Visita A La Casa de Los Hermanos Grimm (Interior)
Visita A La Casa de Los Hermanos Grimm (Interior)
Visita A La Casa de Los Hermanos Grimm (Interior)
www.editorialmundoeolico.com
,
COLECCIÓN
EL GATO ASTRONAUTA
Este libro es el resultado del proyecto ganador de la
“Residencia de Creación en Berlín Stadt:
Historias de la gran ciudad” convocado en 2018 por IDARTES
(Colombia) y el Goethe Institute (Alemania).
LA
CASA
DE LOS
HERMANOS
GRIMM
LITERATURA INFANTIL
DAVID DONATTI
Colección El Gato Astronauta.
La Casa de Los Hermanos Grimm.
David Donatti.
Primera edición. Literatura Infantil.
Obra literaria protegida por copyright.
Se prohíbe reproducir sin permiso escrito.
Imágenes: Adaptación digital / María Mercedes Soto Paipilla
Diseño de portada, diagramación e impresión: Pictograma Editores
Portafolio virtual: www.editorialmundoeolico.com
Dirección electrónica: [email protected]
Facebook: Editorial Mundo Eólico.
Creado en Latinoamérica.
ISBN: 9781796235876.
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PRIMERA VIDA
UN
GATO
EN
BERLÍN
‘El gato es una gota de tigre’.
Jairo Aníbal Niño
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la casa de Nino. Mi tatarabuelo también es un
poco tartamudo y quiere tener un hijo más: que
nazca en año bisiesto, porque está muy pobre y
solo podría darle regalos a su hijo cada cuatro
años. Tengo un hermano menor, Chapatín con
Cola, tiene cinco años y está cambiando de di-
entes. No voy a la escuela, porque aún no, no
hay escuela para gatos. Soy vegetariano y no
como ratones. Tengo siete colas (una es visible,
seis son invisibles), siete ojos (dos visibles, cin-
co invisibles) y siete patas (tres invisibles, cuatro
visibles). Me gustan las gatas con botas, en falda
y minifalda. Quiero tener siete novias: una gata
para cada vida, miau. Quiero destinar mis siete
vidas de, de la siguiente manera:
Vida uno. Para viajar por la galaxia en un cohete
de papel y escribir cartas de navegación.
Vida dos. Para escribir traba, trabalenguas. Por
ejemplo: tres tristes tigres en trineo, tropeleros
y tartamudos, se trabaron la lengua, por comer
tractores mientras trabajaban, o algo así.
Vida tres. Para ir a todos los parques del mun-
do, lanzarme por los toboganes, dar vueltas en
las ruedas girantes y construir unas alas de gato
que me permitan volar de un rascacielos a otro;
así que cuando veas un pájaro volando por ahí,
piensa que puedo ser yo.
Vida cuatro. Para jugar con Lana, una gata que
me gusta mucho, y construir con ella arcoíris en
todas las ciudades.
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Vida cinco. ¿Para qué quiero mi vida número
cinco? ¡No sé! Quizá para ser un gato millonario,
tener un yate, salir a pasear por el mar con Lana
e ir a comprar leche de todos los sabores, miau.
Vida seis. Es para algo muy personal que no te
pienso decir (claro, me pregunto: como los ga-
tos no somos personas, sino animales, ¿se dice
personal, gatal o animal? No sé, voy a mirar en
un diccionario para gatos, y luego te cuento).
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Vida siete. Eh, la quiero para algo muy gatal.
Lo muy gatal se hace, no se dice (abro paren…
paréntesis para contarte que tenía razón: acabo
de ver en internet, en un diccionario para gatos,
el significado: //gatal, referente a lo íntimo de
los gatos//. Cierro paréntesis). Punto aparte.
Esto de ser gato gramático es dramático, sobre
todo cuando eres, eres, un poco tartamudo. Por
eso, mejor no hablemos de gramática. Mejor te
cuento más de mí.
También soy astronauta y todo el tiempo cambio
de colores; en la mañana mi piel es color naran-
ja o amarilla, por el sol; al medio día soy blanco
o gris, o algo así; en la tarde mi piel es color azul
claro, verde claro o verde-azul; cuando llueve
me pongo color de agua; cuando hay nieve mi
piel queda blanca y cuando veo una gata que me
gusta, me pongo rojo, de la pena; me pongo café
si tomo café y color uva si tomo vino.
Al dormir, no sé qué color tengo, pero una noche
de estas me voy a filmar mientras duermo para
saber cuál es mi color cuando sueño.
La verdad no importa de qué color soy. El color
de un gato no es relevante. Lo importante de un
gato es el amor con que hace su, su oficio.
Por ejemplo, hay gatos científicos, odontólogos,
otorrinolaringólogos, profesores, et, etcétera.
Yo soy gramático; me intereso por el lenguaje,
los libros y las historias: me interesan sus formas
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y, sobre todo, me fijo en la ortografía y los signos
de puntuación.
¿Alguna vez has puntuado la puntuación?
PUNTUACIÓN
Aparte de ser gramático, no hago nada más.
Mejor dicho, un día mío es así:
Por la mañana. Despierto en un sofá-cama,
bebo leche, como galletitas y queso. Después
hago popo y pipi. Me doy una vuelta por los te-
jados de Berlín. Vuelvo a casa, tomo más leche,
me baño con agua caliente, en, en una pequeña
tina. Salgo y hago meditación. Luego estudio
idiomas. Después entro al chat de gatos y hablo
con algunos amigos. Y preparo mi almuerzo, a
base de vegetales.
Al mediodía. Almuerzo, voy por un postre, me
trepo en los árboles, hago una siesta por ahí,
miro una gata por allí, otra por allá, camino por
los parques con los audífonos puestos y vuelvo a
casa, me tumbo en el sofá y leo el horóscopo en
el periódico, luego los comics para gatos y em-
piezo a maullar, hasta que me orino de la risa,
miau. “Miau”, en idioma de gatos, significa algo,
algo como “waooo”.
En la tarde. En el sofá, escucho canciones para
gatos, en especial ese tema de rock gatuno que
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dice: gatos del mundo, uníos, miau, miau.
En la noche. Hago llamadas por, por teléfono,
reviso mi Email, practico videojuegos, veo series
animadas de televisión y, y eso es todo amigos,
así es la vida de un gato. Los gatos somos felices
y sencillos, por eso nos dieron siete vidas, de las
cuales, a mí ya me quedan seis vidas nada más,
porque ayer perdí la primera vida, en Berlín. ¿No
te lo conté? Pues te lo voy a contar.
Iba en bicicleta por Straße des 17. Juni (calle 17
de junio, una de las más importantes de Berlín),
cuando de pronto me sentí alegre y subí la ve-
locidad de la bicicleta, tanto, que los radares de
velocidad de bicicletas de Berlín lo detectaron
y cuando me di cuenta estaba rodeado por un
grupillo de gatos policías; me detuvieron, me pi-
dieron papeles (no tenía mi cédula de gato) y
me dijeron:
—Nirín, debes pagar una multa de 450 Euros,
por exceder el límite de velocidad.
Uf, scrat, pum. Entonces, me puse verde (cuan-
do tengo mi… miedo, me pongo verde). Así que,
por miedo, me fugué, disparado, sin bicicleta y
sin dar aviso a los gatos policías de Berlín; es que
los gatos no hacemos caso casi nunca, somos
muy rebeldes.
Los policías, raudos, feroces, corrieron tras de
mí, tras, tras, y yo, corrí veloz por las aceras y las
calles de Berlín, tras, tras, corrí por Potsdamer
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Straße (una calle hermosa) y tras, atrás venían
los policías, y cada vez eran más, muchos gatos
policías, tras de mí, tras, así que, con mis patas
de atrás, y con miedo, sin mirar hacia atrás, corrí
veloz con mis siete patas (tres invisibles, cuatro
visibles), llegué hasta La Torre de Televisión de
Berlín (Fernsehturm); por si no lo sabes, esta
torre fue erigida en 1969 y, con 368 metros de
altura, es la estructura más alta de Alemania,
situada en Alexanderplatz, puro centro de Ber-
lín (zona soviética); bueno, llegué a esta plaza y
empecé a trepar y trepar en la torre, por la par-
te exterior; subí tan pero tan alto, que vi toda la
ciudad de Berlín: vi los árboles y edificios, allá,
abajo, pequeñitos; vi en el aire, los aviones dibu-
jando con su humo caminos blancos en el ta-
blero del cielo azul, tras, vi las calles, pequeñas
como las líneas de las manos de la ciudad, vi el
metro, los trenes y los tranvías corriendo por las
avenidas que parecían venas en el cuerpo de la
ciudad, vi un río y allí vi los gatos navegando en
sus pequeños blancos barcos de papel, miau,
miau, trepé veloz hasta lo más alto de La Torre
de Televisión y, de pronto, resbalé y caí desde
los 368 metros de altura; al caer, ni para qué te
cuento cómo quedé, mejor dicho, ni quedé; así
fue como perdí mi primera vida, pero, pero no
hay problema, gatos del mundo, uníos, todavía
me quedan seis vidas y eso es todo.
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— Hice un nuevo amigo.
— ¿Real o imaginario?
— Imaginario.
De la película ‘Donnie Darko’
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SEGUNDA, TERCERA
Y CUARTA VIDA
GATO
ENAMORADO
‘¿Qué mayor regalo que el amor de un gato?’
Joseph Addison
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pero sigo siendo yo, Nirín, primo del Gato Felix
y hermano mayor de Chapatín con Cola, el gato
que baila con la cola, miau. Todavía cambio de
colores con el clima, soy un trotamundos, tengo
siete patas (tres invisibles y cuatro visibles), siete
colas (una visible, seis invisibles) y todavía quie-
ro una vida (la número cinco) para escribir tra-
balenguas y canciones. Hola, hola, hola, /la cola
de la gata Manola /tiene cara de caracola, /cola,
cola, cola, /la cara de la gata Manola /parece la
cola de una amapola, /pola, pola, pola, /a mover
la cola, /como una cacerola, fiiuuuumm).
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Hoy estoy de color azul cielo. Gateo por la acera
de East Side Gallery (algo como Galería del Lado
Este) y estoy viendo una parte del Muro de Ber-
lín que ahora es un museo; se ubica en Mühlen
Straße (algo como Calle de los Molinos); allí en-
cuentras una gama innumerable de graffitis y
pinturas sobre la guerra, el muro, el hombre, la
historia, la vida, el arte y el amor.
Tengo puestas unas gafas mágicas y veo lo que
otros gatos no ven comúnmente. Las gafas me
las obsequia Der Katzendoktor (algo como El
Médico Cat) cuando salgo de la clínica para ga-
tos. Con las gafas mágicas se puede ver lo que
hay dentro de las cosas; por ejemplo:
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Gateo por la acera y observo el muro de Berlín.
Gatos de todos los países, al igual que yo, se to-
man fotos en la galería de arte, flash, flash.
De pronto, fiiuuuumm, las gafas mágicas me
transportan a otra época del muro, mucho antes
de 1989, alto, alto ahí, allí hay una gata vestida
de militar, en el muro. Está muy triste. La miro.
En sus pupilas tiene la luna,
junto a su boquita tiene un lunar,
en sus pupilas veo la mar.
Ella me mira. Me le acerco. Lento. Suave. Gateo
mientras brilla mi pelaje azul. Le hablo.
—Hola, ¿cómo te llamas? —le pregunto a la
gatita, en alemán (Hi, wie heißt du?).
—Hola, me llamo Tita —dice la gatita, en alemán
(Hi! Ich heiße Tita).
—¿Hablas español? —le pregunto (Sprichst du
Spanisch?).
—Hablo cuatro idiomas —dice Tita la gatita—:
alemán, inglés, francés y gatoñol.
(Lo dice en alemán, pero en adelante hablamos
gatoñol).
—Tita, ¿por qué estás triste? —le pregunto.
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—Porque el muro divide el mundo—dice Tita la
gatita; se sonroja.
—!Oh, no puede ser! —exclamo; me azulo más.
Luego, le digo a la gatita que si quiere ir a comer
helado (yo invito). Ella acepta. Gateamos por el
muro. Vamos a una tienda felina, compramos
dos helados y gateamos hacia un parque para
dialogar.
Es otoño. En el parque —como en muchos par-
ques de Berlín— hay un lago. Los gatos pasan
tristes, muy tristes. Recordemos que las gafas
mágicas nos han llevado a una fecha anterior al
año 1989: es la guerra fría y la tristeza recorre la
ciudad, como una música callada.
—Tita —le pregunto en el parque— ¿cuántos
años tienes?
—Tengo seis años —repone la gatita; en seguida
pregunta mi nombre.
—Me llamo Nirín.
Y cuando me veo en el espejo de sus ojos, me
veo convertido en un gato soldado, con fusil,
con botas: un gato militar. Claro, las gafas mági-
cas nos han llevado a la guerra fría, y mira, ahora
soy un gato militar, mira:
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Nirín se fue a la guerra.
Qué dolor, qué dolor, qué pena.
Nirín se fue a la guerra.
No sé si volverá.
Do, Re, Mi. / Do, Re, Fa.
¿Nirín se enamorará?
Alto, alto ahí. Tita la gatita se sonríe. La miro con
mis gafas mágicas y, en sus ojos, veo el mar y, en
el mar, un barco de papel color azul cielo.
—Tita, estás bien bonita —susurro.
—Gracias —repone.
Con una uña de mi pata izquierda delantera,
toco su rostro. En su boca de gatita dibujo una
boca imaginaria que vuela —imaginaria— hasta
mi boca, para darme un beso imaginario.
—Alto, alto ahí —dice Tita la gatita, leyéndome
la mente—, Nirín, no me des besos imaginarios,
porque me enamoras fantásticamente.
Me sonrojo; nos quedamos en silencio, bajo las
hojas de los árboles.
Con las gafas mágicas, veo que las hojas de los
árboles son mariposas amarillas revoloteando
en torno a ella.
—¿Qué hacías en el muro? —escudriño.
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—Mi trabajo en el muro consiste en no dejar
que los gatos del este pasen al oeste y viceversa.
—¿Y por qué los gatos construyeron el muro de
Berlín?
—Porque dos leones están en guerra. El león del
este contra el del oeste.
Tita saca una manzana del bolsillo secreto que
tienen las gatas militares y me pregunta si quie-
ro comer. Asiento con la cabeza, le doy un mor-
disco a la manzana.
—Nirín, ¿cuál es tu fruta preferida?
—La mandarina. !Ya sabes, quiero aprender a
hablar mandarín!
En ese instante, las hojas amarillas de los árbo-
les (ya hechas mariposas) empiezan a cantar:
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Al terminar su canción, las mariposas amarillas
vuelven a sus árboles y se empiezan a mecer.
Tita me mira y no me dice nada. Sus ojos están
tristes. Da un suspiro.
Me pregunta qué hora es.
Le digo:
—Falta un cuarto para los dos —suspiro, sonrío.
—Nirín —me dice Tita— deja de jugar, eres un
soldado, mírate; y los militares no cantan, no
bailan, no sonríen.
—Tita, en mi país los militares sí cantan —le
digo, y le canto una canción que me enseñó mi
tatarabuelo, cuando era un gato pequeniño:
Tita sonríe.
Y mientras sonríe, canto:
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En la batalla del enfriamiento
se hace sentir, la fuerza de los elefantes.
!Elefantes, a la batalla!
Con una pata, con la otra.
Con las cuatro patas.
Con el moco, con la cola.
Etcétera. Etcétera.
De hecho, danzamos las canciones. Le canto la
misma canción, pero cambiando de animal: con
el cocodrilo que come coco, con el hipopótamo
que tiene hipo, con la iguana que tiene ruana,
con la gallina que se engomina, con el pato que
va al teatro, con la ballena de la barriga llena y
con el delfín que baila sin fin.
Alto, alto ahí. Tita deja de reírse, mira su reloj y
me mira, triste.
Entonces, con un hilo de voz, le digo:
—Tita, ¿por qué estás tan triste?
—Nirín —exclama Tita, suavecito—, ¿cuántas vi-
das te quedan?
—Me quedan seis vidas.
—¡Seis! —exclama.
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—Sí. Mira, tenía siete vidas y, ayer, cuando era
tartamudo, perdí la primera vida. Pero dime, ga-
tita, no me has dicho: ¿por qué estás triste?
—Porque sólo me queda una vida —balbucea, y
empieza a llorar: aulla, gime, lloriquea—. Mira,
mi familia vive al otro lado del muro y no la
puedo ver. Mira, perdí tres de mis vidas en la
primera guerra de los gatos, perdí otras tres en
la segunda guerra de los gatos; solo me queda
una vida y la estoy perdiendo en esta guerra del
muro de Berlín, por eso estoy triste.
—¡Lo siento! —maúllo, y le pregunto:
—¿Por qué más estás triste?
—Porque me gustas, Nirín, me gustan tus gafas
mágicas, tus canciones, tu forma de bailar, tu
sonrisa, tu mirar, tus bigotes; eres el gato más
lindo del mundo.
—¿Y por eso estás triste?
—Sí, porque quiero ser tu novia, pero ya me
debo ir.
Me lame en la mejilla.
Ahora me lame en la boca.
Suspira.
—Nirín, me quedan pocos minutos de vida.
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—Tita, no te preocupes, a mí me quedan seis
vidas. Te regalo tres de mis vidas. De este modo,
juntos quedamos con tres vidas.
En ese momento, Tita me quita las gafas mági-
cas (las guarda en mi bolsillo secreto, el que tie-
ne todo gato en la cintura, miau) y, ya sin gafas,
volvemos al presente.
—Tita, guarda bien estas tres vidas y sé feliz —le
digo, dándole mis vidas.
Ella me da las gracias y me dice que se tiene que
ir, a cuidar el muro.
—Ya no hay muro —le aclaro—, mis gafas mági-
cas nos han llevado al año 2018. Hemos viajado
en el tiempo, ya no hay guerra.
Así que ella quiere buscar a su familia, porque
hace seis vidas se separaron. Ahora quiere pa-
sar sus últimas tres vidas recuperando el tiempo
que perdió en las seis vidas de guerra.
Entonces la dejo, la dejo ir. Y se va.
!Ojalá no se pierda en el tiempo...¡
Y así es como pierdo tres de mis vidas. ¡Miau!
25
‘La imaginación: mi casa favorita’
Nirín
26
¡BONUS!
VISITA
A LA
CASA
DE LOS
HERMANOS
GRIMM
A CARLOS ALBERTO, MI HERMANO MENOR
27
un correo que está allí. Envío el abriguito a mi
primo Agustín; remite: Nirín el gato; la posdata
dice así: con cariño, mi Agustín.
Del correo —por las calles, por los puentes de
Berlín, en tranvía y en el metro— voy a un lago
de colores, todo lleno de hojas rojas y de rosas
de alhelí.
Junto al lago hay un hongo y se llama Miguelito,
pero no es mi amiguito.
Junto al hongo hay un árbol que se llama Colibrí.
Ese árbol sí es mi amigo: es mi amigo porque sí.
Colibrí tiene tres mil años; no le gusta dormir;
tiene ramas color de acero y le gusta bailar bole-
ro, lero, lero, lero, le gusta bailar bolero.
—Amiguito Colibrí —canto y canto, como un
gato muy feliz—, ¿sabes tú, dónde queda la casa
de los Hermanos Grimm?
—Niño Gato —canta el Árbol—, la casita está en
el lago: mírala, está ahí.
—No la veo, Señor Árbol, no la veo por ahí.
—Ponte las gafas mágicas, Nirín. Mira, es una
casa invisible: en el aire está, sí. ¡Yo no la puedo
ver, pero sé que existe!
Me pongo las gafas mágicas… estas fallan y mi
visión se duplica; allí donde hay un árbol, veo
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dos; pasa rauda una paloma y veo dos; pasa un
ciempiés y veo doscientos, algo así.
Colibrí, mi amigo árbol, me habla y las palabras
se duplican.
—Nirín, Nirín, ¿ves, ves, la, la, Casa, Casa,
Grimm, Grimm?
¡Uf! Estoy como loco. Mis gafas mágicas están
fallando. Mi visión se triplica. No veo dos árbo-
les o dos palomas, sino tres. Además, el mundo
se pone al revés: mi amigo árbol tiene las raíces
en el cielo y el cielo está a sus pies; las palomas
no vuelan, sino tierran; y los peces del lago no
nadan sino cielan, miau.
Limpio mis gafas mágicas con el pañuelito,
me las pongo y, otra vez, el mundo queda al
derecho, todo. A mi amigo Colibrí, le digo:
—Señor Árbol, con las gafas mágicas, ya veo la
Casa Grimm, es una casa invisible y está al revés;
tiene el piso en el techo; la chimenea está en el
piso y lanza humo hacia abajo, una y otra vez.
—Yo no la veo —respira Colibrí—; no tengo ga-
fas mágicas, pero lo sé. Mira, en realidad no soy
un árbol. Yo era un gatito, príncipe de Berlín.
Érase una vez. Malena, la bruja, me hechizó y
quedé convertido en árbol, hace tres mil años.
Malena es una bruja, diferente a las demás, con
cabellera dorada y ojitos de cristal.
29
—¿Y cómo te puedes desembrujar?
—¡Fácil! Mi desembrujo está en la Casa Grimm.
—Si me dices cómo, yo te desembrujo, Colibrí.
—Mira Nirín, dentro del piano de la casa hay un
cofre de oro. Si abres ese cofre, sale un hada y
te concede dos deseos. Primer deseo: pides que
termine mi embrujo. Segundo deseo: es para ti,
pides lo que quieras. Pero cuidado, un cocodrilo
cuida el cofre; debes deshacerte de él.
—Amigo Colibrí, tu historia me embruja, pero
dime: ¿cómo llego al centro del lago, a la Casa
Grimm? No sé nadar.
—Mira, Nirín, vas a la orilla del lago, dices las
palabras mágicas y llega la tortuga Beatriz. Ella
te llevará en su caparazón hasta la Casa Grimm.
—¿Cuáles son las palabras mágicas?
—Plis, plas, plis / sal del lago, / sal de ahí / tortu-
guita saltatriz, / en tu caparazón dura, / llévame
a la Casa Grimm.
Voy a la orilla y sigo las instrucciones de Colibrí.
Digo las palabras mágicas: tortuguita saltatriz,
bla, bla, bla…
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31
Beatriz emerge del agua. Es lenta. Trepo en su
caparazón. Después de cien horas, recorremos
mil metros, hasta la Casa Grimm. Le doy una
moneda de oro como recompensa. Beatriz re-
cibe la moneda —es tan leennttaaa—. Brota del
agua el sapo Rito (diminutivo de Alvarito) y, fu-
gaz, le roba la moneda de oro a Beatriz; la patea
en la nariz, plis, plas, plis, Rito está feliz.
—Es mi última moneda de oro —la reprendo—,
Tortuga Saltatriz, eso te pasa por ser tan mensa.
Beatriz gimotea; lenta, se lamenta. Sus lágrimas
tardan mucho en llegar a su nariz.
*****
Toc, toc, golpeo en la puerta de la Casa Grimm y
nada suena, porque es una casa al revés. Entro
por la chimenea; quedo patas arriba y con los
bigotes en los pies.
La casa es así:
Los bombillos están en el piso, no en el techo.
Las alfombras en el techo, no el piso.
Camino por la sala y voy a la ventana. Miro hacia
afuera y veo lo de adentro: estantes, un piano,
cuadros, baúles, etcétera. Salgo por la ventana
y, cuando miro hacia adentro, veo lo de afuera:
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las nubes, el lago, los árboles, etcétera.
Vuelvo y entro a la casa; ¿salgo o entro?
Junto a la ventana, hay una puerta.
Camino —patas arriba— y abro la puerta para
salir de la casa, pero como está al revés, no sal-
go sino entro. Fiiuummmmm. Me paro al revés
y quedo al derecho. Me paro en dos patas y voy
al espejo: no veo mi cara sino mi espalda.
¡Vaya casa, construida por los Grimm!
Plis, plas, plis, recorro la casa. Voy al baño y el re-
trete está en el techo. Paso a la sala para tomar
una ducha, abro el grifo y el agua no sale del
techo, sino del piso. Voy a una habitación: las
camas y las mesitas de noche están en el techo.
Las cortinas están por fuera de la casa. Todo está
al revés y yo estoy al derecho.
El reloj marca las cinco, marca las cuatro, marca
al revés.
Para llamar por teléfono, saludas diciendo adiós.
En esta casa solo puedes ver las estrellas y la
luna cuando es de día.
En esta casa, uno duerme despierto.
En las paredes hay retratos de los Hermanos
Grimm y de algunos gatos; uno de ellos se
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parece a Chapatín.
Voy a la cocina: de la estufa no sale fuego sino
hielo. Abro la nevera y veo un trozo de queso
comiéndose a un ratón. La nevera está caliente.
Abro una llave y el agua no cae, sube, seca. Prue-
bo la sal y es dulce. Alto ahí, prendo una luz y la
casa se obscurece.
Apago la luz y se aclara la casa.
Abro la ventana de la cocina y está lloviendo:
las gotas de lluvia suben a las nubes. Uno, dos y
tres, cierro la ventana y se abre. Entonces grito,
pero como es al revés, mi grito se calla.
Entonces danzo y me quedo quietecito, estatua,
estatua, al quedarme quieto, empiezo a bailar,
fiiuummm, me meneo y me meneo.
Voy a la biblioteca; los libros están abiertos; las
historias empiezan por el final y el final nunca
termina.
Con mis patas traseras (o sea, con las delan-
teras) abro un libro al azar; leo allí palabras y
frases que dicen lo mismo si las lees al derecho
y al revés, mira:
Nirín
aérea
aboba
reconocer
34
ama
oso
ojo
ala
salas
seres
somos
orejero
erigiré
nadan
aviva
arañará
35
***Seguro, eso, eso no; yo no lo sé; el león
ama locas leonas, es león, él, así, poco. ¿Le
dará como loco? Perro, corre, calla, ama. Eli-
sa, Noel, ¿es esa mota, se desata? No sé. El
león odia con ira; más ira. Dirá Isa, Ema, Mar-
ta, Noel: ¿o no le mata o le mata? Átamelo,
átamelo. No, leona, trámame así. ¡Árida risa!
¿Marino caído? No, él lee. Sonata: se desató
más ese león. Así le ama allá. ¿Cerró? Corre
poco, lomo cara de loco, písale. No, él se sanó,
él sacó la mano. ¿Él lee solo, no? Yo no sé. ¿O
sé? ¿O ruges?***
Título: LEÓN NOÉL
36
El piano está en la sala, con las patas en el techo.
Sus teclas no dan música, sino silencio. Junto al
piano, está el cocodrilo; cuida el cofre de oro
que está dentro del piano.
Hablo con el cocodrilo.
—Cocodrilo Señor, tardes buenas.
—Tardes gatito buenas.
—¿Te cómo llamas?
—Mi es nombre Drilococo.
37
—¿Cuántos tienes años?
—Tengo años cuatro y treinta.
Me hago amigo de Drilococo; como tiene treinta
y cuatro años, no es adulto, es niño. Le cuento
una historia y se duerme. Voy al piano, subo la
tapa (se baja, se sube), saco el cofre; del cofre
sale el hada y le pido dos deseos.
Primer deseo. Hada mágica, desembruja a mi
amigo Colibrí: que deje de ser un árbol y vuelva
a ser un príncipe feliz; flash, deseo concedido.
Segundo deseo. Hada mágica, te pido que el
sapo Rito le devuelva la moneda de oro a la Tor-
tuga Beatriz; flash, deseo concedido.
¡Plis, plas, plis, el cuento se acerca al fin!
Alto, alto ahí.
Como es una casa al revés, Drilococo no duerme
sino despierta.
Y cuando despierta, puff, me ataca y me devora:
muero. Pero como es una casa al revés, no mue-
ro de verdad sino de la risa, es decir, quedo vivo.
Y en esta historia no pierdo vida. ¡Bonus!
Toc, toc, toco la puerta para salir.
Patas arriba, salgo por la chimenea, como Pedro
por mi casa, alto ahí, estoy patas abajo, fuera de
38
la Casa Grimm: el mundo está al derecho.
En el lago, me espera Beatriz (tiene la mone-
da de oro); me subo en su caparazón y llego a
la orilla del lago. ¿Dónde estará Colibrí? ¡Abra,
abracadabra, mi amigo árbol está allí: ahora es
un gato, príncipe de Berlín!
El gato desembrujador
que logre desembrujar
a un amigo gato embrujado
buen gato desembrujador será.
39
Si un gato hablara,
sería para decir cosas como:
‘oye, no veo ningún problema aquí’.
Roy Blount Jr.
40
QUINTA VIDA
DINOSAURIOS
EN
BERLÍN
‘Los gatos tienen la intención de
enseñarnos que no todo en la
naturaleza tiene un propósito.’
Garrison Keillor
41
Cosa uno. Me quedo dormido con las gafas mági-
cas puestas.
Cosa dos. Me veo atrapado en una burbuja de
jabón
Cosa tres. Tengo la cola al revés.
Cosa cuatro. Tengo el tamaño de un ratón.
Estas son las cosas que le pasan a un gato, tan
aventurero, como yo. Pues bien, me percato de
mi tamaño de ratón, porque al verme en el espe-
jo, tengo el tamaño de un peine de cartón.
42
Intento salir de la burbuja golpeándola con mi
cola al revés, pero ya estoy en la calle, a la altu-
ra de un tercer piso, y pienso que es mejor no
romper la burbuja con mi cola al revés, para no
desplomarme en caída libre y, pump, romperme
el pellejo contra el asfalto, otra vez, como perdí
mi vida la primera vez.
En la calle, desde lo alto de la lenta burbuja que
flota en el aire, veo mi casa, exactamente ubica-
da en Gesellschaftstraße 16, cerca de un laguito
de Berlín, donde queda la casa de Los Hermanos
Grimm. El viento me arrastra y me alejo más.
¡Talarín, talarán, la burbuja empieza a volar,
mientras el gato quiere narrar!
Ahí, en la burbuja de jabón —con la cola al revés,
bigotes finísimos y tamaño de ratón—, dentro
de mi pequeño mundo de cristal, talarín, talarán,
veo las nubes y la ciudad.
De la calle Gesellschaftstraße vuelo unas cuadras
hasta la estación del metro Osloer Straße. Por la
avenida del mismo nombre, la burbuja que me
transporta es arrastrada en el alto viento (alto,
alto ahí) a una velocidad de veinte kilómetros por
hora, más o menos; en tanto, observo la ciudad.
Alto, alto ahí, mi burbuja sobrevuela el Río Pan-
ke de Berlín. Estoy volando, niño lector, abre los
ojos, dobla la nariz y ponme atención, no mires
más mi cola ni mi tamaño de ratón. Más bien
mira conmigo la calle Bernauer Straße; allí hay un
43
museo sobre el muro de Berlín, allí hay un pedazo
de muro y la gente y los gatos caminan felices por
la acera, caminan por ahí, talarín, talarín, toman-
do cerveza y comiendo chucrut.
El ‘chucrut’ (en alemán Sauerkraut) es un acom-
pañante de los platos más comunes de Alemania;
es algo como ‘col fermentada’. A mí no me dio
buena espina en principio, pero una vez le probé
me pareció excelente; aunque tiene un sabor
medio fuerte, tralalín, tralalén, con la carne sabe
súper bien.
—¿Dónde íbamos?
—En la burbuja aérea, Nirín.
—Ah, sí. En breve, mi burbuja de cristal me trans-
porta de Bernauer Straße a Alexanderplatz. Allí
paso muy cerca de la torre de televisión, donde
perdí mi primera vida, ¿recuerdas?
Talarín, talarón —con mis tres vidas y mi tamaño
de ratón— vuelo en mi burbuja de cristal y de
jabón. De Alexanderplatz vuelo hasta el sector de
Potsdam, a la puerta de Branderburgo de Berlín.
Alto ahí.
44
¿Dónde está la puerta de Branderburgo?
La puerta ya no está.
¿La puertica dónde está?
¿Dónde está la bolita?
¿La bolita dónde está?
45
La puerta se ha perdido,
hay que volverla a construir.
Aquel gato constructor
que reconstruya la puerta
será un gran gato reconstructor.
—¡Claro, gatito —me digo, ahí, en la burbuja de
jabón—, la puerta no está, se ha ido, se ha ido
para Moscú, se ha ido para Nueva York, y no la
veo, no la veo, con mis ojitos de león!
¡Mentira, mentira! No es así.
Lo que pasa es lo siguiente: mis gafas mágicas
han viajado de nuevo en el tiempo. Y la puerta de
Branderburgo ya no está y la ciudad ya no está.
Solo hay piedras y piedras en Berlín: escombros
del ayer, talarán, talarán, es mera ruina natural.
Estoy en otra época de Berlín.
Está el río (presente), está la vaca (presente),
están los árboles (presentes), está el gato Nirín
(presente, profesor), están las nubes, están las
piedras, está todo y no hay reloj, talarín, talarón,
hay tiempo, pero no hay reloj.
Parece la era paleolítica: una era apolítica. Allí
veo —todavía en mi burbuja de jabón—, veo una
ardilla paralítica, veo un grupillo de dinosauri-
os, tralalín, tralalón, la paleolítica es una época
46
científica, y veo, veo.
—¿Qué ves?
—Bajo las patotas de los dinosaurios, veo una
hormiga chiquirritica, con mis ojitos de león.
—¿Está la hormiga?
—Presente.
—¿Quién está al lado de la hormiga?
—Que se presente.
—Veo, veo, ¿qué ves?
—Veo, con mis gafas mágicas, junto a la hormiga
chiquirritica, veo un ciempiés.
Y con mi mente de gatito, mientras miro el ciem-
piés, pienso y pienso a la vez:
¿Qué pasa si me pica un ciempiés?
¿Me pica cien veces o me pica una vez?
Pienso y pienso al revés:
¿Qué pasa cuando ves un ciempiés?
¿Lo ves cien veces en una sola vez?
Que venga el elefante filósofo y piense al revés:
¿Cuántas patas tiene el ciempiés?
47
Que lo diga la ciencia. Que lo diga de una vez.
Los ciempiés tienen muchas patas, tienen entre
15 y 171 pares de patas. Las tienen al derecho; no
las tienen al revés.
Talarín, talaran, sigo mirando a todo dar. Y allí veo
un dinosaurio más, gigante: un Tiranorex, ¡parece
un tanque, tiene la cola gigante! ¿Tendrá la cola
al revés?
Tiranorex está corriendo; mira, lo persigue un
DragónRex.
—Veo, veo.
—¿Qué ves?
—Un dragoncito.
—¿Qué dragoncito es?
—Uno que se llama DragónRex; tira bombas por
la cola, al derecho y al revés, tira fuego, mucho
fuego, una y otra, otra y otra vez.
Y allí va el dragón de tierra caliente.
Y cuando se mueve, le brillan los dientes.
Y aquí voy yo, en mi burbuja, pensando que pue-
do comprar una guitarra, pero no en esta época
de Berlín, sino en otra, cuando las gafas me trans-
porten al futuro, porque veo, veo.
48
—¿Qué ves?
—Veo el fuego del dragón enarbolándose hacia
el cielo.
—¿Qué es enarbolar?
—Es similar a subir, es parecido a volar.
Veo, veo. ¿Qué ves? Son meteoritos en el cielo,
bombardean la ciudad, que ahora es campo, no
ciudad.
Caen y caen, pequeñitos meteoritos, como bom-
bas en Berlín, pump pump, pequeñitos.
Ahora, viene un gran meteorote. Viene veloz. Cae
y destruye los dinosaurios, lo destruye todo, todo
queda al revés. ¡Qué gran meteorote: destruye
mi burbuja y muero otra vez!
—¿Lo ves, lo ves?
—Ya no veo nada y este canto se acabó.
Así pierdo mi quinta vida. Pero no hay problema,
gatitos, todavía me quedan dos vidas más y eso
es todo, miau, miau; uno, dos y tres: ¿me sigues
otra vez?
49
El más pequeño felino
es una obra maestra.
Leonardo da Vinci
50
SEXTA VIDA
GATO
GRAMATICO +`
51
izquierda de mi cuerpo, luego me resguardo bajo
un muy pequeño mundito negro y quedo conver-
tido en “i” entre comillas.
Siendo “i” gano una importante batalla contra un
Gato Caballero; las letras me dan su admiración,
así que me engordo un poco y, de ser “i” entre
comillas, paso a ser un signo de admiración entre
comillas: “¡”.
Avanzo veloz al lomo de Rocinante, mi caballo, y
el viento se lleva mi sombrero, me destartala el
cuerpo, me echa a volar y quedo convertido en
una tilde: “´”.
Hecho tilde, vuelo y vuelo y, en una batalla, caigo
al suelo convertido en coma: “,”. Hecho coma, me
compro un sombrerito, redondito y pequeñito, y
quedo convertido en punto y coma: “;”.
Las comas —luego de varios días— suelen perder
sus paticas. Así que pierdo una patica y de ser un
punto y coma entre comillas quedo convertido en
dos puntos, “:”, entre comillas.
Un día, un gato amigo me regala una patica y
vuelvo a ser punto y coma: “;”.
Al final, le regalo el sombrerito a un niño que veo
por ahí y vuelvo a ser una coma entre comillas: “,”.
!Miau! Siendo coma, me llevan al hospital de las
letras por una fiebre.
52
Enfermo mucho y quedo en estado de coma: “,”.
Pasa el tiempo y no me recupero; pierdo mi pa-
tica —porque las comas pierden su patica luego
de varios días— y de ser una coma entre comillas
paso a ser un punto seguido entre comillas: “.”, un
punto que sigue en estado de coma.
Y después de mucho tiempo de estar en estado
de coma —en un hospital de letras de cuyo nom-
bre no quiero acordarme, muero— pierdo una
más de mis siete vidas, desaparecen las comillas
y quedo convertido en un punto final.
53
Cuando me siento deprimido,
todo lo que tengo que hacer
es ver a mis gatos
y mi fuerza vuelve.
Charles Bukowski
54
SÉPTIMA VIDA
GATO
PRISIONERO
6:51 am
Nirín volvió a la guerra.
Do, Re, Mi. /Do, Re, Fa. /No sé si volverá.
6:55 am
—Hoy es mi último día en Berlín y no sé si volveré.
Solo me queda una vida y debo cuidarla, para re-
gresar vivo a Ciudad Eólica y seguir mi vida de
gato, como mascota, en casa de Nino, tomando
leche en las mañanas y llamando por teléfono a
mi Tío Sam.
—¿Y para dónde vas hoy, Nirín?
—Hoy voy para el campo de concentración de
Sachsenhausen: museo de los gatos.
55
56
7:00 am
Es de noche; en otoño el sol sale a las 8:30 de la
mañana. Es lo que no me gusta de Berlín. A las
4:40 de la tarde, más o menos, anochece; el día
es muy corto, no alcanzas a hacer muchas cosas.
8:00 am
Tomo un buen desayuno. Me doy un baño y me
perfumo. Me engomino. Etcétera.
8:20 am
Sale el sol y estoy listo. Agarro la bicicleta y voy a
la calle. Allí pasa un gato amigo; lo saludo rosan-
do las narices. ¿Sabías que los gatos se saludan
rosando las narices? ¡Pues ya lo sabes! Me subo
en la bici y flash, flash, empiezo a pedalear y llego
a la ciclo-ruta, moviendo los huesos a todo dar.
¿Sabías que los gatos tienen 24 huesos más que
los hombres? ¡Ya lo sabes!
9:00 am
—¿Por dónde vas, Nirín?
—En la ciclo-ruta. Semáforo en rojo. Una gata de
pelo amarillo, con dos gatitos de la mano, cruza la
57
calle por la cebra. La cebra con su pijama a rayas:
blancas y negras.
9:04 am
Semáforo en verde. El viento peina mis bigotes.
Pedaleo y pedaleo, fiiuummmm.
Siempre me ha parecido que montar en bicicleta
es similar a volar. Y más cuando vas en una ciudad
de topografía plana, como la de Berlín.
9:50 am
A las afueras de Berlín, por la autopista a Ham-
burgo, sin semáforos, elevo la velocidad. Hay
campos color amarillo y naranja, a ambos lados
de la avenida. Las hojas caen de los árboles como
cartas amarillas.
c
a
e
n
58
10:30 am
Parada en Borgsdorf, una pequeña población en-
tre Berlín y el museo de los gatos. Bebo agua, me
como un sándwich, salto, salto ahí y estiro todo
el cuerpo. ¿Sabías que un gato puede saltar una
altura siete veces superior a la suya? ¿Sabías que
el chocolate es tóxico para los gatos? Bla, bla, bla.
11:00 am
Mi bicicleta pincha y, de pronto, un gatito de la
carretera aparece en mi ayuda. Miau. Los gatos
son los mejores amigos del mundo.
12:00 am
Almuerzo. Espaguetis, ensalada, jugo, postre.
Fiiuuummmmm.
12:30 am
Alto, alto ahí. Llego al campo de concentración
de Sachsenhausen. Llovizna. Amarro mi bici en
el parqueadero de la entrada. Estornudo. Saco la
maleta de la canastilla de la bici y me la cuelgo
(dentro están mis gafas mágicas). Camino a la en-
trada principal del museo. Leo allí: “Entre 1936 y
59
1945 más de 200.000 gatitos estuvieron presos
en este museo de los gatos”.
1:00 pm
Estoy en un pabellón del museo. Miro las fotos,
los documentos y los objetos sobre la segunda
guerra de los gatos.
Hay sillas en la sala, pero no me siento. Después
de unas tres horas en bici: me duele la colita.
2:00 pm
Tomo un vaso de leche en la cafetería, compro
una postal del museo, salgo de los pabellones y
camino hacia el campo de concentración.
Saco las gafas mágicas de la maleta y, en un abrir
y cerrar de ojos, me las pongo.
¡Las gafas mágicas me indican algo: he vuelto
a viajar en el tiempo: año 1942, más o menos!
Empiezo a caminar despacio, como si llevara
un peso. El lugar está lleno de rejas, alambres y
controles de seguridad. ¡Sería imposible escapar!
Veo muchos gatitos con pijama a rayas: blancas y
azules; trabajan forzosamente, los gatitos, miau.
Otros gatitos, vestidos con traje militar —altas
botas de cuero negro, ropa y gorro color caqui—
60
vigilan a los gatitos de pijama, que se ven páli-
dos, cansados; tienen una cadena amarrada a sus
patitas traseras y otra cadena con una esfera de
metal amarrada a la cola.
—Alto, alto ahí —me dice un gatito militar, con un
fusil— ¿por qué no estás trabajando?
—Porque me duele la colita —resoplo.
—¿Y por qué llevas gafas?
—Es para verte mejor —le aclaro.
—¿Y por qué no tienes la cadena de la cola?
En ese momento, me doy cuenta que tengo un
pijama de rayas y una cadena liada a mis patas:
las de atrás, tras, tras.
—Gatito militar, dime una cosa —maúllo.
—¿Qué cosa?
—¿Estoy en una cárcel para gatos?
—Sí, señor. Usted es el preso número 11092001.
—¡No puede ser! ¡Auxilio! Miauuuuu.
El gatito militar me dice que no maúlle. Saca un
silbato. Silba un par de veces. Llegan tres gatitos
militares: traen una cadena con una esfera de
metal y me la amarran en la cola.
—Me duele la colita —maúllo en silencio, no me
61
escuchan—, miau, miau.
A mi gato, a mi gato,
le duele la colita.
Le duele por montar
y viajar en bicicleta.
El médico no le ha dado
Remedio en la boquita.
Miau.
2:13 pm
Gato prisionero.
Lero, lero, lo dejaron prisionero.
2:15 pm
Los tres gatitos militares me conducen a un salón
muy grande, donde hay cientos de gatitos en-
cadenados, cortando piedras sobre yunques de
metal.
—¡Ponte a trabajar! —me ordenan los militares;
rugen y se van.
Así que empiezo a cortar y cortar y cortar piedras
62
—entre cientos de gatitos con pijamas a rayas—
golpeando las piedras contra un yunque, con
martillos de metal.
2:20 pm
¿Sabías que a los gatos nos da pereza trabajar?
Pues pienso algo: si me quito las gafas mágicas,
me puedo fugar, volver al presente, ser una mas-
cota y ya. El campo de concentración huele a feo.
Tengo nervios y miedo. Me duelen la nariz y la
colita. ¿Sabías que las fosas nasales de los gatos
tienen 19 millones de terminaciones nerviosas,
mientras las del hombre solo poseen 5 millones?
¡Pues ya lo sabes! Me dan nervios de solo pensar
en la palabra fugarme.
¡Bah, prefiero jugar!
Aunque, si lo pienso bien, mejor me fugo. Me
quito las gafas mágicas y vuelvo al presente, ta-
larín, talarán, este gato se va a fugar. Alto, alto
ahí. Entre los cientos de gatos prisioneros, veo
algo. ¿Qué ves? Veo lo más hermoso que un gato
pueda ver. Allí está Tita, la gatita militar, ahora
está prisionera y no me voy a fugar. Sé que es ella.
En sus pupilas tiene la luna,
junto a su boquita tiene un lunar,
63
en sus pupilas veo la mar.
2:25 pm
Los gatitos en pijamas,
se entristecen sin llorar.
Piden queso: les dan rejo;
piden pan: les dan sal.
Y trabajan sin cesar.
2:30 pm
Traque, traque. Traque que traque. En el yunque
hay una piedra; en mis manos, el martillo de
metal. Sudo mientras trabajo. Miro a Tita, la gati-
ta del pijama, la gatita militar. ¡Por ella no me he
fugado! ¡Por ella yo daría siete vidas! Pienso y
trabajo. Traque que tra, tra, traque.
2:45 pm
¿Sabías que las gatas, en cada vida, cambian de
nombre?
64
2:50 pm
Me acerco a Tita.
—Hola, gatita, ¿eres Tita?
Ella mueve la cabeza diciendo que no.
—¿Te acuerdas de mí? ¿Recuerdas que nos
conocimos en el muro de Berlín, en mi segunda,
tercera y cuarta vida?
Ella mueve la cabeza diciendo que no.
—¿Eres muda o algo así?
Ella no dice nada. Se acerca a mí (gateando) y me
hace una advertencia:
—No hables. En este lugar está prohibido hablar.
—¿Y entonces por qué me hablas? —le pregunto.
—Cállate —maúlla ella—, si nos sorprenden así,
hablando, nos quitarán todas las siete vidas. Solo
se puede hablar de noche, en las habitaciones,
una vez suene la alarma.
En voz de susurro, le digo:
—¿Cómo te llamas?
—Soy la prisionera número 1984 —dice en voz
baja—. Mejor ve a trabajar.
Así que me alejo. Y vuelvo a las piedras.
65
2:58 pm
Pienso: Tita no me reconoce porque estamos en
el pasado y ella me conoció en el futuro, en el
muro de Berlín, por eso ahora no me recuerda.
2:59 pm
Pienso: el tiempo es relativo.
Pienso: a veces el tiempo tiene memoria.
Pienso: a veces no tiene memoria.
Pienso, luego maúllo.
3:05 pm
Pienso y trabajo. Traque, traque. Traque que tra-
que. En el yunque hay una piedra; en mis manos,
el martillo de metal.
3:59 pm
Pienso y trabajo. Miau. Voy cantando canciones
mentalmente, con la música de las piedras.
66
4:00 pm
Canto: luego existo.
11:00 pm
Suena la alarma. Llegan muchos gatos vestidos
de militares, armados, enojados. Los gatitos pri-
sioneros sueltan sus martillos y se forman en
varias filas indias. Los militares organizan las filas
según el motivo por el que los han arrestado:
Presos por bailar: estrella azul.
Presos por saltar: estrella gris.
Presos por nacer en otro país: estrella roja.
Presos por reírse: estrella naranja.
Presos por maullar: estrella café.
Presos por tomar leche: estrella blanca.
Presos por subirse a los tejados: estrella de oro.
Y más y más estrellas de colores.
¿Sabías que hay más de 33 razas de gatos en el
mundo?
Bueno, acá hay muchas razas de gatos, muchas.
Los gatitos, ahí, temblando de frío, tartamudos,
67
cantan y marchan:
En la, la batalla
del, del enfriamiento
se, se hace sentir
la, la fuerza de los leones.
ga, gatos, a dormir, mir, mir.
11:05 pm
Me incorporo en la fila de los presos por reírse.
Es una fila muy curiosa: allí ningún gato se ríe.
Después me pasan para la fila de los presos por
maullar en gatoñol. Cada fila tiene a su vez dos
filas: una para gatos, otra para gatas.
Me siguen doliendo la nariz y la colita.
A mi gato, a mi gato,
le duele su última vida.
Los gatitos se paran en dos patas. Cada gato pone
su pata delantera encima del hombro del gatito
que está delante de la fila y, así, en filas, cientos
de gatitos, en el museo de los gatos, empezamos
a marchar.
68
—¿Hacia dónde?
—Hacia la soledad.
11:08 pm
Llegan cientos de gatitos en un tren que entra en
el campo del museo de los gatos.
Los gatitos van bajando del tren; en su mayoría,
mujeres. Visten pijama a rayas y tienen la cadena
de la esfera metálica amarrada a la cola.
Veo un grupillo de gatitos de siete u ocho meses
de edad. Están cantando, esa canción que dice:
Viajar en tren,
viajar en tren,
o en un avión,
o en un avión.
¡Marchan, marchan!
La mitad de todos estos gatitos del tren están
muy limpios y son enviados con nosotros. La otra
mitad están sucios y les dicen que los van a bañar,
miau.
69
11:11 pm
Llegamos al salón soledad. Hay cientos y cientos
de camarotes. Gatos en pijama, temblando de
miedo y frío, entran y se acomodan para dormir.
A mí me corresponde dormir, en un mismo ca-
marote, con los prisioneros número 1984, 1523 y
1875. ¡Waoo, camarotes de cuatro pisos!
11:14 pm
Me acomodo en el tercer piso del camarote. En el
segundo piso hay una gatita; le cuenta a su gatito
de brazos la historia de un gato que aprendió a
volar o algo así.
Un gatito del camarote de enfrente me dice que
le gustan mis gafas.
Todos los gatitos tienen ojeras, sueño, les duelen
sus orejas…
Tita, la prisionera número 1984, está en el cuarto
piso del camarote. Se apagan las luces y ella sal-
ta breve hasta mi piso, se esconde conmigo, bajo
una cobija de cartón.
—Mañana me voy a fugar —susurra en mi oído.
—¿Cuántas vidas te quedan? —le pregunto.
—Solo me quedan tres vidas, creo. ¿Quieres fu-
garte conmigo?
70
—Solo me queda una vida —musito.
—Pon atención; mañana, al amanecer, vamos al
salón de trabajo; allí rompemos las cadenas.
—¿Cómo?
—Con los martillos. Una vez sin cadenas, salimos
corriendo y rompemos las rejas.
—¿Cómo?
—Con los martillos. Luego nos damos a la fuga. A
esa hora los gatos militares estarán desayunando
y no notarán el romper de las cadenas en medio
de tanto ruido. Lo haremos después del desayu-
no: raudos, veloces. Acá solo nos dan una comi-
da cada día, nos tratan muy mal. ¡Vamos, gato
número 11092001, a la fuga!
—Entonces, cuando nos fuguemos —maúllo—,
¿a dónde nos iremos? Si afuera hay guerra, ¿no
es mejor estar acá?
—No, ningún gato nació para estar prisionero.
Cuando nos fuguemos, correremos libres por
valles, montañas y campos, luego llegaremos a
un país muy lejano, nos casaremos, tendremos
entre cuatro y seis hijos gatitos y seremos felices.
11:50 pm
¿Sabías que las gatitas pueden tener entre cuatro
y seis gatitos por parto? ¡Ya lo sabes!
71
5:00 am (siguiente día)
Al siguiente día, el plan de fuga fracasa. Tita, la
prisionera número 1984, es subida a un tren. Al
irse, la miro. Al irse, me mira. Dentro de sus ojos
felinos hay una carta que me dice adiós.
¡En ese tren se van todos mis sueños! Y bueno,
pasa el tiempo y me quedo allí, esperando a la
prisionera número 1984, pero nunca regresa. Así
pierdo mi séptima vida (pierdo mi esperanza):
muero digamos que de tristeza, muero de amor,
digamos. Ya no me quedan vidas y eso es todo.
No puedo invitarte a seguir la aventura de mi
siguiente vida, en la siguiente página, ni con otra
canción. Ya no volveré a ver a Chapatín con Cola
ni a llamar por teléfono a mi Tío Sam.
GAME OVER
*****
Alto, alto ahí. Cuando muero, se me caen las ga-
fas mágicas y, zas, vuelvo al año 2018. Veloz, salgo
gateando del museo de los gatos, voy a la entrada
del museo y leo la inscripción de salida:
“Después de 1945, los más de 200.000 gatitos
que estuvieron presos en este museo de los ga-
tos, volvieron a recibir siete vidas, sin perder la
72
libertad nunca jamás y con la esperanza de volver
a un nuevo país”.
73
Allí donde haya un muro,
se puede sembrar una rosa.
Basta dibujar el arcoíris
para acallar un fusil.
Allí, donde había un muro,
se construyó un país.
Eso es todo, niños.
Érase un gato… llamado Nirín.
Talarín, talarín.
Quería otra vida, para reír.
Érase un gato que amaba Berlín.
Un gato sin comienzo.
Un gato sin fin.
74
,
ÍNDICE
PRIMERA VIDA ,
UN GATO EN BERLÍN
GATO ENAMORADO
BONUS
QUINTA VIDA ,
DINOSAURIOS EN BERLÍN
SEXTA VIDA ,
GATO GRAMÁTICO
SÉPTIMA VIDA
GATO PRISIONERO
75
DAVID DONATTI
76
Otros títulos de literatura infantil son: El Quijote infantil
y Niño futbolista.
En 2014 publica la novela Casa de locos (Premio de
Creación Literaria, Alcaldía Local de Bogotá).
Finalista del III Premio Internacional de Poesía Desider-
io Macías Silva (México, 2007) con la miscelánea poética
Rondas para desnudar la noche.
Ganador del XXVII Concurso Universitario Nacional de
Poesía Universidad Externado de Colombia (2014) con
la obra poética: Recital para viento [Libro 1: Una som-
bra blanca]. Finalista del Premio Eros 2015 (Canarias,
España) con el poema Las músicas del cuerpo. Ganador
del Premio de Letras de la Universidad de Sevilla, España
(2016–2017), con la obra poética Recital para viento [Li-
bro 2: Metamorfosis del agua].
Ganador de la “Residencia de creación Berlín Satdt: his-
torias de la gran ciudad”, convocada en 2018 por IDARTES
(Colombia) y el Goethe Institute (Alemania).
En la actualidad escribe su último libro: La Odisea Infantil.
77
David Donatti
© Foto / Cortesía de Mundo Eólico.
78
Libro recomendado
EL MAGO INVISIBLE
79
Libro recomendado
EL QUIJOTE INFANTIL
80
Libro recomendado
NIÑO FUTBOLISTA
81
Libro recomendado
EL PAÍS DE LOS PAYASOS
82
83
La Casa de Los Hermanos Grimm
se terminó de imprimir en los talleres de
Pictograma.
Bogotá D.C., Colombia.
El tiraje fue de 500 ejemplares.