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l A CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 577

NUESTROS GRANDES COLA-


BORADORES EXTRANJEROS

HISTORIA Y POESÍA

LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR


LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES

"Todos estos poemas, aquellos á lo menos que resumen el


pasado, son la realidad histórica condensada ó la realidad his-
tórica adivinada. La fícción á veces, la falsificación jamás; nin-
gún abultamiento de líneas; fídelidad absoluta al color de los
tiempos y al espíritu de las civilizaciones diversas."
Seria difícil definir lo que debe ser el poema histórico me-
jor que lo ha hecho Víctor Hago en esas líneas transcritas del
prólogo á La leyenda de los siglos; pero no conocemos poeta
que más que él haya sido infiel á su programa y merezca
que su obra sea calificada en términos contrarios: la ficción
frecuente, la falsificación sistemática, un abultamiento constan-
te de líneas, la ignorancia del espíritu de las civilizaciones di-
versas. El valor de Hugo como poeta, como prodigioso crea-
dor del ritmo, no se discute aquí. Nos colocamos sobre el te-
rreno de la realidad histórica, condensada ó adivinada, don-
de él mismo nos invita á seguirle, y limitándonos al estudio de
estos temas no podemos hacer otra cosa que registrajr y de-
plorar un fracaso que tenía que ocasionar su ignorancia de la
historia, sus convicciones políticas, sus concepciones filosófi-
cas y religiosas.
Basta recorrer el cuadro de materias de La leyenda de los
1
578 cosMÓPOLis—xii-1919

siglos para ver que el plan es desordenado, que hay lagunas y


vacíos enormes. Pero cuando se ha leído la obra entera, esta
obra donde el autor, el más ilustre poeta francés del siglo XIX,
ha querido sintetizar las grandes realidades históricas y el espí~
ritu de las civilizaciones, se demuestra con una dolorosa d e -
cepción que la hermosa historia de nuestra Francia es disfra-
zada, que los héroes más puros y más altos de nuestra raza son
olvidados, que la misma Juana de Arco está ausente.
¿Cómo ha tratado Hugo la historia y la leyenda histórica d e
otros países del mundo? De una manera parecida y á veces
peor. Habiéndonos inclinado nuestra curiosidad al estudio de
los asuntos americanos, nos hemos preguntado: ¿Cuáles son
en la historia del Nuevo Mundo, desde las leyendas precolom-
bianas hasta las guerras de la independencia de fines del si-
glo XVIII y primer cuarto del XIX, los grandes hechos de guerra ó
de paz, religiosos, cienlífícos ó poéticos, que han atraído al
genio de Víctor Hugo y le han parecido dignos de ser elegi-
dos para expresar en verso lo esencial del espíritu de las civi-
lizaciones americanas? De una lectura de toda La leyenda de
los siglos, vemos que no hay otra cosa que afecte á América
qíie la poesía titulada Les Raisons de Momotombo.
Víctor Hugo concede una gran importancia á este episodio;
le consagra todo un párrafo de su corto prólogo, en el cual le
presenta como el tipo del poema donde la ficción interviene y
donde la realidad histórica es adivinada.
"Cuanto al modo de formación de algunos otros poemas enel
pensamiento del autor, se podrá tener una idea leyendo las po-
cas líneas colocadas en notadelantedela poesía titulada Les Rai-
sons de Mornotombo, líneas de las cuales ha salido. El autor lo
confiesa: ua rudimentoimperceptible, perdido en la crónica ó en
la tradición, apenas visible al ojo, le ha bastado. No está prohibi-
do al poeta y al filósofo ensayar sobre los hechos sociales, como
el naturalista ensaya sobre los hechos zoológicos la reconstruc-
ción del monstruo según la hueüa de la uña ó el alvéolo del
diente".
La nota contiene el extracto siguiente del Vogage dans
l'Amérique du Sud, de Squier;
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 579

"El bautismo de los volcanes es una anticua costumbre que


remonta á ios primeros tiempos de la conquista. Todos los
cráteres de Nicarag^ua fueron entonces santificados, con excep-
ción de Momotombo, de donde no se vio nunca volver los r e -
ligiosos que estaban encargados de ir y plantar la cruz".
Que algunos monjes hubieran arriesgado su vida por ir á
poner la cruz al borde de los cráteres humeantes no tiene na-
da de ridículo, ni menos de odioso... ¡todo lo contrario! y un
poeta, aunque fuese incrédulo, podría sacar de eso materia para
una bella p oesía. Pero no son estas las consideraciones que
inspiran á Hugo. Sobre la leyenda recogida por un viajero tra-
baja él, según nos dice, como un naturalista sobre los hechos
zoológicos. Se pregunta por qué el Momotombo se traga á to-
dos los religiosos que se aproximan á su cumbre. Y se respon-
de: Porque los dioses cristianos le inspiran horror. ¿Por qué
este horror? Porque los sacerdotes de ese Dios son más cri-
minales que los de los dioses autóctonos, porque han martiriza-
do y quemado millones de indígenas.
Y atribuye al volcán estas invectivas vengadoras:
. . . J'avais horrtur de l'ancien prétre.
Mais quandj'ai va commeni travaille le nouveau,
Qaandj'ai vu flamboyer, ciel juste, á mon niveau,
Cette torche lúgubre, ápre, jamáis éteinie,
Sombre, que vous nommez VInquisition sainte,
Qaandj'ai pu voir cotnment Torquemada s'y prend
Poar dissiper la nait da saavage ignorant,
Comment il civilise, et de quelle maniere
Le Saint Office enseigne et fait de la lamiere,
Quand f'ai vu dans Lima d'afjreux géants d'osier,
Pleins a'enfants, pétiller sur un large brasier,
Et le fea dévorer la vie, et les fumées
Se íordre sur les Seins des femmes altumées;
Quand ¡e me suis sentí parfois presque étou/fé
Par l'ácre odeur qui sort de votre auto-da-fé,
Moi qui ne brülais ríen que tambre en ma fournaise, ,
J^ai pensé que j'avais eu tort d'étre bien aise,
J'ai regardé de pres le dieu de l'étranger,
Etj'ai dit:—Ce n'est pas la peine de changer.

Con todo el respeto que le es debido osaremos decir: ¡Víc-


580 cosMÓPOLis—xii-1919

tor Hugo nos la juega buena! ¿Quién será tan candido para
creer que "ha adivinado" la historia, que la ha reconstruido,
que ha encontrado esos virulentos apostrofes operando por de-
ducción é inducción como un sabio reconstituye un mons-
truo según la huella de la uña ó el alvéolo del diente?
Sencillamente ha tomado sus razones de Momotombo en los
violentos é injuriosos libelos contra España y el catolicismo,
en los libres de historia falsificados. Ha procedido con buena
fe, sin duda, mas con la buena fe de la ignorancia apasionada
que acepta, que hasta investiga sin verificación ni comproba-
ción todo lo que puede ser útil á su tesis ó á la expresión de
sus odios políticos y religiosos. Si hubiera estudiado la histo-
ria verdadera, de la cual quiere ser el intérprete en poesía, ha-
bría llegado á conclusiones diametralmente opuestas.
El código de Leges de Indias es el más humano, el más pa-
ternal que un gobierno de conquistadores europeos haya im-
puesto jamás á un país de ultramar colonizado. No diremos
el más hábil porque en él la fuerza no está bastante puesta al
servicio del derecho superior de la civilización. Lejos de ser
cruel y sanguinario, peca más bien por exceso de mansedum-
bre y de dulzura evangélica. La utopia—esa utopía que creemos
propia de nuestro tiempo—tiene en ese código una buena pla-
za; se ve allí demasiado la influencia de algunos monjes espa-
ñoles del siglo XVI que fueron los pacifistas, los antimilitaris-
tas, los anticoloniales de entonces, los antecesores espirituales
de Juan Jacobo Rousseau y deTolstoi, y que sosteniendo en los
consejos del rey la doctrina del derecho de todos los pueblos
á disponer de ellos mismos y yendo á los campos á predicar
la deserción, estuvieron á punto de provocar la catástrofe más
formidable que la historia hubiera registrado.
Para atenernos al asunto tratado por Víctor Hugo, podemos
afirmar, con documentos históricos en la mano, que el número
de victimas de la Inquisición entre las poblaciones indígenas
de América no fué ni de varios millones, ni de varios millares,
ni de varias centenas, ni aun de varias decenas. Se eleva, si
puede emplearse esta palabra, á la cifra de cero. Una ley del
código de Indias sustraía, en efecto, á los indígenas á la juris-
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POB LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 581

dicción del tribunal del Santo Oficio"porque es necesario, dic«


la misma, tratarlos como niños menores que obran sin malicia.
Y esta ley fué respetada; si los inquisidores iiubieran tenido la
idea de violarla, lo hubieran impedido los virreyes y los obispos,
de los cuales la mayoría fueron enemigos de la Inquisición. En
el curso de nuestras investigaciones no hemos encontrado más
que un caso de violación de la ley, y aun no lo es propiamente
hablando. Antes que la Inquisición fuera regularmente organi-
zada en América, el primer arzobispo de Méjico, provisto de
poderes inquisitorales, juzgó y condenó á muerte á un jefe in-
dio que había vuelto á la idolatría y hacía sacrificios humanos
á sus viejos dioses sanguinarios. Cualquiera otro tribunal y en
cualquier tiempo y país hubiera pronunciado la misma sen-
tencia, pero el gran inquisidor español dirigió una carta de
censura al arzobipo por haberse mezclado en lo que no le
atañía.
En el lugar de la más humana de las leyes ha puesto Hugo
montones de carne torturada y quemada. Ha sustituido la ver-
dad histórica con una abominable mentira. Y llama á esto un
poema resumiendo el pasado sin abultamiento de lineas y de
"una fidelidad absoluta ai color de los tiempos y al espíritu de
las civilizaciones diversas". ¡Y es lo mejor que encuentra para
poner en verso en una Leyenda de los siglos en la historia de
América!
Aunque la Inquisición hubiera cometido los crímenes que
le atribuye, la poesía sobre las razones de Momotombo no hu-
biera bastado para condensar la realidad histórica americana y
el espíritu de sus diversas civilizaciones. Pero Hugo no ha vis-
to nada ó no ha querido ver de uno de los conjuntos de he-
chos más variados y más ricos en episodios líricos, fastuosos,
emocionantes, épicos, encantadores y pintorescos que la histo-
ria podía presentar á la imaginación y al genio de un poeta
como él. No ha visto la barbarie azteca, á la cual hubiera sido
justo reservar las imprecaciones del Momotombo, ni la misterio-
sa civilización de los Toltecos, ni los Incas, hijos del Sol. No
ha visto ni á Cristóbal Colón el Descubridor, ni á los grandes
conquistadores, ni á Hernán Cortés, ese espejo de caballeros.
582 cosMÓPOLis—xii-1919

uno de los seres más perfectos que ha producido la raza de


los hombres, ni aun al terrible A§;u¡rre, cuyas cartas de insultos
a! rey de España le habrían proporcionado la materia para uno
de esos poemas que afícionaba. No ha visto en el Norte las
epopeyas anglosajonas y francesas. Tampoco ha visto el sacu-
dimiento de un continente, que gracias á prodigios de heroís-
mo se libra de la dominación europea. No ha visto á Bolívar,
cuyo genio militar iguala al de Napoleón, Bolívar el patricio,
padre de pueblos, que cuando Víctor Hugo tenía veinte anos
era el ídolo de los republicanos franceses. ¡Todos estos fastos,
todas estas realidades históricas, todos estos esplendores poé-
ticos desaparecen en la acre humareda de hogueras que jamás
han existidol
En lugar de fiarse de libelos de "pensadores" franceses,
ingleses y alemanes anticatólicos y antilatinos, de las historias
mentirosas escritas por abates demócratas que al final del si-
glo XVIII reprodujeron los argumentos de ciertos monjes anar-
quistas del XVI, hubiera hecho mejor Víctor Hugo leyen-
d o la obra sobre la Nueva España, escrita en nuestra lengua
por un contemporáneo de su juventud, el prusiano afrancesado
Alejandro Humboldt (1825); hubiera aprendido una buena par-
te de la verdad. Humboldt no era por cierto un apologista de
£spaña ni del catolicismo, pero era un sabio honrado, de con-
ciencia, y se esfuerza en ser imparcial y no vacila jamás en d e -
cir lo que ha descubierto y comprobado en el curso de sus via-
jes de estudios en los diversos países de la América española.
Pero Hugo, que quiere hacernos creer que para escribir sus
poemas históricos trabajaba sobre los hechos como un natura-
lista sobre ios hechos zoológicos, era demasiado parcial y d e -
masiado apasionado. Si hubiera trabajado como dice, algunas
páginas de Humboldt ó de otro autor verídico habrían bastado
para inspirarle, no sólo otra poesía distinta de la de Momo-
tombo, sino también—pues todo se encadena—para demoler
los prejuicios y los errores que le han dictado una buena cuar-
ta parte de La leyenda de los siglos.
Pocos documentos ilustran el espíritu de un pasado que fué
¿odo lo contrario de lo que se imagina, tan bien como la larga
LA CONQUISTA BE AMÉRICA fOR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 583

y minuciosa descripción que nos hace Humboldt de la Escuela


de Bellas Artes de Méjico. Esta Escuela tenía una renta anual
que equivalía en nuestra moneda actual á medio millón de fran-
cos. ¿Cuándo nuestra Europa contemporánea ha poseído escue*
las ^tan ricas? ¿Y cuándo han empleado tan juiciosamente
parecidas rentas? Se enseñaba la arquitectura, la escultura, la
pintura y los numerosos oficios de arte que embellecen las ciu-
dades y las casas. Contribuyó al buen gusto en la sociedad me-
jicana y á ella debió Méjico el ser, á fines del siglo xviii, una
de las ciudades que causaban la admiración de los sabios y de
los viajeros, los cuales no conocían en Europa otras que pudie-
ran comparársele. En esa Escuela de Bellas Artes la enseñan-
za era gratuita para los pobres, como lo era en todos los esta-
blecimientos de la América española, desde la escuela primaria
hasta las universidades. Y lo más notable para sorprender á los
autores y lectores de nuestros Manuales es que eran admitidas
las gentes de todas clases, castas y colores.
"Grandes salas muy bien iluminadas por lámparas de Ar-
ganda reunían todas las noches algunos centenales de jóvenes,
de los cuales algunos dibujaban los yesos y modelos vivos, y
otros copiaban dibujos de muebles, candelabros y otros orna-
mentos en bronce. En esta reunión, los rangos, los colores, las
razas de hombres se confundían; veíanse indios ó mestizos al
lado de blancos; los hijos de un pobre artesano rivalizaban con
los niños de los grandes señores del país."
Esto escribía Humboldt. Los hijos de los indios y de los
pobres obreros españoles trabajaban en Méjico con los hijos de
los virreyes, de los capitanes generales, de los descendientes
de los conquistadores, fraternalmente unidos en el culto del es-
tudio y de la belleza. jY qué bellezal Aquí Humboldt, ano-
tando fíelmente y sencillamente lo que ha visto, ofrece sin que-
rerlo el asunto de un poema tan espléndido que causa extra-
ñeza qué no lo haya intentado ningún poeta, admitiendo que
los poetas hayan leído el Ensayo político sobre el reino de
Nueva España. Podría titularse: La conquista de América por
los dioses del Olimpo.
*E1 Gobierno ha asignado (á la Escuela de Bellas Artes)
S84 cosMÓPOLis—xii-1919

un edificio espacioso, en el cual se encuentra una colección de


yesos más bella y más completa que no se encuentra en nín-
gfuna parte de Alemania. Es sorprendente ver que el Apolo
de Belvedere, el grupo de Laocoon y las estatuas más colosa-
les hayan podido pasar por caminos de montañas, que son, al
menos, tan estrechos como ios de San Gothard; es una gran
sorpresa encontrar estas obras maestras de la antigüedad re-
unidas bajo la zona tórrida en una meseta que sobrepuja la
altura del convento del gran San Bernardo."
En nuestra época, donde las comunicaciones y los trans-
portes son tan rápidos y tan fáciles por vapores ó caminos de
hierro; en nuestra época, que se alaba de "arrojar de todas
partes las tinieblas d e la ignorancia", ¿cuál e s el Gobierno
que trata á una colonia lejana como la España del antiguo régi-
men trató á Méjico? Si á los extractos que anteceden se añade
el conocimiento de otras páginas y documentos, nadie dudará
en responder: [ninguno! (1).
Para formarse una idea de lo que fué esta conquista de
América por los dioses del Olimpo que llevaron los españo-
les, para concebir la fabulosa antítesis,fdigna del genio de Víc-
tor Hugo, que estas palabras representan, es preciso ir al Tro-
cadero á ver los horribles ídolos aztecas y después correr al
Louvre á la pura fíesta de los ojos y de la inteligencia delante
de la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo.
Preciso es evocar esta procesión triunfal que sale de Ma-
drid á través de llanuras, ríos, montañas y mares océanos, y
llega delante de la tierra de las Indias de Occidente. Un día,
bendito entre todos los días, los indígenas de Veracruz ven
desembarcar en su playa, de una carabela del rey de España,

(1) He aquí una ordenanza de Carlos V en 1551:


«Para servir á Dios nuestro Señor, y por el bien público do nuestros rei-
nos, conviene que nuestros vasallos y naturales tengan universidades y estu-
dios generales y que sean instruidos y graduados en todas las ciencias y fa-
cultades. Así, por el gran amor y la voluntad que tenemos de honrar y favo-
recer á los de nuestras Indias y «arrojar de entre ellos las tinieblas de la igno-
rancia», creamos, fundamos y constituímos en la ciudad de Lima y en la da
Méjico universidades y estudios generales.»
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 585

blancas estatuas de hombres y mujeres, más bellos que los más


bellos de los europeos vivos; estatuas tales, que jamás habían
visto nada semejante, y que sus sueños mismos hubieran sido
incapaces de imaginar. Los dioses, los dioses inmortales de la
Helada que lleva la católica España á un país donde el paga-
nismo subsiste aún, son izados—¡con qué delicadas precaucio-
nes!—sobre carretas de bueyes ó carros de muías, y la proce-
sión emprende su marcha. Sobre una tierra tropical sin cami-
nos, marcha á través de los bosques, costea los precipicios que
dan vértigo y escala las montañas como si los dioses quisieran
aproximarse al cielo. Al fin llega—¡después de cuántos días y
d e cuántas nochesl—á la alta meseta del Anáhuac, y A p o l o h a c e
<u entrada en la capital d e Moctezuma y d e los dioses groseros.
¡Oh Fidias! ¡Oh Platónl ¿Hubierais podido imaginar esta
aventura al oeste tenebroso de las columnas de Hércules y una
tal conquista en un continente ignorado y más lejano que la
Atlántida tragada por las aguas?
¡Y son los españoles, esos "feroces destructores de ídolos",
esos "católicos sectarios de espíritu estrecho", los que después
de haber dado á América el Dios cristiano, la Virgen y nues-
tros santos, han reemplazado la piedra sangrienta de los sacri-
fícios y las horribles divinidades precolombianas por los vacia-
dos de las obras maestras de la antigüedad!
La introducción de los dioses de Grecia en Méjico produjo
una impresión de la cual quedan aún las huellas. En la capital,
en las provincias y hasta en las miserables aldeas habitadas
únicamente por los indios, las posadas, las tabernas, los cafés
populares fueron puestos bajo la advocación de los dioses. Se
ven ahora por todas partes las muestras siguientes: Al coro de
las Musas; A las ninfas del mar; Al triunfo de Baco. Yo mis-
mo he visto con mis propios ojos en un pueblo una pulquería
(establecimiento popular donde se vende una bebida fermen-
tada llamada pu/^ue^ esta muestra: Pulquería de Apolo. ¡Cuánto
hubiera celebrado Jean Moreas estos pequeños cafés!
Y para concluir, releamos las Raisons de Momotombo.
Pai regardé de prés le dieu de Féíranger.
Etj'ai dit: —C^n'est pos la peine de changer.
586 cosMÓPOLis—xii-1919

No creemos que exista un solo crítico que trate de demos-


trar que La Leyenda de los siglos es la síntesis histórica anun-
ciada por el autor. Por contra, son numerosos los que, sobre
todo entre los universitarios, atribuyen el mérito de este éxito á
José María de Heredia. Encuentran hasta que la expresión "rea-
lidad histórica condensada" define perfectamente cada uno de
los sonetos. M. Georges Pellísier celebra su "exactitud cientí-
fica" y añade:
*S¡ verdaderamente "cada sociedad, como dice Renán, cada
forma intelectual, religiosa, moral, deja tras ella una corta ex-
presión que es el tipo abreviado", se puede decir que el autor
de Trofeos ha encontrado esa expresión única. Sus sonetos son
«n su mayoría admirables "síntesis" que suponen un largo y
minucioso análisis".
M. Gastón Deschamps escribe:
"Los versos de José María de Heredia demuestran un vivo
cuidado de exactitud".
Y Jules Lemaltre juzga así los Trofeos:
"Cada uno de estos sonetos supone una larga preparación
y que el poeta ha vivido meses en el país, en el tiempo, en el
medio particular que esos dos cuartetos ó esos dos tercetos re-
sucitan. Cada uno de ellos resume á la vez mucho de ciencia y
mucho de sueño. Tal soneto encierra toda la belleza de un
mito, todo el espíritu de una época, todo lo pintoresco de una
civilización".
Veamos si estos elogios son merecidos. Examinemos á la luz
de la historia y de los documentos de la época el soneto de
los Conquérants, uno de los dos ó tres más célebres de He-
¡redia:

Comme un vol de gerfaats hors áu chamier natal,


Fatigues de porter leurs miséres hautaines,
De Palos de Maguer roaiiers *t capitaines
Partaient, ivres d'un réve héroíque et brutal,
lis allaient conquerir le fahuleux metal
Qu* Cipango múrit dans ses mines lointaines,
Et les vents alizés inclinaient leurs antennes
Aux bords mystérieux du monde occidental.
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 537

Concretemos estos dos cuartetos en frases prosaicas: los


conquistadores eran bandidos, ladrones de viajeros en los gran-
des caminos, que no pudiendo hacer su negocio en España,
donde se morían de hambre, iban á buscar fortuna en América-
Si se pregunta á un joven bachiller atestado de errores
históricos y de ideas incoherentes por ios señores Deberle,
Hubbard, Seignobos, Driault, Monod y Fayel: "¿Quién pagó
los gastos del descubrimiento, de las exploraciones y de la
conquista, que debieron ser enormes antes que pudiera comen-
zar la explotación del fabuloso metal?*, sin duda responderia:
"El Gobierno español", porque sabe que en el siglo XIX ¡a
conquista de nuestro imperio colonial se ha hecho á costa del
presupuesto. Pero á fin del siglo XV el Gobierno español, el
Estado español en la forma que se conoce, no existía. Hay una
reina Isabel de Castilla y un rey Fernando de Aragón, su ma-
rido. Su matrimonio prepara la unidad española, pero esta uni-
dad está tan poco realizada aún, que habiendo sido América
conquistada por cuenta de la reina de Castilla, los aragoneses
vasallos de su marido son considerados en las nuevas posesiones
ultramarinas como extranjeros que sólo se admiten difícilmente
y por excepción. El tesoro público de Castilla es pobre y así
seguirá algún tiempo. El año 1492 ve el fin de la reconquista
de ¡os reinos de España contra los moros, que ha durado siete
siglos, y fué en este mismo año cuando la nación que parece
agotada por sus mismos triunfos se lanza á la epopeya ameri-
cana. No obstante el entusiasmo, la valentía y la fe de esos pre-
tendidos loutiers, el pobre Estado castellano hubiera tenido que
dejar á otros el honor y los provechos de la conquista, si los
conquistadores hubieran sido los hambrientos cantados por
Heredia.
Supongamos que un Lyautey millonario, después de un
acuerdo con las Mensajerías Marítimas, celebra delante de no-
tario un contrato con el Gobierno francés por el cual se obli-
ga á equipar á su costa un cuerpo expedicionario y á hacer á
sus riesgos y peligros la conquista de Marruecos; que el Go-
bierno se compromete á nombrar á Lyautey en caso de éxito
gobernador general de Marruecos y á concederle ciertos bene-
588 cosMÓPOLis—xii-1919

ficios, pero que en caso de fracasar el Sfeneral, habiendo perdi-


do sus millones, no tiene derecho á ninguna indemnización. Su-
pong^amos que por contratos del mismo género con algunas va-
riantes, y aun concediéndoles alguna indemnización, van á Afri-
ca, para otros descubrimientos y conquistas, los Galliéni, los
Marchand, los Mangin y otros millonarios. Y he aquí un impe-
rio inmenso conquistado y organizado sin gastos ó con escasos
gastos del presupuesto de la República.
Pues de esta manera se hicieron los descubrimientos y con-
quistas españolas por empresas privadas, por armadores y por
grandes y ricos señores. Los archivos americanos y los de S e -
villa proporcionan ejemplos y pruebas. Así en la g^enealogia de
un solo americano del primer cuarto del siglo xix, Bolívar, se
encuentran diez capitanes conquistadores que fueron á America
á su costa y equiparon soldados é hicieron la guerra á su costa
también, construyeron puertos, caminos y fundaron ciudades,
todo á su costa.
Cierto es que en los séquitos de estos hidalgos hay gentes
maleantes, bandidos, mercaderes, como sucede hoy en nues-
tras empresas coloniales. También hay gentes valientes y p o -
bres que llegaron como Pizarro á ser jefes magníficos y gran-
des héroes. Pero presentarnos la epopeya americana como la
obra de miserables routiers impulsados únicamente por la sed
del oro, es hacerse cómplice de las más vergonzosas falsifica-
ciones de la historia. ¿Cuáles son, pues, los móviles que han de-
terminado á los conquistadores españoles y les han sostenido
en medio de las más rudas pruebas? Hay tres:
1." El .amor de Dios.—Después de haber hecho á toda la
España católica por la conquista de Granada, quieren con todo
el ardor, la sinceridad y el desinterés de su fe, ofrecerle el Nue-
vo Mundo; quieren civilizar este mundo habitado por bárbaros.
Y no olvidemos que entonces no había un solo hombre en
Europa para quien civilización y catolicismo no fuesen sinó-
nimos.
2° El amor de la gloria.—De la gloria personal que cada
conquistador esperaba unir á su nombre y transmitir á sus hijos.
Fué por estos dos motivos que, según la expresión de
LA CONQUIStA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y FOR LOS DIOSES 589

Auguste Comte, "su obra fué la más noble de las empresas de


conquista y de colonización de la historia".
3.° El deseo, muy legítimo, de hacer fortuna.—Heredia su-
prime los dos primeros móviles y no retiene más que el tercero,
que es el menos noble. Para él los héroes no tenían más obje-
tivo que matar á los indígenas para robarles su oro. No sabe
siquiera que estos pretendidos brutos militares fueron grandes
agricultores, sabios creadores y protectores de industrias, cria-
dores de caballos, de ovejas y del gusano de seda. Importando
en América los cereales, las leguminosas y los árboles frutales,
que eran allí desconocidos, modificaron radicalmente y en poco
tiempo en vastas extensiones el aspecto d e la superficie del
suelo.
Es preciso leer las cartas de Cortés á su padre y al rey
para comprender que la agricultura era una de las pasiones más
admirables de los conquistadores y que él resultaba como el
más experto de los profesionales. Hay que leer los Comenta-
rios reales de Garcilaso de la Vega, hijo de un conquistador y
de una princesa de la dinastía mitológica de los Incas. Hay
alli rudos guerreros, como su padre, que se transforman en jar-
dineros y en patriarcas rústicos; hay Geórgicas de una grande-
za y de una belleza que hubieran merecido la lira de un Virgi-
lio. Pero José María Heredia las ha desdeñado.
El autor de Trofeos ha falsificado la historia. Por otra parte,
los verdaderos conquistadores son, no solamente diferentes de
los suyos, sino que son más humanos, más bellos y más poé-
ticos. Los cuartetos del soneto Conquérants constituyen un la-
ment able fracaso. Pasemos á los tercetos.
Jules Lemattre, en el juicio que hemos copiado, dice que
cada soneto de Heredia "resume á la vez mucho de ciencia y
mucho de sueño". La parte de ciencia histórica está en los
cuartetos, y ya hemos visto que es una mentira. La parte de sue-
ño está en los tercetos. En efecto, después de habernds expli-
cado por qué los routiers y capitanes van al Nuevo Mundo, se
pregunta: "Cuando después de una larga travesía penetran en
el mar de los trópicos, ¿qué hacen á bordo? ¿en qué piensan?
¿cuáles son sus preocupaciones?" El poeta historiador puede
590 cosMÓPOLis—xn-1919

en este campe fíarse á su imaginación, puede inventar incluso


pero con dos condiciones:
1.^ Puesto que pretende escribir un poema que sea riguro-
samente la realidad histórica, tiene que evitar atribuir á perso-
najes del fin del siglo XV y principios del XVi, que son gue-
rreros y navegantes, actitudes y pensamientos que no pudie-
ron tener.
2.^ En el caso en que pudiera ser informado por memorias
y documentos sobre este punto, es necesario que lo que el
poeta imagine no sea inferior como humanidad, universalidad
y poesía á la sencilla verdad.
Si estas condiciones no se cumplen, los tercetos serán un
fracaso como los cuartetos y t o d o el soneto lo será. Y esto es
lo que ocurre. £1 poeta ha empezado mal para concluir bien.
Sus conquistadores toman actitudes romántico-parnasianas, ac-
titudes á lo Heredia. Las de los verdaderos conquistadores
fueron muy diferentes. Veamos el primer terceto:

Chaqué soir espérant des lendemains épiques,


L'azur phosphorescent de
L azur phosphorescent de la
la merdes
merdes trapiques
tropu
f!nr.hnn}nif Ipjir snmmflll A^iiTt mima/' dnr¿^
Enchaníait leur sommeil d^un mirage doré.

La fosforescencia del mar excita, á causa de su semejanza


de color con el oro, el sueño de los routiers que van á conquis-
tar el fabuloso meta!. Esto es literatura de! siglo XIX. No exa-
minaremos esta literatura, pero un poeta español contemporá-
neo de la conquista nohubiera escrito ese terceto.Los conquis-
tadores estaban acostumbrados á esas fosforescencias porque son
corrientes en las costas de España. Tal fenómeno no podía lla-
mar su atención y no se menciona en ninguna carta, memoria
ó documento de la época.
En su diario y en sus cartas á los Reyes Católicos, Colón
consigna sus impresiones y las de sus compañeros en la divina
aventura, y esas impresiones frescas y emocionantes son las que
encierran la más pura poesía y no la tontería pintoresca de
nuestro parnasiano. Véanse:
"Domingo 16 de Septiembre... Hoy y los días siguientes so-
plaron brisas atemperadas; la impresión de la mañana era de
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 591

gran placer. No faltaba más que oír cantar los ruiseñores. El


tiempo era como el de Abril en Andalucía.
... 18 de Septiembre... La mar está tan en calma como el
rio de Sevilla...
... 29 de Septiembre... El aireeratan dulce que elAlmirante
dijo que sólo faltaba el canto del ruiseñor.
8 de Octubre (tres días antes del descubrimiento). Tuvie-
ron un mar parecido al río de Sevilla. ¡Gracias sean dadas á
Dios!, dijo el Almirante. El aire es tan dulce como en Sevilla.
en Abril... es una delicia respirarlo... ¡tan embalsamado estál"
Estos hombres robustos, estos realistas, estos poderosos
realizadores que no son letrados y entre los cuales algunos no
saben ni leer, tocan su objetivo; mensajeros que vamos á ver
volar por encima de ellos les dicen que la tierra no está lejos.
¿En qué piensan? ¿Qué es lo que encanta el sueño de los con-
quistadores del oro que saben que la tierra del oro está pro"
xima? Se enternecen con la dulzura y los perfumes del aire,,
con la calma del mar que les recuerda la atmósfera'de Andalu-
cía y el rio Guadalquivir. ¡Sólo falta el canto del ruiseñor!
¿Quién podrá negar que Colón con expresión tan sencilla, sin
rebusca de efectos de estilo, sin emplear palabras raras, de su
emoción y de la de sus compañeros, no es más humano, más
universal, en fin, más poeta que nuestro parnasiano? Sus s u e -
ños, dice Heredia, eran excitados por el brillo de la fosfores-
cencia y del oro. ¡No!, dice Colón; soñábamos en el canto del
ruiseñor.
En esta época vivía en España un humanista italiano, P e d r a
IWartyr de Anghera, cuyas cartas á sus amigos de Italia cons-
tituyen un verdadero "periódico de informaciones" de lo»
grandes y pequeños acontecimientos de que era testigo ó sabía
de referencia. Era amigo de Colón, de Cortés y de otros con-
quistadores, pero no se conformaba con los informes que o b -
tenía de ellos y también i nterrogaba á los marinos. Era lo que
Mamamos hoy un buen repórter y también un historiador, pues
es el autor de la primera obra sobre el descubrimiento y la
conquista. Los unos y los otros le dieron cuenta de sus nostál-
gicos deseos de oír cantar un ruiseñor, y escribe en su libro d e
592 cosMÓPOLis—xn-1919

historia: "Costeando algunas islas oyeron en Noviembre cantar


ruiseñores en un tupido bosque." Pero el recuerdo de An-
dalucía y del Guadalquivir, envuelto en un sentimiento cuya ex*
presión está contenida, no basta á abrirnos el alma á la vez
tierna y viril de los descubridores. Es una mirada atrás; nece-
sitamos una mirada y la marcha adelante de los hombres in-
trépidos que han desafiado toda clase de sufrimientos y la
muerte. Heredia no nos da en su seg^undo terceto más que nos
ha dado en el primero:
Oa, penchés a tavant des Manches caravelles,
lis regardaient monter en un del ignoré
Da fond de VOcéan des étoiles nouvelles.

Pedimos perdón á los numerosos admiradores de este úl-


timo verso, que es bella literatura parnasiana y nada más; pero
los conquistadores no eran parnasianos. Ni Colón ni Cortés ni
otros conquistadores franquearon el Ecuador. Y al escribir ese
verso Heredia no ha hecho más que difundir el tremendo error
geográfico de que toda la América española estaba en el he-
misferio austral. Los primeros que penetraron en ese hemis-
ferio fueron los Pinzones y no eran por cierto routiers, puesto
que armaron á su costa cuatro carabelas y el Gobierno les dio...
el permiso para ir á hacer descubrimientos. A la vuelta de esta
expedición, Pedro Martyr tuvo una idea: estos navegantes ha-
bían visto estrellas nuevas; ¿cuáles eran sus impresiones? In-
terrogó á los marineros. Sus respuestas fueron una decepción
para el historiador y period ista. "Sostienen, dice, que en el
centro de la tierra hay una prominencia que impide ver el polo
antartico; sin embargo, creen haber visto figuras de estrellas
muy diferentes de las de nuestro hemisferio".
La indiferencia de esos bravos exploradores por el espec-
tácvlo de las estrellas nuevas no es una excepción. Se nota en
todos los tiempos, en las personas pertenecientes á todas las
clase de la sociedad. Apelamos al recuerdo de aquellos de
nuestros lectores que han atravesado el Ecuador, por lo menos
á los que no se han hecho un alma ficticia por la lectura de las
modernas elucubraciones mistico-poéticas y románticas, á los
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 593

que no son devorados por la sed de lo infinito, á los que no


tienen un falso espíritu descubriendo este infinito en el firma-
mento constelado de estrellas ó sobre el mar donde el horizon-
te está tan geométricamente limitado. Si se me permite dar mi
impresión persona!, diré que navegando hacia el Sur de África
he franqueado el Ecuador y que las estrellas nuevas me dejaron
indiferente; tampoco mis compañeros de viaje fueron más ma-
ravillados de verlas surgir del fondo del Océano. Era el Car-
naval y se pasó la noche bailando sobre el puente, como se
hace en el Mediterráneo y en los salones de París.
Esta falta de curiosidad respecto de las estrellas nuevas se
concibe fácilmente: el aspecto general del cielo en el Sur es
parecido al del Norte; las diferencias no son apreciables más
que para ios astrónomos y los pastores, y las observaciones que
hacen no les sugieren motivos de sueños, de extrañeza, de ad-
miración y menos aún de divagaciones místicas. Si Colón
hubiera pasado el Ecuador, habría observado las estrellas del
Sur como observaba las del Norte, como profesional de la na-
vegación, sin emoción alguna. La dulzura del aire andaluz y el
canto de las aves son para él más emocionantes que el firma-
mento estrellado.
Por otro lado, las nuevas estrellas no conducen á ninguna
parte. Fiándose á ellas pudiera retrocederse en el camino y
abordar un puerto de África ya descubierta ó irse á estrellar
entre dos témpanos del polo Sur. Después del recuerdo con-
sagrado á la tierra y á las aguas de la patria, hace falta un signo
que conduzca al objetivo ó muestre el camino. Colón tuvo
un signo que le equivocó: la vegetación del mar de tas Sar-
gazas.
Estas plantas, que no existen en otros mares, le hicieron
creer que venían de una tierra próxima arrastradas por la c o -
rriente de algún río, y fué una decepción. Pero he aquí la men-
sajera que no falla. Una blanca paloma vuela por encima de las
carabelas. ¿De dónde puede venir sino de una tierra próxima?
A medida que se avanza, las palomas y las aves marinas llegan
en mayor número delante de los buques, los rodean y entran
en ellos; los oficiales y marineros se apoderan de algunas y
2
594 cosMÓPOLis—xii-1919

comprueban que son gaviotas y otras aves de ribera. ¡Gracias


sean dadas á Dios!, dice el Almirante.
¡Oh poeta parnasiano, fabricante de alhajas de simiiorl ¡No
hsis sabido llevar á tus versos esta poesía intensa: el Almirante
cog^iendo una de esas aves y estrechándola sobre su corazón
fraternal!
Lcis carabelas van más ligeras, más rápidas, como si las alas
de las palomas hincharan é impulsaran sus velas y como si
ellas mismas tuvieran las alas de los grandes seres vivientes.
El martes 9 de Octubre Colón escribe: *Toda la noche se
ha sentido pasar las aves". ¡Ahí ¡Esta noche como las otras
no se sueña con vagas fosforescencias!
Leyendo las frases tan sencillas sobre las mensajeras pen-
samos en los versos de otros poetas consagrados al vuelo de
las aves, como este de Paul Valery:
Un soirfavorisi de colomhes sublimes.

¡Qué bien colocado estaría este verso en el soneto sobre


los conquistadores!
Y en este otro misterioso de Rímbaud:
Million (Toiseaux d'or, ó f ature Vigueur.

¡Oh futuro vigor de un Hernán Cortés, jefe de un minúsculo


ejército de un concejo municipal formado por algunas caba-
nas (1), que bien pronto irá á conquistar un imperio militarizado,
libertará las poblaciones mejicanas aterrorizadas por los san-
guinarios aztecas é inaugurará los beneficios de una paz hispá-
nica de tres siglos de duración!

(1) Cortés, partido para el descubrimiento y conquista contra las órdenes


superiores de que dependía, recurrió á una ficción legal. Decidió fundar
una ciudad, Veracniz, y trazó su plan. Antes de que tuera construida sus sol-
dados fueron sus ciudadanos. En tal calidad eligieron una municipalidad
anta la cual Cortés se despojó del mando y fué en seguida elegido coman-
dante de la fuerza armada de que la ciudad disponía. Legalmente la fabu-
losa conquista de Méjico es obra del pequeño ejército de un concejo muni-
cipal. Cortés sólo obedece á su concejo y al rey. En estos tiempos dichos
de absolutismo tenia poderes y privilegios de que carece en nuestra época.
LA CONQUISTA DE AMÉRICA POR LOS HOMBRES Y POR LOS DIOSES 595

Pensamos en los versos de Joachim Gasquet, que sintetizan


las alas la conquista y la victoria.
Des ailes battent...
Le ciel se peuple d'ailes.

A jeunes ailes immortelles


Toute la ierre accourt...

¡Toda la tierra corre hacia Colón triunfante!


Después en Rimbaud aún:
L'aabe exaltée ainsi qu'iin peuple de colornbes.

Tal debió ser e! alba del 12 de Octubre de 1492, cuando el


Almirante desembarca en ¡a primera isla descubierta y clava
en la orilla el estandarte real de Castilla.
En resumen, el famoso soneto de Heredia es falso y malo á
todas luces. La historia está falsificada sin provecho alguno
para la poesía, puesto que la realidad es más bella y más poética
que su mentira. Interviniendo la imaginación en los tercetos
había diversas maneras de construirlos; mas la que adoptó He-
redia, la fútil diversión de las fosforescencias y sus frías estre-
llas románticas, es inadmisible. Después del estudio de nume-
rosos textos nos hemos detenido en las dos ideas sobre las
cuales los tercetos pudieron ser concebidos.
"El aire era muy dulce, como en Sevilla en Abrilj era una
delicia respirarlo: tan embalsamado estaba.
Y toda la noche se oyó pasar las aves.*
No somos nosotros los que damos esta lección al poeta de
los Trofeos—admitiendo que nos oiga desde los Campos Elí-
seos, donde su sombra sea dichosa y ¡os dioses le hayan perdo-
nado—. Es el Descubridor, el Almirante, Cristóbal Colón.
MARIUS A N D R É .
596 cosMÓPOLis—xii-1919

ESTUDIOS COSMOPOLITAS

EL GUIGNOL LÍONÉS

Últimamente se ha inaugurado en Lyón un monumento ele-


vado ó dedicado á Láurent Mourg-uet, fundador y creador del
Teatro de Guignol. Es un homenaje que la gran ciudad debía
a! que ha sabido encarnar en sus personajes el verbo, el espí-
ritu y el carácter de los antiguos tejedores lioneses.
Todos, más ó menos, conocemos Guignol por haberlo visto
en el Luxemburgo ó en los Campos Elíseos, donde hay esos
teatros al aire libre. Pero me apresuro á añadir que el verda-
dero Guignol no tiene nada de común con el granujilla que se
nos presenta sin finura y sin verbo varonil pegando á su padre,
á su patrón ó al comisario de policía, con gran alegría de los
niños; tampoco es primo de su sinónimo de los bordes del Ró-
dano ó el Saona. Carácter endiablado, espíritu cáustico, es un
burlón en grado supremo; pero es, sobre todo, un corazón y un
corazón excelente, porque es ¡iones en !a más generosa expre-
sión de la palabra.
¿De dónde es originario Guignol? ¿Viene de Italia, como
algunos pretenden, basando su convicción en el hecho de que
en la época en que se revela había en Lyón muchos italianos,
y que hay en la península del Apenino un pequeño pueblo que
se llama Chignolo? ¿Es, por el contrario, Guignol una inven-
ción de Mourguet para distraer á su numerosa familia? En rea-
lidad, poco nos importa. Lo que sabemos es que nuestro per-
sonaje ha llegado á ser la encarnación del tejedor lionés del
antiguo régimen, del cual llevaba el traje. Hasta ha conservado
sus cabellos trenzados detrás de la cabeza, y para emplear su
EL GUIGNOL LIONÉS 597

vocabulario está orgulloso de su sarsifis. Guignol arrastra al


final las palabras, pronuncia las eses y habla siempre de nariz,
esto es, con sonido nasal, porque en los bordes de la Saona
se coge en seguida una coriza crónica. En una palabra, Mour-
guet ha querido hacer de Guignol el tipo, desde todos los
puntos de vista, de esos valientes obreros que han creado con
su trabajo la fortuna de su ciudad.
Es importante establecer, ante todoj el carácter esencial-
mente local del personaje, tal como su creador lo ha concebi-
do. Y este carácter se opondrá á toda exportación y hará im-
posibles las falsificaciones. Un gone como Guignol no se en-
cuentra más que en Lyón, entre Saint-Georges y la Croix-
Rousse...
En la inauguración del monumento á Mourguet, M. Justin
Godart, diputado del Ródano, reclamó «la creación urgente en
el Conservatorio de una clase destinada á formar intérpretes de
Guignol, los únicos auténticos imbuidos en las grandes tradi-
ciones. Que, en caso necesario, la municipalidad pidiese al
Parlamento una ley delimitando el Guignol Uonés con el mis-
mo título que los productos preciosos é inimitables de sus
manufacturas, y dando á la ciudad el poder de perseguir y de
hacer condenar severamente las falsificaciones insípidas de
nuestro modesto genio local».
Guignol es casado. Su mujer, Madelon, buena casera, un
poco mala lengua, es la abnegada compañera de los tejedores,
que equilibra, mediante milagros de economía, un presupuesto
incierto. Hay seguramente disputas en el matrimonio Guignol;
pero el disgusto no dura largo tiempo. Y Guofron, viejo r e -
mendón de calzado que vive en la intimidad del matrimonio, y
que, aparte de su afición al vino, es sincero amigo de Guignol,
contribuye sierapre á arreglar las cosas. Este viejo zapatero es
un filósofo popular, con reflexiones llenas de buen sentido. No
se concibe bien á Guignol sin Guofron, y juntos representan
todo el espíritu y la sensatez de su clase. No aman á los ricos,
pero no son rebeldes; no tienen más que un respeto relativo
por las leyes, y las consideran necesarias... las respetan, sin de-
jar de criticarlas.
598 cosMÓPOus—xii-1919

El repertorio de Guignol puede ser oído por todos. Nuestro


personaje tiene su modo de hablar, pero ignora el argot de los
suburbios. Y todas las palabras que emplean vienen del anti-
guo francés. ¿No se llamaba en otra época bardarme á cierto
color rojo sombrío? Pues él os dirá que los bardannes le im-
piden dormir. Así se adivina de qué quiere hablar. Guignol
tiene siempre razón y desarma las más terribles cóleras.
En Le Pol de Confitares su joven patrón le llama, y como
no acude en seguida quiere despedirlo:
El Patrón.—Hace una hora que íe Hamo.
Guignol.—La necesitaba para subir los escalones.
El Patrón.—[Ha tenido usted tiempo de contarlos!
Guignol.—Hay treinta y dos y medio.
El Patrón.—¿Quiere usted mirarme á la cara?
Guignol.—Yo no miro nunca de través..., no soy sola-
pado...
El Patrón.—¿Qué ve usted en mi rostro?
Guignol.—Veo un lindo mozo con unos graciosos bigotitos.
El Patrón.—¡Debiera usted ver la cólera y la indignación!
Guignol.—No conozco á esos personajes...
No se puede aborrecerle largo tiempo. Tiene ¡ay! un gran
defecto: una incorregible falta de memoria para pagar su alqui-
ler. Su propietario M. Canezon le anuncia que le embargará:
—¡Soy tu propietario y me pagarás!—grita M. Canezon.
—Oh, no es asi—contesta Guignol, y canta:
A t u malvado propietario darás
por el alquiler tanto dinero
como se da ahora en el Puente Morand.

—Al c b o roe enerva usted ccn esas historias para dormir


de pie...
—Tieneustadrazón—replica Guignol—, ¡vamonosáacostar
Preguntad á Guignol por su piso y responderá:
"Si vuelve usted la casa de arriba abajo me encontrará en
la cueva."
Decidle que no vale gran cosa y lo desmentirá en seguida:
"A los tres años me decía mi madre: Me cuestas ya más de
EL CUICNOL LIONÉS 599

mil francos. Si los valía en ese momento, debo valer ahora sie-
te, diez, doce mil."
Les Fréres Coq son, según se dice, la obra maestra del re-
pertorio. El asunto es bien sencillo. De los dos hermanos de
Guignol el uno ha hecho carrera; es un notario importante y
no quiere conocer á Guignol, pobre zapatero, que ha quedado
en la miseria y le da vergüenza. Le ha cerrado su puerta. El se-
gundo marchó á las colonias y no se oye hablar de él en mu-
cho tiempo, hasta que un día se presenta de pronto y dice que
vuelve sin recursos. El notario le cierra la puerta. Guignol lo
recibe con los brazos abiertofe y lo invita á almorzar. Pero,
¡Dios mío! ¿Cómo va á recibirlo? Esta perspectiva atolondra
á Louison, la encantadora hija de Guignol:
Louison.—No tengo mantel...
Guignol.—Pon una camisa que me quité el sábado...
Louison.—Está muy sucia.
Guignol.—Vuélvela del revés.J
Louison.—No hay manteca para la sopa...
Guignol.—Pon cola, que da muy buen gusto...
Louison.—No tengo nada que poner sobre la mesa...
Guignol.—Recuerdo que cuando era pequeño le gustaba la
grasa... Ahí arriba tengo un viejo delantal de cuero que ya no
sirve. Córtalo en pedazos; con una cebolla y cinco céntimos de
manteca estará para chuparse los dedos.
Y Guignol, acordándose de que queda aún una manta, dice
á Louison: "Llévala al Monte de Piedad; yo me cubriré esta
noche con el techo."
Pero el notario conoce, al mismo tiempo que su ruina, que
el hermano ausente ha vuelto millonario. Corre á ver á Gui-
gnol para solicitar su apoyo cerca de aquel que rehusó recibir
por la mañana. Le anuncia que el recién llegado es millonario.
¿Saben ustedes lo que va á contestar Guignol? Es su corazón
el que va á hablar:
"No, hermano mío; no ha vuelto rico; te equivocas. Si fuera
rico no me habría tuteado, no me hubiera llamado hermano;
si fuera millonario hubiera hecho como tú, me hubiera arrojado
algunas monedas porque yo no llevara más el nombre de núes-
600 cosMÓPOLis—xii-1919

tro padre, ó hubiera dejado su nombre para ponerse otros n o -


bles. Te repito que ha vuelto pobre; me ha abrazado con emo-
ción y llorando... Tú no lloras como él... tú que eres rico..."
Y aunque él conoce tan bien la humanidad, permanece bue-
no. El intervendrá para que el notario sea salvado del desho-
nor diciendo al hermano millonario:
"El dinero no te falta. Déjale algunas monedas. Somos t o -
dos hijos del mismo padre y de la misma madre... Cuando era
pequeño era bien bueno..."
Este corto extracto da una débil idea de lo que es el Gui-
gnol lionés. A su repertorio, de los más variados, se le ha añadi-
do toda clase de adaptaciones, dramas, tragedias, óperas, etc.
Guignol no se embaraza para expresar su opinión sobre los po-
líticos locales y los hombres notables de la población. Todo le
está permitido. Siempre cáustico y espiritual, no es nunca malo
ni grosero.
Terminará la mayor parte de sus obras diciendo: <Señores,
hemos dicho tantas tonterías, que estamos avergonzados, Pero
si os hemos divertido estaremos orgullosos como galios.»
Guignol es de la linea de Rabelais. La gran ciudad lionesa
debía, pues, rendir ese homenaje á Laurent Mourguet, creador
de un personaje que será inmortal. ¿No es, además, su Acade-
mie da Gourguillon la que conserva preciosamente el antiguo
hablar lionés? Todos los regionalistas han aplaudido esta inicia-
tiva. El monumento de Mourguet está elevado al espíritu, al co-
razón del pueblo lionés. Es el producto, además, de una sus-
cripción á la cual ricos y pobres, burgueses y artesanos han
contribuido con placer.
Hay que felicitar á M. Justin Godart, diputado por Lyón,
por la parte tan activa que ha tomado en la erección del mo-
numento. El fué el iniciador, y si Guignol tiene hoy una estatua
en la b^iena ciudad de Lyón se debe, en gran parte, á su amigo
Godart.
F. M. RiEU.
RABINDRANATH TAGORE 601.

RABINDRANATH TAGORE

Creo que fué Julio Janin quien al debutar en París e! barí-


tono Tchikhavtchek, escribió: «Parece imposible pronunciar
este apellido. Peor para nosotros, porque habremos de acos-
tumbrarnos á pronunciarlo.» Esta hermosa frase puede aplicar-
se a Rabindranath Tagore, el último laureado del premio N o -
bel (1). Fuera de Inglaterra, pocos europeos lo conocen. No íes
será fácil retener este nombre en la memoria. Pero la concien-
cia literaria impedirá que la gente culta lo olvide.
Recientemente un inglés suspiraba con una tristeza cómica,,
en un circulo de literatos y de artistas: «Se están burlando de
nosotros sistemáticamente. Primero se nos presenta como poe-
ta laureado al Dr. Bridges, que un solo inglés entre diez mil ha
leído, y ahora se da el premio Nobel á un poeta lírico cuyo
nombre se desconoce en Europa». Yo le respondí: «Niíiguno
puede esperar que su nombre sea tan familiar á las multitudes
como el del campeón boxeador el negro Johnson».
Quizás sorprenda que la gloria de Rabindranath haya lle-
gado á Estocolmo, pero es una sorpresa agradable. Nunca el
Jurado sueco demostró mejor que en esta ocasión el alto sen-
tido que inspiran sus funciones y la independencia con que las
rodea. En sus miembros no ejerce ninguna influencia el deseo
de gustar á la multitud. Es fácil la popularidad estando pen-
diente de los labios de la masa y obedeciendo su consigna.^
Los académicos de Estocolmo no persiguen esta satisfacción
sencillísima. Por otra parte, su personalidad queda ighorada
del público en general. Las aclamaciones y los aplausos no lle-

(1) Hay que recordar que el poeta indio ganó el premio Nobel en 1914-
"602 cosMÓPOLis—xii-1919

gan hasta ellos, como tampoco los subidos y las protestas. Vi-
ven y actúan escondidos en el zuiónimo, del que no les sustrae
la presión de afuera, y así guardan integra su imparcialidad.
Saben que no han de rendir cuentas más que á su conciencia
«stética y moral, y esto les concede suñciente libertad de es-
píritu para elevarse por encima de las corrientes de la moda
del dia y juzgar según sus normas constantes.
No estoy muy seguro que siempre lo hayan hecho así. A l -
gunas de sus decisiones me han dado la impresión de que obe-
decieron á ios impulsos de la multitud. Entre ellas, sin titu-
bear, señalo la coronación de Enrique Sienkievicz y de G e -
rardo Hauptmann. Quizá me equivoque. Los académicos sue-
cos son hombres mortales, sujetos á todas las debilidades he-
redadas por la materia. Si coronaron al polonés y al silesiano
no fué debido tal vez á su éxito entre las masas. Fué porque
los jueces, en el mismo caso, sintieron y pensaron como la
masa y se confundieron en ella. Pocos seres humanos están he-
chos de una tela en la que no prenda el gusto del día. Des-
pués de todo, mi resistencia, mi oposición á estas dos decisio-
nes prueban únicamente que pienso de distinta forma que
los académicos de Estocoimo sobre ciertos hombres y ciertas
obras y que atribuyo á éstas un valor artístico diferente. No me
toca á mi decidir quién tiene razón. Ellos pueden apoyar su
criterio en un legado de doscientos mil francos, lo que les con-
cede una gran ventaja sobre toda crítica.
Pero en general, los mejores ingenios de nuestra época han
estado de acuerdo con los fallos de la comisión sueca, y es un
hecho casi milagroso si se tiene en cuenta las antinomias de
amor propio de las grandes y de las pequeñas naciones, de las
ideas filosóficas y de las tendencias estéticas que solicitan ser
coronadas en Estocoimo para proclamar su triunfo en todo el
globo frente á sus enemigos y rivales.
La coronación de Sully-Prudhomme,M¡stral, Carducci.Paul
Heyse, Bjornstjerne Bjornson y de Selma Lagerlof, fué acogi-
da con aprobación casi unánime. Rudyard Kipling, estimado en
el extranjero, gusta sólo á un partido en su patria y le niega el
•otro por su imperialismo, calificando su estilo de demasiado
RABINDRANATH TAGORE 603

vulgar. Mauricio Maeterlinck encanta á los místicos, pero dis-


gusta á ios partidarios de la claridad, á ios que no quieren ir á
tientas entre ia niebla intelectual. Encken pasa por un gran
filósofo entre ia gente partidaria del renacimiento de la fe, pero
• o entre los espíritus positivos, que se encogen de liombros
cuando se les quiere Iiacer creer que la ciencia ha fracasado, y
que de nuevo la iiumanidad confia en ia revelación divina para
contestar las preguntas eternas.
Cuando se quiere levantar á un contemporáneo por encima
de los demás, y proclamarle el primero y el supremo, es casi
imposible no chocar con nadie. No es fácil poner de acuerdo á
todo el mundo en cuestiones de literatura, como tampoco en
ias del sentimiento y de la idea. AUB los más grandes poetas
se han visto expuestos á ser negados en su propia patria.
Shakespeare, en vida y más tarde, tuvo adversarios implacables
en Inglaterra que no le reconocían ni siquiera talento y mucho
menOs genio. La guerra sin cuartel de Freron contra Voltaire,
á quien llamaba siempre "ese pobre diablo", encontró un lugar
imperecedero en la historia de, la literatura y ha sido renovada
en nuestro tiempo por M. Emilio Faguet, á quien ha abierto ias
puertas de la Academia francesa. Alrededor del célebre poeta
y crítico alemán Schlegel se buscaban los efectos cómicos,
hasta provocar la hilaridad en la Campana de Schiller. Los ro-
mánticos alemanes no estimaban mucho á Goethe. No han fal-
tado críticos en Italia para dedicarse á destruir á Carducci
acusándole de rimas pésimas, de prosodia estúpida, de imáge-
nes falsas y triviales y también de solecismos groseros. En es-
tos últimos tiempos se celebró en Francia el aniversario de Di-
derot y pretendió una banda excitada ensuciar aquella gloria, la
misma banda que salmodia las historias de milagros y consi-
dera á Pablo Claudel como un gran poeta de esta época y le
quita importancia á la Academia de Estocolmo porque ésta no
ha suplicado á Claudel que le haga el honor de tomar de su
mano el premio Nobel. '
La función ejercida por ios jueces suecos es ia más delica-
da que existe. No pueden dar gusto á todos y tampoco lo in-
tentan. Si el fallo satisface á la opinión del país á uno de cuyos
604 cosMÓPOLis—xii-1919

autores han coronado, entonces los demás pueblos le enseñan


por un cálculo celoso las veces que han preferido la nación
favorecida á las otras. Si han honrado un talento, puesto en
entredicho en su propia patria, sus compatriotas consideran
abusivo que unos extranjeros quieran imponerle como un
grande hombre á un sujeto á quien no reconocen como á tal.
Es la primera vez que las susceptibilidades de costumbre no
han estallado en protestas, y el solo hecho de la proclamación
de Rabindranath sobre los vencidos causó tal sorpresa que se
han vuelto mudos.
Hasta aquí todas las decisiones de los jueces suecos pudie-
ron ser comprobadas por los inteligentes de Europa y de Amé-
rica. Pero Rabindranath Tagore les es totalmente desconocido.
Quieran ó no, habrán de creer á esos señores de Estoco'mo
que les dicen que es un gran poeta, digno de fama mundial. Ha
de serles difícil probar lo contrario. Tagore escribe en bengalí,
y esta lengua, hija del sánscrito, aunque hablada por cuarenta
millones de indios, no es familiar fuera de las Indias más que
á algunos ingleses que habitaron como funcionarios ú oficiales
en la provincia de Bengala. Quiero creer que algunos de los
académicos de Estocolmo han estado en condiciones de leer á
Tagore en su lengua original. Si hubiesen formado opinión de
su mérito en una traducción, sorprendería su valor. Un maestro
de su idioma, como debe serlo todo gran autor, es intraduci-
bie. Generalmente, la prosa permite una vaga y grosera apro-
ximación á otras lenguas, perdiéndose, claro está, en el camino
las cualidades más sutiles, los tonos delicados de la expresión,
las alusiones veladas, las armonías acompañatorias, el ritmo de
la frase, etc. Pero la poesía queda eternamente hermética. El
instrumento lingüístico extranjero es incapaz de darle su tim-
bre particular. La mejor traducción es, con referencia al origi-
nal, lo que una transcripción para el piano de una obra de or-
questa y de un grabado con respecto á un cuadro. La transpo-
sición por medio de un arte distinto puede, en ua caso
afortunado, tener su propio valor y dignidad, é independiente-
mente del original ser estimada por sus propios méritos, pero
nunca podrá reemplazar al original.
RABINDRANATH TAGORE 605

Tagore ha traducido él mismo dos colecciones de sus poe-


sías al inglés, idioma que posee perfectamente desde la ado-
lescencia. ¿Qué prueba esto? Enrique Heine vertió al francés
sus propios versos, haciéndose ayudar por el bueno y delicado
poeta, el infeliz Gerardo de Nerval. Sin embargo, su versión
no da ninguna idea deí original. Es un cadáver frío y pálido.
Hisyó de ella su vida ardiente. Yo he leído en inglés los p o e -
mas de Tagore. En ocasiones he sentido nacer en mí la divi-
nización de una emoción profunda y delicada, de una visión
pintoresca y pe sonal, de imágenes nobles y de un sublime per-
fume del pensamiento. Pero el efecto pleno no se produjo
nunca. La belleza quedaba velada, había que adivinarla tras los
pliegues de la veta. Eran armonías lejanas, indistintas. Esta mú-
sica en sordina daba únicamente el deseo, jamás saciado, de la
revelación completa y de la plenitud del goce.
Tanto si ios jueces suecos han tenido á la vista únicamente
esta traducción como si se atuvieran á las afirmaciones de los
lingüistas que poseen el bengaií, tanto en un caso como en
otro, escogieron un camino que les expone á extravíos peligro-
sos. Allá ellos con su conciencia. En todo caso hay que felici-
tarles por su valor moral, en una época de estrecho nacionalis-
mo y de ergotismo de raza, al tender fraternalmente la mano á
un asiático é introducirle por la puerta de honor en el templo
de la gloria de la humanidad civilizada, el templo que el orgu-
llo occidental quería reservar exclusivamente para nosotros y
los blancos de Europa y de América.
Algunos antiguos clásicos del sánscrito tienen los honores
de la literatura universal: Cudraka, el poeta del petit chariot
dArgüe (Mrickchakatika); KaÜdasa, cuya Sakuntala fué admi-
rada por Goethe; Bhartrihari, cuyo espíritu gracioso admite la
traducción. El noble arte de! árabe Hariri y los persas Hafis y
Firdusi, nos son conocidos por buenas traducciones. Gracias á
la admirable adaptación inglesa de Fitzgerald, los Rubaiat, de
Ornar Khayyam, forman parte de los tesoros literarios que un
europeo culto debe poseer. Pero Rabindranath Tagore es el
primer asiático, contemporáneo, viviente, á quien Europa pre-
para un triunfo literario.
606 COSMÓPOLIS-XII-1919

Una de las razones más profundas de su gloria súbita es


que no se trata de un desarraigado. Nada ha sacrificado de su
particularidad, no ha hecho á Europa ninguna cobarde conce-
sión de cosmopolitismo. Se ha conservado fundamentalmente
indio. Según lo que veo, no se ha remarcado en ningún sitio,
un hecho aparentemente ignorado en Europa. Tagore es el
autor de Banda Matarani, la apasionada invocación de la Ma-
dre india, convertida en himno nacional de los indios, y que
por primera vez en su historia encendió en ellos la llama de
una conciencia nacional, de un sentimiento de solidaridad po-
lítica, si no étnica, de todos los hijos de la India. En la tierra
del loto, este himno ardiente es el mayor título de gloria de
Tagore.
Esta vez la Academia sueca ha dado la interpretación más
profunda á la idea de Nobel. Ha usado magníficamente del
privilegio de conferir la gloria universa!, privilegio que tienen
asegurado por los millones legados por el inventor de la dina-
mita para ensanchar el círculo de la colectividad civilizada
mundial y crear, al lado del viejo concepto religioso, según el
cual todos los humanos son iguales ante Dios, el nuevo pen-
samiento de la fraternidad de todos los hombres de alta cultura
y rico talento. Al coronar á Rabindranath, los jueces de Esto-
colmo han contribuido poderosamente á la demolición del "pre- >,
juicio de las razas", según frase feliz de Juan Finot. (v^ V-l 5^4*5 ^--^
Desde este punto de vista, la última atribución del premio
Nobel es un hecho civilizador considerable. Merece el reco-
nocimiento de todos los hombres que rechazan los odios, que
preconizan el amor, que desean, no la destrucción recíproca,
sino la concordia.
MAX NORDAU.
UNA PROFECÍA DE RUBÉN DARÍO 60?

UNA PROFECÍA DE RUBÉN DARÍO


En 1892 escribía Rubén Darío lo que se
leerá á continuación. He encontrado esa
olvidada página entre papeles viejos de la
Biblioteca Nacional de Costa Rica. Inte-
resante de por si, es lo que bien pudié-
ramos llamar una profecía. El poeta, el
vate, llegó á entrever la vasta revolución-
sucial-política que con brotes rojos—alba
—se inicia por todo el orbe. Allí Rusia,
á la vanguardia, modalidad bárbaro-asiá-
tica la suya. Son los proletarios que se
agitan. Es la gleba que se erige en dicta-
dora. Juan Lanas, el que «no tiene un cen-
tavo», que se encara al patrón adinerado
é insolente.
Amarga es la prosa de Darío, y conclu-
ye irónica y sonriente.Después de la anda-
nada fulminatoria, el gesto que aparente-
mente borra aquello, y presenta al desarra-
pado que tal prédica hace. El público,
desde luego, sonríe, escaso de entende-
deras . ¿Aquel quídam echar por el suelo
el dorado palacio? jBah! Pero el poeta sabe
lo que hay debajo de la chaqueta de Juan
Lanas. Ha visto relampaguear los ojos del
paupérrimo, ha adivinado músculos de
acero, ha oído e! latir de la sangre plebe-
ya, el palpitar del corazón atormentado.
El poeta, el áeda, sabe lo que hará ese
hombre, adivina, profetiza. A lo lejos,
para sus ojos, el alba roja...
G. ALEMÁN-BOLAÑOS.

—¡Oh señor! El mundo anda muy mal. La sociedad se desqui-


cia. El siglo que viene verá la mayor de las revoluciones que
|608 cosMÓPOLis—xn-1919

han ensangrentado la tierra. ¿El pez grande se come al chico?


Sea, pero pronto tendremos el desquite. El pauperismo reina»
y el trabajador lleva sobre sus hombros la montaña de una mal-
dición. Nada vale ya el oro miserable. La gente desheredada es
el rebaño eterno para el eterno matadero.
¿No ve usted tanto ricachón con la camisa como si fuera de
porcelana, y tanta señorita estirada envuelta en seda y encaje?
Entretanto, las hijas de los pobres desde los catorce años tie-
nen que ser prostitutas. Son del primero que las compra. Los
bandidos están posesionados de los bancos y de los almacenes.
Los almacenes son e! martirio de la honradez; no se pagan
sino los salarios que se les antoja á los magnates, y mientras el
infeliz logra comer un pan duro, en los palacios y casas ricas
los dichosos se atracan de trufas y faisanes. Cada carruaje que
pasa por las calles va apretando bajo sus ruedas el corazón
del pobre. Esos señoritos que parecen grullas, esos rentistas
cacoquimios y esos cosecheros ventrudos son los ruines mar-
tirizadores.
Yo quisiera una tempestad de sangre; yo quisiera que sona-
ra ya la hora de la rehabilitación, de la justicia social. ¿No se
llama democracia á esa quisicosa politica que cantan los p o e -
tas y alaban los oradores? Pues maldita sea esa democracia.
Eso no es democracia, sino baldón y ruina. El infeliz sufre la
lluvia de plagas; el rico goza. La prensa, venal y corrompida,
no canta sino el invariable salmo del oro. Los escritores son
los violines que tocan los grandes potentados. Al pueblo no
se le hace caso. Y el pueblo está enfangado y pudriéndose
por culpa de los de arriba: en el hombre, el crimen y el alco-
holismo; en la mujer, la prostitución; así la madre, asi la hija
y asi la manta que las cobija. Conque, ¡calcule usted! El centa-
vo que se logra, ¿par^ qué debe ser sino para el aguardiente?
Los patronos son ásperos con los que les sirven. Los patronos,
en la ciudad y en el campo, son los tiranos. Aquí le aprietan
á uno el cuello; en el campo insultan al jornalero, le escatiman
el jornal, le dan á comer lodo y por remate le violan á sus hi-
jas. Todo anda de esa manera. Yo no sé cómo no ha reventado
ya la mina que amenaza al mundo; porque ya debía haber re-
UNA PROFECÍA DE RUBÉN DARÍO 609

ventado. En todas partes arde la misma fiebre. El espíritu de


las clases bajas se encarnará en un implacable y futuro venga-
dor. La onda de abajo derrocará la masa de arriba. La Comu-
ne, ia Internacional, el Nihilismo, eso es poco; falta la enorme
y vencedora coalición. Todas las tiranías se vendrán al suelo:
la tiranía política, la tiranía económica, la tiranía religiosa.
Porque el cura es también aliado de los verdugos del pueblo.
El canta su tedeum y reza su paternóster, más por el millonario
que por el desgraciado. Pero los anuncios del cataclismo están
ya á la vista de la humanidad y la humanidad no los ve; lo que
verá bien será el espanto y el horror del día de la ira. No ha-
brá fuerza que pueda contener el torrente de la fatal venganza.
Habrá que cantar una nueva marsellesa, que como los clarines
de Jericó destruya la morada de los infames. El incendio alum-
brará las ruinas. El cuchillo popular cortará los cuellos y vien-
tres odiados; las mujeres del populacho arrancarán á puños los
cabellos rubios de las vírgenes orgullosas; la pata del hombre
descalzo manchará la alfombra del opulento; se romperán las
estatuas de los bandidos que oprimieron á los humildes; y el
cielo verá con temerosa alegría, entre el estruendo de la catás-
trofe redentora, el castigo de los altivos malhechores, la ven-
ganza suprema y terrible de la miseria borracha!
—Pero ¿quién eres tú? ¿Por qué gritas así?
—Yo me llamo Juan Lanas, y no tengo un centavo.
RUBÉN D A R Í O .
610 cosMÓPOLis—xii-1919

LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE


La afición por los viajes va convirtiéndose, según ias esta-
dísticas de las agencias ferroviarias y marítimas, en una pasión
inquietante. Lo de inquietante no son las agencias las que lo di-
cen. Son los psicólogos, los filósofos, los moralistas... Porque
esos doctos directores espirituales de nuestro siglo laico están
muy tentados de creer que el viaje, como método de estudio y
de penetración intelectual, no tardará mucho en hacer banca-
rrota, ni más ni menos que la moral y la ciencia...
Ellos eran, sin embargo, los que ayer nos aseguraban que el
único medio de conocer á los pueblos lejanos y de establecer
corrientes de simpatía cosmopolita consiste en entablar relacio-
nes directas con los países extranjeros. "Id á Alemania, id á
Inglaterra, id á Italia y veréis lo que en el fondo son los hombres
en esos países." Pero hoy, á causa del triunfo absurdo y natural
del nacionalismo literario, hijo de la guerra y de las alianzas, ya
no nos dicen eso, sino que, casi, casi, nos dicen lo contrario...

• *

Hay que leer, en efecto, el capítulo que cierra el último li-


bro de viajes de Paul Bourget para comprender la gran desilu-
sión de los que buscaban una enseñanza filosófica en las excur-
siones lejanas. ¿Para qué viajar, se pregunta el psicólogo pari-
siense, puesto que jamás podremos conocer las almas de los
hombres de otros países? ¿Para qué ir á lugares remotos en
busca de documentos humanos, puesto que ni siquiera somos
capaces de descifrar los documentos de nuestra propia patria,
de nuestra propia familia, de nuestro propio ser?... El conóceie
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 611

á ti mismo de los grieg;os es una fantasía engañadora. No nos


conoceremos nunca, como nunca conoceremos á nuestros
semejantes...
Una de las pruebas que Bourget aduce para demostrar nues-
tra ceguedad, es la divergencia entre los diversos análisis de
un tipo cualquiera de los más profundamente estudiados por los
novelistas modernos. Luego agrega:
"¿Cómo tener, pues, la presuntuosa pretensión de ver, en
tres meses ó en un año, el interior de las almas extranjeras, es
decir, de almas diferentes á las nuestras?"
Es una locura, realmente, eso de querer, como aquel gran
poeta que se llamó Hipólito Taine, sorprender el fondo de un
pueblo en los signos exteriores de su vida. Lo exterior, la cul-
tura, el barniz, es, por lo menos en tiempos normales, casi uni-
forme en el mundo entero. Las levitas y los sombreros hongos
han nivelado el tipo europeo y americano. En Londres como en
Berlín, y en Nueva York como en Buenos Aires, el hombre vive
del mismo modo, se viste del mismo modo, habla del mismo
modo y, en las cuestiones generales, piensa poco más ó menos
del mismo modo, recortando sus ideas según los mismos figuri-
nes intelectuales. El cuerpo y el cerebro obedecen á la fuerza
formidable de la solidaridad cosmopolita. Pero hay algo más
personal que la fisonomía, algo más intimo que las ideas, y eso
no está ni estará nunca nivelado, porque es el sentimiento, el
alma, el instinto. "A medida que he viajado—dice Bourget—,
he ido adquiriendo la convicción de que entre los pueblos la
civilización no ha establecido sino semejanzas superficiales. En
cuanto al fondo, cada raza conserva lo suyo. Yo, personalmen-
te, he trabajado mucho para tratar de conocer el alma inglesa.
He vivido en Oxford con estudiantes y fellows; en Londres, con
literatos y hombres de salón; en Irlanda, con clérigos y land-
lords; en Escocia, con turistas y negociantes; en Florencia, con
estetas. Pues bien: si tuviera que resumir mis impresiones, me
tendría que contentar con decir que noventa y nueve veces por
ciento hay entre un anglosajón y un galo romano una diferencia
de sentimientos y de ideas invencibles." Ya lo veis... Y si esto
le acontece á quien, después de una larga preparación estudiosa,
612 cosMÓPOus—xii-1919

se consagra durante años y años á escudriñar una sola alaia ex-


tranjera, ¿qué debiéramos decir nosotros, los petulantes psicólo-
gos emotivos é impresionistas, que tenemos la ingenuidad de
creer que con sólo llegar, y ver, y oír, y mezclarnos al coro vo-
cinglero, y poner puntos interrogadores en cada esquina, ya
hemos reunido bastantes elementos para reconstituir un alma
colectiva?... En realidad, para darse uno cuenta de los senti-
mientos que a-liman á un pueblo, tal vez más que un viaje de un
año sirve un año de estudio. Oyendo, á través de los libros, las
confesiones de las masas extranjeras, se llega poco á poco á
penetrar en sus arcanos. En cambio, cuando se procede como
Jules Huret, modelo admirable de enquéteur, lo único que se
logra, después de visitar todas las ciudades, y de interrogar á
todos los notables, y de asistir á todas las fiestas, es dar un
cuadro verídico, pero falso y sin espíritu, del país que se e s -
tudia.
—¡Vea usted cuánto detalle!—dicen los que leen las páginas
admirables sobre Alemania, sobre los Estados Unidos y sobre
la Argentina, que Huret escribió en los últimos diez años de
su vida—. ¡Vea usted cuánto documento! Este Huret es un ver-
dadero juez que instruye el proceso de un pueblo y lo examina
en todas sus fases. Nada escapa á su espíritu penetrante. Desde
el más ilustre poeta hasta el último minero, todos le han dado
algún elemento para sus vastos procesos. Su obra es, en ver-
dad, toda Alemania, toda América, toda Argentina.
Y, en verdad, es todo eso, mas sin alma...

*
* *
Por mi parte, yo no busco nunca en los libros de viaje el
alma de los países que me interesan. Lo que busco es algo más
frivolo, más sutil, más pintoresco, más poético y más positivo:
la sensación. Todo viajero artista, en efecto, podría titular su
libro: Sensaciones. Porque así como la novela, según Zola, no
es más que la vida vista á través de un temperamento, así el
paisaje lejano es una imagen interpretada por un visionario-
Comparando descripciones de un mismo sitio hechas por
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 613

autores diferentes, se ve la diversidad de las retinas. |Qué


digo! Un literato llamado á reproducir tres veces distintas un
aspecto pintoresco de la naturaleza, hará, si es sincero y si es
artista, tres obras que no se parecen entre sí. El experimento
pictórico de Ciaude Monet, que, copiando en veinte ó treinta
ocasiones un mismo haz de trigo, logró realizar veinte ó trein-
ta lienzos desemejantes, un Fierre Loti, ó un Maurice Barres,
ó un Henri de Regnier, podría renovarlo, transportándolo á la
literatura. Cada hora del día, cada capricho del sol, cada cam-
bio de la atmósfera, modifica radicalmente el paisaje. La natu-
raleza es sensible y variable como una mujer. En Versalles, una
tarde de otoño, se ve la divina metamorfosis de. las hojas, de
las fuentes, de las flores, lo mismo que en un teatro se ve el
cambio de las decoraciones. Minuto por minuto, las luces ves-
perales van matizando con suavidades acariciadoras los confi-
nes de las enramadas. En los estanques, las llamas del ocaso
se apagan una tras otra. Un murmullo misterioso canta entre
las hojas amarillas la elegía cotidiana de la vida... y si esto
pasa en aquel marco que parece ejecutado para eternizar una
imagen miaería de gracia antigua, ¿qué será en los vibran-
tes y salvajes rincones de las selvas lejanas, donde la savia de
la tierra hace palpitar con palpitaciones sensuales lo que vive?
Y o he visto, en América, en la América tropical, días de sol,
en los cuales todo parecía hervir en una formidable hornada,
en que los árboles retorcían sus ramas sin que la más leve bri-
sa las agitara, en que los troncos rugosos inflábanse de sustan-
cia misteriosa, en que la tierra misma tenia contracciones de
espasmo... Yo he visto también el mar como lo vio Zaratustra,
el mar Indico que se rompe en los acantilados durante horas y
horas con una rabia absurda, y que, de repente, se duerme
para soñar pesadillas que lo sacuden con roncas congojas...
Yo he visto, en el Extremo Oriente, playas de azul y de oro,
en las cuales las ondas parecen juguetonas encajeras que se
ríen haciendo y deshaciendo los tenues fleco> de sus Jabores...
Yo he visto montañas milenarias llenas de arrugas, cubiertas
de pústulas, que agonizan en el abandono... Y lo único que
no he visto nunca, ni aun en la Tebaida macabra, ni aun á ori-
614 cosMÓPOUs—xii-1919

Has del mar Muerto, es un paisaje difunto, un paisaje quieto,


un paisaje invariable...

*.*

A medida que la humanidad se afína, este solo placer de ver


paisajes raros aumenta por fuerza, y obliga á viajar. "¡Qué nos
importa no conocer el fondo de las almas extranjeras!—excla-
man ios espíritus errantes—. Con admirar los aspectos de la na-
turaleza nos basta para gozar."
Pero en realidad, ni aun esta esperanza de conocer sitios
raros ó encantadores sería necesaria para que ei número de
los viajeros aumentara como hoy aumenta. El placer del viaje
está en el viaje mismo. ¿No dice un poeta francés que partir
c'est mourir un peu?... Pues es esta sensación de muerte lige-
ra, esta impresión de abandono pasajero, lo que nos seduce en
el viajar. Cuando nos vamos hacia tierras lejanas y transoceá-
nicas, una inconsciente angustia oprime nuestras almas. Sin
quererlo, nos interrogamos en secreto sobre aquello que pue-
de cambiar durante nuestra ausencia. ¿Qué encontraremos al
volver, de todo lo que dejamos?... Y nosotros mismos, ¿volve-
remos tal cual nos vamos?... Un fílósofo pesimista nos dice :
" No; no volveréis así. No. El que se va no vuelve nunca. Quien
vuelve es otro, otro que es casi el mismo, pero que no es el
mismo." Y esto, que parece una paradoja, no es sino la más
melancólica de las verdades. Las madres y los amantes lo sa-
ben por desgarradora experiencia. El hijo que regresa, la no-
via que vuelve, son seres que traen algo de nuevo. "¡ Qué cam-
biados!"—murmuran los que se quedan.—En realidad no es
que cambien. Es que son otros. En viaje han muerto un poco,
y ese poco no resucita jamás, por lo mismo que es tan sutil y
tan pequeño y tan intimo.
Los psicólogos exclaman:
—¡Ehl, ¡no hay que jugar con las palabras! Eso que los
poetas llaman mourir un peu, es, al contrario, revivir mucho. En
los lugares donde pasamos nuestra existencia, casi no nos per-
tenecemos á nosotros mismos. Los hábitos, los deberes s o -
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 615

cíales, las neceiidades ineludibles, lo que constituye nuestra


vida de todos los días, en una palabra, nos convierte en prisio-
neros inconscientes ó en autómatas resignados. Hay que ir á
tal sitio, hay que hacer tal cosa, hay que expresar tal sentimien-
to... Y vamos, y hablamos, y casi no somos nosotros. En cam-
bio, cuando nos hallamos solos, lejos de todos nuestros tiráni-
cos quehaceres, nuestra alma renace libre, con un suspiro de
supremo placer. ¡ Ah, esas primeras noches á bordo de un
barcoj en el cual no conocemos aún á nadie; esas noches en
las que nos encontramos solos con nosotros mismosl... La
vida anterior aparece entonces como una cosa borrada, casi
muerta...
—Muy bien—podemos contestar á los señores psicólogos—
pero que sea la vida pasada lo que muere en nosotros, no
quiere decir que el poeta nos haya mentido. El poeta sólo
dijo: Partir c'esi mourir un pea...

«
* *

Naturalmente, con el aumento de los viajeros y con la moda


de la literatura de viajes, ha nacido toda una precéptica del
nuevo gusto. Abel Bonnard nos explica lo que pudiera llamar-
se la retórica del viajero. Tú que tomas notas de ruta, oye al
magíster este. En primer lugar, te dice: huye de toda psicolo-
gía, puesto que ya sabes por Bourget que las observaciones so-
bre las sociedades extranjeras no son sino pedantes invencio-
nes. Luego, huye también de las personalidades á la manera
clásica y de las confesiones á la manera romántica. ¡Nada de
yol... ¡Nada de egoísmol Lo que tú haces no nos interesa. «La
personalidad del autor—dice Bonnard—debe aparecer sin ocu-
par la atención del lector.» Aquella ingenua sencillez con la
cual nuestros padres comenzaban sus relatos, diciendo: < Me
embarqué tal día con el deseo», etc., es cosa retirada del c o -
mercio de las letras. Hoy el viajero es objetivo y artista. Cuan-
do es personal, tiene que ser lírico. Lo que su individuo'hace,
lo que sus ojos ven en el hotel, lo que le dicen los cicerones,
poco ó nada importa. Lo único que se le permite es que exha-
616 cosMÓPOLis—xii-1919

le, en una prosa sensible y armoniosa, las sensaciones de su


alma. Un artista del viaje debe figurarse que escribe para per-
sonas que ya conocen el país que describe. Esto evita los de-
talles baedekerianos. Además tiene que creer que su público
es culto y que sus alusiones y sus evocaciones históricas ó le-
gendarias son comprendidas. De lo contrario, tendría que ha-
cerse pesado poniendo cátedra. "Como esos santos de cua-
dros antiguos—dice Bonnard^—que tienen entre sus manos una
reducción de su iglesia y á veces de su ciudad entera, querría-
mos llevar sonriendo al lector y darle como bello regalo Una
Roma, un Palermo, una Mesina." La imagen es deliciosa y grá-
fica. Hay que parecer ligeros, en efecto, en los libros de viaje.
Un pueblo no debe pesar entre las páginas. Y por encima de
todo, hay que ser pintorescos. ¡Desgraciado del que no sabe
ver con ojos sinceros los bellos paisajes!
Otro teórico del viaje en literatura nos traza un retrato del
nómada ideal. Helo aquí: «Está dotado de una sensibilidad
elástica que se dispersa y se concentra en movimientos rápidos
é imprevistos. Pasa sin transición de la contemplación lírica al
asombro infantil. Tiene gravedades religiosas y un sentimiento
profundo, casi trágico, de la eternidad de las formas naturales.
Además, es capaz de sonreír y de reír, de gozar, de vivir con
frescura y de divertirse con cualquier cosa. En suma: exalta-
ción sensual, candor infantil, sinceridad lírica, y eso es todo."
Eso es todo, en efecto... Sólo que eso tal vez únicamente en
Fierre Loti se encuentra reunido.

*
* *

Pero, por fortuna, no todos ios que viajan son escritores... La


mayoría, por el contrario, apenas tiene idea de que se pueda sa-
car un partido literario de lo que es un placer de los sentidos,
el más intenso, el más voluptuoso de los placeres quizás, si se
sabe practicar con arte...
Porque hay un arte de viajar y de gozar del viaje, lo mismo
que hay un arte de amar. Mi amigo Perdícas lo comprendía y
lo explicaba en un librito que no ha sido impreso, pero que yo
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 617'

conozco á fondo por haberlo hojeado más de una vez en su'


minúsculo cuaderno manuscrito. t
Ese libro comienza así:
"Voy, peregrino apasionado, á darte tres ó cuatro consejos
necesarios para que tus viajes te sean moralmente fructuosos..."'
Luego veo, leyendo distraídamente (como se leen siempre
estas obras de filosofía sentimental), que, segiSn mi autor, lo-
mas indispensable para saborear á gusto ios goces de la vida
errante, es la lentitud. No hay nada tan contrario a! placer ver-
dadero de! viaje, en efecto, como la rapidez. ¿Será por esto
por lo que las obras sobre el Oriente, donde no hay trenes ex-
presos, son más bellas, en general, que tas obras sobre Europa?
Perdicas no se mete en tales honduras de psicología estética.
En su sencillez de hombre experimentado, conténtase con
decirnos: "Viajad despacio, muy despacio, y no os expongáis
á marcharos desilusionados, cual los que van muy de prisa, de
las ciudades históricas en donde hay que buscar, paso á paso,
!as sorpresas agradables."
Otro buen consejo de nuestro mentor: "No os contentéis
con pasearos durante el dia; por la noche ias ciudades tienen
también algo que ver..."
Esto es tan cierto, que muchas veces no conocemos bien
una calle ó un barrio sino cuando lo hemos visto vivir su vida
nocturna. Y no me refiero únicamente á esas grandes poblacio-
nes en las cuales, cuando las luces se encienden, dijérase que
una nueva existencia comienza más brillante, más febril, más
seductora que la del día. No. No son sólo París, Barcelona,
Milán, Buenos Aires y las demás Metrópolis noctámbulas las
que merecen ser observadas á la claridad de las lámparas. E»
pueblos muy tranquilos, en villas viejas y casi muertas de paí-
ses muy lejanos, cuando la sombra invade la calle es cuando
los interiores revelan algo de su misterio. Deteneos entonces
ante las ventanas, deteneos ante las puertas de las tifendas, y
veréis las escenas familiares desarrollando sus lánguidas cintas
cinematográficas al resplandor de las antiguas lámparas patriar-
cales. Perdicas, que sólo parece pensar en las grandes pobla-
ciones europeas, nos dice que la gran ventaja de la noche es
<618 cosMÓPOLis—xH-1919

q u e "á la luz de ia luna, aun las más detestables arquitecturas


•adquieren cierta belleza". Y o me contento con recordar mis
largfos paseos nocturnos de Oriente... ¡Ahí {Cómo s e animaban
l a s ruinas en la penumbra plateada...! ¡Cómo sentía la presen-
c i a real d e los fantasmas...! ¡Cómo palpitaba mi corazón al e s -
cuchar, entre las pagodas antiguas, el soplo del viento preñado
d e ecos milenarios...!
El tercer consejo de Perdicas es tal vez el más profundo.
H e l o aquí en su brevedad expresiva: "Sabed esperar..." Nada
más que dos palabras... Pero lo que esas sílabas contienen es
infínito. "Sabed esperar..." Porque resulta una locura, que s ó l o
« n la cabeza de un turista cabe, el creer que á cualquier hora,
cualquier dia, un paisaje, un monumento, una plaza, una ciudad
aparecerán ante nuestros ojos en el esplendor completo de su
encanto. ¿No habéis acaso notado que ciertos sitios que os son
familiares, y á los cuales no les habíais dado, durante años en-
teros, una gran importancia, os parecen, de pronto, un día de
melancolía ó de exaltación, como transfigurados y engrandeci-
dos...? Pues con las ciudades que visitamos nos pasa lo mismo.
A veces no es el primer día, ni el segundo ni el tercero el que
«nos reserva el goce inmenso de la eucaristía estética. Por eso
no hay que decir nunca, sin un largo estudio contemplativo:
—De aquí he salido desilusionado.
Si I o decís, Perdicas os contestará:
—Retornad...
Pero aquí llegamos al punto más delicado, al más discutido
en todo caso, de la estética del viaje. Que sea útil y hasta ne-
cesario volver á un lugar del cual nos marchamos descontentos,
creo que todo el mundo lo admitirá sin difícuUad. ¿Qué es lo
peor que puede pasarnos en tal caso? Nada más que convencer-
l o s de que no nos había engañado nuestra primera impresión.
En cambio, cuando hemos gozado en un lugar, cuando hemos
sido felices bajo un cielo, ya el aspecto del problema cambia. Es
en ese caso en el que Paul Bourget se coloca antes de desem-
barcar por segunda vez en Corfú para preguntarse angustiado:
—¿Hago bien...? ¿Hago mal...?
Perdicas responde:
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 619

—Sí; hay que volver... En el retorno hacia el sitio que he-


mos amado, existe algo de cita amorosa... Nuestra alma sabe
que la espera el fervor de un soplo suave cual un beso en esas
islas hacia las cuales el recuerdo nos conduce...
Mas he aquí que una ilustre escritora que es al mismo
tiempo una gran andariega, nuestra Emilia Pardo Bazán, escribe:
—No; no hay que volver nunca á un sitio donde hemos
experimentado hondas sensaciones.
Y o que he seguido siempre en la práctica el consejo de
Perdicas, ¿puedo decir que no me he arrepentido alguna vez
de haberlo hecho...? No. El '"iDios mío, y éste es aquél!", de
Campoamor, no se aplica únicamente á los hombres. También
ante ciertos paisajes que en nuestra memoria eran divinos, ex-
clamamos desencantados al volverlos á contemplar:
—¡No es más que esto...!
Sólo que adoptando de un modo absoluto el sistema pre-
conizado por doña Emilia, me habría privado de algunos de
los más tiernos placeres que he tenido. No hubiera vuelto á
Atenas, no hubiera vuelto á Constantinopla, no hubiera vuelto
á Venecia, no hubiera vuelto á Niza...
¿Entonces...? Lo mejor en esto, como en todo lo que se
refiere á problemas sentimentales, es quizá no tener princi-
pios absolutos y dejarse guiar por el instinto.
—Pero en tal caso—me diréis—, no vale la pena de ha-
blarnos del arte de viajar, puesto que á la primera difícultad
salimos con que no hay tal arte...
Es cierto... Si por arte se entiende un cuerpo de doctrinas
precisas, no es posible aplicar la palabra al ejercicio de la
vida errante. Perdicas, por fortuna, no tiene nada de magis-
tral. "Lo que escribo—parece decirnos—no es más que el fruto
de mi experiencia de peregrino apasionado. No deis una gran
importancia á mis teorías, y pensad que, en el fondo, no os he
dicho nada más que una cosa, á saber: qne es preciso poner
toda el alma en el viaje." Estas últimas palabras son, á mi hu-
milde entender, las únicas que pueden servir de guía al que
pone el pie en el estribo...
*
**
620 cosMÓPOLis-xii-1919

Pero ¡ay! por mucho que hagamos, siempre nos faltará, en


nuestros viajes y en nuestras romerías, el elemento emotivo que
animaba en siglos lejanos á los peregrinos, á los navegantes,
á los andariegos. ¿Qué es, en efecto, un viaje moderno alrede-
dor del mundo, comparado con una simple visita medieval á
los santos lugares? Y no me refiero á la parte moral ó espi-
ritual de la empresa. Lo que sintieron los cruzados ante el
santo sopulcro, lo hemos sentido todos los que creemos. Lo
que ellos experimentaron y nosotros no experimentaremos nun-
ca, es el deleite novelesco del peligro, de la pena, de la angus-
tia que convertía un viaje á Palestina ó á Constantinopla, ó á
cualquier país de Oriente, en una aventura de argonauta. «No
sé cuándo volveré—dice un caballero del siglo Xiv, el señor de
Caumont, escribiendo á su esposa antes de embarcarse -; pero
con ia ayuda de Dios y de mi fortaleza de ánimo, espero que
no pasará un año sin que vuelva á veros." La crónica de este
romero, que acaba de publicarse y que está considerada como
una de las más interesantes, nos da la medida exacta de lo que
va de ayer á hoy. Dejando de lado los peligros del mar, lleno
entonces de corsarios, lo seguiremos rápidamente en sus piado-
sas correrías por la Palestina. Ya en el puerto de Joppe, como
se decía antaño, los pasajeros tienen que esperar que el sene-
cal de Rame, que generalmente se haila en Jerusalén, visite la
galera y conceda á cada peregrino el permiso indispensable
para desembarcar. "El jueves 30 llegamos—dice el cronista—y
mandamos ai intérprete á negociar con las autoridades. £1 sába-
do, día de la Magdalena, vimos alzarse en la playa ¡as tiendas
del senecal que iba á recibir nuestro tributo. El domingo subió
á bordo el mensajero para anunciar que el comisario del sultán
llegaría al día siguiente. El lunes, víspera de San Cristóbal, el
guardián del monte Sión autorizónos á desembarcar y nos hizo
inscribirnos en un registro y después nos encerró en un chique-
ro subterráneo, obscuro y hediondo." El encierro no dura largo
tiempo, y un par de días después el cortejo de Beles puede p o -
nerse en camino, por la llanura de Saarón, con rumbo hacia la
ciudad de David.
A falta de Baedecker, los peregrinos llevan itinerarios, que
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE

no son siempre claros y que muy á menudo se contradicen. Los


guias locales, que no conocen sino los nombres turcos de los
lugares por donde pasan, contribuyen á desorienstar á los que
quieren descubrir santuarios bíblicos. Cada uno ora donde su
capricho le aconseja que lo hag;a. «Tenéis libertad—dicen los
comisarios—, con tal de no ofender la fe del Profeta.» Esa li-
bertad no es sino relativa. Los musulmanes, iguales en eso á los
cristianos, se muestran extremadamente susceptibles, y por una
palabra sospechosa ó por un gesto equívoco, amenazan de
muerte á los "perros infieles". Como todo es por el amor de
Dios, nadie protesta. "En Raraleh—dice nuestro cronista—nos
detenemos en un santuario muy iluminado, y mientras hacemos
nuestras devociones, los soldados que nos custodian beben
nuestro vino y rompen nuestras botellas, pues si en sus ciuda-
des no pueden probar este líquido, entre cristianos, cuando van
de camino, se emborrachan. Durante la misa, los mahometanos
se ríen de nosotros.»
Algo más adelante, una banda de moros detiene á los p e r c
grinos y les exige un «seraph» por persona. Los que tardan en
abrir sus bolsas reciben algunos golpes, y mientras tanto, la es«
colta que está encargada de proteger á los que han pagado ya
su tributo al senescal, se echa á dormir para no verse precisada
á meterse en estos asuntos desagradables.
Al ponerse de nuevo en camino el intérprete dice á Cau-
mont: «Estos trances son frecuentes; pero hay un medio de evi-
tarlos. Haced entre vosotros una colecta y dad lo que podáis
reunir á los soldados. Cuando ellos tengan algún dinero, ya im-
pedirán que los salteadores os exijan más "seraphs"...
¿Cómo resistir á un discurso tan tranquilizador?...
El intérprete, una vez el dinero reunido, cuenta al noble se-
ñor francés lo que ha visto en el curso de sus últimos viajes.
«—Aquí mismo, en Ramiá—le dice—, el año pasado, cuan-
do unos piratas amenazaban nuestra costa, la población, irrita-
da contra los cristianos, pasó i cuchillo á todos los romeros de
Venecia, que venían trayendo una cruz de plata... Yo asistí á
aquel triste suceso y tuve que huir para salir con vida... Otro
día, los moros incendiaron el Hospicio del mismo pueblo
622 cosMÓPOLis—xn-1919

porque las imágenes romanas acarreaban mala suerte á los


niños...
*

Pero aun sin remontarnos tan lejos en nuestras nostalgias,


nos basta con evocar la época, relativamente cercana, de las
diligencias para sentir cuantos elementos de emoción y de poe-
sía se han perdido desde que los ferrocarriles han acortado las
distancias, quitando á los viajas su misterio y su prestigio-
He aquí, para darnos cuenta de lo que era un largo péle-
rinage á principios del siglo Xix, una obra escrita en Gotha
por un consejero llamado Reichard. Hojeando sus lentos ca-
pítulos, nos damos cuenta de que verdaderamente, por más
que hagamos en nuestra época de confort, nunca conseguire-
mos experimentar las emociones que sentían nuestros abue-
los en el curso de sus peregrinaciones. No tenemos ni idea,
en efecto, de lo que, para la imaginación de los hombres de
hace cien años, pudo representar el tomo único del Itine-
rario de Chateaubriand, ó los dos volúmenes del Oriente,
de Lamartine. Hoy, un Fierre Loti, ó un Claude Parrare, ó un
Rudiard Kipling, escribe en el mismo año algunas páginas en
la China, otras en la India, otras en Egipto, otras en Turquía y
otras en Escandinavia. Y todo el mundo encuentra eso muy
natural. En otro tiempo hasta para hacer el clásico viaje de
Italia era preciso prepararse como para una empresa extraordi-
naria llena de peligros y de difícultades. Hay una vieja estam-
pa de Boilly, titulada Le déparí de la diligence, que explica
mejor que los libros la importancia patética de la partida. Toda
la familia rodea al héroe que se prepara á subir en la diligen-
cia. Su esposa llora en sus brazos, desmayada de dolor. Sus
hijos, arrodillados, piden á Dios que proteja al que va á aban-
donar su hogar. Sus servidores, graves, pálidos, amontonan los
equipajes con una solemnidad religiosa.
La obra de Reichard no se refiere sino á los viajes por
Europa, á los que hoy se hacen en una semana y entonces re*
querían meses y meses. Convencido de que "una peregrinación
LA PSICOLOGÍA DKL VIAJE 623

por países extraños es una escuela de variadísimas enseñan-


zas", el precursor alemán de Baedeker aconseja á los turistas
que aprendan bien historia, geografía, mecánjca, agricultura»
dibujo y latín. Luego, cosa indispensable, aconseja "saber lo
que se fabrica en cada una de las ciudades en las cuales se ha
de detener, para estar de antemano enterado de lo que no es
indispensable llevar en las maletas". Porque el problema d e
los equipajes es uno de los más difíciles de resolverse en la
época de las diligencias y de las sillas de posta. Además de las
armas útiles para defenderse, y de los libros que siempre hay
que tener á mano, como las Meditaciones sobre el Evangelio^
y de la ropa interior y exterior, y de las botas y sombreros, el
peregrino precavido no debe olvidarse de llevar consigo otros
objetos indispensables, que son á saber: un buen martillo,
unas buenas tenazas, algunas buenas cuerdas, una cama d e
campaña con colchón ligero y almohadas en un saco de cuero;
un estuche de matemáticas, un panecillo de tinta china, una
brújula, un bote de grasa, un paquete de bujías, un telescopio,
dos sábanas, cerrojos fáciles de aplicarse á las puertas de las
habitaciones de las hosterías y, sobre todo, una caja de farma-
cia con sufícientes cantidades de vinagre, de agua de arcabu-
ces, de pomada de saturno, de licor de Hoffmann, de vino de
Hungría, de ruibarbo y de ipecacuana. Uno de los mayores
peligros del viaje es el de las enfermedades, y una de las ma-
yores preocupaciones del viajero, la salud. "Durante quince
días antes de la partida—dice Reichard—debemos purgarnos y
sangrarnos á menudo." Luego, cuando ya se halla en el coupé
ó en la berlina de la diligencia, agrega: "Tengamos cuidado:
primero, de las corrientes de aire; segundo, de la congestión;
tercero, de que no se nos hinchen las piernas; cuarto, de la llu-
via; quinto, de no dormirnos después de comer; sexto, de que
no sean muy frecuentes los vómitos producidos por el mareo;
séptimo, de los cambios bruscos de temperatura." Todo esto es
molesto, todo esto ocupa mucho tiempo, todo esto disminuye
el entusiasmo. El viejo consejero de Gotha lo reconoce. Pero»
gracias á todo eso, el peregrino puede, cuando abandona su
hogar, deleitarse é instruirse en los países lejanos.
^21 COSMÓPOLIS—XII-1919

El trote de los caballos no es nunca tan rápido que el cu-


rioso de paisajes no logre ver cada comarca de un modo escru-
puloso y detallado. Además, las paradas son frecuentes y lar-
cas, y en la promiscuidad pintoresca de las hosterías y de las
ventas, el cambio de impresiones con los naturales constituye á
cada paso una lección de psicología y de filosofía. En cuanto á
la existencia que debe hacerse al llegar á la capital del Reino
cuyos usos y costumbres querían nuestros abuelos estudiar,
tres líneas de Reichard bástannos para darnos cuenta de ella.
"Lo primero—dice—es buscar un criado para vuestro servicio,
el cual criado debe poseer algunas nociones de cirugía con objeto
• de que en casos urgentes ossangre. En seguida hay que buscar
casa según los medios de fortuna y alhajarla para recibir á ¡as
personas para quienes lleváis cartas de introducción." ¿No os
figuráis, oyendo estas palabras, que asistís al acomodo del pre-
sidente des Brosses en su casa de Roma, ó á la instalación de
Sterne en un piso de París,..? Yo veo á aquellos doctos sibari-
tas en grave coloquio con sus lacayos, arreglando un programa
•de vida, en el cual lo relativo á la cocina tiene una importancia
capital... Veo los muebles que cada uno escoge para su cuarto
de trabajo... Asisto á los primeros paseos. lentos, preparatorios,
casi secretos, del forastero ilustre que no consiente en hacer
ninguna visita antes de conocer la ciudad... Y con nostalgia y
con vergüenza, comparo aquellas maneras, que eran las buenas,
con las nuestras, que son febriles, que son eléctricas, que nos
obligan á vivir en hoteles siempre iguales, á comer comidas
uniformes, á hacer, en suma, en una semana, lo que antaño era
asunto de largos meses... Y me digo que, por muy poetas que
queramos ser, por muy artistas de nuestras propias vidas que
nos creamos, por muy enamorados que estemos de lo pintores-
co, siempre careceremos, en el curso de nuestros viajes senti-
mentales, de los elementos que la vida antigua ofrecía, con sus
lentitudes deliciosas, á todo aquel que emprendía una peregri-
>nación apasionada...
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 625

En realidad el más bello libro de viajes modernos que exis-


te no es obra de un gran escritor. Su título es vago, incoloro
y cambia según es una compañía de seguros marítimos ó una
sociedad de hoteleros quien lo publica. Suele llamarse Kosmos,
ó The World, ó La vuelta al mundo... Eso no importa. Como
no tiene ni una línea de texto literario, como no ofrece más que
nombres de ciudades ó de paisajes al pie de las láminas, nada
en su literatura nos choca. Desde la primera página, es un h e -
chizo, es un filtro, es una alucinación-,. Recordando la frase de
Descartes, según la cual ninguna pena resiste á un buen libro,
yo me pregunto si el gran fílósofo se refería á obras como é s -
tas, que contienen las vistas de todas las ciudades, de todos
los campos, de todos los tipos, de todos los trajes. Porque en-
tre estas páginas es donde se respira de verdad el humo sutil
del opio de las evocaciones, de los recuerdos, de los deseos
y de las esperanzas.
¡ Cómo rne acuerdo de la primera vez que gocé de la lige-
ra embriaguez de esta droga misteriosa!
Era en un Banco. Yo había ido á cobrar un cheque. En una
mesa había un enorme infolio con un titulo inglés que significa-
ba algo así como el universo en la mano... Nada de texto. Nada
más que vistas. Vistas de todas partes, vistas exóticas, vistas
extrañas, vistas fantásticas... Por entre las enramadas de una
alameda tropical pasaba un elefante cubierto de sederías... Un
jinete corría por un inmenso arenal... Una torre, una columna,
un campanario gótico... Luego una callejuela llena de gente
que no era como la que yo veía todos los días; una callejuela
tan estrecha que más parecía un pasillo, y en ese pasillo los
trapos más vistosos, las colgaduras más ricas, las oriflamas más
violentas, y bajo ese vuelo de alas de mil colores, la gente, la
singular gente, envuelta en mantos de púrpura... Luego, un
lago cubierto de velas latinas... Luego, una Babilonia de hierro,
un infierno de trenes, de carros, de automóviles, de riejíes, de
hilos de acero, de mástiles, de chimeneas... Luego, una coli-
na coronada por un templo en ruinas... ¡Qué sé yol... Todo el
universo estaba ahí, entre mis manos. Y yo lo recorría embe-
lesado.
626 cosMÓPOus-xii-1919

Más tarde, no ya en una butaca, sino en trenes y barcos, he


dado realmente la vuelta al mundo, pasando por el Egipto, por
Arabia, por la India, por !a China, por el Japón, por el Cana-
dá, por Nueva York... Pero el más intenso recuerdo no es el
de este periplo real, sino el del otro, del soñado ante las bellas
estampas del Banco. La muda é insidiosa sugestión de las imá-
genes tranquilas y claras, que nos hacen sentir la belleza exóti-
ca en su gracia eterna é inmóvil, deja en el alma una huella
que ninguna desilusión debilita.

Hace poco, uno de los más grandes viajeros de nuestra épo-


ca, el inglés Kipling, dio en Londres una conferencia sobre los
olores del mundo. Cada región, según él, está simbolizada por
un olor. Para representarse la Arabia con todas sus multitudes
y todos sus esplendores hay que evocar el olor del camello;
las regiones de! Eufrates huelen á huevos podridos; en las cos-
tas de Italia y de Provenza el olor es de pescado seco. En cuanto
al olor de El Cairo, es el de la grasa que frie. "Es—dice el
conferencista—un olor opulento, un olor bíblico, un calidos-
copio, en el cual encontramos reconstruidos los bazares y sus
magnificencias." Las aldeas, por lo general, huelen á humo de
leña y á tierra húmeda.
Por mi parte, no es con el olfato con lo que siento la em-
briaguez de los recuerdos pintorescos. Todo el Oriente se me
antoja envuelto en los mismos perfumes de miel, de canela,
de sudor y de tabaco. Pero, en cambio, cada rincón del mun-
do se me figura bañado por una luz especial. Mi memoria es
visual más que olfativa. Cierro los ojos y los paisajes van
desfilando en mi recuerdo con sus iluminaciones peculiares,
con sus resplandores característicos, con sus tintes inconfundi-
bles. Este tono de rosa es el de El Cairo. Hay otras ciudades
rosadas. Rosada como ésta sólo hay una. Y es, entre ligeros
velos, que parecen suspendidos en el éter, la más diáfana, la
más pura, la más voluptuosa claridad envolviendo las terrazas,
dando esbeltez á las masas arquitectónicas, alargando ideal-
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 627

mente las agujas de ios alminares. ¡Y la blancura de Cádiz!


En pleno día, sobre todo, la deliciosa ciudad «indaluza palpita
en el sol cual una paloma alba. Enfrente está Tánger, que tam-
bién es blanco y que no lo es del propio modo. Damasco es
verde, verde como una esmeralda perdida en el desierto, ver-
de brillante, verde luciente, verde de aguas que corren entre
enramadas. ¿Y Paris? París es gris, no gris cual Londres, no
gris de piedra vieja; es gris sin humo, gris suave, gris de perla
gris. En cuanto á Jerusalén, á pesar del cielo que lo cubre, es
negfro. ¡Ah, las atroces reverberaciones en aquella obscuridad
perpetua, las reverberaciones que incendian y no iluminanl
Después de unas cuantas semanas en la metrópoli de todos los
delirios misticos, una temporada de alegría y de frescura se ha-
ce indispensable. ¿Dónde encontrarla mejor que en la atmós-
fera áurea de Colombo? Todo es de oro, en efecto; de oro
fluido, de oro vaporoso, de oro etéreo, en la divina isla del
océano Indico. Las pagodas en aquella apoteosis perpetua del
sol parecen juguetes de oro. En el campo, las rutas rojizas son
como interminables cintas de oro. En las pupilas de las muje-
res, en fin, un fulgor de oro luce siempre...

*
* *
Hay quienes no conservan de los países que han recorrido
sino un recuerdo de voces, de armonías, de murmullos y de vi-
braciones. Entre el ruido de Nueva York, por ejemplo, y el
ruido de Bueuos Aires, la diferencia es inmensa. Y no se trata
de mayor ó menor intensidad. Aun poniendo uno y otro en el
mismo diapasón, el primero suena de un modo, el segundo de
un modo casi opuesto. Hay ciudades que cantan, ciudades que
rugen, ciudades que gruñen, ciudades que trepidan, ciudades
que susurran, ciudades que murmuran. En El Cairo la salmodia
callejera es incesante. París se diría que tiene un eterno fru-
frú de sedas en su actividad deliciosa. Chicago suena á marti-
llos enloquecidos. En Toledo un murmullo de preces sube sin
cesar hacia el cielo en medio de un silencio de muerte.
*
• *
628 cosMÓPOLis—xii-1919

Hojeando los maravillosos álbumes modernos, en los cuales


el texto, siempre reducido y discreto, no distrae á los que quie-
ren soñar contemplando las ilustraciones, todo el color, y todo
el aroma, y toda la armonía de los paisajes, penetra en nuestras
almas para proporcionarnos innumerables sorpresas. Per bien
que conozcamos un país, en efecto, siempre hay algo que ha
escapado á nuestra viata. Porque si existe un arte que no logra-
mos nunca aprender de un modo perfecto, es el de viajar. En
general vamos mal guiados. Los libros que pretenden ser con-
sejeros infalibles del turista no dan sino indicaciones absurdas:
"Una semana—dicen—basta para conocer Venecia." O bien:
"En dos días se ve Avila." O si no: "Con cuarenta y ocho ho-
ras hay bastante en Nazaret."
Todo esto, claro está, es mentira. Ni en cuarenta horas, ni
en cuarenta días, se conoce á fondo una población. Pero, aun
no tratando de conocer á fondo,siempre es necesario considerar
que el tiempo marcado en las "Guias" es demasiado corto. El
buen sistema es no llevar ni espacio limitado ni ideas precon-
cebidas. Yo, por mi parte, al entrar en un pueblo cualquiera,
trato de olvidarme de que existen otros países en el mundo.
Sin cicerone, sin plano, sin libros eruditos, me echo á andar
por las calles. Poco á poco, el alma de la ciudad va revelándo-
se. De los monumentos surge la historia. Los fantasmas pue-
blan las ruinas. La vida palpita. Y así, casi sin sentirlo, llego á
creer, a! cabo de algún tiempo, que no soy un extranjero, ni casi
un forastero, y que formo parte de la población en la cual me
encuentro. Pero, á pesar de todo, estos grandes volúmenes
ilustrados que ahora están de moda, y que se encuentran en los
salones de los banqueros, de los médicos, de los dentistas, de los
hoteles, de los barcos, me hacen ver, cuando los hojeo lenta y
voluptuosamente, que, por mucho que me figure haber visto,
aun me queda en las ciudades que mejor conozco mucho más
por ver.
Y es que, como dice Kim, no hay nada que no sea infinito...
LA PSICOLOGÍA DEL VIAJE 629

Así, no es extraño que algunos psicólogos aseguren que en


nuestros días e! "verdadero placer del que viaja consiste en
regresar á su casa". Y á fe mía, aunque pare^zca una paradoja,
esta observación es muy exacta por lo menos en lo que á los
parisienses se refiere. Cansados de los grandes hoteles, cansa-
dos de ios trenes rápidos, cansados de los museos famosos y
hasta de los divinos paisajes remotos, los buenos bulevarde-
ros experimentan, al volver á ver, en fin, la torre Eiffel á lo
lejos, una sensación de infinita voluptuosidad, que ni los lagos
italianos, ni los mares escandinavos, ni las montañas suizas, ni
las pirámides egipcias, ni los acrópolis griegos les proporcio-
naron nunca. Y no creáis que hablo de burgueses sin alma y
sin gusto. No. De quien hablo es de los artistas, de los que sa-
ben sentir y admirar, de los que no viajan por puro snobismo
ni por sólo cambiar de aire, sino para llenarse la retina de vi-
siones ardientes. ¿Qué de extraño tiene ello, después de todo,
cuando hasta los extranjeros que han vivido largos años en esta
ciudad no pueden abandonarla sin tristeza, ni volverla á
ver sin emoción? Por mi parte confieso que, á pesar de que los
países desconocidos me atraen con fascinaciones irresistibles,
al fin d-e cada viaje, un delicioso sentimiento de tranquila ale-
gría apodérase de mi aima. En cuanto veo desde la ventanilla
del expreso las cúpulas de Nuestra Señora de Montmartre, mi
corazón palpita con júbilo infantil. "París—murmuro—, París...
París." Y, en mi ingenuo entusiasmo, liego á experimentar algo
que sólo puede compararse con la angustia divina de las pri-
meras citas amorosas. Perqué París es, para los que le saben
adorar, una amante, una novia, una esposa. "¡Lutecia, madre
mía!"—exclamaba Frangois Villon hace quinientos años. Mas
hoy, los que la invocan no es con filial, sino con amorosa emo-
ción. ¡Lutecia, reina de la coquetería; Lutecia, musa del capri-
cho; Lutecia, señora de la gracia; Lutecia, hada de las sor-
presas!...
En todos los rostros de los que regresan en otoño de las pla-
yas á la moda ó de las montañas sagradas, nótase el mismo
placer de volver á sentirse en la buena ciudad.
COSMÓPOLIS-XII.1919

¡Ob, BiarritzI... ¡Oh, ia blanca Engandinal... ¡Oh, Falero y sus


arenas milenarias!...
Pero, en realidad, lo que hace palpitar sus sienes, lo que
agita exquisitamente sus párpados, es el perfume de París, del
Paris invariable, del París adorable, en donde, al fin, se en-
cuentran de nuevo.
Luis Bonafoux decía que París es una ciudad que no cam-
bia, una ciudad estancada, una ciudad conservadora. Conside-
rando esto como una censura, otros escritores hubieran podi-
do contestarle asegurándole que si existe, por el contrario, una
ciudad que cambia, es París. «No hay más que pasearse por
sus calles—habrían, con justicia, debido decirle—para ver
cuánto varía de año en año. Los que la conocieron á fines del
siglo pasado, casi no la reconocerían hoy. En plenos Campos
Elíseos, en el lugar que parecía invariable, una avenida nueva,
la más bella del mundo, surgió como por encanto... Más allá
del Trocadero, un barrio entero de palacios se ha creado de
la noche á la mañana... El aspecto de los bulevares, en fin, an-
tes apacible, tiene hoy algo de vertiginoso, con sus multitudes
y sus automóviles."—Todo esto es cierto. Y, sin embargo, Bo-
nafoux tiene razón. París es una ciudad que no cambia, París es
una ciudad estancada, París es una ciudad conservadora. Si
Aureliano Schoil saliera de su tumba, podría quejarse del
ruido que ha aumentado y de las distancias que han crecido.
Pero, de seguro, al cabo de unas cuantas horas, su París le
aparecería tal cual lo abandonó aquella tarde de primavera en
que sus amigos lo acompañaron hasta el cementerio. Me diréis
que Aureliano SchoUuo es en este caso una autoridad irrecu-
sable, puesto que su muerte remonta apenas á tres ó cuatro lus-
tros.. Entonces, escojamos á otro parisino empedernido..., á
Murger, si os parece..., ó á Gautier..., ó al mismísimo Mercier,
que hace cien años ejerció de cronista callejero... Pues bien:
Mercier, después de reponerse de la sorpresa del ferrocarril
subterráneo, de la locura de los automóviles, del lujo de las
nuevas avenidas, diría sin vacilar:
—Este es mi París, mi dulce París de viejas piedras armonio-
sas... Este es el único pueblo del mundo en que se puede vivir...
LA PSICOLOGÍA DIL VIAJE 631

Lo propio dicen los que regresan de Venecia o de Sevilla,


de Zurich ó de Alejandría.
—Este es nuestro París, ésta es la única ciudad habitaDle
del mundo.
Y muchos podrían agregar:
—No sentimos ni la fatiga del viaje, ni las molestias de los
hoteles, ni el mareo de los barcos, ni las tristezas de las inter-
minables tardes solitarias, porque, gracias á todo eso, podemos
ahora sentir la dulce belleza parisina, mejor que hace tres m e -
ses. ¡Oh, nuestro Parísl, ¡cuan caro nos eres! La separación ha
aumentado en nuestra alma el amor por ti. Encontrándonos de
nuevo en tu seno, experimentamos la febril alegría de la
mujer enamorada que, después de una ausencia, se halla entre
los brazos de su amante. De todo el viaje y d e todos los via-
jes, tú constituyes en verdad nuestro único placer infinito...
E. GÓMEZ CARRILLO.
632 cosMÓPOLis—xii-1919

LITERATURA ULTRAÍSTA
La revista Grecia, de Sevilla, se ha con-
vertido en el órgano de la literatura ul-
traísta, cuyo apóstol es Cansinos Assens.
«Pero—dirán los lectores—¿qué literatura
es ésa?» Una pág-ina de la revista Grecia
va á explicárnoslo ó por lo menos á suge-
rírnoslo... La luna de oro, blanca, melón
neurasténico, es cosa, según parece, muy
seria...

La luna.
Esta luna de oro, blanca, melón neurasténico de los espa-
cios siderales.
Pasa la luna con su luz cenicienta. Que es un velo de la mi-
sericordia solar que va por el Oriente.
Luna democrática, sobre tu geometría iluminada caen mula-
res de ojos municipales y civiles.
¡Ultral—hermanos iniciados—que vuestros corazones jue-
guen con esta pelota pagana conducidos por el celo de las hi-
perestesias de lo subconsciente. Que los ojos, circunferencias
equidistantes y eruditas, se liberten de ese tig-tag literario que
significa la luna pálida.

El Ultraísmo es el carácter literario, la nueva voluntad li-


bre, el allá misterioso que cada uno esculpe desde Su Yo pre-
térito y futuro. Es un vuelo desde la verdad d e cuatro patas—
(la ciencia, la moral, el academicismo, la historia, la erudición)—
de libertad.
Hay en el mundo objetivo mucho papel pautado y cuadri-
LITERATURA ULTRAÍSTA 633-

culado. Que usa el hombre-acorbatado, el que camina prejui-


cioso y firmado.
El Ultra es nuestra lucecita en la paradójica obscuridad d e
las iluminaciones solares. Cada uno se crea su aurora y se
alumbra su entierro al infinito.
El ultraista es padre de Su Yo. Con su amor, como en la
generación, criará á su hijo.
La vacilación, el enfado, la paradoja maternal, es amor.
El mundo, el paisaje, las almas, se darán en Su Yo, múlti-
plemente, como un desfile ante un palacio de espejos de t o -
das las coloraciones y potencias.
Luces sinceras, fantasmagorías honradas, sentidas, lejos de
las afirmaciones de emboscada, obra de la ganzúa literaria y deí
pedestrismo.

El Ultra es una llama alargada.


Esa nueva purificación de la llama microcosmos, cuya vida,
vacilante y antitética produce la extrañeza del profano.

Es verídico lo sucedido.
El hecho, corporalmente de sombras, ocurrió en un café.
—¡Caballero!—dijimos á nuestro vecino de velador, ese
hombre que cuando nos abstraemos ultraistamente, le creemos
enterrado.
El vecino de velador no contestó.
—¿Por qué me arroja su mono á mis hombros?
Es intolerable que un caballero nos arroje un mono.
Malditas leyes de policía urbana.
Pero no—¡horror, lejos, lejos de mí los psiquiatras!—creo
que todo sería una ligera vibración á lo largo de la médula, q u e
me interroga como cuerda de violín.
A N T O N I O IVI. C U B E R O .
<Ó34 cosMÓPOLis—xii-1919

ANTOLOGÍA FRANCESA
CHARLES GUÉRIN

lE VOUDRAIS ETRE UN HOMME

Yo quisiera ser hombre; pero en mis versos nada


se acerca de los hombres á la esencia sagrada.
Ante el libro se paran en horas de pereza
como al entrar en una posada suntuosa
•para gustar, al paso, la paz voluptuosa
que fluye de canciones y de músicas bellas.
Los afligidos llevan lejos sus aflicciones;
se quedan impasibles las damas; los burlones
conservan su sonrisa de amarga crispatura.
Dicen: "Palabras todo, palabras nada más.
Niño que, sin sufrir, clama su desventura;
fantoche triste, mímico de sollozos, quizás.
¿Qué nos viene á decir de amoríos inquietos
con su flauta y sus ceremoniosos sonetos?
¡Procesión exquisita de menudos dolores
cuyo camino alfombra, previamente, de floresl"
¡Ay! Los que me han leído dicen verdad, por cierto.
jSi pudiera, dotado de poderoso genio,
conmover hasta el fondo su corazón secreto!...
Un libro en que el amante sus besos reviviera,
como un eco, en ofrenda yo les querría dar;
y si hay sólo palabras, palabras, (quién supiera
Jas palabras divinas, esas que hacen llorar!
ANTOLOGÍA FRANCESA 635

J'ECRIS; ENTRE MON REVÉ ET TOI...

Entre mi sueño y tú, canta la luz. Escribo.


Y oímos, mudos de voluptuosa emoción,
el volar de un insecto ciego en la habitación.
La claridad sonrosa tu rostro pensativo.

Acaricias ios dedos que te abandono, y piensas:


—Si me quiere de veras, ¿cómo puede escribir?—
¡Oh suspiro, temblor de tu mano y batir
de pestañas, qne fingen rejas finas y densas!

Un oculto pesar adivino, y apreso


tu talle; sonreír quieres cuando te beso...
mas presto los sollozos que retener ansias

brotan, y mucho tiempo, muda, desconsolada,


lloras, lloras celosa de estas palabras mias,
que sólo hablarle saben de nuestro amor, amada.
(Traducción de Diez Cañedo.)

LES ROSSIGNOLS CHANTAIENT SUR LE TOMBEAU D'ORPHÉE...

En la tumba de Orfeo cantaban ruiseñores.

El alma universal vibró en todas las cosas;


el mar muriente, lánguido, tuvo nuevos temblores,
igual que un pecho henchido de voluptuosidades,
y en su lomo de espuma, verdes mirtos y rosas <
llevó como fragante carga hasta la ribera.
En el jardín del cielo ya no hubo claridades*
y en los bosques se oyó una voz lastimera*
636 coSMÓPOLis—xii-1919

En la tumba de Orfeo cantaban ruiseñores.

El polvo de los muertos se estremeció en las urnas


fúnebres; su rocío sacudieron las flores.
Todo tembló; en el aire latía ya la aurora
y el mar en una ola cariciosa y sonora
trajo hasta tierra el coro de Sirenas nocturnas.
En la orilla, y besado por la luna, un pastor
soñó que algunos labios posados dulcemente
en su flauta, cantaban melodías divinas.
Tierra y cielo se unian en un beso de amor,
y entre las vaguedades grises de las neblinas,
la gran canción al mar resonaba potente.

En la tumba de Orfeo cantaban ruiseñores.

Tierra y cielo se unían, como en la faz humana


el gozo se une al llanto. Yendo hacia la lejana
luna, blancas palomas bogaron por los cíelos,
y el aliento de un fauno, anhelante de amores,
hizo girar sus plumas en azules revuelos.
Tibia brisa del mar se elevó acariciante
desde el umbroso bosque á la cumbre bravia.
Y temblaron los mármoles, porque en aquel instante
en que todo callaba, el ruiseñor seguía
en la tumba de Orfeo su canto funeral,
y el corazón secreto de la Naturaleza
en él hallaba el eco de la eterna belleza
que vibra entre las cuerdas de la Lira inmortal.
(Traducción de Pedro Salinas.)

DES CLOCHES. C'EST LE JOUR DE PAQUES...

Campanas. Es el día pascual, hombre sombrío.


Tú sólo, cuando todas estas humildes gentes
ANTOLOGÍA FRANCESA 637

acogen al Señor en sus labios fervientes,


te obstinas, te deleitas en un recuerdo impío.

Solo entre la creyente multitud fraterna!


te cebas en tu amargo silencio, en tu protervia;
como en ti pudre al alma la carne, tu soberbia
contra tu fe, que aun vive, se rebela brutal.

Y este remordimiento y esta horrible agonía,


alma inquieta que ves fieles á tus hermanos,
son porque no eres ya, como en días lejanos,
un buen hombre que en Dios, sencillamente, fía.

MA PENETRE ETAIT LARGE OUVERTE...

Abríase á la noche mi ventana. Dormido


todo en la casa, en torno de mi, sin un ruido.
Yo escribía, doliente poeta de elegías,
al inquieto y suave claror de las bujías.
Un soplo de aire dulce, de perfumes del huerto,
de súbito al entrar mató mi luz. Cubierto
de sombras, me hallé solo con un ensueño, aislado.
Latía mi reloj, breve y precipitado,
sobre el hondo latir de mi corazón vivo.
Yo escuchaba el rumor, múltiple y pensativo,
que sube del nocturno sueño de la ciudad.
Sutiles los oídos son en la obscuridad,
y las almas se embriagan en su seno sombrío
con el suave misterio de las noches de estío.
Yo aspiraba el aroma de las tierras fragantes,
la solitaria paz; y tras unos instantes '
en que muerta la brisa familiar se creyera,
sentía estremecerse todo el silencio fuera;
d e pronto, propagándose lo mismo que una onda,
un suspiro alentaba, grande, de fronda en fronda.
638 cosMÓPOLis—xii-1919

Para el hombre interior, toda cosa mortal


tiene escondido un grave sentido espiritual.
Hoy vuelvo á recordar los pasados momentos
en que así, entre las sombras, mecí mis pensamientos
y, anheloso tal vez por mi propio destino,
pensando en vuestro fin, ¡oh llamas!, imagino
que al cogeros la noche, vuestra muerte refleja
una imagen del cuerpo cuando el alma lo deja.

L'AMBRE, LE SEIGLE MUR...

El ámbar, las espigas y la miel luminosa


que copia en sus panales las grutas de Fingal,
junto á la cabellera que envanece á mi hermosa
no tienen esplendor igual.

Si, dichosa, mi amiga junto á mí se adormece,


no me canso de verla, dormida, sonreír;
su cuerpo blanco sobre sus cabellos parece
en un lecho de sol dormir.

Cuando pliega los brazos, y en el hueco, pacieKte,


peina de sus cabellos el dorado tropel,
los sacude inclinando la testa de repente
como antorcha sobre su piel.

Tiembla el pecho desnudo con la breve caricia;


ante el espejo está, de pie; tan largos son
que su rizo postrero va á morir, con delicia,
sobre la rosa del talón.
{Traducciones de Diez Cañedo.)
FISONOMÍA DE CIUDADES 639í

FISONOMÍA DE CIUDADES

Bahía Blanca»

Es !a hija predilecta de! Atlántico. Como el revelado en-


sueño de Venus floreciendo en el ritmo misterioso de ¡as ondas,
diríase que emerge su promisora belleza de entre la orlada si-
nuosidad de la blanca espuma, y enciende su claro prodigio—
estrella venturosa en la inmensidad del firmamento solitario—
sobre las tierras ignotas y la tiniebla anchurosa del mar. Lla-
móla "Puerto de la Esperanza", á guisa de fe bautismal, su ilus-
tre fundador el coronel don Juan Ramón Estomba. Tal que vi-
gía de vanguardia desplazado en medio del desierto inconmen-
surable, erígese en la hora matinal de la nacionalidad, en la in-
tersección del campo nómade y del torrente oceánico. Fué en
su origen audaz avanzada que disputaba al aborigen, por un^
lado, arma al brazo y bizarría en el corazón, el dominio de las
tierras autóctonas, y por otro, poblaba las soledades australes
con el primer vagido de la civilización argentina, fundando un
destino propiciatorio á la vera del divagar marino, indiferente
y copioso en su enigmático refluir, como el dolor sobre las r o -
cas de las almas. Era desde luego prenda de abrigo y paz fren-
te á la demencia y el hervor de las borrascas, y en su áurea ju-
ventud plasmaban tempranamente, con la herramienta de su
cósmica ternura, el torvo océano su potencia hercúlea de titán
y la pampa su infinitud de vida y opulencia. Arca portentosa
de esperanza, es Bahía Blanca la puerta natural abierta sobre eV
mar argentino, á modo de ademán cordial que la república pro-
yecta, á través de las salobres ondas, á los pueblos del mundo,^
en ese voto de humana fraternidad que idealiza la heráldica de
640 cosMÓPOLis—xii-1919

nuestro escudo como una voluntad inmortal. De los continen-


tes lejanos, las naves buscarán el seguro refugio de sus dárse-
nas, y de su faro, que esclarece las ocultas rutas, bendecirán los
náufragos la sagrada luz. Por aquí llegarán al país los nautas del
mañana, y por este "Puerto de la Esperanza" tendrán acceso
al hogar argentino las maravillas del progreso y de la civiliza-
ción de las edades nuevas.
Bahía Blanca es la metrópoli obligada del vasto y rico te-
rritorio patagónico y del gran oeste argentino, que va á morir
al pie de la cordillera. Empresa de legendaria estirpe ha sido la
fundación de esta noble ciudad. Con fecha 7 de Marzo de 1828,
el ministro de Guerra y Marina, general don Juan Ramón Bal-
caree, entregaba ai coronel Estomba un oficio conteniendo "las
instrucciones que deberían regirle en su carácter de encargado
del establecimiento del fuerte y batería en la Bahía Blanca". El
coronel Estomba se puso inmediatamente en campaña, y el 22
del mes y año citados emprendía la marcha desde el Fuerte de
la Independencia—hoy Tandil—con una división á sus órdenes
compuesta del regimiento 7 de caballería, dos piezas de arti-
llería de campaña, la compañía de cazadores formados en aquel
fuerte, ios individuos de tropa prisioneros en Patagones, y el
convoy de carretas conductoras de los útiles para la fundación
proyectada. En el diario de esta expedición, registra el coronel
Estomba, con tocante sencillez, las peripecias del penoso viaje,
en que alternan "días lluviosos, de recio viento é insoportable
frío". El 9 de Abril arriba parte de la expedición á Babia Blan-
ca, habiéndola precedido, pocos días antes, por agua, !a zuma-
ca Luisa, comandada por el capitán don Diego Harrison, que
conducía á don Enrique Torres, encargado de los reconoci-
mientos de la bahía, "para determinar el puerto de entrada á
nuestros buques, que concilie y reúna las calidades de mejor
canal, más agua y seguridad". El mismo día de llegada, proce-
dió el coronel Estomba á la elección del terreno para la funda-
ción del fuerte y población, de lo que se labró el acta respec-
tiva. En la comunicación dirigida por el citado jefe al ministro
Balcarce, dando cuenta de los resultados de su misión, fechada
en la Fortaleza Protectora Argentina el 11 de Abril, dice con
FISONOMÍA DE CIUDADES 641

una extraña visión del futuro: "... se ha encontrado el lugar que


podría desearse para fundar un establecimiento que algún día
tendrá importancia; puede decirse que hemos reunido en un
mismo punto, y á muy cortas distancias, buen campo, terrenos
d e labranza, agua exquisita, inmensa cantidad de combustible,
y un puerto que exigirá muy poca obra para ser seguro y có-
modo". El coronel Estomba finaliza su comunicación con este
voto, noblemente sugestivo: "Al puerto, dice, que para hacer
el establecimiento se ha preferido en esta inmensa bahía, se le
ha dado el nombre de Puerto de la Esperanza, con alusión á su
destino futuro, y á la fortaleza y población el de Protectora Ar-
gentina, haciendo alusión también en otro sentido al general
San Martín, servidor esclarecido de nuestra patria, y que obtu-
vo este título combatiendo en honor de ellas."
El general Balcarce, al acusar recibo á la anterior comuni-
cación, aprueba los nombres puestos á la fortaleza y puerto, y
decide que la población se denomine Nueva Buenos Aires.
Asombra el espíritu clarividente de estos hombres hasta el
punto de que una débil población, apenas fundada en los con-
fines de la república entonces conocida, les inspirase ya visio-
nes llenas de magnifícencia respecto de su destino futuro.
En la actualidad hállase al frente de la intendencia babiense
el caracterizado vecino don Eduardo González, movido, como
sus antecesores, por fértiles aspiraciones de progreso, que trata
d e concretar en obras útiles de beneficio colectivo. Esta comu-
na ha soportado intensamente las consecuencias de la crisis,
determinada en nuestro país por la guerra europea, y posible-
mente ha sufrido mucho más que otras en igualdad de condi-
ciones, á causa de motivos especialísimos y característicos de
su desenvolvimiento. Conviene expresar que Bahía Blanca es
una ciudad que se ha hecho en menos de veinte años á la
fecha. Su desarrollo ha sido verdaderamente vertiginoso, con
una intensidad tal de crecimiento, que rebasa toda pondera-
ción y medida en sus realizaciones. A la construcción de cinc
ha suplantado, sin transición, el suntuoso edificio moderno de
varios pises. La valorización de la tierra ha tocado límites inau-
ditos, transformando violentamente el modesto aspecto de la
5
CÜSMOPOLIS—Xll-iyii»

aldea, en un centro mercantil de considerable importancia. Asi


es que la administración comunal ha tenido que amoldarse á
una pauta instable, ó mejor, de permanente renovación. Las
mejores previsiones de la víspera han tenido que dar lugar, al
siguiente día, á otras nuevas y más completas, en ese enérgi-
co proceso de la elaboración celular de esta futura gran urbe
atlántica.
Entre las obras notables de Bahia Blanca deben citarse,
además de su magnífico puerto, el Palacio de la Municipalidad
y ei teatro Municipal, capaz para 1.100 espectadores.

Bethune»

Los turistas, mejor aún, los peregrinos que recorren las r e -


giones devastadas, no se detienen apenas, en general, en Be-
thune. Atraviesan de prisa la ciudad para seguir hacia Lens,
donde tampoco está probado que se detengan mucho. Es una
lástima en uno y otro caso. En ambas partes podrían contem-
plar, bajo formas diversas de belleza, ejemplos emocionantes
de resurrección. Citaremos uno: En Bethune, en el corazón d e
las ruinas, en el centro de la ciudad, entre viejos muros agrieta-
eos que desafiaron más de mil bombas, sonríe una visión en-
cantadora. Circundada de una tupida red de alambres punzan-
tes, pequeña y coqueta, se ve una humilde tienda de frivolida-
des. En el caos apenas aclarado de la piedra martirizada, entre
la biutalidad de los aplastamientos y el desmoronamiento, t o -
davía vivo y doloroso, de la guerra, Mlle. Lahousse, modista,
con Hn poco de tul, de seda y de satín, ha hecho renacer la
vida, florecer la gracia y, á través del prisma de matices, surgir
un rayo de sol y de alegría en medio del horror. Y esta ele-
£-ancia que tiene su bravura aparece como el claro y bello
símbolo del despertar de Bethune.
Eis domingo y la ciudad se divierte. Un cine, un teatro de
vodev/illes, conciertos públicos, reuniones deportivas y bailes
FISONOMÍA DE CIUDADES 64S

alegran el descanso. El resto de la semana se trabaja afanosa-


mente en reconstruir ó restaurar. La ciudad ha sido dividida en
diez sectores que administra, respectivamente, una sociedad
cooperativa d s reconstrucción. Se han creado carnicerías mu-
nicipales. £1 mercado de los lunes abunda en provisiones y los
almacenes de compradores. Y la Asociación de siniestrados
del cantón, bajo la inspiración de un arquitecto emprendedor
aunque miembro del Instituto, M. Cordonnier, presidente de
los arquitectos de Francia, lleva por buen camino el combate
de las realizaciones individuales contra las incoherencias y len-
titudes del Estado.
Una sola sombra arroja su melancolía sobre estas esperan-
zas del pasado, que son los recuerdos. Bethune ha recibido la
cruz de guerra, pero los habitantes esperaban más. La duración
de sus sufrimientos y la amplitud de sus ruinas parecia justificar
otras recompensas.
Otro hecho que debe notarse, hecho extraordinario si nos
atenemos sólo á las cifras, es que ia población de Bethune ha
aumentado en tres mil almas desde la repatriación. La causa de
esta anomalía es, sin embargo, sencilla. Todos los expatríados
de los desiertos alrededores y numerosos de Lens han buscado
en Bethune asilo. El verdadero milagro es que todos esos que
han vuelto á una ciudad semidestruída hayan encontrado modo
de albergarse. Muchos se han arreglado habitación en el d é -
dalo de cuevas. Allí viven, si eso es vivir, en las tinieblas de
esas catacumbas, á semejanza y con la fe heroica de los prime-
ros cristianos, si se exceptúa la persecución.
Pero, á decir verdad, no están por completo exentos d e
ella, porque la Administración de Hacienda ha ido ya á im-
ponerles las contribuciones de 1918.
La Administración de Hacienda, acaso malquista con la de
la Guerra, ignore, aparentemente, que la evacuación de B e -
thune fué ordenada por la autoridad militar desde las prime-
ras semanas de Abril de 1918.
Los moradores no habitaron la ciudad ese año más que los
meses de Enero, Febrero y Marzo. Pagar doce meses de im-
puestos por tres de estancia es una pildora muy amarga. Por
644 cosMÓPOLis—xii-1919

sus protestas, esa buena alma del Fisco ha consentido en p e r -


donarles una cuarta parte en vez de las tres cuartas partes,
como era lo justo.
Si las reg;iones liberadas caminan lentamente, en cambio
la Hacienda va de prisa.
VENECIA Y SUS PINTORES 645

VENECIA Y SUS PINTORES

Hay ciudades de una belleza más augusta, pero no las hay


más amables que Venecia, ni que dejen en todas las memorias
una imagen más encantadora. Otras ciudades han inspirado
más al pensador; ninguna ha inspirado tanto á los artistas y á
los poetas.
Esta seducción de su ciudad nadie la ha sentido más que
los mismos venecianos. Siamo veneziani e poi christiani. V e -
necianos primero, cristianos después: tal es la divisa que ex-
presa bien su entusiasmo por sus cosas.
La vida es demasiado bella en la patria insular, los espec-
táculos son demasiado singulares, ricos y raros para que ellos se
resignen á otros. Así en Venecia la pintura no será más que un
espejo, siempre el reflejo de la vida.
Esto es lo que constituye el encanto de esos maestros del
siglo XV, los autores de esos bellos cuadros íntimos que jamás
dejaron su parroquia, los callejones y los canales de su ciudad
natal y para quienes las historias que cuentan, los relatos de la
Biblia ó de la Leyenda Dorada, toman naturalmente la picante
apariencia de historias contemporáneas y de crónicas ó de dia-
rios en idioma veneciano.
El más amable de estos cuentistas es el gentil Carpaccio.
Todo el que ha estado en Venecia se acordará de las horas
pasadas delante de sus cuadros de Saint-Alvíse ó de San J o r -
ge de los Eslabones ó en el Museo delante de sus Milagros de
la Santa Cruz ó la Leyenda de Santa Úrsula. Acaso ni uno
solo de estos cuadros reproduce una vista textual de un monu-
mento de Venecia, el aspecto real de San Marcos ó el Palacio
de los Dux, y sin embargo no hay una sola obra en el mundo
•646 cosMÓPOLis—xii-1919

que dé cuenta más exacta de la atmósfera y el espíritu de la


Venecia del Renacimiento. Son impresiones, sentimientos é
ideas que no pueden ser concebidas estrictamente más que en
Venecia; es una manera particular de embocar las cosas, de
bañarlas en el agua, de mostrar en el extremo de un cuadro un
rincón de laguna ó del Lido, uaa galera que hincha sus velas,
un oriflama ondeando en la popa de un navio, grupos que se
embarcan, remeros esperando el pasajero en el traghetto, bal-
cones tapizados de telas de Oriente, trajes de mercaderes, de
burgueses, de patricios, interiores y fachadas ornadas de mo-
saicos y brillantes por el frescor marino, donde el espectador
encuentra hoy todavía la más viva, la más sencilla ilustración,
el álbum más encantador de imágenes de la vida veneciana.
Con Veronés todo esto se agranda é ilumina. La expresión
de la vida local toma un carácter de triunfo. En este momento
Venecia está en el apogeo de su gloria. Sola en medio de la
Italia que muere, la Serenísima República conserva su inde-
pendencia y se cuenta por su prudente audacia en el número
de las grandes potencias de Europa. Ha sabido conservar su
comercio, sus inmensas riquezas, su imperio colonial, sus tra-
diciones, sus costumbres antiguas que une á la más noble cul-
tura, al genio de las letras y las artes.
Estas cosas magníficas son las que celebra Veronés. Como
cuadro ideal de la vida elegante, no hay nada superior á las
Bodas de Cana. Es la expansión suprema de la pintura del
"género", libertándose de las últimas sujeciones del asunto
y no conservando más que un pretexto para alabar en un
himno incomparable de alegría la nobleza de la vida terres-
tre, la gloria de la raza humana en el completo goce de las
cosas y de su ser. Es la apoteosis tranquila de la vida civilizada,
el armonioso concierto de todas las gracias decentes, el fruto
más exquisito que nuestro planeta haya obtenido de largos
siglos de cultura.
Esta fiesta soberbia continúa más de cien años todavía para
acabar como por el ramo de un fuego de artificio por los bri-
llantes cohetes, las nubes, los líricos impulsos de Tiépolo.
£ n los palacios, en las rientes iglesias de Venecia, este virtuoso
VENECIA Y SUS PINTORES 647

prodigioso multiplica las ilusiones deslumbradoras de su piro-


tecnia y da á la pintura una apariencia do meteoro-
Pero mientras que con Tiépolo la escuela de Venecia
acaba por la ópera y canta, por decirlo así, el último de sus
grandes ai>'es, una multitud de pequeños pintores, incapaces
del mismo esfuerzo y las mismas vocalizaciones, se difunde por
la ciudad y sin poner á contribución la imaginación trabaja á
ras de la tierra. AKlado de la gran tradición patriciana y deco-
rativa de los últimos descendientes de la escuela de ios frescos,
en techos y cúpulas aparece una legión de encantadores artis-
tas burgueses, afectos únicamente á la realidad, y que escriben
sencillamente el diario anecdótico y la Gaceta de Venecia.
No es este, en efecto, el tiempo de los grandes pensamien-
tos y las lejanas aventuras. ¿Qué queda del imperio de Vene-
cia y de su poder marítimo? La vieja república de las lagunas
se duerme en el fondo de su Adriático como uno de esos puer-
tos de otros días, Rávena ó AiguesMortes, cuya vida se retira
con la ola marina. Permanece encallado como una quilla del
pasado con todas las formas de su historia, su Senado, su Dux,
su famoso Consejo de los Diez, instituciones antes tan gran-
diosas, y ahora un poco caricaturescas, que divierten y hacen
sonreír. En esta época es ya la gran curiosidad de Europa, el
prodigioso bibelot labrado por los siglos en la espuma del mar,
y que todos los turistas se apresuran á admirar antes que des-
aparezca.
Han terminado en adelante los sueños heroicos, las con-
quistas, las virtudes severas de los fundadores de la patria. No
queda en la ciudad más que un pueblo de pigmeos, ¡pero qué
espirituales y qué bien saben divertirse! ¡Raza alegre, sonriente,
cuya sola ocupación parece el placer, como su ciudad entera,
de nácar, mármol y agua, no es más que una inmensa decora-
ción de alegría! Hay en Venecia 16 teatros de música, no sé
cuántos cafés, salas de juego, ridotti, esos lugares de\placer que
han dado su nombre á todo lo que se llama reducto en todas
las lenguas. Desde el primer domingo de Adviento, día en que
Venecia se pone la máscara, la baiitta, el carnaval comienza y
no se interrumpe; todas son fiestas, conciertos, bailes en los
648 cosMÓPOLis—xn-1919

salones y hasta en los conventos, para que las religiosas, mura-


das detrás de sus tejas, puedan al menos gozar del espectáculo
de la vida moderna. Ciudad sorprendente entregada á la distrac-
ción y á la fantasía, parecida ella misma á una fantasía, á un
milagroso capricho de los hombres y del mar, ciudad de deli-
cias y de descanso, es la posada del mundo donde van cuantos
buscan e! olvido, asilo de reyes en el destierro, la Venecia de
ia cena de Cándida, la loca Venecia de Goldoni y de Casa-
nova.
Esta ligera Venecia tiene sus pintores que se le asemejan.
Y desde luego inventa una pintura nueva. El pastel, ese polvo
de delicadas sonrisas, ese color nebuloso y tierno que parece
arrancado á las alas brillantes de la mariposa, fué invención de
una veneciana, de esa gentil hada, amiga de Watteau, la linda
Rosalba. Y en seguida, armado de esos lápices mágicos, se nos
presenta Pietro Longhi, ei Lancret veneciano, el más amable de
los curiosos, el inagotable gacetillero de la ciudad.
No es éste un artista de grandes ambiciones; mira io que
pasa y hace vivamente el croquis. Su obra es el diario ilustrado
de la ciudad. ¿Pasa por Venecia una ménagerie ambulante?
Pues allí está Longhi reproduciendo las bellas y curiosas vene-
cianas cerca de las fieras. Longhi nos ofrece el teatro de mario-
netas, el astrólogo de la Piazzetta con su traje rojo, el tocador
de cornamusa que va á dar la diana á las monjas de San Zacea-
ría, la multitud que se pasea, las máscaras, los cotillones rosas
de las vendedoras de flores, la sotana del abate, la piel de ser-
piente de un arlequín.
Luego hay la Venecia misma, la ciudad de perla y madrépora
salida de mar como Venus; hay la sorprendente decoración, la
obra maestra de esta creación de las olas, nadando como un
sue.í^o entre el cielo y la onda. Y para pintar Venecia solamen-
te no .^e necesita menos de una media docena de pintores e x -
celentes, sabios maestros de la perspectiva, de la exactitud y de
la luz, «1 viejo Carlevaris, el más célebre de todos, Canaletto,
y sus discípulos Bellotto, Guardi y Maneschi.
Pintorc.7 perfectos que tenían conciencia de vivir en medio
de la más bei]a y de la más preciosa de las cosas y que no d e -
VENECIA y SUS PINTORES 649

jan de reproducirlo en todos sus aspectos, en las cuales la rea-


lidad lucha en gracia y en lo imprevisto con las más atrevidas
quimeras.
Acaso nada en el mundo, excepto algunos arquitectos de
Persia, da una tal impresión de lujo y de férico; al contemplar
los cuadros de esos pintores se tiene la sensación de algo des-
conocido que tiene parte de la concha, de la alga y de la
alhaja.
De estos retratistas de Venecia, Canaletto es el más p r e -
ciso y el más vigoroso; pero el más divertido es Francesco
Guardi.
La decoración, siempre un poco varia y melancólica, del
maestro, es animada por Guardi con una población coqueta y
turbulenta; es la Venecia de los días de fiesta, de las procesio-
nes y las ceremonias, las regatas en la laguna, la feria en la
Piazzetta, la multitud maravillada bajo la maroma del equili-
brista, la majestuosa salida del Bucentauro, la visita del Dux á
las iglesias, la entrada solemne de algún embajador. Y todo
este maravilloso espectáculo, todas estas diversiones, todos esos
cuadros de color y de vida nos los conservan esos pintores por
última vez, pues el 15 de Mayo de 1797 entra en Venecia el
ejército de Bonaparte y pone fin violentamente á catorce siglos
de historia.
"Este Gobierno es demasiado viejo... Es preciso que
caiga..." Así habló aquel rayo de la guerra conducido por el
destino. En adelante esa ciudad pintoresca no volverá á des-
empeñar ningún papel histórico. Ha dejado de figurar entre las
cosas vivientes. No es más que la sombra de ella misma, el
brillante simulacro de un pasado grandioso.
Así aniquilada, parecida á una tumba flotante, á un fantas-
ma deslumbrador, á una irreal apariencia, ejerce todavía sobre
el mundo un soberano prestigio. Intacta é inútil, inerte y des-
poblada, no existe desde entonces sino como una obra de arte;
no es en el mundo más que un objeto de belleza. Los, poetas
Chateaubriand, Byron, Musset van á pasear en ella sus m e -
lancolías románticas; Theophile Gautier escribe allí sus deli-
ciosas Variaciones sobre el Carnaval de Venecia y el jovea
650 cosMÓPOLis—xii-1919

Maurice Barres va á encantarse de arte y á intoxicarse de fiebres


y metódicamente, en medio de esas bellezas en descomposi-
ción, á excitarse en el culto del yo.
Venecia, es cierto, no produce más artistas, pero Europa
«ntera le disputa sus pintores. Todos van allí más que á Roma
y reconocen en ella la madre inmortal de la pintura. Delacroix
no quiere ver de toda Italia más que á Venecia, y es sólo Vene-
cia la que atrae á Fromentin. Corot hace tres veces el viaje á la
ciudad mágfica y pinta ese motivo incomparable que ofrecen
las pilastras de la Piazzetta al borde de la laguna en una límpi-
da mañana en que Venecia, como una diosa, parece bañarse y
sonreír en las frescas ondas marinas.
El más conocido de los enamorados de Venecia es el pintor
Félix Ziem. Habiendo colocado su caballete en el ángulo de
la Riva, en el sitio donde se descubre el muro de ladrillos
semimoriscos del Palacio Ducal, el conjunto de cúpulas, azul
pálido, de San Marcos, y el faro de la Dogana, coronado por
su genio de oro, al pie de las consolas armoniosas del Domo
d e la Salute—allí donde desemboca en la laguna el estuario
del gran canal, parecido á cualquiera rio majestuoso de la his-
toria—, nunca se movió de allí. Toda su vida de ochenta años
transcurrió reproduciendo el mismo himno de gloria, el mismo
paisaje espléndido, donde el sol poniente, deslizándose por
entre las vergas de los faluchos, teñía de púrpura el triángulo
agudo de un velo sobre el azul-
Pero este efecto, un poco teatral, debía s-ír reproducido
con más gusto y más verdadera poesía por otros. En Venecia
el inglés Turner evoca los triunfos pasados de los Tiros y los
Cartagos. Y nuestro Claude Monet y nuestro Le Sidaner la
representan ya como una ilusión nocturna, una fantasmagoría
frágil, medio disuelta ya en el pasado y en la sombra. Cantan
en esta ciudad el crepúsculo de la belleza.
Pasa, en efecto, esta ciudad admirable. Vuelve poco á poco
á las olas de donde salió. Un día nuestros nietos asistirán á
su naufragio. Todo en ella se enmohece, se agrieta, se d e s -
concha, se desquicia. ¡Qué tristeza cuando se desplomó el
campanile! Esta súbita ruina nos recordó que todo muere, se
VEKECIA Y SUS PINTORES 651

deshace y que vivimos en un universo cambiante donde las


cosas más preciosas no son largo tiempo las mismas. La pintu-
ra salva lo que puede de estas imágenes condenadas á perecer.
Y esto es lo que nos emociona en estos pintores de Venecia;
amaban y han hecho querer la belleza más amenazada.
X. X. X.
652 cosMÓPOus—xii-1919

LA EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES


DE PARÍS
SALONDEOTOÑO

Tan desconsiderado sería tratar el Salón de Otoño con en-


tusiasmo como con mala voluntad. En parte es una expresión
y una resultante de los gustos, de las tendencias, de las aspira-
ciones y aun de algfuna de las cualidades de nuestro tiempo.
Es un vasto depósito donde se ha arrojado un poco de todo y
del cual puede salir alguna cosa. ¿Buena ó mala? Me parece
que ahora, por la ley de las acciones y reacciones, sólo puede
salir algo bueno, porque todo el mal que pudo hacerse á las
artes en los últimos años, le ha sido hecho. Se ha llevado hasta
la extravagancia el gusto de la deformación; hasta lo absurdo
lo sistemático irracional, y hasta lo enervante y la impotencia
el perseguimiento exclusivo de la sensación. Después de esta
crisis, favorecida por la especulación, aclamada por los ama-
téurs y los snobs, es precisa una resolución, luego una conva-
lecencia y, por último, la vuelta á un fuerte y fecundo equili-
brio, digno de nuestro país.
De estos desastres ciertos y de estas esperanzas posibles,
s e encontrarán en este primero y hormigueante Salón de Oto-
ño, después de la guerra, indicaciones que deben tenerse en
cuenta. El que recorra con su mirada esos muros adornados á
veces de nnodo tan extraño, descubrirá muchas obras vivas, pe-
netrantes, se nsibles y que pueden aspirar á constituir un día la
transición en-^tre las adquisiciones de ayer y los esfuerzos d e
mañana.
LA EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARl'S 653

Para apreciar todo esto en su valor es preciso igualmente


libertarse de un respeto ciego de las tradiciones, que acaso no
eran más que convenciones, así como también 'de ese acade-
mismo á contrapelo que hace una regla imperiosa el desprecio
de toda regla y pretende subordinar lo inteligible á lo ininte-
ligible.
Hay que armarse de esta doble precaución: no considerar
exageradamente lo que no vale la pena de ser sentido, y dis-
tinguir entre lo que nos llame la atención, entre los dones ver-
daderos y las infatuaciones; entre la expresión, á veces incom-
pleta, de personalidades y los insignificantes "arribistas". Así
se encontrará en el Salón de Otoño mayor interés que el qué
podía esperarse de un golpe de vista superficial.
Reconozco que es á veces difícil determinar la parte equi-
tativa entre los que no producen tan bien como quisieran ó pu-
dieran y los que producen lo más mal que pueden. Trataremos
de hacer la mayor justicia posible á los primeros y reservare-
mos para los otros el silencio.

Pudiera acaso mantenerse la opinión preconcebida de que


la sensación colorista buscada por ella misma, fuera de toda
concepción imaginativa ó intelectual, es la sola representada
en el Salón de Otoño.'
Sin embargo, en algunos de los principales expositores se
ve que no está completamente perdida la ciencia de la compo-
sición y se nota en otros un real deseo de encontrarla. Los se-
ñores Vallotton, Maurice Denis, Marcel Lenoir y Hélene Dufau
se muestran como los artistas más completos; es decir, que
unen á una técnica fuerte y personal un pensamiento elevado
ó una emoción delicada.
Maurice Denis ha puesto su grave ternura en la escena de
Jésus chez Marthé et Mane, toda bañada de las tintas rosadas
del sol poniente. Indicaciones sutiles de reflejos y matices, ac-
titudes á veces un poco simplificadas, pero siempre expresi-
vas, contribuyen á hacer de esta página una obra rara. El r e -
trato de una familia donde la infancia juega el principal papel
es también una cosa atrayente y nueva.
654 cosMÓPOLis—xii-1919

Héléne Dufau es una de las privilegiadas artistas de alto


valor, que es al mismo tiempo poeta y pensador exquisito é
intenso. Nada de este arte, tan meditado y, sin embargo, tan
Ubre; tan delicado y, no obstante, tan fuerte, puede ser indife-
rente. Su Source dans la Nuit, que acompaña un retrato de un
gusto refinado, une á las cualidades plásticas el encanto inde-
Gnible del sueño.
Hay que tomar á Vallotton como es. Artista de una con-
ciencia severa, de un saber poco común, nos ofrece el curioso
fenómeno de un cerebro fogoso y de un temperamento frío.
Nada más digno que su pensamiento, nada menos atrayente
que su forma. El grande y poderoso tríptico del Duelo, del
Atentado y la Esperanza es una obra de las ejemplares, pero
no de las convincentes. El pintor ofrece una gran semejanza
con Girodet. De todos modos, si las preferencias de nuestros
tiempos van hacia un arte más rico de color y más libre, es im-
posible no rendir homenaje á una tal voluntad y no desear
á los impacientes algo de ese escrúpulo y de esa originalidad
de que tiene exceso M. Vallotton.
Lo que falta á Vallotton, esto es, vehemencia y un poco de
delirio, lo posee en abundancia M. Othon Friesz. Es de temer
que este artista no llegue nunca á disciplinar su talento y á sa-
lir de la confusión. Es lástima porque se distingue por su sin-
ceridad y su ardor.
La pintura de M. Marcel Lenoir ha hecho voto de pobreza
aunque sólo e n la apariencia. Su materia pictórica es rica y nu-
trida, pero la simplificación de las siluetas, la anchura del ara-
besco general y las superficies sobrias y severas, dan ese acen-
to particular que equivocadamente se tomaría por la sequedad.
El sentimiento es justo y verdadero en su Virgen visitando á
los humildes, como en todas las obras de Lenoir de estos últi-
mos tiempos.
Señalados estos principales artistas como fieles á la con-
cepción ó á la emoción, podemos con la misma simpatía, pero
más brevemente, anotar otros. Por ejemplo, M. Fujita, el japo-
nés prerrafaelista; M. Tobeen, que aun no ha destacado por
completo su personalidad, y M. Lévy-Dhrumer, que con sus
LA EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE FARÍS 655>

pasteles poéticamente concebidos, se obstina en no salir de


una demasido vaporosa monocromía.
M. Giriefid se recomienda por una serie da dibujos y de
paisajes no desprovistos de ritmo. M!le. Mela Muter continúa
forzando su talento para evitar todo lo que puede presentarse
de amable en los seres humanos. M. Borgeaud, que es un fiso-
nomista y un narrador muy inteligente en sus escenas de caba-
ret, tiene aún necesidad de tomar algunas lecciones de los ho-
landeses, lecciones de armonía y de transparencia. Los tipos
exóticos trazados por Tharkoíf, Gilardoni y Suzanne Valadou-
tienen brillantez y su originalidad no es forzada.
Entre los artistas verdaderamente sensibles está en primera
Bla M. Dcsvallieres, pero se espera de él algo más que esbo«
zos pequeños ó grandes. De todos modos, su Exvoto es una.
cosa muy emocionante.

Después de esta primera serie de artistas debo recomendar


á la atención pública á aquellos que tienen el cuidado de la
composición, pero que se satisfacen con un simple atractiva
decorativo sin fíjar fuertemente nuestro pensamiento. A la ca*
beza de ellos figura M. Bonnard con sus negligencias, pero
también con sus espontaneidades.
M. Jaulmes expone la empresa decorativa más grande d e
todo el salón: un gran cartón de tapicería destinado á repre-
sentar á la América nuestro reconocimiento, por el medio de
los Gobelinos; después dos cartones de una decoración para el
Museo Rodin. Hay en estas grandes páginas ingeniosidad y sa-
ber. Son irreprochables. No encuentro nada mejor ni peor que
decir.
M. Dorignac en sus cartones de mosaicos; M. Gandissart ea
sus ricos tapices de flores; M. Taquoy en un paisaje con aves;
Mme. J. Beaubois de Montoriol en una composición festiva;
Mlle. Sjoested en los temas melancólicos del Silencio y la
Fuente, y Mme. Dorlac en sus tapices armoniosos y bien com-
puestos, son todos decoradores de mérito. Hay que señalar
aparte los dos tapices en altura dé M. Jeanés, inventados según
reminiscencias alpestres y que toman recursos renovados espi -
656 cosHÓPOLis—xii-1919

ritualmente de principios particulares de perspectiva de ciertas


escuelas chinas.
En fin, Jules Cheret, incorregiblemente joven, aporta en
esta multitud donde domina la juveíatud el impulso siempre
vivo de su fantasía.

Los retratos son los menos numerosos. ¿Es que ha llegado


á ser un esfuerzo demasiado grande ó un objetivo insignifican-
te para la joven escuela el estudiar y representar todos los
matices, todo el drama ó toda la comedía de la fisonomía hu-
mana?
Siempre sucede aquí que los mejores retratos lo son en su-
perficie más que en profundidad. Citaré como excepciones el
de una joven por M. Ch. Guerin; los de M. Ernet Ronard, que
se combinan agradablemente con paisajes, y los de M. Van-
Dongen, que ha enriquecido su manera estenográfica. Aun-
que muy brillantes sus retratos, son realmente, más que nada,
pictóricos y encierran algo ficticio que debe á sus modelos.
El importante retrato de un señor, también muy importante,
por M. J. Flandrin; la aristocrática aparición en rojo de una lady,
por M. Lavery; los enviados por Mme. Marval, Mme. Agutte y
MM. Chaveret, Deltombe, Gueroulk y señoras Charlotte Gar-
delle y Marie-Aimée Coutant, nos han parecido los más no-
tables.
Al contrario que los retratos, abundan los paisajes. Dos ó
tres expositores pueden prestarse á comentarios especiales con
arreglo á las corrientes en moda.
Antes de hacerlos hay que tributar un último homenaje á
Máxime Maufra, que fué no solamente un notable y poderoso
pintor, sino un paisajista que pensaba y sentía en la naturaleza
algo más que un motivo, es decir, la vida intensa que anima los
aspectos y los ambientes.
M. Rene Sayssand es uno de los raros que no sacrifican
nada á las convenciones pasajeras. Hasta las ignora en su sole-
dad laboriosa de Provenza. Nunca había alcanzado tanta ri-
queza de color. Sus paisajes son aún un buen adelanto en la
carrera de este artista.
LA EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARÍS 657

M. Jules-Raymond Koening tiene el ¡ncreíMe valor de aven-


turar sus pequeños paisajes de una tan delicada armonía en este
inmenso clamor. M. Dírinks, el luminoso pintor noruego, pre-
senta también obras brillantes.
Dicho esto, señalaré, sobre todo, los paisajes de Víctor Cha-
reton, Louis Charlot, J Biot, Wilder, Le Bail, Claude Rameau,
Madeline, Chigot, J. Deville, Vlaminek, Balande, A. Le Beau,
Villeon, G, Prunier, Collin, Marcel Gaillard y A. Le Petít.
Los cuadros de interior y de costumbres, desnudos com-
prendidos, porque el desnudo místico no se encuentra, son en
buen número y más de uno es rico y brillante. M. Marquet ex-
pone uno que es un trozo singularmente fuerte y atrayente, no
obstante su audacia. Es una dichosa sorpresa la que nos pro-
porciona este pintor, conocido, sobre todo, hasta aquí, como
paisajista. Citaré en seguida, como buenos pintores de costum-
bres, á MM. Lebasque, lleno de frescura; Camoin, que ha
adelantado mucho; Durenne, Synave, Albert André, d'Espa-
gnat, Valtat, Ottmann, Deshayes, Mangin, Jean Galtier, Renau-
dot, O'Connor y Charles Reymond.
Entré los pintores de naturaleza muerta, citaré á M. Jacques
Jourdan, que figura en las salas consagradas á los muertos por
ia patria, anunciándose como un pintor poderoso, de visión am-
plia y nueva.
MM. Foucault, Lacoste, Chabaud y Laprada y las señoras
Lisbetíi, Lucy y Garriere, cada uno según su temperamento, in-
tentan hacer hablar los objetos y las flores, y á veces aciertan.
Acabo de hacer alusión á las salas que nos muestran las
obras, recuerdos ó rasgos de taknto, cruel y prematuramente
aniquilados. Uno de los más raros, de los más emocionantes,
era Michel Cazin, de quien se admirará La catedral, de una
melancolía infinita. Los pintores, que fueron Gourdault, Delice,
Zigliara, Berthou, Champcomunat, Gumery, Ricardo Fjores,
Guiiez, Ferrier, etc., etc., son dignos de gran sentimiento y de
muchos honores- Acaso debiera estudiarse la idea de una sala
en un Museo consagrada á sus mejores obras.
Una palabra sobre la escultura. Es inútil comentar algunas
obras de Rodin, de quien todo está dicho. Una bella estatua en
6
658 cosMÓPOLis—xn-1919

piedra de M. Joseph Bernard fígura noblemente en esta sec-


ción.
Se ven luego trozos de MM. José Clara, Halou, Marque,
Storrs, G. Pimienta, Channoy, Marius Cladel y Quillivic y los
muy interesantes trabajos de escultura sobre madera, en hueco
y relieves, de M. Thibault.
De una mariera general, no se desprende nada de nuevo de
la mayoría de estos trabajos.
Cuanto á los objetos de arte, son numerosos y algunos ver-
daderamente tratados con suntuosidad é inteligencia. Los cera-
mistas Methey, Lenoble, Lachenal, Chaumeit y Bruyes, que so-
bresale también como grabador, ei maestro en metales Dunand,
los vidrieros Marnot, Sala y Decorchemont, el laquista Duc-
ning: he aquí algunos de los mejores artesanos del Salón de
Otoño y de nuestros tiempos.
Esta mirada de conjunto confirmará la idea que he tratado
de dar de este hervidero. Sólo nos falta desear que el año pró-
ximo los organizadores hagan esfuerzos por abrir quince días
antes. El efecto y el servicio serán más grandes.
ARSENE ALEXANDRE.
659

CABIRIA
VISIÓN HíSTÓRICA EN CINCO EPISODIOS ESCRITA PARA EL
CINEMATÓGRAFO

POR

GABRIEL D'ANNUNZIO

PREFACIO

El tercer siglo antes de Jesucristo, época histórica de la cual


se recogen aquí, en una ficción aventurera, algunas grandes
imágenes, presenta el más trágico espectáculo que la lucha de
ios espíritus había ofrecido ai mundo. Los acontecimientos y
los héroes parecen obrar en virtud del fuego infatigable. El
soplo de la guerra convierte á los pueblos en una especie de
materia inflamada, que Roma se esfuerza de forjar á su seme-
janza. La fortuna adversa, como se ve en la irrupción de Aní-
bal, "nacido en todo arma", parece no borrar, sino profundi-
zar, la huella tremenda. La paz—que será romana sobre el Me-
diterráneo entero—es todavía un.vano nombre en la boca
misma de Quinto Fabio. Semejante á su ruda toga, el alma de
Roma no está repleta sino de voluntad hostil é intrépida. Nin-
guna energía natural iguala en ritmo irresistible la pujanza y la
constancia de la urbe fundada por el héroe salvaje, en el cual
el espíritu violento del Marte itálico se une con el aliento mis-
terioso de la vestal oriental.

Es éste el conflicto supremo de dos estirpes adversas, con-


ducidas verdaderamente por el genio del fuego, "que todo lo
660 cosMÓPOLis—xii-1919

doma, que todo lo devora, señor dueño de todo, artífice sem-


piterno".
Por eso la criatura que pasa incólume á través del ardor
de los hechos es llamada Cabiria, con un nombre evocador de
los demonios vulcánicos, de los obreros ígneos y ocultos, los
cuales trabajan sin tregua la materia dura y durable. Y es por
eso la visión de la isla ardiente, que la mano hercúlea de la
gente dórica parece haber forjado en el tipo de la cumplida
grandeza. La montaña que fué místico sepulcro de Empedocies
señala aquí el ritmo inicial de vida y de muerte, de creación
y de destrucción, de esplendor y de obscuridad.

Casos prodigiosos, extraordinaria fortuna, fulminan ruina. La


virtud del hombre parece sin límites. Desde que el macedonio
ha superado á Hércules y Baco, el semidiós es el Dios. La fuer-
za procede por saltos formidables. Belona es divina, no tocan-
do la tierra sino para multiplicar su ímpetu. La sentencia de
Pirro del yelmo ornado de cuernos de carnero, no es sino una
palabra de oráculo suspensa sobre el mundo. ¿A quién el pa-
trimonio? Al hierro que "mejor traspasará, que mejor cortará",
es decir, á la corta, ancha y aguzada espada romana.

Y aquí se cumple lo que jamás fué visto en la tierra, lo que


jamás fué escrito en los anales: una gran civilización humana se
desploma enteramente de un golpe con sus ídolos monstruosos,
con sus valores antiguos y nuevos, con su tristeza y su concu-
piscencia, con su voluntad de dominio sin paciencia, con su
manía de aventura sin heroísmo; se hunde de pronto como una
falsa estrella que se precipita, no dejando sino un poco de
humo y de escoria. El periplo de Hanón, alguna medalla oxi-
dada, algunos versos de Plauto: nada más queda del vasto y
atroz mundo cartaginés. La serie de niños arrojados en el bron-
ce insaciable de Moloch fueron acaso menos perecederos.
CABIRIA 661

"¿Quién canta las guerras púnicas?" dice el fínal epigrama


de sabor anacreóntico, acompañado de !a flauta d e Pan. Y sólo
las chispas de la antorcha de Eres, indómito capitán ahora en
la estela de la nave feliz.

PERSONAJES DE LA FÁBULA

CABIRIA. ASDRÚBAL.
BATTO. SOFONISBA.
LA NODRIZA CROESSA. MASINISA.
KARTHALO, PONTÍFICE DE M o i o c H . SIFACE.
FULVIO AxiLLA. ARQUÍMEDES.
E L ESCLAVO MACISTE. MARCELO.¡
E L TABERNERO BODASTORET. SciPIÓN.
ANÍBAL. LELIO.

PRIMER EPISODIO

Es el crepúsculo. Ya termina el certamen de los pastores,


que la musa dórica inspira en las desiguales flautas "á las que
la cera da el olor de miel". Y Batto vuelve del campo á la ciu-
dad, á su jardín de Catana, á la vista del Etna.
La niña amada por Batto, que lleva en su nombre el genio
de la llama creadora, la pequeña Cabiria^ á la cual Hestia son-
ríe desde la piedra del hogar, juega con la nodriza Croessa.
De improviso, en la paz de tarde, se sobresalta el gran p e -
cho de Tifón que sostiene "la columna celeste". ¿Va acaso á
abrirse en lo profundo el surtidor del fuego? ¡Etna! ¡Etnal
"¡Dios con cetro, que fundaste tu asiento en las tinieblas;
tú, que encierras las raíces terrestres; tú, que raptaste ya la hija
de Demetria en el prado siciliano para traerla á las puertas de
las hadas; oh demonio de los mil nombres, te invoco en la liba-
ción santa! ¡Aplaca el furor de! fuego infatigablel ¡Sé clemente
con quien sacrifica! ¡Acoge los dones y las plegarias!
La plegaria parece haber sido propicia al dios. Bella es la
662 cosMÓPOLts—xii-1919

paz como la noche, cuando de improviso el estruendo sacude á


los durmientes y los arroja en el terror.
Los siervos buscan en vano salvación tras la muralla que se
agrieta y se derrumba. Súbitamente descubren un paraje des-
conocido, una escalera secreta que desciende debajo de tierra.
Allí están recogfidas y ocultas las riquezas de Batió, acapa-
rador. A la vista de las cosas deslumbrantes, la codicia vence a!
miedo. Cargados con el inesperado botín, escapan. Y con ellos
va la nodriza Croessa.
Los supervivientes lloran á la dulce Cabiria, creyéndola se-
pultada bajo las ruinas.
La sonrisa se ha extingfuido.

SEGUNDO EPISODIO

Los salvados se reparten el botín.


Dispersos por el hambre en la revuelta playa, todavía sobre-
cogidos por el terror, los fugitivos descienden hacia el mar.
Allí hay una nave abandonada, que parece ofrecida por el favor
de los dioses.
Es una nave de piratas fenicios que han tomado tierra para
recoger leña.
Croessa y Cabiria son vendidas en el mercado de Cartago.
Karthalo, el Pontíñce, compra la víctima infantil para ofrecerla
al dios de bronce, á Moloch.
Fulvio Axilla, patricio romano, con su esclavo Maciste, vive
desconocido en Cartago, vigilando con celo los movimientos
de la república rival.

El tabernero Bodastoret.

Fulvio Axilla y Maciste frecuentan la taberna de la mona ga-


loneada.
El Pontífice encierra á la víctima en la "caponera" del tem-
plo. Croessa intenta salvar á Cabiria fingiendo que está enfer-
CABIRIA 663

ma la niña y que, por tanto, no es grata al dios. Pero el fraude


no prospera. La víctima pura es ofrecida al dios para el próximo
sacrifício.

El castigo de La simuladora.

Croessa reconoce como latino á Fulvio Axilla y le implora


por Cabiria.
"Prenda de piedad. Acéptalo. Es un anillo poderoso. A él
va ligada la fortuna. Le dará salud, tendrá salud. ¡Por nuestros
dioses!"
El romano es tentado por la peligrosa empresa.

Invocación á Moloch.

EL PONTÍFICE

iRey ele las dos zonas, te invoco,


aliento del fuego profundo
engendrado por ti, primer nacidol

EL CORO

Aquí tienes los cien puros niños.


¡Engulle! ¡Devora! ¡Sin saciarte!
Karthada te da su flor.

EL PONTÍFICE

¡Óyeme, creador voraz!


¡Consúmelo todo
con hambre insaciable! ¡Óyeme!
664 cosMÓPOus—xii-1919

EL CORO

[Aquí tienes ia carne más pural


¡Aquí tienes la sangfre más dulce!
Karthada te da su flor.

EL PONTÍFICE

Consuma el sacrificio tú mismo


en tus fauces de llama,
¡oh padre y madre! ¡Oh tú, dios y diosa!

EL CORO

¡Oh padre y madre! ¡Oh tú, padre é hijo!


¡Oh tú, dios y diosa! ¡Creador
voraz! Hambre ardiente, rugiente...

El templo de Moloch.

Acosados por los perseguidores, los audaces se resguardan


en la cumbre del templo.
Maciste persuade al tabernero asustado.
"¡Por Baal-Samín, que desde el cielo estrellado nos mira;
por Baal-Peor, creedme! No he visto á nadie."
Por la víctima sustraída, Croessa espía.

TERCER EPISODIO

En tanto, Aníbal, "la espada de Cartago", busca la senda


de su destino tras los montes sagrados, que se elevan al cielo
como una muralla impenetrable.
Con un prodigio de paciencia y de fuerza Aníbal pasa los
Alpes, y he aquí que su celeridad amenaza á Roma.
CABIRIA 665

£1 g;ran mensaje embriaga de victoria el alma de Carthada,


que exalta á su hijo.
Fulvio Axilla y Maciste se ocultan todavía en el refugrio de
la mona engalanada, protegidos por el silencio prudente de Bo-
dastoret, aconsejado por el miedo.
Advertido del peligro que amenaza á la patria lejana, Fuivio
resuelve intentar por la noche la fuga.

Sofonisba, la hija de Asdrúbal, la ardiente "flor del granado".

£1 rey númida Masinisa es huésped de Asdrúbal, que le pro-


mete su admirable hija.
Masinisa, el principe de los caballeros, envia un magnífico
presente á la virgen misteriosa, y le pide la gracia de verla en
secreto, al nacer la luna, en el jardín de los cedros.
"Dime, ¿cómo es él?"
"... Como el viento de primavera, que atraviesa el desierto
con alas de tempestad, llevando el olor del león y el mensaje
de Astarté."
Al cerrar la noche un hombre cauto sube al espantoso
templo.
"Nada vi, nadie había; pero oí una noche á la gente que
frecuenta mi taberna que al nacer la luna ponen el acecho allí."
Sale la luna.
"¡Oh reina que traes la luzl Diosa nocturna de los cuernos
de toro, que todo lo ves, que caminas en círculo, que amas las
vigilias, que creces y menguas, productora, venturosa, radian-
te: protege á tus suplicantes, acógeles en tu misterio..."
Otros corazones, otros deseos.
Eí "buen suceso* secunda al romano.
"¡Oh celebrada en miles de años! Tú que concedes la gra-
cia en secreto; tú que anidas los mortales con la necesidad in-
vencible; tú que de la negra noche te deleitas y de los lechos
de marfil, ¡oh fértil, oh astuta, oh toda sonrisa!, ven á mí y visita
al que de lo profundo del corazón te invoca."
Maciste, perseguido, se refugia en los huertos de Asdrúbal.
666 cosMÓPOLis—xii-1919

"¡Protégela! ¡Los dioses te protegerán."


"Se me ha aparecido este hombre de improviso. No había
con él nadie «i cosa alguna."
"¡Moloch la alcance! Ella es con el otro raptor."
Todavía sangrante del atroz suplicio, Maciste es vinculada
á la muela, que la muerte era demasiado leve.
Hacia Roma.
El tabernero se venga de haber temblado tanto.

CUARTO EPISODIO

Cambió la suerte de los vencedores de Cannas. El procón-


sul Marcelo estrecha el sitio de Siracusa, aliada de Cartago.
Fulvio Axilla milita bajo la enseña del vencedor de Ñola.
Pero un viejo sabio levanta la frente de sus meditaciones y
crea para la defensa de la muralla las máquinas irresistibles.
Arquimedes pide al sol la llama destructora de la armada
romana.
El instrumento jamás visto se muestra de improviso, divina*
mente, semejante á un haz de rayos silenciosos.
Fulvio Axilla contrarresta en vano el pánico que lo enlo-
quece.
Por la noche la formidable escuadra de Roma no es más que
una hoguera que se extingue sobre el agua en calma.
Fulvio es arrastrado por la corriente al mar de Aretusa.
Toda esperanza de salvación está perdida.
Pero en el dedo del náufrago está el anillo de Croessa. "Te
dará salud. Tendrás salud"; y llega el socorro inesperado.
El huésped de Batto, reconfortado, narra la aventura de
anillo.
"¡Oh Bestia, reina, fundamento increíble de los dioses fe-
ices y de los míseros hombres, á ti todos los dones! Cabiria
vive y en ella tu fuego".
"Vivía... ahora no sé..."
Y despidiéndose de Batto, ansioso, Fulvio Axilla promete
buscar á Cabiria si de nuevo la suerte lo lleva á Cartago.
CABIRIA 667'

QUINTO EPISODIO

Siface, el rey de Cirta, ha despojado de su reino á Masini-


sa, que se ha recluido en el desierto. Asdrúbal da su hija al iná&
poderoso, y del no más joven yerno obtiene la alianza contra^
Roma.
"Mi amada paloma sube hasta el carro de Tanit y trae la
tristeza al secreto de mi corazón."
Pero Scipión, el conquistador de España, el elegido del fa-
vor popular, está ya en África. Lelio está con él. Y el proscrito
caballero númida sueña con ceñirse en Cirta la corona real.
Fulvio Axilla, por su antiguo conocimiento de los lugares,,
consiente en la tentativa de penetrar en Cartago y de explorar
los elementos de la defensa.

Bajo la muralla de la ciudad cerrada.

En la noche misma Asdrúbal celebra Consejo.


Y Karthalo, el Pontífice, sale para Cirta para persuadir á S i -
face á que ataque á los romanos-
Cumplida la empresa, el romano se acuerda de Maciste y
de Cabiria, que quedaron en la ciudad enemiga hacia dos lus-
tros. El antiguo tabernero ha aumentado su fortuna.
Fulvio dice á Bodastoret que no desea más que ver á Ma-
ciste, su fiel siervo.
Pero la noche siguiente, mientras el viejo tabernero duerme....
En la alegría de la liberación inesperada se multiplica la
fuerza. >
"El miedo le ha cortado para siempre el aliento..."
Maciste ignora la suerte de Cabiria desde la noche en que
la entregó á la desconocida.
Karthalo llega á Cirta.
Y Siface se pone en movimiento contra el ejército romano,.
<668 cosMÓ POLIS—xii-1919

"¡Haz que no quede uno que pueda llevar la noticia del e s -


rago de aquí al marl^
A Karthalo, que ya mira con ojos torpes su delicada belle-
za, responde la esclava predilecta de Sofonisba: "Me llamo Eli-
sa", como la reina de las cosas blancas y del silencio perfecto.
El cónsul ScipiÓBt habiéndose dado cuenta del próximo
ataque, ha levantado el campo retirándose á lugar mejor e s c o -
S'ido. Fulvio y Maciste, desilusionados y perplejos, desesperan
d e poder salvarse.
El audacísimo númida promete á Scipión él incendio d e !
«campo de Sifaoe.
La fuerza abandona á Fulvio, que renuncia á luchar.

El incendio del campo de Siface.

A Maciste el fuego salvaje que brilla á lo lejos le produce


<un deslumbramiento de esperanza.
Fulvio y Maciste son arrollados por la gente fugitiva de
Cirta, que se acogen á las murallas y son hechos prisioneros.
El fulmíneo Masinisa persigue de cerca á los derrotados y
no da cuartel.
El rey Siface es cogido prisionero. La venganza es com-
ípleta.
Karthalo es retenido en Cirta por la rápida derrota.
Elisa es piadosa con la sed de los prisioneros, que no es-
peraban el fin del suplicio sino de la muerte.
Cirta resiste á sus asediadores; pero el ardor obstinado de
Masinisa está á punto de concluir con la adversa constancia.

El recuerdo de la noche lunar en el jardín de los cedros.

Maciste, entretanto, engaña el tedio.


CABIRIA 669^

El sueño de Sofonisba.

«Venga Karthalo á interpretar mi sueño.>


«La victima sustraída... La ira de Moloch... La ruina de la
patria.»
Sofonisba narra la lejana aparición en los huertos de As-
drúbal. El Pontífice quiere que la víctima librada le sea en-
tregada.
Maciste, descubriendo al gran sacerdote, se propone una
alegre venganza, puesto que en adelante sabe que debe p e -
recer.
Por las palabras de Karthalo, Maciste reconoce en la esclava
Elisa á la pequeña Cabiria.
La fortuna es generosa. Nunca roca en trabajo de asedia
fué mejor aprovisionada.
Cabiria, con el corazón estremecido, dice adiós á la luz.
Asustado á la vista del rey encadenado, el pueblo de Cirta
se rinde. El expugnador concede un día de saqueo á sus sol-
dados.
«¡Oh Masinisa, caudillo glorioso de los romanos; si Sofo-
nisba forma parte del botín, tómala!»
«No; yo tomo á la reina, pero la reina me aprisiona por su
encanto. ¡Dios de las batallas, por nuestros dioses, yo te con-
sagro el hierro mío!»
Así, por el arte de la encantadora real, el númida indoma-
ble se dispone á renegar la fe romana.
«La esposa de Masinisa no ornará el triunfo del cónsul.»
Fulvio y Maciste continúan la resistencia prodigiosa, d i s -
trayendo con el vino y con el sueño el tedio de la tregua.
Pero los criados, furiosos, al fin intentan la sofocación.
La diosa, «que se complace en las guirnaldas nupciales, y
que concede en secreto la gracia», escucha favorableníente la
antigua plegaria.
Masinisa, conociendo ia noticia del asedio singular, quiere
conocer á los dos audaces.
Masinisa ha obtenido de Sofonisba que á los dos se les
.670 cosMÓPOLis—xii-1919

perdone la vida, y Fulvio Axilla se atreve á implorar por Cabi-


ria^ ansioso de su suerte.
«No vive ya; fué extinta.»
Entretanto Scipión, llegado á la vista de Cirta, sabe por
Lelio cómo la hija de Asdrúbal intenta separar también á Ma-
sinisa de la alianza de Roma, con aquel arte con que ya mudó
á Siface.
«A Masinisa, rey de los númidas, Publio Scipión, cónsul ro-
mano, le desea salud y le pide que veng^a á hablar con él en el
campamento sin tardanza.»
Al rey le repugna entregar en las manos del cónsul la mu-
jer que es suya; pero el cónsul la reivindica como parte del
botín.
«Piensa que estás en la presencia de Roma.>
El cónsul trata á la cartaginesa como rehén de guerra.
«No pruebo tu fe, si bien te pido un favor por la reina, que
hacia ti fué magnánima y que acaso todavía puede proporcio-
narte algún beneficio inesperado.»
«Mándame á Maciste en secreto.»
«A la reina Sofonisba, el rey Masinisa envía el don que
sólo es digno de ser recibido de espíritu real.»
«Con espíritu real, ¡oh rey!, yo recibo tu don de casa-
miento.»
«En mí sola confío. Ni plegarias ni libaciones mudarán el
líltimo suceso. Matisman, dios de los muertos, ¡no ofrezco, pero
bebo!»
«Mensajero de la infamia de Roma, es tarde; pero Sofonis-
ba es aún reina, y, en cambio del don de muerte, concede la
gracia pública. Ardal, acércate y óyeme. Ve y ejecuta la
orden.»
En Cabiria, ya consagrada al dios voraz y prometida de
nuevo viva al sacrificio, no se cumple la sentencia del fuego.
«Te la doy. Al descender á las tinieblas, hago sobre tu
semblante la luz.»
Desarmada por la derrota de Zama, se pliega Cartago al
yugo inevitable.
Las naves latinas atravesaron de nuevo el mar, donde la
671

primera victoria naval gritó á las aguas el nombre de Roma


por boca de Duilio.
«¿Quién canta las guerras púnicas? ¿Quién se rememora de
Capua y del Metauro? ¿Quién de Utica y Zama?»
<Yo no fui vencido de caballeros; no de infantes; no de
naves, sino de una novísima fuerza que arroja dardos por ios
ojos.>

FIN
672 cosMÓPOLis—xn-1919

EL ENCANTO DE SEVILLA
POR J Ó S E NOGALES

(Final.)

El Alcázar.

Una vez fui á curiosear por aquel antiguo palacio sevillano,


pertrechado con datos de bastante solidez, y aun para el mejor
fruto de la visita cuidé de que persona seria y de bien digerida
erudición me acompañase.
Resultó, claro es, un paseo ameno é instructivo por aque-
llos salones y jardines; pero... no sé qué diablo de vacío q u e -
daba, qué aura romántica echaba de menos, irisando aquellos
admirables paredones, aquellos artesonados obscuros, aquellas
puertas labradas como joyas.
Fui otra vez solo y olvidando los cuatro datos atropellada-
mente adquiridos acerca del monumento, dispuesto á ver lo que
se me antojase, á escuchar lo que me dijeran, entregándome to-
talmente, de buena fe, como la más ignorante de las criaturas á
quien le enseñan algo risueño, festivo y agradable.
Apoderáronse de mí los clásicos ciceroniy me descubrieron
un Alcázar fantá-tíco, ideal, poblado de cosas extravagantes, de
cosas inesperadas, ridícu'as ó conmovedoras, bordando el viejo
manto de la leyenda, empapando los gruesos muros, volando
por el ambiente frío áv aquellas estancias, que tienen todos los
encantos, hasta el de la soledad.
Y gracias á la gárrula charla del que ensena bellezas del
arte como podría pregonar excelencias de un especifico, y mer-
ced también al abandono absoluto de mi voluntad y de mi al-
EL ENCAMTO DE SEVILLA 673

bedrío, surgió para mí el Alcázar legendario, el monumento


lleno de alma, de un alma policroma, de tosco dibujo, como
Sfótica vidriera; de rugosa y confusa labor, como gfruta de esta-
lactitas.••
Y vi en el "Patio de las cien doncellas" la danza fantástica
del harén, desarroliáadose como visión carnal, halagadora y
viviente, al ritmo sonoro del surtidor moruno lavando la piedra
con su eterno golpe de espuma y sus gotas refrigerantes, como
gemas desgranadas de »n collar de hadas; en otra parte vi la
sangre de don Fadrique, la mancha obscura en medio de la
losa blanca,y, asomada al balcón en el "Salón de Embajadores",
la siniestra ñ;?ura del fratricida coronado, del rey cruel ó del
implacable justiciero, que metió en cintura á la bárbara ambi-
ción feudal, y allá en lo hondo, en el subterráneo donde se
eternizó el crepúsculo, en la gran piscina central, veía el cuerpo
d e nácar de la Padilla, ondulando en el agua, acariciado por
las alas membranosas de los pájaros de la noche, mientras de
i o s calabozos de férrea puerta y bóveda de granito salían g e -
midos de angustia, la angustia de hombres enterrados, de seres,
olvidados del mundo entre cuatro muros ciclópeos, atados á la
cadena...
Entonces vi un Alcázar vivo, palpitante, lleno con la poesía,
con el dolor, con la gloria de dos razas, con el sabor artístico
<ie muchas generaciones qus dejaron su huella, su honda h u e -
lla, en los sagrados mármoles, manchados con la sangre fantás-
tica de don Fadrique.
¿Por qué no? ¿Acaso la verdad es mis billa que la mentira
hsrmoseada, la mentira piadosa, q is pone en las cosas un alma
y en las almas una gota de luz?

La Alcaicería»

Apenas conserva algáa qua otro ras^o de sa antiguo aspec-


to la calle famosa, la caüe moruna, en que raras ¡adustrias, p r o -
pias de Sevilla, tenían exclusivo asiento.
Aquel venerable trozo de vía púbiica que une la plaza de
7
674 CO8MÓP0LIS—xii-1919

la Alfalfa con la del Pan era antaño como un gran panal labra-
do por industriosas abejas. En sus celdillas estaba almacenada
el producto de una elaboración paciente y admirable.
Allí vendían durante algunos siglos, y venden ahora tam-
bién, aunque en menos cantidad, los típicos muñecos de barro
pintado, casi todos representativos de ideas religiosas, que p o '
drían ser objeto de una iconografía extravagante. Allí venden
guitarras, aceitunas, ejemplares famosos de toda una fauna de
cartón, encanto y regodeo de la infancia, y otras cosas neta-
mente sevillanas, elaboradas tradicionalmente por procedimien-
tos antiquísimos é invariables-
Gracias á ello se conservan en la Alcaiceria, además del
nombre, el olor y el sabor de su carácter histórico.
Es el rincón donde el pequeño comercio de cosas nada ú t i -
les—según el vulgar concepto de la utilidad—fué á refugiarse,,
sabe Dios en quá siglo. Ninguna de aquellas cosas es necesaria
para la vida, y quizá por esto me son simpáticas todas; perte-
necen á esa clase de lujo barato, infantil, efímero, mil veces
más agradable que el pan nuestro de cada día.
Los famosos curitas de barro; los nazarenos; los arrogantes
armados; los pasos de semana santa; los ángeles panzudos, nu-
tridos monstruosamente; los bueyes y muías, ovejas y cabras d e
los nacimientos; los toros de lidia y los tordos de cartón; las
guitarras y bandurrias; todo el producto industrial de la Alcai-
ceria es algo tan nuestro, tan frágil, tan candorosamente suntua-
rio, que no debe desaparecer nunca, y que desaparecerá, e m -
pujado, barrido por el afán modificador da los adelantos ur-
banos.
Ea aquella calle tan típica se fabricaban los abanicos de va-
rüldje de cañas, qu2 durante tantos años fueron honesto r e g o -
cijo de la región andaluza y libre sustitución de la prensa p e -
riódica.
Quedan algunas da las tiendas antiguas y una ó dos taber-
nas históricas, refugio tradicional de los cargadores de la Al-
faifa y plaza del Pan. La fama de la Alcaiceria ha traspasado
las fronteras, y los modestos escultores que llenan las tiendas
con una imaginería primitiva, original y baratísima, quedan
EL ENCANTO DE SEVILLA 675

obscurecidos en un conjunto anónimo de alfarería, que no deja


de ser doloroso para los puntuales historiadores de la ciudad.
Hay que despedirse de la Alcaicería auténtica: aquello se
va. Y, lo que es más triste, ya andará por ahí discurseando el
congrio político que habrá de manchar con su nombre, borrán-
dolo, el nombre legendario, moruno, simpático, de una de las
históricas calles sevillanas.

£1 patio.

Es el oasis: en el ardoroso estío de esta "tierra baja", llena


de mieses rubias, caldeada por la fogarada solar, inmensa y
poderosa, se apetece el patio sevillano, se sueña con el clásico
patio, fresco y encantador.
La antigua casa de Sevilla es, no sólo bella, sino racional.
Así hay que vivir en clima tan ardiente; así hay que buscar las
condiciones de salud y de alegría aun en medio de una atmós-
fera incendiada y bochornosa.
Desde la calle, en la que soplos de fuego marchitan las flo-
res de las macetas, se ve el patio á través de la cancela labrada,
fresco, penumbroso, lleno de un deleite manso y discreto en
que flota el sueño, en que se despereza el alma con una admi-
rable voluptuosidad.
El toldo de lona doble cierra el camino al sol: en la grata
obscuridad, las plantas, de anchas hojas y de turgentes tallos,
esparcen una sensación húmeda, fresca, adormecedora...; can-
tan en sus jaulas de colores los canarios, que parecen pájaros
de oro, y la fuentecita centra! lanza a! aire sus hilos blancos,
que se desgranan en aljófar, con un arrullo amoroso, continuo,
de un ritmo admirable. Y en la fresca taza de mármol que re-
coge la lluvia de perlas, y en los diáfanos receptáculos de cris-
tal, colgados entre hojas de los plátanos, nadan en mansa ronda
los peces de colores, los peces áureos, indispensables en el pa-
tio sevillano.
De noche, recogido el toldo, se ve allá arriba un cuadro
azul llenito de estrellas: en el patio brillan las luces, siguen
676 cosMÓFOLis—xii-1919

cantando los pájaros de oro al son alegre de los pianos, pulsa-


dos por manos femeninas; se oyen risas y cantares; alguna vez,
la quejumbrosa guitarra, y siempre los ecos de una alegría
pura, intensa, que desafía con treinta varas de lona los rigores-
ardientes del estío.
Es fresco, es deleitoso, es el oasis. Únicamente allí, en el
patio, envuelto en apacible atmósfera de una suavidad prima-
veral, puede respirarse aire de vida al pasar la ardiente siesta,
soñolientos y perezosos, viendo el relampagueo de los peces
en la pila, la lluvia que se dasmanuza coa su eterno ritmo, la
verdura grata de las anchas hojas mojadas, mientras que afuera
el sol derrite las piedras y caen en el toldo los pobres pájaros
asfixiados. •

A orillas del r í o .

La tarde era de una serenidad tan diáfana y dulce, que en


su ambiente azul se sentían los besos primaverales, las caricias
de una profunda germinación que lo llenaba todo: tierra, agua,
aire, cielo...
Salí de la ciudad, río arriba, por la orilla limitada por la vía
férrea y sombreada por los mimbrales y los sauces. A la dere-
cha, el alto arrecife de circunvalación, la ronda arenosa, apa-
recía de una blancura de nieve bajo la mórbida capa de flores
de acacia que el viento renovaba sin cesar.
Un perfume penetrante salía de aquellos árboles urbanos,
florecidos ostentosamente, en todo semejantes á vírgenes esté-
riles que desparraman en el viento el aroma de su amor y no
llegan á la maternidad fecunda, en que los frutos cuajan y se
ofrecen en la ubérrima prodigalidad de la eterna Madre.
Allí, á la derecha mano, alzaba su perfil airoso, sobre un
fondo azul, la torre de Don Fadrique, con su ojiva rota y su ci-
güeña blanca, pensativa é inmóvil sobre una almena, como un
ave histórica que viniera á ser alma de la piedra, espíritu alado
d e las ruinas...
Pasada la Puerta de San Juan, descansé en el tambor de la-
EL ENCANTO DE SEVILLA 677

drillos que el rio va lamiendo, desgranando, deshaciendo hora


tras hora; en la terraza que forma, alfombrada de gramíneas y
de jugosas malvas, pastaban dos corderos, blancos, inocentes,
de una movilidad infantil que alegraba un tanto el alma llena de
murrias. El rio pasaba resonante como entonando un cántico
jamás comprendido; allá^ en el centro de la corriente, una bar-
ca negra se deslizaba á su placer, suelta, abandonada al empu-
je manso del agua, y en ella cantaban también unos pescadores,
mientras saltaban los camarones vivos en el fondo de la cónca-
va tela, con un reflejo acaramelado de cristal húmedo y resba-
ladizo.
Allí, en aquella terraza casi circular, todo el año verde y Í1-
jofarada, es donde Bécker quería su tumba y donde Sevilla
puso, hace no sé cuántos años, la primera piedra del sepulcro
imaginado. No puso más que esa primera piedra, y en medio de
aquel triste abandono de la ciudad parece que el rumor de los
álamos negros, de los mimbrales frondosos, del rio resonante,
de los alambres que vibran como cuerdas de un arpa y brillan
al sol como hilos de gigantes arácnidos, forma la estrofa que-
jumbrosa de las cosas bellas y vivientes, llorando por su poeta...
En la otra orilla, sobre el fondo de un cielo crepuscular,
áureo y rosado, rompen el aire los panzudos hornos de la Car-
tuja; se destacan las masas grises de !a arboleda, que moja sus
ramas en la corriente, como en los jardines insulares de Vene-
cia; verdeguea intensamente la llanura de El Cenizo y se recor-
tan, al fin, ¡ES altas lomas, en cuyas faldss, pobladas de olives,
yace casi insepulta la gran momia romana de Itálica famosa.
Entre los frcndosos tallares que bordesn la orilla busca la
gente del puebio divertimiento ó descanso; de vez en cuando,
el libre amor va á codearse con ia Naturaleza y á unir su estro-
fa primavcrsl v\ cántico eterno del segrado río.
Pasada la Puctía de la Barqueta con sus romanos desem-
barcaderos y sus pináculos airosos, se escucha el rumor de vida
de los barrios clásicos: allí, la Macarena; allá, las rauf£l^las trá-
gicas, que conservan los arañazos de ¡as invasiones, los golpes
de las guerras y el desgaste de los siglos; más lejos, el sombrío
hospital; después, la leprosena, el cementerio más allá, y en úl-
678 cosMÓPOLis—xü-1919

timo término, las ruinas enormes de San Jerónimo, la traza del


convento, mitad fortaleza, que nos atrae, que nos Hama con ca-
lladas voces de auxilio, como un guerrero arcaico que se siente
morir debajo de su armadura rota.
En torno de todas estas cosas moribundas ó muertas se alza
el verdor de los campos, el intenso aroma de la germinación, el
cántico del Guadalquivir, la eterna y bella canción de la Natu-
raleza, renaciente como su admirable símbolo del Ave Fénix...

Sol.
E invierno cruel nos habia sorprendido, nos había como
tran? ortado á extrañas tierras hiperbóreas; el cielo azul de
Ano. iucíalo habíamos perdido detrás del persistente nublado
gris que daba escalofríos.
La sana alegría de nuestra gente vive de la luz, como la in-
quieta mariposa de grandes alas teñidas de púrpura y espolvo-
readas de oro. Debajo de un cielo húmedo y ceniciento la
musa meridional enmudece.
Un día de éstos reapareció el sol; la luz intensa cayó, con
su brío incomparable, sobre la tierra andaluza; el cielo, limpio
y azul, alegró el alma; al beso caluroso y fecundo de nuestro
sol, las cosas se estremecieron en un desperezo hermoso, lleno
de amor, henchido de agradecimiento...
Es el mundo que despierta; es la primavera que abre los
cauces de todas las savias, que imprime el vértigo creador á
todos los gérmenes.
Y en el ambiente luminoso y diáfano, en la onda enorme
del ardiente fluido, se unieron y juntaron dos olores gratísi-
mos: el olor de las violetas invernizas y el olor de los junquillos
primaverales.
Esas flores, de color de oro pálido, están en todos los bal-
cones. Con su olor delicadísimo, desparramado en el aire tibio
de nuestras noches, anuncian el buen tiempo, el tiempo del sol
y la alegría.
Cuando los junquillos huelen, es que la primavera ha e n -
trado-
EL ENCANTO DE SEVILLA 679

Las ramas de las acacias se van cubriendo de un bozo verde;


revientan las yemas, asoman las hojas, teñidas de clara y bri-
llante crómula; se siente una blanda y amorosa palpitación de
la Naturaleza; el olor de los pálidos junquillos satura el am-
biente de una caricia primaveral, intensa, que resucita las olvi-
dadas energías, las adormecidas ansias de vivir.
Y contemplando ese estremecimiento de todo lo vivo y
d e todo lo sano, sintiendo la onda placentera en que vibran los
gérmenes como el oloroso polen de los claveles rojos y los
áureos junquillos sevillanos, el alma, agradecida y admirada,
bus ca al sol, al fecundo sol que alegra la vida, que rejuvenece
la tierra, que con sus besos ardorosos saca flores que parecen
condensaciones rientes de su luz y formas cuajadas de los
átomos.

Flores d e a c a c i a .

Ahora están en todo su esplendor los árboles: las floridas


acacias muéstranse llenas de ramos blancos, suavísimos, de una
delicada fragancia.
Da mucha alegria ver esas flores albas y olorosas que traen
al seno de la urbe el encanto del campo en primavera y alegran
con el beso tibio de la Naturaleza poderosa v riente las escasas
florestas municipales.
El vecindario respira... la intensa luz meridional derrámase
en el espacio azul henchido de sagrado polen, de gérmenes
impalpables que difunden la vida, que llevan la enorme pulsa-
ción de lo creado á todas las células vivas, á todos los vibran-
tes nervios.
Es un impulso irresistible el de abrir los balcones en la s e -
rena noche, en la noche perfumada, primaveral, y ver en el
augusto silencio, á la luz de los focos, moverse acompasada-
mente los ramos blr^icos de las acacias en flor, como pellas de
nieve inmaculada sobre el verdor intenso y alegre de las pri-
meras hojas.
Una santa quietud se filtra en el espíritu: el vecindario sien-
680 cosMÓPOLis—xii-1919

te la biandura interna, el encanto amoroso de la tierra próvida,


la suave claridad d e una cultura mansa, intuitiva, que principia
en su aproximación á la Naturaleza y acaba en ia aproximación
al hombre.
Ei árbol visto desde la casa es alg^o familiar que se lleva
una parte de nuestro afecto- El enfermo, el triste, miran el
árbol vecino, el árbol confidente, con renuevos de esperanza
cuando está florido; con amorosa melancolía, con una especie
de íntima fraternidad, cuando las ramas desnudas se asemejan á
las desnudas obras, á las almas tristes sin flores y sin hojas...
La mujer que ama ve en ei árbol cuajado de ramos olorosos la
copia de su espíritu, de su cuerpo, de su vida llena de guirnal-
das de ilusiones, anhelosa de creación, henchida de savia... y
todos colgamos del sagrado árbol una alegría y una tristeza; una
confidencia ó un deseo. Así vamos tejiendo la tela incompara-
ble y sutil de los afectos; la red maravillosa de los sentimientos
hondos, delicados, algo artísticos, que nos confirman en el con-
cepto de completa racionalidad... Así nos hacemos algo más
puros, algo mejores.
¡Ahí pueblos sin árboles, pueblos sin flores, ¡qué duros, qué
hostiles, qué envenenados por la descarnada utilidad!
Son feroces: parece que las ideas, flotando en el mezquino
ambiente de odios y asperezas, en el horizonte afeado por la
lucha primitiva, adquieren sombrías tonalidades, desviaciones
monstruosas, hasta hacer, de la fe, fanatismo; de la creencia, su-
perstición; del poder, crueldad é intolerancia; de todas las vir-
tudes, vicios afrentosos, acomodándose al medio creado, al pa-
lenque establecido por almas desnudas, no conmovidas por
puros sentimientos ni por delicadas efusiones.
Denme el afecto sentimental de un pueblo que ame los ár-
boles; la melancolía del solo y triste que cuelga de las ramas
sus tedios y sus murrias; la sana alegría de la mujer amante que
ve en el verdor pompos^o de la masa de hojas la expansión de
su ansiedad creadora y el libre rebosar de su espíritu lleno de
savia... la apacible cultura de un vecindario que se complace
en ¡a opulenta belleza de los árboles, en el aroma delicadísimo
de los albos é inmaculados ramos de las acacias floridas.
EL ENCANTO DE SEVILLA 681

Los azulejos de Santa Panla>

Desde la estrecha y polvorienta calle éntrase directamente


en el corralón conventual, en el corral silencioso, discreto, lleno
de sagrado musgo.
A u n lado y otro, frondosos rosales cubiertos de rosas gran-
des y frías, como almas monjiles no tocadas por el soberana
fuego, por el ósculo creador de la luz y del polen...; en los mu-
ros, ventanas enrejadas, defendidas por celosías espesas, para
que el sol y el aire no rompan la clausura con su embriagadora
onda de vida y su intensa vibración de Naturaleza libre y fe-
cundante; en el suelo, húmedo tapiz de hierba aterciopelada y
blanda; y, allá en el fondo, la casuca tradicional del demanda-
dero, cobijada, refrescada por los parrales renacientes, que ex-
tienden sus tentáculos verdosos, sus sarmientos tiernos, en la
clara diafanidad del ambiente sevillano.
En aquel corralón que huele á incienso frente á los rosales
que surgen de la tierra fertilizada con el polvo de huesos hu-
manos, álzase la ojiva clásica, ideal, gallarda, incomparable; la
portada artística, conservada como un sagrado trozo de alma
española, en la cruda intemperie de los siglos; intacta en medio
de tantas y tan bárbaras profanaciones; resistiendo, como el
puro ideal, la invasora oleada de destrucción que fué nuestro
mayor infortunio.
Hay que verla con el austero espíritu, con la tierna melan-
colía de alma con que han de verse estos rincones que hablan,
que positivamente nos hablan de cosas puras y nobles; de la
pureza del Arte, del genio, de la idealidad eterna, remota, que
esparce su luz como lejana estrella en la extensión infinita del
espacio...
Es muy humilde aquella portada del convento de Santa Pau-
la; pero en el fondo de aquella humildad, como de aJm^ pode-
rosa, lucen joyas admirables, embelesadoras, de ojos que saben
ver, de espíritus refinados que gustan la ambrosía deliciosa del
Arte soberano, de la soberana belleza.
Los ángeles y medallones de Pedro Milláu, Sos azulejos d e
«682 cosMÓFOLts—xii-1919

Niculoso... Los azulejos de Niculoso sobre todas las cosas be-


llas de este relicario del Arte. El gusto fino, purísimo, de un
Renací miento casi ideal, desarrollándose con sobria viveza en
el amp eloide que abarca como en una muda caricia del paga-
nismo artístico la escena cristiana, candorosa, que el eterno co-
lor fija en el barro.
Con más lujo, con opulenta frondosidad, se desenrosca la
sacra hoja en el maravilloso altar de los Reyes Católicos, joya
de nuestro Alcázar... y con más jugo, con más savia, con una
vida desbordante de color y de línea y de riqueza artística, as-
ciende y se enlaza por el más bello altar de Niculoso que mis
ojos vieron, que hoy pueden ver los mortales ojos; el altar
abandonado á todas las injurias, en el ruinoso templo de Tudia.
Pero, ¡estos azulejos de Santa Paula, que son nuestros, que
contienen la pura fórmula del Arte renaciente, en su prístina
belleza, en su primitiva sobriedad!...
Están muy bien en aquel sitio: sobre la ojiva que animan
con su aleteo los ángeles de Pedro Milián; en aquel corral de
convento, alfombrado de hierba aterciopelada y húmeda, en
que los árboles surgen como calladas oraciones, los rosales se
cubren de rosas grandes y frías, como almas monjiles, y sólo la
parra jugosa tiende al aire sus pámpanos, en el eterno anhelo
de la vida, en el desperezo enorme de la Naturaleza maternal
y fecunda.

Los claveles.

Me acosté azotado por una terrible impresión de frío-


ajeno.
El telégrafo, con su impasi^bilidad cruel, nos iba trayendo la
implacable estadística del hielo.
En tal parte, 31 grados bajo cero; en tal otra, 15; en París
la nieve interrumpe la circulación; en Madrid se hielan las fuen-
tes... y así en medio mundo.
¡Espantoso inviernol Y sin querer, pensaba en los miles de
niños, pueblo inocente que estará sucumbiendo entre la nieve
EL ENCANTO DE SEVILLA 683

y la miseria; en los miles de hog'ares fríos, donde la desespera-


ción, flagelada por la intemperie, hará rugir á los hombres como
bestias abandonadas... En todo ese horror que azota á los p o -
bres: que se extrema en el débil, que asalta la vivienda del mi-
serable, que se extiende como una ráfaga mortal, como una
mortaja blanca, por la mayor parte del planeta.
Soñé con estepas abandonadas, con chozas derruidas, con
páramos blancos, con turbas gemidoras sin pan y sin lumbre...
Y mi angustia impotente clamaba con grandes voces, lla-
mando á la caridad humana, á la solidaridad terrena, á los sen-
timientos que elevan nuestra especie.
De hambre y de frío mueren ios lobos... pero si hay un áto-
mo de justicia, de eso no deben morir los hombres.

Al levantarme llovía mucho. Los hilos de cristal llenaban el


aire ceniciento; empapaban los árboles desnudos del paseo de
María Cristina; mojaban las techumbres lustrosas de San Telmo
y el cupulín amarillo de la Torre del Oro; caían como cabos
destrenzados de una espléndida cabellera blanca, como un velo
fibroso, entre Sevilla y Triana.
Por las ramas secas resbalaban gotas tembladoras, refrin-
gentes, que parecían puntos de luz. Muchas gaviotas, venidas
del mar, rompían el aire con el majestuoso batir de sus grandes
alas, conocidas de la tempestad y acariciadas por el espumarajo.
En el balcón inmediato al mío vi un tiesto de la tierra, del
que salía un tallo con dos claveles.
Dos claveles rojos, espléndidos, reventones, que esparcían
su olor fortísimo, mojados por la lluvia desmenuzada en sus
hojas como polvo de diamantes.
Aquellas dos bolas rojas se balanceaban en la atmósfera ce-
nicienta como notas perennes de ia primavera meridional. N o
puede el invierno con Sevilla—parecían decir—. Cuando allá
hace hielo, aquí saca flores.
Y miré con deleitosa ternura á las rojas corolas, bienolien-
tes, y. aspiré su perfume con ansia, con intenso deseo, con ins-
tintivo propósito de respirar la vida en toda la expansión de su
savia fecundante...
684 cosMÓPOLis—xii-1919

Después, recordando el horrible frío que acogota á medio


mundo, me parecieron esos claveles sevillanos un sarcasmo
rojo, una burla cruel de la primavera relativa, que, como hem-
bra caprichosa, se entretiene entre nosotros.

Los viejos mesones»

Las exigencias de la vida ffloderna van transformando la


ciudad: las antiguas calles morunas, frescas y penumbrosas, van
desapareciendo; en su lugar surgen las anchas calles llenas de
sol y de aire, las plazas orladas de acacias y naranjos, alegradas
por grandes trozos de cielo.
Las casas de antaño, espaciosas y un tanto sombrías, caen
hechas polvo, y en el añejo solar se levantan ios palomares mo-
dernos, bonitos, sutiles, de una solidez teatral, que vibran a]
menor golpe como cajas sonoras de guitarras.
Sintiendo, acaso, el hastío de la vida celular, de la incómo-
da vida de inquilinato, pláceme buscar las tristes casonas á la
española antigua, y ver sus rejas conventuales, sus patios ba-
rrosos, sus fachadas de un gusto frío como el alma de aquellas
gentes.
Y más que nada, registrar los viejos mesoaes, los contados
rincones de hospitalidad que aún hoy guardan la traza singula-
rísima del siglo XVII, y conservan el don de generaciones pi-
carescas, de la palpitante vida admirablemente fotografiada en
nuestros clásifios.
Hoy esos rincones sevillanos son muy pocos y están como
despidiéndose. Un poco más, y sobre el solar costroso, en el
corral maloliente donde vive á sus anchas la bandada de ga-
llinas, de las cuadras vacias y ruinosas, saldrá la casa moderna,
la tienda del día, pintarrajeada, luciendo los esplendores de un
arle chillón y negativo y los haces pálidos de la luz eléctrica.
Hay que acudir de prisa á contemplar los restos auténticos
del viejo mesón, con su escalera de palo, quejumbrosa y hura-
ña, su portalón adornado de telarañas colgantes, sus cuartos
destartalados y silenciosos ya, sus patios sin trajín, llenos de
EL ENCANT O DE SEVILLA 685

hierba, su pozo de brocal de piedra pulimentada por el roce,


su gran farol roto colgando de la altiva pértiga, sus cuadros de
pesebreras solitarias, donde no resuena el fatigoso resollar de
ias bestias cansadas y sudorosas.
Ah, cuando desaparezcan estos rincones casi ignorados, de
la vieja Sevilla, no nos será dable vivir, sino á merced de suti-
les obstrucciones, admirable vida picaresca en que palpita la
gracia del mundo .
Todavía, viendo el mesón clásico, nos codeamos con el ca-
pigorrón trapacero, con el fraile vagabundo, con el zafio arrie-
ro, con la moza del partido, con el bravo que se va á Indias,
con el corchete avieso, con el murcio sutil, con el mendigo ma-
leante... con toda la corte divina de Monipodio.
Y, durante minutos, horas, días, podemos ver las mismas co-
sas que ellos vieron, respirar el mismo ambiente, poblar los tris-
tres edificios solitarios de figuras donosas, rientes, zumbonas,
rellenas de una gracia castiza y neta que dio jugo á una litera-
tura incomparable.
Con los viejos mesones sevillanos, de titulos siderales y ca-
prichosos, se nos va una época, se nos va una vida. Algo de
melancolía hay siempre en esta desaparición de las cosas inúti -
les, de las cosas muertas...
Yo creo que he visto el último mesón, el último resto de una
especie agotada, que figurará algún día en el catálogo de los
fósiles.
Le he visto amenazado ya, lo he despedido, y me he senti-
do triste.

La Alameda.

Bendigamos alguna que otra vez al conde de Barajas, que


nos hizo este paseo, esta hermosura de luz, de extensión y de
alegría.
El descuido muiicipa! es legendario; aquello, sin la inicia-
tiva individual, sin el instinto artística del vecindario, que sue-
le hacer primores, sería á estas horas un desierto, un espantoso
desierto inhábil ^ble.
686 cosMÓPOLis—xii-1919

Allí no hay flores, ni hierba pradial, ni limpieza higiénica,


ni apenas luz... Los pobres Hércules, recomidos por la intem-
perie, impasibles y grandiosos, presiden aquella desolación
desde lo alto de sus bellas columnas monolitas, soportando en
sus hombros clásicos, de pureza pagana, el liviano peso de las
palomas volanderas.
Gracias al gusto intuitivo de los vecinos laterales, las casi-
tas nuevas, pintadas de colores claros, se adornan de enreda-
deras; crecen los plátanos en los mezquinos jardinitos que la
verja limita, pomposamente tapizada de hiedra y campanillas
azules, y en lo alto de los pretiles se ostenta, gallarda como un
arabesco de colores, la alegre crestería de claveles sevillanos >
Pero llega el tiempo estival, esa fogarada de sol que nos
envuelve como una llama de horno, y la Alameda, espaciosa y
refrescada por las nocturnas brisas, se abre al regocijado con-
curso de aquellos barrios... gente de la Macarena, de la Feria,
de los Humeros, de Capuchinos, del Boquete y hasta del cen-
tro mismo de la populosa ciudad, acude á respirar en aquel
gran espacio lleno de aire, saturado de luz.
En el paseo central, larga fíla de puestos y cafetines mues-
tran en inocente competencia el gusto andaluz, el gusto de raza,
latente en los humildes, como la flor en el campo... Alli no hay
uniformidad, ni empachosa semejanza impuesta por reglamen-
tos de policía: cada cual sale por donde puede en el empeño
de adornar el puesto, de decorar la tienda. Lo que hay es mu-
chas flores, muchas plantas verdes y jugosas, mucha talla col-
. gante, de barro blanco y poroso; mucho cristal resplandecien-
te, mucha luz pálida, reflejándose con tono romántico en el
rostro admirable de mujeres hermosas, de ideales mujeres se-
villanas, en las que relampaguea una gracia exquisita, ática, em-
briagadora, que no se olvida nunca.
Y en aquel ancho paseo de árboles seculares y de solemne
rumor, contemporáneos del conde de Barajas, una muchedumbre
ardorosa discurre toda la noche, oyendo el grato son de la c o -
pla, el rasgueo armonioso y dulce, amorosamente discreto, de
la guitarra, que parece un coloquio en la reja, en la divina reja
colgada de enredaderas...
EL ENCANTO DE SEVILLA 667'

Los bellos Hércules se bañan con dulzura ideal en la brisa


refrescada por las ag^uas del río, en la luz eléctrica pálida y ver-
dosa, que asciende del paseo, y en la celeste luz de las estre-
llas, serena y admirable, que baja del cielo, en que la vía lác-
tea traza su magfnífico reg'uero de polvo de diamantes...

FIN
•688 cosMÓFOLis—xii-1919

CRÓNICA AMERICANA

Una obra de cultura hispaao-americana.

Con este título trae El Tiempo, de Bogotá, dirigido por don


Eduardo Santos, el siguiente artículo:
"La casa Editorial-América, de Madrid, continúa sirviendo á
ia literatura y á la historia de la América hispana con un celo,
una inteligencia y una eficacia dignas del alto espíritu de Rufi-
no Bianco-Fombona, que inspira las labores de aquella magní-
fica Empresa editorial.
Publica ella no menos de siete bibliotecas: la Andrés Bello
(literatura), la Ayacucho (historia), la de Ciencias políticas y so'
dales, la de Isí Juventud hispano-americana, la de Historia co-
lonial de América, la de Obras varias españolas é hispanoamé-
ricanas y la de Autores célebres extranjeros. Con ellas puede
decirse que está levantado el más duradero monumento á la
vida, á la mentalidad, á los esfuerzos todos de la América his-
pana, que tiene en Blanco-Fombona al más esforzado y genuino
heraldo de lo que ella ha sido y puede ser.
La Biblioteca Ayacucho nos da en sus últimas entregas
(XXVIII, XXIX y XXX) una edición mo4ernizada, con prólogo
y notas de Blanco-Fombona, de la Vida del Libertador Bolívar,
por Felipe Larrazábal, obra hoy rara y cuyo excepcional mérito
no es preciso encarecer á los conocedores de la Historia. Ya
antes esa Biblioteca nos había dado las Memorias de Páez, de
Lord Cochrane, del General Urdaneta, del General O'Leary,
de O'Connor, etc.; la admirable Vida de Miranda, por Ricardo
Becerra; la Vida y Memorias de Iturbide, la Correspondencia de
Sucre, la Correspondencia de San Martín y otros interésantísi-
CRÓNICA AMERICANA 689

IDOS libros, escasos antes y puestos al alcance de todos los lee»


tores.
En la Biblioteca de la juventud hispano-americana acdban
de aparecer el libro de Vicuña Mackenna sobre el Almirante
Blanco Encalada (seg^uido de la Correspondencia de Blanco En-
calada y otros chilenos eminentes con el Libertador) y las re-
laciones de mando de los últimos Virreyes de Nueva Granada,
Francisco Montalvo y Juan Sámano, que dan luz curiosísima so-
bre la época más aguda de nuestra guerra de independencia.
Entre los libros sobre americanismo—sobre nuestro ameri-
canismo—publicados recientemente por esa Casa se encuentra
el de Antonio Mañero sobre México y la solidaridad america-
na, el estudio de Daniel Mendoza sobre El Llanero, el vibrante
panfleto de Carlos Pereyra sobre el imperialismo yanqui, y en
otras de las citadas bibliotecas se encuentran las obras princi-
pales de Rodó y de Ingenieros, de Sarmiento y de Martí; los
estudios sociales de Mostos, de Gil Fortoui, de Orestes Ferra-
ra; las críticas de Bello, de Caro, de Carlos Arturo Torres; loa
estudios diplomáticos del chileno Alvarez; libros de Rubén
Darío, de Montalvo; novelas de Blanco-Fombona, de Díaz Ro-
dríguez; versos de Julián del Casal, de Guillermo Valencia, de
Gutiérrez Nájera; viajes de Gómez Carrillo... Toda nuestra
América, en lo que tiene de mejor y de más noble, desfíla por
aquellas páginas, coleccionadas con tanto amor como talento.
Una vez más queremos llamar la atención de la opinión co-
lombiana, de cuantos entre nosotros amen las cosas del espíri-
tu y el alma característica de nuestro Continente, sobre la labor
que realiza la casa Editorial-América y sobre el esfuerzo que
representa para el americanismo latino lo que en ella está ha-
ciendo Rufino Blanco-Fombona.
Es necesario apoyar esa noble labor, secundarla y estimu-
larla, y esa obra debiera ser, no sólo individual, sino también
ofícial. En Colombia hacen gran falta las bibliotecas públibas, y
para formar las que deben crearse y completar las que existen
deberían tomarse como base los dos ó tres centenares de volú-
menes que ha publicado aquella Casa americanista y los que
siga publicando; en ellos se afirma y esclarece la conciencia de
8
690 cosMÓPOLis—xii-1919

nuestros pueblos, se acercan ellos por ei mutuo conocimiento y


se va creando esa solidaridad necesaria para la supervivencia y
vitalidad de la raza."

El teatro én la Argentina.

De los diversos estrenos en los teatros de Buenos Aires


vamos á dar cuenta de dos de alguna transcendencia. He aquí
cómo los juzga un buen critico de La Época:
"El hombre que pudo matar. — Debemos aplaudir ante
todo, con el estreno de este drama realizado anoche en el P o -
liteama, la incorporación al núcleo de nuestros autores teatra-
les de un elemento culto, de reconocida preparación y sólida
inteligencia, capacitado por ende para efectuar labor de arrai-
go. Folco Testena goza de indiscutibles prestigios dentro de
nuestro ambiente intelectual. Su drama El hombre que pudo
matar es un honroso ensayo, prometedor de proficuas produc-
ciones para el futuro.
Relataremos su argumento á grandes rasgos:
En el primer acto estamos en una humilde buhardilla don-
de viven Ada y Teresa, dos huérfanas. La primera trabaja en
el taller para ganarse el sustento; la segunda, al igual que la
otra hermana que se menciona en la obra, pero que no aparece
en escena, vive deshonestamente. Vive con ellas doña Rosa,
una de esas clásicas celestinas. La belleza de Ada ha prendado
á un viejo comerciante que la ve pasar todos los días. Doña
Rosa, valiéndose de diversos ardides y aprovechando la mise-
ria en que viven, consigue que Ada, en un rato de vacilación,
reciba al señor Maddu, el viejo que la desea. La entrevista toma
un giro sentimental. El sátiro comprende que está frente á una
virtud invencible y le propone hacerla su esposa.
En el segundo acto Ada es la esposa del viejo comerciante;:
pero el amor senil de éste no ha sido suficiente para aplacar la
sed de amor de aquella naturaleza joven que cedió á unirse á
aquel hombre por circunstancias casi fatalistas.
Vive con ellos un hijo del primer matrimonio de Maddu^
CRÓNICA AMERICANA 691

Adriano, joven disoluto y cínico para quien el padre no repre-


senta más que un mortal cualquiera. De acuerdo con esas t e o -
rías se deja llevar de su instinto; se enamora de ia madrastra.
Ella resiste, pero débilmente; tan débilmente, que el marido
llega á vislumbrar la verdad de aquellos corazones juveniles
que se van acercando insensiblemente.
En el tercer acto el conflicto sigue su curso. El padre y
marido sigue sospechando. Adriano ha jugado y ha perdido
una fuerte suma. Exige la ayuda material de la madrastra y en
su súplica se entremezcla el amor que lo domina. Maddu los
sorprende semiabrazados^ en uno de esos arranques instintivos
de dos seres que se buscan.
El hijo reclama el dinero para pagar su deuda de juego, y
el padre no sólo se lo niega, sino que lo arroja de la casa: será
ésta una forma de conservar el cariño de su mujer, si es que
todavía el amor no domina por completo á los jóvenes.
Ada intercede ante su marido para que no expulse á su hijo.
Es su última tentativa de mujer enamorada y una revelación
para ella misma de que quiere á aquel joven, aun en contra d&
todos los prejuicios. Maddu no cede y se retira de la casa.
Adriano prepara su equipaje, dispuesto á cumplir la pres-
cripción paterna, pero tropieza con Ada. Y cuando van á des-
pedirse, el amor es más fuerte que la voluntad y el deber y
caen el uno en brazos del otro. Maddu sorprende la escena.
Saca su revólver dispuesto á matar á los culpables, pero las
frases que pronuncian ios jóvenes detienen su brazo. Él no
tiene derecho á malograr una juventud. La vejez no tiene el
derecho de esterilizar una vida en plena florescencia. Y abo-
cándose el arma se suicida en el preciso momento en que los
jóvenes juntan sus bocas en su supremo beso de amor.
Tal es el drama.
Hay en sus escenas bastante belleza; Testena sabe perfec-
tamente de las intrincadas complicaciones del espíritu huma-
no y por eso sus personajes accionan lógicamente. El primer
acto es un poco desconcertante, pues la exposición es un tanto
obscura.
El segundo acto se inicia lánguidamente, con escenas de
692 cosMÓPOLis—xii-1919

relleno, y finaliza con dos escenas muy eficaces que valen un


aplauso sincero. El tercer acto es, á nuestro juicio, el mejor, y
allí se ve la garra del autor en pleno dominio de los persona-
jes y las situaciones. Es un acto pasional, rudo y humano. Vale
él solo toda una consagración para Folco Testena.

La Montonera-—José Antonio Saldías ha hecho un parén-


tesis á su habitual labor de comediógrafo que refleja la vida
porteña para internarse en los intrincados caminos de la historia.
El drama histórico requiere especiales condiciones de exhu-
mación y de justura de ambiente, unida á la habilidad técnica
del autor que debe hacer mover los personajes.
La historia en el teatro resulta un tema harto difícil de
abordar.
Por eso el estreno de anoche en el Politeama debemos
considerarlo un acierto.
La Montonera es una buena teatralización de aquel periodo
turbulento de nuestra historia en que se plasmaba la nacionali-
dad apenas rota la tutela del coloniaje.
Pasa por la obra como figura principal, aureolada de leyen-
da, aquel general Francisco Ramírez, que simboliza el legen-
dario romanticismo impregnado de unción patriótica.
Es el gaucho hecho héroe por amor al terruño. Y sobre el
fondo épico de la evocación histórica, el amor romancero del
guerrero que da una plena sensación de cómo sabían querer
aquellos rudos legionarios que no tenían más culto que la pa-
tria y la danza.
Debemos tributar un aplauso á Saldías, que intenta con La
Montonera un género teatral de trascendencia. Su ensayo,
apartándonos de las deficiencias propias á la magnitud de la
evocación que representa su teatralización, constituye una
prueba más de su afán de cimentar su ya bastante difundida
y estimada personalidad de autor.
La interpretación fué buena en general. Todos pusieron de
su parte empeño especial para que la obra gustara. Los aplau-
sos fueron abundantes y merecidos."
CRÓNICA AMERICANA 693

El teatro español en América.

El Sr. Collazo, representante de la Sociedad de Autores Ar-


j^entinos, ha sido muy festejado últimamente en España. Con-
testando á una solicitud nuestra, nos dirige las siguientes pági-
nas llenas de interés:
"Si hace apenas dos lustros alguien hubiera afirmado que,
en la Argentina, en muy breve espacio de tiempo, el teatro
nacional desalojaría al español de posiciones tan merecidamen-
te conquistadas, no sólo en lo que se refíere á la preferencia
del público, sino también á la atención de la crítica, que, por
entonces, desdeñaba ocuparse del teatro aborigen, conside-
rándolo una quimera de quienes se esforzaban en su afianza-
miento, tal aseveración habría merecido, con justicia, los más
risueños comentarios.
Pero, hoy que el fenómeno se ha producido, hoy que sólo
tres ó cuatro compañías cultivan aquel repertorio en los tea-
tros de Buenos Aires, en la misma ciudad donde antes des-
arrollaban prósperamente sus temporadas hasta una docena de
ellas, los autores españoles comienzan á inquietarse.
¿Cuál es la causa que ha podido determinar ese fenóme-
no?... ¿Decadencia en la producción? ¿Superioridad del teatro
autóctono sobre el español?... ¿Protección del público á lo
nuestro?... En mi opinión, nada de eso hay, y sí lo que yo he
respondido á cuantos aquí se han interesado por saberlo: mala
administración; porque no basta con que ella sea honrada, sino
que requiere en quien ha de desempeñarla otras aptitudes que
las que, hasta el presente, ha demostrado el señor represen-
tante délos autores españoles en la Argentina, muy ocupado,
tal vez, en la tarea de cuidar los intereses de productores
franceses, italianos, etc.
A un autor no puede ni debe representarlo sino oti^ autor.
¿Cómo exigir de un ajeno á las cuestiones internas del teatro
que vigile, por ejemplo, las condiciones artísticas en que los
espectáculos se realizan?... Y ahí está, precisamente, la causa
fundamental de la decadencia, llamémosla así, del teatro espa-
694 cosMÓPOLis—xii-1919

ñol en la Argentina; porque, salvo muy contadas y honrosas


excepciones, los encargados de darlo á conocer son gentes
que desconocen en absoluto el respeto á la producción litera-
ria y carecen totalmente de la indispensable probidad artística
que para el caso se requiere.
Si los intereses de los autores españoles estuvieran confia-
dos á quienes por derecho corresponde esa custodia—razones
de raza, de autonomía y comunidad de ideales—, las cosas ha-
brían de tomar otro cariz. El ofrecimiento que en tal sentido
hiciera la Sociedad Argentina de Autores no ha merecido, sin
embargo, atención alguna por parte de la institución española.
¿Razones...? Las ignoro; pero, sean las que fueren, ellas no
han de tener consistencia alguna ante las muy poderosas que
expondré á continuación. Tantas ó más garantías que el señor
Ossovetsky, pueden dar á los autores españoles sus colegas
argentinos, caso de confiárseles su repreüentación. Su capital
social, libre de todo gravamen, es, en estos momentos, lo sufi-
cientemente considerable como para servirles de fianza, y la
percepción de los derechos sé hace con toda regularidad, d e s -
de que nuestra institución tiene establecidas subageocias en
todos los puntos de la República y ha realizado convenios de
reciprocidad con las sociedades similares más importantes de
los países sudamericanos, habiendo logrado de los respecti-
vos gobiernos la celebración de tratados especiales, garanti-
zando el respeto á la producción teatral.
Y si la Sociedad Argentina de Autores ofrece, por lo me-
nos, tantas garantías como el actual representante de los auto-
res españoles, puede, además, acordar muy positivas ventajas.
Véanse si no las siguientes: la liberación de todos los teatros
nacionales á la producción hispana, lo que vendría asi á aumen-
tar considerablemente su mercado; la vigilancia artística sobre
los espectáculos españoles, tal como la tiene establecida para
los suyos; la percepción de sólo un cinco por ciento por sus
gestiones administrativas, en lugar del quince que se abona al
actual representante, y, fínaimente, la nivelación de aranceles,
haciendo que los autores de la Península perciban el diez y
quince por ciento de la entrada total de los teatros, allí donde
CRÓNICA AMERICANA 695

SUS colegfas argentinos lo tienen establecido* para sus produc^


cioncs.
Y Iiay que ver lo que signiiica esta última ventaja. Citaré
un caso para ejemplo. AI partir de Buenos A i r e s ^ que estas
líneas escribe, La casa de la Troya, en pleno éxitot alcanzaba
las cincuenta representaciones á teatro lleno, con una «media>
diaria de más de «dos mil pesos» argentinos, ó sean «cuatro
mil quinientas pesetas», aproximadamente. Vale decir que en
cincuenta representaciones el teatro recaudó alrededor de
«doscientas veinticinco mil pesetas».
Según nuestro arancel, los autores de la preciosa comedia
habrían percibido 22.500 pesetas. ¿Querrán decirme los seño-
res Pérez Lugín y Linares Rivas cuánto han cobrado, en cam-
bio, por todo ese ciclo de representaciones?
La diferencia será, sin duda, muy considerable, y aunque las
cifras que ofrezco pueden parecer exageradas, no lo resultarán
si se tiene en cuenta que, solamente en la ciudad de Buenos
Aires, los autores argentinos perciben mensualmente por dere-
chos de representación alrededor de «setenta mil pesos» ar-
gentinos, ó sea más de <ciento treinta mil pesetas».
Alguien me objetará que, así como el tanto por ciento
ofrece sus ventajas, suele presentar también gravQS inconve-
nientes. Para demostrármelo me someterá el caso de tempora-
das desastrosas; argumento que destruiré con la siguiente ase-
veración: en Buenos Aires y en las ciudades donde la Socie-
dad Argentina de Autores tiene establecido el arancel del diez
y quince por ciento, ninguna compañía <puede vivir» si la en-
trada diaria no alcanza á una «media» de mil pesos, ó sean
más de «dos mil doscientas pesetas». Al diez por ciento, en las
compañías de verso, ó al quince, en las de zarzuelas, calculan-
do sobre esa media mínima, los autores españoles siempre
obtendrán mayores utilidades que al presente.
La resistencia de las empresas al nuevo arancel seria inútil
porque, fusionados los intereses de las dos sociedades, las
compañías de habla castellana no tendrían otro repertorio que
explotar, y se someterían, evitándose así también que aquéllas,
contando con que habrán de pagar poco á los autores, organi-
696 cosMÓPOLis—xii-1919

cen elencos deficientes y ofrezcan espectáculos que no resis-


ten la competencia de los nacionales. Costándoles más la mate-
ria prima—obra teatral—, buen cuidado tendrán en sacar de ella
el mejor partido posible.
Un autor de los que gozan aquí de más merecido prestigio
y, por c¡erto> uno de ios más fervientes partidarios del acer-
camiento de las sociedades de autores españoles y argentinos,
me decía, hace poco, al tratar el punto, en una de las tantas
conferencias que al respecto celebramos:
—¿No tiene fuerza suficiente la sociedad de ustedes para
presionar á las empresas y obligarlas á que no admitan otra
administración que la suya, sea cual fuere el repertorio que ex-
ploten en sus teatros?
—Claro está—le respondí—;lá sociedad argentina tiene so-
bre las empresas de allá el mismo ascendiente que la española
sobre las de aquí, y bastaría con que nosotros amenazáramos
á las que dedican sus teatros al género español con no darles
nunca más nuestro repertorio de no someterse á nuestra tutela,
para que ellas, que no olvidan que están en suelo argentino, y
que, tarde ó temprano, por sus escenarios han de desfilar com-
pañías del país, se abstuvieran de seguir haciendo repertorio
de ustedes.
No olvide usted que nuestras instituciones no son, en el
fondo, sino sociedad de resistencia. Pero, ¿á qué recurrir á
esos extremos?
¿No es mejor aguardar á que los autores españoles vuelvan
de su error y llamen á sus colegas del Plata á una fusión de
intereses, tan beneficiosa para todos?
—¿Usted lo cree?—me objetó mi interlocutor—. Pues se
cansará de esperar. Andan muy revueltos entre ellos para que
se ocupen de lo de afuera.
—¿Acaso lo de "afuera" no es también cosa de "ellos"?
—Sí, si—agregó—;pero lo mejor será que ustedes procedan
con la misma energía con que procederíamos nosotros en un
caso semejante.
—No—le repuse—•; los autores argentinos nunca harán un
conflicto á los de España. Podría asegurarlo. Bien sabe usted
CRÓNICA AMERICANA 697'

que la gratitud es patrimonio de nuestra r á v , y los que en aque-


llas lejanas tierras luchamos por el ensrrandecímiento d e un tea-
tro que es hijo del de España, no habremos de olvidar nunca que
en las aulas escolares nos enseñaron á venerar los nombres d e
Calderón. Lope, Moreto, Tirso, Zorrilla y otros muchos, "buyas
lecturas sembraron en nosotros estos g^érmeaes que han comen-
zado á dar sus frutos. Seguiremos esperando...

La p o e s í a hispano-americana en loa Estados Unidos..

^.a Sociedad Hispánica de América, que dirige el hispanis"^


ta Mr. Archer Huntington, y posee un hermoso museo y biblio-
teca en Nueva York, dará muy en breve á la luz pública un vo-
lumen de traducciones al inglés de la poesía castellana en forma
de antología, que cubre todo el vasto campo lineo de la lengua
de Cervantes y de los fray Luises, desde el poema del Cid
hasta las más recientes producciones de los modernistas ame-
ricanos y españoles. Llevará esta importante obra el título d e
Híspante Anthology, y su compilador es el ilustre poeta ame-
ricano Thomas Waish, cuyas simpatías por la raza y por las.
grandes cosas que la raza ha producido son bien conocidas por
todas aquellas personas que han seguido el interesante movi-
miento hispanófilo en los Estados Unidos é Inglaterra.
Esta antología, destinada á servir como importante obra d e
referencia para los amantes de la poesía hispana, vendrá á llenar
un vacío y á contribuir hondamente al prestigio de la literatura
castellana en Norte América.
Otra iniciativa de la misma Sociedad se refiere á la publi-
cación de una serie de biografías de los hombres más eminen-
tes de la América española. Según leemos en la prensa cubana,,
empieza la serie por los hombres de aquella isla.
El Día, de la Habana, da las siguientes noticias acerca de~
este propósito:
"El proyecto de la Sociedad Hispánica se distingue de t o -
dos los otros proyectos de publicación de biografías en la Amé-
rica latina en que los otros eran limitados á un uso más reduci-
•698 coaMÓPOLis—xii-1919

do; pero éste, no. Por ejemplo: de una publicación reciente,


nada más que 250 copias fueron impresas, y la obra necesaria-
mente queda desconocida. La forma de estas publicaciones y
otras similares—grande, imponente, costosa—hace inevitable
4]na distribución muy limitada. Por otra parte, el proyecto ente-
ro y esencial de la Hispanic Society determina sus formas de
publicación. Esas formas son tales que se ajustan á la distribu-
ción más grande y más extensa. La forma primera es la de un
folleto pequeño, no mayor de una tarjeta bibliotecaria, que se
.puede incluir en las cartas personales y de negocios. Por ese
método se cree posible dar á esas biografías un uso más diver-
,so y más aprovechable para los periodistas, los catedráticos) los
estudiantes, los legisladores, los hombres de negocios, etc. Por
ejemplo: en el caso de la biografía de la Sociedad Económica
de Amigos del País ó de la Universidad (siendo las sociedades
entidades vivas lo mismo que las personas), ó del científico más
eminente, será conveniente, en primer término, per los miem-
bros de las sociedades dedicadas á los objetos en cuestión, dis-
tribuir copias de la biografía.
» Siguiendo esta primera forma pequeña y muy conveniente,
la Society publicará las biografías en forma ó formas más per-
manentes en un volumen separado para cada país, y en volu-
men ó volúmenes convenientes á la América latina entera.
»Para esta obra, la Hispanic Society ha comisionado á
Mr. William B. Parker, que es un conocido autor publicista y
iiombre de letras de Nueva York. Es graduado con distinción
de la Universidad de Harvard y miembro de las Sociedades
académicas Delta Upsilon y Phi Beta Kappa."

El Congreso de las juventudes his-


pano-americanas de Madrid de 1920.

La Gaceta publica la siguiente Real orden de la Presidencia


del Consejo:
"Excmo Sr.: Organizado para la primavera del próximo
año de 1920, y en Madrid, un Congreso de juventudes hispa-
CRÓNICA AMERICANA 699

no-americanas, al que dispensa su augusta protección S. M. el


Rey, y que cuenta con la cooperación entusiasta de muy respe-
tables Corporaciones de esta corte; teniendo en consideración
la trascendencia que para la intensificación de la cordial convi-
vencia de las naciones de nuestro linaje ha de tener esa extra-
ordinaria Asamblea de la generación moza, á quien incumbe la
preparación y dirección del porvenir,
>S. M. el Rey (q. D. g.) se ha servido ordenar lo siguiente:
> Artículo 1.° Se crea una Junta de Patronato y organiza-
ción con el fin de celebrar en esta corte, y en la primavera de
1920, un Congreso de juventudes hispano-americanas, prestan-
do apoyo y protección al proyecto iniciado por la Comisión
ejecutiva del mismo.
>Art. 2." La Junta suprema de Patronato estará constitui-
da por el Excmo. Sr. D. Eduardo Dato, como presidente, y
por los excelentísimos señores duque de Veragua, grande de
España; marqués de la Mina, decano de la Grandeza; marqués
de Comillas; sir Archer Huntington, fundador de Spanish Ame-
rican Society; marqués de González, representante del Gobier-
no de S. M. ante el Congreso; parqués de la Cenia, del Con-
sejo Nacional de Exploradores de España; duque de Medina-
celi, grande de España y senador; duque de Alba, grande de
España y presidente del Real Automóvil Club; duque de Par-
cent, del Consejo Nacional de Exploradores; tonde de la Mor-
iera, senador y académico; D. Rafael Andrade, presidente del
Consejo de Estado; D. Faustino Rodríguez San Pedro, ex mi-
nistro, presidente de la Unión Iberoamericana; D. Luis Palomo,
senador y presidente del Centro de Cultura Hispanoamericano;
D. Mariano Benlliure, académico; marqués de Figueroa, ex
presidente del Congreso de los Diputados y ex ministro; don
Julio M. Leal, ex ministro; condesa de Pardo Bazán, catedrático;
D. Augusto Barcia, diputado y presidente de la Unión Interpar-
lamentaria Iberoamericana; marqués de Pilares, presidente del
Consejo de Emigración; D. Carlos Prast, ex alcalde y presiden-
te déla Cámara de Comercio; ,D. Rafael Altamira, senador y
catedrático; D. Adolfo Bonilla San Martin, académico; D. An-
tonio Royó Villanova, senador y catedrático; D. Ramón Mcnén-
700 cosMÓPOLis—xu-1919

dez Pídal, académico; conde de Cedillo, académico; marqués


de Valdeiglesias; D. Rufíno Blanco, catedrático; D. Rafael
Reynot, presidente de la Real Academia Hispanoamericana
de C y A.; D. Elíseo Loriga, profesor de S. A. R.; D. Eduardo
Gasset, diputado y ex ministro; rectores de las Universidades
de Madrid, Salamanca, Sevilla, Murcia, Barcelona, Valladolid,
Oviedo, Santiago, Granada, Zaragoza y Valencia; D. Gregorio
Martin Fernández, ex diputado; D. Manuel Ciges Aparicio, es-
critor y tratadista; D. Manuel Ugarte, escritor; D. Francisco
V. Silva, escritor; D. Francisco Anaya Ruiz, escritor; D. An-
tonio Trucharte, comandante de Infantería, secretario general
de Exploradores de España; D. Alberto Jiménez Fraud, direc-
tor de la Residencia de Estudiantes; D. Jesús Pérez Braojos,
presidente de la Asociación de estudiantes de Ciencias, y don
Juan de Castro, escritor.
>Art. 3.* La Comisión ejecutiva estará formada por los
señores D. Cristóbal de Castro, presidente; D. Hilario Crespo,
delegado del Ayuntamiento de Madrid; conde de Santa En-
gracia; marqués de Villabrágima; D. José Gallo y D. Alfonso
Reyes, vocales; D. Rodrigo de Zarate, D. Antonio Hoyos y don
José Pando, secretarios, y D. Enrique Moreno, tesorero.
> Art. 4.° La Junta Suprema de Patronato, como alta repre-
sentación nacional, invitará á los Gobiernos de los Estados que
hayan de concurrir al Congreso, presidirá la sesión inaugural
del mismo y excitará á todas las Corporaciones, Centros, S o -
ciedades y Empresas más directamente interesados en el pro-
yecto de la Unión Iberoamericana, á fin de que contribuyan á
su más eñcaz realización.
»Art. 5.® La Comisión organizadora á que se refiere el ar-
tículo 3.° redactará el Reglamento por que ha de regirse el
Congreso, fijando la fecha definitiva de su celebración, de
acuerdo con la Junta Suprema de Patronato, y hará los traba-
jos de propaganda y demás que son indispensables para su
realización, nombrando Delegaciones, Comisiones y Subcomi>
siones que crean convenientes."
SALOMÉ 701

SALOME <^)

Salomé sobre los haces


de junco verde se apoya,
y echa á los peces voraces
de comer.
Lanza cada pececilio un relámpago de joya,
y es la piscina un combate, las migajas a! caer;
que flechas de diamante, en furias luminosas,
todos nadan febriles, vivas piedras preciosas.

Resplandece la hija de Herodías


del tórrido jardín entre las flores,
y por su cuerpo corre sudor de pedrerías,
y es toda ella un himno de colores.
Su túnica esplendente ,
llamea como cielo vespertino,
y en el brocado luchan fulvamente
dragones de oro en campo purpurino.
Y encima de la púrpura y dragones y prendas de oro
tan vivaz Helios fulge, que la frágil princesa imagina,
al mirarse en el agua, contemplar un tesoro
en el fondo de la piscina.
El sol envuelve todo en sus rubias guedejas;
deja el jardín la infanta; ya el calor la sofoca.
Con ramo de jazmines aparta las abejas v
que acuden á su boca.
Los cautivos leones,

(1) Traducción libre del poema de Eugenio de Castro,


702 cosMÓPOLis—xii-1919

al escuchar los extranjeros pasos,


quieren romper de rabia las prisiones
y braman de furor;
pero al reconocer á la princesa,
que extiende por las rejas sus manos enjoyadas,
las lamen con amor.
Acaricia la infanta al más amado
y rebraman, celosos, los leones;
desde el purpúreo traje de brocado
parecen defenderla los dragones.
Vuelan ibis de rosa
formándole velarium á la hermosa;
é irguiéndose arrogantes,
surtidores cuajados de diamantes
desde pilas marmóreas donde sueña una planta
exótica del Nilo,
saludan á la infanta
al momento de entrar al peristilo.

II
Ya la lección de danza ha concluido...
Entre blandos cojines, cielo y rosa,
suelto el cabello obscuro por la espalda
y entre los senos fúlgida esmeralda,
Salomé, desnuda, reposa.
Y junto á la princesa de Judea
la danzarina Flavia, la romana
de quien el arte aprende,
la adula cortesana,
y la ambición de la princesa enciende:

"Nadie te vence, ¡oh flor!, en danzas voluptuosas


cuando altiva, ó ya lánguida ó ya inquieta,
dibujas en el aire tus festones de rosas
y parecen tus brazos mariposas
703.

y espiras un perfume de violeta.


Te deslizas dulcemente,
ola, navio, paloma;
llena de garbo y aroma,
tus movimientos lascivos embriagan, dulce nepente,
y envidiara tu cuerpo de serpiente
Julia, emperatriz de Roma.
Tu nombre muy en breve
fulgirá como el sol sobre la nieve;
gavillas de cautivos corazones
verás, como espigas en campo de míes;
y al escuchar la fama de tu baile y tu porte,
reyes del sur, reyes del norte,
vendrán en largo séquito á besarte los pies."

Cállase Flavia...
Lejos, en la verde alameda,
obtiene un pavo real su amorosa victoria;
y Salomé, entornando ios párpados de seda,
se adormila pensando en su futura gloria...

Arde la mirra y se dispersa


en salomónicas espiras...
La infanta sueña: ve una sombra:
la bella hija de Cyniras.
Y aquella sombra le conversa
entre el humo de las espiras:

—Como de Atenas las hijas mejores


áurea cigarra en mi pelo prendía;
y en mar cubierto de espumas y flores,
islas turgentes mi pecho lucia.

Como las ninfas de Diana, fragantes


tuve mis muslos y senos de oro;
y eran mis pies diminutos y errantes
como dos citaras de pecho sonoro.
-^04 cosMÓPOLis—xn-1919

Campo precioso mi padre vivía,


donde medraban la murta y romero;
en nuestra mesa la lluvia caía,
lluvia de flores de un gran jazminero.

Nubil me vi... Comprendí que era esclava...


cosquilleando el amor en mis senos,
un mal deseo en mi ser arrai^abaí
y devoré los más dulces venenos.

Quise á mi padre d e amor; y aquel hombre^


que debió ser á mis ojos augfusto,
víctima fué d e mi astucia sin nombre...
Fui, por castigo, cambiada en arbusto."

Calla la voz d e Mirra, llorosa y cristalina...


por la ventana abierta
entra pálida luna ambarina
y da sobre la infanta, que despierta.

D e súbito, á la estancia de la princesa, arriba


coro de esclavas compungido;
y una sierva prorrumpe, melancólica:
— A c a b a de morirse tu león preferido.
Salomé, ante la nueva inesperada,
crispa las manos convulsas, lanza trémulo alarido,
un ¡ay! hondo que vibra como desnuda espada,
y presa de dolor, cae sin sentido.

III

En la jaula del león muerto* Juan, el Bautista,


rugiendo—otro león—pasa noches y días,
y su voz augural, de látigo, contrista
y encoge el alma d e Herodías.
Moreno como el bronce, los cabellos crecidos,
ojos febriles, locos, llenos de maldiciones;
705

sus tremendos rugidos


hacen temblar de susto á los demás leones.
Nadie gfusta acercarse á aquella fiera presa
que su desprecio escupe al siervo y al magnate
en palabras acerbas de castigo y combate.
Salomé únicamente, la encantada princesa,
se aproxima á la jaula con cariño;
y Juan, que para todos es feroz,
cambia su mirar de fiera en dulces ojos de niño
y melifica su voz.
Salomé admira á Juan; quiere al Bautista
aún más de lo que amaba á su león,
y pasa horas enteras, henchida de emoción,
oyéndolo como á un trágico artista.
Le da flores á oler
y vinos á beber,
y hasta le dio un anillo de amatista.
Y el precursor austero,
que andaba por los campos masticando raíces,
ama el anillo fúlgido cuya piedra es lucero
que le dora las noches infelices.

IV

Herodes, el letrarca,
para aquietar su espíritu intranquilo
donde la angustia su colmillo marca,
en las horas de ñ'esta busca asilo.
Es día del tetrarca. Los tetrarcas vecinos,
con séquito esplendente,
á acompañar á Herodes
arriban de países del Oriente.
En el banquete, un surtidor de aromas
riega el ámbito. Fúlgidas mujeres
desnudan la turgencia de las sexuales pomas,
y ojos, labios y senos afeitados,
706 cosMÓPOLis-xn-1919

provocan á inéditos placeres


con lúbricos ojos entornados.
En fuentes de oro llevan solícitos esclavos
pescados que ora nadan en áureas salsas ricas,
y relucientes pavos
y gansos y corderos,
enormes jabalíes y venados enteros.
Las flores dan su nota de frescura y encanto:
y, entre aluvión de lirios y camelias,
los siervos al andar siguen el canto
de las hebraicas, dulcidas nubelias.
En copas musicales hierven vinos traidores,
de las nubelias sube la clara melodía,
ostentan la mujeres sus pechos seductores
y radia en las gargantas lujosa pedrería.
Se sonríe Herodías, con ojos de misterio
y con su boca equívoca y perlina;
el viejo Herodes narra patéticas historias
de sangre y cautiverio;
y Lysanias, tetrarca de Abilina,
recita versos griegos de Tiberio.
Hay calor. Los espíritus se encienden
con el alegre vino que en las copas rojea;
en todas las pupilas llamaradas se prenden,
de la lujuria sube la abrasada marea.
Mas todo calla súbito en la sala. ¿Por qué?
Trémula y luminosa como la luz febea
aparece hacia el fondo, danzando, Salomé.

Zaimph lunar tan leve como leve perfume


cíñela, trasluciendo su desnudez morena,
serpientes de zafiro se enroscan á sus brazos,
y en cada mano porta magnífica azucena.
Avanza la princesa, al son de borcelines...
¿Es alguna sonámbula perdida
en lóbregos jardines,
que baila adormecida?
SAIOMÉ 707

Se creyera que danza en un marasmo,


se creyera que danza en un ensueño,
se creyera que danza en un orgasmo
de placer, y en los brazos de su dueño.
Cautelosa deslizase. Parece
que entre dos precipicios va pasando;
que alguna oculta mano la impeliese
y hacerla resbalar ande buscando.
El aire se convierte de súbito en amante,
en labios que la besan y brazos que la ciñen;
y Salomé rehuye, suplicante,
aquel lúbrico ardor.
Los borcelines callan... Y Salomé despierta
de su sueño de amor.

El entusiasmo salva los límites extremos:


los hombres la coronan de aplausos y de flores;
las mujeres la obsequian sus sonrisas amargas
y sus gemas mejores.
Herodias exulta. Se admira en su retoño.
Y el viejo Herodes^ conturbado, expresa
con entusiasmo ajeno de su avanzado otoño:
¿qué me pides, en pago de tu triunfo, princesa?
¿Qué va á pedir? ¿Algún pomo de esencia?
¿Algún traje? ¿Una ajorca? ¿Un velo? ¿Una amatista?
Herodias, muy quedo, le insinúa á la infanta:
—Demanda la cabeza del Bautista.
La infanta se estremece...
—¿Qué me dices, matarlo?
¿mandar que lo sumerjan en el helado sueño?
jOh, no...I Lo que yo haría, mi madre, es libertarlo,
ponerlo sobre un trono, tenerlo como un dueño.
Y responde Herodias:
—Demanda su cabeza,
si de veras ansias
un renombre que nunca tenga fin;
pasará tu tristeza:
708 cosMÓPOLis—xii-1919

las penas son un leve aroma de jazmín.


Su cabeza demanda como demandarías
un ramo de violetas;
y el mundo sabrá pronto que pueden tus hechizos
hacer rodar cabezas de profetas.
Le prestará esa muerte buen par de alas radiantes
á tu nombre; andarás con pompa de victoria;
si quieres que tu gfloria venza á las más brillantes,
moja en la sangre cálida del profeta tu gloria.
Relucen de la infanta en el rostro encendido
por la ambición, los ojos de egipán;
y acércase al tetrarca y dícele al oído:
—Dame la cabeza de Juan.
Tiembla Herodes y grita: "jamás" con repugnancia;
insiste la princesa turbadora,
lo envuelve en su fragancia,
lo fascina con boca enlabiadora,
y Herodes, vacilante, murmura: te daría
antes que su cabeza, toda mi pedrería,
y todos mis palacios y todo mi tesoro...
Salomé insiste...
Y parte verdugo de Etiopia
una espada llevando y una fuente de oro.
R. BLANCO-FOMBONA.
CRÓNICA DE PARÍS 709

CRÓNICA DE PARÍS
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE

Inférieur, un acto, de Maurice Maeterlinck.—Le voile dé-


chiré, dos actos, de Fierre Wolff. (Comedia Francesa.)
He aquí una doble creación, digna de este teatro, que, no
obstante todas las críticas, sigue siendo el primero del mundo.
El drama simbólico de Maeterlinck, que en otro tiempo dio
á conocer La Obra, ha mantenido en la angustia intelectual
á todos los espectadores, con una sencillez aparente de medios
que recuerda, en un género más moderno, las obras maestras
clásicas. El escenario no es aquí más, en todo caso, que un
hecho vario, voluntariamente banal y popular. Una joven se ha
ahogado y nunca se sabrá por qué. Las gentes del pueblo van
á transportar e! cadáver en unas parihuelas. Mientras tanto, un
anciano y un extranjero, que fué el que encontró á la muerta,
van á anunciar la horrible noticia á los padres. En el momen-
to de entrar, no se atreven. Desde las sombras del jardín, ven,
á través de una galería de cristales alumbrada, á toda *Ia fami-
lia que, ignorante en absoluto del drama, se abandona á los
tranquilos pasatiempos de la velada.
El padre, algo enfermo, está en el rincón junto á la chimenea,
junto á un buen fuego; la madre tiene en sus brazos á un niño;
dos jóvenes se disponen á coser; una sonríe á sus sueños; la
otra, inquieta, parece sentir en torno de ella alguna desgracia
«porque no se sabe nunca hasta dónde el alma se dilata alre-
dedor de los hombres». Las dos están tranquilas, en aparien-
cia..., como !o estaba por la mañana la que se ha quitado la
710 cosMÓPOLis—xii-1919

vida. El anciano no tíene el valor de asesinar toda esta dicha


con una sola palabra.
La empresa es superior á las fuerzas humanas. Mira á aque-
llas gentes como si fueran de otro mundo. ¡Saber una pequeña
verdad es una cosa bien terrible y que nos iguala á Dios!
Pero la multitud se aproxima; la noche se puebla de rumo-
res. Es inevitable que cumpla su misión, y asistimos anhelantes
á la entrada del anciano en la casa. Llama... llama una segunda
vez. Entra, habla. Aun no ha dicho nada... la familia se inquie-
ta... no, aun no ha dicho nada... {lo ha dicho!
En el Grand-Guignol esto seria todo y seria suficiente para
angustiar á los espectadores. Pero con Maurice Maeterlinck
este todo resulta el insondable misterio de las vidas huma-
nas, la trágica y caprichosa incertidumbre del «Destino» que
ninguna «Sabiduría» puede prever y que será hoy más aterra-
dora, después que la Ciencia ha destronado al Olimpo. En la
tragedia griega el Destino tenía una voluntad y tenía nombres.
En el drama moderno no es más que injusticia y misterio.
Es difícil dar á los matices fílosóficos, á las impresiones
fugitivas, á las impulsiones de lo subconsciente una forma más
concreta y más sencilla, y es imposible hacerlo en forma más
bella. Maurice Maeterlinck nos ha dado en esta obra un verda-
dero modelo del arte teatral, digno de este nombre, que exige
el mínimum de gestos exteriores con el máximum de movimien-
to en el espíritu.
Lo que acaso pueda censurarse á la Comedia Francesa es
haber hecho demasiado bien las cosas; el no concebir la rique-
za intelectual sin cierta fortuna material. Un gran misterio hu-
mano se acomoda mal con indicaciones demasiado precisas. La
casa que debió mostrarnos debía ser «todas las casas». £1
drama es tan grande entre gente pobre como entre ricos bur-
gueses. El divino misterio de la pobreza es lo único que parece
ignorar todavía la Comedia Francesa.

Le voile déchiré marca una nueva manera de Fierre Wolff,


más brutal acaso, pero por lo mismo más franca, y que añade
CRÓNICA DE PARÍS 711

á las seducciones habituales del autor la amarga y despiadada


precisión de un Paul Hervieu. Aborda también la angustia y
el misterio y es un excelente teatro. Porque si la comedia es
lo que todos sabemos, la tragedia debe se«- io que aun igno-
ramos.
Dos parejas, lealmente amigas y que se aman, viven juntas
en un mismo castillo. Sin embargo, Jacques Portier está inquie-
to, turbado por ciertos signos. ¿Será su mujer la amante de
Robert Verneuil? La interroga ásperamente. Ella se defiende
demasiado bien, y las sospechas de Jacques se convierten en
una certidumbre. Jacques habla brevemente con su antiguo y
fiel amigo Robert. Le anuncia que al día siguiente se bate
con el amante de su mujer. Y como Robert, desconcertado, no
le responde una sola palabra, Jacques le dice: «No me has
preguntado siquiera con quién me bato.> Robert, después de
esta tácita confesión, se retira anonadado.
Jacques tiene una nueva y violenta escena con su mujer, que
es interrumpida por el ruido de un tiro inesperado que hace
evolucionar el drama. Robert se ha matado, y todos, incluso la
madre de Jacques, comprenden por qué, menos la mujer de Ro-
bert, en la que nadie había pensado. Su marido la adoraba,
sus negocios eran prósperos; no tenía ningún motivo para el
suicidio.
Es bellísima la escena en que la desdichada trata de
comprender é interroga ansiosamente á los cómplices mudos
de la tragedia, que deben conocer el espantoso secreto. La po-
bre mujer siente también que el velo se desgarra poco á poco.
Pero es una de esas verdades que se prefieren ignorar siempre
y que deben cerrarse como el mar sobre el ahogado. Y como la
esposa de Portier se sienta desfallecer, Micheline Verneuil sólo
le dirá á su marido: «¿Por qué no la toma en sus brazos?» Y
el marido la recibe en ellos.
Este final de la obra es de una bella concepción dramática.
La interpretación de ambas obras, admirable. En ^Intérieur
fueron aplaudidas Berthe Bovy é Ivonne Ducos y los señores
Ferandy y Georges Le Roy, y en Le voile déchiré, Berthe Cer-
ny, León Bernard y Alexandre. Müe. Ventura, que debutaba,
712 cosMÓPOLis—xii-1919

mostró cualidades excepcionales que la hacen digna de fígurar


entre las grandes artistas de la Casa de Moliere.

Hercule á París.—Revista en dos actos y un prólogo de


MM. Ríp et Gignoux. (Palais Royal.)
Esta obra, que es una verdadera revista, aunque sin cortejos
ni exhibiciones, ha obtenido un éxito franco. Hay algo pareci-
do á un hilo para unir los cuadros. Las cosas van mal en París.
Se implora á Júpiter y éste envía á Hércules para restablecer
el orden. Se tiembla por el temor de que el héroe lo resta-
blezca con exceso, porque estamos encariñados con los abu-
sos. Temor vano. Hércules es el dios del trabajo; ¿pero no se
cuenta con la ola de pereza? Además es el dios de la fiesta.
En cuanto se dispone á crear ó reformar pasa una damita co-
mo por casualidad y le divierte. Elste procedimiento, por inge-
nioso que sea, pudiera al fin resultar monótono; así ios auto-
res han inventado otros dejando en libertad absoluta su fan-
tasía. El único punto en que han faltado á la verosimilitud es
al final del primer acto, en que aparece un ministro de Instruc-
ción Pública completamente idiota. La historia nos enseña que
todos ellos han sido de una inteligencia mediana. El pasado
nos responde del presente y del porvenir.
La obra fué muy bien interpretada por MUe. Spinelly,
M. Charles Lanuy, M. Barón hijo y MUe. Marken; pero los h o -
nores de la noche fueron para Mme. Jeanne Cheirel y para
M. Guyot hijo, que demostraron que los artistas de gran talen-
to valen lo mismo en una gran comedia que en una modesta
revista.

L'Isba russe. (Teatro de los Campos Elíseos.)


M. Serge Borowsky, antiguo oficial y hoy barítono de la
Opera de Moscou, rodeado de una troupe de jóvenes de
ambos sexos, ha dado en él teatro de los Campos Elíseos una
especie de concierto-comedia que no carece de interés ni
deja de ser muy agradable. Escenas populares que se suceden
CRÓNICA DE PARÍS 713

dan pretexto á los cantos y á los bailes. Primero es la reunión


del pueblo á la salid?, de los oficios en la iglesia; luego en ca-
sa de un rico campesino del pueblo, y por último en un cam-
pamento de tziganos en el cual se elevan canciones tristes y
ardientes. Hay en estos diversos momentos musicales poesía,
alegría melancólica del campesino ruso y con frecuencia
frenesí.
Los coros de M. Borowsky están notablemente educados y
formados por voces jóvenes que sobresalen en el pianisimo. A
veces se destaca del grupo una voz sola suspirando una melopea
ó entonando una canción alegre que los demás repiten en par-
te; la polifonía se complica poco á poco, se fcrtifíca después y
con matices delicados acaba en un murmullo. Lo mismo ocurre,
con el baile: de pronto se destaca uno que baila con frenesí
estimulado como en España por las palmas, ó ya es una joven
sonriente, con los ojos bajos, que baila un paso llena de gracia
y de timidez. Muchos otros episodios merecen admiración y
hay que tributar elogios » M. Borowsky como organizador de
un espectáculo en el cual se nota el cuidado del arte y como
cantante. Su voz no tiene gran seducción natural, pero tiene
acento y fuego.
El espectáculo ganará acortándolo algo, quitándole sobre
todo un vals vienes muy mediocre. De todos modos UIsba
russe es digno de las gentes de gusto. ^

Le prince bleuei, opereta en tres actos; letra de Vayre y


Verse y música d é j a l e s Buisson. (Nouveau Lyrique.)
De esta obra sólo puede decirse que el director sin duda ha
hecho una apuesta consistente en lo que sigue: llenar una sala y
provocar grandes aplausos con un libro insulso, lleno de bro-
mas de mal gusto, una música para dormirse, unos actores pesa-
dos, unos danzantes que no son ligeros, unas decoraciones tris-
tes y deslucidas y unos trajes fatigados de tanto servir. Pues
bien... |ha ganado la apuesta!
714 cosMÓPous—xii-1919

Cleopatra.—El antiguo teatro Vaudeville, del boulevard de


los Italianos, convertido en Teatro Lírico, ha inaugurado sus
tareas con la obra Cleopatra, de Massenet.
De esta conocida ópera nos dispensamos de hablar.
La interpretación de los dos principales papeles de Anto-
nio y Cleopatra estuvo á cargo de Maurice Renaud y Mlle.
Mary Carden. Ambos estuvieron á la altura de su reputación-

Libros.

El diablo en el hotel ó Los placeres imaginarios, por Emile


Henriot.—Los espíritus fuertes no quieren creer que en el
Hotel del Cónsul Sextius en Aix habita el diablo; pero si el
viajero no está desprovisto de imaginación y sensibilidad y
tiene la fortuna de encontrar reunidos á Michel le Cabaliste,
al extraño M. Qure y al exquisito Doris Dorotheia Curtiss, no
pasará mucho tiempo sin que la presencia del diablo en esa
antigua morada sea tan clara como la luz del día. Entonces, so-
lamente entonces la atracción del misterio se añadirá al encan-
to de la estancia y podrá gustar de los placeres imaginarios
que le ofrece el autor de un libro delicioso. En compañía del
más amable narrador, de un viajero erudito y poeta, curioso de
las cosas de arte, amigo de lo imprevisto y de la fantasía, apren-
derá á conocer Aix "la Bella de las fuentes durmientes"; escu-
chará lo que cuentan los viejos retratos y las estatuas en los
museos, las piedras gastadas de una antigua ciudad y las con-
fidencias del viento en los árboles..." Experimentará también
poco á poco, como un encantamiento, la sutil influencia de la
atmósfera, y cuando tenga que partir con el corazón lleno de
sentiíiiiento y de melancolía, pensará que la teoría del ambien-
te de Michel le Cabaliste no estaba, aunque de apariencia
herética, desnuda de sentido.

Museo del Campo, por Edouard Quet.—Este escritor ha re-


unido en un volumen sus cuadros de la campiña. Se leerán con
CRÓNICA DE PARÍS 71S>

placer estas historias tan pintorescas y vigorosas de campesi-


nos dibujados con un trazo incisivo por esíe escritor que los
conoce á maravilla y que sobresale en la pintura, sin exceso de
indulgencia ni de severidad, de sus caracteres y costumbres.
Figuran en la obra Le Partage, un drama rápido de la codicia y
los celos; Le Médaille, un cuadro de fiesta oficial heroico-cómi—
ca de una sabrosa ironía; Le Dernier Vagabond, enriquecido
de pronto y que prefiere renunciar á la fortuna antes que á su
vida errante, y otras historias semejantes de mucho encanto y
que exhalan el perfume del terruño.

La Isla de los treinta féretros, por Maurice Lebianc.—Es


muy sencillo: Vorski, hijo natural de Luis 11 de Baviera, es un
degenerado y un loco según conviene. Se hace pasar en Fran-
cia por un señor polaco y se lleva á la hija de M. Herguemont»
la bella Verónica, con la cual tiene un hijo. M. Herguemont
rapta á su nieto, y ambos perecen en un naufragio. ¡Atención!
M. Herguemont no ha muerto, ni tampoco su nieto; se refugian
á lo largo de Beg-Meif en la Isla de los treinta féretros. La
bella Verónica, tratada abominablemente por Vorski, se marcha
á un convento, desde el cual pasa á Bessan^on y con nombre
supuesto pone un taller de modista, Estalla'la guerra. Vorski,,
encerrado en un campo de concentración, se escapa con dos
compañeros, y perseguido, es muerto en el bosque de Fon-
tainebieau. ¡Atención otra vez! Vorski no ha muerto. El muer-
to es uno de sus criados, que le había robado los papeles..
Vorski ss reúne con una de sus antiguas amantes, de la cual
tiene un hijo de la misma edad que el otro y que habitan mis-
teriosamente en la Isla de los treinta féretros. Allí descubre
una profecía de un hermano Thomas, que habla de <un gran
tesoro» y de una piedra-Dios que da la vida y la muerte.
Vorski se propone apoderarse de ambas cosas. Pero para eso
tiene que realizar todas las imaginaciones del hermano Tho-
mas, y ese monje medioeval tenía una imaginación endiablada.
Naufragios, duelos, crímenes, flechas, venenos, cámaras mor-
tuorias, y como propina treinta féretros, treinta víctimas y cua-
'716 cosMÓPOus—xii-1919

tro mujeres en cruz. Vorski se consagra á la empresa y se dis-


fraza nada menos que de druida y su amante de druida hem-
bra. Todos los habitantes son escabechados, entre ellos M. Her-
g'uemont, pero se salvan Verónica, que ha llegado buscando á
su hijo, y éste también. En cambio, «equivocadamente» la
amante de Vorski resulta una de las mujeres crucificadas.
¿ Y cómo se salvan Verónica y su hijo? Pues nada menos que
con la intervención de D. Luis Pereira, grande de España, que
después nos sorprende con su verdadero nombre de Arsenio
Lupín.
Pues bien, el autor de todo este embrollo disparatado á lo
Carolina Invernizio escribió un día Une femme, que hizo pen-
sar en Guy de Maupassant y en el autor de Múdame Bovary.

Le Craquement, por Charles-Henry Hirsch.—El subtítulo


que este autor da á su nueva novela desconcierta un poco.
Historia de un matrimonio desunido por la guerra. Pretende
generalizar un caso bien especial. El matrimonio Cigueranes
«s tan particular que no necesita de la guerra para desunirse.
La señora Cigueranes, bella y frágil flor sudamericana, hubie-
ra acabado en la paz por engañar á su marido, que se burla
descaradamente de ella en los brazos soberbios y célebres
de Viviana Le Nattier. La guerra no interviene sino para que
ésta convierta en espía a! amante que ha elegido por cómplice,
para que acabe fusilado en Vincennes.

La casa en duelo, por Aibert Autin.—^«El colmo del sacri-


ficio es ver morir á los que se ama.» Esta frase citada por el
autor informa esta novela de análisis psicológico, que se des-
envuelve como un monólogo profundamente emocionante de la
ternura fraternal y del dolor. Juan, el hermano menor de Jac-
ques Marechal, ha sido muerto en el frente. Jacques, profesor
en un Liceo de París, ha sabido la noticia oficiosamente y no
ha querido enterar á sus viejos padres y á la viuda y huérfanos,
aguardando para él la tortura de la atroz verdad. Conocerá
CRÓNICA DE PARÍS 717'

poco á poco el peso de tal secreto; las investigaciones que pro-


sigue para llegar á una certidumbre le dan aiguna esperanza; ia
duda se insinúa en su espíritu y comienza su martirio. En fin^
un telegrama ofíciai desvanece la duda que le tortura.
Entonces, solamente ante lo irreparable, Jacques vuelve á
ser el mismo. Mira cara á cara su gran dolor y le habla. Las ho-
rribles visiones que le angustiaban desde hacía meses se disi-
pan poco á poco y dan paso á la imagen serena de la muerte.
En su primer acceso de desesperación, Jacques ha maldecida
el destino cruel. Al presente, que el vino místico del dolor ha
depositado sus heces, conoce todo el precio del heroico sacri-
ficio y lo acepta con resignación.

La revolución rusa, por Ciaude Anet.—La revolución rusa


ha inspirado toda una literatura, y no debe extrañarse, porque
constituye el drama político más tremendo que se ha conocido
en el mundo. Esta crisis espantosa en que un pueblo inmenso
parece atacado de locura, se desenvuelve desde hace cerca d e
dos años, y el milagro es que una infame minoría haya conse-
guido por el terrorismo imponer lo que se llama «la dictadura
del proletariado» á innumerables multitudes, sin que acabe d e
afirmarse una fuerza sana y leal en franca reacción contra ese
retroceso á la barbarie. Hay en eso un argumento moral que
DO alcanzamos, un misterio del alma eslava que no logramos
penetrar.
Los admiradores del bolchevikismo deducen de eso que
no estamos bien informados de lo que pasa en Rusia y que
no podemos apreciar la política de Lenine y Trotsky. P r e -
cisamente lo que sobran son testimonios directos. En los tres
volúmenes que Ciaude Anet consagra á la revolución, se sigue
el drama día por día y hora por hora. Está consignado hasta en
sus menores detalles el desevolvimiento de esta revolu(:ión
que, comenzada con las más generosas ilusiones de una era de
libertad, de justicia y de democracia, ha conducido á la ver-
güenza de Brest-Litowsky y ai terror violento y sanguinario.
Ciaude Anet nos hace comprender el carácter de esta revolu-
718 cosMÓPOLis—xii-1919

ción, las influencias que, poco á poco, falsearon su alcance y


ias fuerzas desencadenadas que crearon al fin la catástrofe.

En el país de la demencia roja, por Serge de Chessin.—


También nos habla este libro de la revolución rusa, que el autor
•define como la negación realizada. En efecto, eso es; el bol-
chevikismo ha llegado en algunos meses á crear el vacio; todo
lo ha arruinado: marina, ejército, industria, comercio. M. de
Chessin considera que esa revolución es una enfermedad; ha
marcado una depresión de todas las energías nacionales y ha
disociado el organismo político hasta el punto de matar la
•voluntad de vivir, de prosperar, de engrandecerse. «Pudiera
decirse el espectáculo de un pueblo en rebeldía contra su ce-
rebro que quiere matar la inteligencia, un pueblo iconoclasta
que asesina á su Dios y á su patria, un pueblo que destruye
su riqueza, que escupe sobre sus glorías y que vuelve su espal-
ada al santuario para buscar «el reino de los cielos». ¿Cómo se
explica esta locura? Ya lo ha dicho Tchadaef: «La revolución
rusa es la enfermedad de un pueblo que no ha tenido continui-
dad histórica en su desenvolvimiento, que fué transformado en
pueblo moderno á latigazos, sin abdicar nunca de su psicolo-
:gía de siervo anarquista.»

La joie des sept couleurs, por Albert Birot.—Birot es uno


-de los más atrevidos exploradores de la literatura de vanguar-
dia. Sus diversas obras, y especialmente la última, son la expre-
sión de una nueva estética que rompe con la mayoría de las
reglas admitidas, y que se funda en la teoría del dinamismo li-
terario. Esta teoría puede formularse así: construir con elemen-
tos diferentes que, en lugar de asociarse siguiendo el método
clásico para formar una armonía, parezca más bien que se di-
socian, para producir, sin embargo, sobre el espíritu del lector
una impresión total. Esta impresión resulta desconcertante.
Pero esto no desanima á los adeptos de un arte que pretenden
sque es un arte de "presentación" y no de "representación", y
CRÓNICA DE PARÍS 719

que, jactándose de ignorar la Ió£fica, no quieren renunciar á


ios efectos de la sorpresa.

Arte«

Desde hace algún tiempo se discute en las revistas de arte


y aun en los estudios el famoso proyecto del Instituto de fundar
sucursales europeas y yanquis de Villa Mediéis, como Villa
Velázquez, Villa Rembrandt, etc. El proyecto seria bueno, pero
precisamente si no estuviera en manos del Instituto. Creemos
que el clasicismo es más que nunca necesario, y que los jóvenes
coloristas tienden á él cada vez más. Pero el clasicismo, por
ejemplo, de Cezanne, Courbet ó Manet no es el de los acadé-
micos. Los académicos están fuera de la tradición por haber
falseado la línea, siendo más bien los bastardos del italianis-
mo degenerado. Merson y Collin no son de la linea francesa.
Por contra, Renoir es heredero directo de Boucher por Dela-
croix y Cezanne de Nicolás Poussin. Así que Merson y Collin
envíen sus discípulos á Roma, Madrid, Amsterdán ó Nueva
York no tiene importancia. Un Fiandrin, un Laprade han ob-
tenido beneficio de su enseñanza romana porque tenían el e s -
píritu libre de fórmulas escolares; un Mizonney no ha compren-
dido nada de la Ciudad Eterna, donde no soñaba sino en futu-
ras primeras medallas.
Mientras los premios de Roma ó los que obtienen subven-
ciones para viajes sean instruidos, corregidos y laureados por
los pintores académicos, su saber y sus obras serán letra muer-
ta. Pero no se diga que los viajes de los artistas son funestos.
Delacroix en Tánger, Gaugin en las Islas Marquesas, Signac en
Constantinopla responden victoriosamente.
*
* *
Guillemon ha fundado una sociedad de acuarelistas, y la
presenta en la galería Petit. Coa excepción de Ullmann, >Ga-
nesco y Karbowsky, lo demás vale muy poco.
J. MARTEL.
720 cosMÓPOLis—xn-1919

EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL


ARTE EN ESPAÑA

Teatros.

El Diablo—la segunda ó tercera obra teatral de Francisco


Molnar—tuvo su revelación ante los grandes públicos de Euro-
pa con un actor eminentisimo: con Ermete Zacconi.
Y sucedió con esta comedia como con todas las comedias
interpretadas por el insigne actor: que puestos los valores del
intérprete á un lado y los de la producción al otro, se confun-
dían hasta el punto de ser difícil su separación... Porque el pú-
blico, la crítica, el mundo de teatro se interrogaba asi: ¿Qué es
aquí lo grande?... ¿El actor?... ¿La obra?... ¿Ambos?...
En España también nos preguntamos eso mismo después
del estreno de // Diavolo hace ya sus buenos doce ó catorce
años^ quedando en el aire el interrogante dudoso...
La compañía Atenea, que actúa en la Princesa, ha venido, á
la vuelta de tanto tiempo, á decirnos con el estreno de El Dia-
blo en español toda la verdad de la extraña comedia. Su mérito
literario es muy discutible; su acción teatral, muy endeble; des-
de luego, no es obra para catalogarse en la maravillosa colec-
ción de lo exótico. Tiene aliento de obra de gran valor, y mo-
mentos en que parece que va á surgir el genio que necesita su
trama; pero esos momentos no pasan de ser chispas luminosas
que desaparecen demasiado pronto. Y es muy natural todo
ello. Francisco Molnar, el más grande de los dramaturgos
húngaros, era, cuando escribió El Diablo, muy joven. La expe-
riencia teatral que luego tuvo no podía ser dominada por él
EL TEATRO, LOS UBROS Y EL ARTE EN ESf A S A 721

en sus primeros pasos en la escena. La técnica, la terrible y


tiránica técnica, puede más que los genios, y éstos no llegan
á serlo completamente hasta que se amoldan á la técnica ó
orean un nuevo método.
En cuanto á la interpretación, no pudo pedirse más. Dice
£1 Sol muy bien, hablando de la interpretación de El Diablo:
«Miguel Muñoz habla echado sobre sus hombros la difícil
carga, y el solo intento es digno de aplauso incondicional. El
hecho de seguir las huellas de uno de los comediantes univer-
sales más eminentes es prueba de un estímulo fecundo, digno
de todo elogio. Además, el ilustre actor español posee una
personalidad definida y separada de las condiciones de El Dia-
blo, con la cual ha obtenido triunfos insuperables. Su discreción
al componer y desarrollar las incidencias del personaje de ayer,
luchando con el peso de una comparación abrumadora, supone,
en justicia, una victoria de las más considerables de su carrera
artística.
La señora Moría, la señorita de Back y el Sr. Navarro inter-
vinieron con verdadero acierto. Además, la presentación fué
irreprochable.»

En el Español vimos la «novedad» de Don Juan Tenorio.


Veamos cómo todo puede ser nuevo en este mundo.
La bella producción de Zorrilla parecía distinta, merced al
escrúpulo que presidió la indumentaria, el decorado y los de-
talles. Y la súbita desaparición de los anacronismos usuales
determinó en el público un asombro y un agrado muy apre-
ciables.
Ya la mascarada del primer acto, prodigio de exactitud, de
composición y de color, había impresionado hondamente. Des-
pués continuaron las sorpresas con los trajes, con la variación
de moda ea la segunda parte, con la comprensión del decorado
del cementerio y con las proyecciones fínales. >

En la inauguración de Lara tuvimos un estreno lie los Quin-


to
722 cosMÓPOLis—xn-1919

tero, ni mejor ni peor que la obra corriente de los autores s e -


villanos.
Febrerillo el loco, que así se titula la nueva comedia de los
Quintero, es una comedia gfrata, sin transcendencias, hecha con
ese artificio tan agradable que usan los autores sevillanos como
materia literaria-
Y decimos «materia literaria», porque en esta ocasión los
Quintero nos han descubierto algo que nosotros ya sospechá-
bamos. Que ellos escriben por oficio, por deber de una profe-
sión, poniendo en sus comedias la menos alma posible. Le
autocrítica de Febrerillo el loco, que, según los Quintero, es
un sonetillo, á nosotros nos parece un poema. Dice así:

"Te pintaré en un cantar


la rueda de la existencia:
pecar, hacer penitencia
y luego vuelta á empezar."

Bien podemos parodiar


esta oportuna sentencia:
«Estrenar, tener paciencia
y luego vuelta á estrenar».

Y Dios le dé á Febrerillo
la suerte que á sus hermanas;
y aiegfre, y sano, y sencillo

cante todas las mañanas...


soñando como un chiquillo,
mientras se peina las canas.

Es decir, que los Quintero son unos autores tan modestos


que no intentan «crear». Les basta con «estrenar». Para ellos,
su profesión de dramaturgos es algo asi como la de taquilleros
de un teatro. Hacen obras como el probo hombre de la taqui-
lla corta e! billetaje... Y luego «vuelta á empezar». Por algo
fueron funcionarios públicos antes que comediógrafos.

Y llegó una noche en que Moliere, el exquisito, el per-


fumado, el grato Moliere, fué horriblemente silbado... ¿Allá
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÑA 723

en Francia y en su tiempo?... ¡Ca!... Aquí en Madrid y en nues-


tros días...

«El buen gusto de Tomás Borras, que ha echado sobre sus


hombros el grave fardo de la versión entera de Moliere, y el
noble y desinteresado apoyo que presta Gregorio Martínez
Sierra á cuanto supKjne una acusación positiva de arte, eran
las felices circunstancias que se aliaban ayer para situarnos
frente á Le médecin malgré lui.—Así decía Alsina, y continua-
ba:—Y puede decirse que por primera vez iba á aparecer en
un escenario nuestro una interpretación comprensiva y total
del poeta francés. Nosotros creemos recordar, d e momento,
en este orden respetuoso, una representación deZ,e malade ima-
ginaire hecha con motivo de unas documentadas conferencias
de Adrián Gual acerca de la Historia de la Comedia. Así es
que la dirección de Eslava, al ofrecernos ia fiesta de ayer, tenía
que satisfacernos plenamente.
Prefirió á la notable adaptación de Moratin, digna también
de resurgir en los tablados españoles, la propia obra original,
traída al castellano por un escritor tan enterado como reveren-
te. Y Sganarelle, el autentico Sganarelle, se mostraba á nues-
tros ojos como centro de una acción en la que unas cuantas
criaturas iban á denunciar, en medio de graciosas incidencias,
el germen simpÜcísimo de las pobres pasiones de los hombres.
Sganarelle picaro, Sganarelle docto por dictamen de los d e -
más, Sganarelle ambicioso, Sganarelle embustero y Sgana-
relle soberbio, caería, al fin, en su antigua humildad por man-
datos de la lógica, sin perjuicio de que tras su intervención se
realizara la buena obra de la unión entre Lucinda y Leandro.
Y todo en medio de burlas, con las cuales la vanidad quedaba
maltrecha, herida de muerte por los dardos de la sátira. ¿Qué
importa la originalidad de Moliere, ni que su asunto derive ó
no de una anécdota procedente á su vez de cierto manus-
crito polvoriento? Este manuscrito, apenas conocido, continua-
ría olvidado en su estante, mientras la comedia entraba en las
regiones de la inmortalidad. El cuento, ingenioso desde luego,
se había desenvuelto sin perder su gracia primitiva, y al desen-
724 cosMÓroLis—xii-1919

volverse había adquirido valores humanos, acaso tanto más ver-


daderos cuaato más grotescos.»

Muy bien, ¿verdad?... Muy expresivo, ¿no es cierto?... Pues


el púbh'co madrileño, cada vez peor educado, cada vez más in-
culto, debió de creer que Moliere era un «muchacho que em-
pezaba» y, «por sí acaso», le tundió una paliza como para que
no volviese á escribir comedias. El espectáculo fué bochorno-
so, averg^onzante. Toda persona medianamente civilizada se
hubiese ruborizado aquella noche. Pero ¡fué así! La sala de Es-
lava necesita ser purificada cuanto antes-

Muñoz Seca sigfue siendo el hombre desconcertante.


En el Odeón nos dio una prueba más de su extraordinaria
enjundia teatral y de su carácter bromista.
Allí donde trabajan nada menos que Enrique Borras y Mar'
garita Xirgu, colocó una comedia titulada La razón de la locu-
ra, que es la quintaesencia del desatino.
Un ilustre crítico comenta de esta manera el «caso Muñoz
Seca>:
<La novedad escénica que anoche ofrecía el Sr. Muñoz
Seca al público del Centro tenía todas las características de una
broma más. Muchos espectadores lo creyeron así y hablaban de
las gradaciones que iba alcanzando la supuesta caricatura. Pa-
rece, sin embargo, que el Sr. Muñoz Seca se conducía con ver-
dadera seriedad, y que no trataba de burlarse del drama valién-
dose para ello del alto prestigio de Margarita Xirgu y de En-
rique Borras. Creemos, más bien, que el popular comediógrafo
trataba de demostrarnos una vez más la extensiqn de sus po-
sibilidades. Porque este deseo no es nuevo en él. Ya le había-
mos visto actuar en el melodrama, con resultados diversos. Y
si ahora quería acercarse al grand guignol franca y denoda-
damente, debía ser con el propósito de obtener en la máxima
truculencia una prueba deñnitiva de la capacidad de tu arte.
ED ocasión oportuna hubiíaos de señalar las semejanzas de
procedimiento que podían sorprenderse á través del melodra-
Et TEATRO, LOS IIBROS Y I I ARTE EN ESPAÑA 725

ma puro y del vaudeville. Porque quizá se trate simplemen-


te de una inversión con arreglo á lafinalidadperseguida. Inver-
tido el "astracán" de índole cómio, caeriamos, stgún eso, en
el "astracán" de índole dramática, ó sea en las mismas des-
preocupaciones y en idénticos desenfrenos. Explicada asi La
razón de la locura, no percibíamos la broma ni la intención
caricaturesca aducida por la sorpresa de algunos, sino que
veíamos á un autor, fíei á la condición de su labor general,
adaptarse con hábil oportunismo á las exigencias de la compa-
ñía y del marco.
Sabed ahora que La razón de la locura no es un drama en
el que unos cuantos caracteres, convenientemente definidos, se
sientan envueltos por el torbellino de un conflicto insoluble ó
arrastrados por la ráfaga pasional. Añadid que tampoco es un
melodrama de cauce rectilíneo en una grave y deliberada con-
traposición <vaudevillesca>. Y agregad, por último, que el
grand guignol, género violento que sólo aterroriza con auxilio
de la verosimilitud, también está ausente de la obra. Y nos en-
contramos nuevamente con una producción inclasificable por
su falta de caracteres, de técnica y de lógica, con una produc-
ción libérrima, en suma. ¿Y no es esa libertad desenfadada la
misma que informa al "astracán"?
El "hombre de teatro" preparó una sorpresa al público.
' Muere, en efecto, un personaje distinto del amenazado, y esa
especie de "truco" permitió que el estupor dejase libre cami-
no al aplauso de la amistad- Antes habíamos penetrado en unas
regiones de locura completamente convencionales. £n ellas co-
nocimos á un caballero cuya razón es puesta en duda al notar
su amor á la justicia, sin que esto tenga la menor relación con
el significado de O locura ó santidad, y á un loco de veras
que anda suelto por una casa ajena, atento exclusivamente á las
conveniencias del autor. >

Uu amigo que sale de Eslava de ver el estreno de Rosaura


la viuda astuta, nos dice:
—Por esta vez no han silbado á Goidoni...
726 cosMÓPOLis—xn-1919

—Es que trabajaba la Argentinita—replicamos.


—¿Cómo?... ¿Usted cree...?
—Creo que el público madrileño no ha pasado de las va
rietés. Este es el sitio de colocación de nuestro público, hasta
el punto que ha creado dentro de ese género pequeño gran-
des temperamentos, figuras dignas de un marco mayor...
Y nuestro amigo se convence. Sabe dónde vamos. Mas si
no se hubiese convencido, con el mismo espectáculo que aca-
baba de ver le hubiésemos convencido. Porque ¿acaso la Ar-
gentinita no supo ofrecernos en Rosaura la viuda astuta ia
prueba de una superación? Eso es: superación. La señorita Ar-
gentinita, flexible, dúctil, armónica y graciosa, supo demostrar
que no es solamente una-bailarina de pequeños tablados, que
es toda una artista y, como tal, capaz de las más diversas trans-
formaciones. Rosaura ha tenido, pues, en la Argentinita una
intérprete feliz y escrupulosa.
¡Carlos Goldonil... Este nombre encierra toda una época del
teatro italiano. El, tan atildado, tan suave, fué en un tiempo la
revolución... Parece mentira. Porque él representa el fie! tra-
suntó entre el teatro simbólico de máscaras y el teatro humano
de personas... Así sucede que entre los personajes de esta co-
media suya iniciadora del teatro humano, aun vemos dispara-
tar graciosamente, suelto por las calles de Venecia, á Arlequín,
el picaro...
La traducción de Vedova Scaltra, hecha por Luis de Tapia,
el poeta admirable, no pudo hacerse mejor. Pe jas veces se
traducen así las obras. En cuanto á los pasajes musicales de
Font, nada nuevo dan á la respetable comedía.

Jacinto Grau escribió El conde Alarcos hace sus diez ó


doce años allá en Barcelona... Y con El conde Alarcos debajrf
del brazo recorrió todos los teatros de la ciudad condal prime-
ro y después todos los teatros de Madrid... ¿Quién no conocía
d e referencias El conde Alarcos?... ¿Quién no sabía á Grau
autor de esta maravilla?...
Mas como todo llega en este mundo, también ¡legó el es-
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÑA 727

treno de El conde Alarcos en la Princesa. Teatro lleno. Expec-


tación. Los dos primeros actos se aplaudieron con gran calor.
El acto tercero, que decae, fué menos aplaudido.
Pero El conde Alarcos no pasa de ser una promesa.

Libros.

H e aquí un mes muy escaso de publicaciones en libros. Los


editores, como puestos de acuerdo, han dejado en descanso el
mercado. Luego vendrán todos á un tiempo echando libros y
libros sobre los escaparates.
Pero, á falta de muchos volúmenes, ha caido en nuestras
manos uno tan excelente, tan digno de elogio, que á él dedica-
remos la mayor parte de nuestro juicio, dejando á Díez-Canedo
que hable del libro ejemplar con su autoridad indiscutible. Se
titula este libro Pilar Abarca (nieta de un rey), y es su autor
José Llampayas:
"Declaramos, para empezar, que nunca hasta ahora habíamos
oído el nombre del autor de este libro, y que desde hoy le con-
sideramos, no ya como una esperanza, sino como un valor s e -
guro para nuestras letras.
No respondería, sin embargo, este concepto á la realidad
de nuestra opinión si por él se creyera que Pilar Abarca, ini-
cial de una serie de Novelas de la Montaña Madre, es obra
nacida en plenitud de perfección y exenta de tacha. Nos ima-
ginamos á su autor joven todavía, pero no en su primera mo-
cedad; con cierta visible experiencia literaria. Asi es dueño de
un estilo varonil, más cercano de la sobriedad que de la super-
abundancia, y nunca encogido ó torpe. Una descripción de
paisaje no suele exigirle más de media página; una figura logra
definirla y plantarla en cuatro líneas.
El Sr. Llampayas, aragonés, busca para escenario de su no-
vela las altas tierras bravias quebradas del antiguo condado de
Sobrarbe. En aquel núcleo primitivo de independencia espa-
ñola sabe hallar personajes dignos del fondo; el autor explica
q u e son "resultantes de bocetos tomados en este y el otro lu-
728 cosMÓpoLis—xn-1919

gar, nunca retratos de esta ó aquella persona", salvo en un


caso. Con ellos urde una fábula que tiene mucho de epopeya
simbólica, en derredor de una mujer representativa, de una
brava Berenice, cuyo jardin se asienta en la mole Pirenaica.
He aquí la cualidad más signifícativa. Un novelista de hoy,
con tipos tomados del natural, con un asunto del día, quiere
sugerir, poemáticamente, una visión de trascendencia más alta.
Porque muy pronto se ve incorporado en la fígura magnánima
y palpitante de Pilar Abarca, nieta de un rey, un ideal de pa-
tria en derredor de! cual se agrupan la tradición perenne, la fe
inconmovible, la aspiración más noble á una amplia vida, el
constante subir de la savia por el recio tronco del pueblo y
aun la fuerza misma, ciega y honrada. Si triunfan de momento
los otros; si los buenos, al acabarse el libro, han muerto ó se
han dispersado, no olvidemos que Pilar está á punto de ser ma-
dre y que han de venir nuevas auroras.
Ahora bien: ¿no es demasiado simplista, por buscar tal vez
el tono de la épica primitiva, la visión de esa lucha entre bue-
nos y malos, vengan unos y otros de donde vinieren? Los cor-
tesanos de Pilar, y, para fíjarnos solamente en dos, el republi-
cano don Alonso Lafuerzli y el tradicionalista mosén Fermín,
podrán estrecharse la mano olvidándolo todo—ó, para decirio
más exactamente, recordándolo todo—. Sin embargo, sus más
terribles enemigos los tendrán junto á sí: los facciosos de mo-
sén Fermín y los milicianos de don Alonso no se perdonan, ni
acaso perdonen á uno y á otro el apretón de manos. La "Ara-
ña", la terrible araña, no tiende sólo sus tentáculos hasta el bol-
sillo del contribuyente ó hasta la urna electoral; sabe también
disfrazarse de libertad ó de tradición. Pilar Abarca puede tener
su corte fidelísima; pero ¿y sus mesnadas? Quizá no bastase á
reunirías ni el soñado San Jorge, que tiene el rostro barbudo y
enérgico de Costa, el titán de Graus—pero, no convendrá que
lo olvidemos, titán herido.
Quisiéramos que esta breve discusión reflejara convenien-
temente el tono de la novela, indicara á los lectores las cuer-
das que pulsa el autor. Para completar el esquema, veamos qué
espíritu le mueve, por qué pasos va desarrollando su idea.
El TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÑA 729'

£1 autor de Pilar Abarca, en la materia de su libro, se apro-


xima á los novelistas regionales. De un pais que ama y conoce,
saca á luz lo más hondo y permanente: el carácter; lo más pin-
toresco y distinto, es decir, la apariencia exterior del carácter:
el traje y la costumbre. En este aspecto, su libro es admirable
de todo punto. Los interiores del "Casal en ruinas" y del *Café
de San Jorge*; la escena magnífíca de las "Danzas célticas"; el
capítulo de "La mesnada sin pendón", con sus soberbios pai-
sajes montañeses aborrascados, bastan por sí solos para consa-
grar á un escritor. En algunos momentos, al principio del libro^
suscitase el recuerdo de Peñas arriba, y, sin embargo, la com-
paración no es abrumadora para el autor nuevo. Antes bien,
marca su personalidad. Pereda es, ante todo, un realista que
toma la realidad inmediata, el ambiente regional, á ras de la
tierra misma: su paisaje, la Naturaleza lo hace grandioso; á sus
hombres, la tradición les dicta el gesto: toda su poesía es fir-
meza. ¡Y cómo sabe Pereda encarnarla!
En el libro del Sr. Llampayas hay un aroma legendario que
los de Pereda no suelen exhalar. Pedro Abarca es un recio es-
polique setentón, y es, además, vastago de antiguos reyes. Le-
yendas pirenaicas, ecos de gesta, anhelos de renovación, se
funden y enlazan á través del libro entero. Lo que en Pereda
es bucólico, aquí se vuelve épico. Es patriarcal hasta en lo&
breves diálogos sustanciales, nunca prolijos, desarrollados en
un sabroso dialecto fronterizo.
No queremos decir con esto que el autor de Pilar Abarca
nos parezca superior al de El sabor de la tierruca. No, ó, por
lo menos, todavía no. Ni sería razonable comparar este solo
libro con la pila gloriosa de las creaciones de Pereda. Compa-
ramos para mejor definir, para señalar características. De nin-
gún modo en absurda competencia.
Lo regional y concreto de la acción, en Pereda, llega á dar
á sus libros, merced al arte del escritor, un diafanidad pas-
mosa. ''
El del Sr. Llampayas sólo es diáfano cuando el símbolo no
se muestra patente. No sin cierta confusión, se enlaza aquí lo
legendario y fantástico con lo real. Pero también ante esa mez*^
730 cosMÓPOLjs—xii-1919

cía viene á la memoria un glorioso antecedente: el de Galdós


en los últimos Episodios.
Hasta ahora no había producido Arag-ón, en el campo de
la novela, obras muy considerables. Los tiempos más recientes
han destacado algunas figuras de novelistas, entre los que so-
bresale el Sr. López Allué. Con el autor de Pilar Abarca, tene-
mos, no un escritor más, sino un escritor nuevo; no quisiéra-
mos engañarnos al decir que pronto se le ha de contar entre
los mejores."

Arte.

Se está haciendo una cruzada en favor de las obras de arte


esparcidas por las ciudades españolas. Una pluma ¡lustre escri-
be sobre este tema:
"Defender de la rapiña y de la ruina e! arte histórico espa-
ñol, es defender intereses de carácter tan positivo y material
como los de cualquier industria, la agrícola, por ejemplo. La
minoría educada, atinada, sensible y culta de toda !a tierra,
busca hoy en los monumentos artísticos de toda especie lo que
en tanta abundancia atesoran. Busca la sensación de legendaria
poesía, busca el fortalecedor contacto con las almas antiguas
creadoras de la belleza plástica, cuya perenne elocuencia di-
vulga en estilo vago y enigmático á veces, y siempre atrayen-
te, las intimidades más recónditas, las grandezas y las miserias
de nuestros antecesores. La vida que pasó por esta tierra que
hoy nos sustenta; la vida que fué, lanzando gritos de alegría,
de espanto, de dolor; proclamando sus ideas, sus pasiones,
humildades y soberbias, prosperidades y miserias, eso es el
arte histórico. Lo que más profunda y bellamente interesa á los
vivos es saber, es sentir lo que supieron y sintieron los. muer-
tos, y es en las obras de arte donde los muertos nos dejaron
las palpitaciones de su corazón, y hasta esos matices tan suti-
les, adorables en ocasiones y terroríficos en otras, que aprecia-
mos en los rostros de sus compañeros de viaje. Mas, para apre-
ciar en los monumentos esa vida, que por ser vida de antece-
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÑA 781

sores nuestros es vida nuestra, es preciso estar tan vivos, tan


llenos de espíritu como estaban aquellos que en las obras bellas
dejaron su voz, su grito, su gemido, sus efusiones amorosas ó
sus angustias. Y el mal para los monumentos y para los con-
templadores que en el presente y en el porvenir puedan agen-
ciarse en aquéllos el más confortador apoyo ideal, es que la
gran mayoría de sus contempladores actuales ni ven, ni oyen,
ni entienden las voces de las obras de arte, ó sea las voces
de nuestros gloriosos muertos. Esos que ni ven, ni oyen,
ni entienden las voces verdaderamente divinas de las obras de
arte, son los que nos las destruyen y nos las venden. Esos
hombres de paja, esos peleles desheredados del espíritu, vis-
ten á veces los trajes históricamente más prestigiosos, ostentan
las insignias más autorizadas, aun entre las ovejunas multitudes;
son autoridad, respetabilidad, posición, seudoaristocracia, bur-
guesía avara, todo menos sensibilidad, desinterés, apostolado
estético; pero en manos de gentes de esas suelen estar nuestras
grandes obras monumentales. Hay que ir contra esa gente, hay
que anularla, procurar que se desvanezca ante nuestro ímpetu.
Los muertos que gritan en las obras de arte dejaron su espíritu,
y por eso los llamamos inmortales; pero éstos que las maltra-
tan y las venden son totalmente muertos que se mueven, car-
ne sin espíritu, tan fácil de ser apartada del camino de los
vivos como un guiñapo, de ser rota y deshecha como la leve
telaraña cuya rotura ni siquiera nota el caminante que la des-
hace. Todo es querer, proponérselo con discreción y perseve-
rancia; hay que ir contra esa gente. Hacerle sentir en todo
momento su inferioridad moral, aplicarle un género cualquiera.
de sanción que no proporcionan las viejas leyes. Asi nos por-
taremos como cumple á personas civilizadas, pues por muy
transigente que se sea, por muy afícionados que por educa-
ción, por miedo ó por pereza seamos á los eufemismos, no
puede desconocerse que destruir con la aterradora urgencia
que aquí se destruye el caudal de arte histórico más glorioso
de la tierra, es pura y rudísima barbarie; es, en el fondo, un
crimen que la Iglesia, el Estado y ia sociedad misma realizan,
con disimulo parecido al del hambriento golfete que consigue
732 cosMÓPOus—xu-1919

hurtar al pescadero una sardina, aunque sin ei peligro que co-


rre el rapaz callejero de ir á la cárcel.*
El critico de arte Francisco Alcántara, más afortunado que
otros críticos, ha visto un Quijote holandés que le ha inspirado
un bello articulo sobre la ilustración del libro inmortal. Helo
aquí:
"Ilustrar el Quijote es dar figura real á los espíritus, á los
seres, á las cosas y á las escenas y los paisajes que idealmente
accionan y con distintos papeles figuran en el gran libro. No
se pierden las castas porque no se pierde la energía germina-
tiva y procreadora de plantas y animales. Subsiste la casta de
Don Quijote, de Sancho y de toda la compañía quijotil, así
como las villas, lugares, caminos y veredas en que habitó y por
donde anduvo la legión que tan holgada, libre y campante
vida ostenta en la prosa más musical y parecida á la acción
que existe en castellano. £1 suelo, la tierra en que todo eso fué,
y el cielo que la cobija, contémplanse cara á cara como antes,
sin el estorbo de nieblas ni casi de nubes, pues el privilegio de
tratarse continua y directamente con el sol sigue siendo la pre-
rrogativa, la gracia y el martirio de Castilla. Todo está como
hace unos instantes, pues estos siglecillos que median entre
Don Quijote y nosotros, ni en la traza de la tierra, ni en la
de nuestro padre el sol, parece que equivalgan ni siquiera á un
abrir y cerrar de nuestros ojos. Con el libro maravilloso en la
mano podemos, recorriendo la Mancha, reconocer las figu-
ras que en el texto alientan, como el cuadrillero reconoció
en Don Quijote al que había dado suelta á los galeotes,
mediante la lectura del mandamiento que, envuelto en un
pergamino, llevaba en el seno. Algo han variado los trajes,
no tanto como parece, si se procura espiar la vida campe-
sina y labradora manchega; mas, hayan variado mucho ó poco,
aténgome ahora á lo que dije hace cosa de un año á propó-
sito del guardarropa del Quijote, como hace muchos años dije
del guardarropa de Velázquez, de los trajes de las figuras de
Velázquez. ¿Qué costaría reconstituir los trajes de Don Quijo-
te de Sancho y de las personas de su familia y vecindad?
EL TEATRO, LOS LIBROS Y IL ARTI EN ESPAÑA 733

Poca cosa, si se tienen presentes los medios y recursos de


que dispone la Academia de la Lengua, la más inmediata y
directamente interesada en dar al libro de Cervanteá^ mayor
encanto y la mayor eñcacia educadora de las gfeneraciones his-
panas. La Academia podría abrir concursos trienales para pre-
miar lasfígfurasmás parecidas á Don Quijote y Sancho, hasta
con sus respectivas cabalgaduras, y, halladas las de los citados
personajes principales, se buscarían ea la misma Mancha los se-
cundarios: el barbero, el cura, el bachiller y tantos otros. Los
tr^'es típicos del museo que pudiera lentamente irse formando,
copiaríanse para vestir estasfijfuras,y complemento de tal labor
sería la de los artistas pintores y escultores capaces de infundir
en lasfigurasreales encontradas en la rebusca propuesta,y ves-
tidas con los trajes de la época, el espíritu del sagrado libro
que enfervoriza fácilmente á toda alma española.
Es incalculable la amplitud que histórica y estéticamente se
ofrecería ante el alma de nuestros artistas con estas experien-
cias. En otro artículo, dedicado á la traducción noruega
del Quijote, me referí á los intentos de tantos artistas mártires,
que fascinados por las bellezas entrevistas en nuestra historia
de los siglos XVI y xvii, no dudaban en lanzarse temerariamente
á una vida de privaciones^ por alcanzar el exquisito placer de
la adivinación de un gesto, de una actitud de aquellos hom-
bres creadores de la grande España, y cuyo espíritu quedó
para siempre en clásicos libros.
Entre todos ellos, el mejor dotado, el de mayor fortuna,
aunque la enfermedad lo agarrotó antes de llegar á la madurez
de su talento, Daniel Urrabieta Vierge, dejó en las revistas ilus-
tradas de París un caudal tan abundante de datos^ ciertos y de
adivinaciones del misterio histórico español, de actitudes, de
posturas, de gallardías de todo eso que én España fué y es
vibración sai generís, característica y única en el mundo de una
carne acerada, de músculos descarnados y férreos, de sensuali-
dades femeninas, intensas, férvidas y dolorosas, que asombra,
por su cantidad y por su excelencia. Cuando se haga un ilbum
ó una colección de álbumes con esa labor de Urrabieta Vierge,
so podrá empezar á comprender lo que yo he llamado muchas
734 cosHÓPOLis—xn-1919

veces nativo arte de la postura de las razas ibéricas, que nos


distingue de todas las del mundo. Es extraño que una raza tan
artística y tan artista como la nuestra carezca tan por completo
del poder de reflexión necesario para verse á sí misma en el
espectáculo de la vida, para apreciar con claridad los caracteres
gr&ñcoa y plásticos que la disti iguen, y anotarlos y utilizarlos
en el estudio y el conocimiento de su propia naturaleza et-
nográfica y psicológica. Este es un como mundo estético insos-
pechado en nuestra crítica, é inexplorado por consiguiente, en
el que vivió solo Urrabieta, sin otra satisfacción para su amor
propio de artista, en lo que se refiere al reconocimiento de sus
méritos en este su propio país, que algún estremecimiento vago
y fugacísimo de placer de los llamados inteligentes ante sus
obras, parecido á esas ligeras conmociones de los animales
domésticos cuando ante nosotros se sienten algo partícipes en
los efluvios de la inteligencia humana. Somos como una gran
bestia insensible ante espectáculos inefables, que acaso algún
día tendrán público. Las excursiones de Urrabieta por la Pen-
ínsula pusieron á su alma en contacto con nuestros antecesores
remotos, á quienes sintió por los rasgos que perduran en nues-
tros rincones inexplorados.
El álbum de las obréis [de Urrabieta seria una maravillosa
preparación de nuestros artistas para sentir las figuras del Qui-
jote; pero aun careciendo de ese apoyo, se haría labor positiva
y definitiva en muchos conceptos yendo decididamente á la
realidad por los datos abundantísimos que nos ofrece para ha-
cer posible una ilustración del Quijote, discreta, y ya sería¡mu-
cho conseguir, y genial en cuantas ocasiones un gran corazón
y una clara inteligencia arrostraran la seductora empresa de re-
velarnos los caracteres físicos de esa gente que bulle en el gran
libro y en la que nos Mentimos glorificados los españoles.
Mientras nosotros no aportemos estos materiales, ¿cómo
hemos de extrañar que los extraños ilustren el Quijote con tan
completo desconocimiento de nuestra realidad histórica y con-
temporánea? Otro día seguiremos."
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÍ^A 735-

En el saloncillo del Ateneo, Emmaiiuel D. Bereny, un mu-


chacho de diez y ocho años, hijo de Rodolfo D. Bereny, ah-
famoso pintor húngaro que durante el primer año de la g u e -
rra hizo en Madrid los retratos de la reina María Cristina,^
el conde de la Cimera y otros aristócratas, además de los d e
algunos embajadores, expone una colección de obras entre las
que figuran una serie de interiores, de propiedad particular,,
dignos de todo elogio.
Manuel Bereny se ha educado en un ambiente artístico
ha tenido de maestro á Sorolla, y, sin embargo, es un rebelde,,
un independiente que corre el peligro de meterse de cabeza
en el sindicalismo de los futuristas, y esto sería lamentable en
quien ya descubre no solamente una personalidad, sino tan.
excelentes condiciones de pintor realista.
Sus interiores núm. 6, de luz natural, y núm. 1 1 , con luz
eléctrica, son dos notas obtenidas con arte, admirablemente
entonadas y realizadas en sus diferentes fases de luminosidad
y de efectos. El Rincón de un salón, núm. 12; el Comedor,
núm. 8, y los restantes del mismo género son aciertos d e pintor
virtuoso y sensato que honran á Bereny. A Bereny, que cuan-
do pinta por encargo es artista que se sujeta al natural y lo in-
terpreta cor» cariño y coo justeza. Su Palacio Real de AranjueZf
núm. 5; los bodegones números 16 y 20, y las Flores, núme-
ro 26, son obras que están pintadas bajo sanas influencias, so»'
notas muy acertadas en valores, en factura y color. Pero ei^-
cuanto el artista se despoja de su carácter y trata de buscar en
el impresionismo ios mismos resultados que en la pintura seria
y recta, cae en las tortuosidades del camino de otra especia-
lidad para la que se necesita poseer un espíritu convencional
y artificioso muy en estrecha relación con las apariencias de
las cosas que se pintan ó matizan, con vistas á otros planetas-
iluminados por soles rojos, verdes ó azules.
No obstante estas modestas observaciones sugeridas ante
las obras de Bereny, encontramos bastante bien, dentro d e l
impresionismo por él acometido, los cuadritos estudios titula-
dos Efectos de Sol y Paisajs de Otoño (Retiro), número»
22 y 23,
736 cosMÓPOLis—xii-1919

En los retratos que expone el joven artista Bereny encon-


tramos algo que califícamos de miedo. No se concibe que quien
tan bien ve los accesorios de una habitación y entona un con-
junto de extensas superficies se acobarde ante una cabeza
humana, no dándole el vigor con que resuelve sus bodegones
y paisajes. Deseche todo temor el artista y ataque con bríos
el modelo como lo hace con sus impresiones, y adelante, á
aprender picardías de procedimiento en la técnica para colo-
carse en seguida entre los maestros.

Pronto hará un siglo que fueron abandonados los conven-


tos y monasterios. Casi todos existirían si sólo hubiesen teni-
do que sufrir las llamadas injurias del tiempo.
El monasterio de Santa María de Aguiiar de Campoo podría
admirarse en su integridad si, como dice Leopoldo Torres Bal-
bás, no fuese "por culpa del Estado, que bárbaramente arrancó
capiteles para trasladarlos al Museo Arqueológico de Madrid, y
del pueblo, que siguió la obra destructora y profanó todas las
sepulturas en busca de imaginarios tesoros. Otros edificios en-
tonces abandonados son hoy lamentables y bellas ruinas, que
desaparecerán en breve si el Estado no se preocupa de su
conservación. Tal es el caso de los monasterios de San Pedro
de Arlanza, en Burgos; de Monsalud de Corles, en Guada-
dalajara; de Moreruela, en Zamora; de Carracedo, en León; de
£1 Paular, en Madrid; de Calatrava la Nueva, ep Ciudad Real;
de Nuestra Señora de la Sierra, en Segovia; de San Pedro de
Roda, en Gerona*.
Pero el Estado abandona también muchas veces á los que
tiene declarados "monumentos nacionales". Torres Balbás cita
estos dos casos: "El del monasterio de Santa María la Real,
de Aguiiar de Campoo, que para mayor escarnio ha sido d e -
clarado dos veces "monumento nacional", y la Cartuja de El
Paular.*
Con respecto á la protección de la Iglesia á los monu*
mentos que custodia, dice Torres Balbás: "La ignorancia, el
mal gusto y la codicia de muchos de sus representantes, han
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL MITE f.ti ESPAÑA 737

producido fatales efectos sobre ellos. Recíento es. el caso «do'


lorosísimo de la iglesia de Betanzos, en el que la comunidad
que la ocupa ha conseguido desfigurar por completo el edificio,
á pesar de las protestas del pueblo, artistas y arqueólogos.**
Muchas veces, el papel de destructores de los raonunientoj
corre á cargo de los Municipios de las ciudades históricas.
Dice Torres Balbás: "Suelen formarse tales corporaciones
por lo más representativo de la ignorancia y del mal gusto díe
cada ciudad, y así ocurre, con lamentable frecuencia, que sus
aspiraciones sean la supresión de todo elemento pintoresco, el
deseo de uniformidad, el derribo de las calles estrechas, irre-
gulares y viejas, y con frecuencia de barrios enteros, para ha-
cer grandes avenidas y bulevares anchos y tirados á cordel, en
los que, dado nuestro clima, el calor es insoportable en ve-
rano y él frío en invierno. El principio del trazado rectilíneo
preside todavía en esos proyectos municipales. Para realizar
esas desdichadas reformas interiores, se trazan en el plano de
la población calles rectas á capricho, como canales ó vías férreas,
sin preocuparse del relieve del suelo, cortando el corazón mis-
mo de la ciudad antigua, derribando iglesias, palacios, inte-
rrumpiéndolas circulaciones medioevales, haciendo desaparecer
admirables decoraciones de las vías antiguas. Típico de ello
es el caso de Granada. ¡Serían tan hermosas estas ciudades sin
embellecimientos modernos! £n su labor destructora, encuen-
tran los Ayuntamientos muchas veces apoyo en la Incultura
de los ciudadanos y en menguados intereses políticos, como,
por ejemplo, pasó en el derribo de la puerta de Santa Marga-
rita de Palma y del edificio adosado á la catedral de León."
En confirmación de ios asertos de Torres Balbás, recordaré
que en el Ayuntamiento de Toledo existe un complicadísimo
proyecto de transformación completa del plano de la ciudad
por medio de calles rectas y anchas. Es natural que de ese
proyecto no se acuerde hoy nadie; pero el hecho de que se
haya pensado en tal cosa, ó sea en la destrucción del Toledo
artístico, para sustituirlo con un. montón de ridiculas Viviendas,
demuestra á qué estado tan lamentable y peligroso pueden lle-
gar los cerebros de los mangoneadúres municipales en las ciu-
11
738 cosMÓPOLis—xii-1919

dades históricas y el empeño con que el Estado debe ejercer


la tutela sobre sociedades tan bárbaras que arrojan de si en-
gfendros como el proyecto referido. Pero ¿habrá cosa más sor-
prendente que el proyecto de arrasar la eminencia sobre que
se asentaba el castillo de Burgos y se asientan hoy sus ruinas,
que son como la entraña histórica de la ciudad, para conse-
guir un espacio nivelado y raso, donde construir, en pobla-
ción como Burgfos, rodeada en casi todo su perímetro de llanu-
ras extensísimas por las que se dilatan las alamedas y ios paseos
más fastuosos y monumentales de España? ¿Cómo Ueg^aran á
cuajar en los cerebros y en los corazones absurdos tan notorios
antiestéticos y enemigos del sentido histórico de las localida-
des? De esto me ocuparé otro día extensamente.
En prueba de que en muchas poblaciones de España pre-
valeció el buen sentido histórico y estético en los trances de
angustiosa incultura por que nuestro país atravesó, sobre todo
en la primera mitad del siglo pasado, cita el ejemplo de la vi-
lla de Estella, donde Ayuntamiento y pueblo reunidos salvaron
de la destrucción el bello edificio gótico de Santo Domingo.
Cita también el culto y honroso proceder del pueblo de Gra-
nada, en donde el gremio de albañiles se negó á demoler el
Corral del Carbón, y el de la Casa del Pueblo de Toledo, único
defensor decidido del arte histórico de la incomparable ciudad
imperial, hasta que un puñado de jóvenes animosos, en la revis-
ta semanal ilustrada Toledo, á la que un día de éstos habré de
referirme, decidieron levantar bandera contra los que tienen la
defensa del arte toledano en los labios y favorecen bajo cuerda
la venta y dispersión de las joyas históricas de la ciudad. Debo
recordar en este caso el heroico proceder de la ciudad univer-
sitaria de Alcalá de Henares, de su pueblo bajo y de su clase
media, que defendieron su Universidad en los ya lejanos tiem-
pos de la desamortización, hasta el punto de que el propieta-
rio, asistido por la fuerza pública, desistiera de demolerla para
lucrarse con la venta de las bellezas escultóricas de su admira-
bilísima fachada. Era por el año 40 del siglo pasado. Un com-
prador de bienes nacionales, cuyos descendientes construyeron
más tarde el palacio, más ricamente embellecido en su interior
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE EN ESPAÑA 739

de las inmediaciones de la Cibeles, había adquirido la Univer-


sidad. Como no se le permitiera demolerla, no obstante inten-
tarlo varias veces con el efícaz instrumento de numerosas cua-
drillas forasteras, el Estado le amparó en su derecho por me-
dio de la fuerza pública. El pueblo de Alcalá se mostró tan
dispuesto á la defensa de la Universidad de Cisneros, que el
propietario y el Gobierno hubieron de desistir. El pueblo de
Alcalá adquirió el edifício, y hoy los escolapios que lo ocupan
son inquilinos de los accionistas alcalaínos, propietarios de la
maravillosa obra de Gil de Ontañón.
"La incuria, la barbarie y el afán destructor del Estado, la
Iglesia, las corporaciones oficiales y parte del pueblo son ayu-
dados por los chamarileros, los aristócratas y capitalistas, que
desean poseer viviendas de esa bárbara heterogeneidad que
llama el vulgo estilo español, y por algunos arquitectos que, en-
cargados de restaurar, rehacen por completo los edifícios que
les fueron encomendados." He transcrito al pie de la letra el
párrafo, por la autoridad que da á estas aHrmaciones el hecho
de que sea un profesional quien las hace.
Recuerda más adelante Torres Balbás la emigración al ex-
tranjero de edifícios como la Casa de la Infanta, de Zaragoza,
y el castillo de los Vélez, en Murcia; el techo de la casa de la
Judería, en Teruel; las sepulturas de los condes de Urgell, en
Bullpuig de las Avellanas; la decoración de piedra de una ca-
pilla del convento de San Francisco de Ayllón; el artesonado
de una crujía del patio de Santa Isabel de Toledo; la portada
plateresca con escudo del cardenal Cisneros, y el patio, las re-
jas, los techos de la casa á que daba entrada en la misma ciu-
dad, y el que esto escribe podría añadir á la lista un número
incalculable de joyas artistiscas españolas arrancadas durante
los últimos años del suelo español.
Con lo que se ha vendido en Córdoba, y cito esta ciudad
porque de ella tengo datos recientes, de tallas, cuadros, arteso-
nados, columnas, capiteles, retablos y telas, habría para llenar
un libro enorme.
También—dice Torres—se dedican al negocio del chama-
rilo algunos aristócratas, que aprovechan la garantía de sus tí-
740 cosMÓFOLis—xn-1919

tulos nobiliarios para vender ocultamente objetos de arte anti-


guo, bastantes de los cuales4ion modernas falsificaciones. "Pero
es mucho más importante la contribución de la antigua nobleza
á tal destrucción, por otro concepto. La inmensa mayoría de
sus actuales representantes enajenan ó dejan perecer en el ma-
yor abandono los palacios y residencias de sus antepasados, que
debieran conservar religiosamente. Citemos algunos ejemplos,
referentes á b s casas más nobles: el palacio de Medinaceli en
Cogoiludo (Guadalajara), convertido un tiempo en posada y
hoy destartalado; el castillo-palacio de Curiel de los Ajos (Va-
lladolid), de la casa de Osuna, magnifico edificio gótico-mude-
jar que se está cayendo; el palacio de Peñaranda de Duero
(Burgos), de la casa de Alba, condenado á desaparecer en pla-
zo breve; el castillo-palacio de Canena (Jaén), de la casa de
Camarasa, convertido en vivienda de pobres familias."
Otro día reflejaré la materia referente á las restauraciones
d e nuestros monumentos, las más de las veces verdaderas des-
trucciones, que el Sr. Torres Balbás trata magistralmente en su
trabajo y que de tanto interés popular y eminentemente espa-
ñol resulta.

Para Enero se anuncia un gran certamen de arte pictórico


moderno.
En este certamen—se nos dice—aparecerán los más exalta-
dos métodos pictóricos. El cubismo, el impresionismo, el vibra-
cionismo, todas las escuelas ultramodernas tendrán una repre-
sentación nutrida.
El que nos daba estas noticias nos decía:
—Va á ser Madrid la primera capital de Europa que va á
ver reunida en una sola Exposición toda la ardiente locura de
nuestros pintores modernos.
Asi sea.
RAFAEL URBINA.
LA VIDA FEMENINA 741

LA VIDA FEMENINA

¿Y por qué no hablar también en esta sección del traje


masculino? Desde el momento en que se presenta una nove-
dad que supone deseo de innovación, no podemos pasarla en
silencio. Ante todo hay que ser justos: la innovación viene de
los mismos modistos á los cuales sé deben las de los trajes
femeninos. Ellos son los que tratan de introducir en el traje
masculino algo de esa fantasía, consagrada hasta ahora exclusi-
vamente á la indumentaria de las mujeres. Hace algunas no-
ches se presentó en la Opera un arbiter elegantiarum vestido
á la más pura moda de 1830, desde el pantalón ajustado hasta
el sombrero de fieltro peludo, pasando por el chaleco ramea-
do y la camisa con chorreras.
En Francia al menos se nota un deseo vehemente de eman-
cipación de las modas masculinas de Londres, un verdadero
deseo de volver á las modas francesas masculinas, y obtiene
una gran preferencia la moda del período romántico de los
tiempos de Luis Felipe. Se quiere buscar la inspiración, no en
Londres, sino en esos seductores grabados de los dandies que
en tal época se paseaban por el boulevard de Gante. No pue-
de negarse que el traje de soirée es exquisito. El frac negro
con largos faldones y un cuello de terciopelo negro, estilo
Directorio. El pantalón de punto, ceñido como una malla, lle-
gando á la mitad del tobillo para dejv ver el calcetín de seda;
los zapatos de charol teiminados en punta y el chaleco de
seda, blanco ó crema con bordados de flores. Del bolsillo del
chaleco pende una cadenita estilo Regencia, terminada por un
dije. El peinado, naturalmente, con tupé y tufos. ¿Un disfraz?,
pensarán algunos. No; un traje mucho más bonito y elegante
742 cosMÓPOLis—XII4919

que el de frac actual. Y con la ventaja de que en adelante no


podría confundirse á un elegante con un camarero.
Lueg^, sobre este traje, la capa romántica. ¿Hay nada más
delicioso que esa capa?
Este traje es puramente francés; no es una funda como los
trajes ingleses, que encajan sobre cualquiera; hay que saber
llevarlo con gracia y distinción. ¿No choca en la actualidad, al
ver una pareja en un baile de sociedad, el contraste entre el
vulgarísimo traje de frac del hombre y el vestido de la mujer,
de un arcaísmo que evoca ios esplendores pasados? Las per-
sonas de gusto no pueden por menos de notarlo.
Las opiniones de los artistas que se ocupan con interés del
asunto varían bastante. Así, M. Sem es partidario del traje de
los jugadores de golf; M. Roubille cree que el traje debe ser
amplio para que los movimientos sean cómodos y se pronun-
cia contra el sombrero de copa; M. Fournercy protesta también
contra el tubo y es partidario de un traje de fantasía que se
asemeja al de 1830; M. Bernard Boutet quiere un traje especial
según las diversas profesiones, y, por último, M. Touraine en-
cuentra que los ingleses visten de una manera práctica y ra-
zonable.
Por el momento hay mucha vacilación acerca de la moda
masculina. No se ve una dirección fija; no hay más que tanteos.
Lo que hace falta es una evolución definitiva y ella vendrá,
aunque los primeros pasos sean difíciles é inseguros.

Tratemos ahora un poco de modas femeninas.


El vestido de piel de gamo ó de cabra es una de las últi-
mas fantasías de la moda. Pudiera creerse que estos vestidos
se destinan exclusivamente á las mujeres que comienzan ya
en esta época á dedicarse á los placeres del patín ó del ski
sobre el hielo, pero no es así; estos vestidos de piel se han
visto en las carreras de fines de otoño y á la hora del té.
Hemos visto bajo un cuerpo de hechura sastre, de terciopelo
negro, una larga casaca de piel de cabra blanca, y una mañana
en el Bosque de Boloña, una especie de redingote de piel de
LA VIDA FEHKNINA 74 3

camello amarillo sobre un vestido de dibujo escocés de tooo


marrón. La levita de piel iba abotonada de alto á bajo. En una
casa de modas de la plaza de Vendóme se ve una amplia
jaquette de cabra blanca toda perforada á la manera de los
objetos de cuero que se fabrican en Marruecos, y está guarne-
cida de una franja negra que forma un bonito contraste con el
blanco mate de la piel. Se ven en cantidad enorme los sombre-
ros de cuero; para el "auto" y la mañana se llevan tocas de
piel sin más adorno que dos cintas de diferentes matices. Por
la tarde, á la hora del té, se ven también muchas tocas en piel
de color vivo con adornos de seda ó metal.
Los vestidos de terciopelo y lana se ven adornados con
aplicaciones de cuero de matices vivos, especialmente de piel
de gamo clara. Sobre algunos abrigos se ponen grandes bolsi-
llos, cinturones y galones de piel. Estas guarniciones están mez-
cladas á veces con perlas de madera, lo que acentúa el aspecto
"Búfalo".
Los manguitos son mayores que los del invierno anterior,
pero siempre redondos ú ovalados. Algunas damas llevan man-
guitos enormes, pero son en mongolia, piel poco costosa.
LA MARQUESA DE CESPON.
744 cosMÓPOLis—xii-1919

CRÓNICA DE ITALIA
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE

Sin nada importante que reg^istrar en punto á novedades


teatrales, daré cuenta del movimiento literario con la reseña de
aigrunoa de los libros más importantes que se han publicado,
comenzando por La tragedia di Oriami, de Luigi Donati.
De Oriani y su obra se ha escrito mucho en periódicos y
revistas, y hasta el mismo Croce ha hecho un estudio incomple-
to, pero estimable; pero se necesita aún una labor muy grande
si se quiere valorar la personalidad del escritor romano y asig-
narle el puesto debido en la historia literaria italiana.
Esperábamos encontrar esta labor ai abrir el volumen de
Luigi Donati, Bel amigo de Oriani, pero hemos sufrido una
desilusión. Donati no ha hecho más que recoger ios artículos
que había escrito sobre Oriani, antes y después de su muerte.
Artículos en gran parte apreciables, escritos cún pasión, ar-
tículos de amor y de fe, donde se notan intuiciones notables
puntos de vista acertados y anécdotas personales que pueden
interesar y conmover. Pero no es el estudio crítico que hace
falta y el libro no responde al título sintético y no se justifíca.
¿A qué objeto responde esta reunión de artículos?
Mirando el índice se podría pensar que estos artículos de-
linean la figura de Oriani en su conjunto porque se citan una por
una todas las obras del escritor. Pero no ocurre asi. Son artícu-
los de periódicos, de ocasión, de exaltación, pero donde el pro-
blema critico fundamental no está ni siquiera esbozado. Basta
ver lo que habla sobre la obra más comentada de Oriani, La
lucha política en Italia, Donati se limita á minucias bibiiográfí-
CRÓNICA DE ITALIA 746

cas y á la reproducción de dos fragmentos. Nada n»ás. La idea


dominante de la obra apenas está indicada con palabras gené-
ricas que nada dicen. En este como en otro5. exámenes de Do-
nati, la vida espiritual de ia obra, su desenvolvimiento, su ex-
presión, no se estudian ni se precisan. La única nota dominan-
te es ia tendencia de Donati al elogio de la perdona del autor.
Tendencia fuera de lugar en esta labor, donde ia admiración se
confunde á menudo con la idolatría. No es prestar buen servi-
cio á la memoria del maestro el de presentarlo siempre lacri-
moso y sollozante ante la indiferencia é irreverencia de los con-
temporáneos.
La fís;ura de Oriáni, representada por Donati, es la d e
una especie de Manfredo byroniano que vive siempre ab-
sorto en sí mismo, en la soledad de Cardello. No es esta la figu-
ra que se desprende de sus escritos, en los que encont|-amo3
entre grandezas sublimes algunas pequeneces, pero siempre una
dignidad y una gran fuerza humana.
Nos parece una exageración perjudicíial de la Donati, el
comparar á Oriani con Platón, Prometeo, Cristo en el Góigota
y declarar después que "el drama de Oriani es el más profun-
do de la modernidad que baya torturado á un genio humano
después del de Napoleón." No sotí estas exageraciones las que
pueden hacer surgir esos albores ,de inmortalidad que Donati
quiere procurar al maestro.

Palpebre, de Mario Cestaro, es una colección de versos de


ese poeta muerto en el frente en 1918, hecha por Gherardo
Marone, como un tributo á su memoria. La circunstancia de su
gloriosa muerte á los veintiún años no ha de cambiar nuestro
juicio critico en pomposos elogios. Creemos más reverente para
su recuerdo decir con sinceridad que no aparece en esos ver-
sos un temperamento delineado. Mucha sensibilidad, sí. Se ve
que el poeta se tortura por encontrar ese temperamentb. Su
estilo es sencillo y humilde, y el- sentimiento de que están im-
pregnadas algunas de las poesías nos hace volver los ojos ha-
cia «I rostro exangüe del cantor esperando que continúe. Y el
746 cosMÓPOLis—xii-1919

corazón se oprime al pensar que su voz se ha extinguido para


siempre.

Un libro notable es .el titulado Ildebrando Pizzetti y el dra-


ma musical italiano de hoy, de Renato Fondi. Libro de pasión
y de fe, fundado sobre base sólida, que reduce á episodios
insignificantes cierta exuberancia y ciertas afírmaciones. Libro
notable en su producción por un equilibrio crítico que con-
siente una justa valoración de lo que es bueno aunque sea en
fórmulas y sistemas inexorablemente condenados. La buena
causa parece á Fondi suficiente motive de victoria, más que
una fácil distribución de fama y de personalidad.
Este libro, como decimos, tiene fundamento sólido; el autor
hace suya la idea esencial de la nueva estética, por la cual la
palabra canto no es ya considerada como una aproximación de
elementos heterogéneos, sino como medio único é imprescin-
dible de expresión, como intuición, en suma, de si misma, com-
pleta y necesaria. £1 drama musical cesa asi de ser una sobre-
posición de notas á la fábula poética y se convierte en compe-
netración y recreación, en acción y no en comentario. Los que
censurasen la insistencia de Fondi sobre esta idea fundamental,
habrían olvidado ó ignorarían la testarudez del público, y aún
más, de los autores y los editores, en considerar el me-
lodrama bajo el aspecto de amplifícación liriea y la tenaz re-
sistencia que se opone á la liberación de los viejos prejuicios
romántico-veristas, por lo cual el teatro está ahora tan deca-
dente.
Partiendo de su pre/nisa teórica, estudia Fondi el naelodra-
ma italiano desde antes de Fedra, pasando sucesivamente en
revistas los maestros del verismo y con mayor simpatía á los
jóvenes contemporáneos que han intentado trabajosamente al-
canzar la nueva forma de expresividad interior. Es una excur-
sión interesante, aunque no siempre persuasiva en los detalles,
que permite al autor afrontar con seguridad y con sentido his-
tórico la obra de Pizzetti.
La cual, examinada como emanación del principio esencial
CRÓNICA DI ITALIA 747

de que parte Fondi, as, por necesidad,, iluminada con mayores


luces, con lúcida precisión y con aguda sensibilidad.
Seria vano negar que la humanidad del arte es su mayor
garantía de vitalidad y de consentimiento. Así, Fondi demues-
tra la humanidad de Pizzetti, su acción musical que absorbe
toda y expresa toda la tragedia. Cualquiera que sea la reserva
que pueda hacerse sobre la resultante de la obra de Pizzetti,
es lo cierto que el entendimiento es grandioso, según este volu-
men nos lo describe. Y hay que alabar á Renato Fondi, crítico
y divulgador.

Entre otros libros merecen citarse Romiíaggi, de Ferdinando


Caioli. "Ermitas de sueño que tienen un sollozo de llanto y un
calor profundo de vida". Ermitas queridas y lejanas en las cua-
les el poeta joven se recoge pensativo á soñar.
Es una colección de-poesías líricas, impregnadas de un
dulce sentimiento de melancolía, y donde de cuando en cuando
vibra un grito de felicidad. Lionello Fiumi, en el prólogo,
encuentra que el volumen tiene algo de la poesía de Folgore
y de Ungaretti; pero eso no es más que un pálido recuerdo,
algo así como un velo de niebla perdido en la claridad de la
mañana. Caioli sabe libertarse de la influencia de los autores,
en los cuales ha bebido la fresca onda de la poesía nueva y
hacerse una personalidad lírica completamente suya. Sus poe-
sías son todas bellísimas.
// poeta oscuro, de Pascuale Tartaglione, es un libro que
se lee con un vivísimo interés, por la alteza de la materia y por
la gran competencia con que es tratado el asunto.
El autor no ha querido darnos una intensa y profunda cri-
tica de ¡a sátira de Persio El poeta obscuro, sino una clara
exposición del pensamiento persiano. Y ha tenido un éxito
completo examinando la obra "con la serenidad, la seguridad
del propio ingenio y el desarrollo del método asimilado en
calidad de alumno fíel". Es especial el examen que hace de la
traducción de Monti.
El profesor Tartaglione nos ha dado una obra de cultura
748 cosMÓPOUS—xii-1919

densa, pero clara y fíei. El libro va precedido de un prefacio


bellísimo de Elpidio Yenco,

Se ha publicado una nueva edición de las obras teatrales de


Roberto Braceo. El famoso escritor, que acaba de cumplir los
cincuenta y ocho años, conserva la energía de su juventud, y
aun puede esperar la literatura italiana los frutos admirables de
su genio. Continúa como siempre en su retiro de Ñapóles, de
donde rara vez sale, tan modesto y simpático como siempre.
¡Quién había de decir á este hombre, que pasó gran parte de
su juventud como modesto empleado de Aduanas, que había
de ser una de las más puras glorias de Italial Sólo la casualidad
que lo llevó al periodismo en el Corriere del Matíino, descu-
brió su genio. Cuando se reveló con su Canzzjonetie era aún
joven. Se dedicó después á la novela, escribiendo Frottole di
Baby, Donne, II diritto delVamore y Smorifie umane, donde se
mostró observador fíno y admirable escritor. Pero su gloria
completa se la reservaba el Teatro, y su labor escénica des-
de 18S6 es de lo mejor que se ha conocido en Italia. Las obras
que dio á la escena fueron por este orden: Non fare ad altri;
LUÍ, Lei, Lui, Viceversa; L'Infedele; La fine dell'amore; Don
Pietro Caruso; Sperduti nel buio; La Piccola Fonte; II frutto
acerbo; I fantasmi; Nellina; II piccolo santo é II perfetto
amore. Sus grandes éxitos, que le valieron delirantes ovacio-
nes, fueron Ifantasmi y Sperduti nel buio.
Su gran arte es magnífico en la revelación de una fisonomía,
de un tipo ó de un notable momento psicológico ó fisiológico,
manifestación del sentimiento más oculto del corazón humano.
Y á este conocimiento profundo hay que añadir su forma sen-
cilla y seductora con diálogos breves y llenos de vida. Su obra
es soberbia y altamente moraiizadora.

Se ha abierto la Exposición de Arte de Turín. No descen-


deré en esta crónica, porque ni el espacio ni la índole de mi
trabajo lo consiente, al detalle de las obras, limitándome á una
CRÓNICA DE ITALIA 749

inopresión sobre la nueva pintura italiana. No diré nada nuevo


afirmando que hasta hace pocos años en panto á las artes plás^
ticas se había difundido en Italia una lamentable ignorancia.
Cierto q u e á través de las exposiciones internacionales de V e -
necia se filtraba algún rayo de luz, pero se trataba de luz refle-
ja que llegaba á nosotros, no por los artistas que al precio d e
tenaz sacrificio habían alcanzado la meta en el campo del arte,
sino por medio -de expertos imitadores que sabrán aprovechar y
comercializar las conquistas de oires.
Cuando algunos críticos nuestros iluminados y desintere-
sados revelaron en su verdadera esencia el impresionismo fran-
cés fué general el estupor y aun diremos la desconfianza, por lo
diverso que aparecía de ese impresionismo dado á conocer por
otros críticos tan celebrado,^ como ineptos é insensibles, que lo
habian presentado con una gris uniformidad, exponiendo en el
mismo plano valores decisivos y pobres medianías. Asi se tuvo
que vencer, antes que la ignorancia, el prejuicio arraigado en
los ánimos. De lo cual resulta que este movimiento llegado de
fuera no ha podido obrar vitalmente hasta hoy, transcurrido el
período de guerra.
Y ocurre ?hora que, sorprendidos por un movimiento espi-
ritual, que fuera de Italia se desarrolló en largo espacio, nues-
tros artistas y nuestro público padecen en estos momentos
como una indigestión de tendencias y de ideas. No adaptados
aún á los nuevos atrevimientos, sujetos á la forma académica
que defendían los críticos y los organizadores de exposiciones,
más que asimilarse lo que de robusto y vivo había en la nueva
corriente, artistas y público sólo han sabido apartarse con dis-
gusto de la estancada miseria del arte italiano, sin tener sin em-
bargo una visión clara del camino por el cual hay que dirigirse.
Asi los artistas jóvenes se encuentran desde hace cuatro
años en esta crisis de investigación, á la cual, justo es decirlo»
se consagran con entusiasmo, con un amor del que se ven en
parte los buenos efectos. •*
Se nota en muchos una disciplina severa y tenaz que impi-
de todo fácil abandono á los caprichosos vuelos de la fantasía,
para seguir únicamente aquella visión interior que tiene el ca-
750 cosHÓFOLis—xii-1919

rácter de imprescindible necesidad espiritual, tratando después


de expresarla con aquella honrada sencillez de medios que
proceden de una verdadera ¡aspiración.
Desequilibrio entre la forma y el contenido y la falsa at-
mósfera critica, son los motivos de que en todas las exposicio-
nes se noten ahora defícencias y amaneramientos y hasta aIg;o
grosero y tonto-
Pero los jóvenes artistas no deben ser culpados; merecen
que se aquMaten sus esfuerzos; merecen, si no elojrios despro-
porcionados, que se les aliente. Puede decirse que la vida ar-
tística italiana, hasta la más revolucionaria, está toda maleada
del mutuo incienso. La exag^erada alabanza acaba por extraviar
al elogiado hasta el punto de distraerlo de ese afán de perfec-
cionamiento que es el secreto del arte y sirve para purifícarlo á
través de la renuncia y el sacrificio.
LEONARDO MARINI.
FIGURAS DEL DÍA 751

FIGURAS DEL D I A

Georgre* Charp^ntier.

Es el que ha puesto en escena el Sindicato de artistas. No


es el boxeador.
Tiene cuarenta y cuatro años. La guerra le sorprendió en
el fondo de la Pampa. Le sorprendió, le iadignó y exaltó su
gfeneroso ardor.
"Adelante por el Derecho y la Humanidad* promuls^aron
los venerables augures. Charpentier los creyó. Tenia necesidad
de creerlos, porque su corazón ardiente era devorado por una
fiebre de abnesfación. Entró en Francia y se rebeló contra la
inacción á que le condenaba su condición de reformado. Cin-
co oficinas de reclutamiento desecharon su concurso. "¿Pero
es que se empeña usted en hacerse matar?*^, le dijo un oficial.
AI fin se unió á una sección, fué herido y recibió la cruz de
gtierra. En la reta^fuardia encontró a Huguenet, que le dijo que
acababa de fundar la Unión y que suponía que seria de los
suyos.
—Desde luego, de todo corazón, pero sin la C. G; T. no
hacéis nada que valga. Recuerde usted, Huguenet, que he
, fundado cuatro sindicatos "autónomos". ¿Dónde están?
—Sí, acaso—dijo Hugenet. Pero la C. G. T. le espanta y
retrocedió.
—Yo iré solo—dijo Charpentier. Así esperaba arrastrar á
la Unión. Se le unieron otros desmovilizados, Campana) Bel-
lecour, Lesieur, y se' agruparon bajo su bandera roja. Era el
sueño de toda su vida que iba á realizar. Una agrupación de
artistas viable, robusta, potente.
752 cosMÓPOLis—xii-1919

Su actividad fué incansable. Al&ntó á los timoratos, sacu-


dió á !os inertes, entusiasmó á los tibios, reunió, organizó y,
siempre en ia brecha, predicó, galvanizó, creyendo servir una
noble causa, edifícar una obra beila y hacer un gran sacrificio.
El sacrificio no lo ignora, puesto que se condena. Los d i -
rectores no le perdonarán, y es pobre; no tiene otros recursos
que su trabajo escénico- Por lo pronto, tuvo que abandonar
una íournée lucrativa. Se le colmará de injurias y de sospe-
chas; se dirá que se aprovecha del Sindicato.
[Pobre Charpentier! ¡El, que no ha querido que ese Sin-
dicato, para evitar el ultraje de la desconfíanza, sea un pretex-
to para una sinecura y que ha aceptado sólo un puesto secun-
dario, que le deja hoy desarmado, desamparado, entre los
artistas indiferentes y los directores hostilesi ¡Aprovecharse
él!... Cree cumplir su deber y no reclama nada.
Parisién por su nacimiento, pero belga, polaco y lorenés
de origen, el ascendiente nórdico de su madre, profesora dis-
tinguida, infunde en su sangre tumultuosa la lógica escrupulo-
sa que le ayuda á moldear sólidamente sus sueños. Procede de
una familia de sabios. Su abuelo sirvió á Augustin Thierry de
secretario. Su hermana, Margarita Charpentier, es un pintor
de talento. Pero uno de sus antecesores fué ahorcado por re-
volucionario. Su padre le lega una bondad que le abrasa y le
devora.
Y estos dos atavismos que chocan en él le hacen ser audaz
y timido. A los nueve años trazó sobre el papel el plan de
una sociedad futura, un pobre hombre incapaz de establecer
su propio presupuesto.
Su misticismo le impulsó hacia el altar. Pero en el Semi-
nario pretendió instaurar el reinado del Primero de Mayo, y
los curas, espantados, lo enviaron á su casa.
Al fin va al teatro Antoine, donde se determina su vocación
El maestro conoció su talento. Una noche se representaban Les
Tisserands- "Vas á sustituir á Gemier", le dijo el maestro. Es-
taba loco de alegría, pero tenía que "vestir el personaje" y gana-
ba treinta francos al mes.
Lucha, se agota, se extenúa en las provincias y en una con-
FIGURAS DEL DÍA 763

trata en Rusia. Al fín conoce un periodo brillante de seis años


en Bruselas. Di^ig'e el teatro del Parque y puede entreg^arse por
completo á su empresa. Pone en escena á Ibsen, Tolstoi, Ver-
haeren. Crea el Cloitre y hace un papel de Felipe II tan trágico
que la prensa belg;a alabó unánimemente.
En Bruselas orsfanizó matinées literarias y explicó un curso
en la Academia de Ixelles. Todo el mundo le conocía y se ha-
blaba de su "manera". París le ig^noraba.
Tarrede le envió á la Renaissance. Actuó en Rejane y en el
Grand-Guignol.
A! presente, varios empresarios no han querido admitirlo.
Choisy, más humano, le ha contratado por dos meses.
Después...
—Es el suicidio—le decía un amigfo—.¡¿No lo sabias...?
—No... la cama es tan bella...
Es todo un hombre.
A. CHEVALIER.

La última dama neg^a.

Si madame Bernain de Ravisi es tal cual la representan sus


retratos, el diputado Paul Meunier, cómplice presunto del pre-
sunto traidor Judet, tiene, por lo menos, la excusa de haber de-
linquido por una mujer muy bella... Y si e! comandante Abert,
relator del implacable Consejo de guerra parisiense, desdefia
con razón esta excusa, nosotros no podemos hacer lo mismo...
Nosotros, como los ancianos de Troya, al ver pasar á Helena,
podemos murmurar:
—Es terrible, pero es comprensible lo que por esta mujer
hacen los hombres en su embriaguez y en su delirio...
Tiene un rostro madame de Ravisi, en efecto, que respira
ternura, voluptuosidad, inteligencia, gracia. Sus ojos no son tea-
tralmenté hermosos, y en España tal vez ni siquiera gustarían á
ios que están acostumbrados á la belleza meridional. Hay algo
de pálido en sus pupilas, hay algo de desteñido en su color
Dijérase que son ojos que han llorado muúho, no de dolor, no
4 12
754 cosMÓFOLis—xii-1919
* - . * •

sino de emoción amorosa. La boca también tiene en el arco


quebrado de sua tres picos un no sé qué de melancólico, de
ferviente, de enfermizo. Debe ser difícil resistir á un ruegfo
murmurado al oído por esos labios. El perBl es puro, muy puro,
algo frágil, algo menudo. Y la frente, coronada por una guir-
nalda de bucles áureos, es de una delicada amplitud primitiva.
Yo me figuro á un buen burgués de provincia, sutil y sen-
cillo, contemplando larg^o rato la imagen de esta mujer, para
tratar de sorprender el secreto de su poder fascinador. Y al
cabo de media hora le oigo decir:
—Parece mentira que en una figulina tan transparente pue-
da caber tanta fuerza para el mal...
No tiene cara de intrigante, en efecto... Sólo que ¿hay aca-
so un tipo exacto de intriga y de pecado...? En todo caso, por
no parecer en nada lo que es, la amiga de Paul Meunier y de
Ernest Judet hasta muy natural, muy incapaz de etfeites resalta
en sus retratos. Y sin embargo... Porque habéis de saber que
la primera vez que su nombre figuró en la crónica de los Tri-
bunales fué cuando hace años, en los tiempos paradisíacos
de antes de la guerra, el director de un Instituto de Beauté le
reclamó 6.000 francos por los oros y ios carmines que le había
aplicado durante un trimestre.
En su chalet de Biarritz, donde un repórter ha ido á inte-
rrogarla, la charmante dama ha contestado:
—Todo eso que cuenta madabie Bossard es una novela po -
liciaca... ¡Pobre mujer...! Sus desilusiones conyugales le hacen
delirar... Lo malo para los amigos de lo novelesco es que la
verdad no tiene nada de romántica. Yo trato íntimamente al
diputado Paul Meunier desde hace muchos años. A principios
de 1916, ambos estábamos invernando en Eviau, en la frontera
suiza. Un día tuve yo la idea de ir á visitar Interlaken. Hay que
hacer notar que yo pasaba ya en aquel momento entre mis ami*
gos por lo que entonces se llamaba una defaitiste. iQué quiere
usted! Y o soy de las que no ocultan lo que piensan. Hija de
militar, viuda de militar, soy naturalmente, furiosamente, anti-
militarista. Además soy buena cristiana, y no me escondía para
pedir á Dios la paz, una paz inmediata. Así, Paul Meunier me
FIGURAS DEL DÍA 755

dijo: "Va usted á exponerse á mil historias, en Suiza... la tie-


nen á usted por mala patriota... No quiero que vaya usted sola."
Y vino conmigo. En Berna visité á madame Brossard, sobrina
de madame de Loynes. Yo no recordaba sus señas, y tuve que
preguntarlas. Ni el pintor suizo ni su mujer conocían á mi
amigo. Yo se los presenté. Cuando nos invitaron acornar, no ha-
bía en su mesa ningún otro convidado. Hablamos de la guerra.
De propaganda pacifista, ni una sola palabra. En cuanto á Ju-
det, ie juro á usted, por ia vida de mis hijos, que jamás lo he
visto, ni en Suiza ni en Francia. Nuestro viaje duró cinco días.
A fines de 1916, Hass Bossard y su mujer vinieron á París, y
yo los invité á cenar en mi casa... ¿Tiene esto algo de mis-
terioso...?
Supongo que el repórter, bien educado como lo son todos
en Francia, ie contestaría:
—No, señora, nada de misterioso...
Pero los grandes inquisidores de la Prensa, los que instru-
yen los procesos antes que la justicia militar, los que gozan de
un placer diabólico gritando á cada acusado: *tú serás fusilado",,
declaran que n^adame de Ravisi es la mujer fatal que puso en
relaciones ájudet y á Paul Meunier con los agentes alemanes.
"Su existencia entera—^agregan—ha sido un tejido de intri-
gas criminales." Hasta hoy, sin embargo, lo único que de ella
se sabe es que ha vivido una vida de aventuras galantes y de
escándalos mundanos.
Hija del coronel barón Textor de Ravisi, casó en primeras
nupcias con el vizconde de Varigny. Viuda á los pocos mesesp
casó en 1910 con M. Paul Bernain. Sus salones eran frecuenta-
dos por hombres políticos ilustres y por periodistas distinguí-
dos. Su nombre no figuraba sino en la crónica de ios estrenos
y de las fiestas aristocraticéis. Pero un día la noble dama fué
acusada de tentativa de chantage contra el liquidador judicial,,
Duez. Sus amigos se alejaron de ella. Ella, siempre sonriente,,
ni siquiera dio explicaciones. "Todo se aclarará", dijo. Y, en
efecto, pocu después el acusador fué condenado á doce años
de presidio, y madame de Ravisi salió absuelta. Luego se supo-
que su ssgundo marido había muerto también, dejándola una
COSMÓPOLIS—XlI-1919

gran fortuna. Los herederos naturales de Paul Bernain entabla-


ron un proceso para tratar de probar que el testamento en fa-
vor de la viudita rubia era falso. Ese proceso, iniciado hace
más de seis años, sig[ue aún su curso ante los Tribunales, que
no tienen nunca prisa.
¿Qué más...? Murmurado, mucho más, muchas intrigas,
muchos misterios, muchos delitos, muchas aventuras... "¿De
dónde sale su chalet de Biarritz?—preguntan unos—. ¿Y su
villa de Niza...? ¿Y sus salones parisienses...? ¿Y su numerosa
servidumbre...?" Los más piadosos contestan:
—Del bolsillo de sus adoradores... Su belleza es bastante
auténtica para proporcionarle ese lujo...
Pero ios que tienen fe en las acusaciones de madame Bos-
sard y de sus criados, exclaman:
—Del espionaje... de la complicidad con Judet, el traidor
del Eclair, y con Meunier, el traidor del Congreso... ¿No está
acaso demostrado que el 16 de Mayo de 1916 tuvo una larga
entrevista en Berna con el ministro de Alemania von Romberg?
Madame Bossard vio en manos de su propio marido los millo-
nes de marcos que luego se repartieron Meunier y Judet...
Todo esto, que á algunos periódicos les parece muy claro,
no debe serlo tanto, puesto que el comandante Abert no ha
creido aún justo inculpar ni á Paul Meunier ni á madame de
Ravisi. Y no es, seguramente, por falta de acusadores y de de-
latores... ¿Será por galantería, entonces...? ¡Ahí, no; la justicia
militar no sabe lo qué es eso, y lo mismo fusila á una Matha
Hari, envuelta en perlas, que á un hirsuto Deval. Si la rubia de
los ojos pálidos y de la boca triste está aún en libertad, es, sin
duda, porque entre las muchas acusaciones no hay ninguna
prueba.
EL PROGRAMA PARA LA HUMANIDAD FUTURA DE ANATOLE FRANGE 757

EL PROGRAMA PARA LA HUMA-


NIDAD FUTURA DE ANATOLE
FRANGE

Anatole France ha pronunciado en Tours, en el Cong;reso


del Sindicato de maestros, un discurso altamente elocuente. Ha
expresado, en el estilo más bello, los más generosos pensa-
mientos. Ha trazado en algunos períodos "un programa para la
enseñanza humana".
Pero es de temer que, si no sus oyentes de Tours, á lo me-
nos algunos lectores de La Humanidad, que publica el discur-
so, retengan solamente los pasajes cuya belleza mal comprendi-
da podría ser un peligro.
El ilustre escritor ruega á los maestros que enseñen á los
niños á detestar la guerra. ¿Quién no se lo agradecerá?
Pero asegura que ai presente lo que se les enseña es á
amarla. Y France se irrita contra los espectáculos de gloria bár-
bara que se les ofrece en los cines. Se les muestra "las bellezas
de la guerra", se les prepara al oficio militar... se les dan pano-
plias... se les viste de generales.
"Mientras haya soldados habrá guerras", y nuestros diplo-
máticos han dejado á los alemanes que los conserven. Se va
desde ahora á preparar á los militares".
Hay que cambiar todo esto, y he aquí el programa:
"El maestro proscribirá de la enseñanza todo lo que exci-
te á odiar al extranjero, aun á nuestros enemigos de ayer, no
porque sea indulgente con el crimen y absuelva á todos los
culpables, sino porque un pueblo, cualquiera que sea y en
cualquiera hora, está compuesto de más víctimas que crimina-
758 ^^ cosMÓPOLis—xii-1919

Íes; porque no se debe perseguir el castigo de los malvados en


las generaciones inocentes, y porque, en fin, todos los pueblos
tienen mucho que perdonarse los unos á los otros..."
¿Es que verdaderamente Francia y Bélgica tienen que ha-
cerse perdonar mucho de Alemania?
"iQuemadl—prosigue el ilustre escritor—.[Quemad todos
los libros que enseñen el odio! ¡Exaltad el trabajo y el amor!
Formadnos hombres razonables, capaces de pisotear ios vanos
esplendores de glorias bárbaras y de resistir á las ambiciones
sanguinarias de nacionalismos y de imperialismos que han des-
truido sus padres.
Nada de rivalidades industriales; nada de guerras: el traba-
jo y la paz".
Admirabie^proyecto para ios escolares de la isla de la Uto-
pía. Pero acaso prematuro para los niños de un pueblo ribere-
ño del Rhin.
¡Quemar todos los libros que enseñan el odio! Será necesa-
rio quemar á Corneille, á causa de Horacio; Hugo, culpable del
Año Terrible; Maupassant, que escribió Boule de Suif. ¿Y han
de quemarse también todas las historias de Juana de Arco, para
predicar, como en 1913, la paz y el desarme?
¿Cambiarán los maestros alemanes su antiguo programa?
Continuarán, sin duda, "exaltando el amor", pero el amor á la
patria; predicarán la revancha, prepararán militares.
¿Ha ido el eminente académico á pasar algunas horas en el
territorio ocupado? ¿Ha escuchado lo que se murmura al paso
délos franceses? ¿Ha olvidado el asesinato del sargento Man-
heim, que es casi reciente?
Guerra á la guerra. Sí. Pero el mejor medio de hacer detes-
tar la guerra, ¿no sería el contarle á los niños lo que han sufri-
do sus padres y explicarles por qué cierto 14 de Julio pasaron
bajo el Arco del Triunfo, delante de un pueblo emocionado
por la gratitud?
Anatole France, que conoce el peligro de su tesis, hace vo-
tos para no ser oído únicamente en Francia:
"Deseo, dice, con todo mi corazón que muy pronto á la In-
ernacional obrera se junte una delegación de maestros de to-
E l PROGRAMA PARA LA HUMANIDAD FUTURA DK ANATOLE FRANGE 759

das las naciones para preparar en común una enseñanza univer-


sal y convenir los medios de sembrar en las jóvenes inteligen-
cias las ideas de las cuales saldrá la paz del mundo y la unión
de los pueblos.
Razón, prudencia, inteligencia, fuerza de espíritu, cosas que
siempre piadosamente he invocado, ¡venid á mi, ayudadme,
sostened mi débil voz y llevadla, si es posible, á todos los pue-
blos y difundidla por todas partes donde se encuentren hom-
bres de buena voluntad para escuchar la verdad bienhechora!"
Este sí que es un magnífico llamamiento.
760 ggP* cosMÓPOLis—xn-1919

NOTAS COSMOPOLITAS
£1 t ú n e l del canal d e l a Mancha»

Lo que durante medio siglo fué considerado como una


utopía, ó cuando menos como un proyecto irrealizable é impo-
lítico, va á entrar al fín en vías de ejecución. El túnel bajo la
Mancha será construido, y acaban de darse las autorizaciones
para comenzar los trabajos á los servicios competentes.
Hace más de cien años que el ingeniero Mathieu propuso á
Bonaparte una vía de comunicación bajo el canal de la Mancha.
Después, Thomé de Gamond tomó por su cuenta la idea, apo-
yada por Napoleón III.
— H e llevado mi estudio—decía en 1856 al emperador—
hasta el límite de mis fuerzas personales. Es preciso ahora que
estos trabajos sean continuados por inteligencias colectivas.
Este llamamiento fué oído á ambos lados del estrecho, y se
formaron sociedades, cuyos trabajos detuvo la guerra franco-
prusiana. En 1875 la sociedad francesa del túnel edificó en
Sangatte, cerca de Calais, una fábrica que existe aún, y que
hizo, bajo la dirección de los señores Laparent y Pottier, más
de 7.000 sondajes. Construyó bajo el mar una galería de más de
2.000 metros. Del lado inglés también comenzó á horadarse el
túnel.
De pronto, una opinión hostil en Inglaterra terminó con
todo. Se agitó el fantasma de una invasión y de una concurren-
cia peligrosa para la marina británica. Hizo fortuna un absurdo
folleto que pintaba á Douvres invadido por una muchedumbre
de turistas, que de pronto se convertían en soldados- Eí caso
fué que la comisión parlamentaria informó en contra, y los tra-
bajos tuvieron que abandonarse.
NOTAS COSMOPOLITAS 761

Se creyó un momento, en 1906, que el proyecto iba á pros-


perar, pero no se realizaron las esperanzas. Estalló la guerra, y
entonces se lamentaron las pasadas obstrucciones; todos se
dieron cuenta de los inmensos servicios que hubiera prestado
el túnel á la causa común.
El gran cataclismo terminó con los prejuicios, y Sir Bonar-
Law pudo anunciar que el Gobierno británico aceptaba la idea
de unir la Gran Bretaña al Continente europeo. Fué encarga-
do de la dirección de los trabajos Sir Francis FOK, de concier-
to con Mr. Sartiaux, director genera! de la Compañía francesa.
Ambos han publicado estudios muy documentados. Resuma-
mos los de Sir Francis Fox:
El túnel, tal como está proyectado, consistirá en dos cilin-
dros, capaz cada uno de contener el material rodante de la vía
normal. Serán construidos en los yacimientos de creta que se
extienden sin solución de continuidad debajo del canal.
La profundidad máxima de las aguas por encima del túnel
es de cincuenta metros, y el espesor de la capa de creta entre
los cilindros y el mar será igualmente de cincuenta metros, lo
cual constituye una protección suficiente contra los submarinos
y los explosivos.
Obras especiales permitirán, en caso de necesidad, la inun-
dación del túnel. En éste funcionarán lo mismo la tracción que
la ventilación por medio de la electricidad. A tal efecto, en la
sección inglesa se construirá una fábrica en el condado de Kent,.
á 16 kilómetros de la orilla del mar. Guardada militarmente,,
dirigirá el tráfico. Un servicio regular permitirá efectuar el tra-
yecto entre Londres y París en cinco ó seis horas.
Esto es lo normal; pero lo desconocido aún es que ha sido
tomada en consideración la idea de un túnel especial para los
automóviles, que sería construido después.
Ei túnel tendrá 53 kilómetros y será el mayor del mundo.
Se espera que todos los trabajos estarán terminados dentro de
cuatro años. Inglaterra dejará de ser una isla, pero e^ tráfico
con Europa será mucho más intenso.
762 JF^ COSMÓPOLIS—301-1919

La pslcolos^a y la escritura.

En una serie de estudios, que han llamado la atención de


todo el mundo, M. De Rougemont nos demuestra que si la lec-
tura hermética de la escritura no tiene nada que ver con artes
adivinatorias como el examen de las líneas de la mano, la car-
tomancia ó la astrologfía, en cambio es y será siempre uno de
los elementos más "claros y poderosos" de que dispondremos
para sondear las almas.
En veinte lineas nuestras, trazadas al correr de la pluma,
algo hay que nos revela interiormente. El error está en querer
sacar de esta revelación una enseñanza positiva para aclarar nues-
t r o porvenir. Que en los exámenes de una mano abierta, vien-
do los ligeros surcos de las lineas del corazón y d*; la vida, las
brujas descubran futuras'catástrofes, futuras grandezas y futuras
pasiones, bien está. Las ciencias ocultas han sido inventadas con
tal objeto. Pero á la grafología no hay que pedirla tanto. Más
modesta y más positiva, lo único que ofrece son datos, vagos y
útiles, para reconstituir las fisonomías morales y sentimentales.
En la sabia introducción á sus recientes estudios, Rougemont
define su cara ciencia en estos términos: "Hay que considerar
la escritura como una serie de gestos personales, y buscar en
ellas relaciones que existen entre esos gestos y los hábitos del
cerebro que los dicta. Puede, pues, considerarse que los movi-
mientos gráScos son sincrónicos de las tendencias que los pro-
ducen, y varían con ellas.»

Como se ve, nada hay de magia en las operaciones del más


reciente grafólogo. Gracias á largos trabajos que han sido coor-
dinados por el sabio Crepieux-Jamin, cualquiera puede, al cabo
de cierto tiempo, aprender á reconocer en una página manus-
crita los caracteres típicos de quien la escribió. Lo único malo
para el que quiera, con un solo documento, de una fecha deter-
minada, sondear un alma, es que, según un principio científico,
NOTAS COSMOPOLITAS 763

los signos significativos cambian como los sentimientos del que


los traza.
En todo caso, y aun no dándole sino la importancia que real-
mente tiene, la grafología es un estudio curioso y fécil. Tome-
mos, por ejemplo, una página de Henri de Regnier, el poeta
francés más "amado" por las mujeres, y examinémosla según el
sistema de Rougemont. Las principales dominantes que este
psicólogo encuentra en ellas son: la energía, la frialdad, la sen-
cillez, la dulzura, la reserva, la negligencia estudiada, la cultura,
la moderación, el orgullo y el equilibrio.
Ante tal dictamen, yo me pregunto:
¿Hay en esas lineas elementos suficientes para que un hom-
bre cualquiera, aun no conociendo detalle ninguno de la vida y
del carácter del gran poeta francés, pueda trazar una silueta
suya?
Yo creo que sí. Y creo más. Creo que la fisonomía que se
destaca de entre las breves indicaciones grafológicas de Rou-
gemont es, en este caso, muy exacta, muy completa, muy litera-
ria. Las mismas contradicciones que alguien pudiera señalar en-
tre lo que indican unas letras y lo que signifícan otras, encierra
una de las características de Henri de Regnier. Porque este
parisiense refínado es, en efecto, enérgico y desalentado, orgu-
lloso y sencillo, parsimonioso y negligente, equilibrado y ner-
vioso, frío y franco, imaginativo y reservado. Y en estos mismos
extremos, que en su alma no sólo se tocan, sino que se enlazan
y se mezclan con una delicadeza exquisita, es en lo que reside
el sello original de su temperamento personal y de su arte
poética.

Pero podemos aún objetar: ¿no será esa escritura algo arti-
fícial, fabricada voluntariamente para indicar ese temperamento?
En otros términos: ¿tendría la misma letra el poeta si se hubiese
dejado llevar de su libre instinto desde la escuela?.^. El señor
Rougemont tiene, naturalmente, derecho á contestarnos que
estas preguntas son absurdas, puesto que la misma artifíciosidad»
ó, mejor dicho, el mismo artificio de la escritura que examina'
764 m^ cosMÓPOLis—xn-1919

corresponde á caracteres morales que posee el escritor. Voy,


pues, á escoger otro ejemplo: Paul Adam es de los que escri-
ben sin dar importancia á su letra y sin temor de que le llamen
burgués por no hacer mayúsculas historiadas ó minúsculas ator-
mentadas. Su pluma es un verdadero instrumento para expresar
las ideas y las visiones. Nada en una carta suya parece, á los que
no son grafólogos, más literario que en la de cualquier hombre
vulgar. Según Rougemont, las características de este novelista
son la ternura, la sensibilidad, la cortesía, la sencillez, la imagi-
nación y la dulzura.
Ahora, hagamos la misma pregunta que antes: ¿hay aquí
elementos para pintar á Paul Adam tal como es, literaria y per-
sonalmente?... Con franqueza debo confesar: no.

Y esto no significa que todos los detalles del examen sean


inexactos. La imaginación, la actividad, la asimilación, la cul-
tura, la generosidad y la cortesía existen en el alma del autor
del Trust. Yo, que lo conozco íntimamente, lo proclamo. Pero
al mismo tiempo me pregunto: ¿dónde puede verse en él la
ternura, la dulzura, la fatiga, la simplicidad?... ¿Simple este
poeta, que de la más pequeña imagen ve surgir torbellinos de
ideas?... ¿Tierno este novelista, que jamás ha trazado una silue-
ta femenina verdaderamente amorosa?... ¿Fatigado este hom-
bre, que cuando tiene dos horas de descanso se pasea por los
vastos salones de su casa haciendo magníficos discursos líri-
cos?... ¿Tierno este profesor, exasperado de energía épica y de
lucha titánica?... No, no, no. Su verdadera dominante es la
fuerza. El señor. Rougemont no la encuentra en su letra, y esto
prueba que el análisis que hace es sincero. De no serlo, en
efecto, lo primero que se le habría ocurrido al trazar su cuadro
científico es lo que se nos ocurre á todos al pintar la fígura del
gran novelista. "Es fuerte"—habría dicho. Y ni siquiera dice,
como del dulce Regnier: "Es enérgico".
Esta sola observación me sirve á mi personalmente para
convencerme de que la grafoiogia, por más que sus apasionados
cultivadores digan, no es aún una ciencia completa y exacta.
NOTAS COSMOPOLITAS 765

Pero notad que tampoco la creo inexacta. Lo que me parece,


en mi empirismo, es que todavía se halla en el periodo de for-
mación. En una larga laboi de años y años ha descubierto ya,
sin duda, gran número de signos misteriosos cuyo signiHcado
conoce. Sin dificultad traduce mil sentimientos, mil matices, mil
particularidades sensitivas. Mas aun le falta desentrañar otros
muchos secretos. Porque si en verdad la escritura es el reflejo
del alma, ¿cómo en la de Paul Adam podría dejar de existir un
rasgo, un acento, un perfíl, algo, en fín,, que indicase la fuerza?

\
766 ÍNDICE

ÍNDICE
D E L O S C U A T R O g j i U M E R O S Q U E FORMAN
EL ^ B o TERCERO

Páginas,

Núm. 9.
El movimiento literario en Hungría, por Andrés Révész 1
El arte de la mise en scsne explicada por un gran actor, por F . G é -
mier 10
Las cancioiaes alsacianas 19
El encanto de Sevilla, por José Nog-ales 26
Antología francesa....'. . ¿1 . ' . . . . 43
La ciudad de las sederías, por E. Gómez Carrillo 49
La literatura española durante la j^uerra, por Federico S a n t a n d e r . . . . 65
Crónica americana 85
Una visita á Paul Bourget, por G. B 92
Fisonomía de ciudades 98
La vida femenina, por la Marquesa de Cespón 105
Crónica de París, por J. Martel 111
Figuras del día 125
Crónica de Italia, por Leonardo Marini 135
El teatro, los libros y el arte en España, por Rafael Urbina 141
Después de Waterloo 158
El manifiesto del grupo «Claridad» 169
La opereta después de la guerra, por José Pérez Bojart 173-
Poema á la Francia, por Rudyard Kipling ' , 178
Los geógrafos y la Conferencia de la Paz, por J. Dantin Cereceda. . . 182
Notas cosmopolitas 188

Núm. 10.

La poesía nueva en Bélgica, por Maurice Gauchez 193


Un compañero de La Fayette, por G. L i 203
ÍNDICE 767

Páginafc..

El encanto de Sevilla por José Nogales. 213


La irradiaciÓD francesa, por Camille Mauclair 233
Crónica de Washington, por José Tibie Machado 237
Antología francesa 242
Crónica de Italia, por Leonardo Marini 247
Ftéonomia de ciudades 255
Ci'ónica americana 261
Los enemigos de las mujeres, por Vicente Blasco Ibáñez. . 270
*Figuras del día 327
fÉ\ teatro, los libros y el arte en España, por Rafael Urbina 331 ~
Raquel Meller en París 4, 345
irónica de París, por J. Martel 355
1.a vida femenina, por la Marquesa de Cespón 366
^1 dandismo de Balzae, por E. Gómez Carrillo 971

(El arte funerario, por A . S 377

Notas cosmopolitas 381

Núm. 11.
i

El Presidente de los argentinos, por H. Sánchez Loria SSS'


Un drama de Cíaudel, por E. Gómez Carrillo 393;
La literatura norteamericana, por Yincent O'Sullivan 401
Antología francesa. '. .".^;; .'.'•.;.». 416
El encanto de Sevilla, por José Nogales 422
Un gran poeta belga, por Roland de Mares 441
Tres grandes pintores asturianos, por Antonio ¡. Onieva 446
La vida femenina, por la Marquesa de Cespón.. 451
Crónica americana, por Cayetano Donnis 456
El teatro, los libros y el arte en España, por Rafael Urbina. . 46?
Figuras del día 49S
Crónica de Peuís, por }. Martel 501
Fisonomía de ciudades, por A. L 520'
Por tierras de Castillla y Andalucía, por R. Blanco-Fombona 527
Crónica de Italia, por Leonardo Marini 54I
Blasco Ibáñez en los Estados Unidos 54g
£1 poeta persa Ornar Khayyam, por Alvaro Melián Lafinur 554
El mundo de las imágenes, por León Daudet ^ 562
Las perlas de Pompeya, por J. Galtier 56a
Notas cosmopolitas 572
768 ÍNDICE

Pasmas.

Núm. 12.
La conquista de América por los hombres y por los dioses, por Marius
Andró ; SI?.
El Guignol lionés, por F. M. Rieu > 5-96
Rabindranath Tagore, por Max Nordau (^01
Una profecía de Rubén Darío 6^7
La psicología del viaje, por E. Gómez Carrillo 6.10
^Literatura ultraista, por Antonio M. Cubero 632
Antología francesa ,/.-;-.;.' 634
/ Fisonomía de ciudades 62^
Venecia y sus pintores, por X. X. X 64»
La exposición de Bellas Artes de París, por Arsene Alexandre 65i
Cabina, por Gabriel D'Annunzio 6S
El encanto de Sevilla, por José Nogales... „ 67
Crónica americana 68
, Salomé, por R. Blanco-Fombona 70'
Crónica de París, por J. Martel 70
^ El teatro, los libros y el arte en España, por Rafael Urbina 72*.
La vida femenina, por la Marquesa de Cespón 741
Crónica de Italia, por Leonardo Marini 744
(• Figuras del día 751
El programa para la humanidad futura de Anatole France 737
Notas cosmopolitas..... . 760
La Historia lliisirada de la Guerra faZc'ollSídofÍKiipt
)Uca «n cuadernos mensuales. En ella su autor, el exm.ntstio de Estado francés, Gabriel Haootauz,
larra con gran brillantez de Juicio y con una Independencia que constituye su mayor elogio, cuanto de
ígnlflcativo ha id» sucediéndose en el ¿ran conflicto europeo, y paede decirse de esla obra que es la
nís viva expresión de los más importantes hechos políticos y m.ütares, constituyendo un docuoieato
listórico importantísimo para ayudar al juicio definitivo y perdurable que marcará este hecho en la His-
¡oiia Universal. En cuanto á su trarluccióa, hecha con gran Odelidad por el notable literato D. Luis Rulz °
Contreras, no deja nada que desear en cuanto i corrección, belleza y fogosidad de estilo.
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_ El Licenciado Vidriera 3,00 H o m e t (Paul).—Farallegaráserunafuerza 0,?S
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B ^ r c e o (Oonzals de).—El sacrificio de la
misa. 1,50 OBRAS COMPLETAS DE DON HA- "
C a b r e r a (BIas),-i¿Quées la electricidad? 3,50 MON DEL VALLE INCLAN
C o r o n n l n a s (Pedro)>-£1 Sentimiento de I.—Lámpara maravillosa 4,00
la rlqueja en castilla 3,50 11.—Mor de santidad i,00
D'Ors(Eugenjo).'—Aprendizajey heroísmo 2,00
G o n x & l e z H b n t o r i a (Maauel}.—El pro- IIL—La marquesa Rosalinda 4,06
tectorado francés en Marruecos *,00 IV.—El embrujado 4,00
M a c l i a i : l 6 (Manuel).—Poesías completai. 4,00 V.—Sonata de Primavera • 4,00
M o p e n t a (Manuel G.)—La Filosofía de VL—Sonata de Estío 4,00
Henri Bergson. 2,50 VIL—Sonata de Qtofio 4,00
O n l s (Federico de).—Disciplina y rebeldía. 1,00
O r t e g a G a > s « t (José).—Meditaciones VIII. —Sonata de Invierno 4,00
delQaijote 3,00 IX—Cabeza deOragón 4,00
P a r d o Bax&n (Condesa del.—Porvenir X.—Aromas de leyenda.... .. 4.00
de la literatura después de la guerra 1,00 XI.-Corte de Amcr 4,00
P i r r o (Andrés.—Jean f>ebastlán Bach, Xli.—Jardín Umbrío 4,00
auteur comlque 1>50 XIV.—Águila de blasón 4,00
R o l l a n d (Román).—Vida de Beethovcn.. 3,50 XV.—Romance de lobos 4,00
Turró.—La base trófica 3,00 XXX.—El yermo de las almas 4,00
Ü n a m u n o (M. de).—Ensayos, tomo 1..... 3,00 Marqués de Bradomln 3,50
— -r- tomoIL... 3,00 Voces de gesta 7,00
— — tomo III... 1,00 La media noche 2,50
— — tomo IV... 3,00 OBRAS DE RABINDRANATH TAGORE
— — tomoV.... 3,00 La Lnna nueva 4,00
— — tomo VI... 3,50 Pájaros peididoa 3,00
— — tojioVII.. 3,50 El cartero del rey 3,00
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B a s s e r (H.)—Un hombre ¿puede amar El Asceta (SanyasO 3,00
dos mujeres á la vez? £,00 Malini 2,78
O a n g o n e s (B.V-Lo que debe saber toda Ofrenda lírica (Gitanjali) 4,00
Joven para vivir su vida. 2,C0 Las piedras hambrientas, tomo 1 4,00
— Lo que toda mujer debe 2,00 Las piedras hambrientas, tomo II . ÁfiO
saber para vivir su vida. 2,00 Ciclo de primavera 4.0O
— Lo que debe saber(oda El jardinero 4,00
recien casada 2,00
O l c k (Jonathan).—El Bluf. ¿Debe hacerse La cosecha 4,00
elBIuf? ,. ?,00 El R«y del salón oscuro. ¿.. 4,00
U n d s r (S.)—Para tener éxito; lo que todo OBRAS D E ANATOLE FRANCE
hombredebe saber 2,25 T r a d u c c i ó n d e Luis Ruiz C o n t r e r a s .
M a l z e r o y (Renato).-Acerca del amor. Abeja 2,08
El deseo 2,00 Yocasta ó el galo >Iaco 3,50
— Acerca del amor. Baltasar 3,50
La posesión.... 2,00 El Pozo de Santa Ciará. 3,60
H a u m e y e r . — 1 ^ sugestión en «i amor... 2,00 El libio de mi amigo 3,50
— La tenacidaU en el amor... 2,00
N l c o l e (Rose).—Una idea de parisiense El crimen de un académico 3,60
por página. Quinientos consejos, Ideas y El flüón de la reina Patojc 3,50
recebas de belleza y elegancia..., 3,50 Opiniones de Jerónimo Qalgaat 3,50
N o p l l n (A.)—Lo que que necesita saber el La Azucena roja , .^ 3,50
joven ?,00 El Olmo del pareo 3,60
P o r t (Camila).—La pequefla Cady 3,S0 El maniquí de mimbre 3,00
La señora C a d y . . . . . . . . . 3,.50 £1 anillo de amatsta 3,60
— El divorcio de Cady . . . . 3,50 El señor Bergeret en París 3,5C
S t o w (Jaime).—La flema y !a serenidad en Historia de cómicos 3,50
15 lecciones 2,00 Crainqiiebille 3,60
TXa12 snhlecciones
t lh
Ta»hl(J.)—El
yor
aciones s(Joritomo).—El
elemento
s . — B l de
arte sentido
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dela común
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