De Mahieu, Jacques Marie - El Viaje Del Dios Sol II

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El Gran Viaje del Dios Sol de Jacques de Mahieu

Primera Parte

Primera Parte Indice de Obras de De Mahieu

5. Vocablos escandinavos en el quichua

Ya vimos, en los capítulos anteriores, que los títulos incaicos eran todos escandinavos. Recordémolos aquí: AYAR, título de los
cuatro fundadores del imperio. Antiguo escandinavo, jarl, jefe de guerra, conde. INKA (INGA según las transcripciones españolas de
la época de la Conquista. La letra G no existe en el quichua). Ing, sufijo que, en todos los idiomas germánicos, indica el linaje, la
descendencia. KAPAK, título del emperador inca. Antiguo escandinavo, kappi, hombre valeroso, héroe, campeón, caballero. SCYRI,
título de los reyes de Quito. Antiguo escandinavo, skírr, brillante, puro (comparativo: skírri); skira, purificar zar; Skíri-Jón, San Juan
(en la época cristiana, bautista). A estos vocablos ya mencionados corresponde agregar: AUKI, infante, titulo que usaban los hijos
del inca hasta su casamiento. Antiguo escandinavo, Auki, retoño.

PALLAS, mujer inca. El origen de esta palabra es más dudoso, parece ser el antiguo escandinavo Félaga, esposa. La f, que no
existe en quichua, se habría transformado en una p. La e, larga y abierta, habría adoptado el sonido de una a. Sin embargo, todo
esto no es nada evidente. HÜIRAKOCHA, de hvitr, blanco, y god, forma primitiva de gud, dios, cuya d, pronunciada al modo
escandinavo – como la th inglesa— se convirtió en ch en la transcripción castellana del quichua. Asimismo en cuanto a dos
nombres de emperadores incas, de los que Garcilaso nos dice que no tenían sentido en la "lengua general" pero sí debían de tener
uno en la "lengua particular" de la aristocracia peruana: MANKO, nombre del fundador de la dinastía, viene, ya lo vimos, de man,
hombre y konr, rey. ROKA, nombre del segundo emperador, al que precede el adjetivo quichua SINCHI, valeroso, parece proceder
del nombre escandinavo Hródgar , que ha dado Roger en francés y Rogelio en castellano.

Hay otro vocablo, íntimamente vinculado con la dignidad imperial, que, según Garcilaso, pertenece a la "lengua particular” de los
incas: COREQUENQUE, que Vicente del López ortografía más correctamente KORAKENKE, sin que la sustitución de vocal modifique
apreciablemente su pronunciación. Es éste el nombre del pájaro rarísimo que el quichua llama allkamari y que suministraba a
soberano las dos plumas blancas y negras que ornamenta su tocado. López descompone la palabra en korak-inka; en korak un
derivado del sánscrito kárava, cuervo, que ha dado xóyaS en griego. Ya hemos mencionado más arriba el origen germánico de inka:
ing. El de korak no es menos claro. Los derivados de káravu a veces pierden y otras veces modifican la primera vocal de la palabra
sánscrita. Así, en latín, encontramos corbellus, cuervo, y crocire, graznar; en francés, corailler y croasser, que son sinónimos:
graznar. Ahora bien. en danés, cuervo se dice krage. Puesto que el quichua no contiene ningún vocablo que empiece con dos
consonantes distintas, es lógico que una vocal se haya re- introducido entre la k y la r. Krage se convirtió así en korage y, por no
existir la g en el quichua, en korak. KORAKENKE significa, pues, en danés, cuervo-inca: el cuervo que pertenece a la aristocracia
blanca y, en especial, al emperador.

Señalemos aquí un detalle de interés. Según Garcilaso, el korakenke vivía en el valle de Villkanuta, cerca del Cuzco. Ahora bien:
VILLKA (HUILKA, según la ortografía actual) significa fortaleza y viene del danés virk que tiene el mismo sentido. En cuanto a
KANUTA, la palabra sugiere irresistiblemente la transcripción castellana —Canuto— del nombre Knud, llevado por varios reyes de

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Noruega y de Dinamarca. En el campo de la toponimia, todo queda por hacer. Sin embargo, podemos mencionar tres otros
nombres de lugares peruanos cuyo origen es evidente: AYA VIRE, nombre de una ciudad importante del Perú pre-incaico.- La
palabra no suena a quichua y su etimología escandinava no deja lugar a duda: yari, conde, y virk, fortaleza: la Fortaleza del Conde.
Notemos que, en este vocablo arcaico, virk no había tomado-aun la forma que adoptara en qufcKua —huilka— sino aquella misma
que encontramos en Normandía donde el nombre de la ciudad de Vire tiene el mismo origen. KUNDINAMARKA (Cundinamarca,
según la transcripción española), nombre que llevaba en la época incaica —y sigue llevando aún hoy día— la meseta de Bogotá; la
actual Colombia, límite, al norte, del imperio de incas. MARKA tiene el mismo sentido en antiguo escandinavo que en quichua: el de
marca, de provincia de frontera. KUN o KON (recordemos que la u y la o se confunden en el quichua) procede de konr —la r es la
desinencia nominativo y desaparece en los demás casos—, palabra ésta que significa "hombre noble", "descendiente de una
familia noble" y, por extensión, "rey", tomando posteriormente con este último sentido, las formas konungr, en noruego, y konge, en
danés. Quedan las dos sílabas DINA en las cuales vemos una deformación de DANE, posterior a la Conquista, sugerida y casi
impuesta a los cronistas de la época que no tenían nada de filólogos, por la palabra castellana Dinamarca. El vocablo primitivo,
KUNDANEMARKA, significaría, pues, en danés, "Marca Danesa del Rey". KUSKU, nombre de la capital de los incas, que escribimos
hoy en día Cuzco.

Garcilaso nos dice que la palabra pertenecía a la "lengua particular" de los incas, y significa "ombligo, centro del mundo". Nos
encontramos a ante un hecho sumamente revelador: no es en el antiguo escandinavo donde tenemos que buscar el origen de este
nombre, sino en el finés: keskus, centro, medio. Los escandinavos conocían perfectamente a los fineses que llamaban Skraelinger
—enclenques—, apodo éste que aplicaron, como ya vimos, a los esquimales y amerindios. Hasta se habían introducido en el finés
algunos vocablos germánicos: por ejemplo, kuningas, rey (de konungr) o kaunis, hermoso (de skounis). El proceso inverso no es,
por lo tanto inverosímil. Hasta es posible que fineses hayan integrado la expedición de Üllman, pues los vikingos a menudo
reclutaban a soldados extranjeros. Creemos, no obstante, que hay una explicación más satisfactoria: cuando los atumuruna
conquistaron el Perú, dieron un nombre finés a la ciudad indígena más poblada, un poco como llamamos "supermarkets" nuestros
almacenes de estilo norteamericano. 6. Raíces indoeuropeos del quichua No es nuestro propósito reproducir aquí el “Vocabulario
ario-quichua” (sic) que ocupa cuarenta y cuatro páginas de la obra de Vicente Fidel López. Sólo puede interesar a los especialistas
que lo tienen a su alcance. Repitamos, por otro lado, que no contiene sino datos indicativos y que el análisis, en función del antiguo
escandinavo y del latín, de los vocablos que incluye queda por hacer. Limitémonos, pues, a dar algunos ejemplos de este trabajo
incompleto. A lo más nos permitiremos, en algunos casos, agregar, entre paréntesis, a las referencias del autor tal o cual palabra
escandinava o latina, conocida hasta por el lego que somos, que nos parece poder constituir el origen directo del vocablo citado.
AKKA, cerveza de maíz. Sánscrito, aka, bebida fermentada. (Latín, aqua, agua; gótico ahva, id.;danés akvavit, aguardiente). (N.del. A:
el sánscrito aka no figura en ninguno de los diccionarios que consultamos). ALLPA, tierra, Sánscrito, halá, ara. (Antiguo
escandinavo, alpia, montaña).

AMAUTA, los astrónomos del Perú. Sánscrito, amata, amati, tiempo, año, luna. (Antiguo escandinavo, amala, adivino). ANKA águila,
(textualmente, garra). Sánscrito, nak’a, nak’am , uña, garra; griego ¿????, latín unguis; alemán Nagel, garra. Danés, negl, garra.
ANKALLINI, quejarse, gritar. Sánscrito, ahas, ahatis, dolor; zend azañh , dolor, griego, ¿?¿?, apretar, ahogar; ¿?¿; dolor; latín, ango,
Augustus, anxius. ARARIHUA, granjero, mayordomo, (N. del A. : en la Argentina, se llama mayordomo al jefe de explotación de una
[3]
estancia). Griego ., ¿?¿?¿?¿; arar, ¿?¿?¿?¿, labrador, ¿?¿?¿?¿, tiempo de labranza, ¿?¿? arado; latín, arare, arator, aratio,
[4]
aratrum, arvus, arvum ; gótico, arjan , arar; aha, aran, arar . (Antiguo escandinavo, ard, arado). APANI, llevar, levantar. Sánscrito,
apa; zend, apa; griego, ¿¿?¿?¿, de ¿¿?, hacia atrás; latín, ab, abs; gótico, af , fuera de; anti- guo alto alemán, aba. (Danés, af, de,
fuera de). AYMURALLU, cobertizo de cañas debajo del cual se colocan las cosechas. Sánscrito, ahi, serpiente; por derivación,
pliego, lugar; mur, rodear, vestir, latín, murus; antiguo alto alemán, mura, muro. AYRI, hacha. Sánscrito, ir, herir, golpear; latín, ira, ira;
arma, armas. AYUNI, cometer adulterio. Sánscrito, yu, juntar, unir; yoni, unión sexual. (Latín, jungere, juntar, unir). KAKKA, cumbre
de montaña. Sánscrito, kakút, cumbre. (Antiguo escandinavo, hár, alto; alemán, hoch, id.; danés, hog, id.). KALLA, huso. Sánscrito,
krt, hilar, tejer. (Lat. colíus, huso). KIKALLU, lengua. Sánscrito, gr', tragar; griego, ¿?¿?¿?¿, lengua; latín, glutire, gula; kal, llamar;
griego, ¿?¿?¿ (Danés, kalde, llamar). KOLLI, hogar, cenizas. Sánscrito, culli, hogar. (Escandinavo, kol, carbón). KUNANI, aconsejar,
predicar. Sánscrito, kun, dirigir la palabra, dar un consejo. (Danés, kundgore, publicar, promulgar). KUS, tos. Sánscrito, g'us', dar un
sonido, hacer ruido; kas, toser; lituano, koster . (Danés, hoste, tos). KUTANI, moler. Sánscrito kut, dividir, romper. (Inglés, cut,

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cortar). K'KAMANI, crear, procrear. Sánscrito, kama, amor, (Latín, cama, cama estrecha). K'KATANI, rodear, cubrir. Sánscrito, c'ad,
hacer sombra; griego, ¿?¿?¿?, oscuridad; gótico, skadus, sombra; inglés, shade; lituano, szétra, tienda. K'KAUNI, hojas verdes del
maíz, secadas para servir de forraje. Griego, ¿?¿?, ^¿?¿?¿, quemar; ¿?¿?¿quemadura; gótico, hais, antorcha; hauri, olla; lituano,
kaistu, estar caliente. K'KEA, pus, materia corrompida. Griego, ¿?¿?¿, basura; ¿?¿?¿?, hacer basura; latín, caca, lituano, szizu.
KOCHA, mar, lago, estanque. (Antiguo alto alemán, cocho, barco). K'KOO, montón. Griego, ¿?¿?¿, verter; ¿?¿?¿, ¿?¿?¿, ¿?¿?¿;
libación; ¿?¿?¿?, montón de tierra, muro: latín, fons, foi; gótico, giuta, verter. K'KORI, oro. Sánscrito, hiranam; zend, zaranu, oro;
griego ¿?¿?, ¿?¿?¿; gótico, gulth; alemán, gold (danés, guld, oro). CHAKRA, granja, Sánscrito c’akra, provincia, distrito; griego, ¿?
¿?¿, círculo, ¿?¿?¿?, anillo.; latín , circus, circo, circum, alrededor de; antiguo alto alemán, kring, anillo (danés, ring. Kreds, distrito,
círculo; ca, alrededor de). CHAPUNI, amasar, moldear la tierra. Sánscrito, kopatí, cavar; griego, ¿¿?¿?¿?, hurgar; lituano, kapas,
tumba; gótico, ship, ara- do; alemán, schafjen, crear, moldear; inglés, shape, forma. CHUPE, sopa. Sánscrito, supa, salsa. (Danés,
suppe, sopa). HAKKALLU, pico verde. (Da- nés, hakke, picar). HAMUNI, venir. Sáncrito, ga, gam, hamm , ir; zend, ga, gam , ir; j'am,
venir; griego ¿?¿?¿?¿, ir; latín betere, arbiter, venio; osque y umbriano, ben, venir, gótico, quimón, queman, koman, venir. (Danés, ga,
ir). HANAK, o HANAN, arriba (hana pacha, cielo). Griego, ¿?¿?, sobre, hacia; ¿?¿?¿? arriba; gótico, ana; eslavo, na, hacia, sobre,
arriba. HARK.ANI, proteger, cuidar. Griego, ¿?¿?¿, preservar, cubrir; ¿?¿?¿?¿; latín, arx, arca arceo. HATUN, grande. Sánscrito, att,
sobrepasar, sobresalir, elevar- se. (Antiguo escandinavo, yo- tun, gigante). HUAKU, gavilán (se pronuncia casi VAKU). Sánscrito,
vaka, pájaro, demonio. (Danés, falk , halcón). HUASI, casa. Sánscrito, vas, habitar. (Danés, hus, casa). HUAHUA, niño. Sánscrito, su,
engendrar; sutas, sunnus, hijo; zend, hunu, hijo; gótico, sunus; eslavo, synus; lituano, sunus; alemán, Sohn; inglés, son; griego, ¿¿?
¿?¿, ¿?¿? ¿?¿?¿ ¿?¿?¿, hijo; ir- landés, hua, ua, hijo. (Danés, sön). HUILKA, persona o plaza sagrada, sacerdote, iniciación. (Se
pronuncia casi VILKA). (N. del A.: en quichua, la palabra se emplea casi siempre con el sentido de fortaleza). Sánscrito, vil, cubrir,
esconder; suf. ka, misterio. (Escandinavo, virk , fortaleza). MAKTA, joven, robusto, mozo. Sánscrito, mahat, grande, fuer- te; griego,
¿?¿?¿?; latín, magnus; lituano, maknu. (Danés, magt, fuerza, poderío). MARKA, torre, fortaleza de frontera. (N. del A.: en realidad,
[5]
marca, provincia de frontera) . Gótico, mark, frontera. (Antiguo escandinavo, marka, marca). MUK.A, la sariga . Sánscrito,
mushas, rata; griego, ¿?¿?¿; latín, mus; eslavo, mysi, rata, laucha. (Danés, mus, rata). NAKKANI, matar, degollar. Sánscrito, nac,
desaparecer, pe- recer; zend, nacu, cadáver; grie- go, ¿?¿?¿, cadáver, ¿?¿?¿?¿; muerte; latín, nex, necare; gótico, naaus, navis,
muerte, cadáver. PAKTA, precaución, ardid, igualdad, examen. Sánscrito, pac, mirar, examinar, tener cuidado. (Danés, pagt, pacto,
contrato) . PILLU, pluma, corona, guirnalda. Sánscrito, plu, volar; latín, pluma, pluma. PIRKA, muro, muralla. Sánscrito, prc, unir,
atar; griego, ¿?¿?¿, ¿?¿?¿; alemán, Burg; inglés, borough; antiguo alemán. Pwrg (Danés, borg, castillo, fortaleza). PIRRHUA,
granero. Sánscrito, pura; griego, ¿?¿?¿?, trigo. RIMANI, hablar. Sánscrito, ruh, ru, hablar; griego ¿?¿?¿?, palabra. (Danés, rim , rima;
rimelig, razonable). RUMI, piedra; latín, roma, ruma, piedra; ficus ruminalis. TAUNA, bastón, tallo. Sánscrito, tan, alargar; tanu,
delgado; latín, tenuis. YSKAY, dos. Sánscrito, dva, dos; alemán, zwei; inglés, two; (Danés, to, dos).

7. La escritura

Con el problema filológico se vincula estrechamente el de la escritura. Puesto que encontramos en los idiomas americanos
precolombinos numerosas palabras de origen europeo, ¿cómo es posible que los nahuas, mayas y quichuas hayan desconocido la
escritura fonética? Una explicación sencilla sería que los vikingos que llegaron a América eran analfabetos, cosa común en la alta
Edad Media europea, inclusive entre los señores, y que la influencia de los papas no fue bastante profunda ni bastante duradera
como para trasmitir a los indígenas una técnica tan complicada. Pero tenemos que desecharla, pues la tradición nos dice
claramente que Quetzalcóatl trajo la escritura a los pueblos mejicanos. No podía tratarse de los jeroglíficos que nahuas y mayas
utilizaban en tiempos de la Conquista y que no tienen relación alguna con los sistemas gráficos del Viejo Mundo. Por otro lado, la
tradición mesoamericana parece indicar vagamente que otro tipo de escritura se había empleado en otra época pero,
posteriormente, había sido olvidada. Los peruanos tenían un recuerdo más preciso. Montesinos nos relata, con detalles que su
incomprensión natural le hubiera permitido inventar, cómo en una época de chilhi —palabra que traduce por "mala suerte"— tribus,
extranjeras ras atacaron al Perú y destruyeron su dinastía. Chilhi nunca ca significó "mala suerte”, pero los hombres de Cari, que
vencieron a los atumuruna, eran chilenos. Fue en aquel tiempo, dice el cronista, cuando se perdió el uso de la escritura alfabética.
Los sacerdotes explicaron, en efecto, a Topa Kauri Pachacutec, jefe de los sobrevivientes del desastre, escondidos en la montaña
en Tambo-Toko (Tampu-Tuku, el Albergue-Refugio) la causa de las calamidades ocurridas. El príncipe prohibió entonces, bajo las
penas más severas, usar pergaminos y hojas de banano para trazar en ellos caracteres algunos. La orden fue tan estrictamente
cumplida que nunca más se empleó el alfabeto. Unos años después, los amauta – un sabio – inventó una nueva especie de letras,
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pero murió en la pira. La medida no impidió, por supuesto, que los invasores siguieran con sus depredaciones ni que el país
volviera al estado salvaje, del que, más tarde, lo sacarían los incas. ¿Hubo realmente tal prohibición de la escritura alfabética? ¿Se
aprovecharon los sacerdotes de la situación imperante para destruir, mediante un auto de fe total y definitivo, una cultura laica que
atentaba contra su poder? ¿O bien la escritura se perdió lisa y llanamente como conse-

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cuencia de la derrota y de la huida de todos los Atumuruna que sabían utilizarla? No lo sabemos. Pero el hecho parece innegable:
los blancos del Altiplano tenían un alfabeto cuyo empleo desapareció en el período de regresión cultural que siguió a la batalla de la
Isla del Sol. Por Ío demás, han llegado hasta nosotros dos inscripiciones peruanas de indiscutible carácter alfabético. La primera
se halla en un edificio de la Isla del Sol, en el lago Titicaca, el Chinkana, convento de las Vírgenes del Sol (ver Fig. 14) En ella
reconocemos sin mayores dificultades algunos caracteres latinos: dos A, una H de trazos verticales acortados y una M o N
deformada en función del marco. La segunda se encuentra en una de las piedras esculpidas de Sahhuayacu, a unos 300 km al
nordeste del Cuzco (ver Fig.15). A eso tenemos que agregar una serie de caracteres que adornan trajes y vestidos de altos
personajes del Imperio incaico (ver Fig. 16), tales como los diseñó, en la segunda mitad del siglo xvi, el mestizo Felipe Guamán
Poma de Ayala. Se podría sospechar, en este último caso, una trasposición anacrónica de símbolos posthíspánicos, aunque no se
entendiera cómo el autor, que procura dar, en las ilustraciones de su libro, una idea exacta de lo que era el mundo incaico, hubiera
podido caer en tan craso error. Parecen excluir esta hipótesis, por otro lado, las coincidencias

que se notan entre dos de estos signos y otros tantos caracteres de la inscripción de Sahhuayacu (ver Fig. 17). Es probable que
una búsqueda sistemática, que nunca se ha realizado, permitiría encontrar en otros lugares de Sudamérica y en Mesoamérica
numerosas inscripciones del mismo tipo. Respalda esta opinión la existencia, en el corazón del alto Amazonas, de la llamada
Piedra Pintada, imponente bloque aislado en una inmensa planicie, que lleva unos seiscientos metros cuadrados de dibujos.
Reproducimos, según el explorador Marcel Homet ('*'), sus partes más importantes. No faltan en ellas signos de apariencia
alfabética, algunos de los cuales coinciden con caracteres de las inscripciones anteriores. (Ver Figs. 18 y 19). Lo que resulta más
interesante aun es la semejanza de

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dichos signos con letras rúnicas. (Ver Fig. 17). Se sabe que las runas tenían, para los pueblos nórdicos de la alta Edad Media, un
doble significado. Por un lado constituían un alfabeto, derivado del griego y del latino, o viceversa, y, por otro, cada una de las letras
tenían un sentido simbólico y hasta mágico. De ahí que no sea nada extraño

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encontrar runas sueltas, utilizadas como motivo de decoración en lugares y objetos de culto. No podemos dejar de mencionar, en
el mismo orden de ideas, las inscripciones amazónicas reveladas por Bernardo da Silva Ramos Cíe) y que Fierre Honoré, en un libro
de limitado carácter científico (47), declara haber visto en la región de Manaos. (Ver Fig. 20). Ramos, un riquísimo dueño de
explotaciones de heveas, de muy limitada cultura, quiso ver en las piedras halladas por él inscripciones fenicias y... ¡las tradujo!
Ahora bien: los signos copiados por este buen hombre no tienen, pro cierto, mucho parecido con la escritura de Tiro y de Sidón.
Son, por el contrario, nítidamente rúnicos, hasta el punto que resulta fácil leer algunas de sus series. El grupo 1 de la Fig. 20 se
trascribe totalmente, con apenas una ligera duda en cuanto al antepenúltimo signo: ATEPUOPMN. El grupo 2 permite leer tres de
sus cuatro letras: UT.A . El grupo 3 reproduce los tres primeros signos del primero: ATE. ¿Estas series significan algo en algún
idioma europeo o americano? Planetamos el problema a los filólogos. Pero el hecho de que Ramos no se dio cuenta de la
naturaleza - o, para ser más prudente, de la semejanza – de los signos que reprodujo habla a favor de la autenticidad de su
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descubrimiento. Con todo, no hay seguridad absoluta al respecto y, de cualquier modo, las inscripciones no están datadas. La
presencia de runas en el Amazonas puede parecer sorprendente, en un primer momento. Pensemos, sin embargo, que los
vikingos, al ocupar el Perú, llegaron necesariamente al río-mar y que, tales como los conocemos, les hubiera sido difícil resistir la
tentación de seguir su curso.

Ya señalamos, por otra parte, en el Capítulo II, la existencia actual de "indios blancos" en esta región. Al margen de las
inscripciones alfabéticas, otra forma peruana de escritura debe retener nuestra atención. En la Isla de la Luna (Koaty) y en
Sampaya, puerto de la península de Copacabana, sobre el lago Titicaca, se encontraron pergaminos con textos aymaráes en
caracteres ideográficos: los kellka (ver Fig. 21). Estos textos son trozos de catecismo, redactados en el siglo xvn por los
misioneros con vistas a la evangelización de los indios, pero la mayor parte de sus ideogramas son muy anteriores a la Conquista.
La tradición nos enseña, en efecto, que inscripciones del mismo estilo estaban grabadas en las tablillas de oro y de plata que
ornamentaban los templos de las Islas del Sol y de la Luna y que fueron robadas y fundidas por los españoles. Los misioneros se
aprovecharon de una escritura preexistente para componer su Doctrina cristiana en forma de re- zapaliche, como llaman los
aymaráes los kellka católicos. Ahora bien: esta escritura ideográfica no es originaria del Perú o, si lo es, pasó al Viejo Mundo. La
encontramos, en efecto, en una tumba de Kivik, en Suecia (ver Fig. 22).

Los kellka tienen una extraña particularidad, conocida .como bousírophédon (recorrido r" x buey que ara): para teertos, se
empieza, con la primera línea, de derecha,a izquierda y se continúa, con la segunda, de izquierda a derecha. Este curioso
procedimiento no es exclusivo del Perú. Lo encontramos en algunos catecismos ideográficos redactados en náhuatl, poco
después de la Conquista, en manuscritos de los indios cuna de Panamá y en los rongo-rongo, textos todavía no descifrados de la
Isla de Pascua, cuyos signos tienen algún parecido con los caracteres de los kellka y, de modo más general, con la simbólica y el
estilo de los escultores de Tiahuanacu. Lo cual no nos extrañará, puesto que ya sabemos, por las tradiciones indígenas, que los
atumuruna huyeron por el Pacífico y llegaron a las islas oceánicas. Pero las inscripciones rúnicas más antiguas de Escandinavia
están escritas, también ellas, en boustrophédon. Los escandinavos trajeron, pues, la escritura al Nuevo

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Mundo, y esta escritura era rúnica, como correspondía. En Mesoamérica, su estada fue demasiado breve para dejar, en este
campo, otra cosa que un vago recuerdo: probablemente los guerreros que permanecieron en México después de la ida de
Quetzalcóatl eran analfabetos. En el Perú, por el contrario, los blancos utilizaron la escritura durante unos dos siglos y las runas,
cuyo diseño no estaba fijado, en el siglo x, como lo estaba el alfabeto latino, fueron evolucionando, paí-á adaptarse a las
particularidades fonéticas de las lenguas indígenas, hasta adquirir formas parcialmente originales. Con la derrota de la Isla del Sol.
el secreto de la escritura alfabética se perdió. Sólo permanecí''' una ideografía —tal vez de origen escandinavo— que los
atumuruna utilizaban verosímilmente, como lo hicieron más tarde los españoles, para la instrucción de los indios analfabetos.

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8. Una extraña mezcla Los estudios filológicos que acabamos de reseñar nos muestran que los hombres blancos que llegaron a
América en el siglo x hablaban danés, alemán y latín, puesto que encontramos, en los dos idiomas indígenas que fueron objeto de
los debidos análisis, raíces y hasta palabras completas procedentes de las lenguas mencionadas. Los daneses sufrían, en el siglo
x, una fuerte influencia alemana, lo que basta para explicar que un grupo de vikingos pudiera incluir a individuos de habla germana
propiamente dicha. En cuanto a los irlandeses, si bien dejaron algunas palabras gaéiicas —y no es seguro—, su aporte a los
idiomas americanos provino sobre todo del latín, lengua culta, además de litúrgica, de toda la Cristiandad medieval y, por lo tanto,
de los papas que, ya lo sabemos, llegaron a Mesoamérica. Nada prueba, sin embargo, que ellos fueran los que introdujeron raíces
latinas, y hasta uno de los nombres de Huirakocha —Justus—, en el Perú. La tradición nos ha dejado una vaga indicación acerca
de la permanencia, en el país maya, de la "lengua de Zuyua", cuya naturaleza desconocemos. Es categórica, por el contrario, en
cuanto a la "lengua particular" que siguieron hablando los incas, la que, por las palabras que de ella conocemos, era el danés. Lo
cual está confirmado por palabras toponímicas que no dejan lugar a duda al respecto. Con los idiomas europeos llegaron el
alfabeto o, mejor, dos alfabetos, el rúnico y el latino. La escritura fonética se perdió con el tiempo, tanto en Mesoamérica como en el
Perú, y sólo subsistió, en esta última región,, una escrituí . ideográfica que se utilizaba también en Escandinavia. Nos quedan, sin
embargo, algunas inscripciones no descifradas y letras sueltas, empleadas como motivo de decoración. Debe de tratarse, en el
primer caso, de una adaptación a la fonética indígena de un alfabeto europeo, o de los dos, y, en el segundo, de reminiscencias o de
caracteres usados con un sentido simbólico o mágico. Casi siempre, en efecto, los signos en cuestión reproducen o recuerdan
runas nórdicas.

VI El zodíaco ario de los incas

1. Los dos calendarios

De todos los astros que se pueden observar desde la Tierra, dos se destacan, no sólo por estar más cerca que los demás, sino
también por determinar en nuestro planeta fenómenos cíclicos que inciden en nuestras condiciones de vida: la Luna y el Sol. A la
sucesión de las fases de la Luna. corresponden el ritmo biológico de la mujer y el movimiento de las mareas, mientras que el
desplazamiento aparente del Sol en medio de las "constelaciones fijas" acarrea los cambios de estación y, por lo tanto, de clima,
con sus consecuencias sobre la vegetación. El ciclo lunar es, por su constancia y su brevedad, el más fácil de aprehender. El ciclo
solar, más complejo, es el más útil de definir, pues de él dependen las tareas agrícolas. De ahí que los pueblos nómades y los que,
siendo sedentarios, vivían en un sistema predominantemente teocrático se hubieran regido por un calendario lunar, mientras que
los que habían alcanzado un más alto nivel de civilización o dependían fundamentalmente de la producción del suelo hubieran
medido el tiempo en función del Sol. Sabemos que en el antiguo Egipto coexistían los dos calendarios: el primero, religioso y el
segundo, civil. Es ésta la situación que existía entre los nahuas y los mayas. No es nuestro propósito analizar los sistemas
cronométricos del Anáhuac y el Yucatán: lo hacen detalladamente obras que son clásicas y hasta innumerables libros de
vulgarización. Notemos meramente que, con apreciables variaciones, los pueblos en cuestión utilizaban, para su vida religiosa, un
calendario de 260 días divididos, entre los nahuas, en trece meses lunares y, entre los mayas, en veinte grupos de trece días.
Paralelamente, empleaban para su vida civil un año solar de 365 días: dieciocho meses de veinte días, más el agregado de cinco
días nefastos. Los dos sistemas coincidían en un “año largo” de 18.980 días, que correspondía a cincuenta y dos años solares y, a
la vez, a setenta y tres años lunares. Hubo un tiempo en que el año lunar nahuatl constituía una parte del año solar. Pero, más
tarde, los nombres de las trece lunas – por otro lado muy relativas – se perdieron y, como en el país maya, se numeraron los días
de uno a trece, según un ciclo que parece ser el del planeta Venus. En cuanto al calendario solar, era insuficientemente preciso,
pues no tomaba en cuenta las seis horas adicionales que absorben hoy en día los años bisiestos. Esta dualidad de calendario
puede haber surgido espontáneamente, por no responder el sistema lunar al nivel de civilización alcanzado – ni al modo de vida
adoptado – en determinado momento. Los astrónomos mesoamericanos pueden haber buscado y encontrado un procedimiento
más satisfactorio. También es posible que el calendario solar haya sido aportado a lso nahuas y mayas por Quetzalcoatl, conforme
a la tradición. Lo que refuerza esta segunda hipótesis es que, según los cronistas y en especial, el obispo Diego de Landa, el año
solar en vigencia en la época de la Conquista marcaba un retroceso con respecto a una división anterior del tiempo en períodos de
365 días y seis horas, repartidos en meses de treinta días, más las adiciones necesarias para completar la cuenta. Tal hecho sería
incomprensible si el calendario así deformado hubiera sido autóctono, vale decir si hubiera correspondido a una necesidad
experimentada, que por cierto no había desaparecido. Es lógico, por el contrario, si se trataba de un sistema traído desde afuera e

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impuesto artificialmente por gobernantes momentáneos. Ido Quetzalcóatl, su cal< -.dario cayó poco a poco en desuso y se volvió al
anterior, inexacto pero de aplicación rutinaria, que no había tenido tiempo de desaparecer totalmente ni de las costumbres ni
menos aun de las memorias. Si el Dios Sol se hubiera establecido en Mesoamérica, sin duda alguna su sistema cronológico se
habría generalizado, inclusive hasta eliminar el calendario lunar. Lo po- demos afirmar porque es exactamente lo que sucedió en el
Perú. El imperio incaico utilizaba un calendario solar con un año de 365 días y seis horas, dividido en doce meses de treinta días
más los epagomenos y, cada cuatro años, el día correspondiente al aditamento bisiesto. Pero no siempre había sido así. Antes de
determinado período, los peruanos tenían un calendario lunar de 348 días, dividido en doce meses de veintinueve días. Por
supuesto, una diferencia anual de diecisiete días con el curso del Sol resultaba intolerable. Para absorberla, se formaba un ciclo de
sesenta años, o sea 20.880 días, que daban cincuenta y ocho años vagos de 360 días. Bastaba agregarle un año lunar más para
regularizar la cuenta. Sin embargo, el décalage progresivo de las estaciones seguía produciéndose dentro del marco del período de
sesenta años. Según el cronista Montesinos, el cambio de calendario fue obra de un soberano preincaico, Inti Kapak, que habría
reinado en el siglo xv antes de Cristo. Carente de todo sentido crítico, por un lado, y empecinado, por otro, en hacer remontarse la
cronología peruana al diluvio bíblico, Montesinos es el menos fidedigno de los cronistas en cuanto a fechas y nombres. Pero se lo
puede creer ciegamente cuando habla de astronomía, pues demuestra no entender absolutamente nada de lo que relata, lo cual, en
él, es la mejor garantía. Por supuesto, no hubo tal Inti Kapak. El nombre significa, en quichua, Rey Sol, y se refiere evidentemente a
Huirakocha, quien, según la tradición, trajo en efecto el calendario a Sudamérica. Y el cambio cronológico no tuvo lugar en el siglo
XV a.JC., pues en esa época Huirakocha no había llegado, ni nadie, en un pueblo que carecía de historia escrita, hubiera podido
referirse a un hecho ocurrido 3000 años atrás. Confirma nuestra interpretación el mismo Montesinos cuando narra que los
descendientes de Inti Kapak, vencidos por una sublevación, tuvieron que refugiarse en la montaña, lo que les sucedió, en efecto, ya
lo vimos, a los atumuruna de Tiahuanacu. Por otro lado, es también Montesinos quien relata cómo otro supuesto soberano
preincaico, Sinchi Apuski, “cambió el nombre del Dios supremo” llamándolo Huirakocha, como complemento de una modificación
del calendario, que hizo empezar el año con el solsticio de invierno, el 23 de septiembre. No sabemos si la fecha es correcta, pero
correspondería entonces, en el hemisferio austral, al equinoccio de primavera, o si lo es la mención del período astronómico, pero
la fecha sería en este caso, la del 23 de junio. Lo único que nos interesa, por lo demás, es la correlación del calendario con la
aparición del Dios Sol.

2. El zodíaco incaico El paso del calendario lunar al calendario solar no puedo producirse, en pueblos que demostraban una fuerta
vocación por la astronomía, sin un estudio profundizado del curso del sol en el cielo austral, vale decir, en relación con las
“constelaciones fijas” especialmente teniendo en cuenta el hech de que el Dios blanco era un marino acostumbrado a navegar –
pues ni los escandinavos ni los irlandeses conocían la brújula – por la observación de las estrellas. Los conocimientos que
tenemos acerca de los pueblos mesoamericanos no nos proporcionan, en este campo, ningún dato útil para nuestra búsqueda,
salvo uno que, considerado aisladamente, carece de significado, por extraño que sea: entre los nahuas la constelación del
Escorpión tenía el mismo nombre que en Europa. En el Perú, por el contrario, las coincidencias son tan abundantes que ya no
pueden ser el fruto de la casualidad. La mayor parte de las informaciones que tenemos acerca de la astronomía peruana se
reducen a una nomenclatura de constelaciones que nos da, sin orden, el Padre Acosta, cronista sumamente serio y fidedigno.
Vicente Fidel López (38) consiguió, sobre esta base, reconstituir la casi totalidad del zodíaco incaico y probar que éste era idéntico
al que llegó de Europa, desde el Asia, por intermedio de Babilonia y servía durante la Edad Media, como lo hace todavía hoy, para la
adivinación astrológica. No podemos aquí sino seguir de muy cerca al filólogo e historiador argentino, pues su trabajo es perfecto.
El zodíaco está definido por los dos puntos extremos entre los cuales el sol oscila durante su curso anual. El primero, o trópico del
Cáncer, corresponde a los tres meses del invierno boreal, de diciembre a marzo, mientras que el segundo, o trópico del
Capricornio, abarca los tres meses del verano septentrional, de junio a septiembre. Los dos trópicos figuran en posiciones
exactamente opuestas sobre la elipse zodiacal. Inútil es agregar, aunque muchos de los cronistas españoles y, en especial,
Montesinos no se dieron cuenta del fenómeno, que las estaciones y, por lo tanto, los ángulos que cada una de ellas describe en la
elipse se invierten al pasarse del hemisferio boreal al hemisferio austral. En Sudamérica, el verano se coloca bajo el signo de
Capricornio y el invierno, bajo el signo de Cáncer. Así lo comprobamos en el zodíaco peruano que ubica el Venado en el trópico de
verano y el Cangrejo en el trópico de invierno. Los pueblos del Altiplano no conocían la cabra y el nombre de Capricornio era, por lo
tanto, intraducibie al quichua. Pero tenían una especie de ciervo, cornudo como la cabra. De ahí que Capricornio se transformara en
Tarukka, venado: lo que importaba era que se tratase de un animal con cuernos. La cabra, sin embargo, simbolizaba el invierno
boreal y no correspondía, pues, a la inversión nacida del cambio de hemisferio. Todo parece indicar que quienes trajeron a

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Sudamérica el zodíaco europeo tuvieron conciencia de la dificultad. Pues agregaron a Tarukka el adjetivo topa, ardiente, con la
doble referencia que tiene la palabra, en quichua, al sol estival y al ímpetu genésico. Así conservaban el signo primitivo, apenas
modificado por adaptación a su medio zoológico, y a la vez señalaban el cambio de estación que se había producido. Nada más
lógico, ni nada más claro. En el hemisferio boreal, el nombre de Cáncer proviene de que el sol, después de alcanzar el punto
solsticial, empieza hacia el sur un movimiento retrógrado. En el he- misferio austral, el mismo fenómeno se produce en sentido
contrario: el sol se repliega sobre sí mismo en la inercia del invierno. El Dios Sol no tuvo aquí que buscar un símbolo nuevo. El
cáncer —vale decir el cangrejo o el langostino— existía en el Pacífico. Se lo llamaba Machakhuay, el viandante borracho. Tampoco
hacía falta agregar a la palabra un calificativo que expresara las características del invierno, pues el cangrejo, que camina de
costado y con paso inseguro, no sólo parece borracho sino también medio dormido. Vicente Fidel López nota que los diccionarios
traducen machak-huay por serpiente, como símbolo de amaru, pero precisa que los indios que todavía hablaban el quichua en el
siglo pasado distinguían perfectamente entre amaru, culebra, katari, víbora, y ma- chak-huay, palabra con la cual designaban a los
demás reptiles, y hasta al escorpión, pero también a los crustáceos. Veamos ahora si encontramos la misma correspondencia en
lo que atañe a los demás signos del zodíaco. Sistematizando el estudio de Vicente Fidel López, lo haremos según el orden que les
conocemos. ARIES. El carnero del Viejo Mundo no existía en América. Pero sí tenía un equivalente en la alimentación de los pueblos
quichua y aymará: la llama o, como decían los españoles precisamente por este motivo, “el carnero de la tierra”. No se comía la
carne del macho, dura y fétida, sino solamente la de la hembra y, de preferencia, del recién nacido k’katu. Si los diccionarios
contemporáneos sólo dan para esta palabra el sentido derivado de “mercado de carne”, el Padre Acosta le atribuye el significado
de cordero, canero y oveja, siempre referido a la llama, por supuesto. De ahí que k’katu-chillay, una de las constelaciones peruanas,
signifique “Astro (o Constelación) del Cordero”, nombre idéntico al de Aries. TAURO. Tampoco existían vacunos en el Perú
prehispánico, y el toro no podía por lo tanto, ser utilizado como símbolo del ardor genésico de los animales, que se despierta en el
mes de mayo del hemisferio boreal. Pero la especie, aquí, es secundaria. Lo que importa es el macho, urku en quichua. Y, de hecho,
encontramos Urku-chillay, la constelación (o el astro) del macho. No sabemos desgraciadamente si los pueblos del Altiplano la
ubicaban en abril-mayo, al modo europeo, como hicieron los españoles al aplicar ciegamente en Sudamérica un calendario litúrgico
que perdí así gran parte de su sentido, o si, por el contrario, trasladaron el signo al período octubre-noviembre para respetar su
significado. GEMINIS. Situado en los meses de mayo y junio, el signo de los Gemelos, representado por dos jóvenes, simbolizaba la
igualdad de los días y las noches y, al mismo tiempo, el nacimiento del calor vital. Mirku-k’koyllur tiene exactamente el mismo
sentido entre los quichuas: las estrellas de la unión o, mejor, las estrellas unidas. CANCER. Ya hemos mencionado este signo al
hablar de los trópicos. LEO. Eu Europa, la constelación del León domina el cielo a fines de julio, cuando el Sol, alejándose del
Cáncer, retoma su curso y dirige sus rayos hacia el sur. En el Perú, el Sol de julio se encuentra en la parte inferior del zodíaco. Se va
alejando de. la oscuridad del norte y lanza sus rayos hacia el hemisferio austral. Los griegos, dice López, hablaban de los dardos de
Apolo. Los quichuas, de la lanza. Chukin-chinka-chay significa, en efecto, "vuelta de la lanza del tigre escondido". Chay es vuelta;
chinka, el jaguar americano que se aplasta contra el suelo antes de saltar; chuki, lanza y, con la n final, la lanza. La imagen es
perfecta. Notemos que no hay leones en Sudamérica y que el puma, que a veces se llama así en español, es un felino más parecido
al chinka que al león africano. VIRGO. En agosto-septiembre, la Tierra, después de haber dado su cosecha, sigue siendo virgen,
dispuesta a concebir otra vez. El símbolo carece de significado en el hemisferio austral, salvo que los peruanos hayan trasladado el
signo a los meses equivalentes de febrero-marzo, lo que no sabemos. De cualquier modo, encontramos en el zodíaco incaico a una
mujer: Mama Hana, la Madre Cielo vale decir el cielo como madre. No hay necesariamente identidad, pero sí, por lo menos, un gran
parecido. LIBRA. La balanza simboliza, en el hemisferio boreal, el equinoccio de otoño, o sea la ruptura, en septiembre-octubre, del
equilibrio de las horas. Para la América austral, el movimiento se invierte pero manifiesta el mismo desequilibrio creciente, que los
quichuas representaban con la escalera, Chakkana, figura ésta aún más expresiva que la balanza. ESCORPIO. Era, para los
pueblos de la Antigüedad y de la Edad Media, el signo de la enfermedad, que marcaba, en octubre-noviembre, el comienzo de la
estación fría. El zodíaco peruano nos da una idea equivalente con Huakra-onkoy, "la enfermedad hiriente". Vicente Fidel López
señala que, en toda la zona tropical de Sudamérica, el principio de la primavera se caracteriza por epidemias de fiebres. Podría ser
ésta la explicación, suponiendo que el signo hubiera ocupado, en el zodíaco austral, el lugar que correspondía en el boreal. Parece
que así era, pues Huakra-onkoy debía de coincidir con el ascenso hacia el norte de las Pléyades, Onkoy-k'koyllur (la constelación
de la enfermedad, entre otros nombres), que nunca entra en la proyección del plano zodiacal, y referirse a una constelación vecina.
SAGITARIO. Hay aquí un vacío en la nómina del Padre Acosta. No sabemos cómo se llamaba el signo correspondiente. ACUARIO. El
signo simboliza la crecida de los ríos, provocada por la fundición de la nieve. Lo encontramos en el zodíaco peruano con el mismo
sentido y con mayor acierto. Miki-k'kiray significa "momento de las aguas". En enero-febrero, la nieve de la alta cordillera acaba de
fundirse y los ríos que bajan de la montaña crecen violentamente. PISCIS. Ignoramos el nombre quichua de este signo. En
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resumen, el zodíaco incaico nos ha llegado con diez signos y dos huecos. De los diez signos conocidos, siete son prácticamente
idénticos a los del zodíaco europeo: el Cordero (Aries), el Macho (Tauro), las Estrellas Unidas (Géminis), el Cangrejo (Cáncer), la
Vuelta de la Lanza del Tigre Escondido (Leo), el Venado (Capricornio) y el Momento de las Aguas (Acuario); uno es muy parecido: la
Madre Cielo (Virgo); y dos tienen el mismo significado pero un símbolo distinto: la Escalera (Libra) y la Enfermedad Hiriente
(Escorpio). El azar no puede explicar semejante similitud. Indudablemente, el zodíaco europeo fue traído al Perú, y sólo europeos lo
pudieron hacer.

3. Solsticios y equinoccios en el zodíaco incaico

No menos reveladora es la división del año incaico ei cuatro estaciones definidas por los solsticios y los equinoccios, exactamente
al modo europeo, cada una con su día festivo. Montesinos nos relata el hecho con errores que demuestran a la vez su ignorancia
con respecto al tema y su buena fe. Nos dice, en efecto, que el equinoccio de primavera (mayo) se llamaba Quira-toca-corca y el de
otoño (septiembre), Camay-topa-corca. Ahora bien: esto nombres tienen un sentido exactamente inverso del qui les da el cronista.
"Montesinos, dice Vicente Fidel López, sitúa en mayo el equinoccio de primavera cuando la palabra quichua que cita dice otoño.
K'hokay significa rama, lado; toka, sombra oscuridad; korka, sección. La expresión completa se traduce por sección del lado
oscuro, otoño y no primavera Kamay-topa-korka es, por el contrario la sección del calor creador (kamay), la primavera".
Montesinos, evidentemente, no tomó en cuenta la inversión de las estaciones en el hemisferio austral. De ahí las cuatro estaciones
europeas, debidamente invertidas para corresponder a la realidad del cielo me ridional: 1. SITÚA, o Kamay-topa-korka, la
primavera, que em pezaba en el equinoccio de primavera (septiembre) con la fiesta de Umu-Raymi, o Uma-Raymi, la más important'
de todas porque celebraba el despertar de la naturaleza Raymi, nos dice Vicente Fidel López, viene de la raíz ra que encontramos
en el verbo raurani, flamear, despedir llamas. Ray es el infinitivo de un verbo perdido, rani. E sufijo mi es la tercera persona del
verbo ser. Raymi significa, pues literalmente: antorcha. Urna quiere decir cabeza. No hace falta, por lo tanto, recurrir a una peligrosa
poetización, como lo hace López al traducir Urna-Raymi por "la frente o la cabeza del Sol" y su alternativa, Umu-Raymi, por "el santo
misterio del Sol". La antelación quichua del genitivo bastaría, por lo demás, para prohibirlo. Uma-Raymi tiene, en efecto, un sentido
tan claro como expresivo: "La antorcha de la cabeza", vale decir "del principio". Umu-Raymi —la antorcha del sacerdote— no es,
evidentemente, sino el fruto de una mala transcripción de los cronistas españoles, provocada, como ya lo mencionamos, por la
pronunciación quichua. Junto con el Uma-Raymi, los peruanos celebraban la fiesta del Huaraka, parecida a la ceremonia en la cual
los jóvenes romanos recibían la toga viril. Terminados sus estudios, los adolescentes rendían exámenes de ciencia, gramática,
gimnasia y táctica. Luego, enfrentaban una serie de pruebas —ayunos y luchas— después de las cuales recibían el huaraka,
distintivo de la virilidad, y las armas del soldado. 2. El verano no tenía nombre o, por lo menos, no le conocemos ninguno. Tal vez se
lo designara por la fiesta del Raymi, o Kapak-Raymi —Antorcha Máxima— o tam- bién Kuski-Raymi —Antorcha de la Alegría—, con
la cual empezaba en el solsticio de verano (diciembre): ceremonias pastorales y ofrenda al Sol de las primicias. 3. ASITÜA
—opuesto a Sitúa—, o K'kokay-toka-korka, el otoño, comenzaba en marzo con una fiesta de acción de gracias, que marcaba el
principio de la distribución de los productos comunitarios. 4. El invierno tampoco tiene nombre conocido, pero sí la fiesta con la
cual se iniciaba en la fecha del solsticio (junio): Intip-Raymi, la Antorcha del Sol. Pues, como entre los pueblos arios, el principio del
invierno marcaba el inicio de un nuevo ciclo agrícola, con las promesas de la futura cosecha. Se celebraba la vieja fiesta pagana del
Fuego Nuevo, que la Iglesia Católica y la Ortodoxa incorporaron a la liturgia de Pascuas. El Sumo Sacerdote prendía un pedazo de
algodón concentrando en él, con ayuda de un espejo cóncavo de metal, los rayos solares. Este fuego divino se trasmitía a los
templos donde las Vírgenes del Sol se encargaban de alimentarlo. Estas cuatro fiestas corresponden exactamente, teniendo en
cuenta, salvo en un caso, la inversión de las estaciones, al ritual nórdico. Los antiguos escandinavos celebraban en septiembre
(equinoccio de otoño) la fiesta de las primicias, con sacrificios humanos cuando la cosecha anterior había sido mala. En diciembre,
la yulfest, posteriormente convertida en Navidad, marcaba la continuidad cíclica de la vida. Era la fiesta de la familia, y antes del
cristianismo, el día de los Muertos. En marzo (equinoccio de primavera), la vuelta del Sol se simbolizaba con la bendición del Fuego
Nuevo (posteriormente, en Pascuas) y con el lanzamiento de discos y ruedas encendidos. En junio, por fin, (solsticio de verano)
figuraba la Fiesta del Fuego, que todavía se celebra en la San Juan. La identidad no puede ser mayor. Hasta resulta abusiva, puesto
que, en el Perú, la Fiesta del Fuego Nuevo tenía lugar en la misma fecha que en Europa, cuando, para conservarle su sentido, se
habría debido trasladarla a diciembre, o sea al solsticio de verano austral. Recordemos que los nahuas celebraban en primavera
(mayo) la muerte y resurrección del Sol (ver Capítulo IV), con más lógica que los quichuas, puesto que pertenecían al hemisferio
boreal.

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4. Una cosmografía europea en el hemisferio austral

La coexistencia, en Mesoamérica, de dos calendarios, lunar y solar, y el recuerdo, en el Perú, del abandono del primero por el
segundo vienen a confirmar las tradiciones según las cuales Quetzalcóatl y Huirakocha trajeron al Nuevo Mundo el sistema
cronométrico vigente en Europa. Mucho más definitoria, en cuanto a la procedencia de estos conocimientos, es la coincidencia,
notada por Vicente Fidel López, entre el zodíaco incaico y el que, desde el Oríente había llegado por Grecia a Europa Occidental
donde, en la Edad Media, había alcanzado una gran difusión a través de la astrología. De los diez signos del zodíaco incaico que han
llegado hasta nosotros, siete son prácticamente idénticos a los de Europa y dos tienen el mismo significado, pero con una
simbolización diferente, mientras que el décimo tiene el mismo símbolo y un sentido muy parecido, aunque distinto. Por otro lado,
en el Perú, el año estaba dividido en cuatro estaciones por solsticios y equinoccios, con los días festivos correspondientes. Ya
vimos en el Capítulo IV, y lo hemos vuelto a mencionar más arriba, que la Fiesta del Fuego Nuevo se celebraba en junio, como en
Europa, cuando la inversión de las estaciones habría exigido que se hiciera en diciembre. Lo cual demuestra la procedencia
septentrional, del rito. Si las fiestas religiosas pueden tener tanto fuentes paganas como cristianas, puesto que la Iglesia Católica
se limitó a dar un nuevo significado a ceremonias preexistentes, no sucede lo mismo en cuanto al zodíaco. Los escandinavos
paganos lo desconocían, mientras que, paradójicamente, la astrología lo había difundido en los pueblos ya cristianizados. ¿Habrá
llegado al Nuevo Mundo, pues, con los irlandeses que, ya lo sabemos, evangelizaron a los nahuas y los mayas? No es imposible,
aunque precisamente no encontramos rastro alguno del zodíaco en Mesoamérica. De no ser así, tendríamos que suponer un nuevo
aporte cristiano, efectuado directamente desde Europa a Sudamérica.

VII Tiahuanacu, ciudad normanda

1. Los rastros materiales de Vinlandia

Las expediciones de los escandinavos a Vinlandia, a principios del siglo xi, y el posterior establecimiento en la región de colonias
del mismo origen no tienen para nuestro estudio un interés directo, puesto que ya sabemos que Ullman llegó a México varios
decenios antes del viaje de Leif Eiriksson. No carecen, sin embargo, de importancia para nosotros por demostrar la posibilidad y,
por lo tanto, la verosimilitud del desembarco de Panuco. Las sagas islandesas son, por cierto, fidedignas. Pero más aún lo son los
rastros que los vikingos dejaron en Norteamérica y que la arqueología nos da a conocer. Frecuentemente, desde mediados del
siglo pasado, se descubrieron, en el Canadá y los Estados Unidos, ruinas que fueron atribuidas a pobladores escandinavos pero
acerca de, las cuales surgieron dudas bien fundadas. En tres casos, por el contrario, la certeza es casi absoluta, y a ellos nos
limitaremos. El primero consiste en el descubrimiento en Massachusetts, en los años 80, por el Profesor Eben Horsford, de
construcciones que corresponderían a Leifsbudir. Citemos a Cronau (2): "A orillas del Charles River, cerca de Cambridge, no tan
sólo ha encontrado este hombre de ciencia los restos de dos grandes casas construidas con bloques, sí que también los de cinco
chozas cuya planta y configuración concuerdan perfectamente con las que tenían las construcciones de origen normando de
Groenlandia. En la vecindad de estas viviendas antiquísimas había tres grandes trampas destinadas a los peces que eran allí
arrastrados por la corriente durante el flujo del mar y que, como al bajar la marea quedaban en seco, eran cogidos por los
pescadores con gran facilidad. La existencia de esta clase de trampa está consignada en las tradiciones antiguas que tratan de los
colonizadores groenlandeses. Estos, según pudo observar Horsford, también construyeron canales artificiales, diques y sitios de
reunión en forma de mesetas o terrazas. En los lugares estudiados por el sabio mencionado se encontraron algunas piedras para
contrapeso de las redes. .. como también un gran mortero de piedra, semejante a los que en tiempos remotos usaban en Noruega
para moler el trigo y otros granos". Las segundas ruinas indiscutibles fueron descubiertas, en 1963, por la expedición Helge
Ingstad, cerca de L'Anseau-Meadow, en la península norte de Terranova. Consisten en una casa de tipo groenlandés, de 70 pies por
50, y otras más chicas. Las excavaciones efectuadas permitieron encontrar un yunque de piedra y una pieza de hilar, de típico
estilo noruego. El tercer descubrimiento es mucho más imponente, pero los trabajos de excavación están apenas empezados. Lo
debemos al Padre Rene Levesque, presidente de la Société d'Archéologie de la Cote Nord, de Quebec. Consiste en las ruinas, de
dos aldeas situadas en la Bahía de Bradore, frente a la península de Terranova: una cerca del actual pueblo de Blanc-Sablon, la otra
en la Pointe des Belles-Amours. En ambos casos se encontraron casas rectangulares o cuadradas, las primeras de 30 pies por 20,
rodeadas de chozas redondas; conjunción ésta que es característica de la edificación groenlandesa. En Blanc-Sablon, una

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sepultura, desgraciadamente saqueada, suministró un envoltorio de corteza cosida, delicadamente decorado con pinturas
coloradas, cuyo borde es de cobre europeo. No hay duda alguna de que los trabajos del Padre Levesque nos proporcionarán, en los
próximos años, un material mucho más abundante. Lo que ya se descubrió es suficiente, sin embargo, para atribuir el conjunto de
la Bahía de Bradore a una colonia escandinava, numerosa y estable. A las ruinas que acabamos de mencionar se agregan algunos
objetos, de indudable procedencia noruega, que se encontraron en los mounds, túmulos que los indios del Massachusetts
utilizaban, al modo de los escandinavos, como sepulturas. Dejemos otra vez la palabra a Cronau: "Quisiera llamar la atención de
los exploradores hacia algunos objetos apenas conocidos hasta el presente, y los cuales se encuentran entre los tesoros del Real
Museo Etnográfico de Copenhague. "Estos están reunidos en el estante o cajón señalado con el número 41, y consisten en
diversos objetos de bronce, cobre y plata hallados en sepulcros indios de las cercanías de Middieborough y Four Corners
(Massachusetts), y que desde el año 1843 se guardan en el citado museo. "Entre dichos objetos parécennos de mayor importancia
científica la capa exterior y algunos pedazos de una vasija hecha con una lámina de plata muy delgada, algunas cucharas de
bronce y cobre, dos puntas de flecha de bronce y los fragmentos de un cinturón muy particular. "La más ligera observación es
suficiente para ver que los objetos que nos ocupan revelan que sus constructores poseían singular destreza en la manera de
trabajar los metales, y además se observa que el bronce allí empleado tiene hermosa y bien entendida aleación. Los primitivos
habitantes de la América del Norte y de las costas atlánticas jamás supieron fundir los metales ni trabajarlos por lo tanto sino en
frío, y en su consecuencia mal podían entender de combinar los metales de diversas clases. Además de lo dicho, figúrasenos que
la forma de las cucharas y puntas de flecha en que nos ocupamos difieren bastante de la de los objetos indios de esta clase.

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"Los primitivos pobladores dé América, como igualmente los actuales indios, acostumbraban a fijar sus sólidas y nunca melladas
puntas de flecha con ayuda de tendones o nervios de animales, de modo que dichos tendones, dando la vuelta al mango, se
arrollaban alrededor de dos prominencias que había en él, como asimismo otras en la parte superior. "Las puntas de flechas a que
nos referimos, que en su mitad tienen un agujero redondo la una y la otra cuadrado, presentan las citadas ligaduras reemplazadas
por cordoncillos o hilos de lana y difieren en absoluto tanto de la antigua como de la actual usanza americana. Igualmente llaman la
atención las formas de las cucharas, cuyo diseño damos en un grabado anterior (cf. Fig. 23), y sobre todo la más larga, que es de
cobre y recuerda las europeas, mientras que entre todos los utensilios domésticos indios sería sumamente difícil encontrar uno
que se le pareciese. El ojo o anillo que ostenta al final del mango parece indicar su procedencia europea, pues probablemente tenía
por objeto el que se pudiera colgar de un clavo en la pared. Los habitantes de América, así los primitivos como los actuales, ni
conocían los clavos ni tenían costumbre de poner colgadero a los objetos de su uso. "Los antiguos escandinavos y los
colonizadores de Groenlandia usaban, por el contrario, desde mucho tiempo antes, cucharas semejantes. "Son igualmente muy
curiosos los fragmentos de cinturón encontrados sobre las caderas de un esqueleto que se exhumó en el año 1831 cerca de Hall
River. Está hecho de una fila de canutos de caña, colocados cada uno dentro de una funda o cubierta de cobre y unidos entre sí,
según puede apreciarse en el grabado, por medio de tiras de cuero o cordoncillos de lana. "Nuestra opinión es que estos objetos,
sobre todo las puntas de flecha y las cucharas, son indudablemente de origen europeo, y que por medio de cambio comercial o por
otra circunstancia cualquiera, que se ignora, pasaron de manos de los navegantes a poder de los indígenas de Massachusetts".
Muchas piezas de la misma procedencia debieron de ser encontradas y destruidas en épocas en que no se las podía valorar
debidamente, mientras que otras deben de dormir, desconocidas, en museos y colecciones particulares. Una mención aparte
merecen los hallazgos efectuados en la región de los Grandes Lagos, a que ya aludimos en el Capítulo I, al referirnos a la
expedición de Poul Knudsson. En 1898, un campesino sueco radicado cerca de Ken- sington, en el Minnesota central, Olaf Ohman,
encontró, enredada en las raíces de un álamo que acababa de arrancar, una piedra de 77 cm de largo por 40 de ancho y 15 de
espesor, cubierta de caracteres rúnicos. Casi. analfabeto, Ohman no entendió de qué se trataba ni buscó nunca, posteriormente,
sacar ventaja de su hallazgo. Entregó la laja al banquero del pueblo, quien la remitió a la Universidad de Minnesota, donde un
especialista en cultura escandinava, el Profesor O. J. Breda, no tuvo mayores dificultades para descifrarla en su casi totalidad. Sólo
le quedaron incomprensibles algunos caracteres que, más tarde, fueron identificados como cifras. El texto completo de la
inscripción reza: "8 godos y 22 noruegos en viaje de exploración al oeste de Vinlandia. Acampamos cerca de dos islas rocosas, a
un día de distancia al norte de esta piedra. Y pescamos un día. Al regresar encontramos 10 hombres ensangrentados y muertos.
AV M, líbranos del mal. Tenemos 10 cerca del mar cuidando nuestro barco, a 14 días de viaje de esta isla. Año 1362". Las letras AV
M, eran latinas y constituían una habitual abreviatura de AVE MARÍA. El Profesor Breda consideró que la piedra era una
falsificación, por ser el idioma y los caracteres empleados muy posteriores a los del siglo xi, época de los viajes de Leif Eiriksson y
sus hermanos. Coincidían perfectamente, por el contrario, con el lenguaje y la escritura del siglo xiv. Al descifrarse la fecha que
figura en la inscripción, las dudas respecto de la autenticidad de esta última empezaron a esfumarse, tanto más cuanto que la edad
del árbol arrancado por Ohman demostraba que la laja ya debía de haber estado en el lugar durante el decenio 1850-1860 vale decir
en una época en que sólo había en la región poquísimos pobladores blancos, rodeados de indios bravíos de las tribus sioux. Los
geólogos certificaron, por otro lado, que la descripción geográfica de la zona, tal como se encuentra en la piedra, era correcta para
el siglo xiv, pero ya no para el siglo xix, pues entre tiempo el lago se había transformado en un pantano y las islas habían
desaparecido como tales, proceso éste que sólo un especialista habría podido conocer. Posteriormente al descubrimiento de la
Piedra de Kensington, se encontraron numerosos artefactos —piedras horadadas que los vikingos utilizaban para amarrar sus
barcos, eslabones de hacer fuego, hachas de combate, lanzas medallones, etc.— que algunos atribuyeron a los escandinavos,
pero acerca de cuyo origen no hay unanimidad entre los estudiosos. Es de notar, a favor de su autenticidad, que fueron hallados
cerca del Red River y del Cormorant Lake (el de las dos islas rocosas) y en el Oeste del Minnesota, a lo largo de la ruta que habría
seguido Knudsson. En 1931, se encontraron, cerca de Beardmore, en la provincia canadiense del Ontario, numerosas piezas
medievales de indudable procedencia escandinava, pero existe cierta sospecha de que hayan podido ser enterradas en épocas
recientes. La autenticidad de la Piedra de Kensington se ha convertido en el tema de controversias apasionadas (4S), en las cuales
los factores científicos del problema no son, desgraciadamente los únicos en juego. No nos compete, por cierto, expresar al
respecto una opinión definitiva. Limitémonos a decir que los argumentos positivos nos parecen mucho más sólidos que los
negativos y que la cuestión fue oficialmente resuelta a favor de los primeros cuando, hace unos años, la piedra fue incorporada a
las colecciones del

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Museo Nacional de los Estados Unidos, que administra, en Washington, la Institución Smithsoniana. Lo cual refuerza
indirectamente la tesis de la autenticidad de por lo menos parte de los artefactos encontrados en la región. Nos hemos apartado
un tanto, en los párrafos anteriores, del problema de las construcciones europeas precolombinas de Norteamérica. Nos queda por
mencionar, en este campo, la conocida Torre de Newport, (cf. Fig. 24), situada en los alrededores de Bostón. Se trata de un edificio
redondo, cuya puerta está ubicada a cuatro metros de altura, vale decir construido con un propósito defensivo, además de servir
de atalaya. La torre no es postcolombina y los indios norteamericanos nunca edificaron nada parecido. Pero, por el contrario,
encontramos en Irlanda y en Bretaña construcciones idénticas —como la Torre de Lanleff en el último de estos países— que datan
de los siglos ix y posteriores. ¿Fue la Torre de Newport obra de los irlandeses de Huitramannalandia? No es seguro, pues los
vikingos habían aprendido en Irlanda el arte de las construcciones circulares.

2. Hombres de raza blanca en la iconografía precolombina Ver material más actualizado en http://www.civilizadores.com.ar

El material arqueológico que nos suministran Mesoamérica y Sudamérica es, por cierto, mucho más rico que el que proviene de la
parte norte del continente. No nos ofrece solamente restos de edificios y unos pocos objetos, sino numerosas representaciones
iconográficas de hombres de raza blanca. Al presentar aquí, a título de ejemplos, algunas de ellas, dejaremos a un lado, por
supuesto, al contrario de lo que hizo Thor Heyerdahí (°), las figuras barbudas de rasgos mongólicos, que abundan en México y,
especialmente, en la costa del Pacífico Sur. Tal vez se trate de mestizos, pero no tenemos seguridad al respecto, pues no todos los

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indios son totalmente lampiños y a menudo la barba les crece con la edad, como sucede con los asiáticos. El personaje que
representamos en la Lámina IX es un caballero águila, o sea un miembro de la Orden Militar azteca. Los tres primeros de la Figura
25 vienen de Chichén Itzá, en el país maya, y el cuarto, de Tiahuanacu. No hacen falta largas disquisiciones al respecto. Los rasgos
fisionómicos hablan de por sí: se trata, no solamente de hombres blancos barbudos, sino más precisamente de individuos de raza
nórdica.

bate en la ciudad entre indios y blancos, la toma de prisioneros blancos por los indígenas y también, según parece —abajo, a la
izquierda— por otros blancos ataviados a la usanza india y el reembarco de los blancos en un barco que tiene la forma de un
snekkar vikingo. En la segunda lámina, vemos escenas de un combate naval —con otro snekkar— entre indios y hombres blancos
y rubios. En la tercera, un prisionero blanco y rubio es mantenido por dos indios en la piedra de sacrificio. Estos frescos se refieren
verosímilmente a la partida —forzosa si nuestra interpretación es exacta— de Quetzalcóatl del Yucatán para el Anáhuac. El pene
erecto de los prisioneros blancos —Lámina VI, abajo a la izquierda— evidencia suficientemente uno de los motivos de queja de los
indígenas contra los vikingos. Pues de vikingos se trataba: no sólo el tipo racial sino también la forma tan particular de los barcos lo
demuestran.

3. El urbanismo

Todas las ciudades náhuatl y mayas estaban diseñadas según el mismo esquema: dos avenidas en cruz dividían la aglomeración
en cuatro cuarteles, que constituían la base de la organización administrativa. Las calles, en toda la medida en que lo permitía la
configuración del terreno, eran rectilíneas y paralelas a las arterias principales. De ahí el'trazado "en damero", con manzanas
definidas por cuatro vías, que caracteriza todavía hoy la mayor parte de las ciudades hispanoamericanas. También el Cuzco estaba
edificado según el mismo Jilano, con cuarto cuarteles, aunque el suelo accidentado no había permitido llegar, en cuanto a lo
demás, a una esquematización tan rigurosa como en México. Fuers de Amenes, la edificación “en damero” solo se encuentra
como norma en el urbanismo militar de los romanos y, en la alta Edad Media, de los daneses. Los campamentos-fortaleza de
Trelleborg, en Zeelandia, de Aggersborg y de Fyrkat, en Jutlandia, y de Odense, en Fyn, estaban divididos en cuarteles por dos
avenidas en cruz y cada cuartel, en manzanas. Si, pues, el urbanismo americano no se debió al azar, su procedencia, del siglo x en
adelante, no pudo haber sido sino danesa. Esta conclusión está reforzada por el análisis de la unidad de medida utilizada en
Tiahuanacu, vale decir en un conjunto arquitectónico que, por carecer de toda cultura los indígenas de la región, debió de ser

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diseñado por los atumuruna: caso éste muy diferente del de Mesoamérica y de la costa peruana, donde los blancos encontraron
una arquitectura muy desarrollada. Desgraciadamente, no queda casi nada intacto en la metrópoli del Altiplano. Saqueados por los
Conquistadores, convertidos en canteras para la construcción de la iglesia y el pueblo actuales de Tiahuanacu, excavados por
arqueólogos improvisados o inescrupulosos y, en fin, prácticamente arrasados por los ingenieros ingleses que utilizaron paredes,
pilastras y hasta estatuas como material de relleno para la vía del ferrocarril, los edificios desaparecieron poco a poco y resulta
imposible, hoy en día, tomar mediciones exactas de sus restos tan removidos. La dificultad era menor, a principios del siglo,
cuando Arthur Posnansky hizo el relevamiento de las ruinas. Infortunadamente, la precisión no era la calidad dominante de este
ingeniero, y las mediciones que figuran en sus obras son todas aproximadas. Sin embargo, Posnansky (w) creyó haber encontrado
la unidad de medida utilizada por los arquitectos de Tiahuanacu. Comprobó, en efecto, que la pared halconera del gran templo de
Kalasasaya tenía "casi exactamente" 4,845 m, cifra ésta que, dividida por tres, daba 161,51 cm. Lo cual, entre paréntesis, incluye
un error de aritmética, pues la división da, en realidad 161,50. Se trataría según Posnansky, de una unidad de medida
antropometrológica, aplicada a todos los monumentos. De ser así, nos encontraríamos ante un hecho único en el mundo, y muy
poco lógico. Hasta la definición del metro, todos los pueblos, en efecto, emplearon unidades de medida antropométricas: pie,
pulgada, palmo y braza, por la sencilla razón de que, primitivamente, las mediciones se tomaban con ayuda de la parte del cuerpo
correspondiente. Nunca se eligió como unidad la altura del ser humano, inaplicable a objetos horizontales. Esto no quiere decir que
la medida no haya existido en Tiahuanacu. Pero, si fue utilizada, no constituyó de ninguna manera la unidad básica. En efecto,
161,50 cm equivalen casi exactamente a 5,5 pies daneses, y la longitud de la pared halconera de Kalasasaya —4,845 m, según
Posnansky— a 16,5 pies daneses. El pie danés constituye la unidad de medida —29,33 cm— empleada, en particular, en la
construcción del campamento-fortaleza de Trelleborg. Es una variante local del pie romano —29,57 cm— que también encontramos
en otras construcciones danesas del período vikingo. La utilización del pie de 29,33 cm en Tiahuanacu se comprueba en las demás
mediciones de Posnansky. Por ejemplo: recinto exterior del Kalasasaya: 130,00 m, o sea 477 pies daneses; pared exterior del
edificio central (el "Sanctissimum", según la designación de Posnansky): 64,50 m, o sea 220 pies daneses; pared intermedia del
mismo edificio: 50,90 m, o sea 173,5 pies daneses; pared interior, ibidem, 40,60 m, o sea 138,5 pies daneses. La conversión de los
metros en pies no es del todo exacta (por ejemplo, 219,84 pies, y no 220), pero las diferencias se deben, evidentemente, a la
imprecisión de las mediciones de Posnansky, que ni tiene en cuenta los centímetros. La utilización del pie danés, en el Perú, como
unidad de medida está confirmada por el hecho de que la lega incaica —aproximadamente 6.980 m—' equivale, con una diferencia
de 54 cm, al número redondo de 23.800 pies daneses.

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4. Los monumentos cristianos en Tiahuanacu

Los enormes edificios de Tiahuanacu ya estaban en ruinas cuando los incas ocuparon la región del Lago Titicaca. Se encontraban,

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sin embargo, en mucho mejor estado que hoy, hacia 1540, cuando el cronista Cieza de León puedo examinarlos, y hasta, acabamos
de decirlo, a principios de nuestro siglo, cuando Posnansky hizo su relevamiento. Dos de ellos, los más importantes, retienen la
atención: el Akapana, cerro artificial rodeado de poderosos muros de contención y de un foso, que constituía una fortaleza muy
semejante, en cuanto al modo de construccion, al Danevirk del Siesvig; el Kalasasaya, o Gran Templo de Sol, como lo llama
Posnansky, del que no quedan hoy en día sino los cimientos, las pilastras la escalinata, una puerta monolítica y una estatua.
Consideremos en primer lugar esta última. Se trata de un monolito de 2 m de alto, que representa a un ser humano vestido con una
túnica y pantalones. Posnansky siempre fantasista, quiere ver en él a una mujer encinta £1 sentido común está mucho más cerca
de la realidad' nadie, en Bolivia, lo llama de otro modo que "El Fraile". En su mano derecha, este personaje lleva un objeto cilindrico,
cuyas formas el desgaste ha hecho imprecisas; en su mano izquierda, un objeto rectangular que tiene todas las características de
un breviario medieval. Digamos más terminantemente que no puede ser otra cosa: el cierre metálico está reproducido tan
claramente como sea posible, y hasta se pueden notar todos los detalles de sus bisagras (ver Lám. XII). Esto ya sería un hecho
extraño, aun cuando el Fraile no fuera una reproducción de la estatua de un apóstol no identificado que figura a la izquierda —al
salir— del portón central de la catedral de Amiens (ver Lám. XII). El estilo es distinto, pero se trata indiscutiblemente del mismo
personaje, con su libro de cierre metálico y un ramo de "mango" cilindrico. Más aún: hasta se pueden notar, en la medida en que lo
permite el estado de conservación del Fraile, una real semejanza de rasgos fisionómicos y una perfecta identidad de proporciones
entre las dos caras cuadradas de frente abombada. Debemos a Héctor Greslebin (50), ex profesor de la Universidad de Buenos
Aires, esta sorprendente revelación. Este especialista en historia de la arquitectura ha dedicado treinta años de su vida al estudio
de los monumentos de Tiahuanacu. Ha tenido a bien autorizarnos a resumir aquí las principales conclusiones de la obra, aún
inédita, que les ha dedicado, las que son, para nosotros, totalmente convincentes. No fue el Fraile el punto de partida de la
búsqueda de Greslebin, sino la puerta monolítica que se conoce con el nombre de Puerta del Sol (ver Lám. XIII) y que se encontró,
caída y quebrada, en el recinto del Kalasasaya. Precisemos de inmediato que no se trata de una especie de arco de triunfo, sino
realmente de una puerta, en el pleno sentido del término. Se ve en ella el emplazamiento de los goznes, y d'0rbigny, a principios del
siglo pasado, pudo todavía observar los rastros verdes dejados en la piedra por el bronce. Las cavidades geométricas de la cara
posterior muestran, por lo demás, que debía ser incorporada a una pared y la falta de pulido de la parte superior parece indicar que
debía ser cubierta con un arquitrabe. Encima de la apertura se halla un friso en bajo relieve, constituido por un personaje central y
cuatro hiladas horizontales de figuras esculpidas. En vano los especialistas le han buscado un sentido. La tarea, por cierto, no era
fácil. Pues Greslebin ha establecido que el friso en cuestión representaba, con el estilo peculiar de Tiahuanacu, la Adoración del
Cordero tal como figura, según el capítulo V del Apocalipsis, en el tímpano de las catedrales góticas del siglo xni y, más
especialmente, encima del portón principal de la de Amiens. No es nuestro propósito reproducir aquí su demostración, y no
estamos en condiciones de hacerlo. Limitémonos a indicar algunos de sus aspectos. El motivo central del friso está constituido
por una figura antropomórfica sentada que responde, hasta en sus menores detalles, a la descripción apocalíptica del Cordero,
como lo muestra a las claras el esquema parcial (6) de la Lámina XIV, que Greslebin ha tenido a bien autorizarnos a reproducir.
Notamos en él, en efecto, el libro de los siete sellos (Apoc. V, 1), los siete ojos (Apoc. V, 6) y los vivientes y ancianos caídos delante
del Cordero (Apoc. V, 8). Las demás indicaciones se refieren al hábito talar (Apoc. I, 13) que lleva el Personaje y que están
descriptos en el Capítulo XXXIX del Éxodo: las dos hombreras (Ex. XXXIX, 4), el cinturón (Ex. XXXIX, 5), el pectoral, cuadrado y doble,
guarnecido de cuatro hiladas de piedras preciosas (Ex. XXXIX, 8, 9, 10), las cadenillas de oro, en forma de cordón, del pectoral (Ex.
XXXIX, 15), las dos cápsulas de las hombreras, situadas entre dos cordones (Ex. XXXIX, 18) y la diadema (Ex. XXXIX, 30). Las
cuarenta y ocho figuras de las tres hiladas superiores -el mismo número que en Amiens y Chartres— representan los doce
apóstoles, los doce profetas y los veinticuatro ancianos coronados de oro (Apoc. IV, 4) y portado-

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res de cítaras y de copas de oro (Apoc. V, 8). Debajo se notan, (ver Fig. 27) dos ángeles que están tocando la trompeta (Apoc. VII, 1 y
VIII, 7 a 13). Es éste un punto fundamental, pues este tipo de instrumento nunca fue empleado en la América precolombina.
Notemos que el perfil de las figuras de cara humana es netamente ario (ver Fig. 28). Si la Puerta del Sol —dejémosle su nombre—
está ornamentada con un friso cuyo motivo apocalíptico se encuentra esculpido en el tímpano de las grandes catedrales de la Edad
Media europea, es lógico suponer que el Kalasasaya era una iglesia cristiana. Esta deducción no se le escapó a Greslebin y el
estudio técnico que hizo —

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es ar quitecto— de las ruinas del monumento le permitió confirmarla. Hasta pudo modelar la maquette de lo que hubiera sido el
edificio una vez terminado. Más aún, comprobó que su plano respetaba la Divina Proporción, vale decir el principio más sabio de la
arquitectura griega, que conocían y aplicaban los constructores de nuestras catedrales góticas. Este trabajo fue hecho posible por
un descubrimiento complementario. A un kilómetro de Tiahuanacu se encuentra un gigantesco amontonamiento de bloques de
piedra esculpidos en el estilo de la Puerta del Sol, inclusive un arquitrabe, varias puertas monolíticas, etc. Posnansky, llevado como
siempre por su imaginación oriental, quiso ver en él las ruinas de un Templo de la Luna. La tesis carece de bases, pues no se hallan
en Puma Punku, como los indígenas llaman el lugar, ni trazado de edificio ni cimientos. Greslebin pudo establecer que las piezas
arquitectónicas en cuestión estaban destinadas al Kalasasaya y que tenían las dimensiones y formas necesarias para
complementar lo que ya se encontraba instalado: cimientos, pilastras, escalinata y portal. Puma Punku no era sino el obrador
donde se tallaban y esculpían los bloques de piedra utilizados para la construcción de la iglesia de Tiahuanacu. Lo cual bastaría
para hacernos descartar la hipótesis de José Imbelloni (51) y algunos otros, según la cual el Kalasasaya nunca habría sido sino un
alineamiento de piedras erguidas. El nombre aymará que lleva hoy en día tiene este sentido, es cierto. Pero se aplica a las ruinas-
tales como las conocen los indígenas. En los tiempos de los Atumuruna, la iglesia debía de llevar, en da- nés o en latín, el nombre
del apóstol no identificado que representa el Fraile. Esta iglesia no estaba terminada, en el año 1290, cuando la batalla de la Isla del
Sol provocó la muerte o la huida de sus constructores. La fecha de iniciación de las obras y, por lo tanto, de la cristianización de los
blancos del Altiplano debe de situarse hacia 1250. La catedral de Amiens fue construida, en efecto, entre 1220 y 1288, y su portón
central, entre 1225 y 1236.

5. El tapiz de Ovrehogdal

La presencia en la América precolombiana de elementos arqueológicos de neta inspiración europea tiene su contrapartida en el
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tapiz escandinavo de Ovrehogdal (ver Lám. XV), que se data generalmente de fines del siglo xi pero muy bien podría ser bastante
posterior. Esta pieza demuestra, en efecto, que se conocía en Europa, en la Edad Media, la existencia de animales que sólo viven en
el Perú. El tapiz en cuestión está compuesto de cuatro bandas horizontales y de una media banda vertical, situada abajo a la
derecha. La tercera banda horizontal, contando desde arriba,

reproduce un simple dibujo decorativo, pero con dos "cruces de Tiahuanacu" (ver Fig. 12). En la primera encontramos, además de
dos barcos vikingos, varios venados de distintos tamaños, uno de ellos con astas grandes y achatadas que parecen ser las de un
alce nortes americano. Se notan también un felino con altas patas traseras que impiden identificarlo, y una llama, camélido
peruano fácil de reconocer (cf. Fig. 29) por su alto cuello su cabeza chica, el trazado geométrico de su silueta y su largo pelo, que
cae hasta el suelo como una cortina. En la segunda banda, los animales representados, salvo une tal vez, que podría ser un caballo
cuyo jinete hiciera girar una boleadora, son llamas. En la cuarta, por fin, hallamos ciervos, llamas, un pecarí y un animal más difícil
de definir, que bien podría ser un oso peruano. Con la reserva exigida por el caballo de la segunda banda —pero ni hay certeza
alguna respecto de tal identificación—, la parte de tapiz que acabamos de describir se refiere claramente a la fauna americana,
simbólicamente localizada mediante las cruces preincaicas de la tercera banda. La franja vertical, por el contrario, es netamente
escandinava. Vemos en ella un barco vikingo y dos inconfundibles caballos con jinete, además de cruces cristianas y de svástikas.
Todo el tapiz, salvo la banda decorativa está sembrado de caracteres pictóricos, cuya similitud con los que figuran en los kellka del
Altiplano (ver Fig. 21) salta a la vista. El tapiz de Ovrehogdal se agrega, pues, al mapa de Waídseemüller (Fig. 5) para probar que, en
la Europa medieval, se conocía no sólo la existencia de Sudamérica sino también su fauna.
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6. Pruebas tangibles y definitivas

No volvamos aquí sobre los datos arqueológicos que provienen de los establecimientos escandinavos e irlandeses de
Norteamérica: sólo nos interesan de modo indirecto. Limitémonos, pues, a Mesoamérica y Sudamérica. Encontramos en ellas
pruebas abundantes y definitivas de la presencia, mucho antes de Colón, de hombres blancos en el Anáhuac, el Yucatán y el
Altiplano de Bolivia. Hallamos, en efecto, en estas tres regiones, esculturas que representan a individuos blancos y barbudos
cuyos rasgos corresponden a la raza nórdica. Los frescos de Chichén-Itzá nos muestran escenas de batallas terrestre y naval,
inclusive un snekkar vikingo, que pintan la derrota de los blancos, conforme a la tradición. En un orden de ideas totalmente distinto,
comprobamos que el trazado "en damero" de las ciudades precolombinas, no tiene, en el mundo medieval, sino un único
precedente: el urbanismo militar de los daneses. No nos extrañará, pues, comprobar que la unidad de medida de los edificios de
Tiahuanacu era el pie danés. Es, por otra parte, la ciudad de los Atumuruna la que nos reserva, la mayor de las sorpresas.
Sabemos, en efecto, merced a los trabajos del Profesor Greslebin, que el gran edificio habitualmente designado con el nombre de
Kalasasaya era una iglesia cristiana en construcción. Su plano respondía a la Divina Proporción de la arquitectura griega y
medieval. El friso de su puerta principal reproduce, con otro estilo pero hasta en sus mínimos detalles, la escena apocalíptica de la
Adoración del Cordero, tal como figura en el tímpano de casi todas las iglesias medievales. En fin, la estatua del "Fraile" es la copia
exacta, estilo aparte de la de un apóstol no identificado que adorna el portón central de la catedral de Amiens. Hubo, por lo tanto, a
mediados del siglo xm, un contacto entre los daneses del Altiplano de Bolivia y sus compatriotas de Europa. El tapiz de Ovrehogdal
trae al respecto una prueba complementaria.

VIII ¿Quienes se lo enseñaron?

1. Los atributos del poder

La mayor sorpresa que experimentaron los Conquistadores cuando penetraron tierras adentro en México y en el Perú fue la de
encontrar, no a salvajes antropófagos como en las islas del Caribe, sino a pueblos civilizados cuyas ciudades, palacios, mercados,
carreteras, etc. igualaban, cuando no superaban, todo lo que se podía ver en España y cuyas costumbres eran tan refinadas como
las de los europeos. Nada impedía, por cierto, que nahuas, mayas y quichuas hubieran resuelto por su cuenta, del mismo modo que
en el Viejo Mundo, problemas que se presentaban en los mismos términos de ambos lados del Atlántico. Pero no fue así. La
etnología demuestra que no hubo mera similitud de respuesta a necesidades similares, sino, en algunos aspectos, una identidad
de detalles, que no pudo haber sido casual. Tal es el caso, en primer lugar, de los símbolos del poder. Nada más arbitrario, sin
embargo, que los signos e insignias con los cuales se diferencian los titulares de la autoridad, en cualquier campo de la actividad
social. No es que los símbolos en cuestión siempre carezcan de historia: a menudo se puede encontrarles un origen lógico. Pero no
un origen necesario, en el pleno sentido filosófico de la palabra. ¿Por qué es la púrpura el color particular de los cardenales,
príncipes de la Iglesia? Porque la tomaron de los cesares romanos, como éstos la heredado de los basileis griegos, que la debían a
le persas. Pero cualquier otro color habría podido penar la misma función simbólica. Llama la a entonces, que los emperadores
aztecas y los soberanos incas usaran la púrpura como signo distintivo de au suprema, los primeros en su manto de ceremonias,
segundos en su tocado —un grueso cordón de varias vueltas, con una borla en la frente— que algunos confundieron con un
turbante. Más lógico hubiera sido que los Hijos del Sol de Tenochtitlán y del Cuzco reservaran el color amarillo. Es probable que la
elección del colorado haya sido de origen cristiano, pues la púrpura no tenía particular sentido para los escandinavos, y sí para la
Iglesia. Confirma esta interpretación la mitra, semejante, de frente, a la de los obispos catolicos, aunque menos alta, que usaba el
emperador azteca de corona, como lo hacía, por otro lado, su subordinado religioso, el Sumo Sacerdote. Y si los soberanos de
México no llevaban el cetro de oro, como los Incas, Quetzalcotal —el asceta— se representaba a veces con un inconfundible
báculo. (Ver Fig. 30).

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El mismo origen pueden tener el trono en el cual se sentaban los monarcas de México Y del Perú e, inclusive, la litera —entonces
en uso en toda la Europa occidental, pero, por lo que sabemos, no en Escandinavia— que utilizaban para desplazarse. Más dudosa
es la procedencia de los escudos de armas, que encontramos tanto en el Perú como en México. En la Edad Media europea, el
blasón nació de la necesidad de distinguir, en el campo de batalla, a caballeros que idénticas armaduras no permitían reconocer.
Posteriormente, se convirtió en el símbolo de una familia, una comunidad o una dignidad. Mejicanos e incas recurrían al mismo
procedimiento y la reproducción adjunta (ver Fig. 31) de escudos de armas de ambos orígenes muestra a las claras que se los
podría muy bien confundir con blasones europeos. Los escudos americanos son redondos, como los escandinavos. Pero. en el
siglo x,

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Los vikingos no solían pintar símbolos en los suyos. Los islandeses, como todos los occidentales, sí comenzaban a hacerlo.

2. Las armas

Lo que un pueblo guerrero abandona más difícilmente son las armas a las cuales está acostumbrado, pues constituyen el
instrumento de su poderío. Habiéndose impuesto los escandinavos a las naciones mesoamericanas y peruanas, debemos
lógicamente encontrar en éstos rastros del armamento de sus conquistadores. Y así es efecto. Los vikingos utilizaban una espada
ancha, la lanza, el dardo, el arco y, sobre todo, el hacha de combate que resto de Europa ya había abandonado en el siglo x. Son
éstas, exactamente, las armas que encontramos en México y en el Perú, con excepción, en cuanto a este último país, de la espada
que los soldados incaicos reemplazaban por una masa de armas. Pero, en ambos casos, figura el hacha que, en el Perú, toma a
veces la forma de una partesana. Añadamos que, si el arco mejicano es sencillo, el peruano, por el contrario, está hecho, de una
madera trabajada

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estilo europeo. Señalemos, por fin, que la espada mejicana era de madera, con filos de pedernal u obsidiana, y que, para lanzar el
dardo, los nahuas recurrían a menudo a un instrumento semejante a la arbaleta, aunque de tamaño mayor. Los mayas no conocían
ni la espada ni el arco, pero sí las demás armas, inclusive el hacha de combate. Esta, en Mesoamérica, era de obsidiana; en el Perú,
de bronce. (Ver Fig. 33). Para la defensa, mejicanos y peruanos usaban el escudo redondo que ya hemos mencionado v vestían
túnicas de

algodón acolchado, con cuello abierto en redondo y mangas cortas, como las túnicas escandinavas. El tocado variaba: yelmo de
madera o de metal, en el Perú, y de algodón acolchado, en México. Sin embargo, el casco de metal no era desconocido en este
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último país. Cuando el príncipe Teutitle, enviado de Moctezuma, llegó en presencia de Cortés, pidió que se le regalara el yelmo
dorado de un soldado, por parecerse al que usaba Quetzalcóatl. Sabemos, por otro lado, que en la repartija del rescate pagado por
los indios de Potonchán, cerca de Panuco, a un tal Juan de Grijalba le tocó en parte "un casquete de oro, con dos cuernos y
cabellera negra" (:l:i). Lo de los cuernos reviste una especial importancia, se sabe que el yelmo vikingo a menudo estaba
ornamentado con astas de uro. No sabemos, por desgracia, cómo era casquete que recibió el español. Pero tenemos un elemento
de juicio más preciso al respecto: el retrato de Netzalualcoyotzin, rey de Toxcoco en el siglo xv, que reproducimos aquí (ver Lám.
XVI). El buen soberano, célebre por su cultura —era poeta, filósofo y orador de fama—, aparece con lo que no tenemos más
remedio que llamar un disfraz de vikingo: túnica de mangas cortas, escudo redondo y espada ancha. Pero lo más significativo es
su "yelmo” de algodón acolchado, con dos "cuernos" hechos, aparentemente, del mismo material, de los que cuelgan pompones.
¿Qué podía ser este tocado, sino una casi conmovedora imitacíón del casco escandinavo? No había uros en México, claro está, ni
vacunos de ninguna especie. Para parecerse a sus "antepasados", el príncipe se hizo fabricar "cuernos” de género relleno... Ya
que estamos hablando de vestimenta, abramos paréntesis para referirnos a la gorra puntiaguda, comón a los nahuas y a los
quichuas (ver Fig. 34), que tiene exactamente la misma forma que la que se usaba en Escandinavia. La misma también, pero con
una pequeña variante, que la que encontramos a menudo, en México, en las imágenes

de Quetzalcóatl y, en los países del Norte, en las del dios Frey. Volviendo al tema militar, nos quedan dos puntos de interés. El
primero es la simbolización de la patria —o del soberano que la encarnaba—, tanto en México como en el Perú, por banderas que
los soldados defendían al precio de su vida y cuya toma por el enemigo ponía fin al combate. Hasta sabemos que la del Inca Roka
era, verde claro y azul oscuro. En el imperio incaico, ciertas unidades usaban, en lugar de banderas, insignias semejantes al
labarum romano. El segundo punto que queremos señalar es la organización del ejército peruano en decurias y centurias, en todo
idéntica a la de las legiones de Roma. Esto, evidentemente no proviene de los vikingos, sino que procede del afán de racionalización

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de los incas. Pero el sistema decimal era propio de los germanos, en la Europa de aquel entonces. Los demás pueblos del Viejo
Continente, que, al contrario de los mesoamericanos y los peruanos, ni conocían el cero, utilizaban el cálculo duodecimal, como lo
hacemos todavía para contar las horas o los huevos.

3. Sauna, quipu, barcos, etc.

En el orden civil, la coincidencia más definitoria entre Escandinavia y la América precolombina nos la ofrece el sauna. Todo el
mundo conoce las características de este baño de vapor, peculiar de los países del Norte de Europa: una sala cerrada se
introducen piedras previamente calentadas, sobre las cuales se echan baldes de agua. El bañista, después de aguantar lo más
posible el vapor caliente,

Se tira en la nieve o en una piscina de agua fría, y se lo fustiga con una rama de abedul. En México, cada casa de familia tenía su
sauna: el temascal. El dibujo adjunto (ver. Fig. 35), extraído de un códex náhuatl anterior a la Conquista, nos muestra que ni faltaba
el detalle de la fustigación. El baño frío se tomaba en algún río cercano, de agua siempre fría, por la altura, en el Anáhuac. Esta
última particularidad no existía en el país maya, de clima tropical. De ahí que la fauna local —el sampulche— estuviera compuesto
de dos piezas: una para el baño de vapor, ut supra, y la otra provista de una piscina de agua fría. La instalación era, pues, mucho
más complicada. Por ello, la sauna maya no era familiar sino pública. No faltan algunos aspectos secundarios que merezcan ser
mencionados aquí: el empleo de platos y cucharas, pero no dé tenedores —exactamente como en la Europa medieval—, la similitud
de algunos instrumentos de música —tambor, trompa y, en el Perú, flauta de Pan—, el uso de la balanza romana en este último país
y, en la misma región, del quipu. Ya mencionamos que, a falta de escritura, los pueblos incaicos recurrían a un sistema muy
particular de anotación, que consistía en nudos diferentemente espaciados en hilos de distintos colores. Ahora bien: el
procedimiento era conocido en Escandinavia, y solamente en Escandinavia, donde se lo utilizaba, no para sustituir la escritura, que
por cierto existía, sino para la adivinación. No podemos dejar a un lado algunos juegos que practicaban los nahuas: el árbol de
cucaña y la calesita voladora (ver Fig. 36), que figuraban en todas las kermesses de la Europa nórdica, inclusive Francia, hasta
principios de nuestro siglo y que no sería difícil encontrar todavía allá en fiestas pueblerinas. Más interesante aún para nosotros es
el pok-a-tok de los mayas, parecido al baloncesto y, más inmediatamente, al juego de pelota que los pueblos germanos llamaban
Knattieikr, Soppleikr o Shofuleikr, según la región. Queda, por fin, el problema de la navegación. Es difícil suponer que la llegada por
mar de los grandes navegantes que eran los vikingos no hayan dejado rastros en las costumbres de los pueblos costeros por ellos
dominados. Efectivamente los mayas —los de Chikin Chel eran conocidos como "los señores del mar"— construían grandes
barcos, de hasta cuarenta remeros, algunos de ellos provistos de una vela latina. Las piraguas se hacían habitualmente en un
tronco de cedro. Pero no los grandes buques, puesto que sabemos que se utilizaba betún para calafatearlos.

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Por el contrario, los peruanos de la época incaica habían perdido sus antiguas tradiciones y ya no navegaban sino en balsas, con
las cuales, es cierto, realizaban largos viajes hasta Panamá, sin hablar de la expedición del Inca Yupanki a las islas de los
Galápagos y, tal vez, más allá en el Pacífico. Decimos que habían perdido sus tradiciones, no sólo porque sabemos que los blancos
llegaron al Ecuador en barcos de piel de lobo, sino también porque tenemos pruebas iconográficas de la existencia anterior de
embarcaciones dei tipo netamente vikingo (ver Fig. 37). Los cronistas García, Acosta y Velasco cuentan que los indígenas
recordaban viajes de sus antepasados a las "islas del Ponente", con barcos de piel de lobo marino. Lo cual significa que las
costumbres escandinavas perduraron un tiempo y no fueron perdiéndose sino a la larga.

4. Un extraño paralelismo

La etnología nos aporta pocos datos, pero éstos son importantísimos para nuestra búsqueda. Los símbolos de poder que
distinguían a los soberanos aztecas y peruano eran los que se usaban en los países cristianos y, mucho de ellos, en la Iglesia. Las
armas, por el contrario, se parecían, en ambas regiones, a las escandinavas. Más significativo, tal vez, que todo lo demás es la
existencia de la sauna, tanto en el Anáhuac como en el país maya. Pero también tiene suma importancia comprobar, entre otras
coincidencias, que los quipu incaicos se conocían, aunque con otro uso, en Escandinavia, que los peruanos habían navegado en
barcos de piel de lobo y que los mayas practicaban el juego de baloncesto, muy parecido al Knattieikr de los pueblos nórdicos.

IX Las monarquías comunitarias de México y del Perú

1. Feudalismo y centralización

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Nada más parecido al feudalismo medieval europeo que la organización política vigente en Mesoamérica cuando la Conquista. Su
comunidad básica la constituía, en efecto, el municipio, gobernado por un señor hereditario o elegido a quien asistía un Consejo de
Ancianos, provisto de atribuciones importantes, al modo de los cabildos españoles. Antes de la llegada de los aztecas al Anáhuac,
el Estado comunal era soberano, en México, y seguía siéndolo, a principios del siglo xvi, en el país maya. Las ciudades o aldeas
tenían cada una sus propias normas de vida y leyes consuetudinarias y se administraban según esquemas que, si bien eran
idénticos en cuanto a los grandes principios del orden social, variaban apreciablemente en lo que atañía a sus matices de
aplicación. Bastante semejantes a las poleis griegas, los municipios independientes vivían aislados, se aliaban entre sí o se
combatían según las circunstancias, creando así un siempre cambiante cuadro caótico. Cada uno de ellos tenía estructuras
políticas naturales, con un órgano rector unitario y fuerte: el orden imperaba en su seno. Pero no existía autoridad soberana alguna
por encima de los distintos feudos de una misma región, y el desorden, apenas atemperado por acuerdos momentáneos, constituía
la norma de las relaciones intercomunitarias. . „ Sabemos, por la tradición, que fue Quetzalcóatl quien dio sus leyes a los
mexicanos. No nos extrañará, entonces comprobar la similitud existente entre la organización política del Anáhuac y la de los
países escandinavos en el siglo x. Ninguno de éstos habían alcanzado aún la unidad monárquica del Estado. Todos estaban
divididos en pequeñas comunidades feudales, en cuyo gobierno se mezclaban en proporciones variables, herencia y elección. La
jefatura se trasmitía de padre a hijo, pero las grandes decisiones las tomaba el Thing, o sea la asamblea de los jefes de familias
nobles, reunidos alrededor del señor. Es probable que Quetzalcóatl haya intentado, para más coherencia y estabilidad al orden
social creado él, federar las comunidades municipales recién organizadas. Evidentemente, no tuvo tiempo de llevar a cabo su tarea
y, como muy bien dice Maurras, no hay federación sin federador. Grecia se unificó cuando Alejandro de la montaña; Francia, cuando
los reyes capelos fueron agregando, por la guerra o la diplomacia, provincia provincia a su feudo originario; Suiza, cuando los viejos
cantones se aliaron para poder resistir el avance austríaco. Tal vez, sin la llegada de los españoles, la liga de Mayapan hubiera
pasado de la alianza a la confederado posteriormente, de la confederación a la federación. No lo sabemos. Pero sí la historia nos
enseña cómo los aztecas, tribu guerrera llegada del Norte a México en el siglo fueron imponiendo paulatinamente su autoridad a
las comunidades municipales del Anáhuac, primero, y más tarde a todas las provincias de lo que se convirtió entonces en el
imperio náhuatl. Lo interesante para nosotros es la federalización se logró mediante un procedimiento idéntico al que, desde hacía
siglos, se estaba aplicando en Europa occidental, vale decir por establecimiento de vinculos de vasallaje. Lejos de destruir las
comunidades vencidas o de transformarlas en colonias, imponiéndoles autoridades y leyes extrañas, los soberanos de
Tenochtitlán se limitaron a subordinarse los señores locales, respetando y amparando los fueros municipales. El príncipe hasta
entonces independiente se convertía en tecuhli, como el mismo emperador y los grandes dignatarios federales. Pagaba el tributo a
su soberano y le prestaba ayuda militar en tiempos de guerra. Pero, en contrapartida, el poderío imperial respaldaba su autoridad.
Claro está que semejante sistema, en México como en Europa, tenía sus inconvenientes. Los vasallos, más poderosos que antes
de su sumisión pero menos libres, estaban tentados de alzarse contra el emperador, para librarse de su autoridad y sus
imposiciones, o hasta para sustituirlo en su papel de federador. De ahí guerras intestinas frecuentes, que se sumaban a las
campañas emprendidas para dominar regiones aún independientes. Pueblo guerrero por su origen, los aztecas tuvieron que seguir
siéndolo para conservar y ampliar su poder. Al mismo tiempo, el gobierno del imperio y la recaudación del tributo iban exigiendo
una administración cada vez más frondosa, mientras que la riqueza de Tenochtitlán, producto del tributo, y el lujo que de ella
procedía iban orientando hacia actividades artísticas un número cada vez mayor de sus habitantes. Como la Roma de los césares,
la capital de los aztecas fue convirtiéndose rápidamente en una ciudad aristocrática poblada por altos funcionarios civiles y
militares y por los que se dedicaban a servirlos en uno u otro campo. En la época de la Conquista, el Emperador ya no tenía mucho
que ver con el jefe de tribu que habían sido sus antepasados. Era un semidios que pretendía descender del mismo Quetzalcoatl.
Elegido en el seno de la familia imperial por el reducido Senado que constituían los cuatro principales dignatarios de la corte –
como los reyes escandinavos por el Thing – tendía cada vez más a convertir a éstos de cogobernantes en meros funcionarios. Los
tecuhli y los calpullec – jefes vitalicios de barrio, elegidos por los habitantes – que primitivamente no sólo ejercían la autoridad
suprema en su jurisdiión sino también representaban a la población ante el poder central, se iban transformando en simples
delegados del Emperador siempre debía confirmar su nombramiento para que : válido y, cada vez más a menudo, los designaba
directamente. A principios del siglo xvi, el proceso de centralización ya estaba muy adelantado y México, con sus tribunales nales
de dos instancias, sus escuelas y colegios, sus hospitales y asilos de inválidos, su correo, su registro civil y administración fiscal,
ya se parecía mucho más a la Roma de los cesares que a la Europa feudal. Nada semejante embargo, a la burocracia niveladora y
asfixiante de hoy: el imperio azteca parecería libertario al ciudadano de cualquiera de nuestras naciones contemporáneas. No
sabemos cuáles fueron las estructuras político-sociales del Perú en los tiempos de los atumuruna y sólo podemos analizar las que
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corresponden al imperio incaico. En éste, la situación originaria era muy distinta de la que hemos observado en Mesoamérica. No
existían, cuando Manko Kapak se estableció en el Cuzco, comunidades municipales organizadas y prósperas, sino poblaciones
desintegradas y tribus salvajes. Los incas, por otro lado, constituían, como lo veremos en el inciso siguiente, una minoría
aristocrática racialmente diferenciada. La creación del Imperio fue, por lo tanto, conquista y estructuración más que
federalización. El Cuzco fue capital imperial antes que tuviera imperio, y el Inca era dios por derecho propio y casi diríamos por
naturaleza. Por ello, no hubo feudalismo en el Perú, ni nada que se le pareciera, sino un régimen colonial inteligente. El Emperador
respetaba las costumbres de las poblaciones sometidas y confirmaba el poder de sus jefes. Pero, por encima de éstos, se
colocaban delegados civiles, militares y religiosos de sangre incaica. Se imponía el quichua como "lengua general" y a menudo se
desplazaban grupos de población de una región a otra, de tal modo que se quebrara la unidad étnica de una provincia de lealtad
dudosa y se redujeran así sus veleidades de independencia y sus posibilidades de insurrección.

2. La estratificación social

La diferencia que se nota entre las estructuras político-sociales de Mesoamérica y el Perú procede fundamentalmente de la
distinta constitución de las respectivas capas dirigentes. En el Anáhuac y el Yucatán, como en la Europa de la alta Edad Media, la
aristocracia se había ido formando lentamente sobre la base de la selección funcional. En un primer momento, todos los cargos
eran electivos y cualquier hombre libre podía aspirar a las más altas posiciones sociales. Nada más natural, puesto que todos
pertenecían a la misma raza o a razas afines. Hacía tiempo que la sangre de los compañeros desertores de Quetzalcóatl, de
reducido número, se había diluido por mestización. Poco a poco, sin embargo, la especialización funcional había hecho su obra y
los más aptos para los distintos cargos fueron, cada vez más frecuentemente, hijos de los titulares anteriores. Así se
constituyeron, por lo demás, todas las aristocracias hereditarias sin privilegio de raza. Por otro lado, los nobles tenían mayores
facilidades para dar a sus hijos una educación esmerada y una formación adecuada. La aristocracia mejicana de principios del
siglo xvi no estaba cerrada a los hombres libres que se destacaban por su yaior, especialmente en el campo militar. Pero la nobleza
poseía privilegios hereditarios y sólo sus hijos, con una excepción que mencionaremos más adelante, tenían acceso a los colegios
superiores. La aristocracia incaica, por el contrario, se diferenciaba, desde el punto de vista étnico, de las poblaciones que
gobernaba. Los orejones, como llamaban los españoles a los nobles peruanos, por la costumbre que tenían estos últimos —como,
por otro lado, los nobles mayas— de distenderse las orejas, que llegaban a tocar los hombros, eran de raza blanca ligeramente
mestizada, como ya vimos. Los incas, descendientes de Manko Kapak y de sus compañeros, se casaban estrictamente entre sí y
la familia imperial, más prudente todavía, practicaba el matrimonio consanguíneo, entre hermanos. Todos los altos cargos Estado,
el Ejército y la Iglesia estaban reservados e blancos, en el Cuzco y en las provincias. Los "incas del privilegio", descendientes de
los aliados indios de Manko Kapak, que éste había ennoblecido, se situaban inmediatamente debajo de la nobleza de raza, pero a
gran distancia, y por supuesto no se mezclaban ella por el matrimonio. En fin, una tercera capa aristocratica, la de los curacas,
estaba constituida por las familias de los jefes indígenas locales, siempre subordinados a un inca. Al contrario de la aristocracia
mesoamericana, la nobleza peruana no formaba un estamento, pues, sino una casta, cerrada por definición. No debía su
superioridad su capacidad funcional, sino su capacidad a su superiodad étnica. Al lado de un Hijo del Sol, el más encumbrado los
curacas no pasaba de un villano, y no había razón humana que pudiera oponerse a la orden de un dios vivo. Este régimen de castas
explica por qué no existían estamentos organizados por debajo de las tres capas aristocráticas o, si los había, por qué los
cronistas no hablan de ellos: el socialismo incaico igualaba a todos los que no pertenecían a la minoría blanca ni a sus
colaboradores inmediatos. En Mesoamérica, por el contrario, nos topamos, también en este campo, con una estructura estamental
muy semejante a la que existía en la Europa medieval. Los artesanos estaban organizados en gremios y los mercaderes, en
guildas, cada uno con sus fueros sus autoridades libremente elegidas. Fiel a su espíritu feudal, el Estado sólo intervenía para
mantener el orden y garantizar la recaudación de los impuestos. En todo demás, dejaba a los ciudadanos una total libertad de
acción. A los ciudadanos, pero no a los esclavos. Prisioneros de guerra o desamparados que buscaban protección, éstos estaban
incorporados a las familias, como las mujeres y los hijos, aunque en un nivel inferior. Estaban exentos del servicio militar, se les
aseguraba medios de subsistencia, aun en caso de enfermedad y en su vejez, y no se los podía vender, salvo después de tres faltas
graves debidamente comprobadas. La esclavitud no era hereditaria y todos los niños nacían libres. Tampoco constituía un sello de
infamia, una causa de vergüenza ni un impedimento matrimonial: era común el casamiento entre un hombre libre y una esclava y
entre una mujer libre y un esclavo. Ni siquiera la esclavitud era necesariamente vitalicia: uno se podía entregar como esclavo por
un tiempo determinado y el esclavo podía comprar su libertad o recibirla en agradecimiento de servicios prestados. Todo eso se

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explica por el hecho de que no existían diferencias raciales entre ciudadanos y esclavos. En el Perú, por el contrario, la esclavitud
no se conocía: todos los indios eran esclavos del Sol y de sus Hijos, los incas.

3. La organización comunitaria

Estamento o casta, la aristocracia americana desempeñaba exclusivamente las funciones de mando imprescindibles, en los
campos político, militar y religioso, para la conducción de la Comunidad. El principio de su acción era el servicio -y su
remuneración, los honores. Se trataba, pues, de una capa funcional en la que se ingresaba por mérito personal o familiar, en
Mesoamérica, y por derecho de raza, en el Perú. Nunca por la riqueza, que era, por el contrario, la consecuencia de la función. A
pesar de que las guildas de mercaderes estaban desempeñando, en México, un papel social cada vez más importante y habían
conseguido para sus miembros crecientes privilegios, entre otros el acceso a la enseñanza superior, no había nada, en ningún
lado, que se pareciera a la burguesía capitalista. En todos sus aspectos, la sociedad precolombina seguía las normas que, en la
misma época, regían el mundo europeo. Esto es cierto especialmente en lo que atañe a la tenencia de la tierra. Ni en el Viejo
Continente ni en el Nuevo el señor feudal era propietario, en el sentido actual de la palabra, de las tierras que administraba. Tenía
sobre ellas derechos que correspondían a las necesidades de las funciones desempeñadas. Pero el siervo, el aparcero o el
"comunero" también era "propietario" de los campos que cultivaba, por tener los derechos exigidos por sus tareas. ¿De quién era,
entonces, la propiedad absoluta del suelo? La pregunta no tenía sentido práctico. Pero, desde un punto de vista casi metafísico, se
podría contestar que pertenecía a la comunidad. En Europa, buena parte de las tierras permanecían, por lo demás, en estado de
indivisión, a la disposición de todos los miembros del municipio, y en América gran parte del trabajo agrícola se hacía en común. La
comunidad azteca se llamaba caípitlli y sus integrantes pertenecían, primitivamente, a un mismo linaje. Dirigido por sus propias
autoridades electas —aunque el nombramiento estaba sujeto a la aprobación imperial—, el calpulli gozaba de una completa
autonomía interna, con la única condición de pagar los impuestos que se le asignaba y de contribuir con mano de obra —la corvée
medieval— a la realización de los grandes trabajos colectivos. Disponía de determinada extensión de tierra, que se repartía entre
las familias. El joven que se casaba recibía un lote suficiente para mantener a la pareja, y cada hijo le valía una ampliación de
terreno. Si moría sin dejar descendencia o si se lo expulsaba por delito grave, su parcela volvía a la comunidad. La tenencia
familiar de la tierra era, por otro lado, salvo en cuanto a la ubicación de la casa, más administrativa que real. En efecto, el trabajo lo
realizaban en común equipos de unos veinte hombres. Quien tenía muchos hijos y disponía, por lo tanto, de una extensión mayor de
terreno no estaba constreñido a trabajar más que los otros. Simplemente recibía una mayor cantidad de productos, frutos del
trabajo colectivo. Esta organización comunitaria existía también, a veces con ligeras variantes, en todas las provincias del imperio
azteca y en el país maya. En este último caso, la variante parece haber consistido en la repartición de las tierras comunales por las
autoridades religiosas. Pero no hay seguridad alguna en cuanto a este punto, pues carecemos de informaciones precisas al
respecto. El sistema aplicado en el Perú era básicamente el mismo que en Mesoamérica, pero fuertemente racionalizado por el
poder central. También allá la comunidad campesina —el ayllu— era colectivamente dueña de la tierra y la dirigía un jefe elegido
—el malicu— asistido por un consejo de ancianos, o amautas. El varón tenía obligación de casarse y, al hacerlo, recibía del ayííu a
que pertenecía por nacimiento una parcela de tierra suficiente para satisfacer sus necesidades. La repartición del terreno se hacía
de nuevo cada año, aumentándose o reduciéndose los lotes en función del número de integrantes de cada familia. No toda la tierra
arable, sin embargo, pertenecía a los ayllu. En cada región, en efecto, los campos se dividían en tres partes desiguales, sin que
sepamos en qué proporciones. La primera pertenecía al Sol, vale decir a la Iglesia, y servía, como los bienes eclesiásticos de la
Edad Media europea, a mantener los templos, las escuelas superiores y el clero. La segunda correspondía a las comunidades
campesinas y la tercera, al Inca, vale decir al Estado. Se trabajaban en primer lugar, colectivamente, las tierras del Sol; luego,
también en común, las parcelas de los ancianos, las viudas, los huérfanos y los soldados en servicio; posteriormente, cada familia
se dedicaba a su propio lote, aunque regía la obligación de la ayuda mutua en caso de necesidad; por fin, otra vez colectivamente, la
comunidad cultivaba las tierras del Inca. Dicho con otras palabra; los impuestos eclesiásticos y civiles se pagaban en trabajo y no,
como en Mesoamérica, en productos. Por el contrario, el Servicio de Trabajo Obligatorio —la mita - era idéntico: cada ayllu debía
suministrar trabajadores para obras públicas, mineros, pastores y servidores para el Inca y demás autoridades. Estas pesadas
prestaciones tenían, por supuesto, su contrapartida: la asistencia social, asegurada por el Estado, cubría todos los riesgos Nadie
podía vivir en el ocio, pero nadie que no pudiera trabajar carecía de lo necesario. Y, en todas las provincias almacenes imperiales
llenos de granos y de artículos manufacturados estaban en condiciones de eliminar, por distribuciones gratuitas, las
consecuencias de una mala cosecha o de alguna catástrofe. En la teoría, la organización comunitaria que acabamos de describir

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sucintamente puede haber surgido de modo espontáneo y haber procedido, como también el feudalismo azteca, de condiciones
sociales semejantes a las que imperaban en la Edad Media europea. Otro aspecto del orden social incaico nos muestra, sin
embargo, una indudable incidencia escandinava. A la división del país er ayllu, con su jerarquía ascendente, los incas
sobrepusieron en efecto, una estructura administrativa de jerarquía descendente. Así diez trabajadores constituían una decuria a
las órdenes de uno de ellos, el cancha camayoc. Cinco decurias formaban una media centuria, con su jefe; dos medias centurias,
una centuria; cinco centurias, una compañía; dos compañías, una aldea (mil trabajadores); y diez aldeas, una tribu cuyo jefe, el
hunu-curaca, dependía directamente del gobernador de la provincia, el que a su vez estaba subordinado al virrey a cargo de uno de
los cuatro cuarteles del Imperio. En este esquema piramidal, dos puntos llaman la atención. En primer lugar, la utilización del
sistema decimal que la alta Edad Media había sustituido, como ya vimos, en la Europa occidental y meridional, por el cálculo
duodecimal. En segundo lugar, el ordenamiento piramidal que se agrega, como imposición del Estado colonial, a las estructuras
comunitarias preexistentes. Ahora bien: estas dos particularidades se encontraban, en el siglo x, en el área nórdica, muy
exactamente entre las islas frisias y la de Oeland, o sea en Dinamarca y en el Sur de Suecia. Allá, la unidad administrativa era el
círculo: Hufe o Bohle, en germano antiguo. Cien círculos formaban un distrito: Haeret en Dinamarca y Hundari en Suecia. Los incas
se limitaron, pues, a ampliar y racionalizar más aún el sistema administrativo de sus antepasados.

4. La organización militar y las órdenes de caballería

La organización militar del imperio incaico estaba calcada de su estructura administrativa, por la sencilla razón de que, fuera de la
guardia de corps del emperador, los soldados eran campesinos que se llamaban a las armas en caso de guerra, dentro de su
marco social y con sus cuadros habituales. Así las decurias, medias centurias, centurias, etc. se convertían en unidades militares,
sustituyendo sus herramientas de trabajo por armas, con la simple superposición de jefes incas. Así cada Haeret danés
proporcionaba uno o varios combatientes, que se organizaban en centurias. En Mesoamérica, por el contrario, los campesinos-
soldados —a los que se agregaban, en el país maya, cuerpos de mercenarios— se levaban por calpulli o por aldea, formando
unidades de estructura muy variada, como sucede en todo régimen feudal o comunero. Lo que aztecas e incas tenían en común
—no así los mayas— era la institución militar que bien tenemos que designar, pese al anacronismo etimológico, con su nombre
europeo de caballería. Tanto en el Anáhuac como en Altiplano del Perú existía, en efecto, una minoría de fo mación militar y
religiosa que respetaba una escala de valores encabezada por el heroísmo, el honor y el servio y que ocupaba una posición
privilegiada en la sociedad. Sin embargo, su organización no era la misma en ambas regiones. En México, la Orden de los
Caballeros Águilas y Caballeros Tigres tenía una estructura y un papel en todo semejantes a los que caracterizaban, en la misma
época, a las órdenes militares europeas. Sus miembros desempeñaban altas funciones en la Corte y el Ejército. Pero eran monjes-
soldados que tenían su propia jerarquía y su propia regla —sin hablar de uniformes especiales— y constituían un factor de poder
monolítico, con gran incidencia en la conducción del imperio. Seleccionados, según normas que desconocemos, entre los hijos de
las familias aristocráticas, eran formados en monasterios-fortaleza muy semejantes las commanderies del Temple e iniciados en
el curso de una ceremonia que el cronista Muñoz Camargo nos describe así: "Se armaban caballeros con muchas ceremonias,
porque ante todas las cosas estaban encerrados cuarenta o sesenta días en un templo de sus ídolos y ayunaban este tiempo y no
trataban con gente más que con aquellos que los servían, y al cabo de los cuales eran llevados al Tem¡ Mayor y allí se les daba
grandes doctrinas de la vida que habían de tener y guardar; y antes de todas estas estas cosas les daban vejámenes, con muchas
palabras afrentosas y satíricas, y les daban de puñadas con grandes represiones y aun en su propio rostro. .. En todo el tiempo del
ayuno no se lavaban, antes estaban todos tiznados de negro con muestras de grande humildad para concebir y alcanzar tan gran
merced y premio, velando las armas todo tiempo del ayuno según sus ordenanzas, usos y costumbres entre ellos tan celebradas".
Los Caballeros Águilas y Tigres tenían por función principal la de dedicarse a la "guerra florida", cuyo propósito era conseguir
prisioneros para los sacrificios. No se trataba de una guerra de odio, ni de conquista siquiera, sino de parte de un ritual que suponía
el respeto del adversario y tenía normas que nadie violaba. Nada más extraño a los mejicanos que nuestra guerra total. Ante un
casus belli, se entablaban negociaciones con el enemigo. Sucesivos embajadores cruzaban libremente las líneas y trataban de
conseguir la sumisión del adversario por medio de conversaciones corteses en las cuales se intercambiaban marcas de
consideración. Si las negociaciones fracasaban, los últimos embajadores se retiraban, no sin obsequiar a sus interlocutores con
escudos, espadas y flechas, "para que nadie pudiera jamás decir que se los había vencido a traición". También en la guerra se
respetaban convenciones estrictas. Así la muerte o captura del general o la toma de la bandera significaba la pérdida de una
batalla, y el incendio del Templo Mayor acarreaba la rendición de una ciudad. El mismo espíritu caballeresco presidía el final del

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conflicto. El vencido conservaba sus autoridades, sus dioses y sus costumbres. Pero su príncipe se convertía en vasallo del
vencedor y le pagaba el tributo. Los incas reservaban al vencido un trato idéntico. En el Perú, sin embargo, no existía el equivalente
de los Caballeros Águilas y Tigres, que suponían una diferenciación en el seno de la aristocracia. La raza se encargaba, en efecto,
de distinguir a los Hijos del Sol, y sólo éstos recibían la formación y rendían las pruebas propias de la orden militar que constituían.
Cuando los jóvenes incas llegaban a los dieciséis años, se los armaba caballeros —Garcilaso emplea esta expresión— después de
seis días de riguroso ayuno y de varios ejercicios atléticos y guerreros, en los cuales debían demostrar fuerza, resistencia y, sobre
todo, valentía y dominio de sí. Paralelamente, maestros de novicios les dictaban conferencias en las cuales, según el mencionado
cronista les recordaban su ascendencia divina y las hazañas de sus antepasados, "el ánimo y esfuerzo que debían tener en
guerras para aumentar su imperio; la paciencia y sufrimiento en los trabajos para mostrar su ánimo y generosidad; la clemencia y
piedad y mansedumbre con los pobres y subditos; la rectitud en la justicia, al no consentir que se hiciese agravio a nadie; la
liberalidad y magnificencia para todos, como hijos que eran del Sol". El heredero del trono era tratado como los demás, pero con
mayor severidad dad: el futuro emperador merecía reinar "más por sus excelencias que por ser primogénito de su padre".
Aprobado el examen, los jóvenes, de rodillas, recibían uno uno, de mano del soberano en persona, "las insignias de caballeros de la
sangre real". Luego, se los vestía y armaba ba al modo de los incas. Hasta el ceremonial se parecía al usado en Europa.

5. Un medioevo americano

Aristocrático y comunitario, el orden social de los p blos civilizados de América reproducía, en lo esencial, las estructuras vigentes
en la Cristiandad medieval. Tanto en el mundo feudal de Mesoamérica como en el imperio colonial del Perú, autoridad y libertades
se complementaban, mientras que los valores caballerescos de lealtad y servicio florecían en las capas dirigentes, desarrollados
entre los jóvenes nobles mediante una educación adecuada. En el Anáhuac, una verdadera Orden Militar iniciática agrupaba a una
élite debidamente seleccionada y formada. En el Perú, todo blanco era señor y todo señor, caballero. Notemos que, en el siglo X,
cuando llegó Ullman a México, la caballería aún no se había dado las instituciones que sólo nacerían con las Cruzadas. Pero, en el
Occidente cristiano —no así en lo que quedaba del mundo pagano— su espíritu ya estaba vigente, y también algunas de sus
formas. Todo parece indicar, pues, que su introducción en Mesoamérica se debió a los irlandeses y no a los escandinavos y que se
desarrolló después por propio ímpetu, adquiriendo estructuras parecidas a las de Europa. En el Perú, las cosas pueden haber sido
distintas, y tal vez haya que vincular el ceremonial de la imposición a los novicios de los hábitos y las armas con el aporte cristiano
posterior que señalamos en el Capítulo VII.

x El gran viaje

1. Los límites de la casualidad

Salvo el mapa de Martín Waídseemüller (Fig. 5) tapiz de Ovrehogdal (Lám. XV), las momias del (Lámina VII), cuya datación es
controvertida, y la estatua del "Fraile" de Tiahuanacu (Lám. XII), copia indiscutible de una escultura normanda del siglo XIII, cada
uno los datos que analizamos en los nueve capítulos anteriores puede ser el producto del azar o, por lo menos, de causas distintas
de las que establecimos. Los "indios blancos” pueden ser los descendientes de alguna tribu aria llegada por el Estrecho de Behring
junto con la ola migratoria amarilla, y la supervivencia, durante milenios, de sus particularidades étnicas no es inconcebible si
pensamos en judíos de la diáspora y en los gitanos. Las tradiciones genas pueden ser fantasías basadas en el fondo común de la
prehistoria universal, y hasta el producto de la incomprensión y mala fe de los cronistas que las relataron. La semejanza de tal o
cual palabra quiche-maya o quichua con un vocablo danés, alemán o latino puede deberse a la mera casualidad. La coincidencia
entre las creencias religiosas de los pueblos precolombinos y la mitología germánica, por un lado, y el cristianismo, por otro, puede
venir, en el primer caso, de la prehistórica convivencia asiática de blancos y amarillos y, en el segundo, de un esfuerzo sincretista
posterior a la Conquista. El empleo por los quichuas del zodíaco europeo puede ser la consecuencia de una misma interpretación
paralela de los mis- mos fenómenos astronómicos. Las caras de rasgos arios que están representadas en esculturas y frescos de
Mesoamérica y del Perú pueden haber sido el producto de la imaginación de los artistas que las crearon, y los símbolos e
inscripciones, simples dibujos decorativos carentes de todo significado. En fin, los usos y costumbres y las estructuras sociales
pueden haber surgido, idénticos, en dos continentes por imperio de idénticas necesidades. Sí, cada uno de estos datos,
considerado aisladamente, puede ser casual, a pesar de todo. Lo que no es posible es que pueblos que recibieron, antes de la

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Conquista, aportes de sangre blanca, como lo prueban la arqueología y la antropología, que recuerdan la llegada y la ida de grupos
de raza blanca de alto nivel cultural, que utilizan cientos o miles de palabras de raíces germánicas y latinas, que adoran a dioses
que se llaman Thonar, Tiu, Votan, Justus y —en danés— "el Dios Blanco", además de tener, en sus rituales, el bautismo, la
confirmación, la confesión y la comunión, que copian estatuas y monumentos medievales europeos, que dibujan svásticas, cruces
cristianas y runas, que utilizan la sauna y tienen órdenes de caballería, lo que no es posible es que estos pueblos no hayan tenido
contacto alguno con Europa. No es sin motivo que, desde la Conquista, todos los cronistas y viajeros que enfocaron el problema
llegaron al respecto a una misma convicción, aunque sin .ponerse de acuerdo, por falta de datos completos, sobre el origen
preciso y la cronología de los aportes comprobados.

2. La objeción neolítica

Muchos de los autores en cuestión se detuvieron, sin embargo, ante un hecho aparentemente secundario: ni los nahuas, ni los
mayas ni los quichuas utilizaban la rueda cuando llegaron los españoles. De ahí a deducir que no la conocían, no había sino un paso
que casi todos dieron descuidadamente. Y se equivocaron. Consideremos la Figura 37, que representa un juego público náhuatl. La
punta del mástil sirve de eje a lo que bien tenemos que llamar una rueda, a pesar de su perímetro cuadrado. Basta pensar que este
artefacto se armaba desarmaba necesariamente con el palo acostado en el suelo para excluir que sus inventores hayan sido
incapaces concebir la rueda propiamente dicha y de aplicarla a algún medio de transporte. Lo que hacían, por lo demás, en
juguetes como los que exhibe el Museo Nacional de Antropología de México. Por otro lado, un dibujo de la Piedra Pintada, en el
Amazonas, nos muestra (ver Fig. 38)

un carro cargado con dos snekkar, al modo de los vikingos. Ya mencionamos en el Capítulo VII cuan improbable es que
escandinavos radicados en el Perú no hayan intentado bajar por el Amazonas y explorar las zonas adyacentes Las inscripciones
de la Piedra Pintada nos prueban que lo hicieron y el dibujo del carro parece indicar que recurrieron al procedimiento usual entre
ellos para pasar de un río a otro. Otra objeción de la misma naturaleza es la que se refiere al desconocimiento del hierro por los
pueblos americanos precolombinos. Thor Heyerdahí (") va más lejos todavía cuando afirma que los blancos del Perú pertenecían a
la civilización neolítica. Lo último es fácil de desbaratar. No sólo, en efecto, nahuas, mayas y quichuas trabajaban el oro, la plata, el
estaño y el cobre, sino que las tradiciones nos indican que las técnicas de la metalurgia fueron aportadas por Quetzalcóatl,
Kukulkán y Huirakocha. Sin embargo, es cierto, ninguno de ios puebíos mencionados sabía trabajar el hierro. ¿Esto significa que no
conocían su existencia? Por supuesto que no. Bástanos como prueba el hecho de que k'kellay, en quichua, quiere decir hierro y de
que no se trata de una palabra de raíz española que hubiera podido introducirse en el idioma después de la Conquista. ¿Por qué,
entonces, los pueblos precolombinos no empleaban la rueda? ¿Por qué no trabajaban el hierro? La primera pregunta es fácil de
contestar: porque no les habría servido para nada. No existían animales de tiro, ni en Mesoamérica, ni en el Perú. Pero sí una mano
de obra abundante y, para los blancos, gratuita. Sin caballos, burros ni bueyes, la rueda sólo podía aplicarse a carretillas,
totalmente inútiles cuando se dispone de indígenas acostumbrados a llevar bultos en la cabeza, como todavía lo hacen hoy, a los
cuatrocientos años de la Conquista. En cuanto al trabajo del hierro, éste exige una técnica relativamente complicada que
verosímilmente no dominaban los guerreros y marineros —ni menos los sacerdotes— que vinieron de Europa.
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3. La objeción polinesia

Lo que sí es exacto es que la Polinesia, a cuyas islas llegaron los atumuruna vencidos en Tiahuanacu, nunca superó el nivel de la
civilización neolítica. Las estatuas de tipo ario de la Isla de Pascua como los tiki de los archipiélagos oceánicos fueron tallados con
hachas de piedra. ¿Significa esto que los blancos que emigraron de América pertenecían, también ellos, a la edad de la piedra
pulida? No necesariamente. Pensemos, en efecto, que los fugitivos de la Isla del Sol constituían una aristocracia guerrera y que de
seguro, no tenían gana alguna de convertirse en artesanos, aun cuando dominaran las técnicas de la metalurgia. Si
desembarcaran hoy en día algunos cientos de militares de carrera —y sus mujeres— en una isla paradisíaca del Pacífico, sería
muy poco probable que se transformaran en mineros, fundidores y herreros. Hasta tenemos un ejemplo histórico de una vuelta
completa de europeos —simples marineros, en su mayoría— a la edad neolítica: el de los amotinados de la Bounty, en Pitcairn.
Queda una segunda objeción "oceánica" que surge de estudio de Thor Heyerdahí: éste cree poder establecer, sobre la base de
cronologías indígenas, que la llegada de los blancos a las islas polinesias tuvo lugar en el año 50 de nuestra era y, por ello, sitúa en
esta fecha la batalla del Titicaca. Nada más frágil que semejantes cálculos. Las más antiguas dinastías europeas son incapaces, a
pesar del empleo inmemorial de la escritura, de remontarse tan lejos en sus genealogías y, en cuanto a América, ya vimos en el
Capítulo III cómo el cronista Montesinos, basándose en relatos indígenas más o menos comprendidos, no vaciló en darnos la lista
de los reyes preincaicos desde el Diluvio bíblico. Por otro lado, la tesis polinesia de Thor Heyerdahl está lejos de ser satisfactoria.
En efecto, nos muestra a los blancos, que habrían llegado primero a las islas desiertas, vencidos en 1100 por una segunda ola
migratoria compuesta por indios norteamericanos. Sin embargo, el mismo Heyerdahl nos dice que los descendientes de los
blancos —los arii— constituían la aristocracia polinesia y que sus antepasados eran adorados como dioses. Hay en, eso una
contradicción evidente. ¿Cómo explicarse, por lo demás que los europeos que descubrieron los archipiélagos oceánicos en los
siglos xvn y xvni hayan encontrado todavia allá indígenas de piel blanca y pelo rojo? ¿Es posible admitir que el tipo nórdico se haya
mantenido puro, cuando más no fuera en algunas familias, durante mil doscientos o mil trescientos años, y esto en islas tan chicas,
con el clima de los mares del Sur? De cualquier modo, si los blancos que poblaron la Polinesia fueron realmente los sobrevivientes
de la batalla del Titicaca, no pudieron desembarcar en el año 500 por la sencilla razón de que, en aquella época, no habían llegado
siquiera a México. Si, con todo, la cronología oceánica de Thor Heyerdahl fuera exacta, habría entonces que admitir, con Jean
Poirier, la hipótesis de una migración nórdica anterior a la que nos interesa, lo cual no cambiaría nada a nuestras conclusiones.

4. ¿Quiénes eran los Hijos del Sol?

A lo largo de nuestros capítulos anteriores y desde los puntos de vista más diversos, establecimos terminantemente que se
manifestó en Mesoamérica, en el siglo x, una doble influencia europea. La primera, cristiana, provino de los papos, monjes
irlandeses procedentes de Huitramannalandia. De ella no sabemos nada, salvo que tuvo lugar y dejó, en las culturas
mesoamericanas, indudables rasgos teológicos y lingüísticos. La segunda, más profunda, fue escandinava. No tuvo, sin embargo,
nada que ver con las colonias islandesas de Vinlandia, pues se manifestó casi medio, siglo antes del viaje de Leif Eiriksson. ¿De
dónde vinieron, entonces, ese Ullman que desembarcó con sus hombres, en el año 967, en la costa del Golfo de México y ese
Heimiap —o Heimdallr— que, treinta o cuarenta años después, alcanzó, con sus barcos de piel de lobo, la costa del Ecuador? La
lingüística nos permite contestar la pregunta. No sólo, en efecto, las raíces germánicas que se encuentran en el quiche-maya y en
el quichua son en su mayor parte danesas, sino que las que no lo son pertenecen al alemán antiguo, como también los nombres

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de los dioses Thonar, Tiu y Votan que se incorporaron a la mitología náhuatl y maya. No hay duda, por lo tanto, de que Ullman-
Quetzalcúatl venía de la zona sur de Dinamarca, o sea del Siesvig, donde se mezclaban, en el siglo x —y siguen mezclándose en
nuestros días— daneses y germanos propiamente dichos. Lo que confirma ampliamente el nombre de Cundinamarca —Marca
Danesa del Rey— que tenía y todavía tiene la meseta de Bogotá. ¿Qué camino siguieron irlandeses y daneses para llegar a
México? Unos y otros pudieron venir por el norte —los papas estaban establecidos en Islandia desde el siglo viu—,. con el mismo
itinerario seguido oor Leif Eiriksson un tiempo después, costeando posteriormente el continente. También es posible que los
primeros hayan alcanzado directamente Florida, aprovechándose de las monzones, y que los segundos hayan remontado el San
Lorenzo hasta los Grandes Lagos y hayan bajado por el Misisipi hasta el Golfo de México. Lo cual no tiene mayor interés para
nuestra búsqueda. Los viajes posteriores de Leif y de sus seguidores demuestran suficientemente que era posible, con los barcos
de que se disponía en aquel entonces, llegar a América, y por eso los relatamos en el Capítulo I.

5. El aporte cristiano preincaico

Una vez establecida la procedencia de los blancos precolombinos del Nuevo Mundo, el problema de los elementos cristianos y
paganos que se encuentran en la teología mesoamericana y el de las raíces latinas y germánicas del quiche-maya quedan
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resueltos. Pero subsiste una seria incógnita en cuanto al Perú, donde aparecen rastros de la misma doble influencia. Se podría
pensar, también en este caso, en dos inmigraciones sucesivas y hasta, a pesar del tradicional antagonismo entre irlandeses y
escandinavos, en la incorporación, por solidaridad racial, a la expedición danesa de algunos papas aislados en el país maya. Sin
embargo, semejante hipótesis no bastaría para explicar la presencia en Tiahuanacu de una copia de un Apóstol de Amiens y de una
transposición del "Juicio Final" de la misma catedral. Pues los modelos normandos de ambas esculturas datan de principios del
siglo xm. Admitamos por un momento que no haya habido imitación sino simple coincidencia casual, o que los monjes irlandeses
hayan traído consigo al Perú imágenes de las cuales se inspirarían, independientemente los unos de los otros, los atumuruna y los
normandos: tal concesión a una hipótesis altamente inverosímil aún dejaría sin solución al problema planteado por el mapa de
Waídseemüller y el tapiz de Ovrehogdal. Es un hecho que se conocían en Europa, antes de los viajes de Magallanes y de Balboa, el
trazado de las costas orientales y occidentales de Sudamérica y la existencia de animales que sólo se encuentran en el Perú. La
explicación no puede ser sino una: se estableció, a mediados del siglo xin —después de la construcción de la catedral de Amiens y
mucho antes de la batalla de la Isla del Sol— un contacto entre los daneses del Perú y sus compatriotas del Viejo Mundo. Una
expedición, por lo menos, partió de Tiahuanacu para Europa y regresó con algunos cristianos, incluso un arquitecto: probablemente
uno de los monjes que habían trazado los planes de las catedrales góticas de Normandía. El hecho de que tal viaje no esté
mencionado en ninguna parte no nos debe extrañar. Soberanos y guildas de mercaderes siempre estaban de acuerdo para guardar
el más estricto secreto en lo que atañía a los descubrimientos marítimos. El problema que se plantea es de otra naturaleza: ¿qué
camino siguieron los atumuruna para ir a Europa y volver? El mapa de Waídseemüller nos proporciona, al respecto, una primera
indicación útil. Prueba, en efecto, que los vikingos no habían renunciado, al establecerse definitivamente en el Altiplano, a sus
costumbres de grandes navegantes y habían relevado el contorno completo de Sudamérica. Su exploración de las cosas
occidentales es lógica, puesto que habían llegado al Perú por el Pacífico. Por otro lado, no podían desconocer la existencia del
Atlántico ya que lo habían cruzado. ¿Pero, cómo lo podían alcanzar desde el Altiplano? Los jesuítas aluden, en sus Cartas Annuas, a
una "Senda del Apóstol", conocida por ellos a través de las tradiciones indígenas, que dos miembros de Compañía habrían
recorrido en el siglo xvm y que habían vinculado directamente a Tiahuanacu con la costa del actual Brasil, lo que representa unos
3.000 km a vuelo de pájaro. La utilización de tal camino por los atumuruna es muy improbable, pues los vikingos del Perú no tenían
caballos. Disponían, por otra parte, de una vía de comunicación natural cuyo empleo correspondía mucho más sus costumbres: el
Amazonas. Y sabemos, por las inscripciones que dejaron en la Piedra Pintada, que la utilizaban. Todo permite suponer, pues, que
los "Hombres del Titicaca" construyeron, en algún punto del río, un drakkar o knorr y se lanzaron en el Atlántico donde les era fácil
orientarse por las estrellas, puesto que la desembocadura del Amazonas está situada en el límite del hemisferio Norte. La vuelta no
ofrecía, para ellos, dificultad alguna. Tal vez investigaciones sistemáticas en la Amazonia nos permitieran resolver este último
problema.

Postdata

Esta obra está en prensa y sólo podemos agregarle unas pocas líneas. Habíamos adquirido, en el curso de nuestra búsqueda, la
certeza de que, rehaciendo el viaje del Dios-Sol, encontraríamos, en México, en el Perú y en el Amazonas, nuevas pruebas de
nuestra teoría. Estas pruebas complementarias, las tenemos hoy, materiales, sólidas, indiscutibles. Pensábamos en tierras
lejanas, y las descubrimos en el Paraguay, a mil quinientos kilómetros de nuestro centro de Buenos Aires; en escala americana, la
puerta de al lado. Si los guayakís que estudiamos desde el punto de vista antropológico eran los descendientes degenerados de
los vikingos de Tiahuanacu y si, unos seiscientos años después de. su migración forzosa, dibujaban aún caracteres rúnicos, no era
imposible y hasta era probable que sus antepasados hubieran dejado rastros tangibles de más alto significado. ¿Cómo
reencontrarlos? La selva paraguaya es inmensa, a menudo impenetrable, y bandas caníbales guayakís y amerindias, todavía la
recorren. El azar nos ayudó. Habíamos logrado situar el emplazamiento de una muy antigua aldea de "indios blancos", abandonada
a principios del siglo xvn. Hicimos en ella excavaciones y pusimos la mano en un inestimable tesoro: una urna, profundamente
enterrada por los fugitivos, que contenía fragmentos de cerámica cubiertos de inscripciones rúnicas y de motivos mitológicos
escandinavos en los cuales ni siquiera falta el elemento cristiano que señalamos en cuanto a Tiahuanacu. Con el inapreciable
concurso de un excelente runólogo francés, estamos estudiando estas inscripciones. Algunas ya fueron traducidas. Uno los
fragmentos lleva una fecha, 1305, y el dibujo de una llama. No nos hemos detenido, por cierto, en tan buen camino. Nos hemos
hundido en los textos de los cronistas españoles de la época de la Conquista y de los misioneros jesuitas del Paraguay. Todos
mencionan una extraña tradición guaraní: mucho antes de Colón, un hombre blanco había desembarcado en la costa del Atlántico.

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Era un sácerdote cristiano que evangelizó el Paraguay y, luego, subió al Altiplano donde se puede ver, todavía hoy, una gran cruz que
habría llevado allá. Pudimos descubrir su nombre, establecer la fecha de su llegada, la que coincide exactamente con la del aporte
cristiano que señalamos en esta obra, y reconstituir su itinerario. Más aún: nos íue posible reconstruir el trazado casi completo de
la "Senda del Apóstol”, lo que nos obligará a modificar, en cuanto a este punto, el mapa de la Figura 39. Es demasiado tarde para
hacerlo aquí. Esta senda —toda una red, por lo demás— iba efectivamente de la costa del actual Brasil hasta Tiahuanacu y se unía
allá con los Caminos Reales incaicos y pre-incaicos. En su recorrido, en una encrucijada, relevamos una quincena de inscripciones
rúnicas y dos drakkares, indiscutibles. Las primeras fotos que sacamos no son plenamente satisfactorías y estamos esperando el
final de la estación de las lluvias para volver allá con un material más perfeccionado. Desde ya, sin embargo, pudimos traducir
cuatro palabras, más visibles que las demás: son danesas. No podemos decir nada más. Tememos que algún ladrón de ideas,
provisto de los medios materiales que cruelmente nos faltan, se apropie el fruto de veinte años de trabajo. Reservamos, pues, para
una segunda obra, la Agonía del Dios Sol, los resultados que obtuvimos despues de la redacción de ésta. Esperamos poder ir aún
más lejos. Nuestras búsquedas, en efecto, están lejos de haber terminado. Recogimos indicaciones precisas sobre otros
yacimientos arqueológicos, considerados inaccesibles, pero que tal vez alcancemos, si Thor, el Barbudo, nos presta ayuda…
Nuestra aventura científica es demasiado apasionante para que no la prosigamos hasta sus últimos límites, cualesquiera sean los
riesgos a correr. Agosto de 1971

[1]
La autenticidad de este mapa fue certificada, en 1965, p(
la Universidad de Yaie, después de un estudio exhaustivo del de
cumento, efectuado por un equipo de especialistas. En 1974, ]
misma universidad, basándose en el dictamen de un grupo a
[2]
Compuesta por el profesor Pedro E. Rivero y por Eduardo
Codina y Xavier de Mahieu.

[3]
Respetamos el texto de López, aunque todos los verbos griegos que menciona están en la primera persona del
presente del indicativo y su traducción francesa, en el infinitivo.

[4]
El texto de López dice ayan, probablemente por un error de imprenta no corregido.
[5]
Error de traducción de López: no hay sarigas en el Altiplano. Debe de tratarse de algún roedor.
[6]
Este esquema, provisional, comporta dos errores de nume-
ración. Hay que leer, arriba, Éxodo XXXIX, 30, en lugar de 20,
y, a la derecha, Apocalipsis V en lugar de I.

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