Crónicas Del Milenio

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 131

CRÓNICAS

DEL MILENIO

José Luis Díaz-Granados

1
© 2004 José Luis Díaz-Granados
© 2004 Pablo de la Torriente, Editorial
Unión de Periodistas de Cuba
Calle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana
Edición: Miriam Pérez
Diseño: Tony Gómez
Corrección: Miriam Pérez
Diagramación: Miriam Pérez

2
AMANECER EN LA HABANA

En mi ya remota adolescencia, a finales de los años 50,


leí una deliciosa novela de Hemingway titulada Tener y
no tener, cuyo ambiente habanero hace que el lector se
sumerja de tal forma en el universo maravilloso de esta
ciudad feliz, que se llega a sentir hasta su temperatura
estival y el frescor húmedo de su esplendoroso océano.
Recuerdo que comenzaba más o menos así: «¿Quiere
usted saber cómo es un amanecer en La Habana?», y pa-
saba enseguida a elaborar la transposición de la realidad
más asombrosa y fiel de la bella ciudad.
Con la obsesión de saber en verdad cómo era, o mejor,
cómo es, un amanecer en La Habana, dejé pasar largos días
con sus noches hasta que en algún momento de mi vida, al
regreso de un viaje por la Unión Soviética, me encontré con
que al despertar dentro de un enorme avión Tupolev que
me traía de Moscú y de Shannon, tenía frente a mis ojos un
espléndido sol matinal, tranquilo y bermejo, como el des-
crito por Hemingway en su mencionada novela.
Regresé feliz a mi patria, pero aún no había llegado el
tiempo de los jubilosos amaneceres en La Habana.
Poco tiempo después estuve en Cuba, pero mis ma-
drugadas y amaneceres me cobijaron entre exuberantes
palmares en Caimito, en el Campamento Internacional
Julio Antonio Mella.
Pero un día, en mi tercer viaje a la isla, entre amigos
colombianos y cubanos, disfrutando de unos sorbos de
ron añejo, frente al Malecón, heme aquí que de súbito, en
el horizonte marino comenzó a emerger un globo anaran-
jado y febril que parecía copiar la ficción.
Era como si el espíritu de Ernest Hemingway estuviera
recreando la realidad y reinventando su novela, dándole
pinceladas al más hermoso amanecer de La Habana en los
años 30.
No solamente recordé la novela del connotado novelista
y premio Nobel, sino que me invadió una inmensa emo-
3
ción, al tiempo que de mis labios salieron las líneas de una
canción del Inquieto Anacobero, que a principios de 1959
llegó a Colombia, y que decían: «Ha llegado un nuevo año/
con un precioso amanecer./ Levántate, pueblo cubano...» y
lanzaba un vibrante ¡Viva Fidel Castro!, que nos envolvía y
conmocionaba. Desde entonces, queridos amigos, ver ama-
necer en La Habana se ha convertido para mí en el más
sagrado ritual con que inicio los trabajos y los días.

LA HABANA CULTA

Una de las cosas gratas de vivir en La Habana es el am-


biente de cultura permanente que se respira en todo su
acontecer cotidiano. Las puertas de los cines y de las
salas de teatro están atestadas de gente expectante que
desea devorar nuevas dimensiones de la ficción.
La pasada Feria Internacional del Libro se vio anegada
de millares de personas, en su mayoría niños, que felices
portaban libros de diversa índole y de los diferentes gé-
neros literarios. Las galerías profundizan la realidad con
los trazos y los colores, con las formas y las figuras que
los pintores y escultores extraen de su conciencia pro-
funda. Ni hablar de las salas de concierto y de las pistas
de baile, tanto populares como de danza clásica, en los
cuatro puntos cardinales de la bella Habana. Allí están
los capitalinos disfrutando del goce espiritual del arte,
del deleite estético que sólo puede producir la belleza en
cualquiera de sus manifestaciones humanas.
Con frecuencia me detengo en las librerías habaneras y
siempre me encuentro con sorpresas bibliográficas que en
más de una ocasión me han deparado la mayor alegría o la
mayor frustración. Esto último, si no tengo para adquirir el
libro... pues horas después, o al día siguiente, otro bibliófi-

4
lo ya lo ha comprado. Me pasó con una Antolojía (así, con
j) de Juan Ramón Jiménez, aquel varón obsedido por la
pureza verbal, que solía ir periódicamente a sanatorios y a
clínicas psiquiátricas postrado por tremendas depresiones
y neurosis a causa de su excesivo perfeccionismo. Aquella
vez, por lo menos pude ojear (con h y sin h) algunas pági-
nas del libro y encontré un brevísimo poema, casi un jai-
ku, que evidentemente era una autocrítica a su severa manía
de corregir, buscando exactitud. El poema decía: «No la
toques ya más/ que así es la rosa!...» Por cierto, que fueron
muchas las calles de La Habana Vieja y del Vedado, sobre
todo en 19 y E, que el célebre autor de Platero y yo recorrió
en compañía de su bella e inolvidable compañera: Zenobia
Camprubí, la más genial traductora de Rabindranath Tagore.
Pues esa magia artística que cobija las casas y
framboyanes de La Habana se transparenta en el lengua-
je coloquial de sus habitantes. Todos aman la poesía, las
cosas perdurables, el asombro ante una metáfora, el des-
garramiento interior del cier vo herido de que hablara
Martí, el gran poeta del modernismo literario, entre otros
múltiples atributos... Por eso, y desde luego, por muchas
cosas más, es que me siento bien, realizado y jubiloso, al
estar viviendo en La Habana...

NICOLÁS GUILLÉN EN COLOMBIA

Hace pocos días compré en una librería de Centro Habana,


Páginas vueltas, el libro de memorias del poeta cubano
Nicolás Guillén, en el que relata con lujo de detalles su
visita a Suramérica a mediados de la década de los años 40.
Allí destaca de manera singular la travesía realizada por
Colombia, mi patria, que coincidió con las elecciones de
mayo de 1946.

5
El Poeta Nacional de Cuba relata allí su enorme triste-
za cuando supo de la victoria del candidato conservador
Ospina Pérez, motivada por la división liberal entre los
candidatos Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán. No so-
lamente lo deprimió el ascenso de la derecha en Colom-
bia, sino que por primera vez sufría los rigores de una
ciudad andina, y que, para colmos, acababa de salir de las
solemnidades de la Semana Santa. Entonces, con sobre-
todo, el poeta se transformaba en «un plantígrado solemne
y voluminoso, tal vez un oso pardo». Sin embargo, a los
pocos días viajó a Cartagena y allí, entre «negros, mulatos,
hembras rítmicas y carnales, hablar rápido y estentóreo»,
se sintió feliz.
Conoció al maravilloso Tuerto López, el celebrado autor
del soneto a los zapatos viejos, al poeta Jorge Artel (quien
falleció en 1994, siendo presidente de la Casa Colombo-
Cubana en Barranquilla) y a una serie de personajes típi-
cos de la Ciudad Heroica.
Luego viajó a Barranquilla y llevó a cabo la legendaria
travesía por el río Magdalena –inspirador de un canto
muy conocido–, que lo llevó hasta Barrancabermeja, la
capital de los trabajadores de Colombia, donde «cientos
de obreros compran cada sábado largas y dolorosas enfer-
medades con los ahorros de la semana» y de «donde brota
incansablemente el aceite petrolero para llegar al buque-
tanque extranjero...».
En ese puerto colombiano, escenario de centenares de
luchas obreras contra el monopolio extranjero, el diri-
gente comunista Gilberto Vieira le obsequió a Guillén un
ejemplar del libro Cantos populares de mi tierra, del poeta
momposino y aguerrido activista radical Candelario Obeso,
obra que dejaría en el corazón del cubano una profunda
conmoción estética.
También reveló Guillén en su crónica colombiana que
bebió abundante ron Viejo de Caldas, en medio de «chori-
zos medio crudos, huevos cocidos y patacones», mientras
ensayaba con sus compañeros de viaje a memorizar la
letra de una canción muy famosa entonces: La gota fría.

6
Guillén regresó a Bogotá, siguió a Cali y prosiguió gira
por Suramérica hasta llegar a Chile, donde fue huésped
de Pablo Neruda durante algunos meses. También estu-
vo en Argentina, Uruguay y Brasil.
En 1985 volvió a estar en Colombia. En esta ocasión,
la altura de Bogotá le impidió llegar hasta la capital, por lo
que recibió en Medellín una importante condecoración del
Instituto Caro y Cuervo. Allí fue muy emocionante el
reencuentro con su viejo amigo y camarada Luis Vidales,
quien acababa de obtener el premio Lenin de la Paz, el
cual se había otorgado a Guillén muchos años atrás.

LA HABANA EN CUERPO Y ALMA

Una de las cosas que más me exalta, emociona y conmue-


ve de esta bella Habana es el detallado historial que guar-
da en cada piedra, en cada losa, en cada calle, en cada
esquina, en cada edificación: ese detalle histórico que in-
dica que allí, en ese sitio preciso, se llevó a cabo un acon-
tecimiento que fue clave, que agregó un granito de arena o
que fue definitivo en la consolidación de la epopeya revo-
lucionaria.
Las palabras, que todo lo perpetúan, señalan allí en la
placa o junto al busto o alegoría, que hubo un instante
en el río interminable de la existencia, en que pareció
detenerse el tiempo porque un hombre o varios o mu-
chos, arriesgaron su luz entre dos misterios, para que
Cuba fuera mejor, más grande, más justa y más digna,
como en efecto lo es desde el 1ro de enero de 1959.
No existe hecho, por pequeño que sea (o que parezca)
que en su contribución al engrandecimiento y soberanía
de la patria cubana, no se registre de una u otra manera a
todo lo largo y ancho de la isla. Pero me llama la atención,
aquí en La Habana, admirar una habitación, una sala o un
7
aposento, convertidos en pequeños altares de la patria
–como denominamos en Colombia a los sitios sagrados de
la lucha bolivariana– para eterna reverencia y gratitud por
parte de las presentes y futuras generaciones.
Por eso el extranjero que visita esta isla maravillosa se
asombra grandemente cuando comprueba la unidad
monolítica de los cubanos. Todos unidos en una misma
identidad cultural, política y ética y movidos por un mismo
e inamovible ideal: la defensa de sus logros, de su sobera-
nía, de su revolución, de su patria socialista.
Martí, Maceo, Máximo Gómez, Céspedes, Mella, Ca-
milo, Abel, Haydée, Celia, el Che y tantos centenares de
hombres y mujeres heroicos y tantos seres que no sola-
mente lucharon por la libertad e independencia de Cuba
sino que prolongaron la epopeya en la hermosa y extraor-
dinaria solidaridad internacionalista, se hacen acreedo-
res de la admiración y el respeto perpetuos. A mí me
conmueve ver nombres desconocidos, y por lo tanto, suelo
preguntar por sus hazañas, en las escuelas, hospitales,
instituciones, en los CDR, en las granjas e institutos
culturales, deportivos y científicos.
Puedo pasar largas horas recorriendo La Habana en bus-
ca de sorpresivos recordatorios de nombres que por su
voluntad de lucha o por su aporte al engrandecimiento de
la patria en cualquiera de los terrenos de la actividad hu-
mana, son dignos de la eterna gratitud de los hombres.
La Habana, que indiscutiblemente es una de las ciu-
dades más bellas del orbe, acrecienta así no sólo su
hermosura sino su magnificencia. Guardando cada peda-
cito de historia, la ciudad está mostrando la verdadera
sustancia de su alma.

LOS ELEGIDOS EN LOS AÑOS CERO

Es muy raro que yo deje de ver o de escuchar con aten-


ción alguna mesa redonda informativa o instructiva, que

8
la televisión cubana transmite diariamente al igual que
Radio Habana Cuba, junto con otros medios informati-
vos. Siempre me sumerjo en sus diferentes temáticas con
concentrada atención y sacando siempre positivas y cons-
tructivas conclusiones. En días pasados, observando toda
la parafernalia del circo electoral norteamericano que dio
como resultado el triunfo espúreo del señor George W.
Bush como nuevo inquilino de la Casa Blanca, recordé
el artículo algo tenebroso por su contenido, pero no por
ello certero, publicado hace unos 30 o 35 años por los
autores franceses Pawels y Bergiere en su famoso libro
El retorno de los brujos.
Allí aparece una lista de gobernantes de Estados Uni-
dos de Norteamérica que tuvieron la mala suerte de salir
electos en años terminados en cero (0), o sea que, tenien-
do en cuenta que la elección presidencial se lleva a cabo
cada cuatrenio, entonces de 20 en 20, se escoge allí un
mandatario en año terminado en el extraño número.
Comencemos por la primera víctima de este vaticinio,
que bien podemos libremente interpretar como super-
chería o simple casualidad: el presidente William
Harrison, elegido en 1840. Pocas semanas después
murió de modo repentino, dejando a su sucesor, John
Taylor, numerosos problemas domésticos.
Veinte años después, en 1860, es electo Abraham
Lincoln, el emancipador, el hombre que abolió la esclavi-
tud en su país. Pues un sudista exaltado y fanático lo
asesinó en 1865, cinco días después de la victoria de los
norteños y al poco tiempo de ser reelegido.
Veinte años más tarde, otro presidente norteamericano
muere en ejercicio del poder. Se trata de James Garfield,
líder republicano de Ohio. Electo en 1880, al poco tiempo
de su posesión pereció asesinado por un demandante cuya
instancia no fue atendida.
Veinte años después, y hace exactamente 100 años,
en 1900, es elegido presidente de la Unión Norteameri-
cana el señor William McKinley, también de Ohio. ¡Qué
casualidad!, y también muere asesinado a los pocos me-

9
ses de ser reelecto para el tragicómico cargo, a manos de
un anarquista de origen polaco.
En 1920 asciende al primer cargo de la Unión otro
republicano de Ohio. Pero, ¡qué casualidad!, el señor
Warren Gamaliel Harding, sucesor de Wilson en el poder
imperial. Extrañas fiebres lo llevaron a la tumba en 1923
sin que hasta ahora nadie haya podido esclarecer el luc-
tuoso acontecimiento.
En 1940 es reelegido el demócrata Franklin Delano
Roosevelt, quien muere repentinamente pocos días an-
tes de la derrota del fascismo en Europa, y en pleno ejer-
cicio del poder.
En 1960, el presidente de Estados Unidos es el aris-
tócrata de Massachusets, John Fitzgerald Kennedy. To-
davía nos acordamos de aquel 22 de noviembre de 1963,
cuando luego de recibir un balazo en la cabeza, murió en
brazos de su esposa, Jacqueline, en Dallas, Texas.
En 1980 todos los supersticiosos del mundo temie-
ron que el vaticinio continuara: pocas semanas después
de haber tomado posesión de la presidencia, el ex actor
de Hollywood y rabioso macartista, Ronald Reagan, era
herido a balas en una céntrica avenida de Washington.
Y ahora, en el 2000, acaba de imponerse por fraude el
belicoso George W. Bush como cuadragésimo tercer pre-
sidente de la potencia imperial. A lo mejor se salva de los
oráculos que acabaron con la felicidad de sus anteceso-
res, porque en realidad no fue electo sino impuesto.
Eso sólo lo sabremos en el curso de los próximos años.
Pero, ¡qué casualidad!, hablando de este fraude y de las
casualidades anteriormente anotadas, encontramos en las
enciclopedias que enseguida de las palabras Estados Uni-
dos vienen las palabras Estafa y Estafar. Por Dios, ¡qué
casualidad!

10
ALEJANDRO GÓMEZ ROA, JUGLAR
DE LA REVOLUCIÓN

En estos días nos visitó en La Habana, como inicia-


ción de un periplo por toda la isla, el legendario compo-
sitor, poeta y revolucionario colombiano Alejandro Gómez
Roa, quien a comienzos de la década de los años 60,
conmovió al pueblo cubano con su famosa canción ¡Cuba
sí, yankis no!
Alejandro, bogotano raizal, nacido hace 66 años en el
tradicional barrio Ricaurte de la capital colombiana, par-
ticipó desde muy joven en las jornadas estudiantiles que
se realizaron en contra de la dictadura militar de Rojas
Pinilla, a raíz del asesinato del joven estudiante de medi-
cina Uriel Gutiérrez Restrepo el 8 de junio de 1954. Para
entonces, Alejandro creó el Himno de la Unión de Estu-
diantes Colombianos.
Durante la primera semana de enero de 1959, al triunfo
de la Revolución Cubana, Alejandro Gómez intentó via-
jar a la isla desde Barranquilla, de manera emotiva, con
los bonos que vendía en Bogotá a favor del Movimiento 26
de Julio, pero ni tenía pasaporte, ni visa, ni carné de pe-
riodista, ni dinero, ni nada que pudiera garantizarle una
inicial estadía en la patria de Martí.
En julio del año 60, viaja por fin a La Habana como
miembro de la delegación colombiana al I Congreso de
Juventudes Latinoamericanas. Casualmente, en estos días,
un conductor de taxi me contó que había sido testigo pre-
sencial de cómo el joven colombiano había bajado del
avión entonando las estrofas de su famosa canción Cuba
sí, yankis no: «Venimos a defender/ la Revolución Cuba-
na,/ porque es hermana gemela/ de la lucha colombia-
na... Cuba sí, Cuba sí,/ Cuba sí, yankis no...».
Un conjunto cubano, en el aeropuerto « José Martí»
acompañó las coplas musicales de Alejandro Gómez, can-
ción que se siguió entonando durante la caravana que

11
condujo a la delegación hasta el hotel Habana Libre.
Durante la clausura del evento en el estadio El Cerro,
posteriormente Latinoamericano, el joven cantautor in-
terpretó su célebre melodía momentos antes de que el
comandante en jefe Fidel Castro interviniera en el cierre
del acto.
Con el Comandante departió inolvidables momentos,
que están registrados en las fotografías que ahora ilus-
tran una camiseta muy hermosa, en la que se muestra el
animado diálogo entre Fidel y Alejandro, el cual fue re-
producido hace pocas semanas en Juventud Rebelde.
En aquellos días del año 60, el juglar colombiano es-
tuvo muchas veces al lado de Fidel, así como también de
Raúl, el Che, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Almeida,
Faure Chomón, Antonio Núñez Jiménez y otros destaca-
dos dirigentes de la Revolución.
Un año más tarde, ante la noticia de la invasión a Playa
Girón, participó en una gigantesca manifestación que des-
truyó la totalidad de los cristales del Centro Colombo-
Americano y la embajada norteamericana en Bogotá. Este
cronista recuerda la furia colectiva de millares de mani-
festantes que protestaban ante la representación impe-
rial por la agresión al pueblo cubano. La policía comenzó
a disparar contra estudiantes y participantes en la con-
centración y Alejandro Gómez cayó herido de un balazo
en la espalda que le dejó varias semanas incapacitado.
En adelante vendría en diversas ocasiones a Cuba, así
como también participaría en acciones de la lucha popular
colombiana durante las décadas de los años 70, 80 y 90.
Asistió a varios festivales mundiales de la juventud y los
estudiantes y viajó, en eventos de solidaridad, por 40
países de los cinco continentes.
Además del célebre Cuba sí, yankis no, también com-
puso Resiste, Chile, resiste; Víctor Jara, el trovador; Pa-
lestina gloriosa; Al pueblo de Farabundo; Nicaragua
vencerá y A la solitaria estrella, entre otras.
En 1986 fue miembro fundador de la Casa Colombiana
de Solidaridad con los Pueblos, junto con Luis Vidales,

12
poeta nacional, y otros destacados dirigentes de la política
y la cultura colombiana. Fue presidente de la Casa de
Amistad Colombo-Cubana y en la actualidad preside la
Sociedad de los Poetas Vivos León de Greiff. En 1999, los
diferentes grupos de solidaridad con Cuba, en Bogotá, le
confirieron el título de Gran Compañero en acto popular
de amplia representación.
En el momento de escribir esta crónica, Alejandro se
encuentra recorriendo puntos históricos de la isla de
Cuba, con el objetivo de realizar una película sobre su
vida, titulada Cuba siempre, dirigida por Romano Splinter.
En ella, su vida y su obra totalizan la metáfora de una
epopeya por la causa más justa y noble: la de la justicia
social para la humanidad entera.

COLOMBIANOS CON ANTONIO MACEO

En estos días me ha llegado de Colombia un ameno libro


titulado De clérigos y generales, crónicas de la guerra de
los Mil Días, escrito por Álvaro Ponce Muriel, un desta-
cado jurista e historiador colombiano, nacido en el de-
partamento de Nariño, al extremo sur del país, en el límite
con el Ecuador.
Seguramente algunos se preguntarán por qué he esco-
gido como tema un libro colombiano y que además trata
de una de las guerras intestinas que desde hace casi dos
siglos azotan a mi maltrecha patria. Pues bien, el caso es
que Ponce Muriel, luego de pacientes investigaciones ha
enfrentado a dos personajes de la vida nacional, discuti-
dos y controvertidos, como son el general Avelino Rosas
y el religioso fray Ezequiel Moreno Díaz, este último,
un misionero español que alentó desde la diócesis de
Pasto a los ejércitos conser vadores para que extermi-

13
naran «liberales, radicales, masones, socialistas y comu-
nistas» y así glorificar a Dios Todopoderoso, según era el
lema del extraño intérprete de la doctrina de Cristo. Este
fenómeno de la naturaleza que acaba de ser elevado a los
altares, no es, desde luego, el propósito de la crónica, la
razón es, por fortuna, algo más hermoso, más valeroso,
más heroico.
Se trata del general Avelino Rosas. Y no tanto por su
participación activa en las guerras partidistas de la Co-
lombia del siglo XIX, sino por su extraordinaria contribu-
ción a la independencia de Cuba, a tal punto que fue
ascendido al cargo de general de división por el general
en jefe del Ejército Libertador, don Máximo Gómez, el 8
de enero de 1897.
Frente a mis ojos tengo un retrato donde el general
Avelino Rosas posa con un grupo de combatientes
mambises durante la guerra de independencia en 1896, y
otro con su efigie, obsequio de la fábrica de cigarrillos La
Legitimidad. Este hombre había nacido en una pequeña
aldea del Cauca llamada Dolores hacia 1855. Pasó su in-
fancia entre menesteres rurales, que alternaba con sueños
de gloria, con fantasías que le despertaban las historias de
aconteceres de lejanos países, de revoluciones, de perso-
najes extraordinarios y de apasionantes descubrimientos
e inventos, episodios que escuchaba de boca de los viaje-
ros y repetidas muchas veces por sus padres.
Era una época tipificada por las guerras y las luchas
populares entre artesanos liberales, letrados masones,
obreros y campesinos y conservadores fanáticos, terrate-
nientes codiciosos aupados por las jerarquías católicas
que administraban el mensaje cristiano según sus con-
veniencias e intereses políticos y financieros. Esto era
común en las naciones suramericanas desde las prime-
ras décadas del siglo XIX hasta bien entrado el XX.
Después de enrolarse en las filas liberales y de partici-
par en numerosas contiendas, muy pronto demostró gran-
des capacidades militares en las filas radicales. Tras
fracasar en sus intentos de golpe a los gobiernos conser-

14
vadores de Rafael Núñez, decidió salir a Venezuela y de
allí pasó a Curazao, donde continuó buscando formas y
estrategias para proseguir la lucha inconclusa por el bien-
estar de los menesterosos de su patria. El 13 de febrero
de 1895 intenta tomar los cuarteles de Bogotá, pero es
cruentamente reprimido por el general Rafael Reyes. Es
entonces, en octubre de dicho año, cuando recibe una
honrosa carta del mayor general Antonio Maceo, El Titán
de Bronce, en la cual le expresa, entre otras ideas:
«El año venidero el mundo civilizado saludará a la Re-
pública de Cuba, dueña de sus destinos, pacífica y feliz.
El señor Gustavo Ortega me ha informado que usted y
algunos colombianos desean venir a Cuba a ayudarnos
con su contingente personal. Bienvenidos sean todos los
patriotas valerosos y dignos...».
Sin pensarlo dos veces, el general Rosas partió para
Nueva York en cuanto pudo. Allí se puso en contacto
con expedicionarios, enterados que los norteamericanos
no apoyaban a Maceo, pero que, nunca sospecharon que
esta expedición se dirigía a Cuba y no a Colombia. Así, el 25
de marzo de 1896, el grupo de Avelino Rosas y otros
voluntarios latinoamericanos y patriotas cubanos, desem-
barcaron en Manatí, en la provincia de Oriente.
Cuenta el historiador Ponce Muriel, que «luego, po-
niendo en práctica tácticas de la lucha guerrillera, al-
canzó un brillante desempeño como Jefe de la Brigada
de Infantería, tanto en la campaña de Camagüey como
durante su marcha por las provincias de Las Villas y
Matanzas».
Llegó a desenvolverse con tal intrepidez en las accio-
nes contra las tropas españolas que sus compañeros de
campaña lo llamaron El León del Cauca. Por eso, dice
finalmente, no fue gratuito que el 8 de enero de 1897,
don Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Liberta-
dor de Cuba, en reconocimiento a sus méritos y a su
gran capacidad militar, lo ascendiera a general de divi-
sión y lo nombrara jefe de la división de Matanzas.
Poco después en 1901, ya de nuevo en Colombia, el
«caballero andante de la libertad» moría en combate en la

15
batalla de Calibío a los 45 años, y su cadáver era expuesto
a las burlas de sus adversarios, y profanado de manera
cruel. No obstante, hoy lo estamos recordando con amor
y gratitud, en Cuba y en Colombia.

LA UNIVERSIDAD DE LOS POBRES


DE LA TIERRA

En el país de los niños felices y de la dignidad absolu-


ta, Radio Habana Cuba está celebrando sus primeros 40
años de existencia fecunda, valerosa y ejemplar. Recuer-
do en mi adolescencia la devoción con que estudiantes y
jóvenes activistas colombianos escuchábamos las prime-
ras transmisiones de Radio Habana como un rayo solar
que penetraba en las conciencias para estimular nues-
tros sueños y esperanzas.
Son muchos los nombres que se grabaron para siempre
en la memoria de nuestro fervor revolucionario. No cito
ninguno por temor a caer en la omisión. Pero recuerdo
también la mística patriótica con que se anunciaba a todos
los pueblos del mundo que sobre la naciente Revolución
cubana se cernían amenazas y peligros, a pesar de la hu-
millante derrota que las águilas imperiales acababan de
sufrir a manos del valeroso pueblo de Martí.
En esos años nacientes de la Revolución, de Radio
Habana Cuba y de nuestras vidas, sintonizar en cada punto
de Suramérica la emisora de nuestros ideales, significaba
hacer contacto con la nueva alegría del continente. Era
nuestro faro, nuestra luz maestra, nuestra cátedra supre-
ma. Las voces de la Revolución, especialmente la del co-
mandante en jefe Fidel Castro, las proclamas, las noticias
que en nuestras naciones silenciaban, las informaciones
culturales, los primeros logros deportivos y científicos,
la música de los novísimos Silvio, Pablo y de otros jóve-

16
nes creadores, eran nuestros habituales despertares y
nuestras esperanzadoras madrugadas.
Y a lo largo de estas cuatro décadas, Radio Habana Cuba
ha venido incrementando, yo diría más bien quintuplicando
a cada instante, su inconmensurable número de oyentes en
el mundo. No hay un lugar en Australia, en África, en el
Extremo Oriente, en el mundo árabe, en la ancha estepa
rusa, en Europa continental e insular, en las Américas y en
el Caribe entero, donde no se escuchen las ondas milagro-
sas y certeras de Radio Habana Cuba, la primera universi-
dad de los pobres de la Tierra que ha existido en el mundo.
Si examinamos con detalle cada uno de sus espacios, de
sus programas, de sus directrices, encontramos la perenne
aproximación a la perfección, porque Radio Habana Cuba se
destaca ante todo por su excelente tecnología, su riquísimo
archivo de voces y de documentos históricos, su manejo de
la programación, el profesionalismo de su personal, el senti-
do patriótico y humanista que les anima y la veracidad de
sus informaciones, donde no hay lugar a la tergiversación o a
la doble moral, tan común en los medios de comunicación
de las llamadas «democracias occidentales».
Los colombianos particularmente, que hemos acom-
pañado de cerca y de lejos a Radio Habana Cuba durante
estas cuatro fructíferas décadas de recorrido, sólo nos
resta desearles a todos los que integran su maravilloso
colectivo: ¡Buen viento y buena mar! y recordar aquellos
versos de Pablo Neruda cuando la revolución de Octubre
celebró sus 40 años: «La Revolución tiene 40 años/ tie-
ne la edad de una joven madura,/ tiene la edad de las
madres hermosas...». ¡Felicidades!

CUARENTA AÑOS DE RADIO HABANA


CUBA

Para mí, como colombiano, como poeta, como presidente


de la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos y

17
como defensor de la Revolución cubana, resulta particu-
larmente honroso el estar en la isla de la Libertad cele-
brando tantas gloriosas efemérides que se cumplen en
este año 2001, especialmente la fundación de Radio Ha-
bana Cuba, por el propio comandante en jefe Fidel Cas-
tro, cuando sobre las cenizas del imperialismo en Girón
proclamó ante el mundo que el pueblo victorioso de Cuba
ya contaba con una transmisora de radio.
Este punto de encuentro entre Cuba y los pueblos opri-
midos del planeta, que es Radio Habana Cuba, ha sido el
gran baluarte de la batalla de ideas librada desde el co-
mienzo mismo de la Revolución, que comunica a millo-
nes de personas de los cinco continentes el pensamiento
de Simón Bolívar y de nuestros padres libertadores; el
pensamiento del Apóstol de Nuestra América, José Martí;
el pensamiento del General de Hombres Libres, Augusto
César Sandino; el pensamiento del Guerrillero Heroico,
Ernesto Che Guevara y el pensamiento de nuestro inven-
cible comandante en jefe Fidel Castro Ruz. Todo ello, ha
sido la gran escuela de los pobres de la Tierra junto con
la palabra maravillosa y orientadora de Alejo Carpentier,
de Nicolás Guillén, de Roque Dalton, de Pablo Neruda,
de Julio Cortázar, de Dora Alonso, de Alfonso Reyes, de
Roberto Fernández Retamar, entre otros grandes escrito-
res y pensadores de nuestro tiempo.
Quienes trabajamos con la palabra, sabemos perfecta-
mente cuán limitado es su signo para expresar cabal-
mente nuestros más arteriales sentimientos. Pero a pesar
de eso, les decimos una y mil veces la palabra gracias a
los heroicos compañeros que, herederos del pensamien-
to de Martí, asaltaron el Cuartel Moncada, llegaron a
Cuba en el yate Granma, lucharon con heroísmo des-
comunal en la Sierra Maestra, derrotaron la cruenta tiranía
de Batista, lograron la victoria del 1ro de Enero de 1959,
humillaron al imperialismo y a todos sus mercenarios en
Girón, consolidaron la más grande, hermosa y justa revo-
lución que ojos humanos hayan contemplado, y que
entre otros mil y un logros extraordinarios, fundaron

18
Radio Habana Cuba hace 40 años, la voz dulce y dura
de Cuba, la Revolución y el socialismo.

EVOCACIÓN DE CARLOS RAFAEL


RODRÍGUEZ

Fue mi padre quien por primera vez me habló de este


cubano admirable.
Manuel José Díaz-Granados, abogado y economista na-
cido en 1912, era un catedrático de la Universidad Libre
de Colombia, de formación marxista y un auténtico visio-
nario del destino político de Nuestra América.
Quizás existía algún símil o paralelismo en los orígenes
académicos de estos dos hombres. La realidad es que mi
padre me habló de Carlos Rafael Rodríguez con una devo-
ción y un respeto que sembraron en mí la curiosidad inte-
lectual por el personaje, quien en efecto, además de haber
recibido el grado de doctor en Derecho Civil, Ciencias So-
ciales, Políticas, Económicas y Derecho Público, era un
precoz intelectual que antes de haber cumplido veinticin-
co años ya había dirigido revistas de marcada orientación
ideológica como Segur, fundada por él en Cienfuegos;
Mediodía, cuyos trabajos sobre el parlamento le merecie-
ron el premio Nacional de Periodismo en 1937 y la serie
Cuadernos de Historia Habanera, entre otros logros cul-
turales, amén de Editorial Páginas, que estableció con
dos ilustres intelectuales marxistas: Juan Marinello y
Ángel Augier.
Poco después, yo mismo admiraría su figura carismática
en las fotos de Bohemia y en los noticieros cinematográ-
ficos. Hay una imagen persistente en la memoria, no sólo
mía, sino en la de todos los revolucionarios y es aquella
en que Carlos Rafael está riendo de buena gana escu-

19
chando algún gracejo del comandante Ernesto Che
Guevara.
La figura de Carlos Rafael Rodríguez crecía en mí día a
día, en la seguridad de que su experiencia, sabiduría e
intuición estaban en primera línea del proceso revolucio-
nario cubano.
El dirigente comunista colombiano Gilberto Vieira fue un
gran amigo del revolucionario cubano. En una entrevista que
le hice con destino a sus memorias, aún inéditas, Vieira se
refería a Carlos Rafael con mucho afecto. «Tuvimos muchas
entrevistas clandestinas en los años 50», decía. Y recordaba
una efectuada a principios de 1958, realizada en Bogotá,
donde el cubano le explicó al colombiano la adhesión e in-
corporación del Partido Socialista Popular a la lucha revolu-
cionaria que lideraba el comandante Fidel Castro al frente
del Movimiento 26 de Julio, desde la Sierra Maestra.
Posteriormente, se encontraron decenas de veces en
eventos del movimiento comunista en diversas geogra-
fías del mundo.
En diciembre de 1997, en mi calidad de presidente de la
Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos, tuve el
honor de invitar a Bogotá a Camilo Guevara March, uno de
los hijos del Che, quien en compañía de Ana María Pellón,
entonces directora de Tricontinental, clausuró una jornada
organizada con motivo de los treinta años de la caída en
combate del Guerrillero Heroico.
Estando en esas, tuve noticia del fallecimiento del com-
pañero Carlos Rafael Rodríguez y entonces mi discurso
de clausura del evento lo dediqué íntegramente a la me-
moria del dirigente revolucionario cienfueguero.
Recuerdo que terminé su semblanza con un soneto
que escribí minutos antes y que dice así:
¡Qué gran cubano, Carlos Rafael!
Su vida fue una lúcida epopeya
bajo el sol de Martí, Camilo y Mella,
el Che Guevara y nuestro gran Fidel.
Despreció la ficción del oropel.
Amó a su patria, a su bandera bella

20
con el rubí y la solitaria estrella
y amó la prosa, el verso y su laurel.
Hombre de acción, heroico y arrojado,
y en su ternura, corazón blindado,
era como un Bolívar sin corcel.
Su pluma de impecable voz y estilo
manaba letras que escribía con filo.
¡Qué gran cubano, Carlos Rafael!

PASEO POR LA LITERATURA CUBANA

Desde mucho tiempo atrás he sentido admiración, o me-


jor, devoción por la literatura cubana. Quizás la cercanía
caribeña, el común parentesco hispano, afroamericano, na-
tivo, sumado esto a la altísima calidad de sus cultores, ha
hecho a través de los años un hábito feliz hacia las letras
de esta isla infinita en cada uno de sus géneros creadores.
La figura cimera del Maestro, José Martí, es, por su-
puesto, la mayor de mis devociones. No sólo hacia el in-
signe patriota y profeta de la Revolución cubana, hacia el
fecundo periodista y pensador político, sino hacia el colo-
sal poeta, padre del modernismo junto con Rubén Darío y
José Asunción Silva, van esas inocultables preferencias.
Martí es poema encarnado, asombro permanente, revela-
ción perpetua.
Circundan la aureola magistral, los bellísimos y delica-
dos versos de Julián del Casal, las décimas históricas de
Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el periodismo exacto y
completo de Manuel del Socorro Rodríguez, el ensayo sa-
bio e indagador del padre Félix Varela, el vaticinio didácti-
co de José Antonio Saco, la recreación de la vida en prosa
combativa de Luis Felipe Rodríguez, la pupila insomne de
recia y matemática perfección de Rubén Martínez Villena,
el fulgor y la exaltación proletaria de Regino Pedroso y la
claridad precisa y preciosa de Manuel Navarro Luna, tan
justamente valorado por Joaquín G. Santana.
21
Cubanos universales de la literatura son: Alejo Car-
pentier, el delicado y elegante prosista de El reino de este
mundo y El siglo de las luces; Nicolás Guillén, el poeta
nacional, quien deslumbró a los lectores de las Américas
con su poesía de gran soltura imaginativa desde Motivos
de son y Sóngoro cosongo, pasando por El son entero y
La paloma de vuelo popular, hasta Tengo y El diario que a
diario... Emilio Ballagas con su gemido desesperanzado y
místico; Dulce María Loynaz, orfebre de las más finas so-
ledades sonoras; Félix Pita Rodríguez, paradigma del poe-
ta militante; Onelio Jorge Cardozo, cuentista explorador
del alma del hombre contemporáneo; José Lezama Lima,
sembrador de rosas subterráneas y fosforescentes.
El ensayo tiene poderosos cultivadores en José Anto-
nio Portuondo, Raúl Roa, Juan Marinello, Carlos Rafael
Rodríguez –amén, ¡por supuesto!, de Piñeyro, Varona,
Sanguily y el Apóstol–.
Y para cerrar este brevísimo paseo por la literatura de Cuba,
debo expresar mi permanente satisfacción por tener al alcan-
ce de mis ojos y de mi mente Tierra inerme de la gran Dora
Alonso, la incansable exploración de Samuel Feijóo, los poe-
mas viajeros y de ecos ecuménicos de Pablo Armando
Fernández, las riquísimas creaciones de Eliseo Diego, Cintio
Vitier, Fina García-Marruz, Jaime Sarusky, Luis Suardíaz,
Abel Prieto, César López y esa inmensa figura de las letras
de Nuestra América, poeta mayor de insospechados hallaz-
gos, ensayista cuyas indagaciones y respuestas lo hermanan
con Alfonso Reyes y Baldomero Sanín Cano, y profundo pen-
sador, conciencia de nuestro tiempo, que responde al nom-
bre de Roberto Fernández Retamar.

FLOR DE FLORES DE CUBA

Cristóbal Colón al llegar a la isla de Cuba consignó en su


diario su particular deslumbramiento por la exuberante
22
vegetación que se descubría ante sus ojos alucinados.
Algo similar debió sentir Hernán Cortés al trasponer las
sombras de la noche cordillerana y encontrarse ante una
colosal urbe iluminada de faroles y luceros llamada
Tenochtitlán.
Pero debo confesar que mi deslumbramiento resultó
ser más luminoso y de modo superlativo al llegar a la
Cuba del año 2000. No solamente redescubrí los valores
humanos y físicos de esta potencia moral nacida de la
Revolución, sino que me asombré de unas flores no co-
nocidas antes sobre la faz de la Tierra.
Y no era propiamente la palma real, el árbol nacional,
ni la belleza reconocida de sus framboyanes, buganvilias
y carolinas. No soy un experto en botánica, pero me fue
fácil reconocer la bien surtida variedad de pinos de la
isla. Pero no se trataba de eso. Sobra decir que la belleza
casi irreal de sus almendros golpea mi corazón. Ni qué
decir de sus palmeras, de sus álamos, artemisas, cactos,
oréganos, vicarias y yerbabuenas.
Queridos amigos: la flor de flores única y fresca que
asombró mi sensibilidad y mis afectos ha sido la de los
niños de Cuba. De uno a otro confín, desde Maisí en
Oriente, hasta La Fe, La Bajada o María la Gorda en Oc-
cidente, pasando por sus bellas e históricas ciudades, el
jardín jubiloso y permanente de sus pioneros es la más
preciada cosecha de sonrisas y de talentos prodigiosos.
El asombro no sólo mío sino ya universal, al admirar a
estos niños con sus trajes rojo-vino-tinto, sus camisas
blancas y sus pañoletas azules y rojas, caminando por
calles y carreteras, saliendo y entrando a las escuelas, en
guaguas, camiones y bicicletas, con sus padres y abue-
los, es un presente delirante y pleno de emociones.
Esa flor de flores que asegura la eternidad de la Revolu-
ción cubana es una fortaleza de pétalos de acero que vibra
en defensa de la soberanía de la patria. ¿Quién no se ha
conmovido escuchando a la niña de tercer grado expresan-
do de manera espontánea su conocimiento cabal de la pro-
blemática actual del mundo? ¿O con su fe en el futuro de

23
la humanidad al niño de apenas seis, siete u ocho años
que nos da certeras lecciones de historia de la isla? Niños
hermosos y valientes con sus mejillas bermejas o con sus
pecas rubias, sus ojos castaños o verdes, su rostro negro,
mulato, trigueño, o su mirada china, vocalizando con exac-
titud las palabras con las cuales señala los flagrantes pe-
cados del imperialismo y las certeras victorias del pueblo
revolucionario unido ante sus logros y sus convicciones.
Flor de pioneros, esta es la riqueza mayor de la Revo-
lución victoriosa en el nuevo milenio. Sus voces, sus
actitudes, sus ideales, son el orgullo no sólo de Cuba
sino del género humano, son la esperanza de todos los
desposeídos y oprimidos de la tierra, el soplo de sol feliz
que estimula las fuerzas de quienes luchan por sus dere-
chos en el Tercer Mundo.
Ante todos los niños de Cuba, este cronista colom-
biano se inclina con respeto y con amor, porque en ellos
está vivo y encarnado el pensamiento puro de Martí, de
Maceo, del Che y de Fidel.

EL HERMOSO VERANO

Es verdad que el verano termina por vencernos, o por


sacarnos de las casas o por obligarnos a buscar abanicos
y ventiladores de urgencia o por beber grandes cantida-
des de agua gélida ante sus calurosas arremetidas que
hacen arder hasta los huesos.
Pero también tiene su encanto. En La Habana, cuan-
do caminamos por Paseo o por G, la Avenida de los Presi-
dentes, o cuando con alguna premura debemos llegar a
tiempo al trabajo y casi trotamos por 23, por 17 o por
Línea, el aliento hirviente del sol nos inunda de toda su
materia tórrida. Pero de pronto, grandes árboles que se

24
mecen al compás de un reloj invisible, nos dan el cobijo
de su sombra fresca. Y como nunca experimentamos el
frescor temporal de sus verdes alas.
Si tenemos tiempo, en alguna esquina venturosa nos
aguarda un delicioso helado de fresa o de chocolate. No
digamos que en Coppelia, pero sí por Calzada o por Zapa-
ta, calles amplias, llenas de edificaciones de peculiares
diseños arquitectónicos. Cuando buscamos un objeto o
herramienta para el uso doméstico y nos toca merodear
por los laberintos de la Calzada de 10 de Octubre o por
Monte, Palatino o la calle Zanja, allí nos tendremos que
detener en algún instante para beber un batido de mamey
o de frutabomba y dejar que su picor helado golpee la
garganta y siga su caudaloso y refrescante camino hacia
el pecho y el estómago. O por allá en Güines o en el
vibrante comercio de Galiano o en la avenida Infanta,
cuando la sed nos tortura como señal inequívoca de un
verano que aún no termina, pediremos un jugo natural
de naranja o de mango, con todos sus sabores antillanos
y sus azúcares profundos y sus piedras de hielo
intemporales.
Es el hermoso verano, el bendecido verano, el tumul-
tuoso verano que nos hace llegar con los niños a los
parques y a las piscinas, cuando no a las playas de Santa
María Loma, Santa María del Mar o Bocaciega.
Algún amigo en Lawton nos brinda el pocillo de café y
¡cosa paradójica!, de inmediato nos quita la sed. Si hay
un «chavito» por ahí, pediremos una Tropicola o un Ca-
chito de limón en las tiendas de 23 y 12 o una malta en
Obispo. De todas maneras, en todas las rutas de La Ha-
bana –calzadas, avenidas, esquinas, plazas, agromercados
o paradas– habrá cerca un lugar donde el agua mineral o
natural dará alivio a la seca garganta, habrá un carrito de
madera donde se expende el refresco gaseado o el refres-
co de piña para que el habanero o el veraneante puedan
hacer un alto en el camino y luego proseguir su destino
cotidiano.

25
Hago míos los bellos versos del poeta cubano Ángel
Augier, quien ha cumplido recientemente sus primeros
noventa años:
«Bajo un cielo alto y puro los árboles
entrelazaban sus ramas como con más amor
y sentíase el cálido aliento del aire
cargado de perfumes y de músicas...
La luz del día plena estallaba en los rostros...
La tarde, en el regreso, fue inundada de rosas...».

OJOS HABANEROS

Caminar por las calles de La Habana es redescubrir el asom-


bro de la belleza de los rostros femeninos, toparse con la
perpetua sorpresa de un ritmo encarnado, hallarse frente a
frente con unos ojos de hechizo insospechado, que algunas
veces cruzan con indiferencia, otras con desdén, otras con
inusitado júbilo.
Hace varios meses, yendo por el Malecón cerca de Prado,
me topé con una muchacha que se desplazaba veloz por
aquellas vías estivales, enseñando furia en su preciosa
mirada. Ahí mismo, le escribí un jai-kai, minúsculo ver-
so de tradición japonesa, que decía:
Tus ojos
son dos uvas
con enojos...
Pero luego, al detenerme en la esquina, frente al morro
le aumenté otros versos:
Del carbón de tus ojos salen
para dar luz a la luz.
Por eso que es que toda tú
rutilas como un diamante...
26
Pero entusiasmado con aquella mirada de asombro, fu-
riosa y fugaz como una eternidad de sombras, expresé:
Dos uvas color café
tienes bajo tus dos cejas.
Por eso es que tú te quejas
de que te quieran beber...
La mujer, en su angustioso desplazamiento, me había
deparado la chispa airada de un minúsculo instante, por
lo cual recordé inevitablemente el famoso madrigal de
Cetina y comencé a repetir:
Ojos claros, serenos,
¡ay tormentos rabiosos!,
ya que así me miráis
miradme al menos...
Bella habanera de ojos enojados.
Ya instalado en la mesa de trabajo, compuse estos versos:
No aspiro a nada en la vida
como no sea una mirada
que venga a mí en forma alada
y de tus ojos surgida.
Una mirada perdida,
de tus ojos escapada,
es todo. No pido nada,
no pido nada a la vida,
excepto la dulce herida
que me causa tu mirada.
¿Satisfecho el caminante? Bueno. He vuelto a cami-
nar por esos lados, pero nunca volví a ver aquellos ojos
de asombro y de tormento.
Entonces para mi consolación hice una variación de
los versos anteriores y me resigné a seguir viendo de
manera permanente los ojos, que por fortuna, en el poe-
ma jamás morirán. Y escribí:
A nada aspiro en la vida
como no sea una mirada
27
de tus ojos escapada
y para mí dirigida.
Ella daría a mi transida
estancia, luz delicada.
Es todo, no pido nada,
sólo que a mi alma vencida
acuda presta la herida
de esa dulce llamarada...
¡Pensar que esos ojos tan hermosos miran cotidia-
namente La Habana! ¡Con razón es tan bella esta noble
ciudad! Dulcemente recreada no sólo por esa mirada, sino
por la de todas las habaneras y la de todas las mujeres de
Cuba, tan nobles, tan dulces, tan heroicas.

CUBA ES LA SONRISA DE AMÉRICA

Palabras para agradecer la imposición de la Medalla


de la Amistad del Consejo de Estado, de manos
de Sergio Corrieri, presidente del Instituto Cubano
de Amistad con los Pueblos (ICAP),
el 9 de agosto de 2001.

Agradezco desde lo más profundo de mi corazón la Meda-


lla de la Amistad que le otorga Cuba a Colombia, reafir-
mando así todos los valores de la amistad y la solidaridad
entre los dos pueblos hermanos.
Al contrario de lo que ocurre en muchas naciones, es-
pecialmente en las suramericanas, donde las medallas y
las condecoraciones se han convertido en intercambio de
complacencias frívolas, en Cuba representan el sincero y
entrañable reconocimiento a los méritos de un pueblo
hermano, a una trayectoria revolucionaria o a una pará-
bola vital. Por eso me emociona y me enorgullece esta

28
medalla, pero además, porque expresa el afecto y la espe-
ranza que Cuba siente por Colombia, por Latinoamérica
y por los pueblos del Tercer Mundo.
Nuestra lucha y nuestra adhesión incondicional a la
Revolución cubana, nació antes del 1ro de Enero de 1959,
se afianzó en abril de 1961, creció de manera inconmen-
surable durante estas cuatro décadas de brutal bloqueo
por parte del imperialismo y se consolidó de modo defini-
tivo en los años del Período Especial. Pero debemos re-
cordar con emoción, admiración y respeto que al mismo
tiempo todos esos años fueron los de la solidaridad in-
ternacional de Cuba con los pueblos de Asia, África y
América Latina en la lucha por su emancipación y libera-
ción de las cadenas del colonialismo, del sionismo y del
apartheid.
Quiero manifestar a quienes han tenido la alegría, el
coraje y el privilegio de desafiar los poderes adversos y
altaneros de sus países de origen para trabajar en el mo-
vimiento de solidaridad con Cuba, que no desmayen un
solo segundo en esa noble, difícil y gratísima labor, que
al retornar a sus casas quintupliquen las actividades, bi-
furquen los caminos en la consecución de adherentes,
fortalezcan su incansable tarea, y que siempre sean cons-
cientes de que gracias a la unidad, resistencia y absoluta
convicción en la victoria definitiva, en la gran batalla de
ideas que los cubanos llevan a cabo contra sus enemi-
gos, los pueblos de la tierra constituiremos muy pronto,
más temprano que tarde, la más grande, poderosa e in-
destructible superpotencia moral, capaz de derrotar con
nuestra lucha indeclinable y permanente a la tragicómica
y ridícula camarilla que desde el norte pretende gobernar
y oprimir a los pueblos del mundo.
Cuba, no lo olvidemos, es la luz que genera esa por-
tentosa unidad mundial de los oprimidos, es la dignidad
de los trabajadores de los cinco continentes, es la voz
más alta de los pueblos del Tercer Mundo, es la sonrisa y
la esperanza de América. La sabiduría de los cubanos, la
visión de sus dirigentes y sus pioneros, dignos herede-

29
ros de Martí, del Che y de nuestro invencible coman-
dante en jefe Fidel Castro, multiplica la victoria de Girón
todos los días, a cada instante, con cada afirmación de la
voluntad de engrandecer la Revolución, pero también, con
cada acto de solidaridad en cualquier punto de la geogra-
fía terrestre,
Y como lo expresara quien les habla, en un poema
escrito hace ya varios años:
A Cuba jamás la vencerán.
Fidel es el creador de esta alborada.
A tu revolución defenderemos,
te lo juramos camarada!

¿CINISMO O SIN ISTMO?

La política del garrote esgrimida por el gobierno de Esta-


dos Unidos, a lo largo y ancho del planeta en los últimos
doce años, es la misma que ha llevado a cabo –claro, con
una supertecnología más sofisticada ahora– desde fines del
siglo XIX, sin un ápice de disimulo, sin reformar los méto-
dos de horror, sin aperturas ni reestructuraciones, ni tran-
siciones, como ellos atrevidamente les piden a los gobiernos
que no son de sus simpatías ni de su agrado.
Cuando en noviembre de 1903, Teodoro Roosevelt re-
solvió apoderarse, mediante la violencia y la rapiña, del
territorio de Panamá, entonces Departamento de Colom-
bia, se refirió en términos soeces a los precarios ejércitos
y a las armas con que se defendía la soberanía nacional.
«Díganles a esas raposas de Bogotá que les damos cua-
renta y ocho horas para que se retiren del istmo o les
hundimos esas cáscaras!», exclamaba, refiriéndose despec-
tivamente a las naves de la armada colombiana. El sinies-
tro personaje se aprovechaba de la trágica circunstancia

30
de encontrarse Colombia casi en ruinas luego de haber
puesto fin a la sangrienta contienda civil, conocida como
la Guerra de los Mil Días. De manera, que sólo se declaró
satisfecho cuando los marines entraron en el territorio pa-
nameño con la complicidad de colombianos apátridas y
entonces declaró jactanciosamente: «I took Panama!» («Yo
me tomé a Panamá!»).
Tres años después del delictuoso suceso, uno de los
más siniestros de la historia americana, al infame policía
se le otorgó el premio Nobel de la Paz. Setenta años más
tarde, recibió la misma distinción el secretario de Estado
de Nixon, Henry Kissinger, luego de haber ordenado la
escalada bélica en Vietnam, Camboya, Laos, con millo-
nes de muertos y el cruento golpe de estado de Pinochet
en Chile.
En diciembre de 1903, con las heridas aún abiertas
por la toma de Panamá, el poeta colombiano Diego Uribe
–famoso por sus libros de finos versos Cocuyos y Marga-
rita, entre otros–, escribió una décima a la que tituló
acertadamente «Sin istmo», y que dice así:
Roosevelt, el sin par cinismo
que encarna tu confesión
de haber usurpado el istmo
aumentó el lodo en ti mismo
y manchó tu pabellón.
Ese que vergüenza os da,
aunque tu dominio ensancha,
para tu pueblo será
no el Canal de Panamá
sino el canal de «la mancha»...

EL CARTERO DE NERUDA

Hemos visto en el teatro Hubert de Blanck, la puesta en


escena de la obra El cartero de Neruda, bajo la acertada

31
dirección de Orietta Medina, quien además de actriz y
directora de teatro es una devota admiradora de la trayec-
toria poética del chileno universal.
El cartero de Neruda está basada en la novela Ardiente
paciencia del escritor chileno Antonio Skármeta, actual
embajador de su país en Alemania, obra que a su vez
inspiró el film italiano que le dio fama universal por el
genial protagonismo de Phillipe Noiret y de Massimo
Troisi, además de la música de Luis Bacalov.
La versión cubana está admirablemente realizada con
la actuación de René de la Cruz hijo, en el difícil papel
del poeta chileno y Ariel Díaz como el joven cartero, y
trata de la vida del Neruda otoñal de los años 60, cuando
en la cumbre de su gloria recibe kilos de corresponden-
cia, por lo cual un cartero dedica la totalidad de su traba-
jo y de sus horas a ir y venir cotidianamente a la casa
costera de Isla Negra, en el litoral pacífico de Chile.
El joven cartero, sencillo e ignorante, se obsesiona
con su famoso recipientario, con quien poco a poco va
entablando una simpática amistad. Enamorado de Bea-
triz, la camarera de la hostería vecina, el joven Mario se
ve en la necesidad de expresarle su pasión en forma poé-
tica, para lo cual no ahorra el asedio indagante al famoso
poeta, ni el copiarle descaradamente los versos de sus
libros. Se establece entre los dos una relación de afecto y
complicidad nada común hasta el punto de convertir la
amistad en identidad política y curiosidad poética.
Al final, lo cómico se vuelve trágico ante el salvaje
aplastamiento del gobierno de la Unidad Popular y el ase-
sinato del presidente Salvador Allende. Allí, al recrear el
amanecer sucio del 11 de septiembre de 1973, la obra se
convierte en una verdadera metáfora de la crueldad.
Orietta Medina combina de manera magistral la
reinvención de la realidad con la alegoría de la poesía y la
política, y lo político con la cruel realidad de la Latinoamérica
de los últimos tiempos.
Despliegue de belleza, riqueza de vestuario, exuberan-
cia verbal y musical, poesía permanente, humor a torren-
32
tes y dolor incandescente, son los elementos que engran-
decen esta obra en cada afortunada puesta en escena.

UNA PROFECÍA DE MI PADRE

Hoy mis oyentes me sabrán disculpar la alusión perso-


nal, pero no puedo evitarla y sobre todo tratándose de mi
adhesión particular a la Revolución cubana desde los co-
mienzos mismos de la vida.
Enero de 1959. Mis doce años y medio se ven sorpren-
didos por el advenimiento victorioso de los revoluciona-
rios de la Sierra Maestra, comandados por Fidel Castro.
En Colombia acostumbrábamos a celebrar con mu-
cha euforia la caída de los dictadores militares, ya que
como en el juego de dominó, habían comenzado a des-
moronarse uno a otro desde mediados de la década de
los años 50.
Primero, Somoza, padre; luego Perón en Argentina, casi
enseguida Manuel Apolinario Odría en Perú, Rojas Pinilla
en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela y ahora Batista
en Cuba. El júbilo era total. Pero también distinto.
En Suramérica se habían establecido democracias ama-
ñadas, pero las oligarquías habían quedado intactas. En
Cuba sería distinto, pero pocos lo entendían en aquellas
latitudes.
Manuel José, mi padre, era un jurista muy prestigioso en
mi país. Durante muchos años fue catedrático de Derecho,
Economía Política y Hacienda Pública en las más importan-
tes universidades de Bogotá. Liberal de izquierda, había be-
bido en el marxismo las fuentes racionales de la historia, el
socialismo científico y el materialismo dialéctico. Él había

33
comprendido cabalmente el cambio experimentado en Cuba
en 1959 y se había tomado el placentero trabajo de explicár-
selo a su pequeño hijo.
Desde entonces, y debo dejarlo consignado en esta cró-
nica, fue un seguidor constante del proceso revolucionario
cubano, un animador y un admirador ferviente de sus diri-
gentes históricos, a la cabeza de los cuales se hallaba y se
halla el Comandante en Jefe Fidel Castro.
Pero fue en abril de 1961, con ocasión de los sucesos
de Playa Girón, cuando capté la seguridad de esa convic-
ción a través de una carta que me dirigió a Bogotá y que
afortunadamente conservo. Dicha carta está escrita de
su puño y letra desde Santa Marta, nuestra ciudad natal,
donde se encontraba mi padre por esos días. En uno de
sus apartes, escribe textualmente:
«Estoy muy feliz con el aplastamiento de la invasión
cubano-yanki. El pueblo cubano se impuso y el mundo
socialista ha correspondido con energía al ataque pirata
de los invasores. Creo que Fidel Castro quedará más con-
solidado y el pueblo democrático de Cuba será su mejor
seguridad y garantía de estabilidad».
La carta está fechada el 21 de abril de 1961.
Desde entonces, sus palabras acerca del proceso cubano
sonaban como oráculos de optimismo y sabiduría, a pesar
de la lluvia de amenazas que se cernían contra la isla
desde la potencia del norte.
Pocos meses antes de morir mi padre en enero de 1966,
en medio de una inevitable discusión entre amigos, acerca
del futuro de Colombia y de América, en vísperas de unas
elecciones presidenciales en mi país, mi padre expresó,
luego de guardar largo silencio:
«Pasarán muchos años y lo único que quedará de todo
esto será Fidel Castro y la Revolución cubana. Lo demás
será sólo humo y bullicio. Y, sobre todo, pura paja».
Mi padre sentía una admiración sobrecogedora hacia la
personalidad del comandante Fidel. Parecía haber intuido
certeramente lo que emanaba de aquella corporeidad sin-
gular. Es decir, lo que ya se puede analizar después de
34
tantos años para comprobar la sabiduría, la genialidad po-
lítica, la maestría en materia histórica, económica, militar
e internacional de Fidel, mi padre lo afirmaba con pasmosa
clarividencia en aquellos años iniciales de la Revolución.
Por eso hoy, tres o cuatro décadas después de esos acon-
tecimientos familiares, bien puedo repetir mis versos de
entonces, en memoria de mi padre y en homenaje al grande
hombre que él me enseñó a amar y a admirar:
Fidel: tú encarnas todo lo que queremos.
Tú lideras todo lo que soñamos.
Tú conduces todo lo que luchamos.
Por tu boca hablan nuestros anhelos...

LA REINA DE LAS COSAS

Debía buscar un aparatico llamado encendedor para colo-


carlo en la luminaria de la cocina: una bombilla circular
como las aureolas de los santos. Fui a la avenida de Infan-
ta y en tres establecimientos la respuesta fue la misma:
«Eso lo consigue en Reina». Días más tarde me encarga-
ron unos álbumes para guardar fotografías domésticas y
al indagar sobre su existencia, una vecina me dijo: «En
Reina consigues de esos que tú quieres». Esa misma se-
mana se aproximaba el cumpleaños de mi hija y busqué
en varios lugares los números de icopor correspondien-
tes a su edad para colocarlos encima del cake. La señora
que vende pizzas en Paseo y 3ra me expresó: «Con segu-
ridad en Reina consigue esos números».
Me dirigí hacia allá. En realidad, ya lo había hecho
muchas veces. Y siempre, confieso, me había seducido la
viandanza por esos contornos.
Salí temprano, dispuesto a efectuar un gran maratón
de caminante. Subí por la Avenida de los Presidentes, G,

35
y llegué extenuado a la Avenida Salvador Allende, al Centro
Comercial Carlos III. Hice una escala en una oferta para
tomar batido de frutabomba y me dirigí a la calle Padre
Varela o Belascoaín.
Entonces me sumergí, ahora sí, despacioso y observa-
dor, por la famosa Avenida Simón Bolívar, más conocida
por todos como Reina, una arteria colindante con Belascoaín
y el Centro Comercial Isla de Cuba, frente al Parque de la
Fraternidad, en La Habana Vieja.
Pero, en realidad ¿cuál es el encanto particular que
tiene esa calle angosta, encharcada, vetusta y populosa
llamada Reina? La sorpresa permanente. Lo recursivo de
su comunicación. Por allí podemos llegar a Monte, a la
calzada de Zanja, al Barrio Chino, a Dragones... pero...
no vamos a salirnos de los límites de Reina, de la calle
Reina, el motivo central de esta crónica.
En esa vía, se encuentran apeñuscados y por lo tanto,
más interesantes por la fosforescencia de lo sorpresivo,
los motivos diversos de nuestras necesidades o apeten-
cias: jugos naturales en jarra de cerveza, librerías, revistas
antiquísimas, objetos para fiestas infantiles, yerberías, ropa
reciclada, elementos de ferretería y electrónicos, adornos
varios, cachivaches, enseres, productos de cuero, cuader-
nos, libretas, zapatos, sandalias, bombillos, etcétera.
En un solo establecimiento de dos pisos puede estar
resumida la felicidad: allí venden botones, agujas, hilos,
cinturones, cremalleras, medias, ceniceros, adornos de
porcelana, espejuelos, tuercas, tornillos, tijeras, lazos para
el cabello, cortauñas, jugos de guayaba y de naranja, pan
con tortilla, croquetas, frituras, cangrejitos, empanadas
de guayaba, pulóveres, juguetes, cremas para las manos,
collares, vasos de cristal, pocillos para el café...
Allí encontré libros de medicina de principios del siglo XX,
manuales de aprendizaje de inglés de los años 40, novelas
policíacas, tomos de poesía bucólica, atlas de Cuba de los
años 30, novelas de Cortázar, Carpentier y García Márquez,
libros de marxismo y el famoso Cómo ganar amigos e influir
sobre las personas, de Dale Carnegie.

36
En resumen, satisfecho y victorioso, luego de una agota-
dora y deliciosa búsqueda de varias horas, regresé a mi
casa con el encendedor de la bombilla, el número 10 para
el cake de mi hija, el álbum de fotografías y un montón
de cositas que sin estar en los planes se nos fueron
encimando por obra y gracia de una caminata por la Ave-
nida Simón Bolívar, bueno... por la calle Reina, la reina
de todas las cosas que necesitamos...

LA MUJER EN LA REVOLUCIÓN

A lo largo de la historia universal hemos visto cómo la


intervención de la mujer ha sido decisiva para el éxito de
cualquier operación trascendental. Los nombres de aque-
llas que, sobreponiéndose a cualquier obstáculo o pre-
juicio, han logrado desafiar hasta la naturaleza misma en
la búsqueda iluminada de la realización de un noble ideal,
están consignados en letras de oro en las páginas de la
historia. Pero también a diario comprobamos que son
millares las que anónimamente ejercen el magisterio del
valor, del sacrificio y del heroísmo en aras de pequeños
grandes ideales cotidianos, que unas veces pasan
inadvertidos y otras, incluso, se sepultan en el olvido.
Sin embargo, callada y abnegadamente, la mujer cum-
ple su destino de motor del género humano y como tal
lucha y vela por su supervivencia y por un mejor vivir.
En nuestra América abundan los ejemplos de esto a que
me he venido refiriendo: a los nombres de Antonia Santos,
Manuela Beltrán, Policarpa Salavarrieta y Mariana Grajales,
se suman los de aquellas mujeres maravillosas y
paradigmáticas en todo sentido que fueron el soporte y el
nervio de la Revolución cubana y cuyas realizaciones son
recordadas a diario por un pueblo agradecido.

37
De ahí que cuando por iniciativa del comandante Fidel
se fundó la Federación de Mujeres Cubanas hace cua-
renta y un años, sabiamente conducida desde entonces
por la legendaria dirigente revolucionaria Vilma Espín,
la mujer de esta isla sintió por primera vez que habitaba
un espacio propio para cristalizar sus sueños y sus as-
piraciones, los cuales ya nunca se verían arrebatados
por ninguna ley injusta ni por ningún necio y capricho-
so machismo.
En la Federación de Mujeres Cubanas, auténtico faro
que irradia su luz de amor al mundo, se honra a diario a
cada una de las criaturas femeninas junto a la memoria
de las heroínas de la independencia y de la lucha revolu-
cionaria de Cuba y de todas las causas justas de la hu-
manidad.
En su honor, este poeta les dice:
Tantas heroicas mujeres
en esta Cuba preciosa!
Cada una es una rosa,
y todas son bellos seres,
rodeadas de mil quereres,
ejemplos de amor y fe
como Celia y como Haydée
Vilma Espín y Melba Hernández,
que del Caribe a los Andes
señalan la luz del Che...

Las mujeres por millares


en Cuba, representadas,
en FMC asociadas
son la flor de sus hogares,
faro de todos los mares.
Siempre las respetaremos,
con ellas todos gritemos:
¡Viva la Federación!
¡Viva la Revolución!
¡Patria o muerte: venceremos!

38
LA REVOLUCIÓN DEFENDIDA

El pueblo cubano, unido y regocijado, celebra el 41 ani-


versario de los Comités de Defensa de la Revolución, los
CDR, con actos que exteriorizan los sentimientos comu-
nes de solidaridad y entusiasmo.
Todo ello coincide con una serie de sucesos felices,
no exentos de pequeños sacrificios y de sobrehumanos
esfuerzos por engrandecer los propósitos inmediatos de
esta celebración.
Cumpliendo los parámetros emulativos esenciales de-
terminados por la dirección nacional de los CDR, estos
atraviesan los calurosos meses de agosto y septiembre
trabajando sin descanso hasta el fin del año calendario,
recibiendo donaciones voluntarias de sangre, recogiendo
materia prima, despidiendo en cada cuadra centenares de
jóvenes que parten para el Servicio Militar Activo, reali-
zando actos culturales y artísticos y llevando a cabo acti-
vidades en la construcción y en las labores agrícolas.
Todo ello coincidió con la reanudación de las labores
estudiantiles el pasado 3 de septiembre, en las cuales
miles de pioneros de toda la isla iniciaron el curso corres-
pondiente al año escolar 2001-2002.
Entonces es cuando se desemboca en el regocijo final
del 28 de Septiembre, que desde la noche anterior se
espera con expectativa, para reunir en cada barrio las anéc-
dotas, las pequeñas historias, los juegos, los bailes y los
cantos, las panetelas, los coditos, las frituras, los tragui-
tos de ron y los sorbos de cerveza, para luego saborear
los interminables pocillos de caldosa en los portales de
las viviendas de los jubilosos cederistas.
Emocionado ante estos festejos, fruto de los más he-
roicos y valerosos acontecimientos de la Revolución, este
cronista compuso el siguiente soneto:
Cuatro décadas cumplen en labor exitosa
de la Revolución, los Comités de Defensa;

39
la historia nos describe su actividad inmensa,
la tradición nos habla de su tarea gloriosa.

Persona por persona, en función minuciosa,


familia por familia, en sucesión extensa;
barrio por barrio, unidos, con devoción intensa
protegen a la isla de la amenaza odiosa.

CDRs valientes, formados por cubanos


que con Fidel al frente se volvieron hermanos
y son los camaradas de esta heroica nación.

Por defender a Cuba, unido como un hombre,


este portento único sólo responde a un nombre:
¡Comités de Defensa de la Revolución!

UNA ESTRELLA PARA CADA NIÑO

Hoy más que nunca tenemos que cerrar filas en torno a la


defensa de la Revolución cubana.
La cavernaria declaración del nuevo emperador divi-
diendo el planeta entre buenos y malos, no puede ser
motivo sólo de risas, porque suponemos que alrededor
de su diabólica actitud pretende enmascararse el bien,
dejando para los miles de millones de pobres del Tercer
Mundo el estigma irrefutable del mal.
Pero esas palabras del Nerón neoliberal encierran ante
todo una amenaza. Y no olvidemos que entre los seres y
lugares más satanizados por la república macartista está
Cuba, nuestra heroica y gloriosa Cuba, como la más ape-
tecida «Caperucita» del lobizón imperial.
Nosotros, los que defendemos a Cuba, no somos otra
cosa que sencillos seres humanos.

40
Somos criaturas que amamos y respetamos a nuestros
semejantes.
Queremos que, como dice Fidel, el hombre sea por fin
hermano del hombre.
Aspiramos a que en el mundo el sol salga para todos,
que desaparezcan para siempre el despojo, el egoísmo y
la codicia, que de las nebulosas geografías florezcan las
alboradas más diáfanas, que la palabra humanidad pueda
resumir toda la felicidad posible, que podamos regalarle
una estrella a cada niño, que esta descalza y larga noche
de los pobres de la Tierra navegue siempre hacia el he-
chizo de la luz.
Ojalá algún día vivamos en un mundo donde cerremos
el libro de cada tarde con finales felices, donde se multi-
pliquen las cartas y los besos de amor, las manos entre-
lazadas y las bodas jubilosas, donde toda sed encuentre
el agua y donde se abran dichosos los ojos de los ciegos.
Porque nosotros, los que defendemos con todas nues-
tras fuerzas mentales, intelectuales y físicas y aún con
nuestras propias vidas esta hermosa y valerosa Revolu-
ción cubana, nos duelen los seis mil muertos en la catás-
trofe del pasado 11 de septiembre en Estados Unidos de
Norteamérica, pero también nos duelen los 35 615 niños
muertos de hambre ese mismo día en los países pobres
del planeta, según lo informó la FAO, sin que para ellos
hayan salido noticias de primer plano en ningún medio
de comunicación de la llamada «civilización occidental y
cristiana».
Conscientes como somos de que Cuba es el faro que
irradia la luz de la dignidad, de la razón y de liberación de
los pueblos oprimidos, debemos quintuplicar nuestra so-
lidaridad con ella en todos los órdenes y en todos los fren-
tes, en cada una de las actividades particulares, en nuestro
barrio, en nuestras ciudades, en nuestras provincias y a
todo lo largo y ancho de nuestra Colombia herida.
En todos los países de la Tierra, en los cinco conti-
nentes y en los propios Estados Unidos, la solidari-
dad con esta gran Revolución y con nuestro invencible

41
comandante en jefe Fidel Castro, crecen minuto a minu-
to. Y en esa noble tarea histórica los colombianos no
nos vamos a quedar atrás, porque también tenemos dig-
nidad y tenemos grandeza.

MONÓLOGO DEL CAMINANTE

En el horizonte de mis ojos, al mediodía, está La Ha-


bana plena, dorada, feliz. A lo lejos diviso el hotel Haba-
na Libre. Entre nosotros, –ojos y edificio– median infinidad
de tejados, azoteas, minaretes, palmeras, ventanas, árbo-
les, gentes, cosas, cosas, cosas, centenares de calles como
escaleras invisibles, perdidas, plácidas, colosales, de arri-
ba hacia abajo, de abajo hacia arriba, como metido dentro
de un laberinto de arenas y vegetaciones, como sumergido
por entre un montón de aromas y miradas o de universos
cortados por vivencias, habitantes, labores, cotidianidades,
sabores, afectos, olores, dolores, alegrías, problemas dul-
cemente plasmados en el ir y venir de tanta vida bella o
rutinaria. Entretanto, enciendo al azar una emisora y es-
cucho un fragmento del ballet Romeo y Julieta, con el
cual la radio cubana conmemora un aniversario del naci-
miento del compositor soviético Sergei Prokofiev.
Salgo a la calle y todo está lleno de vida, todo vibra
de verdes vientos, el sol acalora la espalda, quema nari-
ces y mejillas; hay gentes, jugos, libros, automóviles
raudos, gentes que van y vienen; en La Rampa el cielo
azul, los edificios, las oficinas, los cines, el Coppelia,
el Yara, los helados, las piernas de canela, los muslos
rosados, los ojos de esmeralda, las manos de peluche,
la exuberancia de sus álamos, pinares, palmas, carolinas,
cañasantas, maracujeyes, las empanadas de guayaba, los
cangrejitos de queso, los batidos. Y otra vez el cielo,

42
único. Ya Hemingway lo había dicho. Y Cernuda, Luis
Cernuda, el excelso poeta español de la brillante Gene-
ración del 27. Cernuda vivió en Cuba aproximadamente
un año, desterrado por los que le gritaron a Unamuno:
¡Muera la inteligencia!
Vivió el autor de La realidad y el deseo en una casa de
paredes rosadas en la esquina de 23 y O, en el Vedado. Allí
hay una placa que dice textualmente: «La Habana es su
cielo y éste no parece parte del cielo común a toda la tierra
sino proyección del alma de la ciudad». ¡Qué frase tan sa-
bia y tan exacta! Pero sobre todo tan hermosa! En la casa
marcada con el número 160 el poeta sevillano habitó e
inmortalizó el cielo habanero con su palabra reveladora.
Prosigo mi viandanza y entonces no sé si estoy viviendo
o si estoy soñando, porque hay múltiples caminos blancos
que conducen hasta más allá de los puntos cardinales, hay
laberintos furtivos bajo el peso de los frondosos árboles.
Hay bancas de piedra donde parejas de ancianos se sientan
a recibir el sol picante del verano habanero. Y hay árbo-
les, hay palmeras, álamos, almendros, framboyanes y
pequeñas plantaciones de hierbabuena, artemisas, cactos,
oréganos, vicarias y buganvilias. Y también hay luces
de diversos colores, en forma de ojos, que encandilan
durante breves instantes el punto más sensible de nues-
tros corazones. Esos ojos tan bellos, esos rostros
irrepetibles, esos cuerpos esbeltos, esas formas renova-
das de la danza que nos recrean con su andar las mu-
chachas de La Habana, son la única emoción viviente
que logra paralizar, por lo menos por un instante, la mar-
cha inagotable de este humilde caminante.

LA AMARGA LECCIÓN DE LAS CRUZADAS

Entre los siglos XI y XIII se llevaron a cabo unas muy


famosas expediciones occidentales y cristianas que sus
43
todopoderosos propulsores denominaron Las Cruzadas y
cuyo fin aparente era el de recuperar la Tierra Santa en
poder de los musulmanes. En realidad, lo que quería la
nobleza feudal de Europa era expandir su poderío, con-
trolar el inconmensurable comercio con el Asia y el do-
minio por parte del Papado católico a las monarquías
ortodoxas griegas y turcas.
Lo que hay que recordar, para que las generaciones
presentes y futuras lo tengan muy en cuenta, es que las
famosas Cruzadas se perdieron. Sus arrogantes ordena-
dores fracasaron estruendosamente y al final «los infie-
les» –como llamaban los papas a los musulmanes–, se
tomaron Constantinopla, capital del imperio bizantino,
en 1453, poniendo fin a un largo milenio de feudalismo
y oscurantismo conocido también como la Edad Media.
Durante Las Cruzadas, los reveses del imperio dominan-
te fueron inmensos, irreparables, pero también crueles y
ridículos. En la segunda, todo terminó en derrota causada
por la división existente entre los cruzados franceses. En la
tercera, se perdió la Jerusalén conquistada. La cuarta se
caracterizó por el descarado saqueo a Constantinopla.
En las siguientes utilizaron niños a quienes vendie-
ron como esclavos en el norte de África. En la séptima le
propinaron a Luis Nono de Francia una derrota militar
tan grande que terminó prisionero en Egipto con todo su
ejército. Enfurecido, al recobrar su libertad, el monarca
emprendió la octava cruzada contra Túnez, con tan mala
suerte que la peste acabó no sólo con su majestad, sino
con sus millares de soldados.
Más tarde, en 1291, con la caída de san Juan de Acre,
los debilitados herederos de las cruzadas imperiales, eva-
cuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut, y
posteriormente fracasaron todos los planes de revivir las
frustradas epopeyas porque ya existía una profunda crisis
económica y social que predecía la caída del sistema
feudalista en Europa occidental.
Quien no conoce la historia está condenado a repetirla,
dice la sabia sentencia. Y con absoluta seguridad, los

44
nuevos y opulentos «cruzados de la verdad y el bien»,
iguales o peores de fanáticos que sus imprecisos enemi-
gos, no conocen la historia de sus antecesores. Recorde-
mos simplemente que todos ellos fueron jefes de imperios
omnipotentes –estaban varios Luises de Francia, el em-
perador del Sacro Imperio Romano-Germánico, el famoso
Federico II Barbarroja, Ricardo Corazón de León, entre
otros–; todos inventaron y encontraron enemigos en
aquellos que no creían en su tergiversado cristianismo;
recordemos que todas fueron guerras largas, larguísimas,
como las que promete el nuevo emperador mundial, y
finalmente, que luego de tanta inútil y sanguinaria ex-
travagancia, Dios no solamente no se puso nunca de
parte de sus cruzados, sino que permitió que estos se
dividieran, que sus imperios se destruyeran y que caye-
ran en la más humillante derrota que se recuerde en
aquellos tiempos remotos.
Pero sólo así, irónicamente, la civilización occidental
y cristiana, se condenó a sí misma y la historia abrió las
puertas de la Edad Moderna, la precursora de las grandes
transformaciones sociales, económicas y políticas, y por
supuesto, de la anhelada primavera de los pueblos.

LECTURA DE LA EDAD DE ORO

Desde la primera hasta la última página, la colección de


revistas de La Edad de Oro, textos en prosa y verso debidos
a la mente prodigiosa de José Martí, constituye un brevia-
rio de sabiduría, de belleza y de amor a la humanidad.
Recorrer sus territorios literarios es reencontrarse con
la propia infancia, cuando afanosos y ávidos de conoci-
mientos nos sumergíamos en libros, revistas y enciclo-
pedias de la biblioteca del colegio, deteniéndonos en fotos

45
y viñetas con el fin de regocijarnos en nuestros propios
sueños y en el esplendor de la cultura universal.
Martí tenía predilección por los niños, porque enten-
día que eran, son y serán siempre los más sabios y her-
mosos habitantes de la Tierra. A ellos, pues, les dedica
cada ejemplar de La Edad de Oro:
«Este periódico se publica para conversar una vez al
mes, como buenos amigos, con los caballeros del maña-
na, y con las madres del mañana; para contarles a las
niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y
jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que
deben saber para ser de veras hombres», dice en el primer
número y se lanza a una extensa travesía de sueños y de
héroes, reales y ficticios.
Por allí desfilan los padres libertadores –Bolívar, San
Martín, Hidalgo–; los poetas –Homero, el de La Ilíada,
Shakespeare, el de Romeo y Julieta, Víctor Hugo, el de
El Jorobado de Notre Dame–; los juegos infantiles, la
historia del hombre contada por las diversas casas del
mundo y de la historia –la de los germanos, los galos, los
quéchuas, los aztecas, los asirios, los egipcios, los he-
breos, los persas, los japoneses–; las ruinas de los in-
dios americanos como llamas permanentes de amor
vigilante; los deleites estéticos de la música, la pintura y
la poesía; los pabellones y las maravillas de los cinco
continentes en la Exposición de París; una semblanza
del Padre de las Casas, defensor de los indios; un agrada-
ble recorrido por la tierra de los anamitas (hoy más cono-
cidos como los habitantes de Vietnam y Laos) y por las
diversas máquinas inventadas por el hombre. Todo ello
compartido con los más bellos cuentos de reyes y prince-
sas, fábulas y poemas dedicados a esos pequeños empe-
radores que habitan el alba de oro de la vida.
¡Ah Martí! ¡Qué ser tan incomparable! ¡Qué pensador sin
par! ¡Qué profeta tan certero del devenir de Nuestra América!
Leyendo y releyendo La Edad de Oro sentimos que la
poesía siempre nos ofrece horizontes amables que alter-
nan dulcemente con nuestros sueños más recónditos y

46
con nuestros ideales más luminosos, y que gracias a seres
excepcionales como José Martí, fructifican como energías
fosforescentes en nuestro trabajo cotidiano y por ende en
el porvenir inmediato de toda la colectividad humana.

EL BARRIO CHINO DE LA HABANA

Sin duda alguna, el Barrio Chino de La Habana es uno de los


mayores sitios de atracción tanto para los capitalinos y los
cubanos en general, como para los visitantes extranjeros.
Por unos minutos o unas horas, el ambiente oriental se
impregna en nuestros corazones y basta con traspasar el
arco triunfal que nos espera altivo y silencioso a un costa-
do del parque de La Fraternidad, en La Habana Vieja, para
que penetremos a una dimensión de milenios legendarios.
No voy, desde luego, a enumerar los comercios y esta-
blecimientos de comida y bebidas, todos con nombres
chinos, que existen en ese islote urbano arriba de la cal-
zada de Zanja, pero sí voy a invitarlos a dar un breve
paseo por ese laberinto multicolor de objetos, alimentos
y costumbres.
Por diversas calles, desde la vieja locería La Vajilla en
Galiano o Avenida Italia, asoman avisos con los signos, sím-
bolos y caracteres chinos que indican que por allí se venden
materiales ornamentales, muy propios del país asiático.
De ahí en adelante, abundan los globos, los biombos, los
farolitos que invitan a pasar a los almacenes, donde atienden
hombres y mujeres ataviados con túnicas de Nanning o tra-
jes propios de los antiguos mandarines de Shangai.
Allí vemos innumerables porcelanas, con cuadrigas de
caballos, dragones, tigres, bailarinas, budas, campesinos
pobres y ricos, pececillos, ceniceros, pebeteros, doncellas

47
y emperadores de rostro adusto o sonriente. También en-
contraremos allí pomadas para la artritis, el reumatismo, los
dolores musculares y las neuralgias en general; remedios de
diversa índole y bebidas aromáticas o estimulantes para
fumar un cigarro o un tabaco feliz. Y ni hablar de las telas:
camisas, blusas, faldas, pantalones, gorras, carteras, bol-
sos, medias, calzado, y en fin, todo aquello que nos es
necesario para salir a caminar por las calles y las arterias
capitalinas.
Los restaurantes están integrados en un hermoso con-
junto de pequeñas edificaciones de estilo chino, con
sus techos y sus adornos típicos. En ellos, con pocos
pesos en moneda nacional, podemos saborear los más
exquisitos platos de la culinaria de Pekín, Cantón,
Shangai o Xian, para comer con tenedor o con los tradi-
cionales palitos: entremeses de empanadas de maní y
coco, sopa de mariposas, rollitos de primavera, arroz fri-
to al que se le puede condimentar con los diversos pi-
cantes orientales o con la famosa salsa agridulce o salsa de
soya, todo ello con rollitos de pollo, chuleta de cerdo,
chop suey de pescado o chao mein de hígado, carne de
lechón y mariscos.
Nunca he preguntado si de sobremesa podemos beber
una copa del incendiario aguardiente «Mao-dei», pero de
todos modos, un buen refresco basta para poner fin a tan
delicioso banquete.
De allí se vuelve a recorrer el conjunto de almacenes y
restaurantes, como bajativo, y aprovechamos para admi-
rar la inmensa variedad de pájaros que se exhiben en un
sardinel y que en verdad recrea nuestra vista: pájaros azu-
les, blancos, rojos, grises, con elegantes penachos y plumaje
rítmico como el de los quetzales, y hay cabrillas, diaman-
tes de cola alargada, cacatillos, copetones.
En fin, es como si hubiéramos ido a China y regresado
en un abrir y cerrar de ojos.

48
ELOGIO DEL LIBRO

Por doquiera que caminamos por La Habana nos hallare-


mos siempre frente a un maravilloso paisaje de libros.
Entre los árboles, sobre paredes antiguas, dentro de es-
tantes y bibliotecas, bajo cristales, en los sardineles, por
los parques y desde luego, en las espléndidas librerías
capitalinas, los libros nos sorprenden y nos estimulan
de manera permanente en nuestras caminatas y en nues-
tros descansos.
Ello me ha obligado a pensar que quizás ese objeto
sencillo y hermoso es uno de los inventos más útiles
efectuados por el hombre para su propio deleite y para su
ascenso hacia la sabiduría. Pues todo libro es un viaje a
lo desconocido. Es una maravillosa aventura.
Es la puerta hacia un mundo que nos irá descubriendo
a través del camino de la palabra escrita. Sea excelente
en su léxico o interesante en su temática, de regular cali-
dad o rematadamente malo, el libro deja en el lector algu-
na enseñanza, alguna inquietud. Es la huella digital
indeleble que queda marcada en la mente de quien en él
se adentra, como si se hubiese marcado en un espejo
empañado, decía Jaroslav Seifert.
El libro desde sus remotos orígenes –manuscrito, pa-
piro, pergamino, papel chino–, ha sido el compañero de
viaje del hombre a través de los tiempos y de los territo-
rios. Tres siglos antes de Cristo, en el Egipto de los
faraones, los escribas realizaban su trabajo con un trata-
miento especial aplicado a las hojas de una planta que
los griegos llamaban papiro. Los chinos lo hicieron so-
bre tablas de madera y los mesopotamios escribieron sus
textos sobre planos de barro cocido. En Italia se utilizó
el papel pérgamo y en la primera centuria de nuestra era,
los chinos obtuvieron el genial invento del papel. En la
agonía del medioevo se imprimieron libros con sistemas
móviles metálicos y con planchas de madera tallada y preci-
samente se considera en el final de la Edad Media –junto

49
con la toma de Constantinopla por los turcos, la exposi-
ción del libre examen de Lutero y la llegada de Colón al
Nuevo Mundo–, la invención por parte de Johann
Gutenberg, de la imprenta, revolucionó el planeta con el
novedoso sistema de producción de libros.
Se ha dicho ya innumerables veces que el libro es el
mejor y el más fiel de los amigos. Faulkner solía decir
que los libros, como los amigos, deben ser pocos, pero bue-
nos. El libro nos enseña a vivir, nos obliga a reflexionar,
nos pone a meditar sobre nuestras propias obsesiones.
Don Quijote de la Mancha nos hace reír en la adolescen-
cia, nos arrincona en la esquina del mejor pensamiento
en la madurez y nos hace llorar en la vejez. Nada ni na-
die, ni los imperios que imponen la piromanía sobre las
bibliotecas, ni las tiranías de los sofisticados sistemas
de comunicación ultramodernos, podrán acabar con la
serena democracia del libro.
Es lo que más se aproxima a la perfección. Se puede
releer, saborear, se puede cerrar para más tarde volverlo a
abrir. Se puede acariciar o subrayar, manosear y besar y
algunas veces arrojarlo con ira al piso, pero jamás se podrá
destruir, borrar ni ignorar, porque sólo por el signo de la
palabra escrita somos testigos de nosotros mismos y gra-
cias a ello nos sentimos orgullosos de pertenecer al gé-
nero humano.

GABRIELA MISTRAL Y CUBA

En el corazón y en las ideas de la poetisa chilena Gabriela


Mistral, José Martí ocupó un lugar preferencial. Siempre
se refirió al Apóstol como a «una criatura a quien le debo
mucho».
A él dedicó un bellísimo artículo en el cual expresó que
era un símbolo de la lucha por la democracia y la inde-
50
pendencia real, no sólo política, de Hispanoamérica. Por
ello, el gran poeta y ensayista cubano Cintio Vitier calificó
a Gabriela como escritora dueña de «un tono de
americanidad insondable». Y Eliseo Diego, ese otro gran
poeta de Cuba, le dio el apelativo de «nuestra madre
Gabriela».
Y en verdad, la poetisa tomó del pensamiento martiano
lo esencial de su ideario, pues desde muy joven se identifi-
có con el Apóstol, al igual que con Bolívar, en la necesidad
de llevar a cabo una integración total de Nuestra América.
Al respecto escribió:
«Nosotros debemos unificar nuestras patrias en lo in-
terior por medio de una educación que se transmute en
conciencia nacional y de un deporte del bienestar que se
nos vuelva equilibrio absoluto; y debemos unificar esos
países nuestros dentro de un ritmo acordado un poco
pitagórico, gracias al cual aquellas veinte esferas se mue-
van sin choque, con libertad, y además, con belleza...».
Y agrega:
«Nos trabaja una ambición oscura y confusa todavía,
pero que viene rodando por el torrente de nuestra sangre
desde los arquetipos platónicos hasta el rostro calentu-
riento y padecido de Bolívar, cuya utopía queremos volver
realidad de cantos cuadrados». Y seguidamente pedía que
Bolívar dejara de ser nombre de aniversario; por eso ha-
blaba de «Nuestro Bolívar», de «Nuestro Martí», de «Nues-
tro Sandino».
En los años 40 y 50 visitó Cuba Gabriela Mistral. En
la isla de Martí siempre se sintió a gusto esta mujer de
hondas raíces andinas. Aquí trabó amistad con la poetisa
Dulce María Loynaz. Amistad controvertida, yo diría más
bien temperamental. Eran dos caracteres. Sin embargo,
Gabriela dijo dos opiniones consagratorias sobre la in-
signe cubana:
«Para mí, declaro, leer Jardín ha sido el mejor repaso
de idioma español que he hecho en mucho tiempo».
Y más adelante:
«Los Poemas sin nombre son puras condensaciones
de poesía, el puro hueso del asunto. Poesía interior, rara
en las mujeres».
51
Gabriela Mistral disfrutó en Cuba y especialmente en
La Habana de la hospitalidad de sus amigos y admirado-
res. Se solazó de la belleza de su mar y de la pureza de su
cielo. Ya Cernuda había declarado: «El cielo de La Haba-
na no es el cielo común de todos los humanos sino pro-
yección del alma de la ciudad». Alternó con las más altas
figuras de la intelectualidad habanera y leyó sus poemas
en el Ateneo de La Habana. Y desde luego, se inclinó
reverente ante la estatua de Martí en el Parque Central,
al tiempo que reiteraba su convicción martiana de procu-
rar la felicidad colectiva a través de las cosas sencillas,
de las sonrisas de los niños, entre los ríos del alma de
los pobres de la tierra.

TRAVESÍA POR EL GOCE ESTÉTICO

La Habana es una ciudad con ángel. Su belleza, su magia,


su cultura, sus tradiciones, hacen de esta legendaria urbe
uno de los territorios indispensables para el sueño y para
todo proyecto estético.
Inmediatamente después del triunfo de la Revolución
en 1959, La Habana se convirtió en una de las mecas
cardinales de la cultura universal. Todo escritor, poeta,
artista, músico, investigador de la historia o de las cien-
cias, se siente en la obligación espiritual de pasar por La
Habana como alguna vez lo sintió por París, Venecia,
Barcelona, Londres, Praga o Leningrado.
No voy a enumerar la cantidad hechizada de sus acon-
tecimientos culturales, pero sí quiero señalar que por
ello no me extraña el que tengamos ante nuestros ojos un
museo como el de Bellas Artes, inaugurado hace pocos
meses por el comandante en jefe Fidel Castro, que nada

52
tiene que envidiarle a los más importantes museos de
Europa, como el Ermitage, el Louvre, el del Prado o el de
Rijkmusseum de Amsterdam.
La imponente construcción, cuyo diseño se debió al
arquitecto español Manuel del Busto en el antiguo Cen-
tro Asturiano, entre el Parque Central y las calles Obispo
y Obrapía, es ya una invitación al deleite interior. Dentro
de ella, admiramos verdaderas joyas de la pintura de la
América estadounidense de los siglos XVIII y XIX y del arte
latinoamericano, lleno de rostros de una hermosura
mesurada como corresponde al arte de los pintores
limeños y quiteños del esplendor religioso de la época
colonial. Más adelante, en las plantas tercera y cuarta,
hallamos la fiesta multicolor del arte español, asiático,
francés y de la antigüedad, y en la quinta, disfrutamos
del asombro de los creadores italianos, británicos, ale-
manes, holandeses y flamencos.
Debe uno detenerse siquiera un largo instante ante
cada pintura, dibujo, escultura, piedra o grabado, alabar
la eternidad pura de esas expresiones intemporales de
los retratos republicanos de Roma, ante los vasos grie-
gos, las estatuas funerarias egipcias y la verbalidad plás-
tica de los fenicios y los etruscos. Al igual, sentir
inesperados goces estéticos ante un cuadro de Brueghel,
o de Zurbarán, de Canaletto o de Sorolla o ante la ge-
nial experimentación de los vanguardistas del siglo XX .
Es una gratísima correría por los diversos grados de la
belleza a través de los trazos y los cromos, la visita al Mu-
seo Nacional de Bellas Artes en su colección universal.
Estoy seguro de que si uno se detuviera un minuto
ante cada obra durante una jornada normal, necesitaría
varios años para admirar la totalidad del museo. Por eso
recomiendo a los visitantes repetir con alguna periodici-
dad esta bella y deliciosa travesía por la más hermosa
huella digital del hombre de todos los tiempos.

53
LA FORTALEZA DEL LIBRO

Con mucho acierto, el comandante en jefe Fidel Castro


denominó el histórico sitio donde se desarrolló la XI Feria
Internacional del Libro, como la Fortaleza del Libro. Por-
que en verdad ningún espectáculo de la inteligencia nos
ha podido asombrar e impactar más que ver a los cente-
nares de miles de personas, especialmente niños y jóve-
nes, que desfilaron durante jornadas enteras adquiriendo
la cultura universal condensada en grandes, medianos o
pequeños tomos.
Confieso que conozco ferias internacionales del libro de
otras latitudes, pero en ninguna he visto tal afluencia de
niños, con tal avidez de lectura, que salían de allí con las
manos colmadas de libros, de paquetes, de jabas repletas,
donde se juntaban en tierno calor los cuadernos con breves
obras de Martí, Rubén Darío o César Vallejo y gruesos volú-
menes de los clásicos universales de todos los tiempos.
Varias veces hube de ir a la feria para poder detallar,
por lo menos a vuelo de pájaro, el contenido general de
aquel maravilloso banco de libros. Las editoriales cuba-
nas han dado ejemplo al mundo con esta nueva proeza de
llenar nuestros ojos y nuestras mentes con tantos milla-
res de títulos que nos sabrán llenar de deleite íntimo.
Y como si fuera poco, el evento fue dedicado nada menos
que a Francia, la moderna cuna de la cultura en todos los
ámbitos. Me di cuenta que no fueron pocos los niños
que quedaron impactados con el afiche de ese gran escri-
tor y hombre ejemplar que fue Víctor Hugo. Su genio
narrativo, su estro poético, su honestidad política y su
valerosa pluma en favor de los oprimidos, le creó un halo
de grandeza y de admiración a todo lo largo de su tiempo
y del siglo XX. Ya vemos que el siglo XXI lo recibe con
trompetas de júbilo, no sólo en la alborada del milenio
sino en la alborada de la vida de la nueva generación
cubana. En tres gruesos volúmenes vimos editada su

54
excelente novela Los miserables. También estaban allí
su narración para niños El noventa y tres y, bueno, su
mundialmente famosa obra Nuestra señora de París, más
conocida para las generaciones de retoños como El joro-
bado, con su Esmeralda, sus gárgolas y sus fervientes
amigos y fantasmas de la Ciudad Luz.
Mesas redondas, certámenes, entregas de premios, lan-
zamientos de libros, coloquios, entrevistas con escrito-
res cubanos y de otras partes del planeta, especialmente
de Francia, afluencia de cubanos y latinoamericanos de
todas las razas, sexos y creencias, allí los vimos, ojeando
libros, folletos y revistas, felices de estar sumergidos entre
tanta belleza intemporal, entre tanta palabra, entre tanto
pensamiento impreso.
Esa fue la hermosa Feria Internacional de La Habana,
en su edición No. 11, preludio de la convicción de Fidel
que ya se ha convertido en certeza de todos: en diez años,
Cuba será el pueblo más culto de la Tierra.

UN PASEO POR NEPTUNO (I)

Frente al parque Central, exactamente en el hotel Golden


Tulip, en la esquina de Prado, comienzan a circular má-
quinas y vehículos que recorren la calle Neptuno y hasta
altas horas de la noche son las naves salvadoras de los
músicos y de quienes trabajan en La Habana Vieja.
De día, yo, transeúnte anónimo, veo la esquina de Con-
sulado, donde un restaurante y un mercado se llaman
Fornos y un almacén de ofertas La Equidad, para comen-
zar mi recorrido por Neptuno, arteria llena de emociones
y sorpresas.
Al terminar Consulado, una placa dice, sencillamente,
Juan Clemente Zenea, para recordar al poeta, periodista

55
y patriota cubano. A lado y lado hay una Cadeca (Casa de
Cambio de Moneda) y una tintorería. Pasamos a Indus-
tria, donde sobresale un nombre histórico para la radio
de Nuestra América: RCA Víctor. Parece que estuviéra-
mos viendo el perro blanco junto a la vitrola. También
está por ahí La Ideal. Todavía se conserva el letrero en
rojo relieve que dice: « Joyas, préstamos». A lo largo de la
calle hay ventas de helados bajo balcones con rejas y
astas para las banderas.
En la cafetería La Metropolitana, en Amistad, expenden
buen ron en vasos elaborados con botellas partidas y muy
bien pulidas. Se revelan fotos y al frente está la tradicio-
nal camisería La Gran Vía, cerca de Capricho y La Ele-
gante, tiendas muy bien surtidas, por cierto que eran las
preferidas de María Félix en los años 40.
En Águila vemos la tienda Roseland, tan hermosa, que
sólo la emula como espejo viviente el parque para niños,
con columpios y otros juegos infantiles que se encuen-
tra frente al citado comercio.
En el estanquillo adquirimos los diarios Granma y Ju-
ventud Rebelde, de tipografías roja y azul, como la ban-
dera cubana.
Las vitrinas de Florida exhiben ropas tropicales, lo
mismo que en Sublime. De pronto, y –cerrado durante la
mañana–, descubrimos un establecimiento con un nom-
bre como para evocar a Gardel y a Magaldi: Amigos del
Tango de Edmundo Dauber.
Unos pasos más y llegamos a una de las principales
arterias de la capital de Cuba, Galiano, –inmortalizada en
la película Memorias del subdesarrollo, con las huellas
del arte prodigioso de Tomás Gutiérrez Alea, Sergio
Corrieri y Daisy Granados–, precisamente cuando tene-
mos ante nuestros ojos un imponente edificio de más de
diez plantas, color marfil o azul muy blanquecino, el cual
señala hacia la avenida un nombre inolvidable y legenda-
rio: el cine América, donde aún resuenan los ecos de las
voces más bellas del continente.
56
Allí, en la cafetería al aire libre, situada en los bajos
del inmueble, hacemos un alto para tomar café, admirar
a lo lejos el azul profundo del mar y preparar el ánimo
para reanudar más adelante la travesía por la bella y
populosa calle Neptuno.

UN PASEO POR NEPTUNO (II)

Avanzo desde Galiano, también conocida como Avenida de


Italia, exactamente en la esquina de La Época y me con-
fundo entre el ir y venir de las gentes que caminan por la
calle Neptuno, un mediodía soleado de 2002, año capicúa,
o sea que comienza donde termina, dos cero, cero dos.
Veo pequeños comercios, joyerías y almacenes donde
se apiñan casetes de música, tuercas y tornillos, zapa-
tos, aretes y espejuelos. Al avanzar se observan casas de
callado esplendor, puertas angostas que muestran hile-
ras de peldaños blancos, que conducen por vías íntimas
a las alegrías domésticas.
En la calle estacionan automóviles de diversas marcas
y a lado y lado se ven casas y pequeños edificios de dos y
tres plantas, con rejas metálicas teñidas con el óxido del
mar, cuyo oleaje se escucha a tan sólo cien metros.
Seguimos por la calle Neptuno, entre hombres afana-
dos y mujeres esplendorosas, entre vendedores de maní
garapiñado y contenedores de basura, entre ex comba-
tientes que dialogan con voz fuerte y amplia sonrisa y
pioneros que cruzan la calle en pequeños grupos, mos-
trando al mundo una hermosa floración de júbilo.
Hacia San Nicolás y Manrique, unas tiendas que los
cubanos llaman shoppings, tienen un nombre bastante
opuesto a su función cotidiana: La Filosofía. Seguramente
todo, aun las compras y las ventas, nos llevan a la más
profunda meditación.

57
Más adelante, en Manrique, se puede hacer un alto en el
camino, si se requiere, desde luego, para entrar en los am-
plios baños públicos donde después de visitarlos sentimos
que la vida renace pletórica y llena de energía interior.
Seguimos y una calle nos traslada a épocas pasadas:
Campanario: allí contemplamos palacetes y sobre todo
un edificio de cuidada arquitectura: el Hordomini. En-
frente, en una edificación llamada La Fontana vemos diver-
sidad de balcones con jardines colgantes, mientras se
escucha a todo volumen música rock, salsa y ritmos lati-
nos, lo cual se entrelaza con el rugido de los carros, de
las máquinas y de los triciclos turísticos.
Pero bueno, la caminata impone cansancio, un poco
de fatiga, y desde luego, de sed. Ya sabemos que Neptuno
no solamente es el rey del mar, ni el octavo planeta del
sistema solar... es también un maravilloso río de asfalto
por donde el transeúnte puede encontrar a cada paso sor-
presas, agonías y dulces sensaciones de calor humano...

UN PASEO POR NEPTUNO (III)

Ni Neptuno comienza en Galiano ni termina en Campana-


rio. Sólo que desde sus orígenes en el Paseo del Prado se
apiñan los comercios y las pequeñas ventas, lo cual nos
quita un poco de visibilidad al paisaje arquitectónico.
Después de llegar a Campanario sí admiramos la bella
hilera de balcones blancos y muchas flores, todo ello ha-
cia Perseverancia y Lealtad, bellos nombres, acrisoladas
virtudes...
Por ahí están la óptica El Prisma con todo el universo
de los ojos humanos, en 503, seguido de escuelas de be-
lleza, alquiler de ciclos, casas de babalaos, pizzerías de
paso, librerías viejas y puestos para escanciar el gas de los

58
encendedores. Todo ello va fluyendo desde Lealtad hasta
Lucena, pasando por Escobar, Gervasio y la gran arteria
de Padre Varela, más conocida como Belascoaín.
En una esquina observamos un edificio de tres plantas,
verde y blanco, con escudo de armas en blanco envejeci-
do, con ventanas ahumadas y puerta de madera antigua.
Vemos casas donde el esplendor del Caribe sobrevive a
los estragos del tiempo, puertas de corte arábigo, alarga-
das y enrejadas, ventanas con marcos de piedra, entre
Marqués González y Oquendo, pasando por un caminito
interesante llamado O. Giquel. Por allí está la casa donde
murió, en 1914, Salvador Cisneros Betancourt, camagüe-
yano, adalid de la libertad de Cuba.
Vemos también, en el 913, un edificio con ventanas
muy angostas, de persianas de madera, mientras en el
sardinel, pioneros y pioneras alegres y bulliciosos beben
refrescos y comen frituras, cangrejitos de queso y
chiviricos, en la esquina de Aramburu.
Los taxis y las máquinas avanzan o se detienen, según
los requerimientos de los transeúntes que indistintamen-
te preguntan: ¿A Playa? ¿Línea? ¿La Ceguera? ¿Marianao?
y en Hospital observamos una casa de dos plantas con
adornos que semejan las colmenas de las abejas...
En una casa antigua, con polvo de tiempo, me sonríe
una mulata buenamoza con dientes dorados. Miro el nú-
mero 1013 y al mismo tiempo el 255a, entre Espada y
San Francisco.
También, un portal donde preside una leve escultura,
parodia de un portón grecorromano con un nombre es-
culpido en piedra: Biblioteca Municipal de Pioneros
Paquito González Cueto.
Nos detenemos para tomar un refresco de coco, hela-
do, exquisito, y es entonces cuando desembocamos en la
iglesia del Carmen, en la Calzada de Infanta, y felices y
exhaustos, vemos aparecer junto a las primeras estrellas
de la tarde, el diamante remoto del planeta Neptuno...

59
UN SALVADOREÑO SOLIDARIO

Recientemente nos visitó un amigo incomparable: José


Alfredo Pineda Dubón, salvadoreño, nacido en el Depar-
tamento de Santa Ana, en 1938. Su grata presencia en la
isla nos llenó de alegría por su calidad humana, su soli-
daridad, su valerosa trayectoria vital.
Pineda vivió muy joven –y muy de cerca– los dramáti-
cos acontecimientos que culminaron con el derrocamiento
del gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala,
fruto de la intervención cruenta ordenada por el gobierno
norteamericano.
Era aún adolescente cuando ya seguía de cerca, a través
de las ondas radiales, el proceso de lucha de liberación
de Cuba hasta la caída de la tiranía batistiana el 1ro de
Enero de 1959. En adelante, Pineda Dubón se converti-
ría en un oyente asiduo de las ondas experimentales cu-
banas, que un 1ro de mayo de 1961, luego de la victoria de
Playa Girón, se transformarían en la ya legendaria Radio
Habana Cuba, donde el salvadoreño tiene tantos caros y
sinceros amigos.
El precoz educador que era entonces José Alfredo, había
iniciado la batalla junto a centenares de compañeros y con-
temporáneos por las reivindicacioens sociales de su país y
sus ojos estaban, desde luego, fijados con júbilo, solidari-
dad y optimismo en la naciente Revolución Cubana.
Muy pronto, Pineda Dubón cumplió su sueño de visitar
la isla de Martí. Acababan los cubanos de aplastar a los
agresores en Girón y el salvadoreño vivió la emoción de esa
victoria, visitando el teatro mismo de los acontecimientos.
Pero fue cerca de allí, en las bocas de la Laguna del Tesoro,
exactamente en el rancho Taíno de Guamá, cuando
sorpresivamente tuvo un emotivo encuentro con el coman-
dante en jefe Fidel Castro. En medio de milicianos, trabaja-
dores, campesinos y compañeros latinoamericanos, conversó
con el jefe de la Revolución sobre diversos temas de interés

60
común. Compartieron café y dialogaron animadamente hasta
la salida del sol.
Con Fidel se encontraría en otras ocasiones, más ade-
lante, el compañero Pineda. Siempre que recuerda estos
encuentros se emociona y deja entrever su orgullo y ale-
gría de patriota americano. Ama a Cuba, a su Revolución,
a su pueblo, a sus heroicos dirigentes y los defiende desde
su gabinete de trabajo donde quiera que esté laborando en
algún lugar del territorio bolivariano y martiano.
Pineda Dubón encarna al hombre de Nuestra América,
que nació, creció y se formó intelectualmente con las
luces que iluminan el portal de la nueva humanidad.
Radicado en Costa Rica con su bella familia, cuando
llega a La Habana lo recibimos con los brazos abiertos,
no sólo sus amigos de Radio Habana Cuba, sino los que
hemos recorrido ríos, montañas y mares para también
rendir tributo permanente a la verdad y a la dignidad de
nuestros pueblos.

ESPLENDOR Y TRAGEDIA EN CECILIA


VALDÉS

Hemos vuelto a concentrar nuestro fervor en la obra in-


mortal de Cirilo Villaverde: Cecilia Valdés, esta vez en la
versión lírica de Gonzalo Roig.
Estrenada en representación mundial en el teatro Martí
de La Habana el 26 de marzo de 1932, hace setenta años,
la obra superó las expectativas al enorme reto que el maes-
tro Roig se había impuesto a sí mismo.
La comedia lírica del destacado autor de Quiéreme mucho
es de un contenido artístico múltiple, donde el espectador
contempla arrobado la riqueza multicolor de la coreografía,
ambientación, vestuario y escogencia de los intérpretes. Allí

61
admiramos en medio de la tragicomedia de la mulata que se
enamora del aristócrata blanco, sin saber que son herma-
nos, toda la diversidad musical de Cuba en géneros como el
bolero, el danzón, la romanza, la contradanza y el bembé,
entre otros ritmos clásicos de la isla.
El director de la puesta en escena del evento conme-
morativo, Juan R. Amán, explica su preocupación por-
que se interactúen los componentes de la comedia y la
lírica, «que la expresión de lo musical esté presente en lo
dramático y que en este, esté lo musical».
El asombro llega al máximo con el maravilloso protago-
nismo de Milagros de los Ángeles (Cecilia Valdés), Manuel
Riopedre (Leonardo Gamboa), Legipsy Álvarez (Isabel
Ilincheta), Elier Muñoz (Pimienta) y Martha Gutiérrez (Do-
lores Santa Cruz), amén del fabuloso elenco de magníficos
actores y actrices, quienes dan la caracterización exacta de
la clásica novela del genial Cirilo Villaverde, situada en San
Cristóbal de La Habana, en la tercera década del siglo XIX.
A todo ello hay que sumar la indiscutible calidad de la
orquesta, bajo la dirección del maestro Giovanni Duarte,
la dirección de escena a cargo de Humberto Lara y la
dirección coral de Catalina Ayón. Y de la obra total dirigi-
da por el reconocido maestro Adolfo Casas.
Cecilia Valdés o La loma del ángel: magnífica síntesis de
las pasiones humanas, del amor y el odio, los celos, el humor,
la picardía, la tragedia, el romanticismo y el costumbrismo.
Al aplaudir hasta el agotamiento la puesta en escena de
esa inmortal obra cubana, el orgullo preside nuestros cora-
zones una vez más de estar en La Habana, metrópoli artís-
tica de tres siglos, donde la belleza y el buen gusto tienen
un sitial muy grande en la geografía cultural del mundo.

TEÓFILO EL GRANDE

En 1972, este cronista celebró alborozado junto a la ma-


yoría de los colombianos, especialmente los caribeños,
62
la obtención de nuestro primer título mundial de boxeo:
se trataba de un jovencito descarnado y silencioso, natu-
ral de San Basilio de Palenque, y que en pocos segundos
había pulverizado a su rival en Panamá: se llamaba (y se
llama) Antonio Cer vantes, más conocido como Kid
Pambelé, campeón mundial de la categoría peso mosca.
A la euforia nacional se sumó la victoria espléndida de
un cubano en los Juegos Olímpicos de Munich, cuando
volvió pedazos al favorito de los comentaristas europeos
y norteamericanos, Duane Bobbick y se consagró mun-
dialmente como un grande entre los grandes. Su nombre:
Teófilo Stevenson.
Este coloso que acaba de celebrar sus cincuenta años
de vida, entró al boxeo por la puerta de oro de los elegi-
dos y siendo muy joven ya estaba considerado como el
más grande boxeador amateur de todos los tiempos. No
hay que olvidar que el mítico Mohamed Alí, cuando se
llamaba Casius Clay, también fue boxeador aficionado, y
fue superado por el cubano maravilloso.
Durante sus veinte años de carrera estelar, Stevenson
fue tricampeón olímpico y mundial: primero en Munich ‘72,
luego en Montreal ‘76 y más tarde en Moscú ‘80.
Además en su fulgurante carrera, Stevenson arrojó a la
lona a varios campeones norteamericanos, entre ellos a
Craig Payne y a Tyrrell Biggs, Marvin Stinson, Willie Clark
y Jimmy Clarck, entre otros. No hay que olvidar, claro,
que durante las eliminatorias para la Copa Mundo en
Texas, una troika arbitral cegada por la pasión política le
arrancó cruelmente el título legítimo al cubano.
Sin embargo, luego del espectacular triunfo en Munich
sobre Duane Bobbick, los mercaderes del boxeo le ofre-
cieron un millón de dólares si se quedaba con ellos, lo
cual motivó en Teófilo Stevenson una severa expresión
de desprecio.
Este cubano extraordinario, figura cimera del boxeo al
lado de Joe Louis, Rocky Marciano y Mohamed Alí, hubie-
ra podido vencer a este último en 1978, año en que el
mundo expectante aguardaba la más grande pelea del siglo,

63
si no hubiera sido porque los manejadores de Alí malogra-
ron el match, por temor a arriesgar mito y dinero ante la
potencia inatajable del campeón cubano.
Grande entre los grandes, único e irrepetible, Teófilo
Stevenson, en la plenitud de sus primeros cincuenta años,
agrega una deslumbrante estrella al firmamento de verda-
deros gigantes del pensamiento y de la acción que desde
el 1ro de Enero de 1959 la nueva, para su orgullo, Cuba
viene dando a la humanidad.

«LA ESCUELA DE GABO»

En San Antonio de los Baños el sol mañanero viste todas


sus galas sobre una sabana exuberante y tranquila. Allí, la
Escuela Internacional de Cine y Televisión, cuyo nombre
atrae a jóvenes de los cinco continentes, especialmente
del Tercer Mundo, está asentada y sostenida por la alegría
y los sueños, pero también por el trabajo incesante y la
disciplina creadora de profesores y alumnos.
A la entrada, cuatro cineastas perpetuados por la piedra
esculpida, reciben a los visitantes. Son ellos: Tomás
Gutiérrez Alea, Titón, Fernando Birri, Gabriel García
Márquez y Julio García Espinosa, estudiantes en los años 50
–y cada uno por su lado– en el Centro Sperimentale de
Cine de Roma y constructores del proyecto.
La Escuela Internacional de Cine y Televisión nació
como el más importante y ambicioso proyecto académico
de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano de La
Habana, la cual fue inaugurada en 1985 por el Comité de
Cineastas de América Latina y cuyo presidente ha sido
desde entonces, el genial novelista colombiano y Premio
Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.
Un año después, la Escuela brotó, impulsada por el
cineasta cubano García Espinosa, con el apoyo entusias-

64
ta del comandante en jefe Fidel Castro. Está situada en
un delicioso sitio campestre, donde se encuentran ubi-
cadas las instalaciones, las viviendas para los alumnos y
los docentes y las actividades recreativas.
La Escuela de Tres Mundos o «La Escuela de Gabo»,
como también se conoce, ha contado desde el primer
momento con un cuerpo de directivos y profesores de
enorme prestigio y experiencia, todo ello dirigido a la
formación y capacitación técnico-artística de profesio-
nales del cine, la televisión, el video, procedentes en
su inmensa mayoría de América Latina, el Caribe, Áfri-
ca y Asia.
La Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los
Baños es la única escuela del mundo que ha sido distin-
guida por el Festival de Cannes, con su preciado Premio
Rossellini, obtenido en 1993. Ha graduado cerca de un
millar de estudiantes y han participado de sus cursos
más de tres mil talleristas provenientes de 40 países.
Hombres de la talla del poeta venezolano Edmundo
Aray y el cineasta y realizador colombiano Leopoldo Pin-
zón, se hallan en la actualidad al frente de la legendaria
Escuela. Y desde 1986 la han dirigido Fernando Birri,
célebre cineasta y escritor argentino, el brasilero Orlando
Senna, el colombiano Lisandro Duque Naranjo y el
hispanoargentino Alberto García Ferrer.
En los últimos meses, no sólo las estatuas de los
fundadores nos dan la bienvenida al centro docente:
Francis Ford Coppola, también empedrado, nos recibe
en actitud de cocinar una abundante pasta, que no es
otra cosa que una cantidad interminable de cintas cine-
matográficas.
La Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los
Baños es otra estrella cubana en el firmamento de sus mil
victorias en la vigorosa batalla de ideas que desde 1959
viene alcanzando la Revolución en su ascenso inatajable
por los senderos de la historia humana.

65
LA DIVINA ALICIA ALONSO

El arte magistral de Alicia Alonso se volvió a vestir de


gala con el estreno mundial de Un viaje a la luna, en la
Sala «García Lorca» del Gran Teatro de La Habana.
Volvimos a deslumbrarnos con su asombrosa capaci-
dad creadora, su maravilloso duende, su intuición
extraterrenal.
Ante un teatro completamente lleno por un público
expectante y permanentemente sorprendido por la gracia
irracional de la «poesía en movimiento», admiramos obras
como Paquita, con coreografía de Petipa y música de
Ludwig Minkus, la suite Generis, con coreografía de Al-
berto Méndez y música de George Frideric Haendel y Fran-
cisco José Haydn y El corsario, con coreografía de Alicia
Alonso, sobre la original de Marius Petipa y música de
Riccardo Drigo, todo ello con un majestuoso vestuario
de Salvador Fernández.
Conmovedor al máximo resultó el inmortal dúo de amor
del ballet Espartaco de Aram Jachaturiam con coreogra-
fía de Azari Plisetski. Ya no recuerdo cuántas veces en
mi vida he visto, sentido, soñado y recreado esta joya del
ballet del siglo XX, donde Frigia se despide de su amado
Espartaco, el legendario líder de la primera gran subleva-
ción de los esclavos en la Roma antigua, quien debe pro-
seguir su lucha.
En Colombia repetí cuantas veces se hizo necesario,
la asistencia a la representación del bellísimo dúo, con
parejas del Bolshoi; lo mismo en la Unión Soviética, en
el mismo teatro Bolshoi de Moscú, o con artistas del
ballet Kírov de Leningrado. O en videos de películas, in-
terpretado por Galina Ulanova o Maia Plisetkaia, todos a
cual más notables, y con el singular poder de deleitar el
espíritu de los seres sensibles.
Pero el que admiramos en días pasados, interpretado
por Alihaydée Carreño y Octavio Martín, iguala o supera a

66
los anteriores. Nos logran transmitir ese atribulado tu-
multo de emociones entrecruzadas del amor arrollador, de
la inmediata nostalgia que se desprende de la inevitable
despedida, de la entrega a la noble causa y de la seguridad
del heroismo. Todo ello, recreado en cada una de las tona-
lidades del genial compositor armenio Aram Jachaturiam.
Y como si fuera poca la emoción, nos brinda luego
Alicia Alonso la comedia-ballet Un viaje a la luna, con
libreto de José Ramón Neyra sobre Il mondo della luna
de Carlo Goldoni, sobre un tema muy en boga a finales
del siglo XIX, con la novela homónima de Julio Verne y la
película de George Meliés. Y qué gran transposición poé-
tica se logra de la broma hecha a un alucinado que bajo
los efectos del alcohol está convencido que está en la
luna. Una extraordinaria pieza de ballet es esta, con cham-
pán, paisajes lunares y polvos de estrellas ficticios para
un festejo lúdico donde por instantes se vive el sueño, la
pesadilla y el regreso a la realidad.
Con un sobresaliente elenco conformado, entre otros,
por José Zamorano, Anette Delgado, Yolanda Correa,
Romel Frómeta, Miguel Ángel Blanco, Javier Torres,
Anissa Curbelo y Bárbara García, el estreno mundial de
Un viaje a la luna va más allá de las piedras de Selene,
para coronar las más altas cumbres siderales del arte
danzario por obra y gracia de la Prima Ballerina Assoluta
Alicia Alonso, siempre genial, siempre maravillosa, abso-
lutamente divina.

CENTENARIO DE DULCE MARÍA


LOYNAZ

Este año de 2002 es rico en festejos y conmemoraciones


literarias: centenarios de Nicolás Guillén, el poeta nacional,

67
de Rafael Alberti, andaluz universal, Langston Hugues, el
maravilloso poeta civil de Norteamérica, amigo de los an-
teriores y de Dulce María Loynaz, la exquisita escritora
cubana.
Nacida en diciembre de 1902, se dedicó a la poesía des-
de muy joven. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, ge-
neral del Ejército Libertador, influyó notablemente en esta
noble escogencia. Sus hermanos, Enrique, Carlos Manuel
y Flor, también se destacaron en el cultivo de las letras.
En 1929, Dulce María realizó una gira por el Medio
Oriente: Turquía, Siria, Libia, Palestina y Egipto, y a raíz
de una visita realizada a Luxor, su asombro fue transfor-
mado en el bello poema «Carta de amor al rey
Tutankamen». Posteriormente, en La Habana, conoce a
Federico García Lorca y en 1938 publica su primer libro,
titulado Versos, 1920-1938, seguido de un conmovedor
texto lírico, Canto a la mujer estéril.
En 1942, el gran poeta Juan Ramón Jiménez publica
una semblanza sobre Dulce María en la célebre revista
Sur que dirige en Buenos Aires, Victoria Ocampo. Poco
después, realiza un viaje a esta metrópoli, desde donde
envía crónicas a Cuba, que se publican en el diario El
País. En Montevideo conoce a Juana de Ibarbouru, Jua-
na de América, quien elogia los poemas de la cubana y
los lee en un programa radial.
En 1947 publica en Madrid su libro Juegos de agua.
Versos del agua y del amor. En España ofrece varios reci-
tales y recibe la Orden de Alfonso X el Sabio.
En 1951 publica su novela Jardín, una de las narracio-
nes más valoradas de la isla, novela lírica que cincuenta
años después de su primera edición sigue suscitando en-
sayos, elogios y traducciones.
En la década de los años 50 visita las Islas Canarias,
publica Poemas sin nombre y recibe en su casa de el Veda-
do a Gabriela Mistral, con quien sostiene una cálida, pero
al mismo tiempo controversial amistad.
En 1958 publica un delicioso libro de crónicas titulado
Un verano en Tenerife y el extenso poema Últimos días de
una casa.

68
Se dedica por completo a las labores de la Academia
Cubana de la Lengua y en 1987 es candidatizada al pre-
mio Cervantes. En 1989 fue proclamada miembro emérito
de la UNEAC y en 1992 le fue otorgado el premio Miguel
de Cervantes, considerado el Nobel de la lengua española.
Dulce María Loynaz casi celebra viva su centenario.
Tras una larga vida dedicada completamente a la literatu-
ra, coronó la inmortalidad con un libro cuyo título bien
puede resumir lo que animó esa existencia maravillosa:
Fe de vida, con cuya lectura conmemoraremos la perpe-
tuidad de la poesía y de sus cultores.

LA DECADENCIA DEL IMPERIO

No hay nada novedoso en el discurso de Bush el pasado 20


de mayo. Sólo que una vez más, un presidente de Esta-
dos Unidos, perdió su cuarto de hora con la historia. El
novelista mexicano Carlos Fuentes, durante una cena con
el entonces presidente Bill Clinton en casa del escritor
William Styron y en presencia del Premio Nobel colom-
biano Gabriel García Márquez, le dijo al mandatario de
Norteamérica: «Presidente: pierda usted las elecciones,
pero gane la historia», en clara alusión al cambio de rela-
ciones con Cuba, al levantamiento del bloqueo y la dero-
gación de las leyes genocidas con que en vano han
pretendido derrocar la Revolución.
Clinton no escuchó la voz sapiente del autor de La muerte
de Artemio Cruz y La región más transparente. Y a Bush
no se le podía pedir más. Es lo que es, un subproducto de
una clase politiquera enajenada, ciega, fanática, triunfalista,
y desde luego, mediocre.
Un país, que antaño tuvo dirigentes de la talla de
Franklin Delano Roosevelt, Henry Wallace, Adlai Stevenson,
Hubert H. Humphrey o Jimmy Carter, le está demos-

69
trando a los 6 mil millones de habitantes que tiene la Tie-
rra, que con Bush está en la penúltima fase de su decaden-
cia en la repetición de la tragicomedia de la caída del imperio
romano, incluyendo las orgías con Baco y Venus a bordo.
Su clase gobernante, con el vergonzoso acto del 20 de mayo
en la Casa Blanca, tocó fondo.
Toda esa prepotencia imperial ha llegado al colmo. Al en-
durecer el bloqueo, al pretender sitiar a todo un pueblo e
irrespetar la soberanía de Cuba, por 30 monedas de oro
espúreo, demuestra la más absoluta carencia de valores mo-
rales, de principios éticos, de postulados humanistas. Con
el discurso del Bush, el gobierno de Estados Unidos se des-
honró a sí mismo, estando como están, a las puertas de su
propio suicidio político, social, moral y hasta sanitario.
La potencia prepotente demuestra con eso, tenerle mie-
do a la verdad y a la razón de los pueblos y colocó a sus
dirigentes por debajo de la basura nazi-fascista. El pro-
pio pueblo de Estados Unidos ha de sentir en sus entra-
ñas el más arterial repudio por esa muestra de cobardía
imperial. Sobrada razón tenía el inmortal escritor norte-
americano Henr y Miller cuando dijo: «Si Hitler fue
genocida, ¿qué somos nosotros?» o el gran actor Warren
Beatty cuando afirmó que la derecha norteamericana es
en definitiva la más estúpida del mundo.
Pero como bien dijera el Che: «Esta gran humanidad ha
dicho basta. Y ha echado a andar». Y yo agrego modestamen-
te: Ha echado a andar esta gran humanidad, incluidos más
de 200 millones de norteamericanos que día a día se están
quitando la venda oscurantista y engañosa de sus ojos.

MARTÍ PARA TODOS LOS TIEMPOS

En estos tiempos de turbulencias mundiales, en los que


parece que el planeta estuviera patas arriba, como sugi-
70
riera Eduardo Galeano, es bueno volver al Maestro, al
poeta, al pensador, al patriota: a José Martí, el inmortal.
La virtud de hombres como él hace que de cualquiera de
sus páginas surja el necesario manantial de sabiduría y
esperanza que el ser humano busca en sus momentos de
reflexión interior.
Y cuántos no hubiéramos querido escribir una estrofa
tan sencilla y tan profunda como esta:
Con los pobres de la Tierra
quiero yo mi suerte echar:
el arroyo de la sierra
me complace más que el mar.
O aquellos versos, cuando, solitario, el poeta expresa:
Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós...
O aquella otra que reza:
Con la rodilla rendida
bese en mi nombre la mano
a la que alegra la vida
de un caballero cubano.
O cuando, para nosotros, suramericanos y andinos, cree-
mos ver a Bolívar resurrecto exclamar:
«Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el
aire, con la copa cargada de flor, restallando no zumbando,
según la acaricia el capricho de la luz, o la tundan y talen
las tempestades; ¡los árboles se han de poner en filas, para
que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del
recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro
apretado, como la plata en las raíces de los Andes!».
O aquella iluminación fer vorosa que alguna vez, en
Tampa, le hizo decir al genial Maestro:
«Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y
allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la hierba

71
amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos
caídos, los racimos generosos de los pinos nuevos. Eso
somos nosotros: ¡pinos nuevos!
Y eso somos, en verdad, los latinoamericanos que pro-
seguimos nuestra lucha en el siglo XXI por la liberación y
soberanía de nuestros pueblos, donde no hayan más gi-
gantes de las siete leguas, porque todos, los pobres y los
indios y los negros y los blancos y los oprimidos, sere-
mos gigantes de corazón, gigantes del pensamiento, gi-
gantes de la grandeza, dignos herederos de Bolívar, de
Martí y de Fidel.
«Nosotros, dijo el Apóstol, como el albañil, al quitarnos
la ropa de trabajo, podremos decir: ¡Hemos construido!».

MARTÍ Y COLOMBIA

La suscinta cronología de José Martí nos señala que el


día 21 de junio de 1894 el Apóstol desembarcó en Pana-
má, entonces territorio de Colombia, procedente de
Puntarenas, Costa Rica. Allí permaneció sólo unas horas,
pues el 22 partió muy temprano para Kingston, Jamaica,
a donde llegó en la tarde. Dos días después, Martí se
embarcó para Nueva York adonde llegó el 5 de julio.
Esta es, pues, la única constancia de que el Maestro
nos honró a los colombianos con su presencia, así fuera
fugaz, en nuestro país.
Martí escribió innumerables artículos sobre la Nueva
Granada y lo que después se convirtió en Colombia. Cu-
riosamente, nuestra patria tiene fama de ser un país de
poetas y letrados. Casi todos sus presidentes han sido
cultivadores de las letras, comenzando por el propio Li-
bertador, que en sus cartas, proclamas y documentos de-
mostró ser uno de los más consumados prosistas del

72
período romántico. Grandes escritores han sido el gene-
ral Tomás Cipriano de Mosquera, Santiago Pérez, Rafael
Núñez y Miguel Antonio Caro, para citar sólo unos pocos
gobernantes colombianos aficionados a las bellas letras.
De todo esto habló Martí en sus escritos.
Artículos suyos fechados en Nueva York entre abril de 1884
y agosto de 1892, se refieren a nuestro excelso poeta
Rafael Pombo, el primer suramericano que escribió ver-
sos antiimperialistas, luego de haber vivido diecisiete años
«en las entrañas del monstruo», al igual que el Maestro.
También escribió sobre el té en Bogotá, acerca de las
célebres tertulias literarias en la vieja Santafé; habló de
la guerrilla literaria en Colombia, sobre antagonismos
entre poetas y gramáticos; sobre la famosa Historia de la
literatura colombiana, de don José María Vergara y
Vergara, el descubridor del talento de un joven caucano
desconocido: Jorge Isaacs, el autor de la inmortal novela
María, que ha hecho llorar a varias generaciones de lec-
tores; sobre la poesía de Arsenio Esguerra y sobre San-
tiago Pérez Triana, hijo del presidente radical.
También Martí escudriñó sobre la fauna y la flora de
Colombia, cuando mi patria todavía se llamaba Nueva
Granada; sobre los idiomas de los nativos, sobre el habla
de los chibchas y sus semejanzas con el idioma japonés;
sobre las leyendas y tradiciones indígenas y las crónicas
de Indias escritas por los conquistadores españoles; so-
bre la orografía e hidrografía andina; sobre el cubano
Manuel del Socorro Rodríguez, a quien consideramos el
Padre del Periodismo en Colombia, dueño, al decir de
Martí, de una de las más nutridas bibliotecas de Santafé
de Bogotá; sobre los talentos precursores de nuestra in-
dependencia en 1810 (el sabio Caldas, Nariño, Camilo
Torres, Acevedo y Gómez y Francisco Antonio Zea); so-
bre la pedagogía y la cultura conocida hasta entonces en
la naciente Colombia. Algo realmente asombroso. ¿De dón-
de sacaba tiempo este hombre maravilloso, se pregunta
uno hoy en día en este año del 2002, para pensar, leer,
escribir, liderar un proyecto extraordinario, viajar, amar y

73
acariciar la gloria y la grandeza en tan sólo 42 años de
existencia?
En el 150 aniversario de su nacimiento nos continúa
asombrando, porque no cabe duda de que José Martí, el
Apóstol de Nuestra América, es un ser extraordinario,
genial, único e irrepetible.

ELEGÍA A MANUEL GONZÁLEZ BELLO

Debo confesar que tengo el alma atravesada por la espa-


da del dolor, por la tristeza ante lo irreparable, por no
haberme otorgado la vida la oportunidad de haber intima-
do y de haber disfrutado del insuperable privilegio que
hubiera significado para mí la amistad y el intercambio
de ideas con Manuel González Bello, ese ser entrañable,
ese muchacho canoso, sonriente y bondadoso que dedi-
có las mejores energías de su existencia al más bello y
noble de los oficios.
El periodismo cubano y latinoamericano se vio honrado
durante tres décadas por la intuición, la sabiduría y la
jubilosa solidaridad de este grande hombre, sencillo y ge-
neroso con quienes lo conocieron. González Bello dejó su
huella indeleble de escritor público en periódicos de la
Isla de la Juventud, en Radio Habana Cuba, Radio Rebel-
de, Juventud Rebelde, en la revista Bohemia y en el El
Economista, entre otros medios de comunicación. Fue ade-
más, profesor, colaborador y orientador en los programas
de formación y superación de colegas del periodismo.
Por todo ello, recibió el premio de Periodismo Juan
Gualberto Gómez 2000, entre otras merecidas distinciones.
También, Manuel González Bello fue galardonado con
un premio por su libro de testimonio: Raúl Roa. El Canci-
ller de la Dignidad. Asimismo, escribió sobre el coman-
dante Che Guevara y acerca de la trayectoria vital y
74
revolucionaria de Pablo de la Torriente Brau, así como
también una hermosa y valerosa carta dirigida a todos los
periodistas del planeta para conminarlos a exigir en una
sola voz, la liberación de los cinco héroes cubanos injus-
tamente encarcelados en prisiones de Estados Unidos.
Al morir, Manuel González Bello dejó inédita una novela
y un reportaje sobre los niños que en distintos lugares de
América Latina, deambulan abandonados por las calles.
Nacido hace cincuenta y tres años en Chambas, Ciego
de Ávila, este formidable ejemplar humano, era a un mismo
tiempo defensor acérrimo de la Revolución cubana y ad-
mirador de la música de los Beatles, orgulloso batallador
por la liberación de los pueblos y estudioso de la obra de
Julio Cortázar.
Jovial, amante de la pelota, de las cosas bellas de la vida,
convencido de la victoria de la batalla de ideas que bajo la
dirección del Comandante en Jefe se libra en esta isla, y
defensor de las causas más justas, nobles y limpias de la
humanidad, Manuel González Bello cumplió su ciclo vital
con hidalguía y amor patrio.
Gracias Manolito, por habernos hecho partícipes de tu
alegría, de tu amistad y de tu sabia y oportuna palabra.

FÚTBOL A TODA HORA

Realizando un esfuerzo descomunal, yo diría heroico,


como todo lo que se propone y lleva a cabo la Revolución
cubana, la totalidad de los habitantes de la isla estamos
disfrutando de los diferentes partidos del actual campeo-
nato mundial de fútbol, que se efectúa en Corea del Sur
y en Japón. A las dos y media de la madrugada, a las
cinco, a las ocho, antes del mediodía, a las horas más
disímiles, estamos siguiendo segundo a segundo las emo-
ciones de cada juego, en vivo y en directo, como si estu-

75
viéramos allí mismo en cada uno de los estadios donde
los oncenos del planeta se enfrentan por una nueva copa
del mundo.
Este es realmente un privilegio dado a muy pocos en
el planeta. Estamos, desde luego, plenos, dichosos, emo-
cionados y agradecidos.
Particularmente, los sudamericanos somos por sangre y
por tradición, hinchas furibundos del balompié, «el más
universal de los deportes», como nos lo recuerdan día a día
los magníficos comentaristas de la televisión cubana, Sergio
Ortega y Reinier González, cuyos asombrosos conocimien-
tos del fútbol complementan satisfactoriamente las emo-
ciones de los partidos. Para completar, contamos con los
muy acertados comentarios y pronósticos del director téc-
nico de la Selección Cuba, el peruano Miguel Company, de
gratísima recordación por su intervención en inolvidables
juegos por copas continentales y mundiales.
Todo esto nos lleva a evocar momentos estelares del
fútbol profesional. Desde que en mi remotísima infancia,
allá por 1949, cuando de la mano de Hernando Reyes,
estrella del independiente Santafé, figuraba yo como mas-
cota del glorioso equipo cardenal de la capital colombia-
na, el amor por el fútbol lo llevo como un estado del alma
completamente tatuado en mi piel y en mi corazón. Debo
recordar aquí, que Reyes vivió en la isla posteriormente y
se destacó como combatiente en Playa Girón. El año pa-
sado tuvimos el placer de saludarle y compartir con él
gratos momentos cuando integró la delegación de nues-
tro país en la VIII Brigada Latinoamericana y Caribeña
de Amistad y Solidaridad con Cuba.
Sigamos, pues, disfrutando de los placeres y reveses
que proporciona esta verdadera alegoría de la vida que es
el fútbol. Conozcamos nuevas figuras de los diversos países
que integran los equipos, sigamos las triunfales o deca-
dentes carreras de los ya veteranos y evoquemos las
emociones de los pasados mundiales, con jugadores como
el rey Pelé, Garrincha, Amarildo, Didí, Diego Armando
Maradona, nuestro Pedernera y los inolvidables com-

76
patriotas Antonio Rada, Hernán Cuca Aceros, Marino
Klinger y Marquitos Coll, quienes propinaron una paliza
de cuatro goles en Chile nada menos que a «La Araña
Negra», el portero soviético, considerado el mejor arque-
ro de todos los tiempos, incluido el primer gol olímpico
efectuado en una Copa Mundo, hecho por el colombiano
Marcos Coll en aquella inolvidable faena.
Y nuevamente, gracias Cuba, por regalarnos esta ale-
gría total de todas las horas.

LOS BARES DE LA HABANA

Así como me precio de ser un veterano conocedor de los


bares tradicionales de Bogotá, donde la bohemia hizo
su agosto durante la mayor parte del siglo XX , me decla-
ro un completo novicio en estas lides en la Ciudad de
La Habana.
Sin embargo, trato de asimilar en lo posible esa vida
llena de leyendas y anécdotas que en una metrópoli cul-
tural como La Habana tiene que ser necesariamente muy
rica. No hay que olvidar que durante muchos años, en
los cafés y bares de Hispanoamérica –más que en las
universidades y centros académicos–, se formaron algu-
nos de los más prestigiosos poetas, narradores, huma-
nistas y hombres de estado del continente.
Lo primero que hice desde mis estancias anteriores en
la capital cubana, fue mirar y admirar, a distancia, por
falta de fondos, los bares que Ernest Hemingway inmor-
talizara para siempre en su leyenda viva: el Floridita con
sus daiquirís y La Bodeguita del Medio –¡miren que nom-
bre tan sugestivo!– con sus mojitos.
Pero sólo hasta el año 2000, por obra y gracia de unos
amigos que vinieron a La Habana en plan de turistas,
logré probar las delicias gastronómicas de La Bodeguita,
77
admirar su ambiente lleno de historias y de arte, sus mi-
llares de autógrafos, fotos y recordatorios y sus
fosforescentes mojitos, servidos con el Silver Dry del
Havana Club y acompañados por tríos que rememoran de
buena ley al del Miguel Matamoros y que cantan lo mejor
del Benny Moré, Celina y Reutilio y Bola de Nieve, entre
otros. Del Floridita sólo he disfrutado las mil y una le-
yendas que de él se cuentan en innumerables crónicas,
relatos y artículos de prensa, y de su apaciguante aire
acondicionado cuando de intruso he abierto su puerta
para volverla a cerrar dos minutos más tarde.
¿Otros bares conocidos en instantes en que el sueño
puede más que la realidad? El Gato Tuerto en O, frente al
hotel Nacional, lleno de poesía y boleros; el bar El Empe-
rador, bajo el colosal edificio Focsa; La Zaragozana, cerca
del Floridita; La Roca, de ensoñadoras canciones, y de vez
en cuando, el Centro Vasco, en 3ra y 4 en el Vedado, in-
mortalizado en alguna novela española contemporánea.
Lo demás, dejémosle a la amena memoria del maestro
Enrique Núñez Rodríguez para que nos guíe por los ba-
res de su recuerdo. Él nos habla de El 1830, en la desem-
bocadura del río Almendares, de Puerto Sagua, de El
Baturro y de El Bodegón de Teodoro, a la salida de la
Universidad. Y en cada uno de ellos, se señala una pi-
cante anécdota, un recuerdo amable, un encuentro con
el humor, un deslumbramiento poético o musical, o un
descubrimiento terrenal de la belleza alada.
De todas maneras, yo sigo, en mis recorridos por La
Habana reencontrando los templos de la tertulia y la bo-
hemia, los santuarios del ron, del tabaco y de la rumba,
con la esperanza de toparme algún día en El Patio con
Alfredo Catanco y el celebérrimo Trío Tacuiba. Como
cuando, sorpresivamente me hallé cara a cara una noche
con Juan Larriñaga –sobreviviente del conjunto de Enri-
que Jorrín cuando el cha cha cha– y su maravillosa trom-
peta en La Casa del Té frente al hotel Ambos Mundos,
de afectuosa reminiscencia hemingwayana.
¡Ah, La Habana! ¡Ciudad divina y humana! ¡Ciudad
eterna!
78
NICOLÁS GUILLÉN, PERIODISTA (I)

En los variados actos y eventos que se celebran en Cuba


durante el año 2002, en ocasión del primer centenario
del nacimiento del Poeta Nacional Nicolás Guillén, se
tocarán los diversos aspectos de la personalidad literaria
del gran camagüeyano, especialmente en lo que se refiere
a su poesía, tan rica en temáticas, en ritmos y en caden-
cias, virtudes que sólo son posibles en creadores de tan
proteica inquietud mental.
Y en verdad, hemos visto que son muchas las voces
autorizadas en la estilística, en la investigación y en la
crítica literaria que se han dado a la tarea de exaltar los
múltiples empaques de la poesía guilleniana. Sería, pues,
ingenuo de mi parte, intentar en una crónica abarcar tan
complejo sistema, por lo cual me limito a destacar un
aspecto, quizás un poco desconocido de la trayectoria
vital del maestro Guillén: el periodismo.
No recuerdo si fue André Gide o André Malraux, quien
habló de la actividad periodística del escritor como una
especie de «literatura alimenticia», es decir, como un oficio
paralelo al de escribir –escritura también–, que servía
como disciplina al autor, como calentamiento de la mano,
como diría García Márquez, y que a la vez le daba el
sustento para vivir su cotidianidad civil. El caso es que
son muchos los poetas y narradores que se han dedicado
con pasión absoluta a lo que Albert Camus denominaba
«el más bello y noble de los oficios».
Guillén no era ajeno a ello. Ejerció durante casi toda
su vida el periodismo, pero no como un cronista común
y corriente, sino como una prolongación de su maravillo-
so estro poético. Si no me equivoco, a finales de la déca-
da de los años 40 colaboró en un periódico escribiendo
una décima diaria a manera de columna, como también
lo hizo Pablo Neruda durante su exilio entre 1949 y 1952,

79
publicando una oda semanal en El Nacional de Caracas,
que dirigía Miguel Otero Silva.
En algunas de sus crónicas más sobresalientes, Guillén,
en estilo ágil y ameno, que verdaderamente deleitaba a
sus innumerables lectores, tocaba temas diversos, pero
con preferencia eran literarios, como los de la poesía y la
faz desconocida de Antonio Machado, y Balzac en La Ha-
bana, aunque también hablaba sobre hechos aparentemente
intrascendentes como los perros de la ciudad e historias
de la literatura, muchas de ellas reunidas en sus célebres
«Ocios dominicales».
También, Guillén actualiza a sus lectores acerca de las
heridas que mataron a Martí, en las que cada detalle revela-
dor nos sumerge en profundo dolor y en inmenso respeto.
En otros artículos, Guillén se da el lujo de sintetizar
en un par de páginas –y casi como una canción, como un
juego de niños– las formas eternas de la poesía: de cómo
se inventó la décima, de dónde viene el soneto, qué es lo
que llaman en literatura el presente histórico, etcétera.
Y bueno, la crónica en verso, que jamás faltó en la
pluma guilleniana:
A Camagüey suelo ir
por revivir
mis claros días de infancia.
Aspiro allá en su fragancia
rosas que no volverán.
¡Oh nubes en la distancia
del porvenir,
que es ya morir,
mientras que naciendo están
los que mi sitio tendrán!
(...)
Bajo gran cielo sombrío de mi dolor,
sollozo por muertos que durmiendo están,
y en olas de olvido van...

80
NICOLÁS GUILLÉN, PERIODISTA (II)

Guillén, periodista instruía, divertía, deleitaba. Cuando


había que ser trascendental, lo era. Cuando había que
ser lúdico, también. De pronto nos sorprende comentan-
do los misterios del más allá, a propósito de una extraña
y desconocida novela de Alejandro Dumas, padre, el fa-
moso autor de El conde de Montecristo y Los tres
mosqueteros. Con fina ironía se sumerge en el tema
capsular y extraterrestre del libro y anota: «No (se trata)
del más allá que conciben los espiritistas, sino un más
allá concreto, tangible, casi dan ganas de decir de inme-
diato, que se diferencia del otro en que del él se podrá
regresar intacto, cosa que no ha ocurrido hasta ahora en
el mundo de los espíritus».
En otro artículo se refiere a las enfermedades que su-
frieron los más célebres personajes de la historia, y nos
revela que al «Rey Sol», Luis XIV, le sangraban las virue-
las, por falta de vacuna, y que sufría de terribles dolores
de estómago, forúnculos, diarreas, flatulencias y lombri-
ces, todo ello debido a que se comía en un día un faisán
entero, un pedazo de cordero cocido con salsa de ajo,
enormes trozos de jamón y muchos pasteles y caramelos.
Luego nos remite a los catarros crónicos de Oliverio
Cromwell, el alcoholismo y los espasmos urémicos de
Carlos II y las pesadillas estomacales de Napoleón
Bonaparte.
También en el terreno histórico, Nicolás Guillén hace
gala de la mejor erudición y la más rica prosa. A pedido
de la revista Les Temps Moderns (Los Tiempos Moder-
nos), fundada y dirigida por el famoso filósofo francés
Jean-Paul Sartre, el poeta cubano escribió un artículo en
enero de 1959, en el que realiza una verdadera proeza de
condensación al analizar sabiamente los caminos que
condujeron al triunfo de la Revolución comandada por

81
Fidel Castro, detallando una por una, las grandes fallas y
las ascendentes heridas que se efectuaron desde la en-
tronización de la seudorrepública el 20 de mayo de 1902.
Allí, Guillén abordó lo que vendría luego de la emanci-
pación de los países americanos del yugo español en 1810
al expresar que nadie ya podrá impedir la liberación de
estos pueblos de Bolívar, Martí, San Martín y O’Higgins.
«Nadie podrá impedirlo –escribe– y menos quienes son
causa de ella, allá en el Norte donde toda miseria tiene
asiento, donde ser pobre es una deshonra y ser rico una
burla de la justicia y ser negro un crimen y los crimina-
les que no son negros, azotan y linchan a los negros no
más que porque lo son». Y agrega: «Los tiranos, los
sátrapas, los dictadores no saben que a medida que dan
vueltas al dogal, a medida que más aprietan, menos posi-
bilidades tendrán de salvarse». Y como muestra de ello,
cita los casos de Luis XVI, el zar Nicolás II y el siniestro
Fulgencio Batista.
Pero cuando conoce a Salvador Allende, prefiere ha-
cerle la crónica en verso y a manera de brindis en La
Bodeguita del Medio le dice:
Tú, que nunca desdeñas un mojito,
acepta el puro brindis que hoy te hacemos,
alta la copa y aún más el grito:
Salvador, patria o muerte, venceremos!
Y en otra cuarteta memorable se anticipó por lo menos 30
años al pretensioso emperador del mundo del año 2002:
Frente al fascismo que bate
otra vez sus negras alas,
tanques tenemos y balas,
si lo que quiere es combate.
El yanqui con torpe mano
estrangularnos pretende,
mas por lo visto no entiende
que Cuba es ya del cubano...

82
CUBA, POTENCIA CULTURAL

Cuba es una mina de cultura, un rico yacimiento de ideas,


la más grande cantera de conocimientos existente en el
planeta y todo ello se encuentra en continuo movimiento
progresivo a favor del ser humano, de la vida, del bien
común, del porvenir de miles de millones de hombres y
mujeres, niños y ancianos, a todo lo largo y ancho de un
orbe donde impera el odio, la intolerancia, la ignorancia
y la violencia.
Hace más de cuarenta años, la Revolución borró para
siempre el analfabetismo en la nación cubana y al co-
menzar el nuevo siglo, Cuba se constituía en la mayor
potencia cultural, ante la admiración del mundo entero.
Los avances en materia de educación y cultura son
realmente asombrosos. La generación permanente de
ideas y conocimientos, de estudios e investigaciones en
todos los campos del saber, hacen de Cuba un lugar de
obligada atención por quienes tienen ansia de sabiduría.
En menos de 24 horas, hace algunos días, ocurrieron
dos acontecimientos que quiero resaltar: se graduaron los
primeros 89 profesores generales integrales de secundaria
básica, conocidos como «Los Valientes», junto con sus
alumnos, los 120 pioneros de noveno grado de la escuela
secundaria básica del campo Yuri Gagarin, del municipio
habanero de Caimito, lo que constituyó un peldaño im-
portante hacia metas colosales del conocimiento. Al res-
pecto, el comandante Fidel Castro expresó:
«Ahora se están sentando los cimientos de una socie-
dad que será distinta, que le sacará un montón de pistas,
desgraciadamente, al resto de la humanidad, lo cual es
posible por la nobleza, bondad y entusiasmo de nuestro
pueblo».
Y casi en enseguida, en el teatro Karl Marx de La Haba-
na, obtuvieron su grado los 993 estudiantes del primer
curso emergente de maestros de computación básica, con
lo cual Cuba vuelve a sacarle distancias considerables no
83
solo a los países latinoamericanos y del Tercer Mundo,
sino a las naciones más desarrolladas de la Tierra.
«Este mundo, declaró Fidel en el acto solemne, tiene
que acabar de salir de la prehistoria y nosotros vamos en
la delantera. Más adelante se recordará este tiempo como
una época bárbara. Y si grandes fueron los sueños de
entonces, podría decirse que mayores serán los sueños
de mañana».
Lo que quiere decir, comentamos nosotros con Fidel,
que Cuba se convertirá muy pronto en una gran universi-
dad, por el capital humano que la Revolución ha creado a
lo largo de estos 43 años, el conocimiento profundo que
tienen los cubanos sobre todo lo que ocurre en el mundo
y por la convicción consciente de que es necesario ayu-
dar a la humanidad, cuyo destino está en juego.
Estamos, en verdad asombrados. Sin embargo, como
bien lo afirmó el líder de la Revolución, esto no es más
que el comienzo.

FURIA Y FUEGO EN MANUEL NAVARRO


LUNA

En días pasados, mi amigo, el conocido locutor de Radio


Habana Cuba, Manolo de la Rosa, me obsequió
gentilmente un libro que no vacilo en calificar de verda-
dera joya de la literatura cubana, tanto por el tema y el
personaje allí tratados, como por ser de la autoría de uno
de los más respetados escritores de la isla como es el
poeta, narrador, ensayista y también miembro del colec-
tivo de Radio Habana Cuba, Joaquín G. Santana.
Conocía a Manuel Navarro Luna desde que en los años
iniciales de la Revolución llegaron a mi conocimiento,
allá en Bogotá, los ecos revolucionarios y poéticos de

84
autores como Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Dora
Alonso, Mirta Aguirre, Juan Marinello y el ilustre hijo de
Jovellanos que hoy ocupa nuestra crónica.
Conocí, pues, su poesía fervorosa y al mismo tiempo
intimista, gozosa y furiosa, dulce para el labio amoroso
expectante y ácida para el sátrapa opresor. Pero luego,
como nos ocurre con muchos poetas predilectos, nos
quedamos con el sabor de sus mejores textos, con la
inmediatez de la información condensada sobre su vida y
obra, y de pronto, a lo largo de los años, con algunos
aportes de su creación o con alguna anécdota. Pero nada
más. Puedo decir que lo mismo me ocurrió con narrado-
res de la talla del costarricense Joaquín Gutiérrez, hasta
que de sus propias manos recibí los cuatro volúmenes de
su obra completa, o con el ecuatoriano Pedro Jorge Vera,
quien una tarde de oro me sorprendió con su bello y pi-
cante libro de memorias, titulado con mucha exactitud:
Gracias a la vida.
Ahora, con el oportuno regalo de Manolo, complemen-
tado con afectuosas dedicatorias tanto del donante como
del autor, me he dado a la tarea de leer, releer, recrear,
descubrir y recibir el soplo tibio del asombro ante pará-
bola vital tan extraordinaria. Desde que vino al mundo
un 29 de agosto de 1894 hasta que nos dejó el 15 de
junio de 1966, Manuel Navarro Luna fue un ser humano
ejemplar, un poeta inclasificable, como lo afirmó Roberto
Fernández Retamar, un revolucionario como pocos. Amó
y sirvió a sus semejantes como un apóstol decidido. Y a
la par de una lucha que no cesó hasta su muerte, fue
construyendo una poesía plena, paralela de su tiempo,
hecha de rosas y aceros, de sol y de nieve, como fue este
siglo terrible y heroico que acaba de pasar.
Joaquín G. Santana nos lleva de la mano a lo largo de
las 250 páginas del libro sin posibilidad de tregua. Que-
remos avanzar, conocer, aprender y degustar sin descan-
so esa historia vital tan nutrida de amores y batallas.
Nos enseña el autor cada uno de sus libros, tanto los de
poesía como los de prosa y nos detenemos en versos de

85
estructura tradicional, como en versos extensos como
las avenidas del Viejo Testamento:
Sobre mi frente dolorida vuela una zarabanda de picos
[encorvados y fríos,
y una nube desesperada cruza por encima de mi cuerpo
[arrasando mi sangre.
Un tumulto de garras se echa sobre mis sienes para
[despedazarlas
y no me puedo levantar para defenderme, para llorar ni
[para morir...
Y estos otros:
Convertid los fusiles en azadas,
y en los surcos humanos
sed todos, estrechando vuestras manos,
por la línea del hombre, camaradas;
y por la línea del amor, hermanos!...
Pero como colofón a este hermoso regalo, nada como
repetir esa bella décima que el gran Nicolás Guillén dedi-
có a este otro grande de la poesía cubana que se llamó
Manuel Navarro Luna:
Partiste, pero has dejado
tu gran ejemplo ejemplar,
ancho y hondo como el mar
que resuena a nuestro lado.
Quien por ti mismo invitado
en tí se echa a caminar,
regresa al lar familiar
bañado en fulgor profundo,
diestro en las cosas del mundo
ancho y hondo como el mar...

EL PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS

Para el año 2003, la Casa de las Américas ha convocado a


la cuadragésima cuarta edición de su premio literario, en
86
el cual pueden participar todos los autores hispanoameri-
canos en los géneros de novela, teatro, ensayo de tema
histórico-social y testimonio, lo mismo que autores brasi-
leños con libros escritos en portugués en poesía, cuentos
y novelas que se hayan publicado entre 2001 y 2002.
No se trata de un concurso más. Eso lo sabemos. En
la memoria y conciencia colectivas, en el diario vivir y en
el trabajo estético de los escritores de América Latina y
el Caribe, lo mismo que de España y de todo el ámbito
hispanoparlante, el premio Casa de las Américas es un
evento al cual acceden quienes han de formar la primacía
de la creación y la crítica de la literatura en el idioma de
Cervantes y los latinos del Caribe, al igual que en el
creolé y el portugués.
Los escritores y los lectores nos hemos acostumbrado
a conocer cuáles son los estímulos más sobresalientes
que tiene el autor en su trabajo: los premios. Y entre
ellos, aquellos que coronan el denodado esfuerzo, que
anuda disciplina, trabajo, perseverancia y experimenta-
ción, que realiza todo cultor de las letras en cualquiera
de los géneros literarios.
Desde hace cuarenta y dos años este premio ha sido el
más constante vehículo de estímulo y propagación de la
literatura contemporánea. Bajo la sabia dirección de Haydée
Santamaría, Mariano Rodríguez, Roberto Fernández Retamar
y otros ilustres promotores de la cultura cubana y univer-
sal, se instituyó este gran premio, el cual ya ha consagra-
do para siempre obras clásicas del acontecer literario actual.
Ha contado con la participación de jurados y autores que
dignificaron la piel americana con sus obras y ha divulga-
do como pocas instituciones el quehacer noble y enrique-
cedor de las más novedosas expresiones de la lírica y la
narrativa de nuestro tiempo.
Más de mil intelectuales de los cinco continentes han
prestado su concurso a este sin igual acontecimiento, entre
los cuales destacamos a Alejo Carpentier, José Lezama
Lima, Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias, Julio
Cortázar, José Saramago, Camilo José Cela, Ernesto Car-

87
denal, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Fernando
Henrique Cardozo, entre otros. Y han sido premiados y
mencionados escritores de la altura de Roque Dalton,
Eduardo Galeano, Alfredo Bryce Echenique, Ricardo Piglia
y Antonio Skármeta.
Allí se dio a conocer al mundo, a través de un libro
premiado, la existencia de una mujer indígena, luchadora
y solidaria, víctima de las más abominables formas de in-
justicia, desigualdad y violencia, como es Rigoberta
Menchú, quien en 1992 obtuvo el premio Nobel de la Paz.
En fin, en este premio Casa de las Américas, el sólo
nombre de la noble institución, es suficiente para identi-
ficar la verdadera historia, la verdadera alma y la verdade-
ra piel de nuestra América. Basta repasar su Memoria
–un libro de 400 apretadas páginas, preparado por Inés
Casañas y Jorge Fornet–, para darse cuenta de que a lo
largo de cuarenta y dos años ha desfilado por ese templo
de la cultura hispanoamericana y caribeña lo más autén-
tico y lo más entrañable del continente mestizo y del
mundo de corazón noble, y que tanta unanimidad de ver-
dad y de talento, iguala o supera lo mejor del llamado
Siglo de Pericles y del siempre admirado Siglo de Oro
español, pero con la ventaja de que lo estamos disfrutan-
do y valorando en su justo momento.

CIEN AÑOS DE LOLÓ DE LA TORRIENTE

Muy acertadamente comentaba el escritor Virgilio López


Lemus que no había sido para él tarea fácil ubicar el año
exacto del nacimiento de la exquisita escritora cubana
Loló de la Torriente, pues en los diferentes ficheros de
autores aparecía como nacida en 1906 o en 1904, sin
tenerse certeza alguna al respecto. Personalmente con-
sultó el Diccionario de literatura cubana y la fecha allí

88
consignada es 1907, pero –sigo citando a López Lemus–,
su sobrino Enrique Sáinz de la Torriente fue quien con-
firmó que la celebrada autora de La Habana de Cecilia
Valdés, había nacido en Manzanillo, el 22 de agosto de 1902,
o sea que viene a hacer parte de la pléyade gloriosa de
los conmemorados en este año de gracia de 2002, como
son el Poeta Nacional Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz,
Rafael Alberti, Langston Hugues y Nazim Hikmet,
entre otros.
A sus veinte años de edad, Loló de la Torriente par-
ticipó en el I Congreso Nacional de Estudiantes y en
el I Congreso Nacional de Mujeres. En 1926 se graduó
de Bachiller en Ciencias y Letras y tres años más tarde
obtuvo el título de Doctora en Derecho de la Universidad
de La Habana.
Comunista militante desde 1931, fue secretaria de de-
fensa obrera internacional y combatió arduamente al dic-
tador Gerardo Machado. En esos años sombríos sufrió
varias veces prisión y fue deportada de la isla en 1937,
por lo cual hubo de trasladarse a México. Allí ejerció
activamente el periodismo y ocupó la cátedra Hispano-
americana en la escuela superior de maestros del Distri-
to Federal. En la capital mexicana contrajo matrimonio con
el profesor Jorge Vivó y allí también nacieron sus dos hijos.
Al triunfo de la Revolución en 1959, L oló de la
Torriente retornó a Cuba, donde se dedicó al periodismo
de tipo cultural, histórico y político, en la revista Bohe-
mia, en la cual alcanzó gran notoriedad y se ganó el res-
peto y la simpatía de innumerables lectores.
Entre sus libros podemos destacar: Mi casa en la tierra,
testimonio autobiográfico, La Habana de Cecilia Valdés,
Memoria y razón de Diego Rivera, Las artes plásticas
en Cuba y Los caballeros de la marea roja, una excelente
novela. Pero quizás por el que más será recordada es por
su ejemplar semblanza de Pablo de la Torriente Brau, el
heroico caballero que dio su sangre por España en armas
en 1936.

89
Loló de la Torriente falleció en La Habana en 1983.
Ahora en ocasión de su centenario, este cronista colom-
biano quiere recordarla con devoción y respeto y al mismo
tiempo desea convertir esta modesta crónica en una rosa
roja en homenaje a quien dio lo mejor de sí misma para
que la sonrisa de los niños se convirtiera en la más her-
mosa cosecha de estrellas terrenales.

EN LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Cinco cubanos dedicados a impedir que se llevaran a cabo


acciones terroristas en su patria, fueron condenados por
jueces amañados en el imperio y en la actualidad pade-
cen la más injusta e inhumana prisión en cinco cárceles
de diferentes ciudades de Estados Unidos.
No es, desde luego, la primera vez que en ese país se
cometen tamaños atropellos. Es más, a diario ocurren
despropósitos judiciales que aterran a su propia socie-
dad, especialmente en el caso de ciudadanos de origen
hispano, indio o de raza negra.
Los célebres episodios que aterraron al mundo cuan-
do se llevó hasta la pena capital a Nicola Saco y Barto-
lomeo Vanzetti en 1927 y a los esposos Ethel y Julius
Rosemberg en 1953, han sido la escandalosa pauta para
pensar que la enfermiza conciencia de los dirigentes de
la reacción norteamericana juega con las vidas, los sue-
ños y las perspectivas sociales de los seres humanos bajo
su poder.
El caso de Gerardo Hernández, Ramón Labañino, René
González, Antonio Guerrero y Fernando González es tan
aberrante que la propia sociedad de ese país está reaccio-
nando a favor de ellos en forma cada vez más ascendente,
sumándose al repudio creciente en los cinco continentes
–uno por cada patriota–, por tan absurda medida judicial.
90
Las gentes sin distingos de raza, religión, clase o ideo-
logía se pregunta en qué clase de mundo vivimos cuando
se condena a prisión perpetua a quienes luchan denoda-
damente contra el azote del terrorismo en una sociedad
donde precisamente se gobierna sobre la base de intimidar
y aterrorizar a sus semejantes con métodos bárbaros que
ya creíamos sepultados para siempre.
Los comités en pro de la inmediata liberación de estos
cinco héroes cubanos crece de manera incesante en cada
rincón del planeta y no cederemos un ápice de nuestra
lucha en todos los terrenos hasta verlos de nuevo libres
y reintegrados a su país y a sus familias.
Por ellos, por su pronta liberación, he escrito mi ho-
menaje personal, mi clamor:
Gerardo Hernández y Ramón Labañino,
René González y Antonio Guerrero,
con Fernando González, son acero
fundido en cinco rosas de platino.
Por defender su patria de un vecino
terrorista, agresivo, hostil y artero,
cada uno fue hecho prisionero,
pero ya se ha formado el remolino.
Un remolino de clamor, un río,
caudaloso y pujante vocerío
que encontrará en el mar eco profundo.
Y ese mar que a un imperio clama y reta
con cinco nombres lavará el planeta
e inundará con la verdad el mundo.

RÉQUIEM POR DAVID CHERICIÁN

Hace pocos días falleció en la capital de Colombia el poe-


ta cubano David Chericián. Había llegado allí años atrás
91
por invitación que le hiciera la Asociación Colombiana
de Escritores y en su estancia en ese país conquistó el
cariño y el respeto de escritores, lectores y sobre todo,
de los niños, de ese país a quienes dedicó sus últimos
libros de poesía, prosa y juegos de palabras.
A David Fernández Chericián, que era su nombre con
apellidos completos, lo conocí primero por las formida-
bles antologías con versiones de la poesía vietnamita y
palestina, publicadas en los años 1970 y 1980. Y más
tarde, cuando pude admirarlo en su integridad, al sumer-
girme en ese libro esencial para la poesía y la esperanza
de los pueblos como la colección titulada Asalto al cielo,
en la que aparecen los textos más representativos de
Neruda, Aragón, Nazim Hikmet, Maiakovski, Nicolás
Guillén, Atila Jozsef, Rafael Alberti y Yannis Ritsos, entre
otros, en cuando a sus sentimientos de libertad, de dig-
nidad y de solidaridad entre los seres y los pueblos.
En Bogotá tuvimos la oportunidad de conversar en
muchas ocasiones y de compartir versos y musas en los
diversos congresos y eventos literarios en los que recorri-
mos Colombia más de una vez.
Los auditorios de la costa caribe, los llanos orienta-
les, la cordillera de los Andes, las orillas del Pacífico y la
selva amazónica, admiraron en su voz ronca por el culti-
vo de la dicción fuerte y del tabaco negro, décimas y
sonetos inolvidables y disertaciones sobre la vida y la
obra de Nicolás Guillén y de Julio Cortázar, lo mismo
que exquisitas y precisas declamaciones de la poesía de
Baudelaire en su idioma original.
Dueño de una vasta cultura, lo mismo reflexionaba en
la décima sabia que maniobraba con inusitada habilidad
el jeroglífico infantil. Fui muchas veces testigo del asom-
bro de profesores y niños colombianos ante la imagina-
ción portentosa de este mago de la pirotecnia verbal que
lo mismo hacía reir que hacía pensar con su fiesta poéti-
ca y su gesto de armenio veraz bajo venerable melena y
barba blancas.
Lo recordaremos por muchos de sus versos de Árbol y
luego bosque; La onda de David; Árbol de la memoria;

92
Queriéndolos, nombrándolos; El autor intelectual; Ritual
de las demonias y otros libros memorables.
También porque dijo cosas como estas:
Aquel ayer este mañana engendra,
despoja de su cáscara a la almendra
que en el recuerdo acendra su sabor.
Fuera la imagen agria, el acto brusco.
En todo hubo belleza y sólo busco
recordar el amor con todo amor...
Y ahora que le decimos adiós al amigo inolvidable, al
maestro, al magnífico repentista y al cubano integral, no
podemos dejar de recordar una décima que este cronista
le escribió en el homenaje que los escritores colombia-
nos le rendimos en 1997:
Lo que yo sé de Viet Nam,
de su poesía combatiente
y de la lírica ardiente
en que el poeta es titán,
se lo debo a Chericián,
pues tradujo con gran celo,
con precisión y desvelo,
a europeos y a palestinos,
a africanos y argelinos,
asaltando al mismo cielo...
En su memoria levantemos una alta copa de océano
feliz y brindemos una vez más por la belleza inagotable
del mar de su poesía.

NUESTRO CHE

No se han inventado aún las palabras para señalar con


exactitud la colosal estatura histórica y la entrañable
93
transparencia de Ernesto Che Guevara, y no bastan los
millares de oraciones y textos laudatorios, ni las estrofas
líricas, ni los cantos y alabanzas para medir su grandeza.
Quizás durante el milenio que se inicia y algún día,
sobre los desechos y las ruinas del largo genocidio moral
y físico a que ha sometido a la humanidad el imperialis-
mo, se podrá valorar en la medida justa y en la intensi-
dad que sobradamente se merece este hombre sin par
que conmovió al mundo con su heroísmo, su inteligen-
cia y su intuición ilímite.
Porque el Che nos enseñó a ser verdaderamente justos
y a buscar la justicia, a ser verdaderamente libres y a bus-
car la libertad, a ser verdaderamente solidarios y a buscar
la solidaridad.
Habló de la posibilidad del hombre nuevo y demostró
con su parábola vital que lejos de ser una utopía, el hom-
bre nuevo es una realidad palpable próxima. Él lo era. Él
lo fue. Él lo es.
El Che acabó para siempre con las estrecheces de los
nacionalismos, con la inutilidad de los patrioterismos,
con la pobreza mental de los chovinismos. Rosario, el
Amazonas, Perú, Colombia, Guatemala, México, la Sierra
Maestra, Santa Clara, La Habana, Europa, Asia, el Congo,
Bolivia, son nombres del espacioso itinerario del hombre
en busca de la redención social donde no pueden existir
límites porque el único hermano del hombre es el hom-
bre mismo.
El Che, junto a Fidel y a Camilo, vislumbró el futuro
de la humanidad, trazó su estructura y construyó con su
propia mano los primeros cimientos; inventó cada día la
solución para cada afán; estudió a fondo la teoría marxis-
ta para atraerla desde la materia del sueño hasta la inme-
diata realidad y si no se ajustaba en una esquina, no
vacilaba en reformarla, en renovarla y en engrandecerla.
Es que no existen, repito, las palabras adecuadas, los
signos precisos, los caracteres justos para acercarnos a su
exacta magnitud. Pero con los elementos de que dispone-

94
mos, trataremos siempre de rozar su grandeza, de imitar
su voluntad descomunal, de estudiar su pensamiento.
Hombres como el Che, Fidel, Bolívar o Martí, son todos
los hombres. Están hechos del mismo barro que noso-
tros, pero nos superan porque disciplinaron su mente y
su corazón precisamente para que nosotros fuéramos me-
jores, más libres y más felices. Cuando vuelve a nuestro
recuerdo la imagen hermosa de «su pequeño cadáver de
capitán valiente» en la escuelita de La Higuera, con los
ojos llenos de lágrimas sentimos que hay algo de frus-
trante en nuestros corazones, porque así como asistimos
a diario a la jubilosa construcción de la Revolución cuba-
na, también sentimos que algo nuestro cayó aquel 8 de
octubre de 1967 en la montañas de Bolivia.
Pero esa balanza de nuestro espíritu, esa actitud dialéc-
tica es quizás la mayor lección que nos legó el inolvida-
ble Che, para levantarnos después de cada caída y saber
que podemos ser mejores y que por encima de cualquier
obstáculo tenemos la absoluta certeza de que vamos a
triunfar.

EL HOYO DE LA CALLE F

En estos días he recordado en La Habana a uno de los


dibujantes más admirados y controvertidos del siglo XX:
el holandés Maurits Cornelius Escher, famoso por hacer
caer al espectador en trampas ópticas, en errores y pecu-
liaridades de la percepción visual, en construcciones y
figuras geométricas que no conducen a ninguna parte,
peldaños y escaleras que están ascendiendo cuando en
realidad están descendiendo, caminos que se devuelven
y abismos donde sólo el milagro les depara el más insóli-
to de los equilibrios.

95
Pues bien, caminando una mañana por el Vedado me
encontré en la viva realidad el equilibrio escheriano de
manos a boca y sin poder salir de su espacio surreal.
Caminaba por la Calle F entre 19 y 21 cuando de pronto
la calle desapareció súbitamente. Vi un puente con un
pequeño muro de cemento como si abajo fluyera un río,
pero no: había un enorme abismo de tierra, pulcro y soli-
tario como un cráter recién llovido.
De pronto, unos angostos caminos protegidos por rejas
me condujeron hacia una monumental construcción lla-
mada Edificio Arcos con tres enormes pisos hacia arriba y
dos extensos hacia abajo. Las diversas puertas mostraban
diminutas escaleras de mármol que subían o bajaban, re-
aparecían y desaparecían sin destino y sin caminantes.
Y luego, diminutos senderos de baldosín que se bifur-
caban formando un laberinto fascinante. Naturalmente el
recorrido, en medio del vértigo por la altura descomunal y
la visión del abismo, obligaban a caminar despacio y
férreamente agarrado a las rejas. A un costado de la edifi-
cación había un balcón adherido a la pared, sin ventanas.
También había una reja con candado que guardaba una
pared de cemento. Una encantadora pesadilla. Al otro lado
del edificio, pequeñas casitas ladeadas como cuando un
niño construye castillos en la arena, con improvisadas puer-
tas y ventanas, daban el toque surrealista al equilibrio.
Y como si fuera poco el asombro, un perro negro con-
templaba mi estupor suspendido en tres patas sobre una
antena de televisión. Era todo un conjunto geométrico
elaborado sobre una dimensión estelar como los dibujos
de El principito, que daba la sensación de que con un
simple vientecillo se podía convertir en polvo y ceniza.
Pero no, la fascinación de este rarísimo islote erigido
en pleno corazón del Vedado consiste en la permanencia
del milagro: conviven allí casas, o mejor, quintas que
parecen castillos feudales, hay murallas hispanas, co-
lumnas griegas abandonadas bajo una palmera, jardines
babilónicos y almenas rusas, relieves audaces y túneles
clausurados.

96
Por un momento recordé el Santuario de Nuestra Se-
ñora de las Lajas, un sortilegio arquitectónico enclavado
sobre los filudos precipicios andinos en el sur de Colom-
bia. Pero no: aquel templo y sus aledaños son figuras
verticales uniformes, en tanto que el contorno del hoyo
de la calle F es un nuevo orden picassiano, una encarna-
ción estival del holandés Escher, un juguete de Joan
Miró, pero sobre todo, una rareza visual para gozarla y
disfrutarla, para sentir su vértigo solar en pleno medio-
día en uno de los sectores más hermosos de la capital
cubana.

UN POCO ANTES DE LAS 10:00 A.M.

A veces las circunstancias cotidianas hacen que se cam-


bie el rumbo de las diligencias sin salir del territorio del
Vedado. En ocasiones es muy grato subir por 4 para al-
canzar la pescadería de 19. Se camina desde temprano y
apenas los diligentes trabajadores del Centro Vasco están
limpiando mesas y baldosas, y no falta algún vecino que
se dedique a esa hora a arreglar su yipi averiado. Si lleva-
mos suficientes jabas, aprovecharemos y pediremos el
pan, y en la bodega una señora mayor, que consume un
cigarro con la mayor tranquilidad, nos indica que pode-
mos hacer la cola para las salchichas de pollo. Ah, agre-
ga, y ya llegaron los cigarros.
Hacemos la cola y el vecino del 7mo piso nos cuenta
que se está reponiendo de una reciente operación de la
próstata. «Bueno, dice, no me prohibieron el cigarro, pero
sí el ron... Por lo menos mientras pasa el efecto de los
antibióticos!» Le prometo que beberemos cuando ya no
haya peligro para su salud. Es un veterano hombre de
prensa, radio y televisión, curtido en mil batallas por de-

97
fender la Revolución y aún, así de frágil, refuerza con un
tono de voz vehemente su voluntad de volver a las trin-
cheras si fuere necesario.
Salgo de la bodega y sigo mi camino, admirando en el
horizonte una hondonada de framboyanes, palmeras, pi-
nos, álamos, buganvillas y carolinas. Un rayo de sol pro-
yecta en nuestros ojos la imagen de una bella quinta rodeada
de artemisas y oréganos como salida de una película de
Visconti o de Humberto Solás. Al llegar a Línea vamos a
la barbería de anchos ventanales circundada por clientes
que fuman, conversan o leen el Granma mientras esperan
su turno.
Al cruzar la luminosa avenida me tropiezo con René,
mi vecino experto en luminotecnia, que me dice antes de
dar un salto hacia el lado opuesto al mío: «En esta bode-
ga están vendiendo ron Castillo a 25, exquisito». «Gra-
cias, bueno, bien». Un guiño mutuo indica la promesa
implícita de que compartiremos un trago en algún mo-
mento y por cualquier motivo en tiempos de reposo.
Seguimos ascendiendo en medio de una soleada tran-
quilidad. Las tiendas panamericanas, o shopping, abren
sus puertas y una docena de mujeres deja sus bolsos en
una recepción mientras otras, curiosas, detallan en el
kiosko donde cuelga un letrero que dice: «Todo por un
dólar». Allí se venden linternas, adornos en marmolina,
relojes de pared, juguetes, muñecas, pintalabios, perfu-
mes, cestos de basura, casetes, pomadas para los dolores
musculares, portarretratos, etcétera.
Enfrente, el Ministerio de Cultura señala un ir y venir de
vehículos, personas que circulan con carpetas y papeles
por entre los jardines frondosos de esa prodigiosa mansión.
Caminando hacia 17, el tráfago vehicular nos descu-
bre el verdadero despertar de la metrópoli habanera y no
es difícil imaginar que se quintuplica por los lados de 23,
en la Rampa, en O, en Infanta y San Lázaro, en Zanja,
por Carlos III, Belascoaín, y desde luego, en Zapata, Bo-
yeros y la ancha e impecable avenida en la Plaza de la
Revolución.

98
Pero ascendemos a 19 y de nuevo encontramos la paz
íntima de los jardines domésticos del Vedado que sólo se
disuelven cuando hacemos la cola en la pescadería. Caras
amigas nos animan a adquirir las latas de atún con ver-
dura, las hamburguesas de pescado, el jurel, las langos-
tas, el loro entero, el pargo y el calamar, con lo cual yo
me sumerjo de la manera más afectuosa en el Océano
Atlántico en pleno, transformado por artes de la poesía
en un inmenso mar de tierra, de sol y de sonrisas felices.

GABO EN PRIMERA PERSONA

Acaba de aparecer simultáneamente en varias capitales


iberoamericanas el primer volumen de las memorias del
premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, titu-
lado Vivir para contarla, hecho singular en su parábola
narrativa, por cuanto el autor desnuda los acontecimien-
tos de su vida que lo llevaron a ser escritor y los presenta
a sus millones de lectores con una sinceridad y una cru-
deza que nos proporciona no pocas porciones de admira-
ción, de sorpresa y de ternura.
Se trata de la confesión descarnada de un hombre, desde
el noviazgo contrariado de sus padres hasta que empren-
de su primer viaje a Europa a la edad de veintiocho años,
que contra viento y marea, incluso en ocasiones contra
sí mismo, quiere ser escritor. Es la única clave y el único
hilo conductor existente en el libro: cómo se hizo escri-
tor, novelista, reportero, cuentista y guionista cinemato-
gráfico, sin apoyo familiar, sin mayores recursos
académicos, sin dinero, bajo firmamentos hostiles, pade-
ciendo hambre, privaciones y sobre todo una enfermiza e
invencible timidez.
Y así, escalando peldaño a peldaño, entre palabra y
frase, entre libros clásicos y cigarrillos interminables,
99
entre agonías pasionales y enfermedades de Venus, en-
tre puertos sonámbulos y marineros perdidos, desafian-
do minuto a minuto ancestrales terrores y soportando
desafectos e incomprensiones, logra colocar una y otra
vez un ladrillo sobre otro de letras y párrafos, hasta cons-
truir en 1955 una docena de cuentos, varios centenares
de notas de prensa, unos cuantos versos circunstanciales y
una novela, La hojarasca, que termina con enormes
dudas y fatigante trabajo, la cual lo coloca contra la pa-
red una vez la concluye, sin saber si sigue adelante o le
tuerce el cuello, de una vez por todas, al cisne de sus
obsesiones líricas.
Escrito en la insólita y deliciosa prosa a que nos tiene
acostumbrados, despertando la risa franca o la nostalgia
a cada página, este libro lleno de abuelos, familiares,
amigos, condiscípulos, poetas admirados, novias, aman-
tes y muertos, es un auténtico compendio de parábola
rampante. El niño triste y famélico, sin suerte y sin
nada que lo acerque a la felicidad, se ve vivir años des-
pués y se reinventa. Se ríe de sí mismo y se adivina
escribiendo siempre con un amor constante más allá de
la muerte.
Al terminar este primer volumen con una imagen de
amor y esperanza cuando ve a Mercedes, su novia de siem-
pre, sentada en el trono del amor en el portal de su casa
en Barranquilla en esos años 50, el novel escritor ya
sabe que su destino es ella y es la literatura.
Es aquí donde el lector se queda silencioso y expec-
tante. Entonces hace suyas las palabras de su entraña-
ble amigo el comandante Fidel Castro, cuando al final de
la lectura de estas memorias escribió:
«(Gabo) esta vez hace una entrega de sí mismo con
sinceridad, candor y vehemencia, que le develan, como
lo que es, un hombre con bondad de niño y talento cós-
mico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber
vivido esa vida para contarla».

100
TRAVESÍA EN LA GUAGUA 190

Salí de grabar mi crónica en Radio Habana Cuba el pasa-


do miércoles, antes del mediodía y me dirigí al parquecito
en cuya punta angular se unen las calles Infanta y O, y
allí me senté a esperar la guagua 190 para dirigirme a la
CUJAE a ver a un amigo que estudia la carrera de Tele-
comunicaciones. Compré en el estanquillo el Granma y
Juventud Rebelde, luego, en la parada pregunté a tres
personas quién era el último. Una mujer morena y robus-
ta levantó la mano.
Me senté en la banca de piedra y me dispuse a leer los
diarios. Poco a poco fueron llegando más pasajeros, siem-
pre con la misma pregunta: ¿Última persona? Yo... ¿Des-
pués de quién?... del señor de los espejuelos... Cuando
terminé la lectura del Granma, la parada estaba repleta
de mujeres, ancianos, niños y trabajadores, también de
adolescentes de ambos sexos, pioneros con sus camisas
blancas y sus pantalones y faldas color amarillo mostaza.
Comencé la lectura del Rebelde cuando se armó a mi
alrededor el tumulto. Llegó, escuché decir a alquien a mi
lado. Y en efecto, la guagua 190 acababa de parar en la
esquina anterior a donde nos hallábamos.
Todos de pie, en completo orden en medio de un ale-
gre desorden caribeño: Oye, ven acá, escuchaba una voz
femenina. No, tengo que ir al dentista. Ah, bueno. En
esas paró la guagua en nuestras narices.
Entramos, pagué mis 40 centavos, recibí el papelito y
me situé en la última banca, con vista al costado izquier-
do. Poco a poco comenzó a llenarse el vehículo. Minutos
después partió. Ascendió una cuadra, tomó San Lázaro,
desembocó junto al monumento a Mella frente a la Uni-
versidad de La Habana, descendió por L y antes del Ha-
bana Libre, volvió a recoger pasajeros. Entonces comenzó
el acomodamiento por la parte trasera de la guagua. A la
tercera o cuarta parada, ya en Línea y completamente
llena la guagua, pude observar gestos de humor, de angus-

101
tia, al ver que se acercaba una parada y seres inamovibles
impedían el paso de quienes debían apearse allí.
Oye, permiso, y gritaban con voces de barítonos y so-
pranos: ¡Per-mi-so! Bueno, dijo una mujer de piel negra
con los dientes separados: ¡No empujen o me quedo
quieta...! ¡Ay, Dios, qué lucha!, decía una anciana para
sí misma. ¡No es fácil!, exclamó un jubilado mirando el
techo del vehículo.
Este continuó su larga marcha por Línea, atravesó el
túnel del mismo nombre, avanzó por Playa, por 31, in-
gresó a Marianao y al punto de la asfixia, por el gentío y
el calor total del mediodía en el más tórrido de los vera-
nos habaneros, escuché risas, comentarios sinuosos y
suspiros, mientras una ardiente mulata de gloriosas
redondeces se abría paso a codazos por entre el gentío.
Enseguida evoqué al gran Nicolás Guillén:
Signo de selva el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y tu caimán oscuro
nadando en el Zambembe de tus ojos.

GUILLÉN Y LOS NIÑOS

En este año del centenario del Poeta Nacional de Cuba,


sus lectores y admiradores le hemos rendido homenaje
en diversas formas, rememorando los variados fulgores
de su riquísima poesía y comentando su amena prosa, de
la cual nos dejó muestras de inmenso valor en sus tex-
tos periodísticos dispersos y recogidos en libro, en sus
prólogos, cartas y memorias.
Pero hay un Nicolás Guillén aún más entrañable –y
esto es mucho decir de un poeta y de un ser humano tan

102
entrañable no sólo para Cuba sino para todos los hom-
bres de buena voluntad–y es el poeta para niños. Para
niños pequeños y para niños como él, de todas las eda-
des. O como reza en el subtítulo de su libro Por el mar de
las Antillas anda un barco de papel: poemas para niños
mayores de edad.
Pues bien, Guillén siempre hizo guiños festivos en los
que el eterno niño o diablillo interior, saltaba de pronto y
se montaba en uno o dos versos candentes. Su única obra
de teatro se llamó precisamente Poema con niños y allí
pone a jugar a infantes de las diversas razas o etnias huma-
nas. En El gran Zoo, su vena abierta y libre hace de su
expresión una verdadera fiesta del humor y la imaginación.
Allí, «sola, en su jaula mínima,/ dormitando/ la Pajarita
de Papel», abre la puerta al circo multicolor y vital recrea-
do por Guillén:
La foca es una gran señora arponeada en la calle, la
jirafa es una catedrática de Oxford, el tigre parece un
gánster, y el gánster es un bull-dog, el reloj es un
quiróptero.
Pero la delicia de los niños está más directamente pla-
neada en poemas como:
Dos venaditos que se encontraron,
buenos amigos los dos quedaron;
grandes amigos los dos quedaron,
dos venaditos que se encontraron.

Los cazadores que los persiguen


no los alcanzan, aunque los siguen,
pues nada pueden, aunque los siguen,
los cazadores que los persiguen.
Y qué tal esta, dedicada a la nietecita del polígrafo
ecuatoriano Benjamín Carrión:
Águeda, del Ecuador,
mándame una flor dorada,
y en una nube, pintada
un ala de ruiseñor.
–Sí, señor.
103
Junto a la dorada flor
mándame en un solo trazo
la cumbre del Chimborazo
la nieve y su resplandor.
–Sí, señor.

Guayaquil con su calor


Quito en su montaña pura
y la selva y la llanura
mándamelas por favor.
–Sí, señor.

Pero quisiera mejor,


Águeda, que todo eso,
que me mandaras un beso,
un beso del Ecuador.
–Sí, señor.

(Por la copia y la transcripción,


José Luis, tu admirador.)

FIDEL: LA HISTORIA NO CONTADA

Para comenzar el año 2003 hemos vuelto a ver el docu-


mental de Estela Bravo, en su nueva versión, sobre la
vida y obra de quien es uno de los más grandes conduc-
tores de pueblos del presente y pasado siglos: el coman-
dante Fidel Castro.
Esta película de 90 minutos, realizada por una de las
directoras anglosajonas más reconocidas en el mundo,
presenta rasgos fundamentales de la personalidad del pre-
sidente cubano, desde su nacimiento en Birán un 13 de

104
agosto de 1926 hasta el momento cimero en que lidera la
monumental Batalla de Ideas, con la cual ya está cose-
chando nuevas y contundentes victorias sobre sus desdi-
chados adversarios.
Estela Bravo ha consultado fuentes de diversa índole
que en su lenguaje, estilo y punto de vista, califican a una
personalidad tan controvertida y discutida en el panorama
mundial. La vida del líder aparece junto a los sucesos más
sobresalientes del momento en que se desarrolla cada ciclo
vital y con ello se registra de manera inequívoca, la impor-
tancia indiscutible de la Revolución cubana, no sólo en la
historia de la isla y de Nuestra América, sino en la de los
pueblos de África, del Tercer Mundo, la Unión Soviética y
los propios Estados Unidos.
El documental presenta a Fidel en todas sus edades:
el niño con sus padres, el adolescente jugando al béisbol,
el estudiante interviniendo en mítines contra la dictadu-
ra, el asalto al Cuartel Moncada, la cárcel, el exilio, la
amistad con el Che, el triunfo de la Revolución, sus pri-
meros viajes a Estados Unidos ya como Jefe de Estado y
la inconmensurable personalidad y el carisma de este líder
desde su juventud hasta nuestros días; los momentos
cruciales de Girón, de la Crisis de Octubre, la solidaridad
con los pueblos de Angola, Sudáfrica y otros que final-
mente gracias a la ayuda y orientación de Fidel son libe-
rados de sus yugos coloniales; la batalla por la devolución
del niño Elián y su creciente prestigio en todas las capas
de la actividad humana, incluido el cerrado círculo de
capitalistas de Wall Street.
Son igualmente maravillosos los testimonios acerca
de su personalidad, manifestados por Nelson Mandela,
Harry Belafonte, el investigador Peter Bourne, el direc-
tor cinematográfico Sidney Pollak, la escritora Alice
Walker, la mítica revolucionaria norteamericana Ángela
Davis y el novelista y Premio Nobel de Literatura, Gabriel
García Márquez.
Este documental, que será estrenado en los próximos
días en el Festival Internacional de Cine de Toronto y

105
que en la actualidad está siendo admirado en 40 ciuda-
des de Estados Unidos, está enfocado con gran objetivi-
dad. Allí el ser humano y el político se confunden y se
tornan una sola y maravillosa personalidad, excepcional,
humanista y visionaria.
Al terminar el film, no podemos menos que exclamar
«Gracias, Fidel»! por existir, y repetir con Pablo Neruda
aquellos versos de su Canción de gesta, con los cuales
celebró el advenimiento de la Revolución cubana:
Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen
palabras en acción y hechos que cantan.
Por eso desde lejos yo te ofrezco
una copa de vino de mi patria...

ÓRBITA DE PABLO ARMANDO


FERNÁNDEZ

La pasada XI Feria Internacional del Libro de La Habana


estuvo dedicada a uno de los poetas mayores de Cuba:
Pablo Armando Fernández, quien además se ha destaca-
do como novelista y ensayista consumado.
Nacido el 2 de marzo de 1930, es decir hace setenta y
tres años, en el central Delicias, en el norte del oriente
cubano, Pablo Armando descubrió muy tempranamente
su vocación literaria. Su tierra natal, según el propio es-
critor «era un lugar que allá por los años 30 del siglo
veinte se llamaba un american company town, uno de
esos poblados que levantaban las empresas norteameri-
canas en cualquier parte del mundo. El verde amarillo de
las planicies de los cañaverales lo rodeaba todo. Por eso,
agrega Pablo Armando, yo me inventé Delicias como un
lugar que fuera pura literatura, algo totalmente imaginado
106
que se convirtió, sin yo saberlo, en mi primer encuentro
con la poesía».
Muy joven, el poeta de Salterio y lamentaciones viajó
a Nueva York, Allí, como lo ha declarado muchas veces,
se adhirió al Movimiento 26 de Julio y al triunfo de la
Revolución comenzó a colaborar con entusiasmo en la
construcción cultural de la nueva Cuba.
En los años 50 hizo amistad con los poetas inmedia-
tamente mayores como Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina
García-Marruz y naturalmente con José Lezama Lima.
Con ellos, Pablo Armando tuvo la revelación y el asom-
bro de la poesía de César Vallejo. Posteriormente cono-
ció personalmente en La Habana a Gabriela Mistral, con
quien trabó amistad. Era el año del Centenario de Martí
y del asalto al Moncada y la autora de Desolación se
encontraba de visita en la isla.
Desde entonces, la vida y la obra de Pablo Armando
Fernández comenzaron a crecer: publicó Toda la poesía,
Himnos, El libro de los héroes, Suite para Maruja, De
piedras y palabras y Reinos de la aurora. Su novela Los
niños se despiden recibió el premio Casa de las Américas
en 1968. Su profundo amor por Colombia lo ha llevado a
publicar libros de poesía exclusivamente inspirados en
la patria de José Asunción Silva y José Eustasio Rivera.
El último de ellos apareció editado por la Universidad de
Antioquia hace pocas semanas.
Pero que sea la propia voz poética de Pablo Armando la
que revele su lirismo:
¿Qué miras sobre el puente?
Miro pasar el agua.
¿Y en el agua qué pasa?
La forma de una rama.
¿Y en la rama qué busca?
Una hoja que fue verde,
amarilla, escarlata,
con alas para el vuelo
y una voz que arroba el alma.

107
Quien la vea no quiera
otra gracia, otro don,
en el agua que corre,
en el agua que canta,
busco encontrar la forma
que el alma me arrebata.
Y que siga disfrutando los honores que su pueblo le
está deparando en este venturoso 2003 a este gran poe-
ta, gran amigo y gran ser humano.

EL EQUÍVOCO ESPLENDOR

Llamamiento a los poetas del mundo

Hace pocos días vi en un noticiero de televisión a una


bella adolescente iraquí que hojeaba un libro de poemas
en una venta callejera en Bagdad.
Seguramente esa joven de rostro pálido y ojos negros,
profundos, como los de las árabes, con la cabellera aza-
bache cubierta con una pañoleta blanca, leía versos de
amor y con aquella mirada traspasada por la melancolía y
la añoranza, embellecía aún más las páginas de ese libro.
Ella, al igual que millares de adolescentes en su país,
está comenzando a vivir la dulce borrasca del amor. Qui-
zás su novio sea un poeta o un estudiante de ingeniería o
un aspirante a la facultad de medicina o un trabajador
agrícola o un músico o un dramaturgo en cierne.
Es, de todas maneras, uno de tantos centenares de
miles de muchachos llenos de sueños, proyectos y uto-
pías. Entre tanto, ¿cuántas muchachas no esperan la flo-
ración de sus primeros bebés para la primavera, mientras
otras se desvelan rebosantes de alegría pensando en que
se casarán a mitad del año?

108
Pero... ¡ay! Un bramido en la lejanía amenaza con una
tempestad de fuego que arrasará proyectos, sueños y
canciones.
Es posible, poetas de todo el mundo, que en pocas se-
manas o en pocos días ni la bella adolescente, ni los cen-
tenares de muchachos soñadores, ni las mujeres que
esconden en su vientre el habitante desconocido que es-
pera su día germinal, estén vivos o se hallarán heridos o
mutilados. Pueden desaparecer de un solo golpe inespera-
do como en las pestes medievales o en sufrida tortura co-
lectiva como en las peores degollinas de la historia.
Una generación de niños y de jóvenes nacidos a partir
de 1970 puede borrarse de la faz de la tierra por arte de la
magia negra de un loco que se ha instalado fraudulenta-
mente en la silla de Abraham Lincoln. Un ser arrogante y
codicioso con ojos de payaso depravado quiere imponer
la dictadura global a toda costa, con el fin de culminar la
macabra obra de su padre.
El nuevo Führer ha declarado que «Dios no es neutral»
y procede a invadir el territorio del antiguo paraíso terre-
nal, entre el Tigris y el Éufrates, erigiéndose en el gran
vicediós, por encima del papa y de los demás represen-
tantes de las distintas religiones, que están clamando
desesperadamente por la paz.
Hace más de sesenta años, el ejército más poderoso
jamás visto en la historia, bajo la batuta de Adolfo Hitler,
un criminal degenerado y paranoico, se lanzó a la con-
quista del mundo desatando una hemorragia brutal, ame-
nazando y agrediendo a un mismo tiempo, con inusitada
prepotencia a la antigua Unión Soviética, a la Gran Bre-
taña, al milenario Egipto, a los Balcanes y a Norteamérica.
En esta trágica aventura, genialmente caricaturizada
por Charles Chaplin, lo acompañaron tres aliados espe-
luznantes: Mussolini de Italia, Tojo del Japón Imperial,
y el enano –física y químicamente enano– Francisco Franco
de España. Lo que les sucedió a estos remedos de dioses
en 1945 es bien sabido por todos.

109
Ahora, el señor George W. Bush con sus sonrientes
testaferros, Blair de Inglaterra, Sharon de Sabra y Shatila,
y el enano –física y químicamente enano– José María
Aznar de España, integrantes del autodenominado Eje
del Bien, se lanzarán como dragones hambrientos a de-
vorar el corazón de petróleo de la antigua Persia para que-
darse con él y con sus sagrados tesoros milenarios, a
imitación del mariscal Göering, que asaltaba museos y
joyerías en Europa.
Y por esa codicia geopolítica y financiera, por el capri-
cho de una pandilla de desquiciados, van a morir dentro
de pocos días millares de inocentes, no sólo iraquíes sino
también norteamericanos y de otras latitudes.
Hago un llamado a los poetas del mundo para que con-
viertan sus versos en rutilantes imprecaciones y en true-
nos verbales, no sólo contra el genocidio que se avecina,
sino contra la cortina de mentiras y tergiversaciones con
que los grandes medios de comunicación de las Améri-
cas pretenden confundir a las gentes buenas y nobles de
este mundo, y podamos así permitir que todos los seres
humanos, especialmente los jóvenes, puedan llevar a cabo
sus fantasías y proyectos personales y que las únicas
ráfagas de fuego que caigan sobre ellos sean las del amor
y la pasión, y que los orates que pretenden gobernar al
mundo sean conducidos por sus propias sociedades al
Gran Manicomio del Olvido, no lejos del Basurero de la
Historia, para que allí vivan para siempre su equívoco
esplendor patibulario.

EL ESPÍRITU ECUMÉNICO

No encontramos otro calificativo distinto al de excelen-


te, para señalar la virtud esencial del discurso pronun-
ciado por el comandante Fidel Castro el pasado 8 de
110
marzo, en ocasión de la inauguración del Convento de la
Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, en La
Habana Vieja.
En el marco de ese histórico texto, Fidel , –quien en
mi concepto es el más grande estadista y político con-
temporáneo por su capacidad casi sobrenatural de com-
prender cualquier fenómeno pasado, presente o del
devenir social–, aludió a la importancia de erradicar los
odios y las intransigencias e insistió una vez más en que
«un mundo de paz y justicia es posible».
El Comandante en Jefe contó una anécdota personal
de su exilio mexicano en 1956, cuando fue detenido por
un joven oficial del ejército de ese país y que en el trans-
curso de los diálogos realizados durante la prisión, en-
tendió la grandeza, la nobleza de los propósitos que
animaban al joven líder cubano para liberar a su patria de
la oprobiosa tiranía de Batista.
Muchos años después, en los reencuentros con el ofi-
cial en Cuba, Fidel recibió junto con él a un grupo de
religiosos católicos mexicanos, enemigos del brutal blo-
queo contra el pueblo cubano por parte del gobierno de
Estados Unidos, grupo que encabezaba la respetable fi-
gura del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de
Guadalajara. Es entonces cuando aparece la madre Tekla,
actual abadesa de la Orden fundada en 1370 por santa
Brígida, quien le expresó al Comandante su ferviente de-
seo por prestar en Cuba los servicios de su Orden, con-
sistentes en asistir con ejemplar valor humano los asilos
y centros hospitalarios, de asistencia social e instituciones
similares. Trabajo, que requiere gran entrega y abnega-
ción, como bien lo señaló Fidel.
Y agregó: «Como toda actividad noble y no contrarre-
volucionaria relacionada con nuestro país, recibió determinada
oposición en el exterior, pero logró a su vez apoyo de
numerosas instituciones religiosas, de modo especial por
parte de las personalidades de la Iglesia mexicana que la
promovieron y el aliento del Vaticano, donde la madre

111
Tekla es muy apreciada por su obra en la Orden, la que
ha dirigido con éxito por más de veinte años».
La institución religiosa aportó importantes sumas al
proyecto y por su parte Cuba, a través de los planes de
reconstrucción de La Habana Vieja, facilitó el local ade-
cuado y ayuda constructiva para esta obra.
«Hoy, declaró Fidel, inauguramos no una escuela, un
policlínico, una fábrica, un hotel u otras de las miles de
obras sociales o económicas realizadas por la Revolución,
sino la sede de una noble, simbólica y prestigiosa insti-
tución religiosa».
¡Qué gran ejemplo para el resto del mundo, especial-
mente en aquellas naciones donde las jerarquías católi-
cas le dan la espalda a sus deberes de amor al prójimo y
bendicen las metrallas represivas de los tiranos. Al final
de este maravilloso acto, Fidel expresó su deseo de que
en ese lugar siempre predomine el espíritu ecuménico, y
a su vez, el enviado papal, el cardenal Crezencio Sepe
leyó una carta personal del Sumo Pontífice Juan Pablo II
en la que expresa que quiere mucho a Cuba. Qué hermo-
sas luces de paz y fraternidad se encienden mientras en
otros lugares se está predicando el odio, la intolerancia,
el despojo y la guerra!

BAGDAD EN EL CORAZÓN

En estos días intensos y azarosos para la humanidad, los


amantes de la paz tenemos el corazón conturbado ante la
inmisericorde destrucción de seres y culturas, sin nin-
gún tipo de orientación ética ni humana, sólo movidos
por la codicia, el expansionismo y el dinero. Quienes alien-
tan y dirigen esta guerra oprobiosa, aparecen ante las
pantallas de la televisión con unos rostros que semejan
máscaras que sonríen con una mueca trágica, como si en
112
verdad estuvieran ganando, como si se pudiera edificar la
felicidad sobre la base del pavor y al dolor de tantos niños,
mujeres, ancianos e inocentes indefensos.
Pero volvamos a la poesía como la mejor coraza contra
la barbarie y el cinismo. Recordemos a Rubén Darío, ex-
celso cantor del Oriente mágico, cuando evocaba la belle-
za inalcanzable en la alegoría de Bagdad, la cuna de la
civilización.
¿Cuentos quieres niña bella?
Decía el genial nicaragüense en su famoso poema na-
rrativo «La cabeza del Rabí»:
Tengo muchos que contar
de una sirena del mar
de un ruiseñor y una estrella
de una cándida doncella que robó un encantador
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora
con sus perlas de Bassora y sus chales de Lahor...
Era la historia de un rey que se enamoró de una linda
persa y ese cuento de amor revive toda la fantasía oriental.
Dime tú de cuáles quieres
dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres.
En fin, si de esos prefieres, verás colmado tu afán
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Hispahán...
Es mucho lo que la humanidad debe a la cultura árabe
y en particular a la persa. Se extendió por el mundo y
enriqueció y embelleció objetos y espíritus. Quien les
habla compuso en su honor estas estrofas:
Del Oriente y sus leyendas
de los verdes olivares

113
del aroma de azahares
de beduinos en sus tiendas
de secretas encomiendas
de lámparas de Bagdad,
y dátiles de Riyad
brotó la historia más bella
de América la epopeya:
«Cien años de soledad».
En la América Latina
y en el mágico Caribe
la huella árabe vive
como saeta divina.
Es señal que no termina,
está impresa en nuestra piel,
es más dulce que la miel
bella como Scherezada
es fuerte y es delicada
como tallo de clavel...
Oj-Alá (Quiera Dios en árabe) que las dramáticas horas
que vive el pueblo iraquí pasen pronto. Las cosas se co-
locarán en su justo lugar. Es incalculable el número de
palabras que hablamos, pensamos y escribimos que pro-
vienen del idioma árabe: azul es quizás la más bella, pero
también están alhambra, almohada, alcohol, almacén, ál-
gebra, alhaja, alfombra, jardín, ajedrez, sésamo, jarsha y
alberca. Entretanto, mientras retorna el sol, digamos que:
Nos hemos enriquecido
con palabras por millares
que son miles de cantares
que en nuestra boca han nacido
cuando las hemos llovido.
Palabras con luz y aroma
que han recreado el idioma
que en esta América hablamos
y con la que recitamos
versos donde el sol se asoma.

114
EUROPA: DE ANA BOLENA A ANA
BOTELLA

La historia de los últimos cinco siglos nos indica cómo


la vieja y nueva Europa continúa siendo motivo de agu-
das controversias: en lo positivo, podríamos señalar al-
gunos aportes en la conquista y colonización del
continente americano: el idioma de Shakespeare al norte
y el de Cervantes y Luis de Camoens al centro y al sur;
Inglaterra y España como imperios dominantes. También
la maravilla cultural, científica y política brotada en el
Renacimiento y desarrollada a partir de entonces; la En-
ciclopedia y la Revolución francesa, como peldaño lumi-
noso de la edad moderna; los avances extraordinarios en
la ciencia social con la obra de Carlos Marx y Federico
Engels; la revolución industrial y la Comuna de París; la
gran revolución socialista de Octubre y los movimientos
artísticos que conmovieron a la humanidad: el
impresionismo, el cubismo, el surrealismo, el nacimien-
to del cine, etcétera.
En lo negativo, el expansionismo de los imperios britá-
nico y español, en las Américas, posibilitando la más cruel
diáspora de africanos que ocasionó cien millones de vícti-
mas; el sometimiento a los nativos indígenas, arrebatándo-
les sus creencias, su lengua, sus costumbres o quitándoles
la vida como hicieron los puritanos ingleses; las guerras
codiciosas de Bonaparte, el colonialismo que dio lugar a
los saqueos y al despotismo; la aparición del fascismo en
Italia y el nazismo en Alemania, que abrieron la hemorragia
de la segunda guerra mundial con un saldo de 50 millones
de muertos; el atroz holocausto nazi, la sicopatía feroz del
anticomunismo salvaje y el bárbaro neocoloniaje en África
hasta la derrota del apartheid en Sudáfrica.
Y ahora, el apoyo ciego y ser vil de Gran Bretaña y
España al gobierno de George Bush en la agresión al
pueblo iraquí.

115
Europa otra vez en el centro de la controversia. Ingla-
terra y España, los dos imperios de antaño, tomando alas
sin consultar a sus moradores, que desde luego repudian
las decisiones de sus gobernantes.
Muy poco se ha civilizado Europa. En quinientos años,
del imperio de Ana Bolena al reino de Ana Botella, ha
pasado mucha sangre bajo los puentes, pero la esencia
imperial no ha variado un ápice. No tenemos la menor
duda de que los pueblos los juzgarán, los desaprobarán,
los castigarán. Un alto grado de conciencia, de amor y de
solidaridad por la humanidad se está apoderando del
mundo. Y ese fantasma tiene que asustar a los Blair y a los
Aznares del viejo continente. Ese fantasma está recorrien-
do Europa. Sin duda alguna.

CAMINATA POR OBISPO (I)

No en vano, José Lezama Lima decía que era su calle


favorita. No me atrevo a afirmar que le atraía tanto que por
ello no tenía interés alguno en viajar a otras tierras. Pero
cuando alguien indagaba al gran poeta de Enemigo rumor
y de Fragmentos a su imán, acerca de su renuencia a co-
nocer París, Londres o Madrid, se limitaba a responder:
«¿Para qué? Todas las esquinas del mundo son iguales».
Sin embargo, creemos que la calle Obispo, en el cora-
zón (y también en el extremo) de La Habana Vieja, no se
parece a ninguna arteria del mundo. Calle peatonal, tra-
dicional y moderna a la vez, es una verdadera delicia para
recorrerla de uno al otro confín.
Se inicia la travesía desde la famosa casa con un letrero
que dice La Florida y que no es otra cosa que el bar El
Floridita que tanto frecuentara Ernest Hemingway para be-
ber sus daiquiris. Allí, en medio de ese lujo de trasatlántico

116
belle époque, departían escritores de todas las latitudes y lo
siguen haciendo cuando hacen una parada en el camino.
Allí Carpentier conversó dos o tres palabras con el autor de
El viejo y el mar y también el joven Lisandro Otero se en-
contró con el coloso del Kilimanjaro.
Pero sólo es salir de allí y encontraremos tres librerías
que colman gustos, sabores, colores, autores, géneros y
estéticas: está el Ateneo Cervantes con lo mejor de la
literatura cubana, en ediciones antiguas, cuarentonas,
hasta las más recientes, las presentadas en la última Feria
Internacional del Libro. También hay casetes con la mú-
sica que amamos de esta Cuba linda, desde los Matamo-
ros, Celina y Reutilio, el Benny, Elena Burke, Rita
Montaner, Ignacio Cer vantes, Ignacio Villa, Lecuona,
Gonzalo Roig, Rodrigo Prats hasta la Nueva Trova,
Teresita Fernández, Liuba María Hevia, y en fin, las mil y
una voces de la isla infinita. Y muchas revistas y muchos
incunables.
Al lado, está para la consulta selectiva, la sala de lectu-
ra del Fondo de Cultura Económica de México en La Ha-
bana, con la inmensa producción ya clásica en la que cuatro
o cinco generaciones de latinoamericanos bebimos lo mejor
de nuestros poetas, narradores y ensayistas. Y al frente,
está la gigantesca librería La Moderna Poesía con el riquí-
simo catálogo de la actualidad bibliográfica hispanopar-
lante. Pienso con Lezama que quizás ahí está la mejor
esquina del mundo, porque si el paraíso es, como quería
Borges, un biblioteca infinita, en esas tres bibliotecas
habaneras, a la entrada de Obispo, podríamos estar sabo-
reando las primeras mieles del paraíso:
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una Biblioteca.

[...]

Al errar por las lentas galerías


suelo sentir con vago horror sagrado

117
que soy el otro, el muerto, el que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

[...]

Groussac o Borges, miro este querido


mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
En la próxima, seguiremos el recorrido por la calle Obispo.

CAMINATA POR OBISPO (II)

Del deleite estético no sólo de la poesía sino del buen


gusto de las ediciones exhibidas en La Moderna Poesía,
seguimos caminando hacia el deleite variopinto de la hu-
manidad, sintetizado en los transeúntes y paseantes de la
calle Obispo, digamos un sábado después del mediodía.
Antes de llegar a la esquina de Villegas, hombres, mu-
jeres y niños se arremolinan felices y curiosos dentro y
fuera de los almacenes y salones de ropa, zapatos, zapati-
llas, «bluyines» y blusas de diversos estilos, colores y
formas. Confundidos entre las telas, vemos una fina re-
lojería llamada El Clip junto a un puesto de relojero
artesanal, que lejos del mundanal ruido, pero en el cen-
tro de él, se concentra, lupa en ojo, sobre su cronometrada
arquitectura.
También hay salones de belleza, productos para pelu-
quería, masajes y cosmética, puestos de sandwishs de
jamón y queso, helados de fresa, naranja-piña, chocolate
y mantecado, comidas italianas, un bar con guitarras y
maraqueros, llamada La Casa del Escabeche y una puerta
con buganvilias que anuncian los baños públicos.

118
Entre Villegas y Aguacate encontramos la mueblería
El Sol Naciente, frente a una camisería y sastrería de
porte tradicional. Sobresale entre el bullicio infantil y la
alegría pioneril, la Escuela Primaria José Martí, el Bos-
que Bologna, lleno de parejas, enredaderas y ricos platos
cubanos, y en la esquina, monumental, La Francia, nu-
trida de sedas, lanas y todo tipo de confecciones. Imposi-
ble caminar, turistas de España, Francia, Canadá, México,
Italia, esplendorosas mulatas de Cuba y del resto del
Caribe, colombianos tímidos y estudiantes latinoameri-
canos de las escuelas de medicina y deportes; centenares
de parejas de enamorados, niños, sonrisas, ancianas,
hombres, van y vienen, vamos y venimos por la fascinan-
te calle de Lezama, envueltos en el hechizo de cada paso
sorpresivo, bajo el cielo más hermoso del mundo.
Entre Aguacate y Compostela es la alegría de los niños:
en el almacén Topeka hay multitud de juguetes peque-
ños, grandes, anchos, angostos, multicolores, coches,
copitos para las orejas, aguas de colonia y útiles para el
bebé, y de pronto, oh sorpresa, una hermosa, rutilante y
rojísima réplica reducida del famoso transporte
Transmilenio, que recorre de cabo a rabo la inmensa ciu-
dad de Bogotá, la populosa capital de Colombia.
Al frente, en un local llamado Langwith descubrimos
tras los cristales, a una delicada dama peluqueando a un
hermoso perro Chow Chow, mientras otra profesional de
la estética canina le arregla las uñas. Al fondo, existe
toda clase de implementos y alimentos para perros, gatos
y similares.
Pero hay que hacer un alto en la travesía y entre
Compostela y la calle Habana, exactamente en la esqui-
na, entramos al bar La Dichosa, donde una linda cubana
interpreta Aunque quiera olvidarte de Miguel Matamo-
ros, acompañada de dos o tres músicos. Allí nos senta-
mos, pedimos mojitos y nos sumergimos en los aires
nostálgicos de infancia y juventud, como Lágrimas ne-
gras, Mucho corazón, Yényere cumá la buena noche y
otros maravillosos que nos encienden el alma.

119
CAMINATA POR OBISPO (III)

El mojito de La Dichosa es barato, bueno y sustancioso.


Entonces nos despachamos otro y estimulados por el calor
arterial y el entusiasmo narrativo, salimos de allí para
reanudar tan espléndido viaje callejero. Una pequeña cola
de gente, especialmente de turistas, avanza hacia una
casa de cambio de moneda, llamada Cadeca. Una pareja
de ancianos norteamericanos, con cachuchas blancas sobre
sus cabezas níveas y cámaras fotográficas colgando de
sus pechos, sale de allí contando billetes cubanos y en-
seguida adquieren dos frituras de proteína vegetal, que
devoran con inusual apetito.
Allí mismo se encuentra la óptica Almendárez con una
variedad inconmensurable de espejuelos y productos afines
y al lado, en Longina, casa de música, hay un gran alma-
cén, Variedades, que ofrece al transeúnte toda clase de
artículos, vestidos, adornos, útiles de papelería, víveres,
refrescos, zapatos, maletines, implementos caseros, herra-
mientas, álbumes de fotografía y cortinas.
Entre Habana y Aguiar está el bar Lluvia de Oro con
enormes ventanales de marcos de madera, con un inmenso
afiche en la pared central de la entrada de Columbia
Grafonola. Allí ofrecen en medio de un gratísimo ambiente
humano y musical, mojitos, cubanitos, sangrías, daiquirís
y cuba libres, además de platos típicos de la isla. Al frente
está una galería de arte llena de lienzos y acuarelas de
artistas cubanos, al igual que artesanías de todas las for-
mas y estilos. El número 305 señala un majestuoso pa-
lacio con cuatro sólidas columnas de estirpe bizantina.
De Aguiar a calle Cuba, el estremecimiento emocional
es imposible de reprimir ante la legendaria droguería
Johnson, la « Johnson Drug Store» con la estantería has-
ta el techo repletas de pomos de porcelana y de perfecta
factura, que nos hace recordar la famosa farmacia del doctor
Triolet en la ciudad de Matanzas, con sus ánforas llenas
de tintura árnica, polvos dentífricos preparados por el

120
doctor Figueroa, fosfato de creosota, salicilato de metilo,
ácido bromhídrico, aguas de colonia de Vetiver, fécula de
patatas, sagú (imaginen mi emoción: fue el último alimento
ingerido por el Libertador Simón Bolívar en Santa Marta),
manteca de cocodrilo, alvey, jengibre y eucaliptus, entre
otros muchos medicamentos y químicos allí exhibidos.
Un enorme parqueadero (o aparcadero) viene a ser a
nuestros ojos como un respiro, un oasis para tanta y
sucesiva emoción.
Hacemos un nuevo alto. El caminante se sienta mien-
tras un concierto de pájaros le da la bienvenida desde un
alto árbol de almendro y con aquella inusitada sinfonía
alada, al caer la tarde sobre la bella Habana, nos prome-
temos continuar nuestra caminata por la calle Obispo
iluminada por senderos de sorpresas y hechizos.

CAMINATA POR OBISPO (IV)

¡Cuántas veces, nos decimos, caminó por este mismo


ámbito el singular y portentoso José Lezama Lima! ¡Cuán-
tas noches furtivas vieron atravesar, zigzagueante y llena
de sentimientos encontrados, la figura hercúlea y tierna
de Ernest Hemingway, camino del Floridita o hacia el
refugio febril del Ambos Mundos!
Entre las calles Cuba y San Ignacio, un palacio majes-
tuoso, más imponente aún que el señalado atrás, entre
Habana y Aguiar, sobresale por su solidez y belleza arqui-
tectónica. Es el Ministerio de Finanzas y Precios.
Un anciano mulato, con barba blanca, sonriente y lleno
de bondad, permanece sentado sobre el sardinel con una
caja con la estatuilla de san Lázaro. Al frente, una ofici-
na llena las vitrinas de la calle con informaciones diver-
sas, avisos y solicitudes a todos los que tengan que ver

121
con el oficio del mar, a los marineros, pescadores, tripu-
lantes de embarcaciones, etcétera.
Termina la calle en el Café París, exuberante de músi-
cos y música, de parejas venidas de todos los puntos
cardinales y de todas las latitudes del planeta, como si
encontraran en Cuba el punto inicial de su corazón.
Entre San Ignacio y Calle de los Mercaderes se levanta
un majestuoso edificio, ahora en proceso de remodelación:
el antiguo convento de Santo Domingo. La Oficina del
Historiador de la Ciudad dirige tan maravilloso proyecto.
En la acera de enfrente venden un café exquisito a 80
centavos, moneda nacional. Se llama Bar Restaurante La
Luz y en sus altos se encuentra el Café Santo Domingo,
donde la cerveza helada abunda y reconforta.
Avanzamos, con el propósito de coronar la recta final de
la calle Obispo, antes de llegar a la Plaza de Armas, pero
es de sagrada obligación detenernos en una réplica de la
droguería Johnson: la Farmacia Taquechel, más pequeña
que la anterior, pero igualmente catedralicia y singular.
También allí abundan los pomos y las ánforas, las
estatuillas con los bustos de sus fundadores y el torren-
te de medicamentos con que los especialistas, o mejor,
los farmaceutas curaban los males y las enfermedades
conocidas. Por ello, entre aromas de bálsamos sagrados
y ungüentos exóticos, para nosotros, desde luego, en-
contramos los rótulos enfrascasdos de la raíz de Espar,
carbonato de zinc, lactofosfato de cal soluble, caolín,
corteza de quina, sasafrás, sándalo rojo, goma arábiga y
extracto de papayina. Y en forma más actual, frascos
que anuncian las mermeladas de la larga vida, como la
miel de abejas, el propóleo y la jalea real.
No es sino salir de allí y encontrarnos de manos a boca
con el famoso hotel Ambos Mundos, con música valseada
de Johann Strauss, Franz Lehar y Wartuphel, interpretada
por un virtuoso pianista de melena nívea, vestido de blan-
co sobre el teclado de un piano igualmente blanco. Allí se
conserva intacta, la habitación que ocupó el novelista
Ernest Hemingway en uno de los mejores momentos de

122
su vida creadora. Igualmente, hay decenas de fotos del
escritor y souvenirs alusivos a este acontecimiento. De
ahí en adelante, Obispo llega a su fin y la Plaza de Armas
enciende sus luces y sus ritmos infinitos.

NERUDA EN EL CORAZÓN

Se avecina el centenario de Neruda. Cien años de naci-


miento del poeta del siglo XX: el chileno Pablo Neruda. Un
Picasso de las letras, una docena de poetas metidos en un
zurrón, en un solo cuerpo radiante de niño alegre, que
olvidó para siempre su oscuro nombre provinciano de
Neftalí Ricardo Reyes Basoalto para tatuarse en la piel,
por los siglos de los siglos, el inmortal de Pablo Neruda.
El romántico poeta juvenil de Crepusculario y los Veinte
poemas de amor es el mismo bardo militante que fustiga
el terrorismo de estado imperial y el fascismo ordinario.
Es el mismo que se tiende junto a una joven pura como a
la orilla de un océano blanco y canta la delicia de una
cebolla frita o de un caldillo de congrío.
A los diecisiete escribió esa joya lírica que comienza:
Desde el fondo de ti y arrodillado,
un niño triste como yo nos mira...
A los diecinueve le dice a su amada Albertina Azócar:
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos y mi voz no te toca,
parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca...
O también siente que al perder el amor de su musa,
«puedo escribir los versos más tristes esta noche...».
Más adelante, en su amargo y solitario exilio en Birmania,
la India, Ceilán y Java, escribe los versos desgarrados de

123
Residencia en la tierra, esa catedral de palabras
fosforescentes. Con ellas, su verbo se elevó a la máxima
cumbre y alteró para siempre el idioma español.
Luego viene el poeta civil de España en llamas, cuan-
do ve morir ejecutado por los franquistas a su entrañable
amigo el poeta del Romancero gitano, Federico García
Lorca, y entonces su poesía cambiará radicalmente:
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal
Venid a ver la sangre por las calles...
Y durante la segunda guerra mundial, cuando los arro-
gantes atracadores penetraron de noche en la santa Ru-
sia del proletariado, donde las hordas nazis olieron la
derrota por primera vez y en adelante no volverían a ver
victoria alguna:
Los que Praga la Bella sobre lágrimas
sobre lo enmudecido y traicionado,
pasaron pisoteando sus heridas
murieron en Stalingrado.
[...]
Los que España quemaron y rompieron
dejando el corazón encadenado
de esa madre de encinos y guerreros,
se pudren a tus pies Stalingrado.
Es el mismo Neruda colosal y brillante, que reinventa
y reinaugura a América en su portentoso Canto general,
el último libro que leyera el Che Guevara en las monta-
ñas de Bolivia. El Neruda vigoroso, el primer poeta en el
mundo que escribió un libro dedicado a la Revolución
cubana, Canción de gesta, publicado en La Habana el
26 de julio de 1960: «Fidel, Fidel los pueblos te agrade-
cen...». En 1965 cuando los marines norteamericanos

124
agreden el territorio de la República Dominicana, escribe
una cuarteta terrible y certera:
Me gusta en Nueva York el yanki vivo
y sus lindas muchachas por supuesto,
pero en Santo Domingo y en Vietnam
prefiero norteamericanos muertos...
Pero que luego regresa el amor, a la dulzura de su amor
otoñal con la musa definitiva, Matilde Urrutia a quien
cantará sin descanso en 20 libros felices y aguerridos.
Es la hora, amor mío, de apartar esta rosa sombría,
cerrar las estrellas, enterrar la ceniza en la tierra:
y en la insurrección de la luz, despertar con los que
[despertaron
o seguir en el sueño alcanzando la otra orilla del mar
[que no tiene otra orilla.

PRIMERO DE MAYO EN LA HABANA

Nunca antes del triunfo revolucionario de 1959 se ce-


lebraron las efemérides populares con la auténtica esen-
cia de la lucha por las reivindicaciones sociales que con
tan legítima necesidad y urgencia demandaban los obre-
ros, los campesinos y los trabajadores cubanos.
Fue después de la victoria patriótica del 1ro de Enero
cuando dichas celebraciones cobraron un carácter legíti-
mamente popular y certero, donde realmente comenza-
ron a alcanzarse los anhelos de los trabajadores y estos a
su vez dieron el gran paso de adquirir la mayor cultura, la
mayor coherencia de pensamiento social y unidad y la
mayor fuerza para enfrentar a los enemigos y a sus ame-
nazas y agresiones.
Siempre quedarán grabadas en la memoria colectiva y
en la historia de los pueblos, las celebraciones del 1ro de
125
Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, en la ciu-
dad de La Habana, con la presencia del comandante en
jefe Fidel Castro, de Raúl, el Che y Camilo Cienfuegos
en los multitudinarios actos y desfiles en los que el pue-
blo ya libre de opresiones cantaba, marchaba y coreaba
consignas de victoria, amistad y solidaridad.
No olvidemos tampoco que un 1ro de mayo de 1961,
luego de la histórica derrota del imperialismo en Playa
Girón, floreció como onda triunfal y universal Radio Ha-
bana Cuba, la más grande, alta y ancha universidad de
los pobres del mundo, voz y conciencia de los hombres
de buena voluntad y vocero de las mejores y más justas y
nobles causas de la humanidad.
Pero mañana, 1ro de mayo de 2003, cuando el pueblo
cubano y la humanidad entera afrontan una nueva y agresi-
va amenaza del arrogante Goliat, imperativo y despótico, el
pueblo inundará la Plaza de la Revolución como nunca an-
tes, el pueblo de las provincias habaneras, con sus trabaja-
dores, hombres, mujeres, estudiantes, pioneros,
delegaciones extranjeras, el pueblo vivo y vibrante de esta
isla heroica, el cual realizará la más grande demostración
de unidad y apoyo ferviente a su Revolución y a su Batalla
de Ideas, al tiempo que rechazará la guerra, las pretensio-
nes neofascistas del gobierno de Bush y pedirá la inmedia-
ta liberación de los cinco héroes prisioneros del imperio.
Esto es lo que veo en forma de poesía para el día de mañana:
Un esplendor de estrellas y banderas
cubre el torrente de ese río humano
que desfila tomado de la mano
hacia un mar de victorias verdaderas.
Millares de pioneros y pioneras
–flor matinal del gran país cubano–
llevan la vocería del pueblo hermano
con la sonrisa de sus primaveras.

Obreros, dirigentes, estudiantes,


hombres, mujeres, niños, caminantes,
que conducen la lucha hasta el final,

126
desfilan por las calles de La Habana
y con Fidel glorioso en la mañana
cantan en coro «La Internacional».

CINCUENTENARIO DEL 26 DE JULIO

Cubanos, latinoamericanos extraordinarios, colosales


patriotas, dignos hijos y herederos de Bolívar y José Martí,
fueron los que con su arrojo, heroísmo y férrea voluntad
de lucha por la liberación, enfrentaron la prepotente mu-
ralla de la tiranía batistiana un 26 de julio de 1953.
Ese año glorioso, en el cual se conmemoraba el cente-
nario del nacimiento del Apóstol de Nuestra América,
los jerarcas sombríos, los señores de los cañones y del
gran dinero que por entonces gobernaban de facto la re-
pública mediatizada, creyeron que el pensamiento y el
ideal del grande hombre habían muerto y que se hallaban
sepultados en el olvido.
¡Y qué gran equivocación! Un puñado de hombres y
mujeres libres, enarbolando las banderas del porvenir y
la justicia social, escribieron una de las páginas más her-
mosas de la historia moderna al desafiar el trono
prepotente de la tiranía con el fin de instaurar la libertad
y con ella, todo el espléndido desarrollo de las ideas, del
pensamiento y del legado del más grande y universal de
los cubanos.
Bajo el sabio liderazgo del joven Fidel Castro, el asalto
al cuartel Moncada fue el inicio de la verdadera indepen-
dencia de Cuba y de los pueblos de esta América nues-
tra, desde río Grande hasta Cabo de Hornos y de los
pueblos que a todo lo largo y ancho del planeta los impe-
rios han pretendido dominar, saquear y despreciar.

127
Cuba vivía entonces, en 1953, una de las más sombrías
y sangrientas páginas de su historia. Sus infames gober-
nantes oprimían, torturaban, desaparecían estudiantes,
abaleaban inocentes, masacraban y pisoteaban a sus pro-
pios hermanos. De ahí que el inmortal poeta Pablo Neruda
cantara así la gesta heroica iniciada el 26 de Julio:
Pero cuando torturas y tinieblas
parecen apagar el aire libre
y no se ve la espuma de las olas
sino la sangre entre los arrecifes,
surge la mano de Fidel y en ella
Cuba, la rosa limpia del Caribe.
Y así demuestra con su luz la Historia
que el hombre modifica lo que existe
y si lleva al combate la pureza
se abre en su honor la primavera insigne:
atrás queda la noche del tirano,
su crueldad y sus ojos insensibles,
el oro arrebatado por sus uñas,
sus mercenarios, sus jueces caníbales,
sus altos monumentos sostenidos
por el tormento, el deshonor y el crimen:
todo cae en el polvo de los muertos
cuando el pueblo establece sus violines
y mirando de frente corta y canta,
corta el odio de sombras y mastines,
canta y levanta estrellas con su canto
y corta las tinieblas con fusiles.
Y así surgió Fidel cortando sombras
para que amanecieran los jazmines...

128
ÍNDICE

Amanecer en La Habana / 3
La Habana culta / 4
Nicolás Guillén en Colombia / 5
La Habana en cuerpo y alma / 7
Los elegidos en los años cero / 8
Alejandro Gómez Roa, juglar de la Revolución / 11
Colombianos con Antonio Maceo / 13
La universidad de los pobres de la Tierra / 16
Cuarenta años de Radio Habana Cuba / 17
Evocación de Carlos Rafael Rodríguez / 19
Paseo por la literatura cubana / 21
Flor de flores de Cuba / 22
El hermoso verano / 24
Ojos habaneros / 26
Cuba es la sonrisa de América / 28
¿Cinismo o sin istmo? / 30
«El cartero de Neruda» / 31
Una profecía de mi padre / 33
La reina de las cosas / 35
La mujer en la Revolución / 37
La Revolución defendida / 39
Una estrella para cada niño / 40
Monólogo del caminante / 42
La amarga lección de Las Cruzadas / 43
Lectura de La Edad de Oro / 45
El Barrio Chino de La Habana / 47
Elogio del libro / 49
Gabriela Mistral y Cuba / 50
Travesía por el goce estético / 52

129
La fortaleza del libro / 54
Un paseo por Neptuno (I) / 55
Un paseo por Neptuno (II) / 57
Un paseo por Neptuno (III) / 58
Un salvadoreño solidario / 60
Esplendor y tragedia en Cecilia Valdés / 61
Teófilo el grande / 62
«La escuela de Gabo» / 64
La divina Alicia Alonso / 66
Centenario de Dulce María Loynaz / 67
La decadencia del imperio / 69
Martí para todos los tiempos / 70
Martí y colombia / 72
Elegía a Manuel González Bello / 74
Fútbol a toda hora / 75
Los bares de la Habana / 77
Nicolás Guillén, periodista (I) / 79
Nicolás Guillén, periodista (II) / 81
Cuba, potencia cultural / 83
Furia y fuego en Manuel Navarro Luna / 84
El premio Casa de las Américas / 86
Cien años de Loló de la Torriente / 88
En las entrañas del Monstruo / 90
Réquiem por David Chericián / 91
Nuestro Che / 93
El hoyo de la calle f / 95
Un poco antes de las 10:00 a.m. / 97
Gabo en primera persona / 99
Travesía en la guagua 190 / 101
Guillén y los niños / 102
Fidel: La historia no contada / 104
Órbita de Pablo Armando Fernández / 106
El equívoco esplendor / 108

130
El espíritu ecuménico / 110
Bagdad en el corazón / 112
Europa: De Ana Bolena a Ana Botella / 115
Caminata por Obispo (I) / 116
Caminata por Oobispo (II) / 118
Caminata por Obispo (III) / 120
Caminata por Obispo (IV) / 121
Neruda en el corazón / 123
Primero de Mayo en La Habana / 125
Cincuentenario del 26 de Julio / 127

131

También podría gustarte