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MAMACOCA

ANTHONY RICHARD HENMAN


PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN COLOMBIANA

Treinta años después de la primera edición de este libro no sé si me cabe un


triste llanto, o mejor, una risa irónica frente a la falta de seriedad de mis pares
en el imperio transnacional del norte. Como cuento en estas páginas los
intereses neo-coloniales de mediados del siglo XX, disfrazados con un
discurso pseudo-científico, consiguieron poner la hoja de coca en la maldita
Lista 1 de la Convención Unica de la ONU y siguen hasta hoy con su absurdo
proyecto de desterrar una planta con una noble historia y una serie de
virtudes que se revelan cada día más útiles, cada vez más adaptadas a las
necesidades del futuro.
¿Cómo es posible que después de más de cincuenta años de enérgicas
condenas a la coca no se ha conseguido siquiera uno de los objetivos
trazados por las políticas públicas? Cómo es factible que, a pesar de
repetidos fracasos a todos los niveles y en todas las áreas, se sigue
reproduciendo exactamente las mismas medidas? Y, mi excelentísimo, cómo
es que a cada cambio de ministros se sigue repitiendo la misma respuesta
banal, además como si fuera la última novedad? “Ahora sí, vamos acabar con
el narcotráfico...”
¿Porqué no llegamos jamás a este momento decisivo de la historia?
Debe ser que el objetivo está mal trazado, o peor, que los verdaderos
objetivos de una permanente guerra a las drogas no son para nada los
declarados, y que le interesa al poder estar siempre a la vuelta de la esquina
de una victoria final que tantas veces ha invocado, anunciado, declarado? La
ilegalidad de la coca ha dado un extraordinario dinamismo a los intereses
oscuros de su comercialización, acompañado de unos efectos profundos
sobre los modelos de desarrollo en las áreas productoras, y una serie de
distorciones políticas que en Colombia son de conocimiento público. Desde
que la coca fue declarada elemento perturbador del orden público hemos
entrado en un espiral de violencia que parece no tener salida, construyendo
cada vez más cárceles, entrenando cada vez más brigadas anti-narcóticos,
erradicando cada vez más hectáreas.
Lo absurdo de esta situación, que efectivamente impide el desarrollo,
destruye las instituciones, y vuelve la coca parte de un proceso de
mercantilización maligna de todo el planeta, ha llevado muchas mentes
inteligentes a reconocer la validez de las posiciones asumidas en este libro,
defendidas además por casi todos los estudiosos independientes del tema.
Dicho llanamente, la coca nunca debía haber sido prohibida; por eso, al
reconocer ahora la necesidad de un cambio de enfoque, no se está tratando
de “legalizar” algo de potencial desconocido, sino de admitir un error
histórico, y reparar una injusticia hecha a una planta que ha acompañado al
hombre durante milenios.
Ya es hora de hacer la paz con la coca, abrazar la coca, amarla como
merece de ser amada, una planta de muchos dones y muchas cualidades. El
doctor Andrew Weil, conocido médico naturista, en 1978 publicó un artículo
que describe varios usos interesantes de la coca: para tratar espasmos y
condiciones dolorosas de trato gastro-intestinal como sustituto del café, de la
anfetaminas, y de la misma cocaína, ya que estos estimulantes tienen
acciones más prolongadas e irritantes como antidepresivo, siendo
inmensamente menos tóxico que los productos farmaceúticos usados para
este fin para el mareo y el mal de altura como tónico de las cuerdas vocales
para quienes requieren un uso intensivo de la voz o del canto como tópico en
los dolores de muelas y infecciones bucales como suplemento nutricional en
programas de reducción de peso y entrenamiento físico. Un famoso estudio
publicado por la Universidad de Harvard (Duke et al., 1975) ya había llamado
la atención sobre el valor nutritivo de la coca, comparándola positivamente
con varios otros elementos de la comida andina, y mostrando que era una
fuente excelente de calcio, fosfatos, y potasio, además de contener
cantidades apreciables de vitaminas y sales minerales. Sin duda estas
calidades explican la ausencia de indicios serios de desnutrición en muchas
comunidades andinas, así como apoyan su empleo actual para tratar
osteoporosis, diabetes, colesterol alto, hipertensión, y otras enfermedades de
la tercera edad.
Al desarrollo de estos nuevos usos, urbanos y modernos, se suman las
diversas introducciones del chacchado o mambeo en contextos donde no
existía esta costumbre en la época en que inicié este estudio. Contrariando la
rigidez y falta de imaginación de las políticas oficiales, el mercado
consumidor da señales de un aprendizaje colectivo que ha rescatado el “uso
tradicional” del gueto donde lo trataron de encerrar. El objetivo original era
limitar el uso de la coca a culturas indígenas que, en la lógica de la época del
falso progreso, estaban destinadas a desaparecer. De esta manera, se llegó
a favorecer ciertas áreas de producción (los Yungas de La Paz, o el Valle de
la Convención, en Cusco) y castigar otros, igualmente "tradicionales"
(Monzón, en Huánuco, y el Chapare boliviano), creando así una confusión
que abrió más mercados que los que consiguió cerrar.
En Colombia se reconocía el derecho de mambear coca en el caso de
ciertos grupos indígenas (en la Sierra Nevada de Santa Marta, en el Cauca,
en el Putumayo, y en el Vaupés). Pero, a la vez, no se incluía dentro de estos
parámetros la población campesina de las mismas zonas. ¿Porqué no? Hay
muchos usos no "tradicionales" de la coca que llevan a innovadoras
soluciones: entre estudiantes y artistas en varias ciudades andinas, entre
trabajadores de la industria pesquera en la costa peruana, entre la burguesía
regionalista de Salta en Argentina, entre los turistas que vienen al Cusco a
aventurarse por los caminos del Inca. Todos, incluyendo el reciente repunte
del uso de la harina de coca en las tiendas naturistas de Lima, demuestran lo
que sabe cualquier sociólogo; que el significado de cualquier forma de
consumo es maleable, históricamente, y en el caso de la coca puede tomar
rumbos inesperados.
Además de admitir la autonomía de la coca, su actuación como agente
histórico, las nuevas generaciones parecen entender intuitivamente el respeto
que se debe a las plantas psicoactivas, llamadas “maestras” en las
tradiciones andino-amazónicas. Al apartarnos de la arrogancia etnocéntrica
expresada en las convenciones de la ONU, llegaremos también quizás a
reconocer la sujetividad del otro. Lo digo más como un anhelo teórico que
como un hecho consumado. ¿Pues cómo, concretamente, se llega a
considerar la coca como sujeto autónomo? Cómo podemos verla como actor
en la historia universal, y no apenas como objeto de nuestro consumo,
nuestras necesidades, nuestras intervenciones, nuestras políticas?
En primer lugar, esto implica verla como especie botánica, una planta
que necesita agua y tierra, que busca el sol y, como todas las especies,
anhela y desea la reproducción. La reproducción... Quien conoce la flor de la
coca, quien ha mirado de cerca su fruto (que, dígase de paso, dio origen a la
forma de la botella de Coca-Cola) sabe que, además de hermafrodita y
bisexual, es también una planta muy fértil, capaz de dar mucha semilla. Hace
unos años, yo andaba por Coripata, un pueblo de los Yungas de La Paz,
Bolivia, con un equipo de TV, y a todos nos llamó la atención la enorme
cantidad de pepitas rojas que crecían sobre las matas de coca. Dije, un poco
en son de broma, que las lomas de la región podrían tener el mismo
destaque en la producción de coca que tienen las de Borgoña para el vino.
En efecto, los esquistos de la formación geológica local son muy parecidos a
las tierras de otras zonas productoras de larga data, como el valle de Monzón
en Huánuco, Perú, o el valle del río San Jorge en el sur del Cauca.
La coca sí tiene una ecología particular y hay que admitir que su
producción bajo el régimen de la prohibición no siempre ha respetado el
medio ambiente. En el valle del río Apurímac y en la costa Pacífica de
Colombia, por ejemplo, se están cultivando plantaciones de coca muy densas
destinadas a un corto periodo de máxima producción, seguido por un rápido
abandono, deterioro de los suelos y erosión. Puedo imaginar un futuro
cuando la coca ya no sería producida en gran escala donde lo es
actualmente y volvería a los sitios que le son más adecuados en términos
geológicos y climatológicos.
La coca cultivada se divide en dos especies, y cada especie comparte
dos variedades bien demarcadas. Erythroxylum coca, la principal especie
económica, se cultiva en las vertientes orientales de los Andes en Perú y
Bolivia, y recientemente se ha introducido en Colombia bajo el nombre de
"coca Tingo". Su variedad ypadú es adaptada a las condiciones de la selva
baja, y se cultiva en la zona donde se encuentran las fronteras de Brasil,
Colombia y Perú. Tiene la particularidad de reproducirse por estacas,
alcanzando un crecimiento muy rápido, pero produciendo hojas muy grandes
con un contenido de alcaloide relativamente bajo. Erythroxylum
novogranatense es la coca del Cauca y de la Sierra Nevada de Santa Marta,
que está adaptada a condiciones estacionalmente más secas que las que
favorecen la E. coca. Su variedad truxillense es la coca de la costa norte
peruana, cultivada actualmente en los valles de los ríos Moche, Chicama y
Marañón, en condiciones semi-desérticas, con la ayuda de agua de riego y
bajo una ligera sombra. Tiene fama de ser la coca más aromática, y es la que
se usa como saborizante para gaseosas.
Cada especie, cada variedad, está adaptada a condiciones específicas. Un
adecuado manejo agronómico frenaría la tala de bosques en zonas
inapropiadas, y la coca, en vez de ser una amenaza al ecosistema, como es
pintada actualmente, volvería a ser la base del desarrollo campesino en
determinadas áreas que son particularmente adecuadas para su cultivo.
¿Será demasiado optimista esta visión? No lo creo. 250,000 hectáreas de
coca no representan nada frente a las enormes extensiones dedicadas, por
ejemplo, a la caña de azúcar, tradicional motor de la agro-industria tropical.
Es perfectamente factible combinar la coca con cultivos de pancoger, y
asociarla a otras plantas perennes que frenen la erosión. Lo único que se
requiere es, como en el caso de cualquier planta cultivada, saber evitar
grandes extensiones de monocultivo que atraen plagas y destruyen las
complejas relaciones entre las especies.
Aquí entro en lo esencial de mi argumento. Por detrás de las cuestiones
de actualidad, se esconde un proceso de aprovechamiento de los recursos
naturales cuya historia remonta no apenas al comienzo del actual ciclo de la
cocaína en los años 1970s. Ni siquiera al error monumental que resultó en la
prohibición de ciertas drogas y plantas al comienzo del siglo XX. El enfoque
antropocéntrico —que reza que las demás especies que existen en el planeta
sólo están aquí para satisfacer a las necesidades humanas— es anterior al
liberalismo económico, al surgir del capitalismo moderno, y a la conquista
europea de las Américas. Convengamos que la tiranía del hombre sobre las
otras formas de vida es de gran antigüedad, aunque no compartida por todas
las sociedades humanas, y contraria a la percepción del mundo de muchos
grupos indígenas americanos. La visión de estas sociedades —descrita por el
antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro como "perspectivismo" y
"multinaturismo"— implica un planeta habitado por múltiples seres, cada uno
percibiéndose como sujeto, cada uno dotado de una inteligencia autónoma,
cada uno apreciando el mundo desde el punto de vista distinto a los demás.
Es importante enfatizar aquí que estamos delante de un entendimiento que
es el opuesto de nuestra visión moderna, multicultural, que supone una
similitud en la naturaleza física de las formas de vida, y una multiplicidad en
las adaptaciones culturales. En la perspectiva multinatural, lo que ocurre es el
contrario: se concibe el mundo con una unidad de espíritu, de la cultura, de la
percepción, cosas que son compartidas por todas las especies. La diversidad
está en los cuerpos, en los aparatos cognitivos, y en las formas concretas de
representación.
Aquí se confunden las categorías y las dicotomías tan valorizadas en
Occidente: la naturaleza y la cultura, la animalidad y la humanidad, la
determinación y el libre albedrío. Desde una perspectiva multinatural, se
aprecia la guerra a las drogas no sólo como empresa imperialista, ni apenas
como una proyección mágica de lo maligno en susbtancias y plantas
inocentes en sí mismas. Se la ve como realmente es: el deseo de llevar el
mundo a lo que un cierto Dr. Dupont, consejero de drogas del ex-presidente
Ronald Reagan, una vez llamó sin ningún recelo species extinction,
defendiendo tal objetivo, en el caso específico de la coca, como algo
deseable para el orden público y la salud del hombre. Me pregunto: ¿Cómo
será que la coca - para no hablar de la amapola y el cannabis, del yagé o
ayahuasca, de los cactus peyote y wachuma, de los hongos, y muchas
plantas más - cómo será que la inteligencia de esta especie, nuestra
cocamama, percibe el loco afán de los hombres de acabar con ella?
Verá seguramente que los problemas que tenemos con ella se deben
esencialmente a la falta de un correcto entendimiento de nuestra parte, tanto
en saber aprovechar sus dones y beneficios de forma adecuada, como en
establecer una relación respetuosa y democrática entre las especies, y así
ampliar nuestro concepto de lo político más allá de Homo sapiens. Verá
también que negamos a las plantas y animales la capacidad de
intencionalidad que es dada por la posición de sujeto, que los condenamos
para siempre a la condición de meros objetos de nuestro modelo de
consumo. Verá finalmente que nuestra confusión es producto del miedo;
miedo de perder la seguridad utilitaria de un mundo donde todo se convierte
en un elemento de mercado; y sobretodo terror de pasar al reconocimiento de
una subjetividad no-humana, y así llegar a percibir las plantas psicoactivas
como auténticos profesores, guías del pensamiento. El miedo que encierra el
Plan Colombia es esencialmente este: que la coca tiene más que enseñarnos
que todos los think-tanks de Washington reunidos...
Si, al contrario, aceptamos que tenemos mucho que aprender de la
coca, todo este cuadro se invierte - ya no encontramos problemas, sino
soluciones. Soluciones ambientales, soluciones para el desarrollo y la
reinserción social, soluciones pragmáticas para el consumidor. Vuelvo a
insistir sobre el ejemplo de la coca amazónica, el ypadú o el mambe, cuya
forma pulverizada reúne todos los requisitos de un producto para las nuevas
generaciones. Es efectivo y de manejo fácil y, por lo tanto, podría hacerle
competencia a la cocaína refinada. Además, tiene un perfil sano: selvático y
ecológico, orgánico e integral. Esta, y otras formas de coca semi-
industrializada, podrían hacer que empecemos a concebir un futuro en que
lleguemos finalmente a convivir de forma pacífica con esta planta.
Por su parte, la coca puede, y hasta quiere, vivir en paz con nosotros.
El botánico Timothy Plowman que, aún más que yo, conoció en su corta vida
casi todas las áreas de producción de coca, una vez me contó que nunca en
todas sus andanzas había encontrado una planta verdaderamente silvestre
de coca. No hablamos de la sacha coca del alto Huallaga, o de las cerca de
ochenta otras especies de Erythroxylum que crecen en varias partes de
América del Sur. Tratamos de las dos especies de coca con alcaloide, cuya
domesticación remonta por lo menos a los 3000 años antes de Cristo. La
mata silvestre que dio origen a esta coca ha desaparecido, así que, desde
hace miles de años, la coca depende de nosotros para sobrevivir. Es nuestra
compañera, como muchas otras plantas cultivadas, equivalente al perro y al
gato en el mundo animal. Es por esta razón que nos quiere, porque depende
de nosotros, y no porque somos ni bellos, ni buenos, ni inteligentes. Es
porque le damos vida, la hacemos crecer, la acariciamos y la comemos. Nos
quiere como nosotros la queremos a ella: con todas las contradicciones de la
pasión y de la interdependencia. Contra el odio de los guerreros que buscan
la extinción de la especie, tenemos que responder con dos lemas que, a la
verdad, son uno solo:

Amor a la coca.
Paz con la coca.
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN INGLESA DE 1978

Story written out of old diaries and discarded bus tickets finds you back in
Bogotá. It is the end of May, 1973, almost two years to the day since that first
score, that opening gambit in a rapid sequence of missions as chronicler, as
interpreter to a mis-marriage of cultures, to the nervous rubbing of frozen
noses. Every time, it seems, the city hits you with the same nerve-tingling,
sense-deadening coordinates: a seeping dampness underfoot, a chill freeze
shot through the coke-thin air. Must be the old thirteenth floor Tequendama
blues — anxious heart a-thumping, pumping minimal oxygen and vicarious
thrills. Frame dissolves into a distant blurr of lush green fields and burnt-out
volcanoes, the Sabana held within a timeless siege, its plateau encircled by
the saw-toothed ridges of the Andes. You swallow the landscape whole,
feeling that rarified atmosphere come on tight and uncomfortable in the lungs,
a keen rush of fear erupting across the skin-deep surface of it all. Cold sweat
as you walk past the dark-suited citizenry — their eyes empty ciphers, blank
zeros held in catatonic suspense, hurriedly checking your face against the
mugshot on the front page of their newspapers: Detenido otro traficante
gringo...
Busts, scams, numbers, deals. The rise and fall of the independent
operator; flat pools of blood lying between the broken cobblestones of
atabobo-Babylon. Bad old days no more. La coca está en el culo de la madre
del carajo (a popular saying)... One day you wake up to feel a cold muzzle of
grey automatic in the earhole. You got the message, kid? A puff of smoke
deadened by the sound of downpour, a single no-watt, so-watt bulb strung
from a leaning lamp-post. The light goes out on a back street behind the
Hilton. Off-stage and shadow-bound, a pack of mangy street dogs are hoping
for a corpse. First centurion: “A hundred dollars or...” Second centurion:
“Extradition or life...” Easy deals no more. Take two on the automatic - aimed
this time, and aimed at you.
So you got the message, kid. Riot police disgorge from cattle trucks and
surround the intersection, beat sticks and gas cans at the ready. But what of
your commitment to the service? to the subject? Your sense of responsibility
to the coca theme? One morning you go uptown for an interview with the
Director of the Institute: “Ah, a social history of the use of coca in Colombia...
very interesting, very polemical... you have monies from some international
foundation? no?... some link-up with the health authorities? no?... a doctoral
research project at least? oh no?... I see..." Sound track stuck at the point of
no return.
Bogotá the ugly - a heritage of doom and despair. All the while the radio
news hangs heavy in the air: “Official sources have described this morning's
outbreak of violence as an act of premeditated provocation on the part of an
extremist minority without any popular support... in a series of preventive
measures, the military authorities have declared a state of siege and sealed
off access to the Universidad Nacional...” Far away, the hills echo back a
distant soundtrack of steel ball-bearings on boxwood carrito carts, their reel
and rasp muffled in the mist... ree ree, rra rra rra... a stench of corruption
hangs in a pall over the dead-bled city, its shadow the carrion-feeding condor
on the peso note... We huddle together and we wait, standing close to the
door of the cafe and pretending to read the headlines of an El Espacio pinned
to the rack on one side: Descuartizó a su madre y luego se suicidó...

Good fortune smiled in Popayán...


MAMA COCA

Supóngase que la verdad sea una mujer...

Federico Niet zs che, Más allá del bien y


del mal

Serviría de poco negar que me interesé en la hoja de la coca a través de una


inclinación previa por su principal alcaloide: la cocaína. Me inicié en la
materia en una forma casual, casi accidental. Estaba viajando por Colombia y
difícilmente podía evitar toparme con algunos de los numerosos traficantes y
contrabandistas que entonces deambulaban por el país, y principalmente en
su capital, Bogotá. Esto fue a mediados de 1971, unos años antes de que las
grandes mafias desalojaran a los antiguos proveedores independientes y
liquidaran el mercado abierto. En aquellos tiempos, la cocaína parecía circular
más comúnmente en kilos que en gramos; y, con un acceso casi limitado al
producto en un estado razonable de pureza, hubiera sido una tontería, si no
una irresponsabilidad, no haber aprovechado la oportunidad de una amplia
experimentación.
Ahora bien; dejemos claramente establecido que no tengo reparos
contra la cocaína en cuanto se use como un estimulante ocasional. Pero —y
este es el punto más crucial—, cada estado de euforia tiene su
correspondiente depresión y, en últimas, la cocaína no sirve, en términos
estrictamente fisiológicos, para equilibrar la ecuación metabólica del cuerpo.
Es como si la droga estuviera gobernada por algún principio esotérico de
utilidades decrecientes. En los niveles de alto consumo —digamos, dos o
tres gramos diarios— se ha evidenciado ineficaz y hasta contraproducente.
En tales circunstancias el uso de la cocaína no genera ningún estímulo real y
sólo sirve para superar la depresión acumulada de dósis anteriores, lo cual
conlleva un retorno repetido pero fugaz a sensaciones de bienestar normal. En
cierto sentido, ello no se debe a ninguna cualidad inherente al alcaloide de la
cocaína, sino principalmente a la potencia y velocidad de acción de la droga
en su forma refinada. Me convencí de que, a fin de descubrir un estimulante
confiable y verdaderamente equilibrado —algo más preciso que el té, el café o
la yerba mate, y menos impróvido que las anfetaminas— sería necesario
moderar el efecto inicial de la cocaína, sostenerlo y prolongarlo a un nivel
estable durante varias horas. Obviamente no había camino más apropiado
por donde emprender esta búsqueda que el de la planta misma, la coca, de la
que se deriva originalmente la cocaína.
Por consiguiente, al retornar a Colombia en mayo de 1973, ya no
estaba muy interesado en usar la temible cocaína y, más bien, mi mayor
preocupación sería la de aprender a mascar las hojas de coca. Aunque esto
contrariaba la antropología ortodoxa y académica y, como resultado, produjo
una respuesta menos que entusiasta de parte de las autoridades de Bogotá,
era claro que sólo así podría lograr alguna comprensión de los indígenas que
usaban la planta y le asignaban un papel tan importante en su vida cotidiana.
Tuve que admitir, sin embargo, que esta simple declaración de propósitos,
este apego a una aproximación literalmente "amateur", no podía proveer
jamás un armazón plenamente satisfactorio para los múltiples aspectos de la
tarea que tenía por delante. El problema seguía siendo el de descubrir una
contraposición, un contrapeso a mi propia experiencia, algo que pudiera dirigir
el desarrollo de la investigación sin sujetarla a las constricciones alienantes de
una metodología formal.
Fue por esta precisa razón que comencé a sentirme atraído —casi
seducido, por así decirlo— por la enigmática figura de Mama Coca, que de
cierta manera resumía la naturaleza misma de la droga. La coca y sus
alcaloides casi siempre han estado asociados con algún tipo de principio
femenino. Esto se había hecho explícito —al menos en mi mente— con el
"slang' de Nueva York, donde la cocaína es usualmente conocida como "la
niña"(girl) o "la dama"(lady), así como en Hispanoamérica, donde los términos
empleados esotéricamente son a menudo de género femenino: “la nieve” en
Bolivia, "la perico" en Colombia y "la tía blanca" en el Perú.
Es más: poseía suficiente experiencia previa con la cocaína para saber
lo que implicaba ese principio femenino, por lo menos en términos de la
forma refinada de la droga. A primera vista, se podría imaginar que un
estimulante tan potente debería ser clasificado dentro del género agresivo,
masculino. Empero, eso sería ignorar la calidad cambiante de la experiencia
con cocaína, la naturaleza voluble de la euforia que la acompaña y en
particular, la intensa irritabilidad que puede producir si se abusa de ella. Todos
estos rasgos eran "femeninos" —al menos en el sentido tradicional de la
palabra— y todos tendían hacia una definición de la experiencia con la coca
en términos de maleabilidad, de cambio y transformación súbita.
A decir verdad pocos años antes Mama Coca me había producido una
primera impresión consciente cuando hojeaba el libro clásico de Mortimer
Perú: una historia de la coca. Como no estaba en aquella época
suficientemente interesado en emprender una lectura crítica de la totalidad
del grueso volumen, mi atención fue atraída en un comienzo por las
numerosas y excelentes ilustraciones que adornaban sus páginas. La más no-
table de aquellas era la portada, que llevaba el título de "Mama Coca
ofreciendo la Planta Divina al Viejo Mundo".1. Mostraba una sacerdotisa estilo
art nouveau en una larga y floreada túnica blanca, decorada con
extravagantes joyas y portando una sorprendente cofia de plumas. Con la
hoz en su mano derecha había cortado unas pocas ramas de coca, las que
sostenía en alto con su mano izquierda. Estaba erguida sobre una roca, con
los pies a la altura del pecho de un conquistador español, quien extendía su
mano para recibir el prodigioso regalo. Vestido con armadura completa y con
una espada de doble empuñadura, aquel se destacaba sobre un fondo que
incluía un grupo de soldados españoles apoyados en sus lanzas y, a lo lejos,
tres pequeñas caravelas ancladas en una plácida bahía.
Aunque esta imagen resultaba de por sí en extremo evocadora, no pude
evitar mi desilusión al notar que el texto de Mortimer contenía muy pocas
referencias precisas a la diosa de la coca, fuera de la de manifestar que ella
se asociaba específicamente con estrella Spica, de Virgo, lo cual está de
acuerdo con su carácter.2 La expresión "Mama Coca" parece haber sido
empleada en inglés, por primera vez, por Plukenet en una descripción
botánica de la planta, contenida en “Phytographia”, un trabajo publicado en
Londres en 1692. En él, Mama Coca se consideraba un nombre deificado,
traducible aproximadamente como "Madre de la Coca".3 Idea similar de
maternidad también fue sostenida por el prolífico Frazer, autor de La rama
dorada, quien sostenía que los peruanos creían que todas las cosechas
estaban protegidas por espíritus tutelares que estimulaban su crecimiento y
que eran conocidos, simplemente, como la "madre" de la planta en cuestión. 4
Hasta ahí todo estaba bien, pero la simplicidad transparente de la perspectiva

1
Mortimer (1901); Véase tambien la nueva edición (1994) que contiene las portadas de las ediciones
norteamericana (1901) y francesa (1904).
2
Idem., p. 66.
3
Idem., p. 230.
de Frazer parecía, en cierto modo, clamar por una elaboración adicional, por
una valoración más cercana y profunda de la idea de Mama Coca en su
escenario nativo.
En primer lugar, parecía que Mama Coca debía ser apreciada como una
manifestación específica de una deidad más general, la Mama o figura
materna universal que también se representa de muchas otras formas. Una
de ellas fue Mama Huaco, la cual aparece como madre y como esposa de
Manco Cápac, el legendario fundador de la nación inca. Por razones de
conveniencia política, Mama Huaco fue equiparada frecuentemente con la
diosa Pachamama o Madre Tierra, cuya posición central en la religión andina
antecede significativamente al imperio inca, y cuya importancia sobrevivió
inalterada aúna pesar de la imposición del culto inca oficial fundamentado en
la adoración del sol.
A menudo, la figura de la Mama complementaba su identidad con la de un
cultivo concreto; y el concepto quechua del poder mágico o huaca era una
cualidad compartida no sólo por las principales deidades andinas y sus
santuarios, sino por plantas como el arbusto de coca. El personaje mítico
Mama Coca representaba, por lo tanto, no sólo ese aspecto de la diosa
Mama universal ocupada en incrementar el crecimiento de la coca, sino
también compendiaba adecuadamente el poder mágico o huaca de la propia
hoja. En otras palabras, aún el mismo término de "Mama Coca" podría
considerarse como una metáfora ambigua, relativa tanto al carácter de la
suprema diosa madre como a los atributos específicos o huaca de la mata de
coca.5

4
Véase la discusión de Frazer en Uscátegui; (1954, p. 224).
5
Brundage (1963; pp. 21 y 47)
Es apenas natural que los incas no pudieran omitir esta figura de la
diosa coca en la narración de la génesis de su propio pueblo. En la mitología
tradicional, el nómada inca original —Sinchi Roca— había unificado su pueblo
montañés con los habitantes del valle del Cuzco mediante su matrimonio con
una mujer llamada Mama Coca, hija del jefe de la aldea Sañu. Fue esta
alianza la que finalmente condujo a la conquista del Cuzco por parte de
Sinchi Roca, así como a la fundación definitiva de la aristocracia étnica y
social que posteriormente sería conocida con el nombre de "Inca". Con este
antecedente en sus mentes, es comprensible que numerosos miembros
subsiguientes de la familia real hayan sido también honrados con el nombre de
Mama Coca. Uno de ellos fue la hermana del último gran Inca, Huayna Capac,
que gobernó de 1491 a 1526. Esta Mama Coca era abadesa del acllahuasi, o
templo de las vírgenes, en Cuzco; se dice que cayó víctima de la epidemia de
peste de 1528, llevada a la costa del Pacífico por los primeros exploradores
blancos, y sentida en los Andes centrales por lo menos siete años antes de
que tuviera lugar la 'conquista' española.66
Con frecuencia la legendaria castidad de esta mujer ha sido atribuida a
otras manifestaciones de Mama Coca pero esta asociación es algo dudosa,
por decir lo menos. Al contrario, la mayoría de los relatos míticos sobre los
orígenes de la coca tienden a ser asociados con algún acto sexual, un
aspecto que ciertamente parecía estar de acuerdo con la extendida
reputación de la coca —y también cocaína— como afrodisiaco. En un mito
registrado cerca de Cuzco, en 1571, se describe en los términos siguientes la
figura de la Mama Coca original:
...era mujer muy hermosa y que por ser mala de su cuerpo la mataron la partieron
por medio y la sembraron, y de ella había nacido un árbol, al cual llamaron

6
Idem., p. 20 y 262
mamacoca y cocamama y desde allí la comenzaron a comer, y que se decía que la
traían en una bolsa, y que ésta no se podía abrir para comerla si no era después de
haber tenido cópula con mujer, en memoria de aquella...7

Queda claro, por su género femenino, que el nominativo de pronombre (ella)


se refiere a la mujer del mito y no al árbol. "Ella" está asociada explícitamente
con atributos "malos" y el complejo acto de comerla, de abrir la bolsa que la
contiene, está necesariamente condicionado por la complacencia sexual previa.
No es muy claro si ello se refiere a la necesidad de copular cada vez antes de
mascar las hojas, o tan sólo antes de la primera tentativa de hacerlo. Dada la
regularidad del hábito de mascar, la primera posibilidad parece bastante
improbable; de tal forma parecería que la iniciación en la coca puede haber
sido considerada, al menos en alguna época, como una indicación de la
llegada a la pubertad.
Quizá esta asociación de los orígenes de la coca con el cuerpo de una
mujer y con una sexualidad genital profana, resultaría menos extraordinaria si
apareciera sólo en el contexto cultural específico de los Andes centrales. Pero
este no es el caso. La naturaleza casi universal de un espíritu femenino de la
coca se torna manifiesta por la existencia de relatos similares en un buen
número de zonas que se hallan totalmente divorciadas -tanto geográfica como
culturalmente- de las civilizaciones del Perú. A 3.000 km de distancia, en la
Sierra Nevada de Santa Marta, las tradiciones orales de los indios Kogi
parecen mostrar la misma asociación de la coca con orígenes femeninos. En
la mitología Kogi, la coca, así como toda la vida vegetal, es en últimas un
regalo de Gualchóvang, la figura de la madre tierra que efectuó la génesis
primaria a partir de las aguas estancadas. Más específicamente, es verdad, el

7
Ideen., p. 199.
héroe civilizador masculino, Sintana, parece haber sido la principal figura
responsable de la creación del primer arbusto de coca; empero, esto lo hizo
mediante la transformación del cuerpo de una mujer que había estado
viviendo en la corte de Gualchóvang.8
Hay, además, otros dos mitos Kogi que se refieren a versiones
alternativas sobre orígenes de la coca, haciendo más evidente el papel exacto
de las mujeres en el asunto. En uno de ellos, Bunkeiji, la hija de Sintana,
emplea sus encantos femeninos para quitarle unas hojas de coca al
antepasado mítico conocido como mama Ili, quien era el único que poseía
coca en aquellos tiempos (Notase que los Kogi usan el término mama para
referirse a los varones chamanes y especialistas del ritual, y no en el sentido
peruano de madre o diosa tutelar). Al regresar a la casa de su padre, Bunkeiji
lo encontró yaciendo en el suelo, como si estuviera muerto. Le puso las
hojas en la boca, y su hermano Mirvuixa agregó la cal necesaria. Sintana
estornudó y volvió a la vida, brotándole de la boca un torrente de mariposas
azules.
El otro mito relativo a la coca está relacionado con el antepasado mítico,
conocido como mama Teyuna. En esta narración, cierto hombre tenía una
hija que podía producir grandes cantidades de hojas con sólo sacudírselas de
su larga cabellera, suministrando así a su padre toda la coca que necesitaba.
Deseoso de adquirir una provisión de estas hojas, mama Teyuna se disfrazó
de pájaro y comenzó a frecuentar el río donde la muchacha solía bañarse. Su
relación prosperó a pesar de la oposición del padre, hasta el punto de que el
pájaro comenzó a beber la saliva de la muchacha directamente de su boca. Al
preguntarle si lo amaba y recibir una respuesta alentadora, el pájaro le

8
Chaves (1947).
pidió tirar una cuerda que se hallaba oculta entre las plumas de su cabeza.
En ese momento cayó el disfraz y mama Teyuna, desnudo, procedió a abrazar
con pasión a la muchacha.... Más tarde, de regreso a casa, aquel sacudió la
cabeza y de su cabello cayeron dos semillas de coca. Las sembró y a partir
de ahí propagó la planta entre todos sus vecinos.9
Pasando a la zona cultural del Amazonas, los mitos parecen repetir esta
estructura, asociando los orígenes de la coca con las funciones sexuales de un
espíritu femenino. Un relato en particular, tomado de los Desana (un grupo
Túkano del Vaupés) describe no sólo el nacimiento de la coca, sino también el
del alucinógeno yajé (Banisteriopsis spp.). En esta narración, la hija de una
figura mítica llamada Wai-Maxë —Señor de las Fieras—padecía de intensos
dolores menstruales; la joven fue a la playa del río, donde se acostó,
revolcándose en la arena. Una anciana Desana que pasó por allí trató de
ayudarla a ponerse en pie, pero la muchacha se retorció con un espasmo tan
violento que uno de sus dedos se desprendió quedando en la mano de la
anciana. La historia se repite para otra de las hijas de Wai-Maxë y, al ser
sembrados en la tierra los dos dedos desprendidos, dieron origen
respectivamente a las de yajé y de coca.10
Una historia similar, interesante porque invierte y reubica muchos
detalles menores, ha sido recientemente detectada entre los Makú, indígenas
selváticos cuyo territorio linda con el de los Desana. Se refiere a una hija del
Viejo Hombre de Serpiente, Amo de los Peces, que vivía bajo una cascada.
Varios de sus descendientes habían surgido del agua en forma de serpiente;
luego se arrancaban la piel y se convertían en humanos. Uno de ellos, fue
capturado por un ancestro mitológico masculino de los Makú y llegó a ser su

9
Reichel-Doimatoff (1951, p. 56 y siguientes).
10
Reichel-Doimatoff (1968).
esposa. Ella notó que él hacía su coca con las raspaduras de un junco y,
considerando este material muy inferior, le sugirió que visitaran la morada
subacuática de su padre para adquirir una provisión de la coca verdadera. Su
padre estaba dormido pero en el momento en que arrancaron las primeras
hojas de su arbusto de coca, se despertó sobresaltado sintiendo un fuerte
dolor, como si le hubieran arrancado un dedo. La mujer trató de esconder las
hojas de coca, primero en su boca, luego en la axila y finalmente en su vagina;
mas ello determinó que en su cuerpo brotaran los tumores característicos de
la tuberculosis ganglionar. Aunque finalmente ellos lograron regresar a la
superficie con la coca, este precedente parecía subrayar la inconveniencia de
la coca para el consumo femenino, aspecto del que se da cuenta ampliamente
en toda la Amazonía."11
Como es sabido estos mitos están, a menudo, caracterizados por
numerosas diferencias específicas de detalles; sin embargo, es evidente que
también hay un tema principal subyacente en todos ellos. Se refiere no sólo a
la intervención de un agente femenino en los orígenes de la coca, sino que
también estipula que dicha intervención ocurra en un dominio preciso, el de
los procesos de la reproducción sexual. En efecto, la identidad de Mama
Coca como una "madre" y como una deidad tutelar, fácilmente podría
considerarse como una elaboración subsidiaria de sus génesis original —y no
al contrario— puesto que es obvio que Mama Coca no poseía existencia
absoluta o independencia antes de la domesticación del primer arbusto de
coca. Este punto no es simplemente una sutileza académica, ya que implica
una distinción fundamental entre concepto indígena y la concepción más
teórica de occidente, la cual presupone la existencia de Mama Coca

11
Howard Reid, carta personal. (marzo de 1977).
idealizada, una diosa que en alguna forma existe independiente y previamente
a cualquier manifestación material del arbusto.
En este contexto, vale la pena señalar que el informe de Cuzco de 1571 sólo
empleó las expresiones mamacoca y cocamama en un sentido muy
restringido: para describir el arbusto de la coca en sí. Parece, sin embargo,
que por lo menos el segundo de estos dos términos —cocamama— también
se empleó a comienzos del siglo XVII para denotar ciertos ídolos pequeños
que presidían la cosecha de la coca. De acuerdo con una fuente original, que
data de 1620, esos ídolos podían hacerse de cualquier material, como
madera, tela y diferentes metales.12 Frazer no obstante, sostendría que las
representaciones de la "madre divina" deberían elaborarse a partir de
elementos de la planta misma, en este caso, hojas de arbusto de coca.13 En
cualquier eventualidad, podría argüirse que las imágenes individuales, o
cocamamas, realmente no eran figuras simbólicas ni representaban ninguna
divinidad de la coca. Por el contrario, podrían concebirse muy simplemente
como objetos mágicos en el culto de ciertos poderes huaca contenidos en la
planta misma de la coca, como ejemplos de un panteísmo más estrictamente
sustancial que metafísico. En vez de confirmar la existencia de alguna diosa
universal de la coca, el caso de los ídolos cocamama puede muy bien
implicar que los indígenas consideraban una figura abstracta de Mama Coca
como superflua, vale decir, posible e innecesaria, puesto que ya era
manifiesta para todos una relación suficiente en la interacción mutua de los
propios arbustos de coca y sus ídolos complementarios.
Cualquier lector atento puede haber notado que el argumento original
relativo a la naturaleza de Mama Coca ahora parece haber dado una vuelta

12
En Patiño (1967, p. 222).
13
En Uscátegui (1954, p. 224).
completa y que se encuentra casi directamente opuesta a su propio punto de
partida, el cual sugería la existencia de una naturaleza femenina irreductible
en la coca, y la idea de Mama Coca como una deidad tutelar o "Madre de la
Coca". Esta idea de una divinidad —de Mama Coca como un miembro
identificable del panteón divino, paseándose por las laderas de un Monte
Olimpo andino— parece resultar de una mala interpretación de la cosmología
nativa característicamente occidental, una reducción del difuso espíritu
indígena a una pieza de estatuaria o una forma universal. En este esquema
idealizado, la corriente del poder mágico (huaca) va de la diosa a la planta; la
abstracta deidad Mama Coca es una necesidad obvia, ya que constituye el
centro alrededor del cual se organiza toda una estructura de significación. Por
otro lado, la idea indígena de Mama Coca debe verse enteramente
situacional, como una inversión de la estructura lógica de Occidente, porque
el huaca de una manifestación específica de Mama Coca surge de una
estrecha aproximación a las hojas de coca mismas. Nada podría ser más claro
al respecto que el informe del siglo XVII acerca de los ídolos de Coca Mama
vigilando sus respectivas plantaciones de coca. Asimismo en el contexto
mitológico debería reconocerse que la intervención de una figura femenina
ancestral no sirve originalmente como precedente de una Mama Coca divina,
sino que, al contrario, actúa en lo fundamental para explicar los orígenes del
arbusto de la coca, de su manifestación material.
Es precisamente este "significado" contextual de los múltiples mitos de
Mama Coca lo que permite la inversión ocasional de los atributos femeninos,
produciendo la aparente anomalía de una Mama Coca masculina. Entre los
indígenas Barasana —otro grupo Tukano de la cuenca de Vaupés— la coca
parece acomodarse en una compleja red de contrarios conceptuales o de
comportamiento, considerándose una cualidad "masculina" no en sentido
abstracto, sino más bien en su capacidad de complementar la mandioca
"femenina". Esta observación subraya la necesidad de apreciar las diferentes
versiones del mito de Mama Coca siempre en términos culturales específicos
y, en este contexto, vale la pena señalar que los Barasana ciertamente pueden
producir un precedente mitológico para su propia concepción de la coca como
un elemento masculino. Es interesante que el mito concierna al tema casi
universal del intercambio sexual (poco sorprendente, ya que es el modelo
humano de toda procreación); sin embargo, en este caso fue el hombre y no la
mujer quien se transformó en el primer arbusto domesticado de coca. Como
resultado de esto, todos los sembrados dé coca de las Barasana están
dispuestos en forma de "T" o de cruz, recordando la postura del hombre al
copular, tendido en el suelo."14
Regresando a los Andes centrales hay incluso un sentido en el que la
expresión "Mama Coca" podría haber resultado simplemente de un elaborado
juego de palabras. En primer lugar, la palabra coca no fue originaria del
quechua, el idioma del Estado Inca, sino que más bien surgió del término
aymara kkoka, una palabra genérica que significa árbol o arbusto, sin tener en
cuenta la especie. Todos los primeros diccionarios quechuas, como el de
Gonzáles Holguín, emplean la palabra coca en compuestos, indicando que se
había unido el término aymara importado, a usos más antiguos. Uno de estos
compuestos era ttupa coca, que indicaba la especie de coca de hoja pequeña
de la costa peruana, Erythroxylum novogranatense var. Truxillense. Otra era la
expresión para denotar la especie de hoja grande de las vertientes orientales
de los Andes, Erythroxylum coca; en diferentes fuentes es denominada
mamosh coca, mamush coca e inclusive mamas coca.15

14
Christine Hugh - Jones, carta personal. (Junio de 1977).
15
Rostworowski (1973, p. 195 y siguientes).
Aunque sin intención de desarrollar el problema, sería factible
preguntarse si este último uso proporciona una explicación alternativa o
suplementaria de la etimología misma de las palabras Mama Coca. Es así
que la expresión significaría la original y antigua coca de las vertientes
orientales de los Andes, opuesta a la coca más común e indiscriminada, un
término impuesto por los españoles en su afán por buscar una uniformidad
administrativa y lingüística. Es más: que el término hubiera sido mezclado
eventualmente con denominaciones locales de las especies silvestres de
coca, reforzando una vez más la idea de la Mama Coca como prototipo
prehistórico de la coca cultivada hoy día. Por ejemplo, el sustantivo
"mamacoca" es empleado todavía por los indígenas locales para describir
una especie de coca silvestre (E. Mamacoca Mart.) que se da en la cuenca
del Huallaga, cerca de Huánuco, en el Perú.16 "Mama Coca" podría verse, por
lo tanto —al menos en el contexto cultural de los Andes Centrales— como
una forma de denominación abreviada, con su barroca proliferación de
significados refiriéndose simultáneamente a la planta silvestre de coca, a su
progenitor femenino mítico, a su espíritu tutelar o protector, a la imagen
esculpida de ese dios y, finalmente, a. un tipo específico de coca que se encuentra
en las vertientes orientales de los Andes. Ninguno de estos significados
excluiría necesariamente a cualquiera de los otros; todos implicarían la
posibilidad de "lecturas" alternativas, interpretaciones adicionales de un
mensaje intencionalmente ambiguo.
Es claro, entonces, que sería conveniente considerar a Mama Coca
como el paradigma de un sistema conceptual particularmente adaptable y
abierto. Inclusive al restringir la interpretación al más simple de los esquemas,
Mama Coca representa un punto borroso e indefinible en la interpretación de

16
Mortimer (1901, p. 232).
dos polos: de un lado, el principio femenino de la fecundidad y el crecimiento
y, de otro, el mágico huaca del arbusto mismo. Ciertamente, la tentación
radica en tratar de fijar un punto en el que esta nebulosa interpretación de la
coca y la feminidad pueda reducirse a un simple cruce, es decir, a un punto
que establezca límites claros entre los componentes "mama" y "coca" que
conjuntamente integra la entidad quimérica conocida como Mama Coca. Al
descubrir y definir tal punto, Mama Coca quedaría objetivada, reducida a una
simple fórmula matemática. Es precisamente esta forma de aproximación la
que se encuentra en el fondo de tanto fetichismo conceptual de Occidente
incluyendo, casualmente, la imagen de Mama Coca que aparece en la
portada de la historia de la coca de Mortimer. Sus rasgos anglosajones revelan
que ella es una elaboración enteramente etnocéntrica, una fantasía romántica
producida en completo aislamiento del contexto andino de la mascada de
coca, un espejo de la enorme capacidad de mistificación de nuestra propia
civilización.
Por todas estas razones, cualquier idea de un forastero sobre Mama
Coca puede quedar fuera de tono con los conceptos, algunas veces
contradictorios, invocados por los mascadores de coca suramericanos. En el
caso de la región del Cauca, donde realicé mi trabajo de campo, la sola idea
de un espíritu femenino de la coca era tan extremadamente difusa, tan poco
explícita, que resultaba casi totalmente inidentificable. Durante mucho tiempo,
llegué a considerar el abandono total del problema de Mama Coca, por
cuánto su asociación con cierta clase de misticismo fácil llegaría a constituir
un serio inconveniente. Si al final conservé la búsqueda de su identidad como
tema principal de este estudio, lo que hice impulsado menos por el
precedente mitológico concreto de los Andes Centrales que por la necesidad
de definir algún modelo para mi investigación, algún modelo que Pudiera
realmente trascender la clase de instrumentos metodológicos mal adaptados
y a priori, empleados en este campo por muchos antropólogos. El atractivo de
Mama Coca radica precisamente en la carencia de una clara definición. Fue
este carácter difuso del proyecto, esta inestabilidad inherente, lo que podía
servir por sí mismo como marco investigativo, como complemento de mi
experiencia directa e igualmente carente de forma.
La noción seguía siendo nebulosa cuando por fortuna encontré un corto
párrafo que clarificaba los contornos de la feminidad abstracta que le había
adscrito a Mama Coca. Había sido redactado por el poeta isabelino John
Donne y provenía de sus primeros escritos en prosa (Paradojas y problemas)
en una sección titulada Defensa de la inconstancia de la mujer:
Que la mujer es inconstante, yo, con cualquier hombre lo confieso; pero que la
inconstancia sea una mala cualidad, yo, contra cualquier hom bre sostendré:
porque cada cosa como es, una mejor que la otra, está más llena de cambio; los
cielos mismos giran continuamente... así los hombres; aquellos que tienen el
máximo de razón son los más mudables en sus designios, y los más oscuros y los
más ignorantes, los que más raramente cambian; por lo tanto, cambiando más
las mujeres que los hombres, tienen también más razón...17

No pude dejar de pensar que un reconocimiento formal del tipo de


inconstancia femenina descrita por Donne podía, en efecto, servir como
vehículo apropiado para expresar los múltiples cambios en cualquier
aproximación a la experiencia de usar coca. La búsqueda de Mama Coca no era
realmente una búsqueda en absoluto, sino sencillamente un proceso
continuado de definición. La búsqueda de su imagen inconstante conduciría
inevitablemente al logro repetido de metas parciales. Metas, que de ser
alcanzadas, se convertirían tan sólo en puntos de partida para una etapa
posterior de la investigación. No parecía, en consecuencia, en lo más mínimo
sorprendente que mi investigación pudiera oscilar entre las diferentes
aproximaciones de los marcos sociológico, farmacológico, etnográfico o
histórico de investigación social. Parecía más bien que el acoplamiento directo
de una experiencia subjetiva de la coca con las diversas aproximaciones
teóricas y culturales a la materia —tanto las perceptibles en las fuentes
escritas como aquellas que me indicaron los compañeros de la región del
Cauca— constituiría, de hecho, el único camino posible hacia una definición
de la elusiva Mama Coca.
Tal vez era inevitable que este camino condujese, finalmente, a un
encuentro con una Mama Coca real, substancial; una anciana viuda páez que,
fuera de ser magnífica informante, también tenía la capacidad de excitarme
sexualmente en una forma que jamás había experimentado con anterioridad.
Durante la última mitad de 1973, visité con frecuencia su casa en el valle de
San Andrés de Pisimbalá y, aunque nunca establecimos ningún contacto físico
real, los vínculos entre nosotros crecieron hasta el punto en que
repetidamente reconocía sus rasgos en mis sueños, la mayor parte de las
veces en clara asociación con las hojas de coca. Sus hijos adultos
consideraban nuestra relación fuente de gran diversión, y aún más, teniendo
en cuenta que usualmente yo le llevaba a ella regalos de coca y recibía a
cambio polvo de cal (o "mambe") preparado en su casa. Esta era una fina
sustancia blanca que, guardada en un calabazo en forma de pera y con nítida
apariencia fálica, se prestaba a gran cantidad de bromas sexuales, por el
estilo de "joven viene a vieja para llenar su tuka (calabazo) de polvo blanco..."
Sólo después de haberla conocido durante más de seis meses decidí
tratar de vencer su natural recato, explicándole tan respetuosamente como

17
Donne (1972, p. 335).
pude la identificación que yo hacía de Mama Coca con su persona. Como
para poner en duda mi altiva seriedad, comenzó a reir incontroladamente
levantándose la falda sobre las rodillas y adoptando todas las poses y
coquetería de una muchacha treinta años menor. Luego procedió a acosarme
con su ñusa casera (guarapo fermentado) y, al poco tiempo, los dos
estábamos ebrios. Toda la tensión sexual anterior pareció evaporarse en
cierta forma al tornarse explícita y a partir de entonces seguimos como los
mejores amigos platónicos. Estaba levantándome para marcharme, cuando
ella comentó de repente "Esa mujer, la de la coca, tiene que tener mucho
cuidado entiende?. Ella lo tiene encantado y es capaz de matarlo así no más...".
Quebró de una manera muy expresiva una ramita que tenía en la mano y la
arrojó a los arbustos. Después supe que su marido había muerto de una
afección o infatuación similar, permaneciendo levantado toda la noche,
mascando coca y errando por los campos hasta que le dio un colapso de puro
agotamiento. Estaba preocupada, por consiguiente, de que ese espíritu
maligno de Mama Coca estuviera actuando de alguna forma a través de ella,
operando sin ningún control consciente de su parte. Me sugirió ponerme en
contacto con su hermano —un "médico" o curandero ampliamente respetado
en aquellos lugares— y tratar de expulsar con él la obsesión. A este punto
regresaré, en consecuencia, en el último capítulo del libro, porque en términos
de mis preocupaciones subjetivas, existenciales, fue precisamente toda esta
cuestión de la forma de "objetivizar" a Mama Coca lo que se convirtió en el
aspecto más importante de mi trabajo de campo en la región del Cauca.
LA COCA Y EL OCCIDENTE

Eran muy feos de gesto y cara; todos tenían los carrillos llenos por dentro
de una yerba verde que rumiaban continuamente como bestias, que
apenas podían hablar, y cada uno llevaba al cuello dos calabazas secas, y
una estaba llena de aquella hierba que tenían en la boca, y la otra de una
harina blanca que parecía yeso en polvo, y de cuando en cuando con un
palillo que tenían, mojándolo con la boca, lo metían en la harina y después
lo metían en la boca... enharinando la yerba que tenían en la boca, y esto
lo hacían muy a menudo; y maravillados de tal cosa no podíamos
entender el secreto, ni con qué fin lo hacían así.

Carta de Américo Vespucio, del 4 de septiembre de 1504, en la


que describe su viaje a la costa septentrional de Suramérica en
1499.18

Parece probable que la carta de Vespucio sea el primer escrito que se conoce
sobre el uso de la coca, un hábito que estaba mucho más extendido en los
comienzos del siglo XVI de lo que está hoy. La mayoría de los primeros
relatos se ocupaban de describir la costumbre a lo largo de la costa del
Caribe, zona donde hace mucho desapareció, así como la mayor parte de la
población nativa. Es más: casi todas las descripciones se caracterizan por la
misma incomprensión total manifiesta en la carta de Vespucio, y no fue sino
hasta muchos años después —luego de la Conquista (1533) y el
establecimiento de la nueva colonia del Perú—que se hizo un intento de

18
Vespucio (1951, p. 240). Véase también la excelente discusión de su carta en Vila (1972). El lugar descrito
es la península de La Guajira.
ofrecer una explicación sería del hábito de la coca.19 Inclusive un cronista tan
perceptivo como Pedro Cieza de León, al escribir sobre la región del Cauca en
los primeros años de la década de los 1940, encontró difícil suprimir su
sentimiento de disgusto:
En los más pueblos de los que están sujetos a la ciudad de Cali y Popayán traen por
las bocas la coca menuda ya dicha, y de unos pequeños calabazos sacan
cierta mixtura o confación que ellos hacen, y puesto en la boca, lo traen por ella,
haciendo lo mismo de cierta tierra que es a manera de cal.... Preguntando a
algunos indios por qué causa traen siempre ocupada la boca con aquesta hierba (la
cual no comen ni hacen más de traerla en los dientes), dicen que sienten poco la
hambre y que se hallan en gran vigor y fuerza. Creo yo que algo lo debe de causar,
aunque más me parece una costumbre aviciada y conveniente para semejante
gente que estos indios son...20

Con el tiempo, sin embargo, comenzaron a filtrarse hacia España las noticias
sobre las extraordinarias cualidades de la coca, a menudo confundidas, por lo
menos inicialmente, con informaciones relativas a otras plantas medicinales
como el tabaco. Un resumen de las ideas corrientes de la época se
encuentran en el famoso herbario del Nuevo Mundo, la Historia Medicinal de
Nicolás Monardes, publicada por primera vez en Sevilla en 1574, y que se halla
al comienzo del capítulo V de este libro. La obra de Monardes fue traducida al
inglés por John Frampton (Londres, 1577) y al latín por el director del jardín
imperial de Viena, Charles L'Ecluse (Antwerp, 1582); forma también la base
para una discusión acerca de la coca en la Histoire admirable des plantes...
(París,1605) de Claude Duret.

19
Véase Patiño (1967, pp. 201-223) para una introducción a las primeras fuentes de cronistas sobre el uso de la
coca. Es notable la opinión del ilustre Protector de Indios, el obispo Bartolomé de Las Casas: "es muy sucia cosa y
engendra grande asco verlos...".
20
Cieza de Leon (1962, p.249)
A pesar del reconocimiento escrito de las maravillosas cualidades de la
planta, parece que el consumo efectivo de la coca nunca penetró
verdaderamente en Europa. En este sentido, el caso de la coca difería del de
otras dos plantas del Nuevo Mundo —el chocolate y el tabaco— cuya
popularidad comenzó a aumentar vertiginosamente en el siglo XVII. En gran
parte, la razón de ello debe de estar en la dificultad inicial de aprender cómo
mascar coca adecuadamente, sobre todo si se compara con los hábitos
relativamente simples de tomar chocolate y fumar tabaco. La dolorosa
cauterización de las suaves membranas mucosas de la boca —una
consecuencia inevitable de la aplicación descuidada del polvo de cal utilizado
con las hojas de coca—, así como la discriminación estética casi universal
contra lo que era considerado un hábito "feo", habrían evitado la adopción
extendida de la coca por los españoles en el Nuevo Mundo y su subsiguiente
popularización en las metrópolis europeas. En efecto, esta situación apenas
ha cambiado hoy en día y, no obstante la fácil asimilación de gran cantidad
de drogas por la sociedad moderna, es improbable que el mascar coca —al
contrario de la inhalación de cocaína—llegue a ser una costumbre de moda.

Primeras campañas españolas contra la coca

No hay sino un corto paso, sin embargo, del simple disgusto a la condena
abierta y, en el deseo de descubrir algo en el hábito de la coca que fuera más
censurable que la sola fealdad, las autoridades españolas pronto recurrieron
a la suprema sabiduría de la Iglesia. Acostumbrados a las historias de brujas
y sus "ungüentos mágicos" —una obsesión corriente al final de la Edad media
en Europa—, el hecho de ingerir cualquier substancia psicoactiva vegetal se
consideraba como una especie de perversión diabólica. El uso de víctimas
propiciatorias en la campaña contra las brujas europeas suministró el modelo
para la represión cultural en las Américas, y se Volvió costumbre referirse al
uso de drogas por los indígenas con la pintoresca expresión de “hablar con
eldemonio”.21 Como resultado de la celosa vigilancia de los santos padres, el
consumo de alucinógenos se convirtió rápidamente en una práctica muy
oculta, subrepticia, y por esta razón existen poquísimos informes
contemporáneos sobre la materia. Sin embargo, este no fue el caso de la
coca, que se empleaba ampliamente no sólo como hierba mágica, sino
también como estimulante cotidiano en el curso normal del trabajo agrícola.
Por ello su uso no podía esconderse fácilmente de las autoridades y quizá
por esta razón, la coca fue seleccionada como blanco principal de la campaña
misionera que por entonces comenzaba a reducir a los nativos americanos.
El primer consejo eclesiástico de Lima (1551) decidió simplemente
condenar la coca de plano, considerándola como un gran obstáculo para la
difusión de la cristiandad. Diego Robles declaró lisa y llanamente: "La coca es
una planta que el demonio inventó para la destrucción total de los nativos".22
Hacia 1569, los intereses clericales habían prevalecido hasta el punto de que
el Rey envió las siguientes recomendaciones al Perú:
A Nos se han hecho relación, que del uso y costumbres que los indios de esa tierra
tienen en la granjería de la coca, se siguen inconvenientes, por ser mucha parte
para sus idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca
les da fuerza, lo cual era la ilusión del demonio según dicen los experimentados... 23

El padre Antonio de Zúñiga, en una carta al Rey fechada el 15 de julio de 1579,


alegó que el uso de la coca había sido la causa de su fracaso en convertir a

21
Esta frase -hablar con el demonio- se trata extensamente en Guerra (1971).

22
Citado en Hemming (1972, p. 367 y nota de pie de página).
los paganos y sugirió que todas las plantaciones fuesen destruidas y que los
indios que trabajaran en ellas fueran vendidos como esclavos.24 El buen fraile
era bastante realista, no obstante, para reconocer que sus propuestas tenían
pocas posibilidades de ser aceptadas. En primer lugar, el hábito estaba tan
difundido que cualquier supresión efectiva habría requerido la vigilancia
policiva de la casi totalidad de la población de los Andes, una tarea tan
imposible entonces como lo es hoy. Más significativamente, el comercio de la
coca había llegado rápidamente a ser la fuente individual más importante de
ingresos agrícolas en todo el Perú, proporcionando medio de vida no sólo a
los cultivadores indígenas o españoles, sino también generando un
considerable ingreso —mediante la exacción de diezmos y tributos— tanto
para la Corona como para la misma Iglesia.
La preocupación por el problema de la coca tendió, por lo tanto, a ceder
gradualmente con el paso del tiempo y se concentró en cambio, en los
escandalosos abusos resultantes de las inescrupulosas prácticas comerciales
realizadas por españoles codiciosos y especuladores mestizos. En los años
1560, Juan de Matienzo completó el primer estudio detallado y cuidadoso
sobre la producción de coca en el Perú, respaldando su posición con un
argumento teológico virtualmente irrefutable en favor de la planta: “...porque
pues Dios la crió en esta tierra más que en otra, debió de ser necesaria para
los naturales de ella, pues Dios no hizo cosa por demás ,ni sin algún
efecto…”25 Matienzo dedicó considerable atención a los riesgos implicados en
la recolección de las cosechas, pues requería el envío de numerosos indios de
las alturas a las húmedas e insalubres regiones de la montaña, de donde
regresaban infestados de enfermedades terribles, si es que acaso

23
Begué (1971).
24
En Patiño (1967, p. 213).
25
Matienzo (1967, p. 163).
regresaban. Como resultado de tales informes y de su impacto en el celo
administrativo de la corte de Felipe II, se decretaron una cantidad de edictos
u ordenanzas relacionados con el tratamiento de la mano de obra indígena. El
17 de diciembre de 1563 se publica la "Ley por la que Felipe II ordena
castigar a los que obligan a los indios a ir a la granjería de la coca";26 y en
1573 se formularon recomendaciones más concretas, detallando una serie de
restricciones a la carga laboral de los indios, y estableciendo en un mes el
período máximo que los trabajadores de las alturas podían ser obligados a
permanecer en la montaña. La respuesta normal de los colonizadores a tales
instrucciones era la irónica frase “se acata, pero no se cumple”, y hacia
finales del siglo XVI el mascar coca, junto con todos los obusos que
conllevaba su explotación, había llegado a ser ampliamente aceptado como
un hecho de la vida en los Andes.

Los primeros mascadores de coca no indígenas

Simultáneamente se produjo cierto ablandamiento de las primeras actitudes


intolerantes hacia el hábito, extendiéndose el uso de la coca (principalmente,
quizá, en forma de infusión) tanto entre los esclavos negros como entre los
colonizadores blancos.27 Un funcionario de la Inquisición española, en una
misión a Quito entre 1623 y 1628, describió en los términos siguientes a los
monjes dominicanos y agustinos de la ciudad:
Toman, Señor, en estas dos religiones, con grande disolución, la coca, yerba en el
que el demonio tiene librado lo más esencial de sus diabólicos embustes, la cual los
embriaga y saca de juicio, de manera que enajenados totalmente dicen y hacen

26
Véase Begué (1971).
27
Véase Matienzo (1967, p. 163): "pues hay muchos negros que usan de ella..."
cosas indignas de cristianos, cuanto más de religiosos. Juzgo que si la Inquisición
no mete la mano en esta infernal superstición, se ha de perder esto... 28

A pesar de tal evidencia de la infiltración de la coca en los claustros, el caso


más cabalmente documentado del uso de la coca por el hombre blanco, sigue
siendo el de Francisco Martín, uno de los miembros de la primera expedición de
Micer Ambrosio Alfinger a las regiones selváticas del nordeste de Venezuela
(15291531). Habiéndose distinguido por su valor y resistencia, Martín fue
escogido para formar parte de una pequeña fuerza auxiliar cuya misión era
recuperar un gran botín de oro y llevarlo a la fundación española de Coro, en
la costa del Caribe. Vagando sin rumbo por las espesas selvas aledañas al
Lago de Maracaibo, el pequeño grupo se vio obligado finalmente a comerse
los caballos y, como último recurso, hasta la carne de sus cargueros indios,
hecho que fue registrado con horror e incredulidad por los cronistas de la
época. Al fallarles las fuerzas, se vieron por último obligados a enterrar el
tesoro y Martín, con una pierna herida, fue abandonado por los tres
compañeros que le quedaban.
Según la terrorífica descripción escrita por Pedro de Aguado, el hambre
de nuestro héroe era tan grande en este momento, que tuvo que comerse
crudo el pene de un indio que había caído víctima de los otros tres
españoles. Totalmente desesperado se arrojó a un río, y agarrado de un
tronco, flotó con la corriente hasta una aldea indígena que había a pocas
leguas de distancia. Tuvo la fortuna de ser bien recibido y, a pesar de la
oposición de los jóvenes de la tribu, con el tiempo se casó con la hija del jefe,
convirtiéndose en famoso guerrero y casi legendario curandero y adivino en
toda la región. Muchos años después, cuando finalmente fue encontrado por

28
En Patiño (1967, p. 213).
los españoles, había adoptado todas las costumbres locales, inclusive el
vestido y el tatuaje indígenas y, apenas natural, también el hábito de la coca.
Escandalizados ante tan descarado repudio de los valores cristianos y,
todavía más importante, reconociéndolo como el único sobreviviente de una
expedición que había perdido un tesoro incalculable de oro, obligaron a
Martín a regresar a Coro. Como es comprensible, jamás pudo localizar de
nuevo el tesoro. En dos oportunidades, logró escapar de sus raptores
españoles y regresó a su esposa e hijos en la aldea indígena. En relación con
su aprecio por la coca, Pedro de Aguado es muy explícito:
...y usaba las armas y los otros ejercicios y aún creo que idolatrías de los indios y
el comer hayo y cal, que es una costumbre muy general entre indios y muy usada;
y aún después de salido de entre estos indios lo usaba muchas veces, porque se
le habían asentado y encajado tan bien las cosas de los indios que él las tenía por
naturales y ellas a él por hijo... 29

Teniendo en cuenta que un gran número de los primeros colonizadores


vivieron en contacto muy estrecho con sus nuevos súbditos indígenas, resulta
acaso sorprendente que no haya más de ellos que no hubieran seguido el
ejemplo de Martín. En todo caso, algunos de los testigos más perspicaces de
la época hicieron efectivamente el esfuerzo de destacar algunas aplicaciones
terapeúticas de la planta. Un relato temprano de la costumbre de mascar coca
cerca de Cumaná, en la costa venezolana, describe la mancha negra que se
forma en los dientes de los coqueros indígenas: "... se meten estas hierbas

29
Aguado (1957, Vol. III, p. 76). Es dudoso que el manuscrito terminado sometido al Consejo de Indias en
España en 1579, haya sido escrito todo por Aguado, quien llegó a Suramérica apenas en 1562. Las
descripciones mas detalladas, tal como la relativa a Martín, probablemente se derivan de manuscritos
recogidos por Antonio Medrano, quien hizo una serie de transcripciones de relatos orales de testigos de la
conquista española. El, todo caso, la colorida descripción en Aguado de la vida de Martín contrasta
notablemente con el blando enlucido que recibe su historia en otras narraciones oficiales de la época, como la
de Castellanos (1944, pp. 206, 210).
en la boca, y las llevan hasta ennegrecer los dientes como el carbón; dura
des pués la negrura toda la vida, y ni se pudren con ella ni duelen”.30 El padre
jesuita Bernabé Cobo confirmó esta observaciál, con su propia experiencia en
el Perú:
A mi me sucedió, que llamado una vez a un barbero para que me sacara una
muela, porque se andaba y me dolía mucho, me dijo el barbero que era lástima
sacarla, porque estaba buena y sana; y como se hallase presente un amigo mío
religioso, me aconsejó que mascase coca por algunos días. Hícelo así con que se
me quitó el dolor de muela y ella se afijó como las demás.31

Cobo mencionó también otras cualidades de las hojas: su uso local para las
aplicaciones en huesos rotos o en heridas infectadas, su conveniencia para
desórdenes estomacales o vómitos compulsivos, y la propiedad del humo de
rescoldo de semillas de coca para detener la hemorragia de la nariz. Como
resultado de estas y otras observaciones, pronto se hizo aceptable para los
blancos el uso de la coca —al menos medicinalmente— y el disgusto y la
vana incomprensión del período anterior comenzó a ceder ante un respeto
casi codicioso por la planta. A comienzos del siglo XVII, ello había dado lugar a
un tipo de consumo que se mantuvo sin mayores modificaciones hasta el
descubrimiento y comercialización de la cocaína. Con los frutos del comercio
firmemente manejado por los poderosos intereses coloniales, se les
permitía el hábito a las amplias masas de la población, y hasta se les
estimulaba para que continuaran mascando coca. Otros grupos —los
esclavos negros, en particular, y también uno que otro campesino blanco—
adoptaron asimismo el hábito de mascar probablemente como ayuda en el
pesado trabajo físico. Incluso los colonizadores más prósperos utilizaban la

30 López de Gomara (1954, P. 138).


31 Cobo (1964, Vol. I, p. 216).
milagrosa hoja, preparándola en infusiones y empleándola como panacea
casi universal para una amplia gama de malestares nerviosos o digestivos.
Un excelente resumen del conocimiento medico de la época se
encuentra en la Disertación de Hipolito Unane (1974) publicado,
originalmente, en El Mercurio Peruano. En Colombia el jesuita Antonio Julián
(1797) defendió, desde Santa Marta, las posibilidades de desarrollar un
nuevo mercado para el hayo, la coca local, con un proyecto que hasta en los
días actuales sería considerado innovador, para no decir revolucionario.
Julián llamaba la atención, especialmente, sobre la importancia de la moda --
es decir, el consenso social-- en conseguir que el mercado español se abriera
a nuevas formas de coca semi-industrializada, el mismo objetivo perseguido
hasta hoy por quienes defienden y promueven esta planta.

El aislamiento de la cocaína

En el Siglo XVIII comenzó a surgir un nuevo tipo de interés científico por la


planta: Joseph de Jussieu hizo algunas colecciones de variedades de coca y,
en 1786, Lamark publicó la descripción clásica de la especie económica típica,
Erythroxylum coca.32 En Colombia, o mejor, en la colonia de la Nueva
Granada, este interés correspondió a la famosa Expedición Botánica. En
marzo de 1784, bajo la dirección de Celestino Mutis, dicho grupo recogió e
ilustró la coca de Mariquita, en el valle del Magdalena Medio, cerca de Bogotá,
registrando así la primera muestra botánica de la que posteriormente vino a
ser identificada como la especie Erythroxylum novogranatense.33

32
Sobre Jussieu y Lamarck, Véase Mortimer (1974, p. 55).
33
El diarista de la Expedición Botánica, Eloy Valenzuela, menciona la coca tres veces (1952, pp. 274, 350,
364). Gentner (1972, p. 534) ha identificado el espécimen de coca de Mutis como E. novogranatense.
Varios oficiales británicos también publicaron breves narraciones sobre
el hábito de mascar coca en sus libros sobre la guerra de independencia
contra España; éstos se limitaban principalmente a señalar paralelos con el uso
del betel en la India y en el Lejano Oriente.34 Otros autores más aventurados
inclusive sugirieron que la coca fuera introducida a Inglaterra como medida
temporal para épocas de hambre, pero no fueron tomados muy en serio35. El
problema era que muy pocas personas cultas habían mascado coca y debido
a eso ignoraban realmente qué decir en su defensa. Esto hace el caso del
General Miller —comandante de la fuerza voluntaria británica durante 1a
campaña por la independencia del Perú en 1824— una excepción muy notable:
Nada consigue tan rápidamente la buena voluntad de un indio como solicitar
compartir un poco de coca. Saca su bolsita con aire de gran satisfacción, y parece
ansioso de que suponga que él siente un honor profundo. El general Miller la
mascaba con frecuencia...36

Miller, sin embargo, no era el único entusiasta de la coca, ya que años más
tarde su uso también sería encomiado en el escrito del famoso andinista
Clements Markham, quien visitó el Perú en 1859:
Masqué coca, no constantemente, pero con frecuencia, desde el día de mi partida
de Sandia y, junto al agradable sentimiento de consuelo que producía, hallé que
podía resistir una larga abstinencia de comida con menos molestia de la que en otra
forma hubiera sentido; me permitía ascender escarpadas montañas con una
sensación de ligereza y elasticidad, sin perder el aliento. Esta última cualidad
debería recomendarla a los miembros del Club Alpino y a los turistas caminantes en
general.37

34
Véase Bonnycastle (1818, p. 275); Hamilton (1827), y el relato más tardio de Bollaert (1860)
35
Véase una carta, firmada "Academicus", en el Gentleman´s Magazine (1814, vol.II p. 217)
36
Miller (1828, vol. II, p. 198).
37
Markham (1862, p. 152). Otro entusiasta informe de este período, de un médico con muchos años de
experiencia con la coca en Argentina, fué el de Mantegazza (1859).
Casualmente, fue el mismo año de 1859 el que introdujo el desarrollo más
importante en la historia de la coca; el aislamiento de la cocaína y su
reconocimiento como el principal alcaloide activo en la hoja de la coca. Aunque
el ejemplo había pasado desapercibido para la comunidad científica
internacional, el principio básico de extracción de cocaína ya tenía pioneros
en los indígenas de la península de la Guajira, en la frontera entre Colombia y
Venezuela. El sistema guajiro consistía en hervir hojas de coca machacadas
en una solución de agua y cal en polvo, producida esta última moliendo
conchas de mar cocidas.38 De esta manera, resultaba un almíbar espeso,
viscoso, que evidentemente contenía una poderosa carga de alcaloides, y cuya
naturaleza no difiere mucho de la pasta no refinada de cocaína, que es el
rasgo común del actual comercio ilícito.
Se ha escrito mucho acerca del "descubrimiento" original de la cocaína.
No es el objeto del presente estudio mediar entre las pretensiones
encontradas de Gaedeke —quien aisló lo que denominó Erythroxylina, en
1855— y Albert Niemann, a quien se acredita el reconocimiento formal de
la cocaína entre 1858 y I859. Después del descubrimiento de la morfina en
1803, se habían dado grandes pasos adelante en la química de los
alcaloides, y era casi inevitable que la coca entregáría finalmente su elusiva
"esencia" al impasible escrutinio del tubo de ensayo.
Lo más sorprendente, quizás, es que el aislamiento de la cocaína no
suscitó gran interés por hallar nuevas aplicaciones de la droga.
Probablemente la razón más relevante de esta falla yace en el tratamiento
escéptico dado comúnmente a los relatos sobre la costumbre de mascar coca
en su contexto nativo. Los poderes atribuidos a la hoja de coca se
consideraban ilusorios o supersticiosos, en consonancia en el status "salvaje"
de los indígenas que la usaban; y los viajeros que argumentaron —junto con
Miller y Markham— haber experimentado notables efectos con las hojas,
fueron por lo general calificados de excéntricos cuyo ingenuo estusiasmo
había nublado el juicio sensato. Como veremos, la medicina occidental
pagaría caro por esta miopía autoimpuesta.

La droga prodigio

La cocaína tendría que esperar un total de veinticinco años antes de que en


los círculos médicos se le reconociera alguna aplicación práctica. Inspirado
en principio por los informes que describían su uso en el ejército prusiano, en
los ejercicios de campaña, el joven Sigmund Freud decidió empezar a
experimentar con la cocaína, utilizando la droga como estimulante de propósito
múltiple y como tónico para levantar el ánimo. Sus intrigantes
descubrimientos, sin embargo, no fueron ni bien recibidos ni publicados
ampliamente, y quedo reservada para su compañero de estudios en Viena,
Carl Koller, la aplicación de la cocaína en forma hasta entonces no reconocida:
la de anestésico local. Sus descubrimientos revolucionaron de la noche a la
mañana el arte de la cirugía y, hacia el invierno de 1884 -1885, la cocaína se
había convertido en una de las cuestiones más ardorosamente debatidas por
el cuerpo médico de ese entonces.39
Al menos inicialmente la cocaína fue considerada algo así como una
droga prodigio y sus aplicaciones quirúrgicas fueron aclamadas
universalmente como un salto en la ciencia médica moderna. No obstante,

38
Al informe de la expedición de Fidalgo a Santa Marta (1793 - 1808) se alude en Patiño ( 1967, p. 204)
39
El lector es remitido a tratamientos más exhaustivos de la temprana historia médica de la cocaína en Mortimer
(1901), Byck (1974) y Ashley (1975).
sus aplicaciones como estimulante o sustituto de la morfina —precisamente
los aspectos que más le, interesaban a Freud— fueron recibidas en su
totalidad con poco entusiasmo. Los esteorotipos de adicción al opio pronto
llegaron a asociarse también a la cocaína, divulgándose subsiguientemente
por vehículos de comunicación de masas tales como las aventuras seriadas de
Sherlock Holmes. A finales de la década de 1880, la denuncia de un nuevo
vicio, la cocainomanía, se convirtió en la orden del día, y Freud se sintió en la
necesidad de anotar: “Todos los informes sobre adicción a la cocaína y el
deterioro resultante de ella se refieren a los adictos a la morfina... La cocaína
no ha reivindcado ninguna víctima propia.”40
Por supuesto que Freud tenía bastante razón, pero siendo entonces un
insignificante médico residente, sus superiores no tuvieron paciencia con las
exactitudes académicas de su razonamiento. En todo caso, difícilmente puede
dudarse de que la razón subyacente para identificar la coca con la morfina y
su subsecuente clasificación equivocada como una droga especialmente
peligrosa, —según quedó encuadrada en la Ley Harrison de 1914— tuvo que
originarse en la amplia renuencia a considerar seriamente el precedente
cultural de la coca tal como se usa en los Andes. A juzgar por el principal
estudio de Freud sobre la materia —Uber Coca, publicado en julio de
1884— la mayoría de los informes se limitaban a comentarios ocasionales
sobre la “resistencia”, de los indios mientras mascaban hojas de coca,
simplemente repetian las concepciones erroneas entresacadas del dudoso
cronista, el Inca Garcilaso de la Vega, más conocido por su incierta afirmación
de que la coca originalmente había sido una prerrogativa exclusiva de la
aristocracia incaica .41

40
Freud (1887) en Byck (1974, p. 173).
41
Freud (1884) en Byck (1974).
En efecto, uno de los aspectos más notables de todo el asunto fue
precisamente la revolución que produjo al descubrimiento de la cocaína en las
concepciones "civilizadas" del hábito de la coca. Antes que ser una mera
curiosidad, un detalle pintoresco para animar los relatos de los viajeros por
los Andes, la coca pronto comenzó a considerarse —al menos por intereses
favorables a la cocaína— como una "hoja sublime", la "planta divina de los
incas". Debido a la falta de información detallada sobre el hábito de la coca,
es quizás comprensible que tantos autores hayan asumido sencillamente que
cualquier cosa que fuese verdad para la cocaína, era valida también para la
coca, y viceversa. Freud mismo era intransigente al respecto: “Los
experimentos llevados a cabo recientemente con la cocaína preparada por
Merck, en Darmstadt, justifican por sí solos la afirmación de que la cocaína
es el verdadero agente del efecto de la coca…”42
Fue para remediar esta equivocación que William Golden Mortimer
emprendió la obra que es probablemente el trabajo individual más importante
y compresivo que se haya escrito sobre la materia, “Perú: Una historia de la
coca”, publicado por primera vez en Nueva York, en 1901. Este libro se basó
en un intento verdaderamente enciclopédico de combinar la investigación
médica de la época con las opiniones entonces corrientes en el campo de los
estudios andinos y, dado el hecho de que en los 80 años transcurridos se ha
podido disponer de considerable nueva información, es sorprendente notar
hasta qué punto el material de Mortimer jamás ha sido superado. Por sobre
todo, es a Mortimer y a su principal informante, Henry Rusby, a quienes se
debe dar el crédito por oponerse a la opinión oficial de que la cocaína
necesariamente incorpora todas las numerosas cualidades de la hoja de
coca. Como afirma el mismo Rusby: “Puede decirse con ciertas restricciones

42
Idem., p. 53
que las propiedades de la cocaina, notables como son, se encuentran en una
dirección completamente diferente a las de la coca, tal como se nos ha
reportado desde Suramérica".43
Al mismo tiempo, y sin el propósito de demeritar las numerosas y
valiosas contribuciones de Mortimer sobre el asunto, todavía sería excusable
destacar que subsiste una gran falla en su razonamiento. La cuestión es
importante, ya que parece un poco desafortunado que haya ido tan lejos en
distinguir entre la coca y la cocaína, sólo para sucumbir finalmente a intereses
comerciales tan visibles como su publicidad a favor de M. Angelo Mariani,
fabricante de una variedad de vinos derivados de la coca que por entonces
gozaban de considerable fama.44 Lanzado por vez primera al mercado en
1863, el Vino Mariani conquistó rápidamente los paladares de un gran
número de ciudadanos eminentes, incluyendo a más de un Papa o jefe de
Estado. Como consecuencia de tal éxito, surgieron incontables imitadores,
incluyendo el prototipo cocainífero de la Coca-Cola elaborada por primera vez
en Atlanta, Georgia, por John Smyth Pemberton, en 1886.

Farmacología: una inquisición moderna

Mortimer, sin embargo, debe ser perdonado por este pecado venial,
especialmente si uno se detiene a considerar la burda deshonestidad que llegó
a ser corriente en tantos estudios médicos posteriores sobre el hábito de la
coca. Quizás es bastante significativo que su trabajo haya sido mencionado
tan pocas veces por los farmacólogos de pacotilla, los burócratas
internacionales de narcóticos. Esto es apenas sorprendente, puesto que

43
Rusby (1888) en Mortimer (1901, p. 17).
44
Mortimer (1901, p. 304).
Mortimer no sustentó de ninguna forma la teoría de la "adicción" derivada de
la morfina que otros autores desearon emplear para explicar el hábito de la
coca entre los indígenas andinos. El primer campeón de esta línea de
pensamiento había sido Eduard von Poepping, un alemán que viajó
extensamente por el Perú entre 1827 y 1832, y a quien Mortimer describió
eufemísticamente como un "...no entusiasta admirador de las costumbres de
los indios....45 Portador de un sentido puritano de la corrección, la coca sólo
era uno entre los múltiples aspectos de la vida de los indígenas que aquel
encontró chocante y depravado; describió ampliamente los terribles síntomas,
incluidos el insomnio, los dolores de cabeza y finalmente hasta la muerte, lo
que él creía eran casos conclu- yentes de adicción a la coca.46
El lúgubre relato de Poepping acerca del coquero indígena, junto con unos
cuantos experimentos de laboratorio en casos de intoxicación crónica,
producida por copiosas inyecciones intravenosas de cocaína, suministró a la
mayoría de los farmacólogos todas las pruebas que necesitaban para
condenar el uso de la hoja de coca. Efectivamente, en muchos casos las
reputaciones profesionales no descansaban en investigación original alguna,
sino en la práctica de un dogmatismo desaforado y en una retórica hirsuta e
incendiaria. Un ejemplo pertinente es el suministrado por Louis Lewin, el
distinguido toxicólogo que publicó en 1924 un libro llamado “Phantástica”,
considerado durante mucho tiempo casi como una biblia sobre los efectos de
las drogas psicoactivas. En relación a la coca, su argumentación comenzaba
en forma bien característica, insistiendo en el concepto erróneo de que "...el
uso de las hojas y el de la cocaína producen resultados muy similares en
cuanto a los síntomas reales y a la forma final del daño c ocaínico".47

45
Ideen., p. 171. 71
46
Poepping (1836) en Gutiérrez Noriega y Zapata Ortíz (1947, p. 27).
47
Lewin (1924) en Byck ( 1974, p. 243).
Como si esto no fuera suficiente, prosiguió a reafirmar la confusión aún más
característica entre la coca y los opiáceos, machacando con una vehemencia
que parecía regresar a los días más oscuros de la Inquisición española:
El prolongado abuso toxicomaníaco ocasiona el desarrollo gradual de síntomas más
graves, manifestación de los cuales es patente entre esos come-coca (sic) de
Suramérica, los coqueros. Se comportan física y moralmente como los fumadores
de opio. Aparece un estado caquéctico con extenuación extrema acompañada de
un cambio gradual de conducta. Son viejos antes de ser adultos. Son apáticos,
inútiles para cualquier propósito serio en la vida. Son objeto de alucinaciones y los
gobierna exclusivamente el deseo apasionado por la droga, a cuyo lado todo en la
vida es de menorvalía.48

Debido a la apelación de Lewin a todo lo que es más etnocéntrico y


culturalmente intolerante en la medicina moderna, no debería sorprender que
sus ideas hayan sido ampliamente apreciadas por la élite social que constituye
el grueso de la profesión médica en Suramérica. En 1936, el Departamento de
Farmacología de la Facultad de Medicina de Lima inició una serie de
investigaciones sobre el hábito de la coca; bien pronto, numerosos
investigadores locales adquirieron sólidas reputaciones en el campo de la
condena de lo que decidieron llamar —tan clínicamente— el cocaísmo o la
cocamanía. Entre ellos se destacaba el doctor Carlos Gutiérrez-Noriega,
cuyos descubrimientos tendían a enfatizar los hechos sociales involucrados en
el hábito de mascar coca, incluyendo joyas como la relación entre esta
costumbre y "la existencia de agudas y crónicas alteraciones mentales".49
El hecho de que sus observaciones estuviesen claramente reñidas con la
definición de salud mental, corriente entre los indígenas mismos, no impidió
que Gutiérrez-Noriega se convirtiera en el principal especialista oficial sobre

48
Idem., pp. 244-45
el tema de la coca ni hizo que desechara su razonamiento. Después de todo,
del respaldo que él y sus colaboradores recibieron por su trabajo, parece
haber dependido casi totalmente de la confirmación que hicieron de los
perjuicios de los peruanos blancos y citadinos, la mayoría de los cuales debió
haber asentido gravemente el escuchar al ilustre médico decir que "... él uso
de la coca, el analfabetismo y la actitud negativa hacia la cultura superior
están todos íntimamente relacionados".50 Otros autores pronto empezaron a
trabajar febrilmente en los temas desbrozados por Gutiérrez-Noriega,
recalcando que los mascadores de coca eran generalmente “alienados” y
“antisociales”, así como “inferiores” en inteligencia, iniciativa y adaptabilidad, y
que sufrían “anormalidades de conducta” tales como la ausencia de ambición
y una indiferencia por los problemas económicos.51
De cualquier manera, habiendo dado el primer empujón ideológico a su
campaña, los mismos expertos procedieron a invitar a las Naciones Unidas a
llevar a cabo una encuesta internacional completa sobre "el problema" de la
coca, esperando así echar mano del dinero para investigación y, finalmente,
crear suficiente presión política sobre sus infortunados compatriotas para
lograr su objetivo final, que era "liberar al pueblo de la esclavitud de una
droga enviciadora".52 Desde el comienzo, la predisposición de la Comisión
Investigadora de las Naciones Unidas sobre la Hoja de Coca fue subrayada
por los antecedentes de la persona escogida para ser su jefe titular, un
Howard B. Fonda, por entonces presidente de la Burroughs Wellcome y Cia.
y director de la Asociación Americana de Fabricantes Farmacéuticos. Al
llegar al aeropuerto de Lima, el 12 de septiembre de 1949, la prensa citó su

49
Gutiérrez Noriega (1947) en Andrews y Solomon (1975, p. 262).
50
Gutiérrez Noriega y Zapata Ortiz (1947, p. 77).
51
Véase Ricketts ( 1952 ) y Bejarano (1953).
52
Véase Gutiérrez Noriega y Zapata Ortíz (1947, Introducción).
afirmación de que el uso de la coca era indudablemente dañino, que
posiblemente era la causa de la "degeneración racial" de los indios y que las
conclusiones de la Comisión confirmarían definitivamente lo correcto de sus
aseveraciones .53
Lo que resulta tal vez más sorprendente es que este tipo de tráfico del
miedo hubiera sido tan ampliamente aceptado, aún respetado, por la opinión
pública de la época. Después de todo, el arribo de una Comisión de las
Naciones Unidas coincidió con un período caracterizado por una ausencia casi
total de cocaína en el mercado mundial de drogas ilícitas; la ofensiva contra la
coca no podía, por consiguiente, a diferencia de los embates más
recientes, ser justificada en términos de cualquier peligro importante que
afectara la salud pública de las capitales industrializadas de Occidente.
Entonces, ¿por qué fueron testigos las décadas de 1940 y 1950 de una campa
tan grande contra el hábito de mascar coca?
La respuesta tiene que encontrarse, de seguro, en la persistente
obsesión de ese período por el desarrollo y el progreso material, y por la
eliminación de cualquier rasgo –como el de mascar coca- que pudiera permanecer
subversivamente ajeno, a los suaves estereotipos de la nueva sociedad de
consumo. La iniciativa de un ataque tan incisivo contra las formas de vida
tradicionales tiene que haber surgido de aquellos grupos sociales que tenían
más que ganar con el proceso de modernización, incluyendo la oligarquía
criolla y la pequeña burguesía y, más específicamente, los intereses
multinacionales del capitalismo industrial. Inclusive es posible reducir el foco
todavía más, ya que el período en cuestión —la Segunda Guerra Mundial y

53
Véase Monge (1953).
sus secuelas— constituyó una verdadera plenamar en la influencia de los
Estados Unidos en América Latina, un florecimiento del expansionismo yanqui
en su fase clásica.
En su apogeo el dólar trajo, inevitablemente, a figuras tales como mister
Fonda, junto con una nueva y pujante industria farmacéutica, así como
múltiples esquemas mal concebidos de Salud Pública. Con frecuencia, estos
últimos explotaron el problema de la higiene como medio para disfrazar un
claro neocolonialismo, y muchas campañas médicas supuestamente altruistas
tenían como objetivos reales el socavamiento de la independencia cultural, la
autonomía política y la autosuficiencia económica de muchos campesinos. En
el caso de la coca, el problema real puede no haber sido siquiera el de los
supuestos males del hábito de mascarla, y uno sospecha que la vociferante
campaña contra la droga tenía como principal función encubrir el doble juego
oficial entre bastidores. Por lo tanto, no debería resultar sorprendente que la
junta militar peruana de entonces haya aprovechado la oportunidad de
establecer, por medio del Decreto-Ley 11046 del 13 de junio de 1949, el
monopolio gubernamental de la totalidad del comercio doméstico y de la
exportación de la coca. Particularmente significativo fue el hecho de que, bajo
los términos del artículo 6 de dicha ley, todas las utilidades del negocio
quedarán exclusivamente reservadas para las Fuerzas Armadas.
Siempre se sostuvo, por supuesto, que este tipo de acción iba en pro de
los más altos intereses de los campesinos, a pesar de que nadie se digno
jamás a pedirles su opinión. La bandera de mejorar los niveles de saludo
sustituyo convenientemente la antigua misión religiosa como excusa para
cualquier clase de paternalismo autoritario. En realidad, la asistencia médica
efectiva sigio siendo mínima, y en todos los Andes surgió en cambio una
corriente de artículos producidos en masa, como cigarrillos, confecciones,
fertilizantes, insecticidas, antibióticos y, tal vez el más repugnante de todos, el
derivado gringo de la misma planta andina, la Coca-Cola. En lugar de la
verdadera coca, el hombre blanco sólo podía ofrecer una botella llena de
azúcar, colorante artificial, gases corrosivos, irónicamente llamada “The Real
Thing” en la propaganda norteamericana.
Ante colonialismo tan obvio, apenas causa sorpresa que cualquier
campesino andino que se respetara no mantuviese una saludable distancia
entre él y los merodeadores expertos médicos que se aventuran a salir a los
campos. Afortunadamente, la mayor parte del grupo de presión anti-coca
estaba perfectamente satisfecha con sentarse en sus laboratorios, y librar la
batalla contra sus rivales intelectuales, los herejes de la profesión médica
peruana que en efecto osaron defender el uso de coca, considerándola como
un medio de adecuar al cuerpo a las tensiones de la vida en las grandes
alturas. El más prominente de este grupo fue el doctor Carlos Monge, una
figura muy respetada con veinte años de experiencia como fundador y director
del Instituto de Biología Andina. El historial del Instituto incluía gran cantidad
de investigación pionera acerca de la adaptación del organismo humano para la
supervivencia en altitudes extremas y, naturalmente, su observación directa
del uso de la coca en su contexto nativo produjo conclusiones que discrepaban
completamente de las teorías del Departamento de Farmacología. Una serie
de artículos en los números de 1952 y 1953 de las revistas antropológicas
Perú Indígena y América Indígena suministran prueba escrita de los
intercambios cada vez más ásperos que tuvieron lugar en aquella época
entre las partes en conflicto en el debate de la coca.54

54
Los trabajos que describen los descubrimientos de la Comisión de la ONU, junto con el debate posterior que
siguió a la Comisión Peruana del doctor Monge, se encuentran en Perú Indígena vol.III, de diciembre de 1952, y en el
futuro, se hará referencia a ellos como Comisión de la ONU (1952) y Monge (1952). América Indígena (vol XII)
también incluye dos textos atacando a Monge, el primero escrito por Gutiérrez-Noriega(1 952) y el segundo por
Ricketts (1952). El volumen XIII de América Indígena contiene un informe de Colombia escrito por el hombre
El doctor Monge emprendió su rechazo a la comisión de la ONU
señalando que su período de investigación de tres meses, difícilmente había
sido suficiente para respaldar unas conclusiones tan amplias y tan
profusamente publicadas. Indicó que la insistencia de la comisión sobre el
deficiente desempeño laboral de los mascadores habituales de coca
contradecía radicalmente sus propios descubrimientos, los cuales mostraban
que la coca era un elemento importante de la adaptación cultural del hombre
al clima rudo y a la atmósfera pobre en oxígeno de las alturas andinas.
También cuestionó la suposición de la Comisión de que el mascar coca era,
en algún sentido, una "causa" de la desnutrición, observando que ninguna de
las enfermedades normalmente atribuidas a la desnutrición —tales. como
pelagra, beriberi y raquitismo— habían estado jamás presentes en la sierra
peruana.
Este punto relativo a la desnutrición era de importancia fundamental,
debido a que la base misma de la "explicación" de Gutiérrez-Noriega del
hábito de la coca, era la relación recíproca que estableció entre la escasez de
alimentos y el empleo de la hoja por parte de los indios: "El mascador habitual
prefiere la droga a la comida... Aquí se establece un círculo vicioso; se
comienza a mascar coca a fin de suprimir el hambre, pero más tarde el sujeto
pierde el apetito y come poco porque masca coca."55 En otras palabras,
Gutiérrez-Noriega veía en la costumbre de mascar coca tanto la causa como
el efecto del abastecimiento crónicamente inadecuado de alimentos,
argumento circular que, al menos en términos políticos, estaba dotado de
considerable atractivo. En particular, muchos de los teóricos de la vieja
escuela “socialista” sintieron la necesidad de una interpretación igualmente

que, como Ministro de Salud, volvió ilegal el cultivo de la coca en ese país, Bejarano (1953),así como una
renovada defensa del doctor Monge (1953).
55
Gutiérrez Noriega (1952, p. 118).
nítida y mecánica del hábito de la coca, y nada más fácil que despacharlo
como una simple aberración cultural “impuesta” a la población nativa por la
explotación económica extrema.56
Hay que dar crédito al doctor Monge, en consecuencia, por su valor para
resistir esa clase de fácil simplificación del fenómeno de la coca, proveniente,
como aconteció, de ambos lados del espectro político, y por sustentar
convincentemente su posición ante el gobierno peruano, el cual decidió
ignorar las imprudentes recomendaciones de la Comisión de la ONU. En
Colombia, por otra parte, ninguna autoridad reputada consideró adecuado
defender el hábito de la coca, a pesar del hecho de que en toda la región del
Cauca, todavía era común para los terratenientes blancos en los años cuarenta,
y aún para los sacerdotes misioneros,57 incluir una ración diaria de coca en
sus pagos a los trabajadores agrícolas. Al ser nombrado Ministro de Salud, el
doctor Jorge Bejarano, un ilustre médico oriundo de Buga, decidió hacer
capital político con el problema expidiendo el decreto 896 del 11 de marzo de
1947, el cual prohibía el cultivo, la distribución, la venta y la tenencia de hojas
de coca en todo el país. A pesar de suministrar a las fuerzas locales de la
policía una nueva excusa para hostigar a los indígenas y a los campesinos del
Cauca, la implementación efectiva de esta legislación, por medio de un
programa de sustitución de cultivos, fue afortunadamente socavada por la
inercia burocrática que es constante en toda la vida pública colombiana. El
Ministerio de Salud, que había propuesto regionalmente la ley, transfirió la
responsabilidad de su aplicación afectiva al Ministerio del Trabajo, el cual
pasó la carga al Ministerio de Agricultura que, a su vez, decidió que la

56
Para un ejemplo de esto, véase Friede (1944, pp. 16-19), y más reciente, Galeano (1973, pp. 71-72) quien
debería profundizar más antes que condenar uno de los sectores más revolu cionarios de la sociedad
latinoamericana, el proletariado minero de Bolivia, por su hábito de la coca, el cual denomina "...la estéril
revancha de los condenados".
campaña debía ser financiada por los bancos agrícolas y las agencias de
crédito. En dos años, el proyecto había llegado a un punto muerto, para ser
pronto olvidado al calor de la Violencia, una guerra civil de proporciones
catastróficas, que afectó mucho las áreas de cultivo de coca de los indígenas
Nasa.58
Durante los quince años siguientes, mientras se tramitaba la
Convencion Unica de la ONU (1961) la cuestión de la copa permaneció
relativamente quieta, sólo para ser revivida en el Perú a mediados de los
años sesenta a través de un equipo de investigación de la escuela de Higiene
y Salud Pública de la Jolil, Hopkins University de Baltimore. Patrocinados por
una donación del Comando de Investigación y Desarrollo del Ejercito de los
Estados Unidos, los doctores Buck, Sasaki, Hewitt y Macrae hicieron un
estudio epidemiológico de los efectos “nocivos” del uso de la coca entre los
habitantes de la aldea de Cachicoto59. Aunque guiados por una apabullante
metodología "objetiva", que incluía glorias de la época tales como "selecciones
aleatorias" por medio de tarjetas IBM; dichos investigadores dieron muestra de
una incapacidad total para elaborar una evaluación desapasionada de la
hipótesis misma que ellos se habían propuesto comprobar y que, para
sorpresa de nadie, había sido extraída enteramente de las conclusiones de la
ya desacreditada Comisión de la ONU. Como era bien predecible, los
resultados del estudio confirmaron plenamente todas sus expectativas
originales, a saber:
...que el mascar coca está relacionado con un estado nutricional inferior; que los
mascadores tienen una más alta prevalencia de condiciones resultantes de mala

57
Véase Gonzáles (mss., p. 195)
58
Véase Begué (1971).
59
Buck et. al.(1968).
higiene personal, y que el desempeño laboral de los mascadores de coca es inferior
al de un grupo de control comparable.60

Con el fin de producir tan gratificante resultado, se exhibían numerosos


gráficos y estadísticas para demostrar el inferior grosor subcutáneo y las
cuantías menores de suero de albúmina y de colesterol entre los mascadores
de coca pero, al mismo tiempo, el hecho de que estas cifras apenas
bordearon la significación estadística fue pasado por alto cuidadosa y
deliberadamente. En verdad, como ejemplo de manipulación de estadísticas,
el estudio de Back marca un hito en los anales recientes de la ciencia. Su
perjuicio tórnase todavía más patente por el uso repetido de la palabra
"paradójico" para describir descubrimientos que no encajan en sus tesis
originales. Un ejemplo se refiere a "…la paradójica reducción del porcentaje
de mascadores de coca infestados de amebas...”,61 , a tiempo que otro
intentaba despachar un nuevo y enigmático factor: la menor sensibilidad a la
tuberculosis en el grupo de mascadores de coca. 62
En síntesis, sin embargo, tal vez el hecho más significativo de este
estudio es su vehemencia en discutir lo que los investigadores consideraron
como “…la glorificación cultural del uso (de la coca) …”63 Es difícil imaginarse
una forma de investigación científica más distante y no comprometida, o una
carencia más nítida de simpatía por las gentes objeto del estudio. En general,
los antropólogos han sido más bien lentos en repudiar los supuestos básicos
de este tipo de aproximación, quizás debido al temor al Comando de
Investigación y Desarrollo del Ejército de las Estados Unidos, o, más
probable, debido a un respeto algo ultrapasado e inapropiado por la

60
Idem., p. 174
61
Idem.,p169.
62
Idem.,p.173.
metodología de ciencias prestigiosas como la epidemiología. El momento está
maduro para un ataque frontal contra todas las formas de ortodoxia alienante
y, particularmente, contra las mistificaciones solemnes que se hacen pasar por
"ciencia" donde quiera que se trate de la coca.

Estudios posteriores a 1968

La llegada y difusión de novedosos hábitos de las drogas entre grupos


sociales no afectados previamente, en especial la juventud de clase media de
Occidente, han servido para subrayar las insuficiencias de cualquier
explicación de tales eventos, fundamentada exclusivamente en simples
términos farmacológicos. En el viejo enfoque pueden identificarse dos fallas
primordiales: en primer lugar, su reducción de importantes procesos culturales
a la categoría de meros "problemas" de la salud pública; y, en segundo lugar, la
inútil suposición de que una droga tiene necesariamente que causar en los
contextos sociales, la misma acción observada en el laboratorio. Recientes
investigaciones han servido para descubrir una cantidad de reveladoras
disparidades entre los efectos percibidos de una misma sustancia tomada en
diferentes contextos sociales y, como resultado, la importancia del componente
cultural en la formación de la experiencia con una droga, ha llegado a ser cada
vez más reconocida.
Debido a su amplia popularidad y demostrada inocuidad, la marihuana
ha recibido una buena parte de las nuevas iniciativas de investigación
promovidas por el advenimiento de actitudes más esclarecidas.64 Y
significativamente, el uso extendido de varias drogas comunes y legales, tales

63
Idem.,p.175
64
Véase Grispoon (1971), Rubin y Gomitas (1975) y Rubin(ed.)(1975).
como el café, el tabaco y el alcohol, ha sido sometido a un examen mucho
más atento que antes, desenmascarando su imagen pública cuidadosamente
cultivada de substancias inofensivas, y poniendo así en duda la arbitraria
distinción del siglo XX entre lo que es y no es lícito en materia de consumo de
drogas.65
La coca ha sido menos afortunada al respecto, un hecho que parecería
resultar tanto del perfil más "peligroso" de la cocaína (en los términos
coercitivos de la ley) como de la marcada disparidad entre el hábito indígena
de mascar hojas y la costumbre del usuario urbano de inhalar, fumar o
inyectarse cocaína. Más significativo es, por ende, el trabajo de los pocos
autores que han intentado corregir el desfavorable balance de la opinión
científica en relación a la coca, situando su uso dentro del contexto apropiado
de su trasfondo histórico, social y etnomédico.66
La contribución de Joel Hanna, en particular, merece todo el crédito por
haber disipado una variedad de gastadas concepciones sobre el uso de la
coca en el Perú. Sugiere, por ejemplo, que el h a m b r e ( d e f i c i e n c i a d e
c a l o r í a s ) n o d e b e d e s e r considerada como la fuerza motriz del uso de
la coca, colocando así toda la cuestión de la desnutrición bajo una perspectiva
más realista, en la cual aquella puede verse como función de la pobreza y de
la falta de tierra, antes que como la causa o el efecto del hábito de mascar
coca. También indica que sus tests psicológicos, a pesar de la ilimitada
disponibilidad de hojas durante la investigación, no pudieron confirmar ninguna
de las cantinelas médicas favoritas acerca de la “adicción” a la coca: no hubo
evidencia de perturbaciones psicológicas o síntomas de retraimiento, ni
modificación alguna de la eficiencia laboral y los requerimientos de energía

65
Véase Brercher et. al (1972).
66
Véanse Martín (1970), Hanna (1974), Burchard(1975) y Bolton(1976).
bajo la influencia de las hojas de coca. Los únicos efectos claros de la
costumbre de mascar coca —un acelerado pulso cardíaco durante el esfuerzo
submáximo, mayor resistencia bajo "stress" y ligera contracción de los vasos
sanguíneos— parecen ser factores de gran ayuda biológica en los Andes,
incrementado la resistencia al clima frío y a las grandes alturas, y suministrando
una mayor capacidad para el trabajo físico pesado. Por sobre todo, Hanna
hace énfasis en la importancia económica de la coca en la sociedad rural del
Perú y en el papel que cumple en el establecimiento de las pautas recíprocas
de intercambio y solidaridad social entre las comunidades andinas.
Los estudios de Buchard y Bolton, por otra parte, se preocupan quizás
menos de los problemas culturales más amplios que por concebir un nuevo
enfoque de la farmacología de la costumbre de mascar coca. Tampoco se
muestran muy ansiosos por respaldar todas las observaciones de Hanna
sobre los efectos fisiológicos de la coca, prefiriendo en cambio sugerir que las
transformaciones metabólicas en el cuerpo del mascador de coca pueden, a
la larga, ser más importantes que la resistencia al frío y a la elevada
capacidad de trabajo. De acuerdo con esta opinión, ambos creen que la
función biológica realmente crucial de la coca esta en su acción sobre el nivel
de la glucosa de la sangre: “... mascar hojas de coca eleva efectivamente los
niveles de glucosa de la sangre y puede ser en realidad un mecanismo
cultural para el manejo de los problemas de homeostasis de la glucosa
sanguinea”.67 Ellos ven el uso de la coca como una adaptación cultural a las
condiciones de hipoxia —causada por la escasez de oxígeno en las grandes
alturas—, así como contrapeso nutricional a una dieta rica en carbohidratos,
pero relativamente pobre en proteínas animales: “... la coca puede evitar la

67 Burchard (1975, p. 475).


rápida declinación de la glucosa sanguínea que sigue siempre al aumento inicial
de la concentración de la glucosa después de las comí- das ricas en
carbohidratos.”.68
Ciertamente sería una torpeza subestimar la importancia de estos
descubrimientos, ya que aportaron un significativo énfasis nuevo en la
comprensión del hábito de la coca. Pero es justo destacar, no obstante, que el
reconocimiento del efecto de la glucosa que había sido observado por el
infatigable Gutiérrez-Noriega desde 1947.69 También tengo la sensación de que
Bolton y Buchard se sienten más cómodos cuando se concentran en lo que
parecen —al menos desde el punto de vista antropológico—problemas más
bien tangenciales, restándole interés a la opinión que los indígenas tienen
sobre le hábito de la coca y dándoselo a la versión ofrecida desde la
confortable distancia de un laboratorio, así se trate de un laboratorio de
campo. Buchard, por ejemplo, escribe: “Mi propósito principal en este estudio es
alejarme del modelo cocaínico del hábito de mascar coca y acercarme a un modelo
ecgonínico, ya que la ecgonina, antes que la cocaína, es probablemente el
alcaloide central implicado en la mascada de coca.”70 En otras palabras, aunque
el nombre del alcaloide ha cambiado, el tradicional modelo químico de
comportamiento permanece intacto, y las diferentes formas de control cultural
sobre una experiencia determinada con la droga aún no son incluidas en la
ecuación o, por lo menos, no hasta después de que se hayan hecho las
mediciones fisiológicas básicas.
Cierta cantidad de posiciones innecesariamente extremas de este tipo
de reduccionismo. Sintiendo un comprensible rechazo por el equiparamiento del
hábito de la coca con el uso urbano de la cocaína refinada, ningún autor parece

68
Bolton (1976, p.632).
69 Gutiérrez-Noriega y Zapata Ortiz (1947, p. 106).
dispuesto a admitir que mascar coca pueda ser realmente agradable; es decir,
que la coca pueda ser utilizada tanto por sus propiedades generadoras de euforia
como por su capacidad de elevar el nivel de glucosa de la sangre. Si por ejemplo,
hemos de creer la afirmación de Buchard de que la ecgonina tiene “... poco o
ningún efecto estimulante central sobre el sistema nervioso simpático; carece
de propiedades anestésicas o eufóricas...”, y que “...la acción adictiva (sic),
eufórica y anestésica de la cocaína solo puede darse cuando la molécula
está intacta...”71, entonces se deducirá también de ello que su versión de la
farmacología del hábito de mascar coca (en la que toda la cocaína es
degradada a ecgonina antes de ser absorbida en el organismo humano) no
producirá sensación alguna de anestesia local en la boca ni sentimiento de
euforia. Por lo menos respecto a la cuestión de la anestesia, pienso que
cualquier persona que masque coca negaría de plano esa opinión, porque el
enfriamiento de las encías es uno de los factores más claros y característicos
de la droga. Bolton es aún más intransigente en su actitud:
En las cantidades consumidas ordinariamente por los indios, la coca, a mi entender no
produce efectos eufóricos. Y de manera más definitiva, los indios no mascan coca
para volverse "locos". Es por demás extraño que algunos estudiantes norteamericanos
que me acompañaron al campo en 1974, insistan en que ellos sí experimentaron euforia
al mascar coca. Inicialmente atribuí sus reacciones a los poderes de la sugestión, antes
que a los de las sustancias químicas. Sin embargo, vale la pena destacar que estos
estudiantes ingirieron enormes cantidades de hojas de coca, cantidades consideradas
excesivas por los indios... Como los indios no mascan coca en cantidades suficientes
para producir estos efectos psicológicos, podemos hacer a un lado sin peligro este
problema: su contribución al entendimiento de por qué mascan coca los indios de los
Andes es irrelevante…72 (El subrayado es mío).

70
Burchard (1975, p. 464).
71
Idem., p. 477
72
Bolton (1976, p. 630). Una explicación similar, fue expresada en términos neo-freudianos por Stein(1961,
p. 169): "...el éxtasis oral manifestado en el ávido devorar, la vigorosa mascada y el sonoro chasquido de los
Mi propia percepción del efecto de la coca tendería a confirmar la euforia
señalada por los estudiantes de Bolton y no creo que esta sensación pueda
atribuirse realmente a una indu1gencia excesiva en el uso de las hojas coca.
Personalmente, es difícil que haya mascado alguna vez más de una onza de
coca al día, bastante menos que cualquiera de mis informantes indígenas y
dentro del límite descrito por Buchard y Bolton para los indios de los Andes
centrales. Y aunque es verdad que la mayo:ría de los coqueros normalmente
les hablan a los extraños sobre su costumbre en términos de su efectividad
para combatir el frío, el cansancio y el hambre, esto no excluye necesariamente
la percepción de efectos eufóricos. De hecho, ¿qué es la euforia sino una
capacidad para superar —tanto física como mentalmente— la carga de
circunstancias tan deprimentes como el frío, el cansancio y el hambre?
El problema, por tanto, parece ser de definición, de elaboración de
categorías conceptuales que se acomoden a los contextos culturales
específicos. Aunque la "euforia" sea definida por el diccionario como "un
sentimiento de bienestar", para Buchard y Bolton parece tener sentido
asociado a los grandes conciertos de rock and roll, y demuestran una cierta
ansiedad por evitar asociaciones con los toques de cocaína en los camerinos.
Para un indígena, sin embargo, la "euforia" puede ser una idea cubierta por
otros términos, o inclusive una disposición de ánimo completamente
indefinible, como un vago sentimiento de optimismo que acompaña la aptitud
física o la percepción de una indescriptible encrespadura del aire. Al ser
interrogado por el etnógrafo, el indígena "eufórico" sencillamente esbozará una
sonrisa o indicará con un parpadeo lo que en lo fundamental es un estado de

labios y la lengua relacionados con la coca, me lleva a la conclusión de que el placer oral puede ser más importante
para los hualcaínos que cualquier valor narcótico (sic) de la coca misma".
bienestar muy personal, íntimo inescrutable. La misma palabra “euforia” es
difícil de traducir, inclusive con algún sinónimo inglés. El término español que
se emplea para describir la sensación que acompaña la mascada de coca es
armado, lo que podría interpretarse en términos de un cerebro y un sistema
nervioso altamente afinados, estimulados y listos para disparar.
Significativamente, es en estos mismos parecen actuar las propiedades
"eufóricas" de la cocaína.
En el caso de la zona del Cauca siempre se hizo referencia al “calor” de
la mambeada (mascada de coca) mientras ésta se halla en la boca, y al
hecho de que sólo se bota la coca cuando se ha vuelto tan “fría” que ya no
puede revivirse con dosis adicionales de mambe (polvo de cal). Absorbido a
través de las membranas mucosas de la boca, este “calor” permanece por un
tiempo en el cuerpo antes de disiparse cuando pasa el efecto anestésico. No
parece irrazonable sugerir que, por lo menos en el concepto nasa, el "calor" o
báhia producido por la mascada de coca constituye la categoría local
comparable a nuestra categoría más intelectualizada de "euforia". El evidente
placer al que se asocia a la palabra báhia parece confirmar esta impresión,
como también sugieren las expresiones faciales de contento, satisfacción y
regocijo.
Aunque Buchard y Bolton ocasionalmente hacen signos corteses de
aprobación ante las interpretaciones culturales del hábito de la coca, su
esquema subyacente parece implicar que este sólo puede "explicarse"
recurriendo a sus efectos fisiológicos y no por la referencia a su impacto final
sobre la conducta social y las sensibilidades personales. El mayor peligro de
este enfoque es que abandona toda responsabilidad para distinguir entre el
hecho y la ficción, para establecer qué es farmacológicamente "verdadero",
haciendo de tal manera más que fácil desechar cualquier informe subjetivo
sobre la euforia, como los registrados por los estudiantes de Bolton. En esta
forma, la cuestión puede ser juzgada "irrelevante" para la percepción
farmacológica de los efectos del mascar coca: "irrelevante", vale decir, porque
no se puede medir fisiológicamente en términos claramente cuantificables.
Hay, desde luego, una buena razón histórica para esta tendencia a restarle
énfasis, al menos en los círculos médicos convencionales, a la euforia o al
estímulo cerebral producido por las hojas de coca. Los farmacólogos están
llevando a cabo en la actualidad un cambio sustancial y fundamental en su
actitud, hacia las drogas ilícitas, y no sólo con respecto a la hoja de coca. Los
días de la histeria orquestada y de la antipatía feroz contra cualquier clase de
consumo ilegal de drogas, de la equivocada pero amplia asimilación de todo
hábito semejante al modelo de “adicción” inspirado en el opio, están llegando
afortunadamente a su fin. Las teorías relativas a los efectos fisiológicos de
varias drogas están en proceso de revisión y redefinición; hay un deseo de
avanzar muy cuidadosamente en el restablecimiento del equilibrio de la
opinión. Por esta razón, cualquier posición profesional que sea marginalmente
más tolerante que aquellas de sus precursores inmediatos, tiene
necesariamente que defender y justificarse en términos que demuestren el
más impecable respeto por la metodología de su oficio, y tienen que dar
cuenta de los fondos que reciben de las instituciones oficiales que a menudo
no tienen la menor simpatía por la nueva perspectiva. Como dijo
recientemente el profesor de Derecho de la Universidad de Stanford, John
Kaplan:
Con frecuencia una élite tiene intereses creados, no solamente un interés material,
sino tal vez más importante, un interés de prestigio, por mantener posiciones
alcanzadas con anterioridad. En cierto sentido, admitir que estaban equivocados en
algo, inclusive equivocados razonablemente, pone en cuestión toda su capacidad de
gobernar73.

Semejante situación, en la cual muchos descubrimientos nuevos y originales


son ignorados o reprimidos por intereses políticos74, obliga finalmente a los
investigadores oficiales a operar con una cantidad indebida de precauciones,
un cuidado que frecuentemente se traduce en parálisis metodológica y falta
total de imaginación. En particular existe una amplia carencia de voluntad
para examinar el aspecto positivo del uso de una sustancia ; capaz por una
parte, de reafirmar los valores tradicionales y, por otra, de promover un rápido
cambio político y cultural. Aún en aquellas raras ocasiones en que dicha
dimensión moral llega a reconocerse, el impacto se reduce porque se adscribe
casi exclusivamente a los pueblos rurales “primitivos” y no a los
supuestamente “alienados” de la escena urbana.
Las pulcras dicotomías de esta clase, sin embargo, raramente reflejan la
experiencia de los individuos que comparten una vivencia directa y personal de
los dos tipos de consumo. Ni una ni otra existen en completo aislamiento y no
hay duda de que las dos ya están ejerciendo una considerable influencia mutua.
El patrón urbano se está difundiendo rápidamente en las zonas rurales —en
Colombia, los casos de la marihuana y de los hongos Stropharia (ver
apéndice A) son particularmente explícitos al respecto afectando la estructura
de las economías tradicionales e inclusive el contexto cultural en el que se las
usa.

73 56 Kaplan (1975, p. 552).


74
Véase, por ejemplo, la opinión del comité del Senado de los Estados Unidos acerca delestudio de Rubin y
Gomitas sobre la ganja en Jamaica, descubriéndola como "..un estudio completamente inútil llevado a cabo con una
donacion del Instituto Nacional de Salud Mental por unos científicos jamaiquinos de credenciales limitadas”. Citado
en la revista neoyorquina “Hig Times” de septiembre de 1976 (p.55).
Más aún: es claro que cualquier forma de comportamiento depende del
significado de su marco social y económico y, por lo tanto, no puede existir
ningún estado verdadero o absoluto de "alienación". Tal comportamiento es
relativo; "alienado" sólo en relación con las normas de la sociedad que lo
rodea. Como es comúnmente empleado en las investigaciones sobre el abuso
de drogas, el término alienación usualmente implica una de dos posiciones
esencialmente contradictorias: la primera, caracterizada por la imagen
corriente de escapismo y autogratificación, propia de los medios de
comunicación; y la otra, por una postura más radical, basada en la posibilidad
de un desafío político efectivo a las normas opresivas de la sociedad
occidental. En el primer caso, el nuevo hábito puede ser rápidamente
absorbido por la ortodoxia prevaleciente, asimilado dentro de patrones de
consumo predeterminados por algún vicio ya establecido como el del alcohol o
del tabaco75 A juzgar por los anuncios clasificados en una revista como “Hig
Times”, este es el caso de muchos coqueros y marihuaneros en la actualidad,
un hecho que debe ser de gran consuelo para los intereses comerciales
dominantes.
En un contexto diferente, sin embargo, el uso de una planta psicoactiva
puede servir para ritualizar la experiencia de la solidaridad social, para dar
expresión consciente y foco explícito a la quede otro modo sería una
borrosa reacción de intenso malestar cultural. Un excelente ejemplo de lo
anterior lo suministra el uso propiamente religioso de la ganja o la “hierba
sagrada”, por parte de los miembros del movimiento Ras Tafari de Jamaica.
Tal uso es una respuesta que ha surgido no del antecedente de alguna cultura
específica de tipo "tradicional", sino de un deliberado y reflexivo rechazo a las

75
Véase Orcutt y Biggs(1975) para una comparación del consumo de marihuana y alc ohol en el campus
de la Universidad de Minnesota
estériles realidades neocoloniales del siglo XX. Aunque hoy día se considera en
Jamaica el uso de,, la marihuana como un rasgo típicamente "africano", en
realidad llegó a la isla por intermedio de trabajadores hindúes. Con
frecuencia, los movimientos originales y sincréticos de esta clase son
implacablemente excluidos del registro oficial de los fenómenos de droga y
colocados en cierta forma como menos modernos, menos relevantes,
mediante su clasificación dentro de esa ambigua tierra de nadie denominada
"milenaria". Es así como la posibilidad de crear formas nuevas y dinámicas de
comportamiento social —novedosas aplicaciones para un hábito recientemente
adoptado—, puede evitarse convenientemente en cualquier discusión posterior
de las futuras implicaciones políticas de las diferentes culturas que envuelven
el uso de determinadas plantas, y que en la actualidad están emergiendo en
las sociedades industriales o en vías de desarrollo.
En un arranque de paranoia se podría suponer existe una conspiración
consciente para negar que cualquiera de tales comportamientos rituales,
basados en el uso de una planta, pueda desafiar seriamente el predominio
cultural de las válvulas de escape ortodoxas de las sociedad de consumo (el
círculo vicioso de alcohol, café, y cigarrillo) o minar las ganancias de las
industrias que éstos sostienen. Sugerir esto en medios académicos, por
ejemplo provocaría seguramente cejas fruncidas y recuerdos bochornosos del
fisco de la contra – cultura de finales de la década de 1960. Para los amos de
la opinión supuestamente progresista, cualquier idea de que los nuevos
hábitos de consumo y reciprocidad podian servir para socavar el status quo, es
sencillamente risible, un caso de ingenuo idealismo libertario completamente
fuera de lugar ante las duras realidades del presente. Empero, al mismo
tiempo, la función del comportamiento ritual en la protección de la continuidad
cultural de pueblos "primitivos" o “tradicionales” es ampliamente reconocida
incluso respetada por las mismas autoridades. Parte de la respuesta a esta
desconcertante inconsistencia puede hallarse en el hecho de que entre dichos
pueblos el consumo de plantas psicoactivas es visto usualmente como un
rasgo conservador, a tiempo que en Occidente se le considera normalmente
como innovador, al menos en el caso del uso juvenil de sustancias ilícitas. Lo
que puede tener un menor reconocimiento es que el conservadurismo
primitivo y el radicalismo juvenil con frecuencia se dirigen ambos al mismo
objetivo final: la negación de la monstruosa maquinaria de la burocracia
estatal y del capitalismo industrial.
No es, en consecuencia, sorprendente que muchos usuarios urbanos
busquen la orientación de las culturas tradicionales, más honestas y
equilibradas. Parece haber un reconocimiento creciente de que el consumo
meramente gratificante (la "alienación" de que hablan los burócratas de los
narcóticos) tiene que ceder ante el consumo ritualizado de estilo socialmente
activante, y llevar a una solidaridad con los otros consumidores y productores
del mundo entero.
La rígida separación de los usuarios del globo en culturas de tipo
“primitivo” y “alienado” existe, por tanto, precisamente para evitar cualquier
revuelta colectiva de los grupos estudiados, cualquier movimiento de pinzas
de las víctimas de ambos lados de la barrera, un repudio masivo al
cientifismo oficial que conserva en sus posiciones a las autoridades
establecidas sobre el uso de sustancias psicotrópicas. El contraste de
Buchard entre el modelo basado en la ecgonina implicado en la costumbre
de mascar la coca, y el modelo cocaínico urbano del toque de cocaína, implica
mucho más que un simple reconocimiento de la farmacología bien diferente
de éstas dos formas de la droga. Por encima de todo surge de una necesidad
ideológica de separar dos tipos de consumidores, el vicioso de cocaína y el
indígena de los Andes.
Individuos con experiencia directa en las dos culturas se hallan por lo tanto
enfrentados a una enorme responsabilidad: la de desafiar dichos estereotipos
mediante su propia experiencia, y con la negativa explicita a una separación
entre "ellos", los indios, y "nosotros", los coqueros y marihuaneros de la
actualidad. Sobre todo, deben dar el paso, común en épocas anteriores pero
absolutamente tabú en nuestro siglo, de hacer proselitismo a favor de la planta
en estudio y llegar en realidad a recomendar su uso a quien no tenga
experiencia previa. Esta responsabilidad positiva tiene que desbordar
necesariamente la responsabilidad puramente negativa, la posición signada
por un temor a lo desconocido, por una vacilante ignorancia que recomienda
sólo la cautela, la demora y la inmovilidad.
Tal actitud, es cierto, puede recomendarse legítimamente solo en relación
a sustancias vegetales que se sepa que no poseen ninguna propiedad
gravemente tóxica. Pero aún sometiéndose a una limitación semejante, existen
muchas plantas que podrían encontrar aplicaciones útiles para apartar a los
usuarios de compuestos sintéticos más peligrosos y hacerlos regresar a
sustancias naturales orgánicas. Un énfasis en la marihuana y en la coca, por
ejemplo, podría emplearse para reemplazar la dependencia, de la cocaína o
de las anfetaminas, o inclusive del gastado trío de alcohol, tabaco, y café.
El uso de una planta psicotrópica como catalizador ritual, o como un agente
para despertar la conciencia cultural o política, debe estar acompañado
entonces de una iniciativa que mantenga un perfil auténtico. Las tendencias
dirigidas a la manipulación de las drogas ilícitas como nuevo mecanismo de
represión social o aún, como otro campo de expansión de la sociedad de
consumo, tienen que someterse también a una crítíca rigurosa. Sobre todo, cualquier
iniciativa nueva debe fundamentarse en un conocimiento serio de las
capacidades y limitaciones de la sustancia misma; en un conocimiento del
tipo que se hace de la coca un elemento central y positivo de la sociedad
andina tradiciona y que surja, no de una farmacología abstracta, sino de una
comprensión clara de sus afectos subjetivos. Es claro, por lo tanto, que limitar
unilateralmente la investigación a cualquier aspecto singular, específico de la
droga —su química interna, por ejemplo— elimina la posibilidad de que la
experiencia propia influya sobre el concepto acerca de la droga y, en efecto,
implica que el concepto acerca de la droga finalmente desplace cualquier
comprensión de la experiencia propia.
La coca es una cosa indivisible; ningún aspecto suyo puede comprenderse
si se lo aísla de los demás. Es por esta razón que inicialmente sugerí la
figura de Mama Coca, una entidad informe, un receptáculo vacío que implica
la posibilidad de un número casi infinito de cambios de apreciación. Más que
un encenegado subjetivismo y auto-gratificación, el proceso mismo de adquirir
y usar una planta, exige necesariamente la ayuda de otras personas, ayuda
que da lugar a las preguntas que deben hacerse, que indica los caminos que
se deben trillar. Tal vez lo más importante de todo es que esta
aproximación, la metodología del usuario consciente y aut ocrítico,
estaría en capacidad de superar el esquema causal empleado por tantos
autores sobre la materia —la obsesiva preocupación con la pregunta de por
qué la gente masca coca— tan evidente en los estudios de Buchard y Bolton,
por ejemplo. Precisamente porque no dice nada acerca de las expectativas de
los usuarios mismos, el análisis causal nunca va a generar mucho
entusiasmo entre los coqueros actuales o potenciales. A fin de cuentas, los
usuarios habituales de la coca no se ocupan en lo más mínimo del por qué; se
ocupan eso si, del cómo, y a este punto regresaremos en el capitulo V.
BOTANICA, ARQUEOLOGIA, HISTORIA COLONIAL.
EL DESARROLLO DEL COMERCIO DE LA COCA

Tampoco eres coca útil sólo en casa,


Una famosa mercancía tú has llegado a ser;
Un millar de alpacas y de vicuñas gimen
Anualmente bajo tus cargas, y sólo por causa tuya
El espacioso mundo es por el comercio conocido”.

Dr. Abraham Cowley, Historia de las plantas, 1662.

La botánica de la coca

Un mito aymara, de los únicos relatos que no se centra en una figura


femenina de Mama Coca, describe con gran candor y realismo lo que
probablemente ocurrió en el descubrimiento de las cualidades de la coca por
parte del hombre. Un grupo de indígenas de tierras altas había intentado
establecer una colonia en los yungas, las cálidas y húmedas laderas de los
Andes bolivianos que conducen a la cuenca del Amazonas. Habiendo
enfurecido a los dioses por la quema de la capa selvática original, sus casas
y cultivos fueron barridos por lluvias torrenciales. Los indios viéronse
obligados a refugiarse en unas cuevas cercanas. Cuando por fin volvieron a
salir luego de muchos días de tormenta, no encontraron a su alrededor más
que desolación. Debilitados por el hambre, hallaron un arbusto desconocido
con hojas de un verde brillante; arrancaron las hojas y las llevaron a la boca
para calmar el hambre. El remedio así descubierto parecía tan eficaz que el
cultivo de este arbusto suministraría el motivo principal para toda la posterior
ocupación de los yungas por los Aymara76
La coca a que se refiere este mito tiene que ser la Erytroxylum coca
Lam., la principal especie económica de la planta, cultivada en las laderas
orientales de los andes, desde Bolivia hasta el Ecuador y en la s z o n a s
a d y a c e n t e s d e l a c u e n c a d e l Amazonas. Durante largo tiempo se
creyó que toda la coca cultivada pertenecía a ésta especie, pero reciente
trabajo del doctor,. Timothy Plowman ha confirmado la existencia de por lo
menos otra especie cultivada, E. novogranatense (Morris) Hieron77 El
investigador la ha subdividido de forma tentativa en dos varieda, des
principales, la primera, E. novogranatense "típica", cultivada en la zona
andina de Colombia y el norte de Ecuador y, la otra, la variedad Truxillense
(Rusby) Machado, otrora ampliamente distribuida a todo lo largo de la faja
costera y los valles orientales del Perú, pero restringida hoy a las vecindades
de Trujillo y la cuenca del Alto Marañón. Ambas especies cultivadas forman
parte del género pantropical Erythroxylum, de la familia de las Eritroxilaceas,
un género muy grande que puede contener cerca de 250 especies en total.
Muchas otras especies de Erythroxylum se emplean ocasionalmente para
fines medicinales: E. anguifugum y E. campestre en el Brasil; 78 la E.
tabascense (sin E. macrophyllum) en México; 79 la E. orinocense y la E.
acutum (la llamada coca de mono) en Colombia.80 Estas especies no son
objetos de cultivo regular, ni se mascan nunca. Más aún: cierto numero de

76
Osborne (1968, p.89).
77
Plowman (1976, 1979) ha clarificado la confusa botánica del genero Erythroxylum. Compárense sus
estudios con la información revuelta y a menudo contradictoria hallada en Mortimer(1901), Gentne (1972) y
Machado (1972).
78
Mortimer (1901, p. 228).
79
Guerra y Olivera (1954, pp. 105-109).
80
Véanse las notas anexadas a los especímenes de E. orinocense y E. acutum, en el Herbario Nacional de
Bogotá. Plowman (1979) sobre el uso de E. hondense en tés.
otras plantas silvestres, tales como E. hondense, E. cataractarum, E.glacilipes
y E.carthagenense, son confundidas frecuentemente con las especies
cultivadas, pero ninguna contiene cocaína.81
Todos los miembros del género se dan usualmente como arbustos y árboles
pequeños en matorrales abiertos y bosques pluviales. Aunque hasta el
presente no se haya encontrado ninguna población verdaderamente silvestre
de E. coca la facilidad que demuestra esta especie para escapar del cultivo y
reproducirse espontáneamente, podría llevar a la conclusión que las plantas
silvestres originales de coca no eran muy diferentes de sus formas cultivadas.
La remoción de las matas silvestres de coca de su ambiente nativo, sombreado
y semisombreado, y su cultivo subsiguiente en campos abiertos, fue destinada a
aumentar la disponibilidad de luz solar, produciendo así un rendimiento más
abundante de hojas y posiblemente reforzando la producción de los alcaloides
deseados. La explotación de la hoja, antes que la de los órganos
reproductores de la planta, parece haber reducido el efecto de la selección
artificial en la modificación de las características botánicas de la mata de coca.
Por esta razón, ninguno de los drásticos cambios genéticos y morfológicos,
normalmente asociados con los cultivos alimenticios, parecen haber ocurrido
en la historia de la planta de coca.82
Dada la vasta distribución de E. coca a todo lo largo de las vertientes
orientales de los Andes centrales, parece virtualmente imposible precisar el
origen geográfico exacto de la especie, aunque la ubicación central de la

81
Holmsted et.al,(1976). En Plowman (1979).

82
Véase Plowman(1979) para una discusión más detallada de los efectos de la domesticación de la coca.
Informantes nativos de la región del Cauca han añadido, refiriéndose a la E. Novogranatense local, que el cultivo
de la coca bajo demasiada sombra tiende a producir hojas bastante insípidas. En ese caso, el traslado de la coca a
ambientes abiertos puede haber contribuido también al surgimiento de una hoja más agradable al paladar.
región de la ceja de montaña peruana, particularmente el valle del Huallaga,
bien puede implicar .que fue esta zona la que primero presenció su
domesticación. La mayoría de los autores han sugerido un proceso por el cual
el descubrimiento original de las propiedades de la coca fue seguido de un
aumento progresivo del consumo, hasta el punto de hacerse necesario
complementar las fuentes silvestres con plantas trasladadas a medios
horticulturales localizados más cerca de los centros de habitación humana.
Es probable que en esta forma fuera introducida posteriormente la E. coca a
la cuenca del Amazonas, extendiendose tan lejos como a las regiones del
bajo Putumayo y el Vaupés en Colombia. La resistencia al intenso calor y al
drenaje de las tierras de esta zona no se adquirió sin algún sacrificio, y la E.
coca continua reproduciéndose relativamente mal en las tierras bajas,
propagándose principalmente por medio de estacas, y no por la siembra de
semillas.
Al mismo tiempo los crecientes contactos entre la ceja de montaña y las
otras regiones climáticas del Perú —Como el drenaje relativamente árido del
Marañón o los desérticos valles costeros— habrían conducido al progresivo y
gradual aislamiento de un tipo de planta "adaptada a lo seco" (E.
novogranatense var. Truxillense), con el surgimiento final de efectivas
barreras de esterilidad entre las dos especies. A su vez, la difusión de esta
última especie a Colombia, hacia el norte, habría conducido al establecimiento
de la variedad "típica" de E. novogranatense, la especie de coca que todavía se
cultiva en la zona del Cauca y en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Fue dicha especie —la "coca colombiana" o hayo, como se le conoció en
Venezuela y el nordeste de Colombia— la que fue llevada, a mediados del
siglo XIX, de Jamaica a los Royal Botanic Gardens de Kew en Inglaterra; a
partir de allí fue distribuida a muchas zonas de los trópicos del Viejo Mundo,
tales como la India (Darjeeling y Assam), Ceilán, Indonesia (Java y Sumatra),
Hong Kong y las colonias británicas de Africa. Puesto que la Erythroxylum
novogranatense es claramente la variedad que nos concierne en forma más
directa en la zona del Cauca, vale la pena considerar el carácter de esta
especie en mayor detalle.
Las hojas de E. novogranatense son, hablando en general, más pequeñas y
delgadas que las de la E. coca y su color tiende, a un matiz mucho más
brillante y más amarillo, un aspecto que se nota aún en las hojas secas, aunque
es más visible cuando se hallan todavía en la rama. El arbusto de E.
novogranatense tiene también una tolerancia ecológica mucho mayor que la de
la especie hermana; está en capacidad de prosperar tanto en el clima
estacionalmente seco de los valles del Magdalena y del Cauca como en la
constante humedad de las tierras tropicales bajas. En comparación E. coca
es intolerante al máximo a la sequia y la infertilidad de sus semillas, en
aquellas zonas de la cuenca del Amazonas donde ha sido llevada, parece
indicar que mal se acomoda a las tierras encharcadas y a las altas
temperaturas de la selva baja.
La tolerancia mostrada por la planta colombiana es menos pronunciada, sin
embargo, en la E. novogranatense var. Truxillense de la costa peruana. La
adaptación de esta variedad a las técnicas de irrigación y al clima
extremadamente árido de la costa pacífica, ha resultado en el hecho de que ya
no es transferible a ambientes más húmedos. Por otro lado, ambas formas de
E. novogranatense difieren significativamente de la E. coca en su estructura
química. Aquellas contienen a veces menos cantidad de cocaína, pero esto se
equilibra con un menor rendimiento de los otros alcaloides asociados y,
particularmente, con la presencia de grandes cantidades de metil-salicilato, el cual
sería responsable de su excelente sabor y de su fama de ofrecer una
mascada "más dulce" que la de las hojas de E. coca.83

La coca en los Andes Centrales

Esta revisión del genero botánico Erythroxylum permite colocar bajo una
mejor perspectiva algunos de los detalles más estrictamente arqueológicos.
Hay poca certeza en los datos sobre la fecha de aparición de la coca como
planta de cultivo; las evidencias disponibles sugieren que esta planta, como un
gran número de otros cultivos, era explotada mucho antes del surgimiento
de cualquier indicio de su presencia, tales como representaciones de
mascadores de coca en la alfarería y hallazgos de la parafernalia. que la
acompaña, como bolsas de coca o calabazos para cal, los cuales son muy
comunes en el contexto de las civilizaciones posteriores del Perú. En efecto,
parece probable que la coca se usaba muchos años antes del advenimiento de
una agricultura avanzada en los Andes. Paralelos etnográficos indican que
las bandas de cazadores-recolectores tienen un conocimiento notablemente
detallado de la flora que los rodea, especialmente en lo relativo a las plantas
medicinales, y no puede caber duda de que la coca fue descubierta
originalmente en este preciso contexto social: en medio de los pequeños
grupos de indígenas nómadas que ocupaban los Andes en el período
inmediatamente postglacial.
Siglos de experimentación con las hojas, tanto mascadas como en forma
de infusión, habrían llevado a la postre al conocimiento de un reactivo alcalino

83
Véase Plowman(1979). La distinción entre las hojas "amargas" de Huánuco (E. coca) Y las hojas
"dulces" de Trujillo (E, novogranatense var. Truxillense) fue enfatizada repetidamente por Mortimer (1901)
y su informante Henry Rusby. Véase también Rostworowski (1973).
para potenciar los alcaloides secretados al mascar el bocado de coca.
Inicialmente esto pudo haber ocurrido en forma completamente accidental,
como por ejemplo, al agregarse cenizas a las hojas fortuitamente, mientras
éstas se secaban sobre el fogón doméstico. De todos modos, la subsiguiente
importancia de la coca —especialmente en la agricultura incipiente de
muchos grupos precerámicos— puede demostrarse de forma certera por el
registro arqueológico de la costa peruana, una zona donde las condiciones
ambientales han permitido que una gran cantidad de materia vegetal
permanezca intacta en los entierros locales. Las más tempranas hojas de coca
y recipientes de cal identificables se descubrieron en el sitio de Huaca Prieta,
en la costa norte peruana, en las camadas correspondientes al cuarto período
precerámico, que se ubica entre los años 2500 y 1800 antes de nuestra era.
La lenta difusión de la coca hacia el sur (y de su respectivo complejo agrícola)
parece apoyarse en una fecha de carbono de unos 1,300 años antes de Cristo
en Asia, la más meridional de las primeras aldeas excavadas en la costa
peruana.84
Es muy posible que esta gradual difusión tuvo sus orígenes bastante más allá
de los confines de lo que hoy es el Perú. Debe destacarse, aunque el nivel
precerámico en Huaca Prieta no produjo alfarería, que los dibujos grabados
en ciertos calabazos muestran grandes similitudes con la decoración de la
cerámica de la fase de Valdivia, en la costa ecuatoriana. Por mucho tiempo se
pensó que Valdivia, a pesar de su cerámica, era exclusivamente una cultura de
pescadores, y todos los sitios originales eran basureros al lado de la playa
con despojos de mar. En años recientes, no obstante, se han descubierto
lugares en el interior con pruebas definitivas de agricultura y se excavó una

84
Véase Bushnell (1956, p. 38) y Lanning (1967, p. 77).
estatuilla que muestra la cabeza de un hombre con la característica protu-
berancia de la mejilla, causada al mascar hojas de coca.85
Este descubrimiento hace retroceder la fecha del origen del uso humano
de la coca hasta por lo menos 3000 años antes de Cristo, y sugiere que pudo
haber sido llevada desde el Ecuador a la costa peruana junto con otros
productos tropicales como la mandioca y el maní. Indudablemente, tal
posibilidad contradice las evidencias botánicas, que apoyan la idea de una
difusión original de la E. coca a partir de la selva alta peruana, con su
progresiva adaptación de las condiciones áridas de la cuenca superior del
Marañón y de los valles de la costa del Pacífico.86 Este, sin embargo, no es el
único ejemplo de una situación en la que los datos de la botánica y la
arqueología están en conflicto; con respecto a otros cultivos tropicales de la
costa peruana se ha dado una discrepancia similar. También debía subrayarse
que el consenso de la opinión arqueológica ha tendido recientemente a quitarle
énfasis a la posibilidad de contactos culturales a través de la cordillera
principal de los Andes, tanto en el período precerámico como en las
tempranas culturas formativas que comprenden el período entre los años
1800 y 900 antes de Cristo. Esto parece poner en cuestión cualquier
confianza excesiva en una teoría difusionista. transandina para explicar la
historia primitiva de la coca.87
Desde luego es perfectamente factible que la cultura Valdivia haya
podido recibir coca de las vertientes orientales de los Andes y, si se
demostrase que tal es el caso, los postulados del argumento botánico

85
Fig. 66 "Cabeza de un hombre mascando coca", en Lathrap (1975, p.48).

86 Véase Plowman (1979).


87
Lanning (1967, p. 89).
permanecerían intactos.88 No obstante, vale la pena avanzar un paso más
nuestra hipótesis antidifusionista y sugerir que la cultura Valdivia pudo en
realidad haber domesticado su propia especie de coca, una que crecía ya en
estado silvestre en los húmedos bosques de la Costa Pacífica de los Andes
ecuatorianos. Este progenitor silvestre —una E. novogranatense prototípica—
pudo haber seguido rutas de influencia bien definidas por la arqueología,
irradiando desde Valdivia hacia el Sur, a lo largo de la costa peruana, para
producir la variedad Truxillense; y, hacia el norte, hasta los Andes
colombianos, donde habría dado origen a la forma "típica" de E.
novogranatense. Debe anotarse en este contexto que se ha realizado poco
trabajo sobre la botánica de la Erythroxylum en el Ecuador, un país en el que
hoy el uso de la coca ha desaparecido casi totalmente.
Existe otra dificultad en colocar el surgimiento de la E. novogranatense, a
partir de una difusión original de la E. coca, y es que no parece haber existido
ningún grupo de agricultores en la selva alta en época suficientemente
temprana como para que hubiera servido de "donante" del arbusto de la coca
a la costa. Ni la ceja de montaña ni las zonas adyacentes de la selva baja
pueden mostrar cualquier signo de agricultura sedentaria previa a 1800 años
antes de Cristo lo cual es sustancialmente posterior a las evidencias de coca
en la Costa Pacífica. Asimismo, valdría la pena considerar los datos tal como
están, puesto que las condiciones húmedas de la selva hacen
extremadamente improbable que alguna vez aparezcan en esta zona pruebas
directas del hábito de la coca, tales como calabazos para cal u hojas de coca.
La fase temprana de la alfarería Tutishcainyo en la cuenca del Ucayali,
cerca de la ciudad actual de Pucallpa, podría fácilmente representar uno de los

88
Lathrap (1975, p. 48) defiende la idea de que la coca llegó a Valdivia proveniente de las vertientes orientales de
los Andes.
primeros grupos en llevar coca a las tierras bajas del Amazonas. Esta
posibilidad ciertamente es reforzada por las similitudes de la alfarería con la
más temprana etapa cerámica de Kotosh, un asentamiento localizado a 1950
metros del valle de HUallaga y que bordea el limite altitudinal de la especie E.
coca. Dada la localización estratégica de Cotos-cerca de la moderna
población de Huanuco y en la vecindad de una región de montaña justamente
famosa por la calidad de su coca- no seria en realidad sorprendente que sus
habitantes hubieran aprendido las cualidades de esta planta e iniciado su
cultivo. Y, teniendo en cuenta la naturaleza en extremo laboriosa de la recogida
de la coca, ¿no podría esta fatigante actividad agrícola ofrecer una posible
explicación del enigmático par de manos cruzadas que fue modelado en
argamasa y empotrado en la pared del primer templo construido en Kotosh?

La coca en los Andes Septentrionales

Aunque la arqueología de los Andes Centrales suministra considerable


comprensión de la prehistoria del hábito de la coca en esa zona, la situación en
el norte de los Andes —y particularmente en la región del Cauca— está mucho
menos definida. La proliferación de variedades de coca marginalmente
diferentes, ha llevado a una gran confusión en la literatura, incluyendo la
clasificación equivocada de la coca cultivada en Colombia como E. coca o
bien como E. hondense. Parece claro que, exceptuando las zonas amazónicas
de las cuencas del bajo Putumayo y del Vaupés, toda la coca cultivada
históricamente en Colombia tiene que pertenecer a la especie E.
novogranatense. Este hecho ya había sido reconocido en la década de 1540
por el agudo cronista, Pedro Cieza de León, quien hizo una referencia muy
específica y nada ambigua a la "coca menuda" usada cerca de Cali y Popayán
por esa época.89
De igual manera, la cuestión de los orígenes exactos de la coca
colombiana permanecen casi por completo en el terreno de la conjetura, en
cuanto que la prueba directa del uso de esta planta sólo aparece
relativamente tarde en el historial Arqueológico. Siguiendo una línea
antidifusionista, nos gustaría sugerir una domesticación independiente del
arbusto de coca en Colombia; pero, aún no se conoce de poblaciones
verdaderamente silvestres de E. novogranatense, a pesar de la ocurrencia
ocasional de plantas de coca "escapadas" en lugares cercanos a los centros
tradicionales de cultivo. Por ello parece difícil evitar la trillada verdad de que la
coca se expandió a Colombia a partir de las sociedades más avanzadas del
Perú y el Ecuador. El problema, en este caso, es de rezago en el tiempo y de
dirección y, puesto que la coca se cultivaba en Valdivia desde el año 3000
antes de Cristo, parece extraño que haya tardado tanto, como dos milenios y
medio, en surgir en la región del Cauca, a no más de 800 kilómetros de
distancia. La respuesta a este problema tiene que estar en el hecho de que las
tierras altas del sur de Colombia fueron pobladas con muy poca densidad
en aquella época, los pocos habitantes existentes evidentemente no incluían la
alfarería ni la agricultura sedentaria entre sus habilidades. Estas gentes no
dejaron rastro alguno, excepto una que otra punta de lanza, armas que
sugieren la persistencia de una forma de vida nómada, de cazadores. Aunque
podemos imaginarlos mascando alguna especie silvestre de Erythroxylum a
medida que se desplazaban por las montañas, la evidencia es poco
convincente: tenemos que esperar a las primeras comunidades agrícolas

89
Cieza de Leon (1962. P. 249)
verdaderamente sedentarias a fin de demostrar la real posibilidad de una
práctica extendida de mascar coca.
Es muy sorprendente que no haya sido a lo largo de la cordillera
principal de los Andes por donde parecen haber entrado a la región del
Cauca los primeros pueblos formativos, sino más bien por las zonas bajas del
oriente y el occidente. Aún en aquellos pocos casos bien establecidos, la
naturaleza frágil de los vínculos entre culturas cerámicas tempranas del Cauca
y los grupos supuestamente emparentados de fuera de la zona, tienden a
confirmar la impresión de que la ocupación tiene que haber ocurrido en un
proceso lento, de valle a valle, y no como una secuencia identificable de
migraciones importantes. En la Costa Pacífica de Colombia, la cultura
Tumaco indica vínculos marítimos con el Ecuador e incluso con Panamá y la
costa occidental de México. Este asentamiento parece haber estimulado una
expansión gradual hacia el interior, a través de culturas como la Calima I, en la
Cordillera Occidental cerca de Cali. Durante aproximadamente el mismo
período —700 a 200 años antes de Cristo— un grupo notable por sus grandes
tumbas pintadas se estableció también en Tierradentro, en la vertiente oriental
de la Cordillera Central. La vivida decoración geométrica dentro de dichas
tumbas ofrece paralelos cercanos con el tipo de diseño ejecutado por los
indígenas del Amazonas, bajo la influencia del alucinógeno yajé
(Banisteriopsis spp.) y, aunque la arqueología de las zonas bajas adyacentes
—la cuenca de los ríos Caquetá y Putumayo— es virtualmente desconocida,
aún es factible que la cuenca alta del Magdalena hubiera podido recibir la coca
por la vía del Amazonas.90

90
Para Ibmaco y Calima I, véase Reichel - Dolmatoff (1966).
Ni Tierradentro ni Calima I pueden, sin embargo, mostrar cualquier evidencia
directa del uso de coca; en esta temprana época. Un poco más tarde empezó
la ocupación que ha dejado los sitios arqueológicos centrados alrededor de
San Agustín, inicialmente ocupados en los últimos siglos antes de Cristo. La
más antigua cerámica de San Agustín —la del período Horqueta, con su
característica decoración "rectilínea incisa"— apuntaría a vínculos importantes
dirigidos hacia el sur, a lo largo de la cordillera principal de los Andes. Ya que,
a su vez, se ha encontrado alfarería muy parecida a la de la temprana cultura
Valdivia en las tierras altas del norte del Ecuador, es posible que esta
influencia pueda haber resultado en la introducción de la hipotética E.
novogranatense de la costa ecuatoriana.
Ciertamente los dos milenios y medio que transcurrieron entre la cultura
Valdivia y las primeras manifestaciones en San Agustín, pudieron permitir que
un proceso de difusión tan lento hubiera seguido su curso. Más aún: la
continuidad geográfica del hábito de la coca a lo largo de esta ruta, se
encuentra el, marcado contraste con su virtual ausencia en la Costa Pacífica
de Colombia, con su distribución desigual en las zonas vecinas de la cuenca
del Amazonas. La coca continuó siendo durante largo tiempo un cultivo de
primera importancia en todas las regiones inmediatamente al sur del Cauca,
como se puede demostrar por los hallazgos de estatuillas sentadas y
polícromas en las tumbas de Nariño, que a menudo muestran una pronunciada
turgencia de la mejilla.91 En el Ecuador existe amplia evidencia de la continuada
importancia de la coca hasta la conquista de los españoles, más notoriamente
en las estatuillas de la fase Bahía (500 a. de C. - 500 d. de C.), en la costa
Manabí.92 En todo caso, es indiscutible que la coca constituyó rápidamente un

91
Reichel - Dolmatoff (1972, p. 139).
92
Warwick Bray (carta personal, Julio de 1976). Véase también Willey (1971, p. 299, fig. 5-46).
elemento de primer orden en la adaptación indígena a la vida en el Cauca. De
ello aparece evidencia directa en una serie de contextos, ninguno de los
cuales se puede precisar en una fecha anterior a los 50 años de nuestra era.
Este es el umbral normalmente aceptado para el comienzo del clímax cultural
megalítico de San Agustín, cuyo sello característico son las impresionantes
estatuas de piedra, muchas de las cuales muestran mejillas protuberantes, en
tanto que otras representan figuras que portan pequeñas bolsas terciadas al
pecho.93 Aunque éstos detalles de por sí no constituyen prueba innegable del
uso de la coca, la probabilidad de que esta interpretación sea correcta se
refuerza por la existencia de otra estatua semidestruida en el sitio de El
Tablón, perteneciente a una manifestación epigonal del estilo de San Agustín
y localizada en el valle de San Andrés de Pisimbalá, muy cerca de las tumbas
pintadas de la cultura de Tierradentro. A pesar de que la cabeza y los
miembros del monolito han sido destruidos completamente, aún es posible
discernir sin ninguna dificultad las representaciones de la bolsa de coca y el
calabazo para la cal, colgados a ambos lados de la figura, más o menos a la
altura de la cadera, tal como se usan hoy.
El grabado de la bolsa de coca es de tamaño y forma tan parecidos a
las versiones contemporáneas empleadas por los indios nasa, que uno se ve
llevado a sospechar algo más que una simple coincidencia. El diseño
geométrico de la bolsa de coca actual es una copia fiel de su original en la
estatua y, tal vez menos sorprendente, incluso la representación del calabazo
de cal posee las dimensiones exactas del que se usa hoy. Además de la
evidencia de la estatua, varios entierros con fecha no determinada, en la
región de Tierradentro y cerca del propio Popayán, contienen ocasionalmente

93
Ver Reichel - Dolmatoff (1972). Uscátegui (1954) resume varios argumentos
sobre si las protuberancias en las mejillas son o no indicativas del hábito de
jarros de barro con cal, y el monseñor en Belalcázar tiene los restos de un
calabazo de cal grabado en su colección de antigüedades locales. Asimismo,
está sin precisar en el tiempo la cultura arqueológica de los Quimbayas,
encontrada en la mitad de la cuenca del Cauca, cerca de la actual ciudad de
Pereira, y muy famosa por la excelente calidad de su orfebrería. Los
descubrimientos quimbaya incluyen gran cantidad de recipientes de oro para
la cal (los llamados popóros), con sus respectivas espátulas, lo mismo que
estatuillas de oro representadas con esos mismos elementos en la mano. En
el Museo de Oro de Bogotá pueden apreciarse varias de estas piezas, la más
notable de las cuales es un popóro de oro de 23.4 cms. de altura y de un peso
de más de un kilo en oro, que fue descubierto con la cal original todavía
intacta. El Museo Británico posee también por lo menos una estatuilla muy fina
de oro del estilo quimbaya; la pieza es vacía y tiene una estrecha abertura en
la parte posterior de la cabeza, una indicación certera de que era empleada
para llevar la cal.
Avanzando hacia la Cordillera Oriental de Colombia los cronistas
Castellanos, Piedrahita y Simón hablan todos del difundido uso de la coca
entre los Muiscas de la meseta que rodea Bogotá y Tunja. Mencionan la
aplicación especial de la misma durante toda la noche de ayuno y meditación
de los sacerdotes muiscas, así como el hecho de ser enterrada con los
bienes funerarios de los muertos e incinerada como ofrenda a los dioses.
Piedrahita afirma que, en los comienzos del siglo XVII, el uso de la coca
seguía siendo muy preponderante en la región de Bogotá, siendo producida en
las vecindades de Soatá y Duitama. Parece que el hábito de mascar coca
sobrevivió en esta zona por lo menos hasta bien entrado del siglo XVIII, y es

mascar coca
posible que se encuentren pequeños núcleos aislados que mantienen el
hábito hasta nuestros días.94

Coca y tabaco en el norte de Colombia

A pesar de que con frecuencia son engañosas las generalizaciones ingenuas


sobre la cultura de agrupaciones lingüísticas grandes y ampliamente
dispersas, existe un argumento razonable para atribuir el uso de la coca a
casi todos los representantes conocidos del conjunto de idiomas macro-
chibcha. Desde los Colorados y Cayapas del noroccidente del Ecuador hasta
los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta, se da una clara relación entre el
hábito de la coca y la distribución de los diversos dialectos chibchas. En
efecto, si la coca fue la planta predilecta de las zonas de tierras altas,
difícilmente fue un elemento desconocido en las tierras bajas del norte de
Colombia, siendo muy difundido entre los Taironas de Santa Marta y en el
opulento reino de orfebres del Sinú, al sur de Cartagena.95
Al mismo tiempo, los habitantes de las tierras bajas compartían una
elevada estimación por otra planta medicinal, que parece haber sido
domesticada originalmente más hacia el oriente, en las cuencas del Orinoco y
del Amazonas. Esta droga era el tabaco (Nicotiana spp.) y su asociación con
la cultura de las selvas tropicales ha llevado a ciertos autores a atribuir su
difusión a una hipotética expansión hacia el occidente e de los pueblos que
hablaban lenguas de los conjuntos arawak y karib.96 La superposición de los
hábitos de la coca y del tabaco en el norte de Colombia es de singular

94
Ver Piedrahita (1881. p. 14) y Patiño (1967, p. 206).
95
Patiño (1967, p. 201) para el Sinú. Reichel-Dolmatoff (1953) describe las ollas para tostar coca de los
taironas como casi identicas a aquellas usadas hoy en dia en la Sierra Nevada.
96
Patiño (1967, p. 293) sobre el tabaco. Rivet (1943) -realizó una síntesis de las teorías sobre la difusión Karib
importancia, porque la experiencia personal demuestra que una combinación
de los dos permite al usuario complementar la acción de un estimulante, la
coca, con la de un tranquilizante de los nervios, el tabaco. Más aún: la
adopción mutua de sus respectivas plantas puede indicar alguna interacción
entre los habitantes de las zonas de tierras altas y de tierras bajas, y una
posible mezcla de las agrupaciones indígenas chibcha, arawak y karib.
Hay considerable evidencia de que semejante mezcla de culturas ocurrió
con frecuencia y, aunque la mayoría de los indígenas de las tierras bajas del
norte colombiano hace mucho que desaparecieron, aún tiene lugar un
proceso muy similar entre las múltiples tribus de la cuenca del Amazonas.97
Aunque en las vecindades de Popayán, como efectivamente a través de la
mayor parte de las tierras altas de los Andes, el tabaco parece haber sido
usado sólo en el contexto de rituales chamánicos y ceremonias de curación,
se empleó también con propósitos más seculares entre los pueblos aledaños
del norte, tales como los Quimbayas encontrados al tiempo de la Conquista
española en el valle medio del Cauca. La coca y el tabaco a menudo se
disfrutaban juntos —por lo menos en la región que circunda a Cali—como
también lo sugiere el relato de Cieza en el siglo XVI, que menciona dos
aditivos bien diferentes para la coca. Uno era la común "tierra que es a
manera de cal", pero el otro era "cierta mixtura que ellos hacen...", que era
guardada en "pequeños calabazos ..." y que "…puesta en la boca, la traen por
ella..." junto con la coca.98
Es probable que esta mezcla implicaba una preparación de tabaco,
interpretación ésta que se apoya firmemente por un caso paralelo que
sobrevive hasta hoy entre los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta,

que entonces eran populares en Colombia


97
Uscátegui (1961).
98
Cieza de León (1962. p. 249).
consistente en el uso de un extracto de tabaco conocido como ambira y que
es un aditivo para las hojas de coca.99 Dicho jarabe se obtiene de la cocción en
agua de hojas verdes de tabaco, a lo cual se agregan varias harinas (Manihot
o Maranta spp.) para darle consistencia a la mezcla. El extracto se guarda
en un pequeño calabazo conocido como noai, nombre que también se da a un
preparado alternativo de resina de tabaco, el cual se elabora en forma de una
torta sólida.
El nombre noai es particularmente significativo a la luz de una mención,
a comienzo del siglo XVII, de una sustancia llamada anua, que se usaba como
impulsados supuestamente tóxico de la coca en la Cordillera Oriental, al norte
de Bogotá.100 La comparación con el uso contemporáneo de los Kogi
implicaría que se trataba casi con certeza de un extracto de tabaco. Podrían
considerarse, por tanto, no sólo la cuenca media del Cauca sino también la
mayor parte del nororiente y oriente de Colombia, como regiones
particularmente ricas en la mezcla de culturas del tabaco y de la coca. Casos
adicionales en apoyo de esta opinión incluirían el de los grupos Tukano del
Vaupés, el de los Huitoto del Bajo Putumayo, el de los Tunebo, con idioma
del conjunto chibcha, en la Sierra Nevada del Cocuy, y el de los Motilones, de
idioma karib, en la Sierra de Perijá en la frontera colombovenezolana, aunque
el principal psicoestimulante de este último grupo es ahora el tabaco, es
sabido que emplearon la coca en el pasado, lo cual parece que se debió al
contacto comercial con las tribus de idioma chibcha de la vecina Sierra
Nevada de Santa Marta.101
Sería apropiado concluir esta sección con una consideración de los que
parecen ser los principales elementos en la adopción del hábito de la coca

99
Uscátegui (1961, p. 218)
100
Piedrahita (1881, p. 14)
por los indígenas de Suramérica. En los tiempos de la Conquista española, el
uso de la coca se había extendido hasta puntos tan lejanos como Caracas,
Cumaná e inclusive tal vez Trinidad, y en el norte había penetrado hasta
Panamá y Nicaragua. Hacia el sur, los incas lo habían llevado a Tucumán en
la Argentina y, recientemente, los trabajadores bolivianos lo han introducido,
cruzando el Chaco, al Paraguay. En el siglo XIX su uso se estableció bien
adentro del Amazonas central, cerca de Manaos, y es presumible que podría
haberse difundido eventualmente todavía más, hasta México, por una parte, y
atravesando las tierras altas, hasta el oriente del Brasil, por la otra.
Sólo el efectivo genocidio de la población aborigen, y la incorporación de los
grupos remanentes, puede explicar convincentemente la decadencia del hábito
de la coca en muchas zonas donde otrora existió. Este sería el caso de la
Costa Pacífica peruana y ecuatoriana, del litoral del Caribe colombiano y
venezolano, de la mayoría de las tierras altas de estos dos países y, en años
más recientes de las tierras bajas ,del Amazonas, Además, es posible anotar la
aparición de ciertos factores políticos y económicos en este siglo, tales como
la equivocada prohibición de la coca con fundamento en la "salud", y la
competencia por las hojas de coca creada por la industria de la cocaína,
fuerzas que juntas han redundado en una posterior decadencia del número y
de la prominencia de los coqueros, aún en regiones predominantemente
indígenas como el sur de Colombia y las tierras altas del Ecuador y del norte
del Perú. Es necesario, no obstante, subrayar el hecho de, que ninguna de
estas presiones ha resultado de un repudio de la droga por parte de la
población autóctona. Por el contrario, sería justo presumir que la costumbre
de mascar coca habría sobrevivido, e inclusive florecido y ampliado, de no
ser por el hecho de la colonización europea.

101
Uscátegui (1961. p. 218)
La coca: ¿un monopolio inca?

Los relatos tradicionales de la historia de la coca usualmente buscan recalcar


que la producción, distribución y consumo de la hoja en el Perú prehispánico
fue siempre un monopolio firmemente sostenido en manos de una celosa
élite inca, y asumen que los ciudadanos inferiores del imperio
necesariamente estaban excluidos del disfrute de este raro y aristocrático
privilegio.102 A pesar de su obvio atractivo para los críticos del hábito de la
coca, la credibilidad de esta idea esta mas que socavada por la abundante
evidencia de la costumbre de mascar coca en los contextos arqueológicos
preincaicos, y más significativamente, por la difundida supervivencia de
tendencias mucho menos monopolísticas en la organización del comercio
mismo de la coca, tanto en el período inca como a lo largo de la Colonia
española. Y mientras el Estado inca ciertamente pudo controlar el movimiento
de las hojas de coca en el Cuzco —abastecido básicamente por los distritos
cercanos del río Urubamba— es poco probable que semejantes prácticas
restrictivas hayan podido afectar en igual medida a los diversos y a veces
indómitos pueblos que formaban parte de su vasto y dilatado imperio.
En apoyo de este argumento debe anotarse que muchas de las pautas
difusas y no centralizadas del comercio pre-inca han sido reveladas por
estudios realizados entre dos grupos étnicos, pueblos que verdaderamente
lograron mantener cierto grado de independencia económica en los Andes
centrales. Se trata de los indios Chupaychu de la zona de Huánuco —
tradicional centro de producción de coca— y los Lupaca, un grupo con idioma

102
Ver, por ejemplo. Brundage (1963, p. 224), Hemming (1972, p. 367), Ashley (1975, p. 7), Andrews y
Solomon (1975, p. 7).
aymara, ubicado en las vecindades del Lago Titicaca. Ambos fueron objeto
de extensos informes administrativos o visitas escritos en la década de 1560
por sugerencia de la Corona española.103 El cuidadoso examen de estos
textos ha puesto de relieve muchos aspectos importantes del sistema
económico nativo. A tiempo que es cierto que ambos grupos habían
progresado más allá de la etapa de la reciprocidad directa cara a cara, que
caracteriza a las comunidades pequeñas y esencialmente igualitarias,
también es evidente que ninguno de los dos había adquirido el tipo de
estructuras económicas centralizadas que acompañan en general el
surgimiento de los estados o los grandes imperios territoriales.
En vista de su éxito en la resistencia a las duras realidades económicas
de las conquistas inca y española, quizás no sea sorprendente que los
Chupaychu —un grupo relativamente pequeño de 10,000 personas— y los
Lupaca —con una población mucho más grande de 150,000 individuos—,
hayan compartido múltiples características comparables en su explotación de
una gama de ambientes esencialmente similares. Como carecían tanto de la
economía centralizada como de la sociedad verdaderamente clasista de los
incas, la mayoría de los indígenas de las tierras altas de los Andes centrales
parecen haberse caracterizado por estructuras de jefatura semijerárquicas,
organizadas alrededor del culto colectivo de divinidades tribales (huacas), y
subdivididas por medio de una entretejida red de alianzas de clanes.. La
autoridad central en sí misma habría existido en función de necesidades bien
definidas, tales como la defensa militar y los actos rituales propiciatorios a los
dioses, y habría servido menos para acrecentar la riqueza y el status de
cualquier élite hereditaria que para actuar como un embudo económico,

103
La discusión de estas Visitas y del modelo de comercio infra-étnico se toma de Murra (1967) y especialmente
(1972).
redistribuyendo el producto de regiones caracterizadas por un considerable
grado de diversidad ecológica. Los cereales y alimentos básicos cultivados
en las hoyas de altura media —los principales centros de población— habrían
llegado de esta manera a ser complementados por una amplia variedad de
recursos exóticos provenientes de pequeñas colonias algo distantes,
localizadas bien en alturas muy elevadas, que proveían la lana de llama y la
sal, o en los valles subtropicales más bajos. Sería difícil sobrestimar la
importancia de las hojas de coca como fuerza motriz de la ocupación de las
altitudes inferiores. Aunque la ceja de montaña o los yungas también
producían otros artículos apetecibles —algodón, oro, especies y el colorido
plumaje de las aves selváticas— tiene que haber sido, la necesidad de
asegurar un abastecimiento estable de la coca, lo que condujo a la mayoría
de los grupos étnicos a establecer por lo menos a unos cuantos de sus
miembros en esa zona húmeda e insalubre.
Con el surgimiento y consolidación de estas colonias periféricas, todo el
comercio pudo haber sido organizado dentro de jefaturas individuales; habría
existido poca necesidad de Mercados o relaciones comerciales regulares con
otros pueblos indígenas. Además, tales colonias habrían vuelto innecesario el
control sobre cualquier extensión de territorio continuo por fuera del núcleo
principal, de modo que la unidad tribal no se habría sentido compelida a
defender fronteras distantes e inmanejables. En su lugar, podían concentrar
sus esfuerzos en las fuentes de aquellos productos más necesarios, creando
asentamientos discontinuos o "islas" que, debido a su misma vulnerabilidad,
normalmente implicaban cierta cooperación o intercambio de recursos con las
"islas" vecinas de grupos étnicos rivales. Al mismo tiempo, los colonos de
estas "islas" sólo habrían sido semipermanentes en sus funciones y, como
conservaban el derecho a una vivienda y tierra en el núcleo principal de
poblamiento, es evidente que mantenían vínculos estrechos de solidaridad
con el grupo matriz. En esta forma, cada unidad étnica de los Andes centrales
pudo controlar un acceso independiente a los diversos artículos producidos
en toda la zona, y mantener una hegemonía vertical sobre una amplia gama
de eco-nichos.
Es posible que la situación en la Costa Pacífica del Perú, al menos
inicialmente, haya sido bastante similar a la de las tierras altas pero, a largo
plazo, las poblaciones costeras más numerosas tienen que haber generado
una presión mucho más grande sobre los recursos disponibles que la que se
evidencia en la sierra. Un caso judicial de 1559, referente a la propiedad de
las plantaciones de coca de Quivi, en el valle del alto Chillón, describe una
contienda entre por lo menos cuatro grupos étnicos, cada uno con
pretensiones sobre las plantas en cuestión. La competencia en tales
aspectos era cosa seria, debido a que las partes más altas de los valles
costeros eran importantes no solo por la coca, sino también por el control del
agua que alimentaba el sistema de irrigación104. En efecto, la gran
importancia del suministro de agua para muchas civilizaciones emergentes
condujo en algunos casos —de la manera más obvia en la costa norte del
Perú, —al abandono de una pauta anterior de asentamientos discontinuos
étnicos, y produjo en su lugar la constitución del estado territorial con límites
claramente definidos y con un control centralizado y burocrático de la
irrigación.
Al principio este desarrollo puede no haber alterado radicalmente los
patrones andinos de redistribución económica y no implicó necesariamente el
advenimiento del comercio y de las relaciones económicas en cuanto tales.
Pero a la postre, la sustitución de las normas previas de intercambio dentro de
entidades tribales por un sistema estatal multiétnico iba a tener efectos muy
notables en la estructura de la economía andina. El excedente producido por el
Estado tendería a acumularse, perdiendo su anterior función redistributiva, y
siendo empleado para acrecentar el status especial de la aristocracia y la
clerecía urbanas. Se pueden adscribir varios desarrollos concomitantes a esta
tendencia centralizadora, entre ellos la especialización de los oficios, el énfasis
dado a la construcción de impresionantes edificaciones ceremoniales, y la
búsqueda de un comercio de largo alcance en determinados artículos de lujo,
factor que a su turno vendría a implicar la aparición de una clase mercantil
dentro de la élite gobernante.
Vale la pena destacar, sin embargo, que a pesar de que tales sistemas
tienen una pronunciada continuidad en la costa del Perú, en las regiones
serranas hay poco rastro de una real persistencia de estructuras de "estado"
antes del surgimiento del imperio inca. En este caso, la relativa novedad de la
forma de organización imperial en las tierras altas puede explicar por qué había
aún tantas pruebas de supervivencia de sistemas económicos más antiguos
en la zona en la época de la Conquista española. Por razones de
conveniencia política, la administración inca simplemente no pudo darse el
lujo de enemistarse con los pueblos sometidos, ni proceder a la destrucción
en gran escala de sus economías nativas. Podía, y lo hizo, extraer tributos de
las agencias redistributivas centrales de cada nación, hazaña lograda
normalmente por medio de la imposición de las deidades incas,especialmente
el huaca de Inti, el Sol, en una posición dominante en los santuarios de los
dioses locales. Por lo tanto, la política inicial parece haber sido meramente la
de aprovechar un porcentaje de los bienes producidos por cada territorio
recién conquistado, dejando casi intacto el sistema de producción nativo.

104
Véase Rostworowski (1973).
Dentro de este esquema, cualquier idea de un "monopolio" inca de la totalidad
de cosecha andina de coca es patentemente absurda, porque los incas
mantenían poco control sobre las hojas de coca que quedaban para el
consumo local, después de haberse pagado el tributo.
Al mismo tiempo, queda claro que la ciudad de Cuzco y sus alrededores
—la patria inca— jamás habrían podido depender enteramente del tributo de
súbditos de dudosa lealtad. Se sintió la necesidad de asegurar un suministro
independiente de hojas, empleando una red completamente controlada por el
estado, la cual pudo haber dado origen en sí misma a la idea de un
"monopolio" inca. Mediante el asentamiento de grupos de labradores en la
ceja de la montaña los incas pudieron proveerse de toda la coca que
necesitaban para las funciones estatales, como la que se empleaba para
regalos diplomáticos y la que consumían el ejército, la nobleza, los templos
religiosos y los chasquis (mensajeros). El único grupo que sufrió con tal
disposición de cosas parece haber sido el de los ciudadanos más humildes
de Cuzco, puesto que habrían perdido cualquier acceso directo al medio
Urubamba, su fuente tradicional de coca, y se habrían tornado dependientes del
sistema burocrático estatal para proveerse de la hoja. En tiempos de
escasez, sólo se podía confiar en este sistema para atender los suministros
más urgentes y necesarios del estado y de élite inca, de tal forma que el
hombre común Podía haberse visto en la incapacidad de conseguir cualquier
cantidad de hoja, privación que se sentiría en términos de discriminación de
clase, de una "prohibición" de la coca para las masas laboriosas.
De todos modos el aspecto más significativo del sistema inca tiene
que haber sido el de su apropiación del proceso mismo de la producción,
puesto que no habría sido suficiente ínterceptar una pauta ya establecida de
comercio, como se demostró en pueblos recientemente conquistados
como los Lupaca y los Chupaychu. Existe un extenso informe que describe una
de tales plantaciones de coca controladas por el estado inca, escrito en los
años 1560, y que trata de los yungas de Songo, Chacapa y Challana, en una
región de lo que hoy es Bolivia. Los indios con idioma aymará que formaban
la masa principal de población de estos valles, parecen haber perdido todo
sentimiento de pertenencia hacia los grupos emparentados con ellos en las
tierras altas, viviendo permanentemente en los yungas y acostumbrados a
producir su coca exclusivamente para el inca.105 A primera vista podría
argumentarse que este tipo de colonia periférica constituye nada más que una
simple extensión del sistema redistributivo tradicional en los Andes; pero los
colonos de Songo ya no conservaban el derecho a vivienda y tierra en las
zonas altas de donde eran originarios y, aún más, trabajaban en tierras de
propiedad estatal en calidad de mano de obra organizada por el estado. Con
los medios de producción —en este caso los arbustos de coca—, firmemente
en manos de una clase terrateniente ausentista, no sería falso decir que el
sistema inca reemplazó un mecanismo redistributivo simple con una forma de
capitalismo de estado, dando con ello nacimiento al primer proletariado rural
de Suramérica.
Este proceso se hace todavía más patente si se considera la evidencia
de imperialismo inca en la costa central del Perú. Esta zona siempre fue tratada
como territorio de conquista por los invasores de las tierras altas. Varias
plantaciones de coca del curso alto del Chillón fueron en verdad completamente
anexadas y su producción dedicada a Inti, el dios inca del Sol. Al no poder
confiar en la población local para la recolección de la cosecha, los
administradores incas llevaron a la zona su propia fuerza de trabajo, los

105
Véase Murra (1972, p. 458). Para una interpretación muy diferente de la misma, fuente, ver Golte (1970).
mitimaes.106 Esta acción –despojo por la fuerza, seguido de recolonización—
constituyó quizás la forma más drástica de reorganización sufrida los
productores de coca en el período inca; junto con los otros dos sistemas
empleados por los incas —la exacción de tributos entre los pueblos
sometidos a su control y el establecimiento de nuevas plantaciones
enteramente controladas por el estado inca, como en Songo—, puede decirse
que formaba parte de un triple asalto contra la reciprocidad y la
autosuficiencia que caracterizaba la economía original de la hoja de coca.
Fue tal vez este marcado contraste, entre la organización centralizada y
las pautas anteriores de reciprocidad y redistribución, la que dio lugar a la idea
de que los incas habían "monopolizado" de alguna manera el comercio de la
coca en el Perú prehispánico. Dado que gran parte de la cosecha peruana de
coca parece haber permanecido fuera del control efectivo de los incas, se
podría argüir que el monopolio de la coca era un ideal hacia el cual tendían
los autores de la política en Cuzco, pero que todavía no habían podido
implementar de forma eficaz en toda la extensión del imperio. Podría ser
incluso tentador remover el ideal de un monopolio de la coca de su contexto
inca, ya que es un tema muy presente en la historia peruana, y puede haber
sido intentado primero por las estructuras estatales que precedieron al
imperio inca, como los Wari acerca de las cuales carecemos de información
detallada. La persistencia del monopolio de la coca en cuanto ideal sigue
evidente, a través de los períodos colonial y republicano del Perú, hasta la
institución de la agencia gubernamental de nuestros días, la Empresa
Nacional de la Coca, ENACO.

106
Sobre la coca en el Valle del Chillón, ver Rostworowski (1973).
La coca se convierte en gran negocio

Hasta cierto punto, por consiguiente, el temprano énfasis de los españoles en


la existencia previa de un monopolio inca, tiene que haber obedecido a la
necesidad de hallar un precedente para la destrucción en gran escala de la
economía tradicional andina, que comenzó a darse en la última mitad del siglo
XVI. No es un accidente que el principal vocero de la concepción oficial fuese
el Inca Garcilaso de la Vega, hijo de un matrimonio mixto entre un
conquistador español y una princesa menor inca, un perfecto portavoz de la
nueva élite criolla que comenzaba a surgir en el Perú. Después de un período
básicamente anárquico de guerras civiles que siguieron a la conquista de
Pizarro, el ascenso de Felipe II al trono de España en 1556 pronto se reflejó
en una cantidad casi obsesiva de legislación, una verdadera ofensiva
administrativa destinada a fortalecer el control de la Corona sobre las
indisciplinadas colonias del Nuevo Mundo. Esta legislación tendía a
preocuparse primordialmente por los problemas que afectaban los ingresos
de España, vale decir, estaba dirigida principalmente a controlar la
producción de oro y plata y su despacho final al Tesoro Real en Sevilla.
Como las actividades mineras del Perú eran inconcebibles sin
abundantes suministros de coca, bien pronto se comprendió que el comercio
de la hoja se convertiría rápidamente en una fuente de ingreso sólo
secundaria en comparación con los metales preciosos. De acuerdo con esto,
las plantaciones de propiedad de los incas fueron tomadas primero por la
corona y luego distribuidas en encomienda a los ciudadanos principales de la
nueva colonia española. De nuevo citando un precedente inca, se introdujeron
reformas a las leyes tributarias de 1558, de manera que los tributos se podían
pagar directamente en hojas de coca a los representantes del rey. 107 Por este
medio, la Corona simplemente estaba reconociendo una de las funciones más
tradicionales de la coca en los Andes, la de servir de medio de intercambio.
Además, muchos individuos poderosos comenzaron a plantar nuevos
arbustos para atender a la demanda siempre creciente de las zonas mineras.
El informe de 1568 desde los yungas de Songo mostró que en los 33 años
transcurridos desde la conquista, el área dedicada al cultivo de coca había
aumentado sustancialmente. Los herederos del conquistador Alonso de
Alvarado recibieron en 1568 una producción anual de 18,000 libras de coca
de su hacienda de Songo, pero consideraron insuficiente esta cantidad y
exigieron el pago de viejas deudas a sus arrendatarios por la cantidad de
128,000 libras en total.108
Su codicia era tal vez explicable, ya que dicha cantidad valía una bonita
fortuna. Ya desde los años 1540, la coca era considerada el producto agrícola
más importante de los Andes y muchos colonos españoles habían
comenzado a dedicarse con toda energía al negocio que brotaba a su
alrededor .109 En particular, las fabulosas minas de plata de Potosí
representaban un mercado de coca casi insaciable, y un movimiento anual en
hojas de coca de un millón de pesos (equivalente contemporáneo de 450 kilos
de oro) no era anormal, y comparable con los relativamente modestos
400,000 pesos gastados en la misma ciudad en alimentación y vestido .110 Es
más: como resultado del hecho de que la coca alcanzaba el doble del precio
en Potosí en comparación con Cuzco, también se volvió común dedicarse al
comercio de coca de gran envergadura. Utilizando llamas y mulas como

107
Véase Begué (1971).
108
Véase Murra (1972, p. 460).
109
Ver Cieza de León (1962, p. 250).
110
Ver Matienzo (1967, p. 163).
bestias de carga, no era inusitado que comerciantes particulares se lanzaran
por ese camino con 60,000 libras de hojas en un solo embarque. La ganancia
que reportaba una transacción semejante era del orden de los 7,500 pesos,
poco más de 34 kilos de oro. Aún en el siglo XVI, una suma tal podría haber
sido suficiente para retirarse cómodamente de por vida.111
Es claro, por lo tanto, que la actual búsqueda de rápidos lucros en el
negocio de la cocaína no es de ninguna manera un fenómeno novedoso. Al
contrario, ha sido siempre parte íntima del temperamento extractor del hombre
blanco en América, y buena parte del esplendor cultural de la Edad de Oro
española estaba construido, no sólo sobre las incontables espaldas de
trabajadores forzados en las minas de los Andes, sino también en las
ganancias del comercio que les suministraba el único estimulante que hacía
tolerables las condiciones infrahumanas de su trabajo. En un momento de
sublime ironía, uno podría, considerar la posibilidad de que los "Reyes
Católicos" fueron, en realidad, los primeros padrinos del tráfico de drogas. En
efecto, el comercio de coca era considerado demasiado lucrativo para que la
hoja jamás fuera prohibida debido a sus propiedades supuestamente
satánicas, como habrían deseado algunos sacerdotes, principalmente los que
la condenaron en el concilio eclesiástico de Lima en 1551. Cuando un monje
franciscano le escribió al Rey en 1579, declaró que la razón por la cual el
obispo de Cuzco se estaba absteniendo de reprimir el "pernicioso" hábito de
la coca era precisamente porque derivaba una parte muy importante de su
ingreso de los diezmos eclesiásticos cargados sobre el valor de la cosecha de
coca .112

111
Ver Acosta (1940, P. 286).
112
Véase Patiño (1967, p. 221).
Tan grande era el impacto de los encendidos informes que describían
las fortunas que se podían hacer con la coca en el siglo XVI, que los
historiadores los han empleado a menudo para demostrar que el consumo
nativo era objeto de un inmenso y deliberado aumento por parte de los
despiadados empresarios españoles. Interesados sólo en la esclavización de
su fuerza de trabajo, a los colonizadores se les atribuye el estímulo de un
hábito a la droga moralmente debilitador o, según palabras de un autor
reciente, de un vicio que figura entre las "estériles revanchas de los
condenados".113 La naturaleza dudosa de esta presunción se torna cada vez
más notoria si uno se detiene a considerar los detalles reales de la
organización del comercio, no sólo en la situación de la minería, sino en las
comunidades agrícolas tradicionales que conformaban la espina dorsal de la
economía de subsistencia nativa.
Ya se ha afirmado anteriormente que una considerable cantidad del
intercambio entre las diversas zonas altitudinales se practicaba todavía dentro
de las varias etnias de la sierra peruana, a mediados del siglo XVI. La
supervivencia de tal sistema de base tribal, a pesar de los efectos destructivos
del imperio inca y de la subsiguiente Conquista española, indica que por lo
menos parte del comercio de coca permanecía en manos de pequeñas
empresas cooperativas. Tales estructuras sólo podían abastecer a parientes
cercanos o a otros aliados étnicos y, sin duda, también sufrieron considerable
presión siempre que se vieron sometidas a las nuevas fuerzas económicas
desatadas en los Andes. Un caso pertinente es el de las zonas productoras
de coca de la cuenca del Huallaga, que se transformaron rápidamente con el
descubrimiento de las minas de mercurio cerca de Huancavelica .114 Sin

113
Galeano (1973, p. 71).
114
Espinoza (1973, p. 24).
embargo, no se deben confundir los cambios en la comercialización de la
coca con suposiciones en cuanto al aumento absoluto en el consumo de la
misma por la entonces declinante población indígena del Perú. Con toda
probabilidad, el consumo percápita permaneció razonablemente constante; lo
que estaba cambiando era simplemente la forma en que la coca se
suministraba a las amplias masas de la población. La situación minera
proporcionó el ímpetu inicial para la concentración de la producción de la coca
en ciertas regiones y para canalizar el grueso del negocio hacia las manos de
una clase mercantil española. Hacia 1570, hay asimismo una considerable
evidencia del rompimiento de otras formas de organización laboral, cambios
que inevitablemente vinieron a reflejarse en el comercio de la coca.
Durante esa década el virrey Toledo emprendió una campaña de
"reducciones" dirigida a definir las encomiendas en términos de localidades
geográficas claramente delimitadas, reemplazando la estructura de lealtades
étnicas tradicionales. Si bien es cierto que esto pudo haber sido promovido
por una ignorancia de las estructuras sociales indígenas, es difícil evitar la
conclusión de que también pudo haber formado Parte de una política bien
deliberada. La reducción del número y diversidad de las zonas ecológicas
ocupadas por cada grupo étnico, podría mirarse como un acto consciente
orientado a controlar mejor la población andina, y tanto más efectivo, en
cuanto privaba a cada grupo de los recursos periféricos que le permitían algún
grado de autosuficiencia económica y autonomía política.115
Era claro que la interrupción del patrón tradicional de intercambio de
coca llegara a ser uno de los aspectos más lucrativos de esta reorganización.
En el futuro, no sólo los trabajadores de las minas, sino también la gran masa
de los campesinos de las tierras altas, serían todos obligados a comprar su
coca en un mercado controlado por los blancos. Concomitante con esta
reorganización del comercio de la coca, hubo un considerable interés en
lograr el máximo rendimiento de las plantaciones de coca. Una vez más es
cuestionable si ello envolvía un aumento absoluto en la producción de coca
peruana, o si apenas implicaba la concentración de las plantaciones en lo que
eran las áreas más adecuadas económicamente. Los informes sobre el
incremento de las cosechas de coca en ciertas zonas tienen que
contrapesarse con el reconocimiento del hecho de que en otras partes del
Perú, como los valles costeros, el cultivo de la coca parece haber cesado casi
completamente.116
La producción masiva de coca para abastecer una economía de
mercado tuvo también una serie de importantes efectos en las formas de
trabajo comunes en los distritos productores de coca. Bajo el antiguo
sistema redistributivo , los trabajadores de los valles subtropicales que
producían coca siempre se habían establecido con carácter semi-permanente;
tenían tiempo de adaptarse a las condiciones climáticas de esta zona y sabían
que podían regresar eventualmente a sus respectivas aldeas natales. El
estado Inca había introducido una nueva práctica, la de la colonia permanente
localizada en las plantaciones de coca de propiedad estatal; estos grupos
fueron heredados por los conquistadores españoles, siendo conocidos
administrativamente con el nombre de coca camayos.
Durante el periodo colonial los coca camayos no tenían que hacer nada
en relación con la recolección de la coca; sólo atendían el cuidado general de
las plantas y empacaban los bultos de hojas de coca cuando éstas estaban
secas. El cuerpo principal de los recolectores de coca era suministrado por

115
Murra (1972, p. 440).
116
Véase Rostworowski (1973, p. 214) acerca de la decadencia de la producción de coca en los valles
costaneros del Perú
los indios de las tierras altas que descendían a los valles bajos durante un
mes cada año para pagar parte del tributo en trabajo que les era esto por la
institución española de la encomienda. Aunque parece haber existido una
pequeña cantidad de trabajo migratorio a escala localizada en el período
prehispánico, también está claro que fueron los españoles quienes
convirtieron el sistema migratorio en la principal forma de trabajo en las
plantaciones de coca, con las más penosas consecuencias para la salud de
los habitantes de las tierras altas que eran obligados a prestar este
servicio.117
Factores tales como el calor, la humedad y la desnutrición tuvieron un
efecto terrible sobre los serranos, acostumbrados a un clima más templado, y
muchos de ellos regresaban a su hogar débiles y enfermos, si es que
regresaban. Por añadidura, las plantaciones de coca eran fuente de muchas
enfermedades. Aunque raramente atacaban a los residentes locales
aclimatados, estas eran, absolutamente mortales para los visitantes de la
sierra. Una de ellas, la verruga peruana, se transmitía por mosquitos y
causaba nódulos eruptivos, verrugas y anemia. Otra, llamada uta o mal de
los Andes, producía un tipo de cáncer leproso que se comía la nariz, los
labios y la garganta.118
La política española no era, sin embargo, aplicada con la misma
rigurosa uniformidad a todo lo largo de los Andes; en los yungas de Songo,
por ejemplo, parece que las colonias de ciertos grupos de tierras altas fueron
respetadas, y pudieron conservar sus formas tradicionales de trabajo e

117
Una descripción muy detallada del trabajo en las plantaciones de coca en la
Colonia española, se encuentra en Matienzo (1967), quien visitó la región a
mediados del siglo,W. Bird (1967, p. 367) ha descubierto evidencia de algún
trabajo migratorio practicado en el área de Huánuco antes de Conquista española.
118
Ver Herriming (1972, P. 368) para una discusión de las fuentes
contemporáneas.
intercambio recíproco.119 La aplicación de un sistema de trabajo migratorio
puede haber contribuido al mantenimiento del intercambio recíproco
justamente que intentaba abolir. Durante el Período colonial y,
paradójicamente hasta nuestros días, una característica del comercio
permanece invariable, concretamente la participación de los recolectores de
coca en los frutos de su trabajo. A los trabajadores migrantes se les permitía
regresar a casa con una parte de las cosechas, la cual les servía para atender
sus necesidades personales y para suministrarles un lucrativo medio de
intercambio al retornar a sus propias comunidades nativas. Es perfectamente
posible que este tipo de comercio participante aumentara durante el período
colonial a expensas de las formas más antiguas de redistribución. Dada la
desmembración de muchos de los lazos primarios de identidad étnica por
parte de los españoles, bien pudo ser que semejantes intercambios cara a
cara ocupasen su lugar, afianzados mediante el hecho de compartir tareas
agrícolas comunes.
Esto, por lo menos, parece apoyarse en numerosos paralelos
contemporáneos. A pesar de la constante disponibilidad de coca legal a través
del sistema gubernamental de distribución, una reciente descripción de la
comunidad de Nuñoa ha revelado la supervivencia de misiones comerciales
privadas entre la sierra y los valles más cálidos donde se produce la coca. Este
escamoteo de la red regular de distribución puede resultar muy ganancioso y,
bajo condiciones óptimas, un individuo puede multiplicar ocho veces su
inversión original.120
Estos apetecibles ingresos no son, sin embargo, solamente el
resultado de especulación comercial, ya que la empresa exige el empleo de

119
Murra (1972, p. 460).
120
Hanna (1974, p. 291). Buechler y Buechler (1971, pp. 4, 105) también menciona la importancia del
una considerable cantidad de trabajo. Los caminos que descienden a los
valles en la vertiente oriental de los Andes son suficientemente largos,
difíciles y peligrosos como para impedir que la mayoría de la gente repita su
excursión más de una vez al año. Además, la mayor parte de los comerciantes
particulares de coca tienen que recoger y secar sus propias hojas, de modo
que lo que está en juego no es simplemente una transacción comercial, sino
una participación en el proceso de la producción misma. Tal situación con
frecuencia genera alianzas entre familias de las diferentes zonas ecológicas y
la clase de relaciones recíprocas de compadrazgo que normalmente se
reservaría para los parientes y vecinos cercanos. Es posible descubrir en
esta organización algo del carácter original del sistema de reciprocidad
sugerido para los Andes centrales en la etapa de desarrollo preincaico.
Aunque el patrón tradicional puede haber sobrevivido sólo en un estado
transformado demuestra la resistencia de los pueblos andinos a dudosos y
exóticos modelos de eficiencia económica.

El comercio de la coca en la zona del Cauca

Anteriormente mencioné la descripción de Cieza de León sobre la


costumbre de mascar coca en la década de 1540 en las regiones que
rodean Popayán y Cali.121 Teniendo en cuenta cuán difundido era el hábito en
esta zona, tal vez resulte sorprendente que se conserven tan pocos relatos
escritos acerca del uso de la coca en el período colonial. La documentación
que existe, generalmente de poco valor si se la compara con el vasto material
sobre la coca en el Perú, casi nunca ha sido publicada y se encuentra bajo la

comercio de coca en pequeña escala como fuente de ingresos para los Aymara bolivianos.
121
Cieza de León (1962, p. 249). Véase Capítulo II para la cita completa.
forma de manuscritos amarillentos en los archivos coloniales de Popayán. Sin
embargo, puede juzgarse la amplitud con que se mascaba coca y la
posibilidad de su difusión entre muchos colonizadores blancos y miembros
del bajo clero, por la declaración del obispo de Popayán en un sínodo
eclesiástico efectuado en julio de 1617. El obispo condenó violentamente el
uso de este"... más eficaz instrumento de comunicación con el demonio..." y
amenazó con el peor de los destinos, la excomunión mayor latae
sententiae, a cualquier clerigo que fuese descubierto usando la temible
hoja, así lo hiciera sólo en forma de infusión.122
Es evidente que el uso de la coca tiene que haber estado bien difundido
para justificar un ataque tan virulento, y probablemente se extendió hasta
muchos grupos que ya no consumen la hoja en forma alguna. Entre aquellos
estarían incluidos los esclavos negros importados para trabajar en los
depósitos auríferos del occidente colombiano, muchos de los cuales habrían
encontrado en la coca un excelente estimulante, quizás vagamente análogo a
sus nueces de cola nativas.123 En nuestros días existe un buen número de
mambeadores negros en el Cauca, particularmente en el valle del Patía y en
el Salado, un distrito de Tierradentro, y, en menor extensión, cerca de Corinto,
Caloto y Santander de Quilichao. Además, la práctica de mascar coca tiene
que haber sido originalmente mucho más extendida entre la población
indígena, que de por sí ya era más numerosa en el pasado. Un documento
que data de 1746 suministra evidencia de pagos de coca hechos a los
guambianos, un grupo que ha abandonado el hábito en años recientes, y
contiene una cantidad de quejas contra los corregidores locales por no

122
Piedrahita (1973).
123
Matienzo (1967, p. 163) acerca del uso de la coca entre los esclavos negros llevados al Perú por los españoles.
Ver también Patiño (1967, p. 210), para el distrito de Cali.
proveer alguna otra forma de subsistencia a sus trabajadores. 124 Al mismo
tiempo, en muchas otras zonas --como los alrededores de Cali— la gran
mortandad de los habitantes indígenas tuvo que conducir rápidamente a una
desaparición casi completa de la costumbre de mascar coca. Un informe de
1808, que describe las numerosas plantas de coca ornamentales que se
encontraban en los jardines de Cali, podría estar hablando de los días
presentes cuando afirma que estos arbustos eran "sin particular uso ni
consumo..."125
En la región del Cauca el comercio de coca tendía a ser un fenómeno
localizado y las grandes estructuras de mercado de los Andes centrales
parecen haber estado totalmente ausentes. La escasa evidencia de que se
dispone acerca de la naturaleza del comercio colonial de la coca parecería
indicar que, por lo menos en las zonas rurales apartadas, el sistema de
producción no difería mucho del que todavía es común. Un informe oficial de
la provincia de Guanacas —en lo que hoy es municipio de Inzá— elaborado
en enero de 1648, describe plantaciones familiares que generalmente
producían entre una y cinco arrobas (25 a 125 libras) de hoja en cada una de
las tres cosechas anuales.126 Esto implica que el tamaño de las plantaciones
era bastante similar al de las que todavía existen en la misma región o sea
entre 100 y máximo 2,000 matas de coca cada una.
El documento de Guanacas menciona también que cierto excedente de
hojas era intercambiado con comerciantes blancos por artículos apetecidos
tales como herramientas; resulta claro que en fecha tan temprana estuviera
comenzando a surgir una determinada cantidad de comercio localizado. Es

124
Archivo Central del Cauca (Sig. 8512).
. Patiño (1967, P. 210)
125
126
Archivo Nacional, Quito, Ecuador (Caja 20, 1703, fol. 114 et seq.). Estoy en deuda con David Earle por ésta y
otras referencias manuscritas
improbable, sin embargo, que dicho comercio alguna vez incluyera a otros
indios colindantes, como los Páez. Debe destacarse que la ruta principal entre
Popayán y Santa Fé de Bogotá pasaba por la tierra de los guanacas y, por
esta razón, éstos se hallaban en una posición excelente para participar en los
mercados más amplios de la Colonia española.
Es más: los Guanacas formaban parte del mismo, grupo lingüístico de
los indios de Guambía, Coconuco y de la región de las inmediaciones de
Popayán. Caraterísticamente menos beligerantes que los Páez, este grupo
parece haber conformado la principal fuente de fuerza de trabajo nativa para
los colonizadores españoles de Popayán, de tal modo que estaban
acostumbrados a tratar con ellos a niveles diferentes, entre los cuales el
comercio de coca habría constituido apenas un detalle relativamente menor.
En realidad, las hojas intercambiadas de esa manera finalmente servirían sólo
para abastecer a los mismos indígenas, puesto que la ley colonial estipulaba
que a todos los trabajadores nativos se les debía dar una ración de un tercio
de libra de coca por cada semana de trabajo tributado a los encomenderos
españoles.127
La coca ofrecía así una excelente fuente de ingreso para aquellos indios que
quisieran y pudieran hacerles ventas a los terratenientes blancos de las
cercanías. En un caso judicial de 1610 contra un español por la quema de un
cocal perteneciente a la cacica de Timbío, una aldea estratégicamente
localizada cerca del mercado de Popayán, se estimó el valor anual de su
cosecha en 50 pesos, o sea, el valor contemporáneo de media libra de oro.128
Una comparación con los precios pagados por la coca en Guanacas nos

127
Ver Arboleda (1948) y Archivo Central del Cauca (Sigs. 8512 y 8462).
128
Archivo Central del Cauca (Sig. 8093). Una arroba de coca, comúnmente, era vendida por 2 y 3 patacones en
Guanacas (ver nota 51). Un patacón valía 272 maravedíes, mientras un peso, conocido también como un
castellano, oscilaba entre 450 y 490 maravedíes.
permite estimar que la cacica estaba recogiendo entre 10 y 15 arrobas (250 y
375 libras) de coca en cada una de las tres cosechas anuales. Esta es una
cantidad notable, más del doble del máximo registrado en Guanacas,
pudiendo presumirse que la señora en cuestión estaba defendiendo una
plantación colectiva de los indios de Timbío (lo que explicaría su designación
como cacica) o que se había dedicado a un cultivo comercial para vender en
Popayán.
Por lo tanto, no sería sorprendente que algunos de los colonizadores blancos
hayan visto en la coca la posibilidad de hacer su fortuna. Aunque no hay
referencias sobre algún vecino de Popayán que se haya dedicado a la
producción de coca en gran escala, es bien posible que ciertos individuos —
quizás con experiencia en el Perú— reconocieran el potencial económico de
este cultivo y hubieran entrado no sólo al mercado de coca cultivada por los
indios, sino también a la siembra directa de su propia fuente de
abastecimiento. Hasta aquí se puede demostrar esto por lo menos en una
parte de la antigua gobernación de Popayán —el asentamiento de Timaná, al
otro lado de la cordillera central, en el valle del alto Magdalena—, y no sería
descabellado suponer su extensión a muchos otros pueblos similares. Los
informantes sobre Timaná hablan de la gran popularidad de la hoja de coca
en esa región durante el período colonial y demuestran que se empleaba
mano de obra indígena para el trabajo en la cosecha de coca de los
terratenientes blancos. Inclusive se da una explicación sobre la manera en
que dichos terratenientes establecieron originalmente su control de las
plantaciones locales, proeza que parece haber sido lograda por la
expropiación fraudulenta de herederos de propietarios indígenas
recientemente fallecidos.129
Sin embargo, la ausencia de cualquier operación bien documentada y
realmente cuantiosa en el comercio de coca en el Cauca, y el hecho de que la
aristocracia colonial payanesa no haya convertido este cultivo en una fuente de
ingresos tan grande como se había tornado en el Perú, requieren un examen
más detallado de las condiciones económicas locales. Es claro que el hecho
de que la población indígena de la zona fuese menos numerosa y de que
estuviese menos acostumbrada al trabajo en masa, cumplió un importante
papel en el mantenimiento de la producción y la comercialización de la coca
dentro de límites más modestos. Subyacente a estos factores más obvios,
también existe una serie de consideraciones geográficas qué dan sus
aspectos distintivos al comercio de la coca en el Cauca.
En primer lugar, la ecología local se define en dos zonas climáticas: la
tierra fría, localizada entre los 2,000 y 3,000 metros de altura, y la tierra
templada, una zona subtropical entre los 1,000 y los 2,000 metros. La mayor
humedad de los Andes septentrionales da a estas montañas un aspecto muy
diferente a las del Perú, y el frío y húmedo páramo (arriba de los 3.000
metros) nunca ha sido poblado permanentemente por el hombre y servía a la
población nativa principalmente como extensa reserva de cacería.130 Al
mismo tiempo, otra serie de limitaciones geográficas ejerció asimismo algún
control sobre el tipo de pautas de asentamiento que se volvieron
características de la zona en tiempos prehispánicos. A pesar de que las tierras
cálidas pudieron sustentar la aparición de poblaciones densas y

129
Friede (1953, pp. 161-174). Crónicas tempranas sobre el uso de la coca en Timaná, incluyen a Descobar
(1938, P. 161) y Vásquez Espinosa (1948, para 1044).
130
Véase Dollfus y Lavalle (1973) para una comparación de las condiciones ecológicas en los Andes centrales y
septentrionales.
asentamientos nucleados —particularmente en el valle alrededor de Cali
(1.000 metros) y tal vez en la meseta que rodea Popayán (1.760 metros)-131
la tierra fría está compuesta principalmente de valles angostos que avanzan
transversalmente bajo las estribaciones mayores de los Andes y que contienen
pocas áreas planas verdaderamente significativas. Es cierto que algunos de
estos valles serranos —como los del Huila, Mosoco, Silvia o Coconuco—
suministraron asiento para la autoridad ceremonial de los principales
cacicazgos de los grupos páez y guambiano, pero no parecen haber sido
testigos de la fundación de aldeas en gran escala, ni podían sustentar ninguna
densidad de población realmente elevada.
Este es un punto importante, porque una comparación entre los
habitantes de los angostos valles del Cauca y los de la alta meseta de la
Sabana de Bogotá (2.450 metros de altura), deja claro que las pequeñas
estructuras de cacicazgo no eran siempre las formas más favorecidas de
organización social entre los diversos grupos de lengua Chibcha en las tierras
altas de Colombia. Por el contrario, los cacicazgos relativamente simples de la
zona el Cauca parecen haber respondido a las condiciones específicas de un
terreno extremadamente abrupto y quebrado y, en la misma forma, los reinos
muiscas, mucho más grandes y jerarquizados, reflejan una mejor

131
Véase Bray (1970) para un relato sobre los patrones y asentamiento en el distrito de Buga, al norte de Cali.
Cubillos (1959) ha excavado el Morro de Tulcán, un sitio ceremonial en Popayán, pero la existencia de esta
imponente estructura piramidal no implica necesariamente ningún gran asentamiento nucleado. Castellanos (1944)
proporciona descripciones del período de la Conquista de un fuerte en Timbio y de un gran salón ceremonial en
Popayán; pero, igualmente, a pesar de que la existencia de una población densa en la región de Popayán no tiene
discusión, aún hay lugar a dudas acerca de si alguna vez estuvo organizada en grandes pueblos. En mis propias
investigaciones sobre sitios habitacionales prehistóricos en los alrededores, rara vez pude encontrar agrupaciones
de más de dos o tres plataformas de vivienda en un solo lugar. La mayoría de los sitios de los grandes hallazgos
arqueológicos -La Marquesa, Cerro de la Eme, Pubenza, etc -. están localizados en las cimas de colinas, y la relativa
escasez de tiestos y otros desechos tienden a implicar un uso funerario o ceremonial antes que uno estrictamente
habitacional. Debe anotarse que estos sitios en las cimas de las colinas se caracterizan por una gran cantidad de
tumbas con cámaras laterales y pozos muy profundos (hasta de 20 metros), mientras que las plataformas de
vivienda dispersas y las intrigantes y ocasionales indicaciones de canales prehistóricos —particularmente en el
barrio Los Sauces en las afueras de Popayán— están localizadas en lo fundamental cerca de las tierras bajas y
planas, las cuales eran obviamente más apropiadas para el cultivo.
disponibilidad de tierra arable y la consiguiente densidad mayor de población
en las extensas mesetas que circundan Bogotá y Tunja. En efecto, por la
época de la Conquista española, en esta parte de Colombia la situación ya
estaba comenzando a parecerse bastante la descrita previamente de las
zonas altas del Perú. En otras palabras, un denso núcleo de población
localizado en las alturas más elevadas (la región productora de grano de la
Sabana) parece haber mantenido colonias periféricas en las laderas
subtropicales más cálidas que conducían a las tierras bajas. Habrían sido
dichas colonias las que aseguraron a los Muiscas su propio suministro de
hojas de coca.132
Un cuadro aproximadamente similar también se reporta de otra zona que
tiene ciertas semejanzas con el Cauca. El distrito productor de coca más
famoso del Ecuador era el de Pimampiro, en la cuenca del río Mira, en el
extremo norte del país. En 1582 se escribió una amplia descripción de la
situación en Pimampiro. Detalla un sistema de trabajo que en todos sus
aspectos es muy parecido al que había sido iniciado por las autoridades
coloniales en el Perú. Los indios de las tierras altas de Otavalo, en el norte
del Ecuador, y de Pasto, en el sur de Colombia, estaban acostumbrados a
realizar visitas periódicas a las regiones más bajas para ayudar en la
recolección de las hojas de coca, a cambio de lo cual recibían una parte de la
cosecha. Hacia 1631, hasta los Jesuitas estaban siendo acusados por la

132
Patiño (1967, p. 208) cita una serie de crónicas que describen esta situación en el período inmediatamente
posterior a la Conquista española. Sin embargo, no está claro si estas colonias eran "islas " en el sentido de la
palabra de Murra, es decir, si estaban separadas de los principales centros de población por alguna discontinuidad
territorial. Es más: la mención explícita de comercio intertribal en el mercado de lliríja en 1550 —ver Aguado
(1956, vol. I, p. 406)— indicaría o bien que la influencia española ya había modificado notablemente las
prácticas económicas indígenas, o que tales intercambios entre diferentes grupos habían coexistido en el
pasado con un sistema de reciprocidad más estrictamente infra-étnico.
Inquisición de hacer pingües ganancias en sus plantaciones de coca de
Pimampiro.133
Lo que resulta de estas comparaciones con la situación del Cauca, es la
importancia crucial de las grandes concentraciones de población en
localidades tales como la Sabana de Bogotá y las mesetas que rodean Pasto
y Otavalo. Que estos grupos se hayan organizado o no en asentamientos de
aldeas nucleadas, no es en sí misma la primera consideración en este
argumento, puesto que lo importante es que estos mercados estaban
ubicados a una considerable distancia de su más cercano abastecimiento de
coca. Ya sea por el mantenimiento de colonias periféricas en el período
prehispánico, o por la introducción de una estructura mercantil controlada por
los blancos en el contexto colonial, tanto las regiones de Pasto-Otavalo como
la de Bogotá experimentaron una organización del comercio de coca que no
difirió sustancialmente de las formas típicas observadas en el Perú. La zona
del Cauca permanece por lo tanto, debido a sus condiciones culturales y
geográficas específicas, como una de las pocas partes de los Andes donde
prevalecieron fuerzas económicas muy diferentes en el comercio de la coca.
Donde existieron poblaciones densas, como en el valle que rodea Cali, el
abastecimiento de coca estaba a la mano. En todas las demás regiones,
como en los valles más angostos de la zona caucana, y sobre todo en ambas
vertientes de la cordillera Central, sería imposible afirmar que una
determinada altitud era necesariamente la zona "nuclear" de ocupación o que
cualquier otra altitud era necesariamente "periférica". En armonía con la
topografía local, los indígenas del Cauca parece que ocuparon de una manera
continua las localidades más favorables en cualquier altitud entre los valles
más bajos (aprox. 1,000 metros) y la ceja del páramo (aprox. 3,000 metros).

133
Patiño (1967, pp. 211-213).
Aún hoy en día, las rutas de comunicación que suben y bajan por cada valle
son mucho más intensamente recorridas por las gentes nativas que las que
entretejen los valles a una misma altitud. La corriente principal de la
producción rural se establece entre eco-nichos adyacentes, subiendo de forma
continua desde los cálidos valles subtropicales hasta los páramos de pajonal,
por encima de la línea de los árboles.
Dentro de cada valle la población es, en general, lo suficientemente
pequeña como para permitir una serie de intercambios recíprocos basados en
alianzas inmediatas, lazos de parentesco cercano y un amplio y envolvente
concepto de solidaridad en el seno del grupo lingüístico o tribal.134 Dichos
intercambios pueden repetirse virtualmente cuando quiera que la necesidad
lo impone, ya que la distancia entre los extremos de los 1,000 y los 3,000
metros pocas veces implica más de un día a pie. En efecto, muchas familias
nasa mantienen campos cultivados en las zonas subtropical y fría al mismo
tiempo, viajando de la una a la otra según lo requiera el ciclo agrícola. Se
puede argumentar que esta clase de economía íntima y autosuficiente era
también la norma que caracterizaba al Cauca prehispánico y que, como
resultado de esto, el abastecimiento de hojas de coca, inclusive para los
grupos de las máximas alturas, nunca implicó más que una forma de comercio
en extremo localizada. La fuerza interior de este sistema reside, en su
elasticidad e independencia, un hecho apreciado por los indios guambianos,
que, al contrario de la mayoría de los nasa, han perdido desde hace mucho
sus tierras de clima más cálido a manos de la población blanca que colonizó

134
Ortiz (1973, p. 237) suministra un agudo análisis de la naturaleza de las obligaciones de intercambio
recíproco entre los Páez contemporáneos. Que una situación similar existió en la región Popayán/Coconuco antes
de la Conquista española puede inferirse del descubrimiento de basureros grandes y no estratificados en El Mandur
y Pozo Azul —las haciendas Patugó, a 3,000 metros, en las estribaciones del páramo de Paletará cuya cerámica
es indiscutiblemente similar al tipo que diera a conocer Cubillos (1959) del Morro de Tulcán, en las afueras de
Popayán (1760 metros).
la ruta entre Cali y Popayán. Reinvirtiendo las ganancias derivadas de la
comercialización de sus cosechas de papa y de cebolla, los guambianos
comenzaron recientemente a adquirir de nuevo una sustancial cantidad de
tierras en la zona subtropical, especialmente alrededor de Piendamó y
Morales. Una buena parte del producto de estas nuevas fincas se comercializa
exclusivamente dentro de la comunidad guambiana, sobretodo con parientes y
allegados que han mantenido su hogar en los fríos valles de Guambía.
Con el reconocimiento de tales pautas en la organización del comercio
local, no es difícil explicar por qué el negocio de la coca no podía florecer
jamás en el Popayán colonial como lo hizo en el Perú. Los intercambios
localizados nunca podían ser interceptados o monopolizados efectivamente
por las clases comerciantes españolas, que en esta forma tenían que
satisfacer únicamente la demanda producida en situaciones de trabajo en
masa. Todo esto dependía en últimas de la encomienda, una institución que
extraía trabajo de los indios como parte del tributo debido a la Corona
española. El trabajo indígena con frecuencia era utilizado en las grandes
haciendas de los alrededores de Popayán, pero fueron, sin embargo, las
operaciones mineras las que condujeron a las concentraciones más
importantes de la fuerza de trabajo nativa. No es por lo tanto sorprendente
hallar la mejor prueba de un comercio floreciente de coca en el asentamiento
colonial de Almaguer, un poblado al sur del Cauca que servía como centro
administrativo y comercial para las minas de oro más importantes de la región.
La reunión de más de una docena de trabajadores indígenas en el mismo
lugar habría sido un fenómeno poco frecuente en las empresas agrícolas de
Popayán, pero en Almaguer los grandes equipos de mineros eran cosa
corriente, y suministraba a los comerciantes de coca un enorme mercado
cautivo, cuyas compras se pagaban en oro, la más preciosa mercancía.135
Aunque más alto que la zona de cultivo de coca, Almaguer (aprox.
2,300 metros) se encuentra en el borde del valle del río San Jorge, todavía
hoy la más importante región productora de coca de todo el departamento del
Cauca. Apenas toma un par de horas subir desde las plantaciones de coca
hasta Almaguer, y es obvio que la importancia que conserva allí la hoja se
debe en gran medida a su papel crucial en el sistema minero colonial. En el
clímax de la fiebre del oro, ni siquiera el valle del San Jorge era suficiente para
abastecer a toda la demanda local, y se ejerció una atracción comercial a través
de la Cordillera Central hasta San Agustín y Timaná, a una distancia de por lo
menos cuatro jornadas. Parece haber surgido un comercio a larga distancia,
casi una reproducción en miniatura del sistema colonial del Perú, con efectos
drásticos sobre la economía nativa de subsistencia en el sur del Cauca.136
Mencioné anteriormente que el distrito de Timaná ofrece la única
evidencia documental en la zona del Cauca de plantaciones de coca en gran
escala, de propiedad de colonos blancos y manejadas por ellos mismos;
ahora debería estar claro que este fenómeno excepcional se produjo como
resultado de una demanda de grandes cargamentos de coca en las minas de
oro de Almaguer. Luego de la veloz declinación de la economía minera en
esta región, en el siglo XVIII, el comercio de coca también sufrió una reducción
en el tamaño de sus mercados. De este modo es probable que los
terratenientes blancos perdieran interés en la producción intensiva de este

135
Romoli (1962, p. 283) se refiere a la evidencia documental de las plantaciones y del comercio de la coca en
Almaguer a fmales del siglo XVI y comienzos del XVII. Friede (1944, p. 19) cita varios registros de los
archivos de la parroquia del vecino San Sebastián, que datan del 21 de abril de 1826, los cuales indican que el cura
local pagó el trabajo de los indios con una cierta cantidad de coca
136
Friede (1953, p. 110) suministra evidencia del comercio del excedente de coca de Timaná a la ciudad de
Almaguer.
cultivo, así que el negocio regresó a las empresas localizadas, de escala
menor. La abolición de los tributos obligatorios de trabajo para los indios
después de la independencia de Colombia, tuvo que haber contribuido
adicionalmente a la reducción de la demanda de coca por parte de los
grandes empleadores agrícolas. Con el colapso de este mercado más amplio,
muchas zonas productoras de coca del sur del Cauca —tales como la que
circunda el pueblo de La Herradura, en el valle del río San Jorge— revirtieron
a un sistema de intercambio recíproco con las comunidades vecinas de las
tierras altas, una pauta que todavía hoy se observa en el mercado dominical
de la aldea del resguardo indígena de Caquiona. La decadencia de las minas
de oro, sin embargo, no eliminó completamente el mercado de coca a la larga
distancia. Un grupo de indios del Cauca todavía formaba un mercado cautivo
de la hoja, ya que su proximidad a la ciudad de Popayán los había llevado a
perder la mayoría de sus tierras de altitud más baja y, así mismo las fuentes
tradicionales de coca de que debieron disfrutar en el período prehispánico.
Relatos escritos a comienzos del siglo XX muestran que los resguardos de
Coconuco, Puracé, Totoró y Guambía continuaban siendo la salida principal
para la coca que ingresaba a la economía de mercado de la época. Un grupo
de pequeños comerciantes blancos les comprarían a las pocas aldeas que aún
seguían produciendo un excedente de coca, como Timbío, Piendamó y,
particularmente, a las ya deprimidas comunidades en las vecindades de
Almaguer. Las hojas eran vendidas luego al detalle en el mercado de Popayán
y en otros centros cercanos. La cantidad que se movía nunca fue suficiente
para interesar a las grandes empresas comerciales y por esta razón, el
comercio de coca ha permanecido hasta hoy en manos de unos pocos
agentes muy pequeños, en su mayoría mujeres de la clase media baja de
Popayán, que son el mismo grupo que controla también el mercado de
hortalizas y muchos otros productos vegetales menores 137.
En 1920, un nuevo factor sirvió de desestímulo a muchos cultivadores
de coca, y contribuyó a la casi completa desaparición de la producción en
algunas partes de la región caucana. La introducción de plantíos de café en la
misma zona ecológica que anteriormente había estado dedicada a la coca,
generó un cambio sustancial de énfasis en la agricultura local, a medida que el
café y su mercado de exportación pronto se convirtieron en gran fuente de
ingresos para muchos pequeños agricultores. La región más duramente
afectada fue la que circunda Popayán y a lo largo del ferrocarril que conduce
a Cali, terminado en 1927. En la actualidad la coca ha dejado virtualmente de
existir en esta región —desde Timbío y El Tambo hasta Morales y Santander
de Quilichao—, y las ocasionales plantas ornamentales son los únicos
remanentes de lo que fue, todavía hace cincuenta años, un cultivo de
importancia.
El paso de la coca al café produjo una cierta escasez de hojas en el
mercado de Popayán y contribuyó al surgimiento de dos efectos
estrechamente relacionados. Uno fue la progresiva pérdida del hábito de
mascar coca, que comenzó a ser considerado una forma "bárbara" de
conducta por parte de muchos de los indígenas más progresistas,
esencialmente los del grupo guambiano-coconuco, que se encuentran más
próximos a popayán y que de tal modo fueron los más directamente afectados
por la escasez. Además, el excedente de coca del Sur del Cauca —una
región cuyas tierras no son adecuadas para una extensa agricultura

137
Véase especialmente Medina (1916, p. 105) y Lunardi (1934, p. 28) Pittier (1907)
describe el patrón clásico de intercambio localizado entre los páez a comienzos del siglo.
cafetera— pronto encontró nuevos compradores, y el valle del río San Jorge
experimentó realmente algo como un renacimiento económico.138
Mientras tanto, los nasa, cuyos abastecimientos de coca nunca habían
dependido del mercado controlado por los blancos, perseveraron en el uso de
la coca con ejemplar tenacidad. Inclusive en la vertiente occidental de la
Cordillera Central aún disfrutaban de mucha tierra que era adecuada para
cultivar la hoja, en Caldono, Paniquitá, Caloto y Corinto. Aquí como en
Tierradentro, continuaron practicando las formas de intercambio localizado
que habían marcado su historia desde los tiempos prehispánicos, y que
siempre les había permitido un notable grado de independencia frente a la
corriente principal de la economía colombiana.
No obstante, aún los nasa iban a sufrir finalmente el asalto de las
presiones generadas desde afuera por el ascenso y el descenso del comercio
internacional. El café les dio a los colonos blancos, que bordeaban los
resguardos de los nasa, una nueva razón para presionar a las venales
autoridades locales a llevar a cabo un ataque inconstitucional contra la
integridad de los territorios indígenas. El gobernador expidió desde Popayán
una serie de medidas legales, algunas de las cuales simplemente extinguían
resguardos enteros, en tanto que otras titulaban el establecimiento de "áreas
de población" en tierras favorables, localizadas bien adentro de los límites
tradicionales de los resguardos indígenas. Una vez creado este puente de
apoyo legal en el interior de los resguardos, obviamente no resultaba muy

138
Guzmán (1929, p. 7) escribe acerca de la región de Almaguer: "El comercio entre la clase pobre se reduce al
intercambio de artículos alimenticios, jugando principal papel entre sus modestas transacciones la coca... que es
llevada con ventaja pecuniara a los mercados de Popayán, Silvia y Tierradentro, aparte del gran consumo que
encuentra en las poblaciones de la cordillera, pertenecientes a esta provincia (Almaguer)".
difícil emplear la fuerza o los ardites para extender las áreas de asentamiento
más allá de los límites fijados en el título original.139
Esta invasión de tierras indígenas iba a alcanzar sus más notables éxitos
en la región de clima más cálido, donde la solvencia económica de los nuevos
colonos estaba garantizada por las ventas de café. La importancia de este
cultivo como fuente de ingreso monetario. condujo a muchos indios nasa a
reducir sus cosechas de coca y dedicar algo de sus tierras más bajas al café.
Esta participación marginal en la economía de mercado comenzó a producir
una serie de cambios en detrimento de las prácticas tradicionales de
reciprocidad. En tanto que la zona subtropical pasó a comerciar más
ampliamente con los asentamientos blancos que le compraban el café, un
proceso similar empezó a afectar también a la zona más alta, especialmente a
resguardos como los de Pitayó y Mosoco, cuya cercanía al centro comercial
de Silvia les permitía una salida lucrativa para productos como la corteza de
quina, la papa, la cebolla y el trigo.140
El advenimiento de una gran guerra civil, la Violencia, que barrió
Tierradentro en repetidas ocasiones entre 1949 y 1964, pronto puso de
relieve la fragilidad de la economía de mercado en que los nasa habían
comenzado a participar. La destrucción de sus ganados por el ejército, la
interrupción de la llegada de provisiones a los pueblos blancos y las locas
fluctuaciones de los precios pagados por la producción agrícola, todo sirvió

139
F)riede (1944) da una descripción detallada del desmembramiento de muchos
resguardos indígenas en el sur del Cauca. Hace falta una síntesis similar para
Tierradentro, pero Otero (1952) y González (mss), dan ambos algunas buenas
indicaciones.
140 65 Véase Bernal (1954) para una descripción de la economía páez antes de haber sido afectada
significativamente por la Violencia. Aunque le falta rigor, en su examen del impacto de la agricultura del
café sobre los páez, provee una excelente relación de los productos de las tierras altas y del comercio que
existió en aquella época entre Mosoco y Silvia. Este último ha declinado un poco desde entonces como
resultado de la Violencia y de la construcción de nuevas carreteras.
para subrayar lo inconveniente que era depender de la economía del hombre
blanco y, consecuentemente, a un renovado respeto por las prácticas
tradicionales. El principal estudio económico sobre los nasa, efectuado a
comienzos de la década del sesenta, mostró un divorcio completo entre las
actitudes culturales que caracterizan el cultivo del café y las que controlan la
producción de coca y de alimentos. En tanto que el café lo producen los Páez
casi exclusivamente para la venta (casi nunca lo toman), todos los otros
cultivos son objetos de algo equivalente a un precepto moral, que tiende a
discriminar contra la venta de alimentos y coca a los blancos e intenta limitar el
intercambio de dichos recursos al círculo de amigos y parientes
interdependientes que constituyen la unidad básica de solidaridad de la
sociedad nasa.141
Dado que la coca constituye una parte tan íntima de la economía nativa,
seguramente es de interés que los resguardos que han visto la más notoria
declinación del hábito de la coca sean asentamientos de elevada altitud,
especialmente aquellos cuyos vínculos con las zonas más cálidas son casi
inexistentes. En tanto que una aculturación ampliamente definida podría
considerarse como un factor que contribuyó a la clasificación del hábito de la
coca como “fea” o “incivilizada”, fue, no obstante, la dura realidad económica
de la espiral de los precios de la coca lo que minó el otrora universal empleo
de la hoja por parte de los indígenas del Cauca. Aparte de las presiones

141
Ortíz (1973, principalmente pp. 237-9 y 271 et.seq) ha destacado la diferencia
de actitudes entre los Páez en relación al café y a otros productos agrícolas. La falla
de esta autora en reconocer la importancia de la reciprocidad cuando se extiende a
más de una zona de altitud (ver p. 215) y, con ello, su falta de énfasis en la
cosecha de la coca, pueden ser resultados del enfoque extremadamente estrecho
de su investigación, la cual se concentró únicamente en el valle cálido de San
Andrés de Pisimbalá. Schwarz (1973, p. 143) ha anotado que la situación en dicho
valle no puede hacerse extensiva a la zona del Cauca en su conjunto ya, que las
tierras altas exportan primordialmente cebollas y papas, antes que café.
creadas por la nueva economía de mercado, una pieza barata de demagogia
del entonces Ministro de Salud, Jorge Bejarano, un benemérito médico de
Popayán, produjo posteriores restricciones al comercio de la coca en la forma
de una total prohibición, el Decreto 896 del 11 de marzo de 1947 convirtió en
delito en Colombia el cultivo, la tenencia y el comercio de la coca, y aunque
pocas veces fue aplicado con verdadero rigor en el Cauca, sirvió para ejercer
presión sobre la economía indígena y para justificar una serie de duros
ataques punitivos en el corazón del territorio indígena, una política que seguía
intacta en la mitad de los años setenta con la quema ocasional de matas de
coca en muchas partes de Tierradentro.142
Como resultado de la destrucción tanto legal como económica del
comercio de coca por fuerzas exteriores, tal vez no sea sorprendente que
comunidades como las de Guambia, Coconuco y Mosoco —que dependían
todas de fuentes de coca distantes, y de ingresos monetarios para comprar
las hojas— hayan encontrado que sencillamente ya no tenian con qué costear
el mantenimiento del hábito. Incluso, a pesar de su riqueza real, en términos
de pesos en efectivo, estaban en condiciones relativamente inferiores si se
les comparaba con otras comunidades más "atrasadas" de las tierras altas,
aquellas que rechazaron la participación en la economía monetaria en favor de
continuados vínculos con los vecinos productores de coca en la zona climática
más cálida. Seguramente es por esta razón que el hábito de la coca ha
sobrevivido sobretodo en resguardos como Lame, Suin, Chinas, Calderas y
San Andrés (en Tierradentro) y Caquiona y Guachicono (en el sur del Cauca),
donde hay menor participación en la economía de mercado blanco, y donde

142
Begué (1971) da un resumen de las legislaciones peruana y colombiana sobre la cuestión de la coca.
Lehmann (1949) escribió en aquel entonces : "La prohibición de vender coca es un paso adelante en la
dependencia de los indios, es un paso hacia su esclavización completa% Las últimas estadísticas sobre la cosecha de
coca en el Cauca fueron publicadas por Bonilla (1945) antes de la prohibición.
existe un mayor deseo de mantener las formas tradicionales de intercambio y
reciprocidad. Insisto en este punto porque durante mucho tiempo ha estado
de moda entre los escritores antidroga de todas las vertientes políticas
señalar factores tan ambiguos como la "educación" o "el aumento de los
niveles de vida” como los aspectos vitales en la supresión de hábitos
indeseables entre los campesinos mestizo e indígenas del Cauca.143 La
naturaleza dudosa de tales afirmaciones, y la aún más dudosa eficacia de la
aproximación legislativa al "problema", se tornan muy evidentes si se
considera la forma en que el negocio de la cocaína ha comenzado a afectar
la zona del Cauca. A comienzos de 1970 se vio un rápido incremento de los
precios de la coca, ocasionado por enormes compras de hoja efectuadas por
los laboratorios clandestinos de cocaína; de tal modo, todavía menos
indígenas tuvieron la oportunidad de adquirir coca en el mercado. Como si
esto no fuera suficiente, la policía, poco más que un perro guardián de los
intereses creados de la cocaína, empezó a hostigar aún más a los pequeños
comerciantes tradicionales de la hoja, encarcelando a muchos de ellos con el
fin de desestimular la competencia a los laboratorios.
En muy poco tiempo la mayor parte del mecanismo comercial que
abastecía de coca a los centros mercantiles como Popayán y Silvia quedó
escaso de hojas y los indígenas, dependientes de los comerciantes para su
abastecimiento, pronto se dieron cuenta de que continuar mascando coca
estaba más allá de sus medios. Con todo, esta decadencia del hábito de la
coca se estaba presentando precisamente en la hora en que el proceso de
aculturación sufría un considerable retroceso y muchos indígenas se estaban
congregando en torno a la bandera del CRIC (Consejo Regional Indígena del
Cauca), una organización que defiende los derechos humanos de los

143
Véase Friede (1944, p. 18) y Duque (1945).
indígenas y que hacía hincapié en la cultura autóctona de la zona,
incluyendo, para consternación de muchos izquierdistas más bien ortodoxos,
el consumo tradicional de la temida hoja. Es una fortuna que el CRIC haya
comenzado a reconocer la importancia de repudiar la traicionera seducción
de una economía de mercado. Es de esperar que esto proporcionará ímpetu a
la recuperación de mucha de la independencia económica que los indígenas
del Cauca han perdido. Sólo un regreso a las formas nativas de intercambio
recíproco puede construir un futuro auténticamente libre de la explotación, y
así defender el uso de la coca y con ello la propia forma de vida de los
indígenas.
LA POLÍTICA DE LA COCAÍNA

El teniente Fernández , y cuatro policías vestidos de civil vinieron


en un jeep alquilado en busca de una fábrica de cocaína. Sólo
registraron la casa y algunas cosas atrajeron su atención, como el
carburo para nuestras lámparas... Se marcharon comentando que
sabían todo y tendríamos que arreglar con ellos..

Diario del Ché en Bolivia, registro del jueves, enero 19 de 1967.

Aunque es claro que buenas fortunas fueron hechas con la cocaína durante
el período de su primera popularidad (1884,1930), incluidas las de muchas
compañías farmacéuticas de reputación, es sólo en los últimos diez o quince
años que el mundo ha experimentado de nuevo un renacimiento
verdaderamente amplio del interés por la droga, produciendo en este corto
espacio de tiempo un rápido aumento de la demanda, y una floreciente industria
con base en las zonas de los Andes donde se cultiva el arbusto de la coca.
Puede darse una idea de la expansión del mercado a partir de las
impresionantes estadísticas sobre decomiso de la cocaína ilegal por parte de
la Aduana de los Estados Unidos: de apenas ocho libras confiscadas en
1961, la cifra se eleva a 408 libras en 1971 y llega a un total de 1.125 libras
en 1976.144 Aunque tales cifras sólo pueden ofrecer, en el mejor de los casos,
un barómetro muy aproximado del volumen total del mercado, es probable
que el consumo de cocaína —al menos en los Estados Unidos— haya
aumentado cien veces o más desde el comienzo de 1960.

144
Hearings, etc." (1972, p. 295) para las cifras de 1960-1972; The New York Times (enero 2 de 1977)
para las de 1976.
Las fuerzas económicas generadas por un auge de este tipo, no podían
dejar de tener, una cantidad de alarmantes efectos colaterales en los países
productores. En particular, la demanda de materia prima ha afectado
seriamente muchos de los tradicionales cultivadores y mascadores de coca,
grupos que se encuentran evidentemente en marcada desventaja al tratar con
la mucho más poderosa industria de la cocaína. Es obvio que los pequeños
campesinos usualmente tienen poco que decir en las despiadadas
organizaciones que protegen la continuada operación del negocio de la
cocaína, aunque puedan beneficiarse incidentalmente con los precios
pagados por sus cosechas. En efecto, la situación de los productores de coca
no se puede aislar de la situación del campesinado como un todo en
Suramérica, porque es parte de una lucha de clases que trasciende el modo
específico de producción de ésta o aquella mercancía en particular. Es, sin
embargo, con el fin de clarificar los detalles de la manufactura y
comercialización de la cocaína que se ha emprendido el presente estudio. Se
espera que una denuncia de los lazos entre los grupos de traficantes de
drogas y sus poderosos aliados locales (normalmente, en el actual contexto
histórico, políticos o altos mandos de la Policía y las Fuerzas Armadas)
servirá para suministrar al lector una perspectiva útil sobre una de las más
abominables ramificaciones de las tecnocracias autoritarias que han surgido
recientemente en el continente. Al mismo tiempo, junto con la necesaria
condena de la actual estructura del mercado de la cocaína, éste difícilmente
sería el lugar para desatar cualquier invectiva contra los supuestos males de
la temida cocaína. Tal enfoque, común entre los burócratas sin entrañas que
a diario ventilan sus opiniones inanes sobre el "problema" de la droga, sirve
sólo para desviar la atención de los que debieran ser los aspectos realmente
cruciales, más profundos que los peligros limitados y, de todos modos,
autoinfligidos, del abuso de la cocaína. La más apremiante necesidad sigue
siendo la de desenmascarar la burda ficción de la "guerra a las drogas" de los
agentes del a un análisis más agudo y realista de la estructura económica
del negocio internacional de drogas, probablemente el sector de crecimiento
más dinámico, del imperialismo contemporáneo.
De todos modos sería virtualmente imposible excluir el fenómeno de la
cocaína de cualquier consideración seria de la etnografía contemporánea del
hábito de mascar coca en los Andes. Los dos asuntos están tan
inextricablemente entrelazados que considerarlos de forma aislada tiene un
sabor a puro especialismo científico, tan inútil como ofensivo contra la dignidad
misma de la planta. En el caso específico de la zona del Cauca, semejante
sutileza escolástica sólo podría ser condenada como doblemente
injustificable. ¿Acaso el propio Nelson Rockefeller no declaró que
"virtualmente toda la cocaína que entra en los Estados Unidos viene de
Suramérica y principalmente de Colombia?"145 Ignorar las duras realidades
políticas y sociales producidas por esta situación, imaginar que dichos
aspectos son de cierta manera "irrelevantes" frente al estudio puramente
antropológico de la costumbre de mascar coca entre los indígenas y los
campesinos del departamento del Cauca, implicaría precisamente el tipo de
academicismo que ha permitido la continuada representación del negocio de
la cocaína sólo en términos de las ilusiones paranoicas de las agencias
antinarcóticos.
En primer lugar, debe destacarse que la prominencia colombiana en el
comercio de drogas es sólo un desarrollo muy reciente. La gran mayoría de la
cocaína refinada en Colombia se deriva de la "base" o "pasta" cruda, entrada
de contrabando desde otras repúblicas andinas, y las cosechas de coca
relativamente insignificantes de zonas como el sur del Cauca, la única Parte del
país que tradicionalmente produce un cierto excedente de hojas, no puede
compararse con las inmensas cantidades de coca exportadas desde los
departamentos de Cuzco y Huánuco, en el Perú, o desde los valles de los
Yungas y el Chapare en Bolivia.
Antes de finales de 1960 parece que, prácticamente, no había un
mercado negro de cocaína en Colombia, y el muy pequeño consumo ilegal de
droga, concentrado principalmente en la élite económica y política del país,
era usualmente surtida con un fino polvo cristalino producido en laboratorios
oficiales y que se deslizaba por entre los dedos de los farmaceutas y otros
miembros de la profesión médica. Hasta 1971, era posible comprar un
pequeño frasco de cocaína Merck, reputada como la mejor del mundo, en las
pendientes callejas detrás del Hotel Hilton de Bogotá.
Indudablemente la cocaína farmacéutica de esa calidad ya era
considerada en la época algo así como una rareza, y el cargamiento legal del
cual provenía se decía que había sido tomado en un momento de fortuito
descuido de la Aduana en el Aeropuerto Internacional de Bogotá. A finales de
1960, la producción ilícita ya había llegado a dominar el mercado de cocaína
en Colombia, explotando tanto la expansión del mercado norteamericano
como la ubicación estratégica del país como puerto de escala intermedia en
el flujo de la droga hacia el norte. El negocio se benefició también con el
simultáneo crecimiento de la demanda de marihuana y, casi de la noche a la
mañana, brotaron una serie de organizaciones criminales para proveer al
nuevo mercado.

145
Rockefeller (1975, p. 24).
Inicialmente por lo menos, la calidad de la cocaína era perjudicada por una
carencia severa de las requeridas habilidades de laboratorio. La pasta cruda
de cocaína se produce a en pequeñas cocinas rurales por medio de un
proceso muy simple: las hojas verdes o no secas de coca son molidas y
colocadas en un recipiente grande —usualmente en tambores vacíos de
gasolina— que contiene algo de ácido sulfúrico diluido en agua, que actúa
como agente lixiviante. A esto se añade un reactivo alcalino como el
carbonato de sodio o simplemente ceniza vegetal o cal industrial. A la solución
se le revuelve gasolina, o querosene alzando la cocaína y otros alcaloides. La
gasolina, a su vez, es separada de los otros químicos y de la materia vegetal y
luego tratada de nuevo con ácido sulfúrico y el reactivo alcalino, a los cuales a
veces se añade ácido clorhídrico y perganmanato de potasio. Esto precipita el
compuesto de alcaloides de la coca, que luego pueden recogerse con un
filtro.146
En esta forma la pasta amarillosa, verdosa e incluso grisácea, con
la consistencia de la mucosa nasal, puede ser transportada fácilmente fuera de
las zonas de cultivo de la coca y llevada sin riesgo de sufrir daño a largas
distancias y a través de severos extremos climáticos. Introducida a Colombia
por los puertos amazónicos de Leticia o Mocoa o pasada de contrabando a
través de la poco controlada frontera andina cerca de Ipiales, la cocaína cruda
emprende su camino hacia los laboratorios de la segunda etapa, normalmente
localizados en las grandes ciudades —Cali, Medellín, Bogotá— o en los
puertos caribeños de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. La multiplicidad
misma de las rutas hace que la vigilancia o la interrupción del tráfico sea
virtualmente imposible, a pesar del hecho de que la mayoría de los laboratorios

146Paradescripciones detalladas el proceso de refinar cocaína, véanse Mortimer (1901, pp. 309-319), Ashley
(1975, pp. 190-193), Trease y Evans (1972, p. 469).
de la segunda etapa se encuentran cerca de los puntos desde los cuales se
despacha hacia los Estados Unidos la cocaína terminada. La localización de
aquellos se rige lo mismo por razones prácticas como de conveniencia, ya
que el producto terminado —el clorhidrato de cocaína— es soluble en agua y
puede dañarse fácilmente por exposición accidental a la humedad.
La transformación de la base cruda en cocaína refinada es una de las
etapas más lucrativas de toda la empresa porque, al contrario del
contrabando, implica pocos riesgos realmente serios. Un solvente orgánico
como el éter o la acetona es empleado Para separar la cocaína pura de los
demás alcaloides, como la ecgonina, que son insolubles en el éter. A la
solución se le agrega ácido clorhídrico, seguido de un alcalino como el
carbonato de sodio, más el perganmanato de potasio que precipita la cocaína
en forma sólida, permitiendo recogerla con un filtro y colocarla luego en
bandejas para que seque por evaporación. El enjuagarla repetidamente con
agua destilada y la solución de éter y ácido clorhídrico sirve para remover los
restos de los demás alcaloides, produciendo un clorhidrato de cocaína
progresivamente más limpio y cristalino, con un grado absoluto de pureza que
pueda elevarse de un mínimo de 79% hasta el standard farmacéutico,
usualmente de más de 99%.
Aunque este proceso difícilmente requiere las capacidades de un
químico experto, hay, no obstante, una serie de cosas que pueden resultar
mal en el laboratorio. Un exceso, ya sea de ácido clorídrico o de carbonato de
sodio, puede producir una cocaína que tienda a extremos muy “picantes” o
"jabonosos". Así, una gran cantidad de la cocaína ilegal de Colombia es con
frecuencia de inferior calidad, inclusive antes de haber sido cortada o "pisada"
con lactosa o anestésicos sintéticos locales como la procaína. Es más: el éter
o la acetona que quedan después del proceso de filtración se evaporan a
menudo muy lentamente, y la cocaína permanece con residuos cuyas agudas
propiedades predominan sobre el olor y sabor naturales de la droga. Esto
puede generar una reacción de atolondramiento inicial en el usuario que se
retrae del ímpetu limpio y claro que normalmente produce la cocaína en estado
no adulterado. En efecto, los laboratorios no sólo son muchas veces
chapuceros, también son altamente peligrosos. Sustancias volátiles como el
éter, en caso de manejarse con descuido o de calentarse demasiado, pueden
inflamarse con facilidad e incluso explotar, destruyendo todo el laboratorio y
costándole la vida a los operarios, como ocurrió en un famoso caso en Cali,
en la noche del 5 de julio de 1974.147
Aparte de la ubicación estratégica de Colombia entre las principales
zonas de producción y el mercado de los Estados Unidos, también se puede
identificar una serie de factores secundarios que aparentemente estimularon el
surgimiento de un pujante negocio local de cocaína. En primer lugar, el
contrabando ha sido desde hace mucho tiempo una forma de vida aceptada y
casi respetable en la mayor parte del litoral atlántico del país. Un manuscrito
del siglo XVIII en el Museo Británico hace referencia explícita a su gran
importancia económica en las antiguas gobernaciones de Cartagena y Santa
Marta, impresión cuya validez actual puede confirmarse rápidamente con la
aseveración del jefe de la policía en Barranquilla, quien aseguró que por lo
menos 300 campos de aterrizaje clandestino estaban en operación en la
costa norte de Colombia en 1974.148 En los años recientes, la cocaína ha
venido a sumarse a las esmeraldas y a la marihuana y a un gran número de
otros artículos clásicos del contrabando, transformándose en un comercio que,

147
El País, Cali, julio 7 de 1974.
148
Papeles tocantes a la Nueva Granada. Colección Egerton, No. 1807. Departamento de mss. Museo
Británico . Para el jefe de policía en Barranquilla, ver El Tiempo, Bogotá (diciembre 10 de 1974).
con la infiltración del gobierno y los servicios aduaneros locales, responde por
una gran cantidad del poder político y económico ejercido por la élite social
que ha dominado siempre la vida pública en las ciudades de la Costa.
Este bien establecido precedente de contrabando habría hecho del
ingreso del país al negocio de la cocaína un proceso relativamente fácil de
cumplir. Inicialmente, por lo menos, la reputación de Colombia estaba
asegurada por una política de “negocio abierto" en drogas. Todos los
compradores, grandes y pequeños, eran igualmente bienvenidos, incluyendo
numerosos jóvenes y pequeños traficantes independientes de los Estados
Unidos. Para ellos negociar con coca en Colombia era considerablemente
más fácil que en la atmósfera en extremo tensa y paranoica de Bolivia o el
Perú; y Colombia, más aún, podía ofrecer también una de las más finas
marihuanas de todo el hemisferio occidental. Teniendo esto en cuenta, la
atracción de negociar en Colombia era casi irresistible; de modo que, con sólo
un mínimo riesgo de hostigamiento oficial, gran cantidad de gringos
aficionados al tráfico en pequeña escala comenzaron a dar el salto en el
famoso vuelo Aerocóndor de Miami a Barranquilla. Tal era, por lo menos, la
situación cuando llegué por primera vez al país en 1971, posiblemente el
último año en que existió un mercado genuinamente abierto en el escenario
colombiano de la droga.
Poco más de un año después, sin embargo, el antiguo escenario del laissez-
faire se estaba convirtiendo en cosa del pasado, y ya numerosos gringos
desafortunados languidecían en forma semipermanente en las insalubres
penitenciarías estatales. La pista de este cambio de clima puede seguirse
muy claramente hasta la conferencia continental sobre tráfico de drogas
efectuada en Bogotá en octubre de 1972, patrocinada por funcionarios
antinarcóticos del ahora extinto Buró de Narcóticos y Drogas Peligrosas
(BNDD) de los Estados Unidos, cuyo propósito era dar impulso a una gran
ofensiva continental contra el uso de drogas. Tales cruzadas, desde luego,
sirven principalmente para atraer atención, poder y dinero a los cruzados
mismos; la subsiguiente realidad de esta operación tuvo muy poco a ver con
los sueños rosados acerca de "salvar a nuestra juventud" pregonados por los
agentes de narcóticos. En lugar de ello, sería difícil evitar la conclusión de que la
campaña antidroga sólo sirvió como cortina de humo para una despiadada
monopolización del negocio de la cocaína, emprendida por las mismas
organizaciones establecidas para combatir la "amenaza" en primer lugar.
Como consecuencia, el período de mercado abierto en Colombia, con todo su
colorido gangsterismo, sus graciosos y casi farsescos montajes delictivos,
son ahora poco más que recuerdos, que cedieron el paso a los de pulidos
carteles de la actualidad . Los peligros inherentes a esta situación —los
peligros para los cultivadores de coca, para los que la mascan, para los que
consumen cocaína y para los colombianos y latinoamericanos en su conjunto—
claramente requieren la identificación y denuncia de los grupos que parecen
beneficiarse con la nueva situación. No debería sorprender que son los
mismos grupos que han monopolizado también otro gran número de
actividades lucrativas, entre las cuales se encuentra la propia nave del
Estado.
Las fuerzas de seguridad de Colombia
Cualquier relación del tráfico de drogas en Colombia tiene que
comenzar, necesariamente, con una consideración de las numerosas
instituciones que se disputan el control de la empresa, es decir, las agencias
antinarcóticos. Tradicionalmente la más poderosa de esas instituciones ha
sido el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), una organización
de seguridad originalmente establecida para perseguir a los sectores
políticamente "subversivos" de la sociedad colombiana. Como tal, recibió una
idea inflada de sus ya muy arbitrarios poderes y, a comienzos de 1970, había
penetrado una buena parte del bajo mundo, incluyendo muchos de los aspectos
más lucrativos del negocio de la cocaína. Era de conocimiento común en
Bogotá, en 1971, la vinculación con la cocaína del General Ordóñez
Valderrama, comandante del DAS; pero no fue sino hasta el cambio de
gobierno, en 1974, que comenzaron a hacerse públicos los detalles reales de
esa vinculación.149 Es muy interesante observar que las investigaciones
demostraron que éste no sólo utilizó su posición oficial como escudo para
encubrir organizaciones criminales que trabajaban fuera del despacho, sino
que también utilizó al DAS mismo como red de distribución de cocaína.
En cualquier caso, los pocos hechos comprobados acerca del DAS
hablan por sí mismos: en mayo de 1972, en junio de 1973 y en noviembre de
1973, grandes cantidades de cocaína decomisada desaparecieron de los
depósitos del DAS. En mayo de 1973, el jefe del DAS en Leticia fue arrestado
con diecinueve kilos de cocaína en su maleta por agentes de la Aduana en el
Aeropuerto de Bogotá. La investigación que siguió a este asunto fue cuidadosa
y deliberadamente obstruida por el general Ordóñez Valderrama. En noviembre
de 1973, la Policía Nacional acusó públicamente al DAS de estar altamente
comprometido en el negocio de la droga. A comienzos de 1974, 48 agentes
del DAS en Medellín fueron despedidos por tráfico de drogas y otros delitos
de contrabando.150
La mayor parte de los detalles relacionados con la corrupción en el DAS
—la denuncia pública y el subsecuente "retiro" de figuras claves— sólo ha
surgido a causa de las rivalidades dentro y entre las diferentes fuerzas de

149
Alternativa, Bogotá, agosto 2 de 1976
150
Alternativa, Bogotá, julio 22 de 1974.
seguridad colombianas. Sería ingenuo pretender que el DAS está sólo en su
vinculación con el negocio de la droga. La Policía Nacional y especialmente
su rama de policía secreta, el F-2, no parece tener un historial más limpio. El
comandante de la Policía Nacional por la época en que Ordóñez dirigía el
DAS, también posteriormente fue sometido a investigaciones de alto nivel
acerca de sus conexiones con el bajo mundo, incluyendo sus nexos con el
tráfico de cocaína. Su caso fue considerado lo suficientemente serio como
para ser asumido por la Corte Suprema en Bogotá.151 Otro cuerpo oficial a
veces involucrado en el negocio es el servicio diplomático colombiano. Un
ejemplo lo suministró el vicecónsul en Nueva York, José Alvaro Córdoba
Bojassen, quien fue arrestado en octubre de 1970 cuando trataba de
introducir 25 kilos de cocaína a los Estados Unidos. Huyó a Cali, y los
Estados Unidos entregaron al gobierno colombiano los papeles de
extradición, los cuales fueron aprobados por la Corte Suprema en Bogotá. En
abril de 1972, sin embargo, el Ministro de Justicia, Escobar Méndez, y el
Presidente de la República, Pastrana Borrero, rehusaron firmar la orden de
extradición.
Al llegar a la presidencia en 1974 Alfonso López Michelsen se mostró
un tanto preocupado por el estado de corrupción existente en sus bien
desacreditadas fuerzas de seguridad, particularmente en el DAS. En vez de
embarcarse en un embarazoso programa de revelaciones simplemente optó
por cambiar a Ordóñez Valderrama, reemplazándolo por el general Matallana,
un comandante del Ejército tristemente célebre por sus campañas
contraguerrilleras en 1960. Matallana purgó, al menos, a la mitad de los altos
oficiales del DAS y emprendió una amplia campaña de publicidad para salvar
la imagen de su departamento. El jefe del DAS en Ipiales —una población en

151
Alternativa, Bogotá, febrero 24 de 1975; "Latín American Political Report", Londres, mayo 28 de 1976.
la frontera con el Ecuador conocida por su activa participación en todas las
formas del comercio ilícito— fue arrestado en septiembre de 1974, acusado
de una larga lista de delitos que iban desde la falsificación de pasaportes
hasta el inevitable contrabando de cocaína.152 El efecto que se buscaba era
crear una nueva imagen pública del DAS, ocupado sinceramente en eliminar la
corrupción a todos los niveles. Para tal fin Matallana empezó a atacar también
a sus otros rivales, acusando a los servicios judiciales y de aduanas de
obstruir sus investigaciones sobre el tráfico de cocaína.153 Los esfuerzos de
Matallana le aportaron una excelente reputación entre las agencias
norteamericanas de narcóticos y el se convirtió en figura cotidiana de las
primeras páginas de todos los periódicos, en un caballero de reluciente
armadura luchando por la salvación de su país. Las teatrales acciones de
Matallana, no obstante, fueron insuficientes para desmantelar el aparataje del
tráfico de drogas en Colombia ya muy bien establecido en esa época, y, fuera
de los titulares de la prensa, la abierta participación de las fuerzas de
seguridad en el tráfico continuó siendo la norma. Se presentó, por ejemplo, el
extraño caso de los agentes antinarcóticos norteamericanos en Bogotá, que, en
marzo de 1975, habían recibido información relacionada con el despacho de
once toneladas de marihuana lista para la exportación, y que habían llegado a
la escena del crimen en un avión privado en compañía de agentes de la
Aduana colombiana. Al llegar, fueron saludados con fuego nutrido, desatándose
un tiroteo entre los de la Aduana y los que posteriormente fueron identificados
como agentes del DAS.154
La versión oficial es que el DAS pensó que los hombres de la Aduana
eran los dueños del cargamento pero, en ese caso, ¿por qué abrieron fuego

152
El Tiempo, septiembre 18 de 1974.
153
El Tiempo, diciembre 6 de 1974.
en lugar de esperar y prenderlos con las manos en la masa, en posesión de la
hierba? En efecto, como en el caso no se capturó a ningún tercero y como es
improbable que se hubiera dejado sin vigilancia un cargamento tan grande, la
única conclusión lógica es que los agentes del DAS estaban cuidando del
cargamento y tenían la esperanza de alejar, asustando, a cualquier asaltante
potencial con sus disparos. En Washington, el senador Henry Jackson se
limitó a describir este caso de confrontación armada entre dos fuerzas
antinarcóticos en competencia (ambas financiadas y apoyadas por Estados
Unidos) como "altamente perturbador". Bellas palabras, pero, como era de
suponerse, no produjeron conmoción alguna en el negocio colombiano de la
droga. Pronto el DAS se vio envuelto en otro tiroteo, esta vez con detectives
del F2 de la Policía Nacional, sobre la propiedad de otro gran despacho en
camino a los Estados Unidos.155`
Hacia finales de 1976, más de dos años después del lanzamiento de la
campaña de Matallana, la situación del conflicto armado dentro del negocio
había escalado hasta el punto en que el jefe de la Agencia Antidrogas de los
Estados Unidos (DEA) en Bogotá fue asesinado en su propia oficina, en
momentos en que la red de seguridad que lo rodeaba misteriosamente dejó de
funcionar. Algunas fuentes afirman que el asaltante —T.C. Cole, veterano de
Vietnam e informante de la DEA— fue a su turno baleado por las autoridades
cuando trataba de escaparse, en tanto que otras sostienen que Cole se
disparó a sí mismo cuando halló que su camino estaba bloqueado por los
marines norteamericanos que custodian la embajada. En ningún caso se
estableció jamás un motivo convincente para el crimen, y la especulación se
concentró en la posibilidad de que "el golpe pudo haber sido ordenado desde

154
Nicolas Gage en "The New York Times" reproducido en "O Estado de Sao Paulo", abril 27 de 1975.
155
Alternativa, noviembre 24 de 1975.
lo alto".156 Una declaración semejante es, desde luego, intencionalmente
ambigua, pero el hecho de que el jefe de la DEA en cuestión —Octavio
González— haya sido originalmente designado a Bogotá en la época de la
ofensiva para "controlar" el comercio colombiano de drogas ilícitas
(1972/1973), parece sugerir que no era plenamente el héroe inocente que se
quiso hacer creer. Del mismo modo, su origen cubano y su carrera previa en
la fuerza de policía de Miami tenderían, asimismo, a implicar una larga
historia de vínculos con los sindicatos del crimen que controlan la mayor
parte del tráfico de cocaína. Si tales nexos eran puramente profesionales —
honrados "policías y ladrones", como en la televisión— o si incluían una
cantidad de lazos de realimentación más sombríos, es una cuestión que no
puede aislarse del hecho de que el negocio de la cocaína en Estados Unidos
sufría un intento simultáneo de monopolización por parte de los cubanos
anti-castristas.
El triunfo de la extrema derecha en las Fuerzas Armadas colombianas, un
proceso iniciado en 1975 y concluido finalmente en 1976, fue mucho más que
un reflejo fiel del clima prevaleciente a lo largo y ancho del continente en
aquellos tiempos. Coincidió, por ejemplo, con particular nitidez con un giro
similar a la derecha en el vecino Perú, país que suministra la mayoría de la
cocaína cruda a los laboratorios colombianos. otro aspecto del retroceso fue
la campaña de atentados con bombas para silenciar la prensa radical de
Bogotá, en especial el semanario "Alternativa", patrocinado por Gabriel García
Márquez, el cual se había tornado particularmente abierto en sus acusaciones
contra los miembros directivos del establecimiento militar y político. Tan
explícitos actos de intimidación eran apenas signos exteriores de una lucha

156
The Washington Post, diciembre 14 de 1976: Miami Herald, diciembre 15 de 1976; reproducido en High
Ttmes de marzo de 1977.
de poder aún más crucial que se desarrollaba dentro del Ejército mismo; una
gran parte de la información utilizada por la prensa se filtró originalmente por
un grupo de presión no oficial —la Brigada Militar de Liberación y
Reconstrucción Nacional— compuesta por los oficiales más jóvenes y
nacionalistas y respaldada tácitamente por unos pocos de los generales
menos extremistas.
La alarma sonó por primera vez en 1975 con el asesinato del general
Rincón Quiñónez. Este, según la Brigada Militar de Liberación, fue liquidado
por sus oficiales colegas debido a sus molestas pero cabales investigaciones
acerca de la estructura del tráfico de cocaína.157 Como es obvio, los
comandantes superiores desmintieron públicamente la existencia misma de la
Brigada Militar de Liberación, y aún más, negaron vociferantemente que el
general Rincón alguna vez hubiese estado preparando un expediente sobre
la cocaína. Por el contrario, montaron un juicio de exhibición, en el cual una
serie de activistas radicales fueron acusados del asesinato y, por medio de
una rica mezcla de cargos inventados, intimidaciones abiertas y la
propalación de rumores harto contradictorios (que la CIA suele denominar
"desinformación"), finalmente lograron tapar el escándalo de Rincón. A veces,
no obstante, la publicidad que rodeó el caso amenazaba con descubrir una
verdadera grieta en la coraza de los generales derechistas, haciendo patente
su papel en la subversión y manipulación de la vida política de la nación. El
temor a quedar expuestos los llevó a un empleo cada vez más intenso del
aparato de inteligencia militar, particularmente la agencia supersecreta
conocida como BINCI, para espiar a aquellos oficiales sospechosos de tener
simpatías moderadas; también hubo una serie de drásticas purgas que

157
Latin Amertcan Political Report, junio 20 de 1975
buscaban silenciar la Brigada Militar de Liberación y eliminar sus defensores
en el seno de las Fuerzas Armadas.
Ya la revista Alternativa había lanzado sus acusaciones a comienzos de
1975 con sorprendente precisión y perspicacia. Identificó a figuras tales como
Varón Valencia, Ministro de Defensa, y sus compañeros los generales
Camacho Leyva, Sarmiento Sarmiento, Landazábal Reyes y Armando
Orejuela como la "línea dura" dentro de los militares colombianos, como el
grupo que parecía más inclinado a invocar una solución estilo Chile para la
inquietud que hervía a lo largo y ancho de su país. Como era de esperar había
poca necesidad inmediata para un golpe militar formal en Colombia ya que
para comienzos de 1977 este mismo grupo había tomado, casi
completamente, todos los comandos vitales de las Fuerzas Armadas, dando
de baja, incluso, al comandante supremo del Ejército, el general más
moderado, Valencia Tovar.
Algunos militares bien pudieron cubrir participación en el centro efectivo del
proceso de toma de decisiones; más a nivel local, los lazos entre el
establecimiento militar, los políticos civiles, la policía y el servicio de aduanas,
a veces aparecen con más nitidez que en la capital, Bogotá, una ciudad
inclinada al escándalo. Es, en consecuencia, en los departamentos de provincia
donde debe buscarse la evidencia más clara de la organización cotidiana del
comercio. En particular, puede resultar útil considerar las áreas que sirven de
puntos de entrada y salida para la cocaína en su viaje hacia el norte. Una de
dichas áreas es la Amazona colombiana y, específicamente, la población de
Leticia, el único puerto importante de Colombia sobre el curso principal del río
Amazonas. La virtual imposibilidad de controlar el tráfico aéreo y fluvial en
esta zona, la convierte en una etapa de tránsito de la "pasta" cruda de cocaína
en su camino desde los distritos productores del Perú, y la fácil ruta de Tingo
María a Pucallpa-Iquitos-Leticia probablemente es responsable de una
porción sustancial del flujo total. Desde hace mucho tiempo la ciudad es
famosa por la corrupción: como vimos el jefe del DAS fue arrestado en mayo
de 1973 por agentes de aduanas del aeropuerto de Bogotá con una maleta que
contenía de diecinueve kilos de cocaína; y el avión privado del magnate
hotelero, Mike Tsalickis, incidentalmente un ciudadano norteamericano,
también fue hallado con once kilos de cocaína en el mismo lugar, en
septiembre de 1974.158
Sin embargo, en ninguna parte se demuestra más claramente la colusión de las
autoridades, los políticos locales y el negocio ilícito de la droga como en
Santa Marta, tradicionalmente la principal salida para las drogas en el Caribe.
"Alternativa" identificó dos grupos importantes que controlaban el comercio a
mediados de 1975 —las familias de los Cárdenas y los Valdeblánquez—.159
Como incluso un sobrio antropólogo se vio forzado a anotar en un estudio
sobre la producción local y el consumo de marihuana:
"Miembros de las mejores familias están envueltos en la actividad del
contrabando... Son ellos quienes dirigen la operación y controlan el clientelismo en
los puestos de las aduanas del gobierno. El tráfico de marihuana ha sido
aceptado simplemente como otra actividad de contrabando, una de las
especializaciones más lucrativas".160

El impacto del negocio ilícito de la droga en las áreas de producción

158
Alternativa, julio 22 de 1974, noviembre 11 de 1974, febrero 24 de 1975; El Tiempo, septiembre 23 de
1974
159 Alter
nativa, septiembre lo. de 1974.
160 Partri
dge (1975, p. 156).
Quizás aún más significativo que la evidencia de corrupción a lo largo de las
conocidas rutas de contrabando, es el fenómeno observado en muchos
distritos rurales que son las fuentes originales de las drogas. Un ejemplo de
ello es notable porque concierne al área del Cauca, o más específicamente, a
la región "militarizada" en los alrededores de Corinto, donde se desarrolla una
batalla constante entre el Ejército y las guerrillas de las FARC (Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, bajo el liderazgo de Manuel
Marulanda, el legendario "Tirofijo"). Dada esta situación tan inestable y el
continuo patrullaje de la región por parte de helicópteros y destacamentos
militares, puede resultar extraño que una plantación de un millón de matas de
marihuana, con una superficie total de 1,530 hectáreas, haya sido sembrada,
y que se la haya dejado crecer sola, antes de ser "descubierta" de repente bajo
la presión de los agentes antinarcóticos de los Estados Unidos.161 Ninguno de
los habitantes de la zona —ni los guerrilleros ni los pequeños campesinos—
hubiera estado en capacidad de llevar a cabo semejante empresa y, por
consiguiente, debe considerarse necesariamente la participación de algún
gran sindicato exportador de cannabis, una desafortunada banda cuyo
entendimiento con el comandante militar local ha debido sufrir un revés de
última hora, poco antes de la época de cosecha.
Contratiempos ocasionales de este tipo son parte funcional del negocio
más amplio, ya que sirven para mantener la ficción pública de la "guerra contra
las drogas" y, al mismo tiempo, muestran a aquellos que están más
íntimamente involucrados que, o bien se someten a la disciplina o se
arriesgan a ser sacrificados a los agentes de narcóticos gringos. Un caso
parecido fue el de una gigantesca plantación de coca en la cuenca del
Vaupés, en la Amazonía colombiana, que fue incendiada por paracaidistas en

161
Jornal da Tarde, Sao Paulo, Agosto 4 de 1975.
febrero de 1974.162 No menos de 27,000 arbustos de coca estaban de por
medio en este suceso; como era de esperarse, el propietario de la tierra
mantuvo su identidad "en reserva" gracias a las autoridades militares y jamás
se presentó alegato alguno ante la justicia. Una vez más queda la impresión
de que este golpe, como muchos otros,: no pudo demostrar un asalto efectivo
contra el negocio de la cocaína en su conjunto. Servía principalmente como
ejercicio de relaciones públicas, o a lo sumo, como ajuste de cuentas entre
diferentes bloques de poder en competencia dentro del comercio como un
todo.
La indiferencia oficial en relación con el tráfico ilícito está demostrada
mejor que en ninguna otra parte por una pequeña área rural conocida
personalmente por el autor, el valle del río San Jorge, ubicado entre las
poblaciones de Bolívar y Almaguer, en el Sur del Cauca. Por razones
explicadas en detalle en el capítulo anterior, ésta es probablemente la única
zona de Colombia que produce tradicionalmente un excedente cuantioso y
exportable de hojas de coca; es allí, más que en las selvas vírgenes de la
Amazonía, donde uno debe buscar la más clara evidencia de los cambios
políticos y sociales generados por el crecimiento del negocio de la cocaína.
En esa región la coca se cultiva en pequeñas parcelas familiares que raras
veces exceden el millar de arbustos por familia, y simplemente no existen
grandes plantaciones, como la que se descubrió en el Vaupés.
La producción de coca en el valle del San Jorge siempre ha
proporcionado pequeños ingresos en efectivo a los campesinos que, de otro
modo, se concentrarían sólo en una explotación muy rudimentaria de
cosechas de subsistencia. Los habitantes de la zona —mucho de ellos de
ancestro indígena, aunque hispano-parlantes, y mestizados liberalmente con

162
El Espacio, Bogotá, febrero 13 de 1974.
blancos y negros—usualmente sacaban sus cosechas de coca a los
mercados locales para venderlas en lotes medidos en arrobas (25 libras), o
en tiempos de escasez, en libras. Numerosos pequeños comerciantes
blancos eran atraídos a estos mercados desde Popayán y las poblaciones
menores; cada uno de ellos por lo general negociaba cincuenta o cien libras
de hojas a la semana. Estos comerciantes informan que fue en 1969 cuando
por primera vez se dieron cuenta de la presencia de cocinas clandestinas de
cocaína en la zona y, aunque los compradores de dichas cocinas podían ser
distinguidos principalmente por su preferencia por las hojas verdes y no secas,
también podían ser reconocidos simplemente por la enorme cuantía de sus
compras. Las hojas frescas no se emplean para mascar, pero tienen fama de
ser más productivas en cocaína cuando se someten a proceso químico. Es
más: el escenario del comercio de la coca es en realidad una cuestión muy
íntima en el Cauca, y es evidente que sobresale cualquiera que compre cientos
de libras de hojas sin tener un punto de salida al menudeo.
La reciente llegada de la industria de la cocaína al Cauca contrasta
marcadamente con la situación en el Perú, donde en 1890 los laboratorios ya
estaban bien establecidos tanto en Lima como en Huanuco.163 Los relatos
locales indican que la primera cocina del Cauca la construyó en las afueras de
Popayán un ecuatoriano con experiencia previa en el negocio en alguna otra
parte. Poco tiempo después, fue expulsado de la ciudad, retirándose a Bolívar,
donde enseñó a numerosas personas cómo completar el simple proceso de
refinar la "pasta" de cocaína. Pronto comenzaron a proliferar cocinas en todo
el sur del Cauca y la producción de cocaína aumentó astronómicamente a
comienzos de 1970. La demanda creciente de materia prima puede
demostrarse en relación con los precios recibidos por las transacciones
mayoristas de hojas, según lo informan muchos respetables comerciantes de
la vieja época. El ciclo estacional de escasez y abundancia causa una gran
fluctuación anual en los precios de la coca, de modo que las cifras
representan tanto los valores máximos como los mínimos, en pesos por
arroba. En 1971, el mínimo fue de 50 y el máximo de 250; hacia 1974,
subieron a un mínimo de 200 y a un máximo de 1,000. Esto representa un
400% de incremento en sólo tres años y, aún descontando la inflación mundial
y un 40% de devaluación del peso colombiano, el incremento absoluto del
valor de la coca ha sido enorme. (Un dólar 20 pesos en 1971; 28 pesos en
1974).
El Cauca alcanzó tan rápida notoriedad en el negocio de la cocaína
que fue escogido para inaugurar una bien publicitada campaña contra las
cocinas rurales, que empezó a comienzos de 1973 con un golpe contra un
pequeño laboratorio que producía pasta cerca de La Vega. Esta es una
localidad bastante periférica en términos de la producción de coca en el sur del
Cauca; pronto se juzgó necesario tomar acciones más enérgicas y
ejemplarizantes. El pueblito de La Herradura, en el municipio de Almaguer,
era famoso desde hacía mucho tiempo por su mercado de los viernes, fuente
de las más grandes cantidades y de las mejores calidades de coca de todo el
Cauca. De modo que tal vez no fue sorprendente que en diciembre de 1973,
se hubiese montado una importante incursión del DAS contra un pequeño
laboratorio en las proximidades del villorrio.164
Aún más predecible fue la cobertura de prensa de la incursión,
describiéndola como una gran victoria en la guerra contra la cocaína. Sin
embargo, había una serie de buenas razones para que los estereotipos oficiales

163
Mortimer (1901, p. 317).
164
El Tiempo, diciembre 12 de 1973.
no llegasen a divulgar la naturaleza real del negocio de la droga en el sur del
Cauca. En primer lugar, la persecución de las autoridades ya había destruido
la tradicional apertura del comercio de la coca en La Herradura, incluso
mucho antes del golpe de diciembre de 1973, y aunque grandes cantidades de
hojas circulaban todavía de mano en mano, lo hacían sólo en forma
clandestina. Al mismo tiempo los comerciantes de hojas estaban encontrando
cada vez mayores dificultades para pasar sus cargamentos a través de los
retenes de la policía en el camino que conduce de La Herradura a Bolívar, y de
allí a la carretera Panamericana, en El Bordo.
Mientras tanto, por lo menos quince cocinas clandestinas continuaron
operando plenamente en la misma región durante todo el año de 1974.
Debido a que los operadores de las cocinas compraban hojas de coca y las
reducían a pasta en el mismo lugar, su suministro no era interrumpido
significativamente por la vigilancia policial, en Bolívar y El Bordo. No sólo no
se reportaban decomisos de pasta de cocaína saliendo de la zona, sino que
los laboratorios mismos rara vez eran sometidos a presión oficial alguna,
siendo "descubiertos" cuando las circunstancias políticas dictaban la
necesidad de algún chivo expiatorio.
No es que esas cocinas de cocaína sean del todo difíciles de localizar.
Los comerciantes de hojas y los agricultores de la región me informaron
abiertamente que el hijo de fulano de tal tenía un laboratorio en tal vereda; en
particular los comerciantes se resentían mucho de la competencia de los más
ricos y poderosos fabricantes de la cocaína. La gente que trabajaba en las
cocinas normalmente podía ser detectada por la manchas verdosas en sus
manos, que según se decía, resultaban del manejo del proceso extractivo.
Con frecuencia se mostraban tan ansiosos de maximizar el suministro de
hojas que empezaron a intimidar a los campesinos con métodos gansteriles,
a fin de monopolizar la cosecha y arrebatar el suministro de las manos de los
comerciantes tradicionales de la hoja. Tan grande era la abierta rivalidad entre
el viejo comercio de la coca y la nueva industria de la cocaína que, si las
autoridades se hubieran ocupado en serio en eliminar las cocinas, lo hubieran
logrado rápida y fácilmente, y con la cooperación de la mayoría de los
cultivadores de hojas y de los comerciantes mismos.
Por consiguiente, debe concluirse que las mismas autoridades
decididamente no estaban interesadas en eliminar la producción de cocaína en
el sur del Cauca. Sus ataques al comercio de la hoja pueden verse como un
esfuerzo por destruir el sistema económico indígena, y reemplazarlo por otra
faceta de la economía orientada a la exportación hacia los Estados Unidos.
En tal caso, lo que comenzó a quedar claro fue el hecho de que los
decomisos de pasta de cocaína en esas "grandes victorias en la guerra
contra las drogas" eran tan insignificantes, y ni siquiera llegaron al kilo en el
golpe de La Herradura. Así se explican también muchos otros extraños
sucesos ocurridos en la región en el año de 1974.
Debido al conocido grado de participación del DAS en el negocio de la
cocaína, ¿no fue desconcertante que el comandante Aldemar Vargas, jefe de
la oficina del DAS en Popayán, haya sido purgado con el cambio de gobierno
de mediados de 1974, pero sólo para darle el puesto realmente vital de
alcalde en Bolívar, población que es el centro comercial de toda la región
productora de coca en el sur del Cauca? Su nombramiento tornóse todavía
más dudoso cuando un periódico de Bogotá lo citó diciendo que su municipio
había sido "invadido" de repente con arbustos de coca. Con un completo
desprecio por la historia de la región, sugirió que los indígenas y los
campesinos "súbitamente" habían sido poseídos por la más voraz necesidad
de mascar coca. Sólo se hizo una referencia casual a la producción de
cocaína, y se dijo que el problema real eran las implicaciones higiénicas de
esa rara y novedosa forma de abuso practicada por el campesinado165.
Los medios de comunicación no pueden considerarse como
responsables por perpetuar este tipo de desinformación, más ha habido otras
ocasiones en que periodistas locales han sido víctimas de una forma de
control más aguda, cediendo ante la censura efectiva acerca de la información
inconveniente o indeseable sobre el tráfico de drogas. Un ejemplo de lo
anterior sirve muy bien para ilustrar la situación prevaleciente en el sur del
Cauca. El 20 de noviembre de 1974, la emisora La Voz del Cauca anunció
que un helicóptero había descendido entre La Vega y Almaguer, y que a
bordo la policía había descubierto muchos kilos de pasta de cocaína. Después
de la primera sensacional revelación, la historia fue suprimida tan veloz y
radicalmente que ni la emisora ni ninguno de los periódicos hicieron jamás
mención alguna sobre el asunto. Pocos días después visité las oficinas de la
emisora y al inquirir por su fuente, negaron de plano que tal historia hubiese
sido transmitida alguna vez. No obstante, la información local de La Vega
confirmó plenamente el hecho, y el jefe de la policía de dicha población fue
transferido fuera de la zona poco después.
Debe destacarse que el sur del Cauca es la única parte de Colombia
donde la agricultura ha estado tradicionalmente ligada a la producción y
exportación de un excedente de hojas de coca, a tiempo que todas las demás
áreas indígenas producen sólo pequeñas cantidades para el consumo local y
para un sistema estrictamente limitado de permuta e intercambio. El hecho de
que coca y el Cauca se asocien tal, nítidamente en la opinión pública ha
suministrado, por lo tanto, una cortina de humo, una distracción de lo que
probablemente son las operaciones comerciales ilícitas más significativas. Es

165 El E
spectador, Bogotá, octubre 29 de 1974.
plausible que muchas de las grandes plantaciones contemporáneas de coca
se encuentren en áreas donde esta planta solo se ha convertido recientemente
en un producto agrícola verdaderamente importante, bajo el impulso de la
industria de la cocaína. La coca colombiana (Erythroxylum novogranatense)
posee una tolerancia ecológica mucho más grande que la principal especie
económica de Bolivia y Perú (Erythroxylum coca) y existen terrenos casi
ilimitados para su cultivo en los densos bosques de la Cordillera Occidental,
en las tierras bajas del Valle del Magdalena y, especialmente, en las cuencas
del Orinoco y del Amazonas, en el oriente. Sólo hay que recordar el caso de los
27,000 arbustos descubiertos en un claro en el Vaupés para visualizar cuán
grandes son las empresas posibles en el resto de Colombia, bien lejos de las
expuestas zonas indígenas del departamento del Cauca. Para comprender
por qué tales evoluciones son factibles, o bien probables, es necesario
considerar el contexto económico más amplio del negocio de la cocaína, su
papel como proveedor de fondos extraoficiales para una clase dominante, no
sólo ansiosa de cualquier clase de dinero fácil, sino también impulsada por
circunstancias históricas a tomar medidas cada vez más desesperadas a fin
de contener una revolución social.

Cocaína: el poder y el billete

Apuntalando toda la estructura del negocio de la cocaína se halla el hecho,


con frecuencia olvidado, de que esta droga se está convirtiendo rápidamente
en el mayor artículo comercial de las repúblicas andinas, al mismo tiempo en
que las exportaciones tradicionales están sufriendo enormemente con el
proteccionismo y la depresión económica de sus establecidos socios
comerciales occidentales. Debe decirse, por supuesto, que esta exagerada
importancia resulta exclusivamente de las anormalidades estructurales de la
actual situación, dependiente, a su vez, del hecho de que las leyes antidrogas
han contribuido significativamente a la cabal viabilidad del comercio
clandestino. El punto es importante porque, ¿cómo más podría mantenerse el
precio del mercado de Nueva York de 20,000 dólares por una simple libra de
cocaína, producida fácilmente con hojas que valen escasos 200 dólares en su
lugar de origen?
Mientras el aumento de precio por unidad, o la acumulación de plusvalor, es
probablemente mayor, en consecuencia, que el de casi cualquier otro
producto derivado de recursos naturales, también es igualmente cierto que el
volumen total del comercio de cocaína aún sigue siendo virtualmente
imposible de calcular con alguna exactitud real. De todos los países
involucrados en la producción de coca, sólo el Perú ha sido lo suficientemente
valeroso como para publicar sus estadísticas; empero, sólo en este caso las
cifras ya son tan deslumbrantes que colocan la cuestión dentro de una rígida
perspectiva financiera. Aproximadamente cuatro millones de kilos de hojas de
coca son consumidos anualmente por los indígenas de los Andes peruanos.166
Permitiéndose también un consumo legal, aunque apenas legítimo, de 770.000
kilos de coca por parte de los fabricantes de Coca-Cola y otros 66,000 para la
producción de cocaína con fines farmacéuticos, resulta un consumo contable
total de coca que bordea los cinco millones de kilos.167 Sólo es necesario
comparar esto con los estimativos de la cosecha total de coca del Perú para
comprender cuán enorme ha sido la expansión de la demanda mundial de
cocaína ilícita en los últimos años: de una cosecha de cinco millones de kilos
en 1926, la cantidad aumenta a diez millones en 1950, a veinte millones en

166
La Prensa, Lima, diciembre 19 de 1974.
167
Véase Weil (1976).
1974, y a treinta millones en 1979.168 La cifra de 1974 deja un mínimo de quince
millones de kilos, un asombroso 75% del total, para la extracción de cocaína
ilegal. Aún aplicando un estimativo extremadamente conservador del 0.5% de
rendimiento final de alcaloide refinado, los datos de 1974 indicarían la
producción de por lo menos 80,000 kilos de cocaína sólo de la cosecha del
Perú, que valdrían más de 250 millones de dólares en Suramérica y al menos
2,000 millones enviándola a los Estados Unidos. Ya en 1979, con el aumento
de precios y producción, se calcula que el valor del negocio ha duplicado o
incluso triplicado.
El significado de dichas ganancias bien puede subrayarse por medio de
una comparación con las estadísticas de las exportaciones legítimas en 1973,
que ni el caso peruano ni el colombiano excedieron en mucho los mil millones
de dólares.169 La situación en la vecina Bolivia es tal vez aún más interesante,
ya que desde hace tiempo se ha asumido que el tamaño de la cosecha
boliviana de coca es más grande que la del Perú. El único avalúo razonable
publicado acerca de las ganancias ilícitas de Bolivia a través de la exportación
de cocaína coloca la cifra en 50 millones de dólares mensuales, que se
comparan favorablemente con las mezquinas exportaciones legales del país,
cuyo total apenas alcanzó 268 millones de dólares en 1973.170
En efecto, la intromisión del mercado negro de dólares en muchos
países productores de droga ha tenido el efecto en cierta forma paradójico de
mantener baja la tasa del cambio oficial mientras que al mismo tiempo da
impulso a la inflación interna. Así un total de 564 millones de dólares fueron

168
La cifra de 1926 se encuentra en Pérez de Barradas (1957, p. 218); la de 1950 en Begué (1971); la de 1974
en La Prensa, Lima, diciembre 19 de 1974; y la de 1979 en The Andean Report, Lima, abril 1980: 69.
169
Véase Revista del Banco de Londres y América del Sur, vol 8, 1974.
170
Idem., ver también un estimativo de las utilidades de la cocaína en Latín American Political Report, enero
30 de 1976.
depositados en los bancos y cambiados por pesos colombianos por parte de
los traficantes de drogas en los primeros nueve meses de 1976, contra sólo
164 millones en el mismo período de 1974.171 Inequívocamente, la sutil
escalada de estas ganancias "invisibles" permite a muchos grupos
económicos pertenecientes supuestamente al "bajo mundo" expandir sus
capitales legitimados casi indefinidamente y con frecuencia a costa de sus
propios bancos centrales y de los gobiernos oficialmente constituidos, que
característicamente revolotean al borde la bancarrota y están de hecho a
merced del Fondo Monetario Internacional.
Como resultado de su posición financiera, recientemente adquirida pero
inexpugnable, parece poco factible que alguno de los grupos de
contrabandistas se sienta realmente muy constreñido por los intentos de
control de sus respectivos gobiernos, asumiendo siempre que el gobierno y
los contrabandistas aún representen intereses separados. En Colombia, por
ejemplo, se ha vuelto lucrativo contrabandear productos legítimos, tales como
café, a fin de evitar impuestos oficiales y los trámites burocráticos que
implican negociar por encima de la mesa en vez de hacerlo por debajo. En el
año cumplido en septiembre de 1976, las exportaciones ilegales de café
comprendieron a un asombroso 27% de todo el café colombiano que llegó a
los Estados Unidos. La enorme cantidad -670,000 sacos de 60 kilos cada
uno-hace que unos pocos miles de kilos de cocaína, o unos cuantos cientos
de toneladas de marihuana, parezcan un juego de niños en comparación, e
ilustra perfectamente la falta de voluntad o la incapacidad de las autoridades
colombianas de contener el flujo del comercio ilícito. Después de todo, los
intereses de clase del Estado burgués y aquellos de la clase exportadora del
país han tendido siempre a coincidir, y el crecimiento del negocio del

171
Miami Herald, enero 24 de 1977.
contrabando de droga no puede haber hecho demasiado para alterar esta
relación tradicionalmente estrecha. En tal contexto, hablar de un "bajo mundo"
del tráfico de drogas sólo puede verse como un acto deliberado de
mistificación del negocio.
El compartir intereses de clase comunes, sin embargo, no excluye ciertas
confrontaciones armadas entre diferentes bandas que rivalizan por el control
de toda la empresa ilegal. Tampoco protege a los grupos de contrabandistas de
molestas intromisiones ocasionales de miembros de las clases dirigentes
colombianas con genuinos escrúpulos morales. El asesinato del general
Rincón en 1975 ya se mencionó como un caso en el que las organizaciones
de traficantes de droga tomaron la ley en sus propias manos; un caso similar
ocurrió más recientemente, en julio de 1977, cuando los mismos grupos
dieron muerte al jefe de operaciones de la Aeronáutica Civil en Bogotá,
coronel Osiris Maldonado, y, por medio de sus contactos con los medios de
comunicación, atribuyeron el crimen a las "guerrillas", repitiendo las tácticas
empleadas en el caso Rincón.172
Tal es el destino que aguarda a cualquier investigador demasiado
interesado en revelar los detalles específicos de la organización del negocio
de la droga. No es, en consecuencia, muy sorprendente que sean tan pocos
los detalles que alguna vez hayan logrados ser discutidos abiertamente en
público. Careciendo de toda información interna, la composición social precisa
y el perfil político de los grupos de contrabandistas sólo pueden ser
analizados en términos de su poder económico, un poder que prácticamente
no tiene paralelo en la historia reciente de Suramérica y que es más peligroso
ya que opera dentro de un contexto de autocracias que siempre han prestado
oído más favorable a las exigencias del capital que a las modestas
aspiraciones del común de las gentes. Toda la elaborada farsa de la guerra
contra las drogas es en sí misma uña y carne de una deliberada ficción
política, ya que enfatizando la amenaza a las instituciones nacionales que se
supone radica en las estructuras de poder "paralelas" del bajo mundo, la
concepción ortodoxa busca sólo negar lo que ya es patentemente obvio, es
decir, que los intereses del contrabando ya predominan, ya lograron penetrar,
corromper y subvertir la fábrica del Estado.
Al repudiar este escenario puramente ficticio, con su imagen de un bajo
mundo del tráfico de drogas criminal y marginalizado, debe enfatizarse que en
Suramérica cualquier industria tan importante como la cocaína
inevitablemente tenderá a permanecer en manos de la misma élite política y
social que controla los demás recursos importantes del continente. En vez de
permitir que tan lucrativa empresa caiga en manos de gangsters insignificantes
y de jóvenes rebeldes, la oligarquía nativa se está esforzando por controlar el
comercio no sólo debido a las considerables retribuciones pecuniarias, sino
también por obvios motivos de "seguridad nacional". Como ya lo demostraron
los distintos grupos guerrilleros (cristianos y musulmanes, de derecha y de
izquierda), con relación al comercio libanés de hashish: cual quiera que tenga
acceso al tipo de poder económico creado por las ganancias ilícitas de la
droga constituye una amenaza verda deramente significativa al ya altamente
inestable equilibrio del orden establecido.173
Es con esta óptica que deben apreciarse los relatos sensacionalistas
acerca de la supuesta "corrupción" a alto nivel. No hay un sólo cuerpo
gubernamental en Suramérica que no haya sido sacudido en una ocasión o en
otra por ruidosos escándalos que asocian importantes figuras públicas con el

172
Latin Amertcan Political Report, julio 15 de 1977.
173
The Guardian, junio 4 de 1977.
tráfico de drogas. Algunos son tan sensibles a esta clase de publicidad
adversa que la simple mención de sospechas de parte de un periodista
extranjero es a menudo suficiente para que el ofensor sea expulsado del país
inmediatamente. Tal fue el destino de un reportero de la UPI que osó
preguntar al presidente de una nueva junta militar sobre sus supuestas
vinculaciones con el negocio de la droga en una conferencia de prensa en
Quito, Ecuador, en enero de 1976.174
La verdadera situación es que la clase dirigente –dentro y fuera del estado- no
podrá nunca renunciar al control del tráfico de drogas. En casi todos los casos
en los que se ha dado publicidad a una instancia particular de corrupción
individual, dicha publicidad ha obedecido a la necesidad de hallar un chivo
expiatorio o de adquirir alguna ventaja moral sobre un rival político. En
Colombia esto ya es un deporte nacional y es posible detectar los intereses
reales detrás del negocio de la droga tomando atenta nota de los detalles que
salen a la superficie en los casos individuales de corrupción o en las
numerosas acusaciones y contra-acusaciones que emergen en períodos de
intensa lucha política.
Las denuncias son, desafortunadamente, mucho menos comunes en los
regímenes militares monolíticos que dominan en los otros países productores
o exportadores de cocaína más al sur. En estos últimos países, los ya sitiados
civiles han sido excluidos casi completamente de cualquier participación en el
proceso político y, conservando el modelo ya examinado en el caso de la
legislación de estado de sitio en Colombia, son las cortes marciales y el alto
comando militar quienes se han arrogado la definición de legalidad en el
negocio de la droga. La corrupción institucionalizada se ha convertido en el
propio modus operandi del Estado autoritario, con el resultado de que los

174
Despacho de la UPI desde Quito, enero 4, de 1976
escándalos se restringen a la discusión en el seno de los estados mayores y
pocas veces, si acaso alguna, se ventilan en público. En Lima, los rumores
sobre la participación de este o aquel general en el comercio de la cocaína
son de común ocurrencia en los finos salones de San Isidro o Miraflores,
pero casi nunca aparecen en la prensa y nadie que se preocupe por su salud y
seguridad osaría investigar las acusaciones en detalle. Ni siquiera nadie se
preocupa por señalar un hecho obvio: que el precedente legal para la toma
por parte de los militares del negocio de la cocaína ya estaba contenido en el
Decreto-Ley número 11046, la medida que creó el monopolio estatal de la
coca, el 13 de junio de 1949. La junta militar de aquella época, encabezada por
el general Odría, especificó nítidamente que todas las ganancias del monopolio
de la coca, bajo los términos del artículo 6°. del decreto, serían destinadas
exclusivamente a "la construcción y mantenimiento de cuarteles militares". Por
consiguiente, no causa sorpresa que el Perú raras veces destaca titulares de
prensa con el impacto que su papel crucial en el negocio de la cocaína
parecería justificar.
Igual ambiente de silencio opera también bajo la dictadura ejercida en
Paraguay por el general Stroessner, un país que, a pesar de que produce
poca cocaína, es practicamente el cruce de caminos continental para todas
las formas de comercio ilícito. Allí el contrabando es una industria mayor, una
institución nacional, y su control lo comparten el mismo Stroessner y el
general Andrés Rodríguez, el comandante de los cuarteles de caballería en
Asunción. Disgustado por las denuncias norteamericanas de su imperio de
contrabando, este último personaje incluso se dio el lujo de desairar al general
William. B. Rosson, comandante en jefe de las Fuerzas de Estados Unidos en
Centro y Suramérica, negándole la entrada a los cuarteles de caballería de
Asunción, en agosto de 1974, cuando el norteamericano se encontraba en
Paraguay en una visita oficial. El general gringo dejó el país tres días antes de
lo previsto, según se dijo, exasperado por el tratamiento poco ceremonioso
que recibiera del rey del contrabando. Cerrando filas contra la amenaza externa
común, Stroessner y Rodríguez decidieron poner fin a los conflictos y a la
competencia entre sus respectivas organizaciones. En abril de 1977, el hijo
de Stroessner contrajo matrimonio con la hija de Rodríguez, cimentando de tal
manera un monopolio único sobre toda la operación de contrabando en el
Paraguay. Se presentó un toque de humor en los procedimientos por el hecho
de que el hijo del presidente, Hugo Stroessner, se hallaba por entonces en
Madrid tratando de librarse de una desafortunada adición a la droga y la boda
hubo de ser pospuesta hasta que regresara.175 Una deliciosa y subrepticia risita
se esparció por los salones de las embajadas en Asunción...
En el caso de muchos otros países, en general, debe esperarse un
cambio de gobierno antes de poder revelar una visión retrospectiva de los
eventos. El ejemplo chileno es particularmente ilustrativo al respecto, ya que
se dio un tipo muy diferente de cubrimiento por parte de los medios de
comunicación a la evidencia francamente dudosa de tráfico de drogas por
miembros de la administración de la Unidad Popular de Allende, y a los
ejemplos mucho más concretos de negocios sucios de parte de la
subsecuente junta neofascista del general Pinochet. En julio de 1974, la
prensa conservadora de Colombia dedicaba titulares de primera página a un
reportaje desde Washington que citaba a un funcionario de la embajada
chilena que pretendía ante un comité congresional de Estados Unidos que
Allende había financiado su campaña con el tráfico de drogas. Además de
acusar a Allende de ser él mismo un consumidor moderado, la fuente citaba

175
Acerca del contrabando de Paraguay, véase Latin American Political Report, agosto 30 de 1974, diciembre
19 de 1975, abril 29 de 1977.
asimismo casos en los que su policía había rehusado cooperar con la
INTERPOL cuando correos chilenos habían sido interceptados en el exterior
con cargamentos de cocaína.
Dadas las harto legítimas sospechas de Allende contra las
organizaciones de seguridad extranjera, estas revelaciones no eran en sí
mismas asombrosas ni estaban basadas en evidencias concretas de la
implicación directa del presidente. En efecto, el aspecto más significativo del
caso es que a pesar de que las acusaciones fueron hechas en el Congreso en
mayo, sólo se juzgó conveniente darlas a conocer al público precisamente
durante la primera semana de julio. La causa de fondo de ello no fue difícil de
averiguar. Tres días antes, la prensa reportó lo que debe haber sido una de
las más grandes y más bochornosas "caídas" diplomáticas de todos los
tiempos. En esta ocasión, los autores del crimen no eran miembros del
séquito de Allende, sino más bien una serie de agregados diplomáticos y
militares que trabajaban en la embajada chilena en Washington, casi un año
después de que el régimen militar hubiera tomado el poder en Chile.
La cantidad involucrada en esta operación —no menos de 162 libras de
cocaína, (en la época, un récord mundial)— era lo suficientemente grande
como para garantizar numerosas negativas categóricas y fulminantes
destituciones de parte de la junta chilena. Los Estados Unidos proporcionaron
a sus nuevos aliados políticos una salida para salvar la cara: el jefe supervisor
de narcóticos, John Bartels, y el embajador chileno hicieron declaraciones
conjuntas denunciando el hecho de que valijas diplomáticas y aviones
militares habían sido utilizados para introducir de contrabando enormes
cantidades de cocaína de Chile a los Estados Unidos.176 Sobra decir que el

176
Cables de la UPI desde Washington D.C.: julio 5 de 1974 sobre la incriminación de los militares chilenos,
julio 8 de 1974 sobre la historia de Allende
asunto pronto fue dejado de lado por los medios de comunicación, las
endebles acusaciones contra Allende recibieron correspondientemente
amplia publicidad y, hacia finales de 1974, los agentes antinarcóticos
norteamericanos aseguraban que el flujo de cocaína desde Chile había sido
reducido a un pequeño goteo. Teniendo en cuenta cuántas mentiras estaba
perpetrando por entonces el gobierno de Estados Unidos con relación a los
sucesos en aquella desdichada república, su aseveración podría ser
considerada de dudoso mérito, por decir lo menos.
Es, no obstante, de la vecina Argentina de donde han provenido las más
asombrosas revelaciones de implicaciones a alto nivel en el negocio de la
cocaína, indudablemente, no con respecto a los actuales gobernantes
militares, altamente paranoicos y ultrareservados, sino con relación a
personajes que predominaron en el último período de la presidencia de Isabel
Perón. La historia fue revelada por el servicio de informaciones del ejército en
las vísperas del golpe de 1976 e incluía a una serie de prominentes figuras
del ala derechista del movimiento peronista, entre los que figuraban el
ignominioso Ministro de Bienestar Social, López Rega; el Ministro de
Relaciones Exteriores, Alberto Vignes, y una corte de figuras secundarias
como el Ministro Raúl Lastiri, el senador Cornejo Linares, el director del
diario "El Tribuno", Roberto Romero, y el comandante de la "intervención"
militar en la administración provincial de Córdoba, coronel Raúl Lacabanne.177
Operando una serie de bien equipados laboratorios de cocaína cerca de
Salta, en la frontera con Bolivia, estas figuras controlaban una red de gran
alcance que utilizaba la Policía Federal para la distribución interna en el país y
la cobertura del servicio diplomático para la consolidación de una ruta segura
para las exportaciones. En una trama igualmente laberíntica de intriga y
corrupción, la autoridad federal era empleada para silenciar la problemática e
inquisitiva legislatura provincial de Salta; se atemorizaba a los miembros de la
judicatura provincial de Salta con ataques de ametralladora y eventualmente
una facción de las Fuerzas Armadas fue tentada a tomar parte en la acción. No
sería, en efecto, injusto sugerir que la caída de López Rega y de Isabel Perón
haya sido ocasionada, entre otras cosas, por el mismo tipo de toma militar
del negocio de la cocaína que se ha demostrado en otros países con acceso
a la cosecha andina de coca.
Otro ejemplo típico de este proceso lo dio en Bolivia el golpe de Estado
del general Hugo Banzer en 1971. Proveniente de una guarnición en la
población de Santa Cruz de la Sierra, verdadera capital del procesamiento de
cocaína, el comando de Banzer de tropas contraguerrilleras (los rangers
bolivianos entrenados Por los Estados Unidos), había tenido confrontaciones
sangrientas no sólo con los mineros y las ligas campesinas, sino también con
un sector considerable de los miembros más nacionalistas de las Fuerzas
Armadas. Cuando finalmente llegó a capturar La Paz, Banzer procedió a purgar
una buena parte de la oficialidad e instituyó un sistema de gobierno mafioso que
es casi una caricatura, incluso entre el terrorífico conjunto de tragicómicos
regímenes militares que germinó en años recientes en todo el continente.
Indudablemente, tengo un resentimiento personal contra la dictadura de
Banzer porque fui arrestado en las calles de La Paz en el mismo año de 1971.
Puedo afirmar sin equivocación que el coronel delegado, por aquella época,
ante la oficina local de Interpol en el Palacio de la Policía, estaba muy ansioso
por hacerme ver que el negocio boliviano de la cocaína operaba bajo su
directa y personal supervisión. Señalando sus archivos y describiendo sus
sistema de "compradores aprobados", hizo una distinción entre comerciantes

177
Latin Amertcan Political Report, diciembre 19 de 1975.
de cocaína indeseables —tratantes jóvenes e independientes, como yo
aspiraba a convertirme en esa época— y las conexiones más aceptables y
regulares que él mantenía con las fuerzas de seguridad de otros países
vecinos. Debía sentirse bastante seguro en su posición como para hacer
afirmaciones tan francas de sus métodos para negociar, o posiblemente sólo
estaba dándole salida a un acceso de megalomanía inducida por la cocaína.
No fue muy sorprendente, en consecuencia, leer en 1974 que un tal Alberto
Sánchez Bello había sido arrestado introduciendo cocaína al Canadá cuando
viajaba con pasaporte diplomático entregado por el secretario privado del
presidente Banzer. Uno no puede sino recordar la figura del embajador
traficante de drogas de la ficticia república de Miranda representado por
Fernando Rey en la película de Buñuel El discreto encanto de la burguesía.

La influencia del mercado de consumidores

Es muy fácil, si se confronta con la extensión casi inverosímil de la corrupción


financiada por la cocaína dentro del proceso político de Suramérica, imaginar
que todo el montaje es el, cierto modo parte de un tradicional exotismo, tan
absurdo e idiosincrático como la propensión histórica del continente por las
revoluciones palaciegas y los sangrientos golpes militares. Recurrir a tales
estereotipos, sin embargo, sólo sirve para oscurecer el hecho de que la
militarización de 1970 es cuantitativa y cualitativamente diferente a todas las
anteriores manifestaciones del mismo espíritu. Anuncia no simplemente otro
vacío temporal en la vida política del pueblo, no suplemente otro intervalo
pasajero de lo que ha sido descrito cariñosamente como "estabilización", sino,
por el contrario, debe ser visto como posición de una clase decidida a defender
sus privilegios hasta la última bala y hasta la última cámara de torturas. La crisis
que acumula rápidamente en el seno del capitalismo industrial, la firme
determinación de todas las fuerzas genuinamente revolucionarias y el ímpetu
aglutinados de una guerra de liberación que amenaza con propagarse en el
vientre mismo de América, todos estos son factores que distinguen el actual
contexto de aquel de hace veinte o aún diez años. La oligarquía puede haber
logrado derrotar los movimientos de masas de 1960, puede haberse apuntado
una victoria táctica sobre las vanguardias armadas de una generación, pero lo
ha hecho a costa de una pérdida completa de legitimidad política y
credibilidad pública. Como resultado, las clases dominantes se hallan en un
aprieto, forzadas a un permanente estado de sitio. Sus políticas de brutal
represión interna se reflejan en el campo económico en una cobarde
capitulación ante los intereses del imperialismo, en una abyecta entrega de
los recursos nacionales a las voraces necesidades de consumo de los países
industriales superdesarrollados.
Es dentro de este contexto de impotente dependencia de los mercados
externos y de los prestamistas foráneos que debe analizarse el surgimiento
del negocio de la cocaína dominado por las fuerzas de seguridad. Es verdad
que constituye, apenas, la última de una serie de depredaciones que han
incluido en diferentes épocas virtualmente todos los recursos minerales y
agrícolas del Continente, pero es un ejemplo particularmente claro del
proceso de pillaje neocolonialista y tanto más alarmante en cuanto opera bajo
el manto protector de la ilegalidad. Es importante subrayar que toda la
organización tal como existe hoy día, con su reparto de generales corruptos y
políticos de doble faz, no se ha producido como consecuencia de ninguna
evolución nativa del negocio de la coca y la cocaína, sino que, al contrario,
depende para su propia sobrevivencia de un amplio mercado entre los
adinerados usuarios de la cocaína de Europa y Norteamérica. Hace pocos
años, muchas de esas personas probablemente imaginaban —y con algo de
razón, ya que era hasta cierto— que tanto ellos como sus compras apoyaban a
una banda algo romántica de contrabandistas y piratas modernos, los últimos
exponentes de una vigurosa tradición de individualismo empresarial. En el
actual contexto, tal actitud ya no es excusable, y revela una profunda ignorancia
de los hechos y una total irresponsabilidad histórica, y contribuye directamente
al mantenimiento de una sociedad en la cual los mismos usuarios de drogas
son perseguidos y los productores de la droga son sometidos a algunos de
los regímenes más salvajes de toda su historia.
Sería interesante considerar, por consiguiente, la forma en la cual las
presiones generadas en los centros de consumo han venido a influir la
organización del negocio de la cocaína como un todo, porque puede
demostrarse que hay más de una similitud accidental entre los diferentes
componentes de la escena. A decir verdad, existe un elemento de sincronía
en los desarrollos observables en las diferentes partes de las Américas, una
corriente subterránea que liga el proceso colombiano descrito atrás (su
evolución desde una situación originalmente anárquica y difusa hacia las
organizaciones cada vez más militarizadas.y monolíticas que son comunes
hoy, con tendencias similares en otras repúblicas suramericanas, y
particularmente con la reorganización que ha tenido lugar en el negocio
doméstico de la cocaína en los Estados Unidos.
El ejemplo más claro de lo expuesto lo provee la ciudad de Nueva York, tal
vez el mayor centro del mundo de consumo ilícito de cocaína. Durante 1971,
el período de mi marginal participación en el negocio del contrabando, parecía
mar que gran parte de la coca disponible en las calles de Manhattan había
llegado allí, como resultado de empresas esencialmente pequeñas, como
aquella en la que me hallaba accidentalmente involucrado. El que esta
opinión no es apenas una interpretación personal y parcial de los hechos,
puede demostrarse con referencia a un estudio llevado a cabo por Richard
Ashley, un neoyorquino que escribió una excelente historia popular acerca del
uso de la cocaína en los Estados Unidos178
Aunque personalmente me he mantenido bien distante del tráfico de
cocaína en Nueva York desde 1971, del relato de Ashley parece desprenderse
que mucho ha cambiado desde esa época. El describe “la destrucción virtual
de toda una clase de traficantes”179, como un proceso que se completó
efectivamente hacia 1973, cuando malhechores armados hasta los dientes
ahuyentaron a los aficionados del mercado. Añade un detalle significativo
sobre la identidad étnica de los grupos que se tomaron el mercado: "Sé que
fueron los cubanos quienes expulsaron a la mayoría de los traficantes blancos
de clase media en Nueva York".180 Como consecuencia del asalto cubano, la
situación por la época en que se escribió su libro (1974) era tal que "el
comercio de la cocaína está plenamente en manos del crimen organizado...",
y "el producto es inferior y los precios muy altos”.181
Sería tentador considerar lo que significa esta preponderancia de los
cubanos en el negocio de la cocaína de la Costa Este, visto a la luz de la
monopolización efectiva de las fuentes de cocaína por parte de las fuerzas de
seguridad en Suramérica. En primer lugar, deben examinarse los orígenes del
bajo mundo cubano, las organizaciones que han aparecido entre las
comunidades de exiliados de Florida, Nueva Jersey y Nueva York. Su isla
nativa, agotada por las prácticas corruptas que florecieron bajo el reino del
terror de Batista, expulsó a la mayor parte de los pistoleros de la vieja

178
Ver Ashley (1975, pp. 128 et seq.).
179 Idern., P.
136.
180 Idern., p.
137
181
Idern., p. 139.
Habana, a los rufianes, a los operadores de casinos y a los traficantes de
drogas que fueron conocidos en su conjunto como gusanos. Fue a estos
elementos supuestamente democráticos que se dio un nuevo hogar en los
Estados Unidos y una cobertura de la CIA bajo la cual organizar su eventual
recuperación de la isla. Muchos habían aprendido valiosos trucos sucios de la
familia de la Cosa Nostra de Santo Trafficante Jr., quien en otros tiempos
fuera representante del sindicato de "Lucky" Luciano Meyer Lansky en La
Habana, y quien continuó dirigiendo sus operaciones desde Florida después
de la revolución.182
Como las mafias sicilianas y corsas los cubanos pronto aprendieron a
explotar las sensibilidades políticas de la CIA en su provecho. El New York
Times informó que "entre aquellos que han ingresado al comercio de la droga
se encuentran ciertos miembros de la malaventurada Brigada de Asalto 2506,
que desembarcó en la Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961". La
seguridad militar, un principio incuestionable de las operaciones anfibias de
los cubanos desde la costa de Florida, bien podría ser utilizada como un
escudo para desviar embarazosas pesquisas de los servicios norteamericanos
de guardacostas y aduanas. Los agentes antinarcóticos estadounidenses
siempre han sido claros en afirmar que la mayor parte de la cocaína que entra
a los Estados Unidos lo hace a través de la comunidad cubana de Florida.183
No es raro que la cobertura de la CIA haya sido empleada para proteger
grandes operaciones de tráfico de drogas. Alfred McCoy publicó en 1972 un
examen exhaustivo de este tema, en el que describe un impresionante grado
de participación oficial norteamericana en el apuntalamiento de la organización
del negocio de la heroína en Marsella y el sudeste Asiático. No sería injusto

182
Para un relato de las operaciones de Santo Traficanteser McCoy (1972, p. 55).
183
Ver Ashley (1975, p. 137). Véase también nota 13
sugerir que existe una serie de claros paralelos con el del argumento de
McCoy en las actividades de instituciones como la policía secreta
colombiana, DAS, y en aquellas de las diversas pandillas derechistas que
recientemente han adquirido preeminencia en las fuerzas armadas de la
mayoría de los otros países suramericanos. Sería difícil, por supuesto, probar
la participación directa de la CIA en la dirección cotidiana del negocio de la
cocaína, aunque posibles agentes como Mike Tsalickis, de Leticia, Colombia,
ocasionalmente han sido acusados en el contexto del gran contrabando.184 En
todo caso, la evidencia circunstancial directa del respaldo de la CIA a los
traficantes de cocaína es apenas necesaria a esta altura, ya que la expansión
de la industria de la droga simultáneamente con el terror de derecha en el
continente son en sí mismos suficientemente explícitos con relación al papel
clave de los Estados Unidos en el asunto, sin importar que la iniciativa sea
encauzada directamente a través de la CIA o no.
En efecto, hay muchos indicadores de que una buena parte de las
actividades tradicionalmente asociadas con la CIA ahora están siendo
manejadas por una nueva agencia monstruo, la DEA (Drug Enforcement
Administration), cuyas actividades para "controlar" el flujo de drogas a los
Estados Unidos también se han expandido inevitablemente a otras áreas de
represión económica y política, muchas de las cuales ni siquiera están
relacionadas directamente con la cuestión de las drogas. Las fuerzas
antinarcóticos de Estados Unidos han estado signadas por una historia poco
ilustre, y apenas sorprende que estén casi completamente desacreditadas
aún entre sus propios conciudadanos y sus colegas de seguridad. Después de
una serie de escándalos en 1968, que pusieron al descubierto la participación
de la antigua Oficina Federal de Narcóticos en el lucrativo mercado de heroína

184
El Tiempo, septiembre 23 de 1974; Alternativa, noviembre 11 de 1974 y febrero 24 de 1975
de Nueva York, se creó la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD),
bajo la dirección relativamente competente de John Ingersoll. Hacia 1972, la
BNDD había logrado una cantidad de éxitos notables en su guerra contra los
narcóticos, principalmente en su bien publicitada ofensiva contra los
laboratorios de heroína de Marsella. Sin embargo, en 1973, el énfasis en la
heroína cambió súbitamente y se dirigió una serie de ejercicios ruinosos
contra las "amenazas" mucho menos terribles de la marihuana y la cocaína.
Mientras tanto, los sindicatos mexicanos empezaron a inundar el mercado con
una heroína parda no refinada, la cual es más abundante y mucho más
peligrosa que la que era suministrada anteriormente por el Cercano Oriente y
el Sudeste Asiático. Detrás de estos eventos se encontraba la simultánea
reorganización administrativa de la BNDD, que fue reformada por iniciativa del
presidente Nixon para convertirse en una nueva superagencia conocida como la
DEA (Drug Enforcement Administration).
El advenimiento de esta entidad dio a la Casa Blanca, entonces en el
apogeo del poder, su propia fuerza cuidadosamente preparada dentro de la
creciente superestructura de policía del Departamento de Justicia. Ingersoll
renunció en medio de este proceso, acusando a Nixon de intervención y
abierta manipulación de su oficina. La posibilidad de que cualquier agente
antinarcóticos estadounidense pusiera en aprietos a los aliados políticos de
Washington en las naciones productoras de droga se evitó con la formación de
un Comité Ministerial de Control Internacional de Narcóticos. Su política
estaría determinada por individuos como Henry Kissinger y el director de la
CIA, ninguno de los cuales era particularmente conocido por su preocupación
por el tráfico de drogas.185

185
Una excelente revelación de las actividades de la DEA fue publicada en la revista Playboy, por Browing
(1976)
En otras palabras, el año de 1973, no sólo fue testigo de la
reorganización de los mercados domésticos de heroína y cocaína en manos
de conocidos delincuentes pro-yanquis, tales como las mafias cubanas y
mexicanas, sino también demostró la sujeción completa del problema
estadounidense de la droga a los crudos intereses de la diplomacia de
Kissinger. La ofensiva de la DEA que comenzó a caer sobre América Latina
puede caracterizarse como poco más que un frente de relaciones públicas,
una cortina de humo dirigida a mantener apariencias, mientras el grueso del
comercio de drogas se concentraba en las manos de un élite nativa
consciente de los imperativos de la "seguridad".
Es claro que esta situación explica mucho de la motivación implícita que
se halla detrás del torrente de abusos practicados por la DEA y reportados al
subcomité Jackson durante sus audiencias senatoriales sobre la materia en el
verano de 1975. La tortura y el asesinato abierto han sido usados por muchos
de los aliados locales de la CIA en la Fuerzas Armadas y de Policía de
América Latina, y es claro que tales prácticas se están volviendo cosa
común, incluso rutina, en los casos de narcóticos tratados por la DEA.186 El
abuso de la vigilancia sobre la droga como medio de control político ha
llevado a repetidas sugerencias de que la DEA es simplemente una nueva
agencia de espionaje, un pretexto alternativo para entrometerse en la política
local, especialmente a la luz de recientes sensibilidades acerca de las
actividades de la CIA. A comienzos de 1975, la DEA anunció que contrataría
53 ex-agentes de la CIA, una actitud pública cuya deliberada significación
sería difícil ignorar. La lógica detrás de tal movimiento fue expresada por el
entonces vicepresidente, Nelson Rockefeller, en su Libro Blanco sobre el

186
Gage en el New York Ttmes, reproducida por O Estado de Sao Pauto el 27 de abril de 1975: contiene una
descripción preliminar de algunos de los abusos descubiertos por el subcomité Jackson.
Abuso de Drogas: "Al proveer entrenamiento adicional a los agentes de
Estados Unidos en el extranjero en la compilación de necesidades y técnicas
de inteligencia, ésta última puede ser una herramienta más efectiva para
contener el flujo de drogas a los Estados Unidos".187
Como resultado, la DEA ha estacionado al menos 287 agentes en
diferentes embajadas norteamericanas en todo el mundo y ha entrenado más
de 9,000 agentes extranjeros en un intento por impulsar "una mayor
cooperación entre ellos y los funcionarios antinarcóticos estadounidenses".
Los efectos de todo esto eran predecibles: un creciente sacrificio de usuarios
de drogas, cultivadores y pequeños comerciantes, aparejado con un marcado
incremento del flujo total de drogas y el poder manejado por los pocos
monopolios que la DEA no osa tocar. Hay rumores en el sentido de que la
DEA misma ha estado involucrada en el contrabando de drogas a los
Estados Unidos a fin de establecer compradores locales y hacerlos caer en la
trampa. El primer director de la DEA, John Bartels, fue obligado a renunciar
en mayo de 1975, después de bloquear una investigación interna sobre los
contactos íntimos de uno de los protegidos con el crimen organizado y los
grandes sindicatos del tráfico. La reorganización administrativa que produjo la
DEA le otorgó, en primera instancia, la autoridad exclusiva para congregar la
inteligencia extranjera y orientar las fuerzas de policía en el exterior; una
facultad que complementaba sus operaciones internas, es cierto, pero que al
mismo tiempo eliminaba el derecho de la Aduana estadounidense para
conducir sus propias actividades de inteligencia en ultramar, así como sus
actividades domésticas de seguimiento. Ante la inconsistente coordinación
entre la DEA y la Aduana, el investigador congresional en jefe, Philip R.
Manuel, se vio obligado a concluir: "...este método de operación ha

187
Rockefeller (1975, p. 54).
prolongado viejas rivalidades entre las agencias, ha creado nuevas
rivalidades y ha debilitado realmente la capacidad de la nación de interdictar
el flujo de narcóticos a los Estados Unidos.188
Artículos recientes sobre las actuaciones domésticas de la DEA se han
concentrado en su empleo de violencia e intimidación gratuitas, en su énfasis
sobre el "cómputo de cabezas" y otras estadísticas fáciles que reflejan su
preocupación casi exclusiva por los golpes pequeños, y su fracaso para tratar
efectivamente el problema de la heroína o las más poderosas operaciones de
contrabando. Dichos abusos ya son bastante ofensivos en sí mismos, pero tal
vez aún más desacertado ha sido el reciente giro de la DEA hacia un papel
en el extranjero como canal para los fondo oficiales de los Estados Unidos
que van a parar a manos de grupos reaccionarios, muchos de los cuales han
sido específicamente boicoteados por los representantes del pueblo
norteamericano en el Congreso y el Senado.
Los hechos acaecidos en la Argentina en los últimos años han
demostrado muy claramente cómo el pretexto de los narcóticos puede ser
utilizado como fachada para suministrar apoyo a bandas de derecha, cuya
pública relación con la Embajada de Estados Unidos sería de otro modo
embarazosa en Washington.Por medio de la excusa de la campaña
antidrogas, el Programa Internacional de Control de Narcóticos del
Departamento de Estado estuvo en capacidad de financiar buena parte del
equipo de policía destinado a la Argentina, equipo que había sido
específicamente bloqueado por el Congreso cuando abolió la desacreditada
Oficina de Seguridad Pública. Un total de doce y medio millones de dólares
fueron suministrados de esta manera a la policía Argentina en 1974, en
particular a través de la apertura otorgada por el Ministro de Bienestar Social,

188
Ver 31 st Annual Almanac, 94th Congress, 1 st Sessión, 1975 (p. 539).
el siniestro López Rega. Se recordará que fue este mismo individuo, y sus
aliados de la Policía Federal, quienes más tarde fueron acusados por la
inteligencia militar de ser los mayores beneficiarios de la exportación de
cocaína que la Argentina estaba empezando a lanzar al mundo en esos
precisos momentos. Nada de esto inquietó ni a la DEA ni al embajador
norteamericano en Buenos Aires, Robert Hill, quien apareció en la televisión
argentina con López Rega en mayo de 1974, estimulándole a formular la
absurda aseveración:
Hemos capturado guerrilleros, después de combates, que se hallaban bajo los efectos de la
droga. Los guerrilleros son los principales usuarios de las drogas en la Argentina. Por
consiguiente, la campaña antidrogas será automáticamente una campaña antiguerrillera también.
189

Mientras hacía declaraciones pías de esta naturaleza en público —y


privadamente llenaba sus bolsillos con las enormes ganancias de la
operación de la cocaína— López Rega destinó el dinero de la lucha
antinarcóticos al financiamiento de su propio escuadrón de la muerte, la
llamada Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Al mismo tiempo, alentó a la
Policía Federal Argentina a desempeñar un papel mucho más activo en la
lucha contraguerrillera. Aún la caída de López Rega probablemente afectó
muy poco la naturaleza de la lucrativa combinación que él había establecido
entre las fuerzas de seguridad y el negocio argentino de la droga. Poco
después, en febrero de 1977, el Ministro de Relaciones Exteriores de la
nueva junta militar fue citado repitiendo el hoy familiar refrán: “Atacamos su
cuerpo a través de la guerra contra las guerrillas y su espíritu a través de la guerra

189
Véase "Asistencia antinarcóticos de los Estados Unidos a la América Latina ¿Un nuevo programa e
entrenamiento y equipamiento en contrainsurgencia?". Comisión Argentina por los Derechos Humanos,
Washington D.C. Marzo 10 de 1977.
contra el tráfico de las drogas, ambas portadoras de ideas nihilistas y
colectivistas.” 190
Tan soberbias palabras —y el temor y el oscurantismo casi histéricos
que conllevan— sólo pueden ser la justificación para otra embestida contra
las jóvenes y revolucionarias fuerzas de Suramérica, así como para el
empleo continuo y deliberado del pretexto de los narcóticos a fin de mantener
el control político. La conferencia continental sobre el tráfico de drogas,
patrocinada por la DEA y llevada a cabo en Cochabamba, Bolivia, en julio de
1975, abrió el camino para el establecimiento de un aparato represivo
internacional verdaderamente monstruoso, el cual socava los más
elementales principios de los derechos humanos y de la ley internacional.
Incluye el reconocimiento de la necesidad de la "persecución intensa" a través
de las fronteras nacionales, el uso de tratados regionales simplificados de
extradición para los "delincuentes" de la droga, la creación de una red regional
de comunicaciones para el intercambio rápido de "inteligencia procesable" y
el mantenimiento recíproco de "agregados antinarcóticos" entre las diferentes
fuerzas de policía del continente.
Las críticas contra este horrendo paquete siempre se han puesto en
términos aceptables para la izquierda "zanahoria" y otros sectores inquietos
de la intelectualidad liberal, destacando no tanto los terrores intrínsecos a tal
exceso de celo represivo como la verdad mucho más aceptable de que toda
la espantosa maquinaria posiblemente caerá en las manos "equivocadas" y
será usada para propósitos "equivocados". En otras palabras, si estuviésemos
seguros de que los agentes antinarcóticos juegan limpio, los hechos estarían
claros y todo estaría bien. Después de todo, sigue diciendo el argumento
"liberal", las únicas víctimas serían entonces criminales puros, traficantes de

190
Idem., ver también Counter Spy, Washington D.C. vol. 3, número 2, diciembre de 1976
droga y otros alienados indeseables, personas que en términos de la
sociología ortodoxa actual ya han perdido todo derecho a ser considerados
como seres humanos. Tal actitud merece ser desafiada y plenamente
denunciada por lo que es: poco más que otro odioso ejemplo de la ética del
Estado fuerte, la dictadura de la moral pequeño burguesa.
El hecho sigue siendo que la negación coercitiva de consumir drogas en
sí misma un acto de represión política, en sí misma una infracción intolerable
de la dignidad del individuo y, particularmente, de su libertad de tratar su
cuerpo como suyo. Esto no implica negar que el abuso de las drogas es con
frecuencia peligroso y socialmente destructivo; el punto es que no todo uso es
necesariamente abuso. La población de prácticamente todo el mundo emplea
drogas de una u otra clase cada día, con efectos que difieren ampliamente
para el individuo y la sociedad. En tal caso, lo que se requiere obviamente no
es un mayor fortalecimiento de controles legales ineficientes, sino una
orientación positiva en el uso de las drogas, educación que debe tratar de
mostrar las ventajas de controles informales —es decir, no autoritarios— de
la experiencia de la droga. Controles que surgen espontáneamente de la
experiencia de los consumidores mismos, de su propio reconocimiento de los
límites de la utilidad de cada droga en particular.
En la situación actual, sin embargo, tales orientaciones son
completamente inexistentes. Y son precisamente los usuarios de las drogas
los más consistentemente sacrificados y discriminados. A diferencia de los
grandes sindicatos de traficantes, se ven impotentes para oponerse al
poderoso progreso de la burocracia antinarcóticos, y sin voz para
desenmascarar el hecho de que ellos están siendo usados simplemente
como "ejemplos". En efecto, si las leyes contra las drogas se aplicasen con
algo de honestidad e integridad, una porción considerable de la población
mundial tendría que ser mantenida permanentemente detrás de las rejas.
Como resultado de lo anterior, las leyes se aplican sólo selectivamente y
se emplean para poner a un lado a los problemáticos que pudieran ser
capaces de organizar alguna resistencia a la brutal estructura del negocio de
la droga tal como está actualmente constituida. Un agente antinarcóticos
corrompido rara vez es "golpeado", simplemente es "retirado"; y lo mismo
ocurre con la mayoría de los otros grandes engranajes del negocio de la
droga, trátese de generales, senadores o de operativos de la CIA bajo cubierta.
Quien carga con la culpa es la figura menor, el productor campesino o el
pequeño comerciante, o el estereotipo universalmente ridiculizado del
"patético" consumidor juvenil.
En ninguna parte es tan notoriamente manifiesta esta definición selectiva de
criminalidad como en el tratamiento concedido a la corporación Coca-Cola en
su uso de hojas de coca de Trujillo (Erythroxylum novogranatense var.
Truxillense). Virtualmente la totalidad de las 770 toneladas de hojas de coca
legalmente exportadas desde el Perú cada año está destinada a las fábricas
de Coca-Cola, donde la esencia descocainizada de las hojas forma el
principal ingrediente de la tan preciada substancia conocida como 7X, la
pócima mágica que da a la Coca-Cola su "chispa". Aparte del hecho de que
de esta manera una subsidiaria de la Coca-Cola tiene acceso a una buena
cantidad de cocaína —el inevitable producto derivado de su proceso
extractivo— debe considerarse la ironía de que la hoja misma está
universalmente prohibida por la ley excepto para este monopolio
inmensamente poderoso de las gaseosas, permitiéndose que sus
propiedades sean comercializadas por aquellos que tienen la increíble
arrogancia de llamar su adultera soda "La Verdadera Cosa" ("The Real Thing"
en inglés).
El trato preferencial otorgado a los auténticos grandes traficantes de
Coca-Cola (un ex-presidente de la corporación, Charles Duncan Jr., fue
nombrado Secretario de Defensa Delegado durante el mandato del
presidente Carter), es ampliamente sintomático de la doble posición que
prevalece en todo el negocio de la droga. Sería interesante considerar, a modo
de comparación, el apuro de los pequeños traficantes, el insignificante pícaro
cuya mayor virtud —aparte de una disposición a veces franca y sociable— es
seguramente su envidiable capacidad de inspirar paroxismos de odio
implacable por parte de los virtuosos. Incluso para los más humanos
socialistas sería difícil hallar una buena palabra para esta figura; sin embargo,
su actitud de repudio moral contradice sus ideales establecidos, ya que los
empleados y empresarios del escalón más bajo en el negocio ilícito de la
droga bien pueden ser uno de los grupos más explotados de la sociedad
occidental. No poseen una estructura organizativa para presionar por una
mayor participación en las enormes ganancias del comercio, poseen poco
control sobre las grandes decisiones que afectan su trabajo, y corren el
peligro de ser traicionados, asesinados o encarcelados en cualquier
momento. Muy pocos son genuinamente independientes en estos tiempos y
la mayoría tienen que operar dentro de una estructura determinada por
superiores que pueden, de un instante al otro, asegurar que cualquier
tendencia a la rebelión sea recompensada por prisión de por vida o con una
bala en la espalda.
En Bolivia, por ejemplo, el escuadrón de la muerte compuesto por
policías fuera de servicio —el Comando Cívico Camba—recibió hace poco la
bendición de las autoridades para liquidar sin piedad a todos los traficantes
de drogas.191 Por supuesto que las víctimas en mente no eran ni policías ni
los miembros del gabinete o del cortejo presidencial —los verdaderos
beneficiarios del negocio de la cocaína en ese país— sino, por el contrario,
sólo los pequeños jóvenes de esquina que no habían pagado su tributo.
Formas similares de sacrificio selectivo son el pan de cada día en la
empresa de las drogas en todo el mundo. Esto parece constituir una política
deliberada por parte de los que detentan el poder, ya que operar dentro de tal
atmósfera de temor sólo puede producir una clase de comerciantes
atomizada, neutralizada, inofensiva y rendida al sistema.
Un motivo parecido se halla detrás del asalto a los usuarios de droga
juveniles, un grupo que de otra manera hubiera empezado a tomar las cosas
en sus propias manos, como claramente estaba ocurriendo a fines de los 60 y
comienzos de los 70. En Suramérica, las víctimas favoritas son los gringos,
extranjeros cuya subsecuente búsqueda de apoyo consular está dirigida a
convencer a la opinión internacional de que los gobiernos locales realmente
están "haciendo algo" para solucionar la cuestión de la droga. Más de 500
ciudadanos norteamericanos están actualmente confinados en prisiones
mexicanas por los más insignifiicantes delitos de drogas, cerca de 100 han
sufrido la misma suerte en Colombia y otras veintenas languidecen detrás de
las rejas en prácticamente todos los demás países de América Latina.: Los
afortunados logran salvarse por medio del soborno; los menos afortunados
son torturados, violados y sometidos a una serie de maniobras legales y
trámites burocráticos casi kafkianos. Inclusive dentro de los Estados Unidos, la
DEA tiene el poder constitucional de atrapar individuos ofreciéndoles droga
para la venta, y el gobierno puede acusarlo a uno de conspiración para
importar drogas no obstante el hecho de que el decomiso de la droga, el

191
The Guardian, julio 25 de 1977
acuerdo para conspirar y el arresto de los acusados jamás tuvieron lugar en
los Estados Unidos."192 En estos casos la evidencia es admisible para el
fiscal aún si la policía extranjera ha empleado la tortura para obtener una
"confesión".
Sin embargo, con toda seguridad no es el abundante público consumidor
de drogas en los países desarrollados el que soporta el embate pleno de la
actual ofensiva. Después de todo, constituye el mercado sobre el cual está
basada toda la estructura, y por medio de una "discriminalización" espúrea de la
posesión, pueden ser instados a convertirse en simples pasivos
consumidores. Mientras tanto el largo brazo de la ley puede flexionarse para
incrementar las penas por el tráfico, eliminando así a los más modestos
traficantes y concentrando todo el negocio en manos de unos pocos
monopolios inexpugnables. Sólo se puede sospechar que esta política tiene
dos objetivos mayores: el primero, maximizar las ganancias actuales, y, en
segundo lugar, construir una estructura de intereses multinacionales que, una
vez se sientan seguros de su control férreo del mercado mundial, serán
capaces de llevara cabo la legalización completa sin temor de la competencia
independiente. No es accidental, por consiguiente, que uno de los sectores
primordiales de crecimiento en el desarrollo de una industria de drogas
dinámica y disciplinada implique precisamente sus esfuerzos por extender los
tentáculos a las áreas de producción, reproduciendo el patrón neocolonial ya
ensayado y probado en el caso de los auges de productos ocurridos en el
pasado, como los que surgieron alrededor del consumo de plantas de drogas
"no drogas" como el chocolate, el té, el café y el tabaco.
Como ya se ha demostrado con relación a los distritos productores de
coca del sur del Cauca, una industria disciplinada de este tipo requiere acceso

192
Ver entrevista con un abogado de San Francisco, Michael Stepanian, en High Times, septiembre de 1976.
incontestable a las materias primas. Debido a que plantas como la coca y la
marihuana generalmente son muy fáciles de cultivar, un corolario imperioso
de ello es la eliminación de todo productor que todavía osa vender su
cosecha a la competencia. Los medios para alcanzar este objetivo han
incluido el empleo de napalm y agentes defoliantes para destruir grandes
plantaciones desde al aire, así como la investigación biológica para criar
nuevos insectos y hongos como el Fusarium oxysporum que acaban con
plantas que de otra manera serían difíciles de erradicar. Más allá de la
amenaza que tales técnicas representan para la subsistencia de los
campesinos agricultores, debe considerarse el irreparable estrago ecológico
que pueden causar en amplias áreas, destruyendo cultivos de pancoger y
envenenando las aguas, el ganado y en últimas los seres humanos también.
Como si tales formas de guerra económica ya no fuesen precursoras
suficientes de la creciente vietnamización de América Latina recientemente se
ha venido preparando otro movimiento, el cual usará la cuestión de las drogas
como pretexto para expropiarles la tierra a los campesinos sin compensación
alguna. En Colombia, el Ministro de Justicia promulgó una serie de
"determinaciones " a finales de julio de 1974, que eran un anticipo de lo que
vendría. La cláusula más importante decía: "Las tierras que sean utilizadas
para el cultivo de marihuana, coca u otros ítems similares (sic) serán
confiscadas inmediatamente. La propiedad quedará fuera de toda actividad
comercial tan pronto como se haya descubierto el delito".193
El ciudadano común, por consiguiente, no sólo tendrá que sufrir
encarcelamiento por cultivar plantas básicamente inofensivas, sino que
también perderá su tierra y toda su fuente de ingresos quedará congelada. En
otras palabras, las autoridades estatales tienen todo el derecho legal para
destruir completamente a un individuo como miembro activo de su sociedad. Y
lo estipulado acerca de la coca puede ser considerado particularmente
alarmante, puesto que amenaza la misma integridad territorial de un buen
número de resguardos indígenas. Por supuesto, retornamos de nuevo al
punto de que dichas leyes sólo pueden ser aplicadas selectivamente, ya que
su aplicación universal en un país como Colombia desembocaría en un
período de sangría aún más terrible que la Violencia de los años 40 y 50.
No obstante, existen personas que darían la bienvenida a una
oportunidad para extender sus imperios privados utilizando el pretexto de las
drogas como medio de expropiación, sin importar cual fuera el costo final en
términos de vidas humanas. Al menos esto fue sugerido por el senador José
Guillermo Castro, miembro de una familia terrateniente de Valledupar, al pie
de la Sierra Nevada de Santa Marta. Dolido por el rechazo de los indígenas
de Sierra Nevada a darle su voto en las elecciones de 1974, afirmó lisa y
llanamente:
Es sabido que detrás de todo esto hay un enorme negocio de cocaína y marihuana,
cultivadas en la Sierra Nevada... Esto debería investigarse, lo mismo que el
aterrizaje semanal de un pequeño avión... el cual, según parece, se lleva
marihuana para dejar, de acuerdo con informaciones confiables, armas para los
indios que, desde hace algún tiempo, andan permanentemente armados…194

Sobra decir que la versión de los hechos del senador difícilmente concuerdan
con informes independientes de la misma región, los cuales describen la
intimidación violenta contra los indígenas de parte de la policía de Valledupar,
ansiosa por defender los enormes bienes arrebatados a los resguardos
indígenas por familias como los Castro. Tampoco corresponde con la

193
El Tiempo, julio 30 de 1974
194
El Tiempo, noviembre 26 de 1974
conocida extensión del negocio de la droga en la región de Santa Marta, cuyo
papel clave en el tráfico transcaribeño tiende a implicar que se encuentra en
manos de organizaciones considerablemente más poderosas que simples
comunidades rurales indígenas y campesinos sin tierra.
En efecto, la cuestión no es descubrir cuál de las partes en conflicto
está diciendo realmente la verdad, sino más bien examinar las palabras que
están empleando los que están en el poder, a fin de percibir la clase de
valores que asumen y desenmascarar los escenarios de horror que están
montando para el futuro. Las clases dominantes de Suramérica, con su
característica paranoia, casi siempre se ven llevadas a proyectar y revelar sus
propias malas intenciones y, por eso, cuando hablan de drogas hablan
también de armas y de violencia. El asunto de las drogas se confunde en sus
mentes con todas las demás agudezas del conflicto social, con todas las otras
excusas empleadas desde tiempos inmemoriables para justificar el crudo
totalitarismo y una imaginación obtusa y miope. En ese caso, no debería
causar sorpresa que las guerras contra las drogas no fueran más que el
preludio de una conflagración mucho más terrible; que sólo se evitará si los
usuarios de la droga de los conglomerados de Occidente elevan su
conciencia colectiva con relación al negocio como un todo y asumen una
posición firme, inequívoca no sólo por los intereses del consumidor, sino
también por los del pequeño productor, marginado y sin voz.
COMO MASCAR HOJAS DE COCA

Estaba deseoso por ver esa hierba tan alabada por los indios desde
hace tantos años, la cual llaman coca y siembran y cultivan con
mucho cuidado y diligencia, porque la usan para sus placeres de los
cuales hablaremos... Su uso entre los indios es cosa general, para
muchas cosas, para cuando trabajan por necesidad y para su contento
cuando están en sus casas, la usan en esta forma. Toman caracoles
en sus caparazones, los queman y los pulverizan, y toman las
hojas de la coca y las mascan en sus bocas, y mientras las están
mascando la mezclan con ese polvo hecho de caparazones, de tal
suerte que hacen una especie de pasta, tomando menos polvo que
hojas, y de esta pasta hacen unas especies de bolas redondas... y
cuando las vana usar, toman una bolapequeña en su boca y la
mascan pasándola de un lado a otro, procurando conservarla todo lo
que puedan; y habiendo hecho esto, regresan a tomar otra, y así
siguen, usándolas todo el tiempo que las necesitan, lo cuales
cuando trabajan y específicamente cuando no hay carne o falta el
agua. Porque el uso de estas pequeñas bolas les quita el hambre y la
sed, y ellos dicen que reciben substancia, como sípensaran que
habían comido. Otras veces las usan para su placer, aunque no
estén trabajando... Cuando se emborrachan y pierden eljuicio, ellos
mezclan con la coca las hojas de tabaco, y las mascanjuntas, y
parece como si perdiesen la razón, como si estuviesen borrachos lo
cual es una cosa que les proporciona gran contento. En verdades
una cosa de gran consideración ver cómo los indios están tan
ansiosos de perder la razón..

La historia medíctnal de las cosas que se traen de nuestras


Indias Occidentales que sirven en medicina, por Nicolás
Monardes, Sevilla, 1574.
Durante los dos años que viví en Popayán, a menudo intenté inducir a los
estudiantes universitarios y a otros visitantes que se hallaban de paso al
hábito de mascar coca. Sin embargo, no puedo decir que haya convencido a
más de un pequeño grupo de personas, tal vez un hecho sorprendente si se
tiene en cuenta el difundido entusiasmo por la marihuana, los hongos
alucinógenos y la misma cocaína, que abundaban en esa hermosa ciudad.
Inicialmente, es verdad, el sabor de la coca no es particularmente agradable.
Es más: el acto mismo de mascar algo y mantenerlo en la boca es
culturalmente repelente para la mayoría de los blancos, tanto colombianos
como gringos, lo cual ha llevado a algunos investigadores norteamericanos a
sugerir el desarrollo de una "goma de mascar" de coca, más aceptable para
los gustos urbanos.195 En todo caso, la masticación de hojas de coca no
parece que vaya a convertirse todavía en una tendencia de moda en el
mundo industrial, pues carece de los elementos centrales de fácil manejo y
satisfacción instantánea, y requiere en su conjunto demasiado cuidado y
aplicación para que sea fácilmente asimilable al estilo de vida del consumidor
moderno.
Incluso, en cierto sentido, "masticación" resulta inexacto como término
para describir un proceso que todo lo que implica es una pequeña mascada
preliminar para romper las hojas y humedecerlas, antes de la primera adición
del reactivo alcalino. Aunque existe una tendencia inicial entre los novatos a
continuar masticando más allá de este punto basada en una reacción
mecánica de la boca de desmenuzar y devorar cualquier cosa voluminosa
que se encuentre en ésta. Este error debería evitarse, y el bolo de coca debe
conservarse razonablemente inmóvil en la brecha formada entre los dientes y
la mejilla. La penetración del alcaloide en las superficies mucosas es un proceso
lento; cada bolo debe, por consiguiente, permanecer en la boca por una hora,
siendo succionado suavemente a fin de liberar sus potentes propiedades.
Casi sin excepción, el mayor problema con que se encuentra un
mascador novicio de coca tiene que ver con la manera en que el reactivo
alcalino —en la región del Cauca normalmente un polvo blanco de cal llamado
"mambe" —se agrega a las hojas, ya que aplicado sin cuidado o en cantidades
excesivas, ocurrirá un daño casi seguro en las encías, en forma de
cauterización o "quemadura". Ello puede extenderse a la lengua, al interior de
las mejillas y a cualquier otra superficie suave desde los labios hasta la
garganta, y la lastimadura puede ser rema que la persona se desalienta de
volver a mascar coca. A fin de prevenir tales accidentes, los indígenas nasa
con frecuencia practican una forma de cuidadosa iniciación al hábito de la
coca, por medio del cual la madre transfiere su propia mascada de coca a la
boca de su hijo, ya con la cantidad correcta de cal. Esto asegura que los
alcaloides activos fluyan libremente, de modo que la primera experiencia de
mascar coca probablemente sea bastante alentadora.
Los Nasa poseen también otra indicación muy útil, la cual consiste en añadir
el mambe en dosis bien pequeñas , como de una pizca de sal, en repetidas
oportunidades y no de un solo golpe. En general la costumbre es tomar un
par de pizcas al comienzo, una tercera unos cinco minutos después y luego
dosis adicionales en intervalos de diez a quince minutos. Uno puede saber
cuándo está "caliente" el bolo de coca —en términos indígenas— por una
especie de anestesia que produce en la boca, paradójicamente denominada
"enfriamiento" en nuestra cultura. La dificultad que experimenté al comienzo

195
Andrew Weil (carta personal, marzo de 1977).
fue hallar el balance acertado de mambe y coca. Si se agrega demasiado de
la primera, la anestesia puede convertirse fácilmente en una "quemadura", y
al día siguiente se amanece con una cantidad de parches incómodos y en
carne viva en la mejilla y las encías. Por otra parte, si no se emplea suficiente
mambe, uno se decepciona con una anestesia bastante floja y mediocre, que
con seguridad indica el fracaso en extraer el rendimiento pleno de alcaloide
de las hojas.196
Asimismo es muy común añadir una pequeña cantidad de hojas frescas
a intervalos ocasionales, reviviendo así el bolo o la "mambeada" que ya se
encuentra en la boca; obviamente esto requiere también una adición
equivalente de mambe con el propósito de corregir el balance. Sobre todo, es
de crucial importancia decidir una técnica para mezclar el mambe y las hojas
de coca para lograr un bolo único y homogéneo. Los Nasa simplemente
vierten una dosis de cal de su calabazo en la palma de la mano o en la
muñeca, y luego la lanzan al aire de modo que descienda suavemente en
medio de la mascada de coca en su boca. Esta práctica no es aconsejable
para principiantes, no obstante, porque cualquier error de cálculo conduce a
una terrible quemadura en las suaves membranas bucales. Por esta razón,
los Nasa sugieren que los mascadores novicios deben sacar las hojas de
coca de la boca y mezclarlas con el mambe en su mano, retornando la bola a
su mejilla sólo cuando el mambe se haya prendido bien de las hojas y no
simplemente adherido por fuera como una costra.
Desafortunadamente, las hojas de coca sueltan un tinte amarillo oscuro
cuando han sido lixiviadas por un reactivo alcalino, de tal manera que
cualquiera que use este sistema siempre tendrá la mano y los dedos sucios.

196
Harma (1974, p. 284) ha estimado un consumo diario de alrededor de seis gramos de llipta en las tierras
altas del Perú. Es una ración de aproximadamente un gramo de cal para cada diez gramos de hojas de coca.
Además, es en extremo inconveniente y demorado sacar las hojas de la boca
cada vez que sea necesario añadir mambe. Con el fin de evitar estos
inconvenientes, sería útil considerar cómo se mezcla el mambe con las hojas
entre otro grupo de adeptos a la coca, los indígenas del sur del Cauca. En
esta área el mambe es empleado normalmente en forma de una masa dura;
los pequeños pedazos picados de mambe sólo pueden ser transferidos por
medio de un movimiento de la lengua desde el frente de la boca hacia la
mejilla, ya que la punta de la lengua posee una alta concentración de papilas
del gusto, el manipuleo repetido de terrones de cal cruda puede resultar
extremadamente dañino. Por esta razón, el bolo de hojas es llevado hacia
adelante desde su lugar de reposo normal en la mejilla hasta la punta de la
lengua, donde es mezclado directamente con los pedazos picados de mambe
antes de ser llevado de nuevo a un lado de la boca. Esta acción permite
también que el bolo se envuelva sobre el mambe recientemente añadido,
reduciendo así la posibilidad de una quemadura en las membranas de las
encías o de la mejilla cuando las hojas regresan a su sitio. Yo empecé a
utilizar este sistema no sólo por los pedazos duros de mambe, si no también
por el polvo, recomendándose a otros mascadores potenciales como menos
fatigante que la mezcla en la mano y menos peligroso que un lanzamiento
directo del mambe al aire. Sin embargo, hay algo estéticamente
desagradable en un mascador de coca alargando sus labios y frotando un
bolo de coca con el mambe sostenido en su mano. Ciertamente los Nasa —con
su sistema de lanzar el mambe al aire— lo consideran un hábito
despreciable, increpando a sus practicantes con sobrenombres abusivos
como "mano amarilla" o "ternero baboso". Esto puede ayudar a explicar la
gran prevalencia de la espátula en asociación con muchos de los recipientes
de cal prehistóricos hallados en los Andes. La espátula —una vara de un pie
de largo, de madera o metal— permite una aplicación mucho más precisa de
la cal de lo que es posible con la mano solamente. Parece improbable, sin
embargo, que haya sido empleada en la región del Cauca, ya que está
totalmente ausente del registro arqueológico y no es mencionada por Cieza
de León en su clásica descripción del hábito en la época de la Conquista
española. Con todo, en algún tiempo fue muy común en otras áreas de
Colombia y su uso sobrevive hoy en día entre los indígenas de la Sierra
Nevada de Santa Marta. Allí se porta un palo largo en el poporo, se
humedece en la boca, se sumerge dentro del mambe y luego se emplea para
frotar dicho polvo directamente sobre el bolo de coca en la boca. En el Perú
se utilizaban para los mismos fines un hueso, una concha o una cuchara de
madera, una costumbre que sobrevive desde Huanuco hasta Trujillo y
Cajamarca.
Uno de los principales cambios producidos por la mezcla de mambe y coca
es una marcada transformación del sabor de las hojas. En su estado natural
poseen un sabor más bien amargo, el cual se hace mucho más dulce y más
agradable con la adición de mambe. No obstante, la anestesia concomitante
también tiene sus desventajas, ya que amortece temporalmente las papilas del
gusto y vuelve insensibles las encías al daño de las puntas duras de los tallos
de las hojas. En el Perú existen informes de indígenas que despojan de la
vena central las hojas de coca antes de colocarlas en la boca, y aunque jamás vi
a ningún coquero hacer esto en la región del Cauca, con frecuencia yo utilicé
el mismo sistema; pues descubrí que las encias lastimadas y picadas detraen
considerablemente del placer de mascar coca.
Aparte del reactivo alcalino y de las misma hojas de coca, el tercer
elemento más importante en el manejo del arte de la masticación de la coca
lo constituye el control del individuo sobre su flujo de saliva, ya que ésta
forma la solución en la cual los alcaloides son liberados de las células de las
hojas. En primer lugar, la saliva debe ser empleada para un humedecimiento
preliminar de las hojas de coca cuando son colocadas en la boca. Antes de
añadir la dosis inicial de mambe las hojas deben ser mascadas hasta formar
una bola; en este momento es muy usual escupir los jugos polvorosos y
agrios que pueden acompañar el primer paladeo de las hojas. Una vez haya
sido agregado el mambe, sin embargo, se escupe un mínimo, ya que
necesariamente implica una pérdida de los alcaloides presentes en el líquido
amarillento. Por esta razón, es más común dejar escurrir todo el exceso de
saliva a través de la garganta hasta el estómago, donde algunos de los
alcaloides parecen ser al menos parcialmente efectivos, produciendo un
encendimiento que se esparce lentamente por el abdomen.
El principal problema que encuentran los principiantes, no obstante, es
que la boca, desacostumbrada al estímulo constante generado por la mezcla
de hojas y mambe, siempre tiende a producir un enorme exceso de saliva.
Aunque esta sea tragada, un buen porcentaje de su contenido de cocaína se
perderá, y la adición de dosis frescas de mambe y de nuevas porciones de
hojas sobrevendrá necesariamente a intervalos relativamente cortos. El
coquero experimentado siempre sabe evitar la salivación excesiva y
consecuente "lavado" del contenido de las hojas. Al conservar los jugos de la
coca, la cal y la saliva en forma de un jarabe amarillo oscuro, se logra extraer
el máximo rendimiento de alcaloides de las hojas y asimilarlos con los medios
más efectivos posibles, permitiéndoles suficiente tiempo para penetrar las
membranas mucosas. Tan gruesa es la saliva de un coquero experto, que
con frecuencia deja en sus labios y en las comisuras de la boca una costra
carmelita; y tan eficiente es su absorción gradual de los alcaloides de la
coca que una sola "mambeada" le dura hasta dos horas.
En otras palabras, la salivación excesiva en la masticación de coca no
sólo trae consigo un considerable desperdicio, sino que impide activamente
una asimilación más efectiva de la cocaína y otros alcaloides. Durante varios
meses, hallé muy difícil controlar mi propia saliva y no pude descubrir una
forma de reducir su flujo. La clave de la solución radicaba en la pronunciación
de ciertas expresiones páez relativas a la coca; transcurrió mucho tiempo
antes de que yo lo descubriese. En un principio, me impresionó el sonido
bastante apropiado esh, su término para coca, que transmite tan bien la
espumosa sensación de las hojas de coca en la boca, así como la dura y
abrasiva agudeza de kuétan, el término páez para mambe. He mencionado
que la percepción local de la anestesia producida por la cocaína usualmente
implica un reconocimiento de su "calor", y cuando un bolo de coca ha perdido
su potencia se dice que se enfrió la mambeada. Pregunté a varios Nasa
cómo se traducían a su lengua las frases "esta mambeada está caliente " y "
esta mambeada está fría"; se me dijo, na-esh-báhia y na-esh-finse,
respectivamente. Al decir finse, la boca se angosta, el aire es expelido a
través de los labios y alrededor de la lengua, como si se fuera a expulsar la
bola de coca ya usada y agotada. Báhia... la boca se llena, el aire circula por
las paredes del interior de la mejilla y a lo largo de las encías. Báhia... báhia...
era casi como el sonido de una persona que hubiera estado conteniendo la
respiración mucho tiempo y de pronto buscara aire. Más aire. ¡Aire! Eso era,
por supuesto. Me preguntaba por qué no había tenido la idea antes. Sólo hay
que pensar en aquellos surtidores de aire que usan los dentistas para secar
los dientes. Obviamente, la forma de conservar la mambeada "caliente" o
báhia era introduciendo una corriente de aire por el extremo de la boca y luego
hacerla circular alrededor de la bola de coca en la mejilla. De este modo, la
coca puede mantenerse razonablemente húmeda, más no inundada en saliva,
con el resultado de que la anestesia puede conservase por un período mucho
más prolongado que de cualquier otra manera.
El grado de cuidado y delicadeza involucrado en el logro del balance
correcto de cal, hojas de coca, saliva y aire, contrasta muy notablemente con
las concepciones distorsionadas compartidas por muchos que nunca la han
probado o quienes en alguna forma consideran su uso como algo que implica
meramente una cuestión de mascar mecánicamente, de rumiar, como si los
coqueros fuesen poco más que vacas. En efecto, parte del respeto con el que
es tratada la coca por sus adeptos se manifiesta en la forma misma en que
una bola de hojas exhaustas es removida de la boca. En este acto tan privado
—esh -púmbia en Nasa— la coca nunca es escupida simplemente al suelo,
sino que al contrario es colocada cuidadosamente en la mano, luego arrojada
a un campo cultivado o untada con una reverencia casi religiosa en un tronco
de árbol o en un barranco cercano. Esto se efectúa preferencialmente sin ser
visto, en especial si los posibles testigos pueden incluir rivales peligrosos u
hombres blancos. Los primeros pueden emplear las hojas para fines de
brujería agresiva, mientras los segundos pueden echar a perder la naturaleza
implícitamente mágica del acto con su sola presencia o por su ridiculización.
Este respeto por la coca misma se expresa asimismo de muchas otras
maneras, y los Nasa se cuidan bien de no dejar caer ni siquiera una hoja
menuda al suelo cuando están colocando una cantidad fresca en sus bocas.
Tal vez el tributo más importante que se rinde a la coca puede verse en la
forma como ajustan su consumo de hojas al ciclo local de escasez y
abundancia. Bajo condiciones óptimas, un sólo individuo puede consumir
hasta dos onzas o aproximadamente 60 gramos de hojas al día, o,
admitiendo los regalos ocasionales a los amigos, cerca de una libra a la
semana. En tiempos de escasez, sin embargo, no es anormal encontrar
indígenas que reducen su consumo a una cuarta parte de esa cantidad, es
decir, de una libra al mes, a un cuarto de libra a la semana o a sólo media
onza al día. A pesar de que esto se siente como una penalidad, las
desventajas se expresan en términos de tener que resignarse con una
mascada de coca bien pequeña e incómoda en la boca, y no en términos de una
estimulación disminuida al organismo. Por consiguiente, parecería que la
cocaína y otros alcaloides —cuando son asimilados en el flujo gradual y
constante que resulta de la masticación de hojas— todavía producen
aproximadamente los mismos efectos a pesar de la reducción de la dosis a
una cuarta parte del nivel normal. En efecto, el reconocimiento subjetivo del
estímulo producido por la coca empieza con una sensación previa de
cansancio y lasitud, y la efectividad de los alcaloides depende más del estado
biológico y mental del coquero que de las propiedades farmacológicas de las
hojas mismas. Si es así, está claro por qué la dosis precisa de droga es un
factor mucho menos importante que la necesidad, sentida social y
culturalmente, de mascar coca bajo ciertas circunstancias rituales y de
trabajo.

Los efectos de la masticación de coca

Vista la gran cantidad de variables implicadas en el proceso de masticación,


es a veces difícil identificar los efectos precisos de la coca en aquellos
individuos que se han habituado a su uso. Ninguna de las reacciones extremas
o maníacas que se han presentado con voluminosas inyecciones de cocaína,
administradas en laboratorios, han tenido jamás similitud alguna con la
forma de estímulo experimentada por el coquero habitual. En el Perú, se
hizo una útil comparación de las respuestas fisiológicas experimentadas por
una serie de indígenas en estado de reposo, incluyendo un grupo que no
usaba coca y otro de coqueros -los cuales mascaban cantidades normales
durante los tests-. Al considerarse una ración diaria de 58 gramos de hojas,
con un contenido de cocaína de aproximadamente un cuarto de gramo, los
resultados no pudieron demostrar ninguna discrepancia entre los dos grupos,
ni ocurrencia alguna de alteraciones significativas del metabolismo basal,
como los que generalmente se asocian con grandes dosis intravenosas de
cocaína, tales como aumentos en la presión sanguínea, en el ritmo cardíaco y
en la admisión de oxígeno.
Fue sólo durante la realización del trabajo que se evidenciaron
fisiológicamente las propiedades estimulantes de la coca. En comparación
con el grupo sin coca, los usuarios habituales mostraron un ritmo cardíaco
más acelerado bajo condiciones de esfuerzo físico y experimentaron
asimismo una reducción en la percepción de la fatiga, hechos que pueden ser
considerados de alguna importancia para el individuo interesado en prolongar
su resistencia.197 La acción de la coca en el cuerpo del usuario habitual
parecería, en consecuencia, estar a la par con los efectos de la cafeína, otro
poderoso estimulante que por razones económicas y culturales ha sido
clasificado como una droga no tóxica y librado del parcializado escrutinio y la
propaganda adversa que con tanta frecuencia informan los estudios
contemporáneos acerca del uso de la coca .198
Debe destacarse el punto, no obstante, de que la coca y sus alcaloides,
aún en dosis muy pequeñas, poseen otros efectos dignos de atención sobre
el organismo humano, a pesar de que no logren producir ninguna alteración
importante en los procesos metabólicos básicos. Todo lo que se necesita

197
Ver Harma (1974).
198
Ver Brecher et. al. (1972).
para producir una sensibilidad notable en los terminales nerviosos es una
concentración muy baja de cocaína en la sangre. A su turno ello conduce a
una aceleración de las respuestas nerviosas, con un consecuente incremento
en el estímulo al sistema nervioso central y al cerebro. En la terminología
bastante opaca de la moderna bioquímica, puede decirse que la cocaína inhibe
la reabsorción activa de un neurohumor, la norepinefrina, por parte de los
terminales nerviosos presinápticos o "transmisores". Esto aumenta la
concentración de norepinefrina en la abertura sinóptica, el espacio intersticial
entre dos terminales nerviosos, potenciando así la acción sinóptica de
norepinefrina y llevando a un estado de supersensibilidad en el terminal
nervioso postsináptico o "receptor".199
La propiedad estimulante de la coca es probablemente su aspecto más
importante, ya que un cerebro y un sistema nervioso más afinados conducen
claramente a rápidos incrementos en la velocidad del pensamiento y en la
transmisión de los impulsos nerviosos, lo que en conjunto produce una
conciencia subjetiva de estar “eléctrico”. La analogía de “eléctrico” es en
efecto adecuada porque implica una aceleración de las transmisiones
nerviosas basadas en el flujo de partículas cargadas electrónicamente de una
neurona a otra. También expresa la naturaleza extremadamente subjetiva de
la experiencia del estimulo que, en ausencia de cualquier alteración mayor
del metabolismo del cuerpo, es claramente un fenómeno que solo puede ser
“sentido” en el cerebro y en el sistema nervioso mismo. Muchos individuos
pueden sentirse “eléctricos” en extremo, con solo mínimas concentraciones
de cocaína en la sangre, mientras otros, tales como personas que
experimentan con su primera dosis de cocaína, pueden no darse cuenta de
ningún efecto realmente pronunciado, aún a pesar de la ingestión súbita de

199
Ver Ritchie et. al. (1965) y Julien (1975, p. 90).
grandes cantidades de la droga. La sutileza del estímulo reside en el hecho
de que la cocaína misma es solamente un catalizador que facilita las
conexiones sensuales y conceptuales que de todos modos ya existen. En
otras palabras, depende para sus efectos de una conciencia que al mismo
tiempo es personal y cultural, subjetiva e histórica, y a pesar de toda la
diligente investigación de una legión de farmacólogos bien intencionados, su
acción jamás será susceptible de aislarse de su contexto social ni de
someterse a cualquier forma de análisis puramente orgánica. En
consecuencia, apenas es sorprendente que los efectos de concentraciones
muy bajas de cocaína, como los que resultan de mascar hojas de coca, sean
para todas las intenciones y propósitos “invisibles” en términos fisiológicos, ya
que la “euforia” o el “optimismo” generados por la droga sencillamente no
pueden medirse en unidades cuantificables. Sin embargo, esto no es para
negar la validez de muchos intentos serios que se han hecho para descubrir
otras ramificaciones físicas de los efectos de la coca, particularmente
aquellos que han buscado diferenciar los distintos usos de la hoja y del
alcaloide refinado de la cocaína. A comienzos del siglo, Mortimer ya hacía
sugerido:
La acción de la cocaína parece más pronunciada sobre el sistema nervioso central,
mientras que las propiedades de la coca parecen estar controladas por sus alcaloides
asociados para afectar los músculos así como los nervios. La influencia de la coca en la
excitación de energía muscular probablemente se debe a una acción química directa
hacia la construcción de proteínas, así como a través de la excitación del fermento
hipotético del elemento contráctil...200

Sería fácil atacar la definición bastante nebulosa del "fermento hipotético" de


Mortimer, si no fuese por el hecho de que él también quiso decir que los
alcaloides de la coca podían eliminar el ácido úrico de la sangre, atacando de
esa manera la sensación de fatiga transmitida por los nervios, la "causa"
bioquímica misma del cansancio en los tejidos corporales.201 Sin embargo, a
falta de una investigación seria acerca de los efectos de los alcaloides de la
coca diferentes a la cocaína, se puso de moda desechar las ideas de
Mortimer y con ellas la posibilidad de que cualquiera de esos alcaloides
modere o complemente significativamente la acción de la cocaína. La errónea
teoría de que la coca y la cocaína eran una misma cosa dominó durante
muchos años y numerosas carreras ilustres se hicieron sobre las fáciles
simplificaciones, entre otras, el mito de la "adicción" a la coca, promovidas
por esta concepción.
Por consiguiente es significativo que el péndulo haya comenzado a
oscilar en la otra dirección, ya que los últimos diez años han visto un
bienvenido renacimiento del interés por la hoja de coca, incluyendo una serie
de enfoques farmacológicos de la complicada química involucrada en el hábito
de mascar. Investigadores peruanos ya habían argüido en los años 40 que en
el caso específico de la falta de oxígeno en las grandes alturas, los de la
masticación de la hoja pueden ayudar a la adaptación humana, acelerando la
transferencia de compuestos nutricionales en la sangre.202 El escenario
biológico preciso implicado en este proceso, sin embargo, fue mucho más
difícil de descubrir. En verdad, uno de los efectos bien definidos de la cocaína
es que relaja los conductos de aire bronquiales de los pulmones,203 haciendo
más fácil respirar en atmósferas enrarecidas donde el oxígeno es escaso.
Esto no parece suficiente para explicar el alcance total de la influencia de la

200
Mortimer (1901, p. 420).
201
Idem., p. 355
202
Ver Gutiérrez Noriega y Zapata Ortiz (1947, p. 106), y Monge (1952, 1953).
203
Ver Julien (1975, p. 91).
coca en el metabolismo humano, y particularmente su acción en la elevación o
mantenimiento del nivel de glucosa en la sangre.
En consecuencia, sería descortés no dar la bienvenida a las
investigaciones de los farmacólogos que recientemente han encarado la
cuestión de determinar los efectos de la coca en el organismo humano, entre
quienes, tal vez el más destacado ha sido el investigador alemán, Dr. Otto
Nieschulz. Más significativo todavía es el hecho de que él ha demostrado que
el alcaloide ecgonina, sobre el que se pensó durante mucho tiempo que difería
de la cocaína sólo por no poder formar cristales regulares y estables, posee
en efecto propiedades psicoactivas marcadamente diferentes y mucho menos
potentes que su tan celebrado socio.
Efectivamente, produce muy poco estímulo al sistema nervioso
simpático y prácticamente no tiene cualidades anestésicas o eufóricas, con el
resultado de que incrementa mucho menos que la cocaína la capacidad de
esfuerzo. Al mismo tiempo, al elevar y sostener el nivel de glucosa en la
corriente sanguínea, ayuda a muchos indígenas andinos a superar los
problemas de un metabolismo nutricional ineficiente, efecto de una dieta
deficiente en proteínas y rica en carbohidratos y, en el caso de los moradores
de grandes altitudes, de una escasez de oxígeno en la atmósfera.204
La importancia de esta observación es subrayada además por muchas
otras contribuciones positivas a la dieta, suministradas por la masticación
regular de coca. En un trabajo sobre el valor nutricional de la coca, un grupo
de investigadores norteamericanos hace poco enfatizó que las hojas proveen
cantidades significativas de calcio, hierro, fósforo, vitamina A, vitamina B2 Y
vitamina E, todo lo cual sería de otra manera deficiente entre la población

204 Véase Nieschulz (1975) y Burchard (1975, p. 477).


andina.205 El doctor Carlos Monge, uno de los pocos médicos peruanos que
han defendido consistentemente el hábito de la coca, ya había destacado que
el empleo de la coca puede ser útil para prevenir la incidencia del beri beri, el
escorbuto y la pelagra entre los indígenas peor alimentados.206 Aún la tan
maligna cocaína tiene una positiva contribución que hacer a la salud del
coquero, ya que en las frías temperaturas normalmente características de los
altos Andes sus efectos de estrechar los vasos sanguíneo pueden ser
considerados también una ventaja positiva, al permitir al cuerpo reducir la
pérdida de calor.207
Además de la cocaína la ecgonina, los minerales, las vitaminas
contenidos en las hojas de coca, también concurren otra serie de alcaloides
cuya acción se entiende muy poco. Comprenden derivados tropeínicos e
higrínicos y, en particular, un compuesto conocido con el nombre de
cuscohigrina, el cual está presente en la hoja de coca peruana en cantidades
muy grandes, siendo superado sólo por el alcaloide principal, la cocaína.208
Esperando la clarificación de la farmacología acerca de éstas sustancias, una
buena cantidad de especulación se ha centrado en la posibilidad de que ellas
puedan contribuir notablemente al efecto global de la masticación de coca y
puedan suministrar una explicación química para las preferencias personales
de los usuarios de la coca por preparaciones particulares o variedades
geográficas de la hoja. El punto fue elaborado primeramente por Henry
Rusby, un informante mencionado repetidamente por Mortimer en su libro

205Ver Duke, Aulik y Plowman (1975).


206 Ver Monge (1952, 1953).
207
Ver Hanna (1974).
208
Véase Martín (1970) y Duke et al. (1975) para una lista completa de los alcaloides de la coca, y Nieschulz
(1975) para la importancia de la cuscohygrina.
sobre la coca, y ha sido ventilado recientemente por autores populares como
George Andrews y David Solomon.209
Su argumento básico fue expuesto por Rusby en los términos siguientes:
"Es altamente probable que la cantidad de cocaína no forma un elemento en la
estimación indígena de la calidad de la coca...".210 En esencia, él creía en el
hecho de que los indígenas prefiriesen hojas frescas de coca se basaba en el
reconocimiento de una serie de alcaloides "dulces" y volátiles, alcaloides que
tendían a desaparecer luego de un almacenamiento prolongado. El punto era
bueno, pero desafortunadamente Rugby confundió el argumento con otro,
refiriéndose a la preferencia nativa por una variedad de coca conocida como
"coca de Trujillo" -la especie Erythroxylum novogranatense var. Truxillense,
que en términos botánicos está estrechamente relacionada con la coca
cultivada en Colombia- Ahora bien, el sabor "dulce" asociado con la coca de
Trujillo y la colombiana no parece depender de los alcaloides volátiles, sino
más bien de la presencia de un aceite esencial conocido como aceite de pirola
(metil-salicilato).211 Es más: como el mismo Rusby fue el primero en admitir:
"... es cierto que un mayor porcentaje de estos alcaloides ("dulces")
usualmente está acompañado también por un porcentaje más grande de
cocaína...212
Por esta razón no parece justificable afirmar que la mayoría de los
coqueros buscan conscientemente una menor concentración de cocaína en
sus hojas favoritas. Esto no es para negar que la presencia de alcaloides
volátiles, así como de aceites esenciales, afectan significativamente la

209Véanse Mortimer (1901) y Andrews y Solomon (1975, pp. 14-15).

210 Rusby, en Andrews y Solomon (1975, p. 14.)


211Véase Plowman (1979).
212
Rusby, en Andrews y Solomon (1975, p. 14).
preferencia del presunto consumidor, ya que son estos elementos los que
distinguen las hojas frescas de las viejas. Es una práctica común oler el
aroma de la coca que uno va a comprar; es un indicativo seguro de la
frescura de las hojas, así como de su paladeabilidad al ser mascadas. Nadie,
si puede escoger, utilizaría hojas viejas, a pesar del hecho de que por lo
general no sufren una pérdida real de su contenido de cocaína o ecgonina. La
preferencia, por consiguiente, se establece no a partir de una disputa abierta
entre la cocaína/ecgonina y los demás alcaloides, sino entre la cocaína, y los
otros alcaloides y aceites esenciales (hojas frescas) y la cocaína y la ecgonina
sin tales accesorios volátiles (hojas viejas). Hasta que no se realicen nuevas
investigaciones acerca de las propiedades de estos otros alcaloides y aceites,
sería prematuro sugerir que el sabor sólo es el factor decisivo, o que, por otra
parte, el mascador de coca indígena busca conscientemente un complejo
mejor balanceado de agentes farmacológicos. Tal observación, es más, no
puede restringirse solamente a los mascadores de coca; la misma
sobreposición de sabor y "efecto deseado" es también observable ante los
fumadores de tabaco y marihuana, así como entre los bebedores de té y
café, para mencionar apenas los ejemplos más obvios.
En el caso específico de la región del Cauca existe una práctica que
merece mencionarse en este contexto, ya que tiene relación directa con los
asuntos planteados originalmente por el doctor Rusby. Los Páez distinguen
dos clases de hojas de coca viejas: esh-ísh que son hojas quebradizas y secas,
y esh-wuáwua, que son hojas que ya han empezado a tornarse mohosas, la
mayoría de las veces debido a un almacenamiento prolongado en un lugar
húmedo. Aunque el sabor de la esh-ísh es bastante agrio, ya que carece de
los aceites volátiles y de los alcaloides basados en la higrina contenidos en
las hojas frescas, sin embargo, es considerada perfectamente adecuada para
mascar, en especial si no hay otra alternativa. La esh-wuáwua, por otra parte,
es descrita como canja —"impura" o "desagradable"— y uno piensa que sería
desechada. Este no es el caso, sin embargo, y es común ver a los Nasa revivir
hojas enmohecidas rociándolas primero con una solución de agua y panela, una
especie de melaza cruda, y luego secándolas por segunda vez. Tales
prácticas sugieren que, a falta de cualquier aceite o alcaloide "dulce" presente
en forma natural, los Páez adoptan el expediente de usar la panela a fin de
mejorar el sabor y proveer un balance artificial al contenido "amargo" de cocaína
y ecgonina de las hojas.
También hay que reconocer que existen personas que usan la coca de
una manera que minimice la ingestión de cocaína, más comúnmente
preparando las hojas en forma de una infusión o un reactivo de cal pues,
consideran dicho hábito digno sólo de bárbaros, juzgando también la ingestión
de cocaína escandalosa en extremo. Aunque de hecho las hojas de coca
liberan un porcentaje regular de su cocaína aún en una simple solución de
agua, ello se compensa con el hecho de que los jugos de la región
gastrointestinal tienen el efecto de degradar la cocaína en ecgonina antes de
que pueda ser absorbida por la corriente sanguínea. Es así como la excitación
mental y nerviosa producida por la cocaína se mantiene en un mínimo y las
propiedades benéficas de la ecgonina y de los otros alcaloides y aceites
esenciales pueden disfrutarse sin ningún efecto eufórico secundario. Al
respecto, también es significativo que aquellos bebedores de coca que tienen
acceso a arbustos propios, raras veces usan hojas secas con el propósito de
hacer té y prefieren tomar hojas frescas directamente del arbusto. Esto
refuerza de nuevo la idea de que consciente o inconscientemente buscan las
propiedades volátiles y aromáticas de la coca, muchas de las cuales se
pierden en el proceso del secado.
La cuestión de la suerte corrida por la cocaína cuando llega al
estómago ha atraído desde hace mucho la atención de los farmacólogos.
Muchas de las explicaciones de viejo tipo sobre la acción de la coca,
especialmente aquellas que describían un supuesto "adormecimiento" de los
impulsos del hambre en el estómago, se basaban en la desde entonces
desacreditada idea de que la coca era mascada por los indios principalmente
con el objeto de ingerir sus jugos, y que la mezcla resultante anestesiaba
efectivamente los órganos digestivos.213 Hasta hace muy poco, todavía se
afirmaba que la combinación de cocaína y cal era neutralizada por el ácido
clorhídrico del estómago, lo cual producía un clorhidrato de cocaína que
podía ser absorbido fácilmente por los intestinos.214 En los últimos años, sin
embargo, una serie de pruebas clínicas ha demostrado que la cocaína es casi
inactiva cuando se toma oralmente, que su ligera composición alcalina se
ioniza altamente con la inmersión en los jugos gástricos ácidos y que su
molécula en gran medida se desintegra en ecgonina benzóica y en ecgonina.215
Estas dos substancias pueden ser absorbidas fácilmente a través de los
órganos digestivos, pero sus efectos, como ya se ha señalado, son
considerablemente menos pronunciados que los de la cocaína,
especialmente en las esferas cerebral y nerviosa.
Como resultado de estas observaciones numerosos autores han
afirmado que "...la ecgonina más que la cocaína es probablemente el principal
alcaloide involucrado en la masticación de coca...".216 De lo que se desprende
que: "En las cantidades ordinariamente consumidas por los indígenas, la

213
Véanse Hernández de Alba (1944, p. 148) y Friede (1944, p. 16).
214
Ver Buck et. al. (1968, p. 161).
215Nieschulz (1975, p. 273).
216 22 Burchard (1975, p. 464).
coca no produce efectos eufóricos..",217 ya que las propiedades eufóricas
están relacionadas con la molécula de cocaína intacta y no con el alcaloide
ecgonina. No obstante, tales sugerencias adolecen de una falla básica, ya que
aunque puede ser cierto que la cocaína se degrada en el estómago, no es
correcto decir que sufra los mismos cambios en la boca y, a juzgar al menos
por la experiencia personal, es a través de las membranas bucales que se
absorbe la mayoría de los efectos de la coca, y no por medio del estómago.
En efecto, puesto que se dice que la ecgonina no causa anestesia alguna, debe
ser la cocaína la que produce la tan famosa anestesia de las mejillas y las
encías que normalmente acompaña la masticación de coca.
A veces parece que: muchos de los farmacólogos de laboratorio no
tienen una idea clara de lo que realmente está implicado en la masticación de
coca. Así sustituyen la experiencia directa por modelos hipotéticos, un error
que conduce al disparate de confundir ratones con hombres, con todo lo que
ello implica. El doctor Otto Nieschulz, por ejemplo, utiliza la ambigua frase
"dosis orales" para describir la forma en la que los alcaloides de la coca fueron
administrados en su prueba; del texto queda claro que no distingue la boca
del sistema gastrointestinal, un descuido tal vez comprensible tratándose de
cuyes o conejillos de Indias, pero completamente engañoso cuando se trata de
los indígenas andinos.218 La confusión resultante es doblemente
desafortunada, ya que lleva a distorsionar uno de los elementos
fundamentales de la masticación de coca, es decir, la adición de un reactivo
alcalino a las hojas. Contrario a la idea corriente, una serie de experimentos
de laboratorio mostró que “…la cantidad extraíble de alcaloide no está

217 Bolton (1976, p. 630).


218 Nieschulz (1975, p. 275).
influenciada por la adición de cal...".219 Debe concluirse, entonces, ¿que el
coquero indígena trabaja con un concepto erróneo al usar su mambe? ¿Qué
haría igualmente bien al mascar su coca sin mambe que con él?
Esto sólo puede ser cierto si se acepta la idea de que la cocaína se
degrada en ecgonina y es absorbida principalmente a través del sistema
gastrointestinal. Sin embargo, es manifiestamente falso si se considera la ruta
probable de entrada de la cocaína a través de las membranas bucales. En
este último caso, el polvo de cal desempeña un papel vital, ya que eleva el nivel
de pH de la saliva preservando así la molécula ligeramente alcalina de la
cocaína en un estado básicamente no ionizado. De esta manera, todavía es
plenamente soluble en materia grasa y puede en consecuencia penetrar las
gruesas membranas con facilidad y pasar a la sangre. Si no se utilizara la cal,
el bajo pH de la saliva ionizaría una gran proporción de la cocaína,
volviéndola soluble apenas en agua e incapaz de penetrar las membranas
mucosas de la boca.
Es este proceso el que ha conducido a la idea corriente de que la cal "libera"
en cierto modo la cocaína y otros alcaloides de las hojas. Quizás sólo
intuitivamente, el usuario de coca sabe por qué usa un reactivo alcalino. El
farmacólogo de laboratorio, por otra parte, está tan lejos de la experiencia
misma que sólo puede especular desatinadamente, aislando sus variables y
modelos hasta el punto de que dejan de tener relación alguna con las
realidades afuera de su propio sistema cerrado de referencia. Al respecto, son
típicas las palabras del doctor Montesinos, al escribir en un bien conocido
órgano de desinformación, el Boletín sobre Narcóticos. Aunque admite que:
"Es muy posible que el adicto (sic) absorba directamente a través de la
mucosa bucal y gástrica cantidades muy pequeñas de cocaína..." procede sin

219
Ideen., p. 273.
vacilar a anotar que esas pequeñas cantidades"... son desintegradas por la
cocainoesterasa de la sangre, sin que permanezcan cantidades apreciables en
la circulación o en los tejidos ...”.220 Por consiguiente, cualquier idea de que los
usuarios de coca puedan experimentar una excitación inducida por la cocaína
es desechada de la lista de posibilidades farmacológicas, a despecho de los
sentimientos personales de los coqueros individuales. Las mismas
expresiones "pequeñas cantidades" y "apreciables cantidades" están
destinadas a volver insignificante la contribución de la cocaína; pero, ¿cuál es
la vara que realmente mide "apreciable" o "muy pequeño"? ¿No podría ser
que la cocaína produce exactamente sus más interesantes efectos cuando es
asimilada por la corriente sanguínea en dosis muy pequeñas, repetidas
constantemente durante un prolongado período de tiempo, precisamente para
contrarrestar los efectos de la cocainoesterasa?
El punto hay que sostenerlo muy firmemente, porque en el afán por distinguir
un "modelo de ecgonina" para la masticación de coca de un "modelo de
cocaína" en el uso urbano e ilícito, las distinciones entre diferentes tipos de
"modelo de cocaína" han sido empañadas o incluso conscientemente
ignoradas. Si asumimos que la dosis de la droga en una mascada promedio
de hojas de coca y en un toque promedio de cocaína es, en general, similar
—alrededor de 50 miligramos" 221—la mayor diferencia entre las dos radica
en la velocidad y la ruta de ingestión, puesto que la misma cantidad absorbida
por la nariz en unos pocos minutos tarda cerca de una hora para ser
asimilada por las paredes de la boca. Si tomar cocaína se puede comparar con
una serie de efectos al subir y bajar una "cumbre nevada", la masticación de
hojas de coca demandaría una metáfora tal como las alturas sostenidas de

220
Montesinos (1965, p. 16).
221
Ver Hanna ( 1974, p. 284) quien cita los estimativos de Ciuffardi sobre el contenido de cocaína en una
una meseta de montaña o un altiplano. La coca en forma de hoja, con su
cocaína y sus numerosas cualidades más, puede ser usada para producir un
estímulo regular e ininterrumpido tanto para el cuerpo como para la mente, un
estímulo tan preciso en sus dosis que puede ser mantenido casi
indefinidamente, sin la "mella" ni la excitabilidad nerviosa inevitables en el uso
habitual y cotidiano de cocaína.
En efecto, el proceso de añadir cal —o de no añadirla— sirve como
mecanismo para balancear la cocaína contra los otros alcaloides más suaves
de la hoja. Si uno se siente demasiado "eléctrico", condición que está dentro
de lo posible, aún para el más modesto mascador de coca, debe ir despacio
con la cal, reducir la intensidad de la anestesia en la boca y concentrarse en
cambio en dejar que los jugos de la coca se deslicen por la garganta. Así, la
respuesta nerviosa y cerebral generada por la cocaína puede colocarse bajo
control y sujetarse a un balance correctivo, alineando el metabolismo del resto
del cuerpo con el cerebro y el sistema nervioso central. Los indigenas
Nasa raras veces añaden mambe a su mascada de coca cuando están en
reposo; efectivamente la acción de lanzar cal en su boca se interpreta a nivel
social como una señal de que el coquero está listo para continuar trabajando
y como expresión del deseo de seguir con la tarea que tiene por delante. Así,
el reactivo alcalino puede concebirse como una especie de válvula de paso o
un acelerador usado para controlar y regular el estímulo resultante de la
masticación de coca.
No es sorprendente, en consecuencia, que la mayoría de los coqueros
se preocupen tanto por asegurar un suministro de cal tan bueno como el de las
hojas mismas. Entre los Nasa, el mambe se produce a nivel doméstico, y las
actividades que rodean su producción probablemente están sometidas a una

mascada de coca, el cual llega hasta 64 y aún 112 miligramos.


elaboración aún más grande que aquellas concernientes al cultivo y
preparación de la cosecha de coca. Igualmente, no debe causar sorpresa notar
que existe un buen número de indígenas que en realidad prefieren mascar
coca siempre sin mambe. Teniendo en cuenta que en su mayoría son
individuos viejos, casi siempre mujeres postmenstruantes,222 esta
observación tiende a confirmar el esbozo general de la farmacología de la
coca descrito más arriba. En otras palabras, aquellas personas que deciden
mascar coca sin añadirle mambe, parecen, en conjunto, caracterizadas por
constituciones frágiles y sacrifican los efectos cerebrales y nerviosos de la
cocaína en aras de experimentar solamente la ayuda metabólica más
moderada suministrada por la ecgonina y los otros alcaloides y aceites
esenciales.
Según mi propia experiencia pronto descubrí que succionar suavemente
una bola de hojas de coca, sin añadir mambe, podía producir un estado mental
bastante diferente del que se logra con el uso de coca en la forma normal. No
es sorprendente que la diferencia se exprese en términos dé un estímulo al
cerebro y al sistema nervioso enormemente reducido y, a pesar de que aún se
produce cierta viveza por la droga, no parece haber nada de esa actividad
muscular casi compulsiva que con frecuencia acompaña el consumo de coca
con mambe. Tal condición se presta especialmente bien para propósitos
sedentarios como leer, escribir o viajar en un bus, puesto que el estado de
vigilia resultante ayuda a disipar la fatiga y cualquier tentación de dormitar.
Con el tiempo, empecé a restringir el uso de coca con mambe a aquellas
ocasiones en las que se requería una intensa actividad física; descubrí que en
otras situaciones a veces prefería mascarla sin mambe.

222
La sugerencia de Cooper (1949) de que la coca es siempre empleada en algunas regiones sin un reactivo
alcalino no está respaldada por ninguna evidencia concluyente.
El reconocimiento de este deseo por una forma ocasional más
moderada de estímulo estaba basada en una creciente sensibilidad hacia la
potencia bruta de las hojas de coca. Inicialmente, y en comparación con la
cocaína refinada, no consideré que una mascada de coca fuese algo tan
extraordinario o excepcional; en efecto, apenas parecía más poderosa que
una dosis promedio de cafeína contenida en un café fuerte o un calabazo de
yerba mate. Se requería más de un año de masticación diaria antes de que
comenzara a notar que mascar hojas de coca con mambe realmente
generaba poderosas alteraciones de mi estado mental y físico, incluyendo el
mismo tipo de desagradable tensión alrededor del corazón que
ocasionalmente producen también grandes dosis de cafeína. Discutiendo
este asunto con los Nasa, me quedó clara la razón por la que mascar coca
usualmente se limitaba a las situaciones de trabajo, en las cuales el gasto de
energía proveía la válvula de escape para el exceso de estímulo. Era digno de
atención, al menos entre los Nasa, que muy pocos individuos se sentaban a
mascar coca simplemente por el estado de euforia que esto podía producir.
Ello no se debía, como algunos autores lo han sugerido erróneamente,223
porque no estuvieran interesados o porque no reconocieran el estado de
euforia en sí, sino al contrario, parecía implicar un reconocimiento del hecho
de que los efectos físicos de la masticación de coca podían, en un estado de
reposo, volverse realmente incómodos.
El ejemplo más claro de esto tenía que ver con las actividades nocturnas del
"médico" o curandero. Las actividades rituales requieren de una masticación
casi constante de coca durante la noche entera, y el chamán nasa ingiere
normalmente mucha más coca en esas ocasiones de lo necesario para
mantenerse en un estado de vigilia. Ocasionalmente, el exceso de estímulo

223
Ver Bolton (1976)
puede canalizarse hacia una forma de adivinación conocida como leer las
señas, sacudimientos involuntarios de los músculos producidos por una
conjunción de la supersensibilidad inducida por la coca y las comunicaciones
telepáticas de divinidades, espíritus de los muertos o almas desincorporadas
de curanderos rivales. Retornaremos a considerar la importancia crucial de la
coca en la adivinación y las prácticas mágicas nasa, pero sea suficiente decir
aquí que el curandero debe aprender a controlar sus señas, a amortiguarlas
si es necesario, porque de lo contrario pueden volverse muy insistentes y
distraerle de sus demás tareas. Un medio para reducir estos estremecimientos
musculares es no añadir más cal a la mascada de coca, pero esto es
considerado peligroso ya que tiende a disminuir los poderes de resistencia
del curandero a los ataques mágicos externos. La única alternativa, por
consiguiente, es añadir otro elemento que en algún sentido pueda reducir la
excitación nerviosa producida por la coca.
Se usa una gran cantidad de plantas para este, pero en la región del
Cauca, el contrapeso preferido a las hojas de coca es sin sombra de duda el
tabaco. Grandes y negros cigarros forman parte del equipo básico del
curandero; a veces se fuman y a veces se mascan junto con las hojas de
coca, dependiendo de las preferencias individuales. Numerosos coqueros
Nasa portan cabos de tabaco u hojas de la semisalvaje Nicotina rústica
local junto con las hojas de coca en su bolsa, y normalmente afirman que les
gusta añadir un poco de tabaco porque "calienta el cuerpo" o "aclara la
cabeza". Prácticas similares han sido descritas entre los Witoto del río Putumayo
y los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta, los cuales usan un extracto
líquido de tabaco que añaden en cualquier momento a su coca.224 Ya que la

224
Ver Uscátegui (1954) y el examen del uso sobrepuesto de coca y tabaco en la Colombia prehispánica en el
Capítulo III. El empleo del tabaco y probablemente coincidió con el de la coca en algunas de las culturas
nicotina es considerada un veneno nervioso, es claro que el uso del tabaco en
estos casos bien puede servir como antídoto a la hipersensibilidad de los
terminales nerviosos y a la general "saltación " que puede resulta de una
masticación prolongada de coca.
Otra popular combinación entre los Nasa es la de coca y alcohol, siendo
consumido este último en forma de un líquido fermentado de caña de azúcar
—ñúsa, también conocida como beca, la cual estrictamente hablando es la
palabra utilizada para denominar a la cerveza de maíz o chicha, una bebida
que hoy día se prepara raras veces— o como un alcohol destilado de caña
conocido por sus nombres españoles: el chiquito, si es una mezcla de
contrabando, o simplemente aguardiente, si proviene de la destilería estatal
de Popayán. Es importante anotar, sin embargo, que es muy raro ver a un
Nasa tomando ñúsa y mascando coca al mismo tiempo; la combinación de
efectos se logra normalmente por una alternación de las drogas en el tiempo
y no por un consumo estrictamente simultáneo. Existe un consenso general
que mascar coca después de prolongadas libaciones sirve para clarificar y
resistir la experiencia de la borrachera, dándole más claridad y evitando que la
persona embriagada caiga al suelo inconsciente. Teniendo en cuenta el hecho
de que los Páez son en general grandes bebedores y que la mayoría de las
veces beben durante la tarde en los grupos colectivos de trabajo, con
seguridad la coca debe desempeñar un papel importante en ayudarles a
reponerse y regresar a casa al atardecer, lo cual puede implicar algunas
leguas de camino por senderos tortuosos. Esto está relacionado con el hecho
de que la coca tiene el efecto fisiológico casi opuesto del alcohol, el cual es
esencialmente un fuerte depresivo del sistema nervioso central.

formativas de América, tales como la de Valdivia, en la costa del Ecuador; ver Lathrap (1975, p. 48).
También es discernible algo del mismo balance farmacológico en la
combinación de coca con marihuana, otra droga cuyos efectos físicos son
fundamentalmente sedativos o depresivos, a pesar de las bien conocidas
propiedades psicoactivas que produce su acción característica en los sentidos
y el cerebro.225 Aunque virtualmente desconocida excepto para los hombres
nasa más jóvenes, la hierba punto rojo de la región del Cauca es famosa por
su potencia. Evidentemente debe considerarse como una excelente
compañera en las actividades sedentarias o contemplativas, pero
personalmente la hallé muy debilitante cuando se necesitaba un intenso
esfuerzo físico. Por esta razón, no era deseable fumar mucho antes de
emprender un trabajo duro o caminar largas distancias en subida. Al mismo
tiempo, la coca y la marihuana tienen un efecto útil de neutralizarse
mutuamente, y por ello una mascada de hojas con frecuencia es un excelente
antídoto para una fumada excesiva, lo mismo que un "pucho" de marihuana es
usualmente una buena conclusión a largas horas de masticación de coca. Es
más: (misterio de los misterios farmacológicos!) dependiendo del estado de
ánimo de la persona, las dos plantas pueden no sólo neutralizarse
mutuamente sino también acrecentarse, combinando sus diferentes efectos
simultáneamente, y produciendo así una mixtura admirable que incluye los
mejores elementos de ambas.
Esta sección no quedaría completa sin unas cuantas palabras de
advertencia, especialmente con relación a los supuestos "efectos dañinos" de
un prolongado hábito a la coca. La inmensa mayoría de las perturbaciones
fisiológicas y psicológicas que usualmente se han atribuido al hábito de la
coca son apenas justificaciones pobremente disfrazadas de etnocentrismo o

225
Para un análisis de la farmacología incompletamente comprendida del delta-9 tatrahidra-cannabiol, ver
Julien (1975), Rubias y Gomitas (1975) y Rubias (ed.) (1975).
incluso de imperialismo cultural. Existe, sin embargo, una serie de otros
aspectos con relación a la mascada de coca que pueden resultar
problemáticos para los novicios, los cuales pueden limitarse convenientemente
a la esfera inmediata de la acción de la coca, es decir, la boca.
Parece más que probable que la anestesia repetida en la boca
eventualmente conduce a una marcada reducción del sentido del gusto; pero
exactamente qué tan agudo pueda resultar esto es todavía materia de
discusión. Con toda honestidad, dos años de masticación diaria de coca no
amortecieron significativamente mis papilas del gusto. Por otra parte, la
gruesa solución de los alcaloides de la coca en la saliva tiende a producir una
mancha en los dientes. Paradójicamente esta parece conservar los dientes
más sanos, ya que previene la formación de caries y otros tipos de
menoscabo dental. La mancha misma puede removerse fácilmente raspando la
superficie del diente con un instrumento afilado o cepillándolo con un poderoso
cepillo de dentista.
Más significativo es el daño en las encías y otras membranas mucosas,
sometidas como están a la constante rozadura del reactivo de cal. Una
aplicación descuidada de esta cal puede resultar en una mancha ostensible y
en la inflamación de los labios. Es más: aquellos que usan la coca
habitualmente y por mucho tiempo, en general desarrollan una marcada
preferencia por mantener sus hojas a un lado de la boca, frecuentemente el
izquierdo, con el resultado de que la mejilla puede dilatarse. Factores
superficiales de este tipo no son, sin embargo, de gran significación médica;
yo conocí muchos nasa que se mostraban muy orgullosos de sus mejillas
flojas, considerándolas una muestra de status tradicionalista que los colocaba
aparte de los indígenas más modernos y progresistas, con sus sonrisas
resplandecientes de fluoruro.226
En todo caso, y descontando las consideraciones puramente estéticas,
el aspecto mas incómodo de la masticación de coca es por mucho la irritación
causada por la acción de la cal en el interior de la boca. Sentí un claro
endurecimiento de mis propias encías y de los tejidos del interior de la mejilla,
así como la aparición levemente perturbadora de una mancha en carne viva
en la parte de atrás de mi lengua. Con toda franqueza, esta lesión no era
compartida por ninguno de los Nasa que me mostraron sus lenguas, y
solamente puedo asumir que no logré dominar todos los íntimos secretos de
la masticación de coca y, en particular, de la adición de cal a la mascada que
ya estaba en la boca. Es posible que el mambe extremadamente fuerte que
usan los Nasa sea en parte responsable, ya que cuando visité poco después
el Perú, descubrí que los álcalis más suaves empleado en los Andes
centrales, especialmente la deliciosa pasta denominada tocra, no sólo eran
más paladeables sino mucho menos dañinos para las membranas.
La futura investigación médica sobre la salud de los mascadores de
coca habituales debería, en consecuencia, concentrar sus esfuerzos no sólo
en los asuntos fisiológicos generales, sino también en la posibilidad específica
de que la coca produzca un tejido cicatrizado permanente en la boca. Sea
que este tejido cicatrizado conduzca o no a condiciones estrictamente
patológicas también debería investigarse, porque parece probable que exista
una serie de técnicas (una, recomendada por los Nasa, es lavar la boca con
una solución de alumbre) para reducir efectivamente el impacto de esta lesión.
Con toda probabilidad, uno se ve forzado a admitir que la coca produce,

226
Sobre el daño producido en la boca por el hábito de mascar coca, véanse Cuervo Márquez (1920, p. 170),
Lunardi (1934, p. 29) La Barre (1948, p. 44) y Wells (1964).
lamentablemente, una cierta cantidad de deterioro y desgarradura en la boca.
Más como afirmó desafiante un viejo guerrero nasa, caminar ¿no produce
justamente igual deterioro a las plantas de los pies? Hasta ahora nadie ha
sugerido que alguien deje de caminar...
COMO CULTIVAR SU PROPIA COCA

De todas las plantas que produce cualquier suelo,


Este árbol en frutas es el más rico, Produce las
mejores, y las produce todo el año. Ahora mismo está
surtido con frutas —por qué os reís aún? Observad
cuán cargado de hojas se halla; Cada hoja es fruta, y
tan substancial vianda, Que ninguna otra fruta osaría
rivalizar con ella...

Abrahan Cowley, History of plants, (1662.

Al pasar por cualquier plantación de coca colombiana no se puede evitar la


impresión que causa el color de sus hojas. El tono se degrada de un amarillo
casi limón a un verde manzana pálido; su vivo resplandor contrasta
notablemente con el fondo más sombreado de la vegetación circundante.
Cuando las hojas son iluminadas gentilmente por la luz horizontal del
amanecer o del atardecer, la combinación de este tinte amarillento y de la
calidad virtualmente diáfana de las células de la hoja hacen resplandecer el
follaje en la brisa, como chorros de fuego minúsculos temblando en las ramas,
amenazando despegar. Sólo cuando las hojas están listas para ser recogidas,
pierden su brillantez dorada y etérea, tornándose súbitamente opacas y
encrespándose en los bordes, para adquirir luego ese característico color
verde oscuro que anuncia la cosecha.
Una vez recogida la plantación ésta produce una impresión
radicalmente distinta: sus ramas cuelgan tristemente, sus líquenes grises
forman un marcado contraste con los montones de vegetación podrida y con
los restos de hierbas que se descuajan en cada cosecha y se dejan para
fertilizar el suelo. Bajo óptimas condiciones climáticas —abundante lluvia—
raras veces transcurren más de dos semanas sin que comience a aparecer en
las ramas el siguiente reventón de hojas, agrupadas más profusamente hacia
las puntas de cada retoño. Su brillante color amarillo se combina
perfectamente con el del musgo dorado y exuberante que se propaga,
especialmente bajo condiciones atmosféricas de humedad, en las partes más
gruesas del tronco, vivificando los tristes líquenes y la oscura superficie de la
corteza color metal. Las flores de coca se dan pocas semanas después del
comienzo de las lluvias fuertes, pero dados sus diminutos pétalos color crema
y su corto período de vida de uno o dos días, la planta de la coca, incluso en
pleno florecimiento, pocas veces luce como si estuviese echando flores en
gran profusión. Más importe aún, quizás son los pequeños frutos que resultan
de la autopolinzación de esas flores, ya que por lo general son numerosas y
perceptibles, especialmente luego de un intervalo de crecimiento de unos dos
meses, cuando cambian de un verde oliva oscuro a un rojo brillante carmesí.
Los aspectos meramente estéticos de la Erythroxylum novogranatense
recomendarían la introducción de la planta a la horticultura doméstica, como
se puede reconocer por su uso como seto en incontables jardines y parques
públicos en todo el valle del Cauca. Cuán grande sería, en consecuencia, el
placer de cultivar suficientes arbustos, digamos unos doscientos, para obtener
hojas para el propio consumo, ya que de esa manera se combinarían las
delicias de la jardinería con la valiosa búsqueda de la autosuficiencia. Es
claro que si se supera la actual escena de pesadilla del tráfico de drogas,
debe darse la bienvenida y estimularse la amplia proliferación de pequeñas
plantaciones de coca para satisfacer las necesidades de comunidades
independientes, grupos que reconocen al mismo tiempo tanto las cualidades
de la coca en sí, como las inevitables desventajas políticas y económicas de
depender de empresas monopolistas como fuente de suministro. Después de
la marihuana de cultivo doméstico, no puede estar lejos el advenimiento de
una coca igualmente doméstica.
Es precisamente esta situación la que hace tan importante el
precedente de los indígenas colombianos, ya que es la especie de coca que
ellos cultivan Erythroxylum novogranatense, opuesta a la Erythroxylum coca
de la montaña del Perú y de los yungas de Bolivia— la que parece más
apropiada para la difusión a escala mundial. Después de todo, la E. coca sólo
puede prosperar en un conjunto claramente definido de condiciones
ambientales: terrenos bien drenados, temperaturas moderadas y la humedad
casi constante que prevalece en las vertientes orientales de los Andes
Centrales. La coca colombiana, por el contrario, tolera condiciones mucho
más secas y extremos mucho más grandes de temperatura, haciéndola más
adecuada para el cultivo tanto en las tierras bajas tropicales como en aquellas
regiones subtropicales caracterizadas por sequías estacionales.227 Fueron sin
duda estos factores los que, a comienzos del siglo XIX, llevaron a los
botánicos británicos de Kew Gardens a estimular la introducción de la coca
colombiana a otras regiones ecuatoriales fuera de Suramérica. Su iniciativa
podría ser seguida gananciosamente por los actuales horticultores así como
por los cultivadores domésticos. Ciertamente existe la dificultad de hallar una
semilla adecuada, ya que la coca está acostumbrada a germinar muy rápido y
difícilmente resiste un almacenamiento de un mes o más. Sin embargo,
asumiendo que esa semilla se consiguiera, debe examinarse en detalle la

227
Véase Plwman (1979)
forma como se cultiva la planta por las pocas personas que aún la cuidan en la
manera tradicional.
Los límites del cultivo de la coca, tanto de altitud como de latitud, están
circunscritos necesariamente por la incapacidad de la planta de tolerar las
heladas, en vista de que se trata de una planta perenne de vida relativamente
larga, esta desventaja se sentiría aún aquellos medios subtropicales donde
las heladas son apenas un albur ocasional, como por ejemplo, en Florida,
México o los distritos productores de café del sur de Brasil. En la zona del
Cauca, el alcance del cultivo de la coca, como el del café, abarca
básicamente la zona de altitud media entre 1,000 y 2,000 metros. En ninguna
parte del Cauca existen plantaciones de coca altamente organizadas del tipo
descrito en algunas partes del Perú, con su empleo de insecticidas
pulverizados, sus pulcras hileras de arbustos separados por largos surcos de
tierra paralelos, o sus terrazas agrícolas construidas en las empinadas
laderas por medio de muros de contención.228 La típica plantación de coca
colombiana es un negocio extremadamente modesto, consistente en cien o
doscientos arbustos que ocupan con frecuencia un campo desnivelado de
menos de media hectárea. Corrientemente, los arbustos de coca no están
mezclados con ningún otro cultivo y cada planta está separada de la siguiente
por unos dos metros de tierra inculta.
Uno de los hechos más notables de cualquier plantación de coca
caucana es la ausencia total de algo incluso parecido a una mata de coca
"clásica". Las plantas individuales son o bien extremadamente altas y
delgadas, o bien no tienen más de un metro de altura y están repletas de
ramas. Cuando se organizan en una plantación hay una serie de
consideraciones que deben tenerse en cuenta a fin de obtener el máximo
rendimiento de las plantas disponibles. Los arbustos nunca crecen hasta
convertirse en árboles propiamente dichos, es decir, nunca desarrollan un
tronco tan fuerte como para mantenerse erectos a una altura de más de metro
y medio. Por encima de dicha altura, tienden a caer hacia un lado, y terminan
formando una maraña densa con otros arbustos cercanos. Algunos
sembradores creen que este tipo de maraña debe estimularse, ya que se
supone que es altamente productiva en hoja. En otros casos, debido a la poda
del cultivador y posiblemente a algún factor genético o a la insuficiencia del
suelo, los arbustos jamás crecen más allá de matas erectas de uno o dos
metros de altura.
Ya sea en la forma de crecimiento enmarañado o en la de simples
arbustos erectos, la poda se práctica casi siempre de una manera u otra,
aunque a menudo como un involuntario efecto secundario de una recolección
descuidada. La poda de los vástagos laterales tiende a producir los arbustos
de coca largos, caídos y enmarañados, mientras que la poda de los cogollos
terminales del tronco principal usualmente produce una mata corta, erecta y
con muchas ramas. En cualquiera de los casos, el objeto de la práctica es
esencialmente el mismo: la distribución más uniforme y eficiente de la luz, de
modo que la plantación no tenga todas sus hojas a la misma altura del suelo.
Nada es más indicativo de un cultivo de coca descuidado que la ocurrencia de
una distribución irregular de hojas, con grandes espacios vacíos contrastando
con espacios de denso follaje. A veces se dice que los arbustos de coca
deben ser podados para que sean más accesibles y convenientes para la
recolección; sin embargo la naturaleza flexible de las ramas generalmente
permite incluso que las hojas más altas sean cogidas una vez que las ramas

228
Véase Mortimer (1901, p. 238) y Weil (1976)
han sido inclinadas hacia el suelo, así que este factor realmente no puede ser
considerado de excesiva importancia.
Ocasionalmente, es cierto, los arbustos de coca se hallan diseminados
entre otros productos, como maíz o caña de azúcar o, más comúnmente aún,
banano y plátano. Sin embargo, todas estas plantas tienen un período de vida
mucho más corto que el arbusto de coca, el cual sobrevive treinta o cuarenta
años, y de ese modo la ocurrencia de tales arbustos al lado de otro cultivo no
puede considerarse siempre un hecho deliberado de la plantación original. La
mayoría de los cultivadores explican la presencia de otras plantas
alimenticias intrusas como una situación resultante de la muerte de algunos
arbustos originales de coca, dejando pequeños claros que se han utilizado
para plantar nuevos cultivos. En todo caso, la sombra suministrada por estas
plantas casi nunca se considera suficientemente importantes ni para beneficiar
ni para impedir seriamente el crecimiento de las matas de coca"229 .
Al mismo tiempo, es común la creencia de que una sombra más
intensa, como el que suministran los altos árboles de cachimbo empleados en
el sistema colombiano de siembra de café sombreado, no es muy beneficioso
para las matas de coca. La sombra reduce el rendimiento de las hojas y les da
una consistencia muy endeble, lo cual puede indicar incluso una disminución
absoluta de su contenido de alcaloides. Vale la pena anotar que el original
progenitor silvestre de la coca cultivada probablemente creció precisamente
en este tipo de ambiente, como miembro de la maleza de la selva subtropical.
En todo caso, se puede apreciar que la "domesticación" de la coca quizás
implicó poco más que el traslado del arbusto de su habitat natural a un lugar

229
La situación en el Cauca contrasta con la de los áridos valles costeros del Perú, donde Rostworowski
(1973, p. 210) ha sugerido que la sombra moderada de los árboles frutales medianos, tales como el pacae
(Inga recticulata), el guamo (Inga feuillei) y la guaya (Psidium guajava L.), podría estimular el
crecimiento de la coca protegiéndola del calor excesivo y de la luz solar, así como de cambios abruptos de
abierto, lográndose así un aumento en la producción de hojas, y hasta de
alcaloide, sin afectar seriamente los factores genéticos de la planta.
Los Nasa poseen una enorme cantidad de términos para describir las
diferentes categorías de hojas de coca: la palabra esh (coca) se combina en
compuestos como esh-shúte (coca cultivada en la sombra), lo cual demuestra
su nítida percepción de los efectos de las variables microambientales en la
calidad de la coca que mascan. Si bien esh-shúte se refiere a las condiciones
bajo las cuales creció originalmente este tipo de coca, esh-ménshcue
describe el hecho de que son "de hoja delicada" y básicamente desagradables
al paladar del coquero, quien por lo general aprecia la coca más sabrosa y de
hoja gruesa esh-lépi- que crece en un lugar sin sombra, y que por ello se
conoce también como "coca de sol" o sek~esh.
El otro factor se refiere a la altitud y, por consiguiente, a la temperatura
en la cual se siembra una variedad particular de coca. Confirmando
informaciones del Perú, que dicen que la coca produce un óptimo rendimiento
de alcaloide cuando se cultiva a una temperatura promedio de 18 grados
centígrados, debe destacarse que las mejores plantaciones de coca de
Tierradentro y el sur de Cauca se hallan en la zona entre 1,500 y 2,000
metros allí las temperaturas promedio son, respectivamente, 20 y 17.5
grados centígrados, incluyendo así la línea isotérmica de 18 grados, Así
mismo, no puede haber duda de que la coca más altamente apreciada es la
que crece en las altas vertientes, en suelos rocosos cercanos al límite de
tolerancia de la planta. Por supuesto, los arbustos de coca crecen con más
exuberancia en altitudes menores, prosperando particularmente bien
alrededor de los 1,000 metros; mas los Páez consideran que esa hoja de

temperatura.
clima más cálido son demasiado grandes y pesadas y no del todo potentes,
asignándoles el desdeñoso epíteto esh-átcha.230
Hay otras condiciones claramente implicadas en la determinación de la
calidad de las hojas de coca, debido a que la coca parece producir las
mejores cosechas en laderas empinadas y quebradas, las cuales serían
inadecuadas para productos más exigentes como el café. Esto se relaciona
parcialmente con el hecho de que el sistema de raíces del arbusto de coca no
es muy aficionado a demasiada agua, y en parte con la influencia de factores
más estrictamente geológicos. Por ejemplo, no es accidental que la excelente
calidad de la coca del valle del San Jorge, en el sur del Cauca, depende en
gran parte de la ocurrencia de suelos muy ricos en hierro. Formados a partir
de la erosión de grandes depósitos de esquistos de pirita, tienen una
sorprendente semejanza con los suelos que predominan en otras famosas
regiones productoras de coca en el Perú.231
Otro factor que afecta las cosechas de coca es la frecuencia de las
lluvias; pero esto parece tener menos que ver con el rendimiento de alcaloide
que con la naturaleza estacional de la producción de hojas en grandes
cantidades. Durante una sequía, ningún arbusto de coca tendrá suficientes
hojas ni siquiera para el consumo local, ni mucho menos para vender. De otro
lado, sólo se requieren tres meses de lluvias abundantes para producir una
cosecha excelente. Teniendo esto en cuenta, algunas irregularidades
observadas entre las épocas de recolección en diferentes partes del Cauca
se han vuelto fáciles de explicar. En el costado occidental de la Cordillera
Central —como el valle del San Jorge y a lo largo del río Ovejas, entre Cali y

230
Ver Rostworowski (1973, p. 202) acerca del isotermo de 18 grados C. y Mortimer (1901, p. 234)
sobre el rendimiento inferior de alcaloides de las plantas de coca de tierras bajas. Weil (1976, p. 78)
también ha confirmado recientemente los efectos de la máxima altitud en la producción de la coca de
altura de mejor calidad, en el valle de La Convención, departamento de Cuzco, Perú.
Popayán usualmente hay seguros períodos secos entre junio y agosto, y
también entre mediados de diciembre y mediados de febrero. Por
consiguiente, las cosechas en esta región tienden a tener lugar en especial a
finales de noviembre y luego de nuevo — dependiendo de la duración de la
temporada seca de Año Nuevo— a intervalos escalonados desde marzo
hasta junio. Por supuesto que la cantidad de lluvia determinará si pueden
recogerse dos cosechas plenas en los primeros seis meses del año o sólo
una y media. Los precios de la coca en esas épocas de cosechas
abundantes, a menudo, llegan a menos de la mitad de los que hubiesen
podido alcanzar en septiembre, generalmente el mes de mayor escasez.
A modo de contraste, en los distritos Nasa de las vertientes orientales
de la Cordillera Central, las lluvias están más parejamente distribuidas y sólo
una ocasional sequía extemporánea interrumpe el suministro casi constante
de agua al suelo. Los períodos más secos que son característicos de enero y
julio no tienen la misma intensidad que al otro lado de la sierra; así la mayoría
de las plantaciones de coca de Tierradentro dan al menos tres cosechas
plenas al año. Estas se llevan a cabo a intervalos irregulares dictados por la
necesidad, de modo que pocas veces se presenta una marcada alteración
entre períodos de escasez y abundancia y tampoco ocurren fluctuaciones de los
precios realmente pronunciadas.
El impacto de tales factores climáticos sirve para explicar muchas de las
diferencias inmediatamente perceptibles de la flora que se da en las vertientes
opuestas de la Cordillera Central en el Cauca, y puede sugerir también la
posibilidad de que hayan surgido diferentes razas geográficas de
ErythroxyIum novogranatense en cada uno de los lados de esta cadena de
montañas. Las diferencias climáticas también podrían dar una buena base

231
Véase Mortimer (1901, p. 237) y Plowman (1976)
ambiental a las prácticas económicas radicalmente distintas del valle del San
Jorge y Tierradentro. La primera región, con una tradición histórica de
grandes exportaciones de hojas de coca, se caracteriza por dos o tres
cosechas anuales que tienen lugar con aceptable regularidad. La segunda, que
muestra una economía fundamentalmente autosuficiente basada en
intercambios cara a cara, está marcada por recolecciones irregulares y
modestas que pocas veces permiten la producción de grandes excedentes.
La dependencia de la cosecha de coca de las lluvias es tan importante,
que muchos productores rurales de la región del Cauca a menudo mantienen
una reserva pequeña de arbustos de coca en algún lugar bien irrigado con el fin
de asegurar su suministro personal en tiempo de escasez general. En el valle
del San Jorge se prodiga más cuidado a estas siembras domésticas de coca
que a las grandes plantaciones de las laderas, y durante la sequía más severa
del año —entre junio y agosto— no es extraño encontrar zanjas de irrigación
para el mantenimiento de suministros de emergencia de coca.232
Las sequías prolongadas de varios meses de duración son, también, un
hecho ocasional en la región del Cauca y aunque durante tales períodos no
hay disponibles grandes cosechas de coca la especie local de ErythroxyIum
novogranatense es altamente resistente a la sequedad; junto con la caña de
azúcar es muy apreciada por esa razón entre los campesinos cultivadores. El
café, en comparación, es afectado seriamente por extensos períodos de
clima seco, hasta el punto de que las plantaciones de café tienen que
volverse a sembrar con frecuencia luego de una sequía muy severa. La
resistencia de la planta de coca es tan grande, en efecto, que puede sobrevivir

232
La irrigación usualmente no es considerada necesaria en las vertientes orientales de los Andes, tales como
las de Tierradentro o las de la montaña del Perú o los yungas de Bolivia. Rostworowski (1973, p. 203) ha
mencionado su uso en los valles costeros del Perú, y Patiño (1967, p. 203) se refiere a la evidencia de
irrigación entre los indios del período de la Conquista que cultivaban coca a lo largo de la árida costa de
incluso incendios de envergadura; después de un año de haber sido
incinerada producirá un nuevo tallo y abundantes ramas nuevas. Si el arbusto
llega a ser infestado por una raza común de gusanos amarillos que se
alimentan de coca —conocido simplemente como uk en nasa, que significa
"muerte" —se suele cortar el arbusto dejando apenas un pequeño muñón.
Reducido a este estado, no demorará más de un par de estaciones para
producir una nueva diseminación de ramas, y cosechas tan abundantes como
antes.233
A pesar de que la propagación de la coca por medio de estacas se ha
encontrado en algunas áreas del Perú, y particularmente en la cuenca del
Amazonas, no constituye ni siquiera una práctica ocasional en el departamento
del Cauca. La producción de semillas de un rojo brillante —especialmente en
conjunción con las principales cosechas de noviembre y abril/mayo— proveen
semillas más que suficientes para las necesidades de los cultivadores. Las
pepas se entierran inmediatamente en un semillero a poca profundidad,
porque en general no conservan su fertilidad más de dos o tres semanas. Las
plantas crecen muy lentamente, llevándoles un par de meses después de ser
plantadas en la tierra para desarrollar un tallo, esparcir sus dicotiledones y
exhibir las primeras hojas verdaderas de coca.
En seguida, la velocidad de crecimiento depende hasta cierto punto de
condiciones tales como temperatura y altitud; pero en todo caso para las
plantas nuevas es muy importante recibir alguna sombra contra el sol del
mediodía y disfrutar de un suministro adecuado de agua. Cuando tienen veinte
o treinta centímetros de altura, se consideran listas para ser trasplantadas a

Venezuela.
233
Mortimer (1901, p. 243), describe una serie de plagas que atacan los arbustos de coca en el Perú.
su destino definitivo, siendo sembradas con un espacio de uno o dos metros
entre los arbustos. Entre los indígenas Nasa, aún es común, la costumbre de
organizar una gran reunión o minga, cada vez que se va a sembrar una nueva
plantación de coca. Allí se da abundante comida, bebida y coca a quienes
vienen y comparten el trabajo; y debido a que la coca se considera una planta
con atributos mágicos, los indígenas más tradicionales contratan los servicios
de un "médico" o curandero, quien adelanta los rituales necesarios de
limpieza, purificando el campo de influencias malignas y estimulando el
rendimiento abundante de futuras cosechas. El trasplante de las nuevas
plantas de coca usualmente tiene lugar en el momento de la luna nueva, puesto
que se considera que la influencia de su crecimiento "tira" los arbustos y los
hace desarrollarse altos y fuertes.

La preparación de hojas de coca para mascar

En el pasado, también era común organizar mingas y rituales de limpieza


cada vez que se reunía una gran cosecha; pero esta práctica ha acompañado
la declinación gradual de un gran número de viejas formas de trabajo
comunal. De todos modos, es improbable que los varones adultos, ya fuera
en Tierradentro o en el sur del Cauca, hubieran jamás contribuido mucho en la
recolección de hojas de coca, ya que esta es una actividad considerada como
más apropiada para mujeres y niños. Lo mismo que hilar o tejer, la cosecha
es un proceso largo y laborioso que no requiere fuerza bruta sino una
considerable paciencia y la repetición incansable de los mismos movimientos.
La rama de coca debe asirse firmemente con una mano, mientras que con la
otra se arranca cada hoja individualmente y se coloca en una bolsa o
canasta. Simplemente dejar resbalar la mano a lo largo de una rama,
arrancando las hojas todas en un sólo movimiento, se considera un signo de
pereza y mala técnica, ya que con frecuencia causa daño a las extremidades
de la rama. Estos cogollos contienen el potencial para el nuevo crecimiento de
hojas y, por consiguiente, la mala recolección conducirá a una significativa
disminución de las futuras cosechas del mismo arbusto.
Hay numerosas maneras de saber cuándo la coca está madura para la
recolección, la más obvia de las cuales es la tendencia ya señalada de las
hojas maduras de encresparse en los bordes y a asumir un tinte verde
oscuro. Simultáneamente con estos cambios, la hoja se vuelve más
quebradiza, rompiéndose la vena central cuando se enrolla entre los dedos,
prueba empleada con frecuencia para determinar el momento adecuado para
la cosecha. Es importante que las hojas sean recogidas cuando estén
exactamente maduras —esh téh en Nasa— ya que si se dejan sobremadurar,
una vez secas tienden a asumir un color marrón oscuro y un sabor muy
amargo, condición a la que se denomina en Nasa como esh-téche-úmbuiah.
Al mismo tiempo, las hojas muy flexibles e inmaduras —esh-chácha— son
muy desagradables para mascar y los buenos recolectores de coca las dejan
en el arbusto aún cuando el resto ya haya sido recogido.
Las hojas de coca no procesadas, esh-kuitimé, se llevan a casa en
grandes bolsas o jigras hechas de cabuya tejida, y a veces se dejan fermentar
así durante la noche antes de secarse. Los indígenas y los campesinos de la
región del Cauca siempre tuestan sus hojas sobre un fuego suave de leña;
éste es esencialmente el mismo sistema usado por indígenas de otras zonas
de Colombia, como la Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas de la
Amazonía234. Para este propósito se usa una olla de barro, preferiblemente

234
Piedrahita (1881) describe el tostado de las hojas de coca con este método en los alrededores de Bogotá, en
el siglo XVI. Uscátegui (1954) ha resumido prácticas similares en la Sierra Nevada de Santa Marta y en las
tierras bajas tropicales de las cuencas del Vaupés y el Putumayo.
con un diámetro amplio y de paredes bastante gruesas, ya que ello permite
una mejor distribución del calor. Una marmita delgada de aluminio no es
adecuada, precisamente porque tiende a concentrar el calor en una superficie
al rojo vivo en el fondo. Dependiendo del ancho de la olla, se puede secar a un
tiempo entre un cuarto de libra y cinco libras, aunque la calidad parece ser
mejor cuando se tuestan cantidades más grandes de una vez. Las hojas deben
voltearse constantemente de modo que las que estén en el fondo no se
quemen; a menudo se usa un canalete de madera para ese propósito.
Aproximadamente un 60% del peso original se pierde en el proceso de
secamiento.
Es discutible, por supuesto, si este sistema es tan apropiado para las
hojas como el método corriente de secado al sol empleado en los Andes
centrales; obviamente es menos eficiente que el uso de modernos cobertizos
de secado o "secadoras", como las de Tingo María en el Perú.235 Tanto las
secadoras como el método más primitivo de secado con fuego han surgido,
sin embargo, como resultado de una necesidad similar, ya que el secado al
sol requiere buen clima —pocas veces un factor confiable en las regiones
donde se produce la coca— y ha sido común en el Perú la pérdida de grandes
cosechas debido a la falta de la cantidad requerida de sol. Las técnicas de
secado tienden a relacionarse también con otros factores; en el Perú está
claro que se necesita una norma muy exacta para que las hojas resistan
varias semanas de almacenamiento y el viaje a largas distancias. En Colombia
y en la Amazonía, por otra parte, los coqueros indígenas usualmente tienen
acceso a fuentes localizadas en las cercanías y por ello pueden llenar sus
suministros con hojas frescas a intervalos razonablemente cortos.

235
Ver Weil (1976) para una descripción de las técnicas de secado peruanas.
En todo caso, la coca recién secada casi nunca sabe bien, puesto que tiene
un sabor crudo y hojoso, así como una tendencia a romperse en la boca muy
fácilmente, condición descrita por los nasa como esh-pípi o "coca dura". Es
por esta razón que la coca normalmente se apila o se coloca en sacos
nuevamente después de secado, con el fin de que vuelva a humedecerse y se
torne suave y flexible, lo que denominan los nasa esh-lúpe. Esta "exudación"
secundaria de la coca extrae su fuerte aroma, y es posible que tenga lugar
una segunda fermentación en las células de la hoja, alterando su composición
química.236 Una vez lista para el consumo, la coca generalmente se presiona
en bolsas, sacos o fardos para que se conserve en óptimas condiciones.
Tales fardos, sin embargo, sólo se mantendrán en buena forma si se les
preserva de la humedad; por esta razón, la coca peruana se saca
inmediatamente de la montaña húmeda donde es cultivada, y se coloca en
depósitos ubicadas a alturas considerables en la sierra, donde el clima es más
seco.
Desafortunadamente el almacenamiento de esta clase no es factible ni
en la Amazonía ni en las húmedas tierras altas de los Andes septentrionales,
lo cual es otra razón para que los habitantes de dichas regiones consuman
sus provisiones relativamente rápido. En la Amazonía, la coca se pulveriza y,
a falta de fuentes de cales minerales, se añaden al polvo las cenizas de las
hojas del árbol yarumo (Cecropia spp.) como reactivo alcalino. En contraste
con la costumbre andina, esta coca pulverizada tienen la ventaja de que no
requiere la adición de suplementos abrasivos en la boca, con el resultado de
que los peligros usuales de cauterización de las membranas mucosas se
eliminan casi totalmente. Ya que el polvo se cuela finamente carece de los

236
La necesidad de este subsecuente humedecimiento fue destacada por Matienzo (1967) en su obra acerca de la
agricultura de la coca en el Perú del siglo XVI; y también señalado en el siglo XVIII en Colombia por Santa
tallos y venas de las hojas de coca y puede tragarse gradualmente, en vez de
removerse de la boca luego de ser mascado como es costumbre en las
regiones serranas .237
En toda la región del Cauca el sistema básico de mascar coca es
similar al de las tierras altas peruanas, con la principal diferencia discernible
sólo en las dificultades de un largo almacenamiento que se presentan por la
humedad atmosférica normalmente alta que prevalece en esta parte de
Colombia. Una vez secas, las hojas de coca en el Cauca probablemente
retienen su sabor y su aroma sólo unas dos o tres semanas, lo cual no es un
gran problema si se tiene la plantación cerca de la casa, pero que puede ser
una desventaja para aquellos indígenas que viven en zonas muy altas y
demasiado frías para poder cultivar sus propios arbustos. Si no se pueden
colocar los fardos de coca en un ambiente artificialmente seco, una empresa
virtualmente imposible, no parece existir otra manera de impedir el inevitable
deterioro de las hojas, puesto que, ya sea por la exposición al aire caliente y a
la luz del sol se tornan muy quebradizas y resecas (esh-ísh), o por dejarlas
empacadas la humedad del clima las vuelve mohosas (esh-wuáwua).
En cualquier eventualidad, el resultado difícilmente satisfará el paladar
de un coquero experrmentado, y muchos indígenas simplemente se rehusarán
a emplear tales hojas a menos que realmente no exista ninguna otra
alternativa. Incluso el aislamiento en plástico sirve de poco en este caso,
porque la coca tiene que poder respirar mientras está almacenada o de lo
contrario se tornará mohosa la humedad contenida en las hojas mismas. No
es sorprendente, entonces, que la mayor parte de la Poca que se vende en

Gertrudis (1970, IV, p. 294).


237
Se ha notado una serie de variantes menores en la cuenca amazónica: ver Schultes (1973, p.27) sobre el
uso de la coca en polvo para inhalar en el río Mirtiparaná, y Schultes (1957) para la coca perfumada de los
indios tanimuka, la cual es hecha con la adición de la resina balsámica de Protium heptaphyllum March.
los mercados distantes de los centros de producción, como los de Popayán,
Silvia y San Agustín, sea de una calidad funesta. Ello explica también porqué
prácticamente todos los mambeadores mas inveterados en la región del
Cauca son al mismo tiempo sus propios productores. Vista la situación
prevaleciente en Colombia, con el clima y la ley conspirando contra la
sobrevivencia de un mercado confiable de coca a larga distancia, el adepto a la
hoja debe prepararse autosuficiente si desea tener acceso seguro a las hojas
de mejor calidad. En un mundo ideal, se reaprovisionará cada semana o dos,
quizás Regando a algún arreglo con otro cultivador vecino para distribuir las
cosechas intermitentes entre la mayor cantidad de arbustos posible. De este
modo, un sólo campo de coca puede dividirse en una serie de pequeños
grupos de arbustos, madurando sucesivamente para suministrar una continua
fuente de hojas frescas.

Elaboración de un reactivo alcalino

Un ideal parecido de autosuficiencia se observa también en otros aspectos


subsidiarios del hábito de la coca. Durante mi permanencia en la región del
Cauca, a menudo pensé que el proceso de secado de la coca debería ser
objeto de ciertas normas rituales y que la técnica precisa empleada debería ser
secreta. Nada podía estar más lejos de la verdad, y jamás noté vacilación
alguna para que se me mostrara como tostar las hojas. Poco a poco vine a
darme cuenta de que, por lo menos entre los Páez, el aspecto
verdaderamente esotérico del hábito no está en la coca, sino en el proceso de
preparación de un reactivo, alcalino, la cal o el "mambe", como se conoce en
el Cauca. Aunque se espera que los blancos usen hojas de coca —como té,
como remedio, para elaborar cocaína, etc.— normalmente no se consideraba
normal que ellos se interesasen en conocer la manera de preparar la cal.
Como se asumía que la gente blanca nunca usaba la coca para mambear, se
concluía que nunca podría hallar un uso apropiado para el mambe tampoco.
Al igual que la recolección de la coca, la preparación de este mambe
demanda una enorme cantidad de esfuerzo. Es casi como si la velocidad y la
aceleración producidas por la droga tuviesen que neutralizarse por un gasto
de energía equivalente, de modo que los hombres no piensen que pueden
explotar el "divino regalo" impunemente, o sin ser obligados a reciclar su
producción de trabajo. Es una paradoja sorprendente que la potencia y la
velocidad tengan que lograrse a través de tan lento y laborioso gasto de
energía. La cal de la región del Cauca se extrae de piedra caliza, la cual se
calienta hasta que quede al rojo vivo y luego se somete a una reacción con
agua para que se cuartee y produzca un fino polvo blanco. En términos
químicos, la piedra caliza es un carbonato de calcio que al calentarse genera
dióxido de carbono. La piedra caliente tiene una reacción exotérmica con el
agua, que da calor y produce hidróxido de calcio, un poderoso alcalino.238
Los Nasa tienen dos técnicas diferentes para producir este efecto
químico; la preferencia entre las dos está determinada por el tamaño de sus
requerimientos. Pequeñas cantidades se hacen en un fuego ordinario de leña,
preferiblemente de alguna madera dura que arda largo tiempo, como del árbol
de guayaba. Los pedazos de piedra caliza, generalmente con un ancho de no
más de diez centímetros, se colocan en el fuego para ser calentados.
Después de una hora más o menos, se traen dos cañas huecas de bambú.
Estas miden un metro de largo y poseen aberturas sólo en los dos extremos;
sirven para soplar y se conoce con el nombre de "flautas" o yuta en nasa.

238
La fórmula es: CaCo + calor = CaO + CO2
CaO + H2O = Ca (OH)2 + calor
Usualmente soplan el fuego conjuntamente, pero en rápida alternación, y
después de una o dos horas las piedras son finalmente llevadas a una
temperatura suficientemente alta, volteándose cada quince minutos de modo
que sean calentadas por todos los lados.
Este proceso se denomina "soplar el mambe", kuétan yútia en nasa, y
exige un ritmo de inhalaciones y exhalaciones que permitan soplidos
pequeños, rápidos y repetidos indefinidamente sobre las piedras. Cada uno de
los participantes de vez en cuando da un soplido largo y sostenido en su flauta
y luego descansa uno o dos minutos mientras rellena su boca con hojas de
coca y cal. Toda la tarea exige una fuerte disciplina, con respiración regular y
repetidos ritmos corporales que se suman al magnetismo único de la
ocasión. El juicio de cuándo están listas las piedras para ser removidas del
fuego siempre se toma con mucha seriedad y deliberación, y parece
depender mucho más de una estimación subjetiva del "balance" (entre el
fuego, la fuerza vital de los participantes y la estimulación producida por la
coca) que de cualquiera de las características externas de las piedras. En
efecto, la práctica de kuétan yútia es un ejemplo perfecto del tipo de
comportamiento social en el que se basa la solidaridad íntima de los Nasa, y
aunque en el nivel explícito no sea nada más que una faena doméstica
extremadamente tediosa, contiene dentro de sus confines toda una compleja
serie de emociones compartidas e implica la concienzuda transformación de la
piedra, un artículo del duro y hostil cosmos, en polvo de cal, obviamente uno
de los productos culturales más importantes de una sociedad que usa coca.
El sistema empleado para la producción de mambe en cantidades
mayores es mucho menos común, pero se pueden hacer muchas de las
mismas observaciones con respecto a la naturaleza implícitamente ritual de la
ocasión. Se usan cuatro piedras como base, colocadas en un cuadro con
lados de aproximadamente medio metro; sobre ellas descansa una
superestructura compuesta de siete camadas de guadua o bambú, la madera
cortada en tiras de diez centímetros de ancho y tan largas como un lado del
cuadrado. Cada camada se coloca en ángulo recto con relación al nivel
previo y los trozos de la piedra caliza se ponen en medio de la camada
superior. Luego se colocan dos tiras de guadua a los lados de la piedra
caliza, repitiéndose encima la estructura de las siete camadas subyacentes. La
pila que resulta es probablemente de un metro de alto; encendida en la base,
arde furiosamente durante cerca de una hora. Finalmente, cuando todo lo que
queda es un montón de ascuas calientes, la llama es avivada por una hora
más con hojas rígidas colocadas en los extremos de varas de bambú. Por lo
menos dos personas, y a veces más, toman parte en esta etapa del proceso
y muchas de las anotaciones hechas con relación al sistema de flauta también
son aplicables aquí. Los participantes deben, asimismo, emprender una
acción muy prolongada, fastidiosa y repetitiva, que en este caso se
desempeña parándose a ambos lados del fuego y avivando las llamas con
una moción rápida parecida al manejo de una escoba.
Hacia el final de cualquiera de estos dos largos procesos se calienta en
el fuego un viejo trasto de cerámica. Los trozos de piedra caliza se sacan de
las ascuas y se colocan en ese recipiente. Valiéndose del borde de una
cuchara o simplemente de un dedo, se dejan caer unas gotas de agua lenta y
cuidadosamente sobre las piedras. Cuando golpean la superficie al rojo vivo
se oye un fuerte siseo y gradualmente las piedras comienzan a hincharse,
quebrándose a lo largo de sus líneas de fractura y por último
desmenuzándose hasta quedar reducidas a polvo. Debido a que, incluso
luego de diez minutos de este tratamiento, hay algunas partes de la piedra que
no se desmenuzan por completo, toda la masa se pasa a través de una tela y
se retiene sólo el polvo más fino. Los fragmentos más pequeños pueden
molerse en un mortero de piedra, siendo después pasados también por el
tamiz, los pedazos más grandes se conservan para volverse a calentar en
otra ocasión.
Los Páez hacen una distinción entre diversos grados de mambe,
claramente relacionada con los depósitos de piedra caliza en Tierradentro.
Generalmente se reconoce que la cal castaño claro (kuétan kútchi), que se
extrae de la piedra rojiza oscura de los farallones de La Muralla, es quizás la
más fina de todas. Aunque es muy dura y por ello dificil de procesar, resulta
más dulce y más efectiva que cualquiera otra. Muchos Nasa, no obstante, la
consideran demasiado abrasiva y prefieren la cal blanca (kuétan chi´ijmé) que
se obtiene de la piedra caliza negra y brillante que abunda en todo
Tierradentro y más concretamente en Cohetando (cuyo nombre es una versión
española de kuétan), en La Mesa de Togoima, Segovia y San Andrés. Existen
otras cales de apariencia grisosa y aún amarilla, pero todas ellas son menos
compactas y más fáciles de "soplar", no son un reactivo muy potente y su uso
se considera en general como signo de un coquero perezoso.
Está claro que en los tiempos prehispánicos debe haber sido muy
común en toda la región del Cauca un mambe castaño claro similar a la
kuétan kútchi de los Páez, ya que Cieza de León habló hacia 1540
específicamente de "...una tierra que es como cal" al describir el uso de la
coca en los alrededores de Cali y Popayán.239 También es la forma más
tradicional de cal consumida por muchos de los coqueros no nasa hoy en día,
especialmente aquellos de Coconuco y Paletará, y en menor medida algunos
grupos más remotos del sur del Cauca. En todas estas áreas se conoce con

239 Cieza (1962, p. 249).


el nombre de mambe negro y a pesar de que en algunos lugares deriva su
color de los tintes naturales rojizos de la piedra caliza local, en muchas otras
partes tiene un tono marrón debido a la adición de jugo de caña o panela
(melaza cruda) mezclada con agua.
A diferencia del kuétan kútchi de los nasa, sin embargo, este mambe
negro pocas veces se guarda en un calabazo en forma de polvo suelto; por el
contrario, se compacta en pequeñas bolas de aproximadamente 30 gramos
que se entierran en la tierra durante unas cuantas semanas para que
desarrollen su sabor. Dado que en América no había azúcar antes de la
Conquista española, parece seguro que el kuétan kútchi de los nasa es el que
más se aproxima a la descripción de Cieza; las bolas compactas de mambe
negro deben representar un desarrollo colonial, una sofisticación destinada a
suavizar el paladar de los coqueros de Popayán. Incluso hay informaciones de
San Agustín que describen, en este siglo, la adición de otras sustancias como
ceniza y ají molido (Capsicum spp.) al mambe negro de esa zona. 240
No obstante, es lamentable constatar que muy pocos coqueros no páez
hacen todavía su propia cal o la compran en la pequeña fábrica de mambe
negro cerca de Paispamba, la cual es la fuente de las bolas carmelitas que se
venden en los mercados de Coconuco y Paletará. En el sur del Cauca, la verde
o -mambe común- que es blanco puro (no verde como sugiere su nombre).
Se produce en El Carmen en los costados del valle del San Jorge, en una
gran planta semi-industrial ubicada cerca de una mina de piedra caliza. Se
vende en grandes tortas redondas del tamaño de una libra de queso; el
producto es muy agrio y es poco mejor que la cal industrial usada para
blanquear. Cuando está fresca es húmeda y desmenuzable, cuando está vieja
se vuelve seca y dura como una piedra. Adquiere su mejor estado cuando
"madura" bajo tierra, envuelta en hojas de banano y luego secada a la luz del
sol, de modo que no se vuelva ni húmeda y volátil ni muy gredosa.
Aparte del mambe crudo de El Carmen, causa impresión la variedad
extremadamente amplia de reactivos alcalinos utilizados en la región del
Cauca. Este factor en el hábito de la coca también está confirmado por
comparaciones con otras partes de Suramérica donde la masticación de coca
es un rasgo cultural tradicional. El registro arqueológico sugiere que la mayor
parte de los que hoy son las tierras altas de Colombia siempre emplearon
derivados de piedra caliza para dicho propósito; los actuáles indios Túnebos,
que viven en la cordillera entre Bogotá y la frontera con Venezuela, también
emplean un sistema de producción muy similar al de los Páez. Para los Kogi
de la Sierra Nevada de Santa Marta existe una variante: hacen su cal con
conchas marinas llamadas yotínwe, que se recogen en expediciones
especiales realizadas anualmente a las playas del Caribe.241
Este reactivo de concha es parecido en muchos aspectos al polvo de
cal ordinario, pero en adición contiene pequeños vestigios de potasio
orgánico, el cual puede explicar la preferencia manifestada por los Kogi. A
modo de comparación, las cenizas vegetales usadas en la Amazonía rinden
sólo de 25 a 30% de cal y de 0.5 a 3% de potasio, lo cual sugeriría que los
indígenas de esa zona tiene que emplear cantidades más grandes a fin de
lograr los mismos efectos de las preparaciones de concha y piedra.242
En el Perú algunos indígenas prefieren una cal o llipta blanca —por
ejemplo, los de Huánuco y toda la Sierra Norte— y existen otros tipos hechos
con conchas marinas 0 de caracoles terrestres los cuales suministran un
Paralelo interesante con las costumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta.

240
Jorge Bejarano, citado por Rostworowski (1973, p. 206). Ver también Pérez de Barradas (1957, p. 217).
241
Ver Uscátegui (1954, p. 272) para la Sierra Nevada, y (1961, p. 226) para los Minebo.
242
Ver Cooper (1949).
El reactivo alcalino más popular en el Perú es, sin embargo, la tocra de
montaña, elaborada en las regiones productoras de coca cerca de Ayacucho
y Cuzco. Usualmente es húmeda, negra y bastante desmenuzable; se hace con
cenizas de hojas de banano o cáscaras de cacao, a menudo mezcladas con
un poco de polvo de cal blanca, y amasada con una pasta de papa desecada
y pulverizada, mezclada con agua. En el siglo XVI, por lo menos, también era
muy común usar una ceniza no hecha con una base vegetal, sino de huesos
de animal quemados y molidos. Los indígenas del sur del Perú y Bolivia
poseen asimismo otro reactivo, conocido genéricamente con el nombre de
lejía, que adopta una serie de características muy definidas en las diferentes
regiones. La masa de esta sustancia proviene usualmente de una mezcla de
potasio y cal, derivada principalmente de las cenizas de los tallos de quinua, un
cereal andino, o de otras fuentes vegetales como el árbol de quenua, los
tallos de haba, de banano, cactus y otros numerosos arbustos que se hallen
a mano. Estos se mezclan con una serie de sustancias como anís, azúcar,
canela, sal, caldo de papa e inclusive orina humana; luego se amasan en
varas o tortas pardas, grisosas o negras, algunas veces estampadas con la
figura de algún santo favorito, y se secan al Sol.243

Calabazos para la cal y bolsas para la coca

Las formas más duras de cal usadas en la masticación de la coca, como el


mambe simple del sur del Cauca y la lejía del Perú y Bolivia, pueden
obviamente llevarse sueltas; pero las formas pulverizadas requieren el
empleo de algún recipiente. A lo largo de los Andes, los sitios arqueológicos
han suministrado una gran cantidad de dichos implementos y, debido a la

243
Ver Acosta (1940, p. 286); La Barre (1948, p. 69): Cooper (1949); Stein (1961, p. 99) y Weil (1976).
ausencia de hojas, su presencia ha servido para marcar la extensión de la
masticación prehistórica de coca. Eran hechos de cuerno o hueso, calabazos,
cerámica y aún oro, y su cuidadosa decoración atestigua la singular
importancia del hábito de la coca en la vida ritual y ceremonial de numerosas
sociedades antes de la Conquista.
Hoy existen en Colombia dos variedades de calabazos empleados para
llevar el polvo de cal. Uno es el yubúru (poporo) que una vez se usó
extensivamente en todo el nororiente de Colombia y en Venezuela y cuyo
empleo sobrevive todavía en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tiene la forma
de un reloj de arena y es bastante grande (15 a 25 centímetros de largo). En la
región del Cauca, los indios Nasa prefieren uno más pequeño (5 a 10
centímetros de largo), el cual tiene una simple forma de pera. Ambos
pertenecen a la especie Lagenaria siceraria (Mol) Standl. Este calabazo
crece suelto sobre la tierra como cualquier cucúrbita y los Páez le llaman
kuétan tuka, mientras en español se conoce como mambero.244
Tanto el calabazo como la ración diaria de hojas de coca se llevan
normalmente en una bolsa especial, la cual se tercia en el pecho o se amarra a
la cintura. En el Perú, las llamadas chuspas comúnmente tienen una forma
cuadrada y están hechas de lana finamente tejida o, en el pasado, también de
plumas. En Colombia y en la cuenca del Amazonas no existía la lana antes
de la Conquista española de modo que se usaban fibras vegetales para este
fin. Estas podían ser algodón (Gossypium spp.), varios tipos de sisal o
cabuya (Agave y Fourcroya spp.) y otras fibras exóticas como la usada por
los actuales Túnebo, conocida como pita (Schoenobiblus cannabinus
Cuatr.)245 En todo caso, tanto los indígenas de la Sierra Nevada como los

244
Ver Patiño (1964).
245
Ver Patiño (1967).
del Cauca han adoptado el uso de bolsas de lana desde la llegada de las
ovejas de los españoles, muy probablemente porque conservan mejor la
frescura de la coca y evitan que se torne demasiado quebradiza y seca por la
pérdida de humedad.
Dentro de la región del Cauca, por lo menos cuatro clases de bolsas para
coca continúan haciéndose, todas capaces de portar mínimo un cuarto de libra
de hojas. Son distinguibles de inmediato de las bolsas de algodón y cabuya
que se venden en el mercado para el mismo propósito, ya que las bolsas
hechas en casa poseen una base redonda, mientras los productos
comerciales son cuadrados. Los Nasa emplean un sistema de crochet de una
aguja para tejer lo que ellos laman kuétan yáha —una "bolsa para cal" y no
una bolsa para coca— y parte de la lana se tiñe de rojo, castaño, azul o
amarillo. Más recientemente, también se pintan de púrpura y verde. Los
colores se organizan en una o dos técnicas decorativas: bien sea un simple
zigzag a lo largo de toda la bolsa, o un patrón más complejo que mantiene la
idea básica del zigzag, pero rompe el motivo en una serie de cuadrados
diagonales complementados a su vez con una hilera doble de triángulos
invertidos. Junto con sus ponchos tejidos, "ruanas" en Colombia, los
chumbes y las largas telas que constituyen las faldas de las mujeres, estas
bolsas kuétan yáha son indudablemente los elementos más finos y más
cuidadosamente elaborados de la cultura material Nasa.
Los vecinos Guambianos han abandonado casi por complete, el hábito de la
coca y con él la fabricación de sus bolsas —cuyo nombre, war'sh (con una
"a" abierta), es el mismo usado para el escroto masculino. Sin embargo, han
continuado haciendo versiones reducidas de esta bolsa como carteras para el
dinero, y progresivamente, en los últimos años, para vender a los turistas en
Silvia. Se elabora con la misma técnica de crochet de la kuétan yáha nasa,
pero el diseño es bastante distinto: implica la yuxtaposición de grandes
triángulos equiláteros en rojo y azul, invertidos el uno junto al otro y en una
banda continua sobre un fondo blanco.
El cuarto y último tipo de bolsa para coca en la región es la pircha o
peesha cuyo uso fue otrora un hecho común entre todos los indios del sur del
Cauca. Hablando en general, hoy ha desaparecido de las comunidades más
aculturadas del valle del San Jorge, pero sobrevive entre los coqueros viejos
de resguardos remotos como Caquiona. Está hecha de lana no teñida de
ovejas marrones o negras y, a diferencia del empleado más al norte, se
elabora tejiendo con dos agujas. Esto produce una bolsa más tupida y más
elástica, más estrecha que la kuétan yáha nasa, parecida a un calcetín de
lana gruesa. Sin querer negar los méritos estéticos del diseño geométrico de
los nasa, para mí quedó claro después de muchos meses de uso comparativo
que la pircha es sin duda la más práctica de las bolsas para coca que se
fabrican en la región de Cauca. Su grosor y su capacidad para dilatarse
ayudan a conservar bien prensada la bola de hojas de coca, preservando su
frescura y humedad mucho mejor que el relativamente delgado tejido de la
yáha nasa, más lisa y suelta. Cualquiera que haya tenido que mascar hojas
de coca muy quebradizas y secas inmediatamente apreciará las ventajas de
una bolsa de que pueda mantener el original aroma fuerte y la textura flexible
de la coca recién secada, aún bajo condiciones muy calurosas y soleadas de
trabajo.
Sería apropiado concluir este capítulo con una consideración de la
manera como se llevan las bolsas o jigritas de coca en la región del Cauca,
ya que ello forma un lazo conveniente con los temas sexuales que se
discutirán en la siguiente sección. El hecho de, que los Guambianos utilicen la
palabra "escroto" para identificar sus bolsas para coca no es accidental,
porque es indiscutible que dichas bolsas tradicionalmente han sido portadas
por los hombres atadas alrededor de la cintura, colgando entre las piernas
directamente sobre los órganos sexuales. El hecho de llevar un recipiente para
cal claramente fálico dentro de la bolsa refuerza más el simbolismo, por
supuesto, pero también es cierto que esta moda de llevar la bolsa tiene
asimismo una función más estrictamente práctica, permitiendo al coquero el
acceso más fácil posible a las hojas y al mambero, un factor evidentemente
importante en el curso del pesado trabajo agrícola. Las mujeres, no obstante,
también son conscientes de las implicaciones sexuales y siempre llevan sus
bolsas discretamente en la cadera con la correa terciada en el pecho.
MAMA COCA: UNA NUEVA APROXIMACIÓN

Ya intenté una definición preliminar de la figura de Mama Coca desde el punto


de vista mitológico; ahora quisiera considerar su carácter femenino en
términos de una política más explícitamente sexual. Revelando quizás un
mayor respeto por los estereotipos machistas que por los sutiles matices del
concepto indígena original, desde hace mucho ha sido común en nuestra
cultura reducir la ambivalencia, la polimórfica perversidad de Mama Coca a
un papel de simple símbolo de erotismo, y asumir que sus manifestaciones
materiales (trátese de hojas de coca o de cocaína refinada) deben ser
consideradas en un sentido absoluto como "afrodisíacos". Las palabras de
Sigmund Freud proveen un caso típico: "Los nativos de Suramérica, quienes
representan sus deidades del amor con hojas de coca en la mano, no dudaron
del efecto estimulante de la coca en los genitales..."246
Psicológicamente hablando es indiscutible que todo estimulante tenderá
a incrementar el desempeño sexual a corto plazo, y en la misma forma que
incrementará el desempeño de cualquier clase de trabajo físico. La acción
directa del alcaloide cocaínico en el aumento de la sensibilidad del sistema
nervioso obviamente será más efectiva, o se "sentirá" más profundamente, en
aquellas zonas del cuerpo como los genitales, que se caracterizan por una
concentración relativamente densa de terminales nerviosos. Incluso en
culturas indígenas, la asociación más común siempre ha sido entre la coca y
la potencia masculina; figurillas de barro del período precolombino -
particularmente de las exuberantes culturas del Ecuador y del litoral norte del
Perú- a menudo muestran falos grotescamente exagerados en asociación con
grandes protuberancias en la mejilla.247 En tiempos más recientes, la misma
idea general ha aparecido en el difundido hábito de aplicar cocaína a las
partes más sensitivas del pene del hombre, donde el pronunciado
enfriamiento local puede servir para sostener erecciones inciertas y prevenir
la eyaculación prematura.
El hecho de que tal titilación se asocia más comúnmente con los órganos
sexuales masculinos, en vez de los femeninos, quizás no es más que un
reflejo fiel de la penetrante predisposición sexista de nuestra sociedad. Podría
refutarse con la observación de que, al menos en la moderna Babilonia, son
las mujeres más que los hombres quienes con mayor frecuencia informan
acerca de la eficiencia de la cocaína como afrodisíaco, tal vez porque reduce
ciertas inhibiciones y permite desempeñar a muchas mujeres tímidas un papel
sexual más agresivo. Al mismo tiempo, sería tentador voltear todo el
argumento de la cocaína como afrodisíaco al revés, por lo menos en el caso
de los hombres, señalando que las agudas fluctuaciones del metabolismo
producidas por la cocaína pueden conducir con frecuencia a estados
pasajeros de impotencia e indiferencia sexual. En todo caso, el punto no es
digno de demasiada atención, puesto que aquí estamos tratando con la coca y
no con la cocaína, y especialmente en el contexto del comportamiento sexual,
la diferencia entre sus respectivas farmacologías podría ser bien significativa.
Y debe destacarse que, por lo menos entre los indígenas del Cauca, tales
extremos como la impotencia o la lujuria rabiosa pocas veces, si acaso alguna
vez, resultan de la masticación de hojas de coca, quizás sólo porque el sexo y
la masticación de coca tienden a asociarse con comportamientos distintos y
diferentes estados de ánimo.

246
Sigmund Freud (1884) en Byck (1974, p. 73)
247
Ver Pérez de Barradas (1957, p. 220); y la sección erótica del museo Larco Hoyle de Lima, Perú.
La coca, entonces, sólo puede considerarse un afrodisíaco realmente
en la medida en que es un estimulante y un eufórico. Por esta razón, sería
preferible permanecer con la idea de la coca como "femenina" no en el sentido
físico de algo que excita sexualmente a un hombre, sino más en el sentido
simbólico de un complemento, de un contrapeso disciplinario a la fuerza bruta
de una masculinidad agresiva. Un ejemplo perfecto de este tipo de
complementariedad puede apreciarse en la actitud de las mujeres nasa hacia
la masticación de coca. Como podría esperarse, es extremadamente raro
hallar a una mujer joven mascando coca y normalmente sólo comienzan una
vez que han terminado de criar a los hijos. Muchas no se dedican seriamente
al hábito sino hasta que han dejado de menstruar totalmente, ya que la
menopausia de la mujer altera la percepción de la comunidad acerca de su
status, permitiéndole adoptar muchos papeles y actividades de los hombres,
incluyendo el uso irrestricto de la coca.248
De la idea de la coca como complemento a funciones masculinas y de
mujeres post-menstruantes no hay, sin embargo, sino un paso al concepto de
usar la coca como un sustituto de las relaciones sexuales más íntimas. Este
es ciertamente el caso entre aquellos contados varones nasa que eligen vivir
solos, ya sea como viudos o como resultado de alguna incapacidad básica
para tratar con mujeres, ya que tales individuos a menudo son consumidores
voraces de las hojas de coca. No obstante, es entre los Kogis de la Sierra

248
Sobre la costumbre de mascar coca entre las mujeres páez, ver Pittier (1907) "... las mujeres no la
usan..." y Hernández de Alba (1944, p. 199), quien alega que la coca era usada".. muy poco por las
mujeres.." Douay (1890), describe la mascada ceremonial de coca entre las mujeres de los vecinos
guambianos mientras se dedicaban a cantar un plañidero sonsonete. Para otras restricciones del uso de la
coca para las mujeres, ver Uscátegui (1954, p. 284) entre los Huitoto de la cuenca del Putumayo;
Torres (1971, p. 154) entre los Barasana del Vaupés; Reichel -Dolmatoff (1949-1950, pp. 75-79) entre
los Koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta, y Stein (1961) entre los Quechua de Hualcán. El uso de
la coca por mujeres post-menstruantes entre los Barasana y los Makú del Vaupés ha sido confirmado
recientemente por Christine Hugli-Jones y Howard Reid, respectivamente (cartas personales, junio de
1977).
Nevada de Santa Marta que la idea de la coca como substituto del acto sexual
encuentra su expresión más elaborada. Allí se convierte en el aspecto central
de una disciplina esotérica cuyo objetivo es sublimar o canalizar la búsqueda
de gratificación puramente genital en actividades como el baile, la recitación
de mitos y la música, consideradas más placenteras a los dioses y más de
acuerdo con la memoria de los antepasados.
De acuerdo con el estudio explícitamente neofreudiano de los Koguis
publicado por Gerardo Reichel—Dolmatoff, la iniciación de un hombre joven al
hábito de la coca incluye la "penetración" ritual de un gran calabazo para cal o
poporo que, teniendo la forma de un reloj de arena, puede fácilmente ser
concebido como representando el cuerpo de una mujer. Al mismo tiempo, la
larga vara o espátula usada para penetrar el calabazo desempeña el papel
del miembro masculino; al joven le enseñan que debe expresar todos sus
deseos y frustraciones sexuales por medio de una frotación y un sacudimiento
casi constantes de la espátula contra la boca y dentro del calabazo. Durante
este proceso, el mascador de coca también lame su espátula y deposita una
capa de cal amarillosa alrededor de la boca del calabazo, una capa cuya
prominencia aumenta gradualmente con el paso del tiempo. Debido a que el
tamaño de la capa se considera un importante indicativo de status personal,
sólo muy raras veces se raspa con un cuchillo, y cualquier rotura accidental
se considera un presagio extremadamente infeliz.
Debido a su relación con la coca y con los recitales colectivos de mitos,
el poporo puede significar eventualmente no sólo "mujer" sino también
"comida" y "memoria". No es sorprendente, en consecuencia, que, ningún
Kogui será visto sin su poporo y espátula en la mano, a menos que se
encuentre comiendo o trabajando en los campos. Más importante para el
presente argumento, los Koguis afirman que una vez transcurrido un corto
período de estimulación juvenil, el efecto a largo plazo de la masticación de
coca produce una creciente indiferencia sexual, llegando finalmente a una
impotencia casi total. En una cultura que considera peligrosa la sexualidad
genital, una simple distracción de los aspectos realmente cruciales de la
existencia, dicho resultado no deja de ser extremadamente bienvenido y
deseable.249
He subrayado, claramente, este punto porque, en cierto sentido, mi
propia obsesión con Mama Coca fue superada por medio de un repudio muy
similar, aunque temporal, de los placeres de la actividad sexual. Y así, dado el
peso teórico que originalmente había atribuido a la idea de Mama Coca, ya
puede comprenderse por qué ese repudio no era simplemente del sexo, en sí
un factor bastante neutro, sino también de cualquier clase de "romance"
narcisista, cualquier clase de anhelo o ansia por el Otro en términos que
simplemente reflejan el Yo. Aquí incluiría no sólo a Mama Coca, sino a todas
las "imágenes" idolátricas de la deidad y todos los alienantes “modelos”
científicos, ya que el eventual exorcismo de Mama Coca demuestra la manera
cómo puede alterarse radicalmente la estructura de una investigación por el
proceso mismo de su ejecución.
El asunto evidentemente requiere alguna explicación. Tal vez no es
obvio para el lector cómo pueden las relaciones personales llegar a afectar el
éxito de la antropología, un edificio cuyos fundamentos tradicionales siempre
han descansado en el principio incuestionable de la observación a través de

249
Reichel - Dolmatoff (1949-1950, pp. 75-79). Este excelente informe sobre el hábito de mascar coca entre
los Koguis es difícil de hallar en su original; empero, las secciones más importantes han sido resumidas en
Uscátegui (1954, passim.) y reproducidas casi al pie de la letra en Pérez de Barradas (1957).
la separación. Se recordará que en el primer capítulo describí mis encuentros
iniciales con misiá Eleonora, la viuda que me mostró cómo preparar cal con la
piedra caliza que abunda en Tierradentro. Con la ventaja de la percepción
tardía, ahora puedo ver que, estando sin compañía femenina por aquel tiempo,
un sentimiento de vago anhelo amoroso comenzó gradualmente a
identificarse con mi concepto de Mama Coca, y que ambos Regaron al fin a
unirse en la persona de misiá Eleonora, la mujer con quien compartí los lazos
afectivos más estrechos mientras estuve en el campo. En esto fui muy
afortunado, ya que fue ella quien me indicó la confusión entre estos dos
componentes, y fue ella quien en últimas desenredó el nudo enviándome ver a
su hermano Don Elizondo, uno de los "médicos" o curanderos más
respetados del distrito.
En verdad vacilé un par de meses antes de visitarlo, debido a que sentía
una extraña renuencia a involucrarme en lo que todos los Nasa, pensaban ser
mi interés principal la masticación "nocturna" de la coca base de su sistema
de magia y hechicería. Justifiqué mi reticencia con la excusa de que era más
importante comprender primero el contexto ordinario de la masticación de coca
en las horas del día. Aún así, como fui forzado a reconocer, con un creciente
sentimiento de alarma que entre más trataba de rechazar la senda indicada
por misiá Eleonora, más insistentes se tornaban las insinuaciones y
aguijonazos de lo que, en aras del argumento, seguiré llamando Mama Coca.
No obstante la más asidua higiene mental las manifestaciones de esta
figura aparecían casi todas las noches en mis sueños, unidas ya no
exclusivamente a la imagen de misiá Eleonora, sino como una presencia
sombría cuyos rasgos precisos a veces invadían mis pensamientos aún en un
estado de perfecta vigilia. A menudo se manifestaba simplemente como una
sensación intestinal, o el cálido ímpetu, el susurro eléctrico de una mambeada
bien prendida. En otras oportunidades adoptaba formas más perturbadoras,
marcando su presencia con el lamento de una voz de mujer sobre un paisaje
vacío, o con el olor fuerte de coca recién tostada, como si un gran saco de
hojas hubiese sido abierto de pronto justo debajo de mis narices. ¿Una
alucinación olfatoria? Tal fenómeno siempre hubiera podido explicarse por
supuesto. Calma, me decía, se trataba simplemente de un caso de
realimentación emocional entre la cosa material —la coca— y su idea, la
imagen encerrada en la mente del investigador. Un típico ejemplo de
antropofagia conceptual, pensé, bien satisfecho con mi habilidad para
despachar en términos intelectuales lo que obviamente era incapaz de
exorcizar de la vida real, es decir mágica, del espíritu y del alma.
Sobra decir que cuando finalmente visité a Don Elizondo lo hice con
poca fé. Por supuesto que había realizado algunas lecturas preliminares acerca
del chamanismo nasa, pero, a juzgar al menos por los mecánicos
tratamientos del tema publicados a mediados del siglo, las prácticas
esotéricas de este grupo de indígenas eran increíblemente tediosas y
ritualísticas, difícilmente creíbles en efecto, y dominadas por un dualismo
rígido entre una pulcra magia "buena", y una sucia hechicería "rnaligna.250 Las
diferentes fuentes, sin embargo, habían señalado la gran importancia que la
coca, el tabaco y otras hierbas representan en la farmacopea del curandero;
así que llegué a la casa de Don Elizondo por primera vez con una serie de
preguntas ordenadas y estrictamente "médicas" acerca del uso de dichas
plantas.

250
Bernal (1954) es el informe clásico acerca de la magia y la medicina de los Páez. Otra corta descripción útil
es la de Nachúgall (1953). Hernández de Alba (1944) y (1946) no es del todo confiable. Más recientemente,
Schwarz (1973, pp. 297-332) ha suministrado una competente introducción a las prácticas rituales muy
similares de los vecinos Guambianos.
Era una tarde soleada y agradable; Elizondo estaba sentado en medio
de una pila de bagazo (restos de caña de azúcar molida), algo embriagado
por la ñúsa o guarapo que había estado bebiendo con unos primos lejanos
que habían venido al valle a comerciar hojas de coca. Todos estaban de muy
buen humor como para irritarse con mis ávidas preguntas, mi recolección de
muestras y mis anotaciones compulsivas; pero al mismo tiempo, con
frecuencia tuve la vil sospecha de que simplemente me estaban tomando del
pelo. Sólo cuando ofrecí hojas de coca a la asamblea y comencé a mascarlas,
la conversación tomó un giro más personal; mis torpes preguntas dieron lugar
primero a una cantidad casi desconcertante de abrazos y ligeros empujones, y
luego a la pregunta que, en labios de Elizondo, era lo último que hubiera
querido escuchar: "Mi hermana me contó que usted había visto a la duenda y que
quería hablarme acerca de ella. ¿Es cierto?"
Un silencio mortal cayó sobre la media docena de hombres reunidos en
el patio. Todos los ojos me miraban, inquisitivos, desafiantes. Chupando con
fuerza mi bolo de coca dije abruptamente: "¿Otro día quizás?" Hubo un coro
de risas ambiguas entre los hombres mientras se removían incómodamente
en sus asientos; en el aire pendía pesadamente una sensación de tensión no
manifiesta y de desaprobación. Elizondo sacudió su cabeza y se retiró al otro
lado del molino de azúcar, observándome cautelosamente, esperando el
momento propicio. Evité cualquier otra mención del asunto; ya estaba oscuro
cuando me marché a casa, con uno de los primos de Elizondo guiándome por
el camino. "Es peligroso para un hombre caminar solo de noche", me dijo,
"especialmente si ha visto a la duenda..." Prorrumpió en risotada
anticipándose a la escena que vendría; el eco de su voz retumbaba contra la
ladera de la montaña, aumentando la amenaza que acechaba en cada
sombra. Ojos de espejo —o al menos así parecían— atisbando a través de
los tupidos contornos de la vegetación. Recuerdos de paranoia lisérgica... Allí
no había, sin embargo, nada que no hubiera antes aprendido a controlar, y a
manejar exitosamente. Estaría condenado si la simple insinuación fuera
suficiente para desquiciar mi mente, para triunfar donde tantas toxinas
químicas no habían logrado prevalecer en el pasado. En conformidad, mis
siguientes encuentros con Elizondo repetirían más o menos el mismo patrón:
yo formularía unas pocas preguntas acerca de hierbas medicinales, él las
respondería con gran candor y cortesía, e inevitablemente, señalaría que las
plantas en sí no tenían poder alguno, que dependían para su efecto de los
contextos mágicos en los que se empleaban. Esta observación siempre
conducía a la misma pregunta con relación a la duenda —mi Mama Coca— el
espíritu al que siempre daba el nombre español, presumiblemente como una
diferencia a mi comprensión aún rudimentaria de la lengua y la cosmología
nasa. Todavía renuente a entrar en ninguna consideración sobre lo que
fácilmente podría despacharse como lo "nebuloso", lo "sobrenatural",
continué ignorando o evadiendo su pregunta, con la esperanza de que con el
tiempo se cansaría de ella y la eliminaría completamente de su repertorio.
Se necesitó un importante accidente para que, finalmente, yo tomara
consciencia. En la tarde del 23 de diciembre de 1973, más de seis meses
después de que llegara por vez primera al valle de Pisimbalá, mencioné a
Elizondo que había leído en un periódico, algunos días antes, que habría un
eclipse de sol a la mañana siguiente. Me miró con alguna sorpresa y luego
murmuró furiosamente: "La luna cubriendo el sol.. esto es trabajo de tu
duenda. Es una vieja bruja peligrosa, podrida y sucia. Es mejor que
permanezca en casa con sus puertas cerradas. Sobre todo, no trate de mirar
el eclipse..." Había un desafío, casi una amenaza, implícitos en esas palabras.
Al despertarme al día siguiente obviamente no había más alternativa que salir
y afrontar la prueba, resueltamente y sin temor alguno por las consecuencias.
Llené mi bolsa de coca hasta el tope y emprendí, sin desayunar, el camino de
dos horas hasta la cuchilla del promontorio más alto de la zona, el Filo del
Aguacate, un cerro estrecho con innumerables cámaras funerarias
prehistóricas, muchas de las cuales --incidentalmente, y difícilmente de forma
accidental-- contenían una serie de curiosas representaciones de lunas
crecientes (¿no podrían ser eclipses?). En todo caso, el evento astronómico,
un eclipse parcial en esa latitud, no fue nada extraordinario puesto que
permaneció cubierto por gruesas nubes la mayor parte de la mañana.
Mansamente, casi tímidamente, aproveché al máximo los claros ocasionales
para mirar los cuerpos celestes a través de vidrios especialmente ahumados
para ese fin. Silenciosamente, cínicamente me hallaba sentado, fumando
cigarrillo tras cigarrillo de marihuana, mascando mis hojas de coca y
esperando que la espada vengadora de la diosa cortara mi cabeza. No
ocurrió nada tan dramático, nada tan espectacular. Al final el eclipse llegó y
se marchó y el mundo siguió siendo el mismo. Un poco deprimido por el
fracaso completo en unirme con el Destino descendí de nuevo al valle de mi
fatalidad inminente, llegando a la finca donde vivía hacia la mitad de la tarde.
¿Peligro? ¡Qué peligro!
Fue sólo después de haber olvidado todo el asunto que el desastre
finalmente golpeó a la puerta. Había decidido tomar una ducha afuera, en una
pequeña cascada alimentada por una corriente a través de un largo y
complicado sistema de tubos hechos de guadua. Había una obstrucción en
alguna parte del sistema y debía ser removida si deseaba disfrutar de mi
ducha. Hallé la causa del problema en una masa de hojas muertas que se
había amontonado en un lugar oculto en medio de una gruesa maleza, justo en
una esquina donde la tubería de guadua cruzaba sobre una barranca pequeña
pero profundamente erosionada. Aparentemente se bloqueaba a menudo en
ese sitio, ya que alguien había derribado un árbol exactamente debajo para
permitir un fácil acceso al tubo. Subí por el tronco sin la menor aprensión y
caminé por el centro del improvisado puente. En ese momento, con la guardia
baja y preso de completo descuido, el tronco se estremeció súbitamente y se
rompió, haciéndome caer tres metros hasta el fondo del barranco,
quebrándome un par de costillas contra un peñasco mellado. El dolor fue
intenso, mi cabeza descansaba sobre un fragmento podrido del tronco del
árbol; muy suavemente, me desmayé.
El período de convalecencia fue prolongado y tedioso. Hubo de
transcurrir más de una semana antes de que fuera a casa de Elizondo y le
mostrara mis magulladuras. No es sorprendente que interpretase mi
desventura en términos de lo que él consideraba una obsesión por la
perversa y ramera diosa y me amonestó por mi continuada dependencia del
espíritu femenino, el modelo femenino, ya fuera Mama Coca, la duenda o, en
efecto, su hermana, misiá Eleonora. "Estas son cosas de un niño", dijo, con
mal disimulada burla, "un hombre no puede pasarse la vida mamando el seno
de su madre". Luego se volvió y sonrió cálidamente, casi alborozadamente, y
añadió: "Esta noche, así es, voy a trabajar. ¿Quisiera quedarse y
acompañarme?" A esas alturas, obviamente, no podía rehusar...

La coca y el curanderismo

A partir de entonces, nuestra relación se fortaleció continuamente y a lo largo


de todo 1974 hube de mantener contactos más cercanos e íntimos con
Elizondo que con cualquier otra persona en la región del Cauca. Aunque a
menudo me enviaba a estudiar con otros indígenas de los valles vecinos,
muchos de los cuales eran más viejos y respetados y más tradicionales en
sus prácticas, sin embargo, fue con él que aprendí en lo fundamental todos
los principios básicos de la masticación nocturna de coca como es realizada
por los Nasa. Desde el comienzo enfatizó que sería imposible aprender algo
"sobre" el chamanismo sin un propósito serio de trabajar como un iniciado y
así siempre fui presentado a su familia y a sus pacientes como un "asistente".
No puedo decir que estuviera muy feliz con ese papel, ya que
amenazaba con revelar una serie de inconsistencias que caracterizaban la
naturaleza de mi trabajo de campo. Después de todo, las simples
aproximaciones descriptivas o históricas al fenómeno de la coca eran mucho
más fáciles de manejar; todo lo que requería era apenas un poco de habilidad
investigativa y una disposición a viajar en lo que a veces eran condiciones
bastante incómodas. Abordar las prácticas mágicas, por otra parte, parecía un
proyecto mucho menos tentador. En primer lugar, no cabía duda de que
exigiría una valoración mucho más cabal y sustancial de mi supuesta
"participación" en la sociedad y en la cultura nasa de la que realmente podía
realizar en esa época. Por extensión, cualquier inmersión en el mundo del
curandero amenazaba también poner en cuestión todo el mito que sostiene a la
antropología misma, la idea de que uno puede investigar la "estructura" o la
"función" de un sistema dado de creencias sin volverse uno mismo parte de
dichas creencias. La alternativa se plantea siempre en los términos más
coercitivos: o bien se acepta la sabiduría convencional de la ciencia y se
persevera en una investigación puramente racional —(en cuyo caso,
inevitablemente, usurpa el papel de los dioses arrogándose su propósito, lo
cual es iluminar la vida con un significado divino)— o bien se abandonan para
siempre las empalagosas certezas de la academia, dando de hecho ese salto
cualitativo de fe que vuelve cualquier investigación sociológica una empresa
totalmente superficial.
Sin embargo, haríamos bien en preguntarnos si la fe ciega o el puro
desencanto son las únicas alternativas posibles. Es difícil evitar la conclusión
de que los términos de tal elección se fundamentan esencialmente en una
falsa dicotomía —materialismo o trascendencia— cuyo único objeto real debe
ser negar la visión unificadora que anima tanto al mejor misticismo como a la
más valiente ciencia innovadora. La dimensión política de esta tarea está
cimentada a través de un cientificismo ortodoxo, de una mezcolanza de
construcciones teóricas sin sentido que reducen a cada individuo a una
aritmética de papeles estériles y que revelan nada más que las categorías
mecanicistas del profesionalismo occidental. En vez del curandero en toda su
gloria, se nos enseña a pensar en términos de una especie de improbable
cruce entre un botánico/médico/psicoterapeuta/actor/ charlatán/místico; se nos
enseña a separar sus funciones de modo que no tengamos que considerarlo
como una persona integral, capaz de dar respuestas conflictivas y a menudo
contradictorias.
Precisamente a fin de evitar esta equivocada impresión, el presente
capítulo, definitivamente, no intentará resolver la tensión entre las
aproximaciones reverentes y escépticas a la cuestión del curanderismo
indígena. Por el contrario, buscará siempre mantener la tensión y
desarrollarla, porque el objetivo aquí es exponer los parámetros de cada
alternativa y no justificar ninguna conclusión en particular, ninguna solución
definitiva o final al problema. No sólo es esto fiel a mis propios (y
ambiguos) sentimientos sobre la cuestión sino también es el único tributo real
que puedo hacer a Elizondo y al pueblo nasa en conjunto, cuya cultura tan
felizmente excluye los dos extremos: el esoterismo gratuito y el cinismo
inflexible. Elizondo hubiera sido el primero en admitir que las funciones
sociales de su práctica eran tan importantes como cualquier cantidad de
comunicaciones con los dioses; pero nunca hubiera, por todo ello, intentado
tratar la enfermedad o la hechicería sin la ayuda activa de sus deidades
tutelares. En un sentido muy real, eran concebidas como representando y
reforzando los principios de la justicia natural; eran consideradas parte
efectiva de la biosfera, activas en la política ecológica de destrucción y
regeneración, una fuerza real que difunde todo lo creado con sentido y
propósito.
A menudo Elizondo colocaba su mano, literalmente, sobre mi corazón y
me preguntaba si yo creía en "dios." Como yo sabía que no se refería a la
trinidad cristiana no sentía escrúpulos para contestarle afirmativamente pero,
al mismo tiempo, no podía evitar hallar su cuestionamiento un poco
desconcertante. En verdad era consciente de que su objetivo era provocar en
mi alguna percepción de la realidad palpable de sus dioses, pero yo no estaba
muy seguro de que dicha transformación (el paso de la aceptación racional de
lo sobrenatural, como una idealización del mundo natural, a una experiencia
sublime de la inmanencia de las deidades mismas) estaba plenamente a mi
alcance, al menos en las primeras etapas de la investigación. Regresaremos
más tarde a examinar esta cuestión de ser capaz de "ver" a los dioses debido
a que, obviamente, es de gran importancia para poder comprender cuáles
son las verdaderas raíces de la vocación chamánica. Al comienzo, sin
embargo, mi propia inclinación era tratar de analizar el problema de la fe en
términos de la consciencia en sí.
Un punto de partida fructífero fue encontrarse en medio de las obvias
diferencias entre las concepciones del curandero y del antropólogo acerca de
la función de la magia y la hechicería. Quizás uno puede creer adecuado
adoptar la cautelosa perspectiva de la ciencia social convencional, alegando
que el observador externo sólo es capaz de percibir el papel "objetivo"
desempeñado por el curandero, ya que su propia comprensión
necesariamente está envuelta en una visión egocéntrica o enteramente
"subjetiva" de los hechos. El problema con este enfoque es que presupone
alguna clase de definición inequívoca de lo que constituye la diferencia entre
formas objetivas y subjetivas de consciencia. En otras palabras, ignora el
hecho de que tanto la objetividad como la subjetividad son uña y carne del
mismo proceso intelectual. Como solía señalar Jean Paul Sartre:
Existen dos maneras de caer en el idealismo: una consiste en disolver lo real en
la subjetividad; la otra de negar cualquier subjetividad real en interés de la
objetividad. La verdad es que la subjetividad no es todo ni nada; representa un
momento en el proceso objetivo (aquel en el cual lo externo se internaliza), y este
momento se elimina perpetuamente sólo para renacer de nuevo.251

La verdadera "participación" como antropólogo, por consiguiente, significa


aceptar que la experiencia subjetiva modificará y aún distorsionará la tan
alabada objetividad del enfoque sociológico; significa admitir que cualquier
comprensión del proceso social objetivo depende de un momento antecedente
de conciencia subjetiva en el campo. En un sentido, entendí que esta era la
“fe" que Elizondo me exigía, quizás no para “ve” a sus dioses, sino más bien
para ver los eventos que se desarrollaban ante mí con una mentalidad abierta
y sin recurrir a ningún modelo preconcebido de comportamiento. Todo esto
puede parecer perfectamente obvio, y el punto más significativo debe ser con
seguridad que las implicaciones del lazo doble objetivo/subjetivo no pueden

251
Jean-Paul Sartre, Discurso sobre el Método, citado en Diamond et. al. (1975, p. 110). Ver también la
provocativa discusión de Jay (1972) de la tendencia de los antropólogos a tratar a sus informantes como meros
objetos de estudio.
limitarse simplemente a la persona del antropólogo, sino que también deben
aplicarse igualmente a la figura del curandero. Este no opera, como muchos
"científicos" quisieran hacérnoslo creer, en un pozo de subjetividad alienada e
inoperante; no es meramente un autómata psíquico capaz de “proyecta”
fuerzas y energías extrasensoriales. A fin de poder proyectar con éxito, debe
saber con qué está confrontado, y la disciplina del curanderismo tiene que ver
precisamente con la apertura de la percepción del iniciado a las
comunicaciones del mundo exterior. Debe aprender a “internalizar” dichos
mensajes con exactitud, de modo que su lectura de los eventos forme una
reflexión exacta de la realidad social más amplia y objetiva en la que se
practica el acto mágico.
En la cultura occidental, la transferencia de información se considera
generalmente como una cuestión de lenguaje y de imágenes gráficas,
elementos cuya forma nítida encuentra un eco simpático en la estructura de
nuestro aparato intelectual racionalista. Los Nasa tienen, quizás, mucho
menos razón para tener fe en los poderes del argumento racional y el debate
lógico. Los curanderos en particular, dan mucho más credibilidad a una forma
de comunicación que emplea el cuerpo mismo como su medio. Aquí radica la
singular importancia de la masticación de coca en el contexto nocturno, ya
que sólo ella es capaz de promover, por medio de una "magia" que Occidente
vería quizás más prosaicamente en términos de simple farmacología, las
señas o sacudimientos musculares involuntarios que sirven de base para casi
toda adivinación nasa. El mismo verbo “adivina” —peijúia en nasa—
usualmente implica que el chamán permanece sentado afuera por largas horas
durante la noche interpretando los súbitos espasmos involuntarios que la coca
produce en su cuerpo inmóvil. En la práctica cotidiana, en consecuencia, el
"trance" adivinatorio del curandero nasa tiene poco que ver con algún estado
visionario o con alguna "posesión" de parte de un determinado espíritu. Todo
lo contrario, depende en gran medida de un estado cuidadosamente
orquestado de comunicación "automática" que se transmite a través del
propio cuerpo estimulado por la coca.
Sistemas similares de misticismo corporal también fueron comunes
entre un gran número de otras tribus colombianas, particularmente aquellas
cuyos lenguajes pertenecían al difundido grupo macro-chibcha. Las crónicas
informan que el temblor de los dedos y el movimiento de las articulaciones era
considerado como un "presagio" por los Muiscas de la Sabana de Bogotá en
el siglo XVI. Sus contemporáneos, los Taironas de Santa Marta, también
practicaban la adivinación por medio del sacudimiento muscular y el teclear
de las uñas de los dedos. Hoy en día, los vecinos indígenas Koguis de la
Sierra Nevada de Santa Marta todavía desarrollan prácticas parecidas,
suministrando paralelos cercanos con el caso nasa y, como todas estas
sociedades son bien conocidas por su uso de la coca, subrayando la
importancia de esta droga en determinar el empleo de las señas como
sistema de adivinación.252
La "adivinación" es en sí, por supuesto, un término muy nebuloso y sería
adecuado considerar las aplicaciones precisas que los Nasa han
encontrado para sus señas. A menudo sólo sirven para determinar el
momento propicio para llevar a cabo un ritual dado, trátese de una ceremonia
de limpieza o del rechazo de un ataque de hechicería, y a veces se usan para
determinar qué hierbas deben emplearse para curar un paciente de su
enfermedad. Por ello el chamán se sienta con sus pantalones levantados
hasta la rodilla y las hierbas apiladas a su lado, pasándolas una por una por

252
Véanse Kroeber (1949) para un estudio sobre los Muiscas, y Reichel-Dolmatoff (1966) para referencias a
los Tairona y a los Kogui.
encima de su pierna derecha del tobillo a la rodilla. Aquellas hierbas que
causen un estremecimiento de los músculos de la pantorrilla son las que se
deben usar para tratar un caso particular, mientras que las otras se descartan
en seguida.
En algunos casos, sin embargo, la estimulación generada por la coca
(cuando se toma en un estado de inmovilidad) es tan grande que la reacción
nerviosa puede volverse excesiva y entonces las señas son demasiado
numerosas e insistentes como para ser eficazmente interpretadas. Los Nasa
sólo consideran el movimiento único como auténtica seña; cualquier temblor o
sacudimiento repetitivo no recibe connotaciones mágicas. En efecto, la
necesidad de controlar las señas y mantener su frecuencia dentro de los
límites aceptables, puede ser la explicación real del difundido uso del tabaco
y otras hierbas como masticatorios consumidos junto con las hojas de coca.
En la región del Cauca, el tabaco en forma de cigarros se masca o se fuma
comúnmente junto con la coca; la combinación de las dos plantas —y de una
tercera, la hierba chúyuts, cuyos efectos tranquilizadores refuerzan más el
efecto del tabaco— usualmente se considera esencial para lograr cualquier
evocación significativa de las señas.
Las señas en sí son sometidas a una gran cantidad de interpretaciones
personales, y el largo proceso de diez o veinte años necesarios para
convertirse en un curandero respetado en la comunidad nasa, implica una
paciente y gradual afinación de su significado simbólico en el propio cuerpo.
Una definición demasiado rígida de la connotación de las señas en cada
músculo sería obviamente una excesiva simplificación pero es posible
establecer ciertas guías generales con respecto a su interpretación.253

253
Véase Bernal (1954), y su intento de definir señas en un patrón demasiado rígido. Jaulin (1973, p. 438) ha
señalado que la adivinación debe ser "...intuitivamente compatible con lo que pueda ocurrir, o con lo que
Cualquier significado real depende en gran medida del contexto en el que se
dan las señas y así éstas deben verse en términos de respuestas a preguntas
específicas formuladas por el curandero. Muy pocas señas tienen significados
absolutos o irreversibles, aún en la experiencia de un solo individuo, y con
seguridad no existe un patrón único compartido por todos los Nasa.
La clave con relación a las señas radica en su potencial dramático, y un
sacudimiento en un músculo específico posee tantos significados como el
músculo tiene movimientos y usos. El caso de los músculos de la pierna, que
pueden emplearse para una serie de acciones distintas, suministra un ejemplo
excelente de la variedad de interpretaciones posibles. Dependiendo de las
circunstancias, diferentes señas musculares pueden significar ir o venir,
levantarse o caerse, caminar o deslizarse, o cualquier otro conjunto de
movimientos asociados con los músculos de las piernas. Otros músculos
tienen connotaciones menos dramáticas y por ello su significación está más
claramente definida. Un caso pertinente seria el de los músculos del corazón:
las señas que afectan este órgano se consideran una interrupción de su normal
acción involuntaria, y por analogía con los efectos de una falla del corazón, se
cree que indican la inminencia de algún accidente mortal o de un ataque
homicida. En muchos otros casos, no es la capacidad de acción muscular la
que está involucrada, sino por el contrario un evento dramático que roza la
superficie del cuerpo desde fuera. Ejemplos de esto incluirían una seña que
baje por la mejilla --que indica lágrimas y, por extensión, una muerte o
desgracia en la familia-- o una que circunde la muñeca --que significa el uso
de una soga o de esposas y, por consiguiente, el apresamiento de alguien por
parte de las autoridades.

se percibe como deseable que ocurra".


El aspecto dramático o imitativo de las señas no puede, sin embargo,
suministrar siempre una explicación enteramente adecuada de su significado.
Otra interpretación vería las señas como puntos de resistencia generados a lo
largo del curso tomado por la energía física que fluye a través del cuerpo del
curandero. Dicha energía, concebida como una corriente análoga a la de un
circuito eléctrico o de un campo magnético, se ve entrando al organismo humano
desde el suelo y a través del pie derecho, circulando hasta el lado derecho de
la parte superior de la cabeza y finalmente abandonando de nuevo el cuerpo
por el pie izquierdo.
Es con el objeto de promover el flujo ininterrumpido de esta energía que se
pasan de derecha a izquierda los "remedios" o hierbas, y la vara mágica
(tama en nasa) por encima del cuerpo del paciente durante el tratamiento.
Como es de suponer, un acto muy eficaz de hechicería ofensiva consiste en
colocar un bolo de coca mascada debajo del pie derecho de un rival mientras
éste se halla descuidado, "bloqueando" así el flujo de energía hacia su cuerpo
y volviéndose virtualmente impotente. Es claro, igualmente, que la parte
superior de la cabeza debe considerarse como el punto central, puesto que es
allí donde se devuelve la energía que entra para empezar a salir; de esta
manera, una seña en ese sitio se toma como interrupción, desastre o la
inminencia de un ataque de hechicería en forma de un rayo en el cerebro.
Cualquier seña que corra contra la dirección normal del flujo; es decir,
una seña en el muslo, la pantorrilla, el tobillo o la punta del pie que corra hacia
abajo por la pierna derecha o hacia arriba por la pierna izquierda,
generalmente se considera indicativa de una condición que empeora. Cualquier
seña que corra en la misma dirección del flujo de energía —subiendo por la
pierna derecha o bajando por la izquierda— se considera indicativa de
mejoría. La punta del pie es el punto más importante: si una seña corre desde
el empeine del pie a la punta del pie derecho, la muerte es inevitable y el
chamán se negará a tratar más a su paciente. En el pie izquierdo, sin
embargo, la misma seña significa que está a la mano una cura definitiva.
Entonces, es la combinación de los aspectos dramáticos de las señas con su
explicación como puntos de resistencia a lo largo de un camino de energía
psíquica, lo que en conjunto permite tan extraordinaria variedad de
interpretaciones. Así, un músculo de la pantorrilla puede indicar con una seña la
llegada de un amigo —si se da al lado derecho— o de un forastero —si se da
en el lado izquierdo. Los sacudimientos en la planta del pie suponen que el
curandero llevará a cabo un viaje pronto, bien sea como pesquisa —pie
derecho— o como escape —pie izquierdo—. Si las señas se dan en el mismo
órgano en ambos lados del cuerpo, usualmente se toma como signo de una
inminente confrontación o contienda de hechicería. El órgano mismo sirve para
determinar el terreno en el que se llevará a cabo la contienda, ya se trate de
agilidad (señas del pie), fortaleza (señas del brazo), visión (señas del ojo) o
cualquier otra capacidad física o mental.
El uso nasa de las señas como sistema de adivinación, de hecho
fundamentada en la propia farmacología de la masticación de coca, difiere,
notablemente, del tipo de adivinación practicado por los indígenas de los
Andes centrales, quienes tienden a usar las hojas de coca en forma más
explícita. El diccionario Aymara de Bertonio (1612) empleaba la frase cocana
ulljata (que significa "adivinar mirando la coca") que debe haber sido el
sistema descrito recientemente por La Barre, en el que un puñado de hojas se
arroja sobre un paño. De nuevo, la interpretación del lanzamiento es
situacional o contextual, pero en general, las partes superiores de las hojas
indican buena fortuna, mientras las partes inferiores usualmente significan
mala suerte.254 Los Quechuas, por otra parte, normalmente practican su forma
de adivinación por medio de hojas de coca mascadas. Se conocen dos
sistemas diferentes: uno implica la interpretación del jugo de la coca
escupiéndolo en la mano, y el otro requiere mascar una sola hoja buena hasta
formar una bola. Cuando se la saca de la boca, un suceso favorable puede
ser indicado por el hecho de que el tallo de la hoja sobresale de la bola
mascada, mientras que una desgracia se sugiere con una proyección de la
extremidad opuesta de la hoja.255
Otro aspecto notable de los Nasa es su renuencia a usar hojas de coca
como cualquier forma de "ofrenda"; práctica de la que se ha informado
ampliamente en otras partes, aún entre los grupos de habla chibcha como los
Koguis de la Sierra Nevada y los extintos Muiscas de Bogotá y Tunja. 256 La
única excepción sería la costumbre nasa de enterrar coca con el muerto; pero
incluso ello parecería menos una "ofrenda" que un caso de suministro de
provisiones para el difunto en su próximo viaje al otro mundo. La reticencia de
los Nasa a usar la coca como ofrenda puede deberse a que ellos consideran
que el poder mágico, así como las señas, emanan no de la coca en sí sino de la
masticación de coca por parte de un curandero. En otras palabras en el esquema
nasa parece que las hojas de coca están desprovistas de potencia innata y para
su efecto dependen enteramente del contexto específico en el que se
emplean. Esto indica no solamente una coherencia sorprendente con las
últimas concepciones de la farmacología —aquellas que subrayan la

254
Véase La Barre (1948, p. 178).
255
Véanse Cooper (1949), Stein (1961, pp. 318) y Rostworowski (1973).
256
Los Muiscas utilizaban coca quemada como ofrenda incensaria Castellanos (1944) y Zamora (en Pérez de
Barradas, 1957, p. 221)- Los Koguis ofrendan hojas de coca demenuzadas en los cuatro puntos cardinales
antes de proceder a un funeral humano, Reichel-Dolmatoff (1967). Para las diversas formas de ofrenda
comunes en los Andes centrales, véanse La Barre (1948), Rostworowski (1973) y especialmente Osborne
(1968, p. 98): "La ofrenda más perfecta de todas consiste en quemar grasa de llama con coca a la medianoche
dentro de un círculo de estiércol seco de llama y luego echar la cenizas a un arroyo".
importancia de la “expectativa” cultural (set en inlges) y del "contexto"
ambiental (setting) para determinar los efectos de una forma particular de
usar las drogas— sino que implica asimismo el reconocimiento de una
cosmología nítidamente no material, en la que los atributos puramente
químicos de la coca están sujetos a fuerzas más poderosas, capaces de
bloquear o liberar la producción de alcaloide de la planta y de negar o
potenciar las fuerzas de las hojas solicitadas por el curandero.
Los principios subyacentes no son difíciles de comprender, al menos en
su contorno básico, y no es sorprendente que puedan compararse con
muchos otros sistemas religiosos de naturaleza similar. Debido a que viven
en contacto estrecho con el mundo natural, los Nasa reconocen que todo lo
creado está sujeto a un ciclo inevitable de crecimiento, destrucción y
transformación y, aún más, aceptan estóicamente el hecho de que el cuerpo
humano no puede exceptuarse de este proceso biológico. Dentro del
contexto de este ordenamiento predatorio —la cuestión diaria de comer y ser
comido— se puede decir que sólo dos puntos representan valores duraderos,
y es alrededor de estos pilares gemelos que gira toda la lógica de las
prácticas mágicas de los Nasa. Por una parte, existe la idea de un Creador
fundamental: Dios o Agñús, cuyo nombre se deriva quizás del Agnus Dei de
los misioneros coloniales y cuya inmovilidad y permanencia se complementa
con una divinidad más dinámica: el Trueno o Pishím en su manifestación
cosmológica, también conocido en su forma antropomórfica con el nombre de
Juan Tama, el héroe cultural de los curanderos más tradicionales. En el polo
opuesto está el espíritu irreductible del individuo, el alma — normalmente
vista como el "pulso" o latido del corazón— que abandona el cuerpo luego de
la muerte. Todo lo demás se considera que subsiste en un estado de flujo, y
nada está más expuesto a súbitos trastornos que el cuerpo humano. Por
consiguiente, no sería incorrecto decir que la "medicina" nasa funciona
principalmente como medio para restablecer comunicación y solidaridad entre
el individuo y sus dioses, dando fuerza y convicción a un ,pulso" vacilante y
permitiendo así a cada persona superar las fuerzas parásitas que lo (o la)
despojarían de la vida en la tierra; trátese de fuerzas naturales inherentes al
ambiente, o más importante aún, fuerzas sociales dentro de la comunidad.
Los curanderos nasa raras veces escogen su profesión por medio de un
acto consciente de la voluntad; por el contrario, se les impone por una mezcla
de señas insistentes y no solicitadas, así como experiencias visionarias que
no les dejan otra alternativa.. A menudo un hombre joven tratará de resistir su
vocación, porque sabe que difícilmente le traerá paz mental o prosperidad
material; pero llega un momento en que se arriesga a enfurecer a los dioses
con tal comportamiento, cortejando el desastre y la eventual locura al no
atender sus visiones y avenirse con sus señas. Es comprensible que tienda a
transferir los atributos de estas experiencias visionarias iniciales al carácter
de sus propias deidades tutelares, y fue así como Elizondo interpretó mis
descripciones de Mama Coca: asimilándola al tipo general de espíritus
conocidos como duendes (o duendas en la forma femenina) en español y
como káIyim en nasa.
Los káIym están asociados estrechamente con determinados factores
naturales como lechos de ríos, cascadas o cuevas —o arbustos de coca para
el caso— y a veces aparecen bajo una forma antropomórfica, un diminuto
espíritu juguetón normalmente descrito con atributos semibestiales con un
cuerpo muy peludo. En general considerados como moralmente neutrales o
indiferentes, sólo persiguen y ofenden a aquellos individuos que han
rechazado su vocación como curanderos o que han dejado de observar los
necesarios rituales de limpieza de su persona o su casa. La disciplina inicial
del curandero consiste principalmente en adquirir familiaridad en el trabajo con
los kálym, definiendo qué manifestaciones particulares están más de acuerdo
con su disposición personal y acostumbrándose a llamar dichos espíritus
como aliados o mensajeros en la práctica mágica.
A menudo Elizondo aludía a la necesidad de ver a los kályim en su
apariencia tradicional; se extendía hablando para señalar que mi versión de un
kályim femenino —Mama Coca— necesariamente era muy peligrosa, puesto
que los Nasa consideran a las mujeres y en general a las fuerzas femeninas
casi completamente "lunáticas" y destructivas en el contexto mágico. Sobre
todo, enfatizaba que el contenido de una experiencia visionaria particular —
un sueño, una alucinación, una percepción súbita de inmanencia divina— era
en sí misma accesible a la disciplina; que uno podía aprender a reconocer
manifestaciones específicas de los ká1yim en las condiciones del clima, en el
vuelo de los pájaros, incluso en el débil resplandor de una hoja sostenida
contra los agónicos rayos del crepúsculo. Por consiguiente, sugería que
concentrara mis esfuerzos en graduar mi respuesta a las diversas formas
exteriores de los kályim; incluyendo, por supuesto, la de las plantaciones de
coca, pero aún más importante, las relacionadas con el arco iris, kitús en
nasa, fenómeno cuya ocurrencia casi diaria en Tierradentro suministraba una
metáfora perfecta para una ascensión de las esferas terrenales al cielo.
Sin embargo, el "cielo" en sí era una entidad literalmente nebulosa, la
morada del dios Pish o Pishím o Kapish, llamado en español simplemente el
Trueno. Una vez liberadas de la escena de sus vidas terrestres, las almas de
los muertos se supone que viajan a las nieves perpetuas arriba en los flancos
del Nevado del Huila (5,750 metros de altura), ya que esta es una cumbre
envuelta en una cubierta casi perpetua de nubes. Pishím sólo está en casa
en un cielo nuboso, empleando su energía creadora para llover agua, la
fuente física de toda vida. Cuando el cielo está claro, regresa a su lugar de
descanso bajo la superficie de los lagos fríos y desolados del páramo, sobre
la cadena principal de la Cordillera Central. Debido a que se trata de un dios
omnipresente, diferentes resguardos nasa identifican su "casa" en diferentes
lagos; en el pasado éstos fueron escenario de actividades rituales
importantes, como la iniciación formal de nuevos curanderos o del lavado de
los bastones de mando (las chontas) que denotan autoridad política en el
cabildo de cada resguardo. En las raras ocasiones en que es visto en forma
humana, Pishíni —o más bien Juan Tama, puesto que es con este nombre
que se le conoce en su forma antropomórfica, debido a su asociación con el
arma principal del curandero, la tama o vara ritual— asume la apariencia de un
anciano de estatura extraordinariamente baja, ocasionalmente con genitales
exagerados y pendulares y un gran sombrero verde hecho con hojas de
banano, y casi invariablemente con una o dos bolsas para coca colgadas
alrededor del cuello, simbolizando su maestría en las artes mágicas. Por
consiguiente, no es sorprendente notar que su costumbre de llevar la bolsa
para coca colgando simplemente como un pechero sobre el tórax, y no sobre
el hombro o la cadera como se usa durante el día, subsista como uno de los
rasgos distintivos de cualquier curandero nasa dedicado a empresas mágicas.
Es importante examinar más de cerca la clase de situación en la que la
visión de Juan Tama aparece al curandero, puesto que es distinta al estado
altamente consciente y de vigilia que en general acompaña el "fuego" sensorial
producido por las manifestaciones de los kályim. A diferencia de estos
espíritus menores, Juan Tama jamás puede ser emplazado o manipulado.
Posee una voluntad propia y anuncia su proximidad poniendo al curandero a
un estado de extremada somnolencia, mostrando su poder precisamente por
la superación de los efectos estimulantes de cualquier coca que el curandero
haya podido mascar. En este estado de modorra, generalmente descrito en
términos de tener los párpados cerrados, el curandero es "despertado" de
pronto por Juan Tama, quién envía su mensaje o consejo y luego cierra de
nuevo los ojos del curandero antes de partir. Debido a su poder sobre la coca
y su habilidad para "poseer" totalmente al curandero en esa forma, Juan
Tama es considerado el amo de todos los practicantes de magia nasa, una
deidad benefactora, un defensor de la práctica tradicional. Su carácter,
entonces, es bien distinto a los serviciales espíritus kályim que pueden ser
controlados o manipulados por medio de la coca y otras hierbas.
Es raro que los Nasa hablen de más de dos o tres encuentros con Juan
Tama en una vida entera dedicada a las artes mágicas. Aquellas ocurren
característicamente en momentos extremadamente cruciales de la carrera del
individuo, como durante su largo período de iniciación o poco antes de su
muerte, y definitivamente no forman parte de la experiencia diaria del
curandero nasa. Aunque la práctica cotidiana se caracteriza a menudo por
estados de trance o disociación, éstos son vistos como una forma de
comunicación apenas indirecta con Juan Tama, emprendida a veces por
mensajeros kályim o más corrientemente, establecida por medio de las señas
corporales. En consecuencia, la intervención de Juan Tama, su habilidad
para bloquear o liberar el flujo de señas en un individuo, puede ser vista como
el principio que regula y disciplina toda la estructura de la magia nasa. Aquél
que resulta triunfante en un duelo de hechicería lo debe, en últimas, a un ruego
a Juan Tama, ya que es sólo su fuerza la que puede vencer el uso de hierbas
venenosas o la manipulación de los espíritus kályim por parte de un rival
inescrupuloso.
Todos los curanderos normalmente tienen al menos un encuentro con Juan
Tama en las etapas de la iniciación de su carrera, pero cualquier individuo
que haya sufrido una o más derrotas mágicas importantes y haya vivido, a
menudo se cree que mantiene un contacto especialmente estrecho con esta
divinidad, asumiendo el papel de uno de los "escogidos". Su reputación, por
consiguiente, puede aumentar como resultado de esos reveses en vez de
declinar, ya que una derrota mágica mayor se considera como un paso por la
topografía del caos —con frecuencia percibido en forma de locura temporal
o como un viaje a la tierra de los muertos "antiguos". Ello implica
usualmente un período de algunos meses de duración durante el cual el
curandero abandona los valles habitados y se retira a "vivir como un animal
salvaje" de los alimentos que pueda hallar en los espesos bosques de la alta
cordillera.
Elizondo alegó haberse "perdido en el monte" por lo menos tres veces
en su experiencia de veinte años como curandero. Describía cómo en todas
estas ocasiones su cura se efectuó por la aparición súbita de una bolsa de
coca recién tostada y un mambero o recipiente para cal; dos veces éstos le
fueron dados por Juan Tama en una visión, mientras que la tercera vez
simplemente encontró la bolsa colgando de un árbol al lado de una cascada.
En el último caso, él supuso que el kályim de la cascada actuaba como
intermediario de Juan Tama y resolvió que eso significaba que el dios estaba
furioso por su excesiva inclinación por la hechicería agresiva. Por eso eliminó
de su repertorio todos los símbolos maléficos y hierbas venenosas y aprendió
a tratar los conflictos mágicos sólo por medio de rituales puramente
defensivos. Esta evolución, afirmaba, era muy típica de la mayoría de los
curanderos que llegaban a la madurez plena; a la edad de cuarenta años,
más o menos, habían logrado dominar todas las variedades de la práctica
mágica y los trucos más desagradables ya no parecían ni necesarios ni
deseables. Parece probable que un par de severas derrotas mágicas, rozando
con la muerte, son suficientes para refrenar la malicia de incluso los jóvenes
curanderos más impetuosos. Ciertamente, cualquier individuo que persiste en
un comportamiento mágico unilateralmente agresivo o "paranoico" se
considera listo para una pronta sepultura, y pocos lamentarán su muerte.
En todo caso los Nasa distinguen, muy claramente, entre adversarios
naturales y sociales y para mantenerlos a raya se emplean formas bien
diferentes de actividad ritual. La idea de un ambiente natural básicamente
despiadado o indiferente encuentra su expresión en el concepto de ptansh (el
sucio, en español); y varios rituales de limpieza se emplean para contrarrestar
su influencia maligna. La forma básica de limpieza de un determinado lugar
—una casa, un campo, un camino— se fundamenta de nuevo en el uso de la
coca, pero, de acuerdo con los principios establecidos para la adivinación por
medio de las señas, se trata siempre de coca mascada, y no de hojas
enteras. La acción consiste en escupir una nubecita delgada de saliva
mezclada con coca —a menudo complementado con aguardiente, tabaco y
otras hierbas mágicas— lo cual se logra enrollando la lengua y presionándola
con fuerza contra los dientes, de modo que sólo se liberen partículas finas y
no un chorro sólido. Esta acción de escupir o regar se conoce como pútia en
nasa y se traduce al español con el verbo soplar. Los Nasa más tradicionales
harán pútia cada vez que tengan que atravesar bosques vírgenes, profundos
bancos de lodo, ríos de curso rápido o cualquier otro peligro natural. También
es costumbre hacer pútia en árboles que van a ser cortados para madera de
construcción, así como en cualquier tierra en la que se va a sembrar un nuevo
producto o donde se propone edificar una casa.
La acción pútia también se emplea para limpiar al ambiente durante los
rituales efectuados en momentos críticos del ciclo vital, tales como el
nacimiento, la muerte o el matrimonio. Las formalidades sociales de estas
ocasiones difieren de un lugar a otro y sin duda sufren constantes
modificaciones. Cuando Segundo Bernal Villa realizó su trabajo de campo a
comienzos de los años 50, los efectos de la Violencia aún no se habían sentido
con toda su severidad y había suficiente ganado en Tierradentro como para
permitir el sacrificio de cerdos enteros por los participantes. El curandero
recibía a menudo la mitad del animal por sus servicios; y esta era una
recompensa importante ya que las costumbres no permitían que los servicios
mágicos se pagasen con dinero. En nuestros días el curandero sólo exige
cierta cantidad de coca, tabaco y aguardiente para su uso durante el ritual; las
condiciones de escasez económica creadas por la "pacificación" militar de
Tierradentro a comienzos de 1960 acabaron con la práctica de hacer
sacrificios de animales, exceptuando quizás una o dos gallinas. La economía
del café ha afectado a muchos de los curanderos de las zonas más calientes,
algunos de los cuales ahora exigen un pago en efectivo por sus servicios. Las
ceremonias importantes de limpieza siguen siendo ocasiones que ameritan
regalos pródigos, por lo menos de acuerdo con los patrones actuales. Siempre
se sirve a los huéspedes y participantes grandes ollas de mote (una sopa de
maíz, frijoles, papas, cebolla, repollo, etc.) y una abundante cantidad de ñusa
(jugo de caña fermentado).
La principal ceremonia de limpieza —la única vez que se reúnen
grandes grupos de personas con propósitos claramente mágicos— es la vela
llevada a cabo para liberar al espíritu de un muerto y permitirle viajar sin trabas
al otro mundo. Se considera extremadamente peligroso permitir al fantasma
cualquier excusa para permanecer en las localidades que frecuentó mientras
estaba vivo, y nueve días después del entierro (en sí un asunto simple) la
familia debe contratar un curandero para limpiar la casa en que vivió el finado
y los campos que cultivó. Ello implica el uso repetido de la acción pútia, no
sólo en la casa y los campos, sino también en la cama de muerte del difunto.
Además, el curandero debe succionar la parte superior de la cabeza a todos y
cada uno de los miembros de la familia del muerto, librándolos de cualquier
ptansh residual causado por la estrecha proximidad con la muerte. Los
vestidos del difunto se lavan usualmente, se someten a pútia y luego se
incineran o se abandonan en uno de los lugares que más frecuentara. A
menudo su casa se deja vacía después de la limpieza hasta que queda
convertida en ruinas. Si el hombre era un curandero, su bolsa para coca y el
recipiente para la cal se colocan en el lugar donde acostumbrara sentarse a
leer sus senas; y dicho sitio será evitado conscientemente por sus herederos
durante muchos años.
Aunque los Nasa son conocidos en todo el Cauca por ser los mejores
expertos en estas materias, debe anotarse que los vecinos Guambianos
comparten también rituales similares de limpieza, lo mismo que los grupos
indígenas más aculturados del sur del Cauca y Nariño, los cuales usan la
técnica pútia en la misma forma que los curanderos de Tierradentro.257 En
efecto, dado el hecho de que los Guambianos han abandonado casi por
completo la masticación de coca en el contexto del trabajo diario, es quizás
significativo que sus términos para el curandero —pi´i mavi o maase mavi—
quieren decir literalmente "comedor de cal" y "comedor de coca"
respectivamente. Es más: con frecuencia los Guambianos invitan a los
curanderos nasa, especialmente cuando se requieren grandes rituales de
limpieza, y consideran su propia maestría en la masticación de coca —y con
ella las artes mágicas de pútia— insuficientes para tales ocasiones.
Dichos casos, que implican la suspensión de arraigadas hostilidades
étnicas, subrayan la crucial importancia otorgada a la correcta observancia de
las prácticas rituales tradicionales en muchas partes del Cauca. Si uno falla
en limpiar exitosamente el ptansh, los celosos espíritus kályim o los
fantasmas de la muerte se enfurecerán por el estado resultante de desorden e
inevitablemente llegara una retribución futura. Otro ejemplo clásico de la
necesidad de limpieza lo suministra el caso de la menstruación femenina. En
los resguardos nasa más remotos, cada familia conserva aún una choza
especial para la menstruación, donde las mujeres son aisladas de todo
contacto con las cosechas y sus parientes varones. Son alimentadas sólo por
sus familiares femeninos; deben bañarse a sí mismas y rociar sus ropas con
coca mascada y hierbas mágicas después de cada menstruación. Sin
embargo, no existe ningún sentimiento real de culpa atribuido a la
menstruación; después de todo es una función natural e inevitable, y el ptansh
que produce no es más virulento que, digamos, el que acompaña el descuido
de un hombre en la limpieza de su casa y campos luego de una ausencia
prolongada en otro valle. Este tipo de ptansh —podría denominarse "ptansh
natural", ya que resulta unicamente de la acción de procesos naturales— sólo
se vuelve una verdadera amenaza si se le deja enconarse sin la debida
limpieza ritual. De ningún modo puede considerarse tan peligroso como el
ptansh auténticamente maligno, el "ptansh social" que se genera por la
envidia, los celos y la codicia entre los distintos miembros de la comunidad. En
efecto, a éste normalmente se da el nombre distintivo de dji´íj en nasa y el
maleficio en español. Puede ser producido por un acto explícito de hechicería
agresiva o, aún más comúnmente, puede resultar de las animosidades
personales que casi inevitablemente son generadas por las tensiones de vivir
en una sociedad pequeña e igualitaria. En ambos casos, el desenlace final es
el mismo: primero las enfermedades y las desgracias, finalmente la muerte. No

257
Véanse Hernandez de Alba (1944) para Nariño, y Schwarz (1973) para los Guambianos.
es sorprendente que sea tratando con estas formas de conflicto social que el
curandero nasa demuestra su más grande fortaleza.
Aunque hoy exista una tendencia marcada a recurrir primero a la medicina del
hombre blanco, cualquier ataque serio de enfermedad o incluso una plaga
sobre las cosechas y el ganado, se trata consultando un té ué (curandero). El
té ué recibe de noche al paciente en su casa y procede a discutir los detalles
del caso, antes de salir a consultar sus señas, normalmente en un lugar
privado de meditación —káchi en nasa, sentadero en español— conocido sólo
por él. Allí puede descubrir que la enfermedad se debe a alguna negligencia de
parte de su paciente, a algún error en la limpieza de ptansh natural, entonces
regresa a casa y le da a la persona su veredicto. Junto con una buena
cantidad de consejos generales y ayudas morales, el curandero puede
recomendar el uso de ciertas hierbas medicinales o la limpieza pútia de la casa
del paciente. En la mayoría de los casos, sin embargo, el énfasis no está en
la prescripción medicinal y ni siquiera en las observancias de pútia, sino que
se concentra en una forma muy dramática de limpieza corporal, cuyo impacto
es obviamente un aspecto fundamental de la relación entre el paciente y el
curandero.
La primera de dichas técnicas tiene que ver con el pulso que, como ya
se ha señalado, normalmente simboliza el "alma", y consiste en una acción
similar a la práctica pútia. En una persona enferma, el pulso se torna débil y
sus palpitaciones descienden desde la muñeca hasta las puntas de los dedos.
Si se "escapa" de los dedos, la muerte ocurrirá inevitablemente. Es por ello
necesario obligar al pulso a regresar por los dedos, a través de la palma de la
mano, hasta la muñeca. Para esto el curandero sostiene los tres dedos
centrales de la mano del paciente y, con su boca llena de coca y otras hierbas
mágicas, "sopla" el pulso y le hace regresar.
La remoción de impurezas ptansh que pueden haberse alojado dentro
del cuerpo requiere un enfoque completamente distinto, por lo general
expresado en términos de chupar el ptansh. Este es un ejercicio peligroso, ya
que el curandero puede incorporar a su propio cuerpo las impurezas que ha
recibido de su paciente. A fin de prevenir esto él llena su boca a plena
capacidad con hierbas fuertes y coca, produciendo así una masa que actúa
como recipiente del ptansh y que luego puede ser removida de su boca y
enterrada. En el caso de una enfermedad física, la zona afectada del cuerpo
se succiona de la manera descrita. En el caso de una muerte en la familia,
como ya se ha señalado, el curandero succiona a todos los parientes vivos en
la parte superior de la cabeza para extraer cualquier ptansh residual causado
por su estrecha proximidad con el difunto. Un té ué realmente habilidoso a
menudo vomita cuando está escupiendo las hierbas que contienen el ptansh,
con el objeto de demostrar que se ha librado de cualquier posibilidad de
contagio.
La razón para estas preocupaciones nos lleva necesariamente a un
examen de la dinámica fundamental de la magia nasa —el duelo de
hechicería— ante la cual toda la limpieza pútia y todos los rituales de succión,
soplo y lavado aparecen relativamente insignificantes. Hemos visto que el
dji´íj ciertamente puede ser considerado como la causa latente, subyacente
de un caso dado de enfermedad; pero no es tanto una forma activa y
ceremonial de hechicería como una "posesión" de naturaleza pasiva, casi
inconsciente, y no implica necesariamente la intervención de un curandero ni
el planteamiento de un duelo formal entre las dos partes de un conflicto.
Entonces, se debe introducir el nuevo concepto de ech o echím para
denominar la clase de ataques mágicos individuales que se dan normalmente
en la práctica de la hechicería nasa, ya que es ech solo y no dji´íj el que se
considera capaz de desplazamientos súbitos y golpes fulminantes,
especialmente aquellos que pueden relacionarse con nuestra idea de un rayo.
Los primeros autores, normalmente, creían adecuado describir ech
como "el demonio;" más semejante simplificación, tan cruda como
etnocéntrica, hace poca justicia al sentido que los Nasa dan al término, sobre
todo porque existen muchas apariencias del ech, cada una de las cuales
depende para su significado de un contexto preciso, de una situación
dramática específica. En el curso de las actividades cotidianas, por ejemplo,
ech se usa a menudo como exclamación, a fin de expresar la llegada
sorpresiva de algo inesperado a un espacio ocupado por un grupo o individuo
particular. Una persona puede gritar "ech!" cuando un perro extraviado o
cualquier otro animal se acerca a su casa, y con frecuencia este grito va
acompañado por el lanzamiento de una piedra. Ech, por consiguiente, parece
estar claramente asociado con un invasor, capaz de producir desorden en el
área, limpiada por el comportamiento ritual relacionado con la habitación
humana. Debido a que el área en que el curandero hace su magia también ha
sido limpiada ritualmente al comienzo de cada empresa ceremonial, es fácil
comprender por qué ech ha llegado a usarse como término general, aplicado
a todos los asaltos mágicos al área en cuestión.
Entonces, en los más simples esbozos, el duelo de hechicería requiere
primero que el curandero defina su área, estableciendo un "espacio limpio"
alrededor de su paciente por medio de una serie de observancias rituales
razonablemente clásicas. Estas se efectúan afuera y de preferencia en una
noche sin luna, ya que demasiada luz usualmente no se considera muy
conducente para el vuelo de los espíritus. Los rituales en sí incluyen la
colocación de una ramita de hierba cháyuts en la coronilla del paciente —
protegiéndole de ataques externos—, la acción de pútia de coca, tabaco y
aguardiente en los cuatro puntos cardinales —limpiando la vecindad inmediata
de ptansh— y una combinación de succión y soplo del pulso para iniciar la
purificación del cuerpo del paciente. Habiendo terminado la limpieza inicial, el
curandero monta luego un “altar” o “mesa” como punto focal de la sesión.
Este consiste en su vara tama clavada en el suelo y sustentando bolsas yáha
de coca y otras hierbas mágicas, combinación que a su vez está flanqueada
de un lado por un calabazo de aguardiente (con cháyuts flotando en la
superficie), y del otro, por un hueco profundo.
En una atmósfera de creciente seriedad y ansiedad, el curandero y su
paciente esperan las señas que anuncian la llegada del agresivo ech a su
"espacio limpio" preestablecido. Una vez identificado, el ech debe ser
capturado, acción que normalmente se efectúa con un molinete súbito y
dramático, que expresa al paciente el punto clave de su cura. La clase de
captura depende obviamente del tipo de ech hallado en cada ocasión. Puede
tratarse de una "alucinación" colectiva que revolotea en el aire encima del altar
y, en ese caso, el chamán tomará su vara tama y golpeará al espíritu
colocándolo en el hueco. Alternativamente, el ech puede manifestarse como
un animal, o aún más comúnmente, como una luciérnaga conocida como
echimbé (ech rojo), una especie distinta que se reconoce fácilmente por su
vuelo suave y por la emisión de una fuente de luz constante, a diferencia de
los movimientos espasmódicos y la luz centelleante de las luciérnagas
blancas comunes que abundan en Tierradentro. El animal o el echimbé son
tomados por el curandero y envueltos en hojas de banano, junto con algunas
fuertes hierbas mágicas y un símbolo de penetración como una espina, una
garra o el diente de una serpiente. El ech capturado se entierra en el hueco y
se cubre con varias capas de tierra y hierbas; luego el paciente es limpiado
una vez más, su cuerpo es succionado, lavado y fregado con hierbas, las
cuales, junto con la coca y el tabaco empleados por el curandero, se
entierran en el mismo hueco y se sellan con numerosas capas de tierra y
hierbas frescas machacadas.
El ciclo completo —discusión preliminar, adivinación por medio de
señas, primera limpieza, captura del ech y limpieza final— normalmente
ocupa toda la noche, y el curandero no descansa hasta que el amanecer no
comienza a mostrarse en el horizonte oriental. Sin embargo, puede haber
casos en que el curandero desee levantar la sesión, quizás porque ha
recibido una seña en la coronilla o en el corazón que le indica que se halla en
peligro de sufrir un importante revés a manos de un espíritu ech al que es
incapaz de dominar. El curandero puede desear dormir en tales circunstancias
y, debido a que el sueño es normalmente considerado la condición más
vulnerable del hombre, existen precauciones que puede tomar para
protegerse, precauciones que enfatizan el papel del altar que ha sido descrito
anteriormente. Durante el sueño, se monta la misma combinación —la vara
tama, bolsas yáha de coca y otras hierbas, así como un calabazo lleno de
aguardiente y cháyuts— detrás de la cama del curandero; se cree que todos
los ech son desviados o absorbidos por la coca, las hierbas y el aguardiente.
Por la mañana todo esto se entierra, formalmente, y se sella en la forma
descrita arriba.
Cualquiera que sea la circunstancia en que se logre, la captura y entierro
del ech agresivo implica que su potencial malévolo se revierte al remitente,
quién recibe una seña indicando el fracaso de su ataque. Dicha seña hará
que el rival redoble sus propias medidas defensivas y ofensivas, ya que el
ataque de un ech específico no elimina necesariamente las razones
subyacentes de la animosidad social; un estado continuo de mala sangre
mutua, o dji´íj fácilmente puede conducir a una emisión de ataques ech de
cualquier lado. Elizondo y mis otros informantes a menudo decían sobre la
cuestión de si los ataques ech requerían necesariamente el uso de rituales
explícitamente agresivos, el más común de los cuales consiste en colocar
espinas o hierbas venenosas en contacto con suelo que haya sido pisado por
el rival. En efecto, bajo ciertas circunstancias, un ataque ech se cree que surge
espontánea o inconscientemente, en una situación caracterizada por una
peligrosa acumulación de dji´íj, y las fronteras formales que ha establecido
entre dji´íj y ech, considerando al primero como el antecedente de la
animosidad social y al segundo como el ataque mágico ritualizado, con
frecuencia se borran en la práctica.
Es bastante difícil asignar una responsabilidad final a cualquiera de las
partes por iniciar un ataque ech en un determinado duelo de hechicería, ya que
sería muy simplista asignar "culpa" a uno u otro individuo por iniciar el tipo de
animosidad social conocida como dji´íj. Las relaciones humanas en una
pequeña comunidad tradicional a menudo se basan en una historia muy larga
y compleja; no pueden reducirse al simple modelo de ring de boxeo que se
utiliza para explicar el conflicto en muchas comunidades más grandes y
menos íntimas, con su interés legal de asignar la culpa determinando quién
golpeó a quién primero. Es por esta razón que las distinciones claras entre
magia "buena" y hechicería "mala", como aquéllas definidas por el
antropólogo Segundo Bernal Villa en su estudio sobre la magia y la medicina
nasa, se revelan más que ambiguas en la práctica y quizás demuestran una
excesiva confianza en las certezas culturales suministradas por el precedente
cristiano. Después de todo, la palabra nasa para "malo" –eumet- significa
simplemente "no bueno", ya que la partícula met con frecuencia se usa como
sufijo negativo en una gran cantidad de sustantivos y adjetivos. Por
consiguiente, dividir la magia nasa entre practicantes "buenos" y "malos" tiene
poco significado absoluto, puesto que la percepción de dichos valores duales
depende obviamente de la posición afectiva de cada uno en el conflicto en
cuestión.
Una ilustración bien definida de lo anterior la provee el caso del asalto
nasa a la sede de la misión en el pueblo de Huila, en la noche del 4 de junio de
1945.258 Luego de haber incendiado la casa del sacerdote, los hombres de la
vecindad se reunieron triunfalmente a hacer pútia con sus hierbas y coca
sobre las ruinas humeantes. Tal acción constituye sólo el caso más extremo
de una buena cantidad de hechicería agresiva, "mala", que aún se dirige
contra las misiones lazaristas y los terratenientes blancos de la zona, grupos
que apenas en este siglo empezaron a ocupar Tierradentro efectivamente y a
desheredar a los Nasa de sus tierras. El aspecto "malo" de este
comportamiento indígena, "incluyendo la profanación del Santo Sacramento",
como me lo dijo un horrorizado sacerdote en Belalcázar, debe balancearse
claramente con la percepción de los Nasa de los mismos eventos, que
inconfundiblemente identifica su "espíritu malo" en los grupos religiosos y
seglares dedicados a la invasión de su territorio y al aniquilamiento de su
cultura. El ejemplo de este tipo de conflicto interétnico, sirve para subrayar el
hecho de que las implicaciones morales de la hechicería dependen no de una
escala universal de valores —el paradigma bueno/malo— sino de una
posición precisa sostenida por cada individuo que participa en una
confrontación particular de voluntades.
Sería imposible exagerar el punto de que la magia nasa —tanto en sus
dimensiones agresivas como defensivas— debe verse siempre
funcionando en el contexto de un conjunto dado de relaciones sociales; lo
que puede parecer desde un punto de vista como la captura e inmovilización
de un ataque ech, será interpretado desde la posición contraria simplemente
como otra vuelta de la tuerca, otra escalada en el flujo Por supuesto que el
conflicto total entre individuos sólo puede, en última instancia, ser resuelto
con la muerte de uno de los participantes y, en efecto, entre los Nasa se cree
que la mayoría de las muertes ocurren de esa manera. No obstante, las
preocupaciones mórbidas son poco características de la sociedad en su
conjunto, y la experiencia normal del curandero definitivamente no es la de
“matar” a sus adversarios, sino más bien la de “salva” a su paciente de la
acción agresiva de un rival.
Por consiguiente, el "duelo" mágico —la captura y sometimiento de un
espíritu ech agresivo— ni siquiera requiere la existencia objetiva de dos
campos hostiles, ya que generalmente el énfasis está en la dramatización de la
cura y no en alguna prueba explícita de fuerza entre dos curanderos. En
efecto, la "proyección" de envidia y celos en la persona de un rival muchas
veces no es más que un subterfugio usado por el curandero para apuntar
indirectamente al hecho de que la envidia o los celos en cuestión pueden estar
alojados exclusivamente en la mente de su paciente. Al buscar un "rival", una
posible fuente de dji´íj el curandero trata de descubrir las causas subyacentes
de la aflicción del paciente; y luego, con sus rituales de limpieza y el rechazo
de un ataque ech orquestado, logra hacer salir los problemas a la superficie,
exorcizándolos simbólicamente, removiendo su dominio inconsciente sobre la
mente del paciente.
La mayoría de los curanderos nasa tiende a mostrar un profundo
desprecio por las delicadezas de la práctica ritual, invirtiendo o confundiendo
a menudo el orden de las acciones específicas y empeñándose en
comportamientos extraños e idiosincráticos bien diferentes de la piadosa

258
Véase Gonzales (mss. P.222).
conducta de médicos y sacerdotes en nuestra cultura. La aparente
indiferencia del curandero —sus frecuentes deslices hacia anécdotas
humorísticas o la auto-glorificación transparente— es parte integral de su
función, ya que subraya su ambivalencia y humanidad, su deseo de
desmistificar las tradiciones sagradas y volverlas comprensibles a los
simples mortales. Más que confiar en una aureola de "destreza" ilusoria, el
curandero opera a través de una profunda facultad de apreciar las emociones
de su paciente, de un íntimo compartir de las mismas esperanzas y temores,
y por medio de la aplicación de un psico-drama característico cuyo impacto en
la negra noche no deja de ser profundamente conmovedor.
Observaciones de esta clase sugieren que no siempre los duelos de
hechicería de los Nasa encuentran su razón de ser en un real estado de
conflicto social. Aunque existen instancias ocasionales en que dos
curanderos se enredan en una verdadera lucha de vida o muerte, esto no es
de ninguna forma tan común como podría creerse a primera vista. Hay una
tendencia marcada a que individuos relativamente desafortunados se ven
envueltos en acusaciones indirectas de hechicería, ("indirectas" porque han
sido confiadas a un curandero y no al rival en cuestión) como medio de atraer
la atención hacia su zozobra y forzar una acción conciliadora de parte de sus
vecinos y parientes mejor adaptados. En tales casos, los supuestos rivales,
aquéllos que han sido acusados de iniciar la mala sangre o dji´íj en una
determinada relación social, por lo general son individuos caracterizados por
su buena salud y sus logros materiales, personas que se han vuelto ricas y
no han redistribuido su riqueza, renunciando así a su compromiso para con la
sociedad nasa y su ética igualitaria. El individualismo de tales personas y su
apego al concepto de la propiedad privada del hombre blanco, es
evidentemente un rasgo que debe ser duramente castigado por el pueblo nasa
como un todo. En efecto, el solo hecho de que los ataques o acusaciones de
hechicería estimulen a los indígenas más "progresistas" a recurrir a los
curanderos generalmente pobres y "atrasados", puede verse como un gran
triunfo de las tradiciones sociales nasa, ya que así la crítica de lo que se
considera comportamiento mushka ("foráneo") puede volverse mucho más
directa, íntima y eficaz de lo que hubiera sido posible en una reunión política
formal.
El impacto nivelador de tales prácticas mágicas en la sociedad nasa se
ve acompañado por una serie de Otros factores estrechamente relacionados,
los cuales militan fuertemente contra la formación de cualquier jerarquía
política o religiosa, o cualquier clase de status personal diferente del que se
determina por los talentos y capacidades del individuo. Los Nasa carecen de
una élite hereditaria; su terminología de parentesco enfatiza la familia nuclear
por sobre todo y tiene pocas de las estructuras formales de las que
normalmente se asocian con el culto a los antepasados y con sistemas
complejos de descendencia genealógica. El patrón de residencia
generalmente patrilocal o neolocal (y una renuencia a casarse con personas
con el mismo patronímico) puede indicar posiblemente la existencia previa de
clanes patrílineales estrictamente exogámicos. Aún asi dichas suposiciones
tendrían que balancearse con la evidencia contradictoria suministrada por las
crónicas acerca de la existencia de cacicas, como La Gaitana, que dirigieron a
los Nasa en sus primeras luchas contra los españoles. Con todo, no parece
existir una buena razón para presumir que los Nasa hayan empleado alguna
vez un sistema de parentesco distinto del directamente clasificatorio y bilateral
que todavía está en uso, y que se demuestra muy bien adaptado a su
organización política autónoma, y a sus prácticas de reciprocidad
económica.259
Tanto el sistema de parentesco de los Nasa como sus prácticas políticas,
económicas y mágicas son el resultado de un largo periodo de adaptación a
un ambiente específico. El terreno quebrado de Tierradentro raras veces
permite la concentración de grandes grupos de población en un solo lugar; el
patrón de poblamiento nasa es de hogares individuales dispersos, muchas
veces ubicados en sitios de dificil acceso, bastante apartados de los caminos
principales. Las presiones demográficas en un valle a menudo conducen a
una dispersión del grupo y la formación de nuevos núcleos, normalmente en
las frías y brumosas tierras de las altas cordilleras andinas. Así, la autoridad
se fragmenta geográficamente, dejando a cada cabildo con la responsabilidad
de un resguardo cuyos miembros casi nunca exceden dos o trescientos
hombres adultos o macaneros, los cuales están en capacidad de resolver sus
diferencias de forma directa y personal. La propia braveza de los Nasa,
provee terreno fértil no sólo para la agresión indirecta observable en sus
prácticas de rituales, sino también para numerosas peleas y duelos con
machete. Sin embargo, la violencia física es una táctica empleada
principalmente por los jóvenes, con insuficiente maestría en las artes más
sutiles del duelo mágico. No es sorprendente en consecuencia, que la magia
nasa desempeñe un papel tan crucial en la solución de los conflictos sociales
internos ; existen muy pocas sanciones legales, políticas o económicas,
distintas de la simple lucha con cuchillo, que puedan tomar su lugar. En un
sentido, el repudio del pueblo nasa a todas las formas de autoridad
constituída (el rasgo que les da una ventaja tan inconmensurable cuando

259
Bernal (1955) sobre la terminología de parentesco entre los Nasa, y Schwarz (1973) sobre la de los
Guambianos, la cual es notablemente diferente.
tratan con el Estado colombiano y los políticos oportunistas de las zonas
circundantes) efectivamente requiere la intervención del curandero, no sólo por
sus funciones medicinales y religiosas, sino por su contribución estrictamente
político-legal.
Son particularmente interesantes, en este sentido, las actitudes
adoptadas hacia los curanderos nasa por los activistas del CRIC (Consejo
Regional Indígena del Cauca). Inicialmente, por lo menos, los activistas del
CRIC se concentraron especialmente entre los indígenas marginados que
vivían en los límites de la sociedad de resguardo; en tales circunstancias,
existía una tendencia definida de los simpatizantes del movimiento a repudiar
rasgos "primitivos" como la masticación de coca y la "mistificación" y
"oscurantismo" supuestamente implicados en la magia y la medicina indígenas.
En la medida en que el CRIC continuó extendiendo su campo de influencia,
sin embargo, los organizadores se vieron obligados a revaluar su posición
inicial, reconociendo el papel fundamental desempeñado por el curandero en
el bienestar físico y moral de la comunidad. Tales tendencias llevaron algunas
veces a Conflictos entre el CRIC y sus otros aliados —en especial la
organización campesina ANUC (Asociación Nacional de Usuarios
Campesinos)— que normalmente despachaban prácticas como la
masticación de coca y la “hechicería” como simples herramientas de
represión social, o como resultados perniciosos de la ignorancia, el atraso y la
desesperación.
Sin duda, conflictos de este tipo solo raramente salen a la luz,siendo
evitados en la búsqueda de una solidaridad más amplia. Pero la ausencia de
un debate franco también tiene su precio y, desafortunadamente la posición
de muchos militantes blancos con respecto a sus aliados indígenas se
caracteriza a menudo por un alto grado de paternalismo latente y un irreflexivo
etnocentrismo.
Corrientemente, esto se expresa a través de los polos gemelos de una
ambigua retórica que al mismo tiempo glorifica el “comunalismo" vagamente
definido y pobremente comprendido de la sociedad indígena y clama por su
"educación" en aras de un "desarrollo" que, más que ningún otro factor,
destruirá la autosuficiencia que es un aspecto tan importante de ese
comunalismo original. Un potencial obvio para el puro chovinismo queda
implícito en este enfoque; la tarea política y moral del antropólogo, a pesar de
la amenaza de ser estigmatizado como "romántico", o peor, como agente de
la CIA, consiste en desafiar las presunciones de aquéllos que buscan
imponer una perspectiva urbana e industrial a los indígenas.
En el actual contexto histórico, por consiguiente, la necesidad más
apremiante no es la de "educar" a las masas rurales en las realidades del
poder; a ojos de los Nasa, por ejemplo, tales realidades ya son
perfectamente evidentes. Mucho más importante es la tarea de educar a la
intelectualidad urbana acerca de y los valores culturales de las gentes cuyos
intereses se supone que defienden, dándoles una perspectiva de dichas
necesidades y valores que no sea tan "etnográfica" —en el sentido
meramente pintoresco y folklórico— sino más bien claramente explicativa y
no coercitiva en su aplicación final al cambio social y político.
Este libro ha tratado, a su modo, de suministrar este tipo de análisis con
relación a un elemento particular de la vida andina, la masticación de la hoja
de coca. En un sentido, las restricciones que impone la reducción del campo
de investigación a una planta en vez de un pueblo determinado, ha apuntado a
las deficiencias de este tipo de enfoque comparativo. Mientras vivía en la
región del Cauca, noté que mi atención se desviaba constantemente de las
generalidades de la masticación de coca y era atraída por el factor más
notable de los Nasa como el pueblo: su tenaz e inexorable resistencia a la
absorción cultural y territorial por parte del hombre blanco, proceso mantenido
ininterrumpidamente por más de cuatro siglos y con un éxito en verdad
extraordinario en el registro histórico de los indígenas americanos. Es por
esta razón que incluyo en el Apéndice C, una breve historia de la lucha por la
tierra emprendida por los indígenas del Cauca.

El trueno sobre los cocales

...no es para el antropólogo intentar usurpar el papel de los dioses


cuyo culto él estudia.

Cita de un texto corriente sobre la sociología del


chamanismo.260

El camino parece serpentear hacia arriba para siempre. Una fina llovizna
deposita su mano húmeda sobre los hombros y tú te detienes, vacilando
inciertamente sobre otro bajo de barro erosionado, deslizándote a una
enramada oscura de plantas de banano. La superficie del camino cambia de
un subsuelo anaranjado, duro y compacto a un cieno negro mezclado con
guijarros mellados y hojas en descomposición, agitado por las pisadas de mil
caballos que han pasado antes. Descartas tus zapatos y te zambulles hasta
la rodilla en el fango, el barrial, retorciendo los dedos de los pies al ser
chupado hacia una estrecha corriente y a través del flujo de sus aguas

260
Lewis (1971) (p. 29 de la ed. de 1975)
heladas. Tu cuerpo, un pasajero lustroso de barro y sudor, avanza,
implacablemente, por un escurridizo universo. Estrella fugaz o destello retinal,
una imagen que desaparece... Subes de nuevo una cuesta resbaladiza,
agarrado a raíces que se aflojan y te dejan caer hacia atrás. Con el trasero en
el barro, te permites pronunciar una imprecación única: ¿Qué diablos estoy
yo haciendo aquí? Los dioses truenan sin rayos. Las nubes se apartan
dejando pasar rayos del luminoso sol de la tarde, derramando oro a lo largo
del valle abierto. Las llamas centellean sobre las hojas, los pájaros tángara
salen a contornearse, cabriolar y gorjear, perlas de agua despiden
reverberaciones en sus plumas amarillas. Sales a la ladera abierta dejando
atrás el olor de hojas empapadas. El pasto crecido pica, aguijonea, restriega
la sangre y las ampollas del pie.
Y luego, ves de pronto esa imagen de una casa, la primera en una legua,
desde antes que comenzara la lluvia. Paredes carmelitas de barro, techo de
paja, pequeñas barracas accesorias hechas de juncos y guadua. Un trapiche
de madera para moler caña de azúcar, circundado por estiércol de caballo y
desechos vegetales. El perro ladra, la gallina cacarea. Un par de rostros
infantiles cubiertos de hollín salen de la oscuridad a la puerta. Alarma.
Aparece un hombre, se recuesta contra el marco de madera de la puerta,
simulando indiferencia. Te saluda con una sonrisa sospechosa. Eúcha, tu
contestas, poniendo cuidadosamente el acento en la primera sílaba.
Preguntas sobre el estado del camino más adelante, mencionas los nombres
de algunos amigos comunes. ¿Esh guéñinga? Ofreces algunas hojas de
coca, un poco de tabaco. Te hacen entrar.
Penetras en una gran habitación cuadrada con un fuego abierto de leña
colocando en el suelo hacia un lado. El humo hace llorar los ojos. Ya se han
cubierto desde hace tiempo todas las vigas con una gruesa capa de tizne del
más negro, pero se pueden apreciar unas cuantas bolsas de malla colgadas
sobre el fuego, con carne conservada, mazorcas de granos rojos, negros y
amarillos suspendidas fuera del alcance de los roedores hambrientos. La
tierra apisonada cubierta con cueros de vaca, grandes cacerolas abolladas y
los atados ocasionales de andrajosas mantas de lana. Quizás media
docena de asientos colocados alrededor del fogón, pequeños bloques de
madera de un pie de largo por medio de ancho, tallados anatómicamente para
mantener el cuerpo en posición de cuclillas a no más de diez centímetros del
suelo. Te sientas; las mujeres y los niños se retiran al otro lado del fuego y
miran con sorpresa. Te ofrecen una escudilla esmaltada con mote, una sopa
de maíz y frijoles y col, con un extraño sabor a ceniza de madera que se usa
para deshollejar el grano de maíz. El efecto es algo fermentado, como si los
vegetales hubieran estado en agua durante algunos días. Luego, las
preguntas inevitables: ¿De dónde eres? ¿Para qué viniste? Y sobre todo,
¿por qué aquí?
En efecto, ¿por qué? Ninguna gana de expresar las trivialidades sobre
modelos científicos y metodologías, ningún tiempo para explicar la necesidad
de una Mama Coca abstracta, como apoyo para estructurar la investigación.
La respuesta, por consiguiente, sale directa y al grano, medida con una
franqueza templada de ausencia: “Para aprender a mascar coca..."
Las palabras son recibidas con una sonrisa. Una sonrisa viva y
chistosa. Una sonrisa amistosa inclusive. (Uno piensa: "Mira cuán bello es
contribuir al respeto que tiene la gente por sus propias tradiciones. Un premio
para el antropólogo participante..."). Y entonces, un destello de duda, una
incredulidad suspendida sólo con disimulo, un rayo de burla en los ojos del
indígena. (Parece decir: “Toda antropología es imperialismo, hombre. Vayamos
derecho al asunto. Participante mi culo...").
Te levantas —descubriendo el pecho metafóricamente— prefiriendo un
rechazo directo y explícito al peso muerto de la mala comprensión, confiando
que algún encuentro final sacuda al fin esa entidad académica fantasma que
llevas como un escudo, muy estimado doctor, permitiendo que el campo de
investigación contraataque y finalmente te engulla de una vez. Frases como:
“No más intentar ser algo mientras se conserva una distancia crítica del
proceso de ser...", o incluso maldecir el pensamiento, "Una rica confrontación
entre la cosa en sí y la propia conciencia de ella..." Lógico, hermano, ni
hablar..
A la mañana siguiente puedes despertar con un terrible sarpullido que se
extiende por el brazo desde los dedos hasta el codo. Podrías salir
precipitadamente para aplacar el hecho con una explicación conveniente, sólo
para encontrar que las herramientas de tal liberación ya no están en tus
manos, que en Tierradentro es el té ué nasa el que llama los granos.
Sarpullido en el brazo derecho; es decir, un signo de que algo va a suceder. En
la mano, significa que uno ha tocado cosas que mejor hubiera dejado quietas.
¿Cosas como la magia de las señas? ¿El negocio de la cocaína? O, espera
un minuto; ¿no podrían parecer todas esas inquietudes más que mansas en
comparación con el despótico orgullo, la hechicería agresiva que subyace en
la creencia en el esfuerzo científico mismo?. La evidencia es concluyente; de
modo que toma tu picazón y muéstrasela a Elizondo: "Un sarpullido de caspí.
Un ataque ech. O abandona Tierra-dentro para siempre o..."
Elizondo forma un bulto amenazante en la noche oscura y sin luna, con
los mil músculos de su cuerpo recibiendo señas de los espíritus del arco iris,
de los lechos de los ríos, de las cascadas y las cuevas. Quizás los ve en
forma substancial, penetrando los contornos de encaje de la maleza, y te los
envía en forma de señas que retumban en todo tu cuerpo. El Yo personal se
disipa en un abrir y cerrar de ojos. La tierra, el cielo ya no están simplemente
abajo y arriba, sino enroscándose en los extremos, un arremolinamiento ebrio
alrededor del punto muerto llamado observación.
Una acometida de miedo y náusea te recorre como una ola. Llegas a
dar una larga y fuerte chupada a tu mambeada de coca, pero no sientes
ninguna sustancia esta vez, ningún enfriamiento que te sirva como base de
apoyo. La coca se disuelve en un vórtice y te lleva hacia el desmayo. Sientes
un sudor pegajoso en el cuerpo, oyes un pánico final de burbujas mientras sales
del escenario. Tu voz atragantada balbucea entre bastidores un desesperado:
Hey, espere un momento..." El eje de tus sentidos cae en espiral, transportado
a un hueco vacío, negro, silencioso, un vacío... Te despiertas a la perfecta
quietud de la muerte. Todo es juego de luz sobre la oscuridad, por todas
partes un sueño sin tiempo ni memoria. Un trueno retumba hueca y
prolongadamente. Delante de tus ojos aparece un anciano con media docena
de bolsas de coca colgadas alrededor de su cuello. Le preguntas: "¿Es
Usted?"
Te obsequia una sonrisa verde, el color de las hojas mismas. La tierra se
estremece sola, los árboles se doblan sin viento. Sientes la lengua
congelada, sin habla...espanto y admiración al reconocer:
A P É N D I C E A
MARIHUANA Y HONGOS

Ningún informe sobre las drogas en la región del Cauca sería completo sin
unas cuantas palabras acerca de aquellas plantas más buscadas por los
gringos y otros viajeros extranjeros; es decir, marihuana (Cannabis sativa), y
la variedad local de hongos alucinógenos (Stropharia cubensis).

Marihuana

La variada ecología colombiana ha conducido, a través de los años, al


surgimiento de un gran número de tipos locales de marihuana, una planta
caracterizada por un alto grado de plasticidad genética. Al mismo tiempo, la
búsqueda de mejor calidad y la rápida difusión de la marihuana ha estimulado
frecuentes intercambios de semilla entre diferentes áreas, hecho que sugiere
un cierto grado de uniformidad botánica en todo el país, ya que la Cannabis
reproduce muy fielmente el carácter de su inmediato tronco pariente. De
cualquier modo, lo cierto es que la planta produce las más altas
concentraciones de cannabinoides bajo condiciones climáticas bien definidas,
y así se explica la evidente prominencia de determinadas regiones en la
mitología popular que rodea la marihuana colombiana.
Lo que comúnmente se denomina "Colombian" en el mercado mundial
puede dividirse convenientemente en por lo menos tres tipos mayores: la
mona o "gold" una hierba muy estimulante, ligeramente acanelada o dorada,
que se da principalmente en la Costa Atlántica; el mango viche o "green", una
marihuana más corriente, producida especialmente en la cuenca del Cauca y
en las sabanas tropicales o Llanos al oriente de Bogotá; y la punto rojo o
"red", una marihuana muy psicodélica, orgullo de toda la Cordillera Occidental
y del departamento del Cauca en particular. Además, existe una serie de
variedades de colores muy claros y oscuros, cuyos tintes negruscos,
purpúreos o inclusive azulados resultan normalmente de los extremos
climáticos en los que se cultiva la planta, ya sea en las bajas altitudes de las
cuencas del Amazonas y del Chocó, o en las alturas frías de las principales
cordilleras andinas.
Con relación a las variedades comerciales más importantes el "rojo" del
punto rojo parece derivar de dos factores bien distintos. Uno implica la
concentración de cianinos en los pistilos de la planta, es decir, los delgados
estigmas en forma de pelo y otras partes de la flor femenina, condición a la
que se denomina estrictamente pelo rojo. La otra identificación, de la punto
rojo resulta de la moteada de las brácteas (coberturas de las semillas) y otra
materia hojosa en la flor, condición caracterizada por una profusión de
diminutos puntos brillantes que son claramente visibles y que resulta de una
acumulación del aceite cannabinóico en las partes glandulares parte de la
piel o epidermis de la planta. En cualquier caso, debido a que el rojo es una
cualidad independiente de la coloración del resto de planta, resulta evidente
que algunas clases de la mona también pueden ser consideradas "rojas", ya
que muestran manchas rojas contra un fondo canela suave o dorado, como la
famosa roja de Panamá (Panamá Red). El Punto Rojo del Cauca, sin
embargo, es marcadamente rojo sobre un fondo verde o castaño, y en
consecuencia no puede confundirse con las hierbas de color más claro de
Santa Marta y Panamá.
Todo esto indicaría que existen dos variedades principales de marihuana
en Colombia: una "mona" de color canela suave y una "verde" más oscura, y
que la calidad de "roja" es un hecho separado, aplicable tanto a los tipos
verdes como a los dorados. Una clasificación más precisa de los sellos
comerciales de la marihuana colombiana tendería a lucir de la siguiente
manera: simple canela suave, la mona ("Santa Marta Gold"); rojo sobre
canela suave, la roja de Santa Marta o de Panamá ("Santa Marta Red",
"Panamá Red"); simple verde/marrón, mango viche ("Llanos Green", "Cauca
Green"); y roojo sobre verde/marrón, el punto rojo ("Cauca Red Spot").
Debido a que la variedad verde/marrón de marihuana es la que me
interesa, más específicamente, en la región del Cauca sería interesante
considerar las diferencias que colocan al más potente y altamente apreciado
punto rojo aparte de más suave y menos valioso mango viche. Es posible que
representen diferentes tipos genéticos de la planta o, más probablemente,
puede ser que indiquen la misma planta cosechada en diferentes etapas de su
crecimiento, siendo el mango viche cosechado antes de que la planta haya
tenido tiempo de desarrollar los cianinos y las glándulas que conjuntamente
dan a las flores femeninas sus "pelos" y "puntos" rojos. Para apoyar esta
idea, los comerciantes de Popayán a menudo señalaban el hecho de que el
mango viche contenía semillas más blanquizas y subdesarrolladas, mientras
que las del punto rojo usualmente eran más oscuras y maduras.
Las técnicas locales de secar y curar la marihuana son así mismo otro
elemento que influye claramente en la apariencia final de la hierba. Es posible
que la calidad mona de Santa Marta se derive no de diferencias genéticas o
ecológicas entre esa hierba y los tipos verde-marrón del interior de Colombia,
sino del empleo de una técnica distinta de secado preliminar, en la cual se
corta una tira de corteza alrededor del tronco de la planta de marihuana, dos o
tres semanas antes de la cosecha final. Esto bloquea la savia y permite a los
cogollos comenzar a secar al sol, de modo que se tornan viscosos y
empiezan a producir su característico color canela suave o dorado cuando
todavía se hallan en el suelo.
En la región del Cauca es desconocido este método preliminar de
secado al sol, lo cual explica la ausencia de hierba mona en esta parte de
Colombia. Tampoco es muy usual cortar las plantas y dejarlas secándose en
una pila o regadas en el suelo, una costumbre conocida en muchos países
más secos, debido a que la humedad extrema y las fuertes tormentas de la
Cordillera Occidental pueden dañar severamente la calidad del producto final.
El mango viche se seca generalmente en la forma más simple posible, que
consiste en cortar o desarraigar plantas enteras y colgarlas en la sombra
("…de modo que la savia escurra sobre los cogollos", como dicen los
cultivadores), produciendo una hierba verde con el olor fresco de clorofila. El
punto rojo también se seca a menudo en esta forma, aunque se usan por lo
menos otros dos métodos también.
Uno de ellos se emplea más en el propio valle del Cauca y en otras
zonas donde existe una confiable cantidad de sol; e implica desplegar las
flores femeninas a medio secar en el sol de mediodía por una o dos horas,
permitiendo así que el calor reviente la cutícula de las células glandulares —
los "puntos" del punto rojo— y suelte su aceite que contiene cannabinoides,
produciendo un cogollo muy viscoso y mucho más arrugado que si se secara
en la sombra. El otro proceso encierra un principio muy similar a la curación
del tabaco por sudor, es decir, una fermentación gradual y controlada del
material verde de la planta de modo que éste "madure", eliminando la clorofila
y adquiriendo un aroma más rico y un color más oscuro que la hierba secada
por medios más sencillos. Las flores femeninas normalmente se desprenden
del tronco principal de la planta y se colocan en una "barbacoa" o bastidor de
madera o de bambú —a una altura de medio metro sobre el suelo y a la
sombra— en general en atados o pilas de hasta 40 centímetros de grueso
que deben removerse cada dos días para intercambiar los cogollos que están
en el exterior por los que se hallan en el centro de la pila. Aunque en algunas
zonas es común secar la marihuana en esta forma sin el uso de "barbacoa" —
colocándola simplemente en el suelo o sobre unos periódicos— los
cultivadores del Cauca señalaban que el secado en "barbacoa" evita la
acumulación de humedad excesiva e impide que la hierba se fermente
demasiado y se pudra.
Al mismo tiempo, se considera que una pequeña cantidad de moho ---
caracterizado por una ligera espuma blancuzca sobre los cogollos y una clara
fetidez a amoníaco— conduce a una buena maduración, así como la adición
de diversos elementos dulces, como jugo de caña, panela (melaza) o miel
mezclada con agua, o aún alcoholes fuertes (aguardiente)- No obstante, en todo
proceso de curación es posible sobrepasar el punto óptimo de fermentación y
así, cuando la cosecha se considera suficientemente curada, el secado se
acelera con una corta exposición al sol o separando los cogollos y colgándolos
a la sombra. Obviamente, debe existir una temperatura y un grado de humedad
ideales para llevar a cabo este proceso de fermentación, y en el futuro fijar
pautas exactas probablemente será tan obligatorio para la marihuana como
ya lo es para el tabaco. Un rápido vistazo a la sección sobre curación en
estufa que se encuentra en la obra de F¡kank y Rosenthal (1978), indica que ya
se han dado los primeros pasos en esa dirección por parte de los productores
con más discernimiento.
Una vez que la marihuana ha sido empacada en sacos para el embarque,
es inevitable que sufra una cierta rehumedación, especialmente en las
condiciones ambientales de la Cordillera Occidental. No es raro que el moho
comience a formarse de nuevo y en Popayán es muy usual que los
mayoristas lleven a cabo un segundo secado de la hierba antes de venderla
al detalle en las calles. A esta altura cualquier argumento acerca de los
diferentes medios para producir punto rojo y mango viche se torna bastante
académico. Después de todo, la principal distinción entre estos dos tipos de
marihuana radica en una apreciación subjetiva de los variados efectos físicos
y cerebrales. Es esto lo que serviría para explicar el hecho desconcertante de
que un mango viche que ha sido almacenada por cierto tiempo a menudo
encuentra su identidad en la calle transformada en punto rojo, incluso a
pesar de que tenga poco "rojo" visible en los cogollos. No sólo se ha vuelto
mucho más oscura y más marrón, sino que también su olor ha perdido su
frescura original, y el efecto se ha tornado más "pesado" y somnífero. En
efecto, el grado de frescura en la marihuana es un factor que a menudo pasa
desapercibido y es posible que ocurra una notable transformación de su
estructura química con un almacenamiento prolongado.
Un libro reciente de Michael Starks (1977) explica por qué ocurre esto.
El principio activo más importante de la marihuana —delta 1, también
conocido como delta 9, tetrahidrocannabinol (THC)— se degrada con el
tiempo en Cannabinol (CBN), un compuesto con potencia psi-coactiva
considerablemente menor que el THC. Starks también examina en detalle la
influencia de varios factores ambientales en el crecimiento de la planta, así
como su importancia en determinar la producción de THC, CBN y Cannabidiol
(CBD), el precursor biosintético del THC en las células de la planta. Sus
observaciones tienen relación directa con la cuestión de la variabilidad
regional de las diferentes clases de Cannabis en Colomb i a . Las
m a r i h u a n a s m e n o s i n t e r e s a n t e s t a l e s c o m o l a s d e l Chocó, del
Bajo Magdalena, de la cuenca del Amazonas y de los Llanos, se cultivan todas
en zonas de temperaturas altas; esto parece estimular el crecimiento de una
hierba exuberante pero poco efectiva, con rendimientos relativamente altos
de CBD y CBN, los ,que conjuntamente disminuyen la euforia psíquica y
producen un efecto físico "pesado", soporífero y debilitante. Starks cita
experimentos controlados que mostraron que el contenido de THC de la
marihuana era máximo cuando la temperatura se mantenía en 24 grados
centígrados, condición que se aproxima mejor en los Andes colombianos a
altitudes entre los 800 y los 1,200 metros.
En consecuencia, no es accidental que sea precisamente este cinturón,
tanto en la Cordillera Occidental como en el Valle del Cauca entre Cali y
Corinto, el que produzca la mayor parte de la hierba de mejor calidad del
suroccidente colombiano. La planta sigue dándose razonablemente bien hasta
el borde mismo de la zona de clima subtropical; los intentos por cultivarla en
tierras frías por encima de los 2,000 metros han sido perjudicados por bajas
temperaturas nocturnas, y sólo se ha logrado producir una cosecha raquítica
con semillas estériles. En el pueblo de Silvia, en 1974, había disponible una
cierta cantidad de esta marihuana de tierras altas, que se conocía en español
como la negra, mientras los gringos le decían "Silvia Purple". Estos nombres
se referían al hecho de que la planta madamente a 2,500 metros, sufría un
cambio notable en su pigmentación, con el resultado de que sus tintes se
tornaban púrpuras, los cuales a su vez se volvían negros con el secado. El
contenido carmabiribico de esta hierba era significativamente más bajo que el de
la planta promedio de las tierras calientes. Por otra parte, el efecto cerebral
tenía la ventaja de excluir cualquiera de los efectos físicos secundarios más
agudos, tales como el temblor nervioso y las palpitaciones del corazón, los
cuales a veces resultaban del uso del punto rojo.
Asimismo, se ha habido sugerido de que las altitudes moderadas no
sólo garantizan una temperatura adecuada para la planta de marihuana, sino que
también reducen el blindaje atmosférico de rayos ultravioletas, estimulando así
a la Cannabis sativa — una especie extremadamente heliotrópica— a crecer
mucho mejor y más fuerte que en las tierras bajas, particularmente en la selva
tropical que es notoriamente nublada. Las latitudes ecuatoriales de Colombia
permiten que el país disfrute de dos cosechas anuales de marihuana, una clara
ventaja si se compara con el potencial de cosecha única de áreas productoras
localizadas lejos del Ecuador, como México en un extremo y Paraguay en el
otro. En el Cauca, las semillas son sembradas al comienzo de las lluvias, o
sea, en febrero/marzo y de nuevo en septiembre/octubre. De esta manera, la
planta puede beneficiarse al máximo del agua para su primera etapa de
crecimiento y madurar en la estación relativamente seca —hecho que a
menudo ha sido destacado como beneficioso para la producción de las
apreciadas resinas psicoactivas— rindiendo las mejores cosechas al final de
los períodos secos de "verano" en enero y agosto. La explicación popular de
este hecho muestra que los cultivadores son agudamente conscientes del
efecto que tiene el sol sobre su cosecha, ya que se considera que el sol
posee la capacidad de "chupar" las resinas que tienen alcaloides hacia las
extremidades floridas de la planta. La marihuana siempre se siembra en
claros grandes y sin sombra, y pocas veces se mezcla con cualquier otro
producto, excepto el maíz, que entre las plantas domésticas es la única que
no afecta adversamente sus requerimientos en términos de suelo y de luz.
Durante mi estadía en la región del Cauca (1973-1974) aún no se
habían generalizado formas bien establecidas de intervención cultural en el
folclor local del cultivo de la marihuana. Los cultivadores individuales recurrían
a un gran número de técnicas particulares a fin de mejorar la calidad de sus
cosechas; por ejemplo, para fertilizar la tierra se usaban a veces estiércol
animal o excrementos humanos mezclados con agua, aunque en verdad el
rico humus de las áreas selváticas usadas para siembras clandestinas lo hacía
poco. Con mayor frecuencia había que balancear la tierra virgen con cenizas
o cal de construcción, ya que un suelo excesivamente ácido generalmente
produce una fumada muy desagradable y amarga.
Las plantas masculinas de una plantación se eliminaban tan pronto
como eran identificadas debido a que demasiadas semillas en el producto
final se consideraba indeseable por parte de los consumidores. En raras
ocasiones, se dedicaba un cuidado especial a la producción de cosechas sin
semilla, ya que esto estimulaba la producción de cannabinoides más
estrictamente cerebrales que físicos en sus efectos, obviamente una ventaja
positiva en la competencia con las variedades más debilitantes y "pesadas"
del punto rojo con semilla. En estos casos, se conservaban en general
pequeñas parcelas de plantas femeninas fecundadas para el suministro de
las semillas necesarias para asegurar futuras cosechas. Al mismo tiempo, se
afirmaba que una plantación, una vez establecida en un campo específico, no
requería necesariamente un nuevo sembrio. La marihuana tiene un ciclo de
crecimiento corto, entre 5 y 6 meses, se asume que una plantación sólo puede
a sí misma por medio de la dispersión casual de semillas. Es esto lo que hace
tan interesante la observación de muchos cultivadores de que sus plantas se
perpetuaban a través de sus raíces y tallos, ya que ello parece dar respaldo a
la idea de que la cannabis puede convertirse en planta perenne bajo ciertas
circunstancias muy favorables.261
Otro motivo para remover las plantas masculinas de una plantación de
marihuana puede radicar en el hecho de que las femeninas disminuyen su
secreción de resina una vez que han sido fertilizadas. Tal interrupción del
proceso reproductivo natural puede concebirse como el primer paso en la
tortura o traumatización de la planta de cannabis, práctica que ha sido
ampliamente reportada como medio de incrementar el rendimiento de las
resinas psicoactivas262. En la zona del Cauca, es común recortar las hojas de
la planta, ya que son de poco valor en el mercado. Teniendo en cuenta que
dicha poda también forza a las hormonas de la planta a concentrar su acción
en la copa o en los cogollos en floración, esto también debe considerarse una
forma elemental de "tortura" de la planta. Ninguna de las más complejas
técnicas traumatizantes, como la poda repetida de los cogollos en floración, o
la acción de doblegar el tallo, fraccionarlo o atravesarlo, son empleadas con
frecuencia en al Cauca. No obstante, un cultivador alegó que solía retorcer las
copas en floración de sus plantas, dejándolas colgando durante una semana
"con sus cuellos rotos" antes de proceder a la cosecha. Esta práctica, como la
costumbre costeña de cortar una tira de corteza alrededor del tronco de la
planta, era explicada simplemente por dicho cultivador como medio muy
eficiente para llevar a cabo un secado preliminar de la hierba.
Aparte del deshierbe y la poda ocasionales, una plantación de
marihuana requiere muy poco cuidado y puede ocultarse en consecuencia en
una zona ubicada a una considerable distancia de poblamientos humanos,
haciendo su descubrimiento más difícil para las patrullas policíacas. La única
parte del ciclo productivo que requiere un trabajo intensivo es la recolección y
el secado del artículo final; grandes grupos de campesinos sin tierra viajan a
la cordillera detrás de El Tambo en las épocas de cosecha para hallar trabajo
de esta clase. Una vez secados, a los cogollos se les debe cortar el tallo y
empacar en bultos para el transporte, teniendo cuidado de no apretarles
demasiado, ya que ello tiende a afectar adversamente la calidad. Los bultos

261
Emboden (1972), p.215), y Starks (1977, p. 29)
262
Emboden (1972), p.232),
son de una, o más comúnmente, de dos arrobas (25 0 50 libras), y
normalmente se sacan de las zonas de cultivo en mulas, o más simplemente,
en las espaldas de cargadores. Una de las rutas más interesantes seguida
por la cosecha de marihuana del Cauca es en canoa río abajo hacia el
Océano Pacífico, donde es transbordada a barcos pesqueros o cargueros
que salen de Tumaco, Guapi o Buenaventura a la costa de California.
Antes de dejar el tema de la marihuana para los historiadores puede
resultar interesante examinar la forma como la planta ha adquirido su actual
prominencia en Colombia. Los detalles precisos de la llegada de la cannabis,
al menos a los alrededores de Popayán, continúan siendo un misterio; no es
raro escuchar a las gentes locales alegar que el uso de esta planta era
virtualmente desconocido en la ciudad hasta mediados de 1960. Por
consiguiente, sería instructivo considerar el contexto más amplio de la historia
de la marihuana en el Nuevo Mundo. Parece claro que la planta fue
introducida por vez primera a esta parte de América del Sur por los españoles
en el período colonial, a fin de estimular la producción de cordelería y sogas
para su Armada263. Ante la competencia de la fibra nativa de cabuya —(L)
How. o (Hook) Baker— la introducción no tuvo un gran éxito; y teniendo en
cuenta que la semilla provenía del tronco europeo de la cannabis, mejor
conocida por su producción de cáñamo que por sus propiedades
psicoactivas, parece poco probable que la planta haya sido fumada en época
tan temprana. Ello no fue cierto en toda Suramérica: la evidencia lingüística
señala convincentemente el uso ritual y medicinal de maconha por esclavos
introducidos al Brasil desde Angola en los siglos XVII y XVIII, así como la
expansión subsecuente del hábito a grupos indígenas como los indios

263Patiño (1969)
Guajajara de Maranhao.264 El problema real es averiguar si la costumbre de
fumar marihuana se extendió fuera de un área razonablemente restringida del
nordeste brasilero. La evidencia, no es convincente, y estudios recientes en la
zona del Caribe sugieren que el hábito no se estableció aquí sino hasta
mediados del siglo XIX, como resultado de la introducción de trabajadores a
contrato de la India.265 Incluso en las islas donde actualmente desempeña un
papel muy importante, como Jamaica, el uso de la ganja no se expandió
realmente antes de los años 1900. Parece posible, en consecuencia, que fue
sólo en los albores del siglo XX que la hierba se difundió a la costa
colombiana, probablemente vía Panamá, donde la construcción del canal
confundió las diferentes culturas de una fuerza de trabajo que provenía de
todo el Caribe.266
Cualquiera que sea su origen la marihuana pronto se convirtió en un
hecho notable entre las gentes de las tierras bajas costeras de Colombia --
William Burroughs, por ejemplo, escribió en 1953: “Un poco de hierba entre
los negros costeños".267 Tal vez fueron estos grupos negros los que dieron el
primer impulso a la introducción de la marihuana en las regiones del interior del
país, particularmente en áreas como el valle medio del Cauca — alrededor de
la ciudad de Cali— donde una gran población negra tenía lazos estrechos con
el puerto de Buenaventura. En la zona rural, la cannabis comenzó a usarse
como estimulante en el contexto del corte de caña y otras formas de trabajo
físico duro, reflejando el tipo de utilización descrito tanto en Jamaica como en
la costa norte de Colombia. En 1973, tuve la oportunidad de visitar una
comunidad negra en las vecindades de Corinto, Cauca, cuya erudición

264Araújo (1961, p. 316) y Wagley y Galvao (1947, p. 144)


265 Rubin y Comitas (1975, p. 15).
266 Partridge (1975, p. 149)
herbaria y cuyo respeto por la planta de cannabis todavía no habian sido muy
afectados por los agentes de la prohibición. Allí, los varones adultos
generalmente se fumaban hasta media docena de cigarillos durante el curso
de una jornada de trabajo, alegando vigor y concentración redoblados como
resultado. Esta no era la única forma en que se usaba la droga, e incluso
personas. que fumaban poco o nunca, como las mujeres y niños negros y los
ancianos blancos de los pueblos vecinos, usaban la infusión de hojas de
cannabis como panacea para todos los propósitos y recurriendo también a la
marihuana remojada en aguardiente como emplasto para artritis y otras
inflamaciones de las articulaciones y los músculos.
Otro aspecto notable de este tipo tradicional de cultura de la marihuana es su
virtual autosuficiencia y la falta de voluntad o incapacidad de sus miembros
para dedicarse a una producción en gran escala para el tráfico ilícito. Las
informaciones de prensa de mediados de 1940, denunciando la existencia de
un mercado negro urbano y plantaciones clandestinas, tanto en el Valle del
Cauca como en la costa del Caribe, muestran que en Colombia tales casos se
habían desarrollado muy temprano.268 Como era de esperarse, los medios de
comunicación estaban poco interesados en describir el contexto tradicional
de la marihuana y, probablemente bajo presión de los funcionarios
antinarcóticos estadounidenses, se limitaron a reproducir la propaganda de la
época, centrada en la "locura" supuestamente creada por el abuso de la
“hierba asesina”.
Fue durante la Violencia (1949-1958) que se presenció la primera adopción
amplia de la marihuana por proporciones significativas de la población no
negra, particularmente aquellos miembros de los ejércitos irregulares que

267
Burroughs y Ginsberg (1963, p. 41)
268
Patiño (1969).
necesitaban algo más fácil de producir y de transportar, que el aguardiente.
Este es el hecho que explicaría la introducción de la cannabis en áreas rurales
tan predominantemente "blancas" o mestizas como los Llanos, que
presenciaron algunas de las más salvajes campañas de la guerra civil. Y es
por esta época que Germán Guzmán, el destacado historiador de la
Violencia, produjo la primera referencia publicada realmente confiable sobre
el uso de la marihuana en el Valle del Cauca:
Hubo también algún empleo de drogas y estupefacientes, de manera especial en el
occidente de Caldas y en el Valle del Cauca. La marihuana que se encuentra
fácilmente por aquellos contornos sirvió de diario estimulante en Quinchía a los
bandoleros del capitán “Venganza”, el cual era marihuanero. A la cárcel de
Cilcedonia los visitantes llevaban la yerba maldita a los amigos y parientes
presos, con la misma asiduidad del almuerzo diario.269

El movimiento de grupos de desplazada por la Violencia, y el crecimiento


simultáneo de la demanda de marihuana en los centros de consumo urbanos,
y más tarde, en el mercado internacional, condujo también al surgimiento de un
fenómeno muy nuevo en Colombia, el agricultor no fumador que producía su
hierba exclusivamente como cosecha comercial. En las estribaciones de la
Sierra Nevada de Santa Marta, por ejemplo, son esos grupos —generalmente
conocidos como cachacos, un término que describe refugiados de las tierras
altas del centro de Colombia— los que hoy son responsables por la mayor
parte de la marihuana producida para el mercado de exportación. Los
tradicionales fumadores de marihuana de las tierras bajas, usualmente son
productores a escala muy reducida, y tienden a consumir ellos mismos la
mayor parte de su cosecha.270

269
Guzmán (1968, p. 262).
270
Partridge (1975) ha descrito la situación en el municipio de Aracataca, ubicado 80 km. a sur de Santa
Sería interesante ver qué tanto refleja la situación en la zona del Cauca
lo observado en los alrededores de Santa Marta. Los paralelos, por lo menos
superficialmente, parecen muy cercanos. La población negra del Valle del
Cauca en las proximidades de Cali son consumidores de -marihuana y
pequeños cultivadores —el equivalente de los costeños—, mientras las
plantaciones comerciales realmente grandes están concentradas
principalmente en la Cordillera Occidental en los municipios de Morales y El
Tambo. Como las principales áreas productoras cerca de Santa Marta, estos
valles interandinos sólo fueron extensamente, colonizados en las dos últimas
décadas, y particularmente por refugiados de la Violencia. Sin embargo, no
está claro cuánto más durará esta situación tan netamente definida, y
seguramente es demasiado simplista seguir suponiendo que por lo menos en
la región del Cauca, todavía existe una división definida y clara entre la masa
de cultivadores no fumadores y los agricultores pequeños que sólo fuman su
propia cosecha. Esto pudo haber sido cierto hasta hace muy poco, pero en
1974, al menos, muchos de los grandes sembradores en El Tambo
definitivamente fumaban también, aunque sólo ocasionalmente. Ello parece
estar relacionado con una serie de factores: en primer lugar, el impacto
generalizado de una cultura marihuanera en la juventud colombiana; en
segundo lugar, el hecho de que muchos de los cultivadores más jóvenes de
hoy crecieron en las zonas donde poseen sus plantaciones, perdiendo así la
identidad paisa que tradicionalmente había separado a sus padres de la
comunidad local.
Uno no puede dejar de notar, sin embargo, que esta evolución pocas
veces condujo a la adopción de la marihuana como estimulante cotidiano y
ayuda para el trabajo duro, por lo menos no en el patrón clásico de los

Marta.
jamaiquinos, los costeños o los negros del Valle del Cauca. Los jóvenes
campesinos blancos del Cauca normalmente usan la marihuana en la misma
forma en que es usada en las ciudades de las naciones industrializadas:
como eufórico y/o tranquilizante, con aplicaciones aparentemente
contradictorias, como las de relajarse, animarse, matar el tiempo o
concentrarse. A menudo se consume con aguardiente en una fiesta o en un
baile de sábado por la noche. La costumbre se difundió rápidamente hasta en
regiones bastante aisladas, como Tierradentro, donde nunca antes había
existido ni siquiera una producción en pequeña escala, y donde el hábito de
fumar la marihuana apenas estaba volviéndose corriente entre la juventud en
1974. Irónicamente, muchos habían fumado por primera vez durante el
período de servicio militar. El cuartel contraguerrillas de La Punta (cerca del
páramo, arriba de Belalcázar) también era notorio en el distrito por su papel
pionero en estimular la producción local de hierba, ya que la mayoría de los
mal pagados, mal vestidos y mal alimentados soldados eran traídos de otras
regiones de Colombia donde el uso de la marihuana está mucho más
difundido. Ellos obviamente preferían dedicar sus interminables patrullas a
fumar marihuana que enredarse con las guerrillas de las FARC.
La mayor parte de la nueva generación de fumadores locales provino
inicialmente de los hijos y nietos de los cultivadores blancos de café que
colonizaron los valles cálidos de Tierradentro en la primera parte de este
siglo. Posteriormente, se extendió también a la comunidad indígena y varios
jóvenes nasa han buscado semilla entre sus vecinos para sembrar su propia
hierba. Por supuesto, debe destacarse que la marihuana no es bien vista por
los nasa más tradicionales, muchos de los cuales sólo tienen una idea muy
vaga de las propiedades la planta. Incluso un curandero relativamente joven
como Elizondo, quién todavía estaba en sus treinta, consideraba que ésta era
una planta para usarse exclusivamente en el contexto de la hechicería agresiva,
a fin de adormecer a un rival. Yo presencié una discusión entre él y uno de
sus sobrinos, de unos 20 años, acerca de la reciente adopción del último
del hábito de fumar marihuana. En respuesta a las acusaciones de que la
hierba le volvería letárgico y olvidadizo, el joven replicó en español: "Dices
que la marihuana le deja a uno trava'o, pero la verdad es que me siento más
torcido que trava'o...
Como había viajado algunas veces a Cali y Popayán empleaba términos
de la jerga de dichas ciudades, términos que, obviamente, eran intraducibles
al nasa. En todo caso su argumento era bueno: los estereotipos acerca de los
efectos debilitantes de la marihuana usualmente se basan en una gran
ignorancia de sus efectos cualitativos en la consciencia humana. En cualquier
caso, la actitud pugnaz de individuos como el sobrino de Elizondo pueden
servir indirectamente para reducir y contrarrestar el alcoholismo a menudo
crónico de tantos nasa, suministrando una alternativa mucho menos dañina al
aguardiente y, al mismo tiempo, estimulando una reafirmación positiva del
hábito de la coca. En efecto, dado que el cambio cultural es inevitable en
Tierradentro, la adición de la cannabis a la farmacopea del curandero será un
desarrollo mucho más benéfico que una entrega abyecta, digamos, a los
diversos productos farmaceúticos. ¡Todo el poder a las hierbas!

Hongos

La especie local de hongos alucinógenos –Stropharia cubensis a


veces identificada erróneamente como Psilocybe cubensis— se da en grandes
cantidades durante las estaciones lluviosas (septiembre/diciembre,
febrero/mayo) y se constituye en foco de atención para los viajeros gringos en
la región del Cauca. También ha sido adoptada de manera entusiasta por
numerosos jóvenes colombianos de las ciudades, pero, hasta ahora, parece
haber tenido poco o ningún impacto sobre la población rural de la zona.
Stropharia alcanza un tamaño de 2 centímetros hasta 15 centímetros de
ancho, de 2 centímetros hasta 10 centímetros de alto, y su contorno puede
variar, dependiendo de su edad, desde una campana cerrada hasta una
fuente amplia abarquillada en los bordes. Sus características distintivas son
un tinte naranja-marrón en el ápice que se desvanece a un habano sucio en
los bordes, un collar púrpura profundo en el cuello y lamelas carmelitas-
azuladas en la parte de abajo.
Al partirse y ponérse en contacto con el aire durante unos pocos minutos
la carne toma un color marcadamente azul, lo cual, según la creencia popular,
es evidencia de la presencia del principal alcaloide activo, la psilocibina. Cada
espécimen vive entre tres o cuatro días antes de comenzar a marchitarse y
ser comido por los insectos. Durante este tiempo pasa de ser muy elástico y
lleno de humedad, a un estado mucho más seco y más desmenuzable. Es
aconsejable consumir solamente los hongos más frescos, ya que los más
viejos contienen a menudo gusanos y otros parásitos. Una dosis moderada (8
a 12 miligramos de (psilocibina) se puede obtener de unos cinco hongos
medianos.
Stropharia se da bien en una gran variedad de zonas climáticas y su único
requerimiento básico es la presencia de una buena cantidad de humedad en la
tierra, y más importante aún, una matriz de estiércol de vaca para crecer en
ella. Las esporas no germinan directamente cuando llegan a un ambiente
adecuado, sino que deben ser ingeridas con forraje y pasar por el complejo
sistema digestivo de los rumiantes, como la vaca y el venado. Antes de la
llegada de los españoles al Nuevo Mundo, la distribución de la Stropharia
debe haber estado estrechamente ligada a los pastizales frecuentados por
los venados; en el siglo XVI, los Mazatecas de Oaxaca en Mexico,cuyo
propio nombre significa "gente del venado", observaban una estricta
prohibición de matar a estos animales. Hoy día en la región del Cauca, el
hongo es más abundante en los pastizales de ganado a alturas de 1,000
metros o menos, y es relativamente raro en tierras más altas. Sin embargo,
esto no impide que sea fácil de encontrar tanto en Popayán (1,760 metros)
como en Silvia (2,450 metros); y muchos usuarios de vieja data afirman que
las variedades de las montañas altas dan "una cabeza más despejada", lo cual
puede indicar alguna variación en la estructura del alcaloide.
Vale la pena destacar que la Stropharia puede ser levemente tóxica en
sus efectos, particularmente si se emplean los hongos de altitudes más bajas.
Aparte de las alucinaciones visuales comunes a varios alucinógenos, el
comedor de hongos puede también sufrir una sensación de temperatura
corporal muy alta, constricción en la garganta, dolores de cabeza, desórdenes
estomacales y ataques ocasionales de náusea súbita. La única zona en que la
Stropharia es consumida por los indígenas americanos es en México, donde
ha sido reportada entre los Mazatecas de Huautla de Jiménez y entre los indios
Lacandones de las tierras bajas de Chiapas. Los Mazatecas le llaman el
honguillo de San Isidro Labrador y le tienen en menor estima que a los
diversos hongos más pequeños del género Psilocybe. Mis propias
experiencias de Psilocybe —tanto de P semilanceata (el "Liberty Cap" de las
Islas Británicas) y como de P. caerulescens var. mazatecorum (el llamado
derrumbe mexicano)— ciertamente tienden a confirmar que los miembros de
este género son un tanto preferibles a la Stropharia, ya que carecen de los
efectos físicos secundarios ocasionalmente desagradables de este último
hongo, a tiempo que conservan todos los aspectos positivos de la
psilocibina.271
Aunque parece que la Stropharia nunca ha sido adoptada por algún
grupo indígena fuera de México, su amplia distribución le ha permitido volverse
muy popular entre mucha gente joven en toda Latinoamérica. Originalmente
identificada en Cuba a comienzos del siglo XX, ahora se la conoce desde la
Florida hasta Argentina. Las noticias sobre sus propiedades se difundieron
rápidamente después de la descripción de su uso de Oaxaca en 1957,
llegando a Colombia en 1960, a Brasil en la década de 1970, y despés a todo
el continente. En cierta forma parece apropiado que un alucinógeno
contemporáneo tan ampliamente apreciado tenga una historia tan misteriosa y
poco documentada. Uno recuerda el folclor de muchos jóvenes que
consideran erróneo entrar a un campo "en busca" de los hongos. Así como
ellos deberían presentarse espontáneamente al buscador, como si estuviesen
guiados por una sabiduría superior, también se puede argüir que la Stropharia
simplemente apareció por sí misma, en una época y en un lugar donde estaría
segura de recibir una entusiasta bienvenida.
En la región del Cauca su uso no parece ser anterior a los mediados de
la década de 1960, pero debe subrayarse que esta entrada no indica la
llegada de la especie, sino sólo el reconocimiento de sus propiedades
psicodélicas. No obstante, el hecho de que no interese en absoluto a los
indígenas locales en verdad sugiere que no es un miembro original y nativo
de la flora. Después de todo, la Stropharia se propaga con extrema facilidad,

271
El estudio clásico de Stropharia cubensis en Heim y Wasson (1958) sigue siendo la única fuente mayor de
información sobre este hongo. Fúrst (1976, pp. 172-173) cita la obra de John Haines, un micólogo del Museo del
Estado de New York, en Albany, para clarificar la ecología de Stropharia, y destaca la importancia del interés
de los Mazatecas del siglo XVI por el ciervo, el único animal que hubiese podido servir para albergar las esporas
de este hongo antes de la Regada del ganado europeo. El informe acerca del uso de Stropharia entre los
Lacandones se deriva de una comunicación de Robertson en Dobkin (1972, p. 10); los hongos británicos
Psfiocybe fueron descritos por Cooper (1978).
soltando enormes cantidades de esporas en el viento, y su difusión a lo largo
de América tropical y subtropical ha dependido principalmente de la
disponibilidad de estiércol vacuno y, consecuentemente, de un gran
incremento en la extensión de tierra dedicada en este siglo al pastoreo de
ganado.
Esta relación ha sido gráficamente reconocida en la identificación
mazateca del hongo Stropharia con la figura de San Isidro Labrador. San
Isidro es el santo patrón de Madrid y como tal, su imagen ha sido
reverenciada desde hace mucho en todas las ex-colonias españolas del Nuevo
Mundo, representándose en la iconografía como un campesino heroico entre
dos bueyes. Evidentemente, fue este lazo con España y con el ganado en
general, lo que provocó la identificación de la Stropharía con la figura de
San Isidro, ya que, aparte del venado, antes de la conquista española es
imposible que la Stropharia hubiera podido tener la misma amplia distribución
de que disfruta hoy. Uno no puede dejar de ver una gran ironía en el hecho de
que una civilización europea expatriada haya creado condiciones ambientales
para expansión de la Stropharia y, en efecto, se haya convertido finalmente en
el principal exponente de su uso; mientras fueron indígenas americanos los
primeros en descubrir las extrañas propiedades de este hongo. Una onda lo
más sollada...
APÉNDICE B
HIERBAS MÁGICAS Y MEDICINALES DE LA REGIÓN DEL CAUCA

Plantas medicinales nativas

Cinchona spp.
Nombres locales: cascarilla, quina, quinaquina
Un árbol que crece silvestre entre 1.500 y 3.000 metros de altitud. Fuente de
quinina y una serie de alcaloides relacionados. La corteza molida se prepara
en infusión y se usa para tratar fiebres, neuralgias y la gripe común. En la
segunda mitad del siglo XIX, la quina roja de Pitayó y Mosoco era uno de los
más apreciados productos de los resguardos nasa y llegó a atraer a un
enorme grupo de compradores extranjeros que organizaron sus operaciones
desde una base en Silvia. Sin embargo, luego de veinte o treinta años, la
explotación indiscriminada de las plantas silvestres provocó la virtual
desaparición de la Cinchona a lo largo de casi toda la Cordillera Central.
Debido a que nunca hubo intento alguno por plantar nuevos árboles, ya que
los nasa se beneficiaban poco con la extracción de la cascarilla de sus tierras,
la región del Cauca experimentó apenas un corto auge como resultado de
este floreciente comercio de exportación. Los actuales suministros domésticos
son traídos principalmente por comerciantes indígenas de Santa Rosa.
Véase Patiño (1967, pp. 331-346). Douay (1890) da un informe excelente de
primera mano acerca de las hazañas de un comprador francés de quina del
siglo pasado.

Chenopodium antihelminticum Bert.


Sin. Chenopodium ambroisiodes L., var.Antihelminticum
Nombre local: paico
Vermífugo muy eficiente; las semillas y la cocción de la planta fresca se usan
ampliamente en el Cauca contra la solitaria (Ascaris). Véase también Patiño
(1967, p. 179).
Jacaranda caucana Pittier
Nombre local: gualanday
La especie local de un género pantropical ampliamente distribuido; sus hojas,
el tallo y la fruta se preparan en una infusión, altamente apreciada por su
acción depuradora sobre la sangre y por su efecto tonificante sobre el hígado
y los riñones. Véase también Patiño (1967, p. 330).
Juglands neotrópica
Nombre local: nogal, el nombre español para la noguera del Viejo Mundo,
que es del mismo género.
Se prepara una intensa cocción de las hojas, usualmente mezcladas con sal, y
se aplica en el tratamiento de problemas de la piel —enfermedades
escrofulosas, eczema, etc.— así como para curar úlceras cuticulares,
infecciones, contusiones e inflamaciones.
Nicotiana rústica L.
Nombre locales: urn-wéh en nasa, tabaquillo en español.
Las plantas silvestres o semidomesticadas de tabaco se preparan en
infusiones o cocciones, y se emplean para tratar la disentería y las afecciones
del hígado.
Portulaca oleracea
Nombre local: verdolaga
Las hojas se preparan en infusión o como compresa en la frente, para tratar
dolores de cabeza y fiebres. También se utiliza para balancear el efecto tóxico
del Chenopodiuni

Spondias purpurea L., S. mombin L.


Nombres locales: ciruela, hobo
Las hojas y el interior de la corteza poseen fuertes cualidades astringentes, lo
cual explica su difundido uso en la América tropical como vendas para heridas
infectadas. En la región del Cauca, los retoños y los brotes de las hojas
también se preparan en una infusión y se emplean para reducir las fiebres. A
veces se usan en forma de compresas para aplicar en la frente en caso de
dolores de cabeza extremos. Véase también Patiño, (1967, p. 239)

Verbena spp.
Nombre local: verbena
Se utiliza como emplasto para dolores de cabeza y en cocción para el
tratamiento de afecciones del hígado.

Plantas medicinales introducidas


Los españoles introdujeron una serie de plantas del Viejo Mundo a la zona del
Cauca; las más obvias de todas son quizás, los diversos miembros de la
familia de la menta, las labiadas, y sanalotodos como el ajo y el jengibre. Las
labiadas incluyen:
Melissa officinali. Nombre local: toronjil
Mentha viridis. Nombre local: yerbabuena
Ocimun basilicum Nombre local: albahaca
Las tres anteriores se preparan en infusiones y se usan como frescos, es decir,
bebidas refrescantes para aliviar dolores de cabeza y fiebres.
Apium graveolens
Nombre local: apio
Las hojas se usan en infusión para la acidez y la irritación estomacal.

Los españoles introdujeron al menos dos plantas medicinales orientales al


Cauca —ver Patiño (1969, p. 134).
Citrus aurantium var. bigardia
Nombre local: naranja agria
Las hojas se preparan en una cocción con hojas de coca frescas para el
tratamiento de casos extremos de diarrea.
Cymbopogon citratus
Nombre local: limoncillo
La infusión es muy popular en Tierradentro para el tratamiento de resfriados y
gripe así mismo se dice que calma los escalofríos que sienten las mujeres en
el parto.

Plantas mágicas

Las hierbas mencionadas anteriormente pueden ser usadas por todos los
habitantes rurales de la zona del Cauca, tanto blancos como indígenas, y por
lo general se consideran exclusivamente terapéuticas. Las plantas usadas
por los curanderos nasa, por otro lado, raras veces, sino jamás, son
empleadas por los blancos, ya que su potencia reside en sus cualidades
mágicas antes que en las puramente medicinales. Hablando en general, estas
plantas mágicas se mascan junto con la coca y se utilizan para chupar y
soplar en los rituales pútia; tal uso es bien diferente del de las plantas
medicinales, que norinalmente se preparan en infusiones, cocciones o
emplastos. En efecto, la práctica de mascar otras hierbas junto con la coca no
se limita a la región del Cauca, y tanto La Barre (1948, p. 102) como
Rostworowski (1973, p. 194) han informado acerca del uso de la akhana
agria —Werneria poposa Philippi, o W ciliolata A Grey— como aditivo de la
coca entre los Quechua y Aymara de los Andes centrales.
Las hierbas mágicas de los Nasa incluyen:
Scutellarla racemosa Per.
Nombres locales: cháyuts en nasa; contento o alegría en español. La planta
es del mismo género de la escutelaria europea y norteamericana.
La cualidades nervinas y antiespasmódicas de esta droga se deben a la
presencia de un aceite volátil, escutelaron, y explican la difundida masticación
de la hierba fresca para contrarrestar y balancear la acción estimulante de las
hojas de coca. Lo mismo que el tabaco, el cháyuts se usa de esa manera
entre los curanderos nasa a fin de controlar las señas adivinatorias y, si es
necesario, reducir su intensidad. Forma parte esencial del “altar” empleado
tanto en las purificaciones rituales como en las contiendas de hechicería,
colocando una ramita de cháyuts en un calabazo de aguardiente; la hierba
también se pone usualmente como talismán protector en la coronilla de
aquéllos que participan en tales eventos. Siendo la panacea básica de los
Nasa, a menudo se prepara también en una infusión o en un emplasto para
afecciones comunes como dolor de cabeza, tos y espasmos convulsivos; a
veces se usa para lavar ojos inflamados. El mejor cháyuts crece en los valles
fríos de más de 2,000 metros de altura y con frecuencia es intercambiado
entre los curanderos nasa por hojas de coca de la zona más baja, de clima
subtropical.
Myrcia acuminata
Nombres locales: umsim en nasa, yacuma negra en español.
La planta crece abundantemente en Tierradentro, entre 1,000 y 2,000 metros;
sus semillas negras y elípticas —con 7 mm. De largo y 3 mm. de diámetro—
se mascan junto con la coca durante los rituales pútia.
Esta especie de yacuma negra no debe confundirse con las delgadas, blancas
y dulces raíces de la yacuma blanca, la cual es una especie diferente no
identificada que crece en las tierras calientes cerca de La Plata, a 1,000
metros aproximadamente. Los suministros de esta última hierba importados a
Tierradentro son más apreciados que los débiles ejemplares que se cultivan
localmente y que se denominan yacuma de peña. Yácum, sin embargo, ya
sea local o importada, es considerada entre los Nasa como una de las
hierbas mágicas más poderosas, y posee un sabor muy agradable cuando se
combina con coca.
Hibiscus abelmoschus L.
Nombres locales: ush ni'in en nasa; culebrina o pepa de arco en español.
Las pequeñas semillas reniformes poseen un sabor perfumado picante que
combina bien con la coca; se dice que contienen una poderosa carga mágica
quizás relacionada con sus cualidades estomacales y nervinas. El arbusto
crece en toda Tierradentro, en la zona subtropical entre los 1,000 y 2,000
metros.
Scleria catarinensis Boeck
Nombres locales: yuts-kái en nasa; curíbano en español.
Una hierba alta con una raíz de sabor fuerte que se masca a menudo con
coca. Una variedad, o mejor, otra especie por complemento, se distingue por
una raíz más turgente y un sabor mucho más agradable y almizclado; se
conoce en nasa como chinda-alco y en español como “pata de perro”.
Ambas crecen entre 1,000 y 3,000 metros, en toda la zona ocupada por los
Nasa en Tierradentro. También se emplean en una infusión para tratar
desórdenes estomacales. Es interesante anotar que los diferentes curanderos
con frecuencia tienen opiniones contradictorias acerca de las virtudes del yuts-
kái. Aunque es considerado un elemento positivo, que aumenta el poder del
curandero, en los resguardos de Calderas y Togoima, se considera
"peligroso" en San Andrés y allí sólo se usa en hechicería ofensiva.
Chundur (sin identificar botánicamente)
La raíz tuberosa de chundur está recubierta con una especie de pelaje marrón
y es la parte de la planta que se masca en las prácticas mágicas. A menudo se
distingue entre la variedad más gruesa –chundur núsha en nasa; chundur de
Castilla en español -y el tipo más delgado y más fibroso o chundur de llanura
en nasa o chundur de arco en español.- Es posible que la primera variedad
se haya desarrollado como resultado de un proceso de selección consciente,
ya que el chundur, como el chúyuts y yácum, es considerado como una de las
plantas más importantes usadas por los curanderos nasa, y con frecuencia
crece en un estado de claro semi-cultivo, en las vecindades de los lugares de
habitación humana.
Peperomia spp.
Se distinguen dos especies con los nombres nasa de shugués y shupeñíri;
ambas se mascan a menudo en la boca cuando están frescas. Una tercera
planta, shulape, no ha sido identificada botánicamente, pero normalmente se
usa con las otras dos. El empleo de una cuarta, llamada simplemente shu —
un musgo del género Sphagnum— parece estar cayendo en decadencia
como masticatorio, aunque aún se usa ampliamente como venda para herida.
Es significativo que ninguna de las tres primeras plantas tiene nombres en
español y su uso está restringido a los resguardos nasa más remotos y de
mayor altitud, como Calderas, Chinas, Lame y Tumbichuque. Esto puede reflejar
el hecho de que muchas de las plantas corrientes de la farmacopea mágica,
tales como chundur, yácum y ush ni´in, son oriundas de los valles más bajos y
subtropicales, lo que tiende a hacerlas raras y difíciles de obtener en las
alturas. Como resultado de ello, los curanderos de las regiones altas
generalmente prefieren las hierbas frescas tomadas directamente del suelo —
el grupo shulape/shugués/shupeñín, más cháyuts, chinda— alco y yuts-kái,
cuyo suministro está más localizado y es más seguro. Es importante para el
curandero tener acceso a su propia fuente de hierbas mágicas, debido a que,
aparte de cualquier consideración financiera, simplemente no puede darse el
lujo de depender de suministros que podrían ser bloqueados por un rival
inescrupuloso. Es esto lo que explica la casi total ausencia de un comercio a
larga distancia de hierbas mágicas entre los Nasa; en los pocos casos en que
existe dicho comercio, casi siempre se encuentra en manos de blancos u otros
comerciantes indígenas no nasa que comúnmente hacen sus negocios en el
contexto étnico mixto de la plaza de mercado. Una droga en particular
suministra un excelente ejemplo de cómo se organiza este comercio:
MyroxyIon balsamum (L.) Harins., Sensu latu
Sin. MyroxyIon percirae Klotsch
Nombres locales: ta'atsa en nasa; tache, olor o bálsamo en español.
La resina de esta planta se usó mucho en Popayán durante el período
colonial como incienso para repeler insectos.Es su semilla de tamaño de una
almendra la que hoy sirve al curandero nasa como masticatorio. Los árboles
silvestres de tache se dan en muchas partes de la zona del Cauca, pero
nunca supe de ninguno que se explotara en Tierradentro. Todos los
suministros de la droga de los Nasa parten de un grupo ambulante de
botánicos indígenas cuyo valle nativo de Sibundoy está ubicado cerca de la
selva tropical del Putumayo, tradicionalmente la fuente de la mayoría del tache
usado en Popayán. Los Nasa mantienen una incómoda relación con los indios
Sibundoyes, debido a que éstos últimos también tienen una formidable
reputación como curanderos. Las diferencias entre los Nasa y los Sibundoyes
radican no sólo en lenguajes y cosmologías mutuamente incomprensibles,
sino también y quizás más importante, en su preferencia de plantas: los
Sibundoyes son bebedores de yajé y jamás mascan coca, mientras los Nasa
son básicamente mascadores de coca y nunca tocarían el yajé. Como es de
esperarse, entonces, son sólo los curanderos que operan en los límites de los
resguardos nasa quienes muestran cierta voluntad para adoptar el uso de las
poderosas semillas de tache o de ta'atsa. En efecto, poco menos de veinte
años atrás, por la época de los Nasa, el uso de la ta'atsa en Tierradentro
parece haber sido totalmente desconocido. Véase también Patiño (1967, pp.
185-193).

Plantas usadas en hechicería ofensiva

Estas plantas se manejan en las disputas de hechicería proyectándose sus


cualidades tóxicas sobre la víctima por medio de un acto de magia "imitativa".
Usualmente se combina con una garra o un diente de culebra, o con cualquier
clase de espina vegetal, a fin de "penetrar" más efectivamente al enemigo.
Fourcroya foctida (L.) How.
Sin. Furcraea macrophylia (Hook) Baker
Nombres locales: cabulla, cabuya
Aparte de usarse la parte aguzada de las hojas como espina, la savia cáustica
se dice que "pudre" el cuerpo del rival.
Euphorbia cotinifólia (L.)
Nombre local: lechero
Se usa para cercas en toda la zona del Cauca a altitudes mayores de 2,000
metros; esta planta posee una savia muy venenosa y cauchosa y puede
“reventa” el cuerpo del rival.
Urtica sp.
Nombres locales: guepekás en nasa; ortiga y pringamoza en español.
Es la más débil de las hierbas ofensivas y quizás la más comúnmente usada.
Su poder de pinchar la piel sirve para mantener a un rival indeseable lejos de
un lugar específico señalado por el curandero con el ritual pútia. La planta
también se usa a veces como remedio, preparada en una infusión y bebida
por quienes sufren de problema de la vejiga.
Toxicodendron striatum Kuntze
Nombre local: caspi
El contacto con este arbusto o con su savia produce ronchas terribles con una
picazón incontrolable por muchos días. El caspí se emplea con frecuencia en
la hechicería para producir inflamaciones en la víctima. Su acción puede ser
contrarrestada por medio de la aplicación externa de la savia de cogollos de
la yuca común (Manihot esculenta).
Brugmansía spp.
Nombre local: borrachero
Los alcaloides activos de esta planta incluyen una cantidad significativa de
hioscina (escopolamina), junto con cantidades más pequeñas de atropina e
hiosciamina, lo que produce un efecto similar al estramonio, la belladona y al
beleño de Viejo Mundo. Las hojas y las semillas del borrachero o floripondio
suramericano fueron ampliamente usadas en una época como droga
medicinal y mágica por los habitantes indígenas de los Andes, y en muchas
regiones esta planta era el único alucinógeno nativo realmente conocido y
fácilmente conseguible. Las crónicas describen su empleo generalizado
alrededor de los primeros establecimientos españoles en Quito y Bogotá; es
casi seguro que la triple mención de Cieza de León al hábito de los indios de
"hablar con el demonio" se refiere al uso del borrachero en las vecindades de
Cali y Popayán (Cieza, 1962, pp. 95 y 99, 109).
Un estudio de Piedrahita (1973) podría citarse también para apoyar esta
idea, ya que suministra detalles bien documentados de un sínodo organizado
por el obispo de Popayán en 1617. En las instrucciones impartidas a sus
clérigos figura una sección acerca de la inclinación de los nativos a
embriagarse y, aunque el buen obispo se sentía impotente para evitar la
elaboración de brebajes alcohólicos, afirma muy específicamente:
Damos consentimiento para que... puedan hacer el dicho guarapo y chicha con que
en él no se echen yerbas ni cosa violenta para darle mayor fuerza... ni en ella se
eche ni ponga ninguna raíz, hoja o flor que de mayor fuerza para la embriaguez
a las dichas bebidas...

La referencia a "raíz, hoja o flor" con propiedades fuertes sugiere claramente


que el borrachero seguía siendo empleado muy ampliamente por los
indígenas del Cauca en esos tiempos. Esta impresión la confirma otro informe
que data de la segunda mitad del siglo XIX, en el cual Douay (1890, p. 755)
todavía habla del empleo de un alucinógeno entre los Nasa, que él llama
"stramonium" -del estramonio europeo, un miembro del vecino género Datura.
Describe que se usaba como veneno para pescar en los ríos de la Cordillera
Central, así como para proporcionar alucinaciones, durante las cuales se dice
que uno adquiere el regalo de la segunda visión. También Vawell (1974, p.
208) describe el uso de la hierba fresca en Popayán en el siglo XIX como
"narcótico" para inducir el sueño en seres humanos y en serpientes peligrosas.
La planta era considerada por parte de la población blanca como una
amenaza, debido a que era usada ocasionalmente por esclavos negros para
drogar a sus amos y colocar culebras venenosas en sus camas, a menudo
con resultados letales.
Por la época en que Bernal Villa (1954) realizó su estudio clásico sobre
la magia y la medicina de los Nasa, sin embargo, la costumbre de ingerir
borrachero en cualquier forma había desaparecido por completo. Yo tampoco
puede encontrar un curandero nasa aún vivo en 1974 que la hubiera usado
alguna vez; tampoco oí de nadie que usara el borrachero con el propósito de
lograr algún tipo de "segunda visión" o trance adivinatorio. Actualmente, la
aplicación de la droga parece limitarse al contexto de la hechicería agresiva,
empleándose generalmente para enloquecer a un rival. Sin embargo, al
manipular la planta es posible que el curandero tenga que absorber por lo
menos algo de los efectos del borrachero, ya que sus alcaloides son capaces
de penetrar el cuerpo simplemente a través de la piel. La "proyección" mágica
de sus cualidades sobre la persona de un rival puede, en consecuencia,
implicar paradójicamente una experiencia real, aunque relativamente suave,
de los efectos de la droga por parte del propio curandero que recurre al uso del
borrachero. Esto explicaría, quizás, por qué tocar o aún permanecer muy cerca
de la planta se considera en general tan extremadamente peligroso. Un mito
guambiano recogido por Hernández de Alba y Tuminá (1965, p. 91) habla de
la agradable fragancia que despiden las flores del borrachero durante la noche,
pero advierte que dentro la planta reside un espíritu maléfico que asume la
forma de un águila. Guarda celosamente la planta donde vive y persigue a todo
el que trata de cortarla, arruinando todas las cosechas del ofensor y lanzando
plagas contra su familia y sus animales domésticos.
El arbusto también se considera capaz de causar amnesia a cualquier
persona —hombre, mujer o niño— que se acerque demasiado a su olor
envolvente, conduciéndole a un extraño mundo de ensueño donde tendrá
visiones de los ya casi extintos indígenas Pijaos, un pueblo caníbal que fuera
un flagelo terrible para los Guambianos y las incipientes colonias españolas
del siglo XVI. Todas estas asociaciones parecen indicar que los indígenas del
Cauca son perfectamente conscientes de los poderes del borrachero y
sugieren firmemente que desde hace mucho ha sido reconocida como uno de
los agentes psicoactivos más potentes suministrado por la flora andina nativa.
En el Cauca se dan dos especies, ambas "daturas de árbol", es decir,
arbustos perennes, distintos de las daturas herbáceas anuales de Europa y
de México. Recientemente, algunos autores les han dedicado un género
aparte, la Brugmansia, que reconoce esta diversidad botánica. El más común
de los borracheros caucanos tiene flores blancas, crece hasta cuatro metros
de altura y parece adaptarse mejor en los climas más fríos, que en el Cauca
se dan entre los 2,000 y los 3,000 metros; usualmente se identifica como
Brugmansia arborea L. (Patiño 1.967, p. 273) o Brugmansia candida (Bristol
(1970).
Se conoce otra especie rara en el área del volcán Puracé que se da
óptimamente en las condiciones de páramo que prevalecen alrededor de los
3,000 metros. Los arbustos son en este caso más pequeños, raras veces
pasan de un metro de altura, y las flores son de un color púrpura rojizo, lo cual
hace que se le de el nombre local de borrachero colorado. Este término se
aplica en Boyacá y Cundinamarca a la Brugmansia sanguinea, que es de un
porte más grande; la especie caucana fue publicada por Barclay (1959) como
Datura (ahora Brugmansia) vulcanicola. La ocurrencia común de esta última
cerca de sitios arqueológicos de las partes altas del valle de Coconuco,
parece sugerir que la planta fue usada alguna vez en forma extensiva por los
habitantes prehistóricos de esa zona, quizás en alguna asociación con
rituales de limpieza de cuerpos, ya que muchos de esos lugares están
ubicados cerca de fuentes de aguas calientes azufradas.
APÉNDICE C
LA RESISTENCIA DE LOS PAEZ Y SU LUCHA POR LA TIERRA

La mayoría de los viajeros extranjeros usualmente vienen a esta parte de


Colombia no para mascar hojas de coca, ni para simpatizar con los indígenas
páez, sino con el fin de visitar el parque arqueológico situado en el valle de
San Andrés de Pisimbalá. Las atracciones locales —que incluyen las
singulares tumbas pintadas de Segovia, El Filo del Aguacate y El Alto de San
Andrés, así como las grandes esculturas de piedra de El Tablón, que fueron
desenterradas y reordenadas en forma de un círculo muy hermoso, aunque
artificial— han sido descritas, con diversos grados de competencia, por Burg
(1936), Pérez de Barradas (1937), Hernández de Alba (1938, 1946), Silva
Celis (1943-1944), Patterson (1965), Reichel-Dolmatoff (1966) y Long y
Yanguez (1971). Pérez de Barradas, el primero en ocuparse seriamente de
los problemas de cronología en esta región, arguyó que a la cultura de las
tumbas pintadas de Tierradentro debía asignársele una fecha mucho más
tardía que la de las estatuas de El Tablón. Estas últimas muestran marcados
paralelos con el estilo artístico lítico del cercano sitio de San Agustín, el cual
no ha sido fechado, aunque por lo general se supone que alcanzó su climax
en el período entre los 100 y 500 d.C. Patterson, por otra parte, sugirió que la
cerámica de las grandes tumbas pintadas de Segovia es mucho más antigua
que la que se asocia con el estilo de San Agustín, y por lo tanto, con las
estatuas de El Tablón. Este autor propuso que las tumbas pintadas pueden
fecharse hacia 700 a.C.
Long y Yanguez, a pesar de la asidua excavación de una serie de sitios de
habitación, no encontraron una estratigrafía que pudiera confirmar o refutar la
secuencia de Patterson; sin embargo, ellos también sugieren una fecha
relativamente tardía para las estatuas de El Tablón, y hasta defienden la idea
de que ese lugar todavía estaba ocupado por la época de la Conquista
española. Las afinidades estilísticas entre la bolsa de coca representada en
una de estas estatuas y el kuétan yáha de los páez contemporáneos
ciertamente tiende a respaldar esta hipótesis, y aún puede dar peso a la
provocativa sugerencia de que los páez son, en algún sentido general, los
descendientes de los hombres que tallaron las asombrosas estatuas de San
Agustín y El Tablón. Como pura conjetura, tal idea parece tener mayor
credibilidad que la hipótesis de múltiples "invasiones" defendidas por los
antiguos historiadores y arqueólogos del Cauca. Buscando justificar la
intrusión del hombre blanco en Tierradentro, siempre trataron de despachar a
los páez como simples advenedizos, como bárbaros que llegaron a la zona
poco antes que los españoles, destruyendo las avanzadas culturas de los
anteriores habitantes y permitiendo que su civilización, romantizada y
convenientemente extinguida, fuera apropiada cínicamente como parte de la
herencia nacional colombiana.
Es de esperar que las recientes y aún no publicadas excavaciones de
Álvaro Chávez y Mauricio Puerta arrojen nuevas luces a la secuencia y
cronología de las culturas prehistóricas de Tierradentro. Dada la naturaleza
inconclusa de la mayor parte de la investigación arqueológica, debe
aceptarse que todo intento por clarificar el impacto de la Conquista española
en la región del Cauca se ha enredado por la ausencia de crónicas de
primera mano que describan el proceso. Parece probable, sin embargo, que
el minucioso informe de Castellanos (1944) sobre las primeras expediciones
llevadas a cabo desde Quito en 1536 y 1537 estaba basado en relatos de
testigos que fueron recogidos más tarde, de acuerdo con Arroyo (1955, p.
.187), los de dos soldados llamados Serrano y Minderos. La historia
temprana de la nueva colonia y los conflictos entre los diversos comandantes
de campo y el hombre que en últimas dirigió la Conquista, Sebastián de
Belalcázar (o Benalcázar), está analizada a fondo en la excelente biografía
del conquistador escrita por Jijón y Caamaño (1936-1938).
La política de virtual genocidio emprendida en las vecindades de
Popayán y Cali por los comandantes de la guardia de avanzada, Ampudia y
Añasco, y luego perpetrada por el mismo Belalcázar, produjo muchísimo
sufrimiento tanto a los indígenas como a los colonos blancos. La descripción
de Andagoya (1938) de la situación cuando arribó en 1540, aunque
políticamente motivada contra Belalcázar, consiste en una clara denuncia de
esta etapa temprana de anarquía de fronteras, y suministra amplia
explicación del rechazo total y sin compromisos del pueblo páez a cualquier
acomodamiento con los invasores. Es significativo que el mismo Andagoya
haya perdido varios hombres en un intento por subyugar a los páez de la
vertiente occidental de la Cordillera Central. Al mismo tiempo, la colonización
incipiente en Timaná, al otro lado de esta línea de montañas, apenas pudo
sobrevivir el embate de los páez y sus aliados, unidos bajo el liderazgo de
una fiera cacica conocida como la Gaitana. A pesar del empleo de arcabuses
y perros amaestrados para devorar hombres, tanto Ampudia como Añasco,
templados veteranos que habían luchado en las campañas del Perú y el
Ecuador, perdieron sus vidas tratando de ocupar Tierradentro, una tragedia
registrada extensamente por Castellanos (1944) y Cieza de León (1918), y
resumida en Jijón y Caamaño (1938, pp.46—77). No es sorprendente, en
consecuencia, que las primeras descripciones de los páez tiendan todas a
concentrarse en sus hazañas como guerreros:
Son valientes, de muy grandes fuerzas, diestros en el pelear, de buenos cuerpos y
muy limpios. . . Tienen para pelear lanzas gruesas de palma negra, tan largas que
son de a veinte y cinco palmos y más cada una, y muchas tiraderas, grandes
galgas, de las cuales se aprovechan a sus tiempos. Han muerto tantos y tan
esforzados y valientes españoles, así capitanes como soldados, que pone muy gran
lástima y no poco espanto ver que estos indios, siendo pocos, hayan hecho tanto
mal. . . (Cieza de León 1962:109).

A su regreso de España a comienzos de 1541 Belalcázar lanzó una serie de


pequeñas incursiones punitivas contra los páez, las cuales fueron
rápidamente derrotadas. Finalmente, a mediados de 1543, condujo la primera
expedición realmente grande en Tierradentro, con una fuerza de 120
hombres, 50 caballos y numerosos portadores indígenas. Fue saludada con
una política de tierra arrasada que dejó a los españoles sin comida y sin
abrigo, obligados a abrirse camino por estrechos senderos donde estaban
sometidos a casi constantes ataques guerrilleros de los indígenas que se
habían refugiado en las escarpadas laderas. Arriba de los farallones de
Tálaga se libró un encuentro decisivo contra una plaza fuerte páez, y por
primera vez en su larga carrera Belalcázar se vio obligado a aceptar la
derrota, perdiendo a su teniente Tovar y a la mayor parte de sus mejores
tropas en un intento suicida por escalar las altas montañas. Se retiró hacia
Cali a través de la nebulosa espesura del páramo de la cordillera central,
siendo forzado a abandonar todos sus caballos y a muchos rezagados; y
posteriormente sólo pudo organizar pequeñas operaciones de contención
para evitar que los páez cortaran las comunicaciones entre Cali y Popayán.
El historiador Jijón y Caamaño (1938, pp.225-241) en su estudio de este
período se basa fundamentalmente en Castellanos (1944), así como en una
serie de cartas escritas al rey español por el mismo Belalcázar y por los
funcionarios de la Real Caja, Guevara y Magaña, las cuales han sido
editadas por Garcés (1936; véase especialmente la carta de Belalcázar
desde Cali, del 20 de diciembre de 1544).
La situación de estancamiento efectivo persistió durante muchos años
luego de la derrota española en Tálaga y a través de este tiempo la colonia
en Popayán vivió en constante zozobra ante los súbitos ataques de los páez
contra haciendas aisladas, minas y convoyes de aprovisionamiento. Otros
grupos indígenas, sin embargo, resistieron con menos éxito, y sus
sobrevivientes recibieron un trato tan inhumano que Bartolomé de las Casas
(1946, pp. 131-133) se sintió obligado a escribir una virulenta condena del
ardor sanguinario de Belalcázar como conquistador. De España vino una
respuesta humanitaria en la figura de Don Juan del Valle, primer obispo de
Popayán. Sus intentos por contener los excesos de los colonizadores fueron
registrados admirablemente por Friede (1961), cuyo relato cubre el período
crucial entre 1548 y 1560, en el cual se echaron los fundamentos de una
administración colonial estable en la zona. Fue debido quizá a su influencia
que a los páez se les permitió durante esos años vivir a su manera y no fue
sino hasta 1562 que se envió otra gran expedición a Tierradentro, esta vez
bajo el mando de Domingo Lozano, cuyo objetivo era fundar una colonia
permanente en el valle fértil y densamente poblado del río Páez.
Aunque bajo sitio permanente por parte de la población de los
alrededores, este núcleo, San Vicente de los Páez, parece haber sobrevivido
al menos seis o siete años. Afortunadamente, por lo menos para nuestros
propósitos, uno de los colonizadores españoles debió vivir para contar su
relato al cronista Pedro de Aguado, ya que es la "Recopilación Historial" de
este autor la que suministra lo mejor de los primeros registros históricos
acerca de la sociedad páez. Dedicó 75 páginas a la expedición de Lozano —
pp. 487-561 del segundo volumen en la edición de 1956— y el informe
contiene una cantidad asombrosa de detalles no sólo de los encuentros
militares entre los indígenas y las fuerzas españolas, sino también de la
organización social, política y económica del pueblo páez, así como de su
rivalidad con los vecinos indígenas guambianos de Silvia quienes,
adelantando una política de colaboración pacífica con los españoles,
ocasionalmente eran utilizados como fuerza nativa auxiliar contra los páez.
En reconocimiento a su singular contribución al esclarecimiento del primer
período colonial, las fuentes y la historia de los manuscritos de Aguado han
sido extensamente documentadas por Friede (1956) y Fals Borda (1956).
Al menos inicialmente la oposición a la colonia de Lozano parece
haberse enredado por las disensiones internas y la falta de cooperación entre
los diferentes caciques páez, los cuales son referidos simplemente por medio
del nombre de cada lugar, un detalle importante que refuerza el concepto de
que el liderazgo páez siempre ha sido más "situacional" que formal o
hereditario. Quizás es aún más interesante que Aguado señale
repetidamente la intervención de los curanderos páez en fortalecer la
resolución de lucha de su pueblo, reduciendo así los conflictos entre los
diversos valles y produciendo un repudio unificado a cualquier intento de los
españoles de imponer un "arreglo negociado". Los colonizadores quedaron
con las manos vacías dentro de su empalizada, aislados hasta el punto de
tener que arriesgar vidas preciosas aún para asegurar suministros de
artículos básicos como sal y agua. Acosados de tal forma los colonos
cometieron salvajes atrocidades que, lejos de acobardar y someter a los
páez, sólo condujeron a reforzar las viejas tradiciones guerreras. En efecto,
una vez que San Vicente había sido abandonado, los indígenas comenzaron
a ser concientes de su fuerza y pasaron rápidamente a la ofensiva. En 1577
masacraron a los habitantes del centro minero de La Plata, y entre 1582 y
1589 saquearon repetidamente a Caloto, un pueblo productor de oro. La
ferocidad de estos ataques llevó a que ambos fueran subsecuentemente
reubicados más abajo en sus respectivos valles, una retirada táctica que
aseguró la integridad territorial de las tierras páez hasta el comienzo de
nuestro siglo. Además de la crónica de Aguado, otras fuentes de este período
incluyen a los imaginativos Arroyo (1955, II, pp.127-170); Sendoya (1964); y
Otero (1952, p.56).
Es importante subrayar que, entre los indígenas de la región del Cauca,
los páez fueron casi únicos en su resistencia exitosa a la dominación
española. Trimborn ha escrito una etnografía comparativa de los diferentes
grupos que vivían en la zona en la época de la Conquista, pero su análisis no
puede dar una explicación real de por qué esto fue así. Historias locales
escritas sobre otras regiones específicas —como Arboleda (1956) para Cali,
Romoli (1962) para el Sur del Cauca y Romoli (1965) para la Cordillera
Occidental y la Costa Pacífica del Cauca— describen todas el rápido colapso
de la independencia indígena en áreas geográficas que no difieren
significativamente de Tierradentro. E incluso los feroces caníbales pijaos,
quienes ocupaban la Cordillera Central al norte de los páez, finalmente fueron
subyugados por una campaña de genocidio despiadado llevada a cabo entre
1605 y 1613. Con todo el contexto cultural de la resistencia pijao, objeto de
dos excelentes estudios etnohistóricos de Lucena (1962, 1965). fue aún más
intransigente que el de los páez. Es posible que su inclinación a la
antropofagia, y especialmente su atrevimiento al atacar grandes poblaciones
españolas tales como Ibagué, Buga y Cartago, hayan generado una
respuesta más virulenta que la táctica páez de limitar la acción armada a la
defensa de su territorio tradicional. Garcés (1935, p.571), por ejemplo,
transcribió una Cédula del rey de España, del 8 de julio de 1598, instruyendo
a los responsables de la guerra contra los pijaos a considerar todos los
prisioneros como esclavos, un tratamiento comúnmente dado a los caníbales.
Es notable que tales instrucciones jamás se hicieran extensivas a los páez
también.
Después del período inicial de la Conquista española, los páez rara vez
se aventuraron cerca de Popayán, a tiempo que los indígenas más
serviciales del grupo guambiano-coconuco constituían un excelente
amortiguador entre dicha ciudad y Tierradentro. Se construyó un fuerte en
Silvia para contener cualquier incursión de los páez a través de la Cordillera
Central; y la ruta de Popayán a La Plata y a Santa Fe de Bogotá fue trazada
por el territorio de los guanacas, vecinos de los páez en el sector meridional.
Éstos eran aparentemente menos beligerantes, y se relacionaban
lingüísticamente con los guambianos y los coconucos. Debido a que
Tierradentro no era particularmente rica en oro, los españoles no vieron
ninguna razón económica de importancia para su ocupación y, dado el
fracaso de su intento de intimidar por la fuerza, el asuto de convertir a los
páez fue, durante los siglos XVII y XVIII, encargado a una banda pequeña y
bastante impotente de misioneros.
La mejor historia de este período es un manuscrito redactado por el
Reverendo David González, un lazarista que vivió en el territorio páez de
1922 hasta comienzos de la década del cincuenta. González tuvo la
oportunidad de comparar su excelente conocimiento del terreno con las
diversas fuentes históricas publicadas, y tomó parte de su información
original de los registros parroquiales de la primera iglesia permanente en
Tierradentro, San Juan Bautista de Tálaga, que sobrevivió desde 1682 hasta
1816, cuando la Guerra de Independencia obligó a abandonarla. Señala
González que las primeras misiones jesuitas en la zona (1613-1640) habían
tenido poco éxito, y la "barbarie" de los páez, junto con su costumbre de reír
abiertamente ante los intentos de conversión de los sacerdotes,
supuestamente redujeron a uno de sus miembros, el padre Ignacio Navarro,
a un estado de mudez catatónica. Informes del período colonial tardío, tales
como el diccionario páez escrito por el misionero del siglo XVIII, Eugenio del
Castillo I Orozco (1877), hacen eco a estas impresiones y a las anteriores
observaciones de la crónica de Aguado, subrayando una vez más el papel de
los curanderos en la resistencia a la penetración de la civilización cristiana.
Un manuscrito de los archivos coloniales de Popayán (ACC, Sig.607, fechado
en 1686) también parece indicar que los curas mismos se cansaban
frecuentemente de sus ingratas vocaciones. Aunque la guerra abierta contra
los españoles cesó durante la mayor parte de los siglos XVII y XVIII, ésta fue
reemplazada por una muralla de clara indiferencia hacia las empresas
misioneras, y el número de bautismos cristianos en los registros de las
parroquias no puede representar sino una muy pequeña minoría de la
población total de Tierradentro.
En todo caso, el estado espiritual de su rebaño era lo que menos
importaba. Para la colonia española era más importante el hecho de que
todos los indios sujetos a la Corona deberían pagar un tributo fijo anual,
calculado sobre todos los varones adultos entre 18 y 50 años. El fondo
económico de este sistema, llamado la encomienda, ha sido analizado por
Colmenares (1973) y su funcionamiento explicado en detalle por Juan y Ulloa
(1918), Arboleda (1948). Ots (1957) y Smith (1967). Debido a que los páez no
fueron divididos en encomiendas sino hasta bien entrado el siglo XVII,
tuvieron la buena fortuna de evitarse los rigores del servicio personal, el
sistema de servidumbre que había sido el tipo original de encomienda
aplicado en las primeras etapas de la Conquista española, tanto en México
como en Santo Domingo y la costa norte de Colombia. Las leyes posteriores
que regían la institución sólo permitían al encomendero recolectar tributos, lo
cual podía hacer recogiendo productos de la tierra y vendiéndolos en el
mercado o, lo que era más frecuente, exigiendo una fuerza de trabajo que
sería remunerado a una tasa fijada por la Corona. El encomendero no tenía
derecho a usar la tierra de los indígenas ni a vivir junto con ellos, como
tampoco podía formular exigencias permanentes por su trabajo, o ser su juez
en casos de delitos criminales, como había sido la práctica en las primeras
encomiendas. Todavía más: un corregidor, generalmente el misionero local,
tenía que ser nombrado para cuidar los intereses de los indígenas, con el
objetivo de prevenir el surgimiento de nuevos abusos por parte de los
encomenderos.
En teoría se protegía a la población autóctona, mas la práctica del
sistema de encomienda en Tierradentro se complicó por una serie de factores
locales que fueron poco comprendidos por los legisladores en España. En
primer lugar, la extracción del tributo dependía de la realización de un censo
completo en cada encomienda y, a juzgar al menos por las incompletas listas
de tributos que aún se encuentran en los archivos de Popayán, este proceso
raras veces era completado con algún grado de éxito. No es sorprendente,
debido a que los páez todavía estaban en abierta rebelión, que ninguna de
las fuentes de finales del siglo XVI sobre las encomiendas en Popayán —
Descobar (1938) y López de Velasco (1894)— no haga referencia alguna al
tributo producido por los indígenas de Tierradentro. Las mismas ordenanzas
decretadas por el oidor de Quito, Don Diego Inclán y Valdés, en una visita
oficial a Popayán en 1668, establecen específicamente que todavía no se
había elaborado un censo amplio de los páez hasta aquel entonces (Olano,
1910, Apéndice p.31). Las listas de tributos que existen, hábilmente
resumidas por Arboleda (1948) y Otero (1952), muestran que la ofensiva para
completar el censo y empezar seriamente a extraer tributo de los páez sólo
empezó en realidad en las dos últimas décadas del siglo XVII, alcanzando su
clímax en el período entre 1698 y 1719. Con la muerte legal del sistema de la
encomienda en 1740, esta iniciativa perdió vigencia rápidamente,
desapareciendo por completo con el fallecimiento del último encomendero,
Capitán Polo Nieto de Toez, en 1761, como lo relata la anotación de Castillo I
Orozco en los registros de la parroquia de Tálaga (González, manuscrito,
p.57).
Aún en las dos o tres generaciones en las que estuvo funcionando la
encomienda en Tierradentro, parece haber tenido muchas dificultades en
cumplir sus obligaciones tributarias. Primero, y más importante, la pobreza
material de los páez —como se anota, por ejemplo, en ACC, Sig.4296— hizo
que su tributo anual se calculase a una tasa tan baja que las encomiendas
más pequeñas no podían asumir el costo del viaje del encomendero o sus
representantes a la zona, cada vez que tenía lugar un censo o se debía
recolectar el tributo bienal. Como resultado, muchas encomiendas operaban
a pérdida, su deuda a la Corona exacerbada por el hecho de que los
indígenas a menudo huían al monte cuando deberían presentarse a trabajar.
Esto, por ejemplo, fue registrado con no poca ironía por el corregidor de Suín,
en una relación fechada en 1696 (ACC, Sig.971). En los casos en que la
deuda se volvía demasiado grande, los representantes de la Corona podían
embargar el uso futuro de trabajo indígena por parte del encomendero o, en
algunos casos, como el relatado en 1715 por el corregidor de Vitoncó (ACC,
Sig.2827), la encomienda simplemente se declaraba "extinguida".
Los problemas de administración se mezclaban con las tradiciones
culturales de los páez, ya que, a diferencia de la situación en los Andes
centrales o incluso en las vecinas encomiendas de Guambia y Coconuco,
raras veces había un líder en la comunidad indígena que pudiera
responsabilizarse de la correcta observancia de las leyes tributarias. El
ejemplo de San Andrés de Pisimbalá muestra lo absurdo de los intentos
españoles por imponer la idea de jerarquía en una sociedad que es, y
siempre ha sido, esencialmente igualitaria. En sus esfuerzos por crear un
liderazgo responsable, los corregidores de esta área nombraron caciques
sólo en función de las numerosas encomiendas en las que se había repartido
la población del valle, y sin referencia alguna a las estructuras sociales del
lugar. De esa forma, una comunidad con algo menos de cien varones adultos
era provista con casi una docena de caciques (ACC, Sigs.2545, 2907, 2910,
2911).
Apenas es sorprendente, entonces, que la encomienda fuese una
experiencia casi tan decepcionante para los encomenderos de Tierradentro
como para los mismos indígenas. Una y otra vez las fuentes coloniales
describen la apremiante necesidad de reunir a los páez en aldeas nucleadas,
de modo que pudieran ser catequizados y enseñados en formas de
agricultura consideradas más productivas (Olano, 1910, Apéndice p.2). Tal
vez era inevitable que algunos encomenderos hayan intentado resolver la
cuestión por la fuerza; el Marqués de la Vega, gobernador de Popayán entre
1707 y 1713, se vio obligado a tomar la encomienda de la familia Palomino
en Calderas y Togoima "por excesos cometidos contra los indios. . ." (ACC,
Sig.8363). Al visitar Tierradentro en 1721, el obispo de Popayán prorrumpió
en invectivas contra los encomenderos por dos abusos principales: obligar
ilegalmente a las mujeres y niños páez a trabajar como sirvientes domésticos
en Popayán, y emplear varones adultos como bestias de carga para
transportar fardos a través del traicionero páramo de Guanacas (González,
manuscrito, p.51).
Aquí se revela una cuestión importante, ya que la fuerza de trabajo
indígena debe haber sido de poca utilidad para los encomenderos en
Tierradentro mismo, una zona donde no poseían tierras, ni minas, ni ninguna
otra empresa lucrativa requiriendo un gran equipo de trabajadores. En efecto,
numerosos documentos (ACC, Sigs.8960, 8527, 1896, 7856) hablan de la
migración estacional de los trabajadores páez hacia los fundos que rodeaban
a Popayán, y particularmente hacia la propiedad de la familia Mosquera y
Figueroa en Coconuco (ACC, Sig.1984; y González, manuscrito, pp.48 y
108). Esto no era sin propósito, ya que la encomienda original de Don
Cristóbal Mosquera era, a comienzos del siglo XVIII, la más grande de
Tierradentro, e incluía una buena parte de los indígenas de Vitoncó y Huila,
dos de los lugares más densamente poblados del distrito. Sólo familias con el
peso político y el poder coercitivo de los Mosquera podían instar con éxito a
un número suficiente de "sus" indígenas a salir de Tierradentro y trabajar en
sus haciendas, haciendo rentable todo el arduo negocio de organizar una
encomienda.
Las encomiendas más pequeñas, por otra parte, sufrieron un colapso
con la institución misma a mediados del siglo XVIII, dando lugar a un sistema
conocido como repartimiento, por el cual los indígenas aún eran forzados a
trabajar para los colonizadores blancos, pero a cambio de un salario claro, en
vez de hacerlo para pagar tributo. Aunque la ley sobre esta leva de trabajo
estipulaba que ningún indígena podía ser llevado a más de diez leguas de su
hogar nativo, las condiciones eran alteradas tomando en cuenta el caso
especial de los páez, quienes tenían que viajar más lejos, siendo
“acostumbrados desde tiempos inmemoriales a trabajar en esta ciudad
(Popayán)..." (ACC, Sig.3207; véase también Sig.8462 y Arboleda 1948).
Indudablemente un buen número de los páez se resistió al repartimiento tal
como lo había hecho con la encomienda; el padre González establece de
forma fehaciente que la segunda mitad del siglo XVIII vio una notable merma
de la actividad misionera y del celo administrativo en Tierradentro. No hay
ningún registro de nuevos bautizos en los registros parroquiales después de
1756, y el sacerdote a cargo de Tálaga por esa época abandonó la iglesia y
se marchó a vivir en Vitoncó, donde la influencia de los Mosquera todavía se
sentía.
En un sentido, era este lazo —esta inverosímil colaboración entre una
familia paternalista, patricia de Popayán y los orgullosos indígenas de
Vitoncó, llamado en una época chamba-guala, la "capital" o "casa grande" de
los páez— el único legado vivo del periodo colonial en Tierradentro. El toque
de muerte del dominio español en los Andes ya había sonado en la década
de 1740 con las espléndidamente subversivas "Noticias Secretas" de Juan y
Ulloa (1918), que ya en la época condenaban a fondo la sojuzgación tiránica
de los indios por parte de los viejos corregidores y encomenderos. Los páez
se encontraban entre los primeros que abrazaron la causa de la
Independencia y, bajo la dirección de un indígena de Vitoncó, uno de los
pocos caciques genuinos de la historia páez, llamado Agustín Calambás,
dieron vital apoyo a la causa de los patriotas en los primeros años de la
guerra.
Al comienzo de las hostilidades, un misionero que trabajaba en
Tierradentro, Andrés Ordóñez, organizó un sistema de comunicación entre
los simpatizantes revolucionarios de La Plata, Caloto y Cali, espiando los
movimientos realistas a través del páramo de Guanacas. Finalmente dirigió a
un grupo de indígenas en la primera acción armada de la Guerra Magna en la
zona del Cauca, la captura de una pequeña guarnición española en Inzá, en
febrero de 1811 (Otero, 1952, p.22; y Olano, 1910, p.182). Los voluntarios
páez suministraron asimismo una fuerza de reserva para la primera gran
batalla de la campaña de Independencia, la del Bajo Palacé, el 28 de marzo
de 1811, y subsecuentemente pelearon con distinción en el Alto Palacé (30
diciembre 1813) y Calibío (15 enero 1814) - véase Aragón (1939, p.196) y
Arboleda (1952, p.121). Nariño, el comandante republicano de este último
encuentro, valoraba altamente la ayuda de los indígenas y demostraba
mucha amistad a un líder páez conocido como Astudillo. La ambigüedad de
la repentina simpatía de la aristocracia criolla por los indígenas fue, no
obstante, captada perfectamente por un testigo contemporáneo, José María
Espinosa, quien al describir la relación de Nariño con los indios, se sintió
obligado a escribir:
… y fue al fin tan de su confianza (de Nariño) que le tenía (a Astudillo) siempre en
palacio y salía con él en su coche a pasear todas las tardes; lo cual era motivo de
grande escándalo para la gente, que, no comprendiendo la política y miras de
Nariño, no podía explicarse una amistad tan íntima entre dos personas tan
diferentes por su posición y su educación (Espinosa 1971:49).

Nariño tenía excelentes motivos para adoptar una actitud tan liberal, ya que
fueron los páez, y no la élite esclavista local, quienes suministraron los
cargadores necesarios para llevar la artillería al sur para la histórica captura
de Pasto, la plaza fuerte realista. Poco después, sin embargo, la marea se
volvió contra los revolucionarios y, a pesar de otra victoria menor en territorio
páez en el Río Palo (5 julio 1815), su ejército principal fue masacrado en La
Cuchilla del Tambo (29 junio 1816). El líder de los páez, Agustín Calambás,
se encontraba entre quienes fueron capturados en este encuentro y
posteriormente fusilados en Popayán. Los andrajos remanentes de la fuerza
rebelde huyeron a esconderse en Tierradentro, donde estaban a salvo de
futuros ataques españoles. Aunque efectivamente independiente por esa
época, en territorio páez no se libraron más batallas de importancia hasta que
los batallones principales Cauca y Neiva no fueron reformados en La Plata en
junio de 1820. Allí, junto con varios guerrilleros páez y voluntarios británicos
del regimiento Albión, emprendieron la marcha hasta Vitoncó, y luego, a
través del páramo de Moras, hacia Pitayó, donde derrotaron aplastantemente
a los realistas en una batalla decisiva que a la postre selló la independencia
de Popayán (16 julio 1820). Un relato de primera mano de esta campaña fue
escrito por un oficial británico que tomó parte en la acción de Pitayó, Richard
Vawell (1974, p.194).
Los últimos esfuerzos de la guerra se concentraron todos en la ofensiva de
Sucre en Pasto, Quito y Perú; y al retirar el frente de batalla de los Andes
septentrionales, así también comenzaron a hacerse sentir las disensiones en
la nueva república. El Libertador Simón Bolívar se vio obligado a emplear la
fuerza en el Cauca a fin de reclutar un ejército de conscriptos para luchar en
el sur, y su simpatía por la aristocracia local, los Mosquera, Arboleda,
Caicedo, etc., pronto provocó una comprensible indiferencia hacia el nuevo
régimen entre los sectores menos favorecidos de la población (Aragón, 1939,
p.209). Los mismos páez, habiendo liberado Tierradentro, ya se hallaban
disfrutando una bienvenida emancipación; el decreto de Bolívar del 5 de julio
de 1820 y la subsiguiente ley del 11 de octubre de 1821, abolieron entre ellos
todos los tributos coloniales y las obligaciones laborales y estipularon que las
tierras de los indígenas debían retornar a sus legítimos propietarios. La
actividad misionera de Tierradentro disminuyó sustancialmente y, con la clase
dirigente colombiana fragmentada en innumerables facciones contendientes,
los páez quizás se beneficiaron de una mayor y más efectiva independencia
de la que habían disfrutado desde las jornadas para instituir las encomiendas
en los años 1680.
Hubo momentos en que, por supuesto, los páez saltaron a la palestra
de la historia oficial, empero sería equivocado imaginar que tuvieron algún
peso real en la definición del destino político de la nueva nación. León (1969)
ha llevado a cabo un excelente análisis de la indiferencia social mostrada en
este período por la élite colombiana; un status marginal no podía sino
producir, al menos entre los páez, un sentimiento de que su territorio,
Tierradentro, era algo completamente separado de la ficción geográfica
conocida como Colombia, un estado cuyas fronteras y propio nombre, para
no mencionar su constitución, cambiaron más de una docena de veces en el
curso del siglo. Debido a sus antiguos lazos con la familia Mosquera de
Popayán, es cierto que los páez en general tomaron partido por la causa
federalista o liberal contra los centralistas o conservadores, encabezados en
Popayán por la Iglesia y familias como los Ángulo y los Arboleda. Pero un
examen detallado de su participación en lo que quizás fue el encuentro más
importante librado en Tierradentro en este período —el triunfo del general
Tomás Cipriano de Mosquera en Segovia (19 noviembre 1860) sobre el
ejército enviado desde Bogotá para someter su "Estado Independiente del
Cauca"— muestra hasta qué punto estas ocasiones eran concebidas en
términos de hostilidades étnicas tradicionales, como una oportunidad para
saldar viejas cuentas con la población circundante, usurpadora de su
territorio.
La batalla en sí, librada en las planicies entre Inzá y San Andrés de
Pisimbalá —para un relato minucioso, véase Arboleda (1935, pp.445-489)—
no fue un asunto particularmente significativo desde el punto de vista
indígena; la importancia real de las guerrillas páez radica en el hostigamiento
continuo que mantuvieron sobre las fuerzas conservadoras durante los dos o
tres meses antes de la confrontación principal y, en especial, durante los
siguientes dos años, en los que todo el Cauca estuvo sumergido en una
guerra civil particularmente sangrienta (Aragón, 1939, p.262; y Arboleda,
1952, pp.186-189). Mosquera había partido de Segovia para capturar Bogotá
(18 julio 1861), pero mientras tanto el líder conservador, Julio Arboleda,
reconquistó Popayán y la mayor parte del valle del Cauca. Los páez, por
consiguiente, armados hasta los dientes por el general liberal Obando,
recibieron vía libre para desfogar su rencor en los elementos conservadores
de Inzá, Pedregal, La Plata, y en particular, en la próspera población de
Silvia, la cual saquearon el 11 de enero de 1862 (Caro, 1952, p.61). Es más:
su adhesión a la causa liberal o federalista siempre estuvo condicionada por
una buena dosis de interés propio, y los seguidores de Mosquera
experimentaron una considerable frustración tratando de recuperar las armas
que habían dado a los indios durante los preparativos de la batalla de
Segovia. El 27 de noviembre de 1860, el coronel Hurtado fue designado para
tratar de convencer a los páez de unirse a la fuerza principal de Mosquera en
La Plata; sin embargo, había poca esperanza de que los indígenas estarían
dispuestos a luchar tan lejos de casa. Las instrucciones continuaban:
Si no pudiese conseguir que los indígenas salgan de Tierradentro a prestar sus
servicios en este cuartel general, recogerá i remitirá al lugar en que se halle el
Ejército las armas de que antes se ha hablado. . . evitando que se cometan robos,
depredaciones i cualesquiera otra clase de excesos por los milicianos del Distrito
militar de Tierradentro, procurando que el respeto i obediencia a las autoridades sea
la base del servicio en los pueblos de su mando… (ACC, Paquete 78, legajo 22,
comunicación 21).
Una vez armados, sin embargo, los páez naturalmente no deseaban ser
sometidos a ninguna forma de disciplina externa; un estado de insurgencia
latente persistió en Tierradentro hasta bien entrado el siglo XX, En 1872
fracasó un intento por establecer un gobierno local en Vitoncó, al mando del
general Guevara Cajiao de Popayán, a pesar del empleo de considerable
intimidación; y una revuelta conservadora, en 1876, dio a los páez una nueva
razón para sitiar el asentamiento blanco de Silvia (González, manuscrito,
pp.64, 78). Un recolector francés de quina, residente en este pueblo por
aquella época, hizo el siguiente comentario de admiración acerca de la
bravura de los indígenas: "Hemos presenciado una batalla en la que 300
páez pobremente armados. . . pusieron en fuga a 1.200 soldados
colombianos. . ." (Douay, 1890, p.784). En 1885, los páez volvieron a tomar
partido por los liberales en una revuelta contra el gobierno central de Bogotá,
y como resultado sufrieron las consecuencias sangrientas de la reacción
conservadora que produjo la Constitución de 1886 (Aragón, 1939. p.282).
Los siguientes cincuenta años vieron oscilar el péndulo definitivamente
en dirección a los elementos reaccionarios de la vida política colombiana y, al
mismo tiempo, Tierradentro empezó a experimentar por vez primera un
intento decisivo y concertado de ocupación por parte de colonos blancos.
Inicialmente, el proceso de penetración fue muy lento, siendo retardado por
La Guerra de los Mil Días (1899-1902), en la cual los páez se desmandaron
por toda la Cordillera Central, derrotando y dando muerte al coronel
conservador Lorenzo Medina en el puente de Avirama (González,
manuscrito, p.109). No obstante, al contrario de los liberales, los páez no
podían aceptar el compromiso elitista que puso fin a la guerra, el Pacto
Wisconsin, que abrió las puertas a la separación de Panamá y a la era
dorada de las compañías bananeras como la United Fruit. Aunque
enfrentados a circunstancias cada vez más desventajosas, los páez
continuaron dando un valioso ejemplo de resistencia al espíritu rapaz de un
siglo que muy poco ha simpatizado con su autonomía política y económica.
Sin embargo, es importante comprender, antes de considerar las diferentes
formas que ha tomado su lucha en los años recientes, que la primera
ocupación permanente de las tierras páez se dio no por el café, la cosecha
comercial que sostiene a la mayoría de los actuales colonos blancos, sino por
la necesidad de un artículo mucho más esencial, la sal, que siempre había
sido escasa en Popayán. Ya en 1663, poderosos intereses de esa ciudad
lograron establecer límites a la comunidad páez de Togoima, lo cual les dio
derecho para explotar las aguas salinas de un río llamado El Salado. Poco
después establecieron una hacienda —Pueblito de la Sal de San Antonio de
Ambostá— con una iglesia y galpones para esclavos, lo que finalmente dio
origen a las actuales comunidades negras de El Salado, Araújo y Río Negro
de Narváez (González, manuscrito, p.75). La prolongada permanencia de los
descendientes de esclavos en Tierradentro produjo una cultura rural que,
quizás no sea sorprendente, ha mostrado un alto grado de adaptación a las
condiciones locales, incluyendo tanto la adopción del hábito de la coca como
la fusión de técnicas mágicas y medicinales en un sincretismo
específicamente afro-páez. Aparte de los misioneros ocasionales y los negros
de Pueblito de la Sal, ningún forastero consiguió establecerse
permanentemente en Tierradentro hasta comienzos de este siglo. En 1885 se
había creado un municipio con cabecera en Inzá, colindante al territorio páez,
en tierras de los vecinos indios guanacas. Fue sólo después de la Guerra de
los Mil Días, bajo la dictadura protofascista de Rafael Reyes, que se formó el
nuevo municipio de Páez, por medio del decreto 1510 del 18 de diciembre de
1907. A fin de evadir la Ley 89 de 1890, la disposición básica que
supuestamente protegía la integridad territorial de los resguardos indígenas
en Colombia, la cabecera del nuevo municipio se localizó en suelo ya en
manos de los grandes latifundistas de Popayán, es decir, el antiguo Pueblito
de la Sal, ahora rebautizado Belalcázar, en honor al conquistador que había
sido derrotado tan contundentemente en 1543 en el cercano cerro de Tálaga.
El crudo simbolismo de semejante gesto no pasó inadvertido para los
habitantes de la zona; pronto una misión lazarista estableció sus cuarteles en
Belalcázar y procedió a operar como agencia del partido conservador,
dirigiendo una ofensiva cultural y política encaminada a quebrar el espíritu y
despojar de la tierra a los indígenas. Un misionero de esta época escribió: ". .
. de que los indios son reacios, invencibles; de que sólo la mestización, la
parcelación de la tierra y las vías de comunicación podrán hacer valer la tierra
de los Páeces. . ." (González, manuscrito, p.221). Sentimientos de esta clase
encontraron eco entre los políticos notables de Popayán, tales como el
Secretario de Gobierno, responsable oficial de proteger los resguardos
indígenas:
Un inconveniente grave para la explotación de las tierras y el incremento de la
riqueza agrícola y pecuaria tiene el régimen especial de comunidad a que están
sometidos los resguardos de indios, y es el de que hay parcialidades que tienen
mucho más tierra de resguardo de la que necesitan y pueden cultivar. . . Aquí
podría introducirse una modificación en el sentido de permitir el arriendo de los
campos sobrantes, con ciertas garantías… (Medina 1916:113).

La oposición de los indios a este tipo de traición fue comprensiblemente


intensa; en 1916 estalló de nuevo la rebelión abierta en Tierradentro, bajo la
dirección de Manuel Quintín Lame, uno de los grandes héroes populares de
Colombia. Su famoso asalto a Inzá todavía está sujeto a muchos relatos
contradictorios, pero es claro que, hacia el 12 de noviembre de ese año,
saqueó la población, perdió un pedazo de oreja como consecuencia de un
súbito machetazo de parte del enfurecido alcalde local, y sufrió una cobarde
emboscada en la que fueron asesinados a sangre fría seis de sus seguidores
—véase Castillo (1971), Castrillón (1973), Quintero (1955) y González
(manuscrito, pp. 66, 109) para una serie de versiones bastante distintas
relativas a estos acontecimientos. De todas maneras, no cabe duda acerca
de la gran importancia del encuentro, puesto que el grito despertador de
Quintín Lame, “Todos los blancos fuera de Tierradentro!”, encerraba una
cuestión muy real y viva en esos tiempos, menos de diez años después de la
fundación de Belalcázar. Las autoridades conservadoras de Popayán, no
obstante, exageraron deliberadamente la amenaza a la vida y propiedades,
poniendo todo el departamento del Cauca en estado de alarma y enviando un
fuerte contingente de tropas a Tierradentro. El general Palacios procedió a
aplicar sin piedad la ley de la antigua conquista española, asesinando un
buen número de páez, saqueando sus hogares, destruyendo sus cosechas y
conduciendo a muchos de sus dirigentes, tales como el estoico Rosalino
Yajimbo, a prisiones de las que jamás regresaron.
Con todo, el período era difícil para la causa indígena, debido a que, al
contrario de las guerrillas páez del siglo XIX, ya no podían contar con armas
liberales o con explotar las disensiones internas en el seno de la oligarquía
colombiana. En consecuencia, era más significativa todavía la forma como se
desarrolló la subsecuente carrera de Quintín Lame, porque pronto se dio
cuenta de que la fuerza sola jamás sería suficiente para contener la furia del
Estado moderno. Se dedicó en cambio a reforzar las tradiciones culturales
indígenas, en proceso de visible desintegración bajo el impacto de una trivial
concepción de progreso; y se concentró particularmente en defender y, en
algunos casos, aún revivir la propiedad colectiva de la tierra establecida por
el sistema indígena de resguardo, tal como es definido por la Ley 89 de 1890.
Los aspectos prácticos de esta lucha lo llevaron a adoptar una estrategia
política que sigue siendo la fórmula básica de la acción indigenista en el
Cauca hasta nuestros días, y que se define por su hábil utilización de la
amplia arena política de la vida pública colombiana, ya sea en los tribunales,
en las legislaturas, en la prensa o aún en los organismos del gobierno local.
Los páez ya no pudieron ser desdeñados por las autoridades como un grupo
de bárbaros interesados sólo en saquear y asesinar en su provecho; la
conveniente ficción de que “la raza indígena pura tiende a desaparecer, y sus
representantes se van fundiendo poco a poco en la masa común de la
población colombiana. . .” (Medina, 1916, p.115) ya no pudo usarse como
excusa para marginarlos, expropiarlos y finalmente eliminarlos. El desarrollo
de la filosofía de Quintín Lame marcó el fin del "salvajismo" de la causa
indígena y su emergencia como una bandera digna de respeto y respaldo
entre la opinión pública en general, una especie de conciencia nacional.
Quintín Lame, el hombre que veneró la naturaleza como la verdadera fuente
de conocimiento, escribió un bello libro en 1939, publicado póstumamente
como "En Defensa de mi Raza" (1971), así como una serie de ensayos cortos
(Lame, 1973), en donde se mezclan polémica, fiera profecía, y un místico
abandono a las realidades palpables de la vida en la Cordillera Central.
El ejemplo de Quintín Lame fue todavía más importante a la luz del
creciente ridículo al que fue sometida la población indígena de Colombia
durante el curso del siglo XX. En 1924, el primer monseñor de Belalcázar, un
francés de nombre Emile Larquére, conocido por su costumbre de ponerse
guantes de cuero de cabrito cada vez que tenía que tocar a los sucios
nativos, llegó a hacerse cargo de la recién creada Prefectura Apostólica de
Tierradentro. Este era un feudo semiautónomo que, según los términos del
Concordato firmado en 1887 entre Roma y el gobierno colombiano, estaba
investido de control exclusivo sobre la educación local y de poder de veto
sobre los miembros del cabildo indígena elegido anualmente en cada
resguardo, así como sobre los alcaldes y otras autoridades civiles nombradas
dentro del territorio de la misión. Tal paternalismo despótico hacia las “tribus
salvajes y bárbaras”, como eran definidas en el Concordato, también se
reflejó en una mayor presión sobre la integridad territorial de los resguardos.
La Ley 19, firmada por el gobernador del Cauca en 1927, estableció núcleos
de colonización blanca (llamados “áreas de población”) en pedazos de tierras
escogidas, ubicadas bien adentro de los resguardos páez de Ricaurte,
Guadualejo, Cohetando, Tálaga, Tóez, Huila, Mosoco, San Andrés y Yaquiva
- véase Iragorri (1962, pp.55-61) para un informe detallado. Los páez
resistieron estas medidas con tenacidad considerable, pero sus vecinos, los
guanacas de Inzá, fueron menos afortunados: en las décadas de los 30 y los
40 sus resguardos fueron simplemente extinguidos por leyes que, de un solo
plumazo, impusieron el reino de la civilización y las bendiciones de la
propiedad privada (Otero, 1952). Este cambio abrió el valle del Río Negro, al
oriente de Inzá, a una penetración masiva de cultivadores de café quienes,
por la época de mi visita a la región en 1973, habían logrado expulsar a todos
menos un pequeño puñado de los habitantes indígenas originales. Procesos
similares de privatización de las tierras indígenas han sido descritos en otras
partes de la Cordillera Central, como San Agustín (Friede, 1943) y el valle
productor de coca del río San Jorge, en el sur del Cauca (Friede, 1944).
Dondequiera que esta política fue aplicada en Colombia, el objetivo de
la práctica ha sido el mismo: destruir la independencia política, económica y
cultural de los resguardos indígenas e "integrar" a sus habitantes en la
sociedad colombiana en su nivel más bajo, el de los campesinos marginados
y sin tierra. En Tierradentro, el resentimiento causado por tan premeditado
desconocimiento de los intereses locales se ha puesto de manifiesto
repetidamente en los últimos cincuenta años, y a tiempo que la lucha se iba
profundizando, así también aumentaba la necesidad de hallar aliados
concretos para la causa indígena. Primero fueron los liberales de Belalcázar,
quienes en 1932, bajo la dirección de Pío Collo, sitiaron exitosamente el
puesto de la misión en esa localidad, la cual desde hacía tiempo maquinaba
con los conservadores toda clase de mezquinas obstrucciones a las políticas
dictadas por la nueva administración liberal en Bogotá. Pronto otros
organizadores de Popayán, como Alfonso Paz y Manuel Tránsito Sánchez,
comenzaron a estimular la resistencia activa de los indios contra los
misioneros en los resguardos de Vitoncó, San José y Huila, basando su
campaña en la oposición a cualquier forma de subdivisión en parcelas
privadas de las tierras colectivas del reguardo.
El conflicto entre los páez, la Iglesia y los intereses que respaldaban la
parcelación, se agudizó rápidamente hasta el punto en que, el 14 de abril de
1934, el indígena Jacinto Julián fue brutalmente asesinado por una escuadra
de matones a sueldo de los grandes terratenientes. La Universidad del Cauca
se movilizó en apoyo a los páez enviando un abogado, Gerardo Cabrera
Moreno, a exponer su caso ante un congreso internacional indigenista en
Pátzcuaro, México. A mediados de la década de 1940 un organizador
llamado Víctor Merchán popularizó la idea de las ligas campesinas en
Tierradentro, ayudando a formar un Comité de Propaganda para defender los
intereses de los indígenas en el resguardo de Huila, que unificó los esfuerzos
de muchas familias combativas de la zona, tales como los Chindicué, los
Tere y los Chapeño. El cabildo de Huila dirigió a los indígenas en el boicot de
la misa y las escuelas misionales y, enfrentado a la intransigencia del cura
asignado a la reserva, finalmente obligó a todos los clérigos a evacuar hacia
Belalcázar. Luego fueron incendiadas la escuela, la casa del sacerdote y la
misión de las monjas en el lugar. González (manuscrito, pp.208-222) da un
relato minucioso y harto interesante de estos eventos, inclusive tratando de
justificar la posición de la Iglesia, ya que González era el cura de Huila en ese
tiempo (mediados de 1945).
Resulta innegable, entonces, que el ímpetu de la actual lucha por la
tierra en los resguardos páez se estableció como una fuerza dinámica ya en
la primera mitad del siglo XX; por los años 1940 se había consolidado un
movimiento militante en defensa de la integridad de las tierras indígenas, a
veces asistido o, más frecuentemente, socavado por el oportunismo político
del ala izquierda del partido liberal, y enfrentado a la implacable oposición de
la Iglesia, el partido conservador y los terratenientes blancos que
conformaban la corriente principal del liberalismo. Antes de entrar a
considerar el curso de los sucesos posteriores, valdría la pena examinar la
posición asumida por los etnógrafos que estudiaron a los páez en este
período, porque sus obras proveen una lección objetiva de cómo la ciencia,
dicha “objetiva”, a veces puede fracasar totalmente en reflejar las
aspiraciones de las gentes sujetas a su ictérico escrutinio. Dejando a un lado
la romántica idealización del guerrero páez evidente en Douay (1890), todos
los informes subsecuentes están marcados por un inexplicable, pero de
seguro deliberado, intento por negar que en Tierradentro estuviese
desarrollándose un verdadero conflicto social.
Los primeros estudios, como los de Pittier (1907), Cuervo Márquez (1920) y
Lunardi (1934), eran indiscutiblemente racistas y etnocéntricos en su tono.
Quizás es más alarmante el hecho de que la ilustre generación de científicos
sociales de mediados del siglo en general trataron de evitar asumir una
posición explícita del todo, escudando sus sensibilidades detrás de la bien
elaborada mediocridad de sus respectivas etnografías. A juzgar por los
trabajos de Hernández de Alba (1944, 1946) o de Pérez de Barradas (1937),
los páez parecían vivir en un completo vacío político. Incluso Bernal Villa,
quizás el mejor estudioso de los páez, despacha el período de la Violencia,
durante el cual él mismo hizo su trabajo de campo en Tierradentro, con
apenas una mención, como si el calor de la actualidad minara en alguna
forma el tono letrado de su trabajo. En una ocasión, identificó los partidos en
conflicto simplemente como “grupos subversivos armados”(Bernal, 1954,
p.241), dejándolo todo ahí. Ortiz (1973, p.33) le hace eco a esta posición
colocando en un mismo saco a las guerrillas comunistas y liberales y,
presumiblemente, a sus simpatizantes páez también, por medio del término
convenientemente vago, pero poco neutral, de “bandidos”. Igualmente
renuente a discutir el conflicto político contemporáneo es Otero, quien, a
pesar de una obvia simpatía por la campaña indígena por la tierra, aún no ve
contradicción alguna en perpetuar la vieja intransigencia misionera, el horror
cristiano por los dioses paganos, refiriéndose a la divinidad tutelar de los
curanderos páez como un “espíritu maligno” (Otero, 1952, p.92).
En consecuencia, no es sorprendente del todo que los páez vieran a la
mayor parte de los antropólogos con bastante suspicacia, y aún con
hostilidad. Como los médicos y los políticos, son considerados “doctores”,
miembros de las clases profesionales y de la oligarquía urbana. Aún más: su
trabajo de campo casi siempre se ha concentrado en un área muy restringida
de Tierradentro, los resguardos de San Andrés, Santa Rosa y Calderas,
donde han podido disfrutar de puerto seguro en el Parque Arqueológico de
Tierradentro, una atracción turística operada por el Instituto de Antropología,
sin participación del resguardo local. Don Teófilo, quien administraba el
Parque en 1974, fue un conocido pistolero o “pájaro” de las bandas de
conservadores durante la Violencia. Calderas era el único resguardo páez
que siempre votaba por los conservadores en el pasado, principalmente
como un medio de reafirmar su distanciamiento de los demás grupos páez,
un rasgo ya subrayado por Aguado en el siglo XVI. Al mismo tiempo,
antropólogos norteamericanos activos en la zona generalmente evitan a los
páez, prefiriendo probar sus modelos y aguzar sus análisis funcionales con
los más dóciles guambianos. Y aún la División de Asuntos Indígenas del
Ministerio de Gobierno ha descubierto que su centro de entrenamiento
indígena de Tóez ha sido totalmente incapaz de cerrar la enorme brecha
entre las agencias gubernamentales y las comunidades de la región. El
hecho riguroso es que todos los organismos oficiales y científicos de
Colombia son identificados con los poderosos; y los páez tienen excelentes
razones culturales e históricas para sospechar de las motivaciones de
cualquiera que esté asociado con la autoridad.
Además, es plenamente justificable que repudien cualquier compromiso
con el Estado tal como es concebido actualmente, con un sistema que busca
simplemente suprimir cualquier deseo genuino de autodeterminación política.
Como hemos visto, los páez ya se habían organizado, a mediados de los
años 40, y llegado al punto de comenzar a dar golpe por golpe a la Iglesia y a
los colonos y terratenientes blancos que habían invadido sus tierras. Más
importante, lo estaban haciendo en momentos en que la lucha iba paralela
con un gran auge de un sentimiento de cambio en Colombia, que llegó al
clímax en 1948 con una insurrección espontánea en Bogotá. Huérfana de
dirección por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitan y socavada luego por la
vacilación de los partidos de izquierda, la iniciativa regresó rápidamente al
campo reaccionario.
El hombre a cargo de la campaña de intimidación en Tierradentro fue un tal
Santos Rincón, un soldado de Boyacá que había sido nombrado alcalde de
Belalcázar por el nuevo gobernador conservador del departamento del
Cauca, Guillermo Angulo. El relato de los excesos de Rincón en el
manuscrito de González es una lectura verdaderamente horripilante y, aparte
de explicar la renuencia de la Iglesia por publicar el libro, es especialmente
significativo si se tiene en cuenta que el autor, un sacerdote y ardiente
conservador, trataba a toda costa de justificar la represión. Rincón comenzó
atacando las oficinas del liberalismo local en la calle principal de Belalcázar,
un pueblo casi enteramente liberal en sus simpatías; luego apresó al juez y
en general intimidó cualquier uno que se interpusiera en su camino. Con la
ayuda de la policía y soldados del ejército traídos desde La Plata, logró forzar
a casi toda la población a huir a las montañas, dinamitando sus casas y
obligando, con el revólver en una mano y una cruz de madera en la otra, a
todo el que encontraba a ponerse de rodillas y jurar lealtad al partido
conservador.
El 2 de noviembre de 1949 los páez y los liberales de Belalcázar se
reunieron en Taravira y arreglaron sus diferencias; durante los siguientes dos
o tres meses se dedicaron a armarse y a prepararse para un eventual
contraataque. Este se produjo finalmente a las 3 a.m. del 28 de enero de
1950; diez hombres resultaron muertos en la acción y Belalcázar fue
enteramente saqueado, incluyendo la misión, en la cual se hallaron
explosivos para el uso de los conservadores. Rincón escapó, sin embargo, y
el 29 regresó de La Plata con tres camiones repletos de soldados del
gobierno. La fuerza mixta de páez y liberales retrocedió a las montañas, y en
pocos días había empezado una prolongada y salvaje guerra de desgaste.
En los años siguientes, el ejército arremetió varias veces en Tierradentro,
particularmente en El Salado y La Símbola, en los alrededores de Belalcázar,
y en aquellos resguardos donde el activismo páez era más fuerte como Huila,
San José y Toribío. En más de una ocasión, fueron culpables de violación y
asesinato a sangre fría de mujeres y niños; muchos de los hombres
capturados en estas incursiones eran llevados al puente de Cohetando y
fusilados —hasta 112 en un sólo día, de acuerdo con Guzmán (1968, p.83)—
arrojando sus cuerpos al río Páez, una sombría advertencia para los que
vivían corriente abajo.
La violencia oficial de 1949-1950 fue sólo el comienzo de la guerra civil.
Fue seguida, en 1954, por una segunda oleada de terrorismo gubernamental,
la supuesta pacificación de Tierradentro por parte de las Fuerzas Armadas
leales a Rojas Pinilla, que le había quitado el poder a la desacreditada
dirigencia conservadora. En verdad, la violencia nunca cesó del todo; tuvo
momentos de mayor o menor salvajismo que iban y venían con los diferentes
comandantes militares asignados a la zona. Fluharty (1957, p.270), por
ejemplo, ofrece un relato de una batalla en marzo de 1955 entre el Batallón
Rook del ejército y un grupo de irregulares liberales y páez, en la que al
menos seis indígenas fueron muertos por la tropa. Es más: el frente unido de
los páez y los liberales locales estuvo sometido a un proceso de infinita
fragmentación, y a lo largo de la década del 50, numerosos grupos
guerrilleros liberales antagónicos recorrieron la Cordillera Central batallando
con las autoridades. Llevadas inicialmente por la necesidad y luego por
conveniencia, estas columnas degeneraron pronto en puro bandolerismo,
robando con frecuencia sus provisiones a familias indígenas aisladas en las
regiones montañosas.
En consecuencia, los páez enfrentados bien fuera al ejército o bien a los
bandoleros liberales, obviamente se vieron obligados a adoptar las mismas
tácticas que habían empleado en situaciones similares en el pasado, como la
invasión de Belalcázar en 1543 o las incursiones punitivas del general
Palacios en 1916. Primero tenderían una emboscada e intentarían hacer
retroceder a la fuerza invasora; luego, si fuesen superados en hombres o en
armas, se retirarían a las altas e inaccesibles serranías y selvas de
Tierradentro, dejando incendiar sus casas y sus campos, pero conservando
por lo menos sus vidas y las de sus familias. También al final, los intrusos
inevitablemente se cansarían y regresarían a casa, y así nada impediría a los
indios retornar a su tierra. Muchos páez que aún viven, especialmente los de
Huila y Toribío, recuerdan haber atravesado este proceso una o dos veces al
año durante la década de 1950. Basándose en la experiencia del pasado,
aprendieron a ocultar cosechas en pequeños claros para proveerse de un
mínimo de alimentos; y, clave para el argumento de este libro, reconocieron
una vez más la vitalidad del arbusto de coca, el cual puede ser cortado o
quemado (es difícil arrancarlo de cuajo, dada la masa fibrosa de sus raíces) y
aún así, en pocos meses, produce otro abundante crecimiento de ramas y
hojas nuevas. Los páez frecuentemente señalaban los paralelos con su
propia situación: “Como el arbusto de coca, pueden cortarnos y seguiremos
retoñando, desde las raíces.”
Entonces, la Violencia en Tierradentro en los años 1950 marcó la
transformación definitiva del conflicto étnico (páez contra colonos blancos) a
una situación mucho más cercana al modelo clásico del conflicto de clases.
Los indígenas fueron sumidos en una guerra civil cuya fría lógica era
determinada en Bogotá. La brutalidad de los conservadores y los
compromisos ambiguos de los liberales pudieron ahora ser identificados
como dos caras, pero de una misma moneda: ambos reflejaban sólo el deseo
de una hegemonía vertical de una clase política no representativa de la
población como un todo. Los páez comprendieron este punto intuitivamente.
En cuanto concernía a ellos, ya no podía haber retorno a la forma de política
de gamonales, altamente elitista y centralizada, que siempre había sido el
sello de la vieja pseudo-democracia colombiana. En el futuro, por
consiguiente, los páez tendrían que escoger sus aliados no indígenas con
más cuidado y, sobre todo, aprenderían a confiar cada vez más en sus
propias destrezas organizacionales, en sus formas directas de acción política
y resistencia cultural.
Inicialmente tuvieron pocas alternativas. Con la defección de los
liberales, casi la única fuente de apoyo externo estaba en las Repúblicas
Independientes de Marquetalia y Río Chiquito, zonas de control guerrillero
que bordeaban los límites norte y nororiental de Tierradentro.
Respectivamente bajo la dirección de Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo) y
Ciro Trujillo Castaño (Mayor Ciro), fieles ambos al ortodoxo Partido
Comunista de Colombia, estas regiones lograron, no obstante, administrar
sus territorios con independencia casi completa de interferencias exteriores.
Las Repúblicas Independientes recibieron grandes cantidades de
campesinos refugiados de Tierradentro y de los departamentos del Cauca,
Huila y Tolima. En vez de emprender la violencia gratuita de tantas guerrillas
liberales, se concentraron en la construcción de una sociedad ejemplar en las
áreas liberadas, distribuyendo tierra a todos y organizando una estructura de
administración local autónoma, la cual hizo avergonzar a las zonas
circundantes controladas por el gobierno. Un sacerdote de Belalcázar quien
visitó Río Chiquito en 1959 se sintió forzado a escribir, a pesar de su falta de
simpatía por la causa guerrillera:
"Entre todo este personal no encontré ni crueldad, ni sevicia, ni maldad. Hay un
fondo maravilloso de rectitud, de sinceridad y de bondad que deseo pregonar. . .La
gente no se veía amargada ni oprimida. . . ellos se consideraban sinceramente en
guerra liberadora. . . si ponemos en la balanza los crímenes de guerrilleros con los
de aquellos que se cobijaban con la bandera tricolor, quizás el platillo se incline en
contra de estos últimos" (Guzmán 1968:448).

Muy importante desde el punto de vista de los páez, las guerrillas practicaban
una forma de colonización que no amenazaba los vecinos resguardos
indígenas, sino al contrario, trataba de respetar sus tradiciones de
independencia y propiedad colectiva de la tierra. El comando guerrillero de
Marquetalia hizo una declaración nítida y nada ambigua sobre su política:
…se protegerán las comunidades indígenas, otorgándoles tierras suficientes para
su desarrollo, devolviéndoles las que les han usurpado los latifundistas y
modernizando sus sistemas de cultivos. Al mismo tiempo, se estabilizará la
organización autónoma de las comunidades, respetando sus cabildos, su vida, su
cultura, su lengua propia y su organización interna (Documentos Políticos; Revista
del Partido Comunista de Colombia, No. 47. Febrero/Marzo de 1965).

Era evidente que tales “malos ejemplos” no podían dejarse florecer en la


Cordillera Central. De 1957 hasta mediados de los años 1960, las guerrillas
dejaron de hecho de emprender cualquier acción armada contra las
autoridades, ganándose a los campesinos sólo sobre la base de una probada
capacidad para organizar una distribución más equitativa de los recursos de
la zona. Alertada por los sucesos que tenían lugar entonces en Cuba, en
1961 la CIA norteamericana empezó a subrayar al gobierno colombiano la
necesidad de liquidar esas “amenazas contra la libertad” antes de que
pudieran expandirse, poniendo a su disposición todo el nuevo equipo
tecnológico que estaba siendo perfeccionado en Vietnam. Los ataques contra
Marquetalia empezaron en 1962 y, luego de unos cuantos experimentos con
la guerra bacteriológica, la ofensiva llegó finalmente a su cúspide con los
bombardeos de napalm y los asaltos con helicópteros en 1964. Sin embargo,
la fuerza guerrillera logró eludir el cerco del ejército y, en septiembre de 1965,
la embestida se extendió a Río Chiquito, donde se repitió el mismo patrón:
bombardeos con napalm y el ametrallamiento aéreo de toda edificación
visible, seguidos de asaltos masivos de infantería y la tortura de cualquier
campesino que se hallara en la zona. De nuevo las guerrillas escaparon, esta
vez a las selvas vírgenes alrededor del Nevado del Huila, pero por ahora el
principal objetivo táctico de la operación había sido alcanzado: la destrucción
de la amenaza a la hegemonía estatal representada por las pacíficas y
autónomas Repúblicas Independientes. Relatos generales de estos
operativos se encuentran en Guzmán (1968) y Gott (1973), pero el único
informe detallado de un testigo de la acción de Río Chiquito ha sido tomado
del diario de un estudiante, Hernando González, quien perdió la vida en la
acción del 23 de septiembre de 1965 (Documentos Políticos; Revista del
Partido Comunista de Colombia. No.54, octubre de 1965).
Era casi inevitable que estas operaciones represivas llegarían hasta los
resguardos indígenas de Tierradentro, particularmente aquellas que, como
Huila, Tóez, San José y Toribío, estaban más cerca de los bastiones
guerrilleros. En julio de 1964, por ejemplo, doce indígenas fueron acribillados
por el ejército en La Símbola a su regreso del trabajo; andaban desarmados.
La presencia militar, notablemente en la base de La Punta, se volvió un factor
constante en Tierradentro, y las formas de resistencia popular tuvieron que
evolucionar de acuerdo con ello. En abril de 1966, las guerrillas de
Marquetalia y Río Chiquito se reagruparon para crear las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), formando una columna móvil que
siguió atacando al ejército en muchas partes del Huila, Cauca, Valle y Tolima.
En gran medida el éxito de las FARC a principios de la década de 1970
dependió del hecho de que disponían de considerable apoyo entre el
campesinado en muchas zonas de la Cordillera Central. En esta época, las
FARC quitaron énfasis al aspecto militar, deseando evitar el estigma de
bandoleros asociado con los ejércitos privados de liberales que recorrieron el
área durante la Violencia. En esto, poseían una clara ventaja moral, ya que
los habitantes de Tierradentro, tanto blancos como indígenas, eran
perfectamente conscientes de que fueron las tropas del ejército, y no las
guerrillas, quienes volvieron a llevar la guerra a la región a mediados de los
años 1960. Tirofijo se volvió por aquel entonces en una figura legendaria en
la historia de Colombia, y las hazañas y el estilo de vida de sus guerrillas
fueron popularizados en obras como “Las Muertes de Tirofijo” de Arturo Alape
(1972).
Al mismo tiempo, el reconocimiento de la casi infinita capacidad del
ejército para derramar sangre llevó a una considerable evolución de la
conciencia política entre los indígenas y los campesinos del Cauca.
Enfrentados al poder de fuego inmensamente superior de unas Fuerzas
Armadas apoyadas por los Estados Unidos, la mayoría de los activistas ya no
veían la resistencia armada inmediata como una alternativa viable. La
experiencia de la Violencia y de las campañas contraguerrilleras de los años
1960 dejó hondas cicatrices en la conciencia colectiva. Es en este sentido
que el conflicto étnico localizado fue siendo absorbido por el drama
continental mayor, el repudio al imperialismo, aunque buscando no perder su
especificidad indígena. Es cierto que muchos páez individualmente darían la
bienvenida a la oportunidad de enfrentarse al ejército en una nueva batalla de
Tálaga, como la que derrotó a Belalcázar en 1543, pero también saben que la
actual situación les permite tomar ciertas iniciativas políticas, las cuales, de
ser explotadas efectivamente, pueden al final ser de más utilidad a su causa
que un recurso desesperado a la lucha armada.
Los cimientos para dichas formas de acción política ya se habían
establecido en los años 1930 y 1940, con la organización de las ligas
campesinas y los comités de autodefensa en numerosos resguardos páez. El
respaldo de abogados, periodistas y estudiantes de Popayán y Bogotá ya
había mostrado que la lucha de los páez pudiera adelantarse a través de la
justicia. Como lo había señalado Quintín Lame, cualquier aplicación
consecuente de la Ley 89 de 1890 desembocaría en la inmediata devolución
de la mayoría de las tierras ilegalmente separadas de los resguardos
indígenas. Después del vacío institucional causado por la Violencia, el
regreso de la llamada democracia, bajo la forma de una alianza entre las
oligarquías liberal y conservadora, significó, al menos en teoría, que la batalla
legal en defensa de los resguardos páez era de nuevo una posibilidad real.
La publicación de un estudio del Comité de Solidaridad con los Presos
Políticos (1974) muestra, sin embargo, hasta qué punto las instituciones del
período del Frente Nacional (1958-1974) estaban saturadas de nepotismo y
corrupción. Los primeros intentos por adelantar casos de tierras a través de
las cortes fueron asfixiados por una combinación de soborno, demoras
burocráticas y mezquinas obstrucciones legalistas.
Un creciente sentido de frustración e impaciencia forzó a los indígenas
a considerar nuevas tácticas que pudieran servir para acelerar el proceso
legal. La más importante de ellas fue la formación de un movimiento indígena
unificado, una instancia para difundir su programa político y promover la
recuperación de tierras. Las primeras iniciativas partieron de aquellas áreas
donde las tradiciones combativas eran más fuertes: el Consejo Regional
Indígena del Cauca (CRIC) fue formado el 24 de febrero de 1971 en Toribío,
en medio de la zona de guerra controlada por el ejército. Las primeras
ocupaciones de tierra ocurrieron en sitios como la finca La Aurora, cerca de
Santander de Quilichao, y en los resguardos de Tacueyó, San Francisco y
Jambaló, todos bajo presión considerable por parte de los cafeteros y
ganaderos que se expandían desde la carretera entre Cali y Popayán. En
Jambaló, por ejemplo, una escritura de 1914 reconocía el derecho de los
indígenas sobre una superficie de 24.000 hectáreas. A comienzos de la
década de 1970, apenas 4.736 hectáreas eran todavía administradas como
resguardo; el resto se dividía entre una gran extensión de montañas altas
inservibles para la agricultura y 7.845 hectáreas que habían sido ocupadas
ilegalmente por latifundistas foráneos (Unidad Indígena, no.6, julio de 1975).
En Tierradentro el CRIC halló aliados en las comunidades
tradicionalmente radicales de Huila, Tóez, San José, Mosoco y Vitoncó, así
como en los resguardos de clima más caliente, como Tálaga, Belalcázar,
Santa Rosa, San Andrés y Yaquiva, los cuales habían perdido cantidades
sustanciales de tierras a manos de cultivadores de café. En San Andrés, por
ejemplo, el área de población blanca de los años 1920, en sí de cuestionable
legalidad, fue extendida a un valle conocido como La Rinconada y, además,
sometida a la desafortunada expansión de facilidades turísticas que,
inevitablemente, acompañaron la creación del Parque Arqueológico de
Tierradentro. En otras partes del mismo resguardo, como las veredas de
Coscuro y Pisimbalá, la tierra fue declarada “baldía” por las autoridades
locales y vendida a familias blancas de Inzá, quienes procedieron a expulsar
a los habitantes nativos y a destruir toda evidencia de la ocupación indígena
original.
Los resguardos más remotos, por otra parte —Lame, Suín, Chinas y
Calderas— están totalmente rodeados por otras reservas indígenas y por ello
poseen poca experiencia en la lucha contra la colonización blanca. Su apoyo
al CRIC fue comprensiblemente tardío, siendo finalmente impulsado en
Calderas por una iniciativa de subdivisión de la tierra en parcelas privadas,
incentivada por intereses oscuros a mediados de los años 1970. Este cambio
de actitud, encabezado por el dirigente Victoriano Piñacué y la comunidad de
Tambichuque, que en 1980 formó en nuevo cabildo independiente, fue
altamente significativo, ya que Calderas tiene fuertes tradiciones de
autonomía frente a los demás resguardos páez. No obstante, este no es el
único caso en que el CRIC ha sido capaz de superar viejas divisiones;
también ha tenido éxito en cerrar la brecha entre páez y guambianos, una
proeza notable, teniendo en cuenta que estos dos grupos se mostraron
indiferencia o aún hostilidad en el pasado. Un guambianos ya ha sido elegido
presidente del CRIC y, cuando en julio de 1973 la ocupación militar del
resguardo de Huila impidió la celebración del tercer Congreso del CRIC, éste
tuvo lugar en Silvia. A este evento asistieron tantos guambianos como páez,
lo que abrió el paso a la reconciliación de estos dos pueblos.
Igualmente, los resguardos de Puracé y Coconuco, entre los más
despojados de todos los grupos indígenas del Cauca, dada su proximidad a
Popayán, han suministrado más indicadores de que el CRIC ya no puede
seguir siendo considerado simplemente como una institución tribal,
preocupada solamente en defender los intereses de los páez. Por el
contrario, el conflicto en esos dos resguardos ilustra perfectamente la forma
como el CRIC ha logrado colocar el movimiento indígena dentro del contexto
de una lucha universal. En Coconuco, por ejemplo, los indígenas ocuparon
tierras que, ilegalmente separadas de su resguardo a comienzos del siglo,
habían pasado a ser propiedad del obispo de Popayán (Bonilla 1973).
Aunque sometidos a continuo hostigamiento y arrestos por parte de la policía,
perseveraron en la recuperación desde mediados de 1972 hasta mediados
de 1974, cuando los jueces finalmente decidieron a su favor. La suya fue la
primera gran victoria del CRIC, y escogieron bien su blanco, pues el obispo
era, lo mismo que monseñor Vallejo, entonces cabeza de la Prefectura
Apostólica de Tierradentro, un ejemplo de la vieja escuela de prelados
paternalistas que estimulaban constantemente a la reacción.
Los vecinos indígenas de Puracé igualmente tenían buenas razones
para quejarse: a mediados de los años 1960, Celanese de Colombia (una
compañía local cuyo capital era en un 81% de las multinacionales
extranjeras) comenzó a explotar azufre en las faldas del volcán,
contaminando la atmósfera y los ríos con desperdicios sulfúreos, y
produciendo una rápida declinación de la fertilidad del suelo utilizado por los
indígenas para cultivos de papa, su principal producto comercial (Patiño,
manuscrito; Alternativa, no. 17, septiembre de 1974). La lucha de los
indígenas por obtener una justa compensación de la compañía minera y por
promover una verdadera conciencia ecológica en la región, opuesta a los
lindos cuentos turísticos que emanaban del Parque Nacional de Puracé,
mantuvo titulares en todo el país a través de la segunda mitad de 1974 y
mostró hasta qué punto la causa indígena podía enfocar la crítica a los
intereses imperialistas como Celanese y a las ineptas burocracias
gubernamentales como INDERENA, que administra el parque nacional.
También fue muy significativo que el resguardo de Puracé pudiese respaldar
sus demandas con la acción huelguística de los trabajadores
mayoritariamente no indígenas de la mina, dando de esa manera lo que
probablemente es el primer ejemplo de una campaña indígena por la tierra
apoyada por la solidaridad efectiva de otros sectores de la clase trabajadora.
No es sorprendente, sin embargo, que los éxitos de Puracé y Coconuco, así
como los esfuerzos continuados por recuperar territorio usurpado en otras
partes de la región del Cauca, pronto generaran un endurecimiento
manifiesto de las actitudes entre la élite terrateniente y administrativa de
Popayán. De nuevo, debe subrayarse que la actual violencia, incluyendo
muchos asesinatos cobardes e innumerables arrestos, fue algo iniciado
unilateralmente por las clases pudientes de la región del Cauca, y por ningún
motivo puede atribuirse a una provocación de parte de los indígenas. El
hecho es que el CRIC siempre prefirió librar sus batallas legales en terrenos
que permitiesen el análisis dentro de los términos de la Ley 89 de 1890; en
otras palabras, los indígenas estaban justificados legalmente en recuperar la
tierra que había sido separada fraudulentamente de sus resguardos.
Abocados a tal situación, en la cual las instituciones nacionales ya no podían
manejarse en favor de sus estrechos intereses, los terratenientes no tuvieron
otro recurso que el tradicional sistema de sometimiento por medio de las
armas.
Obviamente es difícil hacer justicia plena al tema en tan poco espacio,
empero los hechos más destacados hablan por sí mismos, y tomados en su
conjunto alcanzan un registro espantoso de violencia política, un registro que
no deja de sugerir ominosos paralelos con la Violencia de los años 1950. El
comienzo de la nueva campaña de intimidación fue intencionalmente
dramático: el 2 de marzo de 1974, matones a sueldo asesinaron a Gustavo
Mejía, un famoso y ampliamente respetado organizador campesino blanco
que había sido una de las figuras dirigentes en la fundación original del CRIC.
Rumores insistentes sostenían que la parte culpable en este caso era el
alcalde de Corinto, pero, como era de esperarse, hubo poca esperanza en
superar la indiferencia de la policía en la investigación del asesinato. Apenas
tres días más tarde, Venancio Taquinaz, un indígena páez y destacado
seguidor del CRIC, sufrió la misma suerte. Hacia julio del mismo año, la
represión había escalado hasta llegar a horripilantes asesinatos múltiples,
tales como los de Caloto, donde Lisandro Tálaga, José Antonio Centono y
Marco Tulio Tálaga fueron muertos de un sólo golpe.
Al mismo tiempo los Mosquera, miembros de la misma familia que (en
otra época) tuvo la encomienda de Vitoncó, decidieron aceptar el desafío que
el movimiento indígena representaba para su ancestral posición de privilegio
en la región del Cauca. Aurelio Mosquera, un prominente latifundista de Silvia
y colaborador cercano de los antropólogos norteamericanos de la zona,
procedió a expulsar a numerosos guambianos de la hacienda El Chiman, una
propiedad que hasta hacía poco formaba parte del resguardo de Guambia.
Sobrevino un conflicto en el que por lo menos treinta guambianos fueron
arrestados por la policía, uno de ellos una viuda de noventa años y otro un
verdadero indigente que murió de hambre poco después de salir de la cárcel.
Mientras tanto, Víctor Mosquera Chaux, senador y líder de la maquinaria
liberal en el Cauca y, casualmente, uno de los principales promotores del
asalto del ejército a Río Chiquito en 1965, comenzó a preocuparse de la
gradual erosión del normalmente dócil voto indígena por el CRIC, que estaba
apoyando activamente una facción disidente de izquierda del liberalismo
encabezada por Omar Henry Velasco. A pesar de innumerables intentos por
revivir el viejo sistema de patronazgo en Tierradentro, los resultados de las
elecciones de mediados de 1974 mostraron que Mosquera había perdido
definitivamente el apoyo de la mayoría de la población indígena.
Consecuentemente, el senador empezó a sazonar sus discursos con
referencias alarmistas a la amenaza del llamado comunismo y la llamada
subversión, empleando el mismo estilo y lenguaje que una vez justificaron la
operación represiva en Río Chiquito.
Pronto se le unió su contraparte conservadora, el senador Mario S. Vivas, en
la denuncia de la amenaza que representaba el CRIC a la propiedad y al
imperio de la ley y el orden. Superado rápidamente el supuesto liberalismo
del nuevo régimen del Presidente López, los terratenientes del Cauca
lograron escalar drásticamente el nivel de conflicto social en el área,
sometiendo zonas indígenas como Caldono a una ocupación militar
particularmente dura, y arrestando, golpeando e intimidando a los dirigentes
de la lucha por defender y recuperar las tierras de resguardo. El 8 de octubre
de 1974, Emiliano Ulcué, miembro del cabildo indígena de esta región, fue
asesinado a sangre fría; su muerte fue seguida el 18 de octubre por la de
otros dos activistas indígenas en Caldono, Joaquín Marino Yonda y Luis
Enrique Ramos. Pronto el “riesgo de seguridad” presentado por los
integrantes del CRIC comenzó a atraer la atención no sólo de las unidades
locales de la policía y el ejército, sino también de los equipos especialistas de
inteligencia del DAS y del F-2. Un indígena de Tacueyó, Héctor Cuchillo
Tonguino, fue llevado por oficiales del F-2 a Cali y torturado para obtener
información acerca de las actividades del CRIC, suerte compartida también
por Guillermo Músicue, concejal y secretario del cabildo de San Francisco. El
gobernador del mismo cabildo, Evelino Ul, fue arrestado por el ejército y
mantenido nueve meses en la cárcel de Toribío, y otros dos indígenas de
Tacueyó, Lino y Antonio Mesa, fueron torturados por la policía en la hacienda
de un latifundista local, Juan Martínez.
Los años siguientes vieron la intensificación gradual pero inexorable de
la lucha por la tierra en la región del Cauca. La militarización del norte del
Cauca ha incluido la ocupación permanente de las oficinas de los cabildos de
Toribío y San Francisco, donde los soldados hostilizaban a todo el que
llegaba y hacían mofa del lenguaje y la pronunciación de los indígenas. La
intimidación armada continuó con el asesinato de Emiliano Mesa en Huila
(febrero de 1975) y las lesiones a José María Ulcué en Toribío, el 23 de abril
de 1975. Aunque el último pudo identificar a sus asaltantes con nombre
propio, capataces de grandes terratenientes del distrito, las autoridades no
tomaron medida alguna. En un caso particularmente significativo, un notable
vocero indígena, Marco Aníbal Melenje, gobernador del cabildo de Coconuco,
fue asesinado el 19 de abril de 1975 por Luis Calambás, un traidor que
posteriormente se suicidó. El arma utilizada desapareció poco después,
llevado en un campero de la Defensa Civil. Como si esto no fuera suficiente,
el asesinato fue usado como cínico pretexto para apresar otros 40 indígenas,
destacados exponentes del programa de ocupación de tierras en Coconuco,
y muchos de ellos languidecieron por el resto del año detrás de rejas
mientras la policía adelantaba sus investigaciones del crimen.
Por todas partes la escena era monótonamente similar: quince
indígenas arrestados en Jámbalo, diez en Santander de Quilichao y,
marcando una extensión de la lucha a zonas hasta entonces tranquilas,
diecisiete indios de Santa Rosa y San Andrés fueron apresados en Inzá por
invadir tierras de resguardo ocupadas por cafeteros blancos, siendo
subsecuentemente acusados también de colaborar con las guerrillas de las
FARC. Cuando trataba de investigar el caso, un antropólogo de la Facultad
de Humanidades de Popayán, Elías Sevilla Casas, fue arrestado en Inzá por
tropas de la 3a. Brigada, bajo la acusación de ser un agente perturbador. La
recuperación de tierras continuó practicándose en Santa Rosa sin embargo, y
en octubre de 1975 fueron arrestados 31 indígenas más y conducidos a
prisión en Inzá. La escalada de la violencia en esta parte del Cauca, así como
la activa participación de la policía y el ejército en dichas acciones, son
ambos desarrollos relativamente nuevos, ya que San Andrés y Santa Rosa
sufrieron poco durante la Violencia de los años 50, y hasta 1974 no habían
presenciado ninguna incursión importante de parte de las autoridades
uniformadas. El 27 de enero de 1976, el asesinato de Pablo Quinto en Santa
Rosa dio la primera indicación de que los terratenientes blancos de la zona,
compuestos principalmente por refugiados liberales de la Violencia, estaban
empezando a seguir el camino de grupos similares en otras partes del Cauca.
Las trágicas consecuencias de tal acción indudablemente teñirán el futuro de
todos los resguardos de los límites meridionales de Tierradentro, hasta la
época tan pacíficos.
Este prospecto está lejos de ser alentador; al otro lado de la Cordillera
Central, el asesinato se ha tornado ya en una táctica común y corriente, y de
continuar extendiéndose en el Cauca, los páez pronto se hallarán sometidos
a una amenaza mayor que la de cualquier época desde que los españoles
entraron por vez primera a la zona. Sólo en el resguardo de San Francisco,
por ejemplo, en un año fueron asesinados por lo menos seis activistas o
simpatizantes del CRIC: Avelino Ramos y Manuel Dagua Taquinás, en
noviembre de 1975; Ernesto Guejía e Isidro Pilcué, en agosto de 1976, y
Alvaro Morales Ramírez y Ernesto Meló Avila, en diciembre de 1976. Cuando
el gobernador del cabildo del vecino Tacueyó identificó a los asesinos en el
segundo de estos casos, fue arrestado y llevado a los cuarteles del F-2 de
Cali, donde fue torturado para que cambiara su declaración. En Coconuco, la
recuperación de tierras de resguardo produjo el 29 de septiembre de 1976 el
primer motín realmente importante de los últimos años de la zona rural del
Cauca, con barricadas erigidas para bloquear la partida de camiones de la
policía, lucha generalizada a puños y un contraataque de la fuerza policial
con gases lacrimógenos y repetidas salvas de disparos sobre las cabezas de
los indígenas.
La misma política de intimidación continuó en 1976-1977 por todo el
Cauca, dando lugar a una larga secuencia de asesinatos: los de Isidoro
Pilcué en Tacueyó; Benjamín Guetío en Siberia; Bernardino Ipia, Luciano
Ramos y Antonio Yule en Jámbalo; Pacho Fernández cerca de Santander; y
Justiniano Lame en San Ignacio. El último caso ocurrió cuando Justiniano
Lame estaba bajo custodia de la policía; había sido herido en la pierna
cuando fue arrestado, se le negó un torniquete y fue enviado a Popayán
caminando varios kilómetros por la carretera principal. Al llegar a esa ciudad
se le negó toda atención médica y fue encerrado en una celda de la policía,
donde sufrió una lenta y sórdida muerte por desangre. El 7 de febrero el
CRIC convocó un mitin de masas en Popayán para exigir la devolución de su
cuerpo. La ciudad fue militarizada, los buses de los manifestantes indígenas
fueron devueltos por bloqueos en los suburbios, las oficinas del CRIC fueron
ocupadas por la tropa y Marcos Avirama, presidente del CRIC, fue arrestado
y conducido a interrogatorio en los cuarteles del ejército. Medidas similares
fueron tomadas durante la huelga general que paralizó a Colombia el 14 de
septiembre de 1977. La población de Belalcázar fue puesta bajo toque de
queda y ocupada por diez camiones de soldados, y se realizaron múltiples
arrestos y ostentosas maniobras militares en Caldono, Puracé, Inzá, Toribío y
Tóez.
Hechos de esta clase, con todos sus ecos de la Violencia, serían quizás
comprensibles, aunque difícilmente justificables, si fueran resultado
solamente de una especie de escabrosa justicia. Son, después de todo, no
más que un reflejo de las actitudes expresadas por tantos latifundistas de que
es necesario darles fuete o echarles plomo o, la frase favorita, bajar unos
indios pa' que aprendan a respetar. Lo más alarmante, entonces, son los
numerosos indicios de que la política de hostigamiento del CRIC no es sólo el
resultado de excesos cometidos por intereses puramente locales, sino al
contrario, forma parte de una estrategia nacional de represión aplicada por
gobiernos sucesivos y el alto comando militar en Bogotá. A pesar de que la
legitimidad de los reclamos de tierras de los indios en los resguardos de
Pitayó, Jambaló, Tacueyó y Toribío ya ha sido reconocida en un documento
suscrito por el gobernador del Cauca y por representantes de los Ministerios
de Gobierno y Agricultura, jamás se ha adelantado acción efectiva alguna
para respaldar esos reclamos por parte de las agencias gubernamentales
pertinentes (Corry, 1976, p.26). Asimismo, las promesas hechas por la
administración López a finales de 1974, relativas al control de la minería de
azufre en Puracé y a la compensación a ser pagada por Celanese de
Colombia al resguardo vecino, habían sido dejadas de lado totalmente hacia
mediados de 1976. No solamente Celanese no pagó un solo centavo de los
cinco millones de pesos (US$200.000, en la época) de compensación,
alegando que serían empleados en compras de armas para apoyar la
insurgencia, sino que, aún más alarmante, las anteriores restricciones a la
minería de cielo abierto fueron levantadas, anunciando la inminencia de una
más amplia devastación ecológica.
Mientras tanto, en un acto de cinismo consumado, los ecólogos
gubernamentales del INDERENA siguieron afirmando que la amenaza real al
balance ambiental de la zona provenía de un puñado de indígenas que
recolecta leña en el Parque Nacional. Está claro que el ineficaz INDERENA
consideró inoportuno tomar medidas contra las poderosas multinacionales
que respaldaban a Celanese, que incluían The Celluloid Corp, Pabin, Ancell,
Chancell, Petrocel, F.M.C., American Viscose y Celanese Overseas. Por
consiguiente, no puede dudarse en dónde están las simpatías del gobierno
colombiano y sus paniaguados con respecto a la lucha por la tierra de los
indígenas del Cauca. Y como para subrayar la orientación represiva de la
policía y el aparato militar, el Ministro Cornelio Reyes (del Ministerio de
Gobierno) visitó el centro de entrenamiento indígena en Tóez el 7 de
septiembre de 1975, un mes después del cuarto congreso del CRIC,
celebrado en el mismo lugar, y exhortó a los páez a abandonar esta
organización y a apoyar un nuevo grupo de presión de los latifundistas, el
CRAC (Consejo Regional Agropecuario del Cauca), cuyo sonido de latigazo
hizo que su nombre fuese cambiado más tarde por uno con un tono más
suave, SAC (Sociedad Agropecuaria del Cauca). Qué lindo gesto, generoso y
conciliador...
Posdata 2008:
Habiendo regresado al Cauca en varias ocasiones desde que se
escribieron estas palabras debo decir que nunca, en mis peores pesadillas,
hubiera podido imaginar que los actuales conflictos seguirían por tanto
tiempo. A la violencia política, la furia homicida y la nueva contra-reforma
agraria se suman las estupideces engendradas por la guerra a las drogas,
como las fumigaciones y demás abusos apoyados por el Plan Colombia. Si
los años 1970 marcaron el inicio del actual conflicto en el Cauca los discursos
alimentados por los diferentes actores de la represión siguen tocando la
misma monótona tecla de siempre, que he tratado de documentar a lo largo
de una historia que pronto llegará a su quinto centenario. Una vez apoyada
por la corona española, ahora financiada y dirigida desde Washington, la
empresa colonizadora sigue en su afán de devorar la tierra, sus habitantes
indígenas, sus hijos independientes y las plantas que resisten a la
prohibición. Una vez más agradezco a los caucanos el ejemplo que me han
dado de la rebeldía y la insumisión. Desde una tarde en Coconuco, cuando
en 1973 primero oí silbar una bala por encima de sus cabezas, reconozco el
valor de los que luchan por la libertad.

Nota

Aunque el principal grupo indígena de la región del Cauca se ha denominado


a lo largo de este estudio como "los páez", se ha vuelto común en el presente
siglo referirse a ellos en plural como los paeces o, quizás más correctamente,
como los páeces. En cualquier caso, los páez se dan a sí mismos un nombre
completamente distinto – nása - que puede traducirse como "nosotros, la
gente". La pronunciación de las palabras páez, tal como se escriben en este
libro, siguen el uso español, con la excepción de sonidos tales como "sh" que
no se encuentran en este idioma. Debido a que los resultados de dicha
trascripción son indudablemente muy aproximados, los obstáculos para lograr
una traducción más precisa la colocan fuera del alcance del presente estudio.
Hasta donde sé yo, jamás se ha publicado un análisis lingüístico
verdaderamente amplio de la lengua páez, y continúa siendo un campo que
puede ser explorado fructíferamente en el futuro.
NOTA BIOGRÁFICA

Anthony Richard Henman nació en São Paulo, Brasil, de padre inglés y


madre argentina. Estudió arqueología y antropología en la Universidad de
Cambridge y en University College, Londres. Fue nombrado profesor de la
Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca en 1973. Durante dos
años vivió entre Popayán y Tierradentro, haciendo la investigación que
resultó en el presente libro, publicado por primera vez en Inglaterra en
1978.Desde entonces ha desempeñado como profesor de antropología en
UNICAMP (São Paulo) y la Universidad John More (Liverpool, Inglaterra). Ha
sido asesor en materia de consumo de drogas y reducción de daños de la
Organización Mundial de Salud, el Parlamento Europeo, el Consejo sobre
Estupefacientes del Estado de São Paulo y la Secretaria de Salud del Estado
de Nueva York. También ha publicado obras sobre otras plantas psicoactivas,
incluyendo el cannabis, el ópio, el guaraná, el yagé o ayahuasca, y el cactus
sanpedro. Actualmente vive en Lima, Perú, donde se dedica a nuevas
investigaciones sobre coca y a la creación de un Jardín de Plantas Maestras.
Espera que este proyecto sirva para orientar futuras generaciones en el
adecuado manejo y aprovechamiento de las especies prohibidas y
condenadas injustamente.
Lista de figuras

Andes centrales y del Norte (desde Nicaragua hasta norte de Chile).


Departamento del Cauca (mostrando zonas de trabajo Tierradentro y la
Herradura Bolívar.)
Los mapas van en hojas independientes al inicio del documento.
Presentación en ingles dos hojas escritas en Itálica
En Italica: Nombres cientificos, palabras en lengua nativa, palabras con
especial significado.
En todos los casos reemplazar drogadicto por usuario
El Afiche de Chien antes de la presentacion en ingles…
-----------------------------------------
Listado de Laminas (todas las laminas en pagina derecha y en pagina entera)
Laminas elaboradas por: Jhon Chien

Lamina 1.Hombre nasa (En Introducción)


Lamina 2.Mujer nasa (En introducción)
Lamina 3. Calderas Tierradentro (En Introducción)
Lamina 4. San Andrés de Pisimbala Tierradentro (En Introducción)
Lamina 5. Plantación de coca en Bolivar Sur del Cauca (En La influencia del
mercado de consumidores)
Lamina 6. Mujer nasa cosechando coca (Finalizando el comercio de la coca
en la zona del Cauca)
Lamina 7 La Herradura, poblado de Almaguer en el Sur del Cauca
(Finalizando el Comercio de la coca en la zona del Cauca)
Lamina 8. Hombre nasa mambeando coca (Inicio Como mascar)
Lamina 9. Arbusto de coca a punto de florecer (al principio de cómo cultivar)
Lamina 10. Arbusto de coca en flor.(Como cultivar)
Lamina 11. Mujer nasa con kuétan yáha sobre el hombro (Calabazos u
bolsas)
Lamina 12. Hombre nasa con kuétan yáha en la cintura (Calabazos u bolsas)
Lamina 13. Hombre nasa con kuétan yáha en la cintura (Calabazos u bolsas)
Lamina 14 Cultura nasa kuetan yaha y kuetan tuka (Calabazos u bolsas)
Lamina 15. Mujer nasa trabajando en una minga. (primera del apéndice c)
*Lamina 16. Una minga en Toez, en el valle superior del río Paez. (segunda
apéndice c)

Listado de Fotos
Fotos del Autor

Foto 1. Vista de la estatua conocida como el coquero, en El Tablón, cerca de


San Andrés de Pisimbala, Tierradentro. Nótese el mambero que lleva la cal
para adicionar a la coca. (Andes centrales)
Foto 2. Un ángulo diferente de el coquero, comparar los diseños geométricos
en la bolsa de coca semi deteriorada con el diseño de kuetan yaha usada por
los nasa actuales. (Andes septentrionales)
Foto 3. Estatua de Moscopan con la mejilla abultada. Actualmente en el
museo Casa Mosquera de Popayán. (Coca y Tabaco)
Foto 4. Coca en el mercado de La Parada. Lima 1974 (El comercio de coca
en la zona del cauca)
Foto 5. Coca en el mercado de Caquiona, Almaguer, al sur del Cauca. Se ha
pesado un huevo o una décima parte de una libra. Los 3 pedazos circulares
son bloques de cal blanca o mambe (el comercio de la coca en la zona del
cauca)
Foto6. Dueño de uan pequeña “cocina” de pasta base de cocaina cerca de
Bolivar, sur del Cauca (El impacto del negocio)
Foto 7. Mata de coca en Tierradentro. Cauca. (ultima de cómo cultivar)
Foto 8. Indígena coquera de Caquiona, sur del Cauca con su mano derecha
retira hojas de coca de su pircha.(calabazos y bolsas)
Foto 9. Mujer nasa, de Tumbichucue, Tierradentro. Nótese su kuetan yaha
sobre la cadera derecha. .(calabazos y bolsas)
Foto 10. Coquero con bolsa cuadrada de cabuya, Almaguer, sur del Cauca.
.(calabazos y bolsas)
Foto 11.. Hombres nasa, el de la izquierda esta hechando mambe a su coca,
notase su kuetan yaha en la mano izquierda y sus dos bolsas kuetan yaha.
.(calabazos y bolsas)
Foto 12. El Finado Juan Pencue, famoso curandero de San Andres de
Pisimbala. La bolsa alrededor del cuello indica su intencion de “trabajar”.
(Capitulo VII al inicio de coca y chamanismo)
Foto 13. Curandero nasa de Tumbichucue, Tierradentro. (Capitulo VII al inicio
de coca y chamanismo)

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