02 Premembresia - La Verdadera Conversion
02 Premembresia - La Verdadera Conversion
02 Premembresia - La Verdadera Conversion
Introducción:
Negativamente hablando…
A. LA CONVERSIÓN NO ES UN ACTO EXTERNO.
Muchas personas en la actualidad creen que han venido a Cristo porque un día
levantaron su mano en una iglesia, o se pudieron en pie, o vinieron al frente al
llamado de un predicador o evangelista, como si la conversión fuese un mero
acto físico.
Quizás usted estaba recibiendo un sermón evangelístico y escuchó al pastor
decir: “si alguien quiere ir al cielo, que levante su mano ahora, o se ponga en
pie”. Y como todos queremos ir al cielo, usted realizó alguno de estos actos
externos creyendo que la conversión se reduce a algo tan superficial.
Incluso, es posible que después de haber levantado su mano, o de haber pasado
al frente, alguien le haya asegurado que desde ese momento podía creer
firmemente que su salvación estaba asegurada y que con toda certeza a partir
de ese momento usted era un hijo o una hija de Dios.
Sin embargo, una cosa es realizar un acto externo en señal de que nos gustaría
ir al cielo, y otra muy distinta es convertirnos de nuestros malos caminos a Dios.
En ningún lugar de las Escrituras se le demanda al pecador que haga un acto
físico para ser salvo. Lo que se le pide al pecador no es que venga al frente o al
predicador, sino que venga a Cristo, lo cual es un acto mucho más profundo y
trascendente.
Reconoceos que muchos predicadores modernos acostumbran a igualar la
conversión de sus oyentes con actos como estos (levantar las manos, pasar al
frente, repetir oraciones en voz altas, etc.), sin embargo, muchos se
sorprenderían al saber que estas prácticas tan comunes hoy en día en el mundo
evangélico no encuentran apoyo en las Escrituras, ni tampoco fueron practicadas
por ningún predicador en la historia de la iglesia durante los primeros 1800 años
del Cristianismo.
Nuestro Señor Jesucristo nunca llamó a los pecadores a dar un paso al frente,
ni a levantar sus manos para que fueran salvos; y no lo hicieron tampoco los
apóstoles, ni la iglesia primitiva, ni la iglesia en la edad media, ni en tiempos de
la reforma.
No fue hasta alrededor del año 1840 que esta práctica fue introducida en el
evangelismo por un hombre llamado Charles Finney, quien comenzó a hacer uso
de lo que él llamaba “el cuarto ansioso”. Un lugar en el que se invitaba a entrar
después de la predicación del evangelio a todos aquellos que se sentían convictos
de pecado y que deseaban ser salvos.
Ahora, ¿Quién era Charles Finney? Bueno, Charles Finney fue un evangelista del
siglo antepasado que negó rotundamente la doctrina de la total depravación del
hombre, y aceptó a la vez que el ser humano tenía la posibilidad de salvase sin
la intervención todopoderosa de la gracia de Dios.
Según Finney, el hombre no ha perdido la capacidad de obedecer a Dios por sí
sólo, y por lo tanto, él puede decidir en cualquier momento por voluntad propia
y sin la ayuda del Espíritu Santo cambiar el rumbo de su vida.
Él decía que en esto consiste la regeneración: “Es el cambio de ruta que hace
el pecador por sí sólo cuando decide seguir a Cristo”. Por tanto, todo lo
que se requiere para ser salvo, no es una obra sobrenatural del Espíritu Santo,
sino una decisión del pecador. En otras palabras, todo lo que necesita un hombre
para ser cristiano es decidir hacerse cristiano.
Ahora bien, esta decisión –según Finney- debía ser manifestada a través de
algún acto físico o una decisión pública: levantar la mano, ponerse en pie, pasar
al frente, etc. Y esa resolución pública – según palabras de Finney- podía ser
considerada como idéntica al cambio producido en el hombre por la conversión.
Esto, según él, era convertirse. Si una persona se ponía en pie o levantaba su
mano, o confesaba verbalmente su deseo de seguir a Dios, esto era idéntico a
la conversión.
Sin embargo, esto no es lo que enseñan las Escrituras. Según la Biblia, la
conversión no se reduce a ciertas prácticas externas, a una simple confesión
verbal. Por ejemplo, el apóstol Pablo se refiere a personas que profesaban haber
venido a Cristo con sus labios, cuando realmente eran impíos. (Tito 1:16)
Ahora bien, debemos hacer aquí una aclaración pertinente. Entender las
verdades centrales del evangelio y creerlas no salva a nadie, sin embargo, es
imposible que alguien pueda ser salvo si no las entiende y las cree.
En otras palabras, estamos diciendo que aunque esto no lo es todo, el
conocimiento y entendimiento del evangelio son necesarios para la salvación.
No todo el que conozca y entienda el evangelio será salvo, pero sí todo el que
se salve tiene por obligación que haber comprendido y entendido el evangelio.
Pues el evangelio apela al entendimiento.
¿Cuál fue la pregunta que hizo Felipe al etíope eunuco en Hechos 8? Vayamos
un momento a ese pasaje. (Hechos 8: 29-35)
Verso 35:
Una idea similar vemos en Romanos 15: 20-21 donde Pablo habla de su
propósito de llevar el evangelio a los gentiles y cita un pasaje del Antiguo
Testamento, en el cual se profetiza la salvación de los gentiles:
necesario para la conversión, pero por sí sólo no nos salva. Porque la conversión
no es un simple acto intelectual.
En tercer lugar…
C. LA CONVERSIÓN NO ES TAMPOCO UNA EXPERIENCIA MÍSTICA O
SUBJETIVA.
No son escasos los testimonios de personas cuya experiencia de conversión,
según ellos, se reduce al misticismo y al subjetivismo. Por ejemplo, hay
individuos a los que uno usted le pregunta cómo se convirtieron y su respuesta
es más o menos así:
- Bueno, yo no sé lo que me ha pasado, pero yo siento muy dentro de mí
que yo soy cristiano o cristiana-.
Y uno reitera la pregunta de otra manera.
- Bueno, ¿y qué es lo que tú has entendido que te da esa certeza?
Y la respuesta vuelve a ser:
- “No, yo no sé explicarme, sólo puedo decirle que yo siento en mi corazón
que yo tengo a Dios.”
O en otros casos la experiencia de conversión se circunscribe a algo puramente
emocional. Hay quienes reducen esta experiencia a un profundo escalofrío que
los ha impresionado en medio de un culto. O una sensación extraña que ellos
han leído como la presencia del Espíritu:
- “…es, yo sé que soy creyente porque ese día sentí la presencia de Dios
dentro de mí. Yo estaba en mi casa y sentí que el Espíritu entraba y se
apoderaba de mi hogar; y desde ese día fue feliz.”
O un caso es más común, que es el de las personas que tienen una experiencia
tan subjetiva que ellos no pueden ni describirla. Uno les dice:
- Cuéntame ¿cómo conociste al Señor?
Y la respuesta es:
- “Bueno, yo antes no venía a la iglesia, un día me invitaron, vine y me
quedé hasta hoy”.
Y uno le reitera la pregunta de otra forma. Pero la respuesta vuelve a ser:
- ¿Pero qué pasó?, ¿cómo te convertiste? ¿Qué cosas entendiste?
- “No, eso mismo que le estoy diciendo: Yo antes no venía a la iglesia, un
día vine y nunca más me ido.
Para ellos su experiencia tiene más valor que nada: “yo lo he experimentado, yo
lo siento, estoy seguro que él me ha salvado; esa es mi experiencia y nadie
puede hacerme dudar de ella” muy a pesar de que yo no entienda, ni pueda
explicar que es lo que me ha pasado.
Sin embargo, la Biblia deja claro que la conversión es algo entendible, algo que
se vale del entendimiento y la razón del convertido.
Podemos ser ordenados, diligentes, fieles; honestos, y aun así, ser inconversos.
No existe una sola conducta formal que el hipócrita no pueda imitar.
En las Escrituras abundan ejemplos de personas que eran moralmente
intachables y a la vez se encontraban bajo la ira de Dios.
En Lucas 18:11 aquel fariseo podía orar puesto en pie diciendo: “Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano;" Y sin embargo, el Señor nos dice
que descendió a su casa sin ser justificado.