Cultura Repartido 4to Año PDF

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Filosofía 2019- 4to año

Profa Betina Viera

Unidad II Lo humano y la cultura

¿Qué es “lo humano”?

Anteriormente vimos como la pregunta sobre el origen potenciaba la narración


de discursos como respuesta
tranquilizadora, que da sentido
a la existencia, que pretende
ser verdadera y para ello busca
fundamentarse. Esta búsqueda
de dirección y significado es
propia de la humanidad que ha
escrito su mundo de diversas
maneras para vivir en un orden
que lo sostenga, que lo sujete.
El “conócete a ti mismo”
socrático centra en la
racionalidad la indagación
filosófica, característica propia
del logos griego inaugurado por
Tales, Pero ¿Qué somos como
humanos? ¿Somos un alma
racional? ¿Qué significa
conocernos a nosotros mismos
como humanos? ¿Todos somos
igualmente humanos?

Desde la antopología filosófica...


“Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi
siempre empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente
inconciliables entre sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición
judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el círculo
de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre tiene de sí
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mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición


singular mediante la tesis de que el hombre es hombre porque posee «razón»,
logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde logos significa tanto la palabra como la
facultad de apresar el «qué» de todas las cosas.
Con esta concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo
entero tiene por fondo una «razón» sobrehumana, de la cual participa el
hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El tercer círculo de ideas es el
círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la
psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace mucho
tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la
evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores
en el reino animal por el grado de complicación con que se combinarían en él
energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana.
Esos tres círculos de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues,
una antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se
preocupan una de otra. Pero no poseemos una idea unitaria del hombre. Por
otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias especiales que se ocupan
del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan, por
valiosas que sean. [...] en ninguna época de la historia ha resultado el hombre
tan problemático para si mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto
el ensayo de una nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo
que sigue quisiera dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia
del hombre, en su relación con el animal y con la planta, y al singular puesto
metafísico del hombre -apuntando una pequeña parte de los resultados a que
he llegado.

Ya el término y el concepto de hombre encierran una pérfida anfibología, sin


aclarar la cual ni siquiera se puede acometer la cuestión del singular puesto del
hombre. La palabra hombre indica en primer lugar los caracteres morfológicos
distintivos que posee el hombre como subgrupo de los vertebrados y de los
mamíferos. Es claro que -cualquiera que sea el resultado que ofrezca este modo
de formar el concepto de hombre el ser vivo llamado hombre, no sólo está
subordinado al concepto de animal, sino constituye también una provincia
relativamente muy pequeña del reino animal. [...] Mas prescindiendo por
completo de semejante concepto, que junta en la unidad del hombre la marcha
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erecta, la transformación de la columna vertebral, el equilibrio del cráneo, el


potente desarrollo cerebral del hombre y las transformaciones orgánicas que la
marcha erecta tuvo por consecuencia (como la mano de pulgar oponible, el
retroceso de la mandíbula y de los dientes, etc.), la misma palabra «hombre»
designa en el lenguaje corriente y en todos los pueblos cultos, algo tan
totalmente distinto, que apenas se encontrará otra voz del lenguaje humano en
que se dé análoga anfibología.

La palabra hombre designa, en efecto, asimismo un conjunto de cosas que se


oponen del modo más riguroso al concepto de «animal en general» y, por lo
tanto, también a todos los mamíferos y vertebrados [...]. Es claro que este
segundo concepto del hombre ha de tener un sentido y un origen
completamente distintos del primero, que designa sólo un rincón muy pequeño
de la rama de los vertebrados. Llamaré a este segundo concepto el concepto
esencial del hombre, en oposición a aquel primer concepto sistemático natural.

El tema de nuestra conferencia es: si ese segundo concepto, que concede al


hombre como tal un puesto singular, incomparable con el puesto que ocupan las
demás especies vivas, tiene alguna base legítima.”

(Scheler, Max. El puesto del hombre en el Cosmos,.Losada, S.A.., Buenos Aires 1971, 9a ed., p.23-26).

¿Ser Humano es tener cultura?

Denominamos “cultura” a la compleja red de estado de cosas, relaciones,


saberes, conocimiento, arte, leyes, creencias, valores, costumbres,
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habilidades e interacciones personales, familiares y políticas que conforman


una sociedad, una comunidad, un país, una región, o un grupo humano. La
cultura se suele oponer a la naturaleza. Pero - a esta altura de la intervención
humana - cabe preguntarse si realmente existe algo así como “naturaleza en
estado puro”.

Etimológicamente, “cultura” significa cultivo en referencia al cultivo agrícola.


En sentido figurado, alude a los patrones que rigen las conductas de las
personas; también a sus modos y relaciones de producción; y a los discursos y
las prácticas que determinan el modo de ser en el mundo de las diferentes
comunidades. Históricamente la cultura se constituye cuando los seres
dotados de intelecto comienzan a modificar la naturaleza mediante técnicas
que se producen desde la naturaleza misma: rueda, palanca, pala, en un
primer momento; sofisticación en aumento según fue pasando el tiempo:
automóviles, aviones, computadoras, toda la parafernalia de la tecnociencia.

Pero no existe una cultura única sino tantas como idiosincrasias o modos de
relacionarse con uno mismo y con los otros. La cultura es una relación de
seres que - a diferencia del resto de lo que existe - poseen conciencia y pueden
dar cuenta de ello mediante el lenguaje articulado, aunque incluye también el
entorno, la animalidad, lo no dicho. (...) La cultura propiamente dicha se
constituye desde las costumbres y las relaciones simbólicas. Desde lo más
pragmático a lo más abstracto, desde el refinamiento extremo a lo más
elemental, desde lo privado a lo público. He aquí la cultura en sentido amplio.
Y, en sentido restringido, se llama asimismo cultura a las actitudes, la
costumbre y los productos provenientes del estudio intensivo, la
especialización, el desarrollo de las artes, las letras, la ciencia o el
pensamiento crítico; en definitiva, se trata de la cultura ilustrada. Esta
cultura restringida forma parte de la cultura en general. (...)
La religión, el arte, la política y la moral son invenciones culturales. Estas
concentraciones de valores (religiosos, artísticos, políticos, morales) se van
introyectando en los cuerpos mediante costumbres e inculcaciones. De modo
que lo que “actúa” en nosotros es la historia del cuerpo y la cultura. Cada
subjetividad es el escenario de una historia interiorizada del mundo de su
cultura. Una
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coreografía entre la multiplicidad de mandatos que nos habitan y la variedad de


pulsiones que nos impelen a la acción o la inercia.

A fuerza de imperativos se va formando la conciencia. A fuerza de


sometimiento se va formando la culpa. A fuerza de resistir o ceder se forma
la comunidad. La cultura es un proceso sin sujeto que constituye
subjetividades. [...]

El elemento distintivo de cada cultura se produce desde la pulsión que en ella


imprimen sus valores
predominantes. Los valores son inestables, pero los diferentes grupos o
individuos luchan por hacer
prevalecer los propios. Todas las valoraciones surgen de cantidades de fuerzas
(poder), condiciones de existencia (economía) y niveles de conciencia de la
población (saber) y de ahí,
surgen o se modifican las
leyes que reglamentan los
modos de vida. Esas leyes son
perspectivas, propias de su
historia y su tiempo, pero
mientras están vigentes valen
para toda la comunidad que las
comparte, aunque no
necesariamente las cumpla.

En el proceso de construcción y
fortalecimiento de una cultura
se imponen valores de manera
forzosa (para los que pierden),
luego se entra en una etapa de
acostumbramiento y se llega
finalmente al estadio de necesidad, es decir, válido para todos los casos.
¿Hasta cuándo? Hasta que una crisis, un movimiento social, o una revolución
logre - en mayor o menor cantidad de lugar y tiempo - transmutar los valores
vigentes.
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Nuestras valoraciones nos movilizan, pues nos llevan a preferir tal


alimentación, lugar, condiciones
económicas, personas, formas de vidas. Frecuentemente hacemos de necesidad
virtud. Al nacer hemos sido arrojados a un lugar en el mundo y, si se dificulta
la elección de otro lugar posible, amamos (o decimos amar) ese lugar, esa
gente, esas costumbres. Del logro o de la frustración de nuestras expectativas
se alimenta la idiosincrasia de cada cultura y la satisfacción o frustración de
cada sujeto. (...)

Díaz, Esther. Problemas Filosóficos. Editorial Biblios. Buenos Aires. 2017

¿Qué cultura vivimos hoy?

Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, existe una época
bacterial que, sin embargo, toca a su fin con el descubrimiento de los
antibióticos. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente
no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica
inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico,
no sería ni bacterial
ni viral, sino neuronal. Las enfermedades neuronales como la depresión, el
trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno
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límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO)


definen el panorama patológico de comienzos de este siglo. Estas
enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados no por la
negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad.

De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a


repeler la negatividad de lo extraño. El siglo pasado era una época
inmunológica, mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el
amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño. El objeto de la resistencia
inmunológica es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga
ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será
eliminado a causa de su otredad.

La violencia de la positividad no presupone ninguna enemistad. Se despliega


precisamente en una sociedad permisiva y pacífica. Debido a ello, es menos
visible que la violencia viral. Habita el espacio libre de negatividad de lo
idéntico, ahí donde no existe ninguna polarización entre amigo y enemigo,
entre el adentro y el afuera, o entre lo propio y lo extraño. Más allá de la
sociedad disciplinar

La sociedad disciplinaria de
Foucault, que consta de
hospitales, psiquiátricos,
cárceles, cuarteles y
fábricas, ya no se
corresponde con la sociedad
de hoy en día. En su lugar se
ha establecido desde hace
tiempo otra completamente
diferente, a saber: una
sociedad de gimnasios, torres
de oficinas, bancos, aviones,
grandes centros comerciales
y laboratorios. La sociedad
del siglo XXI ya no es
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disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se


llaman ya “sujetos de obediencia”, sino “sujetos de rendimiento”. Estos
sujetos son emprendedores de sí mismos.

Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitaban el espacio


entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault
sobre el poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y patológicos
que han surgido con la transformación de la sociedad disciplinaria en la de
rendimiento. Tampoco el término frecuente “sociedad de control” hace justicia
a esa transformación. Aún contiene demasiada negatividad.

La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la


negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza es el
“no-poder” (NichtDürfen). Incluso al deber (Sollen) le es inherente una
negatividad: la de la obligación. La sociedad de rendimiento se desprende
progresivamente de la negatividad. Justo la creciente desregularización acaba
con ella. La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal
positivo poder (können) sin límites.

Su plural afirmativo y colectivo “Yes, we can” expresa precisamente su


carácter de positividad. Los
proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato
y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera
locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce
depresivos y fracasados [...]

El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a


trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta
manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, sólo a sí mismo. En este
sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La supresión de un dominio
externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que la libertad y coacción
coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a
la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y
rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más
eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de
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libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya


no puede diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una libertad
paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se
convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de
rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta
libertad paradójica.
Chul Han, Byung. La sociedad del cansancio. Herder Editorial, Barcelona 2012.

No poder poder
La sociedad del rendimiento está dominada en su totalidad por el verbo modal
poder, en contraposición a la sociedad de la disciplina, que formula
prohibiciones y utiliza el verbo deber. A partir de un determinado punto de
productividad, la palabra deber se topa pronto con su límite. Para el
incremento de la producción es sustituida por el vocablo poder. La llamada a
la motivación, a la iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación
que el látigo y el mandato. El sujeto del rendimiento, como empresario de sí
mismo, sin duda es libre en cuanto que no está sometido a ningún otro que le
mande y lo explote; pero no es realmente libre, pues se explota a sí mismo, por
más que lo haga con entera libertad. El explotador es el explotado. Uno es
actor y víctima a la vez.

La explotación de sí mismo es mucho más eficiente que la ajena, porque va


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unida al sentimiento de libertad. Con ello la explotación también es posible sin


dominio. (...)
El “tu puedes” produce coacciones masivas en las que el sujeto de rendimiento
se rompe en toda regla. La coacción engendrada por uno mismo se presenta
como libertad. De este modo la coacción no es reconocida como tal. El “tú
puedes” incluso ejerce más presión que el “tú debes”. La coacción propia es
más fatal que la coacción ajena, ya que no es posible ninguna resistencia contra
sí mismo.

[...] Quien fracasa es además, culpable y lleva consigo esta culpa dondequiera
que vaya. No hay nadie a quien pueda hacer responsable de su fracaso.
Tampoco hay posibilidad alguna de excusa y expiación. Con ello surge no solo
la crisis de culpa, sino también la de gratificación .
La sociedad del cansancio
Chul Han, Byung. La agonía del Eros. Herder Editorial, Barcelona 2012.rwrr

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