Crónicas Del Milenio
Crónicas Del Milenio
Crónicas Del Milenio
DEL MILENIO
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© 2004 José Luis Díaz-Granados
© 2004 Pablo de la Torriente, Editorial
Unión de Periodistas de Cuba
Calle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana
Edición: Miriam Pérez
Diseño: Tony Gómez
Corrección: Miriam Pérez
Diagramación: Miriam Pérez
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AMANECER EN LA HABANA
LA HABANA CULTA
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lo ya lo ha comprado. Me pasó con una Antolojía (así, con
j) de Juan Ramón Jiménez, aquel varón obsedido por la
pureza verbal, que solía ir periódicamente a sanatorios y a
clínicas psiquiátricas postrado por tremendas depresiones
y neurosis a causa de su excesivo perfeccionismo. Aquella
vez, por lo menos pude ojear (con h y sin h) algunas pági-
nas del libro y encontré un brevísimo poema, casi un jai-
ku, que evidentemente era una autocrítica a su severa manía
de corregir, buscando exactitud. El poema decía: «No la
toques ya más/ que así es la rosa!...» Por cierto, que fueron
muchas las calles de La Habana Vieja y del Vedado, sobre
todo en 19 y E, que el célebre autor de Platero y yo recorrió
en compañía de su bella e inolvidable compañera: Zenobia
Camprubí, la más genial traductora de Rabindranath Tagore.
Pues esa magia artística que cobija las casas y
framboyanes de La Habana se transparenta en el lengua-
je coloquial de sus habitantes. Todos aman la poesía, las
cosas perdurables, el asombro ante una metáfora, el des-
garramiento interior del cier vo herido de que hablara
Martí, el gran poeta del modernismo literario, entre otros
múltiples atributos... Por eso, y desde luego, por muchas
cosas más, es que me siento bien, realizado y jubiloso, al
estar viviendo en La Habana...
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El Poeta Nacional de Cuba relata allí su enorme triste-
za cuando supo de la victoria del candidato conservador
Ospina Pérez, motivada por la división liberal entre los
candidatos Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán. No so-
lamente lo deprimió el ascenso de la derecha en Colom-
bia, sino que por primera vez sufría los rigores de una
ciudad andina, y que, para colmos, acababa de salir de las
solemnidades de la Semana Santa. Entonces, con sobre-
todo, el poeta se transformaba en «un plantígrado solemne
y voluminoso, tal vez un oso pardo». Sin embargo, a los
pocos días viajó a Cartagena y allí, entre «negros, mulatos,
hembras rítmicas y carnales, hablar rápido y estentóreo»,
se sintió feliz.
Conoció al maravilloso Tuerto López, el celebrado autor
del soneto a los zapatos viejos, al poeta Jorge Artel (quien
falleció en 1994, siendo presidente de la Casa Colombo-
Cubana en Barranquilla) y a una serie de personajes típi-
cos de la Ciudad Heroica.
Luego viajó a Barranquilla y llevó a cabo la legendaria
travesía por el río Magdalena inspirador de un canto
muy conocido, que lo llevó hasta Barrancabermeja, la
capital de los trabajadores de Colombia, donde «cientos
de obreros compran cada sábado largas y dolorosas enfer-
medades con los ahorros de la semana» y de «donde brota
incansablemente el aceite petrolero para llegar al buque-
tanque extranjero...».
En ese puerto colombiano, escenario de centenares de
luchas obreras contra el monopolio extranjero, el diri-
gente comunista Gilberto Vieira le obsequió a Guillén un
ejemplar del libro Cantos populares de mi tierra, del poeta
momposino y aguerrido activista radical Candelario Obeso,
obra que dejaría en el corazón del cubano una profunda
conmoción estética.
También reveló Guillén en su crónica colombiana que
bebió abundante ron Viejo de Caldas, en medio de «chori-
zos medio crudos, huevos cocidos y patacones», mientras
ensayaba con sus compañeros de viaje a memorizar la
letra de una canción muy famosa entonces: La gota fría.
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Guillén regresó a Bogotá, siguió a Cali y prosiguió gira
por Suramérica hasta llegar a Chile, donde fue huésped
de Pablo Neruda durante algunos meses. También estu-
vo en Argentina, Uruguay y Brasil.
En 1985 volvió a estar en Colombia. En esta ocasión,
la altura de Bogotá le impidió llegar hasta la capital, por lo
que recibió en Medellín una importante condecoración del
Instituto Caro y Cuervo. Allí fue muy emocionante el
reencuentro con su viejo amigo y camarada Luis Vidales,
quien acababa de obtener el premio Lenin de la Paz, el
cual se había otorgado a Guillén muchos años atrás.
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la televisión cubana transmite diariamente al igual que
Radio Habana Cuba, junto con otros medios informati-
vos. Siempre me sumerjo en sus diferentes temáticas con
concentrada atención y sacando siempre positivas y cons-
tructivas conclusiones. En días pasados, observando toda
la parafernalia del circo electoral norteamericano que dio
como resultado el triunfo espúreo del señor George W.
Bush como nuevo inquilino de la Casa Blanca, recordé
el artículo algo tenebroso por su contenido, pero no por
ello certero, publicado hace unos 30 o 35 años por los
autores franceses Pawels y Bergiere en su famoso libro
El retorno de los brujos.
Allí aparece una lista de gobernantes de Estados Uni-
dos de Norteamérica que tuvieron la mala suerte de salir
electos en años terminados en cero (0), o sea que, tenien-
do en cuenta que la elección presidencial se lleva a cabo
cada cuatrenio, entonces de 20 en 20, se escoge allí un
mandatario en año terminado en el extraño número.
Comencemos por la primera víctima de este vaticinio,
que bien podemos libremente interpretar como super-
chería o simple casualidad: el presidente William
Harrison, elegido en 1840. Pocas semanas después
murió de modo repentino, dejando a su sucesor, John
Taylor, numerosos problemas domésticos.
Veinte años después, en 1860, es electo Abraham
Lincoln, el emancipador, el hombre que abolió la esclavi-
tud en su país. Pues un sudista exaltado y fanático lo
asesinó en 1865, cinco días después de la victoria de los
norteños y al poco tiempo de ser reelegido.
Veinte años más tarde, otro presidente norteamericano
muere en ejercicio del poder. Se trata de James Garfield,
líder republicano de Ohio. Electo en 1880, al poco tiempo
de su posesión pereció asesinado por un demandante cuya
instancia no fue atendida.
Veinte años después, y hace exactamente 100 años,
en 1900, es elegido presidente de la Unión Norteameri-
cana el señor William McKinley, también de Ohio. ¡Qué
casualidad!, y también muere asesinado a los pocos me-
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ses de ser reelecto para el tragicómico cargo, a manos de
un anarquista de origen polaco.
En 1920 asciende al primer cargo de la Unión otro
republicano de Ohio. Pero, ¡qué casualidad!, el señor
Warren Gamaliel Harding, sucesor de Wilson en el poder
imperial. Extrañas fiebres lo llevaron a la tumba en 1923
sin que hasta ahora nadie haya podido esclarecer el luc-
tuoso acontecimiento.
En 1940 es reelegido el demócrata Franklin Delano
Roosevelt, quien muere repentinamente pocos días an-
tes de la derrota del fascismo en Europa, y en pleno ejer-
cicio del poder.
En 1960, el presidente de Estados Unidos es el aris-
tócrata de Massachusets, John Fitzgerald Kennedy. To-
davía nos acordamos de aquel 22 de noviembre de 1963,
cuando luego de recibir un balazo en la cabeza, murió en
brazos de su esposa, Jacqueline, en Dallas, Texas.
En 1980 todos los supersticiosos del mundo temie-
ron que el vaticinio continuara: pocas semanas después
de haber tomado posesión de la presidencia, el ex actor
de Hollywood y rabioso macartista, Ronald Reagan, era
herido a balas en una céntrica avenida de Washington.
Y ahora, en el 2000, acaba de imponerse por fraude el
belicoso George W. Bush como cuadragésimo tercer pre-
sidente de la potencia imperial. A lo mejor se salva de los
oráculos que acabaron con la felicidad de sus anteceso-
res, porque en realidad no fue electo sino impuesto.
Eso sólo lo sabremos en el curso de los próximos años.
Pero, ¡qué casualidad!, hablando de este fraude y de las
casualidades anteriormente anotadas, encontramos en las
enciclopedias que enseguida de las palabras Estados Uni-
dos vienen las palabras Estafa y Estafar. Por Dios, ¡qué
casualidad!
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ALEJANDRO GÓMEZ ROA, JUGLAR
DE LA REVOLUCIÓN
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condujo a la delegación hasta el hotel Habana Libre.
Durante la clausura del evento en el estadio El Cerro,
posteriormente Latinoamericano, el joven cantautor in-
terpretó su célebre melodía momentos antes de que el
comandante en jefe Fidel Castro interviniera en el cierre
del acto.
Con el Comandante departió inolvidables momentos,
que están registrados en las fotografías que ahora ilus-
tran una camiseta muy hermosa, en la que se muestra el
animado diálogo entre Fidel y Alejandro, el cual fue re-
producido hace pocas semanas en Juventud Rebelde.
En aquellos días del año 60, el juglar colombiano es-
tuvo muchas veces al lado de Fidel, así como también de
Raúl, el Che, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Almeida,
Faure Chomón, Antonio Núñez Jiménez y otros destaca-
dos dirigentes de la Revolución.
Un año más tarde, ante la noticia de la invasión a Playa
Girón, participó en una gigantesca manifestación que des-
truyó la totalidad de los cristales del Centro Colombo-
Americano y la embajada norteamericana en Bogotá. Este
cronista recuerda la furia colectiva de millares de mani-
festantes que protestaban ante la representación impe-
rial por la agresión al pueblo cubano. La policía comenzó
a disparar contra estudiantes y participantes en la con-
centración y Alejandro Gómez cayó herido de un balazo
en la espalda que le dejó varias semanas incapacitado.
En adelante vendría en diversas ocasiones a Cuba, así
como también participaría en acciones de la lucha popular
colombiana durante las décadas de los años 70, 80 y 90.
Asistió a varios festivales mundiales de la juventud y los
estudiantes y viajó, en eventos de solidaridad, por 40
países de los cinco continentes.
Además del célebre Cuba sí, yankis no, también com-
puso Resiste, Chile, resiste; Víctor Jara, el trovador; Pa-
lestina gloriosa; Al pueblo de Farabundo; Nicaragua
vencerá y A la solitaria estrella, entre otras.
En 1986 fue miembro fundador de la Casa Colombiana
de Solidaridad con los Pueblos, junto con Luis Vidales,
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poeta nacional, y otros destacados dirigentes de la política
y la cultura colombiana. Fue presidente de la Casa de
Amistad Colombo-Cubana y en la actualidad preside la
Sociedad de los Poetas Vivos León de Greiff. En 1999, los
diferentes grupos de solidaridad con Cuba, en Bogotá, le
confirieron el título de Gran Compañero en acto popular
de amplia representación.
En el momento de escribir esta crónica, Alejandro se
encuentra recorriendo puntos históricos de la isla de
Cuba, con el objetivo de realizar una película sobre su
vida, titulada Cuba siempre, dirigida por Romano Splinter.
En ella, su vida y su obra totalizan la metáfora de una
epopeya por la causa más justa y noble: la de la justicia
social para la humanidad entera.
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naran «liberales, radicales, masones, socialistas y comu-
nistas» y así glorificar a Dios Todopoderoso, según era el
lema del extraño intérprete de la doctrina de Cristo. Este
fenómeno de la naturaleza que acaba de ser elevado a los
altares, no es, desde luego, el propósito de la crónica, la
razón es, por fortuna, algo más hermoso, más valeroso,
más heroico.
Se trata del general Avelino Rosas. Y no tanto por su
participación activa en las guerras partidistas de la Co-
lombia del siglo XIX, sino por su extraordinaria contribu-
ción a la independencia de Cuba, a tal punto que fue
ascendido al cargo de general de división por el general
en jefe del Ejército Libertador, don Máximo Gómez, el 8
de enero de 1897.
Frente a mis ojos tengo un retrato donde el general
Avelino Rosas posa con un grupo de combatientes
mambises durante la guerra de independencia en 1896, y
otro con su efigie, obsequio de la fábrica de cigarrillos La
Legitimidad. Este hombre había nacido en una pequeña
aldea del Cauca llamada Dolores hacia 1855. Pasó su in-
fancia entre menesteres rurales, que alternaba con sueños
de gloria, con fantasías que le despertaban las historias de
aconteceres de lejanos países, de revoluciones, de perso-
najes extraordinarios y de apasionantes descubrimientos
e inventos, episodios que escuchaba de boca de los viaje-
ros y repetidas muchas veces por sus padres.
Era una época tipificada por las guerras y las luchas
populares entre artesanos liberales, letrados masones,
obreros y campesinos y conservadores fanáticos, terrate-
nientes codiciosos aupados por las jerarquías católicas
que administraban el mensaje cristiano según sus con-
veniencias e intereses políticos y financieros. Esto era
común en las naciones suramericanas desde las prime-
ras décadas del siglo XIX hasta bien entrado el XX.
Después de enrolarse en las filas liberales y de partici-
par en numerosas contiendas, muy pronto demostró gran-
des capacidades militares en las filas radicales. Tras
fracasar en sus intentos de golpe a los gobiernos conser-
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vadores de Rafael Núñez, decidió salir a Venezuela y de
allí pasó a Curazao, donde continuó buscando formas y
estrategias para proseguir la lucha inconclusa por el bien-
estar de los menesterosos de su patria. El 13 de febrero
de 1895 intenta tomar los cuarteles de Bogotá, pero es
cruentamente reprimido por el general Rafael Reyes. Es
entonces, en octubre de dicho año, cuando recibe una
honrosa carta del mayor general Antonio Maceo, El Titán
de Bronce, en la cual le expresa, entre otras ideas:
«El año venidero el mundo civilizado saludará a la Re-
pública de Cuba, dueña de sus destinos, pacífica y feliz.
El señor Gustavo Ortega me ha informado que usted y
algunos colombianos desean venir a Cuba a ayudarnos
con su contingente personal. Bienvenidos sean todos los
patriotas valerosos y dignos...».
Sin pensarlo dos veces, el general Rosas partió para
Nueva York en cuanto pudo. Allí se puso en contacto
con expedicionarios, enterados que los norteamericanos
no apoyaban a Maceo, pero que, nunca sospecharon que
esta expedición se dirigía a Cuba y no a Colombia. Así, el 25
de marzo de 1896, el grupo de Avelino Rosas y otros
voluntarios latinoamericanos y patriotas cubanos, desem-
barcaron en Manatí, en la provincia de Oriente.
Cuenta el historiador Ponce Muriel, que «luego, po-
niendo en práctica tácticas de la lucha guerrillera, al-
canzó un brillante desempeño como Jefe de la Brigada
de Infantería, tanto en la campaña de Camagüey como
durante su marcha por las provincias de Las Villas y
Matanzas».
Llegó a desenvolverse con tal intrepidez en las accio-
nes contra las tropas españolas que sus compañeros de
campaña lo llamaron El León del Cauca. Por eso, dice
finalmente, no fue gratuito que el 8 de enero de 1897,
don Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Liberta-
dor de Cuba, en reconocimiento a sus méritos y a su
gran capacidad militar, lo ascendiera a general de divi-
sión y lo nombrara jefe de la división de Matanzas.
Poco después en 1901, ya de nuevo en Colombia, el
«caballero andante de la libertad» moría en combate en la
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batalla de Calibío a los 45 años, y su cadáver era expuesto
a las burlas de sus adversarios, y profanado de manera
cruel. No obstante, hoy lo estamos recordando con amor
y gratitud, en Cuba y en Colombia.
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nes creadores, eran nuestros habituales despertares y
nuestras esperanzadoras madrugadas.
Y a lo largo de estas cuatro décadas, Radio Habana Cuba
ha venido incrementando, yo diría más bien quintuplicando
a cada instante, su inconmensurable número de oyentes en
el mundo. No hay un lugar en Australia, en África, en el
Extremo Oriente, en el mundo árabe, en la ancha estepa
rusa, en Europa continental e insular, en las Américas y en
el Caribe entero, donde no se escuchen las ondas milagro-
sas y certeras de Radio Habana Cuba, la primera universi-
dad de los pobres de la Tierra que ha existido en el mundo.
Si examinamos con detalle cada uno de sus espacios, de
sus programas, de sus directrices, encontramos la perenne
aproximación a la perfección, porque Radio Habana Cuba se
destaca ante todo por su excelente tecnología, su riquísimo
archivo de voces y de documentos históricos, su manejo de
la programación, el profesionalismo de su personal, el senti-
do patriótico y humanista que les anima y la veracidad de
sus informaciones, donde no hay lugar a la tergiversación o a
la doble moral, tan común en los medios de comunicación
de las llamadas «democracias occidentales».
Los colombianos particularmente, que hemos acom-
pañado de cerca y de lejos a Radio Habana Cuba durante
estas cuatro fructíferas décadas de recorrido, sólo nos
resta desearles a todos los que integran su maravilloso
colectivo: ¡Buen viento y buena mar! y recordar aquellos
versos de Pablo Neruda cuando la revolución de Octubre
celebró sus 40 años: «La Revolución tiene 40 años/ tie-
ne la edad de una joven madura,/ tiene la edad de las
madres hermosas...». ¡Felicidades!
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como defensor de la Revolución cubana, resulta particu-
larmente honroso el estar en la isla de la Libertad cele-
brando tantas gloriosas efemérides que se cumplen en
este año 2001, especialmente la fundación de Radio Ha-
bana Cuba, por el propio comandante en jefe Fidel Cas-
tro, cuando sobre las cenizas del imperialismo en Girón
proclamó ante el mundo que el pueblo victorioso de Cuba
ya contaba con una transmisora de radio.
Este punto de encuentro entre Cuba y los pueblos opri-
midos del planeta, que es Radio Habana Cuba, ha sido el
gran baluarte de la batalla de ideas librada desde el co-
mienzo mismo de la Revolución, que comunica a millo-
nes de personas de los cinco continentes el pensamiento
de Simón Bolívar y de nuestros padres libertadores; el
pensamiento del Apóstol de Nuestra América, José Martí;
el pensamiento del General de Hombres Libres, Augusto
César Sandino; el pensamiento del Guerrillero Heroico,
Ernesto Che Guevara y el pensamiento de nuestro inven-
cible comandante en jefe Fidel Castro Ruz. Todo ello, ha
sido la gran escuela de los pobres de la Tierra junto con
la palabra maravillosa y orientadora de Alejo Carpentier,
de Nicolás Guillén, de Roque Dalton, de Pablo Neruda,
de Julio Cortázar, de Dora Alonso, de Alfonso Reyes, de
Roberto Fernández Retamar, entre otros grandes escrito-
res y pensadores de nuestro tiempo.
Quienes trabajamos con la palabra, sabemos perfecta-
mente cuán limitado es su signo para expresar cabal-
mente nuestros más arteriales sentimientos. Pero a pesar
de eso, les decimos una y mil veces la palabra gracias a
los heroicos compañeros que, herederos del pensamien-
to de Martí, asaltaron el Cuartel Moncada, llegaron a
Cuba en el yate Granma, lucharon con heroísmo des-
comunal en la Sierra Maestra, derrotaron la cruenta tiranía
de Batista, lograron la victoria del 1ro de Enero de 1959,
humillaron al imperialismo y a todos sus mercenarios en
Girón, consolidaron la más grande, hermosa y justa revo-
lución que ojos humanos hayan contemplado, y que
entre otros mil y un logros extraordinarios, fundaron
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Radio Habana Cuba hace 40 años, la voz dulce y dura
de Cuba, la Revolución y el socialismo.
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chando algún gracejo del comandante Ernesto Che
Guevara.
La figura de Carlos Rafael Rodríguez crecía en mí día a
día, en la seguridad de que su experiencia, sabiduría e
intuición estaban en primera línea del proceso revolucio-
nario cubano.
El dirigente comunista colombiano Gilberto Vieira fue un
gran amigo del revolucionario cubano. En una entrevista que
le hice con destino a sus memorias, aún inéditas, Vieira se
refería a Carlos Rafael con mucho afecto. «Tuvimos muchas
entrevistas clandestinas en los años 50», decía. Y recordaba
una efectuada a principios de 1958, realizada en Bogotá,
donde el cubano le explicó al colombiano la adhesión e in-
corporación del Partido Socialista Popular a la lucha revolu-
cionaria que lideraba el comandante Fidel Castro al frente
del Movimiento 26 de Julio, desde la Sierra Maestra.
Posteriormente, se encontraron decenas de veces en
eventos del movimiento comunista en diversas geogra-
fías del mundo.
En diciembre de 1997, en mi calidad de presidente de la
Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos, tuve el
honor de invitar a Bogotá a Camilo Guevara March, uno de
los hijos del Che, quien en compañía de Ana María Pellón,
entonces directora de Tricontinental, clausuró una jornada
organizada con motivo de los treinta años de la caída en
combate del Guerrillero Heroico.
Estando en esas, tuve noticia del fallecimiento del com-
pañero Carlos Rafael Rodríguez y entonces mi discurso
de clausura del evento lo dediqué íntegramente a la me-
moria del dirigente revolucionario cienfueguero.
Recuerdo que terminé su semblanza con un soneto
que escribí minutos antes y que dice así:
¡Qué gran cubano, Carlos Rafael!
Su vida fue una lúcida epopeya
bajo el sol de Martí, Camilo y Mella,
el Che Guevara y nuestro gran Fidel.
Despreció la ficción del oropel.
Amó a su patria, a su bandera bella
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con el rubí y la solitaria estrella
y amó la prosa, el verso y su laurel.
Hombre de acción, heroico y arrojado,
y en su ternura, corazón blindado,
era como un Bolívar sin corcel.
Su pluma de impecable voz y estilo
manaba letras que escribía con filo.
¡Qué gran cubano, Carlos Rafael!
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la humanidad al niño de apenas seis, siete u ocho años
que nos da certeras lecciones de historia de la isla? Niños
hermosos y valientes con sus mejillas bermejas o con sus
pecas rubias, sus ojos castaños o verdes, su rostro negro,
mulato, trigueño, o su mirada china, vocalizando con exac-
titud las palabras con las cuales señala los flagrantes pe-
cados del imperialismo y las certeras victorias del pueblo
revolucionario unido ante sus logros y sus convicciones.
Flor de pioneros, esta es la riqueza mayor de la Revo-
lución victoriosa en el nuevo milenio. Sus voces, sus
actitudes, sus ideales, son el orgullo no sólo de Cuba
sino del género humano, son la esperanza de todos los
desposeídos y oprimidos de la tierra, el soplo de sol feliz
que estimula las fuerzas de quienes luchan por sus dere-
chos en el Tercer Mundo.
Ante todos los niños de Cuba, este cronista colom-
biano se inclina con respeto y con amor, porque en ellos
está vivo y encarnado el pensamiento puro de Martí, de
Maceo, del Che y de Fidel.
EL HERMOSO VERANO
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mecen al compás de un reloj invisible, nos dan el cobijo
de su sombra fresca. Y como nunca experimentamos el
frescor temporal de sus verdes alas.
Si tenemos tiempo, en alguna esquina venturosa nos
aguarda un delicioso helado de fresa o de chocolate. No
digamos que en Coppelia, pero sí por Calzada o por Zapa-
ta, calles amplias, llenas de edificaciones de peculiares
diseños arquitectónicos. Cuando buscamos un objeto o
herramienta para el uso doméstico y nos toca merodear
por los laberintos de la Calzada de 10 de Octubre o por
Monte, Palatino o la calle Zanja, allí nos tendremos que
detener en algún instante para beber un batido de mamey
o de frutabomba y dejar que su picor helado golpee la
garganta y siga su caudaloso y refrescante camino hacia
el pecho y el estómago. O por allá en Güines o en el
vibrante comercio de Galiano o en la avenida Infanta,
cuando la sed nos tortura como señal inequívoca de un
verano que aún no termina, pediremos un jugo natural
de naranja o de mango, con todos sus sabores antillanos
y sus azúcares profundos y sus piedras de hielo
intemporales.
Es el hermoso verano, el bendecido verano, el tumul-
tuoso verano que nos hace llegar con los niños a los
parques y a las piscinas, cuando no a las playas de Santa
María Loma, Santa María del Mar o Bocaciega.
Algún amigo en Lawton nos brinda el pocillo de café y
¡cosa paradójica!, de inmediato nos quita la sed. Si hay
un «chavito» por ahí, pediremos una Tropicola o un Ca-
chito de limón en las tiendas de 23 y 12 o una malta en
Obispo. De todas maneras, en todas las rutas de La Ha-
bana calzadas, avenidas, esquinas, plazas, agromercados
o paradas habrá cerca un lugar donde el agua mineral o
natural dará alivio a la seca garganta, habrá un carrito de
madera donde se expende el refresco gaseado o el refres-
co de piña para que el habanero o el veraneante puedan
hacer un alto en el camino y luego proseguir su destino
cotidiano.
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Hago míos los bellos versos del poeta cubano Ángel
Augier, quien ha cumplido recientemente sus primeros
noventa años:
«Bajo un cielo alto y puro los árboles
entrelazaban sus ramas como con más amor
y sentíase el cálido aliento del aire
cargado de perfumes y de músicas...
La luz del día plena estallaba en los rostros...
La tarde, en el regreso, fue inundada de rosas...».
OJOS HABANEROS
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medalla, pero además, porque expresa el afecto y la espe-
ranza que Cuba siente por Colombia, por Latinoamérica
y por los pueblos del Tercer Mundo.
Nuestra lucha y nuestra adhesión incondicional a la
Revolución cubana, nació antes del 1ro de Enero de 1959,
se afianzó en abril de 1961, creció de manera inconmen-
surable durante estas cuatro décadas de brutal bloqueo
por parte del imperialismo y se consolidó de modo defini-
tivo en los años del Período Especial. Pero debemos re-
cordar con emoción, admiración y respeto que al mismo
tiempo todos esos años fueron los de la solidaridad in-
ternacional de Cuba con los pueblos de Asia, África y
América Latina en la lucha por su emancipación y libera-
ción de las cadenas del colonialismo, del sionismo y del
apartheid.
Quiero manifestar a quienes han tenido la alegría, el
coraje y el privilegio de desafiar los poderes adversos y
altaneros de sus países de origen para trabajar en el mo-
vimiento de solidaridad con Cuba, que no desmayen un
solo segundo en esa noble, difícil y gratísima labor, que
al retornar a sus casas quintupliquen las actividades, bi-
furquen los caminos en la consecución de adherentes,
fortalezcan su incansable tarea, y que siempre sean cons-
cientes de que gracias a la unidad, resistencia y absoluta
convicción en la victoria definitiva, en la gran batalla de
ideas que los cubanos llevan a cabo contra sus enemi-
gos, los pueblos de la tierra constituiremos muy pronto,
más temprano que tarde, la más grande, poderosa e in-
destructible superpotencia moral, capaz de derrotar con
nuestra lucha indeclinable y permanente a la tragicómica
y ridícula camarilla que desde el norte pretende gobernar
y oprimir a los pueblos del mundo.
Cuba, no lo olvidemos, es la luz que genera esa por-
tentosa unidad mundial de los oprimidos, es la dignidad
de los trabajadores de los cinco continentes, es la voz
más alta de los pueblos del Tercer Mundo, es la sonrisa y
la esperanza de América. La sabiduría de los cubanos, la
visión de sus dirigentes y sus pioneros, dignos herede-
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ros de Martí, del Che y de nuestro invencible coman-
dante en jefe Fidel Castro, multiplica la victoria de Girón
todos los días, a cada instante, con cada afirmación de la
voluntad de engrandecer la Revolución, pero también, con
cada acto de solidaridad en cualquier punto de la geogra-
fía terrestre,
Y como lo expresara quien les habla, en un poema
escrito hace ya varios años:
A Cuba jamás la vencerán.
Fidel es el creador de esta alborada.
A tu revolución defenderemos,
te lo juramos camarada!
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de encontrarse Colombia casi en ruinas luego de haber
puesto fin a la sangrienta contienda civil, conocida como
la Guerra de los Mil Días. De manera, que sólo se declaró
satisfecho cuando los marines entraron en el territorio pa-
nameño con la complicidad de colombianos apátridas y
entonces declaró jactanciosamente: «I took Panama!» («Yo
me tomé a Panamá!»).
Tres años después del delictuoso suceso, uno de los
más siniestros de la historia americana, al infame policía
se le otorgó el premio Nobel de la Paz. Setenta años más
tarde, recibió la misma distinción el secretario de Estado
de Nixon, Henry Kissinger, luego de haber ordenado la
escalada bélica en Vietnam, Camboya, Laos, con millo-
nes de muertos y el cruento golpe de estado de Pinochet
en Chile.
En diciembre de 1903, con las heridas aún abiertas
por la toma de Panamá, el poeta colombiano Diego Uribe
famoso por sus libros de finos versos Cocuyos y Marga-
rita, entre otros, escribió una décima a la que tituló
acertadamente «Sin istmo», y que dice así:
Roosevelt, el sin par cinismo
que encarna tu confesión
de haber usurpado el istmo
aumentó el lodo en ti mismo
y manchó tu pabellón.
Ese que vergüenza os da,
aunque tu dominio ensancha,
para tu pueblo será
no el Canal de Panamá
sino el canal de «la mancha»...
EL CARTERO DE NERUDA
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dirección de Orietta Medina, quien además de actriz y
directora de teatro es una devota admiradora de la trayec-
toria poética del chileno universal.
El cartero de Neruda está basada en la novela Ardiente
paciencia del escritor chileno Antonio Skármeta, actual
embajador de su país en Alemania, obra que a su vez
inspiró el film italiano que le dio fama universal por el
genial protagonismo de Phillipe Noiret y de Massimo
Troisi, además de la música de Luis Bacalov.
La versión cubana está admirablemente realizada con
la actuación de René de la Cruz hijo, en el difícil papel
del poeta chileno y Ariel Díaz como el joven cartero, y
trata de la vida del Neruda otoñal de los años 60, cuando
en la cumbre de su gloria recibe kilos de corresponden-
cia, por lo cual un cartero dedica la totalidad de su traba-
jo y de sus horas a ir y venir cotidianamente a la casa
costera de Isla Negra, en el litoral pacífico de Chile.
El joven cartero, sencillo e ignorante, se obsesiona
con su famoso recipientario, con quien poco a poco va
entablando una simpática amistad. Enamorado de Bea-
triz, la camarera de la hostería vecina, el joven Mario se
ve en la necesidad de expresarle su pasión en forma poé-
tica, para lo cual no ahorra el asedio indagante al famoso
poeta, ni el copiarle descaradamente los versos de sus
libros. Se establece entre los dos una relación de afecto y
complicidad nada común hasta el punto de convertir la
amistad en identidad política y curiosidad poética.
Al final, lo cómico se vuelve trágico ante el salvaje
aplastamiento del gobierno de la Unidad Popular y el ase-
sinato del presidente Salvador Allende. Allí, al recrear el
amanecer sucio del 11 de septiembre de 1973, la obra se
convierte en una verdadera metáfora de la crueldad.
Orietta Medina combina de manera magistral la
reinvención de la realidad con la alegoría de la poesía y la
política, y lo político con la cruel realidad de la Latinoamérica
de los últimos tiempos.
Despliegue de belleza, riqueza de vestuario, exuberan-
cia verbal y musical, poesía permanente, humor a torren-
32
tes y dolor incandescente, son los elementos que engran-
decen esta obra en cada afortunada puesta en escena.
33
comprendido cabalmente el cambio experimentado en Cuba
en 1959 y se había tomado el placentero trabajo de explicár-
selo a su pequeño hijo.
Desde entonces, y debo dejarlo consignado en esta cró-
nica, fue un seguidor constante del proceso revolucionario
cubano, un animador y un admirador ferviente de sus diri-
gentes históricos, a la cabeza de los cuales se hallaba y se
halla el Comandante en Jefe Fidel Castro.
Pero fue en abril de 1961, con ocasión de los sucesos
de Playa Girón, cuando capté la seguridad de esa convic-
ción a través de una carta que me dirigió a Bogotá y que
afortunadamente conservo. Dicha carta está escrita de
su puño y letra desde Santa Marta, nuestra ciudad natal,
donde se encontraba mi padre por esos días. En uno de
sus apartes, escribe textualmente:
«Estoy muy feliz con el aplastamiento de la invasión
cubano-yanki. El pueblo cubano se impuso y el mundo
socialista ha correspondido con energía al ataque pirata
de los invasores. Creo que Fidel Castro quedará más con-
solidado y el pueblo democrático de Cuba será su mejor
seguridad y garantía de estabilidad».
La carta está fechada el 21 de abril de 1961.
Desde entonces, sus palabras acerca del proceso cubano
sonaban como oráculos de optimismo y sabiduría, a pesar
de la lluvia de amenazas que se cernían contra la isla
desde la potencia del norte.
Pocos meses antes de morir mi padre en enero de 1966,
en medio de una inevitable discusión entre amigos, acerca
del futuro de Colombia y de América, en vísperas de unas
elecciones presidenciales en mi país, mi padre expresó,
luego de guardar largo silencio:
«Pasarán muchos años y lo único que quedará de todo
esto será Fidel Castro y la Revolución cubana. Lo demás
será sólo humo y bullicio. Y, sobre todo, pura paja».
Mi padre sentía una admiración sobrecogedora hacia la
personalidad del comandante Fidel. Parecía haber intuido
certeramente lo que emanaba de aquella corporeidad sin-
gular. Es decir, lo que ya se puede analizar después de
34
tantos años para comprobar la sabiduría, la genialidad po-
lítica, la maestría en materia histórica, económica, militar
e internacional de Fidel, mi padre lo afirmaba con pasmosa
clarividencia en aquellos años iniciales de la Revolución.
Por eso hoy, tres o cuatro décadas después de esos acon-
tecimientos familiares, bien puedo repetir mis versos de
entonces, en memoria de mi padre y en homenaje al grande
hombre que él me enseñó a amar y a admirar:
Fidel: tú encarnas todo lo que queremos.
Tú lideras todo lo que soñamos.
Tú conduces todo lo que luchamos.
Por tu boca hablan nuestros anhelos...
35
y llegué extenuado a la Avenida Salvador Allende, al Centro
Comercial Carlos III. Hice una escala en una oferta para
tomar batido de frutabomba y me dirigí a la calle Padre
Varela o Belascoaín.
Entonces me sumergí, ahora sí, despacioso y observa-
dor, por la famosa Avenida Simón Bolívar, más conocida
por todos como Reina, una arteria colindante con Belascoaín
y el Centro Comercial Isla de Cuba, frente al Parque de la
Fraternidad, en La Habana Vieja.
Pero, en realidad ¿cuál es el encanto particular que
tiene esa calle angosta, encharcada, vetusta y populosa
llamada Reina? La sorpresa permanente. Lo recursivo de
su comunicación. Por allí podemos llegar a Monte, a la
calzada de Zanja, al Barrio Chino, a Dragones... pero...
no vamos a salirnos de los límites de Reina, de la calle
Reina, el motivo central de esta crónica.
En esa vía, se encuentran apeñuscados y por lo tanto,
más interesantes por la fosforescencia de lo sorpresivo,
los motivos diversos de nuestras necesidades o apeten-
cias: jugos naturales en jarra de cerveza, librerías, revistas
antiquísimas, objetos para fiestas infantiles, yerberías, ropa
reciclada, elementos de ferretería y electrónicos, adornos
varios, cachivaches, enseres, productos de cuero, cuader-
nos, libretas, zapatos, sandalias, bombillos, etcétera.
En un solo establecimiento de dos pisos puede estar
resumida la felicidad: allí venden botones, agujas, hilos,
cinturones, cremalleras, medias, ceniceros, adornos de
porcelana, espejuelos, tuercas, tornillos, tijeras, lazos para
el cabello, cortauñas, jugos de guayaba y de naranja, pan
con tortilla, croquetas, frituras, cangrejitos, empanadas
de guayaba, pulóveres, juguetes, cremas para las manos,
collares, vasos de cristal, pocillos para el café...
Allí encontré libros de medicina de principios del siglo XX,
manuales de aprendizaje de inglés de los años 40, novelas
policíacas, tomos de poesía bucólica, atlas de Cuba de los
años 30, novelas de Cortázar, Carpentier y García Márquez,
libros de marxismo y el famoso Cómo ganar amigos e influir
sobre las personas, de Dale Carnegie.
36
En resumen, satisfecho y victorioso, luego de una agota-
dora y deliciosa búsqueda de varias horas, regresé a mi
casa con el encendedor de la bombilla, el número 10 para
el cake de mi hija, el álbum de fotografías y un montón
de cositas que sin estar en los planes se nos fueron
encimando por obra y gracia de una caminata por la Ave-
nida Simón Bolívar, bueno... por la calle Reina, la reina
de todas las cosas que necesitamos...
LA MUJER EN LA REVOLUCIÓN
37
De ahí que cuando por iniciativa del comandante Fidel
se fundó la Federación de Mujeres Cubanas hace cua-
renta y un años, sabiamente conducida desde entonces
por la legendaria dirigente revolucionaria Vilma Espín,
la mujer de esta isla sintió por primera vez que habitaba
un espacio propio para cristalizar sus sueños y sus as-
piraciones, los cuales ya nunca se verían arrebatados
por ninguna ley injusta ni por ningún necio y capricho-
so machismo.
En la Federación de Mujeres Cubanas, auténtico faro
que irradia su luz de amor al mundo, se honra a diario a
cada una de las criaturas femeninas junto a la memoria
de las heroínas de la independencia y de la lucha revolu-
cionaria de Cuba y de todas las causas justas de la hu-
manidad.
En su honor, este poeta les dice:
Tantas heroicas mujeres
en esta Cuba preciosa!
Cada una es una rosa,
y todas son bellos seres,
rodeadas de mil quereres,
ejemplos de amor y fe
como Celia y como Haydée
Vilma Espín y Melba Hernández,
que del Caribe a los Andes
señalan la luz del Che...
38
LA REVOLUCIÓN DEFENDIDA
39
la historia nos describe su actividad inmensa,
la tradición nos habla de su tarea gloriosa.
40
Somos criaturas que amamos y respetamos a nuestros
semejantes.
Queremos que, como dice Fidel, el hombre sea por fin
hermano del hombre.
Aspiramos a que en el mundo el sol salga para todos,
que desaparezcan para siempre el despojo, el egoísmo y
la codicia, que de las nebulosas geografías florezcan las
alboradas más diáfanas, que la palabra humanidad pueda
resumir toda la felicidad posible, que podamos regalarle
una estrella a cada niño, que esta descalza y larga noche
de los pobres de la Tierra navegue siempre hacia el he-
chizo de la luz.
Ojalá algún día vivamos en un mundo donde cerremos
el libro de cada tarde con finales felices, donde se multi-
pliquen las cartas y los besos de amor, las manos entre-
lazadas y las bodas jubilosas, donde toda sed encuentre
el agua y donde se abran dichosos los ojos de los ciegos.
Porque nosotros, los que defendemos con todas nues-
tras fuerzas mentales, intelectuales y físicas y aún con
nuestras propias vidas esta hermosa y valerosa Revolu-
ción cubana, nos duelen los seis mil muertos en la catás-
trofe del pasado 11 de septiembre en Estados Unidos de
Norteamérica, pero también nos duelen los 35 615 niños
muertos de hambre ese mismo día en los países pobres
del planeta, según lo informó la FAO, sin que para ellos
hayan salido noticias de primer plano en ningún medio
de comunicación de la llamada «civilización occidental y
cristiana».
Conscientes como somos de que Cuba es el faro que
irradia la luz de la dignidad, de la razón y de liberación de
los pueblos oprimidos, debemos quintuplicar nuestra so-
lidaridad con ella en todos los órdenes y en todos los fren-
tes, en cada una de las actividades particulares, en nuestro
barrio, en nuestras ciudades, en nuestras provincias y a
todo lo largo y ancho de nuestra Colombia herida.
En todos los países de la Tierra, en los cinco conti-
nentes y en los propios Estados Unidos, la solidari-
dad con esta gran Revolución y con nuestro invencible
41
comandante en jefe Fidel Castro, crecen minuto a minu-
to. Y en esa noble tarea histórica los colombianos no
nos vamos a quedar atrás, porque también tenemos dig-
nidad y tenemos grandeza.
42
único. Ya Hemingway lo había dicho. Y Cernuda, Luis
Cernuda, el excelso poeta español de la brillante Gene-
ración del 27. Cernuda vivió en Cuba aproximadamente
un año, desterrado por los que le gritaron a Unamuno:
¡Muera la inteligencia!
Vivió el autor de La realidad y el deseo en una casa de
paredes rosadas en la esquina de 23 y O, en el Vedado. Allí
hay una placa que dice textualmente: «La Habana es su
cielo y éste no parece parte del cielo común a toda la tierra
sino proyección del alma de la ciudad». ¡Qué frase tan sa-
bia y tan exacta! Pero sobre todo tan hermosa! En la casa
marcada con el número 160 el poeta sevillano habitó e
inmortalizó el cielo habanero con su palabra reveladora.
Prosigo mi viandanza y entonces no sé si estoy viviendo
o si estoy soñando, porque hay múltiples caminos blancos
que conducen hasta más allá de los puntos cardinales, hay
laberintos furtivos bajo el peso de los frondosos árboles.
Hay bancas de piedra donde parejas de ancianos se sientan
a recibir el sol picante del verano habanero. Y hay árbo-
les, hay palmeras, álamos, almendros, framboyanes y
pequeñas plantaciones de hierbabuena, artemisas, cactos,
oréganos, vicarias y buganvilias. Y también hay luces
de diversos colores, en forma de ojos, que encandilan
durante breves instantes el punto más sensible de nues-
tros corazones. Esos ojos tan bellos, esos rostros
irrepetibles, esos cuerpos esbeltos, esas formas renova-
das de la danza que nos recrean con su andar las mu-
chachas de La Habana, son la única emoción viviente
que logra paralizar, por lo menos por un instante, la mar-
cha inagotable de este humilde caminante.
44
nuevos y opulentos «cruzados de la verdad y el bien»,
iguales o peores de fanáticos que sus imprecisos enemi-
gos, no conocen la historia de sus antecesores. Recorde-
mos simplemente que todos ellos fueron jefes de imperios
omnipotentes estaban varios Luises de Francia, el em-
perador del Sacro Imperio Romano-Germánico, el famoso
Federico II Barbarroja, Ricardo Corazón de León, entre
otros; todos inventaron y encontraron enemigos en
aquellos que no creían en su tergiversado cristianismo;
recordemos que todas fueron guerras largas, larguísimas,
como las que promete el nuevo emperador mundial, y
finalmente, que luego de tanta inútil y sanguinaria ex-
travagancia, Dios no solamente no se puso nunca de
parte de sus cruzados, sino que permitió que estos se
dividieran, que sus imperios se destruyeran y que caye-
ran en la más humillante derrota que se recuerde en
aquellos tiempos remotos.
Pero sólo así, irónicamente, la civilización occidental
y cristiana, se condenó a sí misma y la historia abrió las
puertas de la Edad Moderna, la precursora de las grandes
transformaciones sociales, económicas y políticas, y por
supuesto, de la anhelada primavera de los pueblos.
45
y viñetas con el fin de regocijarnos en nuestros propios
sueños y en el esplendor de la cultura universal.
Martí tenía predilección por los niños, porque enten-
día que eran, son y serán siempre los más sabios y her-
mosos habitantes de la Tierra. A ellos, pues, les dedica
cada ejemplar de La Edad de Oro:
«Este periódico se publica para conversar una vez al
mes, como buenos amigos, con los caballeros del maña-
na, y con las madres del mañana; para contarles a las
niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y
jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que
deben saber para ser de veras hombres», dice en el primer
número y se lanza a una extensa travesía de sueños y de
héroes, reales y ficticios.
Por allí desfilan los padres libertadores Bolívar, San
Martín, Hidalgo; los poetas Homero, el de La Ilíada,
Shakespeare, el de Romeo y Julieta, Víctor Hugo, el de
El Jorobado de Notre Dame; los juegos infantiles, la
historia del hombre contada por las diversas casas del
mundo y de la historia la de los germanos, los galos, los
quéchuas, los aztecas, los asirios, los egipcios, los he-
breos, los persas, los japoneses; las ruinas de los in-
dios americanos como llamas permanentes de amor
vigilante; los deleites estéticos de la música, la pintura y
la poesía; los pabellones y las maravillas de los cinco
continentes en la Exposición de París; una semblanza
del Padre de las Casas, defensor de los indios; un agrada-
ble recorrido por la tierra de los anamitas (hoy más cono-
cidos como los habitantes de Vietnam y Laos) y por las
diversas máquinas inventadas por el hombre. Todo ello
compartido con los más bellos cuentos de reyes y prince-
sas, fábulas y poemas dedicados a esos pequeños empe-
radores que habitan el alba de oro de la vida.
¡Ah Martí! ¡Qué ser tan incomparable! ¡Qué pensador sin
par! ¡Qué profeta tan certero del devenir de Nuestra América!
Leyendo y releyendo La Edad de Oro sentimos que la
poesía siempre nos ofrece horizontes amables que alter-
nan dulcemente con nuestros sueños más recónditos y
46
con nuestros ideales más luminosos, y que gracias a seres
excepcionales como José Martí, fructifican como energías
fosforescentes en nuestro trabajo cotidiano y por ende en
el porvenir inmediato de toda la colectividad humana.
47
y emperadores de rostro adusto o sonriente. También en-
contraremos allí pomadas para la artritis, el reumatismo, los
dolores musculares y las neuralgias en general; remedios de
diversa índole y bebidas aromáticas o estimulantes para
fumar un cigarro o un tabaco feliz. Y ni hablar de las telas:
camisas, blusas, faldas, pantalones, gorras, carteras, bol-
sos, medias, calzado, y en fin, todo aquello que nos es
necesario para salir a caminar por las calles y las arterias
capitalinas.
Los restaurantes están integrados en un hermoso con-
junto de pequeñas edificaciones de estilo chino, con
sus techos y sus adornos típicos. En ellos, con pocos
pesos en moneda nacional, podemos saborear los más
exquisitos platos de la culinaria de Pekín, Cantón,
Shangai o Xian, para comer con tenedor o con los tradi-
cionales palitos: entremeses de empanadas de maní y
coco, sopa de mariposas, rollitos de primavera, arroz fri-
to al que se le puede condimentar con los diversos pi-
cantes orientales o con la famosa salsa agridulce o salsa de
soya, todo ello con rollitos de pollo, chuleta de cerdo,
chop suey de pescado o chao mein de hígado, carne de
lechón y mariscos.
Nunca he preguntado si de sobremesa podemos beber
una copa del incendiario aguardiente «Mao-dei», pero de
todos modos, un buen refresco basta para poner fin a tan
delicioso banquete.
De allí se vuelve a recorrer el conjunto de almacenes y
restaurantes, como bajativo, y aprovechamos para admi-
rar la inmensa variedad de pájaros que se exhiben en un
sardinel y que en verdad recrea nuestra vista: pájaros azu-
les, blancos, rojos, grises, con elegantes penachos y plumaje
rítmico como el de los quetzales, y hay cabrillas, diaman-
tes de cola alargada, cacatillos, copetones.
En fin, es como si hubiéramos ido a China y regresado
en un abrir y cerrar de ojos.
48
ELOGIO DEL LIBRO
49
con la toma de Constantinopla por los turcos, la exposi-
ción del libre examen de Lutero y la llegada de Colón al
Nuevo Mundo, la invención por parte de Johann
Gutenberg, de la imprenta, revolucionó el planeta con el
novedoso sistema de producción de libros.
Se ha dicho ya innumerables veces que el libro es el
mejor y el más fiel de los amigos. Faulkner solía decir
que los libros, como los amigos, deben ser pocos, pero bue-
nos. El libro nos enseña a vivir, nos obliga a reflexionar,
nos pone a meditar sobre nuestras propias obsesiones.
Don Quijote de la Mancha nos hace reír en la adolescen-
cia, nos arrincona en la esquina del mejor pensamiento
en la madurez y nos hace llorar en la vejez. Nada ni na-
die, ni los imperios que imponen la piromanía sobre las
bibliotecas, ni las tiranías de los sofisticados sistemas
de comunicación ultramodernos, podrán acabar con la
serena democracia del libro.
Es lo que más se aproxima a la perfección. Se puede
releer, saborear, se puede cerrar para más tarde volverlo a
abrir. Se puede acariciar o subrayar, manosear y besar y
algunas veces arrojarlo con ira al piso, pero jamás se podrá
destruir, borrar ni ignorar, porque sólo por el signo de la
palabra escrita somos testigos de nosotros mismos y gra-
cias a ello nos sentimos orgullosos de pertenecer al gé-
nero humano.
52
tiene que envidiarle a los más importantes museos de
Europa, como el Ermitage, el Louvre, el del Prado o el de
Rijkmusseum de Amsterdam.
La imponente construcción, cuyo diseño se debió al
arquitecto español Manuel del Busto en el antiguo Cen-
tro Asturiano, entre el Parque Central y las calles Obispo
y Obrapía, es ya una invitación al deleite interior. Dentro
de ella, admiramos verdaderas joyas de la pintura de la
América estadounidense de los siglos XVIII y XIX y del arte
latinoamericano, lleno de rostros de una hermosura
mesurada como corresponde al arte de los pintores
limeños y quiteños del esplendor religioso de la época
colonial. Más adelante, en las plantas tercera y cuarta,
hallamos la fiesta multicolor del arte español, asiático,
francés y de la antigüedad, y en la quinta, disfrutamos
del asombro de los creadores italianos, británicos, ale-
manes, holandeses y flamencos.
Debe uno detenerse siquiera un largo instante ante
cada pintura, dibujo, escultura, piedra o grabado, alabar
la eternidad pura de esas expresiones intemporales de
los retratos republicanos de Roma, ante los vasos grie-
gos, las estatuas funerarias egipcias y la verbalidad plás-
tica de los fenicios y los etruscos. Al igual, sentir
inesperados goces estéticos ante un cuadro de Brueghel,
o de Zurbarán, de Canaletto o de Sorolla o ante la ge-
nial experimentación de los vanguardistas del siglo XX .
Es una gratísima correría por los diversos grados de la
belleza a través de los trazos y los cromos, la visita al Mu-
seo Nacional de Bellas Artes en su colección universal.
Estoy seguro de que si uno se detuviera un minuto
ante cada obra durante una jornada normal, necesitaría
varios años para admirar la totalidad del museo. Por eso
recomiendo a los visitantes repetir con alguna periodici-
dad esta bella y deliciosa travesía por la más hermosa
huella digital del hombre de todos los tiempos.
53
LA FORTALEZA DEL LIBRO
54
excelente novela Los miserables. También estaban allí
su narración para niños El noventa y tres y, bueno, su
mundialmente famosa obra Nuestra señora de París, más
conocida para las generaciones de retoños como El joro-
bado, con su Esmeralda, sus gárgolas y sus fervientes
amigos y fantasmas de la Ciudad Luz.
Mesas redondas, certámenes, entregas de premios, lan-
zamientos de libros, coloquios, entrevistas con escrito-
res cubanos y de otras partes del planeta, especialmente
de Francia, afluencia de cubanos y latinoamericanos de
todas las razas, sexos y creencias, allí los vimos, ojeando
libros, folletos y revistas, felices de estar sumergidos entre
tanta belleza intemporal, entre tanta palabra, entre tanto
pensamiento impreso.
Esa fue la hermosa Feria Internacional de La Habana,
en su edición No. 11, preludio de la convicción de Fidel
que ya se ha convertido en certeza de todos: en diez años,
Cuba será el pueblo más culto de la Tierra.
55
y patriota cubano. A lado y lado hay una Cadeca (Casa de
Cambio de Moneda) y una tintorería. Pasamos a Indus-
tria, donde sobresale un nombre histórico para la radio
de Nuestra América: RCA Víctor. Parece que estuviéra-
mos viendo el perro blanco junto a la vitrola. También
está por ahí La Ideal. Todavía se conserva el letrero en
rojo relieve que dice: « Joyas, préstamos». A lo largo de la
calle hay ventas de helados bajo balcones con rejas y
astas para las banderas.
En la cafetería La Metropolitana, en Amistad, expenden
buen ron en vasos elaborados con botellas partidas y muy
bien pulidas. Se revelan fotos y al frente está la tradicio-
nal camisería La Gran Vía, cerca de Capricho y La Ele-
gante, tiendas muy bien surtidas, por cierto que eran las
preferidas de María Félix en los años 40.
En Águila vemos la tienda Roseland, tan hermosa, que
sólo la emula como espejo viviente el parque para niños,
con columpios y otros juegos infantiles que se encuen-
tra frente al citado comercio.
En el estanquillo adquirimos los diarios Granma y Ju-
ventud Rebelde, de tipografías roja y azul, como la ban-
dera cubana.
Las vitrinas de Florida exhiben ropas tropicales, lo
mismo que en Sublime. De pronto, y cerrado durante la
mañana, descubrimos un establecimiento con un nom-
bre como para evocar a Gardel y a Magaldi: Amigos del
Tango de Edmundo Dauber.
Unos pasos más y llegamos a una de las principales
arterias de la capital de Cuba, Galiano, inmortalizada en
la película Memorias del subdesarrollo, con las huellas
del arte prodigioso de Tomás Gutiérrez Alea, Sergio
Corrieri y Daisy Granados, precisamente cuando tene-
mos ante nuestros ojos un imponente edificio de más de
diez plantas, color marfil o azul muy blanquecino, el cual
señala hacia la avenida un nombre inolvidable y legenda-
rio: el cine América, donde aún resuenan los ecos de las
voces más bellas del continente.
56
Allí, en la cafetería al aire libre, situada en los bajos
del inmueble, hacemos un alto para tomar café, admirar
a lo lejos el azul profundo del mar y preparar el ánimo
para reanudar más adelante la travesía por la bella y
populosa calle Neptuno.
57
Más adelante, en Manrique, se puede hacer un alto en el
camino, si se requiere, desde luego, para entrar en los am-
plios baños públicos donde después de visitarlos sentimos
que la vida renace pletórica y llena de energía interior.
Seguimos y una calle nos traslada a épocas pasadas:
Campanario: allí contemplamos palacetes y sobre todo
un edificio de cuidada arquitectura: el Hordomini. En-
frente, en una edificación llamada La Fontana vemos diver-
sidad de balcones con jardines colgantes, mientras se
escucha a todo volumen música rock, salsa y ritmos lati-
nos, lo cual se entrelaza con el rugido de los carros, de
las máquinas y de los triciclos turísticos.
Pero bueno, la caminata impone cansancio, un poco
de fatiga, y desde luego, de sed. Ya sabemos que Neptuno
no solamente es el rey del mar, ni el octavo planeta del
sistema solar... es también un maravilloso río de asfalto
por donde el transeúnte puede encontrar a cada paso sor-
presas, agonías y dulces sensaciones de calor humano...
58
encendedores. Todo ello va fluyendo desde Lealtad hasta
Lucena, pasando por Escobar, Gervasio y la gran arteria
de Padre Varela, más conocida como Belascoaín.
En una esquina observamos un edificio de tres plantas,
verde y blanco, con escudo de armas en blanco envejeci-
do, con ventanas ahumadas y puerta de madera antigua.
Vemos casas donde el esplendor del Caribe sobrevive a
los estragos del tiempo, puertas de corte arábigo, alarga-
das y enrejadas, ventanas con marcos de piedra, entre
Marqués González y Oquendo, pasando por un caminito
interesante llamado O. Giquel. Por allí está la casa donde
murió, en 1914, Salvador Cisneros Betancourt, camagüe-
yano, adalid de la libertad de Cuba.
Vemos también, en el 913, un edificio con ventanas
muy angostas, de persianas de madera, mientras en el
sardinel, pioneros y pioneras alegres y bulliciosos beben
refrescos y comen frituras, cangrejitos de queso y
chiviricos, en la esquina de Aramburu.
Los taxis y las máquinas avanzan o se detienen, según
los requerimientos de los transeúntes que indistintamen-
te preguntan: ¿A Playa? ¿Línea? ¿La Ceguera? ¿Marianao?
y en Hospital observamos una casa de dos plantas con
adornos que semejan las colmenas de las abejas...
En una casa antigua, con polvo de tiempo, me sonríe
una mulata buenamoza con dientes dorados. Miro el nú-
mero 1013 y al mismo tiempo el 255a, entre Espada y
San Francisco.
También, un portal donde preside una leve escultura,
parodia de un portón grecorromano con un nombre es-
culpido en piedra: Biblioteca Municipal de Pioneros
Paquito González Cueto.
Nos detenemos para tomar un refresco de coco, hela-
do, exquisito, y es entonces cuando desembocamos en la
iglesia del Carmen, en la Calzada de Infanta, y felices y
exhaustos, vemos aparecer junto a las primeras estrellas
de la tarde, el diamante remoto del planeta Neptuno...
59
UN SALVADOREÑO SOLIDARIO
60
común. Compartieron café y dialogaron animadamente hasta
la salida del sol.
Con Fidel se encontraría en otras ocasiones, más ade-
lante, el compañero Pineda. Siempre que recuerda estos
encuentros se emociona y deja entrever su orgullo y ale-
gría de patriota americano. Ama a Cuba, a su Revolución,
a su pueblo, a sus heroicos dirigentes y los defiende desde
su gabinete de trabajo donde quiera que esté laborando en
algún lugar del territorio bolivariano y martiano.
Pineda Dubón encarna al hombre de Nuestra América,
que nació, creció y se formó intelectualmente con las
luces que iluminan el portal de la nueva humanidad.
Radicado en Costa Rica con su bella familia, cuando
llega a La Habana lo recibimos con los brazos abiertos,
no sólo sus amigos de Radio Habana Cuba, sino los que
hemos recorrido ríos, montañas y mares para también
rendir tributo permanente a la verdad y a la dignidad de
nuestros pueblos.
61
admiramos en medio de la tragicomedia de la mulata que se
enamora del aristócrata blanco, sin saber que son herma-
nos, toda la diversidad musical de Cuba en géneros como el
bolero, el danzón, la romanza, la contradanza y el bembé,
entre otros ritmos clásicos de la isla.
El director de la puesta en escena del evento conme-
morativo, Juan R. Amán, explica su preocupación por-
que se interactúen los componentes de la comedia y la
lírica, «que la expresión de lo musical esté presente en lo
dramático y que en este, esté lo musical».
El asombro llega al máximo con el maravilloso protago-
nismo de Milagros de los Ángeles (Cecilia Valdés), Manuel
Riopedre (Leonardo Gamboa), Legipsy Álvarez (Isabel
Ilincheta), Elier Muñoz (Pimienta) y Martha Gutiérrez (Do-
lores Santa Cruz), amén del fabuloso elenco de magníficos
actores y actrices, quienes dan la caracterización exacta de
la clásica novela del genial Cirilo Villaverde, situada en San
Cristóbal de La Habana, en la tercera década del siglo XIX.
A todo ello hay que sumar la indiscutible calidad de la
orquesta, bajo la dirección del maestro Giovanni Duarte,
la dirección de escena a cargo de Humberto Lara y la
dirección coral de Catalina Ayón. Y de la obra total dirigi-
da por el reconocido maestro Adolfo Casas.
Cecilia Valdés o La loma del ángel: magnífica síntesis de
las pasiones humanas, del amor y el odio, los celos, el humor,
la picardía, la tragedia, el romanticismo y el costumbrismo.
Al aplaudir hasta el agotamiento la puesta en escena de
esa inmortal obra cubana, el orgullo preside nuestros cora-
zones una vez más de estar en La Habana, metrópoli artís-
tica de tres siglos, donde la belleza y el buen gusto tienen
un sitial muy grande en la geografía cultural del mundo.
TEÓFILO EL GRANDE
63
si no hubiera sido porque los manejadores de Alí malogra-
ron el match, por temor a arriesgar mito y dinero ante la
potencia inatajable del campeón cubano.
Grande entre los grandes, único e irrepetible, Teófilo
Stevenson, en la plenitud de sus primeros cincuenta años,
agrega una deslumbrante estrella al firmamento de verda-
deros gigantes del pensamiento y de la acción que desde
el 1ro de Enero de 1959 la nueva, para su orgullo, Cuba
viene dando a la humanidad.
64
ta del comandante en jefe Fidel Castro. Está situada en
un delicioso sitio campestre, donde se encuentran ubi-
cadas las instalaciones, las viviendas para los alumnos y
los docentes y las actividades recreativas.
La Escuela de Tres Mundos o «La Escuela de Gabo»,
como también se conoce, ha contado desde el primer
momento con un cuerpo de directivos y profesores de
enorme prestigio y experiencia, todo ello dirigido a la
formación y capacitación técnico-artística de profesio-
nales del cine, la televisión, el video, procedentes en
su inmensa mayoría de América Latina, el Caribe, Áfri-
ca y Asia.
La Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los
Baños es la única escuela del mundo que ha sido distin-
guida por el Festival de Cannes, con su preciado Premio
Rossellini, obtenido en 1993. Ha graduado cerca de un
millar de estudiantes y han participado de sus cursos
más de tres mil talleristas provenientes de 40 países.
Hombres de la talla del poeta venezolano Edmundo
Aray y el cineasta y realizador colombiano Leopoldo Pin-
zón, se hallan en la actualidad al frente de la legendaria
Escuela. Y desde 1986 la han dirigido Fernando Birri,
célebre cineasta y escritor argentino, el brasilero Orlando
Senna, el colombiano Lisandro Duque Naranjo y el
hispanoargentino Alberto García Ferrer.
En los últimos meses, no sólo las estatuas de los
fundadores nos dan la bienvenida al centro docente:
Francis Ford Coppola, también empedrado, nos recibe
en actitud de cocinar una abundante pasta, que no es
otra cosa que una cantidad interminable de cintas cine-
matográficas.
La Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los
Baños es otra estrella cubana en el firmamento de sus mil
victorias en la vigorosa batalla de ideas que desde 1959
viene alcanzando la Revolución en su ascenso inatajable
por los senderos de la historia humana.
65
LA DIVINA ALICIA ALONSO
66
los anteriores. Nos logran transmitir ese atribulado tu-
multo de emociones entrecruzadas del amor arrollador, de
la inmediata nostalgia que se desprende de la inevitable
despedida, de la entrega a la noble causa y de la seguridad
del heroismo. Todo ello, recreado en cada una de las tona-
lidades del genial compositor armenio Aram Jachaturiam.
Y como si fuera poca la emoción, nos brinda luego
Alicia Alonso la comedia-ballet Un viaje a la luna, con
libreto de José Ramón Neyra sobre Il mondo della luna
de Carlo Goldoni, sobre un tema muy en boga a finales
del siglo XIX, con la novela homónima de Julio Verne y la
película de George Meliés. Y qué gran transposición poé-
tica se logra de la broma hecha a un alucinado que bajo
los efectos del alcohol está convencido que está en la
luna. Una extraordinaria pieza de ballet es esta, con cham-
pán, paisajes lunares y polvos de estrellas ficticios para
un festejo lúdico donde por instantes se vive el sueño, la
pesadilla y el regreso a la realidad.
Con un sobresaliente elenco conformado, entre otros,
por José Zamorano, Anette Delgado, Yolanda Correa,
Romel Frómeta, Miguel Ángel Blanco, Javier Torres,
Anissa Curbelo y Bárbara García, el estreno mundial de
Un viaje a la luna va más allá de las piedras de Selene,
para coronar las más altas cumbres siderales del arte
danzario por obra y gracia de la Prima Ballerina Assoluta
Alicia Alonso, siempre genial, siempre maravillosa, abso-
lutamente divina.
67
de Rafael Alberti, andaluz universal, Langston Hugues, el
maravilloso poeta civil de Norteamérica, amigo de los an-
teriores y de Dulce María Loynaz, la exquisita escritora
cubana.
Nacida en diciembre de 1902, se dedicó a la poesía des-
de muy joven. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, ge-
neral del Ejército Libertador, influyó notablemente en esta
noble escogencia. Sus hermanos, Enrique, Carlos Manuel
y Flor, también se destacaron en el cultivo de las letras.
En 1929, Dulce María realizó una gira por el Medio
Oriente: Turquía, Siria, Libia, Palestina y Egipto, y a raíz
de una visita realizada a Luxor, su asombro fue transfor-
mado en el bello poema «Carta de amor al rey
Tutankamen». Posteriormente, en La Habana, conoce a
Federico García Lorca y en 1938 publica su primer libro,
titulado Versos, 1920-1938, seguido de un conmovedor
texto lírico, Canto a la mujer estéril.
En 1942, el gran poeta Juan Ramón Jiménez publica
una semblanza sobre Dulce María en la célebre revista
Sur que dirige en Buenos Aires, Victoria Ocampo. Poco
después, realiza un viaje a esta metrópoli, desde donde
envía crónicas a Cuba, que se publican en el diario El
País. En Montevideo conoce a Juana de Ibarbouru, Jua-
na de América, quien elogia los poemas de la cubana y
los lee en un programa radial.
En 1947 publica en Madrid su libro Juegos de agua.
Versos del agua y del amor. En España ofrece varios reci-
tales y recibe la Orden de Alfonso X el Sabio.
En 1951 publica su novela Jardín, una de las narracio-
nes más valoradas de la isla, novela lírica que cincuenta
años después de su primera edición sigue suscitando en-
sayos, elogios y traducciones.
En la década de los años 50 visita las Islas Canarias,
publica Poemas sin nombre y recibe en su casa de el Veda-
do a Gabriela Mistral, con quien sostiene una cálida, pero
al mismo tiempo controversial amistad.
En 1958 publica un delicioso libro de crónicas titulado
Un verano en Tenerife y el extenso poema Últimos días de
una casa.
68
Se dedica por completo a las labores de la Academia
Cubana de la Lengua y en 1987 es candidatizada al pre-
mio Cervantes. En 1989 fue proclamada miembro emérito
de la UNEAC y en 1992 le fue otorgado el premio Miguel
de Cervantes, considerado el Nobel de la lengua española.
Dulce María Loynaz casi celebra viva su centenario.
Tras una larga vida dedicada completamente a la literatu-
ra, coronó la inmortalidad con un libro cuyo título bien
puede resumir lo que animó esa existencia maravillosa:
Fe de vida, con cuya lectura conmemoraremos la perpe-
tuidad de la poesía y de sus cultores.
69
trando a los 6 mil millones de habitantes que tiene la Tie-
rra, que con Bush está en la penúltima fase de su decaden-
cia en la repetición de la tragicomedia de la caída del imperio
romano, incluyendo las orgías con Baco y Venus a bordo.
Su clase gobernante, con el vergonzoso acto del 20 de mayo
en la Casa Blanca, tocó fondo.
Toda esa prepotencia imperial ha llegado al colmo. Al en-
durecer el bloqueo, al pretender sitiar a todo un pueblo e
irrespetar la soberanía de Cuba, por 30 monedas de oro
espúreo, demuestra la más absoluta carencia de valores mo-
rales, de principios éticos, de postulados humanistas. Con
el discurso del Bush, el gobierno de Estados Unidos se des-
honró a sí mismo, estando como están, a las puertas de su
propio suicidio político, social, moral y hasta sanitario.
La potencia prepotente demuestra con eso, tenerle mie-
do a la verdad y a la razón de los pueblos y colocó a sus
dirigentes por debajo de la basura nazi-fascista. El pro-
pio pueblo de Estados Unidos ha de sentir en sus entra-
ñas el más arterial repudio por esa muestra de cobardía
imperial. Sobrada razón tenía el inmortal escritor norte-
americano Henr y Miller cuando dijo: «Si Hitler fue
genocida, ¿qué somos nosotros?» o el gran actor Warren
Beatty cuando afirmó que la derecha norteamericana es
en definitiva la más estúpida del mundo.
Pero como bien dijera el Che: «Esta gran humanidad ha
dicho basta. Y ha echado a andar». Y yo agrego modestamen-
te: Ha echado a andar esta gran humanidad, incluidos más
de 200 millones de norteamericanos que día a día se están
quitando la venda oscurantista y engañosa de sus ojos.
71
amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos
caídos, los racimos generosos de los pinos nuevos. Eso
somos nosotros: ¡pinos nuevos!
Y eso somos, en verdad, los latinoamericanos que pro-
seguimos nuestra lucha en el siglo XXI por la liberación y
soberanía de nuestros pueblos, donde no hayan más gi-
gantes de las siete leguas, porque todos, los pobres y los
indios y los negros y los blancos y los oprimidos, sere-
mos gigantes de corazón, gigantes del pensamiento, gi-
gantes de la grandeza, dignos herederos de Bolívar, de
Martí y de Fidel.
«Nosotros, dijo el Apóstol, como el albañil, al quitarnos
la ropa de trabajo, podremos decir: ¡Hemos construido!».
MARTÍ Y COLOMBIA
72
período romántico. Grandes escritores han sido el gene-
ral Tomás Cipriano de Mosquera, Santiago Pérez, Rafael
Núñez y Miguel Antonio Caro, para citar sólo unos pocos
gobernantes colombianos aficionados a las bellas letras.
De todo esto habló Martí en sus escritos.
Artículos suyos fechados en Nueva York entre abril de 1884
y agosto de 1892, se refieren a nuestro excelso poeta
Rafael Pombo, el primer suramericano que escribió ver-
sos antiimperialistas, luego de haber vivido diecisiete años
«en las entrañas del monstruo», al igual que el Maestro.
También escribió sobre el té en Bogotá, acerca de las
célebres tertulias literarias en la vieja Santafé; habló de
la guerrilla literaria en Colombia, sobre antagonismos
entre poetas y gramáticos; sobre la famosa Historia de la
literatura colombiana, de don José María Vergara y
Vergara, el descubridor del talento de un joven caucano
desconocido: Jorge Isaacs, el autor de la inmortal novela
María, que ha hecho llorar a varias generaciones de lec-
tores; sobre la poesía de Arsenio Esguerra y sobre San-
tiago Pérez Triana, hijo del presidente radical.
También Martí escudriñó sobre la fauna y la flora de
Colombia, cuando mi patria todavía se llamaba Nueva
Granada; sobre los idiomas de los nativos, sobre el habla
de los chibchas y sus semejanzas con el idioma japonés;
sobre las leyendas y tradiciones indígenas y las crónicas
de Indias escritas por los conquistadores españoles; so-
bre la orografía e hidrografía andina; sobre el cubano
Manuel del Socorro Rodríguez, a quien consideramos el
Padre del Periodismo en Colombia, dueño, al decir de
Martí, de una de las más nutridas bibliotecas de Santafé
de Bogotá; sobre los talentos precursores de nuestra in-
dependencia en 1810 (el sabio Caldas, Nariño, Camilo
Torres, Acevedo y Gómez y Francisco Antonio Zea); so-
bre la pedagogía y la cultura conocida hasta entonces en
la naciente Colombia. Algo realmente asombroso. ¿De dón-
de sacaba tiempo este hombre maravilloso, se pregunta
uno hoy en día en este año del 2002, para pensar, leer,
escribir, liderar un proyecto extraordinario, viajar, amar y
73
acariciar la gloria y la grandeza en tan sólo 42 años de
existencia?
En el 150 aniversario de su nacimiento nos continúa
asombrando, porque no cabe duda de que José Martí, el
Apóstol de Nuestra América, es un ser extraordinario,
genial, único e irrepetible.
75
viéramos allí mismo en cada uno de los estadios donde
los oncenos del planeta se enfrentan por una nueva copa
del mundo.
Este es realmente un privilegio dado a muy pocos en
el planeta. Estamos, desde luego, plenos, dichosos, emo-
cionados y agradecidos.
Particularmente, los sudamericanos somos por sangre y
por tradición, hinchas furibundos del balompié, «el más
universal de los deportes», como nos lo recuerdan día a día
los magníficos comentaristas de la televisión cubana, Sergio
Ortega y Reinier González, cuyos asombrosos conocimien-
tos del fútbol complementan satisfactoriamente las emo-
ciones de los partidos. Para completar, contamos con los
muy acertados comentarios y pronósticos del director téc-
nico de la Selección Cuba, el peruano Miguel Company, de
gratísima recordación por su intervención en inolvidables
juegos por copas continentales y mundiales.
Todo esto nos lleva a evocar momentos estelares del
fútbol profesional. Desde que en mi remotísima infancia,
allá por 1949, cuando de la mano de Hernando Reyes,
estrella del independiente Santafé, figuraba yo como mas-
cota del glorioso equipo cardenal de la capital colombia-
na, el amor por el fútbol lo llevo como un estado del alma
completamente tatuado en mi piel y en mi corazón. Debo
recordar aquí, que Reyes vivió en la isla posteriormente y
se destacó como combatiente en Playa Girón. El año pa-
sado tuvimos el placer de saludarle y compartir con él
gratos momentos cuando integró la delegación de nues-
tro país en la VIII Brigada Latinoamericana y Caribeña
de Amistad y Solidaridad con Cuba.
Sigamos, pues, disfrutando de los placeres y reveses
que proporciona esta verdadera alegoría de la vida que es
el fútbol. Conozcamos nuevas figuras de los diversos países
que integran los equipos, sigamos las triunfales o deca-
dentes carreras de los ya veteranos y evoquemos las
emociones de los pasados mundiales, con jugadores como
el rey Pelé, Garrincha, Amarildo, Didí, Diego Armando
Maradona, nuestro Pedernera y los inolvidables com-
76
patriotas Antonio Rada, Hernán Cuca Aceros, Marino
Klinger y Marquitos Coll, quienes propinaron una paliza
de cuatro goles en Chile nada menos que a «La Araña
Negra», el portero soviético, considerado el mejor arque-
ro de todos los tiempos, incluido el primer gol olímpico
efectuado en una Copa Mundo, hecho por el colombiano
Marcos Coll en aquella inolvidable faena.
Y nuevamente, gracias Cuba, por regalarnos esta ale-
gría total de todas las horas.
79
publicando una oda semanal en El Nacional de Caracas,
que dirigía Miguel Otero Silva.
En algunas de sus crónicas más sobresalientes, Guillén,
en estilo ágil y ameno, que verdaderamente deleitaba a
sus innumerables lectores, tocaba temas diversos, pero
con preferencia eran literarios, como los de la poesía y la
faz desconocida de Antonio Machado, y Balzac en La Ha-
bana, aunque también hablaba sobre hechos aparentemente
intrascendentes como los perros de la ciudad e historias
de la literatura, muchas de ellas reunidas en sus célebres
«Ocios dominicales».
También, Guillén actualiza a sus lectores acerca de las
heridas que mataron a Martí, en las que cada detalle revela-
dor nos sumerge en profundo dolor y en inmenso respeto.
En otros artículos, Guillén se da el lujo de sintetizar
en un par de páginas y casi como una canción, como un
juego de niños las formas eternas de la poesía: de cómo
se inventó la décima, de dónde viene el soneto, qué es lo
que llaman en literatura el presente histórico, etcétera.
Y bueno, la crónica en verso, que jamás faltó en la
pluma guilleniana:
A Camagüey suelo ir
por revivir
mis claros días de infancia.
Aspiro allá en su fragancia
rosas que no volverán.
¡Oh nubes en la distancia
del porvenir,
que es ya morir,
mientras que naciendo están
los que mi sitio tendrán!
(...)
Bajo gran cielo sombrío de mi dolor,
sollozo por muertos que durmiendo están,
y en olas de olvido van...
80
NICOLÁS GUILLÉN, PERIODISTA (II)
81
Fidel Castro, detallando una por una, las grandes fallas y
las ascendentes heridas que se efectuaron desde la en-
tronización de la seudorrepública el 20 de mayo de 1902.
Allí, Guillén abordó lo que vendría luego de la emanci-
pación de los países americanos del yugo español en 1810
al expresar que nadie ya podrá impedir la liberación de
estos pueblos de Bolívar, Martí, San Martín y OHiggins.
«Nadie podrá impedirlo escribe y menos quienes son
causa de ella, allá en el Norte donde toda miseria tiene
asiento, donde ser pobre es una deshonra y ser rico una
burla de la justicia y ser negro un crimen y los crimina-
les que no son negros, azotan y linchan a los negros no
más que porque lo son». Y agrega: «Los tiranos, los
sátrapas, los dictadores no saben que a medida que dan
vueltas al dogal, a medida que más aprietan, menos posi-
bilidades tendrán de salvarse». Y como muestra de ello,
cita los casos de Luis XVI, el zar Nicolás II y el siniestro
Fulgencio Batista.
Pero cuando conoce a Salvador Allende, prefiere ha-
cerle la crónica en verso y a manera de brindis en La
Bodeguita del Medio le dice:
Tú, que nunca desdeñas un mojito,
acepta el puro brindis que hoy te hacemos,
alta la copa y aún más el grito:
Salvador, patria o muerte, venceremos!
Y en otra cuarteta memorable se anticipó por lo menos 30
años al pretensioso emperador del mundo del año 2002:
Frente al fascismo que bate
otra vez sus negras alas,
tanques tenemos y balas,
si lo que quiere es combate.
El yanqui con torpe mano
estrangularnos pretende,
mas por lo visto no entiende
que Cuba es ya del cubano...
82
CUBA, POTENCIA CULTURAL
84
autores como Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Dora
Alonso, Mirta Aguirre, Juan Marinello y el ilustre hijo de
Jovellanos que hoy ocupa nuestra crónica.
Conocí, pues, su poesía fervorosa y al mismo tiempo
intimista, gozosa y furiosa, dulce para el labio amoroso
expectante y ácida para el sátrapa opresor. Pero luego,
como nos ocurre con muchos poetas predilectos, nos
quedamos con el sabor de sus mejores textos, con la
inmediatez de la información condensada sobre su vida y
obra, y de pronto, a lo largo de los años, con algunos
aportes de su creación o con alguna anécdota. Pero nada
más. Puedo decir que lo mismo me ocurrió con narrado-
res de la talla del costarricense Joaquín Gutiérrez, hasta
que de sus propias manos recibí los cuatro volúmenes de
su obra completa, o con el ecuatoriano Pedro Jorge Vera,
quien una tarde de oro me sorprendió con su bello y pi-
cante libro de memorias, titulado con mucha exactitud:
Gracias a la vida.
Ahora, con el oportuno regalo de Manolo, complemen-
tado con afectuosas dedicatorias tanto del donante como
del autor, me he dado a la tarea de leer, releer, recrear,
descubrir y recibir el soplo tibio del asombro ante pará-
bola vital tan extraordinaria. Desde que vino al mundo
un 29 de agosto de 1894 hasta que nos dejó el 15 de
junio de 1966, Manuel Navarro Luna fue un ser humano
ejemplar, un poeta inclasificable, como lo afirmó Roberto
Fernández Retamar, un revolucionario como pocos. Amó
y sirvió a sus semejantes como un apóstol decidido. Y a
la par de una lucha que no cesó hasta su muerte, fue
construyendo una poesía plena, paralela de su tiempo,
hecha de rosas y aceros, de sol y de nieve, como fue este
siglo terrible y heroico que acaba de pasar.
Joaquín G. Santana nos lleva de la mano a lo largo de
las 250 páginas del libro sin posibilidad de tregua. Que-
remos avanzar, conocer, aprender y degustar sin descan-
so esa historia vital tan nutrida de amores y batallas.
Nos enseña el autor cada uno de sus libros, tanto los de
poesía como los de prosa y nos detenemos en versos de
85
estructura tradicional, como en versos extensos como
las avenidas del Viejo Testamento:
Sobre mi frente dolorida vuela una zarabanda de picos
[encorvados y fríos,
y una nube desesperada cruza por encima de mi cuerpo
[arrasando mi sangre.
Un tumulto de garras se echa sobre mis sienes para
[despedazarlas
y no me puedo levantar para defenderme, para llorar ni
[para morir...
Y estos otros:
Convertid los fusiles en azadas,
y en los surcos humanos
sed todos, estrechando vuestras manos,
por la línea del hombre, camaradas;
y por la línea del amor, hermanos!...
Pero como colofón a este hermoso regalo, nada como
repetir esa bella décima que el gran Nicolás Guillén dedi-
có a este otro grande de la poesía cubana que se llamó
Manuel Navarro Luna:
Partiste, pero has dejado
tu gran ejemplo ejemplar,
ancho y hondo como el mar
que resuena a nuestro lado.
Quien por ti mismo invitado
en tí se echa a caminar,
regresa al lar familiar
bañado en fulgor profundo,
diestro en las cosas del mundo
ancho y hondo como el mar...
87
denal, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Fernando
Henrique Cardozo, entre otros. Y han sido premiados y
mencionados escritores de la altura de Roque Dalton,
Eduardo Galeano, Alfredo Bryce Echenique, Ricardo Piglia
y Antonio Skármeta.
Allí se dio a conocer al mundo, a través de un libro
premiado, la existencia de una mujer indígena, luchadora
y solidaria, víctima de las más abominables formas de in-
justicia, desigualdad y violencia, como es Rigoberta
Menchú, quien en 1992 obtuvo el premio Nobel de la Paz.
En fin, en este premio Casa de las Américas, el sólo
nombre de la noble institución, es suficiente para identi-
ficar la verdadera historia, la verdadera alma y la verdade-
ra piel de nuestra América. Basta repasar su Memoria
un libro de 400 apretadas páginas, preparado por Inés
Casañas y Jorge Fornet, para darse cuenta de que a lo
largo de cuarenta y dos años ha desfilado por ese templo
de la cultura hispanoamericana y caribeña lo más autén-
tico y lo más entrañable del continente mestizo y del
mundo de corazón noble, y que tanta unanimidad de ver-
dad y de talento, iguala o supera lo mejor del llamado
Siglo de Pericles y del siempre admirado Siglo de Oro
español, pero con la ventaja de que lo estamos disfrutan-
do y valorando en su justo momento.
88
consignada es 1907, pero sigo citando a López Lemus,
su sobrino Enrique Sáinz de la Torriente fue quien con-
firmó que la celebrada autora de La Habana de Cecilia
Valdés, había nacido en Manzanillo, el 22 de agosto de 1902,
o sea que viene a hacer parte de la pléyade gloriosa de
los conmemorados en este año de gracia de 2002, como
son el Poeta Nacional Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz,
Rafael Alberti, Langston Hugues y Nazim Hikmet,
entre otros.
A sus veinte años de edad, Loló de la Torriente par-
ticipó en el I Congreso Nacional de Estudiantes y en
el I Congreso Nacional de Mujeres. En 1926 se graduó
de Bachiller en Ciencias y Letras y tres años más tarde
obtuvo el título de Doctora en Derecho de la Universidad
de La Habana.
Comunista militante desde 1931, fue secretaria de de-
fensa obrera internacional y combatió arduamente al dic-
tador Gerardo Machado. En esos años sombríos sufrió
varias veces prisión y fue deportada de la isla en 1937,
por lo cual hubo de trasladarse a México. Allí ejerció
activamente el periodismo y ocupó la cátedra Hispano-
americana en la escuela superior de maestros del Distri-
to Federal. En la capital mexicana contrajo matrimonio con
el profesor Jorge Vivó y allí también nacieron sus dos hijos.
Al triunfo de la Revolución en 1959, L oló de la
Torriente retornó a Cuba, donde se dedicó al periodismo
de tipo cultural, histórico y político, en la revista Bohe-
mia, en la cual alcanzó gran notoriedad y se ganó el res-
peto y la simpatía de innumerables lectores.
Entre sus libros podemos destacar: Mi casa en la tierra,
testimonio autobiográfico, La Habana de Cecilia Valdés,
Memoria y razón de Diego Rivera, Las artes plásticas
en Cuba y Los caballeros de la marea roja, una excelente
novela. Pero quizás por el que más será recordada es por
su ejemplar semblanza de Pablo de la Torriente Brau, el
heroico caballero que dio su sangre por España en armas
en 1936.
89
Loló de la Torriente falleció en La Habana en 1983.
Ahora en ocasión de su centenario, este cronista colom-
biano quiere recordarla con devoción y respeto y al mismo
tiempo desea convertir esta modesta crónica en una rosa
roja en homenaje a quien dio lo mejor de sí misma para
que la sonrisa de los niños se convirtiera en la más her-
mosa cosecha de estrellas terrenales.
92
Queriéndolos, nombrándolos; El autor intelectual; Ritual
de las demonias y otros libros memorables.
También porque dijo cosas como estas:
Aquel ayer este mañana engendra,
despoja de su cáscara a la almendra
que en el recuerdo acendra su sabor.
Fuera la imagen agria, el acto brusco.
En todo hubo belleza y sólo busco
recordar el amor con todo amor...
Y ahora que le decimos adiós al amigo inolvidable, al
maestro, al magnífico repentista y al cubano integral, no
podemos dejar de recordar una décima que este cronista
le escribió en el homenaje que los escritores colombia-
nos le rendimos en 1997:
Lo que yo sé de Viet Nam,
de su poesía combatiente
y de la lírica ardiente
en que el poeta es titán,
se lo debo a Chericián,
pues tradujo con gran celo,
con precisión y desvelo,
a europeos y a palestinos,
a africanos y argelinos,
asaltando al mismo cielo...
En su memoria levantemos una alta copa de océano
feliz y brindemos una vez más por la belleza inagotable
del mar de su poesía.
NUESTRO CHE
94
mos, trataremos siempre de rozar su grandeza, de imitar
su voluntad descomunal, de estudiar su pensamiento.
Hombres como el Che, Fidel, Bolívar o Martí, son todos
los hombres. Están hechos del mismo barro que noso-
tros, pero nos superan porque disciplinaron su mente y
su corazón precisamente para que nosotros fuéramos me-
jores, más libres y más felices. Cuando vuelve a nuestro
recuerdo la imagen hermosa de «su pequeño cadáver de
capitán valiente» en la escuelita de La Higuera, con los
ojos llenos de lágrimas sentimos que hay algo de frus-
trante en nuestros corazones, porque así como asistimos
a diario a la jubilosa construcción de la Revolución cuba-
na, también sentimos que algo nuestro cayó aquel 8 de
octubre de 1967 en la montañas de Bolivia.
Pero esa balanza de nuestro espíritu, esa actitud dialéc-
tica es quizás la mayor lección que nos legó el inolvida-
ble Che, para levantarnos después de cada caída y saber
que podemos ser mejores y que por encima de cualquier
obstáculo tenemos la absoluta certeza de que vamos a
triunfar.
EL HOYO DE LA CALLE F
95
Pues bien, caminando una mañana por el Vedado me
encontré en la viva realidad el equilibrio escheriano de
manos a boca y sin poder salir de su espacio surreal.
Caminaba por la Calle F entre 19 y 21 cuando de pronto
la calle desapareció súbitamente. Vi un puente con un
pequeño muro de cemento como si abajo fluyera un río,
pero no: había un enorme abismo de tierra, pulcro y soli-
tario como un cráter recién llovido.
De pronto, unos angostos caminos protegidos por rejas
me condujeron hacia una monumental construcción lla-
mada Edificio Arcos con tres enormes pisos hacia arriba y
dos extensos hacia abajo. Las diversas puertas mostraban
diminutas escaleras de mármol que subían o bajaban, re-
aparecían y desaparecían sin destino y sin caminantes.
Y luego, diminutos senderos de baldosín que se bifur-
caban formando un laberinto fascinante. Naturalmente el
recorrido, en medio del vértigo por la altura descomunal y
la visión del abismo, obligaban a caminar despacio y
férreamente agarrado a las rejas. A un costado de la edifi-
cación había un balcón adherido a la pared, sin ventanas.
También había una reja con candado que guardaba una
pared de cemento. Una encantadora pesadilla. Al otro lado
del edificio, pequeñas casitas ladeadas como cuando un
niño construye castillos en la arena, con improvisadas puer-
tas y ventanas, daban el toque surrealista al equilibrio.
Y como si fuera poco el asombro, un perro negro con-
templaba mi estupor suspendido en tres patas sobre una
antena de televisión. Era todo un conjunto geométrico
elaborado sobre una dimensión estelar como los dibujos
de El principito, que daba la sensación de que con un
simple vientecillo se podía convertir en polvo y ceniza.
Pero no, la fascinación de este rarísimo islote erigido
en pleno corazón del Vedado consiste en la permanencia
del milagro: conviven allí casas, o mejor, quintas que
parecen castillos feudales, hay murallas hispanas, co-
lumnas griegas abandonadas bajo una palmera, jardines
babilónicos y almenas rusas, relieves audaces y túneles
clausurados.
96
Por un momento recordé el Santuario de Nuestra Se-
ñora de las Lajas, un sortilegio arquitectónico enclavado
sobre los filudos precipicios andinos en el sur de Colom-
bia. Pero no: aquel templo y sus aledaños son figuras
verticales uniformes, en tanto que el contorno del hoyo
de la calle F es un nuevo orden picassiano, una encarna-
ción estival del holandés Escher, un juguete de Joan
Miró, pero sobre todo, una rareza visual para gozarla y
disfrutarla, para sentir su vértigo solar en pleno medio-
día en uno de los sectores más hermosos de la capital
cubana.
97
fender la Revolución y aún, así de frágil, refuerza con un
tono de voz vehemente su voluntad de volver a las trin-
cheras si fuere necesario.
Salgo de la bodega y sigo mi camino, admirando en el
horizonte una hondonada de framboyanes, palmeras, pi-
nos, álamos, buganvillas y carolinas. Un rayo de sol pro-
yecta en nuestros ojos la imagen de una bella quinta rodeada
de artemisas y oréganos como salida de una película de
Visconti o de Humberto Solás. Al llegar a Línea vamos a
la barbería de anchos ventanales circundada por clientes
que fuman, conversan o leen el Granma mientras esperan
su turno.
Al cruzar la luminosa avenida me tropiezo con René,
mi vecino experto en luminotecnia, que me dice antes de
dar un salto hacia el lado opuesto al mío: «En esta bode-
ga están vendiendo ron Castillo a 25, exquisito». «Gra-
cias, bueno, bien». Un guiño mutuo indica la promesa
implícita de que compartiremos un trago en algún mo-
mento y por cualquier motivo en tiempos de reposo.
Seguimos ascendiendo en medio de una soleada tran-
quilidad. Las tiendas panamericanas, o shopping, abren
sus puertas y una docena de mujeres deja sus bolsos en
una recepción mientras otras, curiosas, detallan en el
kiosko donde cuelga un letrero que dice: «Todo por un
dólar». Allí se venden linternas, adornos en marmolina,
relojes de pared, juguetes, muñecas, pintalabios, perfu-
mes, cestos de basura, casetes, pomadas para los dolores
musculares, portarretratos, etcétera.
Enfrente, el Ministerio de Cultura señala un ir y venir de
vehículos, personas que circulan con carpetas y papeles
por entre los jardines frondosos de esa prodigiosa mansión.
Caminando hacia 17, el tráfago vehicular nos descu-
bre el verdadero despertar de la metrópoli habanera y no
es difícil imaginar que se quintuplica por los lados de 23,
en la Rampa, en O, en Infanta y San Lázaro, en Zanja,
por Carlos III, Belascoaín, y desde luego, en Zapata, Bo-
yeros y la ancha e impecable avenida en la Plaza de la
Revolución.
98
Pero ascendemos a 19 y de nuevo encontramos la paz
íntima de los jardines domésticos del Vedado que sólo se
disuelven cuando hacemos la cola en la pescadería. Caras
amigas nos animan a adquirir las latas de atún con ver-
dura, las hamburguesas de pescado, el jurel, las langos-
tas, el loro entero, el pargo y el calamar, con lo cual yo
me sumerjo de la manera más afectuosa en el Océano
Atlántico en pleno, transformado por artes de la poesía
en un inmenso mar de tierra, de sol y de sonrisas felices.
100
TRAVESÍA EN LA GUAGUA 190
101
tia, al ver que se acercaba una parada y seres inamovibles
impedían el paso de quienes debían apearse allí.
Oye, permiso, y gritaban con voces de barítonos y so-
pranos: ¡Per-mi-so! Bueno, dijo una mujer de piel negra
con los dientes separados: ¡No empujen o me quedo
quieta...! ¡Ay, Dios, qué lucha!, decía una anciana para
sí misma. ¡No es fácil!, exclamó un jubilado mirando el
techo del vehículo.
Este continuó su larga marcha por Línea, atravesó el
túnel del mismo nombre, avanzó por Playa, por 31, in-
gresó a Marianao y al punto de la asfixia, por el gentío y
el calor total del mediodía en el más tórrido de los vera-
nos habaneros, escuché risas, comentarios sinuosos y
suspiros, mientras una ardiente mulata de gloriosas
redondeces se abría paso a codazos por entre el gentío.
Enseguida evoqué al gran Nicolás Guillén:
Signo de selva el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y tu caimán oscuro
nadando en el Zambembe de tus ojos.
102
entrañable no sólo para Cuba sino para todos los hom-
bres de buena voluntady es el poeta para niños. Para
niños pequeños y para niños como él, de todas las eda-
des. O como reza en el subtítulo de su libro Por el mar de
las Antillas anda un barco de papel: poemas para niños
mayores de edad.
Pues bien, Guillén siempre hizo guiños festivos en los
que el eterno niño o diablillo interior, saltaba de pronto y
se montaba en uno o dos versos candentes. Su única obra
de teatro se llamó precisamente Poema con niños y allí
pone a jugar a infantes de las diversas razas o etnias huma-
nas. En El gran Zoo, su vena abierta y libre hace de su
expresión una verdadera fiesta del humor y la imaginación.
Allí, «sola, en su jaula mínima,/ dormitando/ la Pajarita
de Papel», abre la puerta al circo multicolor y vital recrea-
do por Guillén:
La foca es una gran señora arponeada en la calle, la
jirafa es una catedrática de Oxford, el tigre parece un
gánster, y el gánster es un bull-dog, el reloj es un
quiróptero.
Pero la delicia de los niños está más directamente pla-
neada en poemas como:
Dos venaditos que se encontraron,
buenos amigos los dos quedaron;
grandes amigos los dos quedaron,
dos venaditos que se encontraron.
104
agosto de 1926 hasta el momento cimero en que lidera la
monumental Batalla de Ideas, con la cual ya está cose-
chando nuevas y contundentes victorias sobre sus desdi-
chados adversarios.
Estela Bravo ha consultado fuentes de diversa índole
que en su lenguaje, estilo y punto de vista, califican a una
personalidad tan controvertida y discutida en el panorama
mundial. La vida del líder aparece junto a los sucesos más
sobresalientes del momento en que se desarrolla cada ciclo
vital y con ello se registra de manera inequívoca, la impor-
tancia indiscutible de la Revolución cubana, no sólo en la
historia de la isla y de Nuestra América, sino en la de los
pueblos de África, del Tercer Mundo, la Unión Soviética y
los propios Estados Unidos.
El documental presenta a Fidel en todas sus edades:
el niño con sus padres, el adolescente jugando al béisbol,
el estudiante interviniendo en mítines contra la dictadu-
ra, el asalto al Cuartel Moncada, la cárcel, el exilio, la
amistad con el Che, el triunfo de la Revolución, sus pri-
meros viajes a Estados Unidos ya como Jefe de Estado y
la inconmensurable personalidad y el carisma de este líder
desde su juventud hasta nuestros días; los momentos
cruciales de Girón, de la Crisis de Octubre, la solidaridad
con los pueblos de Angola, Sudáfrica y otros que final-
mente gracias a la ayuda y orientación de Fidel son libe-
rados de sus yugos coloniales; la batalla por la devolución
del niño Elián y su creciente prestigio en todas las capas
de la actividad humana, incluido el cerrado círculo de
capitalistas de Wall Street.
Son igualmente maravillosos los testimonios acerca
de su personalidad, manifestados por Nelson Mandela,
Harry Belafonte, el investigador Peter Bourne, el direc-
tor cinematográfico Sidney Pollak, la escritora Alice
Walker, la mítica revolucionaria norteamericana Ángela
Davis y el novelista y Premio Nobel de Literatura, Gabriel
García Márquez.
Este documental, que será estrenado en los próximos
días en el Festival Internacional de Cine de Toronto y
105
que en la actualidad está siendo admirado en 40 ciuda-
des de Estados Unidos, está enfocado con gran objetivi-
dad. Allí el ser humano y el político se confunden y se
tornan una sola y maravillosa personalidad, excepcional,
humanista y visionaria.
Al terminar el film, no podemos menos que exclamar
«Gracias, Fidel»! por existir, y repetir con Pablo Neruda
aquellos versos de su Canción de gesta, con los cuales
celebró el advenimiento de la Revolución cubana:
Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen
palabras en acción y hechos que cantan.
Por eso desde lejos yo te ofrezco
una copa de vino de mi patria...
107
Quien la vea no quiera
otra gracia, otro don,
en el agua que corre,
en el agua que canta,
busco encontrar la forma
que el alma me arrebata.
Y que siga disfrutando los honores que su pueblo le
está deparando en este venturoso 2003 a este gran poe-
ta, gran amigo y gran ser humano.
EL EQUÍVOCO ESPLENDOR
108
Pero... ¡ay! Un bramido en la lejanía amenaza con una
tempestad de fuego que arrasará proyectos, sueños y
canciones.
Es posible, poetas de todo el mundo, que en pocas se-
manas o en pocos días ni la bella adolescente, ni los cen-
tenares de muchachos soñadores, ni las mujeres que
esconden en su vientre el habitante desconocido que es-
pera su día germinal, estén vivos o se hallarán heridos o
mutilados. Pueden desaparecer de un solo golpe inespera-
do como en las pestes medievales o en sufrida tortura co-
lectiva como en las peores degollinas de la historia.
Una generación de niños y de jóvenes nacidos a partir
de 1970 puede borrarse de la faz de la tierra por arte de la
magia negra de un loco que se ha instalado fraudulenta-
mente en la silla de Abraham Lincoln. Un ser arrogante y
codicioso con ojos de payaso depravado quiere imponer
la dictadura global a toda costa, con el fin de culminar la
macabra obra de su padre.
El nuevo Führer ha declarado que «Dios no es neutral»
y procede a invadir el territorio del antiguo paraíso terre-
nal, entre el Tigris y el Éufrates, erigiéndose en el gran
vicediós, por encima del papa y de los demás represen-
tantes de las distintas religiones, que están clamando
desesperadamente por la paz.
Hace más de sesenta años, el ejército más poderoso
jamás visto en la historia, bajo la batuta de Adolfo Hitler,
un criminal degenerado y paranoico, se lanzó a la con-
quista del mundo desatando una hemorragia brutal, ame-
nazando y agrediendo a un mismo tiempo, con inusitada
prepotencia a la antigua Unión Soviética, a la Gran Bre-
taña, al milenario Egipto, a los Balcanes y a Norteamérica.
En esta trágica aventura, genialmente caricaturizada
por Charles Chaplin, lo acompañaron tres aliados espe-
luznantes: Mussolini de Italia, Tojo del Japón Imperial,
y el enano física y químicamente enano Francisco Franco
de España. Lo que les sucedió a estos remedos de dioses
en 1945 es bien sabido por todos.
109
Ahora, el señor George W. Bush con sus sonrientes
testaferros, Blair de Inglaterra, Sharon de Sabra y Shatila,
y el enano física y químicamente enano José María
Aznar de España, integrantes del autodenominado Eje
del Bien, se lanzarán como dragones hambrientos a de-
vorar el corazón de petróleo de la antigua Persia para que-
darse con él y con sus sagrados tesoros milenarios, a
imitación del mariscal Göering, que asaltaba museos y
joyerías en Europa.
Y por esa codicia geopolítica y financiera, por el capri-
cho de una pandilla de desquiciados, van a morir dentro
de pocos días millares de inocentes, no sólo iraquíes sino
también norteamericanos y de otras latitudes.
Hago un llamado a los poetas del mundo para que con-
viertan sus versos en rutilantes imprecaciones y en true-
nos verbales, no sólo contra el genocidio que se avecina,
sino contra la cortina de mentiras y tergiversaciones con
que los grandes medios de comunicación de las Améri-
cas pretenden confundir a las gentes buenas y nobles de
este mundo, y podamos así permitir que todos los seres
humanos, especialmente los jóvenes, puedan llevar a cabo
sus fantasías y proyectos personales y que las únicas
ráfagas de fuego que caigan sobre ellos sean las del amor
y la pasión, y que los orates que pretenden gobernar al
mundo sean conducidos por sus propias sociedades al
Gran Manicomio del Olvido, no lejos del Basurero de la
Historia, para que allí vivan para siempre su equívoco
esplendor patibulario.
EL ESPÍRITU ECUMÉNICO
111
Tekla es muy apreciada por su obra en la Orden, la que
ha dirigido con éxito por más de veinte años».
La institución religiosa aportó importantes sumas al
proyecto y por su parte Cuba, a través de los planes de
reconstrucción de La Habana Vieja, facilitó el local ade-
cuado y ayuda constructiva para esta obra.
«Hoy, declaró Fidel, inauguramos no una escuela, un
policlínico, una fábrica, un hotel u otras de las miles de
obras sociales o económicas realizadas por la Revolución,
sino la sede de una noble, simbólica y prestigiosa insti-
tución religiosa».
¡Qué gran ejemplo para el resto del mundo, especial-
mente en aquellas naciones donde las jerarquías católi-
cas le dan la espalda a sus deberes de amor al prójimo y
bendicen las metrallas represivas de los tiranos. Al final
de este maravilloso acto, Fidel expresó su deseo de que
en ese lugar siempre predomine el espíritu ecuménico, y
a su vez, el enviado papal, el cardenal Crezencio Sepe
leyó una carta personal del Sumo Pontífice Juan Pablo II
en la que expresa que quiere mucho a Cuba. Qué hermo-
sas luces de paz y fraternidad se encienden mientras en
otros lugares se está predicando el odio, la intolerancia,
el despojo y la guerra!
BAGDAD EN EL CORAZÓN
113
del aroma de azahares
de beduinos en sus tiendas
de secretas encomiendas
de lámparas de Bagdad,
y dátiles de Riyad
brotó la historia más bella
de América la epopeya:
«Cien años de soledad».
En la América Latina
y en el mágico Caribe
la huella árabe vive
como saeta divina.
Es señal que no termina,
está impresa en nuestra piel,
es más dulce que la miel
bella como Scherezada
es fuerte y es delicada
como tallo de clavel...
Oj-Alá (Quiera Dios en árabe) que las dramáticas horas
que vive el pueblo iraquí pasen pronto. Las cosas se co-
locarán en su justo lugar. Es incalculable el número de
palabras que hablamos, pensamos y escribimos que pro-
vienen del idioma árabe: azul es quizás la más bella, pero
también están alhambra, almohada, alcohol, almacén, ál-
gebra, alhaja, alfombra, jardín, ajedrez, sésamo, jarsha y
alberca. Entretanto, mientras retorna el sol, digamos que:
Nos hemos enriquecido
con palabras por millares
que son miles de cantares
que en nuestra boca han nacido
cuando las hemos llovido.
Palabras con luz y aroma
que han recreado el idioma
que en esta América hablamos
y con la que recitamos
versos donde el sol se asoma.
114
EUROPA: DE ANA BOLENA A ANA
BOTELLA
115
Europa otra vez en el centro de la controversia. Ingla-
terra y España, los dos imperios de antaño, tomando alas
sin consultar a sus moradores, que desde luego repudian
las decisiones de sus gobernantes.
Muy poco se ha civilizado Europa. En quinientos años,
del imperio de Ana Bolena al reino de Ana Botella, ha
pasado mucha sangre bajo los puentes, pero la esencia
imperial no ha variado un ápice. No tenemos la menor
duda de que los pueblos los juzgarán, los desaprobarán,
los castigarán. Un alto grado de conciencia, de amor y de
solidaridad por la humanidad se está apoderando del
mundo. Y ese fantasma tiene que asustar a los Blair y a los
Aznares del viejo continente. Ese fantasma está recorrien-
do Europa. Sin duda alguna.
116
belle époque, departían escritores de todas las latitudes y lo
siguen haciendo cuando hacen una parada en el camino.
Allí Carpentier conversó dos o tres palabras con el autor de
El viejo y el mar y también el joven Lisandro Otero se en-
contró con el coloso del Kilimanjaro.
Pero sólo es salir de allí y encontraremos tres librerías
que colman gustos, sabores, colores, autores, géneros y
estéticas: está el Ateneo Cervantes con lo mejor de la
literatura cubana, en ediciones antiguas, cuarentonas,
hasta las más recientes, las presentadas en la última Feria
Internacional del Libro. También hay casetes con la mú-
sica que amamos de esta Cuba linda, desde los Matamo-
ros, Celina y Reutilio, el Benny, Elena Burke, Rita
Montaner, Ignacio Cer vantes, Ignacio Villa, Lecuona,
Gonzalo Roig, Rodrigo Prats hasta la Nueva Trova,
Teresita Fernández, Liuba María Hevia, y en fin, las mil y
una voces de la isla infinita. Y muchas revistas y muchos
incunables.
Al lado, está para la consulta selectiva, la sala de lectu-
ra del Fondo de Cultura Económica de México en La Ha-
bana, con la inmensa producción ya clásica en la que cuatro
o cinco generaciones de latinoamericanos bebimos lo mejor
de nuestros poetas, narradores y ensayistas. Y al frente,
está la gigantesca librería La Moderna Poesía con el riquí-
simo catálogo de la actualidad bibliográfica hispanopar-
lante. Pienso con Lezama que quizás ahí está la mejor
esquina del mundo, porque si el paraíso es, como quería
Borges, un biblioteca infinita, en esas tres bibliotecas
habaneras, a la entrada de Obispo, podríamos estar sabo-
reando las primeras mieles del paraíso:
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una Biblioteca.
[...]
117
que soy el otro, el muerto, el que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
[...]
118
Entre Villegas y Aguacate encontramos la mueblería
El Sol Naciente, frente a una camisería y sastrería de
porte tradicional. Sobresale entre el bullicio infantil y la
alegría pioneril, la Escuela Primaria José Martí, el Bos-
que Bologna, lleno de parejas, enredaderas y ricos platos
cubanos, y en la esquina, monumental, La Francia, nu-
trida de sedas, lanas y todo tipo de confecciones. Imposi-
ble caminar, turistas de España, Francia, Canadá, México,
Italia, esplendorosas mulatas de Cuba y del resto del
Caribe, colombianos tímidos y estudiantes latinoameri-
canos de las escuelas de medicina y deportes; centenares
de parejas de enamorados, niños, sonrisas, ancianas,
hombres, van y vienen, vamos y venimos por la fascinan-
te calle de Lezama, envueltos en el hechizo de cada paso
sorpresivo, bajo el cielo más hermoso del mundo.
Entre Aguacate y Compostela es la alegría de los niños:
en el almacén Topeka hay multitud de juguetes peque-
ños, grandes, anchos, angostos, multicolores, coches,
copitos para las orejas, aguas de colonia y útiles para el
bebé, y de pronto, oh sorpresa, una hermosa, rutilante y
rojísima réplica reducida del famoso transporte
Transmilenio, que recorre de cabo a rabo la inmensa ciu-
dad de Bogotá, la populosa capital de Colombia.
Al frente, en un local llamado Langwith descubrimos
tras los cristales, a una delicada dama peluqueando a un
hermoso perro Chow Chow, mientras otra profesional de
la estética canina le arregla las uñas. Al fondo, existe
toda clase de implementos y alimentos para perros, gatos
y similares.
Pero hay que hacer un alto en la travesía y entre
Compostela y la calle Habana, exactamente en la esqui-
na, entramos al bar La Dichosa, donde una linda cubana
interpreta Aunque quiera olvidarte de Miguel Matamo-
ros, acompañada de dos o tres músicos. Allí nos senta-
mos, pedimos mojitos y nos sumergimos en los aires
nostálgicos de infancia y juventud, como Lágrimas ne-
gras, Mucho corazón, Yényere cumá la buena noche y
otros maravillosos que nos encienden el alma.
119
CAMINATA POR OBISPO (III)
120
doctor Figueroa, fosfato de creosota, salicilato de metilo,
ácido bromhídrico, aguas de colonia de Vetiver, fécula de
patatas, sagú (imaginen mi emoción: fue el último alimento
ingerido por el Libertador Simón Bolívar en Santa Marta),
manteca de cocodrilo, alvey, jengibre y eucaliptus, entre
otros muchos medicamentos y químicos allí exhibidos.
Un enorme parqueadero (o aparcadero) viene a ser a
nuestros ojos como un respiro, un oasis para tanta y
sucesiva emoción.
Hacemos un nuevo alto. El caminante se sienta mien-
tras un concierto de pájaros le da la bienvenida desde un
alto árbol de almendro y con aquella inusitada sinfonía
alada, al caer la tarde sobre la bella Habana, nos prome-
temos continuar nuestra caminata por la calle Obispo
iluminada por senderos de sorpresas y hechizos.
121
con el oficio del mar, a los marineros, pescadores, tripu-
lantes de embarcaciones, etcétera.
Termina la calle en el Café París, exuberante de músi-
cos y música, de parejas venidas de todos los puntos
cardinales y de todas las latitudes del planeta, como si
encontraran en Cuba el punto inicial de su corazón.
Entre San Ignacio y Calle de los Mercaderes se levanta
un majestuoso edificio, ahora en proceso de remodelación:
el antiguo convento de Santo Domingo. La Oficina del
Historiador de la Ciudad dirige tan maravilloso proyecto.
En la acera de enfrente venden un café exquisito a 80
centavos, moneda nacional. Se llama Bar Restaurante La
Luz y en sus altos se encuentra el Café Santo Domingo,
donde la cerveza helada abunda y reconforta.
Avanzamos, con el propósito de coronar la recta final de
la calle Obispo, antes de llegar a la Plaza de Armas, pero
es de sagrada obligación detenernos en una réplica de la
droguería Johnson: la Farmacia Taquechel, más pequeña
que la anterior, pero igualmente catedralicia y singular.
También allí abundan los pomos y las ánforas, las
estatuillas con los bustos de sus fundadores y el torren-
te de medicamentos con que los especialistas, o mejor,
los farmaceutas curaban los males y las enfermedades
conocidas. Por ello, entre aromas de bálsamos sagrados
y ungüentos exóticos, para nosotros, desde luego, en-
contramos los rótulos enfrascasdos de la raíz de Espar,
carbonato de zinc, lactofosfato de cal soluble, caolín,
corteza de quina, sasafrás, sándalo rojo, goma arábiga y
extracto de papayina. Y en forma más actual, frascos
que anuncian las mermeladas de la larga vida, como la
miel de abejas, el propóleo y la jalea real.
No es sino salir de allí y encontrarnos de manos a boca
con el famoso hotel Ambos Mundos, con música valseada
de Johann Strauss, Franz Lehar y Wartuphel, interpretada
por un virtuoso pianista de melena nívea, vestido de blan-
co sobre el teclado de un piano igualmente blanco. Allí se
conserva intacta, la habitación que ocupó el novelista
Ernest Hemingway en uno de los mejores momentos de
122
su vida creadora. Igualmente, hay decenas de fotos del
escritor y souvenirs alusivos a este acontecimiento. De
ahí en adelante, Obispo llega a su fin y la Plaza de Armas
enciende sus luces y sus ritmos infinitos.
NERUDA EN EL CORAZÓN
123
Residencia en la tierra, esa catedral de palabras
fosforescentes. Con ellas, su verbo se elevó a la máxima
cumbre y alteró para siempre el idioma español.
Luego viene el poeta civil de España en llamas, cuan-
do ve morir ejecutado por los franquistas a su entrañable
amigo el poeta del Romancero gitano, Federico García
Lorca, y entonces su poesía cambiará radicalmente:
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal
Venid a ver la sangre por las calles...
Y durante la segunda guerra mundial, cuando los arro-
gantes atracadores penetraron de noche en la santa Ru-
sia del proletariado, donde las hordas nazis olieron la
derrota por primera vez y en adelante no volverían a ver
victoria alguna:
Los que Praga la Bella sobre lágrimas
sobre lo enmudecido y traicionado,
pasaron pisoteando sus heridas
murieron en Stalingrado.
[...]
Los que España quemaron y rompieron
dejando el corazón encadenado
de esa madre de encinos y guerreros,
se pudren a tus pies Stalingrado.
Es el mismo Neruda colosal y brillante, que reinventa
y reinaugura a América en su portentoso Canto general,
el último libro que leyera el Che Guevara en las monta-
ñas de Bolivia. El Neruda vigoroso, el primer poeta en el
mundo que escribió un libro dedicado a la Revolución
cubana, Canción de gesta, publicado en La Habana el
26 de julio de 1960: «Fidel, Fidel los pueblos te agrade-
cen...». En 1965 cuando los marines norteamericanos
124
agreden el territorio de la República Dominicana, escribe
una cuarteta terrible y certera:
Me gusta en Nueva York el yanki vivo
y sus lindas muchachas por supuesto,
pero en Santo Domingo y en Vietnam
prefiero norteamericanos muertos...
Pero que luego regresa el amor, a la dulzura de su amor
otoñal con la musa definitiva, Matilde Urrutia a quien
cantará sin descanso en 20 libros felices y aguerridos.
Es la hora, amor mío, de apartar esta rosa sombría,
cerrar las estrellas, enterrar la ceniza en la tierra:
y en la insurrección de la luz, despertar con los que
[despertaron
o seguir en el sueño alcanzando la otra orilla del mar
[que no tiene otra orilla.
126
desfilan por las calles de La Habana
y con Fidel glorioso en la mañana
cantan en coro «La Internacional».
127
Cuba vivía entonces, en 1953, una de las más sombrías
y sangrientas páginas de su historia. Sus infames gober-
nantes oprimían, torturaban, desaparecían estudiantes,
abaleaban inocentes, masacraban y pisoteaban a sus pro-
pios hermanos. De ahí que el inmortal poeta Pablo Neruda
cantara así la gesta heroica iniciada el 26 de Julio:
Pero cuando torturas y tinieblas
parecen apagar el aire libre
y no se ve la espuma de las olas
sino la sangre entre los arrecifes,
surge la mano de Fidel y en ella
Cuba, la rosa limpia del Caribe.
Y así demuestra con su luz la Historia
que el hombre modifica lo que existe
y si lleva al combate la pureza
se abre en su honor la primavera insigne:
atrás queda la noche del tirano,
su crueldad y sus ojos insensibles,
el oro arrebatado por sus uñas,
sus mercenarios, sus jueces caníbales,
sus altos monumentos sostenidos
por el tormento, el deshonor y el crimen:
todo cae en el polvo de los muertos
cuando el pueblo establece sus violines
y mirando de frente corta y canta,
corta el odio de sombras y mastines,
canta y levanta estrellas con su canto
y corta las tinieblas con fusiles.
Y así surgió Fidel cortando sombras
para que amanecieran los jazmines...
128
ÍNDICE
Amanecer en La Habana / 3
La Habana culta / 4
Nicolás Guillén en Colombia / 5
La Habana en cuerpo y alma / 7
Los elegidos en los años cero / 8
Alejandro Gómez Roa, juglar de la Revolución / 11
Colombianos con Antonio Maceo / 13
La universidad de los pobres de la Tierra / 16
Cuarenta años de Radio Habana Cuba / 17
Evocación de Carlos Rafael Rodríguez / 19
Paseo por la literatura cubana / 21
Flor de flores de Cuba / 22
El hermoso verano / 24
Ojos habaneros / 26
Cuba es la sonrisa de América / 28
¿Cinismo o sin istmo? / 30
«El cartero de Neruda» / 31
Una profecía de mi padre / 33
La reina de las cosas / 35
La mujer en la Revolución / 37
La Revolución defendida / 39
Una estrella para cada niño / 40
Monólogo del caminante / 42
La amarga lección de Las Cruzadas / 43
Lectura de La Edad de Oro / 45
El Barrio Chino de La Habana / 47
Elogio del libro / 49
Gabriela Mistral y Cuba / 50
Travesía por el goce estético / 52
129
La fortaleza del libro / 54
Un paseo por Neptuno (I) / 55
Un paseo por Neptuno (II) / 57
Un paseo por Neptuno (III) / 58
Un salvadoreño solidario / 60
Esplendor y tragedia en Cecilia Valdés / 61
Teófilo el grande / 62
«La escuela de Gabo» / 64
La divina Alicia Alonso / 66
Centenario de Dulce María Loynaz / 67
La decadencia del imperio / 69
Martí para todos los tiempos / 70
Martí y colombia / 72
Elegía a Manuel González Bello / 74
Fútbol a toda hora / 75
Los bares de la Habana / 77
Nicolás Guillén, periodista (I) / 79
Nicolás Guillén, periodista (II) / 81
Cuba, potencia cultural / 83
Furia y fuego en Manuel Navarro Luna / 84
El premio Casa de las Américas / 86
Cien años de Loló de la Torriente / 88
En las entrañas del Monstruo / 90
Réquiem por David Chericián / 91
Nuestro Che / 93
El hoyo de la calle f / 95
Un poco antes de las 10:00 a.m. / 97
Gabo en primera persona / 99
Travesía en la guagua 190 / 101
Guillén y los niños / 102
Fidel: La historia no contada / 104
Órbita de Pablo Armando Fernández / 106
El equívoco esplendor / 108
130
El espíritu ecuménico / 110
Bagdad en el corazón / 112
Europa: De Ana Bolena a Ana Botella / 115
Caminata por Obispo (I) / 116
Caminata por Oobispo (II) / 118
Caminata por Obispo (III) / 120
Caminata por Obispo (IV) / 121
Neruda en el corazón / 123
Primero de Mayo en La Habana / 125
Cincuentenario del 26 de Julio / 127
131