La Inseguridad en Colombia
La Inseguridad en Colombia
La Inseguridad en Colombia
problema real?
Otra ciudad que registró un importante incremento en materia de seguridad fue Santa
Marta, donde la modalidad de robo que más se presentó en la ciudad en 2017 fue el
hurto a personas. De 994 casos en 2016 se pasó a 2.044 en 2017, es decir, un
incremento del 105 por ciento.
En esta zona del suroriente de Barranquilla es donde tienen presencia bandas como 'Los
Papalópez' y 'Los Calabazos', a quienes, pese a los golpes recibidos (unos 30 integrantes
de estas organizaciones se encuentran tras las rejas), son los responsables de delitos
como concierto para delinquir, hurto, tráfico de estupefacientes, extorsión y homicidio.
El atraco callejero es el delito que más golpea a la ciudad, en especial sectores como el
norte, donde se concentra gran parte de la zona bancaria y comercial de esta capital. Sin
embargo, la Policía Metropolitana ya cuenta con 1.800 uniformados más que
llegaron a reforzar la seguridad en esta temporada de carnavales.
Una de las principales quejas frente a la labor de las autoridades en el tema de frenar a
la delincuencia común en las ciudades es que muchas de las capturas no pasan de ahí,
por lo que se pide a la ciudadanía denunciar de manera inmediata para poder emitir una
condena contra los delincuentes.
En solo hurtos a personas, el año pasado hubo 14.507. En estos casos, la población se
ha quejado de robos por parte de personas en motocicleta.
De acuerdo con datos de la Policía, recogidos por 'Cali, Cómo Vamos', los robos
representaron un incremento del 39,1 por ciento. En el 2016, hubo 10.431 robos a
transeúntes.
Los robos de solo celulares también tuvieron aumento en la capital del Valle. Se pasó
de 5.006 en 2016 a 8.517 en 2017, según datos de la Policía.
En 2017 se registraron 1.186 hurtos al comercio en Cali, cifra 19,8 por ciento superior
frente a 2016. Tanto en el primer como en el segundo semestre de 2017 se registró un
incremento en el hurto al comercio de la ciudad, sin embargo, se destaca que el
incremento fue mayor en el primer semestre de 2017 (+42,2 por ciento).
El año pasado se registraron 1.008 hurtos a residencias en Cali, cifra 16,0 por ciento
superior frente a 2016. Se destaca que en el primer semestre de 2017 se registró el
mayor incremento en el número de hurtos a residencias en Cali.
En el caso de las motos, el número de hurtos de este tipo de vehículos, en 2017 en Cali,
se redujo 24 por ciento frente a 2016 (714 casos menos). Se destaca que la reducción en
el número de hurto de motos se tuvo en los dos semestres del año, siendo el segundo el
que mayor registró de reducción frente a 2016 (-31,9 por ciento).
En 2017 se registraron 1.514 hurtos de automóviles en Cali, cifra 22,0 por ciento
inferior frente a 2016. Se destaca que la reducción en el número de hurtos se registró
durante los dos semestres del año, siendo el segundo semestre de 2017 el que registró la
mayor reducción en el número de vehículos robados (-33.0 %).
En Armenia, los delitos que más han incrementado son el hurto y las lesiones
personales, según informó la secretaria de Gobierno de la ciudad, Gloria García.
Aunque el homicidio bajó un 20 por ciento durante el 2017, el hurto en todas sus
modalidades subió un 18 por ciento y las lesiones personales un 12 por ciento.
De acuerdo a las cifras reveladas por García, el hurto a personas fue el que más aumentó
en la ciudad: de 286 casos que se denunciaron en 2016 pasó a 1.518 casos reportados en
2017. La modalidad que más usan los delincuentes es el raponazo o el atraco. Y los
sitios donde más se presentan los hurtos son el centro y norte de la ciudad.
Extranjeros estarían tras criminalidad en la frontera con Venezuela
El fenómeno migratorio que se experimenta por la entrada diaria de 50.000 personas a
través de la frontera con Venezuela ha impactado negativamente la percepción de
seguridad en la ciudad de Cúcuta y su área metropolitana.
En 2017, la Policía adelantó 4.715 capturas, de las cuales, 515 casos corresponden a
ciudadanos venezolanos, casi el doble de los 235 extranjeros involucrados en
conductas delictivas en 2016.
“Hemos activado comandos especiales en la línea divisoria para atacar este universo de
delitos que tienen alterada la tranquilidad en esa zona del país”, señaló el coronel Javier
Barrera, comandante de la Policía.
La ola de violencia, gestada por el dominio territorial entre actores armados, ha sido
denunciada en varias ocasiones por la Fundación Progresar. En un reciente informe, esta
organización atribuyó la retahíla de actos violentos a la aparición de un grupo ilegal
denominado Ejército Paramilitar de Norte de Santander, cuyo nivel de crueldad se
asemeja al extinto Bloque Fronteras de las Auc.
Ola de atentados contra el Caño Limón tiene paralizada su operación
Reportan asesinato de líder comunitario del Magdalena Medio
Inician operativos de control migratorio a venezolanos en Bucaramanga
Las 51 acciones delictivas del Eln desde el fin del cese del fuego
Las ciudades que mejoran
Manizales y Pereira han registrado importantes reducciones en hurtos.
La semana pasada, el país vivió una realidad que los colombianos creían
superada. Atentados terroristas, una avioneta secuestrada, líderes de tierras
asesinados, sangrientas vendettas de la mafia y una delincuencia común
desbordada, cuya sevicia indignó al país cuando una mujer embarazada recibió
tres tiros a quemarropa de unos criminales que trataban de robarle el carro.
Hacía muchos años los colombianos no sentían tanta inseguridad, tanta falta
de autoridad y tanta desprotección del Estado.
Pero quizás lo más increíble es que la mayoría de los episodios violentos que
sacudieron al país en los últimos días tienen un denominador común:
delincuentes reincidentes capturados en el pasado por todo tipo de delitos y,
por distintas razones, dejados en libertad en los estrados judiciales.
Esta oleada de inseguridad terminó amplificada en las redes sociales por medio
de cadenas en WhatsApp, comentarios apasionados e indignados y hasta
falsas noticias con las que muchos quisieron pescar en río revuelto (ver
recuadro). ¿Qué pasó? ¿Qué tan inseguro está el país? ¿Acaso regresó
Colombia a épocas superadas o hay un pánico exagerado frente a episodios
mediáticos, pero que no reflejan la situación real de seguridad?
Pero esto no quiere decir que la criminalidad no esté haciendo su agosto con
delitos como el robo en todas sus modalidades. Y que, ante la falta de pie de
fuerza de la Policía, y de autoridad y de justicia del Estado, la delincuencia –y
ahora el terrorismo– cabalgue en la impunidad.
Sin duda, el episodio más grave de esta oleada de violencia fue el atentado del
ELN en la estación de Policía San José en Barranquilla, Atlántico, que dejó 5
muertos y 42 heridos. Esta célula terrorista está relacionada con los autores de
otros ataques en Bogotá en 2015, y aunque las autoridades detuvieron a todos
sus integrantes hace tres años, los jueces los dejaron en libertad y desde hace
dos años están en las calles. Algo similar ocurrió con los integrantes del grupo
radical MRP, que detonaron la bomba del Centro Andino y mataron a tres
personas. Meses antes del atentado, la Policía había arrestado a dos de ellos
con una bomba en su poder. Al llevarlos ante un juez, quedaron en libertad
“porque la bomba no estalló”. Una vez libres, orquestaron el ataque al Centro
Andino y, esa vez, el artefacto sí estalló. ¿Qué habrá pensado el juez que los
soltó?
Y ni hablar de lo que ocurre a diario en las calles. El caso del menor que
provocó una masiva movilización en Kennedy, al sur de la capital, refleja esta
triste realidad. Su asesino, que lo apuñaló hasta quitarle la vida por robarle la
bicicleta, ya había sido arrestado por otro intento de asesinato con arma blanca
unos meses atrás. Pero una orden judicial lo sacó a la calle.
Y lo que es peor: los jueces dejan en libertad a los delincuentes por los delitos
que más afectan la percepción de seguridad del ciudadano común. Por
ejemplo, solo el año pasado, 12.069 ladrones capturados en flagrancia robando
a personas y entidades comerciales quedaron en libertad por orden judicial. Y
6.425 de los arrestados por lesiones personales recobraron la libertad al llegar
a audiencias ante los jueces. Más de 26.000 detenidos por tráfico, fabricación y
porte de estupefacientes (microtráfico) también salieron.
Ciudades indefensas
En Bogotá, los habitantes sufren especialmente este fenómeno. En los últimos
cuatro años las autoridades capturaron a 26.865 delincuentes en flagrancia, la
mayoría implicados por robo a personas y entidades comerciales o por tráfico
de estupefacientes y homicidio. Lo increíble es que de esa cifra más del 90 por
ciento (25.333) de ellos habían sido detenidos al menos en cinco oportunidades
y no pasaron más de un año tras las rejas.
De noticias a estadísticas
Los registros de los medios de comunicación y las autoridades parecen
indicar que la inseguridad se ha desbordado en los últimos meses.
Los atentados terroristas en Barranquilla, Soledad y Buenavista -los
cuales se atribuyó el ELN-, la masacre de siete personas en Yarumal, el
robo e intento de asesinato de una señora en el barrio Rosales de
Bogotá, el asesinato de un joven y tres taxistas en esta misma ciudad, el
aumento de los homicidios en Medellín, el asesinato de más y más
líderes sociales (del cual se ocupa Carlos Guevara en esta misma
entrega de Razón Pública), la presencia de los carteles mexicanos en
Colombia y la decisión de algunos jueces de dejar en libertad a
criminales a pesar de las pruebas de la Policía y la Fiscalía, son algunos
de los acontecimientos que han alertado a los ciudadanos y al Estado.
Hay que reconocer que la delincuencia cada vez está más
organizada y tiene varias líneas de acción.
Sin embargo el problema de inseguridad ciudadana no es nuevo y ha
tenido una tendencia creciente en los últimos años sin que los gobiernos
de turno tomaran medidas
De Uribe a Santos
La Política de Seguridad Democrática bajo los dos periodos de gobierno
de Uribe tuvo importantes resultados en materia de seguridad ciudadana,
pues redujo los homicidios, el secuestro, la extorsión, el hurto de
automotores y el hurto a entidades financieras. Sin embargo, durante sus
dos gobiernos, aumentaron los hurtos de motocicletas, residencias,
establecimientos comerciales y personas, como se puede ver en el
Cuadro siguiente:
Sobre la base de las cifras anteriores se puede asegurar que los hurtos
no han dejado de aumentar en estos últimos quince años -salvo el de
automotores-. Y son precisamente estos los delitos que hoy más afectan
y preocupan a los ciudadanos.
A estos cambios en la incidencia de los delitos de distinto tipo habría que
sumar otros factores que han modificado tanto la realidad como la
percepción sobre inseguridad en la vida colombiana:
Respuesta descoordinada
Casos de hurto.
Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá
Hay que reconocer que la delincuencia cada vez está más organizada y
tiene varias líneas de acción, como los grupos que se dedican al
narcotráfico para la exportación y consumo al menudeo y cuyos
miembros controlan otras actividades como la minería ilegal, la extorsión,
la trata de personas o la prostitución.
Algunas organizaciones criminales cuentan con formación militar, y la
situación se agrava con la presencia de carteles mexicanos en el país,
que se caracterizan por ser muy violentos. A pesar de esta crisis el
Estado no está organizado, ni responde de manera coordinada.
Hay que crear capital social para que las comunidades se
organicen, con su participación mejorarían las condiciones de
seguridad y bienestar.
Mientras el ministro de defensa, el director de la Policía y el Fiscal piden
cárcel y penas ejemplares para los delincuentes detenidos, los ministros
de justicia de los últimos años han modificado los códigos penal y
penitenciario con penas que sustituyen la privación de la libertad para
aquellas personas cuya reclusión sea inferior a ocho años y han
promovido la excarcelación masiva para reducir el hacinamiento
carcelario que supera el 50%.
En el Estado colombiano existen varias instituciones cuyas funciones
tienen relación con estos temas. Sin embargo su coordinación y trabajo
en equipo son limitados cuando no inexistentes. Las instituciones son:
Inseguridad.
Foto: Policía Nacional de Colombia
Resumen
"El tema de la inseguridad quizá sea el imaginario más fuerte que se manifiesta en
las ciudades de América Latina"
Para Silva el imaginario es un elemento constitutivo del orden social; pero no como
reflejo de la realidad, sino como parte integrante de ella en tanto define estructuras
de significación fijadas en procesos históricos y culturales concretos en los cuales la
gente da forma y sentido a su existencia.
Con este artículo se busca analizar la relación miedo y ciudad desde una
perspectiva que dé cuenta de la emergencia de los imaginarios constituidos en
torno a la inseguridad ciudadana. Básicamente, se pretende mostrar la forma en
que las percepciones de miedo se corresponden con el proceso de construcción de
la ciudad, y como aquellos mantienen una relación dialéctica con ella. La idea
fundamental es identificar la emergencia de los imaginarios del miedo en la ciudad.
Estos dos ejes de análisis tienen por objeto evidenciar la manera en que el miedo
es un hecho social de representación colectiva, bajo la modalidad de los llamados
imaginarios.
Con estas precauciones, en esta sección se retoma los resultados de una encuesta
realizada en varias ciudades de América Latina, la misma que fue utilizada en la
elaboración del Proyecto Imaginarios Urbanos coordinado por Armando Silva en el
marco institucional de la Universidad Nacional de Colombia y del Convenio Andrés
Bello.
Los imaginarios del miedo tienen planos distintos de aproximación que van desde la
totalidad de la ciudad, pasando por sitios"emblemáticos" que caracterizan a la urbe,
para llegar a espacios diferenciados de ámbito menor. Los imaginarios del miedo
son el producto de una dialéctica social que sintetiza en la realidad las percepciones
de inseguridad con las políticas urbanísticas orientadas a la organización del espacio
de la ciudad.
En el Cuadro No 1 se observa que las ciudades son adjetivadas por sus habitantes a
través de un imaginario general que tiende a caracterizarlas como totalidad. Así,
Bogotá y Santiago son ciudades percibidas como peligrosas cuando sus indicadores
de violencia difieren sustancialmente de 48 a 2 por cien mil habitantes. En los casos
de Quito y Montevideo se las asume como tristes. En otras palabras, en las dos
ciudades iniciales el imaginario tiene que ver con la percepción de inseguridad y en
las otras dos por un estado de ánimo; lo cual hace pensar que la violencia objetiva
no es por sí misma la única variable que construye el imaginario del miedo.
En Bogotá, Armando Silva (2003) afirma que la zona denominada el Cartucho fue
imaginada a través de un miedo que se extendió a la totalidad de la ciudad; tan es
así que el 45% de la población sintió miedo a este espacio, incluso sin haberlo
conocido. En el caso de Quito, la calle Marín cumplió la misma función que el
Cartucho, porque las dos zonas son áreas"deterioradas" desde el punto de vista
urbanístico, se localizan en zonas de comercio informal, existen economías ilegales
y se desarrollan actividades sancionadas negativamente por la moral de la ciudad;
por ejemplo, el trabajo sexual o cualquier tipo de diversiones transgresoras.
En Bogotá, fenómeno también presente en Quito con la Calle Ipiales, imagina la
inseguridad en función de los llamados"sanandresitos", sitios donde se venden
artículos de contrabando y objetos de segunda mano o robados. Para los
ciudadanos estas economías no son únicamente geografías marcadas por el miedo,
porque también lo son del desorden y la ilegalidad, características que operan
circularmente produciendo miedo. Además, se debe tomar en cuenta que en Bogotá
y Quito las actividades informales han sido históricamente parte constitutiva de la
economía urbana, lo cual las recubre de un halo de naturalidad y normalidad (Silva,
2003).
Y por otro, aquellos lugares antrópicos producidos desde el urbanismo. Allí están las
calles 18 de Julio en Montevideo, Paseo Ahumada en Santiago o la calle Jiménez en
Bogotá, todas ellas con alta concentración longitudinal de actividades económicas
informales.
Es interesante resaltar que en la construcción del imaginario del miedo juega -en
todos estos lugares- un papel significativo la cromática, cuestión que en general se
le asigna poco valor. Si se compara el Cuadro No. 2, Zona Insegura y color y el No.
3, Calles y lugares peligrosos en las cuatro ciudades queda claramente expuesta
esta apreciación, porque hay una correspondencia directa entre las zonas más
inseguras con aquellas que se les considera tienen un color desagradable.
Estos imaginarios del miedo operan como caja de resonancia para que el conjunto
de la población demande la formulación de políticas de seguridad ciudadana. En
otras palabras, la seguridad ciudadana se ha convertido en una demanda social
ligada al incremento de las percepciones de violencia y altamente vinculada a
estas"marcas territoriales". En unos casos estas políticas se dirigen hacia estos
espacios específicos mediante procesos de renovación urbana y en otros con
estrategias particulares de seguridad ciudadana (policía, cámaras).
Desde esta perspectiva, si bien el estudio de Montevideo no trata el tema del miedo
estadísticamente, sí lo hace de manera indirecta cuando se refiere a los jóvenes y
su territorialidad; así tenemos que a los jóvenes se les adjudica un uso del espacio
público a través del consumo de alcohol y drogas ilegales (Álvarez, Huber y Silva,
2004), con lo cual uno y otro terminan marcados por los imaginarios del miedo. El
joven es peligroso, más si consume productos psicotrópicos y mucho más si lo hace
en el espacio público.
La relación de los jóvenes con el espacio público y la violencia se construye sobre
un complejo esteriotipo social que depende de múltiples factores antropológicos. El
estudio de Montevideo sobre imaginarios urbanos no da cuenta de las prácticas
discursivas que sostienen y reproducen esta clase de representaciones colectivas;
sin embargo, otros estudios sobre jóvenes advierten sobre la participación perversa
de los medios de comunicación, los cuales operan como vectores de significaciones
culturales. (Andrade, 2004)
A modo de conclusión inicial se puede afirmar que las estadísticas sobre violencia
han sido producidas por los gobiernos locales para enfrentar la inseguridad
ciudadana, pero también han sido utilizadas por los medios de comunicación para
producir representaciones de inseguridad, cuya repercusión más visible han sido la
estigmatización de los espacios urbanos donde los índices de delincuencia suben.
Por ejemplo, la metodología con la que los municipios realizan los"mapas de la
violencia" es llamado sistema de georreferenciación y sirve para localizar en espacio
y tiempo los hechos delictivos de la ciudad.
Así, fácilmente, aparecen los calificativos de zona roja, barrio peligroso, calle del
hampa y parque inhóspito, que terminan por sellar esta condición en el imaginario
de la población. En otras palabras la estadística se convierte, a partir de los usos
que hacen los medios de comunicación, en un mecanismo constructor de
imaginarios del temor y del miedo en la ciudad.
Adicionalmente hay que señalar que las cifras sobre violencia pueden convertirse en
instrumentos represivos y justificaciones de prácticas contrarias a los derechos
humanos; sin con ello sugerir su satanización. Los datos cuantitativos son
necesarios para el análisis social, no obstante los investigadores y hacedores de
políticas deben estar concientes de la complejidad del fenómeno de la violencia,
donde las tasas son un indicador que requiere ser contextualizado. Además,
cualquier persona que emplee estadísticas sobre violencia debe considerar que las
fuentes a partir de las cuales se construyen indicadores de violencia responden a
determinados intereses institucionales que no pueden desconocerse a la hora de
evaluar el valor de la información. Por eso, es necesario construir indicadores de
violencia sobre preguntas y metodología de análisis social.
3. Urbanismo y miedo
En América Latina se observan dos fenómenos sociales que dan cuenta del campo
de poder urbanístico en términos de la relación que existe entre la remodelación
espacial de la ciudad y la reorganización social del espacio urbano. El primero se
manifiesta en las políticas de patrimonio de los centros históricos, las cuales definen
el uso de determinadas áreas y edificaciones en función de los criterios de la
conservación arquitectónica. El segundo se expresa claramente en los proyectos
denominados de"regeneración urbana" donde se aprecia la intervención en la
construcción de espacios"públicos" genéricos, a los cuales sólo es posible acceder a
través de los mercados de entretenimiento en calidad de consumidores.
Esta avenida 24 de Mayo fue en sus inicios el límite de la ciudad, primero como
quebrada y luego como avenida. Hasta allí llegaba la ciudad siendo, por tanto, un
icono identitario. Posteriormente se convirtió en un lugar para que la aristocracia
quiteña pueda visibilizarse y representarse. Sin embargo, el crecimiento de la urbe
hizo que la Avenida transforme su sentido y funcionalidad, convirtiéndose en el
espacio de encuentro de la ruralidad con el mundo urbano. De allí en más cambia
su contenido social y adquiere una condición simbólica vinculada a los sectores
populares: será la venta ambulante de muebles, de curanderos, de yerberos y de
lectores del futuro que llegan al lugar y lo hacen de la mano con las cantinas,
cantantes, prostíbulos y hoteles. A partir de este momento se convierte, para la
opinión pública y para las elites locales, en el lugar de expresión típico de los"bajos
fondos". Y esto permite concluir que la noción de peligro se construye socialmente:
lo que para unos es un espacio de temor para otros puede que no lo sea.
Ana María Goetschel y Eduardo Kingman (2005) sostienen que el centro histórico,
emblema patrimonial de la ciudad, se concibe como un espacio histórico pero al
mismo tiempo deshistorizado. Un espacio controlado, ordenado y limpio, de
espaldas a la propia ciudad y su historia. El modelo de renovación del centro
histórico proyecta una estética de mall."Espacio vigilado y aséptico, donde la gente
puede moverse libremente, mirar, comprar, pero como parte de un orden o de una
micro-política. Este tipo de orden solo es posible como control y al mismo tiempo
como generación de una cultura y un consenso de clase media". 3
Enfocadas así, las políticas urbanas en los países de América Latina adquieren una
consistencia y especificidad que permite dar cuenta de los procesos de
reorganización del espacio público. A modo de hipótesis, se puede sostener que en
los casos descritos, los imaginarios del miedo, las geografías de la violencia y los
actores sociales estigmatizados por la inseguridad ciudadana se relacionan con las
políticas de producción y control del espacio urbano.
La idea principal de esta afirmación es que los imaginarios del miedo son parte de
las representaciones sobre violencia fijada histórica y culturalmente. En el caso de
los países latinoamericanos, dicha representación se caracteriza por contener una
serie de"teorías" sobre delincuencia, entre las que sobresale la llamada teoría de
la"ventana rota" vinculada al discurso del urbanismo.
Máximo Sozzo (2000) explica que desde esta perspectiva el"deterioro urbano"
genera desapegos respecto de la comunidad, incluso su abandono. La consecuencia
es una desactivación de los mecanismos de control social informales, generando
delitos cada vez más graves y una mayor sensación de inseguridad. De este
modo, urbanismo y seguridad se confunden en la idea de ornato entendida como
un principio de ordenamiento urbanístico que emerge en la modernidad. El ornato
es un modo de vivir y dividir el mundo; además es un dispositivo de poder que
permite ordenar y administrar a las cosas y a las personas. (Kingman, 2006).
Lo que distingue los casos de Quito y Montevideo, y por eso los hace
paradigmáticos en el sentido apuntado es que en el caso de ciudades donde la
noción de patrimonio se encuentra anclada en una"historiografía deshistorizada"
(Quito), la estrategia de poder confunde urbanismo y seguridad en función de
espacios organizadores de la memoria colectiva; mientras en casos como el de
Montevideo se observa que la relación entre arquitectura y policía, en el sentido
amplio del término, se establece en el marco de discursos sobre"identidad",
independientemente de que el paisaje sea inventado sin ningún correlato con forma
alguna de tradición histórica (Andrade, 2006).
4. Conclusiones
NOTAS
1
En Quito está el Río Machángara y en Bogotá el Río del mismo nombre, que tienen
características similares a los anteriores, lo cual muestra constantes interesantes en
los cuatro casos.
2
En el caso de Lima se pueden señalar casos similares, que dan lugar a pensar en
ciertas constantes: elementos naturales como el Río Rimac y el Cerro San Cristóbal,
o socio-urbanos, como las Malvinas y el Jirón de la Unión, muestran exactamente lo
mismo que las otras cuatro ciudades: los lugares del miedo de la ciudad están en la
centralidad urbana, vinculados a ciertos hitos naturales (cerros y ríos) y urbanos
(calles y zonas) donde los sentidos transmiten percepciones de los lugares (olor,
color, temperatura, sonido) a los que la política urbana les ha dado las espaldas:
deterioro, mala recolección de basura, iluminación deprimente, concentración de
comercio informal, etc.