Semiotica de Las Pasiones / A.J. Greimas y Jacque Fontanille

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SEMIOTICA DE LAS PASIONES

De los estados de cosas a los estados de ánimo

por
ALGIRDAS JULIEN GREIMAS
y
JACQUES FONTANILLE

ventiuhp
éditores
__________________________________________________

siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN CQYOACÁN, 04310, MEXICO, D.F.

siglo xxi editores argentina, s.a.


LA VALLE 1634 PISO 11-A C-1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA

poriada de gernián momalvo

primera edición en español. 1991


segunda edición en español. 2002
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 90S-23-1925-0
en coedición con la
benemérita universidad autónoma de puebla

primera edición en francés, 1991


© édilions du senil, parís
título original: sí’iiiHflique des passions. des étals de chases aire víais d íiuie

derechos reservados conforme a la lev


impreso v hecho en méxico/printed and made in mexico
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 9

El mundo como discontinuo, 9; La existencia semiótica, 10; El mundo como con­


tinuo, 14

1. LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 21

DEL SENTIR AL CONOCER 21

El aroma, 21; La vida, 22; El horizonte tensivo, 22; Las precondiciones (de la
significación), 24; Las valencias, 25; Inestabilidad y regresión, 28 (¿a estesis,
28; La inestabilidad actancial, 29); El devenir y las premisas de la moda-
lización, 31 (Protensiuidad y devenir, 31; Las modulaciones del devenir, 33;
Modulaciones, modalizacion.es y aspectualizaciones, 34); Por un mundo
cognoscible, 36 (El discernimiento, 36; La categorizaclón, 38)

LA SINTAXIS NARRATIVA DE SUPERFICIE: LOS INSTRUMENTOS DE UNA


SEMIÓTICA DE LAS PASIONES 39

Las estructuras modales, 39; El sujeto, el objeto y la junción, 41; De la valencia


al valor, 42; Las estructuras actanciales, 43; Los sujetos modales, 47 (La pasión
y el hacer, 48; El ser del hacer, 48; Modos de existencia y simulacros existen-
cíales, 50; Sujetos modales y simulacros existenciales, 52); Los simulacros, 53
(Los simulacros modales, 54; Los simulacros pasionales, 55); Los actantes na­
rrativos y las pasiones, 57

DISPOSITIVOS MODALES: DEL DISPOSITIVO A LA DISPOSICIÓN 58

El ordenamiento modal del estar-ser, 58 (El excedente pasional, 59; Las


paradojas de la “obstinación”, 60); Descripción del dispositivo modal, 61 (Otra
vez la obstinación, 62; Las contradicciones internas del sujeto, 64); Del dispo­
sitivo a la disposición, 65 (La disposición como “estilo semiótica”, 67; La dis­
posición como programación discursiva, 68; La disposición como aspectua-
lizaclón, 68); La sintaxis intermodal, 70

METODOLOGÍA DE LAS PASIONES 72

La terminología, 72; Las taxonomías pasionales connotativas, 75 (La praxis


enunciativa y los primitivos, 75; Especies y niveles de la taxonomía, 77; La

[5]
6 ÍNDICE

nomenclatura pasional, 79); El universo pasional sociolectal, 83 (La humi­


llación didáctica, 83; Teoría de las pasiones y teoría del valor, 84); El univer­
so pasional idiolectal, 86 (Una desesperación optimista, 86; Un querer pesi­
mista, 87); Filosofía y semiótica de las pasiones, 89 (La taxonomía cartesiana,
89; Algoritmos y sintaxis en Spinoza, 91)

2. A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 96

LA CONFIGURACIÓN LÉXICO-SEMÁNTICA 97

La performance; la acumulación y la retención, 97 (La competencia pasional,


99; Una modulación comunitaria, 101); Los parasinónimos, 101 (La avidez,
101; La cicatería, la tacañería, 103; El ahorro'y la economía, 105); Los antóni­
mos, 107 (La disipación, 107; La prodigalidad, 108; La generosidad, el desin­
terés y la largueza, 110)

CONSTRUCCIÓN DEL MODELO 113

El microsistema y su sintaxis, 113; La doble modalización, 115; Los niveles


del objeto, 117; Los simulacros existenciales del sujeto, 120; Simulacros y
modos de existencia, 123; “La lechera y el cántaro de leche”: ¿vertimiento o
disipación?, 125 (Pasión y veridicción, 128; El reembrague sobre el sujeto ten­
sivo, 129)

DOS GESTOS CULTURALES: LA SENSIBILIZACIÓN Y LA MORALIZACIÓN 131

La sensibilización, 131 (Variaciones culturales, 131; La sensibilización en


acto, 132; El cuerpo sensible, 134; La constitución pasional, 136; Esbozo de un
recorrido patémico, 137); La moralización, 138 (De la ética a la estética, 138;
Pasiones socializadas, 139; La estratificación del discurso moral, 140; La
moralización del comportamiento observable, 142; El esbozo del esquema
patémico [continuación], 144); Observaciones finales, 145

OBSERVACIONES SOBRE LA PUESTA EN DISCURSO DE LA AVARICIA 146

La praxis enunciativa, 147; La actorialización: roles temáticos y roles patémicos,


148; La aspectualización, 152 (La escansión, 153; La pulsación, 154; La intensi­
dad, 155)

3. LOS CELOS 159

LA CONFIGURACIÓN 160

Apego y rivalidad, 160; Primera configuración genérica: la rivalidad, 161


(Rivalidad, antagonismo y competencia, 161; La emulación, 162; La envidia,
163; Del recelo a los celos, 164; Punto de vista y sensibilización, 165; El celoso
ÍNDICE

en el espectáculo, 167); Segunda configuración genérica: el apego, 168 (El


apego intenso, 168; El celo, 170; La posesión y el gozo, 171; La exclusividad,
173); Los celos en la intersección de dos configuraciones, 175

LA CONSTRUCCIÓN SINTÁCTICA DE LOS CELOS

Los constituyentes sintácticos de los celos, 177 (La inquietud, 178; ¿Des­
confianza o difidencia?, 180; Esbozo del modelo de los celos, 183; Roles y dis­
positivos patémicos, 184)

LOS CELOS, PASIÓN INTERSUBJETIVA 186

El simulacro del objeto-sujeto amado: de la estética a la ética, 188 (Un resto de


esperanza, 188; Universalidad y exclusividad, 189); La conversión del actante;
191; Los simulacros de los rivales y la identificación, 192 (El mérito del rival,
192; De la emulación al odio, 193; La presunción del celoso, 194); Ma­
nipulaciones pasionales, 197 (Solicitud y confesión de dependencia, 197; La
escena y la imagen, 199; Contramanipulación: fingir no creer más, 201); La
'^loralización, 202 (¿Desprecio o sobreestima?, 202; Honor y vergüenza del
celoso-, 204; La presión de la totalidad social, 205; La moral de la firmeza, 206);
Dispositivos actanciales y modales de los celos, 209 (Dispositivos actanciales,
209; La sintaxis modal, 210; Macrosecuencia y microsecuencia, 213; La
macrosecuencia, 214; La microsecuencia, 215; Los simulacros existenciales, 219)

LA PUESTA EN DISCURSO: LOS CELOS EN LOS TEXTOS 221

Aspectualización: el componente sintáctico, 222; Los esquemas discursivos


pasionales: formas canónicas, 223 (La macrosecuencia, 223; La microsecuen­
cia, 224); Los esquemas pasionales: realizaciones concretas, 226 (Los amores
fiduciarios de Roxane, 226; Los vestigios del esquema narrativo en La celosía,
228; Diseminación y agitación en Un amor de Swann, 231; Perturbaciones y
salidas prematuras, 235); Formas realizadas de la microsecuencia, 237 (La
inquietud de Swann, 237; Las sospechas de Otelo, 240; Swann y la pasión por
la verdad, 243; La prueba: Otelo en el laberinto-, 247; Un averiguador
lobotomizado, 250; Una aspectualización sensible, 251; La ventana ilumina­
da: simulacros figurativos y aspectualización espacial, 252; De la escena como
trampa, 253); La celosía: Ego ha desaparecido, 256); Los celos puestos en dis­
curso; el componente semántico, 258 (El pequeño detalle concreto, 258; El
mineral y lo vital, 259; El poder isotopante del sufrimiento: idiolectos y socio-
lectos, 262); Nota sobre la cuantificación, 268

A MANERA DE CONCLUSIÓN 272

ÍNDICE ANALÍTICO 275


INTRODUCCIÓN

Una teoría semiótica concebida como un recorrido -es decir, como una dis­
posición jerarquizada de modelos que se implican unos a otros y que son
implicados por otros- debe interrogarse constantemente acerca de ese
recorrido, el cual considerará como una actividad de construcción. Cap­
tada en su “historicidad”, esta actividad de construcción se ve replanteada
como un “recorrido generativo”, en el que, en cada nivel, el sujeto cons­
tructor debe volverse competente para producir el siguiente. En esas con­
diciones, una teoría que pretenda ser científica está permanentemente al
acecho de sus propias lagunas y fallas, para colmar las unas y rectificar las
otras. Por ello, el edificio teórico no puede ser construido con un gesto fun­
dador, al cual acompañaría una serie de deducciones teoremáticas: un des-
-- cubrimiento localizado en la superficie del texto y el hallazgo de una incon­
sistencia no dejan de repercutir profundamente en la teoría y de provocar
perturbaciones capaces de poner en tela de juicio la economía del recorrido
generativo en su conjunto. Es decir, que aunque deductivo en cuanto a la
forma en que despliega su recorrido, el procedimiento semiótico es “induc­
tivo” en el momento de explorar su instancia ad quem e “hipotético” en sus
formulaciones epistemológicas ab quo. Considerada como un discurso
genético y generador, la construcción de la teoría busca avanzar “retroce­
diendo”, para superarse al convertirse en un discurso generativo -es decir,
coherente, exhaustivo y simple, respetuoso del principio de empirismo.
No es sorprendente, por ello, que la parte mejor explorada del recorri­
do generativo -y quizá la más eficaz- se encuentre precisamente en el
espacio intermedio, situado entre sus componentes discursivo y epistemo­
lógico: se trata principalmente de la modelización1 de la narratividad y de
su organización actancial. La concepción de un actante despojado de su
envoltura psicológica y definido únicamente por su hacer es la condición
sine, qua non para el desarrollo de la semiótica de la acción.

EL MUNDO COMO DISCONTINUO

Construida progresivamente a partir de generalizaciones y de la exhaus-

1 Traducción literal de modélisation. Dada la importancia del concepto es preferible usar


este neologismo a emplear una perífrasis.
Los traductores agradecen al doctor Raúl Dorra su entusiasta colaboración sin la cual
esta publicación no hubiera llegado a feliz término [T.J.
roí
10 INTRODUCCIÓN

tividad postulada de las formas narrativas -consideradas más allá de las


variaciones culturales-, una semiótica como ésta implica una interro­
gación sobre su racionalidad y, en particular, sobre la coherencia de los
conceptos que la fundan “hacia arriba”, para que las consecuencias que
sean extraídas deductivamente autoricen un hacer semiótico analítico
“hacia abajo”.
El hacer del sujeto narrativo se ve así reducido, en un nivel más pro­
fundo, al concepto de transformación, es decir, a una suerte de puntua­
lidad abstracta, vacía de sentido, que produce una ruptura entre dos esta­
dos. El desarrollo narrativo puede ser explicado entonces como una seg­
mentación de estados que se definen únicamente por su “transformabili-
dad”. El horizonte de sentido que se perfila detrás de una interpretación
como ésta es el de un mundo concebido como discontinuo, lo cual, por lo
demás, corresponde, en el nivel epistemológico, a la instauración del con­
cepto indefinido de “articulación”, primera condición para poder hablar
del sentido en cuanto significación.
A partir de ese momento, la posibilidad de una sintaxis narrativa,
concebida como un conjunto de operaciones que afectan a unidades discre­
tas, exige la presencia de una epistemología que represente las primeras
articulaciones de la significación -como es el cuadrado semiótico- en
forma de términos que no sean más que meras posiciones manipuladas
por un sujeto de discernimiento.2 En resumidas cuentas, se trata de un
modelo epistemológico clásico que pone en relación a un sujeto cognos-
cente, como operador, frente a las estructuras elementales como espec­
táculo del mundo cognoscible. En un caso así, el sujeto de la actividad de
construcción teórica no es competente más que para conocer y categorizar
a costa de una discretización3 del horizonte del sentido.

LA EXISTENCIA SEMIÓTICA

Sin embargo, la transformación como ruptura puntual, constitutiva de lo


discontinuo analizable, requiere otras condiciones y abre nuevas interro­
gantes: la transformación, operación abstracta, pero formulada en un
nivel más superficial como un hacer del sujeto, obliga a imaginar condicio­
nes previas a ese hacer, a imaginar una competencia modal del sujeto na­
rrativo que permita su realización. Surgen entonces dos preguntas. Pri­
mero, uno se ve obligado a preguntarse en qué consiste aquello llamado lo
“modal” y, en especial, si cae dentro de lo discontinuo cognoscible; acto

2 El término francés es el de sommation, que no tiene equivalente exacto en español [TJ.


3 Cf. la nota anterior [T.].
INTRODUCCIÓN 11

seguido, no se puede evitar la pregunta en torno al “modo de existencia”


de una competencia modal, fuente de toda operatividad.
Más precisamente, y apoyándose en la distinción saussuriana entre
lengua y habla, la tradición lingüística nos ha familiarizado con la oposi­
ción entre virtual y actual (o actualizado y realizado), términos utilizados
por lo general como conceptos instrumentales sin que, hasta donde sabe­
mos, se haya dado un debate de fondo por parte de los mismos lingüistas.
La semiótica no puede contentarse con ello. Mientras simplemente se
opuso el habla “fonéticamente” realizada a una lengua considerada como
sistema virtual, se pudo en todo caso remitirla a un allende extralingüísti­
co: ya sea refiriéndose a una “lógica del lenguaje” -a la lengua como
“hecho social” o como manifestación del “espíritu humano”-, era impor­
tante sobre todo mantener su estatuto de “objeto científico autónomo”. En
el presente caso, el del estatuto del sujeto de hacer, es forzoso distinguir
dos modos de existencia en el espacio del habla saussuriana; es decir, en
el discurso o -lo que es casi lo mismo- en la vida captada y escenificada
como discurso. Considerada como una condición previa, como una poten­
cialidad del hacer, la competencia existe primero como un estado del suje­
to; ese estado es una forma de su “estar-ser”,4 forma actualizada anterior
a la realización.
Más aún, la misma problemática surge si se examinan en el nivel
epistemológico las condiciones bajo las cuales la significación puede apa­
recer en forma de unidades discretas (el cuadrado semiótico entre otras):
uno se ve obligado a preguntarse, ingenuamente y como por proyección,
cuál sería el modo de existencia de un sujeto operador anterior a sus pri­
meros discernimientos. Como sujeto epistemológico, también él debería
pasar por una existencia virtual, antes de actualizarse en tanto sujeto
cognoscente mediante la discretización de la significación. No puede cau­
sar sorpresa el parecido entre el recorrido del sujeto epistemológico y el
que ha sido reconocido en el sujeto narrativo (virtualización, actualiza­
ción, realización): la contaminación de la descripción por parte del objeto
descrito es un fenómeno bien conocido, al menos en las ciencias humanas.
Poco importan las denominaciones que recibirán esos sucesivos modos de
existencia: al igual que para Saussure en otra época, cuando postulaba la
autonomía del objeto científico “lengua”, algo que parece estar en juego

4 La lengua francesa no hace la distinción, como la española, entre los verbos “ser” y
“estar”. Por lo tanto, se empleará la fórmula descriptivamente más precisa, “estar-ser”, con lo
cual debe entenderse que el sujeto adquiere su identidad modal a partir de sus estados, es
decir, de su “estar”. Sólo en los casos en que el contexto lo permita se utilizará únicamente el
verbo “ser”. Por otra parte, el verbo “ser” también se empleará cuando se haga referencia a la
instancia epistemológica, o al “ser” como constitutivo de la dimensión veridictoria de los dis­
cursos (opuesto a “parecer”) [T.].
12 INTRODUCCIÓN

actualmente para la semiótica es el reconocimiento de una dimensión au­


tónoma y homogénea, de un modo de existencia semiótica, dimensión so­
bre la cual se sitúan las formas semióticas, que después es posible jerar­
quizar distinguiendo diferentes estasis: el “potencial”, el “virtual”, el “ac­
tual”, el “realizado”; los que, por su orden y su interdefinición, consti­
tuirán las condiciones necesarias para la semiosis. Para la semiótica, lo
que está en juego consiste, pues, en afirmar esa praesentia in absentia
que es la existencia semiótica, como objeto de su discurso y como condi­
ción de su actividad de construcción teórica, manteniendo sin embargo la
distancia necesaria con respecto a los compromisos ontológicos. Para la
semiótica, sostener un discurso sobre el “horizonte óntico” equivale a
interrogar a un conjunto de condiciones y precondiciones, a esbozar una
imagen del sentido a la vez anterior y necesaria para su discretización, y
no a buscar que sean reconocidos sus fundamentos ontológicos. Unica­
mente a este costo puede justificar la teoría semiótica su propia actividad,
sin llegar por ello a transformarse en una filosofía, cosa que no podría ser.
Así, reconocer la homogeneidad fundamental del modo de existencia
de las formas semióticas permite desplegar un espacio propio donde se
ejerce el hacer semiótico; un espacio al mismo tiempo autónomo con
respecto a los dos topes límite que son las instancias ab quo y ad quem,
más allá de los cuales se perfila el horizonte óntico. Esto quiere decir que
el objeto de la semiótica es fenoménico y, al mismo tiempo, paradójica­
mente “real”: desde el punto de vista de la instancia ab quo, la existencia
semiótica de las formas es del orden de lo “manifiesto”, donde la manifes­
tante es el “ser” del cual se sospecha la existencia y el cual es inaccesible;
desde el punto de vista de la instancia ad quem, las formas semióticas son
inmanentes, susceptibles de ser manifestadas durante la semiosis. Por lo
tanto, el discurso semiótico será la descripción de las estructuras inma­
nentes y la construcción de los simulacros destinados a dar cuenta de las
condiciones y precondiciones de la manifestación del sentido y, en cierta
medida, del “ser”.
Concebir, entonces, la teoría semiótica bajo la forma de un recorrido
consiste, desde luego, en imaginarla como un camino marcado por hitos
pero, sobre todo, como un flujo coagulante del sentido, como su espe­
samiento continuo, a partir de la confusión original y “potencial”, para lle­
gar, por medio de su “virtualización” y “actualización”, al estadio de la
“realización”, pasando así de las precondiciones epistemológicas a las
manifestaciones discursivas.
Entre la instancia epistemológica, nivel profundo de la teorización, y
la instancia de discurso, la enunciación constituye un lugar de mediación
en el que -gracias esencialmente a las diferentes formas del desem-
brague/embragu.e, así como de la modalización- se lleva a cabo la convo­
cación de los universales semióticos utilizados en el discurso. La “puesta
INTRODUCCIÓN 13

en discurso” es la realización misma de esta convocación enunciativa, pero


también más que eso. En efecto, ella no se limita a explotar en un solo
sentido los componentes de la dimensión epistemológica, sino que tam­
bién engendra por sí misma -porque es una práctica histórica y cultural,
es decir, sociolectal (y en cierta medida, individual-idiolectal)- las formas
que se fijan y se transforman en estereotipos y que son devueltas hacia
“arriba” para ser, en cierto modo, integradas en la “lengua”. Así forma un
repertorio de estructuras generalizables -que podrían ser designadas co­
cino “primitivos” en oposición a los “universales”- que funcionan dentro de
las culturas y de los universos individuales y que la enunciación puede
convocar, a su vez, en los discursos realizados.
Por ello, la instancia de la enunciación es una verdadera praxis, un
espacio en el que se produce un vaivén entre las estructuras susceptibles
de ser convocadas y las estructuras capaces de ser integradas; es una
instancia que conciba dialécticamente la generación -al convocar los uni­
versales semióticos- y génesis -al integrar los productos de la historia-,
Las configuraciones pasionales, por no hablar más que de ellas, se sitúan
en la intersección de todas esas instancias, ya que, para su manifestación,
requieren ciertas condiciones y precondiciones específicas de orden episte­
mológico, ciertas operaciones propias de la enunciación y, por último, cier­
tas “rejillas” culturales que se presentan, o bien ya integradas como pri­
mitivos, o bien en curso de integración en un sociolecto o idiolecto.
Quizá sea más fácil comprender el modo de existencia semiótico, a la
vez “real” e “imaginario”, en otro nivel, con otro acercamiento que sugiera
cómo es que, a partir de las lenguas naturales, se puede considerar su
homogeneidad interna. Se ha observado que los rasgos, las figuras, los
objetos del mundo natural, que constituyen por así decir el “significante”,
se ven transformados por efecto de la percepción en rasgos, figuras y obje­
tos del “significado” de la lengua, al ser sustituido el primer significante
por uno nuevo, de carácter fonético. Es por la mediación del cuerpo perci­
biente que el mundo se transforma en sentido -en lengua-, que las figu­
ras exteroceptivas se interiorizan y que, finalmente, resulta posible con­
siderar la figuratividad como un modo de pensamiento del sujeto.
La mediación del cuerpo, cuya propiedad y eficacia es el sentir, está
lejos de ser inocente: durante la homogeneización de la existencia semióti­
ca, esta mediación añade categorías propioceptivas que constituyen en
cierto modo su “perfume” túnico y, en ciertos lugares, incluso sensibiliza
-más adelante se dirá que “patemiza”- el universo de formas cognosciti­
vas que ahí se delinean. Ya que no hay razón para pensar que el proceso
de homogeneización mediante el cuerpo -con sus consecuencias túnicas y
sensibles- afecta únicamente a las lenguas naturales, es posible conside­
rar a título de hipótesis que ese proceso no perdona a ningún universo
semiótico, cualquiera que sea su modo de manifestación. De esta manera,
la liomogeneización de la dimensión semiótica de la existencia se logra
tanto por la suspensión del lazo que conjunta las figuras del mundo con su
“significado” extrasemiótico -es decir, entre otros, con las “leyes de la na­
turaleza”, inmanentes al mundo-, como por su puesta en relación en
cuanto significados con diversos modos de articulación y de represen­
tación semióticas. Para el caso, lo que de manera más notoria les sucede
es que las figuras del mundo no pueden “hacer sentido” más que a costa
de la sensibilización que les impone la mediación del cuerpo. Por ello, el
sujeto epistemológico de la construcción teórica no puede presentarse
como un sujeto puramente cognoscitivo “racional”. En efecto, durante el
recorrido que lo lleva al advenimiento de la significación y a su mani­
festación discursiva, encuentra obligatoriamente una fase de “sensibi­
lización” túnica.

EL MUNDO COMO CONTINUO

Postular la homogeneidad del universo de las formas semióticas permite


regresar a los problemas concretos que plantea el despliegue discursivo y
a los instrumentos metodológicos requeridos en ese nivel para el análisis.
Ya se vio que, al atribuir un estatuto formal a los conceptos de actante y
de transformación -condición para la instauración de su sintaxis-, la
semiótica de la acción no hizo más que desplazar la problemática de los
contenidos semánticos, descargándose de ellos y remitiéndolos a la noción
de estado. Ahora bien, desde la perspectiva del sujeto actuante, el estado
es, o bien el resultado final de la acción, o bien su punto de partida; habría,
pues, “estados” y “estados”, lo que hace resurgir las mismas dificultades.
En primer lugar, el estado es un “estado de cosas”, del mundo que se ve
transformado por el sujeto, pero también es el “estado de ánimo” del suje­
to competente para la acción y la competencia modal misma, la cual
simultáneamente sufre transformaciones. So capa de estas dos concep­
ciones de “estado”, resurge el dualismo sujeto/mundo. Sólo la afirmación
de una existencia semiótica homogénea -convertida en tal por la media­
ción del “cuerpo sintiente”- permite enfrentar esta aporía: merced a esta
transformación, el mundo en cuanto “estado de cosas” se vuelca sobre el
“estado del sujeto”; es decir, se reintegra en el espacio interior y uniforme
del sujeto. En otras palabras, la liomogeneización de lo interoceptivo y de
lo exteroceptivo gracias a la mediación de lo propioceptivo instituye una
equivalencia formal entre los “estados de cosas” y los “estados de ánimo”
del sujeto. No está de más insistir aquí en el hecho de que, si las dos con­
cepciones del estado -estado de cosas, transformado o transformable, y
estado de ánimo del sujeto, como competencia requerida por la transfor­
INTRODUCCIÓN 15

mación y producto de ella- se reconcilian en una dimensión semiótica de


la existencia homogénea, es a costa de una mediación somática y “sensibi­
lizante”.
En tal caso, en lo que se refiere a la instauración y al funcionamiento
del discurso epistemológico, el sentir sería lo mínimo requerido para poder
resolver la aporía que amenaza.
En algunos de sus desarrollos que interesan a la semiótica, la lingüís­
tica frástica o frasal ha señalado el hecho de que el predicado era suscep­
tible de ser sobredeterminado -modificado y perturbado a la vez- de dos
maneras distintas: por medio de la modalización y por medio de la aspec-
tualización. La modalización -al menos, tal como ha sido desarrollada por
la semiótica en el marco de las modalidades de la competencia- podría
eventualmente dar cuenta de la articulación discontinua de la narrativi-
dad. Sin embargo, la introducción en la teoría semiótica del concepto de
“estado modal” -pero sobre todo un examen más minucioso del discurso-
daba la imagen de una “ondulación” continua, asible entre otras formas
como variaciones de intensidad y como una imbricación de procesos que
podría ser considerada como su “aspectualización”. Frente a la seg­
mentación discreta de los estados, las imbricaciones de los procesos y sus
variaciones de intensidad tornan imprecisas las fronteras entre los esta­
dos y enturbian frecuentemente el efecto de discontinuidad. Ahora bien:
este enturbiamiento y esta ondulación no pueden explicarse -sería de­
masiado fácil- por la complejidad que los discursos analizados presentan
en su superficie, y tampoco pueden ser representados sin más como sim­
ples “efectos de sentido”. En consecuencia, las consideraciones en torno a
la naturaleza de los estados y, más precisamente, en torno a su inestabili­
dad, aunadas a una reflexión más general sobre el estado del mundo, con­
ducen a interrogarse acerca de la concepción de conjunto del nivel episte­
mológico de la teoría y a preguntarse, más allá de la aprehensión cognos­
citiva de la significación que la discretiza y la vuelve “comprensible”, si no
hay razón para instaurar un horizonte de tensiones apenas delineadas
que, situándose en un más “acá” del sentido del “ser”, permitiera sin
embargo dar cuenta de las insólitas manifestaciones “ondulatorias” que se
reconocen en el discurso.
La solución aparentemente más simple consistiría, desde luego, en
considerar esas tensiones subyacentes como propiedades de la misma
puesta en discurso. Pero resulta que ellas también permiten dar cuenta
de la categorización y de la modalización narrativas. En efecto, es precisa­
mente sobre este horizonte de tensiones inarticuladas donde se ejercen los
primeros discernimientos del sujeto operador, discretizando y haciendo
aparecer las primeras unidades significativas. Dicho en otras palabras, al
confrontarse con las dificultades metodológicas que surgen en el análisis
discursivo de superficie, la teoría semiótica se obliga a hacerlas repercutir
en el nivel epistemológico profundo y a tratar de resolverlas ahí. Este
retorno crítico es característico de la semiótica en cuanto "proyecto cientí­
fico”: para dar cuenta de las dificultades que ‘hace surgir el análisis a ras
del discurso -inducción y después generalización-, la semiótica se obliga a
suponer otro modo hipotético de funcionamiento, llegando en caso necesa­
rio hasta las premisas, con el fin de proceder enseguida a instalar los pro­
cedimientos hipotético-deductivos. No se puede considerar tal manera de
proceder más que en un marco epistemológico en el que la coherencia es el
valor científico por excelencia. Por el contrario, al aceptar cierta indepen­
dencia de las problemáticas de unas con respecto a las otras, en peijuicio
de la coherencia, una epistemología “modular” como la que parece perfi­
larse en las ciencias cognoscitivas se eximiría a sí misma, en giran parte y
por lo mismo, de efectuar el retorno crítico que, para cada nuevo avance
teórico, obliga a medir y repercutir las consecuencias en la totalidad de la
construcción teórica.
La instalación de un sujeto operador, capaz de producir las primeras
articulaciones de la significación, es un paso inicial para establecer la
teoría de la significación como una economía que administra las condi­
ciones de producción y de aprehensión de la significación. Se trata ahora
de concebir y de instalar un esbozo de las precondiciones previas al
surgimiento de las condiciones propiamente dichas. El “ser” del mundo y
del sujeto no compete a la semiótica, sino a la ontología: para emplear
otra jerga, es la “manifestante” de una “manifestada” que entrevemos. Por
su parte, la semiótica está obligada a hacerse cargo del “parecer” y a darse
un discurso epistemológico que formule tales precondiciones, como otros
tantos simulacros explicativos, en particular en lo que se refiere a las difi­
cultades y a las aporías detectadas durante el análisis discursivo. Evi­
dentemente, este discurso hipotético, que captaría entre líneas el “parecer
del ser” no es apropiado para acarrear certezas; pero, en cierta medida, se
trata de un discurso del mismo tipo que el de la epistemología de las cien­
cias de la naturaleza, cuando habla, por ejemplo, del universo y sus orí­
genes, del azar y la necesidad. Sin duda se trata de algo propio de cual­
quier proyecto científico, el cual, al darse un mínimo epistemológico -en
este caso, el imperativo fenomenológico-, al mismo tiempo crea para sí un
espacio teórico “imaginario” e incluso mítico, un poco a la manera de
aquellos ángeles newtonianos, conductores de la atracción universal.
Es evidente que este “imaginario de la teoría”, que estas escasas lí­
neas trazadas sobre el fondo del horizonte óntico, que estos conceptos ape­
nas esbozados no deben ser del orden de lo arbitrario; su razón de ser des­
cansa en las coerciones epistemológicas reconocidas anteriormente y en
las exigencias metodológicas que las suscitan y se les resisten. Se trata,
por supuesto, de un “parecer del ser”, pero fundado en la práctica operato­
ria y que aspira a la eficacia. En la búsqueda de materiales que permitan
INTRODUCCIÓN 17

reconstituir imaginariamente el nivel epistemológico, nos parece que dos


conceptos -los de tensividad y de forta- poseen un rendimiento excep­
cional.
En un primer momento, la tensividad -fenómeno amplia y debida­
mente observado, característica inseparable de todo desarrollo procesual
frástico o discursivo- parecía poder ser dominada mediante la proyección
de las estructuras de lo discontinuo, aunque con ello se aplazara la cons­
trucción de una gramática aspectual que diera cuenta a la vez de las
ondulaciones temporales y de las sinuosidades espaciales. Sin embargo, la
urgencia de completar la teoría de las modalidades, buscando equilibrar
las modalidades -ya operatorias- del hacer mediante una articulación
paralela de las modalidades de estado, así como la insistencia en interro­
gar a la naturaleza de los estados, dinámicos e inquietos, obligaban a
enfrentar directamente la problemática de las pasiones. Ahora bien, de
inmediato surgió un hecho inquietante: no solamente el sujeto del discur­
so es capaz de transformarse en un sujeto apasionado, perturbando con
ello su decir programado cognoscitiva y pragmáticamente, sino que el su­
jeto de lo “dicho” discursivo también es capaz de interrumpir y de desviar
su propia racionalidad narrativa para iniciar un recorrido pasional o,
incluso, para acompañar al primer recorrido, perturbándolo con sus pul­
saciones discordantes. El hecho es notable, no tanto porque revela nuevas
formas de malfuncionamiento narrativo, sino porque muestra una relati­
va autonomía de las secuencias pasionales del discurso, una especie de
autodinámica de las tensiones visible por medio de sus efectos, y sobre todo
porque nos invita a situar el espacio tensivo en un más “acá” del sujeto
enunciante y no únicamente como el principio regulador a posteriori de
una sintaxis aspectual. Dicho lo anterior, el concepto de tensividad se
vuelve capaz de trascender la instancia de la enunciación discursiva pro­
piamente dicha y puede ser incorporado al imaginario epistemológico,
espacio en el que se une a otras formulaciones filosóficas o científicas ya co­
nocidas. Por ello, se nos puede aparecer como un “simulacro tensivo”, como
uno de los postulados que dan origen al recorrido generativo del sentido.
Tratándose de la concepción del universo, no hay nada incómodo en
que la tensividad se encuentre con el significado “científico” del mundo
natural, formulado, por ejemplo, en términos de leyes de atracción: para
el mundo humano, la tensividad no es más que una de las propiedades
fundamentales de ese espacio interior que hemos reconocido y definido co­
mo el vertimiento del mundo natural en el sujeto, con vistas a la constitu­
ción del modo propio de la existencia semiótica.
Aunque es una precondición necesaria, no es sin embargo suficiente
para dar cuenta de nuestro imaginario óntico y, en primer término, del
hecho pasional. Primeramente, el análisis de algunas “pasiones de papel”
ha mostrado aquello que ningún antropólogo atento al relativismo cultu­
18 INTRODUCCIÓN

ral puede ignorar, a saber: que la idea que nos hacemos de lo que es una
“pasión” cambia de un lugar a otro, de una época a otra, y que la articu­
lación del universo pasional define incluso, hasta cierto punto, algunas de
las especificidades culturales. Un hecho aparentemente más sorprendente
para el semiotista es que él mismo haya podido comprobar que, a pesar de
que un fragmento de discurso (o de vida) posee una organización actan-
cial, modal y aspectual idéntica, puede ser tomada en cuenta, de acuerdo
a los casos, como una pasión, o bien como un simple ordenamiento de la
competencia semántica (social, económica, etc.). Lo anterior equivale a
reconocer que, en igualdad de circunstancias, existe un “excedente” paté-
mico, y que un fragmento de discurso (o de vida) sólo se vuelve pasional
mediante una sensibilización particular. En ese caso, independientemente
de la tensividad que también ahí se encuentra, habría que tomar en cuen­
ta otro factor: el de la “sensibilidad”.
Si, en lugar de considerar las formas cotidianas del discurso pasional
en las que la sensibilización ondulante es a veces difícil de distinguir de la
tensividad siempre presente en el desarrollo discursivo, nos volviéramos
hacia los casos extremos, hacia pasiones “violentas” como la cólera, la
desesperación, el deslumbramiento o el terror, veríamos aparecer la sensi­
bilización, en su puntualidad incoativa, como una fractura del discurso,
como un factor de heterogeneidad; diríamos que como una especie de
trance incipiente del sujeto que lo transporta hacia un más allá del sujeto
y lo transforma en un sujeto otro. Ahí, la pasión aparece al descubierto,
como la negación de lo racional y de lo cognoscitivo, y el “sentir” desborda
al “percibir”.
Todo sucede como si otra voz súbitamente se elevara para decir su
propia verdad, para decir las cosas de otra manera. Mientras que, en la
percepción, el cuerpo humano tenía el papel de instancia de mediación -es
decir, era un lugar de transacción entre lo extero y lo interoceptivo e
instauraba un espacio semiótico tensivo pero homogéneo-, ahora es la
carne viva, la propioceptividad “salvaje” la que se manifiesta y reclama
sus derechos en tanto “sentir” global. Ya no es más el mundo natural el
que adviene al sujeto, sino el sujeto quien se proclama dueño y señor del
mundo, su significado, y lo reorganiza figurativamente a su manera. En­
tonces, el llamado mundo natural, el del sentido común, se convierte en
un mundo para el hombre, en un mundo que puede ser llamado humano.
Evidentemente, este “entusiasmo” que, según Diderot, sube caliente de
las entrañas para ahogarse en la garganta es un caso extremo pero nece­
sario para dar cuenta, entre otras cosas, de la creación artística, así como
de todos los excesos semióticos de la cólera y de la desesperación. Además,
también explica, modérate cantabile, el despliegue de la figuratividad, el
carácter “representacional” de toda manifestación pasional, en la cual,
merced a su poder figurativo, el cuerpo afectado se vuelve el centro de re­
INTRODUCCIÓN 19

ferencia de la escenificación pasional entera. Es este “más acá” del sujeto


de la enunciación, este doblez perturbante, que nosotros designamos con
el nombre de foria.
Cuando, después de una serie de tanteos, el proceder semiótico inten­
ta construir un modelo, puede tomar dos vías distintas. Se puede tratar
de imaginar el estado de cosas más simple posible -como es la estructura
elemental de la significación- y conferir al modelo una vocación de com-
plejización. Pero también uno se puede encontrar frente a una situación
confusa y tratar de ver más claramente llevándola hacia sus extremos:
así, por ejemplo, Hegel produce la estructura binaria a partir de la polari­
zación excesiva y tensa del uno. Al intentar hacer pensable la foria -en el
marco semiótico, evidentemente-, nos ha parecido difícil introducirla
como un suave acompañamiento de la narratividad ejecutado por una
música de fondo patémica. Sólo las situaciones extremas y paradójicas
están en condiciones de poner en evidencia la especificidad y la irre-
ductibilidad del fenómeno, aunque después se deba contemplar la posibili­
dad de disminuir las distancias que existen entre lo que hay de tenso y de
fórico en la ondulación del discurso.
Esta especie de desdoblamiento del sujeto en sujeto percibiente y suje­
to sintiente -quizá algo “gráfica”- nos ha parecido, sin embargo, necesaria
para justificar los malfuncionamientos del discurso, los trances del sujeto
que se apropia del mundo y lo metaforiza, pero también para justificar la
existencia de un hilo tenue, la fiducia intersubjetiva, que sostiene a la
veridicción discursiva. Este paso obligado por la instancia de enunciación
permite operar la transferencia de la problemática, del nivel epistemológi­
co profundo al nivel que podrá ser inscrito en el horizonte óntico como un
“simulacro fórico” que rige el recorrido generativo. Sin temor a confun­
dirnos con ellas, así es como nos encontramos, en este punto, con las dife­
rentes formulaciones filosóficas del “vitalismo” y de la “energética”, inclu­
so del “impulso vital” bergsoniano, encontrando de nuevo las interpreta­
ciones consideradas científicas acerca de la concepción del universo, en las
cuales la “necesidad”, especie de deber-ser encaminado hacia la unidad, se
ve confrontada con el “azar”, esa fractura primera, el accidente episte­
mológico-que condiciona la aparición del sentido... Esto permite limitar el
espacio teórico de la semiótica a dos precondiciones, modelándolas bajo la
forma de dos simulacros, tensivo y fórico, y concebir el velo del “ser” como
una tensiuidad fórica.
Sin embargo, lo anterior no quiere decir que, llegados a este punto, la
teoría semiótica debiera unirse a una de esas filosofías: su justificación
propia es la coherencia de su discurso, llamado a sostener su práctica, a
integrar en su seno observaciones insólitas y perturbantes, a descifrar
numerosas cajas negras en todas las etapas de su recorrido. Desde este
punto de vista, es instructiva la historia de la lingüística del siglo XIX: a
20 INTRODUCCIÓN

pesar de las racionalizaciones organicistas y fisicalistas de los teóricos que


se sucedieron y se opusieron de una generación a otra, la lingüística no
dejó de construirse.
Tomar en cuenta el componente pasional del discurso conduce a tales
ajustes, los cuales repercuten hasta en los niveles más profundos de la
teoría semiótica. A partir de ahí, se trata de subir progresivamente hacia
la superficie, al tiempo que se verifica la validez de las premisas y de los
instrumentos metodológicos.
1. LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

DEL SENTIR AL CONOCER

El aroma

Las pasiones aparecen en el discurso como portadoras de efectos de senti­


do muy peculiares; despiden un aroma equívoco, difícil de determinar. La
interpretación que la semiótica ha retenido es que ese aroma específico
emana de la organización discursiva de las estructuras modales. Pasando
de una metáfora a otra, se podría decir que este efecto de sentido proviene
de una cierta combinación molecular: al no ser propiedad de ninguna mo­
lécula en particular, es el resultado de su disposición de conjunto. Una
primera observación se impone: la sensibilización pasional del discurso y
su modalización narrativa son concurrentes, no se entienden una sin otra
y, sin embargo, son autónomas, probablemente regidas, al menos en
parte, por lógicas diferentes.
En segundo lugar, captar globalmente los efectos de sentido como un
“aroma” de los dispositivos semionarrativos puestos en discurso es, en
cierto modo, reconocer que las pasiones no son propiedades exclusivas de
los sujetos (o del sujeto), sino propiedades del discurso entero, y que
emanan de las estructuras discursivas como consecuencia de un “estilo
semiótico” que puede proyectarse, ya sea sobre los sujetos, ya sea sobre los
objetos o sobre su junción.
Si nos situamos ahora en el otro extremo del recorrido generativo, ahí
donde acabamos de colocar, en el horizonte del sentido, una primera
proyección del mundo como tensividad fórica, nos vemos obligados a decir
que esta masa fórica móvil puede tomar dos vías distintas para emerger
progresivamente hacia la superficie de las cosas: mientras que la modali­
zación obedece a una organización categorial y produce estructuras
modales discretas, las modulaciones pasionales, tal como se manifestan
por medio de efectos de sentido, parecen provenir de ordenaciones estruc­
turales de otro tipo, de dispositivos patémicos1 que rebasan las simples
combinaciones de los contenidos modales que estos dispositivos conjugan
y que escapan, en un grado que es preciso determinar, a la categoría
cognoscitiva. Poder hablar de la pasión es, pues, intentar reducir la dis­
tancia entre el “conocer” y el “sentir”. Si, en un primer momento, la
semiótica se dedicó a tornar evidente el papel de las articulaciones
1 Con este neologismo traducimos el neologismo francés pathémique [T.|.
22 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

modales moleculares, es tiempo ahora de que busque dar cuenta de los


aromas pasionales producidos por sus combinaciones.

La vida

El sentir se da de entrada como un modo de ser que existe de suyo, con


anterioridad a toda impresión o gracias a la eliminación de toda racionali­
dad; para algunos, se identifica con el principio de la vida misma. Situar a
la pasión en un más allá del surgimiento de la significación, anterior a
toda articulación semiótica, bajo la forma de un puro “sentir”, sería como
captar el grado cero de lo vital, captar el “parecer” mínimo del “ser” que
constituye su velo óntico. Sin embargo, la homogeneidad del sentir difícil­
mente escapa al reconocimiento, igualmente ingenuo, de su polarización:
el primer grito del recién nacido, ¿es un grito de alegría liberadora o el
sofoco del pez que ha sido sacado del agua, el primer aprendizaje del Welt-
schmerzl2 ¿Es posible reiterar sin consideración alguna la concepción se­
gún la cual el ser vivo es una estructura de atracciones y repulsiones? ¿Es
posible pensar la foria antes de su división en euforia y disforia?
La aporta que nos vemos obligados a evocar se presenta bajo un doble
aspecto. En primer lugar, se trata de pronunciarse acerca de la prioridad
de derecho de lo “sensitivo” con respecto a lo “cognoscitivo” o a la inversa.
¿Se encuentra el universo regido por una metalógica de las “fuerzas” (por
ejemplo, a la manera de la física ondulatoria) o de las “posiciones” (según
la interpretación corpuscular)? Como diría Hjelmslev, he ahí dos conceptos
“indefinibles”. Pero paralelamente surge otra interrogante, igualmente
fundamental, que recupera las inquietudes del pensamiento presocrático:
¿el mundo es uno, desbordante en su plenitud, una estructura de lo mixto
lista para estallar, o bien una mezcla caótica tendiente a la unidad? Dicho
de otro modo, en términos brondalianos: ¿la estructura elemental del
“estar-ser” -o, más bien, del simulacro formal que podemos darnos de él-
procede de un término complejo susceptible de polarización, o de un tér­
mino neutro, lugar de un encuentro binario irreconciliable? ¿Es posible
formular y representar en términos de precondiciones una cohabitación
de estas dos lógicas y visiones?

El horizonte tensivo

Regresemos un momento a la superficie léxica, a un acercamiento más


empírico de las cosas. Observamos que algunas pasiones, la admiración,

2 Pesimismo melancólico [T.].


LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 23

por ejemplo -al menos en la acepción del francés clásico-, al igual que el
‘■'asombro” [l’étonnement] o el “estupor” [la stupeur] sugieren ya la posibili­
dad de un horizonte tensivo todavía sin polarizar. El asombro y el estupor
se presentan como dos formas aspectuales diferentes, una incoativa y la
otra durativa, de un mismo sentir no polarizado. No faltan incluso recorri­
dos pasionales textualizados que se inician con tales configuraciones: es
así como, en La princesse de Cléues, antes de amar a Mile. de Chartres, el
principe de Cléves, al encontrarla en una joyería, no deja de “asombrarse”
(siempre en el sentido clásico del término) por todo lo que se refiere a ella;
es decir, se ve puesto en tensión y en condición de amar (cuatro aparicio­
nes en una misma página). Igualmente, los celos y el amor de Swann no
comienzan sino con el “gran torbellino de agitación” que le hace recorrer
París en todos sentidos para encontrar a Odette de Crécy, agitación que
se presenta como otra modulación de la misma tensión sin polarizar. La
polarización en euforia/disforia puede, pues, en el nivel mismo de la mani­
festación léxica, ser neutralizada y aun ser considerada como no aconteci­
da. La neutralización, en el sentido gramatical del término, remite a un
sincretismo que es, por derecho, jerárquicamente superior a la oposición
binaria. He aquí una de las paradojas de la semiótica en el nivel episte­
mológico: está obligada a dar cuenta al mismo tiempo de la “nada”, del
“vacío” y del “todo”, de la plenitud de las tensiones fóricas. Según la lógica
de las “fuerzas”, al máximo de tensión le correspondería -i.e.: daría cuen­
ta de o se explicaría mediante- la ausencia total de articulaciones. Por el
contrario, la aparición de las “posiciones” características de las articula­
ciones del contenido requeriría una redistribución y una división de las
“fuerzas”; dicho de otro modo, el “vacío de contenido”, caracterizado por la
ausencia de articulaciones, no puede ser llenado más que por el quebran­
tamiento de la plenitud tensiva. La cohabitación de dos exigencias inver­
sas, ligadas respectivamente a las “fuerzas” y a las “posiciones”, permite
comprender que, antes de toda categorización, el sentir, tironeado por dos
tendencias, no puede engendrar más que inestabilidad.
Sin embargo, en cuanto tal, el sentir es directamente manifestable,
como lo atestiguan las, figuras del “estupor” y del “asombro”. Al respecto,
es preciso señalar que la neutralización, tal como la formulamos aquí, se
encuentra en función de la intensidad del sentir. Particularmente inten­
sa, la admiración “clásica” es indiferente a la polarización, a la positividad
o a la negatividad del objeto. Pareciera que es el reconocimiento del valor
en cuanto tal el que pone en la sombra al objeto y vuelve inoperante la po­
larización; podría señalarse que el sujeto que admira se desinteresa del
valor vertido en un objeto, para mejor asir, antes que al valor mismo, el
“valor del valor”. En cambio, en su acepción moderna, la admiración, aun
cuando requiere la positividad del objeto, se ve acompañada por un debili­
tamiento notable. Todo sucede como si la intensidad pasional -noción por
24 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

definir- neutralizara al sujeto y lo sumergiera en una capa más profunda


del recorrido generativo, o como si el retorno hacia el valor del valor, a
partir del objeto de valor propiamente dicho, fuera acompañado de una in­
timidad más estrecha con una zona “energética” de la que nacería la pa­
sión. Sucede lo mismo con el “estupor”, el cual sufre una condensación
comparable que inmoviliza al sujeto en un puro sentir, hasta que anula al
sentir mismo: ¿no es la “estupidez” una regresión a un estado de tensivi­
dad de antes de la vida, un punto límite entre lo vivo y no vivo?

Las precondiciones (de la significación)

Para tender el velo de Isis sobre la faz del “ser”, hemos propuesto ante­
riormente presentar las formulaciones de su parecer bajo la forma de si­
mulacros, imaginando con ello al mundo humano en su estado ab quo
como una “tensividad fórica” y conjugando de esta manera al universo
-que sólo se justifica por la necesidad tensiva- con la foria introducida por
el accidente, la fractura, la intrusión insólita de lo viviente. Somos cons­
cientes de que se trata de una representación casi trivial y de que, en la
medida en que sus articulaciones no rompan la coherencia teórica y sean
resistentes a los “hechos”, permaneciendo conformes a ella hasta las ma­
nifestaciones de superficie, su valor no puede ser medido más que a partir
de sus consecuencias; es decir, a partir de la modelación progresiva de la
“masa túnica” congruente, que es al mismo tiempo tensión y foria.
Basta con que la tensividad originaria se rompa -tensión hacia lo uno
y desbordamiento del exceso- para que la “puesta en posición”, la polari­
zación de aquello que deja por un instante de ser uno, se plantee como un
primer acontecimiento decisivo. Sin embargo, la polarización acumulativa
de las energías todavía no es una “toma de posición” y no implica la dis-
cretización dé los polos, la cual no puede derivar más que de la proyección
cognoscitiva de lo discontinuo. En esas condiciones, aún no es posible
hablar de las “posiciones actanciales”, sino solamente de prototipos de
actantes, de cuasi sujetos y de cuasi objetos, de la protensividad del suje­
to, para emplear el término de Husserl, y de la potencialidad del objeto.
Antes de “situar” a un sujeto tensivo frente a valores vertidos en objetos (o
en el mundo como valor), conviene imaginar un nivel de “presentimiento”
en el que se encontrarían, íntimamente ligados uno a otro, el sujeto para
el mundo y el mundo para el sujeto. Ya anteriormente nos hemos visto
obligados a reconocer una situación comparable, cuando se trató de dis­
tribuir, con vistas a la modalización, al conjunto de la masa túnica en los
términos constitutivos del enunciado elemental: si la carga modal sobre­
determina primero al predicado en su función ligante (como sucede, por
ejemplo, con las modalizaciones aléticas reconocidas en lógica), entonces
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 25

es susceptible de distribuirse por separado, ocupando cada una de las po­


siciones actanciales. Si bien el vertimiento del sujeto de hacer no plantea
dificultades particulares (cf. las modalidades deónticas, por ejemplo), no
sucede lo mismo con el del sujeto de estado, ya que nos damos cuenta de
que el sujeto como estar no puede verse modalmente afectado sino por
medio del vertimiento del objeto, cuya carga modal a su vez modaliza al
sujeto, a condición de que sea puesto en relación de junción con él. Dicho
de otro modo, la modalización del estado del sujeto -y de eso se trata
cuando se quiere hablar de las pasiones- no es concebible más que al
pasar por la del objeto, la cual, cuando se convierte en un “valor”, se
impone al sujeto. Es preciso imaginar una situación comparable, pero
anterior a la puesta en posición actancial: imaginar un sujeto protensivo
indisolublemente ligado a una “sombra de valor”, que de esta manera se
perfile sobre el fondo de la “tensividad fórica”.

Las valencias

En esta etapa de la investigación, la protensividad del sujeto, identificada


un poco apresuradamente con la intencionalidad -que a su vez se inter­
preta algunas veces como un “metaquerer” o como un “metasaber”- no
exige justificaciones complementarias. No sucede lo mismo con ese pro­
totipo de objeto que acabamos de designar como una “sombra de valor”.
Conviene, pues, retornar una vez más a la superficie, a la manifestación
discursiva, con el fin de volver más perceptible ese simulacro y justificar
la pertinencia de nuestras palabras. Se tiene la impresión de que la forma
más común que adopta esta “sombra” es cierto presentimiento del valor.
Así, la lectura de Capitale de la douleur [Capital del dolor] de Eluard
ofrece un buen ejemplo de una primera articulación proyectada por la pro­
tensividad. Un examen más minucioso permite darnos cuenta en esa re­
copilación de que el contenido de los valores importa poco. Cierto, los suje­
tos semióticos conocen el amor, la naturaleza, la labor, el pensamiento y
la vida bajo todas sus formas, pero, sea cual sea el contenido semántico de
los objetos buscados, lo que hace de ellos un valor siempre es de otro or­
den: el amor no es aceptable más que en sus inicios; la mirada, cuando los
párpados se abren durante el despertar; el día, en el instante en que se
despoja de las tinieblas; la vida humana, en su infancia. Todo sucede
como si el aspecto incoativo tuviera preeminencia sobre todos los con­
tenidos semánticos vertidos en los objetos y en los haceres, como si única­
mente importara el objetivo incidente y no el objeto buscado.
La aspectualidad parece estar situada, aquí, por encima del valor pro­
piamente dicho y antes que él; se trata de un cierto “valor” del valor y, en
ese sentido, se le podría llamar “valencia”, en la acepción química del tér­
26 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

mino -es decir, para designar la cantidad de “moléculas” asociadas en la


composición de un cuerpo. Esto sucede, por ejemplo, durante el intercam­
bio, cuando dos valores semánticamente diferentes son juzgados compara­
bles e intercambiables a partir de su (equi)valencia; se puede suponer,
entonces, que hay algo constante que se intercambia, que no tiene gran
cosa que ver con los objetos semántica y diferentemente cargados que son
transferidos de un sujeto a otro. Por otra parte, ya se ha hecho notar que,
en el discurso, la aspectualización constituye una dimensión jerárquica­
mente superior a la temporalización, pero también a la espacialización e
incluso a la actorialización: el “amor” en Éluard es captado en su eje tem­
poral, los “párpados al despertar” están situados en la espacialidad, la
“vida humana” es captada como crecimiento del actor, todo ello dominado
por el . aspecto incoativo. Pero hay algo más en esta valorización de la
incoatividad, y nos vemos obligados a tomar en cuenta la segunda defini­
ción -“psicológica”- de la valencia, considerada como una potencialidad de
atracciones y de repulsiones asociadas a un objeto: desde este punto de
vista, la valencia sería el presentimiento que tiene el sujeto protensivo de
esta sombra de valor, que a consecuencia de la escisión fórica, lo envuelve
como en un capullo para que se manifieste más tarde bajo la forma más
articulada de la incoatividad. En suma, la aspectualidad manifestaría la
valencia de la misma manera en que las figuras-objeto manifiestan a los
objetos de valor.
No es, pues, sorprendente si los juicios éticos y estéticos, implícitos o
explícitos en la recopilación de Éluard, se fundan en el carácter incoativo
de los gestos y de las figuras, ya que éste restablece la disociación original
en el nivel discursivo que le es propio, antes de toda polarización y de todo
vertimiento semántico de los objetos. En Éluard, la valencia seleccionada
proviene de una “apertura” de la protensividad; pero también podría
provenir, por ejemplo, de su “cierre”, que se traduciría en el nivel del dis­
curso mediante un aspecto terminativo y, eventualmente, daría lugar a
una ética del desencanto, a una estética de la evanescencia, que apro­
vechara las figuras del deterioro, de la delicuescencia o de la desaparición
de todas las cosas.
Por .su parte, Camus en La chute [La caída] intentó ilustrar un
mundo sin valores en el que la confianza estaría excluida; su descripción
del Zuiderzee procede de hecho mediante la dilución de las valencias:

Voilá, n’est-ce pas, le plus beau des paysages négatifs! Voyez á notre gauche ce tas
de cendres grises qu’on appelle ici une dune, la digne grise á notre droite, la gréve
livide á nos pieds et, devant nous, la mer couleur de lessive faible, le vaste ciel oú
se reflétent les eaux blémes. Un enfer mou, vraiment! [...] N’est-ce pas l’efface-
ment universel, le néant sensible aux yeux?3

3 París, Le livre de peche, p. 79.


LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 27

[¿No es éste el más hermoso de los paisajes negativos? Mire a nuestra izquierda,
ese montón de ceniza que aquí llaman una duna, el dique gris a nuestra derecha,
la arena pálida a nuestros pies y, frente a nosotros, el mar color de jabonadura
desleída, y el vasto cielo, en el que se reflejan las aguas descoloridas. ¡Un infierno
blando, verdaderamente! [...] ¿No es éste el borrarse universal, la nada sensible a
los ojos?]

Llanura indefinida, lejanías perdidas, ausencia de toda referencia


topográfica y temporal, desaparición de todas las diferencias figurativas,
todo se pierde en una duración estancada: he ahí el fin de toda valencia y
a fortiori de los sistemas de valor articulados que podrían emerger. Todo
sucede como si, para ofrecerse a la lectura de una manera clara y con
alguna fuerza icónica, los componentes figurativos de la puesta en discur­
so presupusieran precisamente.ese nivel en el que la protensividad
enfrenta las valencias en el momento de la escisión actancial. En Camus,
por el contrario, campea una protensividad “blanda”, captada antes de su
primera articulación; esto permite entender, como por reducción al absur­
do, por qué, al separar al cuasi sujeto del cuasi objeto, la primera articu­
lación de la foria engendra Afiducia', en La chute, retornar al caos blando
de las tensiones no articuladas es, literalmente, ya no creer en nada y,
sobre todo, ya no creer en el creer. En efecto, la fe en tal o cual valor par­
ticular presupone siempre un “metacreer”, que no es sino la fiducia gene­
ralizada (no específica) propia del espacio de la foria, la precondición de
toda creencia particular. Por eso, el “juez-penitente” de Camus, actante
sincrético por excelencia, practica, como los cínicos de la Antigüedad, el
denigramiento sistemático y la provocación sarcástica. En este ejemplo
parece claro que las valencias, que en conjunto constituyen lo que hemos
llamado la fiducia, proporcionan al mundo de los objetos su armazón, sin
la cual no pueden recibir un valor.
Es preciso mencionar también, de modo breve, el papel del “accidente”
en el relato de Camus. El Zuiderzee no da pie a la actividad interpretativa
del observador, ya que, cierto, no presenta ninguna diferencia sensible,
ninguna referencia, pero también porque, antes de cualquier articulación,
no presenta ningún “accidente” figurativo, lo que podría ser entendido
como la imagen de un mundo en el que el azar no hace mella. A la inver­
sa, es una vez más un “accidente” lo que produce un vuelco de la situación
del “juez7penitente”: es el azar el que puso en su camino a una desespera­
da que se arrojó al Sena y que él no socorrió. Lo que el azar permite cons­
truir, el azar puede destruirlo: el accidente que desencadena la caída del
mundo de valores es sólo la imagen virtual e invertida del accidente que
pone en marcha a la necesidad óntica, para hacer advenir en un primer
tiempo la valencia, y el valor en un segundo tiempo.
28 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

Inestabilidad y regresión

Al atender a Camus, se llega a la conclusión de que el sustrato fórico de


toda significación no es estable y de que lo que el azar construye, también
lo puede destruir. Por una parte, la puesta en marcha inicial del sentido
no es aún suficiente para engendrar la significación; por otra parte, la es­
cisión debida a la intervención del azar sobre la necesidad se ve amenaza­
da por la pregnancia de la necesidad misma. Lo “doble” tiende hacia lo
“uno”, con riesgo de que se produzca una recuperación de la necesidad so­
bre el azar de la escisión. En otro orden de ideas, al estudiar los objetos y
los movimientos “difusos” del mundo natural, los matemáticos (en parti­
cular, B. Mandelbrot) han puesto a punto la teoría de la fractalización, la
que, entre otras cosas, muestra de qué manera lo indiferenciado reapa­
rece por la influencia del azar y de la recursividad; en efecto, los llamados
objetos “fractales” son engendrados a la vez por el azar (los procesos esto-
cásticos) y por la recursividad (la aplicación ilimitada de procesos estocas-
ticos a los productos de operaciones anteriores). Ahora bien: si nada detie­
ne u orienta la recursividad, la fractalización llega a un objeto que, aun­
que esté regido por un principio de homotecia interna, se vuelve insignifi­
cante, de una singularidad irreductible. De la misma manera, si la
escisión se aplica “estocástica” y “recursivamente” a la vez, reproduce las
condiciones de la “fusión” y de la plenitud tensiva o, lo que es lo mismo, de
la dispersión máxima.

• La estesis

Esta tensión hacia la unidad es propia de la estesis, que aparece como el


movimiento inverso de aquel que resuelve los sincretismos. En su nueva
relación con el mundo, el sujeto experimenta el valor en la primera diso­
ciación por la cual él mismo es engendrado; la emoción estética podría ser
interpretada como un “volver a sentir” esa escisión, como la nostalgia de
la “tensividad fórica” indiferenciada. Esto permitiría dar cuenta del hecho
de que las manifestaciones de la estesis son acompañadas, la mayoría de
las veces, por un intercambio de roles sintácticos: reinmerso en la foria, el
sujeto estético vuelve a encontrar el momento en que su configuración
prototípica hubiera podido instaurarse lo mismo como objeto que como
sujeto. Por ello, en las representaciones figurativas algunas veces se ve al
objeto estético transformarse en sujeto de un hacer estético, del que el
sujeto mismo de la emoción podría tornarse a su vez en objeto.
Por otra parte, frecuentemente se observa en el discurso que, cuando
se trata de decidir sobre tal o cual valencia y no se puede acceder a un sis­
tema axiológico constituido o bien se le rechaza en principio, el sujeto opta
por un discurso estético. Para un sujeto que no reconoce los valores insti­
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 29

tuidos, que menosprecia los que son generalmente aceptados, el mal se


vuelve fealdad, el bien se vuelve belleza; es así como el cínico, pero tam­
bién el socialista revolucionario o el anarquista del siglo pasado son sensi­
bles al éxito estético de una conducta moral (o inmoral), del mismo modo
en que, mediante una escenificación caricaturesca, también buscan ex­
hibir la fealdad de una conducta inmoral (o moral).
La tensión hacia lo uno, esta amenaza -o esperanza- de retorno al
estado fusional, abre dos posibilidades que merecen ser señaladas. En
primer lugar, la concepción de la estesis como un “volver a sentir” el esta­
do límite y como espera de un retorno a la fusión, que descansa en la fidu-
cia, permite prever, en el nivel discursivo, la existencia de una dimensión
estética. La dimensión pasional, construida a partir de la foria como su
precondición y que busca su manifestación, tendría como contrapartida la
dimensión estética que, por su parte, descansaría sobre la eventualidad
-esperanza o nostalgia- de un retorno a la protensividad fórica, un re­
torno al universo indiferenciado postulado como precondición de toda sig­
nificación.

® La inestabilidad actancial

Por otro lado, la inestabilidad de la escisión y la intercambiabilidad de los


roles de sujeto y de objeto, observada en la manifestación discursiva, hace
pensar que, en el intervalo que separa al estado fusional del estado
escindido, la aparición de lo “doble” puede interpretarse como una prefigu­
ración de la intersubjetividad, lo mismo que como la de la relación sujeto/
objeto. Volviendo al modo en que la emergencia del sujeto protensivo ha
sido contemplada, se puede decir que éste se ve atraído por dos fuerzas
congruentes pero casi contradictorias: por un lado, la protensividad, en
virtud de la cual el sujeto se diferencia del objeto y le procura una imagen
de su “ipseidad”, y por el otro, la fiducia, esa manera de ser del “sujeto
para el mundo”, que en la medida en que suspende esta diferenciación, le
presenta una especie de “alteridad”. Basta con que prevalezca una u otra,
la protensividad o la fiducia, para que la escisión de lo “uno” en lo “doble”
conduzca, ya sea a un reforzamiento de las posiciones específicas del suje­
to protensivo y de las “sombras de valor”, ya sea a la aparición de dos
“intersujetos”, y las respectivas posiciones, al no estar todavía fijadas,
serían intercambiables en razón misma de su imprecisión.
Así pues, dentro de la foria aparecen, en un juego de intercambios ten­
sivos, ya sea proyecciones de intersujetos, ya sea de los roles de sujeto y de
objeto, a veces como dobles idénticos, a veces como dobles diferentes gra­
cias a los cuales se construyen alternativa y congruentemente el sujeto
para sí y la intersubjetividad. Este juego de alternancias permitiría com­
prender cómo es que, al reanudar lazos con el estado fusional, el sujeto
30 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

estético guarda cierta imagen de alteridad, y por qué la manifestación dis­


cursiva ancla la emoción estética en la intersubjetividad. El conjunto de
esas formas protoactanciales parece provenir de una misma instancia: la
tensividad fórica. Ahora bien, en el análisis de discursos concretos, en
especial de aquellos que despliegan recorridos de sujetos apasionados, se
encuentra frecuentemente una inestabilidad y una intercambiabilidad
comparables de los roles actanciales; más sorprendentemente aún, el
imaginario del sujeto apasionado parece contener a veces toda una
población actancial cuyos papeles se intercambian y se cruzan. En el ir y
venir indispensable entre la conceptuación del nivel profundo y la mani­
festación discursiva, uno se ve obligado de hecho a suponer la existencia
de un eco entre, por una parte, el funcionamiento protoactancial carac­
terístico de la tensividad fórica y, por otra parte, el funcionamiento actan­
cial del imaginario del sujeto apasionado. Lejos de aparecer como un sim­
ple actor que manifestaría simultáneamente en cuanto tal varios roles
actanciales, este último adopta la forma de un verdadero sujeto discursivo
que hubiera “interiorizado” (o “internalizado”) todo un juego actancial
mediante el cual la pasión sería escenificada; mucho mejor que un sin­
cretismo ordinario, ese sujeto a fin de cuentas se definiría principalmente
por esta capacidad de suscitar toda la panoplia de roles actanciales nece­
sarios para la escenificación discursiva de la pasión. Esta propiedad no es
pensable -en el marco de la semiótica, por supuesto- sino a condición de
instalar previamente en el espacio tensivo la posibilidad de una frag­
mentación de lo “uno” en varios “protoactantes”.
Es fácil imaginar que, en el seno de la tensividad fórica -hecha de
tensiones de lo “uno” hacia lo “doble” por influencia del azar sobre la nece­
sidad y de tensiones de lo “doble” hacia lo “uno” gracias a una recupera­
ción de la necesidad por encima del azar-, la masa fórica tiende a polari­
zarse: todavía no se está frente a una verdadera polarización en euforia/
disforia, sino frente a la sola oscilación entre “atracción” y “repulsión”, ya
que la polarización propiamente dicha no ocurrirá más que en el momento
de la categorización. La imagen de la puesta en marcha del sentido nos
parece aquí apropiada: todo sucede como si el sentir mínimo confirmara o
invalidara al mismo tiempo la primera inflexión de la foria, como si oscila­
ra entre la fusión, la escisión y la reunión. Una configuración pasional, la
de la “inquietud”, permite reconocer en el nivel del discurso una manifes­
tación de esta inestabilidad constitutiva, en la medida en que es una agi­
tación anterior a la euforia y a la disforia, que en cierto modo suspende la
polarización. Al respecto, cabría señalar que la inquietud impide toda
evolución de las tensiones de la foria y que, en consecuencia, obstaculiza
la formación de las “valencias” y toda firme orientación de la protensivi-
dad. Esta es la razón por la que el sujeto discursivo inquieto no tiene otra
expectativa más que la de controlar la oscilación que lo arrastra; en fin, es
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 31

la razón por la que la inquietud se presenta frecuentemente como una


emergencia de la insignificancia en el nivel de la manifestación discursiva.

El devenir y las premisas de la modalización

El reconocimiento de la tensión propia de la foria permite considerar una


primera representación del engendramiento de las modalidades, desti­
nadas a convertirse, en el nivel de la sintaxis narrativa, en las modaliza-
ciones del hacer y del estar-ser. La dificultad reside en que esas modali­
dades, tal como las concebimos -el querer, el deber, el poder y el saber-,
son dependientes de la categorización racional, mientras que desde otro
punto de vista, al considerar los efectos de sentido pasionales, parecen
obedecer a otros modos de organización, más “configuracionales” que
propiamente estructurales. Aquí se quisiera mostrar que, ya desde el
nivel de las precondiciones de la significación, la evolución de la preten-
sividad delinea, entre otras cosas, prefiguraciones tensivas de las cuatro
modalidades, y que éstas -que serían guardadas en memoria para decirlo
así por el universo modal una vez categorizado- repercuten en el fun­
cionamiento pasional de las modalidades.

® Protensividad y devenir

La escisión del protoactante indiferenciado no puede resistirse al retorno


a la fusión original más que a condición de que la tome a su cargo una
“orientación” que se encuentra ya presente en el protoespacio-tiempo en el
que se delinea el horizonte óntico. Tomando una cierta distancia, se puede
considerar que, del conjunto de tensiones que animan la foria, las que son
propicias a la escisión y las que buscan la fusión pueden o equilibrarse o
prevalecer unas sobre otras; en caso de equilibrio, continúa la oscilación;
si, por el contrario, las tensiones favorables a la fusión prevalecen, la ne­
cesidad recupera sus derechos y la significación no puede advenir. Por lo
que se ve, para que la significación pueda desprenderse de la tensividad
fórica, se requiere que predominen las tensiones favorables a la escisión:
sólo en ese caso puede delinearse la protensividad como una orientación.
Por otro lado, una orientación como tal es la condición necesaria para que
la foria pueda prefigurar la sintaxis, ya que únicamente este tipo de dese­
quilibrio parece propicio al surgimiento del “cuasi sujeto” y de las valen­
cias. Se podría llamar devenir al desequilibrio “positivo” que es favorable
a la escisión de la masa fórica.
Para tratar de entender cómo es posible reconocer en la foria un esbo­
zo de sintaxis, nos parece útil convocar ahora esta noción de devenir, poco
utilizada en semiótica, que presentaría la ventaja de hacer repercutir, en
32 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

el nivel epistemológico, las manifestaciones de lo continuo observadas en


la sintaxis discursiva. En su definición común, como “paso de un estado a
otro” o como “serie de cambios de estado”, el devenir no toma en cuenta la
distinción entre estar y hacer, y subsume estados y transformaciones. En
otras definiciones, más filosóficas o casi semióticas, en un nivel de análisis
en el que el cambio “humano” no se distingue todavía del cambio “natu­
ral”, el devenir es presentado como el principio de un cambio continuo,
una pura dirección evolutiva: algo llega a ser, algo deviene, podría decirse.
Con respecto a las dos magnitudes discontinuas que son el estar y el
hacer, el devenir sería, en cierto modo, una precondición y un sincretismo
susceptible de ser resuelto; entre el “cuasi sujeto” y las “sombras de va­
lor”, no es cuestión de una junción, ni de estados y transformaciones, sino
de una tensión fiduciaria, dinamizada por las oscilaciones de la atracción
y de la repulsión y desequilibrada en favor de la escisión. Si se entiende la
protensividad como el efecto modal arcaico de la escisión en el espacio de
la foria, el devenir sería la versión “positiva” propicia a la aparición de la
significación.
De hecho, poca distancia separa a esas nociones: “protensividad”,
“orientación” y “devenir” designan, aproximadamente y con enfoques di­
ferentes, la misma cosa; la protensividad es el primer efecto modal de la
escisión, la orientación es su propiedad figural, el devenir es el producto
de un desequilibrio de las tensiones que confirma la escisión. Además de
ser intuitivamente más manejable que el de “protensividad”, el término
“devenir” ofrece una doble ventaja. Por una parte, en tanto precondición
perteneciente al nivel epistemológico, invita a afinar el análisis de la pro­
tensividad; en efecto, obliga a pensarla simultáneamente como orien­
tación y evolución, es decir, como portadora de una historicidad. En ese
sentido, el devenir es compatible con las hipótesis referentes a la evolu­
ción antropológica y biológica. Por supuesto, lo anterior no significa que
constituye una “cabeza de puente” para una eventual invasión teórica
sino, de manera más prudente, que en ese nivel de la construcción teórica
-el de las precondiciones de la significación- es posible una discusión
respecto de tales hipótesis. Por otra parte, con respecto a la manifestación
discursiva, donde el término conserva alguna pertinencia, designa el
despliegue y desarrollo espacio-temporal; sin embargo, en ese nivel, en el
que una aspectualización concebida como la gestión del continuum discur­
sivo es suficiente para dar cuenta de tales efectos de superficie, parece re­
dundante el uso de ese término. En cambio, en el nivel de las precondicio­
nes, al seleccionar un principio de orientación unilateral y de evolución de
entre todas las tensiones fóricas, crea el efecto de “apuntar hacia un objeti­
vo" {pzsée] en virtud del cual resulta pensable una sintaxis, en particular
si se piensa que es posible descomponer el efecto de apuntar en un efecto
origen (el sujeto) y un efecto fin (el objeto).
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 33

® Las modulaciones del devenir

La resolución de ese sincretismo tomará sucesivamente dos vías: primero,


la de la modulación y, después, la de la discretización que engendrará las
modalizaciones. La primera constituiría una prefiguración de la aspectua-
lización discursiva. La segunda, al reelaborar los resultados de la modu­
lación, establecería, por una parte, el vínculo entre las variaciones de la
tensión en el espacio de la foria y, por la otra, la categorización modal
puesta en actividad en el nivel narrativo. El tratamiento aplicado al de­
venir obedece a los dos grandes procedimientos utilizados hasta hoy en día
en materia de tratamiento de lo continuo: una demarcación de las variacio­
nes tensivas, que revela las modulaciones, y una segmentación, que hace
aparecer las unidades discretas. Por el momento nos interesa más la de­
marcación, que obedece a una lógica de las aproximaciones y procede por
traslapos y rupturas de tensiones, dando así lugar a fases de aceleración o
de desaceleración, a orígenes y fines, a aperturas y cierres, a suspensiones
o demoras. Estas variaciones, propiedades intrínsecas del devenir, se en­
cuentran inscritas en su definición misma; en efecto, puesto que el devenir
no es más que un “desequilibrio favorable”, las tensiones en favor de la
escisión no prevalecen sino globalmente para un “observador” situado a
cierta distancia, mientras que, de cerca, para un “observador” próximo, los
retornos, los desequilibrios inversos arriesgan localmente la continuidad
de la evolución. De algún modo, es posible concebir las modulaciones del
devenir como cierta manera de manejar simultáneamente la heterogenei­
dad de las tensiones y la homogeneidad global de la orientación.
Por ejemplo, el prototipo del querer podría provenir de una “apertura”
que actualizara el efecto de “apuntar hacia un objetivo” y sería reconocible
en ese nivel tensivo merced a una aceleración del devenir; cada nueva
aparición del querer, cualquiera que fuera su posición, provocaría una
nueva apertura o una nueva aceleración. En cambio, el prototipo del
saber cerraría el devenir y actualizaría un efecto de “prensión”, inverso al
efecto de “apuntar hacia un objetivo”; detendría el curso del devenir para
medir su evolución. Como se verá más adelante, la extensión de esta mo­
dulación a la totalidad del espacio de la foria, mediante la estabilización de
las tensiones, abrirá la posibilidad de una racionalización cognoscitiva del
universo de sentido. En cuanto al prototipo del poder, éste se encuentra
encargado de “mantener el curso” del devenir, de acompañar a sus fluctua­
ciones para conservar el desequilibrio favorable a la escisión. Además, las
tres modulaciones -’abriente”, “clausurante” y “cursiva”- prefiguran lo
que, en el nivel del discurso, se convertirá en la triada aspectual “incoati-
vo/durativo/terminativo”; aunque es preciso notar que, en tanto forma dis­
cursiva del proceso, la triada aspectual tiene poco que ver con las tres
modalizaciones aquí evocadas: por supuesto, ambas triadas tienen el mis­
34 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

mo fundamento, pero se obtienen mediante dos procedimientos totalmente


diferentes. En efecto, si se aplica la categorización a partir de las tres mo­
dulaciones del devenir, se les hace seguir el recorrido generativo y se con­
vierten en modalizaciones en el universo semionarrativo; en cambio, si se
convoca a esas mismas modulaciones para discursivizar los procesos, en­
tonces reaparecen en el nivel de la manifestación como “aspectos”. Esta
presentación ofrece la ventaja de una economía de medios (un único con­
cepto y dos procedimientos muy generales), al tiempo que distingue entre
la conversión, reservada al recorrido generativo, y la convocación enuncia­
tiva, reservada a la discursivización, tanto de las variaciones de la tensivi-
dad fórica como de los productos del recorrido generativo propio del nivel
semionarrativo. Sin embargo, es preciso señalar que ella supone una re­
presentación de la economía general de la teoría en.tres “módulos” ligados
mediante operaciones: el de las precondiciones, el de lo semionarrativo y el
del discurso. Regresaremos a este tema más adelante.
En cuanto al prototipo del deber, éste se presentaría como una sus­
pensión del devenir, en el sentido de que lo transforma en otra necesidad;
en lugar de la fusión de lo “uno”, propone la coherencia del “todo”, ya que
una vez establecido el principio de la escisión, otro peligro amenaza: el de
la dispersión. En efecto, si nada se opone a las fuerzas dispersivas puestas
en marcha por el primer estremecimiento del sentido, después de la
insignificancia de lo “uno” se instalará otra insignificancia, la del caos, es
decir, la de la escisión indefinida, uno de cuyos efectos lo hemos encontra­
do en la agitación desordenada y estéril que caracteriza a la inquietud. El
prototipo del deber se opone a este peligro como una fuerza cohesiva que
busca constituir una totalidad de tensiones; en la práctica, esto equivale a
adoptar, con respecto al devenir, el punto de vista del observador distante
que, como se ha visto, homogeneiza los avatares de la foria y desdeña las
variaciones y las fases. En resumen, el prototipo del deber procedería
mediante la “puntualización” de la modulación, neutralizando con ello los
efectos “abrientes”, “clausurantes” y “cursivos”. Tal hipótesis permitiría
dar cuenta del funcionamiento muy peculiar de la modalización resultante.

® Modulaciones, modalizaciones y aspectualizaciones

La preeminencia del incoativo en Capitule de la douleur, que hemos


interpretado como la manifestación de una valencia, tomaría aquí todo
su sentido: señalaría el dominio de un prototipo del querer, la modu­
lación “abriente” y su efecto de “apuntar hacia un objetivo”, que en esa
recopilación aparece muy explícitamente como una resistencia a la ne-
. cesidad. De manera más general, al entrar en el texto por vía de sus va­
riaciones o de sus elecciones aspectuales, es posible reconocer formas
dominantes de la tensividad; en la medida en que esas elecciones defi-
la epistemología de las pasiones 35

nen un cierto modo de acceder a la significación para el sujeto episte­


mológico y al valor para los sujetos narrativos -como sucede con el incoa­
tivo en Eluard-, es posible considerar que manifiestan los que podrían
ser llamados “estilos semióticos”: la agitación del inquieto, la vacilación
del veleidoso, el estilo “agresivo” del voluntarista, son otras tantas ma­
nifestaciones aspectuales de la manera en que la significación y el valor
advienen en diferentes tipos de discursos o para cada uno de los sujetos
así caracterizados. Desde otro punto de vista, en ausencia de una mani­
festación directa o indirecta de las modalizaciones, el examen de la se­
lección de los aspectos dominantes permite plantear la existencia de tal
o cual modulación dominante en el nivel profundo, que habría sido con­
vocada prioritariamente por la puesta en discurso. Al suponer que esta
modulación es predominante, resulta posible sospechar y prever que la
organización modal, en caso de que exista en inmanencia, deberá ser
afectada u orientada en consecuencia. De esta manera, la vacilación,
que remitiría a una modulación a la vez abriente y suspensiva, permiti­
ría prever una definición compleja del querer (querer y no querer) e inci­
taría a buscar en la manifestación discursiva sus eventuales huellas
específicas. Igualmente, la agitación, como forma aspectual superficial,
revela una forma peculiar de modulación suspensiva: la que la pura
oscilación de las tensiones produce, el equilibrio imposible entre la fu­
sión y la escisión. Es posible interpretar este equilibrio inestable como
la coexistencia’de dos modulaciones cuyos efectos se anulan: por ejem­
plo, una modulación abriente y una modulación clausurante o, también,
una modulación cursiva y una modulación puntualizante; en esa circuns­
tancia, uno se vería incitado a plantear la hipótesis de la existencia, en
el nivel narrativo, de una confrontación modal, ya sea entre querer y
saber, ya sea entre poder y deber; en uno y otro caso, se delinearían los
contornos de la inquietud o de la angustia. Por otro lado, parece ser que
este procedimiento de descubrimiento es el mismo que utilizan, intuiti­
vamente o con otros instrumentos de investigación, los psiquiatras,
cuando infieren una disposición psíquica de tipo modal o pasional (cf. la
angustia o el componente ansioso de la depresión) a partir de la forma
aspectual o superficial de un comportamiento (cf. la agitación). Las tres
instancias: modulación, modalización y aspectualización, distribuidas
respectivamente en la tensividad fórica, el nivel semionarrativo y la ma­
nifestación discursiva propiamente dicha, constituyen en cierto modo el
triángulo teórico cuyo valor heurístico nos esforzamos por demostrar.
Regresando a la tensividad fórica, el número de modulaciones posi­
bles para el devenir es actualmente indefinido; probablemente lo es por
definición: por una parte, las escasas formas que hemos sugerido y par­
cialmente ilustrado no agotan los posibles casos de figura, y por la otra, ya
que permanecemos en un modo continuo, la lógica de las aproximaciones
36 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

y los traslapos que rige en ese nivel acepta tantos tipos mixtos o interme­
dios como se quieran imaginar. Está claro que, si hemos identificado prio­
ritariamente las modulaciones abriente, clausurante, cursiva y puntuali­
zante, es a causa de la categorización modal que los seleccionará, de
acuerdo con un principio que examinaremos pronto, para integrarlos en el
nivel semionarrativo.

Por un mundo cognoscible

® El discernimiento

El sujeto modalizado por la fiducia en el estrato fórico, cuyos rasgos prin­


cipales acabamos de delinear, y asociado a las “sombras de valor” merced
a la protensividad, aún no es capaz de conocer el valor, únicamente puede
sentir la valencia, en particular bajo el modo de la apreciación estética.
Para conocer, es preciso primero negar. Cierto es que las “proformas”
de objetos ya se le presentan, que las modulaciones del devenir introducen
ya una especie de “respiración” -¿un ritmo?, ¿un tempo?- en la protensivi­
dad, pero nada se encuentra categorizado todavía, nada presenta con­
tornos discretos. La negación es la primera operación por medio de la cual
el sujeto se funda a sí mismo como sujeto operador y funda al mundo
como cognoscible. En cierta manera, se trata de una especie de disjunción:
la primera era la disjunción con respecto a la necesidad óntica como efecto
del azar; la segunda es una disjunción con respecto a la modulación con­
tinua de las tensiones y a un mundo de valores no cognoscible. Esta
negación se analiza en dos tiempos.
El primer gesto es un acto puro, el acto por excelencia: un discerni­
miento. El sujeto operador discierne una posición que delimita la zona de
una categoría a partir de una sombra de valor; este discernimiento es él
mismo una negación, o más bien una aprehensión, una incautación, una
interrupción de las fluctuaciones de la tensión. En efecto, el mundo como
valor se ofrecería todo entero al sentir del sujeto tensivo; pero, para cono­
cerlo, es necesario detener el flujo continuo, es decir, generalizar la “clau­
sura” -se trata, pues, del origen de la primera negación-, delimitar una
zona, discernir un lugar, es decir, negar lo que no es ese lugar.4 Así, en
Proust, antes de escuchar la frase de Vinteuil, Swann es un individuo

4 Esta concepción del advenimiento de la significación, en cierta forma, es un eco de la


que ha sido desarrollada por R. Girard en Des chases cachees depuis la fondation du monde
(Grasset, 1978); a partir de la indiferenciación natural y de la propagación de la violencia
social, la cultura y la significación emergen merced a la elección de un chivo expiatorio. Ahí
también se trata de un discernimiento-negación que, según Girard, erige al primer signifi­
cante cultural.
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 37

común, sin ideal ni proyecto, que subsiste intelectual y afectivamente de


pequeñas cosas, que vaga en un mundo insignificante; la frase de Vinteuil
es la figura de ese sujeto operador liminar, ya que efectivamente ella va a
determinar un lugar, a delinear en su espíritu la zona en la cual, como
escribe Proust, el nombre de Odette se inscribirá:

De sorte que ces parties de l’áme de Swann oü la petite phrase avait effacé le souci
des intéréts matériels, les considérations humaines et valables pour tous, elle les
avait laissées vacantes et en blanc, et il était libre d’y inseriré le nom d’Odette.5

[De modo que aquellas partes del alma de Swann en las que la frasecita había bo­
rrado la preocupación por los intereses materiales, por las consideraciones
humanas y corrientes, ella las había dejado vacías, en blanco, y Swann podía
inscribir ahí el nombre de Odette.]

El secundo gesto, que sólo es la otra faz del primero, es una contradic­
ción, la negación en sentido categorial. El discernimiento-negación aplica­
do a una sombra de valor no puede instalar más que a no-Sp primer tér­
mino del cuadrado semiótico. En efecto, el sujeto tensivo, transformado en
sujeto operador mediante esta disjunción, no puede discretizar sino som­
bras de valor, de las que se encuentra separado merced a la escisión: no
tiene otra cosa que “discernir” más que la ausencia. Dicho en otros térmi­
nos, para hacer advenir la significación y estabilizar la tensividad, el suje­
to operador no tiene otra solución que categorizar la pérdida del objeto, y
ésta es la razón por la que la primera operación discreta es una negación;
no es sino bajo esta condición que, en virtud de la introducción de lo dis­
continuo en lo continuo, el sujeto podrá conocer el objeto detrás de las
sombras de valor. Sin la contradicción, el discernimiento no determinaría
más que una pura singularidad en el continuo tensivo y fracasaría en su
intento de hacer advenir la significación; es así como, después de haber
aparecido como “singular” e irreductiblemente individual, la frase de
Vinteuil se delinea como una red de contrastes, de negaciones internas
-para ser conocida y reconocida-, y terminará por ser el signo de una
ausencia, una ausencia de cuya existencia Swann no tenía idea anterior­
mente y a partir de la cual su vida volverá a tomar sentido.
De hecho, es fácil justificar el discernimiento, si se piensa en lo que
puede sucederles al sujeto tensivo y a sus valencias: una vez confirmada y
sostenida como devenir, la escisión actancial y la distribución de las ten­
siones se equilibran globalmente. Así, se llega a una fase de equilibrio en
la que la dinámica interna de la foria choca contra la estabilización del
devenir. En ese momento, se presenta una alternativa: o bien la fiducia

5 A la recherche da ternps perdu, t. I, Du cóté de chez Swann, París, Gallimard, Biblio-


théque de la Pléiade (Un amour de Swann, p. 237).
38 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

triunfa y, con ella, la tendencia a retornar a la fusión, o bien la protensivi­


dad del sujeto se convierte en acto y ese sujeto deviene sujeto operador;
una evolución como ésta se inscribe en la definición misma del devenir, ya
que la conservación de un desequilibrio “positivo” no puede llevar más que
a su acentuación y, en último término, a una estabilización. En última
instancia, la confirmación de la escisión de alguna manera adopta la
forma de un reconocimiento -que funda lo cognoscitivo- de la separación
entre el mundo y el sujeto.

® La categorización

En consecuencia, el cuadrado semiótico, o cualquier otro modelo que


ocupe su lugar en el recorrido generativo, instala una racionalidad signifi­
cante en el lugar en que se suponía la existencia, como “horizonte del ser”,
de una simple necesidad. Por el contrario, a manera de ejemplo, la emo­
ción estética parece difícilmente discretizable: o el mundo se encuentra
“marcado” estéticamente o no lo está; puede estar más o menos estetizado
bajo un modo continuo, pero entonces escapa al juego de las diferencias
semióticas categoriales. En cambio, la protensividad “blanda” de La chute
se ve acompañada por una suspensión universal de las diferencias: somos
todos iguales, todos culpables, no hay valor en sentido axiológico ni valor
en sentido estructural.
Esta manera de engendrar las estructuras elementales de la signifi­
cación permite entender al mismo tiempo su papel estabilizador. Median­
te el discernimiento-negación, el sujeto operador suscita una nueva mag­
nitud: la categoría, que es como una respuesta a la solicitud de unidad
que proviene de la necesidad originaria. Pero ahora esta unidad es una
red de relaciones estables en la que la composición de las contradicciones,
de las contrariedades y de las implicaciones, al tiempo que fragmenta la
categoría en varios términos, les proporciona una imagen totalizante y,
sin embargo, en devenir. Las estructuras elementales de la significación
logran reconciliar un principio de evolución por medio de una sintaxis
dialectizante y una forma categorial de la totalidad. De esta manera,
mediante la instalación de relaciones dialécticas y discontinuas entre la
categoría y sus términos, se ve resuelta la tensión entre lo “uno” y lo
“múltiple”.
Por otra parte, la discretización transforma el devenir en un sucesión
de disjunciones y de conjunciones discontinuas. El primer discernimiento,
seguido por las operaciones constitutivas de la estructura elemental,
transmuta las modulaciones en una sucesión de “antes” y “después”, en
una sucesión de fases y de umbrales de fases. Desde esta perspectiva, los
estados y las transformaciones serán definidos respectivamente en este
nivel como las zonas aisladas por el discernimiento en el desarrollo orien­
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 39

tado del devenir y como los caminos que llevan de un estado a otro. De
acuerdo con lo anterior, la sintaxis elemental no se añade ulteriormente a
las estructuras elementales de la significación, sino que proviene de la
resolución misma del sincretismo; en especial, es posible notar que, si la
estructura elemental proviene de un discernimiento de las “sombras de
valor”, es decir, de las valencias que se dibujan sobre el fondo de la fidu-
cia, la sintaxis elemental de los estados y de las transformaciones provie­
ne, ella, de un discernimiento de las fases de la protensividad. Este mismo
procedimiento, esta “aprehensión-interrupción” que hemos identificado
como el primer acto negador y fundador, es susceptible de engendrar si­
multáneamente, con una simple variación de su alcance, la categoría y su
sintaxis: una aprehensión de alcance local en el primer caso, una apre­
hensión del efecto'dinámico global en el segundo.

LA SINTAXIS NARRATIVA DE SUPERFICIE:


LOS INSTRUMENTOS DE UNA SEMIÓTICA DE LAS PASIONES

Una vez llegados a este nivel de la sintaxis narrativa propiamente dicha,


estamos en posibilidad de definir los instrumentos conceptuales que son
utilizables directamente en el análisis de las pasiones.

Las estructuras modales

Puesto que la discretización interviene en la modulación de las tensio­


nes en devenir después de que ésta ha operado, en consecuencia, es posi­
ble aplicarla a los resultados de esa modulación. Este procedimiento con­
vierte, en especial, las modulaciones obtenidas por la “demarcación”
(abriente, clausurante, cursiva y puntualizante) en categorías modales.6
Si se acepta que el discernimiento debe confirmar y estabilizar la
6 C. Zilberberg intenta conciliar la tensividad y la categorización al reunir en un mismo
cuadrado semiótico cuatro formas tensivas que se parecen en mucho a las modulaciones del
devenir:
CONTENSIVO EXTENSIVO
(= puntualizante) (= cursivo)

RETENSIVO DISTENSIVO
(= clausurante) (= abriente)

Seductora en muchos sentidos, esta opinión sin embargo no es compatible con nuestra
descripción del nivel profundo: si las formas tensivas son categorizables es porque están
estabilizadas y, en consecuencia, ya no son tensivas; quizá no sea más que una cuestión de
formulación.
40 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

escisión, resistir a la necesidad óntica y proceder por negación, entonces la


primera operación modalizante consiste en una negación del deber por el
querer. Acto seguido la categoría modal se despliega como un cuadrado
semiótico.

NO-S2: SABER NO-Sp QUERER


(cf. clausurante) (cf. abriente)

De este modo se obtienen dos ejes modales: el de las modalizaciones


exógenas, modalizaciones del sujeto heterónomo (deber vs poder) y el de
las modalizaciones endógenas, modalizaciones del sujeto autónomo (saber
vs querer). También aparecen dos esquemas modales: el de las modaliza­
ciones virtualizantes, modalizaciones del sujeto virtualizado (deber vs
querer) y el de las modalizaciones actualizantes, modalizaciones del sujeto
actualizado (saber vs poder). En consecuencia, las dos deixis aparecen
respectivamente como las modalizaciones “estabilizantes” (deber vs saber)
y las modalizaciones “movilizantes” (poder vs querer).
Sin embargo, no está de más recordar el sustrato tensivo de las organi­
zaciones modales y la modulación que se halla en su origen. En primer lu­
gar, la idea misma de hacer surgir las cuatro modalizaciones a partir de
una misma categoría modal no tiene sentido si esta categoría no ofrece un
contenido homogéneo -que en semántica estructural era llamado un “eje
semántico”. Ahora bien, este contenido no es otro que el resultado de un
discernimiento que opera sobre la masa túnica; en otras palabras, y sin en­
trar en el detalle de la construcción teórica de las precondiciones epistemo­
lógicas, se podría decir que la masa tímica sobre la que se erige el sistema
modal encarna el contenido de la categoría modal. En segundo lugar, para
establecer la sintaxis modal de las configuraciones pasionales, será posible
eventualmente apoyarse en la modulación tensiva y en la interpretación
homogénea del conjunto de modalizaciones que tal modulación autoriza.
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 41

El sujeto, el objeto y la junción

En las formulaciones anteriores, los diferentes términos y las diferentes


relaciones reveladas en el seno de la categoría modal se refieren esencial­
mente al sujeto y no al objeto o a la junción; esto no significa que la moda­
lización no ataña al objeto y a la junción. Más bien, es todo lo contrario, ya
que, en el momento en que la categoría se discretiza, los sujetos y los obje­
tos sintácticos de la junción aún no han sido constituidos. El único ver­
dadero sujeto del que disponemos hasta entonces es el sujeto operador (el
del discernimiento); pero el único “objeto” que le puede ser atribuido es
aquel que él se da por medio del discernimiento; es decir, un conjunto de
relaciones en el seno de una categoría -el cuadrado semiótico como objeto
cognoscitivo formal-. Por lo demás, nos hemos enfrentado únicamente a
“cuasisujetos” y a “sombras de valor”. Tradicionalmente, el sujeto y el ob­
jeto son considerados como indefinibles, como los términos finales de la
relación predicativa, concebida como “orientación” o “mira”. En este punto
podría recordarse que la “mira” ya ha sido definida aquí como un “efecto”
producto del carácter unilateral y tensivo de la orientación y que, a ese
respecto, el sujeto y el objeto pueden ser considerados, en el espacio de la
foria, como efectos de segundo grado (efecto origen y efecto fin). El sujeto
operador, constituido como tal mediante un discernimiento, evacúa las
modulaciones susceptibles de delinear las sombras de valor (las valencias)
y las remplaza por las estructuras elementales de la significación. A par­
tir de ese momento, al tratar los diferentes términos discretos (Sp NO-Sp
S9, NO-S2) como distintas formas de la junción (conjunción, no-conjunción,
disjunción, no-disjunción), ese sujeto es capaz de recorrer de manera dis­
continua, en el seno de la categoría discernida, las estructuras elementa­
les de la significación; esta descripción se conforma con el procedimiento
de discretización del devenir que hemos propuesto antes. Pero, en tal ca­
so, el objeto no será sino una forma sintáctica que se ofrece como diferen­
tes posiciones propuestas al sujeto en el seno de la categoría y, en conse­
cuencia, se definirá en ese nivel como un conjunto de propiedades sintácti­
cas que aparecerán como simples coerciones impuestas al recorrido del
sujeto. El carácter “participativo” de un objeto sintáctico sería, por ejem­
plo, una de estas propiedades, ya que determina un tipo de junción.
Habría, pues, que suponer que, después del primer discernimiento,
por el ímpetu de una dinámica anterior, el nuevo sujeto operador pro­
sigue un itinerario cuyo fin todavía no conoce: se puede admitir aquí que
la protensividad es recursiva y que, si bien el discernimiento detiene y
convierte las modulaciones, no por ello afecta a la orientación dinámica.
Los dos actantes sintácticos sujeto y objeto serían instalados a partir de
esta orientación dinámica recursiva: el primero como operador de las
fuerzas de transformación de una posición a otra, y el segundo como
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES
42
conjunto de propiedades (las reglas del juego, de alguna manera) pro­
pias de cada una de las posiciones sucesivamente adoptadas. A partir de
ese momento, la modalización, surgida de las modulaciones del devenir,
se aplica prioritariamente a esas “reglas del juego” o a esas “propieda­
des” características de cada lugar ocupado por el sujeto, y no al sujeto
mismo. En efecto, al liberarse de las fluctuaciones de la foria en virtud
del primer discernimiento, el sujeto operador ya no se ve animado más
que por la “orientación dinámica” que se mantiene en ese nivel; en cam­
bio, como se mostrará sin dificultad en el transcurso del análisis de la
avaricia y de los celos, las modulaciones subyacentes (por ejemplo, la
modulación “retensiva” en el caso del avaro) se vuelven a encontrar bajo
la forma de propiedades sintácticas que sobredeterminan tal o cual posi­
ción de la junción (una conjunción acumulativa con objetos indestruc­
tibles o una no-disjunción con objetos destinados a circular). En conse­
cuencia, las valencias se ven parcialmente convertidas en propiedades
de los objetos sintácticos.

De la valencia al valor

La pregunta que aún subsiste es la de la formación de los objetos de valor.


En efecto, “valor” se emplea en semiótica con dos acepciones diferentes:7 el
“valor” que subyace a un proyecto de vida y el “valor” en sentido estruc­
tural, tal como lo concibe Saussure. Conciliar esas dos acepciones permite
forjar el concepto de objeto de valor: un objeto que da un “sentido” (una
orientación axiológica) a un proyecto de vida y un objeto que encuentra su
significación en la diferencia, por oposición a otros objetos. De hecho, la
aparición del objeto de valor depende de lo que le suceda a las valencias.
La valencia es una “sombra” que suscita el “presentimiento” del valor; el
objeto sintáctico es una forma, un “contorno” de objeto comparable al que
proyecta frente a él el sujeto durante la percepción de la Gestalt y que es
codefinitorio del sujeto; el objeto de valor es un objeto sintáctico cargado se­
mánticamente; pero -y he ahí la clave- la carga semántica descansa en
una categorización surgida de la valencia misma. Está claro, por ejemplo,
que la frase de Vinteuil no propone, propiamente hablando, un objeto de
valor: primero designa una valencia, por discernimiento, y después, a par­

7 Cf. J. Petitot, “Les deux indicibles, ou la sémiotique face á l’imaginaire comme chair”,
en Parret y Ruprecht (comps.), Exigences et perspectives de la sémiotique, Amsterdam,
Béñjamins, 1985. Si nos atenemos, como Petitot, únicamente a la confrontación entre esas
dos acepciones de ‘Valor”, efectivamente existe una “aporta”; pero ello equivale a olvidar la
valencia, el “valor de los valores” que rige so capa simultáneamente el engendramiento del
valor en el seno de la categoría y el del valor en el objeto al cual apunta el sujeto.
la epistemología de LAS PASIONES 43

tir de esa valencia, un tipo de objeto sintáctico se delinea como ‘Válido para
el sujeto”, sin que se pueda saber todavía cuál es su vertimiento semántico.

Swann trouvait en lui, dans le souvenir de la phrase qu’il avait entendue,[...] la


présence d’une de ces réalités invisibles auxquelles il avait cessé de croire et
auxquelles, comme.si la musique avait eu sur la sécheresse morale dont il souf-
frait une sorte d’influence élective, il se sentait de nouveau le désir et presque la
forcé de consacrer sa vie.8

[Swann encontró en él, en el recuerdo de la frase escuchada, [...] la presencia de


una de esas realidades invisibles en las que había dejado de creer y, como si la
música hubiera tenido una especie de influencia electiva sobre su resequedad
moral, sentía de nuevo el deseo y casi las fuerzas de consagrar a ellas su vida.]

Una vez instaladas esas determinaciones, cualquier contenido semán­


tico puede ocupar el lugar así definido, con tal de que sea conforme a la
valencia; para Swann será el amor, y ese amor satisfará las condiciones
planteadas por la frase de Vinteuil. Si, semánticamente hablando, el suje­
to sintáctico puede ser definido por el valor al que apunta, es porque ese
valor obedece a los criterios impuestos por la valencia, que -como ya se
vio- también controla las propiedades sintácticas de las posiciones ocu­
padas por el sujeto. Respecto de esta cuestión, de algún modo sería posible
decir que el sujeto y el objeto se seleccionan recíprocamente: el sujeto,
porque impone protensivamente propiedades sintácticas selectivas al
objeto, y el objeto, porque semantiza al sujeto, siendo la valencia el crite­
rio regulador de este encuentro.
El vertimiento semántico reconocido como conforme a la valencia re­
cibe entonces recursivamente las “atracciones/repulsiones” propias de la
foria, las que, polarizadas esta vez, constituyen una axiología.

Las estructuras actanciales

En el momento en que el nivel narrativo toma a su cargo a los actantes


sujeto y objeto obtenidos en la etapa anterior, éstos se convierten en “pro-
toactantes” susceptibles de ser proyectados a su vez en el cuadrado
semiótico y de ser tratados como categorías. El principio de esta catego-
rización del protoactante es bien conocido y permite obtener cuatro posi­
ciones principales:

8 Op. cit., p. 211.


LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES
44

De este modo es posible engendrar los modelos actanciales que sirven


para escenificar las estructuras polémica-contractuales. Su aparición
responde, en cierta manera, a la primera “puesta en marcha del sentido”,
ya que la separación entre el “cuasisujeto” y la “sombra de valor”, que es
interpretada como la emergencia de la fiducia y la protensividad, podría
perfectamente ser atribuida a la intervención de una forma de adversidad
-aún no es posible hablar de antisujeto en ese nivel. En la medida en que
hemos detectado tendencias cohesivas y tendencias dispersivas que pue­
den ser consideradas favorables o desfavorables al advenimiento de la sig­
nificación, el principio mismo de una cohabitación indecisa de las estruc­
turas contractuales y de las estructuras polémicas estaría ya en marcha
en el seno de la foria. En el nivel de las estructuras semio-narrativas, el
principio polémico adoptará dos facetas diferentes: o bien los sujetos
apuntan al mismo objeto de valor y -en la medida en que comparten el
mismo sistema de valores- se encuentran en competencia; o bien, en sus
programas narrativos se encuentran incorporados sistemas de valor dife­
rentes y, por ello, en conflicto. Además, J. Petitot ha sugerido, apoyándose
en los diferentes estratos de la catástrofe de conflicto, que la contrariedad
entre dos términos de una categoría puede funcionar como relación po­
lémica entre sujeto y antisujeto o como diferencia entre dos objetos.
Es preciso distinguir dos problemas diferentes. El primero es el de la
aparición, en el recorrido generativo, de las relaciones polémico-contrac-
tuales en cuanto tales; el espacio fiduciario evocado anteriormente propor­
ciona un punto de partida adecuado a la comunicación contractual de los
objetos. Para explicar la aparición de las relaciones polémicas, sería con­
veniente una modulación del devenir que afectara a la fiducia, en especial
si se admite que la escisión de lo “uno” puede engendrar tanto la pareja
“sujeto/objeto” como una pareja de “intersujetos” en la que el juego de las
atracciones/repulsiones prefiguraría las estructuras polémico-contrac-
tuales. Esta hipótesis es interesante en más de un sentido. En primer
lugar, esclarece un fenómeno frecuentemente descrito pero rara vez expli­
cado que se refiere a la transformación de los objetos en sujetos: el objeto
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 45

se transforma en sujeto porque resiste, se sustrae, rechaza al sujeto de la


búsqueda, mediante una especie de proyección sobre el objeto de los “obs­
táculos” que el sujeto encuentra: el antisujeto de algún modo reside en la
figura-objeto, especialmente para un sujeto apasionado. Si la conversión
objeto-^sujeto se ve acompañada por un efecto polémico, se debe apa­
rentemente al retorno a la escisión tensiva y al estado de “intersujetos”
que este retorno supone. Acto seguido, esto permite dar cuenta de uno de
los aspectos del segundo problema que evocábamos poco antes.
El segundo problema es aquel del cual tratábamos aquí mismo, a
saber: la categorización de los protoactantes y, como consecuencia, la cate-
gorización de las estructuras polémico-contractuales. Por el momento,
esta última categorización se erige de la siguiente manera:

POLÉMICA

La cohabitación de las estructuras contractuales y de las estructuras


polémicas es constante y a veces determinante, entre otras partes, en el
universo pasional; en efecto, muchas pasiones aparecerán como la habili­
tación de una zona contractual en un universo polémico: por ejemplo, la
“emulación”, que se presenta como un paréntesis contractual y un fair
play'^ acompañado eventualmente por una recompensa, dentro de un
campo de rivalidades; otras pasiones, por el contrario, confirman la irrup­
ción de la polémica en un universo contractual: esto sucede con la cólera,
que suscita una frustración a partir de un horizonte contractual y pacífi­
co. Engarces como éstos, entre lo polémico y lo contractual, que de alguna
manera hacen la vida soportable, entre una paz sin peripecias y un des­
garramiento incontrolable, podrían ser descritos como el resultado de una
aspectualización producto de la discursivización, pero no es posible expli­
carlos sin volver a examinar algunas modulaciones de la tensividad fórica.
En efecto, si se acepta que las estructuras polémico-contractuales son
prefiguradas durante la escisión y la primera puesta en marcha del senti­
do, entonces es posible comprender que obedecen a la lógica de las aproxi­
maciones y de los traslapos. Fácilmente se puede mostrar que una pasión
como es el “conservadurismo” de las novelas del siglo XIX, en particular las
de Balzac y Stendhal -y no únicamente en las novelas-, al oponer resis-

9 En inglés en el original [T.].


46 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

tencia (una “desaceleración”) al flujo del devenir político e histórico, susci­


ta una zona conflictiva a partir de esta modulación retensiva de la que
nacerán todos los antagonismos políticos y sociales. Esta visión de las
cosas, que toma indirectamente de Brondal la idea del término complejo,
supondría, en el seno mismo de las estructuras polémico-contractuales,
una forma mixta que obedece a dominancias variables; en la medida en
que las variaciones de la dominancia se llevan a cabo obligatoriamente de
modo continuo, merced a un incremento de influencia de un término que
es correlativo a la disminución de la influencia de otro término, estas
variaciones confirman su anclaje en las modulaciones tensivas de la foria.
A la luz de estas observaciones, el sistema (categorial) de lo polémico-con-
tractual podría ser pensado de nuevo como una serie de desigualdades en
la que cada posición sería entendida como un nuevo equilibrio en las
variaciones de dominancia; en consecuencia, el recorrido en el cuadrado
sería concebido como una sucesión de inversiones de dominancia entre las
formas polémicas y las formas contractuales.
En lo que se refiere al protoactante objeto, éste refleja la catego-
rización de los sistemas de valor: después de la binarización de la foria,
las “sombras de valor” marcadas por la euforia y la disforia son proyec­
tadas en el cuadrado semiótico. En la relación entre el sujeto tensivo y las
valencias no tenía sentido distinguir “antiobjetos” y “no objetos”, en la me­
dida en que en ese nivel el objeto no era más que un contorno vago; pero,
después de la categorización, la multivalencia de los objetos se revela y
hace aparecer “buenos” y “malos” objetos; éstos reciben por ese hecho una
polarización independiente de la atracción y de la repulsión característi­
cas del sentir que el sujeto proyecta delante de sí merced a la protensivi­
dad. Sin esta objetivación de las valencias producto de la euforia y la dis­
foria, el sujeto sólo conocería, a lo largo de su recorrido narrativo, zonas
valorizadas por él y para él, zonas sentidas como atrayentes o repulsivas
pero incapaces de acceder al estatuto de una axiología autónoma. Muchas
historias pasionales se limitan a un recorrido de los avatares del objeto:
así, cuando el narrador de Á la recherche du ternps perdu se plantea
desposarla, Albertine se transforma en un “no objeto”, fuente de aburri­
miento y hastío que se piensa abandonar; después, a raíz de la revelación
de las relaciones entre Mlle. de Vinteuil y su amiga, se convierte en un
“antiobjeto” del que no es posible separarse más: un sufrimiento -leemos
en ese momento- bastó para acercarla al narrador, más bien, para
“fundirlo” con ella. En ese caso, la categorización túnica parece ser inde­
pendiente tanto de la junción como de la atracción/repulsión. Efectiva­
mente, aun cuando es explícitamente disfórico, este antiobjeto -la amiga
de las lesbianas- es atrayente y reanima la protensividad del sujeto: es la
paradoja del amor que renace. En otros términos, la independencia ad­
quirida de las axiologías permite varios niveles de modalización, con ries­
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 47

go de que el sujeto se encuentre frente a dilemas insolubles: en nuestro


ejemplo, la junción sigue obedeciendo a una modalización del objeto sin­
táctico a la que una “valencia” sirve de base (es decir, un “hay algo que
vale la pena de...”), mientras que la axiología modaliza el objeto de valor
como disfórico.
Todo sucede como si el recorrido generativo de la significación obe­
deciera a la vez a reglas acumulativas y mnésicas; en efecto, cuando
sobreviene el siguiente nivel, el procedimiento generativo no “olvida” las
propiedades del nivel anterior, así como tampoco las propiedades del nivel
recientemente alcanzado anulan las propiedades del nivel anterior. La
categorización del objeto de valor no impide que las lógicas de las aproxi­
maciones y de los traslapos preexistentes continúen haciendo sentir sus
efectos; de esta manera, muchos objetos de valor categorizados bajo cier­
tas condiciones guardan cierto grado de ambivalencia. Por ejemplo, en el
discurso de los médicos generales con respecto a la diabetes, el “azúcar”
puede perfectamente aparecer en un programa de nutrición como un obje­
to positivo, eufórico, y como un objeto negativo, verdadero veneno -origen
de la diabetes-, en un antiprograma de “desnutrición”. Ya que, para el
caso, en el nivel del discurso todo es cuestión de medida (para el objeto
positivo) y de exceso (para el negativo), el cambio de estatuto es gradual y
continuo; pero el exceso y la mesura no son propiedades intrínsecas del
objeto, puesto que el efecto positivo o negativo del objeto está de hecho en
función de la sensibilidad (fisiológica) de los sujetos. Estaríamos tentados
de acercar este funcionamiento al de algunos brebajes mágicos que lo
mismo pueden decuplicar las facultades del héroe que los absorbe que
destruir a aquellos que no son dignos o que no son los destinatarios pre­
destinados. El objeto, eufórico en cuanto tal, es sin embargo nefasto para
el sujeto: la ambivalencia no proviene aquí del término complejo, ya que
las dos modalizaciones no pertenecen al mismo nivel; una afecta al objeto
mismo y la otra a la junción con el sujeto. No es posible dar cuenta de esta
ambivalencia sin suponer que, por una parte, el discurso manifiesta a la
vez los resultados de la categorización y de la objetivación de los sistemas
de valor y, por otra parte, las valencias que definen el valor del “mundo
para el sujeto”.

Los sujetos modales

En el proceso de complejización progresiva en que ahora estamos involu­


crados, la recursividad de las operaciones es determinante: cada nueva
conversión (discernimiento, discretización, categorización, etc.) se aplica a
los resultados anteriores y de este modo multiplica las categorías o magni­
tudes subyacentes; por eso las modalizaciones afectan a los actantes, en
48 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

particular al sujeto, mediante las modalizaciones del objeto y de la junción.


Para empezar, se distinguirá un sujeto propio para cada tipo de enunciado
narrativo: un sujeto de estado y un sujeto de hacer, según si las junciones
son consideradas como resultado o como operación, como “fase” o como “ca­
mino”. Desde ahora se planteará como principio, a modo de hipótesis de
trabajo, que las pasiones atañen, en la organización de conjunto de la teo­
ría, al “estar-ser” del sujeto y no a su “hacer”, lo que por supuesto no sig­
nifica que las pasiones no tengan nada que ver con el hacer y con el sujeto
de hacer, aunque sólo sea porque también este último conlleva un “estar-
ser” que es su competencia. El sujeto afectado por la pasión será, pues,
siempre, en última instancia, un sujeto modalizado según el “estar-ser”, es
decir, un sujeto considerado como sujeto de estado aun si por otro lado es
responsable de un hacer: la cuestión ya había sido planteada y la habíamos
remitido a la distinción entre estados de cosas y estados de ánimo y había­
mos propuesto reconocer un procedimiento de homogeneización, que fun­
da la pasión y descansa en la mediación del cuerpo sintiente-percibiente.

• La pasión y el hacer

No por ello se olvidará que la pasión del sujeto puede ser resultado de un
hacer, ya sea del mismo sujeto -como en el “remordimiento”-, ya sea de
otro sujeto -como en el “furor”-, y que también puede desembocar en un
hacer, que los psiquiatras llaman “paso al acto”: es así como, por ejemplo,
el “entusiasmo” o la “desesperación” programan en la dimensión patémica
un sujeto de hacer potencial, sea para crear o para destruir. La pasión
misma, en tanto aparece como un discurso en segundo grado incluido en el
discurso, puede ser considerada por sí misma como un acto, en el sentido
en que se habla de un “acto de lenguaje”: el hacer del sujeto apasionado no
deja de recordar el del sujeto discursivo, al que dado el caso puede susti­
tuir; es entonces cuando el discurso pasional, encadenamiento de actos
patémicos, interfiere con el discurso que lo acoge -la vida en cuanto tal, de
alguna manera-, lo perturba e influye. Además, la pasión misma se revela
en el análisis como constituida sintácticamente por un encadenamiento de
haceres: manipulaciones, seducciones, torturas, búsquedas, escenifica­
ciones, etc. Desde este punto de vista y en este nivel de análisis, la sintaxis
pasional no se comporta en modo distinto a la sintaxis pragmática o
cognoscitiva; toma la forma de programas narrativos, en los que un opera­
dor patémico transforma estados patémicos. Las dificultades comienzan
cuando se examinan las interferencias entre las diferentes dimensiones.

0 El ser del hacer

Regresando a las modalizaciones propiamente dichas y a los sujetos de


LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 49

estado susceptibles de ser afectados por la pasión, se distinguirán dos


clases de ellas. Algunos sujetos son modalizados en función de los valores
modales vertidos en los objetos, de acuerdo con un procedimiento que ya
hemos evocado; otros más serán modalizados con vistas al hacer, a título
de competencia. Esta distinción ya ha sido identificada hace tiempo mer­
ced a la oposición terminológica entre competencia modal y existencia mo­
dal. Está claro, por ejemplo, que el sujeto de la “envidia” es un puro sujeto
de estado que no se transforma en sujeto modal más que por medio del
querer-estar-ser vehiculado por el mismo objeto de valor o incluso, even­
tualmente, por intermedio de un rival; para comprender la “envidia” no es
necesario apoyarse en una competencia stricto sensu. En cambio, la
descripción de la “emulación” no puede prescindir de alguna represen­
tación del hacer y de las modalidades necesarias para llevarlo a cabo: el
émulo no es un sujeto modal más que en razón del programa particular en
el que interviene y es puesta en duda su competencia. Sin embargo, en
virtud del procedimiento de homogeneización ya contemplado, siempre es
posible traducir las modalizaciones del segundo tipo en términos del
primero; en efecto, la “emulación” instala un querer-hacer-“igua\ o mejor
que el otro”; pero este querer-hacer proviene de un querer-ser-'aquél o
como aquel que hace”, es decir, proviene de una identificación con cierto
estado modal ajeno; en otros términos, la emulación no tiene como finali­
dad la reproducción de un programa del otro, sino la reproducción de la
“imagen” modal que proporciona el otro al cumplir con su programa,
cualquiera que éste sea: de este modo, un “estado de cosas”, la competen­
cia del otro, se ve convertido en un “estado de ánimo”, la imagen modal a
la que en sí misma apunta el sujeto de la emulación.
En el marco de la semiótica de las pasiones, nos vemos pues invitados
a considerar, al lado de la modalización del sujeto por intermedio del obje­
to o de la junción, la modalización del sujeto por intermedio del programa
de hacer en el que se involucra. La pasión atañe, pues, cualquiera que sea
el sujeto de primer rango involucrado, sea sujeto de estado o sujeto de
hacer, a un sujeto de segundo rango, el sujeto modal que de ella deriva.
Tanto en un caso como en otro, la carga modal evoluciona, ya sea en fun­
ción de los avatares sucesivos de la junción, ya sea en función del grado de
avance en el programa; de hecho, el sujeto modal aparece como una serie
de identidades modales diferentes; de este modo, el sujeto cambiará de
equipamiento modal y recorrerá una serie de identidades modales transi­
torias, de acuerdo a si el objeto es modalizado como “deseable”, “útil” o
“necesario”. Es posible representar esta serie de la siguiente manera:

S -> sT, s2 , s3 , ...Sn

donde “1, 2, 3, ... n” representan las sucesivas cargas modales. Estos suje­
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES
50
tos modales son necesarios para establecer las transformaciones modales
que nos veremos obligados a postular dentro de las configuraciones
pasionales.

• Modos de existencia y simulacros existenciales

Por otro lado, en semiótica narrativa se reconoce una serie repertoriada


de roles del sujeto que caracterizan a los diferentes modos de existencia
del actante narrativo en el transcurso de las transformaciones. En su
empleo más común, esta serie se limita a tres roles, fundados cada uno en
un tipo de junción:

sujeto virtualizado (no conjunto)

sujeto actualizado (disjunto)

sujeto realizado (conjunto)

Sin embargo, si se toman en cuenta los diferentes términos suscepti­


bles de ser construidos a partir de la categoría de la junción, se reconoce
la existencia de una cuarta posición que no aparece en el inventario de los
modos de existencia:

Como los modos de existencia del sujeto de la sintaxis superficial se


definen en función de su posición en el seno de la categoría de la junción,
es posible considerar que también la “no disjunción” define una posición y
un modo de existencia del sujeto no señalados hasta ahora. En la medida
en que es producto de la negación de un sujeto actualizado y en que el
sujeto realizado lo presupone, se propone denominar a ese rol “sujeto
potenciado”. Al respecto, se plantean dos preguntas.
La primera nos obliga a efectuar un retorno: se refiere al uso que es
posible hacer de este término así como de la noción que abarca en la eco­
nomía general de la teoría. En efecto, desde la perspectiva de una teoría
semiótica considerada como un recorrido de construcción de la existencia
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 51

semiótica, los modos de existencia caracterizan a las diferentes etapas de


esta construcción y señalan los hitos en el recorrido del sujeto epistemoló­
gico, desde el nivel profundo hasta la manifestación discursiva. Bajo esta
perspectiva epistemológica, el sujeto del discurso puede ser llamado “rea­
lizado”, aun si el sujeto narrativo todavía se encuentra “actualizado” y el
sujeto operador de las estructuras elementales de la significación se en­
cuentra “virtualizado”. Como consecuencia de las tentativas de instalar y
conceptuar un nivel anterior al de las estructuras elementales de la sig­
nificación, es tentador reservar el rol de “sujeto potencializado” al sujeto
tensivo que aparece en el espacio de la foria. Este “casi sujeto” es cierta­
mente del orden de lo potencial, susceptible de ser convertido en sujeto
virtualizado/actualizado mediante una doble negación-discernimiento y,
simultáneamente, de ser convocado directamente durante la discursivi-
zación para realizar al sujeto discursivo apasionado. Pero esta afectación
no deja de plantear problemas ya que, al situarse entre el sujeto actuali­
zado y el sujeto realizado en la sintaxis establecida a partir de la cate­
goría de la junción, el sujeto potencializado tomaría su lugar al inicio del
recorrido, antes que el sujeto virtualizado. Regresaremos a esta dificultad
más adelante.
La segunda pregunta se refiere a la relación con los sujetos modales
anteriormente definidos. Está claro que los modos de existencia del sujeto
de la sintaxis narrativa de superficie no se confunden con los roles
modales evocados anteriormente, ni tampoco coinciden necesariamente
con ellos en el plano sintáctico. Se sabe, por ejemplo, que, en el momento
de convertir la sintaxis en sintaxis narrativa antropomorfa y en el mo­
mento de adquirir las competencias, el querer y el deber determinan al
sujeto narrativo “virtualizado” mientras que el saber y el poder determi­
nan al sujeto “actualizado”; es preciso esperar la performance para verlo
“realizarse”. Por falta de análisis concretos, no se ve claramente qué lugar
es posible asignar en ese recorrido al sujeto potencializado. Provisional­
mente, se podría pensar que, antes de recibir el querer y el deber, el suje­
to de la búsqueda es instaurado en el momento en que descubre la exis­
tencia de un sistema de valores, y que esta instauración previa haría de él
un sujeto potencializado. Pero, sea cual sea la solución adoptada, perma­
necería el hecho de que, a lo largo de ese recorrido, solamente dos modos
de existencia corresponderían a las modalizaciones “clásicas”. Los otros
dos, el “sujeto potencializado” y el “sujeto realizado”, parecen escapar a la
serie canónica de las cuatro modalidades. En consecuencia, sería posible
señalar que la instauración, que restablece el vínculo con el “presen­
timiento del valor”, no es sin embargo extraña a la modalización, aunque
no fuera más que la de la fiducia, en cuyo caso nos encontramos frente al
creer. De igual manera, la performance no carece de efecto modal, ya que
el hacer puede ser captado en segundo grado como ser del hacer, intuitiva­
52 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

mente, ésta sería toda la diferencia entre un sujeto “actuante”, sujeto de


hacer captado en primer grado, y un sujeto “activo”, sujeto del ser del
hacer, captado en segundo grado; en otros términos, el sujeto llamado
“activo” es caracterizado en su estar-ser por la realización de la perfor­
mance misma, caracterización que no conlleva ninguna consideración en
cuanto a la “competencia modal” propiamente dicha.
Estas breves observaciones permiten pensar que los sujetos pasio­
nales no pueden ser definidos únicamente mediante las cuatro modaliza-
ciones generalmente reconocidas, en especial en el marco de la competen­
cia con vistas al hacer. Por ejemplo, se hablará de “hiperactividad” para
designar un estado modalizado que no debe nada específico al querer, al
saber, al poder, al deber o al creer, pero que no por ello deja de estar sen­
sibilizado y de ser convocado, por ejemplo, como criterio de identificación
de una cierta forma de ansiedad.
Independientemente de las cargas modales definidas en términos de
las categorías modales (querer, poder, etc.), el sujeto apasionado es de
hecho susceptible de ser “modalizado” por los modos de existencia, lo que
equivale a decir que la junción en cuanto tal es una primera modalización.
Captado independientemente de toda configuración pasional, el modo de
existencia no hace sino traducir cierta etapa del recorrido de las transfor­
maciones narrativas; pero, dentro de las configuraciones pasionales, se
vuelve modalizante para el sujeto. Examinemos brevemente, a manera de
ejemplo, la “humildad”: ¿será considerado el “humilde” no competente, po­
bre o tonto por el hecho de juzgarse de buena gana “insuficiente”?10 Sin
tomar partido en la discusión de ética religiosa, es posible señalar que la
humildad no reside en un modo de existencia característico de un estado
de cosas, sino en un modo de existencia característico de un estado de
ánimo; en otras palabras, para el humilde, sea pobre o rico, disjunto o con­
junto, lo que importa es la disjunción en la que se representa y hacia la
que tiende.
Para distinguir entre los dos tipos de funcionamiento, convendría in­
dudablemente designarlos de dos maneras distintas: reservando la expre­
sión “modos de existencia” para lo que ha servido en semiótica hasta el
presente, llamaremos “simulacros existenciales” a las proyecciones del
sujeto en un imaginario pasional.

® Sujetos modales y simulacros existenciales

La relativa independencia de los simulacros existenciales y de las cargas


modales específicas no debe hacer olvidar el hecho de que es por medio de
las cargas modales que tales simulacros pueden constituirse. Por ejemplo,

10 El entrecomillado es nuestro [T.].


la epistemología de las pasiones 53

fuera de toda configuración pasional, un sujeto actualizado es un sujeto


disjunto, y esta disjunción se comprueba no solamente desde su punto de
vista, sino en el discurso-enunciado entero; pero, por ejemplo, en la
“aprensión”, que conlleva un querer-no-estar, si el sujeto puede proyec­
tarse como “actualizado” y disjunto, no es en función de un estado de
cosas, sino por la mediación de la carga modal del “querer”-, del mismo
modo, si en la “avidez” el sujeto puede ser representado como “realizado” y
conjunto, cualquiera que sea su ubicación en el estado de cosas y, por lo
tanto, cualquiera que sea el modo de existencia efectivo que lo afecta, es
también por efecto de la carga modal. El examen de los simulacros exis-
tenciales modales nos conduce, pues, a otorgar un papel fundamental a
las cargas modales en la constitución de los imaginarios pasionales: al
insertarse entre el enunciado narrativo y su ejecución en el discurso, la
carga modal abre un espacio semiótico imaginario en el que puede desple­
garse el discurso pasional. Bajo tal perspectiva, lejos de nacer de una
eventual psique de los sujetos individuales, los “imaginarios pasionales”
son el resultado de las propiedades del nivel semionarrativo, reconocido
generalmente como la forma semiótica del imaginario humano, en un sen­
tido antropológico y no psicológico.
Por esta razón, uno de los procedimientos para el análisis de las
pasiones será la confrontación entre las dos series, la de las identidades
modales transitorias y la de los simulacros existenciales. De hecho, la
carga modal principal que caracteriza a un sujeto apasionado no propor­
ciona forzosa y directamente todos los simulacros existenciales que
requiere la interpretación de su recorrido; por ejemplo, un sujeto “aterra­
do” se caracteriza por un querer-no-estar, pero su recorrido imaginario
queda fundado en una conjunción (temida) con un anti-objeto, es decir, en
la imagen disfórica de un sujeto realizado; en el espacio imaginario abier­
to por la carga modal del querer, el estado virtualizado presupone un
estado realizado; por su parte, este último se encuentra sobredeterminado
por un creer prospectivo, una espera disfórica que lo modaliza, y así suce­
sivamente. Además, la superposición de las dos series tendría una virtud
heurística.

Los simulacros

El surgimiento de un “imaginario modal” obliga a interrogarse en torno al


estatuto de la dimensión pasional del discurso. En efecto, en el seno del
discurso de acogida la pasión hace presentes un conjunto de datos, tensi­
vos y figurativos a la vez, como lo hace por ejemplo la nostalgia en una
situación que fue o que hubiera podido ser, o los celos en una situación
estereotipada, objeto de una fuerte aprensión, en la que se reúnen el obje-
54 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIGNE:

to amado y el rival. En numerosos casos, es forzoso reconocer que la pa


sión es indiferente al modo de existencia efectivo que se asigna al sujete
en el estado de cosas, en el momento de referencia en el discurso. La nos
talgia y la añoranza de tiempos pasados que conlleva bien pueden invado
a un sujeto perfectamente feliz.

® Los simulacros modales

Es por ello que, en el marco de la semiótica de las pasiones, la instalación


de los sujetos modales debe ser acompañada por una teoría de los simu­
lacros modales. Esta teoría puede darse perfectamente como punto de
partida de una observación más general, que consistiría en tomar nota de
la muy grande inestabilidad de los roles actanciales en las configura­
ciones pasionales. Por ejemplo, en la pasión amorosa se ve al objeto ama­
do transformarse en sujeto, lo cual es más notorio en el caso en que ese
objeto no es un ser animado, como en el relato fantástico o, más trivial­
mente, en las conductas fetichistas. También la curiosidad tiende a trans­
formar su objeto en sujeto, incluso en antisujeto que se resiste, huye, se
esconde, etc. Tampoco faltan avaros que tratan a su “alcancía” como a un
sujeto, verdadero alter ego. En fin, en la pasión el objeto tendería a trans­
formarse en comparsa-sujeto del sujeto apasionado. De ahí la hipótesis de
que, para describir la pasión, la única estructura generalizable sería la de
la intersubjetividad o, más precisamente, una estructura en la que toda
relación objetal abarcase una intersubjetividad potencial, una especie de
interactancialidad de contornos vagos. Con respecto a la avaricia, la cual,
se presenta obstinadamente como una pasión de objeto, como el prototipo
de la pasión solitaria, se intentará mostrar que, en realidad, comprende
una (des)regulación intersubjetiva y que lo que podría pasar como pro­
piedades de los objetos no es más que un conjunto de reglas que funcionan
en el seno de una comunidad de sujetos.
La inestabilidad de los roles revela la disociación que existe entre dos
universos semióticos: el del discurso que acoge a la pasión y el de la pa­
sión misma; para el avaro, su alcancía es “objeto” con respecto al primero
de ellos, y en el segundo se convierte en sujeto. Al ser proyectado en una
representación de segundo grado, el mismo sujeto apasionado puede verse
desdoblado en sujeto “efectivo” -manifestado como tal en el discurso de
acogida- y en sujeto de estado “simulado” en la configuración pasional.
Esta partición del sujeto en dos instancias es particularmente clara, entre
otras pasiones, en la “obstinación”; en ella, un observador exterior com­
para a un sujeto de estado efectivamente disjunto, con un sujeto pasional
cuyo simulacro es el de un sujeto realizado, y llega a la conclusión de que
existe heterogeneidad entre las dos instancias; sin embargo ello no impide
que, para el obstinado, la conjunción siga siendo un proyecto vigente, aun
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 55

cuando ésta parezca poco probable en el discurso de acogida. De una ma­


nera u otra, la semiótica de las pasiones debe dar cuenta de ese des­
doblamiento imaginario. Está claro que el encajonamiento discursivo evo­
cado aquí, aun si está acompañado por operaciones de desembrague y de
embrague, es una facilidad de presentación, ya que no se trata de una de­
legación enunciativa como otras, sino de un desdoblamiento específico.11
La concepción de los sujetos modales como resultado, a la vez, de las
modalizaciones adquiridas a lo largo del recorrido generativo de la signifi­
cación y de las modulaciones de la tensividad ofrece un principio de solu­
ción. De hecho, resulta que los efectos de la masa tímica en cuanto tal, al
tiempo que sufren una conversión categorial, continúan coexistiendo en el
discurso con el producto de esa conversión, en particular con la modali­
zación propiamente dicha. Una de las consecuencias de este remanente
tensivo es que conserva en el sujeto -el cual primero ha sido transformado
en sujeto operador y luego en sujeto sintáctico, sujeto de búsqueda y suje­
to del discurso- la posibilidad de proyectar representaciones actanciales y
modales complejas -es decir, conserva, una vez más, la posibilidad de re­
presentarse como una estructura de lo mixto.
Esta posibilidad se manifiesta en el discurso por medio de una doble
convocatoria', por una parte, la convocatoria de las formas semionarrati-
vas de la subjetividad y, por otra parte, la de las formas tensivas de la
actancialidad. De ahí el efecto que la metapsicología llama “de internali-
zación”, el cual permite proyectar, a partir de un sujeto apasionado
aparentemente único y homogéneo, verdaderas “escenificaciones” pasio­
nales que comprenden varios roles actanciales y varios sujetos modales en
interacción. A pesar de encontrarse determinados por las modalizaciones
de los sujetos de hacer y de los sujetos de estado, los sujetos modales
autónomos, tal como han sido definidos aquí, son los instrumentos del
desdoblamiento pasional.

° Los simulacros pasionales

Una concepción como ésta no deja de tener consecuencias en la teoría de


la comunicación y de la interacción en su conjunto. Una vez reconocida la
existencia de los “simulacros”, es posible optar por dos extensiones de
ellos. En una versión restringida, la que hasta ahora hemos evocado aquí,11

11 Se podría apelar aquí a una teoría de los mundos posibles en la que, para el obstina­
do, la conjunción siguiera siendo concebible incluso si ya no lo es en el mundo actual; pero
esto no nos dice nada de un mundo posible específicamente pasional. Tal desdoblamiento
evoca también al self [en inglés en el original], esa relación consigo mismo que la metapsi­
cología considera determinante en los fenómenos pasionales; falta teorizar en términos
semióticos esta relación de sí consigo, ya que una importación conceptual no es fecunda sino,
precisamente, a condición de que deje de ser una importación.
56 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

se considera que el simulacro es una configuración que resulta única­


mente de la apertura de un espacio imaginario como consecuencia de las
cargas modales que afectan al sujeto: los simulacros existenciales y los
cambios “imaginarios” de roles actanciales -es decir, todo lo que afecta a
la representación sintáctica de los enunciados de junción- constituyen las
principales propiedades de estos simulacros en sentido restringido. Estos
simulacros aparecen en el discurso como producto de desembragues locali­
zados, con los que el sujeto apasionado inserta escenas de su “imaginario”
en la cadena discursiva; la confrontación de los enunciados desembraga­
dos y de los enunciados embragados puede dar pie a juicios de tipo veri-
dictorio y epistémico. Pero, en ese caso, nos limitaríamos a dar una inter­
pretación en términos de veridicción discursiva.
Con una versión más radical, que tendría el mérito de extraer todas
las consecuencias de las peculiaridades destacadas por el análisis de las
pasiones, podría ser puesto en tela de juicio el estatuto de los interlocu­
tores o de los interactantes en la comunicación en general. Este cuestio-
namiento se plantea ya en parte cuando, en psicolingüística o en socio-
lingüística, se afirma que cada locutor construye su discurso e incluso
adapta su origen en función tanto de las “imágenes” que su interlocutor
le devuelve como de las que tiene de sí mismo. Extraer todas las conse­
cuencias del análisis de las pasiones consiste en postular que toda comu­
nicación es comunicación (e interacción) entre simulacros modales y
pasionales: cada quien dirige su simulacro hacia el simulacro de otro,
simulacros que todos los interactantes y las culturas a las que pertene­
cen han contribuido a construir. Una posición como ésta no hace sino
concretar las sugerencias hechas desde el nivel epistemológico, a propósi­
to de la manera de concebir la intersubjetividad en el momento en que el
sujeto tensivo sé desdobla en un “otro” e interioriza, sobre el fondo de la
fiducia, el cuerpo otro como “intersujeto”.
Los simulacros de los actores en interacción son esencialmente dis­
posiciones de sujetos modales figurativizados y sensibilizados. Dos conse­
cuencias vienen a la mente: en primer lugar, lejos de ser un dispositivo
descriptivo ad hoc, el funcionamiento característico del universo pasional,
que consiste en proyecciones imaginarias de sujetos modales sensibiliza­
dos, no es sino un caso particular de la interacción en general; en segundo
lugar, toda comunicación sería virtualmente pasional, aunque no fuera si­
no porque basta con que uno de los simulacros modales utilizados durante
la interacción sea sensibilizado en la cultura de al menos uno de los inter­
locutores, para que la totalidad de la interacción se vea afectada. Esta
versión extensa de los simulacros, designados en consecuencia como “si­
mulacros pasionales”, integra la totalidad del equipamiento modal de los
sujetos; en la versión restringida, la carga modal (exterior al simulacro
mismo) es la que abre el espacio imaginario del sujeto apasionado; en la
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 57

versión extensa, es la comunicación entera la que descansa en la circu­


lación de los simulacros.

Los arfantes narrativos y las pasiones

No hemos evocado, sino incidental e indirectamente, las estructuras ac-


tanciales antropomorfas que, al lado del objeto de valor y del sujeto de
búsqueda, sitúan sobre el eje de la comunicación de los valores al Desti­
nador y al Destinatario. Estos dos roles nos serán de poca utilidad aquí:
en efecto, aun si el Destinatario se encuentra directamente concernido por
las pasiones, la mayoría de las veces basta con la instalación del o de los
sujeto(s) de estado para dar cuenta económicamente de las configura­
ciones pasionales. En cuanto al Destinador, su rol se ve considerable­
mente reducido por la pasión; no importa que el Destinador se encuentre
o no al principio del programa, basta la pasión del sujeto para desarrollar
dicho programa, a tal punto que éste parece autónomo con respecto a un
eventual Mandador o Manipulador. Lo anterior no quiere decir que el
Destinador no pueda instalar las pasiones en el sujeto, sólo significa que,
como el monstruo que escapa del doctor Frankenstein, el sujeto apasiona­
do escapa al control de su Destinador cuando una disposición pasional
sustituye al hacer hacer del Destinador.
Es fácil comprender un funcionamiento como éste una vez que se ad­
mite la diferencia entre espacio fórico y sistema de valores o entre valen­
cia y objeto de valor: para el sujeto apasionado el objeto se encuentra siem­
pre bajo el régimen de la valencia y la fiducia se confunde con los primeros
esbozos del objeto; dicho con otras palabras, todavía funciona grosso modo
como una proyección de la protensividad del sujeto. En cambio, desde una
perspectiva narrativa no pasional, la institución de un objeto de valor en el
seno de un sistema de valores proviene de una objetivación que de alguna
manera delinea el lugar de un Destinador. Cierto que es posible combinar
los dos funcionamientos, pero la tendencia del sujeto apasionado siempre
será la de expulsar la referencia al Destinador. Esta expulsión, que no
puede ser más que una suspensión provisional, es una de las condiciones
para que la sintaxis pasional pueda desarrollarse de manera autónoma.
Sin embargo, el análisis discursivo hace aparecer grandes clases de
pasiones fundadas en la tipología de actantes narrativos y en los diversos
roles que asumen al seguir las distintas etapas del esquema narrativo
canónico. Sería posible examinar, por ejemplo, las pasiones del sujeto de
búsqueda, ya sea en el momento del contrato, como sucede con el “entu­
siasmo”, o bien durante la performance, como con la “tenacidad”. También
habría pasiones de la sanción: desde la perspectiva de un Destinador,
como en la “estima” y el “desprecio” o incluso el “furor”, en su acepción
58 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

consagrada, o desde la perspectiva de un Destinatario, como en la “deses­


peración”. Sin embargo, una clasificación como ésta sigue siendo insatis­
factoria: en el mejor de los casos, permite situar tal o cual pasión dentro
de una problemática más general; pero el análisis de discursos concretos
muestra que cualquier actante se encuentra a disposición del conjunto de
configuraciones pasionales -es decir, por ejemplo, que también un sujeto
de búsqueda es susceptible de conocer el furor o el desprecio. Lo anterior
tiende a probar que el sujeto apasionado efectivamente remite a un “pro-
toactante” que habría “interiorizado” todos los roles actanciales y que, por
lo tanto, estaría en capacidad de adoptarlos bajo la influencia de la
pasión; esto, independientemente del rol actancial que efectivamente le
fuera atribuido en la dimensión pragmática o cognoscitiva.
Por otra parte, lo que tradicionalmente llamamos las “estructuras na­
rrativas” pertenece a dos niveles diferentes: en cuanto universales sintácti­
cos, los actantes narrativos, al’igual que sus modalizaciones, forman parte
del nivel semionarrativo, mientras que, por su parte, el esquema narrativo
canónico no es más que una estructura generalizable, sin duda específica
de ciertas áreas culturales particulares, pero que, por efecto de la praxis
enunciativa, es remitida a título de primitivo al nivel semionarrativo. En
lo que se refiere a las pasiones mismas, la cuestión narrativa también se
plantea en dos niveles: por una parte se buscará instalar, al lado de la di­
mensión pragmática y de la dimensión cognoscitiva, una dimensión tímica
autónoma, intentando con ello aislar un funcionamiento propiamente
pasional de los actantes y de las modalizaciones del nivel semionarrativo;
por otra parte, se plantea la cuestión de saber si es posible concebir y cons­
truir un esquema patémico canónico como una estructura generalizable.
En efecto, si en el nivel semionarrativo se logra mostrar la autonomía de
las pasiones sobre las que se despliegan las transformaciones pasionales,
es legítimo esperar que, durante el análisis de los textos, se delinee progre­
sivamente un esquema discursivo de una generalidad suficiente como para
que sea susceptible de tomar a su cargo las diferentes etapas de la pasión y
organizarías en un “relato”. Pero antes de contemplar tales generaliza­
ciones, que requieren numerosos análisis concretos, es posible comenzar
con la discursivización de las modalizaciones y de los dispositivos modales.

DISPOSITIVOS MODALES: DEL DISPOSITIVO A LA DISPOSICIÓN

El ordenamiento modal del estar-ser

La mayoría de las configuraciones pasionales se encuentran definidas en


los diccionarios de lengua como “disposición para”, “sentimiento que lleva
la epistemología de las pasiones 59

a”, “estado interior del que se inclina hacia” y, por su lado, la descripción
de la “disposición” o de la “inclinación” se hace en términos de comporta­
miento o de acción. Si la disposición o la inclinación desembocan en el “ha­
cer”, podemos suponer que comprenden cierto ordenamiento del “estar-
ser” con vistas al “hacer”. Pero plantear en estos términos la cuestión de
la eficacia de la pasión equivaldría a considerarla como una simple com­
petencia, cuyas modalizaciones producirían ipso facto un efecto de sentido
pasional.

® El excedente pasional

Si nos contentáramos con ello, el universo pasional sería coextensivo del


universo modal y no habría razón para distinguirlos y, a fortiori, para
intentar dilucidar los principios de la articulación entre ambos. Ahora
bien: incluso cuando la pasión es parcialmente traducible como una “com­
petencia para hacer”, ésta no agota y jamás explica por sí sola el efecto
pasional. Por ejemplo, la “impulsividad” puede ser traducida como una
cierta asociación entre querer-hacer y poder-hacer y será descrita como
una “manera de hacer”, pero una pasión como ésta presenta un “exce­
dente” modal que aparece en la superficie bajo la forma del “intensivo” y
del “incoativo”; lo que caracteriza al impulsivo es, más bien, una manera
de ser o estar al hacer, una manera de estar-ser (i.e. “intensivo + incoati­
vo”) que descansa en la asociación querer-hacer + poder hacer. En este
caso volvemos a encontrar el gran principio de homogeneización evocado
al inicio, en la medida en que aquí se trata como un estado a la competen­
cia para hacer. Sin embargo, este “excedente” modal cumple aquí un
papel que hace de él mucho más que un simple suplemento de sentido. En
efecto, si se considera únicamente una “conducta” impulsiva, el doble
rasgo “intensivo + incoativo” se presenta como una simple sobredetermi­
nación accidental de la competencia modal de base; pero si, por otra parte,
se caracteriza al sujeto como “impulsivo”, entonces se considera que esta
sobredeterminación rige y patentiza a la competencia modal y asegura su
actualización en cualquier circunstancia. De manera más precisa, todo
sucede como si, en ese caso, el excedente modal permitiera prever la
aparición concomitante del querer y del poder y garantizara de alguna
manera el paso al acto.
En la medida en que sea posible generalizar la advertencia anterior,
la configuración pasional comprenderá un principio rector, parcialmente
independiente de las modalizaciones propiamente dichas, en especial de
las modalizaciones del hacer. Este principio, al menos en el ejemplo elegi­
do, se manifestaría bajo la forma de una aspectualización y remitiría, en
el nivel de las modulaciones tensivas, a un “estilo semiótico” específico.
Por esta razón, parece necesario apelar en todos los casos a un orde­
60 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

namiento modal del estar-ser, autónomo y no deducidle directamente a


partir de la performance, y considerar este ordenamiento como el disposi­
tivo modal característico y defmitorio de cada pasión-efecto de sentido.

® Las paradojas de la “obstinación”

Otro ejemplo permitirá ilustrar y precisar esta posición. Definida en


lengua como una “disposición a proseguir en la ruta trazada de antemano,
sin dejarse vencer por los obstáculos”,12 la “obstinación” presenta la pecu­
liaridad de mantener al sujeto en estado de continuar haciendo, aun si el
éxito de la empresa se encuentra comprometido. La “disposición” de ma­
rras pone al sujeto en estado de “hacer a pesar de x”, incluso cuando x sea
una previsión en cuanto a la imposibilidad del hacer; para ello, el sujeto
deberá contar con las siguientes modalizaciones:
- un saber-no-estar (el sujeto sabe que se encuentra disjunto de su
objeto);
- un poder-no-estar o un no-poder-estar (el éxito de la empresa se
encuentra comprometido);
- un querer-estar (el sujeto insiste, sin embargo, en estar conjunto y
hará todo para eso).
Aunque el conjunto de la definición esté orientado por un proyecto de
hacer, el dispositivo modal característico de la pasión “obstinación” está
constituido por las modalizaciones del estar-ser; en efecto, para explicar la
prosecución indefectible del hacer, no basta con un simple querer-hacer,
ya que se pueden encontrar tantos casos como se quiera en los que, a
pesar de la presencia de un querer-hacer presupuesto por el hacer, el suje­
to abandona su programa y renuncia frente al obstáculo. Es, por lo tanto,
el “excedente modal” rector el que garantiza la prosecución de la perfor­
mance a pesar del obstáculo y el que caracteriza específicamente a la
obstinación; y es, también, la presencia de este excedente lo que obliga a
formular el dispositivo pasional en términos de “ordenamiento modal del
estar-ser”, y no en términos de “competencia con vistas al hacer”.
Esta pasión es particularmente interesante, ya que acumula las
paradojas: un querer-hacer que sobrevive al no-poder-hacer y que incluso
se refuerza; un hacer que no cesa mientras que todo se decide en un cierto
ordenamiento modal del estar-ser. En este punto, habría que suponer que
los dos segmentos sintácticos -uno que forma parte de la sintaxis modal
del hacer y el otro de la sintaxis modal pasional- son autónomos y a la vez
se articulan uno con respecto al otro. Esta articulación se manifiesta ahí

12 Ya que el análisis se refiere a la definición del término en lengua francesa, indicare­


mos aquí esa definición. Obstination: “disposition á poursuivre dans une voie tracée á l'a-
vance, sans se laisser décourager par les obstacles” [T.].
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 61

también como una forma aspectual -“continuar”, “resistir”- y asimismo


traduce un “estilo semiótico” merced al cual el devenir permanece abierto.
Además, está claro ahora que las modalizaciones del estar-ser propias de
la configuración pasional no son directamente modalizaciones de la com­
petencia para hacer sino que, más bien, constituyen una “representación”,
una “imagen virtual”, es decir, un simulacro; en eso que llamamos simu­
lacro pasional de la obstinación, el obstinado “quiere ser el que hace”, lo
que no equivale a “él quiere hacer”.
Inmediatamente surgen dos problemas, que es preciso evocar aquí
brevemente: por una parte, habría que preguntarse cómo es que un inven­
tario modal como el anterior se organiza en un “dispositivo”; por otra
parte, habría que tratar de delimitar el estatuto de la “disposición”, como
“potencialidad” de comportamientos o de programas.
Uno de los corolarios de estas dos cuestiones consiste también en pre­
guntarse si la descripción del dispositivo, de ese ordenamiento del estar-
ser que suponemos detrás de cada pasión, agota la de la disposición y
basta para caracterizar al sujeto apasionado, o si, eventualmente, esta
última añade algo esencial al funcionamiento pasional. La presencia in­
sistente de formas aspectuales y de “estilos semióticos” incita a mirar más
de cerca.
Superficialmente, las “disposiciones” se presentan como especies de
programaciones discursivas que, como se verá, pueden conmutar con
papeles temáticos, aunque, en la medida en que el fenómeno que intenta­
mos circunscribir -entre modalización del estar-ser y modalización del
hacer- parece no pertenecer todavía al nivel semionarrativo, tal seña­
lamiento no constituye una respuesta a la pregunta planteada.

Descripción del dispositivo modal

La modalización subyacente a las pasiones no se organiza como una


estructura modal. Por un lado, la competencia se constituye progresiva­
mente de manera que desemboca en el hacer; cada modalización que afec­
ta al hacer constituye un predicado modal (querer-hacer, por ejemplo), el
cual, por otra parte, puede ser tratado como una categoría modal y ser
proyectado en el cuadrado semiótico. De algún modo, la estructura modal
es una forma de describir las maneras de ser de una modalidad, que son
el resultado de proyectar esa modalidad en las estructuras elementales de
la significación, así como de distinguir entre estar-ser y hacer, de acuerdo
con un procedimiento que ya ha sido descrito. Es así como la “deseabili-
dad”, proyectada en el cuadrado, engendra las variedades del querer-
estar-ser.
Por otro lado, un dispositivo modal es, por definición, un conjunto he-
62 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

terótopo, sobre el cual es imposible, en el nivel de las modalizaciones pro­


piamente dichas, proyectar un modelo categorizante como el cuadrado
semiótico. El dispositivo no es una estructura, sino la intersección de va­
rias estructuras, algunos de cuyos términos se ordenan de acuerdo con un
principio que queda por descubrir. Lo mismo sucede con la competencia
del sujeto pragmático del hacer, ya que, si bien sabemos cómo describir
cada modalización por separado, no sabemos todavía cómo describir el
recorrido de un sujeto cuando pasa de una modalización a otra, es decir,
no sabemos la manera en que la competencia se constituye progresiva­
mente para desembocar en el hacer. La propuesta de J.C. Coquet, que
comprende series modales ordenadas por medio de la presuposición y la
determinación, constituye un primer paso para la solución de este proble­
ma; pero falta examinar cómo es que las modalidades se transforman
unas en otras dentro de esas series. Si sólo se toma en cuenta el caso del
sujeto heterónomo, que se encuentra bajo la dependencia de un Des­
tinador, la solución debe buscarse en el recorrido propio del Destinador,
quien, al acompañar al sujeto durante la adquisición de la competencia,
desempeña el rol de “adjudicador” y le transmite los objetos modales
requeridos. Pero, cuando se trata de un sujeto autónomo, aun si lo es pro­
visionalmente, el encadenamiento de las modalidades ya no puede ser
explicado por una intervención externa y no puede sino resultar de una
dinámica intrínseca.

0 Otra vez la obstinación

Para mostrar la dificultad, regresemos a la obstinación: el dispositivo


modal se obtiene con la intersección de las tres estructuras modales del
saber-estar-ser, del poder-estar-ser y del querer-estar-ser. Pero la reunión
de las categorías modales sólo se convierte en un dispositivo con la condi­
ción de que entren enjuego dos tipos de relación: primeramente, como tér­
minos que se encuentran inmersos en una estructura, una vez con­
frontadas, las modalizaciones se encontrarán en relación de contrariedad,
de contradicción, de presuposición o de conformidad. Así, en la obstina­
ción, el querer-estar-ser contradice al poder-no-estar-ser o contraría al no-
poder-estar-ser, mientras que el saber-no-estar-ser presupone al no-poder-
estar-ser o se conforma al poder-no-estar-ser. Luego, como conjunto de tér­
minos susceptible de ser linealizado, el dispositivo debe ordenarse de
acuerdo con un principio de presuposición. En el ejemplo, el saber-no-es­
tar-ser presupone al poder-no-estar-ser y, paradójicamente, el querer-
estar-ser presupone a los otros dos. En este caso, la paradoja es conse­
cuencia de la proyección de las relaciones de no conformidad sobre el eje
sintagmático (regido por la presuposición). El dispositivo así linealizado se
presenta entonces como una serie modal:
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 63

/poder-no-estar-ser, saber-no-estar-ser, querer-estar-ser/

La primera dificultad reside en la existencia de una “presuposición


paradójica”; en semiótica, esta expresión es un verdadero oxímoron. En su
acepción lógica más general, una presuposición es una relación que une
dos proposiciones, de modo tal que la negación o la falsación de la pre-
suponente no ponga en duda la proposición presupuesta. Esta definición
por vía negativa es remplazada en semiótica mediante la noción de ne­
cesidad, particularmente en el caso de las presuposiciones sintácticas: el
enunciado presupuesto es necesario para el enunciado presuponente; por
esta razón, es en cierto modo paradójico el hecho de que un enunciado sea
necesario para su propia negación, sea por contrariedad o por contradic­
ción. Entre la gran variedad de presuposiciones que U. Eco y P. Violi han
identificado,13 proponen algunas que son paradójicas en ese sentido: por
ejemplo, en “forgive”, el presupuesto, fundado en el deber-ser (“S2 should
be punished”), es negado por el presuponente (“Sj^ not punish S2”), el cual
conlleva cuando menos un no-querer-castigar o un no-querer-ser-el-que-
castiga. Para estos autores, la transformación simplemente se correla­
ciona con un cambio temporal ([t1 -> t0]). El principio mismo de la trans­
formación modal -es decir, el cambio en el contenido modal (deber -a
querer) y la negación (deber -a no querer)- no está en contradicción con el
hecho de que el presupuesto no es puesto en duda -efectivamente, el
hecho de que S1 no quiera ser el que castiga, no pone en duda el hecho de
que S2 deba ser castigado-, pero si se consideran las cosas desde la pers­
pectiva de la necesidad, tal necesidad es por lo menos sorprendente: ¿có­
mo puede ser que el hecho de que Sj deba ser castigado sea una necesidad
para el hecho de que S2 no quiera castigarlo? ¡Sin duda porque si Sx no
debiera serlo, S2 no tendría necesidad de no querer que lo sea! La “presu­
posición paradójica” pone, pues, en relieve las sobredeterminaciones entre
modalidades: el querer-perdonar presupone el deber-castigar en la medi­
da en que es un querer que resiste, un querer por medio del cual el sujeto
individual afirma su autonomía frente a la regla colectiva.
En el ejemplo propuesto, la obstinación -y sin duda con mayor razón
en su versión moralizada, el “empecinamiento”-, el efecto de sentido
pasional es indudablemente producido por la confrontación entre un saber
que se refiere a una imposibilidad y un querer indefectible: el obstinado
quiere a pesar de que sabe, a menos que no quiera porque sabe. No es
posible resolver la dificultad alegando la existencia de un observador
externo que reconocería la inutilidad provisional de los esfuerzos del
obstinado; ese observador se encuentra ciertamente presente en el juicio
de valor que conlleva precisamente la denominación francesa “obstina-

13 “Instructional semantics for presuppositions”, Semiótica, 64,1987, 1/2.


64 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

¿ion”; pero el sujeto apasionado también debe saber, él mismo, que su


objeto se le escapa, de otra manera ya no sería obstinado sino “incons­
ciente” o “inconsecuente”.

® Las contradicciones internas del sujeto

Existiría otra solución que consistiría en detenerse en la sola con­


frontación modal y en considerarla como una explicación suficiente. Pero
la comparación con otra configuración pasional, la de la “desesperación”,
bastará para mostrar que el fenómeno quedaría de hecho inexplicado. En
efecto, si se compara la obstinación y la desesperación, las diferencias
modales son mínimas. El desesperado se encuentra modalizado por el
deber-estar-ser y el querer-estar-ser y, además, no-puede-estar-ser y sabe-
no-estar-ser ,14 En los dos casos, la modalidad rectora es el querer-estar-
ser, que puede desembocar, por un lado, tanto en una revolución o en una
depresión, como, por el otro, en un empecinado hacer. La única diferencia
notable reside en la organización sintáctica del dispositivo. Concedamos
que las confrontaciones entre modalizaciones puedan hacer aparecer
incompatibilidades en los dispositivos: éstas traducen las contradicciones
internas del sujeto. Ahora bien, esas contradicciones internas pueden ser
de dos clases: o bien la modalidad rectora es afectada por otras, o bien no
lo es. En el primer caso, el dispositivo modal será “paradójico”', a causa de
la presencia en el dispositivo de la imposibilidad, el querer del obstinado
se convierte en un querer “resistente”. En el segundo caso, el dispositivo
modal será simplemente “conflictivo”', el querer del desesperado no cam­
bia en nada con la conciencia de la imposibilidad. En el caso de la deses­
peración, la cohesión modal del sujeto se ve amenazada hasta llegar a la
fractura; en el caso de la obstinación, la cohesión modal del sujeto se ve
confirmada.
La desesperación conlleva un dispositivo modal de tipo conflictivo: el
querer-estar-ser, por una parte, y el saber-no-estar-ser y el no-poder-estar-
ser, por la otra, coexisten sin modificarse recíprocamente, se contradicen y
se contrarían hasta provocar la fractura interna del sujeto. Por ello, en
este caso, el querer-estar-ser no presupone las otras modalizaciones: la
desesperación está constituida verdaderamente por dos universos mo­
dales incompatibles; el saber sobre el fracaso y el fracaso mismo no son
necesarios para la aparición del querer, ni tampoco a la inversa. En cierto
modo, el desesperado dispone de dos identidades modales independientes:
por un lado, la del fracaso y la frustración y, por el otro, la de la confianza
y la espera: la fractura es un efecto de su independencia y de su incompa­
tibilidad. En consecuencia, aquí sólo es necesario el procedimiento de la
14 Sabe-no-estar-serlo sería quizá la expresión más adecuada y evitaría la ambigüedad
del saber-estar-ser [T.].
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 65

confrontación modal para dar cuenta del efecto de sentido pasional ligado
a este tipo de dispositivo modal.
Por el contrario, ciertamente el querer-estar-ser del obstinado presu­
pone sintácticamente su saber: no sólo es a la vez empecinado y lúcido, si­
no que es empecinado porque es lúcido. Es por eso que nos encontramos
frente a un dispositivo modal paradójico, en el que la confrontación modal
que se produce entre dos modalizaciones de una misma serie no es sufi­
ciente para explicar el efecto de sentido pasional. De hecho, en lugar de
llegar a la fractura del dispositivo, la contradicción o la contrariedad entre
las modalizaciones destacan la fuerza de cohesión que, más allá de los
diversos roles modales que desempeña el sujeto, le hace conservar una
misma orientación y perseverar en su estar-ser.
Tanto en un caso como en el otro, los sujetos modales se encuentran
en conflicto; pero, para la desesperación, el conflicto es irresoluble y no
puede conducir más que a la aniquilación del estar-ser o, al menos, a una
interrupción en el estar-ser del sujeto; mientras que, para la obstinación,
el conflicto se resuelve, con la victoria del sujeto volitivo, lo que supone
una modificación y una adaptación recíproca de las modalidades en pre­
sencia. En resumen, a pesar del conflicto, todo sucede como si, para el
obstinado, el conocimiento del obstáculo suscitara el querer, como si las
dos modalizaciones presupuestas produjeran o alimentaran la modali­
zación presuponente. No está de más señalar que el efecto de sentido “re­
sistencia” presente en la obstinación es de naturaleza aspectual y remite
a un “estilo semiótico” favorable al despliegue del devenir, lo cual no su­
cede en la desesperación. Esto tendería a probar que los efectos de sentido
pasionales no pueden encontrar una explicación suficiente únicamente en
el seno del nivel semionarrativo. Los dispositivos modales pertenecen por
derecho al nivel semionarrativo, son “realizables” del esquema semiótico,
pero las pasiones que de ahí se alimentan se constituyen de hecho en el
seno del nivel discursivo.

Del dispositivo a la disposición

En este punto nos encontramos en el centro de la dificultad, ya que se


trata de saber bajo qué condición (o condiciones) los dispositivos modales
pueden producir efectos de sentido pasionales. Al abordar la “disposición”
pasional, dejamos el dominio estrictamente semionarrativo y nos pre­
paramos para entrar en el dominio discursivo. En ese nivel es posible con­
vocar tanto los resultados de la modulación tensiva como los del recorrido
generativo categorizante, es decir, tanto las magnitudes del orden de lo
continuo, surgidas de las precondiciones de la significación, como las mag­
nitudes del orden de lo discontinuo, surgidas del nivel semionarrativo
66 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

propiamente dicho. Es así como, en el nivel de las estructuras discursivas,


gracias a las variaciones aspectuales propiamente dichas, los procesos se
presentan modulados de un modo continuo y simultáneamente, merced a
la concatenación de las etapas, de las pruebas y de las secuencias, seg­
mentados en un modo discontinuo. La representación en tres módulos de
la economía general de la teoría ha aparecido en varias ocasiones en nues­
tra exposición y podría dar pie a una representación como ésta:

nivel de las precondiciones


(tensividad fórica)
- sujeto tensivo y protensividad
- valencias y fiducia

nivel del discurso


(instancia de la enunciación,
discretización convocación
operaciones de la puesta en
discurso)

V
nivel semionarrativo
(categorización)
- estructuras elementales

conversión
- estructuras narrativas

En lo que se refiere a nuestro tema inmediato, a las relaciones en­


tre los dispositivos y las disposiciones, se obtendría la representación
siguiente:

Sería posible preguntarse por qué la representación adoptada es trian­


gular y no lineal; la razón es sencilla, una representación lineal supone
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 67

una homogeneidad mínima de las operaciones que asegure el paso de un


nivel a otro. Ahora bien, pareciera cada vez más que si las conversiones
propiamente dichas se definen como incremento y coagulación del sentido,
éstas operan como tales sólo en el conjunto de niveles en los que reinan
exclusivamente la categorización y la discretización; es decir, en el seno de
lo que se ha convenido en llamar lo “semionarrativo”. En cambio, el paso
al nivel discursivo, debido esencialmente al vaivén que le es característico
-punto sobre el que volveremos-, ya no puede ser tratado como conver­
sión, sino únicamente como convocación; el ideal (teórico) sería proceder
de manera que el discurso no inventara nada nuevo, que no hiciera más
que “convocar”, mediante las operaciones específicas de la puesta en dis­
curso, lo que las otras dos instancias hubieran engendrado; sin embargo,
queda el hecho de que todavía “inventaría”, aunque no fuera más que los
“primitivos” que envía a la “lengua” bajo la forma de estereotipos producto
del uso. De igual manera, no es posible tratar como “incremento y coagu­
lación” del sentido la evolución de las tensiones en el nivel de las precon­
diciones, ni tampoco el paso de las precondiciones a las estructuras ele­
mentales de la significación, puesto que la evolución de las tensiones no
compete aún a la significación y puesto que el primer gesto de la categori­
zación y de la discretización es una operación epistemológica que, aunque
sea una conversión, es, empero, diferente de todas las subsiguientes.

° La disposición como “estilo semiótico”

Desde esta perspectiva, los dispositivos modales, que pertenecen al nivel


semionarrativo, se encuentran con las modulaciones contenidas en el
devenir a las que hemos ubicado en el nivel de las precondiciones. En tal
caso, los dispositivos modales se convertirían en disposiciones merced a su
aspectualización. En efecto, la dinámica interna que caracteriza a las dis­
posiciones pasionales también parece dar pie a una serie de traslapos y
aproximaciones y opera por deslizamientos progresivos y por síncopes, sin
dejar, al mismo tiempo, de obedecer a un principio de organización tensi­
va que, de alguna manera, vuelve homogénea una forma superficial del
“devenir” del sujeto. Se ha comprobado, por ejemplo, que si el conocimien­
to del fracaso o del obstáculo puede suscitar o reafirmar el querer del obs­
tinado, esto no es posible más que en virtud de un estilo semiótico “resis­
tente” y “durativo” (un “continuar a pesar de X”) que, por una suerte de
traslapo entre modalidades, tiene como efecto modificar el querer en fun­
ción del no poder. Dicho en otras palabras, si las transformaciones entre
modalizaciones incompatibles no aparecen como verdaderas fracturas in­
ternas, sino como simples transiciones paradójicas, es porque se encuen­
tran condicionadas y controladas por una protomodalización, tensiva y
homogeneizante, que ya hemos identificado intuitivamente como un
68 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

“excedente modal rector” y que no es más que el efecto de la convocación


en el discurso de las modulaciones del devenir.

® La disposición como programación discursiva

A final de cuentas, esta propiedad de las disposiciones pasionales explica


muchas cosas. Para empezar, la existencia de un principio rector que
emana de la protensividad permite definir las disposiciones como “progra­
maciones discursivas” y explicar cómo es posible que aparezcan, en el
nivel del discurso, como potencialidades de hacer o como series de estados
ordenados (lo que comúnmente llamamos “actitudes”). A ese respecto, el
sujeto apasionado funciona como ciertas memorias de respaldo en infor­
mática: por una parte, los archivos son guardados de manera compacta,
ilegibles e inutilizables en ese estado; por la otra, existe un comando que
los restaura y los vuelve accesibles para el usuario. El dispositivo modal
sería similar a esta versión “comprimida” y no accesible, el principio pro­
tensivo y rector sería el comando de restauración, y la disposición sería el
resultado legible y accesible y, en consecuencia, operativo del conjunto del
procedimiento.

o La disposición como aspectualización

Por otro lado, la sintaxis aspectual que preside la instalación de las dis­
posiciones se traduce más superficialmente como una aspectualización
temporal, que es uno de los rasgos más evidentes y más reconocibles del
universo pasional, especialmente en las definiciones de los diferentes sen­
timientos o pasiones que proponen los diccionarios de lengua. El “rencor”
[ranearte] es un “resentimiento durable”, la “paciencia” [patience] es una
“capacidad de soportar”, la “esperanza” [espoir], el hecho “de esperar algo
con confianza”; de un colérico [coléreux] se dice que está “presto a entrar
en cólera”. Nos parece que todo el problema consiste en saber si las for­
mas aspectuales se limitan a sobredeterminar a posteriori las estructuras
modales o si son uno de sus componentes intrínsecos. Entre los casos evo­
cados aquí mismo, existen algunos de los que se puede afirmar sin vaci­
lación que la aspectualización es una sobredeterminación: por ejemplo, la
cólera del “colérico” es una variante incoativa e intensa de la cólera en ge­
neral. En cambio, otros casos parecen contener una aspectualidad intrín­
seca: la esperanza, que consiste en esperar confiadamente, se funda en un
deber-estar-ser y un creer-estar-ser, cuya interpretación es cuasi temporal.
En la versión aspectualizada aquí propuesta, el deber-estar-ser podría
estar basado en la modulación del devenir que, como ya se ha visto, opera
por medio de una suspensión puntualizante; el deber-estar-ser funda la es­
pera en la medida en que asegura la identidad de todos los instantes con
la EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 69

respecto al devenir: en ese caso, la duración se limita a ser un plazo, los


diferentes instantes que la componen ya no conllevan ninguna potenciali­
dad de cambio, puesto que esas “micropotencialidades” han sido neutrali­
zadas por la modulación.
Este rápido examen muestra, en el dispositivo modal transformado en
disposición, una aspectualidad específica del efecto pasional que eventual­
mente será temporalizada durante la puesta en discurso y que puede ser
captada desde dos puntos de vista complementarios. En primer lugar, con
respecto al recorrido generativo en su conjunto y con respecto a las condi­
ciones y a las precondiciones de la significación, la aspectualidad proyec­
tada sobre el dispositivo modal es, como ya se sugirió, el resultado de con­
vocar las modulaciones del devenir; la aspectualidad como “forma” no
puede manifestarse sino después de haber informado, ya sea el tiempo, el
espacio o el actor; en suma, se trata de la forma primera del discurso, de
su ritmo, de su dinámica, y, como tal, encarna en el discurso las tensiones
que se delinean en el horizonte óntico. Al haber construido y definido el
devenir en el espacio teórico del sentir mínimo, su encarnación discursiva
es totalmente apropiada para la transformación de las series modales en
disposiciones pasionales, en la medida en que esta encarnación implica al
mismo tiempo una suspensión de la pura racionalidad narrativa y cog­
noscitiva. Desde el punto de vista del sujeto discursivo y en el marco de
las operaciones de puesta en discurso, el resurgimiento del sentir mínimo
se presenta como un reembragite15 con el sujeto tensivo.
En segundo lugar, con respecto al dispositivo modal mismo, la aspec-
tualización transforma una secuencia discontinua en un proceso homogé­
neo, en “programación discursiva”. Sin embargo, de la misma manera en
que un proceso narrativo clásico no remite únicamente a una serie de esta­
dos narrativos, sino también a las transformaciones entre los estados, al
proceso pasional no le es posible basarse solamente en las series modales,
pues por lo común éstas son empleadas únicamente como series de estados
modales. Nos vemos, pues, obligados a suponer que, antes de su convoca­
ción como disposición en el discurso, los dispositivos modales se organizan
en una sintaxis completa que comprende estados modales y transforma­
ciones modales, la cual llamaremos sintaxis intermodal para distinguirla
de la sintaxis que hace cambiar de “posición” a tal o cual modalización den­
tro de un sistema modal isótopo.
A continuación es posible contemplar, como hipótesis de trabajo y pa­
ralelamente a la serie de conversiones que conducen de la sintaxis funda­
mental a la figuratividad narrativa, una serie de etapas que, en el recorri­

15 En semiótica, las operaciones de desembrague y embrague son procedimientos por


medio de los cuales el enunciado corta o restablece sus relaciones con la instancia de enun­
ciación o con sus representantes en el discurso [T.J.
70 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONE!

do del sujeto epistemológico, serían particularmente requeridas por la teo


ría de las pasiones: en el nivel de la tensividad fórica, el sentir y el deve
nir; en el nivel semionarrativo, los dispositivos modales y la sintaxis in
termodal que las torna dinámicas; en el nivel discursivo, las disposiciones
y la aspectualización que, las más de las veces, las rige de manera tempo
ral, aunque no exclusivamente; en cuanto a la enunciación, ésta opera poi
reembrague con el sujeto tensivo y, de esta manera, delimita en el discur
so los simulacros pasionales.

La sintaxis intermodal

Aparentemente, la sintaxis intermodal supone un postulado del que


todavía se miden mal las consecuencias y según el cual existiría una sin­
taxis que no descansaría en la sintaxis elemental derivada del modelo
constitucional. Queda todavía una cuestión por resolver y que ya no puede
ser eludida: ¿cómo afirmar teóricamente la transformación de una modali­
dad en otra que puede ser contraria o contradictoria con respecto a la pri­
mera y que además es heterótopa por necesidad? Se han descrito con am­
plitud las condiciones de la respuesta, pero la respuesta misma está aún
por formular.
Por ejemplo, para que un saber se transforme en querer sería nece­
sario suponer, por una parte, dentro de una semiótica que no conociera
más que lo discontinuo y lo categórico, una categoría común que se llama­
ra /M/ y, por otra parte, rasgos distintivos que fueran objeto de la trans-,
formación y que se llamaran /ma/ y /mb/; la categoría /M/ garantizaría la
homogeneidad de la transformación /ma -> mb/, lo que equivaldría a intro­
ducir una coerción isotópica ahí donde, como consecuencia de la dis-
cretización, habitualmente se postula la heterotopía modal. La existencia
de categorías comunes a las modalidades no resolvería nada, ya que a fin
de cuentas equivaldría a hacer recaer la dificultad en los “rasgos modales
distintivos”. De hecho, nosotros ya disponemos de una “base modal” locali­
zada, delimitada y descrita en numerosas ocasiones y que, por efecto de la
recursividad, torna perennes las modulaciones del devenir en el recorrido
generativo: se trata de la tensividad fórica. A.partir de esa base modal, se
comprueba, por ejemplo, que el saber no puede transformarse en poder si
la modulación “clausurante” que subtiende al primero no es neutralizada
(después de la “detención”, la “detención de la detención”, como diría C.
Zilberberg), o que el deber no puede sustituir al querer más que a costa de
una suspensión del devenir y, por lo tanto, de una anulación de la modu­
lación “abriente” que caracteriza al querer. La base tensiva de la sintaxis
intermodal podría, pues, ser la modulación del devenir, la cual adquiere (o
pierde) progresivamente su autonomía con respecto a la necesidad. Por
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 71

ello, las posiciones modales sucesivas aparecen como diferentes formas de


“sumisión”, de “desprendimiento”, de “tergiversación” con respecto a una
necesidad que reclama sin cesar sus derechos. De este modo, querer, sa­
ber, poder, etc., remiten siempre a diferentes “estilos semióticos”, a dife­
rentes estilos de aprehensión de la escisión fórica. La existencia de tales
“estilos semióticos”, ya sugerida a propósito del devenir, es patente en las
transformaciones intermodales de las pasiones; por ejemplo, en la obsti­
nación, el poder-no-estar-ser o el no-poder-estar-ser descansan en un estilo
semiótico “cursivo”, en el que el sujeto modal se limita a acompañar el
despliegue de acontecimientos; con el saber-no-estar-ser, el sujeto modal
detiene el curso de los acontecimientos; es en ese momento cuando inter­
viene otro estilo, el del querer, con el que el sujeto’modal despliega de
nuevo el acontecimiento como devenir. Hablando epistemológicamente, la
base modal común, cualquiera que sea el nombre que le demos, funda­
mento de la sintaxis intermodal, se origina en la resistencia a la fusión,
en el juego de fuerzas cohesivas y dispersivas que permiten al sujeto ten­
sivo escapar a la necesidad óntica.
Sin embargo, ante la ausencia de articulaciones propiamente dichas y
hablando teóricamente, es difícil atribuir a la tensividad fórica la propie­
dad de engendrar por sí misma y en ella misma los “estilos semióticos”
distintos e identificables, a pesar de las precauciones que se tomen du­
rante su formulación. En consecuencia: ¿cuál sería el estatuto de esos “es­
tilos semióticos” que parecen determinantes para la sintaxis intermodal?
El análisis de la obstinación, cuyo querer, como ya vimos, produce, por
traslapo y retroacción sobre el no-poder, un efecto de sentido pasional
específico, nos permite vislumbrar una posible respuesta.
En efecto, es de notar, por ejemplo, que, en la medida en que al querer
del impulsivo le sigue inmediatamente la aparición de un poder que pa­
rece desprendérsele naturalmente, ese querer no produce el mismo efecto
de sentido que el del obstinado, el cual sigue a un no poder que, paradóji­
camente, parece nutrirlo y reforzarlo. En el nivel del discurso, esos dife­
rentes efectos de sentido se traducen como aspectualizaciones distintas,
pero también remiten, por presuposición, a diferentes maneras de modu­
lar el devenir en él nivel del continuo tensivo.
Plantearemos, pues, la hipótesis siguiente en cinco proposiciones:
1. Los dispositivos modales son convocados en el discurso y sometidos
a una aspectualización que resulta de convocar las modulaciones
tensivas y que los transforma en disposiciones pasionales.
2. Como resultado del uso (sociolectal o idiolectal), esos dispositivos se
inmovilizan y se estereotipan para entrar después en las taxo­
nomías pasionales connotativas.
3. Una vez estereotipados son enviados al nivel semionarrativo, don­
de pueden ser convocados como tales.
72 la epistemología de las pasiones

4. En el seno de las secuencias modales estereotipadas, la sintaxis


modal es la forma fijada, también estereotipada por el uso, de la
aspectualización mencionada en el punto 2, y por lo tanto también
de ciertas modulaciones tensivas; por ello, los efectos de sentido
producto de la inserción de una modalidad dada en un dispositivo
fijado resultan de la codificación por el uso de las disposiciones en
el nivel discursivo.
5. Al convocar en el discurso los dispositivos estereotipados, también
se convocan esas codificaciones de las disposiciones y, en conse­
cuencia, las formas fijadas de la modulación tensiva.
En esta perspectiva, los “estilos semióticos” serían el resultado de mo­
dulaciones tensivas estereotipadas, captadas e inmovilizadas por el uso al
mismo tiempo que los dispositivos modales seleccionados por las taxo­
nomías pasionales. Así como las pasiones no pueden ser pensadas sin la
praxis enunciativa que las foija, tampoco los “estilos semióticos” (los “am­
bientes”, como diría P.A. Brandt) pueden aparecer en las modulaciones
tensivas sin la mediación del uso.

METODOLOGÍA DE LAS PASIONES

La terminología

Una mirada rápida sobre el conjunto teórico que acabamos de recorrer


pone de relieve varias nociones que, cualquiera que sea el grado de adhe­
sión que puedan suscitar las sugerencias y propuestas teóricas anteriores,
son indispensables para una semiótica de las pasiones. Así, pues, parece
útil hacer un pequeño balance terminológico, el balance de los instrumen­
tos necesarios para describir el universo pasional.
La tensividad fónica designa al conjunto de precondiciones de la sig­
nificación, entre las que hemos identificado, por una parte, la protensivi­
dad, que define a un sujeto tensivo o cuasisujeto y que, bajo el efecto de las
tensiones favorables a la escisión, engendra al devenir, por otra parte, la
fiducia, sobre la que se delinean las “sombras de valor” destinadas a
engendrar las valencias.
Al abandonar el modo continuo propio de las precondiciones, ensegui­
da nos encontramos en el nivel semionarrativo con la discretización de las
modulaciones del devenir, la cual engendra las modalizaciones. Esas mo­
dalizaciones son de dos clases: en sentido restringido, abarcan únicamen­
te lo que se ha llamado tradicionalmente modalidades', en sentido amplio,
abarcan también los simulacros existenciales, es decir, las junciones pro­
yectadas por el sujeto en el espacio imaginario, abierto por las modalida­
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 73

des. Captadas en el nivel de las estructuras narrativas de superficie, las


modalizaciones que afectan a las dos dimensiones ya conocidas, la dimen­
sión pragmática y la dimensión cognoscitiva, pueden funcionar bajo cier­
tas condiciones como dispositivos modales, especies de simulacros en los
que los sujetos modales reciben identidades transitorias a lo largo de todo
el despliegue sintáctico de los dispositivos. La especificidad de ese fun­
cionamiento sintáctico y, en particular, de lo que llamamos la sintaxis in­
termodal, garantiza la autonomía de la dimensión túnica, tercera dimen­
sión (en el orden deductivo de la construcción teórica) de la sintaxis narra­
tiva de superficie. Las oscilaciones entre “euforia” y “disforia” forman par­
te de las tres dimensiones, pero en la dimensión túnica funcionan más
precisamente como objetos tímicos, manifestados entre otras por las figu­
ras del “sufrimiento” o del “placer”, consecuencias de las transformaciones
túnicas.
Puede ser instructivo comparar la historia teórica de esta dimensión
con la de la dimensión cognoscitiva. Esta última fue reconocida como
parte constitutiva de la dimensión pragmática, en particular en el contra­
to y la sanción; después adquirió su autonomía, una vez que se reconoció
que las diferencias de saber, los avalares de la circulación de la informa­
ción, lo mismo que numerosas variaciones modales propias de lo cognosci­
tivo, podían funcionar sin referencia y sin relación necesaria con las
transformaciones de la dimensión pragmática. Después de haber sido con­
cebida como un camino sintáctico trazado transversalmente por medio del
conjunto de los efectos cognoscitivos producidos por la sintaxis narrativa
pragmática, la dimensión cognoscitiva se convirtió en una dimensión na­
rrativa plena. Del mismo modo, en un primer momento, el dominio tímico
se constituyó progresivamente como parte constitutiva de las otras dos di­
mensiones, como un resultado de los efectos “pasionales” de las series mo­
dales que acompañan a los programas pragmáticos y cognoscitivos, así co­
mo por la alternancia de la euforia y de la disforia que se desprende de la
inscripción de los objetos de valor en las axiologías. En un segundo tiem­
po, sucede también que las coerciones modales y los efectos de euforia/dis-
foria de las dimensiones pragmática y cognoscitiva no bastan para expli­
car los efectos de sentido pasionales. Es por ello que, para dar cuenta de
recorridos pasionales que no le deben nada a la sintaxis narrativa prag­
mática y cognoscitiva, la dimensión túnica es instituida como una dimen­
sión autónoma de la sintaxis narrativa de superficie.
Como ya se sugirió, la relación entre el nivel de las precondiciones,
que depende de lo continuo, y el nivel semionarrativo, que depende de lo
discontinuo, no puede ser una simple relación de conversión. Efectiva­
mente, si se toman en cuenta los dos posibles tipos de conversión -conver­
sión “horizontal” o “transformación” y conversión “vertical”-, se constata
que éstas no operan sino entre magnitudes discontinuas; lo mismo sucede
74 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

con el concepto de “integración” de Benveniste, mediante el cual única­


mente se pueden “integrar” las unidades discretas de un nivel dado en
unidades discretas del nivel siguiente. Parece que en este caso es más
conveniente la discretización, con sus dos subcomponentes, el discerni­
miento y la categorización.
En cambio, para pasar a las estructuras discursivas, hacemos uso de
la convocación, conjunto de procedimientos encargado de manifestar en el
discurso las magnitudes manifestables del nivel epistemológico o del ni­
vel semionarrativo; esas magnitudes son continuas en lo que se refiere a
la tensividad fórica, y discontinuas en lo que se refiere a lo semionarrati­
vo. A manera de ejemplo, la convocación de las modulaciones del devenir
se manifiesta como aspectualización, y la convocación de la dimensión
túnica se hace bajo la forma de una dimensión patémica del discurso, que
abarca el conjunto de las propiedades manifestables del universo pasio­
nal. Asimismo, los paternas se definen como el conjunto de condiciones
discursivas necesarias para la manifestación de una pasión-efecto de sen­
tido. Al respecto, se distinguirán los patemas-proceso y los roles patémi-
cos, en función de si se desea captar los sintagmas pasionales o las iden­
tidades transitorias del sujeto discursivo dentro de esos sintagmas. Si se
toma como ejemplo la “susceptibilidad”, se ve claramente que el patema-
proceso despliega el conjunto de la secuencia, la cual incluye la recepción,
la interpretación de la herida en el amor propio y, después, la reacción y
el comportamiento que de ahí deriva; en cambio, el rol patémico, suscep­
tible de ser identificado gracias a la recurrencia de un mismo proceso de
ese tipo en un mismo sujeto, puede caracterizar al sujeto, entre otras eta­
pas, lo mismo en la de la interpretación de la herida del amor propio que
en la del comportamiento “herido”. Además, en caso de que sea posible
reconocer una forma generalizable de los patemas-proceso a partir del
análisis concreto de los discursos, ésta llevará el nombre de esquema
patémico canónico.
Por otra parte, la noción de “rol patémico” se traslapa con la de “dis­
posición”, ya que ambas caracterizan a una “programación discursiva” del
sujeto apasionado. De hecho, si la misma propiedad discursiva del sujeto
apasionado puede recibir dos nombres diferentes, es como producto de una
diferencia de procedimiento. Si se reconstruyen por presuposición las
propiedades del sujeto apasionado, sobre la base de una iteración funcional
y por medio de un cálculo cognoscitivo basado en los resultados de un pro­
ceso -es decir, en las magnitudes discontinuas-, se los identificará y desig­
nará como roles patémicos; en cambio, si se trata de captar las mismas
propiedades como una manera de sentir, como una programación que deri­
va de una forma aspectual, nos vemos obligados a aplicarle una lógica de
las motivaciones y, en consecuencia, se los tratará como disposiciones. En
suma, la disposición conlleva un componente aspectual porque el procedí-
la epistemología de las pasiones 75

miento con el que se construye la disposición sigue siendo conforme al


basamento tensivo del universo pasional; en cambio, el rol temático no lo
conlleva, en la medida en que es resultado de un procedimiento de recons­
trucción cognoscitiva de las clases de comportamientos pasionales.

Las taxonomías pasionales connotativas

El balance terminológico en cierto modo constituye la contribución de la


reflexión epistemológica a la metodología; pero la construcción de los uni­
versos pasionales a partir de las pasiones-efectos de sentido, sin importar
la teoría adoptada, enfrenta una dificultad considerable que ni la episte­
mología ni la terminología pueden resolver: se trata de la cortina que, pa­
ra el analista, sea semiotista, filósofo o lexicólogo, forman las variaciones
culturales presentes en el corazón mismo de los efectos de sentido pasio­
nales. Es fácil entender que si, desde el punto de vista teórico, el análisis
de las pasiones no puede prescindir de la praxis enunciativa y de la pues­
ta en discurso, desde el punto de vista metodológico se encontrará con idio-
lectos y sociolectos pasionales.

© La praxis enunciativa y los primitivos

La lingüística distingue entre el lenguaje como hecho humano universal


que, en cuanto tal, es susceptible de incluir los “universales lingüísticos”,
y las lenguas, sistemas propios de las áreas culturales que completan y
reinterpretan los universales. Ahora bien, tanto el uno como las otras, el
lenguaje y las lenguas, pertenecen a lo virtual o a lo actualizado y dan lu­
gar, para su realización, al discurso. En términos de semiótica general y
no de lingüística en sentido restringido, el nivel semionarrativo, ordena­
do como un recorrido generativo, debería incluir, por una parte, magni­
tudes universales que son características de la significación concebida
como un hecho humano universal y, por otra parte, magnitudes generali­
zadles dentro de una cultura dada que son características de la signifi­
cación como hecho cultural. Estos dos tipos de magnitudes, que siguen
perteneciendo al nivel semionarrativo y que también se distribuyen en el
conjunto del recorrido generativo, pertenecen, tanto unas como otras, a lo
virtual y a lo actualizado. Las “culturas”, entendidas como sistemas de
selección, de orientación o de complemento que se aplican a los univer­
sales de la significación, serían, con respecto a éstos, lo que las lenguas al
lenguaje. Sabemos, por ejemplo, que si bien las estructuras elementales
de la significación, por una parte, y, por la otra, el sistema de elementos
naturales -que subyace en las axiologías figurativas más extendidas-
pueden figurar en la teoría como universales, no sucede lo mismo con las
76 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

axiologías figurativas propiamente dichas, en las que los cuatro elemen­


tos se distribuyen, de acuerdo con los autores y con las culturas, de ma­
nera variable y específica.
Existe un modo relativamente simple de abordar estas magnitudes
culturales y de distinguirlas de los universales, que consiste en tratarlas
como “taxonomías connotativas”; en efecto, a veces es grande la tentación
de considerar las “selecciones”, “orientaciones” y “complementos”, cuyos
universales son afectados por las culturas individuales y colectivas, como
operaciones aisladas que dependen únicamente de la iniciativa del sujeto
de la enunciación, así como también de hacer un inventario de ellas y atri­
buirlo a las operaciones enunciativas. Ahora bien, resulta que, aunque no
fuera más que por incluir la “lengua”, el conjunto de esas particularidades
constituye un sistema que, una vez establecido, tiene derecho a un modo
de existencia independiente de la enunciación: son realizables -virtuali-
zadas o actualizadas- y no realizadas.
Corresponde a la praxis enunciativa realizar ese cambio de estatuto;
en efecto, los particularismos culturales se integran en el nivel semiona-
rrativo mediante el uso: el discurso social se constituye no únicamente por
la convocación de los universales, sino también mediante una especie de
retorno del discurso a sí mismo, que produce configuraciones ya prestas,
estereotipadas, y los estereotipos así obtenidos son remitidos al nivel se-
mionarrativo para que figuren como primitivos, tan organizados y siste­
máticos como los universales. La praxis enunciativa es este ir y venir entre
el nivel discursivo y los otros niveles que permite constituir semiótica-
mente las culturas. La mayoría de las veces, aunque no exclusivamente,
los “primitivos” así obtenidos se presentan como taxonomías que subyacen
en las configuraciones convocadas en el discurso y que funcionan de alguna
manera como connotaciones, distintas de las denotaciones que son el resul­
tado de la convocación de los universales. En ese sentido, la praxis enun­
ciativa conciba un proceso generativo con un proceso genético y asocia en
el discurso los productos de una articulación intemporal de la significación
con los de la historia.
Las pasiones ofrecen un terreno notablemente fértil para tales taxono­
mías connotativas; en ellas el analista reconoce de antemano un campo
privilegiado para el estudio de esas “rejillas” culturales, sociales o indivi­
duales, que se proyectan en los universales. En efecto, al ser el “dispositi­
vo” modal la magnitud en la que desemboca el recorrido generativo de las
pasiones, su puesta en discurso produce “disposiciones”, de acuerdo con el
procedimiento de la convocación; pero, en principio, la convocación es sus­
ceptible de ser aplicada al conjunto de las combinaciones modales lógica­
mente posibles; de hecho, esto no sucede así y se observa que cada cultura
selecciona únicamente una parte de ellas para manifestarlas como pasio­
nes-efectos de sentido o como pasiones-lexema. Por definición, una vez
la epistemología de las PASIONES 77

afianzada en la sintaxis intermodal y en la protensividad, la disposición es


más o menos previsible; cierto, es un factor de previsibilidad del comporta­
miento del sujeto, pero siempre conlleva cierta indeterminación e “inven­
ción”; en cambio el “rol patémico”, construido por presuposición y sobre la
base de una iteración, es muy previsible y tiende a implantarse en el dis­
curso como un estereotipo. De alguna manera es el “uso” como disposición
de algún dispositivo modal, en un área discursiva o cultural dada, el que lo
vuelve un estereotipo y, más tarde, por retroacción, un primitivo pasional',
sólo entonces, en una cultura dada, aquellos dispositivos modales que
hayan seguido ese tratamiento serán objeto de una convocación discursiva
dentro de las configuraciones pasionales. Si únicamente fuera cuestión de
estructuras o de categorías modales, la influencia de las “rejillas” cultura­
les sería limitada; pero, en la medida en que se trata de “dispositivos”, es
decir, de intersecciones entre estructuras y de combinaciones potenciales
entre categorías, sólo es posible que las pasiones aparezcan como tales en
el discurso a condición de que una instancia rija y actualice esas combina­
ciones potenciales; esta instancia es la praxis enunciativa, que crea las ta­
xonomías pasionales con el fin de recoger los primitivos producidos por el
uso.

® Especies y niveles de la taxonomía

En la medida en que conceptúa al mundo natural, la lengua misma proce­


de clasificando. En cuanto a las culturas, éstas se dividen en etnotaxono-
mías, que caracterizan a un área o a una época entera, y en sociotaxono-
mías, que especifican las diferentes capas taxonómicas de un área o de una
época dada. Estas últimas podrán ser socioculturales, socioeconómicas, so-
ciogeográficas, en función del criterio adoptado: pasiones del norte, pasio­
nes meridionales, pasiones corsas (Mérimée) o normandas (Maupassant),
pasiones aristocráticas, burguesas o populares. Desde otro punto de vista,
algunas taxonomías pueden aparecer como siendo inmanentes a una cul­
tura dada, mientras que otras, aun cuando sean constitutivas de una cul­
tura, en la medida en que pertenezcan a un sistema más general, aparece­
rán como construcciones: es así como las teorías de las pasiones aparecen
dentro de sistemas ideológicos, filosóficos, incluso con vocación científica,
como en biología y aun en... semiótica. Por último, la diferencia entre socio-
lectos e idiolectos también será pertinente en el caso de las pasiones. Se po­
dría decir, por ejemplo, que la teoría de las pasiones de Descartes depende,
por un lado, de una taxonomía sociolectal inmanente, en la medida en que
descansa en una tradición sociocultural y en que se encuentra influida por
la ideología aristocrática; por otro lado, en la medida en que forma parte de
un sistema filosófico, depende de una taxonomía idiolectal construida.
Un ejemplo viene a la mente, que ilustra concretamente la relatividad
78 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

de las taxonomías connotativas: la “ambición”, la “envidia” y la “emu­


lación” comparten una misma configuración pasional, pero de manera
variable, en función de las culturas y de las épocas. Esas variaciones obe­
decen especialmente a la naturaleza de las distinciones socioeconómicas:
la emulación se circunscribe dentro de cada clase o grupo social, la ambi­
ción y la envidia franquean los límites; por otra parte, la ambición y la
emulación son “ascendentes”, mientras que la envidia supone un principio
de igualdad. Por esta razón, lo que aparece como ambición en una socie­
dad fuertemente diferenciada, con numerosas capas sociales con fronteras
bien definidas, será visto como emulación en una sociedad con pocas ca­
pas sociales y con fronteras difusas. Además, por poco que la norma social
busque mantener a cada uno en su clase de origen, la emulación se trans­
formará en ambición, y la ambición misma, en envidia; en L’enfer des
dioses, Dupuy y Dumouchel trataron de mostrar, siguiendo las teorías de
R. Girard, que las relaciones intersubjetivas y sociales son organizadas en
ese caso por una estrategia cuyo fin principal es canalizar el deseo mi-
mético. Si se acepta, como hemos sugerido indirectamente con la noción
de “intersujeto”, que un fenómeno como el deseo mimético es anterior a la
existencia misma de los objetos de valor, nos vemos llevados a constatar
que la selección operada por las taxonomías connotativas obra ya desde
las precondiciones de la significación y que, sin ser todavía sistemas axio-
lógicos -lo cual sería incompatible con su estatuto de precondiciones-,
contienen normas y principios reguladores que definen el modo de fun­
cionamiento del sujeto colectivo. Pareciera que el sujeto de enunciación
comunitario inscribe como primitivos, dentro del propio continuo tensivo,
sus propios mecanismos de regulación interna. Las sugerencias hechas
antes con respecto a los “estilos semióticos” obedecen a ese mismo sentido.
Se conocen varias teorías que, por ejemplo, para el nivel que llama­
mos de las estructuras elementales, proponen organizar los sistemas pa­
sionales, o en general la afectividad, de acuerdo con los grandes tipos de
axiologías reconocidos como dominantes por el estudio del discurso: la axio-
logía abstracta, vida/muerte, que el psicoanálisis usa desigualmente, ya
sea al oponer las pulsiones de vida a las pulsiones de muerte (S. Freud),
ya sea los “buenos objetos” a los “malos objetos” a la vez devorantes y
atrayentes (M. Klein), pero también la axiología figurativa, agua/
aire/tierra/fuego, que funda la teoría de los humores y, más particular­
mente, las taxonomías pasionales medievales.
En lo que se refiere particularmente a las modalizaciones, las taxo­
nomías connotativas operan en gran escala en el nivel semionarrativo, ya
que autorizan o prohíben la manifestación como pasión de cada uno de los
dispositivos modales lógicamente posibles. Así, en los siglos XVII y xvin y,
en cierta medida en el XK, son excluidos del dominio pasional todo un con­
junto de comportamientos referentes al honor, mientras que, hoy en día,
lA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 79

éstos serían considerados como “susceptibilidad”, “irritabilidad”, “carácter


difícil” o violencia colérica. Mientras estos comportamientos estén social­
mente normados, codificados como roles temáticos en la competencia de
los sujetos, se permanecerá en el marco de un contrato colectivo y de una
competencia modal común; pero una vez que esta codificación y la norma
que la acompaña caigan en desuso, los mismos comportamientos dejarán
de remitir a una estructura modal isótopa, como la del deber-es-tar-ser o
deber-hacer, y remitirán ahora a un dispositivo modal complejo que
ningún contrato rige, que posee su propia autonomía sintáctica y que no
es posible interpretar, en la nueva cultura en la que se manifiesta, sino
como una “disposición” pasional. Igualmente, las actitudes de preparación
para el desafío y para el respeto de la posición social de los demás, que P.
Bourdieu describió con respecto a los Cabiles, son estrictamente funcio­
nales y se regulan como poderes-hacer y como saberes-estar-ser, pero se
ven frecuentemente recategorizados, por otros que no son sociólogos, como
paternas: “desdén”, “arrogancia”, “orgullo”, etcétera.16

® La nomenclatura pasional

La lengua propone su propia conceptualización del universo pasional,


cuya primera formulación se encuentra en un campo léxico específico, el
de la “nomenclatura pasional”, que revela las grandes articulaciones de
una taxonomía coextensiva a una cultura entera. Como es natural, estudia­
remos la nomenclatura francesa.
Las definiciones de las pasiones en el diccionario conllevan una serie
de denominaciones taxonómicas que constituyen algo así como grandes
clases de la vida afectiva; se han detectado en el francés los siguientes
tipos: “pasión”, “sentimiento”, “inclinación”, “propensión”, “actitud”, “tem­
peramento”, “carácter”, completados por frases adjetivas como “inclinado
a”, “susceptible de”.17

16 Estos ejemplos muestran claramente que una serie modal que no es convocada como
“disposición” durante la puesta en discurso, no aparece de hecho como un “dispositivo”; se
comprueba con ello que, en cuanto intersección de categorías modales, el dispositivo perma­
nece virtual y que sólo el efecto retroactivo de la praxis enunciativa puede actualizarlo y tor­
narlo manifestadle y sensible para el enunciatario. Más concretamente, corresponde a la
existencia de una dinámica interna del dispositivo, bajo la forma de una sintaxis intermodal,
mostrarlo al analista como un dispositivo. Con ello se concluirá, pero se requiere una verifi­
cación, que la presencia en las series modales de una sintaxis intermodal es también produc­
to retroactivo de la praxis enunciativa y de la aplicación de las taxonomías pasionales.
17 N.B. Para no interferir con el metalenguaje que hemos ido adoptando poco a poco, de­
jaremos de lado el término “pasión”, que hemos reservado arbitrariamente para nombrar el
término genérico del universo estudiado y el término “disposición”, al que se le acaba de dar
una definición específica, también de manera arbitraria con respecto al léxico natural. [Los
términos en francés son los siguientes: passion, sentiment, inclination, penchant, émotion,
humear, disposition, attitude, temperament, caractére, enclin a, susceptible de. TJ
80 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

Antes del recorte del universo pasional que realizan los lexemas que
designan pasiones-efectos de sentido, habría otra red cultural, más abs­
tracta, que revelaría una teoría inmanente de las pasiones en el seno mis­
mo de las culturas. Ya que esta clasificación es una primera organización
etnocultural del universo pasional, a la vez que se presenta como una
teorización implícita de ese mismo universo, merece ser examinada en sí
misma para despejar los principales parámetros que utiliza. En efecto, las
teorías psicológicas y filosóficas de las pasiones recuperan, las más de las
veces sin mayor trámite, la nomenclatura de la lengua que utilizan y,
sobre esa base bien relativa, se esfuerzan por justificarla dentro de su pro­
pio sistema. Al respecto, es posible mostrar fácilmente que, a pesar de este
intento de dar una motivación a las definiciones, el fundamento del sis­
tema sigue siendo relativo a una cultura dada.
Con respecto al sentimiento, se retendrá que es presentado como un
estado afectivo complejo, estable y durable, ligado a representaciones.
En cuanto a la emoción, se trataría de una reacción afectiva, general­
mente intensa, que se manifiesta mediante trastornos, sobre todo de ca­
rácter neurovegetativo. El psicólogo Théodule Ribot insiste en su carácter
momentáneo.
La inclinación, que remite directamente a la “propensión” y a la “dis­
posición”, se define como un deseo, como un querer constante y caracterís­
tico del individuo; quien se “inclina a” es “llevado por una propensión na­
tural y permanente”.
Definida tautológicamente como “tendencia natural” e “inclinación”,
la propensión \penchant] supone de hecho el reconocimiento por parte de
un observador externo de una especialización de la vida afectiva del suje­
to, ya sea en cuanto a los objetos, ya sea en cuanto a las modalizaciones; a
veces esta especialización es evaluada peyorativamente, lo que no sucede
con la “inclinación”.
En cambio, quien es susceptible de puede sentir, presentar y recibir
un sentimiento, una impresión; en suma, es quien posee una capacidad
latente, que utiliza de acuerdo con las circunstancias.
El temperamento es definido inicialmente como “equilibrio de una
mezcla”, lo que permite entender el uso de este término en el campo de la
afectividad a partir de la definición hipocrática de los humores. Hoy en
día, el término designa a un conjunto de características innatas, un com­
plejo psicofisiológico que determina el comportamiento.
El carácter también es un conjunto, aunque mucho más homogéneo
que el temperamento, que reúne las maneras habituales de sentir y de
reaccionar que son susceptibles de distinguir a un individuo de entre sus
semejantes. Aquí, el conjunto ya no se define por el equilibrio de los com­
ponentes, sino por la dominancia.
Finalmente, el humor que caracteriza al individuo es pasajero: define
la EPISTEMOLOGÍA de las pasiones 81

un momento de la existencia afectiva de ese individuo.


Las variables utilizadas en esta clasificación son las siguientes:
- La aspectualización, que retorna sin cesar, se refiere ya sea al
impulso afectivo mismo, el cual puede ser permanente (inclinación, tem­
peramento, carácter, susceptible de), durable (sentimiento) o pasajero
(humor, emoción), ya sea a las manifestaciones pasionales, los compor­
tamientos y los actos que le siguen; estos últimos pueden ser continuos
(temperamento, carácter, inclinación), episódicos (susceptible de, humor)
o aislados (sentimiento, emoción). Inmediatamente se aprecia que, incluso
con una base tipológica tan estrecha, la nomenclatura (francesa) no cubre
más que una parte de las posibilidades: ¿cómo llamar, por ejemplo, a un
impulso afectivo durable con manifestación episódica? ¿Un “sentimiento
episódico”?
- La modalización dominante también cambia en función de los tipos:
el sentimiento pone en juego al saber; por sus consecuencias y manifesta­
ciones, la emoción afecta al poder; la inclinación y la propensión involu­
cran más bien al querer. En el temperamento y el carácter parecen entrar
en juego todas las modalizaciones, pero bajo la forma de una interacción
cuyas instancias serían los sujetos modales definidos aquí mismo y que lo­
gran llegar, ya sea a un equilibrio individual y explicativo, en el que domi­
na el poder (el temperamento), ya sea a dominancias distintivas que po­
seen un efecto individualizante o que, a fin de cuentas, se traducen como
variantes del querer (el carácter).
Todas esas clases pasionales se presentan más o menos como va­
riedades de la competencia en sentido amplio; queda, sin embargo, el
hecho de que ofrecen imágenes muy distintas de esta competencia. En las
definiciones del carácter o del temperamento, la competencia, como “estar-
ser del sujeto”, es reconocida por un observador externo, capaz de identi­
ficar la dosis modal que la caracteriza. En la inclinación y la propensión, la
competencia es presupuesta y reconstruida por un observador que será
capaz de prever los comportamientos y las actitudes. En cambio, en la de­
finición de la emoción, es considerada como débil o, incluso, suspendida.
La nomenclatura pasional del francés se construye, en lo esencial, a
partir de tres variables, en las que la aspectualidad desempeña el papel
central; la taxonomía connotativa que resulta aparece en la tabla si­
guiente:
82 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONE

Sentí- Emoción Humor Suscep­ Incli­ Tempe­ Ca ráete,


miento tible nación ramento

DISPOSICIÓN
permanente ¥ * * *
durable
pasajera * *?

MANIFESTACIÓN
continua * *? * *
episódica *?
aislada * *

MODALIZACIÓN
saber *
poder * * *
querer * *
mixta * *

COMPETENCIA ? ?
reconocida * *
supuesta $ *
negada *

A pesar de este esfuerzo de esclarecimiento y de sistematización, la


nomenclatura pasional sigue siendo un conjunto difuso, en el que única-,
mente se puede indicar cuáles son las variables subyacentes, pero en el
cual no se puede definir unívocamente los términos. Esta nomenclatura
se muestra como la cobertura lexemática incompleta, mal delimitada, de
un macrosistema clasificatorio; como sistema, le falta ser jerarquizado y
es prácticamente imposible determinar entre la aspectualización, la
modalización y la competencialización, cuáles son los presuponentes y los
presupuestos; por otra parte, este sistema no es generalizable, ya que es
producto de una selección cultural que se realiza de entre todos los posi­
bles casos de figura. En efecto, la selección cultural interviene en dos oca­
siones: una primera vez para elegir únicamente tres ejes de variación de
entre todos los casos posibles -reconozcamos que, sin embargo, son los
que se encuentran en el corazón de la problemática teórica-, y una segun­
da vez para quedarse sólo con algunas de las variedades de entre todas
las que son contemplables. En cierto modo, la nomenclatura representa
un primer esbozo, intuitivo y producto de la historia, de una teoría de las
pasiones elaborada dentro de una cultura. Al ser uno de los componentes
del sistema lingüístico propiamente dicho -es decir, uno de los productos
de la praxis enunciativa-, esta teoría nos invita a examinarla más de
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 83

cerca para intentar comprender, por una parte, cómo es que la lengua, en
tanto sistema relativo a una cultura particular, procede para engendrar
los efectos de sentido pasionales a partir de universales modales y, por
otra parte, cuáles son las propiedades de esas “teorías intuitivas de las
pasiones”, como son en general las taxonomías connotativas.

El universo pasional sociolectal

Para empezar, es posible distinguir el universo pasional de una cultura


entera, traducido en parte en el léxico de la lengua que domina en esa cul­
tura, de los microuniversos sociolectales que caracterizan a los discursos
sociales. En ocasiones, estos últimos ofrecen una relectura sorprendente
de tal o cual pasión, es decir, una recategorización.

® La humillación didáctica

Así sucede, por ejemplo, en el discurso didáctico, al menos en el que se


practica y codifica habitualmente: éste se encuentra fundado en la nega­
ción de un saber del “enseñado” y en una afirmación del saber del “ense­
ñante”; a ese respecto, toda estrategia pedagógica que consista en valorar
el saber del alumno no es sino una maña que permite precisamente com­
pensar los efectos pasionales “parásitos” de la negación del saber de ori­
gen. Esta negación es necesaria para la buena transmisión y construcción
del saber y para la constitución del actante colectivo, ya que el grupo en
formación, cualquiera que éste sea, es agrupado a partir de una evalua­
ción que puede ser, o arbitraria, como la edad, o motivada, como un exa­
men de ingreso, pero que en todos los casos mide siempre lo que sabe o no
sabe quien es enseñado, lo cual siempre equivale a definir lo que le falta
por aprender. Por otra parte, con el pretexto de medir el saber adquirido,
se multiplican las evaluaciones “de diagnóstico” o “de pronóstico”, aunque
en la estrategia didáctica propiamente dicha siempre se considere la ex­
tensión de la ignorancia, lo mismo que la relativa heterogeneidad del gru­
po en formación que de ahí deriva; esto es con el fin de programar poste­
riormente los aprendizajes destinados a remediar a la vez el déficit y la
heterogeneidad.
Ahora bien, al menos en su principio modal, esta negación de la com­
petencia es portadora de una “humillación”, es decir, de una manipulación
patémica que busca instalar en el enseñado cierto segmento modal este­
reotipado en el que la conciencia (saber) de la incompetencia debe llevar a
una aceptación (querer) de los aprendizajes propuestos: el saber-no-estar-
ser se transforma en no-querer-estar-ser. Freud, por ejemplo, en su intro­
ducción a la Introducción al psicoanálisis, apela insistentemente a ese rol
84 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

patémico; al dirigirse a sus estudiantes, afirma explícitamente que, para


venir a oír, es necesario admitir previamente que no se sabe nada, que se
está en el mismo nivel de ignorancia de aquel que jamás ha estudiado
medicina; no vacila en precisar que los que aún creen saber algo no deben
asistir a la segunda sesión. Finalmente, a los que bajo esas condiciones
aceptan permanecer, y únicamente a ellos, aconseja escucharle.
He ahí, pues, un microuniverso sociolectal en el que una pasión con­
siderada generalmente nefasta y negativa es aprovechada “positiva­
mente” de un modo que goza de tanto consenso que en general ni los maes­
tros (tal vez con excepción de Freud, entre otros), ni los alumnos la
reconocen como tal. En otras palabras, dentro de esta taxonomía pasional
no se encuentra repertoriada como una “humillación”; pero basta con que
en los bordes de este microuniverso sociolectal se produzcan traslapos con
otros discursos sociales, culturales o ideológicos o con universos individua­
les no integrados para que el efecto de sentido “humillación” reaparezca y
para que surjan conflictos de interpretación en torno al dispositivo modal:
muchos debates pedagógicos resultan de ello.
Por otro lado, una forma discursiva como ésta se encuentra sin duda
ligada a un área cultural limitada en el tiempo y en el espacio: ¿qué
sucedería con ella, por ejemplo, en la antigua India, en la que, como
señala Dumézil, el maestro y el discípulo se “engullen” y “vomitan” recí­
procamente?

® Teoría de las pasiones y teoría del valor

Si se levanta la vista para mirar los universos pasionales que organizan a


las culturas enteras, más allá de la lengua, se percibe que las taxonomías
connotativas afectan a más cosas que la delimitación de los dispositivos
modales y su interpretación pasional. Se observa, por ejemplo, que la
teoría de las pasiones de la revolución individualista del siglo XVIII fue
remplazada por la teoría del valor y por la dinámica del interés. Las varia­
ciones paradigmáticas de la historia consistieron en remplazar una focali-
zación en el sujeto por una focalización en el objeto y, paralelamente, en
modificar el equilibrio y las relaciones entre el querer y el deber.
Dentro de los sistemas filosóficos, pero también, de manera más gene­
ral, dentro de la episteme, la economía política ocupa el lugar de las
teorías de las pasiones, que periclitan, y la teoría de las necesidades
[besoins]18 suplanta a la de los deseos; esto se traduce en particular en un
cambio en la modalización de los objetos de valor: de ser deseables se con­
vierten en necesarios o indispensables. En las teorías de las pasiones, la
18 “El francés nécessité supone una necesidad más grave y urgente que el simple
besoin”, R. García-Pelayo y Gross y J. Testas, Dictionnaire moderne franęais-espagnol,
Larousse [T.].
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 85

dimensión pragmática afecta al cuerpo, el cual por su parte afecta al alma,


y suscita por ejemplo el querer, en la teoría de las necesidades, la dimen­
sión pragmática determina al cuerpo, el cual a su vez determina al es­
píritu, con un saber reflexivo que sirve de intermediario y que consiste en
la toma de conciencia de sus intereses por parte de los sujetos.
Aparentemente, la diferencia entre las dos teorías reside en poca cosa:
podría resumirse en la oposición entre “afectar” y “determinar” -el cuerpo
afecta o determina al espíritu. En la teoría de las pasiones, lo túnico y lo
cognoscitivo no son articulados por lo pragmático en cuanto tal, sino por
sus disfunciones: por ejemplo, en Spinoza, esas disfunciones no engendran
más que “ideas inadecuadas”, que a su vez son reinterpretadas como
pasiones; en cambio, en la teoría de las necesidades, lo cognoscitivo y lo
tímico son articulados totalmente por lo pragmático en cuanto tal. A ese
respecto, las teorías de las pasiones serían teorías de la disfunción narra­
tiva, teorías aptas para captar los “restos” pasionales de. la narratividad.
Por el contrario, las teorías de las necesidades suponen y utilizan una
narratividad totalmente determinada que, en la búsqueda de valores
descriptivos, anula y absorbe los efectos pasionales al agotar totalmente
los valores modales. En consecuencia, con el auge de la teoría de las
necesidades y de la economía política, se asiste a una vasta empresa ideo­
lógica (y epistemológica) que busca reducir este “excedente modal” en el
que moran las pasiones y se busca proceder de tal manera que el conjunto
de los efectos modales quede, directa o indirectamente, bajo la dependen­
cia de la dimensión pragmática o cognoscitiva.
La semiótica de las pasiones debe tomar partido en cuanto a ese pun­
to; ya no se trata de tomar partido entre deseos y necesidades, entre pa­
siones e intereses -planteado así, se trata de un debate entre dos cultu­
ras-, sino de definir el mínimo epistemológico sin el cual la autonomía de
la dimensión tímica no puede ser garantizada. El mínimo epistemológico
que se requiere parece residir en el hecho de que los dispositivos modales
pueden ser más que la simple condición de la performance. Es claro que,
si detrás de toda taxonomía connotativa de las pasiones se encuentra
operando una teoría, implícita o explícita, entonces los cambios culturales
son susceptibles de influir en el modo en que se representan intelectual­
mente las pasiones; una trivialidad que es preciso recordar es el hecho de
que todo proyecto científico se inscribe en una cultura y en una episteme y
que, en consecuencia, la semiótica de las pasiones no escapa a tales deter­
minaciones. Elaborar una semiótica de las pasiones consiste, pues, en
tomar partido por una representación de la dimensión narrativa de los
discursos que no se reduzca a una especie de lógica de la acción y a una
concepción del sujeto que se encuentre totalmente determinada por su
hacer y por las condiciones necesarias para realizarlo.
86 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

El universo pasional idiolectal

El universo pasional de un escritor participa en la constitución del “texto


global” de su obra. Los trabajos de Ch. Mauron, que enfocan el “mito per­
sonal” de una obra, ofrecen una muestra de la construcción de universos
pasionales idiolectales. El mito personal, que se presenta como una con­
figuración que asocia temas y figuras pasionales, puede ser interpretado
como la permanencia de uno o más dispositivos modales cuyas manifesta­
ciones figurativas recurrentes se diseminan a lo largo de las situaciones
narrativas o dramáticas, al igual que en las figuras retóricas. Por otra
parte, el análisis de textos de Maupassant, Bernanos o Aragon ha mostra­
do el modo en que las axiologías figurativas (agua, aire, tierra, fuego), aso­
ciadas a las axiologías abstractas (vida, muerte) y polarizadas por la eufo-
ria/disforia, constituyen las formas idiolectales que son susceptibles de
desplegarse en la dimensión túnica del relato.
La “especificidad” del idiolecto pasional se traducirá más precisa­
mente en: 1] la sobrearticulación de algunas pasiones, como se puede cons­
tatar en el spleen de Baudelaire; 2] el dominio isotópico o funcional de
alguna modalización, como lo mostró J.C. Coquet con respecto a La ville
de Claudel; 3] las orientaciones axiológicas, la valorización o desvalo­
rización de algunas pasiones, como sucede con la generosidad en Cor-
neille; 4] la recategorización de pasiones que son tomadas de los universos
sociolectales y que, en el idiolecto, dejan de corresponder a la definición
“en la lengua”. El conjunto de estos factores contribuye a dar una nueva
orientación general a la demarcación y funcionamiento de las pasiones, y
a delinear una taxonomía pasional idiolectal.

® Una desesperación optimista

La Semaine Sainte de Aragon ofrece un ejemplo notable de recatego­


rización pasional. En esa novela ha sido posible observar que la desespe­
ración es una pasión positiva, valorizada, fuente de provecho simbólico,
pero a condición de que se trate de una'desesperación histórica y política.
El que perdidamente enamorado se suicida es un desesperado trivial que
no tiene derecho a los honores de la historia. En cambio, los soldados de la
Casa Real, desesperados por el abandono del rey y de los príncipes que in­
terpretan como una traición, son sujetos desesperados “positivos”. En
.efecto, su desesperación, que se transformará en revuelta, al igual que el
discurso que la expresa, muestra que después de todo no eran tan fútiles
como parecían, que eran fieles y, en el movimiento que los sume en el de­
samparo y el temor, ellos reafirman los valores en los que se fundaba su
compromiso; de alguna manera, toda la competencia y el compromiso axio-
lógico del sujeto se ven así reactualizados con la desesperación.
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 87

Sin embargo, no se trata de un simple cambio en la polarización, ni


tampoco del dominio isotópico de una modalidad; si se compara, por ejem­
plo, la desesperación en Aragon con la desesperación en Kierkegaard, se
observa que, en Kierkegaard, la especificidad de la desesperación provie­
ne de un dominio modal, mientras que en Aragon nace de una verdadera
recategorización.' En efecto, en el Tratado de la desesperación, la deses­
peración es una forma y un producto de la conciencia, que tiene como
motor una discordancia entre el yo y la desesperación misma o, dicho en
términos de Kierkegaard, “la discordancia interna de una síntesis, cuya
relación se refiere a sí misma” (i, 2).19 La desesperación del inventor de la
angustia existencial se ve, pues, especificada por el dominio isotópico y
funcional de un saber-estar-ser reflexivo: funcional, porque rige el encade­
namiento modal de la desesperación misma; isotópica, porque interviene
tanto en la “enfermedad” -el término es de Kierkegaard- como en su cu­
ra; porque, a fin de cuentas, es lo propio del hombre. Por el contrario, en
Aragon la desesperación está recategorizada en la medida en que ya no
aparece como una pasión del destinatario frustrado, sino como una pasión
de la asunción de los valores, por intermedio del contrato fiduciario y de la
creencia. Desde este punto de vista, el estado respectivo de las creencias
en Bernard, el enamorado desesperado, y en los “hijos de buena familia”,
los desesperados políticos, es un indicio significativo. De hecho, poco antes
de suicidarse, Bernard no deja de repetir que “todo es mentira” y se com­
porta verdaderamente como si todas las cosas fueran iguales en su
insignificancia; en cambio, los hijos de buena familia distinguen cuida­
dosamente la ruptura del contrato fiduciario que los une a los valores mo­
nárquicos: ya no creen en su Destinador, pero en contrapartida creen aún
más firmemente en el sistema de valores que los ha hecho comprometerse
con él. Cuando la desesperación no es sino la prueba del compromiso y de
las razones que lo fundan, dista mucho de afectar tan profundamente al
sujeto semiótico como cuando es el resultado de la caída generalizada de
los valores. Aunque lleven el mismo nombre y obedezcan a la misma sin­
taxis modal, se trata de dos pasiones asaz diferentes: una llega a afectar
hasta la valencia y al sujeto tensivo; la otra afecta solamente a la identi­
dad del Destinador.

o Un querer pesimista

Como se aprecia, la recategorización atañe al conjunto de la configu­


ración: a la jerarquía de las modalizaciones, a sus manifestaciones, al
hacer que de ahí deriva, pero, sobre todo, a su repercusión en las cate­

19 Sóren Kierkegaard, Tratado de la desesperación, traducción de Carlos Liacho,


Buenos Aires, Enrique Santiago Rueda Editor, s.f., p. 24.
88 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

gorías profundas. Otro ejemplo viene a la mente, en el que la modali­


zación misma es recategorizada: se trata del amor y del deseo en Mau-
passant. De las enseñanzas de Schopenhauer, Maupassant retuvo que el
querer era la fuente de la desgracia humana, tanto si engendraba un de­
seo insatisfecho, productor de hastío y aversión, cuanto por efecto de la
frustración, fuente de sufrimiento. El querer en Maupassant se encuentra
frecuentemente asociado con la insignificancia, el absurdo, la incoheren­
cia. En el sociolecto, la misma modalización produce la búsqueda, da sen­
tido a los proyectos de vida en la medida en que permite asumir los va­
lores; en cambio, en el idiolecto desorganiza el hacer humano y no suscita
más que pasiones bestiales, brutales o nefastas. La recategorización toma
aquí otra vía distinta de la de Aragon, ya que es la modalización misma,
como fundadora de las pasiones, la que se ve recategorizada, y todas las
pasiones que la incluyen en su dispositivo se ven afectadas. Si nos remiti­
mos a las modulaciones del devenir, es posible percibir que la “apertura”
que engendrará al querer no es sino falta de serenidad o irrupción intem­
pestiva. En suma, las fuerzas dispersantes efectúan un retorno destruc­
tor: se podría decir que el idiolecto de Maupassant elige un estilo semióti­
co que especifica la modalidad del querer.
Generalizando: si la recategorización puede pasar superficialmente
por un simple cambio de isotopía temática -la asunción de los valores en
lugar de la frustración, el absurdo y la bestialidad en lugar del “sentido de
la vida”-, ella descansa más profundamente en un reordenamiento del
dispositivo modal y, eventualmente, en nuevas modulaciones tensivas.
Más que frente a la “especificidad” de un idiolecto, sin duda estamos fren­
te a la “originalidad”: las formas patémicas se reorganizan de tal modo
que, entonces, el conjunto del universo pasional sufre una deformación
coherente. Por otro lado, tanto en el caso de Aragon como en el de Mau­
passant, la recategorización no es totalmente obra de ellos: Aragon em­
plea en la desesperación un sistema de pensamiento más general que no
es el único en poseer; Maupassant toma mucho de Schopenhauer, pero
pertenece a una generación de escritores que sufrieron la misma influen­
cia. Por una parte, una sociotaxonomía construida, la ideología de una
corriente de pensamiento, se transforma en taxonomía idioléctal inma­
nente; por otra parte, una taxonomía idioléctal construida, un sistema
filosófico, se transforma en sociotaxonomía inmanente. Estas mutaciones
permiten entrever un posible método para el estudio de las relaciones en­
tre texto, cotexto y contexto: una vez localizadas las constantes y los pará­
metros sobre los que operan las taxonomías connotativas, habiendo dis­
tinguido las diferentes especies y los diferentes niveles en que operan, se­
ría posible considerar bajo esta perspectiva el estudio “genético” de los
textos por medio de las transformaciones entre los distintos tipos de taxo­
nomías.
la EPISTEMOLOGÍA de LAS PASIONES 89

Filosofía y semiótica de las pasiones

Existe una variedad de taxonomías connotativas que merece ser examina­


da aparte, puesto que presenta una sistematicidad y un carácter explícito
próximos al procedimiento semiótico: se trata de las taxonomías que pro­
ponen los filósofos. Los tratados sobre las pasiones presentan la peculiari­
dad de que vacilan entre la clasificación de pasiones que seleccionan den­
tro de una cultura dada, y una taxonomía deductiva independiente de
cualquier cultura en particular. No se trata de presentar aquí tal o cual
sistema filosófico, sino de mostrar rápidamente en qué ellos no pueden es­
capar a tal alternativa y cómo es que procede el hacer taxonómico.

o La taxonomía cartesiana

En Las pasiones del alma, Descartes procede únicamente por clasificación:


comienza haciendo el recuento de las pasiones por medio de una deducción
progresiva, y después prosigue con el estudio de seis pasiones llamadas
“primitivas”, para terminar con las pasiones “particulares”. El recuento de
las pasiones, así como su descripción, consiste en plantear variables, en
desplegar las variedades, en proporcionar, a continuación, una descripción
de las manifestaciones concebidas como síntomas y, por último, en contem­
plar las causas fisiológicas. Las definiciones juegan con un cierto número
de parámetros que de alguna manera justifican, una vez elaborada, la re­
presentación de las pasiones que Descartes toma de sus antecesores y de
sus contemporáneos. Estos parámetros son, entre otros, los actantes
involucrados, la modalización, la axiologización, la aspectualización tempo­
ral. Es así como el “arrepentimiento” descansa en un sincretismo entre el
sujeto de hacer, el observador y el sujeto apasionado; el querer y el poder-
hacer se encuentran implicados en las pasiones que afectan a la “potencia
de actuar”, como sucede con la “indecisión” [irrésolution]', por último, el
“hastío” [ennui\ y la “repugnancia” [degoút] serían pasiones “durativas”.
Además, la moralización es omnipresente, la mayoría de las veces redun­
dante con respecto a la polarización axiológica de los objetos, y viene a
superponer una nueva taxonomía a la primera. El principio es, pues, el de
una vasta combinación, que se considera exhaustiva en lo que se refiere a
las seis pasiones primitivas y exploratoria para las restantes, cuyo número
es “indefinido”; como se ve, la combinación se funda en un pequeño número
de categorías que serían aproximadamente las que tendría que manipular
una semiótica de las pasiones de carácter taxonómico.20

20 Al respecto habría que señalar que el análisis semiótico de esta combinatoria permi­
tiría hacer aparecer el principio en el que descansa la distinción entre las “primitivas” y las
otras; en Descartes, la distinción es evidente: “Se puede señalar fácilmente que no hay más
90 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

Por otra parte, la combinatoria no obedece a una sola taxonomía sino


a dos, que se entremezclan. La primera es una etnotaxonomía inmanente,
en la medida en que Descartes reordena a posteriori el universo pasional
de una cultura, que es más o menos fielmente transmitido por la lengua;
la segunda es una taxonomía idiolectal construida, aunque sólo sea por la
insistente presencia de la mecánica fisiológica cartesiana, pero también a
causa de los juicios morales que acompañan y determinan a cada defini­
ción. Ahora bien, esas taxonomías operan a veces de manera contradicto­
ria y, en ese caso, las dudas en la denominación revelan la indecisión del
filósofo. Por una parte, a manera de ejemplo, ciñéndose a su propio sis­
tema, Descartes trata como pasiones a la estima y al desprecio, que en el
siglo XVII eran consideradas “opiniones”; así, también, al hacer aparecer
las posiciones sin denominación en la lengua natural, les asigna arbitra­
riamente un nombre prestado: es así como, para hacer juego con “pesar”
[regret], que es una “tristeza ligada a un bien pasado”, el “júbilo” [allé-
gresse\ es el nombre dado a “una alegría ligada a un mal pasado”. Pero,
por otro lado, para nombrar la pasión de quien constata que un objeto posi­
tivo es de quien lo merece, renuncia a encontrar una denominación
específica y toma el nombre genérico más cercano, el de “alegría” \joie\. De
lo cual se ve que lo arbitrario de la denominación, que señala la prepon­
derancia de la taxonomía idiolectal construida, cede a veces su lugar al
afán por justificar las delimitaciones lexicalizadas propias de una cultura.
Por otra parte, quien, desde una perspectiva semiótica, quisiera apro­
vechar un procedimiento de este tipo, encontraría rápidamente un obs­
táculo insuperable: aparentemente, la combinatoria no tiene límites, pero
tampoco un principio rector unívoco. El procedimiento taxonómico se en­
cuentra falseado desde su origen por el hecho de que toda taxonomía de
las pasiones es relativa a una cultura dada. Esto no le quita mérito filosó­
fico, pero no permite que el semiotista lo utilice: así, entre otros aspectos,
el método semiótico consiste en prever, y no en hacer el inventario de la
combinatoria; prever por un lado las posiciones posibles de la combinato­
ria, pero en ese caso es necesario conocer el principio rector; prever por
otro lado las apariciones de las pasiones en el discurso, pero entonces es
necesario conocer su sintaxis. Las más de las veces, en los filósofos las
transformaciones pasionales ya no pertenecen al campo pasional: en
Descartes, por ejemplo, forman parte de la fisiología y de la mecánica cor­
poral, y las pasiones en cuanto tales parecen ser meramente estáticas.

que seis que sean tales”, dice a propósito de las primitivas. Ahora bien, rápidamente se puede
percibir que las pasiones llamadas “primitivas” son aquellas en las que no se encuentra sin­
cretismo actancial alguno y cuyas definiciones no conllevan más que dos actantes, el sujeto y
su objeto. Esta observación no sería por otra parte suficiente, ya que el criterio no se aplica
más que parcialmente a la lista proporcionada por Descartes.
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 9 ].

e> Algoritmos y sintaxis en Spinoza

Si consideramos ahora a Spinoza, encontramos en cambio, en la Ética, al­


gunos elementos de sintaxis pasional. En este caso, la teoría de las pasio­
nes se presenta como una concatenación de proposiciones; por ejemplo, el
odio es “una tristeza acompañada de la idea de una causa exterior”; el lec­
tor es remitido a la tristeza, pasión “con la que el espíritu pasa a una per­
fección menor”, y este último proceso es explicado de la siguiente manera:

Si algo aumenta o disminuye, favorece o limita la potencia de actuar de nuestro


cuerpo, la idea de esa misma cosa aumenta o disminuye, favorece o limita la
potencia de pensar de nuestra mente.21

De acuerdo a Spinoza, la pasión nace de cierta articulación de la


dimensión pragmática, sobre todo del campo somático, con la dimensión
cognoscitiva: la competencia del sujeto pragmático es un espectáculo para
el sujeto cognoscitivo, y es este espectáculo, organizado como “pasión”, el
que entonces afecta a la competencia del sujeto cognoscitivo mismo.
Por un lado, un funcionamiento como éste se encuentra fundado en el
principio pasional más universal que existe, aquel que postula la unidad
del sujeto humano, la interdependencia de las diferentes instancias que lo
componen; además, el mismo mecanismo de engendramiento de las
pasiones -y en consecuencia, los algoritmos deductivos que las cons­
truyen- tiene su origen en el proceso que, de acuerdo a nosotros, .homo-
geneiza lo exteroceptivo y lo interoceptivo por la mediación de lo proprio-
ceptivo, proceso creador de la existencia semiótica misma: por ello, lo que
afecta al espíritu puede afectar al cuerpo, y la afectación del cuerpo puede
convertirse en un espectáculo pasional para el espíritu.
Pero, por otro lado, el carácter idiolectal y restrictivo de esta teoría de
las pasiones se transparenta aquí al menos de dos maneras. En primer
lugar, es evidente que la articulación pasional de lo cognoscitivo sobre lo
pragmático es considerada como perturbadora, ya que la modificación de
las facultades del espíritu deriva explícitamente de ideas llamadas
“inadecuadas”; ahora bien, por definición, las ideas inadecuadas son aque­
llas que llegan al espíritu bajo la influencia de las afecciones del cuerpo y
que, por ello, al dirigirse a la parte “pasiva” de nuestro espíritu pueden
estar “mutiladas y confusas”; este dispositivo filosófico supone, pues, la
dualidad del alma y del cuerpo, representados aquí como dos espacios
cognoscitivos entre los que existe una frontera modal que perturba (muti­
la y disminuye) la circulación del saber. Además de la moralización gene­
ralmente negativa que inspira a tal concepción, es claro que, en tales

21 Etica, cap. “Del origen y de la naturaleza de los afectos”, proposición XI, traducción
al español de José Gaos, México, UNAM, 1983,
92 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

condiciones, es imposible pensar la autonomía de la dimensión patémica,


puesto que la teoría de las pasiones se encuentra limitada al tratamiento
de los efectos de una dimensión cognoscitiva perturbada por la dimensión
pragmática.
Por otra parte, únicamente la modalidad del poder parece estar invo­
lucrada: la “potencia para actuar de nuestro cuerpo” {poder-hacer) y la
“potencia para pensar de nuestro espíritu” {poder-saber) son las únicas
afectadas en este caso; de hecho, esto podría significar, ya sea que única­
mente el poder y sus variedades engendran las pasiones, o que las otras
modalizaciones, al venir a interferirlo indebidamente, producen efectos
secundarios. Sea lo que fuere, esta modalidad aparece rigiendo al conjun­
to del sistema. Además, en la medida en que sus efectos son tratados a
continuación como un espectáculo, por un entendimiento que ya no produ­
ce más que ideas inadecuadas, la modalidad del saber interviene en se­
gundo lugar, como el filtro y el interpretante de todas las pasiones. En
consecuencia, las modalidades aléticas, tomadas a su cargo por las modali­
dades epistémicas, constituirán la armazón de la teoría de las pasiones en
Spinoza. De manera que el “temor” [crainte] será la “idea de una cosa
futura o pasada cuyo resultado [modalización alética]22 nos parece en
cierta medida dudoso [modalización epistémica]”.
A esta sintaxis del procedimiento de definición habría que añadir una
sintaxis intrínseca al funcionamiento pasional. La originalidad de la
teoría de las pasiones de Spinoza reside en parte en el hecho de que algu­
nas pasiones pueden transformarse en otras; por ejemplo, el “conten­
tamiento” [contentement] es una alegría producto de lo que ocurre contra
toda esperanza; igualmente, la “decepción” es una tristeza producto de lo
que ocurre contra toda esperanza. Tales definiciones implican una ver­
dadera secuencia modal, en la que, por ejemplo, la duda se transforma en
certeza: la satisfacción presupone sintácticamente la ausencia de esperan­
za, y quizá también el temor, y la decepción presupone sintácticamente la
esperanza. Nosotros llamaríamos más bien “espera” [atiente] a lo que
Spinoza llama “esperanza” [espoir], pero no hay duda de que, aquí, el suje­
to apasionado está constituido por una serie de sujetos modales, en parte
independientes los unos de los otros, y que algunas pasiones nacen de una
transformación modal. Ahora bien, la sintaxis pasional es por sí misma
un factor ilimitante de la teoría; efectivamente, las combinaciones que
ofrece una taxonomía, aun cuando sean numerosas, por principio son fini­
tas, pero en la medida en que no se impone ningún límite a la cantidad de
transformaciones para cada secuencia, los sintagmas pasionales son, en
principio, de número ilimitado. No obstante, la Ética jamás nos da la im­
presión de abrir tal ilimitación. La razón es que la taxonomía connotativa

22 En corchetes en el original.
LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES 93

prevalece por encima de la sintaxis y que, por no haber garantizado la


autonomía del principio sintáctico que a veces utiliza el filósofo, no puede
producir más que una teoría idioléctal.
En efecto, la aparente exhaustividad de la combinatoria, a la vez que
está limitada por las premisas adoptadas -las cuales sólo toman como
pasiones lo que, proveniente del cuerpo, altera el buen funcionamiento del
espíritu, con lo que Spinoza se somete tanto a su tiempo como a la tradi­
ción filosófica-, también lo está por el principio de los algoritmos deduc­
tivos que rigen al idiolecto. Hacia arriba, como ha sido señalado, es la
selección de una isotopía modal lo que condiciona al sistema; hacia abajo,
lo que lo condiciona es la selección de un cierto número de combinaciones
entre el conjunto de posibilidades. El filósofo hace notar de paso la exis­
tencia de pasiones sin nombre, indicando con ello la autonomía de su cons­
trucción con respecto a las delimitaciones culturales que transmite la
lengua; sin embargo, entre todas las combinaciones y todas las secuencias
modales posibles, sólo son tomadas en cuenta las que autoriza el camino
deductivo adoptado. La mejor prueba es que, a pesar del potencial de ilimi­
tación que representa, la sintaxis modal no logra exceder la taxonomía y
queda sometida al procedimiento deductivo combinatorio. La admirable
coherencia de la Etica no es cuestionada, ni la pertinencia de las defini­
ciones propuestas; por el contrario, en este ejemplo, en el que el principio
combinatorio es llevado al límite, se puede entender por qué, particular­
mente con respecto a las pasiones, un método taxonómico y estrictamente
deductivo no puede sino justificar a posteriori las delimitaciones impues­
tas por cada cultura, y superponerles los a priori de un sistema idioléctal.
Recorrer rápidamente dos teorías filosóficas de las pasiones no basta
para dar cuenta del tratamiento filosófico de la pasión; de hecho, no es ése
nuestro objetivo aquí. En cambio, ellas sacan a la luz los efectos connota-
tivos de ciertas elecciones metodológicas: en la medida en que son taxo­
nómicas, se organizan en oposiciones binarias y, por ello, difícilmente
pueden escapar a un modo de pensamiento discontinuo y categórico que
nos parece poco apto para tratar el universo pasional tal como se mani­
fiesta en el discurso', en la medida en que son deductivas y que se subordi­
nan a un sistema filosófico particular, producen taxonomías idiolectales;
en la medida en que generalmente obedecen a un principio lexemático,
que lleva a asociar sistemáticamente una denominación motivada a cada
definición, confirman las taxonomías sociolectales inmanentes.
Por supuesto, estas diferentes categorías merecen ser matizadas y ubi­
cadas en la historia de la filosofía. Pareciera, por ejemplo, que después de
un largo periodo en que pulularon los tratados taxonómicos, el arribo de la
teoría de las necesidades y del interés detuvo la producción de ese tipo de
tratados. Durante este eclipse de las taxonomías pasionales, se preparaba
una concepción de la pasión que sólo se afirmaría con el romanticismo: la
94 LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS PASIONES

pasión como tal, remitida al sentir, la pasión como principio de vida, indi­
visible, que no deja lugar a una taxonomía. En cierto modo, la gran pertur­
bación producida por Nietzsche y Freud confirma esta evolución, al situar
la pasión, con un gesto antropológico esencial, en el origen de lo “humano”
y de la cultura, como motor de la historia colectiva y de la historia indivi­
dual. Es claro que no toda teoría filosófica de las pasiones es taxonómica y
deductiva, pero parece que difícilmente se puede escapar a esta alternati­
va: o bien es el sistema filosófico en su conjunto el que descansa en un
principio pasional -y en consecuencia éste aparece prácticamente como
uno de sus incognoscibles-, o bien es una taxonomía regida por el sistema
filosófico la que produce la teoría de las pasiones.
Precisamente, nuestro afán es promover una semiótica de las pasio­
nes que, por un lado, asegure a la dimensión patémica su autonomía den­
tro de la teoría de la significación y, por otro lado, que no se confunda con
la teoría semiótica entera, conservando al mismo tiempo su independen­
cia con respecto a las variaciones culturales que las taxonomías connotati­
vas traducen. La importancia epistemológica y metodológica acordada a la
sintaxis pasional parece poder protegernos tanto de Caribdis -la taxo­
nomía- como de Escila -la pasión como fundamento de toda significación:
ahí reside el mínimo epistemológico que requerimos. Sin embargo, no por
ello escapamos al hecho de que, en el momento en que se inicia el análisis,
las pasiones no son cognoscibles más que por medio del uso que les da
forma y las integra en los primitivos semionarrativos; hablando semióti-
camente, ignoramos (casi) todo sobre las pasiones o, cuando menos, aten­
diendo a lo dicho hasta ahora, debemos aparentar que así es. Ya que
ahora está claro que nadie puede escapar a las orientaciones y a las elec­
ciones de origen cultural, continuar en la vía de la construcción teórica
que parte de los fundamentos hace, a la larga, correr el riesgo de producir
una taxonomía connotativa más entre tantas. En cambio, los productos de
uso deben ser tomados en serio ahora y ser utilizados de manera crítica;
por eso empezaremos a examinar las pasiones en los discursos realizados:
discurso del diccionario, de los moralistas, discurso literario, entre otros,
los que nos permitirán sacar a la luz detalladamente el modo en que los
sociolectos y los idiolectos trabajan. El corpus lexicográfico y el corpus lite­
rario constituyen un punto de partida para producir eventuales genera­
lizaciones y para suscitar nuevas interrogantes que progresivamente se
integren en las primeras hipótesis teóricas.
Entre dos caminos -el que consistiría, por ejemplo, en “dzvco/ar”23
dentro de una lengua natural para construir ahí un sistema pasional que
la haría estallar, y el camino que consistiría en construir, independiente­

23 Intraducibie ai español; mantenemos el galicismo para significar “un trabajo cuya téc­
nica es improvisada y que se adapta a los materiales y a las circunstancias” {Petit Robert').
la epistemología de las pasiones
95
mente de toda lengua natural, un sistema arbitrario cuyo aprovechamien­
to concreto sería siempre problemático-, nosotros adoptamos un camino
crítico en el que las virtualidades de la lengua serán reconocidas, en. el
que las elecciones culturales serán teorizadas y en el que, en resumen,
será posible reconocer a'cada quien lo suyo.
2. A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

Como las pasiones sólo tienen existencia discursiva gracias al uso, comu­
nitario o individual, su estudio no puede restringirse a las generalidades y
a los “noemas” semánticos y sintácticos que las constituyen; a ese respec­
to, la lengua natural es algo así como el testigo de lo que la historia de
una cultura ha retenido en tanto pasiones entre todas las combinaciones
modales posibles. Así, comenzaremos interrogando al diccionario, conside­
rado aquí en cuanto un discurso sobre el uso de una cultura dada, para
reunir las primeras informaciones de la forma como funcionan las pa­
siones. El estudio de los lexemas pasionales exige primeramente la susti­
tución de una definición por su denominación; después, una reformulación
sintáctica de la definición misma. Se trata, en suma, de transformar los
roles patémicos, cuyos “nombres-lexemas” constatan la existencia dentro
de un uso dado, en patentas-procesos, y de poner en claro, gracias al
análisis y a la catálisis conjugados, las organizaciones modales subyacen­
tes, así como las operaciones que las predisponen a participar en las con­
figuraciones pasionales. Ese procedimiento, ya probado en varias ocasio­
nes, se funda en la comprobación de las propiedades de condensación y de
expansión del discurso, que autorizan a desplegar, a partir de un solo le-
xema, el conjunto de una organización sintáctica.
Eso no significa, sin embargo, que el modelo sintáctico de cada pasión
esté contenido, hasta cierto punto de manera natural, en su ocurrencia
lingüística. La lexicalización es un fenómeno secundario de la estructura
semántica; opera sobre los productos del uso, es decir, sobre las selec­
ciones y los ordenamientos que uno observa en discurso y cuya praxis
enunciativa es la responsable. Es por eso que el establecimiento del mode­
lo no comienza sino después del análisis pragmático de las definiciones,
las cuales sólo sirven para prevenirnos contra nuestras propias inclina­
ciones idiolectales -incluso, para compensar nuestra ignorancia-, y en el
transcurso del cual uno habría podido separar los constituyentes sintácti­
cos generalizables de aquellos que no lo son. El método preconizado, que
consiste a la vez en darse una base deductiva y en explorar después los
discursos y los usos manifestados por éstos para establecer los modelos
sintácticos, demuestra que el objetivo es siempre compensar las debili­
dades de la deducción por la inducción; en una empresa que se presenta
globalmente como hipotético-deductiva, las hipótesis no proceden nece­
sariamente de la especulación axiomatizante: la parte de la inducción es a
menudo dominante.

[96]
Ą PROPÓSITO DE LA AVARICIA 97

El examen del lexema “avaricia” y de su semantismo nos permitirá


ilustrar y precisar nuestro acercamiento.

LA CONFIGURACIÓN LÉXICO-SEMÁNTICA

La performance: la acumulación y la retención

El Petit Robert que consultamos presenta la avaricia bajo la forma de tres


segmentos definicionales: 1] el apego excesivo al dinero, 2] la pasión de
acumular y 3] la pasión de retener riquezas. El primero de esos segmen­
tos supone como conocida la definición, de un lado, del “apego” y, del otro,
del “exceso”. El apego, a su vez, es definido como un “sentimiento que nos
une a las personas y a las cosas por las cuales sentimos afecto”. O sea:

- Sentimiento referencia a la nomenclatura pasional


- que nos une modo de conjunción
- a las personas y a las cosas objetos de valor de tipo “deseables”,
por las cuales sentimos afecto determinados por un “querer-ser”

N.B. “Deseable” no es más que una aproximación para dar cuenta de la “afec­
ción” y del “apego”. Se reconoce ahí intuitivamente un efecto aspectual, la
duración o la repetición, y un componente fiduciario, la confianza en el valor
del objeto. Regresaremos a ello.

En cuanto al exceso, representa aquí una intensidad del sentimiento,


acompañada de un juicio moral peyorativo. La pasión se mide entonces en
una escala en la que la moral instituye umbrales de apreciación: el apego
al dinero puede ser más o menos vivo; no obstante, habiendo alcanzado el
umbral moral, se convierte en la avaricia. El umbral no es, empero, una
frontera entre una no pasión y una pasión, sino entre dos formas pasiona­
les que el diccionario, en su propia nomenclatura, llamaría respectiva­
mente un “sentimiento” y una “pasión”. Por otra parte, esa escala de
intensidad y ese umbral moral, si aparecen en superficie como un medio
de normalización de la pasión, presuponen también una aspectualización
del proceso designado como “afectar”; de hecho, si el juicio ético consiste
en proyectar umbrales, eso no significa sin embargo que la propiedad
sobre la cual se expresa el juicio (aquí el “exceso”) sea de la misma natu­
raleza: el umbral normativo no es sino el medio superficial que la ética se
da para manifestar la propiedad que evalúa. No obstante, como el enuncia­
do del umbral normativo es el único indicio directamente observable de la
presencia inmanente de una propiedad tal, nos encontramos fortalecidos
en nuestra decisión táctica de comenzar el examen aprovechando los pro­
ductos del uso, cuya moralización es aquí un ejemplo.
98 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

Para resumir, la traducción sintáctica de la definición dada por el dic­


cionario se presenta así: un enunciado de conjunción es sobredeterminado
por una modalización, seguida de una aspectualización, ambas sobrede­
terminadas por un juicio de intensidad, y ese ordenamiento sintáctico está
clasificado en la nomeclatura pasional.
El segundo segmento definitorio, “pasión de acumular riquezas”, en lo
que a él se refiere, opera directamente la clasificación dentro de la nomen­
clatura; el término “pasión”, glosado como “viva inclinación por un objeto
que se persigue, al cual uno se apega con todas sus fuerzas”,, aparece como
un condensado de la expresión “apego excesivo”. “Acumular” es un hacer
que se ejerce en provecho de un beneficiario: un querer-estar-ser, el del
beneficiario en relación con el objeto, tiene aquí por condición un querer-
hacer, el del sujeto “acumulador”; se trata, además, de un proceso recu­
rrente, en el que el valor del objeto comporta una cláusula cuantitativa.
En suma, la “intensidad”, ya reconocida en el primer segmento, retor­
na aquí en dos momentos: una primera vez, como aspectualización del
proceso, bajo la forma de recurrencia, y una segunda vez, como evaluación
cuantitativa del objeto, revelando así una aspectualización del objeto.
Continuando ahora el examen del primer segmento, esta observación
muestra que la intensidad del sentimiento, lejos de ser la última palabra
del exceso, cuestiona la naturaleza misma de la intensidad: siendo conco­
mitantes la aspectualización del proceso y la del objeto, ella nos permitiría
interpretar la intensidad pasional como la manifestación de la modula­
ción de lo continuo, susceptible de distribuirse, en el momento de su con­
vocación en discurso, a la vez sobre el proceso y sobre el objeto, llegando
así a ser definitoria de la pasión del sujeto.
El tercer segmento propuesto por el diccionario, “pasión de retener
riquezas”, modifica sólo la naturaleza del hacer. “Retener” es un progra­
ma narrativo de no disjunción, que se opone a acumular, programa de
conjunción. Se recordará que T. Ribot, dividiendo las pasiones en “estáti­
cas” y “dinámicas”, clasificaba la avaricia entre las pasiones llamadas “es­
táticas”; vemos que de hecho la avaricia comporta a la vez una forma di­
námica (de conjunción) y una forma aparentemente estática (de no disjun­
ción). Esas dos formas toman su lugar en el cuadrado de la junción:

' avaricia 1

AVARICLA .

avaricia 2 NO DISJUNCIÓN NO CONJUNCIÓN


a PROPÓSITO de la avaricia 99

Por otro lado, la diferencia entre las dos formas de la avaricia puede
ser interpretada como la de puntos de vista, es decir, como una diferencia
estrictamente discursiva. En efecto, si se supone que la avaricia es una
sola pasión, independientemente de sus variaciones discursivas, la oposi­
ción entre “acumular” y “retener” puede comprenderse como la oposición
entre la avaricia que se ejerce antes de la conjunción, teniendo como pers­
pectiva la conjunción misma, y la avaricia después de la conjunción. La
aspectualización difiere entonces según si tiene que ver con el proceso per­
fectivo de conjunción o con el proceso imperfectivo de no disjunción: itera­
tiva (fe. durativa discontinua) en un caso, se convierte en continuativa
(i.e. durativa continua) en el otro; “perfectiva” no significa aquí otra cosa
que “dirigida hacia la conjunción”, e “imperfectiva”, simplemente el hecho
de que la conjunción ya se cumplió. Esa doble puesta en perspectiva de un
proceso pasional único alienta a buscar, en el momento de la construcción
del modelo, un principio sintáctico único que permita dar cuenta de la ava­
ricia.

8 La competencia pasional

Los tres segmentos definitorios de la avaricia invitan al comentario. Pri­


meramente, si el programa narrativo de acumulación o de retención pare­
ce administrado por la pasión, ésta puede ser considerada como compe­
tencia: se presenta como el equivalente de un “querer”, querer-estar-ser o
querer-hacer, encontrándose así, en el esquema narrativo, en la fase del
establecimiento del contrato entre el sujeto y el Destinador. Pero, de he­
cho, el avaro puede acumular o retener sin contrato y sin Destinador; po­
dríamos decir también que la acumulación y la retención son sólo “avari­
ciosas” cuando derogan el contrato e ignoran al Destinador, y la pasión
funciona como un sustituto reflexivo de la manipulación, de la persuasión
y del contrato. No obstante, lo contrario es también posible: lo es, por
ejemplo, con la avaricia, considerada como característica de todo un grupo
social, o con el odio declarado por todos los individuos de un grupo huma­
no al enemigo hereditario. La presencia o la ausencia del Destinador no es
entonces un criterio pertinente para la comprensión de la avaricia.
Sea lo que sea, parece que se podrían reconocer dos características in­
dependientemente del Destinador, que las mismas permitirían distinguir
dos formas de competencia, una de las cuales es específicamente pasional.
En principio, la competencia propia de la pasión implica una progra­
mación del sujeto, independientemente de los programas mismos y dotada
de formas aspectuales específicas, al grado que uno puede preguntarse si
no es la aspectualización de un comportamiento asegurando una compe­
tencia -su repetición, su duración, su intensidad- lo que procura a la com­
petencia su perfume pasional. Mejor aún, todo transcurre como si la efica­
100 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

cia de la competencia pasional dependiera de su aspectualización: la pa­


sión del avaro, en realidad, no se ejerce y no es reconocible sino en razón
del carácter iterativo de la conjunción y del carácter continuativo de la no
disjunción.
Otro rasgo distintivo: la competencia pasional puede ser interpretada
como un simulacro reflexivo; de modo contrario a la competencia “nor­
mal”, que sólo podemos aprehender por su reconstrucción a partir de la
performance, la competencia pasional no depende de la performance; todo
lo contrario, es ella quien la rige: por un lado, sobrepasa siempre el hacer
que parece resultar de ahí -en efecto, incluso si el avaro experimenta una
satisfacción al acumular riquezas, no deja por eso de acumularlas- y, por
otra parte, aparece como la imagen fin para el sujeto, instituyendo así la
orientación del objeto para sí mismo y neutralizando el sistema de valores
en curso. Se podría decir, entonces, que el foco de atención del avaro ya no
lo son las riquezas que acumula, sino esa imagen fin erigida en simulacro
potencial en la que él se “sueña” rodeado de riquezas.
Por su forma aspectual -repetitiva, durativa, intensa-, la competencia
de tipo pasional plantea un problema más general, el de la adquisición de
las competencias: ¿cómo la repetición de un hacer, por ejemplo, puede te­
ner como resultado un “estar-ser”, es decir, una competencia inscrita en el
estar-ser del sujeto? La interrogante se extiende al problema de la adqui­
sición de los roles en general; la adquisición de la competencia transforma­
da en un rol, gracias a la aspectualización del hacer, supone un saber que
se construye progresivamente, saber que se remite a las disposiciones de
los programas de base y de los programas de uso y que, por eso, no puede
ser sino discursivo; es decir, situado en un nivel más superficial que el de
los mismos programas. En el caso de la pasión, el saber mencionado es un
“saber figurativo” o, más bien, un “creer figurativo” cuyo contenido es la
imagen fin, el simulacro ideal que postulamos, mientras que la competen­
cia “normal” no requiere una reestructuración semejante.
La competencia pasional constituye, pues, una especie de “imaginario
modal” del sujeto, ya que la imagen fin está compuesta, de acuerdo con la
definición que propusimos para los simulacros pasionales, por modalizacio­
nes que caracterizan al estar-ser del sujeto, retomadas después de una
transferencia cognoscitiva y fiduciaria (un desembrague). Como simulacro,
la imagen fin sería entonces el “parecer” del ser del sujeto, parecer de uso
interno y reflexivo, que regiría, al menos en parte -bajo la forma de pro­
gramaciones discursivas-, los comportamientos ulteriores de ese sujeto. En
ese sentido, la noción de imagen fin permitiría reconciliar la lógica de las
previsiones y la lógica de las presuposiciones; la imagen fin es el medio por
el cual el sujeto anticipa la realización de un programa y el advenimiento
de un estado, lo cual le permite, por presuposición, establecer su competen­
cia; la combinación de una previsión, fundada en la fiducia, y de una presa-
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 101

posición, fundada en la necesidad sintáctica, engendra el efecto de sentido


motivación. El avaro que se sueña rodeado de riquezas, reconstruye por
presuposición un programa de acumulación/retención, el cual aparece en­
tonces en la configuración pasional como una motivación orientada por la
imagen fin. La articulación del “imaginario modal” sobre la sintaxis narra­
tiva no podría comprenderse sin sus idas y vueltas sobre el eje del parecer.

o Una modulación comunitaria

Por lo demás, la avaricia sólo puede concebirse si las riquezas son conside­
radas como objetos en circulación dentro de una sociedad; el exceso de
acumulación, como el de retención, sólo puede ser interpretado en relación
con una norma que regula los intercambios entre los sujetos dentro de
una comunidad. La retención, por ejemplo, y en particular el juicio peyo­
rativo que la acompaña, sólo puede comprenderse si uno supone una dis­
posición general para la redistribución. Igualmente, la acumulación apa­
rece en el examen como una superposición entre dos procesos: adquirir
nuevos objetos y, al mismo tiempo, retener los adquiridos. La avaricia no
es pues la pasión del que posee o busca poseer, sino la pasión del que obs­
taculiza la circulación y la redistribución de los bienes en una comunidad
dada. Ello corresponde a un hecho de uso por medio del cual una praxis
enunciativa, propia de una comunidad, transforma en pasión un determi­
nado dispositivo sintáctico producido en el nivel semionarrativo.
Si la avaricia como pasión sólo se define indirectamente por la junción
y esencialmente por las variaciones en la circulación de los valores, su cri­
terio definitorio ya no corresponde, en ese nivel comunitario, al orden de
lo discontinuo categorial, sino al de lo continuo tensivo: la retención apa­
rece entonces como una especie de modulación del devenir social, cosa na­
da sorprendente puesto que lo esencial del efecto pasional descansa sobre
formas aspectuales que la puesta en discurso pasa por medio de una dis­
tribución temporal de los procesos: adquirir; después, retener, y continuar
adquiriendo al mismo tiempo que se retiene. Regresaremos más extensa­
mente sobre esta propiedad, constatando simplemente, en esta etapa del
análisis, que parece coincidir con una definición única de la pasión de
avaricia más acá de las variaciones discursivas de perspectiva, más acá
incluso de los avatares de la junción.

Los parasinónimos

® La avidez

Ser “ávido” es tener un “deseo inmoderado”, “desear inmoderadamente” el


102 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

alimento, los bienes o, incluso, el conocimiento. “Glotón”, “goloso”, “voraz”,


“codicioso”, “rapaz”, “curioso”, son también los principales correlatos. Lo
primero que salta a la vista es que dos grandes tipos de objetos se encuen­
tran concernidos -unos, de tipo pragmático, consumibles o atesorables;
otros, de tipo cognoscitivo-, los cuales proporcionan un criterio de clasifi­
cación para esos correlatos; el alimento para el “goloso”, “glotón” y “voraz”,
los bienes y las riquezas para el “codicioso” y “rapaz”, el conocimiento para
el “curioso”. Entre todos esos objetos, sólo los bienes atesorables y no con­
sumibles (riqueza, dinero) convienen a una “avidez” que sería sinónimo de
“avaricia”; los otros caracterizarían a otro semema de “avidez” que ya na­
da tendría que ver con la avaricia: la avidez de alimento o la de conoci­
mientos no pueden ser tachadas de avaricia.
“Atesorables” y “no consumibles” sólo caracterizan a las propiedades
sintácticas de los objetos y no a su contenido semántico; más precisa­
mente, se trataría de modalizaciones proyectadas sobre la junción e im­
puestas por la forma sintáctica de los objetos: “atesorable” se glosaría en­
tonces como “poder estar conjunto con un mismo sujeto en varios ejempla­
res”; “no consumible”, como “no poder ser destruido por la conjunción con
un sujeto” -es decir, más explícitamente, “poder estar conjunto a un n su­
jeto después de haber estado conjunto a un (n-7) sujeto”. Ese tipo de mo­
dalizaciones llevan -lo vemos- explícitamente a la junción y a un compo­
nente cuantitativo que encontramos, por ejemplo, en las nociones de “par­
ticipación” y de “exclusión”, a las cuales tendremos que regresar. Sea lo
que sea, la especificidad de la avaricia no se apoya, desde ese punto de
vista, en el semantismo de los objetos, sino en sus propiedades sintácticas.
Siendo indiferente la investidura semántica de los objetos de valor, uno ya
no puede considerar que el valor semántico incorporado, objeto de una
orientación axiológica, tenga algún poder de atracción para el avaro: lo
que hace al avaro no es el dinero, las tierras, los bienes, sino la forma mo-
dalizada de la junción y la forma sintáctica del objeto de valor.
No obstante, un análisis de este tipo deja escapar otras acepciones, en
especial “metafóricas” -pero se sabe hasta qué punto las expresiones es­
tereotipadas producidas por el uso son reveladoras de lo que los guillau-
mianos llaman los “significados de potencia”-, como “avaro” o “ávido” de
elogios, “avaro” o “ávido” de ternura, “avaro” de expresiones, etc. ¿Por qué
la lengua pondría en el mismo plano la reticencia a hacer elogios, a expre­
sar ternura y a acumular y retener riquezas, si el principio pasional subya­
cente no fuera idéntico? Parece que los elogios, las expresiones y la ternu­
ra, así como los bienes atesorables y no consumibles, son considerados
aquí como objetos en circulación, considerados en un intercambio generali­
zado, social o interindividual. La avaricia se reconoce, en todos los casos,
por el hecho de que la circulación es interrumpida y la redistribución tra­
bada; así, la avidez de conocimientos no puede ser tachada de avaricia
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 103

porque el curioso no priva a nadie, no interrumpe de ninguna manera el


intercambio generalizado de conocimientos; en cambio, la retención de sa­
ber, incluso si en lengua no es posible denominarla “avaricia”, está sin
embargo muy cercana; por otro lado, la glotonería y la voracidad no tienen
nada que ver con la avaricia en la medida en que no habría forma de vol­
ver a poner en circulación los alimentos una vez que se han conjuntado
con un sujeto cualquiera, al menos en una cultura que rechaza todo valor
simbólico a las deyecciones corporales.1
Resulta que, en ese caso, las propiedades sintácticas del objeto dejan
de ser pertinentes: el carácter atesorable y no consumible sólo es tomado
en cuenta porque autoriza la redistribución y la circulación; pero no es
específico si se tiene en cuenta el hecho de que otras figuras, las expre­
siones, los conocimientos, la ternura y los elogios, que no son atesorables,
pueden ser el objeto de una retención y entrar por ese hecho en la configu­
ración de la avaricia. En cambio, la propiedad que se presenta como pro­
pia de los objetos de la avaricia parece ser esa facultad de participar en el
intercambio generalizado, de entrar en circulación, pero también de ser
retenidos, acumulados. El objeto no tiene ya ni investidura semántica ni
forma sintáctica semionarrativa, no es más que un efecto de las modula­
ciones de la circulación en el seno de la comunidad. Como encontramos,
por otro lado, que la interpretación cuantitativa de los fenómenos remite,
en última instancia, a la comunidad misma, concebida como un colectivo
protoactancial, el análisis de la avaricia se encuentra trasladado al nivel
de las precondiciones tensivas de la significación.

« La cicatería, la tacañería

La cicatería es una “avaricia sórdida”; el cicatero es “bajamente, ver­


gonzosamente interesado”, de una “mezquindad innoble”: el juicio peyora­
tivo domina la configuración, se despliega en especificaciones perte­
necientes a varios parámetros éticos (vergonzoso, bajo, mezquino, inno­
ble). El exceso pasional se sitúa aquí del lado del juicio moral asumido por
el discurso lexicográfico: aquí el punto de vista del observador social,
responsable de la norma comunitaria, es apasionado, desdoblando así el
efecto de sentido pasional que comprende el lexema.
La tacañería es una “avaricia mezquina”. La recurrencia de la “mez­
quindad” en la configuración invita a hacer un rodeo para su redefinición:
la definición de un término que forma parte de una primera definición no

1 Véase a ese propósito, en las Myth.ologiqu.es y La poitiére jalouse de Lévi-Strauss,


ejemplos de culturas en las que los excrementos y el vómito participan en los sistemas semi-
simbólicos transmitidos por los mitos. Los trabajos de Helkin sobre los totemismos austra­
lianos hacen aparecer también, bajo ciertas condiciones, una valorización de las deyecciones
humanas.
104 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

puede más que refinar nuestro saber. Mezquino es quien “está ligado a lo
que es pequeño, mediocre”, “quien carece de generosidad”, “quien da
muestras de avaricia, de espíritu retacero”. La carencia de generosidad
nos remitiría simplemente a rechazar la redistribución, a hacer circular el
objeto de valor; en cambio, el retaceo nos conduce a las “pequeñas cosas”,
a las economías de cabos de vela y a hacer aflorar otra vertiente del código
moral. En efecto, no se puede reprochar a un tacaño retirar de la circu­
lación los objetos a los que se les niega además el valor. El exceso de que­
rer-estar-ser sólo tiene sentido aquí por contraste con la insuficiencia de
valor. Eso no impide que tacañería y cicatería, avaricias mezquinas, sean
de cualquier manera dos formas de la avaricia y que la negación del valor
en el objeto buscado haga surgir aquí un problema. La primera observa­
ción por hacer se refiere al alcance de esa negación: se recusa el hecho de
que el objeto retenido tenga un valor, cuando visiblemente tiene uno para
el sujeto apasionado; en otros términos, cicatería y tacañería se fundan en
una mala evaluación del valor, es decir, en un desacuerdo entre el sujeto
individual y el sujeto social que soporta a la valencia.
Las nociones de imagen fin y de simulacro ayudarán a aclarar ese de­
sacuerdo: en el caso que nos ocupa, es “pasión” para el observador exte­
rior, lo que implica una imagen fin ilusoria (parecer+no ser), lo que des­
cansa en el enceguecimiento axiológico del sujeto y, especialmente, en el
desconocimiento de la valencia. Situados dentro de la configuración de la
avaricia, el cicatero y el tacaño acumulan y retienen objetos de valor no
apropiados para el intercambio, haciendo aparecer, en el seno de la circu­
lación, objetos señuelos, falsos objetos (como, por ejemplo, el cordel de
maese Hauchecorne en Maupassant). El principio general de la circula­
ción comunitaria es aquí burlado dos veces: una primera vez, por el obs­
táculo que lo interrumpe, y una segunda vez, por la introducción en el in­
tercambio de “no valores” que de ninguna manera podrían tener desti­
natarios en esa comunidad y que, por consiguiente, desvían el intercambio.
Otra precisión proveniente de esa redefinición parece también suges­
tiva: “sórdido” puede significar “bajamente interesado”. Estar interesado
es al mismo tiempo “tener interés por...” y, sobre todo, confesar ostensible­
mente su interés, hacer alarde: cuanto más abiertamente interesado apa­
rece, tanto más el juego es insignificante. Por otra parte, lo peyorativo lle­
va, en lo esencial, a esa confesión. Se ve aquí que el avaro, reteniendo y
acumulando -es decir, obstaculizando el libre movimiento de los bienes-
actualiza una proforma de valor y designa su ubicación: se trata por con­
siguiente de la manifestación discursiva de una valencia, de esa “sombra
de valor” que se dibuja en el espacio de la tensividad fórica. Además, con­
fesándose “interesado”, el avaro se plantea explícitamente como un actor
sincrético acumulando el sujeto apasionado, el sujeto de hacer y el sujeto
beneficiario, lo que tiene por efecto impedir al observador, quien juzga
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 105

peyorativamente un comportamiento semejante, el plantearse a sí mismo


como Destinatario. El observador social que fija en el uso tal configu­
ración con un estatuto pasional opera siempre por una puesta en perspec­
tiva subjetivante. Planteada la regla general de la circulación de bienes,
cuya aplicación controla al colocarse a sí mismo como destinatario poten­
cial de los objetos, constata en el caso de la tacañería que, por dos razones
combinadas -la retención y la no valencia-, le está prohibido el rol de
Destinatario; entonces, da término a la pasión del otro y lo manifiesta en
su discurso bajo la forma de “intensidad”, de “exceso” o de “insuficiencia”.

® El ahorro y la economía

El juicio moral se atenúa en el caso del ahorro y de la economía, al punto


de desaparecer, a menos que no se invierta para convertirse en positivo.
De hecho, el ahorro y la economía no son, para el diccionario, verdaderas
“pasiones”; una es simplemente “la acción de administrar, de utilizar una
cosa con moderación”, y la otra caracteriza a quien “gasta con medida, a
quien sabe evitar todo gasto inútil”. La moralización valoriza aquí la “me­
sura” oponiéndola al exceso de los lexemas precedentes, indicando que, en
la medida en que la escala graduada de los comportamientos económicos
se halla dotada de un umbral, éste aquí no es traspasado. De cualquier
forma, el examen de la avaricia y de la tacañería nos ha enseñado a des­
confiar de la aparente simplicidad del dispositivo del exceso y de la mesu­
ra, de esas “escalas argumentativas” que abarcan de hecho las tensiones
comunitarias. Hay que señalar también que la definición del diccionario
utiliza, en relación con la nomenclatura, el término genérico aparentemen­
te antinómico, el de “acción”: la economía y el ahorro aparecen como hace-
res. Esto no significa, por lo tanto, que el economizador y el ahorrador no
estén dotados de competencia: uno y otro disponen al menos de un “saber-
hacer”, la habilidad de gastar con entero conocimiento, de consumir justo
lo necesario; dentro de la serie modal que constituye esa competencia, el
saber rige al querer, mientras que, en los casos precedentes, lo contrario
resulta verdadero.
Pero lo esencial no está ahí. La competencia del economizador y del
ahorrador es parecida a la historia de las gentes felices: no hay nada que
decir al respecto, la competencia es presupuesta estrictamente por la per­
formance, no excede en nada a la realización del programa económico. Ese
saber hacer no engendra el “excedente modal” que hemos ya reconocido
como el indicio habitual de la pasión-efecto de sentido. Desde entonces,
basta por sí misma la definición del hacer.
De cualquier forma, como rol económico, “economizador” y “ahorra­
dor” pertenecen a la clase de roles temáticos-, la repetición de un mismo
hacer instala en el estar-ser del sujeto una competencia fijada, un saber-
106 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

hacer que la moralización reconoce como un estereotipo social. El disposi­


tivo modal subyacente es registrado pues como un producto del uso, pero
no es considerado como una “disposición pasional”. Se podría observar
aquí que la repetición afecta al conjunto del programa y no constituye de
ningún modo una aspectualización específica del dispositivo modal
mismo: este último necesita la dinámica interna de la sintaxis intermodal,
a falta de lo cual no está en la mejor situación para aparecer como una
disposición.
Por otro lado, cuando se trata de “evitar todo gasto inútil”, estamos
frente a un programa de no disjunción, y cuando conviene “gastar con mo­
deración”, se delinea un programa de disjunción. Pero en ningún caso
esas dos opciones se excluyen mutuamente: hay que gastar, sin gastar
demasiado, y no gastar, gastando un poco; la economía y el ahorro descan­
san entonces sobre un equilibrio entre los contradictorios, sobre una alter­
nativa siempre resoluble entre la disjunción y la no disjunción. La de­
cisión está aquí regulada por la modalidad del deber-estar-ser (la utili­
dad). El deber-estar-ser se presenta al sujeto como una necesidad, por
oposición al querer-estar-ser del avaro, que se traduce en el deseo; pero la
avaricia comporta también su deber-estar-ser, bajo la figura del apego:
¡sorprendente sinonimia de la economía y de la avaricia, de dos deber-
estar-ser que producen efectos tan diferentes como lo son la utilidad y el
apego! Pero subrayamos sin dificultad que esos dos deber-estar-ser se dis­
tinguen por sus propiedades sintácticas. Primeramente, la del apego se
transforma en un querer-estar-ser, que sólo se manifiesta directamente, y
dicha transformación caracteriza a la dinámica de las disposiciones pa­
sionales; por otro lado, la modalización no tiene la misma incidencia sin­
táctica: el deber-estar-ser de la utilidad modaliza al objeto de valor incor­
porado semánticamente, y sólo lo modaliza a él, lo que se traduce superfi­
cialmente como una “ventaja”; en cambio, el deber-estar-ser del apego mo­
daliza a la junción misma y dibuja el lugar de un objeto que puede no ser
incorporado, pero que, puesto que lo será, proyectará su incorporación so­
bre el sujeto: en ese momento el sujeto “apegado” es enteramente definido
(de ahí el efecto de enajenación del sujeto a su objeto), semántica y sintác­
ticamente, por la junción modalizada.
Sólo nos queda comprender por qué, enda atmósfera cultural que se
dibuja detrás de nuestra configuración, la economía y el ahorro no están
“sensibilizados”, no son reconocidos como pasiones. Los dos se presentan
también como dispositivos modales susceptibles de funcionar en calidad de
competencias, están integrados en el nivel semionarrativo por el uso, pero
no se les reconoce la dinámica sintáctica interna que los convertiría en
pasiones. Es necesario, para ir más lejos, regresar sobre el equilibrio entre
la disjunción y la no disjunción: encubierto por la moderación, el econo-
mizador es también alguien que gasta y que por consiguiente no opone
A propósito de la avaricia 107

ninguna resistencia a la circulación de los bienes dentro de la comunidad;


ni retarda ni acelera el intercambio: lo acompaña, a su propio ritmo. Los
roles de “economizador” y de “ahorrador” no manifiestan en suma nada
más que la adaptación del ritmo individual de tal o cual sujeto al del inter­
cambio generalizado que descubrimos detrás de la configuración. Un rodeo
por los antónimos se impone antes de ir más lejos en ese sentido.
Desde el punto de vista del método, el análisis de los segmentos defini-
torios de la avaricia y de los parasinónimos -que depende de la semántica
lexical- ha puesto de relieve un conjunto de juicios morales dependiendo
de axiologías sociales que están sobreañadidas a lo patémico, pero que
revelan ciertos aspectos esenciales, en particular al englobar la pasión,
comprendida la individual, en un vasto campo intersubjetivo, cuya regu­
lación está asegurada por las normas impuestas a la circulación de los
valores. Por otro lado, ha hecho aparecer programas y roles temáticos,
presentados como comportamientos estereotipados fuertemente previsi­
bles. Definir el nivel patémico, asegurar la autonomía de la dimensión
patémica, es primero que nada extraerla de esas sobredeterminaciones
que, permitiendo la manifestación de las pasiones y haciendo aflorar
algunos de sus basamentos más profundos, enmascaran en parte el fun­
cionamiento. La moralización invasora oblitera frecuentemente el meca­
nismo pasional y la tematización fija la manifestación en “bloques” este­
reotipados más fáciles de identificar dentro de una cultura. Se ha cons­
tatado, por ejemplo, que el “exceso” y la “insuficiencia”, que se dan en las
definiciones y, más generalmente, en los análisis lingüísticos como crite­
rios de identificación de la pasión, deben ser tomados en cuenta con cir­
cunspección, ya que no hacen más que trasponer las axiologías y los códi­
gos entremezclados al funcionamiento pasional propiamente dicho.

Los antónimos

8 La disipación

La disipación es “la acción de disipar gastando con prodigalidad”. Disipar


es “gastar locamente”, hablando de un bien. Se confirma aquí que el “exce­
so”, presentado como criterio de la pasión por medio del adverbio “loca­
mente”, resulta de una moralización peyorativa. Se podría decir que el
exceso, característico y definitorio de la pasión, es el rasgo puesto en la
mira por la peyoración; los análisis precedentes prueban que lo contrario
es lo verdadero: el acto peyorativo proyecta el exceso sobre el dispositivo
pasional, cuyo criterio entonces hay que buscarlo en otra parte. La defini­
ción, partiendo de la acción, transforma la disipación en rol temático que
aprehendemos -como para el ahorro- a partir de la performance; pero, al
108 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

mismo tiempo, ella juega la carta de la pasión. Esa supuesta pasión crea
entonces problemas ya que resulta del reencuentro de un rol temático
económico con un rol patémico, todo moralizado peyorativamente; se mide
en ese caso el parentesco que une al rol temático y al rol patémico, puesto
que basta con hacer variar la iluminación para hacer aparecer ora a uno
ora al otro en la definición. Además, se puede constatar aquí -lo que no
aparecía ni en el caso de la avaricia ni en el de la economía- que los dos
tipos de roles son compatibles y no śe excluyen de ningún modo; como
resultan los dos de la praxis enunciativa, obligan a imaginar dos procedi­
mientos independientes y compatibles a la vez, uno integra los roles fijados
por la repetición después de haberlos inscrito en una isotopía temática, el
otro integra los roles sobre la base de la relativa autonomía sintáctica del
dispositivo modal que los subtiende después de haberlos inscrito en una
taxonomía pasional.
La disipación ocupa en el cuadrado de la junción el polo de la disjun­
ción, pero con una propiedad que conviene resaltar desde ahora; en efecto,
“disipar” es también “aniquilar por dispersión”, borrar sin dejar huella de
una magnitud cualquiera. El núcleo sémico, independientemente de la
configuración específica de la avaricia, es pues el de la destrucción del ob­
jeto; el disipador gasta, cierto, pero sin que nadie se pueda beneficiar de
los bienes así destruidos; la imagen de la dispersión, si se la interpreta
como una operación cuantitativa, es bastante clara a ese respecto: hay
para todo el mundo, es decir que no hay para nadie.

® La prodigalidad

Una persona pródiga es una persona que realiza “gastos excesivos”, que
“dilapida su bien”. Los correlatos “desinteresado” y “generoso” se oponen
término a término, al “cicatero” y al “tacaño”. Por otra parte, en sentido “fi­
gurado”, siempre también revelador, los objetos de valor, como sucede con
la avaricia, son sustituibles dentro de la misma clase: se puede ser pródigo
en elogios, en buenas palabras, en ternura, etc. La prodigalidad sería en­
tonces un antónimo de la avaricia para el conjunto de sus acepciones.
La configuración se organiza ahora como una microestructura semán­
tica; primeramente, cada enunciado de junción engendra programas, los
cuales pueden ser traducidos bajo la forma de procesos prototipos:

CONJUNCIÓN DISJUNCIÓN
adquirir gastar

NO DISJUNCIÓN NO CONJUNCIÓN
no gastar no adquirir
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 109

Los procesos prototipos podrían ser reformulados más generalmente


como archipredicados del enunciado elemental, en el que cada uno es ca­
racterístico de una de las formas de la junción:

ADQUIRIR
tomar

NO GASTAR
guardar

Los diferentes roles, temáticos y patémicos, descubiertos en la confi­


guración, se definen cada uno en relación con uno de esos archipredicados,
al cual es aplicado previamente un juicio de exceso o de mesura. Se
obtiene así el microsistema semántico de la configuración considerada:

avaricia 1 í disipación
exceso <
avidez
l prodigalidad

? ?..... mesura j economía 2

avaricia 2
tacañería
exceso ??
cicatería

economía 1 mesura ??
ahorro

Como en toda construcción, desde el momento en que se abandona la


observación empírica y el levantamiento de los parámetros con vistas al
establecimiento del modelo, se dibujan posiciones que no tienen equiva­
lente en el léxico; definidas en el sistema, son entonces previsibles en los
discursos en los que la configuración aparece: se trata en nuestro caso de
la conjunción moderada -el sujeto toma lo que le corresponde y se con­
tenta con su parte- y de la no conjunción excesiva, una forma de desin­
terés ascético, la cual cuestionaría el principio mismo de la circulación de
los valores.
Observando más de cerca a los dos antónimos, “prodigalidad” y “disi­
pación”, comprendiendo allí su sentido “figurado”, ellos transgreden tam­
bién las reglas del intercambio generalizado. Esas reglas, que uno recons­
truye siempre por presuposición, estipulan que la cantidad global de los
bienes es limitada y que la parte de cada uno lo es también, por lo que re-
110 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

suita el valor de los bienes en la comunidad de esa rareza relativa. Ser


pródigo, en suma, es hacer como si la parte de cada uno, y la suya para
comenzar, no estuviera limitada, lo que por un lado compromete el equi­
librio del intercambio y por el otro cuestiona el valor del valor; es decir, la
valencia. Lo cual, por otra parte, es confirmado por el hecho de que los dos
antónimos conciernen exclusivamente a los bienes que, justamente, po­
drían ser considerados como la “parte” fija atribuida a cada uno: se dilapi­
da un patrimonio, una herencia, una fortuna -es decir, bienes no renova­
bles-, pero no se dilapida un salario, una utilidad- renovables. Asimismo,
vimos que la disipación destruía el objeto: literalmente, la parte desa­
parece como parte, sin poder ser transmitida a quienquiera que sea. Lo
cual conduce a interrogarse retroactivamente sobre la avaricia. Aquel que
pone la mira en la obtención de grandes beneficios o en un salario más
importante será eventualmente considerado como “ambicioso”, pero no co­
mo “avaro”; la “pasión de acumular” concierne entonces a los bienes no re­
novables, que son objeto de un reparto fijo entre los miembros de una co­
munidad. Aunque contrarios, la avaricia y la prodigalidad transgreden la
misma regla: el avaro es quien usurpa la parte de los otros y el pródigo es
el que destruye su parte; en cambio, el “economizador” y el “ahorrador”
saben administrar su parte.
Una vez más, en la configuración pasional que exploramos, el ver­
timiento semántico de los objetos es de poca importancia; en cambio, sus
propiedades sintácticas, definiéndolas y modalizándolas con vistas a la
junción con el sujeto, son determinantes; lo mismo ocurre con los rasgos
“no renovable” y “partitivo”. Pero, por otro lado, la aparición en la configu­
ración de objetos que no obedecen usualmente a esas propiedades sintácti­
cas, como los elogios y la ternura, muestra que tales propiedades modali-
zan la junción y no los objetos mismos: ¿para quién puede la ternura pre­
sentarse como una parte, sino para los sujetos que sólo consideran como
valor lo que les corresponde por derecho en el intercambio y en el reparto
intersubjetivo? Tocamos aquí a la valencia, al criterio que decide sobre el
valor. Es entonces cuando uno comprende que, en ese nivel, la disipación
y la prodigalidad manifiestan otra modulación de las tensiones comuni­
tarias y de la circulación de los valores: una aceleración, un enloqueci­
miento (de ahí la expresión “gastar locamente”) que dispersa y perturba el
intercambio. Queda por definir la noción de “parte” en el marco de ese in­
tercambio y dé la circulación de los valores. Regresaremos a ello.

® La generosidad, el desinterés y la largueza

La generosidad es una “disposición a dar más de lo debido”. La intensidad


no es interpretada aquí como un exceso y la moralización es positiva. No
se traspasa el umbral de la disipación porque, sin duda, el observador
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 111

social tiene aquí la posibilidad de plantearse como beneficiario potencial


del don; como la “largueza” y la “liberalidad”, la generosidad se define des­
de el punto de vista de la atribución, es decir, de un eventual sujeto conjun­
to, en un programa de transferencia de objeto. Ese observador social que se
plantea como destinatario potencial, ya presente en la avaricia, virtualiza-
do en el caso de la disipación y de la prodigalidad, es pues asociado al con­
junto de la configuración como delegado de una praxis enunciativa, como
testigo de lo que el uso clasifica como “pasión”, “disposición” o “acción”; es
el delegado de una enunciación colectiva en la medida en que es él quien
opera las puestas en perspectiva y quien sirve de referente para saber si
algún otro beneficiario, aparte del sujeto apasionado, es concebible.
Pero, en este caso, para comprender el rol de ese observador social, no
basta con constatar el cambio de punto de vista. Si él no puede recono­
cerse en el eventual destinatario de la prodigalidad es porque no existe
ningún destinatario de los objetos destruidos; si se reconoce en el desti­
natario de la generosidad es porque el sujeto generoso, aumentando la
parte de otro, implica al mismo tiempo un destinatario, incluso si no des­
truye por eso su propia parte. Contrariamente a toda previsión, y estruc­
turalmente hablando, se emplea al generoso en el mismo sentido que al
economizador: su gasto es regulado, su parte salvaguardada, la parte de
otro respetada. Esa sinonimia inesperada se explica sin duda por la su­
perposición, como saldos del uso, de dos momentos diferentes de la demar­
cación cultural del universo pasional; las connotaciones obsoletas ligadas
a ciertas acepciones de la “generosidad” y a la “liberalidad” y la “largueza”
irían en el mismo sentido: en otra época, a ciertas capas sociales les esta­
ba reservado el papel de facilitar la circulación de los bienes y de los valo­
res; más recientemente, a otras capas sociales, el de contenerla y frenarla.
Ahí tampoco entra en consideración el vertimiento semántico de los
objetos del don: sólo cuentan el respeto de las partes, en el nivel sintácti­
co, y la modulación puesta en marcha, en el nivel de las valencias. Si la
economía y el ahorro son valorizados a pesar de su tendencia “demorado­
ra”, es sin duda porque se les atribuye un papel regulador en un medio
“acelerado”; asimismo, si se evalúa positivamente la generosidad, a pesar
de su tendencia a la “aceleración”, es gracias a su papel regulador en un
medio “demorado”. Las modulaciones subyacentes en cada figura do la
configuración correspofiden por consiguiente a cierto estado de cosas, a un
estado dado de tensiones en la configuración entera. Los “estilos semióti­
cos” del avaro, del generoso o del pródigo resultarían entonces de la selec­
ción -por el uso- de las inflexiones que aportan a la modulación domi­
nante eń el estado de cosas, las cuales son convocadas por medio de su
hacer modalizado y estereotipado.
Por otra parte, la generosidad presupone el “desinterés”, otro antóni­
mo de la avaricia. Este se define por un “desapego de todo interés perso­
112 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

nal”. El sujeto desinteresado sería al sujeto generoso lo que el sujeto “ape­


gado” es al sujeto avaro, homología fundada sobre una misma relación de
presuposición; esa misma relación podría en su momento ser homologada,
grosso modo, con la relación entre la competencia y la performance: el
desapego y el apego, por el hecho de su carácter virtual, no concernirían
más que a la competencia y, más particularmente, volitiva y deóntica, sin
perspectiva de paso al acto, mientras que la generosidad y la avaricia, por
el hecho del carácter actual de la competencia inducida y de la previsibili­
dad de su hacer (dar, acumular, retener), comprenderán ya sea a la per­
formance ya sea a la competencia, aprehendida en la perspectiva del paso
al acto. Se observará, por ejemplo, que si la generosidad es definida como
“disposición a dar más de lo que se debe”, la liberalidad -otra versión del
desinterés-, es una “disposición a dar generosamente”, es decir, en suma,
una “disposición de disposición”.
Las variaciones de la demarcación lexical que sobresalen al examinar
las definiciones de la generosidad, del desinterés y de la liberalidad son de
naturaleza estrictamente sintáctica, en la medida en que al parecer se
procede por la toma de muestras aparentemente aleatorias, dentro de la
cadena de las presuposiciones que ordena la competencia pasional. Pero, a
pesar de esos imprevistos, dichas variaciones revelan con todo la existen­
cia de una secuencia modal.
La primera etapa de la secuencia, definida como “apego” o “desapego”,
lleva a la relación de los valores, un modo de relación lo suficientemente
general como para que llegue a ser definitorio, para el sujeto, de una ma­
nera de ser en el mundo (cf “apegado” vs “desapegado”): desde el punto de
vista del recorrido generativo, esa primera etapa se encarga de la valen­
cia; desde el punto de vista del recorrido sintáctico, traduce la modali­
zación de la junción, independientemente de los objetos. La segunda etapa
se presenta como un verdadero sustituto de competencia, lo que hasta
ahora hemos llamado una “disposición”, y la última etapa abarca las for­
mas del paso al acto, identificadas como “actitud” o como “conducta”. O
sea:

apego/desapego -> disposición —> actitud/conducta

Sin que nada nos autorice a generalizarla, esa secuencia aclara, sin
embargo, un proceso de construcción del actor apasionado. Tiene uno la
impresión de que la acumulación de rasgos que lo caracterizan a lo largo
del discurso no surgen del azar; serían los mismos roles pasionales (de­
sapego, desinterés, generosidad) que -desde el fondo de la sintaxis modal-
se ordenarían y se pondrían en proceso. El recorrido pasional soportaría
en ese caso una aspectualización del actor, que sería la forma discursiva
de su “vida interior”.
a propósito de la avaricia 113

CONSTRUCCIÓN DEL MODELO

El microsistema y su sintaxis

A continuación del análisis de semántica lexical que acabamos de rea­


lizar, todas las posiciones del cuadrado de la junción se encuentran ahora
ocupadas y la configuración de la avaricia se encuentra reducida a un mi­
crosistema: el desinterés está del lado de la no conjunción y la generosi­
dad -según las definiciones del diccionario-, y ocupa, o bien la posición de
la disjunción, o bien la de la no conjunción. Además, la relación de contra­
dicción entre la avaricia acumulativa y el desinterés está confirmada por
la contradicción existente entre el apego y el desapego que los caracteri­
zan. La distribución obtenida se presenta entonces como:

avaricia 1 disipación
avidez prodigalidad
Til (mesura) economía 2
generosidad 1

avaricia 2 ??? (exceso)


cicatería generosidad 2
tacañería desinterés
ahorro liberalidad
economía 1

N.B. Las figuras del exceso están en itálicas y las figuras de la mesura en redondas.

Las cuatro grandes posiciones así obtenidas definen cuatro actitudes


fundamentales del hombre frente a los objetos de valor, alrededor de las
cuales se organizan cuatro grandes tipos de imágenes fines, las cuales, en
su oportunidad, van a inscribirse como proyectos en programas eventuales.
La organización lógico-semántica del modelo obtenido (cf. supra) aclara
singularmente los encadenamientos sintácticos señalados intuitivamente
antes: se ha visto que la avaricia acumulativa presupone a la avaricia re­
tensiva; igualmente, la generosidad según el don presupone a la generosi­
dad según el desinterés. Los antecedentes y subsecuentes de las varie­
dades pasionales y modales se explican aquí por las relaciones y las trans­
formaciones identificables en el microsistema: así, la cicatería se transfor­
ma en avaricia acumulativa por implicación, lo que Balzac traduce a su
manera al afirmar que “la avaricia comienza cuando termina la pobreza”.
Apoyándose en la interdefinición que caracteriza a tal microsistema
semántico, se podrían reconstituir las posiciones no lexicalizadas. La no
114 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

conjunción excesiva sería un presupuesto de la prodigalidad, es decir, un


desprecio exhibido por todos los bienes, que constituiría en sí mismo una
transgresión de la axiología colectiva y supondría la ausencia de toda va­
lencia: en suma, una forma de nihilismo y, desde el punto de vista del ob­
servador social, otro enceguecimiento, lo contrario de aquel que consiste
en buscar “pequeñas cosas”; además, ese desprecio de los valores, porque
está “exhibido”, forma pareja con “la confesión del interés”, lo que permite
considerar la “no conjunción excesiva” como un contrario de la cicatería.
En cuanto a la “conjunción mesurada”, sería otra forma del desin­
terés, una forma de adquisición que consistiría solamente en satisfacer las
necesidades. En efecto, un desinterés que no tolerara la satisfacción de
las necesidades admitidas por todos sería considerado como excesivo y nos
llevaría al caso precedente; el desinterés es mesurado, justamente, dado
que deja lugar para las adquisiciones indispensables. El equilibrio que
consideramos aquí es el mismo que ha sido reconocido ya para la econo­
mía: evitar el gasto sin dar lugar a los gastos indispensables es demostrar
avaricia; evitar los gastos inútiles es ser economizador. Las definiciones
del diccionario no hacen el paralelo entre la economía y el desinterés, pero
vemos que eso se deduce sin mucho trabajo dentro del microsistema.
Aparece, a la luz de lo que precede, que las variedades mesuradas y
las variedades excesivas de la configuración constituyen, en el microsis­
tema, dos subconjuntos casi estancos, al grado que podrían ser fácilmente
separados uno del otro. El principio de interdefinición continuaría siendo
respetado. Todas las relaciones, efectivamente, se establecen de modo ex­
clusivo entre las variedades de un mismo subconjunto: entre el ahorro, la
economía, la generosidad, el desinterés y la adquisición mesurada, de un
lado; entre la avaricia, la cicatería, la tacañería, la disipación, la prodiga­
lidad y el desinterés excesivo, del otro. Una vez separados, esos dos mi-
crouniversos revelan sus particularidades: el exceso y la mesura, así como
las formas socioeconómicas que traducen, pueden ser interpretados en el
nivel de las estructuras elementales como dos tipos de distribución taxo­
nómica y dos tipos de funcionamiento sintáctico diferentes.
Se observará que, desde el punto de vista taxonómico, en el subsis­
tema de la mesura los parasinónimos están curiosamente situados a uno
y otro lado de los esquemas de contradicción: la economía 1 y la economía
2 para uno, el desinterés y la adquisición mesurada para el otro. Ya que la
mesura consiste, justamente, en el reparto entre las cosas necesarias y las
cosas inútiles o superfinas, en mantener un equilibrio entre gastar y no
gastar, adquirir y no adquirir, el estallido de la categoría que se supone
producen las contradicciones permanece relativo, gradual, y se presenta
aquí como una alternativa de extensión variable. En cambio, en el subsis­
tema del exceso, los parasinónimos están situados sobre la deixis, en
relación de presuposición (avaricia 1 y 2, prodigalidad y desprecio de los
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 115

bienes): más allá, las oposiciones son fuertes e irreductibles.


Desde el punto de vista sintáctico, la diferencia es todavía más sor­
prendente; en el microsistema de la mesura, atraviesa uno los esquemas y
las deixis sin interrupción, el recorrido sintáctico es continuo y parece obe­
decer más a las fluctuaciones de una demanda exterior que a los impera­
tivos de una axiología; en efecto, para pasar del ahorro a la generosidad,
no es necesario cambiar de sistema de valores, basta, después de un cam­
bio de punto de vista, pasar de la posición del beneficiario a la del dona­
dor. En el subsistema del exceso, por el contrario, no es posible traspasar
los esquemas sin el trastorno total del sistema de valores, ya que sólo las
presuposiciones son practicables sin daño; en cambio, para transformar a
un avaro retensivo en pródigo o a un avaro acumulativo en desinteresado
excesivo se necesita una conversión importante, pero de modo distinto al
del subsistema precedente. Añadamos, además, que parece casi imposible
transformar a un avaro en generoso, es decir, pasar del subsistema del
exceso al de la mesura.
Parecería que el microsistema de la avaricia comporta al menos tres
capas antonímicas diferentes: oposiciones débiles, alternativas equili­
bradas de la mesura; oposiciones fuertes, inversiones de tendencia del
exceso; oposiciones absolutas, entre el subsistema del exceso y el de la
mesura. Se comprende que, cuando todos los tipos de oposiciones son com­
binadas (de la avaricia a la generosidad, por ejemplo), se obtiene un efecto
máximo de antonimia. Esas diferentes formas de antonimia remiten, lo
hemos visto, a niveles semióticos diferentes.

La doble modalización

Remontando el hilo del análisis, nos damos cuenta de que la avaricia pone
enjuego dos tipos distintos de modalización. Del apego, primeramente, no
se retiene más que el apego a las cosas, la junción con el objeto; pero nota­
mos también que el sujeto puede sentir afecto tanto por los objetos
deseables (el dinero, la vida) como por los objetos no deseables (la muerte,
la soledad). El querer, entre otras modalidades, opera aquí en dos regis­
tros diferentes: por un lado, como modalización del objeto de valor, plan­
teado como deseable o no deseable y, por el otro, como modalización de la
junción, reconocida a su vez como deseable o no deseable. El desinterés,
por ejemplo, comporta necesariamente esos dos efectos modales: de un
lado, los objetos son clasificados como deseables en el sistema de valores
colectivo -ya que no habría forma de considerar como desinteresado a al­
guien que estuviera separado de objetos sin valor- y, del otro, la junción
con esos mismos objetos es considerada como no deseable por el sujeto
individual. El potlatch, por ejemplo, versión codificada de la disipación,
116 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

podría comprenderse como una pasión de destrucción aplicada a los obje­


tos considerados como deseables.
La doble modalización tiene como efecto garantizar la libertad de elec­
ción del sujeto individual en el “infierno de cosas” que la colectividad codi­
fica y le propone. El efecto pasional no resulta sólo de la modalización que
concierne directamente al sujeto apasionado, sino de su confrontación; la
disipación, así como el desinterés, no pueden ser considerados como
pasiones si los objetos involucrados no son, en sí mismos y para la colec­
tividad, deseables. En el caso de la tacañería, el querer-estar-ser aplicado
a la junción se opone a la modalización de los objetos, considerados como
no deseables: el efecto de sentido pasional y, sobre todo, la codificación,
por el uso, de esos dispositivos como pasiones, se explicarían en parte en
esos casos por la oposición entre las dos modalizaciones.
Pero las dos modalizaciones no difieren únicamente por la instancia
sintáctica -objeto o junción- que afectan, ni por su exponente, positivo o
negativo, sino también por su grado de intensidad. Es así como la avaricia,
por ejemplo, se caracteriza por un querer-estar-conjunto de una intensidad
mayor que la deseabilidad de los objetos ambicionados. Podríamos enton­
ces imaginar un eje graduable de las dos modalizaciones que se despliega
entre los dos polos extremos de la deseabilidad positiva y negativa. Así, la
tacañería confrontaría una deseabilidad positiva máxima de la junción
con una deseabilidad negativa de los objetos; o aun, la generosidad podría
componer, junto con la deseabilidad positiva máxima de los objetos, la de­
seabilidad negativa de la junción.
Una graduación semejante de los ejes de las modalizaciones no deja
de dar problemas; en efecto, si bastara con atribuirla a la instancia de la
puesta en discurso, su carácter graduable sería un simple epifenómeno re­
sultante de la aspectualización. Y sin embargo, esas confrontaciones gra­
duales cuestionan la axiología en cuanto tal y la definición misma de los
valores. Es necesario que nos refiramos una vez más a un sistema de re­
gulación social de los deseos y de la circulación de los bienes. La modali­
zación tiene por función regular, entre otras, la relación de los sujetos in­
dividuales con la axiología colectiva. Ésta se encuentra presente bajo dos
formas diferentes: de un lado como sistema de valores objetuales, proyec­
tando quereres y deberes sobre los objetos; y del otro, como una red de có­
digos de buena conducta y de bu en uso que permiten saber bajo qué condi­
ciones la junción de un objeto con un sujeto dado no traba la circulación
en el conjunto de la comunidad.
Se comprende mejor entonces la sobremoralización que contiene la
definición de la cicatería y de la tacañería en los diccionarios. Ella se
apoya a la vez en las dos modalizaciones: en la transgresión de las reglas
del buen uso, que se aplican a las modalizaciones de la junción, y en la
transgresión de los sistemas de valores que rigen la modalización de los
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 117

objetos. Se comprende también por qué la avaricia y la economía, aunque


fundadas ambas sobre un deber-estar-ser -el del apego en un caso y el de
la utilidad en el otro-, son opuestas sin embargo a causa de la morali­
zación: en el caso de la “avaricia-apego”, el deber-estar-ser es una modali­
zación de la junción, imputable al sujeto individual; en el caso de la “eco­
nomía-utilidad”, el deber-estar-ser es una modalización del objeto, impu­
table a la colectividad en la cual el sujeto se reconoce. Por consiguiente, la
falsa sinonimia de los dos roles, así como la de los dos deber-estar-ser que
los subtienden, sólo puede ser aclarada teniendo en cuenta las dos instan­
cias de la modalización y reconociendo que la evaluación moral y la pro­
yección de los códigos de buen uso son susceptibles de afectar sea a una
sea a la otra. El análisis del campo de la avaricia nos conduce a conside­
rar la modalización del objeto como dependiendo de la ideología -colectiva
en el caso de la configuración retenida- y la modalización de la junción
como nutriendo a las pasiones propiamente dichas.

Los niveles del objeto

La distinción entre los dos tipos de modalización, si bien aporta alguna


claridad, no hace más que extender la problemática. En efecto, tal distin­
ción nos ha conducido a reconocer nuevas formas de variaciones conti­
nuas, administradas por axiologías que conducen al buen uso de la jun­
ción, y no ya únicamente a las investiduras de los objetos. Por eso parece
necesario regresar a los diferentes modos de existencia del objeto, ya que
su pertinencia dentro del campo pasional no está tampoco asegurada.
Primeramente, podemos considerar como un hecho que el contenido
semántico de los objetos, el vertimiento que los hace participar en los sis­
temas de valores, no es pertinente para el análisis de las pasiones: los
objetos considerados por la avaricia, la avidez y la generosidad varían
libremente, sin que la pasión en sí misma sea afectada.
En cambio, ciertas propiedades sintácticas, de orden más general y
más abstracto que los vertimientos semánticos, nos han procurado una
base taxonómica para la descripción. Así, el rasgo /atesorable, no consu­
mible/, al igual que la noción de “parte” fija de cada uno, que comprende el
rasgo /partitivo/, nos han permitido entender ciertos aspectos específicos
de los objetos puestos en circulación dentro de la configuración. Esos ras­
gos que hemos designado como sintácticos son independientes de las cla­
ses semánticas a las cuales los objetos de valor pueden pertenecer. De ma­
nera general, parece que esas propiedades sintácticas sirven de relevo a
una interpretación cuantitativa y, no obstante, tensiva de la modulación
de lo continuo. Así, la noción de “parte” remite al rasgo /partitivo/; como el
principio del intercambio generalizado impone a la vez una libre circula­
118 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

ción de los objetos y una permanencia de la distribución de las partes, po­


demos concluir que se trata de mantener dentro de la totalidad social el
carácter “partitivo” de los objetos, de hacer de tal manera que cada uno
conserve su parte sin que se convierta en una unidad “integral”.
Desde ese momento, el avaro puede ser considerado como un sujeto
que usurpa la parte de otro, pero que, sobre todo, transforma su parte,
limitada y constreñida a la circulación -es decir partitiva-, en una unidad
integral, extensible y excluida de la circulación -es decir, exclusiva. La
avidez consiste solamente en querer más que su parte y, entonces, en con­
siderarla (ilegítimamente) como extensible. El economizador y el aho­
rrador saben proteger su parte, en un medio que la amenaza, pero sin cer­
carla: permanece, entonces, partitiva. El pródigo y el disipador destruyen
la unidad partitiva misma. El generoso disminuye su parte, por una aper­
tura que no la cuestiona: es, entonces, reafirmada como partitiva.
Nuestras reflexiones tradicionales sobre la sintaxis nos han habitua­
do a considerar el objeto sintáctico como un puro objetivo del sujeto, como
un blanco cuya trayectoria está regida por la protensividad. La inscrip­
ción del objeto entre otros objetos, de una “cosa” dentro del mundo de las
“cosas”, no omite plantear, como en semiótica pictórica, por ejemplo, la
pregunta situada en el nivel de las precondiciones epistemológicas sobre
las fronteras demarcativas, los registros y los márgenes de los objetos. La
solución puede buscarse en la aplicación de la categoría de “totalidad” a la
masa tímica, considerada como un “pastel” cuyas partes serían dis­
tribuidas según las exigencias de los sujetos. La recursividad de esa cate­
goría que reaparece en el recorrido patémico, al superponer en el recorri­
do generativo la construcción racional de los objetos, permite dar cuenta
de una sintaxis circulatoria subyacente en un microuniverso pasional.
Por otro lado, el examen de las definiciones del diccionario mostró que
las modalizaciones eran de intensidad variable y demandaban por ese
hecho un tratamiento de tipo continuo. Las propiedades del objeto com­
portan en sí mismas variaciones casi aspectuales: así, la unidad partitiva
puede ser “abierta” por la generosidad o “cerrada” por la economía. La
oposición misma entre partitivo e integral conoce grados y umbrales: la
constitución de una unidad integral aparece, en el caso de la avaricia,
como el resultado de un “cierre” y como efecto de una resistencia a la libre
circulación de los bienes; una doble modulación está en marcha, a la vez
acumulativa y retensiva. Además, aun cuando se pueda imaginar -“por
metáfora”- lo que sería la “parte” de saber, de ternura o de elogios debida
a cada uno, la definición sintáctica del objeto considerado como una mag­
nitud discontinua es poco satisfactoria.
Esas particularidades del universo pasional examinado nos invitan a
invocar una representación de tipo continuo y tensivo. En la medida en
que en el nivel discursivo las normas sociales se aplican a un proceso de
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 119

circulación, es lícito suponer que, más profundamente, el devenir de la co­


lectividad exige que las tensiones por las que pasa sean reguladas. Parece
que, en la configuración que examinamos, fuerzas dispersoras y fuerzas
cohesivas interactúan y que el devenir mismo de la colectividad depende
de una relación de fuerzas favorable a las segundas. En ese nivel de abs­
tracción, se puede uno representar el intercambio generalizado -la circu­
lación de bienes, entre otros- corno un aspecto del devenir social, un flujo
en el que las modulaciones tenderían a estabilizar o a desestabilizar al
protoactante colectivo.
Dos “lógicas” están en marcha en ese devenir social: una lógica de las
fuerzas, las del cambio (cohesivas y dispersoras), y una lógica de los
lugares, las de las unidades y de la totalidad que se dibujan sobre el fondo
de una interactancialidad. Las diferentes pasiones encontradas hasta
ahora intervienen con respecto a ese “flujo”, sea en el sentido de la cohe­
sión, sea en el de la dispersión. La avaricia, por ejemplo, dibuja un islote
de desaceleramiento y de resistencia y provoca por ese hecho la aparición
de un “lugar” que desvía el flujo y cuyas fronteras se opacan y devienen
impenetrables al cambio: uno reconoce ahí algo así como un eco de lo que
dice la economía política sobre el atesoramiento y la acumulación de las
ganancias. El ahorro, en cambio, nace de una modulación retardatoria
que modera un cambio demasiado rápido y dibuja un lugar individual
transparente y penetrable; el generoso, lo hemos visto, actúa en sentido
inverso, en beneficio del cambio. Por el contrario, la disipación y la prodi­
galidad suponen una aceleración dispersora, que amenaza el flujo de otra
manera, e impide la formación de todo lugar: el flujo no tiene nada más
que atravesar, se enloquece y se anula. El devenir cohesivo estaría enton­
ces amenazado de dos maneras: o por desaceleración o por aceleración;
además, dos umbrales aparecen: el umbral de creación de una unidad
integral, por un lado; y el umbral de desaparición de una unidad partiti­
va, por el otro: el paso del uno o del otro de los dos umbrales pondría en
duda a la totalidad partitiva.
Son valencias el devenir social dibujándose sobre el fondo de la ten­
sividad fórica, los “lugares” que aparecen y desaparecen al ritmo de las
modulaciones que se le apliquen. Desde entonces, lo que permite a no im­
porta qué objeto del mundo -cualesquiera que sean por otra parte sus pro­
piedades sintácticas y semánticas- tomar un lugar en la configuración es
el estilo de la modulación que lo acoge. Desde el punto de vista del obser­
vador social, los únicos objetos evaluados positivamente son aquellos que
participan en un estilo “cursivo”, favorable a las fuerzas cohesivas; desde
el punto de vista del avaro, es el estilo “suspensivo”, de tipo acumulativo y
retensivo, lo que caracteriza a los objetos dignos de ser buscados. Los
“estilos semióticos” prefiguran por consiguiente la modalización, tal como
la trabajan las pasiones.
120 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

En efecto, cada uno de esos “estilos” es, de un lado, convertido e inte­


grado a la sintaxis modal, en el seno de la cual suscita efectos de sentido
específicos y, del otro, convocado como aspectualización durante la puesta
en discurso. Por ejemplo, el “mantenimiento” del devenir, la modulación
cursiva del flujo, prefigura el poder susceptible de modalizar al sujeto so­
cial y a los objetos que éste entrevé. Los islotes de resistencia y de desace­
leramiento prefiguran el querer y el no querer del avaro. La desviación del
flujo sobre las “no valencias” es una primera modulación de lo que apare­
cerá en los dispositivos modales como el querer y el no saber del tacaño.

Los simulacros existenciales del sujeto

Regresando ahora al microsistema que nos ha permitido establecer una


tipología local de las formas pasionales, podemos constatar que cada uno
de los grupos de antónimos y de parasinónimos puede ser -en parte-
definido en función de las variedades de la junción, con la condición de
interpretar los enunciados de junción, comprendidos por los archipredica-
dos “tomar”, “dejar” y “guardar”, como objetivos del sujeto, y no como enun­
ciados efectivamente constatados en el enunciado. Por eso, como la expre­
sión “modos de existencia del sujeto” ha sido puesta ya en uso para desig­
nar los diferentes estatutos del sujeto de estado en el recorrido narrativo
racional, hemos propuesto denominar simulacros a las diferentes posi­
ciones que el sujeto se da en su propio imaginario pasional. Propusimos el
modelo de base siguiente, susceptible de recibir la sintaxis elemental del
cuadrado semiótico:

REALIZACIÓN ACTUALIZACIÓN
sujeto realizado sujeto actualizado

POTENCIALIZACIÓN VIRTUALIZACIÓN
sujeto potencializado sujeto virtualizado

El recorrido de los simulacros existenciales constituirá uno de los ba­


samentos sintácticos de los dispositivos modales dinamizados y de la pa­
sión. Así, el avaro retensivo es un sujeto potencializado (no disjunto) que
se transforma convirtiéndose en un avaro acumulativo, en sujeto realiza­
do (conjunto); de igual forma, el desinteresado es un sujeto virtualizado
(no conjunto) que se actualiza (disjunto) cuando se muestra generoso.
Las modalizaciones que sobredeterminan el recorrido no son obligato­
riamente isótopas: la transformación de una modalidad en otra modalidad
es un problema distinto, que tratamos anteriormente en su principio y del
cual evocaremos la puesta en marcha concreta más adelante. El recorrido
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 121

de los simulacros existenciales abarca de hecho las posiciones sucesivas


del parecer del ser. Así, el sujeto potencializado de la avaricia, aquel que
“no quiere gastar”, se caracteriza, con relación al apego que lo liga a los
objetos, por un deber-no-estar-disjunto y, con respecto al deseo de acumu­
larlos, por un querer-estar-conjunto. Las modalizaciones del avaro acumu­
lativo se obtienen entonces gracias a una doble transformación:

1. no estar disjunto -> estar conjunto


2. deber -■> querer

Por la intermediación de la carga modal que lo afecta, el sujeto apa­


sionado construye, gracias a la primera transformación, un escenario
imaginario en el que ocupa sucesivamente las posiciones de sujeto poten­
cializado y de sujeto realizado. La sintaxis intermodal daría cuenta de la
segunda transformación, sobre el fondo de las modulaciones del devenir.
El recorrido de los simulacros permite dar cuenta de las trayectorias
específicas de cada sujeto apasionado, en particular de la manera en que el
imaginario pasional pone en perspectiva las variedades de la junción. En
efecto, la mira del sujeto apasionado está puesta en la imagen fin que cons­
tituye el último simulacro del recorrido. Es así como el pródigo no puede
ser, para comenzar, más que un poseedor consciente del estar-ser, según
el saber-estar-ser, ya que la disipación a la cual se libra es sólo considera­
da si es libre de deshacerse de sus bienes, según el poder-no-estar-ser. Su
recorrido existencial será el siguiente:

realizado -a virtualizado -» actualizado


(conjunto) (no conjunto) (disjunto)

La serie de estos roles está presentada desde la perspectiva de la dis­


junción, pero ella presupone en ese caso tanto a la no conjunción como a la
conjunción. Nombraremos trayectoria existencial al recorrido finalizado,
construido por presuposición, de los simulacros que el sujeto apasionado se
da a sí mismo. Por otra parte, el recorrido de los roles modales administra
las transformaciones entre los contenidos de modalización, como:

saber —> poder -> querer


(saber-estar-ser) (poder-no-estar-ser) (querer-no-estar-ser)

La diferencia entre los dos recorridos puede ser interpretada como un


doble proceso imaginario. De un lado, sobre su trayectoria existencial, el
sujeto apasionado pone en perspectiva las diferentes eventualidades de su
relación con los objetos de valor, pudiendo regir toda la cadena una de las
posiciones eventuales: así, la avaricia está bajo la dependencia de la no
122 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

disjunción, es decir, de la potencialización: el avaro sólo acumula para


retener. Por otro lado, gracias a la sintaxis intermodal, el sujeto modifica
su modo de acceso a los objetos de valor; el conjunto se presenta desde la
perspectiva de una sola modalidad, considerada como regente: el avaro es
así un sujeto apasionado del querer, el cual rige a la vez el saber y el
poder.
La diferencia podría ser precisada: soñándose potencializado, el avaro
construye su imagen fin; en cambio, el encadenamiento de las modali­
dades que se transforman las unas en las otras define su disposición. La
superposición de las dos -la trayectoria existencial que se organiza en
imagen fin y la sintaxis intermodal que engendra una disposición- consti­
tuye la base sintáctica de las configuraciones pasionales. En la medida
que la trayectoria existencial es imaginaria únicamente en razón de la
carga modal que afecta a la junción y suspende la realización narrativa,
se puede considerar que las transformaciones de esa carga modal tra­
ducen las fluctuaciones de la relación imaginaria que el sujeto guarda con
su propio simulacro.
No es corriente en semiótica tratar separadamente, en un enunciado
modalizado, el predicado y su modalización. Desde el punto de vista sin­
táctico y en el universo pasional, constatamos sin embargo que su auto­
nomía respectiva es considerable. El ejemplo de la avaricia es bastante
claro en ese punto, ya que los simulacros existenciales son suficientes por
sí mismos, independientemente de las modalizaciones asociadas, para di­
ferenciar sintácticamente las grandes posiciones pasionales del sistema.
Por lo demás, si suscribimos la hipótesis según la cual la sintaxis intermo­
dal resulta, de un lado, de las modulaciones de la tensión y, del otro, de la
aspectualización gracias a la praxis enunciativa, dicha sintaxis no puede
confundirse con una trayectoria existencial, la cual resulta de transforma­
ciones entre posiciones discontinuas del estar-ser, obtenidas por proyec­
ción de la categoría de la junción en el cuadrado semiótico. Entonces se
plantea realmente la cuestión de su superposición.
La diferencia de funcionamiento puede ser aclarada por un examen
de lo que comprende el concepto de “transformación” en un caso y en el
otro. En la trayectoria existencial, los cambios de estado están ordenados
según un principio lógico-semántico discreto, regido por un operador, el
sujeto apasionado, quien fija uno de ellos como término resultante del re­
corrido; es, pues, a partir de ese estado final, clave de la imagen fin, que
toda la cadena puede ser reconstituida por presuposición: también el gene­
roso debe ser realizado, después virtualizado, antes de ser actualizado.
En cambio, las cosas no se desarrollan exactamente así en la sintaxis
intermodal: las modalidades se encabalgan, se acumulan, se transforman
por transición o síncopa, obedeciendo en eso al principio tensivo que las
nutre. Además, nada impide que la modalidad regente pueda estar en la
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 123

mitad de la cadena, al principio o al final: la sintaxis intermodal no puede


ser reconstituida por presuposición, ya que gracias al uso resulta de la
asociación estereotipada de una aspectualización y de una serie modal,
fijadas juntas a título de primitivo pasional. La avaricia comienza por un
apego, una forma de necesidad que liga al sujeto y al objeto -es decir, un
deber-; continúa con un deseo que se puede identificar como un efecto del
querer, y para terminar, no hay que olvidar otra habilidad, ya que el
avaro no es solamente aquel que quiere acumular y retener, pues sabe
también cómo manejarse -es decir, dispone de un saber. El querer rige el
conjunto, ya que, por una parte, transforma el deber del apego en deber-
querer del apego posesivo y, del otro, hace del saber de la habilidad una
especie de saber-querer, de la misma manera como el ánimo llega a las
muchachas enamoradas, la astucia llega a los avaros. La sintaxis inter­
modal no es pues ni discreta, ni lineal: el deber engendra el querer, el
cual, a su vez, lo modifica retroactivamente; el querer se acompaña de un
saber, modificándose los dos recíprocamente.
Resumamos: 1] en el nivel semionarrativo, se constituyen series de
predicados modalizados; 2] su sensibilización les permite ser convocados
por el discurso; 3] cuando ocurre la puesta en discurso, la serie de las posi­
ciones del estar-ser se orienta en la perspectiva de sólo una de entre ellas
que se convierte en la imagen objetivo, y la serie de cargas modales es
aspectualizada dado que una de ellas modifica los efectos de sentido de
todas las otras; 4] la doble serie que compone el dispositivo modal, una
vez estereotipada por el uso e integrada en una taxonomía connotativa,
conserva las dos disposiciones sintácticas: una “sintaxis” intermodal que
se sustenta en una trayectoria existencial.

Simulacros y modos de existencia

Si examinamos ahora los modos de existencia del sujeto sintáctico ordina­


rio, volvemos a encontrar las mismas posiciones, pero ellas designan las
posiciones del sujeto en el recorrido narrativo fuera del simulacro pasio­
nal. La pregunta que se plantea es la de la articulación de los enunciados
de junción simulados pertenecientes al imaginario pasional y que había­
mos denominado “simulacros existenciales” con los enunciados de junción
efectivos, aquellos que certifica el enunciado, ya que, incluso si nuestro
sujeto se encuentra en posibilidad de proyectar transformaciones imagi­
narias, no queda más que la continuación de sus “aventuras”, paralela­
mente a lo que imagina. Se trata de saber lo que acontece cuando pasa de
un estrato a otro.
Los modos de existencia, concebidos como estados, presuponen hace-
res que los producen: la uirtualización, operada por un mandador o un
124 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

manipulador, produce un sujeto virtualizado; la actualización, operada


por un conjuntor, que otorga el saber y el poder, produce un sujeto actua­
lizado; la realización, por último, es el efecto de la performance principal y
produce el sujeto realizado. Queda la potencialización, la cual, en la medi­
da en que el sistema de los modos de existencia obedece a las reglas de la
sintaxis elemental, debería ubicarse entre la actualización y la realiza­
ción; en efecto, el modelo que hemos propuesto se presenta así:

sujeto actualizado (u) sujeto realizado (n)

sujeto virtualizado (no n) sujeto potencializado (no u)

La secuencia de los modos de existencia se ordenaría como sigue:

virtualización —> actualización -» potencialización -a realización

De los cuatro modos de existencia del sujeto sintáctico, sólo la posición


“sujeto potencializado” no ha recibido hasta ahora ninguna interpretación
narrativa; introducida de manera puramente deductiva, se presenta en el
seno de un recorrido narrativo establecido a partir del análisis concreto de
los relatos, como una síncopa en el encadenamiento de las presuposi­
ciones, una caja negra cuya misma existencia no habría parecido nece­
saria hasta entonces para la comprensión de la narratividad. Todo sucede
como si, desde el punto de vista de la semiótica de la acción, la potenciali­
zación no fuera pertinente al reconstruirse por presuposición las posi­
ciones previas a la realización del hacer. Una de las explicaciones que de­
ben considerarse consistiría en concebir esa posición como una puerta
abierta sobre el imaginario y el universo pasional, en el seno del recorrido
narrativo. Sólo la potencialización sería susceptible de soportar el desplie­
gue pasional, por varias razones.
En primer término, la disposición pasional no puede remplazar a una
competencia si no se inserta entre la competencia de tipo clásico y la per­
formance: antes de la performance, porque es en un sentido presupuesta
por ella, y después de la competencia ordinaria, que se integra y se funda
de alguna manera en ella; de hecho, curiosamente, el avaro sabe y puede
economizar de entrada; el sádico, hacer sufrir, y el desesperado, lamentar­
se: es como si la disposición, insertada en el recorrido narrativo “efectivo”,
ahorrara un aprendizaje. De hecho, una vez establecida como competen­
cia con vistas al hacer, la secuencia modal puede ser interpretada como el
“ser del hacer”, un estado del sujeto susceptible de ser sensibilizado.
Enseguida, la potencialización, que sería algo así como una suspensión
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 125

obligada del programa narrativo entre la adquisición de la competencia y


la performance, podría ser definida como la operación por la cual el sujeto,
calificado para la acción, deviene capaz de representarse tratando de hacer
-es decir, de proyectar en un simulacro toda la escena actancial y modal
que caracteriza a la pasión-; estando todas las modalizaciones en su sitio,
el camino imaginario que abren se dibuja bajo la forma de la trayectoria
existencial. Eso permite comprender, entre otras cosas, que la pasión
aparezca frecuentemente en el despliegue narrativo como una escapada
delante de la performance', una vez manipulado, o persuadido, o vuelto
apto, el sujeto apasionado se refugia o se encuentra arrastrado por su
imaginario, antes de renunciar a la acción o de precipitarse en ella. Así,
por ejemplo, funciona el miedo o, como se verá luego, los celos. Insertada
en ese sitio dentro del recorrido narrativo, la imagen fin es al hacer lo que
la receta de cocina es a la preparación de la comida: en la representación
que el sujeto se da de su hacer, todo está en su sitio, todo está presentifica-
do, y puede por consiguiente ser puesto en discurso tal cual. El paralelo no
se detiene ahí, ya que, como el gastrónomo puede permanecer en la con­
templación discursiva de su receta, el sujeto apasionado puede, sin pasar
al acto, saborear la puesta en escena pasional que se da a sí mismo.

“La lechera y el cántaro de leche”: ¿vertimiento o disipación?

El sujeto sintáctico, habiendo llegado a esa fase en la que es posible repre­


sentarse el hacer y el recorrido en su conjunto, es capaz de proyectar una
trayectoria imaginaria bajo la forma de simulacros. Es toda la historia de
Perrette, la lechera de La Fontaine,2 quien a punto de llegar a la ciudad

2 Fables, lib. Vil, fábula 10, “La laitiére et le pot au lait”: Perrette, sur sa tete ayant un
pot au lait / Bien posé sur un coussinet, / Prétendait arriver sans encombre á la ville. /
Légére et court vétue, elle allait á grand pas, / Ayant mis ce jour-lá, pour étre plus agile, /
Cotillón simple et souliers plats. / Notre laitiére ainsi troussée / Comptait deja dans sa pen-
sée / Tout le prix de son lait, en employait l’argent; / Achetait un cent d’oeufs, faisait triple
couvée: / La chose allait á bien par son soin diligent. / “II m'est, disait-elle, facile / D’élever
des poulets autour de ma maison;/ Le renard sera bien habile / S’il ne m’en laisse assez pour
avoir un cochon, / Le porc á s’engraisser coütera peu de son; / II était, quand je l’eus, de
grosseur raisonnable: / J’aurai, le revendant, de l’argent bel etbon.”/ [...]
[Perrette, con un cántaro de leche eri su cabeza / Bien puesto sobre un cojinete, / Pre­
tendía llegar a la ciudad sin ningún contratiempo. / Ligera y vestida cómodamente, alargaba
el paso, / Habiéndose puesto ese día, para estar más ágil, / Faldón sencillo y zapatos bajos. /
Así ataviada nuestra lechera, / Contaba ya en su pensamiento / Con la ganancia de su leche,
el dinero invertía; / Compraba un centenar de huevos, hacía triple pollada: / La cosa marcha­
ba bien por su diligente esmero. / “Me es fácil, decía, / Criar polluelos alrededor de mi casa; /
El zorro será muy hábil / Si no me deja lo suficiente para tener un cochino, / Engordar al
puerco costará poco salvado; / Estaba, cuando lo tuve, de tamaño razonable: / Tendré,
revendiéndolo, dinero contante y sonante”.]
126 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

donde va a poder vender su leche, se pone a soñar con antelación el uso


que le podría dar a su dinero y despliega en cadena toda una serie de simu­
lacros existenciales y de predicados asociados -vender, ganar, comprar,
ceder, ganar, etc - con el resultado que sabemos cuando la realidad la des­
pierta: un movimiento demasiado brusco basta para hacer caer el cántaro
y, al derramarse la leche, el sueño se evapora. El texto de La Fontaine es
claro en lo concerniente a la competencia: Perrette es un sujeto actualiza­
do, competente en todos los sentidos para llegar a la ciudad y realizar la
transacción que previo (“un pot au lait bien posé sur un coussinet”, “légére
et court vetue” [“un cántaro de leche bien puesto sobre un cojinete”, “lige­
ra y vestida cómodamente”] ). Sin embargo, ella no es un sujeto realizado
y el fabulista la toma justo en esa fase intermedia, la potencialización,
que se presta a todas las fantasías; en el ejemplo, esas fantasías la con­
ducen a representarse el hacer y a construir una trayectoria existencial de
“especulación apasionada”. El recorrido de Perrette sería el siguiente:

virtualización actualización -» potencialización (-> realización)


[mandato del marido] [precauciones] ESPECULACIÓN
IMAGINARIA -> FRACASO DE LA PERFORMANCE

En el nivel discursivo, el cambio de registro es operado por desem­


brague: la fantasía especulativa de Perrette se presenta como un “relato
de pensamientos” que comienza como un discurso indirecto condensado:

Notre laitiére ainsi troussée


Comptait deja dans sa pensée
Tout le prix de son lait, en employait l’argent...”

[Así ataviada nuestra lechera,


contaba ya en su pensamiento
con la ganancia de su leche, el dinero invertía...

y continúa como un discurso directo:

“II m’est, disait-elle, facile


D elever des poulets autour de ma maison”...

[“Me es fácil, decía,


criar polluelos alrededor de mi casa...”]

A partir de la serie de los modos de existencia narrativos, el desem­


brague es el que permite pasar al de los simulacros; la mayoría de las ve­
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 127

ces no está tan claramente marcado como en la fábula de La Fontaine y


para identificarlo hay que contentarse con los desplazamientos veridicto-
rios que lo acompañan. En efecto, desde el punto de vista del discurso de
llegada a partir del cual es operado el desembrague, el imaginario del su­
jeto apasionado está situado en el eje del parecer con relación a los enun­
ciados de junción efectivamente verificados, situados sobre el eje del ser;
inversamente, desde el punto de vista del sujeto apasionado, la trayecto­
ria existencial que proyecta surge del ser y los enunciados del discurso de
llegada se presentan para él sobre el modo del parecer. Cualquiera que
sea la perspectiva adoptada, el sujeto apasionado está sometido en el ni­
vel discursivo a pruebas veridictorias que son a menudo el único indicio
observable de un funcionamiento pasional; es así como el tacaño sólo pa­
rece un economizador desde su propio punto de vista, pero la prueba veri-
dictoria a la cual lo somete el observador social, anclada en el discurso de
acogida, denuncia su carácter apasionado. Igualmente, el sueño de Per-
rette podría pasar hoy como un simple “proyecto de inversión (para obte­
ner ganancias)”, pero el comentario del moralista subraya el carácter apa­
sionado: la veridicción alimenta a la moralización y detrás de la morali­
zación se asoma la sensibilización:

Chacun songe en veillant; il n’est ríen de plus doux:


Une flatteuse erreur emporte alors nos ames.

[Cada uno sueña despierto; nada es más dulce:


un error lisonjero arrastra entonces a nuestras almas.]

Pero habiendo sido destruido el objeto de valor, Perrette no se reen­


cuentra como lo estaba “antes de sufrir la desilusión”, como lo afirma el
fabulista, y el “error lisonjero” es una verdadera disipación.3

3 Un examen atento del discurso interior de Perrette revelaría otros signos del carácter
apasionado y “disipador” de su soñar despierta; se observará, por ejemplo, que la leche pierde
su estatuto de objeto de valor descriptivo para convertirse en un simple objeto modal, una
especie de poder hacer que autoriza una especulación en cadena, ya que cada nueva adquisi­
ción (huevos, pollos, cochinos, etc.) sufre la misma mutación; además, el encadenamiento de
los predicados (vender, ganar, comprar, ceder, etc.) parece obedecer a una ley de circulación
de los bienes cursiva y acelerada. Esto explica aquello: en el simulacro pasional proyectado
por Perrette, los objetos de valor han desaparecido como tales, ya que el enloquecimiento de
la circulación, propio de la disipación, suspende incluso a las valencias mismas. En fin, la
manifestación somática que interrumpe el sueño, al intervenir aquí como un reembrague
sobre el cuerpo sintiente del sujeto tensivo, subraya de otra manera el carácter “sensible” y
apasionado del proceso de disipación.
128 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

0 Pasión y veridicción

Encontramos en Balzac -incomparable experto en avaricias burguesas,


campesinas o incluso aristocráticas- pruebas veridictorias comparables.
En las Illusionsperdues [Ilusiones perdidas], Mme. de Bargeton deja An-
gouléme y se va a París; basta con eso para que se opere en ella una
mutación singular:

Les moeurs de la province avaient finí par réagir sur elle, elle était devenue mé-
ticuleuse dans ses comptes; elle avait tant d’ordre qu’á Paris elle allait passer
pour avare.4

[Las costumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella, llegó a ser


meticulosa en sus cuentas; era tan ordenada que en París la iban a considerar una
avara.]

La transformación es explícitamente formulada como una transfor­


mación veridictoria, entre ‘llegar a ser meticulosa” y “pasar por avara”
(“étre devenue méticuleux” y “passer pour avare”). En el contexto discursi­
vo llamado “provincial”, su ser se transforma (“deviene”) bajo el efecto de
la costumbre; una simple competencia económica sostenida por una axio-
logía colectiva es transformada en rol temático, que define en suma, el ser
modal de la dama, fijado por la repetición e identificado como un rol socio­
económico en la taxonomía “provincial”. Pero, en el contexto discursivo
parisiense, el mismo ser está dotado de un parecer pasional, lo que su­
pone que el observador social adopte otra taxonomía y haga variar, en
consecuencia, los efectos pasionales. Dentro de un mismo universo discur­
sivo, un mismo hacer al presuponer una misma competencia puede ser
referido a dos instancias culturales diferentes y ser interpretado, o bien
como rol socioeconómico, o bien como rol patémico; el cambio de estatuto
es acompañado entonces por una transformación veridictoria. En el caso
de Mme. de Bargeton, tres instancias son de hecho necesarias: de un lado,
la instancia de referencia, el sujeto de enunciación que certifica lo que
hace efectivamente Mme. de Bargeton (gastar moderadamente, como
todos los nobles de provincia) y, del otro, dos instancias de evaluación:
una provincial y la otra parisina.
Las pruebas veridictorias que permiten articular discursivamente las
dos series de enunciados de estado (los modos de existencia y los simu­
lacros existenciales) determinan de alguna manera las entradas y las sali­
das de la configuración pasional y, en los casos más simples, facilitan la
segmentación de unidades discursivas en las que la dimensión pasional
lleva ventaja sobre las otras. Así sucede con el discurso interior de Per-
rette, en La Fontaine; se desarrolla completamente en el modo de la ilu-
4 París, Garnier-Flammarion, pp. 174-175.
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 129

sión (parecer + no ser), entre el desembrague que permite entrar en el


simulacro y el reembrague correspondiente a la caída del cántaro y de la
leche. En el texto narrativo las pruebas veridictorias son acompañadas a
menudo por delegaciones enunciativas, lo que permite textualizar los si­
mulacros pasionales bajo la forma de “relatos de pensamiento”, discursos
apasionados insertados en el discurso de acogida.

o El reembrague sobre el sujeto tensivo

Perrette “transportada” por su propio sueño salta al mismo tiempo que el


becerro que imagina poder comprar e introduce en la configuración un
elemento que las definiciones del diccionario han olvidado: el cuerpo, el
cuerpo sintiente del sujeto apasionado. La descripción modal o incluso la
veridictoria del simulacro pasional no basta para explicar la irrupción del
cuerpo en la configuración de la avaricia y de la disipación.
Para eso hay que regresar a los modos de existencia. Sólo hemos con­
siderado la interpretación narrativa: proyectada sobre el recorrido del
sujeto narrativo, la serie de los modos de existencia organiza las dife­
rentes transformaciones de la junción. Pero la misma serie puede también
ser proyectada sobre el recorrido de construcción teórica, desde las pre­
condiciones de la significación hasta la manifestación discursiva. En efec­
to, la noción misma de “modo de existencia” resulta de la distinción entre
la instancia ab quo y la instancia ad quem, distinción operatoria abstracta
que describe a la vez el recorrido narrativo y el recorrido de construcción
teórica. De cualquier forma, en el caso del recorrido teórico, los modos de
existencia ya no son los del sujeto narrativo, sino los del sujeto episte­
mológico.
Al preguntarnos sobre los antecedentes de una semiótica de las pa­
siones, hemos tenido que reconocer, anteriormente al recorrido del sujeto
epistemológico propiamente dicho, una fase tensiva en la que es prefigu­
rado por un “casi sujeto”, un sujeto sintiente', interviene enseguida una fa­
se de discretización y de categorización en la que llega a ser un sujeto co­
nocedor, la ubicación de la sintaxis narrativa de superficie lo convierte en
sujeto de búsqueda', en fin, durante la puesta en discurso, puede ser asimi­
lado al sujeto discurrente.
Siendo el sujeto discurrente el sujeto de la instancia ad quem, es lla­
mado realizado, al haber completado la totalidad del recorrido hasta la
performance discursiva, conforme con la cadena de presuposiciones que
rige el recorrido de los modos de existencia. El sujeto de búsqueda es lla­
mado actualizado al estar situado en el nivel de las estructuras semiona-
rrativas de superficie; éste presupone al sujeto conocedor, quien instala
las “estructuras elementales”, término ab quo del recorrido generativo y
que podemos considerar por eso como uirtualizado. ¿Qué hacer con el
130 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

sujeto potencializado en ese caso? Este último, recordémoslo, está situado


deductivamente entre el sujeto actualizado y el sujeto realizado: ¿a qué
instancia correspondería un sujeto epistemológico situado entre las estruc­
turas semionarrativas de superficie y las estructuras discursivas? La única
respuesta plausible -y coherente con nuestras proposiciones iniciales- se­
ría la siguiente: el sujeto potencializado es el de la praxis enunciativa, ins­
tancia de mediación dialéctica entre la instancia semionarrativa y la
instancia discursiva. Como el sujeto narrativo potencializado, es suscepti­
ble de explotar la competencia adquirida con vistas a la performance, con
otros fines en especial imaginarios. Ahora bien, si el imaginario del sujeto
narrativo consiste en simulacros, el imaginario del sujeto epistemológico,
imaginario de la teoría misma, no puede ser más que el espacio tensivo de
la foria, aquél en el que esbozamos un “casi sujeto”, un sujeto sintiente.
En la economía general de la teoría, la potencialización sería, en­
tonces, esa praxis mediadora que, conjugando los productos del recorrido
generativo y aquéllos de la tensividad fórica, los fijaría, los almacenaría
como “potencialidades” del uso, al lado de las “virtualidades” del esquema.
Desde ese momento y en el recorrido de la construcción teórica, el suje­
to potencializado representaría la única instancia en la que el cuerpo ten­
dría todos sus privilegios, como constitutivo de los efectos de sentido. Al re­
sultar la existencia semiótica de una mutación interna de los productos de
la percepción -lo exteroceptivo engendra lo interoceptivo por medio de lo
propioceptivo-, guarda la memoria del propio cuerpo. Una vez discretizado
y categorizado, sólo guarda huellas de lo propioceptivo en la polarización
de la masa rímica en euforia/disforia. Por la potencialización del uso, sólo
la enunciación podrá de nuevo solicitar al “sentir” y al cuerpo como tales.
Un reembrague sobre el sujeto sintiente también es necesario para
convocar en el discurso los efectos somáticos de la pasión. La “perturba­
ción” que afecta a Perrette la disipadora es la manifestación lexical, en
francés clásico, de ese reembrague. Uno de los indicios más significativos
de ese regreso del sujeto tensivo en el discurso tiene que ver con la apa­
rente incapacidad del sujeto discurrente para dominar los encadenamien­
tos sintácticos; las trayectorias se pierden, la sintaxis parece sumisa a la
influencia de las oscilaciones y de los cambios de equilibrio de la tensivi­
dad. Es como si la aspectualización, en lugar de manifestar transformacio­
nes programadas, rigiera el encadenamiento de los predicados: el estilo se­
miótico rebasaría entonces a la lógica de la acción. Es así como Perrette,
sujeto discurrente apasionado, parece no dominar más el relato de sus
futuras transacciones: oscila entre la venta y la compra, especula indefini­
damente y parece no poder terminar, dejando por así decir la última pala­
bra a una “perturbación” somática. El “estilo”, en suma, es el sujeto sin­
tiente que reclama sus derechos por medio de una modulación tensiva fija­
da y potencializada.
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 131

DOS GESTOS CULTURALES: LA SENSIBILIZACIÓN Y LA MORALIZACIÓN

La sensibilización es la operación por la cual una cultura interpreta una


parte de los dispositivos modales, considerados deductivamente como efec­
tos de sentido pasionales. En la lengua, la sensibilización se manifiesta, o
bien en condensación -gracias a la lexicalización de los efectos de sentido-,
o bien en expansión -bajo la forma de sintagmas que comprenden uno de
los términos genéricos de la nomeclatura y una serie .que enuncia un com­
portamiento, una actitud o un hacer. En el discurso, es reconocida concre­
tamente, entre otras cosas, o bien gracias al distanciamiento entre los roles
temáticos y los roles patémicos propiamente dichos, o bien merced a la im­
posibilidad de. reducir una disposición a una simple competencia, en la
medida que el paso al acto no agote ahí los efectos.
La moralización es la operación por la cual una cultura remite un dis­
positivo modal sensibilizado a una norma, concebida principalmente para
regular la comunicación pasional en una comunidad dada. Sea de origen
individual o colectivo, la moralización señala, entonces, la inserción de
una configuración pasional en un espacio comunitario. Ella se manifiesta
en lengua por la presencia de la peyoración o del mejoramiento, en gene­
ral por medio de juicios de exceso, de insuficiencia o de mesura, ya sea la
condensación en los lexemas que nombran la pasión, o bien en expansión
en las glosas que las definen. En discurso, la moralización se reconoce por
el hecho de que un observador social está encargado de evaluar el efecto
de sentido y es susceptible, con el fin de producir tales juicios, de atri­
buirse un rol actancial en la configuración.

La sensibilización

® Variaciones culturales

Las diferentes culturas, áreas o épocas tratan de manera variable los mis­
mos dispositivos modales, como lo testimonia la configuración de la avari­
cia. La generosidad, por ejemplo, ha conocido tales avatares. Para comen­
zar, ha cambiado la modalización regente que define la isotopía modal: del
poder, que subtendía la generosidad ligada a la “grandeza”, al “coraje” y,
más generalmente, a todas las acepciones que invocan los “grandes recur­
sos” del sujeto, se ha pasado al querer, en el sentido de que el generoso es
aquel que “da más de lo que debe”, y aquí el “más” es la manifestación de
una motivación endógena, independiente de las obligaciones. Enseguida,
el querer-(estar-)ser mismo ha sido tratado sucesivamente como “cualidad”
(“cualidad de un alma orgulloso, bien nacida”), como “sentimiento” (“sen­
timiento de humanidad que lleva a mostrarse benévolo, caritativo, a per­
132 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

donar, a aceptar a un enemigo”), y, en fin, como “disposición” (disposición


a dar más de lo que uno debe).
La sensibilización del dispositivo modal de la generosidad es muy su­
perior en la época clásica y se acompaña además de una moralización po­
sitiva extrema, ya que esa “cualidad” es el criterio de un nacimiento no­
ble, que define el ser “hereditario” del sujeto. La sensibilización disminuye
gradualmente, ya que en la generosidad clasificada como “disposición” se
reconoce, en todo caso, una competencia inscrita como “tendencia” del
sujeto, pero no un “sentimiento” o una “pasión”.
Sin embargo la disposición, en la última acepción, en el sentido que le
dimos en el metalenguaje, realiza su función: se presenta como una pro­
gramación del sujeto discursivo, instalado permanentemente en el estar-
ser del sujeto, sin especificación de la isotopía que lo debe incorporar
(¿económica?, ¿social?, ¿guerrera?, o ¿afectiva?...). El dispositivo modal
subyacente está, pues, dotado de una sintaxis y las transformaciones
entre modalidades -del saber-estar-ser al querer-no-estar-ser-, son conside­
rables, de manera tal que el comportamiento del generoso sea previsible
en todas las circunstancias. Dicho de otra forma, todo está en orden para
que el efecto de sentido pasional surja en el discurso; sin embargo, ése no
es el caso en el discurso lexicográfico contemporáneo, ya que esa disposi­
ción no es considerada por la cultura que representa como una pasión.
La instalación de una sintaxis intermodal en el nivel semionarrativo y
su convocación en discurso bajo la forma de una disposición aspectualiza-
da no es pues suficiente para producir un efecto de sentido pasional: es
únicamente la condición necesaria y la sensibilización debe hacer el resto.
Por ejemplo, lo que sobresaldría de la imagen fin del generoso -es decir, la
puesta en perspectiva de toda la trayectoria existencial alrededor de la
disjunción- es susceptible de no producir, en tanto efecto de sentido, sino
una actitud moral, despojada de todo componente afectivo, si la sensibi­
lización no entra enjuego.
La sensibilización es pues la primera fase realizante de la puesta en
discurso de las pasiones; la praxis enunciativa seleccionó, después poten-
cializó segmentos modales fundándose en su sensibilización en un uso
anterior; pero es necesario, en- cada nuevo caso discursivo, que dichos seg­
mentos sean de nuevo sensibilizados para ser realizados en el discurso
como pasiones: la recategorización es así siempre posible.

0 La sensibilización en acto

Sin embargo, la sensibilización así definida es sólo comprendida en sus


efectos, una vez que, habiendo hecho su parte la praxis enunciativa, el
efecto de sentido pasional se convierte en un estereotipo, y el estereotipo,
en un primitivo pasional dentro de un uso dado. Esos efectos suponen un
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 133

proceso, es decir, operaciones que pertenecen a la puesta en discurso.


¿Qué pasa con la sensibilización “en acto”? Para responder a esa pregun­
ta, se puede regresar a las aventuras de Mme. de Bargeton en París:

Au moment oü [Lucien] sortit de chez madame de Bargeton, le baron Chátelet y


arriva, revenant de chez le Ministre des Affaires Etrangéres, dans la splendeur
d’une mise de bal. II venait rendre compte de toutes les conventions qu’il avait
faites pour madame de Bargeton. Louise était inquiéte, ce luxe l’épouuantait. Les
moeurs de la province avaient fini par réagir sur elle, elle était devenue mé-
ticuleuse dans ses comptes; elle avait tant d’ordre, qu’á Paris, elle allait passer
pour avare. Elle avait emporté prés de vingt mille francs en un bon du Receveur-
Général, en destinánt cette somme á couvrir l’excédent de ses dépenses pendant
quatre années; elle craignait deja de ne pas avoir assez et de faire des dettes.5

[Cuando [Lucien] salió de la casa de la señora de Bargeton, el barón Chátelet, que


había estado en la casa del ministro de Asuntos Extranjeros, llegó en el esplendor
de los preparativos para un baile. Venía a dar cuenta de todos los arreglos que
había hecho para la señora de Bargeton. Louise estaba inquieta, ese lujo la
espantaba. Las costumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella,
llegó a ser meticulosa en sus cuentas; era tan ordenada que en París la iban a
considerar una avara. Tenía en un bono del receptor general alrededor de veinte
mil francos, suma que destinó para cubrir el excedente de sus gastos durante cua­
tro años. Temía ya no tener bastante y contraer deudas.]

Mme. de Bargeton se convierte en avara a los ojos de un observador


parisiense: ése sería el resultado de una sensibilización que procedería
únicamente por reclasificación de los dispositivos modales y que sólo ten­
dría efecto en los paradigmas pasionales. Pero encontramos que Mme. de
Bargeton es verdaderamente afectada por el contraste entre sus hábitos
económicos y el tren de vida parisiense; su nuevo estatuto pasional no es
pues solamente el efecto de una prueba veridictoria y de una evaluación
exterior. Ese estatuto nuevo resulta de una operación discursiva que
transforma su ser, produciendo efectos patémicos en su recorrido sintác­
tico y no solamente en el juicio de un observador. El comentario de Bal-
zac atrapa entonces la sensibilización a punto de realizarse y pone en
evidencia la manera en que el rol socioeconómico es sensibilizado en la
misma cadena discursiva; un rol temático brutalmente cambiado de con­
texto discursivo se transforma en inquietud, espanto y temor; es decir,
que la sensibilización no es solamente una operación abstracta necesaria
para la teoría de las pasiones, sino que además es observable en los dis­
cursos concretos, bajo el mismo tenor que otras operaciones de la sintaxis
discursiva.
La sensibilizacón tiene, así, como explicación, su lugar dentro de la

5 Op. cit., pp. 174-175. Cursivas nuestras.


134 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

economía general de la teoría, y, a la vez, como descripción dentro del re­


corrido discursivo de construcción del sujeto apasionado: de alguna mane­
ra, verticalmente, construye las taxonomías culturales que filtran los dis­
positivos modales para manifestarlos como pasiones en el discurso y, hori­
zontalmente, toma su lugar en la sintaxis discursiva de la pasión, como
un proceso en toda la extensión de la palabra. Por eso, Mme. de Bargeton
es clasificada como una avara en la cultura parisina, lo cual permite una
nueva interpretación discursiva de su competencia, pero también es
transformada, de manera que ciertos acontecimientos patémicos aparecen
en su recorrido. Por esa razón podemos convenir en denominar patemi-
zación a la sensibilización concebida como una operación perteneciente a
la sintaxis discursiva. De hecho, desde un punto de vista genético, la pate-
mización precedería a la sensibilización concebida como una instancia cul­
tural; ella puede no ser más que un caso aislado, pero puede también en­
trar en el uso; desde ese momento, las secuencias modales que afecta son
identificadas como pasiones en ese uso y la praxis enunciativa realiza su
obra. La sensibilización como operación enunciativa es, pues, secundaria.

® El cuerpo sensible

Más allá de las preguntas de método que están asociadas a todo relativis­
mo cultural, tiene uno el derecho de preguntarse si a la semiótica in­
cumbe el interrogarse sobre las razones y la naturaleza de ese gesto cul­
tural. En efecto, las respuestas, ¿pueden no ser ontológicas, incluso
metafísicas? El mínimo epistemológico que nos sirve de parapeto parece
tambalearse. La vocación de una semiótica de las pasiones es la de des­
cribir y también de explicar los efectos discursivos de la sensibilización,
pero no ciertamente la de tomar para sí y sin más ni más lo que otras dis­
ciplinas dicen al respecto. De ello no se colige, empero, que esté prohibido
interrogarlas para, eventualmente, sacar provecho de ellas.
En el afán de las explicaciones extrasemióticas o parasemióticas, se
podría, por ejemplo, imaginar que la sensibilización es una operación de
origen psicosomático y que ciertos dispositivos modales actuarían sobre el
soma como “en terreno favorable”. De todas maneras, esa hipótesis
plantea más problemas de los que resuelve, ya que habría entonces que
demostrar cómo las culturas pueden determinar los “terrenos favorables”
que les serían específicos. En el caso de las “pasiones del asma”, por ejem­
plo, una hipótesis como ésa sería, ciertamente, tentadora pues haría que
el análisis semiótico fuera compatible con la explicación alérgica y genéti­
ca de esa perturbación; pero el examen de los discursos concretos no
resiste tal hipótesis, discursos en los que los familiares y los amigos del
asmático adoptan el mismo dispositivo modal sensibilizado que el del
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 135

enfermo, sin compartir no obstante el “terreno favorable”.6 El relativismo


cultural obliga también a descartar la solución que consistiría en invocar
directamente las pregnancias biológicas, ya que caracterizan a la especie
como tal y no a la cultura.
El concepto de habitus social propuesto por P. Bourdieu,7 en la medi­
da que articula formalmente el cuerpo, las imágenes del cuerpo y las
determinaciones socioculturales, parecería en cambio más apropiado. P.
Encrevé, en su introducción a la traducción francesa de Sociolingüística
de W. Labov,8 demostró todo el provecho que se podía sacar: la “postura
articulatoria” propia de un grupo social que lo hace, por ejemplo, pronun­
ciar tal diptongo de manera “tensa” o “relajada”, se explica por una cierta
respuesta del tono muscular a un “esquema de postura”. El esquema de
postura en cuestión se presentaría como una especie de imagen del mismo
cuerpo modelado por el habitus social. En ese sentido, el “esquema de pos­
tura” sería un esquema motor fijado por el uso y característico de una
sociotaxonomía.
Esas nociones sociológicas dejan, no obstante, la parte del león a lo
“adquirido”; ahora bien, nada permite afirmar que la sensibilización cul­
tural pasa más bien por lo adquirido que por lo innato. De hecho, en la
medida que la sensibilización sobredetermina el proceso por el cual los se­
mas exteroceptivos e interoceptívos son homogeneizados por lo propiocep­
tivo, trasciende la oposición entre lo innato y lo adquirido. Pero, lamen­
tablemente, carecemos de informaciones sobre la manera como el propio
cuerpo puede intervenir en el proceso. A la vista de las axiologías y de la
oposición entre la euforia y la disforia, nos hemos contentado con imagi­
nar que la propioceptividad actuaba únicamente por atracciones y repul­
siones. Pero nada dice que el cuerpo no sea capaz de producir simboliza­
ciones elementales más complejas, las cuales, sin suscribirse aún a un
funcionamiento semiótico, prepararían la sensibilización de las formas
significantes. El seguimiento de las investigaciones en el dominio de la
antropología y de la semiótica médica podría aportar elementos de res­
puesta en ese terreno.
Falta que la noción misma de “esquema sensible”, e incluso aquélla,
más trivial, de “terreno favorable”, interrogue a la semiótica de las pasio­
nes. En el nivel del discurso y en el recorrido de construcción del sujeto
apasionado, la sensibilización no sería, en suma, ni la última ni la prime­
ra palabra de la pasión. Desde un punto de vista epistemológico, si el rela­
tivismo cultural de la aprehensión patémica de los significados del mundo

6 Cf. J. Fontanille, “Les passions de l'asthme”, Nouueaux Actes Sénüoíiq ues. Limoges,
Trames-Pulim, 6, 1989.
7 Esquisse d’une théorie da la pratique, Genova, Droz, 1972.
8 Sociolinguisúque, presentación de P. Encrevé, París, Ed. de Minuit, 1976.
136 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

natural pudiera explicarse por la presencia de “esquemas sensibles” en el


imaginario humano, resultaría que la existencia semiótica misma sería
afectada. Si desde un punto de vista sintáctico se puede postular un “te­
rreno favorable” para la manifestación de las pasiones, se debe a que el
recorrido del sujeto apasionado no comienza con la sensibilización.

® La constitución pasional

Podríamos pensar aquí en el concepto griego de hexis, que significa a la


vez la “manera de (estar-)ser”, la “constitución” -en el sentido médico, por
ejemplo- o el “hábito”, ya sea del cuerpo, o del espíritu.9 Benveniste hace
notar que el verbo correspondiente, “ekhó”, que significa primero “tener” y
“poseer”, es un “(estar-)ser a” invertido, lo que explica que el verbo mismo
en sus empleos intransitivos, y sobre todo en su derivado nominal, pueda
designar formas de estar-ser tanto adquiridas (cf. “hábitos”) como innatas
(cf. “constitución”).
A manera de hipótesis de trabajo, se podría entonces considerar a la
hexis sensible como una sobredeterminación cultural de las pregnancias
biológicas, que se traduciría por una articulación específica de la zona pro-
pioceptiva y que proyectaría “esquemas sensibles” sobre la existencia
semiótica. Las disposiciones y las imágenes finales convocadas en los dis­
cursos realizados encontrarían o no encontrarían un eco en esos esquemas
sensibles y, por ese hecho, producirían o no producirían efectos de sentido
pasionales. La sensibilización presupondría en ese caso, en el nivel de las
precondiciones de la significación, una “constitución” del sujeto sintiente.
Por otro lado, si se admite que la sensibilización puede ser aprehendi­
da a la vez por sus efectos en la praxis enunciativa y como operación dis­
cursiva, puede uno preguntarse si la “constitución” del sujeto apasionado
no podría también ser considerada desde dos puntos de vista diferentes. A
manera de hipótesis difícilmente verificable en la actualidad, hasta ahora
sólo hemos examinado la eventualidad de una “predisposición” del sujeto
sintiente en el recorrido de la construcción teórica, partiendo de la idea de
que la propioceptividad podría ser constitutiva ya del sujeto apasionado.
Se puede uno preguntar aquí cuál sería la forma discursiva de una consti­
tución “en acto”, es decir, cómo se instala el terreno favorable para la eclo­
sión pasional en el recorrido sintáctico del sujeto.
En la configuración de la avaricia encontramos en varias ocasiones fi­
guras que, sin ser ellas mismas pasiones, aparecen como condiciones pre­
supuestas, como el terreno sobre el cual justamente la sensibilización va a
poder operar; así, la sensibilización del dispositivo modal de la avaricia
sólo se puede tomar en consideración si cierto “apego” liga el sujeto a los
9 Trascendería en eso tanto la oposición innato/adquirido como la dualidad cuer-
po/espíritu.
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 137

objetos; igualmente, la generosidad presupone una forma de desapego. El


apego y el desapego intervienen incluso si el dispositivo modal no está ubi­
cado y, a fbrtiori, todavía cuando no está sensibilizado. Ambos caracterizan
a la relación entre el sujeto y el mundo, independientemente de todo objeto
de valor o aun de sistemas de valores particulares. Para un sujeto que no
conoce todavía los objetos de valor, el apego y el desapego definirían de
algún modo dos maneras diferentes de entrar, una vez interiorizados, en
relación con los significantes del mundo natural. En ausencia de objetos de
valor y de sistemas de valores, el sujeto sólo tendría que ver con las “som­
bras de valor” que le propone la fiducia, y el apego o el desapego serían dos
posiciones extremas sobre la graduación continua de la fiducia.
Pero en la configuración que nos interesa más particularmente, el
apego como el desapego ocupan una posición en el recorrido sintáctico del
sujeto y no solamente en la construcción teórica; en efecto, ambos son pre­
supuestos por las figuras propiamente pasionales y pueden ser manifesta­
dos en el discurso con el mismo criterio que la sensibilización.
Mme. de Bargeton no se hubiera vuelto avara y no estaría espantada
por el tren de vida parisiense si antes no hubiera estado preparada. Ya
que, si el cambio de contexto basta para transformarla en avara desde el
punto de vista del observador social, eso no puede explicar por sí solo la
aparición de nuevas pasiones (inquietud, espanto, temor) en su propio re­
corrido discursivo; en otros términos, la sensibilización que se observa no
hace más que actualizar en el discurso una propiedad del sujeto, anterior
a este último y de la misma naturaleza que el “apego” o el “desapego”. Ob­
servando más de cerca, se encuentra el rasgo de una propiedad: “las cos­
tumbres de la provincia habían terminado influyendo en ella”; la expli­
cación dada por Balzac no se puede reducir al emplazamiento de un rol
temático gracias a la repetición; en efecto, las “costumbres” son “hábitos”
codificados e integrados en una cultura y no se confunden con la repeti­
ción. Es un hecho que el rol temático del “cazador” se construye por apren­
dizaje y repetición; sin embargo, no induce ipso facto un “hábito” y “cos­
tumbres”.
Volvemos a encontrar aquí la hexis, lo que permite decir que Mme. de
Bargeton está “constituida” para ser avara antes incluso de llegar a serlo
y que la sensibilización propiamente dicha, provocada por el cambio de
contexto discursivo, tiene su raíz en ese estado previo. El hábito no es,
por supuesto, sino una de las formas posibles (adquirida, en el ejemplo) de
la constitución del sujeto apasionado.

3 Esbozo de un recorrido patémico

Independientemente de su carácter “adquirido” o “innato”, la constitución


se presenta como una predisposición general del sujeto discursivo para los
138 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

recorridos pasionales que le esperan, definiendo su modo de acceso al


mundo de los valores y seleccionando de antemano ciertas pasiones antes
que otras. Así, remontando el curso de la sintaxis discursiva a partir de la
manifestación pasional, encontramos sucesivamente: la sensibilización,
que se aplica a una disposición, que prolonga ella misma una constitu­
ción. En el otro sentido, no se puede razonar más que en términos de pro­
babilidades: Mme. de Bargeton habría podido sufrir la influencia de las
costumbres y de los hábitos provinciales, sin por lo mismo, adquirir una
verdadera disposición a la avaricia; esa disposición jamás habría podido
ser sensibilizada si el cambio de contexto no hubiera intervenido. De ahí
que la sintaxis discursiva del sujeto apasionado se establezca provisional­
mente así:

CONSTITUCIÓN -> DISPOSICIÓN -> SENSIBILIZACIÓN

La moralización

® De la ética a la estética

Numerosos juicios éticos señalan la actividad de un actante evaluador en


la configuración de la avaricia. Esos juicios moralizan comportamientos
que, en sí mismos, serían neutros; el economizador es un rol no morali­
zado -o evaluado positivamente- y el avaro es evaluado negativamente; el
comportamiento llamado “interesado” es evaluado negativamente en la
configuración estudiada, mientras que en economía política es evaluado
positivamente, a partir de A. Smith, entre otros, pero también en pedago­
gía, en la que es considerado una llave del éxito.
La moralización puede tomar otras vías aparte de las de la ética o de
la justicia. El dandismo reorganiza el universo pasional alrededor de un
saber-estar-ser oponiéndolo a los valores económicos burgueses organi­
zados esencialmente en torno a la utilidad; en ese sentido, todas las pasio­
nes son juzgadas entonces en función de la “actitud” o del “obrar” que per­
miten controlar las manifestaciones, y la evaluación del saber-ser se apoya
por lo tanto en una estética de la vida cotidiana. Con otras referencias,

10 Tendremos cuidado de distinguir un saber-estar-ser que se glosaría como “saber con­


duciendo al contenido del estar-ser”, de un saber-estar-ser que se glosaría como “saber orga­
nizar y presentar el estar-ser”\ ésa sería, en suma, la diferencia entre el conocimiento y el
obrar. Comparada con las modalizaciones del hacer, la primera versión del saber-estar-ser
correspondería a un “saber dirigido al contenido del hacer”, y la segunda versión, al saber-
hacer definido como habilidad. El saber-estar-ser que nos interesa aquí, el de la segunda
acepción, es una forma de la inteligencia sintagmática, en la misma forma que el saber-hacer
en su acepción más común.
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 139

pero de la misma manera, el “hombre honorable” debe, en la Francia de la


época clásica, dar muestras de una calidad que, a falta de disponer del
lexema adecuado, se designa por una perífrasis: “El hombre honorable no
se inmuta por nada.” Se trataría en ese caso de un saber-no-estar-ser eva­
luado positivamente, que permite no expresar pasiones, y que participa
también en un proyecto estético aplicado a la vida interior.
De hecho, la moralización introduce en el universo pasional un rela­
tivismo más general que causa problemas. En las definiciones de los dic­
cionarios, los juicios morales establecen umbrales en una escala de intensi­
dad, una escala orientada que permite concluir en el exceso o en la insufi­
ciencia, según si se coloca uno más allá o más acá del umbral; así, el deseo,
el apego, el sentimiento o la inclinación son calificados, en la configuración
que examinamos, de “vivos”, “excesivos”, “bajos”, etc. Pero llegamos muy
pronto a un callejón sin salida, ya que, para esos mismos diccionarios, la
“pasión” ya se ha definido en cuanto tal por un exceso: moralizar en fun­
ción del exceso o de la insuficiencia sería simplemente reconocer que tal o
cual dispositivo modal pertenece o no pertenece al registro pasional, lo que
conllevaría un doble empleo con la sensibilización. Desde el punto de vista
del observador social, la moralización presupone y comprende a la sensibi­
lización; pero ésa no es una razón para confundirlas.

0 Pasiones socializadas

Para comprender mejor la moralización, podemos por lo pronto interro­


garnos sobre quién es el responsable. Cuando se encuentra en semiótica
una evaluación sobre el hacer o el estar-ser de un sujeto, ordinariamente
se buscan las huellas de un Destinador-juez y se considera que su hacer
judicativo pertenece a la etapa terminal del esquema narrativo canónico.
Pero no se trata aquí del esquema narrativo canónico y el recorrido del su­
jeto apasionado se encuentra atrapado en un simulacro que no permite
tratarlo como un recorrido narrativo clásico. Además, el juicio puede ejer­
cerse sobre las formas pasionales de la competencia, sobre la disposición
misma, antes de pasar al acto: se hablará de “sentimiento malo”, de “incli­
nación mezquina”. Si el hacer del, economizador sólo es juzgado como
hacer desde el punto de vista de su eficacia o de su oportunidad, no sucede
lo mismo con el avaro; este último será juzgado sobre la existencia, en su
competencia, de una disposición pasional excedente: así, Mme. de Bar-
geton, antes incluso de haber tenido el tiempo de gastar o de economizar
tan siquiera un franco en París, será juzgada por la única aprehensión
que manifiesta, es decir, por su facultad de representarse a punto de gas­
tar o de economizar. No son ya el hacer o el estar-ser los juzgados, sino
una manera de hacer o una manera de estar-ser; en la práctica, el matiz
es a veces fino, pero constituye toda la diferencia: se refiere a cierto orde­
140 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

namiento modal y a una manera de manifestarlo.


En consecuencia, en sentido estricto, el responsable del juicio no pue­
de ser un Destinador-juez que no tendría que juzgar más que el éxito o la
conformidad del hacer. Se ha visto al actante evaluador confundirse con
un Destinatario frustrado (la cicatería, la disipación) o un Destinatario
satisfecho (la generosidad). Tales observaciones incitan a pensar que el
actante evaluador puede ser cualquiera de los compañeros potenciales del
sujeto apasionado en la configuración; pero eso quiere decir que no hay
pasión solitaria, ya que en principio toda pasión es evaluable y moraliza-
ble y el evaluador pertenece a la configuración con el mismo derecho que
el sujeto apasionado. Toda configuración pasional sería intersubjetiva,
comprendiendo al menos dos sujetos: el sujeto apasionado y el sujeto que
asume la moralización.
El carácter.intersubjetivo de las pasiones -o, más generalmente, in-
teractancial- no está limitado a la puesta en discurso y a la intervención
del observador social. El análisis de las modulaciones subyacentes en la
configuración de la avaricia ha puesto en evidencia la existencia de fuer­
zas cohesivas y de fuerzas dispersivas, entre las cuales los equilibrios y
los desequilibrios inestables dibujaban el lugar de los valores colectivos e
individuales. La escisión del protoactante del espacio tensivo libera así
fuerzas adversativas, que se pueden interpretar como la prefiguración de
los actantes: en ese caso podemos hablar de interactantes.
Si la configuración está organizada exclusivamente desde el punto de
vista del sujeto apasionado, durante la convocación en discurso sólo la
sensibilización es manifestada; y si la configuración está organizada des­
de el punto de vista del observador social, la moralización aparece, pre­
suponiendo y ocultando a la vez a la sensibilización.

® La estratificación del discurso moral

Además, después de haber constatado la inestabilidad del actante obser­


vador, se podría uno preguntar si esa inestabilidad no resulta de la natu­
raleza de las evaluaciones mismas. De hecho, esa inestabilidad se explica
en gran parte por la presuposición de los criterios de evaluación. En las
definiciones del diccionario, por ejemplo, se subraya que tal pasión puede
ser evaluada negativamente porque descansa en una opinión errónea -co­
mo la vanidad o la pretensión- o porque es simplemente excesiva -como
el orgullo-; o tal otra pasión es evaluada positivamente porque está fun­
dada en una opinión justa (la estima). De un caso al otro, el evaluador es­
tablece su juicio a partir de consideraciones veridictorias (lo falso para la
vanidad, pero también para la tacañería, el secreto para la hipocresía),
epistémicas (para la pedantería o la presunción), aspectuales (el exceso),
etc. Pero, cualquiera que sea la categoría modal en nombre de la cual el
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 141

juicio es enunciado, el motivo que parece suscitar el juicio mismo es siem­


pre del orden de lo “demasiado” o de lo “demasiado poco”. El avaro y el
ávido desean demasiado fuerte, el disipador gasta demasiado; el tacaño
economiza de más en pequeñas cosas; el cicatero hace demasiado alarde
de su tacañería; el vanidoso y el orgulloso tienen una opinión demasiado
buena de sí mismos; el fatuo y el presuntuoso la anuncian demasiado
ostensiblemente.
Es como si el basamento tensivo de un universo pasional restaurara
la superficie tomando la apariencia de una categoría modal y/o aspectual;
los juicios éticos se toman de las modalizaciones (veridictorias, epistémi-
cas, volitivas, deónticas, etc.) y de las aspectualizaciones para proyectar
ahí escalas de intensidad dotadas de umbrales, como para reactualizar las
modulaciones tensivas.
El observador social no tiene entonces directamente acceso más que a
los roles éticos, los cuales comprenden, según el caso, roles epistémicos,
roles veridictorios, roles deónticos, reformulados las más de las veces
como roles patémicos. No obstante, parecería que de este lado de todos
esos roles, se interesa más particularmente en el sentido de la mesura. De
ahí que la evaluación de las pasiones ponga al descubierto un criterio sub­
yacente a todas las axiologías superpuestas y que remita, como ya se ha
sugerido, a una regulación del devenir.
Una vez reconocidas la diversidad y la estratificación de los sistemas
de referencia de la moralización, se comprende mejor también el rol del
observador: su “inestabilidad” es en sí misma funcional. En efecto, gracias
a la variación de los puntos de vista adoptados, y a la de los sincretismos
en los cuales el evaluador puede entrar con los actantes de una configu­
ración pasional dada, el sujeto de enunciación hace variar la iluminación
de una pasión a la otra, explora la combinatoria y la taxonomía para
hacer aparecer los ordenamientos modales reconocidos en una cultura
dada y para poder agregarle, en vistas de la moralización, las axiologías
propias de tal o cual acompañante del sujeto apasionado.
La inestabilidad de la evaluación y la superposición aparentemente
aleatoria de las axiologías de referencia no deben sin embargo disuadirnos
de considerar a la moralización como una dimensión autónoma del discur­
so, ya que, a pesar de las apariencias, están reunidas las condiciones de
esa autonomía. En efecto, la moralización está asegurada por un actante
que, perteneciendo a la configuración pasional, no es menos independien­
te del sujeto apasionado. Además, no debe nada a la orientación de las
trayectorias existenciales o a la polarización tímica. De un lado, la avidez
(realización) como la disipación (actualización) están igualmente conde­
nadas; del otro, el ahorro (potencialización) como el desinterés (virtuali-
zación) están igualmente valorizados. La tristeza puede ser muy moral
-cuando testimonia, por ejemplo, algún duelo sincero-, y la ausencia de
142 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

reacción, la atimia, puede ser también reprochada violentamente a


Meursault en L’étranger [El extranjero], como vivamente aconsejada al
hombre honesto del clasicismo francés.
Los roles éticos entonces serían igualmente independientes de los
roles modales, de los roles patémicos y de los roles temáticos, y esa inde­
pendencia traduciría la existencia de una isotopía que les sería propia y
común: la isotopía de la mesura. Los roles éticos serían, en una cultura
dada, los términos de una taxonomía connotativa coextensiva a la de la
sensibilización, pero que presentaría una fragmentación diferente. La
sobredeterminación moral de los dispositivos modales pasionales “per­
vierte” de alguna manera la taxonomía de los roles patémicos al redis­
tribuirlos en vicios y en virtudes, ya sea explícitamente -y el rol es en­
tonces considerado como una “cualidad” o un “defecto” en el discurso-, o
bien implícitamente, gracias a la proyección de los semas “mejorable” o
“peyorativo”. El conjunto de esas distorsiones, en un texto o en un corpus
de texto, aparecerá como una deformación coherente del universo pasio­
nal, pudiendo ser construida en el análisis como una isotopía moral', la
recurrencia de los mismos criterios de juicio (i.e. de un mismo tipo de es­
cala de intensidad, de una misma posición actancial de evaluación) garan­
tiza entonces una lectura homogénea del universo moral del sujeto de
enunciación.
En el marco de los lenguajes de connotación, el desdoblamiento del
dominio analizado permite considerar el estudio del discurso moral. Un
discurso que se apoya en la mesura y en el exceso, en la lucidez y en la
ilusión, en la discreción y en la indiscreción de las manifestaciones pasio­
nales y, más generalmente, en el respeto de las reglas y códigos implícitos
y vigentes en una cultura dada. El estudio del discurso moral, paralela­
mente al del discurso pasional, desemboca en una clasificación de las cul­
turas en la medida en que, permaneciendo constantes los dispositivos mo­
dales, la sensibilización y la moralización que los afectan constituyen dos
clases de variables por las cuales las culturas -las áreas y las épocas- se
distinguen.

0 La moralización del comportamiento observable

Respecto al recorrido de la construcción teórica, la moralización parece así


descansar en una regulación del devenir social, en axiologías modales
superpuestas (en el nivel semionarrativo) y en el sentido de la mesura (en
el nivel discursivo). A semejanza de la sensibilización, puede ser también
considerada como una operación discursiva. Para asir el rol del sujeto
apasionado en el recorrido discursivo, se puede ahora partir de algunas
pasiones moralizadas de manera particularmente vigorosa, como la ci­
catería -en la configuración de la avaricia-, y la vanidad -en la de la esti-
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 143

ma. Ambas son evaluadas por medio de manifestaciones paralelas en el


recorrido pasional principal. A la retención de bienes, nudo modal y aspec­
tual de la pasión, se agregan manifestaciones “sórdidas”; es decir, una
manera de ser avaro, calibeada de “bajamente interesada”. A la opinión
desproporcionada de su propio valor, el vanidoso agrega manifestaciones
“exageradas”: no sólo está ilegítimamente satisfecho de sí mismo, lo que
constituye el nudo modal de la pasión, sino, además, “ostenta” esa mani­
festación; en eco a la “confesión del interés”, es la confesión ostensible de
la satisfacción por sí misma la que traduce específicamente los parasinó-
nimos: fatuidad, pedantería, pretensión.
Moralizando la pasión, se evalúa no sólo una cierta manera de hacer o
de estar-ser, sino también una cierta manera de estar-ser apasionado, ya
que en la.vanidad, por ejemplo, un primer rol ético es definido a partir de
una evaluación veridictoria (la opinión desproporcionada), en cierta forma
independientemente de la manifestación pasional, y un segundo a partir
de la manifestación pasional misma (el exceso). La moralización según el
sentido de la mesura supone entonces que el recorrido discursivo del suje­
to apasionado esté acabado, que las consecuencias sean manifestadas y
observables bajo la forma de figuras de comportamiento. En nuestros dos
ejemplos, la cicatería y la vanidad, la reprobación apunta más directa­
mente a la ostentación de esas figuras de comportamiento; la ostentación
podría ser interpretada como la confrontación (intersubjetiva) entre el
querer-hacer-saber (en el caso de la vanidad) o el no-poder-no-hacer-saber
(en el caso del cicatero) del sujeto apasionado, por una parte, y el no-que­
rer-saber del evaluador, o al menos del interactante de quien toma el
lugar, por la otra. La moralización afectaría aquí todavía a las modaliza­
ciones, pero solamente a aquellas que conciernen a las propiedades infor­
mativas del comportamiento pasional; se trata, de hecho, de las modaliza­
ciones interactivas de la pareja informador/observador.
Mme. de Bargeton no escapa a la regla: después de la sensibilización
que le procura una gran variedad de pasiones secundarias injertadas en
la avaricia manifiesta, a pesar de ella misma, la repugnancia que le inspi­
ran los grandes gastos:

...elle craignait deja de ne pas avoir assez et de faite des dettes. Chátelet luí
apprit que son appartement ne lui coútait que six cents franes par mois.
-Une misére, dit-il en voyant le haut-le-corps que fít Náís. Vous avez á vos
ordres une voiture pour cinq cents franes par mois, ce qui fait en tout cinquante
louis. Vous n’aurez plus qu’á penser á votre toilette. Une femme qui voit le grand
monde ne saurait s’arranger autrement [...1 Ici l’on ne donne qu’aux viches.11

[...temía ya no tener suficiente y contraer deudas. Chátelet le informó que su

11 Op. cit., p. 175. Cursivas nuestras.


144 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

apartamento sólo le costaba seiscientos francos por mes.


-Una miseria, dijo, viendo el sobresalto de Nais. Por quinientos francos al
mes tiene usted a sus órdenes un coche, lo que hace un total de cincuenta luises.
Sólo tendrá usted que pensar en su vestuario. Una mujer que aspira al gran
mundo no podría establecerse de otra manera [...] Aquí uno no le da más que a los
ricos.}

El comportamiento observable, un “sobresalto”, es una ocasión soñada


por el observador, Chátelet, quien se lanza en una especie de lección de
moral social a la parisiense. Comprendemos entonces retrospectivamente
que el juicio de avaricia, repercutido por el sujeto de enunciación, es de
hecho llevado por el mismo Chátelet en la interacción enunciada; el obser­
vador social entra en ese caso en sincretismo con uno de los acompa­
ñantes del sujeto apasionado, no en la configuración de la avaricia, sino
en la de la seducción, que se encuentra aquí implicada en la precedente.
El sobresalto es el mensaje final que emana del recorrido pasional de
Mme. de Bargeton, mensaje puesto en circulación en la interacción y sus­
ceptible como aquí de dar motivo a la estrategia manipuladora de los
acompañantes. La naturaleza de la respuesta de Chátelet, la lección de
moral económica, inscribe explícitamente ese “sobresalto” en una isotopía
moral.
El ejemplo elegido se compone de dos segmentos: el comportamiento
manifestado y la moralización que le sigue; el comportamiento manifiesta
la conjunción del sujeto apasionado con el objeto túnico (la disforia, en ese
caso), y la moralización viene a sancionar esa conjunción. El compor­
tamiento pasional pertenece a la clase de las manifestaciones somáticas
de la pasión: rubor, palidez, angustia, sobresalto, crispación, temblor, etc.
Podemos convenir en denominar emociones a tales manifestaciones. El
efecto de “irrupción” de lo somático en la superficie del discurso, que ca­
racteriza muy frecuentemente a la emoción, resulta del reembrague sobre
el sujeto tensivo que hemos postulado para justificar la instalación del
simulacro pasional en el discurso: al convocar en la cadena discursiva las
modulaciones del sentir y del devenir, el reembrague prepara la irrupción
somática de la emoción; en efecto, es en ese preciso momento del recorrido
pasional que el sujeto sintiente se acuerda de que tiene un cuerpo.

® El esbozo del esquema patémico (continuación)

Estamos ahora en condiciones de considerar en su conjunto, como hipóte­


sis de trabajo, el esquema patémico que permite reconstituir el estudio de
la avaricia y del cual se sospecha que es capaz de organizar la sintaxis
pasional discursiva en general.
La moralización interviene al final de la secuencia y afecta a su con­
A propósito de la avaricia 145

junto, pero más particularmente al comportamiento observable. Presu­


pone entonces la manifestación patémica, denominada emoción, cuya apa­
rición en el discurso señala que la junción tímica se ha cumplido, dando la
palabra al propio cuerpo. La sensibilización es presupuesta por la emo­
ción: es la transformación tímica por excelencia, la operación por la cual el
sujeto discursivo es transformado en sujeto sufriente, sintiente, reaccio­
nante, conmovido. Ella misma presupone esa programación discursiva
que hemos denominado disposición, y que resulta de la convocación de los
dispositivos modales dinamizados y seleccionados por el uso; pone en mar­
cha una aspectualización de la cadena modal y un “estilo semiótico” carac­
terístico del hacer patémico. A la cabeza de la secuencia, la constitución
determina, en fin, el estar-ser del sujeto, con el fin de que esté en posibili­
dades de acoger a la sensibilización; esa etapa obliga a postular en el nivel
del discurso una determinación del sujeto discursivo anterior a toda com­
petencia y a toda disposición: un determinismo -social, psicológico, here­
ditario, metafísico, cualquiera que éste sea- preside entonces a la instau­
ración del sujeto apasionado.
El simulacro pasional, que es por definición reflexivo, no abarca, por
ese hecho, la totalidad de la secuencia, puesto que el sujeto proyecta ahí
su propia trayectoria existencial y su disposición modal: se entra en el
simulacro con la disposición y se sale con la emoción; la constitución, por­
que supone una especie de necesidad externa sobre la cual el sujeto apa­
sionado no tiene ningún control, y la moralización, porque pone en mar­
cha una evaluación externa, son etapas transitivas de la secuencia y no
pertenecen al simulacro pasional propiamente dicho. Todas esas proposi­
ciones deben ser, por supuesto, precisadas y validadas ulteriormente en
vista de su eventual generalización.

Observaciones finales

Desde el punto de vista de la teoría como desde el punto de vista del méto­
do, el estudio de la moralización presupone el de la sensibilización. En
efecto, en la medida que se admite que la moralización interviene al final
de recorrido, señala la terminación. Si nos colocamos desde una perspecti­
va de construcción del actor, la moralización constituye la fase final: todo
juicio ético presupone -con razón o sin ella, poco importa-, que el actor
haya “probado” y haya mostrado de lo que era capaz; la moralización com­
porta entonces en sí misma el rasgo terminativo y el rasgo cumplido. Es
como si, en el momento en que interviene el juicio ético, el actor fuera de­
tenido en su desarrollo, fijado en la última imagen que el juicio selecciona
para hacer un rol ético.
Por otro lado, el juicio moral inscrito en las figuras de comportamiento
146 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

presupone una disposición del sujeto, sin la cual las figuras en cuestión po­
drían pasar como accidentales y sin relación con el estar-ser del sujeto. La
moralización no puede aprehenderse sino por los comportamientos obser­
vables que presuponen una disposición; para eso es necesario que sea re­
conocida previamente una intencionalidad de la pasión, bajo la forma de
una imagen fin y de un dispositivo modal sensibilizado. Por todas esas ra­
zones, la moralización presupone a la sensibilización, y por eso el estudio
del discurso moral descansa en el conocimiento de los universos pasio­
nales.
Como procedimientos constitutivos de las taxonomías culturales, la
sensibilización y la moralización desempeñan también un papel en la re­
gulación de la.intersubjetividad. En efecto, clasificando a los actores en
función de los roles patémicos y de los roles éticos que están en posibilida­
des de desempeñar en la escena de la comunicación, esos dos procedi­
mientos permiten prever el comportamiento de los individuos. En las rela­
ciones sociales o interindividuales, el conocimiento de las taxonomías
pasionales y morales permite a cada uno anticipar las conductas de los
otros y adaptar las suyas: el sujeto identificado como “colérico”, “avaro”,
“pródigo” o “crédulo” ofrece un motivo a la manipulación en la medida en
que, conociendo con anterioridad la sintaxis de su recorrido, las estrate­
gias y contraestrategias pueden ser programadas en gran medida desde el
principio de la interacción. Los roles patémicos y los roles éticos, al no
poder ser reconstruidos por presuposición a partir de las performance,
sino solamente conservados “en bloque” en la memoria de una cultura,
anuncian de entrada el “modo de empleo” del sujeto, y el observador-ma­
nipulador dotado de la rejilla cultural adecuada puede desempeñarse
entonces con la clave modal más apropiada. La sensibilización y la morali­
zación no son pues solamente procedimientos de descripción; son ver­
daderas operaciones disponibles por los actantes del enunciado y de la
enunciación; también las taxonomías culturales que contribuyen a edifi­
car son una de las posturas de las estrategias de comunicación: ellas pre­
siden en gran parte el intercambio de los simulacros, y aquel que domine
las taxonomías pasionales en una interacción puede actuar con ventaja en
ese intercambio.

OBSERVACIONES SOBRE LA PUESTA EN DISCURSO DE LA AVARICIA

Al construir la configuración de la avaricia, se edifica al mismo tiempo el


basamento semionarrativo de un universo pasional y se dispone lo que
concierne a la puesta en discurso. Habiendo constatado que la mayoría de
las teorías de las pasiones permanecían deudoras de universos discursivos
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 147

particulares, parecía poco razonable producir una teoría que, con tintes de
trascendencia y de deducción, habría, como las otras, racionalizado y sis­
tematizado una taxonomía ligada a una cultura particular. Pero el precio
que hay que pagar, en lo que al método concierne, no es despreciable: a
partir de manifestaciones discursivas, y sobre el fondo de un pequeño
número de hipótesis teóricas, es necesario separar progresivamente lo que
pertenece (a título de hipótesis) a los universales y lo que pertenece a la
puesta en discurso.
No es éste el lugar para rehacer la teoría del discurso, pero sí para
comprender cómo se articulan las diversas instancias que han aparecido
en el estudio de la avaricia y de su configuración. Primeramente, en el ni­
vel de la tensividad fórica, un pequeño número de modulaciones determina
los “estilos semióticos” en el marco de un principio general de circulación
del valor. Enseguida, en el nivel semionarrativo, los recorridos existencia­
les, así como los dispositivos modales sensibilizados, fijados y almacenados
como “primitivos”, constituyen la base sintáctica de los efectos de sentido
pasionales. Por último, en el nivel discursivo, la convocación de las magni­
tudes precedentes suscita las imágenes fin y las disposiciones que se reú­
nen para formar los simulacros pasionales.

La praxis enunciativa

La dificultad principal, en el tratamiento de los universos pasionales, tie­


ne que ver con el regreso obstinado de la instancia cultural, que intervie­
ne en diferentes lugares y en todos los niveles. La hemos encontrado en el
nivel discursivo con las dos operaciones de sensibilización y de morali­
zación, características de la praxis enunciativa en el dominio estudiado,
pero también en el nivel semionarrativo, por la selección que opera, de re­
torno, entre todos los dispositivos modales considerados. Pero -lo que era
menos esperado- parece que ella se manifiesta también en el nivel de las
precondiciones tensivas; las modulaciones características de la configu­
ración estudiada parecen, en efecto, inseparables de un componente cuan­
titativo, de manera que el compromiso de las tensiones entre las fuerzas
cohesivas y las fuerzas dispersivas reside en la estabilización de un
actante colectivo; además, el devenir es aquí el objeto de una interpre­
tación restrictiva, que lo reduce a un principio de circulación de un flujo
de valores en el seno de la comunidad. Por otra parte, ni la sensibilización
ni la moralización reciben una explicación satisfactoria sin referencia a
tal o cual fenómeno propio en el nivel epistemológico, como, entre otros, la
“hexis sensible”.
Hemos considerado hasta ahora, a manera de hipótesis de trabajo,
que la praxis enunciativa podía resolver todas esas dificultades; en efecto,
148 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

gracias al ir y venir entre lo semionarrativo y lo discursivo, basta con ex­


plicar cómo las taxonomías connotativas, elaboradas primero por el uso,
se integran enseguida a la “lengua” instalando allí los primitivos. Pero pa­
recería que la cultura interviene también de otra manera: si se admite
que la existencia semiótica se constituye gracias a la homogeneización de
lo interoceptivo y de lo exteroceptivo gracias a lo propioceptivo, se plantea
al mismo tiempo la existencia de macrosemióticas del mundo natural, que
aguardan de alguna manera al sujeto de la percepción para llegar a ser
significantes. Ahora bien, las “morfologías” del mundo natural no son úni­
camente físicas o biológicas; son también, entre otras, sociológicas y eco­
nómicas; es decir, en un sentido, específicas de las áreas culturales y de
las épocas históricas. En otros términos, los significantes del mundo que
son integrados a la existencia semiótica por la percepción no serían todos
“naturales”, y el horizonte del ser que se dibuja detrás de la tensividad
fórica estaría determinado culturalmente en parte, incluso económica­
mente, como en el caso que nos ocupa.
Así, parecería que en la configuración de la avaricia las tensiones
estuvieran ya, antes incluso de la categorización y de la formación de los
actantes sintácticos, desviadas en parte por lo que hemos denominado el
“flujo circulante del valor”, que sería algo así como la huella dejada sobre
el horizonte óntico por las determinaciones socioeconómicas. Nada impi­
de, por otra parte, pensar que esa desviación resulta también del uso y de
la praxis enunciativa; efectivamente, ésta no puede actuar sobre la pre­
sencia de los primitivos culturales en el nivel semionarrativo si no es este­
reotipando los productos de la convocación en discurso: las magnitudes
convocadas son seleccionadas, modeladas por el uso y devueltas a la
memoria semionarrativa; uno se podría imaginar que sucede lo mismo
con el nivel tensivo, puesto que es también objeto de “convocaciones” en el
discurso: así es como hemos concebido los estilos semióticas.
Si regresamos ahora a la puesta en discurso propiamente dicha, dis­
tinguiremos dos órdenes de fenómenos: por un lado, un conjunto de fenó­
menos relativamente bien conocidos en semiótica, como la actorialización
o la aspectualización, sobre los cuales el estudio de la avaricia y de su con­
figuración difunde una nueva luz; por otro lado, un conjunto distinto de
fenómenos poco o mal conocidos, como el esquema patémico canónico o los
simulacros pasionales, sobre los cuales parece prudente antes de tomar
alguna posición recabar más información, especialmente gracias al estu­
dio de los celos. Para los primeros, se puede considerar desde ahora un
balance provisional.

La actorialización: roles temáticos y roles patémicos

La actorialización es un procedimiento que consiste en proyectar por


A PROPÓSITO DE LA AVAEICIA 149

desembrague a los actores que tienen el estatuto del “no Yo” y que re­
cibirán vertimientos sintácticos, bajo la forma de roles actanciales y
modales, así como vertimientos semánticos, bajo la forma de roles temáti­
cos. Dentro de ese procedimiento muy general conviene interpretar la
aparición de los roles patémicos y de los roles éticos.
Con respecto a los roles actanciales, cuyo encadenamiento obedece a
la sucesión de las pruebas y de las modalizaciones, el rol patémico aparece
globalmente como un segmento del recorrido actancial, segmento
dinamizado por la sintaxis intermodal; para la puesta en discurso, la
enunciación podrá recurrir a esos segmentos acabados, estereotipados, a
fin de manifestar las zonas sensibilizadas del recorrido actancial.
En lo concerniente a los roles temáticos, que se pueden encatalizar
sobre el fondo de un recorrido temático a partir de la diseminación de los
contenidos semánticos, el rol patémico será un segmento sensibilizado del
recorrido temático, que es ya en sí mismo un estereotipo. En los dos casos,
el actor es investido con segmentos de roles sensibilizados y moralizados.
No obstante, la distinción entre roles temáticos y roles patémicos presenta
a veces cierta dificultad y merece un examen más atento.
A la vista de los análisis que preceden, se puede señalar una primera
diferencia relacionada con la orientación de los procedimientos de cons­
trucción. Entre el avaro y el economizador, no hay diferencia de compe­
tencia si únicamente se examina el contenido de las modalidades en cues­
tión, pero aparece una cuando se toma en cuenta el procedimiento. De he­
cho, para el analista, la competencia del economizador es exclusivamente
retrospectiva: el economizador es alguien del que se sabe solamente des­
pués, a la vista de los resultados obtenidos, que es capaz de moderar sus
gastos; en cambio, la del avaro parece prospectiva, en la medida en que el
avaro es alguien del que se puede prever, antes de todo resultado, que no
va a gastar.
Pero las cosas son más complejas, puesto que el rol temático comporta
también una programación discursiva del actor y, en consecuencia, un fac­
tor de previsión. La diferencia, un poco sutil para ser operatoria, tiene que
ver con el hecho de que el rol patémico es prospectivo antes incluso de su
construcción, mientras que el rol temático llega a serlo después de su cons­
trucción.
Uno podría, al parecer con más fortuna, interrogarse sobre la aspec­
tualización de cada tipo de roles. La competencia del economizador sólo se
manifiesta si la situación se presta a ello -es decir, cuando se presenta la
ocasión de economizar-; la competencia del avaro es siempre manifes­
tadle, independientemente de la situación narrativa -por ejemplo, en una
fisonomía, en una mímica o en una gestualidad- ya que el papel patémico
afecta al actor en su totalidad. El rol temático es iterativo y el rol patémi­
co permanente; por eso se buscará, en la descripción del avaro, localizar
150 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

en su rostro, en sus miradas, manifestaciones de la pasión, mientras que


a nadie se le ocurriría la idea de escudriñar en la fisonomía de un econo-
mizador para descubrir rasgos de sus capacidades.
La explicación es relativamente simple: la manifestación del rol te­
mático obedece estrictamente a la diseminación del tema en el discurso,
mientras que la del rol patémico obedece a la lógica de los simulacros pa­
sionales, a una diseminación imaginaria independiente del tema.
Una distinción así debería permitir no sólo diferenciar los dos tipos de
roles, sino también localizar en el discurso el paso de lo temático a lo pa­
témico: cuando la recurrencia del rol parece anárquica -es decir, cuando ya
no obedece a la diseminación del tema-, se puede considerar que se trata
de un rol patémico; el economizador llega a ser avaro cuando la resistencia
a la circulación de los valores interviene en el discurso “a despropósito”,
ahí cuando no se la esperaba. Esa particularidad aspectual tiene que ver
tanto con la permanencia que caracteriza a toda disposición cuanto con la
forma obsesiva que puede tomar una pasión como la avaricia.12
Como en el aprendizaje, la recurrencia del hacer y la recurrencia
modal son constitutivas del rol temático: por la repetición, el control y el
espaciamiento de los hacer, el economista aprende su rol.

N.B. Habría que distinguir aquí la “recurrencia” del aspecto “iterativo”. El


avaro es un rol “permanente”, mientras que el colérico es un rol “iterativo”:
se trata en ese caso de la aspectualización interna del rol, y la oposición
“permanente/iterativo” tiene un valor distintivo entre las dos figuras. Pero,
como estereotipos, el avaro y el colérico presentan ambos una recurrencia
funcional que permite identificar el rol como una clase de comportamientos.
De esta forma, la recurrencia funcional asegura la previsibilidad del com­
portamiento. De alguna manera y sobre otra dimensión, las clases de com­
portamiento, temáticos o pasionales, son homólogos de las clases fun­
cionales de Propp.

12 Es perfectamente observable, por ejemplo, que un rol como el de la “madre” pueda


aparecer como una pasión cuando la interacción del hacer “maternal” es diseminado “a
despropósito”. Mme. Bridan, en La rabouilleuse de Balzac, es el prototipo perfecto de una
madre apasionada. Por un lado, con respecto a Joseph, su hijo menor, es simplemente madre
teinatizada: lo ayuda, lo cuida, le prepara su comida, etc.; por otro lado, con respecto a su pri­
mogénito Philippe, el sujeto malo, es una madre apasionada, es decir, sobre todo cuando las
situaciones narrativas no se prestan a ello: en el caso de diversas malversaciones, endeu­
damiento, expoliaciones, de las que es culpable su hijo Philippe. Incapaz de reconocer en los
comportamientos de su hijo aquellos que implican el tema “filial-maternal”, perdona todo,
olvida todo, se deja arruinar, después rechazar; es mucho más significativo que ese rol
patémico, esencialmente localizable por su recurrencia aparentemente anárquica, sea, por
otra parte, el objeto de un juicio irremediablemente moral, en el momento de una confesión
que precede justo a la muerte de la culpable.
A PROPÓSITO DE LA AVARICIA 151

La recurrencia productora de estereotipos permitiría también redefinir


ciertos términos de la nomenclatura pasional de las lenguas naturales,
como, por ejemplo, el “carácter” y el “temperamento”. El “carácter” deriva
directamente de la recurrencia funcional: se define siempre como clase,
como permanencia de un mismo tipo de respuestas temáticas y pasionales
ante situaciones que varían, y en ese sentido, el carácter como estereotipo
reduce el equipamiento modal y temático del actor a un pequeño número
de isotopías y de roles. En cambio, el “temperamento” que se funda en los
equilibrios y en las jerarquías entre varios roles y varias isotopías modales
podría definirse como la dominación de un rol patémico sobre los otros. De
la misma forma como se encuentran en un dispositivo modal modaliza­
ciones regentes, en el conjunto de los roles recorridos por un mismo actor
se encontraría un segmento modal que sería un segmento regente en
relación con la totalidad del recorrido. No se trata de buscar alguna vía
para salvar los términos de la nomenclatura pasional, sino de señalar en
esta ocasión que, acumulando los actores en el transcurso del discurso los
dispositivos modales y varios tipos de roles, uno puede ser llevado a consi­
derar “macrodispositivos”, dentro de los cuales pueden aparecer los fenó­
menos de rección.
Por otra parte, roles temáticos y roles patémicos guardan relaciones
jerárquicas fundadas esencialmente en la presuposición. Cuando desde
el punto de vista semántico un rol patémico presupone un rol temático,
la recurrencia es coherente -es decir, isótopa-, y el segmento modal
estereotipado y sensibilizado sustituye al segmento modal solamente
estereotipado. Además, el rol patémico ve sus virtualidades semánticas
reducidas por el rol patémico: así, decir de alguien que está “ávido de
honores” conduce a restringir el rol patémico del avaro al agregarle una
temática social. Cuando un rol patémico no presupone un rol temático,
desde el punto de vista semántico la recurrencia es en gran parte aleato­
ria, es decir, anisótopa; todas las virtualidades semánticas del rol
pueden entonces ser actualizadas.
Otras asociaciones más complejas, pero también más reveladoras, son
previsibles. Por ejemplo, el maquiavelismo supone, por un lado, una se­
cuencia de comportamientos y de estrategias fijadas en competencia sobre
la isotopía política y, por otro, una disposición pasional. La secuencia
temática es cierta forma sofisticada, pero estereotipada, de saber-hacer y
de poder-hacer -el primero rige en este caso al segundo-; la disposición es
la que da la desconfianza. En lugar de sustituir a la totalidad del segmento
modal tematizado, como el avaro sustituye al economizador, la disposición
pasional del sujeto maquiavélico se inserta en el recorrido temático y sólo
ocupa allí una parte. Los recorridos temáticos de tipo político comportan
una etapa en la que se decide la naturaleza contractual y/o polémica del
hacer, en la que el sujeto es susceptible de ser modalizado por el creer; en
152 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

el caso del maquiavelismo, la desconfianza ocupa el lugar de la creencia.


Este ejemplo no es aislado: la mayor parte de las configuraciones encon­
tradas en los discursos concretos ofrecen roles mixtos e imbricaciones de
ese tipo. En última instancia, la diferencia con el avaro es quizás pura­
mente lexical: en las inserciones de roles y de recorridos que, en los discur­
sos realizados, serían tan complejos en un caso como en el otro, la lexica-
lización retiene únicamente, de un lado, el segmento sensibilizado (el ava­
ro) y, del otro, la totalidad del recorrido (el maquiavélico).
Por lo tanto, a este respecto se plantea una cuestión de fondo: en ese
conglomerado de roles (modales, patémicos, temáticos) articulados entre
ellos, ¿en qué se convierte el sujeto? El actor que comprende varios de
esos roles ¿tiene todavía la posibilidad de producir un “efecto de sujeto”?
Si nos atuviéramos a las asociaciones de roles, todos los actores-sujetos
serían esquizofrénicos en potencia, pero la aspectualización restablece
cierta coherencia. Gracias al desembrague, la puesta en discurso permite
el despliegue de un universo discursivo autónomo; pero ese desembrague
es pluralizante y es necesaria la intervención del embrague para
restablecer cierta homogeneidad. Recursivamente, el discurso es presa
también de las fuerzas cohesivas y dispersivas, como las modulaciones
del devenir. En el ejemplo, la fuerza cohesiva que permite al actor reen­
contrar a pesar de todo su homogeneidad es la aspectualización. Efecti­
vamente, más allá de la aglomeración más o menos regulada de los roles,
se dibuja un proceso de construcción del actor que podría tomar la forma
de la secuencia pasional, esbozo de esquema patémico canónico que
hemos creído reconocer: la constitución, la disposición, la sensibilización,
la emoción y la moralización serían entonces interpretables como la aper­
tura, el detonador, el desarrollo y la instalación de los roles patémicos, y
consecuentemente integrarían los conglomerados de roles subyacentes.
Regresaremos a ello.

La aspectualización

En general, distinguimos dos procedimientos aspectualizantes: la demar­


cación, que establece los umbrales y los límites en un modo continuo (cf.
perfectivo/imperfectivo), y la segmentación, que tiende a fijar las etapas
en un modo discontinuo (cf. incoativo/durativo/perfectivo). Pero para la
puesta en discurso las cosas son sin duda un poco más complejas cuando
se convoca a la vez magnitudes continuas y moduladas y magnitudes dis­
continuas y modalizadas. El esquema patémico, por-ejemplo, aspectualiza
el proceso en un modo discontinuo; pero, por otra parte, como acabamos
precisamente de sugerirlo, reintroduce continuidad y homogeneidad ahí
donde las diferentes etapas de la modalización, tanto en el recorrido gene­
Á PROPÓSITO DE LA AVARICIA 153

rativo como en el desembrague, habían engendrado a fin de cuentas una


pulverización de los roles.
De hecho, la aspectualización de las pasiones reviste varias formas.
Sin buscar aquí tratar in extenso toda la cuestión, quisiéramos sacar sola­
mente algunas de las enseñanzas que nos sugiere el estudio de la avaricia
y de su configuración. Hemos encontrado ya al menos cuatro niveles dife­
rentes de la aspectualización; primeramente, la recurrencia funcional de
los roles temáticos y patémicos, que está excluida de entrada, al pertene­
cer no a los sememas analizados, sino al procedimiento que los ha cons­
truido; enseguida, hemos señalado una aspectualización que procede por
segmentación de las etapas de la pasión, pero que aún no está suficiente­
mente apuntalada; queda, de un lado, la aspectualización de las ocurren­
cias de la pasión, que está encargada de alguna manera de administrar lo
continuo y lo discontinuo de las manifestaciones pasionales en el discurso,
y, de otro lado, la aspectualización interna de cada ocurrencia, que sería
de alguna manera constitutiva de la pasión en cuanto tal, independiente­
mente de sus ocurrencias en discurso.

® La escansión

La aspectualización de las ocurrencias del comportamiento apasionado


escande la manifestación: se distinguirán así pasiones escandidas (la del
colérico, por ejemplo) y pasiones no escandidas (la del avaro). En el caso
de las figuras no escandidas, basta con el reconocimiento de la pasión
para prevenir el comportamiento: reconocer a un avaro procura un poder
de previsión máximo; en el caso de las figuras escandidas, se distinguirán
las pasiones previsibles de las que no lo son: algunas serán frecuentativas,
y el conocimiento de su periodo de manifestación permitirá prever el com­
portamiento; otras serán puntuales, es decir, no previsibles.13 Un mismo
dispositivo modal sensibilizado puede recibir cada una de esas formas
aspectuales; así, el de la cólera aparecerá, ya sea como durativo y no
escandido (i.e. irritable), como frecuentativo (i.e. colérico) o como puntual

13 Théodule Ribot utiliza esas categorías, en otras denominaciones, para distinguir los
sentimientos (no escandidos), las pasiones (frecuentativas) y las emociones (puntuales). Las
mismas distinciones se encuentran también en el discurso de los médicos generales que,
frente a un síntoma, en particular en el dominio de los padecimientos inmunitarios, están
obligados a apoyarse en categorías aspectuales para hacer un diagnóstico: por ejemplo,
frente a un padecimiento que se repite pero en el que no reconocen ninguna regularidad y
ningún factor de previsión, concluyen en la puntualidad y establecen el tratamiento según
ese diagnóstico. La analogía tiene su fundamento, ya que en el caso de los padecimientos
inmunitarios, como en el de la semiótica de las pasiones, el procedimiento de análisis debe
hacer aparecer hasta qué punto el estar-ser del sujeto está implicado en las manifestaciones
concretas observadas.
154 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

(i.e. furioso); en principio, no importa qué rol patémico pueda recibir toda
la panoplia de las formas de la escansión, pero de hecho el léxico sólo se lo
concede a algunos de ellos.
La categoría de la escansión pasional desempeña un papel esencial en
la regulación interindividual y social, en la medida en que pone las ocu­
rrencias del comportamiento pasional bajo el control de un observador que
aspectualiza. En efecto, más allá de su papel descriptivo y distintivo en el
análisis, necesitamos ver bien que, una vez que ella está integrada en una
taxonomía cultural como uno de los rasgos definitorios de los roles patémi­
cos, permite a un acompañante eventual del sujeto apasionado prever los
accesos, las crisis y los éxtasis afectivos en el recorrido de este último.

® La pulsación

La aspectualización interna de cada ocurrencia procura a la manifes­


tación pasional una pulsación que regula las tensiones y las distensiones
del proceso pasional propiamente dicho. La pulsación comprende, entre
otras, la triada clásica “incoativo/durativo/terminativo”. En un sentido, la
pulsación no es otra cosa que la forma discursiva que toma la sintaxis in­
termodal y que permite explicar cómo los dispositivos modales pueden lle­
gar a ser las disposiciones en discurso.
Pero, en otro sentido, puede haber sufrido desviaciones y esas varia­
ciones desempeñan entonces un papel distintivo entre las pasiones. Así,
entre las variantes del “miedo” se señalan, como rasgos aspectuales dis­
tintivos, la anterioridad en la “aprensión”, la incoatiuidad en el “pavor”, la
duratividad en el “terror”. De hecho, en la serie “aprensión-pavor-terror”
la aspectualización de la pasión es inseparable del recorrido del antisujeto
mismo, ya que el sujeto apasionado es él también, en este caso, el obser­
vador que aspectualiza gracias a una puesta en perspectiva: según si to­
ma la amenaza anteriormente, incoativamente o en coincidencia, experi­
menta una u otra de esas pasiones. Eso no tiene nada de sorprendente, en
la medida en que la mayor parte del tiempo la aspectualización de los pro­
gramas pragmáticos en sí mismos es función de las peripecias y de la in­
teracción entre el sujeto y el antisujeto. Esa sería, por otra parte, una pro­
piedad que merecería ser examinada más ampliamente y, dado el caso,
generalizada: las variaciones de tensión que se observan en el compo­
nente aspectual del discurso se explican frecuentemente por variaciones
de equilibrio entre fuerzas antagónicas.
Las variaciones de tensión y de distensión que regula la pulsación pa­
sional son inherentes también a la trayectoria existencial que se da el su­
jeto apasionado; el avaro, por ejemplo, conoce la tensión en “no conjun­
ción”, una tensión superior en “disjunción”, una tensión máxima en “no
disjunción” (él retiene), después la distensión en “conjunción” (él acumu­
A PROPÓSITO de la avaricia 155

la). Variaciones como ésas repercuten de manera general en las modula­


ciones tensivas del devenir.
De hecho, parece cada vez más difícil mantener la aspectualización en
un nivel determinado del recorrido de la construcción teórica. Un gran nú­
mero de investigaciones sugieren casi unánimemente que se trata de una
determinación semiótica de gran generalidad, equivalente quizás a la del
cuadrado semiótico. Como para el modelo constitucional, situado en las
estructuras profundas y que no cesa en la práctica de escapar de ese lu­
gar, la aspectualización parece abarcar las propiedades que escapan tam­
bién a toda asignación de ese tipo. Es por eso que hemos previsto, en el
nivel de las precondiciones de la significación, un conjunto de modula­
ciones tensivas que prefiguran ya la aspectualización discursiva propia­
mente dicha.

a La intensidad

El análisis concreto de una configuración pasional como la avaricia hace


resaltar la categoría de la intensidad en todos los contornos de la estruc­
tura. Esta pertenece a los procedimientos de la aspectualización: por una
parte, es una de las formas de la distribución de las tensiones y de las dis­
tensiones en el desarrollo del proceso; por la otra, implica un actante
observador capaz de comparar las intensidades, de orientar las escalas
graduadas por una puesta en perspectiva y de establecer los umbrales.
Basta, además, con reencontrar en la escala de intensidad de la pasión, de
un lado, el exceso; y del otro, la insuficiencia para comprender que la
demarcación cumplió su tarea.
Ya se ha señalado en el campo de la avaricia que la intensidad del de­
seo remitía siempre a una cierta representación del reparto y de la circu­
lación de los bienes en la comunidad y a ciertas modulaciones del flujo
social. Es decir, que la intensidad es una forma discursiva que manifiesta
magnitudes semionarrativas o tensivas que, en sí mismas, nada tienen de
“intenso”.
El hecho es patente también en otras configuraciones como aquélla,
por ejemplo, de la “estima-admiración-veneración”. La estima es definida
como un “sentimiento nacido de la buena opinión que se tiene del mérito,
del valor de alguien”; la admiración es “un sentimiento de gozo o de rego­
cijo frente a lo que se juzga superiormente bello o grande”; la veneración
es “un gran respeto hecho de admiración y de afecto”, que toma a menudo
una acepción religiosa, en la que la admiración se mezcla con el temor.
Para el enunciatario de un discurso en el que aparecen sucesivamente
esas tres pasiones, el efecto producido es el de una intensidad creciente.
Pero un examen más profundo revela que la intensidad comprende aquí
cambios estructurales. En cuanto a la estima, procede por comparación
156 A PROPÓSITO DE LA AVARICIA

con otros individuos (supuestos o reales) para concluir en el mérito o en el


valor; la admiración compara al individuo con la totalidad de los indivi­
duos pertenecientes a la misma categoría: del superlativo relativo se pasa
al superlativo absoluto; por último, en el caso de la veneración, es el ob­
servador-evaluador en sí mismo, respetuoso y temeroso y por lo tanto do­
minado, quien se hace humilde comparando al que es mesurado con el
comparado. La aparente graduación de la evaluación descansa entonces
de hecho en una serie de variaciones discontinuas del término de referen­
cia, y las variaciones de intensidad abarcan sucesivamente: un superlati­
vo relativo transitivo (para la estima), un superlativo absoluto transitivo
(para la admiración) y un superlativo absoluto transitivo y reflexivo a la
vez (para la veneración). Para eso, la intensidad sería un efecto de sentido
de variaciones cuantitativas en la estructura actancial y modal de la con­
figuración. Ello no quiere decir que no los traduzca en discurso en un mo­
do continuo y tensivo.
Haría falta, sin duda, distinguir entre la función distintiva de la in­
tensidad y su función constitutiva. Es distintiva cuando permite diferen­
ciar superficialmente, por ejemplo, la estima y la admiración; en ese sen­
tido, la intensidad es una información que los acompañantes del sujeto
apasionado pueden aprovechar para identificar inmediatamente el rol
patémico que tendrán que tomar en cuenta en la interacción. Merced a la
intensidad, el sujeto apasionado deviene informador para su acom­
pañante observador; por lo demás, ese señalamiento vale para toda
intensidad, puesto que un azul intenso es, entre otros, un azul que atrae
la mirada, como una “pena violenta” es, para comenzar, una pena que se
impone al observador más desatento. En ese momento, la intensidad
aparece como la manifestación sensible de un hacer-saber que se supone
debe alertar a los acompañantes del sujeto apasionado.
Pero esa función distintiva superficial actúa sobre las variaciones de
la intensidad constitutiva de la pasión, intensidad que permite establecer
la diferencia entre lo que es pasión y lo que no lo es; en ese sentido, la
intensidad manifiesta la sensibilización del dispositivo modal.
Para comprender cómo los fenómenos discontinuos, los cambios de
posición del observador -como en la avaricia, la generosidad o la disi­
pación- y los cambios de referencia -como en la estima, la admiración y
la veneración- pueden ser manifestados de manera continua y tensiva, es
necesario sin duda volver a las modulaciones del devenir. Ya hemos suge­
rido que la intensidad del deseo del avaro podía ser interpretada como un
desequilibrio entre las fuerzas de cohesión y las fuerzas de dispersión
colectivas e individuales: la constitución de un lugar individual y exclusi­
vo en detrimento de la cohesión del colectivo está en ese caso en el origen
del efecto de intensidad.
Esa sugerencia podría ser generalizada, tomando las precauciones
Ą PROPÓSITO de la avaricia 157

que se imponen. En la serie “estima-admiración-veneración”, los lugares


respectivos del objeto-sujeto evaluado y del observador apasionado evolu­
cionan en sentido contrario: a medida que se afirma y se impone el lugar
del otro, el del observador se atenúa; sin que eso se traduzca explícita y
categorialmente por las variaciones modales, se comprende que la rela­
ción de fuerzas se invierte y que esa inversión podría ser explicitada,
eventualmente, gracias a las transferencias de poder o de saber. El fenó­
meno que tratamos de comprender estaría, por consiguiente, situado más
acá de la modalización y de la categorización. Es como si en la intersubje­
tividad toda emergencia pasional pudiera poner en duda el lugar de cada
uno de los interactantes, como si la pasión los volviera a sumergir en un
estrato presemiótico en el que la identidad de cada uno es todavía ines­
table y depende de la identidad de otro; una identidad interactancial se
compartiría y cada identidad individual se establecería a expensas de los
otros.
Surge otra vez la idea de que la intensidad, como toda aspectualiza­
ción, descansa en las variaciones de equilibrio entre la cohesión y la dis­
persión, cuyo desafío es la estabilización de los lugares actanciales. Ésa
sería por el momento la única explicación plausible de la cual podríamos
disponer para intentar conciliar una cuantificación que se expresa por
variaciones de equilibrio entre fuerzas adversas y variaciones de intensi­
dad que manifiestan cambios discontinuos. Tal hipótesis abre nuevas pers­
pectivas para comprender cómo se esbozan en un espacio presemiótico las
regulaciones, las axiologías arcaicas.
Retornemos al exceso, definido como una “cantidad demasiado gran­
de, un propasarse de la mesura y de los límites”; la intensidad está aquí
dotada de un umbral, de una frontera más allá de la cual algo ha cambia­
do. En el campo de la avaricia, el exceso aparece como un desequilibrio
destructor: el exceso de la retención pone en peligro la circulación en la co­
munidad, el exceso del gasto pone en peligro los “lugares” individuales, y la
insuficiencia de los objetos deseados hace aparecer trampas en las que se
pierde el flujo social; igualmente, la veneración filial o amorosa puede ser
considerada como excesiva cuando pone en peligro la identidad misma del
sujeto apasionado. Lo mismo se podría decir del exceso de desesperación o
de autoridad. Cada vez que un dispositivo interactancial ha alcanzado cier­
to grado de estabilidad, toda figura pasional que pueda hacerle retroceder
a un estado anterior menos estable será considerada como excesiva.
El juicio ético que aparece entonces en discurso no hace más que
reformular la regresión que amenaza al devenir interactancial. Se obser­
va a menudo que el exceso señala un cambio de isotopía en el nivel discur­
sivo, lo que no es en general el caso de la intensidad. Así, entre una pena
ordinaria y una pena “intensa” o, incluso, “violenta”, sólo es modificado el
equilibrio entre la euforia y la disforia; pero, un límite es traspasado con
158 A PROPÓSITO DE LA AVARICI/

una pena “excesiva” que nos hace pasar a otra isotopía: aquélla, por ejem­
plo, de la afectación o de la patología. Cualquiera que sea finalmente ls
interpretación aceptada, no está por demás anotar que comenzará siem­
pre por volver a cuestionar el estatuto del sujeto: ya sea su estatuto veri-
dictorio (hace demasiado), o bien su estatuto mismo de sujeto semióticc
(hay una falla en algún lado); el cambio de isotopía que se observa en
superñcie, el paso de una frontera, remite siempre a una desestabilización
de los dispositivos interactanciales.
De un lado, el de la intensidad, se trata de un devenir en vías de evo­
lución, de los dispositivos protoactanciales que buscan estabilizarse y en
los que la sensibilización se incorpora literalmente. De otro lado, el del ex­
ceso, se trata de un devenir ya evolucionado, pero que amenaza con retro­
ceder hacia los dispositivos protoactanciales deséstabilizados; el obser­
vador social, al tomar partido contra esa regresión que amenaza, moraliza
la manifestación pasional para reafirmar un estado de cosas a expensas
de un estado de ánimo.
3. LOS CELOS

El primer objetivo de un estudio consagrado a los celos era el de disponer,


junto con una pasión que en un primer acercamiento podía pasar como
una “pasión de objeto” -la avaricia-, de una pasión intersubjetiva que
contuviera, por lo menos potencialmente, tres actores: el celoso, el objeto,
el rival. Ciertamente, la avaricia se reveló intersubjetiva, al menos implí­
citamente, y sobre todo en el momento de la moralización. Pero los celos
ofrecen la ventaja de hacer explícita una escena pasional con varios roles,
un entrelazamiento de estrategias, una verdadera interacción dotada de
una historia y de un devenir, desde la manifestación lexical de la configu­
ración, y a fortiori en el discurso.
Por cierto, en el recorrido discursivo del avaro, las relaciones intersub­
jetivas sólo aparecen en el momento de la evaluación; desde luego que en
profundidad son el resorte del “flujo circulante del valor”, pero en el nivel
discursivo tienden a borrarse en provecho de las relaciones de objeto; es
pues solamente a la luz de la moralización como nos damos cuenta de que
las riquezas acumuladas y retenidas lo son a expensas de otro. En cambio,
ios celos aparecen de entrada sobre el fondo de una relación intersubjetiva
compleja y variable, presente por definición a todo lo largo del recorrido
pasional: el temor de perder el objeto no se comprende aquí más que poi­
ła presencia de un rival potencial o imaginario, y el temor del rival nace
de la presencia del objeto de valor que tiene la función de desafío.
Señalamos desde ahora que el recorrido pasional es aquí función de
relaciones duales entre tres actantes y el conjunto está orientado por la
perspectiva adoptada por el celoso; los celos, en ese sentido, pueden ser
tanto un desamparo y un sufrimiento como un temor y una angustia,
según si el acontecimiento decisivo es anterior o posterior a la crisis pa­
sional. Si el acontecimiento -la junción del rival con el objeto- es tomado
antes de su advenimiento, la relación de rivalidad -S1/S2- pasa al primer
plano y suscita el temor: se trata entonces de vigilar al otro, de desbaratar
sus acercamientos, de desviarlo del objeto, de acaparar a este último para
excluir al rival. Si el acontecimiento es tomado una vez realizado, es evi­
dente que para el celoso, a menos que busque vengarse, no hay mucho que
hacer con el rivai; en cambio, la relación de apego -S^/OĄ- pasa ai pri­
mer plano. El celoso se vuelve entonces hacia el objeto, sobre el cual se
pregunta a quién ama verdaderamente y hasta qué punto puede confiar
en él. Es sólo entonces cuando el sufrimiento se nutre de variaciones fidu­
ciarias y epistémicas.

[159]
160 LOS CELOS

Pero ésa no es más que una variación de perspectiva, en el eje de la


anterioridad y de la posterioridad, que presupone un dispositivo actancial
único y que depende de la puesta en discurso; de un lado, focaliza los efec­
tos de una sintaxis, ya que las formas de los celos evolucionan al mismo
tiempo que las de la junción; del otro, presupone la constancia de una con­
figuración. La descripción de la pasión como tal comienza por la de las
constantes subyacentes a la puesta en discurso y a sus variaciones.
Por otra parte, el análisis lexical, habiendo revelado sus límites y sus
presupuestos, será ahora estrictamente ancilar y la construcción de los
celos se sustentará, en lo esencial, en el aporte de los moralistas, de los
dramaturgos y de los novelistas. De hecho, merced a un estudio “en
expansión” de la pasión, y con base en datos textuales más numerosos y
más variados, entrevemos ahora la posibilidad de enriquecer los modelos
sintácticos y de aprender la organización completa de una configuración.

LA CONFIGURACIÓN

Apego y rivalidad

Un primer acercamiento, inspirado por la semántica lexical, consistirá en


dejarse guiar un momento por las definiciones del diccionario. Para tener
una primera idea de lo que son los celos, parecería útil saber a qué confi­
guraciones más extensas pertenecen. A la vista de las definiciones, de los
correlatos, de los sinónimos y de los antónimos, parece que los celos se
ubican en la intersección de la configuración del apego y la de la rivali­
dad, que corresponden respectivamente a la relación entre el celoso y su
objeto -S^OjSg- y a la relación entre el celoso y su rival -S^.
Todas las definiciones de los celos dan cuenta, directa o indirecta­
mente, de un antisujeto que amenaza con hacer estragos o que ya los ha
hecho. Por ejemplo, un antónimo como “bonachón” se glosa, entre otros,
por “complaciente”, “inofensivo”, “pacífico”, lo que lleva a confirmar el ca­
rácter “combativo” y “ofensivo” del celoso y, por lo tanto, la presencia al
menos potencial de un rival en su territorio. Además, el celoso es ante to­
do -y por su misma etimología- alguien “particularmente apegado a...”,
que “depende absolutamente de...”, y es por eso que los celos remiten tam­
bién al deseo, al celo y a la envidia. El apego está también presente en los
antónimos, en negativo esta vez: “indiferente” se glosa como “insensible” o
“apartado”, por ejemplo.
Pero hay que ver bien que esas dos configuraciones están, si no muy
próximas entre sí, por lo menos cuidadosamente articuladas en los celos.
En una especie de presuposición alternada, el apego se refuerza con la
LOS CELOS 161

rivalidad y la rivalidad se agudiza con el apego que la motiva. La conse­


cuencia de esa articulación de dos configuraciones en gran parte autóno­
mas no es nada despreciable; por una parte, la rivalidad nunca será, para
el celoso, alegre y conquistadora, sino que aparecerá más bien como do­
loroso y amarga, teniendo como perspectiva la pérdida del objeto; por la
otra, el apego será profundamente inquieto y preocupado, ya que la ame­
naza del rival está latente: por ejemplo, puesto que lo único que cuenta es
la relación con el ser amado, una inquietud guarda la huella de la activi­
dad amenazadora y más o menos imaginaria de un antisujeto. Por eso es
que Proust hace observar, a propósito del amor que Swan confiesa a
Odette de Crécy, que el amante al esforzarse sin cesar por conservar a su
amante para él solo, en lo único que sueña es en deleitarse con lo que, al
principio, hacía sus delicias. La intersección entre las dos configuraciones
no es una simple acumulación semántica o una conexión de isotopías:
cada una es modificada considerablemente por influencia de la otra, como
si cada modalidad fuera modificada en sus efectos de sentido por la in­
fluencia de las otras, dentro de un dispositivo modal fijado.
Una de las explicaciones posibles se puede encontrar sin duda en el
dispositivo actancial que postulamos desde el inicio: el triángulo S^S^O-Sg
no es la suma aritmética de dos relaciones duales, sino una interacción.
Asimismo, el celoso es un sujeto acosado entre dos relaciones que lo solici­
tan cada una por completo, pero a las cuales jamás puede consagrarse ex­
clusivamente: preocupado por su apego cuando lucha, está, a la inversa,
obsesionado por la rivalidad cuando ama.

Primera configuración genérica: la rivalidad

0 Rivalidad, antagonismo y competencia

La “rivalidad” sería, según el diccionario Petit Robert, la “situación de dos


o más personas que se disputan algo” (especialmente, el primer lugar, el
primer puesto). “Situación” remite a un dispositivo actancial y narrativo,
independientemente de toda manifestación pasional; ése sería el núcleo
sintáctico de toda la configuración. Se notará la existencia de una relación
polémica arquetípica, eventualmente organizada alrededor de un objeto
(el “algo”), pero más a menudo en torno a una calificación de los sujetos (la
superioridad), que podría ser interpretada como el resultado de una com­
paración entre competencias modales.
El “antagonismo”, “rivalidad entre varias personas o varias fuerzas
que persiguen un mismo objetivo”, especifica la rivalidad al atribuir a los
antagonistas un mismo enfoque de objeto y programas narrativos parale­
los. En la rivalidad, el objeto no es más que un lugar vacío, un “algo” que
162 LOS CELOS

la interacción entre los dos rivales parece plantear como objetivo; la iden­
tidad de ese objeto se precisa sólo en los correlatos -aún muy alusiva­
mente- como “resultado” o “ventaja”. Lo mismo sucede con la “competen­
cia”, que agrega una “búsqueda simultánea” a la especificación prece­
dente, es decir, un recorrido discursivo temporalizado y aspectualizado.
La categoría de la junción y la estructura polémica presentan aquí una
articulación muy particular: la primera no sería más que una variante de
la segunda, mientras que el “objeto” no es otra cosa que la identidad de en­
foque de los rivales. En otros términos, ese lugar vacío al que apuntan los
rivales, lo crean al apuntarlo, y la convergencia de sus esfuerzos diseña un
objeto. Eso es también lo que traduce la simultaneidad de los recorridos,
realzada a propósito de la competencia: la superposición aspectual no es un
accidente discursivo, es el signo de la identidad de los enfoques.

® La emulación

La “emulación”, “sentimiento que lleva a imitar o a superar a alguien en


mérito, en saber, en trabajo”, es un antiguo sinónimo de “rivalidad” y de
“celos”. La emulación aporta a la rivalidad una nueva especificación. Lejos
de proseguir el mismo camino que el antagonismo y la competencia, en las
que veíamos dibujarse un objeto, la emulación se focaliza en la compara­
ción entre las competencias de Sj y S2; esa competencia puede ser apre­
hendida tal cual, como saber-hacer o poder-hacer, o por medio del juicio
ético que la transforma en “mérito”. Ya que es un objeto modal el objeto
que emerge de la rivalidad, el antagonismo toma aquí por objetivo al ser
mismo de los sujetos.
En la lengua contemporánea, el “mérito” ha llegado a ser, no obstante,
el “mérito de algo”, mérito que se mide con referencia a un objeto de valor
adquirido o esperado. La focalización del objeto es entonces restablecida,
pero es sometida a una condición de competencia y de reconocimiento. De
hecho, el mérito de un sujeto es apreciado por el conjunto de su recorrido y
no solamente por el resultado obtenido: se evalúa su manera de hacer, su
manera de ser, su conducta en el curso de las peripecias y su actitud frente
a los obstáculos encontrados. El mérito así definido parece descansar sobre
los mismos efectos modales que la pasión: es una forma de la competencia
que no se agota en la realización de la performance, que no es reconstruido
por presuposición a partir de la competencia, sino que aparece como un
“excedente modal”, caracterizador del ser del sujeto más acá o más allá de
la competencia requerida para la realización del programa.
Además, la emulación por medio del mérito separa radicalmente el
hacer polémico asociado a las pruebas calificantes y decisivas de la atribu­
ción del objeto, asociado a la prueba glorificante. Es sólo en el momento
del reconocimiento, bajo la responsabilidad de un Destinador, cuando el
LOS CELOS 163

sujeto recibe la recompensa que merece. Esa distribución en dos etapas


confirma la doble interpretación que pueden recibir las modalizaciones de
la competencia: por un lado, en términos de eficacia y de necesidad -es así
como aparecen por presuposición a partir del éxito o del fracaso-, por otro,
en términos de manera de hacer o de estar-ser del sujeto -así aparecen
por medio del juicio ético.
En fin, la emulación aporta una última especificación nada desprecia­
ble a la configuración de la rivalidad: definida como un “sentimiento que
lleva a...”, en ese conjunto es la primera figura que accede al rango de
pasión. Cuando el mérito del émulo parece apoyarse ya en un “excedente
modal” semejante al de los efectos pasionales, la nomenclatura se consti­
tuye como un rol patémico incluye una competencia sensibilizada, lo que
nos incitaría a seguir persistiendo en la idea de que lo ético, como la
pasión, aparece en el discurso cuando los efectos modales del estar-ser pa­
recen desolidarizarse de la competencia con vistas al hacer. Por otra parte,
el dispositivo modal y actancial de la rivalidad se encuentra sensibilizado
justo cuando el conjunto es puesto en la perspectiva de un solo sujeto. La
rivalidad, el antagonismo y la competencia, que no presentan ninguna
puesta en perspectiva particular, no son tratadas como roles patémicos si­
no como “situaciones”. Para que exista la emulación, es necesario que S2
haya hecho sus pruebas; luego, que Sj iguale o supere a S2, lo que hace de
Sx el “émulo” y de S2 el modelo, el sujeto de referencia; la rivalidad o la
competencia no son ya simétricas: no estamos más ante una pareja de pro­
cesos aspectualizados en simultaneidad, sino frente a un proceso no termi­
nado, el de Sp en relación con otro, el de S2, tratado como concluido, y que
indica a un límite, un umbral de competencia que hay que alcanzar. En
ese momento, la emulación sólo tiene sentido si la rivalidad es tomada en
la perspectiva de Sp y es así como llega a ser una pasión.

* La envidia

En las definiciones del diccionario encontramos dos formas de “envidia”:


por un lado, es un “sentimiento de tristeza, de irritación o de odio que nos
anima contra quien posee un bien que nosotros no tenemos” y, por otra,
puede también entenderse como el “deseo de gozar de una ventaja, de un
placer similar al del otro”. La configuración de la rivalidad parece deber
ahora escoger entre la relación polémica y la relación de objeto. La parti­
cularidad de la envidia radica en no poder manifestar a la vez sino una so­
la de las dos relaciones; hay que precisar a ese respecto que la selección es
únicamente necesaria en razón de la actualización cada vez más clara del
objeto (un bien, una ventaja, un placer). La figura comprende entonces dos
sęmemas que eran complementarios en las figuras precedentes y que den­
tro de ésta parecen convertirse en excluyentes uno del otro.
164 LOS CELOS

Sin embargo, en cada uno de los dos sememas el tercer actante no ha


“desaparecido” ni tampoco ha sido ocultado; ha sido más bien relegado a un
segundo plano como mediador de la relación focalizada. En la envidia del
tipo S-^Sg, el actante objeto O mediatiza la envidia de con respecto a S2;
en la envidia Sj/O, el actante S2 mediatiza el deseo de S1. En el ejemplo, el
rol de mediador podría ser interpretado a partir de la intención del sujeto
Sp por medio de O, S1 mira a S2 y, por medio de S2, S1 mira a O.1 Estos
tipos de mediaciones sólo son pensables si no se ha estabilizado aún el dis­
positivo actancial; parecería que en la intención protensiva del sujeto apa­
sionado el interactante pudiera todavía dudar entre el estatuto de objeto y
el estatuto de sujeto, de manera que más acá del rival se dibuja para S1 el
lugar del objeto, y más acá del objeto se dibuja el lugar del rival. La
mediación supone entonces como condición que el sujeto S1 sea susceptible
de representarse una escena actancial “internalizada”, en la que el conjun­
to de los roles actanciales puedan todavía intercambiarse.
En discurso, la mediación interactancial se manifestará en dos direc­
ciones complementarias: por una parte, en la primera puesta en perspec­
tiva que localizamos a propósito de la emulación, y que sensibiliza el con­
junto del dispositivo -la orientación en la perspectiva de Sj-, se agrega
otra perspectiva, siempre desde el punto de vista de S1; que focaliza o bien
al rival o bien al objeto; por otra parte, la relegación del otro actante en
posición de mediador se traduce por una intensidad superior de la
relación focalizada: la mediación por el objeto intensifica la rivalidad y la
mediación por el rival intensifica el deseo de objeto. Una vez más, en dis­
curso, la intensidad es sólo la manifestación de la inestabilidad del dispo­
sitivo actancial subyacente.

° Del recelo a los celos

El “recelo” es un “sentimiento de desconfianza”, un “temor a ser eclipsado,


hundido en la penumbra por alguien”. La particularidad del recelo salta a
la vista cuando se le compara con la envidia y la emulación. De la envidia
queda muy poco, ya que el objeto pasa a un segundo plano y el deseo ya no
es manifestado. Sobre la emulación, al parecer, el recelo invierte la estruc­
tura: en lugar de tratar de rebasar, eclipsar a otro, el sujeto teme esta vez
ser rebasado o eclipsado; la emulación presupone la superioridad del rival,
el recelo la aprehende. El dispositivo de base es siempre el mismo: la con­
figuración de la rivalidad, sin objeto definido, pero aprehendida desde la
perspectiva de uno solo de los sujetos. Únicamente ha cambiado la forma

1 R. Gii'ard utiliza la noción de mediación para describir el funcionamiento del deseo mi-
mético en sus diversas variantes; el mimetismo, tanto en el ejemplo, como en su versión psi-
coanalítica, la identificación, remiten a un estadio arcaico de la cultura o de la psique.
LOS CELOS 165

discursiva: por un lado, mientras que la emulación toma como referencia la


competencia de S2, el recelo toma como referencia la competencia de Sp
podríamos imaginar por otra parte una situación única que induciría el
recelo hacia el sujeto de referencia y la emulación hacia el otro. Nos encon­
tramos pues con otra variación de perspectiva en la que la emulación se
construye en la perspectiva de aquel que trata de rebasar al otro y el recelo
se construye en la perspectiva de aquel que es susceptible de ser rebasado.
Dentro de esa configuración, los “celos” se dan como un resultado de
la serie de especificaciones y de articulaciones ya señaladas en las figuras
precedentes: desde luego, es la más compleja de todas las que hemos con­
siderado hasta ahora. Se apoya en el dispositivo actancial S^Sg/OĄ; está
fundada también sobre la perspectiva de un solo sujeto, Sp puede
focalizar, ya sea en la relación de la rivalidad, especializándose así en
prospección como un “temor”, o bien en la relación de objeto, especializán­
dose entonces en retrospección como un “sufrimiento”. Además, se empa­
rentará más bien con el recelo que con la emulación, ya que la perspectiva
será siempre la de aquel que teme ser rebasado o que sufre por haberlo
sido; dicho de otra forma, la competencia de referencia es la del celoso y,
desde que el sistema se invierte, al convertirse la competencia del rival en
referencia, se sale de los celos para entrar en la emulación.

® Punto de vista y sensibilización

En la configuración de la avaricia, las variaciones del punto de vista eran


atribuidas solamente a la moralización; en efecto, puesto que se podía
oponer las dos variantes morales de la disjunción, la prodigalidad y la
generosidad, partiendo sólo del cambio de punto de vista (no destinatario/
destinatario), ocurría que los juicios éticos se apoyaban en las transforma­
ciones discursivas del observador. Tanto más si la diferencia entre un rol
temático no sensibilizado como el ahorro y un rol patémico sensibilizado
como la avaricia no debía nada a los cambios de punto de vista.
En cambio, en la configuración de la rivalidad a la cual pertenecen los
celos, la sensibilización descansa sobre las variaciones del punto de vista;
en el ejemplo se trata tanto de los angostamientos de la focalización como
de los cambios de punto de vista stricto sensu. Los angostamientos y cam­
bios de punto de vista actúan en varios niveles de la configuración, como
una serie de puestas en perspectiva que se sobredeterminan unas y otras.
La primera puesta en perspectiva es la que reorganiza el triángulo
actancial sólo desde el punto de vista de Sp produciendo así la
serie “emulación-envidia-celos”, que de esa manera se encuentra separada
de la serie de las no pasiones. El umbral así cruzado es el de la sensibi­
lización propiamente dicha, gracias a la orientación del dispositivo en la
perspectiva de uno solo de los actantes. Los dispositivos sensibles son
166 LOS CELOS

reconocidos merced a esa orientación.


La segunda puesta en perspectiva es la que, en el punto de vista de
S1? coloca en primer plano, ya sea a la relación S^O, o bien a la relación
S^Sg. En la emulación, la relación Sj/S2 se destaca, gracias a una focali-
zación/ocultación del esquema narrativo subyacente; efectivamente, la re­
lación polémica y la atribución del objeto están disociadas sintácticamen­
te, una precede a la otra, y la segunda es ocultada por el despliegue de la
rivalidad y acantonada en el rol de recompensa eventual para aquel de los
rivales que se distingue. A esa puesta en perspectiva de los despliegues
sintagmáticos de la narratividad se opone la perspectiva paradigmática
que permite distinguir también dos envidias y dos celos diferentes: en ese
caso, la relación ocultada no es relegada a otro segmento narrativo dife­
rente del que nos ocupa,'sino mantenida en un segundo plano de la
relación focalizada.
Debido a que la puesta en perspectiva participa aquí de la sensibi­
lización de los dispositivos actanciales y modales, puede ser tratada a la
vez como una operación discursiva que interviene en el recorrido del suje­
to apasionado y como un procedimiento explicativo en el recorrido de la
construcción teórica. Por un lado, como operación discursiva, la puesta en
perspectiva parece ser una transformación patémica, tanto más intensa
cuanto que la perspectiva es compleja, y por eso pasa por las operaciones
clásicas de la construcción de los puntos de vista. Por otro lado, como pro­
cedimiento de construcción teórica, desempeñará su papel en la praxis
enunciativa y remitirá, si es necesario, al análisis tensivo de una interac-
tancialidad mal estabilizada. La mediación que identificamos en la envi­
dia y en los celos actúa en los dos tableros: como un dispositivo figurativo y
actorial y como una manifestación de la inestabilidad tensiva del interac-
tante; de hecho, la relación ocultada continúa manifestándose a la vez co­
mo “mediatizante” e “intensificante” con respecto a la relación focalizada.2
El procedimiento de escisión del protoactante que habíamos imagina­
do, una vez bajo la responsabilidad concreta de un encajamiento de pues­
tas en perspectiva, a título de precondición tensiva, se precisa: después de
haber librado a un interactante que le permite representarse frente a
“otro” (es el nacimiento del “sí para sí”), orientando la protensividad, bus­
cará suscitar por detrás de ese interactante, séa un objeto, sea un sujeto.
La realización en discurso de tales variaciones de tensión, y sobre todo su
manifestación como efectos de sentido distintos, requieren un observador
susceptible de convocarlos en forma de variaciones de la perspectiva; el su­

2 Partiendo de la catástrofe llamada “mariposa”, J. Petitot ha demostrado que para co­


menzar encontramos ahí un estrato de puro conflicto', después, estratos mediatizados por el
objeto, valorizándose así, siguiendo la sugerencia del autor, dos formas diferentes de la in­
tencionalidad, comparables a las dos formas de la envidia y de los celos, S->0 y S1->S2
(Morphogenese du sens, París, puf, 1986).
LOS CELOS 167

jeto apasionado, envidioso o celoso, es ese sujeto discursivo “focalizando”,3

« El celoso en el espectáculo

Se puede hacer observar a ese respecto que los celos especifican al actante
observador encargado de orientar el dispositivo actancial. El celoso sufre
por “ver a otro gozar” o “teme perder”; en un caso, S9 es focalizado, en el
otro, es O,S3; pero la particularidad de los celos radica en apuntar siem­
pre hacia la relación poniendo en un primer plano, o bien a un ac­
tante, o bien al otro; por eso, cualquiera que sea la perspectiva adoptada,
el espectáculo que se ofrece a Sx es siempre el de la junción entre el rival y
el objeto. Que algún otro goce de O o que O pueda ser perdido en provecho
de otro, la misma escena engendra siempre la misma pasión más allá de
la variación de perspectiva. Los celos obedecerán a la misma distinción
que la envidia, pero desde el fondo de una especificación propia.
Si el espectáculo fundamental de los celos es el de la junción modali-
zada del rival y del objetó, el celoso como observador es excluido de la re­
lación de junción. El envidioso podía escoger entre dos perspectivas, en las
que siempre era el polo principal: o bien /S2, o bien S2/O,S3; por su par­
te, en última instancia, el celoso sólo puede escoger entre dos perspectivas
sobre S^O^, por lo que se encuentra siempre a sí mismo en un segundo
plano: sea (Sp Sr/O sea (Sx) S?/O,S3. Por esa razón, el sujeto celoso se en­
cuentra en la imposibilidad de segmentar el dispositivo actancial de ma­
nera distinta y la escena detestada o temida se le impone; con respecto a
su propio simulacro pasional, él mismo se presenta como un sujeto vir­
tualizado, un sujeto sin cuerpo que no puede acceder a la escena.
Esa posición muy particular en el dispositivo actancial va a traducirse
en el nivel discursivo por la atribución de una posición de observación es-

3 Por cierto, no hay que conceder ni mucho ni muy poco a las estructuras discursivas. Si
se considera, por ejemplo, la noción de punto de vista, conviene distinguir entre el punto de
vista como configuración discursiva y el punto de vista como herramienta metodológica de la
descripción. El primero caracteriza al tratamiento del saber durante la puesta en discurso; el
segundo apunta, entre las virtualidades de las estructuras semióticas, a los dispositivos par­
ticulares que pueden presentar. Se sabe, por ejemplo, que los enunciados complejos con dos
sujetos y un objeto comprenden virtualmente a la vez el punto de vista de la renuncia y el de
la atribución, entre otros; pero sin embargo no se trata de una estructura discursiva. La
estructura actancial permite prever los dispositivos actanciales, las combinaciones que son
comparables con las combinaciones que se obtienen por cruce de las estructuras modales y
que hemos llamado “dispositivos modales”. La enunciación estará encargada de seleccionar
algunos de esos dispositivos con vistas a la linearización de los programas. En ese momento,
habiéndose hecho la selección entre las combinaciones posibles, se puede considerar una ubi­
cación discursiva del punto de vista, a partir de un observador y de sus hacer cognoscitivos.
No es pues sorprendente que los mecanismos de la sensibilización se manifiesten, como
mecanismos de clasificación y de selección, en cuanto puntos de vista discursivos, pero como
tales son no obstante independientes de las estructuras discursivas que los manifiestan.
168 LOS CELOS

pecífica: el observador de los celos será de hecho un “espectador”, es decir,


un observador cuyas coordenadas espacio-temporales se refieren a las del
espectáculo que le es dado, pero que en ningún caso puede figurar como
actor en esa misma escena. En efecto, como se verá pronto, cualquiera que
sea la posición espacial o temporal del celoso con relación a la escena en la
que el rival y el objeto se conjuntan, esta última está siempre “presente”
en su imaginación -es la obra de sus determinaciones espacio-tempo­
rales-, pero siempre es excluido.

Segunda configuración genérica: el apego

® El apego intenso

Nos limitaremos aquí al examen del “apego” propiamente dicho y luego de


los correlatos “posesión” y “exclusividad”. En la definición misma de los
celos, el apego está asociado, por un lado, con la intensidad, ya que es
“vivo”, y, por el otro, con el “deseo de posesión exclusiva”.
La intensidad del apego sobredeterminaría la junción, puesto que el
diccionario precisa que es “un sentimiento que nos une...”. En la medida
en que el apego aparece como la constante subyacente a todas las even­
tualidades de la relación entre el sujeto y el objeto, puede ser interpretado
como una necesidad que las variaciones de esa relación no afectan, de la
misma forma que en lingüística un presupuesto es considerado como ne­
cesario en la medida en que no está interesado por las variaciones (nega­
ción, interrogación, etc.) que afectan a lo planteado. El apego descansaría
en un deber-estar-ser que modalizaría no al objeto sino a la junción, cual­
quiera que ésta sea. Un deber-estar-ser que compromete en alguna medi­
da la existencia semiótica del sujeto; sucede en efecto como si, estando
roto el apego, el sujeto debiera regresar a un estadio presemiótico en el
que nada tendría ya ningún valor para él.
No se ve cómo la intensidad podría afectar directamente a esa modali­
dad, ya que es categorial: ¿cómo una necesidad que se respete puede ser
más o menos fuerte que otra necesidad? Las únicas respuestas que vienen
a la mente son de tipo discursivo o tensivo: se puede admitir que ciertas
necesidades sean jerárquicamente superiores a otras, que algunas sean
más urgentes, prioritarias. La necesidad, en suma, no conocería otras gra­
daciones ni otras diferencias de intensidad que las que obligan a distri­
buir temporal y espacialmente los programas con vistas a su lineariza-
ción, durante la puesta en discurso: la intensidad del apego se reconocería
especialmente, ya sea en la anterioridad de los programas o de los com­
portamientos correspondientes al objeto, o bien por su ubicación en pri­
mer plano en la representación figurativa que el sujeto da de su hacer.
LOS CELOS 169

Pero uno difícilmente puede admitir que esa traducción figurativa de


la intensidad no esté más o menos prefigurada en inmanencia; en calidad
de manifestada, presupone un manifestante. Quizá la solución se encuen­
tra en las modulaciones tensivas que prefiguran las modalidades. En ese
nivel, el deber es prefigurado por una modulación puntualizante que sus­
pende el devenir, lo transforma en una simple dilación puntal y neutrali­
za todas las potencialidades de cambio. Para el sujeto tensivo, eso signifi­
ca que las zonas de valencias están todas unificadas: el conjunto de las
modulaciones de su devenir se reunifica alrededor de una sola valencia, la
del objeto del apego. En el espacio tensivo de la foria, la intensidad del de­
ber-estar-ser es entonces pensable, ya que el efecto de la modulación pun­
tualizante puede ser más o menos extenso. Hablando figurativamente,
mientras más fuerte es el apego, más tendencia tiene el sujeto apasionado
a confundirse con su objeto de valor: lo que en términos tensivos se puede
traducir por el hecho de que una intensidad superior manifiesta un volver
a poner en duda la diferenciación actancial.
Si consideramos ahora a los actantes narrativos y a las junciones po­
demos constatar, para comenzar, que la intensidad del apego se traduce
por el grado de incorporación del sujeto por su objeto. Ese “grado” abarca de
hecho dos fenómenos; por un lado, la incorporación del sujeto por el objeto
es más o menos fuerte según si puede todavía acoger o no a otros objetos;
así como hay objetos “exclusivos” o “participativos” que pueden entrar en
junción con un solo sujeto o con varios sujetos a la vez, habría sujetos “ex­
clusivos” o “no exclusivos” que podrían admitir a un solo objeto o a varios.
Volvemos a encontrar aquí el componente cuantitativo que habíamos
encontrado ya en el caso de la avaricia, así como sus efectos cohesivos y
dispersivos. A ese respecto, un sujeto “apegado” a un objeto sería un suje­
to cuya totalidad integral estaría consagrada a ese objeto. Por otra parte,
el sujeto permanece apegado al objeto, ya sea que esté disjunto o que esté
conjunto; comúnmente, se considera que el objeto es semantizado por el
objeto de valor en la junción; por su parte, el sujeto apegado es semantiza­
do por su objeto, sin importar el modo de junción, de alguna manera antes
que la junción sea categorizada como disjunción/conjunción, es decir,
cuando todavía no es más que fiducia. Entre otras cosas, eso significa que
se puede medir la intensidad del apego (y entonces del deber-estar-ser)
con la importancia de las eventualidades narrativas que el sujeto atra­
viesa; según esto, la intensidad sería también un efecto de sentido de la
resistencia del apego a las eventualidades de la junción: resistencia a la
pérdida, a la ausencia, al abandono, así como también al goce y a la sa­
ciedad. El apego que resiste a la destrucción del objeto, el apego más allá
de la muerte, revela claramente el principio de la intensidad: manifiesta
una cierta manera de estar-ser del sujeto fiduciario, independientemente
del objeto de valor que lo ocupa.
170 LOS CELOS

Habría de hecho dos tipos de relaciones posibles entre el sujeto y el


objeto de valor. En efecto, no significaría gran cosa el decir que el deber-
estar-ser modaliza la junción con el objeto si todas las variedades de la
junción estuvieran implicadas; en cambio, si se considera que la modali­
zación abre un simulacro, se puede entonces concebir que el deber-estar-
ser modaliza un simulacro de realización. El simulacro es inicialmente de­
sembragado, para disociarlo de los enunciados de junción demostrados en
otra parte, después reembragado sobre el sujeto tensivo, para poder con­
vocar directamente la modulación que prefigura el deber-estar-ser y ac­
tuar sobre su extensión: la resistencia del nuevo simulacro a un eventual
regreso al discurso de llegada es función de la amplitud de la modulación.
El desembrague y el reembrague permiten comprender por qué el apego
puede permanecer intangible a pesar de la evolución efectiva de las rela­
ciones entre el sujeto y el objeto: el sujeto puede así continuar soñándose
conjunto a su objeto de valor, más allá incluso de la muerte o de la de­
saparición de este último.

® El celo

El celo intensifica y moraliza a la vez el apego. Es, se dice, “un vivo ardor
por servir a una persona o a una causa, a la cual se está sinceramente
consagrado”. La intensidad se manifiesta aquí como “calor”, el sentimien­
to se ha convertido en una disposición a hacer (a servir), y el apego es sólo
presupuesto; además, el apego es reformulado como “abnegación”, lo que,
si se pone entre paréntesis el hecho de que la relación sea en ese caso
intersubjetiva y jerarquizada, viene a señalar el investimiento exclusivo
del sujeto por su objeto: está “consagrado”, incluso “sacrificado” a su obje­
to, y los correlatos “fidelidad”, “lealtad”, confirman la independencia del
deber-estar-ser con respecto a las peripecias narrativas, una vez que ha
sido suspendida la moralización que los sobredetermina.4 Por lo demás,

4 En L'homme qui rit [El hombre que ríe] (libro I, cap. i), V. Hugo traza un retrato parti­
cularmente detallado de la fidelidad y de sus consecuencias narrativas. Lord Clancharlie, con­
temporáneo de Cromwell, es un par de Inglaterra que ha sido seducido por los principios
republicanos y les ha sido fiel bajo la Restauración, cuando reinaban Carlos II y luego Jacobo
II. En una extensión de diez páginas que ilustra magistralmente la independencia del apego
con respecto a las transformaciones narrativas, Víctor Hugo evoca paralela y simultánea­
mente, por un lado, la evolución histórica de Inglaterra y las adaptaciones sucesivas a las
cuales son obligados aquellos que se someten a las transformaciones propias del contexto y,
por otra, el inmovilismo del republicano fiel. De ahí que lord Clancharlie, ligado por su
“apego” a una idea históricamente “rebasada”, sólo puede aparecer ante los ojos de aquellos
que se han adaptado a la nueva distribución política como un sujeto encerrado en un simu­
lacro pasional, un sujeto que ha escogido vivir en su imaginario antes que en la realidad
política-, por ese hecho, no es sorprendente que le sean atribuidos roles patémicos, que apa­
recen como florecimientos pasionales del “apego”: locura, orgullo, “obstinación pueril”, “obs-
L0S CELOS 171

presuponiendo la confianza, esos dos últimos correlatos nos recuerdan


que, de este lado de la moralización, el deber-estar-ser engendra la espera
o que, más profundamente, la modulación que lo prefigura se dibuja sobre
el fondo de la fiducia.
Se puede uno preguntar por qué, a partir de un semema común, el del
“apego intenso”, se obtiene, por un lado, una pasión moralizada positiva­
mente, así como todos sus correlatos (el celo) y, por el otro, una pasión mo­
ralizada negativamente (los celos). La cuestión es tanto más sorprendente
porque, en varias lenguas europeas, todas esas figuras pasionales están
perfectamente unificadas alrededor del étimo zélos del que derivan, a la
vez, el “celo” y los “celos”; notemos también que zélosis, el derivado del ver­
bo zélo, agrupaba sin distinguirlos los significados “emulación, rivalidad,
celos”. Surge así una hipótesis que permitiría comprender lo que sucedió
en parte: a medida que el apego y el celo se desolidarizan de la rivalidad,
las formas mixtas como los celos (y, en menor medida, la envidia) son mo­
ralizadas negativamente, y las formas “puras”, como la emulación de un
lado y el celo del otro, son moralizadas positivamente: es una prueba suple­
mentaria de la preeminencia de la moralización en las redistribuciones cul­
turales de las taxonomías pasionales. Mientras los griegos aceptaban que
el celo por el objeto y la rivalidad se mezclan, e incluso derivaban uno del
otro, parece que hoy nosotros valorizamos su distinción.

0 La posesión y el gozo

La posesión exclusiva que reclama el celoso abre dos vías de investigación


paralelas: una relativa a la posesión, y la otra, a la exclusividad. Enten­
demos a veces por “actitud posesiva” una actitud exclusiva, pero esa con­
taminación de un término por el otro no es más que un efecto de sus fre­
cuentes asociaciones.
La “posesión” sería la “facultad de hacer uso de un bien del que se
dispone” y remitiría así a “detentar”, “servirse de”, “poder gozar de”. El
sujeto de la posesión no es un sujeto de hacer que apunte a la conjunción,
sino un sujeto ya conjunto que apunta al goce de su objeto. Se observa
también un sujeto de hacer que da placer al sujeto de estado, pero estaría
situado en la dimensión rímica y no en la dimensión pragmática que ha
llevado a la conjunción con el objeto: se escoge y compra una casa (dimen-

tinación senil”, etc. Además, el desembrague y el reembrague pasionales reciben aquí una
representación espacial y temática: lord Clancharlie se exilió a las orillas del lago de Gine­
bra, lejos del teatro del cambio político, y el desembrague pasional aparece hasta en su acti­
tud: on apercevait ce veillard vétu des mémes habits que le peuple, palé, clistra.it, [...] a
peine attentif á la tempéte et á l'hiver, marchant córame au hasard” [“... uno veía a ese viejo
vestido como el pueblo, pálido, distraído, [...] apenas atento a la tempestad y al invierno,
caminando como sin rumbo”] (L'hoinme qui rit, París, Garnier-Flammarion, vol. 1, p. 247).
172 LOS CELOS

sión pragmática) y se goza de ella una vez que se la tiene (dimensión túni­
ca). El objeto pierde de alguna manera su estatuto pragmático y se trans­
forma en objeto túnico una vez conjunto al sujeto, objeto de gozo que es
fuente de euforia (o de disforia: la casa puede ser cómoda o incómoda). Lo
más importante en el ejemplo se refiere al hecho de que, habiendo ad­
quirido la conjunción pragmática y no siendo cuestionada, continúa pa­
sando algo; para que la historia no se detenga ahí, es necesario entonces
que aparezca un sujeto operador competente.
“Disponer” de algo sería, entre otras cosas, “servirse de” o “hacer de eso
lo que se quiere”. El sujeto de la posesión sería entonces antes que nada,
ya que se presupone que debe disponer del objeto, un sujeto volitivo que,
una vez conjunto, desplegaría toda la extensión dé su querer sobre el obje­
to. El estudio de la posesión parece aclarar de otra manera el excedente
modal que encontramos sin cesar en el universo de las pasiones: la búsque­
da del objeto, una vez realizada, no ha agotado el “querer-estar(-ser)-con-
junto”, y otra forma toma el relevo, la misma sin duda que hace que el
avaro quiera gozar de sus tesoros y que no le baste con acumularlos.
Más precisamente, “hacer lo que se quiere” es siempre hacer, pero en
la dimensión tímica. No obstante, el cambio de dimensión es acompañado
por la emergencia discreta de una cláusula cuantitativa: “hacer lo que se
quiere” equivale también a dominar la totalidad integral del objeto; la fi­
gura objeto se ha transformado en imagen del querer del sujeto, no es nin­
guna otra cosa que ese querer. De hecho, no se trataría tampoco de otro
querer, de un “querer-gozar” por ejemplo, sino, a la inversa, de un gozo
que nace del hecho de que el querer-estar-ser es coextensivo al objeto, que
el objeto de valor descriptivo, susceptible de pertenecer a cualquier otro
sujeto, ha llegado a ser ahora el objeto modal característico de un sujeto
en particular.
Por otra parte, la posesión permite asir en su inicio un proceso que
encontraremos frecuentemente, aquél, en apariencia, de la transforma­
ción del objeto en sujeto. En efecto, si el gozo es la acción de sacar de una
cosa “todas las satisfacciones que es capaz de procurar”, el objeto es to­
davía considerado como un objeto modal, es decir, un poder-hacer, el gozo
resultaría de alguna manera de cierta adecuación entre el querer proyec­
tado por el sujeto y el poder que parece emanar del objeto (la cosa poseída
es “capaz”, “susceptible” de dar satisfacciones). Hay que tomar en serio las
metáforas del habla cotidiana y los sentidos “figurados” como los más sig­
nificativos. Por un lado, el sujeto poseedor, queriendo extender su querer
a la totalidad integral del objeto, actúa como si la menor fragmentación de
ese objeto constituyera una resistencia; en ese momento, el poseedor, al
modalizar una versión cuantificada de su objeto, proyecta en ella una
competencia susceptible de transformarlo en sujeto: la “parte” más pe­
queña del objeto que se le escapara haría de él un sujeto resistente. Por
LOS CELOS 173

otro lado, el reparto de las modalizaciones entre los dos actantes supone
que es el poseedor quien dispone del querer y lo poseído del poder. El mi-
croanálisis modal muestra que, habiendo pasado el discurso por la dimen­
sión túnica, las modalizaciones proyectadas por el sujeto apasionado sobre
el objeto de valor suscitan un sujeto competente: así, la figura objeto con­
tiene a la vez un objeto de valor pragmático y un sujeto operador túnico.

s La exclusividad

La “exclusividad”, así como el adjetivo “exclusivo” y el verbo “excluir”,


comportan a la vez una modalización, según el deber-no-estar-ser, y una
cuantiñcación.
Toda exclusión supone una totalidad y una parte de esa totalidad con­
siderada como una unidad; lo que en realidad delimita a la exclusión es
una unidad salida de la totalidad, individuo, grupo o fracción; se puede
extraer esa unidad, ya sea de manera transitiva -un partido excluye de
sus filas a uno de sus miembros-, o bien de manera reflexiva -un grupo o
un individuo afirma sus derechos exclusivos a tal o cual privilegio. Por
otra parte, ser exclusivo equivale a “rechazar compartir, rechazar toda
participación”, de manera que la exclusión puede también tener que ver
con la distribución de los objetos de valor en una sociedad dada.
Habría entonces dos maneras de compartir (o de rechazar compartir)
los objetos de valor en una comunidad: sea en el eje diacrónico -cada uno
espera tener su parte de un momento a otro, con la condición de que la
circulación de los bienes no sea obstaculizada-, sea en el eje sincrónico
-en que cada uno puede participar simultáneamente en el gozo de los
bienes disponibles. Si la avaricia y sus antónimos perturbaban la circu­
lación de los bienes en el eje diacrónico, la exclusividad es un obstáculo
para la participación en el eje sincrónico. La circulación de los bienes se
basa en la noción de “parte”, correspondiente al “partitivo definido” de la
gramática; la participación supondría, en cambio, una indiferenciación de
las partes, correspondiente a los “indefinidos” gramaticales, ya que los
objetos permanecen en todo momento libres de acceso para todos los suje­
tos; la exclusividad determina una unidad singular, ausente de la partici­
pación, que correspondería al “definido singular” de la gramática.
Dos asuntos permanecen en suspenso: el estatuto de la unidad en el
seno de la totalidad y el estatuto de los objetos frente a los sujetos exclusi­
vos. Los sujetos exclusivos interrumpen o cuestionan el proceso de consti­
tución del actante colectivo. Al principio se puede suponer a los individuos
tratados como unidades integrales, en el sentido de que, como unidades,
comprenden rasgos de individualización; la colección de rasgos que les son
comunes los transforma en unidades partitivas; el discernimiento de esas
unidades partitivas constituye entonces una totalidad partitiva que, al
174 LOS CELOS

presentar como totalidad esos rasgos de individualización, directamente


salidos de los rasgos comunes que han sido recolectados en el recorrido,
puede llegar a ser una totalidad integral.
La exclusividad concierne a las “unidades sujetos” que se individuali­
zan en detrimento de la colectividad y que afirman rasgos diferenciadores
contra los rasgos comunes constitutivos de esa totalidad: esto se puede in­
terpretar como una resistencia a la constitución de una totalidad partiti­
va. El razonamiento referido a la distribución de los objetos de valor en la
comunidad implicaría que la unidad partitiva y posteriormente la totali­
dad partitiva sean definidas a partir de los objetos de valor que les sirven
de rasgo común; en ese momento, el sujeto exclusivo obstaculizaría la
operación afirmando unilateralmente la originalidad de un objeto de va­
lor. Ya habíamos encontrado ese fenómeno en la avaricia, y su recurrencia
en el universo pasional es por lo menos curiosa; sin embargo, para el ava­
ro, se trataba sobre todo de moderar o de detener el flujo de una circu­
lación, y por esa demora transformaba su parte (unidad partitiva) en
unidad integral; como lo habíamos sugerido, el sujeto exclusivo inventa su
parte y se la apropia inmediatamente: dos operaciones son pues necesa­
rias, primeramente la creación de una unidad partitiva, después su trans­
formación en unidad integral; ni los celos ni la exclusividad presuponen
cualquier tipo de circulación, ya que las partes no están aún instaladas en
la comunidad contemplada.
Si se considera ahora el estatuto de los objetos, no se resuelve nada
declarándolos “participativos” o “no participativos”; anotamos ya que el
carácter participativo no era propio de los objetos de valor como tales: por
un lado, las tierras pueden ser repartidas o hacerse comunitarias; por
otro, el saber puede ser celosamente conservado. El carácter participativo
de los objetos no es otra cosa que el efecto de sentido del consenso de los
sujetos, con vistas a la constitución de la totalidad partitiva: basta con
que uno de los sujetos no dé su aprobación (rechace el reparto) para que
su objeto sea considerado como “no partitivo”, y él, como “exclusivo”. Los
individuos son capaces de estatuir en ese dominio: uno puede estar celoso
de su mujer, de su prestigio o de sus descubrimientos; pero también las
culturas, que decretan que los bienes o las mujeres son comunitarios, o
que el saber es propiedad de los clérigos o de los brujos.
La exclusividad descansa, por lo demás, en un deber-no-estar-ser; ya
sea cognitiva o lógica -dos proposiciones irreconciliables son declaradas
excluyentes la una de la otra-, epistémica -es “excluido” lo que es recono­
cido imposible- o jurídica -es declarado “exclusivo” un privilegio o un
derecho reservado a una persona o a un grupo designado-, la extracción
de una unidad integral fuera de la totalidad partitiva es regulada por el
deber-no-estar-ser, y ello en dos planos: primeramente, es la relación del
sujeto colectivo con el objeto de valor escogido la que debe no estar-ser; en
LOS CELOS 175

segundo lugar, es la relación entre el sujeto único y la colectividad la que


igualmente debe no ser. En suma, la exclusividad prepara el terreno de la
rivalidad. También en el apego de alguna manera la colectividad se intro­
duce en forma negativa como una presencia actancial con la cual el sujeto
guarda relaciones polémicas por presuposición. El rival emergerá desde el
fondo de esa ruptura de consenso, de ese rechazo de la totalidad partitiva.
En ese sentido, el rival no es otra cosa que la concreción (la actorializa-
ción) de esa presencia rechazada y postulada a la vez por la exclusividad.
El acercamiento con la rivalidad saca a luz una simetría sorpren­
dente. En la perspectiva de la rivalidad, en el conflicto entre los antago­
nistas presentado primero como una búsqueda de la superioridad, podía
darse enseguida un objeto, cuya aparición era de alguna manera suscita­
da por el antagonismo mismo. Por el contrario, en la perspectiva del
apego la decisión de retirar el objeto de la comunidad, de afirmar la “origi­
nalidad para sí” del objeto y de rechazar el reconocimiento del rasgo parti­
tivo que funda al actante colectivo suscita la sombra de un rival, dibuja el
espacio en el que el antagonista vendrá a instalarse.
En la precaución de escapar a las taxonomías culturales, debemos evi­
tar escoger entre esas dos soluciones: o bien el conflicto engendra el obje­
to, o bien el objeto engendra el conflicto. Pero las dos alternativas presu­
ponen igualmente una ausencia de consenso en la comunidad o, más ge­
neralmente, una dificultad en la constitución del actante colectivo. A ese
respecto, ni el objeto ni la rivalidad son pertinentes: en el seno de una
constelación actancial dislocada, trabajan fuerzas cohesivas por la
reunión en un actante colectivo, y fuerzas dispersivas vienen a oponérse­
les. Los rasgos “participativo” y “exclusivo” son, por ese hecho, propie­
dades interactanciales adecuadas para la elaboración de lo colectivo, pro­
piedades interactanciales que para manifestarse tomarán prestada ulte­
riormente ya sea la mediación del objeto o la del rival.
Se confirma aquí una cierta imagen del universo pasional que no es ni
específica ni, sin duda, universal, sino solamente generalizable: las pasio­
nes que examinamos aparecen como configuraciones que administran las
relaciones entre el individuo o el grupo y la colectividad, cuyas dinámicas
convocan con obstinación la constitución (en curso) del actante colectivo.
Al parecer, es la única explicación para la recurrencia de los fenómenos
cuantitativos; y es a partir del fondo de los equilibrios y los desequilibrios
así creados como se perfilan tanto la sombra del rival como la sombra del
objeto.

Los celos en la intersección de dos configuraciones

Si ahora se consideran los celos en la intersección de la rivalidad y del


176 LOS CELOS

apego, se presentan varias tareas. Primeramente, los celos como figura


mixta podrían ser el objeto de un estudio que se sujetaría a las varia­
ciones de equilibrio entre la rivalidad y el apego, a partir del mismo prin­
cipio de las variaciones de dominio dentro del término complejo; se tra­
taría entonces de un estudio intercultural en el que los cambios en la re­
presentación cultural de los celos, entre las áreas tanto como entre las
épocas, serían función del respectivo peso de cada una de las dos configu­
raciones; por medio de una breve alusión a los celos “griegos”, ya hemos
subrayado el interés de un estudio así, pero ése no es nuestro propósito.
La intersección entre las dos configuraciones no consiste en una simple
yuxtaposición, pero engendra, como lo habíamos sugerido, múltiples
interacciones. A ese respecto convendría, por un lado, examinar los efectos
del apego sobre la rivalidad y los de la rivalidad sobre el apego, y, por
otro, en una perspectiva sintáctica, estudiar la distribución de los compo­
nentes respectivos de las dos configuraciones alrededor de los celos pro­
piamente dichos.
Consultando de nuevo las definiciones del diccionario, notamos que
distinguen cuatro sememas, caracterizados cada uno por un término
genérico. Se encuentra así un apego', “apego vivo y receloso”; un mal sen­
timiento'. “mal sentimiento que se experimenta viendo a otro gozar...”; una
inquietud', “inquietud que inspira el temor de compartir...”; y por último,
un sentimiento doloroso: “sentimiento doloroso que hace nacer, en el que
lo experimenta, las exigencias de un amor inquieto, el deseo de posesión
exclusiva de la persona amada, la sospecha o la certidumbre de su infide­
lidad”.
Hemos visto que la diferencia entre el “mal sentimiento” y “la inquie­
tud” se refiere en gran parte a una variación de perspectiva que jerar­
quiza de manera diferente la relación con el objeto y la relación con el ri­
val. El primer semema -con el “apego”- implanta explícitamente los celos
en la relación con el objeto, reservando a la rivalidad el papel de sobrede­
terminación superficial (el recelo); el cuarto adopta la misma jerarquía,
centrando el conjunto del dispositivo pasional en el “amor”, forma específi­
ca del apego, luego lo sobredetermina gracias a los efectos de la rivalidad
(inquietud, sospecha, etc.). En el conjunto, las dos opciones se encuentran
entonces realizadas: el primero y el cuarto semema acuerdan la preemi­
nencia al apego, el segundo y el tercero, a la rivalidad, todo lo cual per­
mite observar más precisamente los efectos de la “intersección” sobre cada
una de las configuraciones.
Paralelamente a la aparición del “recelo”, notamos la recurrencia de
la “inquietud”; puesto que por otra parte el recelo comporta también, en al
menos una de sus acepciones, la indicación de inquietud, uno puede
suponer que esa última figura es una de las innovaciones importantes de
los celos en relación con el apego: el enamorado celoso sería primero un
LOS CELOS 177

inquieto. Si creemos en las definiciones de la inquietud, el celoso conocería


la “agitación”, la insatisfacción perpetua y la “preocupación”. Esa ausen­
cia de descanso, ese trastorno que impide gozar apaciblemente el objeto
deseado, se fundan esencialmente en una oscilación entre la euforia y la
disforia, de tal manera que el celoso no está ni verdaderamente eufórico ni
verdaderamente disfórico. El principio mismo de una oscilación semejante
habría que encontrarlo en una dificultad para polarizar los términos de la
foria: la conjunción con el objeto amado tampoco es suficiente para hacer
al sujeto eufórico. Por supuesto, lo que impide al sujeto gozar de su objeto
es la rivalidad: es ella la que al contacto con el apego toma la forma paté-
mica de la inquietud y del recelo, puesto que la rivalidad, al sobredetermi­
nar al apego, sufre su influencia y ofrece así un ejemplo de las mutaciones
que se operan dentro de los macrodispositivos pasionales.
En el otro extremo, vemos desarrollarse la desconfianza, la sospecha y
el temor: tenemos ahí a un valeroso combatiente o a un émulo que busca
un mérito, el mismo que cuando tiene un bien celosamente amado que de­
fender es capturado por la aprensión; en efecto, además de preservar su
propia integridad o demostrar su superioridad, le hace falta también preo­
cuparse por el objeto que conserva exclusivamente para sí.
La desconfianza, la sospecha y el temor descansan todos sobre una
perturbación fiduciaria que modifica los datos originales del apego. De
hecho, este último presupone un deber-ser que funda la confianza, no una
confianza intersubjetiva, ya que uno se puede apegar también a un objeto,
sino una confianza generalizada, la posibilidad para el sujeto de dar un
sentido a su vida. La emergencia de la rivalidad en el horizonte del apego
cuestiona esa confianza, hasta tal punto que la relación con el objeto ama­
do puede ser afectada: bajo la influencia de la rivalidad, el apego se trans­
forma entonces en desconfianza.
Incapaz de gozar serenamente del objeto, trabado en sus combates con­
tra el rival, el celoso se agita en lugar de actuar y desconfía en lugar de
confiar. Las distorsiones aportadas a cada una de las dos configuraciones
por aquella que la sobredetermina engendran figuras específicas de su in­
tersección, es decir, las figuras mismas de los celos. La construcción de los
celos pasará entonces por el estudio de esas figuras de sobredeterminación.

LA CONSTRUCCIÓN SINTÁCTICA DE LOS CELOS

Los constituyentes sintácticos de los celos

Los celos se organizan alrededor de un acontecimiento disfórico que puede


estar situado, sea en prospectiva, sea en retrospectiva, transformando así
178 LOS CELOS

al celoso en un sujeto temeroso o en un sujeto sufriente. Además, según


ese acontecimiento escenifique en primer plano al rival gozando de su
objeto, o a su objeto escapándosele, será receloso o desconfiado. Esas
variaciones de los roles patémicos desplegados en la puesta en discurso no
afectan a los “celos en sí”, que ahora se trata de construir a partir de los
datos recogidos en los discursos realizados. Por otra parte, el simulacro
pasional de los celos en el discurso mismo, y en particular la escena que el
celoso se da, no es afectado por las variaciones de perspectiva.
Si nos interesamos una última vez por las diversas variedades de los
celos, constatamos en efecto una extraña y paradójica indiferencia de la
pasión hacia la junción; ciertamente, el sujeto celoso, en sus diversos roles
patémicos, no es por supuesto indiferente al hecho de estar conjunto o no
con el objeto y al hecho de que su rival posea o no al objeto; pero la pasión
permanece idéntica a sí misma cualesquiera que sean los enunciados con­
vocados. Todas las combinaciones convienen en que:
- Sj conjunto! S2 conjunto (ver a otro gozar de una ventaja que se
desearía poseer exclusivamente);
- conjunto!S2 disjunto (el temor de compartir o de perder);
- Sj disjunto!S2 conjunto (ver a otro gozar de una ventaja que uno
no posee);
- disjunto / S2 disjunto (el temor de que otro obtenga lo que uno no
posee, pero que se desea poseer).
Sin embargo, los celos sólo son indiferentes a las variedades de la jun­
ción que conoce el sujeto cuando está celoso, puesto que los celos admiten
como constante un dispositivo sintáctico, aquél en el que el rival posee el
objeto mientras el sujeto se encuentra privado de él. Pero ese dispositivo
es actualizado por la pasión misma, independientemente de la situación
narrativa en la que se encuentran los tres actantes, y aparece como el con­
tenido “existencial” del simulacro. Las variaciones de perspectiva inhe­
rentes a la puesta en discurso son entonces, en parte, el efecto de los dis-
tanciamientos entre esos dos tipos de junción, las junciones efectivas y las
junciones simuladas, y la construcción de los celos como tales no puede ser
más que la construcción del dispositivo propio del simulacro, la única cons­
tante discursiva en este caso.

® La inquietud

La inquietud parece ser más general que el temor o el recelo, razón por la
cual será considerada como uno de los constituyentes sintácticos funda­
mentales de los celos. El temor solo no supone más que un saber y un
creer, una espera, modalizada a la vez conflictivamente por el poder-estar-
ser (la eventualidad) y por el querer-no-estar-ser (el rechazo). Por el con­
trario, la inquietud introduce, con la permanencia y la iteración, un rol
LOS CELOS 179

patémico estereotipado, una constante de la competencia pasional del


sujeto. Circunscritos al temor, los celos no serían más que un sentimiento
puntual, incidental, ya que el temor no tiene otra razón que un aconteci­
miento por venir, que aquí cumple la función de objeto de saber y que mo­
viliza la espera; eso sería, de alguna manera, unos celos dictados por las
circunstancias. En cambio, con la inquietud que por definición no tiene
objeto preciso, los celos llegan a ser una propiedad del sujeto mismo, ins­
crita no en la circunstancia, sino en la competencia, como una manera de
estar-ser del celoso.
Comparada con el recelo, la inquietud conserva también una posición
genérica, puesto que el recelo no es más que una fase efímera de los celos
o de la inquietud, aquella en la que se perfila la sombra del rival. Por con­
siguiente, desde el punto de vista de la sintaxis la inquietud rige toda la
cadena y se traduce pasajeramente, ya sea por el recelo, cuando el rival se
manifiesta, o bien por el temor, cuando el evento disfórico es esperado.
La inquietud puede injertarse particularmente, tanto en la espera del
acontecimiento como en la espera del sufrimiento propiamente dicho. En
ese sentido, hace revivir al sujeto apasionado el estremecimiento fórico
fundamental, aquel que engendra el “sentir” mínimo. Además, si la agi­
tación entre euforia y disforia impide al sujeto inquieto la polarización
que lo haría un verdadero sujeto de búsqueda, por una regresión en el re­
corrido generativo lo hace volver a la tensividad fórica, anterior a la cate­
gorización. La oscilación, en efecto, no puede ser interpretada como un re­
corrido entre dos posiciones extremas: el inquieto no es un ciclotímico; es
más bien una indecisión perpetua dentro de una figura mixta que no llega
a fijar sus términos. Por eso el inquieto puede ser comprendido como un
sujeto sumergido en las modulaciones tensivas.
El sujeto inquieto podría pasar por el prototipo del sujeto apasionado,
ya que, a falta de poder recorrer posiciones discontinuas dentro de las cate­
gorías modales -en el seno de las cuales no puede más que “oscilar”-, el
único recorrido que se le ofrece es un recorrido de una modalización a la
otra, es decir, por el interior de los dispositivos modales. La inquietud, al
impedir al sujeto las transformaciones discontinuas que ofrecen las cate­
gorías modales, lo predispone para plegarse a la sintaxis intermodal den­
tro de los dispositivos pasionales. El inquieto sería también un prototipo
del sujeto apasionado en otro sentido, complementario del precedente. En
efecto, si se trata de identificar su dispositivo modal específico o su reco­
rrido existencial, no se llega a él: el querer, el saber, el poder y el deber
pueden igualmente fundar la inquietud; los sujetos realizados, virtualiza-
dos, actualizados y potencializados son todos susceptibles de estar-ser
inquietos por razones diferentes.
La inquietud no es otra cosa que esa oscilación que instala un simu­
lacro disponible para alguna otra pasión, que opera el reembrague sobre
180 LOS CELOS

el sujeto tensivo con vista a efectuar recorridos más específicos. En cierto


modo, la inquietud prepara el terreno para otras pasiones: define una
cierta constitución del sujeto; sólo se particulariza en función de las pa­
siones que luego van a incorporar el simulacro y darle un armazón modal.
Así, si la inquietud afecta a un apego, llega a ser la inquietud de
alguien que tiene algo que perder, la inquietud de un sujeto realizado, y
también una inquietud que turba a un deber-estar-ser. En ese caso se
podrá hablar de una “preocupación”. La preocupación es por lo tanto una
figura híbrida que resulta del encuentro entre el apego y la inquietud; el
término mismo puede designar en lengua tanto al objeto que absorbe y
preocupa al sujeto como a la preocupación misma, incluso al sufrimiento
moral que de ello puede resultar. Toma prestado, entonces, de un lado el
apego -es la absorción del sujeto por el objeto, ese vertimiento integral y
enajenante del sujeto- y del otro a la inquietud -es la sumisión a las os­
cilaciones de la foria. La preocupación se presenta entonces como una
inquietud que habría recibido el armazón modal del apego.

® ¿Desconfianza o difidencia?

La desconfianza y la difidencia son componentes tanto del recelo y de la


sospecha como del temor, pues explotan el componente fiduciario subya­
cente al apego. A ese respecto habría que distinguir dos ocurrencias dis­
tintas de la difidencia en la configuración: de un lado, hay una difidencia
presupuesta por los celos y que tiene su fuente en la rivalidad, es la difi­
dencia con respecto al adversario, que le es necesaria pero no es específica
de los celos en absoluto. Enseguida, hay la difidencia suscitada por los
celos, difidencia con respecto del ser amado del cual se sospecha la infide­
lidad, por ejemplo. Ella resulta, entonces, más precisamente de una per­
turbación de la confianza propia al apego; esa difidencia implicada no es
necesaria a los celos, es solamente una de las variantes ocasionales, que
puede ser suspendida, por ejemplo, en el caso en que el celoso accede de
entrada a la certidumbre y se contenta, si se puede decir, con sufrir la
traición. Examinemos por el momento la difidencia presupuesta e inhe­
rente a la rivalidad.
Para comenzar, hay que ver que la dimensión fiduciaria está inscrita
a la vez en la definición modal del apego y en la de la exclusividad: el
deber-estar-ser determina una espera fiduciaria que restringe el horizonte
del sujeto a un solo objeto; luego, el deber-no-estar-ser determina otra
forma de espera fiduciaria -negativa esta vez- merced a la cual el sujeto
protege su territorio. Pero, por otro lado, la confianza y la difidencia emer­
gen de la fiducia, ese conjunto de modulaciones tensivas en el que se dibu­
jan las valencias; una vez terminada la discretización y la categorización
de las modalidades, la fiducia es convertida en dimensión fiduciaria. Sin
LOS CELOS 181

embargo, esta última y en particular la confianza y la difidencia no se


pueden derivar directamente sólo a partir de las modalidades.
Después de una primera etapa, las modalizaciones aléticas -ya se
expresen bajo la forma de deber-estar-ser o bajo la forma de poder-estar-
ser- permiten al sujeto cognoscitivo emitir juicios de adecuación, que en
su momento proyectan las modalizaciones llamadas epistémicas sobre las
junciones convertidas en objetos de saber; el paso de un poder-estar-ser a
un no-poder-no-estar-ser, por ejemplo, será reformulado en ese nivel supe­
rior de articulación como un paso de lo “probable” a lo “cierto”. Las moda­
lizaciones epistémicas son después moralizadas para engendrar la cate­
goría fiduciaria. El juicio ético que interviene entonces sobredeterminará
cada modalización epistémica en función de una taxonomía preestableci­
da: la certidumbre aparecerá, por ejemplo, según el caso, ya sea como
“confianza” o como “credulidad”. En cierto modo el conjunto de esos es­
tratos del proceder generativo da cuenta de la forma como el creer se cons­
tituye, desde la fiducia generalizada y privada de articulaciones hasta las
finas estructuraciones de la dimensión epistémica y de su moralización.
En el caso de los celos, la “certidumbre” será siempre valorizada, ya
sea positiva o negativa; certidumbre positiva antes de la crisis pasional,
certidumbre negativa durante la crisis misma. La certidumbre positiva,
nacida del apego, se manifestará como una “confianza” (y no como una
“credulidad”); la certidumbre negativa, nacida de la exclusividad, se mani­
festará como difidencia generalizada, una especie de pesimismo intrínseco
a los celos; el celoso, en efecto, dice que prefiere siempre “saber” sin
importar el precio, lo que visto desde el exterior del simulacro pasional es
en general interpretado como una gran aptitud para creer.
Una vez proyectada sobre el cuadrado semiótico, la dimensión fiducia­
ria se organiza de la manera siguiente:

CONFIANZA DIFIDENCIA

¿PREFIANZA? DESCONFIANZA

Regresando a los celos, uno se da cuenta de que la difidencia, fundada


en una certidumbre negativa, sólo puede intervenir después de la “prue­
ba” -real o imaginaria- del triunfo del rival; lo cual será entonces una cul­
minación del recorrido fiduciario, en el caso en que es todavía esperado el
acontecimiento cuando se manifiestan los celos, y un punto de partida del
recorrido, en el caso en que el acontecimiento ha sido ya cumplido.
En lo concerniente al recelo, por el cual el celoso percibe al menos la
182 LOS CELOS

“sombra” de un rival eventual, provoca simplemente la suspensión de la


confianza, es decir, la desconfianza (Sj cesó de ser confiado). Esta última
se depliega en “sospechas”, por las cuales, incluso si el sujeto no sabe ver­
daderamente a qué atenerse ya que no tiene aún ninguna prueba, supone
que hay algo escondido. La suspensión de la confianza no procede pues de
una adquisición de saber, sino de la adquisición de un metasaber, un
saber dirigido a la presencia de los objetos de saber. El recelo es un rol
patémico del celoso, inducido por un hacer del rival; ahora bien, ese hacer
desempeña de hecho un rol informativo, dado que transmite un meta-
saber. En los celos, la relación polémica es primero una hipótesis de Sx
que le sugieren los presupuestos asociados a la exclusividad y que re­
fuerza la inquietud.
Se podría considerar que en esas condiciones la confianza es particu­
larmente frágil; ciertamente es requerida por el apego, ya que el sujeto
debe creer en el valor de su objeto para creer en su propia identidad, pero
es al mismo tiempo minada por el rechazo de la participación, que en el
caso de los celos es coextensiva del apego mismo. Desde la formulación
modal de esos roles patémicos, era patente que un conflicto entre el su­
jeto del deber-estar-ser y el del deber-no-estar-ser era previsible, ya que
esas dos modalizaciones, al fundar dos roles del mismo sujeto, apegado y
exclusivo, lo ponen en contradicción consigo mismo. La contradicción tiene
que ver aquí con el hecho de que, para tener una garantía contra toda pér­
dida, el celoso debe ser difidente, mientras que para perennizar su apego,
debe permanecer confiado.
A partir de la hipótesis según la cual un rival se perfila en los alrede­
dores, el sujeto celoso proyecta escenarios probables para todo lo concer­
niente a su apego que lo van a instalar en la desconfianza; esos escenarios
constituyen la puesta en escena figurativa de la relación S2/O,S3. Para
transformar uno de esos escenarios probables en certidumbre, hará falta
enseguida una prueba. El recorrido del celoso comporta por consiguiente
dos transformaciones fiduciarias: una para pasar de la confianza a la des­
confianza, la otra para pasar de la desconfianza a la difidencia. Habiendo
sido establecida la situación conflictiva desde el origen, antes incluso de la
crisis de celos, la primera se cumple en la menor ocasión: el más pequeño
detalle, el menor signo, comprometerá el equilibrio inestable del apego ex­
clusivo, dando así la preeminencia a la vertiente negativa de la contradic­
ción interna. En esa etapa, el celoso es un puro receptor de indicios y de
signos; luego, la suspensión de la confianza desencadena una búsqueda
cognoscitiva que hace posible el metasaber. La segunda transformación
deberá provocar una selección entre las hipótesis; esa selección pertenece
exclusivamente a la secuencia de los celos y tendremos oportunidad de
regresar a ella más extensamente, apoyándonos en otros textos. El con­
junto del recorrido se presenta así:
LOS CELOS 183

DIFIDENCIA

(prueba)

DESCONFIANZA

Sin embargo, un sujeto inquieto cuya identidad está asegurada por


reembrague sobre el sujeto tensivo no puede esperar un recorrido tan cla­
ro. Aunque desconfiado y sospechoso con respecto a las sombras rivales
que se agitan alrededor de él, permanece confiado con respecto al objeto
amado hasta el término del recorrido y a veces más allá. Por cierto, todos
los casos de figura son considerables, entre la confianza ligada al apego y
la difidencia ligada a la estructura polémica; pero el celoso estará siempre
dividido entre dos roles fiduciarios, ya que dentro del simulacro pasional
no podría comprenderse su difidencia sin su apego y por consiguiente con­
tinúa presuponiéndolo. Por eso, por ejemplo, cuando de un lado es confia­
do y del otro desconfiado, el estado en el cual se encuentra no se podrá
describir jamás como “término complejo”: será una oscilación, una aser­
ción y una negación simultáneas que repercutiendo en la sacudida fórica
de la inquietud sólo podrán amplificarla. Las modulaciones tensivas sacu­
den la masa fórica y la dimensión fiduciaria agrega la inestabilidad de
una aserción/negación simultánea de los contrarios: he ahí la primera
figura del autoengendramiento, de la autoamplificación, que encon­
traremos frecuentemente en ios discursos realizados y que parece carac­
terizar a la pasión celosa.

9 Esbozo del modelo de los celos

En su versión más compleja, los celos explotan una estructura actancial


compuesta de tres actantes, Sp S2 y O,S3, que es convertida en dispositivo
sensible por tres puestas en perspectiva sucesivas: la estructura es puesta
en la perspectiva de Sp dos puestas en perspectiva secundarias son en­
seguida propuestas paralelamente: Sj/Sg, por una parte, y Sj/O,S3, por la
otra; y una última puesta en perspectiva -que consiste en los dos casos en
reconstituir la pareja S9/O,S3 bajo la forma de una escena de la que St
está excluido- es aplicada a los resultados de las dos precedentes.
A manera de balance provisional, se podría considerar que las rela­
ciones de junción entre esos actantes son modalizadas como sigue: S^O-S,
es modalizada por el deber-estar-ser (apego) y el querer-estar-ser (pose­
sión); Sx/S2 es modalizada por el deber-no-estar-ser (la exclusión en
184 LOS CELOS

relación, con la comunidad); S^OĄ es modalizada por el deber-no-estar-


ser y el querer-no-estar-ser (exclusividad). Todas esas modalizaciones son
proyectadas por supuesto desde el punto de vista de Sp quien procurando
una primera orientación al dispositivo sensibilizó las modalidades. Por
otra parte, la inquietud y la preocupación, definidas como “oscilación” y
“absorción”, sólo pueden recibir interpretación como modulaciones en el
nivel tensivo. En suma, los “celos en sí” convocarían para su definición: 1]
la conversión de las estructuras actanciales en dispositivos perspectivos;
2] las modalizaciones sensibilizadas que se afirman en las modulaciones
tensivas; y 3] las modulaciones tensivas directamente convocadas en el
simulacro.
Dos de los elementos de construcción parecen disputarse el estatuto
de presupuesto: el apego y la inquietud; su rol sintáctico es sin embargo
muy diferente. El primero da al conjunto de los celos -en cuanto confi­
guración y recorrido- una rección modal que incluso si descansa sobre un
fenómeno tensivo se encuentra expresada como la categoría del deber en
un momento dado del recorrido generativo; la segunda, en cambio, no
puede recibir formulación modal específica, pero procura, sin embargo, a
la vez un motivo de desencadenamiento y un estilo semiótico al conjunto
del recorrido sintáctico que, superficialmente, podrá aparecer como aspec­
tual; por el “desencadenamiento” comprende el reembrague sobre el suje­
to tensivo, y por el “estilo semiótico” asegura las transiciones entre las di­
ferentes etapas de la crisis de celos y mantiene una homogeneidad más
allá de las transformaciones modales y de los cambios de roles patémicos.
El apego sería entonces el presupuesto modal de los celos, mientras que la
inquietud sería ahí el presupuesto fórico.

® Roles y dispositivos patémicos

Podemos ahora considerar que los celos se presentan bajo dos formas: una
vasta configuración en la que no son más que una de las eventualidades
pasionales que hay que considerar y un acontecimiento pasional específico,
que hasta el momento hemos designado intuitivamente como “crisis pa­
sional” o “crisis de celos”. La crisis pasional propiamente dicha comprende­
ría lo siguiente: la sospecha, que es una forma de saber cuyo objeto perma­
nece secreto -un .metasaber-, la administración de la prueba y la puesta
en escena decisiva, que inducen a la adquisición de una certidumbre de la
cual nacerá la difidencia, después el sufrimiento, que podrá ser, según el
caso, o bien una aflicción (retrospectivo), o bien un temor (prospectivo).
Por otra parte, dada la complejidad de su organización, los celos no
pertenecen a una configuración y a un microsistema patémico, sino a va­
rios: el del apego, el de la exclusividad, el de las estructuras polémico-con-
tractuales y el de las pasiones fiduciarias, entre otros. Los celos no sola­
LOS CELOS 185

mente no son una pasión aislada porque pertenecen a microsistemas en


los que sólo son una posición entre otras, sino, además, porque participan
en varias constelaciones patémicas. El juego de las intersecciones y las
confrontaciones, que ha permitido pasar de las categorías modales a los
dispositivos modales, se reproduce aquí y nos hace pasar de las estruc­
turas patémicas -como la de la avaricia- a los dispositivos patémicos
-como el de los celos.
Así como la intersección de varias estructuras modales engendra un
dispositivo modal y, en consecuencia, un rol patémico, la intersección de
varios roles patémicos engendra un dispositivo patémico. A la manera de
las modalidades dentro de un dispositivo modal, los roles patémicos se
encadenan y se transforman los unos en los otros dentro de un dispositivo
patémico, definiendo así un grado suplementario de articulación sintácti­
ca del universo pasional. Una pasión como la envidia, por ejemplo,
hubiera podido ser enteramente circunscrita dentro de la configuración de
la rivalidad y en el microsistema de las estructuras polémico-contrac-
tuales; la cólera, en cambio, participa de varios microsistemas como los
celos. Se podrían oponer así las pasiones “simples” y las pasiones “com­
puestas”; para evitar recaer en las taxonomías y en el estudio de las
pasiones aisladas, parece preferible por lo tanto retener la expresión “dis­
positivo patémico”.
La construcción de los celos previamente requiere, pues, el estableci­
miento de los microsistemas patémicos sobre el fondo de los cuales se
dibuja su dispositivo específico.
Por ejemplo, el microsistema del apego regulado por la estructura
modal del deber se presentaría así:

APEGO FOBIA
(deber-estar-ser) (deber-no-estar-ser)

¿TOLERANCIA? DESAPEGO
(no-deber-no-estar-ser) (no-deber-estar-ser)

El microsistema de las estructuras polémico-contractuales aplicadas al


apego haría aparecer, junto a los celos -que es una pasión del antagonis­
mo- pasiones de la discordia -como la “exigencia”, la “dureza”-, pasiones
de la conciliación -como la “indiferencia”- y, por último, pasiones de la
colusión -como la “complacencia”, a menos que no encontremos en esa
posición a la “abnegación” en una versión moralizada de manera diferente.
Si se considera ahora al sistema del actante colectivo e individual que
funda la exclusividad, los celos ocuparían esta vez un lugar en un micro-
186 LOS CELOS

sistema en el que la distribución se basaría en el estallido de la categoría


cuantitativa, es decir, en las unidades partitiva (Up) e integral (Ui) y en
las totalidades partitiva (Tp) e integral (Ti):

pasiones (up) (TÍ) PASIONES


SIMPÁTICAS IDENTIFICADORAS

PASIONES (Ui) (Tp) PASIONES


EXCLUSIVAS COMUNITARIAS

El metatérmino constituido por la reunión de las pasiones simpáticas


y exclusivas define el conjunto de las pasiones individualizantes', el otro
metatérmino, constituido por la reunión de las pasiones identificadoras y
comunitarias, define el conjunto de las pasiones colectivizantes. Los celos
pertenecen por derecho a las pasiones individualizantes exclusivas; la
“compasión” sería una pasión individualizante simpática que caracteriza
al sujeto individual partitivo, puesto que comparte, por la pasión, un ras­
go común con sus semejantes. La “convivialidad” sería una pasión colec­
tivizante comunitaria; y, si se acepta hacer de la “opinión pública” un te­
ma apasionado, puede serlo en el marco de las pasiones colectivizantes, ya
sean comunitarias o identificadoras. Por último, las pasiones del sujeto
colectivo integral son aquellas por las cuales todo un grupo determina su
identidad: la “conciencia de clase” sería una, pero también todas esas pa­
siones nacionales que, según sean aprehendidas desde el exterior o desde
dentro, pueden pasar, ora por estereotipos desgastados, ora por fermentos
de identidad colectiva.
Este rápido recorrido por algunos de los microsistemas a los que per­
tenecen los celos no pretende ser exhaustivo -la exhaustividad no tendría
aquí ningún sentido-, pero permite de alguna forma comprender por qué
es un “dispositivo de dispositivos”; las pasiones que ocupan las diferentes
posiciones en cada microsistema descansan en efecto sobre dispositivos
sensibilizados; en la medida en que los celos participan de todos esos mi­
crosistemas, articulan las pasiones particulares que reúnen en un ma-
crodispositivo. En esas articulaciones fijaremos ahora nuestra atención.

LOS CELOS, PASIÓN INTERSUBJETIVA

Una vez perfilado el triángulo S^S^/Sg, los celos aparecen como un vasto
campo de maniobras y de acontecimientos pasionales, en los que se puede
LOS CELOS 187

prever desde ahora algunos desarrollos. La intersubjetividad se analizará


en cinco tipos de interacciones:

a] S^OĄ: las vicisitudes de la relación amorosa,


b] SjĄ: las variaciones sobre la rivalidad,
c] S^Sg: la conjunción temida,
d] Sj/Sg + S3,O: el celoso y su espectáculo,
e] Sj/Sp el celoso es su propio juez.

Todas esas interacciones implican confrontaciones, dominaciones,


manipulaciones y contramanipulaciones en las cuales no entraremos sis­
temáticamente en detalle; en el marco de los celos, algunas son más
rentables que otras; para explorarlas nos ayudaremos con-el-discurso de
los moralistas y las dificultades que presenta su análisis. Así, encon­
traremos en el camino a Barthes, Beaumarchais, La Bruyére, La Chaus-
sée, La Rochefoucault, Racine, Stendhal.
En relación con los enunciados de junción constatados en el discurso
de acogida, tres actantes han sido definidos previamente dentro de la
configuración. Lo propio de las interacciones pasionales es suscitar den­
tro de la configuración una comunicación en la que los objetos-mensajes
intercambiados son exclusivamente o ante todo objetos modales; efectiva­
mente operan dentro de un simulacro que resulta del desembrague pa­
sional e incluso la “infidelidad” que, desde otro punto de vista, puede
pasar por una transformación eminentemente pragmática, funcionará
dentro de la configuración pasional como un objeto modal. La primera
consecuencia es que los “actantes” del triángulo inicial van todos a
escindirse en sujetos modales y en diversos roles que no coinciden ya
obligatoriamente con la segmentación inicial. La segunda consecuencia
que resulta de la primera se refiere al estatuto de esos sujetos modales
en relación con los actantes narrativos que son el “celoso”, el “rival” y el
“objeto-sujeto amado”; en la medida en que lo que se intercambia en la
comunicación celosa es exclusivamente modal, la sensibilización que obra
en el conjunto de la configuración opera sobre los dispositivos modales
puestos en circulación: dentro del macrosimulacro aparecen entonces
roles patémicos que son otros tantos simulacros que intercambian los
coparticipantes.

N.B. Apelamos aquí a dos especies de simulacros: por un lado, la pasión se


inscribe enteramente en un simulacro; por el otro, los participantes intercam­
bian simulacros que son dispositivos modales sensibilizados. De hecho, la sig­
nificación es la misma, sólo cambia la extensión, puesto que los celos se pre­
sentan como un macrodispositivo patémico -el primer tipo de simulacro- que
comprende numerosos roles patémicos -el segundo tipo de simulacro.
188 LOS CELOS

El estatuto del rival en los celos es de por sí incierto; para comenzar,


el hecho de que sea constatado o de que no lo sea, de que sea un actante
narrativo del discuro de acogida o que sea solamente una construcción del
imaginario del celoso, no le quita nada de su eficacia pasional; enseguida,
basta con que Sj rechace entrar en la totalidad partitiva para que por pre­
suposición se instale un antisujeto virtual y para que, desde ese momento,
la menor “sombra” que se extienda sobre el objeto amado dé cuerpo a ese
antisujeto. Que S2 sea un actante comprobado o una creación de Sp el
resultado es siempre el mismo, ya que el “rival”, efectivo o soñado, no
desempeña otro rol en la configuración que aquel que le atribuye el celoso,
y el “rival” no es otra cosa que el simulacro que S1 proyecta a partir de las
modalizaciones del apego, de la posesión y de la exclusividad.
Hemos constatado ya hasta qué punto el estatuto del objeto-sujeto
amado era profundamente modificado por las modalizaciones proyectadas
por Sp el querer del poseedor lo convierte en objeto tímico y modal. De
hecho, a los celos les basta con un deseo de posesión exclusiva y con una
conjunción simplemente deseada; en ese sentido, el objeto mismo no tiene
otros roles en la configuración que los que proyecta el celoso, bajo la forma
de un simulacro por medio del cual persigue su propio sueño de posesión
exclusiva.
Se mostrará por último que la identidad misma del sujeto apasionado
está enteramente modelada por la interacción, en particular por los dis­
positivos modales que ahí nacen, circulan y se intercambian.
El estudio que sigue es entonces el de los simulacros puestos en mar­
cha en la comunicación celosa y el de las transformaciones que sufren por
efecto de las diversas estrategias y manipulaciones en las que el motivo
es la pasión celosa.

El simulacro del objeto-sujeto amado: de la estética a la ética

® Un resto de esperanza

On arrive au comble des tourments, c’est-á-dire á l’extréme malheur empoisonné


d’un reste d’espérance.5

[Se llega al colmo de los tormentos, es decir, a la desgracia extrema de un resto de


esperanza.]

La única salida para el celoso infeliz sería la de no amar más, de rom­


per el apego, puesto que la confianza intrínseca al apego permanece inde­
pendiente de las desconfianzas y de las difidencias nacidas de la actividad

5 Stendhal, De l’amour [Del amor], Garnier-Flammarion, XXXV, pp. 122-123.


LOS CELOS 189

del rival; la confianza sirve de basamento a todas las transformaciones


fiduciarias propias de los celos, pero no será afectada mientras la identi­
dad de no sea cuestionada; especialmente, el hundimiento fiduciario
que provoca la intervención de S2 en el debate, incluso las preferencias
marcadas de S3 por S2, no puede afectar al creer fundamental por el cual
el sujeto asume su incorporación semántica. El “resto de esperanza” man­
tiene entonces el sufrimiento, puesto que perenniza el presupuesto último
de los celos. Pero queda claro que si todo comienza y perdura con ese creer
presupuesto, todo puede también terminar con él.
Se ha demostrado en varias ocasiones que la negación de un pre­
supuesto sintáctico es un volver a cuestionar el universo de discurso que
funda (cf. Eco y Violi 87).6 Ahora bien, el apego es el presupuesto funda­
dor del universo de discurso que constituye el macrosimulacro pasional,
esto es, el que implica y contiene a la vez a todos los demás. El creer que
acompaña al apego no puede desaparecer sin que el universo pasional en­
tero sea arruinado. También la disociación entre el creer fundamental
-ese “resto de esperanza”- y las diversas confianzas y difidencias ligadas
a los imprevistos de la estructura polémico-contractual implica una es­
tratificación del macrosimulacro en subespacios pasionales que estarían
dotados de una autonomía relativa; el rol del celoso comprendería ya dos
sujetos “fiduciarios” distintos: el del apego y el de la posesión exclusiva; la
perennidad del primero y la resistencia a los avatares del segundo son la
condición para que la pasión dure y, con ella, el sufrimiento.

® Universalidad y exclusividad

Chaqué perfection que vous ajoutez á la couronne de l’objet que vous aimez, loin
de vous procurer une jouissance celeste, vous retourne un poignard dans le coeur.
Une voix vous crie: Ce plaisir si charmant, c’est ton rival qui en jouira.7

[Cada perfección que usted añade a la corona del objeto que ama, lejos de procu­
rarle un goce celestial, le devuelve una puñalada en el corazón. Una voz le grita:
tu rival gozará de ese placer tan encantador.]

El hacer cognoscitivo por el cual el sujeto reconoce su objeto de valor


es aquí el programa de uso de un hacer tímico; en efecto, el sujeto “posee­
dor” tortura al sujeto de estado “gozoso” por medio de la contemplación del
objeto. Stendhal encuentra aquí las operaciones propiamente cognosciti-
vo-tímicas asociadas al ejercicio de la “posesión”. Se reconoce así la ope­
ración por la cual el objeto amado es transformado en objeto modal: la
proyección del “querer-estar-ser” por el poseedor; pero, por efecto de la ex­
clusividad, esa proyección modal suscita al mismo tiempo el simulacro de
6 Op. cit., pp. 11-14.
7 Stendhal, De l’amour, op. cit., xxxv, p. 122.
190 LOS CELOS

otro poseedor virtual, aquel que reclamaría los derechos de la totalidad


partitiva. Desplazando el alcance de la modalización de la junción sobre el
objeto, crea su propia desgracia; de hecho, al “objetivar” la espera de gozo
-es decir, situándola en el objeto-, el celoso le confiere una autonomía que
la hace accesible al rival.
En la construcción del simulacro del objeto amado, lo que se halla
directamente en el centro de la discusión es su universalidad. Una con­
tradicción insoslayable aparece entre un objeto sintáctico que no se puede
compartir y un valor reconocido como universal o, por lo menos, general.
Aquí se nos lleva a considerar al celoso a la vez como un sujeto individual
y como un sujeto social: al constituir su objeto como “amable”, el sujeto so­
cial como objeto modal inscrito en un sistema de valores provoca la des­
gracia del sujeto individual exclusivo. La contradicción residiría finalmen­
te en la oposición entre la universalidad y la exclusividad. La universali­
dad se reanuda con la totalidad partitiva o, al menos, le da garantías,
puesto que las “perfecciones” que crean la espera de un “gozo celestial”
obedecen a criterios axiológicos que son comunes a todos los sujetos del
actante colectivo, mientras que la exclusividad permanece fundada sobre
una unidad integral.
La contradicción entre universalidad y exclusividad haría entonces de
los celos una pasión que sería a la vez, paradójicamente, comunitaria y
exclusiva: fijando su deseo de reservarse el objeto de valor, el celoso pre­
supone que podría interesar a mucha gente. Se podría también hacer no­
tar que la contradicción toma la forma de un conflicto de simulacros: el si­
mulacro del objeto, modalizado de manera independiente y que participa
en la consolidación del actante colectivo, y el simulacro del sujeto, que
comprende una especie de objeto interno, modalizado diferentemente. En
última instancia, en el momento del vertimiento semántico el sujeto
inscribe el “objeto interno” en un sistema de valores al cual se suscribe,
pero que desgraciadamente no le es específico.
La estetización del objeto es una indicación preciosa sobre el proceso
de construcción del simulacro de O,S3. Visto más de cerca el objeto amado,
se constata que no es considerado aquí solamente como un objeto particu-,
lar, lleno de los valores semánticos característicos de una axiología.
También es presentado como una potencialidad de objeto en la cual
pueden verterse toda una serie de contenidos. Al hacer alusión directa­
mente a cánones de belleza que suponen un vertimiento semántico, el tér­
mino mismo de “perfección” es a ese respecto significativo. Por cierto, él
remite a un hacer creador, a un “obrero divino” cuya criatura particular­
mente acabada daría testimonio de talento; pero esa reconstrucción per­
manece insatisfactoria, ya que no es más que una extrapolación mecánica,
una catálisis que aprovechan, por ejemplo, los blasones del cuerpo femeni­
no. Sin que sea necesario extrapolar, lo que en cambio nos da a entender
LOS CELOS 191

el aforismo de Stendhal es una aspectualización del objeto estético; la


“perfección” asumida o no por un saber-hacer, es una figura estetizada de
la terminatividad. Si el lector se acuerda de la incoatividad característica
de los objetos de valor en Capitale de la douleur (cf. supra, capítulo pri­
mero), deducirá fácilmente por sí mismo que la “perfección” evocada por
Stendhal manifiesta una valencia.
Lo anterior significaría que gracias al apego el celoso encuentra la
estesis original; como es reembragado sobre el sujeto tensivo, está en posi­
bilidad de re-sentir la escisión tensiva que hemos interpretado como el
primer estremecimiento del sentido. El conflicto entre los dos simulacros
no puede sin embargo explicarse por un conflicto entre una valencia ex­
clusiva y una valencia “perfectiva”, ya que no vemos lo que podría oponer­
los. Pero, de otro lado, la valencia “perfectiva” prosigue su camino en el
recorrido generativo: esa valencia es convertida en objeto de valor sintác­
tico, después en objeto modalizado y, por último, en objeto de valor ins­
crito en una axiología colectiva. La valencia “exclusiva” permanece en
cambio como valencia y será directamente convocada durante la puesta
en discurso para cuantificar los recorridos de los actores en presencia. La
contradicción nacería por consiguiente de la diferencia de procedimiento:
la exclusividad define un objeto “interno” propio del sujeto individual, en
la medida en que continúa atándose directamente a una valencia sólo
accesible al sujeto tensivo; la universalidad define un objeto que, aunque
salido también de una valencia, ha sido “externalizado”, semantizado,
axiologizado y estetizado a todo lo largo del recorrido generativo.
La oposición entre la universalidad del valor y la exclusividad de la
valencia confiere al celoso dos roles distintos: un sujeto cognoscitivo que
toma a su cargo la estetización del objeto y que la reclama de la totalidad
partitiva, y un sujeto tímico que hace suya la posesión exclusiva. El
primero tortura al segundo haciéndole saber que su gozo celestial no es
exclusivo. Por oposición a la tortura física, la “tortura” moral se definiría
entonces como una transformación tímica negativa cuyos medios serían
cognoscitivos; además, como proceso, se presenta bajo el aspecto iterativo
y durativo. El paso en la dimensión tímica es aquí aprehendido desde el
punto de vista del sujeto exclusivo, el que sufre; a pesar suyo, este último
lleva consigo en cierta forma al sujeto cognoscitivo que decreta la univer­
salidad del objeto, confirmando así en el seno de la interacción el carácter
“contagioso” de los efectos pasionales.

La conversión del actante

La jalousie a beau s’imputer á l’amour, c’est toujours un manque d’estime.8

8 P.C.N. de La Chaussée, Le retour impréuu, acto íl, escena 8.


192 LOS CELOS

[Es muy fácil culpar al amor de los celos, pero ellos son en realidad siempre una
falta de estima.]

¿Contradicción? ¿Cómo puede uno a la vez reconocer y desconocer? De


hecho, se ha cambiado de dimensión: con La Chaussée se ha pasado de la
estética amorosa a la ética amorosa. La estética trataba al ser amado como
objeto, la ética lo trata como sujeto: por esa razón, el reconocimiento estéti­
co y doloroso concierne al actante O, y la falta de estima concierne al
actante S3.
El recurrir a la estesis permite explicar esa transformación: el reem­
brague sobre el sujeto tensivo actualiza ese estrato presemiótico y casi
fusional en el que los estatutos de objeto y de sujeto son aún apenas decidi-
bles y donde la única diferencia tiene que ver con un reparto desigual de la
intencionalidad (bajo su forma protensiva). Entre los múltiples escenarios
probables que el celoso proyecta a partir de la primera sospecha, en al­
gunos que el ser amado se muestra como sujeto competente, capaz de
aliarse con S2. La “falta de estima” se afirma en uno de esos escenarios.
Por otra parte, en el nivel pasional propiamente dicho, la falta de esti­
ma resulta de la generalización de los simulacros y de una sensibilización
que se difunde en toda la interacción. Cuando ocurre la crisis celosa se
podría uno representar el macrosimulacro pasional como un espacio inter-
actancial integralmente ocupado por las modalizaciones sensibilizadas
susceptibles de afectar a cualquiera de los interactantes; un actante obje­
to también puede captar las modalizaciones que le son necesarias para
adoptar un rol patémico en el simulacro. La formulación misma de La
Chaussée que sitúa la modalización y la moralización de O,S3 en la pers­
pectiva de S1 (la falta de estima), presupone y confirma que el rol de
“infiel” es un simulacro proyectado por Sr

Los simulacros de los rivales y la identificación

0 El mérito del rival

La jalousie est comme un aven contraint du mérite.9

[Los celos son algo así como una confesión forzada del mérito.]

El envidioso es evaluado como un sujeto merecedor, tanto o más me­


recedor que el celoso. Pero en ese caso, al contrario de la emulación -en la
que S2 es de entrada planteado como referencia de Sp el rival es en cierta
forma la figura del Destinador delegado (quien designa por su solo ejem-

9 J. de La Bruyére, Les caracteres [Los caracteres], capítulo XI.


LOS CELOS 193

pío el resultado que hay que esperar) y el recorrido que se seguirá para
llegar al fin propuesto- y los celos implican una “confesión forzada”,
modalizada por un no-poder-no-hacer. Como en el “recelo”, la comparación
de las competencias toma en ese caso por referencia, no la competencia
del rival, sino la del celoso.
El “forzamiento” en cuestión podría no ser más que una presuposi­
ción: temiendo que el rival lo venza y gane su objeto, el celoso presupone
que es capaz o, en el sentido de la lengua clásica, que lo merece. En ese
sentido, la manifestación pasional funcionaría como un hacer-saber, pro­
poniendo como mensaje explícito el “temor de perder” y como mensaje
implícito presupuesto la “confesión del mérito”. Pero, en otro sentido, la
confesión es obligada porque va contra los intereses del celoso: para este
último, reconocer el mérito del rival es aumentar a la vez las posibilidades
del otro -al reconocerle el derecho al objeto de calor- y sus propias ra­
zones para temer. En fin, hay “confesión” -es decir, reconocimiento de un
error o de una falta-, en la medida en que, en última instancia, es su pro­
pia inferioridad la que el celoso presupone. Una gran parte de la interac­
ción se decide ciertamente en el peso respectivo de los méritos y de las
competencias de Sj y S2.

0 De la emulación al odio

La jalousie des personnes supérieures devient de l’émulation, celle des petits


esprits de la haine.10

[Los celos de los seres superiores provienen de la emulación; los de los espíritus
mediocres, del odio.]

El reconocimiento de la superioridad de S2 hace las veces de contrato


para un eventual programa de adelantamiento (la emulación) e introduce
en la rivalidad un componente moral positivo; pero puede también virar
al puro conflicto y la rivalidad es entonces moralizada negativamente. Te­
nemos aquí un equilibrio inestable que puede inclinarse tanto en un sen­
tido como en otro: Balzac atribuye el desequilibrio positivo a la superiori­
dad moral del celoso y el desequilibrio negativo a su “espíritu mediocre”.
Se trata evidentemente de una competencia cuyo contenido hay que de­
terminar; se sabe sin embargo que es esa competencia la que ubica el si­
mulacro del rival, ya sea como referencia y ejemplo que se seguirá por
identificación positiva y atractiva, o como enemigo odiado por identifica­
ción negativa y repulsiva. Al parecer, esa competencia creadora de simu­
lacros está construida por dos tipos de contenidos.
Primeramente, un contenido axiológico. En efecto, la moralización que

10 H. de Balzac, Le contrat de mariuge.


194 LOS CELOS

acompaña a las dos pasiones subsecuentes de los celos, la emulación y el


odio, indica por presuposición que el celoso hubiera debido respetar un
código compartido por todos. Respecto al otro contenido, es modal y rige el
proceso de identificación. Se puede suponer que la superioridad del rival,
al ser evaluada con relación al celoso, reclama previamente un cierto nivel
de competencia en este último; en otros términos, cuando el celoso elabora
el simulacro de su rival, es él mismo y para sí mismo un simulacro. De ahí
que el proceso de identificación pase por la comparación entre dos imá­
genes modales: la del envidioso con respecto a la del celoso.
La evaluación de su propia competencia por el celoso mismo, implícita
y presupuesta desde que se compromete en el proceso comparativo que
pone en marcha los celos, como lo vamos a ver, puede ser cuestionada de
manera hiriente por el encelado mismo, por poco que no aprecie en nada
ser tratado, so pretexto de celos, igual que el primer advenedizo; el ataque
es de Racine, en el prefacio que escribió para Bérénice.

® La presunción del celoso

Toutes ces critiques sont le partage de quatre ou cinq petits auteurs infortunés,
qui n’ont jamais pu par eux-mémes exciter la curiosité du public. lis attendent
toujours l’occasion de quelque ouvrage qui réussisse, pour l’attaquer, non point
par jalousie, car sur quels fondements seraient-ils jaloux? mais dans l’espérance
qu’on se donne la peine de repondré, et qu’on les tirera de l’oubli oü leurs propres
ouvrages les auraient laissés toute leur vie.11

[Todas esas críticas son la ración de cuatro o cinco desafortunados autorcitos que
no han podido nunca suscitar la curiosidad del público por su propia capacidad.
Ellos esperan siempre el momento en que alguna obra tenga éxito para atacarla,
no por celos, pues, ¿cuáles serían sus razones para estar celosos?, sino porque
esperan que uno se dé el trabajo de responderles y que así se les saque del olvido
en que sus propias obras los habrían dejado toda la vida.}

Si los críticos no pueden ser celosos es porque son muy inferiores, por­
que no tienen ninguna competencia: ningún poder hacer, ningún saber
hacer, y la sanción del público es suficientemente clara al respecto. El ra­
zonamiento por presuposición permite definir las modalidades de la com­
petencia partiendo del objeto considerado y los valores modales deben ser
adaptados a los objetos de valor buscados; puesto que la gloria literaria
(vs la “oscuridad”) es el objeto de valor que los críticos se afanan en dis­
putar a Racine, queda claro que ellos carecen de la competencia requeri­
da. La ausencia de competencia de los sujetos de hacer conlleva la disjun­
ción irremediable de los sujetos de estado; hasta el momento de la enun­
ciación de ese prefacio, los críticos no han podido conocer la gloria; re­
chazando citar sus nombres y responderles personalmente -es decir, de
11 J. Racine, Bérénice, prefacio. Las cursivas son nuestras.
LOS CELOS 195
conjuntarlos con el objeto de valor “gloria”-, Racine los modaliza según el
deber-no-estar-ser. Y la falta de competencia, causa ya de la disjunción, les
impide ser celosos por añadidura.
Para que Sj_ pueda ser celoso, hace falta que presente las mismas
modalidades de S2, y la diferencia entre las dos competencias debe ser
solamente gradual. Para ser comparados, los dos simulacros de los rivales
deben ser comparables: tautología, por cierto, pero que no deja de resistir­
se al análisis. La dificultad radica en el hecho de que S1 y S9 deben estar
igualmente modalizados (para ser comparables), y sin embargo diferentes
(para que la superioridad de uno de ellos pueda ser pronunciada). La
diferencia sería entonces gradual, incluso aspectual; la regla subyacente
podría ser definida como “principio de identidad aproximada”.
Puede, sin embargo, ser considerada una interpretación no gradual y
categorial. La identidad y la alteridad pertenecen por cierto a un mismo
microsistema, en el cual puede aparecer un recorrido discontinuo:

MISMO , OTRO

IDÉNTICO DIFERENTE

El principio de identidad aproximada se interpreta, entonces, a partir


de un recorrido que llevaría del “otro” al “mismo”, como una captura del
proceso de identificación en la etapa de la contradicción, es decir, en la po­
sición “idéntico”. El rival no puede ser ni el “mismo” ni el “otro”; la compa-
rabilidad de los rivales se interpreta así como presuposición sobre el
cuadrado, y la comparación entre ellos, como implicación de lo “idéntico”
hacia lo “mismo”. Se comprende entonces por qué el celoso que respeta los
códigos éticos opera él mismo la implicación, al igualar su modelo por
emulación, mientras que el celoso odioso tenderá a retornar, regresiva­
mente, a la posición “otro”.
La hipótesis según la cual las competencias sólo deberían diferir por
grado sigue siendo aceptable con la condición de aspectualizar el proceso
de identificación antes descrito; se representarían así los dos recorridos
posibles:
MISMO OTRO
I------------------------------------------

rír--------------------------- —-------- -

identidad aproximada
196 LOS CELOS

La identificación del celoso con el rival debe entonces ser interpretada


como un proceso discursivo: durante la construcción de los simulacros, el
celoso intenta captar la identidad modal del otro, apropiársela; si lo con­
sigue, se convierte en émulo; si se aproxima, es un celoso aceptable; si no
lo consigue, no puede incluso pretender el título de celoso.
Comparando ahora el mérito de S2 -según La Bruyére- y las compe­
tencias necesarias para los celos -según Racine-, se hace aparecer un
“derecho” en los sujetos. Por su mérito, recordémoslo, que es una evalua­
ción moral de la competencia que acarrea una recompensa, S2 tiene de­
recho al objeto', en otros términos, una vez reconocido su mérito, su re­
lación con el objeto es modalizada por el deber-estar-ser. Sj por su parte
sólo tiene derecho a ser celoso si es comparable a S2; es decir, si su com­
petencia puede ser reconocida como suficiente: henos ahí de vuelta otra
vez, pero implícitamente, al mérito; es decir, al derecho a la recompensa
conquistada durante las pruebas calificantes. Pero entonces, si el acceso
al objeto es regulado por el mérito de cada uno, no hay ninguna exclu­
sividad: el objeto de valor vuelve a todos aquellos que hayan demostrado
la calificación adecuada y la totalidad partitiva vuelve a encontrar sus
derechos.
Ahora comprendemos por qué la confesión del mérito es “forzada”:
introduce en los celos un sistema de valores que le es contrario, un uni­
verso regulado por contrato que comporta un Destinador que reconoce
méritos y otorga recompensas y en el que la polémica debe obedecer a
las reglas de una competición perfectamente determinada. En cambio,
la exclusividad es una estrategia que recusa todo contrato y por la cual
el sujeto individual se retira de la comunidad. Una vez más, el universo
de valores opuesto al del celoso no cesa de irrumpir en su imaginario pa­
ra torturarlo: hace poco, en Stendhal, por medio del simulacro del objeto
-su universalidad-; ahora, en La Chaussée y en Racine, por medio de
los simulacros del rival y del celoso -los rivales casi idénticos por el
mérito.
Para terminar este punto, la expresión confesión obligada exige ima­
ginar una manipulación: he ahí al celoso manipulado por medio de los si­
mulacros que construye, en particular el que se da del rival; un no-poder-
no-hacer le es transmitido, sin que podamos decir quién lo ha transmitido:
en este caso, la pasión parece figurar aquí, indirectamente, como “mani­
pulador”, aunque sólo sea porque dispone del sujeto apasionado para es­
tallar en varios roles patémicos independientes, susceptibles de mani­
pularse unos a otros.
LOS CELOS 197

Manipulaciones pasionales

® Solicitud y confesión de dependencia

La jalousie peut plaire aux femmes qui ont de la fierté, comme une maniere nou-
velle de leur montrer leur pouvoir.12

[Los celos pueden gustar a las mujeres altivas, como una nueva manera de
demostrarles su poder.]

Por la pasión misma, el celoso demuestra su “apego”. Desde el punto


de vista metodológico, es verdad que la pasión dificulta la reconstitución
de los presupuestos, ya que “dispone” al sujeto gracias a una orientación
prospectiva; pero como pasión, y una vez reconocida, como tal dentro de
una taxonomía cultural, presenta en sí misma cierto número de presu­
posiciones modales que un coparticipante del sujeto apasionado está en
condiciones de reconstituir. El hecho de que uno pueda reconocer el apego
a los signos de los celos prueba de alguna manera que la pasión es de na­
turaleza sintáctica, ya que las manifestaciones odiosas, agresivas y los
diversos sufrimientos de los celos no pueden presuponer el apego como
segundo plano paradigmático; sólo puede tratarse de una presuposición
de antecedentes sintácticos. En este caso, las manifestaciones de los celos,
hasta las agresivas o disfóricas, reactualizan como presuponientes el
apego que es el presupuesto.
Pero en el enunciado citado, el apego de S1 a O,S3 reaparece después
por presuposición en la interacción pasional, llega a ser el soporte de una
estrategia y aparece por ese hecho como una solicitud de dependencia, por
un lado, y una confesión de dependencia, por el otro. En efecto, una vez
que el deber-estar-ser es puesto en circulación en el simulacro -como
todas las modalizaciones que se encuentran en ese caso-, es susceptible
de ser aprovechado en el intercambio entre los interactantes. Proyectado
sobre la relación que se colocó entre los simulacros de S3 y S3, el deber-
estar-ser introduce ahí una relación jerárquica que induce una manipu­
lación: tal sería S3, que manipularía a Sj para obtener esa “confesión de
dependencia” que son los celos.
Al parecer estamos frente a un fenómeno semejante a la atracción. En
efecto, la atracción de un sujeto por un objeto supone que una fuerza cohe­
siva, exterior al propio sujeto, lo atrae hacia el objeto; en el marco de lo
que hemos llamado el sentir mínimo, la fuerza tensiva es primero y susci­
ta los “efectos” fuente y meta, sujeto y objeto, pero en el nivel discursivo el
sujeto deberá suponer que otro sujeto es responsable de racionalizar esa
fuerza, en el ejemplo, su “objeto”, que llega a ser competente para atraer.

12 Stendhal, Pe l'amour, op. cit., p. 128.


198 LOS CELOS

Asimismo, el sujeto que resulta afectado por la modalización que


engendra el apego supondrá que viene de otro sujeto, en el ejemplo, el “ob­
jeto” del apego. Por consiguiente, una vez que la modalización es introdu­
cida en el simulacro pasional, cada uno de los copartícipes puede ser lleva­
do, desde su punto de vista, a atribuir la responsabilidad al otro; también
S1 puede imaginar que S3 le pide que manifieste los efectos de la atracción
que resiente, y S3 creer que atrae a Sr Por eso, S3 pasa por ser un sujeto
manipulador que habría modalizado merced al deber-estar-ser la relación
entre Sx y su objeto.
La reconstrucción a la cual se entrega el sujeto apasionado dentro del
simulacro no es pues la misma que aquella que podemos establecer desde
el exterior con los recursos del análisis. En el simulacro, el apego receloso
del celoso sería en cierta forma un amor que guardaría la memoria de una
derrota, ya que el apego es reinterpretado como una enajenación, la cual
sólo podría resultar de un enfrentamiento. Habría entonces que suponer
aquí una prueba anterior al propio apego, la cual, en el transcurso del na­
cimiento del amor, terminaría con la dominación de S3 sobre SL y que, en
el momento mismo de los celos, se saldaría por una reafirmación de la do­
minación. Por lo tanto, el celoso está bien definido como exclusivo, posesi­
vo, captatorio; hay que suponer entonces que el gesto de posesión por me­
dio del cual acapara al ser amado hace posible una dominación inversa.
Es una banalidad decir que uno llega a ser dependiente de los objetos que
posee Cuando se está apasionadamente ligado a ellos; la cosa se aclara si
uno se acuerda de que el celoso ha puesto todo su estar-ser -sintáctico y
semántico- en la junción con un objeto de valor exclusivo y que ese objeto
es susceptible de dejar su lugar a un sujeto competente e independiente.
Es verdad que por la conquista y la apropiación en la dimensión prag­
mática Sx somete a O a su poder y a su querer; pero en la dimensión tími-
ca del gozo posesivo, es quien está a merced de O,S3.
El recorrido figurativo del amor, al comprender el reencuentro, la
seducción recíproca y la confesión del amor, es el objeto de una relectura
dentro del simulacro, bajo la doble influencia de la modalización del deber-
estar-ser y de las nuevas interacciones que se establecen bajo la égida de
los celos; esa relectura reorganiza el recorrido en prueba, comportando las
tres etapas canónicas: confrontación-dominación-apropiación.
El fenómeno más interesante aquí es sin duda el de la diseminación
de las modalizaciones sensibilizadas en el simulacro y en los copartícipes
de la interacción. Parecería que esas modalizaciones una vez asumidas
por el simulacro, pueden ser capturadas por cualquiera de los interac-
tantes para enriquecer la comunicación pasional con un nuevo recorrido
figurativo. Por eso, desde el punto de vista del celoso, lo que se lee como
un “apego exclusivo” llega a ser, desde el punto de vista de las mujeres
que aman los celos, una “dependencia” lisonjera. Esencialmente, diferen­
LOS CELOS 199

cia de sincretismo, porque cada uno de los dos copartícipes se da a sí


mismo o atribuye al otro, según el caso, el rol del operador modal que
proyecta el deber-estar-ser sobre la relación SpO.
Otro hecho relevante: una vez desencadenada la interacción pasional
por uno de los copartícipes, una vez diseminados los dispositivos modales
en el simulacro, se fijan sobre tal o cual interactante -a merced de las
estrategias y de los cambios de punto de vista- y lo patemizan. La compe­
tencia del sujeto manipulador S3 es aquí tan pasional como la del celoso
manipulado, puesto que los celos de uno encuentran respuesta en el arro­
jo del otro; en efecto, Stendhal precisa que las mujeres capaces de reinter­
pretar los celos como confesión de dependencia son “mujeres que tienen
arrojo”. Ellas, entonces, están- “dispuestas” a una interpretación que les
da la posición dominante, y los celos no hacen otra cosa que reactualizar
esa disposición ofreciéndole el dispositivo modal adecuado y ya sensibi­
lizado. La comunicación dentro del simulacro pasional toma así la forma
de una interacción entre las “disposiciones” pasionales de cada uno, que
se reactivan recíprocamente gracias al poder de transmisión de las moda­
lizaciones sensibilizadas que circulan entre los copartícipes.
Es característica de la manipulación pasional la sustitución de los
roles patémicos por las competencias ordinarias del manipulador y del
manipulado; al “hacer-hacer” se opondrá entonces el “hacer-padecer” y el
“hacer-gozar”. En lugar de incitar al sujeto manipulado a realizar un pro­
grama pragmático, el manipulador lo “apasiona” para hacerlo realizar un
programa tímico. En el dispositivo modal que nos ocupa, el poder de S3 se
transforma en deber de Sp y el hacer padecer consiste en proyectar la dis-
foria sobre la modalización de Sr De esa forma, el apego se convierte en
enajenación dolorosa; el hacer gozar, inversamente, consistiría en trans­
formar el deber de en poder de S3 y en proyectar la euforia sobre la mo­
dalización de este último; es así como Stendhal sostiene que los celos gus­
tan a las damas.

® La escena y la imagen

...Dans le champ amoureux, les blessures les plus vives viennent davantage de ce
qu’on voit que de ce qu’on sait. [...] Voici done, enfin, la définition de l’image, de
Łoute image: l’image, c’est ce dont je suis exclu [...], je ne suis pas dans la scéne.13

[En el campo amoroso, las más vivas heridas provienen más de lo que se ve que de
lo que se sabe [...] He aquí, pues, la definición de la imagen, de toda imagen: la
imagen es aquello de lo que estoy excluido [...], yo no estoy en la escena.]

13 R. Barthes, Fragments d'un discours amoureux, París, Ed. du Seuil, “Tel Que!”, p.
157. [Ed. esp.: Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo XXI, 1982, p. 154.]
200 LOS CELOS

La transformación pasional central de los celos es presentada por


Barthes como un “espectáculo” de la relación entre el rival y el objeto, da­
do a ver al celoso; es lo que permite desplegar figurativamente los fines y
los medios de la tortura infligida al sujeto de estado por el sujeto cognosci­
tivo. El celoso es aquí un espectador, es decir, un observador cuyas coorde­
nadas espacio-temporales están fijadas respecto a la escena, pero que no
puede entrar como actor en la escena misma. En el caso particular de los
celos, esa posición específica resulta de la exclusividad instalada por el
mismo celoso; de ahí que, una vez cumplida la exclusión, S3,0 sólo puede
estar en conjunción con un solo sujeto a la vez y la conjunción de los otros
es modalizada por el deber-no-estar-ser, en el dispositivo presupuesto por
los celos, el sujeto conjunto es Sp y el sujeto excluido, S2. Pero en la medi­
da en que las modalizaciones sensibilizadas son diseminadas en la inter­
acción, es suficiente con que, en uno de los escenarios suscitados por las
sospechas de Sx, S2 se encuentre en relación con el objeto, para que la ex­
clusión sea aplicada al mismo celoso, que se convierte entonces en el im­
portuno surgido de la totalidad partitiva. De hecho, el principio de la dise­
minación de la modalización sensibilizada dentro del simulacro se vuelve
de nuevo contra aquel que lo introdujo, y, por la tercera vez, el sufrimien­
to que de ahí resulta tiene por origen un hacer cognoscitivo del celoso
mismo.
La “imagen” o la “escena” designan aquí el simulacro pasional figura-
tivizado; es decir, especializado, temporalizado, actorializado y semantiza-
do. El hecho de que las coordenadas espacio-temporales del espectador
puedan coincidir con las de la escena -y eso, cualquiera que sea la posi­
ción espacial y temporal de la pareja 82/83 respecto al celoso como actor-
constituye una de las explicaciones del efecto de “presentificación” que
procura el simulacro pasional, ya que cualquiera que sea el lugar o época
en que esté el celoso como actor, el celoso en cuanto espectador estará pre­
sente en la escena. Pero, desde otro punto de vista, ese embrague espacio-
temporal es sólo la manifestación figurativa del reembrague sobre el suje­
to tensivo. De ahí resulta que el simulacro se encuentra en un presente
eterno respecto al discurso de acogida, lo que explica su indiferencia hacia
la perspectiva adoptada; que la infidelidad sea realizada, esperada o in­
cluso a punto de cumplirse, es de todas maneras presentificada en el cur­
so de la crisis celosa.
Por lo tanto, no habrá mejor director de escena que el celoso: incluso
en relación con la escena actual, que eventualmente se desarrolla ante
sus ojos, los actores sólo son para él simulacros que proyecta y de los que
dispone a su agrado. En cierta forma, el celoso es susceptible de intervenir
en la temible escena, pero solamente como “director de actores” que reali­
za in vivo los simulacros que lo obsesionan.
Un dispositivo de ese tipo ofrece un gran número de posibilidades pa­
LOS CELOS 201

ra recorridos cognoscitivos ocasionales; efectivamente, si Sx es espectador,


la pareja 82/83 es informador; como todo objeto cognoscitivo, y a fortiori en
una interacción pasional en la que las modalizaciones están diseminadas,
es susceptible de transformarse en sujeto cognoscitivo que “sabe que tiene
algo que hacer saber” y que disimular eventualmente. Pueden entonces
florecer las estrategias veridictorias y epistémicas, así como las varia­
ciones polémico-contractuales del intercambio de informaciones.

0 Contramanipulación: fingir no creer más

Comme on n’a de pouvoir sur vous qu’en vous ótant ou en vous faisant espérer des
choses dont la seul passion fait tout le prix, si vous parvenez á vous faire croire
indifférent, tout á coup vos adversaires n’ont plus d’armes.14

[Como sólo se tiene poder sobre vosotras despojándoos o haciéndoos esperar cosas
a las que únicamente la pasión pone precio, si vosotras llegáis a haceros creer
indiferentes, de golpe vuestros adversarios quedarán desarmados.}

Si un creer puede desencadenar todo, el fin del creer puede también


detenerlo todo. Pero no se trata aquí de no creer más, sino de hacer creer
que no se cree más. La estrategia está enteramente fundada en el simu­
lacro de Sp ya que el celoso no sólo construye el simulacro de sus copartí­
cipes en los celos, sino también el suyo propio, sobre el cual se fundan las
manipulaciones de las que es objeto. Modificando su propio simulacro, pue­
de interrumpir el curso de la manipulación o modificarlo: las “armas” de
que disponen los sujetos en la polémica amorosa son armas modales. Pa­
sando del apego a la indiferencia sobre el modo del parecer, el celoso rem­
plaza un deber-estar-ser por un no-deber-estar-ser, y las diversas estrate­
gias de dominación y de crueldad de las cuales es víctima pierden momen­
táneamente su soporte modal hasta la próxima contramanipulación.
En ese tipo de manipulación pasional, la apuesta no es la búsqueda
directa de un objeto efectivamente demostrado en el enunciado -es verdad
que puede concurrir, pero indirectamente-, sino el control de una repre­
sentación, el dominio de los simulacros. Ese control se obtiene por las
intervenciones en los dispositivos modales que son diseminados en la
interacción, gracias especialmente a las transformaciones veridictorias
que permiten a cada uno de los copartícipes presentar al otro sólo las
mutaciones modales que concibió para su uso.

14 Stendhal, De l’amour, op. cit., p. 124.


202 LOS CELOS

La moralización

• ¿Desprecio o sobreestima?

Vous étes réduit á vous mépriser comme aimable: ce qui rend la douleur de la
jalousie si aigué, c’est que la vanité ne peut aider á la supporter.15

Suzanne: Pourquoi tant de jaolusie?


La comtesse: Comme tous les maris, ma chére, uniquement par orgueil.16

[Vosotras os reducís a despreciaros como amable: lo que hace tan agudo el dolor de
los celos es que la vanidad no puede ayudar a soportarlos.]

[Susana: ¿Por qué tantos celos?


La condesa: Como todos los maridos, querida, sólo por orgullo.]

El celoso, que apareció a la vez como un sujeto de estado y como un


sujeto cognoscitivo evaluador de los méritos, se toma aquí como sujeto de
evaluación y moraliza su propio dispositivo modal. Stendhal concluye con
su indignidad; en Beaumarchais, el celoso se sobreestima; la contradicción
es sólo aparente.
“Amable” -literalmente: “que puede ser amado”- comprende la modali­
dad poder-(estar-)ser, esa modalización del (estar-)ser es luego moralizada,
sobredeterminada por un juicio ético que permite concluir que (estar-)ser
amable es estimable, y no (estar-)serlo, despreciable. La expresión “despre­
ciaros como amable” presupone ciertamente que el celoso se haya reco­
nocido ante todo como no siendo amado, y después solamente como no sien­
do amable; vemos aquí, en detalle, cómo las modalizaciones se desplazan
en el simulacro, puesto que el celoso plantea para comenzar que el objeto
puede no estar conjunto con él y deducir -de ahí, para terminar- que él
mismo no puede estar conjunto con ningún objeto de la misma naturaleza.
El “orgullo” se basa en una sobrevaluación de su propia competencia,
la cual, si no formula directamente un deber-estar-ser, prepara, sin em­
bargo, la actualización. En efecto, se trata aquí de un saber que tiene por
objeto el “valor” del sujeto, que este último adquiere al atribuirse el rol de
Destinador encargado de sopesar los méritos y de distribuir proporcional­
mente las recompensas: la conjunción se convierte entonces en un derecho.
Se nos ocurren dos explicaciones para esa divergencia entre Stendhal
y Beaumarchais. Primeramente, no adoptan la misma perspectiva. El
menosprecio se construye en un primer punto de vista, el de S3, cuya falta
de afecto es imputada a una falta de estima; después, un segundo punto

15 Ibid., p.123.
16 P.A.C. de Beaumarchais, Le mariage de Fígaro, acto ll, escena 1.
LOS CELOS 203

de vista, el de Sp permite confirmar el primer juicio y moralizarlo. La


sobreestima es edificada a partir de un primer punto de vista, el de Sp
que se evalúa positivamente; enseguida, un segundo, el de S3, que afirma
el primer juicio, lo encuentra erróneo y moraliza ese error. En los dos
casos, los mismos dos puntos de vista son solicitados e intercalados uno
dentro del otro, pero con una inversión jerárquica tal que según el caso la
moralización es la obra, en última instancia, de o de S3.
Por otra parte, Stendhal y Beaumarchais no hablan exactamente de
la misma cosa. Stendhal define el menosprecio a partir del no-poder-
(estar-)ser-amado, es decir, a partir de un dispositivo modal instalado por
los celos y en el que el ser amado se ha convertido en un sujeto autónomo
a los ojos del celoso. Beaumarchais convoca en cambio el sentido de la dig­
nidad y de la superioridad por derecho; el orgullo del celoso, al basarse en
cierta forma en el sentimiento de “lo que le es debido”, depende entonces
de un deber-estar-ser, y no de un poder-estar-ser-, hace, pues, referencia a
las modalizaciones que presuponen los celos y no a las que implican e
instalan. Ese deber-estar-ser es homologable al del apego, no obstante que
en el texto de Beaumarchais se regulan los derechos del marido y no el
apego de un sujeto apasionado. La configuración pasional recibe aquí,
pues, un bloque modal estereotipado que define el rol temático del marido
en lugar de un rol patémico; pero una vez sumergido en la configuración y
reactivado por la interacción pasional, el bloque modal temático es sensi­
bilizado y se manifiesta también como un rol patémico, el del orgullo. La
diferencia es más bien aquí de procedimiento, ya que por un lado el deber-
estar-ser tiene por efecto el apego, si es directamente presupuesto a partir
de los celos, y por el otro lado el orgullo, si es convocado a partir del rol
temático.
Según que reactive un deber-estar-ser presupuesto o que constate un
no-poder-estar-ser que le toca dentro de la interacción, el celoso será en­
tonces, o bien tachado de orgulloso -en el estilo “receloso”-, o bien “reduci­
do a despreciarse a sí mismo”: el cambio de evaluación no descansa enton­
ces en una contradicción interna de tipo paradigmático, sino en una trans­
formación modal, entre una modalización presupuesta y una modali­
zación implicada. De todos modos, ahí tenemos como resultado una con­
tradicción interna, pero de tipo sintagmático, que define un dispositivo
paradójico resultante del encabalgamiento de las dos modalizaciones; es
gracias a la reactivación de todos los presupuestos dentro del simulacro
que los celos provocan la confrontación de las dos modalizaciones y de las
dos evaluaciones que se derivan de allí. La confrontación es un desga­
rramiento, puesto que la última modalización cuestiona la primera; pero,
por otro lado, confirma la coherencia modal del sujeto, ya que si la pri­
mera modalización fuese anulada efectivamente por la segunda, no ha­
bría confrontación posible; el orgullo aparece entonces como la mani-
204 LOS CELOS

festación de un sujeto que no ha renunciado a su identidad, a pesar de los


imprevistos encontrados. Por ese hecho se comprende por qué uno de los
efectos de sentido de ese dispositivo paradójico, al basarse en la presentiñ-
cación global de las modalizaciones, puede ser un efecto de dignidad recu­
perada.

0 Honor y vergüenza del celoso

On a honte d’avouer qu’on a de la jalousie, et on se fait un honneur d’en avoir eu


et d’étre capable d’en avoir.17

[Se tiene vergüenza de declarar que se es celoso, pero se considera honorable


haberlo sido o tener la capacidad de serlo.]

En su autoevaluación, S1 distinguiría la manifestación momentánea y


localizada de la pasión -“tener celos”- y la capacidad -“ser capaz de tener­
los”-, eventualmente confirmada por los antecedentes -“haberlos tenido”.
Esa distinción comprende, de hecho, varios, de diferentes órdenes.
Ante todo, una distinción temporal: aquí y ahora, los celos serían ver­
gonzosos; entonces o ulteriormente, ya no lo serían, y uno podría incluso
ufanarse de ellos. El sujeto de enunciación -la confesión es, entre otras
cosas, una enunciación- no puede confesar más que unos celos que él no
experimenta -es decir, desembragados-; puede tener en ese caso un dis­
curso pasional -i.e. que habla de sus pasiones-, y no un discurso apasio­
nado -i.e. en el que su pasión se expresa directamente. La moralización
positiva de un desembrague no está hecha para sorprender, ya que en
suma conduce a la “buena distancia”, y porque ese criterio está bastante
difundido en los juicios éticos. Pero en el caso de los celos -y sin duda en
la mayoría de las pasiones-, la moralización positiva descubre un código
de honor particular que merece examinarse.
Si el sujeto no confiesa sin vergüenza los celos que experimenta -en
un discurso apasionado y embragado en el que ellos se expresen directa­
mente-, es, para comenzar, en nombre del “dominio de sí mismo”, lo que
sería de alguna manera la versión pasional del código más general de la
“buena distancia”. Pero, por otra parte, si confesar sus celos es enunciar la
confesión, implica un enunciatario que se va a encontrar atrapado en el
simulacro pasional: enunciando su pasión, el sujeto pone en circulación un
dispositivo modal sensibilizado con los efectos de “contagio” que conoce­
mos. Otro código, pues, que proviene del pudor y de una forma de cortesía
que quiere que no se implique muy profundamente al enunciatario en los
efectos en espiral de la sensibilización.
Por lo demás, la pasión aprehendida aquí y ahora es un sentimiento

17 F. de La Rochefoucauld, Máximes.
LOS CELOS 205

que se expresa, una transformación tímica que se manifiesta, un placer


o un sufrimiento ostensibles, mientras que la pasión aprehendida como
capacidad, potencial o ya probada, es una competencia pasional, una dispo­
sición implícita que caracteriza al estar-ser del sujeto. La disposición indi­
cada reagrupa, en este caso, lo esencial de los presupuestos: apego, pose­
sión exclusiva y desconfianza, entre otros. Si seguimos a La Rochefoucault
en sus juicios éticos, la vergüenza se dirigiría a la transformación pasional
manifestada aquí y ahora como un sufrimiento que reclama venganza y
que los diccionarios estigmatizan siempre como “sentimiento malo”; en
cambio, el honor se dirigiría a los presupuestos, permitiendo al sujeto ufa­
narse solamente de lo que permite estar-ser celoso, de lo que la transfor­
mación tímica presupone y reactiva como identidad modal.

0 La presión de la totalidad social

Importa sobre todo localizar en qué estriban los juicios éticos y en nombre
de qué. Se señalará, para comenzar, que el reparto hecho aquí es homólo­
go del que nos ha permitido articular el orgullo y el menosprecio de sí:
modalización presupuesta por un lado, modalización implicada e instala­
da por el simulacro por el otro. Las moralizaciones que hemos señalado
hasta aquí permiten avanzar al menos sobre tres puntos, sin que se pueda
saber aún cómo se organizan las axiologías subyacentes.
En primer lugar, parecería que falta distinguir claramente los pre­
supuestos de los celos y la transformación tímica propiamente dicha,
además de su entorno modal específico; esa autonomía relativa de las dos
secuencias modales había aparecido ya a propósito de la distinción entre
la desconfianza que suscita el recelo del rival y la difidencia que se trasla­
da luego al ser amado. Los presupuestos tienen el estatuto de modaliza­
ciones siempre aprobadas aun si los celos no estallan, mientras que las
modalizaciones propias de la crisis pasional tienen el estatuto de enuncia­
dos ficticios que pertenecen a un simulacro de segundo grado, proyectado
a partir del aquí/ahora del espectador celoso.
En segundo lugar, el observador evaluador -aun en los casos en que
ese rol se confunde con el del celoso-, es un observador social que introduce
en la configuración pasional sistemas de valor que le son ajenos o contra­
rios: las evaluaciones del mérito, por ejemplo, constituyen en cierta forma
un desquite del sujeto colectivo sobre el sujeto individual exclusivo, al igual
que la universalidad del objeto de valor. Para el celoso, la dificultad reside
en no poder resistir en todos los frentes la presión de la totalidad social:
toda evaluación del objeto, como de los sujetos, es una brecha de la que esa
presión se aprovecha, ya que las evaluaciones se basan en códigos comunes
compartidos y son subtendidos por las fuerzas cohesivas de lo colectivo. A
ese respecto, aunque los celos descansan en fenómenos tensivos y cuantita­
206 LOS CELOS

tivos de la misma naturaleza que los que han sido propuestos para la
avaricia, se distinguen por otro tipo de desequilibrio: en la avaricia ob­
servábamos la aparición de un lugar individual que desviaba una parte del
flujo circulante del valor y lo retenía; en los celos, al estar constituido ese
lugar, somos llevados a constatar los efectos de la presión colectiva sobre
ese lugar; por un lado, las fuerzas cohesivas ceden ante la fuerza de añadi­
dura de un lugar individual; por el otro lado, la fuerza cohesiva de un lugar
individual -dispersivo con respecto a lo colectivo- es atacada por la atrac­
ción más fuerte ejercida por lo colectivo.
Por último, hay que seguir preguntándose por qué el juicio ético valo­
riza las posiciones presupuestas y desvaloriza las posiciones implicadas
en el simulacro. A manera de hipótesis, podría uno pensar que el juicio
mejorativo^ sanciona la actitud de un sujeto que defiende o que está lis­
to para defender su apego contra la adversidad, mientras que el juicio
negativo sanciona la actitud de aquel que no participa en el juego de la
concurrencia hasta el fin y que huye de alguna manera de la adversidad,
refugiándose en una crisis fiduciaria y pasional. Es como si los celos
sustituyeran a la secuencia de resistencia pragmática del rival, cosa que
se podría esperar en vista de los antecedentes polémicos del celoso, por
una secuencia túnica que se desarrolla dentro del simulacro; esa sustitu­
ción es la que sería condenada. Pero lo uno no impide lo otro, ya que no
falta un celoso que esté en condiciones de acumular a la vez la actitud
“honorable” y la actitud “vergonzosa”.

® La moral de la firmeza

Todas esas observaciones tenderían a probar que varios códigos éticos


entrecruzan sus efectos en la configuración. El hecho de que los presu­
puestos -comprendidas la exclusividad y la difidencia- sean valorizados o
al menos bien tolerados y que una ética del mérito venga a inmiscuirse en
los asuntos amorosos tendería a probar que un sistema de valores colectivo
regula las relaciones conflictivas en la colectividad y provee una especie de
código del buen uso de la polémica. Esa sería una especie de concepción del
honor, según la cual las rivalidades deben resolverse “por las buenas” y con
referencia a los juicios de un Destinador que estatuye sobre el valor respec­
tivo de los adversarios, sin atascarse en las interacciones tortuosas del
simulacro pasional.
Otro código ético, esta vez de tipo individual, moralizaría el apego, así
como las dichas y las desdichas que lo acompañan: muchos celosos consi­
deran de hecho que la exclusividad del apego responde a una exigencia
moral, y no desde el punto de vista del ser amado, lo que resultaría en mo-

13 Neologismo, por oposición a “peyorativo” [T.].


LOS CELOS 207

ralizar la fidelidad de otro, aunque desde el punto de vista del celoso, todo
lo cual resulta en moralizar la fidelidad a sí mismo; es decir, la permanen­
cia de una constitución pasional. En otro sentido, el celoso moraliza positi­
vamente la posesión exclusiva, ya que representa lo que se debe a sí
mismo; es decir, una selección drástica de las junciones dignas de él. Pa­
recería que en ese caso lo que aprehendimos intuitivamente como aquello
que es “digno de...” abarca un criterio del valor; es decir, una valencia. Al
moralizar el apego exclusivo desde el punto de vista individual del celoso,
se reconoce que la propiedad de “exclusividad” es el criterio mismo de todo
valor en la configuración.
Notaremos por último la intervención de un tercer tipo de código ético
que no tendría nada de específico para los celos, puesto que ya lo hemos
encontrado a propósito de la avaricia. Lo que da vergüenza es la transfor­
mación túnica misma, embragada en un discurso apasionado que, porque
es una confesión, sólo puede manifestarla directa y ostensiblemente. Ése
sería uno de los últimos avatares de la ética clásica, para la cual la vida
afectiva debe permanecer secreta; en ese sentido, la moralización de los ce­
los llevará a los comportamientos o a las actitudes observables, aun osten­
sibles, porque eso precisamente es lo que se considera como vergonzoso.
La falta de reserva, la indiscreción de la pasión remite, al parecer, a un
no-saber-no-estar-ser; la “reserva” es una actitud observable y es considera­
do. en los diccionarios de lengua como una “cualidad” -y su contrario, como
un “defecto”-, cualidad que consiste en “no darse indiscretamente, en no
comprometerse imprudentemente”. Como lo hace notar Stendhal: “Las
mujeres altivas disimulan sus celos por orgullo.” El sistema del saber-es­
tar-ser podría ser interpretado en ese caso como el sistema de saberes que
organizan el estar-ser de un sujeto. Igual que los saber-hacer pueden
aparecer como saberes que organizan el hacer, bajo la forma de una inte­
ligencia sintagmática, habría una organización del estar-ser que demostra­
ría una “inteligencia del corazón”. De hecho, la sintaxis intermodal puede
ser objeto de una regulación y de una optimización, de la misma forma que
la sintaxis narrativa. Esa regulación y esa optimización pueden a veces ser
objeto de juicios estéticos -como en el caso del honorable caballero de la
época clásica o del dandy posromántico-, pero serán más frecuentemente
evaluados en la dimensión ética, definiendo una moral de la firmeza.
Para dar cuenta de la “firmeza” se puede proponer el modelo siguiente:

FIRMEZA RESERVA
(saber-estar-ser) (saber-no-estar-ser)

AUSENCIA AUSENCIA
DE RESERVA DE FIRMEZA
(no-saber-no-estar-ser) (no-saber-estar-ser)
208 LOS CELOS

El sujeto apasionado moralizado es un sujeto que sabe comportarse o


que no sabe comportarse -encontrándose entonces “desafirmado”, a me­
nos que no “salga de su reserva”. En cuanto a nuestro celoso, tendería
más bien a salir de su reserva. Hay que señalar que la moralización del
sistema mismo puede ser obtenida a partir de un código que anule los
efectos del primero y que dé testimonio de otra cultura patémica:

SEGURIDAD DISTANCIA
(firmeza) (reserva)

ESPONTANEIDAD TIMIDEZ
(ausencia de reserva) (ausencia de firmeza)

La diferencia entre los dos tipos de moralización podría explicarse


gracias al cambio de apreciación concerniente a las manifestaciones de la
vida afectiva; en un caso son privilegiados la retención y la filtración de la
información; en el otro, el criterio positivo retenido es la transparencia
afectiva, el libre acceso a la vida interior de otro. Todo depende finalmente
de la manera como cada cultura se represente la regulación de las rela­
ciones interindividuales. El saber-estar-ser está acompañado de un hacer-
saber que supone, en el informador (el sujeto apasionado) y en el obser­
vador social a la vez, una competencia completa y en particular los querer
que presiden la emisión y la recepción de la información.
El querer de uno y el del otro entran en confrontación y determinan así
un conjunto de regímenes intersubjetivos que no hay lugar para desarrollar
aquí, pero que se comprende que pueden ser moralizados en función, por
una parte, de la “firmeza” adoptada por el sujeto apasionado y, por la otra,
de la espera propia del observador social. Por eso, la “falta de reserva”, aun
si es involuntaria (no querer no informar), aun si es irreprimible (no poder
no informar), encontrará un observador que podrá tanto querer como no
querer asistir a las manifestaciones pasionales. En un caso, se considerará
que la falta de reserva es un factor de regulación interindividual, ya que la
manifestación de la pasión permite reconocerla, prever sus desarrollos y
adoptar una actitud adecuada como respuesta; será entonces denominada
“espontaneidad”. En el otro caso, se podrá considerar, inversamente, que la
falta de reserva es un factor de desregulación en la colectividad; por ejem­
plo, si Sx reafirma la presencia de un objeto de valor por sus manifestacio­
nes pasionales al expresar su deseo y su apego, tendrá por efecto, estando
el deseo de cada uno mediatizado por el otro, reactivar o mediatizar el
deseo de S2, intensificar la concurrencia, y así sucesivamente...
LOS CELOS 209

La moralización negativa haría aquí eco a una necesidad social: para


que la circulación de los roles patémicos en la colectividad permanezca
controlable, cada quien debe demostrar modestia y discreción. He ahí dos
versiones posibles de la ética social según el saber-estar-ser: una que valo­
riza la espontaneidad, y la otra, la reserva. Si reconciliamos ahora ese ba­
lance con los resultados obtenidos a propósito de la avaricia, se observará
que están en marcha dos grandes tipos de moralización, y cada uno de
ellos es más especialmente aprovechado en una o en otra de las configura­
ciones: por una parte, una ética de la circulación de los objetos de valor y,
por la otra, una ética del intercambio de los simulacros modales en la
comunicación, la primera tiene que ver esencialmente con los valores des­
criptivos, la segunda, con los valores modales sensibilizados. En el nivel
semionarrativo y en la medida en que el universo de las pasiones des­
cansa enteramente sobre los dispositivos modales sensibilizados, se puede
considerar que los códigos que regulan la circulación de esos dispositivos
en la interacción son específicamente y por definición códigos de la ética
pasional.

Dispositivos actanciales y modales de los celos

® Dispositivos actanciales

Una vez comprometidos en el simulacro pasional de ST los actantes Sp S2,


O,S3, se encuentran de alguna manera desmultiplicados en un conjunto
de roles, necesarios para la puesta en escena de los celos. Tres tipos de
roles han aparecido hasta ahora: roles actanciales, roles patémicos y roles
temáticos. Los actantes de base corresponden frecuentemente a tres
actores: el celoso, el rival y el ser amado; pero ese dispositivo estereotipa­
do sería de alguna manera la versión “fácil” del sistema. En las versiones
teatrales más sofisticadas, intervienen otros actores para desempeñar tal
o cual papel aislado: en Shakespeare, Yago, por ejemplo, que es a la vez el
investigador y el director de escena de Otelo, o en Racine, Enona, que con­
tribuye a hacer nacer la sospecha y la desconfianza de Fedra. Lo cual sig­
nifica que la pasión no está limitada al mundo interior de un actor, sino
que también puede ser socializada y distribuida entre varios actores, en
especial en lo concerniente a los roles cognoscitivos y a los operadores de
la transformación túnica.
En otra parte encontramos tres tipos de roles actanciales: primera­
mente, dos sujetos de estado concurrentes (S^Sg), entre los cuales circula
el objeto de valor; enseguida, sujetos manipuladores (S2 y S3 con respecto
a Sp y Sj con respecto a S2 y S3); por último, sujetos cognoscitivos que
evalúan, averiguan y recorren las diversas posiciones fiduciarias.
210 LOS CELOS

Conviene distinguir también dos tipos de roles patémicos: los de Sp


quien aparece sucesivamente como posesivo, receloso, orgulloso, celoso..., y
los de S2 y S3 que, siendo aquí completamente accesorios, no interactúan
menos con los primeros; la crueldad, la coquetería, la falta de delicadeza de
los dos copartícipes de Sx intervienen, lo hemos visto, en la evolución de los
celos.
Finalmente, los roles temáticos pueden sobredeterminar tal o cual rol
pasional o sustituirlo, sin que uno pueda preverlos en la configuración de
los celos; eso pasa con el “marido”, que instala en el lugar del apego un
deber-ser institucional y estereotipado. La aparición de esos roles temáti­
cos depende de hecho de los vertimientos semánticos particulares -en Le
mariage de Fígaro, se trata del “casamiento”- que puede recibir el objeto
de valor, vertimientos frente a los cuales los celos propiamente dichos per­
manecen indiferentes. Sea lo que sea, para insertarse en el dispositivo
general de la pasión, esos bloques modales estereotipados deben ser los
mismos, salvo la sensibilización, que aquellos a los que remplazan.

® La sintaxis modal

En la intersubjetividad y en el transcurso de las diferentes fases de la


interacción, todos esos roles constituyen arreglos variables, que se desha­
cen y se rehacen sin cesar. El análisis del discurso de los moralistas ha
permitido aprehender algunos; varios más podrían considerarse. A reser­
va de sacrificar momentáneamente la variedad discursiva de sus evolu­
ciones, falta ahora establecer los grandes principios de su encadenamien­
to y de las transformaciones modales que los subtienden.
Si se quiere permancer en la isotopía amorosa para caracterizar a la
totalidad del recorrido modal del celoso, se puede comenzar por observar
la transformación que se opera: el amor cambia de naturaleza y deviene
agresivo, exclusivo, sospechoso. Esa modificación es por cierto discutible;
a propósito de Swann y de Odette, en Un amour de Swann (Proust), Mer-
leau-Ponty (Phénoménologie. de la perceptiori) rechaza la idea de una
transformación de ese tipo. En una primera lectura, como nos lo hace ver
el mismo Swann al final del relato, podría parecer en efecto que la preocu­
pación por no dejar a Odette con ningún otro priva a Swann del tiempo li­
bre que sería necesario para contemplarla y amarla como al principio; el
filósofo propone por el contrario considerar que, desde el principio, el
amor de Swann era tal; era una forma de amar en que se revela y, al mis­
mo tiempo, se lee “todo el destino de ese amor”. Swann se inclina por
Odette, ciertamente, pero, prosigue Merleau-Ponty, ¿qué es “inclinarse
por alguien”? Proust responde en otra parte: es sentirse excluido de esa
vida, querer entrar allí y ocuparla enteramente. El amor de Swann no
provoca los celos; es ya, desde el principio, enteramente celos; el placer de
LOS CELOS 211

contemplar a Odette era el placer de estar solo para contemplarla. Y Mer-


leau-Ponty agrega que habría ahí como una “estructura de existencia” que
caracterizaría al mismo Swann en persona.
El dispositivo modal sensibilizado sería, para retomar una expresión
del filósofo, un “proyecto global de personalidad”, es decir, atemporal en
cuanto tal. Estaríamos gustosamente de acuerdo con Merleau-Ponty para
decir que los celos como tal escapan a la duración, así como a las leyes que
rigen los acontecimientos de tipo narrativo. Pero eso no significa que no
cuente con una sintaxis y que no sufra transformaciones, aun si esas
transformaciones son atemporales.
Para empezar bien, comencemos por el final. El celoso es en cierta
forma “reactivado” en su amor, pero mucho menos para contemplar (cf.
Proust) -lo que provoca en ese momento más sufrimiento que placer (cf.
Stendhal)- que para defender su bien. Esa reactivación se manifiesta en
dos direcciones: por un lado, el deseo se hace más fuerte, al grado de que
se podría tener a veces la impresión de que los celos hacen nacer el amor
(cf. Proust, a propósito de Albertine), aun cuando no es más que el reve­
lador; por el otro lado, aparece un comportamiento posesivo ostensible. En
ese estadio, pues, querer-estar-ser y querer-hacer están asociados.
El querer sería entonces aquí el punto final de la secuencia modal:
modaliza la relación entre el sujeto de estado Sj y su objeto y modaliza a
SL como sujeto de hacer “posesivo” o “exclusivo”. Ese querer presupone los
celos en sentido restringido; es decir, como crisis pasional y transforma­
ción tímica. Más precisamente, presupone paradójicamente un creer-no-
estar-ser, la certidumbre de la infidelidad o del fracaso, el cual se basa en
un no-poder-estar-ser que define la exclusión del celoso de la “escena”.
Las modalizaciones propias de la crisis celosa presuponen por sí mis­
mas la desconfianza y el recelo, nacidos a la vez de un entorno hostil y de
la actitud exclusiva; la desconfianza descansa sobre un no-creer-estar-ser.
Por último, como lo hemos visto, la desconfianza y el recelo sólo se com­
prenden si se presupone un apego confiado, es decir, a la vez un deber-
estar-ser y un creer-estar-ser.
Paralelamente, el simulacro del rival se ve constituido y evoluciona él
también en función de las modalizaciones de la relación S^Sg, y en corres­
pondencia con las cuatro grandes etapas de la secuencia modal del celoso.
Precisamente, puesto que los celos suponen la puesta en perspectiva del
conjunto de la configuración a partir del punto de vista de Sp esas moda­
lizaciones son las que el celoso proyecta sobre el rival. Al final del recorri­
do, Sx quiere quitarle definitivamente S3 a su rival (querer-no-estar-ser),
lo que presupone que él cree en su éxito ante S3 (creer-estar-ser): en efecto,
en la “escena”, S2 y S3 están reunidos; creer en el éxito del rival es postu­
lar la posibilidad misma de su intervención (poder-estar-ser) y suscitar así
la “sombra” del rival. Hay, por último, que remontarse hasta la decisión
212 LOS CELOS

de exclusividad para encontrar un deber-no-estar-ser que impide a S2, en


principio, todo acceso al objeto.
Se obtienen así dos secuencias modales asociadas que se presuponen
recíprocamente:

(sp (S2)
deber-estar-ser deber-no-estar-ser
creer-estar-ser
I
no-creer-estar-ser poder-estar-ser
i
no-poder-estar-ser
creer-no-estar-ser creer-estar-ser

querer-estar-ser querer-no-estar-ser
querer-hacer

El no-creer-estar-ser de Sj y el poder-estar-ser de S2 se presuponen en


la medida que la irrupción del rival en el territorio del celoso lo hace
perder la confianza, a menos que no sea una falta de confianza lo que sus­
cita la sombra del rival; sucede lo mismo con las dos creencias de los celos:
creencia de Sj en su exclusión y creencia de Sj en el éxito de S2. En la
medida en que el examen de las series modales se limita a aquellas que
sobresalen sólo desde el punto de vista del sujeto celoso, las presuposicio­
nes que los unen proceden directamente del principio de exclusividad: con
algunos matices, cada modalización de Sx presupone la modalización con­
traria en S2, y recíprocamente.
Aunque hayamos optado por limitarnos al punto de vista de S1?
puesto que nuestro propósito sólo radica en la construcción de los celos
y de ningún modo en las diversas eflorescencias pasionales que se
pueden injertar, no hay que olvidar que los dispositivos modales que cir­
culan en la interacción pueden descomponerse y recomponerse según si
el punto de vista adoptado es el de S2, el de S3 o el de Sr Si no hay pa­
siones solitarias, no puede haber pasiones aisladas, ni desde el punto de
vista taxonómico (cf. la avaricia) ni, como aquí, desde el punto de vista
sintáctico.
El conjunto de la secuencia modal se presenta entonces como una
reorganización regulada e interactiva de varias series modales. En esas
reorganizaciones del equipo modal de los sujetos en interacción se dibuja
un recorrido sintáctico canónico e isótopo, el del creer-ser, que articula
confianza, desconfianza y difidencia, y en el que se podría ver la modali­
zación que rige el conjunto del dispositivo; pero no se puede extraer ese
recorrido del conjunto, so pena de destruir el efecto de sentido pasional
LOS CELOS 213

específico de los celos. Cada uno de esos arreglos sucesivos de la moda­


lización corresponde a un rol patémico, por lo que ocupa aquí una posición
definida en la secuencia pasional:

(sp (S2) ROL PATÉMICO


deber-estar-ser APEGO
creer-estar-ser deber-no-estar-ser EXCLUSIVO
i i
poder-no-estar-ser DESCONFIANZA
no-creer-estar-ser poder-estar-ser RECELOSA
i
no-poder-estar-ser
creer-no-estar-ser creer-estar-ser CRISIS CELOSA
X
querer-estar-ser
querer-hacer querer-no-estar-ser AMOR/ODIO
REACTIVADOS

El conjunto se lee en dos dimensiones: cada rol comporta su propio


dispositivo modal, sus confrontaciones y sus transformaciones internas;
los dispositivos mismos se transforman unos en otros, en particular bajo
el efecto de los recorridos del creer y del poder, que modifican el equilibrio
específico y que convierten así cada rol patémico en otro. Esa doble lec­
tura permite distinguir, para los celos, dos secuencias interpuestas una en
la otra: la microsecuencia y la macrosecuencia.

0 Macrosecuencia y microsecuencia

Se puede considerar la sintaxis de los celos de dos maneras complemen­


tarias: ya sea por medio de la macrosecuencia pasional, característica de
la configuración entera, englobando entonces los presupuestos (o
antecedentes) y los implicados (o subsecuentes) de la pasión, subsumiendo
las transformaciones entre los dispositivos; o bien por medio de la
microsecuencia pasional, que toma a su cargo uno solo de esos disposi­
tivos, aquél en el que se produce la transformación pasional específica de
los celos.
Pero es necesario observar que la microsecuencia es la de los celos
sólo en la medida en que se inserta en la macrosecuencia, al igual que la
macrosecuencia es dada como la de los celos en la medida en que com­
prende la microsecuencia. En suma, macrosecuencia y microsecuencia se
interdefmen, ya que todo dispositivo patémico es un ordenamiento de los
roles patémicos, es decir, un dispositivo de dispositivos, en el cual se
encuentra el rol característico de la configuración. Esa proposición puede
214 LOS CELOS

ser representada como una sintaxis en dos niveles, que tendría la si­
guiente forma:19

Pi2
P-^Pp P2, P3, ....P¿ P'"3 ,....Pn
PÍ4

Pí"

® La macrosecuencia

El estudio de la macrosecuencia concierne siempre al nivel semionarrati­


vo: se trata ahora de examinar en qué condiciones las categorías modales
consideradas se organizan en un dispositivo. El conjunto puede también
leerse de manera retrospectiva, por presuposición, como lo hemos hecho al
construirlo, así como de manera prospectiva, siguiendo las transforma­
ciones intermodales; en ese segundo caso, el apego se transforma en apego
receloso, que a su vez se transforma en celos, los cuales para terminar
reactivan el apego en forma de deseo posesivo y aun de odio destructor.
Una lectura como ésta impone algunas dificultades de detalle: la rup­
tura del contrato fiduciario se comprende aquí sólo en relación con el ape­
go o con un sustituto estereotipado y tematizado como el rol del “marido”,
puesto que previamente hace falta una confianza y no un simple deseo.
Además, la ruptura del contrato fiduciario se comprende sólo si la sombra
de un rival (su poder-estar-ser) ha sido señalada: sin la rivalidad, ese acci­
dente del amor únicamente puede concluir en el “despecho” o en la
“pena”, pero no en los celos; por otra parte, el recelo, que sería de alguna
manera una toma de conciencia de la rivalidad, sólo tiene sentido aquí si
está lógicamente precedido por el apego; de otro modo se sale del cuadro
estricto de los celos, para volver a encontrar una forma de “antagonismo”
o de “emulación”. Por último, el hecho de que los celos puedan ser provo­
cados por el ser amado con el fin de obtener la “confesión de dependencia”
o un amor más notorio, muestra que la pasión del “amor” es, en esa es­
trategia, a la vez un antecedente de los celos, bajo la forma del apego, y un
subsecuente, bajo la forma del “deseo reactivado”; el apego amoroso puede

19 Ese modelo general ya ha sido abordado empíricamente e ilustrado en algunas mono­


grafías: a propósito de la cólera, en particular (A.J. Greimas, “De la colére”, Actes sémio-
tiques, Documents, París, cnrs, llf, 1981, 27; versión española, A.J. Greimas, Del sentido H,
Madrid, Editorial Gredos, S.A., 1989, pp. 255-280) y de la desesperanza (J. Fontanille, “Le
désespoir”, ibid., 1980, 16); su construcción ha sido esbozada y ha recibido una primera for­
mulación teórica en “Le tumulte modal” (J. Fontanille, Actes sémiotiques, Bulietin, París,
cnrs, Xí, 1987, 39).
LOS CELOS 215

permancer subyacente, secreto o disimulado por pudor, y su carácter in­


trínsecamente posesivo y exclusivo es entonces la “palanca” modal en la
cual se apoya S3 para obligar a S1 a manifestar la totalidad del dispositivo
subyacente. Es como si, a partir del “apego exclusivo”, una de entre las
numerosas variaciones posibles fuera más particularmente sensible y pro­
vocara el sufrimiento y la confesión de Sp la estrategia de S3 consistiría
entonces en buscar esa variante que es más sensible que las otras y hacer­
la aparecer en la interacción; globalmente, dentro de la secuencia pasio­
nal, la manipulación se presenta como un “hacer-parecer” que consistiría
en hacer pasar el apego del estatuto de presupuesto implícito (el antece­
dente) al de comportamiento observable (el subsecuente),
Todas esas dificultades, que pueden ser abordadas tanto en el nivel de
los efectos de sentidos pasionales como en el nivel de las modalizaciones,
garantizan la homogeneidad de los celos como macrosecuencia, ya que ca­
da modalización produce un efecto de sentido particular que depende a la
vez de su contenido modal propio y de su inserción en un lugar determina­
do del dispositivo global. De hecho, en última instancia, la especificidad de
esos efectos de sentido se explica en todos los casos por la presencia de
modalizaciones regentes, las del apego y la rivalidad. El principio de “todo
se sostiene” que subtiende este análisis sintáctico del dispositivo pasional
puede ser formulado de dos maneras: el efecto de sentido del dispositivo
resulta de la asociación de los componentes y el efecto de sentido de cada
componente resulta de su lugar en el dispositivo de conjunto. Esa coerción
recíproca se aplica especialmente a las relaciones entre la rnicrosecuencia
y la macrosecuencia.

0 La rnicrosecuencia

Cada constituyente de la macrosecuencia es él mismo un dispositivo mo­


dal. Entre los cuatro retenidos para la macrosecuencia, sólo estudiaremos
el de los celos en sentido restringido; es decir, situado en el momento de la
crisis pasional. La rnicrosecuencia -a la vez presuponente respecto de los
antecedentes y presupuesta respecto de los subsecuentes- será llamada
“constitutiva” de la pasión estudiada, en la medida en que contiene la
transformación túnica específica identificada hasta ahora como “crisis
pasional”.
La reactivación, complejo de amor y de odio que se puede traducir
también, por .ejemplo, tanto por una adoración incondicional como por un
secuestro o una venganza (cf. La prisonniére [La prisionera] de Proust),
presupone en general todos los celos, pero, más particular, e inmediata­
mente, un comportamiento o una actitud observables, por los cuales el ce­
loso se manifiesta ostensiblemente como tal. En efecto, los querer (estar-
ser y hacer) que surgen en esta última etapa de la macrosecuencia presu­
216 LOS CELOS

ponen una movilización global del sujeto apasionado: todos los roles que
puede abarcar el actor -túnicos, cognoscitivos, pragmáticos- son afectados
en bloque, lo que se traduce entre otros por el carácter figurativo mixto de
la “actitud” o del “comportamiento” en cuestión, a la vez somático y físico.
Ya habíamos observado el “sobresalto” de avaricia de Mme. de Bargeton;
Alejandro Dumas nos ofrece, en El conde de Montecristo, una muestra de
movilización pasional, pero más inquietante, en un celoso italiano:

De son cote, Luigi sentait naítre en lui un sentiment inconnu: c’était une douleur
sourde qui le mordait au coeur d’abord, et la, toute frémissante, courait par ses
vaines et s’emparait de tout son corps; il suivit des yeux les moindres mouvements
de Teresa et de son cavalier; lorsque leurs mains se touchaient il ressentait des
éblouissements, ses arteres battaient avec violence, et l’on eút dit que le son d’une
cloche vibrait á ses oreilles. Lorsqu’ils se parlaient, quoique Teresa écoutát, timide
et les yeux baissés, les discours de son cavalier, comme Luigi lisait dans les yeux
ardents du beau jeune homme que ces discours étaient des louanges, il lui sem-
blait que la terre tournait sous lui et que toutes les voix de l’enfer lui souñlaient
des idees de meurtre et d’assassinat. Alors, craignant de se laisser emporter á sa
folie, il se cramponnait d’une main á la charmille contrę laquelle il était debout, et
de l’autre il serrait d’un mouvement convulsif le poignard au manche sculpté qui
était passé dans sa ceinture et que, sans s’en apercevoir, il tirait quelquefois
presque entier du fourreau.
Luigi était jaloux! il sentait qu’emportée par sa naturę coquette et orgueil-
leuse, Teresa pouvait lui échapper.20

[Por su parte, Luigi sentía nacer en él un sentimiento desconocido: era un dolor


sordo que le mordía primero el corazón, y ahí, estremeciéndose, corría por sus
venas y se apoderaba de todo su cuerpo; seguía con los ojos los menores movimien­
tos de Teresa y de su acompañante; cuando sus manos se tocaban, experimentaba
un deslumbramiento, sus arterias latían con violencia y uno hubiera dicho que el
sonido de una campana vibraba en sus oídos. Cuando se hablaban, aunque Teresa
escuchaba, tímida y con los ojos bajos, el discurso de su acompañante, como Luigi
leía en los ojos ardientes del hermoso joven que sus discursos eran lisonjas, le
parecía que la tierra giraba bajo sus pies y que todas las voces del infierno le
soplaban palabras de muerte y de asesinato. Entonces, temiendo dejarse arrastrar
por su locura, se agarraba con una mano a la bóveda contra la cual estaba parado,
y con la otra oprimía con movimiento convulsivo el puñal de mango esculpido que
estaba atado a su cinturón y que, sin darse cuenta, sacaba algunas veces casi
enteramente de la vaina.
¡Luigi estaba celoso! Sentía que por su naturaleza coqueta y orgullosa, Teresa
podía escapársele.]

Encontramos en esa reproducción de los celos “italianos” todos los ele-

20 Le Comte de Monte-Cristo, cap. XXXIII, “Bandits romains”, París, Gallimard,


Bibliothéque de la Pléiade, 1981, pp. 386-387.
LUS CŁL.UO

mentos del dispositivo, en particular los de la microsecuencia pasional: el


espectáculo ofrecido a S15 el sufrimiento, el poder-no-estar-ser (“ella podía
escapársele”) y la exclusión del espectador: Teresa completó una cuadrilla
en la que no había ya lugar para ningún muchacho, y el texto, jugando así
figurativamente con la cifra impar, traduce superficialmente la posición
de la unidad integral respecto a la totalidad partitiva. Pero retendremos
aquí sobre todo el hecho de que, por medio de las figuras que describen la
manifestación celosa, un entremezclamiento de lo somático, de lo cognos­
citivo, de lo fiduciario y de lo pasional se impone a la primera lectura: bru­
talmente, el dolor opera una conexión; después, una ruptura de isotopía
en favor de lo somático, lo que remite a la imagen del propio cuerpo como
un posible arquetipo del sujeto de estado. Además, en ese fragmento, el
paso al acto, inminente pero retenido, y sobre todo el querer-hacer que su­
pondría, está explícitamente presentado aquí como un efecto inmediato de
la movilización global de los roles comprendidos por el actor; enamorado,
receloso, violento, bandido, impulsivo, cruel: Luigi es todo eso sucesiva­
mente, en función de las situaciones narrativas que se presentan, pero lo
es todo a la vez en esa etapa precisa de los celos que sigue al sufrimiento y
que precede el paso al acto. Tampoco és solamente un sujeto del querer-
hacer, ya que la movilización global de los roles que son suyos inserta aquí
otras disposiciones aparte de la de los celos; es así, por ejemplo, en la irre­
sistible tensión incoativa hacia el hacer que debe ser tan vigorosamente
combatida y que resulta de la “impulsividad”.
Siguiendo hacia atrás el itinerario modal del celoso, en la cadena de
las presuposiciones encontraríamos entonces, antes de un eventual paso
al acto, la moralización (que retiene o anima a la mano armada con el pu­
ñal...); ésta recae sobre un comportamiento observable que es -lo vemos
en el texto de Dumas- el recorrido figurativo asociado con la última mo­
dalización de la cadena. El comportamiento observable es una emoción,
que se define aquí a la vez como una movilización de todos los roles y
como apoyada en un no poder-no hacer; esa modalización da cuenta tanto
de la agitación irreprimible, exterior e interior, que afecta al celoso, como
de la manipulación túnica (y en parte reflexiva) por la cual el sujeto es
completamente movilizado; en la dimensión cognoscitiva, tal modalización
caracteriza además el hacer-saber incontrolable por el cual se traiciona
ante los ojos de un observador y que podrá ser, al final del recorrido, el
objeto de una evaluación ética.
La emoción es aquí disfórica, puesto que es un sufrimiento resultado
de una transformación túnica; en la secuencia modal, el sufrimiento corres­
ponde a la adquisición del creer-no-estar-ser que da al celoso la certidum­
bre de su despojo o de su fracaso; llegado a ese punto, este último alcanzó
la fase terminativa del recorrido fiduciario.
Resumamos: en una misma etapa encontramos un estado tímico que
218 LOS CELOS

resulta de una transformación (en el nivel semionarrativo), una emoción


(en el nivel discursivo) y un comportamiento (el recorrido figurativo). En
esa etapa se superponen dos modalizaciones, una modalización del estar-
ser {creer-no-estar-ser') y una modalización del hacer {no-poder-hacer)-,
pero esta última parece específica del ejemplo examinado y resulta de la
inserción, dentro del recorrido propio de los celos, de un bloque modal es­
pecífico del actor Luigi, la “impulsividad”. En cuanto a los celos propia­
mente dichos, el sufrimiento, la emoción y el comportamiento descansan
únicamente sobre el creer-no-estar-ser.
El sufrimiento y la emoción presuponen ellos mismos la operación que
los suscita, el “hacer-sufrir”. Ahora bien, en el caso de los celos la transfor­
mación tímica es de naturaleza esencialmente cognoscitiva; está en efecto
mediatizada por un “espectáculo”, el de la “imagen” según Barthes, que
traduce figurativamente el no-poder-estar-ser que resulta de la exclusión.
Literalmente, la exclusión es puesta en escena figurativamente bajo la
forma de un espectáculo ofrecido al celoso, y ese espectáculo que funciona a
la vez como objeto de saber y como sujeto del hacer-creer, persuade a Sj de
su infortunio y provoca la transformación disfórica; en Dumas se ha visto
que el carácter exclusivo de la escena era traducido por la figura cerrada
de la cuadrilla. La “puesta en escena”, el “espectáculo”, la “imagen” com­
prenden entonces una estrategia cognoscitiva cuya consecuencia es tímica.
Si nos representamos la transformación tímica como un hacer, ella
comporta un estado resultante (el sufrimiento), una operación (el espec­
táculo exclusivo), unos operadores (los actores de la escena) y un sujeto de
estado (el celoso sufriente); el celoso puede desempeñar varios roles y ser
a la vez, del lado del operador, director de escena y, del lado del sujeto de
estado, sujeto sufriente.
El espectáculo mismo cristaliza la “prueba” esperada y requiere para
eso una competencia cognoscitiva; puesto que la transformación tímica
adopta, esencialmente, un programa de uso cognoscitivo, hay que prever
para este último una etapa de adquisición de las competencias cognosciti­
vas. Dados los lazos estrechos que unen lo cognoscitivo y lo tímico, el
saber-hacer-sufrir consistirá entonces frecuentemente en un querer-obser­
var y en un saber-indagar. El conjunto de la competencia cognoscitiva del
celoso se reduce a veces al sentimiento de qué “hay algo que saber”, ese
metasaber que hemos reconocido en la “sospecha”. La ruptura del contra­
to fiduciario -susceptible de algunos otros desarrollos en la fase previa a
la crisis celosa- prepara sin embargo la aparición de un nuevo tipo de su­
jeto: un sujeto cognoscitivo “suspicaz”, verdadero Sherlock Holmes desgra­
ciado. Quiere decir que la sintaxis pasional comporta una “memoria” y
que, a pesar de las transformaciones modales que uno observa, cada posi­
ción encontrada en el recorrido no cesa de producir sus efectos aun cuando
está rebasada.
LOS CELOS 219

En todo caso, la sospecha y la competencia cognoscitiva que condensa


no se bastan con una desconfianza anterior, y la ruptura del contrato fidu­
ciario sólo explica parcialmente el desencadenamiento de la búsqueda
cognoscitiva. Es, por cierto, necesario saber que hay “algo que saber”, pero
hace falta todavía que ese “algo” no sea “casi nada”; la sospecha no desem­
boca en una indagación si el “algo que saber” coincide con una valencia, es
decir, con una sombra de valor que, por definición, no puede ser conocida
por un sujeto cognoscitivo, sino solamente captada por un sujeto tensivo;
nuestro Sherlock Holmes celoso no está animado por la curiosidad, sino
por el sentimiento de que el dispositivo de exclusión que ha instalado está
amenazado. Faltaría entonces suponer -para explicar que la sospecha ce­
losa selecciona por así decir una categoría potencial de objetos- que en la
rnicrosecuencia él mismo presupone una posición modal indeterminada
que señalaría el reembrague sobre el sujeto tensivo; esa posición será
identificada aquí como una inquietud.
La inquietud es al hacer túnico lo que la emoción es al hacer somático:
una movilización del sujeto tímico, obtenida por reembrague. Tuvimos la
ocasión de anotar que el celoso estaba “agitado”, “preocupado”, “inquieto”,
es decir, enteramente absorbido por la oscilación fórica que engendra la ten­
sión entre el apego y la rivalidad, tensión insoluble que subtiende el conjun­
to de la configuración. Para que el conjunto de la configuración pueda ser
puesto en discurso como un simulacro, un desembrague debe asegur ai’ la
disjunción con el discurso de acogida y un reembrague sobre el sujeto tensi­
vo desencadenar la crisis pasional propiamente dicha. Por eso la inquietud,
que apareció ya como uno de los presupuestos de la crisis celosa, nos parece
especialmente designada para ocupar esa posición presupuesta por la
sospecha. También la “movilización tímica” es aquí tensiva: los presu­
puestos de los celos, el apego y la rivalidad, son condensados y convertidos
en inquietud por el reembrague; la desconfianza es convertida en sospecha,
y, en cierta forma, el metasaber del cual procede opera como un “discerni­
miento” sobre una valencia cognoscitiva en las oscilaciones de la foria, dis­
cernimiento que va a permitir después conocer y no solamente sentir.
Lo que hemos llamado intuitivamente la “crisis pasional” abarca de
hecho dos operaciones decisivas que permitirían definir la rnicrosecuencia
constitutiva y distinguirla de los otros componentes de la macrosecuencia:
ellos son el reembrague sobre el sujeto tensivo y la transformación tímica.
Al final de la “crisis”, un desembrague interviene gracias a la emoción que
autoriza eventualmente el paso al acto, pero que puede desembocar tam­
bién en una nueva pasión.

® Los simulacros existenciales

La hipótesis de partida era que dentro del simulacro pasional una trayec­
220 LOS CELOS

toria existencial venía a superponerse a la sintaxis intermodal y le


aportaba una armadura sintáctica previsible. La hipótesis se verifica
aquí, puesto que se puede mostrar sin dificultad que la microsecuencia se
desarrolla desde el fondo de una trayectoria existencial canónica.
La inquietud, esa preocupación del sujeto absorbido por un apego
amenazado, resulta de una posición de conjunción al menos imaginaria
-esa especie de conjunción simulada que resiste a todos los azares de las
junciones efectivas. El sujeto inquieto sería entonces un sujeto que tiene
algo que perder, un sujeto realizado.
La sospecha y el querer-saber que de ahí resulta disocian al celoso de
su objeto: la conjunción no está más en un segundo plano, en la medida en
que por la sospecha el celoso es desviado del objeto de valor y parte en
busca del saber sobre sus copartícipes a partir del simple discernimiento
de una valencia: se ha convertido, pues, en un sujeto virtualizado.
La exclusión puesta en escena por el espectáculo dado por S^Sg pone
al sujeto frente a su objeto, pero en el modo de la disyunción; frente al
espectáculo que se le ofrece, Sx mide la distancia que lo separa de S3; por
ese hecho llega a ser un sujeto actualizado.
Por último, la emoción en cuanto tal produce para el celoso un com­
portamiento observable, al menos interiormente, hace de nuevo salir al
celoso del área de la junción: la relación con el objeto de valor importa me­
nos en esa etapa que la relación de sí consigo o la relación de sí con los
otros. La figuras ulteriores del dominio de sí, de la moralización de las
manifestaciones pasionales, dan testimonio de ese cambio. Además, por la
movilización de todos los papeles que lo constituyen, el celoso reafirma su
identidad de sujeto discursivo y prepara también una eventual reafirma-
ción de sus derechos y de sus deseos. La emoción acaba entonces el reco­
rrido instalando al celoso en la posición del sujeto potencializado.
Los dos recorridos están entonces en fase, sea como “imagen objetivo”
común -la de un celoso en el que el apego posesivo y exclusivo es reactiva­
do-, sea como un querer bajo la forma de deseos de venganza, de posesión
o de secuestro. El conjunto puede ser resumido así:

SUJETO REALIZADO SUJETO ACTUALIZADO


moralización/inquietud visión exclusiva

emoción sospecha
SUJETO POTENCIALIZADO SUJETO VIRTUALIZADO
LOS CELOS 221

A pesar de su aparente complejidad, la organización general de la dis­


posición y de la trayectoria existencial se basa en una transformación
global muy simple: un dispositivo modal fundado en “deberes” engendra
un dispositivo modal fundado en “quereres”; la casi totalidad de los cam­
bios observados en la macrosecuencia como en la microsecuencia conver­
gen en esa modificación progresiva del equipo modal del celoso. Ésa sería
de alguna manera la historia de un sujeto inquieto que la adversidad
“fija” y orienta, incluso convierte en una monomanía, pero también la de
un sujeto que en su relación con los objetos de valor aprende a no contar
más pasivamente con cierto “estado de cosas”, en un orden del mundo en
el que él tendría su sitio, y que, por el contrario, se pone a quererlo inten­
samente e incluso, eventualmente, a hacer como que lo obtiene.

LA PUESTA EN DISCURSO: LOS CELOS EN LOS TEXTOS

Dado que era observada esencialmente a partir de un corpus lexicográfico,


la puesta en discurso de la avaricia ponía al descubierto las dos opera­
ciones fundamentales de la convocación colectiva o individual de las es­
tructuras semionarrativas, la sensibilización y la moralización, y, en me­
nor grado, la aspectualización de la pasión. La puesta en discurso de los
celos será observada en los textos literarios y esa elección permitirá explo­
rar más adelante la aspectualización bajo todas sus formas. En efecto, du­
rante la puesta en discurso en los textos, el procedimiento de expansión
obliga a emplear en gran escala las reglas del despliegue sintáctico de la
pasión, así como sus transgresiones. Vemos cómo, por ejemplo, los cinco
componentes de la microsecuencia, la inquietud, la sospecha, el espectácu­
lo, el sufrimiento y la emoción moralizada son atemporales tal y como la
presuposición los ha construido: pueden perfectamente invertirse, mani­
festarse simultáneamente o sucederse en el orden canónico. Falta enton­
ces examinar, entre otras, las condiciones en las cuales esas disposiciones
pueden ser espacializadas, temporalizadas y, para comenzar, desplegadas
en un esquema patémico canónico.
Además, el modelo construido es puesto a prueba frente a los textos. Si
el modelo es adecuado, su aplicación debe corresponder a la intuición de un
lector cultivado; si es heurístico, debe hacer aparecer en el texto articu­
laciones del contenido que una lectura intuitiva no habría notado; si es ex­
plicativo, debe permitir dar cuenta de las manifestaciones que desvían y de
las incompletas. El texto aparece desde ese punto de vista como un labora­
torio en el que son estudiados experimentalmente los casos límite, en el
que la pertinencia es provocada en sus últimos baluartes; si el modelo per­
mite responder a la pregunta ¿por qué fulano o perengano es celoso?, debe
222 LOS CELOS

permitir también decir por qué algún otro no lo es. Con el estudio de los
celos en los textos de Otelo,, de Shakespeare, Un amor de Swann y La pri­
sionera, de Proust, La celosía, de Robbe-Grillet, así como de algunas esce­
nas de Racine, pasamos entonces en cierto modo a los ejercicios prácticos.
Dos componentes de ,1a puesta en discurso serán distinguidos a con­
tinuación: el componente sintáctico, por un lado, que comprende la aspec­
tualización del proceso y sus diferentes figuras espaciales, temporales y
actoriales y, por el otro, el componente semántico, que comprende los ver­
timientos semánticos y las manifestaciones figurativas de las diferentes
modalizaciones.

Aspectualización: el componente sintáctico

La convocación de las transformaciones en discurso, que las convierte en


proceso, implica sacar partido del cambio. Lo que puede ser aprehendido
como una transformación entre dos enunciados de estado asegurada por
un hacer en el nivel semionarrativo, aparecerá en el nivel discursivo como
un encadenamiento de etapas, de pruebas y de actos, .El “sacar partido” de
la transformación consiste en desplegar durante la manifestación los cons­
tituyentes discursivos de lo que, en inmanencia, podía ser pensado como
una operación narrativa única, conjunción o disjunción. De ahí que pos­
tulemos un desembrague que pluraliza la transformación para hacer un
proceso, paralelamente a la convocación discursiva.
Pero la transformación semionarrativa no es la única en ser convoca­
da en discurso para constituir el proceso: las modulaciones del devenir, el
cambio tensivo y continuo, también lo son; por esa razón, la aspectuali­
zación del proceso produce a la vez efectos continuos y efectos discontinuos.
También va a vacilar esa aspectualización, según si el punto de vista
adoptado se decide por las primeras o las segundas, entre la demarcación
y la segmentación. La cohabitación de esos dos tipos de propiedades en el
discurso es sin duda el precio que se debe pagar para que, más allá de la
fragmentación que engendra el desembrague, el proceso comprenda una
homogeneidad que, no obstante, manifiesta la unicidad de la transforma­
ción; se podría entonces considerar que la intervención de la tensividad en
el proceso se acompaña de un reembrague homogeneizante en respuesta
al desembrague pluralizador.
Puede entonces concebirse a la aspectualización como la gestión dis­
cursiva de la pluralidad obtenida por el desembrague fundador. Para
comenzar, más acá incluso de la manifestación figurativa, se distinguirán
dos grandes formas que sólo intervienen en última instancia. Una pri­
mera forma que engendra esquemas discursivos canónicos consiste en
proyectar una organización lógica que transforma la pluralidad en con­
LOS CELOS 223

catenación ordenada. El esquema narrativo canónico, reconstruido por


presuposición y que define las etapas lógicas del proceso,21 es el ejemplo
más conocido de ese tipo de aspectualización. El responsable de esa pro­
yección es lo que tradicionalmente denominamos “narrador”, quien ten­
dría en cierta forma “almacenado” todo el saber hacer narrativo elaborado
por la cultura en la cual es realizado el discurso.
En cambio, el otro tipo de aspectualización hace intervenir un “obser­
vador”, dotado con una competencia cognoscitiva variable y susceptible de
ser desembragada en el enunciado. Ese observador pone en perspectiva
las diferentes etapas del proceso, establece las demarcaciones y produce
por ejemplo la serie “incoativo, durativo, terminativo”, así como..las dife­
rentes formas de la duratividad -“puntualidad, iteratividad...”- a pro­
pósito de las cuales habíamos ya notado que suponían una variación de la
competencia de observación, especialmente en lo que concierne a la capa­
cidad de prever y de identificar las diferentes ocurrencias.

Los esquemas discursivos pasionales: formas canónicas

° La macrosecuencia

A partir de los segmentos intuitivamente reconocidos y de los lazos de


presuposición que unen a los diversos avatares del dispositivo modal de
los celos, hemos podido establecer un vasto sintagma modal que combina
una macrosecuencia englobante y una microsecuencia constitutiva. La
macrosecuencia es una especie de dispositivo patémico, mientras que la
microsecuencia da cuenta más particularmente de los encadenamientos
modales propios de la crisis pasional. Su encajamiento da el resultado del
esquema de la siguiente página:

La macrosecuencia adopta aquí globalmente el desarrollo de una


secuencia polémica, testimoniando el rol rector de la rivalidad en la con-

21 El esquema narrativo canónico es frecuente e impropiamente considerado como


perteneciente de manera legítima al nivel semionarrativo; de hecho, no tiene nada de un uni­
versal, porque se presenta como una construcción ideológica propia para dar cuenta de la
manera como, superficialmente, el sujeto narrativo organiza su recorrido para dar un sentido
a su proyecto de vida y porque funciona como una rejilla de lectura cultural -Paul Ricoeur
diría que nuestra comprehensión del relato pasa por una primera aprehensión en que las
herramientas son proporcionadas por la cultura a la cual pertenecemos. En ese sentido, el
esquema narrativo canónico sería a lo más un primitivo instalado en el nivel semionarrativo
por el procedimiento retroactivo que hemos considerado para las disposiciones pasionales: el
uso colectivo da origen a un estereotipo cultural, que figura después en el almacén disponible
para una nueva convocación en discurso.
224 LOS CELOS

inquietud
sospecha
APEGO -> DESCONFIANZA visión exclusiva AMOR
EXCLUSIVO RECELOSA emoción ODIO
moralización

figuración. La confrontación es implicada a la vez por el apego exclusivo y


por el recelo, concebido como una toma de conciencia de la rivalidad y de
la amenaza. La desconfianza se presenta como una forma de la domi­
nación al desencadenar la crisis fiduciaria; en efecto, en esa etapa el ce­
loso puede reconocer los méritos de su rival y su “derecho al objeto”, inclu­
so se devalúa a sí mismo, lo que es otra manera de considerar que el rival
lo va a superar. En el modo del simulacro, la crisis celosa misma ocupa el
lugar de la apropiación y del desposeimiento, porque da a el espectácu­
lo de la conjunción entre S2 y O,S3. Para terminar, se puede identificar
por una y otra parte de la prueba un equivalente del contrato previo en el
apego inicial, y una contraprueba en la reactivación final, gracias a la cual
el celoso retoma la iniciativa.
Se podría adelantar aquí, por generalización, a título de hipótesis, que
la macrosecuencia de un dispositivo patémico obedece a la lógica aspectual
del esquema narrativo canónico. Durante la puesta en discurso, las presu­
posiciones entre los dispositivos modales específicos de cada rol patémico
de base son reinterpretadas desde el punto de vista de la lógica sintáctica
discursiva, de manera que la secuencia modal aparece, entonces, como un
encadenamiento de etapas generalizable que rige la competencia discursi­
va de un narrador.

® La rnicrosecuencia

Por el contrario, la rnicrosecuencia parece obedecer a una lógica estricta­


mente patémica. La aspectualización de la secuencia modal constitutiva
produce ciertamente un esquema en el que se ha reconocido progresiva­
mente las etapas sucesivas a propósito de la avaricia y luego de los celos.
La inquietud constituye al sujeto apasionado, puesto que comporta un
reembrague sobre el sujeto tensivo; independientemente del apego mismo,
ella determina en efecto una cierta “propensión” a la crisis pasional, cual­
quiera que ésta sea. La inquietud pone en movimiento la dinámica modal
y desemboca en la crisis de celos si el reembrague opera en el campo de
un apego exclusivo. La pregunta que se plantea es: ¿dónde comienza el
proceso pasional propiamente dicho? De ahí la segunda cuestión: ¿en la
cadena discursiva, dónde comienza la tensión patémica específica de la
pasión estudiada? Se denominará constitución a la etapa que corresponde
jjkjo k-zŁJUkyo 220

al reembrague en que previamente es definido el estilo tensivo del sujeto


apasionado, que en el caso de los celos toma la forma de una oscilación tí­
mica que no llega a polarizarse. Según las épocas, las culturas y los auto­
res, la constitución será interpretada como un “temperamento” (en
Stendhal o en Proust), como un “destino” (en Racine) o incluso como el
surgimiento del caos vital (en Shakespeare). La constitución del sujeto
apasionado es, pues, la fase que procura al conjunto del proceso su estilo
semiótico.

N.B. Está por realizarse el estudio de los estilos semióticos, a partir de las
modulaciones de la tensión; se trata, para la semiótica por venir, de un impor­
tante dominio de investigación que tendría como objetivo a la vez una teoría
de la aspectualización y una exploración de las manifestaciones pasionales.
Las evasivas de la veleidad, la languidez del aburrimiento, junto a la
agitación de la inquietud, serían algunas de la formas por elucidar.

La sospecha y la búsqueda que de ahí resultan procuran luego al


celoso las calificaciones requeridas para la visión exclusiva, como en una
búsqueda de las modalizaciones necesarias para la performance tímica.
Además, el que conduce la búsqueda no es forzosamente el celoso: Swann
comparte las dificultades con sus amigos o incluso con profesionales.
Desde ese punto de vista, los estereotipos sociales de los celos casi han
entrado en las instituciones, puesto que una gran parte de la actividad de
los detectives privados está tradicionalmente consagrada a ese género de
búsqueda. Otelo, por su parte, no se rebaja al punto de contratar a un
investigador, pero solicita después de todo a Yago el “hacerle ver” la cosa.
La sospecha y la búsqueda, en la medida en que concurren para instalar
en el celoso un dispositivo modal sensibilizado, corresponden a la disposi­
ción. Se notará a ese respecto que, aun si el hacer cognoscitivo es delegado
a otros actores, el celoso continúa siendo el sujeto de estado (sospechoso,
difidente) que recibe las modalizaciones sensibles.
La visión exclusiva y la adquisición de la certidumbre que abarcan la
transformación tímica principal podrían ser generalizadas y denominadas
patemización. El resultado de la patemización será una emoción, definida
como un estado patémico que afecta y moviliza todos los roles del sujeto
apasionado. En fin, la emoción se manifiesta por medio de un compor­
tamiento observable, que es el objeto principal de las evaluaciones éticas y
estéticas que hemos convenido en llamar moralización.
Si la crisis celosa es “narrable”, se debe a que obedece a una lógica
discursiva proyectada por aspectualización en las presuposiciones moda­
les y porque se organiza en un esquema patémico canónico que tendría la
forma siguiente:
226 LOS CELOS

CONSTITUCIÓN SENSIBILIZACIÓN MORALIZACIÓN

DISPOSICIÓN PATEMIZACIÓN EMOCIÓN

La constitución, la sensibilización y la moralización han sido reconoci­


das como los tres grandes modos de construcción de los universos pasiona­
les connotativos que controlan las culturas individuales y colectivas.22 Por
esa razón, esos tres segmentos comportan, en el esquema patémico canó­
nico, referencias a las axiologías pasionales y, más particularmente, a
aquellas que aseguran la regulación de las relaciones sociales e interin­
dividuales; para eso, convocan rejillas ideolectales y sociolectales de repre­
sentación de la pasión, de sus causas, de sus efectos, de sus criterios de
identificación y de evaluación. Finalmente, la disposición, la patemización
y la emoción son las etapas sucesivas del proceso pasional propiamente
dicho, por el cual el sujeto se encuentra conjunto con el objeto túnico.

Los esquemas pasionales: realizaciones concretas

® Los amores fiduciarios de Roxane

La sintaxis general de los celos procura unidades discursivas y no uni­


dades textuales; tampoco la ubicación de una forma aspectual del proceso
permite prever el orden de aparición lineal de las etapas de la pasión du­
rante la manifestación. El examen de algunas realizaciones concretas de­
bería permitir esbozar un principio de variación textual.
Por ejemplo, se puede buscar la confirmación y la verificación en Rá­
eme. Alrededor del personaje de Roxane, Bajazet ofrece una realización casi
íntegra y particularmente detallada de la macrosecuencia. El apego es, pa­
ra comenzar, cuidadosamente justificado, sobre el modo del deber-estar-ser:

...méme témérité, périls et crainte commune


Liérent pour jamais leurs coeurs et leurs fortunes.23

[.. .la misma, temeridad, peligro y temor comunes


unirán para siempre sus corazones y sus fortunas.]

Cf. supra, “A propósito de la avaricia”, “La sensibilización”.


23 Acto i, escena 1. Cursivas nuestras.
LOS CELOS 227

La confianza es también solicitada, pero ahora como el negativo de la


desconfianza:

Je veux que devant moi, sa bouche ¿t son visage


Me découvrent son coeur sans me laisser d’ombrage^

[Quiero que en mi presencia, su boca y su rostro


me revelen su corazón sin dejarme receloso.]

Puede uno obtenerla también gracias a un primer “don de la fe”, que


repercute la “confesión de dependencia”:

Justifiez la foi queje vous ai donné...24


25

[Justificad la fe que os he dado...]

El acto II está enteramente consagrado a la proposición y a la acep­


tación del contrato fiduciario; el otorgamiento del contrato se sitúa entre
los actos II y III y sólo es evocado por presuposición al inicio del acto ni;
aparecen muy rápido el recelo y el estremecimiento fiduciario. Los actos
ni y IV son, para Roxane, los de la crisis celosa; para comenzar, encon­
tramos la inquietud:

Ce jour me jette dans quelque inquiétude.26

[Este día me infunde alguna inquietud.]

Sigue la difidencia, después la visión exclusiva suscitada por la


misma Roxane (Sp, bajo la forma de una trampa tendida a Bajazet y
Atalide, es decir, a S3 y S2, respectivamente. El aspecto “espectacular” de
la visión exclusiva no procede solamente de las exigencias de la repre­
sentación teatral, es dictado aquí por el esquema patémico de los celos: al
lado de las transformaciones epistémicas y veridictorias que revelan a
Roxane la indiferencia de Bajazet para con ella y su amor por Atalide,
transformaciones suficientes en una lógica que sólo sería cognoscitiva, hay
que tener en cuenta la transformación túnica que únicamente puede acae­
cer por la puesta en escena del simulacro figurativo de la conjunción entre
S2 y S3. En ese momento de la secuencia pasional, Sjl (Roxane) y S3
(Bajazet) no tienen otra cosa para intercambiar que manifestaciones de
crueldad y de indiferencia, así como manipulaciones túnicas.
Por lo demás, la realización canónica de la macrosecuencia es cuida-

24 Acto i, escena 3. Cursivas nuestras.


25 Acto II, escena 1.
26 Acto III, escena 6.
228 LOS CELOS

desámente articulada en el recorrido de las transformaciones fiduciarias.


Cada puesto de ese recorrido procura una forma particular al apego de
Roxane; sucesivamente: el apego confiado, el apego desconfiado y receloso,
el apego difidente. Pero Bajazet ofrece además una realización del cuarto
puesto, anterior al apego confiante mismo que correspondería a un apego
por “abandono de difidencia”, bajo la forma ya encontrada del “don de la
fe”. El don de la fe se describe más específicarmente como una renuncia
(una negación) por la cual S1 se rinde a S3, por la cual la amante se pone a
la merced del amado; lo que permite comprender retrospectivamente por
qué, en Stendhal, los celos gustan a las mujeres, quienes los suscitan
como para obtener un reconocimiento de su poder.
El encadenamiento de las diversas formas del apego se basa, por con­
siguiente, en una estrategia amorosa compleja, en la que la confianza y la
difidencia suponen una reciprocidad entre Sj y S3. Se trata de un inter­
cambio de beneficios túnicos en un caso e intercambio de malos procede­
res en el otro, y en el que la desconfianza y la ausencia de difidencia supo­
nen en cambio la ausencia de reciprocidad, una actitud amorosa unilate­
ral en la que ST se compromete o se libera según el caso, pero siempre sin
contraparte. En suma, el recorrido de las transformaciones fiduciarias
revela un recorrido figurativo en el amor que tendría la siguiente forma:

reciprocidad

intercambio prueba
amoroso amorosa

reserva
don
amorosa
amoroso

unilateralidad

Este tipo de recorrido explica en parte la recurrencia de la secuencia


pasional: los celos, aunque globalmente organizados en el principio del
esquema discursivo, pueden recorrer varias veces la secuencia, pero
guardando en cada intervalo el “recuerdo” de las traiciones, de las defec­
ciones y de las renuncias anteriores.

® Los vestigios del esquema narrativo en La celosía

Si nos volvemos ahora hacia las realizaciones no canónicas, como la nove­


la de Robbe-Grillet La celosía, se descubre una opción muy diferente: la
sintaxis de los celos es respetada globalmente, pero de manera paradójica
la dimensión tímica está ausente de la novela. También la confianza, la
difidencia, el sufrimiento y sus equivalentes están excluidos de la mani­
festación. En cambio, en cada una de las etapas de la secuencia pasional,
todo lo que toca a lo pragmático y a lo cognoscitivo está cuidadosamente
restituido. El apego se deja ver, pero únicamente como contemplación de
la belleza sensual del personaje denominado A... (¿.e.: S3) y sin que uno
pueda verdaderamente diferenciarlo de la contemplación del ciempiés o
de la de los plátanos también tan frecuentes, si no es que más. Igual­
mente, el recelo está ahí, pero sin que se manifieste ninguna desconfian­
za; uno nota a lo más comentarios sobre la indiscreción de S2, y una serie
de observaciones prácticas que señalan la presencia invasora de un tercer
personaje masculino en la pareja:

Bien qu’il ne se livre á aucun geste excessif, bien qu’il tienne sa cuillére de faęon
convenable et avale le liquide sans faire de bruit, il semble mettre en oeuvre, pour
cette modeste besogne, une energie et un entrain démesurés. [...] il manque de
discrétion.27

[Aunque no se abandona a ningún gesto excesivo, aunque sujeta su cuchara co­


rrectamente y traga el líquido sin hacer ruido, para esa modesta tarea parece
aplicar una energía y una pujanza desmesuradas. [...] carece de discreción.!

Franek raconte une histoire de voiture en panne, riant et faisant des gestes avec
une énergie et un entrain démesurés.28

[Riendo y haciendo gestos con una energía y una pujanza desmesuradas, Franek
cuenta una historia de un auto descompuesto.]

El texto es explícito al menos en un punto: el carácter invasor del per­


sonaje no se debe a un comportamiento objetivamente excesivo o impropio
(“aunque no se abandona a ningún gesto excesivo”); lo que él intenta im­
plícitamente aprehender por medio de la manifestación de una energía
extraña en el campo exclusivo de S t es la emergencia de la sombra de un
rival, de un sitio hostil que se dibuja en el territorio visual de Sr La “dis­
creción”, en este caso, sería la transposición cognoscitiva del respeto de la
unidad exclusiva que Sj ha creado, y la falta de discreción la de una
usurpación cualquiera en esa unidad exclusiva; reprochar a S3 su falta de
discreción es pues presuponer la existencia de la exclusividad.
La ruptura del contrato fiduciario y la desconfianza son patentes, pe­
ro únicamente por presuposición y catálisis: a partir de posiciones de ob­

27 París, Ed. de Minuit, 1957, p. 23.


r¿& Ibid., p. 110.
230 LOS CELOS

servaciones incómodas, por ejemplo, el narrador emite discretamente con­


clusiones que presuponen su desconfianza respecto a S2 o a S3:

.. .impossible de controler...”

[.. .imposible controlar...]

...le visage de Franek, presque á contre-jour, ne llore pas la moindre impression.

[...casi a contraluz, el rostro de Franek no revela la menor impresión.]

“...les traits de A..., de trois quarts arriére, ne laissent ríen apercevoir.

[...los rasgos de A..., de tres cuartos por atrás, nada dejan distinguir.]

La ausencia de saber, constatada incidentemente en el transcurso de


la descripción, es atribuida no a una incapacidad intrínseca del obser­
vador, sino a un acuitamiento del informador, quien no “deja” ver que no
“da” nada; ciertamente, se trata de una estrategia de descripción bastante
trivial, consistente en proyectar sobre el objeto las coerciones impuestas
por la focalización y en atribuirles una pretendida intención; sin embargo,
esa trivialidad comprende una conversión actancial que está lejos de ser
trivial en sí misma (la conversión de un objeto en sujeto): es una de las
fluctuaciones posibles de los dispositivos actanciales en el interior de los
simulacros suscitados por los celos. Además, esa desconfianza nacida del
no saber de Sx presupone al menos un metasaber, que se apoya en el he­
cho de que habría algo que ver (en el rostro de A... o en el de Franek); es
así como nace la sospecha.
Ya no encontramos la emoción entre las etapas de la microsecuencia,
puesto que es exclusivamente tímica y está fundada en el sufrimiento; en
cambio, queda algo de la inquietud en la medida en que puede manifes­
tarse como una simple oscilación, sin otra precisión que tenga que ver con
la euforia y con la disforia; también toma aquí la vía de alternativas cog­
noscitivas no decidibles, que surgen a cada instante: A... ¿comió o no (p.
24)? A... ¿regresará antes del anochecer o no (pp. 122-130)? Por otra par­
te, se reconoce sin dificultad la búsqueda celosa, ya que es esencialmente
cognoscitiva; se asiste a la compilación de índices, a la constitución de una
red cognoscitiva. Pero falta siempre la prueba y la certidumbre; compa­
rando esa ausencia con la de toda manifestación tímica, somos llevados a
pensar que la segunda explica la primera: la prueba y la certidumbre sólo
ocurrirían en los celos, llamadas por una espera inquieta, a la cual esta­
rían en posibilidades de aportar un alivio de naturaleza tímica y ya no
cognoscitiva. También el pesquisidor de Robbe-Grillet se queda en los ires
y venires entre los indicios, en la repetición de las mismas figuras y de las
mismas escenas sin que ninguna parezca decisiva: la contracción textual
de lo tímico impide toda manifestación del creer.
LOS CELOS 231

Para terminar, constatemos en esa novela la omnipresencia de la


visión exclusiva; S2 y S3 están en sus sillones, Sj está en un sillón aparta­
do; S2 y S3 son de la misma opinión, tiene otra opinión; S9 y Sg han
leído la misma novela, que Sx no conoce, y así sucesivamente. La repre­
sentación de la pareja S^Sg está en el centro de los motivos narrativos: la
comida, el aperitivo, la salida, el regreso, la lectura; la descripción invade
el texto porque el relato no es otra cosa que la yuxtaposición de las “esce­
nas” ofrecidas a Sx por S^Sg. Así es como la técnica propia de la Nueva
Novela (Nouveau Román) se encuentra resemantizada, remotivada den­
tro de la configuración de los celos.
Con la ausencia de la dimensión tímica, el texto de Robbe-Grillet sólo
guardó la huella de la sintaxis pasional: como algunas rocas duras resis­
tentes a la erosión, uno sólo encuentra las modificaciones y modalizacio­
nes proyectadas por el recorrido pasional en las dimensiones pragmática y
cognoscitiva, pero sin que este último esté directamente textualizado. La
huella como procedimiento de textualización encuentra un eco metadis-
cursivo explícito en las “huellas”, figuras del mundo natural, descritas en
la misma novela: huella del ciempiés aplastado sobre el muro o huella de
palabras y de letras sobre la carpeta de un escritorio. Los límites
impuestos al saber del narrador no son suficientes para dar cuenta de ese
procedimiento, puesto que no se trata solamente de focalización; el efecto
de “huella” resulta de una verdadera erosión discursiva, una forma de
textualización que rebasa la cuestión del modo narrativo. En esa novela la
configuración pasional es tratada como un marco de regias discursivas
implícitas, que no aparecen como tales pero que determinan el texto por
completo. Esa tentativa literaria prueba a la vez la dependencia y la au­
tonomía de la dimensión tímica con respecto a las otras dos: dependencia,
porque el efecto de sentido pasional no está menos presente en las moda­
lizaciones de las otras dos dimensiones; autonomía, porque puede estar
totalmente implícita sin que eso afecte a la inteligibilidad del texto.

® Diseminación y agitación en Un amor de Swann

En Proust, por el contrario, es el conjunto de las presuposiciones y de los


encadenamientos sintácticos el que se encuentra cuestionado. Por una
parte, el principio es reafirmado, porque la presuposición sintáctica es
una de las herramientas explicativas más poderosas del análisis psicológi­
co proustiano; por la otra, ese principio es sin cesar trastornado por la
permanencia y la recurrencia de las mismas crisis o disposiciones pasio­
nales a lo largo de toda la novela.
Nos enteramos así de que un amor puede nacer sin el deseo inicial,
como una historia puede comenzar in medias res:
232 LOS CELOS

En reconnaissant un de ses [de l’amour] symptomes, nous nous rappelons, nous


faisons renaitre les autres. Comme nous possédons sa chanson, gravee en nous
tout entiére, nous n’avons pas besoin qu’une femme nous en dise le debut [...]
pour en trouver la suite.29

[Al reconocer uno de sus síntomas [del amor], nos acordamos, hacemos renacer a
los otros. Como poseemos su canción, grabada toda entera en nosotros, no necesi­
tamos que una mujer nos diga el principio [...] para encontrar la continuación.]

Pero hay que observar inmediatamente que el enamorado que se


muestra capaz de ese tipo de presuposiciones es un hombre de experiencia
que “ha sido varias veces tocado por el amor”, y ya que dispone del me-
tasaber necesario puede comportarse como el narrador de su propio reco­
rrido pasional; en ese sentido, la pasión llega a ser una cadena de sucesos
inscrita en competencia, que uno puede sin perjuicio tomar por la mitad:
todo el resto se reconstituye por presuposición. En cierta forma, Proust
subraya así el estatuto de estereotipo cultural de esos esquemas discursi­
vos: habiendo “grabado en nosotros” toda la secuencia, la experiencia o la
memoria resurgirá siempre en un solo bloque.
Otra manifestación de la competencia discursiva del sujeto apasiona­
do: por un simple recuerdo uno puede sufrir durante mucho tiempo de la
misma manera y con la misma intensidad:

La souffrance ancienne le refaisait tel qu’il était avant qu’Odette ne parlát: igno­
rant, confiant; sa cruelle jalousie le replaęait, pour le faire frapper par l’aveu
d’Odette, dans la position de quelqu’un qui ne sait pas encore.30

[El antiguo sufrimiento lo colocaba de nuevo en el estado que estaba antes de que
hablara Odette: ignorante, confiado; sus crueles celos, para hacerlo temblar por la
confesión de Odette, lo volvían a poner en la posición del que todavía no sabe...]

La capacidad para operar presuposiciones aparece aquí todavía como


una propiedad del sujeto apasionado, como un componente de su compe­
tencia túnica; aquí mismo el sufrimiento resucita el apego confiado inicial,
como si merced a la presuposición el celoso estuviera programado para re­
vivir, en cada ocurrencia, todas las etapas de su pasión: ilustración es­
plendorosa de la preeminencia de la sintaxis en el mecanismo pasional,
puesto que el sufrimiento de los celos sólo puede serlo a condición de que
el sujeto reconstruya y recorra en cada momento todas las etapas anterio­
res, regresando al principio mismo, y que vuelva a conocer de nuevo todos
los imprevistos modales.
No obstante, eso no impide que la sintaxis canónica sea perturbada y
complicada por la recurrencia de las crisis celosas. Es como si, en cada
29 A la recherche du temps perdu, op. cit., t. I, pp. 196-197.
30 A la recherche du temps perdu, op. cii., 1.1, p. 368.
LOS CELOS 233

una de las etapas de la macrosecuencia -apego exclusivo, recelo y descon­


fianza...- el sujeto apasionado desempeñara ya la escena crucial de los ce­
los propiamente dichos. Por ejemplo, un esbozo de rnicrosecuencia celosa
aparece desde la ubicación del apego exclusivo:

De tous les modes de production de l’amour, de tous les agents de dissémination


du mal sacre, il est bien l’un des plus efficaces, ce grand souffle d’agitation qui
passe parfois sur nous. Alors l’étre avec qui nous plaisons á ce moment-lá, le sort
en est jeté, c’est lui que nous aimerons. [...] Ce qu’il fallait, c’est que notre goút
pour lui devínt exclusif.31

[De todos los modos de producción del amor, de todos los agentes de diseminación
del mal sagrado, ese gran soplo de agitación que pasa a veces sobre nosotros es
uno de los más eficaces. Entonces la suerte está echada, el ser con quien
coqueteamos en ese momento será a quien amemos [...] Sólo haría falta que se
convirtiese en exclusivo nuestro gusto por él.]

Antes de experimentar ese gusto exclusivo por Odette, Swann sólo la


había notado como objeto estético (un Botticelli). Esa tarde, cuando la
busca en París, la agitación que lo atrapa transforma en inquietud y
sufrimiento la certidumbre tranquila que tenía de encontrarla en la casa
de los Verdurin; ese sufrimiento transforma el deber-estar-ser de la pri­
mera confianza en querer-estar-ser y querer-hacer, que Proust traduce co­
mo “la insensata y dolorosa necesidad de poseerla” (p. 231), de la misma
forma que el sufrimiento de la crisis celosa propiamente dicha conlleva
una reactivación del amor. Lo que hace decir a varios comentaristas que
el amor nace aquí de los celos.
Es verdad que, al leer Un amor de Stuann, podría uno estar tentado
de pensar que los celos están presentes por entero en cada una de las eta­
pas que los constituyen. Así, Proust puede afirmar:

...ce que nous croyons notre amour, notre jalousie, n’est pas une méme passion
continué, indivisible. lis se composent d’une infinité d’amours successifs, de
jalousies différentes et qui sont éphéméres, mais par leur multitude ininter-
rompue donnent l’impression de la continuité, l’illusion de l’unité.32

^Ibid., pp. 230-231.


32 Habría mucho que decir sobre esa dialéctica de lo continuo y de lo discontinuo.
Proust tomaría aquí el partido de considerar lo discontinuo como primero y lo continuo
como segundo, resultando éste de alguna manera de la infinitización del primero: cuando
la segmentación de un proceso es llevada a los límites, aparece como continuo. Es nece­
sario ver que todo depende de la capacidad de acomodación del observador o de la distan­
cia desde la que observa. Esa presentación es característica de la teoría del conocimiento
que está en la base de toda En busca..., según la cual el saber sólo se construye en la
dialéctica entre la pluralización y la homogeneización de las figuras, gracias a un ir y venir
entre las posiciones de observación.
234 LOS CELOS

[...lo que creemos nuestro amor, nuestros celos, no es una misma pasión continua,
indivisible. Se compone de una infinidad de amores sucesivos, de celos diferentes
que son efímeros, pero dan la impresión por su multitud ininterrumpida de la con­
tinuidad, la ilusión de la unidad.]

De hecho, la dispersión de la crisis celosa en todas las etapas de la


macrosecuencia se explica de dos maneras. Primeramente, como cada rol
pertenece al dispositivo patémico, es süsceptible de ser también tratado
como una microsecuencia específica, y el apego exclusivo, por ejemplo,
puede ser analizado como “inquietud-sufrimiento-necesidad de poseer”;
como, por otra parte, cada rol patémico recibe todo su sentido del conjunto
al cual pertenece, cada uno de ellos presenta fuertes semejanzas con el rol
específico, aquél, aquí, de los celos, en el nivel del efecto de sentido, que es
en el que se coloca el novelista.
Además, la dispersión de las crisis celosas es un efecto de la aspectua­
lización temporal y de la posición del observador: para un observador que
hiciera la síntesis de manera retrospectiva, la pasión se presentaría como
única y continua, susceptible de ser contada como un proceso homogéneo;
para un observador que practicara el análisis, situándose en coincidencia
con cada manifestación, la pasión no sería más que una sucesión de crisis
distintas. Ello confirmaría la utilidad de la oposición entre la aspectua­
lización “segmentativa”, creadora de los esquemas discursivos, y la aspec­
tualización “demarcativa”, creadora de los efectos de continuidad y de dis­
continuidad en los discursos.
Porque, de hecho, la temporalización discontinua y aparentemente re­
currente de la macrosecuencia no impide a la pasión desarrollarse según
el esquema canónico que hemos establecido: el sufrimiento, por ejemplo,
está presente sin cesar, pero el sufrimiento nacido de la incertidumbre (la
desconfianza recelosa) es diferente del nacido de la certidumbre (la visión
exclusiva); cuando Odette confiesa sus relaciones homosexuales -una de
sus raras confesiones-, el narrador constata:

Cette souffrance qu’il ressentait ne ressemblait á ríen de ce qu’il avait cru [...]
parce que, méme quand il imaginait cette chose, elle restait vague, incertaine,
dénuée de cette horreur particuliére qui s’était échappée des mots “peut-étre deux
ou trois fois”, dépourvue de cette cruauté spéciíique aussi différente de tout ce
qu’il avait connu qu’une maladie dont on est atteint pour la premiére fois.33

[Ese sufrimiento que resentía no se parecía a nada de lo que él había creído [...]
porque, incluso cuando imaginaba esa cosa, permanecía vaga, incierta, privada de
ese horror particular que se había escapado de las palabras “dos o tres veces
quizás”, desprovista de esa específica crueldad tan distinta de todo lo que había
conocido como una enfermedad que se padece por vez primera.]

33 A la recherche da temps perdu, op. cit., t. I, p. 363.


LOS CELOS 235

Aun si hay recurrencia del sufrimiento en la historia de los celos de


Swann, de la misma manera cada sufrimiento permanece sin embargo
específico del rol patémico del que nace; en el ejemplo precedente, Odette
acaba de dar un ejemplo concreto de un encuentro homosexual, cuyas cir­
cunstancias son conocidas por Swann; todas las condiciones están pues
reunidas para que esa confesión se transforme para él en visión exclusiva,
en “escena” de la conjunción 82/83:

Ce second coup porté á Swann était plus atroce encore que le premier. [...] Odette,
sans étre intelligente, avait le charme du naturel. Elle avait raconté, elle avait
mimé cette scéne avec tant de simplicité que Swann, haletant, voyait tout: le báille-
ment d’Odette, le petit rocher. II l’entendait repondré -gaiment, helas!-: “Cette
blangue!”34

[Para Swann ese segundo golpe fue aun más cruel que el primero [...] Odette, sin
ser inteligente, tenía el encanto de la naturalidad. Ella contó, ella imitó esa escena
con tanta sencillez que Swann, anhelante, veía todo: el bostezo de Odette, el
peñasco pequeño. La oía contestar-alegremente, ¡ay!-: “¡Esa charlatanería!”!

Todas las etapas de la macrosecuencia comportan su parte de sufri­


miento, pero sólo esta última es característica de la certidumbre del celoso
y presupone a todas las otras. Reconocemos ahí inmediatamente a un es­
pectador “que percibe todo”, pero excluido de la escena, y al ser amado
que, literalmente, como un buen actor, desempeña su papel en la escena
para la edificación del celoso: el hacer cognoscitivo del que S1 es el desti­
natario, para ser eficaz y fundar su creencia, debe entonces desplegar con­
cretamente los recorridos figurativos esperados; desde otro punto de vista,
si uno buscara criterios distintivos para identificar superficialmente los
procesos pasionales, la eficacia figurativa podría ser uno de esos criterios,
en la medida en que requieren un recorrido figurativo susceptible de soli­
citar una actividad perceptiva en el sujeto.

• Perturbaciones y salidas prematuras

En lo esencial, la canonicidad de la macrosecuencia depende del buen fun­


cionamiento de las presuposiciones. Desde que un presupuesto hace falta,
la secuencia pasional se desvía, se interrumpe, desemboca en pasiones
que no pertenecen más a la configuración de los celos; de manera que tal o
cual, que podría ser celoso -ateniéndose estrictamente a la situación
amorosa aprendida in medias res-, sin embargo no lo es. El teatro de Ra­
cine, en el que los celos son un resorte dramático omnipresente, ofrece va­
rios ejemplos de ese desvío pasional.
Si los celos de Teseo fFedra) se transforman sin más desde la descon-

34 Ibid., p. 366. Cursivas nuestras.


236 LOS CELOS

fianza y viran hacia el furor vengativo, es porque falta aquí el presu­


puesto de “rivalidad” y sobre todo el de la comparabilidad de los rivales:
Teseo está en posición de Destinador en relación con Hipólito y dispone de
una competencia -en particular, del orden del poder-hacer- que falta a su
hijo. Si los celos de Antioco (Berenice) se deslizan indefinidamente en la
etapa de la inquietud y se reducen al suplicio infligido por la oscilación in­
definida entre las fases de esperanza y las fases de desesperanza, se debe
a que le falta desde el inicio el deber-estar-ser y el creer; tampoco los puede
presuponer su sufrimiento. Antioco es un enamorado transido, cuyo apego
es unilateral (sobre el modo del “don de la fe”), y que no puede ser celoso
al no haber adquirido jamás el derecho de esperar.
Basándose en la variación de los presupuestos, sería importante calcu­
lar las derivaciones posibles a partir de la macrosecuencia; aquí esbozare­
mos sólo las grandes líneas de ese cálculo. Para comenzar, como lo hemos
hecho al entrar en el tema, habría que distinguir entre los dos grandes ti­
pos de puesta en perspectiva: o bien la conjunción entre S2 y S3 es anterior,
y los celos son entonces un temor -un sufrimiento prospectivo-, o bien esa
conjunción está por venir, y los celos son entonces un pesar -un sufrimien­
to retrospectivo-, reflejando así la dicotomía entre las dos grandes tenden­
cias del imaginario humano, representadas por un lado por las pasiones de
la espera y por el otro por las de la nostalgia. Cualquiera que sea la puesta
en perspectiva, como en Proust, la inquietud del celoso recae siempre sobre
un acontecimiento presente en el simulacro pasional. Pero el cálculo de las
derivaciones debe tener en cuenta ese desdoblamiento que reencuentra sus
derechos desde que el presunto celoso sale del recorrido canónico: en cada
salida, dos vías se le presentan a este último. Así, para un “celoso temero­
so”, la salida en la etapa del apego confiado será una forma de “esperanza”,
mientras que para un “celoso apesadumbrado” será una “seguridad” o un
“alivio” (i.e. el rival ya no está allí). La derivación a partir del recelo dará
una “aprehensión” para el “celoso temeroso” y un “resentimiento” para el
“celoso apesadumbrado”, y así sucesivamente. No estando ya solidarizadas
por una sintaxis coherente, las pasiones derivadas retoman su autonomía
y ya no es posible entonces considerar que, por ejemplo, cada una de las
parejas “esperanza/alivio” o “aprehensión/resentimiento” constituyan una
sola pasión susceptible de variar en función de un cambio de perspectiva:
se trata de pasiones diferentes.
El conjunto de las derivaciones pasionales insertadas en la macrose­
cuencia constituye una configuración patémica en la que se despliegan las
potencialidades sintácticas de los celos: en cada etapa -porque uno de los
presupuestos está ausente o mal asegurado- se esbozan escapatorias que
son aprovechables en el momento de la textualización, ya sea en conden­
sación o bien en expansión, hasta el punto de hacer cambiar bruscamente
el desarrollo de la rama principal.
LOS CELOS Z37

Formas realizadas de la microsecuencia

El desencadenamiento de la crisis pasional requiere dos operaciones dis­


cursivas: por una parte, el reembrague sobre el sujeto tensivo y, por la
otra, la inscripción del dispositivo sensibilizado en el eje del parecer. Esas
dos operaciones tienen como efecto de sentido la “entrada” en el simulacro
pasional.

0 La inquietud de Swann

La etapa inicial de la microsecuencia, alrededor de la inquietud y de sus


variantes figurativas, ofrece en Proust numerosas manifestaciones de las
propiedades tensivas de la foria. El más bello ejemplo de la desemantiza-
ción del objeto de valor, reducido a ser únicamente una valencia, es sin
duda la asociación de Odette con la pequeña frase de Vinteuil. Detrás de
la descripción figurativa y sensorial de la frase musical, se dibuja una ar­
madura sintáctica fundada enteramente en las disposiciones aspectuales:
retardos, dilaciones, esperas, sorpresas, incidencias y decadencias. Esas
figuras aspectuales están explícitamente asociadas a Odette de Crécy, el
objeto de valor; en una época en que cada audición de la frase evoca la
imagen de Odette, Proust cuenta:

C’est que le violon était monté á des notes hautes oú il restait comme pour une
attente, une attente qui se prolongerait sans qu’il cessát de les teñir, dans l’exalta-
tion oú il était d’apercevoir déjá l’objet de son attente qui s’approchait, et avec un
effort desesperé pour tácher de durer jusqu’á son arrivée, de l’accueillir avant
d’expirer, de lui maintenir encore un moment de toutes ses derniéres torces le
chemin ouvert pour qu’il pút passer, comme on soutient une porte qui sans cela
retomberait.30

[El violín permanecía en las notas altas a las que había subido como en espera de
algo, una espera que se prolongaría sin que él cesara de sostenerlas, exaltado
como estaba de ver ya aproximarse al objeto de su espera y esforzándose desespe­
radamente para tratar de durar hasta que llegara, para acogerlo antes de expirar,
para todavía mantenerle por un momento con sus últimas fuerzas el camino
abierto para que pudiera pasar, de la misma forma como se sostiene una puerta
que sin eso caería.]

La metáfora musical no es inocente: permite reducir la totalidad del


recorrido pasional -espera, exaltación, desesperación- a esa disposición as­
pectual que proponen los verbos “prolongar”, “cesar de”, “aproximar”, “du­
rar”, “tratar de”, “expirar”, “sostener”. Por eso, el objeto en cuestión no es ya
hablando con propiedad un objeto de valor, puesto que no es más que un
35 Ibid., p. 345.
238 LOS CELOS

operador de retardo o de avance, de incidencia o de decadencia aspectual; lo


que resulta en extravasarlo como objeto de valor, en reducirlo a propie­
dades de tipo tensivo: el “objeto” de la pasión sería de hecho una valencia.
También el gozo (antes de la decepción) experimentado por Swann es un

...jouissance qui elle non plus ne correspondait á aucun objet extérieur et qui
pourtant, au lieu d’étre purement individuelle comme celle de l’amour, s’imposait
á Swann comme une réalité supérieur aux choses concretes.36

[...gozo que ella tampoco relacionaba con ningún objeto exterior y que, no
obstante, en vez de ser puramente individual como el del amor, se imponía a
Swann como una realidad superior a la de las cosas concretas.)

El “ella tampoco” hace referencia a una impresión parecida procurada


por la asociación de Odette con otra forma estética. El objeto de Swann es
una “sombra de valor”; por otra parte, como valencia, está explícitamente
manifestada en este comentario:

De sorte que ces parties de l’áme de Swann oú la petite phrase avait effacé le souci
des intéréts matériels, les considérations humaines et valables pour tous, elle les
avait laisséss vacantes et en blanc, et il était libre d’y inseriré le nom d’Odette/

[De modo que esas partes del alma de Swann en las que la frasecita había borrado
la preocupación por los intereses materiales, las consideraciones humanas y váli­
das para todos, ella las había dejado vacantes y en blanco y él era libre de inscribir
en ellas el nombre de Odette.]

Las modulaciones de la tensión, cuidadosamente traducidas aquí bajo


la forma de variaciones en el continuo de la frase musical, dibujan en cier­
to modo el lugar de un objeto cualquiera, pero que deberá todo su valor
-ulteriormente definido- a la “proforma” en la cual se inserta; y por eso
no importa qué nombre de objeto aceptable puede inscribirse allí.
Por cierto, el sujeto se vuelve a ligar aquí con el sentir mínimo: no es
más que percepción fundida en su objeto, y se encuentra consecuente­
mente alejada de la comunidad humana:'

Grand repos, mystérieuse rénovation pour Swann [...] de se sentir transformé en


une créature étrangére á l’humanité, aveugle, dépourvue de facultes logiques,
presque une fantastique licorne, une créature chimérique ne percevant le monde
que par l’ouíe.38

[Gran descanso, misteriosa renovación para Swann [...] al sentirse transformado


'^Ibid., pp. 236-237.
37 Ibid., p. 237. Cursivas nuestras.
38 Ibid., p. 237.
LOS CELOS 239

en una criatura extraña a la humanidad, ciega, desprovista de facultades lógicas,


casi un fantástico unicornio, una criatura quimérica que sólo percibe el mundo por
el oído.]

Las propiedades que habíamos prestado a la tensividad fórica nos


hacen poner atención especial a los comentarios que acompañan a esa
estesia; notamos, por ejemplo, que la percepción auditiva está asociada
con el sentir, mientras que la percepción visual participa en la elaboración
cognoscitiva de la significación; la visión es en efecto incapaz de operar
esa regresión más acá de lo cognoscitivo, a diferencia del oído que permite

...entrer en contact avec un monde pour lequel nous ne sommes pas faits, qui
nous semble sans forme parce que nos yeux ne le peręoivent pas, sans significa-
tion parce qu’il échappe á notre intelligence...39

[...entrar en contacto con un mundo para el cual no estamos hechos, que nos
parece sin forma porque nuestros ojos no lo perciben, sin significación porque ésta
escapa a nuestra inteligencia.]

La visión comportaría un discernimiento de tipo gestaltista, por ejem­


plo, y acarrearía la categorización del mundo percibido, mientras que el oí­
do se reservaría la aprehensión de modulaciones infracognoscitivas (Proust
habla en otra parte de “un mundo ultravioleta”) que “no tendrían forma”
por definición. Se podría pensar también que Proust considera la identifi­
cación de las “sombras de valor” como si se produjeran en el horizonte ónti-
co, representado como un incognoscible manifestado cuya valencia sería la
manifestante; pero se contenta con tocar apenas esa idea:

Peut-étre est-ce le néant qui est le vrai et tout notre reve est-il inexistant, mais
alors nous sentons qu’il faudra que ces phrases musicales, ces notions qui existent
par rapport á lui, ne soient rien non plus.40

[Quizás la nada es la verdad y todo nuestro sueño inexistente, pero entonces sen­
timos que esas frases musicales, esas nociones que en relación con ella existen,
tampoco sean nada.]

El motivo de la pequeña frase de Vinteuil nos lleva, por consiguiente


-siguiendo en eso toda la evolución del espacio tensivo-, de la pantalla ón-
tica que está solamente presupuesta por las modulaciones tensivas de la
melodía hasta el discernimiento de un lugar que es el primer acto necesa­
rio para entrar en el dominio cognoscitivo en el que se elabora la signifi­
cación.

™lbid.
40Ibid., p. 350.
240 LOS CELOS

Al instalar al celoso en la dimensión tímica, la fase de agitación inquie­


ta acaba el reembrague tensivo y la entrada en el simulacro pasional en el
que como sujeto apasionado constituido será susceptible de sufrir y de
gozar. Literalmente, la inquietud hace de Swann un ser nuevo, y el na­
rrador describe la “esquicia” que se produce entre el sujeto narrativo y el
sujeto apasionado, como una enajenación y un desdoblamiento de perso­
nalidad bajo el efecto del reembrague tensivo:

II fut bien obligó de constater que dans cette méme voiture qui 1’emmenait chez
Prévost il n’était plus le méme, et qu’il n’était plus seul, qu’un étre nouveau était la
avec lui, adherent, amalgamé á lui, duquel il ne pourrait peut-étre pas se débar-
rasser, avec qui il allait étre obligó d’user de ménagements comme avec un maitre
ou avec une maladie.41

[Se vio en la necesidad de comprobar que en ese mismo coche que lo llevaba con
Prevost él ya no era el mismo, y que ya no estaba solo, que un nuevo ser estaba ahí
con él, adherido, amalgamado a él, del cual no podría quizás deshacerse, con quien
iba a tener que ser cuidadoso como si se tratara de un amo o de un enfermo.]

El desdoblamiento del actor en un sujeto narrativo ordinario que se


desplaza en auto y busca a una mujer joven y a un sujeto apasionado “en­
trado en simulacro” comienza ya -recordémoslo-, con el “unicornio”, esa
“criatura quimérica” suscitada por la percepción auditiva, esa forma cerca­
na del sentir mínimo; porque la inquietud es “agitación”, no hace más que
confirmar o amplificar la rareza de ese nuevo tipo de sujeto. Luego de esa
disociación del universo pragmático y cognoscitivo en la que ha permaneci­
do, el primer Swann puede a la vez favorecer los designios del sujeto apa­
sionado (llevándolo al lado de su amada, por ejemplo), pero también cum­
plir el rol de un observador exterior.
Así, toda la historia del amor de Swann está hecha de alternancias de
agitación y de calma, de inquietud y de serenidad reencontrada; cada fase
de inquietud inaugura un esbozo de crisis celosa, una microsecuencia en
la que el desarrollo textual más o menos importante depende de la so­
lidez de la sospecha y de la competencia patémica -la capacidad de sufrir,
entre otras- de la cual el celoso dispone entonces.

0 Las sospechas de Otelo

Distinguiremos tres fases modales en la sospecha: primeramente, la


especificación y la amplificación cognoscitiva de la inquietud; enseguida,
la modalización epistémica de las fases de la búsqueda, y para terminar,
la modalización veridictoria y la pasión por la verdad.

41 Ibid., p. 228.
LOS CELOS 241

En Swann, la sospecha nace de una contradicción en los comporta­


mientos o en las palabras de Odette; en eso, él procede de un metasaber,
puesto que es necesario que el sujeto cognoscitivo pase a un nivel superior
para comparar dos saberes y para concluir en una contradicción.
En Otelo, también, pero con la particularidad de que el metasaber se
presenta aquí como un saber que tiene por objeto la pasión misma. Por
ejemplo, recordando que Desdémona pasó por encima de la hostilidad
declarada por su padre con respecto a Otelo y que ella incluso ha
escarnecido públicamente, el moro sabrá reconocer en ella una disposición
para vivir las pasiones intensas y para someterse.42 El saber sobre la
pasión, y más precisamente el conocimiento de los roles patémicos ajenos,
tiene sin embargo por lo común un papel regulador que permite prevenir
los comportamientos y las estrategias en la intersubjetividad; pero, al con­
trario, en el caso de los celos todo saber sobre la pasión -y para eso basta
con que el celoso se examine a sí mismo o examine al ser amado- es
desregulador y alimenta a la pasión misma.
En efecto, el celoso puede decidir unilateralmente sobre la exclusividad
del objeto de valor, pero no tiene ese poder sobre los simulacros pasionales
y los dispositivos sensibilizados, que continúan circulando e intercambián­
dose. El saber sobre la pasión y especialmente sobre las pasiones del rival
y del amado(a) es, pues, para un celoso preocupado por la exclusividad, un
saber que recae sobre el carácter en gran parte imprevisible e incontro­
lable de la circulación de los roles patémicos; un saber como ése no puede
sino aumentar la inquietud, puesto que el celoso descubre por esa vía una
brecha en su sistema de exclusividad. De ahí la metáfora recurrente
en Shakespeare, del “monstruo que se nutre de sí mismo”, metáfora que en
cierto sentido traduce la propiedad de propagarse en la intersubjetividad
que habíamos reconocido a los dispositivos sensibilizados.
En cuanto a la amplificación cognoscitiva de la inquietud, está particu­
larmente bien expuesta en Otelo'.

Je crois que ma femme est honnéte et crois qu’elle ne fest pas; je crois que tu
[lago] est probe et crois que tu ne fes pas; je veux avoir quelque preuve.43

[Creo que mi esposa es honrada y creo que no lo es; creo que tú [Yago] eres justo y
creo que no lo eres. Quiero tener alguna prueba.]

42 W. Shakespeare, Othello, Gallimard, “Bibliothéque de la Pléiade”, acto m, escena 3,


p. 829. Las citas en inglés son tomadas de la edición de K. Muir, New Penguin.
43 Ibid., acto III, escena 3, p. 833. Edición inglesa, p. 119, w. 380-382:
“By the world,
I think my wife be honest, and think she is not;
I think that thout art just, and think thou art not.”
242 LOS CELOS

El sufrimiento, que no es todavía aquí precisamente el de los celos, es


provocado por la inestabilidad fiduciaria; como sufrimiento, como junción
disfórica, es un pedido de estabilización, es decir, en este caso, una espera
del otro sufrimiento, aquel que procuran la certidumbre y la visión exclu­
siva. La inquietud no es pues solamente “incoativa” porque se sitúa al ini­
cio de la crisis, sino sobre todo porque reclama una estabilización ulterior;
la falta de estabilidad fórica es pues más fuerte que el temor a la verdad,
ya que mantiene al sujeto en el universo insignificante de las tensiones no
articuladas y no polarizadas; ahora bien, uno sólo puede salir de esa ines­
tabilidad “abriendo” una fase del devenir, lo que se traduce por una moda­
lización de tipo volitivo (el querer-saber) y por una aspectualización de ti­
po incoativo (el desencadenamiento de la búsqueda). La sospecha es la
figura cognoscitiva que asume esa modulación, amplificando la inestabili­
dad túnica hasta hacerla intolerable e instaurando el querer-saber.
El futuro celoso puede no tener, como Otelo, ninguna disposición ante­
rior a los celos -es decir, aquí, ni inquietud ni sospecha-; el héroe de
Shakespeare es de hecho sereno, seguro de sí mismo, moderadamente
apegado a Desdémona. Por lo tanto, para conocer los celos y para adquirir
en particular la competencia patémica requerida, debe ser manipulado;
otro actor, Yago, también celoso y fino conocedor de los mecanismos de la
pasión, va a valerse de ello para vengarse. Scmiotista intuitivo, comienza
entonces por procurar a Otelo el metasaber de la sospecha y por poner en
movimiento la inquietud: no dice nada consistente, no sabe nada sobre
seguro, pero lo dice; expresa vagas dudas, las rechaza, pero las deja en
suspenso (acto III, escena 3, principio de la escena).44 Después da un con­
tenido a ese metasaber: él mismo, gracias a una verdadera estrategia di­
dáctica, enseña a su amo el mínimo necesario sobre los mecanismos de la
pasión. La inquietud suscita entonces, retroactivamente y por presuposi­
ción, los primeros componentes de la macrosecuencia, el apego exclusivo y
el recelo, desencadenando enseguida el proceso pasional de la microse­
cuencia. En Otelo, como en Swann, es como si la agitación inquieta una
vez puesta en movimiento actualizara una competencia ya adquirida, que
permite al sujeto apasionado a la vez reconstituir todos los presupuestos
faltantes y encadenarlos en la continuación del proceso.
La posibilidad de considerar, como aquí, la ubicación de una disposi­
ción pasional por manipulación demuestra claramente que la competencia

44 Por ejemplo y entre otras (p. 104, w. 35-36):


lago: Ha! I like not that.
Otelo: What dost thou say?
lago: Nothing, my lord; or if -I know not what.
[Yago: ¡Ah! No rae agrada esto.
Otelo: ¿Qué dices?
Yago: Nada, señor; o si... no sé qué.]
LOS CELOS 243

pasional no surge de una “psicología individual”. Dos actores son aquí con­
vocados para hacer un sujeto apasionado y hacen prorrumpir los sincre­
tismos acostumbrados.45 El reparto de los roles modales y de las etapas
de la rnicrosecuencia permite afirmar que Yago es aquí el sujeto cognosci­
tivo, sujeto operador del hacer tímico, mientras que Otelo es el sujeto de
estado tímico (y' cognoscitivo) conjunto con los resultados disfóricos del
hacer de Yago; no se convertirá en sujeto de hacer hasta el momento de la
reactivación, que en él toma la forma de un odio mortífero. La distribución
de los roles pone aquí en claro el funcionamiento canónico de los celos que
la mayoría de las veces disimulan los sincretismos: un sujeto de hacer
tímico-cognoscitivo tortura a un sujeto de estado tímico. Además, se verifi­
ca aquí que los dispositivos modales sensibilizados no son propiedades
intrínsecas de los sujetos individuales, sino simulacros que se intercam­
bian dentro de verdaderos sintagmas intersubjetivos.

° Swann y la pasión por la verdad

El metasaber propio de la sospecha es un elemento de competencia en dos


sentidos. Por una parte, como lo hemos visto, instala la disposición del
sujeto celoso amplificando las oscilaciones de la inquietud; por la otra,
como sospecha, instala el querer-hacer de un sujeto de búsqueda cognosci­
tiva. Esa búsqueda va a desarrollarse en dos planos distintos: de un lado,
en el de las transformaciones epistémicas, que determinan la transforma­
ción fiduciaria y tímica, y, del otro, en el de las transformaciones veridic-
torias, aprehendidas desde el punto de vista del sujeto celoso o desde el
punto de vista de un observador exterior.
Desde luego, hay que tener en cuenta los dos sistemas de referencia,
ya que engendran dos tipos de efectos de sentido diferentes. En primer tér­
mino, globalmente, concierne a la veridicción la inscripción del simulacro
pasional en el eje del parecer; enseguida, en esa misma etapa de la búsque­
da, ella es solicitada por la emergencia en el celoso de una verdadera pa­
sión por la verdad. Ese encajamiento confirma el estatuto veridictorio fun­
damental de las articulaciones semióticas del imaginario: interpretables
por completo en el modo del parecer, son puramente fenomenales, y el ser
-lo “noumenal”- sólo sería, para la semiótica, un presupuesto conjetural,
no obstante hecho sensible en el discurso pasional por los efectos de senti­
do del reembrague en el espacio de la tensividad.
Se ha observado ya que la inquietud creaba dos roles distintos a par­
tir del personaje de Swann; el nacimiento de un nuevo Swann, según el

45 También aquí habría que recordar que un buen número de teorías psicológicas y
metapsicológicas de hoy son interactivas y requieren un sistema de varios actores. En ge­
neral, son más bien todavía hoy las teorías filosóficas de las pasiones las que se fundan en
un sujeto único, egopático, única sede considerable de la pasión.
244 LOS CELOS

parecer, que se compromete con la pasión, hace por contraste del antiguo
Swann un sujeto según el estar-ser. Todo un universo de discurso se
instala alrededor del nuevo Swann, comportando otra forma de espacio,
otra percepción del tiempo, otros sistemas de referencia, merced a la gene­
ralización del simulacro y a la propagación del dispositivo sensibilizado
sobre todos los actores, lugares o momentos:

Les étres nous sont d’habitude si indifférents que, quand nous avons mis dans l’un
d’eux de telles possibilités de souffrance et de joie pour nous, il nous semble
appartenir á un autre univers, il s’entoure de poésie, il fait de notre vie comme
une étendue émouvante oü il sera plus ou moins rapproché de nousdQ

[Los seres por lo regular nos son tan indiferentes que, cuando hemos depositado
en alguno de ellos grandes posibilidades de sufrimiento y de gozo para nosotros, se
nos figura que pertenece a otro universo, se envuelve en poesía, hace de nuestra
vida una conmovedora extensión en la que estará más o menos junto a nosotros.]

Es de notar que la expresión “se envuelve en poesía” evoca a la vez la


propagación de la sensibilización y el vehículo de esa propagación: el uni­
verso figurativo; en efecto, la vida sólo se convierte en “una conmovedora
extensión” en la que se difunde el dispositivo modal sensibilizado en la
medida en que la poetización de las figuras del mundo se encarga de esa
difusión. Un poco más adelante examinaremos despacio el principio de ese
“vehículo” figurativo de la sensibilización.
Visto desde dentro del simulacro y por el nuevo Swann, esa extensión
conmovedora parece poética; pero, vista desde el exterior y por el antiguo
Swann, parece totalmente ficticia. Swann-observador constata, por ejem­
plo, que el nuevo Swann cambia de tono cuando evoca a los actores de su
universo pasional; denuncia que

...ton un peu factice qu’il avait pris jusqu’ici quand il détaillait les charmes du
petit noyau et exaltait la magnanimíté des Verdurin.4647

[.. .tono un tanto artificial que hasta entonces había adoptado cuando detallaba los
encantos del pequeño grupo y exaltaba la magnanimidad de los Verdurin.l

Se trata de una verdadera prueba veridictoria en la que se confrontan


dos puntos de vista: el primero, instalando la ilusión (parecer y no-ser), y
el segundo, falsificando esa ilusión; la facticidad sería por ese hecho una
especie de falsedad obtenida por la denuncia de una ilusión, luego mora­
lizada.

46 A la recherche du temps perdu, op. cit., 1.1, pp. 235-236. Cursivas nuestras.
Ibid., p. 286.
Desde el fondo de una primera ilusión fundadora, van a desarrollarse
las transformaciones veridictorias propias de los celos. Aunque pertenez­
can en principio a dos niveles diferentes de modalización, esos dos tipos de
transformación son presentados en el texto proustiano como manifesta­
ciones complementarias de una misma facticidad de las relaciones socia­
les e interindividuales. Además, desde el punto de vista de Swann, quien
con respecto al simulacro abriga dos roles -uno interno; el otro, externo-,
se trata siempre de los mismos juegos de sombra que acompañan el reco­
rrido pasional; de manera que, para él, descubrir la verdad es a la vez sa­
tisfacer las exigencias de sus celos y probar que tiene razón. Es como si, al
estar sincretizados el rol del sujeto apasionado y el del sujeto observador,
la única forma de hacer detonar la verdad en el simulacro pasional fuera
salir, paradójicamente, del simulacro.
Sucede también que, dentro de ese simulacro, las posiciones veridicto­
rias son igualmente afectadas por la sensibilización y tratadas como dis­
posiciones. Cuando, por ejemplo, Swann busca comprender por qué Odette
le miente, se plantea la pregunta de saber si esas mentiras son accidenta­
les o si manifiestan un rol patémico, una disposición permanente. En cier­
to sentido uno podría atreverse a responder positivamente: Swann ob­
serva en ella un verdadero saber-hacer veridictorio, que consiste en intro­
ducir una parcela de verdad en cada mentira con el fin de autentificarla (p.
278). Pero el artificio es evidente para un celoso dotado del metasaber:

Swann reconnut tout de suite dans ce dire un de ces fragments d’un fait exact que
les menteurs pris de court se consolent de faire entrer dans la composition du fait
faux qu’ils inventent.48

[Swann reconoció inmediatamente en esas palabras uno de esos fragmentos de un


hecho exacto que los embusteros, en un aprieto, se consuelan agregando en la
composición del hecho falso que inventan.}

Esa competencia veridictoria -el arte de autentificar la mentira- está


explícitamente presentada como una disposición, dotada de su propia
dinámica sintáctica y engendradora de una microsecuencia pasional. Para
comenzar, uno observa en Odette manifestaciones de la constitución y de
la disposición del sujeto apasionado:

...des qu’elle se trouvait en présence de celui á qui elle voulait mentir, un trouble
la preñad, toutes ses idees s’effondraient...^

[...cuando ella se veía delante de la persona a quien quería mentir, se turbaba,


todas sus ideas se derrumbaban ...]
iaIbid„ p. 278.
49Ibid. Cursivas nuestras.
246 LOS CELOS

las cuales son seguidas por la patemización y la emoción:

...l’air douloureux qu’elle continuait d’avoir finit par l’étonner. [...] 11 lui avait deja
vue une fois une telle tristesse [...] quand Odette avait menti en parlant á Mme
Verdurin [...] Quel mensonge déprimant était-elle en train de faire á Swann pour
qu’elle eút ce regard douloureux, cette voix plaintive qui semblaient fléchir sous
l’effort qu’elle s’imposait, et demander gráce?50

[...acabó por sorprenderle aquel aire doloroso. [...] Ya alguna vez había visto una
tristeza semejante [...] cuando Odette mintió al hablar con la señora Verdurin [...]
¿Qué mentira deprimente estaba a punto de decirle a Swann como para que
pusiera esa mirada de dolor, esa voz quejumbrosa que parecía rendirse ante el
esfuerzo que se imponía y demandar gracia?!

De conformidad con el esquema canónico, la emoción es aquí seguida


de la vergüenza y de la molestia experimentadas con respecto a la víctima
de la mentira, es decir, de la moralización.
La existencia de una microsecuencia completa señala, para el obser­
vador perspicaz que es Swann, la presencia eficaz de un rol patémico, de
una dinámica modal sensibilizada y estereotipada, luego moralizada. De
cualquier forma, el rol no puede sin embargo ser elevado al rango de
“rasgo de carácter”, puesto que Swann se da cuenta de que para Odette no
se trata de un sistema general, sino de “un expediente de orden particu­
lar”51 (p. 291).
En Swann, en cambio, la verdad es una pasión susceptible de afectar
duraderamente al carácter y es comparada con la que puede experimentar
un sabio en su investigación. Encontramos también en su caso los princi­
pales constituyentes de la microsecuencia; entre otros, la moralización:

Et tout ce dont il aurait eu honte jusqu’ici, espionner devant une fenétre, quit sait?
demain peut-étre, faire parler habilement les indifférents, soudoyer les domes­
tiques, écouter aux portes, ne lui semblait plus, aussi bien que le déchiffrement
des textes, la comparaison des témoignages et l’interprétation des monuments,
que des méthodes d’ínvestigation scientifique d’une véritable valeur intellectuelle et
appropriées á la recherche de la vérité.52

50Ibid., pp. 280-281.


51 Ese matiz proustiano permitiría quizá afinar la diferencia entre un “rol patémico” y
un “rol temático”. El rol patémico se reconoce en el nivel de la manifestación discursiva por
la canonicidad de la microsecuencia que engendra; en cambio, el rol temático se reconoce en
la recurrencia sistemática de la misma competencia y del mismo comportamiento en una cir­
cunstancia dada. La particularidad de las mentiras de Odette radica justamente en que no
son sistemáticas, ya que, si puede elegir entre la verdad y la mentira, prefiere siempre la
verdad. Ella no es una “mentirosa” (rol temático) es simplemente llevada pasionalmente a la
mentira (rol patémico) cuando la sensibilización de la interacción por el hecho de su intensi­
dad se presta a ello.
52Á la recherche da temps perdu, op. cit., 1.1, p. 2'74. Cursivas nuestras.
LOS CELOS 247
[Y todo aquello que hasta entonces lo había avergonzado, espiar al pie de una ven­
tana, ¿quién sabe?, mañana quizás, hacer hablar hábilmente a los indiferentes,
sobornar a los criados, escuchar detrás de las puertas, ya no sólo le parecían, al
igual que el desciframiento de textos, la comparación de los testimonios y la inter­
pretación de los monumentos, más que métodos de investigación científica de un
verdadero valor intelectual y apropiados para la búsqueda de la verdad.]

Curiosamente, la pasión por la verdad parece desensibilizar la bús­


queda; eso sólo puede comprenderse si uno recuerda que Swann está do­
tado también con el rol temático del “intelectual” y que, por consiguiente,
su pasión por la verdad puede ser asumida en una isotopía temática de ti­
po cognoscitivo, sensibilizada y moralizada con toda autonomía. Además,
la búsqueda de la verdad comprometida en el simulacro para satisfacer
los celos puede desembocar, si persiste más allá de la simple adquisición
de una certeza negativa, en una salida del simulacro de los celos, prueba
veridictoria final; el celoso escapa entonces al sufrimiento, al fundirse de
nuevo con el antiguo Swann, capaz de juzgar sanamente cualquier cosa.
Por eso, asistimos aquí a una verdadera recategorización de la “difiden-
cia/desconfianza” celosas, que transforman al desdichado Sherlock Hol­
mes en una especie de arqueólogo de la vida de Odette, gracias a un
desembrague que clausura el simulacro de los celos, a reserva de abrir
otro, el de la curiosidad científica.

® La prueba: Otelo en el laberinto

En este caso, al parecer lo más característico de los celos es que nuestro


detective/arqueólogo no respeta completamente las reglas ordinarias dé la
constitución de la prueba. Así lo hace resaltar Yago en Shakespeare:

Des habióles légéres comme l’air sont pour les jaloux des confírmations aussi
fortes que des preuves de l’Ecriture sainte.53

[Bagatelas tan ligeras como el aire son para los celosos pruebas tan poderosas
como las afirmaciones de la Sagrada Escritura.]

El hacer cognoscitivo es aquí sobredeterminado por una espera, por


osa tensión hacia la estabilidad que hemos identificado en la inquietud y
en la sospecha. De esta manera, la prueba no responde a una exigencia
estrictamente cognoscitiva, sino a una demanda túnica: que cese al fin la
oscilación fórica, aun si la disforia debe asumirla; y es sin duda esa espera

53 Othello, op. cít., acto ni, escena 3, p. 382. Edición inglesa, p. 116, w. 319-321:
“Trifiles light as air
Are for the jealous confírmations strong
As proofs ofholy writ.”
248 LOS CELOS

de estabilización tímica la que permite explicar por qué la búsqueda de la


verdad se transforma en Swann al punto de llegar a ser una “pasión” por
la verdad. Nuestro desdichado Sherlock Holmes es en suma un mal detec­
tive y un sabio poco escrupuloso, ya que él sabe con anterioridad lo que va
a encontrar y sólo adopta las formas superficiales de la búsqueda para
probarse a sí mismo que tenía razón.
Para ello, bastará con dar consistencia a la sospecha, con dar cuerpo a
los hechos dispersos. Como en el diagnóstico médico, en el que el estable­
cimiento del cuadro sintomático completo de la enfermedad puede rem­
plazar, bajo ciertas condiciones, el conocimiento directo del “ser” de la
enfermedad, mientras que los síntomas aislados no son más que el “pare­
cer”, la búsqueda del celoso debe producir el marco completo de la traición:

Fais-moi voir la chose, ou du moins prouve-la-moi si bien que la preuve ne porte ni


charniére ni tenon auquel puisse s’accrocher un doute.54

[Házmelo ver, o, al menos, pruébalo de tal suerte, que la prueba no deje ni gozne
ni perno de que pueda colgarse una duda.]

La metáfora traduce aquí la clausura del cuadro esperado. La gestión


adoptada evoca la abducción. En un estudio consagrado a ese procedi­
miento, P. Boudon observa que el hacer cognoscitivo del investigador surge
de la abducción, ya que consiste, para comenzar, en reunir los indicios que
deben formar una red;55 pero la lógica laberíntica de la red conduce a la
prueba sólo por medio de una operación que podríamos denominar por me­
táfora una precipitación: “eco múltiple” entre los indicios, “hapax colectivo”
del que resulta la totalización. Pero en el caso de los celos, la estabilización
cognoscitiva no explica todo; el proceso de totalización cognoscitiva está de
hecho sobredeterminado por la espera fiduciaria, que hace al sujeto pasio­
nalmente competente para anticiparse a la prueba en sentido estricto y a
la conclusión del proceso cognoscitivo propiamente dicho. El efecto figurati­
vo de integridad, producido por “la más pequeña fruslería”, será suficiente
para precipitar la red de indicios en un cuadro totalizado. Por eso la abduc­
ción no es aquí un proceso de orden “lógico” y obedece, en lo esencial, a difi­
cultades fiduciarias; desde un punto de vista semiótico, la cuantificación,
en este caso, descansa siempre sobre los fenómenos tensivos.

54 Ibid., acto III, escena 3, p. 833. Edición inglesa, p. 118, w. 361-363:


Make me to see’t: or, at least, so prove it
That the probation bear no hinge ñor loop
To hang a doubt on...
55 P. Boudon, “L'abduction et le champ sémiotique”, Actes sémiotiques, Documents, op.
cit., VIII, 1985, 36.
Lúa uülus

N.B. Entendamos “cuadro” como inventario jerárquico y ordenado y como repre­


sentación icónica, porque la prueba que da consistencia a la red debe ser figura­
tiva y debe suscitar de entrada el espectáculo, al menos imaginario, de la con­
junción Sy S3. Una vez más, la eficacia pasional es figurativa ya que sólo el
celoso, o cualquier otro sujeto apasionado, aceptaría por prueba un pequeño
hecho concreto aislado.

Las metáforas y figuras que describen la transformación de los indicios


en cuadro concluyente, tanto en los discursos literarios como en un análisis
intuitivo, manifiestan todas la detención, la fijación, la conclusión: “consis­
tencia”, “dar cuerpo”,56 “precipitar”, “espiga”, “bisagra”. Reconoceremos ahí
dos componentes: un componente aspectual y un componente figurativo.
Desde el punto de vista aspectual, el acceso a la prueba supone un saber-
terminar muy particular, que permite acelerar un proceso para hacerlo lle­
gar a su término más pronto de lo que su curso estrictamente cognoscitivo
autorizaría: en suma, una especie de accidente aspectual.
Desde el punto de vista figurativo, la prueba debe producir un efecto
de “solidez” (cf. la “congruencia”, P. Boudon, ibid.f, reconocer la solidez y la
congruencia de una red de indicios es poder asociar con certeza una mani­
festación figurativa a las posiciones modales, a los roles actanciales y
temáticos, a los valores abstractos. Además, el efecto de “solidez” se sus­
tenta en la modalidad poder y, más precisamente, en una resistencia a
toda prueba; ahora bien, imaginar una resistencia del objeto cognoscitivo
es prestarle una competencia y transformarlo en sujeto. En pocas pa­
labras, el averiguador celoso no está satisfecho sino hasta que triunfa para
transformar el objeto de su búsqueda en sujeto que resiste a sus dudas.
Más generalmente, la “precipitación” de la prueba autoriza una infe­
rencia que, a partir de un parecer manifiesto, reconstituye un ser inma­
nente. Aun el pañuelo -dado no hace mucho a Desdémona- entre las ma­
nos de Cassio equivale para Otelo a hacer una inferencia por medio del
recorrido generativo, que podría descomponerse así:
a] reconstituir el itinerario de ese pañuelo (recorrido figurativo);
b] imaginar el encuentro entre S2 y S3 (dispositivo actancial);
c] adquirir la certeza, a partir de un no-poder-no-estar-ser (modali­
zación epistémica y fiduciaria);
d] suponer, para terminar, en Desdémona, el abandono de todos los
valores sobre los cuales descansaba su amor: pureza, nitidez, entre
otros.

56 W. Shakespeare, Othello, op. cit., p. 120, v. 426-428:


“And this may help to thicken other proofs
Than do demónstrate thinly
[“Y esto puede ayudar a justificar otras pruebas
que parecen demasiado menudas.”]
250 LOS CELOS

La precipitación es, en resumen, el final, por una especie de travesía


catalítica por todos esos niveles del proceso cognoscitivo; y la prueba
aparece entonces como el elemento figurativo decisivo que despeja toda
duda del conjunto de las conversiones inmanentes del recorrido generativo.
No obstante, el aspecto propiamente cognoscitivo del fenómeno no debe
ocultar el rol acelerador de la espera, ya que es ella, por su poder sensibi­
lizante, lo que alienta a prestar al objeto el rol de sujeto resistente.

® Un averiguador lobotomizado

La novela de Robbe-Grillet ofrece la contraprueba que de alguna manera


confirma una proposición como ésa. Por una parte, la búsqueda resbala,
hasta el punto de no parecerse a una búsqueda, puesto que se queda en el
establecimiento de la red de indicios; por la otra, como lo hemos observado
ya, la dimensión tímica está ausente y el tomar partido novelesco sólo ma­
nifiesta los efectos indirectos sobre las dimensiones pragmática y cognos­
citiva. ¿Qué le hace falta a la red de índices para “precipitar”? Al parecer,
el creer', la desaparición de toda huella fiduciaria o tímica impide la desa­
parición de la prueba y el proceso cognoscitivo no hace más que repetir el
inventario de los índices y de las correlaciones. Se puede por el contrario
imaginar lo que pasaría si uno de esos índices figurativos fuera elevado al
rango de prueba: por presuposición, uno sería llevado a reconstituir una
espera, un pedido de estabilización y, por consiguiente, una dimensión
fiduciaria.
Se comprende ahora por qué la búsqueda no puede ser contada, ya que
no tiene ni principio ni fin ni demarcación aspectual, al igual, por ejemplo,
que la melopea emblemática cantada por un empleado de la plantación. El
narrador vagabundea en el laberinto de sus indicios, vuelve a pasar en
varias ocasiones por cada uno de ellos, extrae nuevas figuras de descon­
fianza, pero embrolla así toda lectura cronológica, puesto que ]a temporali-
zación de un proceso presupone su aspectualización por derecho. Lo tex-
tualizado aquí no es la historia de una infidelidad y de unos celos -que
cada quien está obligado a reconstituir por catálisis y a partir de lo que
uno sabe, por otra fuente, de la organización sintáctica de la pasión-, sino
la vagancia de un narrador lobotomizado, es decir, atónico.57
Confrontando el ejemplo y el contraejemplo, las condiciones de apari­

57 La “desaparición de lo tímico” en La celosía de Robbe-Grillet podría ser comparada


con la “desaparición de la e” en La desaparición de Perec. Tanto en un caso como en el otro,
al parecer a los lectores y críticos les ha tomado cierto tiempo darse cuenta del procedimiento
puesto en marcha por el novelista; vemos muy bien cuáles pueden ser los efectos y los límites
de ese tipo de operación sobre el significante, pero sucede todo lo contrario cuando afecta al
significado: se trata entonces de una verdadera experimentación de la puesta en discurso y
de la textualización.
LOS CELOS 251

ción del creer en el celoso se dibujan ahora más netamente por deducción.
La certidumbre de la traición presupone de entrada: 1] un recorrido en
todos los sentidos de los índices que los transforma en una red, concebida
como una totalidad partitiva; luego, 2] una anticipación tímica sobre el
resultado del hacer interpretativo, asiendo el menor pretexto “icónico” pa­
ra detener el recorrido, y por último, 3] la clausura de la red, que consti­
tuye una totalidad integral y congruente. El objeto cognoscitivo y fiducia­
rio es tratado como un actante colectivo, cuya transformación en totalidad
integral haría de él un sujeto resistente.

a Una aspectualización sensible

De la inquietud a la adquisición de la certidumbre gracias a la prueba se


despliega un recorrido aspectual que acompaña a la segmentación canóni­
ca de la microsecuencia:

incoativo durativo, iterativo terminativo

“inquietud” “búsqueda” “precipitado de


y “sospecha” y “abducción” la prueba”
y “certidumbre”

(puesta en (aumento de (alivio)


movimiento) las tensiones)

El sufrimiento es casi permanente a todo lo largo del recorrido del ce­


loso, pero al mismo tiempo es siempre renovado: su origen, su intensidad
y sus consecuencias cambian ciertamente en cada etapa. Siguiendo paso a
paso a Swann y a Otelo, se puede incluso distinguir, en la crisis de celos,
dos sufrimientos de naturaleza diferente: la inquietud y la inestabilidad
fiduciaria provocan un sufrimiento “arcaico”, el mismo de las tensiones
originales de la insignificancia; la certidumbre negativa y la “escena” pro­
vocan el sufrimiento específico de los celos. La segunda es el precio que se
paga por el relajamiento de la primera. Tendríamos que suponer aquí que
la sensibilización opera en dos niveles distintos: además de la sensibili­
zación de los dispositivos modales propiamente dichos, que uno reconoce
en el segundo caso, habría una sensibilización de las formas aspectuales
que hace intolerable lo incoativo y que el celoso pueda estar relajado justo
cuando la conjunción Sg/So lo tortura.
La independencia de esos dos niveles de sensibilización y de los dos
recorridos túnicos que de allí resultan se reconoce también por el hecho de
que, incluso tranquilizado sobre la fidelidad de S3, el celoso queda “tras­
tornado” por el primer sufrimiento; es así como Swann, luego del episodio
252 LOS CELOS

de la ventana iluminada -que resulta después no ser la de Odette- conti­


núa padeciendo por el incidente y permanece listo para recibir nuevas
sospechas. La existencia de esos dos niveles de sensibilización -uno que
afecta a las modalidades y el otro a las aspectualidades- tendería a confir­
mar el hecho de que la sensibilización afecta también a las modulaciones
tensivas, produciendo, como lo habíamos sugerido, estilos semióticos que
el uso fija y que pueden ser en su momento convocados durante la puesta
en discurso, al mismo tiempo que los bloques modales estereotipados a los
cuales están asociados.

0 La ventana iluminada: simulacros figurativos


y aspectualización espacial

En la “escena”, el simulacro recibe un vertimiento figurativo completo: el


rival toma forma, si no es que ya lo hizo; según el principio de exclusión,
las relaciones de conjunción y de disjunción se espacializaii; el conjunto es
presentificado, cualquiera que sea la época efectiva de la conjunción Sg/Sg
en el relato.
En Proust, la independencia de la escena de exclusión con respecto a
los actores y a la época revela la pregnancia de la aspectualización espa­
cial. Así, cuando la madre recibe en Combray, la exclusión del niño es
identificada con la exclusión del amante cuando la mujer amada está sola
en una fiesta; poco importan los actores y la época, se trata siempre de

...cette angoisse qu’il y a á sentir l’étre qu’on aime dans un lieu de plaisir oü l’on
n’est pas, oü l’on ne peut pas le rejoindre.58

[...esa angustia que surge por sentir al ser que uno ama en un lugar de diversión
donde uno no está, donde uno no puede unírsele.]

La constante es, en este caso, un dispositivo modal (un querer-estar-


ser contradicho por un no-poder-estar-ser) y su manifestación espacial, la
cual parece ser emblemática de las relaciones abstractas de exclusión; en
este caso, el tipo pasional dominante es una variable: esa “angustia”, se­
gún Proust, puede ser espacializada a la vez por los actores que están pre­
sentes y por las épocas de la vida; esa espacialización es una tematiza-
ción, puesto que la angustia en cuestión puede llegar a ser, según el caso,
“celos de niño” (con respecto a la madre), “celos de amigo” (con respecto al
amigo), “celos de enamorado” (con respecto a la amante). Parecería pues
que la espacialización estuviera encargada aquí de manifestar la cons­
tante modal y pasional, de naturaleza estrictamente sintáctica, mientras
que la actorialización y la temporalización estarían encargadas de los
diversos vertimientos semántico-temáticos.
58 A la recherche du temps perdu, op. cit., t, I, p. 41.
LOS CELOS 253

De ahí que todos los espacios de exclusión celosa se parezcan: un en-


globamiento determina las fronteras del lugar prohibido al celoso; una di­
rección indica la zona posible por donde cruzar esa frontera. Las únicas
operaciones posibles sobre ese tipo de dispositivo son: 1] paso -entradas o
salidas-, es decir, movimientos direccionales a las fronteras del englo-
bamiento, y 2] rodeos del englobamiento, movimientos “peritópicos” para el
celoso, que no puede cruzar la frontera, y movimientos “paratópicos” para
los otros dos que permanecen confinados en el espacio englobado.
Esa disposición espacial define también el dispositivo espectacular, el
cual instala un enunciatario delegado en un espacio disjunto de aquel en
el que los actores de la enunciación hablan y actúan. Para Swann como
para el público de un espectáculo, el espacio englobado y prohibido es una
escena, que esconde los bastidores, y ese espacio es a la vez expuesto en la
dimensión cognoscitiva según el modo del no-poder-no-ver, y rechazado en
la dimensión pragmática según el modo del no-poder-acceder.
La escena de la ventana iluminada, en Un amor de Swann, es ejem­
plar a ese respecto: un espacio englobado, la recámara, que se supone con­
tiene la escena de conjunción entre S2 y S3, comporta una abertura, la
ventana iluminada; con respecto a ese espacio, Swann sólo puede efectuar
movimientos peritópicos, los cuales manifiestan entre otros la inquietud y
la agitación. No es sino hasta el final de una larga deliberación que se
arriesga a ser “visto tratando de ver” y toca (las tres llamadas para levan­
tar el telón) a la ventana. El texto es claro en ese punto: la sensibilización
lleva a un dispositivo espacial que manifiesta un dispositivo modal; por
eso la ventana iluminada, que señala a la vez la presencia de los actores
en el interior y la posibilidad de un acceso visual a partir del exterior, es
el instrumento espacial y modal de la tortura:

...la lamiere [...] qui maintenant le torturait en lui disant: “elle est la avec celui
qu’elle attendait...” [...] l’autre vie d’Odette [...], il la tenait la, éclairée en plein
par la lampe, prisonniére sans le savoir dans cette chambre oú, quand il le
voudrait, il entrerait la surprendre et la capturer...59

[...la luz [...] que ahora lo torturaba al decirle: “allí está ella con quien espera­
ba...” [...] la otra vida de Odette [...[, estaba allí, iluminada de lleno por la lám­
para, prisionera sin saberlo en esa habitación donde él podía entrar cuando
quisiera sorprenderla y capturarla...]

o De la escena como trampa

Pero, como lo demuestra la última frase, el dispositivo espacial es ambi­


guo: la escena de exclusión que tortura a S1 se convierte en trampa para

p. 273.
254 LOS CELOS

SySg; puede incluso ser concebida para eso desde el inicio por el mismc
celoso.
Así, este último, en particular en Racine y Shakespeare, es siempre
más o menos el director de escena de la visión exclusiva; puesta en escena
que permite condensar en un solo lugar y en un solo momento dos etapas
de los celos: la adquisición de la certidumbre negativa y la venganza,
Trátese de Otelo relegado a los bastidores en la escena montada por Yago,
de Nerón escondido en la antecámara de la escena que preparó él mismo
(JBritannicus) o Roxane mantenida aparte por las reglas del serrallo {Ba-
jazet\ todos son a la vez, de un modo u otro, observadores presentes en la
escena por la mirada, el oído o un comparsa, y actores excluidos como ta­
les, pero que han manipulado a los otros y han dirigido la puesta en esce­
na. Roxane suscitó el encuentro entre Atalide y Bajazet; Nerón indicó a
Junie el papel que desempeñaría delante de Britannicus; casi literal­
mente, Otelo ordenó a Yago montarle un espectáculo convincente.
La manipulación de la representación confiere al sujeto apasionado
una propiedad ya sugerida: es un enunciador de segundo grado, por lo
cual también es excluido de la escena, ya que el reembrague sobre su pro­
pio “discurso enunciado” le está prohibido, so pena de volver a cuestionar
la puesta en discurso misma. El celoso no puede entonces entrar en la
escena sin destruirla como escena: en cierta forma, el celoso sería un
enunciador muy rudo o no muy perverso para inscribirse gracias a un
reembrague parcial en la escena que él mismo ha suscitado.
Como enunciador delegado, tiene el poder de hacer variar la perspec­
tiva y de cambiar la orientación del espacio modalizado, sin tocar ios dis­
positivos modales como tales; así, el no-poder-entrar llega a ser un no-
poder-salir, y la mirada cautivada se convierte en mirada cautivante. Es
como si la adquisición de la certidumbre debilitara el poder de captación
de S3 con respecto a Sj e, inversamente, restaurara el poder de captura de
S-l respecto a S3.
Reconoceremos ahí sin dificultad a la vez el poder de un narrador con­
vertido en omnisciente, capaz de derivar y de interpretar los efectos mo­
dales secundarios del dispositivo espacial que ha contribuido a colocar, y
la competencia de un sujeto discursivo que ha “internalizado” una escena
actancial y puede, por ese hecho, hacer variar las posiciones y las polari­
dades. Es en ese momento que se da cuenta de que la sensibilización de la
clausura del lugar está en función del punto de vista adoptado: exclusión
y sufrimiento, desde el punto de vista del sujeto disjunto, trampa y ame­
naza de represalia, desde el punto de vista de los sujetos conjuntos; como
enunciador pasional, le basta pues con adoptar el segundo punto de vista
para invertir los signos de la sensibilización y de la orientación del espa­
cio. La homologación entre el funcionamiento pasional y la puesta en dis­
curso (puesta en escena, variaciones de la perspectiva) confirma en cierto
LOS CELOS 255

sentido que todo simulacro pasional se presenta en el discurso como otro


discurso intercalado.
La vuelta del espacio de exclusión entrampado repercute en la ambi­
valencia de la exclusividad misma. Swann, por ejemplo, termina por com­
prender que si él es el único en estar excluido de los lugares donde Odette
hace la fiesta, es porque él es su amante exclusivo (p. 349); los otros, que
no tienen ese privilegio, no sufren tampoco las consecuencias. Esa prime­
ra vuelta, previsible a partir del análisis de la exclusividad (cf. supra),
puede entonces ser seguida de una segunda vuelta, transformando la
visión exclusiva en captura.
La sucesión de esas vueltas lleva a interrogarse sobre el funciona­
miento sintáctico de la exclusividad: en un primer tiempo, el de la pose­
sión exclusiva, Sj captura aS3y excluye a S2; en un segundo tiempo, el de
la visión exclusiva, S2 captura a S, y excluye a Sj en un tercer tiempo,
verdadera superación dialéctica de los dos primeros, captura a S2 y a
S3, sorprendidos en su complicidad (¡la nota del hecho policial!); ese tercer
tiempo prepara una renovación de la posesión exclusiva, la cual podría ser
entonces un verdadero secuestro que tendría en cuenta la experiencia ad­
quirida. Falta, sin embargo, una etapa; para invertir la exclusividad, es
necesario previamente que la posesión de S3 por haya sido cuestionada:
el recelo y la inquietud de son testigos de ese suceso. La sintaxis de la
exclusividad podría entonces ser representada así:

POSESIÓN EXCLUSIVA VISIÓN EXCLUSIVA


(S1 captura a S3 y excluye a S?) (S9 captura a S3 y excluye a Sp

TRAMPA DEL CELOSO RECELO DEL CELOSO


(Sx captura a S9 y a S3 juntos) (S3 escapa de y S9 reaparece)

A cada nuevo paso en la posición “posesión exclusiva”, las estrategias


se complican o se endurecen: las transformaciones de la exclusividad con-
ser/an el recuerdo de las posiciones anteriores, dramatizando de alguna
manera el recorrido pasional.
Universo pasional de vueltas y de ambivalencias, los celos son por ex­
celencia el campo de maniobras en el que se propagan los dispositivos sen­
256 LOS CELOS

sibilizados; la existencia de una sintaxis de la exclusividad que articula el


conjunto del recorrido pasional prueba al menos dos cosas. La primera:
que, cualesquiera que sean las posiciones respectivas de los copartícipes,
el dispositivo modal característico de la pasión -aquí, el de la exclusivi­
dad- es una constante atemporal que rige la interacción pasional en su
conjunto. La segunda: que la variación de esas posiciones es regulada,
ordenada y relatable. Podríamos también pensar que esa sintaxis perte­
nece a la competencia pasional del celoso, bajo la forma de una “inteligen­
cia patémica”; en efecto, cuando él programa la puesta en escena de la
visión exclusiva, puede ya saber que funcionará como trampa para el ser
amado y el rival; además, hemos visto que decretando la exclusión de S2,
preparaba la suya propia. La sintaxis de la exclusividad funciona de al­
gún modo como una “disposición”, es decir, como una programación dis­
cursiva que está dotada de su propia dinámica y que se despliega por sí
misma si nada la detiene en su camino.

® La celosía: Ego ha desaparecido

A propósito de la visión exclusiva, La celosía es todavía el laboratorio en


el que son probadas nuestras hipótesis y donde son dibujados los límites
de su validez. El texto está por entero circunscrito al simulacro; su enun­
ciación no es otra cosa que la enunciación pasional, paradójicamente atí-
mica, cierto, pero que no da cabida a'la enunciación primera; el espacio
enunciado es por completo el espacio englobado en el que el celoso es ex­
cluido, un espacio aprehendido por un espectador que está presente en las
escenas que cuenta, pero en las que no participa como actor. El discurso
enunciado de acogida desapareció, la historia está fuera de campo y sólo
el trabajo paciente del lector podrá reconstituir algunos fragmentos. Esa
constatación es suficiente para explicar varias particularidades del texto;
por ejemplo, la dislocación temporal y aspectual: ya no hay observador ex­
terior que disponga de una distancia aceptable para ordenar y delimitar
los procesos.
Además, puesto que en su enunciación el texto mismo es la verbali-
zación del simulacro pasional, y porque el celoso no puede ser un protago­
nista de ese simulacro, el sujeto del discurso, que se confunde aquí con el
celoso, ha desaparecido. Otra desaparición, pues: la del Yo; en efecto, el
sujeto del discurso está presente como actante, pero ausente como actor
de la escena y de su escritura a la vez. Por eso, pudiendo ser perfecta­
mente superpuestos el sujeto del discurso y el celoso, la exclusión del
celoso se traduce por la exclusión lingüística del Yo: imposible para Ego
decirse Ego, porque sería hacer aparecer a S2 (Yo) en la escena de la escri­
tura. Así, el sujeto del discurso no es más que un lugar vacío, reconstitui-
ble sólo por deducción a partir de observaciones como éstas:
Pour se rendre á l’office, le plus simple est de traverser la maison [...] Les chaus-
sures légéres á semelles de caoutchouc ne font aucun bruit...&Q

[Para llegar a la .oficina, lo más sencillo es atravesar la casa [...] Los zapatos con
suelas de hule no hacen ningún ruido...]

Pour plus de súreté encore, il suffit de lui demander si elle ne trouve pas que le
cuisinier sale trop la soupe, “Mais non, répond-elle, il faut manger du sel pour ne
pas transpirer.60
6162

[Para estar todavía más seguro, bastará con preguntarle si no le parece que el
cocinero le echa mucha sal a la sopa. “De ningún modo, responde, hay que comer
sal para no transpirar.”!

Franek sourit á son tour, mais il ne répond ríen, comme s’il était gene par le ton
que prend leur dialogue -devant un tiersL2

[Franek también sonríe, pero nada responde, como si estuviera molesto por el tono
que toma su diálogo -frente a un tercero]

En La celosía, a falta de poder enumerar todas las transformaciones


lingüísticas que tienen por objetivo hacer implícito el caso Agente o Dativo
cuando no podría ser denominado de otra forma que por “Yo” o “me”,
destaquemos algunos tipos representativos en los enunciados citados:
transformaciones impersonales (“basta con”), paso a la tercera persona por
perífrasis (“un tercero”), transformaciones infinitivas y generalizaciones
(“para llegar a”), o aun, elevación del caso Instrumento a la posición de
sujeto frástico o frásico (“los zapatos”) en el lugar del Agente. El lector debe
entonces hacer la comparación entre las manifestaciones indirectas de un
tercer actor y las modalizaciones que, remitiendo a la subjetividad del na­
rrador implícito, deben ser atribuidas a ese mismo tercero; es el caso de la
cuestión narrativizada y modalizada “bastará con preguntarle”, cuya
respuesta está en discurso directo. La modalización concierne al tercero
indirecto (“basta con”), pero estando la respuesta en discurso directo, uno
supone que el interlocutor se confunde con el tercero modalizado.
Ejercicio de virtuosismo que sólo adquiere todo su sentido si se inte­
gra a la sintaxis de los celos. Muy frecuentemente, la deducción que per­
mite encontrar el lugar vacío del sujeto del discurso es simplemente arit­
mética: hay cuatro asientos sobre la terraza, uno está desocupado, dos es­
tán ocupados por S2 y S3, el siguiente está ocupado por un tercero quien
no puede ser otro que Sp el narrador-observador; efectivamente, para se­

60 A. Robbe-Grillet, La jalousie, op. cit., p. 48. Cursivas nuestras.


^Ibid., p, 24. Cursivas nuestras.
62 Ibid., p. 194. Cursivas nuestras.
258 LOS CELOS

ñalar que el asiento está ocupado, se nos explica largamente que su posi­
ción es incómoda, a un lado, al sesgo, lo que impide ver bien a S2 y a S3. El
lugar vacío del sujeto del discurso es pues textualizado como posición y
competencia de observación, y eso por medio de los límites impuestos a
esa competencia en el espacio descrito.
Una de las consecuencias de esa estrategia de discurso, consistente en
hacerse cargo del simulacro del celoso con la exclusión de cualquier otro,
es la de implicar al enunciatario en ese simulacro: este último es sin cesar
solicitado por ese lugar vacío, conducido a realizar inferencias, obligado a
ocupar mentalmente ese lugar para comprender las posiciones de cada
uno y la organización de las escenas descritas. Estrategia semiótica y her­
menéutica a la vez que transforma al lector en sujeto discursivo celoso:
¿los celos serían la pasión prototípica de los enunciatarios?

Los celos puestos en discurso: el componente semántico

® El pequeño detalle concreto

El celoso es un maniaco del detalle, un fetichista indefectible. El sufri­


miento propio de los celos está intrínsecamente ligado a lo “concreto”, es
decir, a la vez a los “efectos de realidad” y a las axiologías figurativas.
Hasta el punto de que en la interacción, para hacer sufrir a S1? es sufi­
ciente con “dar detalles”; Odette, por ejemplo, no falta allí bajo la presión
de Swann. Pero, por otro lado, ya que lo abstracto y lo concreto son gradúa-
bles, el celoso puede en parte controlar la intensidad de su sufrimiento
haciendo variar el grado de abstracción o de figuratividad de la represen­
tación que se da a sí mismo:

II se rendait compte que toute la période de la vie d’Odette écoulée avant qu’elle
ne le rencontrát, période qu’il n’avait jamais cherché á se représenter, nétait pas
l’étendue abstraite qu’il voyait vaguement, mais avait été faite d’années parti-
culiéres, remplies d’incidents concrets. Mais en les apprenant, il craignait que ce
passé incolore, fluide et suportable, ne prit un corps tangible et immonde, un vi-
sage individuel et diabolique. Et il continuait á ne pas chercher á le concevoir, non
plus par paresse de penser, mais par peur de souffrir.63

[Se daba cuenta de que todo el periodo de la vida de Odette transcurrido antes de
que la encontrara, periodo que nunca había intentado representarse, no era la
abstracta extensión que vagamente entreveía, sino una trama de años particu­
lares, llena de incidentes concretos. Pero temía que al conocerlos aquel pasado
incoloro, fluido y soportable tomara un cuerpo tangible e inmundo, un rostro indi-

63 A la recherche du temps perdu, op. cit., 1.1, p. 368.


LOS CELOS 259

vidual y diabólico. Y no hacía ningún intento para concebirlo, no por pereza de


pensar, sino por miedo de sufrir.!

El carácter “concreto” del simulacro no compromete sólo a la figurati-


vización sintáctica -actorial, temporal, espacial-, sino también al conjun­
to de las isotopías semánticas convocadas por la representación de la
pasión, cuyo poder de figuración es, lo hemos visto, una de las claves del
sufrimiento. En ese sentido, las metáforas de Proust podrían constituir
una vía de exploración, puesto que consideran la invasión de la repre­
sentación por lo concreto como un remontarse del cuerpo en el discurso,
“un cuerpo tangible e inmundo, un rostro individual y diabólico”.
Por otro lado, la invasión de lo concreto se basa en una competencia
del celoso, competencia para enunciar figurativamente y para elaborar
una representación discursiva del simulacro: un saber-relatar o saber-re­
presentar, lo cual demuestra que para ser celoso no basta con ser exclusi­
vo: falta todavía un mínimo de imaginación. Esa competencia no es obli­
gatoriamente la del actor apasionado; el saber-representar y la imagina­
ción pueden muy bien pertenecer a otro actor: Odette estará en el lugar de
Swann y Yago en el lugar de Otelo.
La concreción de la escena remite pues a dos componentes: por un la­
do, al principio mismo de la fígurativización (opuesto a la abstracción) y,
por el otro, a la competencia necesaria para la enunciación pasional. Por
eso, en el discurso celoso, la preocupación por el detalle concreto es la mar­
ca distintiva de un tipo de escritura figurativa y representativa regulada
por figuras isotopantes y por las leyes de un “género”: Yago es dramaturgo-
director de escena, Odette es narradora, llena de encanto, de naturalidad,
dotada para las imitaciones, y el celoso de Robbe-Grillet es un descriptor
obsesivo que de alguna manera habría reinventado la Nueva Novela.
En el simulacro pasional, hemos evocado en varias ocasiones la “pre-
sentificación” de un enunciado, de un acontecimiento, de una situación;
otro aspecto de ese efecto de sentido aparece aquí. Una simulación, una
reproducción iconizada, que obedece a las leyes discursivas de la repre­
sentación propias de cada cultura y de cada género en cada cultura, asu­
men el simulacro; al desembrague y al embrague que instalan a este últi­
mo convendría pues agregar una operación de textualización. De esa for­
ma, la nostalgia se prestaría más bien a la poesía como escritura figurati­
va, al menos en una cultura romántica, mientras que los celos, lo vemos,
vacilan entre la escena dramática y la pausa descriptiva novelesca según
sean abordados clásica o modernamente.

® El mineral y lo vital .

El afecto puro, el estado tímico en bruto no se dice más; a menos de repe-


260 LOS CELOS

tir los elementos de un campo léxico rápidamente agotado: sufrir, dolor,


etc., la descripción del estado disfórico no puede ser sino lacónica. Sin
embargo, abundan los textos sobre ese tema, gracias a los procedimientos
simbólicos o semisimbólicos que asume la manifestación del estado dis­
fórico: ciertas isotopías figurativas se especializan entonces en esa tarea.
En Otelo, retendremos de manera particular el ‘Veneno”:

Je supęonne fort le More lascif [c’est lago qui parle] d’avoir sailli á ma place. Cette
pensée, comme un poison mineral, me ronge intérieurment.64

[Tengo la sospecha de que el lascivo moro [habla Yago] ha tomado sitio en mi


lugar. Pensamiento que, como un veneno mineral, me roe las entrañas.]

...des idees funestes sont, par naturę, des poisons qui font d’abord sentir leur
mauvais gout, mais qui, des qu’ils commencent á agir sur le sang, brúlent comme
des mines de soufre...65

[...las ideas funestas son, por su naturaleza, venenos que en principio hacen sen­
tir su mal gusto; pero, desde que comienzan a obrar sobre la sangre, queman como
minas de azufre...]

En esas metáforas, el mineral destruye al animal, ataca el principio


vital mismo. Tales figuras, que tienen la ventaja de despsicologizar la pa­
sión, separando explícitamente el sujeto y el antisujeto, recuerdan oportu­
namente que la prueba tímica y su consecuencia, el sufrimiento, obedecen
al reembrague sobre el sujeto tensivo y amenazan a la vida misma o, al
menos, a su simulacro.
En la enunciación verbal, el estado disfórico se traduce en Otelo, en el
momento de la crisis, por un aniquilamiento del sujeto del discurso: excla­
maciones, desorden de la sintaxis, síncopas y parataxis terminan en la
abolición de la palabra y en el desvanecimiento del actor.
En Proust, también el sufrimiento del celoso es “como un veneno que
uno absorbiera” (p. 428), y el amor celoso sólo produce “frutos envenena­
dos” (p. 429); de nuevo, el veneno se opone a la animalidad y más precisa­
mente al principio vital, porque el celoso que sufre de un simple recuerdo
es como

64 Othello, op. cit., acto II, escena 1, p. 813. Edición inglesa, p. 87, w. 286-288:
I do suspect the lusty Moor
Hath leaped into my seat, the thought whereof
Doth, like a poisonous mineral, gnaw my inwards...
65 Ibid., acto ni, escena 3, p. 832. Edición inglesa, p. 116, w. 323-326:
Dangerous conceits are in their natures poisons,
Whitch at the first are scarce found to ditaste,
But, with a little act upon the blood,
Burn like the mines of sulphur.
LOS CELOS 2b1

...un animal expirant qu’agite de nouveau le sursaut d’une convulsión qui sem-
blait finie.66

[...un animal expirando que se agita.de nuevo en el sobresalto de una convulsión


que parecía terminada.]

Lo que obliga al celoso (y al analista) a interrogarse sobre la ambiva­


lencia de S3: objeto de valor bajo ciertas condiciones, antiobjeto de valor
bajo otras condiciones, S3 fluctúa a merced de las etapas de los celos. La
sintaxis pasional le procura también un recorrido ordenado porque, des­
pués de haber figurado como “veneno”, tiene también vocación de conver­
tirse en un “calmante” o en un “antiveneno”. Ello equivale a decir que en
la perspectiva del sujeto apasionado, S3 no es más que una valencia no
polarizada y sólo recibe la categorización y la polarización por medio de
los simulacros sensibilizados que sucesivamente proyecta S?
Proust no escapa tampoco a la metáfora del mineral que ataca lo
vital, esta vez bajo la forma de la herida:

II se répétait ces mots qu’elle avait dits: [...] “Deux ou trois fois”, “Cette blague!”,
mais ils ne reparaissaient pas desarmes dans la mémoire de Swann, chacun d’eux
tenait son couteau et lui en portait un nouveau coup.67

[Se repetía las palabras que ella había dicho: [...] “Dos o tres veces”, “¡Esas
habladurías!”, pero esas palabras al reaparecer en la memoria de Swann no iban
desarmadas, cada una de ellas llevaba su cuchillo y le asestaban una nueva
puñalada.]

Sucede como si la expresión literaria de los celos, y del sufrimiento


que ahí nace, obedeciera aquí a un vertimiento semántico estereotipado,
que remitiría al estatuto del sujeto apasionado como cuerpo sintiente y al
de la crisis pasional como puesta en discurso del sentir mínimo. El instru­
mento del sufrimiento (el antisujeto tímico) debe ser representado como
un no viviente, y la crisis, como un conflicto de lo viviente y de lo no vi­
viente1, el cuerpo del celoso, que en el plano sintáctico era excluido de la es­
cena, reclama ahora sus derechos a la semántica del padecer.
En la medida en que S3 no aparece polarizado en sí y fuera de los si­
mulacros proyectados por Sp y puesto que como veneno o antiveneno debe
ser “absorbido” por Sp se nos lleva a pensar que toda la red figurativa
construida alrededor del conflicto del viviente y del no viviente manifiesta
directamente la prehistoria del protoactante: regreso a la fusión, pero re­
greso destructor que sólo se resuelve por un aniquilamiento en la insigni­
ficancia.
66 Á la recherche du temps perdu, op. cit., t. I, p. 429.
67Ibid., p. 367.
262 LOS CELOS

® El poder isotopante del sufrimiento: idiolectos y sociolectos

No nos sorprenderá no encontrar nada de esto en Robbe-Grillet, puesto


que ha sido suspendida la dimensión tímica: el cuerpo del celoso se tiene
que callar y tomar prestadas otras vías diferentes de las del conflicto del
viviente y del no viviente para manifestar, calladamente, su sufrimiento.
De hecho, en la medida en que la escritura misma llegó a ser aquí la ins­
tancia pasional propiamente dicha, las figuras de la descripción van a en­
cargarse de manifestar indirectamente el semantismo de los celos, tanto
en el nivel de la expresión como en el nivel del contenido.
La isotopía de la cuantificación es ejemplar a ese respecto. Como tal,
primeramente, invade la descripción: lo múltiple, lo fragmentado, se reen­
cuentran en algunas figuras que retornan sin cesar: las balaustradas, las
celosías (de las ventanas), la cabellera de’A..., los crujidos y el canto de los
grillos, los platanales en las plantaciones y sobre todo el ciempiés apa­
churrado sobre el muro. La descripción de este último indica claramente
el alcance y el funcionamiento de esa isotopía invasora:

L’image du mille-pattes écrasé se dessine alors, non pas intégrale, mais composée
de fragments assez précis pour ne laisser aucun doute.^

[Se dibuja entonces la imagen del ciempiés aplastado, no de manera íntegra, sino
compuesta de fragmentos bastante precisos como para no dejar ninguna duda.]

En lugar de la figura del mundo natural, aparece su huella enunciada,


el grafismo de una forma de la cual se precisa que no tiene ya ningún espe­
sor, que es como la tinta: un simulacro detenido en el tiempo. Por otro lado,
el ciempiés, aunque identificable, resiste la totalización y la integración;
para poder identificarlo, la única certidumbre es proporcionada por el
reconocimiento de algunos fragmentos típicos, es decir, de unidades en las
que podemos hacer sobresalir ciertos rasgos característicos: reconocimien­
to, pues, de unidades partitivas, en detrimento de la totalidad integral.
Ahora bien, la cuestión de lo integral y de lo partitivo ha retornado en
dos ocasiones en el estudio de los celos: para la definición de la exclusivi­
dad y para la descripción de la abducción; la recurrencia del motivo remi­
te a la omnipresencia de la cuantificación y de la constitución del actante
colectivo en la configuración de los celos. En un sentido, la isotopía de lo
fragmentado concebido como “múltiple no integrable” manifiesta figurati­
vamente la abducción abortada, el imposible precipitado de la prueba en
esa novela; en otro sentido, lo fragmentado, como colección de unidades
partitivas -colección fascinante, obsesiva, sensibilizada por lo tanto-, ma-

68 Lajalousie, op. cit., p. 56. Cursivas nuestras.


LOS CELOS 263

nifiesta el conflicto de lo participativo y de lo exclusivo, de lo partitivo y de


lo integral, que está en el centro del apego celoso. El conflicto gira aquí en
favor de lo partitivo y en perjuicio del celoso, campeón de las unidades in­
tegrales.
En la misma isotopía genérica de la cuantificación, el apego celoso
recibe una segunda manifestación: la exclusividad se expresa en esa no­
vela bajo la forma de una verdadera aritmética de los celos. La categoría
“par vs impar” provee el argumento principal. Para comenzar, en el enun­
ciado se observa un conjunto de manipulaciones aritméticas frecuente­
mente orquestadas por A... y que apuntan a establecer la recurrencia de
la cifra 3, ya sea por adición (2+1), o bien por sustracción (4-1): entre otros
tres sillones, uno de los cuales está apartado, cuatro cubiertos, uno de
ellos está retirado.
Pero la categoría “par vs impar” tiene un uso mucho más general: los
platanales están dispuestos en tresbolillo (4+1) y en líneas cuyo recuento
irregular -el descriptor se entretiene en ese recuento- obedece también
siempre al principio de la adición y de la sustracción de una unidad. Esa
categoría manifiesta, pues, al mismo tiempo la exclusividad y la exclu­
sión: la exclusividad porque el recuento, esa aritmética celosa, impone
siempre la aprehensión de las unidades partitivas en detrimento de la to­
talidad; la exclusión, porque, para el juego de las adiciones y de las sus­
tracciones así como de los dispositivos proxémicos, en el número concurre
siempre un individuo excluido.
La contaminación semántica de las figuras del texto por el dispositivo
de los celos no es pues el resultado de una simple metáfora: sólo habría
metáfora si ese dispositivo estuviera explícito en el texto, lo que no sucede
aquí, y tanto más porque no es un dato textual sino el resultado de una
reconstrucción por catálisis. Es necesario convenir aquí que la prolife­
ración de las dos categorías de la cuantificación:

par vs impar
y fragmentado vs integrado,

funciona como un rasgo de competencia enunciativa, como una forma del


no-poder-no-decir que equivale, en un texto cuya sintaxis pasional se refu­
gia en la escritura, al no-poder-no-hacer-saber que caracteriza habitual­
mente al comportamiento ostensible del celoso.
Ese rasgo de competencia referido a la microsecuencia de los celos,
correspondería así al comportamiento observable y moralizable. No es por
azar que varios de los comentadores han interpretado la repetición, la
recurrencia de las mismas imágenes y la invasión del texto por la cuan­
tificación como una obsesión que expresaría el sufrimiento del celoso. La
recurrencia de las mismas categorías semánticas en el discurso se expli-
264 LOS CELOS

caria entonces por el poder isotopante del sufrimiento; resulta de ahí que
la intensidad de la emoción puede medirse con la expansión de las iso­
topías figurativas que asumen la manifestación. Esa expansión determina
a un sujeto enunciativo según el poder {no-poder-no-decir'), mientras que
el pequeño detalle concreto, fundamento de la simulación de la represen­
tación, determinaba un sujeto enunciativo según el saber {saber decir). En
cierta forma, según un modelo muy extendido en la literatura moderna y
contemporánea de Marivaux a Proust, entre otros, La celosía nos cuenta
las circunstancias en las cuales un observador ha adquirido la competen­
cia para describir las cosas tal y como nos son presentadas de hecho en el
discurso.
La existencia en Robbe-Grillet de una isotopía de lo fragmentado y de
una isotopía de lo impar, en ausencia de toda isotopía que asumiera direc­
tamente la manifestación del sufrimiento, lleva a interrogarse sobre la
naturaleza de los vertimientos semánticos figurativos de la pasión. Por un
lado, se ha resaltado la existencia de vertimientos sociolectales, que se re­
conocen por su aspecto estereotipado, encargados de una manifestación
del sufrimiento que sólo pasa por directa y evidente en razón de su carác­
ter estereotipado en una cultura dada: la motivación de las figuras está
pues ligada, en este caso, a su pertenencia a una taxonomía connotativa.
Por otro lado, La celosía ofrece un ejemplo de vertimiento idiolectal, que
únicamente pasa por indirecto e implícito en razón de su carácter no este­
reotipado.
Todo discurso apasionado es pues susceptible de asociar los dos tipos
de vertimiento semántico; se nos hace entonces suponer que en Proust o
en Shakespeare la pasión recibe también vertimientos figurativos idiolec-
tales, que pueden estar disimulados por los estereotipos del veneno, de la
herida, de lo viviente y de lo no viviente.
De hecho, en Proust, por ejemplo, encontramos una isotopía figurati­
va que correspondería a esa definición: el aliento. El “gran aliento de la
agitación” aparecido con la inquietud recibe por repercusión la imagen de
un Swann “jadeante” en el momento del sufrimiento, cuando Odette
acaba de confesarle sus amores homosexuales. Como puede preverse,
para el celoso, calmarse, recuperar la confianza, es “recobrar su res­
piración” (p. 429). Esa isotopía es, por otra parte, demostrada en la novela
entera por medio de las figuras contrarias de lo “aireado” y de lo “confina­
do” -puestas en evidencia hace tiempo por J.P. Richard-69 y que en todas
sus ocurrencias son la manifestación de la sensibilización de los disposi­
tivos modales, incluso acompañadas de anotaciones explícitamente eufóri­
cas o disfóricas.
Shakespeare, en cambio, se contenta con volver a dar vida al estereo­

69 Proust et le monde sensible, París, Ed. du Seuil, 1974, p. 44 ss.


265

tipo, desarrollándolo, apropiándoselo, y en particular combinando la ani­


malidad y la anormalidad: tales son las figuras del “monstruo” y del furi­
bundo:

Quelque monstre trop hideux peut étre mis au jour...70

[Algún monstruo demasiado horrible para mostrarse...]

C’est le monstre aux yeux verts qui produit l’aliment dont il se nourrit.71

[Es el monstruo de ojos verdes el que produce el alimento del que se nutre.]

Morbleu, de la patience! ou je dirai que vous étes décidément un frénétique et non


plus un homme.7273

[¡Caramba!, paciencia, o diré que sois entera y absolutamente un frenético y no ya


un hombre.]

El celoso “frenético”, “monstruoso”, pierde en Otelo una parte de su


humanidad. La “humanidad” se caracteriza en este caso por la sociabili­
dad y el dominio, es decir, esencialmente por la regulación de las mani­
festaciones pasionales; lo que más choca a los venecianos del Moro es la
pérdida de la compostura en público, la pérdida del saber-estar-ser social y
el desencadenamiento de los instintos.
Por otra parte, Otelo, hablando de Desdémona, había predicho:

Excellente créature! que la perdition s’empare de mon ame si je ne t’aime pas! Va!
quand je ne t’aimerai plus, ce sera le retour du chaos™

[¡Excelente criatura! ¡Que la perdición se apodere de mi alma si no te quiero! ¡Y


cuando ya no te quiera, será de nuevo el caos!]

Había entonces en Otelo una especie de apego regido por el deber-


estar-ser, pero ese deber-estar-ser no tiene nada de subjetivo; aquí, el

70 Othello, op. cit., acto III, escena 3, p. 827. Edición inglesa, p. 108, w. 106-107:
...some monster in his thought
Too hideous to be shown.
71 Ibid., p. 828. Edición inglesa, p. 110, w. 164-165:
It is the green-eyed monster, which doth mock
The meat il feeds on.
™ Ibid., acto rv, escena 1, p. 843. Edición inglesa, p. 135, w. 87-88:
Marry, patience!
Or I shall say you’re all in all in spleen
And nothing of a man.
73 Ibid., acto III, escena 3, p. 826. Cursivas nuestras. Edición inglesa, p. 107, w. 90-92:
Excellent wretch! Perdition catch my soul
But I do love thee! And when I love thee not,
Chaos is comme again.
266 LOS CELOS

apego amoroso inspira la confianza en un orden humano, y en la contin­


gencia su debilitamiento sólo puede traer de nuevo el caos animal, antes
de aniquilarse en el conflicto con lo no viviente. Los órdenes de la natura­
leza: lo humano (saber y deber-estar-ser), lo animal (no-saber y no-deber-
estar-ser) y lo mineral (no-estar-ser) son en Shakespeare instancias mo­
dales jerarquizadas y ordenadas en un vasto recorrido epistemológico y
pasional que el celoso sigue regresivamente hasta la insignificancia.
El vertimiento figurativo del sufrimiento presenta en los tres textos
examinados una excepcional coherencia semántica, la cual estimula a in­
vestigar la organización sintáctica. El vertimiento idiolectal provee pri­
meramente la isotopía para la constitución del sujeto apasionado: la
agitación es un aliento que, en Proust, devora la respiración del sujeto; es
un subir cuesta arriba del caos anterior al deber-estar-ser en Shakespeare;
en Robbe-Grillet, lo que cumple ese papel es la fragmentación de las figu­
ras del mundo natural.
Encontramos el mismo vertimiento figurativo para manifestar la con­
secuencia tímica, es decir, el sufrimiento y la emoción por los cuales se
agota el principio vital puesto en movimiento precedentemente, ya sea por
un paro -el aliento es bloqueado-, o bien por un gasto excesivo -el caos
lleva a la autodestrucción.
En el momento de la moralización, puede servir también de referente
para evaluar el comportamiento pasional y en particular el grado de
dominio (del aliento, de los instintos y de sus desbordamientos) que revela.
Por último, en el caso en que el sujeto apasionado se convertirá en su­
jeto de hacer, el vertimiento figurativo procurará la isotopía en la cual se
inscribirá el hacer. Con la muerte de Desdémona, Otelo espera borrar la
mancha animal por la cual la acusa, pero al mismo tiempo se va a conducir
como un “frenético” y adoptará una conducta caótica, más destructora aún
que la pasión. Swann no actúa más, salvo como sujeto cognoscitivo, pero
ulteriormente el narrador, en La prisionera, pasará al acto y en cierto senti­
do “confinará” a Albertine en el campo cerrado y sofocante de los celos.
La isotopía figurativa del aliento es en efecto retenida también para
manifestar los imprevistos tímicos del joven Marcel. Para comenzar, en
una forma de razonamiento por analogía esos imprevistos son compara­
dos con los del asma:

...la jalousie est de ces maladies intermitientes dont la cause est capricieuse [...] II
y a des asthmatiques qui ne calment leur crise qu’en ouvrant les fenétres, en res-
pirant le grand vent, un air pur sur des hauteurs, d’autres en se réfugiant au cen­
tre de la ville, dans une chambre enfumée. II n’est guére de jaloux dont la jalousie
n’admette certaines dérogations. Tel consent [...], tel autre...74

74 M. Proust, A la recherche du temps perdu, op. cit., t. III, La prisonniére, p. 29.


LOS CELOS 267

[...los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa es caprichosa
[...1 Hay asmáticos que sólo calman sus crisis abriendo las ventanas, respirando
aire libre, un aire puro de las alturas, mientras que otros se refugian en el centro
de la ciudad, en un cuarto lleno de humo. Apenas existen celosos cuyos celos no
admiten ciertas derogaciones. Uno consiente [...] otro...]

También la inquietud es un confinamiento, y el alivio, una llegada de


aire fresco. Al menor signo tranquilizador:

...l’atmosphére de la maison devenait respirable. Je sentáis qu’au lieu d’un air


raréfié, le bonheur la remplissait.75

[...la atmósfera de la casa se hacía respirable. Sentía que en lugar de un aire


enrarecido la llenaba la felicidad.]

Un verdadero sistema semisimbólico ancla la isotopía del aliento en la


dimensión túnica:

aireación : confinamiento :: felicidad : desdicha,

de tal manera que, por metáfora, la felicidad puede remplazar a un aire


enrarecido en el espacio de la casa.
Por consiguiente, todo está en su lugar para que el paso al acto, para
terminar, tome también prestada su expresión a la isotopía del aliento: de
hecho, la posesión amorosa de Albertine prisionera se cumple como una
aspiración del aliento; después de una larga ensoñación sobre el aliento de
la durmiente, el narrador constata:

Sa vie m’était soumise, exhalait veis moi son léger souffle. J’écoutais cette murmu­
rante émanation mystérieuse, douce comme un zéphir marin, féerique comme un
clair de lune, qúétait son sommeil. (...] j’avais son souffle prés de ma joue, dans ma
bouche que j’entr’ouvrais sur la sienne, oü contrę ma langue passait sa vie.76

[Su vida me estaba sometida, exhalaba hacia mí su tenue aliento. Escuchaba aque­
lla murmurante emanación misteriosa, dulce como un céfiro marino, mágica como
un claro de luna, que era su sueño [...] tenía su aliento junto a mi mejilla, en mi
boca que yo entreabría sobre la suya y a la que por mi lengua pasaba su vida.]

Si la asociación del aliento y de los celos fuera una simple analogía, no


hubiéramos dejado el campo de la comparación entre el asma y la pasión,
ya que el asma es para el narrador el prototipo de todo sufrimiento; pero
la asociación se prolonga en el hacer amoroso, fuera del sufrimiento.

70 Ibid., p. 57.
™Ibid., pp. 70-74.
268 LOS CELOS

Metáfora hilada, cierto, pero no sin razón: el vertimiento figurativo debe


aparecer en todas las etapas de la rnicrosecuencia pasional, la cual procu­
ra en cambio su armazón modal y sintáctica a la isotopía solicitada.
Debemos entonces reconocer al sujeto apasionado en general y al ce­
loso en particular, junto con la competencia modal constituida por disposi­
tivos modales sensibilizados y reunidos en una disposición, una competen­
cia semántica constituida por isotopías figurativas sensibilizadas que se­
lecciona, ya sea como sujeto social o bien como sujeto individual, para re­
presentar específicamente los recorridos pasionales. La figuratividad sir­
ve en suma a la pasión, desplegando motivos (el veneno, el ciempiés, la
herida) e isotopías en la sintaxis pasional propiamente dicha. Excluidos
los objetos de valor pasionales a causa de la preeminencia de la sintaxis
modal, los contenidos semánticos figurativos hacen aquí un regreso dis­
creto a los sistemas semisimbólicos que asocian las diferentes etapas de la
secuencia a las figuras patentizadas.

Nota sobre la cuantificación

A lo largo de nuestros análisis de las configuraciones patémicas, se ha


podido constatar que hemos tenido que recurrir a tal o cual aspecto de la
cuantificación de los fenómenos considerados; las isotopías figurativas
patemizadas en sí mismas, al entrar en relación semisimbólica con las ca­
tegorías pasionales, explotan las figuras cuantificables: el fragmento y el
ciempiés en uno, las espigas y las muescas en el otro, que remiten de algún
modo a la dialéctica del todo y de sus partes, de lo uno y de lo múltiple.
Así, el avaro apareció como moralmente condenable, ya que parecía
perturbar cierto orden de las cosas al tratar de acumular o rechazando
compartir, es decir, afirmando la exclusividad de sus relaciones con los
objetos de valor. Esa perturbación sin embargo sólo podía comprenderse
si uno admitía por presuposición una “no exclusividad” en la circulación
de los valores. Por poco que se considere cada universo axiológico como
una totalidad cerrada y fragmentada en partes que corresponden a cada
uno, los objetos de valor adquieren un estatuto de unidades partitivas,
propias de los sujetos pero no exclusivas. La intrusión del avaro consiste
entonces en una transformación de unidad partitiva en unidad integral
o, mejor, en la adquisición de un doble estatuto para esa unidad como
parte de un todo y al mismo tiempo como integralidad, es decir, una
magnitud autónoma. Lo que para el sujeto era un modo de participación
en la totalidad de los valores se convierte ahora en una forma de su
autonomización, ya que esa transformación comprende de alguna mane­
ra la transformación de un sujeto sumergido en los sistemas de valores
de su cultura en un sujeto apasionado.
LOS CELOS ¿o»

Por la misma acción encontramos así el modelo bien conocido pro­


puesto por Lévi-Strauss, según el cual la circulación de los objetos -o su
comunicación- es fundadora de las estructuras sociales -la de los bienes,
de las mujeres y de las comunicaciones-, dando lugar a las tres dimen­
siones fundamentales de toda sociedad. Pero haría falta entonces conside­
rar la distinción entre dos niveles diferentes del intercambio generalizado:
por un lado, los objetos discretos, que uno puede acumular, dividir, dis­
tribuir e intercambiar con base en equivalencias discontinuas; por el otro,
los objetos patémicos, que participan también en el intercambio, pero de
modo continuo y adoptando las formas de la diseminación, de la fluc­
tuación y del contagio.
Y, al igual que en los microuniversos pasionales el flujo circulante
puede dispararse o bloquearse, en la evolución de las sociedades se puede
concebir tanto un proceso destructor que por una aceleración no regulada
de los intercambios (potlatch o dumping} ponga en peligro a la colectivi­
dad, como un proceso de disminución exagerada en el que la apropiación
individual (atesoramiento o acaparamiento) se haga en detrimento de la
cohesión social. Por eso, no es sorprendente que las mutaciones o los acci­
dentes socioeconómicos -el nacimiento de la propiedad privada, el aca­
paramiento especulativo, la colectivización, los cracs bursátiles...- sean
también acontecimientos patémicos.
Vemos entonces con qué facilidad es posible deslizarse, ayudándose de
los celos, hacia la exclusividad proclamada de las mujeres, garantizada por
las estructuras del parentesco que permiten cierta libertad de circulación
al mismo tiempo que la apropiación individual. La elección de los celos es,
a ese respecto, ejemplar; hemos anotado que éstos no se interpretan única­
mente en el marco del intercambio generalizado, en el que sustituyen ven­
tajosamente a los rigores del matrimonio que han llegado a ser insoporta­
bles, sino que hacen intervenir dos veces la exclusión, como proceso
cognoscitivo e imaginario, apuntando, ya sea para preservar la exclusivi­
dad del objeto cuando se encuentra en peligro, o bien para excluirse de la
escena en trío reconociendo -de hecho, si no de derecho- la exclusividad de
la cual se beneficia el rival. Más interesante en ese último caso es que no
opera solamente circunscribiendo el objeto de valor que es el ser amado en
beneficio del sujeto, sino que el velo de exclusividad abarca el conjunto de
la intersubjetividad -la pareja o el doble, poco importa-, estableciendo una
línea de demarcación entre la totalidad y una nueva “unidad partitiva” y
apoyando el problema de la anterioridad del uno o del doble.
El último ejemplo de la exclusión en marcha, por así decir, se manifies­
ta en la manera de conducir las operaciones cognoscitivas durante la
búsqueda de la prueba. El sujeto celoso, al mismo tiempo que desea ver­
daderamente conocer la verdad, rechaza sin embargo todo saber parcial, y
así aparece aquí la exclusividad en la manipulación de las modalidades
270 LOS CELOS

epistémicas, como la supresión de los términos intermedios entre la cer­


tidumbre y la exclusión por el rechazo de la duda o de la probabilidad. La
búsqueda de la certidumbre a cualquier precio puede interpretarse en­
tonces como una sed de la totalidad que uno teme perder, como una preci­
pitación de la unidad partitiva ansiosa de reencontrar su integralidad.
Las formas de la cuantificación que encontramos aquí se encuentran
en las gramáticas tradicionales -y menos tradicionales- bajo la etiqueta
de “indefinidos”, que hemos propuesto en otra ocasión considerar como
“cuantitativos indefinidos”. Ese raro conjunto de magnitudes insólitas
-pronombres, adjetivos, adverbios o artículos-, desde hace mucho rom­
pecabezas de los lingüistas más avisados como Brondal o Guillaume, por
mencionar algunos, ha llegado a ser desde hace algún tiempo uno de los
problemas arduos de la filosofía. Así, cuando Paul Pvicoeur, al plantear la
cuestión de la identidad del sujeto y más precisamente del “sujeto narrati­
vo”, para evitar una confusión previa nos invita a distinguir entre los con­
ceptos de mismidad y de ipseidad, encontramos ahí semejanzas sorpren­
dentes con la definición del unus de Brondal -término complejo de domi­
nación variable, compuesto del elemento discreto (es decir, la “mismidad”}
y del elemento integral (es decir, la “ipseidad”}-, en que el primero per­
mite distinguirlo del “otro” y el segundo asegura allí la consistencia, el
todo oponiéndose al concepto de totalidad.
Desde otro punto de vista, si se interroga el devenir, especialmente el
de las comunidades, se presenta, decíamos, como una variación continua
de los equilibrios y los desequilibrios entre fuerzas cohesivas y dispersi­
vas, cuyo antagonismo tiene como propósito la emergencia de la signifi­
cación misma y también, más específicamente, de la interactancialidad.
Por un lado, los sujetos patémicos, ya sean colectivos o individuales en
la descripción de las configuraciones pasionales, parecían frecuentados
por toda una cohorte de sujetos modales, cuya puesta en fase plantea
problemas. En efecto, ese sujeto plurimodalizado, como el atleta en el
estadio, puede desunirse o reunirse, congregar o dejar dispersarse las car­
gas modales que lo determinan. Por eso ha sido necesario hacer un llama­
do a los “estilos semióticos” y a los estilos aspectuales que los manifiestan
en discurso, concebidos como equilibrios/desequilibrios entre fuerzas
antagonistas, para procurar en la mira del sujeto tensivo formas relativa­
mente estables, que puedan perdurar a pesar de los imprevistos modales.
Por otro lado, los diversos aspectos cuantificables de los objetos pare­
cen distribuirse en tres estratos principales: las figuras-objeto iconizadas
se constituyen primero en clases, establecidas sobre la base de propie­
dades modales y sintácticas que permiten hablar de los objetos de valor.
Son esas clases de figuras iconizadas las que reciben las determinaciones
gramaticales de la cuantificación (indefinidos, partitivos, integrales, defi­
nidos, etc.); que abarcan a la vez la cuantificación de los sujetos y la de los
LOS CELOS 271

objetos. Se puede considerar a ese respecto que es la junción en sí misma


la que se encuentra entonces cuantificada: un solo sujeto para n objetos,
un solo objeto para n sujetos, un sólo sujeto para un sólo objeto, etc., dis­
tinciones que permiten fundar y diferenciar por ejemplo el atesoramiento,
el consumismo, la distribución, el compartir...
Se plantea entonces la cuestión del criterio que permite decidir sobre
los valores: ¿por qué tal o cual clase, definida cuantitativamente, puede
representar un valor para tal o cual sujeto? Son las valencias las que pro­
veen el criterio, con lo que permiten constituir las clases de objetos de
valor, a partir, entre otras, de sus propiedades participativas o exclusivas.
En fin, más acá de las valencias, se dibujan para el sujeto tensivo “som­
bras de valor” en las fluctuaciones de una interactancialidad en devenir,
en los combates con las fuerzas cohesivas y dispersivas.
El caso del “objeto” en la configuración de la avaricia es ejemplar a ese
respecto. Se presenta de entrada como un islote de resistencia en la circu­
lación generalizada, como una zona de aflojamiento, hasta de bloqueo, del
flujo comunitario: es la “sombra de valor”. La discretización del flujo y su
reformulación en términos de intercambio hacen de esa “sombra” una va­
lencia, bajo la forma de la exclusividad. Como objeto de valor, en fin, el ob­
jeto del avaro subsumirá todas las figuras iconizadas obedeciendo a la
definición de una unidad integral.
Cualesquiera que sean las interpretaciones y las soluciones adop­
tadas, ellas justifican nuestra preocupación por situar -como lo habíamos
hecho- los problemas de la cuantificación y de las primeras articulaciones
del concepto indefinido de magnitud en el centro mismo de la epistemo­
logía que trata de enunciar las precondiciones de la aparición del sentido.
Nuestra evocación del pensamiento presocrático, preocupado por el pro­
blema de lo uno y de su detonación, de las tensiones que apuntan hacia la
reconstitución de la totalidad, pudo parecer un poco desplazada. Nuestra
referencia a una necesaria cohabitación, si no a una conciliación, de la do­
ble concepción del universo considerado ora como discontinuo ora como
continuo, parece justificarse ahora cuando vemos en diversos niveles del
recorrido generativo la necesidad de recurrir por intermitencia, o a la vez,
a los cuantitativos definidos y discretos y a los cuantitativos indefinidos
que, después de la repartición de la totalidad, son susceptibles de acceder
al estatuto de integrales, lo cual permite comprender, entre otras cosas,
cómo la exclusión puede ser un concepto lógico y una actitud pasional.
A MANERA DE CONCLUSIÓN

Es curioso constatar que el problema de la cuantificación que acabamos


de retomar haya podido plantearse de modo tan insistente cuando se ha
tratado de introducir en la teoría semiótica su componente pasional. Eso
se comprende en parte si se tiene en cuenta el hecho de que la cuestión
del estatuto de las magnitudes -sujetos u objetos de valor- sólo podía rea­
parecer necesariamente cuando la tensividad de fluctuaciones y contornos
vagos era postulada en el horizonte de las cosas. La concepción del univer­
so, doble y complementario, continuo y discontinuo, debía entonces acoger
la comprensión de la totalidad como portadora de un doble devenir, el de
la división y el de la diseminación.
Todo eso tenía que repercutir enseguida en el nivel de la instancia de
enunciación, dando cuenta de la existencia, al lado de las estructuras ar­
ticuladas con discreción, de las comunidades integradas y de las institu­
ciones socioculturales, de las culturas y de los sociolectos. Podemos ahora
comprender el juego incesante que asocia, por un lado, a unidades partiti­
vas e integrales que dan lugar a individuos participativos y sin embargo
integrados y, por el otro, a sujetos integrados y discretos, dotados de la
“ipseidad” y de la “mismidad”. En esa perspectiva, la historia aparece co­
mo un devenir perpetuo en el que se forman, se deforman y se reforman
personas y culturas.
Así, las sociedades comerciales pueden ser constituidas como totali­
dades vivientes, a partir de individuos discretamente articulados, al igual
que las sociedades denominadas arcaicas pueden engendrar personas ínte­
gras e incluso dotadas del sentido de la propiedad. Asimismo, nos parece
posible considerar que ciertas herramientas cuantitativas de esa na­
turaleza puedan servir de marco para definir el “proyecto global de perso­
nalidad” que no se reduzca a la simple “identificación”, sino también para
abordar una tipología de los humores y de la constitución de las personas.
Puesto que -se tiende muy frecuentemente a olvidarlo- la semiótica es
y debe permanecer, para no perder su espíritu, como un proyecto científico
situado a “escala humana”: si el mundo de los olores nos es accesible como
un conjunto de efectos de sentido, existe un más allá molecular, nuclear,
etc., que surge de una forma que no es ya semiótica, sino científica stricto
sensu. Dentro mismo de la aprehensión semiótica, de algún modo y hacien­
do variar la distancia epistemológica para acomodar la mirada, a partir de
los mismos fenómenos se puede obtener imágenes diferentes: modula­
ciones y fluctuaciones a gran distancia, categorización y modalización a
[272]
A MANERA DE CONCLUSIÓN 273

corta distancia; pero para la mirada semiótica queda un horizonte infran­


queable: el que separa el “mundo del sentido” del “mundo del estar-ser”.
Las confusiones, es verdad, son a veces difíciles de evitar; sólo nos
queda insistir en la percepción como interacción del hombre y de su entor­
no que es la piedra de toque en nuestros esfuerzos para comprender el
mundo del sentido común, donde es el propio cuerpo el que permite a ese
mundo el acceso al universo del sentido. Cuerpo sintiente, percibiente,
reaccionante; cuerpo que moviliza todos los roles dispersos del sujeto en
una tirantez, un sobresalto, un arrebato. Cuerpo como barrera y suspen­
sión que conduce a la somatización dolorosa o dichosa del sujeto, pero
también lugar de tránsito y de patemización que administra la apertura
sobre los modos de existencia semiótica.
Si todavía creeemos en el viejo adagio según el cual es el punto de vis­
ta sólidamente mantenido el que constituye un dominio cualquiera en
“disciplina” y le confiere el estatuto de objeto de investigación, es ese espa­
cio semiótico poblado de formas cognoscitivas patemizadas -donde lo ra­
cional y lo irracional se han fusionado en racionalidades diversas y en
configuraciones patémicas múltiples- el lugar homogéneo de nuestras ex­
ploraciones.
Homogeneidad del lugar, pertinencia de la mirada: la coherencia en
las cosas y en los espíritus es lo único que nos queda como fundamento de
nuestro quehacer cuando los otros criterios de verdad han llegado a ser
obsoletos. “Com-prender” -es decir, asir los fenómenos a la vez- es la pro­
longación esperada del “todo se sostiene” saussuriano, en el que la bús­
queda del sentido para el mundo se reúne con la intención del sujeto que
se interroga sobre su propio recorrido. Comprender el mundo es oponerse
a parcelarlo en modelos locales, postular su coherencia, único medio para
abordar las “complejidades” que dan miedo o que parecen muy costosas: al
integrar nuestras reflexiones sobre las pasiones se ha buscado satisfacer
esa condición, cuyo éxito se juzgará a posteriori en la teoría semiótica de
conjunto.
Habiendo sido llevados a interrogamos sobre la manera de estar-ser de
los valores y sus organizaciones, quisiéramos inscribir ahí en un buen lugar
la cuestión que nos ha guiado a lo largo de este trabajo. Ya sea que la cues­
tión del objeto propio del quehacer semiótico se plantee en el nivel de las
precondiciones, en el nivel del discurso o en los niveles intermedios, las di­
ferentes soluciones deben suscribir la exigencia de coherencia: fuerzas cohe­
sivas en el universo tensivo, modelo constitucional y dialéctica sintáctica en
el nivel semionarrativo, isotopía y aspectualización en el nivel discursivo.
La coherencia nos parece ser esa “sombra de valor” que refleja la aspiración
del universo a la unidad, pero también la valencia que comprende los va­
lores a todo lo largo del recorrido epistemológico: esperanza del Yo inencon-
trable del sujeto, sostén del investigador en búsqueda de eficacia.
ÍNDICE ANALÍTICO

abducción: 248, 251, 262 138, 145, 152, 156, 173, 175, 197,
apego: 97, 98, 106, 112, 113, 115, 117, 207, 225, 226, 230, 247, 262, 271,
123, 136, 137, 139, 160, 161, 168- 272
171, 175-177, 180-185, 188, 189, continuo: 12, 32, 33, 37, 65, 71-73, 78,
191, 197-199, 201, 203, 205-208, 98, 101, 115, 117, 118, 152, 153,
210, 211, 214, 215, 219, 220, 224, 156, 157, 222, 238, 269, 271, 272
226, 228, 229, 232-234, 236, 242, conversión: 45, 47, 55, 67, 73, 115,
263, 265, 266 184,230
aspectualidad: 25, 26, 68, 69, 81, 252 convocación: 12, 13, 67, 68, 74, 76, 77,
aspectualización: 15, 23, 30, 31, 33, 98, 132, 140, 145, 147, 148, 221,
34, 36, 38, 42, 43, 45-47, 67, 83, 222
129, 148, 157, 179, 180, 239, 247, crisis pasional: 181, 205, 211, 215,
261, 272 219, 223, 224, 237, 261
categorización: 15, 23, 30, 31, 33, 34, cuerpo sensible: 134
36, 38, 42, 43, 45-47, 67, 83, 129, desconfianza: 151, 152, 164, 177, 180,
148, 157, 179, 180, 239, 247, 261, 182, 188, 205, 209, 211, 212, 219,
272 224, 227-230, 233-235, 247
competencia: 10, 11,14, 15, 18, 44, 48, devenir: 31-39, 41, 42, 44, 46, 61, 65,
49, 51, 52, 59-62, 79, 81-83, 86, 91, 67-72, 74, 88, 101, 119-121, 141,
99, 100, 105, 106, 112, 124-126, 142, 144, 147, 152, 155-159, 169,
128, 130-132, 134, 139, 145, 149, 222, 242, 271, 272
151, 161-163, 165, 172, 179, 193- difidencia: 180-184, 188, 189, 205,
196, 199, 202, 205, 208, 218, 219, 206, 212, 227-229, 247
223, 224, 232, 236, 240, 242, 243, dimensión estética: 29
245, 249, 254, 256, 258, 259, 263, dimensión tímica: 58, 73, 74, 86, 171-
264 173, 191, 198, 229, 231, 240, 250,
competencia pasional: 99, 100, 112, 262, 266
179, 205, 242, 256 discernimiento: 10,173, 219, 220, 239
confianza: 26, 64, 68, 177, 180-183, discontinuo: 10, 17, 24, 37, 65, 66, 70,
188, 189, 212, 214, 227-229, 233, 73, 93, 101, 152, 153, 156, 157,
264, 266 195, 222, 271, 272
configuración: 28, 30, 52-54, 56, 59, disposición: 9, 21, 35, 57-61, 65, 67-69,
61, 64, 78, 86, 87, 101, 103-111, 74, 75, 77, 79, 80, 101, 106, 110-
113, 114, 117, 119, 128, 129, 131, 112, 122, 124, 131, 132, 136-139,
136-142, 144, 146-148, 153, 155, 145, 146, 151, 152, 170, 199, 205,
156, 159-161, 163-165, 180, 184, 221, 226, 237, 241, 242, 245, 253,
187, 188, 203, 205-207, 210, 211, 256, 268
213, 219, 223, 231, 235, 236, 262, dispositivo : 21, 56, 58, 60-62, 64-69,
271 71-73, 76-79, 84-86, 88, 91, 101,
constitución: 17, 53, 83, 86, 118, 136- 105-108, 123, 131, 132, 134, 136,

[275]
276 ÍNDICE ANALÍTICO

137, 139, 146, 151, 153, 156, 157, foria: 19, 22, 24, 27-34, 37, 41-44, 46,
160-162, 164-167, 176, 178, 179, 51, 130, 169, 177, 180, 219, 237
183-186, 198-200, 202-204, 209- horizonte óntico: 12, 16, 19, 31, 69,
211, 213, 215, 219, 221, 223-225, 148, 239
234, 237, 244, 249, 252-254, 256, identificación: 49, 52, 107, 193-196,
263 226, 239, 272
dispositivo actancial: 160, 161, 164, idiolectal: 13, 71, 77, 86, 88, 90, 91,
165,167, 249 93, 96, 264, 266
dispositivo modal: 60-62, 64, 65, 68, inquietud: 30, 31, 34, 35, 133, 137,
69, 77, 79, 84, 88, 106, 108, 123, 161, 176-180, 182-184, 218-221,
131, 132, 134, 136, 137, 139, 146, 224, 227, 230, 233, 234, 236, 237,
151, 153, 156, 161, 163, 179, 185, 240-243, 247, 251, 253, 255, 264,
199, 202-204, 211, 213, 221, 223, 267
225, 244, 252, 253, 256 intensidad: 15, 23, 97-99, 105, 110,
dispositivo patémico: 185, 223, 224, 116, 118, 139, 141, 142, 155-158,
234 164,168-170, 232, 251, 258, 264
emoción: 28, 30, 38, 81, 144, 145, 152, interactancialidad: 54, 166, 270, 271
217-221, 225, 226, 230, 246, 264 intersubjetividad: 29, 30, 54, 56, 146,
escena: 56, 125, 146, 159, 164, 167, 157, 187, 210, 241, 269
168, 178, 182-184, 199, 200, 209, intersubjetivo: 110, 140, 208, 243
211, 218, 220, 222, 227, 230, 231, lógica de las fuerzas: 22, 23, 29, 34,
233, 235, 242, 251-254, 256, 258, 41, 71, 88, 97, 118, 119, 140, 147,
259, 269 152, 154, 156, 157, 161, 175, 205,
esquema patémico: 144, 148, 152, 206, 270, 271
225-227 lógica de posiciones: 22, 32, 35, 45, 46,
estilo semiótico: 21, 59, 61, 65, 67, 71, 74, 85, 100, 118, 130,149
88, 145, 184, 225 macrosecuencia: 213-215, 219, 221,
estructura modal: 61, 79, 185 223, 224, 226, 227, 233-236, 242
ético: 26, 97, 103, 138, 141, 142, 145, mediación: 12-15, 18, 47, 72, 91, 130,
146, 149, 157, 162, 163, 165, 181, 164,166, 175
195, 202, 204-207 mediador: 164
etnotaxonomía: 77, 90 microsecuencia: 213, 215, 217, 219-
exclusión: 102, 173, 183, 200, 211, 221, 223, 224, 230, 233, 234, 237,
212, 217-220, 252-256, 258, 263, 240, 242, 243, 245, 246, 251, 263,
269, 270 268
exclusividad: 168, 171, 173-175, 180- microsistema: 109, 113-115, 120, 184-
182, 184, 185, 188-191, 196, 200, 186, 195
206, 207, 212, 229, 241, 255, 256, modalización: 9, 21, 24, 25, 34, 35, 42,
262, 263, 268, 269 46, 47, 49, 51, 52, 61, 62, 69, 82,
existencia semiótica: 12-14, 17, 50-51, 84, 86, 88, 89, 92, 98, 106, 112,
91, 130, 136, 148, 168, 273 115-117, 119, 121, 122, 131, 152,
fiducia: 19, 27, 29, 32, 36, 37, 39, 44, 157, 173, 179, 181, 190, 192, 198-
51, 56, 57, 87, 100, 137, 159, 169, 200, 202, 203, 205, 212, 213, 215,
171, 180-184, 189, 206, 209, 214, 217, 218, 240, 245, 257, 272
217-219, 224, 226-229, 242, 243, modo de existencia: 11-13, 50, 52-54,
248-251 76,129
firmeza: 206-208 modulación: 23, 33-36, 39, 40, 42, 44,
Z/ /

46, 65, 68-70, 72, 101, 110, 111, 132,147, 148


117-120, 130, 169-171, 242 protensividad: 25-27, 29-32, 36, 38,
modulación comunitaria: 101 39,41, 44, 46, 57, 68, 77,118,166
moralización: 89, 91, 97, 105-107, 110, recorrido generativo: 9, 17, 19, 21, 24,
116, 127, 131, 132, 138-146, 152, 34, 38, 44, 47, 55, 65, 69, 70, 75,
159, 165, 170, 171, 181, 192, 193, 76, 112, 118, 129, 130, 184, 191,
203, 204, 207-209, 217, 220, 221, 249, 250, 271
226 recorrido patémico: 118, 137
motivación: 80, 101, 131, 264 reembrague: 70, 129, 130, 144, 170,
negación: 18, 36-38, 40, 50, 51, 63, 83, 179, 183, 184, 192, 200, 219, 222,
104, 168, 183, 189, 228 224, 225, 237, 240, 243, 254, 260
nomenclatura: 79-82, 97, 98, 105, 151, reserva: 207-209
163 secuencia modal: 92, 124, 211, 212,
objeto:ll-13, 21, 23-29, 32, 36, 37, 41- 217, 224
49, 53, 54, 57, 60, 62, 64, 73, 78, sensibilización: 14, 18, 21, 123, 127,
80, 84, 89, 90, 98, 100-106, 108, 132-137, 139, 140, 142, 143, 145-
110-113, 115-123, 127, 137, 144, 147, 152, 156, 158, 165, 166, 187,
147, 148, 157, 159-184, 187-198, 192, 204, 210, 221, 226, 244, 245,
200-202, 205, 207-212, 217-221, 251-254, 264
224-226, 230, 233, 237, 238, 241, sentir: 13, 18, 21-24, 28-30, 36, 46, 69,
249-251, 261, 268-273 74, 80, 94, 130, 144, 179, 197, 238-
objeto de valor: 24, 42, 44, 47, 49, 57, 240, 261
104, 106, 127, 136, 159, 162, 169, simulacro: 17, 19, 22, 25, 54, 56, 61,
170, 172-174, 189-191, 194-196, 100, 104, 121, 123, 125, 129, 139,
198, 205, 208-210, 220, 237, 238, 144, 145, 167, 170, 178-181, 183,
241, 261, 269, 271 187-190, 192, 194, 196-201, 203-
orientación: 30-33, 40-42, 64, 75, 86, 206, 209, 211, 219, 227, 236, 237,
100, 102, 141, 149, 164-166, 184, 240, 243-245, 247, 252, 255, 256,
197,254 258, 259, 262
parte: 91, 110, 111, 117, 118, 172-174 simulacro existencial: 50, 52, 53, 55,
participativo: 41, 169, 174, 175, 263, 120- 123, 126, 128, 219
272 simulacro modal: 54, 56
partitivo: 110, 117, 118, 173-175, 186, simulacro pasional: 61, 129, 144, 145,
262, 263, 270 167, 178, 181, 183, 189, 192, 198-
paterna: 74, 79 200, 204, 206, 209, 219, 236, 237,
patemas-proceso: 74 240, 243, 245, 255, 256, 259
posesión: 168, 171, 172, 176, 188, 189, simulacro pasional figurativizado: 200
191, 198, 205-207, 220, 255, 267 sintaxis intermodal: 70, 71, 77, 106,
potencialización: 122, 124, 126, 130, 121- 123, 132, 149, 179, 207, 220
141 sintaxis modal: 40, 60, 72, 87, 93, 112,
potencializado: 51, 120-122, 124, 130, 120, 210, 268
179, 220 sociolectal: 13, 71, 77, 83, 84, 86, 93,
praxis enunciativa: 58, 72, 75-77, 82, 226, 264
96, 101, 108, 111, 122, 130, 132, sociotaxonomía: 88, 135
134, 136, 147, 148, 166 sombra de valor: 25, 26, 36, 37, 44,
precondición: 17, 27, 29, 32, 166 104, 219, 238, 271, 273
primitivo: 13, 58, 67, 75-78, 94, 123, taxonomía connotativa: 81, 85, 92, 94,
278 ÍNDICE ANALÍTICO

123,142,264 unidad partitiva: 118, 119, 174, 268-


taxonomía pasional: 84, 86, 108 270
tensividad: 17, 18, 21, 24, 25, 28, 30, valencia: 26-28, 30, 31, 34, 36, 37, 39,
31, 34, 35, 37, 45, 55, 70, 71, 74, 41-43, 46, 47, 57, 87, 104,105, 110-
104, 119, 130, 147, 148, 179, 222, 112, 119, 120, 169, 180, 191, 207,
239, 243, 272 219, 220, 237-239, 255, 261, 271,
tensividad fórica: 21, 24, 28, 30, 31, 273
34, 35,45, 70, 71, 74,148,179, 239 valor: 16, 23-29, 34-39, 41-44, 46, 47,
totalidad partitiva: 119, 173-175, 188, 49, 51, 57, 63, 72, 73, 78, 84-88, 98,
190, 191,196, 200, 217, 251 100, 102-104,106-110,112-117,
transformación patémica: 166 121, 122, 127, 137, 138, 140, 142,
transformación tímica: 145, 191, 205, 147, 148, 150, 155, 156, 159, 162,
207, 209, 211, 215, 217, 218, 225, 168-170, 172-174, 182, 189-191,
227 194-196, 198, 202, 205-210, 218,
unidad integral: 118, 119, 174/190, 220, 221, 237, 239, 241, 249, 261,
217, 268 268, 269, 271-273
iinpicso cu programas educativos, s.a. de c.v.
calz. chabacano núm. 6ñ, local a
col. asmrias. cp. 06850
un mil ejemplares v sobrantes
10 de octubre de '200'2

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