Extracto - Inteligencia Emocional en Educación
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en educación
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catálogoEDITORIAL
completo y comentado
PSICOLOGÍA. MANUALES PRÁCTICOS
Directores:
Manuel Maceiras Fafián
Juan Manuel Navarro Cordón
Ramón Rodríguez García
Inteligencia emocional
en educación
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono 91 593 20 98
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ISBN: 978-84-9077-07-8-8
Depósito Legal: M. 4.481-2015
Prólogo ........................................................................................................ 11
Introducción ............................................................................................... 15
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Inteligencia emocional en educación
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Índice
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Inteligencia emocional en educación
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Índice
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El apoyo de la neurociencia:
el cerebro emocional
Hoy sabemos que el cerebro es el órgano que produce nuestra mente, que nuestras
capacidades mentales son producto de nuestro funcionamiento neuronal. Pero esta
idea, aunque no es nueva, hace en realidad muy poco tiempo que se viene acep-
tando de forma mayoritaria entre investigadores.
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Inteligencia emocional en educación
Bastante más tarde aún imperaba la creencia de que el alma o ánima (etimoló-
gicamente aire, viento o soplo de vida) era inmortal e inmaterial y solo habitaba el
cuerpo de forma provisional para dotarle de vida y regir su funcionamiento, pero
en cambio se pensaba que el cerebro era apenas una glándula que, aparte de tener
un aspecto desagradable, debía tener poca funcionalidad. Sin embargo, el francés
Descartes (1649) llegó a sugerir que el alma se situaba exactamente en una pe-
queña parte de la base del cerebro que había sido identificada por Galeno, y de-
nominada epífisis o glándula pineal (del latín pinea, que significa piña o cono),
basándose en el simple hecho de que ésta parecía ser la única estructura cerebral
que no es doble, como por ejemplo lo son los hemisferios cerebrales, el hipocam-
po o la amígdala, por lo que cabría esperarse que ahí se integrara la información
que provenía de las dos mitades del cuerpo. Pero Descartes aún distinguía entre
cuerpo y alma, conociéndose desde entonces esta idea como dualismo cartesiano
o dualismo “cuerpo-mente”.
Poco después de Descartes, el inglés Thomas Willis (1664) acuñó el término
neurología como el estudio científico de la anatomía, funciones y enfermedades
del sistema nervioso, reconoció los nervios como conductos de información y
concibió los pensamientos y las emociones como “tormentas químicas de átomos”
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El apoyo de la neurociencia: el cerebro emocional
No hay ninguna razón que nos induzca a ver el cerebro como una excep-
ción del principio general de que cada parte del organismo tiende a formarse de
acuerdo como el modo en que se ejercita habitualmente, y de que esta tendencia
debe ser prioritariamente vigorosa en el aparato nervioso (Carpenter, 1874, cit.
en James, 1890: 92).
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El apoyo de la neurociencia: el cerebro emocional
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que más intención tienen de aplicar sus (quizás “erróneas”) interpretaciones sobre los
hallazgos neurocientíficos a sus prácticas de enseñanza-aprendizaje.
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El apoyo de la neurociencia: el cerebro emocional
Si los docentes trabajan en sus aulas con estos neuromitos como premisa pue-
den estar perjudicando seriamente la calidad de la educación que reciben sus
alumnos, además de incurrir en una pérdida de dinero, tiempo y esfuerzo, todo lo
cual podría ser mejor empleado en prácticas de enseñanza basadas en la evidencia
científica (Dekker, Lee, Howard-Jones y Jolles, 2012; Pasquinelli, 2012).
Así que la investigación ha encontrado que los profesores más entusiastas so-
bre la posible aplicación de los conocimientos neurocientíficos al aula tienen difi-
cultad para distinguir la pseudociencia de los hechos científicos (Dekker et al.,
2012). Es decir, su entusiasmo por la neurociencia parece inclinarles más a creer
en los neuromitos que a mantener una actitud crítica, convirtiéndose así en presa
fácil de editoriales y autores que venden programas educativos con un aparente
halo neurocientífico. ¿Ocurrirá algo similar con los profesores más entusiastas
con la educación emocional? Aunque por el momento esto último no se ha inves-
tigado, este antecedente con la neurociencia educativa al menos debiera servirnos
para maximizar la cautela y no asumir que todo lo que suene a educación emocio-
nal o a inteligencia emocional es necesariamente serio o cuenta con aval científico
(Pérez-González y Pena, 2011).
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Inteligencia emocional en educación
El neurobiólogo español artífice del citado proyecto Brain Activity Map de EE.UU.,
el Dr. Rafael Yuste, ha estimado que el cerebro procesa aproximadamente 36 te-
rabytes de información por hora.
Aunque no es objetivo de este libro hacer una introducción a la organización ana-
tomofuncional del sistema nervioso humano (para esto véase Del Abril et al., 2003),
al menos quisiéramos recordar la clasificación básica del mismo para dar al lector una
referencia contextual que le ayude a comprender mejor los siguientes apartados.
El sistema nervioso se divide en dos grandes sistemas que lo componen, los
cuales difieren globalmente en su localización, pero que sin embargo a nivel fun-
cional están íntimamente relacionados. Se trata del sistema nervioso central
(SNC) y del sistema nervioso periférico (SNP).
El SNC se encuentra localizado en la cabeza y el centro del cuerpo (columna
vertebral), dividiéndose, a su vez, en dos grandes partes: el encéfalo (popularmente
cerebro o brain) y la médula espinal. Por su parte, el SNP está integrado por el sis-
tema nervioso somático (del griego soma, cuerpo) que controla las actividades vo-
luntarias (con nervios aferentes, que llevan información desde todo el cuerpo al
SNC, y con nervios eferentes, que ejercen control desde el SNC sobre todo el cuer-
po, tanto musculatura como glándulas, vísceras y órganos internos) y por el sistema
nervioso autónomo (SNA), que controla las actividades involuntarias, como la res-
piración o el ritmo cardíaco (compuesto, a su vez, por el sistema nervioso simpáti-
co, que se ocupa de excitar el cuerpo cuando es preciso activarlo y ponerlo en esta-
do de alerta o incluso de defensa, y por el sistema nervioso parasimpático, que se
ocupa de lo contrario, es decir, de reducir la excitación y de relajar el cuerpo).
El elemento principal del sistema nervioso, el que lo gobierna, es el cerebro,
que es el órgano del aprendizaje (Anaya, 2009). Ocupa en el humano, como en la
mayoría de los primates, el 2% de la masa total del cuerpo (aproximadamente
pesa 1,5 kg), sin embargo consume aproximadamente el 25% de su energía. De
modo que de un promedio de 2.000 calorías diarias de ingesta, 500 se destinan a
mantener el cerebro funcionando.
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El apoyo de la neurociencia: el cerebro emocional
Órgano
Regiones
(subestructuras o áreas cerebrales
corticales y subcorticales)
Circuitos
(redes neuronales, conectoma)
Células
(neuronas, células gliales)
Moléculas
(sinapsis, neurotransmisores,
expresión de genes,
síntesis de proteínas)
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El apoyo de la neurociencia: el cerebro emocional
Figura 2.2. Identificación aproximada de las tres secciones del cerebro trino.
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vías nerviosas desde el sistema límbico hacia la corteza cerebral que en sentido
contrario, lo cual apoya la idea de que es notablemente mayor el poder de in-
fluencia de las emociones en el pensamiento que al revés, a juzgar por la propia
configuración anatómica del cerebro.
No obstante, siendo precisos, aunque hoy en día se reconoce que estas estruc-
turas tienen un enorme protagonismo en el procesamiento emocional, pues su
activación es enorme en prácticamente cualquier estado afectivo, no se considera
que sean un “sistema” como tal, pues no funciona necesariamente al unísono co-
mo un todo, ni tampoco es absolutamente independiente (LeDoux, 1996).
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den sentir sentimientos sin que se observe ningún correlato fisiológico claro. De
hecho, la correlación entre estos dos sistemas o componentes emocionales es muy
débil, lo que indica una alta discordancia entre estas dos variantes de la vivencia
emocional (e.g., Lang, 1994).
Panksepp (2011) es rotundo cuando advierte que la teoría James-Lange es una
hipótesis aún a falta de contrastación empírica experimental y, por tanto, su acep-
tación es más un acto de fe o dogmatismo que una conclusión consistente con la
evidencia científica.
En concreto, Panksepp (2011) critica la nociva influencia de la teoría James-
Lange en la difusión de la idea errónea de que todos los sentimientos emocionales
(y las emociones en general) únicamente tienen lugar si hay intervención de la
conciencia, esto es, de la corteza cerebral, la cual está mucho más desarrollada en
los humanos que en el resto de animales, conduciendo a que muchos investigado-
res crean que los animales no experimentan verdaderas emociones.
Panksepp (2011), de hecho, considera que William James fue el responsable
de que posteriores pensadores e investigadores sigan pensando que las emociones
son un subconjunto de los procesos cognitivos, de modo que los pensamientos no
sean acompañantes de la emoción sino más bien una condición sine qua non para
que estas sucedan. Esta idea errónea quedó arraigada en la psicología mucho an-
tes de que se conocieran los principios que explican la historia evolutiva (filoge-
nética) del cerebro y antes de que se reconociera que una gran red de circuitos
neurales emocionales (incondicionados) se formaron en estructuras subcorticales
de los cerebros de los mamíferos en el curso de la evolución (Panksepp, 2011).
En cualquier caso, en la actualidad la teoría James-Lange también cuenta con
un amplio reconocimiento y aceptación en sus presupuestos fundamentales por
otros relevantes neurocientíficos afectivos, como Antonio Damasio. En concreto,
Damasio (1994) ha construido su famosa hipótesis del “marcador somático” sobre
esta teoría.
Para Damasio (1994) podemos distinguir entre emociones primarias (automá-
ticas) y secundarias (mediadas por la integración del pensamiento y los recuer-
dos), siendo las segundas más complejas y propiamente humanas, así como más
dependientes, por ende, de la corteza cerebral. Su teoría del marcador somático
indica que las emociones tienen un importante papel en la toma de decisiones,
pues constituyen una especie de repositorio de “recuerdos emocionales” (positi-
vos o negativos) de pasadas experiencias emocionales asociadas a las cuestiones o
situaciones sobre las que se decide, de modo que ante diversas alternativas de
decisión sentimos una predisposición emocional hacia una u otra alternativa en
función de si en el pasado experimentamos placer o no con las circunstancias que
se asemejan a las alternativas consideradas ahora.
El término “marcadores” corresponde a “recuerdos emocionales” que queda-
ron “marcados” en el cuerpo (en este caso en el cerebro y el sistema nervioso),
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