LYOTARD J F - Memorial A Propósito Del Curso Filosófico PDF
LYOTARD J F - Memorial A Propósito Del Curso Filosófico PDF
LYOTARD J F - Memorial A Propósito Del Curso Filosófico PDF
Jean-Francois Lyotard
Cap. 10 de “La posmodernidad (explicada a los niños)” Editorial Gedisa , Barcelona 1995. Pág. 115-122
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a Hugo Vermeren
Nanterre, 20 de octubre de 1984
Si he de creer en el proyecto de los Encuentros Ecole et philosophie que me envía tu padre, el alcance
fijado para nuestra reflexión es el de la formación filosófica de los docentes, una vez se ha admitido que
“educar e instruir son actos filosóficos”. Aquí van unas breves palabras para el hijo.
No sé qué significa “acto filosófico”. Daré a la palabra acto un sentido estricto, opuesto a potencia. Y diré
que la filosofía no es una realidad, una potencia, un “cuerpo” de saber de saber-hacer, de saber-sentir,
sino que es solamente un acto. Te confieso que educar e instruir no me parecen ni más ni menos “actos
filosóficos” que celebrar un banquete o armar un barco. La filosofía no es un terreno desgajado en la
geografía de las disciplinas. Todos sabemos esto.
Digo “curso filosófico” como se dice “hilo del tiempo”. Sabemos que en torno a la palabra formación,
Bildung, o sea en torno de la pedagogía y de la reforma, se juega una parte importante de la reflexión
filosófica desde Protágoras y Platón, desde Pitágoras. El supuesto en ella es que la mente de los hombres
no les ha sido dada como se debe y, por lo tanto, ha ser re-formada. El monstruo de los filósofos es la
infancia. Es también su cómplice. La infancia les dice que la mente no es dada, sino que es posible.
Formar quiere decir que un maestro viene a ayudar a la mente posible en espera de que la infancia llegue
a su término. Tú ya conoces el circulus vitiosus: ¿y el propio maestro? ¿cómo se emancipó de su
monstruosidad infantil? Educar a los educadores, reformar a los reformadores: puedes seguir la aporía de
Platón a través de Kant hasta Marx. ¿Acaso hay que decir como sucede con el psicoanálisis, que así como
hubo un autoanálisis fundacional hubo también una autoformación fundacional? ¿Un autodidacta padre
de todos los didactas?
Una de las diferencias que separan a los filósofos de los psicoanalistas es que los primeros han tenido
muchos padres, demasiados como para admitir una paternidad. En revancha por ello, también es una
diferencia el hecho de que filosofar es ante todo una autodidáctica.
Esto es precisamente lo que quiero decir con un curso filosófico. No se puede ser un maestro, no se puede
amaestrar ese curso.1No se puede exponer una cuestión sin exponerse a ella. Interrogar un “tema” (la
formación, por ejemplo) sin ser interrogado por éste. O sea, sin restablecer una tradición en relación con
esta estación de infancia que es la de los posibles de la mente.
Hay que re-comenzar. No puede ser filósofo la mente, incluso la mente del profesor de filosofía, que llega
al tanto de la cuestión y en clase, no comienza, no retoma el curso por el comienzo. Todos sabemos, en
primer lugar, que este trabajo debe tener lugar con motivo de cualquier cuestión o de cualquier “tema”, y
en segundo lugar, que comenzar no significa empezar genealógicamente (como si la genealogía, y en
particular, la diacronía historiadora, no planteara interrogantes). El monstruo niño no es el padre del
hombre, situado en el medio del hombre, es su decurso, su deriva posible, amenazante. Siempre se
comienza por el medio. He aquí por qué el proyecto de un curso filosófico proyecto tomado de las
ciencias exactas, parece condenado al fracaso.
Asimismo, “autodidacto” no significa que no aprendamos nada de los otros, sino solamente que no
aprendemos nada de ellos si ellos no enseñan a desaprender. El curso filosófico no se propaga como se
transmite un saber. Por adquisición.
Esto está claro en el caso de la lectura filosófica, que suministra la mayor parte de la conversación que
mantenemos con nosotros mismos sobre un “tema”. Esta lectura no es filosófica porque los textos leídos
1
El autor juega con el doble sentido de maître, en francés, “maestro” y también “amo”, “señor”. De modo que maitriser es dominar
y hacer lo que los maestros, “enseñar”. Aquí traducimos “amaestrar” para mantener el juego de palabras
1
lo sean. Puede tratarse también de textos de artistas, sabios, políticos, y se pueden leer textos sin filosofar.
La lectura es filosófica sólo si es autodidáctica, si es un ejercicio de turbación en relación con el texto, un
ejercicio de paciencia. El largo curso de la lectura filosófica no enseña solamente lo que se debe leer sino
lo que no se termina de leer, enseña que uno no hace sino comenzar, que uno no ha leído lo que ha leído.
Es un ejercicio de la escucha.
Formarse en la escucha de la lectura es formarse en el retorno, perder la propia buena forma, reexaminar
los supuestos, los sobreentendidos, en el texto y en la lectura del texto. Lo esencial de lo que llamamos
elaboración, que acompaña y despliega la escucha paciente, consiste en esta anamnesis, en la busca de
aquello que queda todavía impensado mientras que ya está pensado. He aquí por qué la elaboración
filosófica no tiene ninguna relación con la teoría, ni la experiencia de esta elaboración tiene que ver con la
adquisición de un saber (matema). Y he aquí por qué la resistencia que encontramos al trabajo de escucha
y de anamnesis es de una índole muy diversa de la que pude oponerse a la transmisión de conocimientos.
Este curso trabaja la llamada realidad. Desoxida los criterios de la realidad, los pone en suspenso. Si uno
de los principales criterios de la realidad y del realismo consiste en ganar tiempo, lo cual me parece que
sucede hoy en día, entonces el curso filosófico no responde a la realidad actual. Nuestras dificultades
como profesores de filosofía tienen que ver precisamente con la exigencia de la paciencia. Es contrario a
los valores ambientales de prospectiva, de desarrollo, de acierto, de performance, de velocidad, de
contrato de ejecución, de goce que haya que soportar no progresar (de manera calculable, aparente), estar
siempre en los comienzos. Cuando yo enseñaba en los colegios secundarios, recuerdo esto como una
constante: los alumnos y yo permanecíamos “ahogados” durante todo el primer trimestre. El curso
comenzaba, o más bien, comenzaba el comienzo con los sobrevivientes, en enero. Había, hay que
aguantar la infancia del pensamiento. Sé que las “condiciones” , como suele decirse, ya no son las
mismas. A eso voy.
No te enseño nada (por hipótesis). Todos sabemos que el curso de filosofía se hace costa del curso
filosófico. A costa de transmitir, a través de temas impuestos o no por el programa, no sólo ejemplos de
este trabajo de re-comienzo sacados de la bibliografía filosófica, o de signos de este mismo trabajo
tomados de la historia de las ciencias, las artes, las técnicas, las políticas – o sea, no sólo a costa de hacer
conocer estos ejemplos y estos signos, presentándolos como si de esos se tratase, como los referentes del
discurso escolar-, sino a costa de inscribir el trabajo de escucha, de anamnesis, de elaboración incluso a la
clase, pragmáticamente. De inscribirlo “actualmente” en el pequeño mundo de los nombres propios o
durante dos horas depende del alcance del curso ese día. Y que el alcance del curso sea siempre,
precisamente, que ese trabajo de pensamiento tenga lugar, tenga curso, en clase, aquí y ahora.
Esta exigencia no es “pedagógica”, no determina ningún método de enseñanza, ninguna estrategia del
docente. Ni siquiera un estilo o un tono de enseñanza. No hay ciencia de esto. Por el contrario, del hecho
de que el curso filosófico tenga lugar en el curso de filosofía resulta que cada clase, cada conjunto de
nombres, fechas, lugares, elabora su idioma, el idiolecto en el cual se hace este trabajo. Hay una afinidad
del autodidacto con el idiolecto.
O sea que la singularidad del curso de filosofía y que, en este curso, marca el curso, es la misma que
marca el curso filosófico. Quiero decir: escribir un texto filosófico, solo, sobre el escritorio propio (o
caminando…), implica la misma paradoja. Se escribe antes de saber qué se tiene para decir y cómo, y se
escribe para el saber, si es posible. La escritura filosófica está adelantada en relación con lo que debería
ser. Igual que un niño, la escritura filosófica es prematura, inconsistente. Recomenzaremos, la escritura
filosófica no es fiable cuando se trata de alcanzar el propio pensamiento, hasta el final, a fondo. Pero el
pensamiento está aquí, embrollado, mezclado con no pensamiento, tratando de desbrozar la mala lengua
de la infancia.
A primera vista, pues no se percibe diferencia alguna entre filosofar y enseñar filosofía. Kant dice: no se
enseña la filosofía, se enseña, en el mejor de los casos, tan sólo a filosofar (philosophieren). Aunque uno
esté a solas o entre muchos, uno es autodidacto, en el sentido de que es preciso filosofar para enseñar a
filosofar.
Llego ahora a mi segundo punto. Kant establece, sin embargo, la diferencia entre el concepto escolar
(schulbergriff) de la filosofía y su concepto mundano (weltbergriff). En la escuela, filosofar es ese
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ejercicio de la paciencia que se llama dialéctica, en Kant tanto como en Aristóteles. Pero, arrojada al
mundo, la filosofía debe asumir, dice Kant, una segunda responsabilidad. O sólo experimenta la filosofía
lo que es pensar sino que está hecha a la medida de un ideal, a la medida del ideal del filósofo tipo que es,
escribe Kant, “el legislador de la razón humana”. La filosofía en el mundo está encargada de relacionar
los conocimientos, todos los conocimientos, con finalidades esenciales de la razón humana. He aquí la
demanda que nos viene del mundo: el interés especulativo (ese trabajo de aguante al que me he referido)
se añade un interés práctico y popular de la razón en la filosofía en el mundo. Y como tú sabrás y como
explica Kant en la Dialéctica de la primera Crítica, estos intereses son contradictorios.
Hoy en día, el profesor de filosofía ¿tiene en cuenta la escuela o el mundo? La modernidad, las Luces, la
propia reflexión kantiana, pusieron a la escuela en el centro del interés popular y práctico de la razón.
Desde hace dos siglos, sobre todo en Francia y, de otro modo, en Alemania, el alcance de este interés se
llamó formación del ciudadano en la república. La tarea filosófica se vio confundida con la tarea de la
emancipación. La emancipación para Kant es, claramente, la libertad que se deja a la razón para
desplegarse y realizar sus fines propios, protegida de cualquier pathos. Así será el legislador de la razón
humana.
En esta perspectiva “moderna” se da el siguiente supuesto: el mundo reclama a la filosofía que legisle
práctica y políticamente. No te enseño nada si te digo que hoy en día no nos preguntamos a nosotros
mismos si el mundo está en lo cierto o se equivoca cuando plantea esta exigencia al profesor de filosofía
(él, que está en el mundo por la escuela moderna desde hace dos siglos), nos preguntamos si el mundo
sigue planteando una demanda de este género. Para decirlo contundentemente: no, el mundo no pide al
profesor de filosofía nada semejante.
Si es verdad que el curso de filosofía sigue un curso filosófico, si es verdad que filosofar, solo o en clase,
obedece a una demanda de retorno a la infancia del pensamiento, ¿qué pasaría si el pensamiento no
tuviera ya más infancia? ¿Si aquellos que pasan por ser niños o adolescentes dejaran de ser la medianía
incierta del hombre, la posibilidad de las ideas? ¿Qué pasaría si los intereses se hubieran fijado? Los
docentes de segundo ciclo en Francia, por lo que sé, al menos para la filosofía, no necesitan estar
formados para filosofar. Lo están, es decir, no lo estarán jamás, y está bien así. Pero no pueden actualizar
el curso filosófico en la medida de sus capacidades por el simple hecho de que sus alumnos no están
dispuestos a la paciencia, a la anamnesis, al recomienzo.
No veo remedio pedagógico para esta situación que no sea peor que el mal. Instruir a los profesores para
que sean conviviales, preconizar la seducción, prescribir que se ha de captar la complacencia de los niños
por medio de adelantos demagógicos o de gadgets, es peor que el mal. Todos hemos tenido alguna vez en
nuestras clases Alcibíades que venían a tentarnos con esto y a los que, tarde o temprano, hubo que hacer
comprender como hizo Sócrates, que se prestaban a un intercambio de ingenuos queriendo trocar su
seducción por nuestra sabiduría, que es nula. El colmo sería recomendar a los profesores que hagan de
Alcibíades de sus propios alumnos. El trabajo de anamnesis y de elaboración actual en una clase, ya sea
ésta alegre o severa, no tiene nada que ver con la seducción callejera (racolage).
La dificultad presente recuerda la que encuentra el Extranjero de Elea en El Sofista (Platón 217c y sigs,
246c).Vale más argumentar por preguntas y respuestas si el compañero no plantea dificultades para
responder y si es animoso, euhenios (de henia, el freno o cabalgadura). Si no es este el caso, vale más
argumentar solo. Se puede dialogar con los Amigos de las formas). Ellos están mejor domesticados que
los “materialistas”, que todo lo reducen al cuerpo. En cuanto a estos últimos, hacemos el trabajo de
anamnesis in abtentia, a solas, y en su lugar. Cerramos la escuela.
La declinación de los ideales modernos junto con la persistencia de la institución escolar republicana, que
se apoyaba en ellos, tiene el efecto de arrojar dentro del curso filosófico a mentes que no están en
condiciones de entrar en él. La resistencia de estas mentes parece invencible, precisamente porque no
plantea ninguna lucha. Ellos hablan el idioma que se les ha enseñado y les enseña “el mundo”, y el mundo
habla de velocidad, goce, narcisismo, competitividad, éxito, realización. El mundo habla bajo la regla del
intercambio económico, generalizado a todos los aspectos de la vida, incluyendo los placeres y los
afectos. Este idioma es completamente diferente del idioma del curso filosófico, uno y otro son
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inconmensurables. No hay juez que pueda zanjar el diferendo. El alumno y el profesor son víctimas el
uno del otro. La dialéctica o la dialógica no pueden tener curso entre ellos: sólo la agonística.
Tres observaciones para terminar:
En primer lugar, de lo que precede no saco la conclusión de que hay que formar a los docentes de
filosofía para la guerra (de palabras, se entiende). Pero, de todos modos, recuerdo que el motivo principal
aludido por Aristóteles para estudiar la retórica y la dialéctica es que aquel que tiene razón en la escuela
bien puede ser el vencedor en el ágora. Sin embargo, si no me equivoco, actualmente el ágora se
encuentra en la escuela. Y Kant se representa al filósofo (no al profesor, o admito) como un guerrero
siempre en vigilia, un guerrero que se bate con los mercaderes de la apariencia trascendental. Debemos
ser capaces de afrontar la opinión masiva, malintencionada. Pero hemos de elaborar nuestra resolución,
tratar de saber cuál es el objeto de nuestra lucha.
A continuación está la solución platónica: seleccionar las mentes con las que el curso filosófico puede ser
seguido. Solución pitagórica: separar los mathematikoi de los politikoi .En la actualidad esto significa
romper con el democratismo a favor de una república de las mentes. Y dejar a otros el cuidado de
administrar el demos. La filosofía se convierte en una materia optativa, o bien es rechazada y transferida
al curso superior, o sólo se enseña en ciertos colegios secundarios. Tal como estamos, todo parece
orientado hacia una salida de esta índole. He aquí por qué hemos de elaborar una conducta de
pensamiento, por qué hay que medir el alcance.
Por último, no debemos pasar por alto que la demanda de anamnesis, de turbación, de elaboración no ha
desaparecido. Quizás esté un poco enrarecida. En “Vincennes” vemos cómo se convierte en oyente un
público de mujeres y hombres que ejercen las más diversas profesiones en la vida activa. Allí también se
encuentra el ágora, pero bien intencionada. Esta demanda de filosofía tiene por motivo no tanto el
hartazgo de la profesión sino más bien la oscuridad de los fines profesionales. Se trata de profesiones
calificadas, a veces, altamente calificadas, jurídicas, científicas médicas, artísticas, periodísticas. La
elevación general de la calificación de las tareas conlleva una suerte de vanguardismo, de preguntas sobre
la esencia de la actividad que desempeñamos, implica un deseo de re-escribir la institución. La filosofía, o
el filósofo, debe desplegar su curso ante o delante de estos cuestionamientos esporádicos. Es, por
ejemplo, lo que intenta hacer el College international de philosophie. El pensamiento tiene quizás más
infancia disponible entre los treinta y cinco años que entre los dieciocho, y fuera del curso de los estudios
más que dentro. Nueva tarea del pensamiento didáctico: buscar su infancia en cualquier parte, incluso
fuera de la infancia.