Francis Ponge
Francis Ponge
Francis Ponge
dos poemas
«El árbol de Francis Ponge es un árbol que ha observado a Francis Ponge y se
describe tal como imagina que éste podría describirlo. Extrañas descripciones. En
ciertos aspectos, parecen del todo humanas: es que el árbol conoce la debilidad de
los hombres que sólo hablan de lo que saben; pero todas esas metáforas tomadas
del pintoresco mundo humano, esas imágenes que hacen imagen, en realidad
representan el punto de vista de las cosas sobre el hombre, la singularidad de una
palabra humana animada por la vida cósmica y la fuerza de los gérmenes; por eso,
al lado de esas imágenes, de ciertas nociones objetivas –pues el árbol sabe que
entre ambos mundos la ciencia es terreno de entendimiento– se deslizan
reminiscencias procedentes del fondo de la tierra, expresiones en vías de
metamorfosis, palabras en las que, bajo el sentido claro, se insinúa la espesa fluidez
de la excrecencia vegetal. [...] A decir verdad, las descripciones de Ponge
comienzan en el momento supuesto en que, estando terminado el mundo, acabada
la historia, casi hecha humana, la naturaleza, la palabra pasa delante de la cosa y la
cosa aprende a hablar. [...] De este modo se constituye en voluntad mediadora de lo
que asciende lentamente hacia la palabra y de la palabra que baja lentamente hacia
la tierra, expresando, no la existencia anterior al día, sino la existencia de después
del día: el mundo del fin del mundo.» (Maurice Blanchot, “La literatura y el
derecho a la muerte”, en De Kafka a Kafka).
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Francis Ponge. Dos poemas de Tomar partido por las cosas
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Los árboles se deshacen en el interior de una esfera de niebla
Entre la niebla que envuelve los árboles, las hojas les son robadas; las mismas que,
desconcertadas por una lenta oxidación y mortificadas por la retirada de la savia en
provecho de las flores y frutos, desde los grandes calores de agosto ya estaban menos
unidas a ellos.
…..En la corteza se labran regueros verticales por donde la humedad es conducida hasta el
suelo, desinteresándose de las partes vivas del tronco.
…..Se dispersan las flores, se desprenden los frutos. Desde la edad más temprana, el
abandono de sus cualidades vivas y de partes de su cuerpo ha llegado a ser para los árboles
un ejercicio familiar.
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El fuego
El fuego hace una ordenación: primero, todas las llamas se mueven en un sentido…
…..(No se puede comparar el modo de andar del fuego más que con el de los animales:
debe dejar un lugar para ocupar otro; camina a la vez como una ameba y como una jirafa,
salta con el cuello, repta con un pie)…
…..Luego, mientras las masas contaminadas con método se desploman, los gases que
escapan se van transformando en una sola rampa de mariposas.
El mar hasta la cercanía de sus límites es una cosa sencilla que se repite ola por ola.
el hombre se precipita a las orillas o a la intersección de las cosas grandes para definirlas.
y se enrarece: un espíritu necesitado de nociones debe ante todo hacer provisión de apariencias.
Mientras que el aire hasta cuando está atormentado por las variaciones
esta parte de la extensión se estira entre lo uno y lo otro más o menos leonada y estéril,
por operación sobre una chatura sin limites del espíritu de insistencia
que suele soplar de los cielos, la ola llegada de lejos sin choques
Pero una sola y breve palabra se confía a los cantos rodados y a las conchillas,
a veces quizá con fuerza algo mayor. Cada una por encima de la otra
cuando llega a la orquesta se levanta un poco el cuello, se descubre,
el mismo día de la presentación por el mar prolijo y prolífico en ofrecimientos labiales a cada orilla.
Así también en vuestro foro, oh cantos rodados, no es, para una grosera arenga,
algún villano del Danubio el que viene a hacerse oír: sino el Danubio mismo,
mezclado con todos los otros ríos del mundo después que han perdido
sólo al gusto de quien se cuidara mucho de apreciar por absorción su cualidad más secreta, el
sabor.
De ahí que éste parecerá aun a sus propias orillas siempre ausente:
hace creer sin duda a cada una que se dirige especialmente hacia ella.
capaz para cada cual de todos los arrebatos, de todas las convicciones sucesivas,
conserva en el fondo de su permanente tazón su posesión infinita de corrientes.
Sale apenas de sus bordes, por sí mismo pone freno el furor de sus olas y,
o muestra de sí propio, se limita a hacer una reverencia extática por todas sus orillas.
sobre las tres cuartas partes del mundo. Ni el ciego puñal de las rocas,
Francis Ponge
Taller para poemas inexplicables
Lluvia
La lluvia, en el patio donde la miro caer, cae con apariencias muy diversas. En el
centro, forma una delgada cortina (o red) discontinua, de una caída implacable pero
relativamente lenta de gotas probablemente bastante livianas, una precipitación
sempiterna, sin vigor, una fracción intensa de meteoro puro. A poca distancia de los
muros a izquierda y derecha, caen ruidosamente gotas más pesadas, individuadas.
Aquí parecen tener el grosor de un grano de trigo, allí el de un guisante, más allá el de
una cuenta. Sobre los listeles, sobre las balaustradas de la ventana corre la lluvia
horizontal mientras que sobre la faz interior de estos mismos obstáculos queda
suspendida como caramelos de forma convexa. Según la superficie toda del pequeño
techo de zinc que domina la mirada, corre en pequeños arroyitos de colores
cambiantes a causa de las tan variadas corrientes que se desprenden de las
imperceptibles ondulaciones y resaltos del techo. Desde el canalón adyacente en el
cual se desliza contenida en un cauce hueco sin mayor pendiente, cae súbitamente
como un hilo perfectamente vertical, trenzado bastante groseramente, hasta chocarse
con el suelo donde resurge bajo la forma de brillantes agujas.
Cada una de estas formas tiene un apariencia particular, y a cada una responde un
ruido particular. El todo vive con una intensidad como si se tratara de un complicado
mecanismo, tan preciso como azaroso, como el de un reloj cuya cuerda es el peso de
una determinada masa de vapor en precipitación.
El timbre al tocar el suelo los hilos verticales, el gluglú de las goteras, los minúsculos
toques de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin monotonía, no
sin delicadeza.
Las patrullas de la vegetación se detuvieron antaño sobre la estupefacción de las rocas. Mil
bastoncillos de terciopelo de seda se sentaron entonces a la manera de sastres antiguos.
Desde entonces, desde la aparente crispación del musgo en la misma roca, con sus lictores, en el
mundo preso de una confusión inextricable y oprimido allá abajo, todo pierde la cabeza, patalea,
se agoga.
Todavía más: los pelos han crecido, con el tiempo todo se ha ensombrecido más.
¡Oh preocupaciones de pelo cada vez más largo! Las profundas alfombras, en oración cuando
alguien se sienta encima, se leventan hoy con sus aspiraciones confusas. Así, se producen no sólo
sofocos, si no asfixia.
Pero escalpar simplemente de la vieja roca austera y sólida esos campos de felpa, esos felpudos
húmedos, se hace posible por saturación.
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Francis Ponge. Trad. Miguel Casado. En el volumen recopilatorio: La soñadora materia (Galaxia
Gutenberg, 2006)