Besacalles - Andres Caicedo PDF
Besacalles - Andres Caicedo PDF
Besacalles - Andres Caicedo PDF
Besacalles
Por Andrés Caicedo
ENTONCES CORRO HACIA LA ESQUINA, y si hay verja por alguna parte, apoyo un pie en ella y me pongo
una mano en la cintura, acomodando bien la cartera con la otra mano, y así los espero. Cuando pasan
frente a mí, aguardo a que me miren con interés para lanzarles la sonrisa. Después de todo eso, alcanzan
a dar dos pasos, máximo tres. Allí es cuando se deciden. Voltean primero la cara; después se me acercan
muy lentamente. Entonces pueden decir qué horas tiene mamita o qué más hermana o pa’dónde va mija.
Allí yo me hago la poco interesada y los miro como de reojo, sí, como de reojo, y me alejo caminando ni
muy despacio ni muy rápido. Si el muchacho es tímido, pues dará la espalda muy avergonzado; en ese caso
yo me vuelvo, y medio le grito qué, ¿se va ya? Él se asombra mucho ahora y sonríe y puede decir eso
depende de usted, ¿no? Pero si es entrador el muchacho, cuando yo me haya alejado un poco, él no
perderá aún las esperanzas y se pondrá a seguirme a una distancia de diez metros o diez pasos, pero eso
sí, acercándose cada vez más. Cuando ya estemos cerca del río, volteo la cabeza de vez en cuando como
para darle ánimos en caso de que sea necesario, y ya en una parte bien oscura y bien sola doy media vuelta
y me le acerco y le digo muy lentamente qués lo que usted sestá creyendo joven. Aquí siempre se producen
reacciones interesantes: algunas veces, cuando son groseros, responden y usted, qué es lo que también
está pensando; otras veces, cuando realmente no saben qué decir: bueno, es que yo quería que
conversáramos, ¿sabe? De todas maneras, lo que importa es que a estas alturas ya estamos muy cerca, y
yo solamente espero a que él acabe de explicarse para mandarle la mano con mucho estilo; pero al mismo
tiempo estoy mirando hacia todas partes, ¡y casi nunca viene nadie y no se ve nada de lo oscuro! No se ve
pasar un alma, y a dos metros de nosotros comienza el río.
Pero hay días en los que las cosas no suceden tan bien que digamos, pues por más que camino por las
calles de Cali no encuentro a ningún muchacho disponible. O en el peor de los casos me encuentro con
ese pecoso que no me puede ver sin dejar de gritarme cosas. La otra vez que yo estaba en el paradero del
bus Azul con dos pollitos de lo más queridos, pasó la lado y al verme sonrió con esa maldad suya y se quedó
a esperar el bus allí, al lado de nosotros, sólo para hacerme sufrir, lo sé. Un día de estos voy a tener que
hablarle, decirle que por favor me deje tranquila, que yo nunca le he hecho nada malo. Y si no me hace
caso pues tocará comenzar a pensar en un modo más efectivo de quitármelo de encima. Sí, porque mi vida
ya está lo suficientemente organizada como para que venga ese muchacho pecoso a estropear todo lo que
ya he alcanzado.
Aun así, hay noches en las cuales todo me sale a las mil maravillas: puedo llevar hasta cinco muchachos al
río, y quién quita que entre esos haya uno que comprenda todo de la mejor manera, como uno del viernes
pasado, que quiso terminar las cosas como Dios manda. El problema se arma cuando piensan que algo
está funcionando mal, porque a pesar de todo yo no puedo perfeccionar hasta el más ínfimo detalle,
entonces se ponen impertinentes y groseros, de modo que tengo que enojarme de veras, vayan a comer
mierda, a ninguna mujer le puede gustar que un hombre quiera hacerle el amor de esa forma tan burda,
y me paro arreglándome el vestido. Aquí es cuando ellos balbucean y dicen cosas pidiendo perdón, no
mamita, no se vaya que mire que ni siquiera hemos empezado, comprenda, nada más mire en el estado
que me deja, ¿ah? Pero yo me voy caminando como si nada, de lo más campante, y si me los encuentro
mañana u otro día, pues no los saludo, me hago la loca y listo.
1/3
Besacalles
Por Andrés Caicedo
El muchacho pecoso que les digo estudia en el Conservatorio y tiene un pelo y unos ojos muy bonitos. Yo
lo conocí por intermedio de un amigo suyo a quien la otra vez también me lo llevé pal río.
Donde se consiguen más muchachos es por los lados del Latino, a eso de las ocho de la noche, sábados y
domingos. Pero hay que tener cuidado porque a lo mejor me encuentro con Frank y con toda su gallada y
otra vez me obligan a pegar pal río, y si no me dejo de todos, allí mismo me cortan hasta que no quede
nada de mi cara y le cuentan a mi hermano que yo estoy metida de buscapollos por todas las calles de Cali,
y para qué decirnos mentiras: yo sé que mi hermano sí me mata. Pero no creo que al muchacho pecoso
haya que tenerle miedo porque nunca anda en barra, siempre que me lo encuentro va solo, así que no hay
peligro. Como ya dije, lo conocí por intermedio de un amigo suyo y desde esa noche me gustó cantidades
y comencé a seguirlo siempre que salía del Conservatorio, pero nunca pude acercármele porque siempre
había mucha gente alrededor. Hasta que una noche me lo encontré de frente, sin querer, por los lados de
La Gruta, y a pesar de la cantidad de gente que pasaba le dije quiubo y él me dijo vé, quiubo, entonces me
embollé toda pues no sabía qué hablarle, hasta que le solté pa dónde vas y él me contestó pa cine, y le
pregunté de una ¿no me invita? Me gustaría, hermana, pero ya una pelada mestá esperando. ¡Ah! dije yo,
tragando saliva; bueno, chao pues, y comencé a irme hasta que él me dijo pero si querés nos encontramos
mañana, vos verás. ¿Mañana? Bueno, a qué horas, pregunté, arrepintiéndome después porque no me
hubiera gustado parecer tan interesada, ¿no? Pero él me respondió de una a las nueve de la noche al
frente del Club de Tennis, por aquí mismo, por la Avenida Colombia, ¿okey? Okey, le respondí yo, y allí
mismito le di la espalda, como para que viera que a mí también me estaba esperando una persona. Pero
la verdad fue que me puse a seguirlo hasta el teatro, y allí vi que era mentira lo de la pelada que estaba
esperando, porque entró solo a cine. A lo mejor es que no tenía plata para invitarme, quién sabe. Hombre,
pero no era sino decirme y yo hubiera pagado la boleta, yo no sé por qué es que ponen tanto problema.
Llegué a Cali cuando tenía 11 años. Mi papá consiguió un empleo en una agencia de repuestos Ford, y allí
duró siete años hasta que se murió de tuberculosis. Mi hermano montó después un negocito de verduras
y de granos para que lo administráramos mi mamá y yo. Pero desde allí todo comenzó a irme mal, porque
al rato comprendieron que yo salía los sábados era a buscar muchachos, de modo que si te encontramos
en esas, palabra que te matamos, y yo sabía que si me encontraban cumplían la amenaza. Entonces conocí
a Frank, y él fue el que me convenció para que entrara a su gallada, y que me volara de la casa y todo eso
para que pudiera batir a la gente día y noche. Pasábamos muy bien al principio; yo creía que Frank me
tenía cariño porque cada vez que iban a hacer una cagada me invitaban a mí de las primeras, y cuando le
quemaron la tienda a Morales dejaron que yo tirara la primera molotov de las que hacía El Merrengue.
Pero a mí las cosas nunca me han durado lo suficiente, y en esa ocasión se terminaron cuando hicimos
aquel paseo al Pance. Los muchachos estaban muy contentos porque habían sacado a esa gallada que
quería apoderarse del charco. Los hicieron correr y aún corriendo les daban madera, y creo que hasta
dejaron a uno medio muerto, yo vi cómo lo cargaban en los hombros, gritando que los dejaran ya
tranquilos, miren que tenemos un muchacho herido; pero los muchachos de Frank siempre han sido tesos,
de eso no cabe la menor duda, y no dejaron de masetiarlos hasta que desaparecieron por esa portada que
quedaba debajo de los palos de mangos. Palabra que yo nunca los había visto tan felices, saltando y
haciendo piruetas y proclamando que ellos eran la mejor gallada del mundo, y al que no le gustó pues que
salte, pero quién iba a saltar si todo el mundo en Cali les tenía era terror, físico miedo. Entonces Julián,
uno de los más cagadas dijo pero qué estamos esperando, si tenemos aquí hembritas, y él que dice eso y
Marta, la otra pelada de la barra, que sale hecha un tiro, pero la agarraron a los veinte pasos, y los 12 se
le fueron encima sin dejarla siquiera decir ni pío. Marta era de ojos verdes y muy bonita, me parece que
ya no está viviendo en Cali, que los papás tuvieron que mandarla para Estados Unidos. Y como era tan
bonita a mí también me comenzaron a entrar ganas como de hacerle alguito a mi manera, y así dije, que
también me dieran chico, entonces todos voltearon a mirarme, y creo que el acuerdo fue mutuo porque
2/3
Besacalles
Por Andrés Caicedo
al momentico se me tiraron sin dejarme siquiera levantar del pasto. Después yo no veía sino a Marta que
se arreglaba la ropa y se limpiaba los mocos, y a ellos que después de acabar conmigo se habían echado
de espaldas en el verde prado. Se tiraron por última vez al río y arreglaron todas sus cosas. Después le
dieron la mano a Marta para que se parara, y muy amables y todo les dio por consolarla, tranquila mija,
toda pelada que quiera estar en la gallada, tiene que ser bien chévere, vos sabés; y ella sonrió y dijo sí,
claro, pero es que con tantos me duele, hombre. El dolor pasa, le dijeron, y no se habló más; se
comenzaron a ir sin voltear a verme, y yo creí que era que se habían olvidado de mí o cualquier cosa, por
eso tuve que gritarles y correr detrás de ellos para que no me dejaran allí sola, y sobre todo ahora que
estaba anocheciendo…
Estuve allí, al frente del Club de Tennis como a las ocho y media, y a decir verdad desperdicié bastantes
oportunidades, porque más de cuatro muchachos pasaron mirándome, pero a mí esa noche solamente
me importaba el muchacho pecoso, y lo esperé hasta las diez y media pero no vino. Pasó una larguísima
semana antes de que volviera a encontrarlo, no bastó que todas las noches lo esperara a la salida del
Conservatorio, con todo el mundo mirándome y comentando; parece que le habían cambiado los horarios
o se había salido. La noche que lo encontré por fin, salía por primera vez con mucha gente, por eso me
escondí detrás de los árboles de la esquina, pero creo que él ya me había visto, porque al cruzar la esquina
me dijo quiubo hermana. Qué hubo le dije yo, y ya estaba rodeada por todos sus amigos, hasta que él dijo
bueno jóvenes, aquí me quedo yo. Ellos se fueron después de despedirse entre risas y él se quedó
mirándome y me dijo qué más hermana poniéndome su brazo en el hombro. A dónde vamos, dijo. Vamos
a dar una vuelta por allí, le respondí. Caminamos sin conversar hasta que llegamos a la orilla del río Cali, y
allí fue donde me besó por primera vez, y yo tuve que atajarlo para que no fuera tan rápido porque podía
venir gente, ¿no? Cómo que rápido, si antes es que nos estamos demorando mucho, y diciendo eso me
besaba en la nuca y este era el momento que había esperado y comencé a acariciarle el estómago como
yo únicamente lo sé hacer. No sé cómo hizo, pero allí mismo me metió una zancadilla del tamaño de Cali,
y fui a dar al suelo de lo más feo y ya lo tenía encima, y todo eso sin ver si venía gente. Pero yo no quise
pensar en nada, pues todo iba muy bien y muy rico hasta que él metió la mano debajo de mi falda sin que
yo pudiera evitarlo. Entonces quedó paralizado. Pero antes de que yo reaccionara me levantó
agarrándome de los hombros y me arrancó la blusa y sacó los papeles y los algodones gritando que su vida
era la vida más puta de todas las vidas, y dándome patadas en los testículos y en la cabeza hasta que se
cansó. Cuando se fue, no sé si estaba llorando o se estaba riendo a carcajadas.
Como ya dije, mi vida está ya lo suficientemente organizada para que venga él a estropearlo todo, sobre
todo que me lo encuentro a cada rato por las calles de Cali, pero lo bueno es que siempre anda solo, por
eso el asunto puede remediarse relativamente fácil. Y si no puedo, pues tocará ir pensando en pegar pa
Medellín o para Bogotá o a Pereira, inclusive, pues en esta ciudad las cosas se están haciendo cada día más
difíciles.
3/3