Derrida, Psyché
Derrida, Psyché
Derrida, Psyché
Jacques Derrida
Traducción de Mariel Rodés de Clérico y Wellington Neira Blanco en AA. VV., Diseminario. La
descontrucción, otro descubrimiento de América, XYZ Editores, Montevideo, 1987, pp. 49-106.
Edición digital de Derrida en castellano.
Tenemos aquí, tal vez, un incipit inventivo para una conferencia. Un orador
tiene el coraje de presentarse delante de sus invitados, parece no saber lo que va a
decir. Declara con insolencia que se prepara para improvisar. Va a tener que
inventar ahí mismo, en ese mismo lugar, se pregunta todavía: qué voy a tener que
inventar?. Pero simultáneamente parece sobreentender, no sin suficiencia, que el
discurso de improvisación permanecerá imprevisible, es decir, como de costumbre,
“todavía” nuevo, original, singular, en una palabra, inventivo. Y de hecho un tal
orador rompería bastante con las reglas, el consenso, la buena educación, la
retórica de la modestia, en fin con todas las convenciones de la socialidad, por
haber inventado por lo menos algo desde la primera frase. Una invención supone
siempre alguna ilegalidad, la ruptura de un contrato implícito, introduce un
desorden en el apacible orden de las cosas, perturba los bienestares.
Hablando de él mismo, tal discurso intentaría que fuera admitido por una
comunidad pública, no solamente el valor de verdad general de lo que presenta con
respecto al tema de la invención (verdad de la invención e invención de la verdad)
sino al mismo tiempo el valor operatorio de un dispositivo técnico desde entonces a
disposición de todos.
Sin haberlo citado todavía, describo desde hace rato, con un dedo apuntado
hacia el margen de mi discurso, un texto de Francis Ponge. Es breve: seis líneas en
itálicos, siete, si queremos incluir el título (vuelvo en un instante sobre el número
siete), más un paréntesis de dos líneas en caracteres romanos. A pesar de que se
inviertan de una edición a otra, itálicos y romanos, hacen quizá observar esta
descendencia latina de la cual he hablado. Ponge nunca ha cesado de reivindicarla
para él mismo y para su poética.
¿De qué género procede este texto?. Se trata quizás de una de esas piezas
que Bach llamaba sus invenciones, piezas contrapuntísticas a dos o tres voces.
Desarrollándose a partir de una corta célula inicial en la cual el ritmo y el contorno
melódico son muy claros, esas “invenciones” se prestan a veces a una escritura
esencialmente didáctica.[iii] El texto de Ponge dispone de una célula inicial, en el
sintagma “Par le mot par...” (Por la palabra por...”) No designaré esta “invención”
por su género, sino por su título, a saber, por su nombre propio, Fábula.[iv]
Este texto se llama Fábula. Este nombre propio tiene, si podemos decir, un
nombre de género. Un título, siempre singular como una firma, se confunde aquí
con un nombre de género, como una novela que se llamara novela, o invenciones
invenciones. Podríamos apostarlo, esta titulada Fábula, construida como una
fábula hasta en la “moralidad” final, tratará de la fábula. La fábula, la esencia de lo
fabuloso de la cual pretenderá decir la verdad, será tambien un tema general.
Topos: fábula.
FABULA
Antes de ser un tema, antes de decirnos el otro, el discurso del otro o hacia
el otro, la alegoría es aquí la estructura de un acontecimiento. Y eso, en primer
lugar, por su forma narrativa. La “moralidad” de la fábula, si podemos decir, se
parece al desenlace de una historia en curso. La palabra “después” viene en letras
mayúsculas a secuencializar la singular consecuencia del “pues” -escansión lógica y
temporal que aparece en primera línea para no concluir más que en un comienzo.
El paréntesis que viene después marca el fin de la historia, pero en un momento,
veremos invertirse los tiempos.
Sin arruinarla totalmente puesto que tiene también necesidad de ella para
provocar el cuento, la economía fabulosa de una pequeña frase muy simple
(perfectamente inteligible y normal en su gramática) desconstruye
espontáneamente la lógica oposicional que se establece en la distinción intocable
del performativo y del constativo y de tantas otras distinciones anexas. ¿Es que en
este caso el efecto de desconstrucción se establece a fuerza de un acontecimiento
literario?. ¿Qué hay de la literatura y de la filosofía en esta escena fabulosa de la
desconstrucción?. No abordaré aquí de frente este enorme problema. Me
contentaré con hacer algunas observaciones.
Así, al mismo tiempo, pero con un golpe doble, una fabulosa invención se
hace invención de la verdad: de su verdad de fábula, de la fábula de la verdad: de
la verdad de la verdad como fábula, y de lo que en ella hay de importante respecto
al lenguaje, (fari, fábula). Es el duelo imposible de la verdad en y por la palabra.
Pues ustedes lo han visto bien, el duelo no ha sido anunciado por la ruptura del
espejo sino que consiste en el espejo; ocurre con la especularización, el espejo no
adviene a él mismo más que por medio de la intercepción de la palabra. Es una
invención y una intervención de la palabra, e incluso aquí de la palabra “palabra”.
La palabra ella misma se refleja en la palabra “palabra” y en el nombre de nombre.
El estaño que impide la transparencia y autoriza la invención del espejo, es una
huella de lengua:
Entre los dos “por”, el estaño es “la palabra” que comparte, separa, una
parte y otra de sí mismo, las dos apariciones de “por”. Las opone, las pone en
consideración o frente a frente, las liga indisociablemente pero las disocia también
para siempre. Violencia insoportable, que la ley debería prohibir (¿este estaño
puede ser tolerado debajo de las dos líneas o entre las líneas?), prohibir como una
perversión de los usos, un desvío de la convención lingüística. Además se encuentra
que esta perversión obedece a la ley del lenguaje, es completamente normal,
ninguna gramática encuentra nada para objetar a esta retórica. Es necesario hacer
un duelo, es lo que reconoce y ordena a la vez el igitur de esta fábula, el “pues” a
la vez lógico, narrativo y ficticio de esta primera línea: · “Por la palabra por
comienza pues este texto...”.
Este igitur habla para una psyché, a ella y frente a ella, con respecto a ella
también, y psyché no sería más que el espéculo giratorio que viene a relacionar el
mismo con el otro, esta relación del mismo con el otro podríamos decir jugando: no
es más que una invención, un espejismo o un efecto de espejo admirable, su
estatuto permanece como el de una invención, de una simple invención,
sobreentiendan ustedes, técnica. La cuestión permanece: la psyché, ¿es una
invención?.
El análisis de esta fábula sería sin fin, lo abandono aquí. Fábula que dice la
fábula no inventa sólo en la medida en que cuenta una historia que no tiene lugar,
que no tiene lugar fuera de ella misma y que no es otra sino ella misma en su
propia in(ter)vención inaugural. Esta no es solamente una ficción poética cuya
producción viene a hacerse firmar, certificar, conferir un estatuto de obra literaria a
la vez por su autor y por el lector, por el otro que juzga (“querido lector tú ya
juzgas...”) pero que juzga a partir de su inscripción en el texto, lugar donde se
refrenda y en principio asignado al destinatario. No tiene ese estatuto de invención
más que en la medida que desde la doble posición del autor y del lector, del
firmante y del refrendatario, propone también una máquina, un dispositivo técnico
que debemos poder, en ciertas condiciones y dentro de ciertos límites, re-producir,
repetir, reutilizar, transponer, comprometer en una tradición y un patrimonio
público. Tiene pues el valor de un procedimiento, modelo o método, que provee
reglas de exportación, de manipulación, de variación. Teniendo en cuenta otras
variables lingüísticas, una invariante sintáctica puede, de modo recurrente, dar
lugar a otros poemas del mismo tipo. Y esta factura tipificada que supone una
primera instrumentalización de la lengua, es realmente una especie de tekhné.
Entre el arte y las bellas-artes. Este híbrido de performativo y constativo que desde
la primera línea (primer verso o first line) a la vez dice la verdad (“En el que la
primera línea dice la verdad”, según la descripción y el llamado de la segunda
línea), una verdad que no es otra que la suya propia produciéndose, se trata de un
acontecimiento singular pero también una máquina. Haciendo el mismo tiempo un
llamado al fondo lingüístico preexistente (reglas sintácticas y -tesoro fabuloso de la
lengua-, provee un dispositivo reglamentado regulado capaz de engendrar otros
enunciados poéticos del mismo tipo, una especie de matriz de imprenta. Se puede
decir también: “Con la palabra con se inaugura pues esta fábula”, o bien, otras
variantes reguladas, más o menos alejadas del modelo, y que no he tenido el
tiempo de multiplicar aquí. Piensen también en los problemas de la citacionalidad a
la vez inevitable e imposible de una invención auto-citacional, si por ejemplo digo,
como ya lo he hecho: “Por la palabra por comienza pues este texto de Ponge
intitulado Fábula, pues comienza así: Por la palabra por, etc...”. Proceso sin
comienzo ni fin que no hace sin embargo más que comenzar, pero sin poder
hacerlo jamás puesto que su frase o su fase iniciadora es ya segunda, ya la
siguiente de una primera que ella describe antes incluso de que propiamente tenga
lugar, en una especie de epígrafe tan imposible como necesario. Es necesario
siempre volver a empezar para llegar a comenzar al fin, y reinventar la invención.
Al borde del epígrafe, tratemos de comenzar.
Ustedes sienten dudas, las cosas no son tan simples. Aunque sea poco lo
que retengamos de la carga semántica de la palabra “invencion”, alguna
indeterminación que le dejemos por el momento, tenemos al menos la impresión de
que una invención no debería en tanto que tal y en su surgimiento inaugural, tener
un estatuto.
¿Qué es una “invención”?. ¿Qué hace?. Viene a encontrar por primera vez.
Todo el equívoco se vuelca sobre la palabra “encontrar”. Encontrar es inventar
cuando la experiencia de encontrar tiene lugar por primera vez. Evento sin
precedente cuya novedad puede ser o bien de la cosa encontrada (inventada), (por
ejemplo, un dispositivo técnico que no existía antes: la imprenta, una vacuna, una
forma musical, una institución -buena o mala-, etc.); o bien el acto y no el objeto,
el objeto de “encontrar” o de “descubrir” (por ejemplo un sentido ahora envejecido,
la Invención de la Cruz[vi]) o la Invención del Cuerpo de San Marcos del Tintoreto.)
Pero en los dos casos, según los dos puntos de vista (objeto o acto), la invención
no crea una existencia o un mundo como conjunto de los existentes. No tiene el
sentido teológico de una creación de la existencia como tal ex-nihilo. Descubre por
primera vez, devela lo que ya se encontraba allí, o produce lo que, en tanto que
tekhné, no se encontraba ciertamente ahí y no es por lo tanto creada, en el
sentido fuerte de la palabra, solamente agenciada a partir de una reserva de
elementos existentes y disponibles, dentro de una configuración dada. Esta
configuración, esta totalidad ordenada que hace posible una invención y su
legitimación, plantea todos los problemas que ustedes saben y que se denominan
totalidad cultural, Weltanschauung, época, episteme, paradigma, etc. Sea cual
sea la importancia de estos problemas, y su dificultad, reclaman todos una
elucidación de lo que inventar quiere decir o lo que implica. En todo caso la Fábula
de Ponge no crea nada, en el sentido teológico del término (por lo menos en
apariencia), no inventa más que recurriendo a un léxico y a reglas sintácticas, a un
código en vigencia a convenciones a las cuates se somete de una cierta manera.
Pero da lugar a un evento, cuenta una historia ficticia y produce una máquina
introduciendo una desviación en el uso habitual del discurso, despistando en cierta
medida el hábito de espera y recepción del cual tiene, sin embargo, necesidad; la
fábula forma un comienzo y habla de este comienzo, y en este doble gesto
indivisible, inaugura. Es ahí que residen esta singularidad y esta novedad sin las
cuales no habría invención.
Pero esta aparición de lo nuevo debe ser debido a una operación del sujeto
humano. La invención vuelve siempre al hombre como sujeto[vii]. He aquí una
determinación de gran estabilidad, una casi-invariante semántica que deberemos
tener en cuenta rigurosamente.
Ahí todavía debo contentarme con situar tantas discusiones que se han
desarrollado en el curso de estos últimos decenios alrededor del “paradigma”, del
“episteme” del “corte epistemológico” o de los “themata”. Por más inventiva que
sea, y para serlo, la Fábula de Ponge, como toda fábula, requiere reglas
lingüísticas, modos sociales de lectura y de recepción, un estado de las
competencias, una configuración histórica del campo poético y de la tradición
literaria, etc.
Por qué he insistido en esto último?. Quizás sea el mejor índice de nuestra
situación actual. Si la palabra “invención” conoce una nueva vida, sobre fondo de
agotamiento angustiado pero también a partir del deseo de reinventar la invención
misma, y hasta su estatuto, es sin duda que en una escala sin medida común con
la del pasado, lo que llamamos la “invención” a certificar se encuentre
programada, es decir sometida a poderosos movimientos de prescripción y de
anticipación autoritarios cuyos modos son múltiples. Y esto sucede también en los
dominios del arte o de las bellas-artes así como en el dominio tecno-científico. Por
todas partes el proyecto de saber y de investigación es en principio una
programática de las invenciones. Podríamos evocar las políticas editoriales, los
pedidos de los comerciantes de libros o de cuadros, los estudios de mercado, la
política de la investigación y las “finalizaciones” como se dice ahora, que ella
determina a través de las instituciones de investigación y de enseñanza, la política
cultural, sea o no estatal; podríamos también evocar todas las instituciones,
privadas o públicas, capitalistas o no, que se declaran ellas mismas como máquinas
de producir y de orientar la invención. Pero a título de índice no consideremos más
que la política de las patentes. Disponemos hoy de estadísticas comparativas con
respecto a este tema de las patentes de invención depositadas todos los años por
todos los países del mundo. La competencia que está en su pleno apogeo, por
razones económico-políticas evidentes, determina decisiones a nivel
gubernamental. En el momento cuando Francia, por ejemplo, consideraba que debe
avanzar en esta carrera de las patentes de invención, el gobierno decide acrecentar
tal puesto presupuestal e inyectar fondos públicos, vía tal ministerio, para ordenar,
inducir, o suscitar las invenciones certificadas. Según trayectos más inaparentes o
más sobredeterminados todavía sabemos que tales programaciones pueden investir
la dinámica de la invención diciéndose más “libre”, la más salvajemente “poética” e
inaugural. Esta programación, cuya lógica general, si hubiese una, no sería
necesariamente la de representaciones conscientes, pretende, y allí logra llegar a
veces hasta cierto punto, asignar hasta el margen aleatorio con el cual le es
necesario contar y que ella integra en sus cálculos de probabilidades. Hace algunos
siglos se representaba la invención como un acontecimiento errático, el efecto de
un golpe de genio individual, de un azar imprevisible. Eso a menudo por una falta
de conocimiento, desigualmente extendido, de las obligaciones efectivas de la
invención. Hoy, es quizás debido a que conocemos demasiado la existencia, al
menos, sin contar el funcionamiento de las máquinas de programar la invención,
que soñamos con volver a inventar la invención más allá de las matrices del
programa. Pues una invención programada, ces todavía una invención?. ¿Es un
acontecimiento donde el porvenir viene a nosotros?.
Volvamos modestamente sobre lo andado. El estatuto de la invención en
general, como de una invención particular, supone el reconocimiento público de un
origen, más precisamente de una originalidad. Este debe ser asignable y volver a
un sujeto humano individual o colectivo, responsable del descubrimiento o de la
producción de una novedad a partir de entonces disponible para todos.
Descubrimiento o producción?. Primer equívoco, si al menos no se reduce el
producir en el sentido de puesta al día por el gesto de conducir o de adelantar, lo
que volvería a develar o descubrir. En todo caso, descubrimiento o producción, pero
no creación. Inventar, es venir a encontrar allí, descubrir, develar, producir por
primera vez una cosa, que puede ser un artefacto, pero que en todo caso podía
encontrarse allí de manera todavía virtual o disimulada. La primera vez de la
invención no crea jamás una existencia y es sin duda por cierta reserva con
respecto a una teología creacionista que se quiere hoy volver a reinventar la
invención. Esta reserva no es necesariamente atea, puede al contrario, querer
reservar justamente la creación a Dios y la invención al hombre. Ya no se dirá que
Dios ha inventado al mundo, como una totalidad de las existencias. Podemos decir
que Dios ha inventado las leyes, los procedimientos o los modos de cálculo para la
creación (“dum calculat fit mundus”) pero no que ha inventado el mundo.
5. La invención de la verdad
En los ejemplos que voy a recordar, podemos tener la impresión de que solo
el primer sentido (descubrimiento develante y no descubrimiento productivo) es
todavía determinante. Pero nunca es tan simple. Primero me limito a tal pasaje de
la Lógica o el arte de pensar de Port Royal. Este texto fue escrito en francés y
ustedes saben qué rol ha representado en la difusión del pensamiento cartesiano.
Lo he elegido porque multiplica las referencias a toda una tradición que nos importa
aquí, principalmente la de la De Inventione de Cicerón. En el capítulo que trata
“De los lugares o del método de encontrar argumentos” (111, XVII),
recordemos que “Lo que los Retóricos y los Lógicos llaman Lugares, loci
argumentorum, son ciertas bases principales, que podemos relacionar con todas
las pruebas de las que nos servimos en las diversas materias tratadas: y la parte
de la lógica que ellos llaman invención es solo lo que muestran de estos Lugares.
Sobre este tema Ramus está en desacuerdo con Aristóteles y con los
filósofos de la escuela, porque tratan los Lugares después de haber dado las reglas
de los argumentos, y él pretende contra ellos, que es necesario explicar los Lugares
y lo que concierne a la invención antes de tratar estas reglas. La razón de Ramus
es que deberíamos haber encontrado la materia antes de pensar en disponer de
ella. Ahora bien, la explicación de los Lugares enseña a encontrar esta materia, en
vez de que las reglas de los argumentos no puedan enseñar sino la disposición.
Pero esta razón es muy débil, porque todavía aunque sea necesario que la materia
sea encontrada para disponer de ella, no es necesario sin embargo, aprender a
encontrar la materia antes de haber aprendido a disponerla. Si tuviéramos tiempo
para detenernos allí, veríamos mejor cómo este tema de la disposición o de la
collocatio de la cual se debate para saber si debe o no proceder al momento en
que se encuentra la materia, (también la verdad de la cosa, la idea, el contenido,
etc.), no es otro que el de las dos verdades a inventar: verdad de develamiento,
verdad como dispositivo proposicional.
Sin embargo, es necesario prepararse para tal cosa, pues para dejar venir al
que es completamente otro, la pasividad, una cierta especie de pasividad resignada
por la cual todo vuelve a lo mismo, no es admisible. Dejar venir al otro, no es la
inercia pronta a cualquier cosa. Sin duda la venida del otro, si debe permanecer
incalculable y de cierta forma aleatoria (nos encontramos con el otro en el
encuentro), se sustrae a toda programación. Pero esta aleatoria del otro debe ser
heterogénea a lo aleatorio integrable en un cálculo, como a esta forma de
indecidible con la cual se miden las teorías de los sistemas formales. Más allá de
todo estatuto posible, esta invención del completamente otro, la llamo aún
invención porque nos preparamos para ello, hacemos ese paso destinado a dejar
venir, invenir al otro. La invención del otro, venida del otro, no se constituye
ciertamente como un genitivo subjetivo, pero tampoco como un genitivo objetivo,
incluso si la invención viene del otro, pues este no es ni sujeto ni objeto, ni un yo,
ni una conciencia ni un inconsciente. Prepararse a esta venida del otro es lo que
llamo la desconstrucción que desconstruye este doble genitivo y que vuelve ella
misma, como invención desconstructiva, al paso del otro. Inventar, sería entonces
“saber” decir “ven” y responder al “ven” del otro. Sucede alguna vez?. De este
evento no estamos nunca seguros.
Estos juegos son juegos de espejos: el espíritu humano allí “aparece” mejor
que en otra parte, tal es el argumento de Leibniz. Este juego tiene aquí el lugar de
una psyché que volvería a enviar a la inventiva del hombre la mejor imagen de su
verdad. Como a través de una fábula con imágenes, el juego dice o revela una
verdad. No contradice el principio de racionalidad programática o del ars inveniendi
como puesta en obra del principio de razón, pero ilustra la “nueva especie de
lógica” la que integra el cálculo de probabilidades.
Una de las paradojas de este nuevo ars inveniendi, es que una vez que
libera la imaginación, libera de la imaginación. Pasa la imaginación y pasa por ella.
Tal vez sea el caso de la característica universal que no provee aquí un ejemplo
entre otros. Ella
El hombre es la psyché de Dios, pero este espejo no capta el todo más que
supliendo una falta. Este espejo total que es una psyché no consiste en lo que
llamamos un suplemento de alma, es el alma como suplemento, el espejo de la
invención humana como deseo de Dios, en este lugar en donde algo falta a la
verdad de Dios, a su revelación: “zur Totalität der Offenbarung Gottes fehlt”.
Dejando sobrevenir lo nuevo, inventando lo otro, la psyché refleja lo mismo, se
tiende como un espejo para Dios. Lleva a cabo también, en esta especulación, un
programa.
Al pasar más allá de lo posible, carece de estatuto, sin ley sin horizonte de
reapropiación, de programación, de legitimación institucional, pasa la orden del
pedido, del mercado del arte o de la ciencia, no pide ningún certificado ni lo tendrá
jamás. De ahí que permanezca muy dulce, extraña a la amenaza y a la guerra.
Pero aún así no deja de ser sentida como peligrosa.
Y claro que ustedes no han visto venir nada. El otro, eso no se inventa más.
-¿Qué quiere decir usted con eso?, ¿que el otro no ha sido más que una
invención, la invención del otro?.
Jacques Derrida
[i] cf. Partitiones oratoriae, 1-3 et De inventione, Capit. 1, VII.
[ii] Se refiere evento a acontecimiento por la relación con venir y con todas las demás palabras de la
familia que Jacques Derrida pone en juego. (N. del T.)
[iv] Proèmes. Natare piscem doces, Gallimard 1948. El término proème en su valor didáctico
remarcado por el docto doces, dice algo de la invención, del momento inventivo de un discurso:
comienzo, inauguración, incipit, introducción. Segunda edición de Fable (Fábula) (con inversión de las
itálicas y del romano): Tomo Primero, Gallimard, 1965, p. 114.
Fábula encuentra y dice la verdad que ella encuentra encontrándola, es decir: diciéndola. Filosofema,
teorema, poema. Un Eureka muy sobrio, reducido a la mayor economía de su operación. Prefacio ficticio
de Eureka: “...ofrezco este libro de Verdades, no solamente por su carácter Verídico, sino debido a la
Belleza que abunda en su Verdad, y que confirma su carácter verídico. Presento esta composición
simplemente como un objeto de arte; -digamos como una Novela; o si mi pretensión no es juzgada
como muy alta, como un Poema Lo que avanzo aquí es verdad; por lo tanto no puede morir...” (trad.
Baudelaire, Oeuvres en Prose (Obras en Prosa), Pléiade, p. 6971. Se puede decir que Fábula es un
“espongismo” pues aquí la verdad se firma, Eureka es un poema. Quizás sea este el lugar para
preguntarse, tratándose de Eureka, lo que sucede cuando se traduce eurema por inventio, euretes,
por inventor, euriskopor “yo encuentro, encuentro buscando o por azar, después de una reflexión o
por casualidad, descubro u obtengo...”
[v] Hace algunas semanas, he recibido La invención científica de Gerald Holton (P.U.F. París 1982),
La invención intelectual, de Judith Schalanger, Fayard, París 1983 y La invención del racismo de
Christian Delacampagne, Fayard, París 1983. Vuelvo naturalmente a estos tres libros y a tantos otros. El
último nos recuerda que hay una invención del mal. Ella es, como toda invención, asunto de cultura, de
lenguaje, de institución, de historia y de técnica. En el caso del racismo en el sentido estricto, es sin
duda una invención muy reciente a pesar de sus raíces antiguas. Delacampagne relaciona, al menos, ese
significante a la razón y a la razza. El racismo es también una invención del otro, pero para excluirlo y
encerrarse mejor sobre él mismo. Lógica de la psyché, el tópico de sus identificaciones y proyecciones
merecía hacer allí su discurso.
[vi] Por Helena, la madre del Emperador Constantino, en Jerusalem en el año 326.
[vii] Sujet, en francés, significa tanto “sujeto” como “tema”. (N. del T.)
[ix] Encontrar o inventar, encontrar e inventar. El hombre puede inventar encontrando, encontrando la
invención, o bien inventar más allá de lo que él encuentra o que se encuentra ya allí. Dos ejemplos: “los
sordos y los mudos encuentran la invención de hablarse con los dedos” (Bossuetl. “Los hombres al
encontrar el mundo tal como es, tuvieron la invención de convertirlo para sus usos” (Fenelon).
[x] Traduce el fr. brevets. La traducción pierde la relación que Derrida establece entre este término y la
cualidad de breve. (N. del T.)
[xii] No solamente es difícil traducir toda la configuración que se junta alrededor de la palabra
“encontrar”. Es casi imposible reconstruir en dos palabras los usos del “encontrarse” francés en una
lengua no latina (“il se trouve que... ; Je me trouve bien ici...” “La lettre se trouve entre les jambes de la
cheminée...” etc. Ningún hallazgo de traducción se adecuará perfectamente. La traducción, ¿es
invención?. Y la carta robada, donde se encuentre, y si se la encuentra ahí donde se encuentra, ¿la
habremos descubierto develado o inventado?. ¿Inventando como el cuerpo de Cristo, ahí donde se
encontraba ya, o como una fábula?, ¿como un sentido o como una existencia?. Como una verdad o
como un simulacro?, ¿en su lugar o como un lugar?. Desde su incipit, El cartero de la verdad (en La
carta postal) se liga de manera irreductible, por lo tanto intraducible, al francés del “encontrarse” y del
“si eso se encuentra” en todos los estados de su sintaxis (p. 441 a 448). La cuestión de saber si la carta
robada es una invención (¿y entonces en qué sentido?) no recubre exactamente, al menos no agota, el
saber si la carta robada es una invención.
[xiii] La invención del lenguaje y de la escritura -de la marca- es siempre, por razones esenciales, el
paradigma mismo de la invención, como si se asistiera ahí a la invención de la invención. Se encontraría
miles de ejemplos. Pero puesto que nosotros estamos en Port Royal: “La gramática es el arte de hablar.
Hablar es explicar sus pensamientos por signos que los hombres han inventado con este propósito. Se
ha encontrado que los más cómodos de estos signos eran los sonidos y las voces. Pero puesto que estos
sonidos pasan, se han invertido otros signos para volverlos durables y visibles que son los caracteres de
la escritura que los griegos llaman grammata de donde vino la palabra Gramática”. Arnauld y Lancelot,
Grammaire Générale et raisonnée, 1660. Como siempre: la invención está en la unión de la
naturaleza y de la Institución: “Los diversos sonidos de los cuales nos servimos para hablar y que
llamamos letras, han sido encontrados de manera muy natural, y que es útil observar.”
Si prefiero decir “invención de la marca o de la huella” más que del lenguaje o de la escritura, para
designar el paradigma de toda invención, es a la vez para situarla en la coyuntura de la naturaleza y de
la cultura, como lo quiere toda originalidad supuesta, y también para no acreditar más a priori la
oposición del animal y del hombre sobre el cual está constituido el valor corriente de invención. Si toda
invención, como invención de huella se vuelve entonces movimiento de diferancia y de envío, como yo
he intentado demostrar en otra parte, el dispositivo postal recibe así un privilegio que me contentaré con
subrayar aquí, una vez más, e ilustrar según Montaigne, del cual citaré acá, suplemento destacado de
La tarjeta postal, este fragmento (11.XXIII) que nombra la “invención” y la sitúa entre el socius animal
y el socius humano: “En la guerra de los Romanos contra el Rey Antiochus, T. Sempronius Gracchus,
dicta Tito Livio, “per dispositos equos prope incredibili celeritate ab Amphissa tertio dio Pellam pervenit”;
“La invención de Cecinna de volver a enviar novedades o noticias a los de su casa se hacía con más
rapidez. Llevó, con él mismo, golondrinas y las soltaba hacia sus nidos cuando quería enviar sus noticias
y las teñía con marcas de color destinadas a significar lo que había concertado con los suyos. En el
teatro, en Roma, los jefes de familia tenían palomas en sus pechos a las que ataban cartas cuando
querían enviar algo a su gente, en las casas; y estaban amaestradas para traer las respuestas”.
[xiv] Ibid IV, VIII (subrayo) Es necesario citar la continuación para situar lo que podría ser una teoría
leibnizniana del aforismo. Cierto, pero también de la enseñanza y de un género que podríamos llamar
memorias autobiográficas del inventor; el taller, la fábrica, la génesis o la historia de la invención. “Yo
creo que en los encuentros de importancia los autores habrían sido útiles al público si ellos hubiesen
querido marcar sinceramente las huellas de sus ensayos; pero sí el sistema de la ciencia debiese
ser fabricado sobre este punto, sería como si en una casa terminada se quisiese guardar todo el
aparato del cual el arquitecto ha tenido necesidad para construirla. Los buenos métodos de enseñar
son tales que la ciencia habría podido ser encontrada ciertamente por su camino; entonces si no son
empíricas, es decir, si las verdades son enseñadas por medio de razones o por pruebas sacadas de las
ideas, será siempre por axiomas, teoremas, cánones y otras proposiciones generales. Otra cosa es
cuando las verdades son aforismos como los de Hipócrates, es decir, verdades de hecho o generales o,
al menos, verdades, lo más a menudo, aprendidas por la observación o fundadas en experiencias, y de
las cuales no se tienen razones completamente convincentes. Pero no es de lo que se trata aquí, pues
estas verdades no son conocidas por la relación de las ideas”.
(Leibniz no subraya más que la palabra aforismo, “Verdades de hechos o generales”, en este contexto.
Se opone evidentemente a “verdades necesarias” o universales y conocidas a priori).
[xv] Habría que estudiar aquí toda la Primera Parte de la Didáctica en la Antropología desde el
punto de vista práctico de Kant, en particular en los párrafos 56-7. Contentémonos con citar este
fragmento: “Inventar (erfinden) es algo muy distinto que descubrir (entdecken). Pues lo que se
descubre es considerado como ya existente sin ser revelado, por ejemplo América antes de Colón; pero
lo que se inventa, la pólvora por ejemplo, no era conocida antes del artesano que la fabricó. Ambas
cosas pueden tener su mérito. Se puede encontrar algo que no se busca (como el Alquimista el Fósforo)
Y no es un mérito. El talento del inventor se llama genio, pero nunca se aplica esta palabra más que a
un creador (Künstler), es decir, aquel que se ocupa de hacer algo y no a quien se contenta con conocer
y saber muchas cosas; no se aplica a quien se contenta con imitar, sino a quien es capaz de hacer en
sus obras una producción original; en suma, a un creador, con esa condición de que su obra sea un
modelo (Beispiel) (ejemplar). Entonces, el genio de un hombre es la originalidad ejemplar de su talento
(die mustermafte originalität seines talents) (para tal o cual género de obra de arte)
(Kunstprodukten). Pero también se llama genio a un espíritu que tiene una disposición similar; es que
esa palabra no debe significar solamente tos dones naturales (Naturgabe) de una persona, sino esa
persona misma. Ser un genio en numerosos campos es ser un genio vasto (como Leonardo da Vinci)”.
(Tr. M. Foucault). He recordado las palabras alemanas para subrayar en su lengua las oposiciones que
nos importan aquí y sobre todo para hacer que parezca que la palabra “creador” no designa aquí a quien
produce una existencia ex nihilo, cosa que el inventor, hemos insistido en ello, no sabría hacer, pero sí el
artista, (Künstler).
La continuación de este pasaje nos interesará más tarde. Concierne la relación entre genio y verdad, la
imaginación productiva y la ejemplaridad.
[xvi] Vorlesungen Ober die Methode des akademischen Studiums, 1803. Cuarta lección. Tr. Fr. en
Philosophies de l’Université, Payot 1979, p. 88.
[xvii] Por ejemplo: “Así pues, poesía y filosofía, que otra clase de diletantismo opone, son semejantes en
lo que una y otra exigen de un cuadro (Bild) del mundo, lo que se engendra a sí mismo y viene un día
espontáneamente” (ibid. tr. fr. p, 101). “Las matemáticas pertenecen en efecto todavía al mundo de lo
que es imagen reflejada (abgebildete Welt), en la medida en que ellas no manifiestan el saber original
y la identidad absoluta más que en un reflejo...” (p, 80). “¡Sin intuición intelectual no hay filosofía!.
Incluso la intuición pura del espacio y del tiempo no está presente en la conciencia común, como tal:
pues ella es también intuición intelectual, pero que refleja (reflektierte) lo sensible.” (p. 81)
[xviii] Con respecto a esta invariante “humanista” o “antropológica”, en este concepto de invención,
quizás sea el lugar de citar aquí a Bergson (afinidad schellingíana obliga...): “La invención es el
procedimiento esencial del espíritu humano, lo que distingue el hombre del animal”.
[xx] Esta economía no se limita evidentemente a ninguna representación consciente ni a los cálculos que
allí aparecen. Y si no hay invención sin el golpe de lo que llamaríamos genio, sin el relámpago de un
Witz por el cual todo comienza, incluso es necesario que esta generosidad no responda más que a un
principio de ahorro y a una economía restringida de la diferancia. La venida aleatoria del completamente
otro, más allá de lo calculable como cálculo todavía posible, más allá del orden mismo del cálculo, he ahí
la “verdadera” invención, que no es más invención de la verdad y no puede llegar más que para un ser
finito: la suerte misma de la finitud. No inventa y no aparece más que lo que asi cae en suerte.
[xxi] Traduce arrive que significa tanto “viene” como “sucede”, “ocurre”. (N del T).