Sacamantecas de Aviles
Sacamantecas de Aviles
Sacamantecas de Aviles
En la edición del 19 de abril de 1917, LA VOZ DE AVILÉS, informaba en un pequeño suelto de la «angustia» de
José Torres, que se había acercado hasta la redacción en la actual calle de La Ferrería para denunciar la desaparición
de su hijo, Manuel Torres Rodríguez, de ocho años de edad.
Tan sólo se sabía que, a eso de las seis de la tarde del día 18, había desaparecido junto con un desconocido por el
entonces camino nuevo de La Magdalena a La Ceba. Al día siguiente, el menor aparecía muerto en las inmediaciones
de la Peña de San Lázaro, en la vertiente norte de La Arabuya. En el cuello presentaba dos grandes heridas que
demostraban que alguna persona se había bebido toda su sangre. Un crimen del que el próximo miércoles se
cumplirán 95 años y que, desde entonces, sigue horrorizando y atrayendo por igual.
Licenciada en Historia y máster en Arqueología y Patrimonio, Arantxa Margolles es una de las autoras que se ha
acercado a este suceso con mayor rigor. En su blog 'La cantera de babi' presentó una versión de un caso que hace 95
años despertó una gran curiosidad en los periódicos.
«Presto una gran atención a los crímenes en la historia porque te ayudan a comprender la época, ver aspectos de la
sociedad que pueden pasar desapercibidos. Viendo estos sucesos, te haces una idea del pavor que tenían ante una
enfermedad como la tuberculosis, y la ignorancia que había que les llevaba a cometer atrocidades como matar a un
niño de ocho años para beber su sangre», comenta.
«Además de LA VOZ DE AVILÉS, el asesinato de este niño tuvo una gran repercusión. En la prensa regional, 'El
Noroeste' dio una amplia cobertura. Encontré referencias en diarios nacionales como 'El País', 'El Imparcial' y 'ABC',
aunque mucho más breves», comenta.
Margolles enmarca el suceso en una corriente de crímenes muy frecuentes en esa época: «los sacamantecas»
alimentados por el asesinato en 1910 de un niño en Gádor del que aprovecharon su grasa para hacer ungüentos contra
la tuberculosis y beber su sangre. También en esa época, es el secuestro de niños de Enriqueta Martí en Barcelona,
que vendía a la alta burguesía catalana para que bebiesen su sangre y que conmocionó a la ciudad condal.
«El crimen de Gádor fue el primero realmente divulgado ante la opinión pública, pero estos asesinatos de
'sacamantecas' ya aparecen en España desde el siglo XIX con Romasanta. En esos años, las noticias de infanticidios y
la desaparición de niños estaban a la orden del día. En todos ellos había una serie de elementos comunes, como la
presencia de la tuberculosis y la creencia de que la sangre o la grasa de un niño iba a curar al enfermo. En el caso de
Avilés, fue el último crimen que se publicó de estas características», explica la historiadora.
Conmoción en Avilés
El crimen de La Magdalena, como lo denominó entonces LA VOZ DE AVILÉS, conmocionó a la opinión pública
avilesina y española. «Estos sucesos se asociaban a la España más profunda y que pasase en Asturias y en una ciudad
que comenzaba a desarrollarse fue un impacto», comenta Arantxa Margolles.
Además de la amplia difusión en los medios de comunicación, las noticias de esta cabecera dan cuenta como la
presencia de la Guardia Civil impidió el linchamiento del autor confeso de los hechos. En los diferentes artículos
publicados se realizan numerosas alusiones a la conmoción en la ciudad y, lógicamente, en La Magdalena. Incluso el
propio periódico no duda en pedir la pena de muerte para el responsable del asesinato.
Su autor fue Ramón Cuervo, también conocido por 'Ramón de Paulo', en 1917. Vecino de Llanera, había emigrado a
Cuba donde, en 1914, contrajo la tuberculosis pulmonar, enfermedad que se le diagnosticó cuando trabajaba en una
papelera de Sagua La Grande. Su edad resulta incierta. En LA VOZ se le atribuye 21 ó 22 años, si bien Margolles
señala que en 'El Noroeste' le atribuyen 28 años.
En Cuba, acudió a un curandero, el negro Francisco, que le aconsejó beber la sangre de un niño para sanar. Desde ese
momento a los sucesos de Avilés, el asesino realizó dos viajes entre Asturias y la isla caribeña. «Sospecho que en
Cuba también cometió algún crimen porque Ramón Cuervo marchó de la isla de forma muy rápida cuando los
médicos le aconsejaban quedar por el clima, pero es una hipótesis, no lo he podido confirmar», comenta Margolles.
En busca de la víctima
Repasando la hemeroteca de LA VOZ DE AVILÉS, se pueden revivir todos los detalles del suceso. Ramón Cuervo
llegó a Avilés desde su domicilio en Santa Cruz de Llanera el 18 de abril. Anteriormente había estado en la ciudad
durante las fiestas de Carnaval. Se alojó en el bodegón de Pablo Alonso, Casa de Pachón, en Llano Ponte, a donde
llegó a caballo.
Durante toda la tarde, el asesino rondó Avilés buscando a una víctima. Su forma de actuar fue en todos los casos
similar: pedía ayuda a los niños y se ofrecía a pagar por esos servicios. En El Carbayedo, José Rodríguez, 'Carolo',
acepta ayudarle a llevar ropa. Lo acompaña por los caminos hacia La Magdalena y huye cuando Cuervo hace un alto
en el camino e intenta sedarle con cloroformo. «En declaraciones posteriores, diría que lo dejó escapar porque le
parecía muy raquítico», recuerda Margolles.
Tres chicos de Buenavista, Jesús González, Fermín Pérez Fernández y Belarmino Reguerón, que se encontraban
cuidando cabras en La Grandiella, rechazaron un ofrecimiento que les hizo para acompañarlo.
Ya en la campa de la Iglesia de Santa María Magdalena, encuentra a tres niños jugando: Manuel Torres Rodríguez,
Agustín García Sánchez y Ángel Ovies. Les pregunta por una inexistente 'casa blanca'. Ninguno sabe de que se
encuentra, aunque al final, Manuel Torres, acepta pensando que se trataba de las instalaciones de La Suiza española,
la fábrica de productos lácteos donde trabajaba su padre.
Cuando llegan a un lugar recóndito en los breñales de La Arabuya, Ramón Cuervo seda al niño y, con su navaja, le
hace dos heridas en el cuello para beber su sangre. En su declaración, reconoció haberlo dejado tirado, sin saber «si
estaba vivo o muerto».
Tras su detención, se realizó un amplio despliegue. Además del juez de la localidad Eduardo Prada Vaquero, se
realizó un autopsia y un análisis a las heces del autor, que revelaron una gran cantidad de sangre en ellas, sólo
atribuible a una enfermedad o a una ingesta masiva. «Es muy destacable el despliegue de medios que hubo, con la
autopsia y el análisis científico. No era habitual», comenta Margolles.
En los interrogatorios, el autor negó inicialmente los hechos. Se le preguntó por la desaparición de una niña en
Llanera en fechas próximas a su primer regreso de Cuba, pero negó cualquier vinculación.
Pero las pruebas fueron acumulándose. Numerosos testigos, el testimonio del farmacéutico que le había vendido el
cloroformo, el análisis de las heces...
Finalmente, el 23 de abril, a eso de las dos de la tarde, Ramón de Paula reclamaba la presencia en la prisión local del
juez para reconocer la autoría del delito.
En su relato confesaba como, en 1914, tras el diagnóstico de la tuberculosis pulmonar, acudió a un curandero, el
«negro Francisco» que le ofreció un filtro saludable para su enfermedad. No llegó a explicar qué había sucedido entre
ese año y el asesinato en Avilés, si hubo más víctimas en su historial.
A partir de ese momento, la pista de Ramón Cuervo se pierde en la historia. «Después de la detención y confesión no
se sabe nada más de él. Estuve buscando información pero no localicé nada. Las noticias se cortan bruscamente. En el
caso de Gádor o Enriqueta se puede seguir la pista y saber lo que sucedió. Aquí nada. Imagino que habría sido
condenado a muerte», concluye Arantxa Margolles.