Grado Décimo - Análisis - La Bestia en La Cueva
Grado Décimo - Análisis - La Bestia en La Cueva
Grado Décimo - Análisis - La Bestia en La Cueva
después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la
caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había
seguido desde que abandoné a mis compañeros.
Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable
de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente,
medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé
los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su
residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer,
del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su
ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y
horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al
pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre
alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y
silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de
comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi
salida de este mundo.
Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto
que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de
modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes,
con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé
mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y
reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría
más oídos que los míos propios.
Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que
escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.
¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis
horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del
grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas
jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con
objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en
horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora
mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la
noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser
humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud
ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos.
Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de
un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro
patas, en lugar de dos pies.
Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia
feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la
caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una
muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el
instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el
escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más
3
duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy
extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no
fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia
-al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había
sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a
realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi
olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la
caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.
Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e
invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los
fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y
tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado
inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad,
era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las
pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de
concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes-
me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál
sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna
bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las
entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos
interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la
caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río
Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible
vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en
la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía
la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las
profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi
antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía
tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo
entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la
siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi
cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo
bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba
petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano
derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial.
Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy
cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el
terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba
correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi
sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada
hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar
con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a
cierta distancia; allí pareció detenerse.
Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad
esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil.
4
extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto
por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por
vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo
en tono profundo, continuó débilmente.
Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las
garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una
convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia
nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera
revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura
profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las
otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo
desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un
rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La
nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a
nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual
la cosa se sumió en el descanso de la muerte.
El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se
estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en
movimiento.
Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo
delante de mí.
El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro,
compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas
calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia
de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡un hombre!!!
FIN
ACTIVIDAD NO. 1
Identifica la estructura quinaria del cuento
Estado inicial:
Fuerza de transformación:
Estado resultante:
Fuerza de reacción:
Estado final
ACTIVIDAD NO. 2
Responde:
a. ¿Cuál es el propósito general del cuento?
b. ¿Qué temas se exploran en el cuento?
c. ¿Dónde se desarrollan los hechos?
e. ¿Qué tensiones enfrentan los personajes, cómo las solucionan o qué aprenden de ellas?
f. ¿Con qué otros textos que hayas leído o historias que hayas escuchado o visto, puedes
relacionar el cuento LA BESTIA EN LA CUEVA.