El País de La Laguna

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EL PAÍS DE LA LAGUNA:

IMPACTO HISPANO-TLAXCALTECA EN LA FORJA


DE LA COMARCA LAGUNERA
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

4
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

EL PAÍS DE LA LAGUNA:
IMPACTO HISPANO-TLAXCALTECA
EN LA FORJA DE LA COMARCA LAGUNERA

PARQUE ESPAÑA DE LA LAGUNA, SA DE CV


CLUB DEPORTIVO HISPANO LAGUNERO, AC
CONSEJERÍA DE TRABAJO DE LA EMBAJADA DE ESPAÑA EN MÉXICO
GRUPO PEÑOLES
GRUPO SORIANA
GRUPO MODELO
SANATORIO ESPAÑOL
PARQUE ESPAÑA DE LA LAGUNA, SA DE CV
CLUB DEPORTIVO HISPANO LAGUNERO, AC
CONSEJERÍA DE TRABAJO DE LA EMBAJADA DE ESPAÑA EN MÉXICO
GRUPO PEÑOLES
GRUPO SORIANA
GRUPO MODELO
SANATORIO ESPAÑOL

EDICIÓN
Jaime Muñoz Vargas

PRIMERA EDICIÓN CON EL TÍTULO


La Comarca Lagunera, constructo cultural.
Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria
Universidad Iberoamericana Laguna, 2006

SEGUNDA EDICIÓN
ISBN968-5162-30-1

© Sergio Antonio Corona Páez

Torreón, Coahuila
2011
PRESENTACIÓN

Reconocer las hazañas de nuestros ancestros nos ayuda


a entender nuestra realidad y sobre todo nos inspira a
moldear con decisión el entorno que enfrentamos. Car-
gados de inspiración, descubrimos la osadía y el esfuer-
zo empeñado en las acciones de nuestros fundadores.
En 1594, el norte de la Nueva España era un territo-
rio mítico y desconocido. Los mexica ubicaban por estas
tierras su origen y convirtieron «el norte» en tierra de
peregrinaje. Conquistada Tenochtitlán en 1521, la nue-
va colonia se atrevió a dirigir la mirada hacia el norte.
Más allá de Querétaro estaban las tierras gobernadas
por los temibles chichimecas, indómitos guerreros que
jamás se amedrentaron ante las huestes de Castilla y sus
aliados tlaxcaltecas, lo que prolongó el término de la con-
quista hasta finales del siglo XVI y principios del XVII.
En 1525, osados españoles se lanzaron a fundar Ce-
laya, San Miguel, Guadalajara en la Nueva Galicia. El
descubrimiento de ricas vetas en Zacatecas en 1548 de-
sató el deseo de ir al norte, además de que la Nueva Es-
paña empezó a figurar en la consciencia mundial.
Para surtir a Zacatecas de bastimentos, se impulsa-
ron aquellas regiones que pudieran proveer granos y
productos cárnicos. Los excesos de algunos peninsula-
res provocaron que, terminada la Guerra Chichimeca
(1536-1576), la corona tuviese el cuidado de otorgar
7
FEDERICO SÁENZ NEGRETE

las mercedes de colonización y conquista a grupos


encabezados siempre por un religioso para atemperar la
codicia y sus excesos.
Es así que en abril de 1594, Felipe II otorgó a la
Compañía de Jesús la colonización y evangelización de
La Provincia de La Laguna, esto es, de Parras, San Juan
de Casta, Mapimí, San Pedro, Cinco Señores (hoy Na-
zas) y otros parajes.
Es entonces cuando el enérgico y noble capitán vas-
co Francisco de Urdiñola, natural de Oyarzun en Gui-
púzcoa, al frente de otros peninsulares y paisanos su-
yos, encabezó en 1591 a cien familias tlaxcaltecas para
instalarse primero en la villa de Santiago del Saltillo y
luego en lo que siete años más tarde Agustín de Espino-
za, sj, fundaría como pueblo y misión con el nombre de
Santa María de las Parras.
Ahí, en Parras, se funda El País de la Laguna, tierra
de vascos, españoles, tlaxcaltecas y de los llamados ga-
llardos bárbaros del norte con su infinidad de tribus
nómadas que arracimamos con el nombre de «indios
laguneros». Los grupos humanos que fundan esta co-
marca pertenecen a orgullosas razas invictas jamás con-
quistadas. Con ese espíritu indómito de libertad fue fun-
dada La Laguna.
De los jesuitas tomarían los laguneros su respeto a
la otredad y su profunda y bien cimentada fe religiosa,
así como el sentido práctico de la subsistencia. Los je-
suitas, al delinear el territorio a evangelizar, conforman
los límites territoriales de La Laguna. De vascos y tlax-
caltecas, el orgullo y la prestancia que otorga la nobleza
de origen y además el espíritu alegre y democrático de
los que aceptan lo que son y sólo aspiran a vivir en
plenitud aportando todos su trabajo.
Gracias a las investigaciones del doctor Sergio An-
tonio Corona Páez hemos modificado nuestra concep-
8
PRESENTACIÓN

ción de la historia de La Laguna. El empeño industrial


nos viene desde que en Parras, en vez de dedicarse a
cultivos de subsistencia, los protolaguneros se lanzaron
a la aventura de producir la casi totalidad de los vinos
legítimos de uva que se consumían en la Nueva España,
transformado un producto agrícola en un artículo de
venta y exportación de muy alto valor agregado y con-
secuente margen de utilidad.
Cuando en 1811 decrece el negocio del vino, y el vi-
rreinato se sacude con las primeras luchas de indepen-
dencia, se inicia un nuevo cultivo industrial, el del algo-
dón que generaría una epopeya regional a finales de ese
siglo y la mayor parte del XX. Así, gracias a esta obra
veremos por qué mucho de lo que todavía somos está
enraizado en lo que hicieron nuestros fundadores.
La mejor manera de honrarlos será, sin duda, igua-
lar y superar sus hazañas en el tiempo que hoy encara-
mos. Sin duda, a ellos les tocó la etapa más difícil. La
vida es lo que tenemos por delante, no lo que hemos
dejado atrás.
Gracias al apoyo generoso de Peñoles, de Soriana,
del Grupo Modelo y del Sanatorio Español, así como
del Ministerio de Asuntos Laborales del Reino de Espa-
ña, pudimos materializar este sueño que hoy ponemos
en manos laguneras para conocimiento y beneficio de
todos.
A la Universidad Iberoamericana Laguna le damos
nuestro más entrañable reconocimiento por haber aus-
piciado esta investigación y su primera edición a través
de su Centro de Investigaciones Históricas, sitio donde
se fragua el reencuentro con nuestra verdad pretérita y
donde siempre se recuerda que la verdad nos hará libres.
La Laguna nació en 1594 y hasta 1785, durante casi
doscientos años, perteneció a la Nueva Vizcaya. Bajo una
misma cultura y una misma idiosincrasia los laguneros
9
FEDERICO SÁENZ NEGRETE

desarrollaron sus actividades enlazados por caminos y


por actividades comunes. De hecho, durante cien años
La Laguna entera fue propiedad de un solo mando al
unirse el Marquesado de Aguayo y el Condado de San
Pedro del Álamo en matrimonio efectuado hacia 1735.
El marqués de Aguayo y conde de San Pedro del Álamo,
José María de Echeverz y Validivieso, fue uno de los
firmantes del acta de independencia en septiembre 28
de 1821.
Hay elementos culturales, económicos y religiosos para
identificar a La Laguna como una unidad. Por eso, antes de
llamarnos torreonenses o gomezpalatinos o lerdenses o
sampetrinos o matamorenses y demás, preferimos
llamamos «laguneros».
En tiempos de desesperanza, de miedo, de egoísmo,
de falta de imaginación, servirá saber que desde hace
cuatrocientos años corre por nuestras venas sangre de
razas esforzadas, generosas, alegres, osadas, que no se
amedrentaron ante ninguna adversidad. Saber eso ser-
virá de inspiración para arrostrar estos tiempos con el
ánimo siempre en alto.

FEDERICO SÁENZ NEGRETE


Presidente del Consejo del
Parque España de la Laguna, S.A.
Club Deportivo Hispano Lagunero, A.C.

10
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
DE LA UIA LAGUNA

La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en


la configuración de una mentalidad multicentenaria, obra
del doctor Sergio Antonio Corona Páez, constituye un
valioso aporte de la investigación científica a la relación
histórica entre la fe, la cultura y la economía de los lagu-
neros en el marco de la larga duración. Precisamente
uno de los campos estratégicos de acción del Sistema
Universitario Jesuita (SUJ) ha buscado proponer plan-
teamientos que iluminen ese vínculo: la relación entre la
fe y la cultura. Por cultura entendemos la manera en la
que un grupo de personas vive, piensa, siente, se organi-
za, celebra y comparte la vida. En toda cultura subyace
un sistema de valores, de significados y de visiones del
mundo que se expresan al exterior en el lenguaje, los
gestos, los símbolos, los ritos y estilos de vida.*
Cada cultura hunde así sus raíces en su propio mun-
do, en su propio tiempo. Expresa sus aspiraciones, sus
tendencias, así como las imágenes y los modelos que ri-
gen sus comportamientos. Cada época configura sus pro-
pios valores, su propia concepción de la vida según las
mentalidades de los múltiples creadores de cultura que

*Congregación General 34 de la Compañía de Jesus, Mensajero/Sal


Terrae, Bilbao y Santander, 1995, «Decreto 4. Nuestra misión y la
cultura», num. 1, nota 3, p. 114.

11
FELIPE ESPINOSA TORRES, SJ

surgen en cada espacio y en cada tiempo. (Programa


FeCultura del SUJ).
La Universidad Iberoamericana Torreón, en su afán
por formar hombres y mujeres insertados en su reali-
dad, pretende propiciar la reflexión de una profunda
experiencia de fe con su entrono sociocultural. Así, el
diálogo fe-cultura se hace realidad en un contexto de
intercambio entre la fe cristiana católica y la razón mo-
derna.
Algunas personas que estudian las sociedades del
presente tienden a simplificar demasiado el problema
cultural, buscando leyes universales y principios
atemporales, como si la cultura tuviera existencia por sí
misma y con independencia de las sociedades que le dan
existencia a través de los consensos.
En este sentido, la historiografía científica tiene im-
portantes aportaciones que hacer, pues parte del hecho
de que las sociedades existen en determinada época, en
cierto lugar y bajo ciertos consensos. Cada sociedad, cada
grupo es un caso único e irrepetible. Más aún: los histo-
riadores académicos están muy conscientes de que la
cultura, esa memoria colectiva que modela la mentali-
dad de las nuevas generaciones, no se crea en un siglo.
Existen los procesos llamados «de larga duración»(Brau-
del) que van conformando estructuras sociales, conteni-
dos y contextos culturales a través de un proceso de varios
siglos. Es ilusorio —o peor aún, ingenuo— pensar que
los fenómenos sociales con los que lidiamos en el siglo
XXI tienen sus raíces en el siglo XXI. Existen inercias
culturales de siglos que deben ser ubicadas y estudiadas
para explicar los fenómenos sociales del presente, prin-
cipalmente aquello que denominamos «mentalidad».
Para la ciencia de la historia, el término «mentali-
dad» se refiere —en un primer momento— a la forma
en la que una sociedad o grupo de dicha sociedad percibe
12
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

de manera compartida la realidad de la existencia. Los


individuos se apropian de «la realidad consensual»
percibida o construida socialmente. En un segundo momento,
la mentalidad se refiere a la manera como el grupo expresa
—también de forma compartida— dicha realidad en el
ámbito de la vida cotidiana, ya como colectividad, ya como
manifestación individual.
A lo largo de las páginas que siguen, el doctor Coro-
na Páez nos presenta la lectura que como científico so-
cial ha hecho en torno a la relación entre la percepción y
expresión de la fe cristiana, la economía regional y la
mentalidad que las aglutinaba y les daba cohesión so-
cial.
La Universidad Iberoamericana Laguna —como
siempre, comprometida con una visión humanística de
la sociedad— se complace en poner a disposición de la
comunidad lagunera este magnífico texto. Al publicarlo
sumamos nuestro esfuerzo y contribución para las festi-
vidades del centenario de la ciudad de Gómez Palacio
(2005) y al ya próximo de Torreón (2007).

MTRO. FELIPE ESPINOSA TORRES, sj

13
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

14
PÓRTICO A LA PRIMERA EDICIÓN
DE NUESTRO «LABERINTO DE LA SOLEDAD»

En enero de 2005 tuve por primera vez en mis manos el


legajo inédito de La Comarca Lagunera, constructo cultu-
ral. Economía y fe en la configuración de una mentalidad
multicentenaria; de inmediato noté que se trataba, si se
me permite afirmarlo así, del «laberinto de la soledad»
que los laguneros no teníamos y que durante poco más
de cuatrocientos años, lentamente, el tiempo armó hasta
germinar en la vocación investigadora del doctor Sergio
Antonio Corona Páez. Gracias a la paciencia de los si-
glos, y gracias ahora a la pericia de este especialista en
la historia del sur del Coahuila, los habitantes de La
Laguna tenemos hoy acceso al primer libro referido con
riqueza documental y fino análisis a las entrañas identi-
tarias de nuestra región, a la comprensión, así sea en
parte, de nuestra «laguneridad».
Como ha ocurrido con todas las aportaciones hemero
y bibliográficas de Corona Páez, sobre todo con La viti-
vinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras, su
tesis doctoral, La Comarca Lagunera… también es un
adentramiento minucioso al pasado de esta zona del
mundo cuya historia él, Corona Páez, ha insistido en
remontar al inicio de la colonización del norte novohis-
pano y no —como se acostumbra ahora, con visión cor-
ta, reduccionista y atravesada por intereses del presen-
te— a poco más de un siglo.
15
JAIME MUÑOZ VARGAS

Bien lo afirma en su presentación el maestro Felipe


Espinoza, sj: este trabajo explora un proceso «de larga
duración» tal y como lo pensaba Fernand Braudel. Con
esa noción se refería el científico francés a los fenómenos
históricos —por caso la cultura de una región— que
para ser entendidos con mayor profundidad demandan
al estudioso una investigación que examine lo ocurrido
en varios siglos y no sólo periodos más o menos breves
recortados en el tiempo, sin contextualización. Nadie hasta
ahora había mirado de esa forma a La Laguna, con un
compás abierto desde la llegada de los primeros pobla-
dores españoles y tlaxcaltecas hasta nosotros, laguneros
instalados en los albores del siglo XXI.
La Comarca Lagunera… hace énfasis en la cultura en
tanto término antropológico, es decir, como expresión
que ata todos los haceres relacionados con el hombre.
Por tal razón este libro de Corona Páez es un acabado
ejemplo de estudio multidisciplinario, erudito sí, pero
asombrosamente accesible gracias a la claridad de su
exposición, al bien digerido conocimiento del numeroso
saber que nos despliega en cada párrafo.
El libro comienza con una necesaria ubicación geo-
gráfica. ¿Dónde está y qué características físicas tenía
La Laguna cuando llegaron sus primeros habitantes
sedentarios? Varios mapas que hasta ahora no habían
visitado la imprenta —sobre todo los de Núñez Esqui-
vel— sirven de apoyo a las afirmaciones que a su vez
muestran y demuestran el origen del topónimo «lagu-
na» o «lagunera». Esta es la región que se convirtió,
desde finales del siglo XVII, en teatro del encuentro en-
tre dos culturas: la de los nativos nómadas, dispersos
en numerosas tribus, y la de los españoles y tlaxcalte-
cas occidentalizados. El autor subraya los rasgos que
vincularon al español y al tlaxcalteca frente a la ame-
naza de la alteridad representada por los indios nóma-
16
PÓRTICO A NUESTRO «LABERINTO DE LA SOLEDAD»

das: entre otros, la necesidad de seguridad como cohe-


sionador de la cultura forjada a partir de la fundación de
Parras y la alta valoración del trabajo como generador de
riqueza.
A propósito, Corona Páez nos recuerda la trascen-
dencia de las dos empresas que fortalecieron tanto la
economía local como la mentalidad de quienes las desa-
rrollaron: la vitivinicultura, primero, y, después, el culti-
vo del algodón, lo que afianzó el espíritu plenamente
mercantil de aquellos abuelos laguneros. A medio cami-
no de su exposición, el autor hace un breve alto y resu-
me lo expuesto de esta inmejorable forma:

La relación de los seres humanos con los re-


cursos naturales, la valoración del trabajo
como factor de producción y de autoestima,
la activa búsqueda de la oportunidad y de la
inversión, la creación y distribución de la ri-
queza, los patrones de consumo, la actitud
ante lo metafísico, son todos elementos emi-
nentemente culturales. Si queremos explicar
por qué los laguneros se han singularizado
desde la época colonial, debemos echar un vis-
tazo a los elementos de mentalidad que forja-
ron, cómo se percibían y valoraban a sí mis-
mos y al mundo que los rodeaba, qué
significado le daban a la existencia, cuáles eran
sus valores económicos y religiosos. Y, sobre
todo, cómo estos elementos se amalgamaron
para imprimirle a la sociedad regional un se-
llo característico previo a la oleada migrato-
ria regional, nacional e internacional provo-
cada por la bonanza algodonera de la segunda
mitad del siglo XIX.

17
JAIME MUÑOZ VARGAS

Seguro de lo que indica, apoyado siempre en una


abundante y variada masa documental conformada por
fuentes primarias y por libros, el historiador nos trae
una impresionante cantidad de información, tan relevan-
te como la interpretación que de ella hace, como cuando
compara las afinidades entre los pueblos vasco y tlax-
calteca, o la ubicuidad del señor Santiago como estan-
darte de la lucha contra los infieles, o el origen de Torreón
como resultado de los graduales desplazamientos colecti-
vos —derivados de disputas por la propiedad— hacia el
oeste de Parras.
En poco espacio puede caber apenas una pizca de
todo lo bueno que prodiga tan singular trabajo de in-
vestigación, síntesis, entrecruzamiento de datos e inter-
pretación. Afirmo ahora mismo que este asedio será en
lo venidero y hasta siempre referencia obligada de los
laguneros y de quienes se interesen en nosotros, y no es
ingenuo asegurar que de inmediato se convierte en uno
de los mejores homenajes que se le pueden rendir a La
Laguna en la coyuntura de los centenarios gomezpalati-
no y torreonense.
Anticipo para terminar unas palabras que correspon-
den a la conclusión de Corona Páez; si atendemos desde
ahora ese colofón, el periplo por este libro será más pro-
vechoso y lograremos de tal forma darle su justa dimen-
sión a la tetrasecular y heroica historia de la Comarca
Lagunera:

al hablar de sociedades y de problemáticas


del presente, debemos tener muy claro que
estas sociedades reaccionan a los estímulos y
fenómenos del presente con inercias cultura-
les, con elementos del pasado. Es decir, sería
poco atinado afirmar que el presente surge
del presente y responde desde el presente. El
18
PÓRTICO A NUESTRO «LABERINTO DE LA SOLEDAD»

presente es en realidad el escenario en el cual


percibimos la interacción, amalgamación o
confrontación de inercias compartidas que van
muy atrás en el tiempo y en el espacio. Sin
afirmar que los contenidos culturales son in-
modificables o eternos, debemos reconocer que
son características de la cultura —particular-
mente en las áreas rurales o aisladas— su ten-
dencia a la perennidad, su capacidad de re-
producirse a sí misma por medio de la
apropiación de las nuevas generaciones que,
en sus respectivos grupos sociales, están so-
metidas a su estímulo y aprendizaje.

Celebro el nacimiento de este libro. Por los españoles y


los tlaxcaltecas cuya mentalidad heredamos, me
enorgullece como lector saber que estas páginas ya
están, por fin, entre nosotros y nos pertenecen.

JAIME MUÑOZ VARGAS


Comarca Lagunera, septiembre, 2005

19
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

20
EL PAÍS DE LA LAGUNA:
IMPACTO HISPANO-TLAXCALTECA EN LA FORJA
DE LA COMARCA LAGUNERA

El origen y la configuración
del territorio, cultura e identidad
La Región Lagunera —si nos atenemos al criterio hi-
drológico de configuración— se encuentra conformada
por las porciones suroeste del estado de Coahuila y no-
reste del estado de Durango. Este territorio se ubica entre
los meridianos 102º 00 y 104º 47 de longitud oeste, y
los 24º 22 y 26º 23 de latitud norte. Comprende quince
municipios, de los cuales diez corresponden a Durango
y cinco a Coahuila con un total de 48,887.50 kilómetros
cuadrados.1 Esta amplia región es regada por dos ríos
interiores: el Nazas y el Aguanaval. Las ciudades co-
nurbadas de Torreón, Coahuila, y de Gómez Palacio y
Lerdo, en Durango, constituyen el corazón de esta co-
marca.2 Su importancia como zona de intensa produc-
ción agrícola y pecuaria es bien conocida, y sus enormes
cosechas de algodón a finales del siglo XIX la convirtie-
ron en escaparate internacional de la modernización
porfiriana.
Sería un error pensar que el auge agropecuario de la
Comarca Lagunera es una «novedad» histórica de fina-
les del siglo XIX, y que su peculiar identidad la forja-
ron los fenómenos migratorios y económicos que comen-
zaron durante la segunda mitad de dicho siglo. El
surgimiento del núcleo conurbado es relativamente re-
21
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

ciente, ya que el asentamiento más antiguo de la zona


corresponde a la fundación del rancho de San Fernan-
do, el 30 de mayo de 1799, mismo que fue erigido en
villa Lerdo, Durango, el 24 de junio de 1867. Hacia 1850
se fundó el rancho del Torreón, que no tuvo la figura
jurídica de villa sino hasta 1893. En 1884 se instaló en
un llano el primer poblador de lo que sería Gómez Pala-
cio, y en 1905 se separó el de Gómez Palacio del muni-
cipio de Lerdo, en Durango.3 Pero la existencia, y la con-
ciencia misma de la existencia de la Comarca Lagunera
como región con una hidrología característica, como
entidad política y administrativa de la Nueva Vizcaya
(Nueva España) y luego como región interestatal con
identidad y cultura propias, cuenta con una larga histo-
ria que se remonta a finales del siglo XVI.
En 1554 —apenas a seis años de la fundación de
Zacatecas— el capitán Francisco de Ibarra comenzó sus
exploraciones hacia el norte de esa nueva población.4 El
avance de Ibarra hacia la «tierra adentro» —conforme
a sus capitulaciones— llevó a la creación de la Provin-
cia o Gobernación de la Nueva Vizcaya en las tierras
descubiertas.
Rojas Rabiela menciona que parecería que el avance
hacia el septentrión novohispano lo habrían de realizar
los misioneros y los ganaderos, dadas las condiciones
que había a mediados del siglo XVI en la Nueva Espa-
ña, pero agrega que el descubrimiento casi simultáneo
de las ricas minas de Zacatecas, Guanajuato, Pachuca,
Fresnillo, Sombrerete y San Luis Potosí cambió esta
perspectiva, logrando que la producción de la plata co-
brase un lugar de primer orden en la economía novohis-
pana.5 Desde luego, las bonanzas mineras atrajeron más
pobladores a los reales de minas y se abrieron nuevos
centros de extracción argentífera. Pronto, los centros de
población que habían surgido en torno a las minas re-
22
EL PAÍS DE LA LAGUNA

quirieron de una amplia gama de productos: materias


primas, artículos de consumo, comestibles y bebidas,
entre ellas el vino, considerada una de las más impor-
tantes.6 Las minas impulsaron la agricultura en zonas
muy distintas.7 Los mineros también promovieron la
penetración hacia la Nueva Vizcaya, que en los siglos
XVI y XVII comprendía los actuales estados de Duran-
go, Chihuahua, Sinaloa, Sonora y sur de Coahuila.
La Provincia franciscana del Santo Evangelio de
México tomó interés en los nuevos asentamientos mine-
ros, en los cuales estaban surgiendo feligresías españo-
las e indias necesitadas de evangelización y vida sacra-
mental. Se comenzaron a erigir conventos en Nombre
de Dios (1555), Durango (1563), San Bartolomé (1564),
Topia (1564), Sombrerete (1567), San Buenaventura o
San Juan del Río (1567).8 Existen referencias sobre el
pueblo minero de Cuencamé en 1569, y el convento fran-
ciscano de la Purísima Concepción de Cuencamé fue eri-
gido entre 1589-1593. La Alcaldía Mayor «de los Mez-
quitales, Cuencamé, Río de las Nazas y Laguna» existía
desde 1589 por lo menos, y en su jurisdicción sería fun-
dado el pueblo de Santa María de las Parras, misión
jesuítica que se convertiría en el corazón religioso, polí-
tico y cultural de lo que denominamos actualmente Co-
marca Lagunera.9
Durante el último decenio del siglo XVI ya se identi-
ficaba a «la laguna» con el «derramadero» o área de
desembocadura del Río Nazas, es decir, la laguna o la-
gunas que el río formaba en la comarca10 cercana a lo
que ahora conocemos como «San Pedro de las Colonias»,
en Coahuila.
A principios del siglo XVIII, los mapas caracteriza-
ban la región con una laguna y dos ríos en medio del
Bolsón de Mapimí, como en el caso de Juan de Olibán
Rebolledo. Éste era un oidor de la audiencia de México
23
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

que realizó un reconocimiento del septentrión novohis-


pano y lo presentó en forma cartográfica el 18 de di-
ciembre de 1717. En su mapa hay una sola laguna y
dos poblaciones, San Pedro en la ribera norte, y Parras
en la ribera sur. Pero a medida que avanzaba el siglo
XVIII, las diferentes exploraciones redundaron en
mapas más precisos. El mapa del teniente de infante-
ría del regimiento de América, José de Urrutia —que
data de 1769— ya permite distinguir entre las lagu-
nas de Parras, la de Tlahualilo y la de San José y San-
tiago del Álamo (Viesca).

LAS LAGUNAS EN EL MAPA DE URRUTIA DE 176911

El mapa del capitán de ingenieros Nicolás de Lafora,


de 1771, pareciera ser una mera variante del de Urru-
tia. La Laguna de Parras aparece con ese nombre.
El presbítero Dionisio Gutiérrez, historiador y
párroco secular de Parras durante la segunda mitad
del siglo XVIII, consignó que la laguna no era una
sola, sino más bien un conjunto de charcos o grandes
lagunas:

24
EL PAÍS DE LA LAGUNA

MAPA DEL CAPITÁN NICOLÁS DE LAFORA, 177112

El presbítero Dionisio Gutiérrez, historiador y pá-


rroco secular de Parras durante la segunda mitad del
siglo XVIII, consignó que la laguna no era una sola, sino
más bien un conjunto de charcos o grandes lagunas:

La laguna que se dice vulgarmente de Parras, no es


algún baxío determinado con aguas estancadas, que sig-
nifica la voz laguna, sino es que desaguando por boca
de calavazas el río de Nazas, muy caudaloso en tiempo
de aguas, se difunde en el inmenso plano y terreno del
Bolsón por varias bocas, y se estanca unas veces en una
parte de este inmenso terreno, y otras veces en otra
(…)13

El mismo padre Gutiérrez consignó el uso que el tér-


mino «La Laguna» tenía ya como toponímico de toda
una región cuando escribió su «hystoreta de La Lagu-
na», manuscrito firmado de su puño el 31 de diciembre
de 1786. Se trataba de una carta-informe para el obispo
de Durango, Tristán de Luna y Arellano. En esa carta
da santo y seña de las poblaciones de la jurisdicción del
25
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

curato de Parras, territorio que el padre Gutiérrez equi-


para con el de La Laguna. Este dato prueba que la re-
gión ya era conocida con este toponímico en 1777, y
seguramente mucho antes.14 Otros documentos de ca-
rácter militar de finales del siglo XVIII, como son las
filiaciones de algunos de los integrantes de la Segunda
Compañía Volante de Caballería de San Carlos de Pa-
rras, mencionan a algunos de sus integrantes como na-
cidos en «La Laguna de Nueva Vizcaya» o simplemen-
te, en «La Laguna».15
En el siglo XVI, esta región se encontraba dentro de
la jurisdicción administrativa denominada «alcaldía
mayor de Los Mezquitales,16 Cuencamé, Río de las Na-
zas y Laguna», en la Nueva Vizcaya. Si esta alcaldía
mayor existiera en nuestra época tal y como se creó,
comprendería territorios de Durango, Coahuila y Zaca-
tecas. A finales del siglo XVI comenzó la difusión for-
mal del cristianismo por medio de las misiones jesuitas.
En 1592-1593 el provincial de la Compañía de Je-
sús en Nueva España, el padre Esteban Páez, solicitó al
rey Felipe II la autorización para atender la región de
la laguna.17 El 6 de abril de 1594, su católica majestad
les permitió establecer misiones en dicho reino en los
términos siguientes:

Mis Presidente y Juezes oficiales de la casa de la con-


tratación de sevilla: por esta mi cédula e dado licencia
a pedro de morales, de la conpañía de Jesús, para pasar
a las provincias de Topia, Cinaloya y La Laguna que es
en la nueva spaña y llevar diez y ocho rreligiosos de la
d[ic]ha compañía […].18

El padre jesuita Francisco Gutiérrez, en una carta


dirigida al padre Antonio de Mendoza y escrita en Pue-
bla el 21 de septiembre de 1594, afirma que en la lagu-
26
EL PAÍS DE LA LAGUNA

na se encontraban ya tres jesuitas: Gerónimo Ramírez,


Martín Peláez y Juan Agustín de Espinoza.19
En el manuscrito «Puntos desta mission de las pa-
rras para la hystoria de la Comp(añí)a embiados a el
p(adr)e vissitador en 26 de otub(r)e de 1609» podemos
leer:

Al margen: «1594». Al centro: «El principio questa


Missión de las Parras tubo fue con occ(asi)ón de una
entrada que el P(adr)e Gerónimo Ramírez y el P(adr)e
Juan Augustín hizieron desde Quencamé, población que
avían hecho de algunos indios naturales, y ahora es
real de minas de españoles que por averse offrecido los
religiosos de s(a)n Fran(cis)co a doctrinar a aquellos
indios se dejó, y los padres pasaron al Río de las Nazas
el año de 1594 y discurriendo de allí por las rancherías
que estaban a riberas del Río hasta la laguna y valle de
las Parras (…) corre este Río hazia el norte, y en 27
grados de altura haze una laguna que por ser la mayor
de toda esta nueva vizcaya le llaman la laguna grande,
tiene de voj 35 leguas».20

En 1598, el padre Juan Agustín de Espinoza decidió


congregar en un solo lugar las diversas rancherías de
indios lugareños para evangelizarlos, y fundó el pueblo y
misión de Santa María de las Parras.
En certificación expedida el 28 de agosto de 1619, el
padre jesuita Francisco de Arista, Rector de la casa de la
Compañía en Guadiana y Visitador de las misiones de
Parras y Tepehuanes, dice:

Primeram(en)te certifico averse fundado este


Pueblo de Parras el año de 1598 a que dio prin-
cipios el P. Juan Agustín de n(uest)ra Comp(añí)a
junto con el capitán Antón Martín Zapata, como
27
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

alcalde mayor que entonces era de esta jurisdic-


ción, a instancia del sr. comendador Rodrigo del
Río de Losa y por comissión y orden del Sr. Don
Diego Fernandez de Velasco, gobernador de este
Reino. Entonces se dio principio a la fundación
de este P(uebl)o de Parras en nombre de su
Mag(esta)d.21

EL PUEBLO DE PARRAS.
DETALLE DEL MAPA DE URRUTIA. 1769.22

Los indígenas dueños del preciso lugar que ocuparía


el pueblo eran irritilas y mayranas, aunque también para
1599 —al decir del padre Arista— había algunos in-
dios «forasteros», pues el plan era llevar tlaxcaltecas
(que eran cristianos, agricultores y, si las circunstancias
lo requerían, guerreros) para que enseñaran el arte del
cultivo de la tierra a los indios aborígenes.23 El hecho de
que Río de la Loza participara en la empresa de funda-
ción es significativo, pues en 1591 Río de la Loza —que
era por entonces gobernador de la Nueva Vizcaya—
había sido comisionado por el Virrey Velasco para la
28
EL PAÍS DE LA LAGUNA

conducción de los primeros tlaxcaltecas a dicha provincia.24


Dice el padre Arista:
Y sobre este fundamento de estos dichos naturales,
se fue erigiendo y levantando la población de otros ad-
venedizos.25
Otros autores jesuitas mencionan asimismo la pre-
sencia de colonos tlaxcaltecas en la fundación de San
Juan de Casta, el 6 de mayo de 1598, y también en la
fundación de Santiago de Mapimí, el 25 de julio del
mismo año.26
Durante casi toda la época colonial, Parras tuvo le-
galmente el estatus de pueblo y municipio con goberna-
dor, cabildo, justicia y treinta regidores indios y a la vez
cabecera de una alcaldía mayor española. No existió,
como en el caso de Saltillo, una villa española en conti-
güidad a un pueblo indio.27 Sobre este punto, dice un
manuscrito del siglo XVIII que los indios habían guar-
dado desde la fundación de Parras hasta entonces

su forma de cavildo, p(o)r q(u)e esta es conforme a las


leyes municipales del Reyno, y si los vecinos (españo-
les) no la han tenido, es p(o)r q(u)e no hay ley alguna
q(u)e lo mande, a menos q(u)e no sean sus poblaciones
erigidas en Villas o ciudades, ni les fue necesario estar
sugetos al gov(iern)o de los yndios p(o)r q(u)e desde la
fundación tuvieron Justicia maior, q(u)e lo fue Anto(ni)o
Martín Sapata, q(u)e se quedó en el referido pueblo
p(a)ra administrarla a los vecinos e yndios.28

Los jesuitas contaron con la ayuda de indios tlaxcal-


tecas venidos de San Esteban, en Saltillo.29 Es induda-
ble que gracias a la presencia de los españoles y de los
tlaxcaltecas como agentes de cambio entre los aboríge-
nes laguneros, se comenzó a desarrollar en el pueblo de
Parras una creciente economía agrícola, con sistemas de
29
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

irrigación para sementeras, huertas, viñedos y hacien-


das.30 Con el tiempo, la vid llegaría a ser su principal
cultivo. Los españoles avecindados en el pueblo de in-
dios participaban activamente en esta economía agríco-
la. Los hacendados españoles que no pertenecían a la
jurisdicción del pueblo tenían establecida una economía
principalmente vitivinícola, como en el caso de Lorenzo
García.31 Otros, como Francisco de Urdiñola, contaban
con una producción agropecuaria diversificada: vid, tri-
go, maíz, ganados mayores y menores.32
Con la llegada de la cultura occidental dio principio
una nueva era en la historia de la región, una nueva
actitud del ser humano para relacionarse con su entor-
no. Esta visión resultaba incompatible con la mentali-
dad de los aborígenes de la comarca.33 Los ancestrales
habitantes de las riberas del río Nazas y de la laguna
poseían una cultura de la edad de piedra.34 Sus socieda-
des se reducían a pequeños grupos o «rancherías», sin
la posibilidad de integrar grandes asentamientos hu-
manos, como los de Mesoamérica, porque no conocían
la agricultura, apriori económico para el surgimiento de
una ciudad y una civilización.35 Para los aborígenes ca-
zadores y recolectores, la tierra y el agua no eran me-
dios de producción, sino bienes libres, sin ningún valor
de cambio. No podían percibir valores, límites, fronte-
ras, jurisdicciones ni significados que en su mundo cul-
tural no existían. No podían imaginar que el agua sir-
viera para otra cosa sino para beber cada quien la que
quisiera. Puesto que desconocían el uso de los metales y
por lo tanto carecían por completo de técnicas de ex-
tracción y fundición, no tenían el menor interés en ex-
plorar yacimiento alguno. Adueñarse sistemáticamente
de las aguas, de las tierras o de las formaciones geológi-
cas argentíferas les habría parecido no solamente in-
comprensible, sino fútil.
30
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Los colonizadores occidentales u occidentalizados (de


estos últimos, principalmente los tlaxcaltecas) represen-
taban una manera diferente de concebir al mundo y de
relacionarse con los elementos de la naturaleza. Ya fue-
ran agricultores, ganaderos o mineros, compartían la
noción de la propiedad privada de los medios de pro-
ducción, aunque sin desconocer o negar la importancia
de los bienes de propiedad y uso comunitarios. Poseían
una lengua común (el castellano) y la podían escribir.
Se concebían a sí mismos como miembros militantes de
una sola iglesia universal y como fieles vasallos de un
imperio que ellos mismos agrandaban y defendían. Los
colonos estaban al servicio de «ambas majestades».36
Estas eran realidades que, con la inmigración y la acul-
turación, echaban raíces en América. Ante una cultura
tan pujante como consistente, la de los aborígenes lagu-
neros se diluyó sin dejar rastro, salvo por los artefactos
de interés antropológico o arqueológico.37
Volviendo al tema de la configuración primigenia de
lo que ahora llamamos La Laguna, las fuentes documen-
tales mencionan al capitán Antón Martín Zapata como
«Justicia Mayor de Las Parras y lagunas y río de las
Nasas» en 1598,38 lo cual implica que a la vieja alcaldía
de los «Mezquitales, Cuencamé, río de las Nazas y La-
guna» se le segregaron las porciones que correspondían
a la región del «río Nazas» (aguas abajo de Cuencamé),
«la laguna» en que desembocaba dicho río, y el valle de
«Parras». De esta manera se formó una jurisdicción
administrativa diferente a la de Mezquitales y Cuenca-
mé, la cual quedó a cargo de un justicia mayor.39 En el
territorio de esta nueva alcaldía, los jesuitas fundaron y
administraron misiones con sus correspondientes visi-
tas sufragáneas.40 De acuerdo a Churruca Peláez41 los
misioneros formaron tres «partidos» dentro de la alcal-
día de «Las Parras, Laguna y Río Nazas», uno por cada
31
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

región de esta alcaldía. Ahora sabemos que se trataba


de tres municipios, con pueblos de indios como sedes de
gobiernos indios. El primero de estos municipios tenía
al pueblo de Parras por cabecera (con feligreses en las
haciendas de Santa María y de San Lorenzo «de aba-
jo»), con las visitas de San Felipe, San Lucas de la Peña
y San Sebastián. El segundo partido o municipio era el
de San Pedro de la Laguna (frente a la laguna) a 16
leguas al poniente de Parras (unos 64 kilómetros). La
cabecera era San Pedro, y comprendía pequeños asenta-
mientos como San Nicolás, San Marcos y Santa Ana de
Hornos. Al norte de la cabecera estaban las visitas de
San Joseph, Santiago y Santa Catalina. El tercer parti-
do o municipio era el del río de las Nazas, y comprendía
a San Lorenzo, cinco leguas al oeste de San Pedro (unos
20 kilómetros), San Ignacio, San Jerónimo, San Juan de
Casta (León Guzmán, Durango) y Mapimí, Durango.42
En 1598, con la fundación de tres poblaciones clave
quedó delimitado para siempre el perímetro y la zona
de influencia de lo que sería la misión jesuítica de La
Laguna, el cual se correspondía con el de la jurisdicción
de la alcaldía mayor en 1598. Esta región así delimita-
da sería conocida en el futuro como la Comarca Lagu-
nera de Coahuila y Durango. El 18 de febrero de 1598
se fundó Santa María de las Parras; el 6 de mayo, San
Juan de Casta, y el 25 de julio, Mapimí, en el mismo
partido de San Juan de Casta. Hacia 1603 ya existía el
pueblo de indios y partido de San Pedro de la Laguna.43
Para 1603 ya estaba bastante bien configurado el
territorio de las misiones jesuíticas en sus tres áreas,
siguiendo la morfología hidrológica de la región: el río
Nazas (San Juan de Casta), su laguna o lagunas (San
Pedro), y el Valle de las Parras (Santa María de las Pa-
rras). Este último lugar no estaba en la ribera del río ni
de la laguna, pero se encontraba estratégicamente cer-
32
EL PAÍS DE LA LAGUNA

cano, era muy fértil, tenía recursos hídricos propios y,


sobre todo, era de más fácil defensa en caso de ataque de
indios.44 Esta vasta región era conocida oficialmente
como «Alcaldía Mayor de Parras, Laguna y Río de las
Nazas», término equivalente al de Provincia o País de
la Laguna.
Los colonos y los aborígenes compartieron durante
cincuenta años la administración religiosa a cargo de
los jesuitas, y a partir de mediados del siglo XVII, del
clero secular dependiente de la diócesis de Durango.45
Tras la secularización de sus misiones, los jesuitas per-
manecieron en Parras como «regulares» (como orden
eclesiástica con una regla de vida o regula) en su casa y
colegio. Las principales acciones que impulsaron la cons-
trucción (en sentido cultural) de la Comarca Lagunera
ya las habían realizado los jesuitas cuando sus misiones
laguneras fueron secularizadas. A los jesuitas se les debe
la iniciativa ante Felipe II para la evangelización de la
comarca, la labor misionera, la delimitación política que
por sus buenos oficios les otorgó la Corona al formar
una nueva alcaldía, la congregación de los aborígenes y
la correspondiente fundación de asentamientos huma-
nos, la educación por medio del colegio, la introducción
de indios sedentarios «de república»,46 es decir, los tlax-
caltecas, guerreros, pedagogos y eficaces agentes de cam-
bio. Los jesuitas además impulsaron y reforzaron el sur-
gimiento de la economía vitivinícola.47 Aunque el 20 de
agosto de 1767, Pedro de Tamarón y Romeral, obispo
de Durango, rubricó y dio a conocer a todas las autori-
dades de su jurisdicción la real cédula de Carlos III re-
lativa a la expulsión de los jesuitas de todos los domi-
nios americanos,48 la obra civilizadora de éstos ya había
cobrado un impulso irresistible.
Además de los vínculos que los jesuitas crearon en-
tre los fieles de las misiones y visitas durante su admi-
33
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

nistración, existieron otras poderosas razones que con-


tribuyeron a forjar entre los habitantes de este antiguo
territorio estrechos lazos culturales y un sentimiento de
común identidad. Desde 1598 hasta 1787, la actual
Comarca Lagunera perteneció a una sola entidad admi-
nistrativa: la Gobernación o Reino de la Nueva Vizca-
ya.49 En 1787 —en el contexto de las reformas admi-
nistrativas de Carlos III— la Comarca Lagunera quedó
dividida entre dos jurisdicciones provinciales: Durango
y Coahuila. Casi dos siglos de pertenencia a la Nueva
Vizcaya crearon entre los habitantes de Parras, laguna
y río de las Nazas la conciencia de la unidad política, y
fue arbitrariamente destruida con las reformas de 1787.
Otra razón importante para el surgimiento de una con-
ciencia de región a partir de la comunicación la consti-
tuye el hecho de que la comarca era atravesada —de
oriente a poniente— por una ruta principal de carretas
o arrieros que conectaba poblaciones con tráfico comer-
cial significativo. Desde Monterrey y Saltillo, en los lí-
mites orientales de la alcaldía de Parras, pasaba por las
haciendas de los marqueses de Aguayo hasta Parras,
continuaba a San José y Santiago del Álamo (Viesca,
Coahuila), seguía en dirección a Cuencamé y, finalmen-
te, hasta Durango. Otras rutas menores se desprendían
de ésta.50 No cabe duda de que existió un activo inter-
cambio económico y cultural entre estas zonas. Los pa-
rrenses enviaban cantidades muy significativas de vi-
nos, aguardientes y frutas secas a poblaciones
argentíferas como Mapimí y Cuencamé, poblaciones con
gran demanda de bebidas etílicas. A su vez, Parras (con
los recursos económicos que le generaba su producción
de bebidas) era un activo lugar de comercio y consu-
mo.51 Puesto que esta ruta era cruzada por el Camino
Real de la Tierra Adentro en un lugar estratégico de la
actual Comarca Lagunera, la zona de Cinco Señores
34
EL PAÍS DE LA LAGUNA

(Nazas) entre los presidios de San Pedro del Gallo y del


Pasaje52 los comerciantes tenían oportunidad de despla-
zarse no solamente de oriente a poniente o viceversa,
sino también hacia el norte, a Mapimí, a Chihuahua o
hasta Santa Fe, en el Nuevo México, y hacia el sur, has-
ta la ciudad de México. A finales del siglo XVIII y prin-
cipios del XIX se generalizó en la comarca el cultivo y
comercio del algodón entre Parras, San José y Santiago
del Álamo, San Juan de Casta, Cinco Señores (Nazas) y
San Pedro del Gallo, proporcionando un nuevo elemen-
to de conciencia de actividad en común. Desde la Co-
marca Lagunera de Coahuila y Durango los arrieros
llevaban la fibra hacia los telares de lo que actualmente
son los estados de Zacatecas, Aguascalientes, San Luis
Potosí y Jalisco.53 La comunicación a través de los cami-
nos mencionados posibilitaba asimismo la migración y
la difusión de innovaciones agrícolas, como lo fue en su
momento el cultivo del algodón. Por otra parte, los colo-
nos laguneros y sus descendientes construyeron una iden-
tidad propia y se reconocieron entre sí, en primer lugar
porque compartían una cultura agropecuaria que de-
pendía de los recursos hídricos de los ríos Nazas y Agua-
naval, y en mucha menor escala, de los de la laguna de
Parras. Estos recursos constituyeron, directa o indirec-
tamente, factores de relevancia económica para la gran
mayoría de los habitantes de la región. Como sedenta-
rios hombres «de república», súbditos leales de «ambas
majestades», compartían cotidianamente la misma fe
cristiana y la lealtad a la Corona española. Sus familias
crearon vínculos de parentesco, con lo cual fueron confi-
gurando redes de linajes regionales. Las ocupaciones e
intereses de estas primeras generaciones de laguneros
solían ser muy semejantes, y éstos eran muy solidarios
entre ellos, conscientes de su debilidad individual ante
los repentinos ataques de los guerreros indios. La con-
35
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

ciencia y la vivencia cotidianas de estas realidades en


común aglutinaban a aquellos primeros «laguneros»54
con la misma fuerza con que rechazaban la alteridad
cultural de los «indios bárbaros». Percibían a los indios
«gentiles» nómadas o seminómadas como «impúdicos»
miembros de «naciones de paganos», «infieles» o «re-
negados» al evangelio. En la «maldición» de su diversi-
dad «babilónica», estos «bellacos» se expresaban en
multitud de lenguas y con sus hábitos sanguinarios aco-
saban sin piedad a los cristianos. Los laguneros se per-
cibían a sí mismos como miembros y representantes del
orden político y religioso virreinal y mundial, es decir,
como humanidad estable, creyente y civilizada de fren-
te a la amenaza de la salvaje diversidad pagana y
errabunda. No requiere de mayor demostración el he-
cho de que el enemigo común es el mejor catalizador de
la solidaridad y de la identidad hacia el interior de una
sociedad. El uso y defensa de las rutas carreteras de la
comarca, la seguridad o inseguridad de las personas o
de los bienes en tránsito, hicieron surgir la conciencia
de algo propio en común, como eran estas primitivas
pero efectivas vías de comunicación.55 Durante siglos y
en innumerables ocasiones, los indios belicosos descen-
dieron por el Bolsón hacia Mapimí para seguir luego el
curso del río Nazas hacia Parras y otras poblaciones de
la región.56
Otra importante razón que puede explicar los vín-
culos de identidad entre los habitantes de la actual Co-
marca Lagunera de Coahuila y Durango consiste en que,
durante los siglos XVIII y principios del XIX, una bue-
na parte de sus territorios y haciendas pertenecieron a
la misma familia. Existía una continua comunicación
entre las haciendas de los marqueses de Aguayo (en lo
que ahora es Coahuila) y la de los condes de San Pedro
del Álamo (en el actual estado de Durango). El 2 de
36
EL PAÍS DE LA LAGUNA

RUTA MONTERREY, SALTILLO, PARRAS, MAPIMÍ, CHIHUAHUA


Y NUEVO MÉXICO QUE CORRÍA AL NORTE DEL RÍO NAZAS,
ASI COMO LOS PRESIDIOS DE PASAJE Y SAN PEDRO DEL
GALLO QUE CUSTODIAN EL VADO DEL RÍO AGUAS ABAJO DE
«CINCO SEÑORES» (NAZAS, DURANGO). HACIENDA DEL
ÁLAMO (DE LOS CONDES).57

julio de 1735 el mariscal de campo Francisco de Valdi-


vieso y Mier, primer conde de San Pedro del Álamo, se
casó con Josefa de Azlor, tercera marquesa de San Mi-
guel de Aguayo. En la práctica, los latifundios y mayo-
razgos de ambos se integraron en uno solo. Las posesio-
nes de los marqueses de Aguayo tenían como centro el
eje económico Parras-San Francisco de los Patos (Gene-
ral Cepeda, Coahuila) con cientos de miles de hectáreas
en los actuales municipios de Parras y en los de La La-
guna de Coahuila y de Durango. Las propiedades del
conde del Álamo tenían su centro en la hacienda de San-
ta Catalina del Álamo, con unas 42,000 hectáreas en los
actuales municipios de Peñón Blanco, Guadalupe Victo-
ria, Cuencamé y Nazas, todos en Durango.58 Dice Doris
M. Ladd:

37
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Las cosechas, el ganado y los intereses mineros de am-


bas haciendas se administraban conjuntamente. Los
datos de inventario indican que en 1735, 1764, 1781,
1815 y 1826, la fortuna Aguayo-Álamo se estimaba en
más de un millón de pesos, a pesar de estar cargada de
gravámenes.59

La unidad de criterios en la administración de am-


bos mayorazgos y la intensa comunicación y movimiento
de trabajadores, pastores, arrieros y escolteros entre uno
y otro centro constituyeron poderosos factores de difu-
sión y homogenización cultural e identitaria de la po-
blación que habitaba en en dichos territorios.
El 13 de febrero de 1737, a dos años de su matrimo-
nio con la marquesa de San Miguel de Aguayo, el conde
de San Pedro del Álamo y el virrey-arzobispo de Méxi-
co, Juan Antonio de Vizarrón, intercambiaban corres-
pondencia. En una carta de 16 páginas, el conde solici-
taba indios que lo auxiliaran, ya que quince escolteros
del presidio de San Pedro del Gallo eran insuficientes
para proteger a los pastores que trasladarían los reba-
ños de ovejas de la marquesa —su esposa— a San Pe-
dro de la Laguna. La región de Parras, según escribía,
era extremadamente peligrosa por los ataques de in-
dios.60
La colaboración entre tlaxcaltecas y españoles pa-
rrenses para la defensa de sus caminos, comunidades e
intereses personales o comerciales contra un enemigo
común, como «fronterizos» que sostenían escolteros de
sus propios bolsillos, fue la razón que motivó al virrey a
responder favorablemente y otorgar a ambos grupos (a
la vuelta de un año) los privilegios fiscales sobre su pro-
ducción vitivinícola.61
Con el tiempo y las nuevas fundaciones, el territorio
de la primigenia alcaldía mayor de Parras, laguna y río
38
EL PAÍS DE LA LAGUNA

de las Nazas se fraccionó en nuevas jurisdicciones. Por


lo que respecta a Durango, Santiago de Mapimí62 tenía
el rango de alcaldía mayor desde 1605 o antes, y aun-
que sufrió un despoblamiento general en 1715, cinco
años más tarde fue convertido en presidio.63 El 8 de no-
viembre de 1777, con la población superviviente, fue
erigida en villa. En 1824 se configuró el partido de
Mapimí con los municipios que actualmente conforman
la Comarca Lagunera de Durango.64 Muchas otras po-
blaciones coloniales surgieron en estos territorios, entre
ellas, el presidio de San Pedro del Gallo (1685), con tem-
plo dedicado a San Pedro Apóstol y terminado en 1745.65
En 1725 se refundó «Cinco Señores» (Nazas) en una
antigua misión jesuita. Su parroquia está en servicio
desde 1753.66 En 1799 se fundó el rancho de San Fer-
nando (Lerdo), erigido en villa en 1867, y en 1875 se
convirtió en la capital del partido de Mapimí.67 Hacia
1700 se fundó San Juan de Guadalupe, que se despren-
dió del partido de Mapimí en 1858 para formar el suyo
propio, con inclusión de la municipalidad de San Barto-
lo (Simón Bolívar).68 San Luis del Cordero fue erigida
como villa en 1808.69 El primer poblador de lo que se-
ría Gómez Palacio se instaló en 1884.70
Por lo que se refiere a la Comarca Lagunera de Coahui-
la, hemos visto ya que el pueblo de Santa María de las
Parras fue fundado el 18 de febrero de 1598; el 24 de
julio de 1731 fue creado el pueblo de San José y Santia-
go del Álamo (Viesca) con 45 familias tlaxcaltecas de
Parras.71 Como pueblos de indios, ambos contaban con
gobernador, dos alcaldes y cabildo. El resto del territo-
rio lagunero de Coahuila estaba poblado con haciendas,
ranchos y pequeños asentamientos.
En 1825, el partido de Parras estaba formado por
«un cuadángulo regular» con la longitud mayor de orien-
te a poniente; los lados oriental y sur de este cuadrán-
39
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

PARRAS, SAN LORENZO DE ABAJO, ÁLAMO DE PARRAS


(VIESCA, COAHUILA) Y AL NORTE, LA RUTA MONTERREY-
MAPIMÍ-NUEVO MÉXICO.72
gulo eran rectos, y los del norte y poniente eran irregu-
lares por seguir el contorno de sierras y/o de los ríos
Aguanaval y Nazas. Hacia el poniente, la jurisdicción
del partido llegaba hasta la boca de Picardías, y hasta
la boca de Calabazas sobre el río Nazas. El partido me-
día por entonces, según el censo, 87 leguas en dirección
este a oeste por otras 50 de norte a sur.73
En 1825 y de acuerdo al censo, las autoridades de
Parras consideraban «poblaciones» del partido a la vi-
lla del mismo nombre, la contigua hacienda del Rosario
(de los marqueses de Aguayo), la hacienda de San Lo-
renzo (o hacienda «de abajo»). Los «ranchos del con-
torno de Parras» eran las haciendas de Patos (General
Cepeda), hacienda de los Hornos y la hacienda de La
Laguna. En todo el partido —incluyendo San José y
Santiago del Álamo— había entre 19,522 y 22,522 per-
sonas de ambos sexos.74 El partido de Parras constituía
fundamentalmente un enorme vacío con una bajísima
densidad de población.

40
EL PAÍS DE LA LAGUNA

El pueblo y municipio del Álamo (Viesca)75 se en-


contraba dentro del partido de Parras, y formaba una
de sus jurisdicciones. En el padrón de 1825 se le asig-
naban 2,146 habitantes. A la hacienda de los Hornos se
le asignan 2,110 habitantes, y a la hacienda de La La-
guna, 192, por lo cual los habitantes del partido de Pa-
rras, descontados los de la jurisdicción del Álamo, su-
marían entre 15,074 y 18,074.76
Al avanzar el siglo XIX, y en gran medida debido al
crecimiento demográfico causado por el auge del cultivo
del algodón, los municipios del partido de Parras se fue-
ron fraccionando en diversas jurisdicciones. El 21 de
septiembre de 1830, el pueblo del Álamo, conocido tam-
bién como San José y Santiago del Álamo, fue elevado a
la categoría de villa con el nombre de José de Viesca y
Bustamante, aunque a partir de 1834 se le comenzó a
referir como San José de Viesca.77 Hacia el año de 1830,
algunas familias habían fundado y poblado el rancho
de San José de Matamoros, al noroeste de Viesca.78
Tras luchas que duraron más de treinta años, el 5 de
septiembre de 1864 el presidente Benito Juárez de-
cretó que este poblado se elevara a la categoría de
villa, con el nombre de Matamoros.79 El 11 de enero
de 1868, la misma villa de Parras —cabecera primi-
genia de la Comarca Lagunera— fue elevada a cate-
goría de ciudad,80
La colonia agrícola de San Pedro, fundada en el año de
1870, se constituyó en villa San Pedro de las Colonias. Entre
1873 y 1874 contaba ya con cinco mil habitantes.81
Aunque el rancho y luego hacienda del Torreón exis-
tía desde la mitad del siglo XIX, en 1883 se convirtió
en el ferropuerto de la pujante Comarca Lagunera, y en
1893, en villa. Torreón adquirió el rango de ciudad el
15 de septiembre de 1907,82 con ocasión del cumplea-
ños del presidente de la república, el general Porfirio
41
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Díaz. El último de los municipios surgidos en la Co-


marca Lagunera de Coahuila fue Francisco I. Madero,
por decreto del 30 de noviembre de 1936, con Chávez
por cabecera.83

Economía y valores culturales


El pueblo y misión que los jesuitas fundaron en Santa
María de las Parras en 1598 resultaron ser un éxito a
corto, mediano y largo plazos. Ya hemos mencionado
que fueron ellos quienes configuraron el territorio de la
moderna Comarca Lagunera de Coahuila y Durango,
fueron ellos quienes introdujeron la enseñanza formal y
sistemática del cristianismo, ya como predicadores, ya
como ministros del culto. Fueron los misioneros jesui-
tas quienes fundaron el primer colegio de toda la co-
marca para formar a los niños de la región. La presen-
cia y el ejemplo cotidiano de los cofundadores
tlaxcaltecas84 apoyó, primero en la cabecera y luego en
las diversas fundaciones y poblaciones de la jurisdic-
ción, la labor de propagación del evangelio y de acultu-
ración de los aborígenes. De hecho, los parrenses espa-
ñoles y tlaxcaltecas crearon un modelo económico de
cultivo comercial que habría de tener gran trascenden-
cia para el desarrollo y el bienestar de la población. Por
estas razones podemos afirmar que Santa María de las
Parras se convirtió no solamente en la cabecera espiri-
tual de lo que llamamos Comarca Lagunera, sino tam-
bién en un faro cultural, modelo o paradigma que trans-
formó para siempre a los habitantes de la región e incluso
de otras más lejanas, dondequiera que sus habitantes
llevaran consigo ese bagaje cultural.
Sobre este punto, acota Alessio Robles:

Parras fue, desde sus orígenes, un centro de civi-


lización y también de riqueza y prosperidad. Bajo
42
EL PAÍS DE LA LAGUNA

la dirección de los jesuitas y con el ejemplo y


enseñanzas de los tlaxcaltecas se fundaron los
pueblos de la Noria, Pozo, la Peña, Santa Bárba-
ra, San Pedro de la Laguna, la Concepción, San
Lorenzo, Hornos, San Sebastián, Santa Ana, San
Gerónimo, San Ignacio, San Juan de la Casta,
San José de las Habas y Baicuco.85

Como decíamos en otro lugar, la llegada de los colo-


nos españoles, criollos y de los grupos indígenas occiden-
talizados, particularmente de los tlaxcaltecas, marcó un
cambio total en la percepción de la realidad del ser hu-
mano y de su entorno. La percepción de la realidad varía
de acuerdo a las premisas del perceptor. Las relaciones
que el sujeto establece con la realidad están culturalmen-
te condicionadas. Porque, a final de cuentas, el perceptor
es hijo de la sociedad que lo conforma, y actúa en conse-
cuencia.86 Los colonos de finales del siglo XVI—que cier-
tamente llegaron para quedarse— establecieron relacio-
nes nuevas con el entorno «lagunero», y ellos se
convirtieron en los padres fundadores de nuestra cultura
lagunera. El año de 1598 representa el simbólico parte-
aguas entre la gentilidad y la cristiandad, entre la pre-
historia y la historia, entre la infinitud de los espacios y
la formación de una comarca domesticada por el hom-
bre y para el hombre. 1598 marca asimismo el inicio de
un mestizaje biológico y cultural que perdura hasta el
siglo XXI.
Cuando los colonos españoles e indígenas mesoame-
ricanos se establecieron en lo que ahora conocemos como
Comarca Lagunera, la tierra y el agua fueron percibi-
dos como medios de producción, y se convirtieron en
bienes deseables en función de la producción agrope-
cuaria que podían lograr con ellas. Se establecieron lí-
mites y linderos donde antes no existían. Los espacios
43
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

libres se convirtieron en espacios culturalmente acota-


dos. Lo mismo sucedió con los yacimientos argentíferos.
Algunos españoles como Francisco de Urdiñola acumu-
laron tierras y aguas realengas no tanto por su prima-
ria capacidad productiva cuanto por su virtud para con-
ferir prestigio social.87 Pero la gran mayoría de los
habitantes españoles e indígenas de Parras pronto com-
prendieron que, a falta de riqueza mineral, el trabajo y
el dinero invertido en un cultivo eminentemente comer-
cial, como era el de la vid, podía redituar de una manera
insospechada.88 Una pareja podía casarse, adquirir una
casa con su mobiliario, mantener una docena de hijos y
multiplicar el patrimonio familiar por diez si contaba
con una o dos pequeñas huertas vitivinícolas.89 La suer-
te ya no jugaba un papel tan definitivo cuando el traba-
jo mismo era percibido y empleado como factor genera-
dor de riqueza. El trabajo comenzó a ser percibido como
una actividad digna y deseable, adquirió valor social.
El trabajo no mancillaba la dignidad de los hijosdalgo,
ya fueran vascos o tlaxcaltecas. Con esta concepción del
trabajo, los parrenses se adelantaron casi dos siglos a la
real cédula de Carlos III de 18 de marzo de 1783, por la
cual declaraba la «limpieza» legal de todos los oficios,
es decir, que la nobleza y el trabajo, aunque fuera ma-
nual, eran compatibles.
Por su parte, los tlaxcaltecas, que conocían bien la
importancia del derecho castellano en la vida cotidiana,
entendieron que solamente la autonomía política les daría
la libertad suficiente como para ser dueños y señores de
sus propios medios de producción, es decir, de sus tie-
rras y aguas. Por esta razón, y para protegerse de posi-
bles abusos españoles, cofundaron, fundaron y gober-
naron los únicos dos municipios (ayuntamientos,
cabildos) 90 que subsistieron en la Comarca Lagunera
de Coahuila durante la era colonial: Parras y San José y
44
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Santiago del Álamo. Ambos fueron pueblos de indios,


con sus propios gobernadores y cabildos.
Sería muy difícil hacer en esta obra una relación de-
tallada de la moderna y singular economía que desa-
rrollaron la minoría española y la mayoría tlaxcalteca
que habitaban el pueblo de Parras. Esta convivencia
pacífica y desarrollo económico fueron posibles gracias
a la autonomía política que los indígenas conservaron y
mantuvieron con todo celo desde 1598 hasta 1820, y a
la disponibilidad de agua que conservaron (en mayor o
menor cantidad) como preciado tesoro.91 Las caracte-
rísticas básicas de la economía del pueblo eran el mono-
cultivo,92 la contratación eventual de mano de obra li-
bre,93 la realización de las tareas vitícolas y vinícolas
por dicha mano de obra eventual, la compra del agua
requerida como insumo y no como derecho perpetuo, la
comercialización de la producción en la localidad o bien
en otras plazas por medio de gestores de negocios lla-
mados «encomenderos» y los servicios de los arrieros.
Fue muy importante para los cosecheros94 tlaxcaltecas
el privilegio que tenían concedido desde 1591 como po-
bladores y pacificadores, ya que —entre otras cosas—
los exentaba de todo impuesto. Pero éste no fue el único
beneficio fiscal que recibió Parras. En 1738, los coseche-
ros parrenses, tlaxcaltecas y españoles, fueron benefi-
ciados por la Corona con la exención del llamado «nue-
vo impuesto» y alcabalas, privilegios que fueron
posteriormente confirmados.95 La economía fundamen-
talmente vitivinícola del pueblo96 se articulaba y com-
plementaba con la de las haciendas circundantes, en las
cuales los cultivos estaban diversificados, producían tri-
go, maíz, carne para el consumo del pueblo y de los ha-
bitantes de otras regiones, además de los vinos y aguar-
dientes. En algunos casos, estas haciendas
manufacturaban textiles con el mismo fin. Es bien co-
45
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

nocido que Urdiñola y sus descendientes mantenían en


San Francisco de los Patos (General Cepeda, Coahuila)
cuarenta telares que usaban la lana como materia pri-
ma.97 La valoración de la ganancia por medio del traba-
jo y del comercio moldeó entre españoles y tlaxcaltecas
de Parras y de otros puntos de la región una mentali-
dad muy empresarial, sin menoscabo de la fe católica
como centro y eje de la vida cotidiana.
Bajo un esquema mercantilista, la producción de ri-
queza por medio del trabajo y la inversión aplicados a
la agricultura comercial (no de subsistencia) se convir-
tió en un valor social de los habitantes del pueblo y de
la región de Parras. Esta valoración se corresponde con
una percepción de la actividad humana como trabajo
encaminado a la infinita multiplicación de los bienes, a
diferencia de lo que sucedía en los reales de minas, don-
de la riqueza podían encontrarla algunos afortunados
para extraerla de los filones minerales hasta causar el
agotamiento del yacimiento y, por lo tanto, de la fuente
de riqueza. En el caso de Parras y de los asentamientos a
los cuales sirvió de modelo, el trabajo era factor decisivo
de una fuente sustentable de riqueza agrícola e indus-
trial. Plata a cambio de bebidas etílicas manufacturadas.98
En el fondo, los laguneros encontraban seguridad en
esta economía «al alcance de todos».99 El deseo de segu-
ridad es quizá una de las necesidades más fuertes del
ser humano. Seguridad económica (casa, abrigo y sus-
tento), seguridad afectiva (aceptación de la comunidad,
amor), seguridad religiosa (necesidad de sentirse en
buenas relaciones con Dios, necesidad de trascendencia),
seguridad física (preservación de la vida). A muchos (de
acuerdo a la mentalidad de la época y recursos persona-
les) el dinero les podía redituar seguridad económica y
espiritual, con lo cual establecían una conexión entre
producción, excedentes y seguridad religiosa.
46
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Algunos de estos laguneros obtenían un sentimiento


de seguridad en relación a su salvación eterna mediante
ciertas instituciones o prácticas sociales como eran los
censos, capellanías y obras pías. Ellas permitían que los
individuos o familias que contaban con excedentes sig-
nificativos en la producción, redistribuyeran su rique-
za, otorgando donativos esporádicos o perpetuos para
sustentar el culto, dotar a jóvenes pobres para que pu-
dieran casarse, apoyar las labores filantrópicas de las
cofradías, etcétera.100 Estos individuos o familias pen-
saban que con la práctica de tales obras estarían en mejor
posición ante el tribunal supremo después de la muer-
te.101 Si tenían bienes de fortuna, españoles e indígenas
por igual trataban de usar un porcentaje en este tipo de
obras pías. Además del sentimiento de seguridad, la ins-
titución de capellanías y censos ofrecían cierto prestigio
social, pues usualmente los nobles o los ricos eran quie-
nes estaban en posición de realizar este tipo de donacio-
nes.102 A veces sus herederos quedaban comprometidos
a efectuar un desembolso que ya no estaban en condi-
ciones de realizar.
En el año de 1760, en Parras, Cristóbal de Aragón y
Abollado —que era propietario de una viña con su res-
pectiva capellanía de dos mil pesos de principal que había
sido establecida por Antonio de Estrada y Lucía Cava-
zos, su mujer, el 28 de abril de 1693—103 temía que la
viña hubiese sido tan descuidada que ya hubiera perdi-
do su valor original y, por ende, la posibilidad de pro-
ducir el monto anual que debía cubrir su propietario.104
En estos casos, el poseedor debía pagar el faltante de su
bolsa.
Otro caso fue el de José Ignacio de Mier y Terán, hijo
de Jacinto de Mier y Terán y de Mariana Barraza, todos
vecinos de San Juan del Río. Ignacio era heredero forzo-
so de los bienes de su madre, quien le dejó una casa y
47
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

viña en Parras que tenían fundada una capellanía a la


Cofradía del Santo Entierro de Cristo. En 1798, Igna-
cio tuvo que declararse insolvente para pagar las rentas
caídas, con la alternativa de entregar la viña y pagar la
diferencia.105
Los tlaxcaltecas e indígenas ricos parrenses no se
quedaban atrás en la fundación de capellanías o en la
imposición de censos sobre sus fincas para sostener el
culto divino. Dice Núñez de Esquivel:

Fueron aquellos primeros yndios muy Cathóli-


cos y devotíssimos; muchas de sus fincas reco-
nosen h(as)ta el día obras piadosas en culto de
Dios n(ues)tro S(eño)r y de sus santos.106

La cofradía, pues, fue una de las instituciones sociales


que conjuntó y amalgamó los valores y actividades
religiosas con los valores y actividades económicas en
Parras y en San José y Santiago del Álamo.
Las cofradías eran asociaciones de fieles que servían
para dar asistencia y seguridad espiritual y material a
sus miembros. Es decir, eran instituciones que partici-
paban de los dos significados del término, como se en-
tendía a finales del siglo XVIII y principios del XIX:

Congregación o hermandad que forman algunos devotos


con autoridad del gobierno (eclesiástico) para ejercitarse
en obras de piedad.107

Gremio, compañía o unión de gentes para algún fin


determinado. Societas hominum, sociatio, consociatio.108

La cofradía era el lugar social en el cual convergían


la «economía material» y la «economía espiritual», el
gremio y el culto. Las cofradías aprovechaban el con-
48
EL PAÍS DE LA LAGUNA

cepto de fuerza de grupo. Con esta fuerza colectiva, apo-


yada en las normas y prácticas religiosas comunes a
cada cofradía, el sujeto —en la mentalidad colonial—
podía obtener con mayor facilidad la salvación,109 ya
que el control de grupo siempre ha sido más eficaz que
el de la débil voluntad humana individual.
Pero la cofradía no buscaba sólo la «economía del
más allá» para la salvación del alma. En el terreno na-
tural y cotidiano, estas instituciones funcionaban como
verdaderas sociedades cooperativas o círculos mutua-
listas, brindando a sus agremiados seguridad económi-
ca: captaban o generaban riqueza para otorgar présta-
mos a los socios necesitados, pensiones a las viudas de
los miembros fallecidos, a la vez que se hacían cargo de
los entierros de éstos, o bien, ofrecían beneficios para el
culto o la filantropía en sus respectivas sociedades.110
Sobre esta base, la cofradía reforzaba la identidad
religiosa y el sentimiento de seguridad de los creyentes
de las siguientes maneras: primero, fomentando la pie-
dad y la devoción cristianas entre las diversas etnias y
clases sociales; segundo, redimiendo al ser humano de
las miserias del purgatorio a través de las prácticas apro-
badas en el estatuto fundacional (indulgencias),111 y ter-
cero, proporcionando seguridad física —protección o
curación de la enfermedad o la calamidad— a través de
la intercesión del santo patrono.
A principios del siglo XVIII existían en Santa Ma-
ría de las Parras las siguientes cofradías: la del Santísi-
mo Sacramento, la de Nuestra Señora de los Dolores, la
de Las Benditas Ánimas del Purgatorio, la de San Nico-
lás, la de Jesús Nazareno, la del Santo Entierro, la de
Nuestra Señora del Rosario y la de la Hermandad del
Santuario de la Santísima Virgen de Guadalupe.
En principio, podemos decir que la economía de la co-
fradía del Santísimo Sacramento,112 la del Santo Entierro113
49
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

y la de otras cofradías parrenses se orientaron principal-


mente hacia la vitivinicultura, esto es, al cultivo de viñas,
propias o arrendadas,114 para la producción comercial de
vinos legítimos de uva y aguardientes de orujo.115
La cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio y
la de la Santísima Virgen de los Dolores, en San José y
Santiago del Álamo (Viesca), manifestaron la misma
valoración de la generación de la ganancia por medio de
los cultivos comerciales cuando adoptaron la produc-
ción de algodón como una de sus actividades lucrativas.
El cultivo del algodón no era ninguna novedad en el
septentrión novohispano. Se tiene noticia cierta de que
en 1646 en el Nuevo Reino de León, los indios «Cacuili-
palina» encomendados a Juliana de las Casas, la susten-
taban con su trabajo a ella, su hija y hermanas «sem-
brando un poco de algodón y otras cosas».116
En la misión y presidio de San Juan Bautista del Río
Grande, al norte de Coahuila, los indígenas mantenían
activo en 1775 un obraje en donde fabricaban sayales,
frazadas y mantas de algodón para el autoconsumo, con
«los algodones que sembraban, y de las lanas de sus
animales de pelo que cogían».117 El algodón se cultiva-
ba en el partido de Parras desde 1787 o antes.118
El bloqueo napoleónico al comercio inglés, sumado a
la invasión de España por los franceses en 1808, fueron
los factores externos que afectaron el abastecimiento
novohispano de telas de algodón. A estos factores se
agregó el desorden causado por la guerra de indepen-
dencia mexicana.119 En consecuencia, las telas escasea-
ron, subieron los precios y se estimuló la producción
textil novohispana. La demanda de fibra por las «fábri-
cas» novohispanas de Aguascalientes, León, cañones de
Taltenango y Juchipila, Guadalajara, San Luis Potosí y
del Bajío,120 impulsó la siembra del algodón en la Co-
marca Lagunera de Coahuila y Durango.
50
EL PAÍS DE LA LAGUNA

El testimonio más autorizado sobre los orígenes de


la producción masiva del algodón en el País de La lagu-
na, es el que nos dejó el Comandante de las Provincias
Internas de Occidente, el mariscal de campo don Ber-
nardo Bonavia y Zapata, en su comunicado del 22 de
julio de 1813.121 En su argumentación es enfático: los
desórdenes que causaban la guerra de independencia
1810-1813 en las actividades comerciales novohispa-
nas altereraron el abasto y la distribución de las mer-
cancías. Sin embargo, también estimularon la produc-
ción de las materias primas y artículos que se escaseaban.
El algodón era uno de ellos. De esta manera, Bonavia y
Zapata remonta el inicio de la significativa producción
de algodón en la Comarca Lagunera al año de 1810, ya
que con su mano y letra declara que

La horrible y criminal insurrección de tierra afue-


ra [centro y sur novohispanos] que asoló las
desgraciadas provincias en que se propagó como
un fuego devorador, disminuyendo su población
[por muertes violentas], destruyendo la agri-
cultura, las artes, el comercio y la minería, divi-
diendo los ánimos cuando gozábamos de una
constante y envidiable paz…aunque gracias a
Dios no ha influido en estas fidelísimas y ejem-
plares provincias [norteñas] en perjuicio de su
unión, concordia e inalterable tranquilidad. Pero
obstruidas como han estado por largo tiempo
las comunicaciones, ha sufrido y sufre, como era
consiguiente, en todos sus ramos productivos por
falta de habilitación [producción] de unos, y
salida [distribución] de otros. Este mal pasaje-
ro para nosotros, puede producirnos un bien
permanente: la necesidad ha empezado a pro-
mover la industria en el hilado y tejidos comu-
51
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

nes de algodón. Por decreto de las Cortes Gene-


rales [Cádiz, 1812] pueden todos los vecinos
dedicarse a la siembra, cría e industria que les
acomode.122

Es importante mencionar que los lugares a los que


fue enviado este documento fueron Cuencamé, Cinco
Señores (Nazas), Mapimí, San Pedro del Gallo, San Juan
de Casta (León Guzmán, Durango), Álamo de Parras
(Viesca, Coahuila) y Parras. Es decir, a las viejas pobla-
ciones que antiguamente eran parte del País de La La-
guna, y que actualmente se ubican en los estados de
Coahuila y Durango.
El impacto de esta escasez de telas de algodón y el
aumento del precio de la fibra dejó registro en los archi-
vos de algunas cofradías. El libro de cargo y data de la
cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio —en
San José y Santiago del Álamo— indica que la siembra
sistemática del algodón comenzó en 1811, y hay regis-
tros anuales de estas actividades a partir de esa fecha.123
La cofradía de la Santísima Virgen de los Dolores, tam-
bién en San José y Santiago del Álamo, contaba con una
producción de algodón semejante, con registros a partir
de 1820. En ambos casos, los registros anuales demues-
tran la existencia de una tecnología y un calendario agrí-
colas del cultivo del algodón que incluía diversas accio-
nes: desmonte, barbecho, rastreo, bordeo, siembra, varios
riegos, limpieza, poda, pizca.124 Aunque se sabe que los
particulares también sembraban algodón y no solamente
los agremiados en cofradías, no se cuenta aún con los
registros pertinentes.
Este repentino surgimiento del interés por la pro-
ducción del algodón coincidió con la baja de los precios
de los vinos parrenses. Los aguardientes continuaron
siendo redituables por lo menos otro medio siglo. Los
52
EL PAÍS DE LA LAGUNA

intentos de generar redituables porcentajes de ganancia


por medio del cultivo del algodón denota una mentali-
dad orientada hacia la ganancia por medio de la inver-
sión en cultivos comerciales. La experiencia de siglos con
la vid estimuló el interés en los cultivos comerciales.
El modelo de producción de las cofradías era dife-
rente al de los terratenientes de la Comarca Lagunera
de Durango del primer tercio del siglo XIX. Las cofra-
días alamenses contaban con medios de producción li-
mitados. Las aportaciones de capital de los cofrades eran
muy modestas,125 y, por lo tanto, también lo era la pro-
ducción. Los beneficiarios eran tantos como miembros
tuviera la cofradía, más aquellas personas físicas o mo-
rales que recibían dádivas o caridades. Las labores se
hacían, como en el modelo vitivinícola parrense, con
mano de obra libre, contratada eventualmente.126 Bajo
este sistema de cofrades minifundistas y pequeños pro-
ductores, los costos solían ser relativamente altos en re-
lación a los beneficios logrados. No obstante, estos be-
neficios se distribuían de una manera justa. Puede
hacerse una lectura de las cofradías parrenses y alamen-
ses en cuanto asociaciones de pequeños inversionistas,
como una especie de embriones de sociedades mercanti-
les con resabios medievales. Si no pasó de ahí, fue por-
que había en su concepción una profunda raigambre
religiosa y filantrópica que impedía eliminar o trans-
formar el móvil principal de la institución, la genera-
ción de seguridad religiosa. El aspecto económico era
puramente instrumental, estaba supeditado a ese pro-
pósito.127 Se requeriría de una nueva generación de em-
presarios liberales y cosmopolitas, que separaran clara-
mente los objetivos económicos de los metafísicos. Las
cofradías dejaron de existir en su modalidad colonial
cuando se les secuestraron los bienes que las mantenían
funcionando y se les negó el derecho de poseerlos. Esto
53
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

sucedió bajo el marco legal de la Reforma, con la des-


amortización de fincas rústicas y urbanas de las corpo-
raciones civiles y eclesiásticas (25 de julio de 1856) y
nacionalización de los bienes del clero (12 de julio de
1859).128
Las sociedades mercantiles cobraron plena vigencia
jurídica en México, y una forma particular la sociedad
anónima comenzó a existir de manera plena el 1 de ene-
ro de 1890.129 Las sociedades mercantiles en sus diver-
sas formas posibilitaron la asociación de esfuerzos, ini-
ciativas y haberes. Constituyeron en La Laguna una
verdadera innovación que sería de enorme importancia
para el desarrollo capitalista de lo que habría de ser la
Comarca Lagunera moderna.130 La asociación con fines
puramente mercantiles marca el inicio del pragmatismo
y del progreso liberal en la mentalidad lagunera.
Durante el primer tercio del siglo XIX, los terrate-
nientes de La Laguna de Durango construyeron un
modelo de producción algodonera diferente al de las co-
fradías alamenses. Contaban con agua del río Nazas en
abundancia y de bajo costo; predios relativamente gran-
des, mano de obra y recursos de capital y/o crédito para
la inversión. Gracias al incremento de los precios del
algodón131 y a la demanda de las fábricas novohispanas
durante la guerra de independencia, a partir de 1812
las riberas del Nazas —en el estado de Durango— co-
menzaron a producirlo. José Leonardo Flores estimaba la
media de la producción algodonera de Durango (incluyen-
do a la hacienda de San Juan de Casta) en 80 mil arrobas
anuales, esto es, unas 920 toneladas entre 1811 y 1827.
Pero en 1831 Miguel Zubiría consideraba que la
media de la producción anual en las áreas algodoneras
de Durango era de 300,000 arrobas, es decir, unas 3 mil
451 toneladas. José F. Pereyra, también en 1831, esti-
maba dicha producción en 250 mil arrobas de algodón,
54
EL PAÍS DE LA LAGUNA

DETALLE DEL MAPA DE URRUTIA, 1769.132


unas 2 mil 876 toneladas. José Leonardo Flores pun-
tualizaba en 1831 que en Durango toda la técnica del
cultivo del algodón consistía en «sembrarlo, quitarle el
zacate que le nace, y darle un corto beneficio que llaman
escarda, y después regarlo cuando la planta tiene nece-
sidad de ello».133 Las semillas que los productores du-
ranguenses utilizaban para la siembra eran tres dife-
rentes, conocidas como «blanca», «verde» y «negra»,
pero usaban más la negra porque «abundaba más el
capullo» que la blanca, además de que el algodón que
producía era más fácil de escarmenar y la semilla que-
daba limpia, sin ningún algodón adherido.134
A manera de simple comparación mencionaremos que
en su rancho del Torreón, hacia 1855, Leonardo Zuloa-
ga cosechó135 15 mil arrobas de algodón, unas 173 to-
neladas,136 cantidad inferior a la que cosechaba «Cinco
Señores» a finales de la era colonial, como veremos a
continuación.

55
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Un caso sólidamente documentado lo constituye el


testimonio sobre la producción algodonera de la ya men-
cionada población de «Cinco Señores» (Nazas, Duran-
go) en 1817, en las postrimerías de la era virreinal. Esta
era una población que fue fundada en el primer tercio
del siglo XVIII como misión de los jesuitas, la cual deja-
ron de administrar tras la expulsión en 1767. Se encon-
traba situada entre San Pedro del Gallo y el presidio
del Pasaje, sobre la margen izquierda (norte) del río
Nazas. Hasta ahí llegaban las tierras del conde de San
Pedro del Álamo.
Como resultado de los problemas de abastecimiento
que en 1813 mencionaba don Bernardo Bonavia y Za-
pata, Cinco Señores del Río Nazas inició la producción
de algodón para el comercio interregional y para las
manufacturas locales. El interesante documento del pago
de alcabalas de 1817 nos da cuenta de la cantidad de
fibra que se «exportó» del suelo fiscal de Cinco Señores.
Es decir, se trata de la relación detallada del pago del im-
puesto al comercio del algodón «extraído» desde Cinco Se-
ñores hacia otros distritos fiscales de la Nueva España.137
Dicho documento nos da cuenta de que entre el 31
de septiembre de 1817 y el 31 de diciembre del mismo
año se realizaron 109 operaciones de dicho pago fiscal,
que era de medio real por cada arroba de algodón. Las
cifras consignadas nos indican que la cantidad de algo-
dón que se comerció hacia otras regiones fue de 16 mil
501 arrobas. Se trataba pues de 189 mil 863 kilos y
140 gramos, o 189.86 toneladas.
Los comerciantes que pagaban el impuesto para lle-
var el algodón de Cinco Señores a otros lugares debían
proporcionar a los alcabaleros sus nombres y lugares
de residencia. De esta manera, sabemos por qué rutas
transitaban y hasta dónde podía llegar dicho algodón.
Los sitios mencionados en esas 109 operaciones de pago
56
EL PAÍS DE LA LAGUNA

fueron Aguascalientes, Alaquines, La Aranda, Atotonil-


co, Avino, Ciénega Grande, Cocula, Cruces, Cuquío, Chal-
chihuites, Durango, Huajúcar, Jalostotitlán, Jalpa, el Ja-
ral, Jerez, Juchipila, Lagos, León, Mezticacán, Mezquitán,
Nieves, Nochistlán, Nombre de Dios, Río Grande, San
Juan de los Lagos, Santiago, Sombrerete, Tabasco, Tal-
pa, El Téul, Teocaltiche, Tlaltenango, Valparaíso, El Valle,
Villa de La Encarnación, Villanueva y Zamora.

CINCO SEÑORES (NAZAS, DURANGO)


EN EL MAPA DE URRUTIA

De estos lugares, los que aparecen con más frecuen-


cia, en orden descendente, son: León, Nochistlán, Jalpa,
villa de La Encarnación, Tlaltenango, Jalostotitlán, La-
gos, Teocaltiche y Valparaíso. Estos nueve lugares de
Zacatecas, del Bajío y del Occidente de México consti-
tuían el 54% de los lugares mencionados en las 109 ope-
raciones de pago de alcabala de 1817.
Algunas de las haciendas de la jurisdicción de Cinco
Señores mencionadas en el citado documento como
productoras de algodón fueron: Hacienda de Los Dolores,
de don Francisco de la Riva; la Hacienda del Conejo, la
Hacienda de Tetillas, y El Tongo.
57
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Para dar continuidad a este apartado sobre la histo-


ria del cultivo del algodón en lo que fuera el País de la
Laguna, mencionaremos que la primera industria textil
moderna de Coahuila y Durango, una fábrica mecani-
zada de hilados y tejidos de algodón, se estableció en
1837 en la Comarca Lagunera. Gracias a los apoyos
gubernamentales y a la abundante producción de algo-
dón en las riberas del Nazas, Domingo Urruticoechea
instaló en dicho año la primera fábrica textil —tipo
«water frame» con «telares de poder»— de Durango, y
la instaló nada menos que en Mapimí, población del
antiguo partido de San Juan de Casta. De esta manufac-
turera nos dice en 1848 la Memoria de Salcido:

Tenemos ya en el Estado cinco fábricas de los


tejidos ordinarios de algodón que con el nombre
de manta tienen tanto consumo, y en dos de ellas,
se fabrican también sarapes y otros tejidos grue-
sos de lana. El primero de estos establecimien-
tos se planteó en Mapimí por cuenta de los Sres.
Urruticoecheas. No se han recibido noticias de
su estado, pero sin duda es el de menor impor-
tancia en cuanto a sus productos, aunque tiene
el mérito de ser el más antiguo.138

Domingo Urruticoechea era uno más de los muchos


vascos que poblaron el País de la Laguna, denominada
posteriormente Comarca Lagunera. No es casualidad que
esta región se ubicara en el antiguo Reino de la Nueva
Vizcaya. Con Francisco de Ibarra dio inicio una corriente
migratoria de vascos, que habrían de aportar sus accio-
nes, su cultura y muchas veces su sangre, a esta región
de trabajo y de grandes esfuerzos.
Domingo María Urritoechea Angoiti fue bautizado
el 12 de dieiembre de 1799 en la parroquia de San Juan
58
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Bautista de Molinar en Gordejuela (Gordexola), dióce-


sis de Bilbao, en Vizcaya. Fueron sus padres Sebastián
Urruticoechea Labarrieta y Josefa Angoiti Basualdo.
Domingo María fue el tercero de una sucesión de
varios hermanos y hermanas. Sus padres, Sebastián de
Urruticoechea y Josefa Angoiti, se casaron hacia 1795.
De esta unión, nacieron, Joaquín Luis Santiago (1796),
Eulalia Magdalena (1797), Domingo María (1799),
Francisco Eustaquio (1801), Gregoria Luisa (1803),
Juliana Francisca (1805), Emeterio Gumersindo (1808),
María Cruz (1811).
La tía paterna de Santiago y Domingo María, Juana
Luisa de Urruticochea Labarrieta, pasó a Nueva Espa-
ña, al Real de Minas de Mapimí, en cuya parroquia de
Santiago Apóstol se casó con Jacinto de Arriaga, el 8 de
julio de 1808, cuando ella contaba con 34 años de edad
(nació en 1774). Al parecer, Jacinto pertenecía a la fami-
lia de los dueños de la hacienda de la Santísima Trini-
dad de la Labor de España, o hacienda de la Loma. Hija
de este matrimonio fue María Antonia Leonides de Arria-
ga y Urruticochea, nacida en Mapimí el 8 de agosto de
1809.
Los jóvenes Santiago y Domingo María de Urruti-
coechea y Angoiti pasaron con su tía Juana Luisa al País
de La Laguna, en la Nueva España. Ellos también se
establecieron en la jurisdicción del viejo Real de Minas
de Mapimí, Durango, en la Comarca Lagunera.
Santiago y Domingo María se casaron en Mapimí el
27 de febrero de 1824 con sendas hermanas: el primero,
con la señorita María Apolonia Aranda, el segundo con
María Concepción de Aranda Tremiño, ambas hijas de
Francisco de Aranda y María Gertrudis Treviño, quie-
nes, a su vez, habían contraído matrimonio el 12 de abril
de 1800 en la parroquia de Nuestra Señora de la Asun-
ción, en Cedral, San Luis Potosí.
59
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

En 1833 el gobernador de Durango, Basilio Menda-


rosqueta, le envió un oficio a Carlos García, Secretario
de Relaciones Exteriores, para comunicarle que le había
expedido pasaporte a Domingo Urruticoechea, origina-
rio de España, para que pudiera trasladarse a los Esta-
dos Unidos.139
Asimismo sabemos que Domingo y María Concep-
ción residían en Mapimí, donde ambos bautizaron va-
rios hijos e hijas. Es decir, pudo evitar la expulsión de
extranjeros españoles. Seguramente fue a Estados Uni-
dos a adquirir la ciudadanía estadounidense, como lo
hizo su paisano y coetáneo Rafael Arocena, y se quedó
en Mapimí. De esa época data su manufacturera textil.
Los Urruticoechea dejaron descendencia, sobre todo fe-
menina, y ésta enlazó con otras familias distinguidas
del Estado de Durango, como los Arriaga, los González,
los Laínez y los Vega, entre otros. El 9 de julio de 1855,
el señor Casimiro González le participaba al señor Fran-
cisco Gómez Palacio que el 30 de junio de ese año había
fallecido su esposa, Carmen Urruticoechea.
Por otra parte, esta fábrica mecanizada de hilados y
tejidos de algodón seguía activa en 1855, aunque en
otras manos. Al parecer, los Urruticoechea le vendieron
la textilera a Melchor Prince.140 Una carta fechada en
Mapimí el 26 de marzo de ese año firmada por José
Roberto Jameson y dirigida al licenciado Francisco
Gómez Palacio indica que se le enviaba a este último,
por medio del compadre de aquél (Juan Ignacio Jimé-
nez), once tercias de manta «de esta fábrica, son siete
mil treinta y una varas y seis cuartas (7,031. ¾) en 220
piezas».
De esta manera, la fábrica mecanizada de hilados y
textiles de los Urruticoechea de Mapimí, misma que en
1848 era tenida por la «más antigua» de las fábricas de
hilados y tejidos de algodón mecanizadas del estado de
60
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Durango, debe ser considerada la primera en su tipo en


la Comarca Lagunera. No tenemos duda de que, con el
tiempo, esta factoría influyó directamente en la creación
de la fábrica de hilados y tejidos «La Constancia» de
Mapimí, la que, finalmente, fue trasladada a Torreón.
En La laguna de Coahuila, «La Estrella» de Parras, fue
fundada 20 años después, en 1857, y en 1870 fue ad-
quirida por la sociedad Madero y Compañía.
Tras esta breve digresión sobre la historia del algo-
dón en la Comarca Lagunera de Durango, volvemos a
ocuparnos de la fibra en Coahuila, en los primeros años
de vida independiente de México. Una evidencia de la
creciente importancia que cobraba el algodón como fuen-
te de riqueza en la villa y partido de Parras la encontra-
mos en la relativamente fuerte actividad textilera en tor-
no a la fibra desde inicios del primer tercio del siglo XIX.
Sabemos que para fines de 1824, cuando se terminó
de levantar el censo del Partido de Parras, había en la
cabecera de dicho partido 189 obrajeros de algodón «en-
trefino», otros 230 obrajeros de algodón «ordinario»,
230 hiladores de algodón y lana, 45 obrajeros de lana
«entrefina» y 60 obrajeros de lana «ordinaria».141 Es
decir, había 419 obrajeros de algodón contra 105 obra-
jeros de lana. Los 230 hiladores se cuentan indiferen-
ciadamente, pero podemos razonablemente suponer que
eran más los del algodón que los de la lana, o que estos
hiladores podían trabajar con ambas fibras. Con una
población de 6 mil 579 individuos económicamente pro-
ductivos que reporta el censo de 1825 en su sección 12,
categorías 1 a la 5, los 419 obrajeros representan el nada
despreciable porcentaje del 6.36%.
Durante el período colonial, entre 1598 y 1821, los
parrenses de todas las etnias forjaron y compartieron lo
que podemos llamar la protocultura o «primera cultu-
ra» del trabajo y la inversión de la Comarca Lagunera
61
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

por medio del cultivo de la vid, su transformación en


vinos, vinagres y aguardientes y su comercialización y
distribución en el vasto mercado novohispano. Los tlax-
caltecas parrenses crearon una sociedad abierta a la in-
migración indígena porque la producción requería de
todos los brazos disponibles. Bajo el estímulo de la de-
manda de fibra de algodón para las textileras novohis-
panas, los parrenses y los alamenses comenzaron a adop-
tar este cultivo, y poco después lo harían los laguneros
duranguenses. Con ello, dieron inicio a lo que sería el
cultivo emblemático de una población que para 1825
no existía ni siquiera como rancho: Torreón.
Hemos visto que la valoración de la agricultura co-
mercial implicaba necesariamente la valoración del tra-
bajo como actividad digna, deseable y redituable. El
agricultor con recursos invertía en sus propios viñedos
o algodonales; quienes no tenían bienes de fortuna pres-
taban sus servicios como mano de obra libre eventual.
Otros laboraban como acasillados en las haciendas ve-
cinas a los dos pueblos. Pero el trabajo no constituía un
estigma social. En Parras convivieron las dos etnias del
imperio español en cuya mentalidad se podían integrar
el estatus de hidalguía y de milicia con el desempeño
cotidiano de una actividad lucrativa por medio de «ma-
nejo» e «industria»: los vascos y los tlaxcaltecas.142
Un texto del siglo XVIII da cuenta de la valoración del
trabajo de los habitantes de Santa María de las Parras y
su región: «Sus abitadores son (...) buenos trabajadores, y
longevos».143
En 1825, tras dos siglos de producción agrícola co-
mercial, los habitantes de Parras y su municipalidad y
partido eran considerados como gente activa, trabaja-
dora, emprendedora y, sobre todo, religiosa, según los
describe bajo «prenda de su honor y bajo su concien-
cia» José Ignacio de Mixares, la máxima autoridad civil
62
EL PAÍS DE LA LAGUNA

del partido: «(Son) activos, enérgicos, intelectuales, es-


peculativos, profundos, empresarios, sobrios, fieles, socia-
les, patricios, generosos, rectos, y más que todo, religio-
sos».144
Los laguneros del estado de Durango tenían la mis-
ma fama de buenos trabajadores. En 1831 José Leonar-
do Flores, empresario y contemporáneo de José Ignacio
de Mixares, al hablar de la posibilidad de instalación de
nuevas factorías algodoneras, decía que «(…) sobrarían
brazos para las fábricas, pues la gente de este estado
(Durango) es dócil, tiene comprensión, y naturalmente
aficionada a la ocupación, tanto los hombres como las
mugeres».145
Las cabeceras municipales como Parras y San José y
Santiago del Álamo pudieron proporcionar a sus veci-
nos indígenas y españoles —al interior de sus jurisdic-
ciones— tierras y aguas para la producción. Pero ya
para el último tercio del siglo XVIII había muchos es-
pañoles e indios que no podían obtener tierras de la-
branza, porque enormes extensiones de éstas habían sido
mercedadas a unas cuantas familias. Las observaciones
del padre Gutiérrez, cura y juez eclesiástico de Parras,
y también crítico social, son reveladoras. Decía que fue-
ra de los bienes secuestrados a la Compañía de Jesús146
(que eran las tierras de «Hornos, chupadero de Santa
Bárbara, ojito y viñas del colegio»),147 las tierras y aguas
de dotación del pueblo de Parras y de las tierras y dota-
ción del pueblo del Álamo (Viesca), todo el restante e
inmenso territorio lleno de agostaderos, ojos de agua y
muchas tierras de labor del partido de Parras pertene-
cía a tres personas. Se trataba de grandes terratenien-
tes, el sargento mayor Andrés José de Velasco y Restán,
vecino de Durango,148 los marqueses de Aguayo,149 y
Lucas de Lazaga.150 El padre Gutiérrez menciona como
única excepción a Josef Casas y sus herederos, que po-
63
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

seían «un pedacillo de sierra estéril, sin laborío, sin bienes


y sin agua propia».151
Irritaba al padre Gutiérrez que en esos inmensos
latifundios habitaran algunos vecinos sin un palmo de
tierra fuera del recinto de su casa y de su huerta, sin un
chupadero de agua propia.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX esta-
ba en gestación un fuerte problema social y económico
en la Comarca Lagunera de Coahuila. Los propietarios
de los latifundios laguneros —que habían permitido el
establecimiento de simples congregaciones en sus tie-
rras, sin que éstas crearan derecho alguno— comenza-
ron a percibir estos pequeños asentamientos como ame-
nazas a la integridad de sus propiedades.152
Esta situación se resolvería en el siglo XIX con la
supresión legal de los mayorazgos, la posibilidad y/o
necesidad de su fraccionamiento o enajenación, y tam-
bién con los movimientos agraristas de los habitantes
españoles, tlaxcaltecas y mestizos que habían sido des-
terrados de las congregaciones. Estos aguerridos hom-
bres y mujeres mestizos eran descendientes biológicos
y culturales de los viejos hidalgos tlaxcaltecas y de los
orgullosos españoles que habían combatido por siglos.153
Francos e indómitos, conocían y valoraban la autono-
mía que confería la propiedad de sus tierras y aguas. No
se conformarían con menos. A la larga, estos movimien-
tos —apoyados por los liberales mexicanos— llevarían
a la redistribución de la tierra y a la creación de nuevas
villas y municipios en las inmensas propiedades de Leo-
nardo Zuloaga, las cuales llegaban hasta la margen de-
recha del río Nazas, límite del estado de Coahuila donde
surgiría el rancho, villa y, finalmente, ciudad de Torreón.
La relación de los seres humanos con los recursos
naturales, la valoración del trabajo como factor de pro-
ducción, la activa búsqueda de la oportunidad y de la
64
EL PAÍS DE LA LAGUNA

inversión, la creación y distribución de la riqueza, los


patrones de consumo, la actitud ante lo metafísico, son
todos elementos eminentemente culturales. Si queremos
explicar por qué los laguneros se han singularizado des-
de la época colonial, debemos echar un vistazo a los ele-
mentos de mentalidad que forjaron, cómo se percibían y
valoraban a sí mismos y al mundo que los rodeaba, qué
significado le daban a la existencia, cuáles eran sus va-
lores económicos y religiosos. Y, sobre todo, cómo estos
elementos se mestizaron para imprimirle a la sociedad
regional un sello característico previo a la oleada mi-
gratoria regional, nacional e internacional provocada por
la bonanza algodonera de la segunda mitad del siglo
XIX. Estos viejos elementos de mentalidad continúan
vivos en los diversos estratos sociales, urbanos y rura-
les de la Comarca Lagunera del siglo XXI. Estos conte-
nidos culturales son expresados por medio del afán de
progreso y por medio de las percepciones y expresiones
individuales y colectivas de carácter religioso.154 En gran
medida, las concepciones teológicas de una parte muy
significativa de la población regional cuentan con una
vieja prosapia colonial criolla y mestiza.

Los tlaxcaltecas
Como se ha mencionado a lo largo de este texto, desde la
fundación del pueblo de Santa María de las Parras los
tlaxcaltecas desempeñaron un papel importante en la
difusión del cristianismo y de la cultura occidental. Apo-
yaron y secundaron a los misioneros y se convirtieron
en ejemplos vivos de lo que podía hacer occidente por
los indígenas.
De acuerdo con las cuentas del padre Dionisio Gutié-
rrez del Río, párroco y juez eclesiástico de Parras du-
rante la segunda mitad del siglo XVIII, en 1692 había
en el pueblo (con pleno derecho de vecindad) ciento cua-
65
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

renta y siete familias distribuidas de la siguiente mane-


ra: ocho familias de chichimecos fundadores de Parras,
ochenta y siete familias de origen tlaxcalteca de San
Esteban (junto a Saltillo);155 había también siete fami-
lias de tarascos nacidos en Parras pero de padres fuere-
ños, veintiún familias de coyotes (mestizos hijos de mes-
tizo e india o viceversa) nacidos en Parras, tres familias
de coyotes fuereños pero casados en el pueblo, tres fami-
lias de mestizos (hijos de español e india o viceversa)
nacidos en Parras pero de padres fuereños, y dieciocho
familias de indios fuereños casados con tlaxcaltecas.156
Esto significa que los tlaxcaltecas constituían la et-
nia predominante en el pueblo de indios de Parras, tan-
to por su número como por su influencia política, econó-
mica y cultural. Las familias de españoles avecindados
en el pueblo no las cuenta el padre Gutiérrez, pero cons-
tituían una minoría en la época que refiere (finales del
siglo XVII).
Antes de continuar, debemos hacer distinción entre
los tlaxcaltecas del imaginario popular y los tlaxcalte-
cas de los testimonios documentales. ¿Quiénes eran es-
tos indígenas? ¿Qué pensaban de sí mismos?
Cuando las fuerzas de Hernán Cortés llegaron al te-
rritorio tlaxcalteca en 1519, los reyes157 de los cuatro
señoríos de Tlaxcala158 de inmediato los consideraron
posibles enemigos e invasores. Estos reyes, que eran in-
dependientes y no vasallos de Moctezuma II, sospecha-
ron que los españoles podían constituir fuerzas aliadas
del soberano mexica. Hacía tiempo que, en su afán de
someter a los reinos de Tlaxcala al yugo de la ciudad de
México-Tenochtitlan, el tlatoani mexica amenazaba sus
fronteras. Los tlaxcaltecas siempre se defendieron de
manera feroz, pues sabían que no podían darse el lujo
de perder. Bajo este clima de tensión psicológica y, por
lo que podemos calificar como acción en pro de la «se-
66
EL PAÍS DE LA LAGUNA

guridad nacional», los tlaxcaltecas pelearon contra los


recién llegados españoles. La batalla de Tecoac159 no es
un mito. Los señores de las cuatro cabeceras pronto se
dieron cuenta de que no podrían vencer a los españoles.
Por su parte, los expedicionarios españoles debían
forzosamente pasar por el territorio de Tlaxcala para
llegar a su destino, la ciudad de México-Tenochtitlan.
Tras sufrir varios enfrentamientos realmente sangrien-
tos contra los tlaxcaltecas, los europeos evaluaron la gran
fuerza y el crecido número de estos guerreros. Cortés,
enterado de las amenazas mexicas contra los tlaxcalte-
cas, decidió enviarles mensajeros de paz y proponerles
una alianza. Los cuatro reyes confederados160 —según
nos lo refieren tanto el cronista Díaz del Castillo como
el mestizo tlaxcalteca Muñoz Camargo— entendieron
lo trascendental que sería una eventual coalición hispa-
no-tlaxcalteca para acabar de una vez por todas con la
amenaza mexica. De hecho —de acuerdo a los relatos de
ambos cronistas— los cuatro gobernantes fueron más
allá: comenzaron a preguntarse si no serían estos guerre-
ros blancos los anunciados varones con quienes sus dio-
ses ancestrales les dijeron que habrían de unirse y mesti-
zarse. Muñoz Camargo refiere lo que dijo el rey
Xicoténcatl a los otros reyes de Tlaxcala en 1519:

Ya sabéis, grandes y generosos Señores, si bien


os acordáis, cómo tenemos de nuestra antigüe-
dad como han de venir gentes de la parte de donde
sale el sol, y que han de emparentar con noso-
tros, y que hemos de ser todos unos…Estos dio-
ses u hombres, veamos lo que pretenden y quie-
ren, porque las palabras con que nos saludan
son de mucha amistad, y bien deben de saber de
nuestros trabajos y continuas guerras, pues nos
lo envían a decir.161
67
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

De este mismo discurso da cuenta Bernal Díaz:

También dijeron aquellos mismos caciques que sabían


de sus antecesores que les había dicho un su ídolo en
quien ellos tenían mucha devoción, que vendrían hom-
bres de las partes de donde sale el sol y de lejanas
tierras a los sojuzgar y señorear; que si somos nosotros,
que holgarán de ello, que pues tan esforzados y buenos
somos. Y cuando trataron las paces se les acordó de esto
que les habían dicho sus ídolos, y que por aquella causa
nos dan sus hijas, para tener parientes que les defien-
dan de los mexicanos. Y después que acabaron su razo-
namiento, todos quedamos espantados y decíamos si
por ventura decían verdad.162

Es muy interesante el hecho de que los antagonistas


indígenas, tanto los mexica como los tlaxcaltecas, creye-
ran haber recibido avisos de sus deidades ancestrales.
Pero mientras que los dioses mexica lloraban ante la
inevitable aniquilación de sus guerreros, de su hegemo-
nía política y de su cultura bélica,163 los dioses tlaxcal-
tecas parecían anunciar a su pueblo —no menos gue-
rrero— una época de transformaciones, supervivencia,
mestizaje y unidad política.164
Esta manera de interpretar la realidad, o mejor aún,
de darle sentido a la realidad a partir de su propia his-
toria y cultura, afirmó a los tlaxcaltecas en su profunda
convicción de predestinación, de «destino manifiesto».
Los tlaxcaltecas contaban con una gran autoestima y
un fuerte sentimiento de superioridad siglos antes de la
llegada de los españoles.
En su mentalidad, los tlaxcaltecas creyeron haber
sido llamados por el Dios de los cristianos para ganar
la tierra para La Cruz por medio de la espada. Desde su
propia visión, sus enemigos ancestrales, los amenazan-
68
EL PAÍS DE LA LAGUNA

tes y sanguinarios mexica, caerían para siempre y sur-


giría un nuevo orden en el cual ellos, los tlaxcaltecas,
estaban llamados a labrarse un mañana sin traicionar-
se a sí mismos. No es de extrañar que abrazaran el cato-
licismo de una manera tan sincera como perduranble.
Los tlaxcaltecas transitaron de la era precortesiana a la
colonial con el orgullo de un pueblo invicto. Sin padecer
trauma alguno de conquista, se integraron a la cultura
occidental. Carentes de complejos, nunca perdieron su
fuerza vital ni su creatividad, y a la vez desarrollaron
un fuerte sentido de la oportunidad. Muñoz Camargo,
que era un mestizo tlaxcalteca de padre español y ma-
dre indígena y cuya esposa era de sangre real tlaxcalte-
ca, los pinta de cuerpo entero cuando dice en su crónica
de mediados del siglo XVI:

(Dicen) que son hidalgos é que no han de apli-


carse a éstas cosas soeces ni bajas, sino servir en
guerras y fronteras y como hidalgos, y morir
como hombres peleando; la cual locura virtuosa
dura y permanece hasta agora, diciendo que son
hidalgos y caballeros desde ab initio, y que agora
lo son mejor porque se convirtieron al verdade-
ro Dios y se han tornado cristianos, dando la
obediencia al Emperador D. Carlos Rey de Cas-
tilla; demás y allende de esto le ayudaron a ga-
nar y conquistar toda la redondez y máquina de
este Nuevo Mundo, dándole el derecho y acción
que tenían contra los mexicanos (mexica) para
que fuese universal Rey y señor de ellos, y que
por esto son hidalgos y caballeros.165

Es notable que este pueblo pensara desde la era pre-


cortesiana que el orgullo y la nobleza del ser huma-
no consistía básicamente en la vida libre, exactamente
69
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

como los alemanes entendían la libertad del «freiherr»


o los vascos la del «hidalgo».166 No entendían la noble-
za de la sangre sin libertad y sin el correspondiente ejer-
cicio de las armas. Consideraban preferible la muerte a
la deshonra o la esclavitud. La franqueza que ha carac-
terizado a los laguneros desde hace siglos es un rasgo
de carácter —tan español como tlaxcalteca— propio de
hombres libres que no temen expresar su parecer.167
Finalizada la llamada Guerra Chichimeca,168 misma
que sacudió al septentrión de la Nueva España, el vi-
rrey Luis de Velasco II implementó como estrategia de
pacificación el envío de indios tlaxcaltecas a las provin-
cias septentrionales de la Nueva España. El objetivo era
que, con el auxilio de estos tlaxcaltecas, los españoles se
fortalecieran para la defensa de los ataques de indios
bárbaros. Así se podrían mantener poblados los nuevos
asentamientos septentrionales. Al mismo tiempo los tlax-
caltecas, que eran excelentes agricultores, enseñarían a
los indios chichimecas a labrar la tierra para sedentari-
zarlos y pacificarlos.
Congruentes con su propia mentalidad e historia,
en 1591 los tlaxcaltecas que migrarían al septentrión
novohispano negociaron condiciones jurídicas favorables.
Al igual que cualquier español que se comprometiera a
colonizar un nuevo asentamiento al tenor de la Real
Cédula de Nuevas Poblaciones, los tlaxcaltecas exigie-
ron que se les reconociera perpetuamente la condición
de hidalgos a ellos y a sus descendientes. Al igual que
los castellanos, particularmente los de origen vasco, los
tlaxcaltecas pensaban que la hidalguía era el estamento
de los guerreros y de los hombres libres. Además, el es-
tatuto de hidalguía los liberaría del pago de cualquier
pecho o alcabala, esto es, de impuestos personales o de
impuestos al comercio. Les permitiría asimismo poseer
caballos y armas ofensivas y defensivas para poder en-
70
EL PAÍS DE LA LAGUNA

frentarse contra los indios «malhechores» en los mis-


mos términos que sus aliados españoles .169
Como resultado de las capitulaciones celebradas el
14 de marzo de 1591170 se otorgó que «todos los in-
dios» tlaxcaltecas que marchasen al norte como nuevos
pobladores entre los chichimecos «sean ellos y sus des-
endientes perpetuamente ydalgos», y también «que los
yndios Tlaxcaltecos y sus subcesores y desendientes de
más de ser hidalgos e libres de todo tributo, gozen to-
das las libertades, exsenciones e previlegios que al pre-
sente goza e para adelante gozare la dicha ciudad de
Tlaxcala».171
En la Historia de la conquista de la Provincia de la Nueva
Galicia, escrita en 1742 por el licenciado Matías de la
Mota Padilla, desde la suficiencia de su identidad his-
pánica eurocéntrica, describe con cierto asombrado des-
dén las características tan peculiares de la colonización
del septentrión por los tlaxcaltecas, particularmente los
de San Esteban de la Nueva Tlaxcala (Saltillo) y sus
descendientes los tlaxcaltecas parrenses:

Esta fue acordada providencia, y la que a mi ver


se había de practicar en todas las pacificaciones
del reino, porque los indios fueron gustosos con
títulos de pobladores, y por verse privilegiados
y estimados de los españoles, y entonces se por-
tan como tales y procuran darse a respetar, apren-
den a leer y escribir, y aun aspiran a que sus
hijos sean de la iglesia, y así hemos visto que en
el Saltillo y Parras ha habido algunos sacerdo-
tes, y se han mezclado por casamiento los indios
con españoles, de que han salido mestizos de
mucha honra, y después por casamiento se han
procreado muchos que ya son españoles, sin ne-
gar la sangre de indios sus antepasados, y se tie-
71
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

nen aun por más nobles en probando haber sido


de los pobladores, y a su imitación los indios
masaguales, que es la gente ordinaria, procuran
imitarles; de aquí es que en el Saltillo y Parras,
los indios no hablan otra lengua que la castella-
na y tienen competentes caudales, y no son veja-
dos, como lo son por lo común los indios de otros
pueblos […]172

Como hemos venido comentando, los tlaxcaltecas se


beneficiaron como productores de vinos y aguardientes
en Santa María de las Parras desde sus inicios, y llega-
ron a hacer pequeñas fortunas que serían envidiables
para muchos españoles de otros lugares de la Nueva
España. Dice Núñez de Esquivel que «Gozaron los yn-
dios de mucha riqueza por el basto comercio de Aguar-
diente y Vino, y de esta última especie se usa con segu-
ridad en toda la América y para el Santo Sacrificio de la
Missa».173
¿Qué tan ricos pudieron ser estos tlaxcaltecas cose-
cheros? Algunas de sus viñas, a fuerza de trabajo arduo,
llegaban a alcanzar un valor más que respetable, como
la que «edificaron y plantaron durante su matrimonio»
don Mathías Bentura y Angela Matiana de la Rosa, su
mujer, «indios naturales tlascaltecos», cuyo valor pasa-
ba —en 1716— de siete mil pesos,174 razón por la cual
fundaron sobre ella una capellanía de dos mil pesos.
Evidentemente la viña era muy productiva, puesto que
el valor del total de los bienes de dicho matrimonio pa-
saba de los diez mil pesos en agosto de 1716.175
Don Pedro Cayetano Hernández y su esposa doña
Teresa Cano Moctezuma, así como don Juan Alberto de
la Cruz ,«yndios de los naturales tlascaltecos» de Pa-
rras, fundaron capellanías de dos mil pesos de princi-
pal. En julio de 1751 la viña ya tenía problemas por
72
EL PAÍS DE LA LAGUNA

réditos caídos, razón por la cual se pregonó su venta.176


En la primera mitad del siglo XVIII, Pascual de la Cruz
y su mujer fundaron una capellanía de dos mil pesos de
principal sobre dos casas pequeñas y viñas.177

Los españoles
La influencia castellana ha existido en la Comarca La-
gunera desde los primeros intentos por explorarla y
asignarle una toponimia. El río de las Nazas —el más
importante de los sistemas fluviales de la región— hace
clara referencia a la nasa, artefacto de pesca y de alma-
cenamiento de la pesca. El vocablo es de origen latino a
través del castellano.178 Otro elemento de la hidrología
regional, la «Laguna Grande», «Laguna de Parras»,
etcétera, también fue bautizada en lengua castellana. Era
tan característica esta gran masa o masas de agua a la
mitad del semidesierto, que a la larga con este nombre
se designó a toda la región: «La Laguna». El nombre
genérico que los castellanos aplicaron a los habitantes
de sus orillas se deriva del mismo término. Así se llama-
ba a los indios «laguneros» y en la actualidad subsiste
como gentilicio. Somos laguneros quienes vivimos en la
Comarca Lagunera. El nombre de Parras —de origen
castellano y no irritila, zacateco o náhuatl— fue asigna-
do al paraje donde se fundaría la misión del mismo nom-
bre desde la época de las primeras exploraciones espa-
ñolas en la región. Y esto a causa de la presencia de
parras silvestres que se asemejaban a las parras de vitis
vinífera de Castilla.179 Con el nombre de «Valle de las
Parras» o «del Pirineo» (sin duda, algún vasconavarro
quiso recordar el homónimo macizo montañoso) se le
conocía desde 1578.180 Una merced de tierras otorgada
por el teniente de gobernador de la Nueva Vizcaya a
Juan de Zubía, en el Valle de Parras, el 1 de abril de
1578,181 hace referencia a algunas de estas parras sil-
73
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

vestres. En 1594 la hacienda de Francisco de Urdiñola


ya contaba con casa.182 Los españoles ya habían explo-
rado, nombrado y mercedado el territorio cuando en
1598 los misioneros jesuitas y las autoridades españo-
las fundaron el pueblo con indios aborígenes y tlaxcal-
tecas.
Fueron los españoles quienes trajeron del viejo mun-
do las primeras cepas viníferas y la tecnología para be-
neficiarlas.183 No todos los españoles peninsulares o crio-
llos que se establecieron en Santa María de las Parras
eran prominentes hombres de fortuna y hacienda como
Urdiñola. Una buena parte era de origen vasconavarro.
Nada tiene de raro si recordamos que la comarca del
Nazas y de la laguna grande se ubicaba en la Nueva
Vizcaya, y que muchos de los primeros vascos llegaron a
esta gobernación desde la fundación de las primeras
villas españolas. Muchos de ellos eran amigos o parien-
tes de Urdiñola.184
Pero no todos los pobladores españoles que llegaron
a la comarca tenían apellidos vascos u origen noble.185
Por lo general, un español «originario de los reinos de
Castilla» emigraba a Nueva España en busca de fortu-
na. Algunos procedían de linaje distinguido, otros eran
plebeyos que buscaban ascender en la escala social. El
Antiguo Régimen se caracterizaba por la desigualdad
de la sangre. Los hombres y mujeres nacían nobles o
plebeyos. Algunos plebeyos podían ser ennoblecidos por
sus acciones. Los nobles contaban con ciertos privile-
gios, entre los cuales el más valioso era la exención de
impuestos. Podían anteponer el «don» a su nombre, pri-
vilegio exclusivo de la nobleza y no de la ancianidad,186
y poseer blasones. Había oficios municipales y de go-
bierno reservados de la nobleza. Solo los nobles podían
aspirar a ser sacerdotes, colegiales o universitarios y
oficiales del ejército.187
74
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Por la «Real Cédula de Nuevas Poblaciones», los re-


yes españoles conferían hidalguía —es decir, nobleza
transmisible por la sangre— a todos aquellos que se
comprometieran a actuar como pobladores de un lugar,
y a mantener su vecindad durante cierto número de años.
Esta era una manera de alentar la migración hacia los
lugares despoblados y hostiles e incrementar el domi-
nio territorial de la Corona. En 1573, Felipe II proveyó
las ordenanzas de 13 de julio, conocidas como la Real
Cédula de Nuevas Poblaciones.188
Los colonos españoles o tlaxcaltecas (la ley de nue-
vas poblaciones aplicaba en ambas etnias) que iban a
poblar al septentrión tenían que ser extremadamente
valientes y decididos, pues sabían que enfrentarían una
entorno físico desconocido, hostil por la rudeza del cli-
ma, y, sobre todo, que estaba plagado de indios enemi-
gos. Los alicientes consistían en la posibilidad de cons-
truir «casa» y «hacienda», esto es, hacerse de un linaje
distinguido y de bienes de producción que nunca po-
drían adquirir en España o en Tlaxcala.
La primera bodega comercial productora de vinos189
que se estableció en Parras fue la que Lorenzo García
edificó en su hacienda de San Lorenzo. El capitán Diego
Fernández de Velasco, gobernador de la Nueva Vizca-
ya, le otorgó una merced de tierras fechada el 19 de
agosto de 1597. Para entonces, Lorenzo García ya vivía
en San Lorenzo y cultivaba su viñedo.190 Otro español
vitivinicultor de la primera época del pueblo y misión
de Santa María de las Parras fue Juan González de Pa-
redes, originario de Consuegra, en la Mancha toleda-
na.191 El 27 de julio de 1635 fue testigo de la donación
inter vivos que el pueblo de indios le hizo a los jesuitas
de Parras.192 Este productor de vinos estaba emparen-
tado con los García Gutiérrez y con los Gutiérrez Ba-
rrientos, cuyas familias eran o habían sido propietarias
75
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

de la hacienda de San Lorenzo.193 Posteriormente, Juan


González emigraría a la villa de Santiago del Saltillo,
donde se avecindó de manera definitiva y fundó la ha-
cienda vitivinícola de San Juan Bautista de los Gonzá-
lez.194 Este es un caso histórico muy concreto que mues-
tra el papel que tuvo Parras como difusora de
innovaciones.
Algunos españoles dueños de viñas y productores
de vinos y aguardientes en 1679 en Parras eran Pedro
de Iturmendi y Mendoza, Pedro de Lozada Barrientos,
Ignacio de Maya, Manuel Moreno Zalas, Bernardo
Correa, Cristóbal Ruiz de Avendaño, Juan de Oliden,
Nicolás de Asco, Antonio de Estrada y otros.195 En el
siglo XVIII un caso representativo del cosechero espa-
ñol promedio avecindado en el pueblo de indios de
Parras sería el criollo Pablo José Pérez,196 quien era
«miembro del comercio» del lugar y mayordomo de la
Cofradía del «Santo Ecce Homo» que se veneraba en
el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe del mis-
mo pueblo. Pablo José estaba casado in facie ecclesiae con
María Josefa de Medina Sandoval, natural y vecina de
Parras, hija de Juan Marín de Medina y Micaela Geró-
nima de Sandoval, vecinos del mismo pueblo.197 Los
Pérez Medina poseían una casa con una tienda anexa
con abarrotes, mercería, vinos y aguardientes para ven-
ta al menudeo. La casa-tienda estaba ubicada en la cén-
trica Calle Real o de Guanajuato. Pablo José y su mujer
comían en vajilla de plata,198 y eran propietarios de dos
viñas, una llamada «del Escultor» y la otra «de la Ori-
lla del Agua». Con ellas producían vinos, aguardientes
y eventualmente vinagres con una utilidad neta que en
el año de 1772 fue del 141% en relación al monto de sus
costos de producción.199 Ciertamente este no era —ni
lejanamente— uno de los mejores márgenes de ganan-
cia obtenidos por los cosecheros de Parras, pero les bas-
76
EL PAÍS DE LA LAGUNA

tó para procrear y mantener una docena de hijos y de-


cuplicar —durante su vida matrimonial— el monto de
sus bienes.200
A finales del siglo XVIII, los vecinos españoles
habían obtenido por compra muchas de las viñas de los
indios parrenses. Sobre esto comenta Núñez de Esquivel:
«Con la succesión de los tiempos se comenzaron a
enajenar las heredades de los yndios en los españoles
que hoy tienen muchísimas».201
Finalmente, los españoles lograron imponerse numé-
rica y políticamente. En 1814, tras 216 años de ayunta-
miento puramente indígena, éste dejó de existir en vir-
tud de los cambios decretados por las Cortes de Cádiz,
si bien quedó a cargo un gobernador teniente de justi-
cia.202 El mismo año, la monarquía de Fernando VII fue
restaurada, y se reinstaló el ayuntamiento.203 No obs-
tante lo anterior, el 14 de abril de 1820 los españoles
vecinos de Parras y sus seguidores depusieron con vio-
lencia a los tlaxcaltecas que quedaban en el ayuntamien-
to. El 5 de julio de 1821 se juró en Parras la indepen-
dencia nacional en los términos del Plan de Iguala y los
Tratados de Córdoba.204 En 1822, los criollos y los es-
pañoles-mexicanos expulsaron a los tlaxcaltecas de sus
casas y las pusieron a disposición de los alcaldes mayo-
res. Los tlaxcaltecas finalmente perdieron el control de
sus archivos y de la cárcel.205 Podemos afirmar que en la
medida en que los tlaxcaltecas y sus descendientes per-
dieron el control de sus medios de producción, perdie-
ron el control político de su pueblo. Tras la toma golpis-
ta del poder en Parras, españoles y criollos crearon en la
localidad un discurso antitlaxcalteca tan fuerte206 que
algunos historiadores parrenses todavía esgrimen ar-
gumentos para tratar de borrar la existencia e impor-
tancia que dicha etnia tuvo para toda la Comarca Lagu-
nera. La historia de Parras, tras la expulsión de los
77
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

indígenas, se reescribió desde el poder y en el contexto de


una disputa por los medios de producción, y no
puramente interétnica.

Una fe en común
En la Comarca Lagunera colonial, la fe en las enseñan-
zas de la Iglesia Católica era el vínculo común, el aglu-
tinante que mantenía la cohesión social entre cada gru-
po étnico y cada estamento o clase social. A los
habitantes españoles o hispanizados de la comarca de
la laguna y riberas del Nazas, la fe católica, apostólica
y romana era lo que le daba sentido de universalidad
y de pertenencia al imperio español. Hasta las mone-
das de la época amalgamaban gráficamente en su me-
tal precioso las ideas de unión del viejo y del nuevo
mundos bajo la corona de un rey puesto por Dios en la
tierra. Cada moneda invitaba al reconocimiento de
«ambas majestades».207

UN PESO (8 REALES) CON AMBOS MUNDOS BAJO UNA SOLA


CORONA. LA BANDEROLA ENREDADA EN EL PILAR DERECHO
DIO ORIGEN AL SIGNO DEL DÓLAR.208

78
EL PAÍS DE LA LAGUNA

¿Cómo era esta fe común de españoles, indígenas,


negros y castas? ¿Cómo percibían las verdades de la fe
los creyentes laguneros del siglo XVII y XVIII?
Como era de esperarse en una época y lugar en los
que los peligros eran muchos y continuos, la búsqueda
de seguridad por medio de la actividad religiosa per-
meaba la mayor parte de los aspectos de la vida cotidia-
na del creyente. Esta fe podía ser vivida y expresada de
manera pública o privada, institucional o personalmen-
te. Toda esta actividad vinculadora con lo divino —reli-
gare— era oficialmente teocéntrica, pero en la práctica
cotidiana resultaba hagiocéntrica, se orientaba a la ve-
neración de la Virgen María y de los santos. En la men-
te de los laguneros que vivían en el remoto septentrión
novohispano, Dios era percibido de manera análoga a
como lo era la cesárea majestad de los monarcas de Es-
paña: Dios, como el rey, era un ser muy real, pero inac-
cesible en su grandeza y lejanía. La santidad de Dios y
su justicia abrumaba a los fieles, que se sabían y sentían
pecadores.209 La lectura de la totalidad de los testamen-
tos contenidos en el Archivo Histórico del Colegio de
San Ignacio de Loyola de Parras nos permite concluir
que estos creyentes210 no comprendían plenamente el
significado ni las consecuencias del sacrificio de Jesús
en cuanto sacrificio vicario (sustitutivo y plenamente
expiatorio). Este sacrificio era interpretado más bien
como el testimonio supremo del amor del Hijo encarna-
do, como una pasión divina que lo llevó hasta la muerte
sin proferir queja alguna. Por lo tanto, la muerte en la
cruz no representaba un acto deliberado por medio del
cual se realizaba una perfecta expiación vicaria, sino más
bien una consecuencia natural de la confesión de la di-
vinidad de Jesús ante las autoridades judaicas.211 La pa-
ciencia de Jesús durante su pasión y muerte fueron leí-
dos como modelos de conducta cristiana. La pasión no
79
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

era percibida como un sacrificio liberador para el cre-


yente, sino como un acto pedagógico de estoicismo, pa-
ciencia y virtud cristianos que enseñaba al creyente a
sobrellevar embates de la vida con resignación y con la
esperanza de los bienes de la vida futura. Para los cre-
yentes inmersos en este contexto, la muerte de Jesús fue
su mayor lección de vida, pero todavía quedaban en la
incertidumbre de su propia salvación, que más parecía
depender de sus obras —buenas o malas— que de la
perfecta obra expiatoria de Jesús.212 Nadie tenía la cer-
teza del perdón divino, sobre todo a la hora de la muer-
te inesperada, tan común y tan temida en las tierras
laguneras infestadas de salvajes. Ante el angustioso sen-
timiento de la lejanía de Dios por la conciencia dual que
tenían los creyentes de la santidad divina y de la propia
pecaminosidad, la veneración de la virgen y los santos
intercesores eran fuente de seguridad. Para la mentali-
dad popular, y a pesar de todas las miserias que el cre-
yente pudiera padecer, el amor de madre de María era
incondicional. Los santos eran seres cercanos, y aunque
glorificados, habían sido humanos y habían sufrido como
cualquier otro. Por esta razón, estaban en posición in-
mejorable para ayudar a los miembros de la iglesia mi-
litante.
En la vida diaria lagunera, ésa era la función de los
santos. Como miembros de la corte celestial, tenían ac-
ceso a la divina majestad, de la misma manera que los
validos de la corte tenían acceso al rey. Muchos de ellos
eran designados como «valedores» y «procuradores»
personales por los creyentes. En el septentrión fronteri-
zo donde se enfrentaban la barbarie y la civilización
sobre una base cotidiana, existían demasiados riesgos y
necesidades que debían ser resueltos con el apoyo de lo
sobrenatural. Humanamente hablando, la vida era de-
masiado incierta para vivirla sin la seguridad que pro-
80
EL PAÍS DE LA LAGUNA

porcionaba la experiencia religiosa. Basta imaginar los


peligros que representaban los imprevisibles ataques de
indios —lejos de cualquier socorro oportuno—, los ac-
cidentes y las enfermedades, sin los recursos de los anti-
bióticos ni de la ciencia médica; la carestía, que muchas
veces era el resultado de los incontrolables azares cli-
máticos, para imaginarnos la magnitud de la zozobra
cotidiana.
Si al planteamiento anterior le sumamos las
recomendaciones que el Concilio de Trento hizo a los
obispos sobre la utilidad de las imágenes para el culto,
nos daremos cabal idea de la piedad que vivían los
creyentes de la comarca. Así, se recomendaba

Por medio de las historias de nuestra salvación,


expresadas en las pinturas y otras copias, ins-
truir y confirmar al pueblo, recordándole los ar-
tículos de fe y recapacitando continuamente en
ellos: más aún, todas las sagradas imágenes son
muy fructíferas no solo debido a los beneficios y
dones que Cristo les ha concedido, sino también
porque ellas exhiben ante los ojos de los fieles
los saludables ejemplos de los santos y los mila-
gros que Dios ha realizado en ellos.213

A través de la piedad, los fieles buscaban la seguridad


y la paz mental en medio de una realidad extremadamente
insegura. Meditemos en todos los peligros que los
creyentes laguneros tenían en mente al pronunciar esta
oración nocturna del siglo XVIII:

Gracias rendidas demos al Dios omnipotente,


que sacó de la nada la turba de los seres;
él es quien nos da vida, él es quien nos proteje,
y a quien su amparo falta, de continuo perece.

81
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Mi corazón te adora, y a toda hora te alaba


mi lengua balbuciente, dame pues los auxilios
de tu gracia perenne.— Esta noche descanso
mientras el día vuelve, para en él tributarte
signos reverentes de un pecho agradecido
que te ama eternamente. Amén.214

Los fieles participaban de la vida litúrgica y sacra-


mental de la iglesia institucional. Se trataba del culto
formal, oficial y público: misas dominicales y fiestas de
guardar, procesiones, sucesión de las témporas y funcio-
nes solemnes,215 santoral, rosarios, etcétera.
En los hogares, la fe católica también se expresaba
de manera cotidiana en la forma de devociones a la Vir-
gen María en sus diversas advocaciones y a los santos
protectores. Los ya mencionados testamentos del pue-
blo de Parras dan cuenta de que en muchas casas exis-
tía un lugar especialmente reservado para lo sagrado,
un espacio dedicado a la veneración de estos santos y
advocaciones. Los creyentes buscaban tener en sus ca-
sas las imágenes de sus santos predilectos. Desde luego
que, en la mentalidad popular, cada santo se «especiali-
zaba» en cierto tipo de ayuda o de milagros. De ahí la
multiplicidad de representaciones hagiográficas en los
hogares.
Lázaro Miguel, indígena y vitivinicultor parrense de
finales del siglo XVII y principios del XVIII era un cre-
yente devoto que expresaba su piedad cotidiana por
medio de la veneración de las imágenes que poseía en su
hogar. Contaba con lienzos de nuestra señora de la Con-
cepción y de nuestra señora de Guadalupe. También
tenía representaciones de nuestra señora de los Dolores,
de nuestra señora del Pilar de Zaragoza; dos crucifijos,
una santísima cruz dorada; dos arcángeles de bulto que
representaban a Miguel y Rafael; cuatro serafines; un
82
EL PAÍS DE LA LAGUNA

San Francisco de bulto y seis retablos pequeños de Mi-


choacán. No faltaba el «nacimiento» con su tabernáculo
pequeño, lo que nos hace pensar que Lázaro Miguel in-
cluía entre sus prácticas más devotas la «acostada» y
«levantada» del «niño Dios», práctica tan apreciada
como extendida entre las clases populares, urbanas y
rurales, de la Comarca Lagunera del siglo XXI.
Lázaro Miguel dejó indicado en su testamento que
sus hijos y herederos celebraran año tras año la festivi-
dad de la exaltación de la Santa Cruz en su altar do-
méstico, como él mismo lo hizo durante su vida. Y para
asegurar que nunca faltaran fondos, destinó la quinta
parte de su viña para que con sus frutos continuara la
devoción.
El indígena parrense Felipe Cano Moctezuma —bau-
tizado ahí mismo el 13 de febrero de 1659—, al igual
que Lázaro Miguel, poseía en su casa representaciones
de sus advocaciones y santos favoritos pintados sobre
lienzo. Tenía un Jesús nazareno, una virgen de Guada-
lupe, un San José y una santa María Magdalena. Tenía
además una santa Rita, un san Judas Tadeo, un santo
Domingo, un san Agustín, un cuadro de la limpia Con-
cepción y un niño Jesús.
Es muy probable que en muchos casos existiera
relación entre la iconografla doméstica y la de la cofradía
a la que se pertenecía.
A los ojos del pueblo, la Virgen y los santos se torna-
ban particularmente necesarios a la hora de la muerte.
En este trance, cuando la suerte eterna de los fieles esta-
ba por decidirse, su intercesión era funadamental ya que
podían, por medio de sus buenos oficios, alcanzar de Dios
el perdón de los pecados.
En su testamento, Lázaro Miguel declaraba estar listo
para morir

83
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

tomando por mi abogada a la Sma. virgen María, Ma-


dre de Dios, Señora y abogada de todos los pecadores y
a todos los santos y santas del cielo, y santo de mi nom-
bre y el Ángel de mi Guarda a quienes suplico humil-
demente sean mis intercesores para con Dios nuestro
Señor...

El presbítero tlaxcalteca parrense Buenaventura de


Santiago Organista moriría

Poniendo como pongo a la Santísima Virgen María por


mi intercesora y abogada para que pida y suplique a su
precioso hijo tenga misericordia de mis graves culpas y
pecados, con cuya intercesión y la de todos los Santos de
la Corte Celestial y en especial la de mi querido y aman-
tísimo Padre San Pedro espero que me los ha de perdo-
nar y la han de presentar (su alma) ante el tremendo
tribunal de la Divina Justicia, de cuya infinita miseri-
cordia espero la llevará a la celestial Jerusalén para
donde fue criada, y mi cuerpo...

Felipe Cano Moctezuma suplica la intercesión de la


«Virgen María madre de Dios y a todos los santos... del
cielo a quienes suplico humildemente sean intercesores
para con Dios nuestro Señor...»
En la Nueva Vizcaya de mediados del siglo XVII, la
iconografía parroquial o doméstica era hagiográfica,
bidimensional (lienzos pintados, estampas, grabados,
láminas pintadas) o tridimensional (imágenes de bulto,
de madera o barro, marfil). La más común era la del
primer tipo. Las representaciones estaban hechas para
la devoción privada, puestas contra la pared en repisas,
o bien colgadas de la misma. En los testamentos de la
época se les llama «ornato de la casa». Aunque efectiva-
mente podían tener una función decorativa, hemos vis-
84
EL PAÍS DE LA LAGUNA

to ya que para los fieles de la época eran mucho más


significativas como elementos de tranquilidad personal.
Los creyentes no se relacionaban con ellas con criterios
estéticos, sino muy pragmáticos. En ellas encontraban
seguridad para la vida y también para la muerte. Desde
luego, no todas las familias tenían bienes de fortuna como
para formar una colección particular; sin embargo, la
tendencia era ésa. Cuando no había recursos, las humil-
des estampas o grabados eran suficientes para la prác-
tica de las devociones cotidianas.
Según Carrete Parrondo, la estampa religiosa llenó
tres funciones esenciales a través de la historia:

1) Fomentar la piedad y la devoción entre las clases


bajas. Las estampas no costaban y portaban un mensaje
simple que le permitía al espectador identificar inme-
diatamente el contenido presentado: imágenes de Cris-
to, vírgenes o santos venerados por el pueblo al que
iban dirigidos. Variaciones especializadas de este tipo
como los gozos o goigos (himnos de alabanza) los cuales
junto con una imagen incluían oraciones de alabanza, y
que eran cantadas al final de las ceremonias religiosas.
Otras variaciones eran las aleluyas mencionadas ante-
riormente, pequeños hojas que hacían referencia a la
liturgia Pascual, y las vanidades, las cuales recalcaban
la naturaleza transitoria de la vida y la omnipresencia
de la muerte.
2) Redimir de las miserias del purgatorio al poseedor o
comprador de un grabado. Éstas eran las llamadas in-
dulgencias.
3) Proveer protección o curación de la enfermedad o la
calamidad a través de la intercesión de un santo. Los
ejemplos de santos que se especializaban en aflicciones
particulares incluían a San Gil para las fiebres; San
Blas para las infecciones de la garganta; San Vicente

85
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Ferrer como protector contra los terremotos, y Santa


Bárbara contra plagas de langosta».216

El capitán parrense Nicolás de Asco poseía en 1690


«catorze cuadros grandes».217 El cosechero criollo «pro-
medio» de Parras a quien ya se ha mencionado ante-
riormente, Pablo José Pérez, en un inventario del 15 de
junio de 1773,218 manifiesta poseer los objetos «adorno
de su casa» que se enumeran a continuación:

Un santo Christo de media vara de alto, con su cruz y


valdaquín.219 Una repisa de madera pintada, como de
tres quartos de vara. Una ymagen de Dolores cuerpo
entero como de una tercia de alto, vestida. Dos quadros
de a vara, dorados los marcos, el uno con un señor San
Josef, y el otro con una Santísima Trinidad, pintadas.
Dos quadros de a tercia de alto, el uno con una ymagen
de Señor San Joachín, y el otro con una Señora Santa
Anna. Dos láminas con estampas de papel y sus marcos,
como de a tercia. Dos quadros con sus marcos dorados,
el uno con la cabeza de Señor San Xavier, y n(uest)ra
Señora de la Luz, como de a tercia. Una lámina con su
marco pintado y vidriera con la ymagen de la Soledad.
Siete quadros de a tres quartas de alto. Un quadro de
dos varas de alto con un Señor San Agustín pintado. Un
niño Jesús de cuerpo entero de bulto como de media
vara. Un apostolado de estampas de papel forradas en
cotense, como de una tercia de alto, y sus marcos de
tabla. Una lámina como de una quarta en quadro, de
cobre, con su marco de évano, con una ymagen de Jesús
Nazareno pintado. Dos (láminas) sin marco, la una en
oja de lata y la otra en cobre, y ambas a dos como de una
quarta de alto. Tres estampas de papel con sus marcos.
Siete quadros pequeños como de una tercia. Un quadri-
to pequeño yluminado sobre sera, como de una quarta

86
EL PAÍS DE LA LAGUNA

de alto. Un quadro como de una vara de alto, en cotense


con marco, y una ymagen del Padre Eterno pintada.
Cinco laminitas chiquitas, dos en lienso y tres en papel,
todas con marcos. Una (laminita) como de quarta, con su
vidriera y marco. Dos ymagenes de bulto como de me-
dia vara de alto, la una de barro y la otra de madera,
ambas a dos con repisas. Un Santo Christo de marfil
como de una quarta, con sus cantoneras de plata.

Toda esta imaginería se complementaba con artefac-


tos de uso religioso cotidiano que vendían las tiendas
de la localidad. Los rosarios comunes se vendían por
docena, y eran muy económicos. En la tienda de Pablo
José Pérez había en existencia económicos rosarios de
corales con cruces de plata, o rosarios de Jerusalén en-
garzados en plata, que costaban cuatro veces más que
los anteriores.220
Estos elementos, las imágenes religiosas de los tem-
plos y de los hogares, las estampas, el rosario, las cele-
braciones oficiales y las de origen popular, todos ellos
fueron medios para colocarse bajo la protección de los
santos. Dios era temido y adorado en su grandeza y
lejanía, y los santos eran objeto del afecto frontal de los
fieles. A estos elementos se sumaban representaciones
teatrales o coreográficas de carácter folclórico o cate-
quético que se ejecutaban públicamente, como la danza,
las pastorelas, los coloquios, procesiones, etcétera. A ve-
ces sucedía que —a ojos de los fieles— ciertas imágenes
expuestas a la veneración en los templos se hacían fa-
mosas por taumaturgas. El Señor de Mapimí, traslada-
do después a Cuencamé, ha sido objeto de un ininte-
rrumpido culto desde la era virreinal, y su fama ha
traspasado las fronteras del norte de México. La Virgen
de Guadalupe en Parras cuenta con un culto que data
del primer tercio del siglo XVIII.221
87
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Las frecuentes celebraciones religiosas relacionadas


con las cofradías constituían ocasiones de verdadero re-
gocijo. Uno de los aspectos más populares y queridos en
la Comarca Lagunera virreinal era el de la celebración
de la fiesta o función del santo patrono de la cofradía, o
de algún misterio o acontecimiento del calendario litúr-
gico relacionado. Hemos visto ya que las disposiciones
del Concilio de Trento favorecieron la devoción a las
imágenes en tanto elementos de catequesis.
Fundada siempre bajo el patrocinio de la imagen
visible de una realidad sobrenatural o invisible, desde
el punto de vista religioso la cofradía exaltaba siempre
aspectos paradigmáticos o realidades salvíficas de la
revelación, de la historia sagrada, de la vida de Jesús,
de María, de los santos y aún de ciertas prácticas reli-
giosas.
Eran tan importantes estas celebraciones que la po-
blación novohispana las había incorporado como refe-
rentes del paso del tiempo. No se recordaban tanto los
días o los meses cuanto las fiestas que caían por esas
fechas. Los hitos del tiempo eran tan sacros como festi-
vos. En esos días especiales parecía no haber distancia
entre el cielo y la tierra, entre santos y pecadores. Rotas
las dimensiones del tiempo y del espacio, salvado el abis-
mo que mediaba entre ellas, la iglesia militante y la triun-
fante se abrazaban y compartían banquetes de comu-
nión sagrada y profana.
Para la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe de
Parras, la función normal de Corpus de 1757 había re-
querido misa y sermón especiales, con el consiguiente
desembolso de derechos al cura y al padre celebrante,
cantores, músicos, sacristanes, monaguillos y demás ayu-
dantes. Se gastaron 28 docenas de cohetes, tres ruedas
de fuego y libra y media de pólvora. Seis cargas de pal-
mas para luminarias, siete cargas de tule para enrama-
88
EL PAÍS DE LA LAGUNA

das. Catorce libras de marquesote para refresco de los


padres y señores concurrentes a la función de la iglesia.
Se fabricaron rosquetes con cuatro arrobas de harina,222
seis libras de manteca y seis libras de azúcar. Se prepa-
raron aguas frescas con cuatro libras de almendras y
seis libras de azúcar. Se hizo una molienda de chocolate
con cacao, azúcar y canela.223
En el año de 1759, esta misma celebración implicó la
compra de arroba y media de cera «del norte», dieciséis
docenas de cohetes, diez docenas de chicharras de true-
no, doce docenas de buscapiés, seis ruedas de fuego por-
tuguesas, cinco cargas de palma para luminarias, diez
cargas de tule para enramadas, y se sirvió para el re-
fresco de la asistencia chocolate, rosquetes, marqueso-
tes, aguas, vino y aguardiente.224
En la mentalidad popular, el santo patrono o titular de
los asentamientos coloniales podía proteger e incluso guiar
a sus habitantes en los enfrentamientos bélicos. Así lo
haría Santa María en el caso de Parras o San José y
Santiago en el caso del Álamo.
Desde el punto de vista de la historia de los mitos225
y de las mentalidades, españoles y tlaxcaltecas compar-
tían una creencia común: el cielo estaba dispuesto a apo-
yar y de hecho apoyaba sus esfuerzos bélicos. De cuan-
do en cuando, el inefable apóstol Santiago —patrón de
España— aparecía para combatir al lado de ambos pue-
blos hermanados. En tierras fronterizas, el apóstol po-
día inclinar, en favor de los cristianos, el curso de una
batalla. No es de extrañar la frecuencia con que las vi-
llas y pueblos septentrionales lo tomaban como patrón:
Santiago del Saltillo, Santiago de la Monclova, Santia-
go de Mapimí, Santiago y San José del Álamo.
Esta lectura estaba ya presente desde las primeras
batallas hispano-tlaxcaltecas contra los aliados de Moc-
tezuma. Muñoz Camargo nos refiere que en la batalla
89
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

de Cholula, antes de que el primer español entrara a la


ciudad de México-Tenochtitlan, «Los tlaxcaltecas nues-
tros amigos, viéndose en el mayor aprieto de la guerra y
matanza llamaban y apellidaban al Apóstol Santiago
diciendo a grandes voces…¡Santiago!; y de allí les que-
dó que hoy en día hallándose en algún trabajo los de
Tlaxcala, llaman al Señor Santiago».226
Santiago Matamoros227 era el nombre con que los
españoles de la reconquista identificaban al venerado
apóstol transfigurado en guerrero que luchaba contra
los musulmanes. Santiago Matamoros y su no tan ho-
norable versión americana, Santiago «Mataindios», fue-
ron innovaciones añadidas a la imaginería popular del
arte novohispano. Dondequiera que hubiese peligro de
enfrentamientos con los indios belicosos, Santiago era
un poderoso patrono. Es muy significativo que su em-
blema fuera precisamente la cruz-espada.
En San José y Santiago del Álamo se conserva una
imagen del «señor Santiago», que junto con san José,
era el titular de la vicaría sufragánea de la de Parras
convertida luego en parroquia. Es de llamar la atención
que si san José era el patrono de los moribundos o de
«la buena muerte», Santiago era el patrono de los gue-
rreros. A partir de sus santos titulares, la parroquia per-
filaba claramente para sus feligreses la expectativa de
vida de lucha, o en su defecto, la de una buena muerte.
Esto era particularmente importante si se toma en cuen-
ta que las partidas de indios belicosos arremetían y
asesinaban de improviso, sin que las víctimas tuviesen
acceso a los últimos sacramentos. Esta era una clase
de muerte documentada innumerables veces en los ar-
chivos parroquiales de lo que ahora es la Comarca La-
gunera.228
Es muy elocuente el óleo del apóstol Santiago que se
venera en la parroquia de Viesca, la antigua San José y
90
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Santiago del Álamo, en Coahuila. Este es un cuadro del


siglo XVIII, neoclásico por la escuela a la que pertenece,
popular por el pincel que lo realizó. En un ambiente de
gran serenidad, el apóstol jinete carga y arrolla a un
resignado moro. Santiago porta en la mano izquierda
un estandarte que ostenta la cruz a que dio nombre, y
con la derecha blande una espada a punto de dar el gol-
pe. El apóstol mira de manera extática hacia el cielo. Es
evidente que esta representación enseñaba que comba-

91
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

tir a los «infieles» era un acto de obediencia, de comu-


nión con Dios. El moro, que por su calidad de «gentil» o
«incrédulo» no podía gozar de la visión beatífica, mira
hacia el jinete, que era como la manifestación y podero-
so instrumento de un Dios al que no podía gozar, pero
sí sufrir. Solamente el caballo mira hacia el espectador
con una mirada racional, casi humana.
Mostrar al apóstol Santiago con la banda o faja roja
de los generalísimos denotaba claramente a los tlaxcal-
tecas de Viesca que se trataba del comandante espiri-
tual de una hueste de colonizadores y cruzados que ha-
brían de luchar no sólo para defenderse, sino también
para establecer y consolidar el cristianismo católico en
tierras de gentiles. Sabemos que el conflicto no era en-
tendido como una guerra de exterminio étnico, sino más
bien como un enfrentamiento cultural y espiritual: cris-
tianos contra paganos, gente de república contra nóma-
das, españoles y tlaxcaltecas contra chichimecas, identi-
dad contra alteridad.

LA MISMA IMAGEN. DETALLE.

92
EL PAÍS DE LA LAGUNA

La herencia biológica
y cultural en los siglos XIX y XX
Para quienes hemos nacido en Torreón y hemos vivido
en ella la mayor parte de nuestras vidas, es un axioma
que Torreón es la «ciudad de los grandes esfuerzos».
Apenas un rancho fundado a mediados del siglo XIX,
se convirtió en estación de ferrocarril en 1883. Ya para
1893 se le otorgó el rango de villa debido a su creciente
población de inmigrantes regionales, nacionales y ex-
tranjeros. Finalmente, Torreón fue elevado a la catego-
ría de ciudad el 15 de septiembre de 1907. En 1910, su
producción algodonera resultaba casi legendaria, y la
fibra regional cotizaba en Nueva York al alza o a la
baja, de acuerdo a las maniobras y especulaciones de los
mayores agricultores regionales.229 Orgullo de Porfirio
Díaz y escaparate internacional de la modernización
mexicana, Torreón experimentaba una temprana tran-
sición hacia la diversificación, desde la economía agro-
pecuaria a la economía industrial. Las agroindustrias
aprovechaban los desechos de las despepitadoras de al-
godón para la fabricación de aceites, jabones y alimen-
tos para el ganado. La industria metalmecánica tam-
bién despuntaba. Al final del régimen porfirista, la
fábrica instalada en la cercana hacienda de Hornos230
manufacturaba tranvías de tracción animal y vagones
de ferrocarril —vagones de carga, vagones de trans-
porte de líquidos, vagones de pasajeros— e, incluso, lo-
comotoras.231 Torreón fue una de las primeras ciudades
de México en contar con los servicios del tranvía eléc-
trico, inaugurado en los inicios del siglo XX. El extraor-
dinario ritmo de crecimiento de la ciudad, la demanda
de bienes y servicios que generó y los volúmenes de
circulante que se invertían y producían, atrajo el inte-
rés de una gran cantidad de inmigrantes de diversos
orígenes.
93
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Torreón es una ciudad nueva que, apenas en 2007,


cumplió su primer centenario de existencia como tal.
Pero debemos preguntarnos si la cultura de los inmi-
grantes que integraron su población —particularmente
los procedencia regional o nacional— data también de
1907. Efectivamente, Torreón es una ciudad nueva, aun-
que en muchos sentidos, su cultura no lo es. La inmigra-
ción extranjera reforzó algunos valores locales que ya
existían, como el valor del trabajo como factor de rique-
za, y, a su vez, tomó muchos elementos de la cultura
regional y nacional hasta asimilarse. La inmensa mayo-
ría, por no decir la totalidad, de los extranjeros que se
asentaron en Torreón no poseían bienes de fortuna cuan-
do llegaron a México. Los 3,045 expedientes del fondo
«Extranjeros» que se conservan en el Instituto Munici-
pal de Documentación de Torreón (IMDT) atestiguan
esta realidad. El período cronológico que cubren los re-
gistros va desde 1880 hasta 1966.232 Puesto que los ex-
tranjeros constituyeron minorías étnicas,233 encontraron
muy natural la posibilidad de sumar esfuerzos y agre-
miarse en sociedades mercantiles para sumar capitales,
como en el caso de la colonia china. Gracias a la gran
motivación que trajeron consigo para mejorar sus nive-
les de vida, los extranjeros y muchos inmigrantes na-
cionales encontraron en el trabajo arduo el factor gene-
rador de ganancia, mismo que constituía un valor
lagunero desde hacía siglos. Porfirio Díaz favoreció la
inmigración con tal de poblar con rapidez las tierras
del norte, y, a la vez, para hacerlas significativamente
productivas. El ferrocarril ayudó grandemente a con-
vertir en realidad ambos propósitos. Muchos naciona-
les y extranjeros amasaron verdaderas fortunas de ori-
gen local —no llegaron con ellas— gracias a que los
peones de las haciendas compartían la valoración del
trabajo fuerte. Los peones contaban además con la es-
94
EL PAÍS DE LA LAGUNA

toica paciencia como actitud ante la vida, la cual apren-


dieron de sus mayores. La bonancible producción algo-
donera fue un trabajo de equipo del cual los terrate-
nientes se atribuyeron todo el crédito. Si los peones no
deseaban «progresar» en el sentido capitalista y mo-
derno del término, era porque procedían de una vieja
cultura cuyo valor primordial no era la acumulación
monetaria ni el consumismo, como lo demuestran los
inventarios regionales de la era colonial, sino el traba-
jo cotidiano, el estar conformes y satisfechos con casa,
vestido y sustento y en buenos términos con Dios, la
Virgen y los santos. El concepto de bienestar es total-
mente cultural e histórico, y no ha significado ni signi-
fica lo mismo para los estratos sociales de altos ingre-
sos que para los bajos, para la población rural o la
urbana, nacional o extranjera.
Pero ¿es verdaderamente factible que los valores cul-
turales y las prácticas religiosas de siglos pasados ha-
yan sido trasplantados de la vieja misión de Santa Ma-
ría de las Parras, de San José y Santiago del Álamo, de
Matamoros, de San Lorenzo, Tajito, San Juan de Casta
y de otros lugares a través de una migración no sola-
mente biológica, sino cultural? Y si existe tal continui-
dad cultural, ¿en qué lugares sociales se manifiestan es-
tas prácticas y valores?
Para responder a esta pregunta debemos primero
mostrar que los valores culturales en torno a la econo-
mía regional no surgieron con Torreón, sino que son
transgeneracionales, como lo es la cultura. Es la histo-
ria de la Comarca Lagunera la que explica el fenómeno
«Torreón» y no a la inversa; el surgimiento de Torreón
representa un buen ejemplo de inercia cultural de si-
glos, de mentalidad orientada a la explotación de culti-
vos comerciales. La bonanza algodonera de Torreón de
la segunda mitad del siglo XIX y del XX constituyó la
95
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

tercera ocasión en que las condiciones de escasez y con-


secuente demanda por la producción de manufacturas o
de materia prima propiciaron el auge de un cultivo. La
primera vez que esto sucedió en la comarca fue en Santa
María de las Parras, durante los siglos XVII y XVIII.
La producción de vinos y aguardientes parrenses fue el
resultado de las afortunadas condiciones climáticas que
hicieron posible el cultivo de la vitis vinifera. Pero hubo
otros factores no menos valiosos: la inmigración de es-
pañoles y tlaxcaltecas que aportaron amor por el traba-
jo, visión empresarial, apertura al cambio y a la adop-
ción de innovaciones. Otras etnias aportaron mano de
obra, principalmente. En Parras existieron los marcos
legales que posibilitaron la tenencia de tierras y aguas,
las cuales eran otorgadas directamente por la Corona
como mercedes de bienes realengos, o bien como merce-
des conferidas por el gobierno del pueblo en su jurisdic-
ción. El marco legal contemplaba asimismo la existen-
cia de la propiedad privada de los medios de producción
y los mecanismos para su enajenación.234 Existió un
activo comercio gracias al uso continuo de las rutas de
carretas Monterrey-Durango, o bien del Camino Real
de la Tierra Adentro Santa Fe-Ciudad de México. La
producción y riqueza vitivinícola de Santa María de las
Parras no tuvo rival en toda la Nueva España.
Como podemos ver, fueron los mismos factores los
que propiciaron el surgimiento de los dos pujantes cen-
tros de producción. En el caso de Parras, el cultivo co-
mercial fue la vid, y en el de Torreón, el algodonero,
ambos cultivos muy adecuados para las características
de la región. La demanda estimuló en ambos casos la
producción. La inmigración favoreció la constitución del
aparato productivo, ya que la vid y el algodón, además
de ser cultivos netamente comerciales, son cultivos «so-
ciales» que requieren el uso frecuente de la mano de obra.
96
EL PAÍS DE LA LAGUNA

Al igual que en Parras, en Torreón muchos inmigrantes


construyeron capitales a base de trabajo y esfuerzo. Las
rutas comerciales y sus entronques fueron factor im-
portante de inmigración, comercialización e intercam-
bio, como lo fue para Torreón el ferrocarril. Al igual que
lo había sido en Parras, la vigencia de marcos legales
apropiados fueron importantes en Torreón, al existir la
posibilidad de enajenación y compra de tierras y aguas
tras el desmembramiento de los viejos latifundios. En
este mismo rubro entrarían las condiciones legales para
la formación de sociedades mercantiles. Los paralelis-
mos son muy evidentes.
Pero no se trata de dos casos aislados en el tiempo,
sin solución de continuidad del uno con el otro. Hemos
visto que el cultivo del algodón como alternativa a la
vid era ya una realidad en la jurisdicción del partido de
Parras en 1787. En 1811 aparecen los registros siste-
máticos de su cultivo en Santiago y San José del Álamo.
En 1812 —año en que inició la segunda ocasión en que
las condiciones de oferta y demanda del mercado esti-
mularon la producción regional de un cultivo— comen-
zó a cultivarse en las haciendas ribereñas del Nazas, en
el estado de Durango. Entre 1812 y 1817, el señor José
Leonardo Flores dirigía un obraje de algodón en la ciu-
dad de Durango, y en 1831 informaba a un banco de
avío sobre las enormes posibilidades del cultivo en la
región del Nazas.235 En 1828, su hijo Juan Nepomuceno
Flores Alcalde236 cultivaba algodón en las haciendas del
conde del Álamo —Comarca Lagunera de Durango—
y llegó a destacar como empresario agrícola y textil,
ganadero e industrial.237 Cuando murió, el cultivo del
algodón estaba bien establecido en La Laguna. La con-
ciencia de la potencialidad de los cultivos por medio del
trabajo pasaba de padres a hijos formando una cadena
biológica y cultural.
97
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

¿Podría demostrarse una cadena similar en relación


a los valores culturales y la mentalidad entre los habi-
tantes de los viejos pueblos y ranchos laguneros y
Torreón?
Martínez García238 ha documentado un caso típico
de migración regional y ha mostrado que, en 1809, una
buena cantidad de los habitantes arrendatarios de la
congregación del Saucillo —en la hacienda de Hornos—
fueron obligados a abandonarla, aunque no sin defen-
derse de acuerdo a la más pura usanza parrense-tlax-
calteca de apuntar alto, es decir, apelaron su causa ante
autoridades de mayor rango en la Nueva España.239
Ellos y sus familias habían declarado ser originarios de
Parras y de San José y Santiago del Álamo. En un avan-
ce migratorio hacia el oeste, muchos de los expulsos se
establecieron en la villa de Matamoros, San Lorenzo de
La Laguna, La Concepción y otros lugares aledaños.240
Conteras Palacios a su vez ha mostrado que las fa-
milias que poblaron por vez primera el «rancho del
Torreón» para quedarse, procedían de estos lugares de
la hacienda de San Lorenzo de La Laguna y en particu-
lar del Alamito, San Lorenzo, el Tajito de Piedra, San
Miguel y la Concepción.241 Aunque se trataba de hu-
mildes campesinos, sus apellidos eran de vieja prosapia
criolla, mestiza o tlaxcalteca parrense y alamense.242
Los descendientes biológicos y culturales de los ha-
bitantes del partido de Parras se convirtieron en los pri-
meros pobladores y defensores del rancho del Torreón
hacia 1850. La primera generación de «torreonenses»
fue formada por los hijos de estos primeros pobladores
originarios de los ranchos vecinos del Tajito de Piedra,
La Concepción, El Alamito y San Lorenzo.243 Es un he-
cho que la colonización del suroeste del estado de Coahui-
la, particularmente en la primera mitad del siglo XIX,
estuvo integrada, en su gran mayoría, por los descen-
98
EL PAÍS DE LA LAGUNA

dientes de viejas familias de criollos y mestizos de Salti-


llo, tlaxcaltecas y mestizos de San Esteban de la Nueva
Tlaxcala; tlaxcaltecas, criollos y mestizos de Santa Ma-
ría de las Parras; tlaxcaltecas, mestizos y criollos de San
José y Santiago del Álamo (Viesca). Otros venían prin-
cipalmente de las jurisdicciones de Cuencamé, Mapimí,
y del norte del actual estado de Zacatecas.244 El avance
migratorio hacia el oeste de Parras comenzó en 1731,
cuando algunos tlaxcaltecas parrenses se convirtieron
en los primeros habitantes del pueblo de San José y San-
tiago del Álamo. La pérdida de sus viñas y del control
político y económico del pueblo de los tlaxcaltecas de
Parras entre 1815 y 1820,245 originó un nuevo movi-
miento migratorio y colonizador hacia el poniente, en
búsqueda de lugares baldíos para poder establecer nue-
vos asentamientos.246 La experiencia parrense de dos
siglos les había mostrado a estos colonizadores decimo-
nónicos lo importante que resultaba la posesión de sus
propios medios de producción, tierras y aguas. Era tan
primordial para aquellos pioneros este valor cultural,
que la historia de La Laguna coahuilense durante el se-
gundo tercio del siglo XIX puede describirse como la
historia de una lucha entre los grandes terratenientes y
los colonos que aspiraban a ser propietarios.247 Por el
año de 1830 algunas familias poblaron el rancho de San
José de Matamoros (hoy Matamaoros, Coahuila) al no-
roeste de Viesca.
En 1848, el padre Anacleto Lozano, cura de Viesca,
levantó un padrón de su parroquia, en el cual se consig-
nan los nombres de los viejos asentamientos coloniales,
y otros nuevos que iban surgiendo hacia el occidente y
que los padrones de años anteriores no mencionaban:
Viesca, el rancho del Gatuño, rancho de Matamoros, el
rancho de La Concepción, Tajito de Piedra, rancho San
Miguel, rancho El Alamito, hacienda de San Lorenzo de
99
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

la Laguna, rancho El Aguajito y el rancho de la Punta


de Santo Domingo.248 Como hemos mencionado atrás,
el poblamiento del rancho del Torreón fue el último es-
fuerzo colonizador hacia el poniente de Parras, hasta
topar con el río Nazas a la vista de la Boca de Calaba-
zas. Las primeras familias pertenecían a linajes regio-
nales de ascendencia matamorense, alamense (viesquen-
se) o parrense.
Las viejas características de los indómitos guerreros
españoles y tlaxcaltecas seguían presentes en sus des-
cendientes. Hacia 1867, el general Lew Wallace, mejor
conocido como autor de la novela mundialmente cono-
cida con el nombre de Ben Hur, estuvo en misión diplo-
mática en la Comarca Lagunera y le atribuyó ciertas
características a los laguneros, a quienes identificaba con
los matamorenses. Sobre ellos, dice: «Los laguneros eran
(…) republicanos independientes, a los cuales ni los
franceses pudieron domar, a pesar de que los azuzaron con
el fuego y la espada».249
El flujo de colonizadores de origen regional continuó
en la medida en que se abrían nuevas oportunidades
para mejorar las condiciones de vida. Ya hemos visto
que los primeros pobladores del Torreón, hacia 1850,
procedían de la comarca. En la última década del siglo
XIX esta migración regional continuaba. El censo de
Torreón levantado en septiembre de 1892250 muestra
que la población de este lugar, a los 42 años de su fun-
dación, estaba conformada por varios miles de personas
de apellidos castellanos, muchos de ellos comunes en
Parras, en Viesca o en Matamoros, y solamente unos
cuantos extranjeros empleados del ferrocarril.
Un vistazo a las primeras diez partidas sacramenta-
les del libro de matrimonios (agosto 1893-abril 1894)
de la parroquia de la recién constituida villa de
Torreón251 muestra con toda claridad que el flujo mi-
100
EL PAÍS DE LA LAGUNA

gratorio comarcano proseguía. En 1893 encontramos


registrada gente originaria de Nazas, Dgo.;252 de Cuen-
camé, Dgo.;253 San Bartolo, Dgo.;254 de Mapimí, Dgo.; de
Raymundo, Dgo.;255 de Torreón, Coah.; de Matamoros,
Coah.; de San Pedro de las Colonias, Coah.; del Tajito,
Coah.; de la Hacienda de Hornos en la jurisdicción de
Viesca, Coah.; de Saltillo, Coah.;de Monterrey, N.L.; y de
Chalchihuites, Zac. Aunque diez partidas constituyen
una muestra demasiado pequeña desde el punto de vis-
ta estadístico, no podemos olvidar que se trata de las
primeras diez actas256 que se asentaron en la primera
parroquia torreonense, y son altamente significativas
porque dan testimonio de la migración regional hacia la
jurisdicción de Torreón y de su parroquia. La migra-
ción propiamente regional constituye casi la mitad de la
que se consigna en esas partidas. Así, los originarios de
Torreón, Matamoros, San Pedro, El Tajito y Hornos,
todos lugares de Coahuila cercanos o relativamente cer-
canos a Torreón, constituyen el 45% de los lugares de
origen mencionados en dichas partidas. Raymundo, con
otro 5%, está apenas al otro lado del río Nazas, en el
estado de Durango. Es notable que los lugares de ori-
gen mencionados coinciden con los situados en las redes
camineras coloniales y preferrocarrileras.257
Pero aunque no conociéramos esta información de
censos y partidas sacramentales, sabemos que la heren-
cia y el impacto de las dos culturas258 dominantes (es-
pañola y tlaxcalteca) de Parras y de Viesca en las na-
cientes poblaciones decimonónicas de La Laguna fue
mucho más grande de lo que podemos imaginar. El vie-
squense Francisco Emilio de los Ríos ha consignado la
gran cantidad de nahuatlismos, muchos de ellos con
variantes netamente regionales, que existen y han exis-
tido en el habla de Torreón y, en general, de la Comarca
Lagunera.259 Esta presencia náhuatl de vieja cepa se
101
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

explica por la presencia tlaxcalteca en Parras y en Vies-


ca, y por el avance de sus migrantes hacia Matamoros y
los ranchos y haciendas del rumbo, hasta llegar a
Torreón. Estos vocablos los encontramos también en
Viesca, lugar extremadamente aislado y con mínima
inmigración.
Otra de las manifestaciones del impacto cultural de
los migrantes regionales lo encontramos en las expre-
siones multitudinarias de religiosidad popular. Cualquie-
ra que haya vivido en Torreón por lo menos un año,
sabe que las mayores y más devotas fiestas religiosas de
la ciudad ocurren en diciembre, con los desfiles cotidia-
nos de innumerables «matachines», que llegan a for-
mar kilómetros de danzantes en la peregrinación prin-
cipal en honor a la Virgen de Guadalupe.260 Aunque en
Torreón no hubo propiamente una inmigración indíge-
na, sus herederos biológicos y culturales trajeron consi-
go una forma particular de danza religiosa que —lejos
de querer borrarla— resalta la indigenidad. No percibi-
mos en esta pública afirmación de identidad indicios de
un «trauma de conquista». En una ciudad que desde el
poder blasona de su «extranjeridad», esta pública ma-
nifestación revela una gran autoestima. ¿Debería leerse
esta paradoja como una expresión de clase?
Las danzas indígenas asociadas al culto a la Virgen
de Guadalupe no son nuevas en la región, poseen una
larga tradición en Parras y su pública manifestación se
remonta al 26 de agosto de 1726. La víspera del 12 de
diciembre se llevaba a cabo una procesión por el pueblo,
se entonaban cánticos, se rezaba el rosario, los danzan-
tes bailaban al son de la tambora.261 Santa María, pa-
trona de la misión jesuítica de Parras, fue identificada
por la mentalidad popular como Santa María de Gua-
dalupe. A medida que en el siglo XIX avanzaba la colo-
nización hacia el oeste de Parras, los habitantes de los
102
EL PAÍS DE LA LAGUNA

nuevos ranchos y asentamientos continuaron festejan-


do a los santos patronos del lugar con las tradicionales
danzas, ya se tratara de la Divinidad, de la virgen Ma-
ría en sus distintas advocaciones o bien de los santos.
En el municipio de Matamoros las danzas a la virgen
del Refugio continúan hasta el presente. En las bardas
de muchas colonias de clases medias y populares de
Torreón existen imágenes de la Guadalupana realiza-
das por laicos, sin mayor mérito artístico aunque con
un enorme significado religioso.
Es importante hacer notar que la cultura de origen
comarcano virreinal llegó a Torreón principalmente con
los pequeños agricultores y peones de ranchos y hacien-
das, y luego pasaron (y continúan haciéndolo) a los nú-
cleos urbanos. La evolución histórica de la población
regional muestra un alto grado de concentración en las
zona conurbada (Torreón, Gómez Palacio y Lerdo). En
1970 había 702,940 habitantes en la región, y de ellos,
el 45.4% era rural; diez años después había disminuido
al 42.2%. En 1990, de 1,156,193 habitantes de la re-
gión lagunera, el 74% se concentra en las zonas urba-
nas y el 26% en las rurales. Uno de los municipios de
mayor emigración es precisamente Viesca. Esta migra-
ción está engrosando el número de los miembros de las
clases urbanas menos pudientes.
Los ancestros de muchos de los miembros de la clase
trabajadora fueron dueños de predios o sirvieron en las
haciendas agrícolas regionales en diversos puestos, des-
de mayordomos hasta humildes peones. Ayudaron a
crear la riqueza que caracterizó la bonanza de los culti-
vos comerciales de la Comarca Lagunera desde la era
virreinal. Sin su trabajo como propietarios, como defen-
sores contra los indios bárbaros o como simples pasto-
res, arrieros o asalariados, esta riqueza hubiera resulta-
do imposible de lograr. Sin embargo, aunque todas estas
103
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

personas comparten muchos elementos culturales, par-


ticularmente los religiosos, no son concientes de ello ni
cuentan con la capacidad de elaborar un discurso histó-
rico sobre la génesis y formación de La Laguna a partir
de su propia identidad. En muchos sentidos permane-
cen deliberadamente ignorados por aquellos que se au-
toerigen en alteridad social, cultural y étnica. La histo-
ria de la zona conurbada, sobre todo de Torreón, ha sido
referida desde la alteridad étnica (extranjeridad),262 so-
cial (elitismo) o económica (dueños de los bienes de pro-
ducción).

Conclusión
Aunque se ha dicho que cada época configura sus pro-
pios valores, su propia concepción de la vida según la
mentalidad de sus múltiples creadores de cultura que
surgen en cada espacio y en cada tiempo, resultaría trá-
gico pensar la problemática cultural de la Comarca La-
gunera del presente en términos ahistóricos o reduccio-
nistas. Efectivamente, al hablar de sociedades y de
problemas del presente, debemos tener muy claro que
estas sociedades reaccionan a los estímulos y fenómenos
del presente con inercias culturales, con elementos del
pasado. Es decir, sería poco atinado afirmar que el pre-
sente surge del presente y responde desde el presente.
El tiempo presente es en realidad el escenario en el cual
percibimos la interacción, amalgamación o confronta-
ción de inercias compartidas que van muy atrás en el
tiempo y en el espacio. Esa es una característica de la
cultura: su perennidad, su capacidad de reproducirse a sí
misma hasta el infinito por medio de la apropiación de
las nuevas generaciones que, en sus respectivos grupos
sociales, están sometidas a su estímulo y aprendizaje.
La cultura —que podemos describir como una ma-
nera social y compartida de percibir, vivir, interactuar,
104
EL PAÍS DE LA LAGUNA

expresar y materializar lo que la existencia es y


requiere—263 no tiene la estaticidad de un acontecimiento
histórico que quede circunscrito y delimitado en sus
efectos a cierto lugar, tiempo y época. Esto significa que no
es lo mismo historiar acontecimientos del pasado que
historiar culturas vivas y activas.
La realidad social que percibimos en la actualidad es
solamente la punta del iceberg cultural, cuya mayor parte
se hunde en el pretérito, en la memoria y condicionamiento
colectivos.
A través del presente libro —apenas un intento ini-
cial que abre un mundo de posibilidades a la investiga-
ción cultural— hemos tratado de delinear una parte sig-
nificativa del contexto histórico que nos permite entender
a cabalidad qué ha sido la Comarca Lagunera, cuales
son los principales valores transgeneracionales que la
han caracterizado y cómo su gente ha vivido en el pasa-
do, a partir de la búsqueda de la seguridad vital, la rela-
ción entre la economía, la fe y la cultura. Esta visión nos
brinda el contexto antropológico que servirá de fondo
para entender a cabalidad muchos de los fenómenos so-
ciales del presente, sobre todo los más recurrentes y
menos abiertos al cambio.
La inercia cultural de las viejas sociedades lagune-
ras continúa impactando el ámbito urbano en sus dife-
rentes clases sociales. La valoración de origen virreinal
del trabajo como factor de generación de riqueza y las
devociones religiosas de carácter privado o público si-
guen vigentes en amplios sectores de la sociedad de
Torreón, Gómez, Lerdo y La Laguna en general. La
búsqueda de seguridad en la vida es —y seguirá siendo
mientras el ser humano exista— una vieja compañera
en el camino, una necesidad insatisfecha.

105
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

106
APÉNDICE DOCUMENTAL
SERCUI0 ANTONIO CORONA PAEZ

108
CUADRO 1. PRODUCCIÓN DE ALGODÓN EN LA HERMANDAD DE LAS ÁNIMAS.
SAN JOSÉ Y SANTIAGO DEL ÁLAMO 1810-1823.264

Año Acción Detalle Total

1810 Se cosechan 2 @ de algodón Se venden a 20 reales la @ 5 pesos


1818 Se cosechan hasta el 20 de octubre 70 Se vendieron a 14 reales la @ 122 pesos 4 @ de algodón reales

1818 En 20 de diciembre se anotan 30 @ de algodón Se vendieron a 8 reales la @ 30 pesos


helado cosechado en noviembre y diciembre
1820 Se cosecharon hasta octubre 53 @ de algodón Se vendieron a 14 reales la @ 92 pesos 6 reales
1820 Se cosecharon en noviembre y diciembre 27 Se vendieron a 8 reales la @ 27 pesos
@ de algodón helado
1821 Se cosecharon 98 @ de algodón Se vendieron a 14 reales la @ 171 pesos 4 reales
1821 Se cosecharon 49 @ de algodón helado Se vendieron a 8 reales la @ 49 pesos
1822 Se cosecharon, hasta el 6 de diciembre, 54 Se vendieron a 14 reales la @ 94 pesos @ de algodón 4 reales

1822 Se cosecharon, hasta el 30 de diciembre, 27 Se vendieron a 8 reales la @ 27 pesos


@ de algodón helado
1823 Se cosecharon, hasta el 28 de octubre, 100 Se vendieron a 14 reales 175 pesos
@ de algodón
1823 Se cosecharon, hasta el 30 de diciembre, 50 Se vendieron a 8 reales la @ 50 pesos
@ de algodón helado
CUADRO 2. CALENDARIO AGRÍCOLA PARA LA PRODUCCIÓN DEL ALGODÓN DEL AÑO 1825.
HERMANDAD DE LAS ÁNIMAS. SAN JOSÉ Y SANTIAGO DEL ÁLAMO.265

1825 Acción Detalle Total


22 de febrero 7 peones se ocuparon en el desmonte 3 reales c/u 2 pesos 5 reales
de la tierra para la siembra del algodón
23 de febrero 8 peones trabajaron en el rompimiento de la tierra 3 reales c/u 3 pesos
24 de febrero 7 peones trabajaron en el mismo rompimiento 3 reales c/u 2 pesos 5 reales
24 de febrero Se anota el trabajo de 6 yuntas de bueyes los días 2 pesos c/u 12 pesos
de dicho rompimiento
25 de febrero 11 peones trabajaron levantando los bordos 3 reales c/u 4 pesos 1 real
26 de febrero 10 peones trabajaron en lo mismo que el día anterior 3 reales c/u 3 pesos 6 reales
2 de marzo 6 peones trabajaron en la siembra 5 de a 3 reales c/u1 de a 4 reales 2 pesos 3 reales
2 de marzo Se compraron para el algodonal 9 ½ varas de tierra 5 pesos 7 reales se le pagaron 5 pesos 7 reales
a Rosalío Cano, vendedor
14 de marzo Dos peones aplican el primer riego 3 reales c/u 6 reales
21 de abril Los peones aplican el segundo riego y la limpia 2 pesos 1 real
5 de mayo Se les paga a los peones por una limpia 4 pesos 4 reales
5 de mayo Para continuar la limpia 2 pesos 2 reales
5 de mayo Para continuar la limpia 6 reales
10 de junio Por la limpia del algodón 9 pesos
10 de julio Del agua del tercer riego y dos regadores 1 peso 4 reales
4 de agosto De la limpieza y cuarto riego 13 pesos 1 real
Continúa en la siguiente página
28 de sept. De los peones para la limpieza y quinto riego 9 pesos 2 reales
17 de octubre Se vendieron 5 @ de algodón Se vendieron a 14 reales la @ 8 pesos 6 reales
17 de octubre Se vendieron 3 @ de algodón Se vendieron a 24 reales la @ 9 pesos
17 de octubre Por la alcabala del anterior algodón 7 reales 7 reales
17 de octubre Se vendieron 10 @ de algodón Se vendieron a 18 reales la @ 22 pesos 4 reales
17 de octubre Se paga la alcabala de este algodón 1 peso 2 reales 1 peso 2 reales
17 de octubre Se vendieron 12 @ de algodón Se vendieron a 16 reales la @ 24 pesos
17 de octubre Se paga la alcabala de este algodón 12 reales 1 peso 4 reales
17 de octubre Se vendieron 17 @ de algodón Se vendieron a 12 reales la @ 25 pesos 4 reales
17 de octubre Se vendieron 13 @ Se vendieron a 16 reales la @ 23 pesos
Se paga el sueldo del velador del algodón 19 pesos 6 reales 19 pesos 6 reales
Se gastó en la pizca del algodón 14 pesos
17 de octubre Se vendieron 96 arrobas de algodón Se vendieron a 14 reales la @ 168 pesos
17 de octubre Se vendieron 9 @ de algodón Se vendieron a 12 reales la @ 13 pesos 4 reales

Nota: los datos en gris pueden estar interpolados con los movimientos de los años de 1825, 1826 y 1827. La importancia de
este cuadro es que nos permite conocer el calendario y la tecnología agrícolas.
CUADRO 3. PRODUCCIÓN ANUAL DE ALGODÓN 1820-1824.
COFRADÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS DOLORES. SAN JOSÉ Y SANTIAGO DEL ÁLAMO.266

Año Acción Detalle Total

1820 Se produjeron 17 @ de algodón Se vendieron a 12 reales la @ 25 pesos 4 reales


1821 Se produjeron 19 @ de algodón Se vendieron a 12 reales la @ 28 pesos 4 reales
1822 Se produjeron 15 @ de algodón Se vendieron a 12 reales la @ 22 pesos 4 reales
1824 Se produjeron 24 @ de algodón Se vendieron a 16 reales la @ 48 pesos
CUADRO 4. CALENDARIO AGRÍCOLA PARA LA PRODUCCIÓN DE ALGODÓN EN 1819.
COFRADÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS DOLORES. SAN JOSÉ Y SANTIAGO DEL ÁLAMO. AHCSILP. EXP. 243.

1819 Acción Detalle Total


17 de marzo Romper la tierra y componerla Un día, dos personas a 3 reales c/u 6 reales
26 de marzo Acarreo de rastras para cercar la labor Una persona acarreó las rastras 3 pesos
27 y 28 de marzo Dos personas cercaron durante dos días 3 reales c/u por día 1 peso 4 reales
29 de marzo Una persona. Trabajo indeterminado 3 reales 3 reales
30 de marzo Tres personas bordearon la tierra 3 reales c/u 1 peso 1 real
30 de marzo Dos personas regaron la laborcita 3 reales c/u 6 reales
16 de abril Cinco peones hacen la primera limpieza 3 reales c/u 1 peso 7 reales
24 de abril Los mismos regadores aplicaron 3 reales c/u 6 reales
el segundo riego
15 de mayo Los mismos regadores aplicaron 6 pesos 6 reales 6 pesos 6 reales
el tercer riego
30 de mayo Los mismos regadores aplicaron 6 pesos 6 pesos
el cuarto riego
12 de junio Los mismos 5 peones del 16 de abril 3 reales c/u 1 peso 7 reales
hicieron la segunda limpieza
15 de julio Los mismos regadores aplican 3 reales c/u 6 reales
el quinto riego
15 de noviembre Se cosechan 14 @ de algodón Valor de 12 reales por @ 21 pesos
15 de noviembre Costo de la pizca 2 reales por @ de algodón pizcado 3 pesos 4 reales
CUADRO 5. PRODUCCIÓN ALGODONERA DEL ESTADO DE DURANGO 1811-1831.
PRODUCCIÓN DE LEONARDO ZULOAGA EN COAHUILA, RANCHO DEL TORREÓN, 1855.267

Declarante Lugar de siembra Año de la cosecha Cantidad en @ Equivalencia


Miguel Zubiría Región algodonera del estado de Dgo. 1831 300,000 anuales 3,451 toneladas
José F. Pereyra Región algodonera del estado de Dgo. 1831 250,000 anuales 2,876 toneladas
José L. Flores Región algodonera del estado de Dgo. 1811-1827 80,000 anuales 920 toneladas
Leonardo Zuloaga Rancho Torreón268 1855 15,000 173 toneladas
APÉNDICE DOCUMENTAL

Real Cédula de Nuevas Poblaciones

«Don Felipe, por la Gracia de Dios, Rey de Castilla,


León, etc. A los Virreyes, Presidentes, Audiencias y Go-
bernadores, de las nuestras Indias del Mar Océano y a
todas las otras personas a quien lo infrascrito toca y
atañe y pueda tocar y atañer en cualquier manera: sa-
bed, que para los descubrimientos y nuevas poblazones
y pacificaciones de las tierras y provincias, que en las
Indias están por descubrir, poblar y pacificar, se haga
con más facilidad y como conviene al servicio de Dios y
nuestro y bien de los naturales, entre otras cosas hemos
mandado hacer las ordenanzas siguientes: a los que se
obligaren hacer la dicha poblazón y lo hubieran pobla-
do y cumplido con su asiento, por honrar más sus per-
sonas y descendientes y que de ellos, como primeros
pobladores, quede memoria, los hacemos hijosdalgo de
solar conocido a ellos y a sus descendientes legítimos,
para que en el puesto que poblaren y en otras cuales-
quier partes de las Indias, sean hijodalgo y personas
nobles de linage de solar conocido y por tales sean habi-
dos y tenidos y gocen de todas las gracias, honras y
preeminencias y puedan hacer todas las cosas que todos
los hombres hijosdalgo y caballeros de los Reinos de
Castilla, según leyes, fueros y costumbres de España,
pueden hacer y gozar. Hecho en el Bosque de Segovia, a
13 de julio de 1573».269

115
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Protestación de Juan de Morales

Oygan los sielos con todos los ánjeles y santos que go-
san de la vida eterna, la confisión que ago de la Fe cha-
tólica, y la protestasión270 de agrabios y ofensas echas
contra mi Dios y bienechor, y contra el mismo sielo, de
donde justamente bibo desterrado. Escúcheme la tierra
con los que en ella biben y séanme testigos todas las
criaturas, de la enmienda y pública satisfasión y engem-
plo. Estén atentos los ynfiernos con todos los espíritus
malinos y desdichadas almas tan justamente condena-
das a fuego eterno, y porque no se bolbieron a su dios y
no perseberaron en su fe y su amor, entiendan el escar-
miento que yo tomo en su cabesa, y en fin, generalmen-
te— sepan quantos esta carta de berdadera protesta-
sión271 y donasión de mi alma a dios y esta postrera y
última boluntad bieren, como yo, Juan de morales, mise-
rable pecador yjo pródigo, estando en mi sano y entero
juicio, digo que, abiendo rresibido de mi heterno padre
gran patrimoño y rriquesas del sielo en el discurso de
mi vida, las e menospreciado y e negado, desipado y
perdido, no estimando la eselensia y noblesa que es ser
yjo de dios. Declaro que soy sierbo suio por munchos
títulos; por título de creasión, pues me crió a su imagen
y semejansa para que le sirbiese, conosiese y amase; por
título de rredensión, pues quiso bajar desde los sielos
este pastor dibino en busca de mi alma como de obeja
perdida, y allándome en poder de los demoños, para me
resgatar me conpró con su sangre, pasando trinta i tres
años de esesibos trabajos; por título de donasión, pues
que yo, en el bautismo, yse boto solene de rrenunsiar las
ponpas y las (-2-) leyes del demoño y del mundo, y en-
tonses, el mismo dios onipoten(te), siendo señor supre-
mo y rrei de la gloria y io enemigo suio, y(jo) de yra y
cautibo del demoño, entonses digo sin mir(ar) mi bajesa
116
APÉNDICE DOCUMENTAL

sino a su gran bondad, tubo por bien que fue(se) Bauti-


sado en nombre de la santísima trenidad, dándome el
padre título de yjo, y el yjo los méritos y efetos de su
pasión y sangre, y el espíritu santo rresibiendo mi alma
por su esposa. Desdichado de mí, que no supe estimarlo
ni conserbarme en tanta onrra; en lugar de un contibo
(sic) y perpetuo agradesimiento (por) tantos benefisios,
eesido siempre desagradesido a (...) de gastar la bida en
amor y alabansa suia, ela gastado en agrabiarle y en
ofenderle con tantas qulpas (...) de mí, que por munchas
dellas he meresido penas del ynfierno como yngrato y
traidor; a sido su bondad Ymbenzible con mis males,
que quando yo más olbidado e bibido, se acordaba de
mí con públicas en espirasiones272 secretas, y cuando
me asía sordo, me llamaba v(a)rias beses con amenasas
y otras con alagos, unas beses con benefisios y rregalos,
y otras aflisiones y (...)zos. Y en fin, el tienpo todo de mi
bida es una conp(e)tensia de mis maldades y nenglijen-
sias, con su bondad y pasensia ynseparable, áme espe-
rado quanto a que b(uel)ba a penitensia, sea bendito
por ynfinitos siglos. Quanto á que bibo, me consoco por
yngrato (...) siempre multiplicando y acresentando pe-
cados y ab de (...) cosedido (sic) in pecado nasí y en
pecados e consumido la bi(da), siempre multiplicando y
acresentando pecados a pecados Miserable de mí, des-
dichado de mí, si el mismo dios que es ofendido no me
rresibe a su grasia y (po)ne el postrero rremedio, ái de
mí, pues como delinq(uen)te me presento delante del
tribunal de Justizia (y) (con)fieso mis pecados y males,
que son más que las are(nas) y las aguas del mar; yo me
jusgo por dino de castigos (eter)nos, yo consiento la sen-
tensia, yo me allano273 que p(or) (jus)tisia meresco mil
infiernos. Pero si se premite (sic) apelar (an)te tribunal
tan rriguroso de justisia y suplica(r) (-3-) (an)te el de
misericordia, y al mismo Juez supremo, y io apelo y su-
117
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

plico para su mismo tribunal de grasia, tomo por abo-


gado a Jesucristo, que por las leies de su ynfinita miseri-
cordia y de su grasia me defienda, rrepresente274 sus
méritos, su bida, su pasión y muerte, su engenplo, sus
asiones y quanto yso en espasio de trinta y tres años, no
por sí, que no tubo nesesidad, sino por mi rremedio y
salbasión. Y tú, rreina del sielo, bida, dulsura, esperan-
sa nuestra y madre de misericordia, sé mi abogada.
Nombro por mi prequrador275 al ánjel de mi guarda,
que sabe todos mis pasos, mis nesesidades. Sean mis
baledores276 los santos a quien tengo debosión, que son
San Juan Bautista, San Antoño de Pauda (sic) San Nico-
lás de Tolentino. Y arrodillado ante tu majestad, debino
señor mío y dios mío, mobido de la fe y alentado de la
esperansa y fiado de la caridad, suplícote que mires con
ojos de piedad que soy echura de tus manos, no me con-
denes ni me destruias, pues que no me criaste para tan
desastrados fines, sino para gosarte en el sielo; no esqu-
ches las aqusasiones de mis contrarios, pues que son
mentirosos caluñiadores y enemigos t(u)yos, no los oygas,
no sientan que faboreses a sus yntentos malos, dame tu
lus y grasia para que siempre (en)tienda tu boluntad y
la ejequte; que desde oy más determino y prometo de
obedeserte en todo y de as(er) penitensia de lo pasado;
no me despidas agora q(ue) te rruego y llamo, pues que
tú me rrogabas y llamabas aun quando yo te ofendía;
no me conden(es) ni desanpares agora que te busco y
deseo serbi(rte) pues que no desanparas a quien te bus-
ca. Y si ac(tuare) algún tienpo con flaquesa, enfermedad
mía, astusia o maña del demoño, dejare o ymagine (-4-)
cosa contraria a lo que aquí confieso y determino, desde
luego lo yrrito277 y doy por nulo; quiero que lo que pro-
pongo sea firme y baledero para sienpre, y de agora
para entonses y desde entonses para agora, me rrimito
a esta protestasión católica en que (es mi) boluntad de
118
APÉNDICE DOCUMENTAL

bibir y morir, con deseo de alcans(allo) donde conosca,


sirba y alabe a mi dios mi cria(dor), rredentor sin defetos
y sin pecados en conpañía de los santos por todos los
siglos de los siglos, amé(n)».
«(...) como yo, Ju(an) de morales, vezino de la villa del
saltillo, hijo lexítimo de Fran(cis)co de lessa y de Ju(an)a
gómez mis p(adr)es, vezinos de la villa de San Ju(an)
del puerto, en los rreinos de Castilla (...)».

119
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Oración manuscrita parrense278

«Al acostarse. Se rezará un Credo.


Gracias rendidas demos, a el Dios obnipotente,
que sacó de la nada la turva de los seres
él es quien nos da vida, él es quien nos proteje
y a quien su amparo falta, de continuo perece.
Mi corazón te adora y a toda hora te alaba
mi lengua balbuciente, dame pues los auxilios
de tu gracia peregne— Esta noche descanso
mientras el día buelve p(ar)a en él tributarte
ignos reberentes de un pecho agradecido
que te ama eternamente. Amén.
Al lebantarse Credo».

120
NOTAS
1 Los municipios de Durango son General Simón Bolívar, Gó-
mez Palacio, Lerdo, Mapimí, Nazas, Rodeo, San Juan de
Guadalupe, San Luis del Cordero, San Pedro del Gallo, Tl-
ahualilo. Los de Coahuila son Francisco I. Madero, Matamo-
ros, San Pedro, Torreón y Viesca. SARH, Estadísticas, 1989, p.
11
2 Aunque existe cierta diferencia entre los términos «Región

Lagunera» (hace referencia a la hidrología) y «Comarca La-


gunera» (que hace referencia a la población y entidades
políticas) los manejaremos en lo sucesivo como sinónimos.
3 SEGOB, Enciclopedia, 2004.

4 La actual ciudad de Zacatecas fue fundada por Cristóbal de

Oñate en 1548. En 1552, Ginés Vázquez del Mercado des-


cubrió el «cerro de Mercado», próximo a lo que posterior-
mente sería la capital de la Nueva Vizcaya, Durango. A dos
años de este descubrimiento, comenzaron las exploraciones
de Ibarra. Alessio Robles, Coahuila, 1978, p. 60.
5 Rojas Rabiela, Agricultura, 1991, p.189

6 Dice Bakewell: «Además de la necesidad básica de maíz, trigo

y carne, Zacatecas era abastecida de una gran variedad de


productos alimenticios menores, como nos revelan los in-
ventarios de las tiendas y los libros de manifestaciones. Tal
vez el artículo más importante entre éstos era el vino. Una
parte de éste se importaba de España, pero mucho del lla-
mado ‘vino de Castilla’ procedía de los viñedos de Parras,
que se encontraban al norte del distrito de Zacatecas, al otro
lado del límite de la Nueva Vizcaya. El vino era también
una de las mayores fuentes de recaudación de alcabalas»,
Bakewell, Minería, 1976.
7 Rojas Rabiela. op. cit., p. 189 y ss.

8 Feliciano Velázquez, Historia, 1982, t. I, p. 412.. En las fechas

de las fundaciones de casas y conventos, Velázquez parece


seguir más bien a Arlegui. Jiménez Moreno, al comparar las

121
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

crónicas de Arlegui y del padre Urrízar, concluye que para


1593 existían las siguientes casas franciscanas: Nombre de
Dios, fundada en 1562; Zacatecas, fundada en 1567; Duran-
go, fundada originalmente en 1557, ocupada de nuevo ha-
cia 1560-1561 y reocupada después bajo Francisco de Iba-
rra (1563-1575), no más tarde de 1572; San Juan del Río,
por 1573-1574; Sombrerete, en 1576; Valle de San Bartolo-
mé, en la Provincia de Santa Bárbara (fundada probable-
mente de 1570 en adelante, y antes de 1580; Charcas, por
1582; Saltillo (fundada en la villa de españoles; desampara-
da luego hacia 1586 y refundada en el pueblo de indios de
San Esteban en 1591); Chalchihuites, en 1582; San Juan del
Mezquital, en 1584 (según Urrízar y Arlegui); San Francis-
co del Mezquital, en 1588 (según Urrízar y Arlegui); Topia
por 1589-1590: Mezquitic, por 1590-1591; Colotlán, por
1591-1592; San Luis Potosí, por 1591-1592; Venado, en 1592
(según Arlegui) y Cuencamé, en 1593 (según Urrízar, Cuen-
camé es mencionado ya como pueblo en 1569, y como parte
integrante de una Alcaldía Mayor en 1589; ésta fecha últi-
ma da Arlegui para la erección del convento). Jiménez Mo-
reno, «Orígenes», en Memorias de la Academia Mexicana, 1952,
t. XI, n. 1, pp. 33-34.
9 El 12 de noviembre de 1590 fue nombrado Jorge de Verano

como «Alcalde Mayor de los Mezquitales, Cuencamé, Río


de las Nazas y Laguna», sucesor de D. Antonio Martín Za-
pata, quien había cumplido ya el período de un año asigna-
do a ese puesto. Esa alcaldía existía desde 1589, y el pueblo
desde veinte años antes. Jiménez Moreno, op. cit., p. 33.
10 De hecho, y dando la razón al padre Gutiérrez, el término

«Comarca Lagunera» más parece denotar a la «región en la


que existen lagunas», que «región en la que existe una la-
guna». Con el tiempo, a la laguna se le llamó «Laguna de
Mayrán». En 1777 ya se le conocía con ese nombre.
11 Urrutia, José de. Mapa que comprende la frontera de los dominios

del Rey en la América Septentrional. 1769. Library of Congress

122
NOTAS

Geography and Map Division. Washington, D.C. 20540-


4650.
12 Lafora, Nicolás de. Mapa de toda la frontera de los dominios del Rey

en la América Septentrional. 1771. Library of Congress Geo-


graphy and Map Division. Washington, D.C. 20540-4650.
13 Corona Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, p. 46. La

comarca sería entonces una «comarca lagunera», es decir,


una comarca de lagunas.
14 Núñez de Esquivel y Dionisio Gutiérrez, en su mapa glosado

de 1787, hablan de «Las generaciones de yndios según los


libros de Parroquia en la Hystoreta de la Laguna por el Lic.
Dn. José Dionicio Gutiérrez, actual Cura de Parras...». Se
refieren a la carta que el padre Gutiérrez envió al obispo de
Durango, Esteban Lorenzo de Tristán, con descripción y
noticias de los pueblos y parajes de la jurisdicción de Parras.
Este manuscrito fue fechado el 31 de diciembre de 1786.
Cfr. Corona Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, pp.
39-57.
15 Archivo General de Simancas, Nueva España, Provincias In-

ternas.
16 San Francisco del Mezquital, en el estado de Durango. Al

parecer incluía a San Juan del Mezquital, lugar poblado en


1591 con tlaxcaltecas, y que actualmente se llama Juan Al-
dama, en el norte de Zacatecas.
17 El clero requería permiso de la autoridad real para iniciar

este tipo de actividades, en concreto para este caso de dar


comienzo a labores misioneras en territorios no ocupados
todavía por otros miembros del clero regular o secular.
18 Felipe II a la Casa de Contratación de Sevilla, 6 de abril de

1594, AGI, México, 27 N. 62. Desde 1594, la región fue


conocida como «Provincia de la Laguna», «País de la Lagu-
na», «País de Lagunas» y «Comarca Lagunera».
19 Churruca Peláez et al., Sur, 1991.

20 Boj: perímetro, en este caso, de unos 140 kilómetros, o bien,

unos 45 kilómetros de diámetro si la laguna fuera completa-

123
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

mente circular. El término «laguna grande» era para dife-


renciarla de la de Guatimape, también en la Nueva Vizca-
ya. Los misioneros jesuitas de Parras al padre visitador,
Parras, 26 de octubre de 1609. Copia en el AHJAE.
21 «Certificación q(ue) dio el P(adr)e Fran(cisc)o de Arista,

R(ect)or de la casa de Guadiana y visitador de las missiones


de Parras y Tepehuanes de la Comp(añí)a de J(esu)s sobre el
assiento del pueblo de Parras y discurso q(ue) ha tenido
sobre la población de el, de 22 años a esta parte» . De esta
certificación que el padre Arista otorgó in verbo sacerdotis dio
fe Diego de la Torre «escrivano del Juzgado desta
jurisd(icci)ón de Parras, Laguna y Río de las Nasas» en la
presencia del capitán Diego del Roble, alcalde mayor y ca-
pitán a guerra de dicha jurisdicción. Rubricado en San Pe-
dro de la Laguna de la Nueva Vizcaya el once de septiembre
de 1619. Copia en el AHJAE.
22 Urrutia, José de. Mapa que comprende la frontera de los dominios del

Rey en la América Septentrional. 1769. Library of Congress


Geography and Map Division. Washington, D.C. 20540-4650.
23 Usamos el término aborigen en su sentido etimológico latino:

etnia o grupo que habita o usa de inmemorial («desde los


orígenes») un lugar o sus recursos, por comparación a las
etnias o grupos llegados posteriormente.
24 «Rodrigo de Río de Loza, caballero de la orden y hávito del

Señor Santiago, Governador y Capitán General de las Pro-


vincias de la Nueva Viscalla por el Rey nuestro señor, etc.
Por quanto su magestad me tiene cometido y mandado por
una Real Provición librada con acuerdo del Ylustrísimo Dn.
Luis de Velasco, virey lugar theniente y su Governador de
la Nueva España, y Capn. General de estos Reynos el hazer
las poblaciones que este Nuevo Reyno de la Galicia se han
de hazer y está mandado se haga de los yndios tlaxcaltecas
que su señoría ylustrísima ahora embió a este Reyno...» Cfr.
Valdés Dávila y Dávila del Bosque, San Esteban, 1991, p.
18; Alessio Robles, Coahuila, 1978, p. 125.

124
NOTAS

25 Tómese en cuenta que el término «advenedizo» o «venedi-


zo» no tenía en el siglo XVI el significado peyorativo de
«arribista». Las relaciones geográficas de la Nueva España
usan ese término para calificar a los indios que no eran «abo-
rígenes», es decir, que no eran oriundos de la región «de
inmemorial», sino que habían llegado de fuera en algún
momento de su historia reciente o antigua. El padre Arista,
en otro punto de su certificación de 1619 menciona a «Si-
meón tlaxcalteco», «Domingo Yritila» y a «Gerónimo Yri-
tila» entre los ancianos del pueblo de Parras que atestigua-
ron y conocieron la forma de la propiedad del agua del pueblo
al momento de su fundación.
26 Guerra, Historia, 1996, 21-23.

27 En 1819 aparece en el censo de la región, por vez primera, un

pueblo de Parras en contigüidad a una villa de Parras. El


pueblo era tlaxcalteca, la villa, española. El pueblo tenía
1,430 habitantes, y la villa, 2,000. Churruca Peláez et al.,
Before, 2000, p. 35.
28 AGN. Real Junta. Volumen único, fs. 207-213vta, 17 de agosto

de 1773.
29 Gibson, Tlaxcala, 1991, p. 179; Adams, Colonias, 1991, p. 234;

Corona Páez,, Tríptico, 2001, p. 29.


30 Adams, op. cit. 235; Churruca Peláez et al., Before, 2000, pp.15-17. 31

Cultivaba su viñedo parrense ya en 1597. Vasconcelos, Eva-


risto, 1997, pp. 178-179; Diego Fernández de Velasco, go-
bernador de la Nueva Vizcaya a Lorenzo, merced de tierras,
19 de agosto de 1597, ACM.
32 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, p. 67.

33 Colorados, Vahaanos o Baahanos, Guitazos, Obracanos, Cabe-

zas, Salineros, Colorados, Comanos, Tobosos, Mayos, Bayara-


mes, Pies de Benado, Tetecoras, Quesales, Obayas, Matachi-
chiguas, Guatimaras, Yurigayos, Yritilas, Manos Prietas,
Tuamanas, Tepas, Cacalotes, Alasapas, Cien Orejas, Guadia-
namares, Coporanes, Titiporas, Zibosporanes, Contotores, Co-
hahuilas

125
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

34 Se considera que la invención de la agricultura está asociada


a la etapa del neolítico.
35 «Civilización» en el sentido de cultura citadina.

36 Expresión con la que designaban a Dios y al Rey.

37 Por esta razón consideramos que fue nulo el impacto cultural

de los aborígenes laguneros en la formación de la fe o la


cultura de la Comarca Lagunera. Esos pueblos poseen un
interés que podemos llamar puramente «arqueológico», pero
no tienen ninguna relevancia en nuestra historia cultural.
Los estudios de ADN podrían darnos información de su po-
sible importancia en el proceso de mestizaje biológico de los
laguneros de vieja cepa. Como seres humanos, eran dignos
de recibir el evangelio, y precisamente esa fue la razón por
la cual los jesuitas establecieron sus misiones.
38 Don Antón o Antonio Martín Zapata había sido Alcalde Ma-

yor «de los Mezquitales, Cuencamé, Río de las Nazas y La-


guna» hasta el 12 de noviembre de 1590, fecha en que fue
nombrado Jorge de Verano como su sucesor. Jiménez More-
no, op. cit., p. 33.
39 Justicia mayor, alcalde mayor o teniente de alcalde mayor.

40 «Sufragánea», que depende de la principal, en cuya jurisdic-

ción se ubica.
41 Churruca Peláez et al., Sur, 1994, pp. 24-26.

42 Esta información se basa en una relación de 1603 sobre el

estado de la misión de Parras citado por Churruca Peláez,


Sur, 1994, pp. 24-26.
43 Guerra, Historia, 1996, pp. 21-23.

44 Los accidentes orográficos del valle de Parras eran muy aptos

para una defensa relativamente sencilla contra los ataques


de los indios. En gran medida, ésta fue la razón por la cual el
padre Juan Agustín de Espinoza y el capitán Antón Martín
Zapata escogieron esa área para la ubicación del pueblo de
Parras. Cfr. Alessio Robles, Coahuila, 1978, pp. 152-153.
45 Las misiones jesuíticas de Parras y su jurisdicción fueron

secularizadas en 1641 por el obispo de Durango, Francisco

126
NOTAS

Diego de Quintanilla Hevia y Valdés, O.S.B. (fungió como


obispo loa años 1640-1655). Vid Churruca Peláez et al., Sur,
1994, pp. 31-44. Adams da como fecha de secularización la de
1646. Adams, Colonias, 1991, p. 237.
46 Es decir, con una avanzada cultura política acorde a las leyes

españolas.
47 Ellos mismos tenían en su casa de Parras viñedos productivos

y bodegas para la producción de vinos y aguardientes. Cfr.


Churruca Peláez et al., Sur, 1994, pp. 157-181.
48 La real orden fue dada en El Pardo el 5 de abril de 1767.

AHCSILP. Exp. 374.


49 El 4 de diciembre de 1786 el Reino de la Nueva Vizcaya se

convirtió en la intendencia del mismo nombre. Las alcal-


días mayores dejaron de existir con ese nombre, ya que las
intendencias se dividieron en «partidos» administrados
por un subdelegado real, y en el caso de los pueblos, por
dos alcaldes ordinarios elegidos por el ayuntamiento. Por
real cédula de Carlos III expedida en Aranjuez el 21 de
mayo de 1785, las jurisdicciones de Saltillo y Parras deja-
rían de pertenecer a la provincia de la Nueva Vizcaya para
ser incorporadas a la de Coahuila. Esta división se hizo
efectiva el 27 de julio de 1787. Alessio Robles, Coahuila,
1978, pp. 2-4
50 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

51 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, p. 53, 298.

52 Municipio de la actual Comarca Lagunera de Durango, conti-

guo al de Mapimí, en el mismo estado. El presidio de San


Pedro del Gallo pasó a depender del gobernador de la Nue-
va Vizcaya en 1684. Antes dependía del virrey.
53 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, 264 y ss.; G. Saravia, Mi-

nucias, 1956, pp. 271-279.


54 «Lagunero» como gentilicio que se aplica a los habitantes de

la Comarca Lagunera, tanto de Coahuila como de Durango.


55 Esta conciencia de las rutas carreteras como algo propio que

requería defensa contribuyó de manera definitiva para que

127
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

el virrey otorgara privilegios fiscales a los parrenses, como


veremos más delante.
56 Corona Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, pp. 40 y ss.;

Guerra, Historia, 1996, pp. 206-223, 235-247.


57 Urrutia, José de. Mapa que comprende la frontera de los dominios

del Rey en la América Septentrional. 1769. Library of Congress


Geography and Map Division. Washington, D.C. 20540-
4650.
58 M. Ladd, Nobleza, 1984, pp. 113-114. Cfr. Vargas Lobsinger,

Formación, 1992.
59 M. Ladd, op. cit., p. 114.

60 Juan de Vizarrón, virrey de México, al conde de San Pedro

del Álamo, México, 13 de febrero de 1737. UTA, Latin Ame-


rican Collection. Janos, f. 001, sec. 01, pp. 051-067.
61 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 314-318. El conde lle-

gó incluso a absorber el costo del sostenimiento del presidio


del Pasaje, no lejos del de San Pedro del Gallo.
62 En 1605, Francisco Sosa era alcalde mayor de Mapimí. Cfr.

Fianza de Francisco Sosa, alcalde mayor de Mapimí, 1605.


AHGED. Minas, c. 1, exp. 35. En 1764, Manuel Gutiérrez era
alcalde mayor de Mapimí. AHGED, Ingresos, c. 13, exp. 34,
año de 1764.
63 Es decir, en un fuerte militar.

64 «Mapimí» en SEGOB, enciclopedia, 2004. 65

Ibid. «San Pedro del Gallo».


66 Ibid. «Nazas».

67 Ibid. «Mapimí», «Lerdo».

68 Ibid. «Simón Bolívar», «San Juan de Guadalupe». 69

Ibid. «San Luis del Cordero».


70 Ibid. «Gómez Palacio».

71 Ibid. «Viesca»; Alessio Robles, Coahuila, (1978).

72 Urrutia, José de. Mapa que comprende la frontera de los dominios

del Rey en la América Septentrional. 1769. Library of Congress


Geography and Map Division. Washington, D.C. 20540-
4650.

128
NOTAS

73 Corona Páez, Censo, 2000, p. 29.


74 Ibid., p. 19. Las variaciones se deben a un error de cálculo en
la población india (accidental o calculado en el contexto de
la lucha por el control del municipio) por quienes levanta-
ron el censo de 1825. Por lo tanto, las dos cifras constituyen
el máximo y el mínimo dentro del margen de error calcula-
do y explicado para la publicación de dicho censo.
75 San José y Santiago del Álamo, conocido en la actualidad como

Viesca, en Coahuila, era también conocido como «Álamo de


Parras», o simplemente «Álamo». Este nombre se haría fa-
moso cuando algunos de sus pobladores se integraron a La
Segunda Compañía Volante de San Carlos de Parras, la cual
pasó a Texas en 1803. En San Antonio fundaron el fuerte
del Álamo, que habría de convertirse en escenario de la
famosa batalla. «Second flying company of San Carlos de
Parras» en The handbook of Texas online, 2002. .
76 Corona Páez, Censo, 2000, p. 44.

77 «Viesca» en SEGOB, Enciclopedia, 2004.

78 Contreras Palacios, Matamoros, 2004, p. 92. 79

SEGOB, op. cit.


80 Ibid.

81 Ibid.

82 Ibid.

83 Ibid.

84 Los historiadores locales de Parras han discutido en torno a si

los tlaxcaltecas fueron o no fundadores de Santa María de


las Parras. Parten del falso a priori de que solamente los
primeros fundadores son verdaderos fundadores, y esta pre-
misa, muy propia de la cultura del siglo XXI, no va acorde a
los principios de la Real Cédula de Nuevas Poblaciones ni
con los del derecho indiano. Para ser considerado «descu-
bridor o poblador» no era necesario llegar con el primer
descubridor, sino comprometerse a permanecer poblando un
lugar previamente despoblado (en términos culturales es-
pañoles) durante cierto tiempo, y cumplir con dicho asiento

129
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

de vecindad. Cada nuevo asentamiento, aunque fuera un


simple rancho, satisfacía esta posibilidad. Los territorios
chichimecas no se consideraban poblados por éstos confor-
me a derecho, sino realengos, ya que el término «poblador»
implicaba necesariamente arraigo a la tierra, derecho de
propiedad.
85 Alessio Robles, Coahuila, 1978, p. 401. Nótese que Alessio

Robles solamente menciona las poblaciones coahuilenses


debido a los límites intrínsecos de su trabajo.
86 Maturana R., Realidad, 1997, p. 175.

87 El «lustre» de la nobleza de un señor español del siglo XVI,

consistía en su «hacienda», es decir, en la posesión de bie-


nes, particularmente los inmuebles. Si los usaba a su capaci-
dad productiva, o no, era un asunto secundario.
88 Antonio María de Lazaga, dueño de una hacienda vitiviníco-

la y descendiente de los antiguos dueños de la hacienda de


San Lorenzo en Parras, comentaba a principios del siglo XIX
que «Aunque su costo en las haciendas en donde se cosecha
la uva y se fabrica el vino no puede tener una regulación tan
patente y fiel, pero se ha deducido por cálculos prudentes
ser el de la tercera parte de su valor». AGN. Alcabalas. Volu-
men 274, expediente 4, fojas 203-275vta. Este cálculo su-
pone la recuperación de la inversión más un 200% de utili-
dad neta. Los márgenes de utilidad en las huertas
vitivinícolas del pueblo de Parras podían ser muy superio-
res en porcentaje, aunque los volúmenes de producción eran
mucho menores. Cfr. Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, p.
175-176.
89 Este fue el caso de los Pérez Medina. Sus viñas del Escultor y

de la Orilla del Agua contaban hacia 1777 con un total de


800 o 900 cepas en 4,248 metros cuadrados de terreno. Co-
rona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 198-219.
90 Municipio, ayuntamiento y cabildo eran sinónimos en cuanto

instituciones de gobierno. Equivalen asimismo a la «anteigle-


sia» vasconavarra. Dougnac Rodríguez, Manual, 1994, p. 165.

130
NOTAS

91 De hecho, casi desde la fundación del pueblo, Urdiñola y sus


descendientes mantuvieron un pleito contra el pueblo de
indios de Parras, para despojarlos del agua. Pero cuando no
tenían derecho de agua, compraban de la hacienda de los
marqueses o del colegio de los jesuitas la necesaria para el
cultivo de sus viñedos. Cfr. Corona Páez, Vitivinicultura, 2004,
pp. 186-190.
92 Es decir, usaban sus huertas y tierras de labranza para esta-

blecer principalmente viñedos, aunque a veces tenían algu-


na sección de la huerta con frutales.
93 Con tal de conservar la mano de obra libre del pueblo, sus

cosecheros llegaban a pagar hasta el doble de lo que paga-


ban las haciendas de los alrededores por jornada. Corona
Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 190-198.
94 En la España del siglo XVIII, se les llamaba cosecheros a los

vitivinicultores. En Parras, eran considerados cosecheros


aquellos productores que vinificaban las uvas de sus pro-
pios viñedos, en contraposición a los productores que com-
praban la uva (uva de comercio) para vinificarla (los comer-
ciantes).
95 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, 314-334.

96 Algunas cofradías cultivaban no solamente vid, sino también

maíz, frijol y otros cultivos de subsistencia, aunque en mu-


cha menor escala que la vid.
97 M. Ladd, Nobleza, 1984, p. 114.

98 Industrial de carácter artesano, pero ciertamente se trataba

de actividades de transformación. A la producción de la uva


le seguía su transformación en vinos, aguardientes y licores.
99 La vid, al igual que el algodón, son cultivos «sociales» en el

sentido de que requieren del trabajo de muchas manos en


diversas tareas. Históricamente, la vid y el algodón dieron
trabajo a un gran sector de la población económicamente
activa de la Comarca Lagunera entre los siglos XVII y XX.
100 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 183-186.

101 En la práctica, estos laguneros no estaban muy seguros de

131
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

que la sola gracia de Dios bastara para su salvación. Santia-


go dice que las buenas obras atestiguan y perfeccionan la fe
viva del creyente y manifiestan la presencia del Espíritu,
pero el apóstol no implica que el creyente «quiera comprar»
con esas obras la gracia Divina. ¿Cómo podía comprarse lo
que se obtiene gratis? Cfr. Santiago 2: 14-26. Para el após-
tol, las buenas obras son signo de la presencia del Espíritu.
Para él, una fe estéril es una fe dudosa.
102 Corona Páez, «Mentalidad religiosa y prestigio social» en

Provincias Internas, 2001.


103 Don Antonio se declaró el primer Patrón de la capellanía, y a

su muerte le sucederían sus hijos varones de mayor a menor,


prefiriendo la línea de varón a la femenina. El primer cape-
llán fue su hijo Joseph de Estrada, quien a título de dicha
capellanía se ordenó en el ministerio sacerdotal. Cfr. AHC-
SILP. Exp. 313
104 La viña medía 5,266 varas y tres cuartos, superficie de la que

había que restar 816 varas cuadradas eriazas; quedando


cubiertas de cepas 4,001 varas cuadradas con cepas separa-
das entre sí cinco cuartas cada una. AHCSILP. Exp. 313.
105 Testamento, José Ygnacio de Mier y Therán, beneficiario,

Santa María de las Parras, 6 de octubre de 1798, AHCSILP.


Exp. 340.
106 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

107 Diccionario de la Langua Castellana, 1817.

108 Ibid.

109 El concepto católico colonial de salvación lo trataremos en

otro apartado.
110 Basta dar un vistazo a los libros de cofradías de Parras y de

San José y Santiago del Álamo, para reconocer de inmediato


estas funciones a través de sus actividades cotidianas.
111 Desde su mentalidad, así lo entendían los cofrades.

112 Las constituciones de la cofradía tlaxcalteca del Santísimo

Sacramento fueron aprobadas y llegaron a Parras el 18 de


junio de 1669. Cfr. Cofradía del Santísimo Sacramento de la

132
NOTAS

república de naturales tlaxcaltecas, el gobernador, alcaldes,


regidores y república de naturales tlaxcaltecas del pueblo de
Santa María de las Parras, 1669-1783. Solicitudes para su
fundación, autorización para la misma, constituciones,
donaciones, AHCSILP. Exp. 551.
113 Cuando se fundó la cofradía del Santísimo Sacramento, los

tlaxcaltecas contaban ya con la del Santo Entierro de Cristo,


la cual fue constituida el 13 de diciembre de 1622. Churruca
et al., Sur, 1994, p. 221.
114 El arrendamiento tierras para viñedo fue una práctica muy

extendida en Parras, dados la redituabilidad de la produc-


ción vitivinícola.
115 La legitimidad implica que la bebida se hizo exclusivamente

de uva, sin añadidura de materias primas extrañas. El aguar-


diente de orujo lo destilaban los parranses desde 1659. Cfr.
Corona Páez, Disputa, 2000, p. 20.
116 Cavazos Garza, Cedulario, 1964, p. 63.

117 Manuscrito, AGEC, Fondo Colonia, c. 10, exp. 21; Valdés y

Valdés, Fuentes, 1998, p. 82.


118 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

119 Atanasio G. Saravia solamente menciona que era de pensarse

que las cosechas de algodón en la región de San Juan de


Casta y las márgenes del río Nazas, que comenzaron en 1812,
se debieran a la escasez provocada por la guerra de inde-
pendencia con el consiguiente aumento en el precio de la
fibra. G. Saravia, op. cit., p. 275.
120 Estos son los lugares que contaban con «fábricas» de mantas

y telas de algodón que mencionan José de Matos, Miguel


Zubiría, José Leonardo Flores y José Francisco Pereyra en
su declaración de 1831. Por medio de arrieros, los laguneros
enviaban a estas fábricas el algodón producido. G. Saravia,
op. cit., pp. 271-279
121 El Comandante de las Provincias Internas de Occidente,

mariscal de campo don Bernardo Bonavia y Zapata, a los


curas y habitantes de Cuencamé, Cinco Señores, Mapimí,

133
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Gallo, San Juan de Casta, Álamo de Parras y Parras» 22 de


julio de 1813, AHCSILP, Edictos y proclamas 1813-1817,
expediente 743, documento II
122 Se refiere a la guerra de independencia en las etapas inicia-

les de Hidalgo y Morelos, y a la «tierra afuera», es decir, el


centro y sur de la Nueva España. De hecho, esa guerra es
percibida en este documento como «ajena» a las provincias
del norte.»El Comandante de las Provincias Internas de
Occidente, mariscal de campo don Bernardo Bonavia y Za-
pata, a los curas y habitantes de Cuencamé, Cinco Señores,
Mapimí, Gallo, San Juan de Casta, Álamo de Parras y Pa-
rras» 22 de julio de 1813, AHCSILP, Edictos y proclamas
1813-1817, expediente 743, documento II.
123 Ver cuadro 1 en el apéndice documental. No se transcribie-

ron todos los años de producción.


124 Ver apéndice documental, cuadros 2, 3 y 4. No se transcribie-

ron a este trabajo todos los años de producción, sólo una


muestra.
125 De hecho, podía haber otras fuentes de ingresos ordinarios o

extraordinarios, como eran las limosnas y las obras pías y


legados de personas solventes en favor de la cofradía.
126 AHCSILP, exps. 236 y 243.

127 La figura jurídica de la Compañía mercantil ya existía en la

era colonial (Siete Partidas, Título X, Ley III de la Partida


5ª) aunque sin responsabilidad limitada ni con los atributos
de la «persona moral». Cfr. Barrera Graf, Sociedades, 1983.
128 AGN, Procedencia institucional de sus fondos, 2005.

129 Cerutti, Propietarios, 2000, p. 69. Se trata de las sociedades

anónimas.
130 Unos pocos ejemplos de sociedades anónimas creadas en la

Comarca Lagunera (otras muy importantes para la historia


económica regional eran foráneas) son las siguientes, con su
fecha de constitución: «Fábrica la Alianza, S.A.» (26 de ene-
ro de 1891); «Tranvías de Lerdo a Torreón, S.A.» (10 de
junio de 1898); «Compañía de Luz y Fuerza Eléctrica, S.A.»

134
NOTAS

(6 de agosto de 1898); «Industrial Jabonera de La Laguna,


S.A.» (16 de noviembre de 1898). Montellano Prieto,
Testimonio, 1999.
131 Los precios anuales de la arroba de algodón, según los regis-

tros alamenses, eran de 20 reales (el real era un octavo de


peso) en 1810, para luego estabilizarse en 14 reales hasta
1824, en que el precio subió a 16 reales la arroba. En 1825
el precio bajó por la apertura a las importaciones de mercan-
cías de origen extranjero. AHCSILP. Exp. 236 y 243; G. Sara-
via, op.cit., pp. 271-279.
132 Urrutia, José de. Mapa que comprende la frontera de los dominios

del Rey en la América Septentrional. 1769. Library of Congress


Geography and Map Division. Washington, D.C. 20540-
4650.
133 G. Saravia, op. cit., pp. 274-275. 134

G. Saravia, op. cit., p. 275.


135 Actualmente la ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila.

136 Carta de Leonardo Zuloaga a Santiago Vidaurri del 19 de

abril de 1856 en Martínez Cárdenas, Región, 1999.


137 Cinco Señores del Río de Nazas. «Quaderno del medio real

de pensión en arrova de algodón en el año de 1817», AGN,


Alcabalas, volumen 337, expediente 1, fojas. 1-7v.
138 «Memoria de Durango recopilada por Ramón Salcido», Vic-

toria de Durango, 31 de enero de 1848, AHJAE. FFV, caja


3, folder 2, documento 1, 27 ff.
139 Oficio de Basilio Mendarosqueta, gobernador de Durango a

Carlos García, ministro de relaciones exteriores. Comunica


que se expidió pasaporte a Domingo Urruticoechea, origi-
nario de España para que se traslade a Estados Unidos. AGN,
Movimiento Marítimo, Pasaportes y Cartas de Seguridad,
volumen 036, sección II, 1833/11/08-1833/12/27, fojas
125-126, Durango, México.
140 La familia Prince estaría posteriormente vinculada de mane-

ra directa con la hacienda matamorense «La Soledad» y


anexos, y con la fábrica de hilados y tejidos de algodón «La

135
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Amistad» de Gómez Palacio, Durango. José Esteban Mel-


chor de Jesús Prince, hijo de J. Melchor Prince y María Ma-
rín, coetáneo de Urruticoechea, residía en Mapimí . El 14 de
mayo de 1854 casó en Saltillo con Margarita Saucedo. De
este matrimonio nació Santiago Prince Saucedo.
141 Corona Páez, Censo, 2000, p. 25.

142 La división medieval entre los estamentos de los «bellatores»

(guerreros) y los «laboratores» (trabajadores) persistió en la


mentalidad castellana de las clases altas, que consideraban
que el ejercicio de las armas era la única actividad digna de
los nobles, y que el trabajo denigraba. Los vascos, que goza-
ban de hidalguía universal por fuero de Castilla, no veían
en el trabajo ninguna deshonra. Los tlaxcaltecas gozaron
primero hidalguía universal y los norteños la refrendaron
con las capitulaciones de 1591, tampoco se sentían particu-
larmente ofendidos por el trabajo, sobre todo si eran propie-
tarios.
143 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

144 Corona Páez, Censo, 2000, pp. 43-44. Mixares aclara que no

había nacido en la región, aunque tenía más de treinta años


de vecindad en ella, y que, por lo tanto, no le movía un
orgullo regionalista para calificar así a los laguneros.
145 G. Saravia, op. cit., p. 276.

146 Dionisio Gutiérrez escribió dos textos diferentes. Éste que

citamos lo escribió para la visita de Teodoro de Croix a Pa-


rras en 1777, documento que el capellán de Croix, el padre
Morfi, utilizó para escribir sobre Parras. Corona Páez y Saka-
nassi Ramírez, Tríptico, pp. 29-37. La Compañía de Jesús fue
desterrada en 1767, y sus bienes pasaron a ser administra-
dos por la llamada «Ocupación».
147 Se refiere al ojo de agua y a la huerta que tenían los jesuitas

anexos a su casa y colegio de Parras, administrados por los


superiores jesuitas hasta 1767.
148 Era propietario de La Peña con su ojito de agua, Mesteño y

Mimbre, con unos chupaderos ya despoblados para 1777, la

136
NOTAS

hacienda de San José de Ramos, la hacienda de San Juan de


Casta, y una casa principal en el real de Mapimí. Cfr. Corona
Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, p. 34. Eduardo
Guerra, Historia, 1996, da cuenta de las enormes extensio-
nes de tierra que poseían estas personas a finales del siglo
XVIII.
149 Ya hemos visto que el mayorazgo de los marqueses de Agua-

yo se unió al de los condes de San Pedro del Álamo, en la


actual Comarca Lagunera de Durango.
150 Lucas de Lazaga o La Saga era dueño de la hacienda vitiviní-

cola de San Lorenzo, llamada también «hacienda de Aba-


jo», no lejos de Parras. Actualmente pertenece a la «Casa
Madero». No era la misma que la hacienda de «San Lorenzo
de La Laguna».
151 Corona Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, p. 34. 152

Manuel Plana, Reino, 1996, pp. 55 y ss.


153 Martínez García, Santa Anna, 1995, pp. 35-84, ha señalado

que una buena cantidad de los habitantes originales de la


villa de Matamoros, en Coahuila, habían sido expulsados de
la congregación del Saucillo, en la hacienda de Hornos. En
1809, estos habitantes del Saucillo, al ser obligados a aban-
donar su congregación, habían declararon ser originarios
ellos y/o sus familias de Parras y de San José y Santiago del
Álamo. En un avance migratorio hacia el oeste, muchos de
los expulsos se establecieron en Matamoros, San Lorenzo de
La Laguna, La Concepción y otros lugares aledaños. Conte-
ras Palacios ha consignado que las familias que poblaron
por vez primera el «rancho del Torreón» para quedarse,
procedían de estos lugares de la hacienda de San Lorenzo de
La Laguna: «el Alamito, San Lorenzo, el Tajito de Piedra,
San Miguel y la Concepción». Cfr. Contreras Palacios, Rese-
ña, 1994, pp. 18-19 y Leonardo, 2003, pp. 85-88. Por humil-
des que fueran estos campesinos, sus apellidos eran neta-
mente matamorenses, parrenses, viesquenses, de viejo cuño
criollo, mestizo o tlaxcalteca.

137
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

154 La danza de «matachines» constituye la más multitudinaria


expresión de la religiosidad popular de la ciudades conur-
badas de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo. Se asocia de ma-
nera particular al culto a la virgen de Guadalupe, y en
Torreón el mes de diciembre —mes de peregrinaciones y
matachines— es el período más sagrado del año, mes de
devoción profunda, sobre todo si se le compara con la sema-
na santa. En el área rural la secular expresión de la religio-
sidad popular incluye las danzas, pastorelas, coloquios, man-
das «de hábito», cantos, y numerosas devociones públicas y
privadas.
155 San Esteban de la Nueva Tlaxcala proporcionó pobladores

para catorce pueblos durante la era colonial. Cfr. Valdés


Dávila, «Poder y disimulo» en Coahuila, 2003.
156 Corona Páez y Sakanassi Ramírez, Tríptico, 2001, pp. 30-33. 157

El Lienzo de Tlaxcala los llama «tlatoque», plural de «tla-


toani» o señor soberano.
158 Tizatlán, Ocotelolco, Tepectípac y Quiahuiztlán. 159

O «Tecoacingo».
160 Cada rey era soberano en su señorío, pero para defenderse

mejor se confederaban y unían fuerzas en caso de ataque


militar.
161 Muñoz Camargo, Historia, 1982, libro II, cap. III, pp. 184-

185.
162 Díaz del Castillo, Historia verdadera, 1976, cap. LXXVIII, p. 135.

163 Los presagios que anunciaron a los mexica su conquista y

destrucción han sido bien estudiados por Miguel León Por-


tilla.. Bernardino de Sahagún los menciona y, entre otras,
describe la sexta señal: «se oía en el aire de noche una voz
de una mujer que decía ‘Oh hijos míos, ya nos perdemos’».
Cfr. Sahagún, Historia, 1989, Libro XII, cap. I.
164 Tanto los prodigios como la lectura que de ellos hicieron los

tlaxcaltecas los refieren tanto Muñoz Camargo op. cit., libro


II, cap. I, como Díaz del Castillo op. cit., y en la actualidad
Garibay y León Portilla, Visión, 1989.

138
NOTAS

165 Ab initio, «desde el principio de los tiempos». El término


nobiliario español equivalente sería «de inmemorial». An-
tes de la llegada de Cortés se calificaban a sí mismos como
«teochichimecas», es decir, «chichimecas verdaderos» o «di-
vinos chichimecas» para diferenciarse de las otras tribus
nahuas del centro de México. Muñoz Camargo, Historia,
1978, libro I, cap. XII, pp. 103-105.
166 «Freiherr» significa literalmente «hombre libre» y a la vez

constituye el título de nobleza de barón.


167 Hay infinidad de testimonios documentales que sustentan la

veracidad de esta afirmación.


168 Esta guerra de baja intensidad la libraron los chichimecas

desde el norte del río Lerma hasta la región del Saltillo


durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XVI.
Vid Philip Powell, Capitán mestizo, 1980.
169 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 167-171

170 El texto proviene de un traslado eficazmente sacado de la

Real Provisión de 14 de marzo de 1591 otorgada por S.M.


Felipe II, firmada por el virrey Luis de Velasco y por Martín
López de Gauna, escribano mayor de gobernación, tal como
aparece en Valdés Dávila y Dávila del Bosque, San Esteban,
1991, pp. 51-57. Por otra parte, la misma concesión de hi-
dalguía estaba a disposición de los colonos españoles por la
Real Cédula de Nuevas Poblaciones, aunque de hecho fue-
ron los tlaxcaltecas quienes en diversas ocasiones más se
preocuparon de refrendar por escrito su nobleza.
171 Ibid.

172 Alessio Robles, Francisco de Urdiñola, 1981, p. 93.

173 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

174 AHCSILP. Exp. 304. Por esta razón, el 14 de agosto de 1716

fundaron una capellanía de dos mil pesos sobre la casa y


viña.
175 AHCSILP. Exp. 304.

176 AHCSILP. Exp. 310, julio de 1751.

177 AHCSILP, testamento, 6 de septiembre de 1749, exp. 308.

139
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

178 «Nasa. Red redonda y cerrada con un arco en la boca, desde


donde se va estrechando hasta el fin en forma de manga.
Nassa». «Cesta de boca estrecha que llevan los pescadores
para echar la pesca». Real Academia Española (1817).
179 Pérez de Ribas, Triunfos, 1944, afirma que «a la cabecera de

esta doctrina y Misión dieron los españoles nombre de Pa-


rras, por haber hallado en esta tierra un género de plantas
silvestres parecidas a las parras de Castilla».
180 Alessio Robles (1978) da noticia de la merced de tres caballe-

rías de tierras que Martín López de Ibarra se hizo a sí mis-


mo en «el valle del Pirineo, que es el de Parras», el 1 de
abril de 1578.
181 Alessio Robles, Coahuila, 1978, p. 140, menciona esta merced

de dos caballerías «adonde acaba el río Guadalupe, por bajo


de una ciénega que hace una angostura, donde juntan los
cerros, que vuelve a encanchar (sic) las tierras, que más aba-
jo hay parras, tunas y mezquites...»
182 Alessio Robles, Coahuila, 1978, indica que en dicha casa ha-

bía ya parras sembradas en 1594.


183 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, p. 121 y ss. 184

Francois Chevalier, Formación, 1985.


185 Ya hemos indicado que, por el Fuero Nuevo de Castilla

(1526), los vascos gozaban de hidalguía si podían demos-


trar que los apellidos de sus tatarabuelos eran todos de ori-
gen vasco. Esta es una de las razones que favorecieron la
endogamia entre vascos, el afán de mantener su preciada
hidalguía y exención de impuestos.
186 Don es una palabra que procede del latín Dominus, «señor»

con dominio.
187 M. Ladd, Nobleza, 1984, pp. 12-15.

188 Ver texto de esta real cédula en el apéndice documental.

Existen antecedentes de ennoblecimiento de conquistado-


res y pobladores en la Real Cédula de 15 de enero de 1529
del Rey Carlos I a los pobladores de la Isla Española.
189 Urdiñola seguramente fue el primer español en contar con

140
NOTAS

un viñedo propio, pero no hay indicios de que su producción


—al menos en esa época— estuviese destinada a la comer-
cialización.
190 Vasconcelos, op. cit., pp. 178-179.

191 Corona Páez, San Juan Bautista, 1997, pp. 24-26.

192 Donación de agua del pueblo a los jesuitas de Parras. 27 de

julio de 1635. AHJAE.


193 El 29 de marzo de 1637 fue bautizada en Parras Juana, hija

de «Joan Gonçalez y María de Olea, su mujer, españoles».


Los padrinos fueron Francisco Gutiérrez Barrientos y doña
María de Cárdenas, su mujer. El 2 de abril de 1641 fue
bautizada —también en en Parras— Beatriz, hija de «Joan
Gonçalez y María de Olea. su mujer». Los padrinos fueron
«Pedro de Amaya y Beatris de Cárdenas, su mujer.» Libro 1
de Bautismos de la parroquia de Santa María de las Parras.
Fondo Sacramentos del AHCSILP. No deja de ser interesante
notar que el compadre de Juan González de Paredes, Fran-
cisco Gutiérrez Barrientos (padrino y tío materno de la re-
cién bautizada Juana González Olea) era uno de los prime-
ros vitivinicultores parrenses y, por esa época, dueño de la
hacienda y bodegas de San Lorenzo. Francisco era un Gutié-
rrez, cuñado de Lorenzo García porque su hermana Leonor
Gutiérrez estaba casada con éste.
194 Corona Páez, San Juan Bautista, 1997, p. 26. 195

Corona Páez, Disputa, 2000, pp. 15 y ss. 196


AHCSILP. Exp. 323
197 Ibid.

198 Ibid. Su servicio de mesa pesaba 18 marcos menos una onza

de plata, esto es, tres kilos con 910 gramos. Constaba de


cuatro platos, diez cucharas, diez tenedores, un salero y un
vaso, valuados en $107 pesos. El marco de plata constaba de
ocho onzas y pesaba 0.230 kilos.
199 Ibid.

200 Ibid.

201 Núñez de Esquivel y Gutiérrez del Río, Mapa, 1787.

141
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

202 Churruca Peláez et al., Before, 2000, p. 27 y ss.


203 Ibid.
204 Ibid.

205 Ibid.

206 Para mayor infortunio de los descendientes de los tlaxcalte-

cas, éstos comenzaron a ser considerados «traidores» por la


naciente historiografía nacional centrada en la ciudad de
México y en «lo azteca».
207 Las monedas de plata que circularon en el siglo XVIII eran del

tipo llamado «columnario». En su anverso mostraban la


imagen de dos mundos entrelazados bajo una sola corona,
los mundos colocados sobre un océano flanqueado por las
columnas de Hércules. En la parte superior, la leyenda «Utra-
que Unum» que significaba «de ambos, uno». En el reverso
aparecía el escudo real y la leyenda «por la gracia de Dios,
rey de España y de las Indias».
208 Existen numerosos estudios que abordan el aspecto simbóli-

co de la numismática: la moneda y el epígrafe como factores


de comunicación, de propaganda y de identidad en diversas
épocas y lugares de la historia. Por lo que se refiere al signo
del dólar, es bien conocido entre los numismáticos estado-
unidenses y mexicanos que el peso mexicano era moneda de
curso legal en todo el mundo, y que cuando los comerciantes
de las trece colonias, posteriormente estadounidenses, que-
rían indicar que la transacción se haría en pesos mexicanos,
dibujaban el pilar con la banderola, que simplificaron por
medio del signo « $ «.
209 Un precioso texto saltillense, la «protestación» de Juan de

Morales, escrita en Saltillo antes de 1650, se transcribe en el


apéndice documental. Juan de Morales era un español naci-
do hacia 1580 en San Juan del Puerto, en Andalucía. El
texto es una acabada obra de teología y antropología que
nos muestra cuáles ideas eran aceptables para los cristianos
de la Nueva Vizcaya en la época de la fundación de Parras.
Seguramente contó con la asesoría de un sacerdote. Ese

142
NOTAS

mundo de inseguridad y de culpa se trasluce de manera


extraordinaria. AMS, Testamentos, c. 1, exp. 35.
210 Aunque de acuerdo a la ley indiana, los testamentos debían

contar con la expositio o profesión solemne de fe del creyente,


ésta solía variar de persona a persona y mostraba claramen-
te cuáles eran las actitudes que le movían a hacer dicha
profesión. Además, los santos a los que invocan y los oficios
que les encomiendan son diferentes. Todos coinciden en
mostrar a Dios muy lejano de la realidad humana. Cfr. Mija-
res Ramírez, Escribanos, 1997, p. 118.
211 Equiparable al martirio, es decir, a la pena de muerte como

consecuencia directa de la confesión de la fe.


212 El sentido expiatorio de la muerte de Jesús aparece en todo el

nuevo testamento, y en su paralelismo con la expiación del


sumo sacerdote, en la carta de Pablo a los Hebreos.
213 Vicente Ribes Iborra, Popular, 1997, p. 37

214 Oración manuscrita parrense, AHCSILP, libro de gastos 1797-

1817, Iglesia de nuestra. Señora de Guadalupe, exp. 175.


215 Es decir, los tiempos o divisiones del año litúrgico.

216 Carrete Parrondo et. al., Grabado, 1987.

217 Testamento del capitán Nicolás de Asco, militar y comercian-

te hacia 1690, Parras, AHCSILP. Exp. 306


218 AHCSILP. Exp. 323.

219 La vara era una medida de longitud menor al metro, ya que

tenía 83.8 centímetros. La tercia de vara tenía 27.93 centí-


metros. La cuarta de vara tenía 20.95 centímetros. Brambila,
Topografía, 1948, p. 453.
220 AHCSILP. Exp. 325.

221 Contreras Palacios, Reseña, 1994, pp. 27-29.

222 La arroba de peso tenía 11.50616 kilogramos de peso y la

libra constaba de 0.46025 kilogramos, es decir, pesaba 460


gramos. Cfr. Brambila, op. cit., p. 454.
223 Estos conceptos y cantidades corresponden a los utilizados

por la Cofradía de Guadalupe, en la fiesta de Corpus. Parras,


junio de 1757. AHCSILP. Exp. 231.

143
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

224 Ibid., 24 de junio de 1759.


225 Mito en el sentido de verdad o acontecimiento aceptada so-
cialmente, sin comprobar su veracidad, su falsedad o su gra-
do de apego a la realidad.
226 Muñoz Camargo, Historia, 1978, libro II, cap. V, p. 213.

227 Literalmente, Santiago, el que mata a los moros.

228 Basta dar un vistazo a los «libros de fábrica» que se conser-

van entre los expedientes del AHCSILP.


229 A tal grado llegaba la producción de la hacienda de Santa

Teresa, situada entre Torreón y San Pedro, Coahuila, que


Rafael Arocena —su dueño— podía modificar el precio de
la fibra en dicha ciudad. Desde luego, no era el único mag-
nate algodonero de la región, aunque sí uno de los más re-
presentativos. Cfr. Mario Cerutti et al., Vascos, 1999.
230 Municipio de Viesca, Coahuila.

231 Ireneo Paz, Álbum, 1910.

232 Gutiérrez Galindo, Catálogo, 2002.

233 El total de nacidos en el extranjero nunca pasó del 5% de la

población de la ciudad.
234 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 180-182. 235

G. Saravia, op. cit., pp. 274-276.


236 Juan Nepomuceno Francisco Flores Alcalde fue bautizado en

la catedral de Durango el 11 de julio de 1797 y era hijo


legítimo del coahuilense José Leonardo Flores y de la du-
ranguense María de la Luz Alcalde. Sagrario Metropolita-
no de la catedral de Durango. Libro de bautismos.
237 Eduardo Guerra, Historia, 1996, p. 276 y ss.

238 Martínez García, Santa Anna, 1995.

239 AGN, Tierras, vol. 1389, 1ª parte, exp. 1, fs. 202, años 1807-

1809.
240 Sus apellidos eran Adame, Aguilera, Alvarado, Antúnez,

Argumedo, Beltrán, Castro, Ceniceros, Cervantes, Fabela,


García, Gutiérrez, Hernández, Juárez, Livas, Lomas, Ló-
pez, Ramírez, de los Reyes, Rodríguez, Rivera, Rosales, Ruiz,
Soto, del Toro, Vallejo. Martínez García, op. cit., pp. 38-39.

144
NOTAS

241 Contreras Palacios, Reseña, 1994, y Leonardo, 2003.


242 Sus apellidos eran: Salas, Gutiérrez, Méndez, de la Rosa,
Machado, García, de Ávila, Fabela, Banda, Garza, Molina,
Padilla, Martínez, Avelina, Rodríguez, González, del Toro,
Agüero, Mata, Blanco, Contreras, Pantoja, Tamayo. Contre-
ras Palacios, 1994, p. 18. Usamos el término «mestizo» en el
sentido moderno, y no como era usado en la época colonial.
Es decir, lo aplicamos a las familias o individuos que proce-
den de mezclas étinicas, cualesquiera que éstas hayan sido.
En la era colonial el término se aplicaba exclusivamente a la
fusión de linajes español e indio.
243 Contreras Palacios, Reseña, 1994, pp. 18-19, menciona que los

primeros pobladores del rancho del Torreón fueron campe-


sinos enviados por Leonardo Zuloaga para construir una
represa en las cercanías de la Boca de Calabazas (sobre el río
Nazas, entre las actuales ciudades de Torreón, Coah., y Gó-
mez Palacio, Dgo.) y para abrir nuevos campos de cultivo en
el rancho citado. A partir de 1855 —según refiere— co-
mienza el registro de las actas de bautismo de los primeros
niños nacidos en el rancho del Torreón (Parroquia de Vies-
ca, Coah.); sus padres eran originarios de los ranchos veci-
nos del Tajito, La Concepción, El Alamito y San Lorenzo.
Estos primeros torreonenses de nacimiento se llamaron «Ma.
Zeferina Machado, Ma. Tecla García, José Cayetano Banda,
José Eutimio Molina, Pantaleona Padilla, Ma. Guadalupe
Rodríguez, Jose Iginio Rodríguez Avelina, Ma. del Refugio
González del Toro, Octaviana Agüero, Teodocio Blanco Ro-
dríguez, Luis Contreras Tamayo» y los gemelos «Francisco
y Francisca Contreras». Contreras Palacios, Leonardo, 2003,
refrenda y amplía esta información, añadiendo mayores de-
talles, así como los primeros matrimonios de los vecinos del
Torreón.
244 Un estudio sobre patrones migratorios en San José y Santia-

go del Álamo 1732-1810 realizado en el 2004 por los alum-


nos de la cátedra de Historia, arte e identidad regional del área

145
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

de Integración de la UIA-Torreón muestra que los lugares de


origen de los inmigrantes eran, en primer lugar, Parras y su
jurisdicción, las haciendas de los marqueses de Aguayo,
Cuencamé, Mapimí, Saltillo y norte de Zacatecas. La emi-
gración se daba por motivos laborales, en la mayoría de los
casos a las haciendas y ranchos de los marqueses de Aguayo.
245 Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 65-67. No puede pa-

sar desapercibido el hecho de que, en el censo de 1825 de


Parras y su partido, hay 2,123 individuos denominados «in-
dios» que inexplicablemente no fueron tomados en cuenta.
Si recordamos que los españoles derrocaron lo que quedaba
del cabildo indígena en 1820, y que en 1822 los tlaxcaltecas
de Parras aun peleaban la restauración de su cabildo, debe-
mos pensar que la omisión de los indios en el censo fue
deliberada y maliciosa. Sin duda alguna, estas actitudes dis-
criminatorias y el cambio de las condiciones políticas y eco-
nómicas originaron una paulatina migración. Cfr. Corona
Páez, Censo, 2000; Churruca Peláez, Before, 2000.
246 A principios del siglo XIX, la mayor parte del territorio de los

actuales municipios de Parras, Viesca y Torreón, estaba ocu-


pado por haciendas y ranchos. Los colonos buscaban contar
con sus propios medios de producción y no vivir para siem-
pre como asalariados de los grandes propietarios de tierras
y aguas.
247 La lucha entre Leonardo Zuloaga y los colonos matamoren-

ses es el acontecimiento central de esta historia.


248 Contreras Palacios, Matamoros, 2004, pp. 88-93.

249 Wallace, Buffalo, 1879, pp. 23-24 Este relato ha sido recien-

temente traducido al español y publicado con otros dos rela-


tos. Cfr. Castañón Cuadros, Extrañas, 2004.
250 Censo de la congregación de el Torreón. Septiembre de 1892.

AGEC, Siglo XIX, c. 13, f. 9, exp. 1, 40 fs.


251 La parroquia de Guadalupe, erigida como tal en 1894 por el

obispo de Saltillo. Desde 1893 tiene registros de matrimo-


nios.

146
NOTAS

252 Vieja población del estado de Durango, río arriba, en donde


el cultivo del algodón cobró particular auge durante las gue-
rras de independencia mexicana.
253 Mineral del siglo XVI que permaneció continuamente pobla-

do hasta la fecha. Se le ha considerado uno de los límites de


la Comarca Lagunera de Durango.
254 Ahora Simón Bolívar, Durango, no lejos de Cuencamé.

255 En la antigua hacienda de Avilés, jurisdicción de la actual

ciudad Juárez, Dgo., y antes jurisdicción de lo que ahora se


llama Lerdo, Dgo. Esta hacienda se encontraba apenas a
unos cuantos kilómetros río arriba de Torreón.
256 Libro No. 1 de matrimonios. Actas 1-10. 25 de agosto de

1893 a 16 de abril de 1894.


257 Había una ruta transversal Durango-Haciende del Pasaje-

Cuencamé-San Pedro del Gallo-San José y Santiago del Ála-


mo-Parras-Saltillo-Monterrey que corriendo el tiempo lle-
gó a conectar las rutas Louisiana-México y el viejo Camino
Real de la Tierra Adentro, denominado a veces «ruta de la
plata». Estas rutas permitieron que los arrieros y sus recuas
de mulas pudieran ser el factor decisivo en la distribución
de los vinos y aguardientes de Santa María de las Parras
hacia un extenso mercado ubicado a lo largo de tan impor-
tantes rutas. El Camino Real de la Tierra Adentro iniciaba
en México y seguía hacia el norte por Tula, San Juan del
Río, Querétaro, Celaya, Salamanca, Guanajuato, Silao, villa
de León, Lagos, Aguascalientes, Zacatecas, Fresnillo, Som-
brerete, Nombre de Dios, Cerro de la Breña, Durango, río
Nazas, San Antonio, Sierra de la Cadena, San José del Parral,
río Conchos, Chihuahua, lago de San Martín, Ojo Caliente,
laguna de la Candelaria, Río Grande o Paso del Norte, desier-
to y lago del Muerto, Alamillo, Santo Domingo y Santa Fe.
Cfr. Corona Páez, Vitivinicultura, 2004, pp. 264-268.
258 Para quienes aún debaten si había o no tlaxcaltecas en Parras

y Viesca, nótese bien que hablo de «culturas» dominantes, y


no de etnias ni mucho menos de pureza racial.

147
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

259 De los Ríos, Nahuatlismos, 1999.


260 Al iniciar dieciembre comienzan las peregrinaciones de ma-
nera cotidiana. Usan la avenida Juárez, y esta ruta es tan
tradicional que ya ha sido reconocia por el obispo y el cabil-
do torreonenses como «Ruta Guadalupana». La peregrina-
ción principal siempre se convoca para el domingo inmedia-
tamente anterior al día 12 de diciembre. En estas
peregrinaciones desfilan patrones y empleados, y de estos
últimos, muchos ensayan durante el año para conformar el
cuerpo de matachines de la empresa.
261 Contreras Palacios, Reseña, 1994, pp.. 28-29.

262 Los extranjeros en Torreón apenas constituyeron el 5% de la

población total durante la época de la inmigración. Cfr. Cua-


dros Castañón, Repúblicas, 2004.
263 Algunos académicos, como Goodenough, enfatizan más las

características de la cultura en cuanto conjunto de códigos


sociales, en cuanto «reglas del juego» que se deben conocer
y poner en práctica para ser aceptable en la sociedad en que
se vive. Cfr. «Descripción densa: hacia una teoría interpre-
tativa de la cultura», en Chinchilla Pawling, Perla (compila-
dora), Historia e interdisciplinariedad, México, UIA, 1994.
264 AHCSILP. Exp. 236. La arroba de peso, representada por el bien

conocido signo «@» representa 11.51616 kilogramos. Un


quintal constaba de cuatro arrobas (46.02463 kilogramos). El
peso constaba de 8 reales. En el sistema monetario decimal,
cada uno de estos reales constaría de doce centavos y medio.
265 AHCSILP. Exp. 236.

266 AHCSILP. Exp. 243.

267 G. Saravia, op. cit.; carta de Leonardo Zuloaga a Santiago

Vidaurri del 19 de abril de 1856 en Martínez Cárdenas,


Región Lagunera, 1999.
268 Ibid.

269 El texto y fecha de la Real Cédula de 1573 están tomados de

dos fuentes: AGN, años 1807-1809, Vínculos, t. 208, en Gui-


llermo S. Fernández de Recas: Cacicazgos, pp. 230-231; Ca-

148
NOTAS

vazos Garza, Cedulario, 1964, pp. 10-11.


270 Protestación en este contexto significaría «declaración del
ánimo firme que uno tiene en orden a ejecutar alguna cosa.
Protestatio». Real Academia Española (1817). Es sinónimo
de confesión de pecados.
271 En este contexto, protestación es equivalente a fidei protestatio,

es decir, «el acto que alguno hace públicamente para confesar


la religión verdadera». Real Academia Española, 1817. Exis-
tía además la Formula Protestationes Fidei, que era «la fórmula
compuesta por el santo concilio de Trento y sumos pontífices
para confesar y enseñar en público las verdades de nuestra
santa fe católica». Diccionario de la lengiua castellana, 1817.
272 Espirar: «Infundir espíritu, animar, mover, excitar. Dícese

propiamente de la inspiración del Espíritu Santo». Diccio-


nario de la lengua castellana, 1817.
273 Allanar: «Facilitar, permitir a los ministros de justicia que

entren en alguna iglesia u otro edificio». Allanar: Facilitar,


proporcionar los medios para conseguir o ejecutar alguna
cosa». Real Academia Española, 1817.
274 Representar: «Informar, declarar o referir». Diccionario de la

lengua castellana, 1817.


275 Procurador: «El que por oficio en los tribunales y audiencias,

en virtud de poder de alguna de las partes la defiende en


algún pleito o causa, haciendo las peticiones y demás dili-
gencias necesarias para el logro de su pretensión. Procura-
tor». Diccionario de la lengua castellana, 1817. Nótese que la
defensa puede requerir un gran conocimiento de leyes (teo-
logía) y una gran habilidad como abogado, cualidades que
no parecen estar al alcance del creyente promedio. Delega
su defensa como delega su fe.
276 Valedor, ra: «El que favorece, ampara o defiende. Patronus,

defensor».
277 Irritar: «Anular, invalidar. Rescindere». Diccionario de la lengua

castellana, 1817.
278 AHCSILP. Exp. 175.

149
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

150
SIGLAS Y ARCHIVOS

AHJAE. Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, sj,


Universidad Iberoamericana Torreón.
ACM. Archivo de la Casa Madero.
AGN. Archivo General de la Nación (México).
AGS. Archivo General de Simancas (España).
AGI. Archivo General de Indias (España) UTA.
University of Texas in Austin.
AHGED. Archivo Histórico del Gobierno del Estado de
Durango.
AGEC. Archivo General del Estado de Coahuila.
AMS. Archivo Municipal de Saltillo.

MANUSCRITOS

Puntos desta mission de las parras para la hystoria de la


Comp(añí)a embiados a el p(adr)e vissitador en 26 de
otub(r)e de 1609. Copia en el AHJAE.
Certificación q(ue) dio el P(adr)e Fran(cisc)o de Arista,
R(ect)or de la casa de Guadiana y visitador de las mis-
siones de Parras y Tepehuanes de la Comp(añí)a de J(esu)s
sobre el assiento del pueblo de Parras y discurso q(ue) ha
tenido sobre la población de el, de 22 años a esta parte.
Otorgada por el padre Arista in verbo sacerdotis ante
Diego de la Torre «escrivano del Juzgado desta
jurisd(icci)ón de Parras, Laguna y Río de las Nasas»
en la presencia del capitán Diego del Roble, alcalde
mayor y capitán a guerra de dicha jurisdicción. Ru-
bricado en San Pedro de la Laguna de la Nueva Viz-
caya el once de septiembre de 1619. Copia en el AH-
JAE.
Don Miguel Hooches, gobernador del pueblo, Juan Mig(ue)l
y Gerónimo Taparabopo, alcaldes ordinarios, Joseph Lu-
cas de Villegas, Alguacil maior, y don Simeón Hernández,
151
SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

fiscal maior, en nombre de todo el pueblo. Donación libre y


graciosa de las tierras que siembran los padres de la Com-
pañía de Jesús con el agua que le pertenece al pueblo desde
su fundación, ojo grande que llaman del Capitán Francisco
de Urdiñola, tierras de Santa Catalina y hoya, junto al
pueblo, y agua de los manantiales que están en el pueblo.
Copia en el AHJAE.
Merced de tierras. Diego Fernández de Velasco, gober-
nador de la Nueva Vizcaya, otorga a Lorenzo Gar-
cía merced de tierras, Durango, 19 de agosto de 1597,
ACM.
Hermandad de las Ánimas. Libro de cuentas. Juan Joseph
Alvarado, mayordomo de la hermandad, San José y
Santiago del Álamo, de 1746 a 1840. AHCSILP. Exp.
236, 71 fs.
Hermandad de Dolores. Libro de cuentas y actas. Pedro
Joseph de Ávila, mayordomo de la hermandad, San
José y Santiago del Álamo, 1758-1836, AHCSILP. Exp.
243, 81 fs.
Real cédula sobre la expulsión de los jesuitas de todos
los dominios de la Corona de España. Pedro Tama-
rón y Romeral, obispo de Durango, a todas las auto-
ridades del obispado, Durango, 20 de agosto de 1767,
AHCSILP. Exp. 374.
Demanda de cobranza. Joseph Díaz y Alcántara, canó-
nigo de la Catedral de Durango, al Dr. Antonio Jose-
ph Urbina, párroco de Santa María de las Parras,
Durango, 5 de noviembre de 1759, AHCSILP. Exp. 313,
50 fs.
Solicitud. José Policarpo y otros indios de la misión de
San Juan Bautista del Río Grande del Norte piden
buen trato a los religiosos de la Santa Cruz de Que-
rétaro, México, 20 de febrero de 1775, AGEC, Fondo
Colonia; c. 10. Exp. 21.
Solicitud de testimonio de testamento. Mathias Bentura
152
REFERENCIAS

y Ángela Mariana de la Rosa. Albaceas, Ante Ma-


nuel Garcés, alcalde mayor, Santa María de las Pa-
rras, 1 de agosto de 1725, 14 fs., AHCSILP. Exp. 304.
Demanda por el pago de réditos caídos de una capella-
nía. Salvador Becerra y Zárate, juez ordinario de tes-
tamentos, capellanías y Obras Pías de este Obispa-
do, Durango, contra de don. Pedro Cayetano
Hernández y don Juan Alberto de la Cruz «Indios
de los naturales Tlascaltecas del susodicho pueblo, 2
de julio de 1751, AHCSILP. Exp. 310, 12 fs.
Diligencia testamentaria sobre fundación de capellanía.
Dr. Salvador Becerra y Zárate, abogado de las reales
audiencias, fundada con el remanente de los bienes
de la finada Mathiana Mariana López Durango, 6
de septiembre de 1749, AHCSILP. Exp. 308, 20 fs.
Testamento. María Josefa de Medina. Testadora, testi-
monio de los Autos e inventario de los bienes reali-
zados a la muerte del testador, ante Pedro Alonzo
Camacho. alcalde mayor, 11 de abril de 1772 hasta
1775, Santa María de las Parras, 11 de abril de 1772,
AHCSILP. Exp. 323.
Juan de Morales otorga testamento ante el escribano
Hernando de Arredondo, Saltillo, 15 de junio de 1650,
AMS, Testamentos, c. 1, exp. 35, 10 fs.
Testamento del capitán Nicolás de Asco, militar y co-
merciante hacia 1690, Parras, AHCSILP. Exp. 306.
Libro de inventarios y cuentas varias. José Nicolás Mu-
ñoz y Rada, sobre los bienes de Dn. Pablo José Pérez
hecho por él mismo como albacea testamentario, San-
ta María de las Parras, 1775- 1783, AHCSILP. Exp. 325,
40 fs.
Cofradía de Guadalupe. Libro de Autos, inventarios, tes-
tamentos, donaciones, altares, Santa María de las Pa-
rras, 30 de noviembre de 1732- 27 de abril de 1761,
AHCSILP. Exp. 231, 262 fs.

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Saucillo y del pueblo del Álamo, contra Jose Maria
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pios de México.
http://www.e-local.gob.mx/wb2/ELOCAL/
ELOC_Enciclopedia

160
ÍNDICE

PRESENTACIÓN ~ 7

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN DE LA UIA LAGUNA ~ 11

PÓRTICO A LA PRIMERA EDICIÓN DE NUESTRO


«LABERINTO DE LA SOLEDAD» ~ 15

EL PAÍS DE LA LAGUNA ~ 21
El origen y la configuración del territorio,
cultura e identidad ~ 21
Economía y valores culturales ~ 42
Los tlaxcaltecas ~ 65
Los españoles ~ 73
Una fe en común, 78
La herencia biológica y cultural en los
siglos XIX y XX ~ 93
Conclusión ~ 104

APÉNDICE DOCUMENTAL ~ 107

NOTAS ~ 121

REFERENCIAS, 151

161
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

162
El País de La Laguna, obra de Sergio
Antonio Corona Páez, se terminó de
imprimir el 26 de julio de 2011 en los
talleres de Celsa Impresos, Gómez Pa-
lacio, Durango, México. La edición
tuvo un tiraje de 500 ejemplares.
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

164
LL PALS DE Le LAGUNA

165
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

166
LL PALS DE Le LAGUNA

167
SERG[O ANTONIO CORONA PAEZ

168

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