Cumandá: Un Drama Entre Extraterrestres (Novela de Encierro)
Cumandá: Un Drama Entre Extraterrestres (Novela de Encierro)
Cumandá: Un Drama Entre Extraterrestres (Novela de Encierro)
Capítulo 1
El despertar es duro porque no solo implica la recuperación de la lucidez sino el peso de un cuerpo
entumecido, adormecido aún como si una cobija húmeda y pesada se extendiera de clavícula a
metatarsos, pasando por brazos y manos que empiezan ya a hormiguear. Los mismos párpados
En la tenue oscuridad de un ataúd, por dentro apenas iluminado, Eugenio de Santa Cruz y Espejo
pensamiento posible que no sea el del cuerpo: la opresión insoportable de los pulmones, los
sofocantes vapores de la tierra húmeda que—de seguro—lo retiene en su seno, el abrazo rígido del
cajón estrecho, el silencio como un mar que abruma, el horror intolerable de la quietud forzosa.
Espejo se esfuerza en gritar, sus labios y lengua resecos se mueven convulsivamente juntos en el
intento.
No sale una voz de sus pulmones jadeantes, fundidos a su mismo corazón en una masa de tejido
fibroso e indiferenciado que pulsa con el tormento. Las lágrimas brotan y surcan sus mejillas y
sensación del tiempo, la vía de escape desde la eternidad de la pesadilla viva a la inmediatez de su
circunstancia presente.
¿De dónde proviene la tenue luz verdosa que ilumina los diez centímetros desde su nariz hasta el
vientre de madera de su propio ataúd? ¿Cómo es posible ver desde la profundidad de la miseria
infinita?
El muslo derecho de Espejo, que al igual que todo su cuerpo, explora el espacio cercano y siente
una leve resistencia, que se transfiere después a su mano. Espejo palpa el contorno de un frasco y
desde el ligero ángulo de visión que le permite su cuello elevado, observa un reflejo traslúcido en
el dorso de su mano. La luz proviene de ese contenedor de cristal que ahora sostiene entre dedos
que sienten una vibración mínima, que se aferran con el arrojo de un suspiro a este objeto salvador,
Con su mano llena de esperanza táctil, con el horror ya alejado al menos un ápice de su respiración
y, finalmente, con el brote de un sollozo desde las profundidades de su misma alma, Espejo
seguramente, los nudos y las volutas extravagantes de la madera tosca le permiten pensar aquello,
un sudario que le cubre la mitad del rostro y que parece extenderse hasta sus pies descalzos, una
luz verdosa y tenue que brota de lo que sea que sostiene en su diestra.
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Y en la esquina de su prisión, por encima de su oído izquierdo, lo que parecería una apertura
circular, posiblemente un canal de aire que llega a la superficie puesto que de ahí emerge algo
ratón desde su percha en la biblioteca de la casa de Juan Pablo Espejo, a media cuadra del
convento de Santo Domingo. Son alrededor de las siete de la tarde, a juzgar por el cielo celeste-
noche y el frío. Dentro del estudio, sin embargo, los cirios abundantes forman la aureola de una
diseñados por él, en torno de una chimenea y que más parecen abrazar a los contertulios que
servir de asiento. Se ve a tres personajes, dos hombres y una mujer, discutiendo a la lumbre del
fuego. En contraste al exterior nocturno, el interior está pintado de colores cálidos, lo que hace a
— No hay otro camino Pepe—insiste Manuela Espejo, envuelta en un rebozo ocre montado sobre
vestido blanco.
—Pero es que se nos termina el tiempo, y no hemos hecho pruebas suficientes. Todo el asunto
resulta demasiado peligroso. Corremos el riesgo de que, en lugar de perecer a manos de la Corona,
condiciones pútridas de la celda lo están matando, que es justamente lo que quiere De Guzmán.
¡Ay Pepe!, más sabe el necio en su casa que el sabio en ajena, espabila, hombre, es ahora o nunca.
—Concuerdo con Manuela, Pepe, ya son meses de preparaciones de tu parte, unas semanas más no
—Si ustedes lo dicen, que son sus hermanos, pero que quede constancia de mi oposición. ¿Cuál es
el camino, entonces?
—Pues Manuela tiene venia para visitarlo en dos semanas; yo, en cuatro. Cada uno de nosotros
pistilo, y puede producir el brebaje por sí solo…. Después de ello, es asunto de preparativos
—Y no quede duda—dice Manuela—de que su destino va a ser el panteón de El Tejar, qué ironía
que lo sepulten en un camposanto que sigue las recomendaciones que él mismo hizo para controlar
la viruela.
—Vamos a lo práctico entonces, Uriel puede llevarle una misiva con nuestros preparativos, la
podemos escribir a tres manos en este mismo instante y él la puede tener ya en sus manos antes de
la misa de gallo.
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Querido y recordado Francisco:
Te escribo para recordarte la necesidad de mantener tu frente en alto y para que lo puedas hacer,
ya que no tengo noticias ni cambios importantes que reportar de nuestra familia, prosigo con mi
recuento de la obra del padre Feijoo en sus Cartas eruditas y curiosas, del tomo IV. En mi anterior
misiva inicié la tarea de narrar las Reflexiones críticas sobre las dos Disertaciones, que en orden a
Apariciones de Espíritus, y los llamados Vampiros, dio a luz poco há el célebre Benedictino, y
famoso Expositor de la Biblia don Agustín Calmet que en su libro amontona historias ya de
duendes, ya de aquellos espíritus, que acá llamamos familiares; y sirven, se dice, para transportar
a los que se valen de su ministerio largos espacios de tierra en brevísimo tiempo, ya de las
transmigraciones, y vuelos nocturnos de las brujas a los sitios donde con el demonio celebran sus
asambleas; porque sobre todos estos asuntos ha escrito ya el benedictino y ejercido crítica al
respecto.
Resulta gracioso querido hermano, escuchar en las calles de esta ciudad, de la formación de
cónclaves de curas y legos, que, leyendo a Calmet al revés, concluyen que su tratado sobre upiros
no es sino la constatación veraz de su existencia y que se aprestan a exhumar cadáveres y así
detener la diseminación de una nueva plaga entre nosotros. Estos personajes, amparados en el
poder retrógrado de De Guzmán, afloran entre los círculos “piadosos”, y patrullan la extensión
abierta de los modernos espacios de El Tejar, esperando observar y si posible, registrar, nuevos
casos de revinientes.. Para estos fanáticos, el abrir el camposanto al sol, garantiza la aparición del
ascendente de las enfermedades, oculto en las catacumbas.
Me habías pedido en mi última visita noticias de Nariño, con quien he tenido correspondencia en
torno a tu caso. Tanto él como Mutis envían afectos en la forma de lianas. Y también lo hace la
totalidad del Arcano Sublime. Para divertirte, querido hermano, he preferido preparar estas letras
en la forma de versos, con la intención de arrancarte una sonrisa con mis pobres ejercicios, van
entonces estas instrucciones para tu alegría. Como tú mismo escribiste hace algún tiempo, “cada
uno la da a su modo”, y yo también quiero darla y no puedo darla sino el martes que sólo debe ser
día de retiro. Empezaré por horas distribuidas esta enseñanza:
Hora primera de las cinco: Propósitos de pasarlo bien. Luego lectura de día lleno, y porque nada
valdría si está vacío, y si alguno piensa zanganear por los barrios de su desmedida imaginación
llegará Uriel por la ventana, a dar cátedra en forma de sus pisadas.Hora segunda de las seis: Al
apetito no se desprecia y si su merced quisiera, levantar los ojos al cielo y beber el chocolate,
conociendo que otros más felices que beberán esta tinta de las Américas, sino el blanco licor de la
napolitana o el de la moscatela parra. Pero nada importa, pues los manjares más sagrados son
aquellos que liberan nuestro cuerpo de dolores. Nuestra alma no ha de estar, ni en todo el cuerpo,
como quiere el rector Bartolomé, ni el cerebro, y la glándula pineal, como intenta el cartesiano
Martínez, ni en el espinazo como pretende Otahola, ni en el corazón, ni en los ojos, como lo pide el
rey y el tiempo.
Hora tercera de las siete a ocho: Aquí que te quiero alma bendita; esta es hora de perfumes para
estómagos débiles, y a veces es tanto el fervor, que como cuáqueros se ponen a temblar y predicar.
La consideración será de la muerte, se tomará por calavera a Rafael de Vega, por ataúd o caja de
respeto a Aranzazugoitia; por candeleras a Iriarte y Gastelbón, por bujías a la Pancha y a La
Fileta. Con triste consideración, ella aparecerá la muerte, ella por ella, y saldrá por la puerta del
notario mayor eclesiástico; vendrá horrorosa y vestida de negro con el luto de la gualdrapa de
Zapata.
Puesto en cruz, examina cómo tras los días vienen las noches, tras de la luna el sol, y tras de los
amores los cuernos. Todo el mundo se muda; el tiempo lo acaba todo, y la muerte nos mete en el
hoyo más profundo. En donde los gritos son sordos.
Hora cuarta de nueve a diez: como se acercan fieles los encantos de esta vida, a desplegar todas
sus iglesias, polonesas y desavillés, como va a salir debajo de un castillo de pelo, de cofia, de rizos,
una cara bonita toda rosadita y vertiendo perla; nada conviene más que acogernos al Contemptus
Mundi; fuera pues de nosotros toda vanidad; despreciemos a esas mujeres; deshojemos esas rosas;
arranquémoslas desde sus raíces y hagamos que desde las plantas vaya subiendo la mano
agotadora y cegadora, hasta donde se dividen los ramos.
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Nos acompañará en esta hora un cuarto de hora Otaola, otro cuarto José María Prieto, otro cuarto
de hora y hasta las diez en punto, el santo viejo Hoyos con cuatro caballos de retaguardia, y un
La oración larga y fervorosa termina a la hora quinta; como no todo ha de ser de trabajo espiritual;
bajaremos al jardín y considerando las hojas, las flores y frutos de la naturaleza, tomaremos el
perseverancia, con el librito del Encomium Moría del juiciosísimo Erasmo, repitiendo en toda la
de mi cerebro en gabán
y al padre de Zacarías
Manuela.
—Un poco disparatada la misiva, hermana y Pepe, pero Francisco es buen entendedor, y una vez
que nos tenga junto a él podemos aclarar sus dudas, cuando menos, se va a entretener con este
acertijo de palabras, digno del mismo Arcano Sublime, que en todo momento nos respalda. Mutis,
Zea, Nariño, Rieux y Froes, todos están de acuerdo, al igual que Montúfar, que desde ya hace los
—A decir verdad no lo estoy, temo por la vida de Francisco, pero confío en los meses de
participación de Carlos Orozco, sus conocimientos prácticos sobre las yerbas amazónicas guiaron
mis esfuerzos: el refinamiento del uorare, su destilación de la corteza de Strychnos con veneno de
víbora, y lo más importante, la combinación de todo aquello, que es tóxico en extremo, con el jugo
láudano debería producir la catalepsia en Francisco que esperamos. Lo probamos en perros, en una
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—Exhumar el cuerpo de su sitio de descanso bajo la cubierta de la noche— Manuela revisa el
— Montúfar envía a dos de sus hombres, Carlos Orozco se ha ofrecido a ayudar, y a conducir a
Francisco a Baños de Agua Santa, en las faldas mismas del volcán Tungurahua, de ahí el descenso
a Palora y después, Logroño, una misión distante de los Mercedarios, que intentan reconstruir
sobre las ruinas de la ciudad perdida. Francisco puede restituir su salud ahí, en esperas del llamado
del Arcano Sublime…y Carlos conoce bien la región, su padre es el prior de los mercedarios ahí y
estaría encantado de contar con un médico y teólogo de la talla de Francisco, aunque no se entere
—Por la quebrada de Jerusalén, luego por encima del muro del camposanto, desde el propio
convento, atravesando capillas y pesadas puertas, el padre Lagraña nos espera con palas, picos y
Pepe toma el papel de las manos de Manuela— Si no hubiésemos de resucitar para vivir
inmortalmente gloriosos, ¡cuán necios seríamos los cristianos! decía el apóstol San Pablo y,
siguiendo su sentencia, no tengo embarazo en preguntar si no han de triunfar por fin la libertad y
—Ya, ya Mejía, no somos audiencia indecisa para cebarnos en tus palabras melifluas, bájate ya de
la mula de la retórica y ensilla el caballo de tu arrojo, ¡Ea! Venga, Uriel, hay una misión urgente
En el siguiente cuadro,
pintado con características similares al anterior, vemos que los conspiradores enrollan
cuidadosamente la epístola, tomándose el trabajo primero de regar polvo sobre la tinta para
apresurar el secado. Luego, la atan a la base de la pata del halcón en espera del repique de la
Un nuevo cuadro presenta a Manuela, de su boca sale una banderola enrollada en donde se
— Juan Pablo, saca esa guitarra vieja de su escondite y Pepe, ven a bailar conmigo esa canción
Juan Pablo responde, desde dentro de su impecable atuendo de presbítero, con otra banderola que
fuga de su boca:
—Petita Pontón
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En el último cuadro de la serie, en el cual la artista amplía la perspectiva un poco a la ventana del
fondo para mostrar a Uriel con las alas extendidas hacia la noche, vemos a Manuela tomar el talle
de Mejía Lequerica y, mientras su hermano eleva el rostro y canta, se lanza a la aventura del baile
de un pasillo.
***
Francisco murió ayer tarde, de síntomas relacionados con bronquios inflamados y fiebre. Sus
conmigo al Doctor Moscorrofio para que verifique la condición del súbdito de la corona, Espejo,
¿Doctor?
— Esperamos que esto no ocupe demasiado tiempo, señor delegado, tenemos previsto una
velación breve esta noche para hacer el entierro mañana por la madrugada—dice Juan Pablo
Espejo, sacerdote.
—No se preocupe usted, la verificación será rápida y discreta, si me puede llevar por favor al
El doctor Moscorrofio desempaca sus instrumentos en una mesa pequeña situada junto al cadáver
Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo yace, rodeado de cirios y chuquiraguas, vestido en
celeste y gris, sobre una mesa amplia de madera de ciruelo. Varias personas sentadas, en sillas
El delegado pide la salida de todos para efectuar el examen mortuorio y así preparar el certificado
de defunción, y todos, salvo Juan Pablo, lo hacen. Como sacerdote, reclama su derecho a estar
presente.
El doctor Moscorrofio entonces pone varios frascos junto al hombro del cadáver, las ramas de una
planta y un pequeño cuchillo afilado. Primero destapa los contenedores de vidrio, con sales y
líquidos, y los lleva a las fosas nasales del cuerpo. El acre olor de amoníaco hace picante el aire,
mezclado con el palo santo e incienso que ya permean el olor mustio del lugar. Luego toma una de
las velas cercanas y aplica la llama a la palma de la mano de Eugenio Espejo, por varios segundos,
enseguida descubre el abdomen del cuerpo y lo frota vigorosamente con las yerbas, que causan
Por último, Moscorrofio toma el dedo índice de la mano diestra de Espejo y lo inserta en su
propio oído.
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—En esto sigo al Dr. Collongues, -dice el médico--- que sostiene, desde Francia, que se puede
diagnosticar la muerte por medio de los sonidos que hace la sangre mediante su paso por los
--Y por último, la aplicación del tanatómetro—dice el doctor mientras extrae de su bolso de cuero
—Es asunto simple el introducir el aparato dentro del extremo de la cavidad abdominal para medir
Espejo, —la profanación del cuerpo de mi hermano no tendrá lugar ahora ni a futuro, él va a recibir
un sepelio decente, como le corresponde a una de las luces de esta Real Audiencia. —Pero, señor
cura, estoy bajo órdenes estrictas del Presidente Guzmán, debo cerciorarme del todo de la
condición de muerte del doctor Espejo, él no quiere si no la más rigurosa ratificación de que ese es,
en efecto, su estado……
—Pues ya hizo usted suficiente, ¿no ve que su corazón y pulmones se han detenido? ¿Que no
responde a ningún estímulo externo? Su alma ya está en el cielo con nuestro Señor, deje usted de
a la vida, ponga un guardia a vigilar nuestra vivienda, y síganos mañana al cementerio a sepultarlo,
—Como usted diga, señor cura, se hará entonces de la manera que usted sugiere…
—Hoy mismo oficiamos la misa de velación y mañana, a las 5 de la madrugada, la misa de ánimas,
***
Un cuadro nuevo:
Son las cuatro y media de la madrugada, azules claros y ropa que se mueve expresan el frío de
aquella mañana, una procesión lenta y solemne enfila por el muro de la llamada calle de La Ronda,
cuesta arriba, hacia el convento de San Diego. Hay un poema en la esquina inferior izquierda de la
pintura, el cual parece tener relación con el cuarto menguante en la parte superior.
En el siguiente cuadro, a la izquierda, tenemos el desfile de figuras vestidas de negro, ocultando las
lágrimas de sus ojos. Las imágenes se funden entre sí, oscuras, ocultas, curcas, con el mentón de
cada uno hundiéndose hacia su propio pecho para compensar por las empinadas cuestas.
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En el tercer cuadro, vemos las postrimerías de la procesión, una escolta de soldados: dos montados
y cuatro a pie. Escuchamos el repique de las herraduras de los caballos en las piedras gracias a la
perfección del uso de grises y verdes para la textura del lienzo. El sonido de las palabras hoscas de
la escolta se pinta con el vapor que emiten por sus bocas. Hace frío en la marcha oscura y
fatigante.
El cuarto cuadro ocupa todo el trasfondo de la lámina hacia abajo: en la escena, percibimos el
cambio del gris monótono de hace minutos hacia un azul oscuro que empieza a teñir el horizonte,
y a envolver los repiques del toque de campana de las cinco. El canto de varios gallos se desgrana
ataúd, que aloja los restos mortales del doctor Espejo, desciende a la tierra. Las figuras vestidas de
negro, los presentes, lanzan puñados de tierra sobre el cajón que descansa ahora cerca de un
mausoleo en construcción, el de los Morales. Los soldados, acompañados del doctor Moscorrofio,
observan desde una distancia prudente estos detalles mientras se pasan una botella de aguardiente
en silencio. En la esquina derecha, un sacerdote agita el hisopo para dispersar gotas de agua
bendita sobre la tierra. La escena decanta de esta forma, con la sonrisa de la luna menos clara que
En un nuevo cuadro observamos, desde un ángulo elevado, desde la cabeza del arcángel Gabriel,
posado sobre el mausoleo en construcción del cementerio de San Diego que colinda con la tumba
recién cavada (reabierta) de Eugenio Espejo. La interesante perspectiva de esta pintura permite
ciudad acotan el crujir de los clavos liberados de la tapa de madera del ataúd, aún rodeado por
todos los lados de tierra negra. Una figura envuelta en un poncho grueso y negro sostiene una
Carlos Orozco y José Mejía, entretanto, de rodillas sobre la tierra suelta que removieron con
anterioridad, con sendos martillos en mano, desencajan, frenéticamente clavos gruesos mientras al
mismo tiempo fuerzan la tapa del ataúd. Desde adentro, debe escucharse un como maullido
ahogado junto con los golpes múltiples de lo que, seguramente, son rodillas y puños.
Desde el mismo ángulo de vista en un nuevo cuadro, a cuatro metros de altura sobre los sucesos,
vemos la remoción del último clavo y el crujir de la tapa que se desprende para permitirnos ver un
desenfrenado ataque de quien fuera en vida Eugenio Espejo, sobre los dos hombres más cercanos.
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Los leves rojos manchados y el verde ictérico de su piel le dan al rostro una expresión única: está
En el nuevo cuadro, estamos ya a nivel del terreno plano del camposanto y observamos una lucha
cruenta y silenciosa, puntuada por gruñidos, sollozos y jadeos, entre el demonio liberado y los tres
hombres que acudieron a la cita. El ensangrentado Espejo patalea y se agita con fuerza
sobrehumana, emplea todas sus extremidades e incluso su cabeza para arremeter en contra de
***
—Francisco, somos nosotros, tus amigos. No luches más, Francisco, —dice Mejía exaltado.
debe ser horripilante, seguramente deberá pasar un tiempo hasta que Francisco se recupere.
—Pero hombres, andando, tardamos ya más de lo previsto, y aún debemos poner todo en orden —
dice Lagraña. —Yo intento apaciguarlo mientras ustedes vuelven a sepultar la caja, háganlo con
apremio…
***
En un nuevo cuadro, tenemos ya una vista de las espaldas de los jóvenes que se aplican a las palas,
y en el siguiente recuadro, un primer plano de la faz de Espejo, entre las manos ennegrecidas de
Lagraña. Este intenta limpiar la cara de su amigo y, al hacerlo, no solo se encuentra con un rostro
recubierto de sangre causada por heridas autoinfligidas, sino unos ojos desencajados y
perdidos. Las bocas abiertas indican que Lagraña intenta hablar con Espejo, pero como respuesta
En el siguiente cuadro, el padre libera a Espejo de la ropa que ensució con sus propias emisiones,
cubre su cuerpo desnudo con su poncho grueso y pone un sombrero de ala ancha sobre la cabeza
de su amigo. El resultado parece una visión lúgubre y profana, una suerte de duende de las
leyendas pueblerinas que se dicen en España y América, una entidad fuera del tiempo y de
lugar…
***
Entre tanto, se escucha el resoplar de un silbido de alerta, unos gritos broncos cercanos y
agresivos. Lagraña pide a Mejía y a Orozco que fuguen, que lleven al duende y sigan la ruta
—Son los hombres de Guzmán, o vinieron en sospecha de un ardid como el nuestro, o peor, lo
hacen creyendo que se trata de un upir, un propagador de plaga. En cualquier caso vuelen,
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Ambos hombres levantan a Espejo corporalmente, cada uno pone su brazo bajo una de las piernas
de quien ahora actúa como muñeco de trapo y, en una suerte de bastidor improvisado alrededor de
***
Para el catorce de julio de 1797, que es donde nos encontramos, la quebrada de Jerusalén es un
sitio tenebroso, una hondonada por la que baja una corriente del volcán Pichincha, que crece en la
época lluviosa y amenaza, en ocasiones, con barrer el muro sur que circunda la ciudad colonial.
En su interior se alojan bandadas de gallinazos, que festinan ahí sobre los cadáveres de animales
ladrones y rufianes se refugian en sus recovecos y preparan ahí sus celadas en temporada seca.
Cuarenta años antes, una capilla se había construido en el labio de la estribación occidental de la
quebrada, una capilla bautizada El Robo que conmemoraba el hurto de un copón de oro de la
iglesia de Santa Clara. Los ladrones lanzaron la reliquia a la quebrada y luego fueron apresados,
ahorcados y quemados.
***
En esa capilla, siguiendo un nuevo cuadro, Manuela Espejo, armada de un mosquete, espera en
enfundado su rostro en una capucha ciega. El padre Lagraña, luego de evadir captura de la guardia
apostada en las afueras del convento de San Diego, despacha el ave a informar a Manuela de la
fuga. Las noticias llegaron hace poco, en las patas del caracara, y Manuela, arrebujada con un
Un cuadro nuevo: el sol ilumina ya los picos del volcán, el cielo azul prístino, desmarcado de
nubes, acoge el drama humano que se despliega en la quebrada. Mexía y Orozco se acercan al
límite de sus fuerzas, no solo que Espejo no puede moverse por su cuenta, al carecer de calzado
entre otras cosas, sino que cayó ya en un nuevo estupor. Su cuerpo tambalea en brazos de sus
salvadores y estos, a su vez, sufren por el esfuerzo de mantenerse y mantenerlo erguido. Los
brazos de ambos pesan enormemente y sus pulmones se sienten como fuelles inflados de fuego.
***
Juan de Dios Pesebre, el jefe a mando del puñado de soldados a su mando, siente la cercanía de su
presa. Demonios o sublevados, para él es lo mismo, pronto los tendrá bajo su poder y se pondrá
una vez más al alcance de un nuevo ascenso…. El paso resulta difícil de lograr, no solo suelo
pantanoso y follaje abundante sino, también terreno irregular, estrecho y luego amplio, con
paredes elevadas de cangahua a cada lado. Sus subordinados se detienen con frecuencia, fingiendo
un cansancio tan grande que las paradas frecuentes se hacen necesarias, pero en realidad
sondeando y pescando en los pliegues de los arroyuelos fragmentos de collares, figurines plateados
y piedras brillantes expuestas por el paso del agua. La bota pesada de Pesebre no puede arriar a
todos, al mismo tiempo, pero el lado plano de su sable impone respeto, y apremio a sus
subordinados.
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***
Otro cuadro, ya libre de sombras, pintado en colores primarios desde la perspectiva de Uriel. En un
esfuerzo nacido de la desesperación última, Orozco pone a Espejo en su espalda, divisa la capilla
de El Robo y enfila a ella con Mejía siguiéndo de cerca. En su interior, Manuela dispara en
dirección de los perseguidores y obliga a que estos tomen resguardo. La compañía en fuga se
refugia en la capilla y, mientras Manuela recarga y continúa disparando, se dirige a las afueras de
la construcción donde encuentran una recua de mulas y provisiones listas para una campaña larga
—Listos— dice Mexía a Manuela, mientras la releva en la tarea de levantar disparos continuos.
—Vamos ya, no podrán seguirnos y en esta nueva circunstancia, tendrán que ir en busca de
refuerzos.
Y tenemos aquí el último cuadro de la primera serie, pintada por Sor María Estefanía de San
Joseph y descubierta por primera vez en 2020, dentro de un muro hueco en Guano, en el
Monasterio de La Asunción. En la pintura, luego de ver la espalda de los complotados y las ancas
de las mulas cargadas, toda la compañía muestra físicamente su deseo de partir montaña arriba,
vemos el rostro de Eugenio Espejo elevado, sus dos brazos abiertos y desplegados junto con su
poncho en la forma de alas, su mirada puesta en firme sobre el terreno que, ahora sabemos, aloja a
sus perseguidores. En el siguiente panel lo vemos partir por su propia voluntad hacia el ramaje en
que se ocultan los soldados, y en el último cuadro, planteado de tal forma que la mirada que
captura la escena no puede sino ser la de un ave en vuelo, vemos a Eugenio Espejo arrodillado ante
sus captores, con la frente en el piso, rodeado de quienes serán, dentro de poco, sus verdugos.
***
11
***
Nota general:
Algunas de las libertades que nos tomamos en esta historia alternativa del tardío siglo XVIII
ecuatoriano:
1
Partimos de la idea de una red de vínculos entre mujeres de la época colonial. La principal de estas
es la amistad entre Manuela Espejo y Sor María Estefanía de San Joseph, religiosa teresiana y
hermana de María Magdalena Dávalos y Maldonado o Magdalena Antonia Dávalos y Maldonado.
(Chambo o Colta, 1725 - Guano, 8 de enero de 1806). Esta última fue la única mujer que
fundada en 1791 por Eugenio Espejo. Especulamos que por medio del contacto entre Magdalena y
Eugenio Espejo, Magdalena conoció a Manuela, y por medio de esta, a Sor María Estefanía. El
contacto entre las pocas mujeres ilustradas de las postrimerías de la Colonia debió ser un aliciente
entre ellas y saltamos desde ahí a pensar que Manuela fue visitante frecuente de Sor María
Estefanía en el claustro, el lugar donde tuvieron lugar cónclaves extendidos en que Manuela relató
a su amiga tanto la actividad política en ciernes en la ciudad como los extraordinarios sucesos
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Como resultado de estas confidencias y ante un prodigioso talento artístico por parte de la
religiosa, esta última, en soledad y bajo voto de silencio, inició la composición de una serie de
pinturas narrativas, hechas bajo el modelo de los exvotos populares, en los que pintó la primera
novela gráfica ecuatoriana: una serie de cerca de 100 pinturas en tabla en las que se desglosan los
principales sucesos que tuvieron lugar en la amazonía a fines del siglo XVIII y que, años más
tarde, diezmada la muestra por el paso de los años, fue brevemente vista por Pablo Herrera,
secretario de García Moreno, que a su vez la describió en una carta a Juan León Mera.
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Un lote importante de estos cuadros fue encontrado en Guano, el sitio de residencia de Magdalena
uno de nuestros colegas, que ingresó a hurtadillas en busca de una visión beatífica o un vaso de
cerveza, encontró los cuadros, se apresuró a fotografiarlos y nos envió múltiples jpgs desde su
teléfono celular. Desde entonces hemos intentado ordenar el material, clasificarlo, redactar una
versión coherente de los hechos, tal como los entendemos y, ahora, procedemos a publicarlos.
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