Exposiciones de Formato A Modo de Pensar Marcelo Pacheco
Exposiciones de Formato A Modo de Pensar Marcelo Pacheco
Exposiciones de Formato A Modo de Pensar Marcelo Pacheco
Marcelo Pacheco.
La disposición de los paneles o de los medios elegidos para marcar la partición de la sala
en un territorio específico a ser caminado por el público, crea recorridos más o menos
marcados. Hay curadores que tratan de evitar crear pautas de movimiento estrictas, que
el espectador tenga una ruta de viaje obligatoria, una manera única de transitar la
exposición. Sin embargo, la idea de puntos de giro o de atención singulares señalados en
el espacio, combinados con la libertad de deambular por la sala, suele ser la manera
habitual de resolver éste punto, que es el nudo que organiza las demás figuras de la
retórica museográfica. Existen casos en los que la narración tiene como constitución en su
red de significados un orden que pone a disposición del público, hitos que deben ir
sumándose para el espectador dentro de una organización estricta, creando series
derivadas unas de otras, o causalidades que deben leerse como tales. Por ejemplo, las
retrospectivas en las muestras tradicionales, solían modelarse sobre plantillas cronológicas
que buscaban imponer la lectura de un desarrollo, de un ritmo de “madurez” artística. Por
el contrario, la práctica curatorial contemporánea suele crear ejes de lectura sobre
argumentos o tesis de interpretación o interacción que resulten un aporte para la mirada
más allá de lo dado por un esquema temporal ya predispuesto. Es habitual que los centros
narrativos de las retrospectivas elijan una visualidad móvil y libre en la sala, una
manipulación que diseñe una lectura basada en señales distribuidas en diferentes puntos,
y que para el curador son nudos discursivos dentro de la obra del artista elegido. Cuando
la práctica curatorial presenta una retrospectiva no ignora las secuencias de trabajos y
líneas de tiempo, pero estos no son los elementos dominantes; lo que manda es el
enunciado de una tesis, ir a la batalla con el artista elegido. Las confrontaciones, las
coyunturas son reales y ocurren aquí y ahora.
El esquema característico de las retrospectivas es un buen ejemplo para ver las diferencias
de concepción y de su funcionamiento hasta los años 70 y sus novedades en el marco de
la práctica curatorial. El esquema lineal pensando en el anclaje “evolutivo” de la obra es
un historicismo abandonado en los años 80. La concepción del arte eterno se fracturó
desde el “fin de la Historia” de Hegel, donde la fugacidad e inmediatez pasaron a ser
cualidades constitutivas del arte y la vivencia estética. Sin embargo, la obra conservó su
ser histórico, lo que perdió fue su eternidad. La modernidad suplantó esa estructura de
acontecimiento histórico que relacionaba a la obra con su evidencia documental y con la
idea de contexto, por historicismos que funcionaron como mallas de cierre de los tiempos
y épocas de trabajo para los artistas y para la aparición de las obras. Los historicismos
rodearon a los acontecimientos artísticos de discursos llenos de causalidades y cortaron su
potencial como sistema de relaciones. La manía por el anclaje en procesos considerados
progresivos y de acelerada transformación de la pintura hacia un punto cero, se apoderó
de las distintas versiones de la historiografía del arte. Aquel ritmo mandante de las bellas
artes se sostuvo hasta la abstracción de los años 40 y 50, para quebrarse recién en los 60,
fractura que Arthur Danto sintetizó en la expresión “arte posthistórico” para hablar del
pop, el minimalismo y el conceptualismo.
Son muchos los modelos curatoriales que pueden verse en actividad desde los años 80,
más explícitos algunos que otros, pero casi todos comparten un concepto propio del
campo de las geometrías no euclidianas y que se extendió desde sus modelos de
laboratorio sobre el pensamiento de la modernidad, que es la idea de “campos de
relaciones”. Las fuerzas relacionales entre obras, artistas, épocas, formas, textos, fuentes,
etcétera, son parte de una nueva manera de pensar la historia del arte. Las exposiciones
como formas sintácticas son, también, un sistema de relaciones. En lugar de trabajar a
partir de ideas centrales la curaduría se mueve disolviendo puntos de atención autoritarios
para ingresar en territorios en los que la exposición pensada, diseñada y puesta en acción,
ya no tiene nada que ver con el curador y ni siquiera con el artista, como escribe Jacques
Derrida sólo queda “pasar en silencio”.
En las confusiones actuales entre exposiciones y simples salas colgadas, entre curadores y
quienes hacen selecciones de artistas y obras, y crean un guión, o disponen al azar o
esquemáticamente sus elecciones, y entre los diseñadores de exposiciones y quienes se
dedican a acomodar espacios confortables para exhibir piezas artísticas, todas confusiones
cada vez más extendidas, la mirada sobre la existencia o no, de una red de relaciones en
lucha que señala prácticamente y enuncia teóricamente una tesis, una posición, con
respeto al asunto de intervención elegido, despeja con claridad malos entendidos. (Los
cursos de filosofía para científicos de Louis Althusser son la guía y la cita permanente que
marcan estas reflexiones, no hablar de curaduría sino de práctica curatorial)
La excusa de las retrospectivas predispone el discurso hacia un filo fundante de la práctica
curatorial: la concepción de las exposiciones como dimensiones de libertad para pensar y
para el placer, o sólo para el placer, incluso para el entretenimiento, el ocio o el
aprendizaje. No hay una relación dada ni debe demostrarse ninguna eficacia relacionada
con el saber o con respecto a una disciplina superior. Los sistemas de fuerzas creados por
la práctica curatorial se mueven en el espacio de una sala, por ejemplo, de un museo, no
como conocimientos que deben ser aprehendidos para entender de qué se trata, para
poder reconocer lo que allí está pasando. La dinámica es otra y el contacto y la
participación son diferentes. Deambular una exposición es una libertad anterior a la
audacia del espectador y un gesto que no debe esperar permiso. Allí hay una dinámica
que puede ser descubierta, intuida, estudiada y confrontada, ignorada o simplemente
desechada, sin que eso altere en nada el acuerdo tácito entre curadores y público, porque
no hay una meta obligatoria que deba alcanzarse. La trampa del juego está en los
objetivos institucionales, programando para la libertad o programando intencionalmente
para la facilidad que atrae público.
Los juegos abiertos y las consecuencias provocadas por las exposiciones surgidas de la
práctica curatorial no pertenecen al orden de las industrias culturales, lo que no significa
que no respondan a sus reglas y exigencias y actúen en su territorio. La práctica curatorial
busca infiltrarse en las estadísticas, la mercantilización, la visibilidad, lo masivo que
aspiran a sostener hoy los museos, aún dentro de sus políticas cada vez más restrictivas y
clasistas, como ocurre con toda industria que está sujeta a su rentabilidad. Claro que debe
admitirse que los museos o las exposiciones, en general, tienen aún el privilegio de formar
parte de un imaginario de misión social y de pertenencia colectiva que nadie se atreve a
mercantilizar en un cien por ciento. Las instituciones multiplican sus programas
asistenciales con departamentos educativos que, hace más de una década, son centrales
dentro del organigrama de los museos.
Ahora, no debe confundirse el estado de situación: las áreas encargadas de diseñar y
gestionar los programas educativos tienen una voz amplificada pero no como acto real de
democratización de la vivencia museo, sino como consecuencia y necesidad estratégica de
inclusión. Una vez más los museos prueban su poder de inclusión, ahora dentro del
sistema capitalista y sus expansiones tardo industriales. Por un lado, la atracción de
sectores de las nuevas minorías activas en el mercado del consumo de las industrias
culturales, por ejemplo, amplios sectores de poder económico de clase media acomodada,
clientes de la privatización de la educación que el modelo neoliberal tiende a mundializar,
o una comunidad de amplia disponibilidades materiales para el gasto, con tendencia
compulsiva a la adquisición y el uso, y sin noción de ahorro familiar, como es la minoría
homosexual. Por otro lado, la inclusión de las poblaciones demográficamente crecientes
que hasta ahora ocupaban en la pirámide social nichos que no influían ni en el mercado ni
en la política, y que, por diversas razones, comenzarán en poco tiempo a ser factores de
decisión, o, al menos, tendrán la peligrosa capacidad de mover la balanza hacia uno u otro
lado de los intereses puestos en juego por el campo de poder. Su cooptación es una
misión fundamental para evitar el desequilibrio que puede producirse en treinta años: el
fenómeno de los inmigrantes de sus antiguas colonias en el caso europeo, y la situación
de los hispanos en la sociedad norteamericana, son dos ejemplos evidentes. Al mismo
tiempo, los museos juegan, ya se sabe, su mala conciencia de la inclusión ficticia de los
sectores marginados, con programas educativos especialmente dirigidos hacia ellos.
Mientras tanto los museos gratuitos se extinguen, los días gratis desaparecen, las
entradas de aquellos ocho dólares de los años noventa, ya superan los veinte dólares.
Los curadores, como agentes surgidos directamente por una necesidad específica del
neocapitalismo pero que, como ocurre con frecuencia con los intelectuales convertidos en
personal de servicio de cuello blanco, tienen la capacidad de generar espacios de
equívocos, no ya de confrontaciones, pero sí de incomodidades, caminan desde hace una
década al borde de varios precipicios: deben cubrir las expectativas exitosas en público y
medios de comunicación de las instituciones y sus administradores o fundadores; deben
mantener excitada la atención de los principales donantes y los protagonistas de los
consejos de administración que son quienes aportan gran parte de los millones necesarios
para el funcionamiento institucional y para programas específicos dedicados a minorías
hoy poseedoras de grandes fortunas; deben ofrecer programaciones de exposiciones
atractivas para la masa de público disputada en el mismo terreno de las industrias
culturales; y, finalmente, y aquí radica el dilema y la indispensable habilidad de estratega
del agente en cuestión, lograr mantener la práctica curatorial en ese terreno donde la
libertad de las propuestas y elecciones, en las exposiciones como formas en acción y como
posibilidades abiertas, no dejen de aspirar a una dimensión provocativa para el
pensamiento, donde pueda mantenerse el modelo narrativo relacional, inclinado casi de
modo necesario a cierta complejidad.
Son muchas las negociaciones y los desfiladeros, no es un trabajo imposible pero si
necesita de la tracción a sangre y del goce del poder, todos los ámbitos implicados en el
camino que debe recorrerse día a día y las fuerzas y desafíos comprometidos, tienen que
ver necesariamente con el triunfo y el trofeo, a la antigua y sabia manera de la lucha
agonal.
Situación de riesgo que no debe olvidar su impuesto y no discutible contexto global. Las
propuestas curatoriales y las exposiciones deben ser competitivas en el terreno global, ya
no importa el nacional, ya no es suficiente el regional. Y la mundialización es implacable
en sus exigencias y redes de funcionamiento: el juego y la competencia no supone el
planeta, es obvio que de eso no se trata la mentada aldea global, ni de las naciones cuyas
fronteras cayeron junto con sus participaciones colectivas; la disputa supone lo que Saskia
Sassen hace varios años señaló como “ciudades globales”, Nueva York, Tokio, Londres,
Berlín, San Pablo y una lista muy corta que marca algunos puntos más de existencia real
en el mapa global. Es entre ellas donde ocurren las batallas. Las demás ciudades son
periféricas, pertenezcan al país que pertenezcan.
Claro que, en los planteos de las ciudades globales, relacionados con el funcionamiento
transnacional de los capitales financieros, hay posiciones que pueden conquistarse a
fuerza de una gran potencia económica, o de una economía estratégica para el sistema
del tardo capitalismo, como ocurre con Houston y su liderazgo económico entre el
petróleo, la medicina, la informática y las haciendas. También hay alianzas regionales que
pueden lograr una mayor atención como grupo por impulsos de sus propios mercados y
sus líneas específicas de consumo, circulación, visibilidad o potencial colectivo, llegan a
configurar centros necesarios de atención en las distribuciones y factores de decisiones
globales, el caso de una región como Latinoamérica, es claro en su potencial de reservas
naturales, energéticas y alimenticias.
En los 90 cuando algunos de los grupos económicos latinoamericanos vieron con certeza y
claridad la necesidad de globalizarse y de abandonar posiciones nacionales, hubo algunos
movimientos en la región que también parecieron incluir una estrategia de mundialización
basada en la alianza de ciertos emporios líderes en los mercados locales y con
ramificaciones internacionales, para construir un circuito artístico que desde México llegara
hasta la Argentina. Se buscó crear un potencial institucional, basado en un poder
económico real, que funcionara, por un lado, como un frente único de negociación en
relación a la nueva distribución del poder internacional concentrado en unos pocos puntos
del planeta y, por otro, para crear un circuito propio, a la manera de un campo artístico
subcontinental, que pudiera actuar con distancia, independencia e identidades globales
propias, con respecto a la americanización del planeta.
El proyecto visionario, aunque pura utopía o renovado voluntarismo, tuvo algunos puntos
débiles, otros que no podían preverse y otros que se negaron. Por ejemplo, no incluyó en
el circuito más que a las supuestas “potencias” latinoamericanas, México, Venezuela, Brasil
y Argentina, sosteniendo el tradicional prejuicio contra los demás países de la región, no
sólo en lo económico sino también en lo artístico y lo institucional; los puntos de apoyo
fueron grupos empresarios familiares lo que, es cierto, hizo más fáciles las negociaciones y
acuerdos, pero pusieron al proyecto en el plano de lo subjetivo y lejos de una visión
estratégica de bases objetivas, tanto materiales como simbólicas, y cada país funcionaba
sobre la base de un único grupo elegido, en lugar de juntar fuerzas en alianzas y
compromisos más abarcadores y menos excluyentes; no todos los actores podían
comprometer niveles institucionales similares en los diferentes países, por motivos de
situaciones políticas internas y estados y espacios públicos constituidos de maneras
diversas; y, quizás, sólo quizás, sobre todo, jugaron en contra lo temprano de la
propuesta que no imaginó los despegues de países como Chile, Colombia y Perú, y no
pensó en un aliado norteamericano con intereses firmes en América Latina, que no tuviera
que ver con el circuito del “primer mundo” que seguía mostrando su desprecio por el arte,
entidades y producción teórica regional, disposiciones que, ilusiones insistentes y visiones
cercadas por los espejismos del Norte, creen superadas.
Los nombres de los grupos económicos comprometidos no importan, y esto no me lo
contaron, digo como autor, me tocó negociar, o mejor intentar negociar o mejor sólo
viajar para intentar negociar con el último jugador necesario en la red latinoamericana. Ya
estaban Argentina, Brasil y Venezuela, sólo faltaba México. En aquel entonces, 1993 era la
fecha, la “capital artística” del país era la ciudad de Monterrey con el MARCO el museo
más espectacular y rico que mostraba América Latina. Sólo su premio anual de
convocatoria regional entregaba al único y afortunado ganador la cifra de 250.000 dólares,
y espero que la memoria no me esté fallando. El proyecto de reunión en el despacho
presidencial del MARCO fue rápido y no llegó ni siquiera a un “podríamos ver”, “podrían
considerarlo”, “los artistas iniciales serían”, rápidamente el trueno mexicano dejó en claro
que nada le importaba más allá de sus fronteras. Fin de un nuevo sueño casi, casi, casi,
panamericano; un panamericanismo para el cual hay países de primera y países de
segunda, y regiones completas de tercera.
Pero el eje sobre el cual transcurrían estas notas sobre las transformaciones de las
exposiciones en relación con la aparición de la práctica curatorial, se fue desdibujando.
Un asunto necesario sobre el cual debe dar cuenta el territorio es una breve referencia, a
manera de simple apunte, sobre el desarrollo de la práctica curatorial y la aparición de las
exposiciones contemporáneas, en la escena porteña. La cronología, protagonistas y
realizaciones vienen confusas y desmemoriadas, la evidencia documental sufre de
tachaduras interesantes que van corriendo la construcción del campo local y desviando la
atención sobre versiones segundonas que proceden de ámbitos que llegaron a la
curaduría, no sólo confundidas, sino en fechas tardías.
Eran los años 80 cuando una serie de muestras, algunas todavía discutibles, asomaron en
la escena llevando lo nuevo en sus resoluciones. Incluso, algunos ejemplos locales de los
70 son interesantes de rescatar como pioneros en sus planteos curatoriales, o sus
museografías o publicaciones, como las muestra de las tablas mexicanas coloniales del
siglo XVII de Marta Dujovne, Cándido López con su curaduría e investigación compartidas
con Marta Gil Solá, un catálogo de estudio como el presentado por Nelly Perazzo junto con
su retrospectiva sobre la obra de Aldo Paparella y la edición de Vanguardias de los años
40 del Museo Sívori, aparecido en 1980.
Los catálogos fueron piezas que también se transformaron dentro de la práctica curatorial
hasta convertirse en los libros de referencia para el territorio artístico. Los ensayos
renovadores, los aparatos críticos, los cuidados en el manejo del cuerpo de imágenes, no
siempre en sus calidades, lo significativo de sus diferentes niveles de información, los
ubicaron más allá de los modelos vistos hasta entonces. Hay un aspecto en los catálogos
que resulta curioso: el tema del diseño gráfico. La vanguardia de la imagen visual
impuesta por el dúo Fontana-Distéfano en el Instituto Di Tella en los años 60, le dio al
campo artísticos piezas memorables. Sin embargo, a partir de los 70 los catálogos
producidos para las muestras en las diferentes instituciones porteñas perdieron su
excelencia en el diseño gráfico; se ve una medianía llamativa que sigue vigente en las
décadas siguientes. Algunos hallazgos de tapas en la Fundación San Telmo o la Fundación
Banco Patricios que, sin embargo, no se acercaron al nivel planteado por el Di Tella.
Algunos mejores, otros peores, el horizonte no parece levantarse hasta el 2002 con la
llegada del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires Malba/Colección Costantini y
su catálogo Artistas Rioplatenses en Europa con su tapa marrón habano y la sigla RPLA,
que mostró con toda claridad la búsqueda de una imagen visual distintiva con la
incorporación de un área de diseño gráfico en la estructura operativa del museo por
decisión de su director, Eduardo Costantini (h).
Las principales muestras renovadoras porteñas en los 80 fueron, entre otras, las
monográficas Pettoruti, Antonio Berni y Alfredo Hlito de Martha Nanni, junto a parte de su
replanteo de la colección permanente de la institución; Desnudos y Vestidos. Una historia
del gusto y la retrospectiva de Fernando Fader de Ana María Telesca y éste autor;
Después de Goya… antes de Picasso, el replanteo de las salas permanentes de arte
europeo de los siglos XVIII al XX y la colección permanente de Arte Argentino entre 1820
y 1990, la co-curaduría de Vincent van Gogh y su mundo, Antonio Berni-Jorge de la Vega,
planteadas por éste autor, todos ejemplos en un rango que abarca diez años, entre 1982
y 1993. Sin olvidar las novedades que en la etapa final de su trabajo, presentó Samy
Oliver al hacerse cargo de las museografías de Fader y de la muestra Seis maestros de la
pintura uruguaya. Para 1990, los modelos de diseños expositivos trabajados por Gustavo
Vásquez Ocampo en múltiples muestras marcaron el punto de inflexión de ingreso a una
museografía contemporánea.
Con los cambios ocurridos, como puede verse no en un proceso lineal sino en
movimientos ondulantes, que se rastrean desde los 60 para estabilizarse en los 80, la
escena artística porteña fue incorporando en el campo de las artes visuales los trabajos de
la práctica curatorial y el uso de un modelo renovado de la forma exposición.
Dentro del panorama, décadas después, cuando ya había pasado mucha agua bajo el
puente y con ella muchas exposiciones, ensayos curatoriales y catálogos, se multiplicaron
investigaciones que se transformaron por suertes singulares en exposiciones e
investigadores que renacieron curadores. Ya se plantearon las distinciones entre colgar
cuadros y la práctica curatorial y entre muestras y exposiciones, pero en un medio poroso
y permisivo como el porteño los híbridos y el asumir roles diversos sin previo aviso son
habituales, y el debate no es un posibilidad que la escena artística considere válida. Las
batallas locales no incluyen el debate, se alimentan de la mayor cantidad de tachaduras e
invenciones que puede realizar y exhibir el bando más ruidoso y rizomático, las evidencias
documentales se seleccionan y las narraciones históricas recurren a la ficción de
evidencias conceptuales vacías. Así, se puede afirmar que las curadurías y exposiciones
constructoras de narraciones, los montajes integrales y con sintaxis de relatos para las
colecciones permanentes, comenzaron a principios del siglo XXI.
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