2 Chartier La Historia Hoy en Dia

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mm DE YERñno

DE EL ESCORIñl

La «nueva» historia cultural:


la influencia del
postestructuralismo y el auge
de la interdisciplinariedad
Dirigido por
Ignacio Oláúarri
Francisco ]avier Caspistegui
4
L a historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas

ROGER CHARTIER „:
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. París

1. «Tiempos de incertidumbre», «crisis epistemológica», momento


-•if
crítico: éstos son los diagnósticos, por lo general preocupados, que se
han estilado estos últimos años sobre la historia. Basta recordar dos
afirmaciones que abrieron el camino a una larga reflexión colectiva. Por
un lado, aquella propuesta por el editorial del número de marzo-abril de
1988 de los Armales que expresaba: « H o y los tiempos parecen llenos de
incertidumbre. L a reclasificación de las disciplinas transforma el paisaje
científico, vuelve a cuestionar las preeminencias establecidas, afecta las
vías tradicionales p o r las cuales circulaba la innovación. Los paradigmas
dominantes, que se buscaron en los marxismos o en los estructuralismo''
así como en los usos confiados de la cuantificación, pierden sus capaci-
dades estructurantes [...] L a historia, que había establecido una buena
parte de su dinamismo en una ambición federativa, no se ha salvado de
esta crisis general de las ciencias sociales»'. Segunda constatación, total-
mente diferente en sus razones, pero similar en sus conclusiones: la apun-
tada p o r D a v i d Harían en 1989 en un artículo en la American Historical\
Review que suscitó una discusión que todavía continúa: «El retorno de la
Uteratura ha sumido a los estudios históricos en una extendida crisis
epistemológica. H a cuestionado nuestra creencia en un pasado inmóvil y
determinable, ha comprometido la posibilidad de la representación his-
tórica y ha socavado nuestra habilidad para ubicarnos a nosotros mismos
en el tiempo»^.

' «Histoire et sciences sociales. U n tournant critique?», Armales E.S.C., 23 (1988), pp. 2 9 1 -
292.
^ D a v i d Harían, «Intellectual H i s t o r y a n d the Return o f Literature», American Historical
Review, 94 (1989), p. 8 8 1 .
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¿Qué indican estos diagnósticos que parecen tener algo de paradójico en estaba, pues, fuertemente anclada, más allá de la diversidad de los objetos,
un tiempo en que la edición de la historia muestra una hermosa vitalidad y de los territorios y de las maneras, en los principios mismos que dirigían las
una inventiva sostenida que se traducen en la continuación de grandes ambiciones y las conquistas de las otras ciencias sociales.
obras colectivas, en el lanzamiento de colecciones europeas, en el aumento 2. En los diez últimos años son estas certidumbres, compartidas am-
en el número de traducciones, en el eco intelectual que se encuentra en pliamente durante mucho tiempo, las que han vacilado. En primer lugar,
algunas grandes obras? Ellos señalan, creo, esta gran mutación que repre- sensibles a los nuevos enfoques antropológicos o sociológicos, los historia-
senta para la historia la desaparición de los modelos de comprensión, de los dores han querido restaurar el papel de los individuos en la construcción de
principios de inteligibihdad que habían sido comúnmente aceptados por los los lazos sociales. De donde surgen múltiples desplazamientos fundamenta-
historiadores (o por lo menos por la mayoría de ellos) desde los años les: de estructuras a redes, de sistemas de posición a situaciones vividas, de
sesenta. normas colectivas a estrategias singulares. La «microhistoria», primero i t a -
La historia conquistadora descansaba entonces en dos proyectos. Prime- hana y ahora española^ ha proporcionado la traducción más viva de la
ro, en la aplicación al estudio de las sociedades antiguas o contemporáneas transformación del paso histórico inspirado p o r el recurso a los modelos
del paradigma estructuralista, abiertamente reivindicado o practicado i m - interaccionistas o etnometodológicos. Diferenciada radicalmente de la
plícitamente. Se trataba sobre todo de identificar las estructuras y las rela- monografía tradicional, la microstoria intenta reconstruir, a partir de una
ciones que, independientemente de las percepciones y de las intenciones de situación particular, a partir de «lo normal-excepcional» (Grendi), la mane-
los individuos, se suponía que regían los mecanismos económicos, organiza- ra en que los individuos producen el mundo social, por sus alianzas y sus
ban las relaciones sociales y engendraban las formas del discurso. De ahí la enfrentamientos, a través de las dependencias que los unen o los conflictos
afirmación de una separación radical entre el.objeto del conocimiento his- que los oponen. El objeto de la historia no son ya las estructuras y los
tórico y la conciencia objetiva de los actores mecanismos que rigen, fuera de toda intención subjetiva, las relaciones
Segunda exigencia: someter a la historia a l o s procedimientos del núme- sociales, sino las racionalidades y las estrategias que ponen en práctica las
ro y de la serie o, mejor dicho, inscribirla en un paradigma del saber que comunidades, las parentelas, las familias, los individuos.
Cario Ginzburg, en un célebre artículo^, ha designado como «galileano». Se Se afirmó así una forma inédita de historia a la vez social y cultural,
trataba, gracias a la cuantificación de los fenómenos, a la construcción de centrada en las desviaciones y discordancias existentes, por una parte, entre
series y a los tratamientos estadísticos, de formular rigurosamente las rela- los diferentes sistemas de normas de una sociedad y, por la otra, en el interior
ciones estructurales que eran el objeto mismo de la historia. A l desplazar la de cada uno de ellos. La mirada se desplazó de las reglas impuestas a sus usos
fórmula de Galileo en // Saggicitore. el historiador suponía que el mundo imaginativos, de las conductas obligadas a las decisiones permitidas por los
social «está escrito en lenguaje matemático» y se consagraba a establecer recursos propios de cada uno: su poder social, su fuerza económica, su acceso
sus leyes. a la información. Habituada a reconocer jerarquías y a construir colectivos
Los efectos de esta doble revolución de la historia, estructuralista y (categorías socioprofesionales, clases, grupos), la historia de las sociedades se
«galileana», no han sido pobres. Gracias a ella la disciplina se alejó de una dio nuevos objetos, que deben ser estudiados a pequeña escala. Es el caso de
mera cartografía de particularidades y de un simple inventario, jamás logra- la biografía ordinaria, puesto que, como ha escrito Giovanni Levi, «ningún
do después de todo, de casos o de hechos singulares. Pudo, asimismo, istema normativo está, de hecho, tan estructurado que pueda eliminar toda
restablecer la ambición que fundamentó a principios de siglo a la ciencia posibilidad de elección consciente. Creo que la biografía constituye, en estos
social, particularmente en su versión sociológica y durkheimiana: a saber, términos, el lugar ideal tanto para verificar el carácter intersticial — n o por
identificar las relaciones y las regularidades, formular, por consiguiente, ello menos i m p o r t a n t e — de la libertad de la que disponen los agentes como
leyes generales. para observar la forma como funcionan concretamente los sistemas normati-
A l mismo tiempo la historia se liberaba de la «pobre idea de la realidad» vos que no están nunca exentos de contradicciones» ^. Es el caso también de
— l a expresión de Michel F o u c a u l t — que la habitó durante mucho tiempo y la reconstitución de los procesos dinámicos (negociaciones, transacciones,
venía a considerar que los sistemas de relaciones que organizan el m u n d o intercambios, conflictos, etc.) que trazan de manera móvil, inestable, las rela-
social son tan «reales» como los datos materiales, físicos, corporales, perci-
bidos por la inmediatez de la experiencia sensible. Esta nueva historia
" G i o v a n n i Levi, L'eredita imtnateriale. Garriera di un esorcista nel Piemonte del Seicento,
Turín, Einaudi, 1985; Jaime Contreras, Sotos contra Riquelmes. Regidores, inquisidores y cripto-
^ Cario G i n z b u r g , «Spie. Radici d i un paradigma indiziario», en Miti, emblemi, spie. Morfo- judíos, M a d r i d , Anaya/Mario M u c h n i k , 1992.
lodia e storia, Turín, Einaudi, 1986, pp. 158-209. >
, ' G i o v a n n i Levi, «Les usages de la biographie», Annales E.S.C., 44 (1989), pp. 1333-1334.
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ciones sociales al mismo tiempo que perfilan los espacios abiertos a las dos implícitamente de propiedades que son las de los héroes singulares o las
estrategias individuales. Jaime Contreras lo expresa muy bien en su libro de los individuos ordinarios que conforman las colectividades que designan
Sotos contra Riquelmes: «Los grupos no anulaban a los individuos y la estas categorías abstractas. Por otra parte, las temporalidades históricas
objetividad de las fuerzas de aquéllos no impedía ejercer una trayectoria sostienen una gran dependencia en relación al tiempo subjetivo: en sober-
personal. Las familias [...] desplegaron sus estrategias para ampliar sus esfe- bias páginas Ricoeur demuestra cómo El Mediterráneo y el mundo medite-
ras de solidaridad y de influencia, pero sus hombres individualmente también rráneo en tiempos de Felipe II, de Braudel, descansa, en el fondo, sobre una
jugaron su papel. Si la llamada de la sangre y el peso de los linajes eran analogía entre el tiempo del mar y el del rey, y cómo la larga duración no es
intensos, también los eran el deseo y las posibilidades de crear espacios n|ás que una modalidad particular derivada de la organización de los
personales. En aquel drama que creó el fantasma de la herejía — u n a ' 'crea- acontecimientos en forma de intriga. Finalmente, los procedimientos expli-
ción" personal de un inquisidor ambicioso—, se jugaron, en duro envite, cativos de la historia continúan sólidamente anclados a la lógica de la
intereses colectivos y aun concepciones diferentes del propio mundo, pero imputación causal singular, es decir, al modelo de comprensión que, en la
también cada individuo pudo reaccionar personalmente desde su propia yida cotidiana o en la ficción, permite dar cuenta de las decisiones y de las
tramazón original»*^. acciones de los individuos.
3. U n a segunda razón ha quebrantado de manera más profunda las U n análisis así, que inscribe la historia en la categoría de las narraciones
viejas certidumbres: la toma de conciencia de los historiadores de que su y que identifica los parentescos fundamentales que unen a todos los relatos,
discurso, cualquiera que sea el objeto o la forma, es siempre una narración. ya sean de historia o de ficción, tiene muchas consecuencias. L a primera
Las reflexiones pioneras de Michel de Certeau^, el gran libro de Paul permite considerar como una pregunta mal planteada el debate surgido por
Ricceur^ y, más recientemente, la aplicación a la historia de una «poética del el supuesto «resurgimiento de la narrativa» que, por cierto, habría caracteri
saber» que tiene por objeto, según la definición de Jacques Ranciére, «la zado a la historia en estos últimos años. ¿Cómo podría, en efecto, habe
reunión de los procedimientos literarios por los cuales un discurso se sus- «resurgimiento» o «retorno» allí donde no hubo n i partida ni abandono?
trae a la literatura, se otorga un estatuto de ciencia y lo significa» ^ los han Existe la mutación, pero ésta es de otro orden. Tiene que ver con la
obligado, de buena o mala gana, a reconocer la pertenencia de la historia al preferencia recientemente otorgada a ciertas formas de narración en detri-
género de la narración, entendido en el sentido aristotélico de «poner en mento de otras, más clásicas. Por ejemplo, los relatos biográficos entrecru-
-forma de intriga las acciones representadas». La afirmación no fue fácil de zados por la microhistoria no emplean las mismas figuras o las mismas
aceptar para aquellos que, al negar la historia de los acontecimientos a construcciones que los grandes «relatos» estructurales de la historia global
favor de una historia estructural y cuantificada, pensaban que habían termi- o que los «relatos» estadísticos de la historia serial.
nado con las falsas apariencias de la narración y con la muy grande y De lo anterior surge una segunda proposición: la necesidad de identifi-
dudosa p roximida d entre la historia y la fábula. Entre una y otra la ruptura Q^r las propiedades específicas del relato de historia en relación con los
parecía sin remedio: en el lugar que ocupaban los personajes y los héroes de otros. Dichas propiedades tienden, primero, a la organización «en capas»
los antiguos relatos, la «nueva historia» colocaba a entidades anónimas y u «hojaldrada» (como escribió M i c h e l de Certeau) de un discurso que
abstractas; el tiempo espontáneo de la conciencia era sustituido por una comprende en sí mismo, bajo la forma de citas que son otros tantos efectos
temporalidad construida, jerarquizada, articulada; al carácter autoexplicati- de realidad, los materiales que lo sustentan y a través de los cuales intenta
vo de la narración, aquélla oponía la capacidad explicativa de un conoci- favorecer la comprensión. Tienden, igualmente, a los procedimientos de
miento controlable y verificable. acreditación específicos gracias a los cuales la historia muestra y garantiza
En Tiempo y narración, Paul Ricceur muestra cuan ilusoria era esta su estatuto de conocimiento verdadero. T o d o un grupo de trabajo, inscrito
proclamada cesura. En efecto, toda historia, incluso la menos narrativa, aun en la «crítica hteraria a la americana», se consagró así a descubrir las
la más estructural, está construida siempre a partir de fórmulas que gobier- formas a través de las cuales se produce el discurso de la historia. L a
nan la producción de las narraciones. Las entidades que manejan los histo- empresa entraña diferentes proyectos, unos dedicados a establecer taxono-
riadores (sociedades, clases, mentalidades, etc.) son «cuasi personajes», dota- mías y tipologías universales, otros a reconocer las diferencias localizadas
e individuales.
^ Jaime Contreras, Sotos contra Riquelmes, op. cit.. p. 20. En la primera línea podemos colocar la tentativa de Hayden White,
^ Michael de Certeau, L'Ecriturede Vhistoire, París, G a l l i m a r d , 1975.
^ Paul Ricoeur, 7"emps et récit, 3 tomos, París, Editions d u Seuil, 1983-85.
que apunta a identificar las figuras retóricas que gobiernan y constri-
Jacques Ranciére, Les mots de Vhistoire. Essai de poétique du savoir, París, Editions d u ñen todos los modos posibles de la narración y de la explicación históricas
Seuil, 1992. p. 2 1 . — a saber los cuatro tropos clásicos: metáfora, metonimia, sinécdoque y.
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con un estatuto particular, «metatropolígico», la i r o n í a — E s una mis- ejemplificar las reglas y los procedimientos de los lenguajes que habitan
ma investigación de constantes —constantes antropológicas (aquellas pero no c o n t r o l a n ' ^ . Las operaciones más habituales del historiador se
que constituyen las estructuras temporales de la experiencia) y constantes encuentran, desde ese momento, sin objeto, comenzando p o r las distincio-
formales (aquellas que gobiernan los modos de representación y de narra- nes fundadoras entre texto y contexto, entre realidades sociales y expresio-
ción de las experiencias históricas)— la que lleva a Reinhart Koselleck a nes simbólicas, entre discurso y prácticas no discursivas. De donde resulta,
distinguir tres tipos de historia: la historia-notación (Aufschreihen), por ejemplo, el doble postulado de K e i t h Baker, que aplica el «linguistic
la historia acumulativa (Fortschreiben), la historia-reescritura (Umsch- turn» al problema de los orígenes de la Revolución francesa: por una
reiben)^^. 'ií'' parte, los intereses sociales no tienen ninguna exterioridad en relación corr
En la segunda línea, la de la poética del saber sensible a las diferencias y ^1 discurso, puesto que ellos constituyen «una construcción política y
a las desviaciones, colocaremos los trabajos que, como el libro reciente de ¡imbólica» y no «una realidad preexistente»; p o r otra parte, todas las
Philippe Carrard, Poetics of the New History identifican cómo diferentes jrácticas deben estar comprendidas en el orden del discurso porque «to-
historiadores, miembros de una misma «escuela» o de un mismo grupo, das las afirmaciones que tratan de delimitar el campo del discurso en
movilizan de manera muy diversa las figuras de la enunciación, la proyeci , i relación con las realidades sociales no discursivas que yacen más allá de él
ción o la desaparición del yo en eTHiscuíso del saber, el sistema de los invariablemente apuntan a un d o m i n i o de acción que está en sí mismo
tiempos verbales, la personificación dfélas entidades abstractas, las modali- ' constituido discursivamente. Distinguen, en efecto, entre diferentes prácti-
dades d c l a prueba: citas, tablas, gráficas, series cuantitativas, etc. cas discursivas —diferentes juegos de palabras— más que entre fenómenos
7 . " Zarandeada p o r sus certidumbres bien aferradas, la historia se ha discursivos y no discursivos»'"'.
•Isto también confrontada por diversos desafíos. E l primero, lanzado en Del lado francés el desafío, tal como lo hemos visto cristalizar en los
diferentes modalidades, incluso contradictorias, de una y otra parte del debates que se han suscitado en torno a la interpretación de la Revolución
Atlántico, quiere romper todo nexo entre la historia y las ciencias sociales.' francesa, ha adoptado una forma inversa. Lejos de postular la automatici-
En los Estados Unidos el asalto ha tomado la forma del «linguistic turn»,| dad de la producción del sentido, más allá de las voluntades i n d i v i d u a l e s , . ^
que, en extricta o r t o d o x i a saussuriana, considera al lenguaje como u n | ha puesto énfasis, p o r el contrario, en la hbertad del sujeto, en la parte
sistema cerrado de signos cuyas relaciones producen p o r sí mismas elj reflexiva de la acción, en las construcciones conceptuales. De golpe se
significado. L a construcción del sentido está asimismo separada de toda! niegan los pasos clásicos de la historia social que pretendía identificar las
intención o de todo control subjetivos, ya que se encuentra asignada a u n determinaciones no conocidas que gobiernan los pensamientos y las con-
funcionamiento Hngüístico automático e impersonal. L a reahdad no se ductas. De golpe se afirma la primacía de lo político, comprendido como el
debe pensar como una referencia objetiva, exterior al discurso, puesto que nivel más englobador y revelador de toda sociedad. Es este nexo el que
está constituida p o r y en el lenguaje. John Toews ha designado claramente Marcel Gauchet pone en el centro del reciente cambio de paradigma que él
(sin aceptarla) esta posición radical por la cual «el lenguaje es concebido cree discernir en las ciencias sociales: « L o que parece bosquejarse en el
como un sistema autocontenido de " s i g n o s " cuyos significados están de- fondo de la problematización de la originalidad occidental moderna es una
terminados p o r sus relaciones entre sí, más que p o r su relación con algún recomposición del propósito de una historia total. Conforme a dos ejes: por
objeto o sujeto " t r a s c e n d e n t a l " o extralingüístico» — u n a posición que incorporación, a través de lo político, a una clave nueva para la arquitectura
considera que «la creación del significado es impersonal, opera a espaldas de la totalidad, y p o r absorción, en función de esta apertura, de la parte
de los usuarios del lenguaje, cuyas acciones lingüísticas pueden solamente reflexiva de la acción humana, de las filosofías más elaboradas a los sistemas
de representación más difusos»'^.
Los historiadores para los que continúa siendo esencial la pertenencia
' ° Hayden White, Metahistory. The Historical, Imagimtion in Nineteenth-Century-Europe,
de la historia a las ciencias sociales (como es m i caso) han estado tentados a
Baltimore y Londres, The Johns H o p k i n s University Press, 1973; Tropics of Discourse. Essays in
Cultural Criticism, Baltimore y Londres, The Johns H o p k i n s University Press, 1978, y The responder a esta doble, y a veces áspera, interpelación. E n contra de las
Content of the Form. Narrative Discourse and Historical Inmgination, Baltimore y Londres, The
Johns H o p k i n s University Press, 1987. John E. Toews, «Intellectual H i s t o r y after the Linguistic T u r n : the A u t o n o m y of Mea-
' ' Reinhart Koselleck, «Erfahrungswandel u n d Methodenwechsel. Eine historischantropo- ning^and the I r r e d u c t i b i l i t y of Experience», American Historical Review, 92 (1987), p. 882.
logische Skizze», en Historische Methode, bajo la dirección de C. Meier y J. Rüsen, M u n i c h , K e i t M i c h a e l Baker, Inventing the French Revolution, Essays on French Political Culture
Deutscher Tachenbuck, 1988, pp. 13-61. in the Eighteenth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 9 y 5.
Philippe C a r r a d , Poetics ofthe New History. French Historical Discourse from Braudel to " Marcel Gauchet, «Changement de paradigme en sciences sociales?», LeDéhat, 50 (mayo-
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formulaciones del «linguistic turn» o del «semiotic challenge» consideran Contra el «retorno a lo político», pensado con una autonomía radical, se
ilegítima, de acuerdo con la expresión de Gabrielle Spiegel'^ la reducción debeTme"parece, colocar e r i ^ l centro del trabajo histórico las relaciones7
de las prácticas constitutivas del mundo social a los principios que gobier- complejas y variables, establecidas entre, por un lado, los modos de la
nan los discursos. Reconocer que la realidad pasada no es accesible (a organización y del ejercicio del poder en una sociedad dada, y por el otro,
menudo) más que a través de textos que intentan organizaría, someterla o las configuraciones sociales que hacen posible esta forma política y las que
representarla no equivale a postular la identidad entre dos lógicas: de una son engendradas por ella. Es así como la construcción del Estado absolutis-
parte, la lógica logocéntrica y hermenéutica que gobierna la producción y la ta supone una diferenciación fuerte y previa de las funciones sociales, al
interpretación de los discursos; de la otra, la lógica práctica que regula las mismo tiempo que exige la perpetuación (gracias a diversos dispositivos de
conductas y las acciones. Esta irreductibilidad de la práctica al discurso los cuales el más importante es la sociedad de la corte) del equilibrio de las
debe ser tenida en cuenta por toda historia, que debe cuidarse de un uso tensiones que existen entre los grupos sociales dominantes y rivales.
incontrolado de la categoría de «texto», indumento a menudo aplicado a Contra el retorno a la filosofía del sujeto que acompaña o funda el
prácticas (ordinarias o ritualizadas) cuyas tácticas y procedimientos no son retorno a lo político, la historia entendida como una ciencia social recuerda
en nada parecidos a las estrategias discursivas. Conservar la distinción entre que los individuos están siempre ligados por dependencias recíprocas, apa-
unas y otras es el único medio para evitar «hacer pasar al principio de la rentes o invisibles, que estructuran su personalidad y que, de esta manera,
práctica de los agentes la teoría que debe construirse para entenderla», definen, en sus modalidades sucesivas, las formas de la afectividad y de la
según la fórmula de Fierre B o u r d i e u ' ^ . racionalidad. Se entiende por ello la importancia otorgada por muchos
Por otro lado, debemos constatar que la construcción de los intereses historiadores a una obra durante mucho tiempo desconocida, cuyo proyec-
por los discursos está en sí misma socialmente determinada, limitada por los to fundamental es justamente articular, dentro de la larga duración, la
recursos desiguales lingüísticos, conceptuales, materiales, etc., de que dispo- construcción del Estado moderno, las modalidades de las interdependencias
nen aquellos que la producen. Esta construcción discursiva remite, por sociales y las figuras de la economía psíquica: la de Norbert Elias
tanto, necesariamente a las posiciones y a las propiedades sociales objetivas, El trabajo de Elias permite articular particularmente los dos significados
xteriores al discurso, que caracterizan a los diferentes grupos, comunidades que siempre se embrollan en el uso del término «cultura» tal como lo
o clases que constituyen el mundo social. manejan los historiadores. El primero designa las obras y las prácticas que,
En consecuencia, el objeto fundamental de una historia que apunte a en una sociedad, son el objeto del j u i c i o estético o intelectual. El segundo
' reconocer la forma en la que los actores sociales dan sentido a sus prácticas apunta hacia las prácticas ordinarias, «sin cualidades», que tejen la trama
y a sus discursos me parece que reside en la tensión entre las capacidades de las relaciones cotidianas y expresan la manera en la que una comunidad,
inventivas de los individuos o de las comunidades y las coacciones, las en un tiempo y lugar dados, vive y reflexiona su relación con el mundo y
normas, las convenciones que limitan —más o menos fuertemente, según su \ con el pasado. Pensar históricamente las formas y las prácticas culturales
posición en las relaciones de dominación— aquello que les es posible pen- exige, en ese caso, dilucidar necesariamente las relaciones sustentadas por
sar, decir y hacer. La constatación vale para una historia de obras escritas y estas dos definiciones.
de producciones estéticas, siempre inscritas en el campo de las condiciones Las obras no poseen un sentido estable, universal, petrificado. Están
que las hacen pensables, comunicables y comprensibles — y no se puede investidas de significados plurales y móviles, están construidas en la nego-
menos que estar de acuerdo con Stephen Greenblatt cuando afirma que «la ciación entre una proposición y una recepción, en el encuentro entre las
obra de arte es el producto de una negociación entre un creador o una clase formas y los motivos que les dan su estructura y las competencias y las
de creadores y las instituciones y las prácticas de una sociedad»'^. Pero la expectativas de los públicos de los que se adueñan. Ciertamente, los creado-
afirmación vale también para una historia de las prácticas ordinarias, que res, o las autoridades, o los «clérigos» (ya sean o no de la iglesia), siempre
son también invenciones de sentido limitadas por las determinaciones múlti-
ples que definen, para cada comunidad, los comportamientos legítimos y las Sobre la obra de N o r b e r t Elias véanse Materialen zu Norhert Elias'Zivilisationstheorie,
normas que se deben incorporar. ' bajo la dirección de P. Gleichmann, J . G o u d s b l o m y H . K o r t e , 2 vols., F r a n k f u r t a m M a i n ,
Suhrkamp, 1977-1984; H e r m a n n K o r t e , Üher Norhert Elias. Das Werden cines Menschenwis-
Gabrielle M . Spiegel, «History, Historicism, and the Social Logic of the Text i n the senschaftlers, Frankfurt am M a i n , Suhrkamp, 1988; Stephen Mennell, N o r b e r t Elias, Civilization
M i d d l e Ages», Speculum. 65 (1990), p. 60. and the Human Self-Imaye, O x f o r d , Basil Blackwell, 1989, y Roger Chartier, «Formation sociale
Fierre Bourdieu, Chases dites, París, Les Editions de M i n u i t , 1987, p. 76. et économie psychique: la societé de cour dans le procés de civilisation». Prefacio a N o r b e r t
' * Stephen Greenblatt, «Towards a Poetics of Culture», en The New Historicism, bajo la Elias, La societé de cour, París, F l a m m a r i o n , 1985, pp. I - X X V I I L y «Conference de soit et lien
dirección de H , A. Veeser, Nueva Y o r k y Londres, Routledge, 1989, p. 12. social». Introducción a N o r b e r t Elias, La Societé des individus, París, Fayard, 1991, pp. 7-29.
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,piran y fijar e) 5gjj{¡jQ y ^ enunciar l a interpretación correcta que debe por las formas que transmiten estos textos a sus lectores (o a sus auditorios),
onstrenjr a la 'cctura (o a la mirada). Pero siempre, también, la recepción o las capacidades o las convenciones de lectura propias de cada «comuni-
iven a, despliUii distorsiona. Producidas en una esfera específica, en u n dad de interpretación».
ampo (que ticOe ^^^^ reglas, sus convenciones, sus jerarquías, las obras se El rasgo principal de un acercamiento así — t r a s t o r n a r las fronteras
5 c a p a n y adqui(;^gj^ densidad al peregrinar, a veces en la muy larga dura- canónicas— se encuentra en muchos otros campos de la investigación
mun social.[Descifradas a partir de esquemas mentales y histórica: en los estudios sobre la ciudad, sobre los procesos educativos,
lectivos que 'j^iistituyen la cultura propia (en el sentido antropológico) de sobre la construcción de los saberes científicos. Dicho acercamiento recuer-
is comunidaíiei, reciben, se transforman a cambio en un recurso da que las producciones intelectuales y estéticas, las representaciones menta-
ara peiisar l o ^Sencial: la construcción del lazo social, la conciencia de sí, la les, las prácticas sociales, están siempre gobernadas por mecanismos y
elación _conJc) ,.^¿'¡¿^j dependencias desconocidos por los sujetos mismos. Es a partir de tal pers-
a inveriií», i ^ g ^ - p ^ t o creador inscribe en sus formas y en sus temas pectiva como se debe comprender la relectura histórica de los clásicos de las
."^ '^d'^H " '•o'^ '^^ estructuras fundamentales que, en un momento y en un ciencias sociales (Elias, pero también Weber, D u r k h e i m , Mauss, Halbwachs)
' '° d'^i \ distribución del poder, la organización de l a y la importancia recobrada, a expensas de las nociones habituales en la
orno u ? u'"' personalidad. Pensado (y pensándose) historia de las mentalidades, por un concepto como el de representación. U n
orno Un demi tg^^ g| ^j-^ist^, el filósofo o el escritor inventan, sin embargo, concepto que permite, en efecto, designar y enlazar tres grandes realidades:
rfecen'a^^'^'^ h'- ^o^'^'^'^" ^ " relación con las reglas (de patronazgo, de primero, las representaciones colectivas que incorporan en los individuos las
I meni^f?' '^'ercado, etc.) que definen su condición. Coacción más fuñ- divisiones del mundo social y que organizan los esquemas de percepción y
an cad h v'"' relación con las determinaciones ignoradas que habi- de apreciación a partir de las cuales las personas clasifican, juzgan y actúan;
)le Aa ^ M u hacen que ésta sea concebible, transmisible, comprensi- después, las formas de exhibición del ser social o del poder político, tales
como los signos y «actuaciones» simbólicas las dejan ver (por ejemplo, la
a difer ° \^ '^'^^ historia debe pensar es, por tanto, indisociablemente,
imagen, el rito o lo que Weber llamaba la «estilización de la vida»); final-
e p a r a c r ^ d " lo '"^ ^^'^^^ '^^ sociedades, de maneras variables, han i
mente, la «presentización» en un representante (individual o colectivo, con-^
as den ^° / ^ • ^^^idiano un d o m i n i o particular de la actividad humana, y '
creto o abstracto) de una identidad o de un poder dotado asimismo de
ntelect " ' l ^ " ' s'*' inscriben de múltiples maneras la invención estética e ;
continuidad o de estabilidad.
5 As'Tin*'^ condiciones de posibilidad.
?or t a i ' anclada en las ciencias sociales, la historia no puede, Numerosos son los trabajos de historia que han manejado recientemente
"stéril ^ ' t ' ^W'"^ ^^^'^ desafío: superar el enfrentamiento, que puede ser ; esta triple definición de la representación. Hay dos razones para ello. Por
ítrr, ^ 1 * ^ " ,c. l^do, cl cstudio dc las posiciones y de las relaciones y, del una parte, el retroceso de la violencia que caracteriza a las sociedades
Jiro, ei análisis,! , . . i • : • . • occidentales entre la Edad Media y el siglo x v i l l y resulta en la tendencia a ,
'ntre «T ' o acciones y de las interacciones, superar esta oposición
la confiscación por parte del Estado del monopolio sobre el empleo legítimo
/os esa'^'i^^ Je^'^'*^ ^ «fenomenología social» exige la construcción de nue-
de la fuerza hace que los enfrentamientos sociales basados en las confronta-
T i i e n t O s ^ o b H ' U '"^^^tigación en los que la definición misma de los plantea-
ciones directas, brutales, sangrientas, cedan cada vez más el lugar a luchas
Juales líis vi'l^ ^ inscribir los pensamientos claros, las intenciones i n d i v i -
que tienen por armas y por objetos las representaciones. Por la otra, esté el
que a' la veí ^'^^^'^^^ particulares, en los sistemas de coerción colectivos
hecho de que del crédito otorgado (o negado) a las representaciones que
repartix;iones n h a c e n posibles y los refrenan. Los ejemplos de estas
proponen de la misma fuerza, que depende de la autoridad de un poder o de
mente «siruciu '^^^'^^^^^ serían múltiples y en ellas se articulan necesaria-
la fuerza de un grupo. Sobre el terreno de las representaciones del poder
sspacic) de tr^h"'^ objetivas y representaciones subjetivas. Este es e l caso del
monárquico con Louis Marin^°, sobre el de la construcción de las identida-
culturí^l Este anuda crítica textual, historia del libro y sociología
muy d iversa'í inédito d e tradiciones de naciones y disciplinas des sociales o religiosas con Bronislaw Geremek^' y Cario G i n z b u r g s e
graphy-^ 2i\d^ni historia literaria e n sus diferentes definiciones, la biblio-
practic;an losp''^"^^ anglosajona, la historia social d e la escritura tal como la ^° Louis M a r t i n , Le portrait du roi, París, Les Editions de M i n u i t , 1981, y Des pouvoirs de
de los Anmli^)^^^^^^^^'^^ italianos, la historia socio-cultural e n la tradición l'imaye. Gloses, París, Editions d u Seuil, 1993.
^' Bronislaw Geremek, Inútiles au monde. Truands et miserables dans l'Europe moderne
particuaiar e jm- ''^"^ " " ^ postura fundamental: comprender cómo la lectura
(1350-1600), París, E d i t i o n Gallimard/Julliard, 1980, y La potence ou la pitié. L'Europe et les
deterrr-iinaciciC,^'"^*'^^ '^^ lector singular está contenida e n una serie de pauvres du Mayen Age á nos jours, París, G a l l i m a r d , 1987.
través de losd'^" efectos d e sentido enfocados por los textos a Cario G i n z b u r g , / Benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento,
'spositivos mismos de su escritura, las coacciones impuestas Turín, Einaudi, 1966.
ROGER CHARTIER LA HISTORIA HOY EN DÍA: DUDAS. DESAFÍOS. PROPUESTAS 3t

i definido una historia de las modalidades del hacer-creer y de las formas Definir la sumisión impuesta a las mujeres como una violencia simbólica
; la creencia que es antes que nada una historia de las relaciones de fuerza ayuda a comprender cómo la relación de dominación, que es una relación
mbólicas, una historia de la aceptación o del rechazo de los dominados construida histórica y culturalmente, se ha afirmado siempre como una
icia los principios inculcados, hacia las identidades impuestas que apuntan diferencia de naturaleza, irreductible, universal. L o esencial no es, pues,
asegurar y perpetuar su sujeción. oponer, término a término, una definición biológica y una definición históri-
U n a cuestión así está en el centro de una historia de las mujeres que da ca de la oposición masculino/femenino, sino más bien identificar, para cada
an importancia a los dispositivos de la violencia simbólica que, como configuración histórica, los mecanismos que enuncian y representan como
cribe Fierre Bourdieu, «no tiene éxito más que cuando aquel o aquella «natural» (por tanto, biológica) la división social (por tanto, histórica) de los
ie la experimenta contribuyen a su eficacia; que no le o la constriñe más papeles y de las funciones de ambos sexos. La lectura natural de la diferen-
je en la medida en la que está predispuesto p o r un aprendizaje previo a cia entre lo masculino y lo femenino tiene su historia, caracterizada por la
conocerla»^^. Constantemente la construcción de la identidad femenina se desaparición de las representaciones médicas de la similitud entre los sexos
raiga en la interiorización de parte de las mujeres de las normas enunciá- y su reemplazo por el inventario indefinido de sus diferencias biológicas.
is por los discursos masculinos. U n objetivo principal de la historia de las C o m o constata Thomas Laqueur, a partir de fines del siglo x v i l l , al «discur-
ujeres es, por tanto, el estudio de los dispositivos, desplegados sobre so dominante (que) veía en los cuerpos mascuhnos y femeninos versiones
gistros múltiples, que garantizan (o deben garantizar) que las mujeres ordenada, jerárquicamente, verticalmente, de un solo y mismo sexo», le
;epten las representaciones dominantes de la diferencia entre los sexos: por sucede «una anatomía y una fisiología de lo inconmensurable»^^. Inscrita
emplo, la inferioridad jurídica, la inculcación escolar de las funciones de en las prácticas y en los hechos, organizando la realidad y lo cotidiano, la
ida sexo, la división del trabajo y del espacio, la exclusión de la esfera diferencia sexual está, desde siempre, construida por los discursos que la
íblica, etcétera. Lejos de apartar de la realidad y de no señalar más que a fundamentan y la legitiman. Pero tales discursos arraigan en posiciones y en
s figuras del imaginario masculino, las representaciones de la inferioridad intereses sociales que, en este caso, deben garantizar la sujeción de las unas
menina, incansablemente repetidas y mostradas se inscriben en los pensa- y la dominación de los otros. La historia de las mujeres, formulada en los
ientos y en los cuerpos de unos y de otros, de unas y de otras. Pero una términos de una historia de las relaciones entre los sexos, ilustra bien el
corporación tal de la dominación no excluye posibles desviaciones y desafío lanzado hoy en día a los historiadores: ligar la construcción discursi-
anipulaciones que, por la apropiación femenina de modelos y de normas va de lo social y la construcción social de los discursos.
asculinas, transformen en instrumento de resistencia y en afirmación de
6. Hay un último desafío que no es el menos temible. A partir de la
entidad las representaciones forjadas para asegurar la dependencia y la
constatación, totalmente fundada, de que toda historia, cualquiera que sea,
imisión.
es siempre un relato organizado a partir de figuras y de fórmulas que
Reconocer así los mecanismos, los límites y, sobre todo, los usos del movilizan las narraciones imaginarias, algunos han terminado por anular
)nsentimiento, es una buena estrategia para corregir el privilegio otorgado toda distinción entre ficción e historia, que no sería más que una «fiction-
arante mucho tiempo por la historia de las mujeres a las «víctimas o making operation», según la expresión de Hayden White. La historia no
beldes», «activas o actrices de su destino», a expensas «de las mujeres aportaría más (o menos) un verdadero conocimiento de lo real que una
isivas, que se considera que aceptan demasiado fácilmente su condición, novela, y sería totalmente ilusorio clasificar y jerarquizar las obras de los
lando justamente la cuestión del consentimiento es nodal en el funciona- historiadores en función de criterios epistemológicos que indicaran su
iento de un sistema de poder, ya sea social y/o sexual»^"*. Las fisuras que mayor o menor pertinencia a la hora de dar cuenta de la realidad pasada
grietan la dominación masculina no adoptan todas la forma de rupturas que es su objeto: « H a habido una resistencia a considerar las narraciones
pectaculares ni se explican siempre por la irrupción de un discurso de históricas como lo que manifiestamente son: ficciones verbales cuyos conte-
;gación y de rebelión. Nacen a menudo en el interior del consentimiento nidos son tan inventados como descubiertos y cuyas formas tienen más en
ismo, reutilizando el lenguaje de la dominación para sostener una insu- común con sus " p a r e j a s " en la literatura que con aquéllas en las cien-
isión. cias»^*'. Los únicos criterios que permiten una diferenciación de los discur-
sos históricos proceden de sus propiedades formales: « U n enfoque semioló-

^"^ Fierre Bourdieu, Lanohlesse d'Etat. Grandes écoles et esprit de corps, París, Les Editions
M i n u i t , 1989, p. 10. Thomas Laqueur, Making Sex. Body and Gender from the Greeks to Freud, Cambridge,
Arlette Farge y Michelle F e r r o l , «Au-delá d u regard des hommes». Le Monde des Débats, Mass., H a r v a r d University Press, 1990.
imero 2, noviembre 1992, pp. 20-21. Hayden White, Tropics of Discourse, op. cit., p. 82.
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gico del estudio de los textos nos permite discutir la cuestión de la confianza dichas desviaciones y sus perversiones, como la historia demuestra que el
en el texto como testigo de los sucesos o fenómenos extrínsecos a él, hacer a conocimiento que produce se inscribe en el orden de un saber controlable y
un lado la cuestión de la " h o n e s t i d a d " del texto, su objetividad»^^. verificable, equipada para resistir a lo que Cario Gi nzbur g ha designado
Contra un enfoque tal es necesario recordar que el objetivo de conocer como «la máquina de guerra escéptica» que niega a la historia toda posibili-
es constitutivo de la intencionalidad histórica misma y fundamenta las dad de contar con la realidad que fue y de separar lo verdadero de lo
operaciones específicas de la disciplina: construcción y tratamiento de datos, falso^'.
producción de hipótesis, crítica y verificación de resultados, validación de la Sin embargo, ya no es posible pensar el saber histórico, instalado en el
adecuación entre el discurso del saber y su objeto. A u n si escribe en forma orden de lo verdadero, dentro de las categorías del «paradigma galileano»,
«literaria», el historiador no hace literatura, y ello a partir del hecho de su matemático y deductivo. El camino es, así, forzosamente estrecho para
doble dependencia. Dependencia en relación con el archivo, por tanto, quien intente negar, al mismo tiempo, la reducción de la historia a una
dependencia en relación con el pasado del cual el archivo es la huella. Como actividad literaria de simple curiosidad, libre y aleatoria, y la definición de
ha escrito Fierre Vidal-Naquet, «el historiador escribe y esta escritura no es su cientificidad a partir del único modelo de conocimiento del mundo físico.
ni neutra ni transparente. Se moldea bajo las formas literarias, ciertamente En un texto al que siempre hay que volver, Michel de Certeau formuló esta
bajo las figuras de la retórica [...] ¿Quién lamentará que el historiador haya tensión fundamental de la historia, una práctica «científica» productora de
perdido su inocencia, que se deje tomar como objeto, que se tome a sí conocimientos, pero una práctica cuyas modalidades dependen de las varia-
mismo como objeto? Fero si el discurso histórico no se vinculara, a través ciones de sus procedimientos técnicos, de las restricciones que le imponen el
de tantos intermediarios como se quiera, a lo que llamaremos, a falta de lugar social y la institución del saber donde se ejerce, o incluso de las reglas
otra cosa, la realidad, estaríamos siempre en el discurso, pero este discurso que necesariamente gobiernan su escritura. Lo que puede igualmente enun-
dejaría de ser histórico»^*. Dependencia, a continuación, en relación con los ciarse así: la historia es un discurso en el que intervienen construcciones,
criterios de cientificidad y las operaciones técnicas relativas a su «oficio». composiciones, figuras que son las de la escritura narrativa, por tanto de la
Reconocer sus variaciones (la historia de Braudel no es la misma que la de ficción, pero que, al mismo tiempo, produce un cuerpo de enunciados
Michelet) no implica, por tanto, concluir que estas restricciones y criterios «científicos», si por ello entendemos «la posibilidad de establecer un conjun-
no existen, y que las únicas exigencias que frenan la escritura histórica son to de reglas que permitan " c o n t r o l a r " las operaciones proporcionadas a la
a^cjuellas que gobiernan la escritura de ficción. producción de objetos determinados»'^.
Dedicados a definir el régimen de cientificidad propio de su disciplina, L o que Michel de Certeau nos invita aquí a pensar es lo propio de la
los historiadores han escogido diversos caminos. Algunos están relaciona- comprensión histórica. ¿Bajo qué condiciones podemos tener por coheren-
dos con el estudio de aquello que ha hecho y hace posible la producción y la tes, plausibles, explicativas, las relaciones instituidas entre la operación
aceptación de lo falso en la historia. Como han mostrado A n t h o n y Graf- historiográfica y, por otro lado, la realidad referencial que ello pretende
t o n ^ ' y Julio Caro Baroja^°, las relaciones entre las falsificaciones y la «representar» adecuadamente? La respuesta no es fácil, pero es seguro que
filología, entre las reglas a las que deben someterse los falsarios y los el historiador tiene la tarea específica de dar un conocimiento apropiado,
progresos de la crítica documental, son estrechas y recíprocas. Así, el traba- controlado de esta «población de muertos, personajes, mentalidades, pre-
j o de los historiadores sobre lo falso, que se cruza con el de los historiadores cios» que son su objeto. Abandonar esta intención de verdad, que funda-
de las ciencias, ocupados con la mandíbula de M o u l i n - Q u i g n o n o el cráneo menta la historia como disciplina crítica, sería dejar intención de verdad,
de Piltdwon, es una forma paradójica, irónica, de reafirmar la capacidad de que fundamenta la historia como disciplina crítica, sería dejar el campo libre
la historia para establecer un verdadero saber. Gracias a sus técnicas pro- a todas las falsificaciones, a todos los falsarios que, porque traicionan el
pias, la disciplina es apta para hacer que se reconozcan los falsos como tales conocimiento, hieren la memoria. Los historiadores, al hacer su tarea, deben
y, por consiguiente, para denunciar a los falsarios. Es así, volviendo sobre estar alertas y vigilantes. / ,,.
Traducción de M . T. SOLANA.
" Hayden W h i t e , The Content ofthe Form. op. cit., pp. 192-193.
Fierre Vidal-Naquet, Les Assa.mns de la mémoire. Un Eichmann de papier et autres études
sur le révisionnisme, Farís, L a Décbuverte, 1987, pp. 148-149.
A n t h o n y G r a f t o n , Forgers and Critics. Creativity and Suplicity in Western Scholarship, " Cario G i n z b u r g , «Preface» a Lorenzo Valla, Ui Donation de Constantin, texto traducido
Princeton, Frinceton University Press, 1990. y comentado por J.-B. G i a r d , París, Les Belles Lettres, 1993, p. X L
Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España), M i c h e l de Certeau, «L'opération historiographique», en L'Ecriturede Vhistoire. op. cit..
Barcelona, Seix Barral, 1992. PP- 63-120.

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