Sartre Jean Paul - El Miedo A La Revolucion
Sartre Jean Paul - El Miedo A La Revolucion
Sartre Jean Paul - El Miedo A La Revolucion
El miedo a la revolución
ePub r1.0
Titivillus 18.12.2018
Título original: Les communistes ont peur de la révolution
Jean-Paul Sartre, 1970
Traducción: Hugo Acevedo
Diseño de cubierta: Pablo Obelar
Primera parte
LAS IDEAS
Segunda parte
EL HOMBRE
Notas
NOTA DEL EDITOR FRANCÉS
Pienso que el Partido Comunista ha tenido en esta crisis una actitud que
no es en modo alguno revolucionaria, que no es, siquiera, reformista. El PC y
la CGT se las han arreglado para reducir las reivindicaciones de la clase
obrera a simples “demandas de aumento” —desde luego legítimas— y para
hacerle abandonar las reivindicaciones atinentes a los cambios de estructura.
Luego han marchado a paso redoblado tras de de Gaulle no bien éste habló de
elecciones. A Waldeck Rochet[*] le hemos oído decir: “Nunca hemos pedido
otra cosa”.
El PC se ha hallado.así en una situación de complicidad objetiva con de
Gaulle: ambos, al reclamar elecciones, se prestaban mutuamente un servicio.
De Gaulle, por supuesto, señalaba al PC como el enemigo número uno,
acusándolo —lo que él sabía que era falso— de estar en el origen de las
“perturbaciones” de mayo. Pero era también una manera de volver a dar a los
comunistas una especie de prestigio. Y de Gaulle tenía sumo interés en
presentarlos como los principales instigadores de la revuelta, porque los
comunistas se comportaban como adversarios “leales”, decididos a respetar la
regla del juego; se comportaban, pues, como adversarios poco peligrosos.
Creo que hay que desconfiar de las etiquetas y los juicios simplistas.
Afirmar que “el PC se ha convertido en un partido social-demócrata” no nos
ayuda en nada a comprender su actitud. Vale más tratar, de explicar por qué
los comunistas han preferido aceptar elecciones a sabiendas de que iban a una
derrota, que esperaban menos amarga, sin duda, pero que sabían segura. En
mi opinión, se han resignado a ella porque no quieren tomar el poder, a
ningún precio. Y esto por dos razones.
La primera es que la izquierda no estaría en condiciones de mantener las
promesas que los trabajadores acababan de arrancarles a los patronos y al
gobierno. No se halla del todo preparada, y el PC no quiere tener que cargar
con la responsabilidad del alza de los precios, de la devaluación o de la crisis
del comercio exterior que inevitablemente van a producirse dentro de algunos
meses. ¡Que los gaullistas se las arreglen solos!
Pero estas catástrofes sólo nos amenazan porque los patronos quieren
mantener el sistema de la ganancia. Si un gobierno socialista o comunista
llegara al poder, ¿por qué no iría a concebir una política económica
totalmente diferente? ¿Por qué, en suma, dejaría de hacer la revolución? En
este punto llegamos a la segunda razón del rechazo de los comunistas a tomar
el poder: desde hace cuarenta años, éstos han llevado muy lejos la teoría de la
revolución en los países industriales “avanzados”.
En un país altamente industrializado, el nivel de vida es relativamente
alto, pero la economía es frágil. Ésta descansa en una organización técnica
tan compleja, que la defección de unos pocos elementos puede ser suficiente
para bloquear toda la maquinaria. Depende, además, de toda una red de
intercambios exteriores. En la mayoría de los países desarrollados la
agricultura ya no suministra todo lo que la población necesita. Hay que
comprar en el exterior para alimentarse y hay que exportar para poder pagar.
Ya no hay independencia absoluta. Ya no es posible, como hizo la URSS en
sus comienzos, cerrar las fronteras, contando con la masa campesina para
alimentar a todo el mundo, y ponerse a meditar en los problemas de “el
socialismo en un solo país”. En Francia la revolución no podrá hacerse como
se hizo en la Rusia de 1917; pero esto no quiere decir que sea imposible.
Simplemente; hay que encontrar nuevas formas de lucha y averiguar lo que
puede ser la organización de un poder revolucionario en las sociedades
neocapitalistas llamadas “de consumo”.
Cuando usted era niño, una vieja dama, la señora Picard, le envió un
cuestionario diciéndole que lo llenara. A la pregunta: “¿Cuál es su mayor
deseo?”, usted respondió: “Ser soldado vengar a los muertos”.
La señora Picard se burló de usted: “¿Sabes, amiguito? Uno es
interesante sólo si es sincero”.
Ya que a usted le repugna responder al cuestionario Marcel Proust,
mucho le agradeceré que conteste a mis preguntas.
No, porque iba a decirle que he deseado tanto los homenajes, que hoy me
hastían. El éxito es una cosa distinta de los homenajes. Lo que me interesa no
es que los homenajes se remonten hasta el hombre; lo que me interesa es un
justo éxito de la obra; quiero decir, lo que me complace es cuando tengo la
impresión de que la obra está bien hecha. No me remonto hasta mí mismo; al
contrario, nada me parece más cansador y fastidioso que los homenajes. No
los rindo. A nadie venero. No deseo ser venerado.
¡Ah, no!, porque los países que he visitado son a menudo países muy
miserables, y las personas que, como usted dice, me acogían, me mostraban
precisamente esa miseria. Pienso en mi viaje al Brasil. Fui guiado por un
buen amigo mío, y el propósito de aquel hombre era mostrarme la realidad
brasileña. La parte norte, pero también las favellas del sur. E incluso hasta en
San Pablo quería mostrarme la vida de los obreros, la vida de los campesinos.
He visto casi todo lo que he querido ver, y aun más. Pero mi amigo me
sugirió ver una cosa que yo no conocía siquiera, de manera que tuve del
Brasil una impresión que considero bastante justa. Usted comprende. Hay,
pues, que distinguir según los países. Hay países en los que usted es llevado
de la mano por personas oficiales, que no son forzosamente, por lo demás,
amigos suyos, pues sólo le muestran el lado bueno de las cosas. Y luego están
los países en los que uno es guiado por un amigo; por lo general, apenas me
conoce, simplemente sabe lo que busco, lo que quiero ver, el género de
contacto humano que deseo, y en tal caso me muestra lo que él cree que es la
verdad, que frecuentemente no es muy bella.
Creo que en ese nivel usted es un idealista como era yo, porque sé que
semejantes movimientos son inmediatamente obstaculizados por
contradicciones políticas. Usted conoce la dificultad que existe para
conseguir, por ejemplo, que los Estados Unidos y la URSS lleguen juntos, y
gracias a un plan que haría también juntos, a socorrer países en vías de
desarrollo, y ahora, ya ve usted, la dificultad es que detrás hay profundas
contradicciones políticas y sociales. Un movimiento que naciera en tales
condiciones reflejaría esas contradicciones y ciertamente se rompería. Pienso
que ante todo hay que hacer una elección política y tratar de ponerse de parte
de aquéllos que, sean cuales fueren las reservas que se puedan hacer,
procuran suprimir el hambre, pero esto nos lleva naturalmente a aceptar otras
cosas, o por lo menos a tolerarlas. Sería muy complicado, ¿no es cierto?, pero
no pienso que se pueda crear un movimiento apolítico que lo hiciera. Sería de
desear, pero —y es la realidad quien me lo dice— ese movimiento se vería
roto.
Por una parte, y luego, por la otra, no creo que la producción de una
bomba atómica en Francia ayude mucho a ese proyecto. Me parece que esto
está en completa contradicción.
Sí, pero yo comprendí que quería decir: “Vamos a gastar mil millones en
la bomba atómica, pero no los vamos a gastar íntegros, sino que vamos, a
sacarles X millones para los…
Creo que era para el cáncer. Tal vez sería mejor tomar los mil millones
íntegros.
El padre de Franz deseaba tener poder, dominio sobre los hombres que
consideraba un tanto inferiores. Según usted, ese es un sentimiento burgués.
Pero su hijo, antes de ser voluntariamente secuestrado, ¿no había satisfecho
su pasión por el poder cuando era oficial nazi?
Antes no era oficial; se alistó después del caso del rabino polaco. Era hijo,
simplemente; pienso que había concluido sus estudios, y luego era libre, era
minero, no tenía aún edad para alistarse. En la pieza está escrito. Usted sabe
que albergó y ocultó a un evadido de un campo de concentración y que en ese
momento las autoridades alemanas, enteradas, exigieron, para tapar el asunto,
que se alistara y partiera inmediatamente. Fue enviado al frente ruso, y en ese
momento se convirtió en oficial. Ya había cambiado por completo de carácter
como consecuencia de un acontecimiento tan perturbador, como fue el
asesinato del rabino polaco, cometido ante sus ojos. Pero de todas maneras el
hijo había sido educado por el padre, quien le había contagiado sus ideas de
poder. La contradicción consiste en que las grandes fábricas de hoy, las
grandes empresas, que son verdaderos trusts, ya no permiten el despliegue
del poder del capitalismo familiar, digamos si le parece. El padre era
verdaderamente dueño de su empresa; lo que le sucede al hijo, como el padre
se lo dice al fin, es que ya no es dueño de nada. Es un fulano cualquiera en
grupos que hacen cálculos operacionales, tecnócratas, especialistas. El poder
de propiedad y el poder de dirección se han separado en el caso de las
inmensas empresas, y por consiguiente lo que ocurre es que el padre ha hecho
de su hijo un monarca, como él dice, un príncipe, alguien que tiene apetito de
poder, pero al que pone precisamente en una situación en la que su apetito de
poder no puede realizarse.
¡Ay! Está también la historia de otro secuestrado voluntario, un francés
que había trabajado con la Gestapo durante la ocupación y que fue
condenado a muerte. ¿No hay una analogía con su caso? ¿Cómo imagina
usted a ese muchacho que era un pobre tipo, sin voluntad, sin la gallardía de
su madre, y que de pronto demostró ser un criminal, asesinó, torturó, etc., y
terminó encerrándose en una bohardilla durante unos diecisiete años?
Pienso que hay analogías. Pienso, efectivamente, que quiso, como Franz,
manifestar su poder, su voluntad de poder, no contra su padre, sino contra su
madre, si le parece, ya que ésta había actuado como una madre castradora.
Intentó desarrollar en él ciertos aspectos violentos de su naturaleza, como
reacción, para mostrar que era viril, que era un hombre, etc. Es cierto también
que después recayó por completo; no sé si sintió remordimiento, pero en todo
caso, gracias al miedo y bajo la dominación de su madre, se encerró. De
suerte que tenemos, en efecto, elementos que me parecen confirmados. Yo
había inventado a este secuestrado, pero compruebo que tiene un ejemplo.
Reggiani, que representa la pieza, había conocido a otro, pero mucho antes,
en 1946 o 1947, cuando filmó su primera película, Los amantes de Verona.
Debía rodar una escena en una casa determinada, y se encontró con que el
primer piso estaba bloqueado, porque había un hombre, un italiano, un
fascista italiano, también secuestrado, secuestrado por él mismo. Así pues, en
todo el mundo existen personas como éstas.
Los rusos han sacrificado durante años los bienes de consumo, es decir,
el bienestar del hombre, para elevar el potencial de la nación soviética, para
construir la bomba H, para enviar sputniks a la estratosfera. Hay por cierto
en ello una finalidad científica, sin la menor duda, pero también hay una
finalidad militar y una búsqueda de prestigio. ¿Qué piensa usted?
Envié unos libros a una joven rusa que habla admirablemente nuestra
lengua. Para agradecerme, me ofreció una caja de chocolates. Fíjese bien:
cada tableta venía envuelta en un papel distinto, en el que se podían ver el
retrato de los seis cosmonautas y sus sputniks… En una hoja de papel se
encuentran las correspondientes explicaciones técnicas. ¿Qué piensa usted
de este bien de consumo, de esta caja de chocolate?
La encuentro curiosísima. Nos ofrece a las claras ese aspecto ruso que
consiste en mezclar, digamos, lo útil con lo agradable; y en todo caso lo
didáctico con el consumo de un objeto por placer. En este sentido, es
verdaderamente muy notable.
Notas
[1] Secretario general del Partido Comunista francés. <<
[*] Diario oficial del Partido Comunista francés. <<