Expansion Alemana
Expansion Alemana
Expansion Alemana
Hitler, sin embargo, no podía ser muy agresivo en sus primeros momentos en la
cancillería. Necesitaba ante todo asentar su poder en Alemania. Así, su primera jugada
diplomática fue moderada y hábil. En enero de 1934, Alemania y Polonia, representada
por su ministro de exteriores Josef Beck, firmaron un pacto de no agresión. Ambos
países, afirmaba el tratado, iniciaban una nueva etapa política basada en los principios
del Pacto Briand-Kellogg y en la exclusión de las medidas de fuerza para resolver sus
problemas. Fue una maniobra hábil del que aún era menospreciado en muchas
cancillerías europeas: Hitler consiguió debilitar los lazos de Francia con Polonia y, a la
vez, se cuidó muy mucho de reconocer las fronteras orientales del Reich.
El momento más grave de esta primera fase de la política exterior hitleriana tuvo lugar
en Austria. El canciler austríaco, el conservador Dollfuss, que pocos meses antes había
aplastado a los socialdemócratas en Viena, fue asesinado en un intento de golpe de
estado nazi en octubre de 1934. Mussolini, que aspiraba a que Austria fuera un estado
bajo la influencia italiana, reaccionó inmediatamente y envió tropas a la frontera italo-
austríaca del Brennero. El golpe nazi fracasó y un nuevo canciller, Schusnigg, llegó al
poder en Viena. Pese a las protestas del gobierno Berlín, que afirma desconocer
totalmente la actuación de sus correligionarios austríacos, las relaciones
entre Mussolini y Hitler se deterioraron de forma importante. El dictador alemán se dio
cuenta de las dificultades de llevar a cabo el Anschluss contra la opinión de Mussolini.
El año de 1935 trajo dos hechos destacables. En primer lugar, cumpliendo lo estipulado
en el Tratado de Versalles, se celebró un plebiscito en el territorio del Sarre, hasta ese
momento administrado y explotado por Francia. La abrumadora victoria de las
posiciones partidarias del retorno al Reich alemán, más del 90% de los sufragios
emitidos, reforzó la política nacionalista de Hitler. El segundo paso fue mucho más
trascendente, Hitler, tomando como pretexto la prolongación de la duración del servicio
militar en Francia, anunció el restablecimiento del servicio militar obligatorio en
Alemania.
Francia era evidentemente el país más amenazado por la política revisionista de Hitler.
Tras el abandono alemán de la Conferencia de Desarme y la evidencia del rearme
germano, el 17 de abril de 1934, el gobierno de París publicó una nota diplomática
denunciando el rearme alemán y proclamando la determinación francesa de defenderse
por sí misma.
Era el primer acto del nuevo ministro de asuntos exteriores francés, Louis Barthou,
quien desde febrero de 1934 estaba dirigiendo una acción diplomática destinada a
conseguir que Alemania garantizara el respeto a sus fronteras orientales. Se trataba de
conseguir un Locarno del Este.
Francia inició una vigorosa actividad diplomática a lo largo de toda Europa. Fruto de
ella fue la aproximación del gobierno de París a la URSS y a la Italia de Mussolini.
La actitud británica tampoco ayudó a proyectar una imagen de firmeza ante Hitler. Ese
mismo mes de mayo se firma el Acuerdo naval germano-británico por el que Gran
Bretaña daba su reconocimiento al desarrollo naval alemán, aún cuando el acuerdo lo
limitaba a una flota que no debía superar el 35% de la armada británica.
Pese a todo, el pacto entre París y Moscú supuso un paso importante a la hora de
construir la gran coalición antihitleriana ideada por Barthou. La firma de un Pacto de
ayuda mutua entre la URSS y Checoslovaquia complementó y reforzó la red de alianzas
promovidas por Francia.
La crisis de Etiopía, 1935-1936
El año 1936 fue testigo de tres grandes crisis que determinaron la ruptura del Frente de
Stresa y la configuración de un bloque revisionista germano-italiano que prefiguraba el
bando del Eje durante la segunda guerra mundial.
La URSS, por otro lado, tuvo muy claro desde un principio su compromiso de ayuda a
la República. No sólo se enfrentaba a la expansión del fascismo, sino que alejaba el
centro del conflicto entre las potencias al otro confín de Europa, alejando el interés
de Hitler de sus fronteras.
Las grandes democracias tuvieron una actitud que podemos catalogar como uno de los
grandes engaños diplomáticos del siglo. Gran Bretaña estaba decidida desde un
principio a mantenerse neutral. El gobierno conservador británico veía con aprensión la
extensión de la influencia germano-italiana a la península y la consecuente puesta en
peligro de su base de Gibraltar y su ruta imperial a la India; sin embargo, la orientación
revolucionaria que pronto tomaron los acontecimientos en la zona republicana alejó
definitivamente de la cabeza del gobierno conservador la posibilidad de una ayuda a la
República. El gobierno francés, pese a ser del Frente Popular, de nuevo siguió lo
marcado desde Londres.
El gobierno francés de Léon Blum, con el apoyo británico, ofreció a las demás
potencias un pacto de no intervención en el conflicto español: se trataba de no facilitar
ni hombres ni material de guerra a ninguno de los bandos en conflicto. Se creó así el
denominado Comité de No Intervención al cual se adhirieron todas las potencias. El
Comité fue una farsa: mientras Francia y Gran Bretaña se abstenían de ayudar al
régimen democrático en España, Hitler y Mussolini apoyaron de forma masiva y
decisiva la causa de Franco. La única potencia a la que pudo volver sus ojos el gobierno
de Madrid fue la URSS, algo que, indefectiblemente, repercutió en la evolución interna
de los acontecimientos en la zona republicana.
De nuevo la pasividad fue la reacción de las potencias. EE.UU. emitió graves protestas
pero Roosevelt no quiso comprometer a su país en ningún tipo de aventura exterior.
Gran Bretaña y la URSS, las potencias europeas más implicadas en la región, tenían
bastantes preocupaciones en Europa con el creciente expansionismo hitleriano para
ocuparse de asuntos lejanos del Extremo Oriente
La expansión de la Alemania nazi,1936-1939
La posición de Hitler causó alarma en Von Neurath, quién alertó de los riesgos para
Alemania de esta política agresiva. La decisión del Führer fue inmediata, nombró nuevo
ministro de Exteriores a Von Ribbentrop. La política exterior germana estuvo en
adelante volcada en objetivos expansionistas.
El Anschluss con Austria
El único problema al que Hitler podía tener que enfrentarse para conseguir la ansiada anexión
de Austria, el Anschluss, era la posible reacción de Mussolini. Desde el asesinato de Dollfuss,
en 1934, el nuevo canciller austriaco Schusnigg se había apoyado en Italia para frenar la
agitación nacionalsocialista en Austria y las ambiciones cada vez más evidentes del gobierno de
Berlín. Sin embargo, la crisis de Abisinia y el consiguiente giro hacia Alemania de la política
italiana dejó sin protección al gobierno de Viena. Así, se lo
comunicó Mussolini a Schusnigg en una entrevista que tuvo lugar en abril de 1936. El Duce le
aconsejaba al cancillera austriaco que negociara con Hitler: le pedía un imposible.
El 12 de febrero de 1938 Hitler y Schusnigg se entrevistaron en la mansión del Führer en
Berchtesgaden, en los Alpes bávaros a pocos kilómetros de la frontera con Austria. El canciller
austriaco sacó la clara impresión de que Hitler se proponía la invasión de Austria. Aunque
cedió a las presiones del Führer y nombró a Seyss-Inquart, líder nazi austriaco, ministro del
Interior, Schusnigg hizo un último intento de resistencia convocando un referendum sobre la
independencia austriaca que debía celebrarse el 13 de marzo. Esta maniobra acabó con la
paciencia del Führer: las presiones alemanas fuerzan a la dimisión de Schusnigg, quien fue
sustituido por Seyss-Inquart como primer ministro. El nuevo líder austriaco llamó a las tropas
alemanas: el 12 de marzo de 1938 las tropas nazis invadieron Austria. El 13 de marzo se
proclamaba el Anschluss. El 14, un Hitler eufórico, proclamaba en Viena: "En tanto que Führer
y canciller de la nación alemana, proclamo ante la Historia la entrada de mi patria en el Reich
alemán". Seguidamente, envió un telegrama a Mussolini: "Duce, nunca olvidaré este
momento".
Francia y Gran Bretaña no reaccionaron. La política de apaciguamiento estaba permitiendo
a Hitler llevar a cabo su plan expansionista sin tener que enfrentarse a una oposición decidida.
Chamberlain es el hombre del apaciguamiento, pero también es el líder que inició el rearme
británico y declaró la guerra a Alemania. Su política, hoy unánimemente vista como uno de los
elementos clave para entender el expansionismo hitleriano y el estallido de la segunda guerra
mundial, no consistía en una simple cesión ante las ambiciones hitlerianas. La política de
apaciguamiento se basaba en una serie de ideas compartidas en aquella época por muchos
británicos: el Tratado de Versalles había sido un tratado innecesariamente duro con Alemania
que era necesario revisar; Hitler era una barrera que impediría la expansión del bolchevismo a
la Europa central; en definitiva, si se negociaba con espíritu pragmático, cediendo ante las
reivindicaciones razonables de Hitler, tales como la reunión en el Reich de las poblaciones
alemanas que el Tratado de Versalles había dejado fuera, se conseguiría apaciguar al Führer y
así evitar la guerra en Europa. Este era el núcleo de las ideas en las que se basó la política
exterior británica. Muy pocos, entre ellos otro líder conservador, Winston Churchill, eran
contrarios a este planteamiento.
Las iniciativas del gobierno de Londres fueron seguidas por una vacilante Francia, obsesionada
por asegurarse el apoyo del Reino Unido. La inacción ante la remilitarización de Renania y el
apoyo a la farsa del Comité de No Intervención en la guerra civil española habían dado ya
ejemplo de la política exterior de las democracias. Con Chamberlain como premier británico,
el gobierno de París siguió manteniéndose en una posición subordinada a la política británica.