Trama Interétnica-Cholos y Negros
Trama Interétnica-Cholos y Negros
Trama Interétnica-Cholos y Negros
Ritual, sociedad y figuras de intercambio entre los grupos negros y Emberá del Chocó
Anne-Marie Losonczy
DOI: 10.4000/books.ifea.4695
Editor: Institut français d’études andines, ICANH Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Lugar de edición: Bogotá
Año de edición: 2006
Publicación en OpenEdition Books: 2 junio 2015
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821844582
http://books.openedition.org
Edición impresa
ISBN: 9789588181370
Número de páginas: 391
Referencia electrónica
LOSONCZY, Anne-Marie. La trama interétnica: Ritual, sociedad y figuras de intercambio entre los grupos
negros y Emberá del Chocó. Nueva edición [en línea]. Bogotá: Institut français d’études andines, 2006
(generado el 19 juillet 2019). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/4695>. ISBN:
9782821844582. DOI: 10.4000/books.ifea.4695.
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¿Qué es ser “moreno”, “libre”, “chocoano”, “cholo” o “Emberá” en los ríos del Chocó rural? ¿Son
necesarios la presencia, el impacto cultural y la parcial inclusión del otro en el espacio social
propio para desplegar todos los recursos y competencias sociales y culturales para sentirse
plenamente uno mismo? ¿Pueden entenderse la trama interétnica y sus diferentes figuras como
una de las fuentes de la creatividad social y de la singularidad cultural de ciertos grupos
minoritarios acercados por la historia y el territorio? ¿Cómo analizar construcciones culturales
cuya identidad consiste precisamente en su apertura audaz hacia otras, en la multiplicidad de
prácticas, alianzas y referentes territoriales y culturales? ¿Sería esta estrategia cultural una
alternativa a la ignorancia del otro y a la violencia ?
Es alrededor de estas preguntas que el presente libro —al margen de un concepto contrastivo y
cerrado de la identidad— se adentra en la exploración del espacio social y su construcción
cultural y ritual dentro de los grupos negros e indígenas Emberá vecinos del Chocó rural.
Dibujando las filigranas históricas, sociales y culturales de su desarrollo y convivencia en la sutil
dialéctica entre distancia y proximidad, Anne-Marie Losonczy analiza la circulación interétnica
de bienes, servicios, enfermedades, curaciones, rituales, palabras y silencios. Los lineamientos del
compadrazgo intra e interétnico creador de redes regionales entre lo rural y lo urbano, los de la
presencia de la huella del África del lejano origen y los vecinos Emberá, y las astucias rituales de
ambos grupos para desarmar conflictos internos con los recursos del otro, reproducen espacios
sociales de intersección que se convierten en una interdependencia mutua y, simultáneamente,
en una fuente de singularidad cultural para ambos.
Cruzamientos y circulación de prácticas e ideas, zarabanda de santos, muertos, diablos y espíritus
chamánicos: su análisis permite a la autora despejar una vía inédita para los estudios
afroamericanos, lo que impone una revisión de las teorías más corrientes de la identidad cultural
y étnica.
ANNE-MARIE LOSONCZY
Anne-Marie Losonczy es directora de estudios en la Escuela Práctica de Altos Estudios,
Sección de Ciencias Religiosas (París, Francia). Especialista en antropología de las
sociedades afroamericanas; realizó trabajos de campo de larga duración en las costas
Atlántica y Pacífica colombianas, que la condujeron a entender el mundo social y ritual de
las comunidades negras, como pieza central de una configuración relacional interétnica,
con los grupos indígenas vecinos y con la sociedad nacional. En la perspectiva de una
antropología del luto y de la reconstrucción de memorias ha realizado recientemente
investigaciones sobre cultos emergentes en torno al tratamiento ritual de las muertes en
los cementerios urbanos colombianos (Bogotá, Medellín y Cali) y en Cuba. Desde 1990,
adelanta estudios sobre la construcción y reconstrucción del lenguaje ritual de la
pertenencia nacional en la Hungría poscomunista.
Ha publicado numerosos artículos en revistas y libros nacionales e internacionales. En
1997 publicó Les saints et la forêt. Rituel, société et figures de l'Échange entre Noirs et Indiens
Emberá (Chocó, Colombie), bajo el sello editorial francés L'Harmattan. La versión traducida
sirvió de base para el presente libro.
2
ÍNDICE
Agradecimientos
Prefacio
Carmen Bernand
Capítulo III. La organización social "libre" del Chocó: unidades constitutivas y sistema social
El orden de los parentescos
El padrinazgo: nacimiento de un código
Los Libres: el tiempo de la genealogía
El parentesco ritual del compadrazgo
Las relaciones vividas: orden y espontaneidad
Capítulo VIII. El campo interétnico: representaciones e intercambios entre los negros y los
Emberá
"Libres" y "Cholos"
El lenguaje del intercambio limitado: el habla interétnica
Nominadores y nombrados: el compadrazgo interétnico
La presencia del otro en el espacio propio
Curarse: el intercambio de procedimientos terapéuticos
La enfermedad del otro: intercambio de agresión y de reparación
¿África entre los Emberá?
"Libres", "cholos", "blancos" y Dios: los relatos de los orígenes
Conclusiones
¿Sociedad desorganizada o estructuración específica?
Frontera interétnica y ritual
Diferencia y semejanza: el buen uso de la alteridad
Lógica bantú, católica e indígena: el fondo chamánico
Figuras del Sí y del Otro: nueva perspectiva para el sincretismo
Conflicto de interpretaciones y enfrentamiento entre los hombres: el sincretismo como figura
política
Referencias bibliográficas
4
1 Dentro de un itinerario de antropólogo –ya largo pero aún sin concluir-, el regreso de su
trabajo a la lengua, al país y a las personas que fueron su fuente de inspiración constituye
un especial momento de emoción. El presente libro, publicado en francés en 1997, es el
fruto de un prolongado trabajo de campo, hecho de idas y venidas entre el Chocó, Bogotá
y Europa entre 1975 y 1992. Por ende, las observaciones, palabras, ritos, gestos, fiestas,
trabajos, narrativas y tensiones recogidos, parecen hoy pertenecer a la vez a la etnografía
45ya que lo descrito aún perdura y colorea lo nuevo, entretanto acontecido45 y a la
historia, pues la nueva carta constitucional y política otorgó nuevos matices y visibilidad
a procesos y configuraciones sociales anteriores, sin llegar a subsumirlos enteramente en
lo organizacional. Entre etnografía e historia, este trabajo entreteje lo que las gentes
dicen, saben, hacen y piensan, y lo poco que de esta complejidad polifónica entendió la
extraña, atenta y apasionada que fui.
2 A mi llegada a Colombia era una joven estudiante cuya atracción por el afro-
americanismo se fundamentaba en dos interrogantes que me interesaban, muy
posiblemente, como consecuencia de mi propia trayectoria de centroeuropea en exilio. El
primero, más general, concernía las modalidades de construcción colectiva de nuevas
sociabilidades como estructuras de inherencia, a raíz de una violenta discontinuidad
histórica y a una situación de desarraigo y opresión. El segundo, complementario, se
refería a los límites de una identidad así construida con otros conjuntos sociales y
culturales históricamente más continuos. Pensada en sus comienzos como una
contribución al conocimiento de los avatares del legado neo-africano aún sumergido en la
marginalidad académica y nacional, mi investigación, luego del contacto y de la
observación, llegó a dibujar un espacio socio-simbólico negro cuya originalidad distintiva
parece ser precisamente la de construirse sobre una relación especialmente abierta,
acogedora y de reinvención frente a la alteridad cultural y social que lo rodea.
3 Mi primer trabajo de campo en el Chocó, entre octubre de 1975 y agosto de 1976, me
permitió reunir materiales etnográficos sobre la historia post-esclavista y la organización
social y política, así como de la representación y la ocupación practica del espacio en
varios grupos residenciales negros, de lavadores de oro, de horticultores y de pescadores.
Desde este momento, la presencia en las cabeceras de los ríos de grupos locales indígenas
emberá, y el descubrimiento de la antigüedad del carácter continuo y culturalmente muy
elaborado de los intercambios entre estos últimos y los grupos negros que viven río abajo,
5
muchas otras posibles, de la relación entre grupos que se viven diferentes. Así, la
construcción y la visibilización de fronteras identitarias contrastivas dejan de aparecer
como evidencia de identificación y, por ende, como único horizonte de todos los grupos
culturales.
7 El contexto antropológico y político de una perspectiva interétnica de investigación sufrió
notables cambios desde finales de los años 80. La movilización política y el cambio
legislativo en el estatus de estas poblaciones posibilitaron nuevas condiciones de acceso a
las tierras y a los recursos, y suscitaron una reconstrucción identitaria tras la que subyace
una nueva bipolaridad cuyos referentes son Nación versus Comunidades étnicas. La
descripción de las innovaciones discursivas y organizativas resultantes de este proceso, y
el análisis de sus repercusiones políticas en lo nacional y lo regional, constituyen el eje de
novedad de múltiples estudios recientes que imponen un nuevo estatus de visibilidad
académica, abren y enriquecen el diálogo con el campo organizativo de los grupos negros.
Otros trabajos privilegian, en cambio, una perspectiva construccionista e interaccionista,
para descifrar el juego social de fenotipos y sus categorizaciones sociales en contextos
urbanos de hibridación de prácticas y representaciones. Este marco analítico muestra su
pertinencia, ante todo, al ser aplicado a prácticas, grupos y personajes que el medio
urbano y la experiencia migratoria han liberado del referente territorial de
enraizamiento como fundador de la relación social y como símbolo compartido de la
presencia colectiva.
8 Pero entre estos dos polos analíticos que dan testimonio del vigor y de la polifonía de las
sociabilidades negras actuales, sigue pareciéndome necesaria una tercera perspectiva: la
que conceptualiza la existencia histórica, y aún presente, de formas relacionales
horizontales que establecen con otros conjuntos sociales locales cuya autodefinición es
múltiple y contextual, sin requerir exclusivamente una categorización identitaria cultural
o racial. Sus modos de territorialización se construyen entre un punto de anclaje local y
redes plurilocales; entre lo rural y lo urbano. Las formas de organización social
resultantes son móviles, compuestas de parentelas extensas y multiterritoriales, en
frecuente rivalidad y competencia, y que incorporan y activan en su competencia
conflictiva el parentesco ritual, el compadrazgo interétnico. Desde 1993 hasta 1999, los
trabajos de campo que realicé en la zona dibullera de la costa caribe norte, entre Santa
Marta y Riohacha, ofrecieron un testimonio etnográfico de este tipo de organización
socio-territorial cuyo trasfondo histórico parecen ser formas individualizadas y no
comunitarias de cimarronaje. Propuse entonces el concepto de "configuración mestiza"
(Losonczy, 2000) para caracterizar sociabilidades -ya sean de gente categorizada como
"negra", "indígena" o "blanca"- que movilizan simultáneamente un referente territorial
común, y otro de red familiar multipolar que incluye afiliaciones diversas desplegadas
sobre varios espacios geográficos, culturales y sociales. Esta sociabilidad transfronteriza
elude tanto la totalización identitaria territorial o comunitaria y la sumisión a una
entidad política exterior, como la movilidad del desarraigo perpetuo.
9 La etnografía rigurosa de lo categorizado como "negro" o "africano" en América Latina,
especialmente desde los trabajos de Richard Price, permite vislumbrar una creatividad
cultural multifacética que concibe nuevas formas con elementos y principios culturales de
diferentes fuentes, entre ellas las africanas, en un proceso de hibridación constante que
en ciertos contextos socio-políticos se cristalizan en una diferencia identitaria,
visibilizada y reivindicada, frente a jerarquías raciales y de identificación. Una
perspectiva interétnica pretende integrar, en este horizonte analítico de inspiración
7
Agradecimientos
1 Alejadas en el espacio, deseo que las gentes que inspiraron y dan vida y sentido a este
libro, encuentren en él unas parcelas de verdad, una pequeña muestra del deseo que me
animó a restituir la compleja densidad y sutilidad de sus recursos culturales, su aptitud a
la apertura y su talento para innovar y poder permanecer fieles a sí mismos. En Villa
Claret, las familias Copete, Machado, Tapias y Mosquera me brindaron más que su
hospitalidad: fueron, jóvenes y adultos, como doña Dolores y doña Noemí, mis pacientes y
sagaces interlocutores en todo momento. Gracias a doña Melania por los alabaos, a don
Borja por los viajes en canoa. Capa arriba, el jaibaná Italiano Dumasa y su extensa familia
me acogieron repetidas veces. Gracias por las noches de canto de Jaï y por mi ahijada Ana
María Dumasa. En Quibdó, agradecimientos a Alberto Achito y Gabriel Forastero,
dirigentes de la OREWA y a todos mis amigos de Quibdó, cuya apertura, humor y solicitud
permanentes me enseñaron tanto; en especial a Inocencia Lemus de Uribe, Jairo Guerra y
Marujita de Guerra, Orian Jiménez, William Villa, Mauricio Pardo, Rudesindo Castro, Zulia
MENA y Efraín Ruiz. Gracias a los amigos de Medellín y Bogotá: a Diana Ceballos y Gabriel
Vieira, a Carlos Miguel Ortiz, Clemencia Ramírez, Margarita Chávez, Marta Zambrano y
Mara Viveros, quienes me abrieron la puerta de múltiples otras "Colombias", así como las
de su propio techo.
2 Gracias a Odile Hoffmann y a Eduardo Restrepo por sus acertadas discusiones sobre
ciertos aspectos de este libro que me permitieron comprender mucho mejor los límites y
las paradojas de mi investigación.
3 Es el momento de evocar las más significativas de mis deudas intelectuales. Roger Bastide,
fundador de la antropología afro-americanista en Francia, investigador imaginativo y
multifacético, profesor riguroso y apasionado y respetuoso de la libertad intelectual de
sus alumnos, acompañó al final de su vida mis primeros pasos en la disciplina y sus
escritos siguieron aclarando el camino ulterior. Nina S. de Friedmann me brindó su
hospitalidad y su escucha en Colombia desde los años 80. Su apasionada curiosidad y su
conocimiento profundo del Pacífico Sur siempre permitieron sobrepasar nuestras
divergencias de interpretación.
4 Debo agradecimientos al ICANH y a su dirección por haber acogido el proyecto editorial
de este libro. Muchas gracias al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) por haber
permitido la financiación de la traducción. Nicolás Suescún se encargó de la difícil tarea
9
de producir una primera versión: gracias. Wilson Pabón Quintero, candidato doctoral,
tiene toda mi gratitud por su revisión tan cuidadosa como sutil e inteligente.
5 Un libro como contrapartida de una aventura intelectual y existencial de más de 25 años
puede parecer poca cosa para todos aquellos cuyo encuentro y participación le otorgaron
color, sabor, intensidad y sentido. Muchos de ellos, ya muertos o aún vivos, animan con su
presencia las páginas de este texto. A ellos, a los otros, a todos, gracias.
10
Prefacio
Carmen Bernand
7 Los rituales de curación constituyen el vínculo más fuerte establecido entre los dos
pueblos, que buscan sacar ventaja de las respectivas competencias médicas. En el Chocó,
como en otras partes, la alteridad es la piedra angular de las redes terapéuticas, cuya
eficacia se apoya precisamente en la incorporación de diferentes saberes. También en
esto los negros se presentan como sucedáneos de los blancos, ya que pueden curar las
enfermedades infecciosas que aportaron estos últimos. En cambio, el chamanismo
Emberá, que apela a las entidades de la selva, representa la instancia legítima capaz de
restablecer el equilibrio entre el mundo de los hombres y el de los espíritus de la selva. El
chamanismo Emberá, como lo explica Anne-Marie Losonczy, se infiltra a través de las
mallas flexibles de la reja cultural bantú, que sería la matriz de la que provienen los
negros del Chocó.
8 Esta complementariedad en el tratamiento de los infortunios no implica que haya
matrimonios o incluso relaciones sexuales entre los dos grupos. Para los indígenas, el
contacto sexual con los "morenos" implicaría el riesgo de debilitar su fuerza vital. Para el
negro, ceder a esta tentación mancillaría su sombra, esa alma adquirida con el nombre, y
la "salvajización de los sueños". Peligros estos del mestizaje, superados en otras épocas.
Durante la esclavitud, en efecto, los negros trataban de tener hijos con las indígenas para
librarlos de la servidumbre. Hoy en día, los afro-americanos se definen como "libres" y
borran así un pasado servil del que no les queda memoria explícita. El repliegue biológico
es entonces la garantía de esta libertad.
9 ¿Son estas interfaces rituales que Anne-Marie Losonczy analiza en forma tan convincente
y que constituyen momentos y lugares de la comunicación interétnica, resultado de la
modernidad y del estrechamiento del espacio de libertad? ¿O, por el contrario, no habría
que atribuirle a los afroamericanos, precisamente a causa de su extremo desarraigo, la
capacidad de haber reconstruido una cultura destrozada con nuevos usos surgidos de
horizontes diversos? Numerosos ejemplos sacados de la historia colonial de Colombia y de
otras partes muestran que este papel de transmisores culturales les correspondió a los
negros desde muy temprana fecha. Mencionemos solamente algunos ejemplos: Los libros
de bautismo de Lima manifiestan la unión entre negros e indígenas desde 1542 —siete
años después de la fundación de la ciudad— así como la existencia de vínculos de
compadrazgo entre las dos poblaciones. En 1547, en la misma ciudad, se abrió un proceso
contra un esclavo negro acusado de haber convencido a un brujo indígena para que lo
librara de su amo, un cirujano español. En este pleito fue citado incluso el nombre de
doña Inés Yupanqui, princesa indígena casada con un conquistador. Algunos años
después, huyeron numerosos esclavos del istmo de Panamá que encontraron refugio en la
región de Vallano, al norte del Chocó. En esa región tropical reprodujeron una micro-
sociedad a imagen de la de sus amos, como anotó el pirata inglés Francis Drake. En la
tierra cálida de Esmeraldas, en el actual Ecuador, los negros cimarrones redujeron a los
indígenas a la esclavitud y se convirtieron a su turno en jefes tribales. De los Cayapas,
tomaron prestados los ornamentos distintivos y las armas; de los españoles, los
sombreros y los jubones de terciopelo.
10 Anne-Marie Losonczy tiene razón en subrayar la importancia de las tradiciones bantúes
en la región del Chocó. Se puede también recordar el aporte musulmán de los mandigas y
de los wolof introducidos en el Nuevo Mundo a través del puerto de Cartagena. En 1627,
Alonso de Sandoval atestiguó la presencia de estos grupos. Uno de los esclavos, Francisco
Jolofo, fue protagonista de aventuras extraordinarias que lo llevaron del África a la Arabia
Feliz, y luego a Turquía, para después ir a parar a España y finalmente a Cartagena, en
13
Colombia. Este hombre notable se convirtió a fines del siglo XVI en el "rey" de los negros
cimarrones que huyeron de esta ciudad para fundar una "república".
11 Pero el aporte europeo a la cultura negra del Chocó es fundamental, y no se puede
minimizar el impacto del cristianismo, del que los jesuítas fueron los más ardientes
propagadores. Sobre todo porque los discípulos de San Ignacio se valieron de técnicas
heterodoxas para captar la atención de los esclavos. No hemos encontrado documentos
que describan el impacto probable, en las poblaciones del Congo, de la figura de Cristo
traspasado por clavos como una figura nksi receptáculo de poder, un "fetiche", del
portugués "feitiço", es decir un hechizo. En cambio, las cartas que los misioneros
enviaban a Roma mencionan a las Vírgenes, cuya factura realista impresionaba a las
gentes, de medallas y de rosarios distribuidos a los sobrevivientes del viaje trasatlántico,
que hacían con ellos amuletos, polvos milagrosos que servían para curar las
enfermedades e imágenes terapéuticas de san Ignacio, muy eficaces en los partos...
12 De la España del siglo XVI llegó al Nuevo Mundo el personaje de lo "familiar", un demonio
familiar próximo a los lares romanos, con el que se podía establecer un pacto para tener
buena suerte y riqueza. La creencia en estos familiares sigue vigente en América Latina, y
se expresa en variantes que dependen de las especificidades culturales. Así por ejemplo,
los trabajadores chiriguanos, descendientes de los guaraníes antropófagos, afirman que el
familiar del propietario del ingenio donde están empleados "se come" todos los años a un
trabajador. Los campesinos de las tierras altas de Ecuador le dan el aspecto de cerro, amo
de la montaña y guardián de los tesoros de los incas. Los morenos del Chocó, en cambio,
fabrican recipientes animales o vegetales para alojar al demonio y conservar su poder,
como hacen los fabricantes de fetiches africanos.
13 Retengamos, en los casos de los pactos demoníacos evocados por Anne-Marie Losonczy,
dos ejemplos inquietantes. Uno es el de Donai, el otro el de la fascinación. En la selva del
Chocó, los brujos negros invocan tres veces al 'Amo" y a su mensajero que comparece
diciendo: "Yo soy el amo de los placeres del mundo. ¿Por qué me has llamado?" Luego
enumera las condiciones exigidas para el futuro familiar en materia de alojamiento y
alimentación. Ahora bien, el nombre de Donai que se da al mensajero no es otro que la
corrupción de Adonai, el Señor del Antiguo Testamento, invocado desde la Antigüedad en
los rituales mágicos*. ¿Por cuáles vías retorcidas llegó a los valles fluviales del occidente
de Colombia? Sólo sabemos, gracias a los documentos de los inquisidores, que a fines del
siglo XVI, algunos aventureros recorrían los Andes del norte con libros mágicos haciendo
émulos... ¿Qué decir, en fin, de la fascinación, tal como la conciben los habitantes del
Chocó? Anne-Marie Losonczy relata que la visión onírica de la selva o las palabras y los
gestos seductores de un muerto pueden "fascinar" a la sombra de una persona y
arrastrarla al mundo de los muertos. Estos, en efecto, desean captar su fuerza al tener con
ella comercio sexual. Ahora bien, desde la antigüedad clásica, la fascinación ha sido
concebida como una posesión sexual, que los romanos atribuían al fascinum —el falo—
encarnado en el dios del mismo nombre, Fascinus. Es así como los negros del occidente de
Colombia hacen revivir, remodelándolos, los pedazos dispersos del chamanismo Emberá y
de la magia antigua.
14 La originalidad de estos bricolages, puesta al día por este brillante estudio etnológico,
debería animar a los americanistas a seguir el camino abierto por Anne-Marie Losonczy.
En todo caso, el ejemplo de los afroamericanos nos obliga a reflexionar sobre el lugar
excepcional que ocupan en la historia del Nuevo Mundo y en su papel en la transmisión
de elementos culturales entre las elites y los indígenas, en virtud misma de lo que
14
NOTAS
*. André Bernand, Sorciers Grecs, París, Fayard (1991).
AUTOR
CARMEN BERNAND
Universidad de París X Instituto Universitario de Francia
15
zonas rurales y urbanas de las sociedades nacionales. Por otro lado, la disgregación
cultural motivada por la esclavitud y la voluntad de ascenso social de los negros
sepultaron frecuentemente la herencia cultural africana. Las comunidades, relativamente
aisladas, formadas por los afro-americanos al finalizar la esclavitud se hicieron entonces a
una cultura propia como respuesta al nuevo medio. Aunque conserva rasgos de origen
africano en los cuentos orales, en la música o en el lenguaje gestual cotidiano y la danza,
esta cultura está, en su conjunto, tan alejada del África de los orígenes como de la cultura
blanca que se resiste a integrarlos: en este caso se trata de "culturas negras".
7 Esta distinción permite, en efecto, dar cuenta de la divergencia entre, por una parte, los
cultos de posesión africanos que sobreviven en sociedades como en Cuba, Haití, Santo
Domingo, Trinidad o Brasil, y por otra parte, las culturas de los descendientes de
africanos en Venezuela, Panamá, Colombia, Ecuador y Perú, donde dichos sistemas
rituales han desaparecido completamente. Según Bastide, la práctica ritual que erige un
puente entre los cultos de posesión manifiestamente africanos y las culturas "negras" se
encuentra en la relación que estas últimas establecen con los espíritus de la muerte,
relación cuyo origen se propone en el culto bantú de los antepasados. La esclavitud
rompió los linajes, base de estos cultos, y del mismo modo el desarraigo espacial
quebrantó la relación ritual bantú con los espíritus de la naturaleza, ligados a un
territorio perdido para siempre. La flexibilidad y la apertura de los cultos de origen bantú
al sincretismo —ya sea a cultos de origen yoruba, fon, amerindios, o con el catolicismo—
son atribuidos por Bastide a esta rápida disolución de su sistema ritual ancestral y
territorial. Pero es también esta flexibilidad lo que a su juicio permite en las culturas
negras la transformación de los cultos a los antepasados de origen bantú, en una relación
mágico-religiosa con los espíritus de los muertos que, no obstante, excluye la posesión.
8 En suma, la visión panorámica de las culturas afro-americanas realizada por Bastide
diferencia cuatro figuras. En primer lugar, las sociedades surgidas del cimarronazgo de
los esclavos africanos de diversos orígenes étnicos, que pudieron conservar su
independencia en el aislamiento, constituyen en Surinam, la Guayana Francesa, Jamaica,
México y Colombia formaciones sociales originales que conservan la huella de diversas
culturas africanas. El sistema de parentesco, la organización social y el dominio religioso
se distinguen por la herencia fanti-ashanti o ewe. En segundo lugar, en Brasil, Cuba, Haití,
Santo Domingo y Trinidad, los cultos de posesión de origen yoruba, bantú, fon y fanti-
ashanti comportan un sistema religioso multiforme y prolífico donde las correspondencias
establecidas entre las divinidades y los santos católicos no alcanzan a ocultar el carácter
africano de las primeras.
9 En algunos lugares, el encuentro del afro-americano (fugitivo o no) con el indígena dio
lugar a un mestizaje biológico y a una fusión de culturas. Este es el caso de los caribeños
negros, llamados hoy "garifuna", que ocupan una franja territorial larga y estrecha en
América Central, desde la península de Yucatán hasta las ciénagas de Mosquitia; allí el
mestizaje cultural dio vida a una sociedad y a un sistema ritual originales en los que se
mezclan, en forma inextricable, elementos caribes y africanos con el panteón de los
santos católicos. En cambio, el candonblé de caboclo y la ma-cumba de Brasil son religiones
sincréticas en las que los espíritus indígenas, tomados de la mitología tupi-guaraní, y las
divinidades africanas coexisten sin fusionarse. En los templos, su respectivo territorio
está separado y, mientras que los primeros son invocados en lengua ritual africana, a los
segundos se les llama en portugués. En la práctica, este ritual difiere poco de los cultos
18
un mismo santo remita a dioses diferentes en uno u otro templo. Leiris deduce el carácter
puramente formal de estas equivalencias entre los santos católicos y las figuras vudú; los
primeros parecen apenas soporte de las loa.
15 De Heusch va más lejos. Al basarse en los trabajos de Métraux y de Leiris,
complementados por sus propios estudios de campo sobre el culto petro bantú en Haití y
sobre las prácticas vuduizantes de Santo Domingo, muestra que los santos nunca se
comunican con los fieles por medio del trance: su invocación se hace para activar a las loa
que, ellas sí, tomarán posesión de los fieles. Los santos y las loa cumplen en estos cultos un
papel distinto, donde "los santos sostienen con su acción a la de los dioses autónomos".
Lejos de ser una fusión sincrética, esta coexistencia es más bien una yuxtaposición. Más
aún, a pesar de la evocación del Dios católico como preludio de los ritos de posesión, ni las
loa ni los santos son considerados como sus enviados; se manifiestan como universos
autónomos.
16 De Heusch sitúa la irreductibilidad de los dos sistemas religiosos en el fenómeno mismo
del trance que convierte el cuerpo del poseído en un "altar viviente" del dios. Esta
concepción de la comunicación religiosa es incompatible con la lógica del catolicismo, y
es duramente reprobada por la iglesia, que ve en ella una manifestación diabólica. En
consecuencia, no existe una fusión sincrética entre el cristianismo y las tradiciones
africanas; en cambio, en Haití se realiza un verdadero sincretismo entre los diversos
aportes africanos a los que se incorporan invenciones locales.
17 Mediante esta demostración, el postulado de Bastide se encuentra fundamentalmente
cuestionado en cuanto a la equivalencia estructural, cultural y sociológica entre el culto
de los santos y el de los dioses africanos. Pero este cuestionamiento, a nuestro juicio, va
mucho más allá: implica, en el nivel metodológico, que se debe superar el inventario de
los rasgos atribuidos a los sistemas religiosos que coexisten en la práctica ritual
afroamericana, para así poder examinar la compatibilidad estructural de los diversos
sistemas en juego. Esta nueva perspectiva sobre los cultos afroamericanos nos invita a
postular nuevas definiciones del fenómeno sincrético como tal.
18 Se constata que estos trabajos, como aquellos que retoman la perspectiva de Bastide,
conservan un interés privilegiado por las culturas afroamericanas. Su anclaje africano es
manifiesto: ellos centran sus análisis sobre este núcleo africano que muy a menudo es un
complejo ritual de posesión.
19 Las comunidades afro-americanas cuya organización y sistema ritual no conservan sino
fragmentos dispersos de la herencia africana han sido abordados desde dos enfoques. El
primero, sociológico, pone en segundo plano, u omite, el estudio del campo simbólico;
describe estas comunidades ya sea como resultado de una adaptación exitosa a medios
ecológicos nuevos y a una historia agitada, o bien como testimonio de una
desorganización y una marginalización socioeconómicas, ligadas a la política de
discriminación racial y económica de los poderes de la sociedad nacional.
20 El segundo enfoque es de tipo folclorista: siguiendo los pasos de los trabajos de
Herskovits, enfatiza en el inventario de los "rasgos africanos" en estas culturas y trata de
relacionarlos con sus orígenes étnicos africanos.
21 En Colombia, el interés antropológico en los estudios afro-colombianos es tardío y choca
contra prejuicios raciales y políticos. Así como en muchos otros países latinoamericanos,
las primeras investigaciones sobre la población negra se insertaron en una corriente
literaria y poética que dio forma a una toma de conciencia negro-colombiana. Estos
20
***
27 Este estudio se concibió en primer lugar como una contribución al conocimiento del tipo
de sociedad afro-americana menos explorado por las investigaciones: el que Bastide llama
"negro", aquel donde los modelos africanos perdieron su poder estructurante en las
comunidades de descendientes de esclavos. Después de la abolición de la esclavitud, estas
sociedades integran elementos africanos dispersos en una nueva organización social y
ritual que nace articulada con el catolicismo hispánico. Estas comunidades han sido
estudiadas fundamentalmente desde dos puntos de vista. O bien se trataba de enumerar
los "rasgos culturales" africanos desde una perspectiva folclorista; o se recalcaba la
descripción de su marginalidad socioeconómica y la prolongación de las desigualdades y
las discriminaciones heredadas de la época colonial. Los dos enfoques sugieren observar
estas sociedades como disociadas, básicamente tributarias de lógicas sociales que les son
exteriores.
28 Nuestro enfoque se construye a partir de una perspectiva opuesta a este postulado: se
propone examinar un conjunto de problemáticas etnográficas que aún no han sido objeto
de un análisis sistemático y holístico. El análisis se basa en el postulado de que estas
culturas no son ni africanas, ni europeas, ni amerindias, pero que en ellas se organizan
elementos culturales diversos en un todo provisto de una lógica propia y original;
adoptaremos para designarlas el término "negro-colombianas". Se trata, en otras
palabras, de estudiar estos grupos como un conjunto social y cultural dotado de una
organización propia. Esta perspectiva implica abordar sus manifestaciones como un
sistema autónomo cuya génesis se nutre de fuentes culturales diversas.
29 El sistema de representación negro-colombiano no posee un referente mitológico rico y
prácticamente carece de una exégesis nativa sistemática; además prácticamente no
existen oficiantes rituales privilegiados con un saber exegético superior al "común"; las
funciones rituales están fragmentadas e individualizadas. Ante este carácter difuso del
simbolismo cultural, la enseñanza de Lévi-Strauss asume todo su sentido; el etnógrafo
debe prestarle atención a los detalles aparentemente más mínimos. Al situarlos en un
contexto significante, los enunciados dispersos de los comentarios cotidianos, los actos
rituales menores, las prácticas sociales de utilización del espacio y de representación de
los recursos pueden transformarse todos en elementos significativos de interpretación de
la realidad cultural del grupo y participar en la restitución de un orden de inteligibilidad
subyacente en la multiplicidad de las prácticas. Esta forma de concebir el análisis busca la
integración de estas sociedades como legítimos objetos de estudio para la antropología
americanista.
30 Al presentar desde esta perspectiva el caso de la figura teóricamente menos explorada,
del modo de ser de las comunidades de descendientes de africanos —una cultura
"negra"— se presenta inevitablemente una pregunta de alcance más teórico: ¿Cómo
comprender la desaparición de la herencia cultural africana y la construcción de una
nueva identidad que caracteriza a las comunidades afro-americanas de Panamá,
Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú? No hay aquí ninguna circunstancia histórica
vinculada al modo de organización de la esclavitud, a la evangelización o al origen étnico
de los esclavos, que diferencie esta vasta región y las zonas afro-americanas de Brasil,
Haití, Cuba, Santo Domingo o Trinidad, donde sobrevivieron los sistemas religiosos
africanos. Según estudios históricos recientes, ningún grupo étnico africano fue
22
particularmente mayoritario en las tierras bajas del Pacífico Suramericano. Pero, para
Bastide, el mantenimiento de los sistemas religiosos de origen africano no estaba ligado a
la cantidad de esclavos provenientes de una u otra etnia, sino a la capacidad de estos
sistemas (sobre todo el yoruba y el fon) de aglutinar y de organizar en un todo, creencias
y divinidades africanas dispersas, procedentes de otros orígenes étnicos.
31 Vislumbrar una posible respuesta a la cuestión de la desaparición de África en estas
culturas, exige entonces tomar en cuenta los sistemas en contacto y su compatibilidad.
Los trabajos sobre estas sociedades le dieron lugar preponderante a los efectos ejercidos
por la evangelización forzada y por la opresión socioeconómica y cultural del colonizador
hispánico, así como de sus descendientes criollos. Pero estos trabajos no han cubierto en
forma realmente sistemática ni el impacto del contacto con las sociedades indígenas
circundantes en la organización social y simbólica de los negro-colombianos, ni los
intercambios simbólicos interétnicos. Nuestra propuesta es darle un lugar analítico
central a esa vecindad histórica y al sistema de intercambios pragmáticos y simbólicos
entre los descendientes de africanos y los Emberá y Waunaná, abordados desde el punto
de vista de los grupos negros.
32 Esta perspectiva coloca la cultura negra de las tierras bajas del occidente colombiano en
un punto de encuentro entre tres sistemas simbólicos: el de los orígenes africanos,
estructurados en torno a la posesión de los iniciados por las divinidades; el del catolicismo
hispánico, eclesial y popular; y el del sistema chamánico de los Emberá y los Waunaná.
Probablemente más que el impacto del catolicismo —sufrido por todas las culturas afro-
americanas— serían la larga vecindad histórica y geográfica con los Emberá y los
Waunaná, así como la proximidad simbólica del sistema chamánico indígena, lo que
habría desempeñado un papel esencial en la pérdida de la herencia ritual africana,
vinculada a la posesión, y en el surgimiento de un sistema ritual que desvió las
características del catolicismo hispánico hacia una lógica chamánica. Pero esta
"sensibilidad" del sistema de representaciones negro ante el contacto del chamanismo
indígena permite entrever una influencia dominante de la cultura bantú en los esclavos
afro-colombianos: tal es la doble hipótesis que trataremos de poner a prueba mediante la
exploración sistemática de la etnografía negro-colombiana del Chocó. Estas hipótesis se
basan en la demostración de Bastide del carácter eminentemente flexible y abierto al
sincretismo que muestran las culturas bantúes en toda la América negra. Pero también
deben mucho a una sugerencia fecunda de Luc de Heusch quien, en su esbozo de un
campo de transformación estructural entre la posesión y el chamanismo, muestra el
"trasfondo chamánico" de los sistemas rituales bantúes en África, del mismo modo que el
trasfondo pagano cercano de la lógica chamánica, que está presente en algunas creencias
del catolicismo popular europeo, como en el pacto maléfico con el Diablo.
33 El enfoque etnográfico globalizante, nuevo en el estudio de estas sociedades, exige anclar
el sistema de representaciones en una descripción sistemática de las unidades
constitutivas del sistema social, las cuales trazan los contornos de los grupos locales
ribereños, al mismo tiempo que los abren entre sí y los vinculan a un sistema
multicomunitario flexible. Esta red fluida se despliega en una topografía pragmática y
simbólica cuyo análisis restituye las categorías espaciales características de los negro-
colombianos del Chocó. Los lugares donde se realiza una "socialización de la naturaleza" y
de sus recursos, son al mismo tiempo soporte de las representaciones simbólicas de lo
sobrenatural y del otro grupo étnico: los Emberá. El campo religioso y ritual propiamente
dicho se inscribe igualmente en esta topografía y crea en ella otros límites simbólicos, al
23
igual que las figuras del infortunio y de la curación. En la mayoría de sus manifestaciones,
la creatividad cultural propia de los negro-colombianos dibuja en filigrana la presencia
ambigua de los indígenas. Para captar mejor esta impronta indígena en el sistema de
representaciones negro, nos pareció necesario realizar un examen del chamanismo
Emberá y de sus despliegues en el campo social y simbólico de los grupos negros. El
análisis del sistema de intercambios pragmáticos y simbólicos entre los dos grupos
muestra las modalidades complejas de un ajuste mutuo.
34 Para concluir, se proponen algunas hipótesis de interpretación de las complejas
relaciones entre el sistema social y simbólico de los negros y de los Emberá. Trataremos
entonces de indicar las diferentes vías de investigación que el presente enfoque en el
campo de investigación de las culturas "negras" en América permite abrir.
24
los hombres despejan con hachas y machetes la vegetación primaria y secundaria, sin
quemarla, puesto que no lo permiten las condiciones ecológicas. Esta vegetación primaria
y secundaria se pudre, y después de unos meses enriquece la estrecha capa fértil en la
cual siembran los granos de arroz o de maíz (diversas variedades) y las estacas de yuca.
Plantan —a escasa profundidad— retoños de diferentes tipos locales de plátanos, caña de
azúcar, a veces de frutas tropicales (piña, guayaba, mango, aguacate) y de frutas propias
de la región (borojó, almirajo, etc.).
13 El terreno del cual un individuo, en cuanto miembro de una familia, se apropia al
despejarlo y cultivarlo, nunca es labrado enteramente; dentro de cada extensión ocupada,
siempre hay una parte sembrada y otra en barbecho. El tiempo habitual de este reposo es
de cinco a siete años, período suficiente para la regeneración de su capa fértil. Se tumba
entonces de nuevo la vegetación que ha invadido el terreno durante los años de barbecho.
Las familias siempre tienen varios terrenos en diferentes parajes del río y sus afluentes,
alejados unos de otros y de la casa familiar. En torno a ésta por lo general no se cultivan
sino plantas medicinales de uso corriente, y algunas matas de plátano y árboles frutales.
Pero como la escogencia del lugar de habitación parece obedecer siempre a los mismos
criterios de los terrenos agrícolas (lugar relativamente seco, elevado, un poco retirado
aunque no lejos del río), es legítimo preguntarse sobre el sentido social de esta práctica de
diseminación de los terrenos y su distancia de la casa, más aún porque este tipo de
ocupación dispersa del espacio para la agricultura caracteriza igualmente a la sociedad
Emberá.
14 En las comunidades negras, el derecho de uso y posesión de lugares mineros fluviales
sigue las mismas reglas que las de los terrenos agrícolas. Es en cuanto miembro de un
"tronco" de descendencia cuyos ascendientes explotaron primero el lugar, que se tiene
derecho a él. Como el sistema de descendencia es bilateral, y los lavaderos explotados al
tiempo, múltiples y dispersos a lo largo de varios ríos, a veces a días de viaje de la casa, el
individuo, hombre o mujer, puede de este modo actualizar sucesivamente sus derechos a
una pluralidad de espacios mineros, de los que explota dos o tres en un momento dado, en
alternación estacional con los trabajos agrícolas y la tala de árboles.
15 Así pues, la unidad social en el Chocó que se sitúa por encima de la doméstica, es la del
río; esto se refleja en los términos de auto-definición, que siguen los patronímicos. Es
decir, que el modelo de poblamiento negro de la región —aunque tienda últimamente
hacia una mayor concentración de la vivienda, sobre todo bajo la presión de las
instituciones nacionales como la escuela y la iglesia—, se inscribe también, dentro de una
unidad más fluida y mayor que la del "pueblo": casas solitarias y pequeños grupos de
casas de familia nucleares o extendidas, diseminadas en las riberas de un río que las une
por el viaje en canoa. Teniendo en cuenta la multiplicidad de los espacios ocupados,
vemos la importancia que su articulación le confiere a los desplazamientos fluviales, así
como a la movilidad y la fluidez en las cuales inscriben estas comunidades su existencia.
anteriormente por los árabes y luego por los mismos españoles. Hay numerosos
testimonios de cronistas de la época que atestiguan su participación en varias
expediciones de descubrimiento de los nuevos territorios3. Hacia la mitad del siglo XVI, la
población negra de Cartagena de Indias, primer puerto de introducción de esclavos en la
costa oeste del continente suramericano, ya era numerosa, como lo demuestra el decreto
del cabildo de la ciudad, promulgado en 1552 que prohibe la circulación de negros "a horas
no lícitas" de la noche, "por cuanto en esta ciudad había muchos negros". Desde esta época, a
los esclavos de las ciudades se les autorizó la formación de algunas cofradías, llamadas
también "cabildos": estas agrupaciones de tipo español celebraban fiestas religiosas y
permitían la ayuda mutua. También se le permitía a los esclavos urbanos, considerados
como originarios de una misma región africana, la posibilidad de reunirse en torno al
culto de un santo o de una Virgen, culto bajo el cual se encarnaban todavía divinidades
yoruba, fon, mina o bantú.
17 El Consejo del Rey de la Corona española otorgó a comerciantes portugueses, franceses,
holandeses y sobre todo españoles, cada vez más licencias para la introducción anual a las
colonias de varios centenares, incluso miles de esclavos. Fue así como la trata se
intensificó a partir de principios del siglo XVII, a medida que comenzaba la explotación
sistemática de las plantaciones de caña de azúcar y de algodón, las haciendas de cría de
ganado, y luego las minas de oro; las necesidades de transporte fluvial y terrestre
aumentaron paralelamente. Esta evolución de la trata se explica por la disminución
sensible de las poblaciones autóctonas, diezmadas a causa de las epidemias introducidas
durante la Conquista, así como por el régimen de trabajo forzado —la encomienda— a las
que eran sometidas por el conquistador en la mayor parte de las provincias. Bajo la
presión de esta catástrofe demográfica y de la de algunos misioneros, la Corona española
promovió desde 1542, mediante las Leyes de Indias, una voluminosa legislación de
protección paternalista del indígena que lo sustrae de los trabajos más duros, intenta
protegerlo del contacto con los españoles y los mestizos y prohibe su maltrato. Por el
contrario, las escasas disposiciones referentes a los esclavos negros no se presentan sino,
con muy pocas excepciones, como un conjunto de sanciones penales de gran dureza.
Incluso la dominación religiosa de la Iglesia se manifiesta en forma diferente ante los dos
grupos. A los "indígenas" se les somete a intentos de adoctrinamiento evangélico directo,
con la presencia de los misioneros. En cambio los esclavos —sin adoctrinamiento
sistemático hasta fines del siglo XVIII— padecen todo el rigor de la Inquisición, que
persigue sin piedad todas sus prácticas rituales propias, siempre que desborden el marco
autorizado de las escasas fiestas en las "cofradías", "naciones" o "cabildos" de algunas
ciudades. Disposiciones legales, también muy severas, castigan el cimarronazgo, la huida,
la ayuda o la complicidad pasiva con algún esclavo fugitivo y cualquier acto de
desobediencia, con la muerte, los azotes o las mutilaciones. Al mismo tiempo, establecen
una rigurosa separación entre los nativos y los negros, al prohibirles a éstos últimos que
vivan en aldeas de indígenas o que se acerquen a sus mujeres. Aunque las leyes le
recomiendan a los propietarios casar religiosamente a sus esclavos entre sí, les prohiben,
en cambio, la unión de miembros de una misma etnia africana.
18 Estas disposiciones se comprenden siguiendo la lógica de la clasificación social y jurídica
que prevalece en la sociedad colonial de la Nueva Granada. Al contrario del modelo
hispánico de descendencia bilateral asimétrica que rige los matrimonios, la
consaguinidad y la transmisión de la herencia para los españoles; el colonizador, que
desde el principio de la esclavitud tuvo relaciones sexuales con los esclavos y a veces
29
***
21 Los orígenes étnicos precisos de este flujo ininterrumpido de esclavos africanos hacia
Colombia siguen siendo históricamente oscuros, al contrario de Brasil o de México, donde
la existencia de numerosos documentos de archivo ha facilitado el trabajo del
etnohistoriador, completado por el estudio de las culturas negras actuales de estos países,
otro punto de partida para llegar a una determinación más precisa de su origen africano.
En el caso de la Nueva Granada, la falta de registros de importación o de documentos de
compra de la aduana de Cartagena de Indias, así como la fecha tardía (la segunda mitad de
siglo XVIII) del comienzo de censos de esclavos en algunas zonas, como el Chocó —la
mayor parte de ellos, además, sin mención alguna del origen de los esclavos— han
obligado a los historiadores a recurrir a documentos como los testamentos, o también al
estudio de los patronímicos negros de la actual población del occidente colombiano, para
esbozar una hipótesis sobre los orígenes étnicos de mayor presencia. Fue así como West
encontró en la costa Pacífica una abundancia de patronímicos que indican diversos
orígenes étnicos africanos, tales como "Mina, Congo, Mandinga, Cangá, Biáfara,
30
***
24 La historia de la sociedad colonial está salpicada por revueltas, conflictos abiertos, actos
de desobediencia y de cimarronazgo, tanto por parte de los indígenas como de los negros.
Aunque estos actos —al principio aislados y minoritarios— se sucedieron con cierta
regularidad desde principios de la esclavitud, entre 1750 y 1790 el conflicto se tornó
global, a tal punto que podría suponerse la existencia de un acuerdo secreto para una
revuelta generalizada a escala de toda la Nueva Granada. Este asume la forma de lo que el
lenguaje colonial llama "palenque", palabra que originalmente designa una empalizada de
maderos para la defensa de un poblado. Tal era, en efecto, la estrategia de los esclavos
cimarrones que huían hacia zonas apartadas de las selvas, terrenos pantanosos y
estribaciones de las montañas para formar allí comunidades relativamente estables y
provistas de una organización social autónoma que resistía, a menudo con éxito, a las
expediciones punitivas, tanto en Colombia como en Venezuela, en Brasil, en América
Central y en las Guyanas.
25 El primero y el más perdurable de los palenques sobre los que existen documentos de la
época fue el Palenque de San Basilio, formado por esclavos cimarrones de Cartagena de
Indias cerca de la aldea de Mahates en la provincia de Cartagena. Según Fray Pedro
Simón, su primer jefe fue el negro Dionisio Biohó hacia 1599 o 1600. Las autoridades
coloniales intentaron en vano vencer la resistencia de los cimarrones hasta concederles,
en 1613, la libertad y el derecho de una cierta autonomía, con la condición de no aceptar
nuevos fugitivos. Los miembros de este palenque hablaban una lengua sincrética,
31
mezclada con el español. Crearon una organización social que se convirtió también en una
forma sincrética inédita, en la que una lógica social, alimentada por múltiples tradiciones
africanas, se desplegaba dentro de los marcos y la terminología del modelo hispánico. De
este modo, las autoridades elegidas del palenque fueron: un "capitán de pueblo", el jefe
político, un "capitán de campo", el jefe militar, y un "alcalde", aprobados por el
gobernador de la provincia. Fue la única aldea fortificada de esclavos cimarrones que
logró mantenerse como comunidad autónoma, conservando una africanidad a la cual
algunos trabajos recientes atribuyen raíces bantúes, comprobables tanto en la lengua
como en los ritos. Esta comunidad, sin embargo, se une poco a poco a la economía del país
y desde principios de los años 60 del siglo XX se integra progresivamente a la sociedad
nacional.
26 Con las fugas y los actos de revuelta, individuales y esporádicos, que se produjeron desde
el principio mismo de la trata —paralelamente a actos de resistencia pasiva, como el
sabotaje del trabajo, los suicidios o los infanticidios—, la organización de los fugitivos en
palenques y su terca resistencia colectiva ya es mencionada en la costa de Panamá y en el
litoral colombiano desde 1556. Las crónicas y los informes judiciales continuarán
describiendo su capacidad de autogobierno y de autonomía económica, basada en el
lavado de oro, la pesca y la agricultura. Extrañamente, esta alternancia de "fuga y
enfrentamiento", expresada por el cimarronazgo y los palenques, se emparienta a una
estrategia que alimentó primero, en forma inversa (el enfrentamiento y la fuga) las
guerras entre los diversos grupos autóctonos del Chocó, así como los primeros
hostigamientos contra el invasor español. Sin embargo, la presión colonizadora obligó
posteriormente a algunos de estos grupos a invertir su estrategia; la fuga, seguida del
enfrentamiento, se convirtió así en la forma dominante de su resistencia ante el
colonizador y en la garantía de su supervivencia. De este modo nace un paralelismo entre
las estrategias de resistencia de los dos grupos minoritarios, separados tanto por su falta
de mutua comprensión lingüística como por las instituciones económicas y jurídicas
dominantes. Esta convergencia hace parte del telón de fondo histórico sobre el cual se
pudo establecer progresivamente, desde el fin de la esclavitud, el sistema de intercambio
interétnico en el Chocó entre las nuevas comunidades de negros libres y los pequeños
grupos locales de nativos sobrevivientes.
27 Durante las últimas décadas del siglo XVIII, los movimientos de cimarronazgo negro no
sólo se generalizaron en las diferentes provincias del virreinato, sino que también
pudieron establecer relaciones secretas entre sí y dar lugar, mediante planes de fuga
concertados, a una primera mezcla de una parte de la población negra entre las diferentes
zonas del occidente colombiano. Gracias a estos movimientos germinaron en las riberas
de los múltiples ríos secundarios del Chocó (en el río Otún, por ejemplo) los primeros
intentos —efímeros la mayor parte— de población negra autónoma. Aunque algunos
documentos coloniales nos permiten vislumbrar que ocasionalmente los negros
cimarrones pudieron forzar a los indígenas para que los ayudaran, e incluso aceptarlos
entre ellos, es en esta época que un documento menciona por primera vez el proyecto
negro de "pactarse con el infiel", es decir con los indígenas, "para que los ayudaran a vivir
libremente", saltando así las rígidas barreras jurídicas, sociales, geográficas y culturales —
fuentes de hostilidad y de conflictos— que la organización colonial nunca dejó de
mantener entre los nativos y los esclavos negros.
28 Esta revuelta negra generalizada y cada vez más planificada —unida a la creciente
dificultad de adquirir nuevos esclavos en África y a la creciente presión de la opinión
32
europea influida por las ideas de la Ilustración y los cambios económicos y comerciales—
ciertamente contribuyó a desencadenar una crisis en la institución esclavista en la Nueva
Granada a finales del siglo XVIII. Esta crisis se inscribió en el conflicto global de
legitimidad que el dominio español tuvo en el Nuevo Mundo, frente a una capa criolla
(descendientes de españoles nacidos en la colonia) cada vez más ávida de independencia y
de emancipación, impregnada de las ideas de la Ilustración y del romanticismo. Este
antagonismo, junto con la crisis económica colonial, desembocaría en la guerra de
Independencia, guerra que afectará fundamentalmente la situación de los negros en el
proceso del establecimiento de las instituciones republicanas.
***
29 En el contexto colonial de la Nueva Granada, el Chocó fue uno de los territorios más tardía
e incompletamente colonizados, básicamente por dos razones: por una parte, la extrema
dificultad de acceso, penetración y reabastecimiento que presentaba esta zona de selva
densa, lluvias diluvianas, de capa fértil pobre y erosionada y de ríos poco aptos para la
navegación; y por otro lado, la terca resistencia de los nativos contra los sucesivos
intentos de reconocimiento y explotación de la región.
30 A principios de la colonización española, habitaban en el Chocó numerosos grupos
nativos, la mayor parte hoy en día extintos. En la zona costera del golfo de Urabá, cerca
de la actual frontera colombo-panameña, se encontraban los Cueva. Un poco más al sur,
en la parte baja del río Atrato y de sus afluentes, vivían los Cuna; los Poromea ocupaban el
curso medio del Atrato y el río Bojayá, mientras que el río Arquia constituía el territorio
de los Guaracúes, y en el río Quitó vivían los Suruco. Los Chanco habitaban en el curso
medio del río San Juan, y los Idabaez la costa Pacífica del golfo de Tribugá. Algunas
crónicas coloniales también mencionan grupos como los Urabá, Guasusue y Tulucana en
el curso del Atrato, y los Bogobae en la zona del Baudó.
31 Los Emberá vivían dispersos en el alto Atrato y en el alto San Juan, y los Waunaná
ocupaban la desembocadura del río San Juan. Las crónicas españolas mencionan a
menudo el nombre común de "Chocóes", y establecen varios subgrupos entre los Emberá:
los Citará en el Atrato, los Tatamá en el alto San Juan, los Cirambira en el curso medio del
San Juan y los Poya al norte de la vertiente del San Juan.
32 En estos pequeños grupos atomizados, dispersos, móviles y de enorme diversidad cultural
y lingüística, reinaba un estado de guerra permanente, tanto interétnica como
intraétnica. La sucesión de incursiones, persecuciones y enfrentamientos bajo el mando
de los jefes guerreros se nutría de la movilidad y la escisión de diversos grupos locales, al
capricho de los cambios periódicos de alianzas que reunían pasajeramente a algunos de
ellos. Aunque esta atomización pudo contribuir a que los españoles acabaran por reducir
y exterminar a la mayoría, parece también lícito especular que parte de estos grupos
pudieron desaparecer al fundirse a otros más importantes numéricamente de los
Waunaná, Emberá y Cuna, mediante la captura de las mujeres o incluso por la agregación,
voluntaria o no, de hombres cautivos. Los Waunaná, Emberá y Cuna, gracias a su
dispersión y movilidad, unidas a una terca resistencia contra el nuevo enemigo y a un
sentido político claro, pudieron en cambio sobrevivir. Para la primera mitad del siglo XVIII
, los documentos no registran sino la existencia de los Suruco del río Quito y de los
Poromea del Bojayá, ambos en guerra contra los Emberá-Citará.
33
33 La primera incursión española en territorio del Chocó fue la del ejército de Balboa en
1511, que llegó hasta la desembocadura del río Sucio. Le siguió la de Gómez Fernández en
1539, que llegó hasta el río Andágueda en el alto Chocó, donde fue expulsado por los
Emberá-Citará, así como la expedición de Andagoya por el San Juan en 1540, que fue
exterminada por los guerreros Waunaná. En 1586, después de algunos años de existencia,
los Em-berá destruyeron el centro minero de Nóvita y los Waunaná aniquilaron la
vanguardia española del alto San Juan. En 1588, la expedición de Velásquez contagió de
varicela a los nativos, pero el hecho de ser diezmados no impidió que, en 1605,
exterminaran a las tropas del capitán Baeza en la zona del Baudó. También, en 1638, los
Citará del alto Atrato hicieron fracasar una avanzada española que trató de establecerse
negociando con ellos. Estos actos de guerra contra el invasor acentuaron sin embargo las
tendencias centrífugas de la sociedad nativa, tanto que siguió un período de duras
represalias españolas que desencadenó una fuga masiva indígena hacia el alto Chocó. Fue
allí donde el misionero Fray Matías Abad logró persuadir a los nativos de que se
concentraran, se establecieran en aldeas y cesaran la resistencia guerrera. El resultado
fue la fundación de cinco poblados, unos cerca de la actual ciudad de Quibdó y los demás
próximos a las actuales poblaciones de Neguá y de Lloró. Sin embargo, después de la
muerte del misionero, los nuevos administradores rompieron los acuerdos que éste había
obtenido para que los Emberá fueran considerados Indios de la Corona (dependientes
directos de la Corona, a la que le pagaban un tributo anual, y no sometidos entonces a la
encomienda o al trabajo obligatorio).
34 En 1684 los abusos llevaron a una revuelta general de todos los indígenas del alto Atrato y
del alto San Juan, revuelta que acabó con todas las aldeas de la región, así como a casi
todos los españoles que se habían establecido en ellas. La represión que siguió los obligó,
también esta vez, a realizar una larga peregrinación hacia la parte baja del río Atrato. A
menudo fueron arrestados por los colonizadores, que entonces les obligaban a hacerse
sedentarios. Las aldeas que fundaron los españoles en la primera mitad del siglo XVIII
(Murrí, Beté, Bojayá, Riosucio y Murindó, entre otras) fueron sin embargo destruidas por
los indígenas entre 1770 y 1780. Este estado de guerra endémico explica el hecho de que
los yacimientos auríferos fluviales del Chocó, cuyo descubrimiento despertó la codicia
colonizadora, no comenzaran a ser explotados en gran escala antes de 1654.
35 Los Cuna de la desembocadura del Atrato fueron pacificados por un misionero español y
se convirtieron en Indios de la Corona en 1691. La presencia paralela en esta zona de
franceses, holandeses e ingleses, condujo sin embargo a las autoridades españolas a
prohibir en 1698 la navegación libre en el Atrato y en consecuencia su colonización, lo
que en aquellos años la convirtió en zona privilegiada para el cimarronazgo negro, en
refugio Emberá y Cuna, y en área de relaciones interétnicas libres, a pesar de los
constantes ataques de los piratas.
36 Los Waunaná, por su lado, después de un siglo de resistencia armada contra el
establecimiento de los españoles en el bajo San Juan y en la costa de Buenaventura,
acordaron un tratado de paz con éstos en 1652. Concentrados en aldeas, los documentos
coloniales atestiguan a partir de esa época sus pagos regulares de impuestos, quedando
exentos de la encomienda y del trabajo obligatorio. Desde fines de la época colonial, los
Waunaná recuperaron parte de su movilidad y dispersión.
37 Es claro entonces que fue sólo en la segunda parte del siglo XVIII que las autoridades del
virreinato consiguieron integrar en mayor o menor grado parte de los grupos nativos del
Chocó a un sistema colonial estable. Pero no por ello éste dejó de estar socavado por la
34
grupos indígenas en relación con otros, más pequeños, debió también influir en su favor.
La convergencia de estos factores debe ser tenida en cuenta para comprender esta
supervivencia-desaparición selectiva que dejó a salvo a los Emberá, los Cuna y los
Waunaná.
41 Es en este contexto que se inscribe el modelo de colonización tardía, parcial e incompleta
del Chocó, centrado en el lavado de oro. La organización del trabajo en los lavaderos
requirió muy pronto la mano de obra esclava, ante la fuga o muerte masivas, causadas por
epidemias o por el agotamiento de numerosos autóctonos. Ahora bien, el transporte de
los africanos comprados en Cartagena de Indias era largo, costoso y lleno de riesgos; los
diezmaban las evasiones en el camino, y más tarde los ataques sorpresa de negros
fugitivos y las enfermedades tropicales. En los primeros campamentos mineros, negros e
indígenas se codeaban; estos últimos le transmitían a los esclavos su conocimiento
tradicional de las técnicas de explotación aluvial6, así como de las técnicas de
desplazamiento fluvial: la fabricación y el pilotaje de las canoas.
42 Este primer contacto interétnico forzado se romperá con el paso del tiempo, por las fugas
y ataques de los indígenas y la introducción de una legislación relativamente protectora
de los indígenas. Fue por ello que los negros con frecuencia terminaron siendo los únicos
integrantes de las cuadrillas —grupos de trabajadores de ambos sexos— en los lavaderos
de oro del Chocó, así como los únicos que piloteaban, a menudo solos, las embarcaciones
de transporte en los ríos y afluentes del occidente colombiano. Las dos habilidades que
aprendieron por el contacto, condicionaron la existencia social de sus descendientes
libres, y el cimarronazgo, a menudo compartido con los indígenas, y luego la abolición de
la esclavitud, permitieron establecer vínculos de intercambio interétnico libres, que sin
embargo estaban marcados por la ambivalencia de un pasado colonial vivido en forma
diferente.
43 Las cuadrillas, unidades socioeconómicas de base de la institución minera colonial,
estaban formadas en promedio por medio centenar de esclavos, pero según los
documentos, el mínimo era de nueve y el máximo de quinientos. A ellas se sumaban
algunos trabajadores libres, negros y mulatos, libertos e indígenas. Estos últimos, con la
ayuda de los esclavos, se dedicaban ante todo al despeje y cultivo de pequeños terrenos
cercanos, destinados a la horticultura, que constituían la base de la alimentación. Las
cuadrillas se organizaban según una jerarquía de varios grados. En la cúspide estaba el
"señor de la cuadrilla", es decir, el colono o propietario de la mina. Pero en el caso —muy
frecuente en el Chocó— de la ausencia de este último, que vivía en una de las ciudades
coloniales del occidente colombiano, el primer personaje jerárquico de la mina era un
empleado, el "administrador de la mina", por lo general un blanco pobre, a veces un
mulato residente. De este modo, la posición de administrador constituía a menudo un
estrecho canal de movilidad social para el descendiente de africana y blanco.
44 El grupo de trabajadores de la cuadrilla estaba compuesto por esclavos de los dos sexos,
que se dividían según dos funciones: los que trabajaban en los lavaderos propiamente
dichos, y los que aseguraban, con su actividad hortícola, el abastecimiento del
campamento. A los primeros se les llamaba "piezas de mina" y a los segundos "piezas de
roza". Al interior de cada actividad se adaptaba una cierta división sexual del trabajo: los
grandes despejes de terrenos de cultivo —trabajo de extrema dureza física—
correspondían a los hombres, así como las excavaciones y primeros arreglos de los
lavaderos; a las mujeres la cocina y el cuidado de los niños pequeños.
36
49 Estos poblados coexisten con pequeños grupos de indígenas cimarrones en las partes altas
de ríos lejanos, grupos ellos encerrados en su aislamiento. Esta división nueva y
traumatizante, en el seno de una etnia ya fragmentada, contradice la dinámica social
tradicional Emberá de reagrupamientos y escisiones, arraigada en su ideología y prácticas
guerreras. El corte así instaurado tendrá repercusiones negativas en las relaciones entre
los grupos indígenas locales, después de la colonización.
50 En el centro minero colonial de Lloró, la composición demográfica sigue siendo
mayoritariamente nativa hasta la guerra de Independencia, aunque hubiera permanentes
fugas hacia las partes altas inaccesibles de los ríos secundanos. Las fugas se intensificaron
durante la guerra y al principio del período republicano, hasta retirarse de Lloró —
cabecera del municipio del mismo nombre, que se convertirá con el tiempo en una gran
comunidad negra— toda la población indígena. Esta se disemina entonces en pequeños
grupos de parentesco atomizados y a menudo hostiles, en la escarpada parte alta del
Andágueda y de sus afluentes, en el medio Atrato. Un grupo se desplaza tal vez hacia el
nacimiento del río Capá, afluente casi deshabitado del Atrato, donde formará el núcleo de
las primeras agrupaciones residenciales Emberá. Es con éstas que los negros libres
llegados al Capá entre 1850 y 1860, establecerán sus primeros contactos.
aún sin colonizar, mientras que los indígenas huyen de los poblados coloniales hacia la
parte alta de los ríos. Esta diseminación lleva a los dos grupos a ocupar zonas muy
apartadas, como el Baudó, el bajo Atrato e incluso la provincia del Darién panameña. Esta
prolongación ecológica y geográfica del Chocó tiene hoy una población negra e indígena
de origen casi exclusivamente chocoano.
54 Después de la disolución del régimen colonial y de las migraciones que siguieron, la
sociedad Emberá fluctúa entre la dispersión y el aislamiento de pequeños grupos de
parentesco independientes, cuyas relaciones —bajo el peso de la hipoteca colonial— se
caracterizan por una falta de cohesión, arraigada en la desconfianza mutua. Estas
relaciones conflictivas, en lugar de expresarse en incursiones guerreras, definitivamente
abandonadas para entonces, promueven un sistema de brujería intraétnica basado en la
agresión chamánica mutua, que hasta hoy en día sigue generando la atomización social y
la sospecha recíproca. Además, la persecución periódica de los chamanes por los
misioneros contribuyó poderosamente a sobrecargar las tensiones heredadas de la
Colonia. Su labor entre los indígenas consigue fundamento legal a partir de 1890, cuando
el Estado concede a las misiones católicas poder civil, jurídico y penal sobre los nativos.
55 La inmensa mayoría de las comunidades negras actuales del Chocó son fruto del
poblamiento secundario posterior a la abolición de la esclavitud y de las mezclas sucesivas
de poblaciones. Estas se establecen en ríos no colonizados según un modelo nuevo de
ocupación del espacio, opuesto al de los centros mineros coloniales; no se forman aldeas,
sino que se produce la dispersión de las casas de familia a lo largo del río, con los terrenos
de horticultura familiar y los lavaderos de oro también dispersos, aunque existe una casa
comunitaria para las reuniones y las fiestas. A pocas horas en canoa, en las zonas de difícil
acceso río arriba, se encuentran los tambos (casas redondas de techo cónico, sobre
pilotes) de los indígenas, también dispersos.
56 Sin embargo, la tendencia actual —desde hace unos treinta años para los negros y
bastante menos para los indígenas— parece ser una mayor concentración de la vivienda,
aunque los dos grupos mantienen espacios sociales de dispersión.
57 En las primeras décadas del siglo XX, durante la fiebre amazónica del caucho, también se
produjeron en el Chocó algunos intentos esporádicos de explotación de esta sustancia. Los
dirigían comerciantes andinos que ofrecían herramientas a los indígenas del Baudó y del
Atrato, a cambio del caucho. Estos intentos modestos y rápidamente abandonados no
tuvieron como consecuencia el genocidio masivo que esta actividad causó en la Amazonia.
En cambio, fue también en esta época que se creó la Prefectura Apostólica del Chocó que,
hacia los años treinta, instaló escuelas-internados "indígenas" en varias zonas. Estos
internados separaban a los niños indígenas de sus comunidades durante largos años, y a
menudo por la fuerza, con el fin de "cristianizarlos" con más eficacia. Pero frente a la
recurrente deserción de los estudiantes y la presión de las críticas provenientes de dentro
y fuera de la iglesia, estas escuelas fueron progresivamente cerradas durante los años
setenta y ochenta. En algunos casos fueron reemplazadas por escuelas instaladas dentro
de las comunidades nativas.
58 En Colombia, la década de los años cincuenta fue escenario de una guerra civil
particularmente violenta, desatada por los conflictos entre los dos partidos políticos
tradicionales, el liberal y el conservador. Aunque el Chocó no fue tan afectado como otras
regiones del país, desde allí se desencadenó una nueva e importante oleada migratoria de
negros y de indígenas hacia el Darién panameño. La mayor parte de estos emigrantes
jamás volvieron al Chocó.
39
59 En 1960 un movimiento mesiánico recorre la región, luego del paso de un mestizo andino,
llamado "El Hermanito", que predica a negros e indígenas el fin próximo del mundo, la
oración, la abstinencia, la pobreza y la necesidad de vivir en aldeas. Este movimiento, que
decayó rápidamente, provocó sin embargo en algunos ríos, como en el Capá, la
concentración pasajera de vivienda tanto entre los negros como entre los indígenas,
apenas afectados anteriormente por el celo misionero. También siguieron algunas
destrucciones de cosechas y de joyas de plata tradicionales en algunos grupos Emberá.
***
60 La historia del poblamiento biétnico del río Capá es un ejemplo bastante típico de
procesos similares en otros ríos secundarios y terciarios del Chocó después de la abolición
de la esclavitud, aunque el poblamiento del Capá es más antiguo y continuo que el de la
mayor parte de los demás. Con la llegada a este río de las primeras familias negras surge
un modelo de ocupación del espacio que fuera de la unidad río-suelo, también comprende
el subsuelo acuático, puesto que los "libres" vuelven a emprender la práctica del lavado
de oro. Según dicen los ancianos negros e indígenas, entre los años de 1860 a 1870, los
Emberá de la parte alta del Capá vivían en dos distintas pequeñas unidades residenciales,
alejadas la una de la otra, mientras que los libres estaban regados a lo largo del río en la
parte baja, a un día de navegación de la alta. El río Mubarandó —en el curso medio del
Capá— todavía no estaba habitado.
61 Los primeros pequeños grupos de negros, cuyo número aumentó rápidamente con nuevas
llegadas y numerosos nacimientos, emprendieron el despeje y la siembra de terrenos de
plantación, distantes unos de otros y cada uno con un área dos o tres veces mayor que la
cultivada, para poder rotar los cultivos y satisfacer las necesidades de una numerosa
descendencia. La búsqueda constante de terrenos suficientemente elevados y cercanos a
la ribera del río, y también a yacimientos auríferos ricos, así como la caza y los frecuentes
desplazamientos interfluviales de los indígenas, llevaron rápidamente a intercambios
interétnicos cuyos iniciadores parecen haber sido aquí, como en otras partes del Chocó,
principalmente los negros. Estos intercambios consisten primero en el trueque de canoas
y de cestas de fabricación Emberá por hachas, machetes, sal y, más tarde, por el pago con
dinero de parte de los negros.
62 Según informantes de edad avanzada de ambos grupos, parece que la presencia indígena
en la cuenca superior del Capá fue ligeramente anterior a la de los negros, resultado tal
vez de las fugas y de la disolución del vecino poblado colonial de Lloró. Esta anterioridad
de presencia territorial se incorpora en las representaciones indígenas de precedencia en
el territorio, enraizada en los mitos de origen que sobreviven tras el periodo colonial. Fue
moderada posteriormente por un sentimiento de derrota y por el afán por conservar la
estrategia cultural de atomización. Por ello, los Emberá de la cuenca alta aceptan que la
parte baja del río no les pertenece, pues a su juicio está demasiado cerca de los ríos Atrato
y Andágueda, sitios principales de la explotación minera colonial. Consideran, en cambio,
la cuenca alta perteneciente íntegramente a los miembros de la comunidad indígena,
tanto vivos como muertos; incluyendo la parte explotada por ellos, como también la no
cultivada. Esta última la consideran no sólo una zona de reserva necesaria para la caza, la
horticultura y la tala de árboles, sino además la medida de distancia que separa las
unidades residenciales indígenas entre sí, con lo que se garantiza la independencia en la
dispersión, estrategia tradicional de su sociedad. Con todo esto, es lícito pensar que el
40
así equilibrar el intercambio, pero los negros no comprenden ni satisfacen tal condición,
lo que disuade una vez más a los indígenas a intercambiar su trabajo y a los libres a
solicitarlo. En este sentido, el intercambio de servicios se halla fuertemente contraído.
71 Todo sucede, para resumir, como si a lo largo del tiempo, en el despliegue de los
intercambios de bienes y servicios vinculados a la subsistencia, la práctica y las
representaciones de cada grupo étnico se hubieran encajado paulatinamente para
equilibrar dos fuerzas contrarias, que crean y recrean un equilibrio dinámico que
garantiza tanto el respeto de las fronteras como el mantenimiento de un grado mínimo de
interrelación: una fuerza que lleva al intercambio y otra que de inmediato limita su
extensión y su alcance.
72 Esto fue, creemos, paradójicamente facilitado por dos similitudes de orden cultural que
acercan a estos dos grupos, vecinos desde hace mucho tiempo. Se trata, por una parte, del
empleo de ciertas tecnologías productivas, y por otra, del hecho de que en cada una de
estas sociedades la acumulación individual e incluso familiar de bienes tiene un cariz
negativo, incluso si sus respectivas representaciones ideológicas difieren
considerablemente de un grupo al otro. Una diferencia que también contribuye a
configurar estos intercambios, es la que marca un límite entre los dos conjuntos étnicos y
que se materializa en ese filón de oro que brilla en las arenas de los ríos del Chocó; oro
que no ha dejado de fascinar a quienes el desarraigo y la esclavitud sometieron a su
extracción. Aquellos cuyos antepasados lo descubrieron primero, en cambio,
abandonaron radicalmente su explotación.
73 El aspecto actual del Chocó rural es entonces el de la coexistencia de dos grupos étnicos
con un peso demográfico desigual. Esta coexistencia, basada en una rigurosa separación
espacial y en el repudio de las relaciones sexuales interétnicas, produjo poco a poco un
sistema de intercambios interétnicos denso y coherente, mas no desprovisto de puntos de
conflicto. Las modificaciones históricas de esta relación interétnica, al principio
asimétrica y fuertemente mediatizada por la clase dominante de la sociedad colonial, y
que tendió luego a una cierta simetría binaria, permiten seguir el transcurso por el cual,
para estos dos grupos, la existencia espacial y sociocultural del otro llegó a significar su
propia periferia y sus propios límites.
74 El estado actual de las dos sociedades, así como el de sus relaciones, parece ser el
resultado de un equilibrio dinámico entre la continuidad y la ruptura, en referencia a la
sociedad colonial que los reunió en el Chocó por la fuerza. La reanudación autónoma por
parte de los negros del lavado de oro con los métodos de explotación pre-coloniales y
coloniales, contra su abandono por los Emberá; el alejamiento espacial y sexual de los dos
grupos; el difuso y recíproco sentimiento de recelo entre ellos, y la persistente
"invisibilidad" de la población negra en la conciencia nacional colombiana, parecen haber
constituido las líneas de fuerza de una continuidad entre el pasado colonial y el presente.
No obstante, la utilización estratégica de los dos primeros factores como los elementos
esenciales de un sistema inédito de comunicación que garantiza los límites sociales y
culturales de cada grupo, canaliza los conflictos y abre el campo para la innovación
dentro de la tradición.
75 Los procesos que marcan una ruptura social entre la época colonial y la época actual
afectan a los dos grupos. La reubicación de poblaciones negras en busca de nuevos
territorios dio origen, en el Chocó, a un pobla-miento disperso que caracteriza la
existencia social de los nuevos grupos ribereños negro-colombianos. Entre los Emberá, los
ejes de la ruptura con el período colonial se encuentran en el sistema de parentesco y en
43
El terreno
77 Nuestra investigación de campo fue desarrollada en el alto y medio Chocó, con las
comunidades negro-colombianas de los ríos Capá, Ichó, Tu-tunendó, Negua y Bebaramá y
estadías esporádicas en Lloró, Yuto, Quibdó y Bahía Solano así como en Riosucio, en el
bajo Chocó, para la recolección de información complementaria. También visitamos
comunidades en Tu-maco y Pasto, en el sur de la costa Pacífica. Vivimos con los grupos
Emberá del alto Capá, de Ichó y de la Carretera, así como con los del alto Bebaramá y el
alto Tagachí en el Chocó medio. Sin embargo, el centro de nuestra investigación fue el río
Capá y su afluente, el Mumbaradó.
78 La investigación se realizó en varias etapas entre 1975 y 1990, con un total de 26 meses.
79 Fue durante nuestra primera estadía que elegimos la comunidad en la cual íbamos a vivir
en forma prioritaria: la del río Capá. Las razones de esta escogencia fueron de varios
órdenes. En primer lugar, el tamaño demográfico de la comunidad, que entonces contaba
con 684 habitantes. Esto la situaba en el punto intermedio entre las más pequeñas (de
entre 200 y 400 integrantes) y las cabeceras municipales de la región (de entre 2.000 y
6.000 habitantes); este tamaño nos pareció a la vez representativo del nivel demográfico
regional, y adecuado para una investigación directa. En segundo lugar, la antigüedad del
poblamiento negro del Capá y de la presencia en la cuenca alta de un centenar de
indígenas Emberá, nos pareció también representativa de un contacto interétnico cuya
existencia, modalidades y objetivos constituyeron para nosotros un descubrimiento sobre
el terreno.
80 De no ser por el espíritu burlón, algunas veces irónico, otras curioso, y siempre tolerante
de nuestros interlocutores, nuestras idas y venidas entre los diferentes grupos ribereños
hubieran podido engendrar una serie de conflictos de lealtad. El carácter doble de nuestro
terreno nos exigía una difícil ecuanimidad en la organización del tiempo y en nuestros
modos de alojamiento, y un delicado equilibrio en la comunicación con unos sobre el
tema de los otros. Esta experiencia fue también una lección existencial: el aprendizaje del
silencio y el habla selectivos, pero no falsos, y el de la lealtad, doble pero firme. No
creemos haberlo logrado enteramente y sin malentendidos, no obstante, nos pareció que
valía la pena intentar este ejercicio difícil e imperfecto, tanto por la calidad del contacto
que finalmente alcanzaron nuestras relaciones con unos y otros, como por el interés
intelectual de una doble mirada etnográfica. Entregamos aquí parte de los resultados y
dejamos que sea el lector quien juzgue sobre el acierto de nuestra tarea.
44
NOTAS
1. Con la excepción —desde 1984— de las dos casas situadas en el barrio San Vicente, donde
funciona la Organización Regional Emberá-Waunaná del Chocó (OREWA). Los terrenos de estas
casas fueron donados por el Centro Pastoral Indígena (CPI), de la orden claretiana del Chocó. La
pequeña sede de OREWA alberga los archivos escritos de la organización, una sala de reuniones,
oficinas y habitaciones donde se alojan los dirigentes y algunos colaboradores, así como
huéspedes de paso.
2. La preocupación recurrente en la búsqueda de un canal entre los ríos Atrato y San Juan que
comunicaría los dos océanos —canal que supuestamente fue cavado por los indígenas autóctonos
antes de la colonización y que después habría sido cubierto por la vegetación—, ha sido desde
Carlos V (ver Haring, 1938, citado por Velásquez, 1985), motivo de múltiples expediciones al
Chocó. La tenaz leyenda de este canal perdido, jamás descubierto y buscado aún hoy en día,
añade un misterio más a la imagen que los colombianos tienen sobre este territorio, tachado de
ser salvaje, imposible de conocer y de dominar.
3. Entre otros, Juan de Castellanos en su Historia de Cartagena (Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana del Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1942, VI, p. 152); Pedro Cieza de León
en su Crónica del Perú (Rivadeneira, Madrid, 1947, cap. X); y Fray Pedro Simón en sus Noticias
Historiales (Biblioteca Popular de Cultura Colombiana del Ministerio de Educación, Bogotá, 1953,
vol. VII, Noticia V Cap. XXXV pp. 217-18.
4. Esta disposición podía ser suavizada por la compra propia de la libertad o la manumisión —
mediante escritos notariales o testamentos, de los que quedan numerosos testimonios en los
archivos— de la madre esclava y/o de los hijos mulatos de tal unión. Esta disposición jurídica
contribuyó a lo largo de la colonización a la formación de un grupo social de negros y de mulatos
libertos, capataces, celadores de plantaciones, pequeños artesanos o comerciantes. La ley siguió
en vigor, por regla general, hasta principios del siglo XIX.
5. Según estos autores, lexemas del habla sincrética, así como el nombre y desarrollo del rito
funerario, llamado lumbalú en el Palenque de San Basilio, comunidad de descendientes de
esclavos cimarrones, sin contacto con la sociedad nacional durante largo tiempo, constituyen
elementos "de origen bantú". Este pueblo aislado no se encuentra en el Chocó.
6. Los indígenas del Chocó, que al parecer explotaban y trabajaban el oro a pequeña escala antes
de la llegada de los españoles, lo utilizaban como símbolo de prestigio religioso y político y lo
intercambiaban con los chibchas de la alta meseta andina oriental; pero, al contrario de los
negros, los indígenas abandonaron definitivamente el lavado de oro desde el traumatismo de las
minas coloniales. (Reichel-Dolmatoff, 1960, p. 75).
7. La sociedad Emberá era desde antes de la colonización y sigue siéndolo, una sociedad acéfala,
donde en tiempos de paz la condición particular de "jefe", cuando existía, estaba desprovista de
cualquier tipo de autoridad o coerción legítimas; en cambio, implicaba e implica deberes (como
por ejemplo el contacto privilegiado con el exterior, en representación de la unidad residencial) y
engendra prestigio (ver sobre todo Wassen, op. cit.). Además, en lengua Emberá, egoró, jioró y yoró
—según las zonas dialectales— significa tierra; puede ser entonces que el bachiller Guzmán haya
tomado el patronímico de su interlocutor, lo que de todos modos era más bien un toponímico
metafórico, dado que la zona del Lloró actual aparece, en los mitos Emberá y en las
investigaciones etnohistóricas, como uno de los centros del territorio tradicional precolombino
de los Emberá (Ver ante todo Isacsson, 1975, p. 35, y Pardo, 1986, p. 27).
45
8. Se puede considerar, en efecto, que el hecho más innovador de la historia indígena del Chocó
durante las últimas décadas fue la creación de la OREWA, que contribuyó a la organización de
cerca de 80 unidades residenciales Emberá y Waunaná —entre un total censado de 189 en el
Chocó—, en torno a una jefatura política bautizada con el término hispánico colonial de
"cabildo", a un programa autónomo de educación "bilingüe y bicultural", y a un programa de
educación sanitaria propio. Esta organización se convirtió en un eficaz interlocutor político de las
autoridades gubernamentales para la defensa de "la tierra, la cultura y la autonomía" indígenas y
hace parte igualmente de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). A pesar de su
política, a veces intempestiva, frente a sus propias comunidades, así como frente a los negros, y
de diversos conflictos ideológicos en su seno, la organización superó la prueba del paso del
tiempo y su existencia constituye también una muestra adicional de la vitalidad, la capacidad de
adaptación y el tradicional sentido político y estratégico, a los cuales los Emberá y los Waunaná
deben su supervivencia desde el inicio de la colonización.
46
1 El análisis del sistema social negro-colombiano y sobre todo del orden subyacente a sus
reglas nunca antes fue realizado de manera sistemática en el Chocó. El enfoque aquí
propuesto contradice, tanto por su objeto como por sus supuestos metodológicos,
prácticamente todos los trabajos anteriormente realizados sobre este grupo. En efecto, en
ellos predomina la orientación "folclorista" (inventario de elementos de supervivencia
africana en la danza, la música y la tradición oral), y los pocos estudios consagrados a la
familia negro-colombiana hacen énfasis en el contexto de pobreza y de reivindicación de
la emancipación, algunas veces desde una perspectiva histórico-descriptiva parcelada en
la que se emplean "variables" tales como "la ausencia de matrimonio católico", "la
ausencia del padre", la "desorganización matrifocal", etc. Así pues, estos estudios no
conciben la emergencia en los grupos negros de ninguna organización social ni de un
universo de reglas propias.
2 Whitten y Friedemann, cuyos estudios constituyen una excepción y una novedad,
trabajaron sobre el modelo de parentesco negro llamado "ramaje" o tronco, en las tierras
bajas del sur de la costa Pacífica. Para ellos, el "ramaje" es una estructura de descendencia
bilateral, que aparece como consecuencia directa de la organización colonial de la
minería aluvial, reinterpretada después por los negros, y que actúa como un mecanismo
de adaptación cultural a una ecología y a un modo de subsistencia particulares.
3 Sin embargo, aquí el sistema de alianzas matrimoniales y de descendencia, así como las
reglas de residencia y de ocupación del espacio, no corresponden del todo a lo que sucede
en el litoral Pacífico sur. Por su parte, nuestro análisis intenta captar el sistema y los
diversos modos de clasificación de las relaciones sociales concebidos como encajes entre
la vivencia y la representación que se producen y se sostienen mutuamente, conformando
el armazón fundamental de la sociedad. Por ende, no permiten atribuir precedencia, ni
causalidad a lo económico —el universo de los valores—, ni tampoco a lo ideal —el
universo de los signos.
47
4 La fundación de la comunidad del río Capá se gestó con las llegadas sucesivas de pequeños
grupos de negros, compuestos por hermanos y hermanas de una misma madre o por
algunas parejas que provenían de un río cercano, el río Andágueda, uno de los centros
auríferos de la época colonial, de las tierras bajas de la costa Pacífica, o también de las
zonas mineras tropicales ubicadas en zona del actual departamento de Antioquia y del
Cauca. Estas migraciones se produjeron a lo largo de varias décadas, entre 1865 y
principios del siglo XX, pero se intensificaron durante la Guerra de los Mil Días, una
guerra civil que enfrentó a liberales y conservadores entre 1899 y 1902.
5 Comienza entonces la paulatina ocupación del río Capá, cuya parte alta era ya habitada
por unos cincuenta Emberá. Las casas construidas por los primeros habitantes fueron
situadas en medio de la soledad de la selva, a lo largo de los ríos. Eran casas cuadradas de
madera sobre pilotes, con techos de paja trenzada, la entrada principal hacia el río y la
cocina abierta detrás. Según los informantes de más edad, la distancia mínima
tácitamente establecida entre las casas era de media hora en canoa, pero en realidad en
aquella época estaban a hora y media o dos horas. Las cabañas de los recién llegados,
dispersas a lo largo del río, poseían la estructura interna que conservan hasta hoy: una
gran pieza común primero y luego, a lo largo de un pasillo que desemboca en la cocina,
dos o tres pequeños espacios separados por tabiques y sin puertas. Esta estructura
posiblemente surgió con la llegada de solteros que se casaron con hermanas y luego con
hijas de los residentes, y que se establecieron también en el Capá según dos modelos
residenciales intermitentes: el modelo uxori-local, en el que se agrandaba la casa de los
suegros, o la residencia neo-local. Los recién llegados construían entonces sus propias
casas, distanciadas entre ellas, pero sin unirlas con una red de senderos que les
permitiera atravesar o comunicarse a través de la selva. Esto explica que la canoa y el
viaje hayan sido desde un principio los elementos básicos de la comunicación entre las
familias. El acceso a los terrenos de cultivo familiares y a los lugares favorables para la
pesca, así como a los múltiples yacimientos aluviales, también se hacían por medio del río.
La explotación de estos últimos se desarrolló desde esa época en dos espacios-tiempos
diferentes: el del lavado cotidiano, realizado por las mujeres de uno o varios grupos
domésticos —emparentados entre sí— en un afluente relativamente cercano a la vivienda,
y el lavado de oro anual de larga duración durante los tres meses relativamente secos del
verano. Para ello, todo el grupo doméstico se desplazaba hacia las cuencas superiores de
los diferentes afluentes del río, se dedicaba a una intensa búsqueda del metal mientras
aseguraba su alimentación con la pesca, la caza o la recolección. Estos largos
desplazamientos anuales permitían sostener encuentros ocasionales con algún grupo
familiar de un río cercano y que podían culminar en una alianza matrimonial. En esa
época, según nuestros informantes, tales alianzas eran de tipo uxori-fluvial, es decir que
el cónyuge se establecía en el río de origen de su mujer, por lo general en una residencia
neo-local. De este modo, las casan albergaban familias cada vez más reducidas que se
constituían en unidades domésticas relativamente independientes pero emparentadas
entre sí.
6 La comunidad negra del Capá se configura entonces bajo el signo de la ocupación familiar
del espacio, sin el levantamiento de una aldea comunitaria. Este espacio selvático se
articula en torno al río y sus riberas, en sus aguas y en el fondo donde se esconde el oro.
Por su parte, el río se articula con otros o con sus afluentes. Nos encontramos así frente a
un espacio con centros múltiples donde los desplazamientos fluviales son continuos.
48
7 Sin embargo, los negros que viven en casas familiares distantes unas de otras, que
trabajan y explotan terrenos de cultivo bastante separados, que se dedican al lavado de
oro en yacimientos igualmente diseminados, forman una sociedad unida por una densa
red de intercambios permanentes: de bienes entre las familias (alimentos, herramientas,
regalos), y de servicios, mediante la colaboración en el lavado de oro entre unidades
domésticas emparentadas entre sí cuya contrapartida, en el sistema de "mano cambiada",
giraba en torno al despeje de los terrenos o a la construcción de las casas.
8 El río es una unidad endogámica de intercambio de mujeres mediante el matrimonio, y un
lugar privilegiado de intercambio de signos y de mensajes, tanto por el uso de un dialecto
común muy particular del español", como por la participación en una misma ciencia de lo
concreto encarnada en la farmacopea y la magia; además donde se comparten las mismas
creencias, cuyas manifestaciones principales eran y siguen siendo las reuniones para ritos
funerarios y para la Semana Santa, la fiesta de San Antonio y la Navidad. Este denso tejido
de intercambios unía a las gentes del Capá en una sociedad designada por ellos mismos
con el término de "comunidad", y cuyo soporte espacial ha sido siempre el río. La
desembocadura del Capá en el Atrato constituye un límite a partir del cual la comunidad
se abre a otros conjuntos sociales del mismo tipo. Este límite se piensa y se vive como
relativo, puesto que puede ser franqueado por múltiples medios: los viajes, los
matrimonios con gentes de otros ríos, y el establecimiento temporal o definitivo al borde
de éstos. En cambio, la parte alta del Capá es vivida y pensada como un límite absoluto;
aunque ciertos miembros de la comunidad incursionen en estas tierras periféricas, no
puede transformarse en un espacio de habitación. Habitado sí por los indígenas, este
espacio constituye un límite que no puede ser franqueado mediante mecanismos sociales
como el matrimonio o la vivienda.
9 La concentración de la vivienda comienza a fines de la década de 1920 por una iniciativa
del clero del Chocó. Tras el fracaso completo en la apertura de una escuela para los
Emberá de la cuenca alta (de la que huían sistemáticamente los niños), la orden claretiana
compró a una de las primeras familias llegadas al Capá el terreno llamado "la loma" —
entonces bautizado Villa Claret— en la confluencia del Capá y el Mumbaradó, muy cerca
de la casa comunitaria para fiestas y reuniones, y allí construyó una capilla y una pequeña
escuela.1
10 Fue en torno a esta casa, a la capilla (hoy desaparecidas) y a la escuela, que algunas
unidades domésticas —de río arriba o río abajo— comenzaron a establecerse
paulatinamente. Sin embargo, sería más exacto decir que es a partir de estas tres
construcciones que se desarrolla río abajo el núcleo aldeano, siguiendo el curso del río
como todas las casas negras del Chocó. Su estructura espacial incluye cerca de 75 casas 2,
así como una iglesia, un cementerio y tres pequeñas escuelas de un solo salón cada una,
en la colina de Villa Claret; cuatro calles estructuran la parte alta que da a la iglesia y al
cementerio. Estos últimos se presentan como el límite superior, tanto horizontal como
vertical y hasta simbólico del espacio aldeano —no como su centro ciertamente—,
mientras que en la parte baja, cerca del Capá, las casas se van esparciendo paralelamente
al curso del río, o ligeramente separadas de éste, sin formar calles.
11 Con el tiempo, este núcleo fue dividiéndose en diferentes barrios. Puede decirse que eran
unidades de auto-referencia, compuestas por grupos domésticos unidos mediante la
alianza y el parentesco ritual del compadrazgo. Dichos vínculos articulaban entonces
equipos de cooperación para la minería y la tala. Una vez llegados a la colina, los grupos
49
domésticos implicados fueron construyendo lado a lado sus respectivas casas, logrando
una coherente agregación espacial del vecindario.
12 Subiendo el río, a cerca de una hora en canoa, se puede ver en una planicie despejada otra
aglomeración más reciente con unas veinte casas dispersas en grupos de dos o tres
(barrios), suficientemente distantes unas de otras. Sin embargo, los habitantes consideran
el sitio como un núcleo de aglomeración, porque se trata de una planicie de vegetación
escasa donde el acceso a cada casa se puede realizar "sin viajar", es decir a pie y sin
embarcarse. Esto revela el sentido que los negros le dan al término "viaje", que significa
embarcarse en una canoa y navegar por el río. Esta estrategia cultural hace del viaje el
centro de toda la vida social, lo convierte en el operador conceptual del espacio-tiempo y
en el operador práctico de la multiespacialidad y de la fluidez sociales; así, esta práctica y
su representación constituyen uno de los pilares de la identidad negra del Chocó rural.
13 Con unas treinta casas aisladas, dispersas a lo largo del Capá, tanto río abajo hacia la
desembocadura en el Atrato, como río arriba hacia la cuenca alta, la comunidad actual
combina la dispersión inicial y la aglomeración posterior. La última vivienda negra
aislada se encuentra a una distancia de una hora y media en canoa a partir del primer
tambo Emberá, seguida por tres pequeñas unidades residenciales de entre seis y una
docena de casas cada una.
14 La tendencia de los negros a la concentración del hábitat se intensificó durante los
últimos treinta años, sin que mediara la influencia inicial del clero. Todo sucede como si
la comunidad sintiera oscuramente la necesidad de hacer real la representación de sí
misma y de arraigarse en un espacio más unificado, aunque dejando intactas las otras
modalidades de ocupación dispersa. Últimamente, es como si la comunidad deseara
acentuar sus límites, vivirlos en una forma más intensa, saberse más comunidad que
antes.
15 Tal evolución parece ir a la par con un proceso de dos facetas. Se trata de la presión
demográfica que empezó con la llegada de los primeros grupos pequeños de negros libres
al Capá, complementada con la sucesiva llegada de familias nucleares hasta la década de
1940. Desde entonces, las únicas fuentes de crecimiento demográfico parecen ser la
llegada de cónyuges de otros ríos y la descendencia numerosa. Los negros, al contrario de
los indígenas, comienzan a perder el dominio de su equilibrio demográfico. Ante ello, la
comunidad siente como una especie de angustia ante el exceso, según lo expresaron
numerosos informantes.
16 El surgimiento de un espacio de vivienda aglomerado constituye una respuesta a estos
cambios demográficos que podrían debilitar los vínculos comunitarios. Además, esta
escogencia parece haber sido el precio a pagar para salvaguardar el principio cultural
fundador de la sociedad, el viaje, en todos los otros escenarios de la existencia social. En
efecto, el crecimiento demográfico significa el aumento de la necesidad de tierras
cultivables. Ahora bien, siguiendo el postulado —compartido además por los indígenas—
de que los cultivos alejados de la vivienda son preferibles, el aumento y la dispersión de
las casas disminuyen considerablemente el número de terrenos disponibles para el
cultivo. Quedaban entonces dos posibilidades: renunciar a los viajes y despejar terrenos
cerca de la casa —lo que habría significado un mayor aislamiento de las unidades
domésticas, y por lo tanto el debilitamiento gradual de los vínculos comunitarios por la
dispersión de un número cada vez mayor de familias—, o salvaguardar la estrategia
sociocultural del viaje para todo el mundo, inscribiendo parcialmente a la comunidad —ya
existente en el nivel de la representación— en un espacio de co-residencia. En la praxis
50
social, esta opción significa que la comunidad toma explícitamente posesión de una parte
más importante de la vida de sus miembros. Pero esta toma de posesión se halla
equilibrada gracias al mantenimiento de la tradición del viaje, y la ocupación familiar o
individual del espacio exterior, cultivado o explotado.
17 Este análisis de las alternativas estructurales del modelo espacial negro-colombiano del
Chocó, puestas en práctica simultánea o sucesivamente, permite ahora reconocer las
unidades sociales en las que se arraiga la vivencia colectiva de la sociedad. Es posible
identificar tres niveles de organización: el de la región, el del río y el de la casa, éste
último extendido a los barrios.
18 Frente al extranjero la Colombia del interior, e incluso entre los grupos negros de otras
zonas del occidente colombiano, el término de auto-referencia empleado es "nosotros los
chocoanos". La totalidad social así designada expresa en primer lugar la pertenencia a
una comunidad que comparte habilidades en el lavado de oro y en la práctica del viaje
fluvial, en el seno de una naturaleza y de un clima, cuyas particularidades son
frecuentemente evocadas. En segundo lugar, la frase reiterativa: "en el Chocó todos
somos más o menos parientes" —declaración que no puede dejar de llamar la atención del
observador europeo por tratarse de un territorio más grande que Bélgica y lleno de
obstáculos naturales para la comunicación—, representa a la comunidad chocoana como
una red difusa de parentesco con grados progresivos de inclusión a partir de la familia
restringida hasta la totalidad del grupo social.
19 Se reconocen además como chocoanos los que comparten el mismo dialecto-etnolecto
español muy fuertemente particularizado, es decir, los "morenos"3, entre quienes las
relaciones de intercambio formalizadas y llenas de condiciones no tienen lugar, lo que
favorece un comportamiento muy poco formal, centrado en una convivialidad basada en
la cooperación y el reparto. Este comportamiento deja un gran espacio para la
particularización de las relaciones interindividuales no formales4.
20 Los dos últimos criterios excluyen de la totalidad social chocoana a los blancos de Quibdó
y de otros municipios, aunque con frecuencia han sido residentes del Chocó desde varias
generaciones atrás al igual que los Emberá. Esta exclusión, que no se debe a que ignoren
la existencia de estos grupos o a que les nieguen su derecho de vivir en el Chocó,
demuestra que el término "chocoano" designa más una unidad social de autodefinición,
que una unidad geográfica de residencia ligada a la región.
21 Si pasamos del nivel de la representación al del acceso a los recursos económicos, esta
unidad social es igualmente pertinente. Las reglas flexibles de la filiación bilateral así
como el parentesco ritual del compadrazgo, conceden a los descendientes y a los
compadres derechos de explotación de los cultivos o de los yacimientos aluviales, situados
en zonas alejadas de sus comunidades de origen, así como al albergue y a la comida de su
parentela extendida. La "chocoanidad" se manifiesta entonces como la expresión de una
yuxtaposición de conjuntos comunitarios del mismo tipo flexibles y solidarios que incluye
incluso los barrios periféricos de Quibdó, la capital.
22 El río, por su lado, constituye una unidad social de co-residencia ampliada, pero cuya
función de articulación parece ser más simbólica que económica, incluso si los co-
residentes utilizan su entorno en forma coordinada. No existe, de hecho, ninguna
actividad ligada a la subsistencia, ninguna forma de colaboración que requiera la
movilización del conjunto de los co-residentes de un río. Lo que define el contorno de esta
unidad es: los ritos de nacimiento que ponen al recién nacido en contacto con el agua de
51
***
potenciales o reales—, así como el conflicto, latente, de una autoridad nacional que acepta
difícilmente su falta de control sobre los grupos locales.
27 La institución de un "inspector" parece ser una respuesta a estas dos clases de conflictos
potenciales. Es inicialmente la imposición de una forma de regulación política en unas
comunidades aisladas y de débil peso demográfico, por parte del sistema jurídico
nacional. El inspector desempeña en cierta forma las funciones de juez de paz; a su cargo
está el resolver las diferencias surgidas entre los miembros de la comunidad, mediante la
aplicación de un sistema de multas que deben ser pagadas en efectivo a las autoridades
departamentales y estar acompañadas de un documento escrito y firmado por los
involucrados. Para asignar el cargo de inspector, la comunidad presenta una lista de tres
candidatos y luego la dirección administrativa del departamento elige uno de ellos. Recibe
un salario mensual que apenas le sirve para cubrir sus viajes a Lloró y Quibdó, pero no
tiene derecho de portar armas y debe continuar con las mismas actividades de
subsistencia que los demás miembros de la comunidad, ningún distintivo lo diferencia de
éstos.
28 Los candidatos —hombres de edad madura, reputados en la comunidad por su
tranquilidad— se muestran bastante reacios a aceptar el cargo, pues, según ellos, puede
"crearles problemas con la gente" e implica seguramente un aumento de sus actividades,
aún cuando el ejercicio conciliador y mesurado de esta función produzca un aumento de
su prestigio comunitario. Si lo aceptan, lo consideran como un servicio importante pero
ingrato que prestan a "su gente", y rara vez lo ejercen más de dos años seguidos, aunque
reciban la ayuda de otros adultos de la comunidad, sobre todo para escribir.
29 Los asuntos que deben arbitrar son, por lo general, leves: intrusiones momentáneas en los
cultivos o lavaderos ajenos, apropiación de un perro de caza o de una gallina, peleas de
borrachos o querellas de mujeres. Por lo general, los involucrados reconocen la necesidad
imperiosa de un tercero para zanjar los conflictos, lo que se hace después de largos
conciliábulos que el inspector realiza primero con cada uno de ellos y luego con todos
reunidos. Rara vez terminan estas conciliaciones con las multas y los documentos que
debería enviar la comunidad a la autoridad nacional. En general su resultado es una
compensación en oro o en especie, dada por una parte a la otra sin constancia escrita.
Pero en el caso, muy raro, de que el inspector trate de imponer una decisión considerada
arbitraria por los involucrados, el asunto es llevado ante la alcaldía de Lloró, compuesta
por negros, frecuentemente emparentados por un matrimonio o compadrazgo con una u
otra familia del Capá. Después, la comunidad capaseña, al escoger otro inspector, obliga al
primero a dimitir.
30 Es claro que la comunidad, al canalizar y restringir el ejercicio de esta forma de autoridad
impuesta por el Estado, le confiere un poder diferente que utiliza según sus propios
imperativos políticos. Para poder mantener en su seno un campo político difuso, no
separado de las unidades sociales regidas por la reciprocidad, la comunidad proyecta el
campo de la coacción fuera de su espacio propio, expulsándolo hacia el punto de unión del
espacio comunitario y la sociedad dominante.
31 El inspector representa a la comunidad en el exterior, sin detentar poder coercitivo, pero
sí fuertes obligaciones comunitarias. El desempeñar estas tareas de forma adecuada con el
ethos cultural, engendra un prestigio que recuerda el estatus particular del jefe en
muchas sociedades indígenas de las tierras bajas tropicales suramericanas, como en la
propia sociedad Emberá, que es también políticamente acéfala. El campo político
comunitario y la figura del inspector reflejan una estrategia simbólica que se encuentra
53
en diversas facetas del sistema social y ritual: una forma impuesta o tomada de la esfera
nacional encubre una práctica próxima a aquella, tradicional, de los indígenas, pero la
lógica de conjunto y la orientación estratégica del sincretismo que resultan de ello llevan
el sello de la innovación negra.
36 Una anotación previa se impone a propósito de las reglas. Durante nuestra investigación
etnográfica del parentesco, no obtuvimos ningún enunciado de reglas prescriptivas, ni
tampoco exégesis de los hechos regulares resultantes de las genealogías, como no fueran
del tipo "siempre se ha hecho así, porque así está bien, pero podrían hacerlo los jóvenes
de otra forma", o "es mejor así porque hay menos disputas, pero tal vez se puede hacer de
otra manera", etc. Esto significa que este sistema se instituyó sin ninguna prescripción
explícita, que fue enteramente realizado dentro de la práctica social, y que los hechos
regulares deducidos de las genealogías no son posteriormente objeto de un esfuerzo de
exégesis normativa nativa. En consecuencia, nuestro análisis versa sobre las
regularidades explicitas a partir de una práctica y cuyos cruces forman un sistema, pero
no sobre la puesta en práctica más o menos fiel de las reglas pres-criptivas enunciadas.
***
aquellos que él pudiera reconocer como tales, es decir, sus hermanos y hermanas de
madre común, pero de progenitores diferentes.
estimulaban con ahínco, pero sólo en las modalidades que permitieran reproducir
esclavos, es decir, como descendientes de una madre negra. Además, para pertenecer a la
clase dominante — cuyos límites coincidían con la frontera racial, formulada también en
términos jurídicos — era necesario poseer una ascendencia bilateral cuya única
modalidad jurídica y socialmente reconocida era un matrimonio endogámico indisoluble
entre blancos, santificado por la iglesia. Todos los que nacían de uniones que no
satisficieran alguna de estas normas, estaban destinados a conformar una matrifiliación
de hecho.
50 En esta sociedad, atravesada por diferentes jerarquías formuladas en términos de raza, de
filiación y de estatus hereditarios, la condición para una transmisión patrilateral de
estatus y de bienes era únicamente la bi-lateralidad uniracial, producto de una alianza
santificada por el derecho canónico. O sea que una descendencia bilateralmente
codificada y socialmente reconocida —cuyo signo lingüístico era la yuxtaposición de los
dos patronímicos, el paterno y el materno— constituía, en el nivel del sistema de filiación,
la frontera absoluta entre los dominantes y los dominados. La matrifiliación de hecho
contribuía entonces a la conservación y la reproducción de una organización social
bipolar, cuyo ideal era una ausencia casi total de movilidad entre sus dos componentes
asimétricos.
51 Considerando que todo niño nacido de una madre esclava se convertía en esclavo,
independientemente de la condición (la raza) del progenitor, el centro de cualquier
relación hombre-mujer no codificada pero fomentada no obstante por los dominantes era
la mujer negra, reproductora de esclavos. Esto equivalía a prohibir por todos los medios
las uniones entre negros e indias, pero no se actuaba con el mismo rigor frente a las
relaciones entre indígenas y esclavas, pues los hijos de éstas se convertían en esclavos.
Por consiguiente, el hombre negro estaba sometido a una rigurosa endogamia racial, pero
era empujado a una promiscuidad constante y diseminada, mientras que la mujer negra,
aunque fuera obligada a pasar tanto por la endogamia como por la exogamia racial en sus
sucesivas relaciones, constituía siempre un punto de identificación social y afectiva para
sus hijos. Esto conlleva a una fuerte valorización colonial de la maternidad negra
(biológica y social), opuesta a la negación radical de cualquier paternidad codificada y
socializada para el hombre negro, negación que lo constriñe al papel único de progenitor
biológico múltiple. Esta sobrevaloración colonial de una descendencia negra múltiple
repercutirá más tarde en las representaciones de la sociedad negro-colombiana surgida
de la esclavitud.
52 Hacia fines del siglo XVIII, la proporción de negros liberados aumenta dentro de la
población negra global. Sin embargo, los matrimonios católicos de éstos con mujeres
esclavas no implican una liberación automática ni de ellas ni de sus hijos comunes. Aún
así, el padre libre puede pagar por la libertad de sus hijos, y transmitirle su patronímico.
En tal caso, sus descendientes tendrán dos patronímicos, como en la costumbre hispánica:
el apellido del padre seguido por el de la madre, que a menudo eran diferentes. Los
padrinos libres también podían pagar por la libertad de sus ahijados, en cuyo caso se
añadía su patronímico al de origen. Por consiguiente, entre los nuevos negros libres de la
segunda mitad del siglo XIX, había unos pocos que podían identificarse con dos
patronímicos.
53 La Guerra de Independencia y la disolución del sistema colonial abren la libertad de
movimiento a los negros. El proceso migratorio consiguiente permite una considerable
apertura y ampliación del campo para la selección de cónyuge. Es probable que un buen
58
número de uniones de la época fuera entre parientes biológicos muy cercanos, dado que
un Ego no podía reconocer a sus hermanastros paternos nacidos en un campamento
diferente, y tampoco disponía de medios terminológicos para identificarlos, puesto que la
gran mayoría de los esclavos de un mismo propietario tenía el patronímico único de éste.
Por ende, la tendencia a casarse con el portador de un patronímico diferente aumenta
paulatinamente. Y será la incertidumbre sobre la ascendencia paterna, el
desconocimiento de los colaterales paternos, así como el de una parte de los primos
maternos, lo que sentará las primeras bases de la representación de un parentesco difuso
entre todos los negros de la región —lo que refuerza aún más el carácter reducido del
ramillete patronímico. Precisamente esto es lo que constituye hoy en día la base de la
unidad social y de la noción de "chocoanidad".
Andágueda— llega con una esposa Arias, pero que le ha dado su único patronímico a un
hijo nacido fuera de ese matrimonio. Se registra también otro grupo familiar del alto
Andágueda, el de Gonzalo Ríos que llega solo y se casa con una Arias; después, uno de sus
sobrinos (hijo de un hermano que permaneció en Andágueda) se casó con una sobrina de
su esposa (hija de un hermano) y se establece en el Capá. Para terminar, otros dos
solteros, también del alto Andágueda, un Ma-turana y un Mosquera que se casan cada uno
con una Tapias, forman el aporte exterior de la segunda generación.
66 ¿Qué pasa en esta generación con la estructuración de las tendencias que rigen el sistema
de parentesco? La nomenclatura bi-patronímica de la descendencia bilateral se precisa,
así como la "uxori-fluvialidad" como práctica residencial; los hombres que vienen del
exterior establecen su residencia matrimonial en el Capá. Además, la tendencia de casarse
entre primos hermanos, sobre todo matrilaterales cruzados o patrilaterales paralelos, se
sigue presentando en la mayor parte de los troncos, lo que tiene como consecuencia, en el
nivel de la transmisión de patronímicos, la repetición de dos apellidos idénticos (por
ejemplo, Arias-Arias). Esta tendencia —salvo precisamente en el caso de la familia Arias,
en la que parece muy pronunciada— está representada cuando más por un matrimonio
por generación en un tronco de descendencia. La repetición del matrimonio de un
hermano o hermana mayores, que parece hacerse mayoritariamente entre colaterales del
mismo sexo, parece igualmente consolidarse como estrategia matrimonial, lo que
cristaliza el intercambio entre dos grupos familiares en forma diádica. Y finalmente, la
dirección preferida de la exogamia parece fijarse en la región del alto Andágueda —en la
tercera generación con un aporte menor del Atrato medio, Quibdó y Lloró—, y sobre todo
hacia los grupos familiares con algunos de sus miembros ya parte de los fundadores de la
comunidad de Capá.
67 Es así como —para citar una constelación matrimonial particularmente clara en este
aspecto, pero que está lejos de ser la única en esta generación— se detecta a una Tapias
que se casa con un Rodríguez, de la familia Rodríguez del alto Andágueda y que se
establece en Capá. Uno de sus hijos se casa con una prima cruzada matrilateral y otros dos
contraen matrimonio con dos hermanas Mosquera que traen del alto Andágueda; los
demás hijos diversifican al máximo sus matrimonios, tanto dentro de la unidad ribereña
como en el exterior, sobre todo en Lloró, Quibdó y el alto Andágueda, preferentemente
con familias que tienen uno de los patronímicos ya presentes en el Capá. Esta última
orientación matrimonial, aunque signifique el inicio de una reciprocidad continua entre
las familias pertenecientes a comunidades ribereñas de la misma zona regional, crea al
mismo tiempo un campo de matrimonios en la frontera de lo exogámico y lo endogámico,
y ello bajo dos modalidades. O bien existe entre los dos grupos de parentesco una relación
de consanguinidad precisa, codificada y conocida, en las dos generaciones precedentes; se
trata entonces de unir mediante el matrimonio dos parentescos de un tronco de
descendencia común, separados por la residencia. O bien el patronímico común no
corresponde a ninguna relación de parentesco precisa y conocida entre los dos grupos
familiares; pertenece entonces a ese campo de parentesco difuso, cuya potencialidad y
representación se heredan de la esclavitud, campo siempre re-actualizable, que une
supuestamente de manera flexible, de tronco en tronco de descendencia, a todos los que
tienen el mismo patronímico en particular y a todos los negros del Chocó en forma más
general. Esta práctica de matrimonios orientados por el patronímico común, facilita
también la codificación y la incorporación del vínculo nuevo, no sostenido por una unidad
de residencia común, en la memoria genealógica de las dos comunidades, y al mismo
62
tiempo permite la extensión de éstas hacia los recursos de subsistencia fuera del espacio
ribereño.
68 Paralelamente, en la tercera generación se da también la incorporación mediante el
matrimonio de solteros llegados del exterior. Los tres hermanos Copete proceden de
Quibdó; dos se casan con dos hermanas Machado, el tercero nunca, a causa de una
enfermedad. Un Guevara del litoral Pacífico se casa con una Serna, y sus dos hermanas lo
hacen respectivamente con un Ríos y un Arias. Un Bejarano, originario también del alto
Andágueda se casa con una Rentería, y un Garrido de la misma comunidad se establece en
Capá con su esposa, una Obregón del alto Andágueda, seguida por su hermana que se casa
con un Gutiérrez.
69 Es esta tercera generación la que concentra una parte del espacio residencial en la
"colina" de Villa Claret; la agrupación de las casas en "barrios" expresará allí
espacialmente tanto la formación de troncos no-unilaterales de descendencia como la
orientación de sus matrimonios. También es esta generación la que inició en la década de
1950 los grandes desplazamientos hacia zonas del medio Chocó (Bebará) y hacia el área de
explotación aluvial del vecino departamento de Antioquia, donde las parejas ocupan
nuevos yacimientos auríferos. Y son también ellas las que acentuarán una tendencia que
se irá intensificando en la generación siguiente: el establecimiento a largo plazo de
algunas familias restringidas por fuera de la comunidad, al principio en algunos lugares
de origen de miembros de la generación precedente, tales como Lloró o Quibdó —donde se
agrupan unos cerca de otros en dos barrios periféricos—, y luego en la zona minera
recientemente ocupada de Zaragoza en Antioquia.
70 Las modalidades matrimoniales de estos establecimientos fuera de la comunidad son de
tres tipos: o bien una pareja formada en el Capá, se instala y ocupa a la vez terrenos y
yacimientos auríferos aún no ocupados en otra zona; o un soltero encuentra una esposa
en otro río y se establece allí; o también una mujer de Capá se establece en la comunidad
de su marido. Estas partidas no constituyen ni una pérdida de miembros para la
comunidad, ni una forma insidiosa de disgregación. Las uniones exogámicas, en efecto,
hacen parte ya sea de un campo de reciprocidad de intercambio con las mismas
comunidades ribereñas, o del parentesco difuso, que se supone vincula a todos los
chocoanos.
71 Además, la dirección de esta exogamia y estas partidas de familias restringidas apunta
hacia zonas con las cuales el resto de los miembros de la comunidad ribereña se comunica
de manera regular mediante diversas clases de viajes: estos espacios constituyen ya sea
lugares de apertura articulados a la red socioeconómica del mercado nacional (Quibdó) o
in-trazonal (Lloró), o conjugan aquella con la lógica social comunitaria (los ricos
yacimientos aluviales del bajo Chocó o de Antioquia), constituyendo ambas la extensión
periférica de la comunidad por la institución de la explotación aluvial. De este modo, el
parentesco se articula en torno a los dos núcleos culturales fundadores de ese universo: el
oro y el viaje. Entre más se tienen parientes lejanos o de primer grado más se viaja: se
tiene alojamiento y el acceso a los recursos de subsistencia asegurados por el tiempo que
sea necesario.
72 Recíprocamente, los miembros exteriores vuelven cada año para participar en las fiestas
colectivas del Santo Patrón, la Semana Santa y Navidad; y a menudo contraen, por el
bautizo de hijos, nuevos vínculos de compadrazgo que profundizan su arraigo en la
comunidad.
63
73 La estrategia matrimonial ideal que se deduce del examen de estos datos para cada
generación, consistiría entonces en realizar, en una hermandad del mismo padre y la
misma madre, tres tipos de matrimonio: una unión con una prima matrilateral cruzada o
patrilateral paralela; otros con colaterales de una misma familia, repitiendo el
matrimonio de un hermano o una hermana; y en cuanto a los demás, una diversificación
de los matrimonios, con el fin de vincularse al mayor número posible de familias
comunitarias. Esta apertura de los matrimonios prosigue hasta la cuarta generación con
la conclusión de por lo menos una unión exogámica extra-comunitaria por familia
restringida.
74 Es evidente que para realizar este ideal extremadamente diversificado, teniendo en
cuenta igualmente la mortalidad infantil9, la descendencia debe ser lo suficientemente
numerosa. Además, si cada niño implica por lo menos un matrimonio posible, también es
la base de una relación de consanguinidad ficticia de sus padres mediante la institución
del compadrazgo.
75 La comunidad de co-residentes de un río se manifiesta entonces menos como una unidad
de producción de bienes que como una de producción máxima de relaciones codificadas;
así, la riqueza demográfica de la comunidad significa un aumento de su riqueza potencial
de relaciones codificadas. Pero los límites ecológicos y sociales10 de los espacios
explotables por la dispersión y el alejamiento que significa el viaje —estrategia social de
diversificación y de fluidez —incitan hoy en día a la comunidad a condensar y unificar su
espacio habitado a lo largo del río. Al mismo tiempo, puede ampliarse, tanto mediante la
práctica exogámica como de la primera ocupación de los espacios de explotación aluvial,
cada vez más lejanos por parentelas endogámicas asociadas, y generalmente vinculadas
por repetidos matrimonios entre dos grupos de colaterales.
76 La cuarta generación prolongará todavía más las estrategias matrimoniales y de
residencia de las generaciones precedentes: el matrimonio de primos cruzados
matrilaterales o de primos paralelos patrilaterales (más frecuente en las familias Tapias y
Arias que en las demás), la repetición del matrimonio de un hermano o hermana mayores.
Al lado de estos matrimonios fuertemente endogámicos, los demás siguen mostrando una
tendencia a la diversificación, tanto al interior como al exterior de la comunidad.
77 Es interesante evocar brevemente los casos —poco numerosos— de capaseños que al
establecer una residencia extra-comunitaria no lo hacen dentro de los límites regionales.
Solteros, se establecen ya sea en el capital del departamento vecino de Antioquia
(Medellín), o en las ciudades costeras de Turbo, Cartagena y Buenaventura, o también en
los departamentos andinos vecinos, donde contraen matrimonios no sólo
extracomunitarios y extraregionales, sino incluso mixtos desde un punto de vista "racial",
es decir, se casan con blancas o mestizas andinas. La conjugación de estos dos factores —
de los cuales el segundo nunca se da sin el primero, que a su vez puede darse sin el
segundo, en cuyo caso el retorno siempre es posible— hace que vayan perdiendo el
sentido de pertenencia las dos partes: tanto la comunidad como el individuo. Es claro que
la sociedad negro-colombiana del Chocó fija en este punto los límites de su flexibilidad y
de su crecimiento.
***
64
78 ¿Cuáles son las características generales que vemos surgir a partir de estos datos? En
primer lugar, en el nivel de las alianzas matrimoniales, el sistema parece multiplicar las
posibilidades. No existe ninguna regla prescriptiva para los matrimonios, ni ninguna
fórmula global de repartición entre cónyuges posibles y prohibidos; esta última categoría
no incluye sino a los hermanastros del mismo padre y de la misma madre o a los uterinos.
La red de matrimonios se compone, en la práctica, de núcleos de uniones cercanas —
repetidas en forma diádica entre dos grupos de colaterales, o de padres e hijos (prima
cruzada matrilateral o primo paralelo patrila-teral)— rodeadas de matrimonios
"expansivos", en círculos concéntricos de proximidad social (y no solamente genealógica)
decreciente. Dentro de esta óptica, la unidad ribereña constituye la parte central, la más
densa de esta red de matrimonios y de consanguinidad. En el nivel de la filiación, no
existen grupos de unifiliación, ni tampoco límites intrínsecos asignados a los grupos de
parientes. Así pues, por la polivalencia de las relaciones de parentesco, el sistema tiene
una considerable capacidad de reabsorción, e igualmente permite la expansión. Por ende,
aparece como flexible y abierto al azar de las circunstancias demográficas e históricas. La
ausencia de reglas prescriptivas de residencia refuerza esta flexibilidad; la forma
predominante de su práctica en cada río es neo-local, pero el sistema mantiene su laxitud
frente a los límites (incluso en las zonas residenciales) entre las diferentes comunidades
locales.
79 Estas características parecen corresponder a un sistema de orientación cognática. Siendo
rigurosos, parece imprudente hablar de un sistema cog-nático, pues no hemos hecho un
examen minucioso de las condiciones terminológicas. Pero evidenciar esta orientación
del sistema negro-colombiano del Chocó permite confrontar el tronco bilateral negro y
sus estrategias matrimoniales con el "chapakau", grupo de descendencia bilateral de los
Emberá, cuyo sistema global también ha sido descrito como cognático. La flexibilidad de
este último se manifiesta en una atomización residencial, una constante movilidad, y la
resolución de los conflictos intra-étnicos con rupturas y reagrupamientos de grupos
ribereños de parentesco.
80 El paralelismo entre los dos sistemas no puede ser explicado como un simple "préstamo"
tomado de los indígenas por los negros. La rigurosa separación lingüística, residencial y
sexual que rige sus relaciones desde hace siglo y medio en esta zona chocoana contradice
esta hipótesis, tanto más si se considera que los matrimonios interétnicos siguen siendo
firmemente prohibidos por ambos y que la transgresión —muy rara— de esta prohibición
coloca a la pareja así constituida al margen del código de los dos sistemas de parentesco y
de los espacios residenciales de cada grupo. Nos parece más bien que una conjunción de
factores convergentes explica la orientación cognaticia del parentesco entre los negro-
colombianos del Chocó. La flexibilidad estructural y la capacidad de reabsorción y de
expansión de este tipo de sistema fueron sin duda esenciales para estos conjuntos
atomizados de individuos, desprovistos de cualquier lazo social formal, y que tras salir de
la esclavitud enfrentaron el reto de ocupar tierras prácticamente deshabitadas. Las
características ecológicas de este hábitat, así como el pasado social de los nuevos
ocupantes, los empujaron a una economía de extracción, poco compatible con un
territorio local, y con la conformación de grupos locales delimitados de una vez por todas.
El deseo de movilidad surgido como contrapunto de la esclavitud pudo insertarse entre
las opciones ofrecidas por el carácter ecológico de la región y por el saber tecnológico de
los nuevos "libres". Por otra parte, el atractivo del modelo de descendencia bilateral
hispánico que prometía reintegrar al hombre negro en una esfera de paternidad
65
codificada, sin excluir a la mujer negra, fuente de identificación social colonial y punto de
condensación de las relaciones sociales y afectivas, pudo constituir otro incitante. En fin,
la percepción ulterior de la movilidad interfluvial de los indígenas en busca de una esposa
o de un terreno lejano a que tenían derecho por vía de descendencia paterna o materna,
debió también ser un apoyo del ideal bilateral y un punto de partida para la orientación
exogámica intra-étnica.
81 Sin embargo, la atomización y la ausencia de codificación genealógica y social en la raíz
de la existencia negra libre pudieron al mismo tiempo empujar al fortalecimiento de una
parte de los vínculos codificados, por la tendencia a repetir los matrimonios de los
parientes o de los hermanos y hermanas mayores y casarse dentro de un mismo grupo
familiar. Un primer esbozo de esta práctica se observa desde la colonia, cuando el vínculo
de consanguinidad ritual del compadrazgo se "traduce" en un matrimonio entre los
descendientes, con la creación de núcleos de matrimonios cercanos. Esta tendencia separa
el sistema de parentesco negro del sistema Emberá. Es más, según informan los ancianos
negros, se puede suponer también que los perpetuos conflictos intra-étnicos que
desgarraban las parentelas residenciales indígenas, llevándolos a constantes divisiones y
reagrupamientos, pudo generar un sentimiento de repudio que animó más a los negros a
incluir en la fluidez de su sistema núcleos más densos de solidaridad genealógica y
residencial.
82 La otra diferencia mayor entre los dos sistemas es de naturaleza terminológica: se trata de
la predominancia entre los negro-colombianos del sistema patronímico, sobre una
terminología española, presente pero demasiado rígida y unívoca para la clasificación de
las relaciones de parentesco. Ambos sistemas igualmente opuestos a la terminología
clasificatoria Emberá.
83 Sin duda alguna, en lugar de ser un préstamo de los indígenas, se trata más bien de una
relación dinámica de atracción-oposición basada en una herencia histórica diferente que
también marcó poderosamente esta "elección" estructural de los negros. Pero también
atestigua de la existencia de una capacidad de innovación que hace surgir una nueva
lógica de conjunto entre materiales culturales de distinta procedencia.
84 Hay una característica del sistema de parentesco negro-colombiano cada vez menos
frecuente, más perceptible en las estrategias matrimoniales que en la filiación. Se trata de
la poliginia en sus dos modalidades residenciales: la unidad poligámica de residencia, y la
residencia por grupo matrifocal. En pocas palabras, las uniones poligínicas, a diferencia
de la separación y de un nuevo matrimonio —uniones sucesivas que también existen en la
sociedad negro-colombiana—, son multi-matrimonios simultáneos. La consideración de
esta modalidad matrimonial no modifica nuestro análisis en el sentido de su orientación
cognaticia. En cambio sí nos ayuda a precisar los límites comunitarios, y además parece
introducir la cuestión de la africanidad en el sistema. Según Velázquez, la poliginia
constituye efectivamente una "supervivencia", concretamente de la cultura bantú de la
región del Congo. Pero, sea o no cierto, esta forma matrimonial se encuentra enmarcado
dentro del sistema negro-colombiano, y es sólo en estos términos que puede ser
analizada.
85 La comprensión de la poliginia nos parece ligada tanto a la naturaleza del matrimonio en
el Chocó como a la representación cultural del pleno desarrollo individual y de prestigio.
En primer lugar, la inmensa mayoría de matrimonios son uniones consensuales estables
cuya legitimidad sociológica y genealógica intracomunitaria no es sancionada por la
forma juridíco-ritual del matrimonio católico, en la cual la sociedad dominante fija la
66
número de su descendencia, y también a ese poder mágico individual que le atribuye esta
sociedad a cualquier hombre que logre establecer y mantener estable una poliginia
residencial en la que las esposas se entiendan entre ellas y con el marido.
88 La segunda variante de matrimonio en una unidad poligámica co-re-sidente está
representada en el Capá por dos casos. Aquí las dos esposas proceden de la unidad
endogámica del río, pero el parentesco entre ellas es difuso; es el que no está codificado ni
en el nivel del Ego, ni en el de las dos generaciones precedentes, campo que se expresa
por la frase recurrente "todos los capaseños somos un poco parientes". También en este
caso, la poliginia significa una diversificación simultánea de alianzas matrimoniales
comprometiendo tres troncos de descendencia a la vez.
89 La tercera variante de la poliginia juega sobre dos registros, uno en-dogámico, el otro
exogámico. Es así como una de las dos esposas procede de un tronco de descendencia
ribereño y la otra de una de las zonas en el límite de la endogamia y la exogamia —Lloró,
Quibdó, el alto Andágueda— que rodean en círculos concéntricos a la comunidad. Si la
residencia de este grupo doméstico se encuentra dentro de la comunidad capaseña, el
hombre obtiene parientes de primer grado, tanto en el río como en el exterior y le hace
ganar a la unidad ribereña una mujer, o mejor, una madre que le dará descendientes.
90 La residencia de estos grupos poligínicos puede también ser plural en el interior de la
comunidad y ordenarse en este caso en torno a cada esposa que vive con sus hijos en una
casa que le ha construido el hombre; éste vive principalmente con una de ellas pero visita
con frecuencia a la otra y participa económicamente en el mantenimiento de la familia.
Otra forma puede ser la residencia neo-local en la unidad ribereña del marido y una de
sus mujeres, mientras la otra vive en casa de sus padres, también en la comunidad.
91 Las uniones sucesivas que siguen a las separaciones constituyen también un caso
minoritario en las comunidades rurales del Chocó, pero son más frecuentes en las zonas
suburbanas de Quibdó. Son el origen de una descendencia nominalmente no-unilateral de
hermanastros cuyo principio unificador es el patronímico materno. Esta descendencia se
constituye entonces en una simetría inversa a la que proviene de los matrimonios
poligínicos. Se trata de una estrategia matrimonial que lleva también a una
diversificación de los matrimonios, pero esta vez centrada en torno a la mujer. Sin
embargo, el grupo de descendientes colaterales unificado por el patronímico materno es
nominalmente bilateral; pero en el nivel sociológico tiende hacia una definición
matrifocal, en ocasiones tocando el límite de la matrilateralidad; y será la autoridad de los
padrinos, a menudo escogidos entre los tíos maternos o entre los tíos abuelos maternos, la
que equilibre la ausencia paterna, sobre todo durante los períodos en que la madre se
encuentre sin compañero.
92 Las uniones sucesivas constituyen, en efecto, un modo de diversificación de los
matrimonios con un número considerable de descendientes, pero sólo a cambio de una
pérdida sociológica del vínculo para que otro vínculo matrimonial pueda crearse, lo que
no es el caso de la poliginia. Además, si la descendencia numerosa es un objetivo
alcanzado en este caso para la mujer y su tronco de descendencia, no lo es para el hombre
que, al romper el vínculo, desplaza su descendencia hacia la matrifocalidad, de tal suerte
que pierde y hace perder a su tronco de descendencia gran parte de su paternidad
codificada. Se puede entonces considerar que la estrategia matrimonial y el grupo de
parentesco matrifocal resultantes constituyen en cierta forma la periferia del sistema
negro-colombiano de parentesco en la medida en que el intercambio entre grupos
familiares se debilita a costa de una individualización de las uniones, corolario de una
68
sexos, codificadas o no, forman igualmente parte del dominio de "lo humano" —, se
excluye cualquier relación sexual entre padrino y madrina por una parte y padres por
otra. El orden del sexo es humano, es decir perecedero, susceptible de ruptura y de
cambio. El vínculo de compadrazgo que excluye lo sexual, y al contrario pone enjuego el
nombre, co-emergente con el alma, pertenece por lo tanto a "lo divino", y en ese sentido
es indisoluble. En esta disyunción radical entre lo divino y la sexualidad se basa el rechazo
de esta sociedad a admitir el matrimonio como sacramento, y el horror ante el discurso
de los eclesiásticos que relaciona la sexualidad con lo divino. Para los negro-colombianos,
el alma humana, no perecedera y por tanto divina, sólo comunica fuera de los límites del
cuerpo, sí perecedero. Así pues, la unión de cuerpos no puede pensarse en relación con lo
divino, y como la relación dentro de la cual se realiza está en el dominio de "lo humano",
entonces la acción mágica (como la magia amorosa) es lícita en ella.
100 El momento en que se teje el vínculo de compadrazgo es el ritual del segundo nacimiento
del niño, que supone un acto de tipo "divino" por el cual surge simultáneamente el alma y
el nombre individual; siendo su primer nacimiento, o nacimiento biológico, la
consecuencia directa de un acto "humano". El bautismo es entonces un rito de paso para
el niño, pero también lo es para los padres y los padrinos, sobre todo cuando se trata de
un primogénito, o cuando el compadre y la comadre son escogidos por primera vez. De
objetos de relaciones codificadas, se convierten en sujetos; de nominados, en
nominadores.
101 Al contrario de la consanguinidad, el compadrazgo no forma una cadena; no se transmite
como la filiación. Debe reiniciarse en cada generación, pero se cristaliza siempre en torno
a la descendencia. Estos vínculos, marcados con el signo de "lo divino", no son
transmisibles; por ende, suponen cada vez un acto que se opone al determinismo de la
consanguinidad. En este sentido, este parentesco ritual es del orden de "lo constituyente",
mientras que la consanguinidad se encuentra en el de "lo instituido". En la sutil dialéctica
de ambos se humaniza la vida biológica de un ser humano. Pero, al contrario de la alianza
matrimonial —que también es un acto— el vínculo de co-nominación es indisoluble e
incuestionable. En este sentido, se convierte en la imagen de una especie de alianza ideal,
de la que estarían excluidos el conflicto, la ambivalencia y el cambio. Un Ego no puede
tener sino un padrino y una madrina, como no tiene sino una vida terrestre, pero tendrá
tantos compadres como hijos, porque tiene la capacidad de multiplicar el don de la vida.
102 A este propósito, vale la pena anotar que dentro de la ideología negro-colombiana, el
pasaje entre el acto de procreación —que lleva el sello de "lo humano", de lo cambiable,
de lo perecedero, de lo corporal— y su fruto, el niño, se pasa de una categoría de
significación a otra: la vida y su eclosión. Ambas marcadas con el signo de "lo divino". Por
lo tanto, multiplicar el acto, ciertamente humano, de engendrar la vida, es también
multiplicar la potencialidad de los vínculos sociales tocados por "lo divino", que no son
perecederos; es realizarse armónicamente en todas las dimensiones del ser humano que
tienen valor para esta sociedad. Sólo esta multiplicación permite acceder a la vez a la
plenitud biológica individual en el placer, a la plenitud social de creación de relaciones
codificadas diversas y múltiples, y a la plenitud religiosa de oficiante múltiple de
bautismos, de nominador ritual. La exigencia de multiplicación de uniones corporales es
contraria, en su lógica, a la valoración de la duración y sobre todo al cierre de la pareja
hombre-mujer, de la que únicamente el fruto pertenece a lo divino y puede crear en torno
a sí vínculos que participan de él. Sin embargo, esta representación no implica una
valorización privilegiada del niño como tal, sino más bien la de la descendencia.
71
correspondido por los padrinos elegidos. Es decir que cualquier relación intraétnica de
compadrazgo es doble, bi-unívoca y recíproca, y en esto coincide enteramente con la
consanguinidad genealógica. Ahora bien, los vínculos de compadrazgo que involucran a
miembros de etnias o de clases diferentes no funcionan de la misma manera. Entre negros
e indígenas, el vínculo opera en un solo sentido, ya que los indígenas no pueden ser
padrinos de un niño negro.
NOTAS
1. La extrema singularidad de este dialecto y sus relaciones con el origen africano de los negro-
colombianos han sido abundantemente estudiadas. Ver especialmente los trabajos de Granda
(1977 y 1978) y de Montes (1959).
2. La comunidad de Capá-Villa Claret, como casi todas las de poblamiento secundario del Chocó,
no posee archivos ni registro civil y ni siquiera un registro eclesiástico, dado que la inmensa
mayoría de los bautizos son celebrados por los mismos negros, según la propia usanza negro-
colombiana y sin la intervención de un sacerdote. En consecuencia, la historia del poblamiento, el
censo de viviendas, así como las genealogías aquí mencionadas provienen esencialmente de
nuestra investigación etnográfica.
3. Cabe anotar que "negro", en cuanto término de auto-designación y de designación étnica no es
usado en el Chocó sino por los intelectuales de izquierda, negros o blancos.
4. Se puede constatar que este nivel de auto-referencia étnica, en el Chocó o en cualquier otra de
las regiones negras de Colombia, no contiene ninguna referencia a un pasado común de
esclavitud, y mucho menos a un origen africano compartido. Estas dos realidades históricas han
desaparecido completamente de la memoria colectiva explícita de los negro-colombianos.
5. El Chocó es desde hace tiempo una de las regiones menos violentas de Colombia, en cuanto a la
delincuencia común como a la violencia política o económica organizadas —salvo por unas
incursiones periféricas y esporádicas de la guerrilla andina y del ejército. Existe sin embargo una
excepción: la zona del Golfo de Urabá, zona de contrabando, de cría de ganado y de monocultivo
(incluidas las plantas psicotrópicas) donde en los últimos años han proliferado las milicias de
autodefensa de los grandes propietarios, y los grupos armados guerrilleros y de traficantes de
drogas. Recordemos, además, que la mayor parte de los habitantes negros —e indígenas— del
Chocó no poseen ningún documento de identidad, pero que tienen en cambio una gran
familiaridad con la selva y sus refugios. Ante esta falta de documentos y abundancia de refugios
se concentran a veces las acciones represivas de las autoridades nacionales.
NOTA EDITORIAL: Con posterioridad a la publicación original del texto (1997), el conflicto armado
colombiano ha repercutido tanto en el interior como en la costa Pacífica del Chocó.
Esporádicas pero rudas incursiones de la guerrilla (extrema izquierda) y de los paramilitares
(extrema derecha) han provocado el desplazamiento de numerosas familias al interior del país.
6. Hasta este momento, no existe ningún estudio antropológico exhaustivo consagrado al sistema
de parentesco de los Emberá ni de los Waunaná. Las indicaciones sobre este tema que figuran en
ciertos trabajos (por ejemplo, Faron, 1961; Deluz, 1974; Pardo, 1986; Stipek, 1975, e Isacsson,
1975), así como nuestras propias observaciones, llevan a constatar la existencia actual de un
sistema de descendencia de tipo consanguíneo y una práctica flexible entre la patrilocalidad, la
uxorilocalidad y la neolocalidad. Esta divergencia notable entre el pasado y el presente Emberá,
en relación con el sistema de parentesco, merecería un profundo examen de las fuentes y un
estudio consecuente y minucioso del presente.
7. Esto quiere decir que los informantes recurren ante todo a las combinaciones de patronímicos,
prefiriéndolos a la terminología española, para enunciar y definir la condición parental propia o
ajena. Así, por ejemplo, dicen: "es un Arias-Mosquera casado con una Serna-Cuesta, y yo soy un
Tapias-Arias casado con una Cuesta-Serna, entonces usted ve que [...]", en lugar de decir "somos
primos" o "es mi cuñado", etc. Términos que son mucho más unívocos y reductores, en relación
con el cúmulo de diferentes relaciones de parentesco que en general unen dos Egos co-residentes
en una misma comunidad.
76
8. Esta situación es ligeramente distinta de aquella descrita por Friedemann (1971 y 1986, p. 37)
en las comunidades negras de lavadores de oro del río Guel-mambi (litoral Pacífico sur). Allí se
define el tronco de descendencia como un "grupo de parientes consanguíneos que remonta su
ascendencia por la vía paterna y materna hasta un ascendiente fundador del grupo. El miembro
de un tronco tiene derechos sobre los terrenos mineros y terrenos reclamados por el fundador
como propiedad de su descendencia. La condición de miembro de un tronco permite que las
gentes se integren a la vida económica de comunidades distintas que la nativa, cuando se hace
difícil la supervivencia en ella". Parecería entonces que los derechos completos de usufructo y de
transmisión de los recursos, dados por los troncos de descendencia bilateral, del litoral Pacífico
sur son menos dependientes que en el Chocó de la residencia y primera ocupación conjunta de la
pareja. Pero el principio de descendencia bilateral es común a las dos zonas negro-colombianas,
así como la flexibilidad y plasticidad de este principio para favorecer la multi-espacialidad en la
explotación de los recursos y permitir la permeabilidad de los límites comunitarios.
9. El número promedio de niños vivos por pareja en el Chocó actual oscila entre 6 y 8, pero puede
llega a ser de 10 o 12. La mortalidad infantil, muy considerable hasta hace sólo tres décadas, está
actualmente en retroceso, sobre todo gracias a las campañas contra el paludismo y de vacunación
del gobierno y entidades privadas. La natalidad, por otro lado, parece haberse estabilizado en los
últimos años.
10. Recordemos que los límites sociales de la expansión negra se constituyen tradi-cionalmente
en cada río por la existencia de las unidades residenciales Emberá en la cuenca alta; últimamente,
bajo la presión de la OREWA, el gobierno le ha concedido resguardos a los grupos indígenas (una
extensión de tierra, delimitada por el número de habitantes que pertenecen a la comunidad
indígena en su conjunto y que es inalienable). En varios ríos del Chocó, el trazado previo de los
límites de los resguardos en las cuencas altas provocó protestas negras; en el Capá la cuestión no
pasó a mayores. Los "préstamos" de terrenos (ver Capítulo I) continúan, pero indiscutiblemente
las fronteras interétnicas van endureciéndose.
11. Curiosamente, este estado de cosas no se presenta de manera explícita en las genealogías
concernientes a las generaciones precedentes, a pesar de su precisión en otros niveles y del
principio de la doble transmisión del patronímico. Sin embargo, un examen más atento de su
circulación saca a la luz la notable frecuencia de ciertos patronímicos en primer lugar —como el
del padre—, lo que sugiere para algunos hombres un número de descendientes que supera los
límites biológicos de un ciclo de procreación femenino. La poliginia parece entonces ocultarse en
el nivel de la matridescendencia. Por ende, debemos centrar nuestro análisis en las cinco uniones
poligínicas que existen actualmente, aunque refiriéndonos a informaciones no formalizadas de
las genealogías del pasado.
12. Estos no se volverán inteligibles sino relacionados con las representaciones — cuyo conjunto
forma una ideología, en el sentido dado a este término por L. Dumont (1971, p. 15) — propias de la
sociedad negro-colombiana, representaciones que se articulan en torno a la reproducción
humana y a los componentes de la persona (ver sobre todo los capítulos V y VI).
13. Mintz y Wolf, 1950, p. 126. La otra función que le atribuyen, la de "estructurar verticalmente
las relaciones individuales o familiares entre miembros de diferentes clases", no la escogen sino
rara vez los miembros de las comunidades rurales del Chocó; por el contrario, en las zonas
suburbanas del Chocó y en las grandes ciudades costeras se recurre mucho más a ella, al escoger
compadres entre los miembros mulatos o blancos de clase media, estrategia que le facilita al
ahijado un cierto ascenso social.
14. Utilizamos el término "ego-centrado" para especificar las relaciones interindividuales
codificadas, centradas en un Ego de referencia. Entre los negro-colombianos, las relaciones
intercomunitarias codificadas por el padrinazgo ritual se centran tanto en el Ego de referencia
como en una comunidad ribereña de referencia.
77
15. Nos parece ver en esto tanto una expresión adicional de la especie de "tentación"
matricentrada que ronda en el conjunto de este sistema de parentesco, desde la esclavitud hasta
el presente, como un recuerdo subyacente de aquella, en el que el padrino cumple, de cierto
modo, las funciones de un tío materno (ver supra).
78
El espacio habitado
4 Ningún rito preside a la construcción de la casa negro-colombiana, aunque su
inauguración da lugar a una fiesta de carácter profano acompañada de bebida y de
prácticas mágicas de "limpieza". Al contrario de muchas sociedades, no existe un campo
semántico propio que connote simbólicamente la casa en cuanto tal. Desde el punto de
vista de su estructura espacial, la casa negro-colombiana del Chocó posee en grandes
líneas las mismas características en las comunidades ribereñas que en los barrios que se
extienden en torno al centro administrativo de Quibdó.
5 Al contrario de los tambos redondos de los Emberá, esta casa es cuadrada, de madera, con
el techo —cónico o plano— de palma seca o más recientemente de zinc. Acostumbra ser
sobreelevada y se sostiene sobre pilotes de madera. En su interior hay primero una pieza
grande, luego un estrecho pasaje con una o dos alcobas pequeñas, y atrás una gran cocina
abierta, con pequeños cultivos de plantas medicinales de uso corriente y algunas veces de
plátano. Los cultivos son protegidos con cercas para evitar que los pollos, los cerdos o los
perros que duermen bajo la casa los destruyan. Existen dos entradas: la puerta de la
fachada, que conecta con la pieza grande y permanece abierta durante el día y cerrada
durante la noche; y la cocina, que está permanentemente abierta. La puerta principal de
las casas dispersas a lo largo de los ríos está siempre mirando hacia el río, mientras que en
los núcleos de las aldeas, donde las casas forman calles, las puertas principales se miran
entre ellas. Sin embargo, entre estas casas siempre existe un pasaje lateral, de modo que
se puede llegar atrás sin atravesarlas o sin darle la vuelta a toda la calle.
6 Un eje horizontal imaginario divide la casa en dos. La parte de "adelante", y en particular
el umbral elevado, son considerados el espacio de la sociabilidad masculina. Igual sucede
con la calle, tal como lo indica la recurrente expresión de los informantes: "el hombre en
su calle". En efecto, cuando regresan de los cultivos o del monte, los hombres permanecen
allí, sentados o de pie, sosteniendo charlas interminables y a veces también consumiendo
su comida. Las mujeres no pasan por ahí sino fugazmente, cuando llaman a los niños, para
servirle la comida a los hombres o para ir a la tienda. Tampoco los hombres pasan por la
parte de atrás, pues la cocina y el pequeño cultivo que la rodea son espacios exclusivos de
las mujeres. Ellas se encargan primordialmente del cultivo de las especias y de las plantas
medicinales y su lugar de reunión es la cocina.
7 Así, la parte de atrás de las casas —la cocina y el pequeño huerto— forma un continuum
espacial femenino que los hombres no frecuentan, y donde las mujeres —incluso las niñas
desde los 6 o 7 años— circulan de casa en casa, trabajando lado a lado, prestándose
80
debe molestar a los santos ni a los muertos en su casa". De hecho, la relación con los
santos sólo se vuelve familiar por el pacto individual que permite integrar a uno o dos de
ellos en la casa, o en el momento de las procesiones festivas —en Navidad, Semana Santa o
la fiesta de San Antonio— cuando los sacan de lo que consideran su habitación exclusiva,
para pasearlos por la aldea y por el río. Se piensa que esta incorporación de los santos al
espacio propiamente humano, el sacarlos de su retiro, los vuelve más próximos, mas
asequibles a los ruegos y pedidos de los humanos. Si su concentración en la iglesia los
vuelve lejanos, imprevisibles y temibles, obligando a la persona a tener una actitud de
reserva medrosa y de no-comunicación —de silencio—, so pena de ser tocada por su
frialdad patógena, en cambio el ritual colectivo o privado que los dispersa en el espacio de
los hombres los "calienta"2 y los vuelve tributarios de una ruidosa familiaridad.
13 Sucede lo mismo con el cementerio, considerado el lugar predilecto de los "muertos
errantes", aquellos a los que el rito funeral no ha logrado desarraigar del mundo de los
vivos y enviar al Reino de los Difuntos. Por lo tanto, el cementerio es un terreno de caza
nocturna del Diablo que trata de atraerlos hacia el infierno. De los rastros invisibles de
esta presencia diabólica en el cementerio y de la fuerza conjugada de los muertos
proviene el peligro opuesto: la pérdida de fuerza para los humanos. Al igual que la iglesia
cerrada, el cementerio tiene fama de ser un lugar frío y oscuro. Cuando las mujeres han
pasado por ahí, al llegar a su casa deben esperar un tiempo antes de entrar en la cocina,
considerada el lugar caliente por excelencia. Por otra parte, el cementerio y la iglesia no
son espacios marcados sexualmente. Esta distinción, vigente en el espacio habitado, se
desdibuja en estos lugares de apertura hacia los mundos de lo "divino" y de lo "malo",
contiguos a la muerte. Se cree que un comportamiento demasiado animado despierta a los
muertos y los hace desear la compañía de los vivos, y entonces, cerca del cementerio,
tocan con su aliento helado al imprudente, o en la noche se acercan a las casas. Estos
contactos intempestivos y no rituales con los muertos tienen fama de producir un
prolongado estado de melancolía y de apatía.
14 La parte cubierta de maleza es igualmente un lugar por el que se circula a pie y que
conviene cruzar rápidamente y sin hablar. La llaman "selva chica" o también "monte
podrido"; estos dos términos sugieren que es vista como una especie de modelo reducido
y degradado de la gran selva cuya masa densa se cierne de cerca sobre las casas. Dicen
también que es "un lugar oscuro", una "tierra fría y húmeda" (cenagosa). Este carácter de
la tierra que no permite que se deslice o se evapore la lluvia, sino que "la chupa para
abajo", también es propio del interior de la gran selva; y se opone a la propiedad que los
negros le atribuyen a la tierra del espacio habitado o despejado, llamada "tierra buena" y
considerada "caliente", donde el agua puede circular horizontal y verticalmente. La "selva
chica", como el cementerio, pertenece al dominio de la podredumbre, tanto por la
vegetación húmeda y espesa que recuerda la selva, como también porque los residentes
tiran allí a menudo toda clase de basuras. Lugar de descomposición vegetal salvaje,
también es un muladar de objetos y alimentos que se pudren, y de todo lo que se devuelve
al espacio salvaje después de haber sido consumido culturalmente. Apartarse del sendero
que la atraviesa, pararse para hablar allí, hace que "se levante la podredumbre" de la
selva chica y condene al imprudente a accesos alternativos de frío y de calor. Por lo tanto,
este lugar, ubicado en el centro mismo del espacio habitado, es donde la cultura se
degrada en naturaleza a través de la indiferenciación de la podredumbre.
15 Existe también un tiempo cuya representación es paralela a la de estos espacios
intermediarios ubicados en el territorio habitado. Es la noche, tiempo de la oscuridad en
82
el que "todo se parece", como dicen los lugareños, y que es cómplice de esos dos espacios
que desdibujan los límites. La noche hace "bajar a los muertos" que se acercan
ilícitamente a las casas, y también hace "levantar la podredumbre" de la selva chica,
llevando sus olores nauseabundos y malsanos en ráfagas ardientes o heladas hasta el
espacio habitado.
16 Espacios de paso, los contornos de la iglesia, el cementerio y el terreno cubierto de
maleza, tienen la impronta de lo no-humano lejano y sin embargo cercano: la del más allá
sobrenatural y de la muerte, y la del proceso natural de pudrimiento. Estos dos universos
desdibujan los límites de las distinciones culturales. Tal vez sea este carácter lo que
explica que acercarse a ellos por fuera de un contexto ritual condene literalmente a los
hombres al silencio.
17 Son pocas las iglesias y cementerios de todos los ríos del Chocó que se encuentran en
puntos elevados en relación con el espacio habitado. Sin embargo, en las conversaciones
cotidianas, siempre se dice "arriba" para referirse a ellos. Por el contrario, al hablar de las
tierras cubiertas de maleza que separan los grupos de casas y que están, ellas sí, a un
mayor nivel de altura, lo usual es que se diga: "pasé por abajo". Aunque "arriba" y "abajo"
corresponden a espacios concretos, estos términos no señalan una diferencia de relieve
sino más bien una representación escalonada del mundo, inscrita en el idioma espacial
del hábitat. Es así como los habitantes del Capá, hombres y mujeres, justifican el miedo
que manifiestan ante la sola idea de aventurarse en la noche fuera de la casa con términos
que nos parecieron bastante misteriosos al principio de nuestra investigación. El
enunciado "salir de noche es peligroso porque lo alto baja y lo bajo sube", no se aclara si
no se tiene en cuenta esta representación escalonada del mundo, entre "divino",
"humano" y "podredumbre", y el carácter móvil, sin límites fijos, del mundo nocturno
que moviliza lo "alto" y lo "bajo" contra el mundo de la vivienda humana, en el medio.
18 Si la iglesia y el cementerio constituyen la apertura hacia un mundo supra-cultural (lo
alto) de los santos y de los muertos, el espacio cubierto de maleza constituye, por el
contrario, un mundo infra-cultural, también limítrofe con el de los hombres, el universo
de la podredumbre (lo bajo). Estas dos zonas se presentan como los límites de la cultura,
en el centro mismo de ésta. Se trata de espacios móviles, capaces de desafiar y de privar,
con ayuda de la noche, al mundo humano de diferenciaciones y de límites claros. De este
modo la "podredumbre que se levanta" de lo bajo al confundir lo caliente y lo frío, y los
espíritus de los muertos que "bajan" de lo alto hacia las casas mezclando la muerte con la
vida, se unen ambos en la creación de lo indiferenciado. La permutabilidad entre estos
espacios y el tiempo nocturno de la oscuridad es el indicio de una representación general
del espacio-tiempo en términos de una convertibilidad recíproca, como igualmente lo
veremos en el contexto cotidiano.
19 Vimos que en el interior de cada casa se articula una división horizontal entre lo
masculino y lo femenino. Pero el espacio de las casas representa también una intersección
vertical entre lo alto, marcado por "lo divino" y lo bajo asociado con la podredumbre
salvaje, sus dos límites. Observaremos que el escalonamiento entre "arriba" y "abajo"
estructura igualmente los espacios fuera de la vivienda; como ocurre en torno al eje río
arriba-río abajo.
20 ¿Cuáles son entonces los términos dentro de los cuales esta sociedad vive el conjunto del
espacio así construido ? En primer lugar, el mundo de las casas es un punto de partida
para todas las formas de desplazamiento que llaman "viaje", el acto disyuntor por
excelencia: embarcarse en la canoa. La casa es también el lugar de la única "buena
83
muerte" para los miembros de la comunidad, la que le permitirá "irse bien". Está marcada
por el sello de lo divino, tanto bajo la forma "domesticada" de los rituales individuales y
colectivos, como bajo la de la presencia imponente, silenciosa y temible de la iglesia. Es el
espacio habitado que los santos de la iglesia "reconocen" en las procesiones durante las
fiestas comunitarias; el lugar donde el mundo de lo "divino" y de lo "humano" pueden
comunicarse plenamente. Y precisamente estas salidas de los santos de la iglesia, que
cierran momentáneamente el espacio del grupo de casas: constituyen los únicos
momentos del año en que debe ser suspendido cualquier embarque, cualquier viaje.
21 Además, este espacio-tiempo de las fiestas es también la ocasión para el encuentro con los
Emberá, mediatizado por el intercambio: éste comienza al concluir un ritual que sella las
relaciones de compadrazgo interétnico, el bautizo de los niños indígenas realizado por
parejas negras. A través del acto ceremonial, el reparto de la comida, la bebida, el techo y
el diálogo, la paradoja entre lo semejante y lo diferente, lo familiar y lo extraño, recibe la
solución más satisfaciente para ambos grupos.
22 Como los trabajos de lavado de oro, caza, tala de árboles y horticultura implican un viaje
cotidiano en canoa hacia lugares alejados de las casas, el retorno a éstas divide el día en
dos y separa momentáneamente a hombres y mujeres después de la dispersión individual
o familiar. La aldea es un lugar donde el cazador solitario, el miembro de una familia
restringida que colabora en el cultivo, el miembro de un tronco de descendencia que lava
oro con sus parientes, viven y se sienten como parte de una colectividad de hombres o de
mujeres, más allá de los vínculos familiares. El espacio de la vivienda es un lugar de "no-
trabajo" para los hombres, reunidos por sus conversaciones en el umbral de la entrada
principal de la casa o en la tienda. Las mujeres se reúnen en el fondo de las casas o en la
orilla del río, donde trabajan codo a codo. Al atardecer, el río reúne a los hombres, las
mujeres y las diferentes generaciones, en una pesca colectiva que muchas veces es
considerada más como un juego que un trabajo.
23 Así, el espacio de la casa representa la negación de la colaboración familiar entre los
sexos. En cambio, es el lugar de la afirmación de la masculinidad y de la feminidad en
tanto alteridades culturales complementarias. Es igualmente en este espacio habitado que
se manifiesta la faceta culturalmente "domesticada" de la alteridad Emberá; el tiempo del
ritual del bautizo y de la fiesta se hace complementaria del ethos negro.
individuo para cazar o para talar los árboles que utilizará después en la construcción de
las casas o de las canoas que venda en la ciudad.
25 Este universo parece simétricamente opuesto al de la vivienda. Por un lado, la vivienda es
un lugar de no-trabajo para el hombre, y por el otro, la selva es un lugar de no-presencia
de la mujer. La prohibición de cualquier presencia femenina dentro de la selva es una de
las escasas normas fuertes y unívocas de esta sociedad: la separación de los sexos rige allí
en forma más radical que en el espacio habitado. En efecto, la caza con trampas o con
perros es una actividad exclusivamente masculina y además la única que se hace en
solitario. Sin embargo, el cazador que va remontando el río tras su presa (roedores
grandes, pecaríes, algunos monos), siente temor de la selva; y por tanto sólo se interna en
ella a una profundidad relativa y vuelve a su canoa para pasar la noche. La poca cantidad
de presas que obtiene puede estar relacionada con la importancia secundaria que reviste
la caza en el universo negro-colombiano, y que contrasta con la que posee entre los
Emberá3. Los indígenas tienen una relación más audaz y constante, si no más familiar con
el interior de la selva, como lo demuestra el hecho de que, al contrario de los negros,
abren y emplean senderos para atravesar la selva de un río a otro, lo que a veces implica
marchas de varios días. Esta relación más íntima de los indígenas con el espacio de la
selva tiene eco en el discurso de los negro-colombianos, que los consideran más "selva",
pero ante todo más "bravos" que ellos. Ese carácter "selva" de los indígenas lo evocan los
negros a menudo cuando se refieren a lo imprevisible de sus acciones; su naturaleza
"brava" se manifiesta en la incesante brujería intra-étnica que supuestamente practican4.
A causa de esta propiedad "brava", los negro-colombianos también atribuyen a los
indígenas mayor resistencia contra las enfermedades corrientes que ellos mismos llaman
divinas. La relación así establecida entre la brujería eficaz y la familiaridad con la selva
por una parte, y entre la resistencia física y la selva por otra es eminentemente ambigua;
si plantea el problema de la alteridad étnica en términos de una mayor proximidad al
salvajismo de la naturaleza, sugiere también la relación entre una fuerza vital
acrecentada y el espacio temible de la selva.
26 En el pensamiento afro-colombiano, "vida" equivale a "movimiento" y a "claridad"; por lo
tanto viven los ríos, las nubes, el viento, el fuego, el sol, la luna, la luz del sol, las plantas,
las ramas y las hojas de los árboles, mientras que están muertas las piedras, la oscuridad,
la tierra, las hojas caídas y los troncos. Por ende, la selva se presenta como un mundo en
el que se conjugan y confunden la vida y la muerte en su componente esencial: el árbol.
Vida y muerte no están aquí separadas y localizadas como en el espacio habitado; las luces
solares y lunares no penetran jamás en la eterna penumbra de la selva, como tampoco el
viento logra mover la maleza de su suelo. Si el espacio de las casas, caliente y seco por el
fuego de las cocinas y por la luz del sol, es un lugar para la conversación, la humedad fría
y oscura de la selva "entontece" según ellos al hombre, paralizando momentáneamente su
"entendimiento" y por consiguiente su capacidad verbal.
27 La representación negra de la selva la presenta igualmente como el espacio donde el
poder de los santos y de Dios mismo son extremadamente debilitados: "El Señor y los
santos no reinan ni entran en la selva", dicen a menudo. Si el curandero, "acompañado
por Dios", debido a su aprendizaje, concentra en sí mismo "lo divino" para conservar su
entendimiento y encontrar en la selva las plantas curativas, a pesar de las trampas de las
figuras selváticas sobrenaturales; al hombre del común, que sólo quiere su presa de caza y
conservar la vida, le es recomendado no llevar ninguna imagen de santo y apartar de su
mente cualquier reminiscencia de "lo divino". Tales objetos y pensamientos despertarían
85
la cólera de los personajes sobrenaturales que reinan allí y alejarían al mismo tiempo a los
animales que el cazador persigue. En efecto, estos personajes que reinan en ese universo
denso, oscuro y sin contorno se oponen al orden del poder divino. Por lo tanto, penetrar
en la selva para matar un animal constituye una especie de doble transgresión de este
orden de lo divino: a partir de ese momento, el hombre únicamente puede contar con la
neutralidad de las fuerzas sobrenaturales salvajes y con la suspensión momentánea pero
deliberada de su identidad de cristiano para regresar con su botín al mundo de los
contornos claros, volver al río, a la casa y a lo divino.
28 ¿Cuáles son entonces los componentes de esta especie de supranaturaleza temible que la
selva encierra ? Son en primer lugar esos seres inciertos, intermedios e inquietantes en
que se convierten aquellos que "no supieron morir bien"; espíritus que anteriormente
eran sirvientes de un brujo, espíritus de los brujos mismos, de muertos solitarios víctimas
de la selva, mordidos por una serpiente o asesinados, seres que no son ni animales ni
humanos, ni vivientes ni muertos, ni masculinos ni femeninos y que vagan eternamente
por la selva ávidos de compañía humana. Es el destino al que lleva la incurable "locura de
los hombres" que acecha al cazador, ya "atontado" y privado de la palabra por el exceso
vegetal de la selva, si cede al llamado de esos seres y los sigue, o si, poseído por un deseo
irresistible —fruto de un terrible maleficio— se acuesta en la tierra, entrando en contacto
con "lo podrido". Esta locura lleva directo a la muerte, pero a una "muerte podrida", a
una muerte no humana, súbita y solitaria, contraria a las normas del "buen morir", en la
casa, rodeado de la ayuda ritual de la comunidad que se reúne para rezar la novena. Esta
muerte separa para siempre a su víctima del "reino de los muertos" y la deja flotando
eternamente entre éste y el mundo cultural de los espacios habitados y ocupados,
vagando en el universo indiferenciado del "abajo" que constituye la selva. Por lo tanto, la
mala muerte expone al poder manipulador del brujo.
29 Sin duda, éste es el espacio privilegiado del brujo, reserva inagotable de plantas maléficas
que necesita para preparar los hechizos que enviará luego dentro del cuerpo de su
víctima mediante los insectos, los pájaros o las culebras. Pero es sobre todo el lugar donde
su palabra solitaria puede crear y sellar compromisos con los espíritus de los muertos y
las diferentes manifestaciones del "enemigo" (el diablo, el mal); la selva es "la entrada"
privilegiada del "enemigo" en el mundo humano. Es entonces el espacio donde la palabra
maléfica puede causar la muerte a distancia de una persona mediante las "oraciones de
las nueve noches consecutivas".
30 La selva también es la morada de una planta alucinógena llamada "borrachero" (una
especie de Datura). Se dice que el brujo la consume en la selva, ya que su "pacto" con el
diablo lo preserva de los efectos devastadores que tiene su consumo frecuente en el
hombre común. En cambio, el borrachero le da al brujo el poder de ver, e incluso de
visitar a veces otros mundos, situados "bajo la tierra y las aguas". Para los negros, estos
son "mundos de los indios" que, se supone, el chamán Emberá ve y frecuenta
regularmente; la única característica suya que mencionan es que allí "los animales
salvajes viven con los humanos".
31 En estas representaciones, la selva aparece como un espacio de apertura hacia mundos
sobrenaturales, con los cuales una comunicación ritual benéfica parece imposible para los
negros. La selva se caracteriza por la contigüidad de la huella del diablo, los indígenas, las
plantas silvestres y los animales salvajes. Pero este carácter a-ritual de la selva también se
encarna en los personajes sobrenaturales que le son propios.
86
humanizada. Se cree que su grito enloquece a quien se acerca a la selva después del
crepúsculo, que le causa vértigo a los hombres y hemorragia a las mujeres que miran con
insistencia la masa oscura del monte. Sólo el curandero, protegido por la fuerza de lo
"divino", que impregna su cuerpo, y el brujo, a salvo por su alianza con el Enemigo,
pueden seguir impávidos ante el terror que inspiran los gritos de este espíritu femenino
eternamente atormentado por haber roto la prohibición a las mujeres de acercarse a este
espacio.
40 Las figuras sobrenaturales que reinan en la selva están circunscritas a ella. Su poder se
detiene allí donde el trabajo humano ha marcado la naturaleza con una huella duradera,
como en los terrenos despejados, en las explotaciones aluviales y en el espacio habitado.
La Patasola, la Madre-monte y la Llorona representan una especie de grado cero de la
comunicación, por quitarle al hombre la capacidad de hablar y de precipitarlo en una
locura cuya única salida es la mala muerte. Su exterioridad radical la demuestra el hecho
de que, al contrario incluso del diablo y de los espíritus de los "muertos-podredumbre",
con quienes el brujo puede comunicarse en el espacio cómplice de la selva, estos
personajes resisten a su poder de manipulación. Límites extremos de la vida y del
pensamiento humanos, estas figuras de lo inefable son sin embargo femeninas. Pero su
feminidad salvaje se halla radicalmente opuesta a la feminidad cultural que marca los
demás espacios: daña los alimentos e impide la comunicación, trae consigo la locura y la
muerte e irradia frío.
41 ¿Cuál puede ser el fundamento de esta representación ? Para los negros, todas las plantas
son de naturaleza "femenina", pero su feminidad no es concebida peligrosa ni
destructora, ya que son visibles y distinguibles. En cambio, lo que se representa en las
figuras sobrenaturales femeninas de la selva es el peligro, no dominable por la cultura,
que constituye en la ideología negra la extrema concentración y enmarañamiento de
plantas silvestres en la selva, creciendo sobre ese suelo húmedo, frío y pantanoso que
"atrae al hombre hacia abajo", y bajo esa penumbra que impide la visibilidad, penumbra
asociada a la muerte y a lo diferenciado. Recordemos que en el espacio habitado es
igualmente la concentración de los santos en la penumbra de la iglesia y de los muertos
en el cementerio, la que los convierte en seres peligrosos y enemigos de la palabra
humana. Pero al salir en procesiones o al estar en altares individuales o en ritos
funerarios el ritual los dispersa y los visibiliza, y así se convierten en agentes benefactores
y en operadores simbólicos de palabras y de actos de comunicación. Paralelamente, los
negros insisten a menudo en la necesidad de una dispersión regular de los humanos
mediante la fragmentación residencial, la apertura genealógica y los viajes: esta
dispersión se manifiesta como la mayor garantía de una coexistencia poco conflictiva. Así
pues, el repudio cultural, la plétora y a la concentración de lo idéntico parece atravesar
todos los campos de la sociedad negro-colombiana. La imagen extrema del peligro que
representan se encarna en las figuras femeninas que habitan el espacio salvaje de la selva.
42 Esta concentración vegetal connotada por el término selva está además marcada por la
feminidad, al contrario de aquella de los santos y los muertos. Ante esta feminidad, los
hombres pierden el habla, ya sea para siempre mediante la locura y la muerte a-ritual, ya
sea temporalmente, por el silencio terco de la resistencia pasiva o por la lucha despiadada
que libran el que despeja, el que tala y el que caza, contra este enmarañamiento vegetal
inextricable. En esta lucha los hombres a menudo salen perdiendo: el árbol que talan los
aplasta, las lianas los aprisionan o se ahogan en el lavadero de oro. Pierdan o ganen, la
89
relación con la selva vegetal, mujer salvaje, no es nunca de comunicación, sino siempre de
dominación-sumisión.
43 De este modo se aclara la incompatibilidad que la norma cultural establece entre la selva
y la presencia de las mujeres, por oposición a todas las demás normas que permiten en
otros espacios la estrecha colaboración y complementariedad de los sexos. Todo sucede
como si el estatus relativamente igualitario de la mujer en la práctica social negro-
colombiana tuviera como corolario esta inversión de valores: la proyección hacia fuera de
los espacios culturales de la amenaza latente de un "entre sí" femenino, cómplice de la
inextricable vegetación silvestre que destruye toda comunicación, que vuelve locos a los
hombres y los lleva a la muerte. En este "entre sí" de la feminidad que parece ser la
naturaleza silvestre de la selva, lo femenino, sin lo masculino, se presenta con los rasgos
de una madre monstruosa que engendra lo salvaje, o bien como una mujer seductora y
letal, o como una viuda loca. En cambio, en el espacio de la vivienda, la feminidad es
dominada, controlada e intercambiada entre los hombres. Cuando ha sido "calentada por
el matrimonio", como dicen los hombres, la mujer es dadora de vida y productora de
alimentos cocinados. En los demás espacios sociales como los terrenos ya despejados, los
lavaderos de oro familiares o los lugares de pesca, la mujer es un complemento y una
colaboradora indispensable muy apreciada por los hombres. Pero tanto la organización
del espacio como la de las actividades, exige que la mujer sea constantemente visible para
el hombre, que permanezca a su lado. Dejar que entren las mujeres en la selva equivaldría
entonces a permitir que desaparecieran, a dejarlas "entre ellas" sin la mediación de lo
masculino: su invisibilidad sellaría la pérdida del control que la cultura ejerce sobre ellas.
La presencia femenina en la selva aumentaría aún más el exceso de lo femenino en este
espacio, con la alianza "natural" de las mujeres y las plantas silvestres. Es la posibilidad
misma de esta alianza lo que se considera un riesgo de destrucción tanto contra los
hombres como contra la cultura.
44 La oposición así representada entre el espacio habitado y la selva parece rígida y sin
fallas; no obstante, el pensamiento y la práctica negro-colombianos introducen algunas
brechas en ella. De este modo, la "subida" nocturna de la podredumbre hacia las casas
proveniente de la "selva chica" desdibuja los límites entre el espacio salvaje y el espacio
cultural. Pero existe otra temporalidad, la del ciclo interno femenino de la menstruación
que parece permitir asimismo la irrupción del principio salvaje en el mundo cultural de la
complementariedad entre los sexos. La mujer que tiene la regla no puede ir a los
lavaderos de oro: el oro "se volaría" ante la cercanía de la sangre. Tampoco debe
participar en la pesca o tocar las herramientas hortícolas. Incluso los peces podrían
"volarse" y las malas hierbas invadir los cultivos. Si llegara a tocar la escopeta o los
perros, la caza del hombre resultaría infructuosa y el cazador correría el riesgo adicional
de perderse en la selva. Durante su período menstrual la mujer, parcialmente
"naturalizada", se recluye en el espacio habitado. Se cree que el calor que emana del
fuego de la cocina compensa el "enfriamiento"6 causado por la pérdida de sangre, y que
además neutraliza sus efectos nocivos.
45 El pensamiento y la práctica tienden otros puentes sobre la oposición irreductible entre
selva y vivienda. A la sombra de la selva, presente cerca de las casas por la movilización
nocturna de la podredumbre y por las reglas femeninas, corresponde en el espacio de la
selva la figura sobrenatural masculina, ligada al reino animal, fuerte y parcialmente
cómplice de los hombres, el Hojarasquín del Monte, en quien parece encarnarse el
carácter "bravo" de este espacio, que se refiere más a un salvajismo asociado a la fuerza y
90
El pensamiento negro percibe a las culebras como seres particularmente nocivos, debido a
su ambigüedad "entre el animal y las lianas" y por su familiaridad con los personajes
sobrenaturales femeninos de la selva, que recurren a ella con frecuencia para atacar al
hombre.
51 Por consiguiente, ciertos curanderos prefieren pedir la colaboración de las curanderas
para la búsqueda de ciertas plantas silvestres, sobre todo de las que se cree facilitan los
partos o que curan enfermedades específicamente infantiles o femeninas. De tal modo, es
el saber adquirido de la curandera lo que parece en cierta forma domesticar una potencia
femenina innata y temible. Se piensa que el "entendimiento" obtenido en el aprendizaje
refuerza en ella la parte alta del cuerpo, más caliente, más masculina que la parte baja.
52 Esta secreta y peligrosa complicidad entre la feminidad y el exceso vegetal de la selva
puede utilizarse con fines culturales. La caza y la tala de árboles razonables e
intermitentes, el reparto de la carne entre los compadres y los ahijados y la terapéutica
femenina son modalidades de la transformación de la muerte en vida, y de la naturaleza
en cultura, donde la fauna y la flora, lo masculino y lo femenino, lo salvaje y lo
domesticado se reflejan entre sí.
El oro
53 Desde su llegada al Chocó, el destino de los esclavos africanos fue vinculado al oro y su
explotación. Los descendientes libres continuaron la explotación aluvial siguiendo
diversas modalidades de cooperación y ocupando múltiples espacios. Dentro de la
topografía simbólica negro-colombiana, el sentido de estos espacios está fundamentado
en la representación del oro.
54 En efecto, la naturaleza de este metal parece constituir un interrogante para los negros
del Chocó, que lo sitúan en diferentes ejes clasificatorios con los que estructuran su
aprehensión del universo: el eje sexual, el térmico, aquel definido por la vida y la muerte,
y el de la compatibilidad con el espacio de lo "divino".
55 El oro es concebido como algo viviente: por ser móvil, puede "aparecer" o puede
"escaparse". Es "luminoso" pero sin embargo "frío". Como la luz, pertenece en una forma
general a la categoría de lo caliente, y la oscuridad a la del frío, esta ambigüedad lo coloca
en cierta forma a medio camino entre el calor, mantenido por el fuego de las cocinas,
propio del espacio habitado, y la frialdad de la selva donde reinan la penumbra y su
cómplice, la concentración vegetal silvestre. Se manifiesta así como mediador entre lo
frío y lo caliente, la feminidad y la masculinidad, la casa y la selva.
56 Además, el oro puede hacerse simbólicamente presente en el espacio habitado. Su
aparición está ligada a las noches de los "días misteriosos" de la Semana Santa. Se trata de
un momento de gracia en el que los espíritus de los que han tenido una buena muerte y
han sido enterrados en el cementerio se presentan en los sueños de sus viudas o
descendientes para indicarles el lugar de un rico yacimiento aurífero. También es durante
estos días misteriosos que el oro "asciende a la superficie de la tierra y se muestra ante los
hombres". Estos días en que ceden los límites ordinarios entre lo humano y lo
sobrenatural, el deslinde entre lo visible y lo invisible parece igualmente volverse más
tenue: el oro se hace visible sin que medien el trabajo de lavado o los sueños. En el
momento crucial de este período simbólico, el viernes santo a medianoche, se aparece la
"gallina de oro" con sus polluelos, ya sea frente a la iglesia, que está abierta, o al borde de
92
la selva, en la ribera opuesta a las casas; ésta aparición fugaz y benefactora significa para
los lavadores de oro negros que su destino, ligado al oro, seguirá un año más. El oro se
dejará de nuevo amansar por quienes en cierta forma le deben su presencia en el Chocó.
57 Si el oro es compatible con el universo de los muertos y de lo divino que se asocia al
espacio habitado, mantiene al mismo tiempo una relación de complicidad con una planta
silvestre del interior de la selva. Existe en efecto un alucinógeno del que se dice que
permite "ver el oro escondido bajo tierra". Esta planta —una subespecie de Datura— se
llama "borrachero" y posee dos formas. La que es considerada hembra da una flor blanca;
no se da sino selva adentro —de ahí lo sumamente difícil que es conseguirla— y tiene fama
de ser más fuerte y más peligrosa para la mente que la planta macho. Esta última, de
flores púrpura, puede encontrarse al borde de la selva o en cultivos abandonados; sus
hojas aplicadas en la frente o bebidas en infusión permiten ver en sueños el oro oculto,
con la condición de que la planta se haya recogido en período de luna menguante. Pero la
locura acecha a quien manipule sin precauciones la forma hembra de la planta
proveniente de la selva: para conjurar el peligro se recomienda estrictamente recibirla de
manos de un hombre, tomarla únicamente en la casa, evitar las relaciones sexuales tres
días antes de su empleo y conocer tanto la dosis exacta como las fórmulas mágicas que se
deben pronunciar antes y despues, para protegerse contra sus efectos patógenos. Las
mujeres no deben nunca tomar esta forma silvestre del borrachero, supuestamente
mortal al instante; las lavadoras de oro con menopausia son las únicas a quienes se les
permite consumir la planta macho. También aquí, el eje clasifica torio sexual vehicula la
representación del carácter silvestre de las plantas como de naturaleza femenina. El
peligro sólo puede atenuarse separándola del universo cultural femenino. La mediación
masculina es imperativa; la del dador de la planta y la del espacio donde debe consumirse.
58 Entre selva y vivienda, naturaleza y cultura, el pasado de los negros y su presente, el
brillo del oro aclara también en forma diferente la alteridad de los Emberá. Según los
negros, ellos tienen una relación eminentemente ambigua con este metal viviente. En el
pasado, dicen, los Emberá eran sus únicos poseedores; el oro les "obedecía" más que a los
blancos o a los negros. Conocían plantas silvestres en la selva que modelaban el oro en
objetos de una belleza perfecta, y ello sin ninguna intervención humana efectiva. Desde
que "dejaron de estar solos en el Chocó" no volvieron a tocarlo, pero siguen conociendo y
conservando las plantas silvestres que permiten ver el oro bajo tierra, conocimiento que
supuestamente esconden decididamente de los negros.
59 He aquí otra imagen de esta alteridad, ligada todavía a una complicidad con el salvajismo
de la selva, tanto animal como vegetal. Más aún, se piensa que es precisamente gracias a
estas plantas y no por medios culturales que los indígenas dominaron este metal
desconcertante que es el oro. La presencia de los negros —que se consideran a sí mismos
más cercanos a la cultura— parece haber despojado a los indígenas de los medios para
domesticar el oro a través de plantas silvestres, pero todavía conservan la facultad de
"verlo", aunque la mantienen celosamente dentro de los límites étnicos.
60 Suponen los negros además que los tesoros de oro enterrados con los cadáveres de los
antiguos indígenas siguen viviendo bajo tierra. Se les llama "guacas"7 y durante la Semana
Santa también se vuelven visibles a causa de la luz pálida que sale de la orilla de su
entierro. Sin embargo, tratar de desenterrarlas se tiene por empresa en extremo delicada;
para lograrlo, es necesario conocer los "secretos" apropiados, e incluso en estas
condiciones la venganza de los espíritus de los indígenas muertos no tarda en caer sobre
el audaz y su familia. Invocar el poder de Dios y de los santos se considera totalmente
93
ineficiente para protegerse, porque "los indios no creen en ellos". Esta representación
negra de la guaca, que los indígenas parecen además compartir, reconoce la vigencia de
una marca restrictiva antigua del territorio por el oro y contra el cual el sistema cultural
y religioso de los negros es impotente.
61 Paradójicamente, es también durante la Semana Santa que se supone se aparece un
"cacique de oro" en el lugar mismo donde se materializa la gallina de oro. Esta aparición,
cuya representación no existe entre los Emberá, también es fugaz y benéfica como la de la
gallina. Trae para los negros el mismo mensaje; los invita y en cierta forma los autoriza a
seguir con la actividad de lavar oro en sitios no marcados por la presencia indígena. En
otras palabras, y esta es la idea que expresan los negros, las apariciones concomitantes de
la gallina y del cacique de oro sugieren que el oro debe seguir existiendo para el hombre
que lo busca dentro de los límites simbólicos y espaciales de su sociedad, sin atentar con
la identidad del otro. Pero todo sucede como si existiera una imposibilidad de pensar la
posesión compartida del oro por los indígenas y los negros. Por ende, la intrusión de los
segundos en un pasado en el que el oro —y todo el territorio— no pertenecía sino a los
primeros; desenterrar los tesoros antiguos es castigado con la muerte que infligen los
espíritus de sus antiguos dueños. El saber aurífero secular, perteneciente a una fase
todavía no violada de la cultura Emberá, es supuestamente escondido de los negros por
los indígenas. Sin embargo, la figura del cacicque de oro, aparición benéfica de una figura
mítica asociada a ese mismo pasado indígena, autoriza hoy en día —en un momento en
que los Emberá han roto definitivamente su contacto con el oro— a los nuevos habitantes
a hacerse cargo de la explotación aluvial.
62 No obstante, estas apariciones del oro fuera de su espacio de origen no son perceptibles
sino para "los que saben verlas". Esta aptitud no solamente depende de la ingestión del
borrachero. A los que ven estas apariciones durante la Semana Santa o los visitan en
sueños parientes muertos que les muestran los yacimientos ocultos, se les atribuye un
comportamiento e intenciones acordes con las normas positivas explícitas de la ética
cultural. En este sentido, quien se proponga apropiarse del oro sin compartirlo con sus
consanguíneos y sus parientes rituales, quien busca acumularlo sin ponerlo de inmediato
en circulación a través del trueque o la donación de objetos fabricados, el que no quiera
consagrar una parte para ofrendas a los santos o que quiera usarlo para pagarle a un
brujo con el fin de enviar un maleficio a su vecino, verá el oro "huir" al acercarse al
lavadero. El lavado de oro se vuelve entonces imposible si tal persona, apodada "el mal
pecho", se encuentra entre los lavadores. Así, en este universo, el oro —bien comercial
actual por excelencia, base y expresión de la alienación esclavista del pasado— tiene
precisamente el poder de denunciar a quien, rompiendo las normas éticas internas de la
comunidad, tiene intenciones de capitalizarlo.
63 La invisibilidad del oro en un lavadero se considera siempre como una huida. Otra de las
causas es la cercanía de la sangre. Cuando ésta sale del cuerpo —por un rasguño, una
herida abierta o la menstruación de las mujeres— el oro se vuelve invisible. La sangre
pertenece a la categoría de lo caliente. Dado que en este universo la compatibilidad entre
dos sustancias resulta del cruce de cualidades contrarias, la sangre debería ser
perfectamente compatible con la frialdad del oro. Sin embargo, se cree que la persona que
pierde sangre se enfría, y es por ello que las mujeres —quienes la pierden regularmente—
son de naturaleza más fría que los hombres. Esta evolución térmica del que pierde sangre
lo acerca a la categoría de lo frío, de la cual depende parcialmente el metal. Ahora bien, el
pensamiento de los negros establece una incompatibilidad entre las entidades
94
mayor riqueza del yacimiento en cuestión, lo que quiere decir que para los habitantes de
los ríos y afluentes de reputada riqueza en el resto del Chocó, los mejores yacimientos son
siempre aquellos que están río arriba o en un río diferente. Esta percepción del valor
aurífero de un yacimiento en función de la distancia —medida siempre en términos de
tiempo, ya sea en horas de canoa o de lanchas con motor fuera de borda— tiene como
corolario los desplazamientos anuales de migración temporal que emprende la población
de lavadores de oro del Chocó durante los tres meses del verano.
75 Según el criterio de la distancia, el espacio aurífero presenta tres modalidades: las riberas
de los arroyos y afluentes relativamente cercanos a las casas, a una o dos horas en canoa;
los yacimientos de difícil acceso situados en la parte alta del río o en la de los grandes
afluentes —lugares cuya distancia no permite ir y volver el mismo día y que son
inaccesibles en ciertas épocas del año—; y finalmente los yacimientos aluviales lejanos,
situados en otras zonas del Chocó o en la zona tropical del vecino departamento de
Antioquia. A cada una de estas categorías del espacio aurífero corresponde un tiempo de
explotación específico, una modalidad de organización del trabajo y un cierto tipo de
viaje.
76 Las riberas de los arroyos y de los afluentes pequeños río abajo son lugares de actividad
de lavado de oro exclusivamente femenina que no se concentra en un período
determinado, sino que se prolonga todo el año. Estos espacios múltiples y cambiantes se
presentan como abiertos, en el sentido en que no los limita ninguna regla social precisa y
estable, en cuanto a su posesión o su uso. Las mujeres se embarcan por lo menos dos veces
por semana, solas, en parejas o máximo tres o cuatro, para lavar oro; alternan esta
actividad con la colaboración en los cultivos, la pesca, el cuidado de la casa y la
cooperación en los trabajos de lavado de oro periódicos en otros espacios auríferos. No
extraen sino pequeñas cantidades del metal, apenas lo suficiente para hacer trueque en la
tienda de la aldea por sal, café, aceite, queroseno y fósforos. Es decir, que el oro femenino
no alcanza sino para la alimentación cotidiana de una familia restringida; nunca hace
parte del circuito más amplio de intercambios festivos entre troncos de descendencia,
parientes o consanguíneos rituales. En cambio, el oro extraído de los yacimientos lejanos
es el que sostiene los gastos incurridos en las fiestas religiosas.
77 Las técnicas que utilizan las mujeres, llamada "de la batea" o "de oro regado" es la única
por excelencia solitaria entre todas las diversas tecnologías del lavado de oro negro-
colombiano. No exige ni la organización ni la adecuación del lavadero que requieren en
cambio todos los demás procesos de explotación. Su materia prima —el barro aurífero del
fondo de la corriente— y su terreno son accesibles todo el año, dada la extrema diversidad
de sitios donde se practica.
78 Este lavado de oro cuya técnica requiere una habilidad, pero monótona, constituye una
apertura femenina individual culturalmente legítima hacia el espacio exterior. Esta
actividad solitaria y exclusivamente femenina se sitúa en contrapunto con la que realiza
el cazador solitario en el fondo de la selva. La mayor parte del tiempo, la lavadora de oro
está sola como lo está el cazador; su presencia intermitente apenas marca los espacios en
que labora, fluidos y fluctuantes como los espacios de la caza. La cultura nunca marca
definitivamente ni los unos ni los otros sino que constituyen dos lugares en los que el ser
humano se enfrenta solo a la naturaleza mediante extracción ocasional, trátese del oro o
de la presa. Sin embargo, ni las dos actividades, ni sus espacios, se encuentran en el
mismo plano. La selva es el escenario de la muerte de la presa, pero también es el lugar
donde la locura y la muerte acechan al cazador. En cambio, las riberas del lavado de oro
97
86 Las migraciones anuales de larga duración en la estación del verano hacia los yacimientos
extra-fluviales constituyen un tiempo de dispersión para la comunidad. Los adultos y los
jóvenes de las familias restringidas emparentadas se dedican intensivamente a la
extracción del metal en espacios lejanos que pertenecen a una unidad más amplia: la de la
chocoanidad. En cambio, para los que se quedan —los niños menores de 10 años, algunas
mujeres y los ancianos— es una época de repliegue en el espacio ribereño, reduce aún más
la dificultad para navegar por el mínimo caudal de los ríos; es un tiempo pues de
repliegue y de autosuficiencia alimenticia. Este período, marcado por la predominancia
del lavado de oro, relaja los vínculos comunitarios mediante la dispersión, la
fragmentación de la unidad social ribereña y la proyección de sus partes en espacios
lejanos y distintos.
87 Por ende, es un tiempo caracterizado por lo aleatorio y lo imprevisto; no se pueden
controlar enteramente el retorno a salvo, la suerte y la cantidad de oro recogida. En
cambio, el período de trabajo hortícola que sigue a la vuelta de los lavadores de oro —la
limpieza de los terrenos, la siembra de maíz y de caña de azúcar, la cosecha de estos y de
plátanos— se halla bajo el signo de la reunión comunitaria. Se reactivan entonces los
vínculos mediante el intercambio festivo de objetos comprados con el oro extraído, sobre
todo durante la Semana Santa. Así, estas dos categorías de espacios-tiempos se articulan
en torno a productos con los cuales la práctica y el pensamiento negros tienen relaciones
muy distintas.
88 En efecto, los cultivos producen no solo los mismos alimentos para todo el mundo, sino
prácticamente la misma cantidad, dado el número y el tamaño bastante parecido de los
terrenos explotados por cada familia, la estabilidad del sistema climático del Chocó y la
calidad del suelo. Estos factores hacen además que los terrenos no se presten a muchas
mejoras en su rendimiento. En la alimentación cotidiana básica, hay entonces muy poca
improvisación; se caracteriza por la continuidad y la uniformidad; los pequeños
accidentes —ligados generalmente a lo inaccesible de los terrenos, debido a la subida o
bajada de las aguas— se compensan socialmente gracias a préstamos de plátanos, maíz o
caña de azúcar entre consanguíneos o parientes rituales, reembolsados al cabo de pocos
días. Los excedentes hortícolas, que se podrían vender en el mercado de Quibdó son
prácticamente inexistentes porque no hay ninguna motivación social para crearlos, y su
transporte sería difícil.
89 Por lo tanto, estos productos —al contrario del oro cuya función es privilegiada— entran
muy poco en los circuitos de comercialización con el mundo exterior y en el de los
intercambios intracomunitarios privilegiados o festivos. En otras palabras, para los
negros, al contrario del oro, las plantas alimenticias no producen sino sus mismos frutos;
están presentes en una forma estable. La madera, vendida o usada para la construcción de
las casas, la carne de caza que alimenta un canje particular e intermitente entre los
hombres, consanguíneos reales y rituales, y las plantas medicinales que se permutan
entre las mujeres, consanguíneas reales y rituales, son productos cuya partición,
donación o intercambio son soportes de espacios relacionales particulares. Las plantas
alimenticias, por su lado, son generadoras de un tipo de colaboración, pero como no están
sujetas a una escasez potencial, ni a lo aleatorio o al peligro, tienen un contenido
simbólico mínimo. Ningún ritual acompaña su crecimiento, y tampoco su preparación y
consumo. En cambio, son el soporte y el signo de una igualdad socioeconómica de base y
de la independencia alimenticia de cada familia; tienen la marca de la cotidianidad.
100
90 El conjunto de las plantas alimenticias se opone a la categoría del oro; pertenecen al suelo
(y no al subsuelo), su proceso de crecimiento y de reproducción se manifiesta periódico y
estable. Se presenta a la práctica y al pensamiento como controlable y las actividades que
requiere se consideran libres de todo peligro, pero repetitivas, al contrario de la
multiplicidad de los procedimientos tecnológicos auríferos. Se conciben las plantas
alimenticias como constantemente visibles, al igual que la feminidad cultural ideal, de la
que parecen constituir por sus características la metáfora naturalizada. Siempre se
siembran a cierta distancia unas de otras, y uno de los objetivos del deshierbe de los
cultivos será precisamente evitar su profusión, juzgada peligrosa como la concentración
vegetal selvática.
91 El despliegue de esta representación explica, tanto como las características ecológicas y
climáticas de la zona, la estabilidad cuantitativa y la ausencia de excedentes en la
producción hortícola.
92 Las plantas alimenticias se mantienen entonces separadas unas de otras, así como sus
espacios, los cultivos, están dispersos; no pueden caracterizarlas la maraña y su corolario,
la mala visibilidad, señales simbólicas del peligro no dominado. Además, los criterios para
escoger los terrenos, los procesos para limpiarlos y la gama de las plantas cultivadas
corresponden casi exactamente a la práctica hortícola de los Emberá. Por lo tanto, estos
espacios y su producto no constituyen el soporte de ningún límite simbólico interétnico,
no producen ninguna diferenciación. Estas características afectan el conjunto de las
plantas alimenticias, a pesar de que cada una de ellas ocupe un lugar en un sistema
general de clasificación.
93 Entre lo cultural y lo salvaje, lo aleatorio y lo cotidiano, el sí mismo y el otro, categorías
de las que cada espacio vivido o representado constituye el anclaje privilegiado y la
apertura hacia los otros, hay una comunicación garantizada por el curso del río y el
objeto-soporte de los desplazamientos, la canoa.
***
100 La multiplicidad de las adivinanzas en torno a la canoa revela el lugar semántico central
que ocupa este objeto, de origen indígena, en el universo negro-colombiano del Chocó.
Fuera de la riqueza y heterogeneidad del léxico que se emplea en torno a ella, la poesía
oral, y sobre todo una copla, caracteriza al hombre chocoano en estos términos:
Es mi novia la palanca
mi padrino el canalete
mi pariente la batea
Cuando cojo la palanca
ni la muerte se me arrima
102
101 Aquí el hombre y la canoa tienen una correspondencia en extremo estrecha que conjuga
las metáforas de la filiación ritual, de la unión y del parentesco. Esta relación reúne los
dos polos opuestos de la actitud negra ante los miembros de su parentela: la familiaridad
íntima cuya metáfora es la ligazón con la prometida y el respeto, matizado de reserva, que
caracteriza el vínculo de un ahijado con su padrino. La canoa es aquí metafóricamente
hombre y mujer a la vez, parientes por alianza al mismo tiempo que parientes
espirituales. El hombre y la canoa connotan de esta forma el movimiento mismo de la
sociedad.
102 No es entonces sorprendente que la canoa cumpla también un papel terapéutico. En
efecto, para detener la hemorragia de una herida masculina, se utiliza a veces el moho
que cubre las canoas inutilizables y abandonadas; hecho polvo y aplicado en la herida
detiene la sangre. Este procedimiento metafórico impone la inmovilidad de la canoa
abandonada —abandono cuyo signo es precisamente el moho que se halla en ella— sobre
esta pérdida de fuerza (pérdida de la capacidad de movimiento y de trabajo en el
hombre), significada por la sangre que corre.
103 La canoa se vuelve periódicamente el vehículo de las representaciones de lo sagrado.
Durante las procesiones, las imágenes y las estatuas de los santos bajan por el río en
canoa; en cambio nunca suben hacia el territorio indígena.
104 Se cree que este vehículo es vivo. La buena muerte del individuo significa entonces que se
separa de él para siempre. Numerosos relatos orales hablan de las "almas condenadas"
que, "llenas de envidia", se apropian de una canoa para atormentar a un hombre y
hacerla zozobrar.
105 Si el carácter vivo del río, medio y expresión de comunicación y de circulación de los
hombres, de objetos y de sustancias, puede ser convertido en su contrario por la
Madremonte, el fondo del agua también encubre una presencia sobrenatural de carácter
ambiguo que se manifiesta intermitentemente. Lo llaman "El Indio del Agua", tiene el
aspecto de un indígena anciano, pero en lugar de piernas tiene aletas. Vive bajo una gran
piedra en el fondo del agua en el curso superior del río, pero sale de allí a veces para
secarse en las riberas solitarias. Sus actos, al contrario de los de la Madremonte, no
afectan al río mismo; en cambio a veces se apodera de los niños que se alejan de los
alrededores de su casa y juegan en riberas solitarias, donde se les pierde de vista, para
llevárselos al fondo del río donde les da de comer pescados crudos. Sólo los devuelve
sanos y salvos si su padrino se tira al agua, los llama por su nombre con insistencia y le
pide su liberación.
106 Así, al río también lo habita una representación del Otro, que plantea en términos nuevos
el dilema de su existencia y de su amenaza. Esta figura subacuática es masculina, a veces
accesible a la vista y a la palabra; por lo tanto, según la lógica de las representaciones
negras, no es del todo destructiva. Marca con su presencia la parte alta del río, más cerca
de la vivienda Emberá, donde la sensación de "estar en casa" de los negros se atenúa
gradualmente. Este Indio del Agua se manifiesta entonces como un indicador pacífico de
límites, figura ambigua que recuerda el peligro de alejarse de la casa hacia esos espacios
que la proximidad del otro grupo, más familiar con la selva salvaje, hace cada vez menos
culturales. El peligro es mayor para el niño que no posee todavía la totalidad de los
recursos prácticos y simbólicos de su cultura. El riesgo de ser literalmente capturado por
el Otro, se representa, no por la muerte sino por la imagen de una vida no humana,
103
subacuática y desprovista del calor transformador de la cocina; una vida que eterniza la
indefinición cultural, al impedir que el niño crezca.
107 Pero éste puede ser devuelto a la vida humana mediante la palabra de su nominador
ritual, por aquel que lo ha hecho nacer en el orden cultural de la lengua y en conjunción
con lo divino. Este depositario de su identidad humana lo llamará de vuelta al pronunciar
su nombre y mediante un acto de comunicación con su carcelero que reconoce su
condición de interlocutor.
108 Esta representación esboza en filigrana una relación de consustancialidad entre el
nombre y la persona, representación que subyace a las estrategias de nominación. Pero la
figura del Indio del Agua esboza también la metáfora de la compatibilidad ambigua entre
los dos grupos étnicos; la de la práctica efectiva de la comunicación interétnica, tal como
se encarna en la extensión del compadrazgo para los indígenas y en la existencia de un
lenguaje de uso interétnico. Sin embargo, recuerda al mismo tiempo los límites de esta
comunicación y la alteridad irremediable del otro grupo.
cultura y los lugares a los que así se llega. Pero por otro lado, es en función misma de la
distancia que se supone que los espacios son progresivamente más ricos en recursos
necesarios, aunque a veces culturalmente ambiguos, como el oro, la caza y las plantas
terapéuticas "salvajes", que conjugan, cada cual en forma diferente, la amenaza de lo
natural y el carácter cultural. En este sentido, evocan metafóricamente la condición de los
indígenas en el pensamiento negro: habitantes de la cuenca alta, asociados con el
salvajismo creciente de la naturaleza, "no se visten, vagan en la selva, no creen en Dios y
no curan sino con la ayuda del diablo". Esta lista recurrente de las diferencias hechas por
los chocoanos siempre es puntualizada con la expresión "pero qué bravos son". La fuerza
así atribuida a los indígenas parece originarse precisamente de su contigüidad y
familiaridad con la naturaleza salvaje.
113 Pero al mismo tiempo, los Emberá tienen para los negros un carácter parcialmente
cultural, que se deriva de las relaciones de parentesco ritual establecidas con ellos,
vínculo que hace menos "bravos" a los indígenas que participan en él.
114 Navegar aguas arriba significa entonces un esfuerzo y un riesgo crecientes y una mayor
distancia por recorrer, no sólo en la práctica sino también en el pensamiento, que la
conceptualiza en términos de espacialidad simbólica. Esta distancia cultural creciente que
se debe vencer, se proyecta también en la idea de que navegar río arriba significa un
alejamiento consecutivo de lo divino —cuya morada es el espacio habitado— y el arribo
cada vez más solitario a lugares regidos por fuerzas naturales opuestas a lo divino;
espacios paradójicos donde la evocación de los santos en lugar de proteger es fuente de
peligros mortales. Tal parece como si para alcanzar la abundancia de los recursos
naturales, bases de la fuerza vital humana asociada a lo "bravo", de la naturaleza, tuviera
el hombre negro que pagar el precio de despojarse progresivamente de lo que constituye
su riqueza en su universo cultural, de sus relaciones codificadas de colaboración con sus
semejantes y de la identidad religiosa que su nombre connota. No es sorprendente
entonces que las efigies de los santos y de la Virgen que sacan de la iglesia para las
procesiones nunca las suban hacia esos espacios; siempre los llevan río abajo.
115 La parte baja del río connota en cambio un eje direccional en el cual cubrir una distancia
requiere menos tiempo, y por ende la distancia se considera menor. Bajar por el río lleva
a otras casas de negros, dispersas o juntas. Tomar esta dirección corresponde entonces
prioritariamente a acercarse a otras comunidades ribereñas del mismo tipo que
constituyen la prolongación espacial, genealógica y afín a la de origen. Las gentes del
Capá se ubican en sucesivos grados de distancias recorridas, en unidades sociales cada vez
más amplias hasta llegar a la "chocoanidad", de la que hace parte también la ciudad de
Quibdó.
116 Las obligaciones y los derechos, creados por la prolongación extraco-munitaria de las
relaciones de alianza y parentesco ritual son a menudo la motivación de los viajes: el
deber de participar en los ritos funerarios de parientes consanguíneos y políticos, la
obligación de ofrecer, ya sea regalos periódicos a los ahijados, o la fuerza de trabajo a un
padrino o un compadre, la necesidad de explotar cultivos o yacimientos aluviales en otro
río, propiedad del tronco de descendencia, son ocasión de desplazamientos de varios días
o semanas, con techo y comida asegurados en casa de familiares. Estos viajes implican a
menudo la circulación de dinero, obtenido con la venta de madera o de oro, por lo general
en Quibdó. Si las demás comunidades ribereñas no constituyen sino prolongaciones del
territorio ribereño propio, el espacio urbano de Quibdó se presenta, por su lado, bajo dos
aspectos divergentes.
105
117 Por sus barrios cuyo paisaje espacial, arquitectónico y relacional reproduce en gran
medida el de las comunidades rurales, se manifiesta también como una prolongación del
territorio propio. Pero la alteridad que encubre en relación con éste, no está delimitada
aquí por los Emberá. Este exterior del mundo comunitario negro se hace presente por la
entrada parcial que implican estos viajes a una esfera de relaciones monetarias y de
relaciones asimétricas de dependencia frente al clero y las autoridades departamentales
que representan allí al Estado. Está lógica de relaciones es prácticamente inexistente
dentro de los territorios ribereños comunitarios.
118 Este espacio cultural de "afuera" es profundamente dialéctico: tanto una prolongación del
espacio habitado propio como un límite a la lógica que lo constituye. Lindando en efecto
con el espacio de la sociedad nacional, dominio exclusivo de relaciones monetarias y de
dependencia, estos barrios están asediados por la lenta pauperización hacia la cual los
impulsa la lógica social nacional, al transformar progresivamente su frugalidad en
miseria, su dispersión en promiscuidad y su libertad en dependencia. La entrada de esta
lógica monetaria y política apremiante en los espacios comunitarios ribereños podría
prefigurar un riesgo tan importante de aniquilación de su cultura como el que implica el
interior de la selva, dominio de lo "bravo", para el individuo solitario incapaz de hundirse
parcialmente en la lógica de la selva, a costa de suspender parcial y fugazmente su
identidad cultural. Por lo tanto, la existencia de Quibdó y su alejamiento, permiten
aceptar hasta cierto punto el desafío de las relaciones monetarias y políticas que unen al
Chocó con Colombia, al mismo tiempo que hacen posible mantenerlas parcialmente fuera
del campo comunitario propio. Quibdó se presenta así como el eje de la comunicación con
la chocoanidad, dentro de la cual todos los negros se reconocen como "parientes", lugar
circunscrito de los intercambios monetarios que mantienen, gracias al oro, con el
mercado nacional.
119 "Bajar" a Quibdó corresponde entonces a aceptar el desafío de enfrentarse con esta
racionalidad sin por ello dejarse absorber, de utilizarla sin someterse a ella. Para
mantenerla a distancia de la interioridad comunitaria, integrándola a su periferia
cultural, los negros parecen desplegar una estrategia análoga a aquella con la que le
hacen frente a la selva: la suspensión parcial de la identidad cultural. En este sentido,
Quibdó y el interior de la selva son dos espacios-límites simbólicamente homólogos. Sin
embargo, dos diferencias esenciales los separan. A la existencia de una interpretación
negra abundante sobre la naturaleza salvaje de la selva, corresponde el imperativo del
silencio integral al penetrar en ella. En cambio, ningún comentario explícito verbaliza el
peligro que representa la lógica del espacio urbano para la vida comunitaria; pero al
vendedor o a los que viajan a Quibdó en busca de empleo o de favores se les recomienda
que "se defiendan con la palabra", lo que significa para los negros emplearla en una forma
mucho más intensa y enfática en las relaciones mediatizadas por el dinero o la autoridad
de lo que conviene al interior del espacio comunitario.
120 Así pues, a estos dos espacios corresponden sendas clases de relaciones que articulan
palabra y silencio, y que reproducen, con el fin de defenderse, el comportamiento
atribuido al adversario: el de la no-comunicación frente a las figuras sobrenaturales de la
selva, y a la inversa, una superabundancia verbal concebida como astuta y mentirosa
frente a los "doctores"9 de la ciudad.
121 La segunda oposición entre el espacio de Quibdó y el interior de la selva radica en la
distancia; es más corta en el tiempo para ir río abajo a Quibdó y más larga y fatigante en el
retorno, mientras que lo opuesto rige para las expediciones de caza o de tala de árboles.
106
122 A este respecto, el léxico sobre los movimientos y desplazamientos resulta esclarecedor.
Sorprende constatar la desproporción cualitativa y cuantitativa que existe entre los dos
campos semánticos complementarios; el del movimiento centrífugo y el del movimiento
centrípeto. Este último siempre se expresa con dos sinónimos semánticamente
equivalentes: "volver" y "regresar", términos no específicos en cuanto al modo del
movimiento centrífugo, para el que se usan, con la misma acepción, los dos verbos
direccionales "bajar" y "subir". Volver a la casa bajando equivale a regresar de los
espacios río arriba, más salvajes y ricos en recursos, a donde se va sólo para realizar una
actividad extractiva; volver en este caso implica una menor distancia por recorrer. En
cambio, volver subiendo significa que uno vuelve de otras comunidades negras
culturalmente similares a la propia, a donde se va para poner en circulación el producto,
para transformarlo ya sea en objetos que apoyan las relaciones sociales codificadas, como
los regalos, o en un dinero que servirá para alimentar los intercambios con la parentela y
con lo divino, bajo la forma de ofrendas. En este caso, el retorno implica mayor tiempo y
esfuerzo para el navegante.
123 De esta forma, el juego conceptual hecho posible por la percepción de la distancia espacial
en términos de temporalidad, utiliza una realidad física (la corriente y contracorriente de
los ríos) para codificar una graduación de las distancias simbólicas por cubrir. En
consecuencia, si se considera el retorno río arriba, esta dificultad creciente que se debe
superar para volver puede ir acompañada de la tentación latente que constituye para el
individuo el carácter culturalmente análogo de las demás comunidades negras. Puede
verse tentado a cambiar, a establecerse definitivamente en otro río, para librarse de las
obligaciones de reparto que implican sus vínculos de consanguinidad. Mediante el enlace
que allí puede contraer, el individuo es susceptible de convertirse en el punto de partida
de un nuevo tronco de descendencia.
124 La práctica reciente parece confirmar esta interpretación; la comunidad teme en efecto
que el establecimiento definitivo de los jóvenes en otros ríos se convierta en una
costumbre mayoritaria, lo que según piensan los ancianos "diluiría y empobrecería a la
comunidad". Por el contrario, el cambio de residencia de las jóvenes como consecuencia
de su matrimonio es considerado benéfico porque "eso crea parientes".
125 La pobreza relativa y la falta de originalidad morfológica y semántica del léxico de los
movimientos centrípetos, contrasta con la riqueza de matices semánticos y el carácter a
menudo lingüísticamente innovador del léxico sobre el movimiento centrífugo. Aunque el
término "viajar" cubre este conjunto, también adquiere, según los contextos, un
significado más preciso, a saber: "ir a Quibdó", "Coger la palanca", "embarcarse", "andar",
"caminar", "irse pa' su destino", "empuntarse", son algunos ejemplos; a menudo seguidos
por los verbos direccionales "bajar" y "subir". El término "embarcarse" significa por
extensión cualquier acto de partida de un espacio, dado que en la concepción topográfica
negra del Chocó, el agua constituye siempre el límite de cualquier unidad espacial. En el
lenguaje de los hombres, este verbo es sinónimo de "trabajar". Pero el retorno centrífugo
connotado por este verbo implica un retorno a la casa previsto para el mismo día. En
cambio la frase "irse pa' su destino", de uso cotidiano y sin énfasis, designa un
desplazamiento hacia un sitio en el mismo río o en otro, de duración indeterminada, pero
en todo caso de más de un día y que implica un retorno seguro. "Empuntarse" connota la
reanudación del desplazamiento —sin precisar la duración o el destino— después de una
parada.
107
126 En cambio, "andar" y "caminar" —verbos que en español normalizado siempre connotan
un desplazamiento terrestre—, en este contexto significan ambos un proceso continuo de
desplazamiento fluvial y terrestre, fuera del río de origen y sin un destino preciso. Este
proceso, de importante significado cultural, se identifica a una etapa del ciclo vital de los
jóvenes, la mayor parte de los cuales pasan algunos años fuera de la comunidad, sin por
ello establecerse en otra. Van de un lavadero de oro a otro, de puerto en puerto, de ciudad
en ciudad, descubriendo toda la zona de explotación aluvial del Occidente colombiano. La
idea de un retorno seguro y fijo en el tiempo no está incluida en el campo semántico de
estos lexemas, como tampoco la de establecerse en otra comunidad, es decir la de haber
decidido convertirse en otro punto de partida.
127 "Andar" y "caminar" significan entonces una clase de viaje que constituye una ruptura
temporal entre el individuo y su comunidad. Durante estos años, ningún regreso
interrumpe sus continuos desplazamientos. Este retorno o su establecimiento definitivo
en otra unidad ribereña del Chocó mediante la alianza matrimonial, marca la reinserción
del individuo en el ciclo de las demás modalidades de viaje, en cuanto adulto completo.
128 Estos años de migración no tienen un carácter obligatorio, pero son muy frecuentes y
muy apreciados si a ellos los sigue el retorno. Significan una especie de muerte del joven
para la comunidad; se va adolescente y vuelve adulto para casarse. Son las "andanzas"
solitarias, junto con el descubrimiento de su identidad étnica más amplia —que une al
Chocó con todo el Occidente colombiano, frente a la Colombia andina mestiza— lo que
impulsa dicho cambio. Solo, frente a universos extraños y a menudo hostiles, el joven está
superando una prueba, similar a la que años antes lo enfrentó a "lo bravo" de la cuenca
alta y de la selva, durante su primer embarque solitario.
129 En uno y otro caso, sólo el retorno marcará su paso exitoso a otro estado existencial. Esta
vez, las andanzas que le dan a conocer los meandros de las relaciones asimétricas, basadas
en el dinero y la dependencia, deben culminar en la escogencia consciente de volver a la
comunidad para vivir allí en adelante como adulto.
130 En esta sociedad donde ningún rito religioso sanciona el paso de la infancia a la
adolescencia, o el de la adolescencia a la edad adulta, estas aventuras solitarias, inscritas
en la topografía real y simbólica de las distancias por recorrer, equivalen en cierta forma
a una iniciación de la que nace el chocoano consciente y adulto. No es éste un paso
brusco; es temporal y espacialmente fluido y graduado, en la medida en que es una
escogencia individual y en buena parte voluntaria. El adulto que vuelve a su comunidad
habrá pasado por la iniciación más apropiada a la lógica de conjunto de su cultura; la de la
fluidez, de la identidad por y en la diversidad, y el desafío de lo exterior enfrentado por la
apertura.
131 Esta riqueza léxica y semántica de las diferentes modalidades de desplazamiento
contrasta en forma singular con la falta de topónimos, relacionados con la multiplicidad
de lugares, a menudo lejanos, ocupados por la práctica y el pensamiento. En este
universo, no se da nombre nunca a los lugares que no estén marcados por una vivienda
humana permanente y aglomerada10; fuera de éstos solamente los ríos navegables reciben
un nombre. Es así como uno "se embarca para el lavadero", o se "coge la palanca para
subir a ver las matas". Ningún topónimo facilita la memorización de la copiosa topografía
de los espacios ocupados, y sólo los lugares considerados integralmente humanos —
lugares donde el trabajo masculino está excluido— reciben una denominación propia. Es
decir, los diferentes lexemas de desplazamiento y de dirección son los únicos que
108
NOTAS
1. Frecuentemente la mujer da a luz en la cocina, cerca del fogón.
2. Los enunciados entre comillas señalan, la mayoría de las veces, las palabras de los informantes.
3. La caza, actividad a la vez cotidiana y ritual, eje de la masculinidad Emberá, de importancia
simbólica primaria en la concepción de la fertilidad y de la reproducción social, no tiene este
lugar, práctica y simbólicamente central, en el universo negro. Es apenas uno de los componentes
de la definición cultural de la masculinidad y de su "fuerza vital"; la "suerte" en el lavado de oro,
el talento para descubrir yacimientos nuevos y ricos, la posesión de una descendencia numerosa
y una capacidad pacificadora de los conflictos, basada en poderes mágicos adquiridos
individualmente, contribuyen también a definir la concepción negra de la masculinidad "buena".
4. La extensión de esta brujería intra-étnica entre los Emberá es más que un componente de la
representación negra de su alteridad, relacionado también con ciertas características de su
organización social y de su sistema chamánico. Ver: Stipek, 1975, pp. 83-86.
5. Las figuras sobrenaturales con una sola pierna son frecuentes en muchos sistemas rituales del
área bantú en África. El Ti Jean Pié Sèche del culto petro en Haití es una de sus manifestaciones
negro-americanas. Ver Heusch, 1990, p. 132.
109
sobrenaturaleza hostil, rebelde a lo "divino" y específica de la selva. Así, cada ritual negro
puede verse como una escena particular donde la desagregación de la herencia africana,
el encuentro intermitente y obligado con elementos sueltos del catolicismo hispánico y la
huella ambigua del chamanismo Emberá se funden y entrelazan en combinaciones cada
vez diferentes, dando lugar a un campo religioso parcelado como un mosaico cuya lógica
de conjunto aparece como nueva e inédita en relación con sus tres componentes
originales. Si es cierto, como dice Zapata, que "la historia cultural del negro en Colombia
debe concederle un capítulo especial a los santos, pues éstos fueron los mejores aliados de
los negros durante la Colonia, así como después de la Independencia", entonces los
indígenas y su sistema chamánico, polo de atracción-oposición, modelo ambiguo de
eficacia, contrapeso estructural y simbólico de lo "divino" procedente del catolicismo, no
contribuyeron menos a la formación del campo religioso y ritual de los negro-
colombianos, aunque su aporte siga siendo desconocido y poco estudiado1.
2 Abordaremos en primer lugar los tres períodos rituales que marcan el ritmo del ciclo
anual negro-colombiano: la Semana Santa, la fiesta del santo patrón de la unidad ribereña
y la Navidad, las tres centradas en torno a una relación particular entre el espacio-tiempo
y el universo de los santos. Los negro-colombianos otorgan al término "santo" un sentido
diferente y más amplio que el del uso católico corriente pues abarca todo el conjunto de
las entidades sobrenaturales relacionadas con la esfera divina y con las cuales considera
posible una comunicación verbal y gestual. El término designa tanto a los santos
propiamente dichos como a las diferentes manifestaciones de la Virgen y de Jesucristo,
todas representables en la iconografía por haber sido seres humanos en una época mítica.
Por ende, esta categoría excluye a Dios del número de interlocutores sobrenaturales
posibles.
3 En este sistema ritual, en efecto, ninguna palabra, ningún gesto colectivo ni individual
implica a Dios como destinatario. Las razones que se invocan al respecto son de dos
órdenes concomitantes : "Dios no se mueve desde que se fue, se alejó tanto de los hombres
que ya no se ocupa de ellos", dicen por un lado; y afirman por otro que "Dios es otro, no
tiene cuerpo, tiene demasiada fuerza en aliento y luz, y no se puede ver esta vez sino en lo
Alto, cuando uno se muere". La alteridad irreductible de Dios en relación con los hombres
se manifiesta tanto por su insoportable concentración de aliento y de luz como por su
incorporalidad, su inmovilidad, su naturaleza intrínsecamente inmaterial y su
invisibilidad radical consiguiente para los vivientes, acentuada aun más por su
alejamiento voluntario del mundo humano; de ahí la imposibilidad de su representación
iconográfica. Una vez más, la invisibilidad se manifiesta aquí, como el operador
conceptual del carácter no-ritual de una entidad sobrenatural, de la misma manera como
la condensación de lo idéntico se considera fuente de peligro. En este sentido,
paradójicamente, este Dios con el cual cualquier comunicación directa parece imposible,
es afín a las entidades sobrenaturales en que se encarna la selva; figuras fundadoras de
espacios, se manifiestan todas como los límites extremos de la palabra, el pensamiento y
la acción humanas.
4 Pero más allá de esta similitud, la naturaleza particular de la alteridad de Dios se revela
en la representación negra de la esfera de lo divino, lugar de anclaje de los santos y de los
espíritus de los "buenos muertos". Esta esfera se divide en dos: abajo se halla el "Reino de
los Difuntos", el Purgatorio, morada de los espíritus de los buenos adultos. Para designar
el nivel superior, se usa el término "arriba" o "Gloria", definido éste como un lugar
iluminado, sin límites, en el cielo, alimentado por el aliento de Dios. Es el destino de las
112
almas de los niños muertos de poca edad (los "angelitos"), el lugar donde los ángeles y los
santos viven "cerca de Él" y "tocados por su luz"2. Pero al contrario de Dios, se supone que
éstos son atraídos hacia los hombres y que desean bajar hacia ellos; su poder en el mundo
humano ligado a su capacidad de moverse entre "arriba" y "aquí", se atribuye a la
conjunción de su corporalidad y personalidad humana pasadas y la luz y el aliento divinos
que los toca, en recompensa, no por la ejemplaridad ética en la vida terrestre, en el
sentido ortodoxo católico del término, sino más bien en función del talento mágico
excepcional del que habría dado prueba en la vida. Esta representación de la naturaleza
de los santos y las migajas de luz y de aliento divinos que su movilidad lleva al mundo
humano, es lo que subyace y hace inteligible todas las relaciones de comunicación,
insertadas en los ritos colectivos o individuales, religiosos o mágicos.
5 Sin embargo, la plétora de palabras rituales, de "oraciones" y "secretos", invocaciones
cortas, estas últimas con un poder mágico defensivo, así como la variedad de cantos
funerarios, todos dirigidos a los santos, comienzan o terminan a menudo invocando el
nombre y el poder de Dios ¿Qué hay detrás de esta aparente paradoja? Al preguntarle a
los informantes, están de acuerdo en afirmar que esta invocación "recarga a los santos
con la luz y el aliento que son el poder de Dios" y que "sin eso los santos serían débiles, no
podrían hacer casi nada". Aparece aquí una concepción en cierta forma energética de lo
"divino"3, energía de la que los santos serían multiplicadores indispensables y cuya
captación y canalización hacia el mundo humano constituye, en la interpretación negro-
colombiana, la función principal de cualquier comunicación ritual con ellos.
6 Esta representación energética, subyacente en todo el campo ritual, notablemente alejada
del catolicismo oficial pasado y presente, y por su propia lógica siendo un reflejo del
sistema de pensamiento chamánico Emberá, se inscribe en una práctica ritual cuya faceta
colectiva contiene elementos gestuales y rítmicos que recuerdan el África originaria. Por
consiguiente, tendremos que examinar más de cerca este lenguaje, al abordar las fiestas
de Semana Santa, Navidad y del santo patrón.
salida de las imágenes y estatuas de los santos de la iglesia y su procesión a través del
espacio habitado, seguida de la que los lleva río abajo.
La Semana Santa
8 La Semana Santa va de domingo a domingo en el calendario católico. En cambio, para los
negro-colombianos del Chocó comienza un sábado y termina en la noche del lunes que
sigue al domingo de resurrección. El primer día se evidencia una división espacial entre la
iglesia y el exterior, división que se mantendrá durante todo el periodo ritual. Mientras
en la mañana del sábado dos hombres de edad madura, los "abridores", depositarios de la
llave de la iglesia, la abren, un grupo de mujeres casadas, "servidoras" y "vestidoras" de
los santos, la barren y adornan con flores y hojas de palma. Al mismo tiempo, las mujeres
limpian con cuidado los frentes de sus casas y decoran la sala, morada del santo de
devoción especial, con veladoras, flores y hojas de palma. Todos los elementos de la
decoración vegetal —recogidos al amanecer por las mujeres recién casadas— deben
provenir de los pequeños huertos domésticos femeninos, detrás de las cocinas, o de las
riberas cercanas al espacio habitado; el universo vegetal completamente silvestre de la
selva está radicalmente excluido del espacio-tiempo de las fiestas.
9 Durante la tarde limpian y visten a los santos. El agua recogida de un arroyo cercano se
usa para lavar el crucifijo y las estatuillas, y para limpiar las litografías. Al caer la tarde,
encienden los cirios y a su luz visten las estatuas; los abridores le entregan a las
"vestidoras" las joyas de oro, donadas a los santos a través de los años por los lavadores
de oro de la comunidad, y que sólo lucen durante los periodos rituales. Todos llevan joyas,
sobre todo la Virgen, pero nunca el Cristo crucificado o el Niño Jesús; los negros piensan
que el oro huiría de sus cuerpos, "demasiado cercanos a la luz de Dios". Luego de que los
santos han sido limpiados y adornados, las servidoras ponen a sus pies agua de un arroyo,
y a veces plátanos y pollos cocinados a su intención, "para que cojan fuerza"; después, los
abridores vuelven a cerrar la puerta de la iglesia para dejarlos "juntos entre ellos".
10 La parte común del espacio habitado —es decir, las calles— ha sido entretanto decorado
con troncos de palmas, adornados con follaje y flores. Al atardecer aparecen primero los
tambores y luego la chirimía4. Circulan botellas de aguardiente local y se inicia el baile a
ritmo de aplausos y silbidos, ritos repetidos como "oé, oá", a los que responden los
tambores. La multitud danzante recorre así el espacio habitado y se detiene en cada
esquina, frente al río y finalmente, por largo tiempo, al frente de la iglesia para "calentar
a los santos". En cada lugar que se detiene el grupo ciertos cantantes improvisados se
enfrentan con coplas jocosas, salpicadas de alusiones sexuales, que repiten en coro los
bailadores; las coplas hablan de los asuntos y conflictos menores de la comunidad, y del
poder y las aventuras atribuidos a los diferentes santos o a la Virgen. A Jesucristo y a Dios
los excluyen de estos diálogos cantados, porque según dicen "están muy lejos". Esta
representación tiende a una concepción de lo ritual, ligada a la espacialidad en términos
de distancia; ella misma recorre igualmente la sobrenaturaleza hostil de la selva.
11 Al día siguiente, en Domingo de Ramos, vuelven a abrir la iglesia; las servidoras de santos
renuevan la decoración vegetal y construyen "el altar que se mueve" de cada santo, es
decir los altares decorados en los que irán cargadas las estatuas en la procesión. Llegan
entonces los "cargadores", que para cumplir esta función se destacaron por hacer
promesas y donaciones importantes en oro o cirios. Ellos "cargan" el crucifijo, las estatuas
114
y las láminas de los santos, y seguidos por la multitud danzante, los tambores y la
chirimía, los sacan de la iglesia. Se detienen enfrente y detrás de cada casa, donde a la
entrada principal los espera una veladora encendida y ofrendas florales, y alimentos en
las cocinas; los santos hacen entonces lo que la gente se abstiene de hacer en la vida
diaria, dar vueltas a cada casa y así recorrer todo el espacio habitado hasta el
desembarcadero. Allí espera una "balsa" (plataforma hecha con seis canoas unidas con
tablas y cubiertas por un pequeño techo cónico), tripulada por cuatro hombres y seguida
por una multitud de canoas familiares, y con ellas la chirimía. La balsa de los santos
comienza su viaje por el río5, moviéndose en circulo frente a cada casa para que los santos
puedan "reconocerla". En este recorrido, animado por gritos rítmicos, batir de manos,
cantos y música, el itinerario circular de los santos reúne en una cohesión periódica, al
marcarlos con su sello, los diferentes segmentos dispersos del sistema social y del
territorio ribereño.
12 El atardecer los lleva de regreso al espacio habitado y la noche los reúne en el espacio
cerrado que les es propio: la iglesia. Pero afuera siguen la música y el baile, que se supone
los santos encuentran "sabrosos", al igual que los hombres, porque "calienta el cuerpo",
como dicen. Pero los santos no saldrán más de la iglesia; en el domingo de resurrección,
sólo el Cristo resucitado y la Virgen volverán al espacio humano, porque ese es "su día
propio".
13 El martes comienzan los "días misteriosos", con fama de desdibujar literalmente el límite
entre la vida y la muerte oscureciendo el mundo. Estos días, en los que se suspende
cualquier salida del espacio habitado, le imponen poco a poco silencio al cuerpo y a los
instrumentos musicales y marcan un repliegue temporal del espacio cultural alrededor de
la iglesia que permanece abierta día y noche entre el viernes por la mañana y el domingo
en la noche. El poder ambiguo, vagamente amenazante, asociado a este espacio se
extiende progresivamente hacia el de los hombres, que a su vez pasan allí una parte del
día cantando "alabaos", "salves", "santodios"6 y "coplas a lo divino", dirigidos por los
"abridores" y las "servidoras", también elegidos por su conocimiento de los cantos
rituales. Los santos, por su parte, habrán sido despojados de sus joyas de oro y a partir del
jueves santo no tendrán ninguna ofrenda de alimentos o bebidas. En la noche del viernes
santo, las servidoras cubren con telas blancas los muros de la iglesia. También son
cubiertos los altares en las salas de las casas, de la misma manera que en los ritos
mortuorios. Entre ese momento y la noche del sábado, el silencio se apodera de la aldea,
las canoas reposan, se prohibe bañarse en el río y el consumo de aguardiente desde el
jueves por la noche, al tiempo que se extinguen las veladoras en el umbral de las casas.
Sólo hasta el sábado al atardecer, la vida, "encogida por la muerte", recupera el derecho a
la movilidad que se supone es su naturaleza; el abridor de más edad enciende un cirio
bendito frente al crucifijo de la iglesia. Lo transporta hasta las puertas de la iglesia, donde
lo coloca mientras grita: "Cristo ha resucitado". El grito es repetido de casa en casa, las
veladoras se prenden de nuevo y después de quitar las telas del altar, los miembros de la
comunidad se reúnen de nuevo en la iglesia. Los tambores y la chirimía vuelven a sonar
afuera, invitando a una noche de baile que terminará al amanecer con un baño prescrito
en el río para "lavar el luto". Al día siguiente, Jesucristo resucitado y la Virgen, "vuelta a
vestir" con sus joyas, vuelven a salir hacia el espacio de las casas y el río. Ese día, según
dicen "cargado con luz nueva", es también el preferido para los bautismos de los niños
negros, así como de los niños indígenas. Los vínculos de parentesco ritual tejidos
alrededor de ellos este día se suponen con más fuerza por su contigüidad con "la luz
115
renovada del mundo". En la noche del domingo de resurrección los santos quedan
encerrados en la iglesia hasta su siguiente salida; las servidoras "desvisten" a la Virgen y
los abridores, después de haber guardado las joyas, dejan la puerta abierta, para que
durante la noche los santos puedan ver el baile y escuchar la música que, al igual que las
ofrendas vegetales y de agua de la fuente, se supone los "refuerza". El lunes por la
mañana, se vuelve a cerrar la puerta.
14 En la gran mayoría de las comunidades ribereñas del Chocó no hay cura. Los sacerdotes
de las grandes poblaciones y de la catedral de Quibdó intentan visitarlas por turnos
durante la Semana Santa y la Navidad pasando un día en cada una de ellas. Su presencia
acentúa aún más la división espacial y simbólica entre el exterior y el interior de la
iglesia, lugar de las misas celebradas en el recogimiento y a las que asisten las mujeres
mayores. Afuera se despliega un ritual independiente portador de un lenguaje gestual y
musical, radicalmente heterogéneo en relación con el catolicismo. Su objetivo es
"calentar" a los santos con la música, el baile y las ofrendas de alimentos.
Emberá. En efecto, aunque presentes en las fiestas del otro grupo, ni los negros ni los
indígenas —cuyo léxico gestual y coreográfico de gran parsimonia se encuentra muy
alejado del de los negros— nunca bailan con una pareja extra-étnica, y solamente una
ebriedad extrema disculpa a ojos de las dos comunidades el comportamiento de un
indígena, considerado en forma unánime como un trasgresor, que ensaya a veces
movimientos de baile parecidos a los de los negros8. Parecería tratarse aquí también de
una representación subyacente del baile, compartida por los dos grupos. Para ambos ésta
implica la búsqueda de una proximidad: para los negros, proximidad del bailador y del
instrumento de percusión —pensado éste como viviente y sexuado—, entre los santos y
los humanos, y entre el hombre y la mujer; para los Emberá, la contigüidad entre el
mundo animal, los espíritus y el bailador. Ahora bien, el reto subyacente del conjunto del
sistema de relaciones interétnicas consiste precisamente en conjurar la proximidad y en
mantener una distancia. Todo sucede como si el lenguaje no verbal de los movimientos
del baile fueran, para las dos comunidades, la clave de su diferenciación, una expresión
privilegiada de su reserva respectiva, cuyos límites se encuentran constantemente en
tensión a causa de la contigüidad geográfica y los intercambios. El silencio interétnico de
este lenguaje se manifiesta como un discurso subyacente y complementario de los
intercambios verbales; omisión en contrapunto que reafirma la identidad de cada cual
dentro de la divergencia irreductible de los orígenes.
18 En el orden de los gestos cotidianos, la indicación de objetos se hace con los labios, nunca
con los dedos. Las mujeres sostienen a su bebé con un brazo sobre una cadera, y llevan sus
cargas en la cabeza a la manera africana. El parecido entre esta costumbre y la posición
para bailar la cumbia, así como su africanidad, subrayada por Price, ilustran tanto la
continuidad entre la gestualidad festiva y la cotidiana, como su arraigo común en los
orígenes. Asimismo, la forma de moler el maíz, de caminar balanceando las caderas,
comer con los dedos, los peinados de las mujeres —con trenzas longitudinales o laterales
muy separadas— y sobre todo el lenguaje gestual del respeto y la reserva hacen
constantemente revivir un África de la que no permanece ninguna huella en la memoria
consciente de estos grupos. Ante los extranjeros, o los ancianos considerados como "casi
espíritus", en razón de su proximidad con la muerte, es una obligación el no mirarlos de
frente con insistencia, el voltear la cabeza hacia otro lado al hablarles y el girarse o el
taparse la boca para reírse.
19 Mencionaremos, para concluir, el carácter gutural de la pronunciación, la entonación
ascendente de la frase —contraria a la del español latinoamericano andino— y el hecho de
"bailar la palabra", es decir, hablar con todo el cuerpo, acompañar el discurso con una
conducta gestual, no sólo facial y manual, sino también de movimientos del tórax, los
brazos y las piernas. Tanto como las particularidades del dialecto local, el uso permanente
de este léxico gestual unifica e identifica la totalidad del universo negro-colombiano, y lo
relaciona, además, al conjunto de las Américas negras, cuyo vocabulario gestual propio
tiene una notable unicidad, más allá de la ausencia del trance religioso.
20 Es entonces sobre la coherencia de este substrato no verbal africano, constantemente
exhibido, que se articulan los rituales colectivos en torno a los santos. Si la posesión ritual
de los dioses y las lenguas nativas de los hombres parecen estar en las Américas negras
inseparablemente ligadas en su sobrevivencia o su desaparición, todo sucede en cambio
como si el lenguaje no verbal de los gestos hubiera podido separarse del ritual religioso y
de las lenguas habladas de origen, como si tuviera una cierta autonomía y relaciones lo
bastante elásticas con los marcos sociales y simbólicos de su despliegue original, para
117
poder desplazarse y ocupar nuevos espacios. La razón tal vez se encuentre en su carácter
"transétnico" en África, que habría permitido servir de base prioritaria de identificación y
de comunicación, de carácter unificador entre africanos de lenguas y de religiones
diversas, reunidos a la fuerza en la esclavitud. El cuerpo de sus descendientes sigue dando
forma precisamente a lo que las lenguas y rituales olvidados de los orígenes no pueden ya
expresar, como si esta gestualidad se inscribiera en continuo contrapunto de lo que
canaliza el sistema de pensamiento sincrético: en contraste con una identidad nueva en la
interacción de las dos otras, la del colonizador y la de los vecinos forzosos, los indígenas.
Los gestos introducen en tercer lugar, la llamada permanente de los orígenes obliterados,
pero sus huellas reviven constantemente en los movimientos del cuerpo y se despliegan
en la comunicación con los santos, vinculada en forma indisoluble con la del Otro
humano, integrado a la cultura, la mujer. Es este cuerpo, imagen de un África para
siempre lejana, convertido en soporte de una "negro-colombianidad" que se abre
audazmente hacia el universo Emberá y el cristianismo de los blancos, lo que toma por
asalto los periodos prescritos del calendario litúrgico católico para formar en él los
núcleos más importantes del ritual y dar forma a una lógica de representación de los
religioso propiamente negro-colombiano.
El Eccehomo de Raspadura
21 Entre las tres fiestas colectivas cíclicas del Chocó, la Semana Santa es la que proyecta a
menudo a las familias restringidas de las diferentes comunidades ribereñas hacia un
espacio considerado como el centro religioso de la unidad chocoana. Se trata del pueblo
de Raspadura, construido en torno a una iglesia que alberga la imagen milagrosa del
Santo Eccehomo. Cuentan que fue encontrada cerca de Popayán en 1802 por una
costurera, esclava negra propiedad de don Juan José, y que fue llevada a Raspadura por
sus descendientes libres. Esta imagen del Cristo resucitación tiene la reputación de poseer
una fuerza milagrosa excepcional que impregna todo el espacio aldeano de Raspadura.
Testimonio de ello es que el pueblo, al contrario del modelo de poblamiento lineal y
semidisperso general del Chocó, fue desde su fundación, en el siglo XIX, aglomerado y
circular; la iglesia se encuentra en el centro de la aldea, y las casas fueron construidas en
torno a ella. El lugar se consideró desde el comienzo como un espacio ceremonial, y para
los chocoanos es indispensable ir allí periódicamente durante la Semana Santa para
"recargar la fuerza". Este espacio, lugar de retornos regulares de familias restringidas
provenientes de todo el Chocó, inscribe en su suelo el modelo de deambulaciones
procesionales que anima todas las fiestas colectivas locales; éstas imprimen una lógica
circular al espacio lineal de las aglomeraciones y de las casas dispersas, las procesiones
rodean las casas y las calles, movimiento contrario al deambular cotidiano lineal que allí
separa a hombres y mujeres.
22 El lugar de Raspadura también está marcado por la geografía y la historia; el istmo de San
Pablo es, en efecto, el punto de contacto y de paso geográfico entre la zona del río San
Juan y la del Atrato, por el que las mercancías y los esclavos procedentes de Cartagena y
de Popayán accedían a la provincia del Atrato. Es entonces el centro neurálgico del Chocó,
el punto de articulación de sus dos subregiones.
23 Al llegar a Raspadura, cada familia marca su espacio ceremonial con un cirio prendido.
Para el sábado víspera del Domingo de Ramos, el bosque de cirios desborda el recinto de
la iglesia y llega hasta las casas. Los peregrinos pasan frente a la imagen del Santo
118
Eccehomo con un trozo de algodón en la mano. Lo frotan en una parte específica del
cuerpo sagrado, donde su fuerza milagrosa así capturada se utiliza como cura de un mal
situado en la parte correspondiente del cuerpo enfermo, o bien, guardarla para otro
momento con fines terapéuticos o defensivos. Este acto de captar la fuerza sólo es eficaz si
le sigue de inmediato el acto de prender el cirio, y preferiblemente el cumplimiento de
una "manda" (una promesa) familiar: la de sacar el "santo" a pasera alrededor de la
iglesia. Así, éste circula constantemente desde el altar hasta el perímetro de la iglesia. Al
atardecer del sábado, la chirimía invita al baile y a tomar en torno a la iglesia, mientras
que los "alabaos" y "salves" resuenan en su interior. Al amanecer todo el mundo se baña
en el arroyo que pasa detrás de la iglesia.
24 En la tarde del domingo de resurrección, acompañado por el cura y la multitud, el Santo
Eccehomo saldrá una última vez en procesión en torno al lugar. Al atardecer, es regresado
de nuevo al altar, cerrando así el ciclo de circulación ceremonial. Con los fragmentos de
su fuerza milagrosa que los trozos de algodón de sus dueños dispersan a todo lo largo y lo
ancho del Chocó, habrá unificado y recargado de fuerza su territorio una vez más, más
allá de la práctica cultural de dispersión e independencia de las comunidades locales.
baja, y no suben a sus casas sino al atardecer. Los indígenas, por su lado, aunque estén
presentes en la aldea no entran a la iglesia y nunca participan con sus canoas en la
procesión en el río.
27 También es en la dirección descendiente hacia la parte baja donde se halla la
prolongación ritual de esta fiesta cíclica del santo patrón hacia la unidad social chocoana.
En efecto, la de San Francisco de Asís, San Pacho, patrón de Quibdó, que va del 4 de
septiembre al 4 de octubre, reúne en el sucesivo actuar ritual de cada uno de sus barrios, a
parientes de sus habitantes provenientes de todas las zonas del Chocó. Esta fiesta, de
ambiente musical permanente, desbordante de alegría y vitalidad, con secuencias de tipo
carnavalesco cuyos mensajes de reivindicación social contestan a los políticos locales, da
vida a la integración simbólica del territorio étnico en el modo estructural de la reunión.
Aquí, no es el santo quien sale del espacio aglomerado, aunque lo recorra el último día;
son los barrios, y con ellos todas las comunidades ribereñas del Chocó, los que "llevan" su
fiesta al centro de la ciudad, delante de la catedral, así como de la gobernación, sede de la
unidad política del departamento, que lo vincula con la sociedad nacional. Si Raspadura es
el centro religioso de la unidad chocoana, Quibdó con su fiesta de San Pacho, se
manifiesta como su centro político, social y festivo.
***
"pueril", "irresponsable" y "débil de espíritu". En ese día, los adultos y los niños se
disfrazan con máscaras toscas vagamente animales, fabricadas por las familias. Entre risas
y comentarios jocosos de los espectadores reunidos en las calles, recorren la aldea en
círculo, pero en dirección opuesta a la de las procesiones de los santos. Caricaturizan
sucesivamente diversos comportamientos o "gustos" de los santos —como el carácter
demasiado colérico de San Jorge, la candidez de la Virgen, la extrema circunspección de
San Pedro, la avidez atribuida a todos los santos en materia de ofrendas, etc.—, después
las características verbales y mímicas de los indígenas y los negros cuando se reúnen, y
luego conductas exageradas de algunos miembros de la comunidad. Los niños terminan la
fiesta con burdas imitaciones del comportamiento de los adultos con ellos.
31 Esta fiesta de burlas, una auténtica inversión ritual de los puntos fuertes del sistema
cultural y religioso, parece una impronta inconsciente de África —donde abundan los
rituales de inversión— dentro de un marco católico cuyo sentido original es subvertido.
Da forma, por medio de la burla, a la representación negra de los santos y a la naturaleza
particular de la relación que se establece con ellos. Esta fiesta iguala a humanos y santos
bajo los rasgos esbozados de animales genéricos, teatralizando todo lo que en su
respectiva naturaleza se reconoce como rebelde a los constreñimientos de los valores
culturales. Pero también es uno de los principales dispositivos étnicos negros en las
relaciones interétnicas; aunque no tiene ningún equivalente entre los Emberá, este ritual
se desarrolla en su presencia y reúne paradójicamente a los dos grupos en la burla de sus
intercambios verbales caricaturizados. Finalmente, este ritual otorga la palabra a los
niños, a quienes el orden cultural condena al silencio frente a los adultos. Espejo
invertido, en el centro del espacio habitado, del sistema cultural y religioso, simétrico en
ello con el espacio lejano de la selva, esta fiesta domina y domestica, mediante la burla
ritualizada y compartida, el salvajismo subyacente atribuido tanto a los santos como a
todos los humanos.
32 El periodo ritual de la Navidad es, entre los tres que hemos señalado, el que reafirma con
más fuerza los límites de cada comunidad. Fiesta del nacimiento y de la familia, lejos de
proyectarse hacia otras comunidades ribereñas, la Navidad reafirma la independencia de
cada una de ellas. También convoca, más que las demás fiestas, al retorno de los nativos
que viven en otras partes y prohibe cualquier viaje por el río hasta el día de año nuevo.
***
33 ¿Cuál podría ser entonces el reto simbólico de esta relación con los santos que está en la
base de los rituales colectivos? El carácter de interlocutores rituales posibles, atribuido a
los santos, a causa de su condición humana pasada y de la representatividad iconográfica
que se deriva de ella, los hace visibles para los hombres. Además, por más que su anclaje
se encuentre en la esfera de lo alto, de lo divino, e incorporen en su ser un fragmento del
aliento y la luz divinos, éstos últimos se vuelven controlables por los humanos con su
mediación. La fuerza hecha del aliento y de la luz divinos asegura precisamente la
movilidad de los santos entre lo alto y el mundo humano. Se presenta entonces como la
conjunción entre una condición humana pasada, excepcional por los talentos mágicos
positivos que poseyeron y un fragmento de la fuerza divina con la que se les recompensa
después de su muerte, gracias a su proximidad con Dios. La muerte, en cuanto operador
del paso a su condición de santos, es lo que los relaciona con los espíritus de los muertos
recientes, otro grupo de interlocutores rituales negro-colombianos. Lo que los separa de
121
compartir no llega a ser nunca una fusión: el límite corporal entre los santos y los
humanos es infranqueable.
35 Este trato simbólico de lo sobrenatural en términos de alimentación y la concepción
concomitante, en cierta forma energética, de lo divino, aparecen aclarados desde otro
ángulo, si se considera el carácter circular de los movimientos procesionales de los santos
en el espacio cultural y el objetivo de las ofrendas de alimentos, luz, gestos y sonidos que
es "reforzarlos". Todo sucede como si se tratara no sólo de la captación de la energía
divina para revitalizar el mundo cultural, sino de un intercambio energético entre lo alto
y el aquí. Esto permite comprender la exclusión de Dios del campo ritual y la restricción
que afecta en él a la persona del Cristo adulto. En efecto, la no-corporalidad de Dios y su
exceso de energía que incluye a su Hijo, lo vuelve radicalmente inaccesible a la donación
humana de energía. A Dios no se le considera sino como donador primordial unilateral,
cerrado a cualquier intercambio igualitario con los hombres; así es como lo representa
uno de los relatos míticos sobre el origen de la muerte. El intercambio no parece posible
sino con entidades que comparten algo de la naturaleza humana y que pueden por ello
necesitar la "fuerza" cultural, al mismo tiempo que fragmentan la energía divina para
hacerla accesible y parcialmente manipulable por los hombres. Es este intercambio que
parece inscribirse en la circularidad de los desplazamientos rituales de los santos en el
espacio habitado, circularidad que al romper la linealidad cotidiana de este espacio,
separador social de los sexos, figura metafóricamente en ella la unión sexual aumentando
la fertilidad mediante la energía divina que dispersa. También es este intercambio el que
da un carácter igualitario a la relación entre los santos y los humanos; se presenta
condensado en la relación individual con los santos de devoción especial. Esta simetría se
opone a la lógica de la sumisión, que impregna al catolicismo oficial.
36 La circulación energética entre dos niveles del universo a través de una alimentación
gestual y sonora de las entidades sobrenaturales, recuerda la alimentación de algunas
concepciones cosmológicas amerindias, y posee un paralelo en el sistema ritual de los
Emberá. Sin embargo, varias diferencias importantes separan la lógica ritual cíclica de los
negro-colombianos y la de los indígenas. A la existencia del personaje central mediador
entre los diferentes niveles del cosmos que es el chamán entre éstos últimos, responde
entre los negros una fragmentación extrema de las tareas rituales; al trance chamánico
que condensa, en el espacio ritual de la casa, a espíritus que se representan como viviendo
dispersos9, corresponde el repudio negro-colombiano de la concentración sobrenatural y
la dispersión ritual de los santos a lo largo y ancho de la aldea; la naturaleza fundamental
entre animal de los espíritus chamánicos Emberá se opone a la sobrehumana de los santos
negros. Aquí también parece dibujarse en filigrana esta relación de atracción-oposición
frente a un universo social y simbólico, espacial e históricamente contiguo, que se
convierte para los nuevos "libres" salidos de la esclavitud, en uno de los pilares de la
estructuración de su propio sistema de pensamiento.
37 Los tres periodos rituales articulan en forma diferente esta lógica subyacente, al acentuar
en forma alternativa aspectos diferentes. De tal modo, se cree que la Semana Santa, que se
inicia con la alimentación humana de los santos, adelanta el mundo hacia el
oscurecimiento de su luz, proveniente de lo divino, mediante la muerte sacrificial de
Cristo, que irrumpe en él y que impone la desaparición de lo alimenticio y lo gestual, el
silencio y la inmovilidad rituales de lo viviente, un auténtico punto muerto del
intercambio. Pero la resurrección de Cristo hace surgir la "nueva luz del mundo", y a esta
renovación energética divina del universo, responde la reanudación del circuito de
123
intercambio ritual entre los santos y los humanos. En cambio, la fiesta del santo patrón se
manifiesta dominada por el polo humano de esta circulación; es una verdadera ceremonia
de alimentación que parece renovar una alianza particular entre un santo y la comunidad
humana. En cuanto al período de Navidad, parece celebrar lo que se considera como el
punto de conjunción original principal entre las figuras de lo divino parcialmente
humanizadas y el mundo de aquí, el nacimiento humano corporalizado. Es otra faceta más
de esta comunidad de naturaleza fundamental entre los santos y los hombres, extendida
esta vez a los indígenas y que adquiere forma ritual en la fiesta de inversión de los Santos
Inocentes.
38 Los conceptos de fuerza y de luz divinos recorren este conjunto ritual a todo lo largo. Sin
embargo, para comprender el alcance de estos conceptos, en relación con el de la "fuerza
vital", vinculado también a la naturaleza salvaje, debemos abordar los ritos de nacimiento
que abren el ciclo de los ritos de paso y la representación de la procreación que subyace
en ellos.
***
42 Se supone que la preñez cambia el estado térmico fundamental de la mujer; la vuelve más
caliente en la medida en que no pierde sangre. Por lo tanto, el embarazo hace que el
cuerpo de la mujer se parezca más al del hombre, considerado caliente y cerrado, sin
derrame periódico de sustancias corporales. Pero para evitar un calentamiento excesivo
que sería patógeno para ella y su bebé, la mujer en cinta no debe consumir sino alimentos
que estén en la categoría de lo frío o de lo tibio. Durante el último mes de embarazo cuida
de tomarse todos los días una infusión de plantas tibias, destinadas a "abrir" su cuerpo y
prepararlo para el enfriamiento que sigue al parto y la lactancia; ingiere también purgas
de aceite de palma, que se supone lavan la suciedad del niño por nacer. Estos brebajes los
preparan las hermanas mayores, las tías y comadres, o la misma madre, que cuidan
también de que no duerma demasiado y de que realice normalmente todas sus actividades
hasta el último momento; de no ser así, el niño crecería demasiado en su vientre y
correría el riesgo de provocar complicaciones en el parto, así como volverse, una vez
nacido, perezoso. Se le prohiben las relaciones sexuales desde que se confirma la preñez,
tanto para evitar el calentamiento excesivo por el contacto con el calor masculino, como
porque su cuerpo, convertido en el receptáculo de un ser proveniente de lo divino, no
puede ser paralelamente marcado por lo humano, del cual depende el acto sexual.
43 La futura madre debe dar a luz en su propia casa, ausentes el progenitor y los demás hijos,
preferiblemente en su cocina limpiada para el caso, cerca del fuego y rodeada por sus
hermanos mayores, sus tías y su suegra (muy rara vez por su propia madre), y con la
125
presencia de una partera y curandera del río. Esta última es la que corta el cordón
umbilical y recibe la placenta; mediante estos dos actos comienza la constitución de la
persona en el recién nacido. Al igual que entre los Emberá, la partera debe cortar el
cordón a dos dedos de largo si es niño, y a tres si es niña. Es fundamental respetar
estrictamente esta regla; si no se cumple puede tener la consecuencia de hacer surgir
personalidades sexualmente ambiguas, niños afeminados que hablan demasiado y con voz
aguda, que no cazan y que no tienen hijos o tienen pocos, o niñas masculinas,
desinteresadas por la casa, violentas y estériles, o con hijos que mueren jóvenes.
44 Esto explica que para los negros —lo mismo que para los Emberá— la identidad sexual se
manifiesta insuficientemente condicionada por la concepción y el embarazo; la
indeterminación sexual parece vinculada al origen divino del niño. Este pensamiento no
considera el sexo como un hecho biológico sino como una creación cultural, atributo
distintivo de lo humano ya nacido, del que la primera representante de quienes lo acogen,
la partera, puede y debe hacerle una donación ritual, al respetar la marca corporal visible
y terminarla en cierto modo con el corte debido del cordón umbilical.
45 Este papel de primera donadora del sexo de la partera se prolonga más allá del momento
propiamente dicho del nacimiento; será ella la que va sola sin que nadie pueda verla, a
enterrar la placenta y el cordón umbilical, ya sea debajo de la casa, entre los pilotes, ya
sea al borde de la selva, preferiblemente bajo un árbol cuyas frutas tengan virtudes
astringentes. Dejar el cordón umbilical o la placenta en manos de la madre sería darle a
ésta poderes mágicos exorbitantes sobre el niño, que lo privarían de cualquier
independencia, evitarían que se casara y que a su vez tuviera hijos; en otras palabras,
cortaría su acceso a la esfera de la filiación y de la alianza, manteniéndolo más acá del
intercambio. En cambio, el hecho de enterrarlos en la tierra debajo de la casa (en el lugar
que corresponde a la colocación de la cabeza de la parturienta), arraiga al niño en el
territorio de su familia restringida que es parte integral de la comunidad ribereña. Al
enterrarlos debajo de un árbol, en los confines del espacio habitado, del río y de la selva,
se supone que se establece una relación de propiedad entre el niño y el árbol, y se crea
una familiaridad entre el niño y este territorio-límite. Se cree que así se facilitan las
relaciones del futuro cazador con el interior de la selva. Por esta razón a menudo
prefieren enterrar los de las niñas debajo de la casa, y los de los niños debajo de un árbol.
Pero el hecho mismo de enterrarlos tiene enorme importancia, a causa de otro peligro
que acecha al niño. Los brujos, en efecto, siempre en busca de familiares, podrían
apoderarse de ellos y adquirir entonces un poder absoluto sobre las dos almas del niño,
con lo que se destruirían anticipadamente los efectos del futuro bautismo. Sin embargo, si
la madre tiene en su familia extendida un curandero o una curandera, puede darlos un
trozo del cordón umbilical del bebé, y pulverizado por estas personas "a las que Dios
acompaña", tendrá poderosas propiedades terapéuticas contra toda clase de
enfermedades infantiles.
46 El conjunto ritual que acaba de ser descrito presenta a la partera como "la encargada del
corte" ; separa al recién nacido del universo extrahumano de donde procede, pero
también del estado de simbiosis a-cultural con el cuerpo materno. Es responsable, como lo
es su paralelo Emberá, llamada "vieja madre", del destino ritual de la placenta y el cordón
umbilical por los que pasa la primera relación del recién nacido con el mundo. Pero aquí
las secundinas son enterradas en el territorio domesticado del espacio habitado (en su
centro la niña, en la periferia el niño), y no como entre los indígenas dentro del cuerpo
materno por ingestión, en la selva y menos aún en la corriente del río. Los libres nunca
126
los expulsan hacia los espacios extraterritoriales en relación con lo social, porque si se
supone que el niño y su doble fetal (la placenta) vienen de otra parte, éste no es un
espacio prehumano salvaje como lo es para los Emberá, sino un espacio sobrehumano de
creación y recreación constantes de lo humano : la esfera divina.
47 Una vez separados del niño, las secundinas, marcas de su relación cercana con un origen
divino, pierden su carga peligrosa de concentración de energía divina. Se puede entonces
incorporar su poder positivo en el territorio culturalizado de la vivienda o, en el caso de
los nacimientos masculinos, extender a través de este medio simbólico los límites
territoriales de lo cultural hacia el salvajismo de la selva. Así pues, en vez de cortar
radicalmente el contacto entre el niño y su universo de origen, regresando las secundinas
hacia un mundo considerado precultural, como entre los Emberá, el tratamiento de la
materia simbólica parece destinado a mantener en el espacio cultural las huellas del
origen sobrehumano del niño, aunque substrayéndolas radicalmente de la manipulación
individual cuyo peligro se encarna en la progenitora y la hechicera. Estas dos figuras, más
allá de la regla cultural del intercambio, tienen el poder de encerrar al ser humano en una
relación dual, sin la mediación de un tercero.
48 No obstante, el ombligo del recién nacido no permanece vacío por mucho tiempo; la
partera se encarga de inmediato de introducir una sustancia en él, de "ombligarlo". Esta
puede ser de origen animal: uñas de tapir, araña cosida, saliva seca de anguila, huesos de
ardilla, de ciervo salvaje o de animales con cuernos, plumas quemadas de pájaros de la
selva, pata de conejo salvaje; elementos provenientes de las expediciones de caza del
progenitor y de los abuelos paternos y maternos. Pero también puede ser de origen
vegetal y provenir entonces necesariamente de plantas con virtudes terapéuticas,
incluidas por lo general en la categoría de lo caliente; en los dos casos, la curandera
partera debe pulverizarla. Se puede también "ombligar" al niño con polvo de oro o carne
seca de un pescado, con agua del río, con el propio sudor de la partera, o también con una
planta silvestre de naturaleza térmica ambigua, la "yerba del carpintero" que se supone
transmite una capacidad especial de orden masculino que permite librarse sin daño de
situaciones conflictivas.
49 ¿Qué es lo que está en juego en este rito, del que encontramos un paralelo entre los
Emberá? Se trata para la madre, de acuerdo con sus hermanas mayores y la abuela
paterna del niño, de elegir una propiedad, una característica, asociadas con el portador
natural de la sustancia y que se transfiere mediante un procedimiento ritual metafórico al
cuerpo del niño, lo que tiene por efecto establecer de por vida una relación privilegiada
entre éste y el portador de la sustancia o con la sustancia misma (como el oro o el agua
por ejemplo). Adicionalmente, la característica así captada del reino natural e
incorporada en el recién nacido constituirá el núcleo de sus aptitudes, de su carácter
futuro. Pero en el caso del oro o del sudor de la curandera partera, el ritual de
transferencia tiene un carácter más metonímico; la sustancia representa una parte,
supuesta mediadora de una relación positiva entre el niño y el todo evocado por ella. Son
la madre y la partera quienes realizan la escogencia definitiva en la serie clasificatoria,
que asocia ciertas capacidades, caracteres o fuerzas con los diferentes elementos del reino
animal, vegetal o mineral. Se cree que estas capacidades son eficaces en la existencia
humana individual y que la transferencia de lo escogido para el bebé va a constituir el
núcleo de sus aptitudes; así, mediante el juego de compatibilidades e incompatibilidades,
se supone orientará buena parte de los rasgos físicos y psíquicos de su personalidad. Esta
sustancia animal, vegetal o mineral, pulverizada e introducida en el lugar corporal de
127
"ombligar" tanto a niñas como a niños. Sin embargo, sucede que se usa el sudor de un
curandero de la familia extendida (aunque ausente en el parto) con los niños, lo que jamás
se puede hacer con las niñas. Todo sucede como si, a causa del carácter masculino
atribuido al entendimiento curativo en general, su transferencia metonímica no
mediatizada por una mujer con una personalidad femenina, la volviera a ésta demasiado
masculina. Sea como sea, en estos casos el curandero o la curandera en causa se
convierten después en el iniciador privilegiado, si no único, de aquel a quien le hayan
transferido metonímicamente su "entendimiento". En cambio, no pueden ser el padrino o
la madrina del niño o la niña, donadores rituales del nombre a través del bautismo : esta
acumulación de dones, la coexistencia de un vínculo de naturaleza mágica centrado en el
cuerpo, con un vínculo de naturaleza religiosa centrado en el nombre, parece
inconcebible en el pensamiento negro, porque se anularían entre sí. Don de sustancia y
don de nombre; parecen entonces pensados como opuestos; no obstante, ambos parecen
exigir la misma actitud seria, hecha de reserva y de respeto, de parte del beneficiario
hacia el donante.
52 ¿Cuál es entonces la relación que este ritual, presidido por la curandera partera, instaura
entre el recién nacido y el portador de la sustancia "ombligada"? Se trata ante todo de
"calentar" al recién nacido, niño o niña, de vencer el frío asociado a lo divino con el que
llegan al mundo cultural, a través de sustancias naturales calientes. En otras palabras, es
como si para acceder al calor cultural de la vida humana plena, a partir del frío
sobrehumano, hubiera que pasar previamente por la mediación del calor natural. Por otra
parte, al igual que entre los Emberá, no existe para el niño ninguna prohibición de
consumir la especie de la que procede su ombligado. Se trata, al contrario, en los dos
casos, de una relación privilegiada de familiaridad, de contigüidad entre la especie
portadora y la persona "ombligada", desplegada para cada sexo en la lógica cultural de su
ser. Los muchachos cazarán (matarán) con más éxito que otros al animal del cual han
incorporado una parte en su cuerpo, mientras que las muchachas cultivarán su planta
mejor que otras. Al mismo tiempo, la fuerza específica que se les transfiere los hace
menos vulnerables frente al conjunto del reino animal o vegetal, "más familiares", como
dicen los negros. Quienes sean "ombligados" con oro lo recogerán más fácil que los
demás, y manejarán mejor las aguas agitadas de los ríos quienes llevan de esta agua en su
cuerpo.
53 Todo sucede como si para los negros y los Emberá, ser un poco animal o vegetal por
comunidad corporal de sustancia, fuera constitutivo de la condición humana y estuviera
ligado al establecimiento de un sexo no equívoco, mientras que la separación del ser
humano del universo sobrenatural del que proviene se manifiesta como la condición
misma de su supervivencia cultural. Es este trabajo de corte y de unión, de constitución
de una identidad sexual unívoca el que efectúan las "viejas madres" Emberá con gestos
enraizados en el mito de origen, al igual que las curanderas parteras negras cuyos actos
rituales no se basan en ningún relato mítico.
54 Pero el recién nacido cuyo cuerpo es tratado simbólicamente por un universo femenino
no es un recipiente vacío. Lo divino, que según este pensamiento debe participar
necesariamente en el acto de amor de una pareja para que la concepción tenga lugar, sella
con su marca energética propia la fuerza humana contenida en este acto de amor; la
conjunción de esas energías está en el origen del nuevo cuerpo humano. La entidad así
creada se llama el "alma-fuerza vital", crece con el feto y desde el nacimiento debe
alojarse en la cabeza y en el corazón10; su manifestación exterior es el aliento. El momento
129
57 Por ende, es en el cuerpo y en el alma-fuerza vital, esa especie de doble corporal, que los
ritos de nacimiento van a realizar su trabajo simbólico de separación (del cordón
umbilical y de la placenta) para marcar con ellos el territorio comunitario y luego de
unión y de sustitución simbólica de los vínculos. La función que el pensamiento negro-
colombiano reconoce en el rito del "ombligado" es la de fijar la fuerza vital, la de hacerla
"apta para vivir aquí". Esta fuerza vital, tanto de origen divino como humano, no puede
alojarse en la persona y volverse eficaz en la vida terrestre sino distanciada de su origen
divino mediante el establecimiento de una comunidad de sustancia con el reino animal o
vegetal. La escogencia de esta sustancia también sexualiza al recién nacido.
58 La modalidad de la relación así tejida con lo vegetal y lo animal no será la misma para los
dos sexos. La relación femenina con su vegetal prescribe que la mujer utilice su planta con
la mayor intensidad posible. Tendrá una habilidad particular para encontrarla en su
medio natural y para multiplicarla en su pequeño huerto doméstico. Además cuando es
cultivada o encontrad por ella, aumenta su eficacia terapéutica. Si la consume con
regularidad desarrolla su propia fuerza vital, suaviza su humor y se hace resistente al mal
que cura la planta. Como ingiere la misma sustancia que el rito ha depositado en su
cuerpo, se trata de un intercambio energético simétrico, continuo, generador de
reciprocidad, una transferencia recíproca de "fuerza" positiva entre la planta y la
"ombligada", que se podría calificar como una domesticación mutua. Por el contrario, se
cree que el consumo de carne de caza por los "ombligados" con partes no perecederas o
no consumibles de los cuerpos de los animales salvajes, no aumenta su fuerza vital. Este
consumo es discontinuo en relación con la sustancia incorporada ritualmente. Pero esta
absorción, de cierta forma energéticamente neutra, se opone a la transgresión del brujo,
el único que come estas sustancias no consumibles, con el fin de aumentar su fuerza
maléfica. Sin embargo, estas sustancias incluidas en la categoría de lo caliente, entran en
la fabricación de los objetos mágicos defensivos que los hombres llevan consigo. Pueden
defenderlos en sus viajes y atraer el animal hacia ellos cuando cazan. Por consiguiente,
esta relación discontinua masculina con el cuerpo del animal es de una reciprocidad
negativa; en este caso, la comunidad de sustancia que hace al hombre de alguna manera
parecido al animal, lo debilita a éste, y contribuye a su propia y eficaz muerte en la caza.
Se trata por lo tanto de un rapto energético de la fuerza animal, que vuelve parcialmente
salvaje al hombre.
59 Recordemos que la selva es para los negros la morada de una sobre-naturaleza salvaje y
maligna, con la que cualquier comunicación ritual se considera imposible. El hombre,
cazador o leñador, va a la selva para extraer su botín. Su ligazón pragmática con este
espacio es por lo tanto de depredación. Su relación simbólica con la sobrenaturaleza
selvática fuera de lo divino excluye también cualquier intercambio, cualquier contraparte
que compense simbólicamente la extracción que realiza a través de la caza o la tala de
árboles. Así pues, se trata de una correspondencia de saqueo pragmático y simbólico:
saqueo de animales, de madera, pero también de fuerza vital. También el ensalvajamiento
11
parcial del hombre por su "ombligado" animal debe convertirlo momentánea y
pasajeramente parecido a los animales que caza, debe entonces convertirlo en un
depredador. Esta relación con la selva se opone al intercambio continuo de vida que
domestica recíprocamente a los humanos, las plantas domésticas y los peces.
60 Estos dos modelos de intercambio energético se proyectan también sobre el conjunto del
campo mágico-religioso: el de la domesticación recíproca marca las relaciones rituales
131
con los santos y con los espíritus de los muertos buenos en el espacio habitado; el del
rapto define la lógica de las acciones del brujo en la selva.
61 Sin embargo, el ritual del "ombligado" excluye del todo a los santos. Todo sucede como si
aquí también el silencio ritual con respecto a ellos indicara el conjuro del peligro del
exceso de lo idéntico que su presencia provocaría. Lo divino, inscrito en el alma-fuerza
vital, ya representa en ella un poderoso fragmento del aliento divino que el rito se
propone precisamente fragmentar entre el territorio habitado y el reino vegetal y animal.
Además, todo el campo ritual del nacimiento se presenta fuertemente marcado por los
paralelismos con el de los Emberá. Aunque la representación del universo prehumano,
lugar de origen del niño, difiere en los dos grupos, la conformación ritual de los vínculos
de comunidad de sustancia con el reino natural, mediante el rito del "ombligado" —
palabra que con frecuencia usan los indígenas para designar su propio ritual— son casi
idénticas. Dado que se atribuye a los indígenas una intimidad intrínseca con el reino
natural, este rito negro, que también construye una familiaridad con éste mediante la
conjunción de lo divino, toma un sentido suplementario para la sociedad negro-
colombiana : el de una aproximación ritual a la identidad y a la fuerza particular de los
indígenas, por medio de la apertura parcial del sí al otro, estrategia negra que ya hemos
visto en acción para tratar la alteridad.
***
62 Este rito de paso instaura la primera armazón de la identidad humana. Sin embargo, ésta
todavía es frágil y la acechan malas influencias. La madre debe enterrar cuidadosamente,
bajo los pilotes de la casa, el pelo y las uñas cortadas, partes separadas del cuerpo que
darían poder sobre el alma-fuerza vital. Si el brujo se apodera de estas, podría capturar el
alma. El niño se debilitaría y su alma-fuerza vital que "se debe a lo divino", aumentaría la
fuerza maléfica del brujo. El otro peligro, el del "mal de ojo", capacidad maligna que se
supone innata en ciertos seres humanos, se conjura mediante la confección y el porte de
amuletos. El más eficaz es "el doble", compuesto de dos tipos de amuletos : el primero es
preparado por una curandera negra a base de elementos vegetales y animales; el otro es
fabricado por los indígenas con dientes de animales salvajes. Cada uno de estos amuletos
es la conjunción de dos alteridades, parcialmente dominadas e integradas por el mundo
cultural negro-colombiano.
63 Pero la defensa mágica del pequeño niño negro no se detiene allí. En algunas zonas del
Pacífico, tiene lugar el "bautismo del agua" unos días después del nacimiento. Este hace
entrar en escena el universo masculino, eje de las relaciones sociales codificadas. En
efecto, aunque los ritos de nacimiento que asientan la fuerza vital mediante el vínculo con
lo natural son asuntos de mujeres, la escogencia de los compadres es competencia del
padre y de los abuelos del niño. Además el padre toma la decisión final en la elección del
nombre. En este rito, el padrino y la madrina escogidos dejan caer algunas gotas de agua
bendita o de una fuente en la cabeza del niño, a tiempo que dicen: "En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y con la ayuda de la Virgen y de los santos te bautizo",
pero sin pronunciar el nombre del niño, incluso si ya está escogido. Esta breve ceremonia
que tiene lugar en la casa natal del bebé se propone movilizar lo divino para reforzar al
niño frente a las malas influencias. Lejos de ser un rito de nominación, su fin es el de
proteger en forma mágica su alma-fuerza vital, precisamente sin nombre pronunciable. El
sentido que le dan los negros a este rito es el mismo atribuido por los indígenas al
132
El bautismo de nombre
64 Para el niño negro-colombiano, sin nombre aún, el momento del bautismo de nombre
llega obligatoriamente. Será el surgimiento de su segunda alma, el "alma-sombra",
llamada también el "ángel guardián". Según los negros, es la verticalidad, la capacidad del
caminar autónomo lo que dota al ser humano de su sombra. Por ende, el ritual de
nominación nunca puede tener lugar antes de que el niño camine por sí solo. Se supone
que el nombre, utilizado en forma masiva por la comunidad ribereña, se "comparte" con
su sombra. Esta segunda alma se injerta, a través del ritual de la nominación, en la
primera, el alma-fuerza vital, llamada también "aliento", muda para el lenguaje y el
ritual.
65 Ya hemos aludido a la escasa cantidad de patronímicos que se usan en el Chocó y a su
papel en la definición de los límites y las aperturas de las unidades sociales. A esta
reducida cantidad de patronímicos —herencia de la esclavitud— se opone en forma
simétrica la enorme diversidad de nombres que existen en la región. Estos son por lo
general hispánicos, pero incluyen una considerable cantidad de nombres arcaicos, del
todo caídos en desuso tanto en España como en el resto de Colombia. También pueden
tener origen anglosajón (sobre todo en los nombres masculinos), oriental o bíblico, o ser
completamente innovadores, y esto de diferentes formas: mediante una invención
fonética total, al concentrar y abreviar varios nombres en uno, al añadir fonemas
suplementarios a un nombre de base, o al yuxtaponer en forma novedosa varios nombres
poco comunes fuera de la región. Esta diversificación llega a tal grado que en esta región
de 400.000 habitantes aproximadamente, es poco frecuente que dos personas tengan
exactamente el mismo nombre. El cuidado que los negros ponen en la particularización
del nombre se manifiesta en una especie de angustia que se apodera de la familia del niño
previamente a su bautizo. Hace un repaso minucioso de todos los nombres del mismo
sexo ya usados en la comunidad y en la parentela extendida, así como los de los muertos
más o menos recientes, no sólo para evitar repetir el mismo sino para encontrar el más
nuevo posible. El muy frecuente éxito en esta proeza es aplaudido por la comunidad en
forma unánime, lo que permite que se pueda designar al individuo durante toda la vida —
incluso después de la muerte— por su nombre de bautizo, eliminando casi siempre el
patronímico. Entre adultos, los nombre son precedidos por un "don" o un "señor" para los
hombres, o de "doña" y "señora" para las mujeres. Los límites del uso des nombre en el
interior de la comunidad están definidos por las relaciones recíprocas de compadrazgo y
las relaciones asimétricas de afiliación ritual. Por otra parte, la auto-designación con los
patronímicos también marca las fronteras de la unidad ribereña, por cuanto la
identificación extracomunitaria requiere imperativamente los dos apellidos. Signo de la
singularidad de la existencia individual frente a la perennidad instituida del sistema
social y de parentesco, la extrema diversidad de nombres y su uso intensivo —que eclipsa
al patronímico, salvo en situaciones sociales "de límite"— indican una preocupación por
la individuación, con relación a los muertos y a los vivos. La importancia dada a esta
individuación parece también la de participar en la estrategia de fragmentación frente al
peligro del exceso de lo idéntico que se manifiesta como un importante eje ideológico en
este sistema de pensamiento.
133
manera de incumplirla, robando a lo divino, parece ser, para los negros, la venta del alma
al diablo, el pacto del brujo con éste.
68 La adquisición del alma-sombra abre para el niño el camino de la individualidad, del
acceso a la memoria y al sueño, y sobre todo al lenguaje12. También es esta adquisición la
que termina de fijar en él su alma-fuerza vital. El mal de ojo no podrá en adelante
afectarlo y su vulnerabilidad ante la brujería será desplazada del alma-aliento hacia su
sombra, a causa de la deuda con lo divino cuya fuerza ya no podrá ser vencida por el
mismo brujo. En efecto, desde el momento en que el individuo tiene un alma-sombra, su
alma-fuerza vital no puede ser capturada. Su muerte, la hará necesariamente volver al
aliento divino para pagar "la deuda por su sombra", según la exégesis negra.
69 En cambio, dentro del abanico de experiencias que se abre desde entonces para el niño, se
cree que el alma-sombra se llena progresivamente de "pecados", término que para este
pensamiento tiene muy pocas connotaciones morales. Designa un conjunto de
experiencias relacionales y sociales de la existencia individual que se supone aumentan el
conocimiento y el entendimiento. El carácter común de estas experiencias parece ser la
ambigüedad. Para entender mejor su naturaleza, conviene examinar la representación
negra del alma-sombra misma.
70 Si en el nivel simbólico es el nombre lo que garantiza la unión entre la persona y su alma-
sombra, en el corporal esta parece ser más débil parece ser más débil y sus fluctuaciones
se inscriben en la alternancia de la luz y la oscuridad, en la de la existencia diurna y la
experiencia onírica nocturna. Se piensa que este componente extra-corporal y visible del
ser humano se engarza de día al cuerpo por los pies, y que en la noche, al contrario, se
separa del durmiente para pasearse por el mundo; los sueños son sus aventuras. Por sus
encuentros oníricos son otras almas-sombras de los vivos o con los espíritus de los
muertos, inspira desde los 12 o 13 años presagios y presentimientos que se cree protegen
de peligros al individuo, le recuerdan sus deberes para con los vivos y los muertos, o lo
guían en sus decisiones diurnas.
71 Sin embargo, para esta alma-sombra, suma de una historia individual oscilante entre lo
diurno y lo nocturno, soporte del acto ritual de nominación, la noche constituye un
espacio-tiempo cargado de ambigüedad. La noche que se supone "hace entrar lo podrido
en las casas" y "levantarse las almas de los muertos" es por excelencia el momento en que
se borran los puntos de referencia, las fronteras y límites entre lo salvaje y lo doméstico,
entre la vida y la muerte. La noche es el tiempo de las simbiosis indebidas, y de las
separaciones peligrosas. Es así como la movilidad onírica de esta alma, considerada
además como signo de una identidad humana sana y cada vez más realizada, la enfrenta
también a dos graves peligros nocturnos. En primer lugar, la visión onírica de la selva o
los gestos y las palabras seductoras de un muerto —pariente o alguien del sexo opuesto—
pueden hundirla en una fascinación malsana que puede hacerla abandonar
definitivamente el cuerpo viviente para ser llevada al mundo de los muertos, que desean
captar su fuerza, mediante el comercio sexual onírico, con el fin de aliviar su penitencia.
Ceder ante esta fascinación es un riesgo permanente para el durmiente porque el
pensamiento negro no reconoce en nadie —salvo en el brujo y en los curanderos que han
hecho un aprendizaje con los chamanes Emberá— la capacidad de dominar por entero su
propia alma-sombra nocturna o el espacio onírico en el cual actúa.
72 En segundo lugar, la ausencia recurrente de sueños, la imagen borrosa de la sombra
durante el día, el hecho de no reaccionar al escuchar su nombre bautismal, y la perdida
progresiva de la facultad del habla hacen temer otro peligro mortal: la captura del alma-
135
sombra por el brujo al invocar su nombre de noche en la selva. Esta captura significa
también su separación definitiva del cuerpo, aunque no su disolución en el campo
energético maligno, como sucede en el caso del alma-fuerza vital. Se considera esta
captura como una parálisis de la libertad de movimiento onírica del alma, como encierro
en el lugar salvaje de la selva donde el brujo ha hecho su pacto con el diablo. La sombra
será reducida allí a la servidumbre y liberada sólo para ser periódicamente utilizada por
su amo en "malas obras". Esta figura conceptual torna en maligna la relación que el
chamán Emberá establece habitualmente con los espíritus: atestigua una vez más de los
miedos subterráneos de una relación interétnica cargada de ambigüedad.
73 Los síntomas de esta patología letal del arrebatamiento de la sombra revelan las
relaciones profundas que urde este pensamiento entre el carácter extra-corporal y móvil
de la sombra y su existencia en y por el hombre. El alma-sombra, depositaria de la
memoria y del entendimiento (la facultad de "ver" y percibir más allá de lo que los ojos
ven", como dicen los chocoanos), se manifiesta como el operados simbólico que articula a
la vez la verticalidad humana, el acceso al lenguaje (recibir un nombre para poder
nombrar), la visibilidad y la luz del día, con la oscuridad nocturna y la invisibilidad, el
espacio onírico y el riesgo y la tentación permanente de una existencia de sombra, es
decir, extrahumana. De allí se deduce que si el pensamiento negro del Chocó atribuye a la
sombra el estatus de marca por excelencia de la condición humana plena, autónoma y
cultural, mediante la memoria y el lenguaje, la considera al mismo tiempo como el signo
permanente de la alteridad humana en relación consigo misma, dividida internamente
entre su faceta diurna y nocturna, entre la autonomía de la verticalidad y la
vulnerabilidad nocturna ante la seducción de la muerte o de la violencia hechicera.
alma-sombra. Para defenderlos de ellos, deberá aprender a dormir cada vez menos
profundo. Otro medio para proteger el alma-sombra contra la fascinación nocturna de los
muertos y de la selva consiste en comenzar lo más pronto posible en la vida diurna y
seducir al otro sexo, al aprender los procedimientos de la magia amorosa, y a iniciarse
con los mayores en el conocimiento cinergético para poder ir a la selva como cazador.
76 Pero estos conocimientos que sirven para manipular el cuerpo del otro y el mundo animal
de la selva aumentan el peso del pecado en el alma-sombra. Este pecado no onírico, que
protege contra los peligros de los sueños, se asocia al objetivo de obtener lo que se desea
sin contraparte. Beneficiarse de los favores del otro sexo sin cohabitar públicamente, o
compartir el trabajo y los bienes, responde a la misma lógica que el comportamiento
depredador del cazador en la selva. Sin embargo, se considera que la adquisición de
conocimientos y de poderes mágicos, así como el ejercicio sexual, fortalecen el alma-
fuerza vital. La fuerza así obtenida se transforma en entendimiento por la acumulación de
experiencias en la memoria individual, que depende por su lado del alma-sombra. Según
los chocoanos, la fuerza y el entendimiento que resultan de las experiencias marcadas por
el pecado onírico y diurno son indispensables para que el hombre y, en menor medida la
mujer, puedan acceder a la plenitud de la vida social. Esta consiste en suscitar el
"amañamiento" de la pareja sexual para hacer durable la unión, procrear una numerosa
descendencia, ser compadres respetuosos de sus compromisos, buenos cazadores y
lavadores de oro con suerte. Es así como la conducta marcada por el pecado que
transgrede las normas de intercambio que rigen las relaciones sociales codificadas y las
relaciones rituales con lo divino, se manifiesta en los comentarios como el revés
indispensable de la reproducción social y de la vida individual.
77 Como se puede ver, el pecado se manifiesta en una primera etapa como un deseo onírico,
un riesgo mortal de transgredir los límites entre la vida y la muerte, entre el espacio
habitado y la selva, entre el alma y el cuerpo. El entendimiento se construye sobre la
división aceptada entre la vida diurna y los sueños, y sobre la transferencia del deseo
onírico a la realidad, mediante el aprendizaje de la magia amorosa y del aprovechamiento
de la selva : la caza para los hombres y la precaución para las mujeres.
78 Las dos etapas de experiencia transitivas —que hacen pasar a la persona de un estado
social a otro— no se insertan en ningún ritual. No se proponen cambiar las relaciones de
lo humano con el universo extra-humano, sino más bien someter a prueba el uso eficaz de
las relaciones rituales ya creadas, al abordar situaciones sociales en el límite del mundo
cultural del universo ribereño. Por lo tanto, siempre implican un contacto solitario con
un espacio a través de las modalidades del viaje. Pero a la unicidad de esta forma
corresponde una multiplicidad de experiencias singulares con las que se culminaría el
paso hacia una nueva etapa de la vida.
79 El primer viaje solitario de varios días de un muchacho a un terreno familiar incluye la
experiencia autónoma de la caza. Esta constituye la primera ocasión en que se verá
obligado a usar su entendimiento para restringir la actividad de su alma-sombra,
apartando cualquier pensamiento y objeto que evoque lo divino, y sobre todo olvidando
momentáneamente su nombre: pensar en él en la selva, equivaldría a que el brujo y los
espíritus de los mal muertos capturen su alma-sombra par siempre. La potencia de su
alma-fuerza vital en el vínculo con una especie animal inscrita por su "ombligado" lo
guiarán y le impondrán el silencio que se requiere frente a las trampas de las figuras
sobrenaturales femeninas de la selva. Su retorno sano y salvo con la presa sellará el éxito
de esta hazaña, de carácter claramente chamánico, que consiste en manipular por sí solo
137
los componentes de su ser con el fin de defenderse del universo salvaje. Igualmente
significará una reafirmación de la fuerza de su "ombligado", una ganancia de fuerza vital
de origen salvaje, cuyo precio en cada expedición de caza o de tala de árboles será su
momentáneo ensalvajamiento, el olvido de su condición de cristiano.
80 Nada parecido sucede con la joven que se embarca por primera vez sola hacia una ribera
más o menos cercana; aunque lo realiza sola, este viaje se inscribe en la relación de
domesticación recíproca que el pensamiento negro atribuye a la proximidad del humano
con el agua del río, mediatizado por la canoa. La primera vez que la mujer experimenta la
capacidad que proporcione el entendimiento de suspender una parte de su identidad —
olvidar momentáneamente lo divino— es cuando se enfrenta sola al oro, siendo ya casada
y madre.
81 También se cree que el periodo de "caminar y conocer" —lapsos de errancia que llevan a
la mayor parte de los jóvenes y algunas jóvenes hacia otras regiones y ciudades de
Colombia— provee al alma-sombra de entendimiento. Este periodo se caracteriza por la
limitación del uso social del nombre, reemplazando con un uso mayor de los apellidos.
Durante su transcurso, el joven solitario descubrirá una alteridad humana que le es
desconocida y que a menudo considera hostil. En consecuencia, se iniciará a la magia
defensiva y agresiva. También es un momento existencial en el que priman las
experiencias sexuales furtivas. Aquí, otra vez es su regreso y sus acciones, conformes a las
normas culturales adultas de la sociedad, lo que sanciona su paso exitoso por la prueba de
inmersión solitaria en el mundo de la alteridad. Su acceso a una paternidad o maternidad
codificadas por el matrimonio rematará este paso al permitirle convertirse en padrino, es
decir, en nominador.
82 Estas pruebas solitarias que se supone cargan de pecado y de entendimiento al alma-
sombra del joven, lo trasladan sin embargo hacia el plano de una realidad exterior al
mundo cultural y sobrenatural de la comunidad. Frente a esta realidad, estas pruebas
parecen asociar las nociones concomitantes de pecado y de entendimiento con una
capacidad para manipular en la vida diurna los comportamientos inmateriales del propio
ser, y así proteger la identidad de los peligros de la alteridad. Detrás de este poder sobre sí
mismo, signo de madurez para los negros, se dibuja en filigrana el proceso de iniciación
del chamán Emberá.
83 Desde ese momento y hasta la muerte, la existencia individual adulta se desarrollará sin
pasajes irreversibles que franquear. Pero el problema que plantea para el pensamiento el
carácter lábil y apto de la metamorfosis del alma-sombra irrumpe regularmente en la
periferia del campo ritual a través del contacto onírico con los muertos, y cuando en el
curso de una borrachera festiva la ebriedad crea un espacio-tiempo diferente.
colectivos, así como de los velorios de "la novena". En estas reuniones participan los
hombres y las mujeres adultos.
85 En este sentido, "beber sabroso" no afecta ni el comportamiento corporal, ni el alma-
fuerza vital, sino que agudiza la memoria y el entendimiento. Le hace bien al alma-sombra
—así como a los espíritus de los muertos, también presentes y que beben durante "la
novena"—, pues se supone que la bebida y la conversación la fortalece y alimenta. Esta
concepción, del refortalecimiento del alma con la bebida y el intercambio lingüístico
reflejan aquella que nutre la secuencia ritual en el centro de las ceremonias chamánicas
Emberá: compartir la chicha13 con los espíritus invitados para alimentarlos.
86 Pero existe otra ebriedad que se manifiesta con una conducta corporal anormal: los
comportamientos agresivos o la sensualidad exhibicionista, la pérdida de control de los
líquidos corporales (sudor y salivación excesivas, incontinencia) constituyen todos signos
del desvanecimiento de los límites corporales propios y de la distancia relacional con el
otro, de la confusión entre lo interior y lo exterior. El exceso etílico que el cuerpo exhibe
titubeando, hace temblar al alma-fuerza vital y amenaza con descolgarla de la cabeza y
del corazón. La sombra se torna brumosa, mientras que memoria, entendimiento y sueños
se desvanecen. La posición acostada del sueño normal de por sí ya está expuesta a la
vulnerabilidad, puesto que el alma-sombra hecha invisible por la horizontalidad se separa
momentáneamente del cuerpo en los sueños. La ebriedad, al hacer caer el cuerpo fuera de
la intimidad nocturna de la cama, acentúa el peligro de una disolución de la identidad. Sin
memoria, sin sueños, sin control de sus límites, el ser parece despojado de lo divino por el
exceso de bebida; el diablo, que intenta ocupar el lugar cuando "el alma se mantiene
retirada", puede entonces inspirar palabras y actos que se burlan del orden cultural. Si
aquí el alma-sombra se encuentra más vulnerable que nunca ante la voluntad de captura
del brujo, es por causa de la complicidad del cuerpo vacío, en el que el socio del brujo, el
diablo, puede insinuarse con facilidad y neutralizar la sombra.
87 Entre los sueños, constituyente ambiguo pero indispensable de la persona, y la ebriedad
domesticada, intercambio armonioso entre sus componentes divinos y humanos, la
ebriedad salvaje traza la figura intrusa de un dominio diabólico de la sombra. Es una
parálisis del ser que oscurece el entendimiento y trastorna las palabras, precipitando al
individuo hacia la imagen del salvajismo femenino, renuente a toda comunicación, que
encarna la sobrenaturaleza hostil de la selva, también llena del peligro de una mala
muerte definitiva, triunfo del diablo sobre el alma-sombra cautiva en su eterno dominio.
88 Esta concepción muy poco cristiana del dominio del diablo sobre el alma-sombra gracias a
la desocupación del cuerpo, parece oscilar entre una lógica africana subyacente de la
"posesión desgraciada", y uno de los paradigmas Emberá de la patología, que postula
como su causa la intrusión maléfica de los espíritus enviados por un chamán enemigo
contra el cuerpo.
89 Durante el sueño pesado que sigue al exceso etílico, las almas de la persona se
reenganchan a su cuerpo. En el orden social, la brecha abierta por la irrupción de actos y
palabras procedentes de una alteridad tan próxima como irreductible, se cerrará. Al
evocar los daños y destrucciones causados por un borracho, los chocoanos dicen en forma
unánime: "No fue X, fue una mala borrachera". La comunidad le concede al individuo el
perdón por su comportamiento etílico, al reconocer el vacío identificatorio inducido por
la ebriedad.
139
renuevan regularmente. Quien se convierte así en "dueño" del santo debe hacerle
ofrendas periódicas, tales como agua bendita, veladoras multicolores, flores fragantes, y a
menudo cosas que satisfacen sus "gustos" particulares, como tabaco, café, aguardiente,
joyas y otros objetos. A San Pedro, por ejemplo, le ponen llaves de hierro; a San Juan,
aguardiente; a San Antonio, cigarros. Otra obligación del "dueño" es la de pronunciar en
forma regular oraciones (que se supone tienen poderes mágicos) apropiadas, siempre con
una vela prendida.
93 Se cree que el no respetar el deber de las ofrendas produce la venganza del santo, con
enfermedades recurrentes que afectan al "dueño" y a su familia restringida. En cambio, la
contraparte legítimamente esperada por el respeto riguroso de estos deberes —cuyo
conjunto se designa con la frase "cuidar su santo"—, es la obligación que incumbe al santo
de conceder los pedidos de más suerte o de protección mágica de ciertas empresas. Aquí
se trata también de un intercambio de energía en circuito cerrado, en el que el hombre
parece alimentar la fuerza mágica del santo, una parte de la cual se le transfiere a él. Si el
santo rompe la reciprocidad de esta transferencia, y persiste en no conceder los deseos de
su "dueño" a pesar de la regularidad y la abundancia de sus ofrendas, retiran su imagen
del altar y la exponen a la intemperie, en el pasaje lateral entre las casas. A menudo el
"dueño" lo tira allí, lo injuria en público y a veces le pone basuras enfrente; a veces su
venganza se manifiesta con tormentos a la imagen, tales como golpearla o atravesarla con
alfileres. Se pone fin a lo que llaman sus "querellas", si el santo satisface por fin los deseos
de su "dueño" o, de no ser así, enterrando la imagen detrás de la iglesia y escogiendo un
nuevo santo de devoción especial.
94 Cuando es el "dueño" el que rompe la reciprocidad, lo indicado para pacificar al santo y
detener los males que causa es ofrecerle una noche de fiesta. Estas no son muy frecuentes
en el Chocó, pero sí en Nariño, al suroccidente. Las animan música y bailes en torno al
altar, adornado con flores y cirios, y en el que se pone también un vaso de aguardiente
que el santo ha de beber para el fin de la noche. Por agradecimiento de favores recibidos o
pacificación, la noche de fiesta transcurre en medio de cantos y bailes de los hombres y
las mujeres, marcados por el ritmo de los tambores machos y hembras —éstos más
pequeños y redondeados— que tocan sólo los hombres. A menudo la fiesta comienza con
un homenaje cantado a los tambores, se bebe aguardiente en abundancia, pero ningún
canto evoca temas religiosos. Son improvisaciones sobre hechos de la comunidad,
estigmatizan el comportamiento de algunos y lanzan alusiones eróticas al sexo opuesto.
Se cree que en estas ocasiones el santo baja en su imagen, e incluso en las "voces" de los
cantantes o las manos de los percusionistas. Sin embargo esta presencia, no viene
acompañada de ningún signo corporal específico, y tampoco se observa la
despersonalización característica del trance de posesión. Es silenciosa y se la considera un
fragmento más de energía que se añade a la fuerza humana que alimenta el calor de la
fiesta en el nivel corporal y sonoro. Aquí no se ofrece al santo ningún homenaje de tipo
religioso y tampoco se pretende comunicar con él con palabras, parece más bien la
ocasión de asociarlo a la fiesta humana.
95 El conjunto significante "tambor-lenguaje del cuerpo" se halla en este caso en la periferia
de lo religioso y lo profano, mientras que en los cultos afro-cubanos, afro-brasileros y
afro-haitianos de manifiesta africanidad, se encuentra todavía dentro del ámbito
propiamente religioso.
96 Al igual que los espíritus de los muertos en los velorios, se cree que el santo efectivamente
se hace presente, sólo que no posee a los hombres introduciéndose en sus cuerpos, y
141
tampoco puede ser atraído por ellos con ningún saber demiúrgico, como el chamanismo.
Sin embargo, la relación continua, personalizada y sin intermediario entre el santo y su
dueño, recuerda la lógica chamánica. La diferencia radica en la separación de dos cuerpos
distintos, vinculados por una alimentación recíproca. Es la lógica de un chamanismo en
filigrana que trata de evitar el cuerpo a cuerpo de la penetración y del trance. Pero la
dicotomía sexual de los tambores y las continuas alusiones eróticas, verbales o cantadas,
le dan un papel central en esta fiesta a las metáforas de las relaciones sexuales humanas,
dominio por excelencia de lo humano, cuyo objetivo —el cuerpo a cuerpo del abrazo y de
la posesión mutua— se opone a la distancia corporal que debe regir todo lo atinente a lo
divino. Todo sucede como si la humanización ambigua del santo fuera la condición de una
alianza dual mágicamente eficaz con él, alianza que por su representación misma, oscila
constantemente en el borde de la potencialidad de una confusión corporal entre los dos
socios.
ojos abiertos lo ayudan a ver la luz divina, mientras que los ojos cerrados podrían atraer
hacia la muerte a otros niños de la familia. Toda la parentela de la familia extendida y
otros miembros de la comunidad pasan la noche entera cantando en torno a él. Primero
cantan romances y coplas en los que evitan pronunciar el nombre de Dios y las únicas
alusiones a lo divino giran alrededor del Niño Jesús y la Virgen; abre el ritual la evocación
cantada del nacimiento de Cristo, la misma que cantan en la iglesia la noche de Navidad.
Circulan el aguardiente, el tabaco y la comida, en medio de los aplausos rítmicos que
acompañan los cantos. De estos romances y coplas pasan a los que cuentan las tretas y
aventuras de animales cuyos protagonistas humanizados son el jaguar, el mosco, la
culebra, el conejo y el zorro, llamados todos "tío". Intercalan décimas (género arcaico de
la poesía española) a "lo humano", tejidas de constantes sugerencias sexuales. A estos
cantos los acompañan sucesivos bailes ejecutados en círculo y en los que se imita y se
representa a animales como la tortuga, la gallina y la culebra. Durante los bailes
acompañados de cantos, el cuerpo del gualí, alzado primero por su padrino, circula de
brazo en brazo. Esta secuencia termina con el canto del "niño sin acabá", que improvisa
sobre el tema del niño que "su madre dejó sin acabar".
100 Durante la última parte de la noche se dedican a juegos colectivos en los que se alternan
las imitaciones de animales y las alusiones sexuales constantes. Al amanecer, los padres y
los padrinos toman las cuatro puntas de la sábana sobre la que reposa el angelito, y lo
balancean rítmicamente hacia la puerta, en medio de un canto de los participantes que
dice: "¡Si se embarca y se va, buen viajeee!". Sale así el cadáver de la casa, rodeado de
niños que llevan una corona de flores de la que cada uno sostiene una cinta. En el
cementerio, el padrino es el primero en echar tierra en la tumba, mientras los asistentes
repiten en coro el romance del nacimiento del Niño Jesús, el que inició el rito.
101 Más allá de la representación circular del destino del niño, por el retorno a su condición
inicial de ángel, los nombres y algunas características de este ritual se aclaran si se
comparan con la práctica Emberá de los cantos y bailes de animales, considerados por los
indígenas como de carácter sexualmente seductor. Lejos de estar ligados a un contexto
funerario, estos ritos se realizan en la fiesta que pone fin a la reclusión iniciática de la
joven14. En este paso de un sistema ritual a otro, la evocación de los animales parece
referirse aquí al estado cultural incompleto del niño, pero esto, que equivale a la pureza
en términos católicos, también remite al universo natural asociado a los indígenas. El
hecho de que designen este ritual con el término Emberá que denota al niño a la vez que
con el del ángel parece indicarlo, al igual que la corona vegetal del niñito y la marcada
presencia lingüística y gestual del reino animal en el ritual. Aunque los cantos que evocan
a los animales pueden escucharse durante las fiestas profanas, los bailes que los
representan sólo están presentes en el ritual del gualí. Además, la evocación inicial del
nacimiento del Niño Jesús y la proximidad de estos cantos y bailes con metáforas de
significado sexual parecen remitir a la representación del alma-fuerza vital como un
tejido de la fuerza conjunta de lo divino, lo humano y lo natural, inscrito en el cuerpo por
el rito del "ombligado". Por esto, el paso del pequeño cadáver de brazo en brazo tiene la
virtud de "fortalecer" a los asistentes. La energía, recibida por una especie de contagio del
cuerpo del gualí, es considerada de naturaleza procreadora, pues acelera el envío de otros
niños por el aliento divino. Por consiguiente, la naturaleza del gualí-angelito se inscribe
en dos universos semánticos: su lado puro y la intercesión por sus familiares ante el Dios
Juez lo anclan al campo de lo divino de origen católico, mientras que su faceta de
multiplicador energético, cercana a lo natural, lo asocia con los indígenas.
143
***
muerte", son más próximos de los paradigmas Emberá que rigen la comunicación ritual
chamánica con los espíritus.
117 ¿Pero qué dicen esas palabras, venidas del más allá que el ritual vuelve tan próximo?
Evocan el poder mediador de los santos, de Cristo y de la Virgen para el alma-espíritu en
su penosa separación del mundo de los vivos y el largo viaje hacia la esfera de lo divino,
para que allí sea juzgada por Dios y le sea asignada su última morada en el Purgatorio, el
Reino de los Muertos. También describen para los vivos ese otro lado que es su destino
futuro, y la angustia, la tristeza, la rebelión y la resignación de una conciencia humana
que, desencarnada pero en la plenitud de su lucidez, contempla la vida y su propia
muerte. De estos cantos, no citaremos sino algunos que se vuelven como leitmotiv en un
corpus de cerca de setenta alabaos y salves recogidos en las diferentes zonas del litoral
Pacífico colombiano.
Aquí no hay reposo ni felicidad
corre presurosa la eternidad.
Para mí no hay sol ni luna
ni tampoco claridad,
solamente me acompaña
una triste oscuridad,
una triste oscuridad
me acompaña el día de hoy.
De la manera que me hallo
yo mismo no sé donde estoy.
Y el corazón se me abraza
de ver mi cuerpo tendido
en la mitad de esta casa.
Yo del otro mundo he venido
todito lleno de pena
solo por venir a buscar
ésta mi triste novena,
ésta mi triste novena.
Es la que ando buscando,
el cuerpo queda en la tierra
para volver más cuando.
Alma yo te lo decía
que dejas tu carrera,
enllegando al otro mundo
encontrarás tu calavera.
Aunque el gusano me coma
a esta tierra he de volver
a recoger mis helajes.
Lo que en el mundo dejé,
en el otro lo encontré
que lo tenía la Virgen
escribiéndole a mi Dios.
Dormida la voluntad
recuerdo el entendimiento.
Muerto de los cinco sentidos
pero vivo el pensamiento.
118 La muerte que se perfila en estas palabras está muy lejos de constituir un paso hacia un
mundo mejor. Al contrario, incluso aquellos que han finalizado el trabajo de morir propio
de la agonía, en su casa y rodeados por su parentela, inclusive aquellos que tuvieron una
buena muerte, añoran amargamente la vida. Ese otro lado que es su morada, no es de la
vida sino un pálido reflejo sin luz, sin puntos de referencia, sin límites, eterna y monótona
147
de un espíritu haga temer su retorno para llevarse con él a algún pariente amado o
simplemente mezclarse con los vivos.
123 Este conjunto de prácticas rituales no sólo sugiere que la cercanía de los muertos es
peligrosa para la identidad de los vivos más allá del contexto ritual de los velorios.
También es la respuesta a una idea pagana subyacente en la concepción del destino del
alma en el más allá, influida por el catolicismo popular hispánico. Sugiere esta idea que
los muertos jamás se separan completamente del mundo de los vivos, que su nueva
identidad como espíritu es frágil. Conserva algunos atributos corporales; por ejemplo, se
cree que los espíritus reaccionan ante los malos olores y los golpes. Pero ante todo, se lo
representa como habitado por un irreprimible deseo de vivir, mancillado por la opacidad
propia de lo humano y por su apego al amor humano. Por lo tanto, es algo paradójico que
corresponda a los hombres intentar concluir la obra imperfecta de lo divino, de suplir la
impotencia última de todos los ritos realizados, al destruir la parte de lo humano, en el
espíritu del muerto. Deben sin descanso restablecer las fronteras entre el Yo y el Otro
mediante la eficacia mágica del abuso y la obscenidad, no permitir la intrusión del más
allá en el espacio humano de lo cotidiano para alejar a los muertos hacia la esfera divina.
124 Sin embargo, existe un espacio-tiempo en el que vivos y muertos se comunican, aunque
no esté libre de riesgos para aquellos : el de los sueños. El alma-sombra vagabunda del
vivo puede encontrar y ver en sueños a un muerto de la familia, escuchar un secreto que
pesa en su espíritu y le impide partir hacia el Reino de los Difuntos, acoger un pedido de
oración o promesa para acompañarlo en su viaje, o percibir un presagio feliz o
desgraciado del que es portador y recordarlo en la existencia diurna. Esta comunicación
fuera de los límites del cuerpo y de la percepción ordinaria que manifiesta, entre la
sombra y el espíritu, como una homología de naturaleza que el sueño, estado intermedio
entre la vida y la muerte vehicula y vuelve perceptible. Esta escucha del muerto familiar
pertenece al ámbito no-ritual de la intimidad nocturna y no siempre se expresa
verbalmente después. En cambio, el espacio-tiempo del rito funerario crea, mediante la
ebriedad ritual, una fluidez momentánea de los límites corporales y un encogimiento de
la sombra en estado de vigilia, lo que permite acoger en sí al espíritu desencarnado del
muerto, para luego hablar en público con su lenguaje. Sueño y ebriedad ritual se
presentan entonces en continuum como dos caras complementarias de una capacidad
psicológica y cognitiva para comunicar con los muertos.
125 Aunque el rito funerario de la novena se realiza para todos los que mueren en la aldea, la
identidad nombrada del espíritu del muerto, su aparición onírica después del ritual y la
posibilidad de que oscile largo tiempo entre un imposible retorno a la vida y su llegada
definitiva al Reino de los Muertos parecen vinculadas a la existencia de descendientes
vivos. La figura conceptual del Anima Sola corresponde a una especie de alma colectiva,
que incluye a los muertos que no tienen descendientes en el mundo de los vivos. Nunca
presente en los sueños, se la considera una entidad errante, en busca del camino para
partir hacia el Reino de los Difuntos, difusa en todos los espacios, tanto salvajes como
domesticados, al contrario de las almas nombradas que no se presentan sino en el espacio
habitado o el cementerio. Asumiendo a veces la forma de una niebla gris, el Anima Sola
puede ser vista por los vivos en la selva o en playas solitarias, pero "no tiene voz para
identificarse". La voluntad maléfica del brujo no la controla, pero los hombres sí pueden
concertar en el cementerio un pacto defensivo con ella a cambio de ofrendas en la iglesia
y de un cirio bendito que se enciende cada lunes en la noche, así como el Día de Difuntos;
así protege de los peligros y aumenta la suerte del individuo. Ahora, si se descuidan las
149
obligaciones rituales, su venganza no tarda en llegar. Se cree que causa la muerte de los
hijos de la persona, para que enriquezca su provisión de espíritus anónimos que flotan en
la periferia de lo natural, lo humano y lo divino.
126 Esta figura conceptual contribuye también a pensar la identidad humana como una
entidad lábil, cuyas prolongaciones franquean la división entre la vida y la muerte, entre
lo humano y lo divino. Figura paradójica, el Anima Sola parece sugerir que el paso
definitivo al más allá sólo puede darlo aquel cuyos vínculos humanos sigan arraigándolo
en el orden cultural y afectivo de la descendencia viviente, y que sólo puede partir del
todo aquel que sea periódicamente recordado en los sueños de los vivos.
127 En los velorios de la novena, así como en la noche del primer aniversario de la muerte —
que cierra el ciclo ritual colectivo de relación con el muerto— se excluyen los
instrumentos musicales del espacio ritual. En cierta forma los cuerpos de los vivos se
hallan como su alma-sombra, que acoge la inmovilidad de la muerte: encogidos,
silenciosos, lejos de la gestualidad de los bailes que caracterizan la comunicación con los
santos. De igual forma, ningún altar o representación iconográfica "corporaliza" a los
muertos en el espacio de los vivos; la muerte, sin el paso por la santidad, se manifiesta
entonces como una pérdida definitiva de la corporalidad.
128 Si se considera la totalidad del área negro-colombiana con un pasado esclavista, incluida
la costa Atlántica16, todo sucede como si la comunicación con estos dos tipos de
interlocutores sobrenaturales sufriera cambios. En el extremo sur de la costa Pacífica
colombiana y su prolongación geográfica y cultural en la provincia ecuatoriana de
Esmeraldas, los rituales centrados en torno al santo de devoción especial dominan el
campo mágico-religioso, mientras que la relación con los espíritus de los muertos pasa a
un segundo plano. Por el contrario, en el norte, sobre todo en la costa Atlántica, esta
predominancia se invierte. Los ritos de la novena se desarrollan y tienen una importancia
idéntica en toda el área, como si fueran el núcleo fijo en torno al cual gravitan las
transformaciones. Así, entre el extremo sur de la costa Pacífica (la zona de Tumaco) y el
norte (la costa Atlántica), la relación con el santo de devoción especial no culmina por lo
general en una vigilia (fiesta) del santo. Se equilibra allí el campo ritual entre el santo de
devoción especial y la relación onírica con los espíritus de los familiares muertos que, al
mismo tiempo que complementarios del primero, se oponen en varias de sus
características.
129 En efecto, la relación onírica con los muertos, carece de intermediarios, pero
contrariamente a la relación con el santo, es discontinua y se cree que la iniciativa de la
comunicación corresponde más a menudo a los espíritus que al individuo vivo. No se
considera libre de peligros si no se limita al ámbito onírico.
130 La ofrenda a los muertos —cirios, oraciones, y misas— no tiene un carácter "nutritivo"
que trataría de humanizar, de darle un cuerpo al muerto; consiste, al contrario, en
palabras cuyo fin es la separación completa del muerto y lo humano. Esta ofrenda,
destinada a "aligerar su penitencia" sólo se personaliza cuando es pedido onírico de un
muerto identificado de la familia. La invocación diurna de los muertos, mediante
oraciones y cirios prendidos, puede también realizarse por iniciativa del individuo vivo,
con el objetivo de pedir en contraparte aclaraciones de carácter adivinatorio sobre ciertos
hechos o actividades. El solicitante invocará en general un conjunto de muertos
relativamente recientes de su familia extendida. No puede saber cuál de ellos lo escuchará
y se le presentará en sueños, puesto que la respuesta del muerto le será dada
oníricamente y se cree que el espíritu del muerto es el que escoge el momento de hacerlo.
150
hilos y anzuelos para pescar, plantas medicinales, granos de maíz y muchas cosas
más. Dios y sus servidores, para decirlo en una palabra, se entendían bien.
"Un día, Dios les envió de regalo una piedra negra muy dura. Eva la tomó en sus
manos, la miró con cuidado y se preguntó: ‘¿Para qué servirá esta cosa que no se
puede cortar con un hacha, ni romper, ni moler? No le entra nada, ni la sierra, ni los
dientes. Dios se burla de nosotros, de nuestra pobreza’. Llorando de la rabia, Eva
esperó a su marido, que llevaba varios días en el lavadero, para que decidiera qué
hacer con la piedra.
"Cuando supo del regalo, Adán meditó mucho tiempo. Era muy claro que Dios se
estaba burlando de ellos. Esa piedra no podía servir de mortero porque era muy
dura, ni para lavar la ropa porque era muy pequeña, ni para un fogón porque no
protegía el fuego. De modo que esa piedra, negra como la noche y dura como el
hierro, no podía servir para nada.
"Le devolvieron el regalo a Dios, y Él le dijo a Adán: ‘Como no aceptaron el regalito
que les hice la semana pasada, acepten entonces estos plátanos’.
"Adán y Eva se pusieron contentos con los plátanos. Cuando se los comieron todos,
Dios se presentó ante ellos y les dijo: ‘Quise volverlos eternos como las piedras, pero
ustedes no quisieron volverse como piedras. Prefirieron una vida corta como los
plátanos. Que así sea: serán como los plátanos. Nacerán, crecerán, tendrán hijos que
tomarán su lugar y morirán’.
"Después de esto, la muerte se apareció en la tierra, y Dios se alejó de los hombres".
135 Bastide (1967, p.88) demostró el origen africano de este relato. ¿Pero de qué trata
exactamente? Esta primera pareja de humanos, sin hijos, vive bajo la mirada y la
dependencia de Dios, que se presenta en relación con ellos como un donante unilateral de
bienes culturales y con el que ningún intercambio es posible. El regalo que provoca el
primer conflicto es no cultural; no comestible, la actividad humana tampoco puede
transformarlo; insensible a cualquier manipulación, consumo o transformación,
desprovisto de cualquier sentido accesible a los hombres, la piedra es en cierta forma
como el mismo Dios; revela la separación profunda entre su naturaleza y la de sus
criaturas. El rechazo del regalo hace manifiesto el malentendido, pero el gesto de Dios al
darles otro parece colmar la brecha; los plátanos son comestibles. Pero Dios ha probado
los límites de la obediencia de sus servidores; este regalo será el último. Aparece como la
metáfora de la temporalidad común a los vegetales y los humanos, pero inscrita para
estos últimos en la conciencia lúcida. El destino del hombre que posee ya herramientas y
el lenguaje —aunque sea Dios quien se los haya dado— es el de vivir y morir con otros
hombres y no en intimidad con Él. El primer rechazo de la pareja humana, cuya
posibilidad emerge en el pensamiento que suscitan las herramientas y el lenguaje, inicia
el alejamiento del mundo divino y del mundo humano al irrumpir el tiempo social de las
generaciones que la muerte articula.
136 El segundo relato juega con otro registro:
"Un día Dios se asomó a una ventana del cielo y vio que los hombres eran tan
numerosos que ya no cabían en la tierra. Él se dijo: ‘Voy a aliviar un poco la tierra
de esta multitud'. Al instante llamó a unos angelitos que jugaban en la cocina y les
dijo: ‘Vayan ahora a la tierra. Pongan en el corazón de cada hombre una pasión o un
vicio, hagan jugadores, borrachos, ladrones, comerciantes, guerreros y todo lo que
se les ocurra. A las mujeres inspírenles la pereza, la lujuria, el deseo de riqueza y el
libertinaje. Hecho esto, regresen al cielo, y veremos qué pasa’.
"Los angelitos hicieron lo que Dios les ordenó. Y desde entonces, la muerte se les
presentó a los hombres y Dios se alejó de ellos".
137 Aquí, la situación inicial se opone a la del primer relato en que la separación del cielo y de
la tierra ya está consumada y los hombres viven en sociedad. Si en el primer relato los
153
representantes del género humano eran sólo una pareja, en éste son demasiado
numerosos. Si en aquel Dios les da a los humanos la posibilidad de escoger, en éste Dios
impone su voluntad; en aquel la escogencia de la primera pareja inaugura la sociedad
misma, en éste la escogencia de Dios crea una sociedad distinta. La proliferación
incontrolable de los hombres pone en peligro su mundo, la tierra, pero el remedio está
lejos de ser del todo positivo; el antagonismo de las relaciones entre los humanos y Dios
impone entonces la muerte, pero en forma indirecta, al ponerla en manos de los hombres.
En esta versión, nada conforme a las enseñanzas cristianas ortodoxas, los pecados
humanos son la voluntad y responsabilidad de Dios mismo; para la perdurabilidad del
mundo social, la muerte individual es indispensable, así como lo son la agresividad, las
pasiones y el antagonismo. Los pecados y la muerte se presentan aquí como dos pilares de
la existencia cultural realizada y de su reproducción; el mundo de los hombres sobrevive
a costa de una opacidad de la condición humana y de lo social, a costa de una opacidad del
mismo Dios. El surgimiento de la muerte expresa y perpetúa esta opacidad implacable,
compartida en los orígenes entre Dios y los hombres; ni el pecado, ni la muerte se
consideran propiamente hablando como un castigo de lo divino, sino como el precio de la
perpetuación de la cultura, y del acto de multiplicarse. Muerte y fecundidad se piensan
aquí interdependientes. Una fecundidad insuficiente equivale a una condición prehumana
y presocial, pero la ausencia de la mortalidad amenaza a la sociedad ya existente.
También en este relato, la muerte y la fecundidad aseguran juntas la supervivencia
cultural, pero el precio es cada vez el alejamiento definitivo de Dios, que sin embargo ha
dejado en el mundo la marca ambigua de su poder y la opacidad que envuelve en adelante
las relaciones entre lo divino y lo humano. Este segundo relato encuentra un eco en la
representación del entendimiento, vinculado al pecado, así como en la del alma-sombra y
de su tratamiento ritual con los ritos funerarios.
138 Este es el tercer relato:
"Como la vida le gustaba a los hombres, quisieron no morir. Por eso le enviaron a
Dios el Jaguar para que él le pidiera que pudieran resucitar después de la muerte. El
Jaguar se puso en marcha, pero a mitad de camino se cansó y se quedó dormido. La
Serpiente que odiaba al Jaguar, porque la había pisado una vez en una fiesta, le dijo:
‘No tengo nada en contra de que los hombres vivan todo el tiempo, me entiendo
bien con ellos. Pero que este insolente, mal educado con las mujeres, sea eterno, no
lo puedo aguantar. Voy a decirle a Dios que cuando mueran, no los haga resucitar’.
"Con los contoneos que hace para avanzar, la Serpiente se puso en camino. Después
de mil quinientos años, el Jaguar la vio y le preguntó: ‘¿Quién está "hí? Nadie puede
en mi presencia pasar sin saludarme y decirme a dónde va’.
"Sólo soy yo’, dijo la Serpiente. 'Voy a la fuente a lavar un poco de ropa y traer un
poco de agua’.
"‘¡Ah! Yo creía que era otro pequeño monstruo', dijo el Jaguar y se volvió a quedar
dormido. La Serpiente por fin llegó al cielo y le dijo a Dios el mensaje que tenía
pensado. Dios le respondió que todo iba a ser como ella lo deseaba. Mucho tiempo
después, el Jaguar llegó a su turno al palacio del Creador y le dio el mensaje de los
hombres. Dios le dijo que la Serpiente le había pedido lo contrario y que El había
aceptado su demanda. Los hombres se pusieron a odiar al Jaguar y a la Serpiente
cuando comprendieron que fue culpa de ellos que la muerte apareciera en la tierra;
no volvieron a hablar con ellos nunca más y Dios no volvió a escuchar los pedidos
de los hombres".
139 Este relato invierte la situación inicial de los otros dos en varios puntos. La muerte ya está
presente entre los hombres y la resurrección es su deseo consciente. Viven lejos de Dios,
pero hablan y se llevan bien con los animales humanizados. Aquí la historia es la de una
154
comunicación fallida por culpa del mediador entre los hombres y Dios; este mediador
perezoso es un animal masculino, y quien a conciencia hace que Dios rechace el mensaje
de los hombres, un animal femenino. Lo que trastoca la comunicación entre los hombres y
un Dios lejano, pero todavía accesible, es el antagonismo entre los sexos. El orgullo y la
pereza del Jaguar y la vanidad y astucia de la Serpiente contribuyen juntas a la aparición
de la muerte sin remedio en la tierra; el odio de los hombres hacia ellos inicia la
separación entre los humanos y el reino animal. El antagonismo entre los sexos que esta
situación evidencia, pone fin al estado parcialmente cultural en el que los hombres y los
animales comparten los mismos atributos, y aleja para siempre a Dios de la tierra. Este
antagonismo se manifiesta aquí como el paradigma de todas las divisiones constitutivas
del universo, así como el origen mismo de la muerte. La revelación de este antagonismo
empuja a los hombres a su destino cultural, pero este antagonismo se vuelve también la
base del salvajismo animal.
140 Aunque los relatos silencien los múltiples despliegues del campo religioso y ritual, dan
forma a las oposiciones sobre las cuales se basan las representaciones que los subyacen.
De nuevo en este caso, es en las formas y personajes prestados del catolicismo que se
desarrolla una cosmogonía original que fragmenta las rígidas oposiciones del cristianismo
al desviar su sentido. La representación de las figuras del infortunio, de la enfermedad y
de la acción hechicera se inscribe, también, en esta lógica.
NOTAS
1. Aunque los estudios más recientes que tratan sobre la cultura negra del Chocó mencionan las
relaciones interétnicas negro-indígenas y subrayan de paso su significación social, solamente
Friedemann (1986) reconoce en forma explícita su importancia metodológica, esencial para
comprender mejor el sistema de parentesco negro. Entre las obras sobre el pensamiento Emberá,
Pardo (1987, p. 82 y ss.) describe algunos intercambios de procedimientos terapéuticos entre
indígenas y negros, pero su estudio se concentra en el chamanismo Emberá, de modo que los
últimos figuran en la periferia diluida del pensamiento indígena.
2. Esta representación escalonada del cosmos entre el "Arriba" (la Gloria y el Purgatorio), el
mundo humano y el "Abajo", el Infierno, cuya apertura hacia el mundo de los hombres consiste
en el cementerio y la selva (ver Cap. IV), se encuentra en forma muy parecida entre los negro-
ecuatorianos de la provincia costera de Esmeraldas. Ver Whitten (1970) y Rahier (1986).
3. Esta concepción energética es simétrica a la que subyace a la naturaleza hostil y no ritualizada
de la selva, receptáculo de las fuerzas vitales humana, vegetal y animal. Sin embargo, la
divergencia de estas dos "energías" se plasma en los ritos de nacimiento. Ver infra.
4. La chirimía nunca falta en las fiestas colectivas del Chocó. Esta orquesta incorpora la tambora
(tambor) de tipo español, el requinto y los platillos, instrumentos rítmicos de origen amerindio, y
el clarinete. A veces, otros instrumentos rítmicos de origen afro-amerindio, como la raspa o las
maracas, hacen parte de ella. Los tambores de forma africana se pueden usar paralelamente con
la chirimía, pero nunca son incorporados a ella. Este universo instrumental se manifiesta así
como una metáfora de la cultura negro-colombiana, con sus tres componentes de orígenes
culturales diversos cuyo juego de conjunto engendra sin embargo una música nueva.
155
5. Los santos no navegan nunca río arriba en el Capa o en otros ríos donde los Emberá ocupan la
cuenca alta. No obstante, en los ríos sin presencia Emberá la procesión fluvial también va río
arriba.
6. Formas cantadas de poesía negro-colombiana, ligadas al contexto funerario cuyo tema central
es la muerte, el paso al más allá y la imploración a los santos de ayuda. No son cantados sino en
los días de duelo de la Semana Santa y en los ritos funerarios; cantarlos fuera de estos contextos
"atraería a la muerte". Para su análisis detallado. Ver infra.
7. El excelente análisis de Villa (1984, manuscrito) sobre la fiesta anual de San Pancho, santo
patrón de Quibdó, nos ofrece una magistral ilustración al respecto.
8. Sin embargo, en estos últimos años —con ayuda de las grabadoras—, los Emberá incorporan
cada vez más en su espacio la música criolla bailable (el ballenato, la salsa). Esta música se
impone en las parrandas intra-étnicas no rituales, así como el aguardiente de fabricación
industrial que reemplaza la tradicional chicha de maíz. Esta doble utilización de objetos
procedentes del exterior étnico, más allá de la cultura negra vecina, no altera la música y las
danzas rituales indígenas y tiene una función muy diferente.
9. Ver el análisis de este "anclaje" ritual en Losonczy, 1990, pp. 90-95.
10. La representación de la persona como poseedora de dos almas —la de la fuerza vital y la del
alma-sombra— se manifiesta bajo diferentes formulaciones en la inmensa mayoría de las culturas
afro-americanas. Ver sobre este tema, Polla-ck-Eltz, 1974, pp. 18-41.
11. El concepto de "ensalvajamiento" del chamán siberiano (una cierta animalización de su
comportamiento ritual) está en el centro del análisis global de Hamayon (1990) sobre el
chamanismo de caza cuyo objetivo sería precisamente una alianza con la sobrenaturaleza animal,
en la que el cazador es visto como un marido y no como un raptor. Este ensalvajamiento
chamánico ritual depende de una lógica del intercambio, que rige también las relaciones de los
Emberá con el reino animal y la sobrenaturaleza vinculada con la selva. En cuanto a los negros, la
predominancia de una sobrenaturaleza de origen católico, poblada de entidades sobrehumanas,
no parece permitir el despliegue de esta lógica chamánica; al contrario, le da a las relaciones con
la sobrenaturaleza selvática un carácter de transgresión, donde el ensalvajamiento parcial del
hombre-cazador corresponde a una lógica de la depredación, sin contrapartes. Los intercambios
rituales están reservados para las relaciones con las entidades sobrenaturales de lo divino.
12. En ciertas zonas del Chocó, a veces repiten el bautismo del niño que se demora en hablar de
corrido, como si no pudiera pronunciar palabra sino una vez nombrado.
13. La tradicional bebida de maíz fermentado de los Emberá.
14. Desde hace mucho tiempo, los Emberá no practican el ritual de iniciación de los jóvenes; lo
reemplaza funcionalmente un largo período de viaje que los lleva en busca de una esposa en las
numerosas unidades residenciales de otros ríos.
15. La poesía popular negro-americana se distingue en todos los géneros por la influencia de las
formas poéticas españolas arcaicas. Sobre este tema, ver para Colombia, Granda (1997), pp.
258-346, y Friedemann (1974), pp. 35-39, y para el Ecuador, Rahier (1986).
16. Con la excepción de la aldea cimarrona del Palenque de San Basilio, cuyo sistema ritual y de
pensamiento estaba hace poco mucho más cercano a una "afri-canidad manifiesta" que aquella,
latente, del occidente colombiano.
17. Esta relación con un santo particular se encuentra también en las comunidades negro-
venezolanas (Pollack-Eltz, 1974, pp. 157-204), y negro-ecuatorianas (Whitten, 1970, pp. 203-217).
18. Estos relatos se distinguen tanto por su temática como por las condiciones en que se
enuncian, de los cuentos orales con protagonistas humanos o animales humanizados cuya
evocación por los dos sexos es frecuente en las fiestas profanas y en el rito funerario de niños, el
gualí. Los primeros son contados rara vez, generalmente es el padre quien los refiere sin ningún
formalismo en el contexto de la familia restringida, "para abrirle el entendimiento a los niños". A
veces, en las vigilias de los "días misteriosos" de la Semana Santa, uno de los ancianos, o un
156
curandero "los recuerda". Pero en general se dice que "el que los cuenta bajo la luz del día,
miente"; o también que "no es bueno" que las mujeres, con excepción de la curandera, cuenten
"las historias de Dios".
157
Enfermedades y desgracias
3 La interpretación negro-colombiana reúne las categorías ″enfermedad″ y ″mala suerte″ o
″daño″ en un mismo campo semántico, designado por el término ″lo malo″ que incluye
todos los hechos negativos o destructores de la existencia individual y colectiva. Esta
categoría amplia de desgracias implica siempre una sucesión o una repetición de hechos
cuya aparición única puede considerarse contrariante, pero de ninguna manera grave; no
exige entonces una exégesis particular. Así, la sucesión repetida de enfermedades en el
círculo familiar, una persistente mala suerte en la búsqueda del oro o en la caza, los
repetidos abortos naturales, la muerte de varios hijos en cortos intervalos, la partida
inesperada del compañero o la compañera, la mala suerte de varios parientes, picadas
repetidas de culebras, son todos acontecimientos que definen la figura de la ″mala suerte
″; también incluye ésta las enfermedades personales que reinciden y son reacias al
tratamiento. Pero en el campo de ″lo malo″ hay una distinción entre la enfermedad y la
mala suerte; se cree que la primera, hecho en principio único, afecta el cuerpo y los
componentes internos (las dos almas) de las personas, mientras que la segunda,
caracterizada por la repetición de hechos recurrentes, afecta las prolongaciones de su
identidad en el mundo exterior, sus posesiones materiales o sus relaciones sociales.
4 La representación de los estados mórbidos se da en varios registros. Los enunciados ″
estoy mal″, ″estoy débil″ o ″estoy enfermo″, designan un estado de sufrimiento físico que
no altera la conciencia. Se puede especificar la localización del dolor al nombrar la
parte'del cuerpo afectada o al describir la clase de dolor que se siente: ″me arde la
garganta″, ″me duele el hígado″, ″me duele la cabeza″. También se puede dar cuenta de los
movimientos internos de los órganos ″tengo el estómago en la garganta″, ″el corazón se
me bajó a los intestinos″, ″los pulmones se me bajaron″, ″tengo toda la sangre en
estómago″, ″la mierda me sale como si fuera agua″ o ″los orines se me subieron al
estómago″. Fórmulas específicas como ″tengo lombrices en los intestinos″, ″tengo mugre
en la herida″, ″tengo gripa″, también describen los males comunes. Sus síntomas a
menudo se formulan según un código térmico: ″todo me quema″, ″estoy helado″, ″tengo
frío arriba y me quema abajo″. El contacto esporádico con la medicina biológica permite
nombrar conjuntos de síntomas, expresados en estos registros como ″tifo″, ″malaria″, ″
tuberculosis″, ″tos ferina″, ″diarrea″. Estas enfermedades son en general benignas y de
supuesta rápida curación. Si se agravan o tienen una evolución crónica se describen con la
expresión general, ″estoy dañado″; se trata de un grado de morbilidad acompañado a
menudo de síntomas suplementarios descritos con fórmulas como ″siento vértigo en la
cabeza″, ″me tiembla el entendimiento″, ″se me olvida todo″, ″me vacío″, ″me siento
consumido″. Esta evolución remite a una alteración más profunda del alma-fuerza vital
que a veces puede afectar algunas funciones mentales atribuidas al alma-sombra, y
pertenece a una etiología diferente.
5 Dentro del campo de la ″enfermedad″, en efecto, una división etiológica importante
separa las enfermedades llamadas ″divinas″ de aquellas calificadas como ″humanas″. Esta
división corresponde menos a una diferencia de síntomas entre las dos categorías de
enfermedades, que al grado de su gravedad, su carácter contagioso y su tenacidad. Las
alteraciones del juicio, como perder el conocimiento o la disminución de algunas
facultades mentales, apuntan claramente a la enfermedad humana.
159
20 Estos mismos efectos se despliegan mediante el poder mágico involuntario del mal de ojo.
Se puede aumentar voluntariamente la eficacia de este poder de dos maneras: mediante la
ingestión regular de algunas plantas silvestres que se encuentran selva adentro y por el
aprendizaje de fórmulas mágicas pertenecientes enteramente a la categoría de lo
humano, es decir que poseen un poder únicamente agresivo. El mal de ojo por lo general
caracteriza a las mujeres estériles o que han perdido muchos hijos en los partos. Los
negros atribuyen esta desgracia procreadora persistente, rebelde a cualquier tratamiento
y con frecuencia acompañada de un comportamiento verbal violento o un desinterés en
los trabajos domésticos, a una doble falta ritual cometida en el nacimiento de la mujer, ya
sea en el tratamiento de las secundinas, se ″dejó el cordón umbilical demasiado largo,
como el de los niños″, ya sea en la escogencia de la sustancia natural del ″ombligado″ que,
en este caso, se cree haber sido de tipo masculino. La mirada fija en los bebés es lo que
denota la envidia y transmite este poder patógeno supuestamente involuntario, al ″hacer
que suban″ las enfermedades divinas en el niño y se transformen enseguida en humanas.
Se cree que el porte de objetos mágicos dobles, compuestos ya sea por elementos
vegetales y animales elaborados por una curandera negra, o únicamente cuerpos de
animales, pero trabajados por un chamán Emberá, detiene y atrapa la mirada y protege al
niño o disminuye el impacto patógeno.
21 Otro avatar de la brujería común femenina es el de las brujas, que también son mujeres
estériles o poco fértiles y que por lo tanto se consideran frías, insuficientemente
calentadas. Es este carácter térmico lo que vuelve poco móvil el alma-sombra, pues en
lugar de ″pasearse por todo el mundo″ como las almas calientes, vuela durante la noche
para posarse en los árboles de una ribera solitaria o en los techos de las casas. Con sus
gritos guturales ″pone″ la enfermedad del ″susto″ en los niños de poca edad. Esta
enfermedad se manifiesta como un encogimiento del alma-fuerza vital, perceptible en los
ojos vidriosos del niño, y que lo lleva a un decaimiento progresivo debido a la apatía y la
falta de apetito, a menos que porte los amuletos dobles que también protegen contra esta
enfermedad. Pero estas brujas frías suelen ser además ávidas de sangre, sustancia de
naturaleza masculina que les sirve para calentarse. Si la casa no ha estado asegurada con
sal o polvos de plantas domésticas dispersos cerca de las entradas, si no se cierra
mediante oraciones protectoras dichas por el curandero o gracias a la presencia de un
crucifijo tejido con tallos de plantas domésticas, las brujas pueden entrar de noche para
despojar de su sangre a los niños de poca edad.
22 El modelo etiológico de las enfermedades humanas menos graves causadas por la maldad
ordinaria, se injerta en buena parte en el núcleo innato de las enfermedades divinas y
amplifica sus efectos, tanto en el cuerpo y el componente energético interno de la víctima
indicada como en su círculo familiar inmediato, sobre todo en la descendencia. El carácter
humano de una enfermedad altera los límites y la naturaleza térmica del cuerpo víctima,
pero no introduce ningún cuerpo extraño. Este tipo de acto, que genera mayor perjuicio
pertenece a un tercer modelo etiológico: la brujería por pacto.
trata de retener el alma cautiva en la selva. Mediante repetidos llamados en coro del
nombre del muerto, confundidos con oraciones y cantos, el rito se propone que el alma
vuelva para ″escuchar su novena″ y pueda así partir hacia el Reino de los Muertos, fuera
para siempre del alcance del brujo.
28 La concepción del rapto del alma constituye la segunda categoría etiológica Emberá; su
existencia en el campo etnomédico negro lo orienta hacia la lógica chamánica. Pero esta
agresión se presenta aquí como el límite extremo, el grado cero del poder terapéutico
negro; éste no cuenta con ningún medio para oponérsele, y la agresión es inevitablemente
mortal5, aunque el ritual divino pueda arrancar post mortem al alma víctima del campo
energético brujo.
llamado Donaí, quien se presenta y responde: ″Yo soy el amo de los placeres del mundo.
¿Para qué me has llamado?″. El candidato debe entonces precisar lo que pretende con el
poder que pide; si lo concibe sólo como defensa de sí mismo sin agresión, no podrá
concluirse el pacto. Enseguida Donaí enuncia las condiciones: los gustos alimenticios del
futuro familiar, las oraciones de fuerza mágica que le corresponden (y que el candidato
debe comprar fuera de la comunidad), y los elementos de cuerpos de animales o de
plantas silvestres que le servirán para preparar entretanto la morada del ″familiar″. Al
concluir el pacto, la fuerza mágica de éste se unirá al amuleto y el brujo se convertirá en
su ″dueño″. Pero la condición fundamental, previa a la llamada del ″enemigo″, es que el
candidato esté dispuesto a venderle su alma-sombra, renunciando así, para siempre, a su
condición de cristiano; que haya roto antes con su santo de devoción especial y que no
entre nunca más en una iglesia. Esta venta del alma tendrá como efecto una mala muerte
solitaria en la selva, lejos del espacio habitado y sin la compañía del rito funerario de la
novena; de esta manera, el alma enriquecerá la fuerza del diablo. Parece operar aquí, en
suma, una transferencia energética recíproca, pero diferida en el tiempo. El diablo
refuerza las dos almas del candidato y le da poder sobre otras, y después de su muerte, su
fuerza acrecentada, ″cargada de negro″, sustraída de lo divino, volverá a él y aumentará
su poder.
34 Pero el pacto no puede concluirse sino después de un período de preparación que debe
comenzar el primer viernes de cuaresma, día que se cree ″oscurecido″ y ″sin luz divina″.
Por la noche, el candidato debe ir al lugar solitario de la selva, donde tuvo lugar su primer
contacto con el mensajero del diablo; debe llevar un gato negro vivo y castrado, un
recipiente grande nuevo y queroseno. Prende una hoguera y pone a hervir agua de un
charco estancado. En el momento de la ebullición pone al animal vivo y se retira con la
espalda hacia el fuego, diciendo en voz alta la ″oración del gato negro″, llamada también ″
las veintiún palabras ocultas″, fórmula mágica de poder maléfico que se utiliza
únicamente en esta ocasión. El aprendiz deberá regresar los seis viernes de cuaresma por
la noche, para recitar la oración, volver a prender el fuego y añadir agua, cuidando
siempre de hacerlo de espaldas y sin tocar el platón. El séptimo viernes ya puede pararse
enfrente, a una cierta distancia, pero debe acercarse de espaldas. Luego gira, destapa el
recipiente y comienza a separar los huesos del gato preguntando cada vez: ″¿éste?″. Si la
respuesta es negativa, tira el hueso, y de no serlo lo guarda en un frasco nuevo opaco,
hasta completar veintiún huesos. En ese momento se presenta el mensajero del diablo y
toca el frasco y el amuleto vegetal o animal preparado. Concluye así el pacto, convertido
el candidato en aliado de uno de los múltiples avatares del poder diabólico. Este
perdurará para siempre invisible en sus dos receptáculos: el amuleto y los huesos del
gato.
35 Esta especie de cocción sacrificial se hace con un animal prácticamente inexistente en el
universo cotidiano del Chocó, y que está fuera del sistema clasificatorio de la fauna, por
no ser ni salvaje ni domesticado. Es ″otro″, puesto que no siendo salvaje, se considera
imposible de domesticar y por ende diabólico. Para comprar uno, por lo general hay que
hacerlo fuera del Chocó, y como su posesión revela la intención maléfica de un pacto con
el diablo, hay que esconderlo en un lugar solitario, encerrado en una jaula, y alimentarlo
hasta su sacrificio. El cocimiento ritual al que se le somete parece realizar un reparto
progresivo de fuerzas; se supone que la carne y la sangre del animal, así como las palabras
mágicas de la oración alimentan al diablo, mientras que la fuerza contenida en los huesos
corresponde al aprendiz de brujo. Todo sucede como si el cocimiento con agua estancada,
167
llamada ″agua muerta″, repartiera el cuerpo del animal entre sus sustancias vivas y
perecederas, y su esqueleto perdurable. Por lo tanto, el alimento que el humano le ofrece
al diablo tiene la misma naturaleza del donante —perecedera y mortal—, mientras que la
representación negra del Mal, cuya fuerza se cree contenida en los huesos, considera que
su fuerza es de naturaleza idéntica a estos últimos: perdurable, más allá de la división
entre la vida y la muerte. La alianza salvaje y secreta entre el brujo y el diablo concluye
cuando las sustancias vivas del animal pasan al diablo y el hombre-brujo se convierte en
propietario de los huesos. Pero en este caso se trata más de una lógica de alianza que de
comunión; los huesos, en efecto, así como el objeto-fuerza, donde mora el ″familiar″ y
reside el poder mágico recibido, se manifiestan como distintos y exteriores al cuerpo del
brujo. Este cocimiento sacrificial nunca implica por ende el consumo ritual de una parte
del cuerpo animal. Se puede pensar que la exterioridad corporal del poder recibido es lo
que da su naturaleza de pacto a esta relación; lo demuestra también el hecho de que éste
se considera reversible, ya que el brujo puede romperlo. También en este caso
encontramos la distancia corporal y el intercambio energético sin intermediario, en
cuanto lógica de la relación con lo sobrenatural que hemos visto operar en la alianza
ritual con el santo de devoción especial6.
36 Existen otras dos modalidades de obtención de familiares pertenecientes al campo
energético del Mal; cada una de ellas tiene como condición previa la renuncia del
candidato a cualquier contacto con lo divino, tanto en esta vida como en el más allá,
renuncia realizada mediante la venta del alma-sombra al Mal. La primera de estas
modalidades utiliza los huevos de un pájaro negro nocturno, al que describen como
poseedor de una agresividad letal de vampiro hacia los hombres, de aspecto repugnante e
imposible de capturar o matar; lo llaman ″el pájaro brujo″ y lo consideran el ave del
diablo. Se supone que se presenta en luna menguante en las riberas solitarias de los
pequeños afluentes, donde pone los huevos y los cubre con arena. El aprendiz de brujo
debe desenterrar tres y llevarlos ocultos a su casa. En la noche del primer viernes de
cuaresma debe enterrarlos en un lugar solitario en lo profundo de la selva; debe volver los
viernes siguientes para recitar allí la oración del pájaro negro, que ha adquirido con
anterioridad. El último viernes de cuaresma encontrará en este lugar tres pequeños
pájaros brujos a los que, mientras guarda las cáscaras de los huevos, les dirá: ″Yo los hice
nacer y los quiero como familiares″. Concluido así el pacto, podrá enviarlos para que
vacíen a una víctima de su sangre. Aquí, el candidato a brujo suplanta al pájaro genitor y
se convierte así en un animal metafórico; la relación establecida parece más bien del
orden de una filiación desviada que de un pacto; también se cree que el poder del brujo
sobre sus familiares, residente en las cáscaras de los huevos, es mayor que el recibido del
diablo.
37 La tercera clase de pacto es mediatizada, y se describe como la compra de un ″familiar″.
Se trata de acudir a un brujo que ya haya establecido un pacto con el diablo y que ya
conoce ″las veintiún palabras ocultas″. Este fabrica una estatuilla con las raíces de un
árbol silvestre que solamente se da selva adentro. Debe extraer una raíz bastante
profunda, modelarla y tinturarla de negro con la pintura vegetal llamada ″jagua″ (Genipa
americana) que los Emberá usan para pintarse el cuerpo; toda esta operación debe hacerse
en la noche, selva adentro. Una vez terminada y pintada la estatuilla, el brujo que ha
pactado le ″susurra a la oreja″ las veintiún palabras ocultas; la figura que ya puede ″oírlas
″, se convierte en propiedad del comprador. En este caso, el pacto del candidato se
establece a través de la mediación de otro brujo que, de alguna manera, fragmenta y
168
considerado del todo frío y femenino; ninguno de sus órganos puede usarse en el rito del ″
ombligado″ de un ser humano. En realidad, los negro-colombianos no la consideran del
todo animal; se dice de ella que es un ″animal-liana″, pariente de la vegetación femenina
silvestre de la selva. Su naturaleza la aparta de los demás animales salvajes que se hallan
dentro de la categoría masculina, aquellos con un componente corporal que se supone
sostiene el alma-fuerza vital de los muchachos mediante el rito del ″ombligado″. Estos
animales se encuentran a salvo del control del brujo, mientras que la maldad de la
serpiente, hembra feroz, ser-límite entre lo animal y lo vegetal salvajes, es inherente a su
naturaleza. Pero cuando no la envían personajes femeninos sobrenaturales de la selva o
un brujo, ciertas precauciones mágicas realizadas en el espacio habitado, pueden cerrar el
cuerpo a su picadura o disminuir su impacto patológico.
42 El pacto del brujo con la serpiente se establece en la selva de noche mediante un
intercambio de sustancias corporales; llamada con palabras mágicas, pica al brujo cuya
alianza con el diablo lo preserva de la muerte. El veneno así incorporado aumenta sus
defensas mágicas, mientras que la sangre tomada por el reptil sella el pacto con él. Para
mantener esta alianza, se debe renovar con regularidad este intercambio de sustancias
mutuamente fortificantes y mostrarle a la serpiente las víctimas que debe picar. La
picadura enviada así se caracteriza por su aspecto triangular, así como por la extrema
nocividad y la rápida difusión del veneno en el cuerpo; el tratamiento de estas picaduras ″
puestas″ constituye una de las partes más apreciadas del saber curativo negro, pero
también la razón más frecuente para pedir la ayuda terapéutica de un chamán Emberá.
43 Aunque los demás animales salvajes son insensibles a los llamados del Mal, se cree que el
pacto hechicero hace a su beneficiario capaz de asumir su forma, de transformarse en
diversos animales salvajes7 y de afectar subrepticiamente al leñador o cazador solitario, al
infligirles una herida que las víctimas no sentirán ni verán sino posteriormente, al volver
a casa. La supuración recurrente y la difícil cicatrización de estas heridas, así como el
estado de debilidad persistente, las distingue de las heridas puras que resultan de
encuentros con animales verdaderos. Esta agresión menor se supone que le da al brujo ″su
comida″ cotidiana en cierto modo; y que sostiene su fuerza destinada a ″mantener
contentos a sus aliados″.
44 La capacidad del brujo de transformarse en animal también existe en la concepción
católica popular arcaica de los poderes maléficos. Vestigio heredado de viejas ideas
paganas, coexiste sin embargo con la posesión maléfica del diablo, que requiere un
exorcismo radical para liberar al poseído de una vez por todas. Esta concepción es ajena a
la figura negro-colombiana del brujo. La alianza taumatúrgica del brujo con el avatar del
diablo, pacto tanto defensivo como agresivo8, sin la confusión corporal del trance, la
lógica de intercambio a distancia del pacto, así como su reversibilidad por iniciativa del
hombre, se hallan dentro de la misma lógica que aquella que subyace en la relación
electiva individual con el santo en el ámbito positivo de lo religioso. Estas características
hacen del pacto un modelo intermediario entre el campo chamánico y el de la posesión.
56 La luz del día y el sol son pues las fuentes primeras de calor, y el aire, la tierra y la luna las
del frío; el agua —la del mar, los ríos y la lluvia— es el elemento mediador y mezclador
entre las dos primeras. Según esta concepción, el cuerpo de las plantas realiza en forma
privilegiada la síntesis y la fusión de estas fuentes térmicas primordiales; por ello, si la
clasificación térmica concierne a todo el universo, las plantas se manifiestan de cierta
manera como tipos ideales, condensadoras primordiales de las categorías térmicas.
57 Sin embargo, los órganos humanos, las etapas del ciclo vital, los sexos, las enfermedades,
los fenómenos climáticos, los minerales, las partes del cuerpo animal, los objetos mágico-
religiosos y hasta la muerte, pueden todos ordenarse según un eje que va de lo caliente a
lo frío, y entre los dos, de lo tibio a lo neutro. Pero estas categorías son en extremo
móviles y flexibles: un mismo objeto puede cambiar de naturaleza según la composición
alimenticia o médica, o según el contexto de que haga parte en un momento dado. La
interpretación nativa de este carácter fundamentalmente lábil y contextual de la
naturaleza térmica de los seres evoca siempre por analogía el mundo de las plantas
tomado como prototipo. Al resultar de una conjunción específica de la tierra, del aire, del
sol y de la luna, las plantas poseen un grado de calor o de frío que varios factores pueden
cambiar o restablecer. Entre estos se encuentra la calidad (viva o muerta, circulante o
estancada) del agua y el carácter espaciado o concentrado de las plantas; este último
desvía su naturaleza térmica hacia el frío integral y vuelve por ello potencialmente
peligrosas para el hombre a las plantas que crecen enredadas. Esta labilidad térmica
afecta en cierta medida todos los demás elementos del universo, como si estos, mediante
una especie de contagio identitario, se hubieran alineado con el universo vegetal, primer
catalizador térmico. Se supone que el mecanismo de tal contagio es, primero, el contacto
que a partir del nacimiento el rito del ombligado inscribe en el cuerpo, y sobre todo la
ingestión y el constante contacto con las plantas tanto de los hombres como de los
animales. Pero si en el caso de las plantas los elementos transformadores de la naturaleza
térmica parecen ser primordialmente el agua y la concentración vegetal, para los demás
componentes del universo, el pensamiento negro-colombiano hace intervenir otros varios
factores entrecruzados, muchos de los cuales dependen de la manipulación humana.
58 Las enfermedades calientes pueden evolucionar hacia lo tibio o lo frío, según la edad y el
sexo del sujeto, y también según las condiciones climáticas. Los objetos minerales, las
partes del cuerpo animal y hasta las mezclas vegetales pueden también cambiar de
naturaleza según el momento de su obtención —de día o de noche, en luna llena o
menguante— y según su origen silvestre o cultivado. El ejemplo del agua —elemento
transformador por excelencia— ilustra este proceso. El agua de mar, al igual que todos los
productos marinos, como los peces, minerales y la sal, es caliente. El agua de río y la de las
fuentes, por el contrario, es fría en el momento de recogerla; hervida se convierte en
tibia; hervida y dejada en reposo durante la noche vuelve a ser fría, como el agua de lluvia
recogida. La que entra en contacto con las plantas, en cambio, se calienta; el agua
estancada de los charcos es fría, y se cree que nunca se calienta.
59 Aunque la cantidad de plantas alimenticias y de animales comestibles es relativamente
limitada, el ámbito de las plantas mágicas y terapéuticas (o a veces venenosas, según la
mezcla de la que hacen parte y su dosificación) es muy extenso. Algunas se encuentran
sólo en la selva y se cree que su cultivo es peligroso o que las vuelve ineficaces. Las hay
silvestres o cultivadas destinadas exclusivamente al uso de los curanderos o curanderas,
únicos capaces de ″hacerse obedecer″ por ellas.
174
terapéutica y la reparación del infortunio es su lado divino; su lado humano sirve para
aumentar la fuerza y el entendimiento individuales, a menudo en detrimento de otro.
Estas fórmulas verbales evocan, en vez de solicitarlos explícitamente, ciertos actos y
virtudes particulares de los santos, la Virgen y Jesucristo, enraizan su eficacia en una
representación doble. En primer lugar, su poder se basa en la idea que los santos son
portadores de una capacidad mágica particular y de una fuerza vital acrecentada,
vinculadas a su vida humana pasada, así como a fragmentos del aliento y la luz divinos. En
segundo lugar, esta eficacia proviene de la representación del nombre en cuanto captador
y distribuidor de energía divina, ligada al alma-sombra. De tal suerte, la evocación del
nombre de los santos, ligada a la de Dios y seguida de la de sus éxitos humanos en tareas y
aventuras arriesgadas, los atrae hacia la persona afligida por una parte; y por otra, las
palabras mismas están impregnadas con la fuerza que evocan; el hecho de recitarlas hace
entrar dicha fuerza al cuerpo del doliente. Por esto, la eficacia terapéutica o defensiva de
estas fórmulas depende tanto de la comunicación que establecen con las entidades que
evocan, como del carácter de captor de fuerza que las palabras tienen en sí mismas por su
contigüidad con lo divino. Se trata entonces, como sucede en el campo ritual, de una
captura de energía; pero en este caso ésta carece de reciprocidad inmediata de parte del
hombre.
77 Las oraciones y secretos que en lugar de evocar a los santos, se dirigen a los animales (la
araña, el perro negro, el gato negro), se consideran únicamente humanos; otorgan,
mediante la obtención de familiares, la fuerza para la agresión física o simbólica. Parecen
reforzar en el alma-fuerza vital masculina la parte que el principio animal toma en ella a
través del rito de nacimiento del ″ombligado″. Estas oraciones excluyen cualquier
evocación verbal o gestual de lo divino; su eficacia se pierde si se pronuncia el nombre de
Cristo, la Virgen o los santos, si se evocan objetos religiosos, como el agua bendita o el
crucifijo, o si se ejecutan ademanes religiosos, como arrodillarse o persignarse. Todo
sucede como si la comunicación con los representantes animales del poder diabólico,
producto de la ruptura del hombre con lo divino, no pudiera ser para los negro-
colombianos sino igualitaria (el pacto) o dominadora (la relación de propiedad con el
familiar obtenido). En cambio, la comunicación, incluso hechicera, con lo divino, parece
siempre comportar el reconocimiento de una relación asimétrica, en la que en última
instancia lo divino siempre resulta más fuerte; al contrario del poder del diablo, cuyo
carácter maléfico parece claro, lo divino se caracteriza por la opacidad última e
irreductible de su relación con el hombre, opacidad que se manifiesta cada vez que una
enfermedad divina lleva a la muerte.
78 Sin embargo, esta eficacia energética propia de la palabra evocadora, redoblada por la de
la comunicación, se despliega en forma diferente en el ámbito de lo humano y en el de lo
divino. Así, las oraciones y secretos enteramente divinos y la faceta divina de quienes
evocan a los santos apuntan a un aumento general de la fuerza vital y del entendimiento
en un proceso de curación progresivo. En cambio, se considera que las formas verbales
mágicas completamente humanas (agresivas) y el lado humano de las oraciones a los
santos, lado que se actualiza en su uso individual frente a la desgracia o la mala suerte,
tienen una eficacia inmediata, perceptible en una capacidad precisa del individuo, o en la
obtención de una ventaja inmediata.
79 Lo divino se manifiesta entonces como el campo de una eficacia general, mediata y difusa,
activada mediante el curandero, que contribuye al pasaje progresivo de un estado a otro
gracias a un aumento general de la fuerza del individuo. El campo de lo humano se
179
matrimonial. La sangre ″enfría″, ″empobrece″, ″se vuelve agria″, altera la fuerza vital y
afecta también la leche materna, y por ende al bebé. Se cree por lo tanto que también
tiene un efecto debilitante sobre los vínculos que establece la leche materna, entre el bebé
y el tronco de descendencia de la madre. En ocasiones se atribuye a la subida de la sangre
a la cabeza de la mujer, que altera la función del alma-sombra de vagar por la noche en
los sueños y recuperar su base corporal al despertar. Se considera que el alma-sombra
queda ″atrapada″ debido a la concentración peligrosa de la sangre, por lo que sigue siendo
prisionera del espacio onírico que se desborda en el diurno. La mujer sueña despierta y
murmura palabras incomprensibles, porque ″habla con los muertos″. La terapia contra
estas perturbaciones de la sangre femenina se compone de oraciones divinas y mezclas de
remedios de naturaleza caliente. Pero para reparar la alteración causada por la subida de
la sangre se requiere también la colaboración del padrino y de la madrina de la mujer,
quienes deben velar su sueño con oraciones y llamarla sin descanso por su nombre de
bautismo para que su alma-sombra salga del sueño y encuentre su base corporal viviente.
92 La otra clase de locura femenina afecta sobre todo a las jóvenes. Es resultado de la
agresión de un brujo por pacto que busca someter algunas sombras. Para ello envía desde
la selva a uno de sus espíritus de mala muerte cautivos para que haga el amor con el alma-
sombra de la mujer y atraiga la víctima hacia la selva, y encuentre su mala muerte. La
reparación de este maleficio que puede causar la muerte desborda el campo terapéutico
propiamente dicho. Se trata de llevar a cabo una doble disyunción. En un primer
momento, la víctima que ya no responde a su nombre, tendrá que ser rebautizada; los
padres, el padrino y la madrina repiten entonces el ritual de co-nominación, para que lo
divino vuelva a tomar la sombra de la joven y así restablecer la conjunción perdida.
Enseguida, se le aplica un tratamiento ritual al espíritu masculino separado de su víctima
por su bautizo, pero que se cree permanece en la aldea. Se trata de arrebatarlo del
dominio del brujo y separarlo del mundo de los vivos mediante la celebración de una
novena completa para él. Este ritual se convierte en una auténtica guerra simbólica,
alrededor del destino ulterior del espíritu del muerto; es una guerra entre el espacio
habitado, marcado por lo divino, y el espacio de la selva, el del salvajismo no ritual y del
mal. Las armas de esta lucha simbólica son la invocación repetida del ″ánima sola 13″ y del
nombre y el poder de Dios mismo. Asimismo, lo divino se manifiesta como el factor
disyuntivo en este tratamiento ritual de la locura, puesto que separa un enlace-posesión
doblemente peligroso para el orden cultural. Para éste, el enlace benéfico que da vida, no
puede ser sino el de los cuerpos, terreno por excelencia de lo humano sexuado; el modelo
de comunicación por enlace, la confusión de identidades, es incompatible con lo
sobrenatural, del que dependen las almas-sombras. En segundo lugar, la energía que estos
rituales solicitan a lo divino restablece y revitaliza el orden amenazado del universo, al
separar la vida de la muerte, tanto como el salvajismo propio de la selva, del cultural
propio del lugar habitado.
93 Como se puede ver, este universo de origen africano rechaza decididamente la posesión
como modelo de comunicación entre el hombre viviente y lo sobrenatural. Si la buena
muerte significa una toma de posesión de dos almas desencarnadas por lo divino, las
diferentes modalidades de la mala muerte corresponden a la posesión definitiva de éstas
por un sobrenatural negativizado: los poderes selváticos y el mal diabólico. Así mismo el
cuerpo a cuerpo del enlace sólo puede ser humano, porque supone la existencia de dos
formas opuestas y complementarias que no surgen sino con la vida y que se acaban con la
muerte: lo masculino y lo femenino cuya lógica se opone a aquella, asexuada, de lo divino.
183
Del mismo modo, la aprehensión de las diferentes figuras de lo sobrenatural debe hacerse
a distancia, sin confusión corporal, sin trance.
les parece literalmente impensable llamar a los muertos, arrebatarlos del Reino de los
Difuntos, donde el hombre no tiene ningún poder. No pueden, por añadidura, considerar
positiva una conjunción que creen ser la fuente de peligros mayores en su cultura; el de la
vida y la muerte, que se presentaría sin falta al llamar a un muerto. Según los negros, no
puede existir ningún poder positivo sobre los espíritus de los muertos, pues éste compete
sólo a lo divino. Les parece imposible convertir el modelo negativo de este poder (los
maleficios de brujo) en una capacidad terapéutica. Para salir de este impasse conceptual,
el aprendiz de chamán negro no se indianiza sino parcialmente; su ″ombligado″ con una
sustancia de origen animal y su acompañamiento-impregnación corporal divino le
permiten tomar alucinógenos y percibir y ″seducir″ así a unos espíritus chamánicos
vinculados a diferentes especies de animales salvajes. Pero el cierre de su cuerpo y de su
espacio onírico evitan el cuerpo a cuerpo con los espíritus propios del chamán Emberá, lo
que protege su calidad de cristiano, incluso si durante el aprendizaje debe apartar de su
conciencia voluntariamente cualquier pensamiento de lo divino.
101 En el momento de la ceremonia de iniciación que corona su aprendizaje, el negro, al igual
que el aprendiz Emberá, recibe de su maestro un bastón chamánico antropomórfico y
zoomórfico tallado por éste para él. El bastón es la morada permanente de un espíritu
auxiliar del que es amo el nuevo chamán; a menudo es un fragmento del ″jaure″ (el alma
Emberá, principio de la energía vital) del chamán Emberá iniciador. Pero para el negro, al
contrario de sus colegas indígenas, este espíritu no tendrá su morada sino en el bastón; no
ocupará silenciosamente su cuerpo por dentro, y tampoco se le presentará en los sueños.
102 Así como el candidato Emberá, durante su aprendizaje el negro talla, bajo la dirección de
su maestro un bastón antropomórfico que debe convertirse en la morada permanente de
los espíritus propios seducidos por él. En la ceremonia de iniciación, el maestro llama a
una multitud de espíritus ligados a los animales para que uno de ellos entre en el bastón
del candidato, mientras que el negro llama a Donaí, el mensajero del diablo, con cantos en
español, para que se introduzca en su bastón y le sirva en adelante como mediador para
combatir las enfermedades enviadas por una voluntad humana maléfica, vinculada a un
pacto con el diablo. De esta forma, Donaí y el espíritu chamánico auxiliar Emberá se
encuentran en el mismo espacio en las ceremonias terapéuticas ulteriores: toman chicha
juntos y su fuerza unida, mediatizada por el curandero-chamán negro, preside a la
extracción del proyectil mágico del cuerpo de la víctima.
103 El curandero-chamán negro así iniciado construye una cabaña pequeña selva adentro,
más o menos cerca de uno de sus terrenos. Allí deposita sus bastones mágicos, las
calabazas para el ″convite″ de los espíritus y todos los objetos de su función que en
ningún caso debe llevar a lugares habitados14, so pena que pierdan cualquier eficacia y
sobre todo que ″liberen″ a Donaí, que ″destruiría todo″. Ya de noche, también es esa
cabaña donde se librará la batalla ritual con el poder del brujo para liberar el cuerpo de la
víctima de un proyectil mágico.
104 Para esta ceremonia, el curandero negro va a la cabaña y comienza por indianizar su
aspecto, invirtiendo por completo las normas vestimentarias de su cultura. Se quita todas
sus prendas y se pinta con jagua la cara, los brazos y el pecho. Los indígenas consideran
defensiva, protectora y ″seductora″ esta pintura corporal que emplean cada vez que
deben tener un contacto intenso con lo sobrenatural, la selva, el exterior étnico o el otro
sexo (en la caza, las ceremonias chamánicas, la iniciación de las jóvenes y los viajes). Esta
práctica atemoriza y disgusta a los negros, para quienes el color negro es el color de la
186
122 Entre este chamanismo limitado de naturaleza particular y el sistema global Emberá,
existe un concepto-operador privilegiado que permite pasar de un sistema a otro y que
revela su secreta complicidad. Se trata del concepto del ″familiar″. Los Emberá también
usan este término español. En primer lugar, el lexema Emberá ″bine″ designa un temible
conjunto de espíritus de muertos (fallecidos en forma súbita o por muerte violenta) cuya
aparición intempestiva en la selva o en los sueños es aterradora y presagio de una
enfermedad, de una desgracia o incluso de la muerte. Sólo el establecimiento de una
relación dual, de ″familiar″, entre la víctima y el espíritu puede pacificar a este último. El
chamán consultado talla en madera una estatuilla antropomorfa, y en un ritual donde
sólo está presente el solicitante, fija en ella al espíritu, que entonces se convierte en el
familiar, en el espíritu tutelar de su dueño, dejando de atormentarlo. Más aún, le servirá
como protector durante la caza y los viajes, a cambio de una alimentación regular con
chicha u otra bebida, pero se volverá patógeno y peligroso si no se cumple con esta
obligación. Esta práctica común de ″chamanizar″, que R. Hamayon describe en numerosas
sociedades siberianas, establece, por intermedio del chamán, una relación personal y
dual, que excluye el cuerpo a cuerpo del trance, entre un espíritu y un individuo que no es
chamán; esta relación se parece a la práctica negra del pacto, también periférica en
relación con el ritual central.
123 Pero ″familiar″ o ″aliado″ son también términos con los que los chamanes Emberá, al
hablar en español, designan a los espíritus dobles y auxiliares que el aprendizaje y la
iniciación les permiten controlar, fijados en bastones rituales y dentro de su cuerpo. Los
negros también utilizan estos lexemas para hablar de Donaí y de los espíritus indígenas
fijados en los bastones del curandero-chamán, pero para distinguirlos de los familiares
del brujo le añaden la expresión ″por cholo″19. Estos dos conceptos constituyen un puente
entre los campos de la brujería común y del chamanismo intra y extra-étnico, haciendo
visible una lógica común subyacente entre sus modos de contacto con las entidades
sobrenaturales20.
124 Esta actividad chamánica modificada por la lógica simbólica negra, reduce el sistema
chamánico global a una réplica terapéutica ante la intrusión patógena de la naturaleza
salvaje en el cuerpo, guiada por un poder diabólico. Pero esta réplica se inscribe en la
periferia de un sistema etnomédico no chamánico. A la vez diagnóstico y reparación, con
un trance ligero que no implica ni enfrentamiento, ni cuerpo a cuerpo con las entidades
sobrenaturales, esta práctica médico-religiosa se sitúa en el eje del chamanismo auténtico
y en el de lo que Heusch llama ″médiumnismo médico″, ampliamente representado
dentro del mundo bantú africano. Sin embargo, la lógica de la actitud del curandero-
chamán —que amplifica la del cazador negro— se presenta aquí como de inspiración
claramente chamánica: se trata de la capacidad de manipular por sí mismo los
componentes internos de la persona, y de suspender voluntariamente una parte de su
identidad con un objetivo preventivo o terapéutico sin la ayuda de ningún intermediario
ritual.
125 Esta entrada explícita del chamanismo Emberá dentro del campo etno-médico negro está
lejos de constituir un hecho aislado. Es la figura simbólica condensada de la presencia
indígena en los modos de organización y de representación negros del Chocó. Por lo
tanto, para comprender el reto y el alcance de estos ajustes simbólicos y de los
intercambios entre las dos sociedades, se impone el análisis del sistema chamánico
Emberá, núcleo de la influencia indígena en el sistema de representaciones negro-
colombiano.
191
NOTAS
1. Hasta el momento no existe ningún estudio que confronte esta nosografía negra con la de la
medicina. Según nuestra encuesta, a los estados —inclusos pasajeros— caracterizados por una tos
persistente y un ahogamiento rápido los llaman tuberculosis, pero no creen que sean
contagiosos, y por lo tanto puedan ser transmitidos por el contacto interpersonal. El ″tifo″ es una
enfermedad caracterizada por la fiebre alta, las deposiciones líquidas y una fatiga persistente; la
descripción de los síntomas de la malaria y su carácter recurrente parecen corresponder a la
categoría nosológica biomédica.
2. Este paralelo sumario entre una lógica etiológica de origen no científico y la de algunas ramas
de la medicina occidental le debe mucho a la reflexión de Chaumeil sobre la faceta ″etno-
virológica″ del chamanismo amerindio; Chaumeil, 1991. Le agradecemos a Jean-Pierre Chaumeil
el habernos facilitado su manuscrito.
3. Los estudios de los sistemas de agresión en las sociedades amerindias utilizan a menudo esta
noción. Ver entre otros, Albert (1985), pp. 40 y ss., sobre los Yanomami.
4. Esta concepción de una enfermedad debida a la penetración de objetos, dirigidos por una
maldad humana y sobrenatural, es una de las dos grandes categorías nosológicas del chamanismo
Emberá, así como de los chamanismos amazónicos en general. Sobre este tema ver, entre otros,
Chaumeil (1983).
5. Este no es el caso entre los Emberá vecinos, donde la acción chamánica puede reparar la
agresión por rapto del alma.
6. El pacto con el diablo, así como el gato negro en cuanto animal diabólico, también hacen parte
de los temas de la brujería popular europea de la Edad Media. Sin embargo, éstos se hallan
inmersos aquí en una lógica de conjunto, diferente de aquella que subyace en el catolicismo
europeo.
7. La idea de este poder del brujo de asumir la forma de animal se emparenta con la de los
Emberá, que piensan que su chamán puede transformarse en un animal salvaje, para atacar a una
víctima mediante esta actualización de la faceta malévola de su poder. Después de su muerte, se
cree que el chamán se transforma en jaguar ávido de sangre humana, a menos que se tomen
precauciones especiales en su entierro. Ver adelante el cap. VIII.
8. En todo el Chocó existe un conjunto de relatos que cuentan la vida y acciones mágicas
(transformaciones en animales, caminar sobre el agua, viajes de distancias enormes en unos
minutos, etc.) de generaciones de magos-brujos pertenecientes a troncos de descendencia
existentes y conocidos. El tronco Mena de Quibdó y Condoto, el tronco Caicedo, el tronco Lozano-
Mosquera son algunos de ellos. Varios le han dado al Chocó poetas, escritores y congresistas
nativos, conocidos en el resto de Colombia. Numerosos son los informantes que hacen un
acercamiento explícito entre esta acumulación familiar de poderes mágicos adquiridos en línea
paterna o materna, y el acceso a conocimientos apreciados por la sociedad global, combinados
con una posición social elevada.
9. Recogida en 1988 en los ríos Neguá y Capá.
10. Ciertas plantas alimenticias son tanto ″silvestres″ como ″domésticas″, no porque no sean
siempre cultígenos (la papaya, la guayaba, la piña, el borojó, el almijaro), sino por su localización
más o menos cercana al lugar habitado.
11. Para un análisis y una identificación botánica de las plantas utilizadas por los negros del
Chocó, ver Velásquez (1957) y Losonczy (1989).
192
12. Los Negro-Colombianos consideran cambiante el color del semen; creen que es amarillo en el
cuerpo del hombre y que eyaculado se enrojece.
13. Conglomerado de espíritus de los muertos sin descendencia viviente que tienen una fuerza
ambigua de mediación entre los vivos y los muertos. Ver capítulo V
14. Los negros no perciben como peligrosa la presencia de espíritus chamánicos indígenas en su
espacio habitado, aunque el oficiante que los lleve sea un chamán Emberá. Presenciamos varias
veces ceremonias terapéuticas chamánicas en Villa Claret, con pacientes tanto indígenas como
negros (por picaduras de culebra). Sin embargo, ninguna familia está dispuesta a que la
ceremonia se celebre en su casa; disponen para ello de la escuela, espacio neutro. Mientras se
lleva a cabo, también deben cerrar la iglesia. Si ésta permanece abierta, se produciría, comentan
los negros, una ″guerra terrible″ entre lo divino allí concentrado y los espíritus de los indígenas.
15. Los negro-colombianos no consideran negro, sino moreno, su color corporal.
16. También es el caso en la práctica chamánica Emberá. Ver Losonczy (1990/b), pp. 185-187.
17. La afirmación de esta amnesia posterior se opone a las características del trance chamánico,
cuya síntesis reciente se encuentra en Peters & Price Williams (1980), pp. 106 y ss.
18. Un relato mítico Waunaná del río San Juan formula explícitamente esta exterioridad en
relación del uno con el otro de los universos negro e indígena (ver cap. Vil). Entre los negros, los
relatos hablan de un origen divino común y de una divergencia posterior de su destino.
19. ″Cholo″ es un término aplicado a indígenas urbanos o a los mestizos de fisonomía indígena, de
uso muy extendido en los países andinos de América del Sur. En el Chocó, el lenguaje negro
común lo emplea para designar a los Emberá.
20. El carácter chamánico pero sin trance de la brujería africana y el del pacto brujo en el
catolicismo europeo han sido analizados por Heusch, 1971, pp. 277-280.
193
abandone poco a poco todos los sueños no chamánicos (es decir que tienen una relación
con su universo personal cotidiano), todos los sueños que no sean guiados por el objetivo
de hallar espíritus. Esto corresponde —según dicen los jaïbanás— a la desaparición gradual
y en lo posible definitiva del sueño profundo que debe ser reemplazado por un estado de
ligera somnolencia entrecortado por breves despertares.
15 ¿Cuáles son estos seres móviles y diversos que llenan poco a poco el espacio interior del
candidato chamán, pasivo ante sus primeros llamados escuchados en la infancia, pero que
poco a poco aprende a dominar? ″Es todo, de toda clase, en todas partes, son lugares,
vehículos, animales, personas que no son personas, es todo″: así es como trata de definir
su identidad Italiano Dumasa, jaïbaná del río Capá. Trataremos de clasificar estos seres
cuya variedad y multiplicación incesantes por voluntad de los chamanes, y a causa de la
aparición de nuevos objetos en su universo, han desanimado el afán tipológico de la
mayor parte de los observadores4.
16 La esencia condensada y feroz (″madre″) de las plantas alucinógenas ″pilde″ y borrachero,
siempre mezcladas con otras plantas jaï kera (todavía no muy bien identificadas), provee
el acceso onírico deseado por el chamán. Pero la importancia de estos jaïs, llamados ″jaï
que abre″ y que se supone son los guardianes del saber sobre los espíritus de las plantas,
así como los intermediarios indispensables con los demás jaïs, parecen disminuir una vez
esté bien construido el espacio onírico; dejan entonces su lugar a otros vehículos, tales
como el tabaco, la chicha e incluso diversas bebidas de fabricación no autóctona. Esta
evolución en los ″vehículos″ —que se convierten poco a poco en alimentos compartidos
ceremonialmente entre el jaïs y el chamán— subraya de nuevo la humanización de los
espíritus en el curso del aprendizaje ″de totuma″; a medida que aumenta el control
chamánico sobre ellos, su encuentro dejará de exigir la incorporación de sustancias de
origen salvaje y compartirán entonces bebidas de fabricación humana.
17 Los demás jaïs pueden ser o no nombrados, libres (flotantes, fuera de cualquier control
chamánico, pero se pueden capturar en ocasiones para una ceremonia o definitivamente)
o encerrados (que hacen parte de los que un chamán controla en forma permanente).
Siempre van en pareja y se reproducen por emparejamiento; pero representados como
inseparables, hombre y mujer a la vez, pero en la etiología de las enfermedades puede
predominar uno u otro aspecto de su naturaleza sexuada. El primero de los grupos más
numerosos de jaïs es el de los chi vandra (madre de los animales salvajes), siendo cada uno
la esencia más feroz de una especie animal, al mismo tiempo que su protector frente a los
cazadores. Son, como todos los jaï, seres ambiguos, pero en quienes a menudo predomina
la faceta vengadora o maléfica para el hombre, pues son los agentes de numerosas
enfermedades graves. El control del jaïbaná sobre ellos nunca es total; si a veces éste
puede obligarlos a curar las enfermedades que causan, a menudo se ve obligado a
negociar la entrega a ellos de una vida humana en indemnización por una cacería
exagerada que empobrece su especie; el ser humano habrá sido elegido conjuntamente y
luego se enfermará y morirá para garantizar así los futuros éxitos de cacería de su
comunidad. El chamán no puede nunca encerrar a los chi vandra; lo máximo que puede
hacer es acercárseles por intermedio de los sueños o convidarlos a una ceremonia; como
dicen los Emberá, ″los chi vandra no tienen amo″.
18 El otro grupo de los jaïs es el de los espíritus de los muertos, entre los cuales algunos
tienen nombre propio. Pueden ser libres, o estar encerrados. Aribada es el término que
designa a los espíritus de los jaïbanás muertos que pueden convertirse en dobles o
198
guardianes implacables del chamán vivo; habitan a la vez en su cuerpo y en uno de sus
bastones rituales. A la muerte del jaíbaná, quedan libres y a menudo se presentan bajo la
forma del jaguar, por lo cual constituyen un grave peligro que sólo puede conjurar su
captura por otro chamán. Comandan y arrastran en pos de él una gran cantidad de
espíritus de difuntos anónimos que, libres, rondan cerca de los lugares de su muerte o en
la selva y las cuevas, a menudo bajo la forma de animales salvajes, pero que por el
carácter irregular o violento de su muerte, el chamán puede capturar fácilmente.
Proceden de la podredumbre de un cadáver que no ha sido enterrado, víctima de una
muerte súbita, solitaria y sin agonía: cazadores desafortunados, matados por animales,
perdidos, ahogados o asesinados, muertos de una forma a lo que los Emberá también
llaman ″muerte animal″5. Esta forma de muerte no permite que el alma se aleje del
cuerpo. Lo que acaba por transformar en jaï el jaure del difunto es la promiscuidad del
cadáver y su mezcla con las sustancias animales o vegetales de la superficie terrestre o
acuática; en este caso el jaï se presenta como una condensación de energía vital de tipo
agresivo, encarnada en el cuerpo de un animal susceptible de adoptar a veces la forma
humana. Concebido como una pareja macho-hembra no divisible, el jaï flota en el
universo intermedio entre el territorio cultural de los hombres y el mundo de Abajo, y
puede ser encerrado por un chamán vivo o por un jaïbaná muerto transformado en jaï
zarra.
19 Estos últimos —se puede traducir su nombre Emberá por ″guardianes jaï″— constituyen
un grupo particular; son los jefes de una aldea de jaïs y habitan a la vez en el cuerpo del
chamán y en el bastón ritual que fabrica durante el aprendizaje con su maestro; cada uno
puede asumir la forma humana del maestro cuando el nuevo jaïbaná lo llama. Es así como
los chamanes maestros, convertidos en jaï zarra, se desdoblan y multiplican aún en vida;
briznas de su ser se diseminan así en todo el territorio Emberá. Habitan el espacio onírico,
el cuerpo y el bastón de sus discípulos y actúan con ellos, al mismo tiempo que siguen
ejerciendo su saber en su comunidad. Este sistema de alianza chamánica, mediatizada por
los sueños, el cuerpo y la parafernalia, que une a los chamanes vivos entre ellos así como
con los ″jaïbaná″ muertos, se extiende más allá del territorio Emberá en la medida en que
durante el curso del aprendizaje los jaïbaná acuden a chamanes de otras etnias indígenas
de Colombia y a veces de grupos autóctonos de los países limítrofes. Los chamanes negro-
colombianos se hallan en la periferia de este sistema de alianza, porque su aprendizaje no
les permite adquirir sino el espíritu de su maestro-chamán vivo. Sin embargo, esta red
chamánica se superpone tanto a los límites étnicos como a la frontera que separa la vida y
la muerte, el pasado y el presente, y los jaï zarra son el instrumento conceptual
privilegiado de esta construcción.
20 Algunas figuras están ligadas a lugares acuáticos precisos (grutas, calas, cataratas,
arroyos). Libres del control chamánico, causan por su contacto o mordedura la
enfermedad llamada ″susto″, aunque también capturan y devoran a quien se los
encuentre en el camino. Árboles con el rostro de hombre negro, bejucos animados con
vida reptil, animales de oro en el fondo de los ríos, monstruos híbridos animales: el
peligro que condensan estas figuras se origina en la mezcla caótica de categorías
clasificatorias, el corto circuito que constituye su ser mismo; ni plantas, ni animales, ni
humanos, ni lugares, sino todo esto a la vez y en forma imprevisible. Por los lugares
acuáticos a los que están vinculadas personifican la apertura hacia un mítico mundo de
Abajo, ambiguo frente al universo humano. Sin embargo, la intervención ritual chamánica
puede encerrarlas, caso en el cual dejan de hacer daño a los hombres.
199
21 Cada uno de los jaï bbia (los jaï buenos) tiene la capacidad de curar una enfermedad
específica. Su nombre hace referencia a la especie vegetal o animal en cuyo contacto está
el origen del mal, o a los objetos cuya penetración en el cuerpo los hace agentes de la
enfermedad. Estos jaïs se pueden comprar, y su circulación negociada entre los chamanes
es permanente.
22 En cambio, el chamán puede utilizar los jaï kachirua (los jaï malos) para agredir o para
defenderse contra los ataques de un colega celoso. Son libres o aliados de un jaïbaná. La
ätumiä, llamada por los negros ″madre de agua″, incluye una variedad de seres
sobrenaturales vinculados al universo subacuático que ahogan a sus víctimas. En cambio,
la pakoré es una identidad femenina cuya influencia maléfica se ejerce en la caza, al
confundir al cazador que se extravía. Pakoré también significa ″suegra″ en Emberá, y en
algunos relatos este jaï selvático habla de sus víctimas como sus wiu sake (″yernos″). El
jaïbaná puede pacificar a estas entidades agresivas mediante una invitación a compartir
en una ceremonia comidas, bebidas, cantos y danzas. Pero su alianza con el chamán
también puede exacerbar su naturaleza violenta, por lo que a menudo se las emplea para
agredir.
23 Las flores, los ríos, las montañas y hasta las ciudades lejanas pueden convertirse
temporalmente en jaïs si el chamán logra capturarlos mediante una ceremonia particular,
así como puede encerrar fugazmente el alma de personas vivas que vagan fuera del
cuerpo durante el sueño. Estos jaïs ocasionales siempre son buenos; su fuerza contribuye a
la curación.
24 Las ″madres″ de las plantas medicinales, venenosas y alimenticias, el fuego (la causa de las
fiebres), los jaï soldados para la protección, los jaï niños que advierten sobre los peligros
que amenazan al jaïbaná o a la comunidad o que se encargan de curar ciertas
enfermedades, la canoa, el barco y hasta el avión, vehículos de los jaïs y jaïs en sí mismos,
todos los elementos de este conjunto heteróclito de seres vivos y de seres inanimados,
puede ser obligado mediante la labor chamánica a transformarse y actuar temporalmente
como jaï.
25 Antumia y Aribamia son dos poderosos jaïs, pilares obligatorios de la identidad completa
del jaïbaná. El primero, negro, fuerte y feroz, tiene forma humana y es el protector y
mensajero del chamán; habita en un lugar solitario de la selva escogido por su amo, o bajo
el agua. Aribamia, el más fuerte de los jaï, habita, por su lado, dentro del cuerpo del jaïb
aná y, capaz de multiplicarse, cambia constantemente de aspecto y se convierte a menudo
en un perro salvaje que devora el alma de sus víctimas. Se resume en él todo lo que hay de
maligno y de incontrolable en el ser de cualquier jaïbaná, cuya ambivalencia constitutiva,
que oscila entre la amenaza y la protección, es la condición misma de su eficacia positiva.
26 Si Antumia y Aribamia remiten en forma explícita al tiempo de los orígenes, las demás
categorías de jaï pueden también ser consideradas como figuras residuales de un pasado
mítico, anterior al advenimiento de los hombres (Emberá), época en que los seres
presentaban características tanto humanas como animales y vegetales, y se reproducían
sin jamás morir6. Es este pasado prehumano lo que explica la apertura de las fronteras
entre los vivos y los muertos, y entre los hombres, los animales y los vegetales de los que
los jaï son la representación condensada. Además, la capacidad chamánica de movilizar,
en el curso de un ritual, hasta entidades extra-étnicas (ciudades, barcos, aviones, el
gobernador, el antropólogo) al transformarlos temporalmente en jaïs parece sugerir que
para los Emberá el núcleo original de todo ser consiste en la fusión de las categorías
200
clasificatorias, fusión cuya potencialidad siempre está contenida en ellas pero que
únicamente el jaïbaná ara (el chamán fino, es decir, sabio, bueno y poderoso) es capaz de
hacer resurgir y capturar con el fin de utilizar.
27 La abundancia de esta sobre-naturaleza sobre la cual se ejerce la actividad ritual
chamánica se despliega en todos los espacios de la topografía Emberá y los reúne bajo el
control potencial del jaïbaná. Frente al universo sobrenatural negro-colombiano, dividido
entre el espacio habitado y la selva —lugar de una sobre-naturaleza no ritual e
incontrolable— el mundo de los jaïs le ofrece al chamán Emberá la constante posibilidad
de una comunicación a través del trance.
***
ciudad, sin que se puedan atribuir a una intención maléfica personalizada. Estos males,
que podríamos denominar ″enfermedades de contacto″, se caracterizan —así como las de
la segunda categoría— por la entrada agresiva de sustancias patógenas en el cuerpo de la
víctima. Se las considera como emanaciones involuntarias de la agresividad intrínseca,
pero difusa e impersonal, de la presa en la selva (territorio chamánico por excelencia) o
del mismo chamán, al encontrarse con Emberá extraños a su comunidad. La curación de
estos males se hace mediante la extracción del cuerpo extraño, sin que sea necesario un
trabajo de identificación del agresor o un retorno de la agresión. Al amanecer, el chamán
lanza de regreso a la selva el mal extraído.
41 Este conjunto de males ″soplados″ pone de manifiesto dos características fundamentales
de la agresividad chamánica. Por una parte, su faceta intrínseca, involuntaria y difusa,
vinculada al ser chamánico mismo, pero que puede convertirse en una metonimia de la
agresividad subyacente imputada a cada unidad residencial atomizada al encontrarse con
otras, aliadas potenciales o reales. Por otra parte, esta agresividad de tipo ″witchcraft″ se
manifiesta como una característica común del chamán y del conjunto de los animales
cazados, lo que demuestra que existe un vínculo privilegiado entre ellos. De cada uno de
ellos emana un soplo maligno y agresivo —que parece traducir la esencia misma de su ser
— con una capacidad involuntaria de proyección de sustancias patógenas; se supone
además, en cuanto a la mayor parte de males de este conjunto, que son transmitidas por
roedores pequeños, pájaros o insectos, el alimento salvaje y crudo de los animales
cazados.
42 Es en esta categoría de males que los Emberá incluyen el daño interétnico del mal de ojo,
procedente de los negros. La representación negro-colombiana de éste, en cuanto
emanación difusa, y en parte involuntaria de un poder patógeno, que ataca mediante la
proximidad, hace eco con el concepto Emberá de las enfermedades sopladas, así como el
maleficio indígena de la ″madreagua″ se piensa entre los negros en el modelo de agresión
hechicera que se realiza mediante la introducción de proyectiles en el cuerpo.
43 La segunda categoría de enfermedades, designada por la expresión jaïdeba kakúa kachiruá
se refiere a una agresión chamánica deliberada, orientada y vengadora. En este caso, el
modelo bipolar (agresor-agredido) de los males del ″cuerpo soplado″ se amplía a tres
términos: el agresor (chamán), el jaï y el agredido, con la mediación de los jaïs, entidades
sobrenaturales controladas por el chamán. El carácter ambivalente de los jaï, connotado
por la palabra kachirúa (ruin, brutal, salvaje, pero al mismo tiempo valiente, temerario)
modela la percepción de estas enfermedades, que circulan dentro de un sistema de
intercambio de agresiones entre unidades residenciales. Se trata de un modelo de
agresión doble, por una parte con la proyección de entidades y sustancias letales, y por la
otra con la captura de un componente vital de la persona. Estas dos formas de acción
pueden causar daño a distancia, pero algunas agresiones específicas requieren la
proximidad espacial entre el chamán agresor y la víctima, lo que acontece
periódicamente durante los ritos de iniciación de las jóvenes, jemenedé, la presentación
ritual bianual de la chicha nueva, pero también en los encuentros informales entre
diferentes grupos Emberá en el terreno extraétnico de la capital del Chocó. La sustracción
del jaure, que el agresor esconde bajo el agua del río o en la selva, es una agresión curable
que precipita a la víctima a un estado de profunda anorexia. Se supone que se efectúa a
distancia con el envío de un jaï. Cuando éste se envía desde lejos por un chamán y se
introduce en el cuerpo del enfermo en forma de animales, plantas o minerales que
205
agresor pone enjuego todo su poder y su vida. Si, luego de haber subestimado la extensión
del poder del adversario y de sus dobles, pierde la batalla, el fracaso significa su
aniquilamiento y la dispersión consecutiva de su comunidad desamparada. Como el
chamán Emberá siempre permanece solitario en el mundo de los hombres, y sus
relaciones con sus congéneres (salvo las que tiene con sus maestros) se caracterizan por la
hostilidad y el desprecio, se requiere un casus belli particularmente grave, ya sea
intercomunitario o entre chamanes, para que intente esta forma de agresión, la única
entre todas que tiene las características de una guerra chamánica total. Pero su amenaza
latente pesa constantemente en los intercambios entre unidades residenciales Emberá.
49 Lo dicho hasta ahora parece sugerir que la agresión chamánica, bajo sus múltiples
modalidades, siempre se orienta más allá de los límites de la unidad residencial. No
obstante, existen enfermedades de la categoría jaïdeba kakúa kachirúa cuya fuente se cree
es el chamán de la comunidad del enfermo mismo. Los jaïs, las tropas controladas por el
jaïbaná y encerradas en su canal, en la selva, bajo piedras de recodos solitarios, pueden
escapar y atacar en serie a varios miembros de la unidad residencial, si tienen sed, al no
haber sido liberados periódicamente para curar o agredir o alimentados y saciada su sed
de chicha fresca. La reparación de los males que resultan de ello es responsabilidad del
chamán culpable y requiere la extracción suave del jaï errante del cuerpo enfermo, y
luego su reintegro al canal, mediante una fiesta de chicha, es decir una ceremonia para
compartir con los jaïs alimentos y chicha, humo de tabaco, cantos y bailes.
50 Existe una categoría especial de jaïs con los que son a la vez imperativas y conflictivas las
relaciones de reciprocidad del chamán, lo cual puede afectar el destino de toda su
comunidad. Se trata de las Madres de los animales (chi vandra). Si hacen parte de los jaïs
primordiales como el primero de todos, Antumiá, creado por Caragabi, ningún chamán
puede, capturarlos o sacarlos del mundo de Abajo para encerrarlos en un canal. La
relación que el chamán tiene con ellos será de negociación respetuosa y cortés, más que
de ruidosa y jocosa camaradería, no desprovista de autoridad, de la que hace gala con los
dobles alojados en su cuerpo y con sus tropas encerradas. Las Madres sancionan la caza
desconsiderada y excesivamente ávida de su especie animal al ″encerrarla″, es decir,
haciéndola desaparecer de la selva, e incluso, en los casos más graves, atacando al cazador
delincuente con un proyectil penetrante de efecto letal; a su muerte, su jaure (la energía
vital) será suya para así suplir la muerte intempestiva de los animales. El único medio de
salvar a esta víctima es ofrecerle otra a las Madres ofendidas; es así como el chamán
puede negociar la sustitución de aquella por la muerte de un miembro de otra unidad
residencial, muerte que es responsabilidad suya y de sus tropas de jaïs.
51 Pero el chamán puede manipular en su provecho la exigencia de un equilibrio riguroso en
la circulación de energía vital entre el universo humano y animal. Él mismo tiene la
capacidad de encerrar temporalmente a los animales de caza del territorio comunitario,
dejando a la comunidad sin ese recurso. Puede hacerlo si ha omitido la invitación, la
alimentación ritual regular de las Madres de los animales con chicha fresca, para
reequilibrar con urgencia la reciprocidad rota con ellas y contener así su cólera que, en
este caso, lo amenaza directamente. Desvía entonces en su propio beneficio los recursos
comunitarios de animales de caza, mediante la relación identificatoria que sustenta su
poder sobre ellos, con la complicidad de las Madres de los animales y en detrimento de su
comunidad. En este caso, más que en ningún otro, el chamán se muestra más
comprometido con sus deberes de reciprocidad con el mundo sobrenatural de los
animales y los jaïs que con su comunidad humana y su territorio.
207
52 En consecuencia, el chamán y su poder se representan como más acá y más allá de la regla
de reciprocidad en la que se basa el universo humano, como un equilibrio inestable y
peligroso entre el mundo ambivalente de la naturaleza/sobrenaturaleza en la cual el
jaïbaná es el único humano que puede acceder, y el mundo social del intercambio. Pero, el
respeto minucioso de la reciprocidad hacia sus jaïs es a la vez la condición que le permite
al chamán desempeñar un papel protector con respecto a su comunidad.
53 El ser-chamán, lleno de paradoja, se manifiesta entonces como una figura de poder
virtual. Este jaïbaná solitario, desprovisto de toda influencia coercitiva formal e
institucionalizada sobre la vida y el devenir de su sociedad, encarna no obstante ese
espacio simbólico que desborda y niega el intercambio y la reciprocidad, fundamentos de
la sociedad, espacio que también puede volverse el de la eclosión de la violencia política.
chamanes, los intercambios con los negros le ofrecen a los indígenas una especie de
campo simbólico de amortiguación. En este sentido, el compadrazgo interétnico crea
consanguíneos ficticios y le da al niño Emberá un nombre cristiano que funciona como
refugio del jaure (el alma) ante la toma chamánica del ″ombligado″. El recurso terapéutico
a los santos y a la farmacopea vegetal de los curanderos negros también permite sustraer
de la intervención chamánica una parte de las enfermedades que atacan a los Emberá.
Mediante este ingreso parcial en otro sistema de representación, los Emberá aplican la
misma estrategia simbólica de sus vecinos negros: la suspensión momentánea de la
identidad cultural con el fin de escapar a una amenaza procedente de su propia sociedad.
Pero este repliegue simbólico interétnico parece contribuir en forma paradójica al
mantenimiento del sistema chamánico, porque al limitar su dominio, mitiga el peligro de
su degeneración en brujería.
ocupan el cuerpo enfermo para librar en él una batalla. Pero el cuerpo no queda del todo
sano después del desalojo de las tropas enemigas, pues se requiere la intervención del
soplo del chamán y la toma de la chicha de los jaïs para alcanzar el restablecimiento de
sus límites e impermeabilidad normales. El cuerpo así sanado, llevará en adelante la
huella y el sello de los vehículos de agresión.
62 Por ende, la curación misma puede ser vista como una modalidad de agresión. Un
tratamiento y una canalización particularmente sutiles de la agresividad intrínseca de la
pareja chamán-jaï, en la que cada extracción exitosa de jaïs aumenta la riqueza de
espíritus del jaïbaná, y por lo tanto su agresividad, que es, en suma, su capacidad
terapéutica misma.
63 Ya sea que devore el jaure de sus víctimas, que tome la fuerza del ″ombligado″ de
nacimiento, que enferme a los animales de caza e incluso que cure al enfermo al encerrar
al jaï extraño responsable del mal, o que capture a los jaïs y todo el poder de otros
chamanes, el poder del jaïbaná se alimenta de la fuerza y de los males de los demás
humanos. Nos encontramos entonces ante una figura cuyo núcleo parece ser la agresión.
66 El cuerpo femenino no llega a la plenitud sino después de la primera regla, cuya sangre se
supone la abre por primera vez, siendo el útero capaz, a partir de ese momento, de captar
el semen del hombre y, a través suyo, a los jaures libres que viven en los mundos
intermedios. La apertura, la capacidad de seducción y de captación de hijos que resulta de
ello constituyen el ideal del cuerpo femenino. La penetración maléfica puede tener
efectos negativos inversos; abrirla demasiado (de ahí una fertilidad excesiva que debilita a
la pareja y a los hijos), o cerrarla al bloquear la sangre menstrual o la leche, lo que
ahogaría su cuerpo, o también al obstruir el útero, provocan la esterilidad o el nacimiento
de bebés muertos.
67 La curación de las enfermedades equivale entonces a una remodelación de los límites y de
las aberturas del cuerpo de cada cual durante y después de la extracción de un proyectil
que los altera o cuando se reintegra un componente vital robado. Cerrar el cuerpo
masculino permite devolverle su identidad de cazador-captor de animales y de
procreador razonable, y volver a abrir el cuerpo femenino sirve para que puedan fluir
libremente la sangre y la leche y que la mujer recupere así su apertura controlada de ″
captora″ de hijos.
68 La topografía del cuerpo enfermo se altera entonces en forma doble: el desplazamiento de
sus límites lo desexualiza y lo despoja de su identidad funcional y simbólica. Pero también
lo altera su brusca y dramática confusión con un cuerpo-mundo, cuyas partes
disgregadas, dispersas y que escapan a cualquier orden parecen personificarse en las
diferentes categorías de jaïs y sus armas-prolongaciones agresivas.
de ampliación de los límites del cuerpo humano del chamán (mediante la liberación de
sus guardianes); y de acciones sobre sus jaïs y el cuerpo enfermo.
71 La ceremonia empieza con la misma preparación-limpieza de la casa que se realiza para la
iniciación, pero además con la construcción de una pequeña cabaña interior, ya sea con
hojas trenzadas o con tablillas talladas del jaïbaná; esta construcción es realizada siempre
por algunos miembros femeninos de la familia extendida, jóvenes o mujeres con
menopausia, que no hayan procreado o no puedan ya procrear. Esta preparación del
espacio ritual y la disposición de totumas llenas de chicha recién fermentada para los jaï,
el jaïbaná y el paciente, parecen entonces necesitar del universo femenino. Pero se trata
de mujeres próximas al chamán, con el cuerpo relativamente cerrado, sin regla ni
embarazadas y, en cierta forma, mas-culinizadas. La chicha ceremonial (bbe ne kùa), cuyas
reglas de preparación son diferentes de las que rigen la de la chicha cotidiana, la hacen en
forma exclusiva las jóvenes en la noche de la víspera; también son ellas quienes la vierten
en las totumas pintadas del chamán, añadiéndole plantas jaï kera, y quienes decoran la
casa con ramas y palmas puestas entre los pilares y las vigas por donde se supone que
llegan los jaïs. Esta acción de marcar ritualmente el espacio de la casa, efectuada por las
mujeres que el pensamiento Emberá asocia ante todo con el mundo vegetal, parece
corresponder, en suma, a una naturalización parcial del espacio cultural que transforma
la casa en un espacio ritual, como si el acto de reparación ritual exigiera la alianza con lo
natural, pero en su componente vegetal, femenino. Sin embargo, esta naturalización del
espacio es apenas parcial, porque la entrada metonímica del universo vegetal de la selva
en la casa tiene su contraparte en el escrupuloso retiro de cualquier huella de presencia
de animales (incluso de los domésticos), y también de las armas de caza. Las mujeres son
las encargadas de espantar a todos los animales de la casa y quienes, una vez llegan los
asistentes, retiran la escalera que comunica al ″tambo″ con el suelo y el mundo exterior
cotidiano. También son ellas quienes se encargan de acostar al paciente en la pequeña
cabaña interior. Por el contrario, incumbe a los hombres esconder las armas y
herramientas de caza que no vuelven a colocar en su sitio habitual sino hasta el final de la
ceremonia, cuando el grupo femenino distribuye la chicha ritual entre los participantes
después de haberla revuelto con ayuda de los bastones chamánicos. Esta marcación
vegetal del espacio ritual se aclara si se considera el objetivo de la ceremonia; se trata ya
sea de separar del cuerpo enfermo una presencia patógena, ligada al mundo animal, o la
de quitarle a un jaï animal el alma secuestrada para reintegrarla al cuerpo de la víctima.
Para esta tarea se requiere el papel mediador de las plantas.
72 Existe, en cambio, un ritual chamánico llamado nennëdoi que se considera el punto
culminante de una convalecencia porque su propósito es ″reforzar el alma del enfermo al
mismo tiempo que a los jaï que lo han curado″. En este caso parece invertirse la relación
del espacio ritual con la naturaleza salvaje. En efecto, aunque las jóvenes que preparan la
bebida ritual —en este caso guarapo de caña— adornan su cuerpo con flores y plantas
fragantes, son los hombres quienes decoran las vigas de la casa con figuras de reptiles,
animales acuáticos y pájaros, talladas en balsa. El ritual comienza con cantos masculinos
onomatopéyicos que aprenden desde niños, y que llevan el nombre de los animales
evocados por las estatuillas. Esta presencia metafórica masiva del reino animal —en su
componente intermedio entre los animales domésticos y los de caza propiamente dichos
— se aclara si se considera que el alma de cada persona proviene supuestamente en parte
del universo animal. El anclaje de la identidad humana normal en la animalidad se
manifiesta como el punto de convergencia entre la humanidad y el mundo de los jaï. Por
212
lo tanto, el refuerzo de este condensado de energía vital que es el alma exige la presencia
del elemento animal, cuyo llamado parece también permitir la reconciliación y la
alimentación compartida con los jaïs. Este acto de revitalización de los hombres y los
espíritus parece también exigir la incorporación de lo natural en el espacio ritual, pero
aquí se trata de su aspecto animal, asociado a la masculinidad.
73 El tiempo ceremonial es la caída de la tarde, y luego la noche, preferiblemente de luna
menguante; se supone que la oscuridad agudiza la visión chamánica, a tiempo que se
presenta como el medio privilegiado de los jaïs, sobre los que dicen los Emberá que ″le
tienen miedo a la luz″. El jaïbaná, el cuerpo pintado con jagua, toma su lugar sobre el
banquito en el centro del espacio, frente a las estatuillas de balsa viejas o talladas por él
para la ocasión, y las totumas rituales dispuestas en el suelo. En la mano izquierda
sostiene varios bastones que ha escogido entre los que posee, guiado por sus sueños, y con
la derecha coge alternativamente dos caracoles en los que sopla varias veces para
empezar. Su sonido sordo y penetrante, que se supone llega ″hasta los confines del todo″ 8,
hace que se estreche el círculo de los asistentes. Una vez los caracoles puestos en el suelo,
el chamán bebe el contenido de sus totumas —que su mujer llena varias veces en el curso
de la noche—, y enciende un cigarro cuyo humo sopla hacia la puerta de la casa, hacia el
enfermo y luego hacia los asistentes. Lo conserva en la boca, y comienza un canto lento y
suave, mientras barre el espacio con hojas de palma grandes que sostiene con la mano
derecha.
74 El canto se eleva lancinante, monótono y repetitivo: ″Vamos a sembrar, a trabajar como
hombres de verdad, vamos a curar como hombres de verdad, vamos a beber, a cantar y a
sembrar como hombres de verdad″. Los términos kabai, kauuai, traducidos aquí como ″
sembrar″ también quieren decir ″plantar″ o ″cultivar″, pero también ″conocer″ y ″saber″.
En estas palabras cantadas que acompañan la mayor parte de las sesiones rituales, el
término kabai denota una acción de penetración, una apertura (como la de la tierra con el
palo para excavar), y en forma implícita la idea de que ésta se debe a la iniciativa del
oficiante. La modalidad de esta apertura es un signo distintivo de lo humano; es en cuanto
hombre, y no solamente como una reunión de jaïs (jaïbaná), que el chamán entabla y
canaliza su acción ritual. La insistencia del canto en el carácter humano del chamán se
presenta como una garantía de la suspensión temporal del aspecto agresivo, salvaje, de
esta identidad anclada en lo prehumano, lo primordial y lo sobrenatural. También se
supone que tranquiliza a la comunidad, para la cual la humanidad del chamán es una
duda angustiante y nunca resuelta.
75 El canto prosigue así: ″Vengan, los necesitamos para que trabajen, para curar a este
enfermo, vengan de la selva, de las grutas, de las aguas, de abajo, de arriba, de la tierra,
del aire, vengan todos juntos, está abierta la casa y hay bebidas y música, vengan acá″.
Luego: ″Ya vienen, vienen por acá, por allá, por trochas, por arroyos, por ahí, ya vienen″ 9.
Algunos jaïbanás comienzan por llamar al pecari, porque lo consideran como la Madre de
todos los animales salvajes; creen que lo siguen los pájaros de la selva y los peces que
llegan cantando. Sin dejar de barrer el espacio con las palmas, el cantante feminiza y
agudiza la voz, para luego volver al bajo; de nuevo es el hombre quien guía a las parejas
inseparables de jaïs, cercadas por sus llamados y la voz bisexuada. Las convoca en forma
cada vez más urgente; los espíritus deben acudir para dialogar con el jaïbaná en torno al
enfermo, beber chicha y luego ayudar a curarlo.
213
76 El canto, el humo y las palmas, vehículos y prolongaciones del cuerpo del chamán, crean
un camino en dos direcciones: uno que conduce a los jaïs desde los corrales y los lugares
inaccesibles del espacio salvaje hacia el interior de la casa —camino marcado por la
presencia metonímica de las plantas silvestres que evocan los senderos de la selva—; y
otro que se abre ante los jaï-guardianes encerrados en el cuerpo del chamán y en sus
bastones, para que salgan de allí. Todos terminan por encontrarse en el espacio ritual en
torno a él y al enfermo.
77 Se acerca la medianoche. La casa está llena de jaïs que cantan y beben con el chamán
durante un largo rato. El jaïbaná se encuentra en el centro de un mundo en el que ordena
la topografía simbólica. El espacio humano cerrado de la casa contiene ahora al cosmos;
las parejas inseparables de jaïs entrecruzan allí lo femenino y lo masculino; la presencia
de los espíritus de los antiguos chamanes y los espíritus de los muertos hacen entrelazar
allí la muerte y la vida de los asistentes; las Madres de los animales y de las plantas, los
jaïs del umbral de los mundos y los de los lugares nombrados hacen que entren en la casa
la selva y lo que está más allá; los guardianes del jaïbaná, a la vez dobles de éste y animales
salvajes, hacen palpable el ambivalente entrelazamiento del hombre y del animal en la
persona del cazador. Todos están allí, en el espacio ritual construido por el jaïbaná,
obligados por él a renunciar a su dispersión y movilidad originales para convertirse en
partes y prolongaciones de su cuerpo abierto, ampliado hasta las dimensiones del cosmos,
al mismo tiempo que éste último se condensa a la medida humana del espacio de la casa.
78 Este es el momento en que los jaïs, saciada su sed y alegres, van a colaborar en la
restauración de los límites del cuerpo enfermo. Se inclinan con el jaïbaná sobre el
paciente. El canto prosigue, solicitando alternativamente el lado ″hombre″ y el lado ″
mujer″ de los espíritus y del mismo chamán, pero acompañado ahora por un conjunto de
gestos sobre el cuerpo del enfermo. El chamán pasa sus bastones -jaï para percibir el
anclaje del mal y determinar la zona corporal —los pies, la boca, las orejas o la coronilla—
por la cual tiene que hacerlo subir o bajar. Cubre con el humo de su cigarro en primer
lugar el punto de arraigo de la enfermedad, y luego el de la ″salida″; hace un masaje allí y
después, según la naturaleza del mal, la chupa durante largo tiempo a través de hojas de
plátano, o la frota con una estatuilla antropomorfa, todo lo cual tira al amanecer en la
selva. Termina su trabajo, soplando varias veces en la coronilla o en la boca del enfermo, y
luego le da la chicha de una de las totumas dispuestas para los jaïs. El objeto del soplo y de
la bebida de los jaïs es llenar de fuerza el cuerpo de la víctima.
79 Este trabajo gestual que dibuja en el cuerpo enfermo la topografía del mal al igual que el
camino de su salida, es obra del jaïbaná —el único que los asistentes pueden ver— así como
de sus dobles y de los jaïs encargados de esa enfermedad particular; las totumas de chicha
vacías demuestran su presencia. No le queda más al chamán que entonar los cantos para
volver a abrir los caminos del retorno y obligar a los jaïs a regresar a su espacio de anclaje
en los mundos exteriores y dentro de su cuerpo. Ya ha amanecido, y es hora de
restablecer las fronteras entre el exterior y el interior, entre la selva y la casa, entre el
mundo de Abajo y el mundo humano, entre su cuerpo y el cosmos. A la salida del sol
vuelve a tomar su escopeta, su machete y su canoa como los demás hombres.
214
El chamán y el territorio
80 Según los Emberá, el territorio que se extiende más allá de las casas, los terrenos y los
senderos de caza, esconde presencias sobrenaturales maléficas. Éstas están más
particularmente ligadas a grutas, pendientes y calas solitarias. Se trata de seres que, al
contrario de los demás jaïs, nunca pueden asumir un aspecto humano; son animales ″
monstruosos″ por su tamaño o porque en su apariencia se combinan las características de
varias especies. Serpientes gigantescas, ″jaguares de agua″ o nüsis, pescados inmensos que
emiten ″sonidos de tambor″, y se cree que devoran a los seres humanos que pasan cerca
de ellos, a menos que hayan sido encerrados por un chamán. En consecuencia, el
establecimiento de cualquier unidad residencial nueva exige una ceremonia chamánica
con el fin de apartar el peligro de su presencia. Pero también se corre el riesgo de que
estos jaïs maléficos se presenten periódicamente en grupos residenciales más antiguos, y
para alejarlos también se requiere un tratamiento ritual chamánico.
81 A la ceremonia de la chicha cantada la precede la misma limpieza y la misma decoración
vegetal del espacio realizadas por las mujeres antes de los rituales terapéuticos y de
iniciación. También preparan la chicha ceremonial de la misma forma y disponen las
totumas rituales para los jaïs. Sólo que esta vez, el residuo de maíz se mezcla conjugo de
caña, que comparten los asistentes al principio de la ceremonia. ″Chupan″ el jugo y luego
escupen el residuo en hojas de palma, que ponen frente al altar chamánico para que los
jaïs también las chupen. El jaïbaná, en trance, llama y guía a los espíritus con sus cantos, y
luego comparte con ellos la chicha, el canto y el baile. En general, no se le pide a los
espíritus ninguna contraparte terapéutica; el ritual solamente se propone alimentarlos y
contentarlos. Una vez satisfechos y alegres, la seducción de la palabra chamánica puede
obrar para guiar y encerrar a los jaïs animales maléficos, y fijarlos en un lugar apartado de
la selva para mantenerlos allí mediante la fuerza mágica de los jaïs aliados. El objetivo de
esta ceremonia es una especie de limpieza y de marcación del territorio del grupo local,
que por ende incluye a todos los participantes en el reparto del alimento con los espíritus.
82 Los chamanes describen el trance como una agudización de los sentidos y sobre todo de la
vista, connotada por el término miaaku (literalmente, ″ver a la gente″). Esta ″visión clara″
no se obtiene, según los jaïbanás Emberá, sino después de culminar el aprendizaje con
varios maestros; incluso si el chamán joven puede llamar a los espíritus, sólo esta visión le
permite garantizar la eficacia de su acción ritual. Un jaïbaná ″con muchos bastones″ (cada
uno significa un aprendizaje ya hecho) y gran experiencia puede y debe permitirse
simplificar el dispositivo ritual y aumentar su parte de improvisación para acceder al
trance. Puede bastarle cerrar los ojos para kaimokará (soñar), después de un breve canto y
de haberse tomado una totuma de chicha. Según los chamanes, el recuerdo sensorial y
visual del trance se vuelve cada vez más preciso; la mayor parte lo describen como una
sensación de ligereza corporal, de calor y de frío intensos. Hablan de una ″fuerza que
invade y que sale″, de una ″niebla gris que se levanta poco a poco y se comienzan a ver los
jaïs de los animales, de los lugares, de todo″10. El trance chamánico —trance tranquilo y
dominado, que animan solo el canto y algunos pasos esbozados— se presenta como la
demostración pública del poder del jaïbaná. Es la prolongación y la manifestación
ritualizada de su actividad onírica solitaria.
215
83 Hecho notable es que el trance del chamán Emberá no esté necesariamente ligado a la
ingestión de una sustancia psicotrópica, aunque implique sin embargo el consumo de una
bebida y/o de tabaco común11. Todo sucede como si el chamán debiera hacer entrar en su
cuerpo un alimento para compartirlo así con los espíritus-guardianes que habitan en su
cuerpo. Este reparto, realizado en estado de kamokará (de sueño ritual) que se supone
abre su cuerpo, desdibuja las fronteras entre el adentro y el afuera, con el fin de que sus
dobles puedan salir para luego entrar en el cuerpo del enfermo. El cuerpo del chamán, al
contrario del poseído, no debe estar vacío para acogerlos: debe estar lleno para hacerlos
salir. La bebida y el tabaco no se utilizan entonces como substancias embriagantes (la
ebriedad del jaïbaná lo haría perder el control de sus jaïs), sino vehículos simbólicos que
abren las fronteras entre los espacios, los universos creados por el chamán. Este se
manifiesta a la vez como hombre y como multiplicidad de espíritus; su acción ritual
consiste precisamente en desenvolverse como hombre-espíritu con otros espíritus en el
espacio sin fronteras que ha creado entre los universos.
***
84 Gracias a este recorrido a través del chamanismo Emberá, es posible delimitar mejor la
naturaleza del encaje simbólico entre lo sobrenatural Emberá y el de los Negro-
colombianos, así como la especificidad de cada uno de estos sistemas.
85 El núcleo ritual de todas las ceremonias chamánicas, así como el objetivo de la relación
entre el jaïbaná y sus jaïs, es un intercambio. Los alimentos, el baile y el canto se ofrecen
periódicamente a los espíritus marcados por la animalidad, para obtener de ellos la
reparación de una desgracia, el éxito en la caza o la protección para otros, la defensa de sí
mismo o la capacidad agresiva para el mismo chamán, mediante la captura y el anclaje de
la fuerza de los jaïs. Este intercambio de energía y de saber entre los espíritus y el jaïbaná
—así lo formula el mito— está en la base y el origen mismo de la institución chamánica. Es
más esta forma global de contacto con lo sobrenatural que su modalidad específica —el
trance—, lo que ha dejado su huella en el campo ritual negro-colombiano que maneja los
santos y los ″familiares″, encarnaciones del diablo. Esta estructura subyacente, que se ha
vuelto compartida, ha hecho posible la incorporación de una práctica chamánica limitada
en la periferia del sistema ritual de los negros, por una parte, y por otra el recurso
terapéutico de los Emberá a los santos por intermedio del curandero negro-colombiano.
86 El lugar central acordado a las figuras sobrehumanas provenientes del catolicismo parece
haber obligado a los negro-colombianos a realizar una división conceptual entre el
intercambio energético con éstas y la depredación sin intercambio de la presa de caza y
de la fuerza vital tomadas de una sobrenaturaleza vegetal y animal irreductible, vinculada
a la selva. Pero es el carácter no ritual, salvaje, de esta sobrenaturaleza selvática, lo que
precisamente obliga al cazador negro común a convertirse él mismo en depredador, a
adoptar periódicamente frente a los animales una actitud semejante a la del chamán, que
según comentan los Emberá, ante los humanos ″no sabe sino tomar, nunca dar ″.
87 En otras palabras, el carácter dividido del universo sobrenatural negro-colombiano
entraña una permanente tensión inscrita en la oposición espacial entre la selva y el
espacio habitado, entre la animalidad y la humanidad. El sistema chamánico Emberá
supera esta oposición al atribuir al ser humano un jaure (un alma, una energía vital) de
origen animal o vegetal que comparte con las especies así como con los espíritus (los jaïs).
La naturaleza, la sobrenaturaleza y lo humano están ligados en forma indisoluble en el
216
NOTAS
1. Hace falta estudiar la influencia que este aprendizaje itinerante —practicado también por
ciertas etnias a las que viaja el chamán Emberá— ejerce en la homogeneización de algunos
rituales chamánicos en el suroeste colombiano.
2. El poder de un jaïbaná se mide y se da en relación con la cantidad de bastones que ha recibido,
cada uno de los cuales proviene de un maestro diferente; en otras palabras, en relación con el
número de etapas iniciáticas de un largo trayecto. Asimismo, un chamán confirmado, pero que va
perdiendo su eficacia ritual, vuelve a recorrer su itinerario ″para reforzarse″.
3. La itinerancia solitaria, menos larga y estructurada que la del chamán, nunca lleva a la persona
fuera de los límites étnicos y tampoco tiene por objetivo el poder, juega también un papel
fundamental en la vida individual Emberá. El retorno marca en los dos casos la adquisición por el
individuo de una fuerza (charea). Notable es el paralelismo de estas prácticas con las experiencias
itinerantes solitarias de los jóvenes negro-colombianos.
4. Por ejemplo, Reichel-Dolmatoff (1960), pp. 84-96; Torres de Arauz (1966), pp. 25-37; y Vasco
(1985), p. 82 y ss.
5. La unión incestuosa o el matrimonio con una pareja extra-étnica también tienen como sanción
sobrenatural una ″muerte animal″.
6. El relato detallado de estos mitos se encuentra en Pinto (1978), pp. 111-167.
7. Esta inflexión terapéutica —en un sentido amplio— del chamanismo Emberá, se inscribe en una
tendencia que afecta a una gran parte de los chamanismos amerindios. Se puede pensar que en el
pasado éstos se concentraban más en su papel de gestión de las relaciones cinegéticas con la
naturaleza, en la obtención de la presa (sobre el ″chamanismo de caza″, ver Hamayon, 1990). Su
evolución hacia la terapéutica se presenta como un fenómeno más tardío, tal vez facilitado por la
situación colonial y por las epidemias que ésta introdujo en el Nuevo Mundo (Chaumeil, 1991, p.
15).
8. Palabras de Custodio Tunay, chamán de la comunidad 21 de la carretera Quibdó-Medellín.
9. Cantos chamánicos Emberá recogidos en 1980 y 1982, en los ríos Capá, Icho y Carretera y
traducidos por la autora.
10. Nuestros datos concuerdan en este punto con aquellos incluidos en la excelente síntesis del
chamanismo Emberá del Alto Baudó que constituye la obra de Pardo (1987), p. 63.
11. En la inmensa mayoría de las ceremonias chamánicas que hemos podido presenciar
completas, el jaïbaná bebe chicha apenas fermentada y a menudo incluso gaseosas, generalmente
bebidas sin ningún contenido de alcohol. Según dicen los jaïbanás, el poder de un chamán se
mide, ya iniciado, por su capacidad de no recurrir a los alucinógenos; pero siempre comparte con
sus jaïs una bebida y el humo del tabaco.
217
1 Si la presencia de los Emberá, tanto próxima como lejana, real o simbólica, marca el
pasado y el presente de los afro-colombianos del Chocó, la huella de estos se inscribe
también en la práctica y las representaciones indígenas. Existe, en efecto, un sistema
propio de comunicación interétnica en el que los intercambios de bienes son sólo una
faceta entre muchas otras. Gracias al despliegue de este sistema, la presencia próxima del
otro grupo oscila en forma constante entre lo metafórico y lo real, lo pensado y lo vivido.
2 Para aclarar la naturaleza de este sistema, tomamos como punto de partida una teoría de
la comunicación expresada por Lévi-Strauss en estos términos: "En todas las sociedades,
la comunicación opera por lo menos en tres niveles: la circulación de las mujeres por el
intercambio matrimonial; la comunicación de bienes y servicios; la comunicación de
mensajes"1. Pero los intercambios interétnicos negro-indígenas involucran a dos grupos
étnicos que se consideran distintos; por lo tanto la comunicación entre ellos traza tanto
sus límites simbólicos respectivos como los lugares de apertura mutua.
3 Analizaremos primero la semántica de las denominaciones étnicas propias, por oposición
a lo que designa a los miembros del otro grupo. Consideraremos enseguida las
propiedades del lenguaje utilizado por los dos en sus intercambios verbales. Intentaremos
también comprender la prohibición de las uniones interétnicas mediante el análisis de los
vínculos de compadrazgo entre negros e indígenas y la utilización estratégica de estas
relaciones por cada uno de los dos grupos. El estudio del intercambio interétnico de
agresiones simbólicas (las enfermedades) y de procedimientos terapéuticos de reparación
nos llevará a la comprensión de los relatos míticos etiológicos en los cuales los dos
universos formulan el origen y la naturaleza de sus diferencias.
"Libres" y "Cholos"
4 Estos dos términos delimitan el campo semántico de la representación negra del sí y de lo
indígena que "conviene decirse" en los intercambios verbales entre los dos grupos. El
218
sentido una posición intermedia entre los "doctores" y los parientes étnicos de otros ríos.
Cada una de las dos comunidades se considera superior a la otra y la asocia a una
condición intermedia entre lo animal y lo humano. Alimenta hacia el otro un sentimiento
difuso de desconfianza y desprecio, con matices de indulgencia. Pero en la práctica los
intercambios acaban equilibrándose, y en el nivel simbólico codifican, fijan y ritualizan
las relaciones mediante el lenguaje interétnico y el parentesco ritual del compadrazgo.
amenazando a los vivos. El jaure de un Emberá casado con una pareja extraétnica, no se va
del mundo humano y no puede por lo tanto "volver a subir " para reencarnarse en un
bebé indígena; también permanece en la selva como un espíritu errante que atormenta a
los vivos, a menudo bajo la forma de un animal y que al ser capturado por un chamán
puede convertirlo en un jaï maléfico. Así pues, rebasar los límites étnicos mediante el
matrimonio lleva, según los dos grupos, a una pérdida de sus características humanas
ligadas al sello de lo sobrenatural, propio en la persona.
16 Para el grupo negro, las relaciones sexuales ocasionales con una pareja extraétnica
"ensucian" el alma-sombra, sin tocar por ello al alma-fuerza vital; el culpable debe
entonces viajar a Raspadura para pedirle su "limpieza" al Ecce Homo milagroso. Esta
alteración de la sombra puede manifestarse en el color negro más marcado de ésta en el
suelo o en sueños recurrentes, poblados de animales salvajes y que "ya no reciben a los
parientes muertos". Solamente un retorno a lo divino, mediante la compra de oraciones,
ofrendas y promesas a los santos y el consumo de agua bendita, reparan este
ensalvajamiento de los sueños debido a la mancha de la sombra. En cambio, según los
indígenas, este comportamiento sexual ocasional debilita al jaure, que se convierte en
presa fácil de los jaïs maléficos, agentes de las enfermedades. Sólo una terapéutica
chamánica le devuelve su fuerza al jaure así alterado11.
17 Esta prohibición recuerda por su rigor a la que en muchas sociedades se aplica contra los
matrimonios considerados demasiado próximos —incestuosos. Sin embargo, es una
inversión simétrica de éstas, puesto que en este caso se trata de matrimonios entre partes
consideradas demasiado lejanas. Esta prohibición constituye para los dos grupos los
límites extremos de la exogamia, que corresponden con los límites entre los dos
conjuntos étnicos. Equivale a la imposibilidad de que los dos grupos adquieran alianzas
con el otro por medio del matrimonio.
18 A este respecto es interesante recordar dos rasgos comunes de la representación de la
sexualidad en las dos etnias. Tanto en una como en otra, la sexualidad se percibe como un
ámbito cambiante, efímero, lleno de hostilidad latente y que debilita potencialmente al
hombre. Esta representación se proyecta en el campo de la alianza entre dos familias por
matrimonio de sus miembros, cuya base es la unión sexual duradera y pública de dos
Egos. La inestabilidad potencial de este vínculo entre dos parentelas es reconocida en
ambos grupos. De la misma forma, los dos sistemas de parentesco muestran una
tendencia a la valorización simbólica privilegiada de los vínculos de filiación y de
consanguinidad, frente a los del matrimonio. Es así como el peligro social y sobrenatural
de estas uniones matrimoniales interétnicas pensadas como demasiado lejanas, no hace
sino complicar el riesgo que cada uno de los dos grupos asocia a la representación intra-
étnica de la alianza matrimonial.
19 Es entonces en este vacío de comunicación instaurada por la prohibición interétnica de
intercambio de mujeres, donde se construye el vínculo de inspiración católica del
compadrazgo. Generalizado entre las dos comunidades, se establece ritualmente entre los
padres y los padrinos en el bautismo de un niño Emberá. Puede considerársele como una
"sustitución simbólica"12 de la alianza matrimonial.
20 La ceremonia que crea este vínculo es el bautismo de un niño indígena por un negro y una
negra. Puede hacerse en casa de los padrinos con ocasión de una de las "fiestas" religiosas
colectivas, cuando los indígenas se hospedan en el pueblo, o durante los períodos en que
trabajan las familias negras en los terrenos o en los yacimientos auríferos de la parte alta
222
del río. Previendo estos bautismos, los negros siempre llevan consigo agua bendita que
obtienen en la catedral de Quibdó.
21 Se trata del mismo ritual bautismal que en el caso de un bautismo in-traétnico. Pero aquí,
el padrino y la madrina negros son los únicos encargados de realizarlo, diciendo: "En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo te bautizo fulano". Entre tanto los
padres indígenas guardan silencio. También son sólo los padrinos quienes deben
pronunciar: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, somos compadres";
mientras que la pareja indígena se limita a repetir el término "compadres". La ceremonia
termina con un ademán del padrino y la madrina —que los padres no imitan— que
consiste en tocar al niño con un cirio bendito prendido, al mismo tiempo que trazan la
señal de la cruz frente a sus ojos, boca y orejas, recitando un Padrenuestro. Al salir de este
breve ritual, el padrino negro le da algunos regalos (ropa13, herramientas o una escopeta)
a su nuevo compadre, que responde regalándole maíz, gallinas o canastos.
22 Esta ceremonia puede tener lugar tanto por iniciativa del padre como del padrino, y
siempre es una relación en la que predomina lo masculino; el hijo bautizado también es
un niño la mayoría de las veces. En la esco-gencia del compadre, las preferencias
personales de parte y parte juegan igualmente un papel. Sin embargo, también existe un
cierta tendencia a reelegir los negros de edad madura más conocidos por ellos, que tienen
sus terrenos o sus lavaderos de oro en la parte alta del río y que pasan con frecuencia
cerca de las casas de los Emberá14.
23 El negro le da al niño un nombre en español que puede ser escogido por el padre, pero
que en general es el suyo15. También este nombre consagra la congruencia entre el que
bautiza y el bautizado y se convierte en una especie de vínculo fónico entre ellos,
considerados como metonimias de sus respectivas culturas" (Dumont, 1974).
24 A través de esta ceremonia, el negro incorpora culturalmente al indígena, convertido en
compadre, en su universo de relaciones codificadas; por su lado, el Emberá lo incluye
también, al comunicarse con el negro ya no en términos de compraventa, sino por un
intercambio que crea un campo de reciprocidad dentro de su propia sociedad. En otras
palabras, cada cual se convierte para el otro en un ser cultural periférico.
25 Además, la ideología de la relación —compartida por los dos grupos— excluye cualquier
agresión mágica entre los compadres. El negro considera * este beneficio de paz simbólica
mutua como una atenuación del carácter "bravo" (salvaje, ligado a la selva) del compadre
indígena y por extensión del de todos los miembros de su familia co-residente. En cambio,
para los Emberá este bautismo significa una protección mágica adicional de su hijo contra
los jaïs maléficos de la selva, así como de cama y comida para toda su familia cada vez que
baja a la comunidad negra o que pasa por ella.
26 La relación que establece el bautismo entre los padres por una parte y el padrino y la
madrina por otra, equivale a una consanguinidad ficticia, obligando a intercambios de
servicios y a una actitud verbal y gestual de respeto que excluye cualquier comercio
sexual o cualquier acción mágica. La terminología del sistema de parentesco Emberá es
clasificatoria, de allí que esta prohibición respecto de la sexualidad y de la magia incluye
para los indígenas a todos los parientes de sangre del compadre y de la comadre negros y
protege a los suyos y a los de su mujer. Más aún: los Emberá por lo general llaman a todos
sus contemporáneos negros, hombres y mujeres de la comunidad vecina, compadre y
comadre respectivamente. Engloban así, en el nivel lingüístico, al conjunto de la
comunidad negra en su terminología clasificatoria, y les extienden a ellos así las
223
bajo el efecto del licor, pueden degenerar en una agresión física grave y hasta en un
homicidio en venganza.
38 Para los Emberá, la percepción social de estas fiestas es ambigua; son tan deseadas como
temidas. En el Capá, como en otros ríos del alto y medio Chocó, para conjurar el peligro de
las agresiones, los Emberá tienen la costumbre de invitar cada vez a tres negros escogidos
entre aquellos que son sus socios preferidos en los intercambios que sostienen con la
comunidad negra. Estos no participan en la parte ritual de la fiesta; esperan en sus
canoas. En cambio sí asisten en calidad de espectadores externos a la parte profana, con el
acuerdo tácito de que sólo en caso de que haya un altercado físico o amenazas con arma
blanca deben intervenir con la palabra, o incluso físicamente, para separar a los
adversarios con el fin de evitar lo irreparable. No deben entonces beber con los demás, ya
que deben conservar "el entendimiento templado", como dicen ellos mismos. También
deben mantenerse al margen del espacio donde se desarrolla la fiesta, y no mezclarse sino
en caso de un conflicto, y justo el tiempo necesario para aplacarlo. Llevan la comida que
consumen, o se la preparan en el lugar, pero no pueden comer mezclados con los
indígenas. El baile y la juerga se desarrollan sin su participación, y además, como los
indígenas hablan en lengua Emberá, también quedan fuera de los intercambios verbales.
Unos pobres regalos de alimentos (carne de cerdo, gallinas, huevos, maíz) recompensan
su presencia vigilante al terminar la fiesta.
39 Esta invitación formal a las fiestas Emberá de unos pocos compadres escogidos y sin el
acompañamiento de su familia, encargados de cumplir una función precisa, quedando
excluidos de la parte ritual, contrasta con las normas de la presencia indígena en las
fiestas religiosas negras, que es masiva, familiar, no requiere una función determinada, y
les es abiertamente permitido ver el ritual. Los dos grupos perciben la asimetría de estas
dos prácticas. El pensamiento negro atribuye la capacidad de hacerle estas concesiones a
los indígenas a los poderes mágicos de pacificadores que consideran tienen los hombres
que acumulan múltiples relaciones de compadrazgo dentro y fuera de la comunidad.
Asumir este papel en las fiestas indígenas significa y enriquece un prestigio social basado
en una relación privilegiada con lo divino de la que se deriva la "claridad" y la "fuerza"
del alma-sombra.
40 Por su parte, los Emberá del Capá perciben tales concesiones como un deber, en cierta
forma, una mínima contraparte a cambio de la ocupación por los negros de terrenos cerca
de la parte alta del río, que los indígenas consideran parte de su propio territorio. Por lo
demás, la condición de los negros invitados, relegados al margen de la fiesta y excluidos
de su parte ritual se aclara aún más si se tiene en cuenta que para los Emberá estos
rituales están vinculados ya sea a la limpieza del territorio de los espíritus maléficos y a
su re-delimitación simbólica, o a la iniciación de las jóvenes asociada al matrimonio y la
procreación. Ahora bien, estos ámbitos marcan precisamente los límites de las relaciones
interétnicas.
41 Sin embargo, mediante este uso estratégico de los vínculos de compadrazgo, con la
presencia no participante pero vigilante de estos seres-mediadores entre el adentro y el
afuera que constituyen los compadres negros, los grupos locales Emberá lograron hasta
fecha reciente ahorrarse la instalación de un poder coercitivo propio19. En esos momentos
ambiguos de la coexistencia social Emberá que son las fiestas, la función de la presencia
negra se muestra paralela a la del nombre cristiano recibida en el bautismo interétnico
que establece el compadrazgo. También en este caso se trata de un papel-amortiguador
asignado al Otro, en la autodefensa contra una agresión intraétnica. Además, si bien esta
227
retire el veneno del cuerpo de la víctima o deje de picarlo; después de compartir la chicha
ritual con el espíritu-Madre y de bailar con él, el chamán chupa la herida.
46 La secuencia del pedido difiere de los rituales terapéuticos que curan los males causados
al cazador Emberá por una Madre descontenta. En este último caso, el chamán rodeado de
sus jaïs auxiliares debe dedicarse a una negociación tensa y dramática, con la oferta de
una contraparte e incluso, a veces, entrando en combate con el protector de la especie.
Los jaïbanás Emberá interrogados atribuyen este cambio de la intervención chamánica al
hecho de que las Madres simplemente se equivocan de víctima al atacar a los cazadores
negros, puesto que estos no tienen la fuerza para causarles verdaderos perjuicios. Por
ello, para que se aparten, basta mostrarles a su lastimosa víctima. Esta práctica, así como
la asociación de los negros con los animales torpes e inofensivos, refleja la representación
indígena subyacente del otro grupo, que considera a sus miembros como seres
incompletos.
47 Otra faceta de esta representación ambigua del otro se revela en el recurso indígena a la
terapéutica negra. Estos tratamientos, que son iguales para los enfermos negros, se
conjugan mediante las oraciones, los secretos y las combinaciones térmicamente
equilibradas de los vegetales. Sin embargo, los curanderos negros afirman que sólo
recurren a oraciones y a secretos que evocan a los santos cuyo carácter es divino-humano,
pero que excluyen las fórmulas verbales divinas que evocan a Cristo y a ciertas
manifestaciones de la Virgen. Esta restricción se explica por el origen y la naturaleza no
divinas del alma india, y por el hecho de que los Emberá "viven fuera de la mirada de
Dios". Es por ello que estas fórmulas no tendrían ninguna eficacia terapéutica contra sus
enfermedades. En cambio, los caracteres tanto humano como divino de los santos hacen
posible que recarguen la fuerza vital de un indígena con la energía de que son portadores,
pero a condición de que su evocación se realice en el espacio habitado de los negros,
donde se encuentran "en su casa"20. Esta restricción se presenta como simétrica de la
ceremonia chamánica Emberá reparadora de picaduras de serpiente y de heridas de caza
de los negros, desprovista de su faceta de enfrentamiento sobrenatural. En el núcleo
mismo del intercambio, el límite sobrenatural que separa al otro de una condición
humana completa, mantiene las fronteras simbólicas de los dos conjuntos étnicos y evita
la absorción de uno en el otro.
48 En cambio el ámbito de la terapéutica vegetal constituye un terreno de intenso
intercambio, prácticamente sin restricciones21. Es así como los yerbateros indígenas y sus
colegas negros aprenden mutuamente unos de otros y tratan con los mismos medios a
enfermos intra y extraétnicos. Las comadres negras e indígenas también intercambian
plantas medicinales y aromáticas cultivadas. Los dos grupos comparten también la
clasificación térmica de las afecciones, así como de los vegetales y partes del cuerpo
animal con efectos terapéuticos y rituales.
49 La oposición caliente-frío constituye frecuentemente uno de los ejes centrales del
discurso nosológico de sociedades muy diversas, pero se presenta en particular en
numerosos sistemas etnomédicos negro-americanos, sobre todo en Haití, Santo Domingo,
Martinica y Guadalupe donde las etnias indígenas locales se extinguieron desde hace
siglos. Sin buscar resolver el problema del origen cultural de este sistema entre los negro-
americanos, parece lícito pensar, en vista de los datos disponibles, que al contrario de la
opinión de Pardo, en el Chocó este sistema sería más bien el resultado de un encuentro
entre los descendientes de los africanos y los Emberá. Los primeros habrían tomado
prestado muchos conocimientos botánicos de los segundos. En esta óptica, el manejo de
229
las plantas terapéuticas clasificadas según el eje térmico podría ser una creación común
que los dos grupos utilizan tanto dentro de su cultura respectiva como en los
intercambios interétnicos. Este campo corresponde entonces a un levantamiento
recíproco de las fronteras entre los dos grupos, un nivel de intercambio donde los dos
conjuntos étnicos, distintos por lo demás, funcionan como una sola sociedad.
los rasgos de un indígena desnudo, que captura a los negros adultos y los ahoga en el río o
que, por órdenes de un chamán, les lanza proyectiles mágicos que devoran sus entrañas.
Esta segunda faceta de su agresividad lo emparienta con el brujo negro-colombiano por
pacto.
53 Pero para los negros, la "madreagua" tiene también otro significado. Este término
connota un objeto minúsculo, hecho con maíz, hierbas silvestres venenosas y elementos
de origen animal al cual el espíritu familiar (el espíritu tutelar) de un indígena o el mismo
chamán le insuflan con su poder la fuerza ofensiva de un animal salvaje para que penetre
en el cuerpo de la víctima negra. El agresor puede enviar este maleficio poniéndolo en la
canoa del agredido o en la comida que le ofrecen los indígenas en su tambo; pero también
es posible ponerlo a distancia y hacerlo entrar en el cuerpo por medio del aire. Esta
representación explica el hecho de que los negros hagan todo lo posible para no aceptar
la comida o las bebidas que les ofrecen en las unidades residenciales Emberá; también
cuidan de no perder de vista su canoa cuando están de visita allí.
54 Como se puede ver, los dos modelos de agresión no son simétricos. El Emberá percibe la
amenaza extraétnica difusa, emanando del contacto directo y de la mirada, sobre todo de
las mujeres, en cambio el negro la siente condensada y precisa, enviada mediante un
chamán o los espíritus, tanto desde lejos como de cerca. El foco de peligro, para los dos, se
encuentra en el espacio habitado del otro.
55 La sintomatología negra de la agresión de la "madreagua" es un mutismo terco,
acompañado de vagabundeos, atracción por la selva, rechazo de cualquier alimento, deseo
desmesurado de consumir bebidas alcohólicas; síntomas todos de un debilitamiento
general que puede, a la larga, ser mortal. El origen extraétnico del mal se reconoce en la
incapacidad de la víctima de pronunciar o de escuchar palabras divinas como las
oraciones o los nombres de los santos, y en su propensión a romper el altar de su santo de
devoción especial.
56 En cambio, el Emberá afectado por el "mal de ojo" exhibe un comportamiento sintomático
inversamente simétrico. Habla y gesticula sin parar, se ríe a carcajadas sin razón, come
sin moderación, deja de depilarse y de bañarse, y le dan ganas permanentes e
incontrolables de copular y de cazar, todo ello junto a un debilitamiento espectacular y
rápido. También en este caso, la prueba decisiva de la etiología extraétnica del mal la
proporciona el fracaso de cualquier intento curativo chamánico; "los jais no sienten este
mal", dicen los chamanes Emberá interrogados al respecto.
57 Mirado más de cerca, este intercambio limitado de agresión engendra síntomas de algo
así como un cambio brutal y maléfico de identidad étnica; así, los síntomas de la víctima
negra son los rasgos de comportamiento por los que el desprecio de los negros identifica
al indígena; comportamiento que invierte radicalmente el código de buena conducta
valorizado culturalmente por los primeros. De la misma forma, la hiperactividad agresiva
de la víctima Emberá del "mal de ojo", al negar todas las normas culturales Emberá de
parsimonia y de comportamiento sensato y adulto, produce una especie de negro
caricaturesco, a imagen de la forma como los indígenas perciben y describen la diferencia
de sus vecinos. Dicho de otro modo, este intercambio restringido de agresión
sobrenatural que la faceta oculta en los demás intercambios interétnicos, produce en los
dos grupos la enfermedad simétrica de "ser el otro".
58 Las modalidades de reparación de este mal refuerzan aún más su carácter de intercambio
restringido. Es así como el "mal de ojo" que aflige a un Emberá no puede ser tratado sino
231
por un curandero negro, mientras que sólo el chamán Emberá puede librar a la víctima
negra de la "madreagua", con la condición de que los dos procedan de una comunidad
distinta de aquella de donde proviene la agresión. Pero los curanderos negros iniciados en
el chamanismo Emberá y los chamanes indígenas, instruidos también por curanderos
negros, son las figuras por excelencia para la reparación de la agresión interétnica. Su
poder sobrenatural comporta la incorporación parcial de la identidad del otro, pero ésta,
en ellos, lejos de ser una enfermedad debilitante, se manifiesta como un aumento de su
eficacia benéfica.
59 En los dos casos, la agresión produce en la víctima una especie de contaminación
identitaria maléfica que la vuelve insensible a los métodos curativos de su grupo étnico y
la convierte completamente dependiente de los del agresor. Paradójicamente, esta
reparación extraétnica le devuelve al paciente su plena alteridad en relación con el
agresor-reparador, sólo que esta alteridad restablecida lleva en adelante la marca de este
último.
60 Se trata aquí de una violencia simbólica canalizada, mesurada, y cuyo carácter
compartido abarca y alimenta la simetría y la asimetría de los demás intercambios
interétnicos entre los dos grupos. A la consanguinidad ficticia, estructurada ritualmente
por la institución de origen cristiano del compadrazgo, que sustituye el intercambio
prohibido de mujeres, corresponde, en este caso, un intercambio restringido y
equilibrado de agresión cuyo objetivo simbólico subyacente parece ser complementario
del que estimula al compadrazgo interétnico. En ambos casos, todo sucede como si se
tratara de levantar en forma recíproca las barreras étnicas para restablecerlas de
inmediato. Si el compadrazgo introduce al negro y al Emberá en el universo respectivo del
otro en cuanto consanguíneo ritual (cuasi-consanguíneo), el intercambio interétnico
restringido de agresión crea, a través de la enfermedad, cuasi-indígenas y cuasi-negros
que la reparación extraétnica borra al restablecer su identidad étnica unívoca: la salud.
Tanto el compadrazgo como el intercambio de agresión se presentan como la
escenificación de dos tratamientos simbólicos complementarios de un mismo problema
de límites territoriales e identitarios. Uno organiza y revela el lado benéfico de la
existencia del otro grupo; el otro da forma visible a su peligro. Pero ambos parecen
representar como ineludible la presencia del otro en la periferia de su espacio simbólico.
79 Según los mitos Emberá y Waunaná, existió un demiurgo creador de los hombres, del
mundo vegetal y animal y de algunas fuerzas sobrenaturales (espíritus ligados a los
animales). Enfrentado a él, existe otro, su rival, responsable de la creación de los espíritus
chamánicos primordiales. Éste siempre permaneció distante de los primeros hombres. El
creador primordial, al principio cercano a ellos, también acabó por alejarse. Sin embargo,
al contrario de los Emberá, los Waunaná28 evocan su nombre durante una ceremonia
cíclica anual que tiene como objetivo agradecer y asegurar la fertilidad agrícola.
80 Según un relato recogido en este mismo subgrupo, Ewendamá, el creador del universo,
creó a los hombres en Bahía Solano modelándolos con barro oscuro. Enseguida, hizo
surgir un río de leche del mar y ordenó a los hombres que se bañaran en él. Los primeros
que se tiraron al agua fueron los ancestros de los blancos; los segundos, que se bañaron en
una leche menos clara, se convirtieron en los primeros indígenas. Enterados tarde, los
últimos en llegar no encontraron sino unas pocas gotas que sólo blanquearon las palmas
de sus manos y las plantas de sus pies; fueron los primeros negros.
81 Este relato se contenta de mostrar solamente un esbozo de jerarquía, pero no un
verdadero antagonismo. Pero según este subgrupo, existe al lado de Ewendamá un
creador algo inferior, llamado Edau. Ewendamá vive en el cielo, Edau, en cambio, en el
aire. Creó el sol y la luna, y enseguida los obligó a casarse, aunque no se entendían bien,
por lo que terminaron separándose para siempre. A Ewendamá se le considera tutor de
los indígenas y de los blancos. Edau, el creador desafiado por sus criaturas, es el de los
negros. Según algunos Waunaná, sería incluso su creador.
82 Los dos dioses se alejaron del mundo humano, pero una hostilidad primordial continuó
oponiéndolos. Los rituales Waunaná no se dirigen a ninguno de ellos, pero su eficacia
exige la neutralidad benevolente de Ewendamá. Los Waunaná explican por lo tanto la
exclusión de los negros de estas ceremonias por el hecho de que su presencia podría
atraer a Edau, lo que despertaría la cólera de Ewendamá, manifiesta en catástrofes
naturales que perjudicarían a los indígenas29.
83 El relato Waunaná atribuye también la diferencia étnica y de color a una voluntad del
Creador, posterior al surgimiento de los hombres que al principio eran todos de color
oscuro. Pero dan un paso más en la codificación de las diferencias, al poner a los tres
grupos bajo la tutela de dos dioses rivales, el más poderoso de los cuales une a los blancos
y a los indígenas. Aunque ningún relato mítico sobre el origen de las razas ha podido
recogerse entre los Emberá del alto Chocó, sus comentarios informales a veces afirman
una relación entre los negros y Tutruika, el amo del mundo de Abajo, creador del maíz y
de los espíritus chamánicos primordiales. Le proporciona sin embargo al Creador el barro
con el que acaba creando a los primeros hombres Emberá.
84 Así, para los indígenas, la diferencia e incluso el antagonismo con sus vecinos negros
pueden interpretarse como la prolongación y en cierta forma la traducción de una
división que preside la creación misma del cosmos. Sus creadores son dos, y están
divididos al igual que sus creaciones. Por lo tanto, la opacidad y la división no surgen con
el mundo humano, sino que lo preceden. El universo cultural de la diferencia se presenta
entonces como una copia del modelo de relaciones entre los dos creadores. Pero aunque
estos se oponen y son incluso hostiles, su cooperación fue indispensable para la creación
del mundo; ambos fueron necesarios para que éste existiera. Pensar el origen de las razas
significa entonces, en este caso, prolongar (en lugar de hacer surgir como ruptura) una
237
NOTAS
1. Lévi-Strauss (1958), p. 326.
2. Esta reticencia para nombrarse como grupo frente a un extraño es paralela a aquella, más
firme aún, que los Emberá sienten de pronunciar su nombre Emberá en el exterior. Sobre las
razones de esta reticencia, ver infra.
3. Según Stipek (1975), el miedo —a menudo recíproco— frente a la brujería del otro grupo étnico
y, más en particular, frente a los espíritus (los jaïs) controlados por un chamán Emberá o negro,
constituye uno de los principales mecanismos simbólicos que mantienen los límites entre las dos
etnias.
4. Los "chamanes negros" —los curanderos negro-colombianos que también hacen un
aprendizaje chamánico con los jaïbanás Emberá— constituyen en este sentido un caso aparte (ver
supra, cap. VI).
5. Los Emberá se oponían firmemente, hasta la reciente introducción de la escritura en su
cultura, a cualquier intento de que un extraño (contando los blancos) aprendiera su lengua.
6. Para el análisis de estas tendencias, en cuanto distintas, del "etnolecto" negro-colombiano de
zonas del Pacífico, ver Granda (1977). Paralelamente, los etnolingüistas perciben en la lengua
Emberá misma, una influencia masiva, estructural, de este etnolecto negro al que han llamado la
"criollización" del Emberá. Se manifiesta en el paso a esta lengua de numerosas estructuras
morfológicas del español dialectal del Chocó (Landaburu, comunicación personal, 1991). Esta
morfología mixta acompañada de préstamos de léxico da lugar en una lengua ya fuertemente
fragmentada en dialectos (Pardo, 1987) a procesos innovadores, y a una multiplicidad de lenguas
individuales que lo relaciona también con las tendencias del etnolecto negro.
7. Un ejemplo de intercambio verbal característico entre un negro y un indígena sería: "—¿Qué
haciendo? —Viajando con señora". Esta estructura gramatical anula en cierta forma el sujeto
preciso y la duración de la acción.
8. Una cierta cantidad de estas características se encuentran también en el habla interétnica que
usan los grupos de colonos (de diferente origen regional) y los miembros de las diferentes etnias
de la Amazonia colombiana (de Hildebrand, comunicación personal, 1980). Falta realizar estudios
detallados sobre las relaciones entre estos grupos.
9. Ante la evocación de una relación sexual de esa clase, las mujeres de los dos grupos reaccionan
con repugnancia, que mezclan con risas. Los hombres negros evocan con reprobación los casos de
matrimonios mixtos entre negros e indígenas andinas en el vecino departamento de Antioquia.
Sin embargo, el origen andino, por lo tanto campesino y "cristiano" de esas mujeres parece
disculpar en cierto modo para ellos el comportamiento matrimonial de su pariente étnico. En el
alto Chocó, durante los últimos quince años, hemos sabido de sólo dos casos de matrimonio
indígena-negra e india-negro. Estas parejas tuvieron que vivir solas, apartadas de sus
comunidades de origen, y su unión se disolvió en pocos años.
10. Fuerza vital, principio energético personal, compuesto por el de un animal o planta
introducido en el indígena en su nacimiento, por el rito del "ombligado", pero que puede ser
reforzado por otros "ombligados" en la vida adulta. Pero esta parte natural del jaure personal se
injerta en la del jaure "de los huesos", que es el del Emberá muerto, y que "vuelve a subir" desde
el mundo de Abajo al útero femenino, en la concepción. Es por ello que el "Emberá nunca muere,
siempre somos los mismos de antes", como nos decía el chamán Italiano Du-masá en 1988.
11. La condición social y sobrenatural de los hijos de estas uniones es ambigua para los dos
grupos. Según los negros, su alma-fuerza vital tiene pese a todo la huella de lo divino; si nace en
239
la comunidad y encuentra padrinos para bautizarlo dos veces, tendrá un alma-sombra "chica". En
caso contrario, será un "cholo flojo". Según los indígenas, estos niños llegan difícilmente a la
plenitud física y social; tendrán un jaure "en pedazos" e incluso si se casan con una Emberá,
creen que su progenitura será débil. Un prolongado tratamiento chamánico puede sin embargo
mejorar esta tara congénita, aunque no suprimirla. En realidad, lo más frecuente es que estos
niños mixtos, que son muy pocos, escojan vivir en Quibdó, marginados de sus dos comunidades
de origen.
12. J.P Dumont (1974) propone e ilustra esta hipótesis al analizar la comunicación interétnica
entre campesinos criollos venezolanos e indígenas Panare.
13. Estando en la comunidad, donde siguen prevaleciendo los taparrabos de los hombres y la
paruma (una tela que se ciñen al cuerpo desde el pecho hasta las rodillas) de las mujeres, los
Emberá casi nunca usan esta ropa. Lo hacen únicamente solo cuando viajan a una comunidad
negra o a Quibdó.
14. El resultado es que algunas parejas negras maduras acumulan muchísimas relaciones de
compadrazgo con los indígenas, lo que se manifiesta en los períodos rituales colectivos, por la
presencia en su casa de una multitud de éstos que se quedan y comen allí, incluso si han llevado
alimentos de regalo. Esta acumulación es muy apreciada por la opinión comunitaria que ve en
ella una fuerza del alma-sombra que estas relaciones no dejan de aumentar.
15. En algunas zonas del Chocó, el apellido del negro, unido a su nombre, también se transmite.
Este no es el caso en el río Capá. Anotemos en todo caso que el hecho de transmitirle su nombre a
un ahijado se opone totalmente a la tendencia negra del onomástico, que busca precisamente la
mayor diferenciación individual posible (ver capítulo V, "El bautismo de nombre").
16. Sobre el conjunto del proceso simbólico de individuación Emberá, ver Losonczy (1987).
17. La atomización tradicional de esta etnia, los avatares de su historia, así como ciertas
características de su sistema chamánico (ver Pardo —1987—, pp. 84-101 y nuestro capítulo VII)
hacen que las diferentes unidades residenciales estén sujetas a sospechas y conflictos latentes.
Esta característica estructural, agravada por el impacto de la Iglesia y de la sociedad nacional es
de importancia básica para comprender el objetivo de los indígenas en sus relaciones con los
negros.
18. En este punto seguimos en general la interpretación de J.-R Dumont (1974).
19. La Organización Regional Emberá-Waunaná del Chocó (OREWA) desde su fundación en 1982
impulsó a las unidades residenciales a elegir un cabildo (ver capítulo I). Entre los poderes de éste
se encuentra la posibilidad de castigar a los camorristas de las unidades residenciales mediante el
arresto, la inmovilización del culpable durante algunas horas o días en un aparato de madera de
origen colonial (el cepo) que le ciñe los brazos y las piernas. Sin embargo, este instrumento se
utiliza poco en la práctica, puesto que esta filosofía del poder es ajena a la sociedad políticamente
acéfala que por tradición constituyen los Emberá. En un conflicto grave dentro de una unidad
residencial, la solución que sigue rigiendo es la división del grupo, sólo que ésta se está volviendo
cada vez más difícil de realizar, a causa de la escasez de tierras disponibles.
20. Según los negros, su alejamiento de este espacio hacia la parte alta del río y el espacio salvaje
de la selva —al evocarlos en el territorio indígena— vuelve "sordos" a los santos.
21. La única excepción es constituida por la manipulación regular para su propio uso que los
chamanes Emberá hacen de plantas alucinógenas y aromáticas para "seducir a nuevos jaïs". Este
saber —que tampoco poseen los indígenas del común— se encuentra por fuera de la
comunicación interétnica; ni los negros lo buscan, ni los chamanes indígenas están dispuestos a
enseñárselo.
22. Este poder es el que produce las enfermedades que los Emberá agrupan en la categoría de los
males soplados.
23. Verrill (1933).
240
24. Esta "locura de los dioses" entre los Thonga fue descrita por Junod y analizada por De Heusch
(1971), pp. 231-232. Seguimos aquí su óptica.
25. El estado actual de nuestras investigaciones no nos permite tomar una posición al respecto.
Nos proponemos consagrarle un trabajo futuro y asociar a él a un investigador de la cultura
bantú.
26. El primero fue publicado por Velásquez (1960). La segunda versión que damos aquí, fue
recogida por nosotros en 1982, en Bebaramá y en el Capá. Su trama es idéntica a un relato que le
contaron a Velásquez en 1957 y que publicó en 1960, pero en la variante recogida por nosotros el
lugar de los indígenas lo ocupan los mulatos.
27. La idea de que los indígenas ocuparon el Chocó antes que los negros y los blancos, "llegados
después", se presenta a veces en los comentarios de los negros, sin que las modalidades o las
razones de la llegada de estos últimos pueda ser precisada.
28. Este subgrupo de indígenas ocupa parte de la cuenca del Baudó y la parte baja del río San Juan
en el Chocó; consta aproximadamente de tres mil miembros. Su contacto con las comunidades
negras es antiguo y constante.
29. Pinto (1978), p. 122; y Lotero Villa (1977), p. 29.
241
Conclusiones
1 Al cabo de este recorrido por el universo social e ideal de los negro-colombianos del
Chocó, nos proponemos recordar algunos puntos destacados que abren la investigación
hacia nuevos ángulos de estudio.
integral del campo social propio. Ni dos conjuntos sociales de límites rígidos y formales,
vinculados por algunas prácticas de intercambio ad hoc, ni una sola sociedad, resultado
cohesivo o fragmentado de un encuentro interétnico, las comunidades negras y Emberá
del Chocó nos obligan a considerar los límites de conjuntos étnicos distintos, pero
histórica, geográfica y simbólicamente cercanos, en cuanto lugares de transacciones
simbólicas específicas entre alteridades étnicas parcialmente ajustadas e
interdependientes. La naturaleza de estas transacciones rituales modifica la lógica
intraétnica de cada uno de los espacios sociales del caso.
7 Entre los negros y los Emberá del Chocó, este tratamiento particular de los límites
sociales y simbólicos se apoya en el intercambio ritual de bienes inmateriales (nombres,
espíritus, enfermedades, métodos terapéuticos). El papel que aquí le corresponde al rito lo
perfila como el soporte de una "estructura de red"3, como armazón socio-simbólica de
transacciones que abren y delimitan a la vez un espacio social. Pero el rito se presta para
ello por el objetivo que Lévi-Strauss le reconoció, el de "reconstruir lo continuo mediante
operaciones prácticas a partir de lo discontinuo especulativo [...]". 4 En este caso, lo
discontinuo lo constituyen las diferenciaciones conceptuales que también tienen una
pertinencia de tipo sociológico; su representación privilegiada se encuentra, para los
negros-colombianos, en la división que establece su topografía simbólica entre el espacio
habitado y la selva, que asocian a los indígenas. Es sobre este discontinuo interétnico
codificado en el idioma espacial que los intercambios rituales entre los negros y los
Emberá tratan de construir paralelos.
8 En el plano sociológico, el ritual tendría la misma función que le atribuye Albert, haciendo
eco a Lévi-Strauss, en oposición al mito: "recomponer constantemente las disyunciones
impuestas por la organización cognitiva de lo real"5. El rito por lo tanto se nos presenta
como "una estructura de comunicación constitutiva de la articulación interna de
cualquier orden social"6. El estudio del espacio sociopolítico de algunas sociedades
amerindias7 ha comprobado la pertinencia de tal concepto del ritual en cuanto fundador y
armazón de un espacio social en su densidad máxima dentro de una etnia. El caso de los
intercambios simbólicos interétnicos entre los negros y los Emberá del Chocó incita a
prolongar esta perspectiva y a contemplar de manera complementaria el rito en cuanto
dispositivo cultural privilegiado de relaciones con el Otro extraétnico, en cuanto la acción
ritual re-maneja las posiciones de los actores creando entre ellos nuevas relaciones.
Dentro de esta óptica, el acoger recíprocamente elementos rituales pertenecientes al otro
en el espacio social y simbólico propio, con la exclusión del matrimonio interétnico,
establece una relación particular de tipo político que tiene efecto tanto en la afirmación
de los límites étnicos respectivos como en su levantamiento parcial. Nos parece que esta
perspectiva, muy poco explorada, podría resultar fecunda para el examen de las
relaciones interétnicas entre una multitud de grupos locales geográficamente vecinos,
pero pertenecientes a conjuntos étnicos diferentes en muchos lugares del mundo.
cambio, las prácticas rituales de origen bantú acogen generosamente entidades rituales
procedentes de otros sistemas y se dejan transformar por ellas.
14 Pero más allá de esta apertura bantú al sincretismo, atestiguado en toda América, la
sensibilidad particular del campo ritual negro-colombiano a la lógica chamánica nos
parece remitir al fondo chamánico de las culturas bantúes en África, puesto al día por el
análisis de De Heusch. Lo descubre en la brujería en África central y del sur, donde su
modo de agresión es representado por la gente como un "chamanismo vacío", sin ritual
visible, integralmente figurado en el imaginario. Pero este fondo chamánico se precisa
aún más a través del análisis de De Heusch de la práctica ritual del "médiumnismo" como
un chamanismo mitigado; más que de un cuerpo a cuerpo, se trata de un cara a cara del
médium y del espíritu protector mediante un trance autoinducido. De Heusch sitúa esta
práctica ritual, que caracteriza a varias poblaciones bantúes, en el eje del chamanismo y
de la posesión. Su posición estructural le permite en tal forma "evolucionar
indiferentemente hacia manifestaciones francas de posesión o, al contrario, trocarse en
un chamanismo auténtico"8.
15 Las fuentes históricas disponibles no permiten precisar para Colombia el origen étnico
mayoritario que habría predominado en la trata de esclavos africanos. Además, Bastide
demostró que no es el número particularmente elevado de esclavos provenientes de una
etnia el hecho determinante en la supervivencia de algunos sistemas religiosos africanos;
esta supervivencia parece más bien condicionada por la naturaleza estructural de estos
cultos. Dentro de esta óptica, es la lógica estructural misma del campo ritual negro-
colombiano, surgida en el crisol del catolicismo impuesto y del chamanismo Emberá
próximo, lo que nos permite suponer una influencia bantú predominante entre los
esclavos del occidente colombiano, más que la persistencia de algunos rasgos léxicos y
culturales dispersos que algunos trabajos postulan como de origen bantú. Esta influencia
tal vez no fue contrarrestada por la presencia de cultos de origen yoruba o fon. Y, por
ende, no pudo anclarse en un sistema ritual centrado en la posesión para reestructurarse:
así se perdió su panteón originario. En cambio, el fondo chamánico original de las
culturas bantúes se habría acentuado mediante el contacto con el sistema chamánico
Emberá y Waunaná. Se habría desplegado, ordenando los elementos del catolicismo
impuesto, explotando el fondo pagano del pacto con el diablo, para instaurarlo como
modelo general de comunicación con las entidades sobrenaturales. Pero los límites
estructurales de una sobrenaturaleza católica fuertemente humanizada, límites tal vez
fortalecidos más aún por la voluntad de diferenciación étnica de los negro-colombianos,
no permitieron la incorporación en ella de una dimensión natural (vegetal y animal). Por
consiguiente, el espacio selvático salvaje, asociado con los indígenas, se convirtió en la
sede de un universo sobrenatural en cierta forma concurrente, que excluye cualquier
comunicación dentro del sistema ritual negro, y que constituye el límite de su lógica
simbólica. Sólo por intermedio de un acceso e inclusión parciales y limitados a la práctica
chamánica Emberá, basada en una alianza con los espíritus de naturaleza vegetal y
animal, este espacio pudo convertirse en el soporte de una comunicación ritual positiva
para los negro-colombianos.
16 Nos parece que este análisis puede aplicarse para el estudio de otras culturas negro-
americanas donde la africanidad de los orígenes no sobrevive sino en elementos
dispersos, integrados a sistemas de representaciones centrados en la relación ritual con
los santos y los espíritus de los muertos familiares. Tal parece ser el caso de los grupos
negros de Venezuela, Panamá, Ecuador y Perú, y los "quilombos" rurales de Brasil. La
246
26 Nos parece que en América del Sur y en otras partes abundan situaciones interétnicas
parecidas, en las que el sincretismo y el tratamiento de la violencia intra e interétnica
pueden manifestarse vinculados de manera análoga.
27 Al final, el largo itinerario a que ha convidado este estudio perfila unas figuras de diálogo.
Para los negros y los Emberá del Chocó éste no parece posible sino en la medida en que los
interlocutores se perciben como ni del todo el mismo, ni del todo el otro, y que cada cual
logre concebir simbólicamente y desplegar pragmáticamente la alteridad en su propio
espacio y lo familiar en el espacio del otro.
NOTAS
1. Para una caracterización más general de éstas, ver sobre todo Overing Kaplan (1977), p. 391; y
Albert (1985), pp. 673-678.
2. Para el análisis de este tipo de organización social, pensamos con Albert (1985), p. 684, que el
concepto de espacio social más pertinente es el desarrollado para el sudeste asiático por
Condominas (1980): "El espacio social es el espacio determinado por el conjunto de los sistemas
de relaciones característico del grupo considerado" (p. 14). Es en este sentido que utilizamos esta
noción.
3. Sperber (1972), pp. 116-118.
4. Lévi-Strauss (1971), p. 610.
5. Albert (1985), p. 690.
6. Albert (1985), p. 691.
7. Overing-Kaplan (1981), Hugh-Jones, C. (1979), y Albert (1985), entre otros.
8. De Heusch (1971), pp. 268-278.
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