Por Qué Estudiar Literatura

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¿Por qué estudiar Literatura?

Juan González Martínez


Quizá sea prudente, antes de iniciar cualquier viaje por la Historia de la Literatura, por
fascinante que resulte ese viaje, justificar el porqué de su presencia en cualquier plan de
estudios, tanto de la enseñanza obligatoria como de la postobligatoria (Bachillerato o
Universidad); o, lo que parece de mayor calado, reflexionar sobre la causa misma que avala
que la Literatura, sea en el nivel académico que sea, deba ser estudiada. Con todo, aún parece
más prudente, antes de definir la utilidad del estudio de cualquier materia, definir qué es eso
mismo por cuya función nos preguntamos. Parece obvio preguntárselo en este caso. Y, en
efecto, quizá la pregunta sea poco menos que una perogrullada, pero ahí la lanzo: ¿qué es la
Literatura?
Aunque parezca sencilla de responder, ni siquiera después de unos cuantos años de estudio
tengo una respuesta clara, rotunda, fácil de explicar a legos en la materia. Vendría a ser
aquello que decía Lope de un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto
en tal aprieto. Y, en el fondo, también me resulta complicado dar una pauta, a quien me la
pida, que permita discernir entre lo que es Literatura y lo que no lo es; no encuentro, en
definitiva, un cedazo que me ayude a responderme por qué lo que juzgo literario lo es y por
qué aquello que destierro del paraíso de la Literatura queda bien desterrado. Y en mi descargo
diré que, en gran medida, este ha sido un problema que venimos arrastrando desde el
momento mismo en que nos planteamos la entidad misma de la Literatura y de su estudio.
Abundemos un poco en ello, pues quizá reflexionar sobre las diferentes concepciones que ha
tenido la Literatura nos ayude a centrar nuestro objeto de estudio. En la Antigüedad, la
Literatura se componía de aquellos conocimientos que un hombre de letras tenía, esto es, su
cultura. Cabría preguntarse, llegados a este punto, qué se entendía por hombre de letras. En
cualquier caso, es diáfano que no es ese el concepto que actualmente tenemos de Literatura.
A nadie se le antojaría calificar de literario el quehacer de un historiador, o de un filósofo, al
menos en primera instancia; ni a ellos los consideramos literatos, por más que algunos, de
facto, lo sean. Es fácil darse cuenta, pues, de que en realidad el concepto de hombre de letras
era más bien lo que en el momento actual entendemos de forma genérica por intelectual; a
saber, una persona dedicada al estudio, con hondos conocimientos y que atesora un
considerable bagaje cultural.
A partir de la segunda mitad del siglo xviii, el término Literatura pasó a designar un conjunto
de textos en una lengua determinada, que pueden ser objeto de estudio. Literatura vino
entonces a significar ‘arte cuyo medio de expresión es el lenguaje’, entendiendo, por
supuesto, que aquí el lenguaje está desprovisto de la función preeminente de informar y que
se concibe casi exclusivamente con la finalidad de experimentar satisfacción o placer
estético.
En definitiva, Literatura sería el uso del lenguaje con un fin deliberadamente estético, de
crear belleza, y completamente desinteresado, sin que se busque por su medio obtener un
provecho material. Y, por extensión, Literatura es el conjunto de obras que surge de aquel
propósito, que podemos compartimentar, para su estudio, en función de diferentes épocas
(Literatura medieval, romántica, vanguardista) o según su lengua vehicular (Literatura
española, catalana, francesa, etc.).
La definición que podemos desprender de todo ello, aunque parezca medianamente
aceptable, no está exenta de problemas, pues en definitiva no nos permite, a simple vista,
determinar qué es literario y qué no lo es. Para que nos entendamos: la gracia de una
definición es precisamente que nos permita predecir, que sea productiva. Si defino un
triángulo, fácilmente podré distinguir, entre el conjunto de polígonos, cuáles son triángulos
de los que no lo son.
Pero, ¿quién se atreve a echar un texto al saco de lo no literario sin miedo de equivocarse?
Y, al revés, si ahora nos atrevemos a determinar, aun con cautela, que tal o cual composición
no son literarias, será más por nuestra experiencia frente a textos literarios que porque
hayamos aplicado esta definición que acabamos de dar. Por ello, gran parte de los esfuerzos
de los estudiosos se han dedicado a dar con el concepto de literariedad, que grosso modo
sería aquella propiedad de los textos literarios que los distingue de los no literarios.
Recuperando el ejemplo de los triángulos, la «triangularidad» sería la condición sine qua non
de ser un polígono formado por tres lados.
No hay polígonos de dos lados, y los de cuatro o más, seguro que no son triángulos. Pero
dar con la literariedad resulta dificultoso: la Literatura no tiene un instrumento exclusivo,
sino que comparte el lenguaje con la comunicación ordinaria. Es decir, aunque hablamos de
usos particulares del lenguaje en la Literatura, sería una barbaridad decir que el lenguaje es
patrimonio exclusivo de la Literatura: ¡cuántas personas tienen la mala fortuna de vivir
alejadas de la Literatura en mayúsculas y no por ello carecen de lenguaje!
Un último criterio que podemos apuntar es el criterio de la ficcionalidad. Sin ficción, apuntan
algunos estudiosos, no hay Literatura. Toda creación invita a formar parte de un mundo
ficticio acordado entre el lector y el escritor. Existe, en efecto, una suspensión de la
credulidad ante la obra literaria por parte del lector: se puede hablar de verosimilitud, pero
no de realidad, sino de ficción. Por el momento, considerar la ficcionalidad es el criterio más
seguro: la creación de un mundo de ficción parece condición indispensable en la obra
literaria; pero sigue sin ser un criterio exclusivo, pues la propia capacidad de prevaricar del
hombre, la mentira, es consustancial al género humano, y no necesariamente aparece en la
Literatura.
Ahora bien, ¿Qué es la Literatura?, nos seguimos preguntando. Y seguimos sin respuesta.
Quizá podamos plantearnos cuáles y cuántas son las características de la comunicación
literaria… Así, a bote pronto, se me ocurren unas cuantas:
• El emisor está altamente cualificado, es un artista.
• Es irreversible.
• Es diferida.
• Emisor y mensaje son inmutables; el receptor es cambiante.
• Su contexto resulta problemático: ¿manda el contexto del emisor o el del receptor?
• La situación de recepción es múltiple, lo cual origina la necesidad de críticos literarios para
reconducir las interpretaciones (eso es lo oficial, al menos; pero… ¿seguro?).
• Es importante el factor actualidad: la vigencia de la obra literaria a través del tiempo se basa
en la existencia de afinidades entre el mensaje y el momento presente del lector.
• Los ruidos de la comunicación literaria pueden devenir informativos (incompetencia del
lector, descontextualización).
• El mensaje se caracteriza por su intangibilidad.
• Abundan los recursos distintos de los utilizados en la lengua hablada: se da una utilización
especial del código.
• La comunicación se da no solo intratextual e intertextual. Confiemos en que, con estas
pautas, que sabemos imperfectas, tengamos un poco más claro qué es Literatura y qué no lo
es. La múltiple definición, aunque siga sin ser completa, nos da una idea más cercana de qué
es Literatura y qué no lo es.
Y, llegados a este punto, planteémonos de nuevo la pregunta inicial: ¿por qué estudiar
Literatura? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es su función? Hasta la segunda mitad del siglo xviii
la Literatura no era una disciplina autónoma. La Literatura antigua, en parte, se concebía con
una finalidad didáctico-moral o hedonista (consecución del placer, o del entretenimiento),
mucho más que estética.
No obstante, hay una denuncia implícita de la realidad que se rechaza: si la sociedad que
rodea al creador no le asfixiara, sin duda no se vería en el callejón sin salida que le impele a
huir de su entorno. La Literatura, a lo largo del tiempo, ha estado cargada de utilidad, en un
sentido menos pragmático que el que la utilitarista sociedad actual confiere a ese concepto
de utilidad.
La Literatura entretiene, enseña, denuncia, evade y produce placer estético. ¿Hay quien se
atreva a decir que la Literatura, y por consiguiente su estudio, resultan estériles? Además, la
Literatura, entendida como conjunto de obras históricamente escritas en una lengua, contiene
el sentir de un pueblo y, por tanto, su identidad. La Literatura es el vehículo de la Historia,
de la Filosofía, del resto de las Artes, del talante mismo de la sociedad que la acoge. Y solo
por eso ya deberíamos dedicarnos con ahínco al estudio de la Historia de nuestras Literaturas.
Por aquello mismo que justifica el estudio de la Historia: conocernos mejor, cuidar nuestro
patrimonio y no repetir los errores de nuestro pasado.
La Literatura ha acompañado al ser humano desde siempre: ha entretenido su ocio y aliviado
el pesar de su negocio; ha vehiculado su historia y sus conocimientos, le ha evadido y le ha
alimentado la fantasía; y lo ha ayudado a comunicarse con lo trascendente. Lo literario es,
pues, inherente al ser humano. No hay pueblo sin Literatura, igual que no hay pueblo sin
Historia. Con el tiempo, cambian las formas y los modos; se cultivan unos géneros en
detrimento de otros; quedan obsoletas muchas formas de antaño al tiempo que se recuperan
otras para ponerlas de nuevo en boga. Nunca ha cesado la necesidad de Literatura, aunque
esa necesidad se satisfaga de muy distintas formas. Como señala Lázaro Carreter, «en todos
los estratos de la sociedad, hasta en los aparentemente más alejados del interés por la
Literatura, ese interés permanece».
Tomado de Breve Historia de la literatura española. En:
http://www.octaedro.com/pdf/107011.pdf

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