La Inseguridad en Colombia

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 27

La inseguridad en Colombia: ¿percepción o un

problema real?

El cinturón de pobreza histórica en los extramuros de Cartagena, conformado por


los barrios San Francisco, La María, La Candelaria y Olaya, sigue siendo la zona más
peligrosa de la ciudad.

El 36 por ciento de los cartageneros se sienten inseguros en sus barrios, y el 45 por


ciento de los habitantes se sienten inseguros en cualquier punto de la ciudad. Según este
informe, el 23 por ciento de los ciudadanos fue víctima de un delito en el último año.

Otra ciudad que registró un importante incremento en materia de seguridad fue Santa
Marta, donde la modalidad de robo que más se presentó en la ciudad en 2017 fue el
hurto a personas. De 994 casos en 2016 se pasó a 2.044 en 2017, es decir, un
incremento del 105 por ciento.

Las modalidades más empleadas fueron el factor de oportunidad y el raponazo, sobre


todo en barrios residenciales y en hora de bajo tránsito. El sector donde más se
registraron hurtos fue el Centro Histórico.
Bandas criminales
La extorsión, el tráfico de estupefacientes y otros aspectos que se desprenden de la
actividad delictiva de las bandas criminales han generado un ambiente de inseguridad.

En Barranquilla, barrios como El Ferri, Rebolo, La Luz y La Chinita, el corredor


de la calle 17 y la zona colindante con el río Magdalena, son los sitios donde las
autoridades no han podido ganarle la lucha a la delincuencia, pese a los esfuerzos
que se vienen realizando de inversión, que incluyen construcción de colegios, hospitales
y parques.

En esta zona del suroriente de Barranquilla es donde tienen presencia bandas como 'Los
Papalópez' y 'Los Calabazos', a quienes, pese a los golpes recibidos (unos 30 integrantes
de estas organizaciones se encuentran tras las rejas), son los responsables de delitos
como concierto para delinquir, hurto, tráfico de estupefacientes, extorsión y homicidio.
El atraco callejero es el delito que más golpea a la ciudad, en especial sectores como el
norte, donde se concentra gran parte de la zona bancaria y comercial de esta capital. Sin
embargo, la Policía Metropolitana ya cuenta con 1.800 uniformados más que
llegaron a reforzar la seguridad en esta temporada de carnavales.

La decisión se tomó a partir de los atentados registrados en la estación de Policía del


barrio San José, el pasado 27 de enero, en el sur de la ciudad, y en el CAI de Policía del
barrio Soledad 2000, en el municipio de Soledad.

En la capital de Antioquia no cesan los delitos de hurto y extorsión. El robo


callejero y de vehículos no deja de preocupar, principalmente, a los habitantes de las
comunas 10 y 11, puntos donde más se registran estos delitos.

Una de las principales quejas frente a la labor de las autoridades en el tema de frenar a
la delincuencia común en las ciudades es que muchas de las capturas no pasan de ahí,
por lo que se pide a la ciudadanía denunciar de manera inmediata para poder emitir una
condena contra los delincuentes.

Suben los atracos


Juan Pablo Paredes, alto Consejero para la Seguridad de Cali, reiteró que las autoridades
siguen trabajando para intervenir la seguridad. El alcalde Maurice Armitage, por su
parte, reconoció que mientras los homicidios bajan, lo que se ha disparado es el robo a
personas y a establecimientos comerciales.

En solo hurtos a personas, el año pasado hubo 14.507. En estos casos, la población se
ha quejado de robos por parte de personas en motocicleta.

De acuerdo con datos de la Policía, recogidos por 'Cali, Cómo Vamos', los robos
representaron un incremento del 39,1 por ciento. En el 2016, hubo 10.431 robos a
transeúntes.

Los robos de solo celulares también tuvieron aumento en la capital del Valle. Se pasó
de 5.006 en 2016 a 8.517 en 2017, según datos de la Policía.
En 2017 se registraron 1.186 hurtos al comercio en Cali, cifra 19,8 por ciento superior
frente a 2016. Tanto en el primer como en el segundo semestre de 2017 se registró un
incremento en el hurto al comercio de la ciudad, sin embargo, se destaca que el
incremento fue mayor en el primer semestre de 2017 (+42,2 por ciento).

El año pasado se registraron 1.008 hurtos a residencias en Cali, cifra 16,0 por ciento
superior frente a 2016. Se destaca que en el primer semestre de 2017 se registró el
mayor incremento en el número de hurtos a residencias en Cali.

En el caso de las motos, el número de hurtos de este tipo de vehículos, en 2017 en Cali,
se redujo 24 por ciento frente a 2016 (714 casos menos). Se destaca que la reducción en
el número de hurto de motos se tuvo en los dos semestres del año, siendo el segundo el
que mayor registró de reducción frente a 2016 (-31,9 por ciento).

En 2017 se registraron 1.514 hurtos de automóviles en Cali, cifra 22,0 por ciento
inferior frente a 2016. Se destaca que la reducción en el número de hurtos se registró
durante los dos semestres del año, siendo el segundo semestre de 2017 el que registró la
mayor reducción en el número de vehículos robados (-33.0 %).

En Armenia, los delitos que más han incrementado son el hurto y las lesiones
personales, según informó la secretaria de Gobierno de la ciudad, Gloria García.
Aunque el homicidio bajó un 20 por ciento durante el 2017, el hurto en todas sus
modalidades subió un 18 por ciento y las lesiones personales un 12 por ciento.

De acuerdo a las cifras reveladas por García, el hurto a personas fue el que más aumentó
en la ciudad: de 286 casos que se denunciaron en 2016 pasó a 1.518 casos reportados en
2017. La modalidad que más usan los delincuentes es el raponazo o el atraco. Y los
sitios donde más se presentan los hurtos son el centro y norte de la ciudad.
Extranjeros estarían tras criminalidad en la frontera con Venezuela
El fenómeno migratorio que se experimenta por la entrada diaria de 50.000 personas a
través de la frontera con Venezuela ha impactado negativamente la percepción de
seguridad en la ciudad de Cúcuta y su área metropolitana.
En 2017, la Policía adelantó 4.715 capturas, de las cuales, 515 casos corresponden a
ciudadanos venezolanos, casi el doble de los 235 extranjeros involucrados en
conductas delictivas en 2016.

Durante estos dos años, la variación en este indicador de criminalidad experimentó un


agresivo repunte, teniendo en cuenta las 57 capturas a ciudadanos de otras
nacionalidades que se adelantaron en 2015.

Otro aspecto que también ha generado preocupación es la cantidad de armas


incautadas en medio de la desarticulación de 37 bandas dedicadas al microtráfico y
al hurto de diferentes artículos. En total se decomisaron 637 elementos bélicos, 103
más de los 534 allanados en 2016.

“Hemos activado comandos especiales en la línea divisoria para atacar este universo de
delitos que tienen alterada la tranquilidad en esa zona del país”, señaló el coronel Javier
Barrera, comandante de la Policía.

En Cúcuta, disminuyó el homicidio: en 2017 se reseñaron 258, 16 menos (258) de los


ocurridos el año anterior.

La ola de violencia, gestada por el dominio territorial entre actores armados, ha sido
denunciada en varias ocasiones por la Fundación Progresar. En un reciente informe, esta
organización atribuyó la retahíla de actos violentos a la aparición de un grupo ilegal
denominado Ejército Paramilitar de Norte de Santander, cuyo nivel de crueldad se
asemeja al extinto Bloque Fronteras de las Auc.
Ola de atentados contra el Caño Limón tiene paralizada su operación
Reportan asesinato de líder comunitario del Magdalena Medio
Inician operativos de control migratorio a venezolanos en Bucaramanga
Las 51 acciones delictivas del Eln desde el fin del cese del fuego
Las ciudades que mejoran
Manizales y Pereira han registrado importantes reducciones en hurtos.

Según el comandante de la Policía de Pereira, coronel Gustavo Moreno Miranda, los


delitos de mayor impacto “están disminuyendo”.
El hurto a personas se ha reducido en un 41 por ciento en el comparativo entre los
meses de enero de 2018 y 2017. Sin embargo, el comandante advirtió que se seguirán
realizando operativos en el centro de la ciudad, donde operaban bandas dedicadas al
cosquilleo y el raponazo.

A su vez, en Manizales, los hurtos, con respecto a 2016, se redujeron en un 3 por


ciento en el 2017. Las principales denuncias son por robos son de celulares.

La semana pasada, el país vivió una realidad que los colombianos creían
superada. Atentados terroristas, una avioneta secuestrada, líderes de tierras
asesinados, sangrientas vendettas de la mafia y una delincuencia común
desbordada, cuya sevicia indignó al país cuando una mujer embarazada recibió
tres tiros a quemarropa de unos criminales que trataban de robarle el carro.
Hacía muchos años los colombianos no sentían tanta inseguridad, tanta falta
de autoridad y tanta desprotección del Estado.

Pero quizás lo más increíble es que la mayoría de los episodios violentos que
sacudieron al país en los últimos días tienen un denominador común:
delincuentes reincidentes capturados en el pasado por todo tipo de delitos y,
por distintas razones, dejados en libertad en los estrados judiciales.

Esta oleada de inseguridad terminó amplificada en las redes sociales por medio
de cadenas en WhatsApp, comentarios apasionados e indignados y hasta
falsas noticias con las que muchos quisieron pescar en río revuelto (ver
recuadro). ¿Qué pasó? ¿Qué tan inseguro está el país? ¿Acaso regresó
Colombia a épocas superadas o hay un pánico exagerado frente a episodios
mediáticos, pero que no reflejan la situación real de seguridad?

Puede leer: ¿Qué le pasará al escolta que le disparó a un atracador para


defender a una mujer?

Curiosamente, en cuanto a los delitos más duros, es decir asesinato,


secuestro, y extorsión, las cifras han mejorado. El primero ha caído a 24 por
cada 100.000 habitantes, uno de los más bajos en 30 años. El secuestro y la
extorsión han bajado cerca del 10 por ciento según datos la Fiscalía y el
Ministerio de Defensa.

Pero esto no quiere decir que la criminalidad no esté haciendo su agosto con
delitos como el robo en todas sus modalidades. Y que, ante la falta de pie de
fuerza de la Policía, y de autoridad y de justicia del Estado, la delincuencia –y
ahora el terrorismo– cabalgue en la impunidad.

Sin duda, el episodio más grave de esta oleada de violencia fue el atentado del
ELN en la estación de Policía San José en Barranquilla, Atlántico, que dejó 5
muertos y 42 heridos. Esta célula terrorista está relacionada con los autores de
otros ataques en Bogotá en 2015, y aunque las autoridades detuvieron a todos
sus integrantes hace tres años, los jueces los dejaron en libertad y desde hace
dos años están en las calles. Algo similar ocurrió con los integrantes del grupo
radical MRP, que detonaron la bomba del Centro Andino y mataron a tres
personas. Meses antes del atentado, la Policía había arrestado a dos de ellos
con una bomba en su poder. Al llevarlos ante un juez, quedaron en libertad
“porque la bomba no estalló”. Una vez libres, orquestaron el ataque al Centro
Andino y, esa vez, el artefacto sí estalló. ¿Qué habrá pensado el juez que los
soltó?

Y ni hablar de lo que ocurre a diario en las calles. El caso del menor que
provocó una masiva movilización en Kennedy, al sur de la capital, refleja esta
triste realidad. Su asesino, que lo apuñaló hasta quitarle la vida por robarle la
bicicleta, ya había sido arrestado por otro intento de asesinato con arma blanca
unos meses atrás. Pero una orden judicial lo sacó a la calle.

Ser malo paga

Este preocupante retrato muestra lo que, sin duda, se ha convertido en unos de


los mayores problemas para la seguridad: la reincidencia de los delincuentes.
Las cifras son espeluznantes.

Durante 2017, las autoridades capturaron en el país a 207.728 delincuentes en


flagrancia, es decir, con las manos en la masa. Otros 37.800 cayeron como
resultado de investigaciones y órdenes judiciales, para un total de 245.528. Sin
embargo, los jueces solo enviaron a menos de 10.000 a la cárcel, o sea, ni
siquiera el 5 por ciento, según cifras de la Fiscalía y la Policía.

Ese complejo escenario de impunidad tiene un agravante. Gran parte de esos


delincuentes capturados y dejados en libertad por los jueces son profesionales
del delito y un peligro para la sociedad. De los más de 240.000 capturados,
91.423 ya habían sido arrestados entre 2 y 9 veces y otros 1.710 capturados
por la Policía entre 10 y 40 veces, según datos de esa institución.

Y lo que es peor: los jueces dejan en libertad a los delincuentes por los delitos
que más afectan la percepción de seguridad del ciudadano común. Por
ejemplo, solo el año pasado, 12.069 ladrones capturados en flagrancia robando
a personas y entidades comerciales quedaron en libertad por orden judicial. Y
6.425 de los arrestados por lesiones personales recobraron la libertad al llegar
a audiencias ante los jueces. Más de 26.000 detenidos por tráfico, fabricación y
porte de estupefacientes (microtráfico) también salieron.

La primera gran operación para enfrentar este problema demostró su magnitud.


Entre el 20 y el 24 de noviembre pasado, la Fiscalía y la Dijín Nacional
realizaron una ofensiva en el país para capturar la mayor cantidad de
reincidentes posibles. Tan solo en esos cuatro días detuvieron 207 antisociales
que habían cometido748 delitos. El 50 por ciento corresponde a una de las
modalidades que más afectan a los ciudadanos: el robo.

“Las cifras reflejan un problema de fondo. Mientras por un lado policías y


fiscales hacen grandes esfuerzos por sacar de las calles a los delincuentes, por
el otro lado algunos jueces aplican la ley de tal modo que están devolviendo los
bandidos a las calles”, sostiene un alto funcionario del CTI que no quiso dar su
nombre.

Ciudades indefensas
En Bogotá, los habitantes sufren especialmente este fenómeno. En los últimos
cuatro años las autoridades capturaron a 26.865 delincuentes en flagrancia, la
mayoría implicados por robo a personas y entidades comerciales o por tráfico
de estupefacientes y homicidio. Lo increíble es que de esa cifra más del 90 por
ciento (25.333) de ellos habían sido detenidos al menos en cinco oportunidades
y no pasaron más de un año tras las rejas.

“El país necesita dar un debate de fondo sobre la política criminal y el


tratamiento penal a delincuentes reincidentes. Mientras estos delincuentes no
paguen condenas efectivas, estamos enviando como sociedad una señal muy
equivocada: que el crimen paga”, dijo a SEMANA el secretario de Seguridad de
la Alcaldía de Bogotá, Daniel Mejía.

Pero si en Bogotá llueve, en otras ciudades no escampa. En Barranquilla, por


ejemplo, en los primeros ocho meses del año pasado las autoridades
capturaron a 4.907 personas. Pero solo 397, el 8 por ciento, obtuvieron medida
de aseguramiento en centro carcelario y 3.864 quedaron en libertad, es decir
que el 79 por ciento de los capturados ni siquiera pisó la cárcel. Del total de la
cifra de detenidos que salieron libres, 339 eran delincuentes reincidentes
capturados en al menos cinco oportunidades por delitos como homicidio, hurto
y porte ilegal de armas.

El problema radica, para el secretario del Interior del departamento del


Atlántico, Guillermo Polo, en la imposibilidad del sistema penal para procesar y
sancionar a quienes infringen la ley penal, especialmente en delitos de alto
impacto, lo que se suma a las dificultades para aplicar programas de
resocialización. “En últimas, el delincuente reincide porque tiene la certeza de
que la posibilidad de que lo sancionen es realmente baja”, afirmó.

En el barrio Robledo, de Medellín, el miércoles aparecieron los cadáveres de 4


personas envueltos en sábanas. Con ellos la capital antioqueña llegó a 52
asesinatos en lo que va de 2018. Muchos de esos crímenes son coletazos del
reacomodo de las grandes mafias, y en este caso en particular tendrían que ver
con la captura de alias Tom, uno de los grandes capos. Aunque este tipo
de vendettas suelen ser cíclicas y ligadas a muertes y detenciones de narcos,
el mayor problema de los paisas también son los reincidentes.

De noticias a estadísticas
Los registros de los medios de comunicación y las autoridades parecen
indicar que la inseguridad se ha desbordado en los últimos meses.
Los atentados terroristas en Barranquilla, Soledad y Buenavista -los
cuales se atribuyó el ELN-, la masacre de siete personas en Yarumal, el
robo e intento de asesinato de una señora en el barrio Rosales de
Bogotá, el asesinato de un joven y tres taxistas en esta misma ciudad, el
aumento de los homicidios en Medellín, el asesinato de más y más
líderes sociales (del cual se ocupa Carlos Guevara en esta misma
entrega de Razón Pública), la presencia de los carteles mexicanos en
Colombia y la decisión de algunos jueces de dejar en libertad a
criminales a pesar de las pruebas de la Policía y la Fiscalía, son algunos
de los acontecimientos que han alertado a los ciudadanos y al Estado.
Hay que reconocer que la delincuencia cada vez está más
organizada y tiene varias líneas de acción.
Sin embargo el problema de inseguridad ciudadana no es nuevo y ha
tenido una tendencia creciente en los últimos años sin que los gobiernos
de turno tomaran medidas

De Uribe a Santos
La Política de Seguridad Democrática bajo los dos periodos de gobierno
de Uribe tuvo importantes resultados en materia de seguridad ciudadana,
pues redujo los homicidios, el secuestro, la extorsión, el hurto de
automotores y el hurto a entidades financieras. Sin embargo, durante sus
dos gobiernos, aumentaron los hurtos de motocicletas, residencias,
establecimientos comerciales y personas, como se puede ver en el
Cuadro siguiente:

De esta manera, la Política de Seguridad Democrática no fue tan


totalmente exitosa en materia de seguridad como algunos quieren verla.
Pero durante el primer periodo del presidente Santos y lo que lleva del
segundo, la situación ha tendido a empeorar: seis de nueve tipos de
delitos han aumentado considerablemente.
Se sostiene la reducción del homicidio, el secuestro y el hurto de
automotores. Pero han aumentado la extorsión, los hurtos de
motocicletas, residencias, establecimientos comerciales, a personas y a
entidades financieras. Así lo muestra este Cuadro:

Sobre la base de las cifras anteriores se puede asegurar que los hurtos
no han dejado de aumentar en estos últimos quince años -salvo el de
automotores-. Y son precisamente estos los delitos que hoy más afectan
y preocupan a los ciudadanos.
A estos cambios en la incidencia de los delitos de distinto tipo habría que
sumar otros factores que han modificado tanto la realidad como la
percepción sobre inseguridad en la vida colombiana:

1. La desactivación de parte del conflicto armado -aunque el ELN nos


recuerda que la guerra no ha acabado-
2. Los grupos delincuenciales actúan cada vez mejor organizados y
de forma más sistemática;
3. Vemos y sentimos cada vez más la violencia y delincuencia a
través de los medios de comunicación y la redes sociales;
4. Los noticieros de TV, en particular, destinan más del 50 por ciento
de sus espacios a difundir estos asuntos sin contexto ni análisis
especializado, y
5. El Estado no ha tenido una política de seguridad ciudadana y
convivencia que responda a los requerimientos ciudadanos.
Aunque bajo el primer gobierno del presidente Santos y bajo el
liderazgo del Consejero de Seguridad Francisco Lloreda se formuló
una política en este campo, la iniciativa fue abandonada cuando
este último salió a los dos años de gobierno.

Respuesta descoordinada

Casos de hurto.
Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá

Hay que reconocer que la delincuencia cada vez está más organizada y
tiene varias líneas de acción, como los grupos que se dedican al
narcotráfico para la exportación y consumo al menudeo y cuyos
miembros controlan otras actividades como la minería ilegal, la extorsión,
la trata de personas o la prostitución.
Algunas organizaciones criminales cuentan con formación militar, y la
situación se agrava con la presencia de carteles mexicanos en el país,
que se caracterizan por ser muy violentos. A pesar de esta crisis el
Estado no está organizado, ni responde de manera coordinada.
Hay que crear capital social para que las comunidades se
organicen, con su participación mejorarían las condiciones de
seguridad y bienestar.
Mientras el ministro de defensa, el director de la Policía y el Fiscal piden
cárcel y penas ejemplares para los delincuentes detenidos, los ministros
de justicia de los últimos años han modificado los códigos penal y
penitenciario con penas que sustituyen la privación de la libertad para
aquellas personas cuya reclusión sea inferior a ocho años y han
promovido la excarcelación masiva para reducir el hacinamiento
carcelario que supera el 50%.
En el Estado colombiano existen varias instituciones cuyas funciones
tienen relación con estos temas. Sin embargo su coordinación y trabajo
en equipo son limitados cuando no inexistentes. Las instituciones son:

 El Ministerio de Defensa que a través de la Policía Nacional trabaja


los temas de seguridad y convivencia ciudadana.
 El Ministerio del Interior que a través de la Subdirección para la
Seguridad y Convivencia Ciudadana trabaja con alcaldes y
gobernadores sobre estos temas y les asigna recursos a través del
Fondo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana
( FONSECON).
 La Consejería Presidencial de Seguridad cuya función es apoyar a
la Presidencia y Vicepresidencia en temas de seguridad, al igual
que la Dirección de Política Integral para la lucha contra las Drogas
Ilícitas de la Presidencia de la República, que igualmente apoya a
la Presidencia y la Vicepresidencia.
 El Departamento Nacional de Planeación que a través de la
Dirección de Justicia, Seguridad y Gobierno (DJSG), promueve la
formulación, evaluación y seguimiento de las políticas, planes y
programas en los sectores de justicia, defensa y seguridad
nacional, y orienta la formulación de políticas de seguridad y
convivencia ciudadana.
 Los alcaldes y gobernadores que tienen obligaciones
constitucionales y legales en materia de seguridad
y convivencia ciudadana.
 La Fiscalía General de la Nación.
 El ICBF en lo que tiene que ver con el Sistema de
Responsabilidad Penal de Adolescentes (SRPA).
 El Ministerio de Justicia a través del sistema penitenciario y
carcelario -Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) y
Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios (USPEC), que
administra los centros de detención, en coordinación con las
instituciones de la Rama Judicial.
Si un alcalde o un gobernador quieren solucionar los problemas de
inseguridad en sus territorios y necesitan el apoyo del gobierno nacional
y las instituciones mencionadas, deben acudir a cada una sin que exista
una sola que responda las demandas. Los mandatarios locales tienen
distintos interlocutores para solucionar los problemas de seguridad pero
ninguno de ellos es efectivo.

Hay que trabajar

Inseguridad.
Foto: Policía Nacional de Colombia

A corto plazo, ante la amenaza de grupos criminales organizados, es


necesario que las autoridades redoblen el trabajo en dos campos
principales:
Inteligencia e investigación criminal. Hay que aumentar el trabajo inter-
agencial de las Fuerzas Armadas, la Fiscalía y el Ministerio de Hacienda
a través de la Unidad de Información y Análisis Financiero (UIAF) para
enfrentar y desarticular estas organizaciones criminales, identificando y
expropiando los bienes y recursos que ellas hayan obtenido.
Para esto es necesario recoger las experiencias de las Estructuras de
Apoyo, conformadas por miembros de organismos de inteligencia e
investigación criminal que aportan la información; las investigaciones las
dirigen uno o dos fiscales de la unidad especializada contra bandas
criminales de la Fiscalía. Estas unidades deben trabajar de manera
coordinada y permanente.
Participación ciudadana. Hay que crear capital social para que las
comunidades se organicen, pues su participación es esencial para en
efecto mejorar las condiciones de seguridad y bienestar. Una comunidad
organizada y cercana a las autoridades es menos vulnerable. El trabajo
conjunto de las comunidades con la Policía ha dado buenos resultados
contra la delincuencia: los ciudadanos se sienten más cercanos a la
autoridad y denuncian hechos sospechosos.
A mediano plazo, el Estado, a instancias del Consejo Nacional de Política
Criminal, debe elaborar, ejecutar y hacer seguimiento a una Política
Criminal que comprometa a todos sus miembros y que involucre a los
gobernantes de todos los niveles territoriales. Una política criminal que
vaya de la prevención del delito, el control policial y judicial y el
fortalecimiento de los sistemas de privación de la libertad de adultos y
adolescentes. Para esto hoy se cuenta con el “Diagnóstico y propuesta
de lineamientos de política criminal para el Estado colombiano”,
elaborado por la Comisión Asesora de Política Criminal, y con el borrador
del Plan Nacional de Política Criminal 2017 - 2021.
A largo plazo es preciso pensar en una institución que gestione de forma
coordinada los temas de convivencia y seguridad ciudadana. No sería un
nuevo ministerio, pero puede pensarse en la transformación del
Ministerio de Defensa en el ministerio de la seguridad ciudadana y la
defensa, con dos viceministerios, uno de defensa y el otro de seguridad
ciudadana. Esto ahorraría muchos problemas que existen en la
actualidad.
La inseguridad en la ciudad:hacia una comprensión de
la producción social del miedo

Resumen

Este artículo interroga la manera en que el miedo es producido socialmente. El


objetivo principal es analizar la relación entre inseguridad y representaciones de
violencia elaboradas estadísticamente; así como la relación entre inseguridad y
urbanismo. El estudio está basado en los resultados de investigación del trabajo
titulado Imaginarios Urbanos, coordinado por Armando Silva. El ensayo concluye
que el sentido social del miedo depende de múltiples encuentros entre el discurso
de la seguridad ciudadana y la economía política de las ciudades.

Introducción: la gramática del miedo

"El tema de la inseguridad quizá sea el imaginario más fuerte que se manifiesta en
las ciudades de América Latina"

Armando Silva (84; 2003)


¿Cómo se produce socialmente el miedo? ¿La ciudad es una de las causas del
miedo? ¿En qué condiciones el miedo se convierte en principio urbanístico? ¿Cuál es
la realidad social del miedo en la ciudad? Con estas preguntas en mente, este
ensayo propone una discusión sobre el fenómeno de la inseguridad en un terreno
marcado por la dialéctica del miedo constituida entre imaginarios y urbanismos de
la inseguridad ciudadana.

Analizar el miedo implica, de partida, entender su significado más allá de su


definición psicológica. En este sentido, la palabra miedo dependerá del lenguaje
desde donde es enunciada y de cómo se la ha construido socialmente, lo cual puede
denominarse"imaginario del miedo"; concepto que expresa, retomando la metáfora
de Armando Silva (2004), la invención de un Dios que termina controlando a sus
creadores a través de la religión y la moral. Es decir, socialmente se construye un
imaginario del miedo que después genera conductas de la población acordes con él.

Para Silva el imaginario es un elemento constitutivo del orden social; pero no como
reflejo de la realidad, sino como parte integrante de ella en tanto define estructuras
de significación fijadas en procesos históricos y culturales concretos en los cuales la
gente da forma y sentido a su existencia.

Las ciudades son imaginadas de múltiples maneras por sus habitantes;


respondiendo a complejas relaciones de poder y de mercado; es decir, de una
economía política de la representación que marca la dirección, alcance y efectos de
los imaginarios urbanos en cada caso particular.

Con este artículo se busca analizar la relación miedo y ciudad desde una
perspectiva que dé cuenta de la emergencia de los imaginarios constituidos en
torno a la inseguridad ciudadana. Básicamente, se pretende mostrar la forma en
que las percepciones de miedo se corresponden con el proceso de construcción de
la ciudad, y como aquellos mantienen una relación dialéctica con ella. La idea
fundamental es identificar la emergencia de los imaginarios del miedo en la ciudad.

Para ello se trabajará comparativamente las gramáticas del miedo en cuatro


ciudades de América Latina, dos de ellas dentro de la Comunidad Andina de
Naciones (Bogotá y Quito) con importantes tasas de violencia y las otras dos dentro
del MERCOSUR (Montevideo y Santiago) con tasas relativamente bajas. Para llevar
adelante esta tarea se atiende a dos lenguajes que permiten captar el significado
de la palabra miedo en la construcción social del espacio urbano:

1. Las cifras del miedo, son aquellas percepciones, individuales o colectivas,


producidas cuantitativamente sobre personas, lugares y/o fantasías urbanas con el
objetivo de medir los índices de las violencias en la ciudad.

2. Urbanismo y miedo, perspectiva que hace referencia a las políticas de


organización territorial que pretenden mitigar la inseguridad ciudadana mediante
estrategias de gobierno de la estructura urbana.

Estos dos ejes de análisis tienen por objeto evidenciar la manera en que el miedo
es un hecho social de representación colectiva, bajo la modalidad de los llamados
imaginarios.

La lógica de exposición del artículo se divide en dos secciones.

· La primera atiende a las percepciones de inseguridad de modo comparativo en


Bogotá, Quito, Montevideo y Santiago; partiendo de un análisis de los lugares del
miedo existentes en cada uno de los casos, para finalmente ubicar las gramáticas
del miedo en sus especificidades y paralelismos.

· La segunda sección relaciona el urbanismo y las políticas de seguridad basadas en


la denominada"teoría de la ventana rota". Con ello se pretende mostrar la manera
en que se cruzan ambas prácticas-discursivas en la construcción del espacio
urbano. Metodológicamente, en este punto se retoman los casos de Quito y
Montevideo como casos paradigmáticos de la yuxtaposición y coexistencia de las
políticas de seguridad ciudadana con las políticas urbanas de organización
territorial.

2. Percepciones de inseguridad desde la información:


el locus de los imaginarios de miedo

La estadística no es la simple representación cuantitativa de una realidad social, es


también una creación que sirve para devolver al conjunto de la sociedad una
imagen codificada de sí misma, sea para controlarla y catalogarla o modificarla.
Desde esta perspectiva, la estadística es un mecanismo que permite el ejercicio del
poder represivo o disuasivo a través del saber criminológico (Foucault, 1975). No
obstante, la estadística puede ser también parte de un proceso de acumulación de
conocimientos mediante los cuales las sociedades se organizan política y
culturalmente. En otras palabras, la estadística puede ser simultáneamente
estrategia de dominación o táctica de defensa, porque el complejo saber-poder
estadístico no es monolítico ni unidireccional, sino un campo de fuerzas donde es
posible observar diversas relaciones y articulaciones sociales (Bourdieu, 1999).

Esta dualidad de la estadística exige un análisis cruzado de las condiciones en que


se produce, usa y difunde. En las estadísticas sobre violencia, dos situaciones
previas condicionan significativamente sus resultados posteriores: por un lado, las
tipologías analíticas con las cuales se mide tienen una carga teórica y conceptual
claramente identificable y, por otro, las fuentes de información utilizadas proceden
de las instituciones encargadas de la administración monopólica de la violencia; por
ejemplo, el incremento o decremento de homicidios es tomado casi exclusivamente
de fuentes policiales.

Con estas precauciones, en esta sección se retoma los resultados de una encuesta
realizada en varias ciudades de América Latina, la misma que fue utilizada en la
elaboración del Proyecto Imaginarios Urbanos coordinado por Armando Silva en el
marco institucional de la Universidad Nacional de Colombia y del Convenio Andrés
Bello.

La encuesta buscó recopilar las percepciones ciudadanas particulares a través de un


cuestionario divido en cuatro áreas: 1) identificación, 2) ciudad, 3) ciudadanos, 4)
otredades. La primera busca los diferentes puntos de vista desde los cuales se
percibe la ciudad; la segunda pretende averiguar las percepciones sobre la ciudad
en el sentido físico e histórico; la tercera parte se concentra en los ciudadanos y la
manera de habitar e interpretar la ciudad; finalmente, el objetivo es conocer la
percepción que las poblaciones de una ciudad tienen sobre las otras (Silva, 2004).
En este artículo se utilizan los trabajos sobre Bogotá, Montevideo, Quito y Santiago.
En cada ciudad el título del libro consistió en el nombre de la ciudad y el término
imaginado.

Los imaginarios del miedo tienen planos distintos de aproximación que van desde la
totalidad de la ciudad, pasando por sitios"emblemáticos" que caracterizan a la urbe,
para llegar a espacios diferenciados de ámbito menor. Los imaginarios del miedo
son el producto de una dialéctica social que sintetiza en la realidad las percepciones
de inseguridad con las políticas urbanísticas orientadas a la organización del espacio
de la ciudad.

En el Cuadro No 1 se observa que las ciudades son adjetivadas por sus habitantes a
través de un imaginario general que tiende a caracterizarlas como totalidad. Así,
Bogotá y Santiago son ciudades percibidas como peligrosas cuando sus indicadores
de violencia difieren sustancialmente de 48 a 2 por cien mil habitantes. En los casos
de Quito y Montevideo se las asume como tristes. En otras palabras, en las dos
ciudades iniciales el imaginario tiene que ver con la percepción de inseguridad y en
las otras dos por un estado de ánimo; lo cual hace pensar que la violencia objetiva
no es por sí misma la única variable que construye el imaginario del miedo.

Por otro lado, a pesar de haber utilizado la misma metodología de investigación y


encuesta sobre percepciones en las cuatro ciudades, los libros de Montevideo y
Santiago no trabajan explícitamente los imaginarios de miedo; las referencias a las
percepciones de inseguridad son tangenciales o se encuentran subordinadas a otros
temas urbanos, a pesar de que en las dos ciudades los indicadores de violencia
sugieren un incremento significativo en los últimos años. Esto es particularmente
importante en Santiago, que es percibida por sus habitantes como una ciudad
insegura; lo cual plantea la pregunta: ¿cómo emergen estos imaginarios generales
del miedo y cuál es su procedencia social y política si las tasas de homicidio son
relativamente bajas?

En la siguiente aproximación se intentará reconocer que cada ciudad tiene


ciertas"marcas territoriales" del miedo, donde sus poblaciones construyen y
depositan un imaginario del temor, a partir de las cuales se extiende a la totalidad
de la ciudad, sea por que su ubicación es estratégica, porque los medios de
comunicación operan como caja de resonancia o porque la organización urbana de
la ciudad desatiende selectivamente estos espacios emblemáticos.

En Bogotá, Armando Silva (2003) afirma que la zona denominada el Cartucho fue
imaginada a través de un miedo que se extendió a la totalidad de la ciudad; tan es
así que el 45% de la población sintió miedo a este espacio, incluso sin haberlo
conocido. En el caso de Quito, la calle Marín cumplió la misma función que el
Cartucho, porque las dos zonas son áreas"deterioradas" desde el punto de vista
urbanístico, se localizan en zonas de comercio informal, existen economías ilegales
y se desarrollan actividades sancionadas negativamente por la moral de la ciudad;
por ejemplo, el trabajo sexual o cualquier tipo de diversiones transgresoras.
En Bogotá, fenómeno también presente en Quito con la Calle Ipiales, imagina la
inseguridad en función de los llamados"sanandresitos", sitios donde se venden
artículos de contrabando y objetos de segunda mano o robados. Para los
ciudadanos estas economías no son únicamente geografías marcadas por el miedo,
porque también lo son del desorden y la ilegalidad, características que operan
circularmente produciendo miedo. Además, se debe tomar en cuenta que en Bogotá
y Quito las actividades informales han sido históricamente parte constitutiva de la
economía urbana, lo cual las recubre de un halo de naturalidad y normalidad (Silva,
2003).

Adicionalmente hay que señalar que en Bogotá en el Cartucho y en Quito en la calle


Ipiales fueron espacios donde se aplicaron procesos de"recuperación" urbana
basados en lógicas orientadas a"desterrar" o reubicar el comercio informal, lo cual
tiende a modificar el"imaginario del miedo" inicial. Sin duda que el trabajo en el
espacio público y sobre todo en aquél de referencia general para una ciudad, es un
punto central de la llamada prevención situacional.

En lo referente a Santiago y Montevideo los imaginarios del miedo están


relacionados con el abandono urbanístico de ciertos lugares de la ciudad,
especialmente aquellos de origen natural, como son los dos riachuelos convertidos
en cloacas y basureros en cuyas riberas se asientan sectores populares: Miguelete
y Zanjón de la Aguada1. Pero adicionalmente también dos Cerros emblemáticos
como el Cerro Montevideo (de donde viene el nombre de Monte-video) y el Cerro
Santa Lucía en Santiago, donde la población los considera lugares peligrosos pero
por razones diferentes: mientras en el primero habitan sectores populares
empobrecidos, el segundo es un parque con alta carga simbólica.

Y por otro, aquellos lugares antrópicos producidos desde el urbanismo. Allí están las
calles 18 de Julio en Montevideo, Paseo Ahumada en Santiago o la calle Jiménez en
Bogotá, todas ellas con alta concentración longitudinal de actividades económicas
informales.

Es interesante resaltar que en la construcción del imaginario del miedo juega -en
todos estos lugares- un papel significativo la cromática, cuestión que en general se
le asigna poco valor. Si se compara el Cuadro No. 2, Zona Insegura y color y el No.
3, Calles y lugares peligrosos en las cuatro ciudades queda claramente expuesta
esta apreciación, porque hay una correspondencia directa entre las zonas más
inseguras con aquellas que se les considera tienen un color desagradable.

Esta consideración del color puede extenderse al sonido, a la temperatura y al olor


que producen estos lugares. Los ríos que concentran basura generan miedo por el
olor que producen. Los lugares centrales de las ciudades tienen temperaturas
superiores a los de la periferia por la gran actividad comercial y social existente,
cuestión que se asocia al temor. El sonido característico de las zonas de comercio
callejero informal en unos casos atrae a los compradores y en otros repele a la
población por la inseguridad que produce.

Una primera lectura de las particularidades y paralelismos de las percepciones de


inseguridad nacidas en estos contextos permiten afirmar que el espacio urbano es
soporte y productor de imaginarios del miedo a través del olvido, del deterioro y del
tránsito así como también del comercio informal, la mala recolección de basura, la
precaria iluminación, la cromática deficiente y la residencia de sectores
empobrecidos. Todos estos elementos proyectan un imaginario de miedo a toda la
ciudad gracias al eco que produce, por un lado, la constante existente de su
ubicación en lugares céntricos de la ciudad y, por otro, a la existencia de
información procesada y a la presencia en los medios de comunicación con sus
políticas explícitas2.

Estos imaginarios del miedo operan como caja de resonancia para que el conjunto
de la población demande la formulación de políticas de seguridad ciudadana. En
otras palabras, la seguridad ciudadana se ha convertido en una demanda social
ligada al incremento de las percepciones de violencia y altamente vinculada a
estas"marcas territoriales". En unos casos estas políticas se dirigen hacia estos
espacios específicos mediante procesos de renovación urbana y en otros con
estrategias particulares de seguridad ciudadana (policía, cámaras).

Estas últimas se apoyan en la producción de información estadística sobre violencia,


cuestión que ha sido un punto de partida fundamental en las cuatro ciudades. Este
interés ha permitido mostrar fenómenos de violencia que antes no eran tomados en
cuenta, como por ejemplo, la violencia intrafamiliar que se aprecia con un
incremento en la producción de estadística y estudios que han hecho visible su
presencia (Carrión y Núñez, 2005).

Adicionalmente la información sobre violencia es utilizada por los medios de


comunicación para la elaboración de sus materiales noticiosos, lo cual ha permitido
el ingreso a la vida cotidiana y la configuración de imaginarios urbanos que
trascienden el sitio o la zona. No obstante, es pertinente hacer una distinción entre
la información difundida por la prensa y la televisión, porque mientras los
periódicos usan la información estadística para el tratamiento temático de los
fenómenos de violencia, la televisión procesa y mediatiza desde las retóricas de
crónica roja; sin embargo, unos y otros bajo una óptica de espectacularización de la
noticia y de la construcción de la seguridad desde un supuesto orden público único
e indiscutible.

Las percepciones de inseguridad brindan una pista significativa sobre la constitución


de imaginarios del miedo en la ciudad, no sólo porque las percepciones de la
violencia difieren de los casos reales -hecho que se conoce gracias a las encuestas
de victimización donde generalmente la percepción de inseguridad es tres veces
mayor que los casos de violencia- sino porque el sentido del miedo y sus
manifestaciones varían según el contexto en que son producidas (Ver Cuadro 4).

Susana Rotker (2000: 8) explica estas variaciones haciendo una crítica a la


estadística de la violencia:"Las cifras suelen ser el primer recurso del que se echa
mano para intentar comunicar la experiencia o la desmesura de la violencia social
en lo cotidiano, pero las cifras se vuelven imagen o sonido hueco, canto repetido y
gastado por la rutina, así se regrese a ellas para intentar hacer creíble los relatos".

Desde esta perspectiva, si bien el estudio de Montevideo no trata el tema del miedo
estadísticamente, sí lo hace de manera indirecta cuando se refiere a los jóvenes y
su territorialidad; así tenemos que a los jóvenes se les adjudica un uso del espacio
público a través del consumo de alcohol y drogas ilegales (Álvarez, Huber y Silva,
2004), con lo cual uno y otro terminan marcados por los imaginarios del miedo. El
joven es peligroso, más si consume productos psicotrópicos y mucho más si lo hace
en el espacio público.
La relación de los jóvenes con el espacio público y la violencia se construye sobre
un complejo esteriotipo social que depende de múltiples factores antropológicos. El
estudio de Montevideo sobre imaginarios urbanos no da cuenta de las prácticas
discursivas que sostienen y reproducen esta clase de representaciones colectivas;
sin embargo, otros estudios sobre jóvenes advierten sobre la participación perversa
de los medios de comunicación, los cuales operan como vectores de significaciones
culturales. (Andrade, 2004)

Dichos estereotipos y estigmas -avalados y elevados a categorías analíticas por


académicos- suelen ser utilizados para descontextualizar y esencializar a la gente
agrupada en un rango de edad determinado. Por ejemplo, se habla de"culturas
juveniles" para referirse a una serie de manifestaciones y retóricas de un grupo
poblacional definido por su condición etárea.

Santiago de Chile también imagina el miedo y la inseguridad, según Ossa y Richard


(2004), a través de los medios de comunicación de masas que controlan y
administran las representaciones de la urbe; las cuales se ven promocionadas por
un abandono paulatino del espacio público por parte de los habitantes de la ciudad
y por el copamiento de la opinión pública de un modelo televisivo que da vida a
personajes mediáticos que encarnan la violencia. Así tenemos como ejemplo:

"…apodado el Tila, también deterioró la insignificancia de lo habitual con asesinatos


y violaciones que sometieron la ciudad al terror y a la expectación sensacionalista
generada alrededor de la muerte violenta. Apodado el"sicópata de La Dehesa" se
convirtió -durante 2002_ en la encarnación de todos los errores mundanos y en la
falla de todos los servicios asistenciales. La prensa encontró en él la medida justa
del asesinato en serie; con una personalidad compleja e inapropiable para el perfil
del ratero común, sirvió de espectro a las cadenas informativas que intentando
explicar su desvarío, lo reeditaban _todos los días _ en versiones inconexas que
iban desde la psicología clínica hasta el doble cinematográfico; desde la conjetura
policial a la sentencia conductista avalada por remozadas tesis de darwinismo
social".

A modo de conclusión inicial se puede afirmar que las estadísticas sobre violencia
han sido producidas por los gobiernos locales para enfrentar la inseguridad
ciudadana, pero también han sido utilizadas por los medios de comunicación para
producir representaciones de inseguridad, cuya repercusión más visible han sido la
estigmatización de los espacios urbanos donde los índices de delincuencia suben.
Por ejemplo, la metodología con la que los municipios realizan los"mapas de la
violencia" es llamado sistema de georreferenciación y sirve para localizar en espacio
y tiempo los hechos delictivos de la ciudad.

Así, fácilmente, aparecen los calificativos de zona roja, barrio peligroso, calle del
hampa y parque inhóspito, que terminan por sellar esta condición en el imaginario
de la población. En otras palabras la estadística se convierte, a partir de los usos
que hacen los medios de comunicación, en un mecanismo constructor de
imaginarios del temor y del miedo en la ciudad.

En el Gráfico siguiente se pueden reconocer claramente los lugares de


concentración donde se cometen los hechos delincuenciales más comunes. Una
cosa es esta información y otra es la representación que de ella hacen los medios
de comunicación, para producir esas simplificaciones que termina por estigmatizar
barrios, calles o zonas de la ciudad.
De este modo, en las ciudades donde la estadística es una herramienta de política
pública, los imaginarios del miedo se encuentran relacionados con la manera en que
se representa el delito. Así, las estadísticas sobre delincuencia están relacionadas
con locus territoriales que definen las percepciones de miedo de los ciudadanos. Los
índices de violencia adquieren sentido en función del espacio urbano.

También es evidente el papel protagónico de los medios de comunicación en la


producción de los imaginarios del miedo. El lenguaje mediático alberga y soporta
estructuras esteriotipadas de significación sobre grupos sociales determinados
como los jóvenes. Habría que hacer una exploración más minuciosa para
determinar la manera en que las categorías de clase,"raza", género y ciudadanía
intervienen en la configuración de estos imaginarios, los cuales terminan
destituyendo y desheredando socialmente a determinados sectores de la sociedad.

La violencia en la escena mediática se personifica. El delincuente televisivo es un


personaje que encarna todas las violencias de la sociedad, es el chivo expiatorio de
un miedo producido y reproducido por el consumo masificado de la violencia. Sin
embargo, hay que considerar que el delincuente televisivo necesita de personajes
secundarios que le permitan ser el protagonista de la violencia mediática. Uno de
ellos es el experto en temas de violencia, aquel que supuestamente puede explicar
el comportamiento del delincuente, quien por su formación o experiencia
comprende de alguna manera el punto de vista del criminal.

En esta dramaturgia de la violencia, las víctimas somos todos. Los testimonios de


las personas que han sufrido un acto violento sólo sirven de tramoya para que el
personaje principal se convierta en el delincuente televisivo, quien en realidad no
existe porque se lo desprovee de vida, familia y trabajo, y su acción queda reducida
al acto violento fuera de contexto y banalizado.

Adicionalmente hay que señalar que las cifras sobre violencia pueden convertirse en
instrumentos represivos y justificaciones de prácticas contrarias a los derechos
humanos; sin con ello sugerir su satanización. Los datos cuantitativos son
necesarios para el análisis social, no obstante los investigadores y hacedores de
políticas deben estar concientes de la complejidad del fenómeno de la violencia,
donde las tasas son un indicador que requiere ser contextualizado. Además,
cualquier persona que emplee estadísticas sobre violencia debe considerar que las
fuentes a partir de las cuales se construyen indicadores de violencia responden a
determinados intereses institucionales que no pueden desconocerse a la hora de
evaluar el valor de la información. Por eso, es necesario construir indicadores de
violencia sobre preguntas y metodología de análisis social.

3. Urbanismo y miedo

El urbanismo es una herramienta de gobierno de la ciudad y su puesta en práctica


está articulada a las relaciones de poder; tanto en el mantenimiento de la
atomización de los ciudadanos como en su reagrupación dentro de espacios
controlados. El urbanismo permite mantener aislados y juntos a los habitantes de
una ciudad. (Debord, 2003)

En América Latina se observan dos fenómenos sociales que dan cuenta del campo
de poder urbanístico en términos de la relación que existe entre la remodelación
espacial de la ciudad y la reorganización social del espacio urbano. El primero se
manifiesta en las políticas de patrimonio de los centros históricos, las cuales definen
el uso de determinadas áreas y edificaciones en función de los criterios de la
conservación arquitectónica. El segundo se expresa claramente en los proyectos
denominados de"regeneración urbana" donde se aprecia la intervención en la
construcción de espacios"públicos" genéricos, a los cuales sólo es posible acceder a
través de los mercados de entretenimiento en calidad de consumidores.

¿Cómo se relaciona la geografía de la violencia y la estigmatización de actores


sociales con el urbanismo? Un caso emblemático es el de la Avenida 24 de Mayo,
calle del centro histórico de Quito, considerada la más peligrosa de la urbe por el
42% de sus habitantes. Esta calle tiene todos los calificativos negativos que puedan
otorgársele a un espacio de la ciudad: peligrosa (31,3%), lugar de prostitución
(28%), sucia (10%), y de mayor delincuencia (Aguirre, Carrión, Kingman, 2005).
Pero la Avenida 24 de Mayo no es el único sector en Quito donde la dinámica
urbana está marcada por estos elementos sociales; existen otros como La Marín, La
Colmena o la Alameda, pero sí es un caso en el que vale detenerse.

Esta avenida 24 de Mayo fue en sus inicios el límite de la ciudad, primero como
quebrada y luego como avenida. Hasta allí llegaba la ciudad siendo, por tanto, un
icono identitario. Posteriormente se convirtió en un lugar para que la aristocracia
quiteña pueda visibilizarse y representarse. Sin embargo, el crecimiento de la urbe
hizo que la Avenida transforme su sentido y funcionalidad, convirtiéndose en el
espacio de encuentro de la ruralidad con el mundo urbano. De allí en más cambia
su contenido social y adquiere una condición simbólica vinculada a los sectores
populares: será la venta ambulante de muebles, de curanderos, de yerberos y de
lectores del futuro que llegan al lugar y lo hacen de la mano con las cantinas,
cantantes, prostíbulos y hoteles. A partir de este momento se convierte, para la
opinión pública y para las elites locales, en el lugar de expresión típico de los"bajos
fondos". Y esto permite concluir que la noción de peligro se construye socialmente:
lo que para unos es un espacio de temor para otros puede que no lo sea.

En ese momento llega una propuesta que busca"recuperarla". Se construye un


viaducto subterráneo que prescinde de la Avenida y por tanto del centro histórico;
posteriormente se transforma su funcionalidad como espacio de encuentro,
memoria y relación gracias a una propuesta urbano-arquitectónica que rompe con
los vínculos con la red social en la cual se sustenta, negándose el sentido de la
perspectiva espacial como imagen. En otras palabras, el pasado fue desbordado por
un sentido de futuro que lo negaba de raíz, lo cual hizo perder su condición de
frontera, de zona de espectáculo, de bisagra con la ruralidad y de extracción
popular para pasar a ser un"no lugar" destinado al miedo. Se le vació de contenido
y hoy se manifiesta como caja negra que debe ser sorteada a como dé lugar.

Las políticas de patrimonio constituyen la expresión urbanística de las acciones que


buscan organizar el espacio público mediante procesos de transmisión generacional
que incluyen y excluyen a los sujetos patrimoniales según su posición en el
conflicto. En Quito, por ejemplo, esas políticas no pueden entenderse fuera de la
economía del turismo, del saneamiento poblacional y la especulación inmobiliaria;
mercados en los que adquieren sentido las estrategias de poder ejercidas sobre la
memoria colectiva de la urbe, donde no sólo participa el Estado, sino una serie de
instituciones y campos de fuerza. (Goetschel y Kingman, 2005).

Ana María Goetschel y Eduardo Kingman (2005) sostienen que el centro histórico,
emblema patrimonial de la ciudad, se concibe como un espacio histórico pero al
mismo tiempo deshistorizado. Un espacio controlado, ordenado y limpio, de
espaldas a la propia ciudad y su historia. El modelo de renovación del centro
histórico proyecta una estética de mall."Espacio vigilado y aséptico, donde la gente
puede moverse libremente, mirar, comprar, pero como parte de un orden o de una
micro-política. Este tipo de orden solo es posible como control y al mismo tiempo
como generación de una cultura y un consenso de clase media". 3

En Montevideo, en cambio, no son las políticas de patrimonio las que marcan la


tónica de la organización del espacio público. Si se toma como caso de estudio La
Rambla, gigantesca obra de ingeniería iniciada en los años veinte del siglo pasado
cuyas premisas arquitectónicas fueron:"conectar eficientemente la península y los
barrios costeros, continuar el centro de la ciudad hacia la costa, proporcionar a la
población de la Ciudad Vieja un paseo marítimo, otorgar a la"ciudad de turismo" un
poderoso atractivo y regularizar y embellecer el sector sur de la ciudad" (Álvarez,
Huber y Silva, 2004: 69).

La Rambla es un caso paradigmático, en tanto sirve de ejemplo donde se hallan


contenidas una serie de regulaciones sobre la producción de espacios urbanos
genéricos. Este malecón es un espacio público diseñado desde intereses
económicos y de poder que buscan construir un paisaje donde se hace necesario
realizar una reorganización social del espacio urbano, cuyo concepto clave es la
exclusión de grupos desprovistos de poder.

El trazado de la Rambla Sur transformó en leyenda una parte de la historia


montevideana. Una impresionante operación de expropiaciones que involucró 929
fincas, en un total de 109.406 metros cuadrados, arrasó con el Bajo _con
legendarias calles del vicio, Yerbal y Santa Teresa_ y una parte del Barrio Sur. En
noviembre de 1929 fueron desalojados de los dos últimos lupanares, se demolieron
casas, se rellenó el terreno y por La Rambla la ciudad comenzó a escurrirse hacia el
este. El Bajo había sido hasta ese momento el barrio prostibulario, la zona roja de
Montevideo, donde"se aprovecha hasta un agujero para instalar un prostíbulo", al
decir de Ramón Collazo. Allí, probablemente, se bailaron los primeros tangos.

Enfocadas así, las políticas urbanas en los países de América Latina adquieren una
consistencia y especificidad que permite dar cuenta de los procesos de
reorganización del espacio público. A modo de hipótesis, se puede sostener que en
los casos descritos, los imaginarios del miedo, las geografías de la violencia y los
actores sociales estigmatizados por la inseguridad ciudadana se relacionan con las
políticas de producción y control del espacio urbano.

La idea principal de esta afirmación es que los imaginarios del miedo son parte de
las representaciones sobre violencia fijada histórica y culturalmente. En el caso de
los países latinoamericanos, dicha representación se caracteriza por contener una
serie de"teorías" sobre delincuencia, entre las que sobresale la llamada teoría de
la"ventana rota" vinculada al discurso del urbanismo.

La"teoría de la ventana rota" es una explicación criminológica de la delincuencia


que establece una relación causal entre urbanismo y delincuencia. La tesis
fundamental de esta teoría sostiene que infracciones menores como el vandalismo,
el mendigar, el embriagarse, la falta de iluminación, el deterioro de la
infraestructura urbana o el graffiti"sí no son controladas a tiempo en el marco de la
comunidad, generan una cadena de respuestas sociales desfavorables, por las
cuales un vecindario decente y agradable puede transformase en pocos años y
hasta en pocos meses en un atemorizante gueto" (Sozzo, 2000).

Máximo Sozzo (2000) explica que desde esta perspectiva el"deterioro urbano"
genera desapegos respecto de la comunidad, incluso su abandono. La consecuencia
es una desactivación de los mecanismos de control social informales, generando
delitos cada vez más graves y una mayor sensación de inseguridad. De este
modo, urbanismo y seguridad se confunden en la idea de ornato entendida como
un principio de ordenamiento urbanístico que emerge en la modernidad. El ornato
es un modo de vivir y dividir el mundo; además es un dispositivo de poder que
permite ordenar y administrar a las cosas y a las personas. (Kingman, 2006).

En esta línea, urbanismo y criminología se confunden conforme se acercan a la


economía y/o el derecho; ambos se convierten en mecanismos estabilizadores y
organizaciones de mercados de consumo masivo como el turismo o el mercado
inmobiliario y del orden social. Los dos discursos (urbanismo y seguridad) son parte
de una misma estrategia de poder que tiene por objetivo controlar el espacio
público. Así, la arquitectura se convierte en un dispositivo físico de seguridad usado
ideológicamente en procesos de exclusión social.

Lo que distingue los casos de Quito y Montevideo, y por eso los hace
paradigmáticos en el sentido apuntado es que en el caso de ciudades donde la
noción de patrimonio se encuentra anclada en una"historiografía deshistorizada"
(Quito), la estrategia de poder confunde urbanismo y seguridad en función de
espacios organizadores de la memoria colectiva; mientras en casos como el de
Montevideo se observa que la relación entre arquitectura y policía, en el sentido
amplio del término, se establece en el marco de discursos sobre"identidad",
independientemente de que el paisaje sea inventado sin ningún correlato con forma
alguna de tradición histórica (Andrade, 2006).
4. Conclusiones

En este ensayo se ha intentado establecer la procedencia de los imaginarios del


miedo, recurriendo para ello al análisis de las percepciones de inseguridad y la
relación entre urbanismo y seguridad. Con este trabajo se pretende localizar el
miedo en la ciudad, mostrar la manera en que su existencia social depende de
campos de poder, identificables y concretos, como la estadística, los medios de
comunicación y la arquitectura urbana.

La comparación de percepciones entre ciudades, dos de la región andina y dos del


cono sur ha permitido distinguir procesos constantes de producción social del
miedo. Uno marcado por los efectos de las cifras sobre violencia, donde la
estadística se convierte en el correlato de la inseguridad, concentrando el miedo en
determinados lugares de la ciudad y creando un clima adverso al disfrute del
espacio público.

La segunda arista de análisis muestra la manera en que urbanismo y seguridad


pública convergen en el proceso de construcción y reconstrucción de la ciudad.
También es posible observar la manera en que el miedo es enunciado en campos
de fuerza signados por políticas públicas concretas; por ejemplo, aquellas
relacionadas con el patrimonio, y mercados específicos del turismo y la
especulación inmobiliaria. Adicionalmente, esta sección permite comprender la
manera en que urbanismo y seguridad pública son componentes de una estrategia
de poder más amplia encomienda a controlar el espacio urbano.

Desde la perspectiva planteada, el miedo es un producto social inscrito en


estructuras y dinámicas urbanas concretas. El miedo, además de ser un fenómeno
psicológico, es un hecho social que se comprende desde procesos políticos y
culturales históricamente situados. En el caso de América Latina, dichos procesos
responden, en gran medida, paradójicamente al discurso sobre la seguridad pública
y ciudadana; así como al monopolio de la violencia simbólica ostentada por los
medios de comunicación masiva.

En este sentido, la estadística sobre seguridad ciudadana ha afectado las


percepciones de inseguridad entre los habitantes de las ciudades, lo cual resulta
preocupante, en tanto, la información que se produce a nivel local sobre violencia
generalmente depende de datos policiales o judiciales. Cifras que terminan
influyendo en la definición de agendas de política pública y de investigación social.

En el caso de la relación urbanismo y seguridad se puede afirmar que su cercanía,


si bien no tiene por qué ser necesariamente negativa, en los casos estudiados
evidencia que su dependencia de economías privadas las ha convertido en
mecanismos de exclusión y marginación social. Si bien los procesos de casos de
Quito y Montevideo son diferentes, siendo el último más cercano al que atraviesa
Guayaquil los últimos años, en ambos se observa que la lógica del mercado se
imponen a la lógica ciudadana, lo cual es negativo para la construcción de
democracias equitativas y participativas.

NOTAS
1
En Quito está el Río Machángara y en Bogotá el Río del mismo nombre, que tienen
características similares a los anteriores, lo cual muestra constantes interesantes en
los cuatro casos.
2
En el caso de Lima se pueden señalar casos similares, que dan lugar a pensar en
ciertas constantes: elementos naturales como el Río Rimac y el Cerro San Cristóbal,
o socio-urbanos, como las Malvinas y el Jirón de la Unión, muestran exactamente lo
mismo que las otras cuatro ciudades: los lugares del miedo de la ciudad están en la
centralidad urbana, vinculados a ciertos hitos naturales (cerros y ríos) y urbanos
(calles y zonas) donde los sentidos transmiten percepciones de los lugares (olor,
color, temperatura, sonido) a los que la política urbana les ha dado las espaldas:
deterioro, mala recolección de basura, iluminación deprimente, concentración de
comercio informal, etc.

También podría gustarte