Filosofía Moral y Política en Rousseau
Filosofía Moral y Política en Rousseau
Filosofía Moral y Política en Rousseau
EN J. J. ROUSSEAU
Por IR1NG FETSCHER
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FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA EN J. J. ROUSSEAU
1. LA «BONTÉ NATURELLE»
(5) Los puntos de contacto con una ética sentimental se encuentran, sobre todo
en las indicaciones del segundo discurso, donde Rousseau hace derivar el origen del
amor de los hombres y de la moral de la Commisération del salvaje (que ilustra de
vez en cuando con el comportamiento de los hombres simples del «pueblo» en las
«sociedades civilizadas»). Más elaborada aun aparece la ética sentimental en el Entile,
en un pasaje que Klaus Reich ha tomado como prueba central de su interpretación:
«De ser este el lugar apropiado, trataría de probar cómo de los primeros movimientos
del corazón surgen las primeras voces de la conciencia y cómo de los sentimientos
de amor y de odio nacen las primeras nociones del bien y del mal: mostraría que
la justicia y la bondad no son solamente palabras abstractas, seres morales puros,
formados por el entendimiento, sino verdaderos afectos del alma ilustrada por la
razón (!) y que no constituyen más que el progreso ordenado de nuestros afectos
primitivos; que no es posible establecer una sola ley natural por la sola razón, inde-
pendiente de la conciencia, y que todo el derecho natural no es más que una quimera
si no se fundamenta sobre una necesidad natural del ser humano» (Oeuvres, Hachette,
tomo 2, pág. 205). Y en una nota a pie de página Rousseau acentúa todavía más el
carácter sentimental de su moral: «Cuando la fuerza de un alma expansiva me identi-
fica con mi semejante y, por así decirlo, me siento en él, no quiero que sufra a fin de
no sufrir yo, me intereso por él por amor a mí mismo y la razón del precepto se
encuentra en la propia naturaleza, que me inspira el deseo de mi bienestar... El amor
de los hombres, derivado del amor de sí mismo, es el principio de la justicia huma-
na» (op. cit.). Con esto nos encontramos muy alejados de toda ética del deber. Pro-
bablemente esta oposición queda superada, desde el punto de vista de Rousseau, en
la medida en que convierte al amor propio (el del yo «superion>, «espiritual») en
fuerza impulsora de la acción, dentro de la teoría ampliada de la conciencia (para
la cual la Raison cumple una función clave). La sola razón —y en esto coinciden
todas las afirmaciones de Rousseau, no consigue jamás motivar la acción ética. Existe,
sin embargo, una diferencia clara entre aquellos sentimientos de simpatía —ya cono-
cidos por los salvajes— y la acción que se realiza siguiendo los mandatos de la con-
ciencia y que, por lo genera!, conduce a la virtud. Quizá quepa hablar de dos tipos
distintos de acción moral en Rousseau. De ser así, la forma de comportamiento que
aquí hemos descrito no es moral en sentido estricto, sino premoral.
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y estricto del término o, más bien, del lato (que es el incorrecto desde el punto
de vista de la posición que atribuimos a Rousseau). El atributo moral en sen-
tido estricto del hombre evolucionado es la vertu; al salvaje (sauvage) le co-
rresponde, por el contrario, la bonté naturelle. El salvaje es bueno porque no
conoce los conceptos ni las valoraciones morales coincidiendo, en conse-
cuencia, plenamente con la naturaleza (su naturaleza) y actuando de acuerdo
con ella. «Les sauvages ne soní pas méchants, précisément parce qu'ils ne
savent pas ce que c'est qu'étre bons» (6) *. En sentido estricto, por tanto,
los salvajes no son buenos ni malos. La naturaleza les obliga a conservar su
propia vida. La autoconservación es, por así decirlo, el primer «deber natu-
ral» de todo ser vivo... Mas la expresión «deber» resulta aquí aún más inade-
cuada, si cabe, que el término bon. La naturaleza no infunde en el salvaje
pasiones violentas, sino que parece decirle: «Fais ton bien avec le mo'mdre
mal d'autrui possible.» A este instinto natural del salvaje es al que llama
Rousseau «máxime de la bonté naturelle». Rousseau está convencido de que
esta máxima es adecuada al estadio primitivo de desarrollo de la humanidad
y resulta suficiente para evitar grandes derramamientos de sangre. En otras
palabras, en el salvaje el «Amour de soi méme» aparece dulcificado por una
repugnancia innata a dañar a sus semejantes (más de lo necesario). A esta
repugnancia llama Rousseau también pitié o commisération y añade que es
la que «ocupa el lugar de las leyes, las costumbres o la virtud en el estado
de naturaleza» (es decir, entre los salvajes que no viven en relaciones so-
ciales duraderas, sino que habitan «aislados» en las selvas) (7).
La vida en común o, más exactamente, los encuentros ocasionales, ya que
no se consideran aquí los contactos sociales duraderos, aparece configurada
de modo relativamente pacífico por medio de esta pitié. En realidad, tampoco
las expresiones pitié y commisération son muy adecuadas, pues como se des-
prende del contexto, se trata de «institutos», similares a los que se encuentran
en muchos animales. Su rechazo radical de la civilización evolucionada lleva
a Rousseau ocasionalmente a conceder rasgos humanos simpáticos al hom-
bre salvaje primitivo (al que, en otros lugares pinta como «similar al animal»)
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(8) «El hombro salvaje... no tenía más que los sentimientos y las luces propios
de este estado, no sentía más que sus verdaderas necesidades, no miraba sino lo que
creía que tenía interés en ver y su inteligencia hacia tantos progresos como su vanidad.
Si, por casualidad, hacía algún descubrimiento, no podía comunicarlo, pues no re-
conocía a sus hijos» (pág. 160).
(9) Op. cit., pág. 171.
* «Aunque los hombres se hicieron menos sufridos y la piedad natural experi-
mentó cierta alteración, este período de desarrollo de las facultades humanas, en el
justo medio entre la indolencia del estado primitivo y la actividad petulante de nuestro
amor propio, tuvo que ser la época más feliz y más duradera. El ejemplo de los
salvajes que hasta ahora hemos encontrado parece confirmar que el género humano
estaba hecho para vivir así para siempre, que este estado es la juventud verdadera
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bemos de esta etapa feliz del desarrollo de la humanidad que «la moral co-
menzó a introducirse en las acciones humanas», y que la bonté naturelle ya
no era suficiente para la regulación de las relaciones entre los seres hu-
manos (10).
La bonté naturelle únicamente constituye orientación suficiente del com-
portamiento humano entre los salvajes que originariamente viven en el aisla-
minto originario; una situación, por otro lado, de cuya exactitud histórica no
estaba convencido Rousseau.
El objetivo polémico de la doctrina de Rousseau acerca de la bonté na-
turelle de los salvajes se orienta, en primer lugar, contra la teoría del pecado
original y, al mismo tiempo, contra la representación del «hombre natural»
en la filosofía de Thomas Hobbes (11). Rousseau trata de probar que los
hombres no tienen por qué ser necesariamente malos, sino que han llegado a
serlo solamente en el curso del desarrollo histórico y bajo condiciones so-
ciales determinadas. El vicio y la maldad son productos del desarrollo histó-
rico y no disposiciones naturales que habría que aceptar inevitablemente.
Que esta posición polémica era determinante para Rousseau se deduce, entre
otras cosas, de aquel pasaje del Entile en el que emite la hipótesis de un
hombre «malo por naturaleza»: «Si la bonté morale est conforme á notre
nature, l'homme ne saurait étre sain d'esprit ni bien constitué qu'autant qu'il
est bon. Si elle ne l'est pas, et que l'homme soit méchant naturellement, il ne
peut cesser de l'étre sans se corrompre et la bonté n'est en lui qu'un vice con-
tre nature. Fait pour nuire á ses semblables comme le loup pour égorger sa
proie, un homme humain serait un animal aussi depravé qu'un loup pito-
yable» (12) *. Para poder elaborar una moral cualquiera es necesario, por
del mundo y que todos los progresos posteriores han sido aparentemente otros tantos
pasos hacia la perfección del individuo y, en realidad, hacia le decrepitud de la es-
pecie.»
(10) «La bondad conveniente al estado puro de naturaleza ya no era la que con-
venia a la sociedad naciente» (op. c¡t., pág. 170).
(11) Este hecho resulta especialmente claro en la carta de Rousseau al arzobispo
de París, Christophe de Beaumont: «El principio fundamental de toda moral... es
que el hombre es un ser naturalmente bueno, amante de la justicia y del orden, que
no hay perversidad original alguna en el corazón humano y que los primeros movi-
mientos de la naturaleza son siempre rectos.» (Ocuvres, Hachette, tomo 3, pág. 64).
(12) Oeuvres, Hachette, tomo 2, pág. 258.
* «Si la bondad natural es conforme a nuestra naturaleza, el hombre no podrá
ser sano de espíritu y bien constituido más que si es bueno. Si la bondad natural
no es conforme a la naturaleza y el hombre es malo naturalmente, no puede dejar
de serlo sin corromperse y la bondad no es en él otra cosa que un vicio contra
natura. Hecho para dañar a sus semejantes, como el lobo para degollar a su presa,
un hombre humano sería un animal tan depravado como un lobo piadoso.»
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tanto, partir del principio de que los hombres son buenos «por naturaleza»
(esto es, que no tienen disposición biológica alguna que los obligue a hacer
daño a sus semejantes). Si fueran malos «por naturaleza», entonces, toda
«buena acción» (es decir, toda acción humanitaria) se convertiría en una
«perversión». En esta forma de argumentar se expresa claramente una do-
ble función del concepto de naturaleza. De un lado es «natural» lo que la
naturaleza biológica ha dado al hombre; por otro lado, también es «natural»
la norma con relación a la cual hay que orientarse. Si la maldad fuera na-
tural en el hombre, entonces éste debería comportarse con arreglo a ella (¡a
fin de ser «moral»!). Por otro lado, como quiera que, en efecto, los hombres
suelen no comportarse «bien», tiene que haber motivos para ello, que no se
encuentren en su naturaleza, sino en las condiciones de vida social y cultu-
ral bajo las cuales actúan. En razón de su suposición de una «bondad na-
tural» de los hombres, Rousseau llega a una condena moral de ciertas rela-
ciones sociales que destruyen aquella bondad y que, en todo caso, hacen ne-
cesario un esfuerzo moral consciente si se quiere que sea posible la vida pa-
cífica en común. Bertolt Brecht argumentaba del mismo modo al decir:
«Malhaya del país que necesita héroes» (Galilei).
Entre los ingleses del siglo xvm, la ética sentimental natural se considera
como un presupuesto suficiente para una vida pacífica en común. Esta ética
sentimental es la base de una concepción liberal del orden político de la vida
comunitaria. El Estado tiene que cuidarse, en realidad, de que los impulsos
naturales (¡y sociales!) de todos, puedan expandirse libremente, a fin de
garantizar de este modo la justicia y la felicidad. El comportamiento moral
(altruista) y el amor propio no solamente son compatibles, sino que consti-
tuyen una unidad indisoluble. Los impulsos altruistas (benevolence) y el
«egoísmo tranquilo» del individuo económico van de consuno en cada per-
sona y si el Estado restringe toda intervención perturbadora, garantizan la
riqueza social y la felicidad general. A pesar de las diferencias en las doctrinas
de cada uno de ellos, la mayoría de los filósofos morales ingleses del si-
glo xvm coinciden en que los hombres son buenos por naturaleza y seguirán
siéndolo siempre que el Estado y la autoridad no se lo impida. De esta actitud
surgen consecuencias que, tanto para la teoría política como para la económi-
ca, son liberales, favorables a la expansión del capitalismo comercial. Por el
contrario Rousseau estaba convencido —como, antes de él, ya lo estaba
Mandeville— de que los comportamientos forzados por una sociedad compe-
titiva productora de mercancías no eran compatibles con las exigencias de
una moral altruista. El orden social del capitalismo primitivo, que estaba sur-
giendo por entonces, obligaba a cada uno a enriquecerse con todos los medios
que estuvieran a su alcance: «Que deviendra la vertu quand il faudra s'enri-
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chir á quelque prix que ce soit? Voila ce que je leur ai demandé, et ce que
je leur demande encoré» (13) *.
La bondad natural, que mana del corazón incorrupto del salvaje no puede
resistir las exigencias del estado social; únicamente resulta fuerte en la medi-
da en que los intereses de los seres humanos físicos no entran en oposición
(y en conflicto); ya sea porque los hombres vivan aún en el hipotético estado
originario de la naturaleza, ya porque se les mantenga —como a Emilio—
en un aislamiento artificial frente a la sociedad. El objetivo pedagógico del
preceptor de Emilio parece consistir en conservar la bonté naturelle todo el
tiempo que sea posible, hasta que llegue a convertirse en habitual, a fin de
poder resistir luego la vida en la depravada sociedad competitiva. Pero, si lo
consideramos con mayor detenimiento, no se trata aquí solamente de la con-
servación simple de la «bondad» natural inconsciente del salvaje, sino de la
expansión de la «conciencia», que consiste en el amor propio del «yo supe-
rior», así como en el «amor al orden». El ardid de la educación en el Émile
consiste, evidentemente, en ahorrarle al individuo, en la medida de lo posi-
ble, el camino de la depravación, a fin de conducirle directamente desde la
inocencia premoral a la virtud (la acción continua en razón de la prudencia
de la conciencia).
(13) J. J. ROUSSEAU: Carta al abate Raynal, del año de 1751, en Oeuvres, Hachet-
te, tomo 1, pág. 21.
* «¿Qué será de la virtud cuando haya que enriquecerse a toda costa? Eso es
lo que les he preguntando y sigo preguntándoles.»
(14) Cfr. Oeuvres, La Pléiade, tomo 3, pág. 957: «¿Qué es lo que nos impide ser
hombres como ellos? (como los antiguos romanos). Nuestros prejuicios, nuestra baja
filosofía y las pasiones del interés mezquino, concentradas con el egoísmo en todos
los corazones por las instituciones ineptas que jamás dictó el genio.»
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rivalidades, los celos... El que conoce la dulzura de ser amado quisiera serlo por
todo el mundo y nadie quisiera que dejara de haber descontentos. Con el amor
y la amistad nacen las disensiones, la enemistad, el odio. De entre tantas pasiones
diferentes veo cómo la opinión se erige un trono inquebrantable, mientras que los
estúpidos mortales, sometidos a su imperio, no fundamentan su propia existencia
sino sobre los juicios de los demás.»
* «Las pasiones dulces y afectuosas nacen del amor de sí, las pasiones odiosas
e irascibles nacen del amor propio. Así, pues, lo que hace al hombre esencialmente
bueno es el tener pocas necesidades y el compararse poco con los demás; lo que
le hace esencialmente malo es el tener muchas necesidades y el conceder mucha
importancia a la opinión.»
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no) hacia cuya conservación orienta su amor. Ahora bien, Rousseau no habla
expresamente en parte alguna —al menos que yo sepa— de este acto deciso-
rio (sobre el que Kant concentra toda su atención en su ética). Como quiera,
sin embargo, que partía del hecho de que todo el hacer de los hombres es
motivado por su amour de soi, tuvo que ver dos variantes posibles del amor
de sí mismo en el comportamiento egoísta y en el comportamiento moral
(o virtuoso y orientado por la conciencia). Estos dos tipos de amor de sí
se refieren, en realidad a dos «yoes» decisivos. En su carta al arzobispo de
París, Christophe de Beaumont, escribe Rousseau (en noviembre de 1762):
«L'homme n'est pas un étre simple; il est composé de deux substanecs. Si
tout le monde ne convient pas de cela, nous en convenons, vous et moi, et
j'ai taché de le prouver aux autres. Cela prouvé, l'amour de soi n'est plus une
passion simple; mais elle a deux principes, savoir l'étre intelligent et l'étre
sensitif, dont le bienétre n'est pas le méme. L'appétit des sens tend á celui du
corps, et l'amour de l'ordre á celui de l'áme. Ce dernier amour developpé et
rendu actif, porte le nom de conscience; mais la conscience ne se développe
et n'agit qu'avec les lumiéres de l'homme» (21) *. El hombre es vertueux, por
tanto, cuando antepone el bienestar de su étre intelligent —esto es, el orden—
al de su étre sensitif —esto es, todo aquello que para sí desea el amour pro-
pre—. La moralidad consiste en la ordenación correcta de ambas formas del
amor de sí, de igual modo que también consistía en Kant en la ordenación
correcta de ambos impulsos de la acción humana. En Kant estas dos con-
sistían en el amor de sí de un lado y el respeto a la ley moral del otro: «Por
tanto, la distinción de si el hombre es bueno o malo no consiste en la dife-
rencia de los impulsos que recoge en sus preceptos (...) sino en la subordi-
nación (la forma de la misma), es decir, en saber cuál de los dos se convierte
en condición del otro. En consecuencia, el hombre solamente es malo porque
invierte el orden moral de los impulsos, es decir, que incorpora a éste a la
ley moral junto al amor de sí; pero como quiera que se da cuenta de que
la una no puede coexistir con el otro, sino que éste ha de subordinarse a
aquella, convierte al impulso del amor de sí y sus inclinaciones en condición
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del cumplimiento de la ley moral, siendo así que habría que entender a la
última, más bien, como único impulso y condición suprema de satisfacción
de la primera» (22).
En estas dos citas puede verse con claridad tanto el parecido como la di-
ferencia esencial entre la ética rousseauniana y la kantiana. Ambas hablan de
una jerarquía de impulsos, pero mientras que Rousseau distingue dos tipos
de amor de sí, Kant desconoce el amor del sí del yo moral (¿inteligible?) y
postula una «voluntad pura» que únicamente promueve la acción en «consi-
deración a la ley moral». A diferencia de Kant, Rousseau conoce manifiesta-
mente aquella concepción antigua y sustancial de la razón, que se remite a
un «orden» objetivo racional y no solamente a aquella forma del cálculo
intelectivo que domina la discusión desde los tiempos de Hume (23).
El «orden» al que se orienta el amor de la conciencia lo determina Rous-
seau del modo siguiente en la «confesión del vicario saboyano»: «II y a quel-
que ordre moral partout oü il y a sentiment et intelligence. La différence est
que lo bon s'ordonne par rapport au tout, et que le méchant ordonne tout par
rapport á lui. Celui-ci se fait le centre de toutes choscs; l'autre mesure son
rayón et se tient á la circonférence. Alors il est ordonné par rapport au centre
commun, qui est Dieu, et par rapport a toutes les cercles concentriques, qui
sont les créatures. Si la Divinité n'est pas, il n'y a que le méchant qui raisone,
le bon n'est qu'un insensé» (24) *. Dios, por tanto, no es sólo garante de un
orden moral mundial, sino que es el mismo centro de dicho orden. Aquí puede
verse cómo, a diferencia de Kant, Rousseau continúa apresado, en gran me-
(22) IMMANUEL KANT: Die Religión innerhalb der Grenzen der blossen Vernunfl,
Werke, Weischedel, Frankfurt, tomo IV, pág. 685.
(23) DAVID HUME: «La razón es, y sólo debiera ser, un esclavo de la pasión, no
pudiendo nunca pretender otra función que servirla y obedecerla» (Trealise of Human
Nature, vol. II, sección XI). Rousseau también conoce esta razón «instrumental» cuan-
do explica: «La razón engendra el amor propio y la reflexión le fortalece» (VAUGHAN:
Political Writings, tomo 1, pág. 162); por otro lado, conserva un concepto antiguo de
razón que se remite a un orden «objetivo-racional» y a su belleza. Aquí aparece
Rousseau influido por la teología del siglo xvn. En Santo Tomás, ambos conceptos
de razón aparecen diferenciados en ratio e intellectus (que es capaz de comprender
las esencias).
(24) Oeuvres, Hachette, tomo 2, pág. 263.
* «Donde quiera que hay sentimiento e inteligencia hay algún orden moral. La
diferencia es que el bueno se ordena por relación al todo y el malo por relación
a sí mismo. Este último se hace el centro de todas las cosas; el primero mide su
radio y se ciñe a su circunferencia, con lo que se ordena por relación al centro
común, que es Dios y por relación a todos los círculos concéntricos que son las
criaturas. Si no existe la divinidad, el único que razona es el malo; el bueno no es
más que un insensato.»
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dida, en una imagen tradicional del mundo. Al igual que en Max Scheler hay
en Rousseau, un orden del amor que, al mismo tiempo, orienta la forma su-
perior del amor al bien supremo (Dios, el orden moral divino) y resulta ade-
cuado al étre intelligent, es decir, al yo superior y espiritual del hombre.
La conciencia sirve al hombre que vive en el estado de sociedad para tratar
de regresar a aquel orden del que se había separado en el curso de la socia-
lización y de la creación del amour propre, a aquel salvaje que originariamente
era uno e identificado con la naturaleza. El bon de que se habla aquí se dife-
rencia fundamentalmente del salvaje inocente, que desconocía tanto el bien
como el mal. Si no hubiera Dios, el malo sería «razonable». Es decir, de no
haber Dios, tampoco se daría el dualismo antropológico, los seres humanos
sólo serían seres físicos con un único interés: el de la elevación al máximo del
placer y el poder individuales (como lo exige el amour propre). Rousseau re-
mite abiertamente el dualismo del ser humano al dualismo de Dios y el mun-
do. La acción moral, por tanto, ya no se orienta, como en el caso de Kant,
a una pura «exigencia del deber ser», sino a un «orden del ser» que por lo
demás es trascendente.
¿Por qué no es el hombre un ser espiritual puro que siempre aspire al bien
(el orden divino)? Rousseau se plantea esta pregunta en el Émile y la respon-
de como sigue: «Si l'esprit de l'homme füt resté libre et pur, quel mérite
aurait-il d'aimer et suivre l'ordre qu'il verrait établi et qu'il n'aurait nul in-
térét á troubler? II serait heureux, il est vrai; mais il manquerait á son bon-
heur le degré le plus sublime, la gloire de la vertu et le bon témoignage de
soi; il ne serait que comme les anges; et sans doute l'homme vertueux sera
plus qu'eux» *. Es, por tanto, este dualismo el que origina un problema ético
y el que posibilita al hombre la acción ética, que no pueden realizar ni el
ángel ni el animal. El primero porque vive por completo en el orden espiri-
tual de Dios y el segundo porque vive enteramente en el orden natural. Con
el ser humano, sin embargo, sucede que la preocupación con la conservación
del cuerpo «excite 1'áme á rapporter tout á lui, et lui donne un intérét
contraire á l'ordre general» **. Con todo, al propio tiempo, el hombre
puede amar l'ordre general, de tal modo que «le bon usage de sa liberté de-
• «Si el espíritu del hombre hubiera permanecido libre y puro, ¿qué mérito tendría
en amar y seguir el orden establecido y en cuyo trastorno no tendría interés alguno?
Sería feliz, ciertamente; pero faltaría a su felicidad el grado más sublime, la gloria
de la virfiid y el buen testimonio de sí; sería como los ángeles y, sin duda, el hom-
bre virtuoso será más que ellos.»
** «excita al alma a remitirle todo a él y a darle un interés contrario al orden
general.»
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manera la sociedad que sea necesario el menor esfuerzo moral posible del
ciudadano para dar audiencia a la voz de la voluntad colectiva en la asam-
blea popular. Este es el caso cuando las diferencias en las circunstancias de
fortuna y de existencia entre las partes de la población son menores. Por
tanto, la sociedad ideal se le antoja una compuesta de pequeños campesinos
y artesanos, en la que no existan empresarios ni trabajadores asalariados. La
política económica de la República corsa, que estaba por fundarse, debe
atender, sobre todo, a conseguir que se conserve esta heureuse médiocrité,
de forma que nadie pueda enriquecerse por medio del comercio y la manu-
factura. Cuando todos tienen, más o menos, los mismos intereses particula-
res, pueden ponerse de acuerdo sin necesidad de un gran esfuerzo moral, en
cuanto al contenido de la voluntad general. Este no es el caso, sin embargo,
cuando hay grandes diferencias de clase. Cuanto mayores son las diferen-
cias sociales más débil es la virtud por lo general, precisamente cuando más
necesaria era. Únicamente cabe educar un «buen ser humano» (es decir, uno
virtuoso), en estas circunstancias, por medio de arreglos artificiales en su edu-
cación (como en el Émile).
Incluso en los estados en los que la virtud todavía está presente en la
mayoría de los ciudadanos adultos, tienen los jóvenes que empezar por
aprender a dominar sus pasiones. Las pasiones que deben controlar no son
en modo alguno —y sobre esto insiste Rousseau de continuo— los impulsos
naturales, que nos son innatas, sino aquellas otras que surgen en el estado
de sociedad, los atributos del amour propre. El hombre puede luchar con
sus propias fuerzas contra el vicio, producido por él mismo (y por sus seme-
jantes), a fin de regresar al «orden». El Estado (le corpus politique) aparece
aquí como una expresión —quizá la más importante— de esta clase de orden
moral. Presupuesto, claro está, que la voluntad general sea el fundamento de
la voluntad de mantenimiento de su orden (justo). Con todo, aun el peor de
los Estados puede, por lo menos, mostrar una alternativa a la persona que
crece en su seno: el imperio de la ley sobre los individuos en vez del imperio
de los individuos sobre los individuos. «La seule apparence de l'ordre le
porte á le connaítre, á l'aimer. Le bien publie, qui ne sert que de pretexte
aux autres, est pour lui (el bien educado Emilio) seul un motif réel. II apprend
á se combattre, á se vaincre, á sacrifier son intérét k l'intérét commun. II n'est
pas vrai qu'il ne tire aucun profit des lois, elles lui donnent le courage d'étre
juste, méme parmi les méchants. 11 n'est pas vrai qu'elle ne Pont pas rendu li-
bre, elles lui ont appris á régner sur lui» (28) *. Igual que Sócrates muestra a
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sus discípulos cómo la obediencia a las leyes es la virtud más elevada y lo hace
mediante la aceptación de su condena injusta y su renuncia a la huida, de
igual modo también Emilio desarrolla su moralidad individual en el Estado
malo, como ejemplo para los demás. Igual que el Estado ha de reprimir la
voluntad particular en interés de la libertad y de la igualdad siempre que
aquella contradiga a la voluntad general, así también el individuo tiene que
controlar y frenar sus pasiones cuando se encuentren en oposición al «orden».
Donde quiera que el individuo busque de modo espontáneo el bien común,
debido a que su interés y su voluntad particulares no se distinguen del interés
y la voluntad generales, no es necesario que se den órdenes y no se necesita,
en realidad, ley ninguna.
También puede haber individuos que pueden ser virtuosos sin esfuerzo,
pero, según Rousseau, son la excepción. En condiciones normales, todo in-
dividuo trata, más bien, de evadir la ley que desearía ver impuesta sobre los
demás (en interés de su propia seguridad): «II est faux que dans l'état d'in-
dépendance, la raison nous porte á concourir au bien commun par la vue
de nótre propre intérét» (29) *. Aquí se trata, naturalmente del interés par-
ticular material y no del del «yo inteligente». «Loin que l'intérét particulier
s'allie au bien general, ils s'excluent l'un l'autre dans l'ordre naturel des
choses, et les loix sociales sont un joug que chacun veut bien imposer aux
autres, mais non pas s'en charger lui méme» (ibíd.) **. Rousseau llama aquí
«orden natural de las cosas» a la sociedad que surge entre los hombres que,
si bien están mutuamente unidos por la división del trabajo, el mercado y el
tráfico, no se someten a las leyes o a un gobierno legal. Esta paradoja de una
sociedad competitiva y de mercado en la que hay división del trabajo aparece
formulada en la primera versión del Contrat social en las fórmulas: «nos be-
soins nous rapprochent á mesure que nos passions nous divisent, et plus nous
devenons ennemis de nos semblables, moins nous pouvons nous passer
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las monarquías. Pero si la guerra de los reyes es moderada, su paz es terrible: más
vale ser su enemigo que su subdito.»
* «que van a buscar lejos, en sus libros, los deberes que no se dignan cumplir
cerca.»
(37) Carta al Marqués de Mirabeau, de 26 de julio de ¡767, en Oeuvres, Hachette,
tomo 12, pág. 25.
** «En una palabra, no veo que haya punto medio aceptable entre la demo-
cracia más austera y el hobbismo más perfecto.»
(38) Op. cit.
*** «no veo en ello más que dos palabras contradictorias que, reunidas, carecen
de significado para mí.»
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