Retiro Juv EJS Vzla Jul 2014
Retiro Juv EJS Vzla Jul 2014
Retiro Juv EJS Vzla Jul 2014
Información logística.
Debes traer por escrito tus motivaciones para estar un fin de semana en silencio con Dios (Máximo
en una página, puede ser una carta, un poema, un canto, un esquema, un dibujo, un mapa mental,
… ). Es un escrito personal, es tuyo y lo vas colocar en un sobre cerrado, con tu nombre.
Viernes
De entrada
- Bienvenida
- Una caja que sirva de buzón, para guardar los sobres de motivaciones personales. Al lado de
la caja, una resma de papel para que, todos los que no lo hayan hecho, escriban sus
motivaciones.
- La inscripción sencilla (nombre, apellido, edad, lugar de procedencia, celular-tlf, email, cual
fue tu contacto para venir al retiro). Para los menores de edad, la autorización de traslado.
- Se entrega el eventual subsidio del Retiro.
- En cada cama un detalle de Bienvenida, con las recomendaciones para la sana convivencia
(horario, respeto de tiempos y espacios, responsabilidad, …
06.00 pm: primer Encuentro de Bienvenida. Integración, explicaciones oportunas, los cantos de
recepción adecuados, acuerdos de horarios y disciplina.
1
08.30 pm: a lo que venimos, un Retiro (Distinción entre Convivencias – Talleres – Retiro Espiritual).
Queremos ofrecernos una experiencia de Dios vivida en el silencio y la calma espiritual, con
una pedagogía para la contemplación y para el testimonio de su presencia en la propia vida.
La inspiración es la Espiritualidad Juvenil Salesiana (EJS) reflexionada desde la Sagrada
Escritura.
Motivación al silencio (la brisa de Samuel; la soledad del hijo pródigo -Lc 15, 1ss- para
pensar lo que dentro es una revelación de volver a los brazos del Padre. Las “s” del
desierto).
Gradualidad, calma y pedagogía en el retiro espiritual.
Silencio, salmo de invocación, palabra de Dios (Is 55, 6-11; Heb 4, 1-14): el descanso.
Examen de conciencia, en tres momentos:
o se da gracias por las bendiciones de Dios Padre en el día;
o se pide perdón a Cristo por las debilidades del día;
o se invoca al Espíritu Santo para la disposición al día siguiente.
10.00 pm: a los dormitorios; todos descansando, en silencio, motivado, cada quien ora en su
habitación el Salmo 15 (14).
Sábado
7.00: Oración de la mañana (Cristianos creyentes y creíbles, con el símbolo, en torno al agua). Salmo
adecuado, eventualmente en espacio externo: Sal 139 (138). Introducción a la oración, sensaciones
conscientes.
8.30: Recorre tu vida en silencio (tus sentimientos, tus pensamientos anteriores y presentes,
recuerdos en el corazón, quizá con algo para escribir quien quiera).
9.00: Breve diálogo en parejas para la resonancia del recorrido, un canto de interiorización
2
9.30: La espiritualidad. Catequesis al respecto, con símbolos de cada uno de los tres elementos
La espiritualidad es la fluidez del mundo interior porque hace referencia a las emociones,
los impulsos, las pasiones, los dones de temperamento y los ritos de la propia vida.
La espiritualidad hace referencia a la fuerza interior de los ideales que inspiran e impulsan
a la persona hacia adelante; las certezas hacia el desarrollo físico, emocional, social.
Y para los cristianos, la espiritualidad es la experiencia que se tiene de la plenitud del
Espíritu Santo en la propia vida. Con esa gracia de Dios vivimos sus dones y carismas
específicos en un servicio a favor del Pueblo de Dios, asemejándonos así con Cristo, para la
gloria del Padre.
La espiritualidad:
Este dinamismo integrador va orientando en la persona sus propias actitudes de vida: es decir sus
certezas, sus sentimientos y sus acciones. El gran norte de esa orientación existencial en una persona
bautizada es la santidad. ¿Y qué es la santidad?
Es la pregunta a la que da respuesta San Francisco de Sales en su obra La Filotea1: la verdadera y viva
santidad es el verdadero amor a Dios.
- Esa experiencia del amor divino, el Sales la explica en una especie de fases.
o Cuando el amor de Dios embellece nuestra vida y nos hace agradables a Dios, se
llama gracia;
o en cuanto nos da la fuerza para dedicarnos a obras de bien, se llama caridad.
o Cuando se llega a la práctica del bien hecho con frecuencia, esmero y prontitud, se
llama santidad.
- “La santidad es un grado de excelente caridad porque no solo nos hace prontos, activos y
diligentes en el cumplimiento de los mandamientos de Dios, sino que también nos induce a
practicar con prontitud y agrado el mayor número de obras buenas” (San Francisco de
Sales).
- “La santidad es una agilidad y vivacidad espiritual por la cual la caridad ejercita sus acciones en
nosotros y nosotros, por ella, obramos el bien con prontitud y perseverancia.
1DE SALES Francisco, Introducción a la Vida devota = OLARTE Julio, Santidad para todos, Publicaciones CFR, Bogotá, 1997, p
18. Las siguientes citas de La Filotea serán señaladas como IVD. La versión de Olarte adapta a una versión española
actualizada, ésta obra clásica de vida espiritual que san Francisco de Sales publicó en 1609, compilando su amplia relación
epistolar con la que acompañaba el camino de santificación de sus dirigidos. Olarte basa su trabajo en la traducción original del
poeta Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), publicada por la BAC (Madrid, 1982).
3
- La caridad nos hace cumplir todos los mandamientos de Dios, mientras que la santidad nos
hace respetarlos pronta y diligentemente.
- Quien no guarda los mandamientos de Dios, no puede ser tenido por bueno ni por santo;
para ser persona buena es necesaria la caridad y para ser santo, además de la caridad, es
necesaria una vivacidad y prontitud para practicar las acciones de la caridad”
Una introducción y práctica pedagógica (Entretenerse con la Palabra de Dios – Juan Pablo II 1997)
LECTIO DIVINA2
La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una
relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora”. De la escucha de la
Palabra surge la vida en el Espíritu. Instrumento de excepción para el crecimiento en la escucha de
la Palabra es la lectio divina; ésta es un método de lectura creyente de la Escritura. Gracias a ella, la
Palabra de Dios llega a la vida. El objetivo de la lectio divina es escuchar a Dios rezando su Palabra,
para vernos a nosotros mismos como Él nos ve y querernos a nosotros mismos como Él nos quiere.
En la más sólida tradición se presentan cuatro etapas o “grados espirituales”: la lectura
(lectio), la meditación (meditatio), la oración (oratio) y la contemplación (contemplatio). Más
recientemente, según el espíritu de la modernidad, se ha añadido otra etapa: la acción (actio);
también se indican con frecuencia otros elementos (discretio, deliberatio, collatio, consolatio, etc.).
Lectura. Se comienza leyendo con atención, mejor sería decir releyendo varias veces el texto
en el que tratamos de escuchar a Dios. El texto escogido nos puede parecer fácil de comprender, o
bien conocido; no importa; se debe repasar hasta que nos sea familiar, casi hasta aprenderlo de
memoria. No se pasa de este primer paso hasta que no se puede responder a la pregunta: ¿qué
significa en realidad lo que he leído?
Meditación. Descubierto el sentido del texto bíblico, el lector atento trata de implicarse
personalmente, aplicando el significado captado a la propia vida: ¿qué me dice el texto? Meditar lo
que se lee conduce a apropiárselo y a confrontarlo consigo mismo. Aquí se abre otro libro: el de la
vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los
movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. La Palabra oída pide consentimiento;
no es acogida si no llega al corazón y actúa conversión. El texto leído y comprendido se convierte en
norma de vida: ¿qué hacer para actuarlo, cómo hacer para dar ese sentido a la propia existencia?
Oración. Conocer, adivinar, incluso solo imaginar lo que Dios quiere lleva naturalmente a la
oración: así se convierte en deseo ardiente lo que debe ser la vida diaria. El orante no pide tanto lo
que le falta, sino más bien lo que Dios le ha hecho ver y comprender. Se comienza a anhelar lo que
Dios nos pide: se hace de la voluntad de Dios sobre nosotros el objeto de nuestra oración.
Contemplación. Del deseo de hacer la voluntad de Dios se pasa poco a poco, casi sin darnos
cuenta, a la adoración, al silencio, a la alabanza, a la entrega humilde a la voluntad amorosa del
Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado. Del contemplarnos a nosotros mismos
y el propio mundo a la luz de Dios, del vernos como Dios nos ve, se pasa a contemplarnos vistos
2 Cf. CHAVEZ Pascual, Palabra de Dios y vida salesiana = ACG 386, Julio 2004
4
por Dios, a sabernos delante del que es el objeto de nuestro deseo, el interlocutor único de nuestra
oración. A diferencia de las etapas precedentes, que son ejercitaciones que requieren fuerza de
voluntad, “la oración contemplativa es un don, una gracia”, se puede esperarla y desearla, pedirla y
acogerla, nunca tenerla automáticamente.
10.45: El Desierto en el silencio personal. Hechos en comunidad los pasos de la lectio y la meditatio,
se deja el tiempo personal para la contemplatio. El texto bíblico del Domingo.
12.30: Almuerzo
1.00: Deporte vivo, organizado, todos en acción. Variedad de propuestas y el último, todos
agrupados en una dinámica cooperativa.
El secreto del éxito de Don Bosco educador y de su intensa caridad pastoral, o sea, aquella
energía interior que une inseparablemente en él el amor a Dios y el amor al prójimo, está en que
logra establecer una síntesis entre actividad evangelizadora y actividad educativa. La espiritualidad
salesiana, expresión concreta de esta caridad pastoral, constituye, pues, un elemento fundamental
de la acción pastoral; es su fuente de vitalidad evangélica, su principio de inspiración y de
identidad, su criterio de orientación.
Esta espiritualidad se puede sintetizar de modo sencillo: vivir siempre alegre, con Cristo, en
la Iglesia para el bien la sociedad, especialmente para los jóvenes más pobres3.
Cuando la familia salesiana habla de su espiritualidad, se refiere a
S. Francisco de Sales, en la vivencia que Don Bosco hizo de él.
Don Bosco, con el don de Dios en su propia vida y con las mediaciones por las que Dios lo educó.
Las corrientes espirituales que lo inspiraron: Francisco de Sales, Vicente de Paúl, Alfonso María
de Ligorio, Felipe Neri, Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Benito.
Los testigos contemporáneos con los que aprendió a ser santo: Mamá Margarita, Don Cafasso,
Domingo Savio, Miguel Magone, Miguel Rúa, Antonio Rosmini, Madre Mazzarello, entre
tantos otros.
Todo ese caudal espiritual, Don Bosco lo concentró en la vivencia de pedagógica del Sistema
Preventivo, que es el modo como vivió al Espíritu Santo (Carta de Comunión, 16).
3 Cf. CGXXIII, 158-161; CGXXIV, 75. 81. 88-93. 103-104. 209. 218; Const. 4c; VIGANO E., Identidad de la Comunión, 1
5
La espiritualidad salesiana es juvenil4, porque expresa
el vigor de Cristo resucitado con el ardor del Espíritu Santo en la evangelización (cfr. LG, 4)
el sujeto social de la misión salesiana, los niños y jóvenes entre los 8 y los 30 años de edad,
lo concerniente al estilo alegre y propositivo de su pedagogía.
Los elementos que conforman el eje espiritual de la pedagogía y pastoral salesianas son: la
vivencia responsable de lo cotidiano, la alegría, el encuentro vivo con Jesús, la vivencia de Iglesia y lo social,
en la escuela de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia.
Estos elementos recogen la praxis educativa y pedagógica de san Juan Bosco con sus muchachos y
colaboradores en Valdocco. En un ambiente de familia, les transmitió los ideales de vivir en la
presencia de Dios el cumplimiento del deber, la alegría, la piedad, el amor al Papa, con la práctica
de la Confesión y la Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen, el apostolado y la pedagogía de la
preparación de una muerte gozosa.
Siempre atentos, para dejarnos encontrar y amar por Dios en la vida cotidiana; encontrarle y
amarle en los demás en el ordinario de cada día6.
Alegres, para vivir en una actitud de esperanza, realismo optimista y familiaridad en la
presencia de Dios7.
Con Cristo vivimos una amistad fuerte y personal, expresada en la experiencia de un
discipulado misionero8.
En la Iglesia experimentamos la comunión y el sentido de pertenencia corresponsable y
comprometida para vivir, anunciar y celebrar el Reino de Dios9.
Para el mundo como el horizonte social en el que expresamos el amor a Dios por medio de
la caridad ingeniosa y laboriosa, para ser generosos y amables en el servicio a todo
prójimo10.
Como María, para aprender a vivir como Ella el Evangelio de Cristo; para experimentarla
como Madre Inmaculada, Maestra y Auxiliadora11.
6
El discípulo misionero que Aparecida presenta para el Continente (DA, 292)
Los rasgos del discípulo al que apunta la iniciación cristiana, destacan que
3.45: Momento de oración personal (Desierto), con el texto bíblico del elemento elegido.
7
ESPIRITUALIDAD DE LO COTIDIANO
Motivación inicial
- Siempre en atención, para dejarnos encontrar y amar por Dios, encontrarle y amarle en los
demás durante la vida cotidiana12.
- Lo cotidiano lo vivimos en la presencia de Dios. La vida es el lugar de la respuesta a la
vocación humana, cristiana y religiosa. La disciplina y el sentido del deber nos entrenan en
la templanza de la madurez espiritual. La presencia cercana y viva de Dios la contempla en
la sencillez de lo cotidiano, como María, que conservaba todo en su corazón (cf. Lc 2, 51).
Pedagogía espiritual
Entre las actitudes y las experiencias de lo cotidiano que hay que vivir con profundidad, podemos
enumerar:
Gracias, Padre Bueno, por ser un Dios cercano y por haber dejado en toda la tierra rastros de ti.
Gracias porque amas nuestra vida tal y como es; porque te hiciste uno de nosotros, valorando lo
sencillo y enseñándonos a descubrirte presente entre nosotros y en las cosas pequeñas de todos los
días. Ayúdame a reconocer la intensidad de la vida que se juega en cada instante, a reconocerte
presente en lo cotidiano y manifestarte mi amor en los gestos más sencillos de cada día. Que como
Don Bosco, pueda hacer de manera extraordinaria las cosas ordinarias de cada día.
12Cfr. BOSCO Giovanni, Vida de Domingo Savio, caps. 8-9; IDEM, Vida de Miguel Magone, cap. 7; IDEM, Vida de Francisco
Besucco, cap. 18.
8
ESPIRITUALIDAD DE LA ALEGRIA
Motivación inicial
- Alegres, para vivir en una actitud de esperanza, con realismo optimista y familiaridad
festiva en la presencia de Dios y el servicio solidario13.
- La alegría y el optimismo brotan en quien se reconoce en el camino de las bienaventuranzas.
El clima sereno y familiar alimenta la reciprocidad. Vivir en la Gracia de Dios nos permite,
como a María, cantar la alegría y la justicia del Señor (cf. Lc 1, 46-55).
Pedagogía espiritual
Apreciar la alegría como acción del Espíritu Santo, fuente de compromiso y fruto suyo, exige que se
fomenten en los jóvenes algunas actitudes y experiencias:
13 Cf. BOSCO Giovanni, Vida de Domingo Savio, cap. 18; Vida de Miguel Magone, caps. 2. 6; Vida de Francisco Besucco, cap. 17
9
ESPIRITUALIDAD CON CRISTO
Motivación inicial
- Con Cristo vivimos una amistad fuerte y personal, expresada en la experiencia de un
discipulado misionero14.
- La persona de Cristo impregna nuestra vida con su Palabra, su Cuerpo y su Sangre. Cristo,
amigo, alimento y perdón, mantiene vigilante nuestro corazón para cuidar el tesoro
encontrado: la gracia de Dios. Con el testimonio de María, aprendemos a escuchar a Cristo y
a celebrar el tiempo de Dios (cf. Jn 2, 1-5).
Pedagogía espiritual
- Un gesto para la oración: la mirada contemplativa al Santísimo
- Una experiencia: una escena del evangelio de Cristo según mi testimonio
- Un signo: el buen pastor
- Para la práctica: visita personal al Santísimo
14 Cfr. BOSCO Giovanni, Vida de Domingo Savio, caps. 13. 14; Vida de Miguel Magone, cap. 4. 6; Vida de Francisco Besucco, caps. 2.
6. 19. 22.
10
ESPIRITUALIDAD ECLESIAL
Motivación inicial
- En la Iglesia experimentamos la comunión y el sentido de pertenencia corresponsable y
comprometida para vivir, anunciar y celebrar el Reino de Dios15.
- El sentido de la Iglesia vivimos en la comunión, en el servicio evangelizador y la
celebración de la fe. Al lado de la Virgen, como Juan (cf. Jn 19, 26-27), aceptamos los
encargos de Dios para servir a los demás.
Pedagogía espiritual
- Un gesto para la oración: manos en ofrenda
- Una experiencia: la memoria de mi vida cristiana
- Un signo: ungidos en el Espíritu
- Práctica: ejercicio de servicios mutuos y oportunos
- Oración para vivir con la Iglesia
Gracias, Dios Padre de todos. Tú nos creaste para vivir en comunión y construir juntos el mundo de
tus sueños. Con el pequeño aporte de cada uno, gracias a la guía y fuerza del Espíritu Santo, Jesús
continúa su misión en la humanidad y se sigue sembrando tu evangelio en cada rincón. Nos has
llamado a cada uno, desde las más diversas situaciones, a vivir marcando la diferencia por el amor
que nos anima y nos permite ser siempre nosotros mismos, respetando el proyecto genuino que te
motivó a darnos la vida. Gracias porque nuestra misión no es en solitario. Ayúdame a construir
comunidad en toda circunstancia, a sentirme siempre Iglesia y ser testigo fiel de tu evangelio,
perdonando y siendo perdonado, ayudando y dejándome ayudar, siendo hermano de todos. Que
como Don Bosco siempre me identifique con la Iglesia y su causa.
15 Cfr. BOSCO Giovanni, Vida de Domingo Savio, caps. 14. 20; Vida de Miguel Magone, caps. 4. 6; Vida de Francisco Besucco, cap. 7.
8. 12. 21. 29
11
ESPIRITUALIDAD DE LO SOCIAL
Motivación inicial
- Para el mundo, como horizonte social en el que expresamos el amor a Dios, por medio de la
caridad ingeniosa y laboriosa para ser generosos y amables en el servicio a todo prójimo16.
- El ardor de la caridad educativa nos motiva al servicio de la sociedad desde el Evangelio.
Como María que al saber de la situación de Isabel va presurosa a servirla y a llenarla de la
alegría del Señor (cf. Lc 1,39-45), aprendemos a ir encuentro de este mundo para descubrir
en cada circunstancia los gemidos del Espíritu.
Pedagogía espiritual
- Un gesto para la oración: postración para el servicio y la gloria de Dios
- Una experiencia: una oración de intercesión por las personas a quienes anuncio la fe
- Un signo: manos que ofrecen pan
- Para la práctica: favores y acto gentiles con todos
16Cfr. BOSCO Giovanni, Vida de Domingo Savio, caps. 11. 12. 22; Vida de Miguel Magone, caps. 10. 11; Vida de Francisco Besucco,
cap. 4. 10
12
4.30: Merienda
5.00: Agrupados según los elementos. Un primer momento una dinámica (tipo carroussell), y un
segundo momento en diálogo abierto de grupo. Ayudarnos de los aportes del CRF; desde cada
aspecto, la globalidad de toda la propuesta. Preparando el mensaje que sirva de anuncio para los
demás, con el Rosario.
7.00: Cena
8.00: Intercambio
Catequesis de la Absolución: sanación interior de las culpas, los miedos, los odios, las tristezas y los
complejos.
Introducción
En el trasfondo del evangelio de hoy tenemos la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como
vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6,36).
13
perdonar, porque él nos sigue diciendo: “Todo lo mío es tuyo” (15,31), es decir, que hagamos
nuestra su misericordia.
1. El contexto de la parábola: Las críticas de los fariseos y escribas a Jesús por su praxis de
misericordia (15,1-3)
El tipo de relación que Jesús entablaba con la gente pecadora era mal visto por los representantes de
la ortodoxia religiosa de su tiempo: los escribas y fariseos.
El evangelio comienza diciendo que “todos...”, “todos los publicanos y los pecadores se acercaban
a Jesús para oírle” (v.1). ¿Qué hay detrás del éxito de Jesús con estas personas? ¿Qué encontraban
en él que los atraía?
Mientras los adversarios de Jesús preferían mantener distancia – para no “ensuciarse” con ellas- de
las personas de mala reputación y las miraban con desprecio, Jesús, por su parte, iba al encuentro
de ellas, anunciándoles la misericordia de un Dios que se arrimaba a ellos sin pudor, dispuesto a
perdonarlos y a acogerlos de nuevo en la comunión con él.Jesús era al mismo tiempo el mensajero y
el instrumento de esta misericordia.
La acogida que Jesús les daba no era superficial ni tampoco momentánea, como si fuera una simple
e interesada táctica para cambiarles la conducta. ¡No! Su acogida era la más profunda posible, por
eso introducía a la gente indigna de él en su amistad, invitándola a compartir la intimidad de su
mesa.
Este tipo de relación de Jesús con la gente pecadora fue mal visto por los representantes de la
ortodoxia religiosa, por eso recibió severa crítica (v.2).
Jesús responde con tres parábolas en las que en diversos personajes (un pastor, una madre y un
padre) que han perdido algo preciado para ellos, una vez que lo encuentran invitan a todos (a los
amigos y vecinos, a los siervos y al hermano) a compartir su alegría: “Alegraos conmigo” (vv.6 y 9;
ver los vv.24 y 32). En la parábola del Padre misericordioso la alegría compartida es mucho más
expresiva: “Comamos y celebremos una fiesta” (v.23).Ahí está la explicación del comportamiento
escandaloso de Jesús. Veamos los puntos más importantes de la tercera parábola.
La parábola, construida a partir de fuertes contrastes, se ambienta en el mundo de una familia, allí
donde las relaciones duelen más.
La parábola tiene dos partes: (1) la historia de la conversión del hijo menor (15,11-24) y (2) la historia
de la resistencia del hijo mayor para compartir la misericordia y la alegría del Papá (15,25-32).
Como hilo conductor, a lo largo de todo el relato no se pierde de vista nunca al Papá (explícita o
implícitamente se menciona 24 veces), él es el punto de referencia y el verdadero protagonista de la
historia.
1) La historia del hijo menor está presentada en un camino de ida y vuelta: “Se marchó a un
país lejano...” (v.13) y “Levantándose, partió hacia su padre” (v.20ª).
En la ida y vuelta del hijo menor se recorren los cinco pasos de un camino de conversión:
a. La ida (vv.11-13)
14
b. La penuria en la extrema lejanía (vv.14-16)
2. La historia del hijo mayor presenta la problematización del comportamiento exagerado del
Padre con el hijo renuente (su derroche de alegría en la fiesta), que se recoge en la frase: “Él
se irritó y no quería entrar” (v.28ª; todo lo contrario del hermano menor que “partió hacia
su padre”, v.20).
Esta parte de la historia gira en torno a dos diálogos que el hijo mayor sostiene respectivamente:
a. Con los criados, cuando está a punto de llegar a la casa, quienes le exponen la situación (vv.25-
27).
b. Con su padre, quien sale a buscarlo para pedirle insistentemente que entre en casa, escucha el
argumento de su rabia y finalmente le responde exponiéndole sus motivos(vv.28-32)
Ambas partes convergen en la misma idea, la cual se repite casi en los mismos términos al final de
cada una de ellas: la invitación a la fiesta (“Comamos y celebremos una fiesta”/ “Convenía celebrar
una fiesta y alegrarse”; vv.23-32ª) y su motivo (“Porque este hijo mío [hermano tuyo] estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”; vv.24 y 32b). El énfasis de la
parábola está en el modo de acoger al hijo alejado y de celebrar su regreso –con alegría total-porque
“le ha recobrado sano” (v.27). Aquí reposa el misterio de la reconciliación en su clave pascual (paso
de la muerte a la vida), acción salvífica de Dios en el hombre (rescate de la humanidad perdida).
Como hemos señalado desde el comienzo, el centro de la parábola está en el encuentro entre el hijo
menor y su padre (vv.20b-24). Hacia allá apunta toda la primera parte. Los siervos y el hijo mayor
no logran comprenderlo, se les vuelve un enigma.
Poniendo la mirada en el eje focal de la parábola, vemos en el colorido de las imágenes una
catequesis sobre la misericordia:
1. El hijo arrepentido va hacia su Padre, pero al final es el padre el que “corre” hacia su hijo,
impulsado por la “conmoción” interior. Esta agitación interna que se vuelve impulso de
búsqueda es lo que se traduce por “misericordia”: puesto que el hijo nunca se le ha salido
del corazón (lo lleva en lo más profundo como una madre lleva a su hijo en las entrañas), la
visión del hijo en su humillación y sufrimiento descompone el distanciamiento -quizás
normal- que toma quien ha sido herido en su dignidad.
2. El sentimiento (agitación) interno se explicita en siete gestos de amor que reconstruyen la
vida del hijo disipado. La misericordia reconstruye la vida del otro:
a. El padre que corre al encuentro de su hijo primero “lo abraza” (v.20b): el padre se humilla
más que el mismo hijo. No espera sus explicaciones. No le pide purificación previa al que
viene con el mal aspecto de la vida disoluta, contaminado en el contacto con paganos y
15
rebajado al máximo en la impureza (legal y física) de los cerdos; el padre rompe las barreras.
No hay toma de distancia sino inmensa cercanía con este que está “sucio”, para él es
simplemente su hijo.
b. Lo “besa” (v.20c: “efusivamente”). El beso es la expresión del perdón paterno (como el beso
de perdón de David a su hijo Absalón en 2ªSamuel 14,33).Nótese que el perdón se ofrece
antes de la confesión de arrepentimiento del hijo (v.21).
c. Le manda poner “el mejor vestido” (v.22ª; quizás “su primer [o “antiguo”] vestido”, como se
podría leer en griego): el padre le restituye su dignidad de hijo y le confirma sus antiguos
privilegios. El vestido viejo, su pasado, queda atrás.
d. Le manda poner “el anillo” (v.22b). Este anillo es un simple aderezo estético; puesto que en
la antigüedad el anillo formaba parte de las insignias reales (ver 1ª Macabeos 6,14) y con él
se sellaban las grandes transacciones, se trata de un gesto inaudito para con un hijo
derrochador de plata (v.13). ¡Qué confianza la que este padre tiene en la conversión de su
hijo! (uno normalmente lo pondría primero en cuarentena hasta que demuestre que sabe
manejar la plata, antes de entregarle la chequera).
e. Le manda poner “sandalias” (v.22c): este era un privilegio de los hombres libres, incluso en
una casa sólo las llevaba el dueño, no los huéspedes. Este gesto es una delicada negativa al
hijo que iba a pedir ser tratado como jornalero.
f. Hace sacrificar el “novillo cebado” (v.23ª), el animal que se alimentaba con más cuidado y se
reservaba para alguna celebración importante en la casa.
g. Convoca una “fiesta” (v.23b) con todas las de la ley: la mejor comida, música y danza. La
fiesta parece desproporcionada, pero el padre expone el motivo: el gran valor de la vida del
hijo.Esto llama la atención: la casa cambia completamente.
3. En esta parte central de la parábola está el punto de confrontación que manda al piso los
mezquinos paradigmas de relación humana representados en el rol que juega el hijo mayor
en la parábola:
a. El problema no es simplemente “estar” con el padre (“Hijo, tú estás siempre conmigo”, v.31ª)
sino de qué manera se está. Mientras el hermano mayor mide su relación con el padre a partir
del cumplimiento externo de la norma (“hace tantos años te sirvo y jamás dejé de cumplir una
orden tuya”, v.29ª) y su expectativa es la proporcional retribución (“pero nunca me has dado un
cabrito...”; v.29b), la relación entre el padre y el hijo menor se rige por el amor, en el cual lo que
importa no es lo que uno le pueda dar al otro sino el hecho de ser “hijo”. Sale a flote en inmenso
valor de la relación y de su verdadero fundamento. Basta recordar qué es lo que le duele al
Padre: la “perdida”, y para él lo “perdido” no fueron los bienes sino “el hijo mío” (“este hijo
mío estaba perdido y ha sido hallado”).
b. El hijo menor admite que ha “pecado”, pero el fondo de su pecado es el abandono de la casa, es
decir, el rechazar ser hijo. Pedir la herencia es declarar la muerte del padre, es decir la muerte
de la relación padre-hijo. Por eso dice: “pequé contra el cielo y ante ti” (v.18 y 21). La vida
disoluta es el resultado de una vida autónoma que excluye la relación fundante. En el perdón se
reconstruyen todos los aspectos de esta relación y esto es lo que importa en primer lugar: un
hijo que redescubre (o quizás experimenta por primera vez) el amor paterno y que se goza en
ello porque resurge con una nueva fuerza de vida (“estaba muerto y ha vuelto a la vida”).El
hijo mayor, en cambio, aún en casa, seguirá viviendo como un extraño.
c. El redescubrimiento de la filiación lleva a la recuperación de la fraternidad. Por eso el Padre se
permite corregir al hermano mayor: le sustituye el “¡Ese hijo tuyo!” (v.30) por “¡Este hermano
tuyo!” (v.32). Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común
en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo” (v.31).
16
En fin...
Lo que se tiene y se pierde (o lo que no se tiene y se desea) en este relato se mide desde la relación.
La mayor riqueza, la que nunca hay que perder y siempre hay que buscar, es la del corazón
misericordioso del Padre que eleva nuestra vida hasta su máxima dignidad. Es así como se
comprende la grandeza de la palabra: “Todo lo mío es tuyo” (v.31).
En esta cuaresma Jesús nos vuelve a repetir este deseo del Padre, de entregarnos su verdadera
riqueza, que es nuestra herencia. Como el hijo menor aprenderemos a recibirla y como el hijo mayor
aprenderemos a compartirla. Así nadie, ni el hijo mayor ni el hijo menor, se quedará sin entrar en la
alegría del Padre que hace de nuestra vida una continua fiesta. La pascua que ya se acerca es la
realización de esta fiesta.
Otros textos de la Sagrada Escritura que pueden servir: Salmo 25; Salmo 51 (50); Salmo 100; Ez 37, 1-
2.4-14; 36, 24-30; Rom 12, 1-3.9-21; Gal 5, 13-26; 1Tes 5, 5-24.
Domingo
Misa en la mañana.
La proyección de la vida
17
El contar con un PPV nos ayuda a tomarnos la vida en serio y nos hace entrar en un proceso
de autenticidad y crecimiento personal. Nuestra vida la vamos construyendo poco a poco, y de ese
modo maduramos gradualmente desde el modelo de toda humanidad, Jesucristo.
El objetivo del PPV no mira al logro de una eficiencia efectiva y eficaz en lo que nos
proponemos, sino al dinamismo de maduración que vamos viviendo. Las decisiones que tomamos
las vamos reflexionando desde la vida para orientarnos a una mejor y más plena realización
personal a favor de los demás y para la mayor gloria de Dios. Contar con un PPV es un signo del
propio compromiso por gestionar nuestra propia vida con responsabilidad. Cuando una
constructora va a realizar una calle, comienza colocando las marcas o cordones que le sirven de
puntos de referencia para saber por dónde va a pasar la calle. Como constructores de nuestra vida,
también nosotros necesitamos colocar “las marcas o cordones” que orienten nuestra vida y nuestras
acciones. Y eso lo vamos logrando si reflexionamos sobre lo que vivimos.
Es preciso entonces, redescubrir y reanimar en nosotros los motivos de nuestra vida y las
prioridades que buscamos. El ejercicio de leer espiritualmente nuestra vida, cual meditación ante
Dios, nos va aclarando la conciencia de nuestros dones y límites, nos ayuda a distinguir las maneras
con las que asumimos los sueños y sus posibilidades; con el PPV profundizamos gradualmente en
los verdaderos motivos que orientan nuestras acciones.
Todo esto nos permite entender mejor las convicciones profundas que nos inspiran y nos
ayudan a vivir según unos valores que los consideramos innegociables. Este proceso nos lleva a
unas decisiones coherentes y realistas. En resumen, podríamos decir que todo este dinamismo
constituye la llamada de Dios para nosotros.
Como el PPV es una experiencia de discernimiento espiritual gradual y constante, se
convierte en una especie de camino existencial. Y eso hace que al final, el PPV sea reflejo de una
actitud de vida, mediación del propio proceso de vida. El dinamismo entre la estabilidad de miras y
la novedad de experiencias, hace que un PPV necesite de momentos para la proyección, otros para
la evaluación, como aquellos para la reformulación y los aprendizajes.
El PPV también es un documento escrito porque eso nos ayuda a visualizar mejor lo que
somos y queremos ser. Por todo ello, redactarlo con claridad y paciencia nos ayuda a retomar las
reflexiones y anotaciones que ya hemos hecho a lo largo de la vida, incluso desde la infancia.
Escribir el PPV nos permite concretizar mejor lo que nos proponemos. En pocas líneas escribimos lo
que nos ayuda a confrontarnos ante la realidad en la que actuamos.
Un proceso de vida pide paciencia. Por eso la elaboración del PPV, siendo algo muy
personal, nos requiere buscar y solicitar el asesoramiento de un/a acompañante que sea de nuestra
confianza. Con ese apoyo, vamos estableciendo fases, metas y estrategias. Estas últimas deben ser a
corto, mediano y de largo plazo.
El PPV necesita prever también, la forma como será evaluado. Esto favorece la asunción de
los aprendizajes, la profundización en las convicciones y esa libertad interior para distinguir entre
lo que permanece y lo que exige una adaptación.
El PPV lo podemos comprender desde muchas referencias. A continuación, la propuesta de
un diseño desde cuatro áreas de la maduración integral de una persona en Cristo: áreas humana,
cristiana eclesial, y su compromiso social y político17.
17 Cfr. CGXXIII, 120-157; Cf. FMA, LOME, EDC, Turín 2005, n. 127
18
Maduración humana: soy una persona con salud física, psicoafectiva, emocional y espiritual.
Maduración en Cristo: soy un/a discípulo/a y misionero/a de Cristo.
Maduración cristiana en la Iglesia: desde el Bautismo formo parte viva del Cuerpo de Cristo.
Maduración social: vivo mi compromiso cristiano como ciudadano y para el Reino de Dios.
Hechos que
resaltan mi vida
Aspectos
significativos que
descubro en mi
¿A qué siento que
me llama Dios y
qué deseo de mi
vida? (Ideales)
¿Cuáles son mis
desafíos?
¿Qué decisiones
necesito tomar?
¿Cuáles pasos
voy a dar?
Estrategias
¿Cómo me voy a
hacer ayudar para
mi camino?
Mi acompañante espiritual
Almuerzo a las 12
19
NOTAS
Visibles a millares,
como las estrellas a simple vista,
pero incomparablemente más numerosos
en el telescopio que llega también a los que no tienen aureola.
Volcanes incandescentes,
casi brechas en el misterio del Fuego Trinitario.
Venturosos romances
escritos por el Espíritu Santo, donde la sorpresa es la norma.
Existencia del género literario más variado,
pero siempre fascinante:
con el estilo de un drama, con el sabor de una fábula
Clásicos con la sintaxis de las Bienaventuranzas,
siempre convincentes gracias a su gozosa existencia.
Cosmonautas del espacio,
a los que se deben los más audaces descubrimientos,
posibles solo para quien se aleja tanto de la tierra.
Gigantes tan diferentes de nosotros
como lo es siempre el genio,
y aun así, conciudadanos con nuestra misma estofa.
Sujetos a errores y fracasos,
pero hombres siempre de excepción:
no se les debe desdeñar con la excusa de sentirlos como compañeros de viaje.
Signos de la absoluta gratuidad de Dios que enriquece y eleva,
según los misteriosos criterios de su liberalidad.
Tienen como residencia una paz inalterable,
por encima de los comunes conflictos humanos
y, no obstante, siempre insatisfechos, porque no cesan de tender al más.
En órbita en torno a lo esencial
ellos, los profetas de lo absoluto.
Grandes artistas en el taller de lo Bello
ante el que queda en éxtasis el corazón humano.
Hombres y mujeres logrados,
testigos de la secreta armonía entre naturaleza y gracia.
Locos de Dios,
enamorados hasta el punto de editar un vocabulario desconcertante.
20
Los más lejanos, por instinto, de todo género de culpa;
y los más cercanos, siempre, a todas las categorías de culpables.
Plateas en las que lo divino representa
y humildes espectadores ellos mismos,
gracias a una despiadada conciencia de su nada.
Empeñados en un continuo esconderse
y no obstante inevitablemente luminosos,
como ciudades puestas sobre el monte.
Portadores de mensajes eternos
más allá del tiempo, del progreso, de las culturas, de las razas.
Palabras de fuego que el Señor pronuncia para sacudir nuestra indolencia,
golpecitos que el Maestro Divino da en el pupitre,
para despertarnos a nosotros, alumnos distraídos.
Milagros vivientes ante los que no es necesario ser expertos
para aceptar lo extraordinario del Evangelio vivido sin glosa.
Heroicamente arrancados de lo humano
ellos, especialistas en superlativo de matices humanos.
Verdaderos maestros de psicología
que por el camino del amor
llegan a los pliegues más recónditos del corazón humano.
Capaces de hacer vibrar nuestras mejores raíces,
y pulsando las cuerdas de resonancia antigua
infunden nostalgia de futuro.
Como las estrellas del cielo:
tan diferentes entre sí
y, en el fondo, encendidas por un mismo fuego.
21
ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN (Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, 43)
Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante
nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también
a las profundas esperanzas del mundo.
¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa,
pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso.
Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión,
proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano,
donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se
construyen las familias y las comunidades.
Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de
la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los
hermanos que están a nuestro lado.
Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad
profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus
alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una
verdadera y profunda amistad.
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro,
para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el
hermano que lo ha recibido directamente.
En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la
carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan
y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.
Sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se
convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y
crecimiento.
22
Estudio bíblico de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Solemnidad de la Ascensión del Señor – 01 de Junio de 2014
Introducción
Al comienzo del Evangelio según Mateo, Jesús fue presentado como el “Dios-con-nosotros” (1,23),
ahora al final del Evangelio es Jesús mismo quien dice: “Yo-estoy-con-vosotros” (28,20). ¡Pues bien,
en Jesús Dios se hizo visible a nuestros ojos!
Al regresar a la casa del Padre, Jesús no nos abandona sino que –como le dice a los apóstoles- nos da
el mandato de integrar en la familia de Dios a todos los pueblos de la tierra. Para ello nos promete
su ayuda y su asistencia para que podamos cumplir la tarea de enseñarle el evangelio a “todas” las
naciones en nombre de aquel que tiene “todo” poder y que está con nosotros “todos” los días hasta
el fin del mundo.
En el espacio y en el tiempo se ejerce a partir de ahora el Señorío de Cristo. Es así como la Ascensión
de Jesús no es ausencia del mundo sino otra manera de estar presente en él. Jesús es para siempre el
“Dios-con-nosotros”.
“16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo’”.
En el pasaje del evangelio de Mateo que la liturgia nos propone para esta solemnidad de la
Ascensión del Señor podemos notar inicialmente algunas particularidades:
- El pasaje se compone de una parte narrativa (28,16-18ª) y de una parte discursiva (28,18b-
20).
- La parte narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su
comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los
acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la
última cena y en la mañana de la Pascua.
- Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el
término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales):
• “Todo” poder (28,18b): la totalidad del poder está en Jesús
• “Todas” las gentes (28,19ª): la totalidad de la humanidad será evangelizada
• “Todo” lo que Jesús enseñó (28,20ª): la totalidad de la enseñanza será aprendida
• “Todos” los días (28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del
Resucitado
23
El acento del texto recae sobre esta última parte, donde Jesús
1. declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”),
3. les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con vosotros…”). Todo esto tendrá
valor hasta el fin del mundo.
“16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así…”
Veamos algunos de los elementos contenidos en esta primera parte del relato.
Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio,
cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (4,18-22). Un largo camino
han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los
insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una
relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.
- Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como
campo de misión de Jesús (ver 4,12-16). Allí habían sido llamados (ver 4,18-22) y allí fueron
testigos de misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (ver 8-9), donde la multitud
andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (9,35).
- La Montaña a la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y
fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que
comienza con las bienaventuranzas (ver 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el
Reino y la Justicia” (ver 6,33).
Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que
tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el
futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (28,18ª).
Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta
cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (ver
24,3).
El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la muerte de
Judas: ya no son “Doce” (ver 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a
Galilea…”).
24
Esta herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se han encontrado
con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús, todos los discípulos interrumpieron
el seguimiento: la traición de Judas (26,47-50), la triple negación de Pedro (26,69-75) y la fuga
despavorida de los otros diez (26,56).
Con todo, Jesús sana la herida provocada por la ruptura del seguimiento. No llama a otros
discípulos, sino a los mismos que le fallaron en la prueba de la pasión.
• La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos vosotros vais
a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de
vosotros a Galilea” (26,31-32).
• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las
mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Id enseguida a decir a
sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a
Galilea; allí le veréis’. Ya os lo he dicho” (28,7).
• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No temáis. Id, avisad a
mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).
Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la
deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos.
Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última cena.
Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición,
negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo
contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis
hermanos” (28,10).
El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo
dudaron” (28,17).
Así como lo había prometido (28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arrojan
por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos
“vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; 2,11). También en medio del
evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca
se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’” (14,33). En este momento
cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor.
Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda
pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).
2.2. Las palabras de Jesús: el nuevo camino de la comunidad y del Maestro (28,18b-20)
“18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
25
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo’”.
Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia.
Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (11,25), le ha dado todo poder
en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra.
Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la
cercanía del “Reino de los Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de
este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; 5,3.10). La obra de Jesús fue
continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder”
venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez
que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee
toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo.
Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante
sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega
ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.
“19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo,
Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la
misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”.
“Id, pues, y haced discípulos” La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por
medio de ellos el Señor resucitado quiere acoger a toda la humanidad en la comunión con Él.
Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de
discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que
recibieron en el tiempo pre-pascual.
26
Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a
su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (4,19), también los misioneros
deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan
viviendo.
“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar
una cercanía con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la
docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la forma y la
orientación de vida.
Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del
Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su
corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los
pueblos de la tierra.
Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús
los manda a todos los pueblos de la tierra.
Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas
perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los
hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones).
El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo”
presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios.
El “nombre” de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo
del Evangelio:
• Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.
• Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía
al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la
enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios.
Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos
están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (ver 11,25) en la
plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo.
Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y creído.
27
• Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él.
• Nos pone bajo su protección y su poder.
• Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión.
• Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo.
• Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre.
• Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos
hace vivir la comunión con ellos.
Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que
esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta
adorable comunión.
d. El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo
de vida.
La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, le exige a los
discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don.
- De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final
(25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco
grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos
discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales.
- Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la
voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los
hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.
En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la
misión.
“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su
presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que
adquiere una nueva modalidad.
Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor
está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con
poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias
fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.
Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su
ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con
nosotros” (1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la
Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi
28
pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su
poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.
En fin…
La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien por la plenitud de su
potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus
discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta
el fin del mundo”, hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata
comunión de vida con la Trinidad Santa.
Introducción
Después de haber contemplado ampliamente la obra de Jesús en su misterio pascual, realización del
proyecto salvífico del Padre, y de acogerla en el don de su Espíritu, colocamos hoy nuestra mirada
en el misterio de la Santísima Trinidad.
“Tres personas distintas, un solo Dios verdadero”, así confesamos al Dios en quien nuestra vida fue
sumergida bautismalmente. En un día como hoy proclamamos que la vida trinitaria, la intimidad
del Padre y del Hijo y su Amor, es la medida, la gracia y la inspiración de nuestras relaciones con
Dios y entre nosotros.
Es tan claro que se trata de un misterio inagotable que conocemos experiencialmente, en la medida
en que se impregna en nosotros, que San Pablo saludaba a su comunidad –quizás la más
complicada en materia de relaciones comunitarias- con una frase que le recordaba lo esencial de su
fe y el estilo que debía caracterizar todas sus relaciones: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del
Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13,13).
Pero, ¿Qué cambia el hecho de creer en la Trinidad? ¿Qué experiencia de vida se inscribe detrás de
esta revelación del ser de Dios? ¿Cómo vivir de esta vida trinitaria?
Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo,
lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el Antiguo
Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los apóstoles hacen
la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo comprenden de
manera inequívoca.
29
La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres
fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había
cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la
“formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión de
que Dios es Trinidad Santa.
Es verdad que Jesús ya había dado muchas pistas. No es sino que recordemos algunas de sus
revelaciones más significativas que meditamos el mes pasado en el evangelio de Juan:
- “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”
(14,9.11).
- “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo” (14,26).
- “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros” (17,21).
- “Como el Padre me envió, también yo os envío’. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,21b-22).
A partir de Pentecostés, plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más
íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad
completa” (16,13) y es en el ámbito de este don que proclamamos y celebramos esta solemnidad de
hoy.
Nuestro conocimiento de Dios proviene en definitiva de Jesús. Por eso volvamos al Cenáculo para
escuchar maravillados y agradecidos, de la boca de Jesús, la revelación sobre el amor de los Tres.
“Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (16,12).
Esta frase de Jesús suena extraña a primera vista, puesto que Él ya antes había dicho: “todo lo que
he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (15,15). Pero el sentido es éste: si bien Jesús ya lo dijo
“todo” en la confidencia de la amistad con sus discípulos, todavía está faltando la comprensión
profunda y vital.
La frase “ahora no podéis con ello” (16,12b), o más exactamente “no lo podéis soportar”, tiene como
trasfondo la imagen de una persona que carga un objeto pesado (ver Hechos 15,10; Gálatas 5,10). De
hecho la expresión tan conocida “cargar la cruz” está relacionada con esto. La situación, entonces, es
dramática porque –según el evangelio- a la meta sólo se puede llegar caminando detrás de Jesús
que carga con la Cruz (ver Juan 13,36).
30
Pero aquí el sobrepeso está relacionado con la capacidad de entrar en todo lo que implica la relación
del Padre y del Hijo (“Todo lo que he oído a mi Padre”, 15,15): es conocimiento de (1) las
confidencias entre ellos y (2) de la obra de ellos en el mundo, pero también (3) de la vivencia de esta
revelación de amor y salvación. Es como un avión que, para poder volar alto, no puede llevar
sobrepeso.
Tengamos en cuenta que el problema no está únicamente en “saber” la enseñanza de Jesús sino en
el poder llevarla a la práctica; y también es verdad que sólo cuando se lleva a la práctica, ésta se
comprende plenamente. Esto es propio del conocimiento que se deriva de la fe.
Por lo tanto, nos encontramos ante una doble dificultad: (1) la que proviene de nuestra capacidad
limitada para entender las enseñanzas de Jesús y (2) la que proviene de nuestra capacidad limitada
para practicarlas. La única solución posible es la pedagogía: hacer itinerarios, recorrer el camino
gradual de maduración de la fe. Esta es la obra del “Paráclito”: precisamente este título significa “el
que ayuda”.
3. El Espíritu Santo es “pedagógo” que nos conduce hasta el profundo misterio de Dios
“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad completa” (12,13).
1. Es pedagógica. Hay un leve matiz en la frase: “Os guiará progresivamente”. Se trata de una
labor de inducción, hecha poco a poco.
3. Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una
globalidad, o mejor, de una visión global y perfecta de la obra que Dios –en su fidelidad con
la creación y el pueblo con el cual hizo alianza- ha querido llevar a cabo.
El anhelo de todo ser humano es ver a Dios, ver su gloria. Estamos llamados a la unificación de la
vida y a caminar a hacia una plena realización. Como lo expresa el orante del Salmo 24,5, “Guíame
hacia la verdad” (ver también el Salmo 143,10), tenemos una sed ardiente por conocer el camino del
Señor, con la certeza de que sólo en Él está la vida.
Y así como sucedió con el pueblo de Dios en el desierto, este camino de vida no se puede recorrer si
Dios mismo no es quien lo guía (ver Éxodo 15,13; Isaías 49,10). Esta ruta pascual se le debe al
Espíritu Santo: “El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo para hacerte un
nombre glorioso” (Isaías 63,14).
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Bajo la clave pascual comprendemos mejor la obra del Espíritu: la cristificación del mundo. El
Espíritu “guía” a cada discípulo y a la comunidad de los creyentes para hacer presente el “hoy
pascual” de la obra de Jesús, el Señorío de Cristo, en cada una de las circunstancias que se dan en la
humanidad y también en cada uno de los nuevos desafíos que van apareciendo en cada nueva
etapa de la historia.
Lo que aquel día en el cenáculo los discípulos no estaban en condiciones de “soportar” tenía que
ver, entonces, con la captación de la gran unidad de la revelación que, a pesar de haber sido dada
plenamente en Jesús, no se capta sino en la medida que va entrando en contacto con todas y cada
una de las realidades humanas que emergen a lo largo del caminar histórico.
En fin, el Espíritu Santo lo centra todo en el Plan de Dios y por lo tanto en la persona de Jesús que,
como Verbo encarnado, lo ha llevado a cabo en el mundo mediante el doble movimiento de
“salida” del Padre y “subida” al Padre (ver 16,28). Su “salida” es venida que inserta el amor de Dios
en las tinieblas y las estructuras egoístas del mundo. Su “subida” –pasando por la Cruz- lleva a los
que entran en su camino hasta la comunión de amor, luminosa y gozosa, de Dios, en la plenitud de
la vida.
4. Cómo el Espíritu nos sumerge en los tesoros del amor del Padre y del Hijo
Digámoslo de otra forma: ¿De qué manera el Espíritu nos guía hasta la “Verdad completa”?
El Espíritu “hablará”. La voz del Espíritu comienza a partir del silencio de Jesús. Jesús calla (16,12)
pero su mensaje está ahí resonando por medio del Espíritu. Por eso “hablará lo que oiga” (16,13b).
“No hablará por su cuenta”. Notemos la gran fidelidad que caracteriza al Espíritu con relación a
Jesús. Su actitud es similar a la que Jesús tiene con el Padre: “el que me ha enviado es veraz, y lo
que le he oído a él es lo que hablo al mundo” (8,26).
El Espíritu “anunciará lo que ha de venir”: más que todo lo que va a pasar en el futuro, se trata ante
todo de cómo tienen que reaccionar los discípulos frente a lo que va viniendo. El Espíritu no
permite que las eventualidades de la historia desvíen a los discípulos de Jesús, sino por el contrario,
los lleva a hacer presente y actual la Palabra del Maestro en todo lo que les va pasando. Para ello
mantiene la sintonía –con la mayor nitidez posible- de los discípulos con Jesús.
El Espíritu “me dará gloria” (16,14a). Se trata de la gloria dada por el Padre al Hijo desde la
eternidad: “la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese” (17,5b). El “dar gloria” a Jesús
resume lo que se había dicho anteriormente sobre el Señorío de Cristo en el mundo, esto quiere
decir que, llevando a plenitud la obra de Jesús en el mundo, el Espíritu está anticipando su plenitud
final en la historia. Él nos lleva de brazos abiertos ante Dios.
¿Y qué es lo que trae la “gloria”? Pues la misma vida de Dios y sus tesoros inagotables.
Jesús dice “Todo lo que tiene el Padre es mío” (16,15a). Este “mío” o “de mi propiedad” indica hasta
dónde es capaz de llegar el amor: hasta compartirlo todo. Cuando dos se aman se entregan
mutuamente –con absoluta confianza- todo lo que son y tienen: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo
es mío” (17,10; ver también las últimas palabras en la parábola del Padre Misericordioso en Lucas
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15,31). La comunidad de amor es también comunidad de bienes; lo segundo es consecuencia de lo
primero.
¿Y el Espíritu? Como lo muestra el texto: si bien el Espíritu y Jesús son dos, también son “uno” en el
obrar.
El discípulo de Jesús participa entonces de la vida que está en el Padre y el Hijo, la que sólo les
pertenece a ellos en propiedad: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al
Hijo tener vida en sí mismo” (5,26). Y más aún: todo lo que cabe en la relación del Padre y el Hijo,
su estima, valoración, admiración, escucha/obediencia, el estar contentos el uno del otro, todo esto
el Espíritu lo transmite a los discípulos. Por eso dice: “Recibirá de lo mío y os lo anunciará
(transmitirá) a vosotros” (16,14c.15c).
Se realiza así el deseo de Jesús: “Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que
contemplen mi gloria” (17,24). Bajo la luz de esta gloria, la comunidad de los discípulos queda
envuelta en la fuerza y la intensidad del amor que es propio de Dios.
Ahora vemos que el Espíritu no nos llega solamente a los oídos sino hasta el corazón. Es el Espíritu
–Dios mismo vaciándose en nosotros- quien coloca en lo más hondo de nuestro ser al Ser mismo de
Dios.
Fuimos creados para “vivir”. Porque fuimos creados en el Verbo (1,3) -que es eterna relación-
vivimos sedientos de amor: por eso lo que más nos duele es una mala relación. Es algo que llevamos
impregnado dentro. Pues bien, por la entrada y permanencia de Jesús en nuestra vida, Él como
Verbo lleno de amor, nos rescata de nuestras soledades y aislamientos, sana nuestras
incomunicaciones y malas relaciones al colocarlas en el plano superior del amor primero y perfecto
que viene de Dios. Todo lo hace converger allí y de Él, de lo alto, brota una nueva capacidad de
amar. Y si bien pasamos por el trauma de la muerte física, viviremos para siempre porque en esa
relacionalidad no hay lugar para la muerte, y esto: porque el Cielo de la Trinidad ya está en
nosotros.
Así, la misión del Hijo queda “completa”, esto es, darnos la vida eterna de Dios: “Para que el amor
con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26).
5. En conclusión…
La Trinidad Santa nos habita de manera inefable. Gracias a la “guía” del Espíritu que todo lo
conduce “hasta la Verdad completa”, nuestra vida se va paulatinamente cristificando, impregnando
en nosotros el rostro del amor. La identidad con el Hijo, la participación en su gloria, nos hace
posible unirnos al amor de los Tres, compartir su vida de alabanza recíproca, de amor y de gozo, y
meditar largamente y en profunda paz las confidencias del Uno y del Otro a través de la escucha de
lo que el Espíritu nos coloca en el corazón.
Siendo todo esto así, no se puede ser cristiano completo sin vivir en la Trinidad, porque la novedad
de la vida bautismal –somos bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”-
está iluminada por un amor transformante del Dios familia: “El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,5). ¿Qué más se puede
desear? No queda sino adorar y suspirar hondamente. Como bien decía Sor Isabel de la Trinidad:
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Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti,
hasta que vaya a contemplar en tu Luz el abismo de tus grandezas”.
6.1. ¿Quién es Dios? ¿Cuál es la cumbre de la revelación que Jesús nos hace del Misterio de Dios?
¿Qué significa la frase de Jesús: “El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la Verdad completa”?
6.2. ¿Cuál es el mayor anhelo de mi vida? ¿La Trinidad Santa es respuesta a esa búsqueda? ¿Qué
debo contemplar en Dios?
6.3. ¿Mi esfuerzo por el bienestar personal sacrifica la felicidad de otras personas?
6.4. Según el evangelio de este Domingo, ¿Cómo debería ser la vida de una familia?, y también,
¿Cómo sueño mi familia? ¿Qué hago para lograrlo?
6.5. ¿Cómo ilumina la Trinidad Santa, comunidad perfecta de amor, la vida comunitaria de la
Iglesia (de las comunidades religiosas, de nuestras parroquias, de las pequeñas comunidades a las
cuales pertenecemos) y el estilo de vida que la sociedad necesita? ¿Qué imagen de Iglesia se deriva
de la revelación de un Dios Trinidad?
6.6. Nuestra sociedad ha alcanzado altos niveles de comunicación global, pero esto no ha hecho más
que poner de relieve las fragmentaciones sociales, los fracasos familiares, la marginación, las
profundas y absurdas soledades. ¿El anuncio de un Dios amor –amor que unifica, que comparte
todo, que envía, que salva- está contradiciendo el estilo de vida individualista de una sociedad de
masas pero sin comunión de amor? ¿Qué debemos promover los discípulos de Jesús? ¿Qué tenemos
que anunciar proféticamente?
6.7. Sabiendo que hay una relación estrecha entre la “comunitariedad” y la “vida plena”, ¿Cuál es el
papel de una Iglesia-comunidad en medio de la sociedad? ¿Por qué y de qué manera está llamada a
ponerse al servicio de la defensa y la promoción de la vida?
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