Sobre El Oficio Del Actor

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Algunas palabras en torno al Oficio del Actor.

por Carlos Sánchez Torrealba.


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Para Elizabeth y Theo quienes todavía nos enseñan a percibir y a expresarnos.


A mis Alumnos y Maestros.
A la memoria entrañable y edificante de Isaac y José Ignacio, Maestros.
A Nanda y a Alma, donde quiera que estén.

Escribí Oficio con mayúsculas. Lo iba a borrar y no lo hice porque después pensé que sí,
que este es un trabajo enorme, una profesión, un intenso y hermoso trabajo que ha de
escribirse con letras capitales. Una labor esencial, fundacional, basal ¡Gloria de dioses por
los hombres y las mujeres, por supuesto!

Hemos escogido la amable y tenaz tarea de ser reflejos de los individuos y sus condiciones,
sus emociones, de las situaciones que han caracterizado al ser humano a lo largo de la
historia conocida y hasta de la historia por venir. Hemos elegido ser intérpretes de las
historias de otros, ser otro sin perder el sí mismo.

Nos hemos convertido en reservorios vivientes de las emociones humanas en un mundo, en


una región, en un país, cada vez más deshumanizados, más desalmados… Lo que
hacemos en el teatro, en el cine, en la radio y la televisión sirve de referencia a otros seres
humanos para encontrarse cada quien consigo mismo, tarde o temprano. El Teatro sirve
hasta de paradigma para hablar y escuchar mejor, para una petición de manos y otras
formas de amor, para hacer un matrimonio o para desplegar otras liturgias, para provocar
epifanías, para inventar otras alternativas, para huir del peligro o sucumbir ante él, para
correr los velos y quitar las máscaras, para rebelarnos ante el mundo y hasta para
reinventarlo.

Para poder hacer todo esto, toca prepararse y mucho, porque ¿de qué otra manera puede
disponerse un actor para poder ponerse en los zapatos de otro? No importa si el personaje
sea hombre o mujer, no importa si sea rey o mendigo, cuerdo o loco, si es un personaje de
otras épocas y otras latitudes, no importa sea civil o soldado, rico o pobre, viejo o
muchacho, si sea padre o sea hijo….

A veces sin saberlo, o sabiendo secretamente, instintivamente que en el juego de la vida, en


el gran teatro del mundo, el actuar es coso y cosa lúdica, nos entregamos a jugar estas
fábulas con y sin música. Somos bien hechores de ciertas memorias de apariencias.
Servimos a favor, nada más y nada menos, que de la hechura de la trama de nuestra
espiritualidad colectiva, de nuestra historia espiritual. Es oportuno tener muy presentes las
palabras de nuestro poeta central Armando Rojas Guardia, cuando en su discurso de
incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua, nos dice: «… son los jalones, los
iconos de nuestra historia espiritual; ellos señalizan el trayecto de nuestra psicología
colectiva. Y forma parte de ese entramado emblemático, la deuda moral que tenemos
contraída con el procerato civil venezolano del siglo XIX y buena parte del XX: aquellos
hombres que en el medio de una sociedad palúdica y a expensas de caudillos, montoneras,
atraso institucional y guerras intestinas, clamaron por escuelas, hospitales, carreteras,
servicios públicos decentes, pulcritud administrativa, separación de poderes, libertad de
pensamiento y de expresión, juego plural de las ideas. Conviene no olvidarlos en este tiempo
nuestro de militarismo ramplón, ignaro y hamponil. Aquella deuda moral se tiñe para
nosotros del sentido de reparación justiciera que Walter Benjamín denominaba, utilizando el
hebreo de sus ancestros, tikun olam, es decir, la noción según la cual la tarea ética y
cognitiva de la historia, del recuerdo escenificado, es arrancar del olvido a los oprimidos, a
los sometidos; arrancarlos de la amnesia estratégica que les ha impuesto la historia de los
vencedores….»

Nos toca prepararnos, diariamente y nocturnamente, para mantener afinado nuestro


instrumento, nuestras emociones y alcanzar a ser convincentes para nosotros mismos y
para los demás. Para poder expresar a cabalidad, para que la acción corresponda a la
palabra y la palabra corresponda a la acción como nos recomendó Shakespeare hace tantos
años y tanta eficacia a los comediantes.

Corresponde observar mucho con todos los sentidos que son más de cinco, aprender a
sujetar nuestras impresiones que son como peces nadando; aprender y mantener fresco el
sublime y poderoso aparato sensorial y expresivo del que disponemos para colmarnos o
hasta para poder quedarnos vacíos como soporte nuevo, como la tela nueva del pintor y
podamos plenarnos con los próximos colores. Nos toca hacer alquimia para fecundar
sensaciones, reflexiones, provocaciones en uno mismo, en el otro, en el compañero de
escena y en los espectadores.

Esa preparación incluye entrenar la voz y el cuerpo todo; cantar; tocar algún instrumento;
leer y estudiar mucho, mucho y mucho; nadar o hacer algún deporte, aunque sea caminar
a diario; comer bien y dormir mejor; meditar; tener sueños, tener pesadillas y poder
recordarlas y anotarlas; recortar y hacer collages, bailar, pintar o tejer; escribir y llevar las
bitácoras de nuestras experiencias de viaje teatrales y de los otros viajes también; deliberar,
discrepar o confluir y decir: esta boca es mía, para poder tener a tono el alma y el cuerpo. Y
en todo esto, tratar de salir ilesos de la brutalidad, de la mediocridad, de la mendicidad, de
la medianía.

Nos toca ser -como lo exigía Antonin Artaud- atletas del alma porque esto es, nada más ni
nada menos, que un ejercicio de artesanía física, intelectual y emocional donde estamos
poniendo y exponiendo al ser humano en su más exacta condición carnal posible y llena de
fantasías, miedos, confianzas, impertinencias, aciertos, errores, emociones ¡Y el alma ahí!

El actuar es una facultad humana, quizás la más excelsa. Todas y todos tenemos esa
predisposición, ese apresto. Hay algunos que en sus vidas cotidianas utilizan esa facultad
para engañar, para traficar, para poner peines, para convertirse en falsos gurúes, en héroes
inflados a punta de mentiras y escaramuzas necias, a punta de sintaxis hueca, a punta de
promesas incumplidas, a punta de lanza, a punta de pistola. Otros convertimos ese don en
arte excelso sabiendo que actuar en el teatro forja mejores personas.

Los países que han descubierto estos asertos protegen a sus actrices y a sus actores, a sus
artistas, porque intuyen o saben que son suyos, que han sido su mejor inversión hasta
lograr el ciudadano completo, hasta hacer que broten retoños de ciudadanía ¡Sería tan
positivo entonces hacer teatro desde pequeños y mantenerse sobre esas tablas! ¡Sería tan
positivo crear más teatros tanto en la provincia como en la capital y dotarlos de todo lo
necesario para que este arte siga insuflando-nos de democracia, de verdadera soberanía del
ser humano en sí mismo y por sí mismo, de los tan cacareados valores que se han perdido.

Hay países en los que sus recursos para lo bélico se han derivado para la construcción de
ciudadanía a través de las artes del teatro. Donde no hay guardias, ni pistolas, ni siquiera
policías. Lugares donde la vida transcurre en la concordia, entre otras razones, porque se le
da valor a la expresión humana, facilitando la comunicación y la comprensión propia a
través del teatro, gracias a la ponderación de su recurso humano que encuentra en el actor
un hacedor noble, una persona de acciones honestas capaz de enlazar su verbo con su
carne y con su alma. Y siendo entonces un arte colectivo, quien mejora, a fin de cuentas, es
el individuo, sí, y es también y sobre todo, su sociedad.

En el fondo, un actor es un individuo que representa una suerte de arte final del ser
humano o, al menos, muchos remamos hacia ese destino, con alturas y bajezas, con
derrotas y conquistas, con altas y bajas, con lágrimas y risas…

Para darle vida a un personaje le corresponde al intérprete darle alma y aquí está la
nuestra, la de quienes adoptamos el sublime y riguroso Oficio del Actor, con casa o sin
casa, en un teatro o en una plaza ¡qué cosa tan extraña, qué asunto tan hermoso! ¡Qué
acto de amor!

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