La Poética de Fanny Buitrago
La Poética de Fanny Buitrago
La Poética de Fanny Buitrago
La poética en
La otra gente de
Fanny Buitrago
Gabriel Alberto Ferrer Ruiz
Universidad del Atlántico
Resumen Abstract
Introducción
los hitos de una tradición oral que se ha ido contando de generación en genera-
ción. También es mi interés analizar una serie de eventos testimoniales que gravitan
entre la realidad y la ficción, e incitan a pensar en una relación genérica con lo real
maravilloso.
El oficio de la escritura
Fanny Buitrago escribe cuentos porque necesita contar el milagro de los actos, el
sumun de la historia que atraviesa al hombre contemporáneo; porque es la forma
narrativa más universal y porque desea estar viva a través de los que cuentan y
escuchan.
Los cuentos de Fanny Buitrago siempre empiezan con un alto grado de tensión,
luego se manifiesta el enmascaramiento, esto es, el elemento distractor. Ella ha
desarrollado una narrativa poderosa en la misma época en que surgen grandes
narraciones ancladas en la modernidad literaria colombiana, como es el caso de
Álvaro Cepeda Samudio con La casa grande, Héctor Rojas Herazo con su no-
vela En noviembre llega el arzobispo, la cuentística de Germán Espinosa con La
noche de la trapa y, por supuesto, nuestro Nobel Gabriel García Márquez con
Cien años de soledad. Para Fanny Buitrago, como para muchos de sus contem-
poráneos, no ha de haber sido fácil escribir a lo largo de los años a la sombra de
García Márquez, pues ésta sigue siendo aún penetrante y se despliega sobre las
letras nacionales. De hecho, la narrativa silenciosa de nuestra escritora, no ha sido
menos que la señalada en estas líneas, pese a que el canon en Colombia ha dicho
poco o casi nada sobre la poética de la barranquillera.
El reconocimiento de la realidad
Los héroes populares como Dimas González, dan la impresión como si ellos
mismos definieran su futuro. No sobra advertir que Dimas es visto como un
patriarca que tiene el poder de decisión aun de su propia vida, es decir, cuándo
debe o no morir. Dimas descansa sobre una corte, era visto como una especie
de señor en la medida en que todo giraba alrededor de él; el pueblo asumía su
durabilidad y estaba dispuesto a rendirle tributo carnal, de gula con lechones,
una fiesta fenomenal, cohetes, petardos, y vacaloca. Era Dimas capitán del san-
to sepulcro, un empedernido jugador, un gozador y parrandero de tiempo com-
pleto. Aquí se evidencia una visión medieval en la medida en que se patentiza un
contrato entre el señor amo y el siervo; así era visto por todos cuando lo reque-
rían y le pedían no dejarlos huérfanos: “¿Quién nos defenderá de impuestos
politiqueros? Este pueblo perderá su puesto en el mapa. Seremos huérfanos
entre los huérfanos”. (p. 21). Hay momentos en que es comparado como un
reproductor: “Bramó él, arrasando hasta la presencia del aire”. (p. 20). Es un
personaje polifacético, por sus múltiples características, había hecho consciente
su temporalidad, la transición de un siglo a otro. Quería darle paso a las nuevas
generaciones, quería encontrar a un Dimas que lo representara, pues asimilado a
un estado de rebeldía había adquirido todo lo que tenía a través de sendas
revueltas y era señalado como un guerrillero. En este punto debemos observar
el vaso comunicante con el relato “¡Oh, esta sólida carne!”, donde aparece
nuevamente Dimas González como el marido de Cayetana. Este se había mar-
chado a recorrer el mundo y ahora regresaba inesperadamente a su casa.
Cayetana se había hecho su mujer a pesar de las advertencias de su madre Lía,
quién le había advertido sobre el peligro que corría: “No te cases con mayoral,
ni con pechichón, ni con hijo de mamá y menos con forastero bien plantado”. (p.
64). Había hecho una pequeña fortuna cosiendo para las muchachas acomoda-
das y Cayetana la había heredado y ésta alimentaba todas las ociosidades de
Dimas. Sigue el personaje la línea ascendente del machismo, dominando a su
antojo a su mujer; gastando su fortuna y afirmándose políticamente. Aquí sobre-
viene un final ligero, casi diluido, que deja al lector con los datos mínimos nece-
sarios para crear una impresión emotiva.
las cosas sencillas que develan el típico comportamiento del hombre o mujer de
pueblo del Caribe colombiano.
relaciones eróticas con su marido. Nótese que Martina había decidido mantener a
su marido a su lado, a cualquier costo, hasta el final de su vida; y precisamente él
despreciaba a la niña con orejas de gato: “Quítala definitivamente de mi vista –
grita”. (p.17). La nueva mujer –pato, bruja o hechicera–, engrosaría las huestes
del mal. Este acontecimiento de trascendencia para las fuerzas diabólicas, estaba
revestido por numerosas visitas, pues eran muchas las brujas venidas de pueblos,
de islas de bosques, y de ciudades: “Martina ríe con una felicidad nunca imagina-
da. Los pájaros, sus pájaros surgen repentinamente al llamado de un signo
cabalístico. Bandadas enteras que pueblan la noche, cubriendo con una caperuza
de alas el almendro, oscureciendo definitivamente el horizonte”. (p. 17-18). Martina
García había recibido una herencia de sus antepasados y ahora estaba en medio
del oficio cotidiano, presa en sus cavilaciones sobre las obsesiones y los deseos
que había en su corazón: “Y al contacto de la masa húmeda va surgiendo la me-
moria, de lo que siempre supiera, conjuros y oraciones, ese conocimiento del mal
transmitido de madres a hijas”. (p.12). Martina hechicera consumada, pues había
realizado ya su ritual de iniciación en la brujería, entendía que sus hechizos tendrían
grandes alcances como el de capturar a un marido más joven que ella, a través del
humo del tabaco: “Porque Martina García había torcido el destino, sojuzgando a
un hombre joven que luchara salvajemente para defender el derecho a la escogencia
y la superioridad milenaria del varón, recurriendo a todo su saber para atraerlo,
moldeándolo cual harina mojada, sin remisión al antojo de sus manos, clavando en
su retrato los alfileres malditos que obnubilan el corazón y se apoderan de la gen-
te”. (p.14). También usaba secretos milenarios que eran trasmitidos de generación
en generación y que ayudan a preservar la existencia de la comunidad cuando
tenía alguna dificultad. Sólo a través de esos rezos y hechizos el mal era extermina-
do: “También era capaz de limpiar a una vaca de parásitos a grandes distancias de
donde se encontraba, además de alejar del campo la langosta”. (p.12).
En el relato El vestido, también se usa ‘la magia simpatica’; para lograr el efecto
deseado se recurre a la imitación o el uso de ciertos objetos asociados, es el
artefacto lo que cobra el poder de seducción de quien lo use. Por ejemplo, por
medio del vestido se manifiesta una especie de atracción irracional, pues no se
puede explicar el detalle de que una mujer como Hermelina, con su pelo gríseo y
avanzada edad y, aun más, la única solterona, fuera a echarle el guante al forastero
José Suárez, que decía amarla despreciando a muchachas muy hermosas en el
pueblo. El vestido de novia, guardado durante años, había sido usado por sus
hermanas Anita e Isabel y “…lucía amarillento, como un pedazo de rama a la que
se negara el aire; ella estaba enmohecida y concordaba con el vestido”. (p.33). Al
principio Hermelina poseía resquemores, porque sus hermanas habían llevado ese
vestido hasta el altar, pero luego las envidiaba y se entristecía: “La mayor, Anita,
murió de tifo quince días después de casada. Isabel se suicidó cuando supo que su
marido se marchaba con otra. Ahora Hermelina iba a casarse con el mismo vesti-
do”. (p.34). Nótese la posición trágica en la que incurrieron las dos hermanas
signadas por el extraño hechizo del vestido: “Es el vestido…”, razonó Hermelina,
aunque José Suárez tenía la posibilidad de escoger y había escogido. –Es el ves-
tido… ¿Verdad?– preguntó en voz alta a su imagen reflejada en el espejo. El
vestido, sí. Ese amarillento vestido. ¿Verdad que sí? ¿Verdad? Alcanzó a escuchar
un gemido perdiéndose en el aire”. (p.36). El hechizo del vestido cobraba en
Hermelina un enrarecimiento total y una angustia que la había desaparecido frente
al espejo; ya no se veía su imagen. Se encerró para siempre: “Los rumores esta-
ban muriéndose y los ruidos se tornaban desagradables”. (p.37). La guadaña de la
muerte había venido por ella como un cobro por el poder del hechizo del vestido.
El viaje y el regreso
experiencia desde los sentidos y desde el espíritu; viajaba en mula, pero también
quería viajar al más allá, a reconocer lo incognoscible, en todo caso desafiaba a la
muerte, porque su viaje se emancipaba hacia el otro mundo. En verdad Dimas era
un comunicador social de la época, estamos hablando de principios del siglo XX.
En el cuento El vestido se evidencia una actitud desafiante y extrema, cuando
Isabel decide suicidarse por el viaje de su marido. En otro cuento Un baile en la
punta del oro, es un agente viajero quien termina por contar la historia total al
narrador. En este mismo relato, Federico Barrios tiene que irse del pueblo por
ladrón; el lector de este cuento se dará cuenta de que, al final de la historia, el
personaje regresa, y este es un elemento que nunca debe perderse de vista en
nuestra idiosincrasia, hay una terrible tristeza en el recuerdo. El retorno produce
sentimientos contradictorios (p.48). En el relato Oh esta sólida carne, aparece la
figura de Dimas, ya en el regreso, en un estadio afirmativo de la asimilación cultu-
ral: “Tu marido, mujer. El mismo marido que salió a dar la vuelta al mundo en una
mula. Este Dimas González es una especie de arriero”. Cuando el personaje re-
gresaba, siempre recuperaba el dominio marital, el del macho dominante y busca-
ba que todas las cosas estuvieran como las había dejado: “A través de sus inters-
ticios podía ver el mostrador, adornado con postales, gallardetes, estampillas,
souvenirs, procedentes de medio mundo. Pruebas irrefutables de que Dimas
González escribía dos veces por semana –su hermosa rúbrica temblando en el
papel de esquela– conservándose impoluto en las ciudades del vicio y la corrup-
ción”. (p.61).
Oralidad y tradición
Hay gran sabiduría en la oralidad cuando se desprende una historia que no sola-
mente nos enseña el poder de la palabra, sino que nos dosifica el carácter memo-
rial del hombre. Sabe Fanny Buitrago que la oralidad no posee un carácter de
permanencia; es por esto que se emancipa con la escritura para darle estabilidad y
poder creativo. El potencial de la oralidad esta en contarla: (Ong, 1987, 20) “las
culturas orales producen, efectivamente, representaciones verbales pujantes y her-
mosas de gran valor artístico y humano, las cuales pierden incluso la posibilidad de
existir una vez que la escritura ha tomado posesión de la psique”. Sin embargo
Fanny Buitrago sabe que es a través de la escritura que la conciencia humana
puede alcanzar su potencial más pleno; y es en este entorno permanente de la
palabra que usa la oralidad, pues ésta se difumina y cobra vigor en el proceso
estético, mediante una serie de recursos de lenguaje.
Ello puede verse cuando asumimos la lectura de los cuentos de La otra gente,
encontrando movimientos de subgéneros como la ronda, específicamente un can-
to deslumbrante con una añoranza del pasado en la que el vigor infantil cobra
plenitud:
Esta ronda está atravesada por una historia relacionada con Dimas, el personaje
más importante del pueblo, es el hombre que abre y cierra la escena teatral, es una
escenificación perfecta para la risa, el carnaval y la burla.
En el relato Al oeste de la isla, hay una narradora oral de muy buenas cualidades.
Es tan convincente la historia que narra, que los turistas le dan dinero por su traba-
jo. Cuenta la historia de su hombre, pasa a ser una narradora que dinamiza el
relato, pues éste asume caracteres de verosimilitud: “Era un buen muchacho –
dicen los viejos cuando se habla de ello”. (p.114). El hombre de la historia, no es
su hombre, sino un asesino que mató a su cuñada por zorra. Miren esto: “A nadie
le gusta relatar lo que ocurrió después”. (p.115), la mujer fue arrasada por el mar
y el hombre murió dormido.
Visión religiosa
trocaba los adornos del mostrador por veinte monedas en el charol de las limos-
nas. Uno que otro billete escondido tras la imagen de San Antonio (p. 61). Es
usada la religión aquí como poder de seducción en la creencia de que los santos
facilitan maridos a las mujeres.
Conclusión
Bibliografía