Carácter Social y Cultural de La Pedagogía

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

CARÁCTER SOCIAL Y CULTURAL DE LA PEDAGOGÍA

Para Durkeim el ser humano se compone de:

 Un ser individual: se refiere a sí mismo


y a su vida privada, posee un deseo
interno para aprender lo que necesita.
 Un ser social: se basa en un sistema
de ideas, sentimientos y costumbres,
de acuerdo al grupo en el que vive, el
contexto en el que se desenvuelve.

La pedagogía social se asomó al siglo XX


con unas excelentes perspectivas de
futuro, en las palabras y en los hechos (Caride, 2009). Lo eran entonces y siguen
siéndolo hoy, cuando en las primeras décadas del tercer milenio lo pedagógico -
social evoca la necesidad de abrir la educación a la vida, en toda su diversidad: una
aventura apasionante, de largos recorridos semánticos y pragmáticos, que
Carbonell concibe a modo de un "viaje simultáneo a la realidad y al interior de cada
persona", inacabado e inacabable (2008:19). La educación de todos y para todos,
en su versión más cívica y cotidiana, emocional y cognitivamente. Una tarea de
compromisos y responsabilidades que Esteve (2010) vinculó a un proceso que,
comenzando en el mismo momento del nacimiento, debe conducirnos a
entendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, procurando que seamos
plenamente partícipes del complicado don de la convivencia.

En esta búsqueda, lo "pedagógico" desvela su inspiración altruista como una


oportunidad —entre otras— para recuperar los afanes humanistas, cívicos y
políticos de la paideia clásica: una educación puesta al servicio de las personas y
del desarrollo humano, con demasiada frecuencia frustrado; mientras que en lo
"social" se afirma la inequívoca sensibilidad que ha de tener la educación hacia las
necesidades de todos, pero muy especialmente de quienes son rechazados por los
modelos de producción y consumo inducidos por los mercados, en el mundo de
todos y de nadie que habitamos (Innerarity, 2013). Un escenario local-global de
riesgos e incertidumbres en el que, más que nunca, el trabajo educativo debe ser
"un acto de respeto al otro y, consecuentemente, de puesta a su disposición de los
elementos que la cultura ha creado, también para él" (Núñez, 1999: 66). No será
fácil. Bauman señala que nunca antes estuvimos en una situación semejante, en la
que no sólo debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de
información, "también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las
próximas generaciones para vivir en semejante mundo" (2007: 46).

Cabe advertir que la voz "pedagogía", utilizada con motivaciones diversas por
filósofos o educadores relevantes —entre los que cabe citar a Hegel, Kant, Dilthey
o Herbart—, ha ido acomodando sus significados a diferentes contextos o
realidades; la familia y la escuela son sus principales ámbitos de reflexión y acción.
A Herbart le debemos una de las primeras formulaciones sistemáticas de sus tareas
y posibilidades, concretada en su Pedagogía general, publicada en 1806: una
contribución cardinal en los modos de teorizar acerca de la "instrucción educativa",
del "gobierno de los niños" y de la "educación como disciplina". A su legado se
sumaría el de muchos otros académicos e intelectuales, lo que posibilitó su
construcción como una pedagogía abierta al mundo, con atributos normativos,
empíricos y praxiológicos que se proyectarían en diferentes disciplinas y
profesiones.

Sería en los últimos años del siglo XIX, en su tránsito al XX, cuando la Pedagogía
avanzaría significativamente hacia su caracterización como una ciencia que se
ocupa de la educación como una construcción histórica y social, poniendo de relieve
sus convergencias con otras ciencias sociales y humanas, desde la Antropología a
la Historia, pasando por la Sociología, la Economía, el Derecho, la Politología o la
Psicología. Todo ello la abocaría a ser un elemento central de las reformas
educativas, como una de las disciplinas "que mejor representa la modernidad social
y política, con todas sus potencialidades y todas sus contradicciones y
ambigüedades" (Nóvoa, 2005: 258).

Una pedagogía que no discute la misión de la escuela, ni los cometidos que en ella
tienen la instrucción o la didáctica; muy al contrario, prevalecen y se afianzan,
asignándoles el deber de satisfacer "uno de los derechos fundamentales de la
humanidad... en el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria" (Barreiro,
2005: 17). Tampoco se cuestiona la paulatina desatención de las familias a una de
sus funciones más axiomáticas en el cuidado a la infancia: ser la referencia
fundamental, primaria e insustituible para que su crecimiento biológico y social sea
física, emocional e intelectualmente saludable. Unas y otras deben repensar su
quehacer histórico y sus relaciones mutuas, de modo que al traspasar la
institucionalización escolar y el hogar familiar abracen el valor formativo de un
amplio conjunto de experiencias y/o vivencias que nos hacen gente, en el mejor
sentido de la palabra, allí donde estamos y somos sociedad. Si la educación es
social, la pedagogía que se interese por ella también debe serlo.

Recordemos que la educación en Platón, Plutarco o Pestalozzi ya era


vocacionalmente social: hay que educar a la ciudad o al pueblo para que llegue a
darse una verdadera educación del individuo; la plaza pública (el ágora) es, además
de la casa y la academia, uno de los espacios pedagógicos más estimables. Como
una práctica que se hace en sociedad, por y para la sociedad, en todas las
sociedades, la educación siempre ha sido "social", a pesar de la tendencia reiterada
a confinarla en las escuelas o a perpetuarla en sus pretensiones individualizadoras,
herederas del culto a la personalidad y de la defensa ilustrada de los derechos
particulares.

Con todo, la pedagogía social necesitó varios siglos para comenzar a


documentarse. Lo haría, entre otros, Paul Natorp, aludiendo expresamente a lo
"social" de la educación y de su pedagogía, que "no es la educación del individuo
aislado, sino la del hombre que vive en una comunidad, educación que hace a la
comunidad, porque su fin no es sólo el individuo" (1913: 8). Sería de este modo
como el filósofo-pedagogo de la Universidad de Marburgo daría carta de naturaleza
a una renovada concepción pedagógica, al enunciar que las condiciones sociales
de la educación y las condiciones educativas de la vida social son los temas en
torno a los cuales organiza sus contenidos.

Si todas las pedagogías y sus educaciones son sociales, ¿qué añaden la


pedagogía social y la educación social?

Desde el momento en que educar a otros y


educarse a uno mismo participan de un
mismo proyecto civilizatorio de cambio y
transformación social, todas las pedagogías y
todas sus educaciones son sociales; lo son,
ya de partida, en los múltiples recorridos por
los que transitan ensanchando las fronteras
de la teoría y la praxis socioeducativa. Son
fronteras que las redes tecnológicas están
sometiendo a una profunda revisión.

Las políticas sociales y culturales asumieron


que muchas de sus iniciativas se llevan a
cabo a través de prácticas educativas que no
siempre serán juzgadas como tales: "otras educaciones", diría Trilla (1993), a las
que la Pedagogía —y la sociedad— descuidó, o a las que no supo asignarles el
lugar que les corresponde en el logro de una formación integral e integradora que
no se contradiga a sí misma (Caride, 2005). En opinión de Moyano:

...la emergencia de la educación social en el campo de los servicios sociales ha


abierto una puerta en términos de aportación de una mirada educativa a las
cuestiones sociales... un plus que distancie los elementos estigmatizantes y dirija
sus objetivos hacia el horizonte de la promoción cultural de los individuos que
atiende (2012: 43).

Que la pedagogía social todavía constituya una novedad en la inacabada e


insatisfactoria tipificación de los saberes pedagógicos y de las ciencias de la
educación, no obvia que se trate de una realidad profesional y de un espacio
académico universitario, con una dilatada presencia en la mayoría de los países que
asumieron los principios del Welfare State hasta bien entrados los años dos mil. Así
lo entendía Petrus (1997) al señalar que mucho de lo que preconizaba este modelo
de Estado, con las políticas que trataron de impulsarlo, afectaba de lleno a la
pedagogía social, no sólo por la necesidad de invertir en una educación que
facilitase una efectiva igualdad de oportunidades (que va más allá de la oferta de un
puesto escolar), sino también para poder avanzar en la ansiada integración y
cohesión de la sociedad, con unos mayores y más justos niveles de convivencia
social, de equidad, cooperación y solidaridad intercultural, etc. Lo decimos cuando
nada podrá hacerse sostenible si la cultura del bien común y la preservación de
estos bienes comunes no retorna al imaginario social. Y, con ella, unas políticas
educativas que trasciendan las reformas escolares, la regulación de sus
enseñanzas o los rendimientos académicos, por muy importantes que sean, para
pensar la educación y los aprendizajes como una tarea para todos y durante toda la
vida.

Éste es, o deberá ser, el compromiso que la pedagogía social y la educación social
han de proyectar en su defensa radical de lo cívico y de la ciudadanía, de los
derechos y deberes inherentes a la capacidad de elegir; pero también, en la
posibilidad de contribuir a resolver conflictos, de ejercer la tolerancia y la solidaridad,
de afirmar las convicciones éticas y morales, de vigorizar la democracia cultural y la
participación social, de apreciar la paz, de contribuir a la formación e inserción
laboral, o de poner en valor el respeto al medio ambiente y la diversidad cultural.
Cuando esto ocurre, "lo" social deviene en pedagógico y educativo per se, aunque
debamos precisar cuánto hay de contexto (realidad), pretexto (motivación) o texto
(contenido y método) ajustado a tales propósitos. O, expresado de otro modo: ¿qué
añade lo social a los sustantivos "pedagogía" y "educación"? ¿Qué las hace
pedagogía social y educación social?

Formulamos estos interrogantes hace años (Caride, 2004), para enfatizar la


necesidad de observar las realidades sociales como una forma de reconocer e
incentivar la misión educadora de la sociedad, con las múltiples oportunidades que
en ella se habilitan para un mejor desarrollo personal y colectivo; pero también,
como un modo de elogiar el potencial socializador, envolvente y convivencial de la
educación, optimizando el quehacer pedagógico de una extensa red de ámbitos y
agentes a los que animan ideales y finalidades sociales. Todo ello coincide en
subrayar que son una pedagogía y una educación que deben hacerse en, con,
desde, por y para la sociedad, en la que

...late un decidido afán reivindicativo: cohesionar a personas y sociedades en torno


a iniciativas y valores que promuevan una mejora significativa del bienestar colectivo
y, por extensión, de todas aquellas circunstancias que posibiliten su participación
en la construcción de una ciudadanía más inclusiva, plural y crítica (Caride, 2003:
48).

Tanto la pedagogía social como la educación social, más que dirigir sus miradas
hacia contenidos o saberes disciplinares fijan su atención en la dimensión social,
cultural, política, cívica, etc., de quién y con quién actúan, dónde, por qué y para
qué lo hacen; es decir, de los contextos y de quienes los protagonizan como sujetos
o agentes de una determinada práctica educativa, sin que ello suponga —
necesariamente— que sean catalogados como alumnos, estudiantes, destinatarios,
usuarios, beneficiarios, clientes, etc.
E-GRAFÍA
www.academia.edu › 3._Carácter_social_y_cultural_de_la_pedagogía

prezi.com › el-caracter-social-y-cultural-de-la-educacion
INTRODUCCIÓN

El carácter social de la educación posibilita la incorporación del sujeto educado a la


diversidad de las redes sociales que contribuyen al desarrollo de la sociabilidad y la
circulación social; la promoción cultural y social que favorece a la apertura a nuevas
posibilidades de la adquisición de bienes culturales, que amplíen las perspectivas
educativas, laborales, de ocio y participación social.

La educación social es una profesión de carácter pedagógico, generadora de


contextos educativos y acciones mediadoras y formativas, que son ámbito de
competencia profesional del educador social, posibilitando: • La incorporación del
sujeto de la educación a la diversidad de las redes sociales, entendida como el
desarrollo de la sociabilidad y la circulación social.
CONCLUSIÓN

Hoy en día, la participación de la educación en la sociedad recobra importancia,


donde se pueden observar la importancia de la capacidad educativa de la sociedad,
donde organismos internacionales como la UNESCO resguardan y defienden este
hecho, tal como se evidencia en dos informes en los que de manera directa e
indirecta se impulsa la idea de la sociedad educadora.

Además la pedagogía social como la educación social fijan su atención en la


dimensión social, cultural, política, cívica, etc., de quién y con quién actúan, dónde,
por qué y para qué lo hacen; es decir, de los contextos y de quienes los protagonizan
como sujetos o agentes de una determinada práctica educativa, sin que ello
suponga —necesariamente— que sean catalogados como alumnos, estudiantes,
destinatarios, usuarios, beneficiarios, clientes, etc.

También podría gustarte