Este documento discute las diferentes concepciones de literatura a través de la historia y las dificultades para definirla. Examina las funciones de la literatura como entretener, enseñar, denunciar y producir placer estético. Concluye que la literatura es inherente a la condición humana y que su estudio es importante para conocernos mejor como sociedad y cultura.
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Este documento discute las diferentes concepciones de literatura a través de la historia y las dificultades para definirla. Examina las funciones de la literatura como entretener, enseñar, denunciar y producir placer estético. Concluye que la literatura es inherente a la condición humana y que su estudio es importante para conocernos mejor como sociedad y cultura.
Este documento discute las diferentes concepciones de literatura a través de la historia y las dificultades para definirla. Examina las funciones de la literatura como entretener, enseñar, denunciar y producir placer estético. Concluye que la literatura es inherente a la condición humana y que su estudio es importante para conocernos mejor como sociedad y cultura.
Este documento discute las diferentes concepciones de literatura a través de la historia y las dificultades para definirla. Examina las funciones de la literatura como entretener, enseñar, denunciar y producir placer estético. Concluye que la literatura es inherente a la condición humana y que su estudio es importante para conocernos mejor como sociedad y cultura.
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¿Por qué estudiar Literatura?
Juan González Martínez
Quizá sea prudente, antes de iniciar cualquier viaje por la Historia de la Literatura, por fascinante que resulte ese viaje, justificar el porqué de su presencia en cualquier plan de estudios, tanto de la enseñanza obligatoria como de la postobligatoria (Bachillerato o Universidad); o, lo que parece de mayor calado, reflexionar sobre la causa misma que avala que la Literatura, sea en el nivel académico que sea, deba ser estudiada. Con todo, aún parece más prudente, antes de definir la utilidad del estudio de cualquier materia, definir qué es eso mismo por cuya función nos preguntamos. Parece obvio preguntárselo en este caso. Y, en efecto, quizá la pregunta sea poco menos que una perogrullada, pero ahí la lanzo: ¿qué es la Literatura? Aunque parezca sencilla de responder, ni siquiera después de unos cuantos años de estudio tengo una respuesta clara, rotunda, fácil de explicar a legos en la materia. Vendría a ser aquello que decía Lope de un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tal aprieto. Y, en el fondo, también me resulta complicado dar una pauta, a quien me la pida, que permita discernir entre lo que es Literatura y lo que no lo es; no encuentro, en definitiva, un cedazo que me ayude a responderme por qué lo que juzgo literario lo es y por qué aquello que destierro del paraíso de la Literatura queda bien desterrado. Y en mi descargo diré que, en gran medida, este ha sido un problema que venimos arrastrando desde el momento mismo en que nos planteamos la entidad misma de la Literatura y de su estudio. Abundemos un poco en ello, pues quizá reflexionar sobre las diferentes concepciones que ha tenido la Literatura nos ayude a centrar nuestro objeto de estudio. En la Antigüedad, la Literatura se componía de aquellos conocimientos que un hombre de letras tenía, esto es, su cultura. Cabría preguntarse, llegados a este punto, qué se entendía por hombre de letras. En cualquier caso, es diáfano que no es ese el concepto que actualmente tenemos de Literatura. A nadie se le antojaría calificar de literario el quehacer de un historiador, o de un filósofo, al menos en primera instancia; ni a ellos los consideramos literatos, por más que algunos, de facto, lo sean. Es fácil darse cuenta, pues, de que en realidad el concepto de hombre de letras era más bien lo que en el momento actual entendemos de forma genérica por intelectual; a saber, una persona dedicada al estudio, con hondos conocimientos y que atesora un considerable bagaje cultural. A partir de la segunda mitad del siglo xviii, el término Literatura pasó a designar un conjunto de textos en una lengua determinada, que pueden ser objeto de estudio. Literatura vino entonces a significar ‘arte cuyo medio de expresión es el lenguaje’, entendiendo, por supuesto, que aquí el lenguaje está desprovisto de la función preeminente de informar y que se concibe casi exclusivamente con la finalidad de experimentar satisfacción o placer estético. En definitiva, Literatura sería el uso del lenguaje con un fin deliberadamente estético, de crear belleza, y completamente desinteresado, sin que se busque por su medio obtener un provecho material. Y, por extensión, Literatura es el conjunto de obras que surge de aquel propósito, que podemos compartimentar, para su estudio, en función de diferentes épocas (Literatura medieval, romántica, vanguardista) o según su lengua vehicular (Literatura española, catalana, francesa, etc.). La definición que podemos desprender de todo ello, aunque parezca medianamente aceptable, no está exenta de problemas, pues en definitiva no nos permite, a simple vista, determinar qué es literario y qué no lo es. Para que nos entendamos: la gracia de una definición es precisamente que nos permita predecir, que sea productiva. Si defino un triángulo, fácilmente podré distinguir, entre el conjunto de polígonos, cuáles son triángulos de los que no lo son. Pero, ¿quién se atreve a echar un texto al saco de lo no literario sin miedo de equivocarse? Y, al revés, si ahora nos atrevemos a determinar, aun con cautela, que tal o cual composición no son literarias, será más por nuestra experiencia frente a textos literarios que porque hayamos aplicado esta definición que acabamos de dar. Por ello, gran parte de los esfuerzos de los estudiosos se han dedicado a dar con el concepto de literariedad, que grosso modo sería aquella propiedad de los textos literarios que los distingue de los no literarios. Recuperando el ejemplo de los triángulos, la «triangularidad» sería la condición sine qua non de ser un polígono formado por tres lados. No hay polígonos de dos lados, y los de cuatro o más, seguro que no son triángulos. Pero dar con la literariedad resulta dificultoso: la Literatura no tiene un instrumento exclusivo, sino que comparte el lenguaje con la comunicación ordinaria. Es decir, aunque hablamos de usos particulares del lenguaje en la Literatura, sería una barbaridad decir que el lenguaje es patrimonio exclusivo de la Literatura: ¡cuántas personas tienen la mala fortuna de vivir alejadas de la Literatura en mayúsculas y no por ello carecen de lenguaje! Un último criterio que podemos apuntar es el criterio de la ficcionalidad. Sin ficción, apuntan algunos estudiosos, no hay Literatura. Toda creación invita a formar parte de un mundo ficticio acordado entre el lector y el escritor. Existe, en efecto, una suspensión de la credulidad ante la obra literaria por parte del lector: se puede hablar de verosimilitud, pero no de realidad, sino de ficción. Por el momento, considerar la ficcionalidad es el criterio más seguro: la creación de un mundo de ficción parece condición indispensable en la obra literaria; pero sigue sin ser un criterio exclusivo, pues la propia capacidad de prevaricar del hombre, la mentira, es consustancial al género humano, y no necesariamente aparece en la Literatura. Ahora bien, ¿Qué es la Literatura?, nos seguimos preguntando. Y seguimos sin respuesta. Quizá podamos plantearnos cuáles y cuántas son las características de la comunicación literaria… Así, a bote pronto, se me ocurren unas cuantas: • El emisor está altamente cualificado, es un artista. • Es irreversible. • Es diferida. • Emisor y mensaje son inmutables; el receptor es cambiante. • Su contexto resulta problemático: ¿manda el contexto del emisor o el del receptor? • La situación de recepción es múltiple, lo cual origina la necesidad de críticos literarios para reconducir las interpretaciones (eso es lo oficial, al menos; pero… ¿seguro?). • Es importante el factor actualidad: la vigencia de la obra literaria a través del tiempo se basa en la existencia de afinidades entre el mensaje y el momento presente del lector. • Los ruidos de la comunicación literaria pueden devenir informativos (incompetencia del lector, descontextualización). • El mensaje se caracteriza por su intangibilidad. • Abundan los recursos distintos de los utilizados en la lengua hablada: se da una utilización especial del código. • La comunicación se da no solo intratextual e intertextual. Confiemos en que, con estas pautas, que sabemos imperfectas, tengamos un poco más claro qué es Literatura y qué no lo es. La múltiple definición, aunque siga sin ser completa, nos da una idea más cercana de qué es Literatura y qué no lo es. Y, llegados a este punto, planteémonos de nuevo la pregunta inicial: ¿por qué estudiar Literatura? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es su función? Hasta la segunda mitad del siglo xviii la Literatura no era una disciplina autónoma. La Literatura antigua, en parte, se concebía con una finalidad didáctico-moral o hedonista (consecución del placer, o del entretenimiento), mucho más que estética. No obstante, hay una denuncia implícita de la realidad que se rechaza: si la sociedad que rodea al creador no le asfixiara, sin duda no se vería en el callejón sin salida que le impele a huir de su entorno. La Literatura, a lo largo del tiempo, ha estado cargada de utilidad, en un sentido menos pragmático que el que la utilitarista sociedad actual confiere a ese concepto de utilidad. La Literatura entretiene, enseña, denuncia, evade y produce placer estético. ¿Hay quien se atreva a decir que la Literatura, y por consiguiente su estudio, resultan estériles? Además, la Literatura, entendida como conjunto de obras históricamente escritas en una lengua, contiene el sentir de un pueblo y, por tanto, su identidad. La Literatura es el vehículo de la Historia, de la Filosofía, del resto de las Artes, del talante mismo de la sociedad que la acoge. Y solo por eso ya deberíamos dedicarnos con ahínco al estudio de la Historia de nuestras Literaturas. Por aquello mismo que justifica el estudio de la Historia: conocernos mejor, cuidar nuestro patrimonio y no repetir los errores de nuestro pasado. La Literatura ha acompañado al ser humano desde siempre: ha entretenido su ocio y aliviado el pesar de su negocio; ha vehiculado su historia y sus conocimientos, le ha evadido y le ha alimentado la fantasía; y lo ha ayudado a comunicarse con lo trascendente. Lo literario es, pues, inherente al ser humano. No hay pueblo sin Literatura, igual que no hay pueblo sin Historia. Con el tiempo, cambian las formas y los modos; se cultivan unos géneros en detrimento de otros; quedan obsoletas muchas formas de antaño al tiempo que se recuperan otras para ponerlas de nuevo en boga. Nunca ha cesado la necesidad de Literatura, aunque esa necesidad se satisfaga de muy distintas formas. Como señala Lázaro Carreter, «en todos los estratos de la sociedad, hasta en los aparentemente más alejados del interés por la Literatura, ese interés permanece». Tomado de Breve Historia de la literatura española. En: http://www.octaedro.com/pdf/107011.pdf