Expansion Alemana

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La política germana, 1931-1935

El impacto de la depresión y la muerte de Stresemann provocaron en Alemania un


claro endurecimiento en sus posiciones exteriores, perceptible antes de la llegada al
poder del nacionalsocialismo. El decidido propósito de acabar con el pago de las
reparaciones, alcanzado tras la Moratoria Hoover y la Conferencia de Lausana; el
proyecto de unión aduanera con Austria, frenado por la acción conjunta franco-
británica; y la exigencia de igualdad de derechos con las demás potencias en el terreno
armamentístico marcan la política iniciada por el canciller Brüning en 1930.

La llegada de Adolf Hitler a la cancillería trajo, no obstante, un nueva política exterior


que, más allá de los bandazos tácticos del Führer, reflejaba las ideas expansionistas y
militaristas expresadas por el dictador nazi en su Mein Kampf. Hitler tenía como
objetivo central destruir el orden de Versalles, y para ello se planteó dos metas
inmediatas: crear unas fuerzas armadas poderosas y anexionar al Reich los territorios
fuera de él habitados por población germana.

El abandono de la Conferencia de Desarme y de la Sociedad de Naciones en 1933


fueron las primeras actuaciones de la nueva política exterior de Alemania. A la vez,
aunque aún de forma muy prudente, Hitler inicia el rearme clandestino.

Hitler, sin embargo, no podía ser muy agresivo en sus primeros momentos en la
cancillería. Necesitaba ante todo asentar su poder en Alemania. Así, su primera jugada
diplomática fue moderada y hábil. En enero de 1934, Alemania y Polonia, representada
por su ministro de exteriores Josef Beck, firmaron un pacto de no agresión. Ambos
países, afirmaba el tratado, iniciaban una nueva etapa política basada en los principios
del Pacto Briand-Kellogg y en la exclusión de las medidas de fuerza para resolver sus
problemas. Fue una maniobra hábil del que aún era menospreciado en muchas
cancillerías europeas: Hitler consiguió debilitar los lazos de Francia con Polonia y, a la
vez, se cuidó muy mucho de reconocer las fronteras orientales del Reich. 

El momento más grave de esta primera fase de la política exterior hitleriana tuvo lugar
en Austria. El canciler austríaco, el conservador Dollfuss, que pocos meses antes había
aplastado a los socialdemócratas en Viena, fue asesinado en un intento de golpe de
estado nazi en octubre de 1934. Mussolini, que aspiraba a que Austria fuera un estado
bajo la influencia italiana, reaccionó inmediatamente y envió tropas a la frontera italo-
austríaca del Brennero. El golpe nazi fracasó y un nuevo canciller, Schusnigg, llegó al
poder en Viena. Pese a las protestas del gobierno Berlín, que afirma desconocer
totalmente la actuación de sus correligionarios austríacos, las relaciones
entre Mussolini y Hitler se deterioraron de forma importante. El dictador alemán se dio
cuenta de las dificultades de llevar a cabo el Anschluss contra la opinión de Mussolini.
El año de 1935 trajo dos hechos destacables. En primer lugar, cumpliendo lo estipulado
en el  Tratado de Versalles, se celebró un plebiscito en el territorio del Sarre, hasta ese
momento administrado y explotado por Francia. La abrumadora victoria de las
posiciones partidarias del retorno al Reich alemán, más del 90% de los sufragios
emitidos, reforzó la política nacionalista de Hitler. El segundo paso fue mucho más
trascendente, Hitler, tomando como pretexto la prolongación de la duración del servicio
militar en Francia, anunció el restablecimiento del servicio militar obligatorio en
Alemania.

La reacción diplomática francesa, 1934-1935

Francia era evidentemente el país más amenazado por la política revisionista de Hitler.
Tras el abandono alemán de la Conferencia de Desarme y la evidencia del rearme
germano, el 17 de abril de 1934, el gobierno de París publicó una nota diplomática
denunciando el rearme alemán y proclamando la determinación francesa de defenderse
por sí misma.

Era el primer acto del nuevo ministro de asuntos exteriores francés, Louis Barthou,
quien desde febrero de 1934 estaba dirigiendo una acción diplomática destinada a
conseguir que Alemania garantizara el respeto a sus fronteras orientales. Se trataba de
conseguir un Locarno del Este. 

Francia inició una vigorosa actividad diplomática a lo largo de toda Europa. Fruto de
ella fue la aproximación del gobierno de París a la URSS y a la Italia de Mussolini.

El reingreso de la URSS en el concierto internacional 

El antibolchevismo sistemático del nuevo gobierno nazi y el rearme alemán provocaron


un importante cambio en la orientación de la diplomacia soviética. A partir de 1933,
Moscú proclamó que no aspiraba a revisar los tratados de 1919 y firma acuerdos
bilaterales de no agresión que casi todos sus vecinos. La culminación de este proceso
llegó en septiembre de 1934 con el ingreso de la URSS en la Sociedad de Naciones . 

La amenaza nazi motivó un cambio importante en la orientación política de la


Internacional Comunista. Stalin ordenó el abandono de la anterior táctica de clase
contra clase, que tanto había hecho para desunir a la izquierda alemana y facilitar el
ascenso de Hitler, y, en agosto de 1935, el VII Congreo de la Komintern afirmó que el
fascismo constituía una grave amenaza para la URSS y la paz mundial y autorizó la
búsqueda de alianzas con la izquierda y la burguesía progresista para construir alianzas
antifascistas. Los Frentes Populares en Francia y España, sobre todo en la guerra civil,
serán los más claros ejemplos de esta nueva orientación

El Frente de Stresa y el pacto franco-soviético


En octubre de 1934,  Louis Barthou muere asesinado por un ustacha croata cuando
acompañaba en Marsella en una visita al Rey de Yugoslavia. Le sucede al frente del
ministerio de asuntos exteriores, el Quai d'Orsay,  Pierre Laval. El nuevo ministro
aunque sigue básicamente las directrices marcadas por Barthou, cambia las prioridades:
la alianza con Italia adquiere más importancia que el pacto con la Rusia
soviética. Laval, hombre de ideas conservadoras, adopta además una política más
conciliadora con Alemania, como demostró las facilidades dadas a la anexión germana
del Sarre.

La aproximación a Italia se inició en enero de 1935. Laval y Mussolini ponen fin a las


diferencias entre París y Roma en los asuntos coloniales y en la Europa danubiana. Este
acuerdo franco-italiano se amplió rápidamente a Gran Bretaña. La implantación del
servicio militar obligatorio en Alemania precipitó la reunión el 11 abril de 1935 de la
denominada Conferencia de Stresa. Las tres potencias reafirman en una declaración
conjunta su apoyo a la independencia de Austria, su crítica a la política armamentística
de Hitler y su acuerdo en "oponerse, por todos los medios a su alcance, a cualquier
abandono unilateral de los tratados (de 1919) susceptible de poner en peligro la paz en
Europa".

El mes siguiente, en mayo de 1935, se firmó el Pacto franco-soviético. Laval continuó


las negociaciones que había iniciado Barthou con los soviéticos. Concluyó el pacto que
estableció la ayuda mutua en caso de agresión no provocada, pero se negó a añadir una
convención militar, propuesta por los soviéticos, que hubiera dado mucho mayor vigor
al pacto. La presión de los sectores más conservadores de la sociedad francesa de alguna
manera aguó la virtualidad del pacto franco-soviético. 

La actitud británica tampoco ayudó a proyectar una imagen de firmeza ante Hitler. Ese
mismo mes de mayo se firma el Acuerdo naval germano-británico por el que Gran
Bretaña daba su reconocimiento al desarrollo naval alemán, aún cuando el acuerdo lo
limitaba a una flota que no debía superar el 35% de la armada británica.
Pese a todo, el pacto entre París y Moscú supuso un paso importante a la hora de
construir la gran coalición antihitleriana ideada por Barthou. La firma de un Pacto de
ayuda mutua entre la URSS y Checoslovaquia complementó y reforzó la red de alianzas
promovidas por Francia.
 
La crisis de Etiopía, 1935-1936

El año 1936 fue testigo de tres grandes crisis que determinaron la ruptura del Frente de
Stresa y la configuración de un bloque revisionista germano-italiano que prefiguraba el
bando del Eje durante la segunda guerra mundial.

La primera crisis se inició en 1935 en Etiopia. Abisinia, como también se denominaba


este territorio, era, junto a Liberia, el único territorio africano libre de la dominación
europea. Como país independiente había pasado a formar parte de la Sociedad de
Naciones. Italia intentó su anexión en 1896, pero terminó humillantemente derrotada
por el emperador Menelik en la batalla de Adua.

Mussolini aspiraba a la anexión del territorio y pese a las amenazas británicas,


concretadas en el despliegue de la Armada en el puerto de Alejandría, Italia inició el
ataque en octubre de 1935. El 7 de octubre, a instancia del Reino Unido, la Sociedad de
Naciones condenó el ataque italiano y declaró a Italia país agresor acordando diversas
sanciones de tipo económico. Sin embargo, las medidas no fueron más allá. El embargo
de petróleo, que hubiera sido una medida realmente dañina para el gobierno de Roma,
no se pudo adoptar ante la negativa de EE.UU., por lo demás, país fuera de la Sociedad.

En diciembre de 1935, como reacción a la actitud franco-británica, Mussolini denunció


el Frente de Stresa. En mayo de 1936, las tropas fascistas conquistaban la capital
Addis-Abeba. El gobierno de Roma proclamó la anexión de Etiopía.

La crisis había resultado un completo fracaso para la Sociedad de Naciones, que se


había visto impotente para arbitrar medidas que frenaran el expansionismo italiano.
También alejó a Italia de Francia y Gran Bretaña, acercándola a la Alemania de Hitler.

La remilitarización de Renania, 1936

Roto su aislamiento en Europa con la aproximación de Italia, Hitler tomó una medida


arriesgada: alegando la ratificación parlamentaria del pacto franco-soviético, Alemania
anunció el 7 de marzo de 1936 la reocupación militar del territorio desmilitarizado del
Rin. Se trataba de una ruptura flagrante del  Tratado de Versalles y del Tratado de
Locarno.

Fue un momento clave. Posteriormente muchos analistas coincidieron que si se hubiera


frenado a Hitler en ese momento la evolución de la situación internacional hubiera sido
muy diferente. El hecho es que el gabinete francés, presidido por Albert Sarraut,
vaciló y tras diversas declaraciones altisonantes se limitó a aceptar el hecho consumado.
A la debilidad francesa se añadió la actitud de Gran Bretaña e Italia, teóricas garantes
del Tratado de Locarno, que, sin embargo, optaron por no reaccionar. El gobierno de
Londres protestó, pero no hizo nada. A Mussolini ni se le pasó por la imaginación
colaborar con los países que habían condenado la invasión de Abisinia.

El año 1936 es clave en la reconducción de la política italiana. Mussolini tuvo que optar


por emprender una política expansionista en el Mediterráneo (la anexión de Etiopía
formaba parte de ese eje de su política exterior) o afirmar sus intereses en la Europa
danubiana lo que inevitablemente le enfrentaría con las aspiraciones hitlerianas sobre
Austria. El Duce tomó una decisión clara: el terreno de expansión sería el Mediterráneo
y el Führer sería su aliado. La guerra que estaba a punto de estallar en España iba a ser
el primer ejemplo de la nueva situación.

La guerra civil española, 1936-1939

En el conflicto español se van a entrecruzar los intereses estratégicos de las potencias y


el compromiso ideológico de las grandes corrientes políticas del momento.
Las potencias fascistas deciden desde un primer momento ofrecer una ayuda importante
a los rebeldes dirigidos por Franco. No sólo conseguían beneficios estratégicos - Italia
continuaba su política mediterránea y Alemania podía obtener un aliado que amenazara
la retaguardia francesa-, sino que ayudaban a un aliado ideológico en su lucha contra los
sistemas democráticos y las ideologías obreras. Portugal se unió desde un principio a
esta ayuda a Franco.

La URSS, por otro lado, tuvo muy claro desde un principio su compromiso de ayuda a
la República. No sólo se enfrentaba a la expansión del fascismo, sino que alejaba el
centro del conflicto entre las potencias al otro confín de Europa, alejando el interés
de Hitler de sus fronteras.

Las grandes democracias tuvieron una actitud que podemos catalogar como uno de los
grandes engaños diplomáticos del siglo. Gran Bretaña estaba decidida desde un
principio a mantenerse neutral. El gobierno conservador británico veía con aprensión la
extensión de la influencia germano-italiana a la península y la consecuente puesta en
peligro de su base de Gibraltar y su ruta imperial a la India; sin embargo, la orientación
revolucionaria que pronto tomaron los acontecimientos en la zona republicana alejó
definitivamente de la cabeza del gobierno conservador la posibilidad de una ayuda a la
República. El gobierno francés, pese a ser del Frente Popular, de nuevo siguió lo
marcado desde Londres.

El gobierno francés de Léon Blum, con el apoyo británico, ofreció a las demás
potencias un pacto de no intervención en el conflicto español: se trataba de no facilitar
ni hombres ni material de guerra a ninguno de los bandos en conflicto. Se creó así el
denominado Comité de No Intervención al cual se adhirieron todas las potencias. El
Comité fue una farsa: mientras Francia y Gran Bretaña se abstenían de ayudar al
régimen democrático en España, Hitler y Mussolini apoyaron de forma masiva y
decisiva la causa de Franco. La única potencia a la que pudo volver sus ojos el gobierno
de Madrid fue la URSS, algo que, indefectiblemente, repercutió en la evolución interna
de los acontecimientos en la zona republicana. 

El eje Roma-Berlín y el pacto Antikomintern

La camaradería de armas en el suelo español estrechó el acercamiento germano-italiano.


La labor del Conde Galeazzo Ciano, cuñado de Mussolini y ministro italiano de
Asuntos Exteriores, propició la firma en octubre de 1936 de una declaración de amistad
y comunidad de puntos de vista en el terreno internacional entre Alemania e
Italia. Mussolini celebró el acontecimiento en un discurso en el que habló de la Vertical
Roma-Berlín, convertida por los periodistas en el Eje Roma-Berlín. 

En noviembre, Alemania y Japón firmaron el denominado Pacto Antikomintern, un


acuerdo que, en principio, no se proclamaba anti-soviético sino contrario a la
Internacional Comunista. De cualquier manera, el pacto acercó a los gobiernos de Berlín
y Tokio. Italia se unió un año después, en 1937. Franco, pocos días antes de concluir la
guerra civil español, firmó la adhesión de España a este pacto que ligaba a las potencias
fascistas y totalitarias.

Los acontecimientos de 1936, especialmente la guerra española, habían fortalecido a las


potencias fascistas totalitarias rompiendo definitivamente el Frente de Stresa. Las
potencias occidentales habían visto seriamente debilitada su posición, mientras que la
URSS continuaba aislada.

La guerra chino-japonesa , 1937-1945

La política agresiva de las potencias totalitarias dio un paso decisivo en 1937.


Fortalecido por sus nuevos lazos con la Alemania de Hitler, en junio de 1937 Japón
inició desde Manchukuo la invasión de China.  

De nuevo la pasividad fue la reacción de las potencias. EE.UU. emitió graves protestas
pero Roosevelt no quiso comprometer a su país en ningún tipo de aventura exterior.
Gran Bretaña y la URSS, las potencias europeas más implicadas en la región, tenían
bastantes preocupaciones en Europa con el creciente expansionismo hitleriano para
ocuparse de asuntos lejanos del Extremo Oriente
La expansión de la Alemania nazi,1936-1939

A partir de 1936 se apreciaron dos tendencias contrapuestas en la política exterior de las


potencias europeas. Mientras que las democracias se acomodaban en una postura
vacilante y timorata que buscaba, por todos los medios y a cualquier coste, calmar al
Führer y garantizar la paz; las potencias fascistas, esencialmente la Alemania de Hitler,
iniciaban una política claramente agresiva y expansionista. La guerra de España, lejos
de aumentar los deseos de luchar contra el fascismo, mostró a las opiniones y gobiernos
democráticos el horror de la guerra, lo que llevó a que se redoblara la decisión de
evitarla a cualquier precio.

El mejor ejemplo de la actitud de las potencias democráticas lo encontramos en la


política británica tras el ascenso al poder del conservador Neville Chamberlain en
mayo de 1937. Será la política de apaciguamiento, que comentaremos más adelante.
El mejor ejemplo de la reforzada agresividad alemana lo hallamos en la reunión
que Hitler celebró el 5 de noviembre de 1937 con su ministro de Exteriores, Von
Neurath, su ministro de Guerra, Blomberg, y los jefes militares. De esta reunión tomó
acta el coronel Hossbach, de este documento, el denominado Memorandum Hossbach,
nos ha llegado una copia de gran valor histórico para conocer los planes de Hitler. El
Führer lanzó en la reunión una larga diatriba contra el bolchevismo y Francia y Gran
Bretaña "antagonistas movidas por el odio". Era necesario, afirmaba Hitler, conseguir
espacio, "lebensraum", para la comunidad racial alemana antes de 1943-1945, ya que si
no se hacía pronto, las presiones sobre la economía serían muy grandes, el material del
ejército alemán quedaría obsoleto y el movimiento nazi perdería su vitalidad. A corto
plazo, Hitler instó a solucionar los problemas de las poblaciones germanas fuera del
Reich. Austria y Checoslovaquia eran declaradas objetivos inmediatos.

La posición de Hitler causó alarma en Von Neurath, quién alertó de los riesgos para
Alemania de esta política agresiva. La decisión del Führer fue inmediata, nombró nuevo
ministro de Exteriores a Von Ribbentrop. La política exterior germana estuvo en
adelante volcada en objetivos expansionistas.
El Anschluss con Austria

El único problema al que Hitler podía tener que enfrentarse para conseguir la ansiada anexión
de Austria, el Anschluss, era la posible reacción de Mussolini. Desde el asesinato de Dollfuss,
en 1934, el nuevo canciller austriaco Schusnigg se había apoyado en Italia para frenar la
agitación nacionalsocialista en Austria y las ambiciones cada vez más evidentes del gobierno de
Berlín. Sin embargo, la crisis de Abisinia y el consiguiente giro hacia Alemania de la política
italiana dejó sin protección al gobierno de Viena. Así, se lo
comunicó Mussolini a Schusnigg  en una entrevista que tuvo lugar en abril de 1936. El Duce le
aconsejaba al cancillera austriaco que negociara con Hitler: le pedía un imposible.
El 12 de febrero de 1938 Hitler y Schusnigg se entrevistaron en la mansión del Führer en
Berchtesgaden, en los Alpes bávaros a pocos kilómetros de la frontera con Austria. El canciller
austriaco sacó la clara impresión de que Hitler se proponía la invasión de Austria. Aunque
cedió a las presiones del Führer y nombró a Seyss-Inquart, líder nazi austriaco, ministro del
Interior, Schusnigg hizo un último intento de resistencia convocando un referendum sobre la
independencia austriaca que debía celebrarse el 13 de marzo. Esta maniobra acabó con la
paciencia del Führer: las presiones alemanas fuerzan a la dimisión de Schusnigg, quien fue
sustituido por Seyss-Inquart como primer ministro. El nuevo líder austriaco llamó a las tropas
alemanas: el 12 de marzo de 1938 las tropas nazis invadieron Austria. El 13 de marzo se
proclamaba el Anschluss. El 14, un Hitler eufórico, proclamaba en Viena: "En tanto que Führer
y canciller de la nación alemana, proclamo ante la Historia la entrada de mi patria en el Reich
alemán". Seguidamente, envió un telegrama a Mussolini: "Duce, nunca olvidaré este
momento".
Francia y Gran Bretaña no reaccionaron. La política de apaciguamiento estaba permitiendo
a Hitler llevar a cabo su plan expansionista sin tener que enfrentarse a una oposición decidida.

La política de apaciguamiento británica

Se denomina política de apaciguamiento (appeasement) a la política exterior británica aplicada


especialmente desde el nombramiento del conservador Neville Chamberlain. El nuevo premier
británico había sustituido a Baldwin en Downing Street en mayo de 1937, una vez acabada la
crisis sucesoria abierta por la abdicación de Eduardo VIII y su sustitución por Jorge VI.

Chamberlain es el hombre del apaciguamiento, pero también es el líder que inició el rearme
británico y declaró la guerra a Alemania. Su política, hoy unánimemente vista como uno de los
elementos clave para entender el expansionismo hitleriano y el estallido de la segunda guerra
mundial, no consistía en una simple cesión ante las ambiciones hitlerianas. La política de
apaciguamiento se basaba en una serie de ideas compartidas en aquella época por muchos
británicos: el  Tratado de Versalles había sido un tratado innecesariamente duro con Alemania
que era necesario revisar; Hitler era una barrera que impediría la expansión del bolchevismo a
la Europa central; en definitiva, si se negociaba con espíritu pragmático, cediendo ante las
reivindicaciones razonables de Hitler, tales como la reunión en el Reich de las poblaciones
alemanas que el  Tratado de Versalles había dejado fuera, se conseguiría apaciguar al Führer y
así evitar la guerra en Europa. Este era el núcleo de las ideas en las que se basó la política
exterior británica. Muy pocos, entre ellos otro líder conservador, Winston Churchill, eran
contrarios a este planteamiento.

Las iniciativas del gobierno de Londres fueron seguidas por una vacilante Francia, obsesionada
por asegurarse el apoyo del Reino Unido. La inacción ante la remilitarización de Renania y el
apoyo a la farsa del Comité de No Intervención en la guerra civil española habían dado ya
ejemplo de la política exterior de las democracias. Con Chamberlain como premier británico,
el gobierno de París siguió manteniéndose en una posición subordinada a la política británica.

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