La Hipoětesis de La Biofilia
La Hipoětesis de La Biofilia
La Hipoětesis de La Biofilia
2019
Imagen de la portada: Pirograbado del autor sobre bandeja de zarzamora de Xilitla (San
Luis Potosí) y mesa de ocote de Ocotepec, Morelos.
Este libro ha sido fruto de la extensa investigación colaborativa que durante años el
Dr. J. Miguel Esteban ha seguido junto a algunos miembros de la Maestría en Bioética
de la Universidad de Guadalajara, de la Maestría en Filosofía Contemporánea Aplicada y
del Doctorado en Estudios Interdisciplinares de la Universidad Autónoma de Querétaro,
a la que sumaron finalmente miembros locales del CREEI, Caribbean Research Ethics
Education Initiative, sede UAQ.
ISBN: 978-607-547-758-9
El autor desea expresar la más profunda y diáfana gratitud hacia el Dr. Luis
Tamayo por su fértil prólogo, a Israel Ozuna y Yazmín Tisnado, estudiantes
ya titulados de la Maestría en Filosofía Contemporánea Aplicada de la UAQ, a
Yunuén Hernández, estudiante y tesista del mismo posgrado y, como siempre,
a mi esposa y compañera Zaira Rascón. A todos agradezco su importante
ayuda editorial, su irremovible apoyo emocional y, sobre todo, su generosidad,
una virtud amenazada de extinción en tiempos tan ingratos.
Índice
Prólogo............................................................................................................. 13
Luis Tamayo Pérez
11
Capítulo 2. Tramos biosemióticos en la evolución de la biofilia.................... 99
Teriofilia...................................................................................................... 99
Deconstruir una semiosis exclusivamente antropogénica........................... 101
Saber qué hacer............................................................................................ 109
El mundo circundante de un mamífero........................................................ 112
Breve nota sobre signos y conatus............................................................... 118
Un mar repleto de señales............................................................................ 121
Biosemiosis y bilateralidad.......................................................................... 125
Los orígenes del sonido............................................................................... 129
Mentes primates entre los árboles................................................................ 131
El primate humano....................................................................................... 139
Homo Erectus.............................................................................................. 145
El origen auditivo de la mente animal......................................................... 154
Una fonofilia gestada en el líquido amniótico............................................. 157
12
Teriofilia en los sueños de la conciencia alterada....................................... 227
Pensamiento totémico y significación poética............................................. 244
Herzog y Picasso en la cueva del Minotauro............................................... 255
Teriofilia para la representación bidimensional.......................................... 265
El sonido de la cueva................................................................................... 270
Las constelaciones animales en la bóveda de Lascaux................................ 274
13
Índice de Imágenes
Imagen 1a. Biogénesis del co-habitar............................................................... 45
Imagen 1b. Biodiversidad como catálogo........................................................ 46
Imagen 2. Pirosoma Tunicata........................................................................... 98
Imagen 3. Psicología ecológica (Gibson, 1979). La unidad evolutiva
como mutualidad biosemiótica organismo/ambiente........................................ 102
Imagen 4. Umwelten (mundos circundantes de distintas especies
a partir de las distintas affordances, de un mismo órgano vegetal).................. 107
Imagen 5. La trama biosemiótica de la luz solar entre plantas e insectos...... 108
Imagen 6. Ejemplo de biosemiosis presa-predador......................................... 116
Imagen 7. La luz provee de rutas de nutrición-defensa................................... 117
Imagen 8. Ernest Haeckel (1904), Diatomeas................................................. 127
Imagen 9a. Balam-Xul-Ha............................................................................... 178
Imagen 9b. Jaguar de la selva maya............................................................... 178
Imagen 10a. Bisontes, calendario estacional de Lascau.................................. 208
Imagen 10b. Salmón, calendario estacional en el Abri du Poisson................. 208
Imagen 11. Patrón de cinco categorías de Sauvet y Wlodarczyk (1993)....... 223
Imagen 12. Abrigo de Drakensberg, Sudáfrica.
Pinturas chamánicas bosquimanas del siglo XIX............................................. 230
Imagen 13. Panel de la biodiversidad de Chauvet, Francia............................ 260
Imagen 14. Izquierda. Estalactita de Chauvet, llamada “El hechicero”.
Derecha, Picasso (1936), Dora y el Minotauro.
Fotomontaje del autor en 2014......................................................................... 262
Imagen 15. Lascaux, Francia. Pared de bóvidos y caballos............................. 279
Imagen 16. Constelaciones zodiacales en Lascaux......................................... 280
Imagen 17. Rinoceronte de Durero (1515)...................................................... 308
14
Prólogo
En este libro, que continúa la vía abierta por Paul Shepard y pone en cues-
tión la hipótesis de la biofilia de Edward O. Wilson y Garrett Hardin. El
Dr. José Miguel Esteban –un lúcido profesor formado en España e Inglaterra
y actualmente catedrático de la Universidad Autónoma de Querétaro– nos
invita a pensar acerca de lo que está ocurriendo en nuestros días con aquellos
que comparten el mundo con nosotros y de los cuales nos encanta diferen- 15
ciarnos: los animales.
La hipótesis de la biofilia, como indica el Dr. Esteban (2019: 10),
consiste en sostener –tal y como lo hace E. O. Wilson (1984)–, que la huma-
nidad tiene “una disposición genética” a afiliarse “con la naturaleza y los
seres vivos”, tesis que no se opone a la de Richard Dawkins1 y es ampliada
por Hardin (1968) cuando sostiene que, para detener la crisis ecológica
actualmente en curso, no podemos sino aplicar el principio darwiniano de
la supervivencia del más apto, es decir, debemos aceptar que, al final, el
egoísmo humano prevalecerá y que, en el momento en el cual el mercado
se haya apropiado de todos los bienes de la naturaleza, el egoísmo humano
mismo detendrá la extinción con el objeto de que no se vean mermados sus
intereses. Para Hardin, el libre mercado debe penetrar la totalidad de las
1
Me refiero a la tesis del Gen egoísta de Richard Dawkins (2000) según la cual: “Somos
máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas para preservar las
egoístas moléculas conocidas como genes” (prólogo a edición de 1976).
prácticas humanas y bienes de la tierra para que, de tal manera, los egoístas
humanos se conviertan en los protectores de la naturaleza, al cuidar de sus
bienes. Una tesis que, aunque plausible, considero incorrecta simplemente
porque Wilson y Hardin, desde mi lectura, no conocen con precisión la natura-
leza del libre mercado actual.
En un estudio previo (Aprender a Decrecer, Paradiso, 2010) me permití
afirmar que la conducta humana, desde el neolítico –es decir, cuando des-
cubrió la agricultura– solo podría calificarse como abusiva respecto a las
demás especies de la tierra. Wes Jackson, el fundador del Land Institute de
Kansas, llamó al mismo periodo como “la caída” pues inició nuestra irrepa-
rable separación de la naturaleza2, un periodo en el que, según indicó William
Catton (2010: 51), gracias a la innovación técnica que representó la agricul-
tura, ocurrió la primera explosión demográfica de la especie humana.
Tal conducta abusiva no dejó de lastimar a la humanidad misma. Hei-
degger (1983) no se equivocaba, el hombre es In-der-Welt-sein (Ser en el
mundo) y por formar parte de las especies de la tierra, al dañar a otras termina
dañándose a sí. El principio abusivo de la agricultura anteriormente citado, y
que no puede ser calificado sino como avaricia, cobra muy caro sus efectos.
Desgraciadamente, tal conducta abusiva se ha escalado en el último siglo y
alcanzó otro y peor nivel cuando comenzaron a gobernar la tierra las corpora-
ciones.
Tal y como nos informa Joel Bakan (2007), las corporaciones aparecieron
a principios del siglo XX cuando los USA las reconocieron como “legal person”
y por ende admitieron su capacidad para contratar, entablar juicios, adquirir
bienes, interponer demandas e incluso quebrar… aunque sin poder ir nunca
a la cárcel. Las corporaciones, o como las llamamos en México, las “socie-
dades anónimas”, permiten realizar obras y acciones muy arriesgadas y que,
por ende, pueden generar numerosas “externalidades”, sin que sus inversores
2
Citado por Benyus (2012: 79).
16 LUIS TAMAYO
tengan el menor temor a ser responsabilizados por ello. Tales corporaciones,
además, tal y como demostraron Vitali, Glattfelder y Battiston (2011), se han
apoderado del mundo y han acaparado el capital de una manera nunca antes
vista en la historia humana: en nuestros días solo 147 grandes corporaciones
son dueñas de 40% del PIB mundial… y solo 700 lo son del 80% del mismo.
Y ese nuevo y poderoso protagonista de la vida en la tierra, dado que no es
biológico ni forma parte de los ecosistemas naturales, es incapaz de empatizar
con la vida. Esa nueva y dominante entidad denominada “corporación” es una
especie de Alien respecto a los demás seres vivos. Como el protagonista de
la película de Ridley Scott (USA, 1979), el Alien corporativo tiene el único
objetivo de autopreservarse, es decir, de reproducirse con el objeto de con-
seguir para sus inversionistas el retorno, pronto e incrementado al máximo, del
capital invertido. No le importan en absoluto los demás integrantes del sistema
–ecosistema– porque, simple y llanamente, no le debe nada ni forma parte
del mismo. Esa legal person es un verdadero Alien voraz y depredador. Y
como en el libre mercado moderno dominan tales entidades, las tesis ecosis-
témicas de Wilson y Hardin se revelan incorrectas.
Permítanme ser claro: yo no sostengo que los principios en los que se
fundamenta la tesis de Hardin o Wilson sean incorrectos. Es cierto que la huma-
nidad es profundamente egoísta y no puede pedírsele que haga algo contrario a
sus intereses. También considero plausible que la ética de conservación podría
ser activada para que los humanos más aptos y dueños de los bienes de la tierra
pudiesen proteger sus bienes, motivados por sus propios intereses egoístas.
El gran problema de las tesis neodarwinianas de Wilson y Hardin es
que no parecen darse cuenta de que no es lo mismo la especie humana y las
corporaciones, no se percatan de que el Alien corporativo no proviene de la
naturaleza.
Joel Bakan y Naomi Klein, al contrario, lo describen con una claridad
abrumadora: el Alien corporativo es una entidad sin alma –un psicópata la
PRÓLOGO 17
denomina Bakan3– que no establece equilibrio con el ecosistema en el cual
se inserta porque simplemente no forma parte del mismo. El libre mercado
corporativizado actual nunca se va a estabilizar como pretenden Wilson o
Hardin. Muy al contrario, el Alien corporativo, si se lo permitimos, acabará
con la vida tal y como la conocemos. Es más, ya lo está haciendo: basta leer
los últimos informes acerca de la imparable, y actualmente en curso, Sexta
extinción masiva de las especies.
En este texto, el lector también encontrará, además, numerosas hipó-
tesis asociadas a la referida anteriormente: la hipótesis de la higiene, la de la
epidemia del narcisismo digital o la de la extinción de la biofilia, las cuales
son analizadas rigurosamente. También encontrará reseñado el otro costado
de la cuestión de la biofilia: el curioso interés y agrado por la vida animal,
ese que dio lugar a la existencia de circos y zoológicos, desde los modernos
hasta aquellos, en ocasiones muy antiguos como el que estaba en el palacio
de Moctezuma o, nos indica el Dr. Esteban, los del Papa León X o el del
Duque de Berry (Esteban, 2019: 251ss). Al respecto no sobra recordar que el
Partido Verde Ecologista Mexicano, con quizás buenas intenciones aunque
pésimas acciones, recientemente convirtió a muchos de los animales enjau-
lados en zoológicos y circos de México en animales muertos –pues el 80%
de los animales “rescatados” por su iniciativa fueron a dar a la tumba a causa
de la insuficiencia de lugares de acogida. Era una pura y simple mentira que
los diputados “verdes” contasen con “12 mil lugares” para el resguardo de las
especies rescatadas… y las nefastas consecuencias no se dejaron esperar.4
3
Cuestión que difundió Michael Moore en su documental The corporation (Achbar/Abbott,
USA, 2004).
4
En diciembre de 2014 y a iniciativa del Partido Verde Ecologista Mexicano (PVEM), las
cámaras de diputados y senadores de nuestro país aprobaron una Ley que prohibía a los
circos exhibir especies silvestres en sus espectáculos. En aquel entonces los diputados del
PVEM afirmaron que contaban con “12,000 lugares de acogida” donde los animales resca-
tados podrían tener condiciones adecuadas para pasar el resto de sus vidas. En consecuencia,
los circos callejeros, a partir del 2015, comenzaron a deshacerse e incluso a malvender sus
ejemplares. Tal iniciativa al principio fue bien recibida por innumerables ambientalistas
18 LUIS TAMAYO
Sin embargo, la hipótesis de la biofilia, como indica el Dr. Esteban,
“no es equivalente a la tendencia al apapacho de crías de mamíferos como
pandas, pollitos de cría o perritos o gatos domésticos” […] “La biofilia es
una tendencia evolutiva que integra la atracción por un mundo de signos de
origen ecológico, un mundo semiótico multicéntrico, donde el reparto de
protagonistas no siempre procede de la excepcionalidad de nuestra mente”
(2019: 10). Y más adelante afirma: “Cuando la ontogenia queda englobada en
el crecimiento económico del sujeto, entendido como un desarrollo atento solo
a directrices económicas (como un desarrollo que ignora los límites ecológicos
de las economías humanas) éste genera hipertrofias, atrofias y otras patologías
del desarrollo, como las fantasías infantiles de omnipotencia, tan propias de
esa imagen ideal de la civilización como una progresión ascendente hacia la
movilización tecnológica de todas las fuerzas productivas de la naturaleza.
(Esteban, 2019: 19). Y, más adelante, precisa la idea: “Para los antiguos caza-
dores, los animales cazados son dones, los animales se ofrecen, se dejan cazar.
Son fruto de la confianza, no de la dominación. Sus cuerpos son dones de
la naturaleza, no símbolos de superioridad o trofeos […] Esa empatía primi-
tiva parecía encarnar una biofilia profunda, reverencial con la generosidad
animal, recibida con gratitud. Empatía biofílica que terminó a la llegada del
sedentarismo agrícola: “el sedentarismo y la domesticación de la naturaleza
habrían dado origen a las fantasías de omnipotencia absolutamente contrarias
mexicanos a pesar de su rechazo histórico al PVEM pues es bien sabido que, por ejemplo,
depositar un papagayo amazónico vivo en una Pet shop de California o Cuernavaca implica
la muerte de otros 19 que no soportaron las condiciones de la captura, el traslado y demás.
Detener la práctica de la captura de especies promovida por los circos callejeros, en conse-
cuencia, parecía una buena medida. Desgraciadamente lo afirmado por el PVEM era una
simple mentira. El 27 de julio del 2016, Francisco Mejía publicó un reporte donde probaba,
basado en datos de la SEMARNAT, que el 80% de los animales “rescatados” habían fallecido
a causa de haber encontrado condiciones peores a las que tenían anteriormente. Era una pura
y simple mentira del PVEM que se contase con lugares suficientes de acogida. No por nada el
PVEM mexicano fue expulsado de la asociación mundial de partidos ambientalistas (https://
www.milenio.com/estados/murio-80-de-los-animales-de-circo).
PRÓLOGO 19
a las tendencias biofílicas de los pueblos nómadas de cazadores-recolectores”
(Esteban, 2019: 245-246).
No sobra recordar la existencia de una concepción del mundo que no
podemos calificar sino como “biofílica”: la que algunos pueblos orientales
profesan bajo la forma del respeto a todos los seres vivos –porque podrían
tratarse de sus ancestros– o simplemente por el respeto profundo a la vida
toda. Para un budista los animales que en Occidente llamamos “salvajes” son
pruebas fehacientes del alcance de la iluminación: el satori. Y tales seres no
requieren de monasterios, ni de prácticas meditativas para lograrlo. Tampoco
requieren resolver los cientos de koans que Suzuki (1964) indica exigen
algunas escuelas zen. El guepardo, cual espadachín zen, se juega la vida en
cada lance, de la misma manera que el impala que persigue. De la misma
manera actúa el samurai o el arquero zen, es decir, actúa “sin mente” (Herrigel,
1981). Y en cada lance es su vida la que se encuentra en riesgo.
No concluyo sin antes recordar que perder a nuestros hermanos salvajes es
irreparable. Y el ritmo al cual el fenómeno ocurre en nuestros días es inconce-
bible. El 6 de mayo del 2019, la UNESCO indicó que ya había iniciado la Sexta
extinción masiva de las especies de la tierra. Las responsables del fenómeno
son las grandes corporaciones agrícolas, ganaderas, mineras e industriales,
esas que sostienen nuestro imparable crecimiento poblacional e incapacidad
para autolimitarnos.
Conservar la belleza del mundo, tal como este libro del Dr. Esteban nos
lo recuerda, está ahora en nuestras manos. Sinceramente espero, por el bien de
las generaciones venideras, que no dejemos pasar esta, quizás, nuestra última
oportunidad.
20 LUIS TAMAYO
Bibliografía
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Benyus, Janine (2012), Biomímesis, Madrid: Tusquets.
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Wilson, Edward O. (1984), Biophilia, Cambridge: Harvard University Press.
PRÓLOGO 21
Los animales salvajes son buenos para comer,
pero también para pensar.
Claude Lévi-Strauss
Introducción
26 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
veíamos día a día la extinción de la experiencia ecológicamente situada, reem-
plazada por una experiencia digital que todo el mundo, incluso los antiguos
verdes, aplaudía con fervor. Nada más verde que el dólar, nada más frágil que
nuestra memoria ecológica, y nada más consolador que la recuperación del
osito panda en la nueva China convertida por fin al capialismo digital y a la
democracia de mercado. Y sin embargo las cifras de la lista roja de la IUCN
crecían año tras año. Recupero las últimas frases del libro y la cita de Paul
Shepard sobre los zoológicos a las que inmediatamente antecede:
Los zoológicos, las mascotas y los animales domésticos nos regalan satis-
facciones personales por obra de la miseria ecológica de nuestras vidas. La
incómoda verdad es que son en realidad perversiones patológicas. Los docu-
mentales de animales, las mascotas, los zoos y los juguetes son groseros subs-
titutos para satisfacer una necesidad innata. Al poseerlos, dejamos de preo-
cuparnos por la supervivencia de los animales salvajes. Así dejamos que las
formas salvajes de vida se vayan deslizando hacia la extinción de puntillas,
sin hacer apenas ruido (Shepard, 1973).
28 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Experiencia y empatía con la vida animal
¿Quién no ha intuido al contemplar animales cautivos los orígenes de nuestras
modernas neurosis? Viendo felinos, osos o lobos aprisionados, repitiendo una
y otra vez, siempre idéntica e incesante, la misma sucesión de movimientos
estereotipados, sabemos que no deberían permanecer cautivos en la jaula,
sino regresar al lugar al que siempre han pertenecido. Hay veces que incluso
llegamos a sentir involuntariamente en nuestra garganta la tensión de la soga
que rodea el cuello de un primate cautivo y que le impide dar un paso más.
Entonces muchos pensamos en liberarlo.
Mirar con cuidado animales en libertad despierta en nosotros un tipo bien
diferente de empatías. Recién nacidos queremos tocarlos. Algunos se aven-
turan a hacerlo sin pensar en la reacción de la madre. Nos identificamos con
su fiereza para defender a sus crías, pero también con el cuidado con el que
las lava y las alimenta. Nos conmueve ver cómo los cachorros más jóvenes
juegan y aprenden de sus hermanos mayores. Algunos sabemos bucear y
jugar con lobos marinos que celebran curiosos nuestra presencia. Mirar hacia
arriba y ver fragatas suspendidas en el aire o pelícanos deslizándose entre
corrientes de viento que también hemos sentido en nuestra piel, nos aproxima
empáticamente a lo que podríamos sentir si fuéramos capaces de hacerlo como
ellos. Pero el viento no es lo único que, aún anclados al suelo, compartimos
con las aves. Nuestra propia anatomía de animales cuadrúpedos encierra la
clave de nuestra empatía con el vuelo de las aves. Al fin y al cabo, el diseño
de nuestros antebrazos es al menos análogo al de los huesos de sus alas
(Haskell, 2014: 195).
También nos intriga el tacto de la piel de la boa y del delfín, de las púas
del puercoespín y del erizo de mar, del pelaje de los osos blancos y de la
lengua de los leones, que suponemos áspera como la de los gatos. Y algunos
respondemos silbando a los cantos de los pájaros. De los animales salvajes
30 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
talizadas”. Según Shepard, en un mundo desprovisto de animales salvajes,
la mente humana seguramente perdería referentes imprescindibles para sus
contrastes y sus distinciones, quedando gravemente ofuscada. Los animales no
humanos han estado tan presentes en la historia natural de nuestra vida mental
que, en su ausencia, la mente humana consumaría la desnaturalización de sus
estructuras y funciones, quedando además atrapada en una fijación neurótica y
obsesiva por sí misma, entre solipsista y megalómana. Ni la ontogénesis ni la
filogénesis de nuestras funciones cognitivas pueden entenderse sin la presencia
de la alteridad zoológica, de la otredad de los animales, tan iguales pero tan
distintos. Prehistóricamente, al menos durante 2 millones de años, nos hemos
ido conociendo a nosotros mismos con la ayuda de los otros animales. Sin
sujetos no humanos, corremos pues como especie el riesgo de desconocernos,
construyendo una realidad tan humanizada que nuestros límites se desdibuja-
rían, como si todo estuviera a nuestra disposición o nos perteneciese. Nuestra
identidad quedaría hipertrofiada, inflada con fantasías infantiles de omnipo-
tencia que nutrirían peligrosamente nuestro narcisismo y nuestra enajenación.
En un par de milenios podemos malograr millones de años de coevolución
entre la mente humana y las demás. Con todo, algunas mentes malogradas
aún tendrían un lejano recuerdo de la biofilia: aquellos trayectos biofílicos que
bien pudimos haber retenido, aunque no solo gracias a nuestra empatía zooló-
gica. Hay con todo una biofilia algo más fundada en argumentos filogenéticos
y en la herencia trasmitida, y a la vez en una explicación mucho más intuitiva
o de sentido común que las ristras de marcadores genéticos.
32 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Si tenemos en cuenta que la agricultura tiene como mucho 10,000 años de exis-
tencia, es fácil comprobar que la mayor parte de esa historia co-evolutiva, y
por tanto de nuestra maduración cognitiva, ha tenido lugar en el vasto periodo
en que compartimos estos ecosistemas con animales salvajes, como presas
primero y predadores después. Las estructuras tróficas de tales ecosistemas,
las relaciones entre predadores y presas, tuvieron necesariamente que moldear
la estructura del cerebro de todos los mamíferos, humanos o no humanos,
carnívoros, herbívoros u omnívoros. Nuestra conducta mental nació ligada
a nuestra conducta predatoria y defensiva. Lo mismo cabría decir de nues-
tras emociones y afectos. Los animales que cazábamos y de los que huíamos
moldearon gran parte de nuestras dichas y de nuestras desdichas, de nuestras
seguridades y de nuestros miedos. Este será un tema recurrente en el libro: la
biofilia no es equivalente a la tendencia al apapacho de crías de pandas, pollitos
de cría o perritos o gatos domésticos. Y menos aún excluir, la alerta, la tensión
de presas y predadores, la prudencia o la curiosidad, la aproximación cautelosa
o la huida ante el peligro. En realidad, es una disposición integral a interactuar
con la vida de donde sentimos que nacieron las interpretaciones biosemióticas
de nuestra mente. Es el reconocimiento de un mundo de otredades biosemió-
ticas que también nos han hecho pensar como pensamos, aunque en esas rela-
ciones biosemióticas nosotros no somos los centros de producción o recepción
de significados. La biofilia es una tendencia evolutiva que integra la atracción
por un mundo de signos de origen ecológico, un mundo semiótico multicén-
trico, donde el reparto de protagonistas no siempre procede de la excepciona-
lidad de nuestra mente.
Neodarwinismo
Si descontamos sus significativos antecedentes en las obras de Rousseau,
Spinoza o Fromm, podemos afirmar que la hipótesis de la biofilia (Wilson,
1983) fue fraguada en el marco disciplinar del neodarwinismo, cuyo encuadre
34 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
La alianza para la conservación ambiental que Wilson desea establecer entre
nuestra dotación de genes biofílicos y el entendimiento científico de la vida
ha de entenderse a partir de su adscripción a la biología neodarwinista de las
últimas décadas, también llamada “la nueva síntesis” y, en particular, al para-
digma explicativo de su Sociobiología (1980), afín al enfoque del gen egoísta
popularizado por Richard Dawkins. A primera vista, contemplando por encima
el mapa de la extinción de especies salvajes de los últimos cuarenta años, la
biofilia de Wilson parece más una oración de súplica que una hipótesis. Esa
sospecha se ahonda al descubrir el optimismo de Wilson con respecto a los
posibles beneficios que nuestros genes biofílicos van a tener para la conser-
vación biológica, una vez encuentren una adecuada cultura científica que
haga aflorar su verdadera expresión. Según el autor de la supuesta hipótesis,
el futuro de las especies está asegurado gracias a la afortunada coincidencia
entre la predisposición genética a la biofilia y la nueva síntesis neodarwinista,
un paradigma científico y cultural que por fin ha entendido la esencia cientí-
fica de la Naturaleza. Los propios neo-darwinistas colocan la Sociobiología de
Wilson y El Gen Egoísta de Richard Dawkins entre los grandes éxitos de este
paradigma científico.
Es fácil ver que, pese a sus pretensiones de neutralidad axiológica,
la nueva síntesis neodarwinista no es ni política ni culturalmente neutral.
Extendida desde hace tiempo a la teoría formal de juegos, la nueva síntesis
neodarwinista equipara sin más la selección natural, lo que Darwin denomi-
naba la economía de la naturaleza, con el éxito competitivo de individuos
y firmas en un mercado desregulado o autorregulado por las propias leyes
de la oferta y la demanda. Para el neodarwinismo y la teoría de la decisión
racional, el sistema económico de precios constituye ahora el actual ambiente
cultural y global de la totalidad de la especie humana. Si la biología darwinista
hacía de la biodiversidad un resultado inevitable de la ley de selección natural
dentro del medio ambiente natural, la moderna economía ambiental condi-
36 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
más aptos, es decir, los individuos que han tenido los mejores genes egoístas
para defender sus propiedades e intereses privados y competir en sistema de
mercado cada vez más global, más desregulado o liberalizado. Según la inter-
pretación de Wilson, la victoria económica de los individuos egoístas y optimi-
zadores más aptos, supondrá también el éxito reproductivo de los individuos
biofílicos, dotados con las mejores reglas biológicas de aprendizaje para la
protección de los bienes ecológicos como bienes económicos de su propiedad.
Formulada así, la hipótesis de la biofilia para la conservación de la diversidad
biológica acaba pareciendo menos una hipótesis teórica falible, abierta a posi-
bles revisiones, que un desideratum o un acto de fe en las virtudes ambientales
de la racionalidad económica humana dentro la cultura global de la economía
de mercado.
Tim Ingold y Gisli Palsson (2013) han llevado a cabo una acertada y pene-
trante crítica antropológica y política del paradigma neodarwinista sobre la
que no es pertinente extenderme aquí. Sí quiero señalar la tendencia histórica
de los neodarwinistas a justificar las economías de libre mercado, cuyo statu
quo identifican con la versión sociocultural de la Economía de Naturaleza que
Darwin intentaba explicar mediante el mecanismo de la selección natural. En
su Biofilia (1983), Wilson no duda en ligar biofilia y conservación biológica
con una ética ambiental basada en razonamientos egoístas. Y en su último libro
La Mitad del Planeta (2016) Edward O. Wilson ha calculado que para salvar
al mundo de la Sexta Extinción, necesitaríamos construir una mega-reserva
capaz de albergar el 50% de la biosfera (Wilson, 2016). Pero, como buen perro
viejo, calla sobre los mecanismos institucionales que podrían hacer realidad
esa mega-reserva, más allá de negar que involucre la partición de hemisfe-
rios, continentes o estados nación, la derogación de los derechos de propiedad
o la exclusión de poblaciones humanas. Wilson cree que la clave radica en
reducir la huella ecológica global posibilitada por una reforma ambiental de la
economía de mercado, por una nueva economía digital y de servicios, impul-
38 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
y locales que den lugar a procesos epigenéticos (Ingold y Palsonn, 2013)
capaces de activar o silenciar la supuesta disposición genética de la biofilia.
Dicho sea de otro modo: las prácticas culturales en los sistemas socioeco-
lógicos locales pueden tener consecuencias duraderas en la expresión de los
genes de la biofilia. Si concebimos el epigenoma como una especie de interfaz
entre ambiente, conducta y dotación genética, que actualiza o realiza solo
algunas de las posibles expresiones fenotípicas y conductuales del genoma
(Waddington, 1966; Niewöhner, 2011) podemos ciertamente pensar que
algunas prácticas culturales pueden favorecer también una expresión malo-
grada de la biofilia como biofobia. A lo largo del último libro, hemos tratado
de especificar el valor de algunas variables culturales ligadas a los sistemas
socioeconómicos de mercado, como la globalización, el turismo, la tecnofilia,
el tráfico legal e ilegal de especies, la obsolescencia programada, los trans-
génicos y otras biotecnologías, para la expresión conductual de la biofobia.
En éste también propondremos la intervención de otras variables culturales,
como las que participan en prácticas educativas y experienciales situadas en
procesos de biosemiosis, para favorecer una expresión adecuada de la biofilia
en términos de cuidado de la vida.
Tomemos por ejemplo la propia obra biosemiótica del danés Jesper Hoff-
meyer, experto en bioquímica y uno de los primeros autores en abordar semió-
ticamente los procesos biológicos. Hoffmeyer concibe los procesos de epigé-
nesis como procesos biosemióticos en los que los organismos interpretan las
alteraciones ambientales de su nicho ecológico como un signo de las presiones
evolutivas que afectarán a sus futuras generaciones. La correcta interpretación
de ese signo por parte del organismo conlleva interacciones entre las sustan-
cias químicas que el organismo excreta, como las feromonas, y condiciones
ambientales. Esas interacciones, superado cierto umbral, señalarán la activa-
ción o el silenciamiento de algunos patrones genotípicos en el desarrollo onto-
genético de sus descendientes. Por ejemplo, las plagas de langosta se originan
Biofilia cognitiva
Como ha demostrado Holmes Rolston, la hipótesis de la biofilia puede ser
explorada desde puntos de vista menos dependientes del determinismo del gen
egoísta y de la teoría económica de la elección racional. Lejos de ser univer-
sales, estos constructos culturales pertenecen exclusivamente a una imagen
eurocéntrica del mundo. Resulta pues necesario investigar algunas de las
condiciones bioculturales que podrían fomentar una expresión de la biofilia
resueltamente favorable para la conservación de la diversidad biológica. Las
investigaciones en la evolución biocultural de nuestra especie pueden escla-
recer aquellas condiciones socio-ecológicas que permitieron adquirir las
disposiciones biofílicas durante la conformación de nuestro genoma a lo largo
de las culturas del Pleistoceno. En uno de los capítulos del libro y a partir de un
breve análisis del arte del Pleistoceno y del Paleolítico Superior, evaluaremos
la posibilidad de articular prácticas de interacción biocultural situadas que
procuren un aprendizaje ambientalmente significativo, orientado a las necesi-
dades de la conservación de la biodiversidad.
40 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Elizabeth Lawrence acuñó la expresión biofilia cognitiva para extender
la hipótesis de la biofilia al área de los estudios culturales y simbólicos, más
afines al cuidado del medio ambiente y la conservación biológica. Su estudio
de la amplia variedad de simbolismos animales en las culturas humanas
pretende precisamente encontrar condiciones culturales que no malogran la
expresión de la biofilia:
42 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
efectos socio-ecológicos para la conservación ambiental. Es más, la equipa-
ración de los valores de la biofilia con los valores de cambio de las econo-
mías de mercado facilita su expresión cultural como biofobia. Y la biofobia
de algunas poblaciones humanas parece hoy difícil de negar. Los datos del
informe Planeta Vivo (WWF, 2016) desmienten la hipótesis de la biofilia
al menos tal y como la construye Wilson. En apenas 40 años de economía
global de marcado, ha desaparecido el 58% del volumen total de organismos
de especies salvajes y, a este ritmo, en 2020 puede haber desaparecido hasta el
67%. La globalización de la economía de mercado no ha favorecido la conser-
vación ambiental que Wilson (2016) predecía en sus posteriores elaboraciones
de la hipótesis de la biofilia.
Epigénesis y biosemiosis
Todo ello hace necesario recontextualizar la biofilia en las líneas seguidas
por Stephen Kellert, quien señala que la supuesta tendencia o disposición a
afiliarse con la naturaleza es mucho más débil de lo que Wilson proclama.
Los resultados arriba señalados señalan una posible atrofia y/o distrofia de
nuestras sensibilidades biofílicas. Insistamos una vez más: para restablecer
plenamente la biofilia son necesarias la experiencia, el aprendizaje y una
adecuada cultura ambiental. Por desgracia, nuestras actuales culturas urbanas
no facilitan ninguna de estas condiciones. Las funciones cognitivas de nuestro
cerebro co-evolucionaron con el resto de las especies, no con los artefactos
tecnológicos a los que hoy somos adictos. Además de destruir la biodiver-
sidad, la cultura tecnológica e industrial vigente en nuestras ciudades nos
ha distanciado innecesariamente del mundo natural que aún procura nuestra
salud y nuestra estabilidad mental (Lévi-Strauss, 1979). La disponibilidad
inmediata de una naturaleza ya mercantilizada y convertida en valor de cambio
también nos ha alejado del origen de nuestros recursos naturales. Esa ilusión
44 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Tras la introducción
El capítulo 1 explora algunas psicopatologías narcisistas que suelen ocultarse
tras ese ideal totalizador. Para interpretar con precisión y lealtad a nuestra
condición zoológica la emergencia de la biofilia dentro del milenario proceso
evolución biocultural, convendrá analizar críticamente al menos algunos capí-
tulos de ese ideal civilizatorio. Con suerte, esa precisión leal puede aproxi-
marnos a las condiciones de posibilidad de una verdadera experiencia biose-
miótica del mundo de la vida, de una experiencia del mundo biológico que
favorezca expresiones culturales de la biofilia más afines a la conservación
de la biodiversidad. En esta línea, el capítulo 2 explora la citada deconstruc-
ción del ideal civilizatorio occidental con la ayuda de la deconstrucción de
una semiosis exclusivamente antropogénica, recorriendo algunos tramos
de los procesos biosemióticos en la co-evolución de las especies. Tras una
breve excursus sobre lo que la hipótesis de la biofilia podría deber a Claude
Lévi-Strauss (capítulo 3), en los dos capítulos siguientes se exploran ciertas
variedades de la biofília implícitas en pasadas prácticas de imitación de los
animales o zoomímesis. El capítulo 4 describe exhaustivamente la integra-
ción de esas prácticas de zoomímesis en rituales mitopoiéticos de distintas
bioculturas. En el caso de los bosquimanos !kung, esos rituales zoomiméticos
iniciaban mucho antes de que, con la sola ayuda de su mirada cuidadosa y
una sentidos afinados y precisos, partieran en búsqueda de las huellas de su
animal totémico, el antílope Eland, a quien arrebatan la vida por cansancio:
una dosis leve de veneno y un largo camino de interpretación de las huellas
que va dejando el Eland, culminan con el encuentro del animal moribundo.
Los !kung reinician entonces otro ciclo de prácticas de zoomímesis destinado
a acompañar al antílope hasta su muerte, cruzando miradas consoladoras con
las del propio animal agonizante: un ser biológico que, en su cosmogonía, es
una parte tan inextricable como ellos mismos de la comunidad de la vida. Una
46 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Imágenes 1a y 1b Dos perspectivas de la biodiversidad
Imagen 1a
47
Imagen 1b
48
Capítulo 1
Contemptus Mundi
Paul Shepard, uno de los contados autores que, con mayor o menor acierto,
invitamos a co-habitar en los capítulos de este libro, estaba seriamente conven-
cido de que, en demasiadas ocasiones, las catástrofes ecológicas acababan
recibiendo explicaciones inconfundiblemente ideológicas (Shepard, 1973:23).
Los historiadores del Magreb han adscrito la notoria infertilidad de muchas
regiones de Marruecos a los pastores nómadas árabes y al odio ancestral que
profesaban hacía los árboles en general, talados invariablemente a su paso,
no importa cual fuera su especie. Los pastores mongoles han corrido con una
suerte parecida en tanto que invasores bárbaros, hechos también culpables del
colapso de unos sistemas de irrigación mesopotámicos que rebasaban la inte-
ligencia de las hordas ecuestres de Mongolia. Aunque es algo más difícil de
probar, no sería de extrañar que los historiadores mexicanos prehispanistas
culpabilizaran a los nómadas chichimecas, siempre envueltos en refriegas
contra el imperio, fuera el azteca o el recién llegado imperio español, del
manejo incivilizado e irracional de las fuentes hídricas de la Sierra Madre
Oriental, cuya desecación trajo consigo la proverbial aridez de la bio-región
hoy denominada con fines turísticos el Semidesierto Queretano. Según
Shepard, podría decirse que existe una suerte de bloqueo cultural que impide
a las sociedades agrarias y a sus poderosos caciques urbanos siquiera pensar
que el origen de males ecológicos residía en sus propias prácticas agrícolas y
ganaderas.
Es muy probable que este mismo bloqueo cultural siga operando en mu-
chas de las supuestas explicaciones de los males ecológicos del presente y del
pasado reciente. Muchos de nosotros fuimos culturalmente expuestos a este
bloqueo desde la educación escolar más temprana. Nuestros maestros jamás
mencionaron entre las causas de la extinción de la gran fauna pre-neolítica la
deforestación del suelo para su uso agropecuario, ni la fragmentación de los
hábitats para parcelar monocultivos, ni el aislamiento y a los cuellos de bote-
llas genéticos de las poblaciones de la fauna salvaje, propiciados también por
esas mismas prácticas inherentemente agropecuarias. Se nos dijo que fue el
hambre insaciable de los cazadores de la barbarie prehistórica que extinguió
los mamuts y los rinocerontes lanudos, pero también a la gran hiena y al león
de las cavernas, mucho más peligrosos para ir cazándolos como alimento habi-
tual, pues la sagacidad de los humanos del Paleolítico Superior no alcanzaba
a reprimir su sed de sangre interespecífica, pintaran lo que pintaran en las
paredes. Tras la Segunda Guerra Mundial, en una posguerra sobre-alimentada
por la esperanza social del progreso económico, ningún profesor de secun-
daria, por izquierdista que fuera, osaba invocar el círculo de realimentación
positiva entre las innovaciones tecnológicas en el uso agropecuario del suelo y
el crecimiento demográfico generalizado, que llevó a la especie a invadir hábi-
tats ya ocupados por animales especializados en optimizar su nutrición recu-
rriendo a los alimentos necesarios y suficientes para cubrir sus requisitos ener-
géticos. La optimización de la eficiencia alimentaria imposibilita o al menos
50 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
dificulta gravemente la migración de las poblaciones de animales especialistas
en nutrientes precisos cuando sus hábitats son invadidos con fines productivos.
Tampoco hubo maestros que se atrevieran a vincular la expansión agrícola
con la ocupación humana de los hábitats propios de las especies generalistas,
animales suficientemente flexibles para enfrentar grandes migraciones, pero
también para pasar a convertirse en nuevas especies invasoras, perfectamente
capaces de alterar los equilibrios en muchos otros ecosistemas distintos de los
que procedían.
El bloqueo cultural postulado por Shepard no nos permitía ni siquiera
pensar en esos eventos como puras probabilidades abiertas por las nuevas
prácticas agrícolas. La agricultura era habitualmente ensalzada como el
Summum Bonum, la invención cultural que advino para salvar a los grupos
nómadas, menesterosos y cotidianamente angustiados por una existencia
bárbara, impredecible e incivilizada, por una ontogenia maniatada desde el
parto a vivir azarosamente al día, condenada por adultos incapaces de prever
su nutrición cotidiana al menos a corto plazo. Para quienes sufrían el bloqueo
cultural mencionado por Shepard, los nómadas de la caza y la recolección nada
sabían de un tiempo llamado futuro, ni del carácter irrepetible e irreversible de
todo acontecimiento, ajenos también a la idea de un progreso lineal y de una
existencia material invariablemente mejorada generación tras generación. Las
crisis ecológicas debían pues proceder de la privación y la ignorancia, no de la
productividad y de la administración.
De manera que la idea de un desastre ecológico ocasionado por la gran-
deza épica de la agricultura era sencillamente impensable, no cabía dentro
del espacio lógico del pensamiento doméstico o era, con las necesarias espe-
cificaciones filosóficas y teológicas, descartado a priori. El bloqueo cultural
solo dejaba espacio para una explicación radicalmente opuesta. Quienes traían
los desastres ecológicos pertenecían a las fuerzas humanas conservadoras y
reaccionarias, tribus sobrevivientes pero encalladas sin remedio en el pasado
52 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
especie animal ante cuyos ojos tiene hoy lugar la sexta extinción de especies.
Más adelante podremos analizar la robustez de este sentido en la hipótesis de
la biofilia formulada por E.O. Wilson (1983), aunque ya podemos conjeturar
que la caracterización genética de la biofilia de Wilson es con toda seguridad
deficiente e insuficiente. El bloqueo cultural de Shepard puede provocar otros
bloqueos culturales que, por mucha esperanza que muestre Wilson y algunos
otros científicos conservacionistas, no parecen poder desbloquearse por puras
consideraciones de identidad o semejanza genética.
Como mucho, los humanos modernos pensamos que nuestros familiares
del Pleistoceno eran buenos en lo que hacían pero, por suerte, ya no somos
ellos. Cualquiera que sea la causa a la que la atribuyamos, hubo una disconti-
nuidad adaptativa evidente para todos que nos hace al menos instrumental y
tecnológicamente mejores. Dejemos de lado por el momento todo aquello que
tenga que ver con valores, emociones, sentimientos o empatías. La disconti-
nuidad enfatizada pasa descaradamente por alto que ellos ya disponían de un
genoma idéntico al nuestro y suficientemente flexible para adaptarse tanto a
la severidad de los hielos como a las fluctuaciones climáticas provocadas por
el deshielo en el Holoceno. También sabemos de la construcción de edificios
monumentales anteriores a los asentamientos agrícolas que, tuvieran o no una
función religiosa, deberían haber debilitado un poco el bloqueo de Shepard.
El bloqueo permite que nuestro sentimiento de identidad y pertenencia mejore
con nuestra percepción de la Revolución Neolítica, celebrada casi universal-
mente. A partir de entonces ellos, los revolucionarios neolíticos, ya éramos
nosotros, los seres excepcionalmente capaces de domar, doblegar, domesticar
y rentabilizar al resto de las especies del planeta y de los componentes ambien-
tales abióticos que hacen posible la vida. La hipótesis de la excepcionalidad
humana sigue estando tan extendida que necesariamente realimenta las hipó-
tesis del bloqueo y otras hipótesis sistémicamente relacionadas en la ecología
de nuestra mente (Bateson, 1972).
54 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
cuando se establecieron bucles de dependencia nutricional y reproductiva entre
los animales domésticos, las plantas domésticas y las poblaciones humanas ya
sedentarias. Extendiendo la sospecha de Paul Shepard (1973: 1-36), la crisis
de la biofilia humana tiene ya más de cien siglos. El declive de la biofilia no ha
sido homogéneo y lineal, sino que ha estado puntuado por eventos de nuestra
historia común que exponenciaron su tendencia a la extinción.
Como ya previmos, la conspicua extinción de la experiencia salvaje en
nuestros días nos permite avanzar sistémicamente una posible explicación
interdisciplinar que involucra al menos un par de hipótesis heterodoxas sobre
el comportamiento humano en las sociedades tecnológicamente avanzadas
del siglo XXI: la hipótesis de la higiene (Strachan, 2009 y Rook, 2009), muy
vinculada a la hipótesis de la proliferación de la biofobia y la hipótesis de la
epidemia narcisista (Twenge y Campbell, 2009). Este capítulo apenas bosqueja
un bucle sistémico entre hipótesis prima facie heterogéneas, un fragmento de
la cuerda categorial que reúne y tensa un haz de variaciones socio-ecológicas
que gravitan en torno a la hipótesis general de la biofilia, definida ya como la
presunta disposición humana a “afiliarse” y salir al encuentro de la otredad
biológica. Esta última puede definirse a su vez extensionalmente por la enorme
diversidad de formas de vida diferentes a la vida humana. Aunque hipotéti-
camente se trata de una disposición firmemente genética (Wilson, 1983), la
atracción biofílica solo se expresa ambientalmente de forma epigenética y
conductualmente favorable a la conservación biótica cuando sentimos afinidad
emocional, asombro, sorpresa y a veces hasta empatía hacia especies salvajes
que, en su diferencia conductual, apenas se asemejan a las poblaciones de
animales y plantas domésticas. Sobre ese haz de hipotéticas variaciones que
gravitan en torno a la hipótesis general de la biofilia (o mejor, de la extinción
de la biofilia) siguen aún fluyendo las experiencias inmediatas y reflexivas
tejidas a lo largo de los capítulos del libro.
56 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Algunas de las condiciones socio-culturales contemporáneas que hoy
impiden o deforman la expresión adaptativa de la biofilia están emparentadas
con al menos dos hipótesis más: la hipótesis de la higiene y la hipótesis de la
epidemia contemporánea de narcisismo, una epidemia que Erich Fromm supo
anticipar, si bien sin llegar a denominarla narcisismo tecnológico o digital.
Ambas epidemias forman parte de un bosquejo parcial de psicopatologías
de la vida urbana en la era digital, abordadas con más detalle en otros libros
avalados por la psicología ecológica y ambiental. Las siguientes secciones son
a su vez dos simples recortes del bucle entre la ultra-higiene y la biofobia.
Patologías de la privación
Históricamente, la mayor parte de la mortalidad provocada por enfermedades
preponderantes en la gente del mar recae sobre la enfermedad del escorbuto.
El escorbuto ocasiona hemorragias masivas, sangrado en las encías, alopecia,
débil cicatrización y ruptura de vasos sanguíneos que, en su conjunto, condu-
cían a la muerte. En nuestro caso, la historia del escorbuto nos muestra cómo
una serie insospechada de supuestos ontológicos profundos pueden retardar
notablemente la explicación, la curación y la prevención de una patología, y
nos servirá de analogía para algunas de las hipótesis que estamos explorando
con respecto a la biofilia. Desde la antigüedad, la creencia más común sobre
la etiología de las enfermedades era que toda patología de un organismo (o
de un ecosistema, dicho sea de paso) procede de un elemento maligno, un
agente patógeno externo que penetra al organismo y lo infecta, nos enferma y
puede hacernos morir. Las enfermedades se producen por algo que sobra, un
excedente que el organismo tiene de más, habitualmente relacionado con algo
podrido, con aguas sucias o con condiciones de vida insalubre y favorable
a la vida microbiana y bacteriana. El escorbuto afectaba a las tripulaciones
marinas obligadas a permanecer a bordo durante largas travesías, sin bajar a
58 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
y fauna distinta de la habitual en ciudades y colegios, es el principal vector
causante del deficit de atención y trastorno por hiperactividad, tan propio
de los niños en cuya infancia a las máquinas digitales han pasado a ser los
progenitores vicarios y la habitación cerrada, sin más vida que la propia o la
de los seres humanos familiares y amigos, el ambiente natural con árboles,
flora y fauna que palpitaba y que activaba en el niño la fases ontogenéticas
imprescindibles para su maduración, su autonomía y su personalidad social.
Obviamente, el déficit de naturaleza y las consecuencias atencionales y
conductuales que provoca integran y refuerzan la hipótesis de la extinción de
la experiencia biofílica, pero el escorbuto y los supuestos ontológicos de la
procedencia exclusivamente patógena de los agentes ambientales responsa-
bilizados habitualmente de las enfermedades infecciosas guardan un vínculo
aún más robusto con la hipótesis de la extinción de la biofilia. En numerosos
entornos sociales donde la calle o el monte aterroriza las mentes de los proge-
nitores con el miedo al secuestro, a la agresión sexual, al robo o la violencia
gratuita, la misma noción social de ambiente invita al repliegue doméstico y
justifica tanto el encierro en las antiguas habitaciones de juego, ahora repletas
con todo tipo de tecnologías digitales, como el abandono parental que sufre el
niño en su enclaustrada ontogenia. Desde esta óptica aterrorizada, el ambiente
natural externo no puede constituirnos, no forma parte de lo que fuimos, de lo
que somos y de lo que seremos. Percibido por las familias formadas durante
el capitalismo digital en tres siglos, todo cuanto es externo a lo doméstico
representa un peligro para sus miembros, y solo puede ser conjurado por la
hiperprotección de las vallas eléctricas, los guardianes privados y el encierro
forzoso, donde la única apertura al mundo de la vida ha sido digitalizada en
forma de redes sociales. La naturaleza adquiere la tonalidad peligrosa de todo
ambiente social externo. En algunos casos, cada vez más numerosos, los peli-
gros procedentes del entorno digital son más verosímiles que los constructos
agresivos que la neurosis paterno-filial han equiparado con el mundo exterior,
La hipótesis de la higiene
Desde que dejamos de migrar para subsistir hace diez milenios y aprendimos
a transformar nuestros hábitats para producir nuestros propios nutrientes, la
especie humana ha atravesado un gran número de cambios culturales y tecno-
lógicos. Por el contrario, y más allá de algunas mutaciones genéticas que favo-
recieron la tolerancia a la lactosa en poblaciones humanas con larga tradición
ganadera, el genoma humano apenas ha variado desde que se estabilizó durante
el Pleistoceno. La ecología humana que propició la estabilidad del genotipo
de las poblaciones de cazadores-recolectores incluía varias cadenas tróficas de
mamíferos herbívoros y carnívoros. Nuestro sistema inmune emergió como
un complejo fisiológico adaptado a la exposición a una biota microbiana,
adaptada a su vez a entornos tróficos, fitológicos y zoológicos. De esta biota
microbiana apenas queda rastro en las zonas urbanas de los biomas humanos,
hoy sometidos a regulaciones que propician una limpieza indiscriminada y
arrasadora, la higiene y la eliminación de bacterias per se, por el mero hecho
de serlo (Strachan, 2000 y Rook, 2009). Si nuestro sistema inmunológico
co-evolucionó con los organismos microbianos propios de la evolución de los
mamíferos, los últimos siglos de desarrollo urbano, las políticas de higiene y
falta de exposición a estas grandes y diversas comunidades bióticas ha debido
alterar su régimen de regulación. La hipótesis de la higiene atribuye a la falta
de contacto con esas comunidades microbióticas el incremento de las enferme-
1
El acceso temprano al cybersexo y las prácticas violentas y cosificadoras conducen a las
violaciones grupales o en manada. Cabe destacar que el psicoanalista Wilhelm Reich
siempre fue contrario a la pornografía.
60 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
dades inflamatorias procedentes de los desórdenes del sistema inmunológico
en gran parte de las zonas industrializadas o “desarrolladas” del planeta, cuyas
ciudades apenas procuran espacios naturales de interacción entre la especie
humana y el resto de las especies no humanas, principalmente con la comu-
nidad biótica de la bacterias, “las viejas amigas” (Rook, 2009) que acompa-
ñaron nuestra filogenia. Nuestras viejas amigas las bacterias forman buena
parte de la microbiota a la que nuestros sistemas inmunológicos se fueron
habituando y adaptando durante cientos de milenios. Según la hipótesis de
la higiene, la industrialización, el desarrollo económico y las políticas sani-
tarias higienistas han transformado nuestros modos de vida a tal punto que la
alteración de los patrones de exposición a microorganismos han propiciado la
propagación inicial de desórdenes alérgicos, aunque existen sobrados indicios
para responsabilizarla también de enfermedades autoinmunes, gastroenteritis,
neuritis, artero-esclerosis, depresiones asociadas por citoquinas pro-inflamato-
rias e incluso de algunos cánceres (Rook, 2009) y algunas patologías mentales.
Las investigaciones microbiológicas de Jack Gilbert y su equipo (Gilbert,
2019) en Chicago parecen indicar que nuestras bacterias intestinales ejercen
influencia en algunos aspectos de nuestro comportamiento y pueden incluso
influir en enfermedades neurológicas graves como el Autismo, el Parkinson
o el Alzheimer. Aún no sabemos cómo pueden la presencia, la ausencia o la
mutación de ciertas bacterias neurotransmisoras del sistema digestivo influir
en nuestro cerebro hasta condicionar, por ejemplo, el desarrollo de depre-
siones severas. Al parecer, algunas de estas bacterias son interdepedientes con
un ácido cerebral llamado GABA (por las siglas en ingles del ácido Gamma-
Aminobutírico) que pueden tanto consumir como generar (Gilbert, 2019:1).
Todos los microorganismos gastrointestinales regulan una u otra funciones
biológicas, incluyendo la respuesta inmune y la del sistema nervioso. Pero
quedan aún muchas por cultivar e investigar en el laboratorio. Y no se pueden
cultivar porque los factores clave de su crecimiento no están meramente en sus
62 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
y peligroso, puede ser parte de nuestra ecofobia, o como afirma Luis Tamayo
(2010) de nuestra locura ecocida. En mi opinión, esa locura suicida y ecocida
tiene una historia que los partidarios de la hipótesis de la biofilia de Wilson no
se han atrevido a contar del todo.
Contemptus mundi
Decía Fikret Berkes que la lección fundamental que el conocimiento ecoló-
gico tradicional nos deja es que las creencias y visiones del mundo sí que
importan cuando de manejar la biodiversidad se trata. En este sentido, nada
es más injusto que juzgar a todas las culturas históricas por el mismo rasero.
La orientación ontológica hacia las condiciones en las que se desarrolla la
vida, incluyendo las condiciones cada vez más expansivas de la propia vida
humana, tiene consecuencias sobre nuestra salud biológica y cognitiva e,
inevitablemente, sobre las condiciones socioecológicas del mundo habitado en
su conjunto. El tópico cristiano del Contemptus mundi o desprecio del mundo,
forjado a partir de la Meditatio mortis y de la Brevedad de la vida, es un buen
ejemplo de las orientaciones ontológicas del judeo-cristianismo. El mundo
sensible, colonizado por las grotescas criaturas de diablo, era fuente de pecado
y vanidad. Para San Agustín, el alma del buen cristiano libraba una lucha sin
cuartel contra los animales del desierto, hijos todos de Satanás. Había que
limpiar y exterminar, para que el alma humana conservase su distinción sobre
el cuerpo y las tentadoras alucinaciones del desierto, y cumpliese cabalmente
su privilegio como vehículo de salvación, gracias a las admoniciones de los
patriarcas. Ese mundo no podía ser sino objeto de desprecio o, para las mani-
festaciones más heréticas de las religiones politeístas, objeto del fuego puri-
ficador. Las prohibiciones dietéticas del Levítico y los ritos de purificación
del Antiguo Testamento instauran ese horror metafísico contra la impureza
del alma, representada por el contacto con los animales no domésticos y los
numerosos ritos de limpieza a los que se ven obligados los practicantes de la
2
Véase infra, Epílogo, 3. “La tragicomedia de la persecución del tótem”.
64 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
pertenencia que la propiedad privada de un campo, una cosecha o un rebaño.
Biofobia y sobrehigienización son compañeras de nuestro viaje, desde siempre.
Resulta al menos irónico que el mal atribuido a las tribus idólatras haya sido
efecto de la convivencia en un mismo reducto urbano de los animales domés-
ticos y los seres humanos que, épica y unilateralmente, libraron a la especie
de sus ataduras biológicas mediante la gesta heroica de la domesticación de
toda la naturaleza, sujeta desde entonces a la optimización de los rendimientos
de unos recursos que, debidamente explotados, constituyen la única riqueza
digna de respeto y admiración (Esteban, 2019).
66 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
tautología. Tras librarnos de los peligros de las otredades no domésticas, las
tecnologías, y muy particularmente hoy, las actuales tecnologías de la imagen,
enaltecen aún más la mirada sobre nuestro propio ombligo.
3
La estructura semántica y gramatical de lo que Heidegger llamó Gestell sigue mostrándose
esquiva al español de América y de Europa.
68 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
ha ido asemejando y homogeneizando cada vez que una especie cae bajo el
canon morfogenético al uso (Leroi-Gourhan 2007 y D’Arcy Thomson 2011).
El resultado del escrutinio se ha ido refinando con los siglos. En nuestra era
digital, la misma biodiversidad no puede quedar excluida del mercado global,
sin ser convenientemente incorporado al catálogo de formatos morfológicos
de animales, bosques y vistas pintorescas que irrumpen en nuestras pantallas
electrónicas nada más prender la computadora digital, y además gratuitamente,
por haber utilizado algún insoslayable buscador ideado por cuatro inocentes
estudiantes de Stanford, licenciados en filosofía, lógica y funciones recursivas
en los ochenta. En otro de nuestros libros, algún que otro lector ha incidido
en la misma cita: “se diría que solo las sequías, los incendios, las heladas, las
inundaciones y los huracanes nos traen de vuelta, incrédulos, a una natura-
leza de la que en realidad jamás nos fuimos” (Esteban, 2013). Hoy podríamos
decir que solo somos capaces de regresarles su verdadera diferencia bioló-
gica cuando nos sentimos agredidos por una naturaleza ajena e ingobernable,
y es entonces cuando caemos en la cuenta de que, tras siglos de urbanidad,
carecemos de hábitos bioculturales para co-habitar con esa cruda diversidad
no-humana. Como advertía Lévi-Strauss, esa carencia parece indicarnos algo
sobre nuestra salud mental. Estamos tan henchidos de nosotros mismos y de
nuestros espejos que, en un hábitat humanamente deshabitado, nada vemos en
realidad, salvo potenciales visualizaciones estéticas, ahora que nos complace
estar invariablemente encadenados a nuestras extensiones sensoriales y
cognitivas, emplazados en todo momento a alimentar el stock de imágenes
a disposición de la especie humana, esperando, esos sí, recibir un like por
nuestra generosa aportación visual, o audiovisual, según el nivel de sofisti-
cación digital de cada cual. Y mejor decirlo desde ya: no todo son ganancias,
ni siquiera en términos experienciales. Hemos perdido las capacidades sines-
tésicas que alguna vez colmaron nuestro habitar, nos daban un anclaje ecoló-
gico en el hábitat y afinaban nuestra inquieta atención de primares sociales.
70 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
A diferencia de la época de las clases sociales, el nivel de renta familiar
solo alarga o cierra los límites del intervalo de edad para que emerjan fantasías
inmaduras de omnipotencia. Pero, más pronto que tarde, el teléfono celular
restringe convenientemente la ontogenia individual bajo arresto domiciliario
(arrested development), un desarrollo ontogenético que nada tiene que ver
con los activadores epigenéticos de carácter ambiental, sociales y ecológicos.
Ontogenia quebrada, desarrollo estancado, acceso temprano a las autopistas
digitales y otros obstáculos al despliegue de las capacidades humanas abiertas
por nuestro genoma, serán, como dijimos, explorados en un extenso capítulo.
Digamos por ahora que esa vida hiper-conectada pero bajo arresto domici-
liario, incluyendo en el domicilio nuestra propia vida mental on-line, ya no
se vive: se puntúa. La evalúan personas-terminales más pendientes del estado
de sus redes sociales que del mundo de la vida, ahora digitalizado para ese
ejercicio de redefinición del poder como influenza (de hecho, la epidemia de
narcisismo se propaga como la influenza, la gripe) y de la celebridad como la
veloz divulgación de los propios memes.
5
Véase Esteban, 2018b.
Las flores prímulas y los paisajes tienen un grave inconveniente: son gra-
tuitos. El amor a la Naturaleza no da trabajo a las fábricas. Se decidió abolir
el amor a la Naturaleza, pero no la inclinación a consumir transporte. Pues,
por otra parte, era esencial que siguieran trabajando a cielo abierto aunque
lo odiaran. El problema era hallar para el consumo del transporte una razón
más sólida que el mero afecto hacia las flores prímulas y los paisajes. Acon-
dicionamos a las masas para que odien a la Naturaleza, pero simultáneamente
las condicionamos para que les gusten los deportes al aire libre. Y a la vez
nos las arreglamos para que todos los deportes al aire libre exijan aparatos
fabricados. De este modo consumen artículos manufacturados y medios de
transporte (Huxley, 1925/1999).
72 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
de las generaciones. John Stuart Mill, el filósofo que medía moralmente el
obrar humano en términos de la maximización de la felicidad para el mayor
número de personas que una acción podía procurar, profesaba una filosofía de
la historia tejida sobre este tipo de metáforas de control:
En otra bahía, a corta distancia, vino un día cerca del barco una mujer que
amamantaba a un recién nacido; y solo por curiosidad permaneció muchísimo
tiempo mirando, por más que la nieve caía en abundancia sobre su pecho
desnudo y sobre la criatura. Estos desgraciados salvajes tienen el cuerpo
74 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
achaparrado, el rostro de-forme, cubierto de pintura blanca, la piel sucia y
grasienta, los cabellos apelmazados, la voz discordante y los gestos violentos.
Cuando se los ve cuesta trabajo creer que son seres humanos, habitantes del
mismo mundo que nosotros. Nos preguntamos muchas veces qué goces puede
proporcionar la vida a ciertos animales inferiores; ¡con cuánta mayor razón
no podríamos preguntárnoslo respecto de estos salvajes! Por la noche, cinco
o seis de estos seres humanos, desnudos y apenas protegidos contra el viento
y la lluvia de este país terrible, se acuestan en el suelo húmedo apretados
los unos contra los otros y encogidos como animales. Al bajar la marea, en
invierno y en verano, de día y de noche, tienen que levantarse para ir a buscar
conchas entre las rocas; las mujeres se sumergen para proporcionarse huevos
de mar o permanecer horas enteras sentadas en las canoas hasta que logran
pescar algunos pececillos con telas sin anzuelo (Darwin, 2003: 226).
76 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
ministerios de sanidad, pero facilitaban inmejorablemente la conservación del
calor corporal, manteniendo la fisiología de la termorregulación que protegía
a toda la tribu de la muerte por congelamiento. Hoy llamamos biomímesis a
la replicación de mecanismos de transportación y de elastización de insectos
y plantas, pero la biomímesis también reside en los pequeños detalles que
Darwin no supo ver. En su lugar, Darwin pensó que esos salvajes debían odiar
la vida a la que la naturaleza de Tierra del Fuego les condenaba a vivir. Como
si la biofilia fuese cosa de refinados exploradores británicos capaces de contar
apéndices, de medir picos y colas o, ya de regreso, pasear con su perro o prac-
ticar la jardinería.
Sin embargo, los fueguinos eran mucho más parecidos a Darwin de lo
que él habría podido aceptar. Bajo nuestra supuesta insulación epidérmica,
nuestros procesos biopsíquicos son inevitablemente salvajes y están regidos
por fuerzas que no podemos domeñar. Pese a lo que tanto nos gusta creer a los
académicos, nuestras vidas mentales no están domesticadas, sino gobernadas
por interacciones orgánicas y ambientales de las que no cabe tener conciencia
–como supo determinar una de los primeros pensadores de la interdisciplina-
ridad, Gregory Bateson, quien investigó la vida mental, los fenómenos que
atañen al orden (Bateson, 1972), desde el lenguaje de los delfines hasta el lugar
del propósito consciente en la adaptación humana.
Como fuerza filogenética, la biofilia no es opcional. Sin embargo, hay
condiciones que, como ya hemos dicho, llevan a expresiones escasamente
adaptativas e incluso abiertamente contrarias a la vida misma, como la biofobia.
El pensamiento judío, griego y cristiano inventó Occidente concediendo el
gobierno de todos los fenómenos mentales a la conciencia y desechando el
pensamiento salvaje como un desafortunado oxímoron. El pensamiento
salvaje es, según Lévi-Strauss, aquel que no está destinado a la obtención de
un rendimiento (Lévi-Strauss, 1962). Eso no significa que no sea adaptativo
y, en este preciso sentido, biofílico, afín a las fuerzas naturales, las auténticas
78 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Vista así, biofilia, la atracción o afinidad hacia la vida, se convierte
simplemente en un racimo de posibles propósitos conscientes para hacer de
la otredad biológica una fuente de adaptación o ajuste reproductivo. Como
tuvimos ocasión de ver, este marco económico para la biofilia como una base
para la conservación de la biodiversidad se auto-refuta.
Y lo hace, entre otras muchas cosas, porque reduce o confunde la vida
mental y la vida consciente. Sin emplear necesariamente el término biofilia,
Bateson dio con una de las claves de esa refutación:
80 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
está implicado el individuo en su totalidad. El pintor puede tener el propó-
sito consciente de vender su cuadro; hasta quizás un propósito consciente de
pintarlo. Pero en el curso de su trabajo tiene que aflojar necesariamente esa
arrogancia en favor de una experiencia creativa en la que la mente consciente
desempeña solo un pequeño papel. (Estos son algunos de) de los factores que
pueden actuar como correctivos, zonas de la acción humana que no están
limitadas por las estrechas distorsiones del acoplamiento mediante el propó-
sito consciente y donde la sabiduría puede predominar. El contacto entre el
hombre y los animales y entre el hombre y el mundo natural genera algunas
veces la sabiduría (Bateson, 1972; subrayado de Esteban).
Como la humildad u otras virtudes a las que apela Bateson en defensa del
tiempo no productivo, la biofilia se puede de hecho aprender como categoría
abstracta, pero mientras quede encerrada en los sofocantes límites de la acción
intencional y los buenos propósitos conscientes, se convertirá pronto en letra
muerta. Lo peor de la letra muerta es su acumulación que, por desordenada
que esté, posteriormente puede bloquear u obstaculizar amorfa, incierta e ines-
crutablemente el acceso a ese campo psicogenético en el que laten dispares
fuerzas inconscientes, recuerdos semi-inconscientes y figuras arquetípicas
que exigen una diplomacia cuidadosa que la vida en la vigilia jamás supo
enseñarnos, pero que somos capaces de seguir en cuanto los guardianes de la
vigilia dejan de resistirse y se desploman de sueño. Nada más caer estos vigi-
lantes, sabemos que la diplomacia aconseja en una topología erosionada por
las olas y su espuma desprenderse de todo aquello que lastre nuestro camino
en un medio mucho más denso que el filtrado por los propósitos conscientes.
Es preferible aflojar las bridas y entrar desnudos, como la mujer yámana que
recolectaba moluscos para su prole. De modo que las fuerzas inconscientes
operan también diurnamente, incluso en el instante de la sombra más corta,
a través del arte, del contacto del hombre con los animales y con el mundo
natural. Y ahí, insiste Bateson, también se genera la sabiduría. Para entonces,
82 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
lo salvaje, exige también autores distintos del Homo sapiens sapins. Resulta
irónico que, en la búsqueda de la sabiduría, tengamos que recurrir a los agentes
naturales que, según Sócrates, excluidos de la urbe donde se multiplican los
roces humanos, nada podían enseñarle, y menos aun cuando se trataba de la
sabiduría de cuya vocación hacían gala los filósofos.
El tiempo de la creatividad no se aleja mucho de este tiempo biofílico,
estemos trabajando con las manos o absorbiendo, como Peter Brueghel o
Jakob Uexüll, tantos mundos circundantes en un paisaje que carece de centro
ontológico y sin embargo, puede mudarse de uno a otro punto de fuga. Hay
que saber escuchar con humildad la ofrenda acústica que el paisaje sonoro nos
ofrece entre los contrapuntos y las fugas de la gran orquesta biofílica, donde
los músicos abióticos en nada desmerecen o desentonan con los seres vivos,
responsables de la continuidad fisiológica sin la cual, pueden desvanecerse
hasta las voces de los pájaros, como en la Primavera Silenciosa de Rachel
Carson. Algunos decidieron prestar oído a la sección ornitológica cuando ya
casi había desaparecido, sin apenas hacer ruido. Y entonces oyeron la ausencia
y sospecharon de la incompletitud del paisaje sonoro, sospechando que con
ellos se fueron virtudes de regeneración que eran específicamente irrempla-
zables. Esa dolorosa ausencia a veces bastaba para aventurarse en el océano
de la biodiversidad, redescubrir y saber despertar la ignota biofilia. En otros
casos la catástrofe ecológica podía haberles tocado más de cerca, con la priva-
ción de algún sentido y las costosas traducciones de donde se escurrían cuali-
dades antes irreconocibles. Pero la biofilia no exige certificados de origen y
su fecha de caducidad puede depender aleatoriamente de eventos traumáticos.
En algunas pensadoras, como Val Plumwood, su biofilia era tan resiliente
como para sobrevivir un mortífero ataque de un cocodrilo australiano y seguir
sintiendo empatía por el reptil. Pocas personas disponen de una generosidad
y altura de miras capaz de renunciar a la ley del talión, cuya legitimidad se
sacraliza en las fuentes testificales de Las Escrituras del Antiguo Testamento,
uno de los primeros fragmentos de la memoria patriarcal humana en el que
84 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
necesariamente al cuidado de todos los miembros de la comunidad biocultural,
y su descuido debería tener consecuencias vergonzosas para el reconocimiento
social de los infractores. Las sanciones económicas no deberían ser tan nece-
sarias como hoy sin duda lo son. El oprobio y la vergüenza operaban natu-
ralmente como una exclusión temporal que solo un sociópata desearía volver
a sentir por la exigua ganancia obtenida. La biofilia del arte debe generarse
en ese enraizamiento moral entre cultura y vida al que llamamos experiencia
social. John Dewey acertó en su analogía del arte como experiencia. Cuando la
experiencia viva se deja someter por categorías abstractas ajenas al procomún,
tiende a olvidar el carácter provisional del resultado temporal de sus funciones
reflexivas. El olvido alimentado por la vanidad facilita la petrificación de la
experiencia común en reino ontológico independiente y artificialmente previo
a una experiencia que, siguiendo ese obligatorio cauce ontológico, se ha de
vivir una vez despojada de las emociones cualitativas e inmediatas del amor
a la vida. La atracción experiencial y emocional se transforma en obediencia
obligatoria ante una autoridad vicaria, en la que un objeto priva a todos los
demás de la incertidumbre y la provisionalidad y el aura única de los productos
de la experiencia común. La disciplina fragmentada cosifica necesariamente
las propiedades del asombro inefable comunes a la experiencia artística y la
experiencia religiosa y, atravesando a ambas, puede extraer rendimiento a la
gratitud y la generosidad de la experiencia que se vive como un don, la biofilia,
y jamás como una mercancía.
La experiencia de la biofilia no pertenece a ningún órgano sensorial
individualizado y suele expresarse sinestésicamente. Consecuentemente, la
biofilia es detenida por los muros de un museo, de la galería o del salón del
coleccionista. En estos recintos de respeto los objetos artísticos son reliquias
devocionales, separados de la común experiencia biofílica en la naturaleza y
enaltecidos en un recinto donde quedarán histórica o estilísticamente enalte-
cidos en una serie de tradiciones artísticas que seleccionan los acontecimientos
históricos de un pueblo. También en Occidente los objetos artísticos han
86 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
Los objetos fabricados por el hombre no tienen que ser necesariamente
interpretados como elegías a su excepcional sobrenaturaleza cultural . Sabedor
de la inseparabilidad de ambos polos de la experiencia humana, para Lévi-
Strauss, los objetos del arte primitivo, como el vestido de plumas, las máscaras,
las ocarinas, las pieles de tambor, las conchas que vibran como sonajeros o
maracas, son objetos de transición entre naturaleza y cultura. El concepto de
objeto transicional procede de la psicobiología del desarrollo y, en los ritos
de paso de las sociedades tribales, representan los extremos de la persona-
lidad infantil a abandonar y la nueva madurez que acoge al futuro padre o a
la futura madre. Lévi-Strauss amplia su significado incluyendo la más crucial
de las mediaciones biofílicas. Naturaleza y cultura son abstracciones bipolares
de la lógica concreta de la sensibilidad, pero, a diferencia de las oposiciones
domésticas, no delimitan un abismo eternamente insalvable, sino una dife-
rencia relativa, comunicable y transitable, en la que los seres naturales pueden
cruzar hacia el mundo de la cultural y los seres humanos pueden deambular
temporalmente en el reino de los seres naturales siempre que unos y otros
observen protocolos diplomáticos que aseguren un trato deferente y respe-
tuoso. El pensamiento salvaje trae a la vida objetos híbridos entre la natura-
leza y la cultura, llevado por la insobornable pasión por los símbolos de la
integridad de la vida. Esa pasión por los simbolismos unidos a las formas de
la vida es una de las vías más precisas de caracterizar la biofilia humana, y
como descubrieron Jean Clottes y David Lewis Williams, operaba en el arte
paleolítico tal y como sigue operando hoy entre los bosquimanos del Kalahari,
como podremos comprobar en otro de los capítulos del libro. En las sociedades
tribales y totémicas como los San, los bosquimanos cuyo totem es el antílope
Eland, el amor por la vida no se empequeñece por la construcción biocultural
de un puente transicional donde se invierten los dramas de los seres culturales
y de los seres naturales. El puente biocultural trenza provisionalmente una
danza que asegurará el beneficio mutuo y permirá las visitas ocasionales de
88 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
recibirá cumplida atención en la “La Teriofilia en la Edad del Ocre”, capí-
tulo 5 del presente libro, conviene advertir que, viniendo de la escritura de
un filósofo, la tentación intelectual y mentalista es tan resbaladiza como para
abandonar distraídamente la experiencia, convirtiendo así la biofilia en otra de
las ficciones del pensamiemto intelectualista. El mejor antídoto es encontrar
la biofilia en las oscuras cuevas del Paleolítico Superior, origen del llamado
Big-Bang de la mente humana. Por ahora no nos ocuparemos de los animales
cuyas figuras nos siguen haciendo pensar, pero sí de lo que pensaba uno de los
honestos re-descubridores del llamado primitivismo.
Cuentan que Pablo Picasso, tras abandonar la oscuridad de las paredes
pintadas exclusivamente con figuras de animales y formas de corte geométrico
en Lascaux, exclamó en voz baja: “En realidad, no hemos aprendido nada”.
El malagueño no se refería a su comprensión de las pinturas en las bóvedas
de Lascaux, sino al devenir entero de la pintura occidental, y más en concreto,
a una vanguardia que en su tiempo era tan celebrada como el expresionismo
abstracto. Para Picasso, el expresionismo abstracto se había extraviado en el
laberinto de la forma y, una vez extraviado, la biofilia, entendida en términos
artísticos como la atracción primordial por los ritmos pulsátiles de la vida,
tardaría en volver. Aún hoy es común encontrar pintores con sesgo filosófico
que ven en la abstracción la culminación contemporánea de toda la historia de
la pintura occidental. Para algunos, las artes pictóricas son metafóricas a la vez
que acumulativas, lo que le permite trazar el ascenso evolutivo de la pintura
occidental en términos de complejidad, dificultad y, culminando el proceso,
la abstracción. A fin de cuentas, según ellos, para superar la figura uno ha
tenido que aprenderla, atravesarla y pasar por la obra de arte figurativa. Pero,
por difícil que sea definir la biofilia en el arte, es relativamente simple definir
su resta lógica, lo que no es. No hay regeneración vital ni fuerzas incons-
cientes en sus obras. Su propósitos conscientes permanecen, agazapados bajo
los tecnicismos cibernéticos, abrazando de buena gana el mercado y el sistema
de precios como mecanismo de auto-regulación de las propias obras de arte.
6
“La obra de arte debe ser entendida también en el crisol del mercado o a través de la
comprensión de los medios financieros que utiliza para producir sus investigaciones porque
tendrá así también que tomar consideraciones en ese sentido. De no hacerlo así, y pensar al
arte divorciado de sus fuentes económicas de producción se estaría tomando la postura más
ridículamente ingenua y completamente irreal posible. […] Las propuestas más conven-
cionales y reiterativas del realismo son fáciles de digerir para casi cualquier metabolismo
informático, dado que las metáforas son evidentes y claras. Su grado de similitud con el
mundo factual las hace verosímiles a la inmediatez de la contemplación de casi cualquier
espectador. Cosa distinta es la que ocurre en el arte abstracto y en el arte que prioriza
la instancia conceptual, porque se precisa de un metabolismo informático mejor prepa-
rado para enfrentarse a una obra de arte y así captar sus metáforas. Un espectador, al que
podemos considerar un sistema informático para fines de este análisis, que no tenga ninguna
formación en historia del arte tendrá mayores dificultades al interseccionarse con una obra
contemporánea que con una obra más tradicional. En medida importante porque se requiere
a priori que tal espectador sea también un individuo verdaderamente contemporáneo que
se encuentre a la altura de las propuestas éticas, teóricas y estéticas de su tiempo. El arte
de calidad informática logra reproducir una pasión semejante (aunque humilde en compa-
ración) a la pasión-padecimiento primigenia que le da origen en el artista, y re-crearlo
en el espectador. Aunque el objeto artístico en realidad es tan solo un residuo de aquello
experimentado en la subjetividad del artista. Al hablar del arte no se está hablando de
descripciones factuales literales sobre el objeto artístico en sí, sino sobre sus descripciones
metafóricas. La mayor maestría del artista no consiste en el dominio técnico de la materia
(si bien esta característica es de suma importancia no se constituye ni en la contempora-
neidad ni nunca en el epíteto mismo del artista sino del artesano), la maestría más rele-
vante del artista consiste en su dominio de la composición, de la forma, y de la metáfora.
Que son instancias más bien abstractas y relacionadas al dominio de la práctica y de la
técnica” (R. R., 2019).
90 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
altura no desmerezca ha de responder al mercado y a su sitema de precios.
Sin querer ofender, es difícil encontrar una defensa tan encendida, arrogante e
inmodesta de una obra de arte abstracto aún por vender. La interdisciplina que
el artista persigue obliga al espectador a someterse al estudio de la teoría de la
información para entrar en su particular tradición hermenéutica, no por elitista
menos gremial, capaz de establecer a priori la diferencia esencial entre la
innovación artística y la reiteración artesanal. La sensibilidad sinéstesica, las
fuerzas impersonales del inconsciente y la biofilia artística han desaparecido
en los últimos abstraccionistas cibernéticos para entronizar en la excelencia la
compleja precisión de una fórmula, de un segmento de información genética
o la descripción anti-intuitiva de un objeto en un espacio no euclidiano.Todo
ello cuadra con la evolución morfogenética de la inteligencia humana según
Leroi-Gourhan. En su opinión, la inteligencia es una capacidad de abstrac-
ción que migra y se refina de órgano en órgano, asentándose por ahora en las
computadoras digitales. Pero tenemos pleno derecho a preguntar si, tras este
asentamiento provisional, la vida de la especie simplemente se ha dejado atrás
sin residuos orgánicos, no así su esencia abstracta apresada en la digitalidad
o si, finalmente, estará ya extinguida o en serio riesgo de extinción. En otro
libro he llamado la religion de la tecnología a esta ideología del progreso y
del cambio tecnológico exponencial; un cambio que, dicho sea de paso, nos
libraría también de la muerte biológica (Esteban, 2019).
Teodicea, religión y filosofía se hallan hoy más adheridas que nunca al
credo tecnófilo. El primitivismo vuelve a ser tabú y dispone incluso de un
terrorista encarcelado (“Unabomber”). La concepción progresista, lineal y
benigna de la exponenciación de lo abstracto en el arte germina gracias a la
religión de la tecnología... Una religión incapaz de apreciar valor en cualquier
cosa que crezca orgánicamente y evite ensamblarse, esquivando así los valores
añadidos. Volvamos a las cuevas, pero ahora de la mano de un antropólogo.
92 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
cado en parte al análisis del oído como anclaje biofílico entre el organismo
humano y su mundo. Pero hay algunos elementos auditivos y musicales que
pueden ayudarnos ya a entender la naturaleza sinestésica de la biofilia humana.
94 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
ella como patrón para reproducir ritmos, melodías y armonías con sus voces y,
posteriormente, con protoinstrumentos como piedras o huesos.
Pero solo hace falta pasearse por un centro comercial para comprender
cuán lejos estamos de ese paisaje acústico primordial y primigenio que dio
origen a la música gracias a la propia ductilidad de las cuerdas vocales y de
nuestro oído interno, presto a experimentar nuevos sonidos producidos con
sus voces o con sus manos. El mundo acústico contemporáneo está tan sobre-
humanizado como nuestro mundo visual. Las modernas sociedades urbanas
han alejado sus músicas de sus orígenes bio y zoomiméticos en los paisajes
sonoros que vieron nacer tanto las mentes como las lenguas humanas. Los
paisajes sonoros de buena parte de la música moderna son ahora artificiales,
reflejo del Homo sapines oeconomicus, y de sus siempre humanos semejantes,
quienes la componen, la venden, la compran y la escuchan. Ciertamente, hacer
o escuchar música juntos puede seguir siendo un factor para la cooperación,
para contrarrestar la sobredeterminación de nuestra querida voluntad personal
y sumergirnos emocionalmente en el nosotros comunitario. Pero nuestras
comunidades nacionales, urbanas, deportivas, institucionales, militares, labo-
rales, religiosas o artísticas solo se cantan a sí mismas, y no a la comunidad
biótica. No hay apenas rastro de biofilia en esos cantos.
La aparición de la notación musical hace 1,200 años significó el inicio de
la creciente divergencia entre la música humana y el mundo natural que en
su origen imitaba. La música se “liberó” o desató de una referencia natural
básica para, a partir de entonces, definirse en términos básicamente auto-
referenciales. Incluso cuando la invención musical occidental presume de
encontrar su inspiración en el mundo natural, su selección suele atender a las
emisiones de ciertos organismos, aislados del todo acústico que contextualiza
y da sentido a sus sonidos, con lo que la experiencia acústica acaba teñida de
innegables resonancias culturales. La música pasó de ser un espejo acústico de
los ritmos naturales a ser el espejo histórico de las capacidades artísticas de los
96 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
la continuidad temporal de la experiencia subjetiva, poblada con otras voces.
De ahí que la música resulte ser una de las fuentes decisivas de la ontogénesis
de la identidad personal. Pero la música contribuye también a la experiencia
intersubjetiva: la música integra emocionalmente esa identidad personal dentro
de la identidad cultural compartida por el linaje genealógico de una comu-
nidad. Además, en las sociedades de cazadores-recolectores, la música logra
anidar ese linaje cultural en la historia evolutiva de la comunidad biótica a la
que tales sociedades conscientemente pertenecen. A diferencia de los vínculos
racionales y económicos a los que las culturas occidentales limitan su interre-
lación con la naturaleza, el vínculo o la mediación entre cultura y naturaleza
es en estas sociedades simbólico, mitológico y poético. En ellas, la música
hilvana emocionalmente los hilos temporales de la evolución de la naturaleza
y del devenir de la cultura. En ese tejido biocultural, lo útil y lo bello no están
separados por un abismo ontológico. Solo hace falta aproximarse a las crea-
ciones de las culturas tribales para comprobar que, como la categoría de arte,
el dualismo entre bellas artes y artesanías no puede tener lugar allí donde los
modos de existencia humana difieren de especialización y el desarrollo indus-
trial de las sociedades occidentales.
98 LA HIPÓTESIS DE LA BIOFILIA
la zorra, el perro y el tordo, pueden ser al menos la recordación y el símbolo
de esa unidad de experiencia que fraccionamos cuando el trabajo es labor y
el pensamiento nos saca del mundo. El animal vivo está presente en todas sus
acciones: en sus miradas cautas, en sus agudos resuellos, en sus repentinos
movimientos de orejas. Todos sus sentidos están igualmente alerta en el quién
vive” (Dewey, 1934:14).
100
Capítulo 2
Tramos biosemióticos
en la evolución de la biofilia
Teriofilia
Durante gran parte de la evolución biológica, la adaptación de los organismos 101
ha dependido de una lectura ajustada de la correlación entre las señales
exógenas y las señales endógenas percibidas como tales por el individuo vivo.
Del ajuste de esa interpretación dependía la calidad de la regulación y la propia
continuidad de sus procesos metabólicos. Una de las tendencias que nos hace
creernos excepcionalmente superiores a las demás especies es la de responder
a las señales de presiones selectivas procedentes de nuestros ambientes
externos modificándolos, alterándolos física y bioquímicamente para evitar
sufrir cambios deletéreos en nuestros ambientes internos. No sabemos muy
bien cómo ni cuándo, pero esa interpretación generó en nosotros comporta-
mientos basados en nuestros propósitos conscientes, probablemente generados
a partir de la observación de regularidades causales del ambiente externo,
incorporados a las normas de reacción orgánica, y aplicados como técnicas de
intervención intencional para el control de las interacciones ambientales y los
procesos ecológicos. Auxiliadas por la lotería evolutiva, esas pautas de control
abrieron paso a la domesticación y a la posibilidad de alterar las funciones
biológicas y las normas de reacción de los organismos domesticados. Al
parecer, la domesticación de la naturaleza favoreció el crecimiento demográ-
fico de nuestra especie, atribuido causalmente a esos controles conscientes de
los cambios en las relaciones biológicas y ecológicas. La biofilia primitiva
basada en mitologías y rituales animistas y concedida por la confianza recí-
proca de los animales que se dejan cazar a cambio del respeto ritual con el
que los cazadores trataban a las especies zoológicas, empezaba a morir con la
dominación/domesticación (Ingold, 2000: 61 y ss.).
Martín Heidegger, tan acertadamente enfrentado al humanismo antropo-
céntrico en textos ya célebres, radicalizó la conciencia de excepcionalidad de
la mente humana frente a una mentalidad animal generalizada y sin matices,
desde la lagartija al chimpancé, a la que el filósofo alemán atribuía una fatí-
dica pobreza de mundo. Tan abismal es la brecha que los occidentales hemos
abierto con los animales que la zoofilia ha pasado de ser un pecado bíblico a
convertirse en una conocida enfermedad parafílica. Para empezar a repensar
esa brecha, mejor buscamos otro término menos susceptible de ser confundido
con una debilidad de la carne, tan perversa en términos civilizatorios como
el propio incesto. Teriofilia no parece un mal nombre. Derivado del griego
therion (θηρίον: bestia, o animal salvaje), teriofilia parece adecuadamente
distinto de zoofilia, una parafilia del dominador o dominatriz que encuentra
placer en el intercambio sexual con animales domesticados, sometidos a un
intercambio de flujos para el que nunca dieron su consentimiento. Y a eso hoy
lo llamamos violación. La teriofilia, la admiración cognitiva y emocional por
los animales salvajes, es de naturaleza distinta de la zoofilia. Por suerte, la
zoomímesis puede aún conservar su significado original: la imitación de los
animales por su sabiduría, su significado y su valor.
Biosemiosis y bilateralidad
Bateson entrevió la existencia de una pauta que conecta la bilateralidad, el
ambiente y la mente como función reguladora y adaptativa tendente al orden.
Godfrey-Smith nos ofrece varios ejemplos que explican el origen del Sistema
Nervioso Central y de la vida mental como una actividad biosemiótica en un
medio líquido anterior a la llamada explosión del Cámbrico. Su búsqueda de
dicho origen emplea libremente una de las metáforas conceptuales más fruc-
tíferas del conocimiento humano: el conocimiento como busca de patrones
y pautas. Y logra encontrar este patrón en el registro fósil del jardín panta-
7
Wilson denomina radiación adaptativa a la expansión de especies de un origen común en
nichos diferentes. La eclosión de los distintos tipos de plantas angiospermas proporcionó
hábitats para distintos nichos ecológicos de los mamíferos.
El primate humano
La estrategia adaptativa de la hierba para conquistar grandes espacios de la
sábana era su resistencia al fuego. La parte subterránea de la hierba permanece
con vida tras el paso del incendio, lo que emplaza todas las presiones selec-
tivas sobre los árboles combustibles. El tránsito ambiental entre bosques y
sabanas deparó un paisaje de mosaico con la visibilidad suficiente para detectar
grandes predadores y hacer que los primeros homínidos bajaran paulatina-
mente de los árboles, alimentándose con una dieta mucho más variada y adqui-
riendo progresivamente una posición erguida. El Sahelantropus tchadiensis es
probablemente la especie más cercana al eslabón perdido de las predicciones
o retrodicciones de la antropología física, el antecesor común de homínidos
y chimpancés. Aunque coexistió con los primates de hace 6 o 7 millones de
años, el registro fósil brinda evidencia de que Sahelantropus caminaría sobre
8
El que haya tantas mitologías aborígenes, presentes o pretéritas que han situado a los
animales no humanos en los orígenes o las fuentes de su cultura sugiere que la zoogénesis
sería un rasgo más de la teriofilia cognitiva de nuestra especie. Esta hipótesis haría de las
obras de Charles Darwin, y en particular de El Origen del Hombre y El Origen de la Espe-
cies, capítulos occidentales o versiones científicas de una narrativa zoogenética tan arcaica
como el Homo sapiens sapiens, expresiones culturales de una disposición general a la terio-
filia cognitiva.
Homo erectus
La llegada del Homo erectus hace 1,8 millones de años mejoraría aún más
esos sistemas de representación y autorrepresentación. Erectus fue con mucho
la especie del género Homo con mayor recorrido evolutivo, extinguiéndose
El más grande de todos los dientes de sable, el Smilodon, era nativo de Norteamérica, por
9
lo que no pudieron afectar al género Homo hasta el 9,500, poco antes de su extinción.
Hay evidencia de que estos felinos sociales protegían y alimentaban a los más viejos de
la manada. Esta conducta social tampoco era desconocida para nuestros antecesores del
género Homo.
10
Debemos a Jerry Fodor la hipótesis de la modularidad de la mente, su organización en
módulos con dominios mentales específicos responsables estructuralmente de conductas
específicas. Fodor ofreció una nueva versión de la psicología de las facultades que hacía
más hincapié en las facultades verticales modulares que en las facultades horizontales. La
capacidad mimética supramodular de Donald, por el contrario, parece centrarse en una
facultad de conexión entre distintos módulos capaz de articular conductas en un dominio
por imitación a las de otro sin el concurso de lenguaje. La inteligencia general de David
Mithen opera de manera parecida, si bien es el lenguaje el que vehicula la fluidez cognitiva
entre al menos tres dominios conectados: la memoria social, la memoria ecológica y la
memoria técnica.
El Rinoceronte “vestido de puntillas” de Dalí nos recuerda esta historia occidental con
11
una escultura que integra en sí misma esa radicalización abstracta de esas oposiciones del
pensamiento cualitativo de Lévi-Strauss. Vestir es cubrir de cultura la desnudez de la natu-
raleza. En mi opinión, y sobre este pintor surrealista nada es seguro, Dalí se permitía así un
ejercicio crítico e irónico de inversión y reinversión de las relaciones binarias entre racio-
nal-irracional, doméstico-salvaje, humanidad-animalidad, cultura-naturaleza, orden-des-
orden, muerte-vida, desnudo-vestido, crudo-cocido, primitivo-civilizado (Esteban, 2018,
Springer).
cultura, ¿quién imagina a Lévi-Strauss con su voz suave y tranquila insistiendo en que la
cultura está en guerra contra la naturaleza, a la que en cualquier caso debe primero asimilar
o subsumir, hacerla suya, doblegarla para que, cuando ingrese la razón en el mundo, se
sienta en su propia casa?
nada tenía de pez, y cuando, a menos de medio metro, fijaba sobre uno su
mirada chispeante, ¿cómo podía uno no preguntarse si se trataba verdadera-
mente de un animal, tan extraña, tan completamente misteriosa era esta cria-
tura, que uno se sentía tentado a ver en ella a un ser encantado? Por desgracia,
el cerebro del zoólogo podía disociarla de la certidumbre helada, casi dolo-
rosa en esta circunstancia, de que en términos científicos allí no había más
que un Tursiops truncatus (Hediger, 1933: 138).
14
Véanse Esteban 1996, 2001, 2006 y 2013.
Pero, si miramos con cuidado, tal vez aprendamos a ver en esta misma deuda
de Lévi-Strauss la deuda de gratitud que quienes nos dedicamos a la hipótesis
de la biofilia hemos contraído con su inmensa generosidad como ser vivo.
En demasiadas ocasiones, la mirada de los estudiosos de la biofilia parte en
busca de la identidad primitiva y originaria bajo la forma de la otredad bioló-
gica, como si la búsqueda y el encuentro fueran síntomas de una carencia
provocada por una patología misantrópica. Lévi-Strauss nos recuerda siempre
15
Incluso la biofilia puede tener este tipo de ejemplos salutíferos sobre las culturas que, junto
con la primacía del mercado, hemos heredado forzosamente ese pudor flemático a mostrar
públicamente aquellas emociones que, siendo fisiológicamente análogas a las de otros
animales, ahora parecemos permitirnos con mascotas y otros animales domésticos, sean los
nuestros o los de otros.
Y aun así, por mucho que acertara en el contenido opresor de los dualismos
impecablemente señalados en su elogio de Rousseau, Lévi-Strauss erró en la
fecha en la que adquirimos nuestro yugo, pagando un precio demasiado alto
por su admiración hacia la cultura que inventó la filosofía, la disciplina en la
que primeramente se formó. Aunque Lévi-Strauss solo habla de la filosofía del
siglo XVII en adelante, es difícil negar que, durante siglos, la filosofía acadé-
mica occidental ha intentado justificar la domesticación europea del mundo
–la redistribución, en beneficio de las élites, de las fuerzas ecológicas y psico-
lógicas pertenecientes al conjunto de la vida– levantando una serie de oposi-
ciones insalvables pero interconectadas, como la dicotomía entre humanidad y
naturaleza, razón e instintos o alma y cuerpo. Algunos textos de la Política de
Cultura / Naturaleza
Razón / Naturaleza
Masculino / Femenino
Amo / Esclavo
Razón / Materia
Racionalidad / Animalidad
Razón / Emoción
Mente, Espíritu / Naturaleza
Libertad / Necesidad
Universal / Particular
Humano / Natural
Civilizado / Primitivo
Producción / Reproducción
Público / Privado
Sujeto / Objeto
Yo / Otro
Así que no basta con decir que en estos mitos la naturaleza, la animalidad, se
invierten en cultura y humanidad. La naturaleza y la cultura, la animalidad
y la humanidad se vuelven en ellos mutuamente permeables. Se pasa de un
reino al otro reino libremente y sin obstáculo. En vez de que exista un foso
entre los dos, se mezclan hasta el punto de que cada término de uno de los
reinos evoca en el acto un término correspondiente en el otro, propio para
significarlo como él lo significa a su vez (Lévi-Strauss, 1979/2013: 273).
Hemos visto que, lejos de las relaciones binarias sensibles, empíricas y cons-
titutivas estudiadas por Lévi-Strauss, las dicotomías esencialistas señaladas
por Val Plumwood sirven entre otras cosas para intentar justificar la violencia
ejercida por los seres humanos contra toda suerte de vida diferente de la propia
humanidad. Esa violencia ecocida es una de las formas de la necrofilia, la
condición humana que Erich Fromm contraponía a la biofilia.
180
Capítulo 4
Biofilia y Zoomímesis
Los pájaros parecen ser los animales más estéticos de todos, y tienen casi el
mismo sentido del gusto por la belleza que nosotros. Por eso disfrutamos de
su canto, y por eso nuestras mujeres, sean salvajes o civilizadas, decoran sus
cabezas con plumas y usan joyas solo un poco más brillantes y coloridas que
el desnudo plumaje y los colgantes de piel de las aves.
Los sonidos que pronuncian los pájaros deparan la analogía más cercana
con el lenguaje, pues todos los miembros de la misma especie emiten los
mismos gritos instintivos para expresar sus emociones: y todas las especies
que pueden cantar ejercitan esta capacidad instintivamente. Pero el canto real
(lo que cantan) incluyendo sus notas, debe ser aprendido a partir de sus proge-
nitores, o de sus padres adoptivos (Darwin, 1871: 39, 55).
Las conductas que llamamos culturales o bioculturales son conductas que han
de aprenderse, pero el aprendizaje no es un mero proceso de ensayo aleato-
rio-y-error. El ensayo debe ser elaborado o construido, y para ello el aprendiz
cuenta con la participación activa de agentes biosociales que enseñan y
corrigen los intentos. Pensemos en un fallido escrito académico que tiene que
ser evaluado por un supervisor que se limita a aprobar o reprobar cada ensayo,
sin dar cuenta de la razón del error y cómo corregirlo. Sin ese concurso, sería
Fonofilia y biocultura
La fonofilia, incluyendo tanto las expresiones bioculturales musicales como
las lingüísticas, introdujo otras vinculaciones en la filogénesis humana, como
la síntesis entre la atención propia del primate social y la atención propia del
predador carnívoro que se alimenta de otras especies. La música coral coor-
dina la atención de los primates humanos en las relaciones sociales, suavi-
zando las fricciones que amenazarían la cohesión necesaria para una caza
exitosa. El lenguaje mitológico brinda al grupo humano la voz estructurada de
su historia comunitaria, más allá de los eventos realmente acontecidos en un
tiempo diacrónico e irreversible, reintegrando en el mito la voz de las especies
no humanas y dotando a la reconstrucción del tiempo comunitario de un orden
narrativo interespecífico, gracias al cual la historia cultural se reinserta signi-
ficativamente en la historia evolutiva de la naturaleza, de la comunidad de la
vida. El orden musical y el orden mito-poiético unifican el pasado, el presente
y el futuro del grupo humano, asegurando en el tiempo enlaces sociales que la
volubilidad conductual heredada de nuestro pasado como primates simiescos
pone una y otra vez en peligro. En palabras de Paul Shepard:
Animismo y zoomímesis
En esta cultura mimética, interpretar un papel animal mediante el mimo o
imitando los movimientos y sonidos característicos de su especie debió ser una
práctica común. Estos rituales de imitación de los animales no se perdieron con
la llegada del sapiens, el Homo capaz de hablar, construir metáforas e inventar
mitos. De hecho, perviven en nuestros días. Los mayas y los huicholes de
México tienen mitos y ritos en los que imitan al dios venado, por ejemplo.
Paul Shepard afirma que, todas las culturas de nuestra especie se han servido
de la zoomímesis, de la imitación de los animales, para integrar en ellas a sus
miembros más jóvenes.
Shepard ejemplificó en los cuentos de animales de Ruyard Kipling algunos
recursos cognitivos que la zoomímesis ayuda a forjar en la vida mental del
sujeto en desarrollo. Sus relatos sobre la anatomía y la conducta de algunos
animales permiten que el niño se represente en su imaginario visual cómo
sería para él tener ciertos rasgos anatómicos, realizar determinadas acciones o
mantener ciertos hábitos. Escuchando un relato, el niño puede aprender ana-
lógicamente su propia anatomía representándose los cuerpos y los órganos
de otras especies animales. Pero la zoomímesis mental permite algo más.
Escuchando con atención el relato, el niño puede modelar cognitivamente
propiedades y atributos abstractos (como la elegancia o la pereza) y de estados
subjetivos (como la impaciencia o la tristeza) cuyos nexos con la experiencia,
siendo fugaces, laxos e inestables, impiden forjar asociaciones empíricas
Lo cierto es que los !kung empapan todo el tejido de sus prácticas sociales con
este tipo de elementos dialógicos y regenerativos del animismo. En el origen
de sus deidades mitológicas sitúan al Señor de los Animales, el antílope, presa
principal de sus cacerías. Para darle caza solo pueden emplearse flechas con un
veneno especial que demora unas cuantas horas la muerte del animal. Lo que
a nuestros ojos occidentales es un acto cruel, para los !kung es una demostra-
ción de compasión y respeto. El cazador se identifica con la víctima mirando
sus ojos mientras agoniza y, gracias a una ceremonia de unión mística, acelera
compasivamente la muerte del animal. La ceremonia consiste en una danza
acompañada por cánticos y tambores imitando al animal mediante una máscara
con cuernos. Es difícil imaginar una expresión de empatía, respeto y gratitud
que supere a estos ritos !kung.
La pensadora Karen Warren reportaba un rito análogo de los indios Sioux
para la caza de animales cuadrúpedos:
Tras abatir al animal con un flechazo, sin matarlo, hay que tomar la cabeza
del animal entre sus manos y mirarlo a los ojos. Los ojos son el lugar donde
se halla todo el sufrimiento. Mira en los ojos de tu hermano y siente su dolor.
Luego, toma el cuchillo y corta con fuerza debajo de la quijada, aquí, en el
cuello, de modo que muera rápidamente. Y mientras hagas esto, pide perdón a
tu hermano de cuatro patas por lo que haces. Ofrece también una plegaria para
agradecer a tu pariente de cuatro patas por regalarte su cuerpo precisamente
ahora, cuando necesitas carne para comer y ropas que vestir. Y prométele que
16
En las culturas latinas, una golondrina no hace verano, lo que viene a ser decir que seamos
cautos en nuestras inferencias inductivas. Ver a un ruiseñor o escuchar su canto melodioso
y nostálgico son señales inequívocas de la certeza de la primavera. La rareza del mirlo
blanco y de su canto aflautado anticipan una primavera singularmente benigna. Como las
golondrinas emigran a África en invierno y regresan en veranos para anidar en las casas,
de Huerta comenta que son como los malos amigos convenencieros, estruendosos y prestos
a abandonarnos en las duras épocas invernales, yéndose de la fiesta veraniega y dejándolo
todo sucio. El traductor de Plinio une a Pitágoras, Aristóteles, San Gerónimo y San Cirilo
para señalar su piar como advertencia ante los amigos charlatanes y chismosos.
17
En este caso, la realidad cultural de la modernidad se ha encargado de subvertir aún más
la capacidad natural de la paloma para orientarse magnéticamente en su navegación. En la
Segunda Guerra Mundial, el Proyecto Pelicano de Skinner empleaba palomas en ensayos
para el renovado empeño cultural de hacer la guerra, usando las aves para guiar misiles hacia
su objetivo militar. Las palomas han sufrido como pocas aves los trastornos ambientales de
la moderna cultura urbana. En la capital del Ebro lo siluros, gigantescos peces introducidos
río arriba por capricho de pescadores deportivos alemanes, saltan del agua para tragárselas
cuando se aproximan a la orilla para beber a sorbitos. Como no tienen peces, los pelícanos
de los parques ingleses han optado por engullir con esfuerzo a las palomas. Ciertamente, a
algunas palomas les ha ido mejor y han sabido adaptarse a la vida moderna. Se sabe que hay
palomas que suben en los vagones del metro de Londres.
18
Por el contrario, para las joviales culturas sureñas, el graznido histriónico de la urraca bien
podría ser el himno con el que la picaresca natural redime a todos los ladrones empeñados
en reequilibrar una cultura entregada a la injusticia.
La hipótesis cinegética
Durante buena parte del tiempo trascurrido desde su descubrimiento, una de
las hipótesis casi hegemónicas sobre las pinturas rupestres interpretaba las
escenas con representaciones de animales no humanos como parte de prácticas
mágicas o rituales propiciatorios para la caza. Según la zona del hábitat donde
Los pueblos del Paleolítico representaban en las cuevas las dos grandes
categorías de criaturas vivas los correspondientes símbolos de masculinidad
y femineidad, y los símbolos de la muerte en aquellas criaturas que cazaban.
En el área central de la cueva, el sistema queda expresado por grupos de
símbolos masculinos en torno a figuras femeninas, mientras que en otras
partes del santuario encontramos exclusivamente representaciones masculina,
como si fueran elementos complementarias a la propia cavidad subterránea
(Lewis-Williams, 2002: 63).
parece tener una ontología como el lenguaje de la lógica simbólica de predicados moderna,
que asigna valores a las variables ligadas de cuantificación, considerando los predicados
como funciones. No sabríamos muy bien de qué estaría hablando ese lenguaje zoomor-
fológico, pese a existir supuestamente “clases” o dominios semánticos. Ni siquiera, en el
caso de los “enunciados” generados según el lenguaje de programación PROLOG, nada hay
que sugiera que tales enunciados sean bivalentes o tengan procedimientos de desambigua-
ción como los paréntesis de la lógica simbólica. En resumen, parecería más bien un diver-
timento intelectual que una investigación que arroje algo más que la importancia de las
representaciones zoomorfas en la categorización lingüística, sin saber muy bien de qué tipo
de categorías estamos hablando y cómo se aplicaban en sus distintos contextos de uso. Nos
faltaría precisamente una pragmática para ese lenguaje, que es precisamente aquello que se
ha perdido para siempre.
los hechos científicos puede esgrimirse contra las veleidades de la interpretación histórica
o antropológica. En nuestra opinión, el antropólogo inglés fue capaz de privar de hongos
a todo un país con tal de no reconocer que del desfigurado infortunio del drogadicto a la
sabiduría tradicional de las culturas micófagas hay un largo trecho, y de negarse a admitir
que un estudioso de las culturas históricas jamás debería saltarse ese trecho así como así.
Normalmente ese salto obedece a oscuras culpabilidades y resentimientos, como cuando
San Agustín acusó de ser amantes de los hongos y del diablo a los maniqueos, con quienes
durante mucho tiempo compartió las creencias de Mani (Lévi-Strauss, 1979: 215). Cuenta
también Lévi-Strauss que el cristianismo reprimió con dureza la micofagia tanto en Europa
como en América del Norte y del Sur, sea el cristianismo católico o protestante.
Más que una propiedad con dos únicos estados, consciente-no consciente, la
consciencia es para Lewis-Williams una gradación o espectro de estados o
fenómenos mentales. La idea de un espectro de estados resulta ser una útil
analogía. La descomposición de espectro cromático de la luz blanca no es
discreta, es decir, no hay delimitaciones estrictas entre un color y otro, y aún
así podemos determinar que lo rojo no es violeta y lo violeta no es verde
(Lewis-Williams, 2001: 122). La división del espectro en siete colores es un
constructo occidental. Los esquimales, por ejemplo, dividen el espectro de
una manera muy diferente. Lewis-Williams considera que, para la interpre-
tación de la mente del Paleolítico, resulta útil distinguir entre seis niveles de
conciencia, desde la vigilia ordinaria hasta el sueño nocturno. (1) La vigilia o la
conciencia ordinaria está básicamente orientada a la resolución de problemas.
La conciencia está aquí supeditada a las demandas de la realidad ecológica
21
“En otras palabras, las personas que se hallan en esta condición estén viendo la estructura
de su propio cerebro” (Lewis-Williams, 2002:127). Resulta de interés que el psicoanalista
Geza Roheim apele a razones parecidas para describir a los animales que aparecen en los
sueños la condición de seres ancestrales. El sueño es una especie de regresión táctil de la
conciencia a los orígenes, más allá del mundo de la vigilia, dominado por la conciencia
visual y oral. El sistema óptico, privado de contacto con el mundo exterior, produce una
imaginería fantástica de animales, de ahí que los sueños sean tan frecuentemente un camino
de iniciación al totemismo (Shepard, 1998: 202).
22
Clottes ha señalado reiteradas veces que, para los hombres y mujeres de la Edad de Piedra,
tras las paredes de la cueva estaban los animales que las pinturas ayudaban a sacar.
24
En este punto no podemos estar de acuerdo con Shepard (1997), quien atribuye exclusi-
vamente la figura del chamán a las culturas domesticadoras de animales o pastoralistas
indoeuropeas, ya centralizadas, militarizadas y a caballo: el chamán-caballero-guerrero.
Los trabajos de Lewis-Williams describen el chamanismo de los San, una cultura de
cazadores-recolectores. Solo cuando los San fueron obligados a ser siervos de los colonos
blancos y negros de Sudáfrica aparece la figura del chamán como líder político (Lewis-
Williams, 2002:140). Anteriormente, y podemos presumir que en el Paleolítico, el chamán
cazaba y estaba sujeto a las mismas obligaciones que los demás.
25
La suerte de la biofilia humana está unida al menos en parte a la amnesia de ese lenguaje
simbólico impregnado de metáforas bioculturales sobre la condición primitiva y originaria
de los seres simbólicos como seres vivos que, como tales, comparten con todas los demás
criaturas vivas su condición mortal . Ello integra a lo seres humanos en una hermandad de la
que no puede desprenderse como un harapo, como un pelaje a perder para que brillen mejor
sus proporciones anatómicas y la divinidad de su alma La belleza puede residir, precisa-
mente, en los detalles que nuestro narcisismo descarta.
26
La mente no tiene que entenderse en términos de una sustancia diferente. La explicación
de Levi-Strauss puede interpretarse en los términos psicofísicos de un organismo/persona
individual embebida en un contesto socioecológico y biocultural. El par articulado de
Ingold (2000) organismo/persona obedece a una crítica parecida al predominio neodarwi-
nista de los programas culturales deterministas en antropología y de los programas gené-
ticos en biología, que concibenla pesona organismo individual como simple vehículo del
gen o de meme egoísta. Con palabras del siglo pasado, Levi-Struss viene a decirnos lo
mismo que Ingold (Esteban 2018: 41-62) No hay una conexión necesaria y determinista
entre los programas genéticos y programa culturales. Hay una pluralidad de transiciones,
nexos, articulaciones entre naturaleza y cultura, precisamente porque esos nexos son algo
que aprendemos y no un programa que heredamos y ejecutamos sin más, Los vínculos
Sociedad/Naturaleza se forman y aprenden en el paisaje epigenético que enmarca el desa-
rrrollo ontogenético de las personas/organismos (Ingold, 2000).
27
Georges Bataille interpreta estas manos con la voluntad de violar o transgredir un espacio
visual y dejar constancia de la presencia de uno, como el niño que ensucia las paredes.
Rosalind Krauss opone esta interpretación freudiana del arte rupestre como graffiti (X estuvo
aquí) a la lógica combinatoria subyacente de la interpretación de Leroi-Gourhan. En nuestra
opinión, las manos en positivo y en negativo parecen remitir a una relación binaria entre luz
y oscuridad y entre las técnicas de impresión táctil y soplado aéreo del ocre, haciendo más
verosímil la interpretación estructuralista.
Las sensaciones externas e internas son las únicas vías de paso del cono-
cimiento al entendimiento que puedo encontrar. Hasta donde puedo descu-
brir éstas son las únicas claraboyas por las que la luz se introduce en esta
cámara oscura. Porque pienso que el entendimiento no deja de parecerse a una
institución totalmente desprovista de luz, que no tuviera sino, una abertura
muy pequeña para dejar que penetraran las apariencias visibles externas, o
las ideas de las cosas; de tal manera que si las imágenes que penetran en este
cuarto oscuro permanecieran allí, y se situaran de una manera tan ordenada
como para ser halladas cuando lo requiera la ocasión, este cuarto sería muy
similar al entendimiento de un hombre, en lo que se refiere a todos los objetos
de la vista, y a las ideas de ellos (1980:248).
El sonido de la cueva
Como hemos visto, la estructura morfológica de las cuevas, las convertían en
escenarios óptimos para la dramaturgia totémica del chamán. En primer lugar,
la memoria ecológica del grupo debió notar la analogía entre la estructura
anatómica de las circunvalaciones cerebrales bajo los cráneos de los animales
que cazaban y las estructuras laberínticas de las cuevas. La cueva oscura debió
representar para ellos una suerte de externalización espacial de la mente social,
análoga al recinto mental donde discurrían las imágenes de su vida cons-
ciente y de su vida onírica. Su vida social estaba muy probablemente regida
por un animal totémico, y algunas de las pinturas zoomorfas remiten sin
duda a propiedades visuales del tótem. Pero quienes hemos visitado cuevas y
observado representaciones escénicas de ritos mayas, por ejemplo, sabemos
que la percepción magnificada del sonido en la cueva debió jugar un papel
en la dramaturgia del chamán. Y aquí probablemente sea útil recordar que
la cultura mitológica del sapiens es también una cultura musical. La cultura
mitológica del sapiens de Chauvet debió incluir, además de representaciones
visuales zoomorfas, narraciones poéticas y cantos acompañados de instru-
mentos, algunos fabricados con elementos naturales perecederos, como la piel
animal del tambor, las baquetas de madera o las cañas para soplar a modo
de flautas. Algunos fósiles óseos hallados en yacimientos paleolíticos cercanos
a Chauvet, en Alemania, son flautas que, admirablemente, ya poseían la escala
281
Imagen 16. Constelaciones zodiacales en Lascaux.
282
Capítulo 6
Co-evolución biocultural
Las culturas boreales del planeta siempre han mantenido una relación muy
próxima con los osos. Además de la bipedestación ocasional, los úrsidos
mantienen muchos isomorfismos conductuales que pueden servir de metá-
fora de la humanidad, como su tendencia a la soledad, su ferocidad relativa
u ocasional, su curiosidad, su audacia u osadía y su perseverancia. Es impo-
sible no ver una combinación entre estas actitudes del Ursus arctos en el tipo
ideal de Homo sapiens con el que Treadwell decía identificarse en la primera
escena del documental de Herzog. A diferencia de las poblaciones humanas,
la presencia de osos pardos no era un factor de perturbación para él. Pero ni
siquiera se preguntó si lo era para ellos. A base de perseverancia en su rechazo
a todo tipo de cultura y civilización, Treadwell había adquirido una segunda
naturaleza cuando cohabitaba con los grizzlies. Estando entre ellos, Treadwell
anhelaba la soledad como un grizzly, se ocultaba como un grizzly, competía
como un grizzly, amenazaba y rugía como un grizzly, se comportaba como
un grizzly. Pero olvidaba que, al hacerlo, estaba contraviniendo una relación
biosemiótica ancestral.
(1) Los osos son por su propia esencia intrínsecamente peligrosos para
todos los mamíferos, incluyendo al Homo sapiens.
(2) El único grizzly inofensivo es aquel que se encuentra a kilómetros
de donde estemos.
30
Según Borges, la Gesta de Beowulf es la épica más antigua de estas literaturas germánicas
medievales. Véase Borges, 1966.
puso a pelear dos cachorros, uno de perro y otro de león, y que el hermano del perrito saltó
de unos brazos para socorrerlo con éxito cuando ya estaba prácticamente vencido.
34
En nuestros días, bautizar a un vástago con el nombre de una empresa, digamos Telmex o
Microsoft, rinde beneficios a los progenitores avispados.
37
O sea, que pagarán cara la persecución del emperador Domiciano, entre el año 81 y el año
96 de nuestra era. Ojo por ojo.
348
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La hipótesis de la biofilia.
Una aproximación interdisciplinar
Se terminó de imprimir en diciembre de 2019
en los talleres gráficos de TRAUCO Editorial
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