Alicia, SR Smith, Diario de Noa, Las Chicas de La Lenceria
Alicia, SR Smith, Diario de Noa, Las Chicas de La Lenceria
Alicia, SR Smith, Diario de Noa, Las Chicas de La Lenceria
La manera de tratar una enfermedad como el Alzheimer. Trata la enfermedad con ligereza,
dulzura y a pasos lentos, sin hacer que el espectador se sienta agobiado, estresado o deprimido
por lo que está viendo.
Sin Julianne Moore en el papel de Alice el film no hubiese funcionado como lo ha hecho. Y es
que la actriz mantiene a flote toda la película por sí sola, metiéndose a la perfección en un
papel que parece creado expresamente para ella. De los demás, sólo hay que decir que podrían
haberse explotado bastante más.
Vemos muy poco el sufrimiento del marido (Alec Baldwin), por lo que casi parece estar más
harto de la situación que de preocuparse por su mujer. Es más, no podía evitar tener la
sensación de que debía de tener una amante, aunque eso no se muestra ni se habla de ello, son
sólo ideas mías.
Kristen Stewart interpreta a la rebelde hija pequeña del matrimonio que, sorprendentemente,
es la que más apoya a su madre. En verdad, es la que más parece sufrir la situación, ya que los
demás hermanos sólo aparecen para decidir el destino de su madre y en tres o cuatro escenas
más, de relleno casi todas.
Entre los síntomas iniciales que aparecen en Alice encontramos pequeños cambios cotidianos,
que empiezan a hacer evidente su deterioro cognitivo, como olvidarse de cómo hacer una
receta que hacía desde hace años, meter el champú en el frigorífico, olvidar el nombre de cosas
de la casa, etc., así como otros sucesos que implican también una dimensión social, como
olvidarse de lo que iba a decir durante una lección en la universidad, o problemas de
orientación (se pierde corriendo en un sitio muy habitual para ella). Además, en la película se
puede apreciar de forma muy evidente el tipo de evolución que tiene la enfermedad. Por
ejemplo, al principio tiene algunos problemas con el reconocimiento de personas que conoce
poco (como la nueva novia de su hijo, a quien no recuerda haber visto previamente), si bien
llega a tener problemas para reconocer a su propia hija o (al final de la película, cuando su
deterioro ya es más avanzado, a su cuidadora profesional). Este deterioro progresivo también
se hace evidente en las distintas evaluaciones neuropsicológicas que le realiza el neurólogo, y
que también aparecen en la película: Se puede apreciar el cambio en variables como memoria
verbal inmediata, memoria episódica, memoria a largo plazo, denominación de imágenes, etc.
También resulta interesante estudiar las diferentes reacciones de Alice y su familia ante el
conocimiento de la enfermedad. Aunque en un primer momento intenta mantener las formas
hasta tener el diagnóstico definitivo, Alice tiene una inevitable “explosión emocional” con su
marido, donde estremece ver en sus ojos el miedo, la ansiedad y la incertidumbre ante su
futuro. El impacto en la familia es doble: Por un lado, por la propia juventud de Alice, y por otro,
porque la tipología de inicio temprano de Alzheimer que ésta padece es hereditaria, y por lo
tanto los hijos pueden hacerse un estudio genético para evaluar las probabilidades que tienen
de desarrollarlo en el futuro. También se ha de destacar que en distintas ocasiones el papel de
John, el marido, parece ser un poco frío, no terminando de asumir la sintomatología asociada a
la enfermedad de su mujer, o no comunicándose con ella o su familia correctamente (como por
ejemplo, durante una comida en la que la hija mayor y él hablan de la enfermedad como si Alice
no estuviera presente, cuando ella aún está muy consciente a nivel cognitivo), por lo que se
echa en falta en la película una intervención psicológica familiar que les explicara también cómo
sobrellevar mejor todo el proceso.
-Curiosidades.
Como se observa en la película, el Alzheimer no hace distinciones. Está claro que tener una vida
activa a nivel psicológico, físico y social puede ejercer de efecto preventivo, pero no en casos
como el de Alice. Por ello, me resulta muy llamativo cómo la película refleja que, al ser Alice
una persona joven y con un gran desarrollo intelectual, inventa técnicas que le ayudan a ella
misma a manejar sus síntomas o incluso a controlar su avance, como los recordatorios en su
teléfono celular, las preguntas que intenta periódicamente contestar, las palabras que intenta
memorizar en la cocina, el juego con su hija, el utilizar un rotulador fluorescente para marcar lo
que ya ha leído y no repetirse así en su discurso, etc.
Por otro lado, he de decir que hay escenas que resultan especialmente desgarradoras. Por
ejemplo, cuando visita una residencia de ancianos y se da cuenta hasta dónde puede avanzar su
enfermedad, o cuando los problemas de orientación empiezan a extenderse a espacios
cotidianos (como su casa en la playa, lo que hace que finalmente no encuentre el baño y se
orine encima).
Mención especial a algunas declaraciones de Alice, frases que intentan describir la crudeza de
esta enfermedad desde la perspectiva de quien la sufre, tales como “es como si algo se
desplomara debajo de mí”, “todo por lo que he trabajado toda mi vida está desapareciendo”,
“en los días malos siento que no me encuentro a mí misma” o “a veces veo las palabras delante
de mí, no logro alcanzarlas, no sé quién soy, no sé qué será lo siguiente que pierda”. Y a nivel
visual, también me parecen sublimes las escenas de flashback de su propia infancia, en la playa,
toda una metáfora de los recuerdos a los que esta enfermedad intenta atacar.
-Nivel de realismo.
Sufrir una demencia siendo una persona joven, y mostrar síntomas de la enfermedad que van
más allá de los problemas de memoria, como son la desorientación, los problemas de lenguaje
y otros problemas de tipo cotidiano, cosas que sólo se ven en el día a día. Asimismo, me parece
brillante el discurso que pronuncia antes de que sus síntomas empeoren todavía más, poniendo
al alza la importancia de preservar la dignidad y las decisiones de las personas que sufren una
enfermedad. El Alzheimer todavía supone un tabú, mientras que la comprensión de los
síntomas y la lucha social por otras enfermedades parece mayor. Por último, sólo decir que esas
emotivas palabras de Alice parecen una enseñanza de la vida en general. En este mundo hay
una especie de progreso doloroso, añoramos lo que dejamos atrás y soñamos con lo que
vendrá. Pero hay que vivir el momento; eso es lo único que las personas con Alzheimer pueden
hacer.
En esta película comienza en una residencia de ancianos, donde un hombre de avanza edad, lee
a una mujer anciana una profunda y bella historia de amor que está protagonizada por Noah
Calhoun y Allie Nelson. Dos jóvenes que, a pesar de formar parte de dos ambientes sociales
muy diferentes (él forma parte de una sociedad más rural y humilde, mientras que ella vive en
una familia de clase alta y adinerada), se enamoran perdidamente uno del otro.
Tras un idílico verano juntos, los padres de Allie se dieron cuenta de su furtivo romance con un
chico que para ellos “no le convenía” debido a su origen humilde. Fue a partir de ahí cuando
empezaron los problemas para la pareja. Y es que Noah también tuvo que hacer las maletas
para partir hacia el frente de la II Guerra Mundial. Tras estos dos acontecimientos, era
inevitable que la relación se fuese a pique y que cada uno rehiciese la vida por su lado.
«No concordaban mucho. De hecho, casi nunca concordaban. Siempre se peleaban y se retaban
el uno al otro cada día. Pero, a pesar de sus diferencias, tenían algo importante en común:
estaban locos el uno por el otro»
Sin embargo, a pesar de la distancia y el mero paso del tiempo, ninguno de los dos estaba
dispuesto a olvidarse del otro ya que sentían que la chispa del amor y la pasión seguía como el
primer día. ¿Serán capaces de volverse a reencontrar? ¿O sus situaciones tan adversas
provocarán que ambos caigan irremediablemente en el olvido? Solo el que vea la película lo
descubrirá.
«El mejor tipo de amor es aquel que despierta el alma y nos hace inspirar a más, nos
enciende el corazón y nos trae paz a la mente»
'Las chicas de la lencería' nos habla de Martha, una viuda ya mayor cuya vida todo el mundo da
por hecho que ya no tiene más sentido que el de esperar que termine de la forma más
resignada posible, de manera casual, descubre que tenía un talento que no había trabajado
jamás: la capacidad para confeccionar lencería erótica de alta calidad y sumamente imaginativa.
El hijo de Martha, aunque sea mucho más joven que ella y que sus amigas, será el primero que
se escandalice ante semejante empresa, pero a ella no la detendrán ni la mirada censora de
quienes la rodean ni las adversidades.
Esta trama da pie a una colección de escenas que tienen bastante humor. Son todas aquellas en
las que las señoras entran en sex-shops sin el más mínimo problema y se ponen a comentar la
falta de calidad de las prendas que se encuentran a la venta en ellos o aquellas en las que las
mujeres del pueblo se prueban picardías y se encuentran arrebatadoras. El choque contra las
mentes más conservadoras del pueblo también provoca momentos divertidos que insuflan en
el espectador una especie de optimismo por los proyectos que se pueden emprender en el
otoño de la vida. El mejor aspecto de 'Las chicas de la lencería' son esos metafóricos puñetazos
en las narices que recibe el hijo de la protagonista que considera que su progenitora no puede
tener otra cosa en mente que cuidar de él y echar de menos al padre muerto.
Aún hoy en día, son incontables las mujeres que dedican devotamente sus vidas al marido,
acatando rígidas normas sociales, de modo que es fácil imaginarse qué sucede cuando quedan
viudas, teniendo de repente todo ese tiempo disponible para ellas mismas, finalmente. La
película conjetura qué pasa cuando una de esas mujeres, todavía muy vital pese a sus años, se
atreve a hacer de una buena vez lo que siempre ha querido hacer y no ha podido, quebrando
todo tipo de convención social. El tema de LAS CHICAS DE LA LENCERÍA es la autodeterminación
y el coraje de asumir cambios, dos cuestiones espinosas donde predominan netamente las
tendencias conservadoras.
Hay algo en el señor Schmidt que lo convierte en un ser odioso, miserable, profundamente
ordinario. Quizás ese algo sea su propia vida, tan normal, tan simpe y plana, una vida que, sin
dudas (y tal vez ésa sea la razón que lo convierte en un ser odioso) sin esencia, podría ser la de
cualquiera de nosotros, la de cualquier ser humano común y corriente. Interpretado por el
siempre deslumbrante Jack Nickolson, el señor Schmidt funciona como un crudo espejo hacia
fuera de la pantalla; su personalidad, su modo de vivir la vida, es un mensaje por elevación, tan
sutil como filoso, al corazón de seguramente muchos de nosotros esperábamos ver la historia
que se resisten a vivir en carne propia.
"Las confesiones del Sr. Schmidt", es melancólica en cierta parte. Re-trata un momento crucial
en la historia de Schmidt, un típico ciudadano norteamericano, recientemente jubilado, casado
desde casi toda la vida con una mujer a la que prácticamente no conoce, propietario de una
casa, un auto, una casa rodante, y padre de una hija que está a punto de casarse. Así, sin
ofrecer resistencia alguna, en medio de esa estructura cotidiana, el Sr. Schmidt planea sin
realmente planear el paso de un día tras otro hasta que todo termine alguna vez, sin pena ni
gloria.
Por su propia historia vemos en el desarrollo del film que su legado “debiera” ser mantenido
entre su familia y su trabajo, sus expectativas están puestas allí, tanto en la valorización de su
trayectoria y experiencia laboral como en el amor y reconocimiento familiar. Sin embargo, debe
enfrentarse, por ejemplo, a la cruda realidad de su discípulo expulsándolo del que era, hasta
hace días, su refugio laboral. Un joven reemplazante excusándose en exigencias horarias y
laborales, comentándole que ha realizado una buena labor con el relevo de su trabajo y que
cualquier cosa puntual que necesite lo llamará. Un espacio que fue suyo durante mucho
tiempo, le demuestra material y simbólicamente que ya no tiene un lugar allí, ni siquiera como
el portavoz de la experiencia acumulada.
Al salir de la oficina, el Sr. Schmidt se encuentra, bajo la forma de cajas apiladas y desechadas,
con aquello que para él significaba su legado laboral. Su experiencia y años transcurridos en el
cargo, plasmados en los archivos de toda su vida, de pronto arrumbados en el basural de la
empresa; mostrándole en una simple escena el no lugar de lo que él tenía para aportar más allá
de la disponibilidad de energía y vitalidad con la que contaba.
En este momento del devenir, confuso e incómodo para el Sr. Schmidt, irrumpe la muerte
repentina de su mujer que lo envuelve de angustia, soledad y desamparo. La crisis
identificatoria se evidencia con el primado de la desorientación. Le escribe a Ndugu: “recuerda
jovencito, tienes que apreciar lo que tienes mientras lo tienes”.
El sorpresivo y azaroso encuentro con unas cartas lo anotician de las infidelidades de su esposa
y la traición de su amigo, y producen la variación del desgano en enojo e impulsividad como
consecuencia del encuentro con la ajenidad de otros significativos. La necesidad de ser “sentido
y pensado” lo llevan a acudir rápidamente a su hija quien intenta frenar su visita por
adelantado. Esta última le pide que se ajuste a lo convenido con anterioridad entre ella y su ya
difunta madre. Coarta así la espontaneidad de su padre, quizás abrumada por la sorpresa; lo
deja paralizado a mitad de camino, sin motivos para retornar, ni destino planeado, pero
demostrándole una vez más que el lugar que él esperaba tener no existe. Sin embargo, la no
disponibilidad de su hija abre para él la oportunidad de asumir el riesgo de la transformación
resolviendo, a partir de la incertidumbre, el emprendimiento de un viaje hacia un encuentro
paulatino y progresivo con sí mismo. Viaje que resulta “gratificante” y que lo encuentra al
finalizar “completamente transformado, como un hombre nuevo”. Los eslabones de este
trabajo de re significación son identificables en varias de las escenas en las que logra
redimensionar sus espacios subjetivos gracias al encuentro con otros y a la puesta en marcha
de un proceso de interioridad.
Warren comienza este viaje volviendo al “inicio”, visitando su pasado, recorriendo su propia
historia en un intento de “quitar telarañas de mi memoria”, al decir del protagonista. Visita su
casa paterna reencontrándose con su lugar de origen y pasa por la Universidad, buscando su
cara de entonces en los anuarios estudiantiles. Allí, se detiene a pasar tiempo con alumnos
jóvenes a los que les cuenta de sus experiencias cuando formaba parte de esa misma
fraternidad. También les explica sobre estrategias empresariales recomendándoles qué hacer el
día de mañana. Podríamos decir que pasa la posta, e intenta trasmitir algo de su legado a un
par de jóvenes, que por lo que se observa en la película, demuestran poco interés en lo que
Warren tiene para decirles. Sin embargo, nuestro protagonista esta envalentonado, contando
entusiasmado su experiencia en la universidad y en el trabajo, y porque no en la vida.
Visita también la casa de “Buffalo Bill” un hombre increíble, de quien adjunta en una de las
cartas al niño un folleto para que sepa quién fue transfiriéndole a través de un “instrumento
mediador” particular una experiencia y un saber específicos.
Hay límites que hacen del discurso de lo enunciado un fragmento que exige, para quien lo
emite, la aceptación de la castración. Podemos pensar de este modo en una revisión de la
postura que el protagonista sostiene a lo largo de toda la película. Una renuncia a esa
pretensión omnipotente en relación a la transmisión de sus enunciados. Esta cuestión se
refleja, por ejemplo, en la escena del porch de su familia política, donde el protagonista
concreto una muy buscada y forzada charla con su hija. Allí parece querer explicarle que su
elección de vida no es nada adecuada a sus verdaderas posibilidades, cual iluminación divina,
como si se tratara de una revelación que ella debe saber y respetar. Warren le pone sobre aviso
que su futuro marido “no la merece”, que ella “puede conseguir algo mejor”. En relación a esto
último, finalmente en el casamiento de su hija, el protagonista, durante el brindis, parece
entender que el marido de su hija no es quien él elegiría, pero reconoce que es quien su hija
elige más allá de sus propias expectativas y mandatos. Con cierto dolor por esa omnipotencia
perdida, él asume parte de su castración.
Podemos animarnos a pensar algunas líneas que se entrecruzan en relación al dolor que debe
asumir el protagonista en ese proceso de envejecimiento que se encuentra transcurriendo. La
película comienza ya con algunos pantallazos sobre lo que podríamos suponer en el orden del
“Yo horror” que conceptualiza Diana Singer como contracara del Yo ideal que remite al
narcisismo primario. Tal como describe la autora, es una auténtica vivencia, momento puntual y
particular en el que el envejeciente se descubre viejo, y allí lo siniestro de este proceso de
envejecimiento. Horror que el espejo le devuelve al mismo Warren y horror también con el que
el protagonista se encuentra en la imagen de su esposa. Respecto de ella dice: “Helen y yo
llevamos 42 años de casados. Últimamente, todas las noches me pregunto ¿Quién es esta vieja
que vive en mi casa?”.
El espejo le demuestra la distancia con el que fue y con el que pretende ser; quedan grabadas
en la retina del espectador por magníficos logros estilísticos las imágenes de la vejez: la piel
arrugada, las bolsas en los ojos, las venas marcadas, las líneas que delimitan el cuerpo con
debilidad y flojera… varias imágenes que se muestran simultáneamente graficando a la
perfección lo no pensado de este momento que el envejeciente se ve obligado a asumir, “66
años debe parecerle muy viejo a alguien tan joven como vos, la verdad es que a mí también me
lo parece. Porque cuando me miro al espejo y veo las arrugas de los ojos y la piel caída en el
cuello y el pelo en las orejas y las venas en los tobillos, no puedo creer que ese realmente sea
yo”.
Golpes al Yo que necesariamente deben de asumirse, en este caso, junto al proceso de duelo
que debe encarar ante la pérdida de su mujer y su jubilación. Y en este marco podemos pensar
la posibilidad de que Warren, ante tantas pérdidas y golpes a su Yo, no quiera resignar su lucha
por un legado ideal. Es decir, ante las múltiples pérdidas a las que cualquier envejeciente se ve
sometido, Warren pareciera no tolerar una más. Así, asume la castración en el legado a su
propia hija con la condición del sostenimiento paralelo de la relación ideal que mantiene con su
ahijado. Esta relación le permite volcar todo lo que hubiera deseado que sea su vida, y sólo los
recortes que tolera y que son de esa forma posibles de transmitir sin riesgo a que sean
modificados, gracias a la distancia y las particularidades que este vínculo admite.
Emprendida la vuelta a su hogar Warrren escribe a Ndugu: “esta vez voy directo a casa, solo
haré una parada: el impresionante puente nuevo en Carnie, Nebraska, un puente que
conmemora el valor y la determinación de los pioneros antepasados que cruzaron el estado
hacia el oeste. Y me hizo pensar, mirando toda esa historia y reflexionando sobre los logros que
alcanzaron estas personas, me puso las cosas en perspectiva. Mi viaje, por ejemplo, es
insignificante comparado con los viajes que otros han realizado, la valentía que han
demostrado y las dificultades que soportaron. Sé que todos somos muy pequeños en el gran
esquema de las cosas y supongo que lo máximo a lo que podemos aspirar es a hacer alguna
clase de diferencia. Pero ¿Qué diferencia he hecho yo? ¿Qué mejoró en el mundo gracias a
mí?”.
De allí las lagrimas de Warren luego de leer la carta enviada por la monja que cuida a Ndugu:
“Ndugu es un niño muy inteligente y cariñoso. Es huérfano (…) Ndugu y yo queríamos que
supiera que ha recibido todas sus cartas y espera que tenga buena salud y sea feliz. Piensa en
usted todos los días y desea mucho que sea feliz. Ndugu tiene solo 6 años y no sabe leer ni
escribir, pero ha hecho un dibujo para usted. Espera que le guste”.
Podríamos suponer que aquellas preguntas sobre “¿Qué diferencia he hecho yo? ¿Qué mejoró
en el mundo gracias a mí?” seguidas de la reflexión sobre “cuando todos los que me conocieron
hayan muerto, y hayan muerto los que los conocieron a ellos, será como si yo no hubiera
existido jamás”, se ven movilizadas y conmovidas por esta carta recibida. Hay alguien, un
receptor de su legado. Hay, en esta carta y especialmente en el dibujo que el niño le hace, una
confirmación fehaciente de que ha hecho algo por alguien. Y ese alguien se lo ha confirmado de
una manera especial: dos sujetos tomados de la mano bajo el sol, uno mayor que otro,
pertenecientes a generaciones diferentes… quizás la figura más pequeña sea la de Warren, a
quien este niño de 6 años ha ayudado, sin darse cuenta, a encontrar su camino de vuelta a sí
mismo.