Don Bosco y Los Jóvenes

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COMO DON BOSCO,

CON LOS JÓVENES Y


PARA LOS JÓVENES
Está viva en la Iglesia la memoria de san Juan
Bosco, en cuanto fundador de la Congregación salesiana, de las Hijas de María Auxiliadora, de la
Asociación de los Salesianos Cooperadores y de la Asociación de María Auxiliadora, y como padre
de la Familia Salesiana de hoy. También está viva en la Iglesia su memoria como santo educador y
pastor de los jóvenes, que ha abierto un camino de santidad juvenil, que ha ofrecido un método
de educación que es al mismo tiempo una espiritualidad, que ha recibido del Espíritu Santo un
carisma para los tiempos modernos.

En el bicentenario de su nacimiento he tenido la alegría de encontrar a la Familia


Salesiana reunida en Turín, en la Basílica de María Auxiliadora, donde reposan los restos mortales
del Fundador. Con este mensaje deseo unirme nuevamente a vosotros en la acción de gracias a
Dios; al mismo tiempo, deseo recordar los aspectos esenciales del legado espiritual y pastoral de
Don Bosco, y exhortar a vivirlos con valentía.

Italia, Europa y el mundo han cambiado mucho en estos dos siglos, pero el alma de los
jóvenes no: también hoy los muchachos y las chicas están abiertos a la vida y al encuentro con
Dios y con los demás, pero hay tantos con riesgo de desánimo, de anemia espiritual y de
marginación.

Don Bosco nos enseña, ante todo, a no quedarnos mirando, sino a ponernos en primera
línea, para ofrecer a los jóvenes una experiencia educativa integral que, sólidamente basada sobre
la dimensión religiosa, involucre la mente, los afectos, toda la persona, considerada siempre como
creada y amada por Dios. De aquí deriva una pedagogía genuinamente humana y cristiana,
animada por la preocupación preventiva e inclusiva, especialmente para los jóvenes de los
sectores populares y de los grupos marginales de la sociedad, a los cuales ofrece también la
posibilidad de la instrucción y de aprender un oficio, para ser buenos cristianos y honestos
ciudadanos. Operando para la educación moral, civil, cultural de los jóvenes, Don Bosco ha obrado
para el bien de las personas y de la sociedad civil, según un proyecto de hombre que conjuga
alegría – estudio – oración, y también trabajo – religión – virtud. De tal camino forma parte
integrante la maduración vocacional, a fin de que cada uno asuma en la Iglesia la forma concreta
de vida a la cual el Señor lo llama. Esta amplia y exigente visión educativa, que Don Bosco ha
concentrado en el lema “Da mihi animas”, ha realizado lo que hoy expresamos con la fórmula
«educar evangelizando y evangelizar educando» (Congregación para el Clero,Directorio general
para la catequesis [15 agosto
1997], n. 147).

Un rasgo
característico de la pedagogía
de Don Bosco es la
«amorevolezza», la
amabilidad, a entenderse
como amor manifestado y
percibido, en el cual se revelan
la simpatía, el afecto, la
comprensión y la participación en la vida del otro. Él afirma que en el ámbito de la experiencia
educativa no basta amar, sino que es necesario que el amor del educador se exprese mediante
gestos concretos y eficaces. Gracias a tal amabilidad tantos niños y adolescentes en los ambientes
salesianos han experimentado una intensa y sana afectividad, muy preciosa para la formación de
la personalidad y para el camino de la vida.

En este cuadro de referencia se colocan otros rasgos distintivos de la praxis educativa de


Don Bosco: ambiente de familia; presencia del educador como padre, maestro y amigo del joven,
expresado por un término clásico de la pedagogía salesiana: la asistencia; clima de alegría y de
fiesta; amplio espacio dado al canto, a la música y al teatro; importancia del juego, del patio de
recreación, de los paseos y del deporte.

Podemos resumir así los aspectos salientes de su figura: él vivió la entrega total de sí a
Dios como un impulso para la salvación de las almas y vivió la fidelidad a Dios y a los jóvenes en un
mismo acto de amor. Estas actitudes lo han llevado a “salir” y a concretar decisiones valientes: la
elección de dedicarse a los jóvenes pobres, con la intención de realizar un vasto movimiento de
pobres para los pobres, y la elección de ampliar tal servicio más allá de las fronteras de lengua,
raza, cultura y religión, gracias a un incansable impulso misionero. Él concretó este proyecto con
estilo acogedor, alegre y de simpatía, en el encuentro personal y en el acompañamiento de cada
uno.

Él supo suscitar la colaboración de santa María Dominga Mazzarello y la cooperación de


los laicos, generando la Familia Salesiana que, como gran árbol, ha recibido y desarrollado su
herencia.

En síntesis, Don Bosco vivió una gran pasión por la salvación de la juventud,
manifestándose testimonio creíble de Jesucristo y anunciador genial de su Evangelio, en comunión
profunda con la Iglesia, en particular con el Papa. Vivió en continua oración y unión con Dios, con
una devoción fuerte y tierna a la Virgen, por él invocada como Inmaculada y Auxiliadora de los
cristianos, con el beneficio de experiencias místicas y del don de milagros para sus jóvenes.
También hoy la Familia Salesiana se abre hacia nuevas fronteras educativas y misioneras,
recorriendo las sendas de los nuevos medios de comunicación social y las de la educación
intercultural junto a pueblos de religiones diversas, o de Países en vías de desarrollo, o de lugares
signados por la inmigración. Los desafíos de la ciudad de Turín del siglo XIX han asumido
dimensiones globales: idolatría del dinero, desigualdad que genera violencia, colonización
ideológica y retos culturales legados a los contextos urbanos. Algunos aspectos involucran más
directamente al mundo juvenil, como la difusión de internet, y, por lo tanto, os interpela, hijos e
hijas de Don Bosco, que sois llamados a trabajar
considerando, junto a las heridas, también los recursos
que el Espíritu Santo suscita en situaciones de crisis.

Como Familia Salesiana estáis llamados a


reavivar la creatividad carismática dentro y más allá de
vuestras instituciones educativas, poniéndoos con
dedicación apostólica sobre los senderos de los jóvenes,
particularmente de aquellos de las periferias.

«La pastoral juvenil, tal como estábamos


acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido el embate de los
cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras
habituales, no suelen encontrar respuestas a sus
inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. A los
adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender
sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en
el lenguaje que ellos comprenden» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 105). Hagamos de tal manera,
como educadores y como comunidad, que podamos acompañarlos en su camino, de modo que se
sientan felices de llevar a Jesús en cada calle, en cada plaza, en todos los rincones de la tierra (cfr.
ibid., 106).

Don Bosco os ayude a no defraudar las aspiraciones profundas de los jóvenes: la


necesidad de vida, apertura, alegría, libertad, futuro; el deseo de colaborar en la construcción de
un mundo más justo y fraterno, en el desarrollo para todos los pueblos, en la tutela de la
naturaleza y de los ambientes de vida. Con su ejemplo, los ayudaréis a experimentar que solo en la
vida de gracia, es decir, en la amistad con Cristo, se cumplen en pleno los ideales más auténticos.
Tendréis la alegría de acompañarlos en la búsqueda de síntesis entre fe, cultura y vida, en los
momentos en que se toman las decisiones difíciles, cuando se busca interpretar una realidad
compleja.

Señalo en particular dos tareas que nos llegan hoy del discernimiento sobre la realidad
juvenil: la primera es la de educar según la antropología cristiana en el lenguaje de los nuevos
medios de comunicación y de las redes sociales, que plasma en profundidad los códigos culturales
de los jóvenes, y por lo tanto, la visión de la realidad humana y religiosa; la segunda es promover
formas de voluntariado social, no resignándose a las ideologías que anteponen el mercado y la
producción a la dignidad de la persona y al valor del trabajo.

Ser educadores que evangelizan es un don de naturaleza y de gracia, pero es también


fruto de formación, estudio, reflexión, oración y ascesis. Don Bosco decía a los jóvenes: «Yo por
vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a
dar mi vida» (Constituciones Salesianas, art. 14).

Hoy, más que nunca, de frente a lo que el Papa Benedicto XVI muchas veces ha señalado
como «emergencia educativa» (cfr. Lettera alla diocesi e alla città di Roma sul compito urgente
dell'educazione, 21 de enero de 2008), invito a la Familia Salesiana a favorecer una eficaz alianza
educativa entre las diversas agencias religiosas y laicas para caminar, con la diversidad de los
carismas, en favor de la juventud de los diversos continentes. En particular recuerdo la
inderogable necesidad de implicar a las familias de los jóvenes. No puede haber, de hecho, una
eficacia pastoral juvenil sin una válida pastoral familiar.

El salesiano es un educador que, en la multiplicidad de las relaciones y de los empeños,


hace resonar siempre el primer anuncio, la bella noticia que directamente o indirectamente no
puede faltar jamás: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada
día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 164). Ser
discípulos fieles a Don Bosco requiere renovar la opción catequística que fue su empeño
permanente, a ser comprendida en la misión de una nueva evangelización (crf. Ibid., 160-175).
Esta catequesis evangelizadora merece el primer lugar en las instituciones salesianas, y debe ser
realizada con competencia teológica y pedagógica y con un testimonio transparente del educador.
Se necesita un camino que comprenda la escucha de la Palabra de Dios, la frecuencia a los
Sacramentos, en particular la Confesión y la Eucaristía, y la relación filial con la Virgen María.

Queridos hermanos y hermanas salesianos, Don Bosco testimonia que el cristianismo es


fuente de felicidad, porque es el Evangelio del amor. Es de esta fuente que, también en la práctica
educativa salesiana, la alegría y la fiesta encuentran consistencia y continuidad. «Llegamos a ser
plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos
lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial
de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).

Las expectativas de la Iglesia respecto al cuidado de la juventud son grandes; grande es


pues el carisma que el Espíritu Santo ha donado a san Juan Bosco, carisma llevado adelante por la
Familia Salesiana con dedicación apasionada por la juventud en todos los continentes y con el
florecimiento de numerosas vocaciones para la vida sacerdotal, religiosa y laical. Por lo tanto
quiero expresaros un aliento cordial a fin de asumir el legado de vuestro fundador y padre con la
radicalidad evangélica que ha sido suya en el pensar, hablar y obrar, con la competencia adecuada
y con generoso espíritu de servicio, como Don Bosco, con los jóvenes y para los jóvenes.

S.S. Francisco

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