Inconformidad, Arte Política Psicoanálisis 4
Inconformidad, Arte Política Psicoanálisis 4
Inconformidad, Arte Política Psicoanálisis 4
Marcelo Percia
inconformidad
arte política psicoanálisis
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inconformidad
arte política psicoanálisis
índice
prólogo
1.
locura: cuerpo doliente de la historia
2.
pregunta: intento de alojar un sin fin
3.
dictadura: (1) convalecencia, (2) memoria de lo no vivido
4.
política: (1) crítica de lo establecido, (2) amante del deseo
5.
singularidad: (1) invención de la diferencia, (2) comunidad del dolor
6.
lo sin decir: cuerpo de la ausencia
7.
arrasados: (1) viven al ras, (2) expulsados de las formas
8.
desmentida: modo de acallar lo insoportable
9.
angustia: afección anticapitalista
10.
deseo: (1) condición de la historia, (2) tesis de la angustia
11.
universidad: claustros del conformismo
bibliografía
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prólogo
Belleza: trabajo que se toman las formas para darnos algo, sin olvidar que nos dan nada.
Las formas fundan realidades y las gobiernan, realizan potencias y las petrifican. No
hay vida humana sin formas. Las formas dicen árbol, pájaro, cielo, verano, conciencia y,
así, hacen posible que estemos en un mundo. Son un alivio y un trastorno. No es lo
mismo la forma que sabiéndose nada dice la cosa, que la forma que cree ser la cosa. La
locura comienza cuando la nada se anula. Un asunto es representar un mundo y otro
creerse el mundo. La forma es el delirio de grandeza de la representación. Toda
representación carga con la ausencia de su presencia primera: ese trauma de comienzo, a
veces, las vuelve malas, engreídas. Inconformidad, clínica de esa locura de las formas
que se creen lo que no son.
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Pero, ¿cómo distinguir el dolor que es inevitable, del sufrimiento que es innecesario? La
crueldad es una forma de sufrimiento innecesario. Es inevitable el paso del tiempo, las
despedidas, los desencuentros de amor, la muerte, pero es innecesario odiar la vejez,
empeñarse en poseer a un semejante, autodestruirse, hacerle daño a otro. Inconformidad
pregunta sobre qué hace posible que lo innecesario sea maldad, cuando podría ser
belleza.
1 Escribe Eduardo Grüner, a propósito de una dialéctica negativa en la obra de Adorno, algo que se refiere a
la potencia crítica (y por eso política) de la negatividad: “De la dialéctica, repitámoslo, la filosofía atonal
retiene el momento negativo, el de la contradicción en acto, no resuelta, el momento de la tensión mediadora
que se abre paso a los intersticios que quedan entre las identidades constituidas, para desnaturalizarlas,
para denunciar, justamente, su proceso de construcción ideológica”.
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Inconformidad, apertura no como expectación inmóvil, sino como arrojo que anda.
Andar no de cualquier forma, sino entre los huecos de las formas conocidas. El
pronombre de la primera persona del singular confunde la representación de sí con el
universo de lo posible. El inconsciente del psicoanálisis llama a lo fugitivo. Darse a lo
posible (entre otras cosas) es darse al inconsciente: a los cursos imprevistos del sentido.
El sentido vive prófugo en las formas.
Los ambiciosos no albergan inconformidad, son insatisfechos que hacen planes para
obtener fortunas, acumular prestigio o tener poder sobre otros. El ideal de la ambición
es la gran satisfacción. Inconformidad no es ansiedad de triunfo o afán de progreso.
Inconformidad aloja al cuerpo indignado de la historia. No busca mejorar al yo, sino
deshacerse de su forma pegajosa. La identidad, esa babosa.
Muchas veces los disconformes (que suelen ser ansiosos) caen tentados por promesas de
satisfacción. ¿Qué augura la satisfacción? La protección de un dios, una existencia sin
angustia, sin enfermedad, sin vejez, sin muerte, un amor sin dolor, la felicidad en
pastillas.
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Inconformidad, resistencia alegre: alegría como entusiasmo que se sale de las formas y
resistencia como sabiduría del combatiente que, a pesar de no poder doblegar a su
adversario, no renuncia ni resigna su potencia disidente.
Cuando la disidencia cae cansada o fascinada ante la silueta espléndida del poder, sufre
la crueldad de la insatisfacción, la venganza del consenso. La insatisfacción trata mejor
a los que siempre fueron insatisfechos. Se dice que en este mundo viven mejor los que
no cuestionan las formas, los que no se preguntan sobre algunas cosas, los que andan
como autómatas programados. Se dice que los que más sufren son los que tuvieron la
2 Inconformidad tampoco como sustantivo abstracto, tal vez como nombre conceptual de una acción de
acciones o fijeza enunciativa del verbo inconformar, infinitivo que se conjuga con la vida o el
acontecimiento. Respecto del empleo de la expresión significante vacío de Lacan, sigo una puntuación de
Ernesto Laclau (1996).
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visión de la nada, los que estuvieron en ese instante de lucidez: algunos locos, algunos
artistas, algunos luchadores políticos, algunas personas que se analizan, algunos
enamorados.
Optimismo: ánimo que se complace cuando siente que puede alcanzar lo óptimo.
Entusiasmo: cuerpo que se anima a salirse de sí.
Inconformidad hace tensión no sólo con conformidad sino con conformismo. La
conformidad es el cumplimiento de una expectativa, el encuentro logrado entre la forma
esperada y la forma alcanzada; mientras el conformismo hace coincidir el propio deseo
con el deseo del poder. El conformista se adapta, se resigna, se adhiere a algo ajeno,
pero hace creer que su sumisión y complicidad con el poder es libre realización de su
espontaneidad satisfecha. El sentido común es la razón conformista. La espontaneidad,
su excusa.
arrasados (que viven al ras de la existencia social) casi no tienen esa posibilidad:
permanecen ausentes o se desmoronan como construcciones sin sustento. No tienen una
visión nítida de la nada, se sienten expulsados de un mundo satisfecho. Una cosa es la
nada como astucia del sentido que recuerda que todas las formas son revocables y otra
es que alguien se sienta nada o menos que nada como forma de desprecio y aniquilación
existencial.
La pregunta en los consultorios sobre cómo es posible que se pueda gozar de un dolor,
de una fantasía o de la relación con otro que nos hace sufrir, tiene una respuesta:
neurótico es el yo que cree manejar los hilos de su tormento hasta que se da cuenta de
que la situación se le ha ido de las manos y pide ayuda para volver a disciplinar a su
elenco, a seducir a su público o adaptar el argumento: quiere recuperar su sensación de
titiritero, la escenificación de su poder satisfecho. Las neurosis gestionan la restitución
del propio reino o de un mundo hecho a medida. La creencia de que cada uno podría
tener dominio absoluto en su teatro, es uno de los productos más vendidos por el
capitalismo después de Freud. La ilusión de poder sobre la propia interioridad cautiva y
consume potencias.
Con las formas sucede lo que Freud (1930) advierte que ocurre con la cultura:
aprisionados en las formas, resignamos algo de nuestra potencia, pero sin las formas no
podemos vivir. La clave de la paradoja está en la palabra aprisionados. Crítica clama
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una posición que no olvida que es deseable que la potencia copule con la forma, pero
que no es necesario que se condene a vivir en ese encierro.
Inconformidad no es tampoco, como diría Marcuse (1962), el Eros que trata de liberarse
de las formas que le impone la civilización. Inconformidad no es programa de una vida
no reprimida ni sublimación razonada de las formas del mal. No se trata de recuperar o
transformar las formas removidas o expulsadas por la cultura; tampoco de la
liberalización de las formas: que cada uno asuma la que le guste. Así, como se dice
sobre gustos no hay nada escrito, sería sencillo afirmar sobre formas no hay nada
establecido.
3 Inconformidad, angustia de las formas. Circulan pensamientos que intentan neutralizar y controlar ese
potencial emancipador. El sueño de curas químicas, que supriman la conflictividad, anuncia el horror de
un mundo sin angustia. Inconformidad, potencia del sinsentido de la existencia humana y sensibilidad
impugnadora. Cuestiones que Freud anuncia en El malestar de la cultura (1930) o que Benjamin retoma
pocos años después o sobre las que Marcuse insiste en los años sesenta o que Foucault sitúa como debate
biopolítico del presente, reaparecen en este libro en la distinción entre inconformidad e insatisfacción o
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entre inconformidad y sublimación. La idea de inconformidad, discute con argumentos que Zygmunt
Bauman plantea en Tiempos líquidos (2006), Gilles Lipovetsky sugiere en La société de déception (2006)
y con artículos que Catherine Meyer recopila en El libro negro del psicoanálisis (2005).
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4 Chistian Ferrer (2003) a partir de una serie que traza entre ideas de Schopenhauer y Nietzsche recupera
la fuerza del término reconfortación..
5 Escribe Deleuze (1969) “El estallido, el esplendor del acontecimiento es el sentido. El acontecimiento
no es lo que sucede (accidente); está en lo que sucede, el puro expresado que nos hace señas y nos
espera”.
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El devenir minoritario no es una empatía ingenua con los que sufren, ni el resultado
positivo de una especulación intelectual, ni el proyecto mesiánico de almas buenas, sino
el desprendimiento de esa forma de mayoría que el yo capturado venera. La mayoría es
la forma segura y amenazante que quiere imponerse a todos. Las minorías no tienen
forma o luchan por tenerla o viven en una forma insegura, amenazada y perseguida. Si
la identidad es una fórmula de mayorías, la diferencia es forma no del todo formulable
de las minorías.7
6 Uno no significa un sujeto individual, sino cuerpo de multitudes silenciadas (de ahí la idea de
micropolítica que Deleuze comparte con Guattari y con Foucault.). Imaginemos algunas series de
colectivos mínimos: niño, mujer, loco, revolucionario; o cabecita negra, bolita, judío, homosexual,
palestino; o explotado, marginado, inmigrante; o animal, agua, árbol.
7 Devenir minoría no se explica por una cuestión de número. El término minoría no remite para Deleuze
a una cantidad pequeña de personas respecto de otra muy abultada: devenir minoría significa
inconformidad con los modelo de las mayorías. El devenir minoritario desea escurrirse fuera de los
patrones establecidos, acontece como movimiento que lleva, si nos dejáramos llevar, hacia algo no
conocido y por lo tanto sin una forma reconocible o esperada de antemano.
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Inconformidad: fuga.
Este libro se inicia con un personaje N.N./El 54 que importa como memoria
desconsolada de imágenes y deseos no abandonados de los años setenta. N.N./El 54
acarrea un resto lejano de emancipación, soporta la confiscación de su potencia y su
deriva golpeando los muros del encierro, la nostalgia, la culpa, la locura. Luego se
combina ese primer relato con historias en las que siempre están presentes arte, política,
psicoanálisis. Un libro compuesto de pasajes en los que late un vacío que se llama
inconformidad.
Inconformidad: soledad.
Uno de los problemas de la escritura fragmentaria es el de la separación y proximidad
de los fragmentos: se los puede distinguir y ordenar con números, letras, frases de
comienzo en mayúsculas, subtítulos o, si no, con puntos, líneas o espacios en la página.
En este texto, los títulos de capítulos y los fragmentos de cada capítulo están indicados
por definiciones de términos o expresiones. Este ensayo finge la forma de un
diccionario.
Definir es establecer algo firme para que se alcance a ver el hueco que deja lo fugitivo.
Las sentencias de este libro no son veredictos del argumento ni convenciones dictadas
por el poder; sólo son gestos amistosos o gustos del pensamiento. Ocurrencias de la
soledad.
Las definiciones (se verá) más que acepciones, parecen decepciones, pero no tanto por
que colmen de desilusión, sino porque se derivan, se enlazan y trazan conexiones que
recurren a la cita implícita, al comentario o al capricho. Al final, la escritura no es toda
inconformidad, avanza entre las trampas inevitables de la insatisfacción.
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1.
N.N./ El 54: identificación de una persona sin nombre que comenzó su vida en 1954,
año en el que nacieron muchos de los desparecidos.
Dice que es del cincuenta y cuatro, llegó sin documentos, no recuerda su nombre.
Asegura que es un traidor. Lleva años internado en el hospital. Siente algo especial por
los treinta y seis meses que van desde mil novecientos setenta y dos hasta mil
novecientos setenta y cinco, entre sus dieciocho y veintiún años. Reconoce que a fines
del setenta y cuatro la cosa estaba perdida; dice que, desde entonces, tiene muchos
muertos, que incluso él mismo está muerto. Explica que la muerte ya no cabe en ninguna
parte. Tiene puesto un saco de marinero con solapas anchas que le llega más abajo de la
cintura, lleva prendida una cinta negra. Aclara que es un hombre de un solo traje. Cada
tanto se siente mujer. Rechaza los interrogatorios, acepta las entrevistas cuando parecen
conversaciones distendidas. Casi no responde preguntas sobre su familia. Muchas veces
intentó cortarse la palma de la mano con un cuchillo. Su padre era comerciante, su tío
trabajaba en un teatro. Tiene una memoria prodigiosa. Relata detalles de una obra que se
estrenó hace cuarenta años, habla horas de esa historia: imita voces como si estuviera en
escena o comenta, haciendo un aparte, marcaciones del autor. Menciona rituales que
pertenecen a la tradición judía. Cuenta cosas sobre un pintor que se llama Otto Dix. En
sus pesadillas, está en un puente, no puede pasar del otro lado ni retroceder. Se despierta
sobresaltado todos lo días antes de que den las siete: quiere estar con los ojos abiertos a
la hora de la traición. En los bolsillos del saco, guarda una carta, el recorte de un diario,
una foto que nunca muestra, el programa de un cine, el boceto de una historieta.
Conoció a la mujer de su vida, en aquellos meses, cuando trabajaba en una librería. Ella
era veinte años mayor, le dijo que se parecía a un escritor que había sido hijastro de
Rilke. La muchacha lo alentó a estudiar psicología. Volvió a ver a la mujer en una
película. Cada tanto, interrumpe lo que está diciendo para murmurar cosas que no
escuchamos. Al volver, explica que está conspirando, que la única defensa que tiene es
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conspirar. Aclara que no vive allí por elección. Insiste en que no es un desertor sino un
traidor. El manicomio no es un refugio para escapar del mundo, permanece internado
porque no tiene a dónde ir. No existe palomar al que pueda regresar con su mensaje. Un
día espera desaparecer en el fuego. Afirma que conoció, en el hospital, a dos tipos que
llegaron en esos meses extraordinarios desde otra galaxia, investigadores de una
civilización avanzada que nos estudian; cuando transmiten sus informes, siente un
zumbido en la cabeza. En mucho tiempo tuvo una sola visita: un compañero del colegio,
de quien no supo en treinta años, llegó un día para traerle la imagen de un identikit que
se le parece. Amenaza con quemar el pabellón. Aclara que, de todos modos, en el 2019
no habrá psiquiátricos.
Eternidad: condena.
Aquellos meses son, para él, todo. Tiene la visión de un cronista que escribe el
Eclesiastés, uno de los cinco rollos de la biblia, Kohelet en hebreo: lo ve derramándose
sobre los papiros, tres siglos antes de esta era. Alcanza a leer una frase recién anotada en
el libro sagrado: “no hay nada nuevo... nada tan nuevo que alguien no lo haya soñado
antes”. No puede dejar de pensar en esa revelación. Todo lo que vivimos, todo lo que
habremos de vivir, incluso aquello de lo que estamos privados, todo, ya ha sido soñado.
Su vida no es su vida, sino el estallido ocasional de una pesadilla desprendida del
tiempo. Estamos condenados en un mundo eternamente soñado que cada uno vive como
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parte de un grandioso olvido. El libro afirma que no hay lo nuevo en ese universo
interminable. N.N. permanece insomne en aquel presente sin antes ni después, explica
que, para él, esos meses extraordinarios son momentos preciosos arrancados a la
eternidad.
Es octubre de 1918, cuando la guerra casi acaba, un pequeño pueblo del norte de
Francia espera su liberación. Mientras los aliados avanzan, el ejército alemán comienza
la retirada. Tiene la intención de hacer estallar el pueblo, justo a media noche, cuando
un regimiento de escoceses se asiente en el lugar.
Mientras tanto, en el pueblo, circula el rumor de que los ocupantes se retiran dejando
una trampa mortal: la pequeña ciudad explotará en cualquier momento y, en pocas
horas, el fuego acabará con todo. La población huye. Cuando el voluntario llega al
pueblo, llevando una jaula con dos palomas mensajeras, encuentra el escenario desierto.
Los habitantes del lugar se han marchado: animales de circo andan sueltos.
inmediato, todos vivan al Rey, estalla una algarabía contenida. En esa repentina
confusión, los alemanes desisten de buscar al enemigo y se retiran.
En ese sitio a punto de arder, mujeres y hombres insanos salen del manicomio, con
alegría y naturalidad ocupan el pueblo abandonado. Habitan la pequeña ciudad de los
ausentes. Mudan sus roles: mujeres con bellos vestidos, hombres con hermosas galeras;
un caballero celebra un encuentro con una dama; una provocativa mujer llama a sus
clientes desde una ventana; un médico hace su primera receta; otro, vestido de aviador,
se pasea por una calle; un policía cruza la plaza en bicicleta; el general se instala en el
circo; los nobles van en un coche tirado por un camello; el obispo tiene una Catedral del
siglo XII para él solo.
El voluntario, conocedor del vuelo y el canto de las aves, envía una paloma con un
mensaje que no llegará nunca. Dice: “Pueblo equivocado. Gente rara. Un oso suelto,
dos leones”. A medida que transcurre la película, los locos construyen una comunidad
amorosa y hospitalaria. El ornitólogo elige morir junto a los delirantes, antes que
regresar a la guerra. Pero, al final, cuando todo está por estallar, descubre cómo
detonará el polvorín y, entonces, todos se salvan de ser consumidos por el fuego.
Tiempo después, la gente del pueblo regresa y los enfermos vuelven al manicomio.
Entre una vida de muerte y la nada, eligen la nada tras los muros. En la última escena,
el ornitólogo voluntario deserta: arroja su fusil, se desprende el uniforme de soldado y
avanza desnudo, con dos palomas en una jaula, hacia la puerta del psiquiátrico. El
hombre de los pájaros se llamaba Plumpick.
Explica que le gusta la historia. Está seguro de que él es el rey del fuego: el día que
recuerde su nombre incendiará el hospital.
avión de guerra volando rasante sobre una calle angosta en la que figuras humanas
huyen y la mujer delgada del vestido a cuadros que fuma sola sentada junto a una mesa
redonda en la que hay un vaso y las pinturas de militares con medallas que brillan en sus
uniformes y la calavera con pelos o gusanos que salen de los huecos de sus ojos y de su
boca y las trincheras de las muertes arremolinadas y el general de la cara roja bebiendo
con una mujer desnuda sentada sobre sus rodillas y esos soldados que parecían
hormigas mutantes con cascos y máscaras de gas y los ojos abiertos del hombre,
espantado, que vio algo que nadie debería haber visto. Dice que en todo delirio hay una
visión de guerra, de soledad y de traición. Pregunta si, bajo tortura, un muchacho podría
revelar el nombre y el paradero de la mujer de su vida.
Leyó en el Libro que Dios hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.
Descarriados por las riquezas, crueles con los esclavos, sanguinarios con los extraños,
brutales con los pájaros, responsables de orgías, promiscuidad, incesto (en días de fiesta,
mujeres y hombres, se divierten y gozan, sin temer a Dios), los sodomitas son
condenados a desaparecer. Sólo Lot se salvará por ser hospitalario: es el único, en toda
Sodoma, que ofrece acogida a los ángeles disfrazados de extranjeros. Dios decide
premiar ese acto de generosidad y le permite partir de la ciudad condenada junto con su
esposa y sus dos hijas.
faltarán otros cinco? ¿Y otros cinco? ¿Y cinco más? Cuando la negociación termina,
Dios accede a no castigar a Sodoma si, por lo menos, encuentra a diez justos.
Frontera: (1) más allá comienza el mundo, (2) más allá se acaba el mundo, (3) límite de
lluvia.
Recuerda esa tarde del último viernes de septiembre de mil novecientos cincuenta y
ocho. Esa vez, con su madre, parados en el refugio de un puente, en medio de la lluvia,
desisten de llegar hasta San Martín. Desde entonces, el miedo se presenta, para él, como
la imposibilidad de cruzar una frontera. Suele amanecer con la tristeza de ese signo
claudicante.
Sholem canta en una sinagoga de la calle Cangallo: “Y cantando se pelea con Dios
todos los viernes a la noche”. Su amargura se confunde con su enojo, su desprecio con
su orgullo, y sin embargo “un sofocado amor, una ternura que apenas puede
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No todos saben darse un lugar en este mundo. Sus pequeños ojos de juez hacen que uno
se sienta culpable. Permanece con los dientes apretados, necesita hablar con alguien. Un
pequeño gorro de tela negra cubre su cabeza, casi no durmió en toda la noche: soñó que
estaba muerto.
El tío Max es un solterón que vive en la casa de su hermano, un actor que tuvo su
talento: “Todo él es un esfuerzo sobrehumano de no envejecer, de no quedarse solo...”.
Presenta la obra así: “Vengo a decir kadish. ¿A qué no saben qué quiere decir ‘kadish’?
¡Qué van a saber! Es un réquiem, una oración para los difuntos. Un kadish por los
Abramson. Por mi familia. Es lo único que me queda y yo los quiero mucho y no puedo
hacer nada por ellos”.
Sholem dice que su hijo es el enemigo de la casa. Un alma ajena nacida de su misma
sangre. Un fracasado que escribe versos. “¡Vos no escuchaste lo que yo tuve que
escuchar cuando le pregunté si andaba con una chica! ¡Y después cuando le pregunté
si la chica era judía!, tenías que haber estado aquí para escuchar cómo, con qué
insolencia me contestó: ‘¡no y qué hay con eso!’ ¿Te das cuenta?”. El muchacho va
contra la corriente. “¡Es un antisemita! (Camina) Es más que eso. Para mí es un
traidor. Es un hijo que traicionó a su padre”.
La madre sueña que la casa se le cae encima. No sabe qué hacer, finge ordenar los
escombros como si fueran los muebles de siempre, se siente quebrada. El hijo de la
vecina se recibió de farmacéutico, se casó con una chica farmacéutica igual que él, se
fue a Norteamérica, va a volver rico. ¡Satisfacciones que una tiene! “Apague ese
cigarrillo, ¡goy! ¡Ya estamos en viernes a la noche! No se puede fumar. Lo único que
falta... Que entre Sholem y lo encuentre fumando”.
David es el único hijo de los Abramson. Cumplió veintiséis años, trabaja en una
sastrería, tiene mil páginas escritas, sus amigos son artistas, filósofos, muchachas locas:
todos goim. Vino a decir algo, tomó una decisión, rebosa de tensión, trata de
tranquilizarse, no puede mantenerse sereno, respira hondo, siente miedo, bronca, no
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aguanta más. Lleva una carga terrible. El respeto que siente por su padre hace que, por
momentos, se repliegue. Duda de lo que está por decir, se excusa: “Estuve ahí, con
María. Me está esperando en el café”.
Se desgarra, pelea dentro de él, decide callar; pero, indignado, al final, se desborda, se
lanza sin poder contenerse, habla. A los gritos. Se arrepiente, se esfuerza por volver a un
tono más bajo, se da cuenta de que es inútil hablar. Con cautela, pero decidido continua:
“Vine a decirte que me voy de esta casa”. Parece humillado, vencido. N. N. dice que
Rozenmacher señala que David prefiere no entrar en combate. Recuerda que el texto
aclara que: “quizá no porque no quiera sino porque no puede fintear con su padre ni
con nadie”.
Sholem le ordena, le pide por favor que se quede con toda la ternura de que es capaz. La
misma voz de tenor que el padre. David no responde. N. N. explica que el muchacho no
quiere vivir el mundo del padre. Decisión que duele, desgarra, corta raíces. El deseo
nace de esa herida. La herida del deseo ahonda la cueva de la soledad. Continua:
“¿Acaso yo tengo la culpa, hijo, si las cosas son como son? Yo sólo sé que nadie nos
quiere y que el mundo andaba mal antes de que yo llegara y nos golpearon mucho y nos
ofendieron todavía más. ¡Y vos no sos quién para arreglar las cosas!”.
También el abuelo era cantor en Capule, un punto en medio de Rusia: “En nuestro
pueblito de Capule, la nieve cuelga como lágrimas de las ramas secas”. Cuenta el
talmud que el viernes por la tarde un rabino envuelto con su talit llama a recibir el
shabat. Cuando se pone el sol, todos salen de sus casas con ropas de fiesta. Algunos
cantan y bailan, otros pronuncian oraciones de bienvenida. El viernes a la noche es para
unir a la familia. No queda nada de todo eso. “Teníamos como cinco calles, dos baños
públicos, trescientos habitantes y una sinagoga tan vieja como el mundo...”. Los
alemanes quemaron todo. ¿Qué les molestaba Capule? “Pero el chico nació aquí. ¡Pero
si nació aquí por accidente! Sí, Sholem. Pero el caso es que nació aquí y este es su
país”.
El padre expulsa al hijo. El Kadish Iatom se dice por alguien que está en duelo o en el
aniversario del fallecimiento de un ser querido. Kadish se traduce en forma literal como
significación. Sholem concluye: “Se me ha muerto un hijo. Hoy se me ha muerto.
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¿Dónde hay un libro de oración? (Pausa) Ya no tengo más un hijo que se llamaba
David. Y voy a guardar luto siete días. Era mi único hijo. (Se quiebra) Y ahora no
tengo a nadie”.
Testigo: (1) el que no puede dejar de ver, (2) el que estuvo en el infierno.
Dice que, desde la guerra europea de 1914, justos y malvados se atrincheran en el fuego.
Otto Dix, como otros jóvenes de la época, se enrola como voluntario para ir a pelear.
Pregunta, ¿por qué un hombre desea entrar en el infierno? Recuerda con precisión algo
que lee el día de la visita al Museo. Repite lo que Otto Dix escribe en su diario de 1915,
en el frente: “Piojos, ratas, alambrados, chinches, granadas, bombas, cuevas,
cadáveres, sangre, aguardiente, ratones, gatos, gases, cañones, suciedad, balas,
morteros, fuego, acero, eso es la guerra. ¡Una obra del diablo!”.
Tiene estudios secundarios. Explica que los inocentes también traicionan. En el sesenta y
nueve cursa segundo año, esa mañana de otoño, se rumorea, algunos muchachos no entran
a clase. Reconoce que él no se dio cuenta de nada. Llegan al aula el vicerrector y el jefe de
preceptores con un joven a quién acaban de expulsar de la escuela, el chico quiere decir
algo. ¿Despedirse? Lleva una cinta negra en la solapa, saco azul, corbata gris, camisa
blanca. Lavalle dice que mataron a un compañero en la ciudad de Córdoba. Fusaro explica
que el alumno que acaba de hablar no pisará más el colegio. Cuando se van, la clase
continúa como si nada.
Admite que, a veces, se llama Carlos Enrique Olmedo. Recuerda que el número
veintidós de la revista militancia del ocho de noviembre de mil novecientos setenta y
tres tiene en la tapa su foto. Olmedo muere el tres de noviembre de mil novecientos
setenta y uno, junto a otros tres compañeros. Algunos días antes, tropas del ejército al
mando del general Alcides López Aufranc ocupan el complejo industrial de la empresa
Fiat en Córdoba. Rodean las plantas de Materfer y Concord, retiran la personería a la
organización sindical de Sitrac-Sitram, despiden doscientos cuarenta y seis trabajadores
que son delegados y activistas políticos. Entonces, un grupo de militantes planea
secuestrar a un funcionario de la Fiat. Proyecta exigir, a cambio de su libertad, la
devolución de la personaría sindical a la organización gremial, la reincorporación de los
compañeros despedidos y el cese de la ocupación militar.
La traición no obra por accidente. Se necesitan, también, tres generaciones para hacer
un traidor. El ejecutivo de la empresa se retrasa. No llega, a la hora prevista, al lugar en
el que lo esperan. Los muchachos tienen algunos años más que él, son amables. Qué
raro que estén allí tan temprano. Avisa, por teléfono a la policía. “Unos tipos
sospechosos esperan algo, son cuatro”, les dice.
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Cuando llegan los uniformados, a las siete de la mañana del tres de noviembre de mil
novecientos setenta y uno, él está en un lugar seguro. Algunos recuerdan los hechos
como el combate de Ferreyra o Mataderos o la lucha de la Fiat. Afirma que ese día se
hizo traidor.
Extraterrestre: libertario.
La historia lo emociona. Dice que en esos treinta y seis meses pasaron cosas
maravillosas. Tiene un recuerdo vago (confuso e inexacto) de algo que escuchó.
Asegura que no es un invento. Sabe que es verdad por el zumbido que, a veces, siente
en su cabeza. En aquellos días, se anunciaba un cambio inexorable, la inminencia de
otra vida. Un tiempo de amor, juego, alegría. Una sociedad de pasiones descontroladas.
Una fiesta, no ajena al dolor, en la que deseo y erotismo serían potencias de un cuerpo
diferente. Ese momento estaba por llegar. El desarrollo de las ciencias y las tecnologías,
por fin, resolverían sufrimientos que lastimaban al mundo desde siempre. La marcha del
progreso, si se hacían las cosas bien, conducía a una vida mejor. El desarrollo de las
fuerzas productivas llevaba a un cambio de las relaciones de producción. Así había
acontecido en la breve historia humana y así habría de ocurrir. La sociedad esclavista
dio lugar a la sociedad feudal, la sociedad feudal a la sociedad burguesa, el capitalismo
burgués (tarde o temprano) conduciría al socialismo, y el socialismo, en su etapa
superior, alcanzaría la forma perfecta del comunismo planetario. La vida avanzaba
desde el futuro hacia el presente. Era el anuncio de un sueño: sería posible la felicidad
en esta tierra.
Así las cosas, muchos se preparaban para ese encuentro con el porvenir. Tenían su
prensa, mensajes semanales que fijaban posición sobre cada cosa que ocurría en el
mundo. Apoyaban actos progresistas, festejaban anuncios libertarios, condenaban y
denunciaban hechos de crueldad. Recuerda que era hermoso apoyar el progreso. Y
hermoso, también, oponerse a todo acto miserable.
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Insiste: en esos treinta y seis meses pasaron cosas maravillosas. Asegura que lo que
cuenta no es un invento. El zumbido que cada tanto siente en su cabeza es una prueba
irrefutable. Circulaban en la prensa burguesa noticias sobre la presencia de objetos
voladores no identificados sobre los cielos de la provincia de Córdoba. El periodismo
oficialista, como siempre, utilizó la información para distraer al pueblo de los
verdaderos problemas que azotaban su vida diaria. Aprovecharon para confundir su
imaginación con historias de criaturas peligrosas que preparaban una cruenta invasión.
Un enemigo de afuera para disimular la monstruosidad de adentro.
Dice que un grupo exuberante decidió fijar posición sobre ese hecho. Disputar los
significados que atravesaban el espacio aéreo del mundo. Razonaron: si son
exploradores de otros planetas o galaxias es evidente que se trata de una civilización
más avanzada que la nuestra. Una civilización avanzada quiere decir de mayor
desarrollo científico y, por lo tanto, social. Si esa civilización puede llegar desde los
confines del universo hasta nuestro primitivo planeta es porque ha alcanzado el ideal del
comunismo social. No puede asegurar si de verdad vio el titular de ese diario. Aunque
recuerda con precisión la tipografía con letras rojas que decía: ¡Todo nuestro apoyo a
los compañeros extraterrestres!
Desertar: (1) abandonar un amor, (2) una causa, (3) el propio nombre.
Cuando se le pregunta por su nombre, responde que tuvo el suyo en aquellos meses,
pero que, desde entonces, hizo un juramento de silencio. No quiere volver a ser un
traidor.
Explica que Walsh habla de partirse en pedazos de olvido. Cerrar los ojos, perderse en
un desierto. Lee: “Anoche tuve una pesadilla torrencial en la que había una columna
de fuego, poderosa, pero contenida en sus límites que brotaba de alguna profundidad”.
Piensa que sólo el fuego podría acabar con un dolor así. Tampoco él puede dormir, dice
que la noche no pasa nunca. Lee lo que escribe Walsh en el final de la carta: “Hoy en el
tren un hombre decía ‘Sufro mucho, quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro
de un año’. Hablaba por él pero también por mí”. Me dice que todavía viaja en ese
tren: al principio quiso dormir, después morir, con el tiempo, olvidó su nombre.
Quise saber si alguna vez pensó que los que lucharon en aquellos meses extraordinarios
fueron derrotados. Responde que él no se cuenta entre los vencidos sino entre los
traidores. Nos quedamos en silencio. Me pregunto si no prefiere sentirse traidor para
aliviar el desamparo de la derrota. Como si la idea de traición atemperara la impotencia
ante una derrota irremediable. Me mira como si adivinara lo que estoy pensando,
concluye: “No soportaría ese desgarro”.
Por el padre de una conocida consigue en el setenta y siete una entrevista de trabajo. Lo
recibe un empresario con influencias. El hombre no anda con vueltas. Al rato de
escucharlo, le dice que reúne dos de las tres condiciones que lo excluyen del puesto:
judío y estudiante de psicología. Pregunta, por curiosidad, cuál es la que le falta. El tipo
completa mientras lo despide: “ser mujer”.
posee un gran corazón. Tiene miedo del fuego. Lleva en su bolsillo una carta sin
destinatario. Nunca estuvo con la mujer de su vida. Eso es todo.
2.
Década del setenta: (1) período de los treinta y seis meses más importantes en la vida
de N. N. / El 54, (2) años del desastre que después vino.
La relación arte, política y psicoanálisis tiene en la década del setenta más de una
referencia, entre nosotros. No se trata de coleccionar fragmentos, encuentros azarosos o
evocaciones ocasionales que reúnan preocupaciones estéticas, políticas, psicoanalíticas.
Importa otra cosa, la permanencia de una pregunta: ¿quiénes éramos, entonces, los que
todavía hoy estamos vivos?
Responsable: (1) arrojado en su deseo, (2) impulsado por un amor, (3) arrastrado por
las circunstancias.
Una cosa es arrepentirse (preferiría no haber hecho lo que hice, me gustaría borrar del
mundo ese momento aciago) y otra cosa es afirmar la responsabilidad de un acto que se
realizó con convicción. El destiempo del arrepentimiento es negador, el del dolor
(cuando no es goce culposo del arrepentido) es condición de los responsables. No es lo
mismo confesar que declarar. El que confiesa acata el código que culpabiliza. El que
declara dice las fisuras de ese código. La declaración es un desprendimiento de deseo.
34
Se declara la guerra, un amor, un derecho, el anhelo de otro mundo. El que declara toma
posición, la ofrece, la presta, se hace responsable. Declarar es decidir un lugar, confesar
es aceptar que uno estuvo en donde no debió estar. Las ideas estéticas, políticas,
psicoanalíticas de los setenta son insignias de un deseo no abandonado. Manifestar un
deseo es también darse un límite. Fijar un borde que muchas veces no es otra cosa que
el relato de la propia limitación para vivir y pensar de otro modo.
Fuga: (1) deseo, (2) potencia que perdura huyendo de las formas.
En el soneto de Quevedo A Roma sepultada en sus ruinas, una voz explica al viajero
que busca a Roma en Roma que, de aquel tiempo, sólo queda el río y que apenas hallará
destrozos de la que ostentó murallas. El Tíber que antes regó la ciudad, ahora (con la
misma fuerza de entonces) llora su desgracia. Los últimos versos dicen: “¡Oh, Roma!,
en tu grandeza, en tu hermosura, / huyó lo que era firme, y solamente / lo fugitivo
permanece y dura”.
parecido al de las películas del oeste americano. El enemigo está en todas partes, muta
con los tiempos. Los juegos de guerra no sólo son una curiosidad de niños de la década
del cincuenta, hacen modos del amor, del trabajo, de la conversación, de la política.8
Monta una silla llevando una cartuchera en la cintura, carga un arma (no importa decir
que es de juguete), desenfunda sin dejar de mirar los ojos del rival. Matar o morir:
alternativa dilemática de la guerra y disyuntiva imaginante de la existencia. En los actos
políticos de los setenta: se canta el himno jurando a los gritos con gloria morir, esa
literalidad de muerte compone sueños.9
La palabra gloria (podría ser el lejano nombre de una mujer o la marca de un cuaderno)
transporta la figura que más conspiró contra el acontecimiento histórico de entonces. La
gloria no era arrojo de inconformidad. La gloria era algo más que una forma: era la
fórmula para ingresar en la eternidad atravesando la estrecha puerta de la muerte
individual. La gloria performativa se tragó el brote de inconformidad que ni siquiera
tenía idea de sí.
El sentimiento de patria necesita del con gloria morir, mientras que la pertenencia a un
lugar se hace con la inquietud de los que viven y mueren amando lo próximo. Dicen que
uno no es de ninguna parte hasta que no entierra a sus muertos, como si la sepultura se
extendiera como metáfora de echar raíces.
Un texto de Cesare Pavese que está en La luna y las fogatas, dice así: "Nos hace falta
un país, aunque sólo fuera por el placer de abandonarlo. Un país quiere decir no estar
solos, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun cuando
no estés te sigue esperando”.
8 Los soldaditos de plomo comienzan a fabricarse en Nuremberg, a mitad del siglo XVII. Al principio,
eran piezas de bronce, oro o plata para divertir a príncipes. En el siglo XVIII se transforman en juguetes
seriados, entonces fueron llamados soldaditos de plomo a pesar de que estaban hechos con estaño, más
tarde fueron de plástico.
9 Eso que llamo imaginante se explica también como un conjunto de actos performativos. Derrida discute
la naturaleza ontológica de los actos que describe Austin. Para Derrida la efectividad de los actos
performativos (su capacidad de construir la realidad o una verdad) deriva de la existencia de un lugar de
autoridad. No se trata de una voz esencial sino de la repetición naturalizada de un enunciado histórico que
tiene poder de producir realidad. El lenguaje performativo es dispositivo de poder político y social.
36
Hay quien piensa la política como conciencia ética del mundo. Tal vez sea muchas otras
cosas: el desvelo de los que viven en estado de vigilia, de los que imaginan otras
existencias, de los que intentan echar raíces en territorios imposibles, de los que no
quieren estar solos, de los que se duelen por una muerte absurda.
Tener algo que decir: (1) desear un pensamiento, (2) conjuro ante la muerte.
Alguien cuenta que, entonces, leían entre amigos un artículo de la revista Panorama
sobre el secuestro de Aramburu y que lo discutían en grupo. Explica que tenía quince
años y que una de las cosas que más quería en el mundo era tener algo que decir.
¿Qué se puede decir de la muerte de un hombre? Tener una idea es un modo de escapar
de la inexistencia o de rechazar la condición de espectador o consumidor de un mundo
hecho a la medida de otros. Cuando no hay guía del obrar ni criterio mayor, tanto el bien
como el mal, la belleza de la cosas o el sentido de la felicidad, todos los valores quedan
relevados por el deseo de decir algo. Tener algo que decir se parece a tener un amor:
sentirse pensado, querido, esperado, por otro que percibe lo que nadie conoce de
nosotros. No se sabe quien se es antes de sentirse amado por otro, no se está en el
mundo antes de tener algo que decir sobre el mundo.
10 Título del libro de Francisco Urondo publicado en 1973 con entrevistas a tres sobrevivientes de la
masacre de Trelew.
11 Trelew (2004), el documental de Mariana Arruti, sacudió esa memoria.
39
Multiplicación:
5 x 4 20
5 x 3 15
5 x 2 10
5x1
no va a quedar ninguno
El dolor por lo irreparable es demasía que ninguna representación sabe alojar, ese
escándalo de la hospitalidad pide algo que, por no tener otro nombre, llama
inconformidad.
La venganza es una envoltura de odio que adormece el dolor, una fórmula de guerra que
promete reparar lo irreparable. El equivalente histórico “ojo por ojo, diente por diente”
es una de las vergüenzas de la civilización. La justicia como medida privada naturaliza
la injusticia. Tanto el triunfo del odio como su contrario (el alma buena que perdona) se
aprovechan del dolor y se apropian de su potencia indignada.12
La novela sugiere que los militantes suelen reproducir sin darse cuenta modos de
vinculación propios de la sociedad que desean transformar. “¿No estaremos muchos de
nosotros, queriendo romper los moldes burgueses a base de nostalgias igualmente
burguesas? Cuando ves cómo una revolución no tarda en poner en marcha una
máquina de represiones psicológicas o eróticas o estéticas que coincide casi
simétricamente con la máquina supuestamente destruida en el plano político y práctico,
41
Erotismo, juego, humor, alegría, son asuntos que Cortázar incorpora en el programa
político de los setenta. Critica la solemnidad, objeta formas de religiosidad y
dogmatismo, cuestiona cultos de honor, desconfía de las hinchazones del ego, del
partido, del movimiento, del héroe. En el Libro de Manuel rigidez y acartonamiento no
son durezas circunstanciales, sino condiciones del pensar entumecido que trata de
combatir.
Frente a tanto dolor humano, parece obsceno escribir poemas, novelas, ensayos o parece
egoísta refugiarse en el disfrute de la sexualidad, el amor y el erotismo. Cortázar, tras el
desconsuelo de Adorno (“después de Auschwitz no es posible escribir poesía”), afirma
todavía más la necesidad de cuidar de la vida con lo que ésta supone de amor, de juego,
de alegría. No se podría decir que este sería un programa de estados de inconformidad
(porque inconformidad no tiene programa), pero traza un arco de resistencia para ciertas
formas humanas amenazadas.13
Reja: (1) barrote escéptico, (2) arado que deshace los surcos del delirio.
Barrotes de hierro impiden el fluir de los cuerpos, las ideas, los deseos. Lo fugitivo de
aquellos tiempos, que permanece y dura, es la irrealidad de la reja. Un poema de
Francisco Urondo escrito en la cárcel de Villa Devoto en abril de 1973, que se llama La
verdad es la única realidad, se inicia así: “Del otro lado de la reja, está la realidad, de /
este lado de la reja, también está / la realidad; la única irreal / es la reja; la libertad es
real aunque no se sabe bien / si pertenece al mundo de los vivos, al / mundo de los
muertos, al mundo de las / fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o al
de la producción…”.
En esos años algunos no pensaban en matar sino en morir. Estaban dispuestos a dar la
vida para que otros alcanzaran alguna felicidad. Era una voluntad de sacrificio o
donación heroica que no quería la muerte del enemigo. Integrantes de un grupo se
opusieron a que se utilizara la información que reunían sobre un dirigente del gremio de
sanidad para asesinarlo. Eran de la idea de que esos datos sólo podían ser usados como
argumentos de presión política o para favorecer alguna acción defensiva de los
delegados que estaban siendo perseguidos por la burocracia sindical. Sin embargo,
siendo militantes que se preparaban para morir, tal vez, llegado el momento (no llegó),
pudieron haber matado.
Hace unos años, Osvaldo Bayer, en una polémica sobre el derecho a dar muerte al tirano
anota en el límite de toda argumentación: “Si el destino me hubiera puesto frente a
Hitler, con la convicción de que su muerte -por el personalismo de su régimen- hubiera
salvado la vida de millones de seres, creo que sí, que habría abandonado mis
postulados éticos de no matar y hubiera ofrecido mi vida en pago de esa acción
libertaria”. Bayer sugiere enseguida qué otras cosas se podrían hacer con el tirano,
escribe: “Pero qué hacer con el tirano: ¿aguantarlo?, ¿rezarle a la Virgen de la
43
Providencia para que nos proteja?, ¿pasar inadvertidos?, ¿firmar una solicitada para
pedirle que se vaya?, ¿sembrar con nomeolvides todos los días el camino que recorre
para que comience a respirar poesía?, ¿participar de protestas públicas hasta que se
canse y me secuestre y me haga desaparecer? Claro que sí, que se puede hacer (y se
debe hacer) todo eso. Siempre será un paso adelante de la dignidad. El problema
comienza cuando todos esos medios racionales y pacíficos del derecho a la resistencia
se agotan”.
Dignidad para Bayer no es un reflejo narcisista, sino el límite que nos vuelve humanos.
Una dignidad no toda, nunca lograda, siempre en estado de deliberación. La
omnipotencia, ese prefijo latino que embauca a la potencia con delirios de totalidad, es
reserva en el alma humana del anhelo de dioses.
Inconformidad supone impoder; en otro lugar, para pensar la clínica de las psicosis, se
sugirió que impoder no es impotencia: mientras la impotencia es queja de la
omnipotencia rendida, impoder es potencia que aloja lo posible de la imposibilidad.
Un ideal colectivo es un suceso grandioso. Nada se compara con esa realización ni con
la virtud generosa de esa pertenencia. Cuando un ideal tiene valor mayúsculo, nada vale
tanto como esa ilusión. El amor absoluto avanza sobre los modos sencillos de estar en el
mundo. No sorprende que, en esas condiciones, alguien pueda sacrificar su vida por una
pasión. La vida sin ese Ideal podía ser insignificante, innoble, despreciada.
44
Se podría decir (aunque no es lo que más importa) que muchos jóvenes de aquellos años
son habitados por un sujeto alucinado que ama a un significante más que a la vida.
Circunstancia que hace pensar en muertes diferentes: la muerte de una persona y la
muerte de un valor que designa a un sujeto. El sujeto imaginario de la revolución se
impone a las biografías de los cuerpos. No hay cosa que importe tanto como el
significante que cada uno vive para encarnar.
Los ideales totalizadores de los sesenta y setenta se hacen con mucho de divinidad,
suficiencia, jactancia, omnipotencia y con algo de complicidad entre semejantes que
luchan juntos por el placer de estar en el presente. Tal vez, ese algo que es intensidad
emocional de los que van a morir, fantasía deficiente de los que sueñan otra vida,
arrogancia de los que sufren enamorados, potencia de los que se saben desgarrados, late
en lo fugitivo de aquellos años que permanece y dura.
¿Por qué abrazarnos a una forma, en lugar de sobrevolar la nada? ¿Por qué pertenecer a
un símbolo, antes que vagar ausentes entre las cosas? Tanta soledad no se soporta.
Inconformidad desea lo fugitivo que habita en la soledad y en la provisoria proximidad
de los solitarios.
tierra firme; si el mar llevara lejos una porción de tierra, toda Europa perdería, como
si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de
cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad. Por eso no
preguntes nunca por quién doblan las campanas; están doblando por ti”.
El otro como juguete calculado, como inexistencia, como vida insignificante, de una
civilización viciosa. Peor que la irracionalidad del mal es el racionalismo morboso,
placentero, intelectual, homicida. Los poderosos redactan códigos y reglamentos para
ordenar la ferocidad de sus pasiones. Ponen en escena una corrupción reflexionada. Al
final, la erótica del poder sólo se satisface con la muerte del semejante.
Reinaldi sugiere que el artículo podría llamarse Los supliciados, el texto mentado en la
mañana del golpe no llega a publicarse. Fue la última vez que se vieron.
Marie Langer cree que el psicoanálisis sirve para que cada uno se conozca y conozca
mejor al otro, para que cada cual se mienta menos o para que todos avancemos hacia
nuestro destino con lucidez. Reivindica a Freud cuando advierte que el superyó es
interiorización de la ideología de la clase dominante, pero lo cuestiona cuando
naturaliza la sociedad de clases o piensa el sufrimiento humano como componente de un
universal sin historia. Cuestiona las estructuras de poder de las instituciones
14 Se presenta así: “Nací en 1910 en Viena, cuando ésta todavía era la capital del Imperio Austro-
Húngaro. Cursé ahí todos mis estudios y me recibí en 1935 de médica”. Tras comenzar un análisis
didáctico y su formación en el Instituto de Psicoanálisis de Viena, en 1936, interrumpe su carrera para ir,
junto con su marido, a España, en donde había estallado la guerra civil. “Entramos como médicos a las
Brigadas Internacionales. Salimos de España en los últimos días del año 1937. Por causas políticas ya
no pudimos volver a Austria. Emigramos al Uruguay y, en el 1942, a la Argentina. Justo cuando
llegamos a Buenos Aires, cinco psicoanalistas estaban formando la asociación. Me invitaron a
participar. Fui así miembro fundador de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina)”. En el Congreso
Psicoanalítico Internacional, Roma 1969, en plena dictadura militar, se afilia, junto con otros colegas
(Armando Bauleo y Hernán Kesselman, entre otros) a Plataforma Internacional, grupo que cuestiona la
ideología de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Tiempo después, ingresa a la Federación
Argentina de Psiquiatras. Con otro grupo afín, llamado Documento, en 1971, tras el Congreso
Psicoanalítico Internacional de Viena, renuncia a la Asociación Psicoanalítica Argentina e Internacional.
Los psicoanalistas de esa ruptura aparecen reunidos en dos libros que compila con el título de
Cuestionamos.
15 Marie Langer en un texto (Psicoanálisis y / o revolución social) presentado en el Congreso
Internacional de Viena en 1971, relata que en la Viena de los años treinta la juventud intelectual vive
apasionada por el psicoanálisis y el marxismo, a la vez que señala que en los comienzos de los setenta en
Buenos Aires los jóvenes rioplatenses tenían esa misma pasión.
47
Recuerda que Reich entrevé que la represión sexual es parte de una estrategia fascista de
dominación. Y que la sociedad capitalista, a través de la familia, reproduce las
condiciones de la vida neurótica. El padre tiránico, al reprimir el erotismo y la rebeldía
del niño, favorece una subjetividad sumisa a líderes autoritarios. Concluye que para
cambiar la sociedad se necesita cambiar la familia. Escribe en el manifiesto de
Cuestionamos: “¿Cómo puede gozar el obrero con su compañera exhausta en su
vivienda precaria, en plena promiscuidad? ¿Y cómo podrá gozar ella, expuesta
constantemente a la amenaza de un nuevo embarazo que se transformará en un nuevo
hijo, al que no podrán mantener? El Estado no la provee de anticonceptivos y hasta le
niega el derecho al aborto, es decir, el derecho inalienable de todo ser humano de
disponer de su propio cuerpo. Las masas, frustradas sexualmente se neurotizan, y el
neurótico sabe sufrir, pero no sabe luchar. Por eso la miseria sexual conviene a la
sociedad capitalista, a la cual la Iglesia provee de argumentos morales para justificar
la represión. Reich se lanza a la lucha. No habrá libertad sexual verdadera sin
socialismo, ni socialismo verdadero sin libertad sexual”.
El grupo cuestionamos es la voz del psicoanálisis que nos llega, entonces, como parte
del pensamiento de las izquierdas europeas. Palabras como revolución o títulos como
izquierda freudiana no son excentricidades de los sesenta y setenta en la argentina.
Inconformidad frecuenta tanto a las izquierdas como a las revoluciones, pero como no
se siente a gusto entre las cuatro paredes de una idea, al cabo, cuestiona las formas
institucionales de las izquierdas y las revoluciones reales.
16 En 1932 Reich publica un trabajo en el que concluye que el instinto de muerte es producto del sistema
capitalista y enseguida Freud intenta aclarar que el psicoanálisis no tiene un interés político. Marie Langer
piensa que en la Viena de 1932 Freud temía más al comunismo que al nacional socialismo; opina que
Freud pone reparos al comunismo porque un extraño cálculo de prudencia le impide declarar la guerra al
fascismo que es el verdadero adversario.
17 En el glosario de las izquierdas de los setenta, la palabra compromiso recuerda el empleo que de ella
hace Sartre. La cita que sigue es de El existencialismo es un humanismo: “Ciertamente la libertad, como
definición del hombre, no depende de los demás, pero en cuanto hay compromiso, estoy obligado a
48
Entonces, María Ester Gilio descarga una convicción de las izquierdas en esos días:
-¿No habrá alguna forma de lejanía entre usted y sus contemporáneos? ¿Alguna
incapacidad de acercamiento?
-No, yo no creo. Soy un hombre que tiene muchos amigos.
-Yo no dudo de eso, pero es muy claro que usted está realmente ajeno de los problemas
de la sociedad en que vive.
-No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis
contemporáneos.
-Esa vanidad le crearía obligaciones que seguramente no desea asumir.
-Mi escepticismo me impide crearme tales obligaciones. Usted debería ya saber que soy
un escéptico; un escéptico no se propone vaguedades tales como salvar a sus
contemporáneos. ¿Qué otra cosa quiere saber?
-¿Usted se ha dado cuenta de que en su obra hay una gran ausencia de mujeres?
querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si
no tomo igualmente la de los otros como fin”.
18 Crisis (1973-1976), fundada y dirigida por Federico Vogelius, con la colaboración de Eduardo
Galeano, Julia Constenla, Juan Gelman y Aníbal Ford.
49
Inconformidad aloja una potencia que no deserta, que naufraga tras el hundimiento de
las formas o que abandona el edificio en llamas de la representación. Inconformidad
imagina desapegos ante pertenencias que ahogan, consumen, atrapan.
De Literal se ocupó más la crítica literaria que el psicoanálisis. Tal vez porque muchos
psicoanalistas (salvo unos pocos entre los que están dos que han participado de la
revista) consumen literatura como pasatiempo o como viñetas que sirven para ilustrar
teorías. La relación de Literal con el psicoanálisis no es una relación, sino una práctica
de escritura que podría llamarse psicoanalítica no tanto porque expone instancias de la
teoría o presenta testimonios de sus casos, como porque invita a una lectura diferida:
lectura de lo que se dice, lo que no se dice y lo que se dice sin querer.
El primer número de la revista se inicia con un texto sin firma que lleva este título: No
matar la palabra, no dejarse matar por ella. Proposición que sitúa la discusión con las
19 El número 1, publicado en noviembre de 1973, cuenta con un Comité de Redacción compuesto por
Germán García, Luis Gusmán, Osvaldo Lamborghini y Lorenzo Quinteros. En el número 2/3 (mayo de
1975), el Consejo de Redacción sigue formado por García, Gusmán, Lamborghini, mientras Jorge
Quiroga remplaza a Quinteros. Finalmente, en el número 4/5 (noviembre de 1977) figura un director,
Germán García.
20 Tal vez el otro de Literal sea la revista Los Libros. En el número de marzo-abril de 1973, en tiempos
del consejo directivo formado por Altamirano, Piglia, Sarlo, se lee lo que sigue: “La producción literaria
ocupa en el interior de la actual coyuntura ideológico-cultural un lugar particular, cuya especificidad es
preciso marcar para poder iniciar un análisis de los códigos de clase que deciden su propiedad y hacen
posible su uso. En este caso, en los textos de Arlt se hace visible una cierta crítica a la lectura literal que
trata de borrar las determinaciones de clase para ilusionarse con el universal de una cultura cuya
propiedad detenta”.
50
Uno de los asuntos del artículo es la objeción al realismo: “La literatura es posible
porque la realidad es imposible. La información en un texto es un beneficio secundario
que no justifica la existencia de una escritura literaria. A diferencia de la noticia, la
verdad de un texto no puede someterse a una prueba de realidad. (…) Hablando de
cualquier cosa decimos la realidad, porque cuando hablamos sobre la realidad decimos
otra cosa”. No se trata de informar o de formar al lector sino de una escritura que pueda
alojar la potencia que desborda todas las formas. Se cuestiona la literatura como mero
espejo que refleja la vida social, sin por eso caer en un romántico expresarse de unas
individualidades soberanas.
En uno de los dos textos que se llaman La flexión literal (ambos en Literal 2/3) se lee
este epígrafe: “La apología del ojo que ve y refleja el mundo funda el imperialismo de
la representación realista”. La afirmación rechaza la estrechez del realismo socialista:
el arte que se asigna la misión de testimoniar (tal como es) el sufrimiento de los
explotados. O dice más adelante: “…el delirio realista de duplicar el mundo mantiene
una estrecha relación con el deseo de someterse a un orden claro y transparente donde
51
Objetan el papel de los intelectuales muchas veces reducido a una función normativa,
profética y educativa: un palabrerío de autoridad que, creen, aspira a ocupar la escena
del poder. Y, aunque los autores del grupo conocen que son acusados de propiciar
coartadas macedonianas para evadir la responsabilidad de tomar posición en tiempos
políticos urgentes, reivindican la ironía como distancia recomendable. “Una distancia
que permita desplegar los juegos de la palabra y haga comprender que la ironía sólo
puede ser confundida con el cinismo por quienes son llevados por la fuerza (de la
culpa) a sostener sus conce(p)ciones. La ironía destruye el sentido unívoco de las
palabras, destruye el sentido común que asigna identidades fijas y bien delimitadas a
todas las multiplicidades que reprime”.
La idea de arte porque sí participa de otra fórmula que presenta el grupo sobre el hablar
por hablar, un deseo de decir que se dice incausado. También en el primer número
figura un artículo que se llama Documento Literal. El matrimonio entre la utopía y el
poder que comienza así: “Toda política de la felicidad instaura la alienación que
intenta superar. Toda propuesta de un objeto para la carencia no hace más que
subrayar lo inadecuado de la respuesta a la pregunta que se intenta aplastar. No se
trata del Hombre, ese espantapájaros creado por el liberalismo humanista del siglo
pasado: lo que se discute son sus intercambios. No se trata de la inefable presencia, de
la concordancia supuesta, entre el Hombre y los Objetos de su felicidad: se trata de sus
diferencias, de la diferencia explosiva que se intenta velar”. Afirmación que podría
sugerir una cuestión que importa mucho en este libro: la tensión entre dos registros de
inconformidad: inconformidad como potencia del deseo que no encalla en los objetos
que el mundo social ofrece e inconformidad como devenir político de una voluntad que
denuncia injusticias y crueldades naturalizadas en ese mundo social.
O dice más adelante sobre la función que tienen los liderazgos políticos: “Si…el
conductor puede significarlo todo es porque la carencia que su presencia cubre, la
diferencia que su palabra niega manifestándose en ella, es insoportable. Mientras sea
necesario imaginar la completud, la unidad, el orden, alguien llenará el hueco para
que la ilusión se cumpla”. Piensan la utopía como el sueño de restitución del paraíso
perdido. Recuerdan que la evocación del paraíso sólo se sostiene a condición de estar
perdido. Afirman que esa referencia mítica sólo sirve para reprimir lo posible en nombre
de lo real.
Literal discute con la idea de compromiso sartreano, polémica que todavía no termina.
Si la culpa y el sacrificio no son lugares que favorezcan inconformidad, tampoco son
propicios los territorios de la indiferencia, la neutralidad o el cinismo. Los que tienen
derecho a hablar y a diferir en las formas, son los mismos que tienen derecho a comer.
La ironía puede ser complicidad escéptica que admite (así) el mundo que no quiere
aceptar o puede ser indignación impugnadora de lo inaceptable. El problema es
53
Es la historia de un médico que secuestra a una niña en los años de terror de estado en
la Argentina. Un largo monólogo en el que un hombre simpático deviene monstruoso.
La descripción del secuestro es atroz., pero la ferocidad del horror se dice en el relato de
gestos mínimos e inútiles, en la experiencia de vacío que habita junto a esa atrocidad.
Esa media hora de más, crea condiciones para escuchar lo inescuchable de esos hechos.
El personaje se afirma en el día, la hora, el lugar en el que está. “El hombre detrás de
dos sillas, mirando hacia el público dice: Sábado tres y media de la tarde. Yo estoy
sentado acá (señala la silla derecha), Ana María, mi mujer, está sentada acá (señala la
silla de la izquierda). Más o menos a un metro treinta, un metro treinta y cinco del
vértice de la pata izquierda del sillón, está sentada mi hija Adriana (señala con el pie
derecho el lugar donde está sentada Adriana.)”.
Pavlovsky advierte que la existencia necesita del auxilio adverbial. En el enunciado “Yo
estoy sentado acá”, el adverbio designa el lugar en el que está el que habla. El acá lo
rescata de la fatalidad de una existencia circunstancial. Le ofrece la exactitud de un
54
El personaje percibe que no existe sin una posición. Ocupar un lugar es tener una idea
rectora. Vive emplazado en un mínimo de coordenadas gestuales. Sus actos no son
arbitrarios. El resto de su voluntad habita en esos gestos. Se sostiene en figuras que
traza en el aire. Aísla cada detalle, sectoriza cada acción hasta la comicidad de lo
mínimo, queda asido a la elegancia de un movimiento no tanto como lujo inútil y
bonito, sino como ilusión de sentido. La sofisticación es envoltura del vacío. “(Se sienta
en el lugar de Adriana y realiza la mímica de sus movimientos). La posición física de
Adriana viene a ser la siguiente. A ver… Sí. Ella estudia historia, se coloca en esta
posición, la pierna izquierda… el talón de la pierna izquierda bajo la ingle derecha,
hmm…, talón de pierna izquierda bajo ingle derecha, es una posición aparentemente
incómoda, para mucha gente, porque la gente se acalambra en esta posición, es decir,
esta posición es difícil, solamente Adriana y yo podemos sentarnos naturalmente así…
sin contracturas, sin problemas de rodillas, es una posición natural para nosotros. Ella
la copió de mí. (Pausa). Estudia historia. A eso de las cuatro y cuarto, más o menos,
Adriana hace un movimiento hacia atrás, gira hacia acá y me mira… y yo siento que
me dice: Papá, solamente vos y yo nos sentamos así…”.
55
Potestad no importa para volver a decir la banalidad del mal o recordar la sensibilidad
de los verdugos. Interesa otra cosa: inconformidad como narración de lo fugitivo. Los
gestos mínimos como caricias en el aire, como soportes inconsistentes para el
instantáneo posado de lo que escapa del relato. Pavlovsky aloja en escena lo otro de la
huella, ese modo de la existencia que no deja marca, señal, cicatriz, porque permanece
en estado de fuga.
56
3.
En uno de sus monólogos televisivos en 1980, Tato Bores (vestido como siempre de
frac, con habano, lentes y peluca, atuendo que llevaba por si le ofrecían un ministerio)
cuenta esta anécdota a gran velocidad: “Yo el otro día iba en un colectivo, lleno,
completo, parado. Y de pronto alguien me dijo:
- Señor, ¿usted es militar?
- No... No...
57
Se ha dicho que el tiempo del terror de estado fue un tiempo perdido, un tiempo
secuestrado, un tiempo desaparecido. O que los años del después de la dictadura no
fueron días del todo festivos. El miedo (para algunos) se mantuvo a pesar del desahogo.
59
Temblores de una amenaza que tarda mucho en irse, actitud de alerta, convicción de que
no hay que mostrarse.
Los paranoicos son desconfiados. El regreso de los exiliados fue una señal de que el
estado podía ser, si no protector o benefactor, por lo menos no secuestrador. Sin
embargo, todavía, había que esperar: si los que se habían ido (y ahora volvían), al cabo
de un tiempo razonable, no eran detenidos; entonces, los que se habían quedado, podían
con prudencia comenzar a salir del miedo.
Pero el temor de los paranoicos es memoria difusa de una pérdida, de un fracaso, de una
deuda, de una caída que no termina nunca. Lo que se llama delirio de grandeza es una
forma desesperada de la nostalgia.
Simulación de los ochenta: actuar como si la dictadura no hubiera dejado marcas. Como
judíos que esconden los números de identificación que los nazis les habían dejado
tatuados en el brazo izquierdo.
Si fuera posible (no lo es) sugerir una emoción de inconformidad podría ser la de la
paranoia sin miedo: el presentimiento de que todas las formas nos amenazan, pero sin
temor de que nos hagan daño. Vivir arrojados a un peligro siempre por sortear, tendidos
en la decisión del esquive, plenos en el momento del susto, pero no asustados. El miedo
transforma potencias de inconformidad en energías de supervivencia.
Nostalgia: (1) propensión malsana que adora un ideal, (2) don que aloja lo posible junto
a lo irremediable.
En su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), José Carlos
Mariátegui piensa la nostalgia en la poesía de César Vallejo. Sugiere que su tristeza es
fuerza que anida en el alma de los antiguos de la tierra. Esa nostalgia no es obsesión por
el pasado perdido o esperanza de un retorno, sino potencia de evocación, acto de
ternura. No encuentra en Vallejo morbosidad retrospectiva, añoranza del Imperio Inca o
del Virreinato. Dice que su nostalgia “es una protesta sentimental o una protesta
metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia”. Sostiene que las nostalgias
punzadas en el alma (por un dolor de siglos) son dulzuras de maíz tierno. Piensa la
nostalgia de los antiguos de acá como latido escéptico, como incertidumbre serena que
es pregunta por el sentido.
Distingue esta nostalgia (propia del amor humano) de otra que es enojo, obsesión de una
ilusión personal contrariada. Entiende que la nostalgia de Vallejo no es un reproche a
dios o una forma patológica de negatividad. Escucha en su poesía la voz del alma que
sufre y expía la pena de los hombres. Afirma que tampoco se trata de un pesimismo
literario. Escribe: “No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por
la voz de Leopardi o de Schopenhauer. (...). No se le busque parentesco ni afinidad con
el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo,
como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga
trama de fatalismo... (...). Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada
que conduce al suicidio... (...). Se podría decir que así como no es un concepto,
tampoco es una neurosis”.
61
Ni concepto ni neurosis, ni metáfora ni disfraz: sentimiento vivo. Ternura que aloja sin
estridencias un dolor irremediable a la vez que una felicidad posible. La nostalgia de la
que habla Mariátegui no es la del narcisismo desencantado o el del ego exasperado.
Escribe: “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está
triste hasta la muerte de la tristeza de todos los hombres.
Ausente: ensimismado.
No importa ahora la figura compensatoria de un exilio interior: desterrados que viven en
su tierra, habitantes de catacumbas urbanas que practican ritos de las izquierdas de la
década anterior. Tampoco interesan competencias o intercambios de culpas, méritos,
sufrimientos, entre los exiliados y los que se quedaron (¿tardaron más en regresar los
que nunca se fueron?, ¿los que volvieron ansiaban encontrar un mundo que se había
ido?).
Una sensación (para algunos): estar afuera de lo que estaba ocurriendo, tener una
cotidianeidad dividida, una vida partida. La escisión como existencia suspendida que no
renuncia, como rebeldía que no protesta, como anonimato no indiferente, como
compromiso del ausente. Estar afuera, ensimismados (¿dónde?, ¿en el pasado?, ¿en la
epopeya del yo?). Ajenos a otros discursos colectivos, desubicados. Al margen de
certezas, sin razón histórica, portavoces de una tragedia personal. El cuerpo del ausente
62
se abraza a una sombra. En tiempos de dictaduras casi no hay lugar para estados de
inconformidad: ese pulso indefinible se reserva para el oído de otro mundo.
Encuentro una lista de gastos de esos años. Menesteres que hacen a una vida: pagos de
supermercado, soda, arreglo del lavarropas, diarios, impuestos, expensas, cooperadora
del jardín, transportes varios, dentista, alquiler, cuota del club, un poco de ropa para
todos, libros. Constan en el inventario, también, los ingresos, suma artesanal de
obstinación e ingenio. ¿Instantánea de la existencia de entonces? Esa lista es un catálogo
de consumos, pesadilla, sueño de confort.
La idea de paraíso es la forma más lograda de conformidad: rastrilla energías con esa
figura que disimula los dientes. El miedo y la urgencia ganan pequeñas voluntades
disidentes. Las listas hacen compañía a los insomnes que no logran ocultarse de la
lucidez de la noche.
Dos Banderas: marca de una goma de borrar con un lado para tinta y otro para lápiz.
Algunas expresiones condensan tramas de una época. Casildo Herreras hizo de la frase
yo me borro sinónimo de traición, cobardía, deserción. Secretario general de la CGT en
los años de la triple A, en marzo del setenta y seis, se va del país. Recién llegado a la
63
La expresión borrarse viene del lenguaje de las carreras: los borrados son los caballos
anotados para correr que no se presentan en la largada. La palabra se usa para decir
escapar, renunciar, irse, excluirse. O se utiliza para expresar que uno se protege de un
peligro, deshace un compromiso, evade una responsabilidad, evita una complicidad o le
saca el cuerpo a un asunto. Si el borrarse no comporta un acto cobarde, puede
representar la aceptación de una derrota, la astucia del que se guarda para otro
momento. Con la fórmula los borrados, se designa tanto a los muertos, a los que
abandonaron a sus compañeros o a los que se reservaron para otra pelea.
Algunos matices: (1) los borrados están definitivamente muertos; (2) los que se borran
renuncian a un ideal colectivo que, al cabo, les importa menos que sus personas; (3) los
guardados se reservan para otra oportunidad, permanecen clandestinos, temerosos de
todo lo que representa un peligro, a la espera de desquite o revancha; (4) los ausentes no
huyen, ni abandonan sus amores, conservan sus ideas, pero no sueñan con otra
oportunidad, se mantienen (al igual que los guardados) con el corazón abrazado al
pasado mientras circulan en el presente como emotividades pintadas, confinados en
espacios mínimos.
habíamos invernado por largo tiempo”. O “Cada uno llevaba en la cara la ansiedad,
la impaciencia, por integrarse al mundo que había abandonado. Y también el miedo.
Miedo a que no nos quisieran, a ser apartados como leprosos medievales, que tocaban
sus campanas por las aldeas. La nuestra era una peste sin úlceras ni llagas, hecha de
recuerdos molestos…”. La convaleciente es la historia de alguien que tiene que volver a
nacer en un presente cómplice y traidor, extraño y familiar, a la vez. Pero la recién
nacida carga la memoria del dolor. Podría andar en la vida aferrada al pasado,
despreciativa y asesina de sus días.
Hay una culpa imaginaria (como todas las culpas) de las izquierdas de los setenta, pero
no por haber hecho lo indebido, sino por haber cedido la oportunidad de realizar lo que
se hubiera podido. La muerte goza de todos los culpables.
Nostalgia, autocompasión, rencor, goce de lo perdido, son algunos encierros en los que,
sin darse cuenta, caen algunos convalecientes. Se pregunta Héctor Tizón, en La casa y
el viento (1984): “¿He huido del aislamiento y la soledad, tal vez de la cárcel, para
encerrarme?” Se podría decir que (para algunos) los ochenta son años de
convalecencia. Convalecencia: desencierro del pasado, abandono de esa tristeza
anhelada.
En los ochenta, la cultura del rock repone, entre nosotros, interrogantes vaciados de las
voces de la izquierda militante de la década anterior. Es un movimiento que expresa el
descontento con la realidad social, el rechazo a la ciudad, la impugnación de las
costumbres, la discrepancia con los valores establecidos.
El rock no comercial de los ochenta expresa una fiesta rebelde que no se propone tomar
el poder. Acontecimiento de intensidades que escapan a los mandatos moralizantes.
Chicas y chicos dando saltos, rebotando y chocando unos contra otros, remeras elevadas
o lanzadas en el aire, desnudez y sudores que se mezclan en la piel elástica de una bestia
recién nacida. Contactos contaminados de potencia. Vocerío en el que nadie pontifica.
Complicidad tácita de los que se juntan sin marchar hacia una meta futura.
Muchas veces la cultura del rock de esos años exhibe un reflejo no intelectual que
alienta protestas espontáneas o hace alarde de una sensibilidad o tacto existencial que
cree percibir sin disfraces el verdadero estado de las cosas. Pero sobre todo, se opone a
los tonos dogmáticos y suficientes. Ejerce el dogmatismo de los que no quieren dogmas,
el espíritu antipedagógico, la crítica de las ideas que pretenden explicarlo todo.
Cuando la cultura del rock afirma, entonces, que el rock no es ideología, cuestiona
cualquier armado de bloques homogéneos, faltos de contradicciones y de ambigüedades.
Objeta desciframientos, interpretaciones o reglas normativas comunes entre las
izquierdas. Reivindica la intuición, la existencia de misterios irreductibles, desconfía de
los sistemas que pretenden decir el mundo. 21
21Recuerdo algunas marcas que circulan mediando la década: en 1986, Los Redondos editan Oktubre;
Soda Stereo, Signos; Sumo, Llegando los monos; Virus, Virus Vivo; Luis Alberto Spinetta, Privé. O un año
después, Charly García edita como solista Parte de la Religión.
66
23 Por citar sólo un caso, Beatriz Perosio fue secuestrada en 1978 mientras era presidenta de la
Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
68
La expresión psicobolche es, en esos años, otro modo de repudio de la nostalgia, cuando
ésta retorna como dictadura moral de una experiencia anterior irrefutable.
¿Cómo pensar esos murmullos que fluyen desde los divanes? ¿Retorno de la palabra
acallada en tanto exilio y represión política? ¿Emanaciones de memorias hablantes de
una ciudad habitada por gente descendida de los barcos? ¿El psicoanálisis como
confinamiento de la izquierda intelectual? ¿Como paraíso protegido de los ochenta? El
psicoanálisis pudo ser, entonces, fuente de confusiones: espacio de redención personal,
revuelta íntima de buscadores de felicidad, gabinete seguro de confesiones
revolucionarias, recinto de la voz subversiva, alcoba de la libre asociación, lecho de
fantasías sexuales, recreo de fraternidad, ritual purificador de almas sinceras, consuelo
de una legalidad inconsciente en un mundo sin ley.
Los ochenta son los años de la gran marcha de los analizados. Una poderosa
concentración urbana disciplinada de la protesta social. Una tenaz conspiración de
burladores de censuras. Una experiencia protegida de los urgidos por la angustia, el
69
La cuestión Lacan, si bien se inicia a fines de los sesenta, tiene mayor lugar en los
ochenta. En Buenos Aires, designa un conjunto de espacios culturales, una red dispersa
de grupos de estudios en los que se piensa el psicoanálisis, la lingüística, la filosofía, la
literatura, la antropología, la historia. La potencia intelectual de las izquierdas
reprimidas se despliega, en parte, alrededor de sus escritos y seminarios.
Importa ahora destacar un espacio de lecturas diversas, la existencia de grupos que aún
no entraban en las universidades, la autorización de autores no académicos, de maestros
y alumnos que discutían en proximidad informal, una comunidad de analistas y
pacientes que hablaban un lenguaje cifrado, la multitud que se concentraba en revistas,
boletines y congresos masivos. Lacan es, en nuestros ochenta, un nombre que representa
muchas cosas. También una contraseña posible de la resistencia cultural.24
24 Esa resistencia se expresa también en los itinerarios de revistas con vocación psicoanalítica de esos
años. Es el caso de Conjetural dirigida por Jorge Jinkis, creada en 1983 o de Lo Grupal una colección de
volúmenes colectivos (siete en la década del ochenta de un total de diez.), compilados por Eduardo
Pavlovsky y Juan Carlos De Brasi. Sin contar colaboraciones de los psicoanalistas en publicaciones como
Punto de Vista, Unidos, Sitio o, al final de la década, Babel.
70
Allí se dice que todo delirio, antes de ser aplastado por la trituradora interpretativa de la
psiquiatría y el psicoanálisis, afirma un mundo social, político, histórico, ético, cultural,
religioso, moral. En todo delirio se delira la historia.
El Antiedipo post dictatorial se presenta como un texto (advertido del asunto Lacan) que
funde marxismo con literatura, filosofía con psicoanálisis. El lenguaje de ese texto es un
ropaje desconcertante para los automatismos y jergas militantes de los sesenta y setenta.
El Antiedipo en los ochenta porteños forma parte del género lecturas secretas. Secretas
no selectas. No es, entonces, un texto de culto de la elite psicoanalítica. A ese rubro
pertenecen los seminarios inéditos de Lacan. Secretas por su contenido de filosofía
política, por sus alusiones desquiciadas, por su estilo antiacadémico, por su forma
ensayística, por su vocación de minoría fuera de toda escuela. El Antiedipo como
experiencia conspirativa, como insistencia insurrecta, como ilusión de continuidad de
una furia interrumpida.
4.
Muertos de miedo: (1) dominados por el terror, (2) mano de obra del poder.
El quince de enero de mil novecientos setenta y tres se estrena en el teatro Payró de
Buenos Aires El señor Galíndez de Eduardo Pavlovsky. Una pieza testimonial que
anticipa procedimientos del terrorismo de Estado en la Argentina. La obra relata
73
espesuras existenciales que desbordan las psicologías. Pone en escena cómo el terror
habita en lugares comunes, en cotidianos reconocibles y se compone de gestos tiernos e
insignificantes. Pavlovsky expone acciones que nos son familiares (esperar a alguien,
limpiar una mesa, barrer el piso, tender una cama, ir al baño, ordenar papeles, hacer
gimnasia, leer una revista), impaciencias y movimientos apaciguadores, opiniones
generales sobre cómo se pierde el romanticismo, sobre el sabor de la intimidad o sobre
la inconstancia de la juventud; imágenes cotidianas: tapas de revistas con actrices y
modelos, fotos de futbolistas y boxeadores. Expone cosas que pasan en la proximidad
de los cuerpos que esperan: exasperaciones, acercamientos, rechazos, confusiones,
violencias, sorpresivas confidencias, especulaciones sobre qué quiso decir (de verdad) el
otro, sentencias y enseñanzas de la voz de la experiencia. Conversaciones agrietadas por
sospechas y desconfianzas. Gestos inocentes y divertidos. De pronto un hombre habla
con la mujer por teléfono, pregunta por su hija: si la abrigó o si repasó las tablas de
multiplicar: “Hola, Rosi, el papi habla. ¿Cómo le va a la muñequita? ¿Me querés
mucho? Y cómo no te voy a querer si soy tu papi. Bueno, hacé los deberes y obedecela
a la mami. Sí, mi vida, sí. Chau, tesoro”. Le manda besos, no quiere que la suegra se
meta en su casa, no recuerda dónde puso la boleta de la luz, se enoja cuando lo celan.
Cosas que pasan. Movimientos colgados de nada. Cabos sueltos. Datos imprecisos, casi
innecesarios. Automatismos de chicos que se defienden, que se sienten jodidos por un
extraño. Rebeldías que se muerden la lengua cuando hablan con la autoridad. Pequeñas
costumbres y minucias. Hazañas miserables. Expresiones disparatadas, ocurrentes,
absurdas. Modales de pibes de barrio que respetan a sus mayores. Obsecuentes que
reciben, por teléfono, órdenes de Galíndez: “Hola. Sí, señor. ¿Cómo le va a usted,
señor? Muy bien, muchas gracias señor. Pierda cuidado señor. ¿Cómo? Sí, señor estoy
escuchando. Perfecto, señor. Sí, señor...y bueno, nuestra misión es esperar, señor.
Comprendido, señor. ¡Entendido! ¡A sus órdenes, señor!”. Nerviosismo de cuerpos a
punto de estallar. Delirantes que trabajan para Galíndez aunque nunca le vieron la cara.
Desesperados que intuyen que no son imprescindibles, que temen perder su protección,
que saben que cualquier sacudida de las circunstancias puede hacer también de ellos
hombres muertos. Esclavos de leyes mafiosas. Dependientes de la fragilidad e
inestabilidad de sus pactos. Ambiciosos que luchan por progresar, que tienen miedo, que
están muertos de miedo.
74
Los hechos de terrorismo de Estado necesitan ser situados como parte de la racionalidad
del capitalismo en la Argentina. Los saberes que explican el mal como monstruosidad
personal o patología moral tienen un efecto encubridor. Sustraen de la discusión el
problema de la funcionalidad política de la barbarie.
¿Cómo son los torturadores de la obra de Pavlovsky? Son hombres comunes: padres,
hijos, maridos, empleados, trabajadores. Pero, que sean personas como todos ¿significa
que cualquiera puede ser un torturador? ¿Que la mayoría tenemos un costado perverso
que desconocemos? ¿Que, dadas las circunstancias, ninguno resistiría la tentación de
violar un cuerpo indefenso? ¿Que el mal gobierna en la intimidad del deseo? ¿Que la
civilización es una sofisticada barrera de contención para el descontrol pulsional? ¿Que,
incluso, las personas más buenas y solidarias son malvados travestidos? ¿Que el bien es
sublimación del mal? O que hasta perdedores, tristes, melancólicos (inofensivos
socialmente), ¿son sádicos atemperados que ejercitan la violencia contra sí mismos?
La igualación de todos ante el mal (ya sea como tendencia pulsional o formación de
goce) es discutible. Propaga una difusión de principios universales y homogéneos. Un
reinado indistinto y general. Un apartado moral en el que todos somos, en potencia,
culpables. Inconformidad, inquietud que lleva a esta pregunta: ¿por qué no todos somos
cualquiera?
25 A fines del siglo diecinueve se difunden diferentes modelos científicos para comprender las conductas
sociales y humanas, se comienza a hablar de ciencias sociales y de ciencias humanas, más reciente son
expresiones como ciencias políticas o ciencias de la comunicación y cada tanto se escucha también
ciencia psicoanalítica. La idea de ciencia contamina casi todos los pensamientos sobre subjetividad.
Pruebo la denominación humanociencias: un juego y una ilusión de que la palabra humano, funcione
como prefijo de anulación, de advertencia, de ironía crítica.
75
Secreto del poder: supliciar los cuerpos para dominar las almas.
En la colonia penitenciaria de Franz Kafka transcurre en una isla de seguridad y
disciplina severas. Un extranjero es invitado a presenciar la ejecución de un hombre
condenado por desobedecer e insultar a un superior. El detenido no sabe que ha sido
procesado ni tuvo oportunidad de defensa. El castigo consiste en inscribir sobre su
cuerpo la disposición que él mismo violó, por ejemplo: “Honra a tus superiores”.
El oficial exhibe diseños preparados por el antiguo comandante: planos llenos de líneas
indescifrables. Las inscripciones ocupan sólo una franja del total de la superficie, el
resto está cubierto con hermosos adornos. El procedimiento dura doce horas. Cuando el
condenado traspasa la experiencia del dolor, comienza a descifrar el secreto (“estira los
labios hacia afuera como si escuchara”).
El oficial se disculpa por el chirrido espantoso de una rueda, explica que el nuevo
comandante redujo las partidas de mantenimiento. Cada tanto se rompe o descompone
algo, los repuestos no se consiguen, llegan tarde o son de mala calidad. Incluso, al no
cumplirse la norma de ayuno, los condenados dejan la máquina peor que una pocilga. A
veces, la sangre y excrementos humanos afean la visión de la sentencia o la ensucian.
aparece desplazado en otra parte: en alguien que cambia las órdenes haciéndose pasar
por Galíndez o en el nuevo comandante que no entiende la estética del procedimiento.
La percepción de que las formas participan de la racionalidad del horror nos deja
desamparados, inconformidad invita a pensar a partir de ese desamparo.
Eichmann: (1) oficial nazi, (2) responsable de campos de exterminio, (3) tras la guerra,
vivió con otro nombre, tranquilo, en Buenos Aires hasta 1961.
Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén (1963), observa que uno de los
responsables de asesinar a millones de seres humanos, no parece un hombre malo. Es un
burócrata obstinado en hacer correctamente su trabajo. Una criatura meticulosa que no
manifiesta odio personal contra sus víctimas, ni goza, enfermizo, con el sufrimiento de
los condenados. Interpreta y satisface a sus superiores. No es una bestia cruel. Dirige
uno de los más atroces programas de exterminio de la historia de la humanidad, como si
administrara una oficina de correos. Hannah Arendt llama banalidad del mal a esa
práctica común y rutinaria del horror. Al empeñoso deseo de obedecer y cumplir
órdenes. Sin importar el precio, sin dudas ni remordimientos.
Lombroso está convencido de que el mal por el mal puede ser detectado en forma precoz.
Un gran número de signos físicos y morales distinguen a los criminales de las personas
honradas. Compara tamaños de cerebros y cráneos, el diámetro de las mandíbulas, la
espesura y el color de los cabellos, el tipo y las formas de las barbas, la palidez y tersura de
los rostros. Establece que los homicidas tienen manos gruesas y cortas, que los ladrones y
salteadores de caminos desarrollan dedos largos, que los estafadores son zurdos e
inteligentes, que los abusadores de menores tienen talla pequeña y peso abultado, que los
autores de heridas se apasionan por el juego, que los insanos son casi siempre alcohólicos.
También advierte que muchos criminales temen a Dios, que los ladrones son poco
religiosos, que los incendiarios casi todos locos, que los homicidas nunca totalmente
calvos, que los violadores de mujeres vírgenes exhiben protuberantes facciones salientes
en sus rostros, que los hombres honrados tienen la nariz con forma de pico ganchudo, ya
ondulosa, mejor larga, de mediana longitud, con base muy frecuentemente baja, en casi
ningún caso desviada. Recoge pruebas que demuestran que los degenerados presentan las
orejas separadas de la cabeza, que los sometedores de niños o niñas llevan una arruga
especial en la frente que denuncia la marca del vicio, que las personas rectas y probas
despiden secreciones menos ácidas, que los hombres y mujeres infames carecen de gusto,
que los criminales tienen el paso izquierdo muchos más largo que el derecho, que casi
todos los reos comunican sus pensamientos por medios de señales, que los homicidas y
ladrones poseen un lenguaje con cuarenta y ocho gestos innatos, que los desenfrenados
tienen debilidad por los tatuajes, que los violadores tapizan su piel con signos obscenos y
jactanciosos. Lombroso comenta el caso de un condenado que llama su atención: un
hombre que lleva la historia de sus crímenes grabada sobre su cuerpo, un sujeto sin moral
que exhibe, en la piel, la lista de sus amantes, y escribe lo que sigue: “Junto a éstas figuras
y al lado de otras que el respeto al público me prohibe citar, veíase con sorpresa el diseño
de una tumba con este epíteto: ‘A mi querido padre’. ¡Extrañas contradicciones del
espíritu humano!”.
Pero una de las rarezas más notables de los criminales de Lombroso es la resistencia al
dolor. Cita el caso de un ladrón que se deja amputar una pierna sin gritar, entreteniéndose
después en jugar con el pedazo cortado o el de un asesino que, terminada su condena,
ruega que le permitan continuar en prisión; y que viendo rechazado su pedido se desgarra
(con el mango de una cuchara) sin expresar malestar o el de un condenado que antes de ser
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decapitado, es atenazado en ocho lugares diferentes, sufriendo esos tormentos sin quejarse.
Lombroso considera que esa analgesia explica la insensibilidad moral y la indiferencia por
la vida de un semejante. Razona que cuando vemos sufrir a otra persona evocamos,
ayudados por la memoria, sentimientos similares. La identificación es el móvil de la
compasión. Pero cuando no hay sensibilidad tampoco hay compasión.
La cuestión política: (1) vacío disciplinario, (2) asunto negado por los que viven
conformes, (3) ocupación de políticos profesionales.
Circula desde hace años una especie de bestiario psiquiátrico internacional que
colecciona fábulas (que designa como observaciones empíricas) de miles de criaturas
sufrientes. Un compendio clínico que se usa como manual de fácil y rápido manejo. Una
taxonomía de los comportamientos de hombres y mujeres que se sienten tristes,
ansiosos, aterrorizados, deprimidos, dependientes, impulsivos, insomnes,
desorganizados, inseguros, distraídos, irritables, desmemoriados. Un listado de rasgos
que hacen distinción en una multitud de pacientes. Una concertación diagnóstica
flexible en la que, de alguna manera, encajamos todos. Una bolsa ejemplar en la que
entra un poco de todo pero no mucho de cualquier cosa. Un asunto de igualaciones
diagnósticas y estadísticas. Un breviario de reacciones que silencian eso inclasificable
que en cada uno hace diferencia. Un espectáculo de fijezas que hace olvidar lo que en
cada cual provoca sentido. Colecciones de lugares comunes y homogéneos que alisan
pasiones que son irregulares. Tal vez, la pregunta por lo singular restituya lo accidental
e indecidible. Arrugas caprichosas de subjetividad. También la necesidad de pensar la
cuestión política como vacío disciplinario.
80
¿No habré sido yo?: pregunta que se hace una persona débil e insegura, propensa a
cargar con actos ajenos terribles.
A fines de la década del setenta, un psicólogo trabaja en el Centro de Salud Nº 3 de la
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Una compañera lo recomienda para
coordinar grupos de adolescentes con problemas vocacionales e ingresa al Servicio de
Psiquiatría Preventiva. Al tiempo, el jefe del Servicio opina que no tiene sentido que
chicas y chicos hablen de lo que les pasa en voz alta sin plan ni conducción y decide
aplicar entre los consultantes el Test de Szondi. Una prueba ideada por un médico
húngaro obsesionado por la incidencia de la dinámica instintiva en el destino de la
gente.
guarida en zonas sombrías e indecibles del alma, quiere espiar el campo de batalla vivo
de la herencia, visitar comarcas que combaten en cada uno de nosotros.
Según Szondi, las formaciones de carácter o las tendencias profesionales son resultado
de complejas pulseadas en la mesa del alma. Cree que los individuos insanos padecen
una sobredosis instintiva inmanejable. Afirma que su prueba permite pronosticar el
destino, predecir amores, trabajos, amigos, enfermedades, la muerte. Agrupa cuarenta y
ocho fotografías en seis series de ocho imágenes cada una, cada serie contiene figuras
representativas de un factor instintivo, imágenes seleccionadas entre miles de enfermos
mentales: hermafroditas, asesinos sádicos, epilépticos genuinos, histéricos,
esquizofrénicos catatónicos, esquizofrénicos paranoicos, depresivos melancólicos y
maniáticos. Los retratos, en gran parte extraídos de libros de psiquiatría de principios de
siglo, corresponden a personas de diferentes países.
El psicólogo recuerda la sala en penumbras. El jefe del Servicio dice: “voy a mostrarles
unas fotografías. Mírenlas y elijan la de la persona que consideren más simpática.
Opten pronto, sin pensar mucho”. Un proyector expone, enseguida, la primera serie de
ocho fotografías. El clima es íntimo, casi secreto. Los chicos tienen que consignar sus
elecciones en un formulario. Imágenes que actúan, según Szondi, como un despertador
de pesadillas instintivas. Al rato, pide otra, también, simpática y, más tarde, dos
antipáticas. El jefe del Servicio lamenta no seguir las indicaciones de Szondi al pie de la
letra: aplicar la prueba por lo menos diez veces (pocos chicos sobreviven a la segunda
toma), pero, a pesar de obstáculos e impurezas, saca conclusiones: una vez expuso que,
según sus cálculos, una jovencita presentaba tendencias masoquistas; pero que, sus
exigencias sádicas, se encontraban (por suerte) bien sublimadas y que, por lo tanto, era
conveniente (a fin de completar una correcta canalización pulsional) recomendarle que
se desempeñe como niñera o tal vez como pediatra o como psicóloga infantil.
Detectaba, además, en la muchacha signos inequívocos de frigidez, pero por cuestiones
éticas mantenía el dato en reserva. Otra vez encontró en un chico, que se había burlado
del test en forma agresiva, los signos de Cain. Dijo que el muchacho juntaba odio y que
sus elecciones denunciaban rasgos latentes de homosexualidad anal.
El psicólogo recuerda que casi todas las imágenes eran feas, retratos de gente rara; a
veces, no distinguía si se trataba de hombres o mujeres. Algunos le despertaban miedo,
82
otros lo ponían triste. Una de las mujeres (la de la letra k de la serie V) le parecía bonita.
Una vez se notó parecido al hombre de la serie III que tenía la letra m. Por si acaso,
nunca lo menciono. Tenía bigotes y una sonrisa que le era familiar.
Pero se caía en una argumentación (si no peor) por lo menos equivalente. Se intuía que
un modo de reponer el problema político en el centro de las teorías del sujeto era pensar
las relaciones entre deseo y poder. Cito un fragmento del razonamiento: “¿Cuáles son
las condiciones del sujeto que posibilitan que desee acatar sin límites las exigencias del
poder? El que obedece ciegamente se halla poseído por una creencia: reencontrar, a
cambio de la sumisión, aquello que le falta. Si el deseo se define por la carencia de
objeto, esa falta moviliza la persecución desesperada de algo. Una ausencia que halla
sustitutos pasajeros en los objetos cincelados por la historia social. La obediencia
ciega es una de las figuras que ofrece el poder para cautivar al deseo. Pero no se trata
de un objeto más: es una modalidad de lazo social que produce subjetividad.”
Es cierto, la potencia deseante puede estar al servicio de cualquier cosa (incluso, claro,
de la muerte, la tortura y otras formas de crueldad). Pero, al cabo, el argumento es
ingenuo. El análisis de los actos de terrorismo de Estado (a pesar de considerar la
fascinación por el poder, el amor por la autoridad, el deseo de formar parte de una
voluntad superior o la complicidad de intereses) choca contra un resto que resiste las
explicaciones disciplinarias. ¿Por qué militares argentinos no dudan de la moralidad de
sus crímenes? ¿Por qué, ni siquiera reconocen a esos hechos como criminales? ¿Por qué
no lamentan haber hecho lo que hicieron? ¿Por qué desearon hacerlo? El haberlo hecho
no sólo es un verosímil moral e ideológico, sino una realización política. No todos; es
decir, no cualquiera se hace sujeto de una voluntad así. El horizonte de opciones
posibles se resuelve en forma distinta para cada cual. El misterio de la diferencia es
terreno de la angustia, pero, también, de la política.
5.
Rozitchner parte de la convicción de que para cambiar la sociedad en que vivimos uno
mismo tiene que cambiar. El libro comienza así: “Las opciones no son solamente
difíciles para los judíos. La revolución exige el sacrificio de lo negativo, la
incorporación de un nuevo nivel de objetividad, la destrucción de las falsas
pertenencias, el abandono de la complicidad de clase. El militante de izquierda es
aquel que está, puesto que inserto en el proceso de cambio, dispuesto él mismo a
cambiar. Esto no se hace sin graves indecisiones, sin temores ni ambigüedades”.
Criticar no significa denegar, denegación es violencia que cancela una emoción. Crítica
es violencia que aloja a la emoción cancelada por la denegación.
Rozitchner ensaya la crítica del ser judío como violencia hospitalaria de un auto
cuestionamiento. Afirma que reconocerse judío es compatible con ser coherentemente
de izquierda. Pero, ¿qué quiere decir ser coherentemente de izquierda?, ¿esencialidad
pura, categoría vacía, falacia revolucionaria?, ¿plenitud sin fisuras, unidad de espíritus
libres, cuerpo del socialismo ideal?
Tal vez el anhelo de una coherencia de izquierda sea una adherencia imaginaria que no
importa como posibilidad lograda sino como imposible que pone en marcha una
discusión en uno mismo. El argumento recuerda lecturas de la Fenomenología del
espíritu en los contornos intelectuales de entonces. 28
28 La figura hace referencia a la revista Contorno (1953- 1959), escuela intelectual de la izquierda de los
sesenta. Publicación que reúne, además de a Ismael y David Viñas, a Ramón Alcalde, León Rozitchner,
Noé Jitrik, Juan José Sebreli, Oscar Masotta, Carlos Correas, Rodolfo Kusch, Adolfo Prieto, Adelaida
Gigli, Tulio Halperin Donghi.
86
Tal vez se pueda ser anti judío, pero ¿se puede ser ex judío? ¿El prefijo de lo que se ha
sido, de la exterioridad, del fracaso, de la traición? ¿Traicionar a un abuelo (religioso,
comerciante, de espíritu burgués) para actuar el heroísmo revolucionario? ¿Privarse de
una sensibilidad, de una memoria, de un amor, para ser aceptado en una comunidad
ideal?29
Rozitchner percibe que la herencia no puede ser negada ni elegida. Uno vive su herencia
(“como soy mi piel y mis huesos: porque es mi esqueleto, mi anatomía cultural”). La
pregunta es cómo transformar la fuerza de esa memoria en energía revolucionaria.
29 Theodor Lessing publica en 1930 un libro sobre el auto odio judío que postula la existencia de un
síndrome de desprecio y repudio de sí. Analiza la enfermedad de personas conocidas por rechazar su
herencia, entre los seis casos que considera, figuran Paul Ree (recordado por posar junto a Nietzsche en
una fotografía tirando de un carro en el que se ve a Lou Andreas Salomé con un pequeño látigo) y Otto
Weininger (quien se dispara un tiro a los veinte tres años, tras publicar Sexo y carácter).
87
Moral burguesa: (1) sutileza represiva, (2) escuela de rehabilitación del deseo.
Ser judío es testimonio de un pensamiento de izquierda crítico de su propia subjetividad.
Escribe en el final de Moral burguesa y revolución: “Y por eso también hemos visto
aquí que el orden moral de la burguesía es un orden que contiene por esencia la
represión: las conexiones que reprimen en la conciencia deben a su vez ser reprimidas
primeramente en la realidad, apoyadas en todas las instituciones que las mantienen en
tanto orden social. La represión no es, como en el socialismo, un mero requerimiento
circunstancial, histórico, de tránsito hacia un orden material verdaderamente humano
que no la contenga: en la burguesía la represión es el único modo de conservar para sí
la parcialidad y el desequilibrio sin los cuales se destruiría como clase privilegiada.
Porque sólo la persona dividida en sí misma, y que vive de esa división, puede sostener
como conciencia la división del mundo que le permite subsistir -y nada más relativo y
dependiente- como persona”.
Rozitchner piensa el ser judío como negatividad afirmativa, como línea de despegue,
como punto de partida. Escribe: “Este índice en mí, el de la inhumanidad de lo
humano”. Afirma el ser judío como indicador de sentido que “descubre la inhumanidad
de lo humano a través de su propia negación sufrida”.
¿Se podría hablar de una excepcionalidad judía? ¿Los judíos no se parecen al resto de la
gente? ¿Se trata del pueblo que representa a Dios en la tierra? ¿Escogido para llevar
adelante una misión especial? ¿Comunidad privilegiada por el Creador? ¿Una
especificidad judía? ¿Orgullo, distinción, responsabilidad? La persecución y el
exterminio judío ¿una excepcionalidad en la historia del horror humano? ¿Exotismo
heroico del sufrimiento?
32 Jean- Claude Milner (2006) advierte que la idea de excepcionalidad judía deviene de la situación
social de exclusión. Señala cómo a partir de la primera guerra mundial, “en los Estados de Europa
central surgidos del tratado de Viena, incluyendo los menos reaccionarios, los judíos son excluidos
colectivamente del poder político”. Pero como esa regla admite excepciones, nace la figura del judío de
excepción que consiste en hacer una omisión individual a la regla general por considerar su fortuna, su
poder de influencia o su talento.
90
Rozitchner insiste en pensar el ser judío como umbral no absoluto ni como estado de
excepción. Ser judío, resto de una producción histórica a la vez que estremecimiento de
una mismidad irreductible.
Para Rozitchner ser judío es un límite que lo arroja al ser de izquierda. Temblor,
terremoto, intensidad, magnitud, velocidad de un movimiento que lo piensa.
Sensibilidad encendida de negatividad. No todos los judíos viven ese tránsito. Muchos
no lo saben, otros eligen no hacerlo.
Derecho a la maldad: reivindicación del odio como afección que iguala a los humanos.
Oliverio Girondo en 1923, en un poema que se llama Tánger, presenta al pasar la
paradoja del judío: “los judíos realizan la paradoja de vender / el dinero con los que
otros compran”.
Shylock, que presta dinero para obtener más dinero, esta vez celebra un contrato que
busca un pago simbólico para compensar el rechazo social que sufre: conmina al
moroso a pagar con una libra de su propia carne.
Admite que los judíos tienen derecho a tener su propia base nacional como pasaje hacia
el socialismo planetario. Incluso cita a Ber Borojov para justificar la conveniencia de la
existencia de un territorio en el que los judíos puedan afincarse como obreros y
campesinos.33
Escribe Rozitchner: “Entonces sí, a partir de este planteo que cada uno tuvo que
retomar desde su propio surgimiento, podemos analizar la significación objetiva,
política del Estado de Israel, considerándola como una solución que para su propio
proceso histórico han emprendido allí millares de judíos postergados; así como
nosotros, en tanto judíos-argentinos, hemos convertido aquí ese índice en una decisión
de afincamiento en esta tierra”. Decisión de afincamiento en aquella tierra lejana que
señala otra figura: la de los palestinos, los próximos oscurecidos y acallados.
33 Borojov, muerto en 1917, apoyaba el retorno de los judíos a la tierra prometida con argumentos
marxistas. Proponía reunir en un territorio a la nación diseminada por el mundo. Abraham León, muerto
en Auschwitz a los veintiséis años, sostenía que el sionismo se equivocaba. No se podía evitar el
sufrimiento judío, en ese momento histórico, sin destruir el capitalismo
34 En 1964 se crea la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que presenta el discurso de la
izquierda palestina. Años después, en junio de 1974, Rodolfo Walsh, tras viajar a Medio Oriente, publica
en el diario Noticias una serie de notas bajo el título de La revolución Palestina. El tema, de esos
pequeños ensayos de información, es el ser palestino. La cuestión, muchos años después, cada día es más
urgente.
93
Cabecita negra: (1) pájaro con cabeza y cuello en forma de capucha negra, (2) canta en
cautiverio.
En esos años, Germán Rozenmacher publica Cabecita Negra (1962). El otro que se
piensa en ese relato es el cabecita negra. La otra negatividad incomprensible, para la
izquierda de esos años, es el ser peronista.
Ser de izquierda: (1) habla del dolor, (2) umbral de sensibilidad social, (3) avizorar otro
mundo en la tierra.
Rozitchner parece afirmarse en la fórmula: permanecer judío para ser de izquierda. No
postula tanto la idea de un ser argentino (en el sentido de asumir una nacionalidad),
como el deseo de afincarse en un infortunio. No discute la pertenencia que da una
partida de nacimiento, un título de propiedad o un pasaporte, sino la que se realiza como
abrazo al sufrimiento de nuestros semejantes. No se interesa por los nacionalismos sino
por la afiliación solidaria de los que habitan próximos. La proximidad de los que sufren
como territorio de unidad.
35 El peronismo es una de las cuestiones que discute Rozitchner en La izquierda sin sujeto (1966).
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Una pregunta que hace casi al final de su libro: “¿Cómo saludar sin equívoco el
despertar de tantos jóvenes judíos argentinos que hasta el momento de la guerra árabe-
israelí permanecían indiferentes a todo cuanto a su alrededor pasaba, y sólo cobraron
conciencia de la inhumanidad del mundo cuando se trató de Israel? ¿Y aquí, acaso, nos
preguntábamos, no están imperando mucho más cercanamente otras formas de dominio
y de exterminio, otras formas de sometimiento, otros peligros de desaparición para los
hombres?”.
Aquí: ¿adverbio que designa el lugar de afincamiento o una afirmación? Aquí es el lugar
de una afirmación que no teje un imaginario del origen, que no se afinca en una
propiedad, ni echa raíces en un territorio, sino que adviene como existencia social
cuando hace lazo, conexión, proximidad, con el sufrimiento del semejante que habita
junto a mí.
Transformación no sólo como pasaje de una forma a otra, sino también como
posibilidad de darnos inconformidad: potencia que estalla en los intervalos o huecos que
se abren entre las formas.
Sostiene que no se puede hablar de una política revolucionaria de las izquierdas sin
subjetividad que se piensa. Subjetividad que se piensa es un enunciado que Rozitchner
encuentra en Marx y, también, en Freud. Propone una analítica no tanto de lo que los
actores revolucionarios piensan sino de lo que se piensa en ellos más allá de sus
intenciones manifiestas.
Para Rozitchner ser de izquierda no designa una identidad esencial, tampoco un sitio
espacial. Ni identidad absoluta ni ubicación accidental. ¿Memoria de los contendientes
que, hace doscientos años, ocuparon un lugar en las reuniones de la Asamblea Nacional
en una Francia convulsionada? Escribe Rozitchner a propósito de algo que se piensa en
los Manuscritos económicos filosóficos de 1844 de Marx: “Dicen además que la
alienación no es un sello impuesto pasivamente sobre el hombre desde afuera: que la
enajenación es, por el contrario, auto enajenación. Quiere decir: nosotros mismos
hemos realizado, contribuido, al trabajo social de enajenarnos, y hemos participado
por lo tanto activamente en la nuestra propia, sistema de producción mediante”.
6.
Roban la vida de otro: apropiación que hacen algunos psicoanalistas de las cosas que
escuchan en sus consultorios.
También agobia a las palabras ser solicitadas para narrar algo escuchado en un
psicoanálisis como referencia autorizada. Sobran entendidos que cuentan intimidades
ajenas en público, expertos que se habilitan a opinar porque tienen experiencia en esos
casos o atendieron a mucha gente.
Las palabras se entregan como código cuando se sienten manipuladas por generales,
policías, pedidores de votos, jefes de cualquier cosa o se dejan reclutar como jerga de
los lenguajes profesionales. En esos casos, sólo conceden una fachada de sí.
Pero, ¿qué pasa con lo que se escucha en una consulta cuando no es tomado como
información, significados intercambiables, conquistas personales de los analistas? Se
olvida como un sueño. Vive en uno como recuerdo sustraído, como memoria de una
percepción desvanecida. De los goces en los consultorios, uno de los menos advertidos
es el abuso de las palabras pronunciadas: la apropiación, naturalizada, de la vida de un
semejante.
Hay cosas que necesitan ser dichas: el secuestro de niños como botín de guerra es
injuria para todos. La terriblez es una pesadilla presente. Los niños secuestrados en la
99
última dictadura no son una elección entre muchas, es un asunto que atropella nuestras
vidas. Aunque no es la única tempestad que nos habita.
¿Hay cosas que escapan a lo que las palabras pueden nombrar? Es comprensible el
sentimiento humano de que las palabras no alcanzan a designar el horror aun apelando a
sinónimos como espanto, ideas afines como aversión, metáforas del infierno o figuras
dantescas.
No es que las palabras no alcancen a decir el horror por una falla del lenguaje. Las
palabras no quieren cancelar el horror diciéndolo. Se niegan a purificar las conciencias.
Como si nos recordaran que lo humano vive en esa inquietud que no cesa, que necesita
no cesar.
Hay cosas que las palabras deciden no decir aún diciéndolas, pero esa negativa no tiene
que confundirse con un fracaso de los vocablos: es vocación del lenguaje tender hacia lo
escurridizo respetándolo.
Se comenta que hay palabras gastadas, voces proferidas todo el tiempo para cualquier
cosa. Algo así sucede con términos como justicia, libertad, genocidio. Se interpreta que
son palabras agotadas que esperan el relevo de otras nuevas o se argumenta que
necesitan ser reservadas sólo para situaciones de excepción.
Tal vez ocurra otra cosa: las palabras no son objetos que se gastan o baterías que pierden
sus cargas. Son existencias sensibles que se retiran de sí mismas y que, de ese modo,
protestan cuando son alistadas para cubrir, negar o disminuir una intensidad horrorosa.
Lo sin decir: (1) lo que se fuga de la representación tras la representación, (2) lo que se
dice como límite del decir.
Las palabras están hartas de los presumidos que subestiman la terriblez. Esa jactancia
no es locura de los nombres. Los argumentos satisfechos de sí creen doblegar el
desamparo que, al final, nos alcanza. La cuestión que se presenta no es, entonces, lo que
se dice (ni tampoco lo indecible), sino lo sin decir, lo que se fuga de la representación
tras la representación.
Recuerdo una serie de Carlos Alonso que es hospitalaria con lo sin decir. Presenta en
Buenos Aires, dos meses antes del golpe de estado del setenta y seis, la muestra “Lo
ganado y lo perdido”, cuarenta y cinco dibujos que anunciaban lo que aconteció
después: representa la carnicería antes de verla, no da testimonio, pulsa en el papel
imágenes automáticas de una conciencia aún inexistente. (Aunque esas criaturas
torturadas y sacrificadas ya estaban en su colección “El Matadero” que, en mil
novecientos sesenta y cinco, ilustraba el relato de Echeverría).
¿Recepción anticipada de intensidades que flotan en actos que vendrán? Tiene la visión
del negocio de la carne, catástrofes de cuerpos desgarrados, mutilados, expuestos,
ofrecidos a la venta. Las víctimas: trozos colgados de res, trofeos de animales faenados
que evocan restos humanos, vacunos que tienen manos o zapatos; los verdugos:
torturadores, carnívoros, que ostentan armas, indolencia, crueldad.
Se dirá: sí, Alonso reconforta a las palabras porque las releva, a través de sus imágenes,
de tener que decir el horror o se repetirá que para un pintor una sola imagen vale por
cien palabras. No se trata, ahora, de discutir la materialidad del signo que está en juego,
101
sino de pensar de qué modo Alonso dice lo que dice respetuoso de lo sin decir o cómo,
tras mostrar lo que muestra, no deja de recordar cómo permanece lo sin decir en lo que
está diciendo. Presenta el horror a la vez que sus dibujos parecen declarar “¡Basta, no
molesten más a las imágenes para decir el horror; este horror no puede decirse ni
siquiera dicho!”.
Lo sin decir no es insinuación que sugiere algo sin expresarlo por completo, no da a
entender, se da como límite del entendimiento. Respetuosa es la expresión que muestra
lo que muestra guardando ese límite no como su fracaso sino como su don.
Si las palabras llegan forzadas hasta esos sitios en los que damos nombre a lo atroz,
dicen lo que dicen retirando el alma de los vocablos elegidos o se quedan, en la voz de
los hablantes, como figuras que se dicen contrariadas.
Esta actitud de las palabras no revela una imposibilidad, sino una enseñanza: “Es buena
ventura para el pensamiento evitar que designar el espanto sea lo que muchas veces es:
un modo desesperado de cancelar la insoportable inquietud que su existencia
incontrolada provoca”.
Las palabras se sienten reconfortadas cada vez que alguien tiene el don de mostrar la
terriblez sin negar la presencia fugada de lo sin decir.
Relatos de lo inconcebible: (1) ecos colectivos, (2) conversaciones entre pocos, entre no
se sabe cuántos, entre nadie.
Si el testimonio trata de decir lo que es necesario no callar, complace a las palabras
cuando la ficción, a veces, aloja (junto a lo que relata) lo sin decir respetado.
Me dejo llevar por una historia inventada para pensar algo sobre los niños sustraídos en
los años del terror de estado en nuestro país.
Propongo siete asuntos que, me parece, se desprenden de una novela que relata un
secuestro a través de lugares mínimos, fragmentarios, sin pretensión de sistema,
conclusión ni denuncia moral. Sugiero pensar el fantasma totalizador de una sociedad
perfecta, la tragedia tras el retiro de las palabras, el don de que otro nos piense, la
historia como confianza amorosa, el fracaso del odio, la condición de desaparicientes, la
imprescindible sensación de un límite.
El Camuatí de Edgardo Gili, una novela publicada en 1998, es una de las infinitas obras
sin difusión.
La difusión es una contingencia mediática (salir en los diarios, revistas, estar en boca de
la gente), una suerte de propagación, un derrame que suele ser caprichoso, interesado,
momentáneo. Pero, pensemos otra cosa: no es posible conocer los textos existentes
sobre algo que se desea pensar. Hay escritos publicados y escritos innumerables sin
publicar: escritos guardados en borrador, escritos abandonados como papeles sin
terminar, escritos que son intención incumplida de algo sólo imaginado. Esas literaturas
inconcebibles nos habitan como murmuración, como eco colectivo y, a veces, como
conversaciones sobre lo sin decir que se dan entre pocos, entre no se sabe cuántos, entre
nadie.
Más allá de la falta de difusión como lamento por lo que no puede ser conocido, interesa
ahora El Camuatí como novela disfuncional, como ensayo de anomalías, que intenta
contar el horror, como sitio en que se deja ver lo sin decir como estado alterado de la
existencia humana.
103
Pero ese hecho no importa sólo como acción de rapiña expresada (tras asesinar a sus
padres, se apropia del cuerpo de la niña como si fuera una cosa o bien intercambiable, a
fin de gozarlo como objeto o regalo del cielo), sino como indicador de un sitio en el que
las palabras dicen algo retirándose del decir. Gili no apela a la palabra rapiña, recurre al
relato templado del secuestro, sabe que la acción de rapiña no se dice empleando la
palabra rapiña.
Importa el instante en que su narración no se escuda en que sabe qué ocurrió porque la
palabra utilizada (supuestamente) lo está diciendo. Las palabras salen de su malestar en
el momento en el que la novela rompe su complicidad con las metáforas. Los vocablos
vuelven a respirar en el punto en el que el decir impide la pacificación de la conciencia
humana que saca conclusiones tranquilizadoras: “Ah, hay personas que se comportan
como aves de presa. Criaturas carnívoras, violentas, expoliadoras como son las águilas
y los buitres”. O “¡Qué barbaridad, la civilización sigue sin poder elevarse por encima
de la naturaleza animal!”.
Sociedad camuatí: (1) civilización perfecta, (2) dominio sin sombras ni disidencias, (3)
panal de barbarie.
¿Qué es el camuatí? En guaraní, camuatí significa avispas reunidas en amistad. Camuatí
es el nombre de una avispa más pequeña que la abeja doméstica, el término, también,
designa a la colmena en la que habita. Marcos Sastre, en El Tempe argentino (una
descripción naturalista del delta del río Paraná), dedica un capitulo a estas avispas.39
39 Tempe es el nombre de un valle de Grecia situado entre montes y surcado por un río que forma un
pequeño delta antes de desembocar en el mar Egeo. Virgilio narra bellezas, fertilidades, mitologías del
Tempe en las Geórgicas. Escritores románticos recuperan el término (en el siglo XVII y XIX) como
sinónimo de valle de felicidad, lugar privilegiado, espacio de excepción.
104
Hay diálogos que estremecen sin estridencias. La violencia no necesita, para hacerse
visible, dar golpes o causar heridas. El sustantivo sociedad y el adjetivo perfecta, así
entredichos, dicen lo que dicen, más de lo que dicen, otra cosa que lo que dicen y dicen,
también, un sin decir que deja una inquietud necesaria en el relato humano del horror.
¿Qué dice la sociedad camuatí? La perfección como posesión absoluta. Declara: soy
tuya, nada me importa más que pertenecerte. En la palabra posesión se escuchan voces
de muerte, de dolor y de dominación, junto a las voces del amor. La palabra posesión es
un zumbido molesto en el oído histórico.
40 Este diálogo es uno de muchos que aparecen en la novela. Víctor es el padre secuestrador, Paula el
nombre de su hija (que luego se descubre que antes del robo de su identidad se llamaba Natalia). La
madre de la que hablan es la esposa de Víctor que tras perder a su propia hija nunca acepta del todo a la
sustituta. En la novela, el camuatí también es un idioma que sólo hablan Víctor y Natalia. Una palabra en
camuatí que aparece citada más adelante es micrita.
105
¿Qué dice la sociedad camuatí? La coincidencia como encuentro fatal. Declara: estoy
condenada a complacerte, esa voluntad es mi dueña. La complacencia como
sometimiento deseado, como voluntad que se entrega (hacé conmigo lo que quieras). El
cuerpo del miedo que se deja caer en los brazos del poder. La aceptación de la condena
como desgracia preferible a otra mayor.
¿Qué dice la sociedad camuatí? La demanda colmada. Declara: puedes darme lo que te
pido, te pido lo que puedes darme. La conformidad como promesa consumada, como
correspondencia que, por fin, se alcanza. La cancelación definitiva de los estados de
inconformidad humana. Todas las gargantas vociferan: ¡Sólo una llave para una
cerradura única! ¡Todo el poder al gran cerrajero!
¿Qué dice la sociedad camuatí? La conjunción inevitable. Una voz declara: a dónde
vaya estarás, a dónde huya me tendrás. La sociedad de control lograda. Un pacto sin
fisuras, la vigilancia automática, el deseo de vivir en la celda.
¿Qué dice la sociedad camuatí? Declara: los que no aprenden, tendrán que aprender.
La pedagogía camuatí como ensañanza, como ensañamiento con el que no aprende,
dulces aguijonazos, asfixia lenta de las avispas silvestres, inexorable entrada en la
muerte. Una pregunta desesperada: Mamita, ¿por qué no aprendiste? ¿Por qué no
quisiste? La ensañanza, términos inmovilizados (como moscas) en la miel del poder:
sociedad camuatí, colmena humana sin sombras, luminosidad homogénea, eternidad sin
disidencias.
Abandono de las palabras: acción de los nombres que deciden irse de las emociones y
las cosas.41
Darío es el testigo que relata la historia de El Camuatí, un personaje que intenta estar
ausente de todo o, tal vez, presente en el mundo como ausencia, escapado de la
conciencia de sí, invisible al gran ojo que lo mira.
41 Menciono que, entre nosotros, Oscar del Barco es autor de un libro con este título: El abandono de las
palabras.
106
¿Un estado en el que las cosas cambian de nombre y los nuevos nombres aún no se
conocen? ¿Son necesarias nuevas palabras para compensar la insuficiencia del lenguaje?
O ¿Darío es perplejidad humana que experimenta cómo los nombres abandonan a las
cosas?
¿Qué quiere decir que los nombres abandonan a las cosas? No se trata de que
carezcamos de palabras para nombrar el horror, sino de que las palabras deciden irse.
Abandonan a las cosas dejándolas sin nombres o permiten pronunciar nombres ya
abandonados.
El testigo de la novela de Gili no pretende bautizar lo que no tiene nombre, intenta hacer
venir el poder de las palabras a los nombres abandonados. Un nombre abandonado es
como la fachada de un pueblo del que los habitantes han huido.
¿Qué queda de las palabras dichas cuando el alma de las palabras se ha ido? Sonidos
replegados sobre sí, temblores que se esconden en las grietas de la voz o anidan en los
órganos del cuerpo enfermo que sigue hablando.
Hay distintos modos del no poder hablar: no puedo hablar porque las palabras no salen
de mi boca (como se dice, las tengo en la punta de la lengua), no puedo hablar porque lo
que necesito decir es impronunciable y, por lo tanto, inescuchable, no puedo hablar,
pero de todos modos hablo con palabras que me han abandonado.
42 El relato de El Camuatí está articulado por la voz de Darío que (tras sufrir por la desaparición de su
compañera y pasar una temporada internado en un psiquiátrico) ahora, exiliado en una isla del delta, de
pronto, se encuentra arrasado por esta historia que pretende, a su vez, narrar.
107
Pero, ¿qué significa decir que el lenguaje decide desertar? Animismo de las palabras,
que seguimos utilizando aún cuando ellas deciden desentenderse de eso que se dice cada
vez que hablamos.
Entonces, las palabras se marchan, dejan vacante la ilusión de nombrar. No se trata tanto
de que uno no crea en las palabras o de que las palabras descrean de su poder
nombrante. Las palabras no confían en los sujetos que hablan, como si dijeran: “Este es
el mundo que han hecho con el lenguaje. Nos rehusamos a nombrar esta creación. No
seremos otra vez cómplices del bautismo atroz. Arréglenselas, ahora, solos, para
soportar este horror sin nuestro relevo”. Las palabras retiran su potencia fatigada, se
van asqueadas de tanto decir lo miserable. Ese seguir hablando en el que nos quedamos,
sin embargo, podría ser saludable.
El balbuceo beckettiano no declara no tengo nada que decir (afirmación que no deja de
ser presuntuosa), ni repite una de las últimas preposiciones del Tractatus (“De lo que no
se puede hablar, mejor callar”), presenta el decir nada como condición posible de la
conciencia anonadada. Lo sin decir, no obstante, no es la nada, la ausencia de sentido,
sino movimiento de resistencia del lenguaje.
¿La idea sugiere que las palabras son criaturas con voluntad? ¿Que asistimos a la
insurrección de los vocablos? Las palabras no son objetos como los ceniceros, las latas
de cerveza, los automóviles, las planchas. Tampoco se podría decir que las palabras
están vivas en los libros, en los papeles, en las pantallas. Las palabras tienen conductas
extrañas: copulan con la voz, se funden con el cuerpo que habla, se pierden con la
sensibilidad que las piensa, ¿por qué no imaginar, también, que el lenguaje pueda
rehusarse a colaborar con el apaciguamiento del horror?
Una inquietud: dicen que de las sesenta mil palabras que tiene nuestra lengua, solemos
usar para vivir todos los días unas quinientas. Las otras no se retiraron, están perdidas,
desconocidas, privadas. Retiro de las palabras no es lo mismo que reducción de
vocabulario o despojo de los que cuentan con menos de cien términos para decir
tristezas, alegrías, amores, mundos diferentes. En ese caso, habitamos un mundo cerrado
108
o aprisionado en unos pocos signos. Aunque tener muchas palabras no supone decir un
mundo abierto. Algunos se arreglan con pocos términos para decir intensidades.
La expresión el retiro de las palabras es ilusión de una reserva ética del lenguaje,
decisión incorruptible de los vocablos. ¿Es como decir con Hölderlin: “los dioses han
huido”? ¿O con Nietzsche: “Dios ha muerto”? ¿O afirmar con Adorno: “no es posible
escribir poesía después de Auschwitz? Decir que las palabras nos han abandonado es
imaginar que las palabras, tras ver el mundo que hicimos de palabras, deciden dejarnos.
Las palabras optan por abandonarnos a lo sin decir.
A las palabras les gustaría que arte y literatura tuvieran en común este punto con el
psicoanálisis: el deseo de rodear con el decir un sin decir que permanece. Intentar una
memoria de lo sin decir, junto a las otras maneras de lo dicho, de lo necesariamente
dicho. A esa memoria de lo sin decir, la llamamos inconformidad.
La historia de García Márquez narra una enfermedad semiótica. El abandono que las
palabras hacen es otra cosa: una revuelta ética del lenguaje, condición misma de
inconformidad, no el olvido de las correspondencias entre el signo y la cosa. Lo sin
decir, que no queda apresado en ninguna forma aunque puede posarse en ellas,
permanece fugitivo.
¿Qué significa que alguien me piense? En Kaos (1984) los hermanos Taviani presentan
cuatro episodios basados en un conjunto de relatos breves que Luigi Pirandello reunió
en su libro Cuentos para un año (1933); uno de ellos se llama Charla con mamá. El
protagonista tiene un diálogo imaginario al volver a la casa de su madre ya muerta. En
un momento, la madre dice: “¿Ves Luigi, cómo el cuerpo se había consumido? Por eso
vino la muerte, ¡debía venir! No llores Luigi, si me quieres tanto debes pensarme así,
como me ves aquí y ahora, viva”. A lo que el hijo responde: “No lloro por eso; cierto
mamma que yo te recuerdo; siempre te recuerdo como estás ahora; siempre te
imaginaré como te imagino ahora, viva, sentada aquí en tu sillón. Pero lloro por otra
cosa, porque tú no puedes pensar en mí. Cuando estabas sentada aquí, yo decía: si
desde lejos ella me piensa, yo estoy vivo para ella. Eso me sostenía y me confortaba.
Ahora que tú estás muerta y no me piensas más, yo no estoy vivo para ti y no lo estaré
nunca más”.
¿Cómo existir sin otro que me piense? En un momento, el asunto se presenta así:
Natalia le dice a Darío: “Quiero que me pienses Natalia”. Darío se pregunta: “¿Cómo
inscribir ese nombre en mis recuerdos con Paula? ¿Qué hacés vos para pensarte con tu
nuevo antiguo nombre?”.
¿Cómo se piensa con otro nombre? ¿Cuánto tiempo se necesita para entrar en un
nombre que le dicen que tuvo? En otro momento, el asunto se presenta así: “Supe mi
nombre: Natalia; padre y madre desaparecidos. Se supone que muertos. Pero al
enterarme no me sentí huérfana; mi recuerdo es el de una nena que no lo fue; intenté
imaginar que ella, esa nena, recibía la noticia, le pregunté qué se siente, dice que no
sabe”.
Tener un nombre es, antes que cualquier reconocimiento, tener confianza de ser siendo
pensado por otro en ese nombre. No se trata sólo de un robo de identidad, la violación
de legitimidad de un documento, Natalia es sustraída de los pensamientos que la
piensan. Padece una situación sin salida: siendo Paula se priva de la que fue pensada
Natalia; pero siendo Natalia tiene que renegar de su existencia pensada como Paula.
111
Hace rato que las palabras se dieron cuenta de que el imaginario de la posesión hace del
amor una situación de guerra. Los combates se imponen en todas partes. No sólo las
peleas a muerte, el mundo de las armas, la hostilidad, la desavenencia, la oposición;
guerra significa también decidir el destino de otro o atribuirse la propiedad de un
semejante. Posesión: deseo del cuerpo de otro (también de su voluntad, sus sueños, su
memoria) para tenerlo o darle muerte. La locura del apoderamiento es subjetividad de
guerra. 43
Las palabras se sienten más a gusto en la expresión te pienso. El sentido es una criatura
de esqueleto poroso, una masa elástica llena de huecos, que necesita respirar. No se trata
de fanáticas sublevadas en contra del uso de pronombres posesivos en declaraciones de
amor (innumerables voces dicen con pasión el anhelo del otro), sino de un
levantamiento de nombres fatigados por tanta contaminación propietaria.
Una historia no es sólo (se dijo otras veces) el conjunto de hechos que hacen un
conglomerado de actos biográficos. Tener una historia es sentir la ilusión de poseer una
historia. Esa ilusión es confianza amorosa.
Paula es proyectada por Víctor quien (para diseñarla Paula) roba a Natalia. Ese robo
eterno no es sólo un crimen, es también el suplicio de la ilusión.
La novela de Gili narra la diferencia entre poseer una historia y ser poseída por una
historia, entre tener una vida y quedar empeñada en un horror histórico. Narra el
tormento de una muchacha forzada a la desilusión. Natalia, de pronto, se piensa no
ahijada, sino robada. Se encuentra expulsada del don de la adopción. La adopción es la
ilusión de una historia que pierde.
La acción de ahijar (que dice el don de hacer hija) retorna de su exilio como resto
intacto de la ilusión de tener una historia. La palabra hija realiza un doble trabajo: se
113
retira de la voz de Víctor haciendo escuchar lo sin decir del horror, a la vez que trata de
volver como potencia amparante en la conciencia perpleja de PaulaNatalia
Escribe Darío más adelante: “Soñaste que eras abrazada por sus brazos, te ubicaste en
el sitio hacia el que ella parecía ver, sonreíste a la sonrisa que en la foto no era para
vos”. Escribe PaulaNatalia en una carta a Darío: “…hay algo tan fácilmente corporal
entre una madre y una hija…lo sé cuando miro la foto…”. O después en la misma carta
que se presenta fragmentada: “…siento rabia contra mi madre: ella se fue, me dejó con
él…”.
Las palabras que nunca se dijeron pueden ser llamadas a pesar de la muerte, pero si la
muerte misma es sustraída no puede haber llamado. Los vocablos no pueden decirse sin
la voz calculada de una madre muerta. La novela de Gili narra, a través de rodeos de la
imaginación, lo sin decir como voz ausente, negada, defectuosamente sepultada.
sólo eso. Un par de veces pude sacarla a pasear; en uno de esos paseos le tomé la
fotografía, en la que -como comprobaste- se ve feliz. La hija era mi rehén, garantizaba
su buena conducta”.
En un momento, el asunto se presenta así en un diálogo que Natalia tiene con su madre
desaparecida: da la sensación de no ser un encuentro soñado, alucinado o imaginado,
sino un fragmento desprendido de otro mundo en el que las cosas acontecen sin poder
descansar en una representación:
“- ¿Sos mi mamá?
- Sí.
- ¿Y él? (señalando a Víctor, que las observa fascinado).
- Es mi asesino, el que te robará.
- ¿Para qué?
- Para revivir a su hija; cambiará tu nombre”.
Y en otro, se presenta así: “Sé que mi nombre es Natalia y lo adopto. Pero me gustaría
ser Julieta…”.
Y en otro:
“Víctor -Es inútil, micrita. No puedo morir”.
Y en otro:
“Víctor- ¿Por qué los camuatíes para darme la muerte?
Darío- Porque ellos no podrían arrepentirse en el último instante, aún cuando te
miraran a los ojos.”
115
En pleno retiro de las palabras, el término odio es retenido para decir un sentimiento de
aversión en contra de Víctor. ¿Función reparadora del odio? Las palabras saben que el
odio no arregla los dolores del amor. El dolor no llega a un arreglo. Los arreglos
posibles son con el orgullo que paga para ser reconfortado con la satisfacción de sí. El
odio desea un mal que haga sufrir a otro o le inflija un daño. ¿Es violencia que se
devuelve? Tal vez como retorno de algo que uno mismo ha sufrido. Incluso como
revancha que siente el placer del desquite.
El Camuatí más que el odio parece decir una nostalgia de amor. PaulaNatalia anhela un
amor que no tuvo o que tuvo como amor sustraído, pero, ante lo irreparable, un
sentimiento posible es el odio. A veces, el que odia no tiene nada que perder porque
siente que ya lo perdió todo. Pero, otras, el que odia no perdió todo: su amor persiste
intacto como pérdida que no lo abandona nunca.
La gramática castellana reconoce dos formas del participio, esos derivados verbales que
pueden jugar tanto el papel de nombres como de adjetivos. El participio pasivo del
verbo desaparecer es desaparecido. Puede nombrar a alguien que no está visible ni
localizable en ningún lugar, un estado provisorio o una condición definitiva. El
participio activo del verbo desaparecer es desapareciente: la del desapareciente es
siempre una condición en estado presente.
Un manifiesto mudo de palabras, entre nosotros, alerta sobre la posible saturación del
vocablo desaparecidos. Es cierto, las palabras se retiran, nos abandonan, pero antes
hacen todo lo que pueden para acompañarnos. Es lo que sucede en la novela de Gili con
116
la expresión “soy una apareciente, soy una desapareciente”, dice lo que dice, dice algo
que sabe y algo que no sabe, y dice además un sin decir respetado que resta tras lo
dicho.
Modos que tiene el lenguaje de evitar que el horror que el término desaparecidos
soporta se cristalice como generalidad dicha, nombre autorizado, término suficiente.
Apariciente/desapariciente es estado presente de lo sin decir mismo. Inquietud que la
palabra desaparecido insiste en hacer escuchar.
No busca una verdad, busca una separación. El límite como umbral, como línea de
pasaje, de división, de diferenciación. No como espejo, oráculo moral, modelo de
sujeción social. Natalia es mujer emergente en el umbral.
Límite y umbral dicen una misma línea, pero el límite queda succionado por el
impedimento, actúa como muro de detención, como fosa en la que cae cada vez que
intenta dar un salto. Cuando el límite anuncia la existencia de otro lado se llama umbral.
En esa plataforma de despegue, punto de traspaso, Natalia busca quedarse. Algo así
necesita para descansar. Sin ese límite no puede afirmarse como negatividad,
acatamiento, sublevación.
No busca una verdad, sino una sensación, un momento. Una ribera en la que orillar su
historia. Sostenida en ese borde tal vez pueda tomar una decisión: abrazo que se arroja
para contener, por un instante, lo incontenible.
El umbral hace de puerto. Sin ese punto fijo, en el que el navegante se abastece de lo
que parece firme, no es posible aventurarse a la deriva de lo sin decir.
117
7.
Intemperie: (1) herida del lenguaje, (2) existencia humana sin dios, (3) la de los que
duermen en las calles o en hospitales de la locura.
Tirados y adormecidos aguardan a que el tiempo pase, se despiertan para tomar alcohol
fino rebajado con agua en botellas de plástico y vuelven a perderse. El ciclo es: dormir,
despertar, tomar hasta caer, volver a dormir. Viven en la intemperie. Se defienden del
frío, del hambre, de la inexistencia absoluta con pasta base, naftas, pegamentos. En las
cárceles y en los hospicios, esa bebida se prepara en un bidón con frutas, drogas
hipnóticas y sedantes, harina de maíz y arroz. Si se puede, conviene enterrar el
recipiente unos días hasta que fermente.
44 En tiempos de monarquías absolutas, Etienne de La Boétie escribe un texto que es leyenda libertaria. A
los dieciocho años, en 1548, redacta El discurso de la servidumbre voluntaria, tras ser testigo de una
matanza de ciento cuarenta campesinos castigados por resistirse a pagar un impuesto injusto a la sal, se
pregunta: ¿por qué miles de hombres se someten a un malvado, cuando unidos podrían alcanzar la
libertad? “Si un tirano es un solo hombre y sus súbditos son muchos, ¿por qué consienten ellos su propia
esclavitud?”. El texto de La Boétie, anticipa la pregunta de Spinoza, en su Tratado teológico-político
(1670), tan bien actualizada por Deleuze y Guattari (1972), de por qué los hombres luchan por su
servidumbre como si se tratase de su libertad.
118
¿Qué vida podrían tener los caídos en los hospitales de locos si no estuvieran allí? Las
locuras mezclan amores estallados y amistades perdidas, pobrezas y exclusiones,
sustancias baratas y desechos. Están ahí porque todavía no los mató la policía, el
alcohol, una cuenta sin pagar, un coche al cruzar la avenida, el hambre o el frío.
Suele decirse que los caídos están arrojados fuera del mundo, despegados de las
fachadas sociales, desabrazados de los cuerpos y las palabras, marginados de iglesias,
escuelas y grupos; pero no siempre se advierte que esas existencias viven expuestas a
emociones excedidas. No están aislados o separados del mundo, sino abandonados a la
intensidad de los dolores negados por la civilización.
No es que los extenuados no sean capaces de decir quiénes son o qué les pasa y
necesiten, por ello, de especialistas que les sirvan de intérpretes de su propia experiencia
social extraviada: los exhaustos viven la demasía.
Se puede decir de los enmudecidos lo que Holderlin dice de Edipo: “Quizá el rey Edipo
tiene un ojo de más”.
Un poema de Idea Vilariño (1975) para pensar la vida de los arrasados: “En el fondo del
pozo / oliendo el agua sucia / los miasmas nauseabundos / con la cara pegada / a las
últimas heces / sin más remedio que / comerse la resaca / que dejó al retirarse / la
espléndida marea”.
Deleuze escribe un ensayo que se llama El agotado a partir de advertir cómo Beckett
marca la acción de los actores hasta agotar los movimientos posibles en un espacio: “El
120
Un poema de Idea Vilariño (1970) que pongo del lado del exhausto: “Uno vive / con los
muertos / que están ahí / con los sufrientes vive / y con los despojados / y con los presos
/ vive”.
Si el cansado siente que le pesan los párpados, el agotado hace su recorrido con los ojos
cerrados; pero el exhausto -que ve el horror- permanece perplejo ante esa visión.
El cansado viola el silencio con la expresión quejosa de “¡Ay!, ¡no doy más!”.
El agotado consuma todos los recorridos hasta confundirse en la ausencia.
El exhausto soporta, dividido, las voces del mundo.
Un poema de Idea Vilariño (1966) que pongo del lado del exhausto: “Como un perro
que aúlla interminable / que aúlla inconsolable / a la luna / a la muerte / a su tan breve
vida. / Como un perro”.
Los cansados tienen miedo a los contagios y ataques, hacen público su derecho a vivir
en una ciudad pura y segura.
Los agotados son inmunes al miedo.
Los exhaustos hacen su morada en la peste.
123
Los cansados perciben que todo estalla a su alrededor, pero reclaman el privilegio de
formar parte de los sobrevivientes.
Los agotados hacen lo que hacen aburridos de sobrevivir.
Los exhaustos, cada tanto, se entregan a la psiquiatría para que los despoje de la triste
soberanía del dolor.
Un poema de Idea Vilariño (1964) que pongo del lado del exhausto: “Me cortan las dos
manos / los dos brazos / las piernas / me cortan la cabeza. / Que me encuentren”.
El cansado exige que respeten su cansancio, dice: “Sólo quiero que me dejen en paz”
El agotado esconde su rostro ausente.
El exhausto habita la actualidad absoluta.
Inconformidad dice algo que los cansados se niegan a escuchar y que los agotados saben
de memoria: cuando el yo sale de la pecera, el sujeto se encuentra anonadado. Los
exhaustos escuchan gemidos en ese desierto.
124
Un poema de Idea Vilariño (1970) que pongo cerca del estar fatigado: “Como un jazmín
liviano / que cae sosteniéndose en el aire / que cae cae / cae. / Y qué va a ser”.
Barthes describe la fatiga que provoca tener que escuchar una estúpida conversación
interminable o la fatiga que siente cuando le demandan que tome una posición (“cómo
se sitúa usted en relación al marxismo o al freudismo”). Piensa la fatiga como el lugar
de lo neutro, lo inclasificable, lo que le hace trampas al lenguaje. Tal vez fatiga como
estado que dice inconformidad.
Para la fatiga se podría decir algo que Deleuze dice a propósito de la expresión, cuando
observa que vivimos anegados de palabras e informaciones inútiles, inundados por
formas estúpidas: “El problema no consiste en conseguir que la gente se exprese, sino
en poner a su disposición vacíos de soledad y silencio a partir de los cuales podrían
llegar a tener que decir algo”.
Paul Lafargue escribe en Francia en 1880 El derecho a la pereza, un libro que (a partir
de la ideas de Marx) imagina un civilización liberada del trabajo esclavo y abandonada
a relaciones de placer. Las ideas de fatiga y pereza quizá sean portadoras de una
potencia crítica impugnadora del mundo capitalista, que otros términos han perdido.
Se sugerirá más adelante en este libro que las psicosis son afecciones anticapitalistas:
las personas hospitalizadas y las que sobreviven sueltas ponen a la vista la necesidad de
cuestionar las lógicas de los emprendimientos productivos supuestamente terapéuticos e
125
incluir el derecho a un no hacer productivo como hospitalidad clínica que no se rige por
la moral de ocupación contemporánea.47
Un poema de Idea Vilariño (1968) que pongo del lado de la rebeldía contradictoria que
anida en el fatigado: “Decir no / decir no / atarme al mástil / pero / deseando que el
viento lo voltee / que la sirena suba y con los dientes / corte las cuerdas y me arrastre
al fondo / diciendo no no no / pero siguiéndola”.
47 Resta hacer una referencia a La fiaca (1969), la película de Fernando Ayala sobre la obra de Ricardo
Telesnik. La fiaca (por momentos, cercana de la expresión ¡Ay, qué pereza! de Mario de Andrade) parece,
sin embargo, más una travesura provisoria que una protesta social. Incluso faltaría pensar la diferencia
entre el exhausto y el fisurado, quebrado o doblado, tras la experiencia del alcohol y las sustancias. Sin
olvidar que el exhausto es también el cuerpo medicado en exceso.
48 En la novela de Alejo Carpentier, El reino de este mundo (1949), un viejo esclavo reflexiona:
“Padece, espera y trabaja para gentes que nunca conocerá y que a su vez padecerán, esperarán y
trabajarán para otros, que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada
más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer
mejorar lo que es: En imponerse Tareas. En el Reino de los cielos no hay grandeza que conquistar,
puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de
sacrificio, reposo y deleite. Por ello agobiado de penas y Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de
amar en medio de las plagas, el hombre puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este
mundo”.
126
Locura: (1) denuncia no formulada, (2) el ruido y la furia de la injusticia del mundo.
En los hospitales para locos pobres se escucha el ruido y la furia del relato de la
desigualdad social y de la injusticia histórica. 50 Murmullo estrepitoso de una denuncia
no formulada. Se hace oír -todavía de un modo delirante, alucinado y compulsivo- la
confusión del mundo, sus brutalidades y lo poco que ha hecho la civilización por la vida
de los desamparados. Incluso, los hospitales de los caídos ofrecen una visión de cómo
podría ser el mundo futuro: cuerpos anestesiados por alcoholes, pastillas, cigarros.
Es mucho para mí: (1) voz que diría (si pudiera decir) la experiencia emocional del
exceso, (2) lo insoportable de la demasía.
Las psicosis encerradas en los hospitales públicos dicen la desmesura del horror. Un
estado que ni siquiera es derrumbe porque no hubo una identidad construida. No se trata
de una sensibilidad oculta, anestesiada o negada, sino de la emotividad excedida en un
cuerpo desahuciado.
Algo de esto advierte Blake en sus Proverbios del Infierno cuando escribe: “El rugido
de los leones, el aullido de los lobos, el furor del mar encrespado, son partes de la
eternidad, excesivamente grandes para el ojo del hombre”.
Nombre propio: (1) sitio que guarda un tesoro, (2) alucinación del ausente.
Dice que tiene cien casas, que en cada una guarda un tesoro, pero que le robaron su
nombre y otro se hizo dueño de todo. No tiene biografía, su historia personal está hecha
de hilos sueltos, piezas rotas, referencias partidas, páginas sucias y manchadas, relatos
incomprensibles. Cada tanto, irrumpe un nombre que nos llega como contraseña
olvidada para ingresar en una casa de la que sólo queda la fachada.
El único poder soberano que queda, en un mundo sin soberanías, es el poder de hacerse
mierda. En el límite de mi desaparición, me vuelvo sujeto de una existencia
autodestructiva: “Dado que mi vida no vale nada, ejerzo el poder de hacerme mierda.
Mi arrojo mortífero es la prueba orgullosa de mi existencia”. En un mundo
enmierdante, elijo entre ser una mierda o hacerme mierda.
Bataille anticipa la visión de los arrasados, a los que sólo les resta la soberanía de
hacerse mierda: desechos, restos de nada. Anota: “A mi entender, esencialmente, si el
obrero se permite una copa es porque encuentra en el vino que traga un elemento
milagroso de sabor, que es justamente el fondo de la soberanía. Es poca cosa, pero al
menos el vaso de vino le da durante un corto instante la sensación milagrosa de
disponer libremente del mundo”.
Matar el tiempo: (1) salir del terror de la eternidad, (2) escapar de la inmovilidad.
No es lo mismo vivir al día que consumir el día. Vivir al día significa andar sin
previsión, sin futuro. En los hospitales psiquiátricos, no se vive al día, se consume el
día: tomando mate, fumando, tragando calmantes, volando con las drogas del encierro.
El tiempo de los arrasados no termina nunca: cada instante se expande en un espacio sin
fronteras o se extiende en el pulso de una eternidad enloquecida. O cada instante es
presente de lo vivo inmovilizado, asfixiado sin después, sin existencia por delante.
Alma: (1) terreno desabrigado e inhabitable, (2) memoria del porvenir, (3) sensibilidad
desbordada,
¿Qué vida emocional es la de los casi sin existencia? Los arrasados no son
atormentados. Lo que antes se llamaba alma es ahora un terreno desabrigado e
inhabitable, lo que antes era porvenir es ahora un despoblado inmenso y helado, hasta el
130
Conviene pensar la cuestión del alma no como mito espiritual, don metafísico o cifra
inmaterial; tampoco como adentro o interioridad. No se trata de proponer tardíos
reflejos de teorías anteriores al psicoanálisis. Alma suele ser el nombre de una
sensibilidad desbordada, de una vida fuera de sí. Alma es la figura extrema o límite de
nuestras representaciones culturales: se dice te quiero con toda mi alma para declarar un
amor sin restricciones o lo siento en el alma para expresar total empatía o me partiste el
alma para decir que se experimenta el máximo dolor o puse mi alma para ilustrar que se
entregó todo o compañero del alma para atestiguar amistad eterna.
Tanto en Pichon Rivière como en Deleuze se encuentra esta idea: muchos sufren no
porque sean débiles o defectuosos, sino porque fueron capaces de sentir en demasía, una
intensidad que no pueden soportar.
indiferentes a un espectáculo que los excluye. Para los que sufren, sólo cuenta el
consumo que va directamente a la sangre, el que interviene en la cabeza, el que satura
las visiones y calla las voces. Nadie aspira a tener un auto, una novia delgada, un crédito
para reformar la casa, una manguera ajustable para el jardín, una máquina para hacer
ejercicios físicos todas las mañanas, una escalera plegable o un casco de masajes para
evitar la caída del pelo. La locura –sin proponérselo- es pasión anticapitalista:
posesiones atesoradas en pequeñas bolsas viejas, la experiencia del trabajo inútil y no
rentable, la falta de eficacia y la obstinación por traer a la mente lo insoportable.
Ciudad: carnicería.
Alguien cuenta que escuchó en el noticiero que asaltaron una carnicería y encerraron al
carnicero adentro de una heladera. Se pregunta cómo se puede vivir en un mundo en el
que pasan esas cosas.
Memoria: desierto.
Los arrasados no viven en medio de destrozos. No perciben el mundo en ruinas. Las
ruinas recuerdan una cultura perdida: son maquetas gastadas de una memoria
abandonada. Para los arrasados, eso que llamamos ruinas no son huellas del pasado,
sino presencias sueltas que significan nada.
Hilachas: (1) porción insignificante de algo, (2) hilos sueltos de los que se sostienen los
desheredados.
En un horizonte sin Dios, Ejército, Parlamento, Poder Judicial, ¿qué se ofrece como
continente o referencia posible?, ¿qué garantía política concertada?, ¿el parlamento, la
justicia, la economía nacional?, ¿qué pacto de conveniencia y moderación de pasiones
peligrosas? Los arrasados viven en el grado cero del contrato social. El país de los
arrasados tiene una única alianza, un sólo acuerdo de convivencia sostenido, un sueño
de alcoholes sin sobresaltos, una mínima división de roles y poderes consensuados: la
cultura del aguante.
132
El aguante es la marca de haber estado en el infierno y todavía no haberse ido del todo.
El aguante, en el manicomio, es vanidad difusa del que preferiría perder la conciencia
de sí. En el fútbol, el aguante es contraseña de machos orgullosos que validan sus
insignias ante una barra de bravos o una mercancía que se alquila a los empresarios de
los clubes; en el hospital psiquiátrico, el aguante no designa al que es macho por demás,
sino al que guarda una delgada tela de la memoria, un dolor que no exhibe. El aguante,
en el manicomio, traza biografías de soledad.
Las mafias y las ranchadas no son lo mismo aunque a veces se confundan. La mafia es
una tranza de conveniencia, un acto de protección y sometimiento; mientras la ranchada
es una estancia entre vecinos que no se juran ni se comprometen a nada que no sea estar
juntos en ese momento único e intrascendente. La ranchada manicomial es casi sin el
otro, sin el otro que, sin embargo, se supone que está también ahí. La ranchada es sin
intercambio ni pactos, un sobreentendido rompible que permite, cada tanto, tener algún
descanso.
133
Conforme: obediente.
El Pabellón Seis es el infierno. Un sitio de castigo dentro del hospital. El encierro del
encierro. Allí van los indóciles. El Pabellón Seis es la internación de los ya internados,
doble cerrojo para las sensibilidades descontroladas. Medicados y recluidos hasta que la
vida se les pase. También es el lugar a donde llegan los que están mal en la ciudad.
Algunos vienen en patrulleros, esposados, golpeados, maltratados. Otros vienen en
ambulancias, desde otros hospitales o desde los juzgados. Están lo que vivían en las
calles, los que perdieron sus casas o fueron expulsados por sus familias. Están los que
estuvieron presos y los que consumen pegamento, paco, cocaína, pastillas, hierba,
alcohol, mucho alcohol. Alucinados, delirantes, violentos. Adentro de la sala, lo que no
les sacan los enfermeros, se lo roban los otros internados.
Los informes sufren por las formas que no tienen, quisieran tener o detestan.
Los arrasados no son sujetos de inconformidad: son rehenes de la satisfacción, del poder
y de la deformidad; pero de los cuerpos de esas lisuras sale el ruido y la furia de lo
humano: la acusación de todas las formas mortíferas de las que ha sido capaz esta
civilización.
Advierte que ternura reúne (por lo menos) tres dones: abrigo, alimento y arrullo. La
tragedia de la miseria –afirma- es la enfermedad de la ternura: falta de abrigo, falta de
alimento y falta de arrullo. Intemperie, hambre, desierto. La ternura es condición para la
existencia ética en un sujeto. Explica el papel del miramiento en la ternura: mirar con
amoroso interés a otro que se reconoce diferente. La falta de ternura instituye lo que
Laing llama inseguridad ontológica.
52 La expresión excitación imprecisa es una asociación voluntaria con la expresión de Néstor Perlongher
“náusea imprecisa” que alude a la fascinación de la sordidez.
136
Pavor: hundimiento.
Una diferencia entre miedo y pavor, es que el miedo todavía alucina un resguardo,
mientras el pavor anuncia la inexistencia.
Los arrasados no son desangelados (no tuvieron ángeles protectores). Tampoco son
sujeto sin palabra de un colectivo que aguarda tutelas emancipadoras, son cuerpo de una
excitación que espera.
Sorprende que algunas personas lleguen hasta la reunión del Pabellón Cuatro a
escuchar qué se dice en las palabras. Son momentos de descanso. La reunión se ofrece
como vacío reposado. Un espacio sereno dispuesto para fumar, tomar mate, volar,
dormir o conversar. No importa tanto lo que se está diciendo. La música de los que
todavía hablan reconforta. El murmullo de esa posibilidad, entusiasma a los afligidos.
Muchos se alegran sólo por saber que el lenguaje no ha desaparecido. Al final, la gente
aplaude. En ninguna parte se escucha un aplauso semejante: contagio, reflejo,
celebración de una existencia todavía posible.
Piedra de la locura: (1) roca tallada con una inscripción que dice: libertad, igualdad,
fraternidad, (2) la misma roca con otra marca que agrega: sensualidad infinita y
fantasías soberanas.
La obra de Peter Weiss Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, estrenada en mil
novecientos sesenta y cuatro, recrea tiempos en los que el marqués de Sade es encerrado
(a partir de mil ochocientos tres) en el asilo de Charenton, un manicomio en el que los
nobles y burgueses de París recluyen a parientes molestos. Allí, con autorización del
director del lugar, se organizan representaciones teatrales con los enfermos, a las que
asiste el público aristocrático. Peter Weiss imagina a los locos de Charenton
representando los últimos días de Jean-Paul Marat, una obra escrita, dirigida e
interpretada por el mismo Sade.
En ese escenario desquiciado toma cuerpo una confrontación desopilante: mientras Sade
expresa el ideal de sensualidad infinita y fantasías soberanas, Marat redacta fórmulas
urgentes de justicia para todos. Uno reivindica el derecho al placer y el otro a la
igualdad. Al final, el cuchillo de la traición termina con la vida del revolucionario. Peter
Weiss conjuga en el manicomio el programa de la revolución francesa con el programa
de la locura: no habrá mundo de libertad, igualdad, fraternidad, si (al mismo tiempo)
no es posible un cuerpo de sensualidad infinita y fantasías soberanas para las
innumerables minorías comunitarias.
Inconformidad: espera.
138
8.
Desmentida: (1) escudo de ignorancia, (2) aptitud que finge saber para poder olvidar,
(3) vicio de las conciencias buenas.
Vamos a morir, pero sobre la existencia después de la muerte no hay opiniones
unánimes. Se discute si la cesación de la vida significa disolución en la nada. Algunos
afirman que se puede ser inmortal en la memoria de los vivos o acceder al paraíso o
aplazar el momento desgraciado con medicinas y vida sana. Están los que piensan que
cuando el cuerpo muere, el que alma inmortal vuelve a unirse con el creador, fundirse
en el cosmos o transformarse en flor o pájaro.
Una manera de enfrentar la muerte es la desmentida: “Le aseguro que estoy al tanto de
que voy a morir”. La desmentida es la acción que niega la veracidad de lo que está
afirmando. En La negación (1925), Freud conjetura que, a veces, algunos juicios
esclarecidos cumplen una función equivalente a la de la represión: son sustitutos
intelectuales de algo que se finge saber para poder ignorar. La desmentida es una
defensa que evita, negando su calidad de defensa, tener que vivir en el sobresalto de que
la muerte puede ocurrir en cualquier momento.
Conocemos historias de personas que por enfermedad, accidente o alteración del orden
previsto de las cosas se enteran de que van a morir en poco tiempo. La muerte sin velos
provoca una lucidez extraña. La vida amenazada suelta sus deseos. Los sentenciados
deciden cómo pasar sus últimos días: algunos se aferran al amor y a la amistad, otros se
refugian en la contemplación emocionada de lo que perdurará, algunos intentan terminar
obras que los sobrevivan, otros -ansiosos- apresuran el final y otros ofrecen la vida que
les resta para ser recordados como héroes. Están, también, los que siguen hasta el final,
serenos, llevando la vida de siempre.
140
Lo que hacemos con la muerte es modelo de otras desmentidas que tratan de acallar lo
insoportable. Las conciencias actúan de un modo parecido con el hambre y la guerra, la
desigualdad y la injusticia, la conflictividad social y la lucha de clases.
Las distinciones, cuando no consagran cualidades fijas de las cosas, son pausas de
inconformidad para pensar. No es lo mismo desmentida que negación o represión. La
negación no ve lo que ve, no escucha lo que escucha, no siente lo que siente, no piensa
lo que piensa, es una práctica selectiva de la ausencia. La represión es una artística del
disfraz que oculta y desfigura lo sabido. La desmentida es la defensa que niega
afirmando: admite que vamos a morir para negar que la muerte puede sobrevenir sin
aviso.
Para seguir viviendo, niñas y niños abusados ponen en juego la desmentida. Dosifican
una intensidad traumática imposible de representar. Necesitan creer que lo que les está
ocurriendo no les ocurre. Si el abusador practica la mentira, la hipocresía y el
fingimiento para engañar a otro, el abusado, para engañarse a sí mismo, apela a la
abolición de la experiencia (“¡esto nunca ocurrió!”) o a la desmentida (“aún cuando sé
que eso ocurrió, no puede ser que algo así haya ocurrido”). La desmentida es astucia
desesperada de una experiencia que se afirma desconfirmada.
Conciencia escandalizada: (1) arma alborotos morales, (2) hace ostentación ruidosa de
lo que pronto olvida.
No es lo mismo la conciencia desgarrada que la conciencia escandalizada. Mientras la
conciencia desgarrada invoca la pregunta que aloja lo insoportable, la conciencia
142
Eufemismo: (1) insinceridad exitosa, (2) palabra que la hipocresía toma de rehén.
Vivimos tiempos dominados por la desmentida y, a la vez, tiempos de subjetividades
arrasadas por una extrema criminalidad.
Los discursos amables de las conciencias buenas de nuestro país desmienten, entre otras
cosas, las diferencias sociales: el abismo actual que va de la inclusión al exterminio. Se
dice de un modo general, como si se tratara de conjuntos homogéneos, la gente siente,
la gente piensa, la gente quiere.
La idea de lucha de clases es hoy insoportable, como si nadie quisiera escuchar lo que
esa voz denuncia: la disputa de poder en una sociedad conflictual. Nicolás Casullo
considera que, una de las consecuencias del borramiento de ese estado de lucha, es “la
supresión de la experiencia del conflicto social como génesis de lo político”.
Hay diferentes versiones: una dice que el seis de agosto de mil novecientos cuarenta y
cinco cumple la orden de destruir el puente situado entre el cuartel general y la ciudad
de Hiroshima. Un error de cálculo hace que la bomba caiga sobre la ciudad. El
comandante Eatherly que, tras el hecho estremecedor, pasó días enteros sin hablar con
nadie, fue el único participante de los bombardeos que se negó a que lo honraran como
héroe.
De regreso, casado con una hermosa actriz, tuvo casa, jardín, hijos, posibilidades de
ascenso social y pesadillas. Al principio intentó aliviar su tormento con alcohol y
calmantes, luego comenzó a meter billetes en sobres que enviaba a Hiroshima, intentó
quitarse la vida varias veces, lo internaron, se mudó de país y volvió, optó por trabajos
que le demandaban un gran esfuerzo físico, se separó de su mujer, dejó de ver a sus
hijos, buscó que lo castigaran por diferentes delitos: falsificó cheques por sumas
insignificantes, realizó robos (con una pistola de juguete) en los que no se llevaba nada.
Al final, le diagnosticaron un trastorno agudo de la personalidad, con ideas fijas y
sentimientos de culpa. Lo internaron en el psiquiátrico hasta su muerte, en mil
novecientos setenta y ocho.
El filósofo vienés Günther Anders inicia en 1959 una correspondencia con Eatherly. En
la primera carta que le envía al hospital en el que estaba encerrado, se presenta como un
semejante que está angustiado por problemas que son de todos. Explica que vivir en esta
época nos hace culpables. Razona que Eatherly hizo lo que hizo porque el aparato
militar es una máquina perfecta. Le dice que era un piloto demasiado joven y sin
recursos para entender lo que estaba pasando y que cualquier hombre, que hubiera
estado en su lugar, hubiera hecho lo que él hizo. Aunque aclara que no le ofrece
consuelo: “Nada más lejos de mi intención intentar consolarle. El que consuela dice
siempre ¡No es para tanto!, esto es, intenta restar importancia al sufrimiento o al
sentimiento de culpa del otro, e incluso exorcizarlo con palabras. Esto es precisamente
lo que, por ejemplo, intentan sus médicos (...) de ahí que se limiten a criticar su
reacción a ese hecho, en vez de criticar el hecho mismo (el mundo en el que un hecho
145
Günther Anders advierte que Eatherly está atrapado en una doble pesadilla: por un lado,
la desmentida social que lo proclama héroe y que luego opta por considerarlo enfermo,
cuando él pide ser condenado como culpable y, por otro lado, la caída en un imposible
arrepentimiento solitario.
No interesa la historia de Eatherly sólo como efecto de una situación traumática inédita
en la historia del exterminio militar, sino como negativa social a alojar la pregunta
indignada que hubiera podido contenerlo: ¿Por qué alguien como yo pudo participar en
esa masacre espantosa?
Günther Anders continúa en esa primera carta: “El hecho de hacer daño a un solo
hombre - y no estoy hablando de darle muerte -, pese a ser algo concebible, no es fácil
de ‘superar’. Pero aquí se trata de algo completamente distinto. Usted tiene la
desgracia de haber dejado detrás de sí 200.000 muertos. ¿Y cómo iba a ser posible
sentir dolor por la muerte de 200.000 personas? ¿Cómo iba a ser posible lamentar
algo semejante? No sólo usted es incapaz de hacerlo, nosotros tampoco podemos, nadie
puede hacerlo. Por más que lo intentemos, aquí el dolor y el arrepentimiento son
impotentes. Así pues, Eatherly, usted no tiene la culpa de que sus esfuerzos sean
inútiles. Esta inutilidad es consecuencia de lo que anteriormente he denominado el
carácter radicalmente nuevo de nuestra situación, a saber: el hecho de que, en cierto
modo, podemos producir más de lo que somos capaces de representarnos; el hecho de
que los efectos resultantes de los instrumentos que nosotros mismos hemos producido
son tan grandes que ya no estamos preparados para representárnoslos. Tan grandes
que ya no podemos concebirlos, tan grandes que ya no podemos hacerles frente. No se
reproche usted que su arrepentimiento sea insuficiente. Sólo faltaría eso. El
arrepentimiento no puede bastar. En cambio, el fracaso de sus intentos es algo que
evidentemente usted debe experimentar y soportar diariamente: solamente esta
146
experiencia del fracaso puede sustituir al arrepentimiento, sólo ella puede evitar que
volvamos a enredarnos en hechos tan monstruosos. Así pues, dado que sus esfuerzos
son inútiles, es perfectamente comprensible que usted reaccione con pánico y
desorientación. Incluso podría decirse que esta reacción es signo de su salud moral,
pues demuestra que su conciencia sigue viva. El método habitual para hacer frente a
aquello que es demasiado grande consiste en una maniobra de ocultación: en seguir
viviendo exactamente como se vivía antes, en retirar lo sucedido de la mesa de la vida,
de modo que la culpa demasiado grande no se viva como culpa alguna.”.
Inconformidad no es una idea: una forma que representa algo que pensamos;
inconformidad acontece cuando ese algo no puede ser representado por ninguna forma
(“¿cómo decir el dolor por la muerte de 200 000 personas?”). Inconformidad, lo
arrasador de poder producir más horror del que somos capaces de representar.
El diálogo con Günther Anders ofrece a Eatherly lo que ninguna internación ni sustancia
química pudo: el reconocimiento de su derecho a sentirse desgarrado.
La fotografía de una niña desnutrida que agoniza, con su nariz contra el polvo, mientras
un buitre espera al acecho, de Kevin Carter gana, en mil novecientos noventa y cuatro,
el premio Pulitzer.
Un escándalo para las conciencias buenas. ¿Cómo pudo ser que un hombre blanco bien
alimentado retratara a la pequeña africana mientras se moría de hambre vigilada por un
ave de rapiña que esperaba su alimento? ¿Cómo pudo ser que ante esa visión atroz el
periodista sudafricano improvisara una sesión de fotos que duró veinte minutos? ¿Cómo
fue posible que decidiera aguardar el instante macabro en el que el buitre se acercara a
la presa con sus alas extendidas? El gran pájaro carnicero no hizo ningún movimiento:
la inminencia de ese desenlace está ahí eternamente congelado.
La cámara no diferencia entre una piedra y una niña que se muere. Los aparatos no
experimentan compasión ni crueldad. Kevin Carter se suicidó meses después de que su
foto saliera en la tapa de The New York Times. Dos preguntas, sin respuesta, llaman a
pensar en nosotros mismos: ¿por qué se suicidó?, ¿por qué no ayudó a la niña? Kevin
Carter se mató a los treinta y cuatro años. Alguna vez dijo que ser blanco en Sudáfrica
era un privilegio y una condena.
Presencias negadas golpean los muros ficticios de la conciencia. Sentir que nuestra
felicidad se hace, también, con el sufrimiento de otros, resulta intolerable: en eso piensa
Marx cuando escribe que “La tradición de todas las generaciones muertas oprime
como una pesadilla la conciencia de los vivos.” y eso mismo percibe Benjamin cuando
afirma que: “Todo acto de civilización es al mismo tiempo un acto de barbarie”. La
conciencia no es sólo una experiencia personal, sino resplandor de un curso histórico. El
mundo no es sólo circunstancia que nos rodea, condiciona o contamina, sino flujo vivo
que nos habita. Cualquier cuerpo humano es, lo sepa o no, experiencia afectada por todo
lo existente.
Carter era miembro de la minoría blanca que se oponía al apartheid. Simpatizaba con
las ideas de Nelson Mandela, ese representante de la resistencia pacífica que había sido
condenado a prisión perpetua. Cuando comienza a trabajar en periodismo, a los
veinticuatro años, Nelson Mandela lleva más de veinte años preso. Los territorios
negros eran zonas de matanzas e injusticias. Los jóvenes que se resistían lanzaban
piedras a policías y soldados que respondían con balas: cientos de muertes, miles de
presos. En esos teatros de violencia, hace Carter su formación como fotógrafo para The
Johannesburg Star.
Se dice que culpa es contrición que disciplina almas sociales y regula pulsiones locas. Si
al sentimiento doloroso de haber hecho algo reprensible no se lo piensa sólo como
efecto inconsciente de un deseo prohibido, se lo puede considerar como conciencia
conmovida de quien se sabe en un mundo injusto.
Wilhelm Reich pensó que, tanto para defendernos del propio griterío pulsional, como
para no desfallecer ante los gemidos del mundo, cada uno desarrollaba una coraza: una
armadura emocional y muscular. Imaginaba que ese blindaje somático se lograba al
bloquear las energías que fluían por el cuerpo, de modo que las potencias, así detenidas,
se transformaban en zonas rígidas y anestesiadas.
Tal vez los cuerpos insensibilizados del presente no sean sólo cuerpos acorazados. La
idea de blindaje protector supone un adentro en el que las emociones permanecen
congeladas. La saturación del horror provoca la deserción de los sentimientos. Cuerpos
de sentimientos vencidos, que huyen desordenados. Incluso cuerpos de sentimientos que
se traicionan o cambian sus rumbos iniciales.
En marzo de mil novecientos noventa y tres, Carter toma vacaciones en Sudán. Apenas
aterriza ve a la niña y al buitre. Reacciona con un automatismo profesional: está
programado para fotografiar. Vive anonadado, pero no porque las cosas lo sorprendan,
sino porque reduce su existencia a una fórmula automática que lo mantiene en la
antesala de la nada. Quiso hacer una foto que dijera todo: como una niña agonizando ya
no alcanzaba para impactar al mundo, esperó a que el buitre agazapado se aproximara a
ese cuerpo indefenso. Los automatismos se hacen acompañar por argumentos
razonables. No hizo nada para ayudar a la niña porque tenía que tomar la foto.
En abril de mil novecientos noventa y cuatro, desde Nueva York, le anuncian el Pulitzer.
Pocos días después matan a su mejor amigo (uno de los del grupo de los cuatro)
mientras hacía su trabajo. La emoción aún desmentida, reprimida, negada, denegada,
casi abolida o derrotada, no desparece. Acecha como río de angustias irrepresentables.
Carter sintió explosiones en su cuerpo y en sus pensamientos, deseó que la bala que
mató a su amigo hubiera sido para él, voló a Nueva York, recibió el premio, se
emborrachó y volvió a casa.
La guerra terminó, Mandela fue presidente, Sudáfrica tuvo su minuto feliz. La vida de
Carter ya no tenía sentido. La insensibilidad, en medio del peligro, era la excitación que
lo mantenía vivo. La muerte de su amigo y la niña sudanesa se confundían, ahora, en
sus pesadillas. No podía trabajar: llegaba tarde a las entrevistas, perdía rollos de fotos
que ya había sacado, sintió necesidad de un amor y acumuló deudas.
En la lengua de Freud, la palabra alemana Schuld dice tanto culpa como deuda, el
adjetivo schuldig significa a la vez culpable y deudor. No aprovecho esa proximidad
inquietante para quedarme ahí. Pienso que tal vez, Carter no sintió culpa sino desprecio
por ese mundo que se pudría y que quizás sus deudas de dinero fueran un dato más del
hartazgo. Tampoco creo que fuera un escéptico. El escepticismo es un modo extremo de
la ilusión que prefiere salvar su ideal antes que inmiscuirse con el mundo social.
Sartre advierte cómo muchas almas se horrorizan ante prácticas que consideran crueles
y viciosas y declaran que eso no les concierne y cómo niegan cualquier solidaridad con
esas extrañezas que ofenden sus patrones morales. Pero lo curioso, piensa, es que esas
mismas personas se identifican con las hazañas de un astronauta o de un ídolo
deportivo, sienten que esos personajes idealizados despliegan potencias que habitan en
ellos mismos y razonan que si hubieran nacido en otro sitio, tenido otra infancia, otra
educación, otros estímulos sociales, ellos mismos hubieran protagonizado esas
hermosas proezas.
Sartre llama la atención sobre la facilidad con que las almas del sentido común se
sienten representadas por hechos que consideran positivos y se desentienden de otros
que consideran negativos. Concluye que las conciencias buenas practicamos la
desmentida con naturalidad: admitimos el crimen, la tortura, la crueldad, sólo como
malformaciones que existen fuera de nosotros, repudiamos la idea de que son
realizaciones posibles de nuestra virtualidad, no queremos saber que todos los actos
humanos habitan, en potencia, en nuestras existencias imprevisibles.
Sartre pone a la vista cómo las conciencias progresistas niegan la presencia potencial
del mal y el horror en sus espíritus puros. Aclara que no se trata de repetir que no
somos, en abstracto, buenos o malos, justos o injustos, tiernos o crueles, ni de volver a
recordar que el imperio de las situaciones que nos toca vivir desata potencias dormidas
o agazapadas en cada cual, sino de escuchar el llamado de lo insoportable.
Sartre percibe que toda escena personal acontece en el teatro de la historia y asume que
la condena moral del mundo supone el cuestionamiento de nosotros mismos, advierte
que la proyección del mal sobre existencias ajenas demonizadas es una forma de la
negación.
No piensa la solidaridad como cortesía, ayuda o compasión para con los necesitados.
Imagina solidaridad como afectación con lo que desconocemos de nosotros mismos.
Solidaridad no como simpatía con el otro, sino como soportabilidad de lo repudiado o
negado en uno mismo.
152
una situación de pánico. En la secuencia que sigue, se ve al muchacho salir del fondo de
la pileta como de una pesadilla: pálido, con palpitaciones, angustia, sensación de
muerte. Todavía atontado y casi sin aire, comienza a reaccionar con odio y violencia
ante lo que interpreta como una crueldad siniestra, tal como deduce por las risas y burlas
de todos los presentes, a las que se suman inesperados camarógrafos e iluminadores que
salen de sus escondites. En plena descarga de bronca, alguien le avisa que está siendo
filmado para el programa famoso. Lo que ocurre en ese momento es sorprendente: la
víctima pasa de la indignación justificada, a la complicidad con sus verdugos. Su mueca
de dolor se transforma en gesto de diversión, convierte su ofuscación en complacencia.
Abandona sus sentimientos, para participar de una mirada que lo toma como objeto de
crueldad. Desmiente sus sensaciones para entregarse a la euforia de la burla. Participa
de su tortura con alegría. Deserta de sí, renuncia a su indignación, hace de su furia
nerviosa un nudo callado.
El ataque de pánico es una pesadilla desatada no durante el sueño, sino mientras uno
anda caminando por la calle o bajando en un ascensor. Un peligro inminente que nos
asalta despiertos. Sin la protección del recinto del sueño, la opresión del corazón, la
dificultad para respirar y la sensación de muerte, nos sorprenden en la ciudad de la
violencia o en el encierro de la intemperie.
154
9.
Amor: (1) conjuro contra la angustia, (2) deseo de lo imposible, (3) sin angustia, mueca
congelada de una posesión sin vida.
-Narciso, ¿cómo era la existencia antes de la experiencia de la angustia, antes de
desear lo inalcanzable, antes de morir de amor?
-Un continuo sin memoria, olvido.
Freud retoma teorías que piensan al amor como conjuro contra la angustia. Sugiere que
amamos a otro al que le suponemos eso que nos gustaría tener o a alguien que sentimos
que nos ama tal como ilusionamos ser. El amor se presenta como un ideal protector, una
habilidad imaginaria, un rodeo sutil, a través de otro, para recuperar la ansiada
156
seguridad perdida. Escribe Cesare Pavese en su diario, el 25 de marzo de 1950: “No nos
matamos por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos
revela en nuestra desnudez, miseria, nada”. Pavese piensa que el suicidio por amor es
un acto desesperado de los que no soportan vivir la soledad, sin ropajes.
El amor anhela la imposible posesión del otro. Los amantes demandan seguridad: la
presencia del amado para siempre. Cuando el amante declara que le urge suprimir esa
distancia que le duele, olvida que esa posesión, que se le rehúsa, es la condición misma
de su furor. El amor se enciende más y más con la evidencia de lo inalcanzable. Se
acaricia una ausencia no porque el otro no está, sino porque sólo la suavidad sabe rozar
lo que huye.
Agrega que matan su amor los jóvenes y los viejos, algunos lo ahogan con sus manos y
otros (quizá más piadosos) emplean el cuchillo, están los que aman poco y los que aman
53 El apoderamiento como sugiere Deleuze es el grado más bajo de la potencia, mientras el deseo es la
potencia misma: el obrar en el mundo algo que no estaba en el mundo, pero no porque faltaba o se perdió
sino porque nunca había acontecido.
54 “And all men kill the thing they love, / By all let this be heard, / Some do it with a bitter look, / Some
with a flattering word. / The coward does it with a kiss, / The brave man with a sword!”.
157
demasiado, los que dan muerte llorando y los que no expresan nada; y, concluye, todos
los hombres matan lo que aman. La posesión amorosa (siendo el amor una dicha
inmensa) provoca reacciones de odio
El amor, que suele segregar una tela tenue e invisible, puede ser también hueco en el
que dos soledades, que se saben irremediablemente solas, se aproximan sin esperar
completar nada. El amor es felicidad, pero desembarazado de la experiencia de la
angustia, es mueca congelada de una posesión sin vida.
Melancolía es tiranía del amor: no quiere admitir que la persona amada no es una
marioneta obligada a darnos felicidad. Melancolía es persistencia de esa ilusión caída,
se resiste a un nuevo amor porque no quiere enfrentar otro desastre.
Melancolía sufre más por perder su reinado que por la pérdida del otro. Una cosa es
estar triste por el amor que se ha ido y otra es negarse a aceptar que la vida del que se
fue nunca estuvo gobernada por el propio poder. El enamorado identifica amor con
compulsión de dominio: tener poder sobre el otro o que el otro tenga poder sobre mí,
son opciones de la pasión en tiempos del capitalismo.
El hombre dice que fue abandonado por la mujer que amaba, deduce que ese hecho
nefasto arruinó su vida, que -en ese momento- sintió que no podía seguir viviendo sin
esa mujer, ahora cruel y maliciosa. Sin embargo, no vive el acontecimiento de la
angustia, se rehúsa a esa afección, se aferra a su locura de dominio, se siente estafado,
traicionado, descalificado.
55 En este punto, como casi siempre Kafka sale de curso. Escribe en una de sus últimas cartas a Milena:
“Tus cartas más hermosas son aquellas en las que das razón a mis ‘angustias’ al mismo tiempo que
tratas de explicarme que no debo sentirla. Pero yo también, aunque a veces parezca defender ‘mi
angustia’ sólo por interés, en lo más hondo de mi ser es probable que le dé la razón; si, a ella debo mi
consistencia, estoy hecho de ella y tal vez sea lo mejor que poseo”.
160
El escrito dice así: “Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj,
que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo
161
con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a
la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-,
te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu
cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado
colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la
obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de
atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el
servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te
caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca
mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes.
No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
Religión: conformidad.
Las religiones rodean la angustia de inmensidad metafísica, la reducen a un
padecimiento purificador y necesario para acceder al paraíso, la transforman en temor o
la apaciguan con salmos invencibles y bondadosos.
Marx advirtió que las religiones funcionaban como teorías generales del mundo, como
resúmenes enciclopédicos, como bálsamos espirituales, como canciones morales, como
voces de consuelo para el pueblo y que sus creencias fantásticas abrigaban en la
intemperie, a la vez que adormecían la protesta necesaria y debilitaban las acciones
urgentes de los revolucionarios. Marx pensaba que oponerse a la religión era luchar
contra el licor imaginario que embriagaba a los desvalidos, creía necesaria su abolición,
162
como felicidad ilusoria, para conquistar la felicidad real, infería que las almas
desgarradas, que no tenían acceso al jugo de amapolas, optaban por abrazarse a
creencias mágicas. El poder de ese analgésico, de esa sustancia hipnótica, de ese fluido
relajante (que alejaba preocupaciones, evitaba tristezas al yo desamparado o posibilitaba
cierta autocomplacencia perdida) era sustituido por una promesa de protección celestial.
La fórmula que decía que la religión es el opio del pueblo, advertía sobre la
extraordinaria función de ese remedio para los pobres.
Así lo escribió en 1844 en un texto que se llama Crítica de la filosofía del derecho de
Hegel: “La miseria religiosa es a la vez expresión de la miseria real y protesta contra esa
misma miseria. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el alma de un mundo sin
corazón, así como el espíritu de una existencia sin espíritu. Es el opio del pueblo. La
abolición de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es una exigencia para su
felicidad real. Exigir que el pueblo renuncie a las ilusiones sobre su condición, es exigir su
condición en la cual necesita ilusiones. Por lo tanto, la crítica de la religión es
virtualmente la crítica del valle de lágrimas cuya aureola es la religión. La crítica deshojó
las flores imaginarias que adornan nuestras cadenas, no para que el hombre lleve
cadenas prosaicas y desoladoras, sino para que se las arranque y recoja la flor viva. La
crítica de la religión desengaña al hombre para que este piense, actúe, forje su realidad
como un hombre sin ilusiones, que ha llegado a la razón, para que se mueva en torno a su
verdadero sol, es decir alrededor de sí mismo. La misión de la historia es, por lo tanto,
una vez desvanecido el más allá de la verdad, establecer la verdad del más acá. La
primera tarea de la filosofía, que está al servicio de la historia, consiste –una vez
desenmascarada la apariencia sagrada de la auto alienación humana- en descubrir esa
auto alienación bajo sus apariencias profanas. La crítica del cielo se transforma, de esa
manera, en crítica de la tierra; la crítica de la religión, en crítica del derecho; la crítica
de la teología, en crítica de la política.”.
Opio: derivado de la amapola blanca que calma el dolor, favorece el sueño y ayuda a
controlar la tos.
En un texto que se llama La liquidación del Opio, Antonin Artaud desnuda la hipocresía
de la moral burguesa y sus proclamas contra las drogas ilegales. Advierte que la
verdadera amenaza es la negación de la angustia, el desalojo de las existencias que
habitan en su malestar. Esos discursos del bien hacen creer que la voluntad de una
persona podría vencer al sistema que fabrica voluntades.
Artaud se siente asqueado por el teatro de la virtud que esconde, detrás de sus gestos de
bondad, los males del capitalismo. El sentido común dominante transforma la
desigualdad, la injusticia y la explotación en fatalidades eternas. Toda su obra es un
grito desencajado de la dolorosa historia humana.
Escribe Artaud: “Dejemos perderse a los perdidos, tenemos mejor cosa en que ocupar
nuestro tiempo que tentar una regeneración imposible y además inútil, odiosa y dañina.
En tanto no hayamos llegado a suprimir ninguna de las causas de la desesperación
humana no tendremos el derecho de intentar suprimir los medios por los cuales el
hombre trata de desencostrarse de la desesperación. Pues ante todo se tendría que
llegar a suprimir ese impulso natural y escondido, esa pendiente especiosa del hombre
que lo inclina a encontrar un medio, que le da la idea de buscar un medio de salir de
sus males”.
Una pendiente especiosa, a la vez bella y terrible, inclina a los desesperados a buscar
una salida. Pendiente como declive que empuja hacia un sitio que atrae; pendiente como
lo que queda sin resolver, como tendencia que ansía una escapatoria. Salida, como se
dice de la salida del sol, que anuncia el comienzo de otro día; salida de un callejón, de
un encierro que inmoviliza. Artaud conoce que, para algunos, la imaginación alucinada
por una sustancia es la última oportunidad de abrir agujeros en la pared. Pendiente
porque se juega el pender mismo, el vivir colgado de una rama o de un hilo; pero el
pender, también, como circunstancia humana de la espera, que es un modo de la
angustia cuando se presenta desamordazada de la culpa y de la ansiedad.
Escribe Artaud: “El infierno es ya de este mundo y hay hombres que son desdichados
evadidos del infierno, evadidos destinados a recomenzar eternamente su evasión”.
El infierno no es una amenaza futura: está presente en el mundo que habitamos todos
los días. Italo Calvino sugiere distintas maneras de sufrir el infierno: una es aceptarlo y
desearlo hasta el punto de hacerse uno mismo parte del infierno; otra es buscar y saber
reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. El secreto de los
conjurados es darse tiempo para el contacto, morar en ese momento, inventar una
165
Con la exageración de bebida sucede lo mismo que con la obsesión posesiva: al final, la
promesa del absoluto cae incumplida. El vino y el amor no interesan, sin embargo, tanto
por sus cualidades para aliviar el dolor, sus virtudes para pacificar o disminuir
intensidades que arrasan; importan como deseo de lo que no se tiene. A veces, beber es
hacer la experiencia de la espera. Interludio existencial que busca una especie de paz
que, por otra parte, se sabe que no llega o que llega en el instante final.
56 La cita de Italo Calvino, que está al final de Las ciudades invisibles, dice así: “El infierno de los vivos
no es algo que será: hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que
formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el
infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es riesgosa y exige atención y
aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y
hacerlo durar, y darle espacio”.
166
los que se saben mortales. El vino, como portador de la espera, rivaliza con las
religiones. 57
En una obra de O'Neill, que se llama Extraño interludio, los largos soliloquios de sus
personajes recuerdan momentos en los que bebedores y amantes se dan a la palabra. Tal
vez, tanto la experiencia del vino como la del amor, consistan en darse a la palabra.
Pero darse a la palabra no es lo mismo que sentirse desinhibido. La inhibición tiene
relación con prohibiciones, censuras o abstenciones calculadas, se desata como catarsis
o confesión: la desinhibición es fuga de lo reprimido. Darse a la palabra es darse uno
mismo lo inescuchable de la angustia.
El bebedor busca testigos, no tanto de su dolor, sino de las palabras que puede donarse
siendo él mismo una voz anónima de su existencia dolorida. Se dice que el vino ayuda a
soltar la lengua, pero ello no siempre quiere decir hablar de más o permitirse decir algo
indebido o descarado. Soltar no sólo es dejar salir lo que estaba apresado; soltar es
también participar de un abandono, dejarse caer (desujetado) en el hablar. Soltar la
lengua, entonces, como autodonación de una voz llena de tachaduras. Instante
desprolijo en el que el bebedor se ofrece algo que no reconoce del todo: hospitalidad en
su existencia angustiada.
Los angustiados no son personas que beben mucho, sino existencias que prueban
desatar sus lenguas y romper a martillazos membranas (de miedo o de odio) que cubren
los sentidos. El vino como experiencia de la espera o como darse a la palabra no
escuchada, se parece al amor no posesivo. El vino como experiencia del ahogo,
embotamiento y ausencia de sí, se parece a la avaricia amorosa que sólo aspira a la
propiedad del otro.
57 Ofrecer y brindar dicen acciones similares, pero las formas reflexivas de estos verbos sugieren
inclinaciones diferentes. Mientras el que se brinda parece dar su potencia, el que se ofrece parece quedar a
merced del otro (ofrecerse para hacer algo, ofrecerse a la mirada, ofrecerse al goce del otro, ofrecerse en
sacrificio).
167
Angustia: inconformidad.
Cada uno vive, como si fuera un teatro personal, la tragedia de la civilización. No puede
haber cultura sin malestar, ni experiencia de sí sin conflictividad. Malestar y
conflictividad son las tormentas del deseo. Los males del estar anuncian que el estar
mismo es existencia afectada por la vida y la muerte, la enfermedad y la salud, el
lenguaje y lo indecible.
El capitalismo nos persuade (ahí en donde cada cual se enfrenta a ese objeto sin
consistencia, que Lacan llama objeto a) del ahorro de angustia que significa someterse a
un significante amo. La sujeción conveniente.58
Si la angustia pudo ser, en otros tiempos, educadora de la soledad comunitaria (es decir,
una soledad en proximidad de otros igualmente solos, en un mundo sin dioses), su
actual representación terrorífica es una herramienta disciplinaria del capitalismo. La
angustia aplacada es la peste: los angustiados (sin la experiencia de la angustia), para
huir de lo que no entienden, entregan sus existencias a cambio de calmantes.
58 El término goce, en Lacan, señala que la relación con el objeto de satisfacción está mediada por la
palabra de otro. El niño pequeño es caos de intensidades y sensaciones dispersas, criatura todavía sin
existencia como niño, sitio vacío de representación, necesidad que no sabe de su necesidad. La madre
supone que eso que estalla es hambre, frío, espera de abrazo, gusto por el movimiento, la presencia de su
voz; ella inscribe lo irrepresentado en un mundo posible, traduce una necesidad sin nombre en demanda
de alimento, abrigo, ternura, canción. La satisfacción o insatisfacción no dependen sólo de un equilibrio
de energías, sino de relaciones de sentido. Somos hijos de la palabra de otro, de la palabra que nos
nombra, de la palabra que nos llama, de la palabra que dice nuestra demanda. La cuestión humana no se
puede pensar como satisfacción de una necesidad a través de un objeto que la colma, nos satisfacemos en
una experiencia (nunca plena) mediada por la palabra. A esta singular satisfacción entredicha por el
lenguaje, se la llama goce. Haciendo una analogía con la idea de plusvalía de Marx, Lacan sugiere la
expresión plus de gozar para referirse a uno de los modos en los que se presenta el objeto a. Bataille, a su
vez, ya había pensado el goce como exceso que no es sin angustia.
168
Durante los últimos tres siglos, la angustia fue escuela del sinsentido de la existencia
humana y de la sensibilidad impugnadora. La Ilustración podría pensarse como
experiencia pedagógica de la angustia orientada por la razón, las filosofías (Spinoza,
Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger) como recepciones de la angustia en tanto afección
de la condición humana, el romanticismo como educación sentimental de la protesta.
Los angustiados de entonces no eran neuróticos sino enamorados, filósofos, locos,
intelectuales, artistas, revolucionarios.
La angustia no siempre cae de rodillas ante los objetos del mercado. La angustia puede
ser la razón de todas las esclavitudes humanas o puede expresar el deseo de la
emancipación siempre inconclusa. La angustia puede ser señal de la inminencia del
desastre existencial o llamado de lucidez, golpe derribador de fetiches.
Inconformidad: angustia.
La enfermedad de la civilización que no tiene remedio se llama inconformidad. La
insatisfacción, en cambio, tiene una farmacia entera. Capitalismo es adicción a una
botica de anestesias y animadores emocionales. Somos abusados por reguladores del
hambre y de las cabezas, pero cada tanto los estómagos administrados estallan repletos
de odio.
Afuera de toda forma no es otra forma, sino el deseo de un más allá de todas las formas.
La deformidad es la corrupción de la forma modelo. Si la insatisfacción hace histerias,
inconformidad llama a lo político. La entrega fascinada a las promesas del mercado,
neurotiza al deseo: lo envuelve de nerviosismo frustrador. Inconformidad, insumisión
ante las formas que nos gobiernan. Inconformidad pulsa lo todavía no anunciado.
La insatisfacción es por algo que se sabe, que no se tiene, que no era como se creía o
que se perdió. Inconformidad vive en el infinitivo del deseo. Apatía y tedio, son modos
de insatisfacción no excitada, encallecida. Inconformidad no importa ahora como
negación apasionada de las formas establecidas, sino como visión enloquecida de lo
posible todavía sin forma. Inconformidad que no obra, engendra pestilencia; angustia
que no se habita, extiende el desierto. 59
59 A propósito, dos textos de Blake (1757-1827) que acompañan al epígrafe del comienzo de este
capítulo. Uno, tomado también de Los Proverbios del Infierno, dice: “Del agua estancada, espera
veneno”; el otro es un poema, que lleva por título Eternidad, afirma: “Quien pretenda encadenar para sí
una alegría, malogrará su vida alada, pero quien sepa besarla en su aleteo vivirá en el alba de su
eternidad”.
170
Nicolás Casullo (2007) pensaba que las izquierdas no supieron resolver el teorema
civilizatorio del capitalismo. Teorema: no como proposición lógica demostrable del
mundo que vivimos, sino como dibujo indeleble de lo establecido en nosotros mismos.
Teorema, tal vez, para coincidir con la novela que Pasolini publica en mil novecientos
sesenta y ocho, relato de la decadencia de una familia de la pequeña burguesía del norte
de Italia, un mundo seguro y hastiado que estalla con la presencia de un huésped
hermoso e inquietante. Teorema como teatro de enunciación que nos tortura
haciéndonos creer que no sabemos vivir en el mejor de los mundos posibles.
El capitalismo moderno ofrece sustitutos para dar sosiego provisorio a las pulsiones que
él mismo propicia. El consumo para todos los gustos, incluso el consumo de las
sustancias de la muerte para la vida breve de los excluidos; sin contar la excitación y
miedo que aporta, a los que viven en los barrios cerrados de la opulencia, presentir que,
a metros, asechan los desesperados.
Otra edad del pensar: expresión que Nicolás Casullo compartió entre amigos, antes de
morir.
Nicolás Casullo decía que “hacía falta otra edad del pensar” que conjugara herencia e
imaginación para entender el mundo, el país, a nosotros mismos.
171
Somos solicitados a decir algo sobre el tiempo en que vivimos. Asociamos cosas del
presente con cosas del pasado, visiones actuales con escenarios ya vistos, voces
desarticuladas del ahora con enseñanzas recientes. La memoria histórica nos llena de
presagios terribles que contaminan la posibilidad de pensar el porvenir. A veces, esa
memoria es un residuo de representaciones nefastas. La barbarie de la civilización
ejerce su atracción: nos asalta la idea de que todavía todo puede ser peor. El lugar de la
angustia es ocupado por visiones catastróficas.
Solicitados quiere decir convocados a resistir lo que se nos impone como fatalidad. El
solicitante descolocado es el personaje de un largo poema de Leónidas Lamborghini,
una voz que comienza solicitando un empleo y termina solicitando el poder. Un
descolocado no es sólo un desempleado, un descolocado es un salido de su lugar, un
raro que se suelta, un solicitante desprendido de las fijezas del destino.
No es posible, sólo con la herencia, pensar lo que está ocurriendo. ¿Cómo decir lo
todavía impensado, lo que no puede ser atribuido o explicado por el lenguaje recibido?
¿De qué manera imaginar más allá de lo ya imaginado?
Hay cosas que cambian la vida, alguien dice: A partir de eso que me pasó, mi vida fue
otra. Hay golpes que permiten entrar en otra edad del alma; si no, se nos va la vida
habiendo pensado poco o nada fuera de lo ya instalado como razón del mundo.
¿Cómo vivir lo que nunca antes se ha vivido? ¿Expandir la experiencia hasta el límite:
asomarse fuera de sí? El fuera de sí como arrojo que no es caída. Vivir arrojado fuera de
sí, pero no cayendo en lo mismo de siempre, en lo establecido, sino derramado fuera de
todo continente. Naufragar no como desastre, sino como oportunidad.
No podemos decir cómo será el mundo venidero, pero sabemos que será más justo. No
lo sabemos porque lo sabemos, sino porque lo deseamos. El deseo potencia algo en
donde no hay nada. No se trata de un acto de fe, sino de una política. Política del deseo
o deseo de la política: deseo que desea justicia e igualdad para el colectivo humano.
Interesa el psicoanálisis como arte y política del deseo que obra, pero la potencia
deseante no es sin la herida de la muerte y la angustia. No es sin inconformidad. Allí
reside la diferencia entre la potencia del deseo y la prepotencia de la conformidad.
174
10.
Benjamin anuncia que los cuerpos dolientes terminarán con el sufrimiento innecesario.
No es lo mismo un cuerpo dolorido que un cuerpo doliente: el cuerpo dolorido es
cansancio que se lamenta y demanda que se le pase lo que tiene, el cuerpo doliente es
indignación que nos hace hablar, que se propone hacer algo con el dolor que aloja.
Benjamin admite la historia humana como movimiento caótico de una bestia ciega que
destruye ciudades y devora a sus hijos, pero también vislumbra la historia humana como
acontecer del deseo que busca asirse fuera de sí.
Las tesis comienzan con la historia de un maravilloso invento: una enorme caja frente a
la que se sienta una marioneta inteligente, que lleva un turbante como el que usan
turcos, moros y musulmanes, que simula jugar al ajedrez, mientras escondido, en su
interior, un hombrecito mueve las piezas. Benjamin anuncia un mundo de operaciones
mecánicas sin humanidad. Presenta el artificio como testimonio de la libertad entregada
al zarandeo, a la manipulación, al capricho o al mando de otro.
Poe escribe un ensayo sobre El Jugador de ajedrez de Maelzel alrededor de 1849, época
en la que esa maravilla se exhibe en los Estados Unidos. Es la historia del autómata al
que se refiere Benjamin: uno de los inventos del barón eslovaco Wolfgang von
Kempelen que se conoce hacia 1776, artificio de ingenio, que Maelzel compra para
terminar realizando espectáculos de circo.
Poe relata el asunto como enigma a resolver: ¿es posible la existencia de una máquina
que imite a la perfección atributos de la inteligencia humana? Comienza por mencionar
prodigios mecánicos capaces de ejecutar acciones propias de seres animados
recopilados en las cartas de Brewster sobre la Magia Natural: una carroza con hermosas
criaturas diseñadas para divertir a Luis XIV cuando era niño, un mago que da respuestas
exactas dentro de un conjunto ya establecido de cincuenta preguntas, un pato que come,
176
bebe, se mueve, lanza gritos de ave, un aparato de calcular que realiza operaciones
matemáticas, contabilidades astronómicas, mediciones náuticas.
¿En qué consiste El jugador de ajedrez de Maelzel? Una figura vestida a la turca,
sentada, con las piernas cruzadas, frente a una mesa de ajedrez que sostiene una pipa en
la mano izquierda. En cada exhibición, Maelzel muestra al público que el interior del
autómata esta formado por un hueco repleto de piezas de metal: arandelas, cadenas,
engranajes, ruedas, piñones, palancas. Cuando los asistentes se convencen que sólo se
trata de una máquina, Maelzel anuncia que la marioneta jugará una partida con quien lo
desee: da cuerda al artefacto, simula liberar la fuerza que pone en marcha el trabajo de
una inteligencia prodigiosa y, entonces, el muñeco comienza la partida haciendo el
primer movimiento.
Poe argumenta que El jugador de ajedrez de Maelzel es una farsa, sugiere que una
criatura mecánica no podría compartir, remplazar o superar a la experiencia humana.
Razona así: los cálculos algebraicos son fijos, finitos, determinados; aceptadas premisas
iniciales se producen resultados ciertos, necesarios, inevitables; el antecedente es
designio de su consecuente, los datos no sufren cambios de ánimo, ni influencias
caprichosas, ni desvíos intencionales, tampoco falsificaciones o torceduras
imaginativas. El mecanismo, amparado en la omnipotencia de un conjunto de principios
rectores, marcha infalible en forma regular y progresiva hacia la solución final. No
ocurre lo mismo con el ajedrez. Una jugada no es resultado necesario de otra cualquiera.
El desarrollo de una partida pone en marcha un tiempo de incertidumbre. Náusea
dudosa intensificada por las incursiones no calculadas del adversario. Poe no concibe
una maravilla mecánica que sepa jugar. Cree que la sensibilidad humana es una
condición insustituible. Tras diecisiete observaciones, combina conjeturas, inferencias,
deducciones, hasta concluir en que un hombre de talla pequeña decide las movidas
escondido en el interior del monigote. 60
60En el presente, las máquinas que juegan al ajedrez provocan especulaciones semejantes. Se conocen
maga-programas que analizan millones de posiciones por segundo, que guardan en su memoria
innumerables aperturas, diversas posiciones teóricas y abundantes estudios sobre las estrategias del
adversario. Las computadoras (que no cometen errores, sufren presiones ni se cansan) suelen vencer a los
mejores ajedrecistas del mundo.
177
bienestar, una existencia pacífica, justa, feliz, protegida por la mirada de Dios. El lobo
dormirá junto al cordero. Los que sufren claman por la pronta llegada del redentor,
viven y mueren urgidos de esa luz espiritual prometida. La esperanza es una ilusión casi
perfecta. El Mashíaj traerá la gueulá, cuidará de los enfermos, pobres, humillados de la
tierra y condenará a los tiranos. Con un movimiento de labios dará muerte a los
malvados.
Pasado: (1) potencia que sueña, (2) pesadilla que interrumpe ese sueño.
Tesis 5. El pasado duerme en el presente. A veces, resplandece como instante vivo de un
sueño.
Tesis 7. Benjamin afirma que “todo documento de cultura es, a la vez, documento de
barbarie”. Hermosas conquistas humanas transportan, también, desigualdad, injusticia,
exclusión. Vecinas de la belleza, yacen innumerables vidas despreciadas.
Opone a la empatía con los vencedores, una empatía con los oprimidos. La empatía
crítica se llama distanciamiento: un proceder que entrevé extrañezas en lo conocido, que
escucha con un oído extranjero la lengua familiar, que siente el latido de lo ajeno en un
corazón propio.
Recuerdo una ironía de Cioran (1973) que dice: “Uno debe ponerse del lado de los
oprimidos en cualquier circunstancia, incluso cuando están equivocados, sin perder de
vista, no obstante, que están hechos del mismo barro que sus opresores”.
La excepción y la regla de Bertolt Brecht es una obra escrita en 1930 que pertenece a su
serie de piezas didácticas. Pretende que el espectador constate que en la vida colectiva
lo raro es admisible, lo inexplicable circunstancia común, lo incomprensible parte de la
costumbre, la crueldad hecho habitual, la arbitrariedad cosa natural, lo inhumano acto
trivial.
Cuenta una carrera en el desierto entre competidores que quieren obtener una concesión
para extraer petróleo. Un viaje que desencadena una tragedia entre un explotador y dos
pobres humillados. La astucia, la malicia, la desconfianza de un comerciante con mucho
dinero que lucha, sin motivo real, contra sus empleados. Consecuencia de un mundo
ordenado en base a la desigualdad, la regla del ojo por ojo y del diente por diente. El
comerciante canta canciones que dicen: “El hombre débil perece y el fuerte triunfa” o
“Se ayuda al hombre fuerte y al débil se lo ignora” o “El Dios que creó todas las cosas
180
hizo al patrón y al sirviente. Y está bien así.” o “Bueno es aquel a quien le va bien, y
malo a quien le va mal. Y está bien así.”.
Al final, los jueces eximen de culpa y cargo al comerciante. No hacen lugar al pedido de
indemnización de la mujer del changador muerto. Razonan que el hombre rico no podía
esperar un acto solidario por parte de un sirviente de mentalidad limitada, injustamente
tratado y torturado. Por lo tanto, actuó justificadamente en defensa propia sin que
importe si fue realmente amenazado o sólo se imaginó en situación de peligro.
La obra termina con esta moraleja: la regla es el abuso de la racionalidad del poder; la
bondad, la generosidad, la ayuda humanitaria, son excepciones que, a veces, la ley
castiga.
Historia humana: (1) marcha de espaldas al porvenir, (2) cuerpo sostenido en el aire,
(3) memoria del sufrimiento innecesario.
Tesis 9. Angelus Novus es una acuarela de Paul Klee que Benjamin compra en 1921.
Una figura de pie con una cabeza desmesurada. Mechones de pelo como trozos de telas
o rollos de papel. Ojos abiertos, sin párpados, que parecen mirar algo. Las alas
desplegadas se confunden con dos brazos levantados. La criatura de piernas pequeñas se
sostiene en el aire. Un cuerpo plano sin volumen. Líneas suaves envueltas en un color
neutro hecho de una lavada tierra roja. Un dibujo que imita los trazos de un niño o de un
loco.
La tesis del Angelus Novus transporta la intimidad de miles de noches insomnes. Casi
nada de lo que describe Benjamin puede verse, a simple vista, en la acuarela de Klee.
¿El ángel parece a punto de alejarse de algo que lo tiene absorto? Cierto, como si
estuviera por retroceder ante el espanto. ¿Se trata del ángel de la historia, pero cómo
181
saberlo sin el destello de sus visiones? Cierto, los ojos sobresalen como dos redondeles
nítidos por los que ingresan todas las sombras.
Escribe Benjamin: “Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos
manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona
incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un
huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede
cerrarlas. Este huracán lo empuja irremediablemente hacia el futuro, al cual da la
espalda, mientras los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es
lo que nosotros llamamos progreso”.
No disimula, en cambio, sus simpatías con las ideas de Fourier. Cita un pasaje en el que
el utopista de la felicidad procura la puesta en común de las potencias naturales con la
fuerza de trabajo de cada uno. Escribe: “Un trabajo social bien dispuesto debiera tener
como consecuencias que cuatro lunas iluminasen la noche de la tierra, que los hielos se
retirasen de los polos, que el agua del mar ya no sepa a sal y que los animales feroces
pasen al servicio de los hombres. Todo lo cual ilustra un trabajo que, lejos de explotar
a la naturaleza, está en situación de hacer que alumbre las criaturas que como posibles
dormitan en su seno”.
Las utopías libertarias son ideales de conformidad futura que, por momentos, cautivan
estados de inconformidad sedientos del boceto de una forma mejorada.
Venganza: (1) potencia miserable macerada durante siglos, (2) deseo seco.
Tesis 12. La memoria de clase es una página saturada de esclavos. La voluntad de
sacrificio entona su música herida. ¿Las víctimas sienten pasión por el sufrimiento? El
cuerpo nervioso del odio anuncia la liberación de todos. La venganza de muchas
generaciones de vencidos.
183
Tesis 17. Objeta la historia como suma de hechos que llenan el tiempo. Cuestiona la
razón aditiva que acumula, con el mismo cuidado, invenciones y horrores. Historia es, a
su parecer, una construcción de las conciencias que se detienen, de pronto, en una
constelación saturada de tensiones: deseo de semilla. La semilla no como plan ya
concertado, sino como avatar de un sabor todavía no imaginado.
No somos nada: (1) expresión de la fragilidad humana, (2) voz que intuye la eternidad.
Tesis 18. Los sucesos de la humanidad civilizada, en relación a la historia de la vida
orgánica sobre la tierra, equivalen al segundo de un largo día.
Inconformidad, uno de los nombre de esa apertura: la puerta se cierra para Walter
Benjamin un día de septiembre de mil novecientos cuarenta.
No puede seguir viviendo en Alemania. Inicia el camino del exilio, en mil novecientos
treinta y nueve tiene que habitar un Campo de Trabajadores Voluntarios en Francia.
Horkheimer le tramita una visa para viajar a Estados Unidos. En Nueva York, sus
amigos le buscan vivienda cerca del Central Park. Benjamin paga el pasaje con la venta
del Angelus Novus. En junio de mil novecientos cuarenta, abandona París perseguido
por la Gestapo, se dirige a Lourdes, intenta cruzar los Pirineos, pero fracasa. El
veintisiete de septiembre de ese año (pocos meses después de escribir las tesis), termina
con su vida en Port-Bou. Tenía cuarenta y ocho años.
186
11.
Anaconda: (1) boa gigante, (2) heroína de la selva en cuentos de Horacio Quiroga, (3)
bestia dormida que habita en las aulas.
El colectivo Anaconda duerme en clase irrumpe en pasillos de la Facultad con una
pancarta que dice: “No se trata del sueño final”. Es un grupo de estudiantes que se
expresa a través de acciones que dan que pensar. 61
Amo y esclavo: (1) pareja histórica de la división social, (2) figuras del poder y del
sometimiento en todas partes, (3) posturas de la relación sexual.
Lacan (1969) recomienda leer el Menón: encuentra allí que eso que llama discurso
universitario es un saber que se trama entre una función amo y otra esclavo. El diálogo
que instala el programa de la Academia platónica comienza así: “Me puedes decir,
Sócrates: ¿es enseñable la virtud?, ¿o no es enseñable, sino que sólo se alcanza con la
práctica?, ¿o ni se alcanza con la práctica ni puede aprenderse, sino que se da en los
hombres naturalmente o de algún otro modo?”. La virtud, el saber, el deseo no se
enseñan, tal vez se muestran como efusiones de cuerpos que enloquecen. La voz de
mando y la sumisión a un amo terminan con esa locura.
61Se han visto en las aulas ejemplares de la boa americana de más de diez metros de longitud. El
Colectivo Anaconda trama conexiones secretas con el grupo de surrealistas europeos Cobra (1948-1951)
que utilizó las iniciales de Copenhague, Bruselas y Amsterdam, con la revista Boa (“Cuadernos
internacionales de documentación sobre la poesía y el arte de vanguardia”) que aparece en Buenos Aires
1958, con la resonancia ofídica del nombre Cobra (serpiente venenosa de la India) y con el título de una
novela de Severo Sarduy desencadenada por la noticia de una travesti francesa que llevaba ese nombre.
187
Comienza la clase. Su voz se escucha más desnuda que otras veces, su cuerpo
desamparado frente a un público al que no ve. Asiste al ideal herido de una audiencia
plena. Habla mirando sus palabras. ¿Alguna pregunta?
Parásitos del deseo: (1) tedio, (2) aburrimiento, (3) apatía, (4) hastío.
Mueren mordidos por el fastidio. El venezolano Simón Rodríguez, maestro de Bolivar,
escribe Luces y virtudes sociales para instruir al pueblo. Transcribo una cita recreada
por Pedro Orgambide (2002). “¿A esto se llama Educación? ¿A esta manera de
enseñar? He aquí al preceptor y a sus discípulos leyendo la Cartilla. Aburre oírlos,
causa lástima. Repiten como loros sus latines y antes de retirarse cantan todos el
Ripalda y dejan su tedio en las tablillas en que apoyaron sus piernas”.62
Bouvard y Pécuchet: (1) nombres del sueño moderno, (2) el conocimiento como ideal
totalizador, (3) pequeño colectivo de inconformidad.
Los hechos suceden alrededor de 1840. Luego de investigar sobre agricultura, química,
geología, medicina, historia, alquimia y literatura; Bouvard y Pécuchet incursionan en
pedagogía. Al final de la novela de Flaubert, se hacen cargo de dos niños abandonados.
Los chicos cargan una historia horrorosa: el padre llega con sangre en las manos, se lo
llevan los gendarmes, unos hombres violentos abusan de la madre, la mujer muere.
Hasta que Bouvard y Pécuchet los adoptan, habitan lugares terribles. La niña es
mentirosa, el chico brutal.
62En la educación de la conquista, el catecismo del padre Ripalda (1618) ocupa un lugar de privilegio.
188
Leen todo sobre educación. Prueban diferentes sistemas. ¿El rigor enseña tanto a los
niños como a los pueblos? ¿Confiar en la naturaleza? ¿Aguerrirlos como espartanos?
¿Acostumbrarlos al hambre, a la sed, a la intemperie? ¿Ayudarlos a olvidar lo aprendido
en los primeros años? ¿Enseñar a cada uno por separado? ¿Hacerlos estudiar juntos?
¿Cultivar el amor propio? ¿Estimular la competencia? ¿Las niñas necesitan aprender lo
mismo que los varones? ¿Copiar modelos? ¿Autorizar garabatos? ¿Vigilar que no se
desconcentren? ¿Ser permisivos con la distracción?
Enderezan los cuerpos durante el estudio. Evitan presiones que puedan dañar el cerebro
de los jóvenes. Impiden repeticiones mecánicas, a la vez que ejercitan la memoria para
que no se les atrofie. Prueban con fábulas de La Fontaine. Combinan el aprendizaje con
el juego. Siguen el consejo de Rousseau de que el alumno haga sus juguetes, a la vez
que el preceptor ayude, un poco, sin que lo sospeche. Conjugan la distracción con
objetivos didácticos. Realizan almuerzos campestres, paseos en bote, caminatas por
bosques. Orientan malas conductas en dirección de fines nobles (el vicio por los dulces
como móvil para enseñar a escribir nombres de golosinas).
¿Antes de instruir a un chico habría que saber cuáles son sus aptitudes? Estudian
conformaciones anatómicas del cerebro para prever tendencias en la personalidad de los
niños. ¿La inclinación se hereda o se adquiere? Si el instinto transporta una parte mala y
otra buena ¿cultivando la segunda, se destruye la primera? Exploran métodos para
corregir la inteligencia, modelar el carácter, ennoblecer el corazón. ¿Establecer una
autoridad fuerte o permitir el tuteo? La educación se nutre más con libertad que con
violencia, aunque admiten que la disciplina es necesaria.
¿Es posible enseñar historia sin geografía o sin dibujo, aritmética, música, gimnasia?
¿Las lecciones de geografía comienzan por el territorio que se habita o por la totalidad
del mundo? La literatura inspira la imaginación, pero exalta las pasiones. ¿Se debe
enseñar el misterio de la procreación? Prueban alcanzar razonamientos complejos a
partir de hechos simples o de la existencia de objetos comunes. Para avanzar en
astronomía, Pécuchet pone un sillón en el centro de la sala y comienza a bailar a su
alrededor: “Imagina que este sillón es el sol y que yo soy la tierra, la tierra se mueve
así”.
189
¿Cómo inspirar en los niños amor a la virtud? Exponen estampas morales para
aleccionar a la voluntad: hay dos individuos, el bueno besa a su madre, estudia alemán,
ayuda a un ciego, termina los estudios; el malo desobedece a su padre, no trabaja, se
emborracha, pega a su mujer, acaba en la cárcel.
Los sistemas no alcanzan. Ironía del sueño moderno. Bouvard y Pécuchet no consiguen
lo que se proponen. Todo el pueblo reprocha la mala conducta de sus alumnos. La
decepción, sin embargo, no es completa. Escribe Flaubert: “Además, ¿qué prueba un
fracaso? Lo que se había frustrado con los niños podía ser menos difícil con mayores.
Y pensaron crear una escuela para adultos”.
Malentendido: (1) erótica de la conversación, (2) distorsión poética, (3) fuga de sentido,
(4) avatar de hablantes que no se engañan ni se mienten.
La comunicación pedagógica es una tormenta de equívocos. Lewis Carroll presenta este
relato: el profesor hace una pregunta, desde lo alto de una escalera, que es transmitida
por unos sirvientes que la deforman en cada descanso; cuando, por fin, la cuestión llega
hasta el alumno, éste reenvía su respuesta que, a su vez, será distorsionada en su camino
de retorno en cada peldaño.
En la escalera pedagógica lo único que importa es que arriba está la autoridad y que de
allí baja la consigna de mando. A veces, el malentendido, cuando no es mera confusión
de los sumisos, puede ser torcedura de las formas del poder.
Se ubica detrás del escritorio, de espaldas a la pizarra, ordena papeles, libros, lentes de
leer. Propone un juego: la actividad comienza con un alumno que dice, en el oído de la
compañera que tiene adelante, algo que le gustaría, que no tuvo oportunidad de
expresar, que no se animaría; a su vez, la alumna, luego de pasar el mensaje que recibe
al oído, lanza otro mensaje, ahora suyo, en el oído del primer muchacho, quien a su vez,
lo transporta hasta otro oído cercano. Las transmisiones no se interrumpen. En minutos,
una extraña algarabía muda entre bocas y orejas no identificadas. A la voz de alto, cada
uno anota en una hoja el mensaje que le acaba de llegar. El juego sigue un rato. Al cabo,
se reúnen las anotaciones de todos. Algo habla en la multitud de voces dispersas.
Las vanguardias artísticas de principio del siglo veinte rondan la idea de inconformidad.
Cuestionan la tradición representativa de las artes plásticas. Intentan romper las barreras
formales entre ficción y realidad, entre arte y vida. La acción irrumpe en el arte como
aullido sublevado contra la condición mimética. Acontecen intervenciones de grupos de
artistas que realizan propuestas activas y participativas. La acción es un desborde fuera
de lo establecido, derrame de sentido más allá de las formas habituales. A veces, se trata
sólo de experimentación y exaltación de ocurrencias creadoras, pero otras es insurgencia
y crítica del conformismo. Ese obrar colectivo, que golpea en las conciencias de los
espectadores, anticipa parte de la estética política de los años sesenta y setenta.
191
A propósito, Deleuze y Guattari (1980) sugieren que todo discurso es indirecto. “El
lenguaje no se contenta con ir de un primero a un segundo, de alguien que ha visto a
alguien que no ha visto, sino que necesariamente de un segundo a un tercero, ninguno de
los cuales ha visto”.
seducción verbal...”. Un momento que se decide como lotería, lance, ominosa aventura
o por la eficacia en la adquisición refleja de respuestas oficiales a preguntas más
oficiales todavía. Un esquema de diálogos preconcebidos: premios y castigos, estímulos
y advertencias.
Imagina que un día las pruebas no se basarán en las respuestas de los discípulos, sino en
sus preguntas. Preguntas que si no demandan la reiteración de lo ya dicho, serán
detonantes que harán estallar antiguas formas decretadas. Anticipa una educación
abierta que “...no fomente la fe, sino la duda; no la credulidad, sino la oportuna y
desnuda pregunta”.
El examen: título de una novela de Julio Cortázar escrita en mil novecientos cincuenta
que ningún editor quiso publicar.
La alumna no aprueba en diciembre. Pide otra oportunidad, quiere demostrar que
estudió. Le reiteran que su examen no cumple con lo requerido. Le vuelven a explicar
contenidos que no expuso, relaciones que no pudo trazar, la ausencia de información
que tiene la obligación de conocer. La alumna insiste: estudió mucho, pero está
atravesando un mal momento. La interrumpen: el examen terminó. Entonces, la
evaluada pide que no registren ese aplazo, que figure como ausente. Eso no es posible:
el reglamento es igual para todos. La alumna se retira. Dice, en los pasillos, que la
maltrataron, que después la aplazaron y que, por último, la acusaron de corrupta.
que repite con precisión. Los profesores explican las preguntas, aclaran cuáles hubieran
sido las respuestas esperadas. Le piden que espere unos minutos.
Por fin, comunican a la alumna que su examen califica cuatro. Entienden que estudió,
que dedicó muchas horas a la materia, que expuso contenidos pertinentes, que tiene
información; pero advierten que, por momentos, no puede escuchar, establecer
relaciones que se le proponen o tomar sugerencias que le hacen para pensar.
La alumna quiere hablar sobre cosas que le están pasando. Se le aclara que lo que
importa, ahora, es que rindió un examen: los contenidos que expuso tienen valor, ese
trabajo suyo está siendo evaluado, incluso reconocido. La mujer vuelve a interrumpir:
siente pinchazos en la cabeza, le diagnosticaron una enfermedad, la esperan en el
hospital, pide permiso para retirarse. Uno de los profesores anota el cuatro en su libreta,
pasa la nota en actas y la despide como a un fantasma.
Estampita: imagen protectora colocada entre las hojas del documento de identidad o
entre las páginas de un libro.
Anaconda duerme en clase distribuye una estampa con esta leyenda borrosa: “¡Santa
Etérea, Santa Etérea, te ruego que me aprueben en esta materia!”.
Adjetivos: palabras obligadas a clasificar sustantivos según los gustos del poder.
Nueva Jersey, 1930. En la Universidad de Princeton realizan un estudio sobre
estereotipos. Un cuestionario detecta imágenes colectivas cristalizadas en la sociedad
norteamericana de la época. Relaciona conjuntos étnicos con atributos personales. Para
analizar representaciones sociales que se expresan como automatismos mentales,
utilizan una lista con diez grupos (alemanes, italianos, irlandeses, ingleses, negros,
judíos, norteamericanos, chinos, japoneses, turcos) que cruzan con una selección de
ochenta y cuatro adjetivos. Cien estudiantes responden la encuesta. Cada uno elige
cinco cualidades que considera pertinentes para cada grupo. Negro: supersticioso (84),
perezoso (75), indolente (38), ignorante (38), musical (26), llamativo (24), muy
religioso (22), sucio (17), ingenuo (14), descuidado (13), poco confiable (12). Alemán:
espíritu científico (78), trabajador (65), flemático (44), inteligente (32), metódico (31),
194
extremadamente nacionalista (24), progresista (16), eficaz (16), jovial (15), musical
(13), tenaz (11), práctico (11).63
Anaconda duerme en clase hace volar cientos de papeles en los que se leen estas
definiciones: “Estereotipo: (1) máscara de una forma petrificada, (2) rostro del sentido
común. Sentido común: pensar conforme a como piensa la gente. La gente: autoridad
imaginaria decidida por el poder”.
Distanciamiento: (1) lejanía que aproxima una extrañeza, (2) golpe que abre la cabeza
del pensamiento.
La astucia pedagógica del teatro de Brecht pretende conmover conciencias fascinadas,
adormecidas, ausentes. La noción de distanciamiento es su instalación crítica.64
Distanciamiento como lejanía que posibilita advertir extrañezas en lo que parece
familiar, habitual, ostensible. La pedagogía brechtiana quiere desinstalar la apariencia
fija y estable de las relaciones humanas, sacudir vinculaciones naturalizadas. Al
comienzo de La excepción y la regla, los actores dirigen al público esta advertencia:
“...Debajo de lo cotidiano, descubran lo inexplicable. Detrás de la regla consagrada
disciernan lo absurdo. Desconfíen de los gestos menores, de los actos triviales, de todo
lo que parece simple y sencillo. No acepten como cosa natural una costumbre recibida.
Pregunten por su necesidad. Les pedimos expresamente: No acepten lo habitual como
cosa natural. En una época en la que impera la confusión, en que se derrama la sangre,
en que se ordena el desorden, en que la arbitrariedad adquiere fuerza de ley, en que la
63Daniel Katz, Kenneth W Braly, Racial stereotypes of 100 college students, Journal of Abnormal and
Social Psychology, 28. 1933. Citado en Amossy y Herschberg Pierrot (1997).
64 La instalación estética es una intervención artística que aborda los espacios (de los museos y de la
ciudad) comprometiendo todos los sentidos del espectador, trastornando el uso cotidiano de los objetos o
dramatizando ideas críticas. Trata de instalar un hueco o una hendidura para que acontezca una
experiencia inesperada. Las instalaciones estéticas son casi siempre críticas: caricias de inconformidad
que cosquillean los sentidos.
195
65Entre nosotros, León Rozitchner (1990) piensa la crítica como el deseo de inventar una distancia en la
sin distancia.
196
Dar una lección: (1) amonestar, reprender, (2) escarmentar para siempre.
¿Por qué el profesor de La lección de Ionesco mata a la alumna de una cuchillada en el
final de la obra? ¿La jovencita no quiere aprender? ¿Es desobediente, distraída, traviesa,
mala alumna? ¿O las cosas ocurren así porque, como advierte la sirvienta, “la
aritmética lleva a la filología y la filología al crimen”? ¿Los profesores viejos se
vuelven asesinos? La chica desea preparar en tres semanas su examen para el doctorado
total. París es la capital de Francia, el año se divide en cuatro estaciones, uno y uno son
dos. La joven sólo sabe sumar, no entiende el sentido de las restas. El profesor explica
que en el mundo no podemos estar seguros de nada. Advierte, también, que no se trata
de adivinar sino de razonar. De pronto, la alumna siente dolor de muelas. La inoportuna
molestia obstaculiza la precisa transmisión de lo inefable. De a poco, la muchacha -al
comienzo vivaz, inteligente, dinámica- se transforma: siente somnolencia, abatimiento
nervioso, la lengua se le hace pastosa, presenta dificultad de memoria, manifiesta
parálisis pensante, una afasia incipiente. Al cabo, su cuerpo pasivo, blando, inerte,
inanimado, insensible, sin reflejos, es víctima de un horror inesperado. Con ella, las
asesinadas son cuarenta. ¡Tantos ataúdes llamarán la atención! ¿Qué va a suceder ahora?
Nada. La gente está habituada, no pregunta. Al rato, una nueva alumna llama a la puerta.
Viñole, que se gradúa de veterinario en 1932, siendo estudiante instala frente a la Casa
de Trejo, como se suele llamar al edificio histórico sede del Rectorado de la Universidad
Nacional de Córdoba, la primera universidad al aire libre y sin techo que entrega títulos
de Doctor en Dignidad o Doctor en Depravatius Causas.66
Romper el hielo: (1) crear confianza, calidez, vencer la timidez, salir de la parálisis, (2)
descongelar lo que fluye.
El profesor se ubica detrás del escritorio, de espaldas a la pizarra. Ordena papeles,
libros, lentes de leer. Extrae de una bolsa una enorme barra de hielo que ubica sobre el
escritorio junto a los otros objetos. Los primeros en advertir la situación se sobresaltan:
murmullos, risas, sorpresa. ¿Prefiere un aula fresca? ¿El conocimiento es una carga
congelada? ¿Quiere significar que el trabajo intelectual es ocioso, efímero, disolvente?
¿Se derrite por la alumna de la primera fila? ¿Un homenaje al hombre de la barra de
hielo de Titanes en el ring? ¿Señala que debemos aprovechar cada instante? ¿El tiempo
fluye hasta evaporarse como nuestras vidas?
66La excentricidad de la obra de Omar Viñole se trama en una atmósfera atravesada, también, por
acciones de Oliverio Girondo, ideas de Macedonio Fernández o invenciones de Xul Solar. La
intervención frente a la Casa de Trejo se encuentra mencionada en un artículo de Oscar Taffetani que
aparece en Memoria Urbana. Nuevo Siglo, On line. Buenos Aires, domingo 6 de julio de 2003. Viñole
(1956) pretende instruir con sus acciones a la conciencia desgarrada de la patria, así comienza un texto
suyo que se llama El hombre de la vaca, en la casa de las leyes: “¿Pero llevó de verdad la vaca al
parlamento argentino? ¡Ahí están las crónicas de los diarios de la época como documento irrebatible! A
las 11 de la mañana, de un día de febrero del año 1935, por la calle Entre Ríos, un Hombre lleva del
bozal a una vaca. (...) La vaca había sido inoculada con pilocarpina y, a medida que subía el tramo en
pendiente, pasaba su líquida tarjeta de visita, verde, dando coletazos (....) Llevaba a cabo su más alta
agresión a la casa de leyes, que no era tal para él. En esos tiempos se había asesinado a un senador
nacional en pleno recinto parlamentario...”.
198
Comienza la clase: cada tanto mira en dirección del escritorio, su voz se interrumpe, el
agua está por llegar a sus libros, amenaza con invadir sus papeles, ya casi moja sus
lentes. ¿Alguna pregunta?
Eficacia: (1) clave de los exitosos, (2) tirar tres tiros y acertar cuatro veces.
Francis Alÿs es un artista belga radicado en México. Algunas de sus instalaciones narran
trabajos inútiles. Se filma en la calle empujando un bloque de hielo hasta que se derrite
por completo. En la II Bienal de Lima 2002, realiza un desplazamiento innecesario: en
la periferia de la capital peruana, con quinientos voluntarios forma una larga hilera de
trabajadores para trasladar, con la ayuda de palas, una montaña de arena de cuatro
metros de diámetro a una distancia apenas de diez centímetros. Un desplazamiento
mínimo. Una actividad forzada, gratuita, improductiva. Una acción que parodia el ideal
moderno de eficacia.
Juan Vucetich: nombre del creador, para nuestra policía, del método de las huellas
dactilares para identificar personas.
En su novela 1984, George Orwell presenta un apéndice que titula Los principios de
neolengua: un discurso para gobernar sentimientos, un instrumento para una
cosmovisión única, para un hábito mental perfecto.
Odio: (1) sentimiento contra el causante de lo que me hace sufrir. (2) revancha que
consume toda mi energía. Odio recíproco: el que concentra mayor poder de destrucción.
67No es la única vez que Orwell advierte la relación entre lenguaje y control social. En un ensayo que se
llama Politics and the English language anticipa que los códigos de Estado contaminarán la vida
cotidiana. Intuye que, de a poco, se impondrá el lenguaje instrumental de los funcionarios policiales
(afirmativo, negativo, un individuo de sexo masculino), de los empleados administrativos (el horario de
atención es hasta las 16 horas), de las rutinas burocráticas (sin su número de identificación no puedo
hacer nada). Citado por Ricardo Piglia en Prólogo a Ricardo Carreira (1996) Poemas. Editorial Atuel.
Bs. As.
200
La clase del odio es el título que Anaconda pone al fragmento que distribuye de la
novela de Orwell:
“O’Brien pasa los Dos Minutos de Odio sentado en la misma fila que Winston. Una
mujer baja, de cabello claro, se ubica entre ellos. La joven morena se sienta detrás de
Winston. Un espantoso sonido viene desde la pantalla. El ruido hace doler los dientes,
pone los pelos de punta, eriza la piel. Comienza el Odio. El público silba cuando
aparece Emmanuel Goldstein. La mujer de pelo claro grita. Goldstein es el Enemigo.
Tiene rostro de oveja, voz de lobo. Pronuncia un discurso envenenado, exagerado,
perverso. Hasta un niño se da cuenta de que miente. Insulta al Gran Hermano. Exige
libertad de palabra, libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de pensamiento.
Mientras habla, desfila por detrás un ejército de asesinos. El ritmo de las botas
acompaña su voz hiriente. Los espectadores no contienen la ira ante esa visión del
horror. Basta ver a Goldstein para sentir desprecio, aversión, resentimiento. Al minuto,
el Odio llega al frenesí. Todos saltan, aúllan enfurecidos. La mujer de pelo claro se
pone roja. O’Brien estalla indignado. La joven morena sentada detrás de Winston
grita: ¡Cerdo! ¡Cerdo!, mientras arroja un diccionario contra la nariz de Goldstein.
Winston se siente como los demás. ‘Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar,
torturar, de aplastar rostros con un martillo, recorre a todos los presentes como una
corriente eléctrica, convirtiendo a cada uno, incluso contra su voluntad, en un loco
gesticulador y vociferante’. Pero la rabia es una emoción que puede cambiar de objeto.
Así, por un momento, el odio de Winston no se dirige contra Goldstein, sino contra el
Gran Hermano, contra el Partido, contra la Policía del Pensamiento. Su corazón se
pone de parte del solitario hereje de la pantalla. Pero al instante, vuelve con la
mayoría. Otra vez siente que Goldstein es un brujo siniestro capaz de acabar con la
civilización. Odia a Goldstein, Adora al Gran Hermano. Sin embargo, esa vez Winston
hace un esfuerzo. Desvía su odio en dirección de la joven morena. Pasan por su cabeza
ráfagas alucinadas. Le daría latigazos hasta matarla. La ataría desnuda. La
atravesaría con flechas. La violaría y, en el instante de máximo placer, le cortaría la
garganta. En ese momento, se da cuenta de que la odia porque es morena, joven,
bonita”.
Pichon se propone realizar el ideal de una comunicación plural, creativa, solidaria. Una
experiencia -en la que el aprendizaje se piensa como dramática vincular- que soporta las
contradicciones y las trabaja. Un encuentro en el que se dramatiza la tensión entre
vivencias entristecidas por el abandono de ideas conocidas y la temerosa inseguridad
provocada por ideas extrañas. Una provisoria convivencia grupal como proximidad de
los que se curan de la soledad irremediable. Una temporada entre convalecientes que
atraviesan un proceso de cambio. Un pasaje compartido desde el sentido común hasta la
formación de un espíritu científico. Una revuelta contra los estereotipos que, a la vez
que protegen, clausuran caminos. Una apuesta a que los grupos como espacios de
disolución de la arrogancia de los nombres propios, posibiliten conductas plásticas,
flexibles, abiertas. El ideal de una acción microsocial curativa. La creencia en el
pensamiento colectivo como lógica superadora del capitalismo.
Según el fabricante la efectividad del cinturón aumenta con el miedo. El botón puede
ser pulsado en cualquier momento. Además de folletos explicativos, la empresa ofrece
un video que ilustra cómo operar “esta nueva y exitosa herramienta de disuasión
psicológica”.68
68A propósito de la disuasión: el cinturón paralizador sería innecesario si palabras como fuga, huida,
escape, hubieran sido extirpadas, a tiempo, del universo representacional de los reclusos.
203
Enmarcar lo que huye: rodear, por un instante, la vida. Antes de que desaparezca
inadvertida.
En 1962, el argentino Alberto Greco realiza la Primera Muestra de Arte Vivo. Se trata de
un conjunto de acciones en las que enmarca transeúntes que andan en la calle con un
círculo de tiza que luego firma. Estas intervenciones comienzan en París, se trasladan
luego a Roma, Buenos Aires, Nueva York, Madrid. Encierra dentro de un espacio fugaz
a personajes de la ciudad en escenas cotidianas: una señora que espera el colectivo, un
policía mientras llena una multa de tránsito, un perro haciendo sus necesidades junto a
204
un árbol. Se lee en un manifiesto escrito a las 11.30 del 24 de julio de 1962: “El arte
vivo es la aventura de lo real. El artista enseñará a ver no con el cuadro sino con el
dedo. El arte vivo busca el objeto, pero lo deja en su lugar, no lo transforma, no lo
mejora, no lo lleva a una galería de arte. Quiere terminar con la premeditación que
significa galería y muestra. Debemos meternos en contacto directo con los elementos
vivos de nuestra realidad. Movimiento, tiempo, gente, conversaciones, olores, rumores,
lugares y situaciones”.
Autenticidad: (1) mostrar lo que es, (2) expresar lo que se siente, (3) emoción
certificada por una autoridad.
Conducta en los velorios de Julio Cortázar (1962) narra una simulación ejemplar. La
acción moral de un comando emocional. La ocupación de un velorio ajeno como
reivindicación de pasiones genuinas. Una instalación que desnuda la hipocresía de
parientes que fingen tristezas o sólo cumplen con las apariencias.
Una organización invisible avanza con estricto orden sin dar la impresión de algo
preparado. Al principio, los parientes directos intentan demostrar que el muerto les
pertenece, que nadie más que ellos tienen derecho de llorar así en esa casa. Pero, de a
poco, los extraños conquistan las posiciones de mayor aflicción, hasta adueñarse de ese
dolor.69
69 Julio Cortázar en el Libro de Manuel (1973) narra una serie de acciones políticas que denomina actos
de contestación. Intervenciones disparatadas que siguen lógicas de las instalaciones estéticas: como
producir un largo alarido en un cine justo en el comienzo de una escena erótica y luego sentarse
tranquilamente diciendo “a veces me pasa” o saludar en un ómnibus con amabilidad y educación
largamente al conductor antes de descender provocando demoras y nerviosismos en los pasajeros o
205
Comienza la clase, su voz se escucha más insegura que otras veces, camina con
dificultad, torpeza, incomodidad. Tras cada paso, se escucha un ruido de casco contra el
piso de baldosas del aula, casi se cae. ¿Alguna pregunta?
decidir comer de pie en un restaurante elegante ante la sorpresa y molestia de todos y terminar
explicando:“si como de pie es porque vivo de pie desde el mes de mayo”, haciendo alusión a los
acontecimientos de Mayo del 68 en Francia.
206
Aporrear: golpear con violencia con una cachiporra o bastón, (2) voz cariñosa presente
en el refrán “Porque te quiero, te aporreo”, (3) acción represiva acompañada de la
fórmula “que parezca un accidente”.
La noche de los bastones largos: un mes después del golpe de Onganía, 29 de julio de
1966, las universidades nacionales son intervenidas, ocupadas, clausuradas. Anulan la
libertad académica y el autogobierno universitario. Miles de profesores renuncian a sus
cátedras.
Son las dos de la tarde del domingo 16 de julio, ochenta personas esperan en el hall del
Instituto Di Tella, mientras las acomodadoras dan instrucciones. La concurrencia se
divide en dos, cada participante se acomoda en un micro según el número par o impar
que figura en su entrada.
70Con el término desmaterialización, Masotta se refiere a un acto que se desprende del objeto físico
como soporte material del mensaje artístico. Piensa que, así, la estética deviene acción, concepto, crítica.
207
Los horarios se cumplen con rigor (14.30 suben a los coches ubicados en la puerta,
14.40 parten los pares; 14.45, los impares). Los vehículos tienen diferentes destinos.
Unos se dirigen a un teatro (Theatrón) situado en el subsuelo de una galería ubicada en
Santa Fe y Pueyrredón, los otros a la estación Anchorena del ferrocarril (en ese
momento abandonada) que está a la altura de Martínez.
Durante el viaje, las acomodadoras insisten en el estricto respeto de los tiempos. Los
primeros bajan en la puerta de la sala, para volver a partir a las 15.25 con destino a la
estación de la zona norte.
La actividad sigue un preciso diseño de horarios: las cuarenta personas del teatro, luego
conducidas a la estación, llegan tarde, está previsto que no puedan ver el helicóptero.
Explica Masotta: “Pero esta ‘llegada tarde’ está planeada, lo que daba a la secuencia
de acontecimientos su carácter de ‘excepcional’; en la vida cotidiana se llega tarde
contra la propia voluntad o por accidente. Aquí, al revés, la llegada tarde era una
‘necesidad’ de la estructura planeada”.
Son engañados: se los hace apurar para nada. Un artificio de distracción, tardanza,
emboscada, deja ver un boquete de tiempo. Hendidura de un acontecimiento siempre en
fuga. Explica Masotta: “El Helicóptero, por su parte, también respondía a un fin
estratégico: robarle a la mitad de la audiencia la visión directa del helicóptero para
hacérsela recuperar únicamente por el relato oral de quienes lo habían visto”.
así esa circunstancia: “construir, por la reciprocidad de los relatos, la historia del
grupo, es decir, su memoria unitaria, y en consecuencia al grupo mismo, como unidad
social”.
Contar a otro algo que no pudo ver. La unidad imposible como contrato de miradas.
Explica Masotta: “El Helicóptero invertía la idea de simultaneidad como desorden: al
proponer dos situaciones simultáneas en el tiempo pero aisladas y separadas en el
espacio, mostraba la simultaneidad como constituyendo la base de la comunicación y
del lenguaje. La imagen de dos o más acontecimientos produciéndose al mismo tiempo
sólo arrastra una estética del desorden y del bombardeo si esos acontecimientos son
producidos en un mismo recinto”.
71 La experiencia El Helicóptero, recuerda ideas que Walter Benjamin expone en El narrador (1936).
Dice, allí, que una narración vive cuando se trasmite de boca en boca. Sugiere que los relatos se nutren de
la lejanía y de la proximidad. La distancia y el vagabundeo son fuentes del saber. El que vuelve de un
viaje tiene cosas para contar. El viaje mismo se realiza en los oídos del que no estuvo. La otra razón del
relato es la cercanía. El saber colectivo como memoria participada del testigo. El que no se ha ido nunca
cuenta historias, secretos y mentiras del lugar. Las figuras del narrador están representadas por el
navegante que recorre todos los mares y por el labrador que echa raíces en la tierra en la que ha nacido.
Benjamin piensa la narrativa como oficio de labradores y navegantes. La potencia del que está en viaje,
del que está en tránsito, del que permanece extranjero y la potencia del que hace residencia, su casa, en el
sitio que le pertenece y no le pertenece (porque ese territorio que habita es, ha sido y será también de
otros). La narración como conjugación de una memoria de lo próximo y una memoria de lo lejano.
209
hablado. Pensar no es sólo reflejar un hablado que sobra (sobre hablado). Pensar es,
también, hacer hablar a lo que sobra. Lo que sobra no es, así, lo que está de más, sino ese
más decir que nos vuelve habitantes de una experiencia.
Alguien informa que en Nanterre, lugar de inicio de la agitación, los estudiantes abrazan
ideas de Reich sobre las relaciones entre los sexos. Lacan lamenta que esas ilusiones
energéticas, a veces, se confundan con el psicoanálisis. 72
saca al disertante de escena, algunos se ubican frente al público, alguien se prepara para
cortar la luz, otro lee la proclama, por momentos recitan a coro. Comienza uno de los
artistas: “Señoras y señores, les comunicamos que esto es un asalto a la conferencia de
Romero Brest, y que en el lugar de él, vamos a hablar nosotros, aunque por muy poco
tiempo, porque consideramos que las palabras no constituyen un testimonio perdurable
y pueden ser fácilmente tergiversadas, en cambio lo que queremos que recuerden es el
acto en sí, esta pequeña violencia que hemos perpetrado al imponerles a Uds. nuestra
presencia. Y estamos aquí porque Uds. han venido a escuchar hablar de arte de
vanguardia y de estética, y el arte de vanguardia y la estética es lo que nosotros
hacemos. Estamos aquí porque Uds. evitan encontrarse directamente con nuestras
obras de arte, como si tuvieran miedo de que trastornen vuestras vidas, y sin embargo
vienen aquí a que se les hable de ellas, a consumir el residuo amansado y digerible.
Estamos aquí, además, porque la institución que de por sí es Romero Brest, más la
institución de la ‘conferencia’ dentro de las paredes de esta ‘institución’, más Uds.
conjugados, representan perfectamente el mecanismo de la burguesía, que absorbe,
tergiversa y aborta toda obra de creación. Para oponerse a ello, para demostrar
nuestra actitud de independencia y libertad frente a ese mecanismo que pretende
transformar el arte ‘en ovejitas de sacrificio’, es que aquí les ofrecemos a Uds. y a
Vuestras Conciencias, este acto, este simulacro de atentado, como una Obra de Arte
Colectiva, y también los principios de una nueva estética. (Corte de luz; en la oscuridad,
siguen a coro). Creemos que el arte no es una actividad pacífica ni de decoración de la
vida burguesa de nadie. Creemos que el arte significa un compromiso activo con la
realidad, activo porque aspira a transformar esta sociedad de clases en una mejor. Por
lo tanto, debe inquietar, constantemente, las estructuras de la cultura oficial. En
consecuencia declaramos que la vida del ‘Che’ Guevara y la acción de los estudiantes
franceses son obras de arte mayores que la mayoría de las paparruchadas colgadas en
los miles de museos del mundo. Aspiramos a transformar cada pedazo de la realidad en
un objeto artístico que se vuelva sobre la conciencia del mundo revelando las
contradicciones íntimas de esta sociedad de clases. Mueran todas las instituciones, viva
el arte de la Revolución!!”. Terminan, abandonan la sala. Vuelve la luz.
213
Al retomar, Romero Brest, casi sin inmutarse, dice con calma: “Yo vine a hablar de la
vanguardia. Bueno, esto es la vanguardia”. 73
Tras cada interferencia, el profesor retoma lo que estaba diciendo sin inmutarse.
¿Alguna pregunta?
Transcribo dos de los ocho puntos del afiche de presentación que irrumpe en las paredes de
la ciudad de Buenos Aires el 27 de octubre de 1973: “2. Porque no basta escribir para
saber qué significan las palabras, el texto se define en una ambigüedad que es condición
de su legitimidad: si todo estuviese dicho en la superficie de cada palabra, no habría nada
que leer en la relación que hay entre ellas. 3. Porque la literatura se hace con palabras de
una historia, de una lengua determinada, borra a su autor y se abre a una pluralidad
indefinida. Cuando la literatura se realiza, ya no es de nadie: pertenece a todos y a la
tradición”.
delante, que no hacía falta planchar. Una tela cortada según moldes precisos. Sin
arrugas, dobleces ni pliegues.
Silencio: (1) instante en el que se detiene el tiempo, (2) envoltura del vacío.
La obra de Beckett instala una pedagogía del silencio. Un teatro que comunica nada.
Eduardo Pavlovsky presenta, entre nosotros, algo de ese vértigo que se desencadena tras el
imperio perdido del yo. En su obra Voces (1989), relata en boca del personaje estados casi
sin representación. Especies del vacío, acciones desaferradas de referencias. Dice el actor
mientras realiza todos los movimientos que va mencionando mientras habla: “Mirando al
frente. Tal vez de perfil. Ahora me miro la mano. Giro la cabeza hacia la derecha, ahora
hacia la izquierda, puedo mirar otra vez al frente. Pausa. No. Tengo que hacer algo,
golpeo el nudillo sobre la rodilla izquierda. Me levanto. Me siento. Me rasco la nariz.
Trato de que cada gesto tenga sentido, quiero decir que adquiera una dimensión de
espontaneidad. No quiero huecos. Miro hacia adelante, hacia atrás bruscamente. Me
satisface mirar un punto fijo. Me sostiene. Lustrada de zapatos en el pantalón. Necesito
más actos. Un buen masaje en el cuello, rotación de cabeza. Todo como si fuera normal.
El tiempo se detuvo. Un bostezo, otro bostezo, una pequeña sonrisa, una peinadita,
rascada de frente, golpecito de talón en el piso. Silbada. Soplido. Voy al baño. No tengo
ganas. Vuelvo. Me siento bien. Hay que aprender a sentirse bien. Miro al techo. ¡Cuánto
falta por Dios! Me lustro otra vez el zapato derecho. Hago que pienso algo concreto que
me preocupa. Hago gestos de descubrir algo. Pongo cara de pícaro. Imagino que
recuerdo una aventura amorosa. Imagino los lugares. Me distraigo un rato. Vuelvo al
vacío. ¡No!! ¿Cuánto falta?”.
Abrazo mortal: (1) el de la boa que mata por constricción, (2) el del amor que contiene
oprimiendo.
Una pancarta del colectivo dice: Otro relato “El regreso de Anaconda” es de 1926.
Anaconda, que acaba de cumplir treinta años, medita la reconquista del río. Escribe
Horacio Quiroga: “No había en su vasto campo de caza, tigre o ciervo capaz de
sobrellevar con aliento un abrazo suyo”.
Con esa idea, para intervenir sobre el imaginario de la discriminación, doce estudiantes
de terapia ocupacional forman delante del edificio de Yrigoyen la palabra d-i-s-c-a-p-a-
c-i-d-a-d. Alternan la formación de los términos: discapacidad, capacidad, disca.
En esos días, Rocío Pérez Armendáriz presenta en una de nuestras sedes La encomienda
perfecta. La instalación tiene dos momentos: se realiza una encuesta entre estudiantes:
“Si usted se fuera a vivir a otro país ¿qué cosas le gustaría recibir en una encomienda
desde Argentina?”; luego, con los datos obtenidos, expone una caja que contiene los
elementos de la encomienda ideal (un paquete de yerba, un frasco de dulce de leche, un
218
mantecol, un alfajor, una lata de dulce de batata, casettes, diarios, fotos de familiares y
amigos, cartas).75
Palabra partida de deseo: (1) palabra enamorada del deseo, (2) lugar del que parte el
deseo, (3) vocablo en el que el deseo se juega.
El decálogo de Anaconda duerme en clase se llama Palabra partida de deseo.
Primero: “Avanzaba tanteando la seguridad del terreno con la lengua, que en los
ofidios reemplaza perfectamente a los dedos”. (Horacio Quiroga.).
Segundo: La clase es experiencia de vacilación: deseo de escuchar lo que no se sabe en
lo que se cree saber.
Tercero: Estar analizante, declinación de la memoria repetidora.
Cuarto: La clase no como conciencia que instruye, controla, verifica, que se diga lo
que hay que decir; sino como experiencia de tanteo de lo que se dice en lo dicho, de lo
incierto en lo cierto, lo inexplorado en lo explorado, de lo inconcluso en lo que se ha
concluido miles de veces.
Quinto: La clase es incompletud discursiva. Desarreglo, incomodidad, insuficiencia.
Sexto: Una pedagogía suficientemente buena (broma winnicottiana), que allí donde se
alucina a otro con deseo de escuchar pueda encontrarse a alguien dispuesto a oír.
Séptimo: Estar en clase: alojar multitudes ausentes.
Octavo: El pensamiento colectivo es infrecuente.
Noveno: El alumno que se levanta y se va... da qué pensar.
Décimo: El habla analítica en clase, se lleva mal con programas oficiales, con
cronogramas lectivos, con evaluaciones de control.
75La encomienda perfecta (caja, objetos de consumo, encuestas) se expone en la muestra Ansias y
Devoción. Imágenes del Presente que organiza en febrero de 2003 la Fundación Proa.
219
un fin específico. Los temas a los que le da relevancia son, en su mayoría, asuntos que
tienen que ver con los amoríos del Quijote de la Mancha o sobre la pasión de la
señorita Emma Zunz de Borges comparada con la de la joven Dora de Freud. No digo
que Ud. se limite sólo a los textos obligatorios, pero sí que, de vez en cuando, traiga
alguno a colación. Creo que pudo notar que a las 22 el aula está casi vacía. Producto
de la huida de los alumnos que vienen cansados de trabajar. Estudiantes que solicitan
tener una Clase Teórica. Anotar, al menos, tres renglones de cosas que les van a tomar
en el examen. No esperan una amena charla de café o escuchar una, admito, muy
interesante reflexión. Usted dirá que abandonar la clase, cosa que yo no hago, es una
falta de respeto. Le digo que sus clases son una falta de respeto. Es una pena tener que
utilizar este medio para que sepa qué piensan sus alumnos, pero el miedo existe. Saluda
a Ud. atentamente, una alumna.
Uno de los criterios para armar el ranking es la cantidad de profesionales que obtuvieron
el premio Nobel de Física, Química, Medicina o Economía entre 1911 y 2002, o los
profesores que tienen artículos publicados en las revistas Science y Nature, o los
investigadores citados en índices especializados como Science Citation Index.
Sueltan el veneno: (1) cuando se sienten amenazados, (2) ante movimientos bruscos y
molestos, (3) por las dudas.
Anaconda duerme en clase difunde una nota dirigida al profesor que se ubica detrás del
escritorio: Sus acciones, para arrancar emociones a los alumnos, en el mejor de los
casos, parecen actos circenses. El ideal de movilizar al espectador en su silla termina
en una mera compulsión al compromiso, en un abuso de la participación. Si el alumno
no quiere involucrarse, ¿qué derecho tiene usted a violentarlo? Su pretendida
irreverencia anti-académica, su excentricidad pedagógica, su supuesto estar
analizante, disuelven los contenidos de la clase. La mayoría termina confundida con
sus payasadas. A la pasión intelectual no se obliga. Se conocen sueros contra el veneno
de las víboras. Llamamos inconformidad al último respiro antes del estrangulamiento
de todas las formas.
77Grupo Escombros. Artistas de lo que queda. ([email protected]). Muchos son los colectivos
políticos de artistas que realizaron intervenciones en los últimos años en nuestro país. Menciono algunas
expresiones más, sólo para dar una idea del movimiento: El Siluetazo; Grupo Etcétera; GAC (Grupo de
Arte Callejero); Proyecto Filoctetes (intervención urbana coordinada por Emilio García Wehbi); Rostros
(obra interactiva de Leandro Núñez); Fundación ph15.
221
¿Qué opina sobre que los heterosexuales adopten? ¿Su familia sabe que usted es
heterosexual? ¿Lo saben en el trabajo? ¿Teme que lo despidan?”. En el otoño del 2003,
con este cuestionario, el colectivo Mujeres Públicas interviene en las calles del centro
de la ciudad de Buenos Aires.78
No hay una voz equivalente a salamanca en lengua quechua. El término mismo es una
gruta. Esconde la creencia de que la antigua Universidad de Salamanca (antes de ser
fundada por el rey Alfonso IX de León en las primeras décadas del 1200) fue centro de
enseñanzas de artes ocultas, junto con el carácter mágico atribuido a la salamandra.
De los relatos que circulan en territorio argentino sobre escuelas de brujas, presento este
sucedido.
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