El Lazo Se Rompió y Volamos
El Lazo Se Rompió y Volamos
El Lazo Se Rompió y Volamos
[315] La segunda.
Llamo desolación todo lo contrario de la tercera regla, así como oscuridad del
ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias
agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor,
hallándose toda perezosa, tibia, triste, y como separada de su Criador y Señor.
Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera
los pensamientos que salen de la consolación, son contrarios a los pensamientos
que salen de la desolación.
[318] La quinta.
En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los
propósitos y determinación, en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o
en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así
como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la
desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.
[319] La sexta.
[320] La séptima.
[321] La octava.
El que está en desolación trabaje por estar en paciencia, que es contraria a las
vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las
diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regla.
[322] La novena.
Tres son las causas principales porque nos hallamos desolados: la primera es por
ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por
nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda, por
probarnos para cuánto somos capaces, y en cuánto nos alargamos en su servicio y
alabanza, sin tanta paga de consolaciones y crecidas gracias; la tercera, por
darnos veraz noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de
nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna
consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y
porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna
soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la
espiritual consolación.
[323] La décima.
[324] La undécima.
El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán
para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el
contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia
suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y
Señor.
[325] La duodécima.
El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque
así como es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder ánimo, dando
huída cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón
comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy
crecida y tan sin mesura: de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse
y perder ánimo, dando huída sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en
las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo,
haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la persona que se ejercita
comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan
fiera sobre la faz de la tierra como el enemigo de la naturaleza humana, en
prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia.
[326] La decimotercera.
Así mismo, se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto.
Porque así como el hombre vano, que hablando a mala parte, requiere a una hija
de un buen padre, o una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y
suasiones [sugerencias, sugestiones] sean secretas; y al contrario le desplace
mucho, cuando la hija al padre, o la mujer al marido, descubre sus vanas palabras
e intención depravada, porque fácilmente colige [entiende] que no podrá salir con la
empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza
humana trae sus astucias y suasiones [sugerencias, sugestiones] al ánima justa,
quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre
a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y
malicias, mucho le pesa; porque colige [comprende] que no podrá salir con su
malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos.
[327] La decimocuarta.
Asimismo se comporta como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; porque
así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas
o disposición de un castillo, lo combate por la parte más débil: de la misma manera
el enemigo de la naturaleza humana, rodeando, mira en torno todas nuestras
virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más
necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.
[346] La primera.
[347] La segunda.
[348] La tercera.
[349] La cuarta.
[350] La quinta.
[351] La sexta.
Cuando esa alma buena quiere hablar o obrar alguna cosa dentro de la Iglesia,
dentro de la inteligencia de nuestros mayores, que sea para gloria de Dios nuestro
Señor, y le viene un pensamiento o tentación de fuera [de su voluntad, es decir: se
le ocurre], para que ni hable ni obre aquella cosa, trayéndole razones aparentes de
vana gloria o de otra cosa, etc. Entonces debe de alzar el entendimiento a su
Criador y Señor; y si ve que es su debido servicio, o a lo menos no contra, debe
hacer lo diametralmente opuesto contra la tal tentación, según el dicho de San
Bernardo que le respondió al tentador: "nec propter te incepi, nec propter te finiam"
["ni por ti empecé, ni por ti dejaré (de predicar)" e.d.: no había empezado a predicar
por vanagloria y no dejaría de hacerlo por temor a ella].
Anotación 18ª
[18] La décima octava: según la disposición de las personas que quieren tomar
ejercicios espirituales, es a saber, según que tienen edad, letras o ingenio, se han
de aplicar los tales ejercicios; porque no se den a quien es rudo, o de poca
complexión, cosas que no pueda descansadamente sobrellevar y aprovecharse
con ellas. Asimismo, se debe de dar a cada uno según que se quisiere disponer,
porque más se pueda ayudar y aprovechar. Por tanto, al que se quiere ayudar para
instruirse y para llegar hasta cierto grado de contentar a su alma, se puede dar el
examen particular, [EE 24-31], y después el examen general [EE 32-43],
juntamente por media hora a la mañana el modo de orar sobre los mandamientos,
pecados mortales, etc. [EE 238], recomendándole también la confesión de sus
pecados de ocho en ocho días, y si puede tomar el sacramento de quince en
quince, y si se afecta mejor de ocho en ocho. Esta manera es más propia para
personas más rudas o sin letras, declarándoles cada mandamiento, y así de los
pecados mortales [capitales], preceptos de la Iglesia, cinco sentidos, y obras de
misericordia. Asimismo, si el que da los ejercicios viere al que los recibe ser de
poco sujeto o de poca capacidad natural, de quien no se espera mucho fruto, más
conveniente es darle algunos de estos ejercicios leves, hasta que se confiese de
sus pecados; y después, dándole algunos exámenes de conciencia, y orden de
confesar más a menudo de lo que solía, para conservarse en lo que ha ganado, no
proceder adelante en materias de elección, ni en otros algunos ejercicios, que
están fuera de la primera semana; mayormente cuando en otros se puede hacer
mayor provecho, faltando tiempo para todo.