Locke

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Egoísmo y muerte.

El modelo ascético
schopenhaueriano como
refutación a la moral de
John Locke.

Pablo López Martínez


0- Prologo.

El presente trabajo está destinado a refutar la vida moral que propone John Locke y su
vinculación con la vida ultraterrena. Para ello primero se expondrán las principales ideas del inglés
y luego se confrontarán con algunas tesis de Julián Marías. Por último, se hará una explicación de la
ética de Locke en términos de egoísmo y se propondrá el modelo ascético schopenhaueriano como
tipo de moral profunda y edificante.

I- Exposición de los contenidos del texto de Locke.

John Locke, como buen anglosajón, define la felicidad como el mayor placer que podamos
experimentar y, el bien, como aquello que puede provocar un placer. A primera vista estas
definiciones pueden parecer zafias soflamas hedonistas pero el inglés no tarda en matizar estos
conceptos. Aunque todo lo que produzca placer es por ello un bien, no todo bien es deseado por los
hombres, ya que estos solo son movidos por aquellos bienes que estiman como necesarios para su
felicidad.

En cualquier comunidad se puede apreciar la diversidad de elecciones morales que realizan


los hombres: unos disfrutan en el lujo y la opulencia mientras otros se encomiendan a la sobriedad.
Esta pluralidad de búsquedas particulares se explican según se sitúe la felicidad en un lugar o en
otro. Para Locke existen dos vías fundamentales en la búsqueda de la felicidad: la felicidad que se
persigue en esta vida o el futuro goce en el Reino de los Cielos.

La primera de estas vías, la que busca la felicidad terrenal, es la que escogen los hombres
que no creen que exista una vida después de la muerte y ,por lo tanto, se afanan en experimentar el
mayor placer posible en esta vida ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos! Libertinaje,
concupiscencia, lujo y desenfreno es lo único que cabe esperar de estos hombres lo cual, por otro
lado, “no es extraño, ni carece de fundamento”1, pues si no existiera la vida ultraterrena sería una
conclusión razonable.

La segunda vía es la que está basada en la creencia en Dios y en la resurrección de los


muertos, lo cual, según Locke, es muy probable. Todos los hombres tienen suficiente entendimiento
como para preguntarse por la existencia del Todopoderoso y los premios y castigos de la vida
siguiente. Si Dios existe su Ley debe ser cumplida preferentemente a cualquier placer terrenal.
1 En vez de las fuentes originales citaré los textos por la recopilación de que todos disponemos por razones de
comodidad. Bonete, Enrique(ed.), Tras la felicidad moral, Ediciones Cátreda, Madrid, 2015, p. 134.
“Todo el que admita que una felicidad ilimitada es la consecuencia posible de una
vida honrada en este mundo […] tendrá que concluirse a sí mismo que juzga muy
erróneamente si no llega a la conclusión de que una vida virtuosa, a la espera segura de una
felicidad venidera, debe ser elegida a otra dominada por el vicio”2

Si se razonan estas cuestiones lo suficiente todos sin excepción llegarán a la conclusión de


que se tiene que ser honrado. Si alguien sigue rectamente la Ley divina y Dios existe, entonces será
eternamente dichoso, pero si no existe no será desgraciado sino que dejará de existir. En cambio, el
perverso pecador que pensó que esta vida era la única, no será feliz si estaba en la cierto pues dejará
de existir, pero si se equivocaba y Dios sí era real, entonces será eternamente desgraciado en el
infierno.

II- La muerte como horizonte de sentido (Julián Marías).

No es baladí traer a colación algunas ideas de Julián Marías pues pueden arrojar bastante luz
sobre el texto de Locke. Para el vallisoletano el hombre posee una condición futuriza por la cual
anticipa la felicidad.

“Si estoy feliz en un momento, pero temo gravemente o, más aún, estoy seguro de
que voy a ser infeliz mañana, ya no soy feliz; en cambio, si me encuentro francamente mal,
pero estoy seguro de mi felicidad de mañana, soy ya feliz”3

Sin embargo, esta estructura de futurición hace referencia en última instancia a la muerte. La
muerte, al limitar inexorablemente la vida humana, impregna de sentido cada momento de la vida.
Aunque la mayoría de la gente se comporte de modo inauténtico al olvidar la muerte, esta, la
muerte, siempre está al acecho y, con el veto que pone a la inmortalidad, configura la existencia
humana en cada segundo.

Ante esta tesitura se plantea ante nosotros un dilema de difícil resolución. Sentimos la
felicidad como algo necesario pero, si termina con la muerte, la felicidad se presenta como una
ilusoria quimera. Algunos escaparán de esta situación olvidando la muerte; cayendo en el uno como
diría Heidegger.

2 Ibidem, 135.
3 Ibidem, p. 293.
Por otro lado, aunque existe la total certeza de la muerte, no se sabe con seguridad si la
muerte es la total aniquilación. —Aquí es donde se relacionan los dos textos — la felicidad tiene un
sentido u otro dependiendo del grado de esperanza que se tenga en la superveniencia del alma tras
la muerte. Esto es algo con lo que Julián Marías sostiene, y dice al respecto: “si no se cuenta con la
esperanza, la felicidad no puede ser más que momentánea”4

Julián Marías y John Locke creen sinceramente que la opinión que tengamos sobre la vida
post mortem influye decisivamente en la vida terrenal, aunque de formas diferentes. Para Marías
tiene que ver más con una postura existencial, para Locke se trata más bien de un cálculo
utilitarista5 del individuo.

Así, para el inglés la cuestión de la autenticidad carece de relevancia, lo que de verdad


importa es el grado máximo de felicidad al que se puede aspirar. Si son ciertas las Sagradas
escrituras y para acceder al Reino de los Cielos hay que someterse a la Ley divina, entonces lo más
racional es cumplir esa ley con la expectativa de gozar de la infinita felicidad en el futuro.

III- Crítica en clave schopenhaueriana.

Mí crítica a la moral de Locke consiste en describirla como un tipo de Egoísmo; empezaré


con un claro ejemplo:

Supongamos a un hombre que nace siendo egoísta y a pesar de contar con una considerable
hacienda nunca dona nada ni se compadece de sus congéneres. Sus vecinos al escandalizarse por su
comportamiento le soltarán con frecuencia discursos edificantes y le dirán que si no cambia su
conducta irá al infierno. Este hombre terminará por creerles, tratará a sus congéneres con
misericordia y dará limosnas con regularidad. En apariencia este hombre se ha convertido en un
santo pero si profundizamos en su alma nos damos cuenta de que es el mismo egoísmo el que le ha
llevado a ser compasivo, pues ahora al igual que antes sigue buscando su propio beneficio, solo que
lo busca en la otra vida.

¿Este cambio en el comportamiento del sujeto supone un cambio moral del mismo?¿La
experiencia ética de los individuos se reduce a esto?¿El Cristianismo pretende provocar este tipo de
transformaciones tan superficiales? Mi respuesta a las tres cuestiones es negativa. Es muy
perjudicial entender la vivencia moral desde estos presupuestos utilitaristas pues solo logra
4 Ibidem, p.294
5 Ante litteram o, como suele decirse ahora con insoportable mal gusto, avant la lettre.
empobrecerla. Nos encontramos ante lo que Kant llamaría un imperativo hipotético: si quieres ir al
cielo sé bueno ¿Quién va al cielo? ¡Tú, si eres bueno! Y ,¿qué hay de heroico en emprender una
buena acción con la única intención de ganar al cielo?

A mi juicio6 hay tres modos de vivir la moral:


• El egoísmo. Es el estado ordinario de la conciencia moral de los individuos. Estos
simplemente buscan satisfacer los deseos que les impone su voluntad particular. Se pueden
dar una enorme diversidad de conductas partiendo del mismo egoísmo vital. Como se ha
visto antes la bondad que emana de las recompensas ultraterrenas o la falta de compasión
por los semejantes son frutos del mismo egoísmo. Pasa lo mismo cuando se da una limosna
para evitar el remordimiento que causaría no haberla dado.
• El mal. Con el mal no me refiero al mal que ocasionalmente inflige un hombre a otro
arrastrado por cierto anhelo de su voluntad, aquí me estoy refiriendo al mal por el mal, es
decir, el mal desinteresado. Esta postura, aunque pérfida, tiene algo de admirable si se tiene
en cuenta que las personas que viven así están dispuestas a hacer el mal aunque ello tenga
consecuencias nefastas por ellos mismos. La venganza en la que se llega a arriesgar la
propia vida y en la que se expone uno a múltiples desgracias constituiría una versión algo
más moderada de esta maldad7.
• La abnegación. La abnegación es el estado en el que se extingue la propia voluntad y en el
que impera el sacrificio por los demás. No es solo la búsqueda del bien por el bien
desinteresada sino que es el total desprendimiento de uno mismo. Este estado solo ha sido
alcanzado por un puñado de hombres, aquellos que solemos llamar místicos, los cuales son
insobornables incluso por el mismo cielo.

El el último tipo de vivencia es donde reside la verdadera moralidad, la sincera compasión


(cum passio) hacia el otro y socorrerle no por los remordimientos que conllevaría no hacerlo sino
por que el dolor ajeno duele tanto como el propio. El compasivo ya no tiene una experiencia del
ego escindida del resto de la humanidad. El yo es aniquilado y disuelto en la divinidad mediante
prácticas ascéticas y unitivas.

El poverello de Asis conocía muy bien esto al decir “Amad a vuestros enemigos y haced el
bien a los que os odian, pues nuestro Señor Jesucristo (cuyas huellas debemos seguir) llamó amigo
al que lo entregaba y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron”. En San Francisco este

6 En El mundo como voluntad y representación ya está implícita esta clasificación.


7 Es curioso que Schopenhauer nos atribuya precisamente a nosotros los españoles esta virtud, si se le puede llamar
virtud, de saciar la sed de venganza a cualquier precio y de manera desinteresada.
sentimiento llegó incluso a desbordarse sobre los propios animales: “Los animales son mis amigos,
y yo no me como a mis amigos”. En los sufís, los místicos musulmanes, encontramos esta misma
idea en el faná, la experiencia de aniquilación de la propia persona en Alláh,. El sufí que alcanza el
faná debe pronunciar: Te regalo el paraíso, con Dios tengo bastante.

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