La Superficialidad

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 2

LA SUPERFICIALIDAD

La superficialidad es ese hábito de quedarse en el fenómeno, en lo que brilla o reluce, dirían los griegos, tan
típico de la cultura moderna, carente de interioridad amiga/o de los budismos y orientalismos de moda que
muestran una pseudo profundidad.

El superficial percibe sólo lo aparente, no nutriéndose de la realidad, sino de su cáscara.


Este vicio tan nuestro nos hace inconstantes, cambiantes, caprichosos y frívolos en el trato; pero
no sólo en nuestras relaciones conmutativas, sino incluso distributivas: vivimos en la superficie con
los amigos y con el mismo Dios uno y Trino.
Y este defecto resulta, a la corta o a la larga, un horrible escollo para crecer en la vida espiritual.
1) PERO, ¿CÓMO SE MUESTRA ESTE DEFECTO?
a. En primer lugar, el superficial, busca la apariencia de las cosas, lo fugaz, lo intrascendente e
innecesario
Y la más de las veces se manifiesta en el valor que se le da a lo accesorio y externo
- “Dime de qué te precias y te diré de qué careces” –reza el refrán.
Porque el superficial intenta adornar desmesuradamente su exterior, para ocultar su interior.
No tiene nutrientes, sólo hinchazones
b. El superficial es, además, incapaz de aprender de las lecciones, porque nunca forja una experiencia
adecuada de la realidad; nunca llega a convertirse en “un hombre de experiencia”. La memoria del pasado
en cuanto pasado no le da “lecciones”, sino sólo “hechos”, “cosas pasadas”, porque hasta las acciones
pretéritas quedan para él en la superficie. No hay ni heridas, ni gozos, ni tristezas que le enseñen a tener ojos
mejores. Consecuencia de todo esto será su pobreza de discernimiento: porque nunca aprende del
pasado…

c. El superficial es, además, inconstante: evita implicarse a fondo en cualquier tema, tanto en el


ámbito amoroso, como profesional o espiritual. Ama emprender obras pero jamás se ata a ninguna,
dejando siempre la puerta abierta para abandonar el partido cuando las papas quemen. En el plano
del amor, es un “Don Juan Tenorio”; en el de la Fe, es un San Pedro de la noche de Jueves Santo
que le dice a la sirvienta acusadora: “¡Mujer! ¡Te aseguro que no lo conozco!”.
Actúa como las abejas: desflora las rosas para pasar rápidamente a otras. Todo en él es explosivo,
imprevisto, aniñado… Sólo hace lo que “le divierte”.
Habla con sus semejantes y hasta con Dios, pero pensando siempre en la próxima cosa que tiene
que hacer.

2) ALGUNAS RAÍCES DE LA SUPERFICIALIDAD

a. En primer lugar, un estilo de vida demasiado sensual, cómodo y poco mortificado
No nos referimos aquí a que debe uno convertirse en estoico o espartano, pero ciertamente la falta
de moderación en los placeres del cuerpo vuelcan al hombre hacia lo corporal, debilitando su
capacidad intelectual; es decir: nos vuelven torpes e incapaces de penetrar y entender la realidad
en su profundidad. De allí que, la mayoría de las veces, la superficialidad nazca de la falta de
austeridad en nuestra vida.
b. En segundo lugar, el miedo
 No nos referimos aquí a cualquier clase de miedo, sino a aquél, muy específico, que nos retrae de
todo tipo de compromiso. El superficial es incapaz de comprometerse siquiera con una partida de
naipes semanal. No-puede, porque no-quiere. 
c. En tercero y último, la vanidad o el vivir del “qué dirán”
Porque el que vive “de cara al mundo”, buscando su aprobación, necesariamente privilegiará sus
apariencias. Al contrario, el despreocupado del qué dirán tendrá un corazón indiviso y vuelto hacia
Dios y, hacia Dios que está en el prójimo.

3. LOS REMEDIOS CONTRA LA SUPERFICIALIDAD

Digamos que, aunque parezca paradójico, resulta muy difícil lograr que una persona superficial
comprenda que es superficial. Porque, si lo entendiera, su misma respuesta sería análoga a su
carácter: - “¡Y bueno!¡seré superficial y listo!” – dirá. 
Pero apostemos a la buena intención y busquemos un remedio. La solución, habiendo visto las
raíces, se encuentra en la principal de las virtudes cardinales, la virtud de la prudencia, esa reina de
las virtudes que regula de manera conveniente y ordenada las acciones para llegar al fin propuesto.
Es a partir de algunas de sus partes que podrá comenzarse a remediar la superficialidad:
a. Será importante guardar memoria de lo pasado. No para mortificarnos, sino parameditar y
aprender las lecciones a partir de los yerros y aciertos, propios y ajenos.
b. La docilidad, es decir, el dejarse enseñar, el “saber dejarse decir algo”, como dice Pieper.
Porque uno se hace prudente en la medida en que escucha a los prudentes, de allí que Santo
Tomás diga: “En las cosas que atañen a la prudencia, nadie hay que se baste siempre a sí mismo”.
Y algo parecido nos narran las Sagradas Escrituras:
“No te apoyes en tu prudencia” dice el libro de los Proverbios (3,5),
 “Busca la compañía de los ancianos y si hallas a algún sabio, allégate a él” (Eclesiástico 6,15).
c. La circunspección, es decir, el estar atento a las circunstancias, a lo que pasa a nuestro
alrededor. Es el saber ubicarnos y tomar conciencia de nuestro ser; frente a qué y a quién estamos
parados.
 
Como ejercicio práctico, quizás podría servir el nutrirse de la sabiduría de los grandes libros,
meditándolos. La lectura pía, atenta y devota de la Biblia, especialmente de los
libros sapienciales (Salmos, Proverbios, Sabiduría, etc.) podría ayudar muchísimo a un alma
que busca el humus y no la terra.

TOMADO DE: http://www.infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1709260556-sermon-sobre-la-


superficialid

También podría gustarte