Dialnet AmistadYFilosofiaADeRievaulx 4131151 PDF
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DE RIEVAULX
Friendship and Philosophy: A. of Rievaulx
RESUMEN
Este artículo se centra en el tema amistad y filosofía en el escritor del siglo XII, Aelred de Rievaulx.
Para ello fue conveniente una alusión especial a Cicerón y al Cristianismo. También se hace mención de
Platón, Aristóteles, San Jerónimo y San Agustín.
Palabras clave: Amistad, Aelred de Rievaulx, Cristianismo, Platón, Aristóteles, Cicerón.
ABSTRACT
This article focuses on the theme friendship and philosophy in the twelfth century writer, Aelred of
Rievaulx. In order to analyze the issue, it was especially convenient to allude to Cicero and Christianity.
Plato, Aristotle, St. Jerome and St. Augustine are also mentioned.
Key words: Friendship, Aelred of Rievaulx, Christianity, Plato, Aristotle, Cicero.
INTRODUCCIÓN
El egoísmo y el altruismo son dos pulsiones naturales en todos los seres humanos. El pri-
mero es la raíz última de las aversiones y hostilidades, así como el segundo lo es de la simpatía
y benevolencia. San Agustín, en su excepcional obra La ciudad de Dios, analiza con sutileza
esas dos bases de la convivencia humana y, bajo el lema «dos amores han dado lugar a dos
ciudades» (Fecerunt itaque civitates duas amores duo),1 hace ver cómo el devenir de la huma-
nidad se debe en última instancia al egoísmo y al altruismo, siendo el primero la raíz de todos
los males de la historia humana, así como el segundo es la raíz de todo lo bello y grandioso.
En esta bifronte posibilidad está el fundamento de la amistad y el odio. La grandeza del ser hu-
mano está, principalmente, en que puede con su libre decisión y con su esfuerzo conseguir la
parte positiva del dilema: la amistad. Tal vez sea la tarea más hermosa que pueden proponerse
los seres humanos y, sin duda, la más gratificante.
Dado que la amistad es patrimonio de la humanidad, desde que hay seres humanos sobre
la tierra existe tal vivencia. Podríamos rastrear paradigmas de amistad desde los tiempos más
1 Libro 14, cap. 28 (PL, 41, 436). Las siglas PL se refieren a la Patrología Latina de J .P. Migne.
remotos hasta nuestros días. Por supuesto que también los hay de lo contrario, de la enemis-
tad. Pero en lo sucesivo vamos a centrarnos exclusivamente en la primera de las opciones.
Como advertencia previa he de decir que no voy a presentar casos o ejemplos concretos, sino
reflexiones teóricas sobre el hecho de la amistad. Para ello analizaré algunos pasos (muy
pocos) del pensamiento filosófico sobre tan apasionante tema. Concretando el camino a re-
correr: tomaré como reflexiones típicas el tratado sobre la amistad de Cicerón y otro, menos
conocido pero significativo, de un monje del siglo XII llamado Aelred de Rievaulx. Para captar
el auténtico significado de estas dos aportaciones son imprescindibles las ideas platónicas y
aristotélicas sobre el tema, así como la aportación del Cristianismo; por ello subrayaré las
ideas requeridas con la mayor brevedad.
2 Platón, Lisis, 211d-212a. (Traducción: en Platón, Diálogos, Madrid, Gredos, vol. I, 2.ª reimp., 1985, p. 293).
lo ama, no lo desearía o amaría o querría, si no hubiera una cierta connaturalidad hacia el ama-
do, bien en relación con el alma, con su manera de ser, sus sentimientos, o su aspecto».3 Son
muy clarificadoras las advertencias a este respecto de Pedro Laín Entralgo: «No olvidemos, si
queremos entender adecuadamente este pormenor del pensamiento platónico, la ambivalencia
sexual del érôs y la plena vigencia de la homosexualidad viril […] en la sociedad de la Grecia
clásica».4
La razón última de la amistad, que Platón establece en esa familiaridad o parentesco na-
tural entre los seres humanos, la denomina en griego oikeiôsis. El término es verdaderamente
clave en el discurso platónico sobre la amistad. Esto es lo que lleva a Platón a admitir la exis-
tencia de la realidad fundamental amistosa, y que sólo se realiza parcialmente en cada una de
nuestras concreciones, en cada uno de nuestros amigos. En virtud de esa realidad primordial
podemos llamar «amigo» a nuestros amigos concretos. Oigamos al propio Platón: «Pero ¿no
será necesario que renunciemos a seguir así y que alcancemos un principio que no tendrá que
remontarse a otra amistad, sino que vendrá a ser aquello que es lo primero amado (prôton
philon) y, por causa de lo cual, decimos que todas las otras cosas son amadas?».5 Podemos sin-
tetizar todo el discurso platónico en este diálogo de juventud sobre la amistad recordando que
esta es a la vez radical familiaridad natural entre los amigos, deseo y tendencia del alma hacia
la perfección del amigo y de uno mismo, y también retorno de ambos a la íntegra y perdida
naturaleza originaria. De otro modo: la amistad tiene como meta la perfección de la naturaleza
humana en las individuaciones de esa naturaleza que son los amigos. «La teoría platónica de la
amistad no es, pues, sino una personal expresión del originario y constitutivo naturalismo del
pensamiento griego».6 Las insinuaciones platónicas sobre muestro tema, un tanto asistemáti-
cas, las encontraremos mucho más desarrolladas y sistematizadas en su discípulo Aristóteles.
o verdadera es la amistad según la virtud. Las demás sólo merecen por analogía el nombre de
amistad: «En conclusión, la amistad primera, por la cual se nombran las otras, está basada en
la virtud».10 Insinúa ya en esta obra algo que tratará con detención en la otra Ética, el tema de
la amistad e igualdad. Termino la alusión a la Ética Eudemia con estas interpelantes palabras:
«La desgracia pone de manifiesto quienes no son realmente amigos, sino que lo son por alguna
utilidad fortuita».11
Ética Nicomáquea (libros VIII y IX): Amor y amistad (érôs y philía). En el libro IX encon-
tramos unas afirmaciones que, a primera vista, parecen poner en planos muy lejanos, como
dos cosas totalmente distintas, el amor y la amistad. El amor tiene su base en el placer visual,
y la amistad en la benevolencia. Siendo para los amantes el sentido más precioso la vista; para
los amigos, por el contrario, lo preferible a todo es la convivencia. En palabras del propio
Aristóteles: «Parece, sin duda, que la benevolencia es el principio de la amistad, así como
el placer visual lo es del amor, porque nadie ama si antes no se ha complacido con la forma
bella del amado».12 Sin embargo esta primera impresión nos la disipa el propio autor. En dos
ocasiones nos dice expresamente Aristóteles que el amor es una exageración, un grado extre-
mo de la amistad. Ello explica que la amistad puede darse hacia muchas personas, no así el
amor. Oigamos al Estagirita: «No es posible ser amigo de muchos con perfecta amistad, como
tampoco estar enamorado de muchos al mismo tiempo (pues amar es como un exceso, y esta
condición se orienta, por naturaleza, sólo a una persona)».13 Unas páginas más adelante repite
esta misma idea: «No es posible ser muy amigo de muchos, y, por eso, uno no puede amar a
varias personas. El amor, en efecto, tiende a ser una especie de exceso de amistad, y éste puede
sentirse sólo hacia una persona».14 Recoge magistralmente estas ideas P. Laín Entralgo: «El
amante es para Aristóteles (si vale decirlo) un amigo que exagera, y a tal razón psicológica
habría que referir el hecho de que no puede amarse eróticamente más que a una sola persona.
El érôs vendría a ser, en suma, una amistad especialmente intensa a la que se añade un com-
ponente homo o heterosexual».15
El de Estagira, centrándose en la naturaleza de la amistad, escribe estas bellas palabras:
«La amistad es una virtud o algo acompañado de virtud y, además, es lo más necesario para la
vida. En efecto, sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los bienes […]. Pero la
amistad es no sólo necesaria, sino también hermosa».16
Vuelve el autor sobre lo que ya había insinuado en la otra Ética acerca de las distintas
especies de amistad: la amistad por interés o utilidad, la amistad por placer y la amistad por
virtud. Las dos primeras son imperfectas o inauténticas. Sólo la tercera es auténtica o perfec-
ta. En efecto: «los que se quieren por interés no se quieren por sí mismos, sino en la medida
en que pueden obtener algún bien unos de otros. Igualmente ocurre con los que se aman por
placer; así, el que se complace con los frívolos no por su carácter, sino porque resultan agra-
dables. Por tanto, los que aman por interés o por placer, lo hacen, respectivamente, por lo que
es bueno o complaciente para ellos, y no por el modo de ser del amigo, sino porque les es útil
o agradable. Estas amistades lo son, por tanto, por accidente, porque uno es amado no por lo
que es, sino por lo que procura, ya sea utilidad, ya placer. Por eso, tales amistades son fáciles
de disolver, si las partes no continúan en la misma disposición; cuando ya no son útiles o agra-
dables el uno para el otro, dejan de quererse».17 La reflexión aristotélica se encamina hacia la
amistad perfecta o auténtica: «Pero la amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales
en virtud; pues, en la medida en que son buenos, de la misma manera quieren el bien el uno
del otro, y tales hombres son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos por
causa de éstos son los mejores amigos, y están así dispuestos a causa de lo que son y no por
accidente; de manera que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es algo esta-
ble. Cada uno de ellos es bueno absolutamente y también bueno para el amigo […]/ Es natural
sin embargo, que tales amistades sean raras, porque pocos hombres existen así. Además, tales
amistades requieren tiempo y trato, pues, como dice el refrán, es imposible conocerse unos a
otros “antes de haber consumido juntos mucha sal”, ni aceptarse mutuamente y ser amigos,
hasta que cada uno se haya mostrado al otro amable y digno de confianza».18 Dado que para
Aristóteles la naturaleza o physis de las cosas es lo que desde el fondo mismo de ellas las hace
ser lo que son, no otra es la razón fundamental por la que «el amigo virtuoso es deseable, por
naturaleza, para el virtuoso, puesto que hemos dicho que lo bueno por naturaleza es para el
hombre virtuoso, bueno y agradable por sí mismo».19 Entre los casos concretos de amistad por
physis menciona expresamente la amistad entre marido y mujer: «la amistad entre marido y
mujer parece existir por naturaleza, pues el hombre tiende más a formar pareja que a ser ciu-
dadano, en cuanto que la casa es anterior y más necesaria que la ciudad».20
Termino estas alusiones al tema de la amistad en el gran filósofo griego con las siguientes
apreciaciones de P. Laín Entralgo: «Con Aristóteles llega a su más alta cima intelectual la
concepción antigua de la relación amistosa; sin la menor duda, él es el primer gran clásico de
la amistad. No pocas de sus ideas acerca de esta correrán como bien común de la humanidad
a lo largo de los siglos […]/ Pero la visión aristotélica de la amistad no agota por completo
lo que sobre el tema podía decir, partiendo de su radical naturalismo, el pensamiento de la
Antigüedad Clásica. Más por razones extrínsecas que por méritos intrínsecos, aunque estos no
le falten, esa palma de la fama social y literaria va a llevarla hasta hoy mismo el tratadito De
amicitia, de Cicerón».21 En él vamos a detenernos inmediatamente.
2. CICERÓN Y LA AMISTAD
El elocuente y conocido escritor romano Cicerón compuso una obra breve, pero muy
sustanciosa, sobre el tema de la amistad, hacia mediados del siglo I antes de Cristo. El título
original es Laelius de amicitia. Utiliza la forma de diálogo entre un personaje romano, llamado
Gayo Lelio y sus dos yernos, Escévola y Fannio. El suegro va narrándoles, a lo largo de la
obra, sus concepciones sobre la amistad. Este opúsculo ha tenido una fortuna histórica enor-
me, pues ha sido leído (y lo es en la actualidad) por multitud de personas. Por ello su influencia
en todos los escritos posteriores sobre la amistad es bien patente. Vamos, pues, una vez más, a
hacer una breve lectura de esta joya escrita sobre el tema que nos ocupa.
La estructura de la obra es muy sencilla y clara. Está enunciada en las siguientes pala-
bras: «Como haces de ordinario sobre cualquier otro tema que se te consulte, háblanos de la
amistad, diciéndonos qué opinas de ella, cómo la entiendes y qué normas nos aconsejas» (sic
de amicitia disputaris quid sentias, qualem existimes, quae praecepta des).22 Pero antes de
realizar estas preguntas orientativas, había dejado Cicerón sentadas las siguientes advertencias
sobre su concepción antropológica: «Porque yo no comparto la opinión de esos filósofos que
recientemente han comenzado a sostener que junto con los cuerpos perecen también las almas
y que todo acaba con la muerte».23 Previo al desarrollo de los interrogantes planteados, esta-
blece: «Yo sólo puedo exhortaros a anteponer la amistad a todas las cosas humanas; pues nada
hay tan conforme a la naturaleza ni tan conveniente en la prosperidad y en la desgracia».24
Las tres preguntas señaladas indican los tres apartados fundamentales del tratado: a) qué es la
amistad, b) características de la misma, y c) exigencias de la práctica de la amistad.
a) Naturaleza de la amistad. Propone una definición que ha sido mil veces repetida y
comentada: «La amistad en sí no es otra cosa que una consonancia absoluta de pareceres
sobre todas las cosas divinas y humanas, unida a una benevolencia y amor recíprocos» (Est
autem amicitia nihil aliud, nisi omnium divinarum humanarumque rerum cum benevolentia
et caritate summa consensio).25 La benevolencia y el afecto son elementos esenciales de la
amistad, por ello afirma: «Precisamente en esto aventaja la amistad al parentesco, en que el
afecto puede desaparecer de éste, pero no de aquélla: pues, suprimido el afecto, se destruye la
amistad, mientras que el parentesco subsiste».26 Insiste Cicerón en una idea, que ya los griegos
repitieron: «sin virtud no hay amistad posible».27 Por eso en otro lugar con la mayor energía
señala: «La virtud, no me cansaré de repetirlo […], es la que concilia y conserva las amistades.
Porque en ella se basan la armonía, la estabilidad y la constancia de los sentimientos. Cuando
la virtud se descubre y manifiesta su luz, si ve y reconoce el mismo brillo en otro, dirígese
hacia él y, al mismo tiempo, recibe su luz en sí; lo cual enciende en ambas partes el amor o
la amistad: que de amar tomaron uno y otra el nombre; y amar no es otra cosa que querer al
que se ama sin interés y sin buscar ningún provecho; el cual, sin embargo, nace de la amistad
como una flor, por muy desinteresado que uno sea».28 Es tal el aprecio hacia la amistad que no
duda en afirmar nuestro autor: «El sol parece que quitan del mundo los que de la vida quitan la
amistad, que es el don más excelente y más dulce que nos han hecho los dioses».29
b) Características de la amistad. Con bastante concisión señala las características o cua-
lidades de la auténtica amistad, que es la basada en la virtud. Una de tales características se
refiere a su origen en el amor, no en la flaqueza o necesidad: «Por eso creo que la amistad
procede de la naturaleza más que de la necesidad, más de un impulso del alma, dotada de cier-
to sentido del amor, que del cálculo de las ventajas que pudiera traer consigo».30 Otro rasgo
de la verdadera amistad es la autenticidad y la sinceridad: «En la amistad verdadera nada hay
fingido ni engañoso; en ella todo es auténtico y sincero».31 Asimismo otra nota de la auténtica
amistad es la generosidad: «Porque, así como hacemos beneficios y nos mostramos generosos,
no para exigir agradecimiento (pues un bienhechor no es un usurero, sino que por naturaleza
22 Cicerón, M. T., De amicitia, Madrid, Gredos, reimp., 1996. (Edición bilingüe. Trad. castellana de Valentín
García Yebra), p. 28.
23 Ib., p. 24.
24 Ib., p. 28.
25 Ib., p. 32.
26 Loc. cit.
27 Ib., p. 34.
28 Ib., p. 124.
29 Ib., p. 64.
30 Ib., p. 42.
31 Loc. cit.
se siente inclinado a la generosidad); así, a nuestro parecer, debe buscarse la amistad, no por
esperanza de recompensa, sino porque todo su provecho está en el amor mismo».32 Por último
indica que un rasgo llamativo de la verdadera amistad es el ser imperecedera: «Si las amista-
des se cimentaran en el interés, al cambiar éste se desharían aquellas, pero, como la naturaleza
no puede cambiar, por eso las verdaderas amistades son eternas».33
Después de señalar muy brevemente las cualidades de la amistad, pasa a considerar con
cierta detención el tercero de los apartados.
c) Exigencias o preceptos para la práctica de la amistad. La praxis amistosa requiere una
serie de actitudes que el romano Cicerón analiza y presenta con un especial esmero, en dónde
se aprecia el talante práctico de los romanos frente al más especulativo de los griegos.
Ante todo hay que abstenerse de pedir a los amigos nada que vaya contra el honor y los
intereses del Estado (contra rem publicam): «Sea, pues, la primera ley en la amistad no
pedir cosas vergonzosas, ni hacerlas, si se nos piden». 34 En otro lugar insiste en este mismo
precepto: «Sea, pues, la primera ley de la amistad: que lo que se pida a los amigos sea
honroso». 35 No debe buscarse la amistad por utilidad, sino por beneficencia: «Por consi-
guiente, la amistad no es hija de la utilidad, sino su madre».36 En la amistad se ha de evitar
el cálculo: «Más rica y más espléndida juzgo yo la verdadera amistad, que no se para a mirar
con tacañería si da más de lo que ha recibido».37 No precipitarse en la entrega de la amistad
propia. Cicerón reprocha que «en todo fuesen los hombres más diligentes, hasta el punto de
poder decir con exactitud el número de sus cabras y ovejas, pero no el de sus amigos; y de
que, al comprar aquéllas, pusieran gran cuidado, y, en cambio al elegir amigos, fuesen muy
negligentes, y ni siquiera tratasen de conocer por alguna especie de señal o contraste cuáles
eran buenos para amigos».38 Se ha de ser benefactor y agradecido con los amigos, pero no
para pedir tributo: «Odiosa, por cierto, esa clase de personas que echa en cara sus favores;
los cuales debe tener en la memoria aquel a quien se han hecho, pero no andarlo recordando
el que los hizo».39 Da también unos prudentes consejos en caso de ruptura de una amistad:
«Semejantes amistades deben irse aflojando poco a poco y, como decía Catón, más bien se
debe descoser que rasgar […]. Porque nada hay más vergonzoso que hacer la guerra a aquel
con quien se ha vivido amistosamente».40 Con el amigo siempre ha de haber confianza y
amor pero también respeto: «Porque desterrar el respeto de la amistad, es privarla de sus
mejores galas».41 Un consejo que repite con insistencia es juzgar antes de amar y no vicever-
sa: «Por lo cual (no me cansaré de repetirlo), se debe amar después de haberlo pensado, y no
aguardar a pensarlo después de haber amado».42 El cultivo de la amistad es algo totalmente
necesario: «Y es que la naturaleza huye de la soledad, y siempre busca algo así como un
arrimo: el cual es tanto más dulce cuanto más amigo es quien lo proporciona».43 Una señal
de verdadera amistad es la verdad: «No existe, pues, amistad verdadera cuando uno no
32 Ib., p. 48.
33 Ib., p. 50.
34 Ib., p. 58.
35 Ib., p. 62.
36 Ib., p. 70.
37 Ib., p. 76.
38 Ib., p. 82.
39 Ib., p. 92.
40 Ib., p. 98.
41 Ib., p. 104.
42 Ib., p. 106
43 Ib., p. 110.
quiere que se le diga la verdad y el otro está dispuesto a mentir». 44 Hemos de cuidar la amis-
tad como a una criatura frágil: «Mas, como las cosas humanas son frágiles y caducas,
siempre tenemos que buscar algunos a quienes amemos y por quienes seamos amados.
Porque, sin amor y sin cariño, la vida pierde todos sus encantos».45 Concluye Cicerón esta
bellísima obra sobre la amistad con la siguiente exhortación: «Esto es lo que se me ha ocu-
rrido acerca de la amistad. Sólo me queda exhortaros a que estiméis en tanto la virtud, sin
la cual no hay amistad posible, que, fuera de ella, no encontréis nada preferible a la
amistad».46
En todo este discurso he dejado, en lo posible, hablar al propio Cicerón, no en vano es uno
de los más brillantes oradores romanos.
Una vez más recojo unas acertadísimas apreciaciones de P. Laín Entralgo: «Cicerón clau-
sura brillantemente la copiosa reflexión antigua acerca de la amistad; en definitiva, la visión
de esta como un acto y un hábito de la naturaleza humana (por tanto, de la naturaleza univer-
sal) que la perfecciona social y éticamente […]/ Pero ni la historia de Occidente acabó con
Roma, ni la noción de la philantrôpía, del amor al hombre en tanto que hombre, iba a quedar
en lo que acerca de ella pensaron los griegos antiguos, y con ellos Cicerón. Un siglo después
de la muerte de este, algunos hombres oscuros procedentes de Palestina recorrerán las ciuda-
des del Imperio Romano proclamando que la realidad del hombre es algo más alto y mucho
más digno que la physis y la natura de que habían hablado los pensadores de la Antigüedad
clásica. Se llamaban a sí mismos “cristianos”».47
3. EL CRISTIANISMO Y LA AMISTAD
Otros rasgos de la vivencia amistosa aparecen claramente expresados: en primer lugar, saber
sufrir con los que sufren y alegrarse con los que se alegran. Le dice Jerónimo a un amigo sobre
una grata noticia: «Te la voy a comunicar para que, si no la sabes, te enteres, y si la sabías, nos
alegremos juntos».54 Por otra parte, hablando del intenso dolor por la pérdida de un entrañable
amigo, escribe: «Perdí uno de mis dos ojos, pues una ardiente fiebre repentina me arrebató a
Inocencio, parte que era de mi alma».55
Esta bella carta finaliza con las siguientes palabras: «Acaso me he alargado más de lo
que consiente la brevedad de una carta […]. Pues volviendo al punto de mi digresión, yo
te ruego que mi alma no pierda juntamente con los ojos al amigo que por mucho tiempo se
busca, apenas si se halla y con dificultad se conserva».56 Se subraya expresamente la amistad
como tarea y conquista, no como don de la naturaleza. Su conservación supone vigilancia
y esmero. Y el broche de oro lo constituyen las últimas líneas: «La amistad no puede com-
prarse, el amor no tiene precio. La amistad que puede cesar es que no fue jamás verdadera»
(caritas non potest comparari; dilectio pretium non habet; amicitia quae desinere potest,
vera numquam fuit).57
54 Ib., p. 45.
55 Loc. cit.
56 Ib., p. 48.
57 Loc. cit.
58 San Agustín, «La ciudad de Dios», libro XIX, cap. 8., en Obras de San Agustín, vol. XVII, Madrid, BAC,
1965, p. 476).
59 San Agustín, «Confesiones», libro IV, caps. VI y VII, en Obras de San Agustín, vol. II, Madrid, BAC, 1946,
p. 441.
60 Laín Entralgo, P., o. c. , p. 67.
Dando un salto cronológico importante, nos situamos en la segunda mitad del siglo XII,
y nos encontramos con la interesante obra sobre nuestro tema, De amicitia, del cisterciense
inglés Aelred de Rievaulx, cuyo análisis constituye la meta del presente trabajo.
Este autor, poco conocido, nació a comienzos del siglo XII en los confines de Inglaterra
y Escocia, en el seno de una distinguida familia sajona. En 1133 ingresó como novicio en la
abadía cisterciense de Rievaulx, junto a York, de la cual fue abad desde 1147 hasta su muerte
en 1167. Escribió varias obras, de las que tan sólo nos interesa ahora De amicitia (Sobre la
amistad).61 La obra tiene forma dialogada, y consta de tres apartados, estructurada en 28 capí-
tulos, el primero constituye el prólogo de la obra, y el último es el epílogo.
En el prólogo expone las razones que le llevaron a escribir sobre el tema. Expresamen-
te manifiesta que las principales motivaciones fueron la impetuosidad e indiscreción de sus
amistades juveniles y la lectura del De amicitia de Cicerón, que le produjo un gran impac-
to. Después, al entrar en religión, la lectura de la Biblia le llevará a tratar de armonizar a
Cicerón y el Libro Sagrado. En los tres apartados de la obra analizará sucesivamente lo que
es la amistad y su origen, en el primero; en el segundo, presenta las excelencias y ventajas
de la relación amistosa; y en el tercero, entre quienes puede darse la amistad y cómo ha
de conservarse. Como se observa, mantiene y sigue, fundamentalmente, la estructura del
tratado ciceroniano, al que tiene muy en cuenta a lo largo de toda la obra, en la que el autor
deja patente su gran formación. Pero no ha de sorprendernos, pues estamos en la segunda
mitad del siglo XII y, a lo largo de este siglo del medievo, el nivel cultural y humanístico
ha llegado a cotas muy interesantes. Recordemos a figuras tan señeras del humanismo del
siglo XII, como Pedro Abelardo y, en el propio país de Aelred, a Adelardo de Bath y Juan
de Salisbury.
Cicerón no puede ser suficiente para un cristiano a pesar de las maravillas que dijo sobre
la amistad, porque no ha conocido a Cristo y, para Aelred, la única amistad plena es la que
nace en Jesucristo, se desarrolla según su mensaje, y en Cristo alcanza la perfección. Incluso
su interlocutor llega a afirmar que entre aquellos que no están en Cristo no parece ser posible
la amistad. Aelred no comparte esta drástica postura, que rechaza expresamente.
Primer apartado. En los primeros capítulos del tratado se habla de la naturaleza y del
origen de la amistad. Considera válida la definición de Cicerón, que recuerda expresamen-
te: «La amistad es un acuerdo en las cosas humanas y divinas, acompañado de benevolen-
cia y caridad» (Amicitia est rerum humanarum et divinarum cum benevolentia et charitate
consensio).62 Para aclarar la naturaleza de la amistad, parte de la consideración etimológica:
amigo proviene de amor y de amigo se deriva amistad. «El amor es un afecto del alma racio-
nal, en virtud del cual esta busca algo con deseo, lo apetece para su fruición, goza de ello con
61 J. P. Migne la recoge en el tomo 40 de la Patrologia Latina (con obras de San Agustín), con el título De
amicitia, Cols. 831-844. En la propia advertencia editorial se nos dice que esta edición no recoge íntegra, ni con
fidelidad la obra original. Por eso hay que usarla con muchas precauciones. Una edición realmente fiable de la obra
es la que presenta y analiza P. Laín Entralgo, en su obra sobre la amistad: J. Dubois, Aelred de Rievaulx, L’amitié
spirituelle, Bruges-Paris, Editions Charles Beyaert, 1948 (Cfr. P. Laín Entralgo, o. c., p. 68, nota 2). Otra buena
edición (en-línea): en <http//www.thelatinlibrary.com/ aelredus.html> [25-9-2012]. Por comodidad las citas serán
de PL, pero siempre cotejadas (y, en su caso, corregidas) según una edición fiable.
62 PL, 40, 832. Comparada con la definición auténtica de Cicerón recoge lo sustancial, pero omite alguna
palabra, lo cual indica que la cita de memoria.
dulzura interior y lo abraza para conservarlo como suyo».63 Por lo cual «el amigo es algo así
como el guardián del amor y del alma» (amicus quasi amoris vel ipsius animi custos dicitur).64
El amigo en efecto, debe guardar con fidelidad los secretos del amigo, soportar y corregir
sus defectos, compartir las alegrías y penas, y debe sentir como propio lo que atañe al otro.
«La amistad, pues, es una virtud que une a los amigos mediante una alianza con tal dulzura y
dilección, que hace que muchos sean uno» (ut unum fiat de pluribus).65 Más aún, la amistad
es una virtud eterna, no un sentimiento fortuito y efímero. Por ello recuerda la afirmación de
San Jerónimo sobre lo imperecedero de la verdadera amistad.66 Aclara que no es lo mismo la
caridad y la amistad. La primera exige, por precepto divino, amar a todos los hombres (amigos
y enemigos); la amistad, en cambio, pide que sean unos pocos aquellos a quienes confiamos
los secretos de nuestro corazón y, del mismo modo, ellos hacia nosotros se ven unidos con la
misma confianza y seguridad.67
Especies de amistad. Distingue nuestro autor tres especies de amistad: la carnal (carna-
lis), la mundanal (mundialis) y la espiritual (spiritualis).68 La amistad carnal viene a ser un
consentimiento en cosas viciosas, su fin es la común fruición de un placer. Es una amistad
que «con la misma facilidad con que surge también se termina» (eadem levitate resolvitur,
qua contrahitur).69 La amistad mundanal está orientada hacia la común utilidad de los que
entre sí son amigos. Surge por el deseo de los bienes materiales, y «siempre está rodeada de
fraude y engaño» (semper est plena fraudis atque fallaciae).70 Es sumamente frágil también.
La amistad espiritual es la única que merece el nombre de amistad, pues «sólo ella procede
de la dignidad misma de la naturaleza humana y de las más íntimas apetencias del corazón
del hombre» (humani pectoris sensu desideratur). Su fruto y recompensa están en ella misma,
nace entre los hombres de bien, semejantes en sus aficiones, y es la que se ajusta a las cuatro
virtudes cardinales: «la prudencia dirige esta amistad, la justicia la gobierna, la fortaleza la
custodia, y la templanza la mantiene en los justos límites» (Hanc nempe amicitiam prudentia
dirigit, iustitia regit, fortitudo custodit, temperantia moderatur).71
Origen y desarrollo de la verdadera amistad. Hay que tener en cuenta tres instancias:
«Ante todo la propia naturaleza humana, también la experiencia y la ley. La amistad se funda
en la propia naturaleza humana, que está dotada de una tendencia natural al afecto. Por otra
parte es robustecida por la experiencia, la praxis, y queda al fin ordenada por la ley. Dios ha
querido que en todas las criaturas haya una tendencia hacia la unidad y hacia la paz. Por ello
el hombre por naturaleza tiende al amor y a la amistad, y a ello es atraído por cierta dulzura
y suavidad» (Amicitiae, ut mihi videtur, primum ipsa natura humanis mentibus impressit
affectum, deinde experientia auxit, postremo legis auctoritas ordinavit. Deus enim summe
potens et summe bonus, sibi ipsi sufficiens bonum est. Voluit autem, nam et ita ratio eius
aeterna prescripsit, ut omnes creaturas suas pax componeret, et uniret societas. Ita natura
mentibus humanis, ab ipso exordio amicitiae et caritatis impressit affectum, quem interior
mox sensus amandi quodam gustu suavitatis adauxit).72 Esta tendencia, cuando el hombre
pudo manifestarse sin trabas (por tanto, antes del pecado en el Paraíso terrenal), se realizó
como una perfecta fusión de la amistad y la caridad; mejor aún, como la completa identidad
entre ellas. El primer pecado trajo al género humano como consecuencia que una y otra fue-
ran entre sí distintas, y redujo la amistad a ser un vínculo sólo existente entre los hombres
buenos y necesitados de cierta defensa frente a los que no lo son. Ahora bien, incluso en
aquellos que la impiedad ha borrado todo sentido de la virtud, perdura la inteligencia, y con
ella una propensión del alma a la amistad y a las relaciones sociales (Verum his in quibus
omnem virtutis sensum oblitteravit impietas, ratio quae in eis exstingui non potuit, ipsum
amicitiae et societatis affectum non reliquit). En efecto, privados de compañeros, ni el avaro
goza de su riqueza, ni el ambicioso de su gloria, ni el lujurioso de su placer. Tal sería el origen
de las amistades carnales y mundanas, y no otra la causa de que la ley tenga que distinguir y
proteger de ellas la amistad verdadera.73
En el apartado segundo expone Aelred los frutos y límites de la amistad. Con especial en-
tusiasmo nos habla de los frutos de la relación amistosa. Hace superar uno de los peores males,
el aislamiento, pues el amigo es un confidente fiel, y nos ayuda en toda clase de infortunio: en
la pobreza, en la enfermedad, incluso en la muerte. Pero la auténtica amistad es algo todavía
más valioso: nos prepara y ayuda para lo más importante, la amistad con Dios. Como en la
caridad, en la amistad verdadera todo es santo y genuino, pero en la amistad, por añadidura,
todo es gozoso y dulce. En una palabra, ayuda en la prosperidad y hace superar la adversidad
(adversa temperat, componit prospera).74 Llega a exclamar Aelred: «En lo humano no se pue-
de apetecer nada más santo, no se puede buscar nada más valioso, no se puede encontrar nada
más difícil, no se puede tener una vivencia más dulce ni más fecunda» (in rebus humanis nihil
sanctius appetatur, nihil quaeratur utilius, nihil difficilius inveniatur, nihil experiatur dulcius,
nihil fructuosius teneatur).75 Hablar con un amigo con toda confianza, da seguridad en el vida,
produce una satisfacción inmensa. Es la mejor medicina para todos los males (Non enim vali-
dior vel efficacior est vulneribus nostris medicina).76
En cuanto a los límites de la amistad, después de recordar distintas opiniones, expone la
suya propia. El monje inglés recuerda que Cristo dijo que uno debe hallarse dispuesto a morir
por quienes ama. Pero también son capaces de hacer esto los malvados, entre los cuales ya
sabemos que no existe la verdadera amistad. La amistad no puede justificar jamás la inmo-
ralidad, la transgresión del deber. El mal, cualquiera que sea su figura, no puede nunca ser
legitimado por la amistad. Por ello si incluso puede llegar el caso de dar la vida corporal por
un amigo, hay que negarle con decisión (aunque también con delicadeza) todo lo que compro-
meta la vida del alma. Podemos resumir con nuestro autor: «Esta es, pues, la ley que debe regir
en la amistad, que sólo le pidamos a los amigos cosas honestas, y que hagamos por ellos esto
mismo, y no esperemos que nos pidan algo; la despreocupación o lentitud esté ausente, reine
siempre la prontitud y el esfuerzo» (Haec lex, ait quidam, in amicitia sanciatur, ut ab amicis
honesta petamus, et pro amicis honesta faciamus, nec expectemus ut rogemur; cunctatio sem-
per absit, studium semper assit).77
Tercera apartado: reglas sobre la práctica de la amistad. En la tercera parte de la obra
Aelred habla, con cierta detención, sobre las normas a tener en cuenta para el cultivo y con-
(non debet esse mercenaria, sed gratuita).85 La discreción, o el buen juicio es otro termó-
metro certero para comprobar una amistad autentica. En efecto, si al que eliges como amigo
no es prudente y discreto no tendrás más que problemas con él. El que carece de discreción
es como una nave a la deriva sin piloto y sin rumbo (si quis sine discretione fuerit, sicut na-
vis, absque gubernaculo pro impetu suo instabili motu semper feretur).86 La paciencia, por
último, es sumamente necesaria, por ello se ha de comprobar en el posible amigo, pues sin
ella no perdura la amistad. Aquel que ante el más mínimo inconveniente no sabe soportarlo
y disculpar, no es digno de una amistad estable. La auténtica medida del amigo ha de ser la
benevolencia. Una vez comprobadas estas cuatro cualidades, no dudemos en la entrega ge-
nerosa de la amistad (se totum det et committat amico),87 en ella la relación amistosa se hace
auténtica y gustosa intimidad.
Habla, por último, de una serie de normas que son necesarias para la conservación y la
práctica de la relación amistosa. También en este apartado se inspira en el opúsculo de Cice-
rón. Establece que la lealtad, la sencillez y la comunicación sincera harán firme y agradable
la amistad. Entre los obstáculos a evitar, señala, ante todo, la sospecha (el ser suspicaz), que
la considera mortal de necesidad para la amistad (Prae omnibus cavenda est suspicio, quae
est amicitiae venenum).88 Con un detenimiento especial nos habla nuestro monje de la igual-
dad, absolutamente esencial para la relación de amigos. Si alguien es superior a su amigo en
algún orden (talento, fortuna, poder) tanto más se esforzará en ponerse al nivel del inferior,
para merecer sin reservas su confianza. En efecto, «no puede haber una correcta amistad,
donde no se cultiva la igualdad» (non enim amicitia recte colitur, a quibus aequalitas non
servatur).89 En una palabra, la amistad o surge entre iguales, o acaba haciendo iguales. Por
último, con energía rechaza la adulación como la peor peste para la amistad. Es decir, cuando
haya que corregir al amigo se ha de hacer con sinceridad y verdad (non adulatorie, non simu-
latorie, sed vere).90 Las palabras que sirven de punto final a la obra de Aelred nos introducen,
una vez más, en el ámbito cristiano en que se mueve: «El fruto de la verdadera amistad [la
amistad espiritual] es que del santo amor con que nos unimos al amigo, pasemos al amor que
nos une a Cristo».91
CONSIDERACIÓN FINAL
El escrito que hemos presentado de Aelred, como meta del recorrido propuesto al ini-
cio de este trabajo sobre amistad y filosofía, constituye un intento deliberado de combinar
la Biblia y Cicerón. El autor hay que encuadrarlo, como queda dicho, entre los humanistas
cristianos del siglo XII. Utiliza ampliamente a Cicerón, y a través del romano toma multitud
de ideas de la tradición clásica griega. Es lo que nos llevó a los análisis realizados al principio
de este artículo.
Unas pinceladas de P. Laín Entralgo son muy aclaratorias acerca del significado histórico
de la obra del cisterciense inglés: «Desde las constituciones monásticas de San Basilio […],
85 Loc. cit.
86 Loc. cit.
87 Loc. cit.
88 PL, 40. 841.
89 Loc. cit.
90 PL, 40, 842.
91 PL, 40, 844.
pasando por la Imitación de Cristo, viene corriendo por la ascética cristiana […] la vena de
una actitud recelosa frente a la amistad humana. Aelred representa el polo opuesto de esa acti-
tud. Como a San Agustín se le ha llamado “el doctor de la gracia”, y a San Bernardo “el doctor
del amor” ¿habrá entonces que llamar al Abad de Rievaulx, siguiendo la propuesta de Dubois,
“el doctor de la amistad”?».92