Cristobal Colon - Pedro Voltes PDF

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Colaboración de Sergio Barros 1 Preparado por Patricio Barros


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Reseña

La posteridad no ha cesado en su curiosidad por la figura de Colón,


a la que la humanidad debe la reunión de los hemisferios en un
destino histórico, económico y cultural conjunto. El V centenario del
descubrimiento de América subraya la trascendencia mundial del
encuentro entre dos mundos, operado merced al genio náutico, el
impulso tenaz y la sagaz visión de Colón.
En su persona se refunden como en pocas figuras históricas los
grandes destinos colectivos y la voluntad individual, los problemas
universales con los impulsos personales donde amplios resultados
dependen de una decisión singular.

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Índice

Presentación
l. La oscuridad inicial. La patria de Colón
2. Anhelo del mar
3. El anhelo científico
4. El ardor religioso
5. Génesis del descubrimiento
6. El primer viaje
7. Viajes posteriores
8. La oscuridad final
9. ¿Cómo era Colón?
10. Trascendencia literaria de la figura de Colón
Cronología
Testimonios
Bibliografía

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Presentación
Cristóbal Colón (1451-1506)

Aunque no existe ningún retrato inequívoco de Colón, la tradición se


ha centrado en los rasgos recogidos por este grabado romántico.

Cristóbal Colón nació en Génova en 1451 en el seno de una familia


de tejedores de cierta posición. Muy pronto embarcó como marinero
en diversos viajes por el Mediterráneo. Es probable que durante
algún tiempo estuviera al servicio de un corsario francés. Naufragó
cerca de Lisboa en 1476, donde su hermano Bartolomé se había
establecido como cartógrafo, y colaboró intensamente con él. Viajó a
Inglaterra, probablemente a Islandia, y es posible que llegara a
Groenlandia. También conoció tierras africanas. Aprovechó el trato

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epistolar con Toscanelli, «príncipe de los geógrafos de su tiempo», y


proyectó «navegar en las partes de Levante por las de Poniente». En
1484 presentó sin éxito su propuesta al rey Juan 11 de Portugal.
Marchó a España en donde interesó al Padre Marchena, en La
Rábida. Finalmente llegó a la reina Isabel de Castilla. Siete años
después, el 3 de agosto de 1492, zarpó de Palos con tres carabelas y
90 hombres.

En el Monasterio de La Rábida, el pintor Daniel Vázquez Díaz creó


unos frescos que describen la epopeya colombina.

El 12 de octubre de 1492 avistaron tierra firme, bautizada por Colón


como San Salvador, donde bajó para tomar posesión en nombre de
los monarcas de España. Después de un recibimiento triunfal

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todavía realizó tres viajes más. Pese a su título de Virrey no


consiguió imponer sus planes de actividad comercial, se enfrentó y
tuvo conflictos. Exagerado tanto en la confianza como en el recelo,
no fue capaz de observar una conducta continuada y serena en
aquel ambiente de gran dificultad. Individuo contradictorio, ha sido
calificado de visionario, aventurero, científico y práctico. Fue
considerado un ferviente cristiano. En sus últimos años se quejó de
una trama de envidias, recelos e intrigas a su alrededor, y vivió una
profunda exaltación mística, que avivaba su obsesión de
reconquistar el Santo Sepulcro de Jerusalén. Víctima de la gota,
murió en Valladolid en 1506. Su entierro fue modesto y
escasamente concurrido, pese a que conservaba todos sus
privilegios y títulos.

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Capítulo 1
La oscuridad inicial. La patria de Colón

Contenido:
§. Niñez y juventud

Ya conoce el lector las discusiones que ha levantado el conflicto de


la patria de Colón. Han proliferado hasta tal punto las ciudades y
las naciones que han querido gloriarse con la paternidad del
descubridor, que no ha faltado algún gracioso que haya dicho que
quizá nació en tierras americanas. «Basta de tales tonterías»,
exclama con enfado el eminente colombista profesor Samuel Eliot
Morison, de la Universidad Harvard, al referirse a esta maraña de
suposiciones y teorías. «No existen más razones –prosigue para
dudar de que Cristóbal Colón era oriundo de Génova, católico,
cristiano, inmutable en su fe y orgulloso de su ciudad nativa, que
las que existen para dudar de que George Washington lo era de
Virginia, anglicano, de estirpe inglesa y orgulloso de ser americano.»
¿A qué se debe que, en contraste con esta evidencia, haya
prosperado una selva de tesis que no han alcanzado otro resultado
que sembrar la confusión en tomo al lugar de nacimiento del
descubridor? El principal responsable de esta «Oscuridad inicial» es
Fernando, hijo de Cristóbal Colón. Nacido en 1488, hijo natural del
Almirante y de Beatriz de Harana, fue hombre culto, estudioso y
cortesano, cuya vida dedicó especialmente a defender los derechos
que le había legado su padre. Escribió con tal fin numerosos textos

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y, pasando de este propósito jurídico-polémico a la exaltación de su


progenitor, compuso un libro, que vio la luz en Venecia en 1571,
titulado Historia del Sr. D. Femando Colombo.
En el capítulo primero de esta obra, tendenciosa por demás,
Fernando Colón ocultó con astuta coquetería el lugar de nacimiento
de su padre: «Tanto quiso que su patria y origen fuese menos cierta
y conocida. Por lo cual, algunos que, en cierta manera piensan
oscurecer su fama, dicen que fue de Nervi; otros que de Cugureo y
otros de Buyasco, que todos son lugares pequeños cerca de la
ciudad de Génova, y en su misma ribera; y otros que quieren
engrandecerle más, dicen que era de Savona; y otros que genovés; y
aun los que más le suben a la cumbre, le hacen de Plasencia, en la
que hay algunas personas honradas de su familia, y sepulturas con
armas y letreros de Colombo.» Como dice graciosamente Ballesteros,
«el enredo ya está planteado».
En este punto aspiramos a deslindar la cuestión del lugar de
nacimiento de Colón, de la otra mucho más amplia del mérito del
descubrimiento. Repudiamos tanto el nacionalismo o el localismo
español que no se contenta con el honor del descubrimiento de
América sino que además quiere la progenie del Almirante, como
ciertas mascaradas que se reproducen cada año en diversos países
y en las cuales se les ve pugnar por adquirir títulos en aquella
empresa.
Los diversos forjadores de hipótesis contrarias al nacimiento
genovés de Cristóbal Colón no suelen reparar en que sus esfuerzos
han de conseguir un doble resultado: primero, el de demostramos

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que la enorme documentación que atestigua que Colón era genovés,


es falsa de arriba abajo, empeño dificultoso; y segundo,
convencemos de que sus argumentos particulares merecen algún
interés.

Panorama del puerto de Génova a finales del siglo XV o comienzos


del XVI, una de las épocas más esplendorosas del poderío naval de
la ciudad.

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Es improcedente abordar la segunda parte sin haber triunfado en la


primera. Con todo, la Real Academia de la Historia y personas y
organismos del mismo alto prestigio no han estado remisos en
prestar atención a los argumentos anti genoveses y de modo general
ha podido establecerse su falta de solidez, como veremos en
seguida.

Reconstrucción ideal de la Puerta de San Andrés en la muralla de


Génova.

Contrasta ésta con la seriedad que caracteriza a los volúmenes de la


Raccolta di documenti e studi publicados por el Ministerio de
Instrucción Pública de Italia con ocasión del cuarto centenario del

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descubrimiento de América, donde se recogen numerosos


documentos irrefutables, muchos de ellos acompañados de su
reproducción fotográfica. Este conjunto fue robustecido por un
estudio sobre la patria genovesa de Colón publicado por el
municipio de dicha ciudad en 1932. De semejante arsenal
sobresalen tres documentos de singular elocuencia. El primero es la
declaración que formula el propio Colón de ser natural de Génova
en el acto de instituir mayorazgo. El segundo es el libro de un
genovés contemporáneo de Colón, Antonio Gallo, quien escribió en
latín sobre las cosas memorables de Génova, entre las cuales
menciona a Colón como descubridor de nuevas tierras y a su familia
como residente en Génova. Lo mismo dice en otra obra de parecido
estilo otro genovés de la época, Bartolomeo Senarega. En suma,
reclama viva atención el hecho documentado de que en 1470
comparezcan .ante el notario de Génova, Jacopo Calvi, el genovés
Domenico Colombo y su hijo Cristoforo para reconocer una deuda
de 50 liras a Jerónimo del Puerto de la misma ciudad; y que en
1506, en trance de morir Colón, en Valladolid, disponga que se
paguen veinte ducados o su equivalente a los herederos de
Jerónimo del Puerto, a quienes los debe. Si éstas son las principales
referencias genovesas a la patria de Colón, hay otras de origen
español que testifican lo mismo, como en seguida veremos.
Tres autores notables han abordado en los últimos decenios la
cuestión de la naturaleza de Colón. En 1929, Luis Astrana Marín
publicó en Madrid el libro Cristóbal Colón. Su patria, sus restos y el
enigma del descubrimiento de América, donde afirma la condición de

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italiano de Colón, observando, sin embargo, que nada sin España


hubiera sido Colón, como fue hasta que llegó a España. Esta es su
patria espiritual, la que importa. Así, no importa que haya nacido
en un lugar de Génova si nació para España». En 1940 publicó en
inglés su biografía de Colón Salvador de Madariaga, editada luego
en castellano, y que volveremos a citar. Le supone de familia judía
catalana emigrada a Génova y dice que por esto hablaba castellano,
lo cual no acaba de cuadrar. También el profesor Eduardo Ibarra
supuso que Colón era de familia judía escapada de España.
Como es sabido, la investigación más seria del idioma hablado por
Colón corresponde a Ramón Menéndez Pidal, quien la publicó en
1942 bajo el título de La lengua de Cristóbal Colón. Empieza con el
«interés inquietante» de la observación de que el descubridor
escribiese en español por lo menos cuatro años antes de venir a esta
monarquía, lo cual no le induce a seguir «la demasiado vulgarizada
hipótesis de Colón español» ante la cual resuelve: «No perdamos
tiempo en ella.» El lenguaje de Colón no se parece a los textos de los
judíos españoles y constan además testimonios de quienes hablaron
con él y apreciaron que el español no era la lengua materna del
Almirante. Así lo dice repetida y categóricamente el padre Las
Casas, y tanto él como otros conocidos de Colón excluyen al propio
tiempo que éste fuese natural de algún otro reino de la península.
En tal punto, expresa Ramón Menéndez Pidal que no sabernos
dónde pudo aprender Colón su español defectuoso antes de su
venida a España, e ignoramos también mucho de su juventud, que
el Almirante quiso ocultar o magnificar. «Como la raposa borra su

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rastro con el rabo, así Colón quiso borrar su juventud de oscuro


lanero y mercader.» A tal propósito, señala el ilustre investigador
que su español no parece haber sido aprendido en Andalucía, sino
en Portugal. Así, incurre en portuguesismos y no en galleguismos.
Es igualmente digno de nota que Colón usa el español para escribir
a Génova y a sus amigos italianos y cuando hace alguna anotación
en italiano o traduciendo del italiano se le va la pluma hacia su
español lleno de lusismos, lo cual ha menester la aclaración de que
lo que Colón habló hasta los veinticinco años era el dialecto
genovés, que no era lengua de escritura, y el italiano no sabía
escribirlo bien, como tampoco supo escribir el portugués. «La
primera lengua moderna que Colón supo escribir fue el español»,
dice Menéndez Pidal. Este hecho -motivado por la preponderancia
internacional de tal idioma y por los propios intereses profesionales
y culturales de Colón- no debe inducir a creer que Colón hubiera
nacido en la península, como veremos que propugnan diversas
hipótesis.
Las principales teorías acerca del problema son las siguientes:
Colón, oriundo de Plasencia. Arranca esta tesis de la confusión entre
la Plasencia italiana (Piacenza) y la extremeña. Su principal abogado
es Vicente Paredes, quien en 1903 publicó dos artículos en la
«Revista de Extremadura», titulados ¿Colón, extremeño?, donde
sostuvo que Colón pertenecía a la estirpe del obispo Gonzalo de
Santa María, que era de origen judío. Esta familia sustentaría el
partido de Álvaro de Luna, y en la confusa época de Juan II
emigraría a Plasencia. La madre de Colón, una Santa María, pasaría

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a Génova. La misteriosa firma de Colón, sobre la que volveremos


repetidamente, declara su abolengo hebreo. El Descubridor todo lo
hacía en nombre de Santa María: Iesus cum Maria sit nobis in via.
Esta tesis lleva muchos años de descrédito y está hoy considerada
enteramente fantástica.
Colón, natural de La Oliva de Jerez. Más gratuita es todavía la
afirmación del párroco de La Oliva de Jerez, Adrián Sánchez; fundó
éste sus lucubraciones en un epígrafe de difícil lectura de su iglesia,
el cual consideró la estela de Colón. Descifróse luego la inscripción
en sentido muy diverso, pero ello no ha retraído al entusiasta
aficionado de seguir encontrando nuevos «vestigios» colombinos y de
perseguir a los investigadores con redobladas afirmaciones del
origen olivero de Colón.
Colón, gallego. La suposición de que el Almirante fuese natural de
Galicia fue en su tiempo la más resonante y, seguramente, la más
rodeada de simpatía. Se sumaron a su éxito las colonias gallegas de
ultramar, y en un momento dado la tesis contó con multitudes
adictas en varios países. Partió de los estudios de Celso García de la
Riega, quien en 1892-98 empezó a difundir en escritos y
conferencias el carácter español de Colón y, paulatinamente, el
gallego. ¿En qué se fundaba? En una serie de documentos del
archivo de Pontevedra, donde aparecían copiosos actos otorgados
por unos Fonterosa y unos Colón, apellidos que coinciden con los de
la familia del Descubridor. Se añadía a tales circunstancias la de
que el Almirante, al bautizar diversos lugares geográficos
americanos, les había dado nombres existentes ya en la comarca

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pontevedresa (Porto Santo, isla de la Gallega, etc.). Rafael Calzada


reforzó la hipótesis con el argumento de que en su lenguaje Colón
usaba locuciones y giros galaicos. La teoría estaba ya
consolidándose cuando la Academia de la Historia examinó los
documentos del Archivo de Pontevedra (1926-29) y dictaminó, con el
apoyo de solventes peritos, que los escritos habían sufrido diversas
correcciones, falsificaciones y enmiendas inspiradas por el deseo de
hacerles decir lo que originalmente no decían.
Colón, catalán. Contrasta esta teoría con las anteriores por ser fruto
de un historiador respetable en otros terrenos: Luis Ulloa,
bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Lima. En 1927 empezó a
defender que el descubridor era catalán, fundándose: a) en que su
apellido es castellanización de uno catalán corriente, el de Colom; b)
en la existencia en el Levante catalán de diversas familias Colom
desde el siglo XII; c) en la suposición, avalada por una anotación del
catálogo de la biblioteca de Fernando Colón, de que el Almirante
escribió en catalán su histórica carta a Luis de Santángel; d) en el
uso de catalanismos en la prosa de Colón; e) en el fervoroso lulismo
del descubridor; f) en una interpretación acorde con su tesis, de la
firma de Colón; g) en que éste ocultó su origen aragonés para no ser
víctima del «recelo de los castellanos» y del «propósito de Fernando
de deprimir a los aragoneses en beneficio de aquéllos», así como
para ocultar al rey que en lo pasado había sido corsario enemigo de
Juan II, padre del monarca. Este conjunto de suposiciones se
remata y culmina con la afirmación sorprendente de que en el curso
de sus viajes de juventud Colón había estado en Groenlandia hacia

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1476, dentro de una flota danesa; es decir, que había descubierto


América antes de 1492 y por ello estaba tan seguro de la razón que
lo asistía al acudir a los cosmógrafos y a los monarcas portugueses
y españoles.
La tesis catalana evolucionó posteriormente en manos de Carreras
Valls hacia la indicación más concreta de que Colón era de Tortosa,
fundándose en que en la comarca dertusense existe una Terra roja,
que coincide con la misteriosa afirmación de Bartolomé Colón en el
sentido de que la familia procedía de Terra Rubra.
Colón, portugués. La hipótesis portuguesa, sostenida principalmente
por Patrocinio Ribeiro y Pestana Junior, se funda: a) en una
interpretación intencionada de la firma de Colón; b) en una fusión
arbitraria de la persona de Colón con un Simón Palha, marino y
corsario; e) en los portuguesismos del habla de Colón; d) en la
desvinculación del Colón que aparece en los documentos genoveses
del que actuó en la Península y descubrió el Nuevo Mundo, tesis,
ésta, particular de Beltrán y Rózpide, quien, partiendo del cálculo de
la edad, afirma que no puede tratarse de la misma persona.
Colón, corso. Los abates Casanova y Casablanca y Pablo Corbani
defendieron esta oriundez, fundándose: a) en los Colombo existentes
en la isla; b) en la circunstancia de haber en Calvi una calle de los
Tejedores, oficio que se sabe profesó el padre de Colón; e) en el
círculo de corsos que rodeaba a Colón en España. Las «harto
estrambóticas afirmaciones» del abate Casanova -así las califica
Ballesteros-- fueron recogidas y alentadas por el gobierno francés,
lisonjeado por la falsa idea de que Colón hubiera nacido en su

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territorio. Y decimos falsa idea, porque, aun admitiendo el origen


corso del descubridor, habría resultado que éste nació dentro de los
dominios de Aragón, ya que a tal reino pertenecía Córcega a la
sazón.
Teorías diversas. Al llegar a este punto acaba de perderse la poca
seriedad científica que contenían las anteriores hipótesis y entramos
de lleno en el reino de la arbitrariedad y la fantasía. Al calor de ésta
nacieron las teorías de que Colón era griego y pirata (Goodrich), de
que era inglés (Mollow), francés (Colomb), suizo (Colomb, de
Ginebra), etc. Debe establecerse cierta distinción entre estos
desvaríos y las pretensiones -ciertamente más razonables, aunque
igualmente no lo bastante fundadas-- que esgrimen diversas
ciudades italianas. Al hablar del origen extremeño del Almirante ya
hemos aludido a que su afirmación se basaba en la confusión de la
Plasencia italiana con la española. En la primera, ciertamente,
vivieron en el siglo XV diversos Colombo, cuya huella personal ha
quedado en documentos notariales. Con idéntico fundamento y
sacando el apropiado partido de las oscuridades de la crónica y de
la documentación, han reclamado la maternidad de Colón Cuccaro,
Cogoleto, Savona, Albisola y otras localidades ligures.
El testimonio de los contemporáneos de Colón que le conocieron y
hablaron con él echa por tierra la hipótesis de que hubiese nacido
en el solar español: coinciden todos en estimarlo extranjero, como
hemos dicho. Dentro de su extranjería, todos los indicios se inclinan
en favor de su origen italiano, y dentro de lo último, se pronuncian

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abrumadoramente en pro de la tradicional atribución a Génova de


la maternidad del héroe.

Fundándose en el Libro de Horas de Don Manuel, se ha elaborado


esta reconstrucción del ambiente de la Rua Nova dos Mercadores de
Lisboa

¿Por qué razones se viene ésta concediendo a Génova? Porque


numerosos contemporáneos de Colón, que le conocieron, declararon
en sus escritos que había nacido en Génova (Andrés Bernáldez,
Pedro Mártir de Anglería, Antonio Gallo, Battista Fregoso, el obispo
Giustiniani y tantos más); porque los cronistas españoles coinciden,
si no absolutamente en darlo por genovés, por lo menos en
diputarlo por ligur; porque existen documentos coetáneos, tan

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rotundos en sus afirmaciones como aquella carta del embajador de


los Reyes Católicos en Escocia, Pedro de Ayala, quien escribiendo a
los soberanos dice, «la fantasía deste ginovés». De esta serie de
documentos descuellan por su elocuencia probatoria el ya citado de
institución de mayorazgo, donde el propio Colón dice: «Siendo yo
nacido en Génova»; y el llamado «documento de Assereto» (por el
nombre de su descubridor), donde se advierte que Colón era agente
comercial de la empresa Centurione de Génova, que viajaba
frecuentemente a la ciudad ligur y que tenía en ella numerosos
amigos. También aquí Colón se proclama genovés, como luego
veremos.
Segundo problema: la fecha de nacimiento. Como resuelve
Ballesteros, «combinando los datos que ofrecen los documentos, el
nacimiento de Colón puede fijarse entre el 25 de agosto y el 31 de
octubre de 1451».
Existen otras muchas suposiciones en tomo a tal fecha: fundándose
en el testimonio de Bemáldez, según el cual Colón murió de setenta
años, Navarrete, Humboldt, lrving y Fiske se inclinan a favor del año
1436; los editores de las Cartas de Indias y Paz y Melia se
pronuncian en pro del año 1439; D'Avezac piensa en los años de
1445 a 1447; Lollis, en 1448; Peschel, en 1456; Harrise opina que
Colón nació entre el 24 de mayo de 1446 y el 20 de marzo de 1447,
porque veinticinco años después de la primera fecha no figura en un
acto legal y de la segunda sí, lo cual quiere decir que en 1471 no
tenía aún la mayoría de edad de veinticinco años y en 1472 sí. Un
documento notarial hallado por Stagieno permite atribuir

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decididamente a Colón el nacimiento en 1451. En tal fecha abunda


un acta notarial otorgada por Colón en Lisboa en 1479 donde
declara tener más de veintisiete años.

A comienzos de este siglo se suponía que el primer edificio de la


derecha de la foto era la casa donde nació Colón en Génova. Más
tarde el inmueble se ha deteriorado considerablemente.

§. Niñez y juventud
Merced a los documentos de archivos notariales y municipales
ligures se ha podido establecer con bastante certidumbre el perfil
familiar de Cristóbal Colón: Giovanni Colombo, su abuelo paterno,
era tejedor de lana en el pueblo de Moconesi, situado a unos 28
kilómetros de Génova. Fue padre de tres hijos: Domeneghino,

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Antonio y Battistina. El primero fue padre de Colón. Había sido


enviado por su progenitor a aprender el oficio de tejedor al lado de
un brabanzón que vivía en Génova. Hacia 1440, Domeneghino
Colombo, maestro tejedor ya, vivía en una casa de la parte interior
de la Porta dell'Olivella, entrada oriental de Génova. Cosa de cinco
años más tarde contrajo matrimonio con Susanna Fontanarossa,
hija de otro tejedor, la cual le trajo una dote de cierta consideración.
Es posible que por las mismas fechas se concediese a Domenico
Colón la plaza de guardián de la citada puerta, dotada con ochenta
y cuatro libras de oro de estipendio al año. En la casa inmediata a
esta puerta debió de nacer Colón. Es probable que Cristóbal no
fuese el hijo primogénito, pero de haber tenido hermanos mayores,
éstos murieron jóvenes. Bartolomé, su hermano menor, era uno o
dos años más joven que él. Aún menor, el otro hermano, Giacomo (o
Diego), cuya personalidad fue tan corta y limitada que Cristóbal se
vio en la necesidad de ampararlo hasta la edad adulta.
Domenico Colombo, según Eliot Morison, no era un tejedor
dependiente que trabajase a jornal, sino un maestro que poseía uno
o más telares; compraba la lana, enseñaba el oficio a los aprendices
que tenía y vendía las telas terminadas. Alternaba el ejercicio de su
profesión con un pequeño comercio de quesos. «Aunque mal sostén
para su familia -prosigue este autor- debe de haber sido un hombre
popular y apreciado para obtener, como obtuvo, tanta mercadería a
crédito… Era esa clase de padre que cierra el comercio cuando los
negocios no marchan y lleva a los muchachos a pescar, o esa suerte
de vendedores de vino que se constituyen en sus mejores clientes.»

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Un libro editado en Flandes en el siglo XVI representa así la


navegación de Albuquerque en la costa indostánica, explorada por los
portugueses

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En el siglo XVII se había desarrollado ya con notable precisión el


conocimiento geográfico de la China y el mundo índico, plasmados en
cuidados mapas como el que reproducimos.

Desde otoño de 1470 hasta septiembre de 1484, la familia Colombo


residió habitualmente en Savona. Los destinos del hogar se veían
zarandeados por la inquietud y el espíritu irregular de su jefe.
Domenico Colón era dado a los viajes, al cambio de negocios, a la

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iniciativa atrevida, al pleito y al enredo. Murió pobre alrededor del


año 1500.
¿Qué elementos de su infancia entrarían así en la formación de la
personalidad de Colón? Primero y principal, los efluvios del mar:
Génova era el más importante puerto del Mediterráneo, y cualquier
muchacho de sus circunstancias tenía que escuchar a diario de
labios de los marineros que iban y venían relaciones de
tempestades, viajes, ganancias fabulosas, alegrías y aventuras
deslumbrantes. En segundo lugar, la aptitud para el discernimiento
de la riqueza: la vocación mercantil de su padre y sus accidentadas
vicisitudes llenarían el hogar de los Colón de chácharas de
ganancias, pérdidas, deudas, pleitos, vencimientos e intereses, y
aquel niño asimilaría desde sus primeros años estas nociones. En
tercer lugar, es muy fácil que el carácter fantástico de su padre
redundase en ciertas pretensiones de nobleza y de señorío: dentro
de la modestia, la familia vivió, durante la juventud de Colón, con
cierto desembarazo y su nivel social estaba claramente por encima
del de los tejedores. Ello puede haber infundido en el joven Colón
cierta altanera noción de hidalguía y de dignidad, que veremos
retoñar en años posteriores considerablemente amplificada.

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Capítulo 2
Anhelo del mar

Contenido:
§. Una importante actuación jurídica de Colón

«De muy pequeña edad -escribía Colón en 1501 a los reyes- entré en
la mar navegando.» ¿Cuándo, exactamente? En 1492 consigna en el
diario de a bordo: «Yo he andado veinte y tres años en la mar, sin
salir de ella tiempo que se haya de contar.» El cómputo de Colón nos
Jo presenta comenzando la vida marinera en plena infancia.
Ballesteros se rebela contra este resultado; Eliot Morison,
fundándose ingeniosamente en sus propios recuerdos de juventud,
parece inclinarse a suponer que Colón contó como «navegación» las
primeras travesuras marineras de niñez.
«Cristóbal vivía en una comunidad marinera en la que todo
muchacho que se encontrase bueno navegaba cuanto le era
posible», dice. Dentro de esta posibilidad caben por igual la pesca
por afición, las escapadas y las excursiones en un bote y los viajes
efectuados para comprar o vender los géneros del padre de Colón.
Es muy probable que Cristóbal, de joven, estuviese al servicio de un
corsario francés llamado Guillaume de Casenove y, por apodo,
Coulon o Coullon. Colón tenía entonces dieciocho años, no hay
documento alguno que lo sitúe a la sazón en Génova y sí indicios
más o menos rotundos de que formó parte de las fuerzas de
Casenove. Operaba éste, alrededor de 1470, en la costa francesa del

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Atlántico y se cebaba en las naves venecianas que seguían la ruta


comercial de Flandes. Fue, según dice el padre Las Casas, siguiendo
el relato de Femando Colón, «Un famoso varón, el mayor de los
corsarios que en aquellos tiempos había... Cristóbal Colón
determinó ir y andar con él, en cuya compañía estuvo y anduvo
mucho tiempo».
Este párrafo se refiere, en realidad, a otro corsario, llamado Colón el
mozo, que era el griego Jorge Bissypat. Ballesteros cree mejor
aplicarlo al Colón viejo (Casenove) por casar mejor con él las fechas
y edades.
En contraste con las conjeturas que rodean este primer episodio
marinero de Colón, el segundo aparece revestido ya de certidumbre.
El propio Colón lo refiere con detalle en un fragmento epistolar
recogido por su hijo Fernando: «A mí me sucedió dice- que el rey
Reine! (Renato de Anjou), que ya lo llevó Dios, me envió a Túnez
para tomar la galeota Fernandina, y habiendo llegado cerca de la
isla de San Pedro, en Cerdeña, me dijeron que había dos navíos y
una carraca con la referida galeaza, por lo cual turbó mi gente y
determinó de no pasar adelante, sino de volverse atrás, a Marsella,
por otro navío y más gente; yo, que con ningún arte podía forzar su
voluntad, convine en lo que querían, y mudando la punta de la
brújula hice desplegar las velas, siendo por la tarde, y al día
siguiente, al salir el sol, nos hallamos dentro del cabo de Cartagena,
estando todos en concepto firme de que íbamos a Marsella.»
Renato de Anjou había sido instituido heredero por la reina Juana
de Nápoles y combatió por la posesión efectiva del reino contra

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Alfonso V de Aragón; aliados los genoveses con el angevino, le


proporcionaron tropas y naves. Subleváronse los catalanes, .años
después, contra Juan II y nombraron rey a Renato. Este guerreó
constantemente contra el monarca aragonés, padre del Rey Católico.
Los eruditos convienen casi todos en que no hay razón alguna para
dudar de la veracidad del Almirante en el relato de un episodio que
sólo perjuicios podía traerle ante los ojos de Fernando. Eliot Morison
formula la única enmienda de que Colón no debía de ser entonces
capitán de aquella embarcación, dada su juventud, sino, «uno de los
que descubrieron la treta que les fue jugada...Cuando relató el
incidente a los reyes un cuarto de siglo después, promovióse a sí
mismo a capitán, grado evidentemente más en consonancia con la
dignidad de Almirante que ostentaba entonces.
A estos primeros episodios marineros de Colón conviene añadir la
nota que da Carreras Candi de un documento donde consta que en
1473 un corsario llamado Colón atacaba las costas valencianas y
amenazaba las de Cataluña, «Ese corsario ¿no pudiera ser nuestro
Colón? -se pregunta Ballesteros-. No es absolutamente inverosímil.»
La república genovesa, en 1474 o 1475 envió una expedición en
socorro de su isla de Quíos, amenazaba por los turcos, Colón tomó
parte, sin duda alguna, de esta flota, y en tal viaje lo guió, junto a
un propósito puramente marinero, la intención de comprar la goma
que producían los lentiscos de la isla, riqueza peculiar de Quíos que
el Almirante volvería a encontrar con alborozo en Indias. ·Fue en
estos viajes, si no en el de René (de Anjou), cuando aprendió a
"aferrar, arrizar y timonear", a calcular las distancias a ojo, levar

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anclas con oportunidad y todos los demás elementos de la


navegación. Cristóbal aprendió náutica a la antigua usanza, en la
escuela de la experiencia, la forma más dura pero más verdadera»,
comenta Eliot Morison, marino profesional.
En verano de 1476 partió de Génova una flota comercial destinada a
vender en Francia, Portugal e Inglaterra la goma de Quíos. De ella
formaba parte Colón, acaso como simple marinero. En agosto,
cuando se encontraban estas naves ante el cabo portugués de San
Vicente, fueron atacadas por aquel célebre corsario Casenove
Coullon. Trabóse el combate: tres barcos genoveses abordaron a sus
contrincantes, los otros dos atrajeron al resto del enemigo y la
batalla se disputó durante todo el día ensañada y reñida. Al caer la
noche se habían hundido tres barcos genoveses y cuatro del
enemigo y cientos de hombres se habían ahogado. Entre ellos,
quinientos caballeros portugueses de la flota de Casenove, que se
hundieron abrumados por el peso de sus armaduras. De Colón dice
su hijo Fernando, que era muy buen nadador y «Viéndose dos
leguas, o poco más, distante de tierra, tomando un remo que le
ofreció la suerte y agarrándose de él algunas veces, y otras
nadando, quiso Dios (que para mayores cosas le había salvado)
darle fuerzas para llegar a tierra, aunque tan débil y trabajado del
agua y de la humedad que tardó muchos días en reponerse».
Colón mismo calificó de milagroso el modo como llegó a pisar la
península ibérica y no dudó en ver en él un indicio de que la
Providencia lo empujaba hacia España. Después de haber sido
socorrido por las gentes de la costa, pasó a Lisboa, donde residía

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una numerosa y próspera colonia genovesa. Bartolomé de Las Casas


lo explica: «Fuese a Lisboa, que así no estaba lejos donde sabía que
había de hallar personas de su nación, y así que siendo conocido
por de la nación genovesa y también quizás su linaje y sus padres,
mayormente viendo su autorizada persona, le ayudaron a que
pusiese casa y hecho con él compañía, comenzó a acreditarse y
restaurarse.»
López-Portillo y Weber expresa que Colón hizo en este trance
análisis de sí mismo, idea que también profesa Madariaga.

En la isla portuguesa de Madeira, la tradición señala esta casa de


Funchal como la que habitó Colón.

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«Sentíase inteligente -dice-, ambicioso, capaz de grandes cosas y


bien puede haber juzgado que si Dios le conservaba la vida allí
donde tantos de sus compañeros la perdieron, era porque le
reservaba para grandes cosas.
Como quiera que sea, el Cristóbal Colón que emergió de las ondas
tenía propósitos muy distintos de los modestos de ganapán del mar
que animaban al combatiente angevino.»
Apenas hubo restablecido la salud, Colón quiso reanudar su tarea
de marino y mercader. En este momento de euforia Colón conoció a
la mujer con quien acabaría casándose. ¿Cómo ocurrió tal cosa?
Llevado de la devoción, acudía el descubridor al monasterio de
Santos a seguir los cultos. Este convento era de ciertas
comendadoras, con una de las cuales vino a tener «plática y
conversación», ayudadas de la «buena disposición y no menos gentil
presencia» de Cristóbal, como dice su hijo Fernando. Llamábase la
dama doña Felipa Moniz de Perestrello y era de familia noble y
renombrada.
El padre de Felipa, Bartolomé Perestrello, era gentilhombre de la
casa del infante don Juan, y cuando éste murió, pasó al servicio del
infante don Enrique el Navegante, quien años después le conferiría
por merced la capitanía de la isla de Porto Santo, donde vino a
establecerse Perestrello. Cuando falleció, su viuda vendió los
derechos a la capitanía y se retiró a Lisboa. Su hijo, llamado
también Bartolomé, cuando llegó a la mayoría de edad, instó para
que la operación fuese anulada y recabó de nuevo aquel grado. Así,
como dice Eliot Morison, «dejó a la madre con flacos posibles para

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mantener su posición, y como doña Felipa era la mayor de las dos


hijas -tendría ya unos veinticinco años cuando llamó la atención de
los errantes ojos de Cristóbal-, quedó complacida al no tener que
pagar más la pensión del convento y asegurarse como yerno a un
joven activo y emprendedor, de modales gentiles y que no pedía
dote».
Fernando Colón nos entera de que la suegra, al advertir el interés de
Cristóbal por las cosas del mar, le participó curiosas historias de su
difunto esposo: le contó así que Bartolomé Perestrello había
desembarcado en Porto Santo una coneja con cría, que procreó con
tal abundancia, que al año la isla estaba llena de conejos y éstos
devoraban cuanta planta crecía en ella. Los portugueses se vieron
obligados a salir de allí y pasar a Madeira en espera de que se
mitigase la tiranía conejil en Porto Santo. «Daba mucho gusto al
Almirante saber semejantes navegaciones y la historia dellas.»
Algún tiempo después de contraído el matrimonio, Colón y doña
Felipa fueron a pasar una temporada a esa isla. En algunas
ocasiones se trasladaría él a la de Madeira. En ambas trató sin
cesar a marinos y exploradores, que le transmitirían la inquietud de
los descubrimientos.
Durante estos años Colón se dedicó con intensidad al comercio.
Parece seguro que colaboró con su hermano Bartolomé en un
negocio de mapas que éste había abierto. Andrés Bernáldez lo
describe, cuando lo conoció en España, como «mercader de libros de
estampas». Este comercio de mapas es tanto más verosímil cuanto

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que es evidente que Colón estuvo profundamente familiarizado con


la ciencia cartográfica de la época y dibujaba con notable perfección.
Contaría Colón en su desenvolvimiento económico con la facilidad
de que buena parte del comercio exterior de Portugal estuviese en
manos de genoveses como Paolo di Negro, el socio de Centurione,
por cuya cuenta había estado Colón en la isla de Quíos.
Efectuó también Colón una expedición a la costa occidental de
África incorporado a la flota de Diego d'Azambuja (1481). Él mismo
dice: «Frecuentemente, navegando de Lisboa hacia el Sur, rumbo a
Guinea... » El «frecuentemente» ha dado pie a la verosímil suposición
de que efectuase más de un viaje. Lo positivo es que conoció bien
estas tierras africanas, porque en sus escritos ulteriores las
compara a menudo con las americanas.
Dice Ballesteros de este período de la vida de Colón: «Portugal era el
país de los ensueños descubridores, de las esperanzas de tesoros
inagotables que brotarían del mar, de islas maravillosas doradas por
la munificencia real a los esforzados paladines de las empresas
arriesgadas. Tenía hogar, una suegra cariñosa que lo animaba en
sus proyectos, una dulce mujer unida a su destino, unos bienes, si
no cuantiosos, suficientes, y en perspectiva un hijo que colmase sus
alegrías. Y a todo ello se añadía el ensalzamiento. El plebeyo
contemplaba con sorpresa su propio encumbramiento al enlazarse
con las familias más nobles de Lusitania, allegadas a la Corte por
los caminos del blasón y también por tortuosos senderos tan
influyentes o más que los anteriores.»

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En esta fase de la vida de Colón ha de insertarse un viaje que hizo a


Inglaterra, el cual, aunque está indicado por su nombre en el diario
de a bordo del Almirante, ha sido puesto en duda temerariamente
por unos pocos autores. Ballesteros lo acepta y detalla, precisando
que acaeció a finales de 1476 o principios de 1477. Consistió en una
expedición de mercaderías desde Génova, la cual también se
proponía recoger a los supervivientes del combate del cabo San
Vicente. Los marinos genoveses estuvieron en Londres y Bristol y
pasaron luego a la plaza irlandesa de Galway.
Todavía está más regateado y discutido que este viaje inglés, otro de
Colón a Islandia, con todo y estar igualmente declarado por él.
Probablemente se efectuó desde Inglaterra.
Él mismo afirma: «Yo navegué al año de cuatrocientos y setenta y
siete en el mes de febrero, ultra Tile isla cien leguas, y a esta isla
que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con
mercaderías, especialmente los de Bristol, y al tiempo que yo a ella
fui no estaba congelado el mar, aunque había grandísimas mareas.»
En e1 curso de esta travesía hizo Colón una nueva escala en el
puerto irlandés de Galway, si no es que lo visitó sólo esta vez. «El
viaje que llevó a Cristóbal a Islandia -dice Eliot Morison- era
probablemente intento de algún emprendedor capitán portugués
que combinó el lucrativo comercio de bacalhau con una exploración
ártica.»

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Página del documento de 1479, llamado «de Assereto», donde se


menciona a Cristóbal Colón (línea 14 de la segunda columna).

La interpretación de la frase «ultra Tile isla cien leguas» ha


promovido hondas disensiones entre los eruditos: unos suponen
que significa que Colón rebasó Islandia y llegó a la isla de Jan
Mayen o a Groenlandia; otros (Caddeo) suponen que las cien leguas
aluden al perímetro de la isla; Vignaud sostiene que Colón no
conoció Islandia. Poca importancia tiene desde el punto de vista
práctico, la cuestión de admitir que Colón completó su ciencia
marinera con un largo viaje al Atlántico septentrional.
Junto a su interés técnico, esta travesía tenía también un evidente
significado de llegar hasta el extremo del mundo conocido.

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Conforme luego veremos, Séneca había estimado a Thule como


última tierra cógnita, según Colón había leído atentamente.
Queda, pues, establecido que Colón efectuó una serie de travesías
de juventud por la costa ligur, un viaje de Génova a Marsella y
Túnez, uno o dos de Génova a Quíos, otro a la costa atlántica que
terminó en batalla naval, uno o varios viajes a la costa africana y
otro al Atlántico Norte. «Ya estaba preparado -concluye Eliot
Morison- para cosas de más aliento.»

§. Una importante actuación jurídica de Colón


El 25 de agosto de 1479 se nos muestra Colón compareciendo en
Génova ante la banca de su patrono Luigi Centurione. En seguida
indicaremos el motivo de este acto jurídico. Lo que nos importa más
son las manifestaciones que en su ocasión hizo el Almirante, sin
perjuicio de que el hecho mismo tenga también subido interés.
Consta éste en el llamado «documento de Assereto», pliego suelto
con dos escrituras que encontró Ugo Assereto y publicó en 1904 en
el «Giornale Storico e Letterario della Liguria», dentro de un artículo
titulado La data di nascita di Cristoforo Colombo, que Ballesteros
resume extensamente.
El documento está motivado por un acaecimiento comercial
registrado durante la estancia colombina en Porto Santo y Madeira1
con lo cual ayuda a ilustrarnos acerca de esta época de su vida.
Colón había recibido en 1478 de la casa Centurione el encargo de
comprar 2.400 arrobas de azúcar en Madeira, pero Paolo di Negro,
representante en Portugal de la misma casa, sólo proporcionó a

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Colón la décima parte de la cantidad necesaria para el pago, lo cual


creó una situación equívoca que Colón acudió a despejar en
Génova. Allí se justificó de no haber podido embarcar todo el azúcar
comprometido, con perjuicio de terceros, y-lo que a nosotros
interesa más- añadió para identificarse que era civis Janue, es decir
ciudadano de Génova, y que tenía veintisiete años.
Las dos afirmaciones son de primera magnitud para esclarecer
biografía de Colón. Añadió éste que al día siguiente partiría de
Génova para Lisboa. Colón salió airoso del interrogatorio recogido
en este documento y continuó tratando con la casa Centurione, así
como con Paolo di Negro y el factor Jerónimo Médicis. Unos y otros
son también mencionados en el testamento de Colón, lo cual realza
el significado de este episodio.

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Capítulo 3
El anhelo científico

«El Almirante -afirma vanidoso su hijo Femando- era hombre de


letras y de grandes experiencias, y que no gastó el tiempo en cosas
manuales ni artes mecánicas.» La ciencia considera con grandes
reservas estas manifestaciones y crece en sus sospechas al ver a
Femando que asegura que su padre «aprendió las letras y estudió en
Pavía, lo que le bastó para entender a los cosmógrafos, a cuya
lección fue muy aficionado». Las Casas, además de seguir a
Femando en la aseveración de estos estudios pavianos, observa que
«Siendo niño, le pusieron sus padres a que aprendiese a leer y
escribir y salió con el arte de escribir formando tan buena y legible
letra... que pudiera con ella ganar de comer. De aquí le sucedió
darse juntamente a la aritmética y también a dibujar y a pintar, que
lo mismo alcanzara, si quisiera, vivir por ello».
La hipótesis de que Colón estudiase en Pavía goza de poco favor
ante la crítica moderna, la cual pone en contraste con esta
formación universitaria; a) la insuficiencia de medios económicos de
la familia de Colón; b) el hecho de que Colón no hablase ni
escribiese nunca el italiano literario; c) la afirmación, repetida por
muchos de sus contemporáneos, de que, aunque dotado de talento
y de cultura autodidáctica, el descubridor carecía de formación
sistemática; d) Pavía no daba en aquella época los estudios más
adecuados a la personalidad e intenciones de Colón. Esto nos
prepara para comprender cuánto le aprovechó el trato epistolar que

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sostuvo con Paulo del Pozzo Toscanelli, príncipe de los geógrafos de


su tiempo. Femando Colón dice a este respecto: «Porque siendo el
referido maestro Paulo Toscanelli amigo de un Fernando Martínez,
canónigo de Lisboa, y escribiéndose cartas uno a otro sobre la
navegación que se hacía al país de Guinea en tiempo del rey Don
Alfonso de Portugal, y sobre lo que podía hacerse en las partes de
Occidente, llegó esto a noticia del Almirante, que era curiosísimo en
estas cosas, y al instante, por medio de Lorenzo Giralda, florentino,
que se hallaba en Lisboa, escribió sobre esto al maestro Paulo, y le
envió una esferilla, descubriéndole su intento, a quien el maestro
Paulo respondió en latín.»
En esta respuesta Toscanelli encerró todo el acervo de conjeturas y
realidades acerca del viaje a Catay que se había venido acumulando
hasta sus días. Parte importante de las noticias transmitidas por
Toscanelli procedían del relato del viaje de Marco Polo.
Ballesteros, al estudiar esta correspondencia, señala que «desde el
comienzo de la carta aborda Toscanelli el gran problema». Otras
muchas veces tengo dicho del muy breve camino que hay de aquí a
las Indias, adonde nace la especiería, por el camino del mar más
corto que aquel que vosotros hacéis para Guinea.» El eje de las ideas
de Toscanelli, que Colón abrazará y realizará en cierta forma,
consiste en libertar al comercio oriental cristiano de la opresión de
los turcos. Para demostrar el modo de conseguirlo, mandó
Toscanelli una carta marina «en la cual está pintado todo el fin del
Poniente, tomando desde Irlanda al Austro hasta el fin de Guinea,
con todas las islas que en este camino son, enfrente de las cuales

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derecho por Poniente está pintado el comienzo de las Indias ... y en


cuántas leguas podéis llegar a aquellos lugares fertilísimos y de toda
manera de especiería y de joyas y piedras preciosas» ... «Y no tengáis
a maravilla si yo llamo Poniente adonde nace la especiería, porque
en común se dice que nace en Levante, mas quien navegare al
Poniente siempre hallará las mismas partidas en Levante», según
dice el padre Las Casas transcribiendo esta carta. Fusionando la
reseña de Marco Polo con las noticias de islas ignotas en el
Atlántico, dice Toscanelli categóricamente que de la isla de Antilla a
la isla de Cipango (Japón) hay 2.500 millas.
En una segunda carta de Toscanelli a Colón le dice: «Yo veo el tu
deseo magnífico y grande de navegar en las partes de Levante por
las de Poniente», e insiste en asegurarle que si tal hace encontrará
«reinos poderosos e ciudades e provincias nobilísimas».
Anota aquí López-Portillo y Weber que «como es característico de los
autodidactos los conocimientos que entonces con tenaz empeño y
estudio adquirió, tenían respecto de los profesionales la desventaja
de carecer de base y de sistema, y en justa compensación la ventaja
de buscar nuevos campos sin traba alguna, con criterio libre y con
entusiasmo ardiente».
Observemos el proceso de germinación de la idea del
descubrimiento en la mente de Colón. Merced a la instrucción
primaria recibida está en condiciones de valorar y asimilar las
noticias geográficas y cosmográficas que le van llegando. ¿Cuáles
son éstas? Primeramente, los papeles y relatos de su suegra, que

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pone a su disposición la experiencia marinera de Bartolomé


Perestrello; en segundo lugar, esta comunicación con Toscanelli.
Algunos estudiosos insinúan que Colón se interesaba por estas
noticias y papeles porque estaba anheloso de encontrar datos que
robusteciesen sus esperanzas. Más lógico es suponer, por el
contrario, que Colón se interesase por tales informaciones llevado,
al principio, de la mera curiosidad científica y del deseo de
contrastar el parecer de los enterados con sus ideas de marino
empírico. No echemos en olvido «la penetración y la seguridad del
golpe de vista con el cual, aunque falto de instrucción y extraño a la
física y a las ciencias naturales, abarcó y combinó los fenómenos del
mundo exterior» (Rey Pastor). Ha sido frecuentísimo en la historia de
la ciencia que las figuras dotadas de esta predisposición natural
careciesen de formación científica y se sintiesen tanto más sedientos
de ella cuanto que anhelaban que les facilitase el diálogo con la
naturaleza.
Al titular el capítulo anterior El anhelo del mar, hemos querido
grabar en la mente del lector la idea de que en Colón y en su
empresa había una parte de esta hambre de aventura y ansia de
expansión que se pueden resumir en la idea de espíritu marinero. Al
desarrollar la evolución intelectual de Colón, hemos querido, bajo el
epígrafe de El anhelo científico, poner de relieve su curiosidad
científica, su avidez de saber. Hay en la empresa del descubrimiento
un factor puramente intelectual, el deseo de probar la exactitud de
determinadas tesis, que ha solido ser postergado en gracia de la
interpretación conquistadora o evangelizadora del hecho.

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Volveremos a decir más adelante que el próximo V Centenario del


Descubrimiento puede también abarcar y envolver este aspecto
científico, y que la estimación fáctica del descubrimiento no debe
sofocar y postergar su significación en el conjunto del progreso
científico mundial, al cual España habría efectuado una aportación
valiosísima con este solo hecho.

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Capítulo 4
El ardor religioso

«Tuvo fe y perseverancia, dos cualidades que sostuvieron su


espíritu. Colón, puro hombre de la Edad Media, no advierte las
implicaciones racionalistas del Renacimiento. Su corazón se eleva al
Hacedor, de Él espera la dicha y teme, por sus pecados, la
adversidad. El creador ha fortalecido su ánimo con la perseverancia.
Si desfallece alguna vez, el desfallecimiento es momentáneo y pronto
se recobra», dice Ballesteros, al definir la personalidad de Colón al
término de su estudio.
Colón fue un católico ferviente, que se consideraba directamente
tutelado por el cielo y se tenía por obligado a corresponder a tal
favor con la entrega de sus facultades al servicio de Cristo. «En 1as
cosas de la religión cristiana -dice el padre Las Casas- sin duda era
católico y de mucha devoción.» Anota luego que al comenzar
cualquier empresa expresaba: «En el nombre de la Santa Trinidad
haré esto, encabezaba todos los escritos con un Jesus cum Maria sit
nobis in via» y con -estas mismas palabras probaba cua1quier
pluma nueva que tuviese que usar. Se abstenía de juramentos,
ayunaba fielmente en los tiempos señalados por la Iglesia,
confesaba y comulgaba con frecuencia, rezaba las horas canónicas
como los eclesiásticos y profesaba especial devoción a San
Francisco. Daba inmediatamente gracias a Dios de cualquier
ventura que 1e ocurriese, invitando a los presentes a acompañarle
en la oración.»

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Sea cual fuere su auténtico significado, lo que parece evidente es


que la curiosa firma de Colón

.S.
S .A . S .
XMY
Xpo FERENS

es expresión de algún símbolo religioso, y quizá por esto tuvo tanto


interés el Almirante en que sus sucesores se valieran también de
ella. Esta firma ha sido interpretada de modo caprichoso; con todo,
ninguna de las interpretaciones deja de contener alguna expresión
religiosa. Paredes ve en la columna central, leída de abajo arriba,
Matris, y de arriba abajo, Sanctae Mariae, y lo aprovecha en apoyo
de su expuesta tesis del entronque de Colón con la familia judía de
los Santa María. Ulloa hace notar que la forma triangular de la sigla
alude a la Santísima Trinidad y en la A y la M ve el emblema de Ave
María.
Con este enigma tiene algún punto de contacto la tesis de que Colón
fuese de origen judío y que por tal razón encubriese celosamente su
origen y linaje. Los partidarios del origen gallego de Colón -valedores
principales de su hebraísmo- se agarran a algunos datos físicos y a
otros morales del Almirante. Usan también mucho de la noticia de
que Colón fuese profundo conocedor de la Biblia y dan una
interpretación hebraísta al entusiasmo que sentía Colón por el

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rescate del Santo Sepulcro. «Los maliciosos ven hasta en esto -dice
Ballesteros- un disimulo judaico, puesto que se piensa en
Jerusalén, la Sión hebraica, pero es alambicar demasiado.» Bien
claro está que Colón era católico firme y fervoroso, con la devoción
rígida y sincera que se ha adquirido en la niñez.

En el Museo Lázaro Galdiano de Madrid se conserva esta tabla de la


Virgen. Se supone que el personaje arrodillado representa a Colón.

Los aspectos de su ardor piadoso eran completamente afines a las


costumbres de su patria (devoción por San Francisco) y de su época
(repugnancia a los judíos conversos). Mucho más valor que las
suposiciones que acabamos de exponer tiene la amistad de Colón
con tantos eclesiásticos, incluyendo su correspondencia con los

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papas Alejandro VI y Julio II. Y, por supuesto, los testimonios de


devoción del Almirante son tan manifiestos que nadie vacilará en
darles interpretación apropiada, a poco objetivo que sea.
La fijación de esta tercera característica de la personalidad de Colón
nos prepara ya para adentramos en el examen de la génesis del
descubrimiento. Los motivos radicales de este proyecto serán, pues,
en la mente de Colón: la afición y la aptitud para la aventura; la sed
de saber y comprobar las nociones aprendidas y el ímpetu religioso.
Por escrúpulo de objetividad, no podemos omitir el énfasis que
Madariaga dedica, al analizar los apetitos y propósitos de Colón, a la
notoria inclinación que éste manifiesta hacia el oro y la pedrería,
tema de anotaciones acaloradas que Colón formula en los márgenes
de los libros que lee vorazmente. El Almirante, nacido y criado en
un ambiente de marinos y mercaderes, había sido educado en la
valoración y respeto de los símbolos de la riqueza, y nadie podrá
negar que durante toda su vida testimonió aguda avidez de
poseerla. En tal punto, las riquezas le servían también de testimonio
y argumento en favor de la veracidad y trascendencia de sus teorías
y ensueños, y de aquí su empeño, una vez hubo descubierto el
Nuevo Mundo, en acopiar oro que presentar a los reyes cuando
compareciera ante ellos. Donde es imposible seguir a Madariaga es
en la conexión que establece entre la apetencia de oro sentida por
Colón y su supuesta condición de judío, con frases tan chocantes
como «Siempre han fascinado a los judíos el oro y las piedras
preciosas, formas de la naturaleza que, aparte su valor comercial,
parecen estar en armonía con el alma de Israel».

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Capítulo 5
Génesis del descubrimiento

Contenido:
§. Antecedentes del conocimiento de América
§. Planteamiento del designio de Colón
§. La proposición a Portugal
§. La proposición a los Reyes Católicos
§. La madre de Femando Colón

§. Antecedentes del conocimiento de América


Escribe Ballesteros acertadamente que «la mayoría de los autores
confunden dos cuestiones completamente distintas: la génesis de la
idea descubridora y la ciencia de Colón. Una y otra tienen sus
momentos y finales diversos. La segunda sigue ampliándose por
etapas hasta su muerte; la primera debe pararse con el fenómeno
del descubrimiento».
Vamos a desglosar en tres especies los diversos antecedentes del
conocimiento de América que intervinieron generativamente en la
idea descubridora.

1) Precedentes náuticos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo no se produjo de modo fortuito,
sino que, por el contrario, hizo culminar una larga serie de
tentativas y proyectos que venían siendo incubados desde hacía
siglos. Puede admitirse, sin que de ello redunde demérito para la

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empresa colombina, que los escandinavos habían llegado al


continente americano, y de ello hay ecos en las sagas.

En Saint Paul, en el estado norteamericano de Minnesota, se erigió un


monumento a Leit Eriksson, honrando su supuesta llegada a América
en el siglo XI.

A partir del siglo IX, en que llegó a Islandia el pirata noruego


Naddod, los viajes de los escandinavos a la isla fueron frecuentes.
En Islandia existía una tradición, recogida en la saga de Erik el
Rojo, que hablaba de otras tierras más occidentales, y este
navegante se lanzó deliberadamente en su busca a finales del siglo
X. Erik llegó a una gran isla helada. Al referir su descubrimiento,
ilusionó a sus compatriotas con la falacia de que había encontrado

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«tierra verde» y fértil, a la cual había bautizado con el nombre de


Groenlandia, alusivo a su esplendor vegetal. El descubridor empezó
a colonizarla. Su hijo, Leit Eriksson, se vio arrastrado en cierta
ocasión por una tempestad cuando se dirigía de Groenlandia a
Noruega y fue a parar al litoral de América (año 999 o 1000).
Denominó Vinlandia a aquella tierra, en honor de sus viñedos
silvestres. Para colonizarla, salió de Groenlandia una expedición
mandada por Thorfinn Karlsefni, quien dirigía tres barcos y ciento
cuarenta hombres. Durante tres años Thorfinn recorrió el litoral
americano y reconoció y bautizó las zonas llamadas Helulandia
(tierra de rocas) y Marklandia (tierra de árboles, ¿Labrador?). Desde
allí llegaron a un lugar desolado al que denominaron Kjalarnes
(cabo de la quilla), donde el descubridor envió dos exploradores
tierra adentro. Volvieron éstos con racimos de uvas y espigas de
trigo silvestre. Los escandinavos pasaron luego al Mediodía y se
detuvieron para invernar en una gran bahía que, por sus vivas
corrientes, fue bautizada con el nombre de Straumfjord. Allí
trabaron contacto con unas gentes de piel oscura, pelo erizado, ojos
grandes y pómulos salientes (¿esquimales?), quienes les obligaron a
salir del país.
Claramente se desprende la esterilidad de este viaje escandinavo a
América. Ni sus más exaltados panegiristas -aquellos que en lisonja
a la raza nórdica exaltan a Leit Eriksson por encima de Colón y le
erigen monumentos-podrán afirmar que el viaje de los escandinavos
a América tuviese consecuencias prácticas.

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Un almirante chino, hacia 1424-25, estuvo a punto de descubrir el


Cabo de Buena Esperanza y tampoco ha faltado quien supusiera
que los chinos se pasearon por las costas americanas. ¿Qué
resultado tuvieron estas estimables proezas?
En cambio, dentro del Occidente europeo en general y de la
Península Ibérica especialmente, desde el siglo XIII van
acumulándose motivos y fundamentos de su ulterior capacidad
para derramarse sobre el mundo rompiendo sus comportamientos y
divisorias. Y estos requisitos no son sólo científicos y técnicos. Son
también el crecimiento de la población, de su densidad, sus
comunicaciones, su comercio, y esto en forma tal que, según ha
significado Braudel, las novedades se acumulan y superponen a los
éxitos anteriores sin sustituirlos, los estimulan sin reducirlos.
Es importante establecer que el descubrimiento de América no es
un acaecimiento casual y. aventurero con el que la suerte favoreció
a España, empresaria de Cristóbal Colón. Si se atiende el desarrollo
alcanzado por las exploraciones náuticas y por la ciencia geográfica,
el descubrimiento no pudo ocurrir lógica y naturalmente muchos
años antes de 1492. Viene a sugerir lo mismo la evolución política y
económica de las potencias europeas: mucho tiempo antes del
descubrimiento, estas no disponían de medios técnicos y materiales
para la empresa y estaban absorbidas por otras iniciativas urgentes.

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Miniatura del Libro de las Maravillas», de la Biblioteca Nacional de


Paris, que representa la partida de Constantinopla de Marco Polo y su
hermano.

Vale la pena también de reparar en que el hallazgo de América está


precedido por varios siglos de trato y averiguación europeos de Asia
y África, cuyo conocimiento representa un requisito previo al paso
del Atlántico en busca de aquélla. Un acontecimiento sobresaliente
había añadido motivaciones al deseo de conocer mejor Asia: el
avance tártaro hacia el oeste, con su aplastamiento del poder turco.
Europa comenzó, estimulada por este aliciente, un copioso
repertorio de viajes y exploraciones en Asia cuyo capítulo más
ilustre y sustancioso consiste en el viaje de Marco Polo. A este afán
por acercarse a Asia no fue ajena Castilla, que envió a Ruy González

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de Clavija a saludar al soberano tártaro. Huelga recordar aquí que


su avidez por comunicarse con el mundo oriental trastornó los
criterios de Colón y le hizo vivir muchos años en la creencia de que
había llegado a las Indias, y que indios eran los pobladores de la
América descubierta.

2) Precedentes legendarios.
El poner en contraste la verdad con la leyenda puede resultamos
instructivo para considerar varias consejas referentes a la existencia
de un mundo atlántico.

Atlas de Cresques, también llamado de Carlos V, en reproducción


antigua del conservado en la Biblioteca Nacional de París.

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La primera, como el lector ya adivina, es la de la Atlántida misma,


continente al que la antigüedad clásica suponía situado más allá de
las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar), poblado por los
descendientes de Atlas.
Aquella tierra llena de encantos desapareció en un día y una noche,
quebrantada por los terremotos y devorada por las aguas. Platón
recogió esta noticia, y otros escritores clásicos, como Plutarco,
Diodoro Sículo, Estrabón y Macrobio coincidieron en hablar de
continentes e islas maravillosas situados al otro lado del estrecho.
Los estudiosos modernos no tienen inconveniente en admitir que los
navegantes fenicios y griegos llegaron al límite del mar de los
Sargazos. Precisamente Avieno se refiere a cierta región del Atlántico
donde las hierbas flotantes impiden el avance de los barcos. Esta
tradición, unida a los eternos cuentos y fantasías marineros (como
el de que en el año 62 antes de Jesucristo llegó a Germanía un
barco tripulado por gentes de raza desconocida, transmitido por
Pomponio Mela y Plinio), incubó en el mundo clásico un
presentimiento de nuevas tierras, presentimiento cuya expresión
más entusiasta consta en la Medea de Séneca, con aquello de
«dentro de unos siglos, el océano abrirá sus barreras. Una vasta
comarca será descubierta, un mundo nuevo aparecerá al otro lado
de los mares y Thule (Islandia) no será la última de las tierras» 1

1
«Venient annis saecula seris
quibus Oceanus vincula rerum
axet, et ingens pateat tellus
Tethysque novas detegat orbes
nec sit terris ultima Thule...

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En su célebre tríptico del Museo de Lisboa, Nuño Gonçalves retrató a


don Enrique el Navegante

Durante la Edad Media continuó fermentando este tesoro de


leyendas y conjeturas y a él siguió acumulándose la aportación de la
imaginación marinera, plasmada en consejas como la de la isla
móvil de San Brandán.

3) Precedentes científicos.
Los árabes y los hebreos habían recogido el saber clásico en materia
astronómica y geográfica y lo habían desarrollado brillantemente.
Ramón Llull añadió a sus profundos estudios matemáticos el
esfuerzo de preparar un Arte de navegar que se ha perdido. La
Mallorca de su tiempo era un vivero frondosísimo de desvelos

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científicos, como volveremos a decir. Recordemos también la obra de


Alfonso X el Sabio y su escuela de traductores de Toledo, como
difusores del saber árabe y judío. Otro de los puntos culminantes de
este patrimonio es la Carta catalana de 1375, uno de los mapas
medievales más bellos y completos, que fue obra del judío
mallorquín Abraham Cresques.
En 1415 el príncipe portugués Enrique el Navegante, hijo del rey
Juan I, estableció en Sagres un centro de estudios cartográficos y
náuticos que empezó a fomentar y dirigir la exploración sistemática
de la costa occidental de África. A este centro fue llamado el hebreo
Jaime de Mallorca, destacada figura de la escuela cosmográfica de
la isla. La actividad portuguesa, tanto en el estudio como en la
exploración, dio por fruto más notable el descubrimiento del cabo de
Buena Esperanza (1487) y la apertura de la ruta africana de las
Indias Orientales.
En orden a la aplicación de la cosmografía y la astronomía a la
navegación el instrumental náutico no era aún abundante. Para las
observaciones meridianas del sol era preciso conocer su declinación.
A la altura cenital del sol obtenida por el astrolabio se añadía
algebraicamente la declinación, y se deducía así la latitud
geográfica. Hacía falta, pues, astrolabio y tabla de declinación solar.
El astrolabio eran unos discos graduados circularmente con alidada
giratoria que permitían tomar las alturas del sol.
Junto al astrolabio se usaba el bastón de Jacob, o ballestilla,
precursora del sextante. El primero medía directamente el ángulo, y
la segunda, la tangente de su mitad. Estaba formada por una regla

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o vara sobre la que se deslizaba una segunda pieza de menor


longitud, de forma rectangular, en ángulo recto con la primera,
llamada transversario. Para medir la hora se empleaba la ampolleta,
o reloj de arena. Rey Pastor reseña los instrumentos usados para
practicar la navegación.
Dos eran los sistemas de navegación: el de estima y el astronómico.
Se navegaba siguiendo el sistema de estima cuando se determinaba
el camino recorrido durante una singladura (veinticuatro horas) por
medio de la brújula, que daba el rumbo, y la longitud del trayecto
recorrido, que se apreciaba a ojo o estima. Estos datos, llevados a la
carta náutica, facilitaban el lugar donde se encontraba el barco
(punto de fantasía).
Cuando se empleaban a bordo instrumentos para obtener la latitud
y llevarla a la carta marina, se practicaba la navegación
astronómica. La misma tuvo dos fases, con un posible precedente
en la volta de las Canarias, llamada vuelta de la Mina. Esta, entre
otras, originó el problema de que el retomo no se podía hacer a la
vista de la costa. Era preciso engolfarse en el océano y perder de
vista el litoral, yéndose a parar casi a la altura de las Azores, desde
donde con otra bordada se alcanzaba Portugal. Cuando se cruzó el
ecuador y se perdió de vista la Estrella Polar, surgió la segunda fase
de la navegación de altura, para la que era preciso recurrir a la
astronómica (Morales Padrón).

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Desarrollando instrumentos más antiguos usados desde la Grecia


clásica se alcanzó en los siglos XV y XVI el perfeccionamiento del
astrolabio que muestran estos ejemplos de dicha época. En sus
discos se sitúan las constelaciones del Zodiaco, con diversas medidas
del calendario y horario, y unas escalas para la medición de ángulos
y visuales

El rey de Portugal Juan 11 (1481-95) constituyó la Junta dos


Mathemáticos, la cual presenta unas tablas de navegación basadas
en los trabajos del judío salmantino Abraham ben Samuel Zacuth,
de la misma manera que buena parte de la cartografía portuguesa
de estos años se inspiraba en la mallorquina anterior. «Las naves
portuguesas que salían de Sagres -escribe Aguado Bleye- iban
guiadas por una ciencia náutica cuyos orígenes eran hispano-
mediterráneos, mallorquines y catalanes.»

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En la primera página del “Livro dos Copos”, conservado en el Archivo


Nacional de Torre do Tombo de Lisboa, figura esta miniatura que se
considera, tradicionalmente, como retrato del rey Juan II de Portugal.

Con este núcleo portugués, y por tanto también cerca del


pensamiento colombino, estuvo en comunicación el famoso Martín
Behaim, autor de un globo terráqueo donde se resumen las
nociones geográficas de la época.

§. Planteamiento del designio de Colón


El conjunto de noticias clásicas y legendarias y las hipótesis de los
sabios de la época, unidas a los informes de los navegantes, ofrecían
a las mentes preocupadas por concebir una imagen total del globo -

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de las cuales Colón es, sin duda, la más sobresaliente- un doble


problema: 1) El de la distancia que mediaría entre la costa
occidental de Europa y la oriental de las Indias, distancia que cabía
suponer que sería más corta que el rodeo de África y Asia y ofrecería
una ruta más desembarazada que el camino terrestre de las Indias,
oprimido por los turcos. 2) La posible existencia de nuevas tierras a
Occidente.
Debe fijarse cierta atención en este último aspecto, para debilitar la
creencia, muy difundida, de que Colón no se proponía otra cosa que
abreviar el viaje a las Indias y dio con América inesperada y
sorprendidamente. Colón, como cualquier marino docto de su
época, sospechaba que en el Atlántico existían islas ignoradas y
sentía la natural curiosidad por concretar esta creencia. Otro
problema distinto -y en él anduvo Colón equivocado-- es el de la
distancia que hubiera entre estas tierras y las de Catay y de las
especias.
El doble aspecto de la cuestión queda claro en el texto de Fernando
Colón: «Estando en Portugal empezó a conjeturar que, del mismo
modo que los portugueses navegaban tan lejos al Mediodía,
igualmente podría navegarse la vuelta de Occidente y hallar tierra
en aquel viaje... » Y también: «Vino a creer por sin duda que al
occidente de Canarias y de las islas de Cabo Verde había muchas
tierras, que era posible navegar a ellas y descubrirlas.»

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En la Carta Catalana atribuida a Cresques y conservada en la


Biblioteca Nacional de París, aparece esta representación de una de
las caravanas que cruzaban el Asia Central para traer a Europa
especias y otras mercancías orientales.

A las noticias aportadas por este ambiente portugués de geógrafos y


navegantes debemos sumar lecturas tales como la Imago Mundi, del
cardenal Pedro de Ailly, en el que Colón halló la noticia errónea de
la pequeñez de la esfera terrestre con la base que ello daba a la
viabilidad del proyecto colombino.
En el mismo libro de Ailly encontró las citas de Aristóteles, Séneca,
Plinio y el libro apócrifo de Esdras que confirmaban la cercanía de
las playas occidentales y los Estados del Gran Khan y las ciudades
de Zaitun y Quinsay y el espléndido Cipango y el maravilloso Catay.

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La tradición posterior atribuyó esta imagen al cosmógrafo medieval


Pedro de Ailly, uno de los inspiradores del proyecto colombino.

Dejo de lado por escrúpulo de brevedad dos sugestivos


ensanchamientos que podían dársele al tema: por una parte, el
conocimiento probable de América que parecen haber tenido los
pescadores vascos de bacalao, antes de Colón; y por otra, la
indicación, recogida por Cieza de León y por Álvar Núñez Cabeza de
Vaca, de que los primeros conquistadores oyeron referir a los indios
que antes habían llegado «Otros hombres que traían barbas como
nosotros». Todo ello, para no metemos en los «descubrimientos»
chino y escandinavo del Nuevo Mundo, ya mencionados antes.

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En la Biblioteca Real de Bruselas se conserva la «/mago Mundi», de


Pedro de Ailly, una de cuyas figuras esquematizadas ( el mundo
conocido, situando la India a la derecha del grabado y España, con
C6diz y las Canarias, a la izquierda del mismo.

Como se ha dicho, Colón, antes de su venida a España, realizó


varios viajes a la Guinea, recién descubierta por los portugueses.
Inserta en esta época se presenta la figura del piloto Alonso Sánchez
de Huelva, de quien se dice que recibió Colón el diario de

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navegación en la isla de Madeira o en la de Cabo Verde. Según esta


hipótesis, aquel piloto, estando moribundo, comunicó a Colón los
datos de un viaje hacia Occidente y unas islas descubiertas. Se
explica así la seguridad con que Colón mantenía su pensamiento, ya
que poseía garantías de certeza en lo consignado por Alonso
Sánchez. Es éste un asunto todavía no bien aclarado, pero que de
entrada tampoco puede ser desmentido. Colón manifiesta también
que un marinero, en el Puerto de Santa María, y un piloto, en
Murcia, le aseguraron haber corrido con temporal hasta lejanas
costas occidentales, donde tomaron agua y leña para volver.
Dentro de este conjunto de hipótesis coincidentes en la creencia en
un «predescubrimiento», se halla también la conseja de que cierto
navío portugués encontró en medio del Atlántico, más allá de las
Canarias, una canoa donde iban embarcadas unas mujeres caribes.
La leyenda en cuestión añade en alguna de sus versiones que en
este barco portugués iba el propio Colón. Pérez de Tudela ha
revalidado recientemente esta historia.
Desde que en 1437 Diego de Sevilla había encontrado las Azores
cuando «iba buscando al poniente muchas tierras e islas que era
fama que había», esta última frase se repite tan a menudo en la
documentación que cabe estimar que refleja una creencia extendida.
Tomemos, por ejemplo, de tal creencia el hecho de que en 1486 los
hermanos Joao y Álvaro Fonte, de las Azores, se arruinasen
tratando de alcanzar «las islas del poniente del Océano», otra vez
mencionadas como realidad inequívoca e indiscutible.

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§. La proposición a Portugal
En 1484 regresó de sus exploraciones por la costa occidental de
África el piloto Diego Cao. El monarca portugués le colmó de
honores y mercedes. Este ejemplo animó a Colón seguramente a
concretar y perfilar su proyecto y someterlo al Trono. Acababa el rey
de constituir la citada Junta dos mathemáticos. El historiador
portugués Joao de Barros explica sucintamente: «El rey, al observar
que este Christovao Colom era un gran hablador, al llevar adelante
sus hechos y lleno de fantasías e imaginación con su isla Cipango,
cuya certidumbre surgía de sus palabras, lo creyó poco.

Representación moderna de una nao portuguesa de finales del siglo


XV

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Sin embargo, por fuerza de su importunidad se ordenó que


conferenciara con don Diego Ortiz, obispo de Ceuta, y maestro
Rodrigo y maestro José, a quienes el rey había encargado estos
asuntos de cosmografía y descubrimientos, y que ellos todos
consideraron las palabras de Christovao Colom como vanas,
fundadas simplemente en la imaginación o en cosas como esa isla
Cipango de Marco Polo.»
¿Qué había solicitado Colón al rey de Portugal? 1) Que equipase tres
carabelas tripuladas y aprovisionadas para un año y cargadas con
mercaderías de trueque tales como cascabeles y otras baratijas con
que ilusionar a los salvajes. 2) Que armase caballero a Colón, de
modo que sus descendientes pudiesen usar el título de Don, lo
nombrase Gran Almirante del Océano y virrey y gobernador
perpetuo de las islas y tierra firme que descubriese. 3) Que Colón
pudiese retener una décima parte de las ganancias y metales
preciosos extraídos de esas tierras y tuviese el privilegio de
participar con un octavo en todos los barcos que comerciasen con
los países que descubriere. Estas peticiones fueron rechazadas por
diversos motivos: el soberano portugués tenía la atención
concentrada en los descubrimientos de Guinea y el camino de
Indias; su tesoro estaba también volcado totalmente en esta
empresa y no había caudal suficiente para iniciar otra de semejante
envergadura; las desmesuradas peticiones de Colón acababan de
prestar al viaje una magnitud incompatible con las posibilidades y
la afición del rey.

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En este punto se intercala la historia -nada segura- de que el rey de


Portugal, al mismo tiempo que rechazaba las proposiciones de
Colón, enviaba clandestinamente una carabela para que se
adentrase en el Atlántico, siguiendo las indicaciones ofrecidas por el
Almirante, y concretase la verdad que había en los ensueños de
éste. La expedición volvió con las manos vacías, y Colón marchó de
Portugal.
Parece que Colón saltó con sigilo del reino luso en los primeros
meses del año 1485. ¿Motivos de esta partida encubierta? Se ha
hablado de deudas contraídas; también de la participación de Colón
en una intriga política. Lo cierto es que siguió siendo amigo del rey
Juan 11 y pensó en volver a aquel reino si el monarca le daba
salvoconducto. Por las mismas fechas, Bartolomé Colón, su
hermano, debió de ir a Inglaterra para ofrecer el gran proyecto al rey
Enrique VII. Pocos meses antes de la partida de Portugal pasó Colón
por el trance de perder a su esposa, hecho que probablemente le
reportó también algún perjuicio económico.

§. La proposición a los Reyes Católicos


Tras salir de Portugal, debió de preguntarse Colón cuál sería el
lugar más apropiado para alentar el desarrollo de sus proyectos y
brindarle ocasión de ponerlos por obra. No había otro mejor que
Sevilla, centro náutico y comercial de primer orden. A él quería
dirigirse el Almirante, pero antes de lanzarse a la gestión solo y
quebrantado de dineros, quiso dejar en lugar seguro a su hijo Diego,
que era entonces de corta edad. Para ello se detuvo en la villa de

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Palos y se dirigió al monasterio de La Rábida, próximo a ella.


Ocurrió entonces aquel episodio, tan divulgado por el arte, que
García Hernández, médico de Palos, refiere así: «A pie se vino a La
Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a
la portería que le diesen para aquel niñico, que era niño, pan y agua
que bebiese; y que estando allí ende este testigo, un fraile que se
llamaba fray Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el
dicho don Cristóbal Colón, e viéndole disposición de otra tierra e
reino ajeno en su lengua, le preguntó que quién era e dónde venía.»
Parece verosímil que, si desembarcó en Palos -y no en Huelva,
donde residían sus cuñados- y visitó La Rábida, lo hizo por el afán
de noticias del citado piloto Alonso Sánchez de Huelva. Vignaud es
de parecer que Colón encontró en La Rábida lo que deseaba.
Facilitaron noticias el prior, fray Juan Pérez, y el docto cosmógrafo
fray Antonio de Marchena, y se supone que le fue entregada una
carta de ruta del Consta que Colón expuso a fray Juan Pérez las
vicisitudes de su proyecto portugués y que, con su apoyo, el
monasterio le concedió hospitalidad y simpatía. Fray Antonio de
Marchena trabaría pronto amistad con aquel extranjero que unía al
brillo de su fantasía exaltada la experiencia de dilatados viajes. La
orden franciscana llevaba ya varios siglos de labor exploradora,
misionera y geográfica, y en una de sus casas tenía que resonar
adecuadamente aquel nuevo proyecto difunto piloto, la cual fue
utilizada por Colón en su primer viaje.
Después de haberse entrevistado con unos parientes que tenía en
Sevilla, los Muliart, a quienes quizás hablaría de la guarda de su

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hijo, Colón entró en contacto con el banquero florentino Juanoto


Berardi, quien le presentó a don Enrique de Guzmán, duque de
Medina-Sidonia, y a don Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, que
tuvo de huésped a Colón, y escribió una carta poniéndole en
relación con los Reyes Católicos.

La llegada de Colón al Monasterio de La Rábida con su hijo Diego


está representada libremente por este dibujo inspirado en una
pintura de Delacroix, conservada en la Galería Nacional de
Washington.

Conócese otra carta de Medinaceli a su tío el cardenal de España,


don Pedro González de Mendoza, influyente consejero de los Reyes.
Es de 18 de marzo de 1493, esto es, de los días en que Colón estuvo
en Palos y Sevilla, de retomo de su viaje de 1492. Por ella y por
algunos testimonios, se sabe que el navegante pasó al lado del

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duque largo tiempo antes de conocer a los reyes y también después,


y que éste lo escuchó con interés tan afectuoso que bien justo es
atribuirle el honor de ser una de las primeras personas que
creyeron en Colón.
En la carta citada decía el duque al cardenal Mendoza: «No sé si
sabe Vuestra Señoría cómo yo tuve en mi casa mucho tiempo a
Cristóbal Colombo, que se venía de Portugal y se quería ir al rey de
Francia para que emprendiese de ir a buscar las Indias con su favor
y ayuda, e yo lo quisiera probar y enviar desde el Puerto (de Santa
María), que tenía buen aparejo, con tres o cuatro carabelas, que no
me demandaba más, pero como vi que era esta empresa para la
reina, respondióme que se lo enviase; yo se lo envié entonces y
supliqué a Su Alteza, pues yo no lo quise tentar y lo aderezaba para
su servicio, que me mandase hacer merced y parte en ello.»
El proyecto primero y completo de Colón refundía todos los grandes
anhelos de la cristiandad medieval y los resolvía a la vez: el
comercio directo con Oriente, el reencuentro con los misteriosos y
evasivos cristianos antiguos de Asia del tipo del Preste Juan y la
apertura de ésta a la fe, junto al acabamiento triunfal del ideal de
las Cruzadas con el recobro de Jerusalén. Este programa es de una
amplitud universal y un entusiasmo mesiánico que obligan a pensar
en las visiones de los profetas de Israel. Y al decir esto, sólo califico
cierto estilo de programación y dejo de lado la citada suposición de
si Colón era de sangre hebrea.
Este plan magno de Colón está comprensiblemente reducido y
simplificado en sus negociaciones finales con los soberanos

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españoles. Aunque el acento místico del almirante se avenía muy


bien con el ambiente oficial de la España del momento, la decisión
de apoyar el viaje era una inversión muy realista, prudente y
conservadora. Por tanto, no hay por qué dar al gesto un aire heroico
y singular. El proyecto de Colón, en su versión práctica, era
recomendable, fundamentado y barato.
Nuestra época es la más preparada para comprender las grandezas
y miserias de la gestación del descubrimiento. Nosotros vivimos la
actual conquista del espacio y vemos que no podemos evitar
trasladar a él las pequeñeces y los éxitos de los terráqueos
presentes. Vendrán luego las gentes del año 3000 y dirán acaso que
sus antepasados se instalaron en Júpiter, y reprodujeron allí las
mismas miserias que desarrollaban en la Tierra. Y podremos decir
los de hoy: ¿cómo pedir otra cosa a un grupo humano? Nadie puede
saltar por encima de su propia sombra. Los españoles del siglo XV
acababan una reconquista de estilo medieval y la empalmaron, en la
ocupación de América, con otra empresa de estilo y montaje
medievales.
Nuestro tiempo es propicio para comprender la expectación con que
era acogida cualquier noticia de una tierra incógnita o de un mar
misterioso, hace quinientos años. También ahora recibimos sin
cesar repetidas puntualizaciones de la realidad cósmica y pensamos
en seguida en acoplarlas a nuestros intereses diminutos y egoístas.
La llegada a la Luna, la pisada humana en ella, el avizoramiento
próximo de Marte, la nueva contemplación de Saturno, las

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rectificaciones a que se somete la sapiencia anterior, todo ello


parece una repetición de la época de los descubrimientos.
Ahora se lanza al espacio una nave sideral con el talante con que en
el siglo XV partía de un puerto atlántico una nao o una carabela
hacia un horizonte tenebroso. Y reparemos aún en que nuestra
sensibilidad y nuestra emoción son enormemente menores que las
de aquellas gentes, que sabemos mucho mejor que ellas con los
suyos las dimensiones trascendentales de cada uno de nuestros
triunfos, y aun así los teñimos de conveniencias risiblemente
episódicas.
El 20 de enero de 1486 Colón fue recibido por los Reyes Católicos en
Alcalá de Henares. «Les hizo una relación de su imaginación -dice
Bemáldez-, a la cual tampoco daban mucho crédito, y él les platicó y
dijo ser cierto lo que les decía, y les enseñó el mapamundi, de
manera que los puso en deseo de saber de aquellas tierras.» Al
tiempo que Colón empezaba a insinuarse en la voluntad de los
soberanos, la influencia de fray Juan Pérez le ganaría la adhesión
del contador mayor, Alonso de Quintanilla; por mediación de este
último conocería Colón al cardenal Mendoza, quien le concedió
audiencia y estimación. Según algún historiador, fray Juan Pérez
puso también al descubridor en contacto con fray Hernando de
Talavera, confesor de la reina Isabel; éste consideró con más
reservas, si no con hostilidad, las ideas de Colón.
Quizá partió de fray Hernando, que presidió la junta consultiva que
se reunió en Córdoba, la decisión adversa al proyecto. En descargo
del religioso puede muy bien creerse que influyeron en su negativa

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más bien las razones de Estado (la guerra de Granada, con la


necesidad de dedicar todos los medios hábiles a terminar la
campaña y la repugnancia por las desmesuradas peticiones de
Colón) que no una animadversión arbitraria a éste.

En la fachada de la Universidad de Salamanca campea este


medallón que representa a los Reyes Católicos.

Esta junta celebró sus sesiones en Córdoba y Salamanca, siguiendo


con ello los viajes de la corte. Los miembros de la misma fueron
seleccionados por fray Hernando entre las personas más peritas en
cosmografía. Las sesiones se fueron celebrando de tarde en tarde y
durante su curso Colón gozaba de auxilio económico de los reyes.
Para no romper el hilo del tema, saltaremos por encima de otros

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episodios desarrollados en las deliberaciones de la junta. «Hombres


sabios, astrólogos e astrónomos de la corte de la cosmografía, de
quienes se informaron, e la opinión de los más dellos, oída la plática
de Cristóbal Colón, fue que decía verdad, de manera que el rey y la
reina se afirmaron a él...» dice Bernáldez. Y comenta Ballesteros: «Es
decir, que si hubo una minoría discrepante, su parecer no se
atendió. Quizá los argumentos de esos pocos influyeron en el ánimo
susceptible de Colón y contara el incidente a su hijo... ¡Cuánto
dislate se ha escrito con respecto a las opiniones de esta junta
contrarias a los proyectos colombinos!» La reunión, en sustancia, no
se opuso en principio a la idea de Colón, sino a la plasmación que
éste le daba. Altolaguirre afirma que los consultados poseían un
concepto mucho más aproximado a la realidad que el de Colón en
cuanto a las dimensiones del globo y la repartición de tierras y
aguas.
El espacio que media entre el 16 de junio de 1488 y el 12 de mayo
de 1489 está vacío de noticias oficiales de Colón. En este lapso se
produjo un intercambio epistolar entre él y el rey de Portugal, según
antes hemos esbozado al hablar de la buena relación en que ambos
habían quedado. Trátase en las cartas de la concesión de un
salvoconducto que proteja a Colón contra algún peligro que le
espera en Portugal (¿acreedores?) y el rey se presta a concedérselo
de la manera más amplia, expresándole al mismo tiempo su mayor
aprecio personal y su estimación por su doctrina científica.
Es posible que Colón estuviese de visita en Lisboa durante estos
meses. Cabe incluso que fuese con noticia o permiso de los Reyes

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Católicos. ¿Para qué? Ballesteros conjetura que bien podía haber


hablado a éstos de nuevos elementos de prueba que les traería de
Portugal, adonde acababa de llegar Bartolomé Díaz, el descubridor
del cabo de Buena Esperanza. Aun cuando no tuviese intención de
mostrar sus datos ante los reyes, bastaba su propia curiosidad
personal para decidirle a emprender el viaje. Cabe también pensar
que el rey Juan pensase en pedirle consejo y que el descubridor se
prometiese algún lucro o alguna merced a cambio de él; o,
simplemente, que acudiese a darlo llevado de su amor al monarca
portugués.
Mientras tanto, recordémoslo de nuevo, Bartolomé Colón efectuaba
de parte de su hermano las gestiones conducentes a interesar en el
proyecto al rey de Inglaterra; después de haber fracasado en
Londres, empezó a exponerlo a Ana de Beaujeu, regente de Francia
durante la minoridad de su hermano Carlos VIII. Estas gestiones
podían obedecer al deseo de realzar el papel de Colón ante los Reyes
Católicos o al de asegurarse una salida en el caso de que ésta
fracasara en España.

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En el códice Alberico conservado en Florencia figura este dibujo de


Bartolomé Colón que describe la travesía del Atlántico, el mundo
nuevo, y la supuesta continuación de éste hacia la China.

En el año 1487, según refiere Daniel J. Boorstin, en su brillante


síntesis The discoverers (Nueva York, 1983), el rey Juan II de
Portugal autorizó a dos de sus súbditos, Femao Dulmo y Joao
Estreito, a intentar buscar la isla de Antilla, que andaba ya tanto de
boca en boca. La expedición había de ser a sus propias costas y se
les nombraría gobernadores hereditarios de cualquier tierra que
descubriesen, condición esta última que aparecerá más tarde en los
pactos de Colón con los soberanos españoles, y que podemos
considerar usual en la época. Los expedicionarios portugueses
tuvieron el desacierto de partir de las islas Azores y seguir una ruta
por latitudes más altas que Colón, donde toparon con fuertes
vientos contrarios. Habían zarpado con la premisa de que volverían
el rumbo hacia casa al cabo de cuarenta días, tanto si encontraban

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tierra como si no, y en realidad no se supo nada más de la


expedición.
Para retomar a las vicisitudes de Colón, observaremos que, muy a
su pesar, esos fatigosos y enervantes años de espera en la corte
española debieron de redundar en que recogiera más datos
allegados por la gente de mar y en que madurara en su estudio del
problema. Aun así, las nuevas noticias no eran suficientes para
alterar su convicción de que la distancia que nos separaba de
Catay, Cipango y las Indias era mucho menor de lo creído por sus
oponentes, que resultaron tener razón.
La creencia de Colón tenía su apoyo, entre otros, en el libro apócrifo
de Esdras que había afirmado que las seis séptimas partes del globo
eran de tierra firme y sólo el resto estaba cubierto por las aguas, de
suerte que las distancias por mar no podían ser enormemente
grandes. En consonancia con este modo de pensar, se suponía que
Asia fuera mayor de lo que es, de modo que quedaban
empequeñecidos los mares que separan el Extremo Oriente del
occidente europeo. Así pues, partiendo de que la Tierra se divide en
360 grados, la Carta Catalana ya citada atribuía 116 a la distancia
entre Portugal y China; Ptolomeo, 177 y Martín Behaim, 234. Hoy
sabemos que la distancia real es de 131 grados. A su vez, esta
estimación dependía del tamaño que se atribuyera a la Tierra, que
en la Carta Catalana era de 20.000 millas de circunferencia. Como
deduce acertadamente Boorstin, las decisiones estaban
condicionadas por los conjuntos de cifras que se adoptasen.

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En tal punto, estamos harto documentados acerca de las ideas de


Colón, porque se nos han conservado hasta 2.125 apostillas o
anotaciones que formuló al margen de los libros de autoridad
clásica. Conservamos así su propio ejemplar de las Vidas paralelas,
de Plutarco, uno de la geografía de Ptolomeo, sin notas de Colón,
pero sí su firma, y obras de geografía copiosamente anotadas de su
mano, como son la Imago Mundi, de Pedro d'Ailly, y la Historia
rerum ubicumque gestarum, del papa Pío II (Eneas Silvio
Piccolomini).
No estaba Colón escaso de amigos y partidarios en la corte
española, incluso dentro de la referida junta. Lo prueba la adhesión
de fray Diego de Deza, catedrático de Prima de Teología y maestro
del príncipe Juan. Fue persona grata en la corte y recibió subsidios.
El texto del primero de estos mandamientos de pago dice de Colón
«que está aquí haciendo algunas cosas complideras al servicio de
Sus Altezas». Existe otro documento de 14 de mayo de 1489, en
Córdoba, del que se desprende que los monarcas no sólo
continuaron su relación con Colón, sino que además siguieron
otorgándole protección. Este documento es una real orden de libre
tránsito y subsidios de viaje, de la que debieron remitirse copias a
autoridades del reino de Castilla, siendo la de Sevilla la única
conservada.
Sin embargo, los reyes, ocupados en la toma de Granada, no
concluían nada práctico. Pasó de nuevo Colón a Sevilla, en
demanda de la protección de Medinaceli, que le tuvo durante dos

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años en su casa, como sabemos. Entonces fue cuando el duque


deseó fugazmente emprender la expedición por su cuenta.
Volvió Colón a la corte, pero los soberanos no quisieron acceder a
sus exorbitantes exigencias. Entonces decidió abandonar España y,
habiendo emprendido el viaje, llegó a La Rábida a comienzos de
1492. En La Rábida se discuten los proyectos de Colón y éste
celebra varias entrevistas con el médico de Palos, Garci Hernández,
persona muy entendida en cosmografía. Asesorado por éste, el prior
del monasterio, fray Juan Pérez, escribe a Isabel una carta y a los
pocos días es llamado Colón a Santa Fe, donde comienzan las
negociaciones.
A pesar del favor del cardenal Mendoza y de la amistad de
Quintanilla y otros, los monarcas seguían creyendo desmedidas las
pretensiones de Colón, y al no poder reducirlas, éste se apartó del
trato. Intervino entonces Luis de Santángel, escribano de ración de
la corona de Aragón, y persuadió a la reina de que no dejase
escapar aquella ocasión de engrandecer España. Isabel convino en
llamar al extranjero y Femando accedió. Un alguacil real alcanzó a
Colón cerca del puente de los Pinos. Regresó a Santa Fe, y el rey,
convencido por su camarero mayor, Juan de Cabrera, ordenó se
otorgasen las capitulaciones que asentó el secretario de Estado,
Juan de Coloma.
El 17 de abril de 1492 quedaron concertadas entre Colón y los reyes
las llamadas capitulaciones de Santa Fe, donde se plasman las
altivas y rígidas exigencias del descubridor.

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Página inicial de las capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de


Abril de 1492, en cuya cabecera se dice: “Las cosas suplicadas a que
Vuestras Altezas dan e otorgan a don Cristóbal Colón.” (A.CA.,
Barcelona).

Se concedía allí a éste y sus herederos el cargo de Almirante en


todos los ámbitos que pudiese descubrir, con jurisdicción sobre los
marinos, cobro del quinto de las mercancías y otros; se le nombraba
virrey y gobernador de los territorios hallados, con facultad de
proponer por medio de una tema el nombramiento de subalternos;
se le reservaba una décima parte de todo el oro, plata, perlas y
demás tesoros que se adquiriesen; él y su lugarteniente, junto con el
almirante de Castilla, entenderían como jueces en los asuntos

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comerciales; se le reservaba el derecho de contribuir con una octava


parte a los gastos de cualquier otra expedición que se enviase,
garantía ésta de que le correspondería la octava parte de los
beneficios. El mismo día se concedieron a Colón iguales privilegios
que al almirante de Castilla, y su hijo Diego fue nombrado paje del
príncipe don Juan.

§. La madre de Femando Colón


Cosa de siete años mediaron entre la llegada de Colón a España y el
comienzo de su primer viaje. ¿Qué significado tiene este período
dentro de la biografía personal del Almirante, dentro de su vida
íntima?

En el Archivo de la Casa de Alba, en Madrid, se conserva esta carta


de Colón a su hijo Diego. Antes de la firma dice: «Tu padre que te ama
como a sí».

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Ocurre en él un interesante episodio amoroso, propicio a todas las


glosas artísticas: la relación del descubridor con doña Beatriz
Enríquez de Harana, joven de distinción en la Córdoba cortesana y
bulliciosa donde frecuentemente residían los reyes y con ellos
Colón. Tendría éste a la sazón unos treinta y cinco años y Beatriz
apenas veinte. Es lícito creer que ella quedó deslumbrada por los
ensueños de aquel visionario, aureolados además por el favor con
que se le miraba en la corte y el acceso que los Reyes le daban. En
1488 nació de aquellos amores un niño que vendría a ser Femando
Colón, a cuyos trabajos históricos tantas veces hemos acudido.
El apellido Arana es vizcaíno y en el siglo XIV aparece en Córdoba,
escrito con «H» y enlazado con el de Enríquez. Ana Núñez de Harana
y Pedro de Torquemada, modestos labradores de Santa María de
Trastierra, fueron padres de Pedro y Beatriz Enríquez de Harana.
Muerto Pedro de Torquemada, la viuda trasladóse a Córdoba, en
donde a poco pasó también a mejor vida, dejando huérfanos,
aunque no desamparados de bienes y protección, a los dos hijos. De
su tutela se encargaron la abuela, Leonor Núñez, y la tía materna,
Mayor Enríquez de Harana, que dio a sus sobrinos cierta
instrucción.

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El Monasterio de La Rábida con el río Tinto al fondo.

Al morir la abuela y la tía, Pedro y Beatriz pasaron a la tutela de


otro tío suyo, Rodrigo Enríquez de Harana, persona que lucía en
Córdoba, pero cuyas costumbres no eran las más recomendables
para dirigir a unos jóvenes criados en más sano ambiente. Pedro,
juicioso y de buena índole, no quiso aguantar su tutela y se marchó
de Córdoba; pero no así Beatriz, que, como menor de edad, quedó
bajo el cuidado de su tío, en cuya casa vivía cuando llegó Colón a
Córdoba, siguiendo a los reyes en uno de los viajes de la corte. El
primo de Beatriz, Diego de Harana, y Cristóbal Colón se hicieron
amigos y fue aquél quien puso a éste en relación con Beatriz al
llevarlo a su casa.
Beatriz dio a luz el 15 de agosto de 1488. Es posible que el
nacimiento coincidiera con una estancia de Colón en Córdoba, pero
no es seguro. Al año siguiente se encontraba en Sevilla; después
volvió a Córdoba, donde se hallaba de nuevo la corte, y como
agregado a ella concurrió al asedio de Baza, que fue tomada el 4 de
diciembre de 1489. A partir de esta fecha, apenas se tienen noticias
del descubridor hasta las capitulaciones de Santa Fe. Fue entonces

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a Córdoba para ver a su pequeño Femando y reconciliarse con


Beatriz y los agraviados parientes de ella, llevándose consigo a su
primo, Diego de Harana, con el cargo de alguacil mayor de la
armada.

Vázquez Díaz representó en uno de sus frescos de La Rábida las


conversaciones de Colón con los frailes de aquel convento.

Antes de partir, fue Colón a La Rábida y recogió a su hijo Diego -


habido en su matrimonio con Felipa Moniz- y lo encomendó a
Beatriz.
Quizá pensó en legalizar su situación cuando volviese de su
empresa, mas por el camino ocurrió algo que le hizo cambiar de
parecer. El día 14 de febrero de 1493 consigna en su diario de a
bordo una frase significativa. La tempestad ruge terrible y Colón
expresa el temor de que sus dos hijos queden «huérfanos de padre y
madre en tierra extraña». ¿Beatriz había sido infiel a su amor?

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Parece posible. Sobre todo si se tiene en cuenta que, desde


entonces, la dio por muerta para él y para sus dos hijos. A su
vuelta, fue a Córdoba, los recogió y nunca más volvieron al lado de
ella. Su conciencia le acusó, sin embargo, del daño inferido a la
honra de aquella mujer y quiso indemnizarla, señalándole una
ayuda de 10.000 maravedís anuales sobre las carnicerías de
Córdoba, renta que, con otros gajes, le habían concedido los reyes
en recompensa por sus servicios.
No la olvidó Colón en su testamento, y en codicilo escrito de su
mano encargó a su hijo Diego la víspera de su fallecimiento, 19 de
mayo de 1506: «E le mando que haya encomendado a Beatriz
Enríquez, madre de Femando mi hijo, que la provea que pueda vivir
honestamente, como persona a quien yo soy en tanto cargo. Y esto
se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho
para mi ánima. La razón dello non es lícito de lo escribir.»
Beatriz sobrevivió a Colón más de quince años. Se colige que la
pensión de 10.000 maravedís que por encargo de su padre le
señalara el segundo almirante de las Indias, no llegaba con
puntualidad. El 19 de mayo de 1521 otorgó la última escritura
conocida. Poco después debió de bajar al sepulcro, sin haber tenido
el consuelo de ver a su hijo, que la tuvo abandonada. El despego
que Femando sentía hacia su madre se pone de relieve en algunos
documentos y sobre todo en la disposición, que dio en Sevilla en
julio de 1539, en la cual sólo la cita una vez sin dar su nombre, y
manda que se recen sufragios por su alma, agregando esta frase:
«que nuestro Señor perdone».

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Capítulo 6
El primer viaje

Contenido:
§. El presupuesto de la expedición
§. La tripulación
§. Las carabelas
§. La travesía
§. Las nuevas fronteras
§. La recepción
§. ¿Se puede hablar hoy de «descubrimiento de América»?

§. El presupuesto de la expedición
Ya hemos hecho mención de otra gran figura favorable a Colón en la
corte de Fernando e Isabel, a la que queremos diferenciar de
aquellas que le eran propicias por simpatía personal o adhesión
intelectual. Nos referimos al escribano de ración de Aragón, Luis de
Santángel, de origen hebreo, que consideró siempre el aspecto
lucrativo de la expedición y miró sus problemas con ojos de cajero.
«Como buen jugador de banca, sabe que en ocasiones debe
arriesgarse algo para ganar mucho. La cantidad es exigua si se
compara con las fabulosas ganancias que se podrían lograr -dice
Ballesteros-. Esto concuerda con la idiosincrasia del arrendador de
tributos, del hebreo de cerebro sutil, que presta a la corona con el
crecido interés de su influencia, que le proporciona negocios
saneados y de enorme rendimiento. No se perdía Santángel en las

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especulaciones teóricas: no era hombre de letras y sólo entendía de


las de cambio. Su propuesta, en medio de su aparente idealismo, es
de un profundo sentido práctico. De aquí su coincidencia absoluta
con su amigo el genovés.»
Con esta decisión de Isabel la Católica tiene contacto la conocida
historia de que la reina ofreció empeñar sus joyas para pagar la
expedición. Santángel se opuso a ello, alegando que no era
necesario. La credibilidad de este pasaje padece por el hecho de que
la reina las tenía ya empeñadas con anterioridad para rescatar la
ciudad de Baza.

Supuesto retrato de Martín Alonso Pinzón (Museo Naval, Madrid).

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Más cabe que se refiriese a otras joyas o que se olvidase de que no


las tenía a su disposición y se adelantase a expresar un rasgo que
no la honra menos porque no fuese realizable.
¿Cuánto costó descubrir América? Según Caddeo, dos cuentos, o
sea, dos millones de maravedís, equivalentes aproximadamente a
veinte millones de pesetas de 1986. ¿Quién los proporcionó? Luis de
Santángel adelantó 1.400.000 maravedís en compañía del genovés
Francisco Pinelo. Colón puso medio millón (Las Casas) o «la meytad
del gasto», según dice su Memorial de agravios posterior; difícil es
concretarlo. ¿De dónde lo sacó? Aun siendo imposible discernir
exactamente quién le prestó dinero y en qué cantidad, pudo
provenir éste de sus relaciones comerciales con casas genovesas, de
doña Beatriz Enríquez de Harana y de los Pinzón, y lo más fácil es
que en diversa cuantía entrasen todos en la suma.

Escudo heráldico de los Pinzones alusivo a su participación en la


gesta colombina.

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Ya es hora de indicar que la epopeya colombina no sólo fue ocasión


de que se mostrasen todas las virtudes españolas sino también
todos los defectos, y muy señaladamente el de la envidia. Ésta no
sólo hizo presa en Colón en forma dolorosa y tristísima, como
seguiremos viendo, sino que, ramificándose y disfrazándose, pasó
luego a afectar a la fama de sus amigos y favorecedores. Así, inventó
una serie de bandosidades, partidos y grupos que o no existieron
nunca en la realidad o actuaron en forma mucho más ocasional y
diversa. De este modo, no sólo salió quien presumiera de haber
apoyado a Colón, sino que necesitó denigrar falsamente a otros por
no haberle favorecido. Este es también achaque español antiguo:
que cada celebridad haya de promover dos partidos, el de los
adictos y el de los contrarios.
Dentro de esta óptica, no ha faltado quien menoscabase la
intervención de Femando el Católico en la preparación de la
empresa y, de rechazo, toda la actuación aragonesa en ella. Ha sido
tópico frecuente el poner en contraste el idealismo de Isabel con la
reserva fría de su esposo; al aplicarlo a la gestación del
descubrimiento, ha venido a resultar que la soberana fuese
protectora decidida de Colón, y Femando remolonease mirando
solamente el gasto, o el cariz fantástico de la iniciativa. No hay tesis
más inverosímil que ésta, porque lo cierto es que si el Rey Católico
se hubiese mostrado más adverso al proyecto, éste o no habría
prosperado o lo habría hecho muy a la larga tras dificultades mucho

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mayores; es indudable que en materia de tanta monta la reina


habría tenido siempre muy en cuenta la opinión de su marido.
La intervención aragonesa en el descubrimiento no es insignificante.
Además de la presumible simpatía de don Femando, Colón contó
con la de tres aragoneses de nota, Luis de Santángel, Juan Cabrero,
camarero del rey, y Gabriel Sánchez, tesorero general de Aragón,
íntimos todos del monarca, con quien hablarían más de una vez del
proyecto colombino. Del primero de ellos vemos, además, que
proporcionó importante parte del presupuesto y aun quizá la mayor
de él. Añadamos aún que Colón negoció las capitulaciones de Santa
Fe con otro aragonés, delegado de los soberanos para ello, el
secretario Juan de Coloma. Parece, pues, poderse concluir que la
elaboración jurídica, administrativa y económica de la gesta
colombina estuvo casi por entero en manos aragonesas. Es muy
posible que la reina, harto enterada de las cualidades de su esposo
para tales asuntos, confiase por entero a sus manos el
planteamiento de la empresa.

§. La tripulación
En 30 de abril de 1492 los soberanos dirigieron a Diego Rodríguez
Prieto y a los vecinos de Palos unas misivas que les ordenaban
aplicar al servicio de la empresa de Colón dos carabelas; ello
obedecía a que, por ciertas faltas anteriores, habían sido
condenados a servir durante un año con dos de tales naves a la
corona. Ésta decidía, pues, aplicar al descubrimiento aquellas
embarcaciones, con las que podía contar a su gusto. ¿Por qué se

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eligió Palos para base y punto de partida del viaje? En parte por esta
circunstancia y también porque las villas de Sanlúcar, Puerto de
Santa María y Cádiz estaban enclavadas en los dominios de las
casas de Medina-Sidonia, Medinaceli y Arcos. La corona deseaba
que la empresa se realizase enteramente dentro de sus facultades y
jurisdicción.
Una malévola interpretación ha conducido a la sospecha de que los
tripulantes de las carabelas eran en su mayoría delincuentes y
penados. No se puede deducir tal cosa del concepto de «damos
seguro a todos e cualesquier personas que fueren en las dichas
carabelas con el dicho Cristóbal Colón». El «seguro», que algunos
han tomado como indulto o remisión de penas, se refiere a que «no
les sea fecho mal ni daño, ni desaguisado alguno en sus personas ni
bienes; ni en cosa alguna de lo suyo por razón de ningún delito que
hayan fecho ni cometido» (citado por Ballesteros). Es decir, la frase
tiene un sentido fundamental de garantía y sólo por vía accesoria y
adicional se añade la suspensión de la persecución judicial.
Es positivo que Colón tropezó con grandes dificultades para
encontrar tripulantes en Palos. La población lo había conocido
menesteroso, recién llegado del extranjero, había sido testigo del
quizá risible frenesí con que a su venida Colón explanaba sus
proyectos, y la figura del Almirante no le parecía digna de confianza
en empresa tan oscura y peligrosa. La oposición fue vencida con el
apoyo de los monarcas, que no vacilaron en hacer ostentación de
fuerza; con la suave persuasión de fray Juan Pérez, que conocía el
lugar y la gente, y les fue convenciendo paulatinamente, y en suma,

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con la intervención de un nuevo factor que resulta decisivo en la


gestación del descubrimiento: la actuación de los hermanos Pinzón.
Martín Alonso Pinzón, el navegante más prestigioso de aquel litoral,
fue puesto en contacto con el Almirante por aquel religioso. Pinzón
favoreció el proyecto con su autoridad moral, con el ofrecimiento de
equipar una carabela propia y sumó sus propios halagos y
promesas a los de Colón y los reyes. Con él se añadieron a la
elaboración de la empresa sus hermanos Francisco Martínez y
Vicente Yáñez Pinzón y el piloto Juan de la Cosa, como veremos.

La nao Santa María, reconstruida en 1892, en ocasión del IV


Centenario del descubrimiento de América

El 23 de junio comenzó el alistamiento de la gente y sólo acudieron


unos cuantos. Únicamente cuando Pinzón interviene y dice a las
gentes: «Venid con nosotros, en vez de quedar aquí misereando», los

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voluntarios comparecen en tal número que en pocos días quedan


completas las tripulaciones. ¿Por qué? Porque Martín Alonso era
«hombre muy sabio y agudo en cosas de navegación»; «marino
áspero y sabio»; «no había navío portugués que le osase aguardar»;
«e tenía grande aparejo para hacer el dicho descubrimiento».
Además, Pinzón tenía confianza en el éxito por haber estudiado de
antiguo sus posibilidades, allegado noticias de otros navegantes y
visto en la biblioteca pontificia mapas confirmatorios de sus
supuestos.

En el puerto de Barcelona se exhibe otra de las diversas


reconstrucciones de la nao Santa María que se han efectuado.

Tal era su fe, que arriesgó su crédito de mareante, buena parte de


su hacienda y la propia vida. Por ello, hecha la escuadrilla a la mar,
navegó siempre en vanguardia; y, cuando el desaliento cundió en la

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nave capitana y el Almirante le consultó sobre la decisión que


tomar, respondió según el testigo Hernán Pérez Mateo: «Enforque
vuesa merced a seis de ellos y échelos al mar..., que armada de tan
altos príncipes no ha de volverse sin descubrir tierras.» «No me ha
enviado el rey acá para que me vuelva. Tengo bastimento para un
año e no me tengo que volver, que, con la ayuda de Dios, tengo que
pasar adelante.»
En efecto, de la Pinta, siempre en cabecera, es de donde parte,
confirmando observaciones del Almirante, el grito de «¡Tierra!», y se
dispara el primer cañonazo de saludo a la realidad del Nuevo
Mundo.
Tan pronto como Martín Alonso Pinzón se sumó a la empresa,
obtuvo la adhesión de Juan de la Cosa, con su nave Marigalante,
anclada en el puerto de Palos, y éste hizo que le siguieran casi todos
los marinos vascongados que integraban su tripulación. La
Marigalante fue llamada Santa María por voluntad de Colón y
elegida como nave capitana. Juan de la Cosa no exigió pago, lo cual
acredita su fe en la empresa.
Hay que destacar como merece la energía, la decisión de Martín
Alonso. Cuentan algunos cómo Pinzón supo imponerse a los que
comenzaban a hablar de desistir de la empresa; y el propio Colón,
en su diario, refiere el caso como sigue, aunque sin darle la
gravedad que algunos le han querido atribuir:
Preguntados los Pinzones el día 22 de septiembre -las carabelas
habían salido de Palos de Moguer el 3 de agosto- sobre su parecer
acerca de lo que debía hacerse, dijo Vicente Yáñez:

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«Andemos, señor, hasta dos mil leguas, e si non falláremos lo que


vamos a buscar, de allí podremos dar vuelta.»
A lo cual replicó Martín Alonso, dirigiéndose a Colón:
« ¡Cómo, señor! ¿Agora partimos de la villa de Palos, y ya vuesa
merced se va enojando? Avante, señor, que Dios nos dará victoria
que descubramos tierra, que nunca Dios querrá que con tal
vergüenza volvamos.»
Alborozado, Colón contestó:
« ¡Bienaventurados seáis.»
Es bueno recordar lo que Gonzalo de Córdoba, «el Gran Capitán»,
contestara, pocos años después, a los que le instaban a que
abandonase la conquista de Nápoles: «Nunca Dios quiera que baste
ninguna fortuna ni adversidad para hacerme volver atrás. Yo
determino, señores, de ganar antes tres pasos adelante, aunque
sean para mi sepultura, que tomar dos solos atrás para mi
salvación y remedio.»
Sin embargo, Colón sintió por Martín Alonso Pinzón, una vez
descubierta tierra, antipatía profunda, reiteradamente demostrada.
Con ocasión de haberse separado la Pinta en La Española de las
otras dos embarcaciones, el Almirante concibió recelos y sospechas
que, aunque disimuladas, estuvieron al alcance de muchos
tripulantes.
Después, al separarse nuevamente de la Niña, en el viaje de regreso,
a causa de una tormenta, Pinzón originó nuevos temores a Colón,
que le creyó capaz de llegar antes a Castilla y mostrarse como
descubridor de las nuevas tierras. El almirante llega, como veremos,

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a Lisboa de manera azarosa. En cambio, Pinzón arribó al puerto


gallego de Bayona, desde donde se dirigió a Palos, entrando horas
después de la carabela del Almirante.
A partir del regreso, pocas noticias de él han quedado para la
posteridad. Se sabe, no obstante, que el marino paleño llegaba muy
enfermo. Por engreimiento o por desquite de las amarguras sufridas,
Colón excluyó a todos de los honores del triunfo y quiso centrar en
su persona el portento logrado. Martín Alonso Pinzón falleció en La
Rábida el 31 de marzo de 1493, pero esto suponía mayor motivo
para asociar a su hermano Vicente Yáñez, compañero leal de toda la
campaña, a los honores de la audiencia regia, y no se hizo así.
Bartolomé Colón, más ecuánime que su hermano, dice que «Si no
fuera por Martín Alonso, ni hallaren ni descubrieran tierras». El
propio Almirante, aunque escribe en su diario «que le tiene hecho
muchas», reconoce que «es hombre esforzado y de buen ingenio».
El citado «físico de Palos», García Hernández, asegura que, vuelto
Colón de Santa Fe, con las reales cédulas ordenando las máximas
facilidades para el viaje, «tomó concierto y compañía con los
Pinzones, porque eran personas suficientes e sabidos en cosas de
mar, los cuales, allende de su saber e del dicho Cristóbal Colón, le
avisaron e pusieron en muchas cosas que fueron de provecho en
dicho viaje»

§. Las carabelas
Observemos, primeramente, la impropiedad que existe en hablar de
las tres carabelas de Colón, defecto a que cedemos en aras de la

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sencillez. Sólo eran carabelas dos de ellas, la Pinta y la Niña; la


Santa María era una nao.

Maqueta de la carabela La Niña», que se expone en el Museo Marítimo


de Barcelona.

De la Niña escribe Colón con amor: «Si no fuera la carabela muy


buena y bien aderezada, temiera perderme.» Fue quizás el barco de
más condiciones marineras de aquella flotilla y abunda en ello la
circunstancia de que el Almirante volviese a emplearlo en el
segundo viaje, comprase parte de ella y la mandase aún como
avanzada del tercer viaje. La Niña, como señala Eliot Morison,
recorrió por lo menos 25.000 millas bajo el mando del Almirante:
«Uno de los más grandes entre los pequeños barcos de la historia

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del mundo.» Su nombre oficial era el de Santa Clara, pero su


maestre y propietario, Juan Niño de Moguer, la conoció siempre con
aquel apodo. Desplazaría unas 60 toneladas. Eliot considera, a ojo,
que la Niña tendría unos 70 pies de eslora, unos 23 de manga, 9 de
profundidad de la bodega y 6 de calado. Tenía una sola cubierta y
fue seguramente re aparejada en las Canarias para darle un
velamen más adecuado a la travesía.
La Pinta era una carabela redonda, propiedad de Gómez Rascón y
Cristóbal Quintero, de Palos. Eliot Morison calcula que tendría de
55 a 60 toneladas de desplazamiento, 73 o 75 pies de eslora, 25 de
manga y unos 11 de puntal. Fue una buena velera y su capitán,
Pinzón, tendía siempre a adelantarse a las demás. No se saben
muchos más extremos de ella.
La Santa María ha sido estudiada con mucha mayor detención y,
como es sabido, se han efectuado cuidadosas reconstrucciones de
ella. Su maestre era Juan de la Cosa, y Colón la fletó aprovechando
que se hallaba en Río Tinto en viaje comercial. «La nao -dice Colón-
era muy pesada y no para el oficio de descubrir.» Fernández Duro le
atribuye de 120 a 130 toneladas, 22,6 metros de eslora, 7,8 metros
de bao, 3,8 de puntal de bodega en crujía, 3,2 de calado a popa y
27,25 de altura del palo mayor de quilla a perilla.
«La Niña, la Pinta y la Santa María -concluye Eliot Morison- estaban
bien equipadas, bien construidas, bien aparejadas y bien
manejadas; eran "muy aptas para semejante fecho", como el mismo
Almirante escribió en el prólogo de su diario. Eran barcos
adecuados para la tarea a que se los destinaba, de modo que

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debemos desechar la creencia de que Colón se hizo a la mar en


"cáscaras de nuez", o en absurdos "barquichuelos".»

Este relieve del retablo del altar mayor de la iglesia de San Nicolás,
en Burgos, muestra con suma expresividad el arduo trabajo de la
tripulación en una embarcación de la edad colombina.

Morales Padrón detalla que los portugueses importaron de Oriente


la carabela, y los árabes proporcionaron la vela latina, dos factores
decisivos junto con el timón de codaste, en el desvelamiento del
Atlántico. Ya por los años del XIII aparecen en los documentos
portugueses esas embarcaciones de aparejo latino, dedicadas unas
al pequeño cabotaje y otras a la pesca por las aguas costeras.
Parecen originarse del «cáravo» o «caraba» árabe. Fueron navíos de

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alto bordo, por lo que no usaban los remos como propulsión


principal, aunque en tiempo de calma, y sobre todo cuando
navegaban por parajes difíciles, se ayudaban de ellos.

Este grabado de la Crónica de Nüremberg presenta las técnicas


seguidas para la construcción de una nave. Se trata en este caso de
una carraca, embarcación más chata que la carabela. Como era
frecuente, los trabajos se efectúan en una playa.

En los comienzos del siglo XV solamente empleaban carabelas dos


países; primero, Portugal, en gran escala, como embarcación muy
adecuada para navegar a lo largo de la costa, remontar los ríos,
navegar contra el viento, sobre todo cuando retomaban a la
metrópoli desde Guinea. El segundo país fue España, donde
copiaron a ojo una carabela portuguesa y así surgió la llamada
carabela andaluza, por tener su origen en el condado de Niebla.

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En España comienza a sonar este nombre hacia 1478, y se llamó


carabela de armada, cuando por las continuas luchas con el moro,
se le dio carácter militar, agregándole el castillo para guarecerse. Se
decía que la estructura de la carabela obedecía a la fórmula «uno-
dos-tres» que relaciona la manga (ancho), el puntal y la eslora
(longitud de proa a popa), triple que la manga.
La proporción de uno a tres se mantuvo por muchos años con
tendencia a llevarla a la de «Uno a cuatro» cuando aumentaron los
palos y se logró mayor velocidad y mejor gobierno. Entre el palo
mayor y el trinquete se alzaba en proa el castillo o tilla, de cuyo
extremo se desprendía el bauprés. Del palo mayor hacia la popa se
alzaba otra cubierta, llamada tolda o alcázar, y en su extremo la
chupeta o chopa, alojamiento principal. Sobre ·ella se extendía la
toldilla, la parte más elevada de la carabela, de donde arrancaba el
palo de mesana.
El casco tenía pocas aberturas al exterior: el escobén por donde se
cobraba el ancla, los ojos de buey de las cámaras, algún que otro
ventanuco para paso de aire o boca de salida para alguna eventual
pieza de artillería, y la lemera, o abertura de popa por donde se
introducía la caña del timón. Para reforzar el casco exteriormente se
afirmaban sobre la tilla o alcázar unos cintones de madera dura en
sentido horizontal y sobre éstos, en sentido vertical, se elevaban
otros listones gruesos. Estos contrafuertes constituían una
característica de la carabela.
Sobre la cubierta principal, se situaban dos embarcaciones: el batel
y la chalupa. El batel, lancha fuerte, de unos ocho metros de eslora

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con siete u ocho bancos para remar y un aparejo para izar una vela,
rara vez permanecía a bordo, pues debido a su tamaño casi cubría
la cubierta. Se la dejaba a flote y se la llevaba a remolque.
El batel constituía un elemento imprescindible durante los viajes de
exploración, pues precedía a la carabela en los pasos y estrechos de
difícil o simplemente desconocida navegación; también servía para
remolcar a la carabela en períodos de calma o para entrar en el
puerto.
La chalupa era menor que el batel, de popa ancha y poco calado,
con cuatro o cinco bancos para remos. Servía, junto con el
chinchorro, aún más reducido, para la pesca. Tanto la chalupa
como el chinchorro se metían dentro de la carabela, cuando ésta se
hacía a la mar (Morales Padrón).
El material de orientación con que contaba la Santa María era la
aguja náutica o brújula, que daba la derrota con respecto al norte,
la ballestilla y, finalmente, el astrolabio, que indicaba la altura
meridiana del Sol. Como complemento contaba con unas tablas
astronómicas de basta hechura.
La Casa de Contratación hizo en 1519 un curioso inventario que
nos proporciona una idea aproximada de lo que eran estos
instrumentos náuticos. El inventario en cuestión contiene:
«Un tablón de nogal con un círculo dividido en él, en 360, etc. el
cual sirve para las longitudes. »
«Una cuarta de círculo grande, de una vara de largo dividido por 90
partes iguales». «Más de dos reglas de latón de una vara de largo,

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que ha de servir para tomar la latitud de los lugares a cualquier


hora del día. »
«Un nivel pequeño de madera de peral. »
«Item, más, una regla de vara y media y con ella un círculo de nogal
de media vara de largo, todo de cerezo o de nogal, y en otra tablilla,
un círculo hecho de a palmo y en ella una alidada de peral o de
cerezo, con una aguja encajada, lo cual todo sirve para tomar la
línea meridiana, etc.»
El más modesto de los instrumentos de a bordo era el escandallo, o
sonda o plomada, con que se conocía la profundidad de las aguas
para tantear el sitio por donde navegaban los descubridores.

§. La travesía
El viernes 3 de agosto de 1492, a las ocho de la mañana, las tres
naves de Colón partieron del puerto de Palos, salvaron la barra de
Saltes -en la desembocadura del Odie! y el Tinto-y tomaron rumbo a
las Canarias. En este tramo de la travesía se rompió el timón de la
Pinta, que fue luego reparado en las Canarias, de la misma manera
que se reajustó el velamen de las dos carabelas. De la Gomera
partieron las embarcaciones hacia el oeste.
A finales de septiembre empieza ya a consignar Colón en su diario
de a bordo la aparición de diversas aves marinas y observa en el
agua «tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ella». Días
después, para aquietar la alarma de la tripulación, efectuó Colón
aquel conocido engaño suyo: «El piloto del Almirante temía hoy, en

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amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí


quinientas setenta y ocho leguas al Oeste.

En la Biblioteca Colombina, de Sevilla, se conserva este retrato


fantástica de Cristóbal Colón, pintado en el siglo XVII.

La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran


quinientas setenta y ocho leguas, pero la verdadera que el Almirante
juzgaba y guardaba eran setecientas siete.» El diez de octubre
consigna el diario la vigorosa resistencia de la tripulación contra lo
largo del viaje.
No les faltaba razón a los revoltosos, porque al zarpar Colón les
había prometido que encontrarían tierra antes de 750 leguas al
oeste de las Canarias, lo cual supone unas 2.250 millas.

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Para evitar ocasiones de malhumor y decepción en su gente, Colón


adulteró maliciosamente el cuaderno de bitácora, como vemos,
consignando en él que se habían navegado distancias menores de
las reales, de modo que los tripulantes no se enterasen de que
estaban mucho más lejos de lo hablado.

El grabado de Théodore de Bry pretende representar la llegada de los


descubridores a la isla Española (Haití}, vestidos con la indumentaria
española de ceremonia que conocían los flamencos y franceses del
siglo XVI.

Los estudiosos actuales estiman que, aun así, Colón no se apartó


mucho de la realidad, puesto que tenía el defecto de hacer
estimaciones exageradas de las distancias. En algún momento,

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ciertos tripulantes concibieron la idea de echar a Colón por la borda


y volver a casa. El Almirante contraatacó sugiriendo que el llegar a
España sin él no dejaría de causar problemas a los marineros, y
mezcló esta amenaza con ponderaciones de los tesoros americanos y
las bienandanzas que les reservaba el futuro.
Una de las tradiciones colombinas más conocidas es la del motín de
los tripulantes contra el Almirante, en protesta contra lo lejos que,
sin fruto, estaba llevando a las naves. Es difícil encontrar en la
copiosa documentación noticia concreta de este hecho. Sin
embargo, cabe pensar que semejante sublevación fue permanente y
que el Almirante la entretuvo de continuo con buenas palabras. Lo
más parecido a una insubordinación concreta está en unas
declaraciones de los tripulantes Pedro de Bilbao y Manuel
Baldobinos dentro de un interrogatorio, cuando más adelante Colón
entró en pleitos con la corona. Dice el primero de estos embarcados:
«Oyó muchas veces que algunos pilotos y marineros querían
volverse si no fuera que el Almirante les prometió dones y les rogó
esperasen dos o tres días, y antes del término ser cumplido
descubrieron tierra.» Parecidas son las razones del segundo
declarante.
Es interesante recoger las propias palabras del diario de navegación
en el punto en que se avecina el descubrimiento.
«Jueves, 11 de octubre. Después del sol puesto, navegó a su primer
camino al este; andarían doce millas cada hora; y hasta dos horas
después de medianoche andarían noventa millas, que son veintidós
leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba

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delante del Almirante, halló tierra e hizo las señales que el


Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que
se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante a las diez de la
noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fuese cosa
tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero
Gutiérrez, repostero de estrados del rey, e díjole que parecía lumbre,
que mirase él, y así lo hizo y viola; díjolo también a Rodrigo Sánchez
de Segovia, que el rey y la reina enviaban en el armada por veedor,
el cual no vio nada porque no estaba en lugar do pudiese ver.
Después que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como
una candelilla que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos parecería
ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a
la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbran a
decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos,
rogó y amonestóles el Almirante que hiciesen buena guarda al
castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese
primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras
mercedes que los reyes habían prometido, que eran diez mil
maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después
de medianoche, apareció la tierra, de la cual estarían dos leguas.
Amañaron todas las velas y quedaron en el treo, que es la vela
grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el
día viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba
en lengua de indios Guanahaní. Luego vieron gente desnuda y el
Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón
y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el

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almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la


Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña
con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo
de la Y y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y
aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a
los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra y a Rodrigo de
Escobedo, escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de
Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio cómo él ante todos
tomaba, como de hecho tomó, posesión de dicha isla por el rey y la
reina, sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían,
como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron
por escripto. Luego se ayuntó mucha gente de la isla... los cuales
después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos
nadando y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y
azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas
que nosotros les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles.
En fin, todos tomaban y daban de aquello que tenían buena
voluntad. Más me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos
andan todos desnudos como su madre los parió y también las
mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi
eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta
años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas
caras; los cabellos gruesos casi como cerdas de cola de caballos e
cortos; los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos
de atrás que traen largos que jamás cortan. De ellos se pintan de
prieto (negro) y de ellos son de la color de los canarios, ni negros ni

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blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de


ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo
el cuerpo, y de ellos sólo los ojos, y de ellos sólo la nariz. Ellos no
traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las
tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún
hierro; sus azagayas son unas varas sin hierro y algunas de ellas
tienen al cabo un diente de pez y otras de otras cosas. Ellos todos a
una mano son de buena estatura, de grandeza y buenos gestos bien
hechos... Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de
mi partida seis a V. A para que deprendan hablar. Ninguna bestia
de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta isla.»

Diseño de la costa Norte de la Española (Haití}, trazado por la mano


de Colón (Archivo de la Casa ducal de Alba)

Después del descubrimiento y de haber bautizado aquella isla con el


nombre de San Salvador, Colón pasó tres meses recorriendo los
mares de las Lucayas y las Antillas. Visitó otras dos islas del mismo
grupo, a las que denominó Fernandina e Isabela. Llegó luego a las
costas de Cuba (nombre indígena), a la cual bautizó, en homenaje a

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la princesa castellana, con el nombre de Juana, sin prever el triste


destino que aguardaba a ésta.
Recorrió parte de la costa septentrional cubana y luego retrocedió
hasta Haití, a la cual denominó La Española.
En la exploración de esta isla pasó Colón buena parte de noviembre
y diciembre de 1492 y allí fue donde se concretaron sus noticias de
la tierra y sus gentes, aun cuando él continuó refiriéndolas todas a
la idea fija de lo próximo que se encontraba el Gran Khan. En 21 de
noviembre Martín Alonso Pinzón se insubordinó y con la Pinta se
fue por su cuenta a explorar la isla fantástica de Babeque. El 11 de
diciembre anota Colón en su diario que le han hablado de unos
indios antropófagos llamados caniba, y una vez más relaciona esta
palabra con el Gran Khan.
El 22 de diciembre se entrevistó Colón por vez primera con un jefe
indígena, el cual puede ser el mismo que más tarde aparece con el
nombre de Guacanagari, o ser otro. Las Casas dice que era «Uno de
los cinco reyes grandes y señalados desta isla.» Guacanagari regaló
a Colón un cinto del cual pendía una carátula de oro.

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Portada y primera página de la edición, traducida al latín, de la carta


de Colombina a Rafael Sánchez en que se anuncia el descubrimiento
de América

El Almirante, desde el 12 de octubre, apenas si había reposado.


Tanta negociación con los indígenas, tanto navegar por costas
desconocidas evitando escollos y bajíos, lo habían extenuado. Ahora
creía poder descansar. Los indios estaban definitivamente ganados
por los seres semidivinos que habían brotado del mar. Les habían
traído y prometido oro. Colón llevaba sesenta horas sin dormir y
estaba rendido en la Nochebuena de 1492. Un marinero experto
entregó el gobernalle a un muchacho y se fue a dormir.
Pocas horas después despertaba a Colón un bandazo y un griterío.
Subió al puente desalado. La Santa María se hallaba escorada y un
gorgoteo denotaba la presencia de una vía de agua. Una
imprudencia del grumete había encallado a la nao contra un banco
de arena. El buque se desguazaba por minutos.

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No hubo tiempo para recriminar a nadie. El mar estaba tragándose


a la nave que lo había vencido. La tripulación sólo pensó en su
salvación. Gracias a que de tierra acudieron piraguas, pudieron
salvarse todos los enseres y no se perdió ni un solo hombre. Los
indios lloraban sinceramente al ver tan apenados a los cristianos.
La Santa Maña estaba totalmente perdida.
Separada hacía días de las otras dos la Pinta, quedaba la Niña como
única nave con que emprender el cada vez más urgente regreso. Era
de las tres naves la mejor y ahora habrían de acomodarse en ella los
tripulantes de la Santa María. Colón lo hizo al momento y pasó la
noche madurando un plan ya antiguo, que acabó de adoptar
cuando el día 26 Guacanagari subió a bordo y, consolándole, le dijo
«que no tuviese pena que él le daría cuanto tenía».
Pensó Colón entonces dejar un grupo de españoles con Guacanagari
para que estrechasen la amistad con los indios durante su
ausencia, explorasen La Española y recogieran todo el oro y
mercancías preciosas que pudieran. Cuando Colón y los suyos
regresaran se encontrarían así con una colonia sólidamente
asentada. Expuso el plan a los suyos, que lo aceptaron con tanto
mayor gusto cuanto que Guacanagari les prometió al saberlo «cobrir
todo de oro».
Colón designó como jefe a Diego de Arana, alguacil mayor del rey y
hombre de toda su confianza, capaz de resolver cualquier situación
difícil. Puso a sus órdenes a gente escogida, hasta 39 hombres.
Figuraban entre ellos Pedro Gutiérrez, repostero de estrados del rey;
Rodrigo de Escobedo, segoviano y sobrino de Fray Rodrigo Pérez; el

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físico o cirujano maestre Juan Sánchez, que quedaba para curarles


las llagas y otras necesidades, y menestrales útiles, un calafate, un
carpintero de ribera, un bombardero y un tonelero. Se quedarían
con la barca de la Santa María. Dispondrían de bizcocho, vino y
bastimentes «para se sustentar un año» y de simientes para
sembrar.
Además, y teniendo presente su finalidad de exploradores
comerciales, les dejó asimismo todas las mercaderías, que eran
muchas, que los reyes mandaron comprar para que las trocasen por
oro.
Confiaba Colón en que nada habría de sucederles, pues les
recomendaba tener prudencia con los indios, pero, precavido, pensó
en erigir un refugio desde el que pudieran imponer su ley a los
indios y protegerlos, en su caso, contra los feroces caribes, tal como
se lo había prometido a Guacanagari. Servirían para ello los
despojos de la Santa María, que el mar había arrojado a la playa, y
aun el maderamen del casco, que acabaron de desguazar con tal
objeto. Hízose, pues, un gran foso, y erigióse sobre él una
empalizada y un fortín, en cuya torre se emplazó la artillería de la
nao perdida. Quedaba así el fuerte de tal solidez que Las Casas lo
compara a la fortaleza de Salses «para defenderse de los franceses».
El reducto se llamaría fuerte de la Navidad en memoria del día en
que sucedió la catástrofe.
En esta labor habíanse empleado menos de ocho días. Los indios se
habían desvivido por la erección del fuerte. Colón entregó a los
colonos a su protección a la vez que les prometían que habrían de

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defenderlo contra cualquier enemigo. Y el 2 de enero de 1493 hízose


a la mar, después de cambiar con su fortín una salva de despedida.

§. Las nuevas fronteras


No corresponde a este libro filosofar sobre la triste paradoja de que
apenas se hubo operado el encuentro de dos mundos gracias a
España y a Colón, comenzase, entre Portugal y España, el recelo y
el pique sobre la repartición del orbe conocido. Una vez más, es
adecuado comparar aquel estado de espíritu con el que ahora
percibimos a propósito de la conquista del espacio cósmico: las
querellas siguen de cerca a los descubrimientos.

Página final del tratado de Tordesillas con las firmas de los reyes
Femando e Isabel, a continuación del texto.

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Colón, a su regreso, llegó a Lisboa de arribada forzosa y no quiso


privarse del gusto de visitar .al rey Juan II y enterarte de su
descubrimiento.
Contestó el rey afirmando que las islas descubiertas le pertenecían,
por su proximidad a las Azores, según el tratado de Alcáçobas
(1479) y la bula Aetemi Regís de Sixto IV.
Como era natural, le faltó tiempo a Colón para informar a los Reyes
Católicos de la actitud del monarca luso, dice Amando Melón.
Fernando, ante esto, reaccionó con una gestión veloz, pues era
necesario salir al paso de las pretensiones portuguesas. Cinco bulas
relativas a la empresa de Colón se expidieron en el año 1493: el
pontífice Alejandro VI responde cumplidamente a la urgencia
fernandina. De las cinco bulas aludidas, la lntercaetera, del 28 de
junio de 1493, tiene especial importancia, porque fija la primera
línea de demarcación que separa las zonas de influencia portuguesa
y española, y sale al paso de las pretensiones lusitanas. Atribuye a
España las islas y tierra firme descubiertas y por descubrir más allá
de un determinado meridiano alcanzado con rumbo este. El
pontífice dona, concede y asigna a los reyes de Castilla y León y sus
sucesores «todas las islas y tierras firmes, descubiertas y por
descubrir, halladas y por hallar hacia el occidente y mediodía,
haciendo y construyendo una línea desde el polo ártico, es decir, el
septentrión, hasta el polo antártico, o sea, el mediodía... la cual
línea diste de cualquier de las islas que se llaman vulgarmente de
los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y mediodía».

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Esta línea que con su correspondiente antimeridiano demediaba la


Tierra no fue elegida al azar por la sede pontificia, sino que fue de
inspiración colombina. Pretende asentar en circunstancias físicas de
máxima categoría la demarcación política, reforzar el artificio de
ésta con un hecho natural del mayor significado, dice Melón.
En su primera travesía atlántica Colón había descubierto la Raya a
cien leguas al oeste de las Azores. La coincidencia de la línea
alejandrina y la Raya no es casual, sino debida a la intención del
Almirante de proveer de calidad perfecta a la línea separatriz. ¿Y
qué es la Raya, qué significa esta expresión en el «Diario»
colombino? Es la línea cero de nuestros mapas magnéticos; la línea
de nula declinación magnética, o la que separa las zonas de
declinaciones magnéticas de signos oriental y occidental; la línea
desde la que comenzó a observar Colón el «noroestear» de la aguja, o
sea, el desviarse la brújula hacia el occidente del norte geográfico,
como luego volveremos a decir.
La Raya como círculo máximo, que forma el meridiano cruzado por
Colón y su correspondiente antimeridiano, separaba, a tenor de la
concepción colombina, dos hemisferios distintos: el uno
semiesférico perfecto; el otro, de forma peraltada, con su cima o
parte culminante en latitud ecuatorial, allí donde situaba Colón el
Paraíso Terrenal.
Con relación a esto, dice Cristóbal Colón lo que sigue: «Yo siempre
leí que el mundo, tierra e agua, era esférico a las autoridades y
experiencias que Tolomeo y todos los otros escribieron de este sitio,
daban e mostraban para ello, así por eclipses de la luna y otras

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demostraciones que hacen de Oriente fasta Occidente, como de la


elevación del polo de Septentrión en Austro.

Diagrama de las líneas cosmográficas fundamentales trazado por


Colón. En el centro sitúa el Circulus articus y, en medio de la figura,
el Circulus equinoxialis. (Biblioteca Colombina, Sevilla).

Agora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a


tener esto del mundo, y fallé que no era redondo en la forma que
escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy
redonda, salvo allí donde tiene el pezón que allí tiene más alto, o
como quien tiene una pelota muy redonda, y en un Jugar della
fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte deste
pezón sea la más alta y más propinca al cielo, y sea debajo la línea

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equinocial, y en esta mar Océana el fin del Oriente; llamo yo fin de


Oriente, adonde acaba toda la tierra e islas, e para esto allego todas
las razones sobreescriptas de la raya que pasa al Occidente de las
islas de los Azores, que en pasando de allí al Poniente ya van los
navíos hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave
temperancia y se muda el aguja de marear por causa de la suavidad
<lesa cuarta de viento, y cuanto más va adelante e alzándose más
noruestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la
estrella del Norte con las guardas, y cuanto más pasare junto con la
línea equinoccial, más se subirán el alto, y más diferencia habrá en
las dichas estrellas, y en los círculos dellas.»
Juan II de Portugal no aceptó la definición pontificia de límites y
reclamó que la frontera entre los dos ámbitos de exploración
consistiese en el paralelo de las Canarias, de lo cual habría
resultado que a España correspondería la América del Norte.
La tensión entre ambos países amenazaba con una guerra, pero se
llegó a una avenencia en el tratado de Tordesillas que reseñaremos
luego.
El presente apartado ha sido puesto bajo el título de «Las nuevas
fronteras» aludiendo básicamente a las de carácter estatal que
resultan de las diversas particiones entre España y Portugal. Sin
embargo, también es válida una segunda lectura que se refiera al
ensanchamiento grandioso de las áreas de actuación de España y
Portugal, que vienen a extenderse legalmente hasta tierras exóticas
que eran poco antes inimaginables. En este sentido ambos países
experimentan una dilatación gigantesca de sus esferas de

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responsabilidad histórica, que no opera menos gravemente porque


en la época no se la valore del todo a la vez. Es obvio que de 1492
en adelante cambió irremisiblemente la vida de los americanos, pero
no es menos cierto que españoles y portugueses vieron también
transformarse su vida histórica de modo radical y manifiesto.

§. La recepción
Tras una arribada forzosa en Lisboa, como ya se ha dicho, Colón
tocó en Palos el 15 de marzo de 1493.
Los soberanos, que se encontraban en Barcelona, llamaron a ella a
Colón. Gonzalo Fernández de Oviedo explica así la recepción del
descubridor en la Ciudad Condal. «El mismo año, viernes, siete días
del mes de diciembre, un villano natural de remensa, del principado
de Cataluña, llamado Juan de Cañamares, dio en Barcelona una
cuchillada al Rey Católico en el pescuezo, tan peligrosa que llegó a
punto de muerte; del cual traidor fue hecha muy señalada justicia,
no obstante que, según pareció, él estaba loco, y siempre dijo que si
le matara, que él fuera rey. Y en aquel mismo año descubrió Colón
estas Indias, y llegó a Barcelona en el siguiente de mil cuatrocientos
noventa y tres años, en el mes de abril, y halló al rey, asaz flaco,
pero sin peligro de su vida.
»Aquestos notables se han traído a la memoria para señalar el
tiempo en que Colón llegó a la corte, en la cual yo hablo como
testigo de vista...
»Después que fue llegado Colón a Barcelona, con los primeros indios
que de estas partes a España fueron o él llevó, y con algunas

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muestras de oro y muchos papagayos y muchas cosas de las que


acá estas gentes usaban, fue muy benigna y graciosamente recibido
del rey y de la reina. Y después que hubo dado muy larga y
particular relación de todo lo que en su viaje y descubrimiento
había pasado, le hicieron muchas mercedes aquellos agradecidos
príncipes y le comenzaron a tratar como a hombre generoso y de
Estado, y que por el gran ser de su persona propia tan bien lo
merecía ... Seis indios llegaron con el primer Almirante a la corte de
Barcelona, cuando he dicho; y ellos de su propia voluntad, o
aconsejados, pidieron el bautismo, y los Católicos Reyes por su
clemencia se lo mandaron dar; y juntamente con Sus Altezas, el
serenísimo príncipe don Juan, su primogénito y heredero, fueron los
padrinos, y a un indio que era el más principal de ellos, llamaron
don Femando de Aragón, el cual era natural de esta isla Española y
pariente del rey o cacique Guacanagari. Y a otro llamaron don Juan
de Castilla, y a los demás se les dieron otros nombres, como ellos lo
pidieron, o sus padrinos acordaron que se les diese, conforme a la
Iglesia Católica. Mas a aquel segundo que se llamó don Juan de
Castilla quiso el príncipe para sí y que quedase en su real casa, y
que fuese muy bien tratado y mirado como si fuera hijo de un
caballero principal, a quien tuviera mucho amor. Y le mandó
dotrinar y enseñar en las cosas de nuestra santa fe, y dio cargo de
él a su mayordomo Patiño; al cual indio yo vi en estado que hablaba
ya bien la lengua castellana, y después de dos años murió.
»Todos los otros indios volvieron a esta isla en el segundo viaje que a
ella hizo el Almirante; al cual aquellos gratísimos príncipes católicos

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hicieron señaladas mercedes, y en especial le confirmaron su


privilegio en la dicha Barcelona a veintiocho de mayo de mil
cuatrocientos noventa y tres.

Vista de Barcelona en el siglo XVI. Obsérvense las Atarazanas,


conservadas hasta hoy, en el vértice de la muralla con la playa

Y entre otras, además de le hacer noble y dar título de Almirante


perpetuo de estas Indias a él y a sus sucesores, por vía de
mayorazgo, y que todos los que de él dependiesen, y aun sus
hermanos, se llamasen don, le dieron las mismas armas de Castilla
e de León, mezcladas y repartidas con otras que asimismo le
concedieron de nuevo; aprobando y confirmando de su autoridad
real las otras armas antiguas de su linaje. Y de las unas y las otras
formaron un nuevo y hermoso escudo de armas con su timbre e
divisa...

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Escudo de armas de los duques de Veragua, descendientes de Colón.


Deriva del blasón concedido por los reyes a éste.

»Y con muy hermosa armada y lucida y noble compañía de gente...


se partió el mesmo año el Almirante de la corte desde la ciudad de
Barcelona para la provincia de Andalucía.»
El hecho del descubrimiento fue comprendido cabalmente por la
corte española, por los contemporáneos y las naciones extranjeras.
Quedaron ocultas, claro está, las inmensas consecuencias
geográficas que entrañaba el hallazgo, pero fueron cabales, en
cambio, su valoración científica y la estimación de su trascendencia
espiritual. Pedro Mártir de Anglería, en una carta del 14 de mayo,
da noticia del regreso de Colón como de un hecho especialmente
notable, y en otra del 13 de septiembre se lanza a una exaltada
glosa del mismo: «Elevad el espíritu -empieza-. Oíd un nuevo
descubrimiento... » Tales noticias se difundieron rapidísimamente

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por Europa. La literatura de relaciones, las cartas, los versos


noticiosos no dejaron rincón por enterar del magno suceso.
En Barcelona, y el 24 de mayo de 1493, los reyes expidieron unas
instrucciones a Colón. En ellas se expresa, entre otros preceptos
sobresalientes, que «Sus Altezas, deseando que nuestra santa fe
católica sea aumentada y acrecentada, mandan o encargan al
Almirante, Visorrey y Gobernador, que por todas las vías y maneras
que pudiere, procure e trabaje atraer a los moradores de dichas
islas y tierra firme a que se conviertan a nuestra santa fe católica, y
para ayuda de ello Sus Altezas envían allí al devoto padre fray
(Bernardo) Boyl, juntamente con otros religiosos que el dicho
Almirante consigo ha de llevar». El 25 de junio del mismo año 1493
el papa Alejandro VI otorgó al padre Boyl, antiguo ermitaño de
Montserrat, facultades extraordinarias, como de vicario apostólico.

§. ¿Se puede hablar hoy de «descubrimiento de América»?


He aquí ante nosotros un motivo de duda y polémica: planteamos si
sigue siendo correcto llamar «descubrimiento» a la hazaña de Colón.
Los contrastes y discusiones sobre ello no son cosa de hoy. Ya
Madariaga expresa: «Reina alguna confusión sobre las palabras
"descubrir" y "descubrimiento"; se les suele dar un sentido tan
exclusivo que parece como que, si un marino o cosmógrafo habla de
descubrir un país, este país tiene por fuerza que ser salvaje y
primitivo. Pero no era así. Para los hombres de los siglos XV y XVI,
descubrimiento quería decir incorporación en la sociedad cristiana
de hombres y naciones. No hay nada que prejuzgue que los países

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descubiertos, es decir, recobrados o salvados de su aislamiento y


vertidos a la comunidad del mundo occidental, fuesen civilizados o
salvajes.»

Autógrafo de Colón anotando «las cosas que hay que llevar a las
Indias». (Biblioteca de la R. Academia de la Historia, Madrid).

Después de tantos años, este enfrentamiento de opiniones rebrota,


con algunas variantes, en la actitud de quienes deploran que se
hable del «descubrimiento» como si el ser descubierto entrañase una
situación disminuida, desairada, pasiva, respecto del descubridor a
quien se aplaude por su genio, su dinamismo y su tesón. En la
América actual se perciben opiniones que ansían ante todo nivelar
las posiciones del que es descubierto y del que efectúa el

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descubrimiento, estableciendo que tan importante es el uno como el


otro.
Semejante modo de pensar, ya expresado en algunas ocasiones, se
ha puesto de manifiesto de modo oficial y notorio en una de las
primeras reuniones que celebraron los presidentes de las
comisiones nacionales del V Centenario del Descubrimiento, en el
mes de julio de 1984, en Santo Domingo. México levantó la voz
acaso más rotunda en contra del concepto tradicional del mismo y
en defensa de aquella tesis revisionista, y la comisión española,
encabezada por Luis Yáñez, entonces presidente del Instituto de
Cooperación Iberoamericana, rechazó aquella doctrina.
Miguel León Portilla, presidente de la comisión mexicana, sostuvo
que en 1492, con la llegada de los españoles, se iniciaba el
encuentro de dos mundos que tenían muy diferentes culturas,
encuentro que luego revolucionaría «para bien o para mal el orbe
entero, lo mismo el llamado Nuevo Mundo que el definido como
Viejo». El mismo historiador prestigioso señaló que si este encuentro
de gentes produjo en América una radical transformación de
estructuras, también fueron muchos los cambios que la presencia
americana introdujo en el Viejo Mundo. Por su parte, Alberto
Vasconcellos de Costa, de Brasil, afirmó: «Estamos completamente
convencidos de que en el momento de la llegada de Colón a América
hubo un encuentro de culturas.» La representante panameña,
Susana Richard Torrijas, manifestó que su país rechaza la palabra
«descubrimiento» y pidió que esa historia y ese pasado permitan
vivir un futuro más armonioso, conforme lo merece todo país

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civilizado. El canciller venezolano, Isidro Morales Paul, expuso que


las civilizaciones que encontraron los colonizadores poseían un alto
nivel intelectual que se manifestaba en sus conocimientos
matemáticos y de astronomía, así como en forma de una
organización social superior. El mismo representante venezolano
aseguró que la gran cultura aborigen fue transformada por el
mestizaje, producto de culturas amerindias españolas, portuguesas
y africanas. También que la historia ha sido testigo del
descubrimiento de una nueva raza sobre tal base.
Alejandro Carrión, del Ecuador, sostuvo que los españoles que por
vez primera desembarcaron en América, encontraron realidades
socioculturales extraordinarias y se pusieron en contacto con seres
plenamente humanos. América, pues, tuvo dos protagonistas,
siempre según Carrión: el conquistador europeo y el indio
conquistado. A éstos luego se añadirían los esclavos africanos.
Escribo estas páginas cuando apenas está esbozada la polémica que
despertarán estas actitudes. Como suele suceder cuando se
manejan conceptos muy amplios, es difícil que la razón esté
monopolizada enteramente por una sola parte y la otra aparezca
como destituida por completo de ella. Dentro de lo movedizo y
arbitrario de muchos juicios que pueden concebirse sobre tal
cuestión, es creíble que sirvan para algo las siguientes reflexiones:
La palabra «descubrimiento» puede ser legítimamente entendida
como el día en que comenzó la prolongada, diversa y accidentada
epopeya de «conocer América» (que se puede entender que está en
pleno curso) y admite ser entendida también la acepción con que en

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la ciencia se habla del descubrimiento del plutonio, de la penicilina,


o de la ley de Ohm. Si vemos las implicaciones científicas del hecho
colombino, esta interpretación del mismo no puede sorprender a
nadie. Por el contrario, está muy justificada su colocación en el seno
de un proceso de conocimiento que iba evolucionando desde siglos
antes y llegó en 1492 a su punto crítico, y precisamente entonces.
Las ideas de «descubrimiento geográfico» y de «descubrimiento» a
secas no están generalmente aclaradas. Descubrimiento
acostumbra confundirse con «invención». Y es corriente leer que la
antigüedad inventó a América, pero Colón la descubrió, como
escribe Morales Padrón, el cual añade que «descubrimiento supone
acto o hecho de «desvelar o destapar» -descubrir- una realidad
cubierta o tapada, preexistente, ajena al hombre y desconocida; en
tanto que la invención -no en sentido técnico- viene a ser una idea
existente en el hombre, pero no en la naturaleza por el momento.
Por eso es por lo que se ha escrito (Ebner) que los antiguos
inventaron al Nuevo Mundo; es decir, que con su imaginación lo
crearon, suponiendo su existencia. Y por eso mismo los Reyes
Católicos decían al Almirante en agosto de 1494: "Una de las
principales cosas porque esto -se refieren al primer descubrimiento
nos ha placido tanto es por ser inventada, principiada, habida por
vuestra mano, trabajo e industria." Todo el proceso está sintetizado
en estos tres participios de pasado -inventada, principiada, habida-,
que no quieren decir otra cosa que Colón, como los antiguos,
inventó, es decir, supuso una nueva ruta, pero no se quedó en eso,
sino que la descubrió.»

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Acudiendo a la etimología de las palabras hallaríamos que el valor


es el mismo, puesto que invención procede de invenire, cuyo
significado es el de encontrar. Pero la invención en su sentido actual
supone una especulación previa, que se encuentra en el hombre; en
cuanto descubrimiento no es engendro de la imaginación, puesto
que supone un objeto singular, que ha estado cubierto y que el
hombre ha destapado.
Hay dos tipos de descubrimiento geográfico: 1) casual y 2)
preparado. Casuales fueron muchos de los hallazgos fenicios,
cartagineses, tartesios, griegos o romanos, con que encontraron
mares, costas y países que ignoraban, y que obligaron a cambiar la
concepción geográfica que se tenía y hasta el mismo rumbo de la
historia.
Está claro que el hecho colombino corresponde al grupo de los
descubrimientos preparados y que pone en marcha los siguientes
procesos, según el mismo Morales Padrón:
1) Conocimiento de que lo encontrado es un continente distinto del
Lejano Oriente buscado.
2) Conocimiento del litoral atlántico de América.
3) Conocimiento de un paso terrestre por Panamá y hallazgo de un
gran mar al otro lado. A la par se instalan los primeros núcleos para
la penetración continental.
4) Conocimiento de un paso marítimo por Magallanes y
convencimiento de que la Tierra es redonda.
La consecución de todos estos propósitos deja perfilada e
identificada América y el concepto de ella surge nítido y entero, tal

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como una figura se destaca con gesto y perfil del bloque en que ha
trabajado el escultor.
Acaso esta última comparación haga fruncir el ceño a quienes
reclaman más y más atención hacia el papel de «los vencidos».
Dentro de un nivel de discurso donde se valore ante todo el
encuentro de dos mundos (tesis favorita de los historiadores
franceses), será preciso considerar con fina justeza cada una de
ellos. Miguel León Portilla ha combatido, como veíamos, una
caracterización de los pueblos del Nuevo Mundo que se reduzca sólo
a haber sido descubiertos y conquistados. Igualmente el ilustre
estudioso mexicano se ha interesado por la conciencia que tuvieron
y los testimonios que dejaron los que, por la confusión colombina,
se conocieron como indios. Sobre todo entre los mayas y los nahuas
(mexicas o aztecas) hubo quienes expusieron en sus libros o códices
su propia interpretación de los hechos.
El encuentro visto ahora en el espejo de una historia en verdad
universal y abierta representa un acercamiento de todos los pueblos
del planeta, concluye León Portilla.
En este debate introduce una tercera voz interesante Fernand
Braudel, el cual viene a sugerir que en cierta forma y dosis América
se descubrió a sí misma. Escribe así: «No es, pues, Europa la que va
a descubrir América o África, ni la que va a violar los continentes
misteriosos. Los exploradores europeos del interior del continente
africano en el siglo XIX, tan alabados, en un pasado reciente,
viajaron a hombros de portadores negros y su gran error, el de la
Europa de entonces, "fue creer que descubrían una especie de

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Nuevo Mundo...". De la misma manera los descubridores del


continente sudamericano, incluso aquellos bandeirantes paulistas
(cuyo punto de partida fue la ciudad de Sao Paulo, fundada en
1554, y cuya epopeya fue admirable, en el curso de los siglos XVI,
XVII y XVIII) no hicieron más que redescubrir las viejas pistas y ríos
de piraguas utilizados por los indios, y por lo general fueron los
mestizos (de portugueses y de indios), los mamelucos, quienes les
guiaron. Lo mismo ocurrió, en beneficio de los franceses, en los
siglos XVII y XVIII, gracias a los mestizos canadienses, a los
"bosques quemados" de los Grandes Lagos al Misisipí. Europa ha
redescubierto al mundo muy a menudo con los ojos, las piernas y la
inteligencia de los demás.»
En cambio Braudel diferencia como hecho aparte «el dominio del
Atlántico, la afirmación de la soberanía sobre esos difíciles espacios
con sus corrientes y sus vientos, que puso desde entonces al
servicio del hombre blanco la unidad marítima del universo. La
Europa gloriosa la constituyen las flotas y barcos y más barcos,
estelas en el agua de los mares; son pueblos de marinos, de
puertos, de astilleros».

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Capítulo 7
Viajes posteriores

Contenido:
§. El segundo viaje
§. El cuarto viaje
§. La creación de un mundo único

§. El segundo viaje
Dada la resonancia del primero, es comprensible que el segundo
viaje de Colón fuese una empresa de grandes proporciones, a cuyo
servicio se colocó una flota de diecisiete buques, provista con
largueza de todos los medios necesarios para una colonización en
gran escala.
A ella se debe en puridad la introducción en tierras americanas de
palomas, gallinas, patos, perros, gatos, vacas, caballos, toros,
asnos, cabras, ovejas; del trigo, el arroz, los garbanzos, las
naranjas, el azafrán, la vid, el centeno, la caña de azúcar y los
fríjoles. A cambio de estos beneficios, el Nuevo Mundo proporcionó
al Viejo, a través de España, el maíz, el cacahuete, la coca, la pita, el
tomate, la quina, la patata, el nopal, el fresón, el tabaco y la batata.
Es curioso observar que las exportaciones americanas a Europa son
hoy mucho más cuantiosas y económicamente valiosas en aquella
línea de productos que los españoles llevaron allá que en la de las
riquezas propiamente americanas.

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La tripulación sumaba unos mil quinientos hombres, pertenecientes


a todas las clases sociales, entre los cuales figuraban personas de
distinción, tales como el hermano menor del Almirante, Diego;· el ya
mencionado padre Bernardo Boyl; el doctor Chanca, de Sevilla; fray
Antonio de Marchena, el ilustre cosmógrafo; Juan Ponce de León,
futuro descubridor de Florida; Alonso de Ojeda, continuador de los
descubrimientos colombinos; el cartógrafo Juan de la Cosa; el
cortesano aragonés Pedro Margarit y otros muchos.

En la serie de panoramas urbanos de las «Civitates orbis terrarum»,


figura esta representación del Cádiz del siglo XVI.

La flota partió de Cádiz el 26 de septiembre de 1493 y permaneció


algún tiempo en la isla de Hierro, de donde zarpó el 14 de octubre.
El 3 de noviembre, después de haber descubierto una tierra
desprovista de fondeaderos, que fue denominada La Deseada, se
desembarcó en una isla bautizada con el nombre de Dominica, por

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haberse llegado a ella en domingo. De aquí pasó la expedición a la


de Marigalante, nombrada así en honor de una de las carabelas, y
luego a la serie de islas que en honor de diversos santos y Jugares
de devoción españoles fueron bautizadas con los nombres de
Guadalupe, Montserrat, Santa María la Redonda, Santa María la
Antigua, San Bartolomé, San Martín, Santa Cruz y el grupo de las
Once Mil Vírgenes. Estos descubrimientos culminan con el de la isla
de Puerto Rico, cuyo nombre indígena era Borinquén.
En el curso de esta travesía trabaron los españoles el primer
contacto con los caribes, navegantes atrevidos que salteaban las
islas antillanas y se llevaban a los niños y a las mujeres para
devorarlos. Valíanse como únicas armas del arco y la clava. En sus
viajes usaban canoas, nombre que en su idioma se daba a unos
pequeños faluchos de una sola pieza. En sus poblados hallaron los
españoles carne humana cociéndose y prisioneros que fueron
restituidos a sus lugares de origen. Algunos marinos de Colón
resultaron heridos en estos lances y uno murió.
Pensó luego Colón en visitar el fortín de la Navidad, que le habíamos
visto establecer en la isla Española, y llegó ante él en la noche del
27 al 28 de noviembre. Mandó hacer salvas y no obtuvo respuesta
alguna; cosa que entristeció a la flota, la cual imaginó ya la suerte
que habrían corrido aquellos españoles. A la mañana siguiente se
descubrieron las cenizas del fortín y se comprobó que su guarnición
había sido muerta por los indios.
Puede deducirse que aquellos hombres no habían estado a la altura
de su misión y que la primera colonia de blancos tomóse plantel de

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bajas pasiones. Rompióse la unidad, surgieron las facciones, y muy


pronto los colonos semejaron hatajo de bandidos: «Parece -dice
Ballesteros- que hubo pendencias entre los vizcaínos y los demás y
las referencias coincidían en aludir a un crimen, cometido por Pedro
Gutiérrez y Escobedo, que mataron a Jácome, el rico genovés,
probablemente para arrebatarle su caudal.»

En el mapa de Juan de la Cosa, conservado en el Museo Naval de


Madrid, aparece este dibujo de unas carabelas, representadas con
más conocimiento técnico que gracia artística, lo cual subraya el valor
informativo del apunte. Es de observar el alto puntal de la
embarcación y la aptitud para una copiosa carga.

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Los asesinos y otros nueve «Con las mujeres que habían tomado y
su hato», se fueron a la comarca del reyezuelo Caonabó, donde les
contaron que había minas de oro. Allí estaban los terribles caribes
que tanto temían Guacanagari y los suyos.
No los temían los marineros, sin embargo, razonando como Chanca,
cirujano de Colón: «Sus armas son fechas en lugar de hierro, porque
no poseen ningún hierro -escribe-; ponen unas puntas fechas de
huevos de tortugas los unos; otros de otra isla ponen unas espinas
de un pez fechas dentadas, que ansí lo son naturalmente a manera
de sierras bien recias, que para gente desarmada como son todos es
cosa que les puede matar e hacer daño: pero para gente de nuestra
nación no son armas para mucho temer.» Y, sin embargo, «la
costumbre desta gente de caribes es bestial».
De quienes marcharon en busca del oro de Caonabó no quedaron
huellas. Acaso unos huesos inidentificables, testimonio de una
comida canibalesca. «Dicen que la carne del hombre es tan buena,
que no hay tal cosa en el mundo; y bien parece, porque los huesos
que en estas casas hallamos -prosigue estremecido Chanca- todo lo
que se puede roer todo lo tenían roído, que no había en ellos sino lo
que por su mucha dureza no se podían comer.»
Tampoco tuvieron mucha suerte quienes permanecieron en el
fuerte. ¿Traición? ¿Sorpresa? Quizá también enfermedades. El
fuerte apareció incendiado y nada pudieron saber Colón y los suyos
de sus pobladores. Fueron quizá víctimas de sus exigencias y
seguramente del doblez de los indios. En todo caso su suerte debió

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de ser atroz, tras un ataque que imaginamos semejante al del


cacique Pocorosa contra Santa Cruz en el Darién, que nos describe
así Méndez Pereira: «Una vez forzada la fortaleza, los indios no
dieron cuartel ni tuvieron compasión. Profanaban a los muertos,
torturaban a los vivos, mutilaban los labios y las lenguas de los
heridos, y luego, les introducían oro fundido por las gargantas:
"Hártate de oro, hártate de oro" -les decían.» Y el oro sería la causa
del fin del fuerte que, nacido de una catástrofe, desaparece
misteriosamente en silencio.

En el castillo de Windsor se conserva este retrato anónimo de Isabel


la Católica, suegra de Enrique VIII de Inglaterra.

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El hallazgo de las ruinas del fortín con los cadáveres de sus


defensores advirtió a Colón de modo supremo acerca de los peligros
que se entrañaban en algunos de los pueblos de la isla, y que no era
prudente adelantar la acción descubridora y colonizadora sin tomar
medidas de seguridad. Junto con la fatiga de vivir en los buques que
sentía la gente, tal consideración cristalizó en el propósito de fundar
una ciudad.
Durante el mes de diciembre de 1493 hizo reconocer la isla La
Española, hasta que creyó hallar el sitio ideal para fundar dicha
ciudad. Tratábase de la llamada «Vega Real», en la ensenada de
Monte Cristo, lugar rico en pesca.

Retrato fantástico de Bartolomé Colón, hermano del Almirante y


adelantado de las Indias. Figura en la portada de las «Décadas•, de
Antonio de Herrera.

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Como dice Las Casas, había allí buena piedra de cantería «y para
hacer cal y tierra buena para ladrillo y teja: y todos buenos
materiales». Y tanto le gustó a Colón que «después de haber
asentado allí daba infinitas gracias a Dios por la buena disposición
que para la población por aquel sitio hallaba», según cuenta en su
diario.
La ceremonia de su fundación verificóse el día de Reyes de 1494.
Cuenta Pedro Mártir que se celebró una misa en que oficiaron trece
sacerdotes y cantóse un Te Deum, que fue el primero del Nuevo
Mundo, en conmemoración del aniversario de la entrada de Los
Reyes Católicos en Granada, dos años antes. La ciudad había de
llamarse Isabela en honor a la reina, «a quien él singularmente tenía
en singular reverencia, y deseaba más servirla y agradarla que a
otra persona del mundo». Fabricóse primero una iglesia, Juego un
hospital, una fortaleza para morada del Almirante y un almacén de
bastimentos de la armada, edificios que se construyeron de piedra.
El Almirante estableció un cabildo y repartió solares entre sus
acompañantes según una traza previa de calles y plazas. Las casas
levantadas en ellas no fueron tan sólidas, pues edificáronse de paja,
madera y barro. El conjunto se cercó de murallas. «Cada día -
escribe Colón a los Reyes Católicos- se entiende en cerrar la
población y meterla en alguna defensa, y los mantenimientos en
seguro, que será hecho en breves días, porque non ha de ser sino
albarradas, que no son gente los indios que si dormiendo non nos
fallasen, para emprender cosa ninguna, aunque la toviesen
pensada, que así hicieron a los otros que aquí quedaron por su mal

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recabdo, los cuales, por pocos que fuesen, y por mayores ocasiones
que dieran a los indios de haber e de hacer lo que hicieron, nunca
ellos osaran emprender de dañarles, si los vieran a buen recabdo.»
Sin embargo, la Isabela se reveló como un lugar malsano.
Aparecieron enfermedades y escasez. Ocurrió también que no
estaba tan cercana al oro de Cibao como creyeron en un principio.
Hubo que trabajar en la edificación y en la agricultura. Surgieron
entre los habitantes querellas y murmuraciones contra el Almirante.
La colonia no prosperó. Y cuando dos años más tarde, en 1496,
Bartolomé Colón resolvió trasladarla a otro lugar y fundó Santo
Domingo, todos los habitantes iniciales de Isabela se alegraron de
marcharse.
Para continuar sus prevenciones militares y de seguridad,
constituyó el Almirante una vigorosa expedición de doscientos
hombres y puso a su frente al enérgico y astuto Alonso de Ojeda.
Éste, adentrándose en la isla, llegó a una región dominada por el
sanguinario cacique Caonabó, que, en palabras de Colón, «es
hombre muy malo y muy más atrevido». De esta comarca trajo
Ojeda alguna cantidad de oro, recogido en las arenas de los ríos.
Luego Colón recorrió personalmente algunas zonas del interior y
estableció puestos de vigilancia para la seguridad de las
comunicaciones. El 2 de febrero de 1494, el Almirante ordenó al
piloto Antonio de Torres que partiese hacia España con doce navíos
para solicitar ropas, medicamentos y víveres y llevar noticias de la
fundación de la ciudad de la Isabela.

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Carta autógrafa de Colón a los reyes. El último párrafo comienza así:


«Las Indias son de SA. Descobriósilas y ganó el Almirante contra la
opinión de todo el mundo.

Conocemos en su integridad la carta que entregó Colón a Antonio de


Torres, que está encabezada así: «Lo que vos, Antonio de Torres,
capitán de la nao Marigalante y alcalde de la ciudad de Isabela,
habéis de decir y suplicar de mi parte al rey y la reina nuestros
señores, es lo siguiente: Primeramente, dadas las cartas de creencia
que lleváis de mí para Sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies y
manos y me encomendaréis en Sus Altezas a rey y reina, mis
señores naturales, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días, como
esto más largamente vos podréis decir a Sus Altezas, según lo que
en mí visteis y supisteis... Las cosas de especiería en solas las
orillas de la mar, sin haber entrado dentro en la tierra, se halla tal
rastro y principios de ella, que es razón que se esperen muy mejores

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fines, y esto mismo en las minas de oro, porque con solos dos que
fueron a descubrir cada uno por su parte, sin detenerse allá porque
era poca gente, se han descubierto tantos ríos tan poblados de oro
que cualquier de los que lo vieron cogieron solamente con las manos
por muestra, vinieron tan alegres y dicen tantas cosas de la
abundancia de ello, que tengo empacho de las decir y escribir a Sus
Altezas... (Explica a continuación el Almirante que buena parte de
su gente ha caído enferma.) Confiando en la misericordia de Dios...
esta gente convalecerá presto, como ya lo hace, porque solamente
les prueba la tierra de algunas secciones y luego se levantan; y es
cierto que si tuviesen algunas carnes frescas para convalecer, muy
presto estarían todos en pie, con ayuda de Dios, y aun los más
estarían ya convalecidos en este tiempo. Con estos pocos sanos que
acá quedan, cada día se entienden en cerrar la población y meterla
en alguna defensa y los mantenimientos en seguro... De cameros
vivos y aun antes corderos y cordericas, más hembras que machos y
algunos becerros y becerras pequeños son menester, que cada vez
vengan en cualquier carabela que acá se enviare, y algunas asnas y
asnos y yeguas para trabajo y simiente, que acá ninguna de estas
animalías hay de que hombre se pueda ayudar ni valer.»
Los buques volvieron a la isla con todos los materiales solicitados
por Colón. Al recibo de esta flota, el Almirante preparó un viaje de
exploración, dejando a su hermano Diego al frente de un consejo
que constituyó en la colonia para que ejerciese autoridad en su
nombre y emprendió un segundo reconocimiento de la isla de Cuba,
a la cual consideraba todavía el extremo de la tierra asiática. Esta

Colaboración de Sergio Barros 141 Preparado por Patricio Barros


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exploración se efectuó en la primavera de 1494 y en el curso de ella


recorrió la costa meridional cubana y la septentrional de Jamaica.
Sin haber terminado de explorar la primera, volvió a la Isabela en
septiembre.
Durante este lapso de tiempo habían acaecido en la isla sucesos
desagradables. Bartolomé Colón, a quien los reyes dieron el título de
Adelantado, había llegado a la isla con tres carabelas.
Inmediatamente implantó un régimen opresivo y ávido de lucro, ideó
exportar a España indios como esclavos, con cuyo precio pensaba
adquirir animales domésticos.

La «Santa María», según las trazas de Fernández Duro y Manleón.

El Almirante se esforzó en pacificar la isla y reajustar aquel


desorden. También le dio que pensar la reducción de la amenaza de

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Caonabó, quien finalmente cayó prisionero de Alonso de Ojeda,


merced a una divertida estratagema de éste: le invitó a montar en la
grupa de su caballo, animal que Caonabó no había visto nunca y lo
llenaba de curiosidad, y cuando lo tuvo encima, picó espuelas y se
llevó al reyezuelo al campo español.
Otra causa de preocupación de Colón era la pereza de los indígenas,
a los cuales no había modo de inducir al trabajo regular. Intentó
lograrlo repartiéndolos entre una especie de tutores españoles
(repartimientos) que los adiestrasen y dirigiesen, pero el sistema se
prestó a abusos lamentables y a enconar las divisiones entre los
españoles. La autoridad de Colón y sus hermanos empezaba a
perder prestigio.
Se había introducido en el segundo viaje un pícaro redomado,
Francisco Roldán, hidalgüelo arruinado, nacido en Torredonjimeno,
que llegaba a La Española con la misión de vigilar a trabajadores y
capataces. Colón le nombró alcalde mayor de la Isabela, y, más
tarde, de toda La Española. Después el Almirante regresó a España
sin imaginar el conflicto que dejaba en germen.
En plena ola de descontento, Bartolomé Colón partió de la Isabela
para visitar el fuerte de Concepción y cometió el error de ceder el
mando a su hermano Diego Colón, postergando a Francisco Roldán,
a quien, como alcalde mayor, le correspondía sustituir al
Adelantado.
Roldán pensó en enviar una carabela a España para pedir justicia,
pero su natural vengativo le impelió a tomársela por su mano. Juntó
una tropa de 60 hombres y marchó para asaltar inopinadamente la

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Concepción, pero la sorpresa no se produjo, por lo que Francisco


Roldán, después de una inútil entrevista con el Adelantado, se
volvió.
Ya en rebeldía, entró en la Isabela, se apoderó de todos los víveres y
armas que pudo y se dedicó a excitar y sublevar a los indígenas, que
lo acogieron con entusiasmo.
El padre Boyl y Margarit retomaron a España y elevaron quejas a
los reyes contra el desorden de la colonia. El trono envió un
visitador, Juan de Aguado, para investigar la verdad de tales
denuncias, quien llevó consigo al hijo de Colón, Diego. El 10 de
marzo de 1496, Colón, junto con Aguado, regresó a España para
informar a los reyes. Es notable que en esta flota de retomo figurase
la Santa Cruz, la primera nave construida en América. El 11 de
junio llegó a Cádiz la expedición trayendo consigo a doscientos
españoles y unos treinta indios.
A pesar de que el buen nombre de Colón había padecido quebranto,
más por las intrigas envidiosas de sus subordinados que por la
culpa que le cupiese en los desórdenes, los reyes lo recibieron en
Burgos con afecto y dejaron de lado las quejas presentadas contra
él.
En las primeras frases de la carta donde Colón refiere el tercer viaje
a los Reyes Católicos, hace historia de este movimiento que se
suscitó contra él al regresar del segundo: «Nació mal decir -expresa-
y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque yo no había
enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad
del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto,

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por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en
aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y
demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y
maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había, y les
dije de los pueblos que yo había visto, en qué o de qué se podrían
salvar muchas ánimas, y les truje las obligaciones de la gente de la
isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo y les tenían por
sus reyes y señores, y les traje bastante muestra de oro, y que hay
mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les traje de
muchas maneras de especierías, que sería largo de escribir, y les
dije de la gran cantidad de brasil y otras infinitas cosas. Todo no
aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado
comienzo a mal decir del negocio.»
Es lícito sorprenderse de que los soberanos permitiesen que las
cábalas y enredos contra Colón alcanzasen dimensión bastante para
preocupar a éste, y semejante resultado no redunda en honor de
Fernando e Isabel, a quienes nada hubiera costado desvanecer de
un manotazo toda aquella neblina de envidia, recelo y miseria. En
ella entraban a barullo todos los temas susceptibles de perjudicar a
Colón: que si ambicionaba alzarse con el dominio de las Indias, que
si éstas no valían para nada y costaban más dinero que el que
daban, que si todos los éxitos de Colón debían atribuirse a los
colaboradores, o si, por el contrario, no había ninguno de éstos que
tuviese talento alguno. Todo se aprovechaba en tanto que fuese
dañino e innoble. Que los reyes se dejasen decir semejantes
especies y les diesen cobijo en la corte será, en el más piadoso de los

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supuestos, fina prudencia política, pero no actitud justa ni noble.


Más aún, los oídos prestados a las primeras manifestaciones
adversas a Colón estimularon a muchos a creer en ellas, como si
fuesen cosa grata a los reyes y tenida como servicio.

Palacio del Capitán del Pueblo, en Génova. El edificio, iniciado en el


siglo XIII, se transformó en banco de San Jorge en el XV.

No contradice esta actitud regia la puntualidad en cumplir


obligaciones pactadas y la generosidad con que se añadieron
mercedes y gracias a aquellos pagos, ni tampoco –naturalmente van
en contra de lo dicho la simpatía y el afecto con que era tratado
Colón cuando estaba presente en la corte. Podría acaso presumirse
que los reyes eran más abiertos en lo dinerario y más reservados y

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ceñudos en lo político y lo administrativo, dentro de la gama de


asuntos pendientes con Colón. Estos dos campos últimos eran, por
supuesto, los más propicios a juicios de valor y a maniobras
descalificadoras.
Puede estimarse que entre las muchas penas y trabajos que Colón
pasó, no hubo ninguna a la que tanto temiera y que le
apesadumbrara tan gravemente como las intrigas que se movían en
la corte contra él, sacando partido de la menor incidencia que se
registrase. El caso entristece hasta el lector común, porque suena
como prueba de la venenosa fuerza de la envidia y su capacidad de
confusión y destrucción. En una corte llena de espíritus maliciosos,
el destino de Colón debió de ser doloroso, lo cual no equivale a
profesar que su conducta fuese siempre acertada e impecable.
Otro de los asuntos que darían pie a que el nombre del Almirante
anduviese en lenguas es el problema de la esclavitud de los indios,
que habría de crear tensiones entre los reyes y Colón, y abrir uno de
los capítulos más discutidos de la obra de España en América. El
planteamiento que hace el Almirante de esta novedad está
completamente inserto en la mentalidad de la época, con arreglo a
la cual hemos de analizar sus actitudes, puesto que sería un
desatino enjuiciarlas conforme a la nuestra.
No se aparta, pues, Colón de los criterios de su tiempo, cuando en el
Memorial que escribe a Antonio de T arres, para que éste exponga
diversos temas a los soberanos, dice así: «Diréis a Sus Altezas que el
provecho de las almas de los dichos caníbales y aun de estos de acá
ha traído el pensamiento que cuantos más allá se llevasen sería

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mejor, y en ello podrían Sus Altezas ser servidos de esta manera:


que, visto cuánto son acá menester los ganados y bestias de trabajo
para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar y bien de
todas estas islas, Sus Altezas podrán dar licencia e permiso a un
número de carabelas suficiente que vengan acá cada año y traigan
de los dichos ganados y otros mantenimientos cosas para poblar el
campo y aprovechar la tierra, y esto en precios razonables a sus
costas de los que las trujieren, las cuales cosas se les podrían pagar
en esclavos de estos caníbales, gente tan fiera y dispuesta y bien
proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales, quitados
de aquella inhumanidad, creemos que serán mejores que otros
ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su
tierra ... Y de esto traeréis e enviaréis respuesta porque acá se
hagan los aparejos que son menester con más confianza, si a Sus
Altezas pareciere bien.»
Este segundo viaje de Colón culmina con el reconocimiento
completo de la isla Española y la exploración de Cuba, Jamaica y
las islas vecinas.
Ballesteros comenta: «Colón ensalza la mercancía y precisamente en
el elogio hace más intolerable el bárbaro concepto.» Los reyes no
contestaron nada concreto.
En este lugar de la exposición debe insertarse noticia del tratado de
Tordesillas, firmado en 7 de junio de 1494 entre los embajadores de
Portugal y de Castilla para llevar 270 leguas a occidente la línea
demarcatoria señalada por el papa Alejandro VI, lo cual suponía
situarla a 370 leguas de Cabo Verde.

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Utillaje indígena cubano, clasificado por los etnógrafos como propio


del «Complejo III Taina», correspondiente a una sociedad agrícola, de
creencias animistas y autora de abundantes manifestaciones
artísticas.

El tratado no tuvo efectividad; no se observó ni en Jo tocante a


limitar la expansión portuguesa Brasil adentro, ni en lo que
redundaba en privar de las Malucas a Portugal si se hubiera
establecido el antimeridiano correspondiente a la línea de
Tordesillas.

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Este retrato de Colón, de autor desconocido, recoge las descripciones


de su fisonomía dejadas por quienes le conocieron en persona.

Estima Ballesteros que los reyes recibieron a Colón en Burgos, a


finales de octubre o principios de noviembre de 1496, y que en el
acto se desvanecieron las intrigas malévolas forjadas contra él y el
clima de recelo contra sus actuaciones a que antes nos habíamos
referido. «A las pocas palabras -dice el ilustre historiador se
deshacía la maraña forjada por los contrarios de Colón. Los reyes le
acogieron con el cariño de siempre. Volvió a resonar en los
aposentos reales el verbo cálido del extranjero que explicaba las
riquezas de las Indias.»
Dentro de esta misma etapa biográfica y sin que se entibiara el favor
regio, Colón otorgó, el 22 de febrero de 1498, en Sevilla, la célebre

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escritura de institución de mayorazgo, tras obtener permiso de los


soberanos. En la escritura hace un breve resumen de sus servicios y
glorias y ordena luego su sucesión llamando en primer término a su
hijo legítimo Diego y su estirpe, luego a su hijo natural Femando y
la suya, y luego, sucesivamente, a los hermanos Bartolomé y Diego.
Como hemos dicho antes, uno de los puntos de más interés del
documento estriba en las reiteradas frases de amor a Génova, «pues
que de ella salí y en ella nací», como también dice rotundamente.
Otro extremo importante es el recuerdo insistente de haber
suplicado a los reyes que gastasen lo obtenido en las Indias en
reconquistar Jerusalén y el Santo Sepulcro.
Durante esa estancia de Colón en Sevilla, que fue prolongada, su
devoción, acendrada siempre, le llevó a tratar con la cartuja de
Santa María de las Cuevas, y dentro de ella con un fraile italiano, el
padre Gaspar Gorricio, natural de Novara, con el cual sostuvo
amistad cada vez más estrecha, plasmada en una extensa
correspondencia.
La flota con que Colón partió, rumbo a América por tercera vez (30
de mayo de 1498), se componía de seis carabelas e iban en ella
seiscientos hombres, sin contar la dotación de cada barco. Al llegar
a La isla de Hierro, en el archipiélago canario, el Almirante formó
dos grupos por mitad con ella y envió directamente uno a La
Española, mientras que el otro emprendía nuevas rutas de
descubrimiento que algunos han creído inspiradas por los estudios
del cosmógrafo Jaume Ferrer, de Blanes. Partió el 4 de julio de las
islas de Cabo Verde y se encaminó hacia el Sudoeste, en búsqueda

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del Quersoneso Aureo (Malaca). El día 31 del mismo mes, Alonso


Pérez, marinero de Huelva, dio la voz de «tierra» ante una isla
rematada por tres picos, a la cual se dio el nombre de Trinidad. En
una bahía de su costa occidental anclaron las naves e hicieron
aguada. En esta ocasión conocieron los españoles a una raza de
indios de color más claro y aspecto físico más gallardo. Los
naturales de Trinidad vestían una túnica corta de algodón, llevaban
el pelo recortado y una especie de turbante hecho de telas de
colores; todos ellos se armaban con arcos, flechas y escudos.
Pasando luego hacia el Sur, Colón divisó tierra -era ya el continente
americano-- y la bautizó con el nombre de Tierra de Gracia. Exploró
luego toda la costa del golfo de Paria. De sus moradores dice Colón:
«Esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la
misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente
nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron
muy honradamente; dicen que luego que llegaron las barcas a tierra
que vinieron dos personas principales con todo el pueblo; creen que
el uno era el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa
muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo,
como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los
hicieron asentar y otras donde ellos se asentaron; y hicieron traer
pan y de muchas maneras frutas y vino de muchas maneras blanco
y tinto, mas no de uvas, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo
debe ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga
como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla y
parece que aquel que lo tenía mejor lo traía por mayor excelencia y

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lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo


de la casa y las mujeres en otro.»
Saliendo de nuevo a la alta mar, descubrió Colón las islas de la
Asunción (Tobago) y de la Concepción (Granada), y luego la
Margarita y Cubagua, donde los indígenas se dedicaban a pescar
perlas. «Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal --comenta
el Almirante al describir el apacible paisaje de aquellas tierras
porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sanos
teólogos y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás
leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina
con la salada» (aludiendo a la desembocadura de un gran río,
¿Orinoco?).
En los escritos de Colón semejantes éxitos se mezclan con el
recuerdo de sus enemigos que intrigan en la corte: «Vuestras Altezas
hayan mucho placer y cierto débenlo de haber, porque acá tienen
cosa tan notable y real para grandes príncipes, y es gran yerro creer
a quien les dice mal de esta empresa, salvo aborrecerles.» En todo
este tiempo el Almirante sufrió una afección en la vista que le
incomodó mucho, y que era parte del quebranto físico que llevaba
padeciendo.
A estos disgustos se añadió el de enterarse que habían llegado a La
Española las tres carabelas que tenían que ir derechas a ella, y que
el pícaro Roldán estaba excitando a las tripulaciones y conspirando
con algún capitán para que se saliesen de la obediencia de Colón y
se librasen a una vida regalada, disfrutando de todas las indias que
quisieran. Colón, conocedor de que abundaban en la corte gentes

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malévolas que se gozaban en repetir y amplificar cualquier nota


infausta que llegara de Indias, se desazonó con la perspectiva de
tener la isla Española en confusión, y pensó con más ahínco que
antes en procurarse oro y esclavos que por lo menos demostrasen
que la empresa era lucrativa. Hacía ya tiempo que el padre
Bartolomé de las Casas consideraba con severidad la pertinacia de
Colón en querer hacer ganancia con esclavos.
Tanto su estado físico como el entrecruzamiento de estos problemas
indujeron a Colón a suspender la exploración de la tierra firme y
volver a La Española, donde encontró a Roldán más soberbio que
nunca. Colón se resignó a avenirse con él a toda costa, aun
aceptando las condiciones más desairadas, como fue la de devolver
a Roldán el cargo de alcalde mayor. Apenas se aquietó éste,
comenzó Ojeda a desmandarse, y dentro de su inclinación a la
aventura y el bullicio, entró en conflicto también con Roldán como el
propio Almirante. De aquí se pasó a otra composición de fuerzas en
la cual Roldán y Colón estuvieron unidos contra otros conspiradores
y rebeldes, como Hernando de Guevara, hombre del bando de
Ojeda, y Adrián de Mújica. Empieza con esto una actuación
represiva de Colón que dispone varias ejecuciones y prisiones, de
las que tiempo después se le pedirían cuentas. Ya lo preveía Colón,
que no era cosa conforme a su genio, y así se expresa en cartas a
los reyes. En una dice: "Yo he sido culpado en el poblar, en el tratar
con la gente y en otras muchas cosas, como pobre extranjero
envidiado.»

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Representación imaginaria del suplicio infligido a un indio según


grabado de la obra del P. Las Casas en una de las ediciones
europeas difamatorias de España.

Queda clara, por lo pronto, la ineptitud de Colón para el gobierno de


una colectividad y que su carácter, lleno de irregularidades geniales,
no convenía en absoluto a una tarea gestora y administradora como
tocaba a la fase siguiente a la del descubrimiento.
Exagerado tanto en la confianza como en el recelo, Colón se
equivocó muchas veces en adjudicar una y otro, y no fue menos
incapaz de observar conducta continuada y serena, por lo propenso
que fue siempre a liquidar los problemas con soluciones
precipitadas y facilonas. ¡Qué duda cabe de que el cuadro humano
que le rodeaba era de singularísima dificultad! Desde caníbales por
un lado hasta ex presidiarios por otro, pasando por caballeros,

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mozos, eclesiásticos, buscavidas y soñadores, allí había un poco de


todo lo que contenían las Indias y las calles de la España de la
época, y aún peor.
Viciados por la esperanza de encontrar oro con sólo alargar la mano,
la mayoría de aquellos aventureros se sentirían defraudados y
perjudicados y, si volvían a España, engrosarían el cortejo de los
adversarios de Colón. Constan algunos incidentes de que fueron
protagonistas en los aledaños de la corte, y en verdad apena tanto el
fracaso personal de los resentidos de América como su ruindad y su
pereza. No menos lamentable es que una epopeya tan colosal como
el hallazgo y colonización de un mundo hubiera de ser vivida por un
tropel de gentes diversas donde se daba tan alta proporción de
desaprensivos, revueltos, claro está, con personas de las mejores
prendas. Como es de suponer, no fueron estas últimas las que
dieron que hablar, sino las contrarias.
El mismo Colón enteró a los reyes de esta crítica situación y para
remediarla envió la corona como juez investigador el arrogante
comendador de Calatrava Francisco de Bobadilla. Colón se negó a
obedecerle, por lo cual Bobadilla mandó prenderle, junto con sus
hermanos, ponerles grilletes y mandarlos a la metrópoli. Se ha
especulado mucho y muy malignamente sobre la imagen de Colón
encadenado. Para la valoración de este hecho lamentable, pero de
uso rutinario, conviene tener presente: 1) que Alonso de Vallejo,
encargado de la custodia de Colón, se propuso librarle
inmediatamente de los grilletes y que el Almirante no consintió; 2)
que los reyes ordenaron en el momento de conocer su llegada en

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tales condiciones la libertad de los tres hermanos y recibieron con el


afecto de siempre a Colón; 3) que se prescindió de los informes de
Bobadilla y se le relevó en el acto por Nicolás de Ovando, quien
partió hacia La Española con treinta naves y dos mil quinientas
personas.
El propio Colón retrata elocuentemente la nobleza de ánimo con que
los Reyes Católicos consideraban la empresa americana. Refiriendo
esta acogida que le hicieron al término del viaje, dice: «Vuestras
Altezas me respondió (sic) con aquel corazón que se sabe en todo el
mundo que tienen, y me dijo que no curase de nada de eso, porque
su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no
fuesen sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que
lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban
mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado lo del
pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra
santa fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no
eran amigos de su real estado aquellos que les maldecían de esta
empresa.»
A pesar de esta benévola reacción de los reyes, queda en pie y es de
mucha meditación la acertada frase que Ballesteros dedica al
nombramiento de Nicolás de Ovando: «Daba por lo general la
casualidad que las personas más allegadas a la corte y que
formaban parte del círculo palatino más íntimo, cuando se
encargaban de mandar o comisiones en relación con el descubridor,
demostraban su animadversión al nauta.» El ilustre historiador lo
explica por un rechazo aristocrático contra el advenedizo, y no

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añade menos la recordación del «pecado capital, tan humano y por


desgracia tan español: la envidia». El comentario es acertado, pero
incompleto. ¿Habrán de quedar Femando e Isabel exentos de la
culpa de haber nombrado a un tipo como Bobadilla, y de insistir
tanto en esta costumbre de dar oídos a los enemigos natos de
Colón? La cuestión admite opiniones muy variadas.
Cuando empezaron a arreglarse sus problemas de la corte, Colón
comenzó un nuevo trabajo, llevado sin duda por la ágil inquietud de
su espíritu, incapaz de permanecer en reposo. La tarea que
emprendió tenía cariz místico, causado, sin duda, por su
sempiterna inclinación a lo sobrenatural, pero especialmente
explicable en esta temporada de tensión y desengaño. Se trató de la
concepción y comienzo del llamado Libro de las profecías, donde
retomaba a su vieja obsesión por recobrar la «Casa Santa» de
Jerusalén, por medio de una cruzada donde se empleasen las
riquezas obtenidas en las Indias. En esos afanes literarios y
visionarios le alentó su amigo el padre Garrido, de la cartuja
sevillana de las Cuevas.

§. El cuarto viaje
Es notable que en la cédula real de 14 de mayo de 1502 en que se le
encomendaba el cuarto y último viaje, los monarcas prohibiesen a
Colón que se acercase a la isla Española, se temía que su presencia
había de redundar en que se desbaratase la precaria tranquilidad
que había empezado a establecer Ovando. Es notable que en la
cédula real de 14 de mayo de 1502 en que se le encomendaba el

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cuarto y último viaje, los monarcas prohibiesen a Colón que se


acercase a la isla Española, se temía que su presencia había de
redundar en que se desbaratase la precaria tranquilidad que había
empezado a establecer Ovando.
Colón emprendió la travesía con dos carabelas y dos naves menores,
en las que embarcó con su hermano Bartolomé y su hijo Femando.
Iban con él ciento cuarenta hombres y causa extrañeza en los
cronistas que en ningún viaje había habido tanta proporción de
genoveses. Partieron de Cádiz el 11 de mayo de 1502 y, tras tocar,
como siempre, en las Canarias, se dirigieron a las islas Caribes,
visitando Santa Lucía o la Martinica, la Dominica, Santa Cruz y
Puerto Rico. Llevado de la nostalgia o deseoso de intervenir en su
vida interna, quiso Colón acercarse a La Española, pero Ovando se
lo prohibió. De allí pasó la flota a Occidente y tocó en Honduras (14
de agosto); más tarde siguió recorriendo la costa continental y
reconoció señaladamente Portobelo, la punta de Nombre de Dios, el
puerto de Bastimento y la bahía del Retrete, desde donde la
marinería obligó a Colón a volver hacia Portobelo y de allí dirigirse a
Belén, cerca de Veragua. Se supone el abatimiento que le
producirían aquellas prohibiciones, la rebeldía de la tripulación y la
adversidad de los elementos.
En el ámbito personal de los sucesos de este cuarto viaje tuvo
también Colón su cáliz de amargura que beber, tal como en los
anteriores había habido las desavenencias con Aguado o la
arrogancia avasalladora de Bobadilla, entre otras adversidades.

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Esta vez fueron los hermanos Francisco y Diego de Porras, quienes


se pusieron al frente de los amotinados con tanta mayor
desenvoltura cuanto que se trataba de individuos con influencia en
la corte, donde darían su propia versión de los hechos. Estos
inconvenientes, a los que se sumó una gran tormenta, eran tanto
más dolorosos cuanto que el cuarto viaje igualaba a los anteriores
en pretensiones, si no es que los superaba, puesto que Colón partía
de la tesis de que Cuba era tierra firme y entre ella y la costa de
Paria había de haber un paso hacia las soñadas Indias, que él
situaba en el paraje donde luego se abrió el canal de Panamá. Se
proponía incluso el Almirante, tras hallar tal abertura, entrar en el
nuevo mar y regresar a España por oriente. Todo ello, puesto al
servicio de aquel propósito de liberar el Santo Sepulcro que había
expresado en el Libro de las profecías. Por el contrario, el viaje
resultó fecundo para la exploración de la costa centroamericana,
con penalidades y disgustos múltiples, de los cuales no fue el menor
que Colón cayera enfermo. Algo le animó conocer la tierra de
Veragua, con fama de rica en oro, y que Bartolomé Colón fundase
una población en tierra firme, junto al río Belén.
Corresponde a la etapa final del cuarto viaje la conocida anécdota
de que Colón sacó provecho de su conocimiento de que en una
fecha concreta había de haber un eclipse de luna para anunciarlo a
los indios como muestra del castigo que el cielo les enviaría por no
dar suministros bastantes a los españoles. Los indios se llenaron de
terror cuando comenzó el eclipse y se apresuraron a reunir víveres y
ofrecerlos a los españoles. Luego expresaron la mayor gratitud a

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Colón porque accedió a rezar a su Dios para que se dignase


restaurar el orden del universo.
Colón tenía que estar aturdido, como lo acredita la prisa en la
relación de este viaje, lleno de fatiga y de vacilación. «Digo que no
pueden dar otra razón ni cuenta -escribe- salvo que fueron a unas
tierras adonde hay mucho oro y certificarle; mas para volver a ella el
camino tiene ignoto. Sería necesario para ir a ella descubrirla como
de primero. Una cuenta hay y razón de astrología y cierta; quien la
entiende, esto le basta. A visión profética se asemeja esto.»
A tal descorazonamiento vino a acumularse el mal estado de las
naves, comidas por el molusco marino llamado broma, que las
quebrantó tanto que dos de ellas se perdieron. Con las otras dos
quería Colón dirigirse a La Española, pero tuvo que detenerse en
Jamaica (Junio de 1503), porque las embarcaciones estaban
destrozadas. Allí pasaron sus naves penalidades sin cuento, hasta
que, avisado Ovando de su triste situación, mandó recogerlos.
Especialmente dramático es el párrafo final de la carta que, desde
Jamaica, en medio de tales tribulaciones, dirigió Colón a los reyes:
«No estoy tan perdido como dije; he llorado hasta aquí a otros; haya
misericordia ahora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no
tengo solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he
parado aquí en las Indias de la forma que está dicho. Aislado en
esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de
un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y
tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se
olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí

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quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje a


navegar por ganar honra ni hacienda; esto es cierto, porque estaba
ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a Vuestras Altezas
con sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente
a Vuestras Altezas que, si a Dios place de me sacar de aquí, que
haya por bien mi ida a Roma y otras romerías.»
El Almirante regresó a España tristemente el 4 de noviembre de
1504. En carta a los reyes, durante el viaje, había escrito: «Poco me
han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con
tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja;
si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las
más de las veces falta para pagar el escote.»

§. La creación de un mundo único


Para buscar terreno firme en que apoyar el siguiente comentario
retrocedamos hacia una evidencia notoria: el 12 de octubre de 1492
termina una época de la historia en que medio mundo no conocía al
otro medio, y se abre otra época en la cual el mundo comienza a
unificarse, y en cuyo transcurso va mejorando hasta tal punto la
comunicación entre todas sus regiones que progresivamente éstas
van teniendo más cosas en común que en exclusiva, a la vez que se
universalizan los gozos y los pesares de los países y no sólo como
noticia sino también como emoción. Para este logro, que se ha
completado en nuestros últimos decenios, ha constituido un
precedente valiosísimo la comunidad de pueblos que en su mejor
momento estableció la monarquía hispánica de ambas orillas del

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Atlántico iniciada por el hecho colombino, la monarquía «trans


europea», como la califica Julián Marías.
Ahora bien, esta condición transcontinental no deriva sólo del
dominio del Atlántico, ni tampoco de la peculiar liberalidad con que
el colonizador español se sitúa ante la nueva tierra, sino que
también proviene de un positivo universalismo que distinguía a
España antes de la propuesta de Colón. Universalismo en el ser -
con su típica aptitud para la convivencia de culturas y razas- y
universalismo en el saber, con una apertura hacia unas ciencias
generales que no se daba en otros parajes.
No son gratos todos los aspectos de esta reunión de las partes del
mundo hasta entonces incomunicadas. Destaquemos una penosa
faceta de ellas: la que Le Roy Ladurie llama gráficamente
«Unificación microbiana del mundo»; es decir, la puesta en común
de gérmenes de enfermedades que hasta entonces habían sido
exclusivas de cada continente, con el catastrófico resultado de que
las poblaciones respectivamente nuevas no estaban inmunizadas ni
preparadas para sufrirlas, y así se registraron en América enormes
mortandades causadas por la viruela, el tifus y por afecciones
respiratorias de ámbito hasta entonces europeo.
No son gratos todos los aspectos de esta reunión de las partes del
mundo hasta entonces incomunicadas. Destaquemos una penosa
faceta de ellas: la que Le Roy Ladurie llama gráficamente
«Unificación microbiana del mundo»; es decir, la puesta en común
de gérmenes de enfermedades que hasta entonces habían sido
exclusivas de cada continente, con el catastrófico resultado de que

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las poblaciones respectivamente nuevas no estaban inmunizadas ni


preparadas para sufrirlas, y así se registraron en América enormes
mortandades causadas por la viruela, el tifus y por afecciones
respiratorias de ámbito hasta entonces europeo.
Ya se indicará poco más allá, que de modo casi tan devastador como
la difusión de estas enfermedades se aplica a la población
americana de súbito el deber de trabajar al estilo del Viejo Mundo,
cual otro de los resultados de esta implosión unificadora de culturas
y sociedades que antes habían vivido aisladas en compartimentos
incomunicados. Es conocida la repartición desigual que había
adoptado la población del globo concentrándose en polos
determinados donde se disponía de mayores medios de
subsistencias. Entre estos lugares de condensación había extensos
vacíos que separaban unas comunidades de las otras: tanto distaba
el mundo vikingo del árabe como el azteca del inca. El mundo
americano está inclusive más fraccionado que el eurasiático.
«La dispersión amerindia -ha escrito Chaunu- es la más radical, la
que plantea más problemas.» Detalla que en el seno de sus diversas
culturas se logra proporcionar a la población respectiva alimento en
abundancia, salvo la escasez en proteínas animales. En efecto, las
bestias de labor no existen, y tampoco son frecuentes las destinadas
a la nutrición de sus dueños. La asociación de la agricultura a la
ganadería es una conquista típicamente europea que no se da ni en
América ni en Asia, donde se registran, en cambio, concentraciones
enormes de trabajadores en zonas concretas, en las que viven
aglomerados a ras del nivel de subsistencia, sin disponer apenas de

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nada cambiable o comunicable con otra zona, sin idea alguna más
extensa que los propios límites de la colectividad. De este modo, las
culturas creadas en América son de una fragilidad asombrosa y se
desmoronan al primer embate.
Esta embestida contra los «Universos-islas», como ha llamado
Chaunu a tales sociedades singulares, acontece en el momento del
«desenclavamiento planetario» que efectúan los españoles y los
portugueses en el curso de una serie de descubrimientos geográficos
cuya concatenación no puede ser más lógica ni rigurosa, y cuyos
medios y fines no se dan en ninguna otra nación de Occidente,
como se ha dicho antes.
La universalización de las culturas-compartimento entraña una
doble victoria sobre el mar, el cual queda suprimido como espacio
separador entre aquéllas. La doble victoria consiste en este primer
éxito de transitar de un lado a otro del desierto líquido, triunfo que
tiene primordialmente el basamento técnico y científico que vamos
viendo y unos ingredientes geniales evidentes. En segundo lugar, la
victoria sobre el océano ha menester una justificación provechosa
para no quedar en mera proeza deportiva, y esta motivación estriba
en algo tan perogrullesco como es que las flotas de ida y vuelta
vayan siempre llenas; es decir, que tenga sentido y provecho
mandar barcos a Indias. Y para que se logre este beneficio, va a
ocurrir una terrible y entristecedora novedad: que los indígenas de
América y muchos negros de África se habrán de poner a trabajar
duramente y que millones de europeos habrán de cambiar de
trabajo o de posición o de costumbres para bien o para mal, por

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causa del reflujo colosal que produce su entrada en contacto con el


Nuevo Mundo.
Dentro de este cambio de vida, un aspecto especialmente grave: el
cambio de velocidad y de medida del tiempo, el cambio del ritmo de
las vidas: cinco años son ahora un viaje de ida y vuelta a Filipinas:
un año y medio, la ida y vuelta de América. A partir de la
colonización de ésta, regirá en el mundo un nuevo calendario: el de
partida y llegada de las flotas, que suplantará en numerosas áreas
al calendario tradicional de cosechas, ritmos del ganado, edades de
la vida, fiestas creadas por la estructura colectiva.
Ha escrito agudamente Mariano Picó-Salas que acaso no se ha
conocido nunca en la historia un encuentro entre pueblos de tan
opuestos modos de vida como el suscitado por la conquista
hispánica de América; choque de razas, actitudes económicas y
maneras contrapuestas de existir, que sigue complicando los
problemas de relación social en todas las naciones
hispanoamericanas, y observa que los anglosajones lo tuvieron más
fácil en la América septentrional porque sólo hubieron de poblar las
tierras vacías tras la eliminación de los desdichados indios
nómadas.

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Capítulo 8
La oscuridad final

Contenido:
§. La actitud española ante Colón
§. Muerte de Colón
§. Los restos de Colón

§. La actitud española ante Colón


Ha cundido en el vulgo la impresión de que al regresar Colón a
España tropezó con la hostilidad y la envidia generales; por efecto
de ellas, se le regatearon los frutos de su esfuerzo; se le relegó al
olvido y el descubridor pasó los últimos años de su vida en la
miseria. ¡Incalificable ingratitud española para el hombre que había
regalado un mundo a la corona!, se concluye. Vamos a considerar
en un momento cuánto hay de verdad y cuánto de tópico maligno en
este cuadro.
Los documentos existentes no dan muestra de tal ingratitud, sino
más bien de lo contrario. El hijo del Almirante, Diego, es
incorporado a la corte de Isabel la Católica con una posición
honrosa y brillante y se le señalan cincuenta mil maravedís de
sueldo anual. Ello ocurre en noviembre. de 1502. Poco después, en
febrero de 1503, la reina expide una cédula dirigida a Ovando,
donde le exhorta a velar y respetar los derechos económicos de
Colón. Un año más tarde, en febrero también, se nacionaliza a Diego
Colón, hermano del Almirante, con frases lisonjeras y puerta abierta

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a que goce de cualquier honra y gracia de las propias de los reinos


españoles. El 14 de octubre se expide otra merced en favor del hijo,
Diego, que no sabemos en qué consistió, porque el original se ha
perdido. Todo ello acontece antes de la vuelta de Colón a España; es
decir, sin que medien apremios ni solicitudes del Almirante, sino
por modo espontáneo y gracioso. Cuando regresó Colón tuvo la
pesadumbre de saber enferma a su gran protectora, la reina Isabel,
y ello no ayudó en nada a su suerte futura. Sin embargo, hay
mucha distancia entre que Colón perdiese una valedora entusiasta
y que ganase un enemigo cerrado en Fernando.

El pintor Rosales creó con esta versión del otorgamiento del


testamento de Isabel la Católica una de las piezas culminantes de la
pintura histórica española. (Museo de Arte Moderno. Madrid).

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No hay muestra de tal cosa, sino, una vez más, de la contraria: el


Rey Católico, muy aficionado al joven Diego Colón, le habló de su
padre con afecto en muchas ocasiones. Con el mismo respeto y
consideración trataban al Almirante autoridades y corporaciones
españolas. Así, por ejemplo, el cabildo de Sevilla no tiene
inconveniente en prestarle las andas «en que se trajo el cuerpo del
señor cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, para que vaya a la
corte». Mientras prepara este viaje, del cual le aparta el rigor del
clima, se cartea frecuentemente con su hijo, que está junto al trono.
No es muestra de rencor contra Femando, ya viudo, sino de vivo
afecto el que aconseje a Diego que se desvele y esfuerce en su
servicio. «Su Alteza es la cabeza de la cristiandad», le dice. En este
tiempo está Colón en Sevilla enfermo y abatido. Ballesteros se
pregunta si padecía reuma, gota o anquilosis; el escribir causaba a
Colón gran dolor.
En este tiempo de soledad y de inquietud por la marcha de sus
asuntos, Colón se alivió con la amistad del padre Gorricio, el cartujo
de Sevilla, y con la redacción del Libro de las profecías, que envió a
su docto amigo, que le había ayudado en ella. Como ya hemos
dicho, la exaltación mística, avivada con la edad, otorga en él
caracteres providenciales a la empresa que ha realizado; Colón, a
las puertas de la muerte, cree dialogar con el más allá y usa de las
citas sagradas con frecuencia y desenvoltura aplicándolas de
cualquier manera a su obsesión por reconquistar el Santo Sepulcro.
Las reclamaciones al rey Femando se van encrespando en estos
años en las cartas de Colón a su hijo y, consiguientemente, en las

Colaboración de Sergio Barros 169 Preparado por Patricio Barros


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peticiones que Diego haría personalmente al monarca. El


descubridor se queja de no recibir la participación que le toca en los
beneficios de Indias. ¿Hay animadversión en ello? No es de creer:
con palabras benignas y afectuosas el rey escribe en 1505 a Colón
autorizándole a usar mula para emprender el viaje hasta su corte.
En mayo se puso en camino hacia Segovia, donde estaba el rey, y,
demorado por el quebranto de la enfermedad y la fatiga del viaje, no
llegó allá hasta finales de verano. El recibimiento fue afectuoso,
quizá no tanto como habrían imaginado los partidarios acérrimos de
Colón, pero acorde con el viejo cariño que se le profesaba. El rey no
se apresuró a satisfacer las reclamaciones de Colón. Sin embargo,
no puede afirmarse que desatendiese su sustento, porque en estas
mismas fechas manda librar a Diego su sueldo de cincuenta mil
maravedís.
Las Casas refiere: «Hablando con el rey otra vez en Segovia, le dijo, a
cierto propósito, que no quería pleito ni pleitear, sino que Su Alteza
tomase sus privilegios y escrituras, y de lo que por ellas le
pertenecía, le diese lo que mandase, y porque él estaba muy fatigado
y se quería ir a un rincón que pudiese haber, a descansar; el rey,
reconociendo que él le había dado las Indias, él dijo que no se fuese,
porque él estaba de propósito no solamente darle lo que por sus
privilegios le pertenecía, pero que de su propia y real hacienda le
quería hacer mercedes. Favorecíale también mucho el arzobispo de
Toledo, don Fray Francisco Jiménez (Cisneros), fraile de San
Francisco, y otras personas principales de la corte. Remitieron su
negocio al Consejo de los descargos de la conciencia de la reina, ya

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muerta, y de la del rey mismo; hubo dos consultas y no salió nada;


creyó el Almirante que por ser su negocio de tan gran importancia,
no quería el rey determinar sin la reina su hija (doña Juana), que
cada día la esperaba con el rey don Felipe, y con esta creencia tuvo
un poco de esperanza, pero no cesaba de dar peticiones al Rey.»
En este párrafo de Las Casas están concretados todos los aspectos
de la relación entre Colón y el soberano y tan definidos quedan, que
pasa incluso a insinuarnos la actitud pedigüeña y hasta importuna
de Colón en estas palabras finales. La razón que él mismo expresa
de la lentitud y la vacilación de don Fernando era justa y poderosa
sobremanera, máxime cuando se añadía en su real ánimo a las
enormes preocupaciones que pesaban sobre él desde la muerte de
su esposa y al fundado temor de que la venida de Felipe el Hermoso
desbaratase toda su obra de gobierno. Colón no tropezó, pues, en
sus relaciones con el Rey Católico con la animadversión o la
ingratitud de éste, sino con unas circunstancias en extremo
inoportunas que impidieron al monarca hacerse cargo de sus
solicitudes. «Años después -añade Ballesteros-, cuando el rey fue
dueño de sus actos, muerto su yerno, restablecerá el estado de don
Diego sin vacilaciones. ¿Por qué no hemos de creer en la recta
intención del soberano?»
En octubre pasó don Fernando a Salamanca y con él fue Colón
incorporado a la corte. A pesar de que la corona siguió favoreciendo
de palabra y obra a Colón y a su familia, estos últimos meses fueron
para el Almirante de melancolía y desilusión. Ello se deberá también
unir a la tristeza de ánimo que le inspiraría la vecindad de la muerte

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y al contraste entre el enfoque grandioso que él daba a su gesta y la


frialdad escéptica e impasible con que la burocracia la consideraba.

§. Muerte de Colón
Agobiado por la gota y otros achaques, el Almirante iba
sospechando que se acercaba su última hora, y así determinó
otorgar testamento, el cual lleva fecha de 25 de agosto de 1505, en
Segovia. Recuerda en él, primeramente, que en 1502 instituyó el
mayorazgo con su patrimonio, y pasa luego a reiterar sus servicios y
méritos y ponerlos en contraposición con lo incierto y mísero que
considera él que es el porvenir de su familia.

La muerte puso fin a la melancólica etapa final de la biografía de


Colón, en Valladolid (Cuadro de Ortega, en el Museo del Prado).

Recuerda en el testamento al primogénito Diego, su hijo legítimo; a


su hijo natural, Femando, y a sus hermanos Bartolomé y Diego, y,

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como se ha dicho antes, dispone una manda en favor de doña


Beatriz Enríquez de Harana, «porque esto pesa mucho para mi
ánima». También hace numerosos encargos en favor de personas
varias de Génova, mencionadas exactamente, con sus nombres y
oficios. El testamento fue ratificado en Valladolid ante el escribano
de cámara y notario público Pedro de Hinojedo, el 19 de mayo de
1506.
Este documento tiene más índole apologética que jurídica, puesto
que sus párrafos esenciales son una proclamación solemne de la
grandeza de la empresa que su autor realizó: «El rey y la reina,
nuestros señores, cuando yo les serví con las Indias; digo serví, que
parece que yo por la voluntad de Dios nuestro Señor se las di como
cosa que era mía; puédolo decir, porque importuné a Sus Altezas
por ellas, las cuales eran ignotas, y escondido el camino a cuantos
se habló de ellas y para las ir a descubrir, allende de poner el aviso
a mi persona, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para ello
salvo un cuento de maravedís y a mí me fue necesario de gastar el
resto; así plugo a Sus Altezas que yo hubiese en mi parte de las
dichas Indias, islas y tierra firme...

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La tradición señala como aquélla donde murió Colón esta casa de


Valladolid.

Al día siguiente, 20 de mayo de 1506, víctima de la gota y agravado


también con otros males, murió en Valladolid. Muerte devota fue la
de Colón, como devota había sido su vida.

§. Los restos de Colón


Henos aquí con el problema más tenebroso entre los temas ya
oscuros y sujetos a discusión que hemos desarrollado en estas
páginas: el del auténtico paradero de los restos de Cristóbal Colón.
Con acierto se ha dicho que sus idas y venidas y la incertidumbre
de su situación exacta parecen símbolo de que ni tras la muerte
tenía que encontrar reposo el Almirante. Como es de suponer, en
tomo a la propiedad de los restos mortales se ha desencadenado el
mismo temporal de vanidades de campanario que acompaña a la

Colaboración de Sergio Barros 174 Preparado por Patricio Barros


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atribución del nacimiento de Colón. Además, en asuntos macabros


como éste suele introducirse siempre la inspiración de los noveleros,
que se gozan en explicar historias fantásticas situadas en
escenarios sepulcrales, trátese de Colón, del niño Luis XVII, del
mariscal Ney, del zar Alejandro I o de cualquier otro personaje que
les dé el mínimo pie.

Este panorama de la Sevilla antigua detalla, junto a una de las


puertas occidentales de la ciudad, las “Casas de Colón”, con su
huerta, y al otro lado del Guadalquivir, el monasterio de las Cuevas.

«Ignórase -escribe Eliot Morison- en qué lugar de Valladolid murió


Colón y el entierro hubo de ser evidentemente modesto y
escasamente concurrido; tanto, que ningún cronista local o de la

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corte da noticia de él. La casa que se muestra en Valladolid como


aquella donde murió Colón no tiene ninguna relación con el
Almirante. Su cuerpo fue enterrado primero en la iglesia de San
Francisco en Valladolid.»

Monumento alzado en Valladolid para conmemorar la estancia y


defunción de.... Cristóbal Colón en la ciudad del Pisuerga.

A partir de tal momento se conocen con alguna precisión las


vicisitudes que experimentó el féretro: entre 1507 y 1513 los restos
fueron trasladados a la Cartuja de las Cuevas de Sevilla y
enterrados en la capilla de Santa Ana, transporte, éste, que evocaba
la época en que Colón había residido en el monasterio y la confianza
que en él y en su ilustre religioso, el padre Gorricio, había tenido. El

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segundo traslado se efectuó alrededor de 1541 atendiendo a la


voluntad testamentaria de Diego Colón (1523), en que se disponía la
construcción de un monasterio de Clarisas en la ciudad de la
Concepción, para que en su capilla mayor reposasen su cuerpo y el
de su padre, junto con el de Felipa Moniz y el de Bartolomé Colón.
En la fecha citada, pues, se procedió al traslado del féretro a la isla
Española. Al llegar a la misma, se le dio sepultura delante del altar
mayor de la catedral, junto con los restos de Diego y, probablemente
de Bartolomé y otros deudos y descendientes del Almirante. «Se
construyó, al parecer, un monumento o inscripción cerca o sobre la
bóveda, pero fue retirada o cubierta en 1655 cuando se temía que
una fuerza expedicionaria inglesa, al mando del almirante Penn,
capturase y saquease la ciudad» (Eliot). Ello queda corroborado por
el hecho de que, cuando el viajero Moreau de Saint Méry visitó la
seo en 1780, no halló dato alguno que indicase la situación exacta
del sepulcro.
En 1795, a tenor del tratado de Basilea, España entregó a Francia
la parte que le quedaba de la isla Española. Antes de evacuar la
posesión, el teniente general de la Armada Gabriel de Aristizábal,
que mandaba la flota española en aquellas aguas, decidió llevarse
consigo el féretro, contando con el permiso del cabildo de la
catedral. La exhumación se efectuó el 30 de diciembre de aquel
mismo año, con asistencia de representantes de la casa ducal de
Veragua, descendiente del Almirante, y, al abrir la caja de metal que
contenía los restos, sólo se encontraron «pedazos de huesos como de
canillas» y otros pequeños fragmentos. Se los recogió

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cuidadosamente, se los encerró en un arca de plomo dorada y se los


trasladó con solemnidad a la catedral de La Habana, donde
quedaron colocados en un nicho del lado del Evangelio. De la
catedral cubana el féretro fue trasladado a la de Sevilla, cuando se
extinguió la soberanía española en las islas, en 1898.
El conflicto crítico surge de la circunstancia de que en 1877, al
efectuar ciertas obras de ampliación del presbiterio de la catedral de
Santo Domingo, se encontró una bóveda cerca de la pared del lado
del Evangelio y en su interior un cajón de plomo de 42 por 21
centímetros. Al examinarse su contenido, se encontraron huesos,
polvo y una balita de plomo. En el frente y extremos del cajón se
leían las letras C C A, que fueron interpretadas como Cristóbal
Colón, Almirante y encima de la tapa figuraba la inscripción:
Iltre. y Esdo. Varón
Dn. Criztoval Colón.

y en la parte de arriba,
D. de la A., Per. Ate.

Esta última puede ser leída: Descubridor de la América, Primer


Almirante. En 1878 volvió a ser reconocido el cajón y se encontró en
su fondo una chapa de plata que había pasado inadvertida antes.
Pertenecía evidentemente al ataúd original de plata y en un lado de
ella se leía:
Ua. pte. de los r.tos.
del p.mer Al.te D

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Cris. to val Colon Desr.

Y al otro lado:
U. Cristoval Colón

Fray Roque Coccia, obispo de Orope, delegado y vicario apostólico,


autor de la exhumación, deslumbrado por la elocuencia de estas
inscripciones, pasó de inmediato a sostener que en la catedral se
encontraban todavía los restos del Almirante y forjó la explicación
de que en 1795 los españoles se habían precipitado al llevarse el
primer cajón que encontraron, el cual contenía los restos de su hijo
Diego y no los del descubridor. Los despojos fueron depositados en
un nuevo monumento a Colón, erigido en el extremo oriental de la
nave de la catedral de Santo Domingo, en los primeros años de este
siglo.
Con todo, la Real Academia de la Historia emitió un informe al año
siguiente de este resonante hallazgo, y en él se pronunció
resueltamente en contra de que correspondiese a los verdaderos
restos de Colón, considerando insuficientes las pruebas aducidas
por los escritores dominicanos. La ciencia española cree, pues, que
Cristóbal Colón descansa en Sevilla desde aquella solemne jornada
del 19 de enero de 1899 en que el yate real Giralda, tremolando la
bandera a media asta y ostentando las armas del Almirante,
remontó el curso del Guadalquivir, recibiendo los honores de
ordenanza, para traer a España aquellos restos, dando así fin al
último viaje del Almirante de las Indias y de la Mar Océana.

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En los últimos años, ha continuado la inquietud acerca de los restos


de Colón, y se han expresado multitud de hipótesis y cábalas acerca
de ellos. Vamos a resumir a continuación algunas de las
afirmaciones o matizaciones más interesantes:
1. El catedrático e historiador sevillano profesor Jiménez Fernández
no ve claro el traslado de los restos desde la cartuja hispalense a la
isla de Santo Domingo, y argumenta que no existe el menor rastro
documental de un embarque tan sobresaliente y singular, en una
época en que se tomaba nota del envío de los cargamentos más
minúsculos.
2. El literato Torcuato Luca de Tena ha referido que en esa misma
cartuja sevillana de Santa María de las Cuevas, convertida desde la
desamortización en fábrica de cerámica, le fue mostrado el
enterramiento, delante del altar mayor, de un hombre, cuyo
esqueleto estaba perfectamente conservado y mostraba datar de la
época de Colón. Es de notar que le faltaban los pies, dato que se
compagina con el carácter fragmentario de los restos conservados
en Santo Domingo. De esta hipótesis resultaría que los restos
conservados en el gran monumento de la catedral de Sevilla son de
un Colón, pero no del Almirante, y que los de éste no se movieron
nunca de la cartuja de Sevilla.
3. Inversamente, José de la Peña y Cámara, ilustre americanista,
que fue director del Archivo de Indias, supone que los restos de
Colón están divididos entre el enterramiento sevillano y el
dominicano puesto que en 1795, con malicia (o precipitación,
añadimos nosotros), no fueron entregados todos los restos a

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Aristizábal para su traslado a La Habana y quedaron algunos


fragmentos en Santo Domingo.
4. El 10 de julio de 1985 el investigador estadounidense Jonathan
Edward Ericsson efectuó unas pruebas sobre los restos conservados
en Santo Domingo valiéndose de los isótopos de estroncio, elemento
que se incorpora a la estructura corporal a partir de su existencia
en el área donde se ha vivido. El profesor Ericsson había efectuado
también un análisis del estroncio existente en el sistema ecológico
de Génova. Tanto las garantías que ofrece el procedimiento como su
aplicación al caso concreto distaron de merecer aplauso unánime, y
el experimento en cuestión no dio resultados inequívocos. Queda a
salvo en todo caso la buena fe con que se publicó el hallazgo
dominicano de 1877 y la honestidad y pulcritud de las figuras
dominicanas que han defendido la autenticidad de aquellos restos
tan fragmentarios.

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Capítulo 9
¿Cómo era Colón?

Contenido:
§. La figura
§. El marino
§. La personalidad
§. Colón y la denuncia del padre Bartolomé de las Casas
§. La fama de Américo Vespucio

§. La figura
Según nos refiere su propio hijo, Cristóbal Colón era de estatura
más que mediana y constitución proporcionada; la cara, larga; las
mejillas, un poco altas; la nariz, aguileña; los ojos, claros; el cabello,
que había sido rubio, precozmente encanecido; modesto y mesurado
en el comer y el beber; afable con los extraños y muy agradable con
los íntimos; muy religioso; ajeno a los juramentos y votos. Las
Casas corrobora lo de la aventajada estatura del Almirante, su
rostro largo y grave, las canas y la nariz aguileña y los ojos claros:
«Representaba en su persona y aspecto venerable persona de gran
estado y autoridad y digna de toda reverencia.» Comentando estas y
otras fuentes, Eliot Morison advierte en él con sagacidad la falta de
aprecio por la labor de sus subordinados, terquedad para admitir lo
inepto que era para la colonización y cierta propensión a tener
lástima de sí mismo. «No era como un Washington, un Cromwell o
un Bolívar, instrumento elegido por las multitudes para expresar

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sus voluntades y dar rumbos a una causa; Colón era un hombre


con una misión, y tales hombres tienden a ser irrazonables y hasta
ásperos para con aquellos que no alcanzan a entenderla... Era un
hombre solo con Dios contra la estupidez y depravación humanas,
contra la codicia de los conquistadores, la cobardía de los
navegantes, inclusive contra la naturaleza y el mar.»
Los retratos de Colón suelen pecar de fantásticos e infundados y su
propia diversidad es argumento de la falta de base que se padece
para afirmar en redondo cuál fuese el semblante del descubridor.
Con todo, después de haber visto muchos retratos suyos, se llega a
un común denominador que abarca la mayoría de ellos y que nos
reproduce la imagen de un Colón gallardo, de porte majestuoso, de
mirada penetrante y ávida de infinito, frente despejada, gesto
voluntarioso, facciones nobles y tocadas de cierto aire bondadoso. Al
margen de esta línea general, hay que colocar, claro está, a los
grotescos Colones con barba y bigote, ataviados con toda clase de
vestiduras o aderezados grandilocuentemente para expresar con
todo el aparato la grandeza de su personalidad. En cuanto a lo
último, parece bien seguro que Colón era de aquella sobriedad y
sencillez de las personas altaneras y convencidas de su jerarquía.

§. El marino
«Hombre de muy alto ingenio, sin saber muchas letras», dice Andrés
Bemáldez que fue Colón. «De muy pequeña edad entré en la mar
navegando y lo he continuado hasta hoy -expresa el mismo
Almirante-. La misma arte inclina a quien la prosigue a desear saber

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los secretos de este mundo. Ya pasan de cuarenta años que soy en


este uso. Todo lo que hasta hoy se navega todo lo he andado... » El
énfasis con que Colón insiste aquí y en otros lugares acerca de su
experiencia marinera parece indicar que hacía gravitar su principal
orgullo en su pericia náutica. Ballesteros afirma: «La posterioridad
justiciera debe proclamarle como uno de los marinos más excelsos
de todas las edades.» A él se deben el descubrimiento de la
declinación de la aguja magnética, el del mar de los Sargazos, el de
los vientos alisios y el de la corriente del Golfo. Sus observaciones
acerca de la posición de las estrellas, del régimen de los vientos y de
la variedad de climas; las mañas que nos transmite para sortear
tempestades, bajíos o peligros diversos pueden ser aún hoy
repasadas con provecho por cualquier marino. Julio Guillén, el
ilustre historiador de nuestra Marina, estima que «es indudable que
en arte de marear, al menos, y en cosmografía poseía una cultura
superior a muchísimos de los pilotos contemporáneos». Este autor
aplaude, además, en Colón, no sólo la propiedad del vocabulario
marinero, sino el feliz invento de algunos términos nuevos y
exactísimos.
De la misma curiosidad e interés son para los astrónomos muchas
de las observaciones formuladas por Colón en materia de la altura
de las estrellas, coordenadas geográficas, eclipses, magnetismo
terrestre y otros temas. Observaciones plagadas de errores, si se
quiere, pero de errores debidos a la imprecisión de la literatura
científica que estudió Colón y a la grosería de los instrumentos de
medida más que a su posible torpeza. Ya hemos señalado

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anteriormente, a tenor de las palabras de Rey Pastor, la admirable


agudeza con que el Almirante captaba los fenómenos naturales.

Retrato de Colón en una edición de Paulo Jovio.

En una materia donde éste permaneció más suelto de iniciativa y


más desprendido de errores ajenos, cual fue el trazado de cartas
geográficas, acreditó tanta habilidad manual como esmero científico.
Partiendo de las bases que le proporcionó la escuela portuguesa,
Colón dibujó excelentes mapas, entre los cuales se cuenta quizás un
notable planisferio existente en la Biblioteca Nacional de París.
Amando Melón ha subrayado adecuadamente que, aunque el
fenómeno de la declinación magnética fuera familiar entre los
nautas medievales, sus observaciones se referían a la desviación de
la aguja imantada hacia el oriente de la línea norte-sur, el llamado

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«nordestear» de la aguja, y que el almirante fue el primero en


descubrir el «noroestear» de la brújula.

Portada de uno de los volúmenes de la obra de Jerónimo Bezoni,


ilustrada con grabados de Teodoro de Bry.

«Júzguese su sorpresa ante el fenómeno imprevisto, sorpresa que


claramente se refleja a través de las líneas de sus diarios y cartas.
No sólo sorpresa, sino hasta terror le infunde el nuevo rumbo, fuera
de lo acostumbrado y conocido, de la aguja imantada», dice sobre
las primeras observaciones del noroestear de la aguja, iniciadas al
anochecer del día 13 de septiembre de 1492, fecha que califica de
trascendental en la historia de la ciencia Alexander von Humboldt.

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A partir de ella, las observaciones magnéticas menudearon en los


cuatro viajes de Colón, y en la práctica de ellas se educaron los
navegantes españoles.
Cristóbal Colón descubrió, pues, la declinación con rumbo
occidental y la constante variación de este elemento magnético;
sobre esto, la línea cero o de nula declinación, la que separa las
variaciones de la declinación con respecto a un sentido u· otro,
prosigue Amando Melón:
«A tal línea atribuye Colón importancia extraordinaria, como se ve
en la Relación del tercer viaje, enviada a los reyes desde la isla
Española: "Cuando yo navegué de España a las Indias fallo luego en
pasado cien leguas a Poniente de las Azores grandísimo
mudamiento en el cielo e en las estrellas y en la temperancia del
aire, y en las aguas del mar, y en esto he tenido mucha diligencia en
la experiencia. Fallo que de Septentron en Austro, pasando las
dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de
marear, que fasta entonces nordesteaban, noruestean una cuarta
de viento todo entero, y esto es en allegando allí a aquella línea,
como quien traspone una cuesta, y así mesmo fallo la mar toda
llena de yerba de una calidad que parece ramitos de pino y muy
cargada de frutas como de lentisco, y es tan espesa que al primer
viaje pensé era bajo, y que daría en seco con los navíos, y hasta
llegar allí la mar muy suave y llana, y bien que vente recio nunca se
levanta. Asimismo hallo dentro de la dicha raya hacia Poniente la
temperatura del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad quier

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sea invierno". Estas últimas frases describen el mar de los Sargazos,


que, como hemos dicho, Colón descubrió y reseñó.»
Continuando el elogio de sus excelencias técnicas, escribe con
realista acierto Daniel J. Boorstin, que ni el empeño de Colón ni los
medios que le proporcionaron los reyes hubieran servido para nada,
si él no hubiera contado con vientos favorables y no hubiera sabido
valerse de ellos para ir y volver. Ya vamos viendo que si Colón
andaba equivocado por lo que tocaba a la situación y tamaño de las
tierras, en cambio no lo estaba nada en lo tocante a los mares, a los
cuales conocía en todos sus aspectos. En el día de hoy, según
recuerda el autor citado, los yachtsmen que emprenden regatas con
rumbo a América no pueden mejorar ni en lo más mínimo la ruta de
Colón, por más que se hayan acumulado desde entonces cinco
siglos de experiencia náutica. Este talento -cabe preguntarse- ¿era
fruto de un conocimiento sólido de los vientos, o de la intuición
instintiva de un marino genial? Autores como Eliot Morison,
acreditados conocedores del mar, se inclinan en favor de lo
segundo, añadiendo, empero, que esta intuición contaba con el
apoyo de decenios de experiencia marinera y de lecturas acerca de
tales materias.

§. La personalidad
En Colón hay un problema psicológico superior en oscuridad al de
otro cualquier gran hombre, como escribió Fernández Almagro. Sin
ser, como evidentemente fue, un visionario, un aventurero, no
habría dado los primeros pasos al servicio de una iniciativa que

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todos rechazaban por absurda. Pero de no ser también un espíritu


práctico, no hubiera sido capaz de realizar su quimera. De igual
suerte que en Colón coexistían el ensueño y el cálculo, convivieron
en su ánimo la piedad y la violencia, el desprendimiento y la
rapacidad, aspectos de un carácter variado en todas sus caras. Para
descubrir un mundo, casi mitológica tarea, había que sentir dentro
de sí todos los matices de las pasiones.
La grandeza de la obra permite creer en la grandeza personal de
quien la realizó. Pero queda en la oscuridad el hombre que fue
Colón, y apenas si puede ensayarse otra cosa que conjeturas.
Ninguna mejor que la basada en la realidad de la grandeza y la
miseria humanas. El hombre, todo hombre, es contradictorio de
suyo, y así hay que tomarle. Cualquiera que sea, por ejemplo, el
valor que asignemos a antecedentes como los proyectos de
Toscanelli, Colón ganará siempre admiración por la impresionante
mezcla que en su vida logran lo fabuloso y lo experimentado, la
alucinación y la realidad, conquistada, palmo a palmo, por medios
al parecer contraindicados.

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Monumento a Isabel la Católica y Colón en la Avenida de las


Américas de Bogotá. Es obra de César Sighinolfi.

Julio Rey Pastor, cuyo precioso libro La ciencia y la técnica en el


descubrimiento de América detalla muchos puntos que sólo hemos
podido rozar, termina con una aguda indicación de lo complejo de la
personalidad de Colón, «crédulo y desconfiado, dotado del más
moderno sentido científico e imbuido de los más irracionales
prejuicios medievales». A este propósito recuerda el empeño de
Colón por situar en las fuentes del Orinoco el paraíso terrenal, y su
seguridad en haber visto tres sirenas durante el viaje.
En un capítulo anterior hemos hecho especial hincapié en la
curiosidad científica del Almirante. Sólo nos cabe añadir que a
medida que se fue concretando en él la ilusión del descubrimiento,

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redobló los estudios, en forma que los años últimos contienen


mucha mayor experiencia intelectual que los primeros. En esta
época ulterior consultó Colón la literatura cosmográfica de la época
y la anotó minuciosamente con su caligrafía menuda y ordenada, y
buscó argumentos favorables en las letras clásicas y en la Biblia.
Humboldt concluye: «Colón ha servido al género humano
ofreciéndole a la vez tantos nuevos temas para la reflexión; agrandó
la masa de las ideas y gracias a él progresó el pensamiento
humano.»
La moralidad de Colón ha sido el aspecto más atropellado por sus
detractores, muchos de los cuales apuntan, al propio tiempo, hacia
la difamación de toda la obra española en el Nuevo Mundo. Otra
razón ayudó al menoscabo y al regateo de las prendas morales del
Almirante. Hasta época moderna su figura había sido ensalzada con
tanto extremo que no faltó quien propusiera su canonización. La
crítica moderna se sintió espoleada por la tentación de demoler esta
pirámide de exageraciones y se pasó tanto de la raya que vino a
transmitimos la imagen de un Colón ignorante, malvado, avaricioso
o fanático.
De tal momento de detracción de su figura es símbolo aquella
actitud de Carlos Pereyra: «¿Cuándo hubo gente buena para Colón?
¿Cuándo no abandonó sus empresas? ¿Cuándo no las desgobernó,
achacando a los demás sus propias faltas? Jamás confiesa sus
yerros, ni reconoce sus defectos, ni los enmienda, ni deja de ser
egoísta, irascible, injusto, imprevisor, iluso y, sobre todo, carente de
ecuanimidad en la firmeza, razón de que sus justicias fuesen

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muchas veces venganzas, sus órdenes gritos de cólera y de que todo


acto de energía acabase en desmayo, como acontece con el impulso
pasional que se agota.» En este párrafo, que sintetiza bastante los
problemas que plantea el juicio moral de Colón, hay elementos
fundados y otros que no lo son. Los tres primeros interrogantes, por
ejemplo, parecen pecar de algún arrebato y exageración. En cambio,
la crítica serena y reposada, de la que es personificación Ballesteros,
no tiene reparo en admitir la falta de tacto para el gobierno, la
desigualdad de carácter, la testarudez en las ideas, la destemplanza
de Colón.
La conocida y reiterada acusación de codicia contra Colón es,
posiblemente, la más fácil de despejar y justificar, si se aplica a
examinarla el sentido común. La presunta codicia se advierte, sobre
todo, en dos momentos: en el extremo de minuciosidad con que fija
ante los reyes las condiciones del descubrimiento y en la avidez con
que, después de haberlo realizado, persigue en tierras americanas el
oro y los productos valiosos. En cuanto a lo primero, es fácil
comprender que cualquier extranjero que tuviese que proponer un
negocio a un poderoso monarca dentro del territorio de éste,
negocio, además, al que tuviera dedicadas alma y vida, se vería en el
caso de puntualizar por menor todos los términos de la relación,
temeroso de que se burlasen sus derechos, caso de salir bien la
empresa. A pesar de tanto celo detallista de Colón, entre sus
herederos y la corona se suscitaron pleitos, no lo olvidemos.
Respecto de lo segundo, está claro también que el hallazgo del oro y
de materias preciosas constituía, según lo expresan los escritos de

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Colón que hemos citado, el argumento más poderoso en favor del


acierto y el provecho de la expedición. Bien podían los reyes estar
animados a ella, aunque en América sólo hubiese piedras, como
dicen, pero es indudable que Colón habría sido víctima de una
rechifla general si, tras tantos trabajos, hubiese descubierto sólo un
desierto improductivo. Añadamos que el Almirante sentía además la
obsesiva preocupación de dedicar el oro americano al rescate del
Santo Sepulcro.
Es muy posible que, como ha ocurrido en tantas otras
personalidades históricas, Colón fuese, a pesar de su enorme talla
humana, inferior a las circunstancias del momento. Ya ha quedado
claro que no fue capaz de administrar serenamente las tierras
halladas. También parece cierto que no digirió bien la exaltación
vertiginosa a su alta posición nobiliaria y económica. Las
incidencias que en todos los casos provoca una subida fulgurante a
tal estado le parecieron insoportable hostilidad, que le hizo
prorrumpir en aquellas lamentaciones a que era propenso y, por
manía persecutoria, a extremar el rigor en todos los terrenos en que
podía desarrollarlo.
Más despejado es el panorama afectivo de Colón, en el cual se
advierten muchas de sus facetas más nobles. El Almirante fue
hombre propenso a enamorarse, y ello no es frecuente que se dé en
un malvado esencial. Se casó enamorado de su mujer y no consta
que su vida conyugal tuviese gran cosa reprochable; se enamoró
luego de doña Beatriz de Harana y el desvío posterior que manifestó
respecto de ella se puede explicar muy bien por la absorbente

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preocupación de preparar su empresa, junto con aquella mala


digestión de la prosperidad que acabamos de señalar. Fue amigo de
sus amigos y su prolongado contacto con los genoveses que tenían
relación comercial con él lo acredita; dentro de la amistad, fue
exacto y probo en cuestiones de dinero, según acreditan los
documentos de Assereto. En las cartas a sus hijos, Colón es tierno,
delicado, cariñoso y hay en sus expresiones notas inesperadas de
gran sensibilidad y dulzura que sorprenden tanto como, en muy
otro orden de cosas, las frases afectuosas de Felipe 11 a sus hijas.
«Colón -concluye Ballesteros- fue el hombre genial de la proeza
venturosa que inmortalizó su nombre. Descuellan en su vida
virtudes excelsas de religiosidad y perseverancia. Leal a sus reyes,
entrañable con los suyos, amigo sincero y constante..., sujeto a las
flaquezas de la naturaleza humana, sus mismos defectos, bien
patentes, nos lo presentan como una de las individualidades más
poderosas e interesantes de la historia de la humanidad.»

§. Colón y la denuncia del padre Bartolomé de las Casas


Hemos hecho uso repetidamente de los escritos del padre Bartolomé
de las Casas como testimonio próximo y bien informado de los
hechos de Colón. Nos quedaba por indicar qué lugar asignaba el
polémico y combativo dominico al Almirante dentro de su tonante
denuncia de la actuación española en las Indias. Es interesante
repasarlo someramente, porque el discurso del padre Las Casas se
hace especialmente sutil y significativo al referirse a esta cuestión.

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Huelga recordar que para el fogoso defensor de los indios todo


cuanto les acontece es resultado de la providencia, la cual busca y
prepara su salvación. Dentro de este plan, la figura y la tarea de
Colón son creadas por la providencia y Las Casas no vacila en decir
que la ciencia náutica le fue dada a Colón para que pudiera cumplir
la misión providencial que se le encomendaba como elegido.

El P. Bartolomé de Las Casas, según un retrato más moderno,


ajustado a las descripciones de su fisonomía.

Colón supo que había sido tomado por instrumento de la


providencia y tal creencia le llenó de confianza y optimismo. Las
Casas estima que Colón se proponía dilatar la difusión de la
doctrina de Cristo, y considera que su fracaso en la corte de

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Portugal fue también providencial para que el designio fuese a parar


a los pies del trono de los Reyes Católicos. Las primeras dificultades
con que Colón tropezó en la corte española no fueron más que el
requisito que la providencia establece necesariamente antes de
conceder algún bien. De este modo, el dominico va estructurando y
preparando un razonamiento que le conduce a afirmar que Dios
quería que los Reyes Católicos poseyeran las Indias por mediación
de Colón. De este modo la voluntad de Dios estuvo presente, según
él, en numerosas incidencias de la travesía, tanto para favorecer
aquel resultado como para perfeccionar las virtudes del alma de
Colón.
Ahora bien, el padre Las Casas está atento a denunciar el pecado en
cuanto aparece y, como ha señalado el jesuita Juan Villegas no hace
muchos años, al conmemorarse el quinto centenario del nacimiento
de aquél, en 1474, la alusión a la providencia va entremezclándose
con la denuncia. Podría opinarse que el primer factor compensa al
segundo en la parte de su obra en que Las Casas trata de Colón, y
que la denuncia pasa a primer plano cuando trata de Cortés y otros
conquistadores.
Es doctrina de Las Casas que una empresa cuyo móvil principal era
evangelizar infieles se desvirtuó y emponzoñó por efecto de la
codicia de los conquistadores, que pusieron lo secundario por
delante de lo principal. La ingenuidad del dominico es tanta que en
cierto momento censura a Juan de Grijalba porque, al interrogar a
unos indios, lo primero que les preguntó fue si tenían oro, en vez de
comenzar manifestándoles las verdades fundamentales de la fe. A

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partir de aquí, ¿qué no dirá Las Casas de los atropellos y las


violencias padecidas por los indios, sus bienes, sus mujeres? Que
estas obras fuesen coronadas por Dios con el éxito no demuestra
que le fueran gratas, sino que Dios saca buenos frutos de las malas
obras, sin perjuicio de castigar también en esta vida a quien las
comete, dice.
Centrando este razonamiento sobre Colón, resuelve Las Casas que
su intención era buena, y que era fiel a los reyes, no menos
deseosos de obrar bien, pero que exageró el propósito de ser
agradable a los reyes, llevándoles riquezas, para lo cual tuvo que
atropellar los derechos de los indios. Los reyes permanecieron
ignorantes de los estragos padecidos por éstos. «¡Oh, reyes y cuán
fáciles sois de engañar!», decía Las Casas, excusando su
responsabilidad y cargándosela a los consejeros.

§. La fama de Américo Vespucio


Vespucio no tenía necesidad alguna de entrar en comparación con
Colón, para que su nombre se perpetuase en la historia de la
navegación. Ambos personajes, por lo demás, fueron amigos en vida
y harto ajenos al estropicio que resultó consolidado años más tarde.
Jean Descola, en Los conquistadores del Imperio español, dice: «No
todo está en descubrir: hay que dar un sentido al descubrimiento.
Los increíbles esfuerzos, las lágrimas y el sudor de sangre del
Almirante de la mar océana no habrían servido de nada si un sabio
sereno no hubiera borrado el nombre de "Cipango" para escribir
otro: "Mundus Novus''. Colón atravesó de parte a parte el mar de las

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tinieblas, forzó una barrera tenida por infranqueable, tocó en orillas


maravillosas, sin ver en ellas más que el reflejo de su sueño interior.
Aquel vagabundo sublime miró el Nuevo Mundo con unos ojos
ciegos. Américo Vespucio lo miró de verdad y lo reconoció. De todos
modos, el genio visionario y el florentino lúcido pueden darse la
mano. Cristóbal Colón sigue siendo el descubridor de América, y
Américo Vespucio el que la explicó.»
Todos estos triunfos resplandecerían sin tacha si Vespucio no
hubiera tenido la desgracia de que un clérigo y poeta, aficionado a
la cosmografía, Martín Waldseemüller, canónigo de Saint-Dié, en
Lorena, publicara en 1507 el comentario a una edición de Ptolomeo
atribuyendo el nombre de América a las tierras descubiertas, según
él malentendió, por Vespucio. Unos autores copiaron a otros y
difundieron el error.
Surgió pronto la reacción contraria. Situado, sin proponérselo,
Vespucio entre las ruedas trituradoras de la crítica, ha sido víctima
de unos descuentos exagerados que se proponen corregir sus
créditos, también inflados.
Nadie duda de que dar su nombre al continente significó un
galardón equivocado y traspuesto. Merecen desdén, dicho sea de
paso, las diversas teorías que pretenden que «América» sea palabra
autóctona, independiente de Vespucio, y la dan por emparentada
con «Ameriscas» (cordillera e indios de Nicaragua, según Marcou), «el
imperio de Amaraca» de Lambert de Saint-Bris; la ciudad de
Ameracapana, según Pinart, y otros.

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Dice Henry Vignaud que Vespucio «es de todos los navegantes de la


época de los descubrimientos el que recorrió mayor zona costera del
Nuevo Mundo. En el primer viaje, la comprendida entre el cabo de
Honduras y la Florida, o quizá Georgia; en el segundo exploró el
perímetro costero comprendido entre el cabo del San Roque y el
golfo de Venezuela. En el tercero, la costa de Brasil entre el cabo de
San Roque y La Plata. En el cuarto se movió dentro de la zona
recorrida en el anterior. Llegó a tierra firme antes que Colón (ésta es
una afirmación, observamos, que otros valoran con más
precauciones), y fue el primero en defender con conocimiento de
causa la existencia de una gran tierra continental al sur de la
descubierta por Colón en sus últimos viajes. La obra del Almirante y
la de Vespucio son complementarias: la gloria del primero no se
merma un ápice con la indiscutible del segundo».
La suprema proclamación de sus méritos técnicos está contenida en
que se crease para Vespucio, mediante Real Cédula de 22 de marzo
de 1508, el cargo importantísimo de piloto mayor de la Casa de la
Contratación de Sevilla, algo así como -para decirlo en lenguaje
moderno-, director técnico del tráfico por el Atlántico, con las
preeminentes derivaciones de cuidar de la enseñanza y el examen
de aptitud de los pilotos que iban a Indias, y la preparación de
mapas de las áreas descubiertas.
Vespucio toma ciudadanía castellana y se abre para él la más
esplendorosa etapa de su vida, aquella en que, entre los muros del
Alcázar sevillano -donde tenía su sede la Casa de la Contratación-

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prepara y mantiene al día el «Padrón Real», o carta de las tierras y


mares atlánticos donde señorea España.

Fragmento de la obra de Waldseemuller, creador del nombre de


América, con una representación imaginaria de Américo Vespucio

De cuan estimada era su tarea por la corona da idea la disposición


que dio el rey Femando en 1511, en ocasión de visitar la Casa de la
Contratación, para que sus mapas y papeles fuesen guardados en
un arca de tres llaves, igual que los caudales ordinarios. No lo
aseveran menos las sucesivas pensiones regias que disfrutaron la
viuda, la hermana y aun el sobrino de Vespucio, una vez fallecido
éste.

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Capítulo 10
Trascendencia literaria de la figura de Colón

Ya se ha señalado en el capítulo inicial que el descubridor es, ante


los ojos del vulgo, la figura más popular de los tiempos modernos y
hemos indicado la profusión de retratos, monumentos y obras
diversas inspiradas por su memoria. Enumerar los primeros
constituiría un empeño fatigoso, cuyo resultado apenas tendría
mayor trascendencia que la erudita; no menos penoso sería
formular una lista de monumentos al Almirante; el examinar la
música inspirada por el tema colombino, en suma, no sólo
requeriría una mano especialmente perita, sino el citar partituras y
entrar en tecnicismos ajenos al caso. Más inclinados nos sentimos a
repasar brevemente algunos aspectos de la resonancia literaria del
Almirante, indicio del poder emotivo de su persona y su gesta.
Prescindamos de la índole literaria que puedan tener crónicas e
historias inspiradas por el afán historiográfico y entremos ya en la
literatura pura. De transición entre lo histórico y lo literario nos
valdrán las Elegías de varones ilustres de Indias, donde Juan de
Castellanos describe la llegada de Colón a Barcelona:
«Pues el aumentador de la Corona,
en continuación de esta porfía
llegó con los demás a Barcelona
adonde nuestro Rey Cortes tenía
y donde recibieron su persona
con nunca jamás vista cortesía,

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porque los altos reyes de Castilla,


en su presencia mandan darle silla.»

El mismo suceso puso en escena después Lope de Vega en la


famosa comedia: El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón:
FERNANDO: Colón, Señora, ha venido;
Hoy ha entrado en Barcelona
Con una nueva corona
De un mundo nuevo adquirido.
Ya le ha visto mucha gente,
Esto sin duda es verdad.
ISABEL: Es la mayor novedad
Que ha visto el siglo presente.»

Campoamor dedicó a la empresa del descubrimiento su poema


Colón, la más endeble de sus creaciones, con un estilo chato y llano
que, en vez de provocar el entusiasmo, suscita la hilaridad:
« ¿Que quiénes son? Nadie su nombre ha oído.
¿Qué adónde van? Adonde nadie ha ido.»

En el ámbito americano, Justo Sierra escribió, en México, el poema


dramático Colón, y en Cuba, Francisco Iturrondo, un canto épico.
Gertrudis Gómez de Avellaneda compuso el himno con que celebró
la villa de Cárdenas, en la mayor de las Antillas, la inauguración del
primer monumento erigido al insigne descubridor en América:
«Esparcid flores, ninfas de Cuba,

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y al cielo suba canto marcial,


pues ya la efigie del Almirante
pisó triunfante su pedestal.»

Ramón de Palma y Romay, cubano, escribió en colaboración con


Botessini la opereta intitulada Una escena del descubrimiento del
Nuevo Mundo. Narciso Foxá escribió en Puerto Rico un Canto épico,
que fue premiado por el Liceo de La Habana. En 1849, Rafael María
Baralt publicó en Madrid su conocida oda en liras reales, con una
inspirada pintura del continente descubierto:
« ¿Qué tardas? ¡Lleva a Europa
de tamaño portento alta presea!
¡Hiera Céfiro en popa,
o rudo vendaval, que pronto sea,
y absorto el orbe tu victoria vea!»

José Heriberto García de Quevedo, colaborador de Zorrilla y del


marqués de Auñón, cantó la empresa de Colón en robustas octavas:
« Yven allá do el horizonte cierra,
densa faja de nieblas blanquecinas
cual suelen elevarse de alta sierra
a la ribera de la mar vecina:
y al alegre clamor de "¡Tierra! ¡Tierra!"
la aguda proa el rumbo ya encamina.»

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En Caracas escribió Evaristo Fombona La conquista de América por


los castellanos, versos y disertación que publicó su hijo Manuel
Fombona, en la colección de «Poetas españoles y americanos». Más
tarde Julio Calcaño cantó al descubrimiento en una oda, y Felipe
Tejera escribió La Colombíada, que consta de una introducción y
doce cantos.
El presbítero Esteban Muñoz Donoso escribió en Chile otra
Colombíada; Pedro Neira de Acevedo, en el Ecuador, en Nueva
Granada, el poema épico Cristóbal Colón; Leónidas Pallares Arteta,
un soneto, y Clemente Althaus una oda, en el Perú. Ricardo
Bustamante habla en sus Pensamientos de los viajes de Colón. En
La Atlántida, el argentino Olegario Víctor Andrade entona un canto
de alabanza a la Madre Patria.
Sin duda, la manifestación literaria más grandiosa del tema
colombino es la considerable fracción del poema La Atlántida, que le
dedica el eximio Jacinto Verdaguer. Que aquel pasaje está inspirado
en convicciones profundas lo remacha el autor en el prólogo al
decir: «Oré ante las sagradas cenizas de Colón que desde su tumba
miserable, vergonzosa para nosotros a quienes regaló un continente,
parece guardar todavía la perla de las Antillas», refiriéndose al
enterramiento de Colón en La Habana.
Colón aparece en la introducción del poema como náufrago en el
combate entre el navío genovés que le llevaba y otro buque
veneciano. Logra salvarse llegando a tierra y en ésta encuentra a un
anciano anacoreta que le cuenta el incendio de los Pirineos, las
andanzas de Hércules y el cataclismo de la Atlántida. La narración

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del ermitaño enciende la fantasía de Colón y le incita a concluir el


designio descubridor que cobra realidad tras obtener el apoyo de
Isabel la Católica. El poema verdagueriano dio origen a la partitura
comenzada por Manuel de Falla sobre la Atlántida y acabada por el
maestro Halffter.
Dentro del repertorio de obras engendradas por el tema colombino
recordemos también algunas producciones extranjeras: una
Colombíada por Madame du Bocage; el Nuevo Mundo de F. Stigliani;
el Océano de Alejandro Tassoni; el poema latino Colón; Madoc, por
Southey; la Oceánida, del danés Baggesen, y otra Colombíada, de
Joel Barlow. Tasso dedicó unas octavas a Colón en la Jerusalén
libertada.
La indicación de estas obras de altos vuelos literarios acerca del
tema colombino sugiere que también es magna la inspiración
artística que promueve, como grande es la sustancia histórica que
atesora. La primera fue, como acabamos de ver, elaborada por una
legión de poetas ilustres; la segunda ha sido dilucidada por una
cohorte de meritorios investigadores. La humanidad, que debió a
Colón el encuentro de sus dos mitades, le ha honrado por el doble
camino de la poesía y el estudio.

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Cronología

1451 En una fecha indeterminada entre el 25 de agosto y el 31


de octubre nace Cristóbal Colón.
1469 Axayacalt sucede a Moctezuma l. Construcción del gran
calendario de piedra.
1470 Comienza la supremacía chibcha sobre las demás tribus
que ocupan Colombia.
1470-84 La familia Colón reside en Savona.
1470-73 Expediciones corsarias de Casenove Coullon.
1474 Isabel, reina de Castilla. Cristóbal Colón escribe a
Toscanelli.
1474-75 Expedición a la isla de Quíos.
1475 Nace en Trujillo Francisco Pizarro.
1476 Combate del cabo de San Vicente y llegada de Colón a
Portugal.
1477 Viaje a Inglaterra e Islandia.
1481 Viaje a Guinea.
1483 Visita de Cristóbal Colón al rey Juan 11 de Portugal.
1484 Cristóbal Colón sale de Portugal para España. Lleva a su
hijo Diego al convento de La Rábida. Diego Cao descubre el
Congo. Nacimiento de Hernán Cortés en Medellín.
1486 Los Reyes Católicos reciben a Cristóbal Colón. Este conoce
a Beatriz Enríquez de Harana.
1486-87 Conferencias de la Junta de Cosmógrafos.
1487 Bartolomé Díaz llega al Cabo de Buena Esperanza.
1488 Nace en Córdoba Fernando Colón, hijo de Cristóbal Colón
y de Beatriz de Harana.
1489 Nuevos contactos de Colón con Portugal.
1491 Cristóbal Colón va a ver a los Reyes Católicos en el

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campamento de Santa Fe.


1492 2 de enero: Los Reyes Católicos toman Granada.
31 de marzo: Edicto de proscripción contra los judíos.
17 de abril: Capitulaciones de Santa Fe.
12 de mayo: Cristóbal Colón va a Palos.
3 de agosto: Colón leva anclas.
9 de agosto: Cristóbal Colón hace escala en Canarias para
reparar una avería del timón de la Pinta.
6 de septiembre: Cristóbal Colón sale de Canarias.
12 de octubre: Colón descubre Guanahaní.
15 de octubre: Cristóbal Colón descubre la Isabela
28 de octubre: Colón descubre Cuba.
21 de noviembre: Martín Alonso Pinzón se separa de la
flotilla.
6 de diciembre: Cristóbal Colón descubre La Española
(Haití).
24 de diciembre: Encalla la Santa Marra. Construcción
del fuerte de la Navidad.
1493 4 de enero: La Niña sale del fuerte de la Navidad.
16 de enero: Cristóbal Colón vuelve a España.
15 (?) de abril: Los Reyes Católicos reciben a Cristóbal
Colón en Barcelona.
2 de mayo: Bula del papa Alejandro VI fijando las zonas
de Portugal y de España.
25 de septiembre: Segunda salida de Cristóbal Colón, de
Cádiz.
Del 12 al 15 de noviembre: Cristóbal Colón descubre las
Pequeñas Antillas: Dominica, Marigalante, Guadalupe,
Once Mil Vírgenes, Montserrat, Santa María la Redonda, y
la Antigua, la Deseada y Puerto Rico.

Colaboración de Sergio Barros 207 Preparado por Patricio Barros


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7 de diciembre: Fundación de Isabela.


1494 13 de mayo: Cristóbal Colón descubre Jamaica.
7 de junio: Tratado de Tordesillas entre España y Portugal
fijando los límites de influencia de los dos países.
1496 10 de marzo: Cristóbal Colón regresa a España.
11 de junio: Colón desembarca en Cádiz de regreso de su
segundo viaje.
Agosto: Cristóbal Colón es recibido en Burgos por los
Reyes Católicos.
1498 30 de mayo: Colón inicia en Sanlúcar de Barrameda su
tercer viaje.
Julio: Cristóbal Colón descubre la isla de Trinidad.
4 de agosto: Colón entra en el golfo de Paria, se encuentra
ante el delta del Orinoco y pone en pie en el continente
americano.
15 de agosto: Cristóbal Colón descubre la isla Margarita.
Vasco de Gama dobla el Cabo de Buena Esperanza.
1499 Alfonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio
descubren Venezuela. Vicente Yáñez Pinzón descubre la
costa del Brasil.
24 de febrero: Nacimiento de Carlos V.
27 de agosto: Bobadilla llega a La Española.
25 de noviembre: Llegan a Cádiz Cristóbal Colón,
encadenado, y sus dos hermanos.
17 de diciembre: Cristóbal Colón es recibido en Granada
por los Reyes Católicos.
1502 Febrero: Sale para La Española Nicolás de Ovando.
11 de mayo: Sale de Cádiz Cristóbal Colón para
emprender su cuarto viaje.
15 de junio: Cristóbal Colón descubre la isla Santa María

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y la Martinica.
1503 Moctezuma II sucede a Axayacatl.
1504 Muere Isabel la Católica.
7 de noviembre: Cristóbal Colón entra en Sanlúcar de
Barrameda.
1506 2 de mayo: Muerte de Cristóbal Colón.
1507 Juan Díaz de Solís y Vicente Pinzón descubren Yucatán.
1512 Ponce de León descubre La Florida.
1513 26 de septiembre: Balboa descubre la Mar del Sur.
1515 Pánfilo de Narváez funda La Habana.
1516 Muere Fernando el Católico.

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Testimonios

Pedro Mártir de Angleria


En el nombre de Dios Todopoderoso, ovo un hombre de tierra de
Génova, mercader de libros de estampa, que trataba en esta tierra
de Andalucía, que llamaron Cristóbal Colón, hombre de muy alto
ingenio sin saber muchas letras, muy discreto en el arte de la
cosmografía y en el repartir del mundo.

Bartolomé de Las Casas


Ayunaba los ayunos de la Iglesia observantísimamente; confesaba
muchas veces y comulgaba; rezaba todas las horas canónicas como
los eclesiásticos o religiosos; enemicísimo de blasfemias y
juramentos; era devotísimo de Nuestra Señora y del seráfico Padre
San Francisco; pareció ser muy agradecido a Dios por los beneficios
que de la divinal mano recibía, por lo cual, cuasi por proverbio, cada
hora traía que le había hecho Dios grandes mercedes, como a David.
Cuando algún oro o cosas preciosas le traían, entraba en su oratorio
e hincaba las rodillas, convidando a los circunstantes, y decía:
"Demos gracias a Nuestro Señor que de descubrir tantos bienes nos
hizo dignos", celosísimo era en gran manera del honor divino;
cupido y deseoso de la conversión destas gentes, y que por todas
partes se sembrase y ampliase la fe de Jesucristo, y singularmente
aficionado y devoto de que Dios le hiciera digno de que pudiese
ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción y
la confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el

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descubrimiento deste orbe que prometía, suplicó a la serenísima


reina doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que
por su descubrimiento para los reyes resultasen en ganar la tierra y
casa santa de Jerusalén.

Jaime Ferrer de Blanes


Si en esta mi determinación y parecer será visto algún yerro,
siempre me referiré a la corrección de los que más de mí saben y
comprenden, especialmente del Almirante de las Yndias, el cual,
tempore existente, en esta materia más que otro sabe; porque es
gran teórico y mirablemente plático como sus memorables obras
manifiestan, y creo que la Divina Providencia le tenía por electo por
su grande misterio y servicio en este negocio, el cual pienso es
disposición y preparación de que para delante la misma Divina
Providencia mostrará a su gran gloria, salut y bien del mundo.

Alexander von Humboldt


Entre los rasgos característicos de Cristóbal Colón, merecen
señalarse sobre todos la penetración y la seguridad del golpe de
vista, con el cual, aunque falto de instrucción y extraño a la física y
a las ciencias naturales, abarcó y combinó los fenómenos del
mundo exterior. A su llegada a un nuevo mundo y un nuevo cielo,
observó atentamente la configuración de las comarcas, la fisonomía
de las formas vegetales, las costumbres de los animales, la
distribución del calor y las variaciones del magnetismo terrestre.

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Llamados a consignar cuánto contribuyó la gran época de las


expediciones marítimas a ensanchar las miras sobre la naturaleza,
nos consideramos felices con poder referir nuestra narración a la
individualidad de un gran hombre, dándole con ello mayor vida. En
el diario marítimo de Colón y en sus relaciones de viaje publicadas
por primera vez desde 1825 a 1829 se encuentran planteadas ya
todas las cuestiones hacia las cuales se dirigió la actividad científica
en la última mitad del siglo XV y durante todo el XVI.

Antonio Ballesteros
Lo más interesante de la personalidad de Colón es su psicología, las
modalidades de su carácter, los pliegues de su espíritu. Escudriñar
en lo recóndito de lo anímico tiene un encanto irresistible. Los
caminos seguros para llegar a deducciones aproximadas y a veces
incontrovertibles son los episodios de su vida, sus actos, sus
palabras; en ocasiones, la impresión de quienes le trataron y el
juicio de los mismos.
Su vida constituye un conjunto de peregrinas aventuras que no
lograría crear y reunir deliberadamente la volcánica fantasía de un
novelista de folletín. Siempre la historia supera en novedad y
riqueza a lo imaginado

Antonio Ballesteros
Colón fue el hombre genial de la proeza venturosa que inmortalizó
su nombre. Descuellan en su vida virtudes excelsas de religiosidad y
perseverancia. Leal a sus reyes, entrañable con los suyos, amigo

Colaboración de Sergio Barros 212 Preparado por Patricio Barros


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sincero y constante, no era el santo que imaginara Roselly de


Largues. Sujeto a las flaquezas de la naturaleza humana, sus
mismos defectos, bien patentes, nos lo presentan como una de las
individualidades más poderosas e interesantes de la historia de la
humanidad.

Julio Rey Pastor


Es oportuno citar la alta opinión que sus conocimientos merecieron
a sus contemporáneos, los elogios que le tributan algunos
historiadores por estas teorías, por sus cálculos de la relación entre
la superficie de los mares y los continentes, por sus hipótesis sobre
la formación de los archipiélagos y por su constante preocupación
de estudiar en todos sus aspectos las tierras aportadas a la corona
española.

Carlos Pereyra
¿Cuándo hubo gente buena para Colón? ¿Cuando no abandonó sus
empresas? ¿Cuándo no las desgobernó, achacando a los demás sus
propias faltas? Jamás confiesa sus yerros, ni reconoce sus defectos,
ni los enmienda, ni deja de ser egoísta, irascible, injusto,
imprevisor, iluso y, sobre todo, carente de ecuanimidad en la
firmeza, razón de que sus justicias fueran muchas veces venganzas,
sus órdenes gritos de cólera, y de que todo acto de energía acabase
en desmayo, como acontece con el impulso pasional que se agota.
Estas notas son imprescindibles para comprender la obra de Colón,
pero no constituyen una biografía del gran explorador. Está virgen

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el campo para un estudio de sus viajes desde el punto de vista


psicológico individual

Colaboración de Sergio Barros 214 Preparado por Patricio Barros


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Bibliografía

Obras generales
 BALLESTEROS GAIBROIS, MANUEL, Historia de América,
Madrid, Ed. Pegaso, 1946.
 CHAUNU, PIERRE, L 'Amérique et les Amériques, París, Ed.
Armand Colin, 1964.
 HERNANDEZ y SANCHEZ BARBA, MARIO, Historia Universal
de América. Madrid, Ed. Guadarrama, 1963.
 MOORE, DAVID A., Historia de la América Latina, Buenos
Aires, Ed. Poseidón, 1945. Colección de crónicas y relaciones.
Madrid, Cambio 16, comenzada en 1985. Biblioteca del Nuevo
Mundo, Barcelona, Ed. Tusquets, comenzada en 1985.

Biografías del Descubridor


 BALLESTEROS BERETTA, ANTONIO, Cristóbal Colón y el
Descubrimiento de América, Barcelona, Ed. Salvat, 1945.
 MADARIAGA, SALVADOR DE, Vida del muy magnífico señor
don Cristóbal Colón, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1944.
 MORISON, SAMUEL ELIOT, El Almirante de la Mar Océana.
Vida de Cristóbal Colón, Buenos Aires, Ed. Hachette, 1945.
 MANZANO MANZANO, JUAN, Cristóbal Colón. Siete años
decisivos de su vida, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1964.
 MENÉNDEZ PIDAL, RAMON. La lengua de Cristóbal Colón,
Madrid, Ed. Espasa-Calpe, 1942.

Colaboración de Sergio Barros 215 Preparado por Patricio Barros


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Viajes de Colón
 ANZOATEGUI, l., Edición de los Diarios de viaje del Almirante y
su testamento, Buenos Aires, Ed. Espasa-Calpe, 1946
 FERNANDEZ DE NAVARRETE, MARTIN, Viajes de Cristóbal
Colón, Madrid, Calpe, 1922.

Colaboración de Sergio Barros 216 Preparado por Patricio Barros

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