intereses aún sin saber leer ni escribir”. 178
270 Las intervenciones mostraban tres posiciones muy diferentes acerca de la situación de los
indígenas y sus posibilidades de ser ciudadanos. Mientras las dos primeras, con una
diferencia en cuanto a la implementación de la condición de ser letrado, seguían los
principios de la necesidad del surgimiento de un ciudadano ilustrado, propugnado por El
Cóndor de Bolivia, la tercera posición criticaba la condición misma de ser letrado para
llegar a ser ciudadano, desligando la capacidad de saber leer y escribir del derecho a ser
considerados sujetos políticos.
271 Otros argumentos esgrimidos por diferentes diputados, apoyando una u otra posición,
más allá del mismo discurso, ocultan aspectos de la mentalidad que prevalecía en la
discusión. Así, el señor Molina decía “que la atribución del poder electoral, hacía
indispensable esta calidad” y que “había en las demás partes de la constitución una
popularidad excesiva”. Olañeta, por su parte, se preguntaba sobre “los (problemas) que
resultarían de dar tanta influencia a hombres ignorantes, que sin saber lo que era una
constitución y lo que importaban las funciones que tenía que ejercer el cuerpo electoral,
122

no podían menos que cometer faltas de grave trascendencia”. Por el otro lado, diputados
como Mariano Enrique Calvo y José María de Aguirre argumentaron en contra de los
anteriores con ironías como que “ya se hacía necesario ocurrir a Roma para que otro
Paulo V declarase racionales a los indígenas”, y “que estos eran dueños del país y más
naturales que los blancos, por lo que era injusto privarles de esta prerrogativa” (Calvo),
que “suponiendo que la cuarta parte de los bolivianos sepan leer y escribir, el Congreso
iba a establecer a ciencia cierta una aristocracia en el Estado” (Aguirre). 179
272 El debate continuó el 21 de agosto y continuaron los discursos encontrados en favor de
una de las tres proposiciones iniciales. Es interesante destacar en esta sesión la
participación de José María Loza, quien dijo:
el origen del pacto social ... no es otro que el deseo de la felicidad, por lo cual los
hombres han consentido en formar una fuerza pública para que los defienda a
todos, y en nombrar magistrados para que garanticen sus derechos; de suerte que si
los indígenas no participan de todos los bienes de la sociedad, el pacto con respecto
a ellos será nulo y de ningún valor. Por otra parte, se ha sancionado que la
soberanía reside en el pueblo, y este pueblo lo componen todos los Bolivianos,
siendo indígenas cuando menos las dos terceras partes de éstos. Tanto por esto,
cuanto porque la ley es la expresión de la voluntad general, me parece que es
inadmisible la exclusión, porque ella extinguiría además el principio motor de la
prosperidad pública, que es el amor a la Patria, pues que los indígenas no podrían
amar a una patria que los desconoce...180
273 El debate continuó con posiciones como la de diferenciar el tema étnico del punto en
cuestión, es decir, que la discusión debía girar en torno a la ilustración, sin tomar en
cuenta el origen indígena (posición defendida por el Ministro de Gobierno). Otros alegatos
argumentaban que había que distinguir los derechos civiles de los políticos. Finalmente,
el diputado Callejo puso el dedo en la llaga al preguntar “si los señores diputados
gustarían de que viniese a sentarse en medio de ellos un hombre que no supiese leer ni
escribir, pues para ser representante bastaba el ser ciudadano”.181 En resumen, todo el
discurso y los argumentos perdían su valor frente a la imagen de un ciudadano no
ilustrado (llamémoslo indígena) sentado en medio de los diputados. Era la mentalidad de
antiguo régimen la que se imponía sobre la racionalidad de los argumentos y los discursos
liberales y de modernidad.
274 El 24 de agosto en la mañana, la comisión especial nombrada para revisar el proyecto
presentó una nueva redacción de varios artículos referidos al tema de la ciudadanía. En
primer lugar, el artículo 13 del proyecto bolivariano, sobre la condición de letrado para
ser ciudadano, fue modificado por “saber leer y escribir, no teniendo fuerza esta ley hasta
el año de 1835”. En segundo lugar, el artículo 16 añadía la condición de saber leer y
escribir para poder obtener cargos públicos. Finalmente, se añadía un nuevo artículo (Art.
23) que decía: “Para ser Elector es preciso: 1a: Ser ciudadano en ejercicio, 2o. Saber leer y
escribir”.182
275 Finalmente, el texto definitivo de la Constitución, impreso en Chuquisaca el 25 de
noviembre de 1826, estableció lo siguiente:
276 Art. 14°: Para ser ciudadano es necesario:
277 1°. Ser Boliviano.
278 2°. Ser casado o mayor de 21 años
279 3°. Saber leer y escribir; bien que esta cualidad sólo se exigirá desde el año de 1836.
123

280 4°. Tener algún empleo o industria, o procesar alguna ciencia o arte, sin sujeción a otro en
clase de sirviente doméstico.
281 Un nuevo artículo, ubicado en el capítulo referente al Cuerpo Electoral, establecía lo
siguiente: “Art. 24°. Para ser elector es indispensable ser ciudadano en ejercicio; y saber
leer y escribir”.183
282 A lo largo de 18 años, la construcción de la ciudadanía había avanzado y retrocedido en
un proceso complejo en el cual se articularon posiciones leales e insurgentes, absolutistas
y constitucionales, en un debate continuo entre un sistema de antiguo régimen que se
permeaba constantemente en discursos de corte moderno. El resultado fue ambiguo.
Muchos años después de lograda la independencia, subsistía la mentalidad de antiguo
régimen de corte colonial bajo un manto de modernidad.

NOTAS
1. Varios son los autores que han analizado desde esta perspectiva el proceso de la Guerra de la
Independencia; entre ellos se halla casi la totalidad de los historiadores positivistas y liberales. En
la historiografía más moderna es importante citar a Charles Arnade, quien en La dramática
insurgencia de Bolivia (1979) presenta la versión más desarrollada de esta postura, identificando
como al más importante “dos caras” a Casimiro Olañeta.
2. Sobre este punto, es importante destacar el debate que se ha generado a partir de los
planteamientos desarrollados por François Xavier Guerra acerca de la existencia de un cambio
fundamental en el pensamiento político entre uno de antiguo régimen y otro de modernidad que
se dieron con mayor fuerza en esos “dos años cruciales: 1808-1810” (Guerra, 1993), que llevaron a
historiadores a buscar esta sucesión en los diversos países y regiones. En los años siguientes su
posición ha sido debatida y surgen críticas a la misma en el sentido de que el pensamiento y la
práctica política se mantuvo en muchos aspectos dentro de sistemas que podemos considerar son
de antiguo régimen como el contractualismo (Barragán) o el jusnaturalismo (Chiaramonte).
Desde nuestro punto de vista, si bien tomamos en cuenta como perspectiva de análisis los
cambios suscitados, es claro que éstos se dieron más en el ámbito discursivo que en la práctica,
como puede observarse por las contradicciones que aparecen de forma constante y que se
manifiestan aún más en el capítulo 5.
3. Son numerosos los casos en los cuales un proceso no llevó necesariamente a otro. En el caso de
la misma España, la transformación de vasallos en ciudadanos no estuvo acompañada por un
proceso de independencia o autonomía; en los casos de México y Brasil, por otro lado, el proceso
de separación de sus respectivas metrópolis no llevó automáticamente a la construcción
inmediata de un sistema republicano.
4. François Xavier Guerra, Modernidad e independencia. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas.
Editorial Mapfre 1992. p. 87, concebido también como “una comunidad nueva, fundada en la
asociación libre de los habitantes de un país”. p. 319.
5. François Xavier Guerra: “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en
América Latina”. p. 33. En Hilda Sábato (Coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
Perspectivas históricas de América Latina. FCE. 1999. pp. 33-61.
124

6. Marta Irurozqui, La ciudadanía en debate en América Latina. Discusiones historiográficas y una


propuesta teórica sobre el valor público de la infracción electoral. Documento de trabajo N° 139. IEP.
Lima. 2004. p. 43.
7. Archivo General de la Nación Perú (en adelante AGNP). Cajas Reales de Oruro. CR. 1148. Año
1810. C.38. El problema tenía origen antiguo, ya que al momento de fundarse la Villa de San
Felipe de Austria en el Asiento de Minas de Oruro, el 1 de noviembre de 1606, por parte del oidor
Manuel Castro de Padilla, surgió un conflicto por competencias entre la Audiencia de Lima y la de
La Plata sobre si la segunda tenía o no facultad legal para fundar esta villa. Luego de una serie de
trámites, los vecinos de la villa lograron la aprobación virreinal; sin embargo, hasta inicios del
siglo XIX no constaba en documentos la Confirmación Real.
8. AGNP. CR 1148 C38 f.39.
9. Hay numerosos trabajos referidos al tema del pacto monárquico en el ámbito del Alto Perú o
Charcas. Algunos investigadores destacan el pensamiento político que trata del mismo, a través
del análisis del pensamiento de autores españoles como el Padre Mariana; otros, como Eugenia
Bridikhina, destacan más bien la práctica de este pacto a partir del análisis de una sociedad
cortesana donde el pacto se representaba a partir de una serie de rituales. Finalmente, otros
como Tristan Platt ponen de relieve el tema del pacto no sólo para los pobladores americanos
criollos, sino también para los indígenas, para los cuales el pacto se relacionaba con el tema de la
posesión de la tierra.
10. AGNP. Doc. cit. fs. 62.
11. Doc. cit. fs. 62v.
12. Sobre este tema, y para el caso de la Audiencia de Charcas, es importante el análisis realizado
por Eugenia Bridikhina, quien en su libro Teatrum Mundi (Plural, 2007), sobre el poder en la
Audiencia, resalta su carácter de corte en la cual se reproducían los elementos de su similar
española, tales como los rituales y las jerarquías.
13. Doc. cit. fs. 45v.
14. Archivo Municipal de Oruro (en adelante AMO). Actas de Cabildo. 1815.
15. Archivo Histórico Judicial de Poopó (en adelante AHJP) 1789. N° 6f. 112-1.
16. La imagen casi sagrada del monarca fue, de acuerdo con Marie Danielle Démelas, un tema
asumido con más fuerza en América que en Europa, destacando de esta manera, según su
apreciación, un retorno a bases absolutistas. Un ejemplo de esta percepción fue el Arzobispo de
La Plata, José Antonio de San Alberto, quien en su libro Catecismo Real enseñaba: “Esta elección
que Dios hace de los reyes destinándolos para la execución de sus designios y ungiéndolos con el
óleo santo al tiempo de su coronación, los transforma en unos hombres sagrados, dignos de
llamarse los ungidos y Christos del Señor. Conviene, pues, respetarlos como a unas cosas
sagradas”. Catecismo Real 1793. p. 73. Citado por Marie Danielle Démèlas, La invención política.
Bolivia, Ecuador y Perú en el siglo XIX. IFEA-IEP. 2003. p. 73.
17. Marie Danielle Démelas, op. cit. IEP. p. 94.
18. H.C.F. Mansilla, “El teatro virreinal y el ambiente intelectual en la Colonia”, en periódico La
Prensa, 24 de octubre de 2004.
19. Bartolomé Arzans, en la Historia de la Villa Imperial de Potosí, describe numerosos actos de este
tipo en la ciudad minera. Uno de ellos, organizado por el nacimiento del príncipe Felipe Próspero,
en 1657, contó con la participación del ayuntamiento, que organizó las fiestas de la siguiente
manera: “A los veinticuatro y demás caballeros que tienen voz y voto en este ilustre cabildo por
los cargos en que se ejercitan, les fue señalado regocijasen la plaza tres días: el primero, que
jugasen cañas, el segundo torneos y el tercero justasen. A los oficiales reales y demás ministros de
la caja y la Casa de Moneda, que diesen dos días de toros y en ellos corriesen en la plaza con la
gallardía de sus personas, caballos, galas y joyas acostumbradas, jugasen alcancías, caracoles y
diesen carreras de pareja de las que aquí llamaban atravesadas. Al gremio de los señores
azogueros, que corriesen sortija un día con la mayor grandeza de invenciones que pudiese. A los
125

minadores del rico Cerro, dueños de labores y trapiches, que festejasen al príncipe con dos ricas y
vistosas mascaradas, una de día y otra de noche. A los escribanos, procuradores y letrados, que
hiciesen cuatro días de comedias. A los mercaderes, que diesen cuatro días de toros con todos los
gastos de colación y bebidas frías, y que regocijasen la plaza con caballos, galas y joyas, y que
alanceasen los toros...”. La orden seguía para todos los gremios de sastres, sombrereros,
panaderos, pulperos, cancheros, pintores, escultores, concluyendo con los “forasteros de varios
reinos del mundo que se hallaban en esta Villa” (Arzans, primera parte. Libro IX, capítulo 13).
20. Gabriel René Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú. Colección Panamericana. Buenos
Aires. 1945. p. 61.
21. Id., p. 61.
22. Adolfo Mier, Noticia y proceso de la Villa de San Felipe de Austria la Real de Oruro. (Tomo I-1906;
Tomo II-1913). Colección Cuarto Centenario de la Fundación de Oruro. IFEA, IEB, ASDI. pp. 28-29.
23. Gabriel René Moreno, op. cit. pp. 176-177.
24. Las desavenencias entre García Pizarro y los oidores se habían iniciado ya varios años antes,
prácticamente desde la llegada del Presidente a Chuquisaca. Las causas de la tensión giraban en
torno a diversos tópicos, tales como la presencia de asesores, la centralización del poder y el
debate sobre qué instancia debía tomar las decisiones. Este ambiente de conflicto y tensión fue
central para entender la sucesión de los hechos de 1808 y 1809. Sobre este tema es importante el
estudio de Estanislao Just, Comienzo de la independencia en el Alto Perú. Los sucesos de Chuquisaca,
1809. Editorial Judicial. Sucre. 1994.
25. El Virrey de Buenos Aires, dudando de la veracidad de las noticias, no había enviado a la
audiencia la Real Cédula de 10 de abril, dando a conocer la exaltación de Fernando VII, sin
embargo, ésta había llegado desde España directamente, con lo que se confirmó la noticia en la
ciudad. Las versiones, sin embargo, no mostraban a Fernando VII como intrigante contra su
propio padre, sino que culpaban del mal gobierno a Godoy. En Gabriel René Moreno. Últimos días
coloniales en el Alto... p. 150.
26. Es interesante anotar los otros epítetos con que se nombraba al nuevo Rey, Moreno anota los
siguientes: “Nuestro suspirado y adorado Fernando”, “la delicia de la Nación”, “el ingenuo y
aplicadísimo joven”, “el idolatrado monarca que antes de reinar en el trono reinaba ya en todos
los corazones”. Moreno: p. 151.
27. Gabriel René Moreno, op. cit. p. 156.
28. Xavier Guerra, “El ocaso de la monarquía hispánica”, en Annino y Guerra (Coord.), Inventando
la nación. Hispanoamérica Siglo XIX. FCE. México. 2003. p. 123.
29. Para Jaime Rodríguez, lo que se produjo fue “un vacío en el corazón de la monarquía española
universal”, que ponía en riesgo la misma legitimidad de la monarquía. Rodríguez, “El juntismo en
la América española”, en Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. pp. 69-70.
30. Gabriel René Moreno, op. cit. p. 188.
31. Id. p. 193.
32. Disposiciones para la proclamación de Fernando VII, dictadas por el obispo de La Paz. Citado
en Alberto Crespo et al., La vida cotidiana en La Paz durante la Guerra de la Independencia, p. 117. La
celebración se hizo aparentemente sin conocimiento de los hechos de Bayona.
33. Marcos Beltrán Ávila, Capítulos de la historia colonial de Oruro. pp. 232-233. Basado en los
Acuerdos del Cabildo de Oruro, documento que se hallaba en el archivo privado del mismo autor
y actualmente está perdido.
34. François Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones
hispanoamericanas. Ed. Mapfre. España. 1992. p. 125.
35. Los cuerpos y autoridades que lo recibieron fueron: el Presidente de la Audiencia, el
arzobispo, la Audiencia, el Cabildo secular y la universidad, además de otras autoridades en Santa
Cruz, La Paz, Potosí y Cochabamba. Los documentos eran, entre otros: una reclamación de Carlota
Joaquina y del infante D. Pedro al Regente de Portugal, pidiendo socorros para conservar los
126

derechos del Rey de España en América; la respuesta del Regente, un manifiesto de Carlota
narrando los sucesos de Bayona, considerando la necesidad de hacer las veces del Rey, su padre y
declarando nula la renuncia de Carlos iv en favor de Fernando VII. En Estanislao Just, Comienzo de
la independencia en el Alto Perú: los sucesos de Chuquisaca, 1809. Ed. Judicial. Sucre. 1994. p. 100.
36. Archivo Histórico Nacional. Cons. Leg. 21391,2 f.42. Carta del presidente García Pizarro a la
infanta Carlota Joaquina de Borbón, 25 de diciembre de 1808. Apéndice documental en el libro de
Estanislao Just, Comienzo de la independencia en el Alto Perú: los sucesos de Chuquisaca, 1809. pp.
588-589.
37. El tema de la injerencia de Carlota Joaquina en el Virreinato de Buenos Aires y la existencia
de un partido carlotino en la capital del Virreinato ha sido motivo de varios trabajos, en los que
se muestran los intereses del consulado y de los grupos de comerciantes para apoyar la regencia
de Carlota. En el caso de Charcas, es interesante notar que el mismo Goyeneche tiene contactos
con los carlotinos y con Carlota, según consta en la carta inicial enviada por Goyeneche al
Presidente de la Audiencia, donde anunciaba que tanto Inglaterra como Portugal eran aliados.
Posteriormente, este fue el temor que empujó aún más a los movimientos juntistas de 1809. Sobre
este tema ver el libro de José Luis Roca, 1809. La revolución de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y
en La Paz. Plural. La Paz. 1998. pp. 38-143.
38. AHN Cons. Leg. 21391, 2, f1. Citado por Just, op. cit. p. 74.
39. AHN Cons. Leg. 21392, 85 f 76. Citado en Just Apéndice. p 593. Obsérvese también en este
manifiesto una clara identidad global americana que va más allá de las identidades locales. Se
percibe que los doctores de la universidad saben muy bien jugar con varios niveles de identidad.
Al inicio hablan de los “vasallos de ambos hemisferios” y más abajo tratan específicamente de “La
América”.
40. Marcos Beltrán Ávila, Capítulos de la historia colonial de Oruro. p. 234. Basado en las Actas de
Cabildo de la Villa.
41. Este tema ha sido desarrollado para toda la América en el libro Modernidad e independencias, de
François Xavier Guerra. p. 186 y ss.
42. Sobre el caso de Quito, ver los trabajos de Federica Morelli: Territorio o nación. Reforma y
disolución del espacio imperial en Ecuador. 1765-1830. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Madrid. 2005. También las obras de Jaime Rodríguez.
43. François Xavier Guerra sostiene en Modernidad e independencias que muy posiblemente esta
discriminación haya sido la causa para que tanto Charcas como Quito organizaran Juntas en 1809.
En el caso específico de Charcas, no se hallan documentos donde aparezca este tema. Es muy
probable que las noticias de las elecciones y la discriminación de la Audiencia hayan llegado a
Charcas ya en pleno ambiente revolucionario.
44. Just, op. cit. p. 109.
45. Cit. en Just. p. 117.
46. Just. p. 119.
47. Op. cit. pp. 120-121.
48. AHN Cons. Leg. 21348 p. 8 f. 2v. Citado en Just pp. 666-667. La cursiva es nuestra.
49. José Luis Roca, 1809. La revolución de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y en La Paz. Plural. La
Paz. 1998. pp. 23-25. Los otros miembros de la Junta Tuitiva eran Melchor de la Barra, José
Antonio Medina, Juan Manuel Mercado, Francisco Xavier Iturri Patiño, Gregorio García Lanza,
Juan Basilio Catacora, Juan de la Cruz Monje, Buenaventura Bueno, Sebastián Arrieta, Francisco
Palacios, José María de los Santos, Sebastián Aparicio y Juan Manuel Cáceres, este último como
escribano. Sobre una nueva versión del levantamiento o revolución de La Paz ver los trabajos de
Rossana Barragán et al., publicados en ocasión del Bicentenario paceño.
50. El movimiento paceño empujó al virrey del Perú, Fernando de Abascal, a intervenir en los
asuntos de la Audiencia de Charcas y envió a José Manuel de Goyeneche a reprimir el
levantamiento. Las tropas procedentes del Perú controlaron la rebelión, aprovechando la división
127

entre radicales y moderados dentro de la misma Junta. El 29 de enero de 1810, Murillo y varios de
sus seguidores fueron ejecutados, mientras que muchos otros participantes fueron desterrados y
encarcelados.
51. Cit. en Roca. p. 26. Lo que no queda claro es el concepto de patria que se presenta en el
documento, que puede interpretarse tanto como la patria española o como la patria pequeña, La
Paz, donde se hallan “nuestros hogares”, como dice el documento. Para Mónica Quijada, en “¿Qué
nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano” (en Inventando
la nación...), el término patria fue desde el siglo XVII conceptuado como “la tierra donde uno ha
nacido” o “el lugar, ciudad o país en que se ha nacido”, y aparece por lo tanto como una lealtad
filial, localizada y territorializada. El término también remite a la idea de libertad. De esta
manera, este doble sentido sirvió para instrumentalizar tanto el discurso independentista en
América como la lucha de los españoles peninsulares contra los franceses (Quijada. pp. 291-292).
52. Sobre este tema, ver el artículo de José Carlos Chiaramonte “Modificaciones del pacto
imperial”, en Annino y Guerra (Comp.), Inventando la nación. FCE 2003. pp. 85-113. En la página 86
utiliza el siguiente concepto de nación extractado de la Gaceta de Buenos Aires: “Una nación no
es más que la reunión de muchos pueblos y provincias sujetas a un mismo gobierno central, y a
unas mismas leyes”. En este sentido, para Chiaramonte, este concepto de nación no se relaciona
con el desarrollado posteriormente por el Romanticismo, sino por un concepto ligado al
Contractualismo.
53. François Xavier Guerra establece diferencias entre los conceptos de antiguo régimen sobre
nación y los conceptos de la modernidad. En el primer caso, se concibe como una gran familia que
tiene al Rey como padre y múltiples hijos, diferentes, pero igualados en los mismos deberes de
defenderlo y asistirlo, o como un cuerpo con miembros diferentes, pero con una sola cabeza, el
Rey; mientras que el concepto moderno de nación nos remite a una asociación voluntaria de
individuos iguales.
54. Guerra, “El ocaso de la monarquía española”. pp. 126-127.
55. Guerra, Modernidad e independencias. p. 328.
56. En nota de pie de página, Roca, que analiza este documento, dice que para el investigador
Javier Mendoza, quien se basa en Gabriel Rene Moreno, el nombre de “Estatuto Constitucional”
fue añadido a fines del siglo XIX. Por este motivo, el escrito será analizado únicamente como Plan
de Gobierno, sin tratar el tema de si fue o no un intento de tipo constitucional.
57. El original se halla en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires v ha sido publicado por
varios autores, entre ellos José María Pinto y Carlos Ponce Sanjinés. En este caso se trabaja con la
versión publicada en José Luis Roca, op. cit. pp. 79-86.
58. Roca, op. cit., p. 84.
59. Roca, op. cit. p. 85.
60. Esta proclama fue utilizada por el movimiento regionalista paceño del siglo XIX para
demostrar que el movimiento juntista de Chuquisaca no buscaba la independencia, mientras que
el movimiento paceño sí lo hizo. El tema fue abordado por el investigador Javier Mendoza en el
libro La mesa coja, en 1997, desentrañando las distintas versiones de la proclama que fueron
publicadas. En respuesta, el historiador José Luis Roca publicó el libro 1809. La revolución de la
Audiencia de Charcas en Chuquisaca y en La Paz. Plural. La Paz. 1998, donde analiza también las
diferentes versiones demostrando que no se trata de dos procesos diferentes y antagónicos, sino
un solo proceso que buscaba no la independencia, sino un sistema de autonomía.
61. La primera (versión N° 1 para Roca) fue publicada por José María Pinto en 1909; la segunda
(versión Xo 3 para Roca) se encuentra en forma original en el Archivo General de la Nación.
Existe otro documento, muy parecido a la versión 3, que se halla en un expediente de la época en
la sección de manuscritos de la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés,
proveniente de la colección José Rosendo Gutiérrez.
128

62. Para Guerra, en “El ocaso de la monarquía hispánica”, el triunfo del discurso liberal en 1809
fue en gran parte obra de la opinión pública y los periódicos. En Charcas no existieron periódicos
en toda esta etapa, sin embargo, fue común el uso de pasquines, proclamas y panfletos, todos
manuscritos.
63. Just. Anexo N° LXX. p. 766.
64. Armando Raúl Bazán, “Las naciones del Virreinato del Río de la Plata: Argentina, Bolivia,
Paraguay, Uruguay. Los pronunciamientos revolucionarios hispanoamericanos y el provecto
independentista”, en El nacimiento de las naciones hispanoamericanas. Ed Mapfre. 2004. p. 99.
También Luis Paz, Historia del Alto Perú, hoy Bolivia. p. 111. Los textos que tratan la revolución de
Buenos Aires de 1810 son muy numerosos, ya que se trata del inicio de la historia patria
argentina, los cuales se han multiplicado aún más con ocasión de la conmemoración del
Bicentenario.
65. Marcos Beltrán Avila, Sucesos de la Guerra de Independencia... apéndice documental. p. X.
66. Este tema ha sido ya trabajado en el capítulo 2.
67. Marcos Beltrán Ávila, Sucesos de la Guerra de Independencia... doc. 37. p. LV.
68. Op. cit., p. LV.
69. Op. cit., p. 116.
70. Mónica Quijada: “¿Qué nación? …”. p. 292. En este caso, la exigencia de Castelli no implica
únicamente el concepto de libertad frente a la monarquía, sino también el de la adopción de las
ideas, imaginarios, valores y prácticas de la modernidad (Guerra, Modernidad e independencias).
71. Para Marta Irurozqui, en “De cómo el vecino hizo al ciudadano en Charcas y de cómo el
ciudadano conservó al vecino en Bolivia”, en Jaime Rodríguez (Coord.), Revolución, independencias
y las nuevas naciones americanas. MAPFRE. 2005, p. 453, el abandono institucional de las
representaciones corporativas del Antiguo Régimen en favor de la concepción individualista del
ciudadano estuvo regido por la aplicación del espíritu de la constitución de Cádiz. Sin embargo,
para el caso de Charcas, como se ha podido demostrar en este trabajo, este paso fue anterior y
vino de parte de la Junta Gubernativa de Buenos Aires.
72. Junta formada por Cornelio Saavedra, Miguel de Azcuénaga, Domingo Mateu, Juan Larrea, Dr.
Gregorio Funes, Juan Francisco Tarragona y otros. ABNB Colección Rück. N° 273. pp. 113-115.
73. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB). Colección Rück N° 276. f. 113.
74. ABNB. Col Rück N° 276. f. 114.
75. Marta Irurozqui: “De cómo el vecino hizo al ciudadano en Charcas y de cómo el ciudadano
conservó al vecino en Bolivia, 1809-1830”, en Jaime Rodríguez (Coord.), Revolución, independencia y
las nuevas naciones de América. Fundación MAPFRE. 2005. p. 451. Para Irurozqui, la noción de
vecindad no sólo posibilitó y alimentó el paso de la comunidad de súbditos a la nación de
ciudadanos en un contexto de fundación de las repúblicas hispanoamericanas, sino que también
articuló los múltiples significados y contenidos que fue adquiriendo la ciudadanía a lo largo del
siglo XIX. De esta forma, la vecindad ayudó a amortiguar el paso de un entramado antiguo de
corporaciones basado en la “desigualdad entre iguales” a otro sustentado por la “igualdad entre
iguales”. Sobre la relación entre vecindad y ciudadanía, ver también los trabajos de François
Xavier Guerra, Modernidad e independencias..., Guerra: “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la
génesis del ciudadano en América Artina”, en Hilda Sábato (Coord.), Ciudadanía política y formación
de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. FCE. 1999. pp. 33-61. Antonio Annino:
“Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema”, en Hilda
Sábato, Ciudadanía política y formación de las naciones... pp. 63-93. José Carlos Chiaramonte,
“Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado argentino (c. 1810-1852)”, en II.
Sábato. Ciudadanía política....pp. 94-116.
76. Archivo General de la Nación. Buenos Aires. Colección Angel Farini. Documentación de Juan
José Castelli. Expedición auxiliadora al Alto Perú. Años 1809-1811. Sala VII Leg. 290. f. 181.
129

77. Id. f. 181.


78. Sobre las estrategias comunicacionales interculturales de los discursos de Juan José Castelli
ver el trabajo de María Luisa Soux, “Los discursos de Castelli y la sublevación indígena de
1810-1811”, en Ana María Stuven y Carmen McEvoy, Repúblicas peregrinas. IEP. 2007.
79. ABNB. Col. Rück N° 276. f. 256. El Excelentísimo señor Representante de la Junta Provisional
Gubernativa del Río de la Plata a los Indios del Virreinato del Perú o Apu don Juan Josef Castelli
Apacunat Buenos Aires Tantascacunac Lantim cai Perú llacta Runacunamam. También en versión
monolingüe en castellano en AGN. Colección Farini. f. 186.
80. AGN Col. Farini. Documentación de Juan José Castelli. Sala VII, Leg. 290. f. 173.
81. Nuria Sala y Vila, Y se armó el tole tole. p. 164.
82. Durante la investigación se han encontrado tres copias del mismo: una en el Archivo y
Biblioteca Nacionales de Bolivia, en la Colección Rück; otra en el AGN de Buenos Aires, Col. Farini,
y una tercera en el AGI entre los papeles de Abascal. Por noticias de los cabildos se sabe que
circuló en el valle del Mantaro (Sala y Vila) y también en Trujillo y Huanuco. Por su parte, el
documento del AGI viene adjunto a una carta enviada a Abascal por Pedro Antonio Cernadas
desde Arequipa (AGI. Diversos 2. A 1811. R.1. D.6. Más anexo G.1). Para este análisis se utiliza el
del AGN. Colección Farini. f. 183 y ss.
83. AGN. Col. Farini... f. 185.
84. ANBB. Colección Rück. N° 276. p. 259.
85. Id. f. 259v.
86. Id. f. 260.
87. La Junta Gubernativa de Buenos Aires ordenó la formación de Juntas Provinciales en las
capitales de las intendencias y de Juntas Subalternas de Gobierno en las ciudades intermedias.
Esta medida, a pesar de que tuvo poca vigencia, fue importante en el Río de la Plata al generar
parte de los movimientos regionales contra el centralismo porteño. Ver sobre este tema el
trabajo de José Carlos Chiaramonte: “Vieja y nueva representación: los procesos electorales en
Buenos Aires. 1810-1820”, en Antonio Annino (Coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica,
siglo XIX. FCE. Buenos Aires. 1995.
88. Archivo General de la Nación. Lima. Cajas Reales de Oruro. 1811.
89. Archivo de la Corte Superior del Distrito de Oruro. Expedientes coloniales. 1811. Sin
catalogación.
90. Entre ellos podemos citar los siguientes: Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las
Cortes de Cádiz, Biblioteca Historia Social. Valencia (España), 1999; François Xavier Guerra, “El
ocaso de la monarquía hispánica: revolución y desintegración” y “Las mutaciones de la identidad
en la América Hispánica”; Antonio Annino, “Soberanías en lucha”; Marie Danielle Démelas,
“Estado y actores colectivos. El caso de los Andes” y “Pactismo y constitucionalismo en los
Andes”, todos ellos en Annino y Guerra: Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX. FCE. 2003.
Marie Danielle Démelas, La invención política, IFEA-IEP, 2003. Mónica Quijada, “Las dos tradiciones.
Soberanía popular e imaginarios compartidos en el mundo hispánico en la época de las grandes
revoluciones atlánticas”; José M. Portillo, “La federación imposible. Los territorios europeos y
americanos ante la crisis de la monarquía hispana”; Manuel Aliño Grijalva, “La Ciudad de México.
De la articulación colonial a la unidad política nacional, o los orígenes económicos de la
centralización federalista”; Jordana Dym, “La soberanía de los pueblos: ciudad e independencia
en Centroamérica, 1808-1823”; Marta Irurozqui, “De cómo el vecino hizo al ciudadano en Charcas
y de cómo el ciudadano conservó al vecino en Bolivia, 1809-1830”; Víctor Peralta, “De absolutistas
a constitucionales. Política y cultura en el gobierno del Virrey Pezuela (Perú, 1816-1820)”, todos
ellos en Jaime Rodríguez (Coord.), Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Ed.
MAPFRE Tavera. 2005. François Xavier Guerra, “El soberano y su reino”; Antonio Annino,
130

“Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México”, ambos en Hilda Sábato (Coord.),


Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. FCE. 1999.
91. Por otro lado, los estudios sobre la Guerra de la Independencia en Bolivia no han tomado muy
en cuenta esta perspectiva de análisis desde la nueva historia política y han centrado sus trabajos
más en otras perspectivas como la historia militar o social.
92. Constitución Política de la Monarquía española. 1812. Citada en Domingo García Belaúnde, Las
Constituciones del Perú. Ministerio de Justicia. 1993. pp. 21-22.
93. El concepto de vecindad y su importancia en Charcas será analizado con más profundidad en
el capítulo 4.
94. José Carlos Chiaramonte, en “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado
argentino” (c. 1810-1852), en Hilda Sábato (Coord.). Ciudadanía política y formación de las naciones,
dice: “A las distintas formas de pensar los fundamentos y mecanismos de organización del Estado
correspondieron dos concepciones diferentes de las formas de representación. La concepción del
carácter soberano de los pueblos fue unidad a la práctica del mandato imperativo; los diputados
de los pueblos eran apoderados de los mismos, en el viejo sentido de la diputación a Cortes...
Según esta modalidad, los representantes llevan a las asambleas, además de sus poderes, un
mandato expreso en forma de instrucciones de sus representados sobre las cuestiones que se
debatirán, lo que imposibilita o limita la negociación de acuerdos... La representación con
mandato libre, en cambio, conviene al concepto de representante de toda la nación y no de sus
electores, lo cual, al eliminar las instrucciones de parte de estos últimos, facilita el
funcionamiento de las asambleas representativas”. p. 109.
95. Ver Capítulo 2.
96. Según Víctor Peralta, a pesar de la posición autonomista de Buenos Aires y Chile y de la
fidelidad del Perú, la nueva cultura política se estableció con mayor rapidez en este último
territorio, con la aplicación de la libertad de imprenta, la abolición de la inquisición, la supresión
de la mita y el tributo y la elección popular para constituir los cabildos constitucionales, las
diputaciones provinciales y para enviar diputados a las Cortes (Peralta, En defensa de la autoridad.
Política y cultura bajo el gobierno del virrey Abascal. Perú 1806-1816. CSIC. Madrid. 2002. p. 18). Esta
situación puede explicarse, al menos en el caso rioplatense, por los conflictos internos, aunque
por lo demostrado en los trabajos de José Carlos Chiaramonte, se realizaron también en Buenos
Aires y otras provincias elecciones populares para elegir representantes a sus propios Congresos
y Juntas. En relación con la libertad de imprenta, periódicos como la Gaceta de Buenos Aires
expandieron ya las ideas de la modernidad y la nueva cuitara política desde 1810. Sobre la
posición de Abascal acerca de algunos puntos establecidos en la Constitución de Cádiz, en las
mismas Cortes surgieron solicitudes, como la del representante liberal peruano Morales Duárez,
para que se destituya al Virrey debido a su carácter despótico, su amistad con Godoy y, sobre
todo, la discriminación que hacía contra los criollos. Esta posición no fue aceptada y Abascal fue
ratificado en su cargo (Peralta, pp. 112-113).
97. AGN. Lima. Superior Gobierno. Leg. 34. C. 1150. 1813. “Expediente que contiene la relación de
envíos y demás trámites de la distribución de la impresión de las Constituciones y Reglamentos
de Audiencias”. De 2.250 ejemplares que se distribuyeron, se remitieron “al ejército del Alto
Perú” únicamente 100, además de que no se pusieron en venta otros ejemplares como ocurrió en
el resto del Virreinato.
98. Exhortación hecha en la catedral de la Ciudad de La plata por el señor doctor don Matías Terrazas, dean
de dicha santa iglesia, el día de la publicación y jura de la constitución política de la Monarquía española,
en 6 de enero de 1813, sacala a luz un amigo del autor, Lima, Imprenta de los Huérfanos, 1813. pp. 14.
Citada en Víctor Peralta, En defensa de la autoridad. pp. 61. También en Marta Irurozqui, “La
pedagogía del ciudadano. Catecismos políticos y elecciones en Charcas. 1809-1814”. Historias N°
5. La Paz. 2001.
131

99. ABNB. 1813. Emancipación N° 129. f. 1: “...el Muy Ilustre Señor Don Juan Ramires, Brigadier de
los Reales Ejércitos, Segundo General en Jefe del Ejercito Real del Alto Perú, Gobernador
Intendente propietario de la ciudad de la Paz, y Presidente interino de esta Real Audiencia”.
100. Doc. cit. f. 1-lv.
101. Doc. cit. f. 2.
102. Citado por Marie Danielle Démelas, La invención política. Bolivia, Ecuador y Perú en el siglo XIX.
IFEA-IEP. 2003. pp. 179-180.
103. Se trataba de elecciones tanto en los cabildos de las ciudades como en los pueblos indios. En
la presente investigación se han encontrado varios ejemplos del pueblo de Poopó entre 1785 y
1800, tanto en la Biblioteca y Archivo Nacionales de Bolivia como en el Archivo Histórico judicial
de Poopó (AHJP).
104. Marie Danielle Démelas, La invención política... pp. 157-158.
105. Numéricamente, la situación era clara: si se reconocía a América la misma base de
representación que a España (un diputado por cada 50.000 habitantes), América tendría mayoría
en la asamblea; pero si no se lo hacia, se corría el riesgo de que los territorios americanos se
sublevaran. Démelas, p. 169.
106. ACM. Actas. Leg. 3, exp. 11. Citado por Démelas p. 169.
107. Démelas, pp. 172.
108. Archivo de la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés ( BCUMSA). Man. 219.
Citado también en Alberto Crespo et al., La vida cotidiana en La Paz durante la guerra de la
independencia. UMSA. 1975. pp. 81-82.
109. Archivo de La Paz. Expedientes coloniales C. 152 E. 37. Elecciones en San José de Verenguela
1814. ALP. EC. C. 150. E. 31. Elecciones en Santiago de Machaca. Citados en María Luisa Soux,
“Autoridad, poder y redes sociales entre Colonia y República. Laja 1800-1850”. Tesis de maestría,
Universidad Internacional de Andalucía. 1999. Inédita.
110. Este tema será tratado en el capítulo 5, en el que se presenta más bien una posición basada
en la idea de pacto.
111. Archivo Municipal de Oruro ( AMO). “Libro Real de cédulas y provisiones que da principio en
2 de enero de 1812 y sirve para la real Caja de Oruro”. fs. 9.
112. AMO. Doc. cit. fs. 4v y 5.
113. AMO. Doc. cit. f. 20. 14 de enero de 1813.
114. AMO. Doc. cit. f. 23v. Ver capítulo 5.
115. Universidad Nacional del Cuzco, Revista del Archivo Histórico del Cuzco. N° 1. 1950. p. 235.
116. Los artículos relacionados con el tema eran el 297: “Se dispondrán de cárceles de manera
que sirvan para asegurar y no para molestar a los presos: así el alcalde tendrá a estos en buena
custodia, y separados los que el juez mande tener sin comunicación, pero nunca en calabozos
subterráneos ni mal sanos”. El 300: “Dentro de las veinte y cuatro horas se manifestará al tratado
como reo la causa de su prisión y el nombre de su acusador, si lo hubiese”. Y el 303: “No se usará
del tormento ni de los apremios”. Constitución Política de la Monarquía Española. 1812, en Las
constituciones del Perú.
117. Universidad Nacional del Cuzco, Revista del Archivo Histórico del Cuzco. N° 1. 1950. p. 238.
118. Doc. cit. p. 244.
119. AMO, “Libro Consistorial de Actas y Acuerdos del Ilustre Cabildo de esta Villa de San Felipe de
Austria el Real de Oruro, formado a consecuencia del Real Decreto de 4 de mayo del presente año.
1814”.
120. AMO, Libro Consistorial de actas... 3 de agosto de 1815. s/fol.
121. AMO. Libro Consistorial... 9 de septiembre de 1817. s/fol. Se trata de la defensa de la ciudad
que hizo don Indalecio González de Socasa frente al intento de los cochabambinos dirigidos por
Esteban Arze para tomar la ciudad.
132

122. Marie Danielle Démelas sostiene que la Virgen de la Merced era considerada como jefa de los
ejércitos de los grupos insurgentes (Démelas, op. cit. p. 242), sin embargo, aquí se la coloca como
patrona del bando del Rey.
123. AMO. Libro Real de Cédulas y Provisiones... 11 de febrero de 1815.
124. AMO. Libro Real de Cédulas y Provisiones... 28 de febrero de 1817.
125. Según la nota de la publicación, se trata de una copia autógrafa de Vargas sin indicación de
fuente, pero que había sido publicada en Buenos Aires como cartel mural. (Op. cit. p. 434).
126. Bando publicado... En Diario de un comandante de la independencia altoperuana. Apéndice de
documentos. pp. 436-437.
127. Doc 8 en Diario de un comandante... pp. 440-441. Se insertan los siguientes párrafos: “Pueblos
representados y posteridad a su término fueron preguntados si querían que las provincias de la
unión fuesen una nación libre e independiente...”, “...en el nombre y por autoridad de los pueblos
que representamos...”.
128. Otro ejemplar de este manifiesto impreso se halla en el ABNB en la colección Rück N°. 276.
129. Doc N° 9, en Diario de un comandante... pp. 451-452.
130. Ivana Frasquet, “La cuestión nacional americana en las Cortes del Trienio Liberal,
1820-1821”, en Jaime E. Rodríguez O. (Coord.), Revolución, independencia y las nuevas naciones de
América. MAPFRE-Tavera. 2005. pp. 123-157.
131. Víctor Peralta Ruiz, “De absolutistas a constitucionales. Política y cultura en el gobierno del
virrey Pezuela (Perú, 1816-1820)”, en Jaime E. Rodríguez (Coord.), Revolución, independencia y las
nuevas naciones de América. p. 494.
132. Peralta, op. cit. p. 496.
133. Universidad Nacional del Cuzco, Revista del Archivo Histórico del Cuzco N° 3. 1952,
“Juramento de la Constitución de 1812”. pp. 181-194.
134. AMO. Actas del Cabildo Constitucional de Oruro. 1822.
135. Luis Paz, Historia del Alto Perú hoy Bolivia. p. 548.
136. José Santos Vargas. Diario de un comandante de la independencia Americana. Documentos
intercalados en el Diario. fs. 247-248. p. 454.
137. UMSABC. Man. 219. citado por Crespo et al., La vida cotidiana en ha Paz durante la Guerra de la
Independencia. 1800-1825. p. 82.
138. Archivo de la Casa de la Cultura de Oruro. Actas del Cabildo de Oruro 1822. f. 72.
139. La Constitución Política de la Monarquía Española. Título VI. Capítulo I. Art. 312. decía: “Los
alcaldes, regidores y procuradores síndicos se nombrarán por elección en los pueblos, cesando los
regidores y demás que sirvan oficios perpetuos en los Ayuntamientos, qualquiera que sea su
título y denominación”.
140. AMO. Actas del Cabildo de Oruro. 1822, fs. 116.
141. Algunos puntos importantes de esta nueva institución representativa eran su organización
conformada por un Presidente, el Intendente y siete individuos elegidos por los electores de cada
partido (Art. 326 y 328) y sus funciones, que eran de carácter administrativo, mientras que lo
deliberativo quedaba en las Cortes. (Art. 335).
142. José Luis Roca, “1824: comienzo de la Bolivia independiente”, en Anuario 2003 del Archivo y
Biblioteca Nacionales de Bolivia. Sucre. pp. 425-478. Roca destaca entre las causas del conflicto las
tensiones entre el poder regional de Charcas y el central del Perú, o lo que llama una actitud
contestataria frente a los virreinatos. Esta tensión se fortaleció con la supuesta discriminación
que se dio durante el conflicto a las autoridades de la Audiencia de Charcas. Este tema será
tratado con más profundidad en el capítulo 5.
143. Roca, op. cit. p. 426.
144. ABNB. Col. Rück. 327. 1823-1828.
133

145. ABNB. Colección Rück. 327. 1823-1827. Proclama a los soldados de la División Lanza, firmada
por Pedro Antonio de Olañeta.
146. ABNB. Colección Rück. 327. 1823-1827. Manifiesto que el General Olañeta hace a los habitantes del
Perú; para justificar las medidas de defensa que ha tomado con la invasión del Ejército Constitucional.
Reimpreso en Potosí. Año de 1824. Imprenta del Ejercito Real del Perú. Se trata de uno de los
primeros impresos publicados en el territorio del Alto Perú.
147. Op. cit. p. 3.
148. Op. cit. p. 3.
149. Olañeta trata de probar la infidelidad de La Serna presentando pruebas en el mismo
manifiesto. Entre ellas se hallan oficios y correspondencia del mismo Virrey y documentos
emitidos en el Cusco durante todo el año de 1823. Entre estos planes, además del supuesto
imperio peruano, se hallaban otras acciones como la de dar refugio a los liberales que salían de
Cádiz y no dar curso a las órdenes de la Corte.
150. Op. cit. p. 6.
151. Op. cit. p. 11.
152. En carta enviada por Carlos María de Ortega a Sucre, desde Oruro, relata el siguiente caso
que da muestra de la situación de Olañeta durante los primeros meses de 1825. Dice: “Acaba de
llegar de Potosí el oficial capitulado Don Ildefonso Cárdenas que se me presentó en esta ciudad
pidiéndome lo empleare en alguna comisión interesante, y de riesgo, advirtiéndome que tenía un
hermano en las filas de Olañeta, y que deseaba sacarlo; en efecto le di pasaporte para aquélla y así
mismo pliegos para la muy discipalidad (sic) y proclamas para las tropas de Olañeta. Al llegar fue
sorprendido por el comandante Marquiegui el que lo registró, y encontró el pliego del cabildo, lo
trataron con el mayor rigor y por consideraciones a su hermano no lo fusilaron; sin embargo, él
logró remitir a su hermano las proclamas, papeles públicos y cartas de los Patriotas que las salvó
milagrosamente. Los mismos oficiales que lo condujeron le ofrecieron pasarse con alguna tropa
luego que nos acercáramos, que Olañeta había hecho más de mil quinientos reclutas pero que no
tenían armas”. (ABNB. Colección Rück. N° 335. fs. 25-26).
153. Carta de Antonio José de Sucre a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y
Potosí desde Cusco el 1 de enero de 1825, en Antonio José de Sucre, De mi propia mano. Biblioteca
Ayacucho. Venezuela. Documento 119: los bienes de la paz y de la libertad. p. 206.
154. Decreto de 9 de febrero de 1925 firmado por Antonio José de Sucre, en Antonio José de
Sucre, De mi propia mano. p. 209.
155. Documento N° 125 de 22 de febrero de 1925, en Antonio José de Sucre, De mi propia mano. p.
214. En esta carta, además, Sucre recomendaba: “Haga V S. responsable a todos los alcaldes y
gobernadores de la libre elección de los pueblos, y que el cohecho, seducción o soborno será
severamente castigado”.
156. ABNB. Colección Rück. N° 335. Cartas dirigidas a Antonio José de Sucre, general en Jefe del
Ejército Unido Libertador del Perú por las autoridades políticas de los departamentos de
Cochabamba y Oruro. 1825. fs 20.
157. ABNB. Colección Rück. N° 335. fs. 23. Carta a Sucre de 28 de febrero de 1825.
158. ABNB. Colección Rück. N° 335. fs. 111. Carta de Rufino Martínez al General en Jefe del
Gobierno de Oruro. 1 de abril de 1825.
159. Víctor Peralta Ruiz y Marta Irurozqui Victoriano, Por la concordia, la fusión y el unitarismo.
Estado y caudillismo en Bolivia, 1825-1880. CSIC Madrid. 2000. p. 147. Si bien utiliza citas de la Gaceta
de Buenos Aires de 1812, el discurso corresponde plenamente al espíritu del decreto de 9 de
febrero de 1825, que utiliza ambos términos, el de vecino y el de ciudadano.
160. Op. cit. p. 150.
161. Para esta etapa pueden encontrarse en los archivos provinciales las representaciones de
indígenas en los juicios donde aparecen como ciudadanos indígenas, dejando de lado el estatus de
miserabilidad que había caracterizado su situación. Así, por ejemplo, en el departamento de La
134

Paz, en la región de Laja, se promovieron juicios contra los hacendados, en estos procesos los
indígenas ejercieron su derecho ciudadano para presentarse directamente e la justicia. Ver sobre
este tema María Luisa Soux, “Autoridad, poder y redes sociales entre Colonia y República. Laja
1800-1850”. Tesis de maestría en la Universidad de La Rábida. Inédita.
162. María Luisa Soux, “El mito de la igualdad ciudadana y la dominación postcolonial. Los
derechos indígenas en la Bolivia del siglo XIX”, en Germán Carrera Damas et al. (Comp.), Mitos
políticos en las sociedades andinas. Orígenes, invenciones y ficciones. Ed. Equinoccio, Université de
Marne la Vallé e IFEA. Caracas. 2006. pp. 343-362.
163. De acuerdo con Marta Irurozqui, el Cóndor de Bolivia fue una gaceta ministerial de carácter
semanal que se difundió en el país entre el 29 de octubre de 1825 y el 26 de junio de 1828. Publicó
134 números (Peralta e Irurozqui: 158). A pesar de indicar que no eran escritores vendidos al
poder y que aplaudirían “la conducta del gobierno si es liberal” y la atacarían si ocurría lo
contrario, se trataba en la práctica en un impreso de apoyo al gobierno de Sucre.
164. Peralta e Irurozqui, op. cit. pp. 158-167. En este punto analiza Irurozqui de forma profunda
los alcances del discurso del Cóndor de Bolivia acerca del tema de la ciudadanía. Es a partir de
éste que se explicará el tema en nuestro trabajo, aunque tomando en cuenta únicamente el
discurso anterior a la Constitución de 1826.
165. Op. cit. pp. 158-159.
166. Irurozqui, citando un artículo de 14 de diciembre de 1825.
167. El Cóndor de Bolivia. 9 de marzo de 1826. Citado por Irurozqui, op. cit. p. 161.
168. Irurozqui, op. cit. p. 163.
169. ABNB. Poder Legislativo N° 4. Libro de Actas del Congreso Constituyente. 1826.
170. Mensaje de Antonio José de Sucre en la apertura de las reuniones del Congreso
Constituyente. 25 de mayo de 1826. ABNB. PL. Libro de actas. 1826.
171. Discurso de Casimiro Olañeta. 25 de mayo de 1826. ABNB. PL. Libro de actas 1826. f 3.
172. ABNB PL. Libro de actas de la Asamblea Constituyente de 1826. 16 de junio de 1825.fs. 15.
También en “Simón Bolívar. Discurso introductoria a la Constitución de Bolivia (1826)”, en
Pensamiento conservador (1815-1898) Biblioteca Ayacucho. Caracas. 1986. p. 4.
173. Doc. cit. fs. 15v.
174. Doc. cit. fs. 15.
175. Doc. cit. f. 15v.
176. Doc. cit. fs. 16v.
177. Doc. cit. fs. 57v.
178. Doc. cit. fs. 57v.
179. Todas las citas anteriores en Doc. cit. fs. 57v.
180. Doc. cit. fs. 61v.
181. Doc. cit. fs. 61v.
182. Doc. cit. fs. 63v. La propuesta fue firmada por Matías Terrazas, Melchor León de la Barra,
Mariano Cabrera, Miguel del Carpio y Eusebio Gutiérrez.
183. Constitución de la República Boliviana dada el 6 de noviembre de 1826 e impresa en
Chuquisaca en 25 de noviembre de 1826 por Fermín Arévalo, en la imprenta de la Universidad.
135

Capítulo 4. Oruro y los espacios del


poder local

1 Dentro de la propuesta del presente trabajo, mostrar el proceso histórico que va desde
1809 a 1826 desde diversos lugares de análisis, el presente capítulo buscará entenderlo
como parte de un complejo sistema de alianzas y también de conflictos suscitados entre
los diversos poderes locales, regionales y suprarregionales en un ambiente en el que el
espacio mayor de poder, el emergente de la corona, se encontraba en una etapa de
profunda crisis, lo que le impedía establecer un sistema coherente dirigido desde la
monarquía.
2 Una de las preguntas clave que se hacen los estudiosos del proceso de independencia se
refiere a las causas por las cuales la separación de los reinos americanos de la corona dio
lugar a una serie de naciones independientes no sólo de la metrópoli, sino de las cabezas
de los virreinatos. Este fenómeno no puede entenderse sólo desde un análisis desde la
perspectiva militar o bélica -como lo había intentado la historiografía tradicional, que
analizaba los conflictos entre caudillos como la principal causa del supuesto “fracaso” de
crear una América unida-, sino también desde las tensiones existentes dentro de un
complejo sistema de jerarquías y poderes que, en el caso de Charcas, había sufrido una
gran transformación desde la época de la creación del Virreinato del Río de la Plata y de la
instauración del régimen de intendencias. A partir de ese momento, los territorios de la
Audiencia de Charcas y los grupos de poder que los gobernaban buscaron formas de
relacionamiento que contrarrestaran su situación subalterna frente a Buenos Aires. Estos
mecanismos de defensa tomaron dos caminos complementarios: una mayor toma de
conciencia de su posición como criollos, que los haría defender su situación de españoles
americanos y su forma de relacionamiento con los otros grupos que conformaban la
sociedad colonial y, por otro lado, el fortalecimiento del localismo, que tomaría posición
de defensa de la población local con un aumento de la susceptibilidad frente a lo foráneo,
no solamente lo peninsular, sino también lo que provenía de las capitales de los
virreinatos. Esta posición, sumada a los vacíos de poder que se produjeron durante el
proceso de la independencia, dio como resultado estrategias propias de defensa del poder
local y, al mismo tiempo, tensiones y conflictos permanentes entre las diversas esferas de
este poder, que buscaron posicionarse de diferentes maneras para lograr cubrir los vacíos
del poder central.1
136

3 En este capítulo se analizará, desde la perspectiva orureña, la forma en la que las


tensiones y luchas entre los poderes locales en sus diferentes espacios influyeron y
marcaron también el accionar de los diversos grupos durante el proceso de
independencia. Para ello se tomarán en cuenta los siguientes puntos:
4 Inicialmente, se explicará brevemente cómo surgió una identidad criolla y el localismo en
Charcas como una forma de contrarrestar el poder de los grandes centros virreinales,
generando así una sociedad menos jerárquica que permitía una mayor apertura frente a
los diferentes grupos sociales y las esferas de poder que las dirigían. La segunda parte
definirá los diferentes espacios del poder local en Charcas y específicamente los de la
región de Oruro, destacando sus cambios y permanencias durante el periodo de estudio.
La tercera parte mostrará, a partir de casos específicos, cómo estos espacios de poder se
relacionaron y cruzaron de una forma compleja y estratégica durante el proceso de la
independencia, estableciendo alianzas y generando tensiones y conflictos permanentes.
Finalmente, en la cuarta parte se estudiará la tensión existente entre el centralismo y los
poderes locales durante la última etapa de la guerra y la de la conformación de la
República.

Sociedades provinciales y esferas del poder


5 Algunas regiones americanas tuvieron un estatus de cabecera de Virreinato, como lo
fueron en primera instancia México y Lima, y posteriormente Buenos Aires y Santa Fe de
Bogotá; de Capitanía General, como las de Venezuela, Chile o Guatemala; o finalmente de
Reino, como el que tenía Quito. A diferencia de ellas, Charcas no pasó nunca de ser
considerada como un territorio dependiente y marginal desde el punto de vista de la
jerarquía política, a pesar de la importancia económica que tenía la región a causa del
emplazamiento del centro minero de Potosí.
6 Las razones por las cuales Charcas no fue considerada como un posible centro del poder y
se mantuvo subordinada a otras regiones pueden hallarse primeramente en sus
características geográficas, al medio del continente, a una altura considerable sobre el
nivel del mar y con una vinculación débil con la costa (aunque esta posición era
compartida con capitales de virreinatos como los de Nueva España y Nueva Granada).
Otras razones fueron su posición de territorio dominado ya antes de la etapa virreinal –
formando el Kollasuyo, una de las cuatro regiones del Tawantinsuyo–, la gran proporción
de población indígena que dificultaría el establecimiento de un gran centro político
dominado por los peninsulares, o finalmente, la intención por parte de la corona de no
concentrar el poder político y el económico en una sola región. Debido a una causa o a
otra, el territorio de la Audiencia de Charcas, a pesar de la gran contribución que hacía a
la Corona con la producción minera de Potosí y Oruro, y con el tributo indígena del
altiplano, se mantuvo en todo momento dominada por las cabezas de Virreinato, Lima
inicialmente y posteriormente, a partir de 1776, Buenos Aires.
7 Para José Luis Roca, esta situación subalterna de Charcas explica en gran parte el proceso
de independencia que se dio en esta región. Dice así:
Puede decirse que, en el imperio hispánico, Charcas era una colonia de segundo
grado debido a su doble sujeción a un rey y a un virrey. Además, era una audiencia
“Subordinada” a otras de rango superior o “pretoriales” como las de Lima y Buenos
Aires. Este status dos veces subalterno (que también poseían otros territorios
indianos) fue un permanente motivo de queja y descontento expresados en
137

numerosas instancias por españoles y criollos de Charcas. Las elites locales y el


imaginario popular estaban conscientes y orgullosos de las riquezas que
custodiaban, las cuantiosas sumas recaudadas por sus cajas reales, los recursos
generados por la población indígena y la articulación comercial que Charcas ejercía
gracias a su posición geográfica a medio camino de ambos virreinatos. A juicio de
los charqueños, todo eso los hacía merecedores de un trato mejor por parte de la
Corona Española.2
8 El resentimiento de los habitantes de Charcas por su situación subordinada fue creciendo
luego de la instauración del Virreinato de Buenos Aires, ya que consideraban que esta
ciudad, convertida en capital y sede virreinal, había sido siempre marginal y que era en
realidad una creación de la minería potosina. Un escrito anónimo de 1790 califica al
nuevo centro de poder como “Mi hijo, el niño Buenos Aires a quien virreinato di”. 3 Esta
sensación aumentó aún más cuando luego de 1810 el territorio del ahora llamado Alto
Perú pasó a depender nuevamente del Virreinato de Lima, que lo trató como un territorio
militarizado con una administración que sólo buscaba extraer los beneficios que la
minería y el tributo podían brindarle aún.4
9 Una de las consecuencias de la posición subordinada de Charcas y sus provincias, y del
resentimiento con que su población veía a las cabezas virreinales, fue la forma
diversificada que los grupos de poder altoperuano instauraron para relacionarse entre sí,
con las capitales virreinales y con la corona. Si bien en cada una de las capitales se
buscaba generar una sociedad cortesana que reflejara de diversas maneras la Corte de
Madrid, estableciendo una serie de formas de comportamiento, con fiestas, rituales y un
protocolo claramente establecido,5 la sociedad de la ciudad de La Plata y de las otras
ciudades y villas altoperuanas no podía compararse con la de las capitales de los
virreinatos. Ni siquiera la antes opulenta Villa Imperial de Potosí podía mostrar a inicios
del siglo XIX una sociedad donde los nobles y otras familias aristocráticas ostentaran su
poder y estatus como lo hacían, por ejemplo, los nobles de Lima o México. 6
10 Esta sociedad provincial permitía al mismo tiempo que existiera una mayor apertura a
otros grupos sociales criollos, mestizos e inclusive a familias cacicales con las que las
élites mantenían relaciones económicas y clientelares de forma menos jerárquica que las
que se daban en otras ciudades. De la misma manera, y como consecuencia de una
estructura social propia, las esferas del poder local se hallaban más abiertas a relacionarse
entre sí, estableciendo lazos económicos, sociales e incluso políticos entre funcionarios de
diverso rango y nivel.7
11 Si esa era la situación general en Charcas y en su capital La Plata, en las otras ciudades y
villas como la de Oruro o en La Paz el cruce de las esferas del poder era aún mayor, ya que
participaban del gobierno local unas cuantas familias formadas indistintamente por
algunos españoles peninsulares, una mayoría de criollos, y unos cuantos mestizos e
indígenas de familia cacical que compartían en algunas ocasiones puestos en la
burocracia, cuando no se establecían también relaciones de parentesco.8
12 A su vez, esta situación de cohesión interna -que no se hallaba, por otro lado, libre de
conflictos y tensiones- generaba un espíritu provincial que se manifestaba en una
permanente desconfianza hacia los recién llegados y hacia las ideas y órdenes que
llegaban de fuera, generando tensiones regionales entre ciudades y villas, y entre sus
propios poderes locales. En este ambiente social, el localismo y el regionalismo se
fortalecieron conforme el poder central se debilitaba, lo que ocurrió efectivamente
durante la Guerra de la Independencia.
138

Los espacios del poder local


13 En América, el sistema de organización jerárquica del poder establecía una serie de
instancias que se ubicaban en diversos niveles y que articulaban en sí sistemas no siempre
homogéneos y que no tenían la misma densidad. Después del régimen de intendencias a
grandes rasgos pueden establecerse cuatro espacios de poder que convivían de una forma
más o menos armónica, pero que presentaban algunas veces conflictos y tensiones
diversas.
14 Un primer espacio era el que podemos llamar “espacio del poder central”, el cual partía
desde el soberano y contemplaba, en un orden jerárquico, a los virreyes, la cara
gubernativa de las audiencias (fundamentalmente el Presidente), los intendentes y los
subdelegados, que representaban al poder central en los espacios locales. Participaban
también en este espacio de poder los llamados funcionarios reales, que ejercían
competencias específicas dentro del ámbito del poder central, entre ellos los más
importantes eran los oidores.
15 Un segundo nivel estaba constituido por el que podemos denominar “espacio del poder
concejil de la república de españoles”, representado por los cabildos y ayuntamientos de
las ciudades y villas españolas. Este estrato de poder se diferenciaba claramente del
espacio del poder central en varios aspectos: el primero fue su carácter concejil y electivo
que lo separaba de la situación de los funcionarios del Rey.9 Se distinguía también por su
jurisdicción netamente urbana, mientras que el poder central tenía una jurisdicción
territorial más extendida.
16 En el caso específico de América, aparecían otros dos espacios de poder establecidos para
los indios.10 El primero fue el “espacio del poder concejil de la república de indios”,
representado por los cabildos que se instauraron en los pueblos de indios luego de las
reducciones. Este nivel tenía una jurisdicción que se limitaba al mismo pueblo de indios y
presentaba autoridades concejiles semejantes a los de las ciudades y villas españolas: los
alcaldes y regidores, electos por un año y que se cambiaban el 1 de enero.
17 Finalmente, en un último estrato se hallaba el de los “espacios de los ayllus y de las
comunidades indígenas”, con jurisdicción sobre los territorios dispersos agrícolas y
ganaderos de los indios, y conformado por los antiguos señores étnicos, caciques, curacas
o mallkus, con sus segundas, jilaqatas y principales de cada ayllu, parcialidad o estancia,
según el nivel y la jurisdicción donde ejercían el poder. A diferencia del sistema de cargos
concejiles de la República de indios, en este espacio de poder persistía el sistema de
cargos rotativos y no un sistema electivo, mientras que el cacicazgo mantenía su carácter
hereditario.11

Las autoridades del poder central en el ámbito local de


Oruro
18 Como consecuencia de las reformas borbónicas, la Ordenanza de Intendentes y el paso del
territorio de la Audiencia al Virreinato del Río de la Plata, se establecieron en la Audiencia
de Charcas cuatro intendencias: Chuquisaca, con su capital en la ciudad de La Plata;
Potosí, con su capital en la Villa Imperial de Potosí; La Paz, con su capital en la ciudad de
Nuestra Señora de La Paz; y Santa Cruz, con su capital en la ciudad de Cochabamba. Cada
139

una de estas intendencias se hallaba dividida en partidos, de modo que a la Intendencia de


Chuquisaca le correspondía, entre otros, los partidos de Oruro, Paria y Carangas, región
de nuestro estudio. Esta dependencia presentaba, sin embargo, una situación especial:
estos tres partidos se hallaban separados territorialmente del resto de los partidos de
Chuquisaca y de su propia capital debido a que el partido de Chayanta, perteneciente a la
intendencia de Potosí, se hallaba cortando el territorio de la Intendencia de Chuquisaca
en dos partes.
19 Cada uno de los partidos de la región de Oruro tenía como autoridad representante del
poder central a un subdelegado, que residía en la capital de cada partido: Oruro, Poopó y
Corque, respectivamente. Los subdelegados dependían jerárquicamente del Intendente de
Chuquisaca, puesto que era ocupado por el mismo Presidente de la Real Audiencia de
Charcas.12
20 En el ámbito local, los subdelegados asumieron no solamente las antiguas atribuciones de
los corregidores, sino también aquellas definidas para los intendentes en la jurisdicción
de su partido, es decir, las causas de justicia, policía, hacienda y guerra, y sus principales
funciones eran la administración de justicia y la recaudación de los reales tributos. 13 El
puesto de subdelegado, que ocupaba el eslabón más bajo de la cadena administrativa
colonial, fue asumido generalmente por vecinos de la Villa de San Felipe de Austria,
aunque en algunos casos fueron nombrados en ese puesto personas ajenas a la región,
situación que podía generar tensiones debido al fuerte sentido localista explicado más
arriba. Durante la etapa de la guerra, la situación se volvió más tensa, ya que se tendió a
nombrar a miembros del ejército virreinal. Sus funciones se concentraron casi
exclusivamente en el régimen de guerra.14 Esto ocurrió sobre todo con el subdelegado de
Oruro, que heredó las funciones del Corregidor y Justicia Mayor de la Villa y, como tal,
pasó a dirigir el Cabildo de la ciudad.15
21 Al lado del Subdelegado se hallaban otros funcionarios subalternos, cargos que recaían
por lo general en los vecinos. Entre éstos se hallaban el de juez o alcalde pedáneo, el
protector de naturales, el intérprete, el alguacil y el carcelero.
22 Dependientes también del espacio del poder central se encontraban los oficiales reales
que ejercían sus funciones en la Caja Real de Oruro, instancia que comprendía, a su vez,
las oficinas de la Real Aduana -que en el caso de la región de estudio se hallaban en Oruro
y Toledo- y de la de la Real Callana,16 donde se fundía y marcaba la producción de plata de
la región.17 Estos funcionarios dependían del subdelegado de Oruro, que llevaba el cargo
de “Cobernador Subdelegado de Real Hacienda”.18
23 La jerarquía y el poder que tenían los subdelegados eran muy diferentes para los
subdelegados de Paria y Carangas, donde no existía una villa de españoles y eran
considerados partidos indios mientras que el de Oruro era un partido español. Esto puede
observarse con más detenimiento en el nombramiento del subdelegado interino de
Carangas, Juan Bautista Morales, realizado por el presidente de la Audiencia de Charcas,
brigadier Juan Ramírez, a fines de 1811. En este caso, el recién nombrado subdelegado
debía otorgar fianzas a dos instancias: por un lado, a la Real Caja de Oruro, dirigida por el
Subdelegado de Oruro y, por el otro, “a la del Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de la
expresada Villa, en lo que fuere de costumbre para lo juzgado y sentenciado”. 19 Esta
instrucción no sólo supeditaba una subdelegación a otra, sino que también entremezclaba
las jurisdicciones y los espacios de poder con los del Cabildo.
140

24 A partir del mismo documento se puede observar también el lugar que ocupaba el
subdelegado en el ordenamiento de los diferentes espacios de poder cuando se determina:
En su consecuencia ordeno y mando a todos los Caciques, Alcaldes, naturales y
vecinos españoles de los pueblos de su comprensión, reconozcan al citado don Juan
Bautista Morales por su gobernador Subdelegado Interino, le hayan y tengan por
tal, le guarden y hagan guardar bien y cumplidamente todas la franquezas, regalías,
honras, preeminencias y exenciones que le pertenezcan, obedeciendo todas la
providencias, y órdenes que expidiese según la naturaleza de los casos, y asuntos de
su conocimiento.20
25 El texto anterior muestra que las otras esferas del poder local de Carangas, como el
concejil y el tradicional de los ayllus, debían obedecer al representante del poder central.

El cabildo de la villa y sus autoridades concejiles


26 El Cabildo era la instancia encargada de la administración de las ciudades y villas y su
organización se relacionaba con las viejas comunas castellanas. No vamos a profundizar
en este punto sobre la legislación referente a la organización de los cabildos, ni tampoco
acerca de los tipos de cabildos que se establecieron de acuerdo a la población existente,
trabajos ya realizados por diversos historiadores y estudiosos del derecho indiano. Más
bien nos centraremos en analizar, a partir de nuevos estudios, el grado de poder que
asumieron estos cabildos desde fines del siglo XVIII y durante el proceso de la
independencia.
27 Los tratadistas del derecho indiano y la historiografía tradicional plantearon la idea de
que el cambio al sistema de intendencias debilitó el poder de los cabildos al establecer un
sistema centralizado y territorializado que abarcaba varias de las funciones que habían
sido anteriormente patrimonio de los cabildos.21 Sin embargo, en los últimos años la
visión ha cambiado sustancialmente debido a nuevas investigaciones que han
demostrado, por el contrario, que a fines del siglo XVIII los cabildos y el régimen
municipal se fueron fortaleciendo. Esta es la propuesta de Federica Morelli, quien en su
estudio sobre el poder de los cabildos como “cuerpos intermedios” en el caso de la
Audiencia de Quito dice:
(...) durante la época que va de las reformas borbónicas a la crisis de la monarquía
española, y a la constitución de los Estados independientes, se asiste en la América
hispánica a un proceso de refuerzo y de consolidación política de una de las
principales instituciones coloniales: el cabildo o, dicho en términos más modernos,
el municipio.22
28 Para Morelli, la relación contractual entre el Rey y el reino preveía que, a cambio de
dinero, la corona otorgara a sus territorios derechos y privilegios, que en el caso de
América fueron obtenidos por los gobiernos locales, en primera instancia, gracias a la
posibilidad de vender los cargos de regidores, obtenidos por los miembros de las élites
americanas. Esta situación se enmarcaba en el concepto de “Estado mixto”, 23 según el cual
los cabildos se constituían en cuerpos intermedios: “La ausencia de asambleas
representativas y el papel jugado por las ciudades en la estructuración y organización del
espacio nos llevan a considerar a los cabildos como los cuerpos intermedios de la
tradición hispanoamericana”.24 ¿Pero qué eran estos cuerpos intermedios y cuál era su
función? ¿De qué manera los cabildos cumplían estas funciones?
141

29 Según la misma autora, se puede afirmar que eran cuerpos que surgieron como órganos
judiciales para controlar que los actos del soberano no contradigan las leyes
fundamentales del reino y que, con el tiempo, terminaron por desarrollar nuevas
funciones legislativas que limitaron la acción del monarca. Estos cuerpos fueron
identificados en Europa con los Estados Generales, las autonomías de las ciudades y
provincias o los parlamentos, que tenían las siguientes características: no eran cargos
nombrados por el Rey, sino elegidos o comprados por los mismos beneficiarios y
representaban a la sociedad frente al Rey. Para la autora, estas características eran
compartidas también por los cabildos americanos, que tenían autoridades venales -como
los regidores-, o elegidas por los mismos vecinos -como los alcaldes- y además de ser los
únicos sujetos del territorio americano que gozaban del derecho de representación frente
al Rey, no sólo en su espacio urbano, sino también en los pueblos y villas de su alrededor,
lo que asimilaba aún más a los cabildos con los cuerpos intermedios europeos como los
parlamentos o los estados provinciales.25
30 Por su parte, José María Portillo, al analizar la posición del Cabildo de México frente a la
crisis de la monarquía, le asigna a esta figura el estatus de “comunidad perfecta”, en el
sentido de ser “una de las partes constitutivas y esenciales de la monarquía autorizada
por sí misma a hacerse cargo del depósito de soberanía”.26 Este pensamiento estaba
basado en la tradición jurídico-política española que, entre otros puntos, reconocía
únicamente dos autoridades, la de los “soberanos” y la de los ayuntamientos; estos
últimos, como representantes de los pueblos y al ser considerados inmortales (“non
moritur”), estaban plenamente capacitados para encarnar el depósito de la soberanía, lo
que no ocurría con otras instituciones artificiales como las audiencias. 27
31 En el caso específico de Oruro, esta situación de los cabildos puede ser refrendada en
casos como la representación hecha para la confirmación de la fundación de la misma
Villa de San Felipe de Austria, así como en el hecho de que los subdelegados de los otros
partidos de la región tuvieran que dar fianza al Cabildo para obtener su cargo, como se ha
descrito más arriba. Desde este punto de vista, los cabildos de las ciudades y villas tenían
un poder que sobrepasaba a la misma villa y que se ampliaba, en el caso de Oruro, a los
partidos de Paria y Carangas. Además, ejercía un cierto tipo de control sobre las mismas
autoridades locales del poder central. Esto significa que, al contrario de lo que planteaba
la historiografía tradicional, los cabildos no sólo que no perdieron poder con las reformas
borbónicas, sino que lo consolidaron. Esta situación se verá con más fuerza durante la
crisis de la monarquía y más aún cuando se transformaron en ayuntamientos
constitucionales en los momentos en que estuvo en vigencia la Constitución de Cádiz. 28
32 El Cabildo de antiguo régimen de la Villa de Oruro o de San Felipe de Austria se hallaba
conformado por dos alcaldes ordinarios (de primer y de segundo voto), tres veinticuatros
o regidores perpetuos, un alférez real, un alguacil mayor y un depositario general,
dirigidos por el corregidor antes de las reformas borbónicas y por el subdelegado luego de
ellas.29 Mientras los regidores compraban su cargo o lo heredaban de sus antecesores, los
demás eran elegidos por los mismos regidores, sistema por el cual muchos de los cargos
rotaban constantemente entre las mismas personas, ya sean éstos miembros de la élite
local o españoles.30
33 Las reformas borbónicas, además de cambiar al corregidor por el subdelegado,
impusieron nuevas autoridades en los cabildos. De acuerdo con Pietschmann, que analiza
el caso de la Nueva España, se estableció para el ramo de administración del Cabildo el
nombramiento de un alcalde ordinario, dos regidores que cambiaban anualmente y un
142

procurador general o síndico procurador, que era el representante de la población elegido


al Cabildo cada año y “bajo cuya responsabilidad se encontraba la ejecución de los
intereses públicos en el Cabildo”.31 En las actas del Cabildo de Oruro de fines del siglo XVIII
aparece también como miembro el mismo el síndico procurador, hecho que muestra que,
en este punto, la Ordenanza de Intendentes fue cumplida en el territorio de Charcas.
34 Por el contrario, según la Constitución Gaditana, el Ayuntamiento o Cabildo
Constitucional, estaba conformado por un alcalde de primera nominación, un alcalde de
segunda nominación, cinco regidores constitucionales, un síndico procurador primero y
un síndico procurador segundo, dirigidos por el Jefe Político y Militar, que tenía la
función de Presidente del Ayuntamiento.32 Con excepción del Presidente, que era
nombrado por la Audiencia o el Virreinato, el resto de los cargos era electivo y, de
acuerdo a la Constitución, las autoridades debían ser elegidas por sufragio de todos los
ciudadanos de la villa.
35 En 1814, cuando se ordenó el desconocimiento de la Constitución y el retorno al sistema
de antiguo régimen, no sólo se volvió al sistema anterior a 1812, sino, al menos en el caso
de la Villa de Oruro, al régimen anterior a las reformas borbónicas, de esa forma inclusive
desapareció la figura del síndico procurador.

Los cabildos de indios


36 El origen de los cabildos de indios y sus autoridades se remonta al siglo XVI y es inclusive
anterior a la reducción en pueblos de indios decretada por el virrey Francisco de Toledo.
Ots y Capdequi, cuando analiza el régimen municipal de los pueblos indios cita a Juan de
Solórzano, quien en su Política indiana indicaba:
Por una cédula de 9 de octubre de 1549 y otras que se podrán ver en el 4 o tomo, se
manda que de los mismos indios se escojan unos como jueces pedáneos y regidores,
alguaciles y escribanos, otros ministros de justicia, que a su modo y según sus
costumbres la administren entre ellos, determinen y compongan las causas de
menos quantía que se ofrecieren y tengan a su cargo los demás ministros de sus
pueblos y repartimientos...33
37 Esta cita destaca ya la existencia de algunas autoridades que pertenecerán
posteriormente al cabildo de indios, como los regidores, alguaciles o escribanos, aunque
se percibe que en esta primera etapa los roles desempeñados abarcan únicamente el ramo
de justicia.
38 Con el establecimiento de los llamados pueblos de reducción o pueblos de indios, las
anteriores autoridades pasaron a ubicarse en un sitio específico: el pueblo. Las
ordenanzas del virrey Toledo decretaron que en estos pueblos se establecieran concejos
municipales “más o menos organizados a imagen y semejanza de los españoles -en la
medida en que esto fuera posible-, con sus alcaldes y regidores”.34 El sistema para
nombrar a estas autoridades era electivo:
Los indios debían reunirse el día de año nuevo y elegir a dos alcaldes, cuatro
regidores y un alguacil, el escribano o quipocamayo era el único cargo perpetuo
(Ordenanza I), los alcaldes deberían necesariamente uno de hanansaya y otro de
urinsaya (Ordenanza IV); la elección debía recaer en indios de distintos ayllus
(Ordenanza VIII); los caciques y principales no debían interponerse ni influenciar
en el resultado de la elección (Ordenanza V); no podían ser electos alcaldes ni el
cacique ni su segunda personas (Ordenanza VI); los dos alcaldes debían ser
necesariamente uno principal y el otro particular (Ordenanza VII). 35
143

39 Estas ordenanzas, así como la Recopilación de Leyes de Indias de 1680, establecían que
haya en las reducciones alcaldes y regidores indios “los quales han de elegir por un año a
otros, como se practica en pueblos de españoles e indios en presencia de los curas”. 36 Sin
embargo, las funciones de los alcaldes y regidores no quedaron definidas totalmente,
estableciéndose confusiones entre su rol de administración de justicia y de gobierno. Esto
se percibe en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680 en los siguientes términos:
Tendrán jurisdicción los indios alcaldes solamente para adquirir, prender y traer a
los delincuentes a la cárcel del pueblo de españoles de aquel distrito; pero podrán
castigar con un día de prisión seis u ocho azotes al indio que faltare a la Missa el día
de fiesta o se embriagare o hiciere otra falta semejante, y si fuere embriaguez de
muchos, se ha de castigar con más rigor, y dexando a los caciques lo que fuere
repartimiento de las mitas de sus indios, estará el gobierno de los pueblos a cargo
de los dichos alcaldes y regidores en cuanto a lo universal. 37
40 Como se puede observar, las funciones de gobierno y administración de justicia continúan
entremezcladas. Sin embargo, en este caso no se da a los alcaldes la administración de las
causas de menor cuantía, por lo cual se puede establecer una primera distinción aparente
entre los ministros de justicia y los alcaldes.
41 Desde muy temprano quedó claro que el pueblo de indios, donde debían ejercer su
autoridad las autoridades anteriores, no era precisamente lo que establecían las leyes. En
primer lugar, la prohibición de la residencia de españoles en el mismo se rompió casi de
inmediato, hecho que dio lugar a la aparición de un grupo mestizo que fue apropiándose
de los espacios del pueblo conformando el grupo de vecinos; en segundo lugar, la
población indígena del pueblo de indios fue en gran parte intermitente, ya que muchos de
los habitantes indígenas que debían residir allá establecieron un sistema de doble
residencia, más acorde con sus actividades económicas. La gran mayoría de los miembros
de las comunidades vivía de forma dispersa en el territorio de la comunidad y poseía en el
pueblo una vivienda que era utilizada en momentos específicos como las fiestas, las
reuniones para el envío a la mita y otros.
42 Los mestizos y españoles que vivían en los pueblos de indios a fines del siglo XVIII, al ver el
vacío jurisdiccional en que se hallaban, empezaron a solicitar que se nombren
autoridades propias para su gobierno; como respuesta, de acuerdo con Nuria Sala, la
nueva Ordenanza de Intendentes de 1803 estableció en sus artículos 40 y 53 lo siguiente:
que debía elegirse anualmente alcaldes ordinarios en todas las poblaciones y que estos
alcaldes ordinarios o pedáneos debían ser blancos, españoles o mestizos. Entre sus
funciones se hallaban: asistir y presidir las juntas y elecciones de los indios, ocuparse del
gobierno municipal y de los pleitos judiciales de poca entidad. Para Sala, se empezó de
esta manera a subordinar las comunidades indígenas a un alcalde ordinario no indígena. 38
43 Sin embargo, el nombramiento de alcalde pedáneo, no significó la desaparición del
cabildo de indios que continuó con sus tradiciones como el nombramiento de autoridades
cada primero de año. Para el caso de Oruro se han encontrado varios documentos de
elección del cabildo de indios de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Así, por ejemplo,
el registro de Alcaldes y demás ministros de Justicia de primero de enero de 1797 39
consigna los siguientes para los diferentes pueblos:
144

Cuadro N° 3. Elección de alcaldes en los pueblos del Partido de Paria. 1797

Fuente: Archivo Histórico Judicial de Poopó (AHJP). Elección de alcaldes en el partido de Paria. Febrero
17 de 1797.

44 Como puede observarse en el cuadro anterior, los pueblos más mestizados, por ser
también centros mineros o comerciales, como Poopó, Salinas de Garcimendoza y
Challapata, nombraron entre las autoridades de los cabildos a los alcaldes pedáneos,
mañazos o mayores, mientras que otros pueblos más tradicionales mantuvieron la
separación entre Urinsaya y Hanasaya, como en Toledo, o nombraron alcaldes de dos
ayllus diferentes, como en Condocondo.
45 El documento que da información sobre la elección de alcaldes de 1796, un año antes del
anterior, presenta también los nombres de los elegidos. Así, por ejemplo, en Poopó, el
Alcalde Pedáneo fue un español o criollo, don Andrés Díaz de Amaya; mientras que los
alcaldes mañazo y de campo fueron Sebastián y Basilio Mamani, indígenas. 40
46 La forma de elección del año 1796 fue descrita en el Acta que decía: “...Estos son los que
han salido electos para ministros de justicia en los cabildos que han celebrado los
caciques, gobernadores, alcaldes y demás indios principales en sus respectivos pueblos
según las crónicas que dirigieron a esta subdelegación”.41
47 Las autoridades borbónicas, en su afán de controlar mejor los pueblos de indios, buscaron
influir en las elecciones anuales de alcaldes indios con la supervisión de funcionarios
civiles o sus delegados, entre ellos, el mismo alcalde pedáneo. Además impusieron una
serie de condiciones necesarias para ser elegido alcalde en los pueblos de indios. Entre
ellas se encontraban las siguientes: que entiendan y hablen castellano, que sean
distinguidos en agricultura e industria, y que tengan buenas costumbres. 42 Se buscaba,
por lo tanto, que no fueran indios del común, sino indios letrados y que, al cumplir la
145

condición de “tener buenas costumbres”, manifiesten las mismas condiciones que los
vecinos.43
48 La Constitución de Cádiz amplió el sistema municipal al ordenar la imple-mentación de
ayuntamientos constitucionales en los pueblos con más de mil habitantes y no sólo en las
ciudades y villas. En el Alto Perú, y específicamente en la región de Oruro, que tenía una
población mayoritariamente indígena, no se produjo un aumento del número de cabildos
o ayuntamientos -ya que como se ha visto más arriba, fue una de las regiones donde los
antiguos cabildos indios se conservaron con más fuerza-, sino un cambio en el estatus, al
equipararse los ayuntamientos de los pueblos de indios con los constitucionales de las
ciudades y villas de vecinos. Al establecerse una ciudadanía única para españoles e indios,
sus sistemas de representación y sus autoridades debían ser también iguales, es decir,
alcaldes constitucionales, regidores y síndicos procuradores, que eran elegidos por
pluralidad de voto.44 Por documentos del Archivo Judicial de Poopó, se sabe que existió
este tipo de ayuntamientos constitucionales en los pueblos indios de Poopó, Condocondo,
Challapata y Toledo durante la etapa del trienio liberal.45
49 Otro cambio en el cabildo de indios fue la modificación casi imperceptible en el ramo de
justicia y el cambio en las funciones del alcalde pedáneo. Esta figura, resurgida en el siglo
XVIII como una autoridad ambigua, de carácter judicial para los vecinos en los pueblos de
indios, pero que por su forma de elección pertenecía de cierta manera al Cabildo indio del
pueblo, pasó a formar parte del poder central como una autoridad nombrada y no elegida,
que no dependía ya de los ayuntamientos constitucionales y tampoco del subdelegado,
sino de una instancia específica: la de la administración de la justicia. 46

El espacio de poder en ayllus y comunidades


50 La autoridad más importante de este espacio de poder fue sin lugar a dudas el cacique,
llamado también curaca o mallku, en quechua y aimara, respectivamente. Existen
numerosos trabajos acerca de la formación de los cacicazgos en el siglo XVI, a partir de los
antiguos señores étnicos prehispánicos y los cambios que se dieron en el proceso de
formación de un sistema colonial. De la misma manera, los estudios sobre los cambios que
se dieron en la institución del cacicazgo y su crisis a fines del siglo XVIII son numerosos;
por esta razón no profundizaremos aquí sobre estos temas en general, sino que nos
concentraremos en analizar la situación de este espacio de poder en la región de Oruro.
51 Al igual que en otras regiones de los Andes, la institución del cacicazgo también se hallaba
en crisis en la región de Oruro a fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Esto puede
percibirse en la gran cantidad de juicios contra los caciques y en los conflictos entre
caciques de sangre y caciques cobradores que se encuentran en los archivos locales,
referidos a las comunidades de Toledo, Condocondo y Quillacas. Los enfrentamientos
entre los Titichoca, los Cayoja y los Fulguera y Arocha en Toledo; los conflictos entre los
Colqueguarachi y los Choquetijlla en Quillacas; y las luchas entre la familia Llanquipacha y
los indios del común en Condocondo abarcan numerosos expedientes, algunos de los
cuales llegaron inclusive hasta la Audiencia.47
52 Los conflictos que marcaron la crisis del cacicazgo en los partidos de Oruro se pueden
caracterizar a partir de numerosos ejemplos: las luchas por la sucesión hereditaria del
cacicazgo, como la que sostuvieron doña Narcisa Choquetijlla y doña Narcisa
Colqueguarachi en un amplio juicio sobre el cacicazgo de Quillacas; la falta de legitimidad
146

de los caciques que habían participado en favor del Rey durante las sublevaciones de
1780-1781, como le ocurrió a la familia de Félix Llanquipacha, cacique de Condo; la
injerencia de los subdelegados en el nombramiento de caciques recaudadores en contra
de los caciques de sangre, como ocurrió con el nombramiento de Manuel Victoriano
Titichoca en los valles de Sicaya, perteneciente a los ayllus de Toledo, conflicto que se
transformó en una verdadera subversión; y las quejas por abusos de los caciques que se
apropiaban de las tierras cacicales y obligaban a los indios del común a trabajar para
ellos.48
53 Durante el proceso de la independencia, los caciques tuvieron que enfrentar una serie de
problemas, resultado de su situación de bisagra entre las comunidades y las tropas de
turno que recorrían la región. Los caciques tuvieron que generar una política de
equilibrio permanente ya que debían saber de antemano hacia cuál lado se inclinaría la
balanza, ya sea para entregar el tributo a la persona correcta, o para ayudar en
determinado momento a uno u otro bando. De esta manera, los caciques vieron con
impotencia cómo se profundizaba la crisis que los afectaba, ya que no podían enviar
mitayos suficientes ni cobrar el tributo; esto los enemistaba con la autoridad militar del
momento que fácilmente los podía apresar por no cumplir con sus obligaciones.
54 Frente a la crisis del cacicazgo, la autoridades subalternas de las comunidades, como los
segundas, jilaqatas y principales, asumieron muchos otros roles, dando lugar a una forma
de “democratización del poder comunal”, tal como lo explica Sinclair Thomson para la
región de La Paz a fines del siglo XVIII.49 En este sistema, los segundas ocuparon un lugar
importante como la principal autoridad “interna” de cada ayllu, mientras que los jilaqatas
y los principales empezaron a representar a las distintas parcialidades de cada ayllu en
juicios y otras acciones públicas. Sus actos, conflictos y posiciones frente a los dos bandos
durante la guerra, así como los problemas por el cobro del tributo y el envío a la mita,
serán analizados en otro capítulo, aquí sólo interesa presentar a este otro espacio del
poder local que entrecruzó su autoridad y jurisdicción con los otros espacios, generando
situaciones complejas y muchas veces conflictivas, que sí serán analizadas en este
capítulo.

Relaciones y conflictos entre los espacios de poder


55 Describir y analizar las relaciones y los conflictos entre los diversos espacios del poder
local, en un momento de crisis del poder central como fue el del periodo de
independencia, nos permite entrever una compleja y dinámica trama. Desde la tensión
entre los virreinatos de Lima y Buenos Aires y su impacto en Oruro, hasta las alianzas y
los conflictos entre los caciques y los subdelegados, son actos que se sobreponen unos
sobre otros en un tejido denso y confuso.
56 A esta situación se añadieron durante el proceso de la independencia dos elementos que
complejizaron aún más las relaciones. Por un lado, el cambio que implicó el paso a un
sistema constitucional, el retorno al antiguo régimen, el trienio liberal y la vuelta a un
sistema absolutista, todo ello en menos de 15 años determinó una inestabilidad
estructural de la monarquía y del poder central; por el otro lado, la militarización del
territorio altoperuano y orureño significó la intromisión de un nuevo poder foráneo, que
supeditó a sus intereses al resto de los espacios de poder provocando en respuesta un
aumento del localismo. Desde esta perspectiva, los poderes locales en sus cuatro espacios
147

tuvieron que adaptarse constantemente a cambios estructurales que los ponían en


contacto o que los enfrentaban y, al mismo tiempo, se vieron sometidos a un poder
militar y foráneo que los dominaba.
57 Esta compleja situación será analizada a partir de algunos acontecimientos y procesos
concretos que nos permitirán delinear con más detenimiento las sutilezas de las alianzas,
las tensiones y los conflictos que enfrentaron a las diferentes esferas del poder local entre
sí, pero que, al mismo tiempo, generaron alianzas de estas esferas contra el poder
foráneo.

Oruro y el movimiento juntista de Chuquisaca (1809)50


58 Luego del levantamiento del 25 de mayo de 1809 en la ciudad de La Plata (Chuquisaca o
Charcas), los revolucionarios buscaron apoyo en otras ciudades y villas del territorio de
Charcas. El 24 de junio, la Audiencia rebelde envió entonces a la Villa de Oruro un oficio
en el que se ordenaba que los ministros de Cajas Reales de la villa remitieran a las Cajas
Centrales de La Plata todo el caudal disponible. Los ministros respondieron explicando
que ya habían enviado el caudal a la ciudad de Potosí para reenviarlo luego a Buenos
Aires. Esto molestó a los miembros del Tribunal de la Audiencia, que se hallaba sin fondos.
59 Unos días después, la Audiencia envió otro auto a los cabildos de las ciudades de Oruro,
Tomina y Cochabamba para que enviaran armas a La Plata y mandaron un delegado para
recoger los fusiles sobrantes de la guarnición de Oruro y llevarlos a Cochabamba.
Entregados los fusiles, no tardó el Cabildo de Oruro en arrepentirse, sobre todo después
de enterarse de un nuevo movimiento juntista, esta vez en La Paz, por lo que solicitó a la
Audiencia su devolución.
60 Frente al nuevo movimiento de La Paz, la situación se tornó más confusa. El Intendente de
Potosí -contrario a los movimientos de Chuquisaca y La Paz-escribió al Cabildo de Oruro
ofreciendo enviar a su subalterno, el subdelegado de Chayanta (Potosí) con ayuda militar,
frente al posible peligro subversivo de los paceños. Esta propuesta no fue del agrado del
Cabildo, pues escribió inmediatamente a la Audiencia solicitando instrucciones y a Potosí
agradeciendo su ofrecimiento, pero rechazando su ayuda. Al mismo tiempo, el Cabildo de
Oruro decidió organizar en la ciudad patrullas nocturnas y una guardia de honor, y
recuperar las armas prestadas por orden de la Audiencia a la Intendencia de Cochabamba.
61 Frente a estas decisiones, la Audiencia mandó un nuevo oficio al Cabildo para felicitarlo
por su respuesta al Intendente de Potosí, pero le negaba autorización para crear la
guardia planificada. Mientras esto ocurría, el Intendente de Potosí seguía insistiendo en
enviar tropas de Chayanta a Oruro, injerencia que fue denegada por el mismo Virrey de
Buenos Aires.
62 Mientras tanto, en Oruro, el apoyo del Cabildo a la Audiencia rebelde no era compartido
por los oficiales de las Cajas Reales, funcionarios del poder central que seguían dando
pretextos para no enviar el caudal a La Plata. Esto motivó una dura carta del asesor de la
Audiencia, en la que los acusaba de apoyar al intendente Sanz y de tener una postura
contraria a la Audiencia. La tensión entre unos y otros concluyó con la llegada de un
nuevo presidente a la Audiencia, enviado desde Buenos Aires, Vicente Nieto, que logró
controlar la revolución.
63 Si se analiza el comportamiento de los protagonistas de estos hechos, podemos
vislumbrar con más detenimiento lo complejo de las relaciones de poder entre los
148

diversos espacios de poder y sus instituciones: el Virreinato, la Audiencia, las


intendencias de Potosí y Cochabamba, el subdelegado, el Cabildo y las Cajas Reales de
Oruro. Se percibe que el Virreinato vivía una etapa de transición, pues el nuevo Virrey
intentaba controlar directamente la situación en Charcas, incluso restándole autoridad a
uno de los mayores defensores del poder virreinal, el intendente Sanz. Frente al
Virreinato de Buenos Aires estaba la Audiencia, con una postura claramente rebelde que
buscaba el apoyo de otras instancias menores, siempre y cuando pudiera controlarlas
desde La Plata. La Intendencia de Potosí y su gobernador intendente Francisco de Paula
Sanz se constituían, por su parte, en las figuras de la contrarrevolución. Además, en
medio de la pugna no declarada entre La Plata y Potosí, buscaba controlar a los distritos
de la Intendencia vecina de Chuquisaca, en este caso a Oruro, apoyándose en diferencias
de tipo político frente a la respuesta dada a la Junta Central.
64 En cuanto a las autoridades locales de Oruro, encontramos también problemas de
jerarquías y de posición política. Las autoridades que dependían de la Audiencia y del
espacio del poder central, como los funcionarios de Cajas Reales de Oruro, parecieron
tomar partido por la posición “leal” al Presidente, quien se constituía en su autoridad
superior, tanto en su rol de Presidente de la Audiencia como en el de Intendente de
Chuquisaca; el Cabildo, por su parte, conformado sobre todo por criollos, asumió
aparentemente una posición favorable a la Audiencia rebelde, aunque al mismo tiempo
buscó tomar medidas autónomas de defensa para la ciudad. En resumen, hay conflictos y
tensiones por el poder tanto en el plano territorial como en el jerárquico; en el primero se
insertan las tensiones entre Chuquisaca y Potosí por el control de la región, y en el
segundo las que existieron entre Audiencia, intendencias, cabildos v funcionarios reales
menores.

El Cabildo de Oruro y la sublevación indígena de


Toledo (1810)
65 En medio de la tensión que sobrevino con el surgimiento de los movimientos juntistas, se
produjo un conflicto en el pueblo de Toledo entre dos aspirantes al cacicazgo: Victoriano
Titichoca y Domingo Cayoja, hecho que desembocó en una sublevación indígena y en la
amenaza de toma de la Villa de Oruro. Este enfrentamiento, que será analizado con mayor
detenimiento en el capítulo 5, produjo un movimiento en la villa que comprometió a un
conjunto de autoridades y de relaciones entre los espacios del poder local.
66 Marcos Beltrán Avila, en su libro Historia del Alto Perú en el año 1810, relata el ambiente de
la villa en los siguientes términos:
Con tales noticias (las del peligro de invasión por parte de Titichoca y los suyos), la
situación de Oruro, era aflictiva, pues eran graves y atentatorias a la seguridad de la
Villa, que, circundada por todo sus costados por pueblos de indios y con Titichoca
que lograba conquistar predominio y grande influjo en el corazón de todos los
naturales de las provincias de Paria y Carangas, corría inminente peligro. 51
67 Frente a esta situación, el Cabildo de la villa decidió tomar las medidas de defensa del
vecindario. Su pedido se dirigió inicialmente a la Audiencia, solicitando que la compañía
de veteranos -que estaba destinada a la guarnición de Oruro, pero que se hallaba en ese
momento en La Paz sofocando los últimos brotes del movimiento juntista de esa ciudad-
se quedara en Oruro y no pasara a Chuquisaca, donde había sido requerida por el
presidente Vicente Nieto. La respuesta fue negativa, por lo que el Cabildo decidió escribir
149

al Intendente de Cochabamba para solicitarle el envío de una fuerza armada a fin de


resguardar las Cajas Reales, a pesar de que las Cajas Reales dependían del Subdelegado de
Oruro y no del Cabildo. Las autoridades de Cochabamba mandaron a Oruro un
contingente de 300 soldados con sus respectivos jefes, comandados por don Francisco del
Rivero, y se estableció que el mantenimiento de éstos quedaría a cargo de la Real Caja. Es
interesante ver en este punto de qué manera el Cabildo de la ciudad podía tomar
decisiones económicas que afectaban a las Cajas Reales, las cuales dependían de otra
instancia de poder; sin embargo, como el subdelegado de Oruro era al mismo tiempo
miembro del Cabildo de la villa, los cruces de las esferas de poder no llamaban
mayormente la atención.
68 Mientras esto ocurría en la villa, don Mariano Taborga, subdelegado de Paria, partido del
cual dependía el pueblo de Toledo, envió una carta al presidente de la Audiencia, Vicente
Nieto, para solicitar también el envío de gente armada. Como respuesta, Nieto asumió
como suya la orden del envío de contingentes que había hecho el Intendente de
Cochabamba, nombró a su comandante Francisco del Rivero “Comandante de Armas de
Oruro y de las tropas de Cochabamba” y le ordenó que “Si el Juez Real subdelegado de
Paria pidiere a usted auxilio para sorprender y aprehender , o castigar al rebelde
Titichoca y su secuaces o bien para apoderarse de algunas armas con que se hallan, se lo
dará usted en los términos que crea más conveniente al servicio del Rey”. 52
69 ¿Qué relación existía entre el subdelegado de Paria, don Mariano Taborga, y las máximas
autoridades de la Audiencia para que su pedido sí fuera escuchado, mientras que la
solicitud del Cabildo de la villa había sido desestimado? Simplemente, Taborga era hijo
político de don Ramón García Pizarro, anterior presidente de la Audiencia que había sido
obligado a renunciar en mayo de 1809.
70 Las tropas de Cochabamba fueron recibidas en la villa con toda formalidad. Sin embargo,
ya el peligro de la sublevación indígena había pasado al momento de su llegada a Oruro y
era ya otra la preocupación de los vecinos, porque el ejército auxiliar porteño,
conformado luego del movimiento de 25 de mayo de 1810 y que se hallaba bajo la
dirección de Gonzales Balcarce y Castelli, avanzaba hacia el Alto Perú con la intención de
controlar toda la región. Anoticiados de las nuevas, durante la noche del 6 de septiembre,
los soldados cochabambinos desertaron en masa haciendo un hueco en la pared del
cuartel y pocos días después su comandante Francisco del Rivero informó al Cabildo que
había recibido un expreso de Cochabamba donde le pedían que retornara
inmediatamente. El Cabildo le dio la autorización y partió el 11 de septiembre. Tres días
después, Rivero comandaba el movimiento juntista de Cochabamba, en apoyo a la Junta
de Buenos Aires.53
71 Este caso nos permite analizar nuevamente la complejidad de las relaciones entre los
diversos espacios del poder. El peligro de una sublevación indígena dirigida por Titichoca
atemorizó profundamente al Cabildo, que no había olvidado aún los avatares de la toma
de la ciudad por parte de las huestes indígenas en febrero de 1781. Este temor movió a los
vecinos, representados por el Cabildo, a solicitar ayuda tanto a la Audiencia como a la
Intendencia vecina. La respuesta de la Audiencia fue más bien tibia, impidiendo que las
tropas que pasaban desde La Paz se quedaran en Oruro y sólo se manifestó positivamente
cuando la petición partió de un subalterno directo del poder central que era, además,
pariente del anterior Presidente de la Audiencia. Contrariamente a esta posición, el
Intendente de Cochabamba, que no tenía relación oficial alguna con la villa de Oruro ni
con sus autoridades locales, respondió enviando una tropa armada, posiblemente con el
150

objetivo de acrecentar su influencia en Oruro en desmedro de la Intendencia de


Chuquisaca, en una clara posición de competencia y rivalidad entre los poderes locales de
Cochabamba y Chuquisaca. A pesar de que la actitud posterior de la tropa cochabambina
de escapar de la ciudad y rebelarse en favor de la Junta porteña nos podría mostrar más
bien que su viaje a Oruro había sido una acción para distraer la atención sobre las
posiciones políticas de sus jefes, pensamos más bien que su llegada a la Villa de San Felipe
de Austria respondía a dos motivos: el primero, controlar una sublevación indígena que se
escapaba de las lógicas criollas de control del poder y, el segundo, establecer su presencia
en un espacio perteneciente a otra Intendencia, respondiendo a un espíritu localista de
dominación.

1813. José Manuel de Goyeneche en Oruro: facciones


y poder militar
72 El avance de las tropas de José Manuel de Goyeneche hacia Potosí y La Plata luego de la
batalla de Guaqui asentó el poder virreinal de forma casi permanente en el Alto Perú.
Luego de controlar a las tropas insurgentes de Cochabamba en mayo de 1812, Goyeneche
se convirtió en una imagen emblemática para sus propios soldados. Sin embargo, la
derrota de Salta y el nuevo avance del ejército porteño, dirigido esta vez por Manuel
Belgrano, obligó a Goyeneche a retroceder hasta Oruro, donde asentó su ejército. Parece
ser que la tensión permanente y la derrota de Salta influyeron de forma negativa en
Goyeneche, quien empezó a solicitar que el virrey Abascal acepte la renuncia a su puesto.
Este pedido, aparentemente personal, ocultaba, sin embargo, una nueva tensión entre
poderes, esta vez al interior del ejército virreinal. La tensión muestra nuevamente el
carácter localista que en muchos momentos movilizó a los bandos en guerra.
73 Por la correspondencia cruzada entre el criollo arequipeño José Manuel de Goyeneche y la
máxima autoridad virreinal, el peninsular don José Fernando de Abascal, es posible inferir
que existían tensiones y rencillas entre ellos, aunque todo se manejaba de forma
protocolar. En este ambiente plagado de susceptibilidades entre los mismos miembros del
ejército virreinal y bajo un contexto marcado por la Constitución Gaditana, que daba
iguales derechos a peninsulares y americanos, se produjo la Capitulación de Salta, por la
cual los ejércitos del Rey se comprometían a dejar las armas. En esta acción, vergonzosa
para el ejército virreinal, se hallaba comprometido otro arequipeño, el general Pío
Tristán, del bando goyenechista. La caída de Tristán, acusado de haber firmado una
capitulación que otorgaba el triunfo a los ejércitos porteños, arrastró consigo a todo el
grupo y los colocó en una posición por demás incómoda. Es en este contexto que se dio el
cambio de autoridades militares en el ejército virreinal, que para ese momento había
retrocedido hasta Oruro.
74 En abril de 1813, el gobierno virreinal había aceptado la renuncia de Goyeneche y había
nombrado para sucederle al peninsular Joaquín de la Pezuela, debiendo quedar como jefe
interino don Juan Ramírez hasta la llegada del nuevo comandante.54 A pesar de tratarse
simplemente de una orden de tipo militar, el cambio mostraba en sí una lucha entre dos
bandos del mismo ejército: el bando que podríamos llamar “peninsular”, dirigido por el
Virrey; y el bando “criollo”, cuyo representante de más prestigio era Goyeneche y que era
la facción que había dirigido la contienda hasta ese momento.
151

75 Puede observarse esta tensión en el informe que envió Juan Ramírez al virrey Abascal en
mayo de 1813, en él informaba del apoyo que tenía Goyeneche en el ejército del Alto Perú
y exponía su propia incapacidad de tomar el mando del ejército, ya que algunos
batallones desertarían si se iba Goyeneche. Ramírez relata lo siguiente en su carta:
La mañana del 10 de corriente el batallón de Picoaga se fue con armas al hombro a
la casa de Goyeneche publicando que éste se iba y que todos lo iban a seguir porque
les había ofrecido restituirlos al centro de sus familias. Se logró controlar el caso y
se pidió que todos volvieran a sus cuarteles, obedecieron luego de mucho rato y
siguieron pidiendo que querían ver a su general y decirle que si él se iba estaban
todos resueltos a seguirlo.
76 Según el relato de Ramírez, Goyeneche (que antes no estaba en su casa) mandó llamar a
Picoaga y lo recriminó por la subordinación.
77 Ante la salida de Goyeneche, muchos oficiales y soldados pidieron retirarse del ejército;
estas solicitudes, de acuerdo con Ramírez, habían sido aceptadas. Para el nuevo
comandante interino, estos pedidos mostraban la indiferencia de muchos soldados con
sus obligaciones y deberes; decía que esta actitud tenía relación con la acción de Belgrano,
que “mandaba espías y proclamas para atraer más la opinión de los pueblos e infundir el
desconcepto (sic) del ejército del Rey”.55 Finalmente, comunicaba al Virrey la posibilidad
de tener que retroceder hasta el Desaguadero.
78 El poder que ejercía Goyeneche entre su tropa obligó a los jefes del ejército virreinal a
planificar una operación para su retirada. La madrugada del 22 de mayo “salió
ocultamente de este cuartel general el Mariscal de Campo don José Manuel de Goyeneche
después de haber dimitido del mando de este ejército”.56 Esto se hizo para evitar reyertas
y deserciones que podrían producirse entre las tropas.
79 Si bien el caso anterior no toma en cuenta los espacios del poder local, sino más bien el
ejército virreinal, es importante para analizar cómo el criollismo se daba también en el
ejército que defendía la posición del Rey.

La crisis de la Audiencia y el cruce de las esferas de


poder
80 En octubre de 1813, la situación en el Alto Perú era tensa y conflictiva. El ejército del Rey
se hallaba concentrado en la región de Condo, mientras que el segundo ejército auxiliar
porteño, dirigido por Manuel Belgrano se aprestaba a atacarlo. En esta situación, cada uno
de los dos grupos en pugna había nombrado a sus propias autoridades y prácticamente
existían dos presidentes para la Audiencia: uno proveniente de la insurgencia porteña,
con sede en la ciudad de La Plata, don Francisco Antonio Ocampo; el otro, leal al
Virreinato del Perú, con sede provisoria en Oruro, el general Juan Ramírez de Orosco. La
posición del ejército realista era inestable, lo que provocaba la desorganización política y
administrativa del territorio altoperuano. Puede observarse esta inestabilidad
institucional a partir del siguiente caso:
81 En octubre de 1813 se dicta una Provisión desde Oruro, firmada por el general Juan
Ramírez, quien aparece en el documento como “Mariscal de Campo de los ejércitos
Nacionales, Segundo General del ejército del Alto Perú, Gobernador Intendente
propietario de la Provincia de La Paz y Presidente Interino de la Real Audiencia de la
Plata”.57 Como puede verse, frente a la situación de crisis se produce una suma de
152

funciones en determinadas autoridades leales a la corona, que se muestran además


totalmente dependientes del poder del Virrey en Lima. Por el caso anterior, se sabe que
Juan Ramírez fue nombrado por Abascal para suplir en la dirección del ejército del Alto
Perú a Manuel de Goyeneche hasta la llegada del sucesor propietario, don Joaquín de la
Pezuela; luego de la llegada de Pezuela, Ramírez, nombrado como Mariscal de Campo de
los Ejércitos Nacionales, pasó a ocupar el segundo lugar en el ejército; desde su sede en
Oruro, era el que dirigía la retaguardia y se encargaba del aprovisionamiento. Sin
embargo, a su puesto militar Ramírez sumaba otros dos cargos eminentemente políticos:
el de Gobernador Intendente de la provincia de La Paz y el de Presidente Interino nada
menos que de la Audiencia de Charcas. Esta sumatoria de cargos le confería una serie de
atributos que, en una situación de guerra, subordinaban el poder civil al poder militar, tal
como puede observarse en el presente caso.
82 En la provisión, Ramírez, usando sus prerrogativas como presidente de la Audiencia,
tomaba la determinación de cambiar las autoridades de la esfera del poder central. En el
siguiente caso, se ocupaba del subdelegado del partido de Paria (Poopó) y lo hacía en los
siguientes términos:
Por cuanto uno de los puestos más interesantes para la pacificación de estas
provincias de ser libre y frecuente correspondencia con la Capital de Lima y tráfico
de caminos de la Carrera para el auxilio y subsistencia del Ejército con otras
disposiciones políticas ejecutivas e interesantes al Estado que me ha hecho presente
el Señor General en Jefe de él para que concurra por mi parte a tan interesante
objeto con todo lo que depende a la Presidencia de mi cargo nombrado sujetos
activos y útiles en los empleos públicos del distrito, y especialmente de
conocimientos militares por hallarse convencidos de que por esta falta se
experimenta atraso y omisión en el cumplimiento y desempeño de las órdenes que
ha comunicado y comunica, principalmente a don Mariano Taborga, subdelegado
actual del Partido de Poopó, quien en nada ha manifestado el desvelo y contracción
necesario a para remediar la escasez del Ejército con los auxilios que ha debido
franquear y preparar...
83 Por el texto anterior se puede observar la forma cómo el mismo Presidente de la
Audiencia se hallaba sometido a las decisiones del “Señor General en Jefe”, y que el
nombramiento de autoridades civiles subalternas, que había sido siempre una
prerrogativa del Presidente de la Audiencia, pasaba en la práctica a depender de los
intereses exclusivamente militares, según los cuales lo fundamental era el mantenimiento
del ejército. De esta manera, el Presidente de la Audiencia, que había sido siempre la
cabeza del poder central en el territorio de Charcas, se había convertido en una autoridad
subalterna, no sólo al recaer el puesto en manos del Segundo Jefe del Ejército del Rey –en
este caso Ramírez–, sino también al hallarse el propio Presidente sujeto a los intereses
militares, como recalca de forma tajante el documento anterior.
84 La provisión continúa resaltando los valores que ya para este momento se buscaba en las
autoridades. Justificando así el cambio de las mismas, dice:
Por esto y por las repetidas renuncias que me ha hecho por escrito y de palabra,
estando cierto de que mientras subsista en este cargo ha de permanecer en la
negligencia y timidez que hasta aquí, y a más abundamiento teniendo ya cumplido
el sexenio de su mando; he venido en relevarlo y separarlo de él, nombrando como
nombro por el presente y para solo el tiempo de la Pacificación y arreglo de estas
provincias al Capitán don José Joaquín Blanco, para que con la actividad y
conocimientos que tiene acreditados sirva el cargo de Juez Real Subdelegado del
Partido de Paria con la plenitud de facultades de sus antecesores... 58
153

85 El relevo de don Mariano Taborga, una persona de mucho prestigio y con relaciones
familiares muy importantes, por ser yerno de don Ramón García Pizarro, y su institución
por otro funcionario que tiene como única virtud el hecho de ser militar muestra el
cambio que se había producido en el equilibrio de poderes en el Alto Perú. En 1810, don
Mariano Taborga había recibido el pleno apoyo de la Audiencia para contrarrestar la
rebelión de Titichoca; no obstante, tres años después era depuesto por “negligencia y
timidez” frente a las necesidades del ejército, que muchas veces iban en contra de los
derechos de los indígenas, más aún en un momento en que el tributo había sido derogado
legalmente.
86 Dos meses después, el recién nombrado subdelegado del partido de Paria fue nombrado
también Gobernador y Comandante accidental de la Villa de Oruro. La orden de Pezuela,
en su función de Comandante en Jefe del Ejército del Alto Perú, para Blanco, como
comandante de Oruro, era que dispusiera “la mayor vigilancia para mantener el orden en
esa población y sus dependencias”. Asimismo, exigía: “Como a subdelegado del partido de
Poopó hago a usted las más vivas instancias para que expedite la cobranza de la
contribución provisional y las postas hasta Lagunillas...”.59
87 El cruce de instancias de poder y de funciones se iba haciendo mayor conforme la guerra
se profundizaba. El poder militar avanzaba en un control más estricto de la población,
nombrando autoridades y estableciendo sus funciones, relacionadas lógicamente con las
necesidades del ejército, en contra no sólo de la población civil española, criolla o
indígena, sino también en contra de lo estipulado por la Constitución de Cádiz.

La lucha familiar entre los Titichoca y los Cayoja en


Toledo
88 Asimismo, el cruce de esferas de poder que se manifestaba ya en la Presidencia de la
Audiencia era perceptible en el otro extremo del poder. En las comunidades se daban
también este tipo de tensiones, tal como se muestra en el siguiente caso:
89 El fracaso de la sublevación de Titichoca le costó a éste el cargo de cacique, que pasó a
manos de una familia rival, la de Pedro Cayoja, que hacía años luchaba por controlar el
pueblo de Toledo. Las autoridades apoyaron a esta familia por haberse mantenido leal a la
causa del Rey. Este conflicto interno de Toledo se inscribe en un proceso más largo y que
se extendía a toda la región: el de la crisis de los cacicazgos. 60 El conflicto entre los
Titichoca y los Cayoja debilitó a las dos familias, que tuvieron finalmente que ceder el
poder. En 1816 aparece Basilio Fulguera y Arocha61 como cacique gobernador del pueblo
de Toledo. En la figura de Fulguera y Arocha se da también un cruce de autoridad, ya que
coincide en su persona el cargo de cacique gobernador –con jurisdicción sobre las
comunidades indígenas del pueblo de Toledo– y el de alcalde pedáneo, figura que varios
documentos registran como autoridad judicial para los vecinos del pueblo, pero no así
para los miembros de las comunidades indígenas. Como cacique, tiene la misión del envío
de mitayos a Potosí y de cobrar el tributo, mientras que como alcalde pedáneo (o juez
pedáneo, como aparece en otros documentos) tiene la función de juzgar y conciliar
problemas diversos entre los habitantes del pueblo. Todo esto se presenta como
consecuencia del sistema constitucional de Cádiz, que establecía que “el alcalde de cada
pueblo ejercerá en él el oficio de conciliador, y el que tenga que demandar por negocios
civiles o por injurias, deberá presentarse a él con este objeto”.62
154

90 Si se analiza este caso desde una perspectiva de las esferas del poder, salta a la vista que
nos encontramos en una situación de tensión entre los espacios de poder dentro del
pueblo de indios: por una parte, la tensión se presenta entre los caciques de los ayllus y el
Cabildo y, por la otra, entre éste y la figura ambigua del alcalde pedáneo que representaba
en última instancia al poder central, al ser elegido por el Intendente o el Subdelegado. Si
en 1810 existió un líder rebelde capaz de organizar a los indígenas de la región con un
programa político propio, también es evidente que este proyecto fue frustrado por el
sistema y las instituciones mayores, sin importar, como bien señala René Arze en su libro,
que los criollos pertenecieran a uno u otro bando (en favor de los porteños o del
Virreinato de Lima).63 Otro aspecto que se percibe es la lucha interna por el cacicazgo
entre las familias más poderosas del pueblo y cómo esta lucha se decide por la influencia
de las políticas de afuera. Finalmente, un tercer aspecto es el de la falta de definición
entre esferas de poder diferentes, en este caso, entre el cacicazgo y los cabildos indígenas.
Los caciques tradicionalmente habían solucionado o conciliado los conflictos internos, sin
embargo, a partir de su crisis de legitimidad y de la presencia cada vez más numerosa de
vecinos en los pueblos, se empezó a solicitar la presencia de nuevas autoridades que
asumieran el poder entre los vecinos. A este pedido respondió la Constitución de Cádiz,
provocando una dualidad de funciones entre el cacique y el alcalde pedáneo, que también
fue “solucionada” a nivel local con el nombramiento de una figura doble, cacique y
alcalde pedáneo a la vez. De esa manera, en medio de la crisis de los poderes y de las
instituciones, los caciques empezaron a asumir nuevamente su función conciliatoria, pero
ya no como parte de sus atribuciones como cacique, sino a través de la apropiación del
otro cargo: alcalde o juez pedáneo.

El Cabildo Constitucional de Oruro. 1822


91 Otro caso para el análisis de la crisis institucional y los conflictos locales se centra en la
organización y acciones del Cabildo Constitucional de la Villa de Oruro en 1822. Este caso
permite comprender mejor los cambios y permanencias que se dieron en la última etapa
del proceso de independencia en el ámbito local.
92 Como vimos anteriormente, la historiografía tradicional boliviana presenta un gran vacío
entre los años 1816 y 1823, pero éste no se circunscribe únicamente a la investigación,
sino también a la documentación.64 La condición de territorio militar que le habían
asignado las autoridades de Lima al Alto Perú, y la crisis del Virreinato del Perú y su
traslado a Cusco fueron algunas de las causas de este hecho. Por este motivo, el análisis de
las fuentes locales es fundamental. En este caso se ha tenido en cuenta el Archivo de la
Casa de la Cultura de Oruro, que contiene varios libros del Ayuntamiento y Cabildo de la
villa.
93 El retorno al sistema constitucional en la metrópoli en 1820 no tuvo en América la
repercusión que había tenido la anterior etapa constitucional de Cádiz. Su influencia se
limitó casi exclusivamente al único territorio que seguía siendo “leal”: el Virreinato del
Perú, con su sede en Cusco y que contemplaba también todo el territorio del Alto Perú. 65
En este territorio se ejecutaron las nuevas órdenes para implantar cabildos
constitucionales que respondieran a la Constitución de 1812, puesta nuevamente en
vigencia.
155

94 En Oruro, los miembros del Cabildo Constitucional de 1822 eran: el jefe político y militar
de la villa, que representaba a su vez al ámbito del poder central, un alcalde de primera
nominación y juez de primera instancia, seis regidores constitucionales, un síndico
procurador primero y un síndico procurador segundo.66 ¿Pero qué diferencia existía entre
este Cabildo y los anteriores, creados bajo el sistema del Antiguo Régimen? A diferencia
del sistema antiguo, en el que los regidores tenían comprados sus cargos y eran
perpetuos, aunque se elegía a los alcaldes, el sistema constitucional buscó que todos
fueran elegidos mediante el sistema electoral.67
95 Otra característica del Cabildo o Ayuntamiento era que existían dos tipos de autoridades:
las concejiles, que agrupaban a alcaldes, regidores y síndicos procuradores; y las
nombradas directamente por el Rey, como el jefe político y militar. En el caso de Oruro,
este último fue durante todo el proceso de guerra el comandante de la guarnición militar
de la ciudad, nombrado directamente por el Virrey, lo cual mostraba el carácter militar de
la época y del territorio del Alto Perú.
96 Como consecuencia del nuevo sistema constitucional se crearon nuevas instituciones que
se relacionaban con el Cabildo orureño. La primera instancia, que aparece nombrada
como superior al Cabildo y que debía inspeccionarlo, es la Diputación Provincial del
Distrito, creada según lo determinado por el Título VI, Capítulo II, artículos 324 a 337 de la
Constitución Gaditana y que tendría que asentarse en la ciudad de La Plata. 68 El
documento no aclara, sin embargo, la relación que tendría esta diputación provincial con
las autoridades de la maltrecha Audiencia de Charcas, que en la práctica no fue abolida. 69
97 En el caso de Oruro, el diputado elegido para representar al partido en la Diputación
Provincial fue don Miguel Sorzano. Su elección, sin embargo, es un ejemplo de las
limitaciones del sistema de representación: Sorzano fue elegido directamente por el
Ayuntamiento, sin seguir las formas de elección contempladas en la Constitución. Otro
punto de análisis es el de la situación real de esta Diputación Provincial que, por lo que
muestran las actas del Cabildo, no llegó a conformarse. El 26 de enero, la Diputación pidió
que “se le remita la cantidad de cien pesos que le corresponden a esta Villa para
constituir el fondo de dos mil pesos destinados a sus primeras atenciones”; 70 el
Ayuntamiento, que no estaba en buenas condiciones económicas, determinó retrasar el
envío hasta el mes de febrero, pero fue recién en agosto que se nombró a Sorzano, quien
hasta noviembre no había podido llegar a Chuquisaca por falta de fondos.
98 Otra instancia de poder con la que se relacionó el Cabildo en 1822 fue el Virreinato del
Perú, con sede en Cusco.71 Esta relación tuvo varias manifestaciones: por un lado, el
Virrey envió información sobre la situación general del Virreinato de manera periódica,
comunicación que, lógicamente, hablaba de la fortaleza de la posición realista y de la
debilidad de los insurgentes; mandó también cartas de agradecimiento por la fidelidad
mostrada a la causa del Rey, manifiesta en “las demostraciones que a manifestado el
júbilo por la gracia que le comedio su Majestad al mando del Superior Gobierno del Perú
[...]”.72 Por el otro lado, los miembros del Ayuntamiento enviaron a Cusco causas
administrativas que no podían resolver para que sea el Virrey el que tome la última
decisión. Con relación a lo económico, el Cusco pedía dinero constantemente para
solventar los gastos militares, mientras que los vecinos, a través del Cabildo, solicitaban al
Virrey que se les cancelaran las deudas contraídas por el gobierno durante la guerra, a lo
que el Virrey contestó en una ocasión: “Para decretar el pago de las cantidades que se
adeudan a los vecinos de esta villa se le remita una razón prolija de todas las deudas con
156

claridad, y distinción de sus procedencias, y al mismo tiempo otra de los carneros, cebada
y demás auxilios prestados a la tropa”.73
99 La otra instancia con la que el Cabildo mantenía alguna relación era la Audiencia de
Charcas. Sin embargo, llama la atención que en las actas de 1822 no exista un solo dato
sobre envío de expedientes u otro tipo de relación con esta instancia.
100 Al analizar este caso, sobresalen algunos aspectos, ya resaltados por varios investigadores
para otras regiones. El primero es la importancia que adquieren en esta etapa las
instancias de poder local, en este caso, los cabildos o ayuntamientos. 74 En Oruro, el
Cabildo se ocupaba de temas que trascendían a sus funciones específicas: enviaba
representantes a la Diputación, se encargaba de las relaciones con el Virrey y controlaba
las finanzas de la villa. Parece ser que, frente al vacío de poder de las otras instituciones
estatales -los subdelegados, por ejemplo-, el Cabildo asumía el poder y la representación
de todo el partido, más allá de los límites de la villa.
101 Otro aspecto digno de analizar es la nueva relación entre el Virrey y el Ayuntamiento: al
parecer, el Alto Perú se transformó en un territorio vital para el Virreinato del Perú, ya en
plena crisis. Lo mismo ocurrió con otras instancias: la Audiencia, que vivía una crisis
profunda, y la Diputación Provincial, que no logró instaurarse. La crisis de la esfera del
poder central en el ámbito local se originó tanto en la falta de fondos como en la pérdida
de representatividad y en la militarización de sus autoridades. Parecía ser que, ya en 1822,
lo único que quedaba del poder virreinal era el dominio militar, representado
sintomáticamente en las ciudades y villas por el Jefe Militar. Éste era la cabeza del
Cabildo, pero era cambiado con regularidad, dependiendo de los intereses militares y de
la necesidad de mantener en el ejército activo a los mejores hombres, de tal manera que el
Jefe Político y Militar de la villa estaba en Oruro únicamente el tiempo necesario para
enviarlo al frente.

Centralismo versus poderes locales


102 Durante la última etapa de la Guerra de la Independencia y en los primeros momentos de
conformación de la República (1825-1826), el sistema estructural del poder local se
modificó lentamente, conforme se fortalecía el poder militar en ambos bandos. Las
necesidades de la guerra habían promovido el paso del poder de los grupos civiles a los
militares, lo que repercutió en la instauración de un poder más centralizado al que
deberían obedecer los pueblos. Annick Lempérière analiza esta situación en un nivel
general, comparando la primera fase del conflicto en América, cuando los pueblos fueron
los principales actores y las guerras internas contribuyeron a debilitar la centralidad
estatal, con una segunda fase en la que la formación de ejércitos llevó a la reconstitución
del poder centralizado.75 A pesar de que esta política centralizadora no evitó en última
instancia el derrumbe del imperio ni de las instituciones monárquicas, la centralización
fue heredada por los nuevos regímenes republicanos asentados también en el poder
militar. Estos intentos se dieron también en el caso específico del territorio de Oruro, que
fue tomado en cuenta como parte de un proyecto para consolidar el poder real en
América en 1818. Al mismo tiempo, ya durante la etapa de construcción del nuevo
régimen republicano, sus poderes locales fueron afectados por nuevos proyectos
centralizadores, esta vez provenientes de los “libertadores”.
157

El proyecto de Fernando Cacho y la centralidad de


Oruro
103 La importancia estratégica de Oruro en el contexto de la guerra se debió en parte a su
ubicación como punto central entre Buenos Aires y Lima, y como una región en la cual se
podía establecer el poder realista con una mayor seguridad que en los valles, controlados
en parte por la guerrilla y ubicados fuera de la ruta que unía ambos virreinatos. La ciudad
no pasó desapercibida para las autoridades y estrategas españoles, que ya en un momento
tan tardío como 1818, cuando la independencia del antiguo virreinato de Buenos Aires era
un hecho, no perdían las esperanzas de recuperar para la corona el territorio de las ahora
Provincias Unidas del Río de la Plata.
104 Dentro de este contexto se halla el documento Reflexiones políticas sobre provincias de Sud de
América. Opiniones vertidas por el Teniente Coronel de Artillería don Fernando Cacho, residente en
Montevideo y que el Director General de Artillería ha mandado al ministerio de Guerra. 76 En el
mismo, el teniente coronel Cacho proponía una serie de medidas dirigidas a controlar el
avance del proyecto inde-pendentista, entre las que se hallaban algunas como las de
evitar que la Universidad de Chuquisaca titule más profesionales, el traslado de los curas
rebeldes a España, o la expulsión de los extranjeros que promovían la rebelión; al mismo
tiempo, en medio de un sistema absolutista que había negado los principios de la
Constitución de Cádiz, Cacho era partidario de que:
...desapareciese la distinción nominal de americano o criollo, debiendo llamarse
todos españoles; que formasen una sola familia perfectamente igual con los
europeos para toda clase de honores y de empleos, que se les señalasen un número
proporcionado de destinos en Europa y América que deberían ocupar; que se
concediese desde luego empleos en Palacio o condecoraciones distinguidas a
algunos de los americanos más ilustres y ricos que hubieran sustentado la causa de
Su Majestad...77
105 Como una parte sustancial de su proyecto proponía aprovechar la desunión de las
provincias del Río de la Plata, cerrar el puerto de Buenos Aires y trasladar la capital del
Virreinato a Santa Fe. Finalmente, aconsejaba lo siguiente:
El [virreinato] de Buenos Aires debe terminar por el norte con la provincia de Salta,
formando las restantes hasta el Desaguadero y el mar del sur otra capitanía General
cuya capital sea Oruro. Para el gobierno de estas provincias es oportuno tener
presente los medios generales propuestos y las advertencias hechas sobre el reino
de Chile.78
106 Ya en este momento, los consejos y apreciaciones del teniente coronel Fernando Cacho no
tuvieron mayor repercusión, sin embargo, vale la pena citarlos como uno más de los
proyectos tardíos escritos por convencidos realistas para evitar la pérdida de los
territorios americanos.

El gobierno de Oruro en 1825


107 El ingreso del ejército “libertador” al Alto Perú, dirigido por Antonio José de Sucre en
febrero de 1825, marcó la última etapa de la Guerra de la Independencia, que se
caracterizó en el aspecto bélico por el avance de las tropas colombianas hacia Chuquisaca
158

y Potosí, y el retroceso del ejército de Olañeta; y en el aspecto político, por la instauración


de los primeros gobiernos “departamentales”.
108 A pesar de que Oruro era un territorio dependiente de la Intendencia de Chuquisaca y
que, por lo tanto, no le correspondía legalmente pasar al estatus de “departamento”,
Sucre decidió nombrar como gobernador de Oruro al general Carlos María de Ortega,
debido fundamentalmente a que el territorio de la capital, la ciudad de La Plata, se hallaba
aún controlado por las tropas realistas de Pedro Antonio de Olañeta. De esta manera, se
instauró un gobierno departamental en Oruro aún antes de ser éste reconocido como
departamento.
109 Según una carta enviada a Sucre el 16 de febrero de 1825, Ortega llegó a Oruro ese día y
procedió a inspeccionar la situación de la ciudad y de la fortaleza, al mismo tiempo que se
preocupaba por la subsistencia de los cuatro mil hombres de la tropa. Por las atribuciones
que describe en su carta, Ortega debería suplir el antiguo cargo de Jefe Político y Militar,
aunque se percibe que Sucre le había dado también otras atribuciones, tales como el
nombramiento de nuevos funcionarios patriotas.79
110 Inmediatamente, el nuevo comandante del departamento se puso en contacto con las
autoridades locales determinando, por ejemplo, que se secara el foso de agua de la
Fortaleza a pedido de la “municipalidad”, nombre que daba Ortega al antiguo Cabildo. 80
111 Conforme pasaban los días, Ortega procedió a nombrar nuevas autoridades locales y a
reponer algunas otras que habían sido designadas en 1823, durante la estadía de Agustín
Gamarra en la ciudad. El 23 de febrero, en un documento encabezado como de
“Presidencia del Departamento”, enviaba a Sucre la lista de los nuevos funcionarios,
aclarando: “En la colocación de cada uno, he tenido especial cuidado de informarme de su
moralidad, conducta, adhesión a la causa de la Independencia nacional, y buen concepto
público”.81
112 A pesar de que la mayor preocupación de Ortega era militar -alimentar a su tropa,
conseguir los pertrechos necesarios, enviar guerrillas a hostilizar a Olañeta-, se ocupaba
también de otras actividades de gobierno como ordenar que organicen las juntas
parroquiales en Oruro, Poopó, Charcas y Chayanta, únicos partidos libres de las
intendencias de Chuquisaca y Potosí, para la elección de representantes a la Asamblea
Deliberante, siguiendo las órdenes que impartió Sucre el 9 de febrero de 1825. 82
113 Pronto surgieron los conflictos de poder entre las nuevas autoridades y las anteriores. El
primero se presentó entre el Comandante Militar de Oruro y el Cabildo de Cochabamba,
que se negaba a obedecer a Ortega y no le enviaba alimentos y pertrechos para el ejército.
Si tenemos en cuenta la organización de los poderes locales en la etapa anterior, no
debería existir relación alguna entre el Jefe Político y Militar de una ciudad subalterna
como Oruro, que dependía además de la Intendencia de Chuquisaca, con el Cabildo de la
ciudad de Cochabamba, que además de pertenecer a la esfera de las autoridades
concejiles, formaba parte del territorio de la Intendencia de Cochabamba. Sin embargo, lo
que se percibe en este momento es que, de acuerdo a las circunstancias de guerra y a la
cooptación del poder por parte del ejército libertador, todos los otros poderes y regiones
debían obedecer a las autoridades militares nombradas por el general Antonio José de
Sucre, es decir, existía un claro intento por centralizar todo el poder en el ejército. 83
114 En respuesta a la supuesta desafección del Cabildo de Cochabamba a lo que Ortega
consideraba era la “causa justa”, éste nombró al coronel Antonio Saturnino Sánchez en
Cochabamba84 para que “a esta clase de hombres (cabilosos [sic] e inflamados por los
159

desafectos de la causa) los persiga con el mayor tesón aprehendiéndolos y remitiéndolos a


este cuartel general con un informe que acredite su maldad”, todo esto con el argumento
de que interrumpían el orden y propendían a la anarquía.85
115 Al mismo tiempo de ordenar a Sánchez la aprehensión de los cabildantes rebeldes, decía
Ortega lo siguiente: “En lo sucesivo no debe haber en esa más autoridad que la de usted
como Presidente de ese Departamento con quien me entenderé en lo sucesivo, pues las
muchas autoridades con que había son causa del trastorno y de la falta de cumplimiento a
las órdenes superiores”.
116 A partir de una simple orden escrita por el Comandante Militar de Oruro se producía una
verdadera revolución en la estructura del poder no sólo de Oruro o de Cochabamba, sino
de todo el territorio altoperuano: la desaparición de cualquier autoridad que no fuera la
nombrada por el único poder que quedaba, el militar.
117 En respuesta a la orden de Ortega, don Mariano Guzmán, alcalde primero del Cabildo
(municipio) de Cochabamba y gobernador de la ciudad, envió una carta a Sucre en la que
explicaba la ilegalidad del oficio anterior. En ella se quejaba de cómo el oficio de Ortega
había tocado su buena reputación y que esto había perjudicado el servicio a la ciudad.
Luego, en otra carta enviada a Sánchez declaraba:
En él (en el oficio de Ortega) se tocan las atribuciones del poder legislativo, y las
regalías privativas al Excelentísimo Señor General en Jefe como la primera y única
autoridad de quien dependen exclusivamente las demás mientras se instala la
Asamblea General. Aún se ignora cuáles eran las facultades que se le hayan fiado al
señor Ortega, pues no las ha comunicado de oficio a ningún magistrado de esta
Provincia como exigía el buen orden, cuando no solo nombra a Usía de Presidente
de este Departamento, sino que declara abiertamente que no debe haber más
autoridad que la de Usía, no siendo él en lo político más que un presidente del
departamento de Oruro, a menos que se crea comprendido éste en aquel, lo que es
imposible porque la demarcación es peculiar al Congreso , y mientras este no
declare por uno el territorio de Cochabamba y Oruro, nadie tiene facultad de
identificarlo sin incurrir en un crimen de Lesa Patria.
118 Y continuaba Guzmán:
¿Qué dirá el Héroe de Ayacucho ese hombre realmente virtuoso en toda la
extensión de la palabra cuando vea que el Señor Ortega se ha tomado la licencia de
deprimir a todas las autoridades de este departamento constituyendo a Usia por
única? El mismo señor General en Jefe respeta la voluntad de los pueblos en quienes
originariamente reside la soberanía, y a este fin ha ordenado en su Superior Decreto
de 9 de febrero para la Erección de una Asamblea General para el arreglo de las
Provincias libres. Por el ...del mismo ha dispuesto también que las municipalidades
no cesen en su ejercicio hasta el día primero de abril entrante respecto a que el 31
de este deben hacerse nuevas elecciones para los mismos electores que deben elegir
a los diputados. Tiene igualmente ordenado que ningún empleo de administración
se dé a no siendo a propuesta de una Junta de diez individuos que ha mandado crear
en cada uno de los departamentos libres.86
119 A partir del caso anterior se puede percibir una tensión entre las autoridades nombradas
directamente por Antonio José de Sucre, como general en jefe del ejército libertador, y las
autoridades locales, en este caso, las concejiles de Cochabamba. Varios aspectos son
importantes de analizar. En primer lugar, cómo el poder militar, representado por Carlos
María de Ortega y que se hallaba en Oruro, se siente con facultades para mover
autoridades locales elegidas y que se hallaban en otra jurisdicción, como era la
Intendencia (ahora nombrada todavía extraoficialmente como departamento) de
Cochabamba. Por otro lado, las autoridades de Cochabamba, en este caso representadas
160

por don Mariano Guzmán, no sólo apelan a una defensa jurídica, explicando que una
autoridad que se halla en otra jurisdicción no puede inmiscuirse en asuntos internos, sino
también acuden a reproducir las intenciones de Sucre, “el héroe de Ayacucho, ese hombre
verdaderamente virtuoso”, de mantener las autoridades locales municipales y dejar que
una Asamblea decida.
120 Guzmán, molesto por las implicaciones que le hacían, decidió dejar el cargo de alcalde
primero de Cochabamba. Sin embargo, el Ayuntamiento o Municipalidad de Cochabamba
se negó a aceptar la renuncia en los siguientes términos:
Así es que esta Corporación no puede consentir ni por un momento la separación de
V.S. del mando que se le encomendó por beneplácito nuestro en representación de
los derechos del público que desde el instante de la separación del Gobierno español
los tienen reasumidos en toda su extensión: Y por lo tanto nos oponemos a la
resolución de su marcha el día de mañana cerca del Sr. General en Jefe para el
objeto de que sus operaciones y conducta política se juzguen ante él, bien podrá
efectuarse por medio de recursos que se harán desde esta capital con
documentaciones convincentes a las que desde nuestra parte estamos prontos a
coadyuvar en abrigo de la justicia, siendo consiguiente el que en este mismo
momento se sirva reasumir el gobierno, haciendo este sacrificio que será el más
acto ante Dios y la Nación.87
121 Como puede observarse en el documento anterior, para los gobiernos locales y los
ayuntamientos, eran ellos los llamados a reasumir la soberanía luego de la separación de
España y tenían el derecho de ejercerla tomando las decisiones relacionadas con la ciudad
que se hallaba bajo su mando, “en representación de los derechos del público”. En este
caso, el problema ya no se presentaba por la injerencia de un poder que se hallaba fuera
de su jurisdicción, sino por el derecho que el público les había conferido a los
ayuntamientos y que no había sido reconocido por el Jefe del “departamento” de Oruro.
122 Ante esta dificultad, el Cabildo decidió enviar a dos de sus representantes a Oruro para
que se entrevistasen con Sucre, reunión que se llevó a cabo el 17 de marzo; sin embargo,
días antes ya Sucre había nombrado a otro Gobernador que sí contó con la aprobación del
Cabildo cochabambino.88
123 También hubo tensión y conflicto por otro nombramiento realizado por Carlos María de
Ortega: el de don Vicente Guzmán como escribano de la ciudad. En este caso, se presenta
una contradicción entre varias esferas de poder local. La situación era así:
Ortega, en su condición de presidente del “departamento”, había elegido a Guzmán
como escribano de la ciudad, respondiendo a la propuesta de una Junta Calificadora
que se había instalado en Oruro.89 Este nombramiento no fue aceptado por el
Cabildo de la ciudad, que no quiso posesionarlo en su cargo “alegando no estaba
examinado ni aprobado”. En respuesta, Ortega había remitido el nombramiento, a
falta de un tribunal de apelaciones, a los abogados don José María Dalence y don
José María del Carpio, quienes tomaron el examen y certificaron el mismo. A pesar
de ello, el Cabildo negó nuevamente el nombramiento aduciendo que eran las
Cámaras de Apelaciones las que debían tomar el examen. Para ese momento, el
nuevo presidente del departamento luego de la salida de Ortega, esta conducta
revelaba la injerencia del Cabildo o Municipalidad, que no tenía estas atribuciones.
Para solucionar el problema de jurisdicción, el caso fue enviado a Sucre.
124 De acuerdo con William Lofstrom, Sucre se mostró insatisfecho con la administración de
Ortega en Oruro. A fines de febrero criticó el manejo de las negociaciones con Olañeta y
algunos nombramientos hechos por Ortega (posiblemente entre ellos el de Sánchez). El 1
de marzo lo recriminó y el 16 del mismo mes lo reemplazó por el teniente coronel Rufino
Martínez, quien ya el 20 firmaba como nuevo Jefe del Gobierno de Oruro. Martínez
161

continuó nombrando nuevas autoridades locales para la ciudad y el “departamento” de


Oruro, cargos que eran propuestos por la Junta Calificadora de Notables de la ciudad. De
esta manera, nombró como teniente asesor y secretario a don Francisco Garrido,
“mientras una resolución final decide si Oruro ha de seguir como partido de Chuquisaca o
departamento”; igualmente, designó a don Rafael Maldonado como administrador de
alcabalas y contribuciones de Poopó y Challapata. A partir de estos y otros
nombramientos, el gobierno central se fue fortaleciendo.
125 La Municipalidad de Oruro, sin embargo, no se resignó a su pérdida de poder y puso
también trabas al nombramiento de Garrido como asesor y secretario del Gobierno. El 12
de abril, en una carta de Rufino Martínez a Sucre le explicaba el tema de la siguiente
manera:
La Municipalidad de esta ciudad por resentimientos particulares, o un espíritu de
facción o partido ha tratado de reclamar con razones infundadas del nombramiento
de Asesor y Secretario de este Gobierno que V.E. hizo en el DD. Francisco Garrido.
Yo le he ordenado a la Municipalidad que justifique con los documentos que
expresa las causas que alega para la suspensión de este empleado en las funciones
de su cargo. Lo que pongo en nota a V.E. para su conocimiento y a fin de que no sea
sorprendido con algún recurso de esta Corporación sobre el particular y para que
no se dé curso mientras no verifique la prueba a que se le ha sujetado a la
Municipalidad, pues parece no tiene otro objeto.90
126 Por lo que puede observarse en estos conflictos suscitados entre el Jefe del Gobierno de
Oruro y la Municipalidad, la autoridad del poder central, en este caso Rufino Martínez, ya
no coordinaba sus acciones con el Ayuntamiento (ahora Municipalidad), como ocurría
durante el gobierno español, en el que el Jefe Político y Militar, que era el representante
del poder central en la ciudad, formaba parte del Ayuntamiento y participaba en las
reuniones de Cabildo. De esta manera, las esferas de poder heredadas del sistema anterior
se distanciaban gradualmente, lo que generaba tensiones que, a la larga, beneficiarían al
poder central.

El fin de los ayuntamientos y la centralización del


poder republicano
127 Luego de la reunión de la Asamblea Deliberante, que se llevó a cabo finalmente en la
ciudad de La Plata y donde se firmó el Acta de la Independencia el 6 de agosto de 1825, se
convocó a una reunión de representantes para la Asamblea Constituyente, que se reunió
en Chuquisaca desde el 25 de mayo de 1826. En esta Asamblea, además de definir la nueva
Constitución se tomaron decisiones fundamentales para la organización general del
nuevo Estado.
128 En la sesión del 19 de junio de 1826 se puso en discusión un proyecto de ley que planteaba
la supresión de los ayuntamientos. De esa manera se buscaba poner punto final a los
conflictos y tensiones suscitados entre el poder del Estado, dirigido férreamente por
Antonio José de Sucre, y los poderes locales de las ciudades ya bolivianas, representados
por las municipalidades o ayuntamientos.
129 En el debate tomó la palabra José María del Carpio, representante de Oruro, quien dijo:
Los ayuntamientos eran unos cuerpos nulos, insignificantes, y más bien
embarazosos; que hasta aquí se había ignorado el término justo de sus atribuciones,
pues se les había visto injerirse en todos los negocios: que ha habido municipalidad
que impuso contribuciones, y otra que quiso erigir establecimientos públicos: que
162

mirándolos por el mejor aspecto parecía debían ser el órgano de los pueblos; que
por este respecto eran del todo inoficiosos, habiéndose adoptado el sistema
representativo, en el que los pueblos tienen representantes que manifiesten sus
necesidades y promuevan sus intereses. Que por lo que toca a policía se tenia
también remplazado un funcionario público, que llenara mejor sus deberes en este
orden, que un cuerpo colegiado que ha procedido del modo más lánguido y
perezoso, habiéndosele notado actividad y celo únicamente en los casos en que el
Gobierno ha tiranizado el pueblo; que últimamente solo servían los Cabildos para
procesiones y para fomentar los prestigios del gobierno absoluto; y que por tanto
apoyaba el proyecto.91
130 Frente a la posición de Del Carpio, el representante Irigoyen argumentó que el fin de los
cabildos había sido el bien público y que éstos habían protegido al pueblo en las
calamidades públicas y habían apoyado sus derechos contra la opresión de sus gobiernos,
“en suma -decía- habían sido los padres de los pueblos, como alguna vez se les ha
llamado”. Decía también que si bien en algunos casos se habían presentado abusos y
corrupción, eran útiles y beneficiosos y que, además, algunos gobiernos como el de la
Constitución española, lejos de extinguirlos, les habían dado mayores poderes. Por lo
tanto, era de la opinión que debían continuar “al menos hasta que se organicen los
colegios electorales”.92
131 Llama la atención que los representantes en la Asamblea, que en su mayoría habían sido
elegidos por los poderes locales que representaban, tuvieran posiciones en favor de la
supresión de los ayuntamientos. En el caso de Oruro, tanto José María del Carpio como el
otro representante, José María Dalence, habían sido miembros del Ayuntamiento de la
ciudad. Sin embargo, parece ser que, al igual que en el caso de la ciudadanía, analizada en
el capítulo 3, el temor a la anarquía que podía resultar de la lucha entre el poder central y
los poderes locales los llevó a apoyar este proyecto.
132 Casimiro Olañeta, que era uno de los que había empujado con más fuerza la limitación de
la ciudadanía, apoyó el proyecto de la supresión de los ayuntamientos manifestando:
... que las municipalidades solo habían servido de algo en el tiempo del feudalismo
cuando imponían las contribuciones, y entendían en los de beneficencia pública:
que los gobiernos absolutos las habían continuado con el objeto de mantener un
fantasma que encadenase a los pueblos, y los moderados porque talvez aun servían
en algo; pero que hoy había perdido toda su importancia, y más bien eran ya
perjudiciales: que bajo el despotismo jamás abogaron por el pueblo, y al contrario
en la revolución llevaron muchas victimas al cadalso.
133 El discurso de Olañeta se insertaba nuevamente en uno de nuevo régimen, con el
argumento de que en un sistema liberal los ayuntamientos ya no tenían importancia y
eran más bien perjudiciales, que iban contra los gobiernos republicanos, donde “sólo
habían promovido la licencia y el desorden”.
134 Olañeta acusaba a los ayuntamientos de querer apropiarse de atribuciones que no tenían,
de haber aprovechado las carestías para que sus miembros se enriquecieran mediante
monopolios, de dedicarse a promover rencillas internas y que, debido a su ineptitud, “sólo
sirven para pedir procesiones a que tampoco asisten”. Además, sus funciones ya estaban
cubiertas por otros funcionarios como los representantes y los encargados de policía.
135 La posición fue apoyada por el representante Calvimonte, quien declaró que en las
circunstancias de ese momento los ayuntamientos ya no eran útiles. Eusebio Gutiérrez,
representante de La Paz, a pesar de decir que “habiendo desaparecido la tiranía, los
ayuntamientos eran inútiles, pues se habían subrogado en su lugar representantes
163

investidos de toda su confianza”, opinaba que debían conservarse porque habiendo aún
individuos capaces en estos cuerpos, podrían encargarse de acciones como el cobro de las
contribuciones, además que su conservación no entraba en contradicción con el sistema
constitucional, ya que otros gobiernos constitucionales no sólo los habían conservado,
sino que les habían dado más fuerza.93
136 Olañeta contraatacó argumentando que como los capitulares no eran pagados, no
cumplían con sus obligaciones y “que la recaudación nunca podrían hacerla buena siendo
elegidos por el pueblo, y debiéndole contemplar por este motivo, que además por
granjearse su opinión, no podrían apremiarle, lo que es indispensable para lograr el
cobro”. Recordaba también cómo los cabildos en los pueblos más libres habían causado
revoluciones desobedeciendo al ejército y ocasionando “mil choques turbulentos”. 94
137 Es en este discurso donde aparece el motivo más importante para suprimir los
ayuntamientos. Para Olañeta, los ayuntamientos eran los representantes de los poderes
locales y, por lo tanto, podían presentarse como un contrapoder del centralismo
implantado por los militares. El miedo a la anarquía, preocupación principal de Olañeta,
volvía a aparecer bajo la figura de los ayuntamientos, y los conflictos suscitados el año
anterior en Cochabamba y Oruro parecían darle la razón: si se quería establecer un
gobierno fuerte, capaz de mantener el orden, no era suficiente controlar a la plebe
restringiendo la ciudadanía; era también importante mantener a las regiones bajo un
poder centralizado y militarizado, y para ello era fundamental acabar con la esfera del
poder concejil, es decir, con los ayuntamientos.
138 La intervención de Casimiro Olañeta y su poder de persuasión surtieron efecto una vez
más. El libro de actas de ese día concluye de la siguiente manera: “Declarada la materia
suficientemente discutida se procedió a votar, y quedó admitido el proyecto por la
mayoría”. Los ayuntamientos habían dejado de existir.

La creación del departamento de Oruro


139 Durante el proceso de independencia, tal como se ha mostrado en las páginas anteriores,
las relaciones de dependencia de los partidos occidentales de la Intendencia de
Chuquisaca fueron desligándose cada vez más de su capital, la ciudad de La Plata. Se
estableció casi un nuevo centro de poder en la ciudad de Oruro, que empezó a controlar
cada vez más las actividades económicas y políticas de los partidos de Oruro, Paria (o
Poopó) y Carangas.
140 Esta situación de una mayor autonomía se vio reconocida en 1825, cuando Antonio José de
Sucre estableció un gobierno en la ciudad de Oruro con la premisa de que era una ciudad
ya liberada; en cambio, el resto de la intendencia se hallaba aún bajo el dominio del
ejército realista de Pedro Antonio de Olañeta. De esa manera, surgió de facto el
departamento de Oruro, con su capital en la ciudad de Oruro, que controlaba los partidos
libres de la antigua intendencia: Oruro, Paria y Carangas. A pesar de esta situación no
oficial, los otros partidos empezaron a aceptar a la nueva capital y mandaron oficios y
cartas al nuevo comandante del departamento, Carlos María de Ortega, y posteriormente
a Rufino Martínez.
141 Al mismo tiempo, luego de la convocatoria del 9 de febrero de 1825 para la Asamblea
Deliberante, que debía realizarse en la ciudad de Oruro, se procedió al nombramiento de
representantes a través de elecciones indirectas por juntas parroquiales, de partido y,
164

finalmente, por departamentos. Como en el momento de la convocatoria la región de


Oruro se hallaba ya liberada y no así la de Chuquisaca, las elecciones fueron realizadas por
separado en ambas regiones de la intendencia.95
142 Rossana Barragán consigna el número de representantes para la Asamblea Deliberante y
aclara que cuando se habla a nivel de los electores de partido se utiliza el nombre de
Charcas (territorio que abarca tanto a Chuquisaca como a Oruro), mientras que cuando se
trata de los electores departamentales, se habla del departamento de Chuquisaca y se
nombra de forma separada a Oruro.96 De acuerdo con la misma autora, los electores de
Juntas de Partido fueron 17 por Chuquisaca y 12 por Oruro, mientras que los
representantes departamentales fueron 5 por Chuquisaca y 3 por Oruro (uno por cada
partido).
143 A pesar de la elección por separado, en la Asamblea Deliberante no se consignó a Oruro
como un departamento independiente ni tampoco fue tomado como tal en el decreto de
23 de enero de 1826, que en su artículo 1 dice: “Mientras se hace la división constitucional
del territorio, continuará el que actualmente tiene en cinco departamentos; a saber: el de
Chuquisaca, Potosí, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz”.97
144 Esta posición contrastaba con la convocatoria a representantes para la Asamblea
Constituyente que se realizó en noviembre de 1825, cuando se decidió que por la gran
distancia que existía entre Oruro y Chuquisaca se elegiría a los representantes de forma
independiente. De esa manera, fueron elegidos 15 electores de Chuquisaca y nueve de
Oruro, mientras que el número de representantes fue de cinco por Chuquisaca y tres por
Oruro.98
145 El tema de la creación del departamento de Oruro fue tratado en la Asamblea
Constituyente de 1826. Ya en el mes de junio se presentó el proyecto de ley para la
erección del departamento, proyecto presentado por el señor Mercado.99 Luego de un
debate sobre qué comisión debía tratar el proyecto y si era una de éstas la que debía
decidir si se fundaba el departamento y otra la que determine su extensión y
demarcación, se decidió finalmente enviar el proyecto a la Comisión de Legislación.
146 El 26 de junio, cuando llegó el diputado José María Dalence y presentó sus credenciales,
fue aceptado como representante del departamento de Oruro, a pesar de que éste no
existía aún de forma legal. Dos días después se volvió a presentar el caso del
departamento de Oruro. El tema surgió a raíz de la discusión sobre el número de estrellas
que debía poseer el Gran Sello de la República, si cinco o seis. El representante Tames
opinó que este asunto debía tratarse luego de discutir sobre la creación del departamento
de Oruro, propuesta a la que se opuso el señor Carpio arguyendo “que se habían puesto
seis estrellas (en el proyecto del Gran sello) por ser la erección del Departamento de
Oruro voto general, que postergar el artículo era innecesario”. José María Dalence apoyó a
Carpio y exclamó: “No se por qué siempre que se habla de Oruro se hallan embarazos;
Santa Cruz ha pasado por departamento sin resolución, y sobre Oruro hay tropiezos
hallándose ambos en iguales circunstancias, pues Santa Cruz ha pertenecido siempre a
Cochabamba, como Oruro a Chuquisaca”, a lo que el representante cruceño adujo que
“Santa Cruz nunca ha dependido de Cochabamba”. Finalmente, el proyecto sobre el Gran
Sello fue aprobado con seis estrellas.
147 La discusión acerca de la Constitución postergó durante varios meses el debate sobre la
creación del departamento de Oruro, que finalmente fue promulgado por Ley de 5 de
septiembre de 1826, que decía:
165

148 El Congreso general constituyente de la República Boliviana, ha sancionado lo siguiente:


149 Art. 1°. Se erije un nuevo departamento al oeste de la república, compuesto por ahora, de
las provincias de Oruro, Paria y Carangas.
150 2°. La capital de este departamento será la ciudad de Oruro.
151 3°. En la nueva división que ha de hacerse del territorio de la República, se le señalarán
límites proporcionados.100
152 La erección del nuevo departamento fortaleció aún más en la región de Oruro el poder
centralizado dependiente directamente del Poder Ejecutivo. Las otras esferas del poder
herederas de la etapa colonial –como las concejiles en las ciudades de españoles y en los
pueblos de indios, así como la esfera del poder en las comunidades y ayllus– fueron
absorbidas por el poder central. Los ayuntamientos fueron abolidos y el poder cacical en
las comunidades y ayllus fue desconocido por la ley bolivariana de 1825, redactada en el
Cusco y reconocida por la legislación boliviana. Alcaldes y regidores pasaron a depender
del Ejecutivo y las comunidades tuvieron que apoyarse en las autoridades menores como
segundas y jilaqatas. No sería sino muchos años después, en 1870, cuando se restauró el
sistema concejil de los ayuntamientos o municipalidades.

NOTAS
1. José Luis Roca, en varios de sus trabajos sobre el proceso de independencia ve esta posición
como un nacionalismo incipiente que se hubiera generado como respuesta a los intereses de Lima
y Buenos Aires para controlar el territorio charqueño. Sin embargo, es importante matizar esta
visión, ya que no se puede dejar de tener en cuenta el mayor impulso de lo local y las tensiones
existentes entre unas ciudades y otras, aspectos que tenían más peso en el momento de la lucha
que el sentimiento común altoperuano. Ver sobre el tema José Luis Roca, Ni con Lima ni con Buenos
Aires: Plural. La Paz. 2007.
2. José Luis Roca, “1824: comienzos de la Bolivia independiente”, en Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia. Anuario 2003. Sucre. 2004. pp. 425-478. p. 426.
3. “Testamento y últimos deseos de la muy fiel Villa Imperial de Potosí”, más conocido como
“Testamento de Potosí”, citado en Roca, pp. 426.
4. Dice Roca respecto a esta situación: “Esa actitud contestataria frente a los virreinatos, así como
los conflictos históricos con las audiencias pretoriales, es uno de los impulsos permanentes del
proceso formativo del Estado boliviano. Representa la búsqueda, dentro de la monarquía hispana,
de una mejor posición que siempre era escamoteada por la alta burocracia peninsular y por sus
egoístas y altaneros virreyes. Una y otra vez, a lo largo de los siglos, el Tribunal de la Audiencia,
los obispos, el cabildo, los diputados a cortes y aún los gobernadores intendentes, abogaron por
un trato más equitativo que guardara relación con la realidad económico-social que ellos
encarnaban”. “1824: comienzos de la Bolivia independiente”, en Archivo y Biblioteca Nacionales
de Bolivia. Anuario 2003. Sucre. 2004. p. 427.
5. Sobre el tema de la sociedad cortesana de Charcas es importante el trabajo de Eugenia
Bridikhina: “Identidad de los burócratas coloniales. Charcas siglos XVI-XVII”, IV Congreso de
Bolivianistas, junio de 2006 (Sucre). En él se analiza precisamente cómo, a través de una serie de
166

reglas v costumbres, se buscaba imitar y reflejar los principios de la corte de Madrid y de los
virreinatos. Ver Bridikhina, Teatrum mundi. IFEA-Plural. La Paz. 2007.
6. A inicios del siglo XIX el número de nobles era mínimo en toda la Audiencia. Algunos como el
Conde de Casa Real de Moneda era solamente un azoguero más que había sido arrastrado a una
posición difícil debido a la crisis de la minería, mientras que otros como el Marqués de Santiago y
el Marqués de Casares residían en realidad en Lima y administraban sus bienes y tierras a través
de administradores y apoderados. Sobre la historia del Conde de Casa Real de Moneda ver el
trabajo de Esther Ayllón: Indalecio González de Socasay la viña de San Pedro Mártir. ABNB. Sucre. 2009,
y sobre la presencia del Marqués de Casares existen algunos datos en el libro Siporo, Historia de
una hacienda boliviana de Alberto Crespo y otros. Ed. Don Bosco. 1984.
7. Un ejemplo paradigmático de esta situación fue la que se presentó con relación al Arzobispo de
La Plata, don Benito María de Moxó y Francolí, que llegó a la ciudad con aires de refinamiento y
elegancia pocas veces vistos. Esta postura, en vez de crear un sentimiento de respeto y sumisión
en la ciudad, produjo más bien una actitud de rechazo por parte de la sociedad criolla, que
extrañaba la actitud modesta y frugal del anterior arzobispo San Alberto. Esta posición
absolutamente subjetiva fue uno de los detonantes del movimiento juntista de mayo de 1809.
8. En la ciudad de La Paz, por ejemplo, se pueden encontrar numerosos casos de criollos
emparentados con familias cacicales, como lo fue el de José de Santa Cruz y Villavicencio, casado
con la cacica Juana Basilia Calahumana, padres de Andrés de Santa Cruz, o la presencia del
mestizo Juan Manuel de Cáceres, que era funcionario real.
9. El carácter electivo estuvo limitado a partir del siglo XVII a los alcaldes, mientras los regidores
se convirtieron en autoridades hereditarias logradas por la compra de cargos.
10. Para algunos autores que trabajan este tema, los cabildos españoles y los cabildos indígenas
constituyen un mismo espacio de poder: el municipal, sin embargo, ya desde las mismas Leyes de
Indias se establecen dos tipos de Cabildo, que si bien poseen más o menos los mismos cargos,
presentan especificidades que fueron las que marcaron precisamente la distinción entre la
República de españoles y la República de indios.
11. Sobre la distinción de los dos espacios de poder de la República de indios ver el libro de
Sinclair Thomson, Cuando sólo reinasen los indios, política aymara en la etapa de la insurgencia. Muela
del Diablo. La Paz, 2007, basado en la tesis de doctorado “Colonial crisis, community, and andean
self-rule: aymara politics in the age of insurgency (Eighteenth Century, La Paz)”. University of
Wisconsin Madison. 1996.
12. De acuerdo a Horst Pietschmann, en Las reformas borbónicas y el sistema de intendencia en Nueva
España, el intendente tenía una amplia potestad para nombrar a sus subdelegados. Si estos
ejercían en poblaciones o partidos exclusivamente indios, se les encargaban las cuatro causas,
mientras que los subdelegados de los partidos que contaban con un centro urbano con población
blanca, sólo ejercían las causas de hacienda y guerra, mientras que las causas de justicia y policía
recaían en los alcaldes ordinarios del cabildo, pp. 180-181. El análisis del funcionamiento del
cabildo de Oruro nos muestra que esta situación se cumplía también en la región de Charcas.
13. AMO. Libro Real de Cédulas y Provisiones que da inicio en 2 de enero de 1812 y sirve para la
Real Caja de Oruro. s/f. Nombramiento de don juan Bautista Morales como Subdelegado interino
del partido de Carangas.
14. Estas funciones se describían en las presentaciones oficiales como “Juez real, Subdelegado y
Comandante Militar del Partido”. En María Luisa Soux: Autoridad, poder y redes sociales entre
colonia y república. Laja: 1800-1850. Tesis de Maestría Universidad de la Rábida. 1999. Inédita.
15. AMO. Actas de Cabildo. 1767 y 1814.
16. Voz quechua que nombra a una vasija tosca para tostar maíz o trigo. Lleva el mismo nombre
el crisol para ensayar metales. De ahí viene el nombre de callana para designar a la oficina de la
Cajas Reales encargada de fundir, pesar y marcar las barras de plata para el pago del quinto real (
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. 1925).
167

17. Archivo General de la Nación. Lima-Perú. Tesorería. Cajas Reales N° 1149. Oruro. Cuadernos
de la Real Aduana de Oruro (Cuaderno 34-1809-1810), Libro auxiliar del Fundidor de Oruro, (1149.
1810. C 35), Libro auxiliar de Cobo y diezmos de la Caja de Oruro (C 36), Documentos del año 1810
(C 38) y otros.
18. AMO. Libro Real de Cédulas y provisiones que da principio en 2 de enero de 1812 y sirve para la
Real Caja de Oruro.
19. AMO. Libro Real de Cédulas y provisiones... s/f.
20. AMO. Doc cit. s/f.
21. Por ejemplo, Miguel Bonifaz, en su libro Derecho Indiano (Oruro 1955) dice al respecto: los
cabildos o municipios indianos se vieron disminuidos en su antigua autonomía, (p. 316). Esta
misma posición fue defendida por trabajos de historiografía que trataron de mostrar a las
reformas borbónicas como un proyecto absolutista que limitaba los poderes locales, con el
objetivo de explicar el proceso de independencia como una lucha contra el absolutismo y el
despotismo de la metrópoli. Ver sobre este tema, por ejemplo, Luís Paz: Historia del Alto Perú hoy
Bolivia. Tomo I. p. 484.
22. Federica Morelli: “Entre el antiguo y el nuevo régimen: El triunfo de los cuerpos intermedios.
El caso de la Audiencia de Quito, 1765-1830”, en Procesos. Revista ecuatoriana de Historia. N° 21.II
semestre/2004.
23. De acuerdo con Morelli, en este concepto nacido en Grecia y reelaborado en Italia durante el
Renacimiento, “el mejor gobierno era aquel en cual participaban el uno (el rey), los pocos (los
nobles) y los muchos (el pueblo). En este modelo, la representación del reino jugaba un papel
fundamental, porque no sólo compartía con el monarca la soberanía, sino que ejercía un
importante poder de control sobre sus actividades”, p. 92.
24. Morelli, op. cit., p. 93.
25. Op. cit., p. 95.
26. José María Portillo, “La Federación imposible: los territorios europeos y americanos ante la
crisis de la Monarquía Hispana”, en Jaime E. Rodríguez (Coord.), Revolución, independencia y las
nuevas naciones de América. MAPFRE/Tavera. Madrid. 2005. p. 115.
27. José María Portillo, op. cit. p. 117. En este punto se resalta la diferencia entre instituciones
naturales -como los cabildos que representaban directamente al pueblo- e instituciones
artificiales -como las audiencias, cuya autoridad provenía del nombramiento desde arriba y no
representaba al pueblo. Este punto es central para entender el punto de vista de los cabildos
frente a la crisis de la monarquía y la organización de movimientos juntistas, inclusive en contra
de la posición de virreyes y audiencias.
28. Sobre el tema de la importancia de los cabildos y la representación de los pueblos durante el
periodo de la independencia, ver también el trabajo de Jordana Dym: “La soberanía de los
pueblos: ciudad e independencia en Centroamérica, 1808-1823”, en Jaime E. Rodríguez (Coord.),
Revolución, independencia y las nuevas ilaciones de América. MAPFRE/Tavera. 2005. pp. 309-338.
29. AMO. Actas de Cabildo de la Villa de San Felipe de Austria. 1767 y Libro Consistorial de Actas y
acuerdos del Ilustre Cabildo de esta Villa de San Felipe de Austria... 1814-1818.
30. De acuerdo con Fernando Cajías, el hecho que hizo estallar el conflicto en Oruro en 1781 fue
precisamente la lucha interna entre los bandos criollo y español por controlar el Cabildo de la
Villa, que se manifestó con más fuerza en la elección de alcaldes del bando español. Durante
muchos años, esos cargos habían estado en manos de los criollos. Fernando Cajías, Oruro 1781:
Sublevación indígena y revuelta criolla. IFEA, ASDI SAREC. La Paz. 2005.
31. Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España. Un
estudio político administrativo. FCE. México 1996. p. 184.
32. AMO. Actas del Ayuntamiento Constitucional de Oruro. 1822.
168

33. José María Ots y Capdequi, Historia del Derecho español en América y del Derecho indiano.
Biblioteca Jurídica Aguilar. Madrid. 1968. p. 158.
34. José María Ots y Capdequi, id. p. 158.
35. Ordenanza del virrey Francisco de Toledo para los indios de la provincia de Charcas,
destinado a evitar los daños y agravios que recibían de sus encomenderos. Arequipa 6.11.1575,
citado por Nuria Sala en Y se armó el tole tole. Tributo indígena y movimientos sociales en el virreinato
del Perú. 1784-1814. IER José María Arguedas. Huamanga-Ayacucho. p. 153.
36. Ots y Capdequi, op. cit. p. 159.
37. Ots y Capdequi, op. cit. p. 159.
38. Nuria Sala y Vila, Y se armó el toletole. Tributo indígena y movimientos sociales en el virreinato del
Perú. 1784-1814. Instituto de Estudios Regionales José María Arguedas. Huamanga. 1996. pp.
157-158.
39. Archivo Judicial de Poopó (AJP). 1797. Varios expedientes.
40. ABNB. Expedientes Coloniales 1796. N° 234.
41. ABNB. Doc. cit. fs. 2.
42. ABNB. EC. 1796. N° 245. fs. 6-6v.
43. Antonio Annino, en “Pueblos, liberalismo y nación en México”, en Inventando la nación...
resalta precisamente la relación entre la vecindad, el “modo honesto de vivir” y la ciudadanía
impuesta en Cádiz, p. 401.
44. Annino, cuando trata este tema dice lo siguiente: “Sin embargo, más allá del racionalismo
ilustrado gaditano, la lógica de la igualdad ciudadana otorgada al indígena no dejó de tener una
carga potencialmente desestabilizante para el nuevo orden. Si también el indio era un vecino-
ciudadano, entonces su comunidad y su territorio se transformaron en una fuente de derechos
constitucionales, al igual que los demás pueblos no indígenas” (Annino y Guerra Ed. Inventando la
nación... p. 402).
45. AHJP. Varios expedientes. 1820-1823.
46. Los artículos 275 y 282, que se refieren a este tema, se hallan ubicados en el Título V: De los
tribunales y de la administración de justicia en lo civil y criminal, y no en el Título VI: Del
gobierno interior de las provincias y de los pueblos, que trata en su capítulo I el tema de los
ayuntamientos. El texto de los artículos mencionados es el siguiente: Art. 275: “En todos los
pueblos se establecerán alcaldes, y las leyes determinarán la extensión de sus facultades así en lo
contencioso como en lo económico”. Art. 282: “El alcalde de cada pueblo ejercerá en él el oficio de
conciliador, y el que tenga que demandar por negocios civiles o por injurias, deberá presentarse a
él con este objeto”.
47. Los expedientes que muestran la crisis del cacicazgo son numerosos. Entre ellos podemos
citar algunos que se hallan en el Archivo Histórico Judicial de Poopó: 1777. N° 263 f.55 Condo
Condo: Autos sobre la usurpación de Reales Tributos en el pueblo de Condo Condo, mandada
averiguar de orden de S. M. por denuncia del licenciado Don Diego Fernández Mariño Presbítero.
Substracciones y usurpaciones que practicaba el cacique del pueblo de Condo Condo Don
Gregorio Llanquepacha y su segunda Don Andrés, del ramo de tributos. En este documento se
tildaba a Gregorio Llanquepacha de cacique intruso (fs. 2) Igualmente, el expediente AHJP 1799
N.254 f.7 “Los indios Mariano Tacachiri y Manuel Fernández Acho contra quienes resulta cuerpo
de delito por haber seducido a los demás a la rebaja de tributos, solicitando por este medio entrar
al cacicazgo”.
48. AHJP. 1798 N° 240 f. 52 “Autos originales de sumaria /.../contra Don Pablo de la Rocha
Choqueticlla Cacique del Pueblo de Atun Quillacas sobre los excesos cometidos por este, a
pedimento del común de los indios de aquel pueblo”.
49. Sinclair Thomson , Cuando sólo reinasen los indios... Aruwiyiri-Muela del Diablo. La Paz. 2007.
169

50. La documentación relacionada con este caso, que puso en contacto y tensión a las
intendencias, al subdelegado, al Cabildo y a los funcionarios reales de Oruro, se encuentra en el
Archivo Histórico de Madrid y fue trabajada por el investigador Estanislao Just Lleó en su libro
Comienzos de la independencia en el Alto Perú: los sucesos de Chuquicasa, 1809. Ed. Judicial. Sucre. 1994.
51. Marcos Beltrán Ávila, Historia del Alto Perú en el año 1810. Imp. Tipográfica La Favorita. Oruro.
1913. pp. 34.
52. 0p. cit. pp. 36.
53. Op. cit. p. 49.
54. AGI. Diversos 6bis N° 6. Papeles del virrey Abascal. Desde el nombramiento hecho en el señor
Pezuela hasta la llegada del ejército al pueblo de Condocondo. 78 folios.
55. AGI. Diversos 6. Papeles del virrey Abascal. Carta de Juan Ramírez a Fernando de Abascal.
Mayo de 1813.
56. Doc. cit. Oficio de Juan Ramírez dando cuenta de la retirada de Goyeneche.
57. AMO. Libro Real de cédulas y Provisiones que da principio en 2 de enero de 1812 y sirve para la
Real Caja de Oruro. fs. 42.
58. AMO. Doc. cit. f. 42.
59. AMO. Libro Real de Cédulas y Provisiones... f. 47v.
60. A partir de mediados del siglo XVIII se inició en gran parte del área andina un proceso de crisis
del sistema cacical cuyas causas han sido analizadas por diversos autores. Algunas de estas causas
son el nombramiento de caciques mestizos, la apropiación por parte de los caciques de las tierras
comunales, la filiación en favor de los españoles durante las sublevaciones indígenas y otras.
Sobre este tema se puede consultar entre otros a Scarlett O'Phelan, Un siglo de rebeliones
anticoloniales..., y Curacas sin sucesiones; y Sinclair Thomson, Cuando sólo reinasen los indios.
61. Archivo histórico judicial de Poopó. Toledo. 1816.
62. Constitución Política de la Monarquía Española. Título V, Capítulo II, artículo 282. En
Domingo García Belaúnde, Las Constituciones del Perú, Ministerio de Justicia, 193. p. 54. El hecho de
que este sistema subsistiera aún después del retorno al sistema absolutista es una muestra más
del entrecruzamiento constante de instituciones constitucionales y no constitucionales en esta
etapa.
63. Es sintomático que pocos días después de la partida de los soldados cochabambinos y de sus
jefes de Oruro se produjera el movimiento juntista en Cochabamba en favor de la Junta de Buenos
Aires, lo que significa que si en el mes de julio Rivero obedecía órdenes del presidente Nieto, en
septiembre ya lo hacía en el bando contrario. (Arze, op. cit.).
64. El Archivo Nacional de Bolivia, que contiene gran parte de la documentación de la Audiencia
de Charcas, es muy pobre en este periodo; en el Archivo General de la Nación en Lima tampoco se
encuentra documentación sobre esta etapa para la región del Alto Perú. Ocurre lo mismo en el
Archivo General de la Nación, en Buenos Aires. Las consultas que hice indican que lo propio
sucede en el Archivo Departamental del Cusco, donde tendría que haberse concentrado la
documentación luego de 1821. Una excepción sería la valiosa fuente constituida del diario de José
Santos Vargas, que contempla toda esta etapa.
65. El trabajo reciente de Jaime Rodríguez sobre el Reino de Quito trata también del
nombramiento de cabildos Constitucionales en la región de Quito. Sobre el tema ver Jaime E.
Rodríguez O. La revolución política durante la época de la independencia, El Reino de Quito 1808-1822.
Universidad Andina Simón Bolívar. Quito. 2006.
66. Archivo de la Casa de la Cultura de Oruro. Actas del Cabildo de Oruro 1822. f. 72.
67. La Constitución Política de la Monarquía Española. Título VI. Capítulo I. artículo 312., decía:
“Los alcaldes, regidores y procuradores síndicos se nombrarán por elección en los pueblos,
cesando los regidores y demás que sirvan oficios perpetuos en los Ayuntamientos, qualquiera que
sea su título y denominación”.
170

68. Algunos puntos importantes de esta nueva institución representativa eran su organización,
conformada por un Presidente, el Intendente y siete individuos elegidos por los electores de cada
partido (Art. 326 y 328), y sus funciones, que eran de carácter administrativo, mientras que lo
deliberativo quedaba en las Cortes (Art. 335).
69. Según las Actas de la Diputación Provincial de La Paz, esta institución constitucional cumplió
las mismas funciones que tenía antes el Cabildo, sin embargo, en el caso de Oruro la situación era
diferente porque la diputación tenía una jurisdicción sobre toda la provincia, mientras que el
Cabildo se limitaba a la ciudad. Por otro lado, la instancia judicial se mantenía en la Audiencia y la
diputación tenía más una función ejecutiva.
70. Archivo de la Casa de la Cultura de Oruro. Actas del Cabildo de Oruro. 1822. f. 74.
71. De acuerdo a lo especificado en la Constitución Gaditana, la figura del Virrey debería
desaparecer, sin embargo, tanto Abascal durante el primer periodo constitucional, como más
adelante José de la Serna, mantuvieron el cargo de Virrey y el territorio con el nombre de
Virreinato. Sobre la desaparición del título de virrey ver Jaime Rodríguez, La revolución política
durante la época de la independencia. El Reino de Quito 1808-1822. Universidad Andina Simón Bolívar.
Quito. 2006.
72. Actas del Cabildo de Oruro 1822. f. 94.
73. Ídem, f. 94.
74. El tema de la importancia de los cabildos durante la etapa de independencia y el inicio de los
sistemas republicanos ha sido analizado por autores como José Carlos Chiaramonte en varios
trabajos sobre el Río de la Plata y Antonio Annino para la independencia de México, entre otros.
Ver, por ejemplo, Antonio Annino, Historia de la elecciones en Iberoamérica, siglo XIX . FCE. México.
1995. También Federica Morelli, Territorio o nación.
75. Annick Lempériére, “Revolución y Estado en América Hispana (1808-1825)”, en María Teresa
Calderón y Clément Thibaud (Coord.), Las revoluciones en el mundo Atlántico. 2006. pp. 55-80.
76. AGI. Estado 86a. N° 35. 1818. 14 de marzo.
77. Doc. cit. fs. 7v.
78. Doc.Cit.fs. 11r.
79. ABNB. Colección Rück. 335. Cartas dirigidas a Antonio José de Sucre, general en jefe del
Ejército Unido Libertador del Perú por las autoridades políticas de los departamentos de
Cochabamba y Oruro. Carta N° 1.16 de febrero de 1825.
80. ABNB. Col Rück. 335. Carta N° 4. 16 de febrero de 1825.
81. Doc. cit. carta s/n. de 23 de febrero de 1825. (fs. 439).
82. Doc. cit. carta de 28 de febrero de 1825.
83. Sucre era consciente del peligro que entrañaba el poder militar. Es así que se conoce que
firmó el decreto del 9 de febrero para evitar la anarquía y “al mismo tiempo que evitarles el peso
de un gobierno militar que haría aborrecibles a los Libertadores...” William Lee Lofstrom, La
presidencia de Sucre en Bolivia, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Caracas. 1987. p.
75.
84. De acuerdo con William Lofstrom, Antonio Saturnino Sánchez era nativo de Buenos Aires y
asumió el comando de la Intendencia de Cochabamba en enero de 1825. Ortega, entonces, no
hacía sino confirmar este nombramiento.
85. Doc. cit. 2 de marzo de 1825. Oficio de Ortega al coronel Antonio Saturnino Sánchez (fs. 430).
86. Doc. cit. Oficio N° 2 de Mariano Guzmán a Sánchez. Cochabamba, 10 de marzo de 1825.
87. Doc. cit. Oficio N° 7. El Ayuntamiento de Cochabamba a Mariano Guzmán. 9 de marzo de 1825.
88. William Lee Lofstrom. La presidencia de Sacre en Bolivia. Biblioteca de la Academia Nacional de
la Historia. Caracas. 1987. p. 110.
89. Uno de los primeros actos administrativos de Sucre en el alto Perú fue establecer comités o
juntas en La Paz, Oruro y Cochabamba, las tres ciudades liberadas, cuya función era proponer
171

nombres de personas patrióticas, honorables y capaces de llenar las funciones públicas


(Losftrom, 1987: 91).
90. Doc. Cit. Carta de Rufino Martínez a Antonio José de Sucre. Oruro. 12 de abril de 1825.
91. ABNB. Poder Legislativo. Actas del Congreso Constituyente de 1826. Sesión del 19 de junio de
1826. fs. 20v.
92. ABNB. Doc. cit. Sesión del 19 de junio de 1826. fs. 21.
93. ABNB. Doc. cit. f. 21v.
94. Doc. cit. f. 21 v.
95. El decreto de 9 de febrero en su artículo 10, que establece el número de representantes por
partido o cantón dice: “...El departamento de Chuquisaca dará un diputado por cada uno de los
cantones de Chuquisaca, Oruro, Carangas, Paria, Yamparáez, Laguna y Sinti”; mientras que el
artículo 16 dice: “Los partidos cuyas capitales de departamento no estén libres, harán la reunión
de sus electores en la cabeza del cantón el mismo 31 de marzo, y nombrarán los diputados que
correspondan al partido, bajo las mismas formalidades que en la junta del departamento; pero si
hubiese dos o más partidos libres, se reunirán los electores de ellos en el punto central que elija
el presidente del departamento para hacer las elecciones. Los partidos que vayan libertándose,
nombrarán sus diputados en esta misma forma” (Rolando Costa Arduz, El mito del orden territorial,
Tomo II. Fundapac. 2006. p. 10). Es por esta razón que los diputados fueron elegidos finalmente en
Oruro.
96. Rossana Barragán, “Los elegidos: en torno a la representación territorial y la re-unión de los
Poderes en Bolivia entre 1825 y 1840”, en Marta Irurozqui (Ed.), La mirada esquiva. Reflexiones
históricas sobre la interacción del Estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú). Siglo XIX .
CSIC. 2006. p. 98.
97. Decreto de 23 de enero de 1828. En Rolando Costa Arduz, El mito del orden territorial. 2006. p 12.
Es interesante advertir el diferente tratamiento que reciben las regiones de Santa Cruz y Oruro,
ninguna de las cuales era originariamente una intendencia. El gobierno porteño estableció en
1813 dos gobernaciones en Cochabamba (capital de la intendencia) y en Santa Cruz, separando en
los hechos las dos regiones. Algo parecido ocurrió con Oruro y Chuquisaca a inicios de 1825. La
Asamblea Deliberante, sin embargo, tomó desde el inicio a Santa Cruz como un departamento,
dejando a Oruro como dependiente de Chuquisaca.
98. Rossana Baragán, “Los elegidos...” p. 98.
99. “Prevínose al Señor Mercado que teniendo presentado un proyecto de ley sobre la erección
de un nuevo Departamento en las provincias de Oruro, Paria y Carangas, podrá proceder a
fundarlo como prescribe el reglamento. Fundólo en la dilatada extensión de territorio que
comprendían dichas provincias, su suficiente número de almas, sus diferentes ramos de riquezas,
y la atención particular que demandaban unos terrenos que a pesar de su interesante posición se
veían incultos y despoblados por falta de un gobierno inmediato y más activo que el presente”.
ABNB. PL. Actas de la Asamblea Constituyente de 1826. f. 14.
100. Ley de 5 de septiembre de 1826. En Rolando Costa Arduz, El mito del orden territorial. Tomo II.
p. 14.
172

Capítulo 5. Tributo, insurgencia y


movimientos sociales

1 Uno de los temas de la historiografía boliviana que ha llevado a debate en las últimas
décadas ha sido la forma de participación que tuvieron los grupos populares, en general, y
los indígenas1 en el proceso de la independencia. Los historiadores tradicionales no le
dieron mayor atención a su participación, rescatando más bien el rol de los líderes o jefes
que provenían del grupo criollo o mestizo,2 o por el contrario, hicieron énfasis a su
situación ambigua como parte de ambos ejércitos, sacando a relucir más bien su carácter
bárbaro y sus defectos3.
2 En 1962 fue publicado el libro El indio en la independencia, de Alipio Valencia Vega. Esta
obra fue una de las primeras que tomó en cuenta la participación indígena, pero su
análisis, centrado en una visión materialista, mostraba al indio como la víctima de ambos
ejércitos, como “carne de cañón”, en una representación de la permanente explotación a
los indios por parte del sistema. La propuesta de Valencia se centraba en la idea de que el
indio tomó parte en una lucha por motivos ajenos, en una guerra en la cual no se tomaban
en cuenta su situación ni sus reivindicaciones. Valencia rescataba además la participación
del indio desde lo económico, aclarando que fue él quien mantuvo la producción agrícola
que sustentó a los dos bandos en conflicto4.
3 En la década de 1970, Charles Arnade, en su libro La dramática insurgencia de Bolivia,
retomó el tema de la participación indígena centrándose en un análisis parcial del diario
del Tambor Mayor Vargas, rescatado y trabajado por Gunnar Mendoza de una forma aún
incompleta5. En este libro, Arnade resalta la ambigüedad en la lucha popular y destaca,
cuando se habla de la guerrilla, las luchas de facciones internas más que su acción contra
las tropas del Rey6. Luego de esta visión parcial y sesgada, Arnade se pregunta: “¿Pero fue
enemistad y aversión a los españoles el incentivo para luchar?”. Concluye que “el punto
de vista es muy discutible” y plantea la hipótesis de que el sentimiento de patria no era
fuerte, que la corona era algo lejano y que los actos heroicos eran una excepción mientras
que la deserción era mucho más común. Llega finalmente a la conclusión de que, por
encima de un objetivo claro, lo que movía a los guerrilleros de Ayopaya era el afán de
aventura: “La Guerra de la Independencia ofreció una excepcional oportunidad para la
aventura, una vida libre y relajada, dejando a un lado la ley”7.
173

4 Frente a esta posición, René Arze Aguirre presentó su libro Participación popular en la
independencia de Bolivia8. En él, en contraposición a Arnade, planteaba más bien la
hipótesis de que los indígenas y los grupos populares no lucharon en la guerra por un
afán de aventura, sino que lo hicieron con objetivos propios. Ya no se insistía en la idea de
su utilización por otros grupos o de su ingreso en la lucha por afanes personales, sino de
la existencia de un programa popular-indígena propio que tenía que ver más con razones
económicas y sociales que con reivindicaciones políticas. Esta visión modificó
sustancialmente la percepción anterior acerca de la participación indígena en la lucha.
5 Una nueva visión sobre la participación indígena, específicamente en la guerrilla de
Ayopaya, fue la planteada en la década de 1990 por Marie Danielle Démelas en La invención
política Bolivia, Perú y Ecuador en el siglo XIX9. En ella se relaciona la lucha indígena con una
visión propia el awqa, el tiempo de guerra. No se trata ya de una lucha política o social,
sino de un destino religioso, de una representación de la sociedad tradicional, de una
guerra total10
6 A las anteriores visiones se presenta el planteamiento de la participación política de los
grupos indígenas en actos planificados y organizados desde su propia perspectiva, con
estrategias también propias que establecían alianzas y juegos de redes sociales complejas.
Esta visión rescata a los indígenas como actores políticos, capaces de luchar por sus
propios objetivos y también de negociar espacios y opciones políticas con los dos bandos
en lucha11.
7 Al mismo tiempo que los pueblos indígenas asumían posiciones estratégicas frente al
conflicto, sus autoridades no podían dejar de cumplir las obligaciones que su cargo y el
sistema les imponían, lo que hacía más difícil aún mantener su autoridad y la cohesión de
los comunarios que se hallaban bajo su mando. De esta manera, los caciques y otras
autoridades menores tuvieron que jugar constantemente con estrategias complejas, como
la de ofrecer seguir pagando el tributo mientras organizaban internamente formas de
resistencia, o las de negociar el envío de mitayos a Potosí a cambio de evitar la leva de sus
comunarios para el ejército.
8 En Peasant Wars12, Eric Wolf sostiene que los campesinos suelen asumir una confrontación
directa “...sólo cuando se combinan adecuadamente una constelación de factores como
son el llegar a considerar que las injusticias son intolerables, cuando los canales de
comunicación y solución han sido bloqueados o se han roto, cuando lo que se exige de
ellos se incrementa de manera súbita –por ejemplo, en el área de los impuestos–, y cuando
ciertas coyunturas locales, regionales o nacionales les permiten actuar de manera abierta
y ofensiva ya que se ha quebrado la fuerza de las élites o del Estado –el caso más obvio son
las guerras civiles o las que se desatan entre países”13.
9 El seguimiento de la participación indígena en la confrontación y sus formas de lucha y
adaptación, al menos en la región de Oruro, muestra precisamente lo planteado más
arriba, es decir que sólo se produjo una sublevación abierta cuando existieron
posibilidades de triunfo, durante los primeros años del conflicto, y cuando la percepción
de la injusticia se hizo intolerable, al final del proceso.
10 Cecilia Méndez, en su tesis doctoral “Rebellion without resistance: Huanta's monarchist
peasants in the making of peruvian State. Ayacucho 1825-1850”14, critica a su vez la
posición de hacer una historia de héroes con los protagonistas de las rebeliones
campesinas e indígenas, dándoles el carácter de revolucionarias. Según su análisis, estos
trabajos tienen la tendencia a seleccionar y extrapolar ciertas rebeliones, sacándolas de
174

su contexto y ordenándolas dentro de una secuencia políticamente definida, posición que


se acerca más a una crónica de las rebeliones que a una historia15. Para Méndez, este
hecho mostraría una visión espasmódica de la historia, donde la vida cotidiana de los
sujetos es definida por esos momentos de “explosión”16.
11 Tomando en cuenta las posiciones anteriores para el estudio de la actuación indígena
durante el periodo de la independencia en un contexto regional como el de Oruro,
planteamos que la posición de las comunidades y los ayllus, así como de sus autoridades,
asumió de manera paralela dos formas diferentes de posicionarse frente a la
incertidumbre generalizada. En determinados momentos y en ciertas regiones donde la
posición de los insurgentes se hacía más fuerte, los apoyaron ya sea de forma directa,
participando activamente en las acciones bélicas –como ocurrió en muchos momentos en
la región donde se desenvolvía la guerrilla de Ayopaya–, o de forma indirecta,
colaborando con el pago del tributo o abasteciendo al ejército, como se ocurrió en el
avance del ejército rioplatense de Balcarce y Castelli. Si las condiciones eran favorables,
podían organizarse de forma autónoma para llevar a cabo sublevaciones indígenas
generales, como la de 1811; pero si conscientemente veían que no tenían buenas opciones
de triunfo, se replegaban a sus comunidades buscando cumplir lo estrictamente necesario
con la corona o las exigencias de los jefes del ejército virreinal, en una estrategia de
cautela, esperando a ver hacia qué lado se inclinaba la balanza17. Esto no significa que los
indígenas no tuvieran proyectos propios o que no comprendieran lo que se ponía en juego
en la contienda, sino todo lo contrario; significa más bien que el principal proyecto propio
era mantener el mayor equilibrio posible entre Estado y ayllus, de tal manera que se
garantice el acceso a la tierra y a sus recursos. Por lo tanto, eran conscientes de que una
definición apresurada de apoyo a uno u otro bando podía llevarlos a situaciones
dramáticas y al fracaso de su propio proyecto. Desde esta perspectiva, las comunidades y
sus autoridades aprovecharon en todo momento los intersticios legales y de hecho que se
presentaban en un ambiente político conflictivo que les permitieran garantizar su propio
proyecto. Este juego de estrategias locales, regionales y, en algunos momentos, generales,
les hará entablar al mismo tiempo acciones subversivas e intentos de negociación.
12 Otro error de la historiografía boliviana y latinoamericana acerca de la participación
indígena en el proceso de independencia ha sido tratar de generalizar un único
comportamiento homogéneo y general para los indios en su conjunto, sin tener en cuenta
las especificidades étnicas y regionales. Siguiendo los documentos en las diferentes etapas
y regiones (por no hablar de localidades), las posiciones, al ser precisamente estratégicas,
varían constantemente. Por esta razón no es raro encontrar que conviven, una al lado de
otra, comunidades o ayllus que apoyan a uno u otro bando, e inclusive parcialidades y
familias que ayudan a ambos ejércitos. Es que estas estrategias de acomodación son las
que, en última instancia, favorecen más a la comunidad en su conjunto porque les
permiten cambiar su orientación cuando las circunstancias se modifican18.
13 A partir de la hipótesis de que se trata de una estrategia indígena para lograr objetivos
políticos y sociales propios, el presente capítulo analizará la posición y las acciones de los
ayllus y comunidades indígenas tomando en cuenta tres aspectos fundamentales: el
primero, la forma en la que la reorganización interna de las comunidades, a consecuencia
de la crisis de los cacicazgos, permitió establecer nuevas pautas de relación y negociación
internas y externas; el segundo, la posición de apoyo o rechazo que tuvieron las
comunidades frente a los llamados “caudillos insurgentes”, a los que apoyaron en
determinados momentos y rechazaron en otros, de acuerdo a los intereses y las
175

estrategias coyunturales; y el tercero, las estrategias seguidas por las autoridades y otros
miembros de los ayllus y comunidades frente a las exigencias del Estado virreinal,
insurgente o republicano, en relación con el tema del tributo.

La crisis del cacicazgo y la “democratización” del


poder comunal
14 El término ‘cacique’ ocultó en la práctica política colonial una serie de autoridades
indígenas con diferentes jerarquías y dependientes de un poder diverso, lo que ha
complicado enormemente el trabajo historiográfico, que ha considerado a todos los
caciques por igual. En el espacio del poder comunario encontramos, a lo largo del tiempo
y en diversas regiones, a importantes autoridades indígenas conocidas como señores
étnicos, que tenían autoridad sobre un grupo grande de personas que podían formar
parte de todo un antiguo señorío o un pueblo de indios, como fue el caso de los Fernández
Guarachi en Machaca, las Collque Guarachi en Quillacas, o los Ayaviri Coysara en
Chayanta. Pero también se hallan otras autoridades, llamadas también caciques, que eran
reconocidas únicamente por una parcialidad y tenían una autoridad menor a los
anteriores. Tanto los grandes señores étnicos como los caciques menores pertenecían a la
categoría de caciques gobernadores.
15 El cargo de cacique gobernador era por lo general hereditario y tenía funciones
especificadas por las Leyes de Indias. De acuerdo con ellas, las principales funciones del
cacique gobernador eran el cobro del tributo, la asignación de mitayos y la justicia de
conciliación; además tenían otras obligaciones extraordinarias, como ejercer la capitanía
general de la mita y apoyar la acción evangelizadora de la Iglesia. Dentro de su función
interna, se constituían en intermediarios en cualquier acción frente al Estado. Para poder
cumplir con estos deberes, los caciques gobernadores empezaron a ejercer los privilegios
que les reconocía la ley, separando parte de las tierras del ayllu como tierras señoriales o
aymas19 y estableciendo relaciones comerciales variadas20.
16 Estas funciones de los caciques gobernadores se mantuvieron de forma relativamente
estable hasta mediados del siglo XVIII, momento en el que empezó una crisis de su
posición, tanto a nivel estatal como en su legitimidad frente a las comunidades que
representaban. Sinclair Thomson, resumiendo las explicaciones sobre esta problemática,
establece tres criterios que han sido empleados para entender la crisis del cacicazgo. El
primero es el de linaje, según el cual el cacicazgo entró en crisis con la extinción de los
caciques étnicos, cuyo linaje hereditario les daba un “derecho de sangre”21. El segundo
criterio gira, más bien, en torno a la identidad étnico-cultural, según la cual los caciques
perdieron su legitimidad por su asimilación cultural con la élite: matrimonios,
vestimenta, etc. El tercero es un criterio de posición de clase: las oportunidades
económicas que le reportaban su cargo permitieron su diferenciación en términos de
clase, integrándose con las élites regionales. Finalmente, Thomson añade una nueva
categoría de análisis: la de la identificación política, que llevó a los caciques a aliarse con
los corregidores participando en acciones como el reparto de mercancías y,
posteriormente, a defender a la corona durante las sublevaciones indígenas de 1780-81 22.
17 Por su parte, Nuria Sala y Vila, en Y se armó el tole tole, hace hincapié en la existencia de un
proceso complejo y paulatino de pérdida de poder económico y político a escala local, que
176

desembocó, luego de las reformas borbónicas, en el hecho de que el tributo ya no fuera


cobrado por los caciques, sino por los subdelegados o los alcaldes23.
18 Como consecuencia de la crisis de los caciques gobernadores y de las reformas borbónicas
surgieron nuevas autoridades dependientes del poder central, que eran nombradas por
los subdelegados y que empezaron a llevar también el nombre de caciques, pero que
tenían como única función el cobro del tributo. A pesar de la utilización del nombre de
cacique –que llevó a una confusión tanto en ese momento como en la investigación
actual–, se trata en realidad de dos autoridades totalmente diferentes. En primer lugar,
los caciques recaudadores, al ser nombrados directamente por los subdelegados 24,
representaban el eslabón más bajo del poder central en las comunidades, mientras que los
caciques gobernadores pertenecían a la esfera del poder indígena y se trataba de un cargo
hereditario; en segundo lugar, los caciques recaudadores o cobradores tenían esa única
función, la de recaudar los tributos, mientras que los caciques gobernadores tenían
muchas otras funciones dentro de las comunidades y ayllus relacionadas con el ámbito de
gobierno.
19 Este cambio en la máxima cabeza de los ayllus, que perdieron en parte a sus antiguos
señores étnicos, provocó en la estructura interna del poder un deslizamiento de éste
hacia las autoridades menores, en una especie de “democratización” del poder,
dispersándose el poder concentrado de los caciques en una “constelación de otros agentes
políticos”, como los llama Thomson. La autoridad de los caciques empezó a ser asumida
por alcaldes y principales, que ejercieron el poder desde fuera de la esfera de las
autoridades estatales; finalmente, la asamblea comunal empezó a tomar decisiones que
evidenciaban el poder de estas autoridades subalternas. Surgió entonces el estatus del
principal25, cuyo poder emanaba desde debajo de la jerarquía de los ayllus y el sistema de
cargos26.
20 La crisis de los cacicazgos se manifestó en la región de Oruro de diversas maneras:
conflictos entre las autoridades y los indios del común, luchas por la sucesión de los
cacicazgos y desconocimiento del poder de los caciques por parte de las autoridades
coloniales. Para analizar esta situación tomaremos en cuenta únicamente a uno de los
pueblos del partido de Paria, el de Condo Condo, y a la familia cacical de los Llanquipacha.
21 Uno de los casos más graves de tensión entre la familia cacical y los principales e indios
del común se dio en 1774. El hecho se produjo por conflictos de poder entre el cacique
Gregorio Llanquipacha y su hermano y segunda Andrés Llanquipacha con los principales
de los diversos ayllus que apoyaban al cura de Condo Condo. La causa inmediata del
conflicto fue la aparente expulsión del cura Espejo de Condo Condo, hecho que los indios
atribuyeron a las acciones de los Llanquipacha. Luego de despedir al cura, los principales
y otros indios fueron a increpar al cacique y a la segunda por su responsabilidad. Las
autoridades respondieron de manera abusiva y el pueblo exaltado los mató con piedras y
palos. La justicia apresó a Marcelo Taquimalco, Francisco Acarapi, Hilario Guachaga y Blas
Capaqui, que se decían indios principales del pueblo de Condo Condo, y puso en la cárcel a
32 indios del común.
22 Los implicados justificaron su participación de diversa manera. Algunas de sus
explicaciones son importantes para entender el pensamiento político de las comunidades
y la crisis del cacicazgo. Por ejemplo, Marcelo Taquimalco dijo:
Que sabe es delito tomar la justicia por su mano, y reprender a su Cacique o
Gobernador a quien bien conoce debe obedecer si es bueno, pero no si es malo y
obra injusticias, como lo hacia el Difunto... y también sabe que si el común le manda
177

una cosa, y su gobernador otra, debe obedecer primero a aquel, aunque en todo
caso (debe obedecer) a su corregidor27.
23 Cruz Yana, otro de los implicados, dijo: “...que el cacique respondió ‘fuera indios’. Los
mataron a garrotazos y pedradas. Los palos los traían las mujeres. Que si el común le
mandase una cosa y el Gobernador otra, obedecería al común”28.
24 Por su parte, María Micaela, mujer de Rodolfo Choque, también implicada, decía sobre el
tema: “Que sabe se debe respetar y temer al Gobernador pero no al común o Rey común,
aunque las gentes de la comunidad dicen les deben respetar, temer y obedecer, y que
como mujer no sabe que quiere decir Rey común, ni cuales son las gentes que
principalmente constituyen la comunidad, y solo sabe que los ayllus juntos la
constituyen”29.
25 De las explicaciones anteriores puede colegirse que para los indios del común, la
obediencia a sus caciques dependía del grado de legitimidad del mismo y que ésta tenía
que ver con la justicia o injusticia con la que ejercía su cargo. Es claro que para los
implicados el poder y la justicia ya no provenían de la cúspide de la pirámide, sino de sus
bases, de la comunidad o el conjunto de ayllus que la constituían.
26 A pesar que los directamente implicados hablaban de causas inmediatas, otros miembros
del común de Condo Condo, que se hallaban en Potosí como mitayos, dieron explicaciones
más profundas y de largo aliento
27 Ambrosio Benito y Damián Leni (mitayos de Potosí en ese momento) escribieron una carta
explicando que el problema entre el cacique Llanquipacha y los del común era la
usurpación de tributos y arreglos con la gente de mita. Según esta versión, luego de la
despedida del cura que se iba a Toledo fueron donde el segunda que mató a uno de los
indios. Los del común mataron al segunda y después fueron donde el cacique para decirle
que lo llevarían amarrado a Chuquisaca a responder del pleito por usurpación de tributos
y gente de mita,
de cuyo asunto se ha originado el encono y rencor de dicho Gobernador contra las
dos parcialidades, y contra el común de la Provincia, para cuya venganza tenía
hecha prevención en Cochabamba a unos cuantos cholos Para hacer la invasión y
acabarnos, como en efecto lo practicó en la ocasión presente, aunque no logró la
cosa al tamaño de su prevención porque Dios no permitió que un nuevo Herodes
matase a tan grande numero de Inocentes indefensos...30
28 Aparentemente, Llanquipacha ocultaba mitayos y tributarios para aprovechar del cobro
ilegal. En el ayllu de Caballa Arriba, por ejemplo, eran 75 tributarios de 9 pesos, pero el
cacique sólo entregaba al corregidor por 30 y ocultaba a 45 tributarios, cuyo pago
guardaba para sí mismo.
29 Otro de los problemas planteados era el reparto de mercancías. En carta enviada por los
presos y firmada por el común de los indios de Condo Condo se dice: “Pues señor, el citado
cacique difunto nos tenia tan continuamente oprimidos que no satisfecho con el duro
abatimiento extorsiones y usuras que nos infería de su parte, propendía de igual manera a
nuestra ruina y total exterminio por medio de influjos y documentos que ministraba a los
corregidores”.
30 De los 32 implicados, muchos fueron liberados a lo largo de los más de seis años que duró
el juicio. Los últimos, considerados por la justicia como motores de la sublevación, fueron
dejados libres en septiembre de 1780, en momentos en que las tropas de Tomás Catari
cercaban la ciudad de La Plata. Según Fernando Cajías, la liberación de los sublevados de
178

Condo Condo fue una de las condiciones que puso Tomás Catari para levantar el cerco a la
capital de la Audiencia.
31 Si bien este caso se inserta en una etapa inmediatamente anterior a la gran sublevación
de 1780-81, muestra claramente la tensión que se vivía desde esa época en gran parte del
partido de Paria, debido fundamentalmente a los abusos cometidos por los caciques en
torno al cobro del tributo, el envío de mitayos, el reparto de mercancías y los conflictos de
poder con otras autoridades, en este caso con el cura del pueblo. Aunque posteriormente
se prohibió el reparto de mercancías, la crisis se mantuvo debido sobre todo al
resquebrajamiento de la relación entre los caciques y los indios del común y, como se ve
en los testimonios, al cambio en la visión por parte de los mismos indios del común al
deslegitimar a sus autoridades si éstas no cumplían con la comunidad.
32 Varios años después, las tensiones entre caciques e indios del común y entre caciques
entre sí no habían desaparecido. En el mismo pueblo de Condo Condo, en vísperas del
inicio del conflicto por la independencia, se presentó otro problema entre los comunarios
Mateo Marasa, Francisco Pillco y Mateo Caizina en contra de Vicente Fernández Mariño,
quien pretendía ser nombrado cacique de la parcialidad de Anansaya31.
33 En este caso, el conflicto está relacionado con la presencia de un cacique recaudador que
pretendía ser nombrado como cacique gobernador. Los indios del común de Condo Condo
se opusieron a la petición de Vicente Fernández Mariño con el argumento de que había
sido nombrado únicamente cobrador de tributos y no podía, por lo tanto, pretender ser
cacique32.
34 En la base del hecho se hallaba una lucha por el cacicazgo entre dos candidatos: Vicente
Fernández Mariño y Antonio Gonzales Llanquipacha, cada uno de los cuales tenía gente
que lo apoyaba dentro de la comunidad de Condo Condo. Parece ser que, desde el punto
de vista de Fernández Mariño, era Gonzales Llanquipacha quien había usurpado el puesto
y se había hecho nombrar cobrador por el subdelegado. Por su parte, los indios del común
de Condo Condo consideraban en esta disputa dos aspectos centrales: primero, que existía
una contradicción entre el rol de los caciques gobernadores y el de los cobradores y,
segundo, que no era atribución del subdelegado nombrar caciques. Con esta posición, los
indios del común establecían claramente dos esferas del poder que no debían cruzarse: la
del poder central, representado localmente por el subdelegado y que tenía únicamente
atribuciones para nombrar cobradores de tributos, y la del poder de la comunidad, que
era la única capaz de nombrar a sus caciques gobernadores.
35 En los dos casos anteriores se puede comprobar lo aseverado por Sinclair Thomson acerca
del cambio que experimentó la posición de los indios del común frente a sus autoridades.
No sólo se muestra con claridad que para los indios de Condo Condo el origen del poder es
la comunidad y la obediencia a su cacique vale en tanto éste cumpla el pacto establecido;
se ve también de qué manera las diferentes esferas del poder son percibidas por los
mismos indios del común que defienden sus prerrogativas para la elección de sus
autoridades, separando de forma clara los roles de cobrador y los de gobernador.
36 Esta crisis del poder cacical que, como vimos, fue anterior al proceso de independencia,
influyó también en el área rural al momento de producirse conflictos durante el periodo
de la independencia. En ese momento, los caciques no sólo tuvieron que enfrentar la
situación de inestabilidad general generada por la guerra en toda el área, sino que se
encontraron también con tensiones internas que negaban su autoridad o que la
supeditaban al poder de los indios del común y sus principales.
179

La insurgencia indígena
37 El debilitamiento del poder de los caciques y la aparición de otro que surgía de las bases
se cruzó a partir de 1808 con la crisis del mismo imperio español, que llevó a las ciudades
de Chuquisaca y La Paz a crear sus propias juntas de gobierno el 25 de mayo y el 16 de
julio de 1809, respectivamente. En estos movimientos, dirigidos sobre todo por los
poderes locales como los cabildos y la misma Audiencia –en el caso de Chuquisaca–, los
grupos juntistas buscaron también el apoyo de los grupos populares e indígenas. En
Chuquisaca, el mulato Francisco Ríos, alias El Quitacapas, promovió el levantamiento
popular que acompañó el movimiento juntista de los oidores y el Cabildo, sublevando a la
plebe33; el movimiento paceño, por su parte, favoreció la participación indígena
nombrando entre los miembros de la Junta Tuitiva a tres caciques, representantes de los
partidos de la Intendencia34.
38 De forma paralela a la represión de los movimientos juntistas, y relacionado con la
participación popular e indígena en la misma35, se dio un nuevo intento de insurgencia
organizado en Chuquisaca. Se trató de una conspiración que tuvo un primer acto en el
pueblo de Toledo, provincia de Paria.
39 Dos son las causas que confluyeron en el movimiento subversivo de Toledo en 1809 y
1810. Por un lado, el tema ya antiguo de la crisis del cacicazgo y el nombramiento por
parte de la corona de caciques cobradores advenedizos; por el otro, el estado de lucha
revolucionaria que acompañó a los movimientos juntistas de Chuquisaca y La Paz.
40 Toledo, al igual que los otros pueblos de la región de Oruro, poseía tierras de valle, en este
caso en el valle de Arque; sin embargo, a diferencia de los otros pueblos, las tierras de
valle se hallaban consolidadas en una hacienda, la de Sicaya, relacionada a su vez con el
legado y la fundación pía de Lorenzo de Aldana, que se remontaba hasta el siglo XVI36.
41 Hacia fines de 1809, un conflicto interno surgió en Toledo con relación al nombramiento
del cacique. En este conflicto se enfrentaban dos familias de originarios: los Titichoca, y
su representante don Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca, y los Cayoja, con sus
representantes don Pedro y don Domingo Cayoja. El 6 y 7 de noviembre de ese año se
produjo en Toledo una asonada provocada por la renuncia obligada al cargo de cacique de
don Manuel Victoriano Titichoca, quien había heredado el mismo de don Cipriano
Fulguera. La renuncia había sido forzada por las autoridades locales que apoyaban a don
Domingo Cayoja, “sujeto el más aparente para las ideas de los que procuraban el
exterminio y ruina de los naturales”37. Dentro de este contexto se enfrentaron también las
dos visiones que existían acerca del origen del poder en las comunidades, ya que mientras
el subdelegado se inclinaba por Domingo Cayoja, la población de Toledo lo hacía por
Titichoca. En medio de esta tensión el pueblo de Toledo solicitó el retorno de Titichoca,
“puesto que para su renuncia no había dado excusa satisfactoria” y porque decían que no
sólo fue “Cacique gobernador de Toledo sino padre común de todos los naturales” 38.
42 Las autoridades de la Audiencia, preocupadas en ese momento por la represión a los
movimientos juntistas, no respondieron adecuadamente a la solicitud de los indígenas de
Toledo, pidiendo únicamente un informe al subdelegado de Paria, éste lo envió
nuevamente a la Audiencia, que no llegó a emitir una resolución que solucionara el
problema. Así, se produjo un foco de tensión que estallaría meses después.
180

43 Tal parece ser que Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca partió a fines de 1809 hacia la
capital de la Audiencia para luchar por su cacicazgo, siguiendo una costumbre que se
había dado ya en 1780 con los viajes de Tomás Catari. Aunque no se tienen datos exactos,
es posible que en la ciudad de La Plata, que se hallaba sacudida en ese momento por la
represión proveniente de la capital del Virreinato del Río de la Plata, Titichoca tomara
contacto con otros dos personajes, con quienes empezó a conspirar.
44 El primero de estos personajes provenía de La Paz, era el escribano de la Junta Tuitiva
Juan Manuel de Cáceres39. En el contexto del movimiento juntista de julio de 1809, junto a
la ciudad se habían levantado varios pueblos de la región de Pacajes siguiendo las
directrices del escribano Juan Manuel de Cáceres. Luego del fracaso del movimiento y del
ingreso a La Paz de José Manuel de Goyeneche con tropas pertenecientes al Virreinato del
Perú, la represión en contra de los rebeldes fue dura pues se dictaron varias sentencias de
muerte. Entre los sentenciados se hallaba el escribano Cáceres; sin embargo, la condena
no se pudo cumplir porque éste, aprovechando su conocimiento de la región y su
ascendiente sobre los indígenas, había huido y se encontraba prófugo junto a otras
autoridades locales como Hipólito Landaeta y Gabino Estrada, subdelegado de Pacajes 40.
Todo hace pensar que el lugar de refugio de Cáceres y los suyos se hallaba también en
Chuquisaca.
45 El segundo personaje de la conspiración vivía en la misma capital de la Audiencia y se
trataba nada menos que del prebendado de la catedral, don Andrés Jiménez de León y
Mancocápac, del cual no se conoce mucho más que su nombre41.
46 De acuerdo con documentos trabajados por Marcos Beltrán Avila, parece ser que la
conspiración indígena estaba ya en marcha en los primeros meses de 1810; esto es
probable, ya que las noticias sobre la desaparición de Cáceres son de enero de ese año y
los primeros rumores sobre un nuevo levantamiento en Toledo, bajo la dirección del
mismo Titichoca, datan de abril del mismo año42. Igualmente, el documento básico de la
conspiración que, según las noticias oficiales había empezado a circular en el área rural
de Oruro, es también de abril.
47 Los objetivos del movimiento eran fundamentalmente dos: luchar contra la explotación y
la dominación colonial (incluyendo el tributo), y lograr el reconocimiento de sus
autoridades étnicas. La dominación y la explotación contra los indios era el discurso más
fuerte en el documento central de la sublevación indígena. Esto es perceptible en el
Interrogatorio que resulta a favor de los indios de las comunidades en General, cuyo texto dice:
48 1°. Primeramente que los indios no han de pagar tributos, hasta que se sepa a quién se ha
de contribuir, los que se retendrán en poder de los mismos tributarios, porque los que
han pagado desde ahora tres años, que es cuando el rey fue muerto por los franceses a
traición, están gastando los intendentes, presidentes, oidores, obispos en las arreadas de
soldados para sus alzamientos contra los pobres americanos.
49 2°. Ítem, se suprimirá la mita de Potosí; porque ya no hay minas que hacen metales y los
azogueros no hacen más que armar latrocinios contra los pobres indios y tenerlos
cautivos peor que en Turquía.
50 3°. Ítem, se quitará la paga de alcabalas a los indios por sus trajines y comercio que hacen
con los efectos de Castilla.
51 4°. Ítem, se quitarán las atenciones como los entierros, óleos, alfarerarquías y todos los
latrocinios de los curas, pues con el dinero que perciben les sobra y cuan demasiadamente
181

por todos, para el trabajo que impenden que no es predicar, no doctrinar personalmente
ninguna de las almas de los pobres indios para su salvación.
52 5a. Ítem, se quitarán los subdelegados porque éstos no son más que unos ... que sin
administrar recta justicia, no hacen otra cosa que robar de los indios y causarles daño, y
en este caso se nombrarán jueces a elección de las comunidades.
53 6a. Ítem, se quitarán los caciques que fuesen ladrones, y a los curas piratas, y se
nombrarán otros buenos de las comunidades para que los pobres indios no padezcan
como cautivos, esclavos en tierras infieles.
54 7a. Ítem, que las comunidades se repartirán los bienes de los ladrones chapetones... por
cantidad, y de los criollos traidores que con ellos se han aunado para dar contra los
naturales del Reino.
55 8a. Ítem, que no les cobrarán a las comunidades de los indios ningunos derechos de los
pleitos y procesos que siguieren sea en comunidad o en particular.
56 9a. Ítem, que ninguno ha de ocupar a los indios sin pagarles sus diarios jornales.
57 10a. Ítem, que ninguno ha de ser osado de harcar muías, ni otros cargadores de los pobres
indios sin pagarles primero los fletes justos según las distancias y leguajes.
58 11a. Ítem, que no se ha de consentir en los pueblos de los indios a los mestizos vecinos que
fueran ladinos y traidores.
59 12a. Ítem, se ha de prohibir que ningún hacendado ha de tener opción de quitar, o
interrumpir en las tierras de las comunidades...43
60 Como puede observarse, los puntos expuestos podían ordenarse de la siguiente manera: el
uso ilegítimo del tributo (punto 1), la explotación de la mita (punto 2), los cobros abusivos
por parte de autoridades civiles (punto 3), eclesiásticas (punto 4) y étnicas (punto 6), la
injusticia como práctica (puntos 5 y 8), el robo (punto 7), la explotación en el trabajo
(puntos 9 y 10), la traición (punto 11) y la apropiación de bienes (punto 12). Con relación
al nombramiento de autoridades, el mismo documento se planteaba en los puntos 5 y 6 la
participación indígena en la elección de los subdelegados y jueces (punto 5) y el de los
caciques y curas (punto 6). Se propone como una solución el nombramiento de
autoridades “a elección de las comunidades”, en el primer caso, y “buenos de las
comunidades”, en el segundo44.
61 Para la Audiencia, por su parte, el objetivo de la conspiración no era sino “alucinar a los
pueblos inocentes, subvertir a los miserables e incautos indios y encaminarlos por las
detestables ideas de no pagar tributos, de substraerse de sus parroquias y de las legitimas
autoridades...”45.
62 La conspiración se vio fortalecida por el movimiento juntista de Buenos Aires, que se
produjo el 25 de mayo de 1810. A partir de ese momento, el movimiento de los
conspiradores se amplió hacia otras regiones, llevando proclamas y estableciendo
estrategias para la lucha.
63 ¿Era esta conspiración un movimiento exclusivamente social, como lo plantea Arze, o
presenta también propuestas políticas? El análisis de algunos documentos del expediente
que levantó la Audiencia al develar la conspiración nos inclina a pensar que ésta
presentaba opciones políticas propias anteriores al movimiento porteño, pero que al
producirse éste, la conspiración logró establecer una suerte de alianza con los enviados de
Buenos Aires.
182

64 Uno de los primeros documentos del expediente, que fue encontrado en manos de los
conspiradores y que estaba fechado en junio de 1810 (menos de un mes después del
movimiento de Buenos Aires), venía aparentemente de Cochabamba e iba dirigido al
canónigo Matías Terrazas, en Chuquisaca. En el mismo se acusaba a los jefes de la
represión como Nieto, el obispo Moxó y Goyeneche de rabinos y ateos, defensores del
llamado “Rey de copas”46 y contrarios al Rey cristiano; que estos jefes, sintiéndose dueños
del territorio, habían ofrecido beneficios a algunos indios para que los apoyaran. En esta
visión se mostraba el conflicto como una lucha entre los ateos y judíos partidarios de
Bonaparte contra el legítimo y cristiano rey Fernando VII.
... Sin duda que es así, que sus mercedes desde los virreyes para abajo están
fanatizados con el brinde del Rey de copas respecto de que católico jurado de
España no existe, y porque varios estultos indios casi blancos americanos han
coadyuvado para el brinde, fiados de las promesas del monte de (...) dibujado en las
cabezas de los referidos chapetones conspirados, que les han prometido de
dispensar favores y exaltaciones como si fueran dueños reinando es cierto que el
principio de su fortuna vinieron a buscarlos mas como han hallado a estas facción el
licor deleitoso de su golosina, y que no encuentran oposición se versan con la
destrucción de la cristiandad cual Nerón, Dioclesiano y otros tiranos que en la
primitiva iglesia se esmeraban en la persecución... 47
65 Al mismo tiempo, el documento distinguía claramente dos tipos de población en América,
los chapetones (o españoles) y los indios. Este último grupo se dividía a su vez en indios
blancos, casi blancos y “verdaderos”. La posición política de estos indios era ambigua:
algunos se hallaban aliados con los jefes ateos y rabinos, mientras Terrazas, por ejemplo,
era considerado como “indio aunque de pellejo blanco, no ateo ni rabino”. Para los
autores del documento, parece ser que el término “indio” era sinónimo de americano,
pero su uso le daba un componente nuevo que es importante resaltar y es que el criollo,
por su vivencia americana, era también considerado un indio “de pellejo blanco”, que
podía aliarse tanto con unos como con otros. Por otro lado, tanto los “indios verdaderos”
como los considerados “indios blancos”, que se habían aliado con los “judíos y rabinos”,
estaban gastando la plata de los tributos que los indios (“verdaderos”) contribuían para
un Rey católico que había muerto hacía más de tres años48.
66 El uso de este documento como parte de los papeles subversivos que aparentemente
llevaban los conspiradores lleva a reflexionar sobre el concepto de indio que tenían los
autores en ese momento. A todas luces se ve que no se trata únicamente de un término
relacionado con un grupo étnico o una casta, sino con todos los americanos en su
conjunto, y que estos indios podían ser “cristianos” o defensores del Rey, o “rabinos” o
defensores de Bonaparte. De esta manera, es posible que, como establece este documento,
las posiciones políticas de los conspiradores fueran más bien de una alianza entre “indios
cristianos” –verdaderos y blancos– contra chapetones e indios “ateos y rabinos”, es decir,
en última instancia, una lucha político-religiosa más que un enfrentamiento étnico.
67 Otro documento encontrado en el mismo expediente, una carta de Francisco Zapata a
Joseph Durán fechada en de julio de 1810, muestra otros fundamentos que llevaron a la
conspiración: la idea de que el reino de España ya no tenía salvación, que el Rey legítimo
había muerto y que, por lo tanto, era “tiempo de defender la Santa Fe católica que se halla
ya muy amenazada y abatida por judíos”49.
Primeramente se servirá avisar sobre algunas instrucciones del General
Gubernativo de Buenos Aires que en copia se servirá mandarlas para acá y se ignora
porque sabe que en aquella capital han preso al Virrey Cisneros y a todos los
183

mandones puestos por los reyes de España, respecto de que esta se halla ya
enteramente perdida y por esto se ha declarado este nuestro reino por republica.
68 En el mismo documento, los cabecillas de los conspiradores: Cáceres, Titichoca y Jiménez
Mancocápac, se consideraban a sí mismos como buenos y fieles vasallos del Rey; mientras
que los que se hallaban conspirando contra las legítimas autoridades eran más bien el
presidente de la Audiencia, Vicente Nieto; el intendente de Potosí, Francisco de Paula
Sanz; y los obispos de Chuquisaca y de La Paz, quienes se habían aliado con algunos
subdelegados, caciques, curas “y algunos criollos traicioneros” en contra de los hombres
que venían de Buenos Aires. Los conspiradores esperaban que hasta diez mil personas de
La Paz y Charcas se unieran a ellos en defensa de los porteños. En este punto, es lógico
pensar que los diez mil hombres serían las tropas indígenas dirigidas por los tres jefes de
la conspiración, situación que se ve con claridad en el siguiente punto de la carta que
dice:
Ítem. A los indios Capitanes enteradores, o curas y demás cedulas de la extinta
[mita] Se les debe hacer dar los versos que van glosados a su favor, y lo mismo a los
demás naturales de Pacajes, Omasuyos, Chucuito, Puno etc. haciendo copiar muchos
de su tenor y se les mande entender con un lenguaraz, especialmente en el partido
de Porco para que se apronten a reunirse con los 1500 soldados que vienen a
nuestro favor que están prontos a cumplir el contenido del plan, que un José de tal
les ha de llevar entro de 25 días a mas tardar y no hagan caso de los que los curas, y
el subdelegado les dijeren algo; que para desprisionar a dichos indios son bastantes
los citados versos que corren con no. 4 los que deben servir igualmente para los de
Corque, Andamarca, Poopo, Toledo, Challapata, Challacollo, Guari, Condo Condo,
Quillacas, Culta y otros pueblos que deben entrar unos en la mita y otros con
comercio en la Villa, encargándoles el sigilo que solamente refundan la voz, a
hombres que sean de secreto; que no traten delante de mujeres, ni muchachos
párvulos ni se confíe a indios de vecinos hasta que se les avise, pues se les sigue
beneficio a ellos y a todos50.
69 Tal parece ser que, ya en este momento, una de las primeras acciones de la conspiración
sería la organización de una insurrección general en favor de los porteños y que parte de
la misma debería ser el levantamiento de los pueblos de indios. Esto fue lo que sucedió
con el pueblo de Toledo los días 30 y 31 de julio. De acuerdo con Marcos Beltrán Avila:
La indiada del Toledo, que constaba, según documentos, de dos mil indios más o
menos, se alborotó en tal forma, que hizo consentir había llegado el momento de
estallar la sublevación preparada. Los alcaldes detuvieron a los indios que quisieron
irse a sus estancias, con el pretexto de que tenían que comunicarles un importante
auto. El alcalde Santos Colque, uno de los principales conjurados, que había llegado
a Toledo el 27 de julio, era quien movió a los demás alcaldes, y daba noticias de que
el personaje tan esperado por los indios, debía llegar esos días, y no era otro que
don Manuel Victoriano Titichoca51.
70 Sin embargo, ya para ese momento, la conspiración había sido develada, Cáceres fue
apresado y los otros cabecillas se habían dado a la fuga. El 21 de julio, un informe de la
Audiencia daba cuenta del hallazgo de la conspiración indígena, dirigida por Jiménez
Mancocápac y ordenaba la detención de los cabecillas:
Siendo de la mayor importancia el real servicio tranquilidad publica y seguridad de
todo el reino la prisión del prebendado de esta santa Iglesia don Andrés Ximenez
Mancocápac principal mancomunado con el reo Juan Manuel Cáceres prófugo de La
Paz y sentenciado en rebeldía a pena capital con el nuevo plan de rebelión que iban
formando hará usted las mas vivas eficaces y reservadas diligencias para su
aprehensión y en caso de lograrlo remitirlo a esta ciudad con la mayor seguridad a
con la competente custodia: dicho Mancocápac hizo fuga de esa el 13 del corriente
184

(julio) a pesar de las más vivas diligencias que hicieron mis oficiales para su arresto.
La filiación de él es alto de cuerpo, espalda ancha, color trigueño ojos grandes, nariz
abultada, un mirar caído anda regularmente con pantalón negro y a veces blanco,
medias botas, capa azul, sombrero redondo.
71 El informe exponía también que los autores de los pasquines analizados ya anteriormente
eran estos mismos conspiradores y detallaba el amplio espacio geográfico que la
conspiración había cubierto. Según el informe de la Audiencia:
...en esta causa se ha descubierto los autores de los pasquines y anónimos dirigidos
a esta provincia y demás ciudades del reino igualmente que el plan horroroso y
sanguinario de rebelión que habían formado y hallándose siguiendo la causa contra
el reo Cáceres preso en esta resultan complicados en ella el mencionado
Mancocápac, Hipólito Landaeta con el nombre supuesto de Carlos Duran, Cavino
Estrada también con el nombre supuesto de José Cuellar, Casimiro o Rafael Irusta, el
escribano Mariano Prado de La Paz que se le extrañó para siempre de dicha ciudad
por el señor Coyeneche; el padre de dicho escribano Miguel Quenallata, natural de
Coroico sentencia(do) a horca en rebeldía por dicho señor, Eusebio Cayoso de la
Peña y Lillo también complicado en dicha sentencia, un Pedro que ha sido pedáneo
de Pacallo, un tal Balboa hijo del cacique de Laja ya difunto, el doctor don Cavino
Calderón y Manuel Titichoca, cacique que fue de Toledo; otros mas resultan y son
los prófugos de esta ciudad: Dr. Juan Manuel Lemoine, Doctor don Francisco Vidal,
Doctor Don ¡Mariano Serrano, Doctor don Pedro Ignacio de Rivera y Patricio
Malavia...52
72 De acuerdo con la cita anterior, la conspiración dirigida por Jiménez Mancocápac se
extendía desde los Yungas paceños, donde se halla el pueblo de Pacallo, a todo el altiplano
de La Paz, Oruro y Potosí. Al mismo tiempo, los cabecillas pertenecían a diferentes grupos
sociales, desde los criollos abogados de Charcas, hasta las autoridades locales de los
pueblos y las autoridades indígenas como Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca y el
hijo del cacique Balboa, de Laja.
73 ¿Cómo podemos catalogar esta conspiración? ¿Se trata de un movimiento de carácter
netamente indígena o, por el contrario, presenta más bien propuestas generales para
todos los habitantes de Charcas? Para responder a estas interrogantes es importante
tener en cuenta diversos aspectos como los objetivos, los cabecillas, la forma de
organización y las estrategias de comunicación y de lucha.
74 Sobre los objetivos, resumidos en los puntos del Interrogatorio que resulta a favor de los
indios en general, se ve que se centran casi exclusivamente en tres de los temas de conflicto
exclusivamente indígenas como eran el tributo, la mita y la elección de sus autoridades.
En el primer punto, es interesante notar que no se oponen al pago del tributo en sí, al que
consideraban legítimo como parte de un pacto con la corona y el Rey, sino que se oponen
a pagarlo a quienes se hallan usurpando el lugar del Rey. En esta visión se percibe
claramente la diferencia que había entre la posición de los autores del interrogatorio y la
propuesta elaborada poco después por los porteños, específicamente por Juan José
Castelli, para quien el mismo pago del tributo implicaba ya una relación de inequidad y
vasallaje que se contraponía con los principios de la modernidad que defendía. De esta
manera, la propuesta del interrogatorio se acerca más a una posición indígena y
tradicional y no a una propuesta de modernidad como la defendida, por ejemplo, por
algunos participantes de los movimientos juntistas53.
75 Sobre el tema de la mita, el interrogatorio muestra también un principio ligado a la vida
indígena, aunque respecto a este punto no manifiesta una visión diferente a la que se
proponía en los círculos criollos. Para ambos, el sistema de la mita era injusto y
185

discriminatorio para los indígenas. La mayor distancia entre las propuestas criolla e
indígena, que es evidente en el interrogatorio, es la referente a las formas de elección de
las autoridades, ya que mientras en el interrogatorio se expone el pedido de que sus
autoridades sean nombradas de una forma aceptable por los miembros de la comunidad,
los movimientos criollos se dirigen más bien a lograr un sistema de representación a
través de elecciones, reivindicación que no es asumida en el interrogatorio. Desde este
punto de los objetivos, por lo tanto, podemos decir que, aunque aparecen elementos
comunes para toda la población, la mayoría de los objetivos son específicos para los
indígenas.
76 Sobre el segundo punto, el de los cabecillas, el análisis es también complejo, ya que no se
trata de ubicar a estos personajes en uno u otro grupo según sus apellidos o inclusive sus
funciones. Desde un punto de vista simplista, podríamos decir que mientras Jiménez de
Mancocápac era étnicamente un mestizo, lo mismo que Cáceres o Irusta, que Titichoca era
un indígena originario y que, finalmente, Lemoine o Serrano eran criollos; llegaríamos así
a la conclusión de que se trataba de un movimiento que abarcaba a toda la población. Sin
embargo, para aclarar este punto es muy importante desentrañar la compleja red de
relaciones que envolvía a este grupo de cabecillas, sus roles y sus contactos.
77 Según los documentos oficiales, el cabecilla de la conspiración era Jiménez de
Mancocápac, un personaje por demás enigmático al ser aparentemente un noble indígena
mestizo o amestizado que obtuvo el cargo no desdeñable de prebendado de la catedral de
La Plata; se trataría, por lo tanto, de una figura bisagra entre el mundo indígena –con el
que se hallaba ligado ya desde el apellido– y el sistema colonial, tanto secular como
eclesiástico. La descripción de su apariencia o identikit para lograr su captura nos muestra
también a una persona de rasgos indígenas: color trigueño, nariz abultada; pero
amestizado: pantalón negro o blanco, capa y sombrero.
78 El grupo de Cáceres presenta también una composición étnica y cultural variada. Junto a
él se hallan varias autoridades menores de los pueblos como el subdelegado Gavino
Estrada, el escribano Del Prado o el alcalde pedáneo de Pacallo, I lipólito Landaeta,
miembro de una familia criolla de La Paz; el “cholo” Calderón (como lo llamará
posteriormente el presbítero Mariaca); y miembros de la élite indígena como el hijo del
cacique de Laja Eustaquio Balboa54. Finalmente, se halla también, y como una figura
central, el cacique Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca, miembro de una familia de
la élite indígena del pueblo de Toledo. Los cabecillas, entonces, pertenecen a diversos
grupos sociales, aunque existe entre todos ellos un punto en común, que es su vinculación
con los pueblos de indios y con el área rural.
79 El anterior aspecto se ve con mayor claridad al analizar la forma de organización y las
estrategias de lucha. Por lo que se puede extraer de la documentación encontrada, la
conspiración se hallaba organizada en varios grupos que debían recorrer el área rural
tomando contacto con las autoridades indígenas, como los capitanes de mita; la
información debía hacerse oralmente por medio de un lenguaraz y debía evitarse hablar
tanto con las mujeres y niños como con los vecinos de los pueblos. Esto significa que las
estrategias se dirigían específicamente a la población indígena y que los vecinos mestizos
eran considerados como poco fieles a la conspiración. En resumen, desde nuestro punto
de vista podemos afirmar que, más allá de la pertenencia étnica de algunos de los
cabecillas, la conspiración giraba en torno a un movimiento indígena que podía
relacionarse con otros estamentos, pero buscaba lograr sus propios fines. Se trataba,
entonces, de una alianza estratégica más que de una lucha en común.
186

80 Los informes provenientes tanto de la Audiencia como del Cabildo de Oruro del mes de
julio de 1810 hacen ver que para ese momento los hechos se habían precipitado; por un
lado, la conspiración había sido ya descubierta y los cabecillas –con excepción de Juan
Manuel de Cáceres, que había sido apresado en Chuquisaca– habían escapado hacia la
región de Oruro; por el otro lado, y confirmando en parte el hecho anterior, los indios del
pueblo de Toledo, que sumaban cerca de 2.000, se habían sublevado bajo la dirección de su
alcalde Santos Colque, esperando la llegada de su cacique Titichoca y del jefe de la
conspiración Jiménez de Mancocápac. La situación era confirmada también por el
subdelegado de Paria, don Mariano Taborga, quien en carta al Presidente de la Audiencia
fechada el mismo 30 de julio le decía:
Con motivo de aquellas ocurrencias informé a vuestra señoría repetidas veces y
ahora lo hago nuevamente sobre la falta absoluta de auxilios y fuerzas para
mantener la tranquilidad pública y castigar a los sediciosos la cual me ataba de pies
y manos aún para proceder a la prisión de los cómplices de Titichoca y se hallan
suspensas hasta ahora por este defecto para no aventurar la acción en un pueblo
revuelto en que aquel malévolo ha sembrado la cizaña de la sugestión y altanería
(...) es imposible lograr la aprehensión de los delincuentes seductores que asomen
por mi territorio y se hallan según V.S. me lo anuncia refugiados en estas
inmediaciones circundando en esta mi provincia, para fijar en ella el domicilio y
centro de sus comunales miras55.
81 La preocupación de las autoridades de la Audiencia y del Cabildo de Oruro por la
sublevación de Toledo era grande. Por el lado del Cabildo, se solicitó ayuda a Cochabamba,
que envió tropas dirigidas por Francisco del Rivero con el objetivo de evitar que los
sublevados tomaran la ciudad; por parte de la Audiencia, se ordenó al Subdelegado de
Paria que proceda a la detención de los cabecillas ofreciendo recompensa por su captura:
“Prevengo a usted que siendo de la mayor importancia la prisión de estos individuos
podrá usted ofrecer 500 pesos al que entregare al prebendado Mancocápac, 100 pesos por
el cacique Titichoca y 50 pesos por cualquiera de los otros individuos en el nuevo plan de
rebelión para que el interés haga más efectiva la prisión de todos o algunos de los citados”
56. Finalmente, Nieto prevenía al cabildo de Oruro lo siguiente:

Estoy cierto que el famoso Titichoca se halla en compañía de Mancocápac en el


pueblo de Saucarí seis leguas de Toledo con la tropa dicha ya V.S. no tendría temor
y podría hacer la aprehensión de estos ofreciendo a la persona que presentare a
algunos de ellos vivo o muerto a 500 pesos y con este cebo público por bando no
dudo que los mismos naturales los aprehendan y entreguen. En ello se interesa toda
la nación y el Rey y a su nombre con protestas por su eficacia de hacerlo presente
en las superioridades57.
82 La persecución de Mancocápac y Titichoca se prolongó hasta el mes de septiembre y se
amplió hasta el partido de Tarapacá, donde Victoriano Titichoca tenía parientes. En la
premura por encontrar a los prófugos se ordenó inclusive el apresamiento de la esposa de
Titichoca en Toledo, pero todo ello fue inútil.
83 Aparentemente, la sublevación había sido controlada y sus cabecillas se hallaban presos o
prófugos; sin embargo, el triunfo de Suipacha y la llegada del primer ejército auxiliar
porteño a Chuquisaca hicieron que resurgiera. Cáceres fue liberado en Chuquisaca y se
conoce que acompañó con sus huestes a Juan José Castelli y los suyos en su avance hacia
Oruro y el Desaguadero. En cuanto a Titichoca, se sabe que su cargo como cacique de
Toledo y Sicaya le fue devuelto por órdenes del mismo Castelli58.
84 El apoyo que recibió el ejército auxiliar por parte de los indígenas, bajo las órdenes de
Cáceres, fue definitivo en aspectos como el transporte de pertrechos, el envío de
187

alimentos y forraje para el ganado, y el servicio de información entre una región y otra 59.
De acuerdo con Luis Paz, Cáceres se mantuvo como fuerza de apoyo y a la expectativa en
Ayo Ayo y Calamarca. Dice Paz sobre la actuación de Juan Manuel de Cáceres:
Las ideas y proyectos con que Cáceres seguía el ejército de la patria, eran muy otras
que las de apoyarle. Se proponía trabajar por su cuenta, sublevar a los indios, venza
quien venciere, caer con ellos sobre el ejército victorioso, restablecer el imperio de
los incas, proclamarse él sucesor de éstos, y entrar así en una guerra de castas. Era
un segundo Tupac Amaru sin sangre real60.
85 Luego de la derrota del ejército porteño en Guaqui surgen dos versiones contrapuestas
acerca de la actuación de los indígenas. Algunos historiadores sostienen que los abusos
cometidos por los miembros del ejército auxiliar provocaron la reacción del “pueblo” –sin
aclarar si se trata de los vecinos de los pueblos o de los indígenas de los ayllus–, que los
persiguieron hasta más allá de Potosí; otros autores, por el contrario, hablan del apoyo de
algunos grupos indígenas a la retirada porteña61.
86 Ya sea que los indígenas apoyaran o no la retirada porteña, queda claro que los
participantes en la conspiración anterior no se disgregaron luego de la derrota de Guaqui;
por el contrario, los documentos hacen ver que frente al retroceso de las tropas de
Balcarce y Castelli, y el retorno de las tropas cochabambinas a los valles, fueron los
grupos indígenas los que mantuvieron la insurgencia en toda la región altiplánica. Si bien
desaparecen de los documentos oficiales, los nombres de algunos de los cabecillas como
Jiménez de Mancocápac, Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca y Juan Manuel de
Cáceres continúan como caudillos de la sublevación indígena que se extendió hasta
ocupar un amplio espacio geográfico: desde las provincias altiplánicas del Perú hasta las
cabeceras de valle de la Intendencia de Cochabamba.
87 Esta segunda etapa del movimiento indígena, que duró casi un año –mediados de 1811 a
mediados de 1812– tuvo tres escenarios principales: el altiplano paceño, la ciudad de La
Paz y los valles de Arque y Sica Sica. A estos escenarios se sumaron otras regiones ya
comprometidas anteriormente, como el norte de la región de Oruro. El objetivo central de
la sublevación fue cortar el paso entre la frontera del Desaguadero y la ciudad de Potosí,
donde se había instalado el ejército virreinal dirigido por José Manuel de Goyeneche.
88 Las primeras acciones de esta segunda etapa de la sublevación se dieron en Caquiaviri,
capital del partido de Pacajes (Intendencia de La Paz), donde, según una carta del
Subdelegado de Chuchito Tadeo Gárate, el “movimiento de indios” había matado al
cacique don Antonio Gutierres y había tomado presos al recaudador del tributo de San
Andrés de Machaca, don José Urbina y al Justicia Mayor don Francisco Lazarte, además de
robar 12.000 pesos del ramo de tributos62. De acuerdo con el mismo documento, los otros
pueblos de la región seguían el ejemplo de Caquiaviri y algunas autoridades étnicas, como
el cacique Guarachi, recaudador de Jesús de Machaca, solicitaban ayuda de las tropas
virreinales.
89 Pronto se vio que no se trataba de un levantamiento esporádico y local, sino que existía
una organización más amplia que planeaba un movimiento envolvente alrededor de la
ciudad de La Paz, al parecer su principal objetivo. Así, el mismo día se recibió en Puno
otra carta del gobernador intendente de La Paz, Domingo Tristan, escrita el 9 de agosto,
que daba cuenta del movimiento de un grupo de 900 cochabambinos que por la ruta de
Suri e Irupana (Yungas de La Paz), avanzaban hacia la ciudad para rodearla. Como
respuesta, se ordenó el acuartelamiento de las tropas de todo el partido y la convocatoria
de más hombres de la región de Azángaro para organizar la defensa.
188

90 La sublevación se amplió rápidamente por toda la región. Para el 12 de agosto las noticias
daban cuenta de levantamientos de los indios de Omasuyos, al norte del Titicaca, y de
Cohoni, Río Abajo de la ciudad de La Paz. En los dos casos, “habiendo ocurrido otras
muertes y embarazando con violencias, y extorsiones a los transeúntes”63. Para Domingo
Tristán, intendente de La Paz, “la seducción ha(bía) trascendido a todos los Partidos de
esta comprensión”.
91 El cabecilla del levantamiento de Cohoni era un cholo llamado Bernardo Calderón, natural
de La Paz y de “baja esfera”64, quien había asegurado ser comisionado de don Francisco
del Rivero, gobernador e intendente de Cochabamba, noticia con la que se confirmaba la
relación existente entre los indígenas y los cochabambinos, y la existencia de un plan
cuidadosamente preparado para impedir el avance de las tropas virreinales65.
92 La ciudad se preparó para el asedio: se empezaron a construir trincheras y pabellones en
las bocacalles, se abandonaron los barrios de San Sebastián, San Francisco, San Pedro y
Santa Bárbara “por ser absolutamente imposible de defenderlos”66. Al mismo tiempo, el
recuerdo del cerco a La Paz impuesto por Túpac Katari en 1781 movía a que la población
tomara todas las previsiones necesarias.
93 El 14 de agosto se inició el cerco, relatado por el presbítero Mariaca en los siguientes
términos: “El día 14 de agosto, no estando concluidas todavía las trincheras, se avistaron
dos campamentos de indios: el uno en el cerro de Pampajase, distante una legua y el otro
en su faldío inmediato al río Orcoavira, apartado de la ciudad cosa de medio cuarto de
legua”67.
94 A partir de ese día, y durante 45 días, la ciudad vivió los avatares del asedio. Según el
diario de Mariaca, los ataques indígenas fueron casi diarios y murieron muchas personas,
sobre todo mujeres y niños en las calles y en la fuente de San Juan de Dios, único lugar
donde llegaba el agua. Durante las salidas de las tropas fuera del cerco, se perdieron
también muchas vidas en manos de las huestes indígenas. A lo largo de los días, los
sublevados enviaron dos o tres veces mensajes exigiendo la rendición de la ciudad. Uno de
estos acercamientos, relatado por Mariaca, nos permite analizar la conformación social de
los sublevados. El relato dice:
El 10 (de septiembre) bajaron bastantes indios, unos a pie y otros de a caballo con
sables desenvainados; dos cholos se adelantaron indicando traer aviso, respuesta o
embajada, y figurándose cochabambinos, entregaron a los presbíteros Aranda,
Arteaga y Osorio, que saliesen al alto de San Francisco cinco pliegos, los dos para el
gobierno, y los demás para los cabildos eclesiásticos, secular y prelados regulares. El
uno para el gobierno firmado por Bernardo Calderón, titulándose comandante
general de armas, y el otro por los menos principales, y a nombre de los respectivos
cuerpos en la forma siguiente: Por el comandante de Sapahaqui don Mateo Quarete,
Alejandro Alborta, por el comandante Manuel Colque Guanca. Por el comandante
Julián Sulcalla; por el comandante Eugenio Contreras; por el comandante Javier
Guachalla; a ruego del comandante comisionado por el señor Rivero: Simón
Fernández68.
95 Como puede verse en el texto anterior, la participación de los indígenas era general.
Destacan en el mismo las autoridades de varias regiones de la Intendencia de La Paz como
Calderón de Cohoni, Quarete (o Cuariti) del valle de Sapahaqui, Guachalla, posiblemente
de Pucarani, pueblos ubicados en los partidos de Sica Sica y Omasuyos, además de varios
otros que no podemos ubicar. Sin embargo, a pesar de la presencia indígena mayoritaria,
los sublevados buscaban mayor fuerza al mostrarse relacionados con los grupos
insurgentes de Cochabamba y con su caudillo, Francisco del Rivero.
189

96 Mientras en La Paz se mantenía el cerco, Manuel Quimper, intendente de Puno, decidió


fortalecer el ejército virreinal desde esta ciudad con dos objetivos claros: el primero,
controlar la subversión para evitar que se cierre el paso hacia Potosí, donde se hallaba
Goyeneche; y el segundo, fortalecer los puestos del Desaguadero y Huancané para evitar
que la sublevación pase las fronteras entre el Alto y el Bajo Perú. Para ello solicitó que
desde el Cusco, capital de la Audiencia, sean envados nuevos contingentes.
97 El 28 de septiembre, las tropas de Pedro Benavente y José de Santa Cruz y Villavicencio,
que habían marchado desde el Desaguadero, lograron ingresar a la ciudad con una tropa
pequeña de 300 fusileros y 400 ó 500 lanceros con cuatro cañones. Los indios, cuyo
número se calculaba en unos 12.000, prosiguieron en las inmediaciones de la ciudad unos
20 días más hostigando a la población, atacando en la noche, robando las ínulas de la
tropa y disparando balas de cañón y fusil, hasta que el 18 de octubre llegó el ejército
virreinal, comandado por el comandante Lombera, que logró finalmente romper el cerco.
98 Durante el mes de septiembre, al mismo tiempo que se cercaba La Paz, las tropas
indígenas expandieron la sublevación a diferentes regiones de la Intendencia de La Paz,
con el claro objetivo de impedir el movimiento de tropas virreinales desde el
Desaguadero. De acuerdo con un informe elaborado por Pedro Benavente, sobre la base de
testimonios indígenas, “las comunidades de los pueblos de Curahuara, Callapa, Ullulloma,
Calacoto, Santiago y Caquiaviri (del partido de Pacajes), se ha(bía)n replegado, en el dicho
pueblo de Machaca (Jesús de Machaca), y ha(bía) ya el número de tres mil y más indios” 69.
El comandante de este ejército era un indio principal llamado Julián Poma, colocado en
esa posición por el “seductor Escribano Cáceres”. El plan de los sublevados era invadir el
puesto del Desaguadero y convocaron a los indios de Guaqui, Tiwanaku y Taraco,
(localidades pertenecientes a la orilla este), así como a los de Guacullani y Zepita (situadas
en el margen oeste), para “pillarnos al medio”, como decía Benavente.
99 Según otro oficio, la “general convocación” realizada por Cáceres se ampliaba también a
Juli, donde su comandante se decía nombrado por los insurgentes, a Zepita, donde se
había encontrado una proclama subversiva, y a Copacabana70. Más al sur, el camino que
iba desde Arica al interior se hallaba también controlado por los insurgentes, los indios de
“Pacajes, Calacoto y demás pueblos”, lo que hacía imposible comunicarse con el ejército
de Goyeneche, que se hallaba en Potosí y Cochabamba71. Frente a esta situación, Quimper
decidió avisar de forma urgente a la Audiencia del Cusco y al Virrey para que “en lo
posible abrevie la marcha del digno Coronel Pomacagua”72.
100 El avance del batallón de naturales del Cusco, comandado por Mateo García Pumacagua, y
de las tropas de Azángaro, dirigidas por Manuel José Choquehuanca, se realizó a lo largo
del mes de octubre. A fines de ese mes se hallaban ya en el sitio del Desaguadero. Las
tropas de Benavente y Lombera, luego de levantar el cerco a La Paz, se dirigieron hacia
Yungas y Larecaja, quedando las tropas indígenas encargadas de perseguir a los indios
sublevados en la región altiplánica. Los de Jesús de Machaca y Caquiaviri fueron
responsabilidad de Pumacagua, mientras que los de Guaqui fueron perseguidos por
Choquehuanca73.
101 A partir de noviembre, las tropas virreinales, tanto las dirigidas por criollos como los
batallones de naturales, habían ido controlando uno a uno los pueblos sublevados en los
alrededores del Titicaca; en algunos casos por medio de escaramuzas y en otros mediante
el ofrecimiento de un indulto general.
190

102 Un tercer escenario de la sublevación se dio en la región de cabecera de valle, entre La


Paz, Oruro y Cochabamba. Luego de la batalla de Guaqui, Díaz Vélez marchó hacia
Cochabamba para fortalecer las tropas de Francisco del Rivero; sin embargo, ya
Goyeneche se había hecho fuerte en la región y los derrotó en la batalla de Sipesipe o
Amiraya el 13 de agosto de 1811. Frente a la derrota cochabambina, Esteban Arze organizó
un nuevo ejército con gente de Cliza, que retomó la ciudad el 29 de octubre. De allí partió
con sus tropas hacia el altiplano con el objetivo de tomar la ciudad de Oruro, centro de
organización de las tropas virreinales. Esta insurrección criolla, dirigida por Arze,
contaba también con el apoyo indígena, tal como informaba el Intendente de La Paz a
Manuel Quimper: “los indios comarcanos a más de estar enteramente conmovidos,
piensan invadir Oruro...”74.
103 Dos eran los grupos indígenas que apoyaban a Arze: los indios de Tapacarí (ubicada en el
camino entre Cochabamba y Oruro, y tierra de valle perteneciente a los comunarios de
Poopó) y los de Sica Sica, dirigidos por los “proterbos e infames rebeldes Juan Manuel
Cáceres y Hermenegildo Escudero, en calidad de parciales y ejecutores de los execrables
acuerdos de Esteban Arze”75.
104 Ante el avance del ejército de insurgentes desde Cochabamba hacia el altiplano, las tropas
de Pumacagua se dirigieron a Sica Sica y las de Astete a Oruro, con el fin de evitar que la
ciudad sea tomada por los rebeldes. Sin embargo, el ataque de los cochabambinos a Oruro
fracasó el 16 de noviembre76 y a partir de entonces los ejércitos virreinales de Goyeneche,
Astete, González de Socasa, Lombera, Benavente, y los ejércitos naturales de Pumacahua y
Choquehuanca pasaron a dominar el territorio.
105 A pesar del debilitamiento de la sublevación general, ésta continuó varios meses más con
acciones de hostigamiento a las tropas virreinales. No fue sino a mediados de 1812
cuando, según los informes de Goyeneche, el altiplano de La Paz y Oruro, y los valles de
Cochabamba fueron “pacificados”.
106 El análisis del proceso de la insurgencia indígena que se extendió desde los conflictos de
Toledo de fines de 1809 hasta la pacificación de 1812 nos muestra que no se trató de un
conjunto desarticulado de levantamientos espontáneos o movilizados por mestizos y
criollos que “alucinaban” a los indígenas, como aparecía en algún documento oficial, sino
de un plan político llevado a cabo por un conjunto de caudillos que movilizaron a los
indígenas en las cuatro intendencias de la audiencia de Charcas. La sublevación presentó
objetivos específicos en los ámbitos económico, social y político, mantuvo sus propios
líderes, estableció alianzas con los porteños y los cochabambinos, y planificó estrategias
relacionadas con su propia memoria histórica, como el cerco a la ciudad de La Paz. El
movimiento articuló al mismo tiempo a indígenas aimaras y quechuas, y cubrió un amplio
espacio geográfico que, en las diversas etapas, llegó a expandirse desde Puno al norte
hasta Porco (Potosí) al sur. Los partidos que se alzaron en rebelión fueron: Omasuyos,
Pacajes, Yungas y Sica Sica de la Intendencia de La Paz; Zepita y Juli de la Intendencia de
Puno; Oruro, Paria y Carangas de la Intendencia de Chuquisaca; Porco de la Intendencia
de Potosí y Tapacarí de la Intendencia de Cochabamba.

El costo de la insurgencia y el cobro del tributo


107 La participación de Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca en la conspiración y la
posterior sublevación afectó a toda su familia y a sus allegados. Su cargo de cacique al
191

momento de los levantamientos de Toledo, su persecución y la de su familia por parte de


las autoridades de la Audiencia y del Cabildo de Oruro, y la posterior reivindicación y
devolución de su cargo por parte de Castelli en abril de 1811 hicieron que luego de la
derrota de Guaqui él y toda su familia sufrieran las consecuencias del cambio de dominio
en la región. Las autoridades de la Audiencia buscaron castigar al rebelde Titichoca a
través de las leyes y del cobro del tributo que el cacique debería haber recaudado en la
zona de Sicaya. Esto fue aprovechado también por el candidato rival al cacicazgo, don
Domingo Cayoja, quien fue ubicado nuevamente en el cacicazgo de Toledo y Sicaya luego
de la caída en desgracia de Titichoca.
108 En 1812, después de que el ejército virreinal controlara la sublevación indígena, las
autoridades de la Audiencia solicitaron al cacique recaudador de Toledo y Sicaya, don
Domingo Cayoja, que entregue el dinero del tributo del tercio de San Juan de 181177.
Cayoja respondió que él no era el responsable, ya que en ese momento el cacique había
sido Manuel Victoriano Aguilario Titichoca. Cayoja decía:
De ningún modo se me debió reconvenir por el referido tercio respecto de que a mi
me removió del cargo sin motivo alguno, por continuar a Manuel Aguilario de
Titichoca quien corrió con aquel tercio en virtud del título publicado en el pueblo
de Sicaya y yo quedé con las manos ligadas para la cobranza del ya citado tercio. Ya
se ve, es verdad de que a fines del mes de octubre último me libró título para que
me encargue de aquel tercio porque Titichoca abandonó y desamparo totalmente,
recomendando a un indio nombrado Manuel Mamani. No pude usar del retenido
título porque acaeció inmediatamente la revolución de aquella provincia y apenas
pude recoger de manos de éste, venciendo toda la resistencia que hizo, ciento
treinta y tres pesos que me entregó a presencia del alcalde pedáneo Don Andrés
Venegas78.
109 En el mismo oficio y de una forma bastante confusa, Cayoja explicaba que debido al
abandono de Titichoca a su cargo, el subdelegado Sánchez de Velasco lo había nombrado
nuevamente cacique recaudador, pero que en enero de 1812, en una avanzada de las
tropas de Cochabamba, el caudillo Esteban Arze le había obligado a entregar el monto del
tributo cobrado “con la fuerza que tenía, amagos que me hacía de quitarme la vida”. A
esto concluía que “...bajo de estos principios se ve que yo no estoy obligado a pagar la
culpa y omisión de Titichoca, y sus encargos quienes debieron entregar a su oportuno
tiempo acostumbrado en este juzgado todo el dinero de aquel tercio, y no que por su
negligencia y descuido causo el que Arze se llevase la cantidad referida”79.
110 La disputa por el poder entre Titichoca y Cayoja resurgía en este momento por el tema del
cobro del tributo. El segundo aprovechó la caída en desgracia de su oponente para
solicitar que se embarguen los bienes de Titichoca, criticando al mismo tiempo a las
autoridades subalternas de la etapa de la insurgencia por reponer al rebelde Titichoca en
su cargo de cacique, “a pesar de que era indigno de observarlo por hallarse procesado
criminalmente”80.
111 El nombramiento a Domingo Cayoja como cacique recaudador dejaba claramente
establecido que el tributo debía ser entregado puntualmente, aclarando que la Junta
rebelde de Cochabamba y sus caudillos –que seguían los principios de la junta porteña– no
tenían facultad para extinguir ni modificar el tributo y que “aún cuando se hubiese
extinguido por legítima autoridad, se ha(bía)n hecho indignos del beneficio por haber
concurrido a la insurrección de la dicha provincia”81.
112 El anterior párrafo muestra la forma en la que el tributo modificó su esencia. Según las
instrucciones, dejaba de ser un pago por el vasallaje y pasaba a ser considerado, al menos
192

por el subdelegado, como un castigo a los indígenas de Sicaya por su participación en la


insurgencia. Este cambio en la concepción del tributo es fundamental para entender los
conflictos posteriores que se dieron por el cobro del mismo. No se trataba, de acuerdo con
esta nueva visión, de mantener un pacto de reciprocidad a través del tributo, sino de una
forma oculta de reprimir la insurrección, obligando a los pueblos que habían participado
en ella a pagarlo como una forma de castigo. Esta posición, al mismo tiempo, permitía
mantener el tributo, más allá de su legalidad y legitimidad, en una región donde la gran
cantidad de población indígena lo hacía indispensable para el mantenimiento del
gobierno, de la iglesia y del ejército en campaña.
113 Las autoridades ordenaron el embargo de los bienes que Manuel Victoriano Titichoca
tenía en el pueblo de Toledo, acción que se ejecutó en diciembre de 181282. Al año
siguiente, cuando Titichoca ya había muerto, las autoridades virreinales, representadas
por el defensor de naturales, conminaron al padre del fallecido cacique, Roque Titichoca,
a que cancele la deuda del tributo. Amenazaron con embargar sus bienes, solicitando al
mismo tiempo que se perdone a Domingo Cayoja por la cantidad que había sido obligado a
entregar a Arze, con el argumento de que “es justo se le abone al infeliz natural que dice
(fue) amagado, y acribillado para la entrega de los dichos ciento treinta y tres pesos a
presencia de la prepotencia...”83.
114 La importancia del dinero procedente del tributo era tal que la solicitud del protector de
naturales no fue aceptada, estableciéndose que tanto Titichoca como Cayoja eran
responsables del cobro del tributo. Frente a esta posición, Domingo Cayoja utilizó una
nueva estrategia para librarse de las responsabilidades que implicaba el cacicazgo: arguyó
que el nombramiento de cacique había sido aceptado por su apoderado sin su aprobación
y que por lo tanto no era legal, ya que estos cargos debían ser aceptados y jurados
personalmente. Cayoja percibió que el cargo de cacique era en ese momento una
verdadera trampa, ya que implicaba únicamente obligaciones y ninguna ventaja. Este fue
un elemento más en la profundización de la crisis del cacicazgo en la región de Oruro.

Tributo, guerra y luchas por el poder


115 El caso analizado anteriormente, sobre la situación del cacique Cayoja frente al pago del
tributo, no fue un hecho aislado, sino algo común en un momento en que la crisis del
cacicazgo se manifestaba continuamente con luchas internas por el poder. En estas
coyunturas, las posiciones políticas contrarias y las fidelidades a uno u otro bando eran
aprovechadas para dirimir tensiones por el poder dentro de los pueblos y las
comunidades. Uno de estos casos ocurrió en el pueblo de Peñas entre 1811 y l813, su
análisis puede ser útil para comprender mejor las estrategias de ubicación y reubicación
del poder indígena en medio de la guerra.
116 En 1811, en momentos en que la región era controlada por las tropas porteñas de Balcarce
y Castelli, se presentaron a las autoridades de la ciudad de Oruro varios indios tributarios
del pueblo de Peñas y Condorapacheta, quienes, a nombre de “los demás indios de la
comunidad”, presentaban una solicitud para que se le quite el cargo de cobrador de
tributos al jilaqata Martín Alejandro, “por ser traidor a la religión y patria”. Los
acusadores pedían que se aprese al acusado, para lo cual ofrecían nombrar un
comisionado para que lo busque en los alrededores de la ciudad de Oruro, donde
Alejandro había huido, aparentemente para escapar del arresto. Al mismo tiempo, los
comunarios pedían a las autoridades de la ciudad que se nombre como cobrador y cacique
193

gobernador “a Don Diego Villanueva, o a su hijo Ignacio por ser descendientes de


caciques, y en tercer lugar a Manuel Apasa porque no conviene ni debe ejercer empleos,
semejante traidor, y cruel vengativo...”84.
117 En ese momento, se acusaba a Martín Alejandro de estar en contra de la Suprema Junta de
Buenos Aires, de anunciar las batallas victoriosas de las tropas reales –“aquellos
sarracenos”–, de enviar bailarines con sus trajes y ropajes a recibir a las tropas del Rey, de
entregar víveres y cabalgaduras al ejército que se dirigía a Suipacha y de expresar que el
jefe legítimo era Goyeneche y no el “señor Vocal” (Castelli). En otras palabras, Martín
Alejandro era acusado en 1811 de ser traidor a la Junta Gubernativa y favorecer al partido
del Rey.
118 Detrás de las acusaciones de traición se ve claramente que se encuentra un conflicto entre
las autoridades de la comunidad y una lucha por el cacicazgo, que era utilizada
hábilmente por los indios tributarios, que argumentaban la ilegitimidad de Martín
Alejandro como cobrador y le acusaban de estar a favor del Rey en un momento en que
era políticamente correcto estar con las tropas porteñas que controlaban la región.
119 El fondo de la disputa puede ser comprobado un año después, cuando ya las tropas del
Rey habían retomado el control de la región. Martín Alejandro fue apresado, entregado al
alcalde pedáneo de Hurmiri, y conducido a la Villa de Oruro para ser juzgado nuevamente
por traidor. El oficio decía:
El dicho Martín Alejandro es uno de los mayores alzados que hay en Peñas,
nombrado por el insurgente Centeno de los rebeldes de Chayanta; 1° capitán el, y el
Basilio Centeno de Peñas, maestro de postas, de este referido Tambo de Peñas. Los
cuales han sido causa de que todos los indios de ese Tambo, los hayan llevado a la
angostura a detener las tropas del rey forzando contra su voluntad a los pobres
indios para que mueran a manos de los soldados, como que en efecto han muerto
seis por causa, de dichos capitanes, y así es preciso que mueran como padre, de la
republica, y nuestro juez mire por nosotros, pues estos dos hombres han sido causa
de todos los robos así de comidas y de ganados comiendo ellos el sudor de estos
miserables indios, y no será razón que queden sin castigo, para ejemplar de otros,
en lo sucesivo85.
120 Según el párrafo anterior, Alejandro era acusado y apresado esta vez por estar aliado con
el insurgente Centeno, es decir, por pertenecer al partido de los porteños, que en ese
momento se hallaban organizados en la región de Chayanta. Además, se lo acusaba de
robar comida y animales para alimentar a los insurgentes y forzar a los indios de Peñas a
que “den una derrama” para el auxilio de las tropas porteñas.
121 Por todo lo anterior, queda claro que el objetivo de la acusación era mostrar de cualquier
manera que Martín Alejandro era un traidor, no importando la causa que traicionaba, ya
sea la de los porteños en un primer momento o la del Rey posteriormente; por lo tanto, no
podía continuar como autoridad de la comunidad.
122 La defensa de Alejandro, por su parte, resume la posición que muchos indios tomaron
frente al paso de tropas por su territorio. Argumentaba que el caudillo Centeno le había
obligado a seguirlo hasta Chayanta cuando se hallaba trabajando tranquilamente sus
tierras, pero escapó de allá en cuanto pudo. Mostraba, además, la contradicción existente
en las dos acusaciones anteriores y argüía que el fondo del problema era la enemistad que
tenía con Santos de la Cruz, quien lo calumniaba de ser cómplice del insurgente Centeno.
123 A partir del análisis del caso anterior, podemos aseverar que es muy probable que Martín
Alejandro haya apoyado de forma estratégica inicialmente a Goyeneche en su avance
194

hacia el sur y posteriormente al insurgente Centeno en Chayanta, todo esto con el


objetivo de ubicarse correctamente al lado del quien él consideraba iba a ser el vencedor,
o junto al que dominaba en ese momento la región, con lo que se puede comprobar la
ubicación política fluctuante de muchos indígenas que, frente a poderes armados mucho
más fuertes que los que ellos podían tener, optaban por aliarse con ellos para evitar
mayores daños para sí y para su comunidad. Lo mismo ocurre, por otro lado, con los
acusadores de Martín Alejandro, que aprovechan cada coyuntura para acusarlo de
traidor, también con una estrategia de apoyarse en el grupo vencedor para lograr su
objetivo último: expulsar a Martín Alejandro como autoridad de la comunidad y colocar
en su lugar a un candidato propio al que consideraban con mayor legitimidad por ser
descendiente de caciques.

Tributo abolido y reimplantado


124 Otro espacio de poder que tuvo que ser negociado entre las autoridades virreinales y las
autoridades indígenas del Alto Perú fue el del cobro del tributo en momentos en que éste
había sido abolido por las Cortes de Cádiz. Si bien Abascal se vio forzado a cumplir lo
establecido en Cádiz a nombre del rey Fernando VII, era consciente de la necesidad de
seguir cobrando el tributo para el mantenimiento del ejército y, por ende, de su propio
régimen. Al no encontrar, otro rubro que diera el mismo beneficio, empezó a buscar un
consenso para poder reimplantarlo86. Como se trataba de un tema que tocaba
directamente a la población indígena y a sus autoridades, fue necesario establecer
contacto con éstas para que la medida de la reimplantación del tributo pudiera tener
algún viso de legitimidad. Para las autoridades virreinales, la sustitución del tributo por
un impuesto general podía más bien perjudicar a los indios, que de esta manera deberían
pagar otros impuestos como las alcabalas; consideraban además que el nombre de tributo,
que reflejaba una relación de vasallaje, podría ser modificado por el de contribución para
tener mayores opciones de aceptación por parte de los indígenas; además, que con el
cambio de nombre no afectarían las disposiciones de la metrópoli. Finalmente, se definió
que las comunidades y ayllus podrían elegir si pagaban la ahora llamada “contribución
provisional” o los impuestos que gravaban a todos los ciudadanos87.
125 Este debate y sus consecuencias tuvieron también su escenario en la región de Oruro,
donde la Cédula Real de 13 de marzo llegó a las oficinas de Cajas Reales el 7 de noviembre
de 1811, enviada por Goyeneche desde Potosí a nombre del virrey Fernando de Abascal,
ordenándose al mismo tiempo su publicación y su cumplimiento, luego del cobro del
tercio de San Juan del mismo año88.
126 Los indios sabían que el tributo ya había sido abolido, por lo que su cobro en territorio
americano se planteaba como un grave problema debido al peligro que entrañaba crear
nuevas fuentes de tensión, pero la situación se hacía aún más compleja en el territorio
militarizado del Alto Perú, donde los indígenas se hallaban en plena sublevación. Frente a
ello, las autoridades empezaron a establecer contactos con los jefes indígenas, caciques y
cobradores para lograr su aceptación de seguir pagando el tributo. En este trabajo de
convencimiento se establecieron varias estrategias, entre las que se pueden citar la
utilización de mediadores para lograr un diálogo, o la adopción de una actitud
condescendiente hacia acciones que antes hubieran sido castigadas, como la entrega de
una cantidad menor. Un caso de estos se presentó, por ejemplo, en la hacienda de
195

Huancané, doctrina de Challapata, donde el jilaqata cobrador entregó a fines de 1812 un


monto “desfalcado” en 72 pesos menor que el tributo anterior. Según el informe:
Esta falla, según expone el citado ilacata Mateo Condori, dimana por seis muertos,
por tres perdidos, el alcalde actual que no paga, Manuel Condori que tampoco ha
satisfecho por haber escrito los recibos, y Manuel López que no ha querido
satisfacer por amedallado, y otros pobres que solamente han satisfecho a veinte
reales por su atraso y no tener ni cama en que dormir89.
127 Frente a esta explicación, el protector de naturales, uno de los hombres bisagra en ese
momento, consideraba que la justificación era válida, ya que las tropas dirigidas por
Indalecio González de Socasa habían arrasado con la zona, “quedando los infelices indios
quasi al perecer”. Sin embargo, se debería averiguar si no se trataba de un fraude del
mismo cobrador que había obligado a sus indios a pagar y se apropiaba de una cantidad
para su propio beneficio, por ello aconsejaba que se enviara al alcalde pedáneo de Hurmiri
–otro de los interlocutores– para que averigüe y haga entender a los indios “que en
justicia no se ha de permitir de que los cobradores se aprovechen y engañen al rey con
pretextos ajenos a lo se comprometieron ... explicándoles a los dichos indios en su idioma
para que queden inteligenciados...”90.
128 Un desfalco en el tributo que se hubiera presentado en cualquier otro momento habría
sido causa inmediata de apresamiento y embargo de bienes del recaudador. Sin embargo,
teniendo en cuenta las diversas circunstancias como el paso de tropas y la inestabilidad
en la legitimidad del cobro, las autoridades fueron mucho más cautas para tomar
medidas, aceptando incluso el caso del indígena que no pagaba por ser amedallado. Se
trataba, entonces, de una política oficial para fortalecer la idea de la legitimidad del pago
del tributo y además de la necesidad de condenar, ante los ojos de los tributarios
cualquier abuso cometido por los mismos cobradores. En este juego, los cobradores de
tributo, como ya se había visto en el caso de Domingo Cayoja, eran conscientes de ser el
eslabón más débil, ubicados entre las autoridades virreinales que les obligaban a pagar el
tributo, del poder interno e inclusive de la legitimidad para cobrarlo.
129 Mientras en el partido de Paria las autoridades buscaban evitar mayores conflictos por el
tema del tributo, en el de Oruro, a fines de 1812, el gobierno local logró establecer un
convenio o auto con los indígenas de sus parroquias para que paguen el tributo a pesar de
las ordenanzas reales que los eximían de hacerlo. El texto del convenio permite analizar
cómo se estableció una verdadera negociación con la intermediación de la iglesia, la cual
confirma la hipótesis de la capacidad negociadora que lograron los indígenas y la forma
en esta estrategia de las bases desubicó nuevamente a las autoridades. Dice el texto:
Constando del testimonio que acompaña el juez Real Subdelegado de la villa de
Oruro y doctrinas de su jurisdicción el comprometimiento libre, voluntario, y
generoso de los naturales al pago y contribución del tributo según su antiguo
establecimiento desde el tercio de San Juan vencido del año corriente, cuya
diligencia se ha practicado de acuerdo con los curas haciéndoles entender su propio
beneficio en la posesión y propiedad de las tierras con sucesión a ellas, y la calidad
de no ser inquietados por sus caciques, y otros mandones y de contrario ser
extensivamente agraciados en los terrenos baldíos. Dicho subdelegado formara los
padroncillos, y pasara de todos ellos una matricula provisional a los Ministros de
Real hacienda de las Cajas Foráneas de su cargo; y afianzara a su satisfacción la
mitad del entero anual; y para que así se cumpla respectivamente se trasladara este
auto, con prevención a dicho subdelegado de que remita a este gobierno lista de los
contribuyentes con distinción de clases y tasas, a quien se dan al nombre del rey las
respectivas gracias por el celo, y exactitud con que ha activado la diligencia quien
también las dará a los párrocos concurrentes al buen suceso de ella 91.
196

130 Del texto se desprende que la decisión de seguir pagando el tributo fue aparentemente
voluntaria y que los curas fueron los intermediarios. Estos convencieron a los indios del
común de cancelar el tributo a cambio de lograr la posesión de sus tierras “con sucesión a
ellas”, lo que implicaba en la práctica la propiedad de las mismas, la entrega de sayañas
en tierras baldías y la seguridad de no ser “inquietados por sus caciques y otros
mandones”. A todas luces, se trata del establecimiento de un nuevo pacto de reciprocidad,
consistente en el pago del tributo a cambio de la propiedad de la tierra, pero con la
diferencia de que se realizaba ya no con la intermediación de los caciques y mandones,
sino con la de los curas. Con este pacto se profundizaba aún más la crisis del cacicazgo,
estableciéndose en su lugar lo que Sinclair Thomson y Nuria Sala han dado en llamar una
mayor democratización interna de los ayllus, aunque en este caso se hallaba mediada por
la iglesia. De todas maneras, este pacto permitió a las autoridades virreinales proseguir
con el cobro del tributo en todo el partido de Oruro.
131 Mientras tanto en Toledo, partido de Paria, el cacique interino de la parcialidad de
Anansaya, don Ramón Guaygua, había logrado también que los indígenas de su
comprensión paguen voluntariamente el tributo, como una manifestación de fidelidad a
la corona. Lo hacían además con anticipación a los demás pueblos “por modo de donativo
según prometieron para la ayuda de los gastos inmensos que tiene el erario en las
circunstancias existentes”. Como contraparte, y según lo aconsejado por el protector de
naturales, la corona se comprometía a “no molestar en manera alguna con pensiones
extraordinarias que pudieran ser perjudicados y les cause atrasos en sus intereses” 92.
132 En el caso anterior, la estrategia del cacique Guaygua era diferente a los del partido de
Oruro. Con una visión clara de su situación, veía conveniente seguir pagando el tributo a
la corona, pero a cambio lograba que ésta no aumentara sus exigencias, lo que establecía
también un pacto en el cual cada una de las partes conocía lo que debía hacer. De esa
manera, Guaygua evitaba para él y para sus indios tributarios la inseguridad de tener que
dar una nueva contribución en cualquier momento en que la corona lo requiriese.
133 Otros caciques menos poderosos no tuvieron la misma capacidad para negociar el pago
del tributo o de la contribución “voluntaria”, y sufrieron las consecuencias. En 1812, en
Condo Condo, el subdelegado Sánchez de Velasco ordenó el embargo de los bienes del
cobrador Silvestre Colqueguarachi, por la deuda que tenía por el pago del tributo de 1811
de los ayllus de Collana, Sulcayana y Caguayo. Se ordenó, además, el embargo de los
bienes de los alcaldes, jilaqatas y principales. De nada sirvió que Colqueguarachi declarase
ser indio fiel, “que nunca se ha mezclado en la revolución” y que sus testigos explicaran
que ya había cancelado 200 pesos; el embargo prosiguió y Colqueguarachi tuvo que
entablar un juicio para demostrar que no se había seguido la ley.

Los caudillos insurgentes


134 Los estudios sobre la Guerra de la Independencia en el Alto Perú establecen como uno de
los puntos centrales de la lucha la conformación de grupos guerrilleros –nombrados por
algunos autores como republiquetas– que se organizaron en diversas regiones del área
rural, sobre todo en los valles y tierras bajas. Las guerrillas estuvieron conformadas por
criollos, mestizos e indígenas, y se dedicaban especialmente a cortar el paso para el
avance de las tropas del Rey y facilitar el movimiento de los grupos insurgentes 93. A pesar
de que existen muchos libros y artículos que tratan sobre el tema, estos estudios no se
197

preocupan por establecer una cronología rigurosa acerca de la conformación de estos


grupos y el contexto en que se crearon y actuaron, dando como hecho que aparecieron
como tales entre 1812 y 1813 en las diversas regiones del Alto Perú.
135 Si se analiza con mayor detenimiento este tema, podemos establecer que ya desde el
momento en que se produce la sublevación indígena, en 1811, hasta la aparición de los
diversos grupos guerrilleros ya organizados, hacia fines de 1813, se da una etapa en la que
una multitud de grupos desorganizados se dedicaron a atacar algunos pueblos, estancias y
haciendas con el fin de apropiarse del ganado, las cosechas y, sobre todo, del tributo,
siguiendo directrices de otros caudillos mayores. Esta etapa, que puede denominarse
como la de los “caudillos insurgentes”, se ubica entre el momento de la sublevación
indígena dirigida por Cáceres y el periodo de organización de lo que puede llamarse ya un
sistema de guerrillas, comandado y coordinado por el general Juan Antonio Álvarez de
Arenales, nombrado comandante de Cochabamba por Belgrano. Este sistema de guerrillas
respondió a las directrices de Buenos Aires y se estableció luego del fracaso del segundo
ejército auxiliar porteño, a fines de 181394. Esto significa que a lo largo de unos dos años,
coincidentes con el avance de las tropas dirigidas por Castelli y Belgrano, se movieron por
diversas regiones del territorio los llamados por los documentos oficiales “caudillos
insurgentes”.
136 Para la región de Oruro se ha encontrado información sobre varios de ellos en diversos
archivos de datos, generalmente incompletos. Pertenecían a diversos grupos sociales,
aunque mayormente al sector indígena.
137 Más allá del rescate de algunas de estas figuras, el análisis de su accionar tiene como fin
relacionar el tema de las estrategias de estos caudillos insurgentes con el problema del
cobro del tributo y de sus relaciones con los indios, ya que en la mayoría de los casos, los
caudillos insurgentes no se enfrentaban a las tropas del Rey que controlaban la región,
sino que se dedicaban a atacar las comunidades. Sus objetivos eran convencer de buena o
mala manera a los comunarios para que los siguieran y apropiarse del tributo con el cual
apoyarían económicamente a los grupos combatientes favorables a los porteños, además
de llenar en muchas ocasiones sus propios bolsillos. Asumían una posición que se hallaba
entre la de un caudillo popular, un defensor de los indígenas frente al ejército del Rey y
un aventurero.

Carrillo y Aldunate, caudillos insurgentes de Hurmiri


138 Sobre estos caudillos insurgentes existen noticias indirectas y muy escuetas. En el primer
caso, Juan Crisóstomo Carrillo se encuentra nombrado en un juicio civil por adulterio,
acusado de haber querido pasar por las armas al esposo de su supuesta amante, el vecino
de Hurmiri don Reynaldo Ugalde, cuando ingresó a la parroquia con sus huestes 95. El
segundo, Manuel Aldunate, es nombrado en el mismo juicio como compañero de armas de
Carrillo y, posteriormente, en otro juicio que data de 1840 en el que sus hijos solicitan que
se les devuelvan las tierras que su padre había dejado arrendadas al momento de escapar
de la represión realista al valle de Ayopaya, donde había muerto96.
139 Hurmiri era una de las pocas regiones del partido de Paria donde se asentaban algunas
haciendas pertenecientes a vecinos criollos o mestizos, que eran trabajadas por
yanaconas. Por los pocos datos que ofrecen los documentos anteriores, tanto Juan
Crisóstomo Carrillo como Manuel Aldunate eran propietarios de haciendas en la región y
198

se unieron a mediados de 1811 para organizar una cuadrilla de apoyo al primer ejército
auxiliar porteño. La derrota de Guaqui obligó a Aldunate a dejar sus tierras y adentrarse
en Ayopaya, mientras que se desconoce totalmente la vida posterior de Carrillo, aunque
se sabe, por otro documento muy escueto del archivo de Poopó, que llegó también al
pueblo de Poopó, donde se alió con algunos indígenas como Sebastián Yucra y Pedro
Ramírez para recoger cebada y ganado para las tropas insurgentes97.
140 El caso anterior nos muestra la presencia de criollos propietarios que, dentro del gran
movimiento popular que implicó la llegada del primer ejército porteño, organizaron
cuadrillas compuesta por criollos, mestizos e indígenas. Ejercieron poder en la región,
tanto sobre los mismos hacendados como sobre los pueblos de indios y les obligaron, en
ambos casos, a entregar alimentos y ganado. Se trata, por lo tanto, de constituir grupos de
apoyo que fueron la base posterior de la organización de varios de los grupos guerrilleros
altoperuanos.

Las correrías del caudillo indígena Blas Ari


141 A inicios de 1812 apareció en la región del partido de Paria un nuevo caudillo indígena,
Blas Ari, quien se convirtió en un dolor de cabeza para las autoridades locales. A lo largo
de varios meses, Ari y un grupo de insurgentes recorrió gran parte del partido de Paria
atacando a los viajeros, obligando a las autoridades indígenas a entregar el dinero del
tributo y, en otras oportunidades, recibiendo donativos en los pueblos con el objetivo de
apoyar a los insurgentes.
142 A través del expediente de captura de algunos cómplices de Blas Ari, entre los que se
hallaba su propia esposa, se puede saber algo de su accionar. Los rebeldes fueron
apresados en el camino de Pampa Aullagas, donde aparentemente el grupo asaltó a
algunos viajeros. Les quitaron varios bienes, entre los que se hallaban fuentes de plata,
palanganas, confiteras, otra vajilla de plata, además de un breviario, un libro, alguna
ropa, joyas y otras cosas más, que fueron ocultadas por la esposa de Ari, Manuela Colque,
en la estancia de Aruuma, de donde eran oriundos. Por su parte, parece ser que otros
objetos fueron escondidos en las casas de otras mujeres como María Rufina y Tomasa
viuda de Ocsa. Entre estos objetos se hallaban un poncho azul de algodón y una carabina
que pertenecía al cura de Salinas de Garci Mendoza, algunos objetos de altar del cura de
Condo y “ochenta pesos de la plata que dice ser de agua ardiente que fueron de los
costeños y se vendió en Pampa Ullagas”98.
143 Por el informe sobre su captura se ve que no se trataba únicamente de un grupo dedicado
al asalto de caminos, sino de un conjunto de personas que llevaban a cabo acciones
ilegales con el objetivo de apoyar a los insurgentes. De acuerdo con el informe del alcalde
pedáneo encargado de la captura, la misma se había dado:
...pasando a la estancia de Aruuma con sesenta indios de Guari, Condo Condo,
Quillacas y Pampa Ullagas con sus respectivos mandones, que fueron Don Manuel
Pacheco, Don Antonino Gonzales, Don Gabriel Choqueticlla, Don Manuel Puri, y Don
Bernardo Morales cacique de Pampa Ullagas; y sus alcaldes quienes con el ultimo y
el alcalde nuevo de Aruuma me han acompañado hasta este pueblo, donde he
venido conduciendo a los citados reos con escolta de veinte indios que han venido
de resguardo y he entregado los saqueos que en poder de la mujer de Ari pude
encontrar según el recibo que le incluyo...99
199

144 Junto a los bienes incautados se encontró también 200 pesos provenientes del tributo del
pueblo de Pampa Aullagas y 230 pesos que venían del donativo voluntario que los indios
del común del pueblo de Toledo habían reunido para la corona y que Ari había también
saqueado. Hasta este momento, se presentaba a Blas Ari como un simple asaltante de
caminos que saqueaba los bienes de los viajeros; aparentemente era ése el objetivo de las
autoridades locales, el de mostrarlo como un delincuente común. Sin embargo, la
presencia de los indios de varios de los pueblos del partido y de sus autoridades o
mandones para apoyar la captura de los insurrectos nos muestra ya la forma cómo se
establecían alianzas permanentes entre las autoridades de la corona y los indígenas.
Aparentemente, el interés por parte de las autoridades indígenas de los pueblos de
capturar a Blas Ari se debía precisamente a que les había quitado el dinero del tributo, por
lo que los caciques y cobradores deberían reponerlo con sus propios bienes. En este punto
vemos nuevamente la conflictiva situación de los caciques, quienes se hallaban entre dos
fuegos: el de la corona y el de los insurgentes; esto les impedía que tomaran partido
libremente, adaptándose lo mejor que podían a la fuerza hegemónica del momento.
145 Esta situación se vio con más claridad en el caso de don Bernardo Guallpa, cacique
gobernador del pueblo de Culta, que fue apresado por el alcalde pedáneo de Challapata
por no entregar a tiempo el tributo. Él justificó su tardanza explicando que algunos meses
antes el alcalde pedáneo de Culta, Juan de Dios Aduviri, llegó al pueblo con una orden del
insurgente Blas Ari para recoger el dinero de los tributos, lo que tuvo que cumplir
entregándole todo lo recaudado, que sumaba 200 pesos. En este caso, si se hubiera tratado
de un asaltante común, Ari no hubiera contado con la alianza del alcalde pedáneo de Culta
ni hubiera buscado la entrega aparentemente legal del monto del tributo100.
146 A partir de lo anterior, podemos presumir que Blas Ari organizó un grupo de insurgentes
cuya principal función era recolectar dinero para mantener la sublevación en un
momento en que el movimiento indígena de Cáceres se hallaba ya casi controlado. Ari
recorrió prácticamente todo el partido de Paria; empezó en Toledo, al norte, donde se
apropió de la contribución voluntaria; luego pasó por Culta, al este, donde se alió con el
pedáneo y consiguió el dinero del tributo; finalmente llegó hasta Pampa Aullagas y
Salinas de Garci Mendoza, al sur, donde logró conseguir una serie de objetos que pensaba
vender para obtener dinero, como lo había hecho con el aguardiente de los costeños. Los
documentos no dan mayores luces sobre acciones posteriores al apresamiento de sus
allegados. Es posible que su gran movilidad espacial le permitiera escapar de la justicia y
refugiarse en alguna de las regiones menos controladas de los valles. En todo caso, las
correrías de Blas Ari y los suyos por toda la región que rodeaba el lago Poopó coincidieron
en gran parte con la etapa en la cual los porteños de Castelli habían dejado ya el Alto Perú
y se preparaba el ingreso del segundo ejército, por lo que la recaudación de dinero
suficiente para mantener la insurgencia se hacía indispensable.

El caudillo Manuel Centeno de Peñas


147 Encontramos ya a este caudillo cuando se vio el caso del jilaqata Manuel Alejandro, que
fue acusado precisamente de haberse aliado con Centeno para ir a Chayanta, a lo que
Alejandro respondió que lo había hecho obligado y bajo amenaza de muerte. Por lo que se
sabe de este caudillo, era maestro de postas del tambo de Peñas101 y en algún momento
pasó a conformar también otro grupo insurgente que se movía en el límite entre el
partido de Paria, en las regiones de Culta y Peñas, y Chayanta, región ubicada al norte de
200

Potosí. En esta zona se habían apostado numerosos caudillos insurgentes para cortar el
camino por el cual avanzaba el ejército real bajo las órdenes de Goyeneche.
148 Parece ser que la estrategia de Centeno era diferente a la de Blas Ari. De acuerdo con los
dos testimonios que existen sobre su accionar –los de Martín Alejandro y de Bernabé
Guallpa–, Centeno llegaba a los pueblos y luego de exigir la entrega del tributo, obligaba a
los cobradores a seguirlo hacia Chayanta, donde se hallaba aparentemente su cuartel
general. Bernabé Guallpa relata los hechos de la siguiente manera:
Y segunda vez a mediados de la cuaresma, estos mismos sujetos (El pedáneo Aduviri
y los indios Chucamanis) vuelta vino a Culta con orden del insurgente Senteno, y
me quiso pasar por armas por no haber querido entregar los reales tributos que
tuve recaudado doscientos cincuenta pesos y por librarme de la muerte lo entregue
a los Chucamanes, y el pedáneo Aduviri y también a mi me condujo preso y me
entrego al malvado Senteno [sic] y estuve preso en su poder hasta la derrota de
Guare (Huari) entonces me escape, por el favor (de Dios) por lo que no se ha
satisfecho el resto de tributos a su tiempo acostumbrado. Por lo que suplico a la
bondad de vuestra merced me de algún plazo, que entonces lo satisfare la cantidad
de los cuatrocientos y cincuenta pesos sin novedad alguna... 102
149 Como puede verse en el testimonio anterior, don Bernabé Guallpa, cacique de Culta, tuvo
que entregar en febrero de 1812 el tributo a Aduviri, quien actuaba a nombre del caudillo
Blas Ari; dos meses después, durante la Cuaresma, se vio obligado a dar el monto del
tributo a los mismos recaudadores, pero que esta vez obedecían al caudillo Centeno. Este
hecho nos hace pensar que no se trataba de grupos desarticulados y que, al menos en este
caso, existía una relación entre Ari y Centeno, que actuaban en la misma región, aunque
Centeno tenía su centro de operaciones en Chayanta y Ari en Pampa Aullagas. Ambos
grupos buscaban conseguir dinero para fortalecer a sus tropas a la espera de la llegada de
un nuevo ejército porteño.

Jacinto Paco y los caudillos Cárdenas y Lanza


150 Dos de los caudillos más reconocidos de la región de Oruro en esta época, los que
posteriormente tuvieron importantes actuaciones en las guerrillas y en el transcurso de
la guerra, fueron Baltasar Cárdenas y José Miguel Lanza103. Ambos se hallaban muy
relacionados –posiblemente desde el avance de las tropas de Balcarce y Castelli– con los
mandos y las tropas porteñas, apoyando las acciones de avance y posterior retroceso
desde el Alto Perú a Jujuy. Cárdenas figura en las cuentas del Ejército Auxiliar del Perú
recibiendo dinero en Jujuy en noviembre de 1811, para gastos en camino, lo que significa
que retrocedió junto con las tropas del ejército porteño luego del desastre de Guaqui 104. Lo
mismo ocurrió con Lanza, de quien se sabe que siguió al ejército auxiliar en su retirada
hacia el sur.
151 La imagen de estos dos caudillos aparece ligada específicamente al pueblo de Toledo en
los meses de mayo y junio de 1812, cuando, de acuerdo con los testimonios presentados en
un expediente ubicado en el Archivo de Poopó, aparecen complicados en un intento de
insurrección indígena al momento del envío del mitayos a Potosí, en mayo de 1812. Según
los testimonios, los hechos sucedieron de la siguiente manera:
152 El 16 de mayo de 1812, cuando los alcaldes y otras autoridades se hallaban en el pueblo de
Toledo organizando el despacho de los mitayos a Potosí, llegaron al pueblo los
insurgentes dirigidos por Baltasar Cárdenas y José Miguel Lanza. El alcalde mayor, Jacinto
201

Paco, ordenó a varias de las autoridades indígenas que den alojamiento a los insurrectos y
que entregue cada uno cinco cargas de papa y 25 corderos, obligándolos a alzarse en favor
de la Junta. De acuerdo con los testimonios, los caudillos Cárdenas y Lanza se alojaron en
la casa de Pedro Cayoja, donde permanecieron cuatro días. Las tropas insurgentes
realizaron paseos y marchas militares en el pueblo, consumiendo lo que las autoridades
indígenas les habían entregado.
153 Aparentemente, eran varios los pobladores de Toledo que apoyaban a los insurgentes,
empezando por el alcalde mayor Jacinto Paco, el cacique Pedro Cayoja y otros. Según
testimonio de Mariano Berríos, él mismo, como músico, había salido “a recibirlos antes de
la entrada a Toledo con vivas y aclamaciones para hacer más solemne el arribo de éstos”
105. De la misma manera, otro indio llamado Casimiro Torres, “como caudillo general era

uno de los exploradores de los entrantes y salientes de los caminos que él era uno de los
encargados para que no pasase nadie por las balsas (puente flotante de balsas de Totora
que se ubica sobre el río Desaguadero en el camino entre Oruro y Toledo)”106. El apoyo de
Toledo a los insurgentes fue aparentemente muy importante: otro de los mismos indios
del lugar, Manuel Hidalgo, trabajó con los insurgentes como espía y anunció a Cárdenas y
Lanza que las tropas del Rey se aprestaban a salir de Oruro, por lo que los caudillos
salieron del pueblo y varios habitantes les acompañaron, entre ellos el mismo Hidalgo.
154 ¿Por qué gran parte de la población indígena de Toledo, empezando por sus autoridades,
se plegó a los caudillos Cárdenas y Lanza? Una de las respuestas puede ser que los
caudillos habían asegurado que bajo su gobierno ya no habría mita ni se pagaría el
tributo.
155 Luego de la salida de Cárdenas y Lanza de Toledo, el espíritu de insurrección de algunos
de los indios del pueblo no se extinguió; uno de ellos fue precisamente Jacinto Paco, quien
siguió hacia Andamarca, un pueblo cercano pero perteneciente ya al partido de Carangas,
con el objetivo de levantar a la población en favor de los insurgentes. Según el testimonio:
Que estando nuestro pueblo en el arrepentimiento de sus yerros un indio del pueblo
de Toledo nombrado Jacinto Paco, después que pasó los alzados Cárdenas y Lanza,
por aquel dicho pueblo vino el citado Paco, con grande imperio a seducir otra vez a
nuestras gentes, y ponerlos en movimiento diciendo que el venia cerca de Coroma
donde se hallaba la junta y que convenía que se reclutase nuestras gentes a esperar
a dicha junta que llegaría dentro de cinco o seis días a nuestro pueblo, que él del
mismo modo pasaba a Toledo a hacer lo mismo llevando comisiones de un tal Plaza,
y con este motivo mandó que todos le vendieran obediencia; a este tiempo llegó el
bando de vuestra majestad dando noticia del triunfo de las armas del Rey en
Cochabamba con lo que partió a correr este indio y quedo disuadido nuestro pueblo
de las malas seducciones que introdujo este107.
156 A partir de las citas anteriores se puede establecer la estrategia seguida por los caudillos
insurgentes criollos en sus correrías en el área rural. Por lo general establecían alianzas
con las autoridades indígenas locales para que éstas ordenaran la entrega de alimentos
para la tropa y, en algunos casos, enviaban a estos aliados por delante para que se
encarguen de convencer a las comunidades de recibirlos y darles hospedaje. En esta
situación, algunos pueblos organizaban bailes y música para recibir a los caudillos con el
objetivo de mostrar su adhesión a la causa. Es probable que muchas veces esta adhesión
no fuera sino una estrategia para evitar enfrentarse a tropas armadas y que el
recibimiento fuera parecido cuando eran tropas del Rey las que llegaban a los pueblos. Sin
embargo, queda claro que también existían indígenas que comulgaban verdaderamente
con una u otra causa, con los peligros que esta posición entrañaba cuando la coyuntura se
202

modificaba. Este parece ser el caso de Jacinto Paco, que más allá de ordenar un buen
recibimiento a los caudillos Cárdenas y Lanza, viaja posteriormente hasta Andamarca
para organizar el recibimiento allá. Por esta razón, Jacinto Paco tuvo que escapar al
conocerse el fracaso de las tropas insurgentes en Cochabamba a fines de mayo de 1812.
157 José Miguel Lanza fue apresado y se le siguió un juicio en Oruro, el que pasó a revisión a la
Audiencia en octubre de 1812. La acusación fue “por la parte, que ha tenido en las pasadas
resoluciones en consorcio del pérfido Baltasar Cárdenas atacando las armas del Rey” 108.
Lanza fue condenado a 10 años de presidio, que debía purgar en un lugar determinado por
el Virrey del Perú. Por otras fuentes se sabe que Lanza pudo escapar de la cárcel y se fue
hacia las provincias bajas del Río de la Plata, pero posteriormente retornó.

El caudillo insurgente Mariano Díaz y su paso por


Oruro
158 El movimiento insurgente de Baltasar Cárdenas y José Miguel Lanza cubrió un amplio
espacio del territorio altoperuano, el cual se extendía desde Sica Sica y Umala, al norte,
hasta Lípez, al sur. En este movimiento participó también otro caudillo de origen cinteño
llamado Mariano Díaz, quien luego de la derrota de Cárdenas siguió su campaña
insurgente por otras regiones como Atacama y Jujuy, siempre bajo las órdenes de Manuel
Belgrano, comandante del ejército auxiliar porteño.
159 De acuerdo con las propias declaraciones de Mariano Díaz y su confesión, había iniciado
su carrera como caudillo insurgente en el pueblo de San Pablo de Lípez, donde vivía junto
a su esposa. Aparentemente fue el mismo Baltasar Cárdenas quien lo convenció un poco a
la fuerza a plegarse a su grupo. Según su informe:
Que hacen el espacio de un año y cuatro o cinco meses que entró a sostener la causa
de la revolución, o que más bien lo metió Baltasar Cárdenas Habiéndole escrito
primero una carta estimulándole a ello, y después envió una escolta de veinticinco
indios, con los que lo llevo al pueblo de San Pablo, donde le ató para pasarlo por las
armas, atribuyéndole había desarmado a los porteños fugitivos de la derrota de
Guaqui. Que con esta amenaza le prometió el confesante que seguiría la causa de la
revolución, y en efecto le nombró de capitán para que la sostuviese con este grado.
Que en seguida fue a traer la gente que había reunido Jacobo Barroso, en San
Cristóbal (de Lípez), la que trajo a San Pablo con el citado Barrozo, de donde junto a
Cárdenas salieron para el pueblo de Esmoraca, en el que robaron y saquearon
algunas casas, incluso algunos que habían metido en la iglesia... 109
160 Mariano Díaz siguió a Cárdenas hacia el norte, pasando por el partido de Chichas e
internándose en la región de Oruro, donde colaboró en las acciones del caudillo
convenciendo a los indios y convocando gente para que uniese a la insurgencia. De
acuerdo con un testimonio de la acusación, Cárdenas, Díaz y sus hombres, luego de
atravesar Coroma:
...pasaron a los pueblos de Condo Condo, Challapata y sus anexos en los que
cometieron iguales saqueos y muertes especialmente en una partida de veinte y
tantos hombres de los nuestros destacados en uno de aquellos puntos, comandados
por un oficial Don José Polo, prendieron al subdelegado partidario que continuando
esta carrera de rapiñas y asesinatos, llego el caso de que tuviesen sus diferencias,
los citados Cárdenas y Díaz, sobre la partición de todos los bienes robados y sobre
los planes de su expedición y comando de ellas, de cuyas resultas mal reñidos
tuvieron que separarse, y Díaz se retiró con su gente al partido de Lipez... 110
203

161 La carrera insurgente de Díaz prosiguió por Lípez y Atacama, lugares donde buscó
ampliar su tropa con reclutas indígenas, pero no obtuvo mayor apoyo; posteriormente fue
nombrado comandante de Atacama por parte del ejército porteño con el objetivo de
evitar que el ejército real desembarque por sus puertos. A inicios de 1813 fue apresado en
Salta, donde se le entabló juicio por insurgente; sin embargo, la derrota de Salta y el
retroceso del ejército real obligaron a que el reo Díaz fuera llevado a Potosí y luego hasta
Oruro, siguiendo el camino de retirada del ejército de Goyeneche. De esta manera, el
juicio a Mariano Díaz, acusado de alta traición111, concluyó casualmente en la Villa de
Oruro, cerca de la región donde un año antes había transitado con las huestes del caudillo
Cárdenas.
162 El comandante accidental del ejército real, don Juan Ramírez, con temor a represalias por
parte del ejército de Belgrano que se hallaba cerca de la villa, condenó a muerte a Díaz;
sin embargo, la situación en Oruro era tan frágil que Ramírez decidió no ejecutarlo en
esta villa y argumentó:
Como la ejecución de la justa sentencia de muerte en este punto era indispensable
el que llegase la noticia de Belgrano y sus socios revolucionarios, me ha ocurrido la
consideración de que tomándola estos con la malicia y mala fe que rige sus
operaciones de pretexto usasen de represalia en nuestros inocentes prisioneros, si
otros individuos de los que por desgracia existen en ellos. Para prevenir pues este
riesgo sin que queden impugnes los atroces delitos de este hombre inmoral y cruel,
he acordado remitirlo el día de mañana en buena guardia y custodia a disposición
del señor Brigadier Don Joaquín de la Pezuela a quien Vuestra Excelencia ha
conferido el mando de este ejercito con copia certificada de la sentencia para que
pasándolo a bordo de la fragata en que se ha transferido desde el Callao disponga
que en ella se ejecute aquellas, con la reserva que exigen las razones políticas que
dejo expresadas a Vuestra Excelencia...112
163 Las órdenes de Ramírez fueron cumplidas. Mariano Díaz fue ejecutado en el barco que lo
transportaba como reo hacia el Callao.
164 La historia de los caudillos insurgentes relatada en estas páginas nos muestra cómo se
articularon la lucha y la insurgencia en el Alto Perú, estableciéndose necesariamente
alianzas entre diversos grupos sociales y étnicos. En todos los casos relatados, incluso
cuando el mismo caudillo era criollo, su relación con las comunidades indígenas fue
permanente, ya sea actuando los indios como aliados voluntarios u obligados, o, en otros
casos, siendo víctimas de sus acciones. Incluso en la historia de Mariano Díaz, quizás el
menos relacionado con las comunidades indígenas, su objetivo no se desligó de la
necesidad de recaudar el tributo indígena para fortalecer los grupos insurgentes.

El retorno del antiguo régimen y la crisis del pacto de


reciprocidad
165 El retorno de Fernando VII al trono español y la abolición de la Constitución Gaditana en
1814 marcaron un cambio en la relación entre los diversos grupos sociales altoperuanos.
El impacto de la Constitución se vio limitado debido al estado de guerra en el que se vivía
y al territorio militarizado. No obstante, y a pesar de que el tributo indígena no había
dejado de cobrarse en la práctica, la existencia de un documento que reconocía la
igualdad entre españoles europeos y americanos y la ciudadanía para los indígenas
generaba cierta ilusión del mantenimiento de un pacto con la corona, representada,
frente al cautiverio del Rey, por las Cortes. Durante todo el periodo en que Fernando VII
204

se mantuvo preso, la imagen regia fue idealizada por gran parte de la población
altoperuana; por esta misma razón, la reimplantación de un sistema de antiguo régimen
significó un desencantamiento popular frente a la corona y a la figura real.
166 El retorno al antiguo régimen coincidió en el Alto Perú con un nuevo fracaso del ejército
auxiliar y el fortalecimiento de las posiciones militares del ejército realista. La crisis
sufrida por el retroceso del ejército de Goyeneche a Oruro y su posterior renuncia se
vieron superadas con el fortalecimiento de sus posiciones en Condo y el triunfo de
Ayohuma frente a Belgrano. Las tropas insurgentes tuvieron que refugiarse en los valles y
en las tierras bajas, mientras que el altiplano pasó a ser dominado por las tropas del Rey.
167 El fortalecimiento de la posición realista en las tierras altas se manifestó con una nueva
actitud de dominación y explotación a la población indígena y con acciones de mayor
presión aún sobre las autoridades originarias, a las que obligaban a seguir pagando el
tributo, a enviar a los indios cédulas de la repuesta mita a Potosí y a aceptar nuevas
contribuciones y pagos extraordinarios.
168 Para Nuria Sala, el agotamiento del discurso liberal y la reimplantación del tributo fue
una de las causas para el levantamiento indígena de 1814 en el Cusco, movimiento que
tuvo su repercusión en la Intendencia de La Paz113. No ocurrió lo mismo en Oruro, donde
la rebelión no cundió. Sin embargo, de una forma a veces imperceptible, el aumento de las
presiones sobre las comunidades y sus autoridades provocó un lento resquebrajamiento
del antiguo pacto de reciprocidad.
169 El hecho de que este pacto se hiciera explícito al momento de negociar el pago del tributo
en la etapa gaditana implicó el reconocimiento de los indígenas de base como
interlocutores válidos para lograr un resultado que beneficiaran a ambos: el pago del
tributo a cambio de la propiedad de la tierra. Esta situación se modificó en su esencia
cuando el tributo o contribución fue repuesto oficialmente como parte del retorno al
sistema de antiguo régimen. Esto implicaba que el tributo, que había dejado de ser
considerado un símbolo de vasallaje para transformarse en parte de una negociación
entre iguales, retornaba nuevamente a su concepción anterior, aunque el nombre de
'única contribución' o 'contribución de naturales', en lugar del de tributo y que viene de
la etapa constitucional, se hubiera mantenido114.
170 Frente al cambio de la situación tributaria, la corona empezó a exigir el pago de la
contribución a todos los pueblos y doctrinas, sin tener consideración con el impacto que
la guerra había provocado en las mismas. Los caciques cobradores se vieron entre la cruz
y la espada: por un lado, debían cumplir con las exigencias de la corona y, por el otro,
eran conscientes de que era imposible hacerlo en esas circunstancias. Buscaron, entonces,
establecer una nueva negociación como la que se había dado en la época de las Cortes
gaditanas, explicando la situación dramática de sus ayllus. A continuación transcribimos
la nota completa que don Pablo de la Rocha Choqueticlla, cacique de la doctrina de
Quillacas, escribió en abril de 1816 al jefe político y militar de Oruro y que muestra esta
situación:
Don Pablo de la Rocha Choqueticlla, cacique principal de la doctrina de Quillacas
partido de Paria, ante la superior integridad de vuestra excelencia me presento y
digo: Que en medio de las convulsiones que han afligido aquella doctrina con el
tránsito y aún residencia en ella de diversos grupos de insurgentes acaudillados por
distintas cabecillas, la comunidad de indios de mi cargo se ha conservado fiel a su
legítimo soberano, no se ha complicado con aquellos rebeldes, ha huido y
despreciado sus sugestiones, al mismo tiempo ha acudido al socorro del Real
Ejército del mando de Vuestra Excelencia con víveres, bestias de carga, y aún con
205

sus propias personas para el transporte de cañones y pertrechos a los campos de


batalla, según todo es constante a V.E. Y como estos mismos leales sentimientos
hubiesen excitado todo el furor de los insurgentes y sus inhumanas persecuciones
contra las personas y cortos intereses de mis indios sin perdonar ni aún a nuestro
propio párroco, como también consta a V.E., han quedado estos infelices en un
estado poco menos que de mendigos, sin aptitud para proporcionar el íntegro pago
de la cuota que contribuye cada uno por título de tributos voluntarios, de suerte
que habiendo apurado cuantos pasos y recursos caben en la diligencia no ha sido
posible merecer que estos completen los rezagos que respectivamente deben por el
próximo pasado tercio de navidad, importantes todos de la cantidad de quinientos
pesos, los mismos que ejecutivamente me exige el Subdelegado del Partido para el
entero de mi cargo. En tal conflicto ocurro a la notoria benignidad y plenitud de
facultades de V.E. suplicándole rendidamente que supuesta la verdad de mi relato
se sirva absolver y condonar a tan miserables contribuyentes el pago de dicho resto
de quinientos pesos en premio de sus importantes servicios y para estímulo de
otros...115
171 El texto anterior resume la situación general que vivió gran parte de las comunidades y
doctrinas durante el conflicto: ataques de los insurgentes, necesidad de mantener las
reales tropas y obligación de pagar el tributo –sea éste voluntario o forzoso. Como puede
observarse, el cacique de Quillacas asumió el rol de intermediario entre los indios del
común y la corona, solicitando la condonación de la deuda y buscando al mismo tiempo
justificar la misma con la fidelidad de sus indios. Se percibe en la nota un cambio sutil en
la negociación del pago de tributo con relación a lo establecido en la etapa constitucional.
De la Rocha Choqueticlla no utiliza el tema de la propiedad de la tierra y el reparto de
tierras baldías, sino que da como un hecho dado la obligación del pago del tributo, aunque
lo llame voluntario. Su condonación no surge para el cacique de una negociación entre
iguales, sino de un acto gracioso por parte de la corona en respuesta a la fidelidad de sus
indios, reapareciendo también la idea de relacionar el tributo con el castigo o premio
frente a la fidelidad o traición a la corona.
172 Esta situación se manifiesta con más fuerza en la respuesta por parte de Pezuela, en la que
se concede la condonación por los méritos y servicios de los indios, con la condición de
que se entreguen 150 pesos de los 500 condonados al párroco “en alivio de iguales
perjuicios que ha sufrido y en parte de pago de los sínodos que se le adeudan” 116. Es muy
probable que el párroco hubiera participado en la negociación entre el cacique de la
Rocha Choqueticlla y Pezuela y que, como consecuencia de su intervención, se haya
logrado la aceptación, estableciéndose el pago al párroco como una bonificación a su
mediación.
173 En el caso anterior, la condonación del pago del tributo benefició a toda una comunidad.
Pero la exención del pago como premio a la fidelidad podía otorgarse también de forma
individual, como lo hizo el mismo Pezuela en marzo de 1816 con don Mariano Gabriel,
indio principal de la doctrina de Quillacas, quien logró quedar “exento de la contribución
del Real Tributo todos los días de su vida” y recibir una medalla de honor “en cuyo envés
será grabado el Real Busto y a su reverso la Real Corona con inscripciones que
demuestren el aprecio y consideración de que ha sido acreedor”. Gabriel se convertía en
un Amedallado, nombre que se dio a todos los realistas más fieles por parte de los
guerrilleros. Las acciones que lo hacían merecedor de la exención y la medalla eran, de
acuerdo con Pezuela:
...se ha mantenido firme y constante en su amor y fidelidad al Rey durante las
presentes revoluciones suscitadas por los insurgentes de Buenos Aires, auxiliando
por todos los medios que han estado a su alcance a las tropas del ejército real,
206

concurriendo con otros naturales bajo su dependencia no solo al penoso transporte


de los cañones y demás útiles de guerra desde el punto de Condo Condo al de
Ayohuma, si también al servicio de la artillería en la batalla que en el último se dio a
los enemigos el 14 de noviembre...117
174 La necesidad imperiosa por parte de la corona de lograr una contribución más eficiente
llevó a decretar una serie de medidas legales que se tomaron en la Audiencia para
fortalecer y hacer efectivo el cobro, que se hacía indispensable para el mantenimiento de
las tropas. Una de ellas fue el nombramiento de apoderados fiscales en las intendencias de
Chuquisaca y Potosí para que levanten una nueva revisita y matrícula de naturales, “con
la necesidad de arreglar el ramo de tributos tan interesante para la Real Hacienda” 118.
Para el partido de Paria se nombró en enero de 1817 a don Esteban Fonseca, quien
...pasará a su destino a comenzar la referida visita observando el cumplimiento de
los artículos 7°, 8°, y 9° y el 12° y 13° para que el cura de cada pueblo asista y
presente los libros de bautismo, casamiento y entierros y las listas parroquiales y
que también los caciques y cobradores exhiban los documentos por donde se
gobierna la recaudación con todo lo demás contenido en los cincuenta y cuatro
artículos de dicha instrucción119.
175 La Revisita al partido era posible en ese momento porque, de acuerdo con las autoridades,
ya se había pacificado la región, mientras que se ordenaba que la Revisita de las regiones
conflictivas se hiciese más adelante. A la vez, se instruía también que el mismo apoderado
fiscal descubra las tierras baldías para proceder a su venta, todo ello con el fin de apoyar
el mantenimiento del ejército.
176 De acuerdo con un oficio enviado por José María Sánchez Chávez, oficial de la Caja Real, al
virrey Pezuela, la realización de una nueva Revisita de contribuyentes era indispensable
porque cuando se abolió el tributo por parte de las Cortes de Cádiz, se dejó de cobrar el
adeudo de los subdelegados encargados en la cantidad que se había establecido
anteriormente, ya que al transformarse el tributo en una contribución voluntaria, se
cobraba únicamente en las doctrinas que “se comprometieron en este servicio”120. Esta
situación y el estado de revolución habían provocado una gran desorganización en el
cobro y la imposibilidad de cumplir con la real orden que restablecía el tributo indígena
con el nombre de contribución de naturales. Además, según el oficio, los rebeldes se
habían apoderado constantemente del tributo, por lo que cualquier medida que se
pudiera tomar con los subdelegados que no lograban reunir la cantidad estipulada se
transformaría en “cargos imaginarios y quiméricos” que no se podrían ejecutar. Es decir,
el cobro podía “causar un evidente y conocido perjuicio a aquellos a quienes se sacase en
adeudo una cantidad, de cuya responsabilidad parece que los exime la casi general
convulsión de los naturales”121. Por lo tanto, la nueva matrícula debería mostrar la
situación excepcional para establecer un nuevo monto que sí se podría cobrar. A pesar de
las recomendaciones del protector de indios, la Revisita se centró más en lograr el
máximo provecho para la corona necesitada, antes que en considerar la situación de los
indios.
177 La nueva matrícula permitió reforzar la presión que se ejercía sobre las autoridades
menores para el pago de la contribución, conformándose en la práctica una cadena que
iba desde el Jefe político y militar, continuaba por la Caja Real, pasaba por los
subdelegados y concluía en las autoridades de las comunidades, ya sea el cacique o el
jilaqata cobrador. Las autoridades indígenas empezaron a recibir conminatorias para
cancelar puntualmente el monto de la contribución, dejando de lado cualquier
consideración a las limitaciones y dificultades de su cumplimiento. De esta manera,
207

obligaban a los caciques a comprometerse en el pago puntual del mismo como una
condición para mantener su cargo o para evitar el embargo de sus bienes122. Frente a esta
presión, las autoridades indias continuaron pagando la contribución, aunque los
problemas para lograr recaudar el entero se hacían cada vez mayores. En los archivos
locales se han encontrado numerosas notas declarando la entrega de la contribución y
expresando con claridad que ésta va para el pago del ejército. En muchas de ellas, a
tiempo de hacer constar la entrega de la totalidad, o de parte de ella, reconocen las
dificultades que tuvieron que superar para cumplir con su obligación. En algunos casos,
como el presentado por los caciques de Carangas en 1822, se descontaban del pago de la
contribución los gastos en que cada comunidad había incurrido para alimentar al ejército
del Rey123.
178 La ceguera de las autoridades locales acerca del descontento que provocaba el cobro del
tributo en estas circunstancias y la sensación de injusticia que conllevaba para las
autoridades indígenas y los indios del común fueron, a nuestro entender, algunas de las
causas más importantes para el resquebrajamiento definitivo de la fidelidad a la corona.
En Challapata, en 1823, se produjo un conflicto que muestra precisamente esta situación.
Los segundas cobradores, que no habían podido cumplir el entero de la contribución de
ese año, solicitaron a las autoridades que tuvieran consideración debido a que el
incumplimiento se produjo por haber sido obligados a entregar el dinero del tributo al
subdelegado de la patria, don Martín Alvarez, quien los había amenazado de muerte si no
lo hacían; esto había ocurrido en el tiempo en que Agustín Gamarra había llegado a Oruro
y el ejército real se había retirado hacia Potosí. Explicaban que 6.000 bayonetas
“gravitaban sobre sus cabezas” para obligarlos a entregar el tributo del tercio de San
Juan.
179 Los segundos consideraban que, puesto que los indios de Challapata siempre habían sido
fieles a la corona y que en esta oportunidad habían tenido que entregar el tributo porque
habían sido obligados, no era justo que tuvieran que reponer o devolver el monto faltante.
Los segundos se preguntaban: “¿Cuál es pues nuestro delito?”, solicitando que se tome en
cuenta las excepciones para el cobro del tributo que establecía la Ordenanza de
Intendentes para casos de guerra, peste y hambre.
180 En respuesta a este pedido, las autoridades locales determinaron que la decisión final
debía tomarla el mismo Virrey, que para ese momento se hallaba ya en el Cusco y que
“hipotequen sus bienes para pagar en el caso que el virrey ordene la reposición” 124. Si
bien no se tiene en el expediente la decisión final del Virrey, el documento manifiesta el
surgimiento de una nueva sensación por parte de los indígenas: la de la injusticia de la
corona, explicitada quizás por primera vez recién en 1823 en un documento público. Este
hecho me permite proponer que, más allá de las diferencias ideológicas o políticas, el
proceso se deslizó hacia la independencia conforme crecía esta sensación de injusticia e
ilegitimidad por parte de las autoridades de la Corona.

Alcabala, mita y otras exacciones


181 Además de la contribución, la Corona buscó nuevas formas para conseguir el dinero que
necesitaba para mantener al ejército del Alto Perú. Entre ellas se hallan las contribuciones
patrióticas, voluntarias u obligatorias, que cayeron sobre los vecinos de las ciudades y
pueblos, el embargo de bienes de las iglesias, el aumento de los impuestos sobre diversas
actividades y la creación de nuevos rubros impositivos. Al mismo tiempo, buscó también
208

ampliar el universo impositivo obligando a las comunidades indígenas a pagar la alcabala,


acción que iba en contradicción con el concepto del pago de una única contribución,
negociada y aceptada por la corona en la primera etapa constitucional.
182 La intención por parte de la corona de aumentar para la población indígena un pago del
8% de alcabala mereció una respuesta de protesta por parte de los caciques y segundas de
Challapata, dirigidos por su cacique principal don Buenaventura Chungara125. Entre los
documentos que esgrimían se hallaba, en primer lugar, el hecho de haber sido indios
fieles, que habían cumplido con la defensa de la “sagrada causa” y habían apoyado y
mantenido a las tropas del Rey con sus personas, bestias y víveres. Argüían que
anteriormente se había pagado el 6% y que luego se subió al 7%, además de otras
contribuciones como la de la sisa, pago que ofrecían seguir haciendo de ser necesario;
pero se oponían al pago del 8% “porque con este motivo se destruirá enteramente el
comercio y comerciantes pues con este gravamen mas no sólo no hace cuenta pero ni aun
costea los gastos; destruidos los comerciantes, sufre un gravísimo detrimento el real
erario porque en tal caso ya no habría quien pague ni aun el siete por ciento y nuevo
impuesto cuyo ingreso es muy regular y ayuda en gran parte al sostenimiento de las
reales tropas”. Finalmente, solicitaban que se respete el hecho de que la Real Cédula había
denominado “única contribución” al pago del tributo, “como denotando que su voluntad
real es que esta sea la única pensión a que estén ligados”. Finalmente, recordaban a las
autoridades que desde el instante en que había sido restablecida la real mita a Potosí, los
indios de Challapata habían acudido puntualmente a cumplirla.
183 El cumplimiento del envío de mitayos a Potosí luego de la restauración de este servicio se
dio no sólo en Challapata, sino en todo el partido de Paria, tal como puede comprobarse
del siguiente cuadro:
209

Cuadro N° 4. Envío de mitayos a Potosí. Partido de Paria. 1820

Fuente: AJP s/n. Toledo. 1819-1820. Despacho a la mita.

184 Por todo lo visto anteriormente, el pago del tributo o contribución era únicamente una de
las formas por medio de las cuales los indígenas sustentaron en gran parte el
mantenimiento del ejército del Alto Perú, provocando en la región una crisis económica
de magnitud que dejó a la población prácticamente en estado de mendicidad, como bien
lo describía el cacique Choqueticlla de Quillacas.
185 Al envío a la mita, al pago de otros impuestos voluntarios y forzosos, al mantenimiento al
ejército con víveres y bestias, al traslado de cañones de un campamento a otro, y al
cumplimiento de otros servicios como el de postillonaje y otras prestaciones se sumó
quizás uno de los sistemas de dominación más rechazado por los indígenas, que fue la leva
o recluta forzosa. Según los informes de los caciques y cobradores, una de las causas más
importantes que impedía el cobro del tributo era la fuga de tributarios que se había
producido para escapar a la recluta. Si bien la ley decía que eran pasibles de ser enrolados
en el ejército de forma forzosa los vagos sin oficio ni ocupación y los que no tenían
familia, en la práctica, los reclutadores recorrían el área rural y los pueblos tratando de
llevar al ejército a la mayor cantidad posible de jóvenes. En los archivos consultados se
han encontrado algunos oficios que denuncian este hecho, como el presentado por María
López, mujer de Eugenio Guzmán de Poopó, quien había sido reclutado a pesar de ser
casado con hijos, impedido por la parálisis y de ser el único oficial carpintero del pueblo;
o el que interpone Mariano Aguilar, del mismo pueblo, que decía ser sombrerero, enfermo
del pecho y con varios hijos, por lo que no le correspondía ser enrolado.
186 Tributo, mita, servicios personales y leva forzosa fueron los fantasmas que persiguieron a
la población indígena de la región de estudio durante el periodo de la independencia. Si
en los primeros años los indígenas organizados pudieron presentar opciones propias,
210

sublevarse y llegar inclusive a presentar un peligro serio para los intereses de la corona,
conforme pasaron los años y las exacciones de las autoridades locales se transformaron
en rutina, la insurgencia indígena en la región se fue diluyendo y se pasó a una nueva
etapa en la cual se buscaron opciones judiciales para sus pedidos. Se intentó
constantemente mantener las puertas abiertas para la negociación; sin embargo,
conforme la posición realista se hizo más débil, aumentaron las presiones hacia el grupo
que podía mantener al ejército real, provocando en los indios la percepción cada vez
mayor de una situación de injusticia que explica el rápido paso hacia el apoyo a la
posición independentista. Esto significa que hacia 1825, cuando se firmó el Acta de
Independencia, el pacto de reciprocidad entre la población indígena y la Corona española
estaba definitivamente roto.

Buscando un nuevo pacto: Simón López y la


sublevacion de Poopó de 1826
187 El sistema republicano se centró fundamentalmente en el principio de la igualdad,
planteado ya con anterioridad por la Constitución de Cádiz. Dentro de este principio, uno
de los puntos centrales fue el reconocimiento de la igualdad fiscal, publicándose así el 22
de diciembre de 1825 un decreto que suprimía el tributo y establecía un impuesto directo
sobre todas las clases. Este decreto establecía en las consideraciones:
1o. Que proclamadas por la Asamblea de estas provincias su absoluta
independencia, libertad, e igualdad civil, dejaron de existir las clases privilegiadas:
2o. Que debe abolirse toda contribución degradante a la dignidad de ciudadanos:... 126
188 Se planteaba de esta manera la igualdad fiscal, estableciendo un solo tipo de contribución
127, llamada “contribución directa”, que gravaba todo el capital productivo 128.

189 Con este mismo espíritu, se buscó implementar el nuevo sistema tributario instruyendo la
conformación de nuevas listas de contribuyentes, donde se tomaría en cuenta a todos los
“capitalistas” o propietarios de inmuebles urbanos, minas, haciendas, etc.
190 La nueva contribución contenía tres ramas principales: la contribución personal de tres
pesos anuales que debían pagar todos los hombres entre los 18 y 60 años, con excepción
de los militares en servicio activo, los religiosos y los inválidos; la contribución de
propiedad, que equivalía al 4 por ciento sobre la renta de propiedades rusticas y
propiedades urbanas en un porcentaje que iba del 2 al 4 por ciento según los diversos
casos; finalmente, el impuesto a la renta, que caía sobre los sueldos de empleados y
funcionarios en un porcentaje que iba del 2 al 6 por ciento129. En enero de 1826 se expidió
un decreto reglamentario que explicaba la forma en la que se cobrarían los nuevos
impuestos.
191 Los nuevos decretos modificaban sustancialmente el sistema impositivo que se había
instaurado en la etapa colonial. Si se toma en cuenta el aumento excesivo de las cargas
tributarias para los indígenas durante el proceso de la independencia, las nuevas
disposiciones fiscales aparecían como positivas, tal como se desprende del informe de 7
de enero de 1826, que envió a Sucre el gobernador de Oruro José María Guerrero. Este
decía:
En cumplimiento del supremo decreto de V.E. de 19 de diciembre ultimo relativo a
que informe detalladamente acerca de los impuestos que gravitan sobre este
pueblo, incluyo a Usted una noticia circunstanciada de los que impusieron con
211

motivo de la guerra por el gobierno español: por ella vera V.E. que no hay articulo
alguno que no hubiese recibido gravamen130.
192 El informe consignaba la existencia anterior de nada menos que 62 artículos sometidos a
gravamen, entre los que se hallaban algunos comercializados por españoles como
cordobanes o alfeñiques, otros de primera necesidad como harina de trigo o de maíz, y
artículos netamente indígenas como papas, chuño, trigo y maíz131.
193 La opinión pública, representada por el periódico oficial del gobierno El Cóndor de
Bolivia, se dedicó a apoyar la medida gubernamental, defendiendo los principios y la
práctica del nuevo sistema fiscal. Los argumentos centrales giraron alrededor de la
anulación de los privilegios y la necesidad de establecer un sistema único, la abolición de
las contribuciones de guerra y la unificación de varios sistemas y tipos de impuestos
indirectos en un solo sistema132.
194 A pesar de todas las supuestas ventajas, la nueva ley fue resistida por la población. Los
criollos y mestizos urbanos se oponían a ser considerados en un mismo sistema con los
indígenas, mientras que estos últimos se oponían fundamentalmente al catastro que debía
hacerse necesariamente antes de la instauración del sistema único. Estos conflictos se
daban cuando, al mismo tiempo, se hacía indispensable el cobro de impuestos para el
mantenimiento del Estado, lo que llevó a la larga a un gran desorden de las Cajas
Nacionales, que no sabían cuál impuesto cobrar.
195 En julio de 1826, el Gobernador de Oruro escribía ya desesperado:
Los pocos ingresos que tienen en estos meses la Cajas Nacionales de esta ciudad, las
continuas urgentes erogaciones que deben hacerse, tanto para sus gastos
ordinarios, cuanto por los extraordinarios de oficiales comisionados me tienen en
las mayores angustias, las que solo cesarían en el caso de hacer se cobren las
contribuciones personales en la provincia de Carangas: estoy informado de que
aquellos provincianos están prontos a pagarlas y podrían cobrarse en la misma
forma que antes...133
196 El anterior informe y el hecho de que los indígenas del partido de Carangas estuvieran
dispuestos a pagar la antigua contribución personal nos lleva a analizar cómo este pago
personal –llamado tributo en la etapa colonial y que pasó posteriormente a ser
denominado como contribución indígena o de naturales– era percibido en este momento
por los ahora ciudadanos, análisis que nos obliga a tomar en cuenta el tema del llamado
“pacto de reciprocidad”.
197 Dentro de la discusión sobre el “pacto de reciprocidad” de corte colonial y su vigencia en
la primera etapa de la vida republicana se plantea el problema de cómo podía conjugarse
el concepto de ciudadano como individuo con el interés indígena por seguir pagando una
contribución como contraparte del derecho a poseer las tierras del común. ¡Marta
Irurozqui dice que los indígenas entendían a la ciudadanía como una facultad a la que se
accedía mediante la contribución y que la nación de la que los indios decían ser
ciudadanos no era una asociación voluntaria de individuos iguales, sino que estaba
constituida por las antiguas comunidades políticas, con sus estamentos y cuerpos
privilegiados134. Es decir, el concepto de ciudadanía por parte de los indios no era el
mismo que utilizaba el Estado y se insertaba, más bien, en el antiguo concepto
relacionado con la vecindad; de ahí que no existiera en realidad contradicción entre
ciudadanía y pacto de reciprocidad. Sin embargo, esta respuesta no explica cómo se
defendía no sólo el pago del tributo o contribución indígena en sí –frente al impuesto
único que los igualaría como ciudadanos–, sino el pago de un tributo diferenciado
212

internamente entre originarios, agregados, forasteros o urus. En este punto se percibe


con claridad que la igualdad tributaria no sólo implicaba la desaparición de diferencias
entre los indígenas y otros grupos sociales, sino también la desaparición de las jerarquías
dentro de cada ayllu o comunidad y, por lo tanto, la desestructuración interna de las
comunidades. Es desde esta perspectiva que se puede entender mejor las razones por las
cuales los ayllus y comunidades, representados por los principales, jilaqatas o segundas 135,
defendieron el tributo, ya que éste les permitía mantener el sistema jerárquico y
controlar el poder interno así como la administración de sus propios territorios.
198 En ese momento, en el cual se daba un conjunto de normas nuevas basadas en el principio
de la igualdad ciudadana, se abrió, de la misma manera que en la etapa constitucional
gaditana, la posibilidad de la negociación entre iguales, lo que implicó, al mismo tiempo,
el establecimiento de un nuevo pacto que permitió mantener para las comunidades la
propiedad de sus tierras a cambio del pago de la contribución. Este fue otro de los motivos
por los cuales los indígenas de los primeros años de la República buscaron pagar la
contribución indígena y se opusieron al impuesto único. Era precisamente este pago
específico el que permitiría negociar un nuevo pacto que se había roto durante los
últimos años del proceso de la Guerra de la Independencia. No se trata entonces de un
problema que analiza cuánto de liberal había en la propuesta estatal y cuánto del antiguo
régimen se mantenía en las comunidades y sus autoridades, sino de percibir que era
precisamente el tributo, ese pago que antiguamente los marcaba como indios y vasallos
del Rey, el que permitiría mantener la posibilidad de reestructurar el pacto de
reciprocidad más allá de si eran considerados ciudadanos o no.
199 Esta reflexión nos lleva a proponer que la posición de los indígenas como actores
políticos, así como las estrategias que adoptaron, no estaban determinadas
necesariamente por las mismas reglas del Estado boliviano, basadas en el pensamiento de
la modernidad y el liberalismo, sino que era a través de la recomposición de un pacto de
reciprocidad que mantuviera la posibilidad de la negociación que podrían reivindicar lo
que era más importante para ellos: la propiedad de la tierra. De esta manera, la discusión
sobre la supuesta premodernidad de las propuestas indígenas se halla fuera del centro del
análisis, el cual debe ubicarse más bien en el posicionamiento frente a las posibilidades de
negociación.
200 Este tema puede ser ilustrado a partir del caso del indígena originario Simón López, quien
surgió como cabecilla de una sublevación en contra del catastro en Poopó, en 1826 136.
201 El expediente que relata esta historia lleva el título de “Juicio criminal seguido de oficio
contra Simón López y los indígenas de Poopó por resistencia y subversión contra la
comuna”137 y presenta una serie de aspectos que nos permite entrever la complejidad de
las relaciones de poder y las visiones indígenas sobre las nuevas reglas del juego.
202 El expediente se inicia con un informe sobre un rumor aún no confirmado de “ideas
odiosas que se hubieran esparcido en Poopó por la formación del catastro” (fs. 1) y
prosigue luego con la acusación, de 27 de junio de 1826, en la cual el regidor indígena
Tomás Gutiérrez denunciaba al también indígena Simón López de ser el autor de estas
ideas que “excitaban a los indígenas” y pedía que se lo remitiera a Challapata para
juzgarlo.
203 En este punto es importante distinguir nuevamente las dos esferas del poder indígena
local: por un lado, la de los regidores y el Cabildo indígena, este último conformado
aparentemente por indígenas que residían en el pueblo; por el otro, la del sistema
213

comunal, en el cual participaban las autoridades tradicionales como los jilaqatas. El


expediente no es claro con relación a la esfera de poder a la que pertenecía Simón López,
aunque parece ser, por su actuación, que se relacionaba más con las autoridades
comunales tradicionales.
204 La acusación de subversión y el problema del tributo aparecen como la punta del ovillo de
un problema más complejo relacionado sobre todo a los ajustes que se tuvieron que
realizar en las estructuras del poder local frente al nuevo Estado. El expediente permite la
percepción en diversos aspectos de la relación entre el Estado, el poder vecinal en los
pueblos y el poder de las autoridades de las diversas comunidades, en su afán por
establecer un nuevo pacto con el naciente Estado.
205 Los testigos de la acusación, que eran en su mayoría vecinos de Poopó, decían que López
había hecho correr el rumor entre los indígenas de que no les convenía el catastro y que
los ayllus no debían pagar la contribución hasta que él fuera a averiguar a Chuquisaca
cuáles eran las características de este nuevo sistema. Con este pretexto, y siempre de
acuerdo con la acusación, López habría cobrado cuotas o derramas de los comunarios
para su propio beneficio como “enemigo del orden y estafador de los naturales a pretexto
de que anda por ellos...”138. También se lo acusaba de conspirar contra el gobierno
establecido, llamando y formando “juntas nocturnas” en las estancias de Peñas, Hurmiri y
otras del cantón, para organizar su oposición al pago del impuesto.
206 Las acusaciones decían que López hacía correr el rumor de que a través del catastro se iba
a obligar a la población a compartir sus bienes y, sobre todo, su ganado con el Estado. La
acusación endilgaba a López la difusión de este rumor, que se había extendido por toda la
región y perjudicaba la acción de los catastradores; éstos no podían realizar su trabajo por
la oposición de las comunidades y el ocultamiento de sus bienes. Los testimonios
aseguraban que Simón López había argumentado a los indígenas “que no era regular que
partiesen con el Estado sus ganados”.
207 Alrededor de este tema y los rumores que generaba, hay que analizar varios aspectos que
explican en parte las razones por las cuales las comunidades y ayllus se oponían al
catastro. La Revisita tradicional, al interesarse únicamente en el tributo personal, se
limitaba a contar el número de hombres de 18 a 50 años –originarios, agregados,
forasteros, etc.–, sin preocuparse por los bienes de cada uno, lo que daba cierta
independencia en el manejo de los mismos; por el contrario, el catastro implicaba obtener
información más específica y estratégica sobre cada uno de los tributarios, como la
extensión de tierras o el número de animales, lo que implicaba una mayor dependencia
indígena y más poder por parte del Estado y de sus representantes. Desde esta
perspectiva, la oposición de los indios a la nueva medida, que rompía la forma de
relacionamiento anterior, seguía una lógica de defensa de la autonomía.
208 La explicación de la oposición al catastro por parte de las comunidades era vista de forma
diferente por los criollos, como argumentaba el abogado defensor de López: “Los
indígenas nunca habían visto este tipo de recuento 'desde que fueron hombres', por eso,
por su ‘rusticidad’ sacaron el rumor de que se repartiría el ganado”. La contraposición de
estas visiones permite observar dos posiciones totalmente diferentes; mientras para los
mismos comunarios la oposición se explicaba por el intento de injerencia por parte del
Estado y, por lo tanto, implicaba la imposibilidad de negociar el pacto (se trataba, por lo
tanto, de una posición política pensada y razonada), para el mismo abogado que los
defendía, la oposición partía de la ignorancia y la 'rusticidad' de los indios.
214

209 En medio de este clima de rumor y descontento, llegó el catastrador a Poopó y,


nuevamente de acuerdo con los acusadores, “se produjo una borrasca formidable no
menos que sorprendieron al comisionado del catastro con ocasión que todavía estaba en
cama, diciéndole que no admitían semejante operación”. Este acto agresivo contra la
autoridad fiscal se constituyó en la base para catalogar el “crimen” como de resistencia y
subversión.
210 Si bien la acusación de subversión contaba únicamente con algunas pruebas como la
organización de reuniones secretas y un supuesto tumulto, esto no fue obstáculo para que
se levante un expediente penal, como una muestra de la tensión existente entre los dos
poderes locales de Poopó.
211 Por otro lado, el problema del catastro encerraba en sí una serie de otros asuntos que
implicaban una reestructuración de las formas de relacionamiento entre las comunidades
y las leyes estatales, es decir, la conformación de nuevas estrategias frente a las reglas del
juego republicanas (frente a la nueva contraparte del pacto); estas estrategias eran
manejadas por nuevos actores sociales como Simón López.
212 Profundizando en la investigación, y con el apoyo de otros testimonios del mismo
expediente, se puede reconstruir la serie de actividades que realizaba Simón López a
nombre de los ayllus de Poopó. En estas actividades se entrecruzaba la representación de
las comunidades con una serie de trámites que llevaba a cabo ante las autoridades
estatales y locales, en un momento en que había que ubicarse correctamente dentro de
los círculos de poder que se modificaban constantemente.
213 Por un lado, López mantenía relaciones con las autoridades de los diversos ayllus y
parcialidades, lo cual se desprende de la comprobación de la organización de reuniones o
“juntas secretas” en la misma casa del implicado, “donde estaban los jilaqatas de Tapacari,
de Carangas, de Taraco, del Mojón”139. En estas juntas se definían las políticas y medidas a
seguir. También se perciben estas relaciones en el título que los mismos jilaqatas daban a
López, de ser su “defensor y comandante militar”. El ascendiente de López entre los
indígenas se ve también en las reacciones que provocaban en su contra, por un lado, los
llamados “vecinos” del Ayuntamiento, indígenas asentados en el pueblo y que conforman
un grupo opositor a López, y, por el otro, algunas autoridades originarias como el jilaqata
del ayllu Taraco, que constituía aparentemente otra facción entre los mismos comunarios.
En todo caso, a pesar del poder o ascendiente que mostraba López, no se puede ver a
través del expediente si éste formaba parte del grupo de los principales de la comunidad.
Se sabe que era alférez de las fiestas de San José y San Antonio, pero no ejercía un cargo
mayor. Es más probable que cumpliera un trabajo “especializado” para las comunidades
del cantón: llevar a cabo trámites relacionados con el Estado.
214 Entre las funciones ejercidas por López se hallaba la de hacer trámites sobre el pago de
diversos impuestos; esto se puede inferir por algunos testimonios del expediente que
decían que, en 1825, el acusado había cobrado una derrama “cuando pasó por acá Simón
Bolívar para que López le pidiera que se rebajen los derechos parroquiales”;
posteriormente había recogido otra cuota para tramitar la abolición del impuesto sobre la
harina. Los testigos decían que “solo le dieron voluntariamente 33 pesos para pagar en
Chuquisaca al abogado que hizo el trámite de pedir la extinción de la contribución de las
harinas”.
215 Uno de los testigos de la defensa decía de López:
215

Un individuo que sólo procura el bien común, que se ha fatigado en el viaje hasta
Chuquisaca y que no ha medrado en su provecho de la cantidad recolectada en la
derrama, no puede ser criminal, sino un bienhechor, un ciudadano humano y un
defensor de la propiedad contra que el gobierno español y opresor había impuesto
la perniciosa contribución a lo que es más, en efectos de primera necesidad 140.
216 Sin embargo, no era sólo ese el trabajo o la función de López dentro de la región. Su oficio
de interlocutor y negociador le permitía plantear demandas y reclamar derechos para su
gente. Desde la acusación se decía que había ofrecido a los indígenas de la región
conseguir que las haciendas de los vecinos –de los cholos (sic) – pasen a las comunidades.
Esto fue confirmado por el mismo gobernador de la provincia de Paria, Francisco
Bedregal, quien confirmó que Simón López se le había presentado:
...haciéndome presente que supuesto gozaban en otro gobierno era de necesidad
absoluta que los terrenos de haciendas se les repartiese a todos los indígenas, y que
todos los propietarios fuesen despojados con violencia, respecto eran perjudiciales
entre ellos141.
217 Esto significa que López no ejercía únicamente un rol de procurador o tramitador, sino
que se constituía verdaderamente en un intermediario y negociador entre los ayllus y el
Estado, con un poder suficiente como para reconstituir un pacto de reciprocidad que se
inserte en algunos de los principios y reglas del sistema republicano.
218 Pero, ¿cuál era el elemento que permitía que un indio del común, como Simón López,
ganara autoridad y poder legítimo dentro de los ayllus de Poopó? ¿Qué era lo que le daba
esa posición especial como representante y “comandante militar”? La respuesta parece
venir de una frase del mismo expediente, que indicaba que Simón López “sabía leer y
escribir y que por eso lo buscaban como consejero”.
219 El sistema colonial, con sus dos repúblicas, había conformado un sistema de autoridades
basado fundamentalmente en la tradición y la herencia. Esta fue la fuente de la autoridad
de los caciques de sangre, que dirigieron la República de indios, protegiendo sus derechos
y articulando las relaciones con el poder estatal y local. Si bien muchos de los caciques
coloniales eran letrados, esta condición era únicamente un elemento más de su posición y
estatus y no constituía un punto central en el reconocimiento de la autoridad por parte de
los ayllus y comunidades. La pérdida del poder de los caciques, que se profundizó durante
el periodo de la Guerra de la Independencia y se hizo definitiva con las leyes bolivarianas,
implicó también el surgimiento de autoridades nuevas que ya no enraizaban su poder en
principios de antiguo régimen, como la tradición o la herencia, sino en nuevos elementos,
como saber leer y escribir y formar parte del ejército, lo que les permitiría relacionarse de
una forma más horizontal con el Estado y obtener mayores espacios para la negociación.
220 La autoridad que daba el hecho de ser letrado se relacionaba con el nuevo rol que debían
jugar los miembros del común de los ayllus frente a las autoridades. La mayoría de edad
reconocida para los indígenas implicaba también la desaparición de los protectores de
indios y, por lo tanto, el enfrentamiento directo con las leyes republicanas. En este
contexto, la ilustración permitiría presentar estrategias legales válidas frente al Estado
republicano y defenderse de los abusos de los nuevos poderosos. La escritura daba poder
y autoridad, y el detentador de la palabra escrita los asumía: era procurador,
representante, defensor y negociador.
221 Si el ser letrado daba poder, el prestigio llegaba también desde otra fuente: la militar.
Aunque el expediente no da mayores luces, se sabe que Simón López era reconocido por
las comunidades de Poopó como su Comandante Militar, esto significa que posiblemente
216

haya sido uno de los numerosos caudillos que dirigieron grupos irregulares de
combatientes indígenas en favor de la patria durante la Guerra de la Independencia. Este
prestigio militar le permitiría posteriormente acercarse a las nuevas estructuras de
poder, solicitar al mismo Libertador la abolición de impuestos o enfrentar a las
autoridades locales para evitar el catastro.
222 Dentro de un juego permanente de estrategias, las comunidades y ayllus de Poopó se
adaptaron y aprovecharon las nuevas reglas del juego impuestas por el sistema
republicano, modificando las fuentes de la autoridad para mantener sus propios intereses.
Los ayllus fueron apropiándose de las formas de legitimidad de la modernidad para
enfrentar el desconocimiento estatal de sus autoridades tradicionales. Sin embargo, estas
nuevas autoridades buscaron en última instancia restablecer el pacto de reciprocidad que,
si bien mantenía algunos elementos coloniales, tenía mayor relación con el pacto
establecido durante la etapa constitucional, que determinaba claramente una relación
directa entre el pago de la contribución y el reconocimiento, por parte de la corona, de la
propiedad de la tierra con el derecho a la sucesión de la misma. Los representantes
militares y letrados, cuya fuente de autoridad provenía ya no de su origen cacical, sino de
su ilustración y del reconocimiento de sus propias comunidades, se organizaron y
lucharon por reconfigurar un pacto que les garantizara la tierra y la autonomía de su
gestión.
223 Para concluir la historia de Simón López sólo nos falta relatar que fue condenado a cuatro
años de cárcel por el delito de subversión; sin embargo, para el momento de la sentencia,
él y su supuesto cómplice habían tomado va buen recaudo pues escaparon de la cárcel del
pueblo en dirección a Carangas. Las redes sociales, que los relacionaban con autoridades
tradicionales de varias regiones del departamento, los ocultaban en alguna comunidad de
Carangas. El brazo de la ley no los alcanzaría.
224 Desde la conspiración de La Plata y la sublevación de Toledo, en 1809, hasta la subversión
de Poopó, en 1826, el presente capítulo ha recorrido el accionar indígena durante el
proceso de la independencia. A lo largo del mismo, se ha percibido la forma cómo la
población originaria estableció sus propias prioridades, objetivos de lucha y estrategias
dentro de un ambiente permanentemente cambiante y movedizo. En este contexto, las
autoridades indígenas y los indios del común mostraron una posición inteligente y cauta,
ya que pretendieron alcanzar sus objetivos con el menor costo posible. En un primer
momento, cuando se dieron las condiciones para organizar un amplio proyecto político,
se estructuró un verdadero ejército insurgente que apoyándose en la memoria histórica
de la gran sublevación buscó, con el apoyo de porteños y cochabambinos, tomar el poder.
El tiempo, así como el poder del ejército real, debilitaron la organización, surgiendo
entonces los caudillos insurgentes que redujeron el espacio de lucha y modificaron sus
estrategias. Finalmente, cuando los mismos caudillos fueron apresados y muertos, y
frente a la imposibilidad de organizar una guerrilla permanente en un espacio poco
accidentado como el altiplano, los indígenas bajaron el perfil de su lucha, buscaron
negociar mejores condiciones y mantenerse fieles a la corona que dominaba la región, a la
espera de poder reubicarse mejor frente al poder dominante y defender así sus propios
intereses. Al momento de la conformación del nuevo Estado republicano, las estrategias
indígenas se modificaron nuevamente. Al abrirse la posibilidad de establecer nuevas
relaciones con el Estado, buscaron inmediatamente sendas de negociación que
combinaron el diálogo con la presión. En ese contexto cambiante y complejo, dos
elementos se mantuvieron de forma permanente e inalterable para la población indígena:
217

el derecho sobre las tierras como una reivindicación permanente y la defensa del derecho
a su propia autonomía, manifestada en la elección y el apoyo a sus propias autoridades.

NOTAS
1. El término utilizado para la población originaria en la época de estadio era el de indio, es decir,
perteneciente a la República de indios. Durante las sesiones de la Asamblea Constituyente de 1826
se llevó a cabo un debate acalorado sobre la forma en la que debía nombrarse a este segmento de
la población en las leyes que los incluían. Para algunos, no debería contar con un nombre
especial, ya que eran considerados bolivianos al igual que el resto de la población, para otros, se
debería cambiar el término de indios por el de indígenas, para borrar los fundamentos de la etapa
colonial. liste fue el término que se hizo más común durante la primera etapa de la República,
donde se los nombró también como casta indigenal. A partir de 1952, los términos indio e
indígena fueron reemplazados por el de campesino. En los últimos años se utiliza más el término
de pueblos originarios, aunque en otras regiones como el Ecuador, la condición de pueblos
indígenas ha sido también reivindicada. En la presente tesis se utilizará el término indígena o el
de pueblos indios, según el documento analizado y el caso específico.
2. Esta es la visión, por ejemplo, de autores como Manuel José Cortez, Manuel María Urcullu, Luis
Paz y otros.
3. Luis Paz, por ejemplo, al tratar el tema del apoyo de Cáceres a Castelli dice: “Cáceres fue
escoltando al ejército con las masas de indios que pudo reunir, los cuales no dejaban de prestar a
los patriotas alguna ayuda para los transportes, aunque por lo general servían de estorbo”, p. 156.
4. Alipio Valencia Vega, El indio en la independencia. Imp. Progreso. La Paz, 1962.
5. La primera publicación del diario de José Santos Vargas la realizó Gunnar Mendoza en la
Revista de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca en el Tomo XVII, N° 41-42,
enero-diciembre, 1952. pp. 5-108.
6. Charles Arnade, La dramática insurgencia de Bolivia. Ed. Juventud. La Paz, 1979. pp. 53-65
(publicada en inglés seis años antes). Arnade relata con lujo de detalles las circunstancias de la
muerte de Eusebio Lira y la división en facciones en 1817, dejando de lado muchos otros
momentos del relato de Vargas que describe, más bien, acciones concertadas, actos de verdadera
entrega v una forma de organización estable.
7. Op. cit. p. 65.
8. Tesis de licenciatura presentada a la Carrera de Historia de la UMSA y publicada con el título de
Participación popular en la independencia de Bolivia. Ed. Don Bosco. 1979.
9. Marie Danielle Démelas: La invención política. Bolivia, Perú y Ecuador en el siglo XIX. Plural - IFEA.
2003.
10. Dice Démelas: “En aymara, el aweqa es el tiempo de la guerra, a la vez que el momento
constitutivo en que se separan las cosas. Según Bertonio, awqa significa ‘enemigo, contrario en los
colores y elementos, contrario es el negro de lo blanco, el fuego del agua'...La guerra aimara sería,
pues, el enfrentamiento de dos principios absolutamente opuestos, irreconciliables, y tales que el
desenlace del combate no podía ser sino la victoria total o la derrota sancionada por la muerte”,
pp. 241-242.
11. Para Eric Van Young en “La otra rebelión: un perfil social de la insurgencia popular en México
1810-1815”, los propósitos campesinos de participar en la contienda fueron únicamente
218

incidentales, lo que no significa que ésta sea una acción pre-política, sino plenamente política,
pero que no está encauzada hacia la conformación de una estado-nación, sino a la defensa de
comunidades estructuralmente antecesoras del estado y vistas en cierto sentido como existentes
fuera de él, en una visión que Van Young llama localocéntrica(p. 29). Citado en Antonio Escobar
Ohmstede y Romana Falcón (coord). Los ejes de la dispata. Movimientos sociales y actores colectivos en
América Latina, siglo XIX. Cuadernos AHILA. Frankfurt. 2002.
12. Citado por Antonio Escóbar Ohmstede y Romana Falcón op cit. pp. 12.
13. Op. cit., p. 12.
14. Sonia Cecilia Méndez Gastelmendi, “Rebellion without resistance: Huanta's Monarchist
peasants in the making of the peruvian State, Ayacucho 1825-1850”. Tesis de doctorado en
Filosofía e Historia. State University of New York at Stony Brook. 1996.
15. Op. cit. p. 22.
16. Op. cit. p. 23.
17. Antonio Escóbar Ohmstede y Romana Falcón (Coord.), Lar ejes de la disputa. Movimientos sociales
y actores colectivos en América Latina, siglo XIX, Cuadernos de AHILA. Frankfurt. 2002. Los autores
citan a James Scout, quien sostiene que “los campesinos, siervos, esclavos, negros, prisioneros y
demás grupos que ocupan los escaños más bajos de la escala social no pueden tomar el riesgo que
implica un desafío abierto y frontal al sistema por lo que las rebeliones grandes y sostenidas
resultan ser eventos históricos sumamente escasos. De hecho, están menos interesados en
cambiar las grandes estrucutras del estado que en lograr que en su vida cotidiana y concreta el
sistema los agreda lo menos posible”, p. 12.
18. Esto no significa que de forma circunstancial y cuando las condiciones eran favorables para la
subversión no surgieran provectos políticos como el planteado, por ejemplo, por Andrés Jiménez
de León y Mancocápac, que se relacionaba con un proyecto ligado a la memoria del incario. Estos
proyectos no se contraponían a los provectos estratégicos y presentaban precisamente la
estrategia de jugar siempre con las opciones de triunfo. Ver sobre este tema el artículo “Andrés
Jiménez de León y Mancocápac y la sublevación indígena en Charcas”, en Revista Cultural de la
Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia. Agosto de 2009.
19. Ver sobre este tema el trabajo de Silvia Rivera Cusieanqui, “Del ayma a la hacienda”, en
Estudios bolivianos en homenaje a Gunnar Mendoza. Musef. La Paz. 1978.
20. Roberto Choque Canqui, “Los caciques aymaras y el comercio en el Alto Perú”, en Olivia
Harris, Brooke Larson y Enrique Tandeter, La participación indígena en los mercados surandinos.
Ceres. La Paz. 1987 trata este tema analizando las actividades de algunos caciques del altiplano
paceño que se dedicaban a actividades como el comercio del vino. pp. 357-368.
21. Sinclair Thomson, Cumulo sólo reinasen los indios... Aruwiyiri– Muela del Diablo. La Paz, 2007.
Explica el autor que con la introducción de caciques “intrusos”, muchos de ellos mestizos, se
lesionaba la legitimidad del cacicazgo.
22. El mismo Thomson describe, en su artículo “Quiebre del cacicazgo y despliegue de los poderes
en Sicasica, 1740-1780”, cómo se manifestó esta pérdida de la legitimidad de los caciques más allá
de su situación de caciques de sangre o caciques foráneos. El problema se centró,
definitivamente, en la posición política adoptada por los caciques frente a la creciente presión
estatal, representada a nivel local por la dinámica del reparto de mercancías y el rol de los
corregidores. Frente a esta disyuntiva, los caciques, que deberían haber tomado una posición de
defensa indígena, terminaron, por conveniencias individuales o por incapacidad política,
apareciendo como aliados de los tan odiados corregidores. “En resumen –anota Thomson–, en la
medida en que aumentaba la presión ejercida sobre el cargo del cacique, la mayoría de los
caciques –unos más voluntariosos que otros– adoptaron una postura de colaboración con la
autoridad colonial”.
23. Las competencias de los subdelegados en justicia, hacienda, guerra y policía implicaban la
responsabilidad de la recaudación del tributo y del ingreso de éste en las Cajas Reales, para lo que
219

se exigía la presentación de fianzas que garanticen el cobro efectivo. El subdelegado tenía la


posibilidad de nombrar tenientes o recaudadores que recibirían un salario igual al 1% del tributo
y debían ser “vecinos españoles o de casta los más honrados...”, en Nuria Sala y Vila, Y se armó el
tole tole. Tributo indígena y movimientos sociales en el Virreinato del Perú. 1784-1814. Instituto de
Estudios Regionales José María Arguedas. Huamanga. 1996. p 75.
24. Sinclair Thomson identifica dos formas de nombramiento por parte de los delegados: una
formal y legal, por la cual se entregaba mayores funciones a los alcaldes; y otra informal y a veces
ilegal, por la cual se nombraba a los caciques recaudadores.
25. Los principales eran el conjunto de comunarios que, luego de haber ejercido durante varios
años de su vida diferentes cargos y de haber cumplido con su obligación como autoridades,
pasaban a ser considerados como un grupo consultor que podía tomar decisiones basadas en su
experiencia previa.
26. El sistema de cargos es una costumbre que persiste en la actualidad, consiste en un “camino”
por el cual transitan todos los adultos de una comunidad ejerciendo cada año un cargo. Como
estos cargos están organizados jerárquicamente, luego de varios años los comunarios han ido
avanzando en el camino de la autoridad hasta que, una vez concluido todo el camino, el
comunario accede al estatus de principal.
27. ABNB. Sublevación de indios. Tomo 2. Exp. De Condo Condo. 1774. fs. 8.
28. Doc. cit. fs. 9v.
29. Doc. cit. fs. 51v-52.
30. Doc. cit.fs.16v.
31. ABNB. Expedientes Coloniales. 1808. N° 16.
32. ABNB. Ec. Doc. Cit. f. lv.
33. Francisco Ríos fue apresado en Oruro cuando aparentemente intentaba llegar a La Paz para
participar en el movimiento de julio. El expediente sobre su actuación en Chuquisaca, que se
halla en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, ha sido trabajado por Gunnar Mendoza. En
él se percibe la posición de la plebe frente al vacío de poder central y a la posición de los poderes
locales. Algunos de los puntos rescatados en el juicio explican, por ejemplo, cómo se organizó la
cholada contra el Presidente de la Audiencia, la tensión existente entre los miembros del Cabildo,
el rol jugado por el Alcalde del Cusco y su propia acción como dirigente de uno de los grupos de la
plebe que asaltó la casa del presidente Pizarro (ABNB. Em. N° 12. 1810. fs. 34v-41r).
34. “.. .pues el cabildo llegó a incorporar en calidad de 'vocales representantes' a Francisco Figue-
redo Incacollo y Catari, indio principal de Yungas, (quien fue el encargado de la defensa de la
zona) Cregorio Rojas de Omasuyos y José Sanco de Pacajes...”, en José Luis Roca, 1809. La revolución
de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y en La Paz. Plural. La Paz. 1998. p. 89.
35. Sobre este tema, ver el capítulo 3.
36. Este punto ha sido abordado por Mercedes del Río en su trabajo sobre los Soras. La obra pía de
Aldana fue el resultado de la acción de los curas que provocaron sentimientos de culpa en
algunos de los encomenderos. Lorenzo de Aldana, arrepentido de su accionar como encomendero
y buscando el perdón en la otra vida, decidió legar a los indios de su encomienda todos sus bienes
a través de la fundación de una obra pía, administrada por los padres agustinos de Oruro. La obra
pía administraba los bienes y, obtenidos los dividendos, entregaba ciertos bienes a los
comunarios de Toledo y Challacollo.
37. El señor Fiscal Protector General. Doc. 3. En Marcos Beltrán Ávila, Sucesos de la Guerra de
Independencia del año 1810. (1910) 2006. p. 75.
38. Doc. Cit. en Beltrán Ávila, op. cit. p. 76.
39. La imagen de Juan Manuel de Cáceres es en sí contradictoria. Se trata posiblemente de un
mestizo que ejercía el trabajo de escribano en la ciudad de La Paz y que, luego de su participación
en la Junta Tuitiva y en la sublevación indígena, fue conocido con el nombre de “Oráculo andino”.
220

40. AHN de Madrid. Consejos 21299. Exp. 1815. Expediente sobre captura de sublevados en
Charcas. Cit. también por René Arze. p. 118.
41. Se ha encontrado algunas personas con el apellido Mancocápac en las mismas comunidades o
ayllus de Toledo. Aunque es probable que el apellido se repitiera en varias regiones –los caciques
de Azángaro y Carabuco, por ejemplo, llevan el apellido Mango– también es posible que la
relación entre Titichoca y Mancocápac tuviera su origen en lazos de vecindad. En todo caso, el
hecho de que Jiménez de León y Mancocápac fuera un alto dignatario de la catedral significa que
pertenecía a una familia mestiza de prestigio y poder. Ver sobre este personaje el artículo de
Roberto Echepareborde: “Un pretendiente al trono de los Incas: el padre Juan Andrés Ximénez de
León Manco Cápac”, en Revista de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Sevilla. SCIC. Vol. 24.
Art. 23. 1967.
42. Marcos Beltrán Avila, Sucesos de la Guerra de Independencia del año 1810. Oruro (1918) 2006. p. 76.
43. AHM Consejos 21299. Interrogatorio que resulta en favor de los indios de las comunidades en
general, fs. 2-2v. Citado también en René Arze Aguirre, Participación popular en la independencia de
Bolivia. Don Bosco. La Paz. 1979. pp. 127-128.
44. AHM Consejos 21299. Exp. 1. Interrogatorio ...
45. Archivo Histórico Nacional de Madrid ( AHN). Consejos 21299 Exp. 1 1815 [sup.]. Expediente
sobre captura de sublevados en Charcas. Urgente. El Sr. Presidente de Charcas avisando las
providencias que ha tomado con motivo de la nueva sublevación intentada en aquella ciudad por
el prebendado Don Andrés Mancocápac, Juan Manuel Cáceres, Gabino Estrada, Hipólito Landaeta
y otros.
46. Nombre dado a José Bonaparte por su afición a la bebida.
47. Doc. cit. 18 de junio de 1810. Los Habitadores de Cochabamba. fs. 4r.
48. Doc. cit. fs. 4v.
49. AHN. Madrid. Consejos. 21299. Exp. 1. 1815. El Sr. Presidente de Charcas avisando las
providencias que ha tomado con motivo de la nueva sublevación intentada en aquella ciudad por
el prebendado Don Andrés Mancocápac, Juan Manuel Cáceres, Sabino Estrada Hipólito Landaeta y
otros, fs. 1.
50. Doc. cit. fs. 2v. Los pueblos de indios citados en el documento se hallan en la región de Oruro,
correspondiendo los de Corque y Andamarca al partido de Carangas y el resto de pueblos citados
al de Paria.
51. Auto del subdelegado de Paria. En Beltrán, op. cit. p. 77.
52. AHN. Doc. cit. fs. 47r, 47v.
53. Sobre este tema, ver el artículo de María Luisa Soux “Los discursos de Castelli y la sublevación
indígena de 1810-1811”, en Carmen McEvoy y Ana María Stuven. La República peregrina. IEP. Lima.
2007.
54. Sobre su caso, ver también mi trabajo “Autoridad, poder y redes sociales. Laja 1800-1850”.
Tesis presentada para obtener el grado de maestría en la Universidail Internacional de Andalucía.
Sede La Rábida, España, en 1999.
55. Oficio enviado por Mariano Taborga a Vicente Nieto el 30 de julio de 1810. Documento N° 18,
en Marcos Beltrán Ávila, op. cit. p. 129.
56. Carta de Nieto a Mariano Taborga. 21 de julio de 1810. AHN de Madrid. Consejos 21299. Exp.
1815. Expediente sobre captura de sublevados en Charcas, fs. 47v.
57. Doc. cit. fs. 48r.
58. Archivo Judicial de Poopó. N° 1184. Toledo 1811. Dice el documento: “Por cuanto con motivo
de la restitución del cacicazgo de Toledo a Manuel Titichoca el año pasado por órdenes de la
Junta que hubo en Chuquisaca, entró también en su poder la cobranza de Sicaya...”. f.3r.
59. Aunque aún en este punto la visión tradicional es negativa frente a la participación indígena.
Por ejemplo, Paz dice: “Cáceres fue escoltando el ejército con las masas de indios que pudo
221

reunir, los cuales no dejaban de prestar a los patriotas alguna ayuda para los transportes aunque
por lo general servían de estorbo”, p. 156.
60. Luis Paz, Historia del Alto Perú, hoy Bolivia. Tomo II. 1909. p. 156.
61. Esta es, por ejemplo, la postura de Luis Paz. pp. 147-148.
62. Colección Documental Emilio Gutiérrez de Quintanilla. ( CDHGQ) Guerras de la independencia.
Buenos Aires. 1973. Carta N° 1. El subdelegado de Chuchito, Tadeo Gárate, al gobernador
intendente de Puno, don Manuel Quimper (pp. 17).
63. CDEGQ. Carta N° 8. Oficio de Domingo Tristán a Pedro Benavente, comandante del
Desaguadero.
64. Beltrán Ávila, op. cit. p. 85.
65. Es interesante analizar el comportamiento de los cochabambinos que en 1810 fueron enviados
a Oruro para controlar el levantamiento de Titichoca, y que en 1811 se hallaban como aliados del
nuevo levantamiento indígena. Este tema ha sido abordado por René Arze en Participación popular
en la independencia de Bolivia.
66. “Sucesos de la ciudad de La Paz...”, p. 87.
67. “Sucesos de la ciudad de La Paz...”, p. 87.
68. “Sucesos de la ciudad de La Paz...”, p. 91.
69. CDEGQ. Carta N° 133. Informe levantado por el coronel Pedro Benavente sobre la base de las
noticias dadas por algunos indios. Desaguadero. 3 de septiembre de 1811.
70. CDEGQ. Carta N° 134. De Tadeo Gárate a Manuel Quimper. 3 de septiembre de 1811.
71. CDEGQ. Carta N° 135. Antonio de Rivero a Manuel Quimper desde Arica. 27 de agosto de 1811.
72. CDEGQ. Carta N° 136 y 137.
73. CDEGQ. Carta N° 50. 29 de octubre de 1811.
74. CDEGQ. Carta N° 101. La Paz. 8 de noviembre de 1811.
75. CDEGQ. Carta N° 135. Domingo Tristán a Antonio Goyburu. 18 de noviembre de 1811.
76. Ver sobre este punto el capítulo 2.
77. El pago del tributo se había constituido en uno de los puntos centrales de las propuestas
porteñas para modificar la relación entre los indígenas y el Estado. Juan José Castelli en
Tiwanaku, el 25 de mayo de 1811, había declarado abolido el tributo como uno de los símbolos de
vasallaje que debía desaparecer. Sala, Y se armó el tole tole, p. 164. Desde el lado realista, el tributo
se hallaba también abolido por el decreto del Consejo de Regencia de 26 de mayo de 1810,
destinado para Nueva España y que fue extendido para todas las Indias por confirmación de las
Cortes Generales en 13 de marzo de 1811. Sala, op. cit. pp. 165-166. Desde ambos principios, por lo
tanto, no correspondía el pago del tributo en conflicto.
78. AJP. N° 1184. Toledo 1811 (1812). Oficio de don Domingo Cayoja al Subdelegado de Paria. 1812.
79. AJP. Doc. cit. s/f.
80. AJP. Doc. cit. s/f.
81. AJP. Doc. cit. fs. 13.
82. “En este pueblo de Toledo a los treinta días del mes de diciembre de mil ochocientos doce. En
cumplimiento de lo mandado por el señor subdelegado juez real del partido, me puse en
averiguación de los bienes de Manuel Titichoca a quien no se le ha encontrado bienes [f. 15v]
ningunos por más diligencias que se han practicado, por cuyo motivo se ha detenido el
expediente que antecede; en esa virtud solamente practique el embargo de unas casas propias
que posee en dicho pueblo de Ibledo, y es como se sigue. Primeramente en el ayllu de Condoroca
se embargaron unas casas que se componen de dos cuartos, y una cocina, su horno, un solar
nuevo sin techar con su respectivo patio. En el ayllu Collana igualmente se embargo una tienda
que cae a la plaza con su correspondiente patio en donde hubieron dos viviendas en solares, y
una cocina corriente. En la misma plaza una tienda con su correspondiente pasaje situada en las
tierras de la iglesia con esto se concluyo, quedando depositadas las expresadas piezas en poder de
222

Bernardo Choque , para que este entregue en la misma conformidad que se hizo cargo, cuando
sea requerido por el juez legitimo. Y para que así conste por diligencia lo senté y lo firme
haciendo por el depositario uno de los testigos porque dijo no saber, con quienes actuó a falta de
escribano. Mariano Gaviño, A cargo del depositario y como testigos. Manuel de Luna. Basilio
Eulguera y Arocha”. Doc. cit. fs. 15-15v.
83. Doc. cit. fs. 8.
84. AJP. N° 1186. Peñas. 1811. fs. lv.
85. AJP. Doc. cit. fs. 5v.
86. Nuria Sala y Vila dice: “Abascal no veía como suplir los 756 mil pesos anuales que se dejarían
de percibir, ni como pagar los sueldos a los subdelegados ni los sínodos a los curas. Se intentó, en
un principio, aumentar el precio del tabaco y se planteó la posibilidad de establecer un recargo
en los impuestos al comercio ultramarino y de repartir tierras realengas a los indios a cambio de
un canon. Sin embargo, como las expectativas de que suplieran las rentas perdidas fueran
inciertas, se optó por reimplantar el impuesto personal indígena”, p. 171.
87. Sala y Vila, Y se armó el tole tole. p. 173.
88. Archivo de la Casa Municipal de Oruro ( AMO). Libro Real de Cédulas y provisiones que da
principio en 2 de enero de 1812 y sirve para la Real Caja de Oruro. fs. 4v-5. El texto dice: “Por
cuanto el Rey Nuestro Señor Don Fernando 7° y en su real nombre el congreso nacional
depositario de la soberanía, queriendo dar la prueba más visible del aprecio, y estimación que le
merecen los naturales de estos preciosos dominios por su inalterable lealtad, y patriotismo ha
tenido a bien eximirles del tributo igualándolos en todo a la clase de españoles por el Real
Despacho siguiente. Don Fernando 7° por la gracia de Dios Rey de España, y de las Indias, y en su
ausencia y cautividad el Consejo de regencia autorizado interinamente a todos los que las
presentes vieren, y entendieren, sabed: Que en las Cortes Generales y extraordinarias existentes
en Cádiz se resolvió, y decreto lo siguiente: las Cortes Generales y extraordinarias habiendo
examinado detenidamente el decreto expendido por el anterior Consejo de Regencia en la Real
isla de León a 26 de mayo del año pasado de 1810 y el bando que para su ejecución mando
publicar en México con fecha 5 de octubre del mismo año el virrey de Nueva España don
Francisco Xavier Venegas al mismo tiempo que han tenido a bien aprobar la exención del tributo
concedida a los indios en aquel [f. 5r] decreto con la extensión declarada por dicho virrey en el
referido bando a favor de las castas de mulatos, negros y demás que se han mantenido y
mantengan fieles a la sagrada causa de la patria en el distrito de aquel virreinato, decretan
primero que la expresada gracia de la exención de tributos sea extensiva a los indios, y a las
castas de las demás de América, segundo que la gracia de tierras de los pueblos de los indios no se
extienda a las castas, tercero que se cumplan con el mayor rigor las Reales Ordenes y
disposiciones que prohiben a las justicias el abuso de comerciar en el distrito de sus respectivas
jurisdicciones bajo del especioso titulo de repartimientos. Lo tendrá entendido en el Consejo de
Regencia, y lo mandara imprimir, publicar y circular. El Baron de Amella presidente. Vicente
Tomas Traver diputado secretario. Juan Polo y Catalina diputado secretario. Dado en Cádiz a 13
de marzo de 1811”.
89. AJP. N° 1793. Huancané. 1812. fs. 9.
90. Doc. cit. fs. 9v.
91. AMO. N° 339. Libro Real de cédulas y provisiones que da principio en 2 de enero de 1812 y sirve
para la Real Caja de Oruro. fs. 20v.
92. AJP. S/n. Toledo 1812 s/f.
93. Sobre el tema de las guerrillas son numerosos los estudios entre los que cabe citar Charles
Arnade: La dramática imurgencia de Bolivia, Arturo Costa de la Torre: Ildefonso de la Muñecas y los
mártires de la republiqueta de Larecaja. T. IV. Jornadas Peruano Bolivianas de Estudio Científico del
altiplano Boliviano y del sur del Perú. Ed. C.M.C. Franz Tamayo. La Paz. 1976. Ver también en el
trabajo conjunto en Armando Martínez y Manuel Chust (coord): Una independencia varios caminos.
223

El caso de Bolivia. (Universidad Jaume II Castellón 2007). Existen además numerosos libros
dedicados a rescatar la figura de los principales caudillos guerrilleros como Manuel Asencio
Padilla, Ignacio Warnes, Ildefonso de las Muñecas, etc. Dentro de esta amplia literatura es
necesario resaltar el trabajo de Gunnar Mendoza en la introducción del libro Diario de un
comandante de la independencia americana: el Diario de José Santos Vargas (Siglo XXI, México, 1982) que
se centra en analizar la guerrilla de Ayopaya.
94. Planteo la idea de la existencia de un sistema coordinado de los grupos guerrilleros en
oposición a la idea defendida por la historiografía tradicional, de que estos grupos actuaron de
forma autónoma bajo la dirección de sus caudillos, lo que llevó a su identificación como
republiquetas. El texto se basa en la correspondencia establecida entre Juan Antonio Álvarez de
Arenales y los principales jefes guerrilleros del Alto Perú, en la cual se dan instrucciones sobre las
estrategias de lucha. Esta correspondencia se halla en el fondo Farini del Archivo General de la
Nación en Buenos Aires.
95. AJP. N° 1191. Urmiri. 1812. fs. 30.
96. AJP. Títulos antiguos de Toledo 1791-1836. Doc. 1. Juicio ordinario de despojo seguido por
Cornelio y Rafael Aldunate con Pedro Chaparro y otros sobre terrenos de Chiaraque. Año de 1840.
97. AJP. Causa criminal seguida contra Sebastián Yucra y su cómplice Pedro Ramírez (1811)
cuando a este pueblo entraron los insurgentes con el caudillo Juan Crisóstomo Carrillo, s/n.
98. ABNB. Sobre los saqueos que realizó Blas Ari por el camino a Pampa Aullagas bajo inventario
de los bienes que llevó. 09-04-1812. fs. 35r-36r.
99. Doc. cit. fs. 36r.
100. AJP. N° 1177. Culta 1812.
101. Encargado del manejo del tambo y de enviar el correo a través del sistema de postas.
102. AJP. N° 1177. Culta 1812. s/f.
103. Baltasar Cárdenas aparece como caudillo de guerrilla hasta 1815, cuando se lo acusa de
traición y deja de ser nombrado como jefe guerrillero. Por su parte, José Miguel Lanza fue el
último comandante de la Guerrilla de Ayopaya, desde 1821. Éste fue el único grupo guerrillero
que se mantuvo en la lucha hasta 1825 y, como compensación, su comandante Lanza fue
nombrado por Sucre Jefe político del departamento de La Paz. Lanza murió) en Chuquisaca en
abril de 1828, defendiendo a Antonio José de Sucre del golpe de Estado que lo obligó a renunciar a
la Presidencia.
104. AGN. Buenos Aires. Sala III. Contaduría. Ejército Auxiliar del Perú. Comisario. 1811-1812. Sala
III 36-5-3.
105. AJP. N° 1176. 1812. Toledo, s/f.
106. Doc. cit. s/f.
107. Doc. cit. s/f.
108. ABNB Em N° 90-1812. fs 2r.
109. AGI. Diversos 3 A1813 R1 N° 1. Archivo de Abascal. Confesión de Mariano Díaz.
110. AGI. Doc. cit. Testimonio de Martín de Jáuregui. fs. 10v-11v.
111. En el informe de la sentencia se lo acusa de “caudillo de insurgentes asesino y sanguinario
que en distintas expediciones, cometió los más horrorosos crímenes de muertes, y latrocinios” (
AGI. Doc. cit. fs. 20r.).
112. AGI. Doc. cit. fs. 20r-20v.
113. Nuria Sala y Vila, Y se armó el tole tole... pp. 228-229. Sobre la participación indígena en la
Intendencia de La Paz ver Arturo Costa de la Torre, Ildefonso de la Muñecas y los mártires de la
republiqueta de Larecaja; María Luisa Soux: “Autoridades comunales, coloniales y republicanas.
Apunte para el estudio del poder local en el altiplano paceño. Laja 1810-1850”, en Estudios
Bolivianos N° 6, IEB, La Paz, pp. 93-123.
224

114. AMO. Libro Real de Cédulas y provisiones que da principio en 2 de enero de 1812 y sirve para
la Real Caja de Oruro. Oficio de nombramiento de Subdelegado del partido de Paria en favor de
don Gregorio Barrón. 27 de mayo de 1816. fs. 108.
115. AMO. Libro Real de Cédulas y provisiones que da principio en 2 de enero de 1812 y sirve para
la real Caja de Oruro. 1816. fs. 105-105v.
116. AMO. Doc. cit. fs. 105v.
117. AMO. Doc. cit. fs. 106.
118. AMO. Doc. cit. fs. 320.
119. Doc. cit. fs. 320.
120. Doc. cit. fs. 321.
121. Doc. cit. fs. 321.
122. Así, por ejemplo, el cacique de Sicaya, Mariano Gaviño, envió la siguiente nota al
subdelegado de Paria: “Digo yo Mariano Gaviño, cacique gobernador del pueblo de Sicaya que me
comprometo a entregar a los Señores Ministros de Real hacienda de la Villa de Oruro los
cuatrocientos cuarenta pesos que se contienen en la precedente libranza girada contra mi por el
señor subdelegado del partido de Paria Don Francisco Manuel Caviedes señalando para su
satisfacción el termino de mes y medio, y obligándome a su cumplimiento en toda forma de
derecho...” (ABNB. Emancipación 1819).
123. ABNB. Emancipación. Hayllamarca. 15-04-1822. Sobre el entero de tributos de los caciques de
Carangas.
124. AJP. N° 544. 1823. Challapata.
125. AJP. s/n. Challapata. 1817.
126. Decreto de 22 de diciembre de 1825: Se declara abolida la contribución impuesta a los indígenas
con el nombre de tributo, y se establece la directa sobre todas las clases: modo de cobrarla y periodos en que
ha de enterarse. Colección oficial de Leyes y Decretos.
127. Ley de 22 de diciembre de 1825. Dictada durante el gobierno de Simón Bolívar.
128. Ver sobre este tenia el trabajo de Tristan Platt: “La experiencia andina de liberalismo
boliviano entre 1825 y 1900”, en Steve J. Stern (Comp.), Rebelión y conciencia campesina en los Andes.
Siglos XVIII al XX. IEP. Lima. 1998. Asimismo, Frederic Richard, quien en “Política, religión y
modernidad en Bolivia en la época de Belzu” sostiene: “La política religiosa y fiscal de este
gobierno [Sucre] y su hostilidad hacia la autonomía de los municipios y de las comunidades
indígenas, ilustran perfectamente este deseo de destruir las bases de la sociedad corporativa y
estamental para reemplazarla por un Estado Nación compuesto de individuos libres e iguales”
(Richard, 1997: 621).
129. Lofstrom, La presidencia de Sucre en Bolivia. pp. 393-395.
130. Archivo Nacional de Bolivia. Ministerio del Interior. Prefectura de Oruro. 1826.
131. Archivo Nacional de Bolivia (ANB) Ministerio de Hacienda (MH) 1826. T.3. N° 12.
132. El Cóndor de Bolivia. N° 10. 2 de febrero de 1826. Publicación del Banco Central de Bolivia, la
ABNB y la Academia Boliviana de la Historia. 1995.
133. ANB. MH. 1826. T.3. N° 12. 6 de julio de 1826.
134. Marta Irurozqui y Víctor Peralta, Por la concordia, la fusión y el unitarismo. Estado y caudillismo
en Bolivia. 1825-1880. CSIC. Madrid. 2000. pp. 219-220.
135. Es importante recordar que la institución del cacicazgo fue abolida por Bolívar en 1824 para
el Perú, medida que fue reconocida un año después para Bolivia. Esto significa también que de
manera oficial se había producido el traspaso del poder hacia las autoridades menores. Este
hecho es importante para entender también los cambios que se dieron en el nuevo pacto.
136. Al inicio de la investigación se sabía de Simón López sello que era un indígena. Más adelante,
se ha logrado encontrar su nombre en la Revisita del Partido de Paria, “Testimonio de la matricula y
empadronamiento del Partido de Paria, y pueblo de Poopó, dista de la capital de la Intendencia de la Plata
225

sesenta Leguas”. Simón López era originario con tierras de a cinco pesos por año del ayllu Tapacarí
del partido de Poopó. Tenía 28 años en 1817 y era casado con Manuela Cachura. ANB. Rev. 415.
1817.
137. Archivo Judicial de Poopó (AJP), Juicio criminal seguido de oficio contra Simón López y los indígenas
de Poopó por resistencia y subversión contra la comuna, s/n. 1826.
138. AJP. Doc. cit. s/f.
139. Doc. cit. Testimonio de Manuela Asguacho. s/f.
140. Doc. cit. fs. 13v.
141. Doc. cits/f.
226

Conclusiones

1 Cuando en 1808 las tropas napoleónicas invadieron la península ibérica, desterraron al


rey Fernando VII e impusieron en su lugar a José Bonaparte, se inició un proceso que
duraría más de 15 años y que concluiría con la independencia de la mayoría de las
regiones hispanoamericanas y con la conformación de una serie de repúblicas, entre las
que se halla Bolivia. En ese momento inicial, los súbditos del monarca de uno y otro
hemisferio se unieron en una sola voz, reivindicando los derechos del rey Borbón sobre
sus territorios. A pesar del descontento que cundía en algunos grupos, sobre todo de
criollos y mestizos en América, a causa de los cambios producidos en los últimos decenios
con las reformas borbónicas que mermaban su poder, el pensamiento generalizado se
manifestaba aún con el grito de “Viva el Rey, muera el mal gobierno”.
2 Dieciséis años después, cuando moría en Tumusla el último jefe realista altoperuano,
Pedro Antonio de Olañeta, ya nadie reivindicaba la figura de Fernando y su “mal
gobierno” desaparecía con el exilio del último Virrey del Perú. El imperio español en
América vivía sus últimos momentos y, con la excepción de Cuba, Puerto Rico y Filipinas,
no le quedaban ya territorios fuera de la península.
3 ¿Qué ocurrió durante esta década y media? ¿Cómo se vivió en un espacio específico como
Oruro, este proceso que llevó a la ex Audiencia de Charcas de ser un territorio colonial a
constituir un Estado independiente y de ser parte de una monarquía a conformar una
república? ¿Este cambio se produjo por un triunfo militar de los ejércitos patriotas o, más
bien, por un desgaste definitivo del mismo sistema colonial? Estas preguntas han tratado
de responderse a lo largo de la tesis, buscando desentrañar un proceso que, por lo
complejo, se asemeja en muchos aspectos a un tejido.
4 La urdimbre de este “tejido histórico” se halla en el establecimiento metodológico de una
cronología rigurosa que se inicia en 1808 y concluye en 1826. Se asume esta cronología
como la base metodológica para lograr relatos comprensibles, para establecer acciones
contemporáneas y mostrar los diversos tiempos en los que se suceden los hechos. Una
cronología rigurosa nos permite, por ejemplo, establecer que las noticias llegaban
siempre tarde y las respuestas de los actores en Charcas se daban, por lo tanto, a
destiempo. Asimismo, esta cronología, que se repite en cada uno de los capítulos, nos abre
la posibilidad de establecer comparaciones entre las situaciones en diversos lugares. Por
eso no es casual que ciertos movimientos en Oruro se produzcan varios días después que
227

en otras ciudades de Charcas. Esto no significa que los rumores y las noticias no hayan
sido transmitidas de diversas maneras, generando muchas veces rumores y chismes que
fueron centrales al momento de los hechos, aún más si tenemos en cuenta que no
existieron hasta 1824 medios de comunicación impresos en todo el territorio de la
Audiencia, hecho que limita también, aunque de forma parcial, la posibilidad del
desarrollo de una opinión pública común.
5 Los bordes cronológicos de este denso tejido histórico han sido marcados en el segundo
capítulo, describiendo la situación de crisis que se vivía en la etapa previa a 1808 y en la
nueva situación de crisis que se percibió en la etapa posterior a 1826; se trata, por lo
tanto, de una historia de crisis en medio de otras dos etapas también de crisis. Cruzando
esta urdimbre se halla un proceso histórico con luces y sombras, con figuras claras y
difusas que sólo se van a definir a lo largo del mismo proceso, así como las figuras de un
tejido sólo aparecen conforme se las teje.
6 Si bien el trabajo presenta en cada capítulo una perspectiva de análisis diferente, como el
de la guerra, la cultura política, las tensiones en los poderes locales y los movimientos
indígenas y populares, queda muy claro que en los hechos, estas percepciones se hallaban
cruzadas y es a veces muy difícil establecer la forma de abordar algunos hechos en los
cuales aparecían visiones que se acercaban a una u otra percepción. Así, por ejemplo, la
permanencia de Castelli y su ejército en Oruro puede analizarse desde la perspectiva de la
guerra, queda claro que su presencia motivó el fortalecimiento de algunos elementos de
una nueva cultura política, mediatizada por la permanencia de una sociedad de antiguo
régimen y por la presencia en la ciudad de los cabecillas indígenas que acompañaban a
Castelli, hecho que produjo también tensiones en los poderes locales. Es por esta razón
que, siendo conscientes del peligro de ser repetitivos, a veces se toman en cuenta los
mismos hechos pero que son analizados en cada capítulo desde una perspectiva diferente.
7 Se ha asumido esta decisión debido a que consideramos que el proceso es tan complejo
que no es posible trabajarlo optando únicamente por una perspectiva de análisis y que se
hace imprescindible, por lo tanto, abordarlo de esta manera. Nos ubicamos así en una
postura crítica frente a trabajos que han privilegiado una sola perspectiva que pueda
generar ya sea visiones centradas en ideologías o discursos o, por el contrario, se
concentren en mostrar a los diversos actores sociales dejando de lado los discursos y las
posiciones ideológicas en las luchas por el poder político. Esta opción nos ha obligado a
tomar en cada caso las propuestas teóricas de diferentes historiadores, sin que por ello
nos identifiquemos totalmente con alguna propuesta. Desde el análisis de la historiografía
reciente sobre el proceso de independencia, pensamos que es importante tomar en cuenta
visiones que no por ser diferentes son necesariamente opuestas, sino que aparecen como
complementarias, precisamente porque abordan la problemática desde una perspectiva
distinta.1
8 En 1808, cuando llegaron al territorio de la Audiencia de Charcas las dramáticas noticias
de la situación en la península, el ambiente en la capital Chuquisaca ya era tenso debido a
los conflictos que se habían producido entre el Presidente de la Audiencia, los oidores y el
Cabildo. Las noticias de la metrópoli fueron un caldo de cultivo que fue aprovechado para
instaurar el 25 de mayo de 1809 la primera Junta con un carácter autonomista en
América, con el discurso del retorno de la soberanía al pueblo. Es importante destacar que
en este primer acto, las tensiones por el poder local y la existencia de peleas entre las
esferas del poder central y las de los poderes locales marcaron la pauta para el desarrollo
del conflicto, que concluyó con la impronta de una Audiencia rebelde. A diferencia de
228

otras ciudades iberoamericanas en las cuales fue el Cabildo el que asumió el gobierno, en
el caso de La Plata, se trató del mismo Real Acuerdo el que asumió el poder por decisión
de la población. En esta situación de crisis, los poderes locales buscaron consolidar y
aumentar su poder con discursos que tomaban en cuenta tanto aspectos de defensa de la
tradición como un nuevo lenguaje político. De forma paralela, algunos personajes ligados
a las comunidades empezaron a conspirar retomando como bandera de lucha
reivindicaciones en favor de la clase indígena.
9 Ya en este primer acto, relatado en los diversos capítulos de la tesis, se perciben las
diferentes tramas del tejido, en éste se entrecruzan conflictos por el poder local, discursos
sobre la soberanía popular y luchas sociales protagonizadas por los grupos populares.
Nadie pensaba en ese momento –salvo quizás algunos exaltados– que el proceso que se
iniciaba de esa manera terminaría con la independencia y el surgimiento de Bolivia.
10 Para los partidos de Oruro, Paria y Carangas, ubicados en una región dependiente de la
intendencia de Chuquisaca, situada a su vez en una Audiencia subordinada, como era
Charcas, la guerra se convirtió a partir de 1809 en el centro de las actividades. Las tropas
del Rey, dirigidas desde el Virreinato del Perú, asentaron su cuartel general en la ciudad
de Oruro durante gran parte de la campaña; lo mismo ocurrió con el primer ejército
auxiliar porteño durante la primera mitad de 1811. Esta presencia permanente de tropas,
tanto en la ciudad como en los pueblos, implicó también un aumento de la presión sobre
la población, obligada a sostener en gran parte a los soldados de uno y otro bando. De
manera cronológica, el capítulo sobre la guerra muestra este movimiento de tropas entre
1809 y 1825, el impacto que provocó en la población y las estrategias que siguieron los
orureños frente a una guerra que en muchos momentos no consideraron suya. A lo largo
del capítulo se ha buscado describir de una forma ordenada el ir y venir de los
protagonistas en el conflicto bélico, su paso por Oruro y sus partidos y, sobre todo, la
incertidumbre permanente ligada a los cambios en el equilibrio de poder entre ambos
bandos en lucha. El ambiente que predomina en este capítulo es el militar. El poder local
pasó a depender de las decisiones de los jefes militares y la vida de los pobladores se vio
sumida en un ritmo marcado por el desarrollo de la guerra. A la larga, no importaba cuál
de los bandos controlaba la ciudad o pasaba por las comunidades, ya que de una forma u
otra, se produjo una dependencia cada vez mayor de los hombres de armas. La economía
y la política terminaron por ser dominadas por las necesidades bélicas. A través de las
datos provenientes de las Cajas Reales y de las Actas de Cabildo de la Villa de Oruro, se
percibe cómo la población civil se encontró dominada por las fuerzas militares,
provenientes de los ejércitos virreinales del Perú, de los ejércitos auxiliares porteños, de
las tropas insurgentes provenientes de Cochabamba e inclusive de los grupos irregulares
que amenazaban la región. El comercio local y regional, la producción agrícola y la
minería sufrieron las consecuencias de estas incursiones que precipitaron a toda la
región, y con más fuerza a la Villa de Oruro, hacia una decadencia que se vivía aún varios
años después de finalizado el conflicto.
11 El trabajo muestra, a partir del análisis desde un lugar específico, algunas de las
características generales de la Guerra de la Independencia. En primer lugar, no se trata,
como nos relató la historia patria, de una guerra entre dos bandos claramente
identificados desde el principio. La contienda se dio inicialmente con movimientos
urbanos que no tenían un objetivo que se dirigía necesariamente hacia la independencia;
no eran revolucionarios en ese aspecto, pero sí lo eran en el sentido de apoyarse en la
retroversión de la soberanía al pueblo frente a la crisis de la monarquía. Posteriormente,
229

cuando el Virreinato del Río de la Plata se plegó a la propuesta autonomista, la lucha se


transformó en la práctica en una guerra entre los virreinatos del Río de la Plata y del Perú
por el control del territorio de Charcas, importante sobre todo por contar con los ingresos
provenientes de la minería y del tributo indígena. Si bien esta postura ha sido debatida
sobre todo por las posiciones historiográficas nacionalistas, los hechos analizados nos
demuestran que no se puede entender el proceso de independencia de Charcas sin
ubicarla correctamente en un proceso continental que necesariamente está en las esferas
de posiciones políticas y estratégicas virreinales. Con esto no se olvida que, en medio de
esta lucha entre los dos poderes virreinales, se insertó también una guerra civil en la cual
se buscaba dirimir el peso de los diferentes poderes locales que se aliaron con uno u otro
bando en pugna.
12 Conforme los ejércitos regulares provenientes del Perú y defensores del poder de la
corona fueron asentándose sobre todo en las ciudades de Charcas, las estrategias de lucha
por parte del bando insurgente se modificaron, lo que dio lugar a la lucha de tropas
irregulares o guerrillas que buscaban impedir el movimiento del ejército virreinal y,
cuando se daba la posibilidad, apoyar los intentos de ingreso de las tropas rioplatenses. A
partir de 1814 las estrategias de lucha giraron en torno al hostigamiento por parte de los
grupos guerrilleros a los ejércitos regulares del Rey. En la región de Oruro, donde debido
a su geografía se hacía difícil organizar grupos irregulares, el dominio realista fue casi
permanente.
13 Dos situaciones, una externa y la otra interna, marcaron a partir de 1821 el rumbo de la
guerra. La primera fue el triunfo del ejército de San Martín en el Perú y el traslado de la
capital virreinal al Cusco. Este hecho debilitó el poder del Virrey, que empezó a aumentar
la presión económica sobre las regiones que controlaba; la segunda fue la división que se
produjo en 1824 en el ejército real, que terminó de debilitar la presencia militar en el Alto
Perú. Cuando las tropas colombianas llegaron a Oruro, en febrero de 1825, el poder de la
corona ya se había desmoronado.
14 La crisis de la monarquía en España provocó también un cambio en la relación entre
gobernantes y gobernados, tanto en la península como en los territorios americanos.
Entre 1808 y 1810 se dio un proceso por el cual el sistema de antiguo régimen, basado en
la relación entre el soberano y sus súbditos, empezó a deslizarse, al menos en el discurso,
hacia un sistema moderno basado en la relación entre ciudadanos. Esta revolución
política es analizada en el tercer capítulo de la tesis, tomando como escenario el territorio
de la Audiencia de Charcas y haciendo hincapié en los procesos locales de la región de
Oruro. A partir de los documentos y los discursos que acompañaron a los movimientos
juntistas de 1809 y 1810, al movimiento rioplatense en su incursión en Charcas, a las
Cortes españolas y la Constitución de Cádiz, así como a los que se produjeron por parte de
los grupos que defendían el antiguo régimen, el capítulo analiza las idas y venidas de un
lento proceso de construcción de la ciudadanía moderna en un territorio tensionado por
propuestas políticas diferentes y muchas veces antagónicas. De la misma manera, se
describen y analizan los actos eleccionarios y las fiestas y rituales que acompañaban los
discursos y se constituían en la representación de uno y otro sistema para la población. En
muchos momentos, tal como se describe en el capítulo, ambos sistemas convivieron y se
llegaron a entremezclar y confundir; así, términos como monarca, súbditos, ciudadanos,
pueblo o pueblos, soberanía popular o pacto (muchas veces resemantizados según los
intereses y los contextos), se entremezclan en los discursos; en los actos públicos se
presentaba la imagen del monarca al mismo tiempo que se juraba a la Constitución, como
230

ocurrió en La Plata a inicios de 1813; y los alcaldes y representantes constitucionales eran


elegidos mediante sistemas electorales de antiguo régimen, como cuando el delegado
orureño para representar el partido en la Diputación Provincial fue elegido de forma
interna por el Cabildo. Finalmente, cuando el discurso de modernidad se impuso con la
República, primó en los grupos de poder el lineamiento conservador de evitar la anarquía
y promover el orden, pensamiento que dio lugar a que en 1826, en la Asamblea
Constituyente, se limite la ciudadanía y se prive a los indígenas de ese derecho. A partir
de este seguimiento se puede definir que, al igual que en muchos otros lugares de
América, discurso y práctica no estuvieron juntos y que en muchos aspectos primaron las
antiguas prácticas, aunque se rodearon de discursos nuevos. Sin embargo, a pesar del
divorcio existente entre discurso y práctica, es también un hecho que el espíritu de los
discursos fue empujando lentamente hacia una implementación de una nueva cultura
política.
15 Este proceso de construcción de una discursividad y de proyectos de modernidad se cruzó
permanentemente con el curso y los avatares de la guerra. El grupo que lograba
implantar su fuerza militar, a través de la presencia de un ejército, imponía o trataba de
imponer, a su vez, un sistema de gobierno. Los proyectos de modernidad y ciudadanía
provenían de uno y otro bando; no se trataba, por lo tanto, de una lucha entre un sistema
de antiguo régimen defendido por los realistas frente a una propuesta de modernidad
propugnada por el bando patriota. Desde este último bando encontramos, por ejemplo, la
propuesta de los miembros de las Juntas, que utilizaron el discurso de la soberanía
popular, el proyecto del ideólogo del primer ejército porteño, Juan José Castelli, que trató
de implantar un sistema moderno de ciudadanía y el pensamiento liberal implantado por
el ejército bolivariano y más específicamente por Antonio José de Sucre; sin embargo, la
misma cultura política marcada por la modernidad se presentó también en el bando leal a
la corona en las dos etapas constitucionales que se dieron entre 1809 y 1814 y entre 1820 y
1823. Por su parte, el pensamiento pactista y de antiguo régimen fue defendido en su
momento no sólo por Pedro Antonio de Olañeta para oponerse a las tropas del Virrey,
sino también por el accionar de algunas comunidades indígenas que buscaban más bien
defender el pacto de reciprocidad para mantener la propiedad de sus tierras; asimismo,
los catecismos y las prédicas de los curas relacionaban el lenguaje religioso con la
fidelidad al católico monarca. Finalmente, cuando el lenguaje de la modernidad se impuso
junto a la formación de la República, los nuevos grupos de poder, con el discurso de
impedir el desorden y la anarquía, limitaron las propuestas más avanzadas de ciudadanía
y representación, estableciendo en la Constitución de 1826 una ciudadanía restringida y
censitaria, en una posición más conservadora que la que se había planteado en la misma
Constitución de Cádiz. De esta manera, durante los primeros años de vida republicana
convivió un lenguaje liberal y moderno con sistemas basados en la tradición y con una
sociedad que mantenía en muchos aspectos posiciones estamentales y de desigualdad
jurídica.
16 En otra esfera de análisis, se puede percibir que la crisis general del imperio español
provocó al mismo tiempo una crisis de la institucionalidad, sobre todo en las esferas del
poder más amplias como los virreinatos y las audiencias. Esta situación amplificó las
tensiones y conflictos que se habían dado ya con anterioridad entre las diversas esferas
del poder, las cuales se entrecruzaban en su ejercicio a escala local. Las tensiones entre las
autoridades del poder central, representados en Charcas por la Audiencia, las
intendencias y por los subdelegados, con las pertenecientes a los poderes locales
231

representados en los cabildos de ciudades, villas y pueblos, y con las autoridades étnicas
de las comunidades salieron a luz de diversas maneras, sumadas a su vez a las posiciones
que se asumían frente a las fuerzas y el dominio que se buscaba ejercer tanto desde Lima,
fuente principal del poder leal a la corona, como desde Buenos Aires, centro de la
insurgencia. A lo largo del cuarto capítulo se describe y analiza la complejidad de estas
relaciones y la forma en que las tensiones entre los grupos e inclusive los conflictos
personales dieron lugar al establecimiento y quiebre de alianzas. Desde la división interna
de las autoridades de Oruro ante a los movimientos juntistas, pasando por las tensiones
entre el jefe militar y los cabildantes de la villa, hasta la tensión existente entre las
autoridades de Oruro y Cochabamba en 1825, al momento de instaurarse un nuevo
gobierno se percibe constantemente un juego dinámico por controlar el poder local con
visiones localistas o regionalistas. Finalmente, estas tensiones regionales y locales por el
control del poder concluyeron con dos hechos fundamentales dictados por la Asamblea
Constituyente en 1826: la supresión de los ayuntamientos, por la cual se resolvió el tema
de la lucha entre las esferas del poder central y municipal, y la creación del departamento
de Oruro, a través de lo cual se buscó dar una respuesta al pedido de la población orureña
de lograr cierta autonomía frente a Chuquisaca. Por otro lado, es en gran parte esta lucha
por los poderes la que llevará, más allá de debates y posiciones ideológicas, a establecer
finalmente una posición general entre la población de Charcas, de definir un apoyo a la
instauración de una nueva República. No se trata, por lo tanto, de una postura
“protonacionalista” o de la existencia de proyectos diferentes frente, por ejemplo, al
formulado por las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino de un problema de control de
espacios por parte de los poderes regionales. Así, se puede percibir dos dimensiones en las
luchas locales y regionales por el poder; por un lado, el establecimiento de una alianza de
las regiones de Charcas por lograr una independencia frente a los grandes centros
virreinales; por el otro, una decisión por parte de los poderes locales de renunciar a parte
de éste, apoyando en la Asamblea de 1826 el proyecto centralizador.
17 Las luchas por el poder local y las tensiones regionales que caracterizaron esta etapa de
lucha se hallaban ligadas, a su vez, a las acciones bélicas y a los cambios en el sistema
político. A lo largo del estudio se puede demostrar cómo la implantación de la
Constitución Gaditana fortaleció los poderes locales al crearse cabildos constitucionales
que pudieron enfrentar de una forma más articulada los intentos por parte de los
subdelegados, intendentes y de los jefes políticos y militares de Oruro por concentrar el
poder. Al mismo tiempo, la militarización del territorio y el estado de guerra aumentó el
poder de las fuerzas centralizadoras, que se impusieron finalmente estableciendo un
sistema republicano centralizado y único. De esta manera, se puede seguir un proceso por
el cual los poderes locales lograron en determinados momentos imponerse sobre un
poder central debilitado por la crisis general de la monarquía, pero que finalmente la
balanza se inclinó hacia el fortalecimiento del poder central –limitado ya para ese
momento al territorio de la República boliviana– apoyado en la fuerza militar, que
minimizó las acciones de los poderes locales y de las autoridades étnicas de los ayllus y
comunidades.
18 En el transcurso de la guerra, caracterizada por el paso de las tropas de uno y otro bando,
la gran cantidad de población indígena tributaria que habitaba la región de Oruro se
constituyó en un sujeto político que buscaba jugar sus propias cartas. La organización
interna de las comunidades había sufrido muchas transformaciones desde fines del siglo
XVIII como consecuencia de un proceso en el que se había acentuado la crisis de los
232

cacicazgos. Esta crisis, a su vez, había permitido la instauración de un sistema de mayor


participación política “desde abajo”, fortaleciendo el poder de los segundas, jilaqatas y
principales. Esta situación de crisis e inestabilidad interna se cruzó con el conflicto bélico
y con las nuevas propuestas políticas, lo que permitió de esa manera una mayor apertura
por parte de la población indígena y sus autoridades para ubicarse estratégicamente en
medio del conflicto y jugar sus cartas políticas a fin de garantizar el acceso a las tierras y
la propiedad de éstas, así como el respeto a sus formas de organización.
19 La población indígena percibió en los movimientos juntistas una opción de renegociar de
forma conveniente el pacto colonial, logrando una mayor participación en las instancias
de poder. Fue por este motivo que, cuando los proyectos juntistas fracasaron, empezaron
a conspirar buscando reubicarse de forma conveniente dentro del sistema. Es claro que el
apoyo militante que se dio al primer ejército auxiliar porteño se debió a la búsqueda de
un nuevo pacto con el grupo que había tomado el poder y que les ofrecía tanto la
propiedad de sus tierras como una mayor equidad. Posteriormente, luego del fracaso de
esta propuesta propia, las comunidades indígenas se replegaron y pretendieron mantener
el antiguo pacto colonial a través del pago del tributo. Esto fue posible incluso en los
momentos en que la Constitución Gaditana suprimió esta contribución.
20 La negociación del pacto, sin embargo, se debilitó conforme el poder militar se asentaba
en la región. El ejército del Rey necesitaba para su sustento el trabajo permanente de los
indígenas; debido a esto, la corona rompió lentamente el equilibrio y el sentido de
reciprocidad en que se basaba el pacto. La percepción por parte de los indígenas de la
injusticia y la dominación, además de los cambios suscitados en el resto del continente en
favor de las posiciones contrarias a la corona llevaron a la población indígena y a sus
autoridades tradicionales a acercarse hacia posturas independentistas, con las cuales
pensaban poder renegociar de una forma más equilibrada el pacto. Ya en la etapa
republicana, la política liberal de individualización de las tierras, el desconocimiento de
las autoridades cacicales y el intento por establecer un impuesto único mostró a la
población originaria que la nueva política debilitaba más bien su posición, así, el intento
por establecer un catastro como base para implantar un impuesto único movilizó
nuevamente a la población indígena y a sus autoridades para buscar una nueva
negociación del antiguo pacto, esta vez con el Estado boliviano.
21 El análisis presentado sobre el proceso de independencia, tomando en cuenta diversas
miradas y abarcando ámbitos diferentes nos lleva a preguntarnos acerca de qué cambió y
qué se mantuvo del sistema colonial en la nueva República, más allá del cambio de las
autoridades y de los discursos, tanto en las esferas locales como en el poder central. Desde
la esfera de la guerra, se puede decir que el impacto demográfico, económico y social fue
tal que, al menos en el espacio orureño, el cambio fue negativo. El movimiento de tropas y
la expoliación de la población provocaron una crisis que duró más de 50 años. Esta crisis
que se vio con más fuerza en Oruro, pero que se dio también en el resto del territorio
boliviano, permitió la implantación del poder militar y el surgimiento de un sistema
caudillista que se expandió hasta 1880. Desde esta perspectiva se puede decir que el
resultado final fue el fortalecimiento de la casta militar que impuso a sus propios
caudillos y que pasó a dominar los espacios de poder político de la nueva República.
22 Desde la cultura política, el supuesto cambio de un sistema de antiguo régimen a otro de
modernidad, que se veía en ese momento como un cambio sustancial en el mejoramiento
de la vida de los pobladores, se vio limitado por la persistencia en las élites de un
pensamiento colonial y de antiguo régimen, el cual, con argumentos nuevos como la
233

necesidad de impedir la anarquía y de contar con ciudadanos ilustrados, buscó mantener


un sistema estamental y una ciudadanía restringida. La igualdad ciudadana y el voto de
mujeres e indígenas tardarían aún más de un siglo en implantarse en Bolivia. A pesar de
ello, el discurso político que había surgido en el bienio 1808-1810 se mantuvo en las
constituciones y en otros documentos oficiales, generando una especie de esquizofrenia
en la cual se mantenía una sociedad de antiguo régimen que replicaba discursos liberales
y modernos.
23 La lucha entre los poderes locales y el poder central pareció inclinarse hacia el segundo a
inicios de la República. Los postulados de las Cortes de Cádiz que, por el contrario,
ampliaban el poder de los ayuntamientos, se vieron sobrepasados por la necesidad de
contar con un poder centralizado y militarizado que impidiera el mantenimiento de
luchas entre las regiones y, por lo tanto, el desorden y la anarquía. Si bien la
centralización del poder y la supresión de los ayuntamientos permitió que Bolivia
escapara de las luchas intestinas que caracterizaron a otras regiones del continente –
como las luchas entre unitarios y federales en las provincias del Río de la Plata, por
ejemplo–, el debilitamiento de los poderes locales provocó la instauración de sistemas
caudillistas y la limitación de una mayor participación política. El nuevo sistema
estableció, por un lado, una separación de poderes, pero por el otro, concentró el poder
en el Estado central anulando las formas de participación concejiles y los sistemas
comunales de control.
24 Finalmente, la búsqueda del mantenimiento del antiguo pacto o la negociación de uno
nuevo por parte de la población indígena, objetivos que habían llevado a este grupo a la
lucha en favor de la independencia, se vio frustrado desde el inicio de la etapa
republicana. El desconocimiento de la ciudadanía y de las autoridades étnicas, por un
lado, y la liberalización e individualización de la tierra, por el otro, mantuvieron durante
los primeros años de vida republicana un tenso statu quo en el cual las comunidades
pagaban el tributo a cambio de cierto reconocimiento sobre la propiedad de sus tierras;
sin embargo, ya a mediados del siglo XIX el pacto se había resquebrajado, lo que dio lugar
a un proceso de expropiación de las tierras y la conformación de latifundios. Si bien en
Oruro las comunidades pudieron resistir al embate de las haciendas, el pacto de
reciprocidad se debilitó, hecho que derivó en el surgimiento de una política liberal que no
tomaba en cuenta la posición indígena.
25 Frente a todo lo analizado anteriormente, podría presentarse el proceso de independencia
como un proyecto trunco y frustrado, que no logró en última instancia consumar sus
objetivos, sin embargo, es importante tener muy en cuenta que no existieron de principio
objetivos de independencia ni de formación de un nuevo Estado, sino que precisamente
estos objetivos fueron construyéndose junto al desarrollo del mismo proceso, por lo
tanto, era imposible que los resultados pudieran medirse en un momento dado como
1826. Desde esta perspectiva, por lo tanto, podemos concluir con que el complejo proceso
en que se vio inmerso el territorio de Charcas y específicamente la región de Oruro entre
1808 y 1826 fue, en última instancia, un momento de aceleración violenta de un proceso
lento y aún inconcluso de transformación de una sociedad colonial.
234

NOTAS
1. Sobre el debate en torno a esta problemática se puede ver el trabajo de Roberto Breña: “Ideas,
acontecimientos y prácticas políticas en las revoluciones hispánicas”, en Alfredo Ávila y Pedro
Pérez Herrera: Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. Universidad de Alcalá de Henares-UNAM.
2009. En él habla sobre la necesidad de poner en relación los lenguajes y los conceptos con los
acontecimientos y las prácticas políticas (p. 135).
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(ACSD) (Oruro)
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