Subcultura y Contra Cultura
Subcultura y Contra Cultura
Subcultura y Contra Cultura
La Subcultura
El concepto de subcultura entraña también dificultades a la hora de su
conceptualización. Como sucede con el concepto de cultura, en muchos casos se ha
dado un uso excesivo e indiscriminado del mismo. El vocablo subcultura no se difundió
en la literatura de las Ciencias Sociales hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Milton Gordon, en 1947 definía la subcultura como:
“una subdivisión de la cultura nacional que resulta de la combinación de factores o
situaciones sociales tales como la clase social, la procedencia étnica, la residencia
regional, rural o urbana de los miembros, la afiliación religiosa, y todo ello formando,
gracias a su combinación, una unidad funcional que repercute integralmente en el
individuo miembro”.
Históricamente la conceptualización de subcultura ha atravesado varias etapas: empieza
a ser empleada por grupo de sociólogos y criminólogos de Chicago para hacer referencia
a una teoría de desviaciones que involucraba a los delincuentes jóvenes. Posteriormente
será en Inglaterra, a mediados de los años 70, cuando surja el Birmingham Centre for
Contemporary Cultural Studies (CCCS) desde donde tomarán forma los trabajos sobre
las subculturas juveniles de los culturalistas ingleses, que arrancan de la concepción de
la cultura como conjunto de mapas de significados (Stuart Hall) y que están fuertemente
influenciados por las concepciones gramscianas en torno a la hegemonía, dominación y
resistencia: la búsqueda, por parte de los jóvenes en desacuerdo con las ideas
hegemónicas, de actitudes y valores de resistencia reflejados en un estilo que pretende
distanciarse de la cultura parental y dominante, pero sin dejar de estar en relación
dialéctica con ella.
Este reduccionismo metodológico, de corte y rigidez neomarxista, ha supuesto que en
los últimos años se hayan sucedido algunos estudios poniendo en cuestión la validez
del concepto de subcultura propio de los CCCS, a favor de nuevas propuestas más
flexibles que se alejan de la dialéctica de dominación y resistencia estructural para
acercarse a aquellos elementos que devuelven protagonismo al sujeto, al sentido de
individualidad y de identificación que se observan desde los intereses personales y las
biografías de cada integrante.
Sin duda la crítica es pertinente por el mero hecho de que el término subcultura, desde
la perspectiva de los CCCS, implica un contraste con una supuesta supracultura
“cómodamente identificable”, cuando, como señala Terry Eagleton, en la mayoría de las
sociedades modernas no es tan fácil discernir esas brechas culturales, puesto que en
gran medida las sociedades occidentales contemporáneas son un agregado de
subculturas solapadas en las que no resulta fácil decir exactamente de qué sistema de
valores culturales cerrado se desvía una subcultura.
Desde nuestra perspectiva apostaremos por una propuesta de consenso, en la línea de
la defendida por Marvin Wolfgang y Franco Ferracutti, que aboga por entender la
subcultura como concepto de análisis científico que implica la existencia de juicios de
valor o todo un sistema social de valores que, siendo parte de otro sistema más amplio
y central, ha cristalizado aparte. Vista desde la llamada cultura dominante, los valores
subculturales pueden segregar a la primera y obstaculizan la integración total. No
obstante, no podemos perder de vista que la cultura dominante puede propiciar este
distanciamiento en forma directa o indirecta, generando como resultado el aislamiento
normativo de la subcultura y el surgimiento de su propia solidaridad.
Se produce así en la subcultura una selección de valores que han venido a diferenciarse
de lo que son, o el rol que cumplen dentro de la cultura total: la redefinición de sus
significados, ilustrada tantas veces con el concepto (a mi juicio, descontextualizado) del
bricolage de Levi Strauss. Así, la respuesta subcultural representa, en palabras de Stuart
Hall, una síntesis de contrastes entre esas “formas de adaptación, negociación y
resistencia elaborada por la cultura parental” y formas “más inmediatas, coyunturales,
específicas de la juventud y de su situación y actividades” que configuran una respuesta
diferente, una solución(o posicionamiento ante) a un conjunto específico de
circunstancias, a unos problemas y contradicciones concretas en términos de
resistencia, de guerrilla semiótica en palabras de Umberto Eco, entendidos como
“mecanismos de desorden semántico, un tipo de bloqueos temporales en el sistema de
representación”
De desorden, no de colapso. Y es que una de las claves del concepto de subcultura que
nosotros manejamos reside no sólo en lo que lo diferencia de la cultura central
(hegemónica, instituida) sino también en los valores relativos a los fines o los medios de
la colectividad que con ella se comparten. No debemos olvidar que las culturas toleran
aquellos valores que no causan conflictos de desintegración y que no llegan a perturbar
en demasía la cohesión normativa del grupo más amplio; así mismo, la subcultura como
tal puede tolerar otros valores fuera de su propio sistema siempre y cuando no se vea
amenazada su integridad como grupo. Posiblemente ahí resida la clave con relación a
la diferencia entre el concepto de subcultura y contracultura.
La Contracultura
El concepto de contracultura aporta matices diferentes al concepto de subcultura. Milton
Yinger introduce el concepto de contracultura en el primigenio debate de la sociología
criminológica, apuntando que “podría beneficiar al análisis sociológico el empleo del
concepto de ‘contracultura’ para denominar a las normas generadas por la presión (en
una) situación conflictiva y frustradora” Siguiendo a Yinger, entenderíamos las
subculturas como sistemas de valores diferentes, pero no antitéticos al sistema social
más amplio, mientras que por contracultura, se entendería aquellas subculturas en
donde los valores se encuentran en oposición al sistema axiológico dominante.
Frente al aparente “conformismo” subcultural, los fenómenos o movimientos
contraculturales se caracterizan por la afirmación del poder del individuo para crear su
propia vida más que para aceptar los dictados de las convenciones y autoridades
sociales que les rodean, ya sean generales o subculturales. Hoy en día, plenamente
integrado en el corpus de la sociología moderna, la contracultura es un concepto
importante para entender las reacciones de la generación de los años 60 en occidente,
caracterizada por el enfrentamiento hacia la figura parental y a los valores imperantes
en la sociedad de la época, reflejado en estudios clásicos como los de Herbert Marcuse
o Theodore Roszak.
Este último definió a los movimientos contraculturales de su tiempo como una “cultura
radicalmente desafiliada o desafecta a los principios y valores fundamentales de nuestra
sociedad (…) (Que buscan) transformar el más íntimo sentido de nosotros mismos, los
otros y todo lo que nos rodea”. Los estudios más actuales siguen esa línea de
desafección y búsqueda de cambio permanente que apuntaba Roszak; José Agustín la
define como “una serie de movimientos y expresiones culturales, usualmente juveniles,
colectivos, que rebasan, rechazan, se marginan, se enfrentan o trascienden la cultura
institucional”, Villareal irá más lejos al afirmar que la contracultura es un cuestionamiento
permanente: “la contracultura puede entenderse como aquello que se opone a toda
forma de convención social o de conservadurismo, a todo lo establecido que permanece
inmutable o incambiable”.
Por tanto, el concepto de contracultura añade matices decisivos al de subcultura, ya que
mientras las variantes subculturales pueden aceptar unos elementos o rechazar otros,
su propuesta nunca propone “salirse del sistema”, mientras que en el código genético
de la contracultura el rechazo frontal a lo instituido, la búsqueda del colapso normativo
y la superación de las corrupciones de la cultura dominante constituyen la base de su
proyecto. Actualmente, desde nuestra perspectiva, lo contracultural ha sido suplantado
por una cultura alternativa más amplia y ecléctica que, como señala Ken Goffman,
podríamos decir que se compone “de otras subculturas derivadas de lo contracultural”.
A pesar de ello, el término sigue utilizándose (en muchos casos de manera
indiscriminada) para hacer referencia a aquellas acciones o actividades que tratan de
salirse de lo estándar. Bajo esta lógica, se ha pretendido situar a la “Movida” como un
movimiento contracultural, algo que no compartimos, pues consideramos que, desde
nuestra perspectiva de análisis, la “Movida” se entendería como un fenómeno socio-
cultural propio de su tiempo, una subcultura juvenil que, sin poner en cuestión la realidad
normativa establecida y desde un ámbito musical, cultural y social, participó activamente
en los procesos de cambio que tuvieron lugar en España durante los años de la
Transición, a la sombra de la política y de los padres de la Constitución.
Bibliografía: