Uruguay Entre 1985 y 2007. José Rila
Uruguay Entre 1985 y 2007. José Rila
Uruguay Entre 1985 y 2007. José Rila
Uruguay 1985-2007:
Restauración, reforma, crisis y cambio electoral
José Rilla1
RESUMEN
El cambio de gobierno de Uruguay en 2005 aparenta haber sido algo más que una rotación
de partido en la Administración. Fue el desplazamiento de un subsistema tradicional de
colorados y blancos, a otro menos tradicional de la izquierda, agrupada en el Frente Am-
plio. La historia será narrada desde el inicio de la transición restauradora, abierta en 1985
luego de 12 años de dictadura militar-civil. Luego de breve crónica de los gobiernos de la
transición y de sus reformas, se observará cómo el Uruguay se despeñó a una de las crisis
económicas y sociales más graves de su historia, de la que sin embargo, gracias a una
coyuntura internacional relativamente favorable, comenzó a reponerse con celeridad.
Entre la crisis y la reactivación, desgaste mediante del gobierno clásico uruguayo, la iz-
quierda encontró los caminos de su victoria electoral. Se propone finalmente un examen
del nuevo gobierno todavía en marcha.
PALABRAS CLAVE
Gobierno uruguayo, transición, democracia, Frente Amplio, Cambio político.
ABSTRACT
The change in Uruguayan government in 2005 seems to be something more than a party
change in the administration. It represented the dislocation from a traditional blancos y
colorados system to another –and less traditional–system of the left, gathered in Frente
Amplio. The history will be narrated from the beginning of the democratic transition, ini-
1 Uruguay. Doctor en Historia, UNLP, Buenos Aires. Profesor e investigador en la Facultad de Cien-
cias Sociales y en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de la República; coordinador
del área de Historia Política del DCP. Director de Cuadernos del CLAEH, revista uruguaya de Ciencias
Sociales. Autor y coautor de varias publicaciones de su especialidad. Entre ellas: La mala cara del refor-
mismo: Impuestos Estado y Política en Uruguay; coautor de El joven Quijano; Breve Historia de la Dictadura;
“El gobierno como cogobierno”; Izquierda y tradición en el Uruguay; La partidocracia uruguaya; Historia
Contemporánea del Uruguay: de la colonia al MERCOSUR; Los partidos políticos en el siglo XX; Del Lago al Río:
Inmigración Lombarda en el Uruguay. Su último libro es La actualidad del pasado, Usos de la historia en la
política de partidos de Uruguay. Sudamericana -Debate, 2008. Contacto: [email protected]
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tiated in 1985 and preceded by a 12-year civic-military dictatorship. After a brief analysis
of the chronicles and reforms promoted by the transitional governments, the Uruguayan
performance in its most serious social and economic crisis will be investigated. Between
crisis, reactivation and debilitation during the Uruguayan classical government, the left
was able to find the way to its electoral victory. The final goal here is to examine the new
government still in office.
KEY WORDS
Uruguayan Government, Transition, Democracy, Frente Amplio, Political change.
Tras intensas discusiones dentro y fuera del Parlamento, una Ley de caducidad
de la pretensión punitiva del Estado fue sancionada en clima de gran tensión, en
diciembre de 1987. La oposición a la ley, que incluía desde sectores disidentes
del Partido Nacional hasta el conjunto de la izquierda, los organismos de dere-
chos humanos y organizaciones sociales, la llamarían ley de impunidad. Al mes
siguiente de su sanción, quedó constituida la Comisión Nacional Pro Referén-
dum que, tras un largo proceso en el que los partidos de la izquierda tuvieron
un papel clave, obtuvo las firmas necesarias para someter la norma a una con-
sulta popular. La misma tuvo lugar el 16 de abril de 1989, ya sobre el final del
período de gobierno y arrojó como resultado la ratificación de la ley y, por lo
tanto, de la decisión tomada por el Parlamento.
La elección de 1989 dejó resuelta además una reforma constitucional que car-
garía pesadamente a las finanzas públicas ya deficitarias, y que asociaba cons-
titucionalmente el incremento de las pasividades con el Índice Medio de los
Salarios. Los comienzos de la Administración debieron afrontar además un
déficit fiscal que llegaba casi al 10% del Producto Bruto. El mayor esfuerzo del
gobierno y de la población se depositó entonces en un ajuste fiscal que debía de-
volver los equilibrios perdidos al final del gobierno anterior, contando además
ahora con la reforma general del cálculo de las pasividades. El superávit pudo
ser finalmente alcanzado entre 1991 y 1993.
Una de las medidas de mayor alcance y de consenso entre todos los partidos
fue la incorporación del Uruguay al proceso de integración regional que en-
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La oposición de los sindicatos y del Frente Amplio a “la Reforma” orientó sus ar-
gumentos a la denuncia de las determinaciones y condicionamientos de la mis-
ma por parte de la banca internacional y en el rechazo al carácter inconsulto y
autoritario del proceso. Hay evidencia de que lo primero no tenía mayor asidero,
pues Rama y su equipo habían resistido y negociado con las agencias financia-
doras algunas de las pautas más importantes del programa de reformas, logran-
do evitar –fieles a la tradición colorada en el gobierno- la aplicación de políticas
descentralizadoras y favorables a la iniciativa y responsabilidad privadas, carac-
terísticas en los planes aplicados por esas instituciones a nivel del continente.
mente a los ya protegidos, oculta las ineficiencias y enerva los entusiasmos que
no derivan de su esfera.
Los avances fueron más bien pobres. En 2004, año electoral, el tema seguía plan-
teado en la agenda. Los uruguayos entre tanto, se resistían al igual que sus líderes
a encarar una revisión a fondo de la cuestión estatal: la revisión es en parte una
introspección cuyos resultados son inciertos y tal vez incómodos. Entre otros de-
safíos, por ejemplo, habrá que mostrar disposición a separar de una vez lo público
de lo estatal, a pensar y aceptar finalmente la vigencia de espacios y actores públi-
cos no estatales, tan hondamente entrelazados e identificados en esta sociedad.
Antes de asumir por segunda vez, el presidente Sanguinetti convocó a una comi-
sión interpartidaria destinada a proyectar una reforma de la Constitución. Luego
de debates y negociaciones, el Partido Colorado, el Partido Nacional y el Nuevo
Espacio acordaron un proyecto de Reforma aprobado entre agosto y octubre
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Sigamos la síntesis del politólogo Daniel Buquet acerca de los contenidos funda-
mentales. En cuanto al régimen electoral: a) la reforma sustituyó la modalidad de
elección presidencial por mayoría simple por la de la mayoría absoluta y even-
tualmente a doble vuelta; b) se estableció la exigencia de candidatos únicos por
partido en el caso de la Presidencia y dos como máximo para las Intendencias;
c) se prohibió la acumulación de votos por sublemas a nivel de diputados, como
era permitido desde la Constitución de 1919; d) se desvincularon en el tiempo
las elecciones nacionales de las departamentales; e) se eliminó la distinción
entre lemas permanentes y lemas accidentales impuesta en la Carta de 1967.
En un segundo orden de cosas, referido al régimen de gobierno y relación entre los
poderes, las reformas aprobadas fueron mucho más modestas y cautas: a) se ha-
bilitó al Presidente de la República a solicitar el voto de confianza a la Asamblea
General para su gabinete, a declarar la carencia de respaldo parlamentario del
gabinete y remover los directorios de los Entes Autónomos; b) se reforzaron los
poderes efectivos del Ejecutivo al restringirse los plazos para el tratamiento de
las leyes de urgente consideración y al modificarse la modalidad de considera-
ción de los vetos interpuestos.
Agrego que en corto plazo la reforma logró uno de sus objetivos inconfesados: ase-
gurar el triunfo de colorados y blancos, sumados para la segunda vuelta electoral,
y derrotar así al Frente Amplio en las elecciones de 1999. En cuanto al mediano
plazo, cabe especular en dos direcciones: una, que la institución presidencial no
tuvo –luego- un desempeño acorde a las mayorías que presuntamente la autoriza-
rían. Otra, que los partidos políticos midieron desde entonces su compromiso en
las tareas de gobierno, con arreglo estricto a un cálculo de los costos que pudieran
insumir las funciones de cogobierno. El balotaje, en suma, parece ser más eficaz
para ganar la elección -y bipolarizar el sistema- que para gobernar a partir de ella.
el 2002 el PBI cayó a 11 mil millones de dólares y su cálculo per cápita arrojaría
un resultado de 3600 dólares. En el fondo del barril, que fue para casi todos los
indicadores el año 2002, se observaba un incremento de 26 % del IPC, una caída
del salario del 10%, un incremento del desempleo urbano de hasta el 17%. La
deuda pública interna y externa representaba entonces el 92% del PBI, mientras
que en el 2003, aun después del exitoso canje, la deuda pública representaba el
111,3% del PBI. Volviendo al 2002, los depósitos del sector privado en el sistema
financiero tuvieron una variación en dólares dramática, con una caída del 50%.
Desde un enfoque sectorial cabe recordar que, durante sus primeros cincuen-
ta meses, la recesión llegó a un guarismo general del 15%, pero en la industria
manufacturera la caída fue del 27%, del 25%, en el comercio y del 21% en la
construcción (la expansión de la telefonía hizo crecer el sector de comunica-
ciones). En lo que refiere al sector agropecuario, sus variaciones en el mediano
plazo resultan sorprendentes. En el tramo anterior a la crisis, entre 1990 y 1997,
creció a tasas mayores que el resto de la economía y ello con el apoyo del Ban-
co de la República, acreedor del sector por un monto equivalente al 40% de su
valor. Luego, con el estancamiento y la crisis (facilitadas por la devaluación
brasileña), el endeudamiento del sector llegó a superar gravemente el 100% del
PBI sectorial.
Sin respaldo político y en medio del fracaso, el ministro de economía debió re-
nunciar para dar paso a una salida más política (más “parlamentaria” y menos
“presidencial”), que quedó en manos del primer senador de la lista 15 del gobier-
no, Alejandro Achugarry, de notable capacidad negociadora tanto dentro como
fuera del país y que obtuvo un respaldo de los organismos financieros interna-
cionales y –junto con Batlle- del gobierno del presidente de los EEUU George
W. Bush. Ello permitió salvar del default al sector público y demandó una nueva
Carta de Intención. Con los primeros indicios de reactivación y con el canje de
la deuda pública uruguaya, el gobierno procuró la estabilización. A mediados de
2003, el ministro anunció un “relanzamiento” del gobierno, con lo que no logró
pasar la línea de la estabilización. En agosto de 2003 renunció al cargo y el país
reingresó al comando “técnico” de la economía.
Los partidos políticos vivieron sus respectivas transiciones: los colorados pagaron
caro el desgaste del gobierno en la crisis y la falta de renovación de liderazgos;
los blancos instalaron una puja interna competitiva que afirmó el liderazgo nue-
vo de Jorge Larrañaga; el Frente Amplio ensanchó sus alianzas, moderó su pro-
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Si se toman como referencia de una reflexión histórica algunas de las crisis que
sacudieron al país en el siglo XX (1913, 1930, 1955, 1982 y 2002) se corre el riesgo
de ser abusivo o arrebatado. Como la historia no es disciplina normativa ni de-
ductiva, las comparaciones deben armarse de prudencia y sobre todo de escep-
ticismo respecto a su capacidad aleccionadora sobre el presente. Afirmar cosas
tales como ésta es la más grave crisis de la historia del Uruguay es vano y válido a la
vez. Depende, desde luego, de los datos básicos de la comparación histórica, de
la precisión en la medición de indicadores (Producto y distribución, duración del
estancamiento, entidad de la afectación social, disponibilidad de instrumentos
de respuesta) que en efecto hacen relativas a las comprobaciones. Pero, más allá
de los números concretos, la validez de una afirmación acerca de la gravedad
mayor de esta crisis también depende de las expectativas de la población, que
observa y sufre sus impactos. Además de los indicadores, que nos pusieron a
punto de superar las marcas históricas, cabe pues tomar en cuenta las percep-
ciones colectivas que derivan no tanto de una conciencia estadística como de
una concreta conciencia del punto de partida: ¿Desde dónde cayó el Uruguay?
La clase media nos da el tono para una primera respuesta; su pánico es una
medida de la percepción dominante. Desde la última gran crisis de 1982, el
país ha cambiado lo suficiente como para que aquel cataclismo sea ahora un
borroso recuerdo para muchos. Como estábamos entonces hundidos en el fan-
go autoritario, muchos actores concibieron la recuperación democrática como
el equivalente a la recuperación económica. Más allá del razonable y bastante
común error conceptual que ello supone, debe observarse a medio y largo plazo
-dos o tres décadas- el desempeño económico y social del Uruguay posdictato-
rial y aceptar el despliegue de cambios múltiples y de envergadura: en el perfil
productivo y exportador, en la disminución de la pobreza y mortalidad infan-
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¿Por qué no nos hundimos en el medio del río? Los indicadores más duros evi-
dencian una caída vertical del Producto (podría llegar a un 23% en el quin-
quenio que termina en 2003), una crisis fiscal con relaciones inéditas entre
gasto, recaudación y PBI; una inflación que tras alcanzar el objetivo buscado
de un solo dígito, trepó a niveles nuevamente inaceptables; el desempleo, la
precarización del trabajo, la erosión de las regulaciones laborales en el ámbito
privado, el incremento de la pobreza. Se impone insistir aquí en un argumento:
José Rilla 77
(b) La crisis social tenía rasgos inéditos y graves, pero su estructura ambientaba
cierta amortiguación: el país se había zafado del default externo, pero también
del interno. Los ajustes de las cuentas no habían violado la puntualidad en pa-
gos de salarios públicos y jubilaciones, ni alterado los marcos institucionales de
relación laboral o contractual dentro del Estado. Este restaurado rol amortigua-
dor del Estado no operaba con la misma eficacia para quienes habían caído por
debajo de la línea de pobreza (son niños, no hacen huelga, piden prudentemen-
te monedas en los semáforos y apenas se insinuaron en aquellos días, con sus
madres y padres, en los saqueos de agosto de 2002).
(c) “El Frente Amplio ganará las próximas elecciones”. Esta había sido una con-
vicción relativamente generalizada en los años posteriores a la crisis, tanto en-
tre sus partidarios como entre sus adversarios. La “premonición”, en el cuadro
de la crisis, había operado como horizonte temporal y como estímulo a la pos-
tergación de las demandas más acuciantes. Es obvio que ellas le serían devuel-
tas con carácter perentorio “el día después”, si ganaba las elecciones.
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Entretanto, desde mediados del año 2003 los aspectos más sombríos y visibles
de la crisis económica parecían haberse disipado, aunque el Uruguay no hu-
biera menguado una pizca de su vulnerabilidad con respecto a la región, a los
mercados más globales y todo aquello que no puede controlar pero es decisivo
(las tasas de interés internacionales, el precio del petróleo, los avances o fra-
casos del libre comercio global, la evolución de los precios internacionales de
productos básicos, para mencionar cuatro cuestiones clave). Tampoco había
resuelto, ni mucho menos, los impactos sociales de la crisis, con altos niveles de
desempleo, de indigencia y de pobreza sobre todo infantil.
Propongo ahora una observación que nos acerque a la cuestión política y elec-
toral cuyo resultado sería el triunfo del Frente Amplio y el armado del gobierno.
Selecciono hitos en ese camino: el referéndum que derogó la ley de ANCAP el 7 de
diciembre de 2003; la elección nacional del 31 de octubre del 2004, con el triunfo
en primera vuelta del Frente Amplio y Tabaré Vázquez; la transición propiamen-
te dicha, esto es, el armado del gobierno, la significativa instauración del nuevo
Poder Legislativo el 15 de febrero de 2005 y del nuevo Ejecutivo el 1° de marzo.
Las heridas sociales habían sido graves y, si la sociedad uruguaya venía dando
muestras de cambio desde hacía varios años, la crisis dio a esas derivas una con-
sagración dramática y simplificadora, que afectó severamente no sólo al gobier-
no colorado sino también, por extensión, al “gobierno histórico del Uruguay”, la
conjunción de colorados y blancos, cogobernantes del país desde siempre.
Dicho en otros términos, la crisis afectó la credibilidad del gobierno clásico y del
subsistema partidario tradicional que lo había sostenido por más de un siglo. Y
mas aún, instaló en las elites y en la población una convicción paradojalmente
estabilizadora: se había producido el agotamiento de un ciclo y la apertura de
otro; la ratificación de lo nuevo debía respetar –y esperar a- la más sagrada
tradición uruguaya, las elecciones nacionales a celebrarse en octubre de 2004.
Otra versión de las cosas ofrece un dictamen más favorable al final que tuvieron
en términos de ciclo histórico. Digámoslo así: la crisis reciente es una más de las
tantas atribuibles al “modelo”; todo debe ser observado en el marco de largos
plazos donde los hechos del corto plazo encuentran un significado o pueden ser
puestos en un relato salvacionista, de mayor calado histórico. Así por ejemplo,
una parte de la ciudadanía observaría el triunfo de la izquierda en 2004 como
el “verdadero” fin de la dictadura que asoló al país entre 1973 y 1985. Dicho
de otro modo: el Frente Amplio fundado en 1971 esperó 34 años para acceder
al poder y hacerse un camino, entre la dictadura misma que se instauró para
eliminarlo y la restauración democrática inaugurada en 1985, merecedora de la
desconfianza radical de la izquierda por cuanto sus dirigentes pertenecían a la
política tradicional (Sanguinetti y Batlle eran buen ejemplo) y porque además
habían concedido impunidad a quienes desde el gobierno militar habían vio-
lado los derechos humanos. Al estilo de aquella rústica dialéctica propia de la
Tercera Internacional, la crisis última daba cuenta del conjunto del ciclo, era un
canto del cisne del régimen (por lo cual, cualquier aceptación parcial de sus re-
formas era interpretada como retraso, como traición, como amenaza) y suponía
una inestimable oportunidad para acelerar el cambio histórico. Sobre esta base
se debía armar el escenario de la competencia política
2 Desolado por la revelación, Batlle debió ir a Buenos Aires a pedir disculpas; se sentó junto al presi-
dente Eduardo Duhalde frente a las cámaras de la TV, lloró, habló de su madre argentina y recibió la
aceptación de las excusas. En Uruguay y en Argentina los juicios sobre el episodio circulaban en dos
pistas: la incontinencia verbal del presidente era inaceptable y complicaba definitivamente las rela-
ciones bilaterales; pero en privado, aquí y allá, muchos daban al presidente uruguayo algo de razón;
más que de “mentiroso”, lo reputaban de “exagerado” o “imprudente”.
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Una tercera mirada, tangente respecto a las anteriores, está centrada en la idea
del desenlace y la ocupación de un territorio vacante. Como actor político uni-
ficado y en competencia, el Frente Amplio vino a cumplir un papel histórico,
misional casi: fue interpretado como la solución concreta al lento proceso de
agotamiento de las formas políticas tradicionales, al desgastado subsistema
de colorados y blancos “eternizados” en el gobierno, incapaces de mejorar su
desempeño y renovar sus lealtades ciudadanas. Este rasgo prometedor, larga-
mente elaborado, encontró su desenlace favorable con la experiencia de la cri-
sis económica y social mas reciente y operó incluso como recurso estabilizador
del sistema político.
La ley de ANCAP fue una de las normas de trámite más interpartidario que hu-
biera aprobado el Parlamento del gobierno Batlle; sin embargo, en un ejemplo
de astucia (suspendamos aquí el dictamen moral), fue considerada como una
oportunidad política para someter a ese gobierno a un juicio global de la ciu-
José Rilla 83
dadanía que, como vimos, tenía escasas razones para tender su apoyo. Fue una
celada perfecta: todos los gobernantes tradicionales (Sanguinetti, Lacalle, Batlle
entre los más notorios) quedaron agrupados, confundidos, atrapados... resumi-
dos en la imagen del continuismo. En buena medida lo representaban. No hubo
debate sustantivo alguno acerca del fondo de la cuestión, pero el 7 de diciembre
de 2003 el 62% de la ciudadanía prefirió la derogación de la ley de ANCAP. La
mesa quedó servida para el próximo plato.
31 de octubre: “Cambiemos”4
1.1.1 Entre otras motivaciones, la reforma constitucional de 1996 había sido con-
cebida para que mediante el sistema de doble vuelta electoral la articulación
histórica de colorados y blancos pudiera sumar votos y seguir derrotando a una
izquierda que, como entidad partidaria, había alcanzado la cima de las prefe-
rencias. Así triunfó Batlle en 1999. Sin embargo, bastó un solo período de go-
bierno bajo esa pauta de autorización -y una crisis con graves impactos sociales
y déficit de gestión- para que la apuesta mayoritarista del balotaje se volviera,
en el 2004, en contra de los partidos históricos.
1.1.2 Tabaré Vázquez fue el dirigente político más consciente de las potenciali-
dades y restricciones de la situación. Ordenó todo el escenario político en torno
al eje “continuismo-cambio”, hizo una campaña que rehuyó los debates más
exigentes, envió señales moderadas de política económica (designando con su-
ficiente antelación a su ex rival en la interna, Danilo Astori, para dirigir la eco-
nomía) y consiguió finalmente una histórica victoria en las urnas.
El 31 de octubre el Frente Amplio se alzó con el 51.7% de los votos válidos y con
la mayoría en ambas Cámaras. Aparte de este resultado novedoso aunque no
sorpresivo, dos son las notas mas grávidas del evento electoral: (a) al menos
en términos estadísticos y comparados, se insinúa desde entonces un nuevo
bipartidismo, pues el Frente Amplio y sus aliados, junto a la segunda fuerza, el
renovado Partido Nacional, reúnen un 88% de los votos válidos; (b) el Partido
Colorado, “partido del Estado y del gobierno” se desploma a un 10%, lo que so-
mete a esa colectividad a la encrucijada más apremiante de toda su historia (ha
quedado a 41 puntos del primero, 24 del segundo y 8 del cuarto). Es difícil hallar
un hito concreto y simbólico más contundente, capaz de marcar allí la frontera
nítida entre el siglo XX y el siglo XXI de la política uruguaya.
Los indicadores sociales seguían siendo de gravedad pero el país parecía haber
aprovechado, por lo menos, ciertas modificaciones de contexto en los merca-
dos y en el tipo de cambio más favorable. El 15 de febrero de 2005, mientras
transcurría una temporada turística “parecida a las de antes” y en medio de los
trámites de una amable transición, asumió el nuevo Parlamento emanado del
acto electoral, la 46ª Legislatura de la historia uruguaya.
José Mujica fue dirigente de primera línea del MLN Tupamaros en los inicios de
la guerrilla derrotada en 1972 y estuvo detenido en las cárceles de la dictadura
instaurada en 1973. Fue en las peores condiciones, como rehén y durante doce
años. De matriz blanca y anarquista, pero con la marca marxista y leninista del
movimiento, Mujica se desempeñó desde 1985 en los carriles institucionales de
la restauración democrática, la misma que lo amnistió primero, y lo habilitó
más tarde a ser diputado (1995) y senador (2000). En el último quinquenio se
transformó en un dirigente político de primer nivel, articulador dentro y fuera
de la izquierda, intérprete de un personaje de estilo directo, apaisanado, explíci-
tamente expresivo del “sentido común”, portador-hacedor de un discurso “pro-
ductivista” “ruralista”, provinciano y con fuertes tópicos neokeynesianos. Tras
Tabaré Vázquez, Mujica fue el dirigente político más votado en las elecciones y
su sector (el Movimiento de Participación Popular donde se vertieron casi todos
los tupamaros), fue el mayoritario adentro y afuera de la coalición triunfante.
Y bien, en tanto senador más votado de la lista más votada José Mujica (a quien
casi todos llaman “El Pepe”) debió tomar juramento a sus pares en la sesión inau-
gural del 15 de febrero y, horas más tarde, vestido de campera y sin corbata, bajar
las escalinatas del Palacio Legislativo para pasar revista a las tropas simbolizadas
en la presencia y desfile de 180 efectivos del Batallón Florida, el mismo que más
de treinta años atrás lo había detenido. Difícilmente hallemos un acto más denso y
requerido de explicación, sostenido no tanto en las palabras sino en el lenguaje de
la ritualidad republicana: el tupamaro cuyo movimiento en 1968 quiso tomar por
las armas la ciudad de Pando, el torturado y detenido como rehén por el gobier-
no militar, el senador - floricultor, devino así formidable construcción mediática,
receptáculo eminentemente político de buena parte del malestar antipolítico de
la sociedad uruguaya. Y “tomaba” así, “a la uruguaya”, se dirá machaconamente,
el Palacio de las Leyes. Apenas salió del protocolo oficial para hacer con emoción
contenida un lacónico balance: “¡Qué vida la nuestra!”, “Éste es el juego”.
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87 Uruguay 1985-2007: Restauración, reforma, crisis y cambio electoral
El martes 1° de marzo
No hubo ese día grandes banquetes a puertas cerradas, sino fiesta en las calles
de la ciudad. El discurso de Vázquez ante la Asamblea General fue breve, emo-
tivo y enfático, pero apenas despertó aplausos entre los presentes en el recinto.
Encontró sus momentos más empinados cuando se refirió a la dupla inseparable
de la libertad y la igualdad, o cuando se colocó en una tradición política nacional,
más allá de su partido y por eso en reconocimiento a los demás congregados.
Pero a la noche, la capital fue conmovida por una celebración de 300 mil perso-
nas, frenteamplistas en su inmensa mayoría, que escucharon y aplaudieron al
novel presidente con devoción.
José Rilla 87
Vázquez habló allí a sus anchas; no se paseó esta vez de un lado a otro del es-
cenario ni gesticuló enfáticamente como durante la campaña electoral; mostró
ponderación kinética y leyó un discurso que contenía más carga simbólica que
novedades programáticas. Lo hizo desde un estrado montado en las escalinatas
exteriores del Palacio Legislativo y para el cual los organizadores del acto habían
contratado -a una empresa brasileña experta en grandes eventos de rock- un
dispositivo de sonorización, visualización e iluminación sin precedentes en el
Uruguay. El prodigio técnico y de resultados “operísticos” fue capaz de abarcar
las 15 cuadras de la Avenida Libertador, una diagonal de la ciudad que pareció
haber sido trazada para esa culminación escénica y mediática.
Las evaluaciones del gobierno del Frente Amplio han merecido más estudios
de coyuntura que consideraciones globales e históricas que pongan en relación
pasado y presente. Promediado el período, los estudios de opinión pública
han marcado una caída en la adhesión tanto al gobierno y su partido como, en
menor medida, al presidente Vázquez. Mientras esto escribo, marzo de 2008, la
última encuesta de intención de voto no asegura la victoria en primera vuelta
y habilita a concluir que blancos y colorados sumados, en ese orden de peso
electoral, superarían al Frente Amplio en las elecciones.
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El capítulo de los derechos humanos, más precisamente el que tiene relación con
el pasado dictatorial, ha sido un centro de atención de gran relevancia en lo que
ha transcurrido desde la nueva Administración. El tema puede presentarse de
la siguiente forma:
1. La base legal y normativa para las acciones del gobierno sigue siendo la Ley de
Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Durante la campaña electoral,
el presidente Vázquez y la mayoría de la fuerza política que lo llevó al gobierno
prometieron avanzar en el esclarecimiento de las violaciones a los derechos
humanos, siempre en el marco de la ley vigente y aprovechando al extremo las
posibilidades previstas en el artículo 4º de la misma, que faculta al Ejecutivo a
determinar si las denuncias pueden derivar en actuaciones judiciales.
2. En uso de estas potestades, y no sin tensiones con las Fuerzas Armadas, fue-
ron finalmente ordenadas excavaciones en predios militares en los que podrían
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1985-2007:Restauración,
Restauración,reforma,
reforma,crisis
crisisyycambio
cambioelectoral
electoral
Sin embargo, el sistema tiende a una polarización peligrosa entre dos partidos
grandes -Frente Amplio y Partido Nacional-, a una muy pobre elaboración progra-
mática y política del conjunto, a una escuálida forma de reelaborar demandas de
una sociedad segmentada y de crecientes pujos corporativos, a una merma en el
rol deliberativo del Parlamento, a un Poder Judicial que no resulta convincente en
su independencia y competencia. Las instituciones de control ciudadano respec-
to a la Administración y de rendición de cuentas son relativamente inmaduras.
Las corporaciones tienen mucho poder; los ciudadanos pobres, no organizados o
fuera del mercado laboral (más si son jóvenes) encuentran cada vez menos lugar.
2. El perfil social y demográfico del Uruguay pone en duda, una vez más, su mis-
ma viabilidad. El crecimiento económico no genera empleo en cantidad y, sobre
todo, en calidad suficientes. La pobreza ha disminuido pero muy relativamente,
más aún si se toma en cuenta el estancamiento demográfico, el crecimiento
económico y el incremento del gasto público social en las últimas tres décadas.
José Rilla 93
Estos movimientos siempre protegieron más a los adultos mayores que a los
niños, la mayoría de los cuales son pobres en el Uruguay. Los jubilados y pen-
sionistas son electores; dueños de una formidable capacidad de presión por
la que han logrado sustraerse a ciertas fluctuaciones de la economía y de la
tributación. Tal es su fuerza, que dicha intangibilidad quedó inscrita en la Cons-
titución de la República y que pocos actores políticos se animan a contestarla.
Entre tanto, los niños pobres y sus padres jóvenes deben contemplar y vivir
en un país excepcional: “único en el mundo” dice Carlos Pareja, “en el que las
jubilaciones se ajustan por el índice medio de salarios y no por el índice medio
de precios”.
Un país poblado por apenas algo más de tres millones de habitantes ha vivido
una sangría demográfica probablemente irreversible a corto plazo. El núcleo
emigrado no es representativo del Uruguay entero: se van los uruguayos de
nivel medio y alto, con educación, edad mediana, redes y capital social. Pero
ellos no agotan el deseo, simplemente lo cumplen: la propensión migratoria en
el Uruguay no es una novedad, pero alcanza hoy al 30% de los hogares del país.
Bibliografía
Instituto de Economía (2001): El Uruguay del siglo XX. La Economía, Montevideo, EBO.
Instituto de Ciencia Política (2003): El Uruguay del siglo XX. La Política, Montevi-
deo, EBO.
Instituto de Ciencia Política (2005): Las claves del cambio, Montevideo, EBO.
Rilla, J. (2007): “Uruguay entre dos siglos y entre dos grandes. Crisis y cambio
electoral en la globalización” en Waldo Ansaldi (Dir.) La democracia en América
Latina, Buenos Aires, FCE.